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FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 2 Primer15
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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 8

Mensaje por 23l1 Mar Dic 01, 2015 12:03 am

Capitulo 8


Como todos los años, la cena de gala del despacho de abogados Heine, Dujson y Asociados en el restaurante Chez Antonin estaba siendo todo un exitazo.

El famoso bufete organizaba una vez al año un evento para la incorporación de socios.

Quinn, que era considerada una de las mejores abogadas de Múnich, estaba también ahí tomando algo en compañía de Rachel. Su sueño siempre había sido trabajar en el afamado despacho, pero no como asociada; ella quería algo más, quería que su apellido formara parte del nombre del bufete: Heine, Dujson, Fabray y Asociados.

En aquella ocasión, su sueño estaba muy cerca de verse cumplido, ya que el despacho necesitaba efectivo y los dos asociados mayoritarios estaban entrevistándose con distintos profesionales.

Deseosa de conseguir el puesto, Quinn presentó su candidatura, pero sabía que, igual que la de ella, había otras tres más, y todo dependía de la opción que eligieran Gilbert Heine y Amadeus Dujson.

Ataviada con un bonito vestido negro y blanco, Rachel, que se encontraba apoyada en una de las barras, observaba hablar a Quinn con otros abogados. Estaba guapísima con aquel vestido azul.

Pero ¿realmente con qué no estaba guapa?

No le había contado a Quinn lo que Louise le había dicho en referencia a aquel bufete. Ella prefería siempre observar antes de levantar falsos rumores. Y, por lo que veía, todos aquellos hombres eran unos frikis de la abogacía y poco más.

Con curiosidad, la exteniente Rachel Berry vio a Louise, la mamá de Pablo, entrar junto a su joven marido. Parecía feliz del brazo de aquél, hasta que la descubrió a ella y su expresión cambió.

Evidentemente, no esperaba encontrar a Rachel ahí.

Durante un rato, Rachel la siguió con la mirada por la estancia hasta que vio que se dirigía al baño. Sin dudarlo, y para tranquilizarla, Rachel fue tras ella y, una vez dentro, Louise preguntó:

—¿Qué haces aquí?

—Quinn, mi novia, es abogada y quiere trabajar en este bufete.

El gesto de Louise se descompuso.

—No lo permitas—murmuró—Si lo hace, tu vida será un desastre.

Al oír eso, Rachel sonrió y repuso:

—Tranquila, Louise, conozco a Quinn y no es una persona que se deje llevar por nadie, y...

En ese instante se abrió la puerta del lavabo y entraron dos mujeres. Las miraron, les sonrieron y, cuando desaparecieron en el interior de los aseos, Louise cuchicheó:

—No digas que no te lo advertí.

Y, dicho esto, la joven se marchó del baño dejando a Rachel con la boca abierta.

Cuando salió, se dirigió de nuevo hasta la barra donde había estado momentos antes, miró a su alrededor y suspiró. Sin lugar a dudas, las mujeres de todos aquellos hombres, además de floreros y unos clones unas de otras, eran todo lo que ella nunca querría ser. Sólo con verlas, oírlas hablar y ver cómo se movían por la sala, sabía que de ahí pocas amigas podía llevarse.

Aburrida pero con la mejor de sus sonrisas, Rachel esperó pacientemente a que Quinn dejara de hablar con aquellos tipos y se acercara a ella, algo que ella no tardó en hacer, ya que era consciente de cómo muchos de los presentes observaban a su mujer.

—¿Otro cóctel?—preguntó Quinn.

—Me muero por una birra bien fresquita.

—Rach...

Ella sonrió.

—De acuerdo, señora Fabray, seré fina y elegante y querré otro cóctel.

Quinn sonrió.

Sabía cuánto le estaba costando a Rachel mezclarse con aquella gente y, cuando le entregó la bebida, ella dijo:

—Te juro que todos estos frikis de las leyes son lo más aburrido de la faz de la Tierra. Todavía no puedo creer que tú seas una de ellos y que yo esté contigo.

—¿Me acabas de llamar «friki aburrida»?—dijo Quinn riendo.

Rachel asintió.

Quinn se acercó entonces a ella y susurró:

—Eso me lo vas a repetir esta noche cuando lleguemos a casa, Catwoman.

Ambas estaban riendo cuando uno de los organizadores de la cena, Gilbert Heine, el asociado mayoritario, se acercó hasta ellas.

—¿Lo pasan bien?

—¡Estupendamente!—asintió Rachel con la mejor de sus sonrisas.

—Todo genial, Gilbert —aseguró Quinn.

El hombre miró entonces algo agobiado a su alrededor y murmuró acercándose más a ellas:

—Estoy deseando cenar. Hemos encargado un paté austríaco que es una maravilla, un pescado increíble y un postre de la casa que está para chuparse los dedos, ¡ya verán!

Quinn y Rachel sonrieron al oírlo.

El hombre canoso de apariencia impecable se quedó con ellas más rato de lo que a Rachel le habría gustado. Por su parte, Quinn lo consideró un honor y, al ver cómo bromeaba y reía con su mujer, supo que las estaban estudiando, lo cual era buena señal, ya que no solo era la nueva sino que también una orgullosa lesbiana, lo que la hacía que la gente estuviera más pendiente de ella.

Cuando el jefazo se marchó y llamó a Quinn para que lo acompañara, Rachel la animó a ir. Ella esperaría ahí tranquilamente, pero sus planes se fueron al traste en el momento en que la mujer del jefazo, Heidi, fue hasta ella, la agarró del brazo y se la llevó a una mesita donde otras mujeres estaban conversando.

Louise la miró, pero no comentó que se conocieran, por lo que Rachel calló y disimuló. Durante un buen rato, prefabricó una sonrisa mientras escuchaba cómo hablaban las mujeres.

¿Por qué eran tan antinaturales e insufribles?

Rachel no tenía nada que ver con ellas, y cuando ya no pudo soportar un segundo más oír a las otras hablando del bótox o de no sabía qué preciosa y carísima prenda de vestir que llevaba una de ellas, se disculpó diciendo que debía ir al baño y se quitó de en medio.

Una vez ahí, se echó agua en la nuca. Entonces, Louise entró también en el baño.

—Siento ser tan fría delante de ésas —dijo—, Pero...

—¿No dices que quieres divorciarte de Johan? ¿Qué estás haciendo aquí, entonces?—preguntó Rachel mirándola.

Louise suspiró.

—Ya te dije lo que ocurría, ¿lo has olvidado?

Ambas se observaron, y finalmente Rachel afirmó:

—Te aseguro que, si yo fuera tú y un tío, por muy abogado que fuera, me amenazara, lo machacaba.

En ese instante, uno de los aseos se abrió y una mujer salió de él. Con una candorosa sonrisa, se lavó las manos mientras Louise entraba en uno de los cubículos y Rachel se miraba en el espejo.

Con paciencia, Rachel esperó a que la extraña se fuera, pero parecía no tener prisa. Una vez se lavó las manos, abrió su bolso y cogió un neceser del que sacó un pintalabios y comenzó a retocarse el carmín.

Louise salió del aseo y, al ver que la otra todavía seguía ahí, se lavó las manos y, sin decir nada, se marchó. Una vez a solas Rachel y la mujer, ésta guardó su neceser y salió también del baño. Rachel se quedó con una extraña sensación.

Pero ¿qué ocurría ahí?

Se dirigió de nuevo a la barra y, cuando el camarero le sirvió otro cóctel, lo cogió y sonrió al imaginar a sus antiguos compañeros de unidad ahí.

—¿Qué piensa mi preciosa teniente?—preguntó Quinn acercándose.

Al sentir las manos de Quinn sobre su cintura y su boca en la coronilla, la joven murmuró:

—En coger cinta aislante y taparles la boca a algunas pesadas que hay por ahí. Eso es lo que pienso y, ya de paso, en quitar la musiquita de violines y poner algo mejor, como Bon Jovi o Aerosmith.

Quinn sonrió y se colocó a su lado.

—¡Qué decepción!—dijo—Creí que pensarías algo más divertido al ver que sonreías.

Saber que Quinn la había visto sonreír le hizo gracia, y replicó:

—Sonreía al imaginar a Toby o a Caleb aquí, metidos entre tanto pijerío y tanta tontería—y, bajando la voz, cuchicheó—Oye, ¿te imaginas a cualquiera de estos casposos en un concierto de Bon Jovi o Aerosmith? Seguro que les da el humo de un porro y se quedan colgados tres meses.

—Rach...—susurró Quinn incómoda.

—Tranquila, Batichica, nadie me ha oído.

Quinn asintió.

Sin duda, aquellas cenas no eran lo que más le gustaba a Rachel.

—Cariño—replicó—, Éste es mi mundo. Es con estas personas con quienes trato a diario, y...

—Lo sé..., lo sé..., pero son tan aburridos y tan diferentes de ti que, de verdad, no sé qué estamos haciendo aquí—pero entonces Rachel vio un photocall que había en un lateral y murmuró—Aunque, bueno, tu sueño es que tu apellido aparezca algún día en ese cartel, ¿no?

Ambas miraron el photocall del famosísimo bufete de abogados que había en el restaurante.

—Sí, cariño—admitió Quinn—Ése es mi sueño. Ser la primera mujer que forme parte de él.

Tras un segundo en el que ambas permanecieron en silencio, al ver la incomodidad de Rachel, Quinn comentó:

—Bueno, para tu consuelo te diré que el catering que han contratado para la cena es exquisito.

—Menos mal, al menos cenaré algo rico.

Divertida, Quinn añadió:

—Gilbert Heine nos ha incluido a ti y a mí en la mesa presidencial.

—¡No jorobes!

—Rach...

—¡Menudo aburrimiento!

—¡Rach...!

—Venga, va..., cambio el chip. ¡Qué ilusión!—dijo ella sonriendo, lo que la hizo reír.

Quinn tomó un trago de su bebida y, seguro de que nadie la oía, indicó:

—Cariño, soy consciente del esfuerzo que haces por relacionarte con las mujeres de mis colegas, que suelen ser insufribles y ellos bastante aburridos, pero tenemos que estar aquí. Mi bufete es uno de los más jóvenes de Múnich, pero tengo muchas papeletas para conseguir lo que me propongo. Y, si lo consigo, prepárate, porque entonces podremos comprar todo lo que queramos.

Al oír eso, Rachel la miró.

—¿Acaso no compramos ya todo lo que queremos?—replicó.

Quinn no respondió, y ella cuchicheó:

—Vale, yo te apoyo, y sabes que siempre te apoyaré en todo lo que quieras, pero recuerda: espero de ti el mismo apoyo.

El gesto de la abogada se crispó.

Pensar en las posibilidades de trabajo que Rachel le ofrecía no era lo que más le gustaba.

—No es momento de hablar de ello, ¿no crees? —siseó.

Rachel asintió; aún recordaba su última discusión al respecto. Y, resoplando al ver su gesto, replicó:

—Mensaje recibido, no te apures.

—Me apuro porque te veo mal, pero si tú no vienes...

—Eh..., eh..., eh... ¿Acaso crees que te voy a dejar venir aquí sola con tanta loba y lobo con cara de Caperucita?

Quinn sonrió y Rachel añadió:

—Si ya te miran con descaro estando yo, no quiero ni imaginarme qué harían si no estuviera.

—Bueno...

—Ah, no..., no me vayas ahora de sobradita, Quinn Fabray, o te juro que...

No pudo decir más.

Sin importarle las miradas indiscretas que se clavaron en ellas, Quinn la acercó a ella y la besó con pasión. Cuando se separaron, murmuró:

—Tengo a mi lado a lo más precioso y deseable que una persona puede anhelar. El resto no me interesa—y, alejándola prosiguió—Pero en este tipo de cenas hay que sonreír y hacerles ver que una puede ser tan increíble como ellos, ¿de acuerdo, mi amor?

Riéndose estaban cuando Gilbert se les acercó y, mirando a Rachel, dijo:

—Que me perdone mi esposa y Quinn aquí presente pero, Rachel, eres la mujer más bonita e interesante de toda la fiesta, y vengo encantado a cogerte del brazo para que me acompañes a la mesa.

—¿Tengo que ponerme celosa, Gilbert?—se mofó Quinn.

El abogado sesentón soltó una risotada.

—Tranquila, Quinn—dijo—Tú eres muy bonita, y no creo que pueda competir ni con tu juventud ni con tu lozanía, y me consta que esta mujercita tuya...

—Novia, Gilbert..., novia—aclaró ella.

Al oír eso, el hombre miró sorprendido a Quinn.

—¿Cómo es posible que todavía no estés con ella?—preguntó.

Quinn suspiró, y Gilbert indicó

—Recuerda que uno de los requisitos indispensables de este bufete es estar casado, tú caso casa y bien casada.

—Lo sé—dijo Quinn sonriendo—Y estoy en ello.

El hombre maduro de pelo blanco asintió.

—Quinn Fabray, además de preciosa, se ve que esta muchacha es inteligente y divertida. ¡No pierdas la oportunidad!

—Gilbert, eres un adulador—dijo Rachel sonriendo divertida al ver la cara de circunstancias de su novia.

De su brazo, y por el otro Quinn, caminaron con Gilbert hasta el lugar donde estaba la mujer de él, Quinn se apartó y la mujer que no dudó en agarrarse al brazo de aquél y juntos se sentaron a la mesa presidencial.

La comida estaba exquisita, pero a Rachel la mataba la compañía. La mujer de Gilbert, junto a otras que estaban a su lado, tras conversar sobre los hijos, comenzó a hablar de recetas de cocina y de religión, y Rachel no podía hacer otra cosa más que sonreír y asentir.

Al darse cuenta de que estaba muy callada, Gilbert le preguntó:

—¿Te gusta la comida?

—Sí..., sí..., buenísima—respondió Rachel con una sonrisa.

—Siento que la conversación de mi esposa y las otras mujeres no sea más amena para ti.

—No digas eso, por Dios, tu mujer y el resto son un encanto —mintió Rachel.

El hombre cabeceó, era evidente que no la creía, así que continuaron cenando.

Una vez terminada la cena, todos entraron en un salón anexo donde rápidamente comenzó a sonar música swing, y Gilbert la invitó a bailar. Tras guiñarle un ojo a Quinn, Rachel salió a la pista con el abogado, y riéndose estaba cuando éste dijo:

—Todavía estoy sorprendido.

—¿Por qué?


—Quinn me comentó que eras teniente y pilotabas un avión del ejército estadounidense.

Ella sonrió.

Le gustaba que Quinn estuviera orgullosa de eso.

—Es un trabajo como otro cualquiera —repuso.

—No. No... Eso que tú has hecho no lo hace todo el mundo. Es más, soy incapaz de imaginar a cualquiera de mis tres hijas, o a mi mujer, haciendo algo así.

—Gilbert, mi papá es militar, y digamos que es algo que he vivido desde pequeña.

El hombre sonrió.

—Yo soy abogado y ninguno de mis hijos ha seguido mis pasos —contestó.

—Mi hermana Scarlett tampoco es militar, Gilbert. No todos en una misma familia suelen dedicarse a lo mismo.

—¿Puedo ser totalmente sincero contigo, Rachel? —preguntó entonces el hombre mirándola.

Ella asintió.

—Quinn es una abogada impecable—dijo él—Es una de las mejores de Múnich y en mi bufete sólo queremos a los mejores.

Rachel sonrió.

Sin duda, Quinn no lo iba a tener difícil. Pero entonces, Gilbert sonrió a su vez y añadió:

—El hecho que sea lesbiana no nos importa la verdad, pero sin embargo, el hecho de que no esté casada y su novia sea mamá soltera no le facilita la entrada al gabinete; a no ser que eso cambie, se convierta en una mujer casada con una perfecta mujercita, mamá legal de tu pequeña y...

—Con todos mis respetos, Gilbert—lo cortó Rachel viendo por primera vez las orejas a aquel lobo con piel de corderito—Me parece muy bien que el hecho que Quinn sea lesbiana no les importe, porque la verdad no debería, creo que deberías fijarte en el trabajo que Quinn es capaz de realizar y no en otras cosas que a tu bufete ni le van ni le vienen.

Al oírla, el hombre asintió. Sin duda, era una mujer con carácter.

—Tienes razón...—dijo—, Sé que tienes razón, pero en este trabajo todo cuenta y, aunque suene mal, somos un despacho de abogados muy tradicional. Tú me caes muy bien y sé que puedes llegar a ser la mujer perfecta para la abogada Quinn Fabray y ayudarla en su ascenso en la vida; ¿a que sí?

Rachel no respondió.

Si le decía lo que pensaba y lo que sabía por Louise, sin duda su novia se avergonzaría de ella.

—¿Puedo pedirte que me devuelvas a mi mujer?—oyó de pronto que decía Quinn.

Encantado, el hombre sonrió y, guiñándole el ojo, murmuró:

—Novia..., Quinn. Novia. Te recuerdo que aún no es tu mujer.

Divertida por el comentario, Quinn asió entre sus brazos a Rachel y, cuando Gilbert se marchó y ellas comenzaron a bailar, cuchicheó:

—Vaya..., vaya..., ¿pervirtiendo a los abuelitos?

Rachel, que decidió no comentarle lo que aquél le había dicho, replicó:

—Ya me conoces, cariño. Soy una pervertidora oficial.

Quinn la abrazó.

Nada le gustaba más que disfrutar de su compañía. Acercó la boca al oído de ella y susurró:

—Espero que me perviertas cuando regresemos a casa.

Rachel sonrió y, olvidándose de lo que el viejo de pelo blanco le había dicho, afirmó:

—Que no te quepa la menor duda, Batichica.


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 9

Mensaje por 23l1 Mar Dic 01, 2015 7:48 pm

Capitulo 9


El domingo por la mañana, tras levantarnos y dar de desayunar a los niños, Santana me dice que ha quedado con Quinn y que nos vamos a pasar el día con ellas.

Eso me pone de buen humor.

Adoro a Quinn y a Rachel, y estar con ellas siempre es divertido.

Flyn intenta escaquearse. Ya no le gusta venir con nosotros a los sitios, pero Santana no se lo permite y, al final, mi pequeño gruñón nos acompaña a regañadientes.

Una vez conseguimos arreglar a los niños y cargar en el coche todo lo necesario para pasar el día fuera con ellos, nos dirigimos felices hacia el centro de Múnich. A la una de la tarde, Santana y yo llegamos con nuestra tropa, incluida Jane, a la casa de nuestras amigas.

Con tres niños que llevamos nosotras y Sami, la niña de ellas, ¡la revolución está asegurada!


En cuanto nos ve llegar, Sami sonríe y corre hacia nosotras. Nos adora tanto como nosotras la adoramos a ella y, tirándose a los brazos de mi amor, pregunta:

—¿Me has traído un regalo, tía San?

Me entra la risa.

Sami es tan melosona...

Santana, que es una blanda con ella y nuestros niños, mete la mano en mi bolso y, como por arte de magia, saca un huevo Kinder.

¡Nunca faltan!

Al verlo, la niña lo coge feliz y, después, corre tras el Santiago, que ya está trasteando con sus juguetes, mientras que Flyn se sienta en un sillón con cara de circunstancias por no tener su móvil para whatsapear.

Quinn, mi guapa amiga, se acerca a nosotras y, quitándome a la ceporra de Susan de los brazos, pregunta:

—¿Cómo está mi monstruito?

¡«Monstruito»! Quinn la llama así por lo llorona que es.

La niña la mira.

Se plantea si llorar o no por el apelativo, pero finalmente sonríe.

¡Olé, mi niña!

Si es que cuando sonríe es para comerse esos mofletes regordetes que tiene, pero oh..., oh..., de pronto arruga el entrecejo, contrae la cara y comienza a llorar.

¡Ea..., ya estamos!

Me río.

¡No lo puedo remediar!

Y Quinn rápidamente le entrega la niña a Santana, que, al cogerla, le sonríe amorosa.

¡Qué paciencia tiene mi amor con Susan!

Sin duda, la tiene porque es su pequeña rubiecita, porque, si no fuera su hija, estoy segura de que huiría de ella como de la peste.

Una vez veo que la niña deja de llorar, miro a mi buena amiga Quinn y le pregunto:

—¿Has podido solucionar lo de tu página web?

Asiente, tuerce el cuello y afirma:

—Mañana volverá a estar operativa. Pero cuando coja a ese tal Marvel, te aseguro que me las va a pagar. Le voy a reventar la cabeza.

Rachel, que se acerca a nosotras, mira a Flyn y pregunta:

—Cariño, ¿tu dedo está bien? Mamá Britt me envió un whatsapp para decirme lo que te había ocurrido. ¡Qué dolor!

Flyn me mira para saber si sólo le he contado eso o algo más. Yo no muevo ni un músculo para admitir o desmentir, y finalmente el niño dice enseñándole la mano:

—Sí, estoy bien.

Quinn, que observa a Flyn, murmura entonces:

—Tú y yo tenemos que hablar, jovencito. Me he enterado de algo que no me ha gustado nada de nada en referencia a tus notas.

Flyn resopla, me mira con ojos acusadores, y yo respondo:

—Yo no he sido. Habrá sido mamá San.

De pronto, Sami se acerca a Quinn y murmura con gesto de tristeza:

—Mami Quinn, me duele la tripita.

Quinn centra entonces toda su atención en la pequeña y, en cuanto le dice dos monerías, Sami sonríe y se marcha corriendo.

Eso me hace reír.

Todavía recuerdo lo mucho que le costó pronunciar la erre.

Rachel pone los ojos en blanco ante la guasa de su hija, le quita a Santana a nuestra niña de los brazos para besarla.

—Príncesa..., príncesa..., ¡creo que te engañan como a una tonta!—murmuro yo divertida mirando a mi amiga Quinn.

Quinn sonríe, coge Santiago, que corretea con una de las muñecas de Sami mientras le tira de la cabeza para arrancársela, y pregunta:

—¿Cómo está mi Superman?

Mi bonito niño moreno rubio de ojos negros sonríe, cuando Sami ofendida grita:

—¡Superman, eres tonto, dame mi prinsesa!

Mi amor se acerca rápidamente hasta nuestro Superman destrozatodo y, tras quitarle la muñeca de Sami antes de que le arranque la cabeza, se la devuelve a la niña y ella la abraza con una encantadora sonrisa.

—Gracias, tía San. Te quiero mucho.

—¿Más que a mami Quinn?—pregunta Quinn mirándola.

Bueno..., bueno, lo que me faltaba por oír.

Será celosona, la mami.

La niña, que es una preciosidad, y no sólo por lo bonita que es, sonríe con picardía.

¡Menuda elementa es la jodía!

A continuación, mira a las dos diosas que tiene delante y responde:

—Mami, a ti te quiero mucho, mucho, mucho, y a la tía la quiero sólo un mucho.

—Ah, bueno...—veo que sonríe la tontusa de Quinn.

Rachel y yo nos miramos y también sonreímos.

Vaya tela con la prinsesa.

Cuando crezca, ¡miedito nos da!

Santana y Quinn sonríen con cara de tontas, pero ¿qué efectos causan los niños en ellas?

Una vez ya nos hemos besado y saludado todos, Quinn, Santana y los niños, acompañados por Jane, pasan a la sala de juegos guiados por Quinn. Sin duda alguna, ahí se divertirán, ¡hay de todo!

Cuando veo que se alejan, agarro a Rachel del brazo y le pregunto:

—¿Qué tal la cenita de anoche con los abogados?

—Un santo coñazo.

Ambas reímos.

Sin duda, venimos de mundos muy diferentes de aquel en el que están metidas nuestras parejas, y en ocasiones codearte con perfectas mujercitas a las que lo único que les interesa es ser la más guapa o la que mejor lifting se haya hecho no es lo nuestro.

Rachel tira entonces de mí y, al llegar junto a una mesita, levanta un cojín y me entrega unos papeles. Su gesto me hace saber que lo que me enseña no es algo que a mi buena amiga Quinn la haga saltar de alegría.

Sonrío.

¡¿Qué será?!

Con los papeles en la mano, los miro y, cuando estoy leyéndolos, Rachel apunta:

—Recuerdas que te lo comenté, ¿verdad? ¿Qué te parece?

Leo y murmuro:

—¡Joder!

—Sabía que dirías eso —aplaude Rachel.

Madre mía..., madre mía...

—¿Quinn ha visto esto?—pregunto.

Ella asiente con la cabeza y yo añado:

—¿Y qué ha dicho?

Mi amiga se acomoda en el bonito sillón de color caramelo. Mira a Quinn, que en ese instante sale con Santana de la sala de juegos con uno de sus cómics en la mano, y sonríe.

Uy..., uy, esa expresión irónica no me deja entrever nada bueno.

Mientras ellas están preparándose algo de beber en el minibar del salón, Rachel dice:

—Lógicamente, a Quinn no le hace ni pizca de gracia.

—¡Lo sabía!

—Es una retrógrada—gruñe ella.

—También lo sé. Es del pelaje de San—afirmo divertida.

Rachel vuelve a sonreír y, tras mirar a Quinn, que habla con mi esposa, cuchichea:

—No digas nada delante de ella, ya he tenido bastante esta mañana. Se me ocurrió enseñarle los papeles y no veas la que montó Batichica. Así que, por favor, te pido que no lo comentes delante de ella.

—Vale.

Rachel suspira y prosigue:

—No le hace ni pizca de gracia la posibilidad de que pueda trabajar como escolta para el consulado de Estados Unidos en Múnich.

Ambas reímos.

Luego Rachel se interrumpe y dice:

—Ay, Britt, ¿qué hago? Dame tu opinión. Está claro que como diseñadora gráfica no me fue mal, pero... pero yo necesito algo más.

—¿Y yo qué quieres que te diga? Eso es algo que debes decidir tú.

—Lo sé. Pero la pesadita de Quinn no quiere hablar de ello.

De nuevo, me río.

Sin duda, Santana y Quinn se han enamorado del estilo de mujer que nunca pensaron.

—¿Escolta? —cuchicheo divertida.

Rachel gesticula.

—Me encanta. Eso me permitirá ser una chulita con traje de hombre y gafas de sol.

Vuelvo a reírme.

No lo puede remediar.


Rachel lo ha dejado todo por Quinn como yo en su momento lo dejé por Santana y, aunque sé que en su vida es feliz como lo soy yo, pregunto:

—¿Te estás planteando regresar de nuevo al ejército?

Mi pregunta la hace sonreír.

¡La madre que la parió!

Rachel, la dura teniente Berry del ejército de Estados Unidos, me quita los papeles de las manos, los dobla y, guardándolos al ver que las chicas se acercan, me susurra:

—No voy a regresar al ejército. Eso no. Pero podría ser escolta de...

—Rach..., es peligroso.

—Escucha, Britt, más peligroso que mi antiguo trabajo, ¡imposible! Viajaré de vez en cuando y poco más.

—¿Poco más?

Luego Rachel añade bajando la voz:

—Mi papá ha movido algunos hilos para ello, y creo que debería aprovecharlo.

—Pero ¿puedes ser escolta? —pregunto sorprendida.

Ella, con su chulería característica, se retira el flequillo de los ojos y afirma con gesto encantado:

—Soy la hija del mayor Leroy Berry y exteniente del ejército estadounidense; ¡pero claro que puedo!

Ambas nos reímos cuando oímos a nuestra espalda la voz de Quinn, que dice:

—No me lo digan, ¿a qué sé de lo que hablan?

Su expresión me hace saber que no le agrada la idea, y Rachel replica mirándola:

—No hablábamos de ello, Batichica.

—Mentirosa..., eres una mentirosilla —se mofa Quinn.

Santana se sienta a mi lado y, como siempre, en su afán protector pasa la mano alrededor de mi cintura y me acerca a ella. La miro..., me mira y sonreímos cuando Quinn suelta observando a su chica:

—¿Qué letra de la palabra «¡No!» eres incapaz de entender?

Rachel arquea las cejas.

¡Uissss, mal rollito!

Y con un gesto que me hace saber que eso no va a acabar bien, responde:

—Mira, muñeca, a chula tú no me ganas ni dando un cursillo acelerado; por tanto, tranqui, rubia, no la vayas a cagar todavía más.

Quinn parpadea.

Sin lugar a dudas, ha pasado el tiempo, pero es evidente que todavía le cuesta adaptarse a la manera de hablar de Rachel y, cuando veo que va a responder, ella añade:

—¿Aún no te has dado cuenta de que tú no decides por mí?

El gesto de Quinn se descompone por momentos.

Bueno..., bueno..., que se va a armar la marimorena y mi esposa y yo estamos en fila preferente.

Acto seguido, Quinn responde, después lo hace Rachel, y comienzan a lanzarse pullitas. Entonces, Santana acerca su boca a mi oído y pregunta:

—¿Qué les ocurre a Batichica y a Catwoman?

Oír esos apodos me hace sonreír; aún recuerdo cuando ellas mismas se los llamaban y, mirando a los ojos de mi amor, esos ojos oscuros que tanto me enamoran, respondo:

—El papá de Rach ha movido algunos hilos para que ella pueda trabajar en el consulado estadounidense como escolta.

Veo sorpresa en la expresión de Santana, y no me extraño cuando la oigo decir:

—Britt-Britt, si fueras tú, la respuesta sería la misma que la de Quinn: «¡No!».

A ver..., a ver...

Si alguien debería saber el mal resultado que tiene prohibir algo, ésa es Santana López, y antes de que me dé tiempo a responder, ella añade:

—Y sería un «¡No!» inamovible.

Uisss, ¡qué risa!

No puedo evitarlo.

Sin lugar a dudas, mi risita le hace saber a mi morena preferida lo que pienso y, tras retirarme un mechón de pelo de la cara, insiste:

—No lo permitiría y lo sabes, ¿verdad?

La miro...

Me mira...

Sonrío...

Levanta las cejas...

Y finalmente, con ese arte español que corre por mis venas, respondo:

—Mira, Icewoman, si yo fuera ella, al final haría lo que yo quisiera. Y lo sabes. Por tanto, alégrate de que no soy ella, o tendrías un molesto problema de esos que te sacan de tus casillas.

Santana sonríe.

Obviamente sabe que lo que digo es cierto, así que acerca su boca a la mía y murmura tentándome:

—Alégrate tú de no ser ella...

Sonrío con malicia y, sin apartar su mirada de la mía, Santana me roza con su tentadora boca.

Madre mía..., ¡qué juego más sucio!

Me chupa el labio superior, después el inferior, y termina con un mordisquito.

¡Sigue jugando sucio!

Y, antes de besarme como sólo ella sabe, murmura:

—Tú también, te guste o no, tendrías un molesto problema de esos que te sacan de tus casillas.

Me apresuro a besarla.

No puedo pensar en lo que ha dicho. Bueno, sí puedo, pero ahora no quiero hacerlo. Sólo quiero que me bese y que me haga sentir tan especial como siempre lo hace.

Nuestras bocas se encuentran, igual que docenas de veces al día, cuando oímos que Quinn nos llama. Al levantar la vista, nos encontramos a ella y a Rachel de pie.

—Si nos disculpan unos minutitos—dice Quinn con gesto serio—, Rach y yo tenemos que pasar a mi despacho a dialogar.

—No. Ahora no—replica Rachel.

Al oírla, Quinn sonríe y, mirándola, dice:

—No soy militar, pero tengo mi artillería para convencerte.

—¡¿Ahora?! —protesta Rachel.

Convencida de ello, Quinn mira a su novia e insiste:

—Sí, Rach, ¡ahora!

Me entra la risa mientras veo que mi amiga Rachel disimula la suya. Ambas sabemos muy bien lo que va a ocurrir en ese despacho.

—Quinn—continúa Rachel—Están los niños, Jane, Santana y Britt; ¿no crees que ahora no es momento?

Pero Quinn la coge entre sus brazos, nos mira y dice:

—Enseguida volvemos.

Santana asiente...

Yo sonrío...

Rachel pone los ojos en blanco...

Y Quinn nos guiña un ojo mientras se van.

Dos segundos después, cuando nuestras amigas desaparecen, Santana me mira y dice divertida:

—¿Qué te parece si vamos a ver cómo están Jane y los niños?

Asiento mimosa, la beso y murmuro:

—Preferiría hacer otra cosa.

—Insaciable —cuchichea Santana sonriendo.

—Sólo de ti —matizo al entender sus palabras.

Encantada, mi loco amor me da un pequeño azote en el trasero y, levantándose conmigo en brazos, dice mientras camina en dirección a la sala de juegos:

—De momento, comportémonos como unas madres responsables que están de visita en casa de sus amigas y, cuando estemos solas, te haré saber lo insaciable que soy yo de ti.

Sonrío divertida.

Sin lugar a dudas, ambas somos insaciables.

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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Mar Dic 01, 2015 9:23 pm

bueno aqui van los problemas que siempre son pq ese par de chicas son muy mandonas y creen que sus mujeres deben ser solo amas de casa, que aburrido!!! a ver como van las cosas con ellas, la tal ginebra, vodka, margarita ya ni se "no me gusta"
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 3:) Mar Dic 01, 2015 11:47 pm

hola morra,...

volviendo a las mismas peleas de siempre,.. el trabajo!!!
los celos de nuevo de britt y el temor del compromiso de rachel jajaja,...
mmm a ver como salen las cosas,...

nos vemos!!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Miér Dic 02, 2015 12:09 am

micky morales escribió:bueno aqui van los problemas que siempre son pq ese par de chicas son muy mandonas y creen que sus mujeres deben ser solo amas de casa, que aburrido!!! a ver como van las cosas con ellas, la tal ginebra, vodka, margarita ya ni se "no me gusta"



Hola, jajajaja xD problemas que tod@s pasamos, no¿? jajaajajajajaj. Jajajajajajajajaja que se mantenga alejada y punto! jajaaj. Saludos =D




3:) escribió:hola morra,...

volviendo a las mismas peleas de siempre,.. el trabajo!!!
los celos de nuevo de britt y el temor del compromiso de rachel jajaja,...
mmm a ver como salen las cosas,...

nos vemos!!!



Hola lu, ufff esk después de tanto tiempo no entienden no? UFff que par de amigas son jajajajajaja. De lo mejor! jajajaaj. Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 10

Mensaje por 23l1 Miér Dic 02, 2015 12:10 am

Capitulo 10

A pocos metros de ellas, y en el mismo rellano del edificio donde estaba su casa, Quinn abría la puerta de su bufete de abogados.

Al ser domingo no había nadie, la oficina estaba desierta y, sin soltar el brazo de Rachel, caminó entre las mesas de sus trabajadores hasta llegar ante la puerta de su despacho.

Rachel la miró y murmuró frunciendo el ceño:

—Desde luego, Lucy, lo tuyo no tiene nombre.

La abogada suspiró.

Si algo le gustaba de Rachel era ese aire suyo tan combativo y, cogiendo el pomo de la puerta, dijo mirándola a los ojos:

—Te dije que cada vez que te oyera hablar del temita pasaría esto, por lo...

—Pero tenemos invitadas en casa —la interrumpió Rachel.

Quinn sonrió.

Más que invitadas, Santana y Brittany eran familia, y precisamente ellas no se asustaban por lo que iban a hacer.

—No se van a escandalizar—contestó—Y tú y yo tenemos que hablar.

—Pero, Quinn...

—Entra en el despacho.

Rachel resopló.

¿Hablar?

¿Quinn quería hablar o quería otra cosa?

Pensó en Santana y Brittany.

Sabía perfectamente que ellas no se escandalizaban por su ausencia. No era la primera vez que, estando todas juntas con los niños, alguna pareja se ausentaba unos minutos y regresaba poco tiempo después como si no hubiera pasado nada. Lo bueno de aquel tipo de amistad era que no había que ocultar nada.

Todo se sabía.

No había que disimular.

Al ver aquel gesto suyo, que tanto le fascinaba, Quinn tuvo ganas de sonreír. Sabía que Rachel finalmente haría lo que ella quisiera, pero tenía que demostrarle que ella no estaba de acuerdo. No deseaba separarse de Rachel ni un solo día, y mucho menos pensar que volvería a tener una vida plagada de turnos y ausencias.

Curiosamente, aquello la encelaba.

Le recordaba una época de la que no quería saber nada porque era consciente de que, en cuanto la teniente Berry apareciera, las personas la mirarían de una forma que ella no estaba dispuesta a soportar.

Con gesto de enfado, Rachel entró en el despacho. Se quedó parada sin llegar a la mesa y Quinn la empujó para que continuara andando. Rachel apenas si se movió. Quinn decidió cambiar entonces su plan y, desconcertándola, caminó hasta su mesa, retiró la silla y tomó asiento con tranquilidad.

—Siéntate—dijo—Tenemos que hablar.

La expresión de sorpresa de Rachel al ver que era cierto que tenían que hablar se hizo más que evidente. Horas antes, tras su última discusión al respecto, Quinn le había dicho que la siguiente vez que la oyera mencionar el tema tendrían una seria conversación, y así iba a ser. Por ello, la abogada no cambió su gesto e insistió:

—Rach. He dicho que te sientes, por favor.

Asombrada porque fuera cierto lo de hablar, ella caminó hasta la mesa. Se sentó frente a Quinn y, apoyando la espalda en la silla con chulería, levantó el mentón y dijo:

—Muy bien. Hablemos.

Quinn hizo lo mismo que Rachel. Se recostó en el respaldo de su silla y la miró.

—Rach—empezó a decir—, No quiero que lo hagas, y sabes muy bien por qué.

Rachel cerró los ojos, negó con la cabeza y gruñó frunciendo el ceño.

—Por el amor de Dios, Quinn, ¿otra vez me vienes con los celos?

Quinn no respondió, y Rachel prosiguió:

—He estado rodeada por cientos de personas durante mucho tiempo y he sabido cuidarme.

—No lo dudo. Pero ahora estás conmigo y no quiero que seas tú quien tenga que proteger a nadie, cuando soy yo la que quiere protegerte a ti.

—Pero, Quinn, creo que...

—He dicho que no—insistió Quinn—Además, con lo que yo puedo llegar a ganar si entro en el gabinete no vas a necesitar...

—Vamos, rubia..., no me vengas otra vez con lo mismo—gruñó Rachel, recordando su conversación con Gilbert Heine—Vale..., sé que vas a ganar mucho dinero si entras en ese maldito bufete, pero no lo necesitamos. Ya vivimos muy bien, ¿no?

—¿A qué viene eso de «maldito bufete»?

Rachel suspiró.

Debía ser sincera con Quinn pero, omitiendo lo que Gilbert le había dicho para no dañarla, le habló de todo lo que Louise le había contado en referencia a aquel sitio y su corrupción.

Quinn la escuchó y, una vez terminó, dijo:

—Habladurías, cariño. Es normal que ella esté enfadada con Johan si sabe que está con otras mujeres, pero de ahí a que culpabilice al bufete, creo que...

—Pero, Quinn...

La abogada levantó la mano y respondió en actitud imperativa:

—Se acabó. No me apetece hablar de Johan y de Louise porque no me interesan sus problemas personales, pero sí quiero hablar de nosotras, y por nada del mundo deseo que trabajes en lo que te propones, ¿entendido?

—Quinn...

Quinn, desesperada por la impetuosidad de su novia, preguntó:

—Entre esos antiguos compañeros con los que podrías volver a trabajar, ¿hay alguno con quien pudieras haber mantenido relaciones?

La pregunta la pilló de sorpresa. Por supuesto que cabía la posibilidad de reencontrarse con algún viejo compañero con el que había estado. Ella misma se lo había contado, como Quinn se lo contaba todo a ella y, como no quería mentirle, afirmó:

—Sabes que sí; ¿a qué viene eso?

Consciente de lo mucho que se jugaba con aquella conversación, y más con una mujer como Rachel, Quinn replicó con tranquilidad:

—Mira, cariño, me han invitado a varios pases de modelos, fiestas y eventos a los que he rechazado ir para no incomodarte a ti, ¿verdad?

—No me jodas, Batichica; ¿a qué viene eso ahora?

Dispuesta a soltar lo que llevaba dentro y hasta el momento no había podido soltar, Quinn respondió:

—Viene a que, si a ti te molesta que yo me reencuentre con antiguas conocidas, ¿acaso no debo preocuparme yo si vas de nuevo de Superwoman entre tanta gente?

Rachel no contestó.

La alemana tenía toda la razón del mundo.

En el tiempo que llevaban juntas, Quinn le había hecho ver lo especial que era para ella, e incluso delante de ella había dejado muy claro a toda mujer que se le acercaba que estaba comprometida y fuera del mercado.

Si iban a una fiesta, acudían juntas.

Si iban a un desfile, Quinn evitaba siempre estar a solas con las modelos y, cuando practicaban sexo con otros, jamás la hacía sentirse mal, porque incluso en esos momentos le demostraba que ella era única e irrepetible.

—Escucha, Quinn. En referencia a ese trabajo...

—Me preocupa tu seguridad fundamentalmente —la cortó—Y en cuanto a las personas con las que trabajarás, serán buenas personas y todo lo que tú digas, pero ¿crees que van a respetarte y no van a hacer comentarios maliciosos?

Rachel sonrió.

Conocía a alguno de aquellos escoltas y, sin duda, en cuanto la vieran le dirían de todo, incluso no dudaba de que alguno intentara algo con ella por los viejos tiempos.

—Tú misma sonríes; ¿por qué?

—Vamos a ver, cariño, son...

—Precisamente porque sé que son, sé de lo que hablo, y por eso mi respuesta sigue siendo que no quiero que vayas, porque no quiero que estés a solas.

—Pero...

—¡No hay peros!

—Quinn...

Ella sonrió.

Había llegado al momento límite al que quería llegar y, mirándola, añadió:

—Hagamos un trueque. Yo te doy. Tú me das.

Rachel lo pensó. Hacer aquello podía ser buena idea, y asintió.

—Vale. ¿Qué quieres?

—¿Cualquier cosa?—preguntó la abogada con picardía.

Rachel se tocó su pelo y afirmó:

—Si eso hace que te quedes más tranquila, cariño, ¡por supuesto!

La sonrisa de Quinn se ensanchó y, de pronto, Rachel supo por dónde iba la sexy rubia de ojos verdes.

Se echó hacia delante para apoyarse en la mesa y susurró:

—Eres una tramposa.

—¿Por qué?—dijo Quinn riendo divertida.

—Porque sé muy bien lo que me vas a pedir y me parece fatal.

—¿Y qué te voy a pedir?—preguntó Quinn, riendo otra vez, consciente de que su novia tenía razón.

Rachel se revolvió en su silla, resopló y dijo mientras la señalaba con un dedo:

—Me vas a pedir que me case contigo y tengamos un pequeño Spiderman al que llamar Peter, ¿verdad?

La alemana sonrió.

Nada le gustaría más, y se mofó:

—Si, es que me encantaría un pedacito más de ti, cariño. Así como Sami.

—Quinn...—protestó Rachel, consciente de cuánto admiraba a Peter Parker, el álter ego de Spiderman—Y lo que me joroba más—continuó—Es que, si nos casamos, el imbécil de Gilbert Heine se va a creer que lo hacemos para cumplir uno de sus absurdos requisitos en relación con el bufete.

Al oírla, Quinn frunció el ceño.

—Sabes que eso no es verdad—replicó—Yo nunca te he pedido que te cases conmigo por ese motivo. Si te lo he pedido es porque te quiero y deseo que seas mi mujer... ¿A qué viene eso?

Consciente de que no le había contado la conversación que había mantenido con el hombre, Rachel resopló y, cuando fue a hablar, Quinn prosiguió:

—Sabes que me encantaría casarme contigo, pero siento decirte que no es eso lo que te voy a pedir, cariño.

—¿No?—preguntó Rachel desconcertada.

—No. No es eso.

—Y, si no es eso, entonces ¿qué es?

A Quinn le encantó ver su expresión de desconcierto. No había nada que deseara más que casarse con ella y, claudicando, afirmó:

—Vale. Te he mentido. Quiero que te cases conmigo.

—Lo sabía..., mira que lo sabía—gruñó Rachel, a la que los bodorrios no le iban.

La abogada, divertida, la oyó protestar y, tras coger el mando del equipo de música, lo encendió. Le dio a la pista 3 y comenzó a sonar Quando, Quando, Quando, de Michael Bublé.

—Musiquita ahora... —rezongó Rachel.

La preciosa y romántica canción inundó el despacho, y Quinn, sin darse por vencida, le guiñó un ojo, hizo que Rachel se levantara y empezó a canturrear:

—«Quando..., Quando..., Quando...»

La exteniente suspiró y, cuando fue a protesar, Quinn la abrazó, la acercó a su cuerpo para bailar con ella y murmuró:

—Puedo ser muy convincente si me lo propongo; lo sabes, ¿verdad?

Rachel asintió.

Si alguien podía conseguir algo de ella, ésa era Quinn. Esa maldita abogada, con su romanticismo y su manera de mirarla, en ocasiones conseguía que hiciera cosas inauditas, aunque todavía no la había convencido de pasar por el altar.

Dejándose llevar por la música, Rachel se disponía a decir algo cuando Quinn le susurró al oído:

—Llevamos casi dos años viviendo juntas. Me pediste tiempo y yo te lo he concedido. Sabes que te adoro, que muero por mi prinsesa y...

—Eso es chantaje.

Quinn sonrió.

Con ella no había otro modo.

—Lo sé, cariño—respondió—, Pero si tú quieres que yo claudique en unas cosas, tú has de claudicar conmigo en otras. Sabes que me muero por casarme contigo, y lo mejor de todo es que sé que en el fondo, muy en el fondo, tú también te mueres por casarte conmigo, ¿verdad que sí?

A Rachel se le escapó una sonrisita.

—Eres una creída, Batichica—cuchicheó—Y, si no lo sabes ya, te recuerdo que los bodorrios con frac y chaqué no me van. Si nos casamos algún día, lo haré en vaqueros y celebrándolo con unas birritas.

Quinn, que era consciente de ello, sonrió.

—Tú, Sami y yo—convino—Las tres somos una familia, una preciosa familia, y simplemente quiero formalizar las cosas como abogada que soy. Vamos..., di que sí e intentaremos hacerlo de una forma que nos guste a las dos.

—Chantajista emocional..., eso es lo que eres.

—Y tú eres preciosa.

Rachel miró el pisapapeles que Quinn tenía en la mesa.

«¿Se lo estampo en la cabeza?», pensó.

Quinn observó su mirada.

«Me lo planta en la cabeza», se dijo.

En silencio, bailaron aquella bonita canción, hasta que Rachel sonrió. Luchar contra Quinn y su corazón era imposible, por lo que la miró y afirmó:

—De acuerdo. Me casaré contigo.

Quinn se detuvo entonces en seco.

—Repite eso que has dicho—pidió mirándola.

Rachel puso los ojos en blanco y repitió:

—De acuerdo. Me casaré contigo este año, aunque de momento la fecha queda en el aire—y añadió—Pero lo haré en vaqueros.

Henchida de orgullo por haber conseguido su propósito, la abogada sonrió, y se disponía a decir algo cuando Rachel la interrumpió para matizar:

—Y, por supuesto, de momento, el enano calvo y sin dientes que quieres que tengamos para llamarlo Peter habrá de esperar porque quiero trabajar de escolta, ¿de acuerdo?

Quinn sonrió encantada.

Sin duda, había conseguido parte de lo que pretendía y, dispuesta a lograr que Rachel dejara de lado la segunda parte del trato, murmuró:

—No olvidaré este instante mientras viva.

Rachel puso los ojos en blanco pero, incapaz de no sonreír, declaró:

—Yo tampoco.

Sus cuerpos se rozaban y Rachel, soltándose de Quinn, se sentó sobre la mesa del despacho de su futura esposa.

—¿Qué tal si sellamos nuestro pacto antes de regresar con nuestras invitados? —propuso.

—Berry, eres muy traviesa—murmuró Quinn divertida.

—Lo sé, como también sé que te gusta que lo sea —afirmó ella sonriendo.

Quinn sonrió encantada.

—¡Que esperen! —exclamó abriéndose la camisa.

Instantes después, la prenda de ella voló, la camiseta de Rachel acabó sobre una de las sillas y los pantalones de ambas en el suelo mientras la voz de Michael Bublé cantaba.

Desnuda, Rachel se tumbó sobre la mesa y, sin decoro, abrió las piernas para Quinn. Al ver lo que Rachel le ofrecía, Quinn jadeó, se le acercó y susurró paseando el dedo delicadamente por los pliegues húmedos de su sexo:

—Te comería entera, pero me temo que esto ha de ser algo rápido.

Y, sin más, se metió entre sus piernas y unió sus sexos para que se rozaran con urgencia.

Al sentir a Quinn junto a ella, Rachel se arqueó sobre la mesa y chilló de placer, mientras Quinn se apretaba contra ella y comenzaba a mover las caderas con fuerza.

El sonido de sus cuerpos al chocar resonaba en el silencioso despacho. Quinn posó entonces las manos sobre sus pechos, se los tocó y, tras inclinarse para acceder a ellos, se los metió en la boca y, sin parar de mover las caderas, se los mordisqueó hasta que los jadeos de Rachel la volvieron loca.

La abogada vibraba mientras Rachel temblaba y, enloquecida, se incorporó, le cogió las piernas, se las subió a los hombros y, mirándola, dijo en un tono cargado de sensualidad:

—Adoro follarte, teniente Berry.

La exteniente asintió.

Oírlo decir aquello en aquel momento era morboso.
Muy morboso.

El éxtasis que le provocaba lo que Quinn le hacía y le decía la dejaba sin fuerzas y, abandonada al momento, se agarró a la mesa y volvió a chillar de placer.

Quinn era tremendamente sexual.

Sin descanso, la alemana continuó hasta que Rachel gritó al llegar al clímax.

—Quinn...

Oír su nombre en boca de Rachel mientras convulsionaba de placer era una de las cosas que más le gustaban. Mirarla y admirarla mientras veía el goce en su rostro la apasionaba y la excitaba aún más, hasta que segundos después, tras un último movimiento que hizo que Rachel volviera a gritar, la rubia abogada se corrió.

Con las respiraciones agitadas, Quinn bajó las piernas de Rachel con cuidado y, tumbándose sobre ella en la mesa, murmuró agotada:

—Señora Fabray-Berry, te voy a hacer muy feliz.


Diez minutos después, una vez vestidas de nuevo, regresaron a la casa cogidas de la mano.

Al verlas, Santana y Brittany sonrieron y se alegraron por la increíble noticia.


¡Había boda!


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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Miér Dic 02, 2015 8:28 am

vaya que manera de convencer tiene Quinn, se que a la larga ese trabajo traera problemas!!!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por Daniela Gutierrez Miér Dic 02, 2015 1:25 pm

Hola chica de las adaptaciones mas bonitas del mundo :3 ....

Como ya sabrás ya he leí gran parte del libro *Apenas va en el capitulo 15 :( * .
Pero igual me mega encanta poderlo leerlo con mis amadas Faberrytana´s es increíble.
Creo que las alemanas tendrán que dar mucho pero que mucho su brazo a torcer con Britt y Rach no la tienen nada fácil.
Y no me gusta para nada la llegada de la ex de San, creo que esto va a traer muchos problemas.

Saludos, y nos leemos en el siguiente cap :v
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Miér Dic 02, 2015 7:34 pm

micky morales escribió:vaya que manera de convencer tiene Quinn, se que a la larga ese trabajo traera problemas!!!!



Hola, jajajaajaja esa quinn es una loquilla jajaajajajaja. Uffff =/ Saludos =D




Daniela Gutierrez escribió:Hola chica de las adaptaciones mas bonitas del mundo :3 ....

Como ya sabrás ya he leí gran parte del libro *Apenas va en el capitulo 15 :( * .
Pero igual me mega encanta poderlo leerlo con mis amadas Faberrytana´s es increíble.
Creo que las alemanas tendrán que dar mucho pero que mucho su brazo a torcer con Britt y Rach no la tienen  nada fácil.
Y no me gusta para nada la llegada de la ex de San, creo que esto va a traer muchos problemas.

Saludos, y nos leemos en el siguiente cap :v


Hola dani la perdida en acción, jajajajaajaj xD es uno de mis efectos FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo - Página 2 4061796348

Jajajajajaja suele pasar ajajajajjaja. Jajajajaj esk son las mejores vrdd¿? Uffff un poco la vrdd jajja además de ceder un poco, no¿? Aaaaa esk nose quien la llamó la vrdd ¬¬ Aquí te esperamos! Saludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 11

Mensaje por 23l1 Miér Dic 02, 2015 7:35 pm

Capitulo 11


Salir con los niños, y más con cuatro, es siempre una aventura, pienso agotada.

Una vez acomodo a los críos en el coche, miro a Jane y le pregunto:

—¿Vas bien?

La pobre, que es más buena que el pan y tiene pinta de monja, me mira y responde:

—Sí. Gracias, Brittany.

Una vez que ve que todos estamos bien, Santana, mi morena sexy, arranca el motor del coche.

—Rach y Quinn ya salen del garaje—digo entonces—Síguelas.

—¿Vamos al restaurante de Russel?

Asiento, y mi amor responde tocándome la rodilla:

—Entonces, tranquila, Britt-Britt, sé llegar.

Sonrío.

Soy feliz y, cuando oigo el primer lamento de mi preciosa pero llorona niña, me vuelvo y comienzo a cantarle eso de «Soy una taza, una tetera, una cuchara, un cucharón», y la niña se calla. Le encanta que le tararee esa cancioncita, como al pequeño Santiago le gusta que le cante la del tallarín.

He pasado de escuchar a los Aerosmith a cantar canciones a cuál más tonta, pero que a mis hijos les gustan.

¡Para lo que he quedado!

Flyn, que podría ayudarme, pasa. Se limita a mirar por la ventana y a ignorarnos a mí y a los niños.

Veinte minutos después, agotada de tanta cuchara y cucharón, cuando llegamos al restaurante Santana aparca y, entonces, la puñetera niña se ha dormido.

¿Quién sería la mamá que la parió?

Animados, salimos del vehículo. Ir a comer al restaurante de Russel nos encanta a todos.

Con cuidado, cojo a la pequeña Susan y la meto en su cochecito mientras protesto.

—Tela con la niña, ¡nos ha salido flamenca!

Veo que Santana sonríe.

Me mira..., mira a su niña y, cuando Flyn sale del vehículo con su hermano y Jane corre tras ellos, la muy tunante me dice:

—¿Cómo era la canción?... Soy un cucharón...

Ambas nos partimos.

Sin lugar a dudas, ¡la cancioncita se las trae!

Al llegar junto a Rachel, Quinn y Sami, éstas se fijan en la niña.

—Sí—digo—, El monstruito se ha quedado dormido.

Santana sonríe, Quinn también, y Rachel murmura:

—Bueno cuando se despierte, ¡nos come por los pies!

Volvemos a reír.

Todo lo que Susan tiene de guapa y dormilona lo tiene de tragona y llorona y, sin duda, cuando se despierte, como dice Rachel, ¡nos come!


Al entrar en el restaurante, Russel nos ve y sonríe, y Sami, que adora a su abuelo, al que llama lelo, corre hacia él.

—Lelo..., lelo..., ya estoy aquí.

El hombre se agacha feliz y mira a la niña.

—¿Cómo está mi princesa?—dice.

La pequeña, que adora que la llamen «princesa», se toca la corona dorada y responde:

—Bien, pero quiero agua porque tengo mucha sed y mami Quinn ha dicho que te pidiera agüita a ti. ¿Me das agüita?

A Russel se le cae la baba, y rápidamente se mueve para darle a la niña lo que quiere. Una vez la pequeña tiene su vaso de agua, veo que Russel mira a mi pequeño y pregunta de nuevo:

—¿Y cómo está Superman?

A diferencia de Sami, Santiago es más parco en palabras. Sin duda, es un López, y simplemente asiente con la cabeza. Al ver el gesto de Russel, yo me agacho divertida y aclaro:

—Eso significa que está muy bien.


El hombre sonríe e, instantes después, nos saluda a todos. Está feliz por tenernos ahí, y noto como siempre el amor que siente hacia su hija Quinn y hacia Rachel, que es su ojito derecho.

Instantes después, nos dirigimos hacia la mesa que nos tiene reservada. Quinn acerca dos tronas para Sami y para Santiago y me pregunta:

—¿Quieres otra para Susan?

Con dulzura, observo a mi Bella Durmiente y respondo:

—De momento, no. Dejemos que el monstruito siga durmiendo.

Entre risas, nos sentamos mientras Quinn y Rachel se llevan aparte a Russel para darle la buena noticia sobre su boda. Con curiosidad, los observo y me emociono cuando veo al hombre abrazar a su hija y después a Rachel.

Sin duda, la noticia le ha gustado.


Media hora después, Susan se despierta y, tras varias sonrisas a cuál más bonita, comienza con su concierto de lloros. Rápidamente Russel se lleva a la cocina su potito para calentarlo y, en cuanto lo trae, casi sin respirar, Susan se lo come, ante la expresión de boba de su Santana.

Pero en el momento en que la comida se acaba, la niña decide montar uno de sus numeritos y, al final, la buena de Jane, que ha comido mientras yo le daba de comer al monstruito, para que el resto podamos tener un rato de paz, mete a la pequeña en el cochecito y sale del restaurante a dar un paseo.

Flyn se va con ella.

Nuestra compañía lo aburre.

Cuando sale del restaurante, veo que Rachel mira a Quinn y le pregunta:

—¿De verdad que la monstruito no te quita las ganas de tener niños?

—Eh..., cuidadito con lo que dices de mi niña—se mofa Santana.

Su rubia responde entonces con una encantadora sonrisa:

—Cielo...—y, señalando a mi pequeñín, afirma—Ellas tienen un Superman y yo quiero un Spiderman. Un pequeño Peter Fabray Berry.

Rachel pone los ojos en blanco y yo me río.

No lo puedo remediar.

De pronto, suenan sendos mensajes en los móviles de Santana y de Quinn. Mi esposa echa un vistazo y luego comenta:

—Alfred y Maggie nos informan de que están organizando una fiesta privada en el palacete de campo que tienen cerca de Oberammergau.

—Sí—afirma Quinn dejando el móvil—Yo también lo acabo de recibir.

—¿Oberammergau es ese pueblo que parece de cuento?—pregunto, y Santana asiente.

Al oírme, Rachel se interesa, y yo le explico que Santana y yo estuvimos pasando un fin de semana en ese increíble sitio. Mi amiga se sorprende cuando le digo que ahí vi la casa de Caperucita Roja y de Hansel y Gretel.

Quinn sonríe entonces y murmura mirando a su morena:

—Mmm..., de Caperucita Roja estarías tentadora, teniente.

Las cuatro reímos cuando Rachel, que nunca ha asistido a una de esas lujuriosas y privadas fiestas, pregunta:

—¿Quiénes son Maggie y Alfred?

Yo sonrío.

Todavía recuerdo la primera vez que oí hablar de ellos. Estábamos en Zahara de los Atunes, en la preciosa casa de Hanna y Emily. Miro a mi amiga Rachel y respondo mientras toco el anillo que Santana me regaló:

—Son una pareja muy simpática que cada equis tiempo organizan fiestas temáticas muy privadas.

—¿Temáticas?—pregunta curiosa Rachel.

Santana y Quinn sonríen.

—Llevaban casi dos años sin organizar nada por una enfermedad de Alfred—explica mi amor—, Pero al parecer ya está repuesto y tienen ganas de fiesta.

—Cuánto me alegro de que Alfred esté mejor—asiento.

Rachel nos mira a la espera de que alguno cuente algo más, y finalmente digo:

—Yo sólo he asistido a dos fiestas organizadas por ellos. En la última, la temática era la prehistoria, pero la primera vez que fui a una de sus fiestas había que ir vestidos de los locos años veinte. Fuimos con Hanna y Emily. ¡Parecíamos flappers!

Rachel sonríe, sabe lo que es una flapper, y Quinn dice:

—En esa fiesta fue cuando te conocí.

Santana asiente...

Quinn sonríe...

Recordar aquella primera vez y lo que ocurrió con Santana y Quinn en aquel lugar aún me acalora y, sonriendo, digo al ver que nadie puede oírnos:

—Sin lugar a dudas, esa fiesta marcó un antes y un después en el sexo para mí; la recuerdo como algo muy especial. Sólo pensarlo me excita.

Santana sonríe.

Quinn también.

¡Qué bribonas!

Y Rachel, al entender sus sonrisitas, sin pizca de celos, me pregunta:

—¿Antes de esa fiesta no habías hecho nada de... nada?

Ahora la que sonríe soy yo.

—Días antes tuve mi primera experiencia con Hanna y Emily en su casa—respondo—, Y anteriormente a eso, San, esta listilla morena que ahora ríe y mira al techo, me engañó en un hotel de Madrid. Me tapó los ojos, puso una cámara a grabar y me hizo creer que era ella quien jugaba conmigo, cuando quien lo hacía en realidad era Hanna.

—¡No me digas! —exclama Rachel.

Recordar aquellos momentos juntas me hace reír, y añado:

—Ni te cuento lo furiosa que me puse cuando vi lo grabado. ¡Quería matarla!

De nuevo, Santana sonríe y, acercándose a mí, dice:

—Pero cuéntalo bien, cariño. Antes de eso, yo te pregunté si estabas preparada para jugar a lo que yo quería y dijiste que sí.

Resoplo divertida, ¡claro que lo recuerdo!

—Segundos después, insistí en mi pregunta y volviste a acceder con el único matiz de que no querías sado.

—¡Menudo tramposa!—ríe Rachel.

—No fue tramposa, ella preguntó—afirma Quinn.

Al oír eso, resoplo de nuevo. Pero para hacerles entender de una vez por todas el enfado que sentí en aquel instante, las miro y señalo:

—Vale, tienen razón, ella lo preguntó. Pero imaginen que el día de mañana Susan o Sami, sus preciosas niñas, conocen a unas personas y se ven en mi misma situación. ¿Qué pensarías ustedes?

—Lo mato—sentencia mi morena.

—Le arranco la cabeza—afirma Quinn.

Rachel y yo nos miramos y nos carcajeamos por sus contestaciones primitivas, mientras ellas nos observan muy serias. Mi ejemplo no les ha gustado nada, pero insisto:

—¿Y por qué los matarían o les arrancarían la cabeza? Si ellos también les han preguntado a ellas lo mismo que San me preguntó a mí... Ellos podrían decir lo mismo que has alegado tú y...

—Bueno..., bueno...—me corta mi amor cogiendo al pequeño Santana en brazos con seriedad—Cambiemos de tema.

—Sí, mejor—afirma Quinn colocándole la coronita de nuevo a su niña.

—Qué diferente se ve todo cuando les tocan a sus hijas, ¿verdad?—se mofa Rachel, haciéndome reír. Luego añade—Bueno, les guste o no, el día de mañana sus niñas, que son nuestras también, disfrutarán libremente del sexo como hacemos nosotras, y espero que lo disfruten mucho..., mucho..., mucho.

Santana y Quinn se miran.

No hablan.

Sin duda, no quieren ni plantearse lo que Rachel está diciendo.

Sorprendida por sus reacciones, las miro y sonrío sabiendo que ese ejemplo, al fin, les ha hecho entender lo que en otros momentos nunca entendieron. Sin lugar a dudas, Santana me preguntó, pero no fue concreta en su pregunta y, aunque la experiencia la repetiría mil veces, ver lo que había grabado aquel día me dejó sin saber ni qué pensar.

Sin embargo, como no quiero machacar más sus mentes posesivas, cambio de tema:

—¿Han hablado con Artie?

Quinn asiente y, tras beber de su cerveza, dice:

—Ayer justamente hablé con él y me confirmó que el bautizo es dentro de dos semanas. Verás cuando se entere de nuestra boda.

Todas sonreímos, y entonces Rachel murmura para hacer rabiar a Quinn:

—¡México! Qué ganas de ir.

—¿México? ¿Y nuestra boda qué?—protesta Quinn, que, al verla sonreír, cuchichea—Eres muy traviesa, y lo vas a pagar.

Cada vez que recuerdo mi luna de miel ahí, no puedo dejar de sonreír.

Riviera Maya.

Hotel Mezzanine.

Santana y yo.

Uf..., qué momentos y qué bien lo pasé.

Lo que daría por volver a estar ahí.

Pero en esta ocasión el viaje será por otro acontecimiento, y solas, lo que se dice solas, no estaremos.

Artie y Sugar han sido padres.

Ante la imposibilidad de él para tener hijos, buscaron un banco de semen y, meses después, el resultado ha sido la llegada de el precioso Cooper y la preciosa Spencer, unos preciosos mellizos.

—No quiero ni imaginarme cómo estarán Artie y Sugar con los bebés.

—Te lo digo yo—responde riendo Quinn—¡Agotados!

Santana sonríe, yo le guiño un ojo con complicidad y, sin dudarlo, me acerca a ella y la beso.

Nunca desaprovecho un momento feliz.




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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Miér Dic 02, 2015 7:45 pm

no se que me pasa hoy pero he visto todos los capitulos de los fics de lo mas de aburridos, vere si mañana tengo otra optica!!!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 3:) Miér Dic 02, 2015 9:56 pm

hola morra,...

ame el comentario de rachel con lo de las hijas y el sexo jajajaj!!!!
rach ya se une al clan de casadas,...
y se salio con la suya quinn!!!!

nos vemos!!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Jue Dic 03, 2015 12:07 am

micky morales escribió:no se que me pasa hoy pero he visto todos los capitulos de los fics de lo mas de aburridos, vere si mañana tengo otra optica!!!!



Hola, jajajajaajajaj suele pasar xD jajajajajaja espero y estos caps esten mejor jajajajaj. Saludos =D




3:) escribió:hola morra,...

ame el comentario de rachel con lo de las hijas y el sexo jajajaj!!!!
rach ya se une al clan de casadas,...
y se salio con la suya quinn!!!!

nos vemos!!!


Hola lu, jajajaajajajaja es obvio no¿? jajaajajajaj. Si! faberrytana! ajajajajajajj. Esa quinn es del dicho "el que al sigue la consigue" jajaajjaaj. Saludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 12

Mensaje por 23l1 Jue Dic 03, 2015 12:09 am

Capitulo 12


El lunes, cuando me despierto, estoy histérica.

¡Voy a López Inc.!

Al fin algo diferente de dar papillas, limpiar moquetes y cantar lo del tenedor y el tallarín.

¡Viva la vida laboral!

Una vez me ducho, miro mi armario y al final opto por ponerme un bonito traje de chaqueta gris con una camisa negra. El resultado me gusta cuando me miro al espejo, me pongo unos zapatos de tacón grises y ¡estoy preparada!

Tan pronto como bajo a la cocina, Santana y Flyn están desayunando. Al entrar, Santana me mira y no dice nada, pero Flyn, al verme de esa guisa, y no con los vaqueros o la bata de andar por casa, me observa sorprendido y pregunta:

—¿Adónde vas, mamá?

Saludo a Emma, que sale de la cocina con dos vasos de leche para llevárselos a Jane y, mientras me lleno una taza de café, respondo:

—A la oficina con mamá San. Tengo una entrevista.

Santana no dice nada, sino que sigue mirando el periódico. Entonces Flyn, que no me quita la vista de encima, pregunta sorprendido:

—¿Vas a trabajar en López Inc.?

Me siento a su lado.

—Sí, cariño —contesto emocionada.

—¿Y por qué?

Doy un trago a mi café, observo que Santana me mira por encima del periódico y digo:

—Porque soy una mujer a la que le gusta hacer algo más que estar en casa todo el día y, si tengo la suerte de conseguir un empleo, ¿por qué no aceptarlo?

La boca de Flyn se abre como si hubiera dicho algo terriblemente desagradable.

—¿Y quién va a cuidar de Santiago y de Susan? —pregunta.

Resoplo.

Otro con el que lidiar...

Como puedo, y sin alterarme, digo:

—Lo harán Jane y Emma.

—¿Y quién me va a ayudar a hacer los trabajos?

—Bueno los tendrás que hacer tú, pero tranquilo, tendré tiempo para ayudarte porque sólo voy a trabajar a media jornada.

—Pero estarás cansada y los sábados por la mañana no te apetecerá salir conmigo a saltar con la moto.

No respondo: saltar con la moto siempre me apetece.

—No veo bien que trabajes —insiste él.

Joder..., joder, qué difícil me lo está poniendo el cabrito del niño.

No voy a contestar.

No voy a entrar en su juego o terminaremos discutiendo como hacemos últimamente. Pero Flyn es un López y, cuando estoy dando un trago a mi café, sentencia:

—No quiero que trabajes. Mamá San lo hace por todos y se pasa media vida en la oficina. Con que una lo haga está bien. ¿Por qué tienes que hacerlo tú?

Miro a Santana en busca de ayuda y veo que la comisura de sus labios se curva.

¡Será capullo!

Anda que me echa una mano en la conversación...

—Flyn —empiezo a decir—, Te aseguro que...

—Quiero que estés en casa—insiste dando un manotazo en la mesa.

Bueno..., bueno..., bueno..., ¿en qué siglo se está criando mi hijo?

Lo miro.

Él me mira con malicia.

Está siendo cruel conmigo.

Al final, lo llamo «chino», y discutimos mostrando ambos la misma crueldad, por lo que murmuro para reivindicar mis derechos:

—Flyn, te aseguro que me vas a tener para todo lo que necesites. Sin embargo, no me parece bien que pienses como un viejo del siglo pasado al respecto y que solo porque tu mamá San sea la dueña pueda trabajar solo ella y yo no.

—Es lo que pienso.

—Bueno está muy mal pensado—sentencio—Yo no te estoy educando para que pienses así. Todos somos seres independientes y con las mismas oportunidades, y aunque vivamos en pareja deb...

—No quiero que trabajes. Tú no.

—¡Flyn, basta!—exclama Santana y, dejando el periódico que tiene en las manos, añade—Britt es mayorcita para saber lo que quiere hacer o no. Se acabó el pensar sólo en lo que tú quieres. Aplícate en aprobar, ¡eso es lo que tienes que hacer! Y olvídate de la moto y del resto de las cosas.

El niño resopla, nos mira y se calla.

Al final, terminamos los tres desayunando en silencio.

¡Qué buen comienzo de día!


Veinte minutos después, le indicamos a Will que no hace falta que lleve a Flyn: nosotras lo dejaremos de camino a la oficina.

El silencio vuelve a estar presente en el coche, y decido poner música. Busco los CD que lleva Santana en el vehículo y me decido por el último que le regalé de Alejandro Sanz. Cuando ve lo que cojo, mi esposa me mira y dice:

—Me gusta mucho esa canción que dice aquello de «A que no me dejas».

Me río.

Sé a qué canción se refiere, pero cuando voy a meter el CD, recuerdo que Flyn viene con nosotros e, intentando hacerle una gracia, busco el disco que Santana lleva de los Imagine Dragons, su grupo preferido, y lo pongo.

Cuando comienza a sonar Demons, busco su mirada cómplice, pero él me ignora.

¡Vaya telita con el jodido coreano alemán!


Al llegar al instituto, Flyn sigue sin hablar.

Está enfadado.

Intento comprender su frustración, pero por una vez quiero y necesito que él me entienda a mí.

Cuando me voy a dar la vuelta para sonreírle y desearle buen día, él abre la puerta del coche, se baja y, sin mirarme, la cierra.

Eso me rompe el corazón.

Quiero a Flyn, costó mucho que me aceptara y no quiero que me rechace.

Me entristezco.

Miro a mi niño, que ya es un espigado adolescente más alto que yo, a través del cristal del vehículo y no hago intento de salir.

¿Para qué?

Si lo hago, sé que lo avergonzaré ante sus amigos.

Consciente de lo que siento, Santana musita:

—Britt, es un adolescente. Dale tiempo.

—Le daré todo el tiempo que él quiera —digo intentando sonreír.

Con una cariñosa mirada, Santana sonríe y arranca el coche mientras yo observo que Flyn se dirige hacia un grupo de chicos y chicas que no conozco.

¿Ya no va con su amigo Roderick?

Su gesto cambia, sus andares también y, cuando vamos a doblar la esquina, sin saber por qué grito:

—¡Para!

Santiago da un frenazo.

—Aparca...—le exijo—, Corre, aparca.

Ella lleva el vehículo hasta la acera y, rápidamente, abro la puerta y salgo. Santana lo hace también y, en cuanto llega a mi lado, pregunta preocupada:

—¿Qué ocurre? ¿Qué pasa?

Al ver su gesto me doy cuenta del susto que le he dado.

—Ay, cariño, perdona—murmuro mirándolo—Es que quería saber si Elke, la nueva novia de Flyn, estaba en ese grupito.

Santana maldice.

Sin duda, le he dado un buen susto, cuando de pronto la veo fruncir el entrecejo y preguntar mientras señala:

—¿Es ésa?

Miro y me quedo sin palabras.

Flyn, mi niño, mi gruñoncete, se acerca a una muchacha rubia con más pecho que yo, vestida con un cortísimo vestido vaquero. La agarra, tira de ella hacia él y la besa en la boca.

Pero... ¡pero buenooooooooo!

¿Qué guarrerías hace mi niño, y cuántos años tiene esa muchacha?

El beso se prolonga, se prolonga y se prolonga cuando la mano de Flyn se posa en el trasero de ella y se lo aprieta. Entonces oigo que Santana murmura divertida:

—Ése es mi machote.

Escandalizada por lo que acabo de ver, miro a mi esposa.

¡Se me va a salir el corazón del pecho!

Y pregunto asombrada:

—Pero ¿cuántos años tiene Elke?

Santana se encoge de hombros y, cuando va a responder, digo:

—Por lo menos tiene dos más que Flyn.

—Le gustarán mayorcitas —se mofa Santana.

Su sonrisa me enerva.

Por mucho cuerpo que tenga, Flyn es un crío y, cuando observo que vuelve a besar a aquella rubia de largas piernas y grandes tetorras, gruño:

—Por Dios, ¿tú sabes la de enfermedades que puede coger besando así?

Santana suelta una carcajada. Me coge de la mano, me lleva hasta el coche y me sostiene la puerta abierta.

—Venga, ¡vámonos! —dice.

—Me gustaba más Dakota —gruño sin moverme.

Mi amor sonríe e insiste:

—Mamá pollo, haz el favor de entrar en el coche de una vez.

Por última vez, miro a Flyn y compruebo que sigue besando a la rubia.

¡La madre que lo trajo!

Subo al coche, cierro la puerta y, cuando Santana entra y se sienta a mi lado, pregunta con gesto divertido:

—Pero, cariño, ¿por qué pones esa cara?

—Joder, San, ¡¿tú has visto lo mismo que yo?!

—Flyn es un adolescente y comienza a descubrir el placer de besar y tocar—se ríe y añade—Y, por lo que veo, ¡no tiene mal gusto en asunto de mujeres!

¿Le digo «¡Gilipollas!» o no se lo digo?

No..., definitivamente no voy a decir nada.

Es lo mejor.

Pero, todavía confusa por lo que he visto, reprocho:

—¡Ya estás hablando con él urgentemente de la necesidad de las relaciones con gomita para evitar futuros problemas y enfermedades, ¿entendido?!

Santana suelta una carcajada. Se ríe en mi cara y, cuando acerca su boca a la mía, murmura:

—Eres maravillosa, cariño..., tremendamente maravillosa.

Tras un rápido beso, mi amor arranca el vehículo, cambia el CD de música y suena mi Alejandro mientras yo no salgo de mi asombro por lo que acabo de ver.



Media hora después, llegamos a la oficina y dejamos el coche en el parking de la empresa. A partir de ese instante, Santana instala en su rostro la mirada de jefa y mujer fría que conocí en su momento y, cuando me coge la mano para ir hacia el ascensor, yo la aparto y cuchicheo:

—Seamos profesionales, cariño.

Eso la sorprende y, parándose, replica mientras frunce más el ceño:

—¿Me estás diciendo que no voy a poder coger la mano de mi mujer?

La miro boquiabierta.

—San, estamos en la oficina; ¿pretendes cogerme de la mano cada vez que me veas?

—No—responde ella con sinceridad.

—Bueno, entonces, entiende lo que digo.

Y, dicho esto, sigo andando hacia el ascensor.

El sonido de nuestros tacones retumba en el solitario parking cuando la oigo decir:

—Me encanta cómo te queda este traje. Estás muy sexi.

Sonrío al oír eso y, mirándola, suspiro consciente de que he engordado cinco kilos en el último año.

—Lo que estoy es reventona, por eso el traje me queda así.

Santana sonríe, me da un rápido cachete en el trasero y murmura:

—A mí me gustas.

Aisss, ¡que me la como..., que me la como!

Con lo traumatizada que estoy yo por estos puñeteros kilos, que me diga eso ¡me encanta!


Cuando el ascensor se abre, montamos en él y Santana pulsa el botón de la sexta planta. La miro y pregunto:

—¿No vas a tu despacho?

—Te acompañaré primero al despacho de Mika.

Al oír eso, resoplo.

La miro y siseo:

—San, ni se te ocurra acompañarme hasta el despacho de Mika como si fueras uno de mis padres porque aquí sólo quiero ser Brittany Pierce. Bastante tengo ya con que todo el mundo sepa que soy tu mujer como para que me vayas encima en plan guardaespaldas. Seamos profesionales, ¡por favor! —y, tras coger aire, insisto—Sé perfectamente dónde está el despacho y no quiero que me acompañes, ¿entendido?

Santana resopla a su vez.

Lo que le acabo de decir le toca la moral y, con gesto tosco, veo que aprieta el botón de la planta décima, la de su despacho. Enseguida me siento fatal por mi reprimenda, así que me acerco a ella.

—Cariño—murmuro—, Entiende que...

—Señorita Pierce, por favor—replica alejándose de mí—, Recuerde que aquí soy la señora López—y, mirándome, añade, la muy gilipollas—Seamos profesionales.

Oy..., oy..., oy..., las ganas que tengo de darle un pellizco doloroso. Pero en lugar de eso asiento y, en silencio, llegamos a mi planta.

¡Para chula, yo!

Instantes después, las puertas se abren, y me dispongo a salir del ascensor cuando la mano de Santana me detiene.

—En cuanto acabe tu reunión con Mika, sube a despedirte de mí; no te marches sin hacerlo—me dice sin acercarse.

Dicho esto, me suelta, y las puertas del ascensor se cierran privándome de mirar a mi amor.

Cuando me quedo sola, me doy la vuelta, estiro la chaqueta de mi traje y camino con seguridad hacia el despacho de Mika. Al llegar, su secretaria, que me conoce, se levanta rápidamente y me dice:

—Señora López-Pierce, Mika ha dado orden de que entre en cuanto llegue.

Sonrío.

Asiento y, cuando voy a entrar en el despacho, me vuelvo y le pregunto a la chica:

—¿Cómo te llamas?

—Tania, señora López-Pierce—murmura ella con cara de susto.

Asiento.

He de ser rápida o a la chica le dará un infarto, por lo que sonrío y digo:

—Tania, mi nombre es Brittany. Te agradecería que me llamaras por ese nombre, ya que vamos a trabajar juntas y será incómodo que me estés llamando todo el rato por los apellidos, ¿de acuerdo?

La joven asiente.

Yo creo que ya no recuerda ni cómo me llamo de lo nerviosa que está. Doy media vuelta, golpeo con los nudillos la puerta de Mika y, cuando oigo su voz, entro.

Ni que decir tiene que Mika me cae genial. Hemos coincidido en varias fiestas de la empresa, es una tía divertida y da gusto estar con ella. Es unos diez años mayor que yo, pero se la ve una mujer actual, no sólo por su forma de vestir, sino también por su manera de pensar.

Durante un rato hablamos y Mika me explica que, en López Inc., marketing está dividido por áreas: investigación comercial, imagen, compras, ventas, diseño e innovación y, por último, comunicación, que es el área en la que yo voy a trabajar.

Luego me entrega unos papeles en los que se indica que ambas nos encargamos de esa área, y me emociono al ver que dentro de nuestro cometido está desarrollar campañas de comunicación, eventos, ferias, redes sociales, etcétera.

Sonrío feliz.

Me siento capacitada para todo ello, y eso me proporciona un subidón del quince.

¡Santana me conoce muy bien!

Una vez sé el puesto que voy a ocupar, pasamos al despacho que está junto al de Mika. Ése será el mío, y lo miro con unos ojos como platos.

¡Tengo despacho propio, y con ventana!

¡Olé y olé!

—Como ves—dice Mika—, Margerite está de baja por un accidente doméstico y no regresará hasta dentro de un par de meses.

—Vaya —murmuro.

—Brittany, sobre la mesa hay una carta de colores. Antes de marcharte hoy, por favor, dime qué color prefieres para que te lo pinten, ¿de acuerdo?

¿Van a pintar el despacho?

Mi cara debe de ser un poema, porque Mika añade mirándome:

—Santana ha pedido que el tiempo que ocupes este despacho esté todo a tu gusto.

—Vale —consigo decir emocionada.

Cuando regresamos al despacho de ella, le suena el teléfono, lo coge y, una vez cuelga, me mira.

—Tengo una reunión. Estoy organizando distintas ferias y...

—¿Puedo asistir a esa reunión? —pregunto directamente.

Mika asiente encantada.

—Por supuesto que sí—dice sonriendo—Dame unos segundos, que recojo lo que necesito.

Mientras espero a que ella recoja unos papeles de la mesa, mi móvil vibra.

Un mensaje de Santana.



¿Sigues con Mika?



Sonrío y me apresuro a responder:



Sí. Y ahora voy a entrar en una reunión con ella. ¡Estoy ilusionada!



Una vez le doy a «Enviar», espero rápidamente su contestación, pero por extraño que parezca no la recibo. Guardo el móvil y maldigo al pensar que, con seguridad, Santana aparecerá en esa reunión.

Cuando Mika lo tiene todo, camino a su lado en dirección a la sala de reuniones, mientras observo que quien me reconoce me mira con curiosidad. Como puedo, sonrío. No quiero que piensen que soy una tía borde y estirada.

Al entrar en la sala de reuniones, Mika me presenta a los hombres que están ahí como Brittany Pierce, no como la señora López-Pierce. Estoy por darle mil besos por ese detallazo. Creo que ella lo sabe y, sin más preámbulos, les explica que a partir de ese instante ella y yo dirigiremos el departamento de comunicación.

Una vez hechas las presentaciones, me entero de que esos ejecutivos pertenecen a las delegaciones de López Inc., en Suiza, Londres y Francia y, sin más dilación, comienza la reunión, a la que yo asisto calladita y atenta.

Es lo mejor que puedo hacer hasta que le coja el tino al asunto.

El tiempo pasa y mi móvil vibra después de una hora.


¿Dónde estás?


Con disimulo, lo leo y comienzo a teclear:


Sigo en la reunión. Cuando acabe, te llamo.


Como no deseo que continúe interrumpiendo mi atención, apago el móvil y me centro en lo que va a ser mi nuevo trabajo.


Otra hora después, cuando la reunión termina, decidimos subir todos a la cafetería, que está en la planta novena. Al entrar, veo que algunos trabajadores me miran; sin duda saben quién soy, las noticias deben de haber volado por López Inc., y me pone mala ver cómo cuchichean.

Mika, que también se ha dado cuenta, se acerca a mí y murmura:

—Tranquila. Muéstrate tal y como eres y pronto te perderán el miedo.

Asiento.

Sin duda, me va a tocar pasar por lo mismo que me tocó aguantar en Madrid, cuando en la oficina todo el mundo se enteró de que yo era la novia de la jefaza.

La diferencia es que aquí ya no soy su novia, sino ¡su mujer!

Cuando llegamos a la barra, pedimos unos cafés. Paseo la mirada por la cafetería y entonces veo entrar a una chica rubita con una cara preciosa y un moñito encantador. La observo, se sienta lejos de nosotros y veo que habla por teléfono, mientras se toca con deleite un mechón de pelo que le cae en la cara.

¡Qué mona!

La conversación que se traen los que están a mi alrededor hace que deje de mirarla y me incluya en ella, hasta que Harry, el inglés que ha estado sentado a mi lado todo el tiempo, me pregunta:

—¿Qué te ha parecido la reunión?

Sonrío, me toco la frente y respondo:

—Aunque estoy un poco descolocada, ha sido interesante. Sólo espero ponerme al día rápidamente en muchas cosas para estar a su altura.

Harry sonríe.

—Tranquila—dice—No tengo la menor duda de que lo harás muy bien.

—Gracias —murmuro agradecida por su positividad.

De nuevo nos unimos a la conversación del grupo cuando Teo, el francés, pregunta mirándome:

—¿Y cuándo te reincorporas totalmente, Brittany?

Yo miro a Mika.

—Brittany trabajará a media jornada durante dos meses, mientras Margerite esté de baja —explica ella.

Todos me miran por eso de la media jornada, veo en sus expresiones que no entienden nada, pero no voy a ser yo quien se lo explique.

Me niego.

La conversación se reanuda y me siento feliz. Nadie habla de niños, nadie habla de papillas y, sobre todo, ¡nadie canta el tallarín, ni llora!

Ahora que pienso en llorar, ¿cómo estarán mi monstruita y mi Superman?

Rápidamente, me quito sus imágenes de la cabeza, o me pondré ñoña, y me centro en la conversación adulta que se desarrolla ante mí.

Minutos después, cuando alguien pregunta por mi extraño acento y se enteran de que soy española, espero lo de siempre pero, por increíble que parezca, ninguno dice eso de «Olé..., toro..., paella».

Aisss, madre, ¡no me lo puedo creer!

Por fin digo que soy española y nadie toca las castañuelas con las manos.

Sonrío, y es tal mi sonrisa que Harry, el inglés, se acerca a mí y pregunta:

—¿Por qué sonríes?

Sin poder evitar mi sonrisa, lo miro y respondo:

—Porque hoy está siendo un día perfecto.

Ahora el que sonríe es él. Me mira y sugiere:

—¿Otro café?

Asiento.

Lo pide y, cuando el camarero lo pone ante nosotros y estoy echando el sobrecito de azúcar, oigo que Harry dice al tiempo que señala mi anillo:

—Por lo que veo, estás casada.

Con cariño, miro el dedo en el que orgullosamente llevo el anillo que Santana me regaló y que tanto significa para nosotras y digo:

—Sí.

Segundos después, los dos volvemos a mirar a los demás, que hablan de trabajo. Así estamos como veinte minutos cuando proponen que vayamos a comer todos juntos. Sé que debería regresar a casa, pero me apetece asistir a la comida, por lo que decido llamar a Emma para ver cómo están los niños.

Me separo un metro del grupo para hablar y sonrío cuando ella me pone a mi Superman al teléfono. Le hablo y me suelta un par de frases divertidas. Tanto él como Susan están bien, y vuelvo a sonreír en el momento en que oigo los lloriqueos de la niña de fondo. Mi monstruita está perfectamente.

En cuanto cuelgo, me dispongo a llamar también a Santana para informarle de que me voy a comer fuera, pero de pronto la veo entrar por la puerta de la cafetería.

¡Lo sabía!

Ya se ha enterado de que estoy ahí y ha bajado a cotillear.

Mal empezamos si ya comienza con ese control.

Con cautela, no se acerca a nosotros, pero sé que me observa tras sus morenas pestañas. No es tonta, y sabe que, como se le ocurra acercarse, me voy a enfadar, por lo que se mantiene alejada del grupo. Sin embargo, cuando Mika la ve, rápidamente la saluda y Santana, aprovechando la oportunidad, se une a nosotros.

Con su típica cara de «aquí mando yo», les estrecha la mano a los demás, que lo saludan con formalidad.

¡Es la jefaza!

Y, sin perder un segundo, se coloca a mi lado, me agarra de forma posesiva por la cintura y dice:

—Veo que ya conocen a mi preciosa y encantadora mujer.

Los otros tres hombres me miran boquiabiertos.

Yo sonrío..., sonrío..., sonrío ¡o abofeteo a Santana por eso!

Pero ¿qué es eso de «preciosa y encantadora mujer» en el trabajo?

Sólo le ha faltado levantar la pata y mearme como un perro para marcar su territorio.

¡Será gilipollas!

Harry me mira, yo lo miro y vuelvo a sonreír. Por suerte, él hace lo mismo que yo.

Durante varios minutos todos hablan, mientras yo escucho con una prefabricada sonrisa en los labios, hasta que Santana, mirándose el reloj, me mira, después se dirige a Mika y pregunta:

—¿Han terminado con la reunión?

Ambas asentimos.

—Sí, Santana—dice Mika—Ahora estábamos pensando en ir a comer todos juntos.

Sin mirarme, veo que mi morena se apresura a responder:

—Qué gran idea. Avisaré a mi secretaria para que reserve en el restaurante de enfrente.

Los hombres y Mika aceptan encantados. Comer con la jefaza es un lujo, pero yo creo que la mato..., creo que la voy a matar.

¿Por qué se autoinvita a esa comida?

Sin soltarme, me observa y sonríe, y yo le muestro con mi mirada lo que pienso.

Santana me conoce, sabe que lo que está haciendo no me está gustando un pelo. Pero, sin cortarse, coge mi mano y dice:

—Mika, adelántense ustedes al restaurante. Britt y yo iremos enseguida.

Ea..., ¡ya me ha separado del grupo!

Repito: ¡la mato!

Camino a su lado hasta llegar al ascensor y, cuando voy a decir algo, un empleado se para junto a nosotras.

Me callo.

En silencio, cogemos el ascensor junto a más trabajadores, que me miran con curiosidad. Yo les sonrío, no quiero que piensen que soy una estirada por ser la señora López-Pierce.

En cuanto llegamos a la planta décima, Santana, que todavía no ha abierto la boca, tira de mi mano con delicadeza y caminamos juntas hacia su despacho.

Al pasar veo a varias mujeres que me observan con atención, y les sonrío.

¡Sonrío a todo bicho viviente!

Llegamos ante la puerta de su despacho, y me sorprendo al ver a la chica rubia de carita preciosa y moñito gracioso en la cabeza sentada en la silla donde suele estar Dafne, la secretaria de Santana.

Nuestras miradas se encuentran cuando mi esposa dice con voz de ordeno y mando:

—Gerda, llama al restaurante de Floy y diles que reserven una mesa para seis ¡ya!

La joven asiente, deja de mirarme, coge rápidamente el teléfono y comienza a marcar mientras Santana y yo entramos en el despacho.

Una vez nos quedamos solas y ella cierra la puerta, me mira y sisea sin levantar la voz:

—Aceptaste trabajar media jornada y luego regresar con los niños a casa, ¿lo has olvidado ya?

Me dispongo a contestarle cuando vuelve a la carga:

—Te dije que me llamaras en cuanto acabara la reunión.

Molesta por sus modales, me retiro de ella y respondo con sorna:

—¿Para qué? Ya me estabas vigilando con tus informadores.

Santana resopla. Se toca el pelo y, cuando va a hablar, la señalo con el dedo y murmuro:

—Muy mal, Santana, comenzamos muy mal. Si voy a trabajar en esta empresa, necesito libertad de movimientos; no quiero sentir tus ojos ni los de nadie pegados a mi nuca. Pero ¿qué te ocurre? ¿Acaso ni trabajando en tu jodida empresa te vas a fiar de mí?

Ella no contesta.

Su mirada me hace saber lo furiosa que está y más aún porque la llame con su nombre completo, y yo, que no estoy mucho mejor que ella, camino hacia los grandes ventanales.

Me está entrando un calor infernal, y no precisamente por lo que me suele entrar siempre.

Una vez llego a los ventanales miro hacia la calle y, segundos después, siento que Santana camina en mi dirección. Calentita como estoy, me vuelvo y le suelto:

—No me extraña que Flyn tenga esos retorcidos pensamientos referentes a que yo trabaje, si tú, que me conoces, no te fías de mí.

Santana no contesta, y prosigo:

—Yo sólo quiero trabajar, sentirme bien conmigo misma pero, desde luego, si eso va a suponer estar todo el día con miedo a que tú te sientas molesta por con quién hablo o con quién tomo un café, ¡apaga y vámonos!

En ese instante se oyen unos golpecitos en la puerta, ésta se abre y aparece la rubia del moñito.

—Señora López-Pierce—dice tocándose el pelo con coquetería—, Ya he reservado en el restaurante.

—Muy bien, Gerta. Gracias—afirma Santana con rotundidad.

Mi mirada y la de ella chocan y, rápidamente, deduzco que con quien hablaba la tipa en la cafetería mientras se tocaba el pelo era con Santana.

Eso me enferma.

Estar con una mujer como ella implica estar alerta siempre en materia de mujeres y hombres, pero esa fase ya la pasé, o me habría vuelto loca. Aun así, la miradita de la del moño no me gusta un pelo, y cuando, tras esbozar una sonrisita tontorrona, da media vuelta y cierra la puerta, pregunto metiendo tripa:

—¿Dónde está Dafne?

Santana vuelve la mirada hacia mí y, entendiendo lo que pienso, responde con borderío:

—Dafne está de baja por maternidad, ¿algo más?

Uiss..., uisss, es verdad, Dafne tuvo un niño. Pero esa chulería tan Icewoman me mata.

Me cabrea.

¡Me pone a cien!

Tengo mucho más en la punta de la lengua por soltar, ¡estoy que muerdo!, pero no le voy a dar ese placer. Así que, negando con la cabeza, vuelvo a mirar por la cristalera y siseo:

—No estoy celosa, estoy enfadada. Quiero que lo sepas.

Llevaba tiempo sin que Santana me sacara tanto de mis casillas. Los últimos meses en casa con los niños han sido en ocasiones desquiciantes, pero en lo que respecta a la pareja, maravillosos y tranquilizadores. Sin embargo, ahora que quiero comenzar a trabajar, la cosa cambia.

Santana no me lo va a poner fácil, y Flyn tampoco...

¡La que me espera!

Santana me mira.

El reflejo del cristal me ayuda a ver todo lo que ella hace tras de mí, y resoplo. Veo que se abre la americana, se lleva las manos a la cintura y baja la cabeza.

Sin duda, se está dando cuenta de su error.

Lo sé.

La conozco.

—Escucha, Britt... —empieza a decir.

—No, escucha tú—siseo dándome la vuelta como un purito toro miura—Durante el tiempo que he estado en casa cuidando de los niños me he fiado de ti al cien por cien, a pesar de saber que tienes un enorme imán para atraer a las personas y trabajas rodeado de ellas—hablar sobre eso me hace temblar, pero prosigo—Ni una sola vez he dicho una mala palabra por tus viajes o por tus cenas de empresa, ni te he hecho sentir incómoda insinuándote cosas desagradables. Me fío de ti al cien por cien, y lo hago porque sé que me quieres, sé lo importante que soy para ti, y también sé que nadie te va a dar todo lo que yo te doy como mujer y madre de tus hijos. ¿Acaso he de pensar que hago mal fiándome de ti?

—No, Britt..., no —se apresura a responder.

—Bueno entonces, deja de pensar que voy a romper corazones allá por donde pise y...

—A mí me lo rompiste —dice mirándome, la muy granuja.

Inconscientemente, su respuesta me hace sonreír, pero contengo mi tonta risita y replico:

—Que sea la última vez que mandas a nadie a vigilarme durante mis horas de trabajo en la empresa, porque si me vuelvo a dar cuenta de ello, te juro que lo vas a lamentar.

Santana me mira.

Sabe que hablo en serio, e insisto:

—¿Qué va a pensar ahora Gerda de mí? ¿Acaso no te das cuenta de que, con lo que has hecho, puede sacar conclusiones equivocadas con respecto a nuestra relación?

Santana asiente.

Sabe que lo ha hecho mal. Cierra los ojos y, cuando los abre, responde:

—Te pido disculpas, Britt. Tienes razón en todo lo que dices.

Resoplo...

Me mira...

La miro y, cuando veo esa mirada arrepentida que tanto adoro y que conozco tan bien, suelto un quejido.

—San...

No hace falta que diga más.

Mi amor, mi chica, mi todo, da un paso hacia mí y me abraza. Ninguna habla durante unos segundos, hasta que ella finalmente dice:

—Prometo que no volverá a suceder.

—Eso espero —asiento, deseosa de que sea así.

Como siempre, es mirarnos y, ¡zas!, nos besamos.

A pesar de ser dos polos opuestos, nuestro imán nos atrae y disfrutamos de nuestro maravilloso beso. Pero, como siempre que lo hacemos, el calor nos invade y, separándome de ella, murmuro:

—Cariño..., estamos en tu despacho.

Mi amor asiente, me mira a los ojos y replica:

—Creo que ahora que voy a tenerte de nuevo cerca en el despacho tendré que hacer obras.

—¡¿Obras?!

Santana sonríe y, sin soltarme, añade:

—Un archivo dentro de mi despacho..., ¿no crees que nos vendría bien?

Me río al oír eso.

Ninguna de las dos ha olvidado nuestros encuentros locos e imprudentes en el archivo que había en el despacho de Madrid.

—Qué buena idea, señora Pierce-López—digo.

Entre risas, nos besuqueamos. Recordar nuestros comienzos siempre es divertido, morboso y caliente. Tras su último beso, Santana pregunta:

—Ahora en serio, cielo, ¿quieres que vaya a esa comida o estarás incómoda?

La miro...

¡Me la como!

Y finalmente, agarrándola de la mano, contesto:

—Claro que quiero que vengas, cariño. Eres la jefaza; además, ¡así pagas tú!

Mi Icewoman sonríe, se abrocha la chaqueta, recupera la compostura y, de la mano, salimos del despacho. Una vez fuera, Gerta nos mira, Santana suelta mi mano, me agarra posesivamente por la cintura y dice:

—Gerta, para cualquier cosa urgente, estaré comiendo con mi preciosa mujer.

La del moñito asiente, yo sonrío y, feliz con mi esposa, nos vamos a comer.


Cuando llegamos al restaurante, los demás ya están ahí, y Mika sonríe al vernos. Floy, el dueño del local, viene rápidamente hacia nosotras y nos saluda. Complacida, le doy dos besos; no es la primera vez que como ahí con Santana. A continuación, nos reunimos con el resto del grupo, y Floy nos lleva con amabilidad a la mesa que tenemos reservada.

Una vez ahí, dejo que Santana elija sitio, yo me coloco a su derecha, y Mika se apresura a ponerse a mi izquierda. Harry, el inglés, se acerca a ella y le retira la silla.

¡Qué galante!

Una vez nos sentamos todos, el camarero reparte las cartas y escogemos lo que queremos comer.

Cinco minutos después, tras hacer la comanda con el camarero, éste se va y aparece otro que de forma ordenada nos sirve vino en las copas. Una vez acaba y se marcha, Teo, el francés, coge la suya, la levanta y dice:

—Brindemos por la señora López-Pierce y por su incorporación a la empresa.

Vale..., he pasado de ser Brittany a ser la señora López-Pierce.

¡Vaya mierda!

Eso en cierto modo me cabrea, porque sé que ya nunca me tratarán como a una igual. Sin embargo, todos levantan amigablemente sus copas y brindan.

No miro a Santana.

Sé lo que piensa, como sé que ella sabe lo que estoy pensando yo en ese instante.

Doy un sorbito al vino y, sin poder reprimirme, aclaro:

—Teo, por favor, para mí sería mucho más fácil si en el trabajo me llamaras por mi nombre como yo te lo llamo a ti. Sin duda, soy la mujer de Santana, eso ya lo sabemos, pero a nivel laboral simplemente quiero ser Brittany Pierce.

Veo que todos se miran con disimulo cuando Harry, el inglés, levanta su copa y dice:

—¡Por Brittany!

De nuevo todos, vuelven a brindar. Con el rabillo del ojo, observo que Santana se tensa, pero entonces dice, sorprendiéndome:

—Les agradeceré a todos que traten a mi mujer como a una más en el trabajo y la llamen por su nombre. Sin duda, Brittany es una persona con carácter y, si no lo hacen, ¡a mí no me vengan con quejas!

El comentario los hace reír, y el ambiente se relaja. Sin duda, Santana, como siempre, los tiene acojonados.


Cuando acabamos de comer, Santana y yo nos despedimos de todo el mundo. Luego, yo me dirijo a Mika y susurro:

—Mañana elegiré el color del despacho.

Ella me guiña un ojo y nos vamos. Caminamos hacia el edificio López Inc., entramos en él y bajamos al garaje a por nuestro coche. Cuando nos montamos, miro a Santana y pregunto:

—¿Por qué no trabajas esta tarde?

Ella arranca el coche y, guiñándome el ojo, murmura:

—Porque quiero estar contigo y, como soy la jefa, me lo puedo permitir.

Sonrío.

Me encanta esa respuesta.


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 13

Mensaje por 23l1 Jue Dic 03, 2015 12:11 am

Capitulo 13

El martes, cuando Rachel y Quinn dejaron a Sami en el colegio, el gesto de la abogada era serio.

Rachel, que sabía por qué, exclamó antes de montarse de nuevo en el coche:

—Basta ya, por Dios, Quinn, que sólo voy a una entrevista en...

—Me hierve la sangre que lo hagas.

—Quinny, accedí a casarme contigo... —dijo Rachel sonriendo.

—Sí—siseó la abogada—, Pero no me diste fecha.

Rachel sonrió de nuevo e, intentando que Quinn lo hiciera también, cuchicheó:

—Ésa será otra negociación. A ver si te crees que sólo tú piensas lo que negocias.

Quinn la miró con el ceño fruncido.

Era lista, muy lista.

—No me hace ni pizca de gracia que vayas a esa entrevista—gruñó.

—Quinn...

—Vale, Berry. Sé que llegamos a un acuerdo. Tú te casas conmigo y yo no pongo objeción a ese trabajo, pero ¡joder, Rach, ¿por qué?!

Rachel la miró, resopló y, cuando se disponía a responder, Quinn prosiguió gesticulando mucho con las manos:

—No necesitamos el dinero. Con lo que yo gano tenemos para vivir holgadamente Sami, tú y yo.

—Mira que te pones fea cuando discutes.

—Estoy hablando en serio, Rach—repuso Quinn mirándola.

—Y yo también —afirmó Rachel sonriendo.

Quinn maldijo.

En ocasiones, discutir con su novia era desesperante y, sin dar su brazo a torcer, insistió:

—Ya te he dicho que, si quieres un trabajo, Santana estará encantado de...

—¡Santana!—la cortó Rachel perdiendo su humor—Pero ¿tú te crees que Santana es una ONG? Joder, Quinn, que Santana tiene que mirar por su empresa. Bastante ha hecho ya accediendo a la petición de Britt como para que encima...

—Rach—protestó Quinn—Sin que yo le dijera nada, Santana me comentó que si quieres incorporarte al mundo laboral puede reubicarte en su empresa. Pero, cariño, si hasta podrías trabajar en mi despacho.

—¿De secretaria?

—Sí.

—Por Dios, ¡qué aburrimiento!

Quinn resopló.

—Estoy convencida de que serías una excelente secretaria—aseguró.

—Mira, Quinn, no me jorobes—replicó Rachel meneando la cabeza y, sin pensar lo que decía, agregó—Si quisiera un trabajo de oficina, sólo tendría que decírselo a mi papá y lo conseguiría en el consulado de Estados Unidos.

Nada más decir eso, cerró los ojos.

Acababa de meter la pata hasta el fondo.

—¿Qué has dicho?—preguntó Quinn.

Rachel se rascó la oreja.

¿Cómo podía ser tan bocazas?

—¡Ah, genial, Superwoman! ¡Genial!

—Habló Batichica.

Pero la abogada, más furiosa a cada instante que pasaba, se alejó de Rachel y preguntó:

—¿Me estás diciendo que no le has pedido un trabajo de oficina a tu papá porque te aburre?

Rachel no quería mentirle, así que dijo:

—Escucha, Quinn. Estar contigo y con Sami todos los días me llena, y soy tremendamente feliz de tenerlas y disfrutarlas, pero... pero necesito algo más. Estoy acostumbrada a un empleo con actividad, acción y...

Sin querer escucharla, Quinn accionó el mando a distancia de su coche y las puertas se abrieron.

—¡Perfecto!—exclamó—Ahora resulta que Sami y yo somos poco para ti.

Rachel abrió la boca y, cuando Quinn fue a moverse, la empujó contra el vehículo, acercó su cara a la de ella y siseó:

—Yo no he dicho eso. Ustedes son lo más importante de mi vida. Simplemente estoy diciendo que necesito un trabajo que me proporcione algo de actividad. Yo no valgo para estar sentada detrás de una mesa como lo estás tú. ¿Tan difícil es de entender?

Molesta por sus palabras y por el empujón que le había dado, Quinn la miró.

—No—gruñó—A la que le resulta difícil de entender que tanto Sami como yo te queremos y te necesitamos a nuestro lado todos y cada uno de los días es a ti. ¿De verdad no lo entiendes?

—Joder, Quinn, que no estoy hablando de regresar a Afganistán ni a ningún punto caliente. Sólo se trata de ser escolta y...

—Escolta—repitió Quinn cortándola mientras tecleaba en su móvil—Según la Wikipedia, un escolta es un profesional de la seguridad, pública o privada, especializado en la protección de personas (con poder político, económico o mediático). Un escolta es un experto en combate cuerpo a cuerpo, especialista en armas de fuego y armas blancas, capacitado para minimizar cualquier situación de riesgo. Y, una vez dicho esto, ¿me estás diciendo que no tengo de qué preocuparme? Joder..., Rach..., joder... ¿Por qué es todo tan difícil contigo?

—Visto así, parece...

—Visto así no parece, Rach, ¡es lo que es! Es un trabajo arriesgado, y yo no quiero ese riesgo para mi mujer. No lo quiero para ti y Sami tampoco, ¿es que no lo entiendes?

Lo entendía.

¡Claro que lo entendía!

Pero, como no quería dar su brazo a torcer, dio un paso atrás y replicó:

—Quinn, lo de hoy es sólo una entrevista en el consulado. Una toma de contacto.

Incapaz de mantenerse un segundo más junto a Rachel, que no quería comprender lo que decía, la abogada se metió en su vehículo y, ante la cara de sorpresa de Rachel, arrancó y se marchó.

No tenía ganas de seguir discutiendo.

Con la boca abierta porque la hubiera dejado plantada, Rachel la observó alejarse a todo gas. Cuando la perdió de vista, se disponía a parar un taxi y entonces vio a Louise. Con una sonrisa, levantó la mano para saludarla, pero ella no le devolvió el saludo, sino que se metió directamente en su vehículo y se marchó.

Sorprendida, al final Rachel paró un taxi.

—Al Consulado General de Estados Unidos en Múnich, en Königinstraße, 5—le indicó al conductor.



Media hora después, cuando llegó y pagó la carrera, se quedó mirando el edificio. Sin duda, no era una maravilla, pero era el consulado. En la entrada, entregó su pasaporte estadounidense y le indicaron adónde tenía que ir. Con paciencia, esperó durante diez minutos cuando de pronto una voz dijo a su derecha:

—Rachel Berry.

Al oír aquella voz, Rachel miró y se levantó sonriendo.

—Comandante Lodwud —murmuró sorprendida.

Durante unos segundos, ambos se miraron a los ojos, hasta que el hombre, reaccionando, cogió una carpeta que le tendía una muchacha que había tras un mostrador.

—Dígale a Cheese Adams que yo entrevistaré a la señorita Berry —indicó.

Acto seguido, se volvió hacia Rachel:

—Acompáñeme, por favor.

Sin dudarlo, ella lo siguió hasta su despacho y, cuando la puerta se cerró, se miraron fijamente a los ojos y se fundieron en un abrazo. En otra época se habían necesitado mutuamente y, aunque aquel cariño habría sido poco comprensible para los demás, ellos lo entendían y se respetaban.

Cuando se separaron, el comandante Lodwud la miró y dijo:

—Estás preciosa. Si cabe, más bonita que nunca, en especial porque no tienes ojeras.

Ambos rieron, y a continuación Rachel preguntó:

—¿Qué haces aquí, James?

Él le señaló una silla y, una vez se hubo sentado él también, explicó:

—Pedí el traslado al consulado hace cerca de ocho meses, ¡después de casarme!

A cada instante más sorprendida, Rachel sonrió, y él, cogiendo un marco de fotos que había sobre la mesa, dijo con orgullo:

—Mi esposa, Franzesca.

Asombrada, Rachel observó el rostro sonriente de la mujer y, una vez hubo encajado la estupenda noticia, miró a su antiguo amigo y declaró:

—Enhorabuena, James. Me alegra saber que lo superaste.

Él asintió.

—Cuando te marchaste y vi que tú habías sido capaz de superar lo de Mike, supe que yo debía hacer lo mismo en referencia a Daiana y, al no tenerte a ti para jugar a lo que jugábamos, reconozco que todo fue mucho más fácil.

Rachel asintió.

Inevitablemente, recordó entonces aquellos instantes en los que, tras una misión, ella acudía al despacho del comandante y, después de cerrar la puerta con pestillo, se desnudaba para él y, mientras lo llamaba Mike y él a ella Daiana, disfrutaban de un juego oscuro que en cierto modo no los dejaba ir hacia delante.

Muchas habían sido las madrugadas en que aquellos dos habían escogido a un tercero, hombre o mujer, les daba igual, para continuar con sus calientes juegos. Infinidad de veces, Rachel se sentaba sobre sus piernas, se tapaba los ojos con un pañuelo y le exigía que la follara de forma despiadada mientras pensaba que era Jesse quien lo hacía.

Ése fue su juego.

Un juego que pocos conocieron pero que ellos disfrutaron sin necesidad de implicar sentimientos, tan sólo morbo y egoísmo.

Con eso les sobraba.

—De verdad, James. ¡Enhorabuena! —consiguió repetir.

Él sonrió y, tras dejar la foto de nuevo sobre la mesa, miró su mano y preguntó:

—¿Cómo está Sami?

Rachel sacó una foto de su cartera.

—Preciosa y mayor—dijo—¡Y por fin ya pronuncia la erre!

El comandante miró la foto que le mostraba y sonrió. La pequeña estaba increíblemente mayor y bonita.

—¿Y los muchachos? ¿Ves a alguno de tus excompañeros?

—Sí. Siempre que puedo y están en Múnich, quedo con Toby y Caleb, ¿los recuerdas?

El militar asintió y murmuró sonriendo:

—Caleb siempre me miraba con mala cara. Nunca le gusté. No sé por qué me da que intuía lo que tú y yo hacíamos en aquel despacho cuando venías a entregarme los informes.

Rachel sonrió.

Caleb nunca le había dicho nada.

—Lo dudo —contestó—Me lo habría dicho.

Ambos asintieron, y a continuación él le soltó:

—No me digas que ya no estás con esa abogada tan bonita que te gustaba tanto...

—Sí. Sí estoy con ella —replicó ella.

—¿Y por qué no te has casado?—dijo él enseñándole su anillo de matrimonio.

Al oír eso, Rachel se encogió de hombros.

—Porque es algo que aún me queda por hacer —respondió.

El comandante sonrió.

La conocía muy bien y sabía que aquella contestación significaba que no quería hablar del tema. Así que, abrió la carpeta que había cogido de la secretaria, le echó un ojo y, al ver la carta escrita por el padre de la joven, preguntó:

—¿Quieres trabajar como escolta?

Aún confundida por habérselo encontrado ahí y por la discusión que había tenido con Quinn, Rachel respondió:

—Me lo estoy planteando, James. De momento quiero informarme del trabajo para valorar si me siento capacitada para ello.

James asintió y comenzó a hablarle de los requisitos necesarios para ser escolta en el consulado. Afortunadamente, Rachel los reunía todos.

Entonces, él le entregó un papel y prosiguió:

—El salario base es éste. A esto has de añadir un plus de peligrosidad, transporte, vestuario, viajes, etcétera—y, parándose para mirarla, preguntó—Esa abogada con la que vives... ¿está de acuerdo con que trabajes en esto?

Rachel sonrió.

Sin lugar a dudas, James comenzaba a hacerse preguntas en relación con ella.

—Esa abogada se llama Quinn, y no, no está de acuerdo con que trabaje en esto.

El comandante asintió y, dejando los papeles sobre la mesa, se echó hacia atrás en su silla y señaló:

—Si fueras mi mujer, yo tampoco estaría de acuerdo.

Ella lo miró divertida.

—¿En serio me estás diciendo lo que he oído? —musitó.

—Totalmente en serio —afirmó él.

—¿Y desde cuándo eres tan tradicional?

Lodwud soltó una risotada y contestó:

—Desde que Franzesca me enamoró. Si te soy sincero, como hombre enamorado que soy, no me gustaría que Franzesca estuviera de viaje continuamente, sirviendo de cortafuegos de otra persona. Y si esa abogada te quiere la mitad de lo que yo quiero a Franzesca, te aseguro que no le gustará.

—¡Ja! —suspiró ella.

El comandante sonrió y Rachel, cogiendo los papeles que él había extendido por la mesa, preguntó:

—¿Para cuándo necesitas cubrir la plaza de escolta?

—Para julio.

Ella asintió y entonces él añadió:

—Si me dices que sí, el puesto es tuyo. El oficial Cheese Adams y yo estamos entrevistando a los aspirantes, pero te aseguro que, si tú lo quieres, cerraremos las entrevistas.

El corazón de Rachel aleteó con fuerza. Aquella nueva aventura le gustaba, la atraía. Sin embargo, decidida a no dejarse llevar por la efusividad, se guardó los papeles en el bolso y se puso en pie.

—Prefiero pensarlo un poco más y hablar con Quinn —dijo.

El militar se levantó y asintió. Luego la abrazó y murmuró:

—Decidas lo que decidas, llámame. Me encantará presentarte a Franzesca.

—Lo haré —contestó ella sonriendo.

—Da un beso grande a Sami, saludos a Quinn y, por supuesto, a Toby y a Caleb, ¿de acuerdo?

Encantada de haber vuelto a ver a su viejo amigo, Rachel asintió y, tras darle un último beso en la mejilla, abrió la puerta y se marchó.

Tenía que pensar.


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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Dic 03, 2015 2:33 am

pero que mujeres mas cavernicolas son santana y Quinn solo quieren a sus esposas para casita. de que pelo. no se porque pero de todo lo que voy leyendo no se me quita como la espinita de que santana oculta algo a britt y muy pronto lo va a descubrir. Siempre me parecen graciosas las expresiones de britt pero tiene que hacer respetar sus deseos de laborar.
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por micky morales Jue Dic 03, 2015 8:03 pm

Bueno, aqui va mi humilde opinion, yo si estoy casi segura de que santana se trae algo entre manos, entiendo a britt pero como siempre lo he dicho, ella sabia con quien se casaba asi que ahora no se venga a quejar. Ahora, pienso que Quinn tiene toda la razon, si amas a alguien no quieres que se la pase viajando y poniendo en riesgo su vida, tienen una niña, mas o menos, se la dejara a Quinn todo el tiempo? a ver si lo entienden!!!!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Jue Dic 03, 2015 8:33 pm

marthagr81@yahoo.es escribió:pero que mujeres mas cavernicolas son santana y Quinn solo quieren a sus esposas para casita.  de que pelo.  no se porque  pero de todo lo que voy leyendo no se me quita como la espinita de que santana oculta algo a britt y muy pronto lo va a descubrir.  Siempre me parecen graciosas las expresiones de britt pero tiene que hacer respetar sus deseos de laborar.



Hola, ajajajaj lo son vrdd¿? jajajaajajajja. =O como q¿? xq lo dices! =O Jajajjajajaja esa britt jajjaajajaj es lo mejor aquí vrdd jajajaj. Saludos =D




micky morales escribió:Bueno, aqui va mi humilde opinion, yo si estoy casi segura de que santana se trae algo entre manos, entiendo a britt pero como siempre lo he dicho, ella sabia con quien se casaba asi que ahora no se venga a quejar. Ahora, pienso que Quinn tiene toda la razon, si amas a alguien no quieres que se la pase viajando y poniendo en riesgo su vida, tienen una niña, mas o menos, se la dejara a Quinn todo el tiempo? a ver si lo entienden!!!!!


Hola, jajaja y como siempre es bn recibida! jajaajaj. Toda la razón, así conoces a la persona, así te gusto... no intentes que sea diferente, entonces ¬¬ Jajajajaj toda la razón ai... y mis palabras se contradicen, ajajajajajaja pero esk rach tiene q buscar otro trabajo xD jajajajajajaja. Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 14

Mensaje por 23l1 Jue Dic 03, 2015 8:35 pm

Capitulo 14


Durante el resto de la semana voy todas las mañanas a López Inc., y los niños, al ver que me marcho, lloran.

¡Qué difícil es dejarlos así!

Santana observa y no dice nada. Pero la conozco y sé que en su interior se muere por reprocharme el llanto de los niños y los gritos del pequeño Santiago cuando dice aquello de «¡Mami, no te vayas!».

Siempre que lo oigo, se me parte el corazón.

Mi pequeñín me quiere a su lado y yo quiero estar con él, pero también necesito mi propio espacio o me volveré loca.

Flyn sigue enfadado conmigo pero, a diferencia del pequeño Santiago, en vez de pegarse a mí cuando regreso a casa, se aleja más y más. Como es mayor, le doy espacio, ya se le pasará.

El martes elegí el color de las paredes de mi despacho. Gris claro. Con los muebles oscuros queda bien y profesional.

En la oficina, por las mañanas, me empapo durante horas de todo lo que Mika me entrega, y el viernes, cuando estoy en mi despacho sentada por primera vez, llega una preciosa planta con una notita que dice:


Yo sé lo mucho que vales.
Ahora demuéstrales a ellos lo mucho que vale Brittany Pierce.
T.Q. y, como dice nuestra canción, «Te llevo en mi mente desesperadamente».



Santana.

Sonrío al leer lo que mi amor ha escrito y me pongo tontorrona. Cinco años de amor con nuestros altibajos, pero cinco años que volvería a repetir con los ojos cerrados.

Al recordar nuestra canción mi corazón salta de alegría mientras soy consciente de que Santana está cumpliendo lo que me prometió. No ha vuelto a molestarme ni a espiarme en la oficina.

Una vez elijo sitio para la bonita planta, estoy contenta y, tras coger mi móvil, escribo:


Gracias por la preciosa planta; ¿comes conmigo? Invito yo.


Dos segundos después, suena mi teléfono.


Te espero en el parking dentro de dos horas.


Sonrío.

Me agrada saber que no lo ha dudado. Dejo el móvil sobre la mesa y comienzo a mirar unos documentos mientras tarareo encantada nuestra bonita canción.

Una vez termino el último papel, mis ojos se posan de nuevo en el teléfono de la mesa.

Descuelgo, marco y, cuando oigo una voz, digo:

—Hola, papá.

—Britty..., qué alegría hablar contigo, cariño.


Mi papá, como siempre tan cariñoso. Qué gusto hablar con él.

Durante un buen rato charlamos de todo un poco, hasta que dice:

—Por cierto, el otro día vi al escandaloso de tu amigo Sebas y me contó que se marchaba a hacer un viaje por Alemania. Me pidió que te dijera que, si pasaba por Múnich, te llamaría para verte.

Pensar en ello me hace feliz. Sebas es un divertido amigo con el que no puedo parar de reír, a pesar de que a Santana la saque de sus casillas por lo mucho que vacila y la piropea.

Como dice mi papá, es escandaloso a más no poder.

—Ojalá pase por Múnich—digo—Será genial verlo.

—A ver, Britty, ¿al final vienen este año a la feria?


Oír eso me subleva, ya que sigo sin convencer a Santana para que me acompañe. Finalmente respondo:

—No lo sé, papá.

Y, para culpabilizarme a mí y no a la tonta de mi esposa, añado:

—Recuerda que he comenzado a trabajar, y ahora pedir unos días es complicado.

—Pero, Britty, tu esposa es la dueña de la empresa. ¿Por qué va a ser complicado?


La sagacidad de mi papá me hace sonreír.

—Papá...—respondo—, No quiero que la gente vea que tengo trato de favor y comiencen a decir tonterías. Por favor..., por favor, entiéndelo. Te prometo que si puedo iremos todos y, si no, lo dejamos para el año que viene.

Durante varios minutos, mi papá protesta con elegancia. Siempre le ha gustado que mi hermana y yo estemos en la Feria de Jerez con él. Yo lo escucho sin decir nada.

—¿Sabes que tu hermana se va a México?—dice entonces.

—Sí—contesto—Yo también. Es el bautizo de los hijos de Artie y Sugar. Recuerda que Noah es el primo de Artie.

—Sí, hija, eso lo sé. Pero, al parecer, Noah tiene negocios que atender y quiere aprovechar ese viaje para ello. Se irán una semana antes con Lucía y Mason
—luego, bajando la voz, murmura—Eso sí, Becky no va. Es más, la tengo aquí. Al parecer, tu hermana y ella han discutido.

No me sorprende para nada oír eso.

Cada vez que Becky y mi hermana discuten, la niña se va con mi papá. Pobrecito, la que le ha caído con las mujeres de la familia.

—Mira, Britty—añade entonces—, Si algo he aprendido con todas ustedes es a no preguntar. Tu hermana simplemente dijo que la niña se quedaba conmigo, y Becky y ella casi no se hablan. Y, como hombre juicioso que soy, esperaré pacientemente a que alguna me cuente lo ocurrido. Por cierto, Becky está aquí; ¿quieres hablar con ella?

Lo que ha dicho me hace sonreír.

Anda que no es listo mi papá y, acomodándome en la silla, respondo:

—Sí, papá. Dile que se ponga.

Durante unos segundos oigo la voz de mi papá, que llama a mi sobrina. Su voz, esa ronca y dulce voz suya, que me encanta.

—Hola, tita—oigo entonces que dice Becky.

—Hola, cariño. ¿Qué tal?

—¡Super... superguay! Por cierto, dile al puñetero Jackie Chan López-Pierce que...

—¡Becky!

—¿Qué paaasa?

—Pero ¿por qué lo llamas así?


La jodía suelta una risotada.

Si es que es para matarla...

—Tita...—cuchichea—, Es su nuevo nick, ¿no lo sabías?

No, no lo sabía.

Siempre ha odiado que lo relacionen con un chino.

Le reprocho:

—Mira, Becky, ya sabes que a él le joroba que...

—Pero, oye, tita... A ver si ahora vas a ser como mi mamá, que se quedó en el siglo pasado.

—Pero ¿de qué hablas?


Oigo resoplar a mi sobrina.

Me la imagino mirando al techo como hago yo cuando pregunta:

—¿Acaso no has visto cómo se llama en su nuevo perfil de Facebook?

Lo pienso..., claro que lo sé.

En su perfil se llama Flyn López-Pierce, por lo que me sorprendo cuando Becky dice:

—En su nuevo perfil se llama Jackie Chan López-Pierce, pero no digas nada si él no te lo ha dicho o me bloqueará.

—¡¿Qué?!


Becky se parte.

La oigo reír como una posesa mientras me cuenta lo divertido y ocurrente que es el nuevo Flyn por Facebook. Eso me sorprende, ya que en casa tiene siempre una cara de amargado que parece que haya mordido un limón.

Charlo con mi sobrina durante un buen rato, me habla de sus amigas Chari y la Torrija, hasta que, intentando cambiar de tema, le pregunto:

—¿Qué ha ocurrido para que no te hables con tu mamá?

—Nada.

—El que nada no se ahoga, Becky
—replico, e insisto—Desembucha ¡ya!

Oigo su resoplido.

Ésta es de resoplidos como yo.

—Tita...—dice finalmente—, Mi mamá, que es una agonías.

—¡Becky!

—Te lo digo en serio.

—Y yo te digo en serio que no me gusta que hables así de tu mamá. Es mi hermana y la quiero, ¿entendido?

—Ay, tita, yo también la quiero, pero es que a veces parece que haya nacido en el siglo pasado. ¡Cómo puede ser tan agonías!


Asiento.

La niña no me ve, y entiendo lo que dice, que a mí también me lo parece en ocasiones, pero no le voy a dar la razón.

¡Sólo le faltaba eso!

Me imagino a mi papá con la oreja puesta, así que insisto:

—No te andes con rodeos y cuéntame. Ya sé que tu mamá en ciertas cosas es un poco...

—¡¿Un poco?!
—gruñe ella—Por favor, tita, que tengo catorce años y todavía se empeña en ponerme horquillitas de Dora la Exploradora en el pelo, calcetines con puntillitas y en ir a buscarme al instituto.

Me río.

No lo puedo remediar.

Alison es mucha Alison, y más con sus niñas.

—¿Y?—pregunto.

—Bueno que me vino a buscar el otro día, llegó antes de la hora y, bueno..., yo... yo estaba con... con mi novio y...

Bueno..., bueno..., bueno...

¡¿Otra con novio?!

Me doy aire con la mano.

Si mi hermana vio lo que yo vi hace unos días con Flyn, entiendo que se escandalizara. Pero como no quiero parecer del siglo pasado como ella, pregunto:

—¿Tienes novio, Becky?

—Sí. Se llama Héctor, y ¡está para comértelo y no dejar ni los huesecitos!

—¡Becky!

—Tita, no me seas tú también antigua. Sólo te estoy diciendo la verdad. Héctor tiene un cuerpo de escándalo y un culooo durooo increíbleee.

—¡Pero, Becky!

—Y antes de que sigas protestando
—añade la muy descarada—, No pienso dejarlo por mucho que se empeñen todos.

Uisss, ¡que me da...!

¿Desde cuándo mi sobrina ha dejado de ver a niños para ver tíos buenísimos con cuerpos de escándalo y culos duros increíbles?

Me acaloro.

Me levanto de la silla.

Sin duda, las hormonas de Becky y Flyn están en plena ebullición.

Al final, consigo retener todo lo que se me pasa por la cabeza y digo:

—Escucha, Becky, debes entender que tu mamá...

—Lo que entiendo es que Héctor me tiene loca y me gusta mucho.


¿Que la tiene loca?

¿Ha dicho que la tiene loca?

Vaya tela..., vaya tela...

—¡Becky!

—Sólo digo lo que siento, no te enfades por ello, mujer.


Su voz ya no es la de una dulce y pícara niña. Su voz se ha vuelto autoritaria y eso me molesta, por lo que respondo:

—Mira, Becky, a mí no me hables así o...

—Adiós, tita.


Y, sin más, me deja colgada al otro lado del teléfono con cara de tonta.

—Britty, ¿sigues ahí?—oigo entonces que dice mi papá.

—Sí, papá—gruño—Ya le puedes decir a esa sinvergüenza que, cuando la vea, se va a enterar de lo que vale un peine. ¡Ya que no va la niñata y me deja colgada al teléfono!

De pronto, mi papá se ríe.

—Tranquila, hija. Son etapas. ¿Ya no te acuerdas de cuando tú tenías su edad?

Resoplo.

Claro que me acuerdo, y por eso no quiero que ella cometa los errores que yo cometí.

—Pero ella...

—Britty, cariño, Becky está creciendo, y esto es sólo el comienzo de su cambio a la madurez.


Vale.

Entiendo eso, como estoy segura de que lo entiende mi hermana, pero ella y Flyn son nuestros niños.

—Pero, papá—insisto—, ¡Que tiene novio!

—¿Cuántos novietes tuviste tú y tu hermana?

—Papá...


Sonrío.

—¿Cuántas veces me he enfadado yo por eso?

—Uf..., demasiadas.

—Y verdaderamente, hija mía, ¿sirvieron de algo mis enfados?


Entiendo lo que quiere decir.

—En su momento—prosigue—, Ustedes hicieron lo que quisieron, nos gustara o no a su mamá y a mí, y ahora hay que estar muy pendiente de que Becky no haga excesivamente el tonto. Pero, hija, tiene que equivocarse, decepcionarse y sufrir para aprender a vivir. Así es la vida, Britty..., así es la vida.

Sin lugar a dudas, mi sabio papá tiene toda la razón del mundo.

Cuando yo tenía la edad de Becky, me creía la más lista del mundo mundial, y cuanto más me prohibían algo, más lo hacía. Al final, consciente de que poco puede hacerse ante eso, afirmo:

—Tienes razón, papá. Como siempre, tienes razón.

—Tranquila, hija. La adolescencia es un momento difícil en la vida de toda persona, pero si yo he superado la tuya y la de tu hermana, sin duda Alison superará la de Becky.

—¿Y si te digo que Flyn está igual?


La risotada de mi papá vuelve a sonar.

—Tú y Santana también lo superaran—dice—Se los puedo asegurar.

Ahora la que me río soy yo.

Sin duda, mi papá tuvo que luchar mucho con nosotras.

A continuación, miro el reloj y digo:

—Papá, tengo que irme, pero te llamaré mañana para ver cómo va todo.

—De acuerdo, cariño. Besos para ti, para los niños y para Santana y, por favor, hagan un esfuercito y ¡vengan a la feria!


Una vez cuelgo, resoplo.

Joder con lo de Jerez, y vaya tela..., vaya tela... la que nos ha caído a mi hermana y a mí con los jodidos adolescentes y sus hormonas revolucionadas.

Sin perder un segundo más, cojo mi bolso, salgo del despacho, me despido de Mika y de Tania, la secretaria, y cojo el ascensor para ir al parking.

Mientras bajo pienso en mi sobrina Becky y en Flyn.

Vaya dos.

Pensar en la mala época que están pasando me tensa y hace que me pique el cuello. Me rasco inconscientemente mientras pienso en el mundo complicado en el que están sumergidos a causa de su edad, y vuelvo a resoplar.

Cuando llego a la planta menos uno y las puertas del ascensor se abren, veo el coche de Santana aparcado al fondo y observo que está dentro. Con paso seguro, llego hasta el vehículo, abro la puerta y, cuando me siento, pregunta:

—¿Qué te ocurre?

Joder, ¡qué bien me conoce!

—Britt—insiste—, Tu cuello me dice que ocurre algo. ¿Qué es?

Rápidamente bajo el parasol para mirarme en el espejito y, cuando me veo los ronchones, me cago en tó.

¡Joder con los ronchones!

—Becky tiene novio—le suelto—Dice que está buenísimo, que tiene un cuerpo de escándalo y un increíble culo duro, ¿te lo puedes creer?

Santana me mira, veo que se le curvan las comisuras de los labios y, antes de que pueda responder, digo:

—Ni se te ocurra reírte o la vamos a tener.

—Cariño...

Levanto de nuevo el parasol y, sin querer contarle lo de Jackie Chan López-Pierce, insisto:

—No quiero hablar de ello. Vamos, ¿dónde quieres que te invite a comer?

Mi amor pasea las manos por mi cabello, suelta mi moño y, mirándome, pregunta:

—¿En serio me invitas a comer?

—Sí.

—¿A lo que quiera?

—Bueno sí—sonrío.

Mi morena asiente y, acercándose un poco más a mí, murmura:

—¿Aunque sea un sitio terriblemente caro y con raciones de esas tan pequeñas que te dejan con hambre?

Eso me hace sonreír.

Si algo le gusta a Santana son los buenos restaurantes, y asiento.

—Por supuesto, ¡doña selecta!

Ella sonríe entonces también y me da un rápido beso en los labios.

—Vámonos de aquí antes de que te desnude en el parking de la empresa y pierda toda mi reputación—dice apresurándose a soltarme.

Sonrío divertida cuando oigo la voz de la solista de Silbermond, que canta Ja.



Media hora después, Santana y yo caminamos por un parque en busca de un banco en el que sentarnos para comer. Mi esposa pone los ojos en blanco al saber la posibilidad de que Sebas aparezca en Múnich, y yo me troncho.

Para darme una sorpresa de las que me gustan, Santana ha parado en un McAuto y, entre risas, ha pedido unas hamburguesas, coca-cola y patatas.

Como dice mi hermana, ¡me la como con tomate!


Cuando nos sentamos a una mesita del parque, abrimos las bolsas donde llevamos las hamburguesas y, metiéndome una patata en la boca, dice:

—Me encantan estas increíbles comidas a solas contigo, corazón.

Adoro que me llame corazón, y ella lo sabe.

Lo dice de una manera, con su acento, que, uf..., ¡me vuelve loca!

Sonrío.

Mi morena sexy me acaba de meter otro golazo con ese bonito detalle y, tragándome la patata, sonrío y murmuro:

—Así nunca voy a adelgazar, pero te quiero.

Santana sonríe encantado, de nuevo me hace ver cuánto me quiere con mis kilos de más y, entre mimos y carantoñas, me zampo una hamburguesa con queso y patatas fritas que me deja plena y totalmente satisfecha.


Después de una estupenda comida donde mi amor y yo hablamos de Flyn—omito de nuevo lo de Jackie Chan López-Pierce — y de Becky e intentamos recordar nuestra adolescencia y entenderlos, quedamos en que el diálogo es esencial en esos momentos, y Santana está conmigo en que no podemos perder esa comunicación con nuestro hijo.

Cuando estamos de acuerdo en todo lo referente a nuestro adolescente cabroncete, regresamos a casa.


Tras saludar a Susto y a Calamar que, como siempre, se deshacen en cariños hacia nosotras, nada más entrar en casa oímos llorar a Susan. Yo miro a Santana, ella me mira a mí y sonreímos.

Sin duda, cuando crezca no la tendremos en casa llorando siempre que regresemos de trabajar, o eso espero, y, como dos amantes madres, vamos a consolarla.


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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Dic 03, 2015 9:35 pm

lo que a estas dos les esta pasando se llama karma por calientes, asi les salio el hijo y la sobrina
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

Mensaje por 23l1 Jue Dic 03, 2015 11:49 pm

marthagr81@yahoo.es escribió:lo que a estas dos les esta pasando se llama karma por calientes, asi les salio el hijo y la sobrina


Hola, jajajajjajajja XD ajajajajaja es lo mas probable, no¿? jajajaajjajaja. Cosas de adolescentes jajajajaja. Saludos =D


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Finalizado FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Cap 15

Mensaje por 23l1 Jue Dic 03, 2015 11:51 pm

Capitulo 15


—He dicho que no quiero hablar de ello.

Rachel se desesperó al oír la contestación de Quinn. Desde que había regresado del consulado, había intentado dialogar con ella mil veces acerca de lo que había hablado con el comandante Lodwud, pero Quinn no la había dejado y se había cerrado en banda. Sin embargo, dispuesta a que lo escuchara, insistió:

—Luego dices que la cabezota soy yo, pero ¡joder! Quiero decirte que vi a Lodwud en el consulado y...

—No me hables de ese tipo, por favor —siseó Quinn furiosa.

Recordar las cosas que Rachel le había comentado que practicaba con él no le hacía ni pizca de gracia.

—Pero, vamos a ver—dijo Rachel entonces—, ¿Desde cuándo no podemos hablar tú y yo?

—Desde que hablas de algo que no me interesa y, si encima aparece el nombre de ese tipo, ya...

—Quinn..., pero ¿qué estás diciendo? Lodwud es pasado, como otras mujeres son pasado para ti.

—Mira, Rach..., déjalo.

Enfadada por su cabezonería, Rachel la miró e insistió:

—De verdad, ¿tan difícil es escuchar lo que tengo que contarte?

Quinn, que se arreglaba mirándose al espejo, asintió.

—No es una cuestión de que sea fácil o difícil, simplemente es que no quiero escucharte. No estoy de acuerdo con ese maldito trabajo y no lo voy a estar. Ahora bien, si quieres poner fecha para la boda, estaré encantada de marcar ese día en mi agenda.

Rachel resopló y Quinn, al ver el gesto tosco de ella, sentenció:

—Vale. No hablaremos de fechas ni de bodas, y ahora, como sueles hacer siempre muy bien solita, decide lo que quieres hacer, pero luego no te quejes.

—¿Que no me queje de qué?

La abogada cerró los ojos.

En ocasiones, Rachel era peor que un mal sueño.

—De que las cosas puedan dejar de ir bien entre tú y yo —siseó mirándola fijamente.

—Pero ¿de qué hablas?

—Mira, Rach, ¡ya basta!

Esa respuesta era lo último que Rachel quería escuchar.

Nunca, en todo el tiempo que llevaban juntas, le había hablado de ese modo y, cuando se disponía a replicar, Sami entró corriendo y se echó en brazos de Quinn.

—Mami, ¿me llevas al cole?

Quinn, a la que se le encogía de amor el corazón cada vez que la niña la llamaba «mami», sonrió y, dulcificando su voz, dijo tras darle un beso:

—Hoy no puedo, princesa. Mamá Rach te llevará.

—Bueno te tocaba a ti hoy—gruñó Rachel.

Quinn la miró y replicó:

—Bueno no puedo.

La cría las miró.

Pocas veces las veía en aquella actitud. Luego, observando a Quinn, preguntó:

—Mami, ¿estás enfadada?

La abogada sonrió y besó el cuello de la pequeña.

—¿Y por qué iba a estar enfadada?—dijo.

Sami miró entonces a su mamá Rachel, que le sonreía, y respondió:

—Porque estás discutiendo con mami Rach; ¿ya no la quieres?

—Sami...—murmuró Rachel.

Al ver el rostro de la mujer a la que amaba, Quinn se acercó a Rachel con la niña en brazos y, abrazándola con su mano libre, dijo:

—A mami Rach la quiero con locura tanto como te quiero a ti y, aunque discutamos, mi amor, no dejo de quererla; ¿entendido, renacuajo?

La pequeña asintió y, tras ver juntas a sus madres como ella quería, se bajó de los brazos de Quinn y corrió hacia su habitación al tiempo que gritaba:

—¡Entonces dense un beso mientras yo voy por la diadema!

Una vez desapareció la niña, Quinn y Rachel, que estaban la una al lado de la otra, se miraron.

Tenían mil cosas que decirse y reprocharse, pero Quinn, cansada del malestar ocasionado, la abrazó, la acercó a su cuerpo y susurró:

—Siento haberte hablado así.

—Yo también lo siento —afirmó Rachel.

Consciente de que ninguna de las dos quería estar mal, Quinn claudicó y, sin soltar a la morena que la volvía loca, murmuró con mimo:

—Sami quiere que te dé un beso y yo también quiero dártelo; ¿tú quieres recibirlo?

Rachel sonrió y, tras ponerse de puntillas, acercó los labios a los de aquella rubia de ojos verdes, a la que quería con todo su ser, y la besó. El beso se fue intensificando segundo a segundo, los últimos días habían estado muy frías la una con la otra y, cuando pararon para tomar aire, Quinn murmuró:

—Anda, vete a llevar a la niña al colegio o, al final, voy a ir a la despensa, voy a coger el bote de Nutella y te voy a embadurnar entera, para luego chuparte, comerte y follarte como me gusta.

—Qué tentador. ¿Puedo hacer yo lo mismo? —dijo Rachel riendo.

Quinn la miró de aquella manera que a Rachel la volvía loca y, bajando la voz, musitó:

—Si te portas bien, esta noche lo pondremos en práctica.

Con una sonrisa más luminosa que la de los últimos días, Rachel afirmó:

—Prometo ser una buena chica.


Una vez la niña y su mamá Rachel salieron de la casa, Quinn fue de mejor humor a su despacho. Ahí la esperaba la primera visita de la mañana, que no eran otros que los abogados Heine y Dujson, junto con otros colegas de su bufete.





Rachel condujo hasta el colegio de Sami mientras reía con la pequeña. Reír con ella y con sus ocurrencias era algo maravilloso y divertido.

Una vez aparcó, caminó de la mano de su niña hasta la entrada. Ahí, como cada mañana, estuvo charlando con algunas de las madres de otros niños durante unos minutos y, cuando caminaba de regreso hacia su coche, oyó que sonaba su teléfono. Un mensaje de Quinn.


Recuerda. Pórtate bien.


Estaba mirando el mensaje cuando oyó una voz que la llamaba. Al volverse se encontró con la mujer de Gilbert Heine, Louise y otras dos mujeres algo más jóvenes.

¿Qué hacían aquéllas ahí?

Como no podía salir corriendo o quedaría muy mal, se acercó a ellas y la más mayor dijo:

—Hola, querida, soy Heidi, la mujer de Gilbert Heine; ¿me recuerdas?

Rachel asintió, prefabricó una sonrisa y respondió tras intercambiar una rápida mirada con Louise:

—Por supuesto, claro que sí.

Heidi se acercó entonces a ella y, tras darle dos besos de lo más falsos, la agarró del brazo y murmuró:

—Mi marido, Gilbert, está con Quinn. Ella nos dijo que venías a dejar a Samantha y hemos decidido esperarte. Venga..., vayamos a desayunar.

Rachel las miró.

¿Que Quinn les había dicho que podían encontrarla ahí?

La iba a matar cuando la viera.

¿Por eso el mensaje con aquello de que se portara bien?

Confusa, iba a moverse cuando una de las mujeres más jóvenes afirmó:

—Nuestros esposos y tu futura esposa están en este instante en una reunión y hemos venido a raptarte para llevarte con nosotras y pasar una mañana increíble mientras nos conocemos un poquito más.

A Rachel se le pusieron los pelos como escarpias.

¡Ni loca se iría con ellas!

—Lo siento—comenzó a decir—, Pero yo...

—Ah, no, querida —insistió Heidi—No sé qué tendrás que hacer pero, sea lo que sea, queda anulado porque te vienes con nosotras.

Louise sonreía en silencio al lado de aquélla.

Rachel la miró.

Tenía dos opciones: acompañarlas o huir.

Maldijo a Quinn por aquella encerrona pero, como no deseaba ocasionarle problemas, cedió.

Tenía que ir.



Al primer sitio adonde fueron fue a una cafetería del centro. Ahí las esperaban otras dos mujeres y, durante una hora, todas desayunaron entre cuchicheos y habladurías.

Rachel las escuchaba mientras observaba a Louise participar del aquelarre como si fuera una más. Aquella modosita era tan bruja como las demás, y entonces pensó alucinada: «¿Dónde está la Louise candorosa que conocía del colegio?».

Una vez acabaron el desayuno, se fueron al spa más famoso y caro de Múnich. Al entrar en el glamuroso establecimiento, una jovencita les pidió los carnets de socias y, en cuanto llegó a Rachel, tras un gesto de Heidi, quedó claro que ella entraba también ahí sí o sí.

Durante más de tres horas estuvieron en el increíble spa, donde Rachel hizo un circuito termal acompañada de aquellas arpías, y soportó sus miradas furtivas de sorpresa cuando vieron el tatuaje que llevaba.

Cuando parte de las mujeres se movieron a otra sala, Heidi agarró a Rachel del brazo.

—Querida —le dijo—, Quería hablarte de Louise y de su marido Johan. El caso es que ha llegado a mis oídos algo que ambas comentaban hace poco y...

—Heidi —la cortó Rachel—Lo que yo comento con Louise es algo de ella y mío. De nadie más.

La mujer apretó la boca.

Sin duda, el corte que le había dado no le gustó, y contraatacó:

—Vale. No hablaremos de ellos, pero permíteme recomendarte una estupenda clínica donde podrían quitarte con láser eso que tienes en el cuerpo.

Rachel la miró boquiabierta.

—¿Te refieres a mi tatuaje?—preguntó.

La mujer asintió, y ella, conteniendo las ganas que tenía de mandarla a paseo, replicó:

—Gracias, pero no. Mi tatuaje es parte de mí por muchos motivos que no vienen a cuento.

Una vez dijo esto, alcanzaron a las demás mujeres. A pesar de que eran una pandilla de cargantes y fastidiosas arpías que no hacían más que sacarla de sus casillas, Rachel estaba decidida a disfrutar del maravilloso spa.

Después del circuito termal, se empeñaron en pasar por la peluquería para que se hiciera un peinado diferente del que llevaba: su pelo era demasiado transgresor y moderno para aquellas finolis.

Finalmente, Rachel claudicó, por Quinn y por no querer soltarles un nuevo borderío, mientras se acordaba de todos los antepasados de su guapa novia.

Cuando terminaron en la peluquería, Rachel se miró al espejo. Parecía que una vaca le hubiera lamido la cabeza. Sin duda, aquélla no era ella, y tenía que escapar de ahí como fuera.

Miró su reloj, le sonaban las tripas de hambre.

Era la hora de comer, y Heidi, al darse cuenta, se acercó a ella y murmuró:

—No hay prisa, querida, Quinn sabe que estás con nosotras y está feliz de que así sea. Es más, he hablado con ella hace un rato y me ha dicho que no te preocupes por Samantha, tu hija. Ella se encarga de que su niñera la recoja y esté con ella hasta que regreses a casa.

Rachel la escuchó incrédula.

¿Ahora Bea era su niñera?

¿Y Sami era Samantha para Quinn?

Pero, como no quería decir nada que estuviera fuera de lugar, asintió y dijo con la mejor de sus sonrisas:

—De acuerdo.

Heidi y el resto de las soporíferas mujeres sonrieron.

—¿Qué os parece si vamos a comer a O’Brian? —propuso una de ellas.

Las demás asintieron.

Rachel no sabía dónde estaba aquel lugar y, una vez se lo explicaron, dijo mirándolas:

—Discúlpenme, pero tengo que ir al baño.

Una vez pudo quitarse a aquéllas de encima, entró en el lavabo, sacó de su albornoz blanco el teléfono móvil y, tras marcar el teléfono de Quinn, siseó en voz baja:

—Ésta me la pagas.

Quinn, que estaba con los maridos de las arpías en un club exclusivo, se retiró un poco del grupo para que no la oyeran y respondió:

—Escucha, cariño, si te lo hubiera dicho, no habrías querido ir.

—Pero ¿eres imbécil o qué?
—siseó Rachel—¿Cómo se te ocurre hacerme una encerrona así?

—Rach...

—¡Ni Rach ni leches!
—gruñó mirándose al espejo—Te juro que estoy a punto de estrangularlas a todas como una sola más me diga que mi peinado es demasiado informal y mi manera de vestir también. Pero, ¡joder!, si hemos tenido que pasar por una puñetera peluquería y no parezco ni yo.

Quinn sonrió al oírla y, mirando a los hombres que hablaban con una copa de bourbon en las manos, respondió:

—Cariño, estarás preciosa y seguro que no será para tanto, pero ahora tengo que dejarte. ¡Pórtate bien!

Enfadada, Rachel cortó la comunicación. Respiró hasta que consiguió serenarse y luego llamó a Brittany.

La necesitaba.




Su amiga, que acababa de llegar a casa tras pasar la mañana en López Inc., al ver el nombre de Rachel en la pantalla de su iPhone 6, saludó:

—Buenasssssssssssssssss.

—Britt, escúchame, necesito tu ayuda.


Asombrada, Brittany preguntó:

—¿Qué pasa?

Rápidamente Rachel le contó lo ocurrido y, tras saber adónde iban a ir a comer, su amiga dijo:

—No te preocupes. ¿A qué hora quieres que esté ahí?

—Cuanto antes, mejor, o juro que las mataré.

—Tranquila, que voy a rescatarte
—dijo Brittany riendo.

—No tardes, por favor, y cuando me veas, te lo ruego, ¡sé tú!

Brittany sonrió.

Lo sentía por Quinn, pero aquellas cacatúas iban a saber quién era ella.




Una vez Rachel salió del baño con la mejor de sus sonrisas, llegó a donde estaban las mujeres vistiéndose con decoro y, tras ponerse su tanga rojo, que todas miraron horrorizadas, sus vaqueros y su camiseta, cuando fue a ponerse la cazadora de cuero, la insoportable Heidi cuchicheó:

—Si quieres, el día que te venga bien, Rachel, podemos quedar de nuevo contigo y enseñarte tiendas exclusivas de ropa donde puedes encontrar modelos increíblemente maravillosos.

El estómago de Rachel se revolvió.

Lo último que quería era parecerse a aquellas lánguidas vistiendo y, con menos paciencia de la que había tenido horas antes, replicó:

—Te lo agradezco, Heidi, pero me gusta la ropa que llevo.

—Querida, no debes olvidar que, si Quinn finalmente pasa a ser una de las asociadas mayoritarios como lo es mi marido, habrán de cambiar ciertas cosas en ti, y no hablo sólo del horrible tatuaje de tu espalda.

Rachel apretó los dientes, pero le resultó imposible contenerse durante un segundo más, así que soltó delante de todas ellas:

—Heidi, creo que has olvidado que quien quizá trabaje en el bufete será Quinn, y no yo. Por tanto, permíteme decirte que a quien no le guste mi tatuaje que no lo mire, porque ahí se va a quedar.

Su comentario no le cayó bien a la «estupenda» Heidi, pero disimuló. Si estaba ahí era porque su marido así se lo había pedido y, cogiendo su caro bolso, dijo:

—Venga, vayamos todas a comer a O’Brien.


Una vez ahí, el maître, al ver a Heidi, les indicó que esperaran unos minutos. Les estaban preparando una de sus maravillosas mesas. Nerviosa tras mirar su reloj, Rachel resopló. Si se metían dentro del local, Brittany lo tendría más complicado para encontrarla, por lo que, apoyándose en la pared, se hizo la remolona cuando de pronto el sonido estridente de una moto llamó la atención de todas.

Al mirar, Rachel sonrió al reconocer la moto de Santana, una impresionante BMW negra y gris metalizado que en ocasiones utilizaba Brittany.

Las mujeres miraron hacia la calle y observaron cómo el motorista paraba la moto frente a ellas y se bajaba. Sin embargo, se quedaron boquiabiertas cuando, al quitarse el casco, vieron que se trataba de una mujer, que caminaba en su dirección y decía:

—Hombre, Rach...

Con el cielo abierto por su aparición, la aludida sonrió y, mirándola, dijo mientras se hacía la encontradiza:

—Hola, Britt, ¿qué haces por aquí?

—Pasaba, te he visto y he decidido parar—y entonces, con guasa, añadió—¿Qué te ha pasado en el pelo?

Rachel resopló y, ante la cara de burla de su amiga, contestó:

—Peluquería..., ¿qué tal estoy?

Conteniendo las ganas de reír, Brittany afirmó:

—No es tu estilo, reina.

Ahora la que sonrió fue Rachel y, volviéndose hacia las mujeres, que las observaban, dijo:

—Chicas, les presento a mi amiga Brittany. Britt, ellas son las mujeres del maravilloso bufete de abogados al que Quinn quiere acceder.

Acostumbrada a codearse por el trabajo de su esposa con mujeres como aquéllas, Brittany las miró una a una y respondió:

—Encantada de conocerlas, señoras.

Las demás asintieron pero no abrieron la boca. Sorprendida por lo maleducadas que estaban siendo, y para darles un buen golpe de efecto, Rachel dijo al ver la cara de guasa de Louise:

—Brittany es la mujer de Santana López-Pierce, la propietaria de la empresa López Inc. ¿Saben de lo que hablo?

De pronto, Heidi reaccionó y, acercándose a ella, dijo:

—Oh, querida, qué placer conocerte. Claro que sé quién es tu esposa—y, mirándola como si fuera un bicho raro, preguntó—¿Te apetece comer con nosotras?

Rachel y Brittany se miraron.

Estaba claro que, si Brittany no hubiera sido la mujer de Santana López, no la habría invitado y, con el casco de la moto aún en la mano, negó con la cabeza y repuso:

—Muchas gracias por la invitación, pero justo había quedado con unos amigos para tomarnos unas birras y quemar rueda—luego, clavando la vista en Rachel, preguntó divertida—¿Te vienes?

Sin dudarlo ni un segundo, Rachel asintió y, mirando a las mujeres, que la observaban con unos ojos como platos, dijo con una cálida sonrisa:

—Espero que me disculpen. Muchas gracias por la mañana que hemos pasado juntas, pero ahora me muero por unas birras bien fresquitas.

La cara de aquéllas por el desplante era más que evidente.

Cuando Brittany abrió el baúl trasero de la moto y le entregó a Rachel otro casco, oyeron una voz que decía:

—Estropearás tu peinado, Rachel.

La aludida sonrió y, mirando a Louise, que disimulaba una sonrisa, respondió:

—No importa.

Luego, ante la cara de sorpresa de las demás, Rachel y Brittany montaron en la moto y se marcharon quemando rueda.



Un rato después, cuando pararon frente al restaurante de Russel, Rachel se quitó el casco, miró a su amiga y la abrazó.

—Gracias por venir y salvarme —dijo.

Brittany sonrió y, tocándole el pelo, respondió:

—Sin duda, esas pedorras no son una buena influencia para ti.


Diez minutos más tarde, después de que Rachel se quedara a gusto despotricando de aquellas brujas, entraron en el restaurante y Russel, al verla, preguntó:

—Pero, muchacha, ¿qué te ha ocurrido en la cabeza?

Brittany soltó una carcajada y Rachel respondió dirigiéndose al baño:

—Nada que no solucione en cinco minutos.

Dicho esto, entró en el baño, metió la cabeza bajo el grifo y, cuando salió de nuevo, Brittany la observó divertida.

—Ésta sí—dijo al ver su pelo—Ésta eres tú.





Esa tarde, cuando Rachel llegó a su casa, Sami corrió a abrazarla. Pasó la tarde con ella y, en el momento en que la acostó y llegó Quinn, la miró y, señalándola con el dedo, siseó:

—Nunca más vuelvas a hacerme una encerrona como la de hoy, ¿entendido?

La abogada sonrió y, cuando fue a abrazarla, Rachel le hizo un quiebro.

—Ah, no, Batichica...—gruñó—Esta noche, ni se te ocurra rozarme o te juro que te voy a meter el bote de Nutella por un sitio que no te va a gustar.

Rachel desapareció, y Quinn maldijo.

Estaba claro que había metido la pata hasta el fondo.


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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Dic 04, 2015 4:43 am

Estas no aprenden por lo menos britt tiene una moto de lujo despues de la ducati. y que salvada que le dio a Rachel. vamos a ver que mas nos espera.
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Mensaje por micky morales Vie Dic 04, 2015 8:54 am

que le pasa a quinn? estuvo de lo peor hacerle eso a rach, obligarla a convivir con ese grupo de serpientes no tuvo nada de bueno, las cosas entre ellas no pintan nada bien!!!!!
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Mensaje por 23l1 Vie Dic 04, 2015 7:07 pm

marthagr81@yahoo.es escribió:Estas no aprenden por lo menos  britt tiene una moto  de lujo  despues de la ducati.  y que salvada   que le dio a Rachel. vamos a ver que mas nos espera.



Hola, jajajajaja las quinntana son un poco tontitas a veces, no¿? jajajajajaja. Y mm no tengo nombre para britt y rach xD jajaajaj esas si que si saben salir bn de las cosas jajaja. Saludos =D




micky morales escribió:que le pasa a quinn? estuvo de lo peor hacerle eso a rach, obligarla a convivir con ese grupo de serpientes no tuvo nada de bueno, las cosas entre ellas no pintan nada bien!!!!!



Hola, se mando una, no¿? rach debe "castigar" un tiempo a su rubia jajajaja. Saludos =D


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Finalizado Re: FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo

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