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Mensaje por JVM Vie Ago 19, 2016 12:42 am

Pues de un buen fin e inició de semana lo tenía que arruinar la perra de Rachel -.- , aunque hizo que Britt se descontrolara un poco en el súper, San la trajo de nuevo a la realidad. Que bueno que estén hablando de las cosas, creo qué esa ayudando mucho a Britt.
Esperó que ya llegue el fin siguiente para que estén juntas y que esta vez Britt vaya sin ningún pensamiento que le quite tiempo para disfrutar con San !!!
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Mensaje por JVM Vie Ago 19, 2016 1:31 am

Pensé que ha se habían librado de Dani pero sigue ahí, al menos San ya se dio cuenta de que sus intensiones con ella no van a cambiar y que una amistad sería muy difícil.....
Y bueno Britt vuelve en partes a sus hábitos, aunque al menos lo que le oculto a San no es tan grave como otras cosas.... Ojalá que se tranquilicen y puedan hablar con calma. Y esperó que Britt encuentre otra forma de sacar su coraje porque parece que el ejercicio ya no esta funcionando como antes.
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Mensaje por micky morales Vie Ago 19, 2016 8:10 am

Pero por Dios es que esa Dani jamas va a desaparecer???? creo que al fin Santana se dio cuenta que es una intrigosa y falsa, Creo que si no le dijo lo de la boda es pq ella no quiere ir, entonces para que???? Todo el mundo se cree con el derecho de meterse en la relacion y opinar, hasta cuando???? Brittany trata de hacer las cosas bien pero Santana le encanta provocarla, lo unico que le pide y ella no lo hace, en fin.....
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 11:34 am

Hola que emocion, el domingo ya tendre terminada la historia que a todas nos ha dejando un mal sabor de boca no es asi, esperemos que INFINITO AMOR, sea como el mejor enjuague bucal  y nos deje un definitivo dulce saber. espero.

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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 11:40 am

Capítulo 114
Santana

 
Abro el cajón de la cómoda y busco unas bragas limpias y un sujetador a juego.
—Voy a darme una ducha. Kimberly quiere salir a las ocho y ya son las siete —le digo a Brittany, que está sentada en el borde de mi cama con los codos apoyados en las rodillas.
—¿Vas a ir? —se burla.
—Sí. Ya te lo he dicho, ¿no te acuerdas? Para eso has venido, ¿no?, para que no vaya sola.
—No he venido sólo por eso —dice a la defensiva. La miro con una ceja en alto y ella pone los ojos en blanco—. No es que no sea uno de los motivos, pero no es el único.
—¿Sigues queriendo venir? —le pregunto tentándola con la ropa interior que llevo en la mano.
Recibo una sonrisa picarona como recompensa.
—No, no quiero ir. Pero si tú vas, yo también.
Le dedico una amplia sonrisa pero no me sigue cuando salgo de la habitación. Qué sorpresa. Ojalá lo hubiera hecho. No sé muy bien dónde estamos en este momento. Sé que está enfadada por lo de Dani y yo estoy molesta porque me ha estado ocultando cosas otra vez, pero en general me encanta que esté aquí y no quiero perder el tiempo discutiendo. Me envuelvo el pelo con una toalla. No tengo tiempo para lavármelo y secármelo antes de salir. El agua caliente alivia en parte la tensión de mis hombros y de mi espalda pero no me despeja la cabeza. Tengo que estar de mejor humor en una hora. Estoy segura de que Brittany se pasará la noche de morros. Quiero que nos divirtamos con Kimberly y con Christian, no quiero silencios incómodos ni escenas en público. Quiero que nos llevemos bien y que los dos estemos de buen humor. No he visto nada de Seattle de noche desde que llegué, y quiero que mi primera salida nocturna sea lo más divertida posible. No paro de sentirme culpable por lo de Dani, pero es un gran alivio cuando mi enfado y mis pensamientos irracionales se pierden por el desagüe junto con el agua caliente y los restos de jabón. En cuanto cierro el grifo de la ducha, Brittany llama a la puerta. Me enrollo una toalla alrededor del cuerpo y respiro hondo antes de contestar.
—Salgo dentro de diez minutos. Tengo que ver qué hago con mi pelo.
Pero cuando me miro al espejo, ahí está Brittany.
Entorna los ojos al ver la mata encrespada sobre mi cabeza.
—Y ¿ahora qué le pasa?
—Está fuera de control —replico echándome a reír—. No tardaré nada.
—¿Vas a ponerte eso? —dice mirando el vestido negro e incómodo que cuelga de la cortina de la ducha porque estaba intentando que se desarrugara un poco. La última vez que me lo puse, durante las «vacaciones familiares», la noche acabó en desastre... Bueno, la semana.
—Sí. Kimberly dice que son muy estrictos con el vestuario.
—¿Cómo de estrictos? —Brittany se mira los vaqueros con manchas y la camiseta negra.
Me encojo de hombros y sonrío para mis adentros. Me imagino a Kimberly diciéndole a Brittany que se cambie de ropa.
—No pienso cambiarme —dice, y vuelvo a encogerme de hombros.
Brittany no deja de mirar mi imagen en el espejo mientras me maquillo y me peleo con el pelo armada con la plancha. El vapor de la ducha me lo ha encrespado mucho y está horrible. No tiene arreglo. Al final, me lo recojo en la nuca. Al menos el maquillaje me ha quedado muy bien, para compensar que mi pelo tiene un día de perros.
—¿Vas a quedarte hasta el domingo? —le pregunto poniéndome la ropa interior y embutiéndome en el vestido. Quiero asegurarme de que mantenemos la tensión bajo control y no nos pasamos la noche discutiendo.
—Sí, ¿por? —responde con calma.
—Estaba pensando que, en vez de pasar el viernes aquí, podríamos volver para que pueda ver a Ryder y a Karen. Y también a tu padre, por supuesto.
—Y ¿qué hay del tuyo?
—Ah... —Se me había olvidado que mi padre estaba viviendo con Brittany—. He estado intentando no pensar en esa situación hasta que puedas contarme más.
—No creo que sea una buena idea...
—¿Por qué no? —pregunto. Echo mucho de menos a Ryder.
Brittany se frota la nuca con la mano.
—No lo sé... Toda esta mierda con Rachel y con Dani...
—Brittany, no voy a volver a ver a Dani y, a menos que Rachel aparezca por el apartamento o por casa de tu padre, tampoco volveré a verla a ella.
—Sigo pensando que no deberías ir.
—Vas a tener que relajarte un poco —suspiro recolocándome el moño.
—¿Relajarme? —dice en tono de burla, como si la idea nunca se le hubiera pasado por la cabeza.
—Sí, tienes que relajarte. No puedes controlarlo todo.
Levanta la cabeza de golpe.
—¿No puedo controlarlo todo? Y ¿me lo dices tú?
Me echo a reír.
—Voy a dejar que te salgas con la tuya en cuanto a Dani porque sé que está mal. Pero no puedes mantenerme alejada de toda la ciudad sólo porque te preocupe que me lo encuentre a con Dani o a una chica desagradable.
—¿Ya has terminado? —inquiere apoyándose en el lavabo.
—¿De discutir o de arreglarme el pelo? —replico mirándola con una sonrisa de superioridad.
—Eres lo peor. —Me devuelve la sonrisa y me da una palmada en el culo cuando me doy la vuelta para salir del baño.
Me alegro de que esté tan juguetóna. La noche pinta bien.
Atravesamos el pasillo hacia mi habitación cuando Christian nos llama desde la sala de estar.
—Brittany, ¿todavía estás aquí? ¿Te vienes a escuchar un poco de jazz? No es heavy metal, pero...
No oigo el resto porque estoy muerta de risa. Brittany se ha puesto a imitar a Christian Vance de improviso. Le doy un empujoncito en el pecho y le digo:
—Ve con él. No tardo nada en arreglarme.
De vuelta en mi habitación, cojo el bolso y saco el móvil. Tengo que hablar con mi madre. No hago más que posponerlo y no va a parar de llamarme. También tengo un mensaje de Dani:
Por favor, no te enfades conmigo por lo de esta noche. He sido una idiota. No era mi intención. Lo siento.
Borro el mensaje y meto otra vez el móvil en el bolso. Mi amistad con Dani acaba aquí. He estado dándole falsas esperanzas demasiado tiempo y cada vez que me despido de ella  acabo por dar marcha atrás y empeorar la situación. No es justo ni para ella ni para Brittany. Brittany y yo ya tenemos bastantes problemas. Como mujer, me molesta que intente prohibirme que vea a Dani, pero no puedo negar que sería muy hipócrita por mi parte seguir siendo su amiga. No quiero que Brittany sea amiga de Kitty ni que queden para pasar un rato. Sólo de pensarlo me dan ganas de vomitar. Dani ha dejado muy claro lo que siente por mí y no es justo, para nadie, que sigamos viéndonos y la aliente en silencio. Se porta muy bien conmigo y ha estado a mi lado cuando la he necesitado muchas veces, pero odio cómo me hace sentir, como si tuviera que darle explicaciones y defender mi relación.
Bajo la escalera disfrutando de la gran noche que me imagino que voy a pasar con mi chica... Y me llevo toda una sorpresa cuando entro en la sala de estar y me encuentro a Brittany con las manos en el pelo, furiosa.
—¡Ni hablar! —resopla alejándose de Christian.
—Una camiseta sucia y unos vaqueros manchados de sangre no son un atuendo apropiado para el club, por mucho que conozcas al dueño —dice Christian restregándole algo de color negro a Brittany por el pecho.
—Pues entonces no voy —dice ella con un mohín, dejando que la prenda negra caiga a los pies de Christian.
—No seas inmadura y ponte la dichosa camisa.
—Me pongo la camisa si puedo ir en vaqueros —repone Brittany, negociando, mirándome en busca de apoyo.
—¿Te has traído algo que no esté manchado de sangre? —dice Christian sonriente. Se agacha para recoger la camisa.
—Puedes ponerte los vaqueros negros, Brittany —sugiero intentando mediar entre los dos.
—Vale. Dame la puta camisa. —Le arranca a Christian la camisa de las manos y le saca el dedo mientras desaparece por el pasillo.
—¡Y, ya puestos, podrías arreglarte el pelo! —le grita Christian.
No puedo evitar echarme a reír.
—Déjala en paz. Te va a poner un ojo morado y no voy a impedírselo —bromea Kimberly.
—Ya..., ya... —Christian la coge entre sus brazos y le da un beso en la boca.
Me doy la vuelta justo cuando suena el timbre de la puerta.
—¡Debe de ser Lillian! —anuncia Kim soltándose de él.
Brittany vuelve a entrar en la sala de estar en cuanto Lillian atraviesa el umbral.
—¿Qué hace aquí? —gruñe. Se ha puesto la camisa negra, que no le queda nada mal.
—No seas mala —le digo—. Va a quedarse con Smith y es amiga tuya, ¿no te acuerdas?
Es verdad que mi primera impresión de Lillian no fue buena, pero ha acabado por gustarme, aunque no la veo desde que volvimos de las Vacaciones Infernales.
—No, no lo es.
—¡Santana! ¡Brittany! —exclama con una sonrisa tan brillante como sus ojos azules. Menos mal que no lleva el mismo vestido que yo, como la primera vez que la vi, en el restaurante de Sandpoint.
—Hola. —Le devuelvo la sonrisa y Brittany se limita a saludar con un gesto de la cabeza.
—Estás estupenda —me dice Lillian dándome un repaso con la mirada.
—Gracias, igualmente. —Ella lleva una rebeca de lana y unos caquis.
—Si ya habéis terminado... —refunfuña Brittany.
—Yo también me alegro de volver a verte, Brittany. —Le pone los ojos en blanco y ella se suaviza un poco y le ofrece una media sonrisa.
Mientras, Kimberly corre de un lado a otro poniéndose los tacones y retocándose el maquillaje delante del espejo gigante que hay encima del sofá.
—Smith, ve arriba. Volveremos a medianoche como muy tarde.
—¿Lista, amor? —le pregunta Christian.
Ella asiente y él extiende los brazos hacia la puerta.
—Nosotros iremos en mi coche —anuncia Brittany.
—¿Por qué? Hemos pedido un coche —dice Christian.
—Por si queremos volver antes.
Christian se encoge de hombros.
—Haz lo que quieras.
Mientras salimos me fijo en la camisa de Brittany. No es muy distinta de la que suele ponerse cuando no tiene más remedio que arreglarse. La diferencia es que ésta tiene un discreto, casi imperceptible, estampado animal...
—Ni una palabra —me advierte cuando se da cuenta de que estoy mirando su camisa.
—No he dicho nada. —Me muerdo el labio y gruñe.
—Es fea a rabiar —dice, y no paro de reír hasta que llegamos al coche.
El club de jazz está en el centro de Seattle. Las calles están llenas, como si fuera sábado noche, no miércoles. Esperamos en el coche de Brittany hasta que un elegante coche negro aparca junto a nosotros y de él salen Christian y Kimberly.
—Estos ricachones... —dice Brittany dándome un apretón en el muslo. Nosotros también salimos del coche.
Con una rápida sonrisa, el portero desengancha el cordón de terciopelo del poste plateado y nos deja pasar. Al momento, Kimberly nos guía por la oscuridad del club y nos enseña el interior mientras Christian se va por su cuenta. Bloques de piedra gris hacen las veces de mesas y hay sofás negros con cojines blancos aquí y allá. La única nota de color en todo el club son los ramos de rosas rojas que descansan encima de los enormes bloques de piedra gris. La música es suave y relajante pero estimulante a la vez.
—Muy pijo —dice Brittany poniendo los ojos en blanco.
Está guapa a más no poder bajo la luz tenue. La camisa de Brittany combinada con los vaqueros negros son más de lo que mi libido puede soportar.
—Bonito, ¿verdad? —nos pregunta Kimberly con una gran sonrisa.
—No veas —contesta Brittany. En cuanto llegamos a las mesas llenas de gente, me coge de las caderas y me atrae hacia sí.
—Christian está en la zona vip. Es toda nuestra —nos informa Kimberly.
Caminamos hacia la parte de atrás del club y una cortina de satén se abre y desvela un espacio de buen tamaño con más cortinas negras a modo de paredes. Cuatro sofás delimitan el espacio y hay una enorme mesa de piedra en el centro, cubierta de botellas de bebida, una cubitera y varios aperitivos. Estoy tan distraída que ni siquiera veo a Max, que está sentado en uno de los sofás, delante de Christian.
Genial. Max me cae fatal y sé que Brittany tampoco puede soportarlo. Los brazos de mi chica se tensan en mis caderas y le lanza una mirada asesina a Christian.
Kimberly sonríe como la buena anfitriona que es.
—Encantada de volver a verte, Max.
Él le sonríe.
—Igualmente, cielo. —Le coge la mano y se la lleva a los labios.
—Disculpa —dice entonces una voz de mujer detrás de mí.
Brittany y yo nos hacemos a un lado y Sasha se contonea por el pequeño espacio. Entre lo alta que es y el vestido tan descarado que lleva, se hace el ama de la sala.
—Genial —dice Brittany repitiendo mis pensamientos de hace unos segundos. Se alegra tanto de verla como yo de ver a Max.
—Sasha. —Kimberly intenta fingir que se alegra de verla pero fracasa. Una de las desventajas de la sinceridad de mi amiga es que le cuesta ocultar sus emociones.
Sasha le sonríe y se sienta en el sofá, al lado de Max. Sus ojos siniestros buscan los míos, como si me estuviera pidiendo permiso para sentarse con su amante. Desvío la mirada y Brittany me lleva al sofá que está justo enfrente de ellos. Kimberly se sienta en el regazo de Christian y coge una botella de champán.
—¿Qué te parece, Santana? —pregunta Max con su acento marcado y aterciopelado.
—Pues... —tartamudeo al oír mi nombre completo—. Es... es bonito.
—¿Os apetece un poco de champán? —nos ofrece Kimberly.
Brittany contesta por mí:
—A mí no, pero a Santana sí.
Me apoyo en su hombro.
—Si tú no vas a beber nada, yo tampoco.
—Adelante, no me importa. A mí no me apetece.
Le sonrío a Kim.
—Para mí nada, gracias.
Brittany frunce el ceño y coge una copa de encima de la mesa.
—Deberías tomarte al menos una. Has tenido un día muy largo.
—Lo que quieres es que me emborrache para que no te haga preguntas —susurro poniendo los ojos en blanco.
—No. —Sonríe divertida—. Quiero que te lo pases bien. Eso era lo que querías, ¿no?
—No me apetece tener que beber para pasarlo bien. —Cuando miro alrededor, veo que ninguno de los presentes está escuchando nuestra conversación.
—No he dicho que lo necesites. Sólo digo que tu amiga te está ofreciendo champán gratis, del que cuesta más que tu vestido y mi ropa juntos. —Sus dedos bailan por mi nuca—. ¿Por qué no vas a disfrutar de una copa?
—Tienes razón. —Me apoyo otra vez en ella y Brittany me entrega la copa alargada—. Pero sólo voy a tomarme una —le digo.
A los treinta minutos ya me he terminado mi segunda copa y estoy planteándome si me tomo una tercera para no sentirme tan incómoda viendo a Sasha desfilar de aquí para allá. Dice que sólo quiere bailar pero, si eso fuera cierto, saldría a la zona pública del club. La fulana quiere atención. Me tapo la boca con la mano como si lo hubiera dicho en voz alta.
—¿Qué?
Sé que Brittany se aburre. Mucho. Lo sé por cómo mira la cortina negra y me acaricia la espalda, ausente.
Niego con la cabeza a modo de respuesta. No debería pensar esas cosas de la mujer cuando ni siquiera la conozco. Lo único que sé de ella es que se acuesta con un hombre casado... Y con eso me basta. No puedo evitar que me caiga mal.
—¿Podemos irnos ya? —me susurra Brittany al oído, dándome otro apretón en el muslo.
—Sólo un ratito más —le digo.
No es que me aburra, es que prefiero estar a solas con Brittany a estar aquí evitando mirar a Sasha o su ropa interior.
—Santana, ¿vienes a bailar?... —sugiere Kimberly, y Brittany se tensa.
Me acuerdo de la última vez que estuve en un club con Kimberly y bailé con un tío sólo para cabrear a Brittany, que se encontraba a kilómetros de distancia. Entonces tenía el corazón roto y estaba tan triste que no pensaba con claridad. Aquel tío acabó besándome y yo acabé prácticamente violando a Brittany en la habitación de mi hotel después de que apareciera por sorpresa y encontrara allí a Trevor.
Fue un malentendido épico pero, ahora que me acuerdo, la noche no acabó nada mal para mí.
—No sé bailar, ¿recuerdas? —le digo.
—Bueno, pues daremos una vuelta o algo. —Sonríe—. Parece que te estás quedando dormida.
—Vale, una vuelta. —Me pongo de pie—. ¿Quieres venir? —le pregunto a Brittany.
Me dice que no con la cabeza.
—No le va a pasar nada. Volvemos en un minuto —le asegura Kimberly.
Ella no parece muy contenta  con que vayan a separarme de su lado, pero tampoco intenta detenerla.
Se está esforzando por demostrarme que puede relajarse y por eso la adoro.
—Si la pierdes, no te molestes en volver —le contesta.

Kimberly suelta una sonora carcajada y me saca a rastras de la zona vip, en dirección al club lleno de gente.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 11:41 am

Capítulo 115

Brittany

 
—¿Adónde crees que se habrá llevado a Santan? —me pregunta Max sentándose a mi lado.
—Santana —lo corrijo. ¿Cómo coño sabe que se llama Santana? Vale, puede que sea un poco obvio, pero no me gusta que lo diga.
—Santana. —Me sonríe y le da un largo trago a su champán—. Es una chica encantadora.
Cojo una botella de la mesa e ignoro su provocación. No tengo el menor interés en hablar con el tipo. Debería haberme ido con Santana y con Kimberly, a donde fuera. Estoy intentando demostrarle a mi chica que puedo «relajarme» y esto es lo que consigo. Estar sentada junto a este señor en un club donde la música da asco.
—Vuelvo enseguida. El grupo acaba de llegar —nos informa Christian. Se mete el móvil en el bolsillo de los pantalones de vestir y se va.
Max se pone de pie y lo sigue tras decirle a Sasha que lo pase bien, que beba más champán.
No irán a dejarme a solas con ella...
—Parece que sólo quedamos tú y yo —me dice la muy guarra, lo que me confirma que, en efecto, eso es lo que acaban de hacer.
—Ya... —Hago rodar el tapón de una botella de plástico por la mesa de piedra.
—¿Qué te parece el sitio? Max dice que se llena todas las noches desde la inauguración. —Me sonríe.
Finjo que no he visto que se ha desabrochado un botón de su vestido casi inexistente para enseñarme el canalillo...
—Sólo lleva unos días abierto, normal que esté siempre lleno —replico.
—Aun así, es bonito. —Descruza las piernas y las vuelve a cruzar.
Se la ve desesperada. Llegados a este punto, ya ni siquiera sé si de verdad está intentando algo conmigo o si está tan acostumbrada a hacerse la fulana que le sale solo.
Se inclina sobre la mesa que se interpone entre nosotras.
—¿Te apetece bailar? Hay espacio de sobra.
—Me roza la manga de la camisa con sus uñas infinitas y me aparto.
—¿Estás loca? —le espeto, y me siento en la otra punta del sofá.
El año pasado tal vez me habría llevado su culo desesperado al baño y me la habría follado hasta dejarla inconsciente. Ahora sólo de pensarlo me dan ganas de vomitar en su vestido blanco.
—¡Oye! Sólo te he preguntado si querías bailar.
—Baila con tu novio casado —le suelto, y estiro el brazo para descorrer la cortina con la esperanza de ver a Santana.
—No me juzgues tan rápido. Ni siquiera me conoces.
—Te conozco lo suficiente.
—Ya, pues yo a ti también. Así que, en tu lugar, me andaría con cuidado.
—¿Ah, sí? —Me echo a reír.
Me mira de mala manera, intentando intimidarme, estoy segura.
—Sí.
—Si supieras algo sobre mi forma de ser, sabrías que ahora mismo no te conviene amenazarme — le advierto.
Levanta una copa de champán y me dedica un pequeño brindis.
—Eres tal y como dicen...
Y con esa frase me voy. Descorro la cortina y voy a buscar a Santana para que podamos largarnos de aquí.
¿Quién le ha hablado de mí? ¿Quién se cree que es? Christian tiene suerte de que le haya prometido a Santana una noche sin incidentes. De lo contrario, Max tendría que rendir cuentas de lo sucia que su novia tiene la boca.
Doy vueltas por el club buscando el vestido brillante de Santana y el pelo rubio de Kimberly. Menos mal que no es la clase de sitio en el que todo el mundo está dando brincos en la pista de baile. Casi todos los clientes están sentados junto a una mesa, cosa que facilita mucho mi búsqueda. Al final, las encuentro en la barra principal, hablando con Christian, Max y otro tío. Santana está de espaldas a mí,
pero por su postura sé que está nerviosa. A los pocos segundos se les une otro tipo y, a medida que me acerco, el primer tío empieza a resultarme conocido.
—¡Brittany! Por fin apareces. —Kimberly alarga el brazo para tocarme el hombro, pero la esquivo y me acerco a Santana.
Cuando me mira, tiene los ojos  recelosos y guían mi mirada hacia el invitado.
—Brittany, te presento a mi profesor de religión internacional, el señor Soto —dice sonriendo con educación.
«¿Te estás quedando conmigo? ¿Es que ahora todo el mundo se va a venir a vivir a Seattle?»
—Jonah —la corrige él, y gesticula para que nos demos un apretón de manos.

