[Resuelto]FanFic Brittana: Palabras Para Ti (Adaptada) Epílogo

Prólogo

Después de rehacer su vida tras una devastadora tradición, Brittany Pierce regresa a su pueblo natal. Ahí lleva una existencia tranquila y solitaria como bibliotecaria municipal, mientras organiza la próxima conferencia de una exitosa escritora cuya primera novela “La Fiebre del Oro” ha alcanzado un repentino éxito de ventas.

Pero la noticia de que, después de diez años, Santana López regresa también al pueblo acaba volviendo del revés el cuidadosamente controlado mundo de Brittany.

Hola, aquí otra historia (adaptada). La forma de actualizar sera igual que la adaptación pasada! Gracias por leer, comentar y seguir mis adaptaciones! Saludos =D

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SE QUE ESTÁN SACANDO MIS ADAPTACIONES, POR "MI" PARTE Y "MIS" ADAPTACIONES NO ME MOLESTA, PERO AL MENOS NOMBREN AL FORO... SI SUBEN OTRO CAPITULO Y NO LO NOMBRAN, "EN CADA CAPITULO QUE SUBAN", VOY A BORRAR MIS ADAPTACIONES Y DENUNCIAR LA ADAPTACIÓN. Saludos =D

Capitulo 1 - Parte I

Todos los instintos de conservación de Brittany le exigían a gritos que corriera a refugiarse en su despacho lo antes posible. Pero se esforzó por caminar lentamente, sosteniendo con indolencia el periódico. Abrió la puerta y entró. Gracias a Dios, las mamparas de cristal tenían las persianas bajadas.

Necesitaba desesperadamente estar sola.

Brittany cerró tranquilamente la puerta detrás de ella y, bajó los párpados y respiró por fin, después de haber estado conteniendo dolorosamente el aliento. Sosteniéndose como pudo sobre sus temblorosas piernas, consiguió atravesar la habitación y colocarse tras el escritorio, donde se dejó caer aliviada sobre el asiento.

Sólo entonces desplegó el periódico local que había estado sujetando con aquella aparente indolencia. Colocó el diario frente a ella, sobre la lista de nuevas adquisiciones que había estado redactando horas antes. Entonces pasó lentamente las páginas, hasta llegar al corto párrafo que el auxiliar de biblioteca había señalado con total inocencia hacía diez minutos.

En realidad era una información inocua, incluida en lo que era poco más que una columna de cotilleos disfrazada de ecos de sociedad. Brittany hizo un esfuerzo por leer el texto:


El señor Alfonso López y su esposa, vecinos de la calle Water, celebrarán este fin de semana en su domicilio el sexagésimo aniversario de la señora López.

Entre los asistentes se hallarán los cuatro hijos del matrimonio: el empresario local Jake López y su esposa Marley; Bree (López), su esposo Noah Puckerman y sus hijos, residentes en Elida; Ryder López y su esposa Kitty, residentes en Fort Shawnee, y Santana (López), su esposo el doctor Sam Evans y su hija, residentes en New York.

A la celebración acudirán otros parientes y amigos, procedentes de lugares tan distantes como Adelaida. Maribel y Alfonso partirán después en una segunda luna de miel, en un crucero de dos semanas por el Pacífico Sur.



—¿Tú no vives al lado de los López?

Le preguntó justo antes de marcharse Mike Chang, el joven auxiliar de biblioteca que trabajaba con ella media jornada.

Brittany asintió con vaguedad.

—Más o menos. La parte trasera de mi casa da a su parcela.

Brittany se quedó un momento callada y echó un vistazo al periódico que tenía Mike en las manos.

—¿Por qué?

—Parece que están organizando una gran fiesta para dentro de un par de semanas y, según mi hermano mayor, los hijos de los López tienen fama de bullangueros, ¿no?—preguntó Mike como si nada—Será mejor que te marches fuera durante el fin de semana. O si no únete a la fiesta. Es por el cumpleaños de la señora López—añadió cuando Brittany frunció el entrecejo en un gesto de incomprensión—Puedes aparecer por ahí como una buena vecina, para desearle un feliz cumpleaños a la dueña de la casa—Mike sonrió bonachonamente—Mira, quédate el periódico. Yo ya lo he leído—le pasó el periódico a Brittany, que lo agarró maquinalmente—Por cierto, ¿has visto el fax que ha llegado esta mañana?

—¿El fax?

Repitió Brittany, como si el nombre de los López hubiera apartado cualquier otro pensamiento de su mente.

—El que ha enviado la agente de nuestra autora invitada—explicó Mike.

—Ah, el fax. Sí, sí.

Brittany se esforzó denodadamente por centrarse en la conversación.

—Hasta ahora nunca había venido ningún escritor a visitar la biblioteca, ¿verdad?

Brittany hizo un gesto de negación con la cabeza.

—Desde que estoy yo, no.

—Me impresiona mucho que venga Leigh Mossman, ¿a ti no? Es que su libro era tan bueno... En casa lo hemos leído todos, y mí mamá y mis hermanas dicen que el protagonista de la novela les parece muy seductor.

La semana anterior, la agente de Leigh Mossman había enviado un fax para proponer que la joven y prometedora escritora, que iba a firmar ejemplares en la librería del pueblo, impartiese una conferencia en la biblioteca municipal. Al parecer, Leigh Mossman había vivido en Lima, Ohio durante su infancia y tenía previsto ir a pasar unas cortas vacaciones en el pueblo a finales del mes.

—La Fiebre del Oro es el mejor libro que he leído desde hace un montón de tiempo—continuó Mike, entusiasmándose—Aparte del hecho de que transcurre en Lima, Ohio, es una historia muy romántica, que en mi opinión puede resultar interesante tanto para el público masculino como para el femenino—Mike se tomaba la lectura en serio y Brittany normalmente disfrutaba con sus juveniles disertaciones—¿Tú ya lo has leído, Britt?—le preguntó el joven auxiliar.

Ella negó con la cabeza.

—No, todavía no. Pero supongo que debería hacerlo antes de que venga Leigh Mossman.

—Bueno no lo empieces a leer a altas horas, porque te aseguro que te vas a pasar la noche en vela leyéndolo—le advirtió Mike—Es curioso que nadie haya oído hablar de esa tal Leigh Mossman. Debe de ser un seudónimo. A no ser que descienda de Júpiter Mossman, el hombre que descubrió el oro en la región. ¿Tú qué crees?

—Si fuera así, seguramente lo mencionaría en el material de promoción—sugirió Brittany y Mike asintió con un gesto.

—Sí, seguramente. Bueno, a finales de mes se sabrá todo. Hasta mañana, jefa.

Mike se marchó, despidiéndose de Brittany con un ademán jovial. Y Brittany tuvo que continuar como si no hubiera ocurrido nada. Hasta que por fin consiguió refugiarse en la soledad de su despacho.

«Puedes aparecer por ahí como una buena vecina, para desear le un feliz cumpleaños a la dueña de la casa», había dicho Mike.

Si no se tratara de algo tan doloroso, aquella broma la habría hecho sonreír. En realidad, pensó amargamente, la reacción más probable de Maribel López sería pedirle que se marchara.

Luego pensó que tal vez no sería así.

Desde que había muerto su tía, Brittany y Maribel López se habían saludado un par de veces al cruzarse por la calle. Quizá Maribel había empezado a perdonarla, tras diez largos años de silenciosa reprobación.

Sin embargo, al principio todo había sido muy distinto. De hecho, justo al revés. Maribel López se había convertido casi en una segunda mamá para la niña callada y solitaria que era Brittany. En realidad, Maribel había sido la única figura materna que Brittany había conocido en su vida. Su mamá, y su papá también, se le antojaban muy distantes en comparación con Maribel y Alfonso López.

Brittany hizo una mueca burlona.

Ahora, con veintiocho años, podía entender algo mejor a sus padres. Eran dos afamados catedráticos, totalmente volcados en su profesión, que seguramente se habían quedado bastante desconcertados cuando, ya casi cuarentones, tuvieron una niña.

Brittany tenía diez años cuando sus padres murieron en un trágico accidente. Una vez vendida la casa y saldadas las deudas, no quedó dinero suficiente para seguir pagando el colegio en el que estaba interna. De modo que la enviaron bajo el cuidado de su única pariente viva, su tía paterna, una mujer que era mucho mayor que su papá y cuya existencia Brittany desconocía.

Sue Pierce, que se había jubilado recientemente de su trabajo como secretaria en un bufete de abogados, vivía en la casa familiar de los Pierce, en el pueblo de Lima, Ohio.

Para la niña de diez años que era Brittany, los miembros de la familia López, comparados con sus padres, tan serios, y con su igualmente reservada tía, eran unos seres pintorescos, como de otro planeta. Y en cuanto a Santana López, en fin, Santana era...

Una punzada de dolor encogió el corazón de Brittany.

Le parecía estar viendo a aquellas dos niñas de diez años, una morena y la otra rubia, que recorrían atropelladamente con las bicicletas la maltrecha pista de tierra que discurría entre fantasmagóricos bejucos. Poco después, esas mismas niñas trepaban en busca de oro hasta lo alto de la colina, formada por los escombros de una antigua mina, convencidas de que habían descubierto un filón, hasta que Ryder, el hermano de Santana, les explicó en tono paternal que aquello tan reluciente era pirita, un metal que brillaba mucho más que el oro auténtico.

Brittany, sentada detrás del escritorio, se frotó los ojos mientras los recuerdos del día en que había conocido a Santana se agolpaban con toda claridad ante ella, como si hubieran quedado marcados en su mente de forma indeleble.

¿Como si?

Brittany torció la boca burlonamente.

Por supuesto que le habían quedado.

Todo lo que tenía que ver con Santana López había, convenientemente registrado en una especie de vídeo interno, que se ponía automáticamente en marcha cada vez que Brittany bajaba la guardia. Incluso ahora, después de tantos años.

Cuando murieron sus padres, la vida de Brittany cambió por completo. Su papá se había marchado de Lima, Ohio, su pueblo natal, unos veinticinco años antes, y Brittany nunca le oyó nombrar ni a su familia ni al lugar del que procedía. Más adelante, se enteró de que su papá había roto todos los lazos familiares después de una discusión con su hermana y no se había vuelto a poner en contacto con ella en todo ese tiempo.

El hecho de que una tía desconocida fuera a recogerla al aeropuerto y la hiciera recorrer ciento cuarenta kilómetros en coche hasta lo que iba a ser su nueva casa en Lima, Ohio desconcertó mucho a Brittany. Las tonalidades rojizas de aquel antiguo pueblo de buscadores de oro se le antojaron propias de un país extranjero, comparadas con el paisaje relativamente verde de Brisbane.



Flashback


Brittany recordó que su corazón de niña dio un vuelco cuando apartó silenciosamente la mirada de su alta y austera tía y la posó en la gran casona de estilo colonial, encaramada sobre gruesos pilares de madera.

Los primeros días, Brittany sintió una abrumadora y casi constante necesidad de huir. Aunque en casa de su tía disponía de su propia habitación, que además era mucho más grande que la de antes, la casa siempre parecía dominada por la severa presencia de la anciana.

Llevaba menos de una semana con su tía Sue, cuando se armó de valor y salió a investigar por los alrededores. Descubrió un escondite construido al fondo del alargado jardín trasero y ahí encontró su refugio.

Un enorme tamarindo desplegaba sus ramas sobre el jardín de su tía y, a media altura del tronco, más o menos, había una plataforma hecha con tablones. Alguien había construido una precaria cabañita en lo alto del árbol.

Unas planchas bastas e irregulares de hierro ondulado formaban un tejadillo y una tosca escalerilla de mano apoyada contra la parte posterior del tronco permitía llegar hasta la primera rama sólida.

Brittany no se imaginaba a su tía construyendo la cabaña del árbol. Como desde la casa no se veía, lo más seguro era que la mujer ni siquiera supiera que estaba en el jardín.

¿Quién la habría construido?

Brittany comprobó que la escalerilla resistía su peso y le pareció que era estable y robusta. Trepó hasta la rama más baja y ahí descubrió unos asideros que llegaban hasta la plataforma. Se sentó sobre un cajón de madera y sonrió por primera vez desde hacía semanas.

Entonces decidió que aquél sería su refugio.

Ahí podía sentarse a leer y rodearse de su pequeño mundo particular, o de lo que quedaba de él después de que todo se hubiera desmoronado sobre ella.

Se puso de pie y avanzó cautelosamente por la plataforma para comprobar si aguantaba, pero parecía bastante segura. Asiéndose a una rama, se asomó entre las hojas y vislumbró retazos de color azul cobalto del cálido cielo tropical.

Entonces oyó ruido: los chillidos de unos niños que jugaban, las voces más graves de unos adolescentes que bromeaban, las risotadas de unos adultos. Poniéndose de puntillas, Brittany comprobó que podía ver la parcela que quedaba detrás de la de su tía y que estaba al otro lado de la valla de separación.

Había una piscina, centelleante bajo la luz del sol, de un azul turquesa en el que resaltaban los cuerpos bronceados y relucientes de los bañistas. A un lado había un tobogán amarillo que llegaba hasta la piscina, y se oían los gritos y las risas de los niños que se deslizaban por él para lanzarse al agua.

En el intenso calor, la mera visión de aquellos cuerpos sumergiéndose inquietos en el agua hizo que Brittany se sintiera más fresca. Parecía haber gente por todas partes. Adultos, adolescentes, niños pequeños. Había incluso dos perros lanosos y oscuros que corrían de acá para allá, disfrutando de los juegos y del constante movimiento.

Y sobre el tejadillo de un cobertizo, justo al otro lado de la valla, un gato de color carey se lamía negligentemente las zarpas. Brittany no daba abasto contemplando todo aquello.

El color, la incesante actividad, el bullicio.

Un bullicio animado, alegre, jovial, cargado de risas. No había visto nada igual en toda su vida y ni siquiera era capaz de imaginarse cómo sería participar de aquella escena.

Más tarde se enteró de que los López solían organizar barbacoas en el jardín, a las que estaban invitados sus amigos y todos los miembros de su extensa familia. Pero ese primer día, Brittany se quedó escondida en la cabaña del árbol y se limitó a observar, totalmente extasiada, hasta el anochecer. Luego se encendieron las luces exteriores y la fiesta prosiguió.

Hubiera querido quedarse más tiempo observando aquel mundo distinto, pero sabía que su tía la estaría esperando para cenar y que saldría a buscarla si no la encontraba en su habitación.

Así fue cómo Brittany se aficionó a pasar las tardes en la cabaña del tamarindo, leyendo y mirando a los vecinos. Hasta llegó a creerse capaz de distinguirlos.

La mujer de piel blanca de pelo corto y castaño y el hombre moreno, alto y de pelo negro eran los padres, evidentemente. También había dos adolescentes altos, un chico y una chica, y un niño un poco menor. Y una niña que parecía tener aproximadamente la edad de Brittany. La niña tenía un pelo largo y negro que ondeaba en el aire cuando brincaba y daba arriesgados saltos mortales sobre la cama elástica.

Brittany la observaba especialmente. Le habría gustado cambiarse por ella, formar parte de aquella familia cariñosa, vital, eternamente activa. Pero, claro está, sabía que aquello era un sueño imposible. Brittany sospechaba que no habría sido capaz de desempeñar el papel que le correspondería si ocupaba el lugar de la otra niña.

Nunca había corrido por el césped sin zapatos ni calcetines, nunca se había deslizado peligrosamente por un tobogán para lanzarse al agua, ni había saltado valerosamente sobre una cama elástica. Era tan poco valiente que ni siquiera se atrevería a intentarlo.

Sin embargo, ¡cuánto le habría gustado ser así!

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Capitulo 1 - Parte II

Continuación Flashback

Una tarde, pocos días después, Brittany estaba sentada en la cabaña, intentando leer. En la casa de los vecinos todo era silencio, por lo que pensó que la familia había salido. Volvió la vista hacia el libro, algo decepcionada, pero no consiguió concentrarse.

Sin saber por qué, a Brittany le vino a la mente la casa de Brisbane, silenciosa y repleta de libros. Su papá trabajando en el estudio, con las gafas de leer apoyadas en el puente de la nariz. Y su mamá en su propio estudio, corrigiendo los trabajos de los estudiantes.

La tranquila soledad de su pequeño dormitorio. Y ahora, aquella casa distinta, pero también silenciosa, de Lima, Ohio.

Aquel calor diferente.

Los olores diferentes.

Y la desconcertante idea de tener que ir a una escuela distinta después de las vacaciones. Y Brittany notó que los ojos se le llenaban de unas inhabituales lágrimas.

—¡Ah, has encontrado mi escondite!

Brittany se asustó tanto al oír aquella voz que casi se cayó del cajón de fruta que estaba utilizando como asiento. Incómoda, se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

—Lo siento. Te he dado un susto de muerte, ¿no?

La niña tenía unos ojos de un café oscuro, casi negros impresionantes, que se le achinaban cuando sonreía.

Brittany reconoció aquella larga melena negra y, de pronto, se sintió culpable por haber estado espiando a los vecinos. El corazón le empezó a retumbar dentro del pecho.

—Esto es una propiedad privada—se oyó decir a sí misma con altisonancia.

Se levantó y dirigió una fiera mirada a la otra niña.

—Ya lo sé. Pero a veces me escondo aquí para que los chicos me dejen tranquila.

La niña frunció la naricilla, señalando con la cabeza en dirección al emocionante mundo que había al otro lado de la valla.

Brittany siguió mirando con rabia a la propietaria de aquellos ojos oscuros, mientras el corazón continuaba retumbándole en el pecho.

La niña sonrió aún más abiertamente y se estiró para tomar una de las ramas superiores. Con un solo gesto, dio un salto y se quedó de pie sobre la plataforma, al lado de Brittany. Esta retrocedió un paso para proteger su espacio y algo raro, algo muy extraño, le oprimió el corazón. Parpadeó, incapaz de comprender los sentimientos que nacían en su interior. Pero, fuera como fuera, supo que tenía ante ella a la niña más bonita que había visto nunca.

Desde aquel momento, cada vez que Brittany se acordaba de Santana, pensaba en aquel instante mágico en que vuelve a salir el sol después de la lluvia.

Santana, aquella niña de amplia sonrisa y espeso cabello negro. Tenía los ojos de un oscuro purísimo y unos hoyuelos al sonreír. Era más bajita que Brittany y un poco menos delgada.

Era la niña de la melena al viento, la que daba aquellos fantásticos saltos mortales sobre la cama elástica. Formaba parte de aquel mundo ajeno que había al otro lado de la valla. Y Brittany no sabía qué decirle.

—Tú debes de ser la sobrina de la señora Pierce. Ya nos han dicho que venías a vivir con ella.

Brittany se preguntó quién se lo habría dicho. No se imaginaba a su tía contándole su vida a nadie.

—Me llamo Santana.

La niña le tendió la mano y Brittany alargó maquinalmente el brazo y se la estrechó nerviosamente. Unos dedos cálidos se cerraron alrededor de los suyos. Brittany notó que se ponía colorada y rápidamente retiró la mano.

—Bueno, en realidad me llamo Santana López.

La niña volvió a sonreír. Inclinó la cabeza y enarcó las cejas interrogativamente.

—Dime, ¿y tú cómo te llamas?

Brittany vaciló un momento y miró hacia la casa.

¿Su tía la dejaría hablar con esa niña?

—No se nos ve desde ninguna de las dos casas—dijo animadamente Santana—Por eso elegí este árbol para construir la cabaña.

—¿La has hecho tú?—no pudo evitar preguntar Brittany, señalando la plataforma de madera.

—Sí. Y no fue fácil, la verdad. Tenía que esperar a que se marcharan mis padres y la señora Pierce, por si me oían. Y tenía que sacarle a mi papá el martillo y los clavos sin que sospecharan mis hermanos. Si se hubieran enterado, habrían querido quedarse ellos con la cabaña. Tener hermanos es una lata—suspiró—¿Tú tienes?

—¿Si tengo qué?—balbuceó Brittany.

—¡Hermanos!

—¡Ah, no! Soy hija única.

—Vaya, qué suerte tienes—Santana volvió a suspirar—Bueno, ¿vas a decirme cómo te llamas o voy a tener que adivinarlo?—frunció el entrecejo e hizo un mohín—¿Mary Anne? ¿Eloise?—soltó una risita—Ya lo sé ¡Clara!

Brittany negó levemente con la cabeza, con la mirada fija en la boca sonriente de la otra niña.

—¿No? Bueno. ¿Qué me dices de Rebecca? ¿O tal vez te llamas Emily? Es un nombre que siempre me ha gustado. La verdad es que preferiría llamarme Emily.

En ese momento, Brittany casi deseó llamarse así.

—Me llamo Britt—dijo lacónicamente—Bueno, Brittany. Pero siempre me han llamado Britt.

—Britt.

La risueña voz de Santana López repitió el nombre y Brittany sintió que su joven corazón le daba un vuelco.

—Britt. Me gusta mucho—dijo Santana.

Sus ojos oscuros examinaron someramente la pálida cara de Brittany, su anodino pelo rubio, sus ojos azules.

—Te pega.

—¿Ah, sí?—murmuró Brittany antes de poder evitarlo, notando que se ponía como la grana.

—Sí, te pega.

Santana se rió y se sentó directamente sobre la plataforma, con las piernas cruzadas.

—¿Tú crees?—preguntó Brittany con indecisión—A mí siempre me ha parecido un nombre anticuado.

Se sorprendió al comprobar que estaba haciéndole una confidencia a la otra niña.

—¿Por qué? ¿Te pusieron el nombre de tu mamá o qué?

Brittany negó con la cabeza y se sentó otra vez sobre el cajón.

—No. Creo que a mis padres les gustaba, nada más.

—Al menos no es un nombre de extraño, como el mío.

Santana frunció la nariz y se inclinó, apoyando los codos en las rodillas y la barbilla en las manos. La cabaña del árbol se volvió de repente demasiado pequeña y Brittany apartó unos milímetros el cajón en el que estaba sentada.

—Mi mamá estaba escuchando a una canción de esa persona cuando yo nací—continuó tranquilamente Santana—, así que decidió que su hijo, fuera niño o niña, se llamaría Santana.

—A mí me parece un nombre bonito—dijo educadamente Brittany.

—Gracias.

Santana hizo una mueca y cambió de postura, apoyándose en las manos y extendiendo los pies descalzos frente a ella. Para la consternación de Brittany, al cambiar de postura la niña quedó aún más cerca de ella, con sus piernas rozando prácticamente las de Brittany. Esta se apartó con disimulo hasta quedarse en equilibrio al borde del cajón, intentando dejar algo de espacio entre ambas.

—No, no te muevas. Hay sitio para las dos—Santana sonrió—Aunque si vamos a compartir la cabaña tendré que buscar otro cajón, y también tendríamos que arreglarla un poco y añadir un par de tablones.

Brittany contempló las tablas de madera como si no las hubiera visto nunca antes, y Santana se rió de la expresión de su rostro.

—Mi papá es constructor, y mis hermanos y yo hace años que lo ayudamos. Soy casi una experta—añadió satisfecha—Dime, ¿qué estás leyendo?

Alargó el brazo y agarró el libro que Brittany tenía aún en la mano. Le dio la vuelta y miró el título antes de devolvérselo.

—No está mal, ¿verdad?

—¿Lo has leído?

Santana asintió.

—Al principio de las vacaciones. Lo saqué de la biblioteca. Mi mamá dice que si me descuido van a tener que operarme para arrancarme un libro de la mano. Leo muchísimo.

—Yo también.

Hubo un momento de silencio.

—Ahora estoy leyendo uno de mi mamá, y hay un montón de sexo.

Brittany se puso tensa y notó que volvía a ruborizarse.

—¿Tu mamá te deja leer sus libros?

—¿Estás de broma? Si se enterara, le daría un ataque. Bree se lo ha leído, así que no veo por qué no puedo leerlo yo.

—¿Quién es Bree?

Santana hizo una mueca.

—Mi hermana mayor. Tiene casi diecisiete años y le dejan hacer lo que quiere—Santana volvió a fruncir la nariz— Es una pesada. Siempre está dándome órdenes. Es un descanso poder venir aquí. Cuando no son mi mamá o Bree las que se meten conmigo, son los latosos de mis hermanos.

—¿Cuántos hermanos tienen, Bree y tú?

—Dos. Jake es el gemelo de Bree, y luego está Ryder. Está a punto de cumplir catorce. ¡Todos son adolescentes!—Santana puso los ojos en blanco—Por eso te digo que tienes suerte de ser hija única. Tiene que ser muy tranquilo—concluyó con sincera espontaneidad.

Brittany no estaba tan segura. Pero tampoco se imaginaba cómo era tener hermanos.

—¿Cuánto tiempo vas a quedarte con la señora Pierce?

Brittany experimentó un acceso de pánico, que ya le resultaba familiar, y tragó saliva.

—No lo sé. Unos años, en todo caso.

Hasta que tuviera edad para vivir por su cuenta, podría haber añadido, pero no lo hizo.

—¿Unos años?—Santana enarcó las cejas en un gesto de sorpresa—Pensé que habías venido a pasar las vacaciones escolares. ¿Y dónde están tus padres?

Brittany parpadeó y Santana volvió a alzar sus finas cejas.

—Han muerto—dijo finalmente.

Aquellas palabras parecieron cernirse sobre ella y retumbar en su interior. De repente todo se le antojó dolorosamente definitivo. Tragó saliva, pero no logró contener las lágrimas que le asomaron a los ojos y empezaron a surcarle las mejillas. Habían pasado ocho largas semanas desde el entierro y Brittany todavía no había llorado.

Hasta entonces.

—Vaya, lo siento. No quería ponerte triste—dijo Santana.

Entonces la rodeó con los brazos y Brittany hundió la cara en el hueco de su cuello.

Santana olía a sol y a miel.

La mano de Santana le acarició delicadamente la espalda y Brittany soltó algunas lágrimas más. Hasta la fecha, Brittany no había conseguido explicarse el motivo de su honda tristeza.

Lo cierto era que nunca se había sentido muy unida a sus padres. No sentía por ellos el afecto que más tarde vio que sentía Santana por los suyos. Los padres de Brittany salían bastante a menudo de viaje y ella estaba interna en un colegio. Los veía apenas un par de semanas al año. Y cuando se fue a vivir con su tía, la mujer nunca los mencionó.

Santana López, aquella niña de diez años, era la primera persona que ofrecía a Brittany el consuelo de sus brazos infantiles.

En aquel momento, Brittany supo que nunca olvidaría la primera vez que Santana la había abrazado, la sensación de proximidad, aquellos instantes en que el tiempo se había detenido y ella había sido intensamente consciente de la compasión que sentía la otra niña, del tacto de su cuerpo, de la embriagadora fragancia de su piel.

Brittany se apartó un poco y, de pronto, soltó atropelladamente toda la historia: el accidente que habían sufrido su papá y su mamá cuando combinaban unas breves vacaciones con la gira de conferencias que impartía él. El autocar con el que habían estado viajando por México se precipitó por un terraplén, y Richard y Whitney Pierce se encontraban entre las veinticinco víctimas mortales. Brittany estaba en el internado y la directora la llamó a su despacho para comunicarle la noticia.


Fin Flashback


Brittany, sentada en su despacho dieciocho años después, se pasó la mano por los ojos enrojecidos. Ahora, retrospectivamente, comprendía que no podía echarles la culpa de nada, ni a sus profesoras ni a la tía solterona que se había encontrado de repente con una sobrina de diez años, ya que sabía que siempre había sido una niña solitaria y callada.

Al menos, eso parecía.

En cuanto tuvo edad, la internaron en el colegio y Brittany se cubrió con un caparazón para protegerse. Pero con Santana nunca se había mostrado reservada.

Aquel instante vivido en la cabaña del tamarindo, en aquella plataforma que ampliaron más tarde entre las dos, marcó el inicio de su amistad, una amistad que terminó dolorosamente ocho años después. Y Brittany no volvió a saber nada de Santana en todos aquellos penosos años.


Tampoco intentó saber de ella, al menos tras las primeras e interminables semanas de incrédulo estupor.

Le había escrito muchas cartas, pero siempre terminaba por romperlas antes de reunir el valor suficiente para echarlas al correo. Y ahora Santana López volvía a Lima, Ohio.

No, ya no era Santana López.

Era Santana Evans.

Y volvía acompañada de su marido.

Capitulo 2 - Parte I

Al atardecer, Brittany detuvo el coche junto al camino de entrada de la parcela de Quinn y apagó el motor.

Como había estado un rato sentada en el despacho, pensando obsesivamente en la reunión familiar de los López, al final salió tarde del trabajo y tuvo que correr a casa a darse una ducha rápida y ponerse una camiseta y unos vaqueros cómodos.

Suspiró, pensando que habría sido mejor llamar por teléfono a Quinn y anular la acostumbrada cena de los jueves. Se sentía cansada y desorientada, y quería estar sola para pensar en la nota del periódico y en todo lo que implicaba.

Sin embargo, una parte de ella sabía que, en aquellos momentos, no era tan buena idea pasar la noche en la casa vacía. Quedarse sola sólo serviría para abrir la puerta a otros recuerdos, en los que por el momento prefería no seguir pensando.

La lámpara de la entrada brillaba a la luz del crepúsculo, creando un ambiente acogedor. Entonces se abrió la puerta de la casa y asomó el rostro de Quinn, mientras Brittany se esforzaba por salir del Ford Láser.

—Me ha parecido oír el coche—dijo alegremente Quinn, mientras Brittany subía el corto tramo de escalones que conducía a la entrada.

Brittany trató de sonreír.

—Lo siento, llego un poco tarde.

—No pasa nada—Quinn cerró la puerta detrás de Brittany y extendió los brazos, atrayéndola hacia su pecho—Por esto siempre vale la pena esperar.

Quinn la besó ansiosamente, le deslizó las manos por la espalda y las posó sobre sus nalgas. Acercó a Brittany contra su cuerpo hasta que estuvieron pecho con pecho, abdomen con abdomen, muslo con muslo. Brittany trató de relajarse abandonándose al abrazo de la otra mujer, pero acabó reaccionando ante el prolongado beso de Quinn.

Cuando separaba su boca de la de Brittany, Quinn murmuró:

—Me encanta estar abrazándote, pero será mejor que nos reservemos para el postre. Si no, la cena se echará a perder.

—Y eso no puede ser, claro—replicó Brittany.

—Bueno no, porque me he pasado horas trajinando y pasando calor delante de los fogones—soltó de mala gana, mientras caminaba delante de Brittany —¿Te apetece un vinito?—preguntó, volviendo la vista.

Brittany asintió.

—Mucho.

Siguió a Quinn hasta el salón comedor, pequeño y decorado con gracia, mientras recorría con los ojos las esbeltas formas de su amiga. Quinn Fabray era rubia y delgada, y se movía con el mismo aplomo que parecía caracterizar todas las facetas de su vida. Era una mujer atractiva, que tenía su misma edad, y se había trasladado hacía un par de años a Lima, Ohio para trabajar como secretaria del alcalde.

—Bueno, ¿qué hay para cenar?

Brittany trató de hacer un esfuerzo. Sabía que su estado de ánimo no tenía nada que ver con Quinn.

—¡Qué bien huele!

Quinn le pasó una copa de vino.

—Esta semana toca cocina tailandesa.

—Tendrías que dejarme cocinar a mí—protestó Brittany, sintiéndose culpable de que siempre fuera Quinn la que preparara la cena.

—Cuando termine el cursillo de cocina. Ya te he dicho que me encanta tener a alguien con quien poner a prueba mis nuevos conocimientos—colocó platos previamente calentados en la mesa y empezó a servir la comida—Es mucho mejor poder cocinar para otra persona, además de para una misma.

Brittany tomó un sorbito de vino y paladeó su fresco sabor.

—¿Lo pasas bien en el cursillo de cocina, ¿no?

Quinn hizo un gesto de asentimiento.

—Mucho—trajo la comida desde la barra de la cocina—Siéntese, señorita—dijo, haciendo una reverencia.

Cenaron amigablemente a la luz de las velas y Brittany comprobó que la desazón que la dominaba empezaba a disminuir. Sabía que, de haberse quedado en casa recreándose en su tristeza, sólo habría conseguido sentirse peor. Y Quinn, en caso de que hubiera advertido que su amiga estaba algo más callada de lo habitual aquella noche, no hizo ningún comentario.

Ahora, tranquila y en agradable compañía, se alegraba de haber ido a la cena. Quinn era muy divertida y la entretuvo contándole pintorescas historias de los demás asistentes al cursillo de cocina. Brittany tenía la sensación de que ya los conocía a todos y acabó riendo tranquilamente con las anécdotas de Quinn.

Después de la cena, Brittany ayudó a su amiga a quitar la mesa y luego volvieron al salón y se sentaron en el sofá, una al lado de la otra.

—¿Quieres ver la tele?—preguntó Quinn.

Acto seguido enarcó las cejas e hizo como si se retorciera las puntas de un bigote imaginario.

—¿O podemos pasar ya al postre?

—¡Qué sutil!—rió Brittany—¡Vaya técnica! Descansemos un poco antes—se frotó la tripa—La cena estaba deliciosa y creo que me he pasado un poco comiendo.

—Es que no sabes contenerte—rió Quinn, acurrucándose contra Brittany y entregando la mano con la de su amiga—Tienes cara de cansada, y pareces algo preocupada. ¿Has tenido un día duro en el trabajo?

Brittany suspiró.

—Lo normal. Bueno, llegó el fax de confirmación de la agente de Leigh Mossman, esa escritora nueva. Está previsto que venga al pueblo dentro de un par de semanas, así que tendría que leerme el libro antes de que llegue.
No suelo leer novelas históricas, pero Mike dice que ésta es magnífica.

—¿La fiebre del oro? No está mal.

—¿La has leído?—preguntó Brittany, sorprendida.

—¡Aja!—Quinn hizo un gesto de asentimiento—Acabo de terminarla. Me compré el libro cuando me dijiste que iba a venir la autora a la biblioteca. Ya sé que el hecho de que la historia transcurra en Lima, Ohio le da un especial interés, pero aparte de eso vale la pena leer la novela. ¿Ya has averiguado quién es esa tal Leigh Mossman? Vamos, supongo que es originaria del pueblo...

—Parece que nadie ha oído hablar de ella.

Quinn sonrió.

—¡Vaya, una mujer misteriosa! Bueno para ser su primera novela está bastante bien escrita. Entiendo que se esté vendiendo tan bien.

—En la biblioteca, todos los lectores que se la han llevado en préstamo han dicho que les ha gustado, así que su conferencia estará bastante concurrida, me imagino. Al menos eso espero, aunque sólo sea para que Artie se calle un poco—Brittany hizo una mueca—Cuando propuse encargar un piscolabis, nada más que té, café y algo para picar, dijo que era malgastar el dinero.

Quinn se escandalizó.

—¿Qué? ¿Va a poner pegas por unos canapés y unos pastelitos? ¡Es el colmo!

Brittany sonrió.

—Los canapés los haremos nosotros y la madre de Mike preparará unos pasteles y sus famosas galletas. Se ha ofrecido voluntaria. A la familia Chang en pleno le ha encantado el libro.

—Mi hermana me ha contado que hace un mes o algo así vio a Leigh Mossman en la tele de Sydney, en el Midday Show. Dice que es guapa. ¡Aunque eso de ser joven, morena y atractiva no tiene por qué ayudarla en su carrera, claro!

—¡Qué cínica eres, cariño!

Brittany se echó a reír y Quinn sonrió también.

—Tienes mejor cara que al llegar—dijo.

Brittany se encogió de hombros.

—Es que he tenido un día malo, nada más.

—¿No será que Artie ha insistido y te ha invitado otra vez a salir?

—No, afortunadamente—Brittany sonrió—Pero, sí lo hace, al menos esta vez no me pillará desprevenida. Ni se me había ocurrido que querría volver a hacer vida social tan pronto, y menos aún que iba a querer salir conmigo. Es que me parece que ni siquiera ha terminado de tramitar el divorcio.

—Qué pena que sea tan...—Quinn se interrumpió, buscando el adjetivo apropiado.

—¿Soso?—acabó Brittany, y Quinn asintió.

—Exacto—miró a Brittany—¿No dices que lo conoces desde que iban al colegio? ¿Ya era tan latoso entonces?

—Bastante.

—¿Y qué? ¿Ha estado amándote en secreto todos estos años?

Brittany se sintió algo tensa. La conversación estaba aproximándose demasiado a una verdad que, de momento, no quería analizar. Le resultaba todo demasiado doloroso, incluso a esas alturas, después de diez largos años.

—¿Amándome en secreto? Yo no lo diría así—apuntó con cautela.

—Y si fuera así, yo lo entendería—dijo Quinn con la voz ronca, mientras sujetaba la barbilla de Brittany entre los dedos—Eres muy atractiva. Eres sensata. Eres inteligente...

—Y no me falta ningún diente—añadió lacónicamente.

Quinn soltó una carcajada, divertida.

—Una cualidad imprescindible para la esposa de un secretario municipal.

—¡Venga ya!—refunfuñó Brittany—¡Ni se te ocurra insinuarlo!

—Bueno, no le eches la culpa al pobre chico. Es un pesado, pero no es tonto. Sabe que detrás de todo gran hombre tiene que haber una gran mujer y, por lo que parece, su última esposa dejaba bastante que desear. Pero tú serías la mujer ideal. En el pueblo te conoce todo el mundo. No tienes ningún ex marido ni hijos por aquí. Y, tal como has puntualizado tú misma con especial elegancia, no te falta ningún diente. Eres perfecta.

Brittany se rió.

—Hay un pequeño detalle: no me interesa.

—Bueno, hay dos pequeños detalles—le recordó Quinn—En primer lugar, no te interesa. Y en segundo lugar, te gustan las mujeres. Cosa que a mí, personalmente, me parece muy bien.

Brittany sonrió, pero acto seguido se puso seria.

—Eso complica algo las cosas, ¿no?

—Claro. Especialmente en un sitio como éste, donde todo el mundo se mete en la vida de los demás.

—Es esa dichosa doble moral, que tanta rabia me ha dado siempre. ¿No te has fijado en que tener alguna aventurilla heterosexual o un pequeño lío adúltero está incluso bien visto y que, en cambio, cuando se trata de homosexualidad, todo el mundo tuerce el gesto y se vuelve conservador y puritano?

—Estoy totalmente de acuerdo—Quinn hizo un mohín—Y pobres de los gays que vengan a este pueblo de machos. Está claro que en esta parte del mundo el patriarcado sigue en plena vigencia y seguro que los lugareños tampoco aceptan la más mínima insinuación de lesbianismo en ninguna de sus mujeres.

—¡Ah!, ¿pero tú crees que hay alguna lesbiana en el pueblo?—preguntó Brittany con cara de espanto.

Quinn soltó una risita.

—Eso me han dicho. Aunque nunca he visto a ninguna. Al menos a ninguna que se dedique a hacer el amor en plena calle, para escándalo de la comunidad.

Brittany se unió a las carcajadas de Quinn y luego suspiró.

—No resulta fácil, ¿verdad?

—No, desde luego. Por eso me parece increíble que digan que uno elige ser gay. ¿Qué persona en su sano juicio querría pasarse la vida encerrada en el armario, como se suele decir, si tuviera elección?—Quinn meneó la cabeza reprobatoriamente—Pero dejemos este tema tan deprimente. Se me ocurren mejores maneras de pasar el tiempo contigo.

Deslizó los labios por la mejilla de Brittany, hundió la boca en el hueco de su cuello y empezó a mordisquearle el lóbulo de la oreja.

—Mmmm... ¡Qué bien hueles!

—¿Seguro que no es el olorcito que ha dejado esa cena tan deliciosa?—preguntó irónicamente Brittany.

—¡Qué romántica!—protestó Quinn.

Y empezó a cubrir de tiernos besos la suave piel de Brittany.

«Romántica», se repitió interiormente Brittany. Al principio sí lo era, cuando su amor por Santana la obsesionaba a todos y cada uno de sus instantes de vigilia.

Se esforzó por concentrarse en lo inmediato y, mientras Quinn continuaba mordisqueándole la oreja, volvió la cabeza y su boca se juntó con la de su amiga, en un beso que era un desesperado intento por volver al presente y borrar el pasado.

—Bueno—Quinn soltó una leve risa—, esta reacción me incita a seguir con lo que tenía previsto.

Deslizó los dedos bajo la camiseta de Brittany y cubrió con sus manos los firmes y pequeños pechos de su amiga. Brittany exhaló un tenue gemido y Quinn le acarició los turgentes pezones con los pulgares.

—Eso es...—murmuró Quinn, pero cuando Brittany empezó a desabrocharle la blusa la detuvo—No. Espera—dijo—Primero quiero concentrarme en ti—añadió con la voz ronca, tirando de la camiseta de Brittany.

Se la quitó y la dejó caer al suelo. Quinn le soltó el cierre del sujetador e inclinó el rostro hacia el pecho de Brittany, se metió uno de sus pezones erectos en la boca, lo excitó con la punta de la lengua y lo mordisqueó delicadamente.

Brittany reaccionó arqueando el cuerpo y clavando las uñas en los almohadones del sillón. Quinn la apartó con delicadeza y la hizo recostarse en el sofá. Le bajó la cremallera de los vaqueros y se los quitó; luego deslizó lentamente los dedos bajo el borde de las bragas. Sus dedos la rozaron levemente, se retiraron y volvieron a tocarla, y Brittany alzó las caderas, con las terminaciones nerviosas tensas por la expectación.

Quinn le fue bajando lentamente las bragas y Brittany soltó un quejido de placer, mientras la mano de su amiga volvía a deslizarse hacia lo alto de su pierna. Los dedos de Quinn llegaron hasta el vello rizado y rubio, y se sumergieron poco a poco en su húmedo interior.

Finalmente, la penetraron, mientras el pulgar dibujaba círculos sobre su clítoris. Brittany emitió un gemido. Sus músculos se tensaron mientras Quinn reducía el ritmo y lo aceleraba de nuevo, cubriendo de suaves besos el abdomen de su amiga. Luego la boca sustituyó al pulgar y Quinn usó los labios la lengua para aumentar la excitación de Brittany, hasta que su amiga, con un gemido de satisfacción, llegó al clímax y se abandonó a un tembloroso orgasmo.

—Qué bien lo haces—dijo Brittany, mientras recuperaba el aliento.

Quinn soltó una risita.

—Tú tampoco lo haces mal—tomo la mano de Brittany y la ayudó a levantarse—Vamos a ponernos más cómodas y así me devuelves el favor.

Brittany dejó que su amiga la condujera de nuevo por el pasillo y la hiciera pasar al dormitorio. Una vez ahí, le quitó rápidamente la ropa e inclinó su cuerpo sobre el de ella.

Después, se quedaron un rato acostadas la una junto a la otra, contemplando cómo bailaba la luz de la luna en el techo de la habitación. Brittany volvió la cabeza para mirar a Quinn.

—¿Cuándo te diste cuenta?

—¿De qué me gustaban las mujeres?—Quinn rió quedamente—¿Tú o las mujeres en general?

Brittany hizo un mohín.

—Las mujeres en general.

—Supongo que en el fondo siempre lo he sabido. Pero me crié en un pueblo pequeño, como éste, y ya sabes lo que es eso. La presión de los convencionalismos es mucho mayor que en la ciudad. Incluso llegué a casarme con el hermano de mi mejor amiga.

Brittany enarcó las cejas, sorprendida.

—¿Has estado casada? No lo sabía.

Quinn hizo una mueca.

—No ha sido lo mejor que he hecho en mi vida. La verdad es que quería casarme con mi mejor amiga, no con su hermano.

De repente, a Brittany le vinieron al pensamiento la cara, los hoyuelos y los risueños ojos oscuros de Santana y se esforzó por apartar de la mente aquellos dolorosos recuerdos.

—Y a tu mejor amiga, ¿se lo dijiste?

—No, nunca.

Quinn desvió la mirada, acosada por sus propios e igualmente inquietantes demonios.

—¿Aún la quieres?—le preguntó con voz queda y Quinn se encogió de hombros.

—De hecho, no. Ha llovido mucho desde entonces. Creo que nunca me perdonó que me divorciara de Tom, pero yo pensé que ya había hecho bastante con estropear cinco años de su vida. Así que lo dejé todo y me sumergí en el anonimato de la gran ciudad. Descubrí los locales de ambiente y no he vuelto a mirar atrás. ¿Y tú?

Brittany se encogió de hombros.

—Tenía unos quince años cuando me di cuenta de que me gustaban las mujeres—admitió con cautela. «Una mujer», se corrigió mentalmente—Tuve un par de historias cuando estaba en la universidad, pero la verdad es que no me resultaba, y no me resulta, fácil de llevar.

—Sobre todo aquí, en tu pueblo natal—concluyó Quinn y Brittany asintió—Es curioso que no hayamos hablado de esto hasta ahora, ¿no? Supongo que no hemos dedicado mucho tiempo a conversar.

—Comida y sexo—Brittany enarcó las cejas—¿Crees que nuestra relación es excesivamente superficial?

Quinn se echó a reír y fue subiendo la mano por el muslo de Brittany y por su liso abdomen, hasta posarla finalmente en el nacimiento de sus pechos.

—Si lo es, viva la superficialidad—miró a Brittany a los ojos—De ahora en adelante...—añadió en voz baja.

Brittany intentó no apartar culpablemente la mirada, pensando que tal vez estaba utilizando a Quinn pero sin querer admitirlo.

Quinn se incorporó y se apoyó sobre un codo.

—¿Y tú qué, Britt? ¿Cuál es tu historia? ¿Ha habido alguna persona especial?—Brittany nunca le había hablado a nadie de Santana y ahora vacilaba—¡Ah!—Quinn acalló delicadamente la boca de Brittany con un gesto—¿Conozco a la afortunada?

Brittany hizo un ademán en señal de negación.

—No. Fue hace mucho tiempo. Éramos las dos muy jóvenes. Demasiado.

—Pero sigue afectándote.

—Un poquito.

Qué forma de atenuar la verdad, pensó, burlándose de sí misma. Estaba empezando a sospechar que aquella historia todavía la afectaba muchísimo.

—Cuéntamelo.

—No sé... No fue nada especial. Ocurre continuamente.

—Pero eso no lo vuelve menos doloroso—repuso Quinn, con cariño.

—Fue un desastre—dijo Brittany, y la voz se le quebró sin querer.

—¿Y dónde está ahora esa mujer?

—Se fue a vivir a New York.

—Te conquistó y luego te rompió el corazón, ¿no?

—No exactamente. Ya te he dicho que éramos las dos muy jóvenes.

—¿Y?

Brittany tragó saliva.

—Su mamá nos pilló juntas.

Brittany empezó a revivir la antigua sensación de vergüenza, pero la apartó de su mente. No había nada de qué avergonzarse: no había dejado de repetírselo.

¿Qué había de vergonzoso en el hecho de amar a una persona del modo en que ella amaba a Santana?

—¿In fraganti?

—Sí, sí—Brittany torció el gesto.

—Ya entiendo...—murmuró Quinn, comprensiva.

—Estábamos en su habitación—Brittany meneó la cabeza—No fue nada agradable, te lo aseguro.

—Ya me lo imagino. ¿Y qué pasó después?

—Bueno todo y nada—Brittany suspiró—Su mamá se puso hecha una furia y amenazó con contárselo a su marido y a mi tía—se encogió de hombros—Después, mi amiga se casó con su novio y ahí acabó todo.

—¿Quieres decir que la obligaron a casarse?—preguntó Quinn, con incredulidad.

—No es eso—Brittany tragó saliva. La verdad de lo ocurrido seguía clavándose en su corazón como un cuchillo—Fue ella quien decidió casarse—añadió lacónicamente, y Quinn no dijo nada durante un largo rato.

—¡Vaya, Britt! Lo siento. Tuvo que ser horrible.

Brittany se encogió de hombros.

—Como tú has dicho, ha llovido mucho desde entonces—echó un vistazo al despertador de la mesilla—¿Qué hora es?

—Casi medianoche—Quinn suspiró también—Ojalá no tuvieras que irte. ¿Por qué no te quedas?

Brittany se incorporó y se sentó.

—No voy a poder dormir, pensando que mañana no me despertaré a tiempo.

—Detesto que tengamos que andar escondiéndonos—refunfuñó Quinn—Al fin y al cabo, somos adultas—tiró de Brittany para recostarla sobre ella—Has estado fantástica esta noche—dijo, besándola ávidamente.

Brittany la besó también y luego se apartó con delicadeza, sintiendo otra vez aquella punzada de culpabilidad al pensar que había estado haciendo el amor con un recuerdo que la obsesionaba.

—Tengo que irme.

—Te tienes que ir—Quinn suspiró—Vete, antes de que se me ocurra algo—añadió con una sonrisa triste.

Brittany caminó descalza hasta el salón, que aún tenía la luz encendida, y recuperó su ropa. Quinn fue tras ella. Se había puesto una camiseta ancha y siguió a Brittany hasta la puerta.

—Gracias por la cena—dijo Brittany—Y por lo demás.

—La cena no tiene importancia. Pero lo demás ha estado muy bien—Quinn soltó una risita—¿Comemos juntas el martes?

—Claro—asintió Brittany.

Quinn alargó la mano y atrajo a Brittany hacia su pecho por última vez, antes de abrir la puerta y dejar que su amiga se marchara. Se despidió con un gesto mientras Brittany recorría, marcha atrás, el camino hasta la entrada y tomaba la dirección de su casa. Apenas se veía una ventana iluminada y Brittany se preguntó por qué no se quedaba a pasar la noche en casa de Quinn.

Sería mucho más sencillo para ambas.

Hacer el amor y luego tener que vestirse y volver a casa resultaba un poco sórdido.

¡Y ya tenía veintiocho años, por Dios!

¿A quién le importaba lo que hiciera?

Capitulo 2 - Parte II

Ahogando un bostezo, Brittany cambió de marcha al salir de la calle de Quinn y frunció el entrecejo. Le preocupaba que la historia con Quinn no fuera del todo sincera por su parte. Le gustaba aquella mujer, eso sí, y al principio había sido un alivio encontrar a alguien con quien hablar, alguien con quien cenar, un sitio donde ir. Pero sabía que su amiga se merecía más de lo que ella podía darle.

Como secretaria del alcalde, Quinn trabajaba en el edificio del ayuntamiento, que no quedaba lejos de la biblioteca, y se conocieron cuando Quinn fue a consultar algunos datos históricos para un folleto que estaban redactando en su departamento.

Fue una coincidencia.

Normalmente, quien se encargaba de hacer este tipo de consultas era el ayudante de Quinn. Pero el hombre estaba de baja por enfermedad y fue ella en persona la que acudió a la biblioteca. Estuvo charlando un ratito con Brittany y al día siguiente volvió y le propuso ir a comer juntas a una cafetería cercana.

Brittany se alegró de acompañarla.

Fue una buena distracción, en un momento en el que estaba un poco harta del trabajo. Brittany se había presentado al puesto de bibliotecaria municipal tres años antes, poco después de regresar a Lima, Ohio, cuando su tía se puso enferma. Lo cierto era que su trabajo le gustaba y, además, pensaba que desempeñaba bien sus funciones.

Después de poner en práctica sus ideas, la biblioteca empezó a ser más conocida en el pueblo. Programaban más actividades, organizaban visitas de las escuelas y celebraban una sesión semanal de lectura de cuentos a la que asistían bastantes niños.

Lo que sucedía era que, últimamente, Brittany se sentía algo cansada y no sabía bien cómo encarar el futuro. Su tía ya había fallecido y a Brittany no le quedaba ningún vínculo con Lima, Ohio.

¿Quería quedarse en el pueblo o prefería trasladarse a una ciudad más grande, donde pudiera trabajar en algo más interesante?

Por eso aceptó de buen grado la distracción que suponía la invitación de Quinn. Después de aquella primera cita, Quinn y Brittany se acostumbraron a comer juntas un par de días a la semana en una cafetería muy concurrida que servía comida elaborada con ingredientes naturales: bocadillos y hamburguesas, quiches y postres ligeros.

Muy pronto, Brittany se encontró esperando con agrado la hora del almuerzo. Sin embargo, no buscaba ninguna aventura. Eso era lo último que se le habría pasado por la cabeza. Pero, al cabo de unas semanas, Quinn empezó un cursillo de cocina y le preguntó si querría hacer de conejillo de indias, para poner a prueba sus nuevos conocimientos.

Y Brittany aceptó.


Flashback

La primera noche, disfrutaron de la cena preparada por Quinn y después fueron a tomar el café a la sala de estar. Brittany se sentó en el sofá de dos plazas, dando por supuesto que Quinn se sentaría en la butaca que había enfrente. Pero Quinn se sentó a su lado y con un gesto delicado le quitó de las manos la taza de café. Luego se volvió hacia ella y la besó.

Brittany se quedó paralizada por la sorpresa. Hasta ese momento, ni se le había ocurrido la posibilidad de que Quinn fuera lesbiana. Siempre habían mantenido conversaciones superficiales, limitadas a los respectivos trabajos o a sus colegas.

—¿Te he sorprendido?—preguntó Quinn.

—Bueno... sí, la verdad—reconoció Brittany.

—¿Te he molestado?—continuó, en un tono de normalidad, pero Brittany advirtió que el pulso le latía visiblemente en el cuello.

—No, no me has molestado—dijo, intentando decidir hasta dónde debía dejar que avanzase la situación.

Siempre había mantenido bajo un estricto control aquella parte de su vida, especialmente desde que había regresado a Lima, Ohio.

Quinn tomó la mano de Brittany y la sostuvo con delicadeza.

—¿Me he equivocado contigo? Si es así, dímelo—Quinn miró la mano de Brittany—No quiero estropear las cosas, Britt, pero pensé...—se encogió de hombros—, pensé que tal vez eras como yo.

Brittany tragó saliva.

¿Tanto se le notaba?

No podía ser.

Iba con mucho cuidado.

Lo único que no estaba dispuesta a hacer era salir con hombres. Aunque tampoco le resultaba difícil evitarlo. Su cuerpo largo y anguloso, sus curvas casi inexistentes y sus facciones anodinas no eran precisamente un reclamo para que los hombres hicieran cola a su puerta.

Quinn suspiró.

—Oye, Britt. No pasa nada. No tienes por qué contestarme. ¿Puedo pedirte que olvides lo que ha ocurrido?

Brittany tomó aliento e intentó serenarse.

—No te has confundido, Quinn—dijo con voz queda—Es que estoy algo sorprendida. No pensaba que..., bueno, que se me notara tanto.

—No se te nota. De verdad—Quinn soltó una risita, visiblemente aliviada—Pero yo suelo acertar con estas cosas. Desde hace tiempo supe que me gustaban las mujeres, así que tengo bastante práctica. Bueno, tampoco quiero decir que haya tenido un montón de parejas...—hizo una mueca—Mejor me callo, ¿no?

—Mejor.

Brittany sonrió, y permanecieron las dos sentadas, mirándose.

—¿Así que te parezco absolutamente repulsiva?—preguntó en voz baja Quinn.

Brittany hizo un gesto negativo, tomó una decisión e inclinó el rostro para besar a su amiga.


Fin Flashback


Desde esa noche, ya hacía seis semanas, Quinn preparaba cada jueves una cena para las dos y salían a comer juntas un par de veces a la semana.

Brittany tenía un gesto ceñudo cuando entró en el garaje situado detrás de su casa. Sospechaba que, para Quinn, la relación tenía más importancia que para ella. Y Brittany sabía que llevaba ya algún tiempo sabiéndolo.

Simplemente, no había querido afrontarlo.

No estaba segura de querer analizar sus sentimientos. Y menos ahora, cuando Santana iba a volver al pueblo.

«¿Y eso qué más da?», se preguntó Brittany.

Lo que hiciera Santana no tenía nada que ver con su vida, no había tenido nada que ver en los últimos diez años.

«¡Sí, claro!», se burló cruelmente la voz de su conciencia.

¡Como si le hubiera resultado tan fácil borrar lo que sentía por Santana!

Brittany reprimió las ganas de cerrar el coche con un portazo más fuerte de lo necesario. Se contuvo en deferencia a lo tardío de la hora y rodeó resueltamente la casa, hasta llegar a los escalones de la entrada principal.

¿Qué tenía que ver el regreso de Santana con la relación que ella mantenía con Quinn?

Santana venía al pueblo con su marido y Brittany se recordó a sí misma que no venía precisamente a verla a ella.

Santana hacía años que había elegido.



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El sábado por la tarde, Brittany estaba inquieta. Había rechazado la propuesta de Quinn de ir a pasar el fin de semana de excursión, pero ahora hubiera preferido aceptar la invitación de su amiga.

Dedicó parte de la energía que la desbordaba a limpiar la casa con mayor diligencia de lo habitual, hasta que tuvo que reconocer que no quedaba ni un solo rincón sucio.

Dos años antes, cuando murió su tía, Brittany había heredado la casa y había hecho reformar el baño y la cocina. También pintó las habitaciones, eligiendo colores más claros y mucho más bonitos. Era una casona antigua construida según el estilo tradicional de Queensland, es decir, con una arquitectura pensada expresamente para el clima tropical.

Se alzaba sobre pilares, tenía un tejado a dos aguas y estaba rodeada de amplias y sombreadas galerías. En el interior, los techos eran altos, las paredes estaban revestidas de madera y las puertas se hallaban rematadas con una celosía en forma de arco.

Poco tiempo después, Brittany se dio cuenta de que le gustaba el estilo anticuado de la casa. Aunque ella y su tía se habían adaptado de mala gana a la mutua compañía, Brittany sabía que hasta que no estuvo sola no empezó a disfrutar de la vida ahí. Sólo cuando regresaban los antiguos recuerdos, volvía a asaltarla la vieja y reprimida sensación de soledad y aislamiento.

Ahora, con todas las tareas domésticas terminadas, Brittany empezó a rondar por la casa sin saber qué hacer. Básicamente, sabía qué era lo que le pasaba. Como siempre, se sintió atraída hacia la cabaña del árbol, pero se dijo que era absurdo pensar siquiera en salir al jardín de la parte de atrás.

Todo aquello estaba superado.

Eran cosas de crías, desazón de adolescentes. Pero no logró concentrarse en la lectura y, pasadas las tres de la tarde, empezó a bajar los escalones de la parte de atrás de la casa y caminó hasta el viejo tamarindo. Arrancó una fruta, abrió la vaina y lamió la pulpa agridulce.


Mucha gente pensaba que los tamarindos tenían un sabor desagradable, pero a Brittany le encantaban, e incluso preparaba un zumo con la fruta, tal como le había enseñado su tía.

Brittany trepó como pudo por la escalerilla, localizó los asideros del tronco y se encaramó a la plataforma. Miró a su alrededor, intentando evitar el otro lado de la valla. Evidentemente, ahora resultaba un poco más difícil ver qué ocurría en la parcela de los López, porque las ramas cargadas de hojas se habían vuelto más gruesas con los años.

El silencio que reinaba en la casa vecina indicaba que la familia no estaba en casa y, con esta conclusión, se disipó en parte el malestar que había embargado a Brittany en las últimas horas.

Durante las semanas que siguieron a aquella penosa discusión con la mamá de Santana y todo lo que vino después, Brittany acudió obstinadamente a la cabaña, con la esperanza de que su amiga cambiaría de opinión. Pensaba que se fugarían juntas y se irían a vivir a News York; que buscarían trabajo y se sumergirían en el anonimato de la gran ciudad.

Pero llegó la boda de Santana sin que Brittany hubiera visto a su amiga. Se pasó el día sentada en la cabaña, abatida por la tristeza y contando los minutos. Cuando resultó evidente que Santana no iba a reunirse con ella, se juró que se marcharía del pueblo y que ya no volvería a dirigir la vista a la cabaña. Sin embargo, tuvo que volver a Lima, Ohio cuando su tía se puso enferma.

La cabaña se convirtió de nuevo en un refugio donde Brittany se escondía en los pocos momentos que le dejaba libres el cuidado de la anciana. Con los años, Brittany había ido sustituyendo algunas tablas carcomidas, incapaz de dejar que la caseta del árbol se fuera estropeando con el tiempo.

Se sentó con cuidado en la silla de lona, comprobando si aún resistía su peso. Todavía aguantaba y Brittany se acomodó en ella. Miró a su alrededor, notando cómo la iba invadiendo la intimidad del recinto. Casi podía imaginar que volvía a ser una niña y luego una tímida adolescente. Pero Santana no subía para estar a su lado, para reír juntas, para contarle secretos. O para hacer el amor con ella.

Brittany revivió intensamente la sensación de haber amado a una persona y haberla perdido, y luego el dolor de la traición.

Suspiró.

No estaba jugando limpio.

Había hecho un pacto consigo misma: se había dicho que no se sentaría en la cabaña a pensar en Santana López.

Sólo conseguía invocar más recuerdos.


Abrió con decisión el libro que había traído y que ya estaba a punto de terminar. Al cabo de un momento consiguió tranquilizarse con el frescor y el silencio del recinto y se sumergió en la historia.

—¡Hola!

Brittany se llevó un susto de muerte al oír una alegre vocecita infantil. Bajó la vista y vio una resplandeciente melena negra y unos ojos marrones, de un marrón oscuro que Brittany conocía muy bien.