Yo estoy demasiado alucinada para negárselo.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 11:42 am

Capítulo 116
Brittany

 
El profesor de Santana sonríe y le pega un sutil repaso con la mirada, pero yo lo veo en tecnicolor.
—Me alegra volver a verte —dice pero, por cómo se mueve con la música, no sé si me lo dice a mí o a ella.
—El profesor Soto vive ahora en Seattle —me informa Santana.
—Qué bien —digo por lo bajo.
Santana me oye y me da un codazo. Le rodeo la cintura con el brazo.  A Jonah el gesto no le pasa desapercibido. Luego vuelve a mirarla a la cara.
«Está conmigo, idiota.»
—Sí —dice él—, me trasladé al campus de Seattle hace un par de semanas. Solicité el puesto hace un par de meses y por fin me lo han dado. Ya era hora de llevarse el grupo a otra parte —nos dice como si debiera importarnos.
—The Reckless Few van a tocar aquí esta noche, y más noches si podemos convencerlos — presume Christian.
Jonah le sonríe y se mira las botas.
—Creo que eso se puede arreglar —comenta levantando la vista con una sonrisa. Se acaba la copa con un solo movimiento y dice—: Será mejor que nos preparemos para la actuación.
—Sí —repone Christian—. No consientas que os distraigamos.
Le da una palmada a Soto en el hombro y el profesor se vuelve para sonreírle a Santana por última vez antes de abrirse paso entre la gente hacia el escenario.
—Son increíbles. ¡Esperad a oírlos! —exclama Vance dando palmas antes de rodear la cintura de Kimberly con el brazo y conducirla a una mesa en primera fila.
Ya los he oído. No son para tanto.
Santana me mira nerviosa.
—Es buena persona —señala—. Recuerda que declaró en tu favor cuando estuvieron a punto de expulsarte.
—No, yo no recuerdo nada de eso. Lo único que sé es que le gustas y que misteriosamente está viviendo en Seattle y da clases en tu campus.
—Ya lo has oído, hace meses que solicitó el traslado... Y no le gusto.
—Sí que le gustas.
—A ti te parece que le gusto a todo el mundo —contraataca.
Es imposible que sea tan ingenua como para creer que ese pavo es trigo limpio.
—¿Hacemos una lista? —replico—. Tenemos a Dani, al puto Trevor, al cretino del camarero... ¿Me dejo a alguien? Ah, ahora podemos añadir al profesor pervertido, que te estaba mirando como si fueras el postre. —Miro al idiota  en el minúsculo escenario, se mueve como si fuera el tío más importante del mundo pero finge no darle importancia.
—La única que cuenta de esa lista es Dani. Trevor es un encanto y no supone ningún peligro. A Robert es posible que no vuelva a verlo, y Soto no es un acosador.
Ha dicho una palabra que me chirría.
—¿Es «posible»?
—Está claro que no voy a volver a verlo. Estoy contigo, ¿vale? —Me coge de la mano y me relajo.
He de asegurarme de quemar o tirar por el retrete el número de ese camarero. Por si las moscas.
—Sigo creyendo que ese idiota es un acosador. —Señalo el escenario con la cabeza, hacia el desgraciado con cazadora de cuero.
Puede que tenga que hablar con mi padre para asegurarme de que no es tan turbio como me lo parece a mí. Santana se metería directa en la boca del lobo, siempre se equivoca respecto al carácter de la gente.Me lo demuestra con una sonrisa radiante, me mira como una idiota por todo el champán que le corre por las venas. Aquí sigue, conmigo, después de toda la mierda que le he hecho tragar...
—Creía que era un club de jazz. Este grupo es más... —Santana empieza a intentar distraerme de la lista interminable de hombres que desean su afecto.
—¿Penosa? —la interrumpo.
Me pega un manotazo en el brazo.
—No, sólo que no es jazz. Son más del rollo de The Fray...
—¿The Fray? Por favor, no insultes a tu grupo favorito. —Lo único que recuerdo del grupo del profesor es que eran patéticos.
Me pega con el hombro.
—Y el tuyo.
—Va a ser que no.
—No finjas que no te gustan. Sé que te encantan.
Me estrecha la mano y meneo la cabeza. No voy a negarlo, pero tampoco voy a admitirlo.
Miro a la pared y a las tetas de Santana mientras espero que la banda de pacotilla empiece a tocar.
—¿Nos vamos ya? —pregunto.
—Sólo una canción —dice Santana.
Tiene las mejillas sonrosadas, los ojos brillantes y las pupilas dilatadas. Se toma otra copa. Se alisa el vestido y le da un tirón al bajo de su vestido.
—¿Al menos puedo sentarme? —digo señalando la fila de taburetes vacíos junto a la barra.
Cojo a Santana de la mano y me la llevo hacia allí. La siento en el taburete que hay en uno de los extremos, el que está más cerca de la pared y más lejos de la gente.
—¿Qué van a tomar? —nos pregunta un hombre joven con perilla y un acento italiano falso como él solo.
—Una copa de champán y un agua —digo mientras Santana se coloca entre mis piernas. La cojo de la cintura y siento las lentejuelas de su vestido contra la palma de la mano.
—Sólo servimos la botella entera de champán, señorita —me dice el camarero con una sonrisa de disculpa, como si no estuviera seguro de que pudiera permitirme una botella de su puto champán.
—Sírveles una botella entera —dice la voz de Vance a mi lado, y el camarero asiente mirándonos a las dos.
—Lo quiere frío —recalco con chulería.
El chico asiente de nuevo y se apresura a ir a por la botella. «Idiota.»
—Deja de vigilarnos, que no eres nuestro canguro —le digo a Vance.
Santana me mira mal, pero no le hago ni caso.
Él pone los ojos en blanco, como el petardo sarcástico que es.
—Es evidente que no os estoy vigilando. Santana no tiene edad para beber.
—Ya, ya —digo.
Alguien lo llama entonces y Christian me da una palmada en el hombro antes de irse.
Al instante, el camarero descorcha una botella de champán y vierte el líquido en una copa para Santana. Ella le da las gracias con educación y él le responde con una sonrisa más falsa que su acento.
Esta pantomima me está matando.
Se lleva la copa a los labios y apoya la espalda contra mi pecho.
—Qué bueno está.
Entonces dos hombres pasan junto a nosotras y le dan un repaso a Santana. Ella se da cuenta. Lo sé por cómo se aprieta contra mí y apoya la cabeza en mi hombro.
—Ahí está Sasha —dice por encima del ruido que emite la guitarra del profesor Acosador, que está haciendo la prueba de sonido.
La rubia alta está buscando algo: a su novio o a algún tipejo al que cepillarse.
—¿A quién le importa? —replico, la cojo del codo con delicadeza y hago que se vuelva para verle la cara.
—No me gusta —dice Santana.
—No le gusta a nadie.
—¿No te gusta? —pregunta.
«¿Está loca?»
—¿Por qué iba a gustarme?
—No lo sé. —Sus ojos se posan en mi boca—. Porque es guapa.
—¿Y?
—No sé... Estoy rara. —Menea la cabeza intentando hacer desaparecer el resentimiento que veo en su expresión.
—Santana, ¿estás celosa?
—No —dice con un mohín.
—No tienes por qué. —Abro más las piernas y la estrecho contra mí—. Ella no es lo que quiero.
—Miro su pecho casi al descubierto—. Yo te quiero a ti. —Dibujo la línea de su escote con el índice, como si no estuviéramos en un club lleno a rebosar.
—Sólo por mis tetas —dice susurrando la última palabra.
—Evidentemente. —Me río, provocándola.
—Lo sabía. —Se hace la ofendida pero sé que se está riendo por encima del borde de la copa.
—Sí. Y ahora que ya sabes la verdad, ¿me dejas que te las folle?
Una ducha de champán mana de su boca y aterriza en mi camisa y en mi regazo.
—¡Perdona! —chilla cogiendo una servilleta de la barra. Me la pasa por la camisa, que es fea que te cagas, y luego empieza a secarme la entrepierna.
Le cojo la muñeca y le quito la servilleta:
—Yo de ti no lo haría.
—Ah —dice, y se ruboriza hasta el cuello.
Uno de los miembros de la banda se pone al micrófono y hace las presentaciones. Intento que no me den arcadas cuando empieza a sonar el horror. Santana está embobada mientras tocan una canción tras otra y yo me encargo de que su copa esté siempre llena. Doy gracias por cómo estamos sentadas. Bueno, yo estoy sentada. Ella está de pie entre mis piernas, de espaldas a mí, pero puedo verle la cara si me apoyo en la barra. Los tonos rojizos de la iluminación, el champán y ella siendo... ella... Está resplandeciente. Ni siquiera puedo ponerme celosa porque es... preciosa.
Como si me leyera el pensamiento, se vuelve y me regala una sonrisa. Me encanta verla así, tan despreocupada..., tan joven. Tengo que hacer que se sienta así más a menudo.
—Son buenos, ¿verdad? —Mueve la cabeza al ritmo de la música, lenta pero intensa.
Me encojo de hombros.
—No —replico. No son terribles, pero a buenos no llegan ni de lejos.
—Callaaaaa —dice exagerando la palabra, y me da la espalda. Momentos después, empieza a balancear las caderas al ritmo de la voz llorona del cantante. Joder.
Bajo la mano a sus caderas y se aprieta más contra mí sin dejar de moverse. El ritmo de la canción se acelera, igual que Santana. Joder...
Hemos hecho muchas cosas... Yo he hecho casi de todo, pero nadie nunca había bailado así conmigo. Algunas chicas, e incluso algunas strippers, se me han despelotado en el regazo, pero no así.
Esto es lento, embriagador... Y me pone mogollóna. Le sujeto la otra cadera con la mano y se vuelve un poco para dejar la copa en la barra. Con las manos vacías, me sonríe con lujuria y mira en dirección al escenario. Levanta una mano y me pasa los dedos por el pelo. Coloca la otra encima de la mía.
—No pares —le suplico.
—¿Segura? —Me tira del pelo.
Me cuesta creer que esta chica seductora con un vestido corto, que menea las caderas y me tira del pelo, sea la misma que escupe el champán cuando hablo de follarle las tetas. Me pone a mil.
—Joder, sí —susurro, y la cojo de la nuca para atraer su boca hacia la mía—. Muévete pegada a mí... —Le doy un apretón en la cadera—. Más cerca.
Y eso hace. La altura del taburete es perfecta, estoy en el lugar justo para que me restriegue el culo contra el sitio que más ganas tiene de ella.
Miro un momento alrededor. No quiero que nadie más la vea bailar.
—Estás muy sexi... —le digo al oído— cuando bailas así en público... Sólo para mí.
Juro que la he oído gemir y no puedo más. Le doy la vuelta y le meto la mano debajo de la falda.
—Brittany —protesta cuando aparto las bragas.
—Nadie nos está mirando y, aunque nos mirasen, no verían nada —le aseguro. No lo haría si supiera que alguien puede verlo—. Te ha gustado montar el numerito, ¿verdad? —le digo. No puede negarlo: está chorreando.
No contesta. Apoya la cabeza en mi hombro y me tira del bajo de la camisa, agarrándolo como suele agarrarse a las sábanas. Entro y salgo de ella, intentando seguir el ritmo de la canción. Casi al instante se le tensan los muslos y está a punto de correrse en mis dedos. Gime para que sepa el placer que le doy. Se pega más a mí, me chupa el cuello. Sus caderas se hunden en mí y siguen el ritmo de mis dedos, que entran y salen de su coño húmedo. La música y las voces ahogan sus gemidos y es posible que me esté haciendo sangre en el vientre con las uñas.
—Estoy a punto —gruñe con la boca pegada a mi cuello.
—Eso es, nena. Córrete para mí. Aquí mismo, Santana. Córrete —la invito con dulzura.
Asiente y me muerde un tendón del cuello.  El coño  me palpita en los pantalones. Santana  deja caer todo su peso sobre mí cuando se corre y la sujeto con fuerza. En
cuanto levanta la cabeza está jadeando, colorada, feliz y encendida bajo las luces.
—¿Coche o baño? —pregunta cuando me llevo los dedos a la boca y me los chupo.
—Coche —contesto, y se acaba el champán. Que page Vance. No tengo tiempo para buscar al camarero.
Santana me coge entonces de la mano y tira de mí hacia la puerta. Me tiene ganas y yo tengo algo  como una laguna de lo mojada que me tiene  gracias a su jueguecito en la barra.
—¿Ésa no es...? —Santana frena en seco poco antes de llegar a la salida del club.
Pelo negro de punta... Juraría que la paranoia me provoca alucinaciones. Pero ella también la ha visto.
—¿Qué coño hace aquí? ¿Le has dicho que íbamos a venir? —le espeto.
He mantenido la calma toda la noche y ahora aparece esta idiota para jodérmela.
—¡No! ¡Por supuesto que no! —exclama Santana, defendiéndose. Por su mirada sé que dice la verdad.
Dani nos ve y frunce el ceño con malicia. Como le gusta meter cizaña, se nos acerca.
—¿Qué haces tú aquí? —le pregunto cuando se acerca.
—Lo mismo que tú. —Se yergue y mira a Santana. Qué ganas tengo de subirle el escote para taparle el canalillo y romperle a esa cretina los dientes.
—¿Cómo sabías que estábamos aquí? —le suelto.
Santana me da un tirón del brazo y nos mira a una y a otra.
—No lo sabía. He venido a ver tocar al grupo.
Entonces se nos acerca un tío con la misma piel bronceada que Dani.
—Deberíais largaros —les digo.
—Brittany, por favor —me suplica Santana detrás de mí.
—No —le susurro. Ya estoy harto de Dani y todas sus mierdas.
—Oye... —El tío se planta entre nosotras—. Van a tocar más. Vamos a decirles que hemos llegado.
—¿Conocéis a Soto? —le pregunta Santana.
«Joder, Santana.»
—Sí —contesta el extraño.
Casi puedo ver las teorías conspiranoicas volando por la cabeza de Santana, preguntándose cómo es que se conocen. Como lo que quiero es no ver a Dani, la cojo del brazo y la llevo a la salida.
—Ya nos veremos —dice ella poniendo para Santana su mejor sonrisa de «soy un cachorrito y quiero que te sientas mal por mí y me quieras porque soy patética» antes de seguir al otro tío hacia el escenario.
Salgo a toda velocidad hacia el aire frío de la noche. Santana me sigue de cerca, insistiendo con lo mismo:
—Te juro que no sabía que iba a venir aquí. ¡Te lo juro!
Le abro la puerta del acompañante.
—Lo sé, lo sé —le digo para que se calle mientras hago lo posible por tranquilizarme—. Déjalo estar, por favor. No quiero que nos estropee la noche.
Rodeo el coche y me siento junto a ella.
—De acuerdo —accede y asiente.
—Gracias —suspiro.
Meto la llave en el contacto y Santana me coge de la mejilla y me obliga a volverme hacia ella.
—Te agradezco mucho el esfuerzo que estás haciendo esta noche. Sé lo mucho que te cuesta, pero significa un mundo para mí. —Sonrío contra la palma de su mano mientras la escucho.
—Bien.
—Lo digo en serio. Te quiero, Brittany. Muchísimo.
Le digo lo mucho que la quiero mientras trepa por su asiento y se sienta a horcajadas en mi regazo. Me desabrocha la bragueta y me baja los pantalones a toda velocidad. Su mano se cierra rápidamente en mi cuello y me arranca la camisa, de la que saltan los dos botones superiores. Le subo el vestido para ver su cuerpo desnudo y ella mete la mano  entre mis piernas.
—Sólo te deseo a ti. Siempre —me asegura para tranquilizar mi mente inquieta.
La cojo de las caderas y la levanto. En el coche, todo es tan pequeño que la siento más cerca, más adentro, cuando se deja caer sobre mí. La lleno, del todo, es mía, y siseo posesiva. Me tapa la boca con sus besos y se traga mis gemidos mientras mueve lentamente las caderas, igual que en el club.
—Te he metido los dedos hasta lo mas profundo—le digo cogiéndola del moño y tirando de él para obligarla a que me mire.
—Me gusta —gime sintiéndola toda, hasta el fondo.
Una de sus manos se hunde en mi pelo y con la otra me coge del cuello. Está muy sexi por el alcohol, la adrenalina y las ganas que me tiene..., lo mucho que necesita mi cuerpo y esta conexión apasionada y en estado puro que sólo nosotras compartimos. No la encontrará con nadie más, y yo tampoco. Con Santana lo tengo todo, y ella no podrá dejarme nunca.
—Joder, te quiero —gimo en su boca mientras me tira del pelo y me agarra con fuerza del cuello.
No es incómodo, sólo una leve presión, pero me vuelve loca.
—Te quiero —jadea cuando levanto las caderas para ir a su encuentro y  le meto los dos dedos  con más fuerza que antes.
La miro fijamente y disfruto con cómo flexiona los músculos de la pelvis. El placer aumenta poco a poco en la base de mi columna y noto que ella se tensa mientras la sigo ayudando con mis caderas.  
—Me muero por estar dentro de ti sin control... —le susurro en el cuello.
—No pares —me dice. Le encanta que le diga guarradas.
—Quiero que sientas cómo me corro junto a ti... —Le chupo la clavícula, saboreando las gotas de sudor—. Sé que te va a gustar que te marque así. —Sólo de pensarlo me pongo a cien.
—Ya casi... —gime, y con un último tirón de pelo nos derretimos las dos juntas, jadeantes, gimiendo, guarras. Somos así.
La ayudo a bajar de mi regazo y bajo la ventanilla mientras se arregla el vestido.
—Pero ¿qué...? —. ¡Dime que no acabas de tirar unos pañuelos de papel con los que nos has limpiado por la ventanilla! ¿Y si Christian lo ve?
Le sonrío con malicia.
—Estoy segura de que no será el único que se encuentre en el aparcamiento.
Intenta subirme la bragueta para ayudarme a vestirme y que pueda conducir.
—O tal vez no —replica asomando la nariz por la ventanilla y mirando el aparcamiento mientras pongo el coche en marcha—. Aquí huele a sexo —añade, y se echa a reír a carcajadas.
Asiento y escucho cómo tararea todas las puñeteras canciones que ponen por la radio de camino a casa de Vance. Me apetece burlarme de ella, pero es un sonido encantador, sobre todo después de haber tenido que escuchar a ese grupo de mierda.
«¿Un sonido encantador?» Empiezo a hablar como ella.
—Voy a tener que arrancarme los tímpanos cuando acabe la noche —le digo, aunque no me hace ni caso. Me saca la lengua con un gesto infantil y sigue cantando, aún más fuerte.
Cojo a Santana de la mano para que no se caiga mientras recorremos la corta distancia que hay desde el sendero de grava hasta la puerta principal. Por cómo actúa, estoy segura de que casi todo el contenido de la botella de champán ya está en su hígado.
—¿Y si no podemos abrir? —me pregunta con una risita tonta.
—La canguro está en casa —le recuerdo.
—¡Es verdad! Lillian... —Sonríe—. Es muy maja.
Yo me río de lo borracha que está.
—Creía que no te caía bien.
—Ahora que sé que no le gustas como tú me hiciste creer, ya me cae mejor.
Le acaricio los labios.
—No me hagas morritos. Se parece mucho a ti... Sólo que es más molesta.
—¿Perdona? —Hipa—. No fue bonito por tu parte hacerme sentir celos de ella.
—Pero funcionó —le contesto muy satisfecha de mí misma cuando llegamos a la puerta.
Lillian está sentada en el sofá cuando entramos en la casa. Me paro a darle un tirón al bajo del vestido de Santana. Me mira mal.
Al vernos, Lillian se pone de pie.
—¿Qué tal todo?
—¡Ha sido genial! ¡El grupo era alucinante! —le dice Santana con una sonrisa de oreja a oreja.
—Está pedo —informo a Lillian.
Se ríe.
—Ya lo veo. —Y, tras una pausa, añade—: Smith está durmiendo. Esta noche casi hemos mantenido una conversación.
—Bien por ti —digo llevando a Santana hacia el pasillo.
Mi novia borracha le dice adiós a Lillian con la mano.
—¡Encantada de volver a verte!
No sé si debería decirle a Lillian que se vaya a casa o esperar hasta que Vance vuelva. Me callo.
Además, que se encargue ella del pequeño robot si se despierta.
Cuando llegamos a la habitación de Santana, cierro la puerta y de inmediato se desploma en la cama.
—¿Puedes quitármelo? —dice señalando su vestido—. Pica mucho.
—Sí, levanta.
La ayudo a sacarse el vestido y me da las gracias con un beso en la punta de la nariz. Es muy poca cosa, pero el gesto me pilla por sorpresa y le sonrío.
—Me alegro de que estés aquí conmigo —dice.
—¿Sí?
Asiente y me desabrocha los botones que le quedan a la camisa de Christian. Me desliza la prenda por los hombros y la dobla con cuidado antes de levantarse y dejarla en el cesto de la ropa sucia. Nunca entenderé por qué dobla la ropa sucia, pero ya me he acostumbrado.
—Sí, mucho. La verdad es que Seattle no es tan genial como yo creía —confiesa al fin.
«Pues vuelve conmigo», me dan ganas de decirle.
—¿Y eso? —es lo que digo en realidad.
—No lo sé. Simplemente no lo es. —Frunce el ceño y me sorprende que, en vez de querer escuchar lo infeliz que es aquí, me apetezca cambiar de tema. Ryder y yo sospechábamos cómo se sentía en realidad, pero aun así me sabe mal que Seattle no sea lo que ella esperaba. Debería sacarla mañana por ahí para animarla un poco.
—Podrías venirte a vivir a Inglaterra —le digo.
Me lanza una mirada incendiaria con las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes por el champán.
—¿No me llevas allí contigo de boda pero quieres que me vaya a vivir contigo? —me suelta. Me ha pillado.
—Ya lo hablaremos luego —digo con la esperanza de que lo deje estar.
—Sí..., sí..., siempre para luego. —Vuelve para sentarse en la cama pero no calcula bien y acaba rodando por el suelo y desternillándose de risa.
—Ten cuidado, Santana. —La cojo de la mano y la ayudo a levantarse. El corazón me late a toda velocidad en el pecho.
—Estoy bien. —Se ríe y se sienta en la cama, llevándome consigo.
—Te he dado demasiado champán.
—Eso es verdad —sonríe y me empuja contra el colchón hasta tumbarme.
—¿Te encuentras bien? ¿No tienes ganas de devolver?
Apoya la cabeza en mi pecho.
—Deja de hacer de madre, estoy bien. —Me muerdo la lengua para no soltarle una perla.
—¿Qué te apetece hacer? —pregunta.
—¿Qué?
—Me aburro. —Me mira con esa cara. Se levanta y me mira, hay algo salvaje en sus ojos.
—¿Qué te gustaría hacer, borrachuza?

—Tirarte del pelo. —Sonríe y tira de mi labio inferior con los dientes del modo más pecaminoso posible.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 11:44 am

Capítulo 117

Brittany

 
—¿No puedes dormir? —Christian enciende la luz y ya somos dos en la cocina.
—Santana necesitaba un vaso de agua —le explico.
Empujo la puerta de la nevera pero él no deja que se cierre.
—Kim también —dice detrás de mí—. Es el precio de beber demasiado champán.
Las risas de Santana y su sed insaciable de placer me tienen agotada. Estoy convencida de que empezará a vomitar si no bebe agua. Me pasan por la cabeza imágenes de la noche, Santana tumbada en la cama, abierta de piernas para mí mientras hacía que se corriera con los dedos y con la lengua. Ha estado increíble, como siempre que me monta hasta dejarme saciada y agotada.
—Sí. Santana ha pillado una buena. —Me contengo para no echarme a reír al recordar cómo se ha caído de la cama.
—Entonces... ¿Inglaterra la semana que viene? —dice cambiando de tema.
—No, no voy a ir.
—Es la boda de tu madre.
—¿Y? No es la primera, y tampoco será la última —replico.
Si digo que no me esperaba que me tirase la botella de agua de la mano de un manotazo, me quedo corta.
—¿Qué coño haces? —exclamo agachándome a recoger la botella.
Cuando me levanto, Vance me está mirando fijamente con cara de pocos amigos.
—No tienes derecho a hablar así de tu madre.
—Y ¿eso a ti qué te importa? No quiero ir y no voy a hacerlo.
—Dime por qué. Dime la verdadera razón —me desafía.
«Pero ¿qué cojones le pasa?»
—No le debo explicaciones a nadie. Ya me han obligado a ir a una este año y no pienso pasar por otra.
—Vale. Ya he mandado hacer el pasaporte de Santana. Imagino que estarás bien aquí sin ella mientras ella visita por primera vez Inglaterra como invitada de Kim.
La botella se me cae al suelo. Ahí se queda.
—¿Qué? —Lo miro fijamente. Me está tomando el pelo. Seguro.
Se apoya en la isleta y se cruza de brazos.
—Envié los formularios y aboné las tasas en cuanto supe lo de la boda. Tendrá que pasarse a recogerlo y a que le hagan la foto, pero lo demás ya está hecho.
Estoy que echo humo. Noto cómo empieza a hervirme la sangre.
—¿Por qué lo has hecho? Ni siquiera es legal —digo, como si me importara una mierda la ley...
—Porque sabía que ibas a ser una idiota testaruda y también porque sabía que ella es lo único que puede hacer que vayas. Para tu madre es muy importante tenerte allí, y le preocupa que no quieras ir.
—Hace bien en preocuparse. ¿Os creéis que podéis usar a Santana para obligarme a ir a Inglaterra? Que os jodan a los dos, a ti y a mi madre.
Abro la puerta de la nevera para coger otra botella de agua, sólo por fastidiar, pero Christian la cierra de una patada.
—Sé que has tenido una vida de mierda, ¿vale? Yo también, así que lo entiendo. Pero a mí no vas a hablarme como les hablas a tus padres.
—Pues deja de meterte en mi puta vida igual que hacen ellos.
—No me meto en nada. Sé que a Santana le encantaría que fueras a esa boda, y tú también sabes que te sentirás fatal por haberle robado la oportunidad de estar allí sólo porque eres una cretina egoísta. Más te vale olvidarte del cabreo que tienes conmigo y darme las gracias por hacerte la semana mucho más fácil.
Me quedo mirándolo un momento para asimilar lo que ha dicho. En parte tiene razón: ya me siento mal por no querer ir a la boda sólo porque sé lo mucho que a Santana le gustaría ir. Esta noche ya me lo ha dicho bastantes veces y me pesa en la conciencia.
—Interpretaré tu silencio como un «gracias» —dice Vance con una sonrisa de superioridad, y le pongo los ojos en blanco.
—No quiero que se convierta en una costumbre —replico.
—¿El qué? ¿La boda?
—Sí. ¿Cómo voy a poder llevarla a otra boda y ver cómo pone ojos de cordero degollado sólo porque recuerda que ella nunca tendrá la suya?
Christian se lleva los dedos a la barbilla y da un par de golpecitos.
—Ah, ya entiendo. —Me sonríe aún más—. ¿Ése era el problema? ¿No quieres que se haga ilusiones?
—No. Ya se ha hecho ilusiones. Esa chica tiene la cabeza llena de pájaros, ése es el problema.
—¿Por qué es un problema? ¿No quieres que haga una chica decente de ti?
Aunque me está provocando, me alegro de que no me guarde rencor por los tacos de antes. Por eso me cae bien Vance (más o menos): no es tan sensiblón como mi padre.
—Porque no va a pasar —contesto—, y es una de esas locas que sacan el tema al mes de empezar a salir. Rompió conmigo porque le dije que no iba a casarme con ella. A veces está como una regadera. Vance se echa a reír y le da un trago a la botella de agua que iba a llevarle a Kimberly. Santana también está esperando que le lleve agua. Tengo que ponerle fin a esta conversación. Ya ha durado demasiado y es demasiado personal para mi gusto.
—Deberías dar las gracias porque quiera estar contigo. No eres precisamente la chica más encantadora del mundo, y ella lo sabe mejor que nadie.
Empiezo a preguntarme qué coño sabrá él de mi relación, pero entonces me acuerdo de que está comprometido con la mujer más bocazas de Seattle. Mejor dicho, con la mujer más bocazas de Washington... Puede que de todo Estados Unidos.
—¿He acertado? —Interrumpe el hilo de mis pensamientos sobre su insoportable prometida.
—Sí, pero aun así... Es absurdo pensar en el matrimonio. Ni siquiera ha cumplido aún los veinte.
—Eso lo dice la que no puede separarse ni un metro de ella.
—idiota —mascullo.
—Es la verdad.
—No significa que no seas idiota.
—Es posible. Pero me hace gracia: no quieres casarte con ella, sin embargo eres incapaz de controlar tu pronto o tu ansiedad cuando temes perderla.
—¿Qué coño quieres decir? —Creo que prefiero no saber la respuesta.
Demasiado tarde. Vance me mira a los ojos.
—Tu ansiedad... se dispara cuando estás preocupada porque temes que te deje o cuando otro tío le presta atención.
—¿Quién ha dicho que yo tenga an...?
Pero el viejo cabezota no me hace ni caso y sigue hablando.
—¿Sabes lo que suele obrar maravillas en esos casos?
—¿Qué?
—Un anillo. —Levanta la mano y se toca el dedo en el que pronto habrá una alianza.
—La madre que me trajo... ¿A ti también te ha comido el coco? ¿Qué ha hecho?, ¿te ha pagado?
—Me echo a reír de pensarlo. No es nada descabellado, teniendo en cuenta lo obsesionada que está con el matrimonio y lo encantadora que es.
—¡No, zopenca! —Me tira a la cabeza el tapón de la botella de plástico—. Es la verdad. Imagínate poder decir que es tuya y que sea cierto. Ahora son sólo palabras, una fanfarronada sin sentido que les sueltas a los tipos que la desean, y serán muchos, pero cuando Santana sea tu esposa, entonces será tuya de verdad. Entonces será real y nada resulta más satisfactorio, especialmente a las paranoicas como tú y yo.
Para cuando termina de pronunciar su discurso, tengo la boca seca y quiero salir a toda pastilla de esta cocina con demasiada luz.
—Menudo montón de mierda —le digo de sopetón.
Echa a andar y abre un armario de la cocina.
—¿Has visto la serie «Sexo en Nueva York»?
—No.
—«Sexo en Nueva York» o «Sexo y Nueva York», no me acuerdo...
—No, no y no —le contesto.
—A Kim le encanta, la ve a todas horas. Tiene todas las temporadas en DVD.
Christian abre un paquete de galletas.
Son las dos de la madrugada. Santana me está esperando y aquí estoy yo, hablando de una estúpida serie de televisión.
—¿Y?
—Hay un episodio en el que las chicas hablan de que uno sólo tiene dos grandes amores en la vida...
—Vale, bien. Esto empieza a ser muy raro —digo dándome la vuelta para marcharme—. Santana me está esperando.
—Ya lo sé... Lo sé... Enseguida acabo. Te lo resumiré del modo más masculino posible.
Giro sobre los talones y lo miro impaciente. Venga.
—Decían que uno sólo tiene dos grandes amores en toda su vida. Lo que quiero decir es que... Bueno, no sé lo que quiero decir, pero sé que Santana es tu gran amor.
Me he perdido.
—Has dicho que teníamos dos.
—Bueno, en tu caso tu otro gran amor eres tú misma. —Se ríe—. Creía que eso era evidente.
Enarco una ceja.
—¿Y tú, qué? ¿Doña Bocazas y la madre de Smith?
—Cuidadito... —me advierte.
—Perdona. Kimberly y Rose. —Pongo los ojos en blanco otra vez—. ¿Son tus grandes amores?
Espero por tu bien que las pavas de la serie esa se equivoquen.
—Eh, sí. Ellas son mis grandes amores —tartamudea con una emoción que no consigo identificar y que desaparece antes de que pueda hacerlo.
Lo apunto con la botella de agua y declaro:
—Vale, ahora que no me has aclarado nada, me voy a la cama.
—Ya... —dice un poco vacilante—. No sé ni de qué hablo. Yo también he bebido demasiado.
—Bien... Vale —respondo, y lo dejo solo en la cocina.
No sé a qué ha venido todo eso, pero ha sido muy raro ver al único e inimitable Christian Vance sin palabras.
Para cuando vuelvo a la habitación, Santana duerme en su lado de la cama, con las manos debajo de la mejilla y las rodillas flexionadas.
Apago la luz y le dejo la botella de agua en la mesilla de noche antes de deslizarme a su lado. Su cuerpo desnudo emana calor cuando lo acaricio, y no puedo evitar estremecerme cuando la punta de mis dedos le pone la carne de gallina. Me reconforta verlo, me recuerda que incluso en sueños mis caricias despiertan algo en ella.
—Hola —me susurra adormilada.
Me sobresalto al oír su voz y hundo la cabeza en su cuello. La acerco a mí.
—La semana que viene nos vamos a Inglaterra —le digo.
Rápidamente gira la cabeza para mirarme. La habitación está a oscuras pero la luz de la luna me basta para verle la cara de sorpresa.
—¿Qué?
—Nos vamos a Inglaterra. Tú y yo. A finales de la semana que viene.
—Pero...
—No. Te vienes. Sé que quieres ir, así que no intentes negármelo.
—Pero no tienes...
—Santana, déjalo estar. —Le tapo la boca con la mano y me la mordisquea con los dientes—. ¿Vas a ser una niña buena y a estarte calladita si quito la mano? —le provoco recordando que me ha acusado de ser condescendiente con ella.
Asiente con la cabeza y la aparto. Santana se incorpora sobre un codo y me mira. No puedo hablar con ella en seria cuando está desnuda y con ganas de guerra.
—¡Pero no tengo pasaporte! —protesta, y oculto la sonrisa. Sabía que no iba a poder callarse.
—Ya está en marcha. Lo demás lo arreglaremos mañana.
—Pero...
—Santana...
—¿Dos veces en un minuto? Muy mal. —Sonríe.
—No vas a volver a beber champán. —Le aparto el pelo enmarañado de la cara y dibujo el contorno de su labio inferior con el pulgar.
—Pues no he oído que te quejaras antes cuando estaba...

Cierro su boca de borracha con un beso. La quiero tanto, la quiero tantísimo que me asusta pensar en la posibilidad de perderla. ¿De verdad deseo mezclarla a ella, mi posible futuro, la única oportunidad que tengo de ser feliz, con mi retorcido pasado?
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 11:46 am

Capítulo 118
Santana

 
Cuando me despierto, Brittany no me está envolviendo con su cuerpo, y en la habitación hay demasiada luz incluso cuando vuelvo a cerrar los ojos.
—¿Qué hora es? —gruño manteniéndolos cerrados.
Me palpita la cabeza y, aunque sé que estoy tumbada boca abajo, tengo la sensación de que me estoy balanceando de atrás hacia adelante.
—Las doce —responde la voz profunda de Brittany desde el otro extremo del dormitorio.
—¡Las doce! ¡Me he perdido mis dos primeras clases!
Intento incorporarme, pero la cabeza me da vueltas. Vuelvo a tumbarme sobre el colchón con un sollozo.
—No te preocupes, vuelve a dormirte.
—¡No! No puedo faltar a más clases, Brittany. Acabo de empezar en este campus y no puedo empezar así el trimestre. —El pánico se está apoderando de mí—. Voy a ir muy retrasada.
—Estoy convencida de que te irá bien —dice Brittany quitándole importancia y atravesando la habitación para sentarse en la cama—. Seguro que ya has terminado todas las tareas.
Me conoce demasiado bien.
—Ésa no es la cuestión —replico—. La cuestión es que he faltado a clase y eso hace que dé mala impresión.
—¿Ante quién? —pregunta Brittany.
Sé que me está tomando el pelo.
—Ante mis profesores y mis compañeros.
—Santana, sabes que te quiero, pero venga ya. A tus compañeros les importa una mierda si vas o no a clase. Ni siquiera se habrán dado cuenta. Tus profesores, sí, porque eres una pelota y alimentas su ego.
Pero a tus compañeros les da igual y, si no fuese así, ¿qué más da? Su opinión no importa.
—Supongo que tienes razón. —Cierro los ojos e intento ver las cosas desde su punto de vista.
Detesto llegar tarde, faltar a clase y dormir hasta el mediodía.
—No soy una pelota —añado.
—¿Cómo te encuentras?
Noto que el colchón se mueve y, cuando abro los ojos, veo que la tengo a mi lado.
—Como si anoche hubiese bebido demasiado. —Me va a estallar la cabeza.
—Y así fue. —Asiente varias veces muy seria—. ¿Qué tal está tu culo? —Me agarra por detrás y hago una mueca.
—No hemos...
«No estaba tan borracha..., ¿verdad?»
—No. —Se echa a reír, me masajea la nalga y me mira a los ojos—. Aún no.
Trago saliva.
—Sólo si tú quieres —añade—. Te has convertido en una auténtica zorra, así que había dado por hecho que eso sería lo siguiente en tu lista.
«¿Yo? ¿Una zorra?»
—No pongas esa cara de susto, sólo era una sugerencia. —Me sonríe.
No sé cómo me siento con respecto a ese tema... Lo que sí sé es que no puedo continuar ni procesar este tipo de conversación ahora mismo.
Sin embargo, mi curiosidad saca lo peor de mí.
—¿Has...? —No sé cómo plantear la pregunta. Ésta es una de las pocas cosas de las que nunca hemos hablado; que me diga guarradas sobre hacérmelo en el ardor del momento no cuenta—. ¿Has hecho eso antes?
Inspecciono su rostro en busca de la respuesta.
—No, la verdad es que no.
—Vaya.
Soy demasiado consciente de que sus dedos recorren la piel desnuda donde debería estar el elástico de mis bragas si las llevase puestas. Por algún motivo, el hecho de que Brittany nunca haya experimentado eso me empuja a hacerlo.
—¿En qué piensas? —pregunta—. Veo salir humo de tu cabeza. —Me da un toquecito en la nariz con la suya y yo sonrío bajo su mirada.
—Me gusta el hecho de que no lo hayas hecho... ya...
—¿Por qué? —Enarca una ceja y yo escondo el rostro.
—No lo sé.
De repente tengo vergüenza. No quiero parecer insegura ni iniciar una discusión. Bastante tengo ya con la resaca.
—Dímelo —me pide con suavidad.
—No lo sé. Porque estaría bien que tu primera vez en algo fuese conmigo.
Se incorpora, se apoya sobre un codo y me mira.
—¿Qué quieres decir?
—Que has hecho un montón de cosas... sexualmente hablando... —le explico tranquilamente—. Y yo no te he aportado ninguna experiencia nueva.
Me observa detenidamente, como si tuviera miedo de contestar.
—Eso no es cierto.
—Sí que lo es. —Vuelvo a hacer pucheros.
—Y una mierda. Eso es mentira y lo sabes. —Su voz es prácticamente un rugido, y tiene el ceño muy fruncido.
—No me muerdas. ¿Cómo crees que me siento al pensar que no has estado sólo conmigo? —digo.
No suelo pensar tanto en ello como antes pero, cuando lo hago, me duele profundamente.
Hace una mueca, me agarra de ambos brazos con suavidad y tira para que me incorpore a su lado.
—Ven aquí. —Siento cómo me coloca sobre su regazo y mi piel completamente desnuda agradece el tacto agradable de su cálido cuerpo semidesnudo-
—. Nunca me lo había planteado —me dice con el rostro enterrado en mi hombro, y me provoca un escalofrío—. Si hubieses estado con otra persona, no estaría contigo ahora.
Aparto la cabeza de golpe y la miro.
—¿Disculpa?
—Ya me has oído. —Besa la curva de mi hombro.
—Eso no es muy agradable.
Estoy acostumbrada a la falta de tacto de Brittany, pero esas palabras me han sorprendido. No puede estar hablando en serio.
—Nunca me he considerado una persona agradable —repone.
Giro el cuerpo sobre su regazo y hago como que no oigo el gruñido profundo en su garganta.
—¿Lo estás diciendo en serio?
—Totalmente —asiente.
—Entonces, ¿me estás diciendo que si no hubiese sido virgen no habrías salido conmigo? —No solemos hablar mucho de este tema, y tengo miedo de descubrir adónde nos va a llevar.
Entorna los ojos mientras evalúa mi expresión antes de decir:
—Eso es justo lo que estoy diciendo. Y, por si no lo recuerdas, no quería salir contigo de todos modos.
Sonríe, pero yo frunzo el ceño.
Apoyo los pies en el suelo y me levanto de su regazo, pero ella me retiene en el sitio.
—No llores —dice, e intenta besarme, pero aparto la cabeza.
La fulmino con la mirada.
—Entonces quizá no deberías haber salido conmigo. —Estoy tremendamente sensible y me siento dolida. Añado gasolina al fuego y aguardo la explosión:
—Quizá deberías haberme dejado después de ganar la apuesta.
La miro a sus ojos azules  y espero su reacción, pero ésta sigue sin llegar. Se echa hacia atrás muerta de risa y mi sonido favorito inunda la habitación.
—No seas niña —dice estrechándome con más fuerza y cogiéndome de las dos muñecas con una mano para evitar que me levante de su regazo—. Que no quisiese salir contigo al principio no significa que no me alegre de haberlo hecho.
—Sigue sin ser algo agradable de escuchar. Y has dicho que no estarías conmigo ahora si hubiera estado con otra persona. Entonces, ¿si me hubiese acostado con Sam antes de conocerte no habrías salido conmigo?
Se encoge al oír mis palabras.
—No, no lo habría hecho. No habríamos llegado a esa... situación... si tú no hubieses sido virgen.
—Ahora camina con pies de plomo. Me alegro.
Situación —repito aún irritada, y la palabra brota con más dureza de lo que pretendía.
—Sí, situación.
Me vuelve de repente y me tumba boca arriba contra el colchón. Coloca su cuerpo sobre el mío, me agarra de las muñecas por encima de mi cabeza con una sola mano y me separa los muslos con las rodillas.
—No soportaría la idea de que otro hombre u otra mujer te hubiese tocado. Sé que es una puta locura, pero es la verdad, te guste o no.
Siento cómo su aliento caliente me golpea la cara. Por un momento me olvido de que estoy enfadada con ella. Está siendo sincera, eso es cierto, pero lo que dice es de una doble moral tremendamente ofensiva.
—Lo que tú digas.
—¿Lo que yo diga? —Se ríe y me agarra con más fuerza de las muñecas. Flexiona la cadera y presiona su cuerpo cubierto por una braga contra mi entrepierna—. No seas ridícula, ya sabes cómo soy.
Ahora mismo me siento muy expuesta, y su comportamiento dominante me está calentando más de lo que debería.
—Y sabes perfectamente que sí me has aportado nuevas experiencias —añade—. Nunca me había querido nadie, ni romántica ni familiarmente hablando, en realidad... —Su mirada se pierde en lo que imagino que será un doloroso recuerdo, pero regresa a mí al instante.
—. Y nunca había vivido con nadie. Nunca me había importado una mierda perder a nadie, pero sin ti no podría sobrevivir. Ésa es una experiencia nueva. —Sus labios planean sobre los míos—. ¿Te parecen suficientes «experiencias nuevas»?
Asiento y ella sonríe. Si levanto la cabeza sólo un centímetro más, mis labios rozarán los suyos.
Parece leerme la mente y aparta la cabeza un poco.
—Y no vuelvas a echarme en cara lo de esa apuesta nunca más —me amenaza mientras se restriega contra mí. Un gemido traicionero escapa de mis labios y sus ojos se ensombrecen de deseo.
—.¿Entendido?
—Claro. —Desafiante, pongo los ojos en blanco y ella me suelta las muñecas y desciende la mano por todo mi cuerpo hasta detenerse en la cadera y apretarla suavemente.
—Hoy te estás comportando como una niña malcriada. —Traza círculos en mi cadera y aplica más presión sobre mi cuerpo.
Me siento como una niña malcriada; tengo resaca y las hormonas a flor de piel.
—Y tú como una idiota, así que supongo que estamos empatadas.
Se muerde un carrillo y baja la cabeza hacia mí. Sus labios calientes me besan la mandíbula y envían una línea directa de electricidad a mi entrepierna. Envuelvo su cintura con las piernas y elimino el pequeño espacio que separaba nuestros cuerpos.
—Sólo te he querido a ti —me recuerda de nuevo, aliviando el ligero dolor que me han causado sus palabras anteriores. Sus labios alcanzan mi cuello. Me agarra un pecho con una mano y utiliza la otra para sostenerse—. Siempre te he querido.
No digo nada. No quiero fastidiar este momento. Me encanta cuando se muestra franca respecto a lo que siente por mí y, por primera vez, veo todo esto desde una perspectiva diferente. Rachel, Kitty y medio maldito campus de la WCU pueden haberse acostado con Brittany, pero ninguna de ellas, ni una sola, le han oído decir «Te quiero». Nunca han tenido, ni tendrán, el privilegio de conocerla, de conocerla de verdad, como la conozco yo. No tienen ni la menor idea de lo maravillosa e increíblemente brillante que es. No la oyen reír ni ven cómo cierra los ojos con fuerza en ese momento ni cómo se muestran sus pecas  al hacerlo. Nunca sabrán los detalles de su existencia ni escucharán el convencimiento en su voz cuando jura que me quiere más que a su vida. Y las compadezco por ello.
—Y yo sólo te he querido a ti —le respondo.
El amor que sentía por Sam era un amor fraternal. Ahora lo sé. Amo a Brittany de una manera increíble y absorbente, y sé, en lo más profundo de mi ser, que jamás sentiré eso por nadie que no sea ella.
La mano de Brittany se desliza hacia sus bragas. Se los baja y la ayudo a desprenderse de ellas con los pies. Con un suave movimiento, se ubica para que nuestros sexos se junten parece que fuésemos  piezas de un rompe cabezas,  encajamos muy bien, al sentirla piel con piel  dejo escapar un grito cuando se desliza  a través de mi resbaladiza y humeda hendidura.
—Repítelo —me ruega.
—Sólo te he querido a ti —repito.
—Joder, San, te quiero muchísimo —dice. Su cruda confesión se abre paso a través de sus dientes apretados.
—Siempre te querré sólo a ti —le prometo, y rezo en silencio para que hallemos el modo de superar todos nuestros problemas, porque sé que lo que acabo de decir es cierto. Siempre será ella. Incluso si algo nos separa.
Brittany me vuelve loca con violentas arremetidas y me reclama mientras me muerde y me chupa la piel del cuello con su boca cálida y húmeda.
—Siento... cada centímetro de tu cuerpo... Joder, qué caliente estás... —gruñe, y sus gemidos me vuelven loca.
Incluso a pesar de mi estado de frenesí, oigo las alarmas en mi cabeza. Dejo esa impresión a un lado y me deleito en la sensación de los fuertes músculos de Brittany contrayéndose bajo mis manos mientras acaricio sus hombros y sus brazos tatuados.
Mis actos se oponen a mis palabras; mis piernas se aferran con más fuerza a su cintura y la estrechan más contra mí. Mi vientre se tensa y empieza a serpentear...
—No puedo... parar... —Su ritmo se acelera y creo que me partiré en dos si se detiene ahora.
—Pues no lo hagas.
Estamos locas y no pensamos con claridad, pero no puedo dejar de arañarle la espalda, animándola a continuar.
—Joder, córrete, Santana —me ordena, como si tuviese elección.
Cuando llego al borde del orgasmo, temo desmayarme ante la inmensa cantidad de placer que siento cuando sus dientes rozan mi pecho y tiran, marcándome ahí. Con otro gemido de mi nombre y una declaración de su amor por mí, los movimientos de Brittany cesan. Se corre sobre mi la  piel desnuda de mi vientre. Observo embelesada cómo se toca a sí misma mientras me marca de la manera más posesiva sin interrumpir en ningún momento el contacto visual.
Luego se deja caer sobre mí temblando y sin aliento. Nos quedamos en silencio. No necesitamos hablar para saber lo que está pensando la otra.
—¿Adónde quieres ir? —le pregunto.
Ni siquiera me apetece salir de la cama, pero que Brittany se haya ofrecido a llevarme a dar una vuelta por Seattle, durante el día, es algo que nunca había sucedido en el pasado, y no sé si la situación se repetirá ni cuándo.
—La verdad es que me da igual. ¿De compras? —Inspecciona mi rostro—. ¿Necesitas ir de compras? ¿O te apetece?
—No necesito nada... —respondo, pero cuando veo lo nerviosa que está a mi lado, reculo—: Bueno, sí. Ir de compras está bien.
Se está esforzando mucho. Brittany no se siente cómoda haciendo las cosas sencillas que suelen hacer las parejas. Le sonrío y recuerdo la noche que me llevó a patinar sobre hielo para demostrarme que podía ser una chica normal.
Fue muy divertido, y ella estaba encantadora y traviesa, más o menos como lo ha estado durante la última semana y media. No quiero una novia «normal», quiero que Brittany, con su ácido sentido del humor y su actitud agridulce, me lleve de vez en cuando a hacer algo sencillo y que haga que me sienta lo bastante segura en nuestra relación como para que lo bueno supere con creces lo malo.
—Genial —dice, y se revuelve incómodo.
—Voy a cepillarme los dientes y a recogerme el pelo.
—También podrías vestirte. —Coloca la mano sobre la zona más sensible entre mis piernas.
Brittany ya ha utilizado una de sus camisetas para limpiarme, algo que solía hacer todo el tiempo.
—Cierto —convengo—. Y a lo mejor debería darme una ducha rápida.
Trago saliva y me pregunto si Brittany y yo tendremos un nuevo asalto antes de marcharnos. La verdad, no sé si ninguno de las dos podría con ello.
Me levanto de la cama y hago una mueca de disgusto. Sabía que tenía que venirme la regla cualquier día de éstos, pero ¿por qué ha tenido que ser justo hoy? Supongo que eso actúa a mi favor, ya que habré terminado para cuando nos marchemos a Inglaterra. Marcharnos a Inglaterra..., no parece real.
—¿Qué pasa? —pregunta Brittany con curiosidad.
—Me ha... Es el momento de... —Aparto la mirada, sabiendo que ha tenido un mes entero para fabricar sus bromas.
—Hum... ¿El momento de qué? —Sonríe con superioridad y se mira la muñeca vacía como si estuviese mirando un reloj.
—No empieces... —protesto. Junto los muslos y me apresuro a ponerme algo de ropa para dirigirme al baño.
—Vaya, vaya. Tienes una resaca en toda regla —bromea.
—Tus chistes son malísimos. —Me pongo su camiseta y veo la sonrisa lánguida que me dirige mientras observa cómo llevo su camiseta de nuevo.
—Malísimos, ¿eh? —Sus ojos azules brillan—. ¿Tan malas que te sangran... los oídos?
Salgo corriendo de la habitación mientras ella continúa riéndose de su propia ocurrencia._
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 11:46 am

Capítulo 119
Brittany

—No sabía que estabais aquí. Pensaba que hoy Santana tenía clase —me dice Kimberly cuando entro en la cocina. ¿Qué hace ella todavía aquí?
—No se encontraba bien —respondo—. ¿No tendrías que estar trabajando? ¿O quedarse en casa es otra de las ventajas de follarte a tu jefe?
—Yo tampoco me encuentro bien, listilla. —Me tira un trozo de papel arrugado, pero falla.
—Santana y tú deberíais aprender a controlaros con el champán —le digo.
Me hace una peineta.
El microondas pita y Kimberly saca un cuenco de plástico lleno de algo que parece y huele a comida de gato, y después se sienta en un taburete frente a la barra de desayuno. Empieza a comérselo con el tenedor y yo levanto una mano para taparme la nariz.
—Eso huele a mierda pura —señalo.
—¿Dónde está Santana? Ella te cerrará la boca.
—Yo que tú no contaría con ello —replico sonriendo con superioridad.
Me he aficionado a tomarle el pelo a la prometida de Vance. Es insensible a mis mofas, y es tan insufrible que me proporciona un montón de munición.
—¿Con qué no tiene que contar?
Santana se reúne con nosotras en la cocina, vestida con una sudadera, unos vaqueros estrechos y esas zapatillas de andar por casa que lleva como zapatos. En realidad no son más que tela exageradamente cara que envuelve un trozo de cartón, y usan el pretexto de las causas benéficas para timar a los estúpidos consumidores. Ella no lo ve así, claro, por lo que he aprendido a guardarme esa opinión para mí.
—Nada. —Me meto las manos en los bolsillos y me resisto a la necesidad de tirar de un codazo a Kimberly del taburete.
—Está fanfarroneando, como siempre —dice Kim, y da otro bocado a su comida de gato.
—Vámonos, es insufrible —replico lo bastante alto como para que ella me oiga.
—Brittany —me regaña Santana.
La cojo de la mano y la guío fuera de casa.
Cuando llegamos al coche, mete un montón de tampones en mi guantera. Entonces me viene algo a la cabeza.
—Santana quiero que empezemos a cuidarnos, desde la ultima locura del tratamiento que nos hicimos  he sido muy descuidada, y ahora que siento mas nuestra unión  ya no hay vuelta atrás.
—Lo sé. Llevo un tiempo queriendo pedir cita con un médico, pero es difícil conseguirla con el seguro de estudiante.
—Claro, claro.
—A ver si a finales de semana voy. Tengo que hacerlo pronto. Te has vuelto muy descuidada últimamente —dice.
—¿Descuidada? ¿Yo? —Me mofo—. Eres tú la que no para de pillarme desprevenida y no puedo pensar con claridad.
—¡Venga ya! —Se ríe y se reclina contra el reposacabezas.
—Oye, no se si quieres arruinarte la vida teniendo un hijo, adelante, pero a mí no vas a arrastrarme contigo. —Le aprieto el muslo y ella frunce el ceño—. ¿Qué pasa?
—Nada —miente, y finge una sonrisa.
—Dímelo ahora mismo.
—No deberíamos hablar del tema de los niños, ¿recuerdas?
—Cierto... Así que ahorrémonos problemas y empecemos a cuidarnos para ver si ese tratamiento no funciono del todo para que no tengamos que volver a hablar ni a preocuparnos sobre lo de los niños nunca más.
—Buscaré una clínica hoy mismo para que tu futuro no corra peligro —dice con voz rotunda.
Se ha molestado, pero no existe un modo suave de decirle que tiene que re visarse, mas  si va a estar follándome varias veces al día cuando estamos juntas.
—Tengo cita para el lunes —anuncia tras hacer unas cuantas llamadas.
—Estupendo. —Me paso la mano por el pelo antes de volver a apoyarla sobre su muslo.
Enciendo la radio y sigo las instrucciones de mi teléfono hasta el centro comercial más cercano. Para cuando terminamos de dar una vuelta por el centro comercial, ya estoy aburrida de Seattle. Lo único que me mantiene entretenida es Santana. Incluso cuando está callada puedo leerle la mente con tan sólo observar sus expresiones. Veo cómo mira a la gente mientras corren de un lado a otro. Frunce el ceño cuando una madre enfadada le da una palmada en el culo a su hijo en medio de una tienda, y la saco de allí antes de que la escena, y su reacción ante ella, se descontrole. Comemos en una pizzería tranquila y, mientras lo hacemos, Santana no para de hablar con entusiasmo sobre una nueva serie de libros que quiere leer. Sé lo crítica que puede ser sobre las novelas modernas, de modo que eso me sorprende y me intriga.
—Tendré que descargármelos cuando me devuelvas el libro electrónico —dice limpiándose la boca con la servilleta—. Y también estoy deseando recuperar mi pulsera. Y la carta.
Me obligo a controlar el pánico que se apodera de mí de repente y me meto casi una porción entera de pizza en la boca para evitar responder. No puedo decirle que rompí la carta, así que me siento tremendamente aliviada cuando cambia de tema.
El día termina con Santana durmiéndose en el coche. Se ha convertido en un hábito y, por alguna razón, me encanta. Conduzco el largo trayecto de vuelta a la casa, como hice la última vez. La alarma del móvil de Santana no me ha despertado, ni ella tampoco. No me hace ninguna gracia no haberla visto antes de que se fuese esta mañana, sobre todo teniendo en cuenta que estará todo el día fuera. Cuando miro la hora en el reloj de pared, veo que son casi las doce del mediodía. Al menos, comerá pronto.
Me visto rápidamente y salgo de la casa hacia la nueva sucursal de la editorial Vance. Se me hace raro pensar que, si quisiera, podría estar allí con ella, las dos juntas conduciendo para ir a trabajar todas las mañanas, volviendo en el mismo coche..., podríamos incluso vivir juntas de nuevo.
«Espacio, Brittany, quiere espacio.» La idea me hace reír; la verdad es que no nos estamos dando demasiado espacio, sólo tres días a la semana, como mucho. Lo único que estamos haciendo es complicar las cosas para vernos al tener que recorrer tanta distancia. Cuando entro en el edificio, veo que la oficina de Seattle es tremendamente espléndida. Es mucho más grande que la oficina de mierda en la que yo trabajaba. No echo de menos trabajar en ese cuchitril, eso sin duda, pero este sitio está muy bien. Vance no me permitiría trabajar desde casa. Fue Brent, mi jefe en Bolthouse, quien me recomendó que trabajara desde mi salón con el fin de «mantener la paz». A mí me va de puta madre, y más ahora que Santana está en Seattle, así que, que les den por el culo a esos gilipollas susceptibles de la oficina.
Me sorprende no perderme en este laberinto.
Cuando llego al área de recepción, Kimberly me sonríe desde detrás de su mostrador.
—Hola. ¿En qué puedo ayudarle? —dice con entusiasmo, mostrándome su capacidad de ser profesional.
—¿Dónde está Santana?
—En su despacho —contesta eliminando su fachada.
—¿Que está...? —Me apoyo contra la pared y espero a que me indique el camino.
—Por el pasillo, su nombre está en una placa en la puerta. —Vuelve a mirar la pantalla de su ordenador y pasa de mí. Será borde...
¿Por qué le paga Vance exactamente? Sea cual sea la razón, debe de valerle mucho la pena para que sea capaz de follársela con frecuencia y tenerla cerca durante el día. Sacudo la cabeza para intentar deshacerme de las imágenes de ellos dos juntos.
—Gracias por tu ayuda —le espeto, y me dirijo hacia el largo y estrecho pasillo.
Cuando llego al despacho de Santana, abro la puerta sin llamar. La habitación está vacía. Me llevo la mano al bolsillo y saco el móvil para llamarla. Al cabo de unos segundos oigo un traqueteo y veo su móvil vibrando sobre la mesa. «¿Dónde cojones está?» Recorro el pasillo en su busca. Sé que Dani está en la ciudad, y eso me cabrea. Juro que como...
—¿Brittany Pierce? —pregunta una voz femenina por detrás de mí cuando entro en lo que parece ser una pequeña sala de descanso.
Cuando me vuelvo me encuentro con un rostro familiar.
—Eh..., ¿hola?
No recuerdo dónde la he visto antes, pero sé que lo he hecho. Sin embargo, cuando una segunda chica se reúne con ella, caigo en la cuenta. Esto tiene que ser una puta broma. El universo se está burlando de mí y ya me estoy cabreando.
Tabitha me sonríe.
—Vaya..., vaya..., vaya.
La historia que Santana me contó acerca de que había dos brujas en la oficina cobra ahora mucho más sentido. Puesto que está claro que ninguna de los dos va a andarse con ceremonias, digo simplemente:
—Tú eres la que está jodiendo a Santana, ¿verdad?
Si hubiese sabido que Tabitha también se había trasladado a la oficina de Seattle, habría entendido al instante que ella era la zorra en cuestión. Ya tenía esa fama cuando yo trabajaba para Vance, y estoy segura de que no ha cambiado.
—¿Quién? ¿Yo? —replica. Se coloca el pelo por encima del hombro y sonríe.
Parece diferente..., antinatural. La piel del pequeño esbirro que la sigue tiene el mismo tono anaranjado que la de ella. Deberían dejar de bañarse en colorante alimentario.
—Ya vale de idioteces. Déjala en paz. Está intentando adaptarse a una nueva ciudad y vosotras dos no vais a joderle la experiencia haciéndole la vida imposible sin motivo.
—¡Yo no he hecho nada! Era sólo una broma. —Me vienen a la mente flashes de ella comiéndome el coño  en un cuarto de baño, y me trago la desagradable sensación que me produce el indeseado recuerdo.
—Pues no vuelvas a hacerlo —le advierto—. No estoy de coña. No quiero ni que hables con ella.
—Joder, veo que sigues teniendo el mismo buen humor de siempre. No volveré a meterme con ella. No quiero que te chives al señor Vance de mí y que me despidan, como a la pobre Sam...
—Yo no tuve nada que ver en eso.
—¡Claro que sí! —susurra dramáticamente—. En cuanto su hombre descubrió lo que estabais haciendo..., lo que tú hiciste..., la despidieron misteriosamente a la semana siguiente.
Tabitha era fácil, muy fácil, y Samantha también. En cuanto descubrí quién era el novio de Samantha, empecé a sentirme atraída por ella. Pero en el momento en que me colé entre sus piernas, no quise saber nada más. Ese jueguecito me causó un montón de problemas que preferiría no recordar, y desde luego no quiero que Santana se vea mezclada en toda esa mierda.
—No sabes ni la mitad de lo que pasó —le espeto—, así que cierra la puta boca. Deja en paz a Santana y conservarás tu trabajo.
En realidad, es posible que tenga un poco de culpa en el motivo por el que Vance decidiese despedir a Samantha, pero el hecho de que trabajara allí me estaba causando demasiados problemas.
Estaba en su primer año de facultad, y trabajaba a tiempo parcial como chica de los recados de la editorial.
—Hablando de la diablilla mimada —dice el esbirro, y señala hacia la puerta de la pequeña sala de descanso con la cabeza.
Santana entra sonriendo y riéndose. Y, justo a su lado, vestido con uno de sus trajecitos con corbata, está el puto Trevor, sonriendo y riéndose con ella.
El cabrón me ve primero y le da un toque a Santana en el brazo para que se vuelva hacia mí. Hago acopio de todo mi autocontrol para no ir y partirle las piernas. Cuando ella me ve desde el otro lado de la habitación, su rostro se ilumina, su sonrisa se amplía y corre hacia mí. Pero cuando llega ve que Tabitha está a mi lado.
—Hola —saluda insegura y nerviosa.
—Adiós, Tabitha —digo instando a esta última a largarse. Le susurra algo a su amiga y ambas salen de la habitación.
—Adiós, Trevor —digo en voz baja para que sólo Santana pueda oírme.
—¡Brittany! —Me da un toquecito en el brazo de la manera fastidiosa en que suele hacerlo.
—Hola, Brittany —me saluda Trevor, siempre tan amable.
Veo que tiene una especie de tic en el brazo, como si no supiera si ofrecerme la mano o no. Espero por su bien que no lo haga. No se la aceptaré.
—Hola —respondo secamente.
—¿Qué haces aquí? —pregunta Santana.
Mira hacia el pasillo, hacia las dos chicas que acaban de marcharse. Sé que en realidad lo que se está preguntando es: «¿De qué las conoces y qué te han dicho?».
—Tabitha ya no será un problema —replico.
Se queda boquiabierta y con los ojos como platos.
—¿Qué has hecho?
Me encojo de hombros.
—Nada. Sólo le he dicho lo que deberías haberle dicho tú: que se vaya a la mierda.
Santana le sonríe al puto Trevor, y él se sienta a una de las mesas intentando no mirarnos. Me divierte bastante verlo tan incómodo.
—¿Has comido ya? —pregunto.
Ella niega con la cabeza.
—Pues vamos a comer algo. —Le lanzo al fisgón una mirada como queriendo decirle que se joda y dirijo a Santana fuera de la habitación y por el pasillo.
—En el restaurante de al lado hacen unos tacos muy buenos —dice.
Resulta que no tiene razón. Los tacos son una mierda, pero ella devora su plato y la mayor parte del mío. Después, se pone colorada y culpa a sus hormonas por su apetito; cuando me amenaza con «meterme un tampón por la garganta» como vuelva a hacer otra broma sobre su regla, me echo a reír.
—Aún me apetece volver mañana para ver a todo el mundo y recoger mis cosas —dice, y se enjuaga la boca con un poco de agua para eliminar los restos de salsa picante que acaba de ingerir.
—¿No crees que ir a Inglaterra la semana que viene ya es bastante viaje? —digo intentando que cambie de planes.
—No. Quiero ver a Ryder. Lo echo mucho de menos.
Unos celos injustificados se apoderan de mí, pero los descarto. Él es su único amigo. Bueno, él y la insufrible Kimberly.
—Seguirá allí cuando volvamos de Inglaterra...
—Brittany, por favor. —Me mira, pero no pidiéndome permiso como hace otras veces. Esta vez está pidiendo mi colaboración, y por cómo le brillan los ojos sé que va a ir a ver a Ryder lo quiera yo o no.
—Vale, joder —gruño.
Esto no puede salir bien. La miro al otro lado de la mesa y veo que sonríe orgullosa. Aunque no sé si lo está por haber ganado esta discusión o por haber conseguido que ceda, pero está preciosa y muy relajada.
—Me alegro de que hayas venido aquí hoy.
 —Me coge de la mano mientras paseamos por la bulliciosa calle. ¿Por qué hay tanta gente en Seattle?
—¿En serio? —digo. Ya lo imaginaba, pero tenía miedo de que se enfadara conmigo por aparecer sin avisar. No me habría importado una mierda, pero bueno.
—Sí. —Me mira y se frena en medio de una marabunta de cuerpos ajetreados—. Casi... —dice, pero no termina la frase.
—¿Casi qué? —Detengo su intento de seguir caminando y la aparto hacia la pared junto a una joyería.
El sol se refleja en los enormes anillos de diamantes del escaparate y la desplazo unos cuantos centímetros para apartarme de su resplandor.
—Es una tontería. —Se muerde el labio inferior y mira al suelo—. Pero tengo la sensación de que puedo respirar por primera vez desde hace meses.
—¿Eso es bueno o...? —empiezo a preguntar, y le levanto la barbilla para que no tenga más remedio que mirarme.
—Sí, es bueno. Siento que por fin todo funciona con normalidad. Sé que ha sido poco tiempo, pero nunca nos habíamos llevado tan bien. Sólo hemos discutido unas pocas veces, y hemos conseguido solucionarlo hablando. Estoy orgullosa de nosotras.
Su comentario me hace gracia, porque seguimos discutiendo sin parar. No son sólo unas pocas veces, pero tiene razón: hemos solucionado las cosas hablando. Me encanta el hecho de que discutamos, y creo que a ella también. Somos totalmente diferentes, de hecho, no podríamos serlo más, y llevarnos bien todo el tiempo sería aburridísimo. No podría vivir sin su constante necesidad de corregirme o de
agobiarme sobre lo desastre que soy. Es un incordio, pero no cambiaría nada de ella. Excepto su necesidad de estar en Seattle.

—La normalidad está sobrevalorada, nena —replico y, para demostrar que estoy en lo cierto, la levanto por la parte superior del muslo, coloco sus piernas alrededor de mi cintura y la beso contra la pared en medio de una de las calles más bulliciosas de Seattle.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 11:47 am

Capítulo 120
Santana

 
—¿Cuánto falta? —protesta Brittany desde el asiento del acompañante.
—Menos de cinco minutos. Acabamos de pasar Conner’s.
Sé que sabe perfectamente lo corta que es la distancia desde aquí hasta el apartamento; es simplemente que no es capaz de estar un rato sin quejarse. Brittany ha conducido la mayor parte del trayecto, hasta que por fin la he persuadido para que me dejase terminar a mí el viaje. Se le estaban cerrando los ojos, y sabía que necesitaba descansar. Eso ha quedado demostrado cuando ha estirado el
brazo por encima de la consola central para cogerme mientras yo conducía y se ha quedado dormida casi al instante.
—Ryder sigue allí, ¿verdad? ¿Has hablado con él? —le pregunto.
Estoy muy emocionada por volver a ver a mi mejor amigo. Ha pasado mucho tiempo, y echo de menos sus amables y sabias palabras y su perpetua sonrisa.
—Por enésima vez: sí —responde Brittany claramente irritada.
Ha estado ansiosa todo el trayecto, aunque no lo quiera admitir. Dice que sólo está cabreada por la distancia, pero tengo la sensación de que hay algo más detrás de su frustración. Y no estoy del todo segura de querer saber de qué se trata.
Aparco frente al edificio del apartamento que fue mi hogar y se me hace un nudo en el estómago cuando mis nervios empiezan a emerger hacia la superficie.
—Todo irá bien, ya verás. —Las palabras para infundirme seguridad que utiliza Brittany me sorprenden en el momento en que atravesamos la puerta del patio.
Tengo una sensación extraña al subir en el ascensor. Es como si hubiera pasado mucho más tiempo, no sólo tres semanas. Brittany me coge de la mano hasta que llegamos a la puerta de casa. Introduce la llave en la cerradura y la abre.
Ryder se levanta inmediatamente del sofá y recorre la habitación con la sonrisa más amplia que jamás le he visto esbozar en los seis meses que han pasado desde que nos hicimos amigos. Me envuelve con los brazos y me abraza para darme la bienvenida. Es en este momento cuando me percato realmente de lo mucho que lo he echado de menos. Sin darme cuenta, empiezo a sollozar y a suspirar profundamente contra el pecho de mi amigo.
No sé por qué estoy llorando tanto. He echado muchísimo de menos a Ryder, y su calurosa reacción a mi regreso me ha tocado la fibra sensible.
—¿Cuándo le toca el turno a su viejo? —oigo preguntar a mi padre desde algún lugar algo lejano.
Ryder empieza a retroceder, pero Brittany dice:
—Dentro de un momento —y le hace un gesto a mi amigo mientras evalúa mi estado mental.
Me lanzo contra Ryder de nuevo, y sus brazos me envuelven otra vez.
—Te he echado mucho de menos —le digo.
Sus hombros se relajan visiblemente y despega los brazos de mi cuerpo. Cuando me dispongo a abrazar a mi padre, Ryder permanece cerca, tan sonriente y encantador como siempre. Al mirar a mi padre me doy cuenta de que debe de haber sabido que iba a venir de visita. Parece que lleva la ropa de Ryder y le está un poco estrecha. También advierto que va perfectamente afeitado.
—¡Mírate! —exclamo con una sonrisa—. ¡Te has quitado la barba!
Deja escapar una sonora carcajada y me abraza con fuerza.
—Sí, se acabó la barba —corrobora.
—¿Qué tal el viaje? —pregunta Ryder metiéndose las manos en los bolsillos de sus pantalones azul marino.
—Una mierda —responde Brittany al tiempo que yo digo: «Bien».
Ryder y mi padre se echan a reír, Brittany parece cabreada, y yo estoy simplemente feliz de estar en casa... con mi mejor amigo y el pariente más cercano con el que tengo contacto. Lo que no hace sino recordarme que tengo que llamar a mi madre, cosa que sigo posponiendo.
—Voy a llevar tu maleta al cuarto —anuncia Brittany, y deja que los tres continuemos con nuestros saludos.
Veo cómo desaparece por la habitación que en su día compartimos. Anda cabizbaja y quiero ir tras  ella, pero no lo hago.
—Yo también te he echado mucho de menos, Sanny. ¿Cómo te está tratando Seattle? —pregunta mi padre.
Se me hace raro mirarlo ahora, llevando una de las camisas de Ryder y pantalones de vestir, sin pelo en la cara. Parece un hombre totalmente diferente. Pero las bolsas debajo de sus ojos están más hinchadas, y veo que le tiemblan ligeramente las manos a los costados.
—Bien, todavía me estoy adaptando a todo —le digo.
Sonríe.
—Me alegra oír eso.
Ryder se aproxima más a mí cuando mi padre se sienta en un extremo del sofá. Le da la espalda a mi padre, como si quisiera que nuestra conversación fuese privada.
—Tengo la impresión de que has estado meses fuera —dice mirándome a los ojos.
Él también parece cansado..., ¿quizá por quedarse en el apartamento con mi padre? No lo sé, pero lo averiguaré.
—Yo también, es como si el tiempo pasara de manera extraña en Seattle. ¿Cómo va todo? Tengo la sensación de que apenas hemos hablado.
Es cierto. No he llamado a Ryder tanto como debería haberlo hecho, y él debe de haber estado muy liado con su último trimestre en la WCU. Si menos de tres semanas sin verlo se me hace así de duro, ¿cómo podré soportarlo cuando se marche a Nueva York?
—Sabía que estarías ocupada, todo va bien —dice.
Desvía la mirada hacia la pared y yo suspiro. ¿Por qué tengo la sensación de que se me está pasando algo obvio?
—¿Estás seguro? —Mi mirada oscila entre mi mejor amigo y mi padre. La expresión de abatimiento de Ryder no me pasa desapercibida.
—Sí, ya hablaremos sobre eso después —dice para que no me preocupe—. Ahora quiero que me lo cuentes todo sobre Seattle. —La tenue luz que se reflejaba en sus ojos se intensifica y se transforma en una brillante llamarada de felicidad, la felicidad que tanto he echado de menos.
—Estoy bien... —asiento sin mucho entusiasmo, y Ryder arruga la frente—. En serio, estoy bien. Mucho mejor ahora que Brittany me visita más.
—Pensaba que querías espacio, ¿no? —bromea, y me da un toquecito en el hombro con la palma de su mano—. Tenéis una manera muy extraña de romper.
Pongo los ojos en blanco porque tiene razón, pero digo:
—Ha sido muy agradable tenerla allí. Sigo tan confundida como siempre, pero Seattle se parece más al Seattle de mis sueños cuando Brittany está allí conmigo.
—Me alegra oír eso. —Ryder sonríe y desvía la mirada cuando Brittany llega y se coloca a mi lado.
Miro a mi alrededor y les digo a los tres:
—Este lugar está mucho más ordenado de lo que me había imaginado.
—Es que hemos estado limpiando mientras Brittany estaba en Seattle —dice mi padre, y me echo a reír al recordar cómo Brittany se quejaba de que los otros dos no paraban de toquetear sus cosas.
Me vuelvo hacia el organizado vestíbulo y recuerdo la primera vez que atravesé esa puerta con Brittany. Me enamoré al instante del encanto anticuado del lugar: el ladrillo visto me pareció maravilloso, y me quedé impresionada al ver la enorme librería que cubría la pared al otro extremo de la habitación. El suelo de hormigón impreso le daba personalidad al apartamento. Era algo único y hermoso. No podía creer que Brittany hubiese escogido un espacio tan perfecto para las dos. No era para
nada extravagante, sino bonito y adecuadamente distribuido. Recuerdo lo nerviosa que se puso por si no me gustaba. Aunque yo también estaba igual. Pensaba que estaba loca por querer que viviésemos juntas tan pronto teniendo en cuenta los altibajos de nuestra relación, y ahora sé que mi aprensión estaba perfectamente justificada; Brittany había usado este apartamento como una trampa. Pensaba que me
sentiría obligada a quedarme con ella después de descubrir lo de la apuesta que había hecho con su grupo de amigos. Y funcionó en cierta manera. No me gusta especialmente esa parte de nuestro pasado, pero no la cambiaría.
A pesar de los recuerdos de nuestros primeros días felices aquí, por algún motivo sigo sin poder quitarme de encima esa desagradable sensación en el estómago. Me siento una extraña en esta casa ahora. La pared de ladrillo que tanto me gustaba se ha manchado de nudillos ensangrentados tantas veces que he perdido la cuenta, los libros de las estanterías han sido testigos de demasiadas batallas a gritos, las páginas han absorbido demasiadas lágrimas tras nuestras interminables peleas, y la imagen de
Brittany postrada de rodillas delante de mí es tan intensa que prácticamente la veo impresa en el suelo.
Este lugar ya no es para mí el tesoro que fue, y estas paredes guardan recuerdos de tristeza y de traición, no sólo de Brittany, sino también de Rachel.
—¿Qué te pasa? —me pregunta ella en el momento en que mi expresión se torna melancólica.
—Nada, estoy bien —le digo.
Quiero apartar de mi mente los recuerdos desagradables que eclipsan estos momentos de felicidad por haberme reunido con Ryder y con mi padre tras las solitarias semanas que he soportado en Seattle.
—No cuela —resopla Brittany, pero lo deja estar y se dirige a la cocina. Al cabo de un segundo, su voz inunda el salón.—: ¿No hay comida en esta casa?
—En fin, ya empieza. Con lo tranquilos que estábamos —le susurra mi padre a Ryder, y ambos se ríen amistosamente.
Me siento muy afortunada de que Ryder esté en mi vida y de que tenga lo que parece una buena relación con mi padre, aunque da la impresión de que Brittany y Ryder lo conocen mejor que yo.
—Vuelvo dentro de un minuto —digo.
Quiero quitarme esta pesada sudadera; hace demasiado calor en el pequeño apartamento y, a cada momento que pasa, siento que mis pulmones necesitan aire fresco cada vez más. Necesito leer la carta de Brittany de nuevo; es mi cosa favorita en el mundo entero. Es mucho más que una cosa para mí; expresa su amor y su pasión de un modo que su boca jamás sería capaz de expresar. La he leído tantas veces que me la sé de memoria, pero necesito tocarla físicamente otra vez. Cuando tenga esas hojas
gastadas entre mis dedos, toda la ansiedad que siento desaparecerá con sus concienzudas palabras y podré respirar de nuevo y disfrutar de mi fin de semana aquí.
Busco en la cómoda y en todos los cajones antes de acercarme al escritorio. Rebusco en vano entre montones de clips y bolígrafos. «¿En qué otro lugar podría haberla guardado?»
Encuentro mi libro electrónico y la pulsera encima de mi diario de religión, pero la carta no está por ningún lado. Después de dejar la pulsera sobre el escritorio, me acerco al armario y busco en la caja de zapatos vacía que Brittany utiliza para guardar sus archivos del trabajo durante la semana. Levanto la tapa y veo que está vacía, excepto por una única hoja de papel que, para mi desgracia, no es la carta.
«Pero ¿qué es esto?» Está repleta de arriba abajo con la escritura de Brittany y, si no estuviera tan preocupada por mi carta, me pararía a leerla. Es muy raro que este papel esté aquí. Me apunto mentalmente volver para leer lo que haya escrito ahí. Coloco de nuevo la tapa en la caja y la guardo donde estaba.
Por si no he mirado bien en el cajón, regreso a la cómoda. ¿Y si Brittany la ha tirado?
No, ella no haría eso. Sabe lo mucho que esa carta significa para mí. Jamás haría eso. Saco mi viejo diario una vez más, le doy la vuelta y lo sacudo, con la esperanza de que caiga la carta. Estoy empezando a asustarme cuando, de repente, un pequeño trocito de papel llama mi atención. Es un pedazo roto que revolotea en el aire entre mi diario y el suelo. Me agacho para recogerlo justo cuando se posa en él.

Reconozco las palabras de inmediato; las tengo prácticamente grabadas en la memoria. Sólo es media frase, casi demasiado pequeña como para leerla, pero las palabras manchadas de tinta están sin duda escritas del puño y letra de Brittany. Se me cae el alma a los pies. Observo el fragmento de papel y entonces me doy cuenta de lo que ha pasado. Sé que la ha destruido. Empiezo a sollozar y dejo que el pedacito de papel se me escurra de entre mis dedos temblorosos y vuelva a caer al suelo. Se me parte el corazón al instante y empiezo a preguntarme cuánto seré capaz de soportar.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 11:48 am

Capítulo 121
Brittany

 
—Ya puedes irte —digo liberando así a Ryder de sus labores de canguro.
—No voy a irme, Santana acaba de llegar —responde desafiándome.
Supongo que él es una de las razones, aunque no la única, por las que quería venir a este maldito lugar.
—Vale —refunfuño, y bajo la voz—. ¿Cómo se ha portado en mi ausencia? —pregunto.
—Bien; tiene menos temblores y no ha vomitado desde ayer por la mañana.
—Puto yonqui. —Me paso las manos por el pelo—. Joder.
—Relájate. Todo saldrá bien —me asegura mi hermanastro.
Ignoro sus sabias palabras y lo dejo en la cocina para ir a buscar a Santana. Cuando llego a la puerta del dormitorio, oigo unos sollozos en el interior. Doy un paso rápido hacia adelante y la veo con las dos manos sobre la boca y con sus ojos  inyectados en sangre y llenos de lágrimas mirando al suelo.
Un paso más es todo lo que necesito para ver qué es lo que está mirando. Mierda.
«Mierda.»
—¿San?
Tenía pensado idear un plan para arreglar el problema que había creado al romper la maldita carta, pero aún no he tenido ocasión. Iba a buscar los trozos que faltaban y a intentar pegarlos con celo..., o al menos quería habérselo contado antes de que lo descubriera por su propia cuenta. Ahora ya es demasiado tarde.
—¡San, lo siento! —exclamo mi disculpa mientras las lágrimas empapan sus ya mojadas mejillas.
—¿Por qué lo...? —solloza, incapaz de terminar la frase.
Se me parte el corazón. Por un breve momento, creo que me duele más a mí que a ella.
—Estaba muy enfadada cuando me dejaste —empiezo a explicarle, y camino hacia ella, pero ella retrocede. Y no la culpo—. No pensaba con claridad, y la carta estaba ahí, sobre la cama, donde tú la habías puesto.
No dice nada ni aparta la mirada.
—¡Te juro que lo siento muchísimo! —proclamo frenéticamente.
—Yo... —Se atraganta y se seca con furia las lágrimas—. Necesito un minuto, ¿vale? —Cierra los ojos y unas cuantas lágrimas más escapan por debajo de sus pestañas.
Quiero concederle el minuto que me pide, pero tengo miedo de que conforme pase el tiempo se sienta cada vez más dolida y decida que no quiere verme.
—No voy a marcharme de la habitación —digo.
Tiene las dos manos pegadas a la boca pero, aun así, oigo cómo deja escapar un grito ahogado. El sonido me atraviesa como un puñal.
—Por favor —me ruega a través de su sufrimiento.
Sabía que le dolería descubrir que destruí esa carta, pero no esperaba que a mí me hiciese tanto daño.
—No, no me voy a ir —replico. Me niego a dejarla aquí sola, llorando por mis errores, otra vez. ¿Cuántas veces ha pasado eso en este apartamento?
Aparta la mirada y se sienta a los pies de la cama, con los ojos medio entornados y los labios y las manos temblorosos, estas últimas sobre su regazo, mientras intenta serenarse. Hago caso omiso de su mano empujando mi pecho cuando me pongo de rodillas delante de ella y la abrazo.  Al cabo de unos cuantos esfuerzos por apartarme, por fin cede y permite que la consuele.
—Lo siento muchísimo, nena —repito; no sé si alguna vez he sentido tanto esas palabras.
—Me encantaba esa carta —dice llorando contra mi hombro—. Significaba mucho para mí.
—Lo sé. Lo siento mucho. —Ni siquiera intento defenderme, porque sé que soy una puta imbécil y sabía lo mucho que esas páginas significaban para ella. La aparto suavemente de los hombros, atrapo sus mejillas empapadas entre mis manos y bajo la voz—: No sé qué decir, aparte de que lo siento.
Por fin abre la boca para hablar.
—No voy a decir que no pasa nada, porque no es así... —Tiene los ojos rojos e hinchados ya de tanto llorar.
—Lo sé. —Agacho la cabeza y dejo caer mis manos de su rostro.
Momentos después, siento cómo sus dedos me presionan la barbilla y me levantan la cara para que la mire, como suelo hacer yo con ella.
—Estoy apenada... Mejor dicho, devastada —dice—. Pero no hay nada que pueda hacer al respecto, y no quiero pasarme el fin de semana aquí sentada llorando, y desde luego no quiero que des pasos hacia atrás y te mortifiques por ello.
—Está haciendo todo lo posible por animarse, por fingir que no le importa tanto como sé que le importa.
Dejo escapar el aire que no sabía que estaba conteniendo.
—Te lo compensaré de alguna manera. —Cuando veo que no contesta, insisto un poco—: ¿De acuerdo?
Se seca los ojos y se corre todo el maquillaje con las puntas de los dedos. Su silencio me incomoda. Preferiría que me gritara a verla llorar desconsoladamente.
—San, por favor, háblame. ¿Quieres que te lleve de vuelta a Seattle? —Aunque respondiera que sí, ni de coña la llevaría, pero expreso el ofrecimiento antes de pensarlo siquiera.
—No. —Niega con la cabeza—. Estoy bien.
Con un suspiro, se pone de pie, sortea mi cuerpo y sale de la habitación. Me levanto y la sigo. Cierra la puerta del cuarto de baño y yo vuelvo al dormitorio para coger su bolso. La conozco, querrá arreglarse el desastre que se ha hecho en los ojos con el maquillaje. Llamo a la puerta y ella la abre ligeramente, sólo lo suficiente como para que le pase el bolso.
—Gracias —dice con la voz rota.
Ya le he fastidiado el fin de semana, y eso que todavía no ha empezado siquiera.
—¡Mi madre y tu padre quieren que lleves a Santana a casa mañana! —grita Ryder desde el otro extremo del pasillo.
—¿Y...?
—Y nada. Mi madre echa de menos a Santana.
—Pues... tu madre puede verla en otra ocasión. —Entonces me doy cuenta de que eso puede distraer a Santana de la maldita carta—. ¿Sabes qué? Vale —digo antes de que responda—. La llevaré allí mañana.
Mi hermanastro ladea la cabeza.
—¿Está llorando?
—Está... No es asunto tuyo —le espeto.
—No lleváis aquí ni veinte minutos y ya está encerrada en el baño —dice cruzándose de brazos.
—No es el momento de empezar a darme por culo, Ryder —le gruño—. Ya estoy a punto de estallar, y lo que menos necesito es que metas las narices donde no te llaman.
Pero entonces pone los ojos en blanco como suele hacerlo Santana.
—Vaya, ¿sólo puedo meterlas cuando implica hacerte un favor?
«¿Qué cojones le pasa y por qué sigo refiriéndome a él como mi hermanastro
—Vete a la mierda.
—Bastante agobiada estará, así que será mejor que dejemos esto antes de que salga del baño.
—Está intentando hacerme entrar en razón.
—Vale, pues deja de decirme gilipolleces —replico.
Antes de que le dé tiempo a contestar, la puerta del baño se abre, y Santana, recompuesta pero agotada, se dirige al pasillo con la preocupación reflejada en su rostro.
—¿Qué pasa?
—Nada. Ryder va a pedir pizza y vamos a pasar el resto de la noche como una gran familia feliz
—digo, y a continuación miro a mi hermanastro—: ¿Verdad?
—Sí —coincide él, por el bien de Santana.
Echo de menos los días en que Ryder no me replicaba. Eran pocos y muy espaciados, pero le están creciendo las agallas conforme pasan los meses. O igual yo me he vuelto más débil... No tengo ni puta idea, pero no me gusta el cambio.
Santana deja escapar un suspiro. Necesito que sonría. Necesito saber que puede superar esto. De modo que le digo:
—Voy a llevarte a casa de mi padre mañana; igual Karen tiene algunas recetas o alguna mierda que compartir contigo.
Sus ojos se iluminan y sonríe, por fin.
—¿Recetas o alguna mierda? —Se muerde la comisura del labio para evitar sonreír más aún. La presión de mi pecho desaparece.
—Sí, o alguna mierda. —Le devuelvo la sonrisa y la guío hasta el salón, donde todos estamos preparados para disfrutar de una noche de suplicio entreteniendo a Ricardo y a Ryder.
Ricardo está tumbado a lo largo del sofá. Ryder está en el sillón. Y Santana y yo estamos sentadas en el suelo.
—¿Me pasas otro trozo de pizza? —pregunta Ricardo por tercera vez desde que hemos empezado a ver este horror de película.
Observo a Santana y a Ryder, que, por supuesto, están completamente fascinados por la historia de amor entre Meg Ryan y Tom Hanks. Si ésta fuese una película moderna, habrían follado después del primer e-mail, y no habrían esperado hasta la última escena para besarse. Joder, habrían estado en una de esas aplicaciones de citas, y puede que sólo se conocieran por su nick. Qué deprimente.
—Toma —gruño pasándole la caja de la pizza a Ricardo.
Encima de que está ocupando todo el sofá, ahora no para de interrumpirme cada diez minutos para pedir más comida.
—Tu madre lloraba cada vez que veía esta última parte.
Ricardo alarga la mano y le aprieta el hombro a Santana. Tengo que hacer un esfuerzo enorme para no apartarle la mano. Si la pobre supiera lo que su padre ha estado haciendo durante la última semana, si hubiese visto cómo las drogas abandonaban su organismo entre vómitos y convulsiones, ella misma le apartaría la mano y se desinfectaría el hombro.
—¿De verdad? —San mira a su padre con ojos vidriosos.
—Sí. Recuerdo que las dos la veíais cada vez que la echaban en la tele. Casi siempre en
vacaciones, claro.
—¿Y eso...? —empiezo, pero detengo mis maliciosas palabras antes de expresarlas.
—¿Qué? —me pregunta Santana.
—Y ¿ese perro qué pinta ahí? —pregunto al azar.
No tiene sentido, pero Santana, en su línea, inicia una perorata sobre la última escena de la película y dice que el perro, Barkley o Brinkley, creo que ha dicho que se llama, es fundamental para el éxito de la película.
Bla, bla, bla...
Unos golpes en la puerta detienen las explicaciones de Santana, y Ryder se levanta para abrir.
—Ya voy yo —digo, y paso por delante de él. Al fin y al cabo, ésta es mi puta casa.
No me molesto en mirar por la mirilla, pero cuando abro la puerta, desearía haberlo hecho.
—¿Dónde está? —pregunta el yonqui apestoso.
Salgo al descansillo y cierro la puerta. No quiero que Santana se vea envuelta en esta mierda.
—¿Qué cojones haces aquí? —silbo con los dientes apretados.
—Sólo he venido a ver a mi colega, eso es todo.
Los dientes de Chad están aún más marrones que antes, y su vello facial está apelmazado contra su piel. Tendrá unos treinta años, pero su rostro es el de un hombre de más de cincuenta. Lleva el reloj que mi padre me regaló en su sucia muñeca.
—No va a salir aquí, y nadie va a darte nada, así que te sugiero que muevas el culo y vuelvas por donde has venido antes de que te estampe la cara contra esa barandilla —digo con naturalidad, y señalo hacia la barra de metal que hay delante del extintor de incendios—. Y después, mientras te desangras, llamaré a la policía y te arrestarán por posesión y por allanamiento. —Sé que lleva droga encima, el puto capullo.
Fija la vista en mí y yo avanzo un paso hacia él.
—Yo que tú no pondría a prueba mi paciencia. Esta noche, no —le advierto.
Abre la boca justo cuando la puerta del apartamento se abre detrás de mí. Mierda puta.
—¿Qué pasa? —pregunta Santana, avanzando hasta colocarse delante de mí.
Como por acto reflejo, le doy un tirón en la espalda y ella pregunta de nuevo.
—Nada, Chad estaba a punto de marcharse. —Miro al maldito yonqui, y más le vale...
Santana entorna los ojos mirando el objeto brillante que pende en la delgada muñeca del tipo.
—¿Ése no es tu reloj?
—¿Qué? No... —empiezo a mentir, pero ella ya lo sabe.
No es tan tonta como para pensar que es una coincidencia que este puto drogadicto tenga el mismo reloj caro de cojones que yo.
—Brittany... —Me mira—. ¿Qué pasa? ¿Has estado saliendo con este tipo o algo? —Se cruza de brazos y pone más distancia entre nosotras.
—¡No! —niego medio gritando. ¿Por qué saca esa conclusión al presenciar esta escena? No sé si llamar a su padre y defenderme o si inventarme otra mentira.
—No soy amigo suyo. Y ya se marcha —digo, y miro a Chad lanzándole de nuevo una
advertencia.
Esta vez lo capta y retrocede por el descansillo. Supongo que Ryder es el único que ya no se siente intimidado por mí. Parece que no estoy perdiendo facultades después de todo.
—¿Quién está ahí? —Ricardo se reúne con nosotros en el descansillo.
—Ese hombre..., Chad —responde Santana, con claro tono inquisitorio.
—Ah... —Su padre palidece y me mira con impotencia.
—Quiero saber qué está pasando aquí —exige Santana.
Es obvio que se está cabreando. No debería haberla dejado volver al apartamento. Lo he visto en su cara en el instante en que ha pisado este maldito lugar.
—¡Ryder! —Llama a su mejor amigo y yo miro a su padre.
Ryder se lo contará todo; él no le mentirá a la cara como lo he hecho yo tantas veces.
—Tu padre le debía dinero, y yo le di el reloj a modo de pago —admito.
Santana sofoca un grito y se vuelve hacia Ricardo.
—¿Por qué le debías dinero? ¡Ese reloj se lo regaló su padre! —exclama.
Vale..., ésta no es la reacción que esperaba. Está más centrada en el estúpido reloj que en el hecho de que su padre le debiese dinero a ese despojo humano.
—Lo siento, Sanny. No tenía dinero, y Brittany...
Antes de darme cuenta de lo que está haciendo, va de camino al ascensor. «¡Pero ¿qué coño...?!»
Presa del pánico, corro tras ella, pero se mete en la jaula de acero antes de que le dé alcance. Esas puertas se mueven terriblemente despacio en cualquier otra ocasión, pero ahora que está huyendo de mí, se cierran al instante.
—¡Maldita sea, Santana!
Golpeo el metal con el puño. ¿Hay escalera en este edificio? Cuando me vuelvo, Ryder y Ricardo miran hacia nosotras con la mirada perdida, sin moverse. «Gracias por la puta ayuda, idiotas.»
Me apresuro a ir por la escalera y bajo los peldaños de dos en dos hasta que llego abajo. Busco a Santana en el vestíbulo y, al no verla, el pánico me invade de nuevo. Chad podría haber traído algunos amigos consigo... y podrían acercarse a Santana o hacerle daño... Un sonido anuncia la llegada del ascensor. Las puertas se abren y Santana sale de él; la determinación se refleja en su rostro hasta que me ve.
—¡¿Has perdido la puta cabeza?! —le grito, y mi voz inunda el vestíbulo.
—¡Va a devolverte ese maldito reloj, Brittany! —me grita en respuesta.
Se dirige hacia las puertas de cristal y yo la agarro de la cintura y la estrecho contra mi pecho.
—¡Suéltame! —Me clava las uñas en los brazos, pero no cedo.
—No puedes ir tras él. ¿En qué estás pensando?
Sigue forcejeando conmigo.
—Si no dejas de moverte, te llevaré literalmente a rastras hasta el apartamento. Y ahora escúchame —digo.
—¡No puede quedarse ese reloj, Brittany! Te lo regaló tu padre, y significa mucho para él, y para ti...
—Ese reloj no significaba una mierda para mí —digo.
—Claro que sí. No lo admitirías jamás, pero te importaba. Lo sé. —Sus ojos se humedecen de nuevo. Joder, este fin de semana va a ser un infierno.
—No es verdad...
«¿O sí?»
Se tranquiliza un poco y deja de agitar los brazos. La convenzo para volver al ascensor y abortar su persecución del narcotraficante, muy a su pesar.
—¡No es justo que se quede con tu reloj por los problemas con el alcohol de mi padre! ¿Cuánto puede beber una persona como para acabar debiéndole dinero a la gente?
Está hecha una furia y, aunque me parece muy graciosa cuando se pone así, me siento fatal por lo que tengo que contarle.
—No era por el alcohol, San —confieso.
Veo cómo ladea la cabeza y mira a todas partes excepto a mis ojos.
—Brittany, sé que mi padre bebe. No lo excuses. —Su pecho se hincha y se deshincha a una velocidad frenética.
—Santana, tienes que tranquilizarte.
—¡Dime qué está pasando, Brittany!
No sé cómo expresarlo de otra manera. Lo siento. Siento no haber podido protegerla de un padre jodido, del mismo modo que no pude proteger a mi madre de la devastación del mío. Así que hago algo extraño para mí. Digo algo brutalmente sincero:
—No es el alcohol. Son las drogas.
Entonces se mete corriendo en el ascensor y pulsa el botón de nuestra planta. Entro justo detrás de ella, pero Santana se limita a mirar al vacío mientras las puertas se 
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por 3:) Vie Ago 19, 2016 1:39 pm

Detesto a sasha...
En serio dani no se cansa de fastidiar...???
A ver como termina el regreso de san... Y con lo que se entero de su padre????
Londres siempre esta a la vuelta de la esquina para las dos!!!... A ver cuando se van???
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 2:49 pm

Capítulo 122
Santana

 
Cuando Brittany y yo volvemos al apartamento, el ambiente parece haberse vuelto rancio e incómodo.
—¿Estás bien? —pregunta Ryder en cuanto Brittany cierra la puerta al entrar.
—Sí —miento.
Estoy confundida, herida, enfadada y agotada. Sólo hace unas horas que llegamos y ya tengo ganas de regresar a Seattle. Cualquier idea que se me pasara por la cabeza de volver a vivir aquí se ha esfumado en algún momento durante el silencioso camino desde el ascensor hasta la puerta del apartamento.
—Sanny..., no pretendía que nada de esto sucediera —dice mi padre mientras me sigue hasta la cocina.
Necesito un vaso de agua, me va a estallar la cabeza.
—No quiero hablar de ello.
El fregadero chirría cuando abro el grifo, y espero pacientemente a que el vaso se llene.
—Creo que al menos deberíamos hablar...
—Por favor...
Me vuelvo para mirarlo. No quiero hablar. No quiero oír la espantosa verdad, ni una mentira piadosa. Sólo quiero ir otra vez al momento en el que estaba cautelosamente emocionada por intentar mantener la relación con mi padre que nunca tuve de niña. Sé que Brittany no tiene ningún motivo para mentir sobre las adicciones de Ricardo, pero igual ha habido algún malentendido.
—Sanny... —suplica mi padre.
—Ha dicho que no quiere hablar del tema —insiste Brittany, que ha aparecido de repente.
Se adentra más en la cocina y se coloca entre él y yo. Esta vez agradezco su intrusión, aunque me preocupan un poco los agitados movimientos de su pecho conforme su respiración se va volviendo cada vez más superficial y laboriosa. Siento un alivio tremendo cuando mi padre suspira derrotado y me deja a solas con Brittany en la cocina.
—Gracias. —Me descompongo contra la encimera y bebo otro sorbo del agua tibia del grifo.
Una arruga de preocupación se forma entonces en la frente de Brittany, que no intenta ocultar su profundo ceño fruncido. Se presiona las sienes con los dedos y se apoya a su vez en la encimera.
—No debería haberte dejado venir aquí —dice—. Sabía que esto sucedería.
—Estoy bien.
—Siempre dices eso.
—Porque siempre tengo que estarlo. De lo contrario, no estaría preparada cuando se presentan los desastres.
La adrenalina que corría por mis venas hace tan sólo unos minutos ha desaparecido, se ha evaporado junto con la esperanza de que, por una vez, algo pudiera salir bien durante un fin de semana entero. No me arrepiento de haber venido porque echaba mucho de menos a Ryder y quería recoger mi carta, el libro electrónico y la pulsera. Todavía me duele el alma por lo de la carta; no parece racional que un objeto guarde tanta importancia para mí, pero así es. Fue la primera vez que Brittany se abrió
tanto conmigo. Se acabó el ocultar cosas. Se acabaron los secretos sobre su pasado. Puso todas las cartas sobre la mesa, y no tuve que obligarla a confesarme nada. El hecho de que decidiera escribirlo y la manera en que le temblaban las manos cuando me la entregó siempre quedarán grabados en mi memoria. La verdad es que no estoy enfadada con ella; ojalá no la hubiese destruido, pero conozco su temperamento, y fui yo la que la dejó aquí, intuyendo de alguna manera que probablemente la haría
pedazos. No voy a permitirme seguir sufriendo a causa de ello, aunque aún me duele pensar en el fragmento de papel que quedaba; ese pequeño trocito jamás podrá albergar todas las emociones compactadas en las palabras que había escrito en toda la página a la que pertenecía.
—Detesto que sea así —dice ella en voz baja.
—Yo también —suspiro. Y al ver la expresión de pesar en su rostro, añado—: No es culpa tuya.
—Joder que no. —Sus dedos exasperados atraviesan las ondas de su pelo—. Fui yo quien destruyó esa maldita carta, yo te traje aquí, y pensé que podría ocultarte los hábitos de tu padre. Creía que ese cerdo de Chad desaparecería para siempre cuando le di mi reloj a cambio del dinero que tu padre le debía.
 
 Observo a Brittany, que siempre está tan furiosa, y quiero abrazarla. Dio algo suyo; a pesar de asegurar que no le tenía ningún aprecio al objeto, lo entregó en un intento de sacar a mi padre del agujero en el que se había metido. Joder, cuánto la quiero.
—Me alegro mucho de tenerte —le digo.
Sus hombros se tensan y levanta la cabeza rápidamente para mirarme.
—No sé por qué. Soy yo quien genera casi todos los desastres de tu vida.
—No, yo también tengo parte de culpa —le aseguro. Ojalá tuviera un mejor concepto de sí misma; ojalá se viera como yo la veo—. La indiferencia del universo también influye mucho.
—Lo que acabas de decir es mentira. —Me mira con ojos expectantes—. Pero vale, lo acepto.
Me quedo mirando hacia la pared en silencio mientras me vienen a la mente un millón de pensamientos por minuto.
—Aunque sigue cabreándome que te largases corriendo detrás de él como una puta loca —me regaña.
Y no la culpo; no ha sido muy inteligente por mi parte. Pero en cierto modo sabía que vendría detrás de mí en mi ridículo intento de perseguir a Chad y recuperar el reloj. ¿En qué narices estaba pensando? Pensaba en que el reloj representaba el comienzo de una nueva relación entre Brittany y su padre. Brittany decía que odiaba ese reloj, y se negaba a llevarlo con el pretexto de que era excesivamente caro.Ella  no sabe la cantidad de veces que pasé por delante del dormitorio y la sorprendí mirándolo en su caja.
Una vez incluso lo sostenía en la palma abierta mientras lo examinaba detenidamente, como si el objeto pudiese arder o sanarla. Su expresión era ambivalente cuando lo dejó sin cuidado de nuevo en la gran caja negra.
—La adrenalina se ha apoderado de mí —digo quitándole importancia, e intento ocultar el leve escalofrío que recorre mi cuerpo cuando pienso en qué habría pasado si llego a alcanzar a aquel hombre espeluznante.
Tuve un mal presentimiento sobre él la primera vez que vino a recoger a mi padre al apartamento, pero no me planteé que pudiese volver. De todas las sospechas que tenía con respecto a lo que pudiera estar sucediendo aquí, jamás se me había pasado por la cabeza que hubiera hombres repugnantes vendiendo drogas y recibiendo relojes en pago. Sin duda, a esto es a lo que se refería Brittany con lo de «encargarse de ello sin que yo me tuviera que preocupar al respecto». Si hubiera mantenido mi trasero
en el apartamento, aún sería felizmente ajena a toda esta situación. Aún podría mirar a mi padre con cierto respeto.
—Bueno, pues está claro que la adrenalina impide que te llegue el oxígeno al puto cerebro —refunfuña Brittany mirando a la nevera detrás de mí.
—¿Ponemos la siguiente película? —pregunta mi padre desde el salón.
Le lanzo una mirada de pánico a Brittany y ésta abre la boca y responde por mí:
—Enseguida —dice con tono duro.
Brittany me mira, y tanto su altura como su expresión de irritación me abruman.
—No tienes por qué salir ahí y conversar por obligación con ellos si no quieres. Y más les vale que no se les pase por la cabeza decirte nada respecto al tema.
La idea de ver una película con mi padre no me apetece nada, pero no quiero que las cosas sean incómodas, y tampoco quiero que Ryder se vaya todavía.
—Lo sé —suspiro.
—Te niegas a aceptarlo, y lo entiendo, pero vas a tener que enfrentarte a la realidad antes o después.
—Sus palabras son duras, pero sus ojos son compasivos. Siento el calor de sus dedos
ascendiendo por mis brazos.
—Que sea después..., por ahora —le ruego, y ella asiente. No lo aprueba, pero acepta mi negación. Por ahora.
—Ve ahí dentro entonces, yo iré en un minuto —añade señalando el salón con la cabeza.
—Vale. ¿Puedes hacer palomitas? —Le sonrío y me esfuerzo todo lo posible en convencerla de que mi corazón no martillea contra mi caja torácica y mis palmas no están sudadas.
—No te pases...
 —Una sonrisa juguetona se forma en las comisuras de sus labios mientras me empuja fuera de la cocina.
—. Vamos.
Cuando entro en el salón con luz tenue, mi padre está sentado en su sitio de siempre en el sofá, y Ryder está de pie, apoyado contra la oscura pared de ladrillo. Mi padre tiene las manos sobre su regazo y se está quitando los padrastros de los dedos, una costumbre que yo tenía cuando era pequeña y que mi madre me obligó a abandonar. Ahora sé de dónde me venía.
Levanta sus ojos oscuros de su regazo, me mira y un escalofrío recorre mi cuerpo. No sé si es por la iluminación o si es mi mente que me juega una mala pasada, pero sus ojos parecen casi negros y me están dando ganas de vomitar. ¿De verdad consume drogas? Y, si es así, ¿qué cantidad y de qué tipo?
Mis conocimientos acerca de las drogas se basan en ver unos cuantos episodios de «Intervention» con Brittany. Me encogía y me tapaba los ojos cuando los adictos se clavaban las agujas en la piel o fumaban ese líquido espumoso de una cuchara. No soportaba ver cómo se destruían a sí mismos y a los que tenían a su alrededor, mientras que Brittany no paraba de decir que no sentía ni un ápice de compasión
por los «putos yonquis». ¿Es mi padre de verdad uno de ellos?
—Si quieres que me vaya, lo entenderé... —dice. Su voz no encaja con el aspecto de sus ojos atormentados. Es pequeña, débil y rota. Me duele el corazón.
—No, no te preocupes —contesto.
Trago saliva, me siento en el suelo y espero a que Brittany se reúna con nosotros. Oigo los estallidos del maíz, y el aroma de las palomitas inunda el apartamento.
—Te diré todo lo que quieras saber...
—De verdad, no pasa nada —le aseguro a mi padre con una sonrisa. «¿Dónde está Brittany?»
Mi pregunta silenciosa es respondida tan sólo unos momentos después, cuando entra en el salón con una bolsa de palomitas en una mano y mi vaso de agua en la otra. Se sienta a mi lado en el suelo sin mediar palabra y coloca la bolsa en mi regazo.
—Están un poco quemadas, pero se pueden comer —dice tranquilamente.
Sus ojos se dirigen directamente a la pantalla del televisor, y sé que se está callando muchos pensamientos. Le aprieto la mano para agradecerle que sea así. No podría soportar más escenas esta noche.
El maíz está delicioso y sabe a mantequilla. Brittany refunfuña cuando les ofrezco unas pocas a Ryder y a mi padre, e imagino que ésa es la razón por la que ellos las rechazan.
—¿Qué porquería vamos a ver ahora? —pregunta.
Algo para recordar —respondo con una amplia sonrisa.
Pone los ojos en blanco.
—¿En serio? ¿Eso no es una versión más antigua de la que acabamos de ver?
No puedo evitar reírme.
—Es una película preciosa.
—Ya. —Me mira, sin embargo su mirada no dura tanto como de costumbre.
Se limpia los dedos aceitosos en la sudadera. Yo hago una mueca de asco y anoto mentalmente poner la prenda a remojo antes de lavarla.
—¿Pasa algo? La película no está tan mal —le susurro.
Mi padre se está terminando lo que queda de la pizza, y Ryder ha vuelto a sentarse en el sillón reclinable.
—No —replica Brittany, que sigue sin mirarme.
No quiero comentar en voz alta lo extraño de su comportamiento. Todos estamos de los nervios después de los acontecimientos de esta noche.
La película me distrae de mis problemas y de mis malos pensamientos durante el tiempo suficiente como para reírme con Ryder y mi padre. Brittany mira la pantalla, con los hombros rígidos otra vez y con la mente a años luz de aquí. Quiero preguntarle desesperadamente qué le pasa para poder solucionarlo, pero no sé si es mejor dejarla tranquila por ahora. Me acurruco contra su pecho con las rodillas dobladas debajo de mí y con un brazo alrededor de su torso definido. Ella me sorprende estrechándome más contra sí y besándome suavemente en el pelo.
—Te quiero —susurra.
Estoy casi convencida de que estoy oyendo voces hasta que levanto la vista y me encuentro con sus expectantes ojos azules.
—Te quiero —respondo suavemente.
Me tomo unos instantes para mirarla, para deleitarme con lo guapa que es. Me saca de quicio, y yo a ella, pero me quiere, y su comportamiento relajado de esta noche no es más que otra prueba de ello. Por muy forzada que sea su actitud, lo está intentando, y encuentro consuelo en ello, una firme seguridad de que, incluso en el centro de la tormenta, ella será mi ancla. Una vez temí hundirme con ella. Pero ahora ya no pienso eso para nada.
Un fuerte golpe en la puerta me hace dar un brinco y apartarme del regazo de Brittany. He emigrado hasta ahí de alguna manera en mi duermevela. Ella despega los brazos de mí y me coloca con cuidado en el suelo para poder levantarme. Analizo su rostro en busca de ira, o sorpresa, pero parece... ¿preocupada?
—No te muevas de aquí —me dice. Asiento. No quiero ver a Chad de nuevo.
—Deberíamos llamar a la policía. De lo contrario, nunca dejará de venir —gruño mientras me pregunto cómo es posible que este apartamento haya cambiado tantísimo en las últimas semanas.
El pánico se apodera de mí una vez más, y cuando levanto la vista para ver las reacciones de Ryder y de mi padre ante el intruso, veo que los dos están dormidos. La televisión muestra la pantalla del menú en la sección de pago; debemos de habernos quedado todos dormidos sin darnos cuenta.
—No —oigo decir a Brittany.
Me pongo de rodillas cuando llega a la puerta. ¿Y si Chad no viene solo? ¿Intentará hacer daño a Brittany? Me pongo de pie y me dirijo al sofá para despertar a mi padre.
Entonces oigo el fuerte sonido de unos tacones altos contra el suelo de hormigón y, cuando me vuelvo, veo allí a mi madre en todo su esplendor: con un vestido rojo ceñido, el pelo rizado y los labios asimismo rojos. Estoy perpleja. Frunce el ceño y me mira con sus oscuros ojos.
—¿Qué estás...? —empiezo a decir. Miro a Brittany; está tranquila..., casi a la expectativa...
Permite que entre corriendo por su lado y que avance hacia mí.
—¡¿La has llamado?! —chillo mientras las piezas del puzle empiezan a encajar.
Ella aparta la mirada. ¿Cómo ha podido llamarla? Sabe perfectamente cómo es mi madre. ¿Por qué narices iba a meterla en esto?
—Has estado evitando mis llamadas, Santana —me espeta—. ¡Y ahora me entero de que tu padre está aquí! En este apartamento, ¡y que está consumiendo drogas!
—Pasa por mi lado, también, y va directa a su presa.
Agarra a mi padre del brazo con sus dedos con manicura de color rojo chillón y obliga a su cuerpo dormido a levantarse del sofá. El hombre se cae al suelo.
—¡Levántate, Ricardo! —brama, y yo me encojo ante la dureza de su voz.
Mi padre se sienta rápidamente, usa las palmas para soportar el peso de su cuerpo y sacude la cabeza. Los ojos se le salen de las órbitas al ver a la mujer que tiene delante. Observo cómo parpadea rápidamente y se pone de pie tambaleándose.
—¿Maria? —Su voz es aún más débil que la mía.
—¡¿Cómo te atreves?! —dice ella meneando un dedo frente a su rostro, y él retrocede, aunque sus piernas pronto impactan contra el sofá y hacen que se caiga de nuevo. Parece aterrorizado, y no me extraña.
Ryder se estira en su sillón y abre los ojos; su expresión es como la de mi padre, de confusión y terror.
—Santana, vete a tu cuarto —me ordena mi madre.
«¿Qué?»
—No, de eso nada —respondo.
¿Por qué la ha llamado Brittany? Todo habría ido bien. Probablemente habría acabado encontrando el modo de superar lo de mi padre.
—Ya no es una niña, Maria —dice él.
Las mejillas y el pecho de mi madre se hinchan, y sé lo que viene a continuación.
—¡No te atrevas a hablar de ella como si la conocieras! ¡Como si tuvieses algún derecho sobre ella!
—Estoy intentando compensar el tiempo perdido... —Mi padre defiende su terreno bastante decentemente para ser un hombre que acaba de despertarse con su exmujer dándole gritos en toda la cara. Hay algo en su voz, algo en su tono cuando se aproxima a mi madre y va ganando confianza que me resulta casi familiar. No estoy segura de qué es.
—¿El tiempo perdido? ¡No puedes compensar el tiempo perdido! ¡Tengo entendido que ahora también tomas drogas!
—¡Ya no! —le grita en respuesta.
Quiero esconderme detrás de Brittany, pero ahora mismo no sé de qué lado está. Ryder tiene la mirada fija en mí, y Brittany en mis padres.
—¿Quieres irte? —me pregunta Ryder moviendo los labios sin hablar desde el otro lado de la habitación.
Niego con la cabeza, rechazando su oferta en silencio pero esperando que mis ojos transmitan lo mucho que se la agradezco.
—¿Ya no? ¡Ya no! —Mi madre debe de haberse puesto sus tacones más pesados. Estoy empezando a preguntarme si dejarán marcas en el suelo mientras camine.
—¡Sí, ya no! Oye, no soy perfecto, ¿vale? —Se lleva las manos a su pelo corto y me quedo petrificada. El gesto me resulta tan familiar que siento escalofríos.
—¿Que no eres perfecto? ¡Ja! —Se ríe, y sus dientes blancos brillan pese a la penumbra de la habitación.
Quiero encender la luz, pero soy incapaz de moverme. No sé cómo sentirme o qué pensar al ver a mis padres gritándose en medio del salón. Estoy convencida de que este apartamento está maldito. Tiene que estarlo.
—Lo de que no seas perfecto, pase, ¡pero que pretendas arrastrar a tu hija por el mismo camino es deplorable!
—¡No la estoy arrastrando por ningún camino! Estoy haciendo todo lo posible por compensar lo que le hice... ¡a ella y a ti!
—¡No! ¡No es verdad! ¡Tu regreso no hará sino confundirla más! ¡Bastante ha arruinado ya su vida!
—No ha arruinado su vida —la interrumpe Brittany.
Mi madre la atraviesa con una mirada feroz antes de volver a centrar la atención en mi padre.
—¡Esto es todo culpa tuya, Ricardo López! ¡Todo esto! ¡De no ser por ti, Santana no estaría en esta relación tan tóxica con esta chica! —exclama sacudiendo la mano en dirección a Brittany. Sabía que sólo era cuestión de tiempo que empezara a atacarla.
—. Nunca tuvo un ejemplo masculino que le demostrara cómo tenía que ser tratada una mujer; ¡por eso está cohabitando aquí con ella! Sin estar casadas, viviendo en el pecado, y sabe Dios qué más cosas hará ella. ¡Probablemente consuma drogas
contigo!
Me encojo. La sangre me hierve al instante y siento una irrefrenable necesidad de defender a Brittany.
—¡No te atrevas a meter a Brittany en esto! ¡Ella ha estado cuidando de mi padre y proporcionándole un techo para evitar que duerma en la calle!
 —Odio el modo en que mi manera de expresarme se parece al de mi madre.
Brittany atraviesa la habitación y se coloca a mi lado. Sé que va a advertirme que me mantenga al margen.
—Es verdad, Maria. Brittany es un buena chica, y la quiere más de lo que nunca he visto a un hombre querer a una mujer —interviene mi padre.
Mi madre forma puños con las manos a sus costados, y sus mejillas, perfectamente maquilladas con colorete, se vuelven de un rojo intenso.
—¡No te atrevas a defenderla! ¡Todo esto —agita un puño cerrado en el denso aire de la habitación — es por ella! Santana debería estar en Seattle, labrándose un porvenir, buscando un hombre adecuado para ella...
Apenas logro oír nada más que la sangre que bombea en mi cabeza. En medio de todo esto, me siento fatal por Ryder, que se ha retirado amablemente al dormitorio para dejarnos solos, y por Brittany, que está siendo utilizada una vez más como el chivo expiatorio de mi madre.
—Santana está viviendo en Seattle. Ha venido a visitar a su padre. Ya te lo dije por teléfono. —La voz de Brittany irrumpe en el caos; apenas logra controlarla y me provoca escalofríos por todo el cuerpo y hace que se me erice el vello de los brazos.
—No creas que porque me hayas llamado ahora de repente vamos a ser amigas —le espeta ella.
Brittany me agarra del brazo y tira de mí hacia atrás, y yo la miro confundida. No me había dado cuenta de que había empezado a avanzar hacia ella hasta que ella me ha detenido.
—Prejuzgando como siempre. Nunca cambiarás. Sigues siendo la misma mujer de hace años. —Mi padre sacude la cabeza con desaprobación. Me alegro de que esté del lado de Brittany.
—¿Prejuzgando? ¿Sabías que esta chica que tanto defiendes engañó a nuestra hija hasta meterse entre sus piernas para ganar una apuesta con sus amigos? —dice mi madre con voz fría y de suficiencia.
Todo el aire desaparece de la habitación. Siento que me asfixio y boqueo para poder respirar.
—¡Pues así fue! Estuvo alardeando por el campus sobre su conquista. Así que no se te ocurra defenderla ante mí —silba mi madre con los dientes apretados.
Mi padre abre los ojos como platos. Puedo ver las corrientes de tormenta que se esconden detrás de ellos mientras observa a Brittany.
—¿Qué? ¿Eso es cierto? —A mi padre también le falta el oxígeno.
—¡No tiene importancia! Ya lo hemos superado —le digo.
—¿Lo ves? La pobre ha ido a buscarse a alguien igual que tú. Recemos para que no la deje embarazada y se largue cuando las cosas se pongan difíciles.
No puedo seguir escuchando más. No puedo dejar que Brittany se vea arrastrada por el fango que han formado mis padres. Esto es un desastre.
—¡Por no hablar de que, hace sólo tres semanas, otra chica la trajo a mi casa inconsciente por culpa de sus —mi madre señala a Brittany— amigos! ¡Estuvieron a punto de aprovecharse de ella!
El recordatorio de esa noche me duele, pero es el hecho de que mi madre culpe a Brittany lo que más me preocupa. Lo que sucedió aquella noche no fue culpa suya, y ella lo sabe.
—¡Hija de puta! —dice mi padre con los dientes apretados.
—¡Ni se te ocurra! —le advierte Brittany con calma. Y ruego para que le haga caso.
—¡Me engañaste! Pensé que sólo tenías mala reputación, algunos tatuajes y un problema de actitud. Pero no me importaba, porque yo soy igual. ¡Pero has utilizado a mi hija! —Mi padre corre hacia Brittany y yo me planto delante de él.
Hablo antes de que mi cerebro lo pueda procesar.
—¡Paren! ¡Los dos! —grito—. Si queréis pelearos hasta matarse por vuestro pasado, es cosa suya, ¡pero no metáis a Brittany en esto! Si te llamó fue por un motivo, madre, y aquí estás, descargando tu ira contra ella. Ésta es su casa, no la de ninguno de vosotros dos, ¡así que ya podéis largaros! —Me arden los ojos, como si me rogasen que derrame las cálidas lágrimas, pero me niego a hacerlo.
Mi madre y mi padre se detienen, me miran y después se miran entre sí.
—Solucionad vuestras movidas o marchaos —añado.
— Nosotros estaremos en el dormitorio. —Entrelazo los dedos con los de Brittany e intento tirar de ella.
Vacila por un instante antes de mover sus largas piernas para colocarse delante de mí y guiarme por el pasillo, todavía cogiéndome de la mano. Me la agarra con tanta fuerza que casi me hace daño, pero no digo nada. Sigo pasmada ante la llegada de mi madre y su explosión; una presión excesiva en mi mano es la menor de mis preocupaciones.
Cierro la puerta detrás de mí justo a tiempo para amortiguar los gritos de mis padres al otro lado del pasillo. De repente, tengo nueve años de nuevo, y corro por el patio de la casa de mi madre hacia mi refugio, el pequeño invernadero. Siempre los oía gritar, por muy alto que Sam intentara hablar para acallar el desagradable sonido.
—Ojalá no la hubieses llamado —le digo a Brittany saliendo de mis recuerdos.
Ryder está sentado frente al escritorio y se esfuerza por no mirarnos.
—La necesitabas. Te negabas a aceptar la realidad —dice con voz grave.
—Ha empeorado las cosas. Le ha contado lo que hiciste.
—En su momento pensé que llamarla era lo más correcto. Sólo intentaba ayudarte.
Sus ojos me dicen que de verdad pensó que podría funcionar.
—Lo sé —digo, y suspiro. Ojalá lo hubiese consultado conmigo antes, pero sé que estaba haciendo lo que creía que era correcto.
—Si no es por una cosa, es por otra. —Sacude la cabeza y se deja caer sobre la cama. Me mira angustiada y dice—: Siempre nos recordarán esa mierda. Lo sabes, ¿verdad?
Se está cerrando, puedo sentirla tanto como puedo ver cómo sucede delante de mí.
—No, eso no es cierto —replico.
Al menos hay algo de verdad en mis palabras ya que, cuando todos los que nos conocen descubran lo de la apuesta, acabará convirtiéndose en algo viejo para ellos. Me dan escalofríos sólo de pensar en que Kimberly y Christian se enteren, pero el resto de las personas que nos rodean ya saben cuál es la humillante realidad.
—¡Claro que sí! ¡Sabes que sí! —Brittany levanta la voz y empieza a pasearse por la habitación—. Nunca va a desaparecer. ¡Cada vez que doblamos una esquina, alguien te lo restriega en la cara y te recuerda que soy una idiota!
—Golpea con el puño el escritorio antes de que pueda detenerla. La madera se astilla y Ryder se levanta de un brinco.
—¡No hagas eso! —exclamo—. ¡No dejes que mi madre saque lo peor de ti, por favor!
La agarro de su sudadera negra y evito que le pegue de nuevo a la mesa. Me aparta, pero yo no me rindo y esta vez le agarro de las dos mangas. Entonces se vuelve echando humo.
—¿No estás harta de esta mierda? ¿No estás harta de pelear constantemente? ¡Si me dejases ir, tu vida sería mucho más fácil! —grita Brittany con la voz entrecortada, y cada sílaba se clava en lo más profundo de mi ser.
Siempre hace lo mismo, siempre opta por la autodestrucción. Pero esta vez no pienso permitirlo.
—¡Basta! Sabes que no quiero una relación fácil y sin amor. —Le agarro la cara entre las manos y la obligo a mirarme.
—Escuchadme los dos —nos interrumpe Ryder.
Brittany no se vuelve hacia él, sino que sigue mirándome con furia. Mi mejor amigo recorre entonces la habitación y se queda a unos pasos de nosotras.
—Chicas, no podéis empezar otra vez con esto. Brittany, no puedes dejar que las opiniones de la gente te afecten tanto; la opinión de Santana es la única que importa. Deja que sea la suya la única voz que oigas en tu cabeza —le dice.
Conforme asimila las palabras, parece que las ojeras de Brittany empiezan a disminuir.
—Y San.. —suspira Ryder—. No tienes por qué sentirte culpable ni tienes que intentar
convencer a Brittany de que quieres estar con ella. El hecho de que sigas con ella a pesar de todo debería ser suficiente prueba.
Tiene razón, pero no sé si Brittany lo verá de esa manera a través de su ira y su dolor.
—Santana necesita que la consueles en este momento —le dice Ryder—. Sus padres se están gritando ahí fuera, así que tienes que estar ahí para ella. No hagas que esto gire en torno a ti.
 
Algo en sus palabras parece calar en la mente de Brittany, y ésta asiente, inclina la cabeza y pega la frente contra la mía. Su respiración empieza a relajarse.
—Lo siento... —murmura.
—Yo me voy a casa ya. —Ryder aparta la vista de nosotras, claramente incómodo al ser testigo de nuestra intimidad.
—. Le diré a mi madre que os pasaréis por allí.
Me aparto de Brittany para abrazar a Ryder.
—Gracias por todo. Me alegro mucho de que hayas venido —digo contra su pecho.
Él me estrecha fuertemente entre sus brazos, y esta vez Brittany no me aparta de él.
Cuando lo suelto, Ryder sale de la habitación y yo vuelvo a mirar a Brittany. Se está examinando los nudillos, una imagen que se había empezado a convertir en un recuerdo desagradable; pero aquí estoy de nuevo, presenciando cómo la densa sangre gotea en el suelo.
—Respecto a lo que ha dicho Ryder... —declara limpiándose la mano ensangrentada con el dobladillo de su sudadera—. Lo que ha dicho de que la tuya debería ser la única voz que oiga en mi cabeza. Quiero eso.
—Cuando vuelve a mirarme, parece atormentada.
—. Deseo con todas mis fuerzas que sea así. Pero no sé cómo eliminar las del resto..., la de Rachel, la de Dani, y ahora las de tus padres.
—Ya averiguaremos cómo hacerlo —le prometo.
—¡Santana! —grita mi madre desde el otro lado de la puerta del dormitorio.
Me había enfrascado tanto en Brittany que no me había dado cuenta de que el ruido en el salón había cesado.
—Santana, voy a entrar.
La puerta se abre cuando pronuncia la última palabra y yo me quedo detrás de Brittany. Esto parece estar convirtiéndose en un patrón.
—Tenemos que hablar de esto. De todo esto.
—Nos mira a Brittany y a mí con la misma intensidad.
Ella me mira y enarca una ceja esperando mi aprobación.
—No creo que haya mucho de que hablar —digo desde detrás de mi escudo.
—Hay mucho de lo que hablar. Siento mi comportamiento de antes. He perdido los papeles cuando he visto a tu padre aquí, después de todos estos años. Concédeme un poco de tiempo para que me explique. Por favor.
 —La expresión «por favor» suena extraña saliendo de los labios de mi madre.
Brittany se aparta, exponiéndome ante ella.
—Voy a limpiarme esto —dice levantando su mano maltratada en el aire, y sale del dormitorio antes de que pueda detenerla.
—Siéntate. Tenemos mucho de que hablar.
—Mi madre se pasa las palmas por la parte delantera

del vestido y se coloca sus gruesos rizos rubios a un lado antes de tomar asiento al borde de la cama.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 2:49 pm

Capítulo 123
Brittany

 
El agua fría cae del grifo sobre mi piel destrozada. Miro hacia el lavabo y veo cómo el agua teñida de rojo se arremolina alrededor del desagüe de metal. ¿Otra vez? ¿Esta mierda ha vuelto a pasar? Claro que sí; sólo era cuestión de tiempo. Dejo la puerta del baño abierta para poder acceder fácilmente a la habitación al otro lado del pasillo si oigo algún grito. No tengo ni puta idea de en qué estaba pensando cuando llamé a esa zorra.  No debería llamarla así..., pero es que lo es..., así que zorra se queda. Al menos no lo estoy diciendo delante de Santana. Cuando la llamé, en lo único en lo que pensaba era en la expresión vacía y en las ingenuas afirmaciones de Santana de que su padre no estaba drogándose, como si intentara convencerse a sí misma de algo que era evidente que no es cierto. Sabía que se desmoronaría en cualquier momento, y
por alguna estúpida razón pensé que el hecho de que su madre estuviera aquí podría ayudar. Ése es justo el motivo por el que no suelo intentar ayudar a la gente. No tengo experiencia en ello. Se me da de maravilla joderlo todo, pero no tengo alma de salvadora. Detecto un movimiento en el espejo. Levanto la vista y veo que el reflejo de Ricardo me devuelve la mirada. Está apoyado contra el estrecho marco de la puerta, con expresión recelosa.
—¿Qué pasa? ¿Has venido para intentar arrancarme las piernas o algo así? —digo sin emoción.
Suspira y se pasa las manos por su rostro afeitado.
—No, por ahora no.
Me mofo, y en parte desearía que tratara de venir a por mí. Sin duda estoy lo bastante cabreada para una pelea o dos.
—¿Por qué no me lo contasteis ninguno de los dos? —pregunta Ricardo, y es evidente que se está refiriendo a la apuesta.
«¿Esto va en serio?»
—¿Por qué iba a contártelo yo? Y no eres tan estúpido como para no saber que Santana jamás le contaría algo así a su padre y menos a su padre ausente.
Cierro el grifo y cojo una toalla para aplicar presión sobre mis nudillos. Ya casi han dejado de sangrar. Debería aprender a cambiar de mano y golpear con la derecha a partir de ahora.
—No lo sé... Me ha cogido por sorpresa. Pensaba que erais polos opuestos que se atraían, pero ahora...
—No te estoy pidiendo tu aprobación. No la necesito. —Paso por delante de él y avanzo a paso ligero por el pasillo.
Cojo la bolsa de palomitas quemadas que todavía descansa en el suelo.
«Deja que sea la suya la única voz que oigas en tu cabeza...» Las palabras de Ryder resuenan en mi mente. Ojalá fuera tan fácil. Tal vez lo sea algún día... Eso espero.
—Ya lo sé. Sólo quiero entender toda esta mierda. Como su padre, me veo obligado a patearte el culo. —Sacude la cabeza.
—Vale —digo, cuando en realidad quiero recordarle de nuevo que durante más de nueve años no ha sido su padre.
—Maria se parecía mucho a Santana de joven —dice, y me sigue hasta la cocina.
Me detengo y la bolsa casi se me escurre de los dedos.
—No, no es verdad —replico.
Es imposible que eso sea cierto. La verdad es que en su día pensaba que Santana era igual que esa mujer remilgada y maliciosa pero, ahora que la conozco bien, sé que eso no puede estar más lejos de la realidad. Sus esfuerzos por parecer siempre perfecta son sin duda el resultado de tener a esa mujer como madre pero, en lo demás, Santana no se parece en nada a ella.
—Sí lo es. No era tan simpática, pero no ha sido siempre tan...
Deja la frase sin terminar y saca una botella de agua de mi nevera.
—¿Zorra? —termino la frase por él.
Desvía la vista hacia el pasillo vacío, como si temiera que su exmujer fuera a aparecer en cualquier momento para zarandearlo. La verdad es que sería algo digno de ver.
—Siempre estaba sonriendo... Y su sonrisa era algo fuera de lo común. Todos los hombres la deseaban, pero ella era mía —dice sonriendo al recordarlo.
Yo no me he apuntado para esta mierda..., no soy una puta psicóloga. La madre de Santana está buena de cojones, pero tiene siempre un palo metido por el culo que alguien debería sacarle, o quizá todo lo contrario...
—Vale... —No sé adónde quiere llegar.
—Entonces era muy ambiciosa y compasiva. Y era una mierda porque la abuela de Santana era igual que Maria, si no peor. —Se ríe al pensarlo, pero yo me encojo—. Sus padres me odiaban a muerte, y nunca lo ocultaron. Querían que ella se casara con un corredor de Bolsa, un abogado..., con cualquiera menos conmigo. Y yo también los odiaba, que en paz descansen. Levanta la vista al techo. Por muy feo que quede decirlo, me alegro de que los abuelos de Santana no vivan para juzgarme.
—Bueno, entonces obviamente no deberíais haberos casado. —Cierro la tapa de la basura donde acabo de tirar las palomitas y apoyo los codos sobre la encimera de la cocina.
Estoy cabreada con Ricardo y sus estúpidas adicciones por amargar a Santana. Quiero echarlo de una patada, mandarlo de nuevo a la calle, pero casi se ha convertido en un mueble más de este apartamento.  Es como un viejo sofá que huele como el culo y que siempre cruje cuando te sientas y que es incómodo de cojones, pero que por alguna razón no puedes deshacerte de él. Así es Ricardo.
Baja la cabeza y dice con suavidad:
—No estábamos casados.
Ladeo la cabeza un poco, confundida.
«¿Qué? Sé que Santana me dijo que estaban...»
—Ella no lo sabe. Nadie lo sabe. Nunca nos casamos legalmente. Celebramos una boda para complacer a sus padres, pero nunca rellenamos el papeleo. Yo no quería.
—¿Por qué? —Pero puede que una pregunta más importante sea por qué tengo yo tanto interés en esta mierda.
Hace unos minutos me imaginaba estampándole a Ricardo la cabeza contra la pared de yeso, y ahora estoy aquí cotilleando con él como si fuese una adolescente. Debería estar escuchando a través de la puerta de mi dormitorio para asegurarme de que la madre de Santana no le llena la cabeza de gilipolleces para intentar arrebatármela.
—Porque el matrimonio no era para mí —explica rascándose la cabeza—. O eso pensaba.
Actuábamos como una pareja casada; ella adoptó mi apellido. No sé de dónde se sacó eso. Supongo que pensaba que al hacerlo acabaría cediendo o algo así, pero nadie sabía los sacrificios que hacía por mi egoísmo.
Me pregunto cómo se sentiría Santana si conociera esa información... Está tan obsesionada con la idea de casarse... ¿Aplacaría eso su obsesión o la alimentaría?
—Con el paso de los años, se cansó de mi comportamiento. Nos peleábamos como el perro y el gato, y he de decir que esa mujer era muy persistente, pero acabé con su paciencia. Un día dejó de discutir conmigo, y entonces supe que se había terminado. Vi cómo el fuego se apagaba lentamente en su interior año tras año.
Al mirarlo a los ojos, veo que se ha evadido de esta habitación y que se ha sumergido en el pasado.
—Todas las noches me esperaba con la cena en la mesa, ella y Sanny, ambas con sus vestidos y sus horquillas en el pelo. Y yo llegaba tambaleándome y me quejaba de que los bordes de la lasaña estaban quemados. La mayoría de las veces perdía la conciencia antes de que el tenedor llegara a mi boca, y todas las noches acababan con una pelea... No me acuerdo ni de la mitad de las cosas. —Un claro escalofrío recorre su cuerpo.
Me imagino a una Santana muy pequeña, toda guapa esperando a la mesa, emocionada por ver a su padre después de un largo día, para que él llegara aplastando sus ilusiones, y me entran ganas de agarrarlo del cuello y de estrangular a este hombre.
—No quiero oír ni una palabra más —le advierto muy en serio.

—Lo dejaré aquí. —Veo la vergüenza reflejada en su rostro—. Sólo quería que supieras que Maria no fue siempre así. Si es así ahora es por mi culpa. Yo__ la transformé en la mujer amargada y furiosa que es hoy. No querrás que la historia se repita, ¿verdad?
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Mensaje por 3:) Vie Ago 19, 2016 8:32 pm

espero que ya se termine las idas y vueltas de la madre y ya supere que a su manera san y britt tienen una relación!
a ver como termina la noche entre los cuatro,...
nunca se casaron lo padres de san,.. interesante!
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Mensaje por micky morales Vie Ago 19, 2016 9:02 pm

Vaya esta gente esta mas dañada que quien sabe, solo espero que todo esto que sin quererlo salpica a las chicas no termine de destruirlas, no como pareja sino como personas, la unica solucion es que se fueran juntas a la patagonia y se olvidaran de todo!!!!!
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 9:50 pm

3:) escribió:espero que ya se termine las idas y vueltas de la madre y ya supere que a su manera san y britt tienen una relación!
a ver como termina la noche entre los cuatro,...
nunca se casaron lo padres de san,.. interesante!

sip muy interesante, esto esta peor que novela, pero bueno intrigas intrigas e intrigas, me tiene en un estado de ansiedad horrendo, ya quiero terminarla, amo la historia pero en verdad quiero pasar al otro libro. 
SIp estan dañados completamente   y aqui vemos claramente que los padres su comportamiento y decisiones puede construir un buen futuro para sus hijos o destruirles las vidas  por completo en este fic Santana y Brittany son el producto de las malas decisiones de sus padres.  pero ya vamos a terminar .......
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 9:53 pm

micky morales escribió:Vaya esta gente esta mas dañada que quien sabe, solo espero que todo esto que sin quererlo salpica a las chicas no termine de destruirlas, no como pareja sino como personas, la unica solucion es que se fueran juntas a la patagonia y se olvidaran de todo!!!!!


HOla, sip que estan dañados, podridos de raiz, es una lastima que las malas decisiones hayan tenido consecuencias pero mas para sus hijas que para ellos mismos, matrimonios destruidos, hijas abandonadas a su suerte,  padres con vicios  de toda clase, nuevas familias, malas amistades,  pues si creo que todo eso ha tenido que ver con lo que sufren las pobres chicas Brittany y Santana queriendo resolver su situacion, enmendar sus errores y salvar su relacion, ya estamos a pocos capitulos para pasar espero a algo mas calmado y  sin tanto drama.
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Mensaje por JVM Sáb Ago 20, 2016 1:55 am

Vaya pues primero siento que San esta embarazada, segunda el profesor siento que trama algo no se si junto con Dani, pero no me termina de gustar.
Y bueno lo mismo con Britt avanza y retrocede un poco, pero hasta ahora ha podido controlarse, y empieza a considerar cosas que antes simplemente descartaba, así que es bueno para la relación. Y espero que las pláticas y que de lo que se esta dando cuenta sirva para que cambie las cosas que le harán daño a ella y a su relación con San.
Me dio la sensación que de jóvenes los padres de San eran Britt y ella :/.
Pero en este caso Britt puede cambiar el final :)
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 4:11 pm

Listas para mas desastres jajajajaj......... ya mañana subo los ultimos capitulos de la historia..
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Capítulo 124
Santana

 
Mi madre y yo nos sentamos en silencio. No paro de darle vueltas a la cabeza y mi corazón late con fuerza mientras observo cómo se coloca un mechón de pelo  detrás de la oreja. Está relajada y serena, no agobiada como yo.
—¿Por qué has dejado que tu padre viniera aquí después de todo este tiempo? Entiendo que quisieses verlo más después de encontrarte con él en la calle, pero no que dejaras que se mudara aquí — dice por fin.
—Yo no lo invité a quedarse —repongo—; ya no vivo aquí. Brittany dejó que se quedara en un acto de generosidad. Una generosidad que has malinterpretado y que le has restregado por la cara —digo sin ocultar mi enfado por cómo lo ha tratado.
Mi madre, y todo el mundo, siempre malinterpretará a Brittany y nadie entenderá por qué la amo.
Pero eso no importa, porque no necesito que la entiendan.
—Te llamó porque pensaba que estarías aquí para mí —suspiro, y decido mentalmente en qué dirección quiero llevar esta conversación antes de que empiece a intimidarme como de costumbre.
Ella mira al suelo con sus ojos ahora sombríos.
—¿Por qué te enfrentas a todo el mundo para defender a esa chica después de todo lo que te ha hecho? Te ha hecho sufrir mucho, Santana.
—Porque merece la pena que la defienda, madre. Por eso.
—Pero...
—Basta. No voy a seguir hablando de esto contigo. Ya te lo dije: si no eres capaz de aceptarlo, no puedo mantener una relación contigo. Brittany y yo formamos un paquete, te guste o no.
—En su día yo pensaba lo mismo de tu padre.
—Hago todo lo posible por no encogerme cuando levanta la mano para arreglarme el flequillo.
—Brittany no se parece en nada a mi padre —replico.
Una ligera risa escapa de sus labios pintados.
—Sí se parece, créeme. Es igual que él hace muchos años.
—Puedes marcharte ya si vas a decir ese tipo de cosas.
—Relájate. —Vuelve a arreglarme el pelo. No sé si irritarme por el gesto condescendiente o si sentirme reconfortada por los bonitos recuerdos que me trae a la memoria.
— Quiero contarte algo.
Admito que me siento intrigada por sus palabras, pero escéptica ante sus motivos. Nunca me habló de mi padre, así que esto debe de ser interesante.
—Nada de lo que digas hará que cambie de idea con respecto a Brittany —le advierto.
Las comisuras de sus labios se curvan hacia arriba ligeramente cuando declara:
—Tu padre y yo nunca nos casamos.
—¿Qué? —Me siento derecha en la cama y cruzo las piernas debajo de mí.
«¿Cómo que no se casaron?» Claro que sí. He visto las fotos. El vestido de encaje de mi madre era precioso a pesar del hecho de que tenía la barriga un poco hinchada, y el traje de mi padre no estaba bien ajustado, de modo que le quedaba como si llevara un saco de patatas. Me encantaba mirar esos álbumes y admiraba cómo le brillaban las mejillas a mi madre y cómo mi padre la contemplaba como si ella fuera la única persona en el mundo. Recuerdo la horrible escena que aconteció un día cuando mi madre me descubrió mirándolas; después de eso, las escondió y jamás volví a verlas.
—Es verdad. —Suspira. Salta a la vista que esta confesión le resulta humillante. Con manos temblorosas, dice—: Celebramos una boda, pero tu padre nunca quiso casarse. Yo lo sabía. Y sabía que, si no me hubiera quedado embarazada de ti, me habría dejado mucho antes. Tus abuelos lo presionaban con el matrimonio. Verás, tu padre y yo no éramos capaces de pasar un día entero sin discutir. Al principio era muy emocionante
—sus ojos  se pierden en sus recuerdos—, pero como acabarás viendo, toda persona tiene un límite. Conforme pasaban los días y los años, empecé a rezarle a Dios
todas las noches para que cambiara por mí. Y por ti. Rezaba para que una noche entrara por la puerta con un ramo de flores en la mano en lugar de apestando a alcohol.
—Se inclina hacia atrás y se cruza de brazos. Unas pulseras que no puede permitirse penden de sus muñecas, un tributo de su excesiva necesidad de parecer elegante.
La confesión de mi madre me ha dejado sin palabras. Nunca se ha mostrado abierta a hablar, y menos cuando el tema de conversación era mi padre. La repentina compasión que siento por esta mujer hace que me broten las lágrimas.
—Deja de llorar —me regaña antes de continuar—. Toda mujer espera reformar a su hombre, pero no es más que eso: una falsa esperanza. No quiero que pases por lo mismo que yo. Quiero más para ti.
—Me están dando náuseas
—.Por eso te crie para que fueses capaz de salir de esa pequeña ciudad y te
labrases un porvenir.
—Yo no... —empiezo a defenderme, pero ella levanta una mano para silenciarme.
—Nosotros también tuvimos nuestros días buenos, Santana. Tu padre era divertido y encantador —sonríe—, y se esforzaba al máximo por ser quien yo quería que fuese, pero su auténtica personalidad era más fuerte y acabó frustrado conmigo, con la vida que compartimos todos esos años. Recurrió al alcohol y ya nunca fue lo mismo. Sé que lo recuerdas.
 —dice con voz atormentada, y detecto la vulnerabilidad en su tono y el brillo en sus ojos, pero se recupera al instante. Mi madre nunca ha sido muy dada a mostrar debilidad.
Vuelvo a oír de nuevo los gritos en mi cabeza, los platos rotos e incluso la frase ocasional de «Estos moratones que tengo en los brazos son de la jardinería», y siento que se me hacen un montón de nudos en el estómago.
—¿Puedes de verdad mirarme a los ojos y decirme que tienes un futuro con esa chica?
 —pregunta mi madre cuando vuelve a hacerse el silencio.
No puedo responder. Sé qué futuro quiero con Brittany. La cuestión es si ella me lo concederá o no.
—Yo no he sido siempre así, Santana. —Se da unos toquecitos debajo de los ojos con sus dos dedos índices—. Estaba enamorada de la vida, me emocionaba pensar en mi futuro..., y mírame ahora. Puede que pienses que soy una persona horrible por querer protegerte de mi destino, pero sólo hago lo que es necesario para evitar que repitas mi historia. No quiero esto para ti...
Me cuesta imaginar a  mi joven madre  feliz y emocionada ante cada nuevo día. Podría contar los días que he oído reír a esta mujer durante los últimos cinco años con los dedos de una mano.
—No es lo mismo, madre —me obligo a decir.
—Santana, no puedes negar las similitudes.
—Hay algunas, es cierto —admito más para mí misma que para ella—, pero me niego a pensar que la historia se esté repitiendo. Brittany ya ha cambiado mucho.
—Si tienes que cambiarla, ¿para qué molestarte? —Su voz ahora suena calmada mientras observa el dormitorio que en su día fue el mío.
—Yo no la he cambiado, se ha cambiado a sí misma. Sigue siendo la misma chica, todo lo que adoro de ella sigue estando ahí, pero ha aprendido a manejar las cosas de otra manera y se ha convertido en una versión mejorada de sí misma.
—He visto la sangre en su mano —señala.
Le quito importancia.
—Tiene mucho temperamento.
Muchísimo, pero no pienso consentir que la menosprecie. Tiene que entender que estoy de su lado, y que a partir de ahora para llegar hasta ella tiene que pasar antes por encima de mí.
—Tu padre también lo tenía.
Me mantengo firme:
—Brittany jamás me haría daño a propósito. No es perfecto, madre, pero tú tampoco. Ni yo. —Me sorprendo de mi propia confianza cuando me cruzo de brazos y le sostengo la mirada.
—Es más que temperamento... Piensa en todo lo que te ha hecho. Te humilló y tuviste que buscarte otro campus.
No tengo energías para rebatirle esa afirmación, principalmente porque es la pura verdad. Siempre he querido trasladarme a Seattle, pero mis malas experiencias de este año en la universidad me dieron el empujoncito que necesitaba para dar el salto.
—Está plagada de tatuajes..., aunque al menos se ha quitado esos espantosos piercings. —Pone cara de asco.
—Tú tampoco eres perfecta, madre —le repito—. Las perlas que rodean tu cuello esconden tus cicatrices del mismo modo que los tatuajes de Brittany ocultan las suyas.
Mi madre me mira al instante y me doy cuenta de que mis palabras se repiten en su mente. Por fin ha sucedido. Por fin he conseguido que se abra al diálogo.
—Lamento lo que mi padre te hizo, de verdad, pero Brittany no es mi padre. —Vuelvo a sentarme a su lado y me aventuro a colocar la mano sobre la suya. Siento su piel fría bajo mi palma pero, para mi sorpresa, no la aparta—. Y yo no soy tú —añado con toda la delicadeza posible.
—Lo serás si no te alejas de ella todo lo posible.
Aparto la mano e inspiro hondo para mantener la calma.
—No tienes por qué aprobar mi relación, pero tienes que respetarla. Si no puedes hacerlo —digo esforzándome por mantener la seguridad en mí misma—, entonces tú y yo jamás podremos tener una relación.
Sacude lentamente la cabeza de un lado a otro. Sé que estaba esperando que cediera, que aceptara que lo mío con Brittany no funcionará. Pero se equivocaba.
—No puedes darme esa clase de ultimátum —dice.
—Claro que puedo. Necesito todo el apoyo posible, y estoy agotada de enfrentarme al mundo entero.
—Si tienes la sensación de que estás batallando sola, tal vez sea el momento de cambiarte de bando —replica mirándome con una ceja acusatoria enarcada.
Yo vuelvo a defender mi terreno.
—No estoy batallando sola. Deja de hacer eso. Basta —silbo entre dientes.
Hago todo lo posible por mostrarme paciente con ella, pero ya me estoy hartando.
—Nunca me va a gustar —dice mi madre, y sé que lo dice de verdad.
—No tiene por qué gustarte —replico—, pero no quiero que contagies de tu sentimiento a nadie más, y eso incluye a mi padre. No tenías ningún derecho a contarle lo de la apuesta.
—Tu padre tenía derecho a saber lo que ha provocado.
¡No lo entiende! Sigue sin entender nada. La cabeza me va a estallar de un momento a otro. Siento cómo la presión se acumula en mi cuello.
—Brittany se está esforzando al máximo por mí, pero hasta ahora nunca había conocido nada mejor —le digo.
Ella no dice nada, ni siquiera me mira.
—¿Se acabó, entonces? ¿Vas a elegir la segunda opción? —le pregunto.
Mi madre me mira en silencio, cavilando tras sus párpados pesados. Se ha quedado sin color en las mejillas, excepto por el colorete rosado que se ha aplicado en los pómulos antes de llegar.
—Intentaré respetar tu relación. Lo intentaré —masculla por fin.
—Gracias —digo, pero la verdad es que no sé qué pensar de esta... tregua con mi madre.
No soy tan ingenua como para creer en lo que me ha prometido hasta que no me lo demuestre, pero es agradable sentir cómo me quito una de las pesadas losas de encima.
—¿Qué vas a hacer con respecto a tu padre?
—Ambas nos quedamos de pie; ella me saca una cabeza con sus tacones de diez centímetros.
—No lo sé. —He estado demasiado distraída con el tema de Brittany como para centrarme en mi padre.
—Deberías decirle que se marche; no pinta nada aquí, nublándote la mente y llenándotela de mentiras.
—Él no ha hecho tal cosa —le espeto.
Cada vez que pienso que hemos avanzado algo, utiliza su tacón afilado para golpearme de nuevo.
—¡Claro que sí! ¡Se presentan extraños en casa para pedirle el dinero que les debe! Brittany me lo ha contado.
¿Por qué lo habrá hecho? Entiendo que esté preocupada, pero mi madre no ha ayudado ni un ápice en esta situación.
—No voy a echarlo —digo—. Ésta no es mi casa, y no tiene ningún otro sitio adonde ir.
Mi madre cierra los ojos y sacude la cabeza por enésima vez en los últimos veinte minutos.
—Tienes que dejar de intentar arreglar a la gente, Santana. Te pasarás la vida entera haciéndolo y después ya no te quedará nada de ti misma, incluso si consigues cambiarlos.
—¿Santana? —La voz de Brittany me llama entonces desde el pasillo.
Abre la puerta antes de que me dé tiempo a responder y sus ojos inspeccionan mi rostro al instante en busca de aflicción.
—¿Estás bien? —pregunta, pasando rotundamente por alto la presencia de mi madre.
—Sí. —Gravito hacia ella, pero evito abrazarla, por respeto a mi madre.
La pobre mujer acaba de revivir veinte años de recuerdos.
—Yo ya me voy. —Mi madre se alisa el vestido, se detiene en el dobladillo y vuelve a repetir la acción con el ceño fruncido.
—Bien —responde Brittany bruscamente buscando protegerme.
Le ruego con la mirada que se calle. Pone los ojos en blanco pero no dice ni una palabra más mientras mi madre pasa por nuestro lado y se aleja por el pasillo. El insoportable sonido de sus tacones acaba por provocarme la migraña que ya llevaba rato amenazando con presentarse.
Cojo a Brittany de la mano y la sigo en silencio. Mi padre intenta hablar con mi madre, pero ella se lo impide.
—¿No te has puesto abrigo? —le pregunta inesperadamente.
Ella se queda tan pasmada como yo. Farfulla que no y se vuelve hacia mí.
—Te llamaré mañana... ¿Contestarás esta vez? —Es una pregunta en lugar de una orden, lo cual ya es una especie de progreso.
—Sí —asiento.
No dice adiós. Sabía que no lo haría.
—¡Esa mujer me saca de mis casillas! —grita mi padre cuando la puerta se cierra, agitando las manos en el aire con exasperación.
—Nos vamos a la cama. Si alguien más llama a esa maldita puerta, no abras —refunfuña Brittany, y me guía de regreso al dormitorio.
Estoy más que agotada. Apenas puedo mantenerme en pie.
—¿Qué te ha dicho? —me pregunta Brittany.
Se quita la sudadera y me la lanza. Detecto una ligera inseguridad mientras espera a que la recoja del suelo. A pesar de la grasa de la mantequilla y de las manchas de sangre en la tela negra, me quito la camiseta y el sujetador y me la pongo. Inhalo su familiar esencia y el aroma ayuda a calmar mis nervios.
—Más de lo que me ha dicho en toda mi vida —admito. Sigo sin parar de darle vueltas a la cabeza.
—¿Ha hecho que cambies de idea? —Me mira con pánico en los ojos.
Tengo la sensación de que mi padre debe de haber tenido una charla parecida con ella, y me pregunto si le guarda el mismo rencor a mi madre que ella a él, o si admite que es el responsable de que sus vidas sean tan desgraciadas ahora.
—No. —Me quito los pantalones holgados y los coloco sobre la silla.
—¿Estás segura? ¿No te preocupa que repitamos su...? —empieza Brittany.
—No lo estamos haciendo. No tenemos nada que ver con ellos.
 —La detengo, no quiero que nadie más se meta en su cabeza, esta noche no.
Brittany no parece muy convencida, pero me obligo a no obsesionarme con eso ahora.
—¿Qué quieres que haga con respecto a tu padre? ¿Lo echo? —me pregunta.
Se sienta en la cama y apoya la espalda contra la cabecera mientras yo recojo sus vaqueros y sus calcetines sucios del suelo. Levanta los brazos y se los coloca detrás de la cabeza, mostrando perfectamente su cuerpo tatuado y tonificado.
—No, no lo eches, por favor.
Me meto en la cama y ella me coloca sobre su regazo.
—No lo haré —me asegura—. Al menos, no esta noche.
La miro esperando encontrar una sonrisa, pero no la veo.
—Estoy muy confundida —gruño contra su pecho.
—Puedo ayudarte con eso. —Eleva la pelvis y me obliga a inclinarme hacia adelante y a apoyar las palmas en su torso desnudo.
Pongo los ojos en blanco.
—Cómo no. Si tu única herramienta es un martillo, todos los problemas te parecen clavos.
Sonríe con malicia.
—¿Me estás diciendo que quieres que te martillee?
Antes de que proteste por su chiste malo, me coge la barbilla entre sus largos dedos destrozados y me sorprendo a mí misma meneando las caderas y frotándome contra ella. Ni siquiera pienso en que tengo la regla, y sé que a Brittany no le importa.
—Necesitas dormir, nena. No estaría bien que te follase ahora mismo —dice con voz suave.
Pongo carita de pena.
—No, no estaría bien —digo, y deslizo las manos hacia su vientre.
—No, de eso nada. —Me detiene.
Necesito distraerme, y Brittany es perfecta para eso.
—Has empezado tú —protesto. Parezco desesperada, pero es que lo estoy.
—Lo sé, y lo siento. Te follaré en el coche mañana. —Desliza los dedos por debajo de la sudadera y empieza a dibujar figuras en mi espalda desnuda—. Y, si te portas bien, puede que te tumbe sobre el escritorio de casa de mi padre, como a ti te gusta —me dice al oído. Mi respiración se acelera y le doy una palmadita de broma. Se ríe. Su risa me distrae casi tanto como lo haría el sexo. Casi.
—Además, no queremos montar un espectáculo aquí esta noche, ¿verdad? Con tu padre ahí afuera... Probablemente vería la sangre de tu regla en las sábanas y pensaría que te he matado.
 —Se muerde un carrillo.
—No empieces con eso —le advierto.
Sus terribles bromas sobre la regla no son bien recibidas en este momento.
—Venga, nena, no seas así. —Me pellizca el culo y yo lanzo un gritito y me deslizo más contra su regazo
—. Fluye. —Sonríe.
—Ésa ya la has usado —digo sonriéndole también.
—Bueno, discúlpame por no ser muy original. Es que me gusta reciclar mis chistes una vez al mes.
Gruño e intento hacerla rodar, pero ella me detiene y entierra su boca en mi cuello.
—Eres asquerosa —digo.
—No, sólo soy un desastre en toda regla. —Se ríe y pega los labios a los míos.
Pongo los ojos en blanco.
—Hablando de desastres... Deja que te vea la mano.
—Echo la mía atrás y agarro suavemente la suya por la muñeca. Su dedo corazón se ha llevado la peor parte. Tiene un buen corte de nudillo a nudillo.
—. Deberías ir a que te lo miraran si no empieza a cicatrizar mañana.
—Estoy bien.
—Y éste también —añado pasando la yema del dedo índice por encima de la piel destrozada de su dedo anular.
—No te preocupes tanto, nena. Duérmete —refunfuña.

Asiento y me quedo dormida oyendo sus protestas porque mi padre ha vuelto a comerse sus frosties de Kellogg’s.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 4:12 pm

Capítulo 125
Santana

 
Paso unas dos horas tumbada en la cama, esperando impacientemente a que Brittany se despierte, hasta que por fin me rindo y me levanto. Para cuando estoy duchada y totalmente vestida, la cocina está limpia y ya me he tomado dos ibuprofenos para librarme de los calambres y de mi monumental dolor de cabeza. Regreso al dormitorio para despertarla yo misma. La zarandeo suavemente el brazo y susurro su nombre, pero no funciona.
—Despierta, Brittany —digo mientras la agarro con fuerza del hombro, y retrocedo cuando la visión de mi madre arrancando el cuerpo adormecido de mi padre del sofá aparece en mi mente. Durante toda la mañana he estado evitando pensar en mi madre y en la devastadora lección de historia que aprendí anoche. Mi padre aún duerme; imagino que su breve visita también lo ha dejado agotado a él.
—No —murmura Brittany en sueños.
—Si no te levantas, me iré sola a casa de tu padre —la amenazo deslizando los pies en mis Toms. Tengo un montón de zapatillas de esta marca, pero siempre acabo llevando las caladas de color tostado. Brittany las llama alpargatas horrorosas, pero lo cierto es que a mí me encantan los zapatos cómodos.
Brittany gime, rueda sobre su estómago y se alza sobre los codos. Aún tiene los ojos cerrados cuando vuelve la cabeza hacia mí.
—No, no lo harás.
Sabía que no le gustaría la idea, y ésa es precisamente la razón por la que la he usado para sacarla de la cama.
—Entonces levántate. Yo ya me he duchado y todo —lloriqueo.
Estoy deseando llegar a casa de Ryder y verlo a él, a Ken y a Karen de nuevo. Parece como si hiciera años desde la última vez que vi a esa dulce mujer que lleva un delantal con fresas estampadas que casi nunca se quita.
—Joder. —Brittany hace un puchero y abre los ojos.
Sofoco una risita ante su expresión perezosa. Yo también estoy cansada, mental y físicamente exhausta, pero la idea de salir de este apartamento me parece tremenda.
—Primero ven aquí —dice abriendo los ojos y alargando una mano hacia mí.
En el momento en que me tumbo a su lado, ella rueda para atraparme bajo su cuerpo, cubriéndome con su calor. Se restriega contra mí a propósito, moviendo las caderas hasta que queda perfectamente encajada entre mis muslos, con su deseo sexual matutino presionando como una tortura contra mí.
—Buenos días. —Ahora está totalmente despierta y no puedo evitar reírme.
Sin prisa, mueve las caderas en círculo, y esta vez trato de liberarme. Se une a mi risa, pero enseguida me silencia cubriendo mi boca con la suya. Su lengua juega con la mía, acariciándola suavemente, enviando señales completamente opuestas a los bruscos movimientos que hacen sus caderas.
—¿Llevas un tampón? —me susurra, aún besándome. Sus manos han subido hasta mis pechos y mi corazón late tan rápido que casi no puedo oír su voz somnolienta.
—Sí —admito, sólo medio encogiéndome ante el horrible término al que he llegado a
acostumbrarme.
Ella se aparta un poco; sus ojos recorren mi cara despacio mientras su lengua asoma levemente para lamerse el labio inferior.
Desde el final del pasillo nos llega el ruido de los cajones de la cocina abriéndose y cerrándose, seguido de un sonoro eructo, y después el estruendo de una sartén que golpea el suelo.
Brittany pone los ojos en blanco.
—De puta madre. —Me mira fijamente—. Bueno, tenía planeado follarte antes de irnos, pero ahora que el señor Rayo de Sol ya está despierto...
Se retira de encima de mí y se levanta, llevándose la manta consigo.
—Me daré prisa en la ducha —dice mientras se dirige hacia la puerta con el ceño fruncido.
Brittany regresa en menos de cinco minutos, justo cuando estoy remetiendo las esquinas de la sábana bajera. La única prenda que lleva encima es una toalla blanca anudada alrededor de su cuerpo.
Me obligo a apartar los ojos de su increíble cuerpo tatuado y a dirigirlos hacia su cara mientras ella camina hasta el armario y saca su típica camiseta negra. Tras pasársela por la cabeza, se enfunda unas bragas.
—Lo de anoche fue un puto desastre —dice. Tiene los ojos fijos en sus manos destrozadas mientras se abotona los vaqueros.
—Sí —suspiro, tratando de evitar cualquier conversación sobre mis padres.
—Vámonos.
Coge las llaves y el móvil de encima de la cómoda y se los mete en los bolsillos. Se aparta el cabello mojado de la frente y abre la puerta del dormitorio.
—¿Y bien...? —pregunta impaciente cuando no me apresuro a cumplir su orden. ¿Qué ha pasado con la Brittany juguetona de hace apenas unos minutos? Si su mal humor persiste, sospecho que hoy será tan mal día como ayer.
Sin decir una palabra, la sigo a través de la puerta y pasillo abajo. La puerta del baño está cerrada y oigo correr el agua. No me apetece esperar a que mi padre salga de la ducha, pero tampoco quiero irme sin decirle adónde vamos y asegurarme de que no necesita nada. «¿Qué hace en este apartamento mientras está solo? ¿Se pasa el día pensando en drogas? ¿Invita a gente a venir?».
Sacudo el segundo pensamiento de mi cabeza. Brittany se enteraría en caso de que trajera malas compañías, y estoy segurísima de que mi padre no seguiría aquí si fuera así. Brittany permanece en silencio durante el trayecto hasta la casa de Ken y Karen. Lo único que me asegura que hoy no va a ser un asco es la mano que mantiene sobre mi muslo mientras se concentra en  la carretera.
Como siempre, cuando llegamos ni siquiera llama a la puerta antes de entrar. El dulce aroma a sirope de arce llena la casa, y seguimos el olor hasta la cocina. Karen está de pie junto al horno con una espátula en la mano mientras agita la otra en el aire a media conversación. Una chica desconocida está sentada frente a la isleta. Su largo cabello castaño es lo único que veo hasta que hace girar el taburete cuando Karen dirige la atención hacia nosotros.
—¡Santana, Brittany! —Karen casi chilla de alegría mientras deposita con cuidado la espátula en la encimera y corre a rodearme con los brazos—. ¡Cuánto tiempo! —exclama, manteniéndome a casi un metro de distancia para mirarme y luego volviendo a abrazarme. Su cálida bienvenida es exactamente lo que necesito después de lo de anoche.
—Sólo han pasado tres semanas, Karen —señala Brittany con brusquedad.
La sonrisa de ella decae un poco, y se coloca un mechón de cabello tras la oreja.
Echo una ojeada alrededor reparando en todas las hornadas que hay por la cocina.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto para distraerla de la pésima actitud de su hijastra.
—Galletas de arce, cupcakes de arce, cuadraditos de arce y magdalenas de arce —dice
mostrándomelo todo mientras Brittany se retira a un rincón con el ceño fruncido.
La ignoro y miro de nuevo a la chica, sin saber cómo presentarme.
—¡Oh! —Karen lo nota—. Lo siento, debería haberos presentado desde el principio. —La señala y añade—: Ésta es Sophia; sus padres viven al final de la calle.
Sophia sonríe y me da la mano.
—Encantada de conocerte —dice con una sonrisa. Es hermosa, extremadamente hermosa. Sus ojos son brillantes, y su sonrisa, cálida; es mayor que yo, pero no puede tener más de veinticinco.
—Soy Santana, una amiga de Ryder —digo.
Brittany tose detrás de mí, evidentemente molesta por mi elección de palabras. Imagino que Sophia conoce a Ryder, y como Brittany y yo estamos..., bueno, esta mañana parece más sencillo presentarme simplemente así.
—Aún no he podido conocer a Ryder —dice Sophia. Su voz es baja y dulce, y de inmediato me gusta.
—¡Oh! —Había dado por sentado que se conocían, dado que su familia vive al final de la calle.
—Sophia acaba de graduarse en el Instituto Culinario de América, en Nueva York —presume Karen por ella, y Sophia sonríe. No la culpo; si me acabara de graduar en la mejor escuela de cocina del país, yo también dejaría que la gente alardeara de mí. Eso si no lo estuviera haciendo yo misma, claro.
—He venido a visitar a mi familia y me he encontrado a Karen comprando sirope.
 —Sonríe al contemplar el gran despliegue de bollería con sabor a sirope.
—Oh, ésta es Brittany —digo para incluir a mi taciturna mujer del fondo.
Ella le sonríe.
—Encantada de conocerte.
Ella ni siquiera mira a la pobre chica, simplemente murmura:
—Ya.
Me encojo de hombros ante Sophia, le dedico una sonrisa de simpatía para compensar y después me vuelvo hacia Karen.
—¿Dónde está Ryder?
Sus ojos van de Brittany a mí antes de contestar:
—Está... arriba. No se encuentra muy bien.
El estómago me da un vuelco; algo va mal con mi mejor amigo, lo sé.
—Voy arriba —dice Brittany disponiéndose a salir de la cocina.
—Espera, iré yo —me ofrezco. Si algo le ocurre a Ryder, lo último que necesita es a Brittany metiéndose con él.
—No. —Brittany sacude la cabeza—. Voy yo. Tómate unos pasteles de sirope o algo —murmura, y sube la escalera de dos en dos sin darme tiempo a discutir.
Karen y Sophia la observan.
—Brittany es hija de Ken —explica su madrastra. A pesar de su comportamiento de hoy, Karen aún sonríe orgullosa al mencionar su nombre.
Sophia asiente comprensiva.

—Es encantadora —miente, y las tres rompemos a reír.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 4:14 pm

Capítulo 126
Brittany

 
Por suerte para los dos, Ryder no se la está cascando cuando abro la puerta de su habitación. Como había imaginado, está sentado contra la pared en el sillón reclinable, con un libro de texto en la mano.
—¿Qué haces aquí? —pregunta con voz ronca.
—Ya sabías que iba a venir —replico tomándome la libertad de sentarme en el borde de su cama.
—Me refiero a mi habitación —me aclara.
Decido no contestar a eso. En realidad no sé qué hago en su habitación, pero lo que está claro es que no quería seguir abajo con esas tres mujeres obsesionándose las unas con las otras.
—Estás de puta pena —le digo.
—Gracias —responde, y vuelve a mirar su libro de texto.
—¿Qué te pasa? ¿Qué haces aquí arriba lloriqueando por los rincones? —Echo una ojeada a su normalmente impoluta habitación y descubro que está algo desordenada. Limpia para mis estándares, pero no para los de Ryder y Santana.
—No estoy lloriqueando.
—Si algo va mal, puedes contármelo. Se me da muy bien lo de consolar a los demás y eso —digo esperando que el humor ayude un poco.
Él cierra el libro de golpe y me mira fijamente.
—¿Por qué debería contarte nada? ¿Para que puedas reírte de mí?
—No, no lo haré —le aseguro.
Probablemente lo haría. De hecho, he estado esperando que me dijera alguna tontería acerca de haber sacado una mala nota para pagar mis frustraciones con él, pero ahora que lo tengo enfrente, con esa pinta de perro apaleado, meterme con él ya no me apetece tanto como antes.
—Tú dímelo. A lo mejor puedo ayudar —me ofrezco.
No tengo ni puta idea de por qué he dicho eso. Ambos sabemos que se me da de pena ayudar a los demás. Mira qué puto desastre acabó siendo lo de anoche. Las palabras de Ricardo me han estado carcomiendo toda la mañana.
—¿Ayudarme? —Ryder me mira boquiabierto, obviamente sorprendido por mi oferta.
—Oh, vamos, no me obligues a sacártelo a palos —digo. Me tumbo en su cama y examino las aspas del ventilador del techo, deseando que fuera ya verano para sentir el aire frío desde arriba.
Oigo su leve risa y el sonido del libro cuando lo deja en el escritorio a su lado.
—Marley y yo lo hemos dejado —admite dócilmente.
Me incorporo de golpe.
—¿Qué? —Eso era lo último que habría imaginado que lo oiría decir.
—Sí, intentamos hacer que funcionara, pero... —Frunce el ceño y los ojos se le empañan.
Si se echa a llorar, me largo cagando leches.
—Oh... —digo, y miro hacia otro lado.
—Creo que hace tiempo que ella ya quería cortar.
Lo miro de nuevo, tratando de no fijarme demasiado en su expresión triste. Realmente es como un cachorrillo, especialmente ahora. Nunca me han gustado los cachorrillos, pero éste... De pronto siento odio hacia la chica del cabello rizado.
—¿Por qué crees eso? —pregunto.
Él se encoge de hombros.
—No sé. No es que me soltara de golpe que quería dejarlo..., es sólo que... ha estado muy ocupada últimamente y nunca me devuelve las llamadas. Es como si, cuanto más se acercara el momento de irme a Nueva York, más distante se volviera.
—Probablemente se esté follando a otro —suelto a bocajarro, y él se encoge.
—¡No! Ella no es así —dice en su defensa.
Probablemente no debería haberlo dicho.
—Lo siento. —Me encojo de hombros.
—Ella no es de ese tipo de chicas —señala.
 
Tampoco lo era Santana, pero la tuve retorciéndose y gimiendo mi nombre mientras aún estaba saliendo con Sam.., aunque me guardo ese hecho para mí por el bien de todo el mundo.
 
—Vale —acepto.
—Llevo saliendo con Marley tanto tiempo que no puedo recordar cómo era la vida antes de ella.
—Lo dice en voz tan baja y apenada que se me contrae el pecho. Es un sentimiento raro.
—Sé a qué te refieres —le digo.
 
La vida antes de Santana no era nada, sólo ebrios recuerdos y oscuridad, y eso es exactamente lo que sería la vida si nosotras la dejáramos.
—Ya, pero al menos tú no tendrás que averiguar cómo se vive «después».
—¿Qué te hace estar tan segura? —pregunto. Sé que me estoy apartando del tema de su ruptura, pero debo saber la respuesta.
—No puedo imaginar nada que pueda separarlas..., nada lo ha conseguido hasta ahora —contesta Ryder como si fuese la respuesta más obvia del mundo. Tal vez lo sea para él; sin embargo, desearía que fuera tan obvio para mí.
—Y ¿ahora qué? ¿Aún piensas ir a Nueva York? Se supone que te vas... ¿cuándo? ¿Dentro de dos semanas?
—Sí, y no lo sé. He trabajado tan duro para poder entrar en la NYU..., y además ya me he
matriculado en las clases de verano y todo. Sería una lástima no ir después de tanto sacrificio, pero al mismo tiempo ahora no parece tener ningún sentido que vaya.
 
Sus dedos trazan círculos en sus sienes
—. No sé qué hacer.
—No deberías ir —digo—. Sería muy incómodo.
—Es una ciudad muy grande, nunca nos cruzaríamos. Además, aún somos amigos.
—Claro, todo el rollo de «ser amigos» —replico, y no puedo evitar poner los ojos en blanco—.¿Por qué no se lo has contado a Santana? —le pregunto. Seguro que lo va a pasar fatal por él.
—San ya... —comienza.
—San ta na —lo corrijo.
—... tiene suficiente con lo suyo. No quiero que encima se preocupe por mí.
—Quieres que no se lo cuente, ¿verdad? —apunto. Por su expresión de culpabilidad, deduzco que no.
—Sólo por ahora, hasta que ella tenga un respiro. Últimamente está tan estresada..., y temo que uno de estos días algo la lleve al límite.
Su preocupación por mi chica es fuerte, y ligeramente irritante, pero decido aceptar y cerrar la boca.
—Me va a matar por esto, y lo sabes —gimo, aunque lo cierto es que yo tampoco quiero
contárselo. Ryder tiene razón: Santana ya tiene bastantes preocupaciones, y yo soy la culpable del noventa por ciento de ellas.
—Hay más... —dice él entonces.
Claro que lo hay.
—Es mi madre, ella... —empieza a decir, pero un ligero golpe en la puerta lo silencia.
—¿Ryder? ¿Brittany? —llama la voz de Santana al otro lado de la puerta.
—Entra —la invita Ryder, mirándome con ojos suplicantes para reafirmar la promesa de
mantener en secreto su ruptura.
—Ya, ya —lo tranquilizo mientras la puerta se abre y Santana entra trayendo un plato y el espeso olor a sirope consigo.
—Karen quiere que probéis esto. —Deja el plato en el escritorio y me mira, para después volverse de inmediato hacia Ryder con una sonrisa—. Prueba los cuadraditos de arce primero. Sophia nos ha enseñado a glasearlos correctamente... Mira las florecitas que llevan. —Su meñique apunta a los pegotes de glaseado apilados sobre la corteza marrón—. Nos ha enseñado a hacerlas. Es tan maja...
—¿Quién? —pregunta Ryder alzando una ceja.
—Sophia; acaba de marcharse de vuelta a casa de sus padres al final de la calle. Tu madre se ha vuelto loca sacándole un montón de trucos de horneado. —Santana sonríe y se lleva un cuadradito a la boca.
Sabía que le gustaría esa chica. Lo supe en el momento en que las tres han comenzado a lanzarse grititos la una a la otra en la cocina. Por esto he tenido que largarme.
—Oh. —Ryder se encoge de hombros y se sirve un cuadradito.
Santana sostiene el plato con aprensión ante mí y yo niego con la cabeza, rechazándolo. Sus hombros caen un poco pero no dice nada.
—Tomaré un cuadradito —murmuro esperando que su ceño desaparezca. Me he comportado como una idiota toda la mañana. Ella se anima y me alcanza uno. Lo que ella llama flores parecen mocos amarillos—. Seguro que tú has glaseado éste —me burlo, tirando de su muñeca para sentarla en mi regazo.
—¡Éste era de práctica! —se defiende alzando la barbilla en actitud desafiante. Me doy cuenta de que mi repentino cambio de humor la ha confundido. A mí también.
—Claro, nena. —Sonrío, y ella restriega un trozo de glaseado amarillo por mi camiseta.
—No soy ningún chef, ¿vale? —dice con un puchero.
Observo a Ryder, que tiene la boca llena de cupcake mientras mira al suelo. Paso el dedo por mi camiseta para quitar el glaseado y, antes de que Santana pueda detenerme, se lo restriego por la nariz, extendiéndole toda la horrible pasta amarilla por encima.
—¡Brittany! —Trata de limpiarse, pero le cojo las manos con las mías y los dulces caen al suelo.
—¡Venga ya, chicos! —Ryder sacude la cabeza—. ¡Mi habitación ya está hecha una pocilga!
Ignorándolo, decido lamer el glaseado de la nariz de Santana.
—¡Te ayudaré a limpiar! —se ríe ella mientras le paso la lengua por la mejilla.
—¿Sabes? Echo de menos aquellos días cuando ni siquiera la hubieras cogido de la mano delante de mí —protesta Ryder.
Se agacha para recoger los cuadraditos partidos y los cupcakes aplastados del
suelo. Y, desde luego, no los echo de menos, y espero que Santana tampoco.
—¿Te han gustado los cuadraditos de arce, Brittany? —pregunta Karen mientras saca un jamón cocido del horno y lo coloca sobre la tabla de cortar.
—Estaban bien —digo encogiéndome de hombros mientras me siento a la mesa. Santana me lanza una mirada desde la silla de al lado y yo puntualizo
—: Estaban muy ricos —y me gano una sonrisa de mi chica.
 Por fin he empezado a captar que las pequeñas cosas la hacen sonreír. Es raro del carajo, pero funciona, así que seguiré haciéndolo.
Mi padre se vuelve hacia mí.
—¿Cómo va el tema de tu graduación? —Alza el vaso de agua y le da un trago. Tiene mucho mejor aspecto que cuando lo vi en su despacho el otro día.
—Bien, ya he acabado. No voy a ir a la ceremonia, ¿recuerdas? —Sé que lo recuerda, sólo espera que haya cambiado de idea.
—¿Qué quieres decir con que no irás a la ceremonia? —interrumpe Santana, lo que provoca que Karen deje de cortar el jamón y nos mire.
«Joder.»
—Que no voy a ir a la ceremonia de graduación. Me enviarán el diploma por correo —contesto con sequedad. Esto no se va a convertir en un acorrala-a-Brittany-y-hazlo-cambiar-de-opinión.
—¿Por qué no? —pregunta Santana, lo que hace que mi padre parezca complacido. El muy cabrón lo había planeado todo, lo sé.
—Porque no quiero —replico. Miro a Ryder en busca de ayuda, pero él evita mi mirada. A la mierda la camaradería de antes; está claro que es parte del Equipo Santana.
—. No me presiones ahora, no voy a la ceremonia y no voy a cambiar de idea —la aviso, en voz lo suficientemente alta como para que todo el mundo lo oiga y no haya duda de lo definitivo de mi decisión.
—Hablaremos de eso más tarde —me amenaza ella con las mejillas sonrojadas.
«Claro, Santana, seguro.»
Karen se acerca con el jamón en una bandeja de servir, bastante orgullosa de su creación. Supongo que tiene razones para ello; debo admitir que huele muy bien. Me pregunto si habrá encontrado una forma de usar el sirope también en esto.
—Tu madre dijo que has decidido ir a Inglaterra —comenta mi padre. No parece incómodo hablando del tema delante de Karen. Supongo que llevan juntos lo suficiente como para que no les resulte raro hablar de mi madre.
—Sí —contesto con monosílabos, y cojo un trozo de jamón en señal de que se ha acabado la charla para mí.
—¿Tú también irás, Santana? —le pregunta.
—Sí, tengo que acabar de sacarme el pasaporte, pero iré.
La sonrisa en su cara hace desaparecer mi enfado en segundos.
—Será una experiencia increíble para ti; recuerdo que me contaste lo mucho que te gustaba Inglaterra. Aunque odio tener que ser yo el que te desilusione: el nuevo Londres no se parece mucho al de tus novelas. —Le sonríe y ella se echa a reír.
—Gracias por el aviso, soy consciente de que la niebla del Londres de Dickens era, de hecho, humo. Santana encaja tan bien con mi padre y su nueva familia..., mejor que yo. Si no fuera por ella, no estaría hablando con ninguno de ellos.
—Pídele a Brittany que te lleve a Chawton, está a menos de dos horas de Hampstead, donde vive Trish —sugiere mi padre.
«Ya tenía planeado llevarla, muchas gracias.»
—Eso sería fantástico. —Santana se vuelve hacia mí, su mano se mueve bajo la mesa y me aprieta el muslo. Sé que quiere que sea un buena chica durante la cena, pero mi padre está poniéndomelo difícil—.
He oído hablar mucho de Hampstead —añade ella.
—Ha cambiado mucho a lo largo de los años. Ya no es el pequeño y tranquilo pueblo que era cuando yo vivía allí. Los precios del mercado inmobiliario se han disparado —explica mi padre, como si a ella le importara un comino el mercado inmobiliario de mi pueblo natal—. Hay un montón de sitios que ver. ¿Cuánto tiempo os quedaréis? —pregunta entonces.
—Tres días —contesta Santana por las dos. No tengo planeado llevarla a ningún sitio excepto a Chawton. Pienso mantenerla encerrada durante todo el fin de semana para que ninguno de mis fantasmas pueda alcanzarla.
—Estaba pensando... —dice mi padre llevándose la servilleta a los labios—. He hecho algunas llamadas esta mañana y he encontrado un sitio para tu padre muy bueno.
El tenedor de Santana resbala de entre sus dedos y cae repicando sobre el plato. Ryder, Karen y mi padre la miran, esperando a que hable.
—¿Qué? —rompo yo el silencio para que ella no tenga que hacerlo.
—He encontrado una buena clínica de tratamiento; ofrecen un programa de desintoxicación de tres meses...
Santana solloza a mi lado. Es un sonido tan bajo que nadie más lo oye, pero resuena a través de todo mi cuerpo.
«¡¿Cómo se atreve a sacar esa mierda frente a todo el mundo en mitad de la cena?!»
—... el mejor de Washington. Aunque podríamos mirar en cualquier otro sitio, si lo prefieres. —Habla en voz baja y no hay ni una sombra de censura en ella, pero las mejillas de Santana se encienden de vergüenza y yo quiero arrancarle la puta cabeza a mi padre aquí mismo.
—Éste no es momento para venirle con toda esa mierda —le advierto.
Santana da un ligero respingo ante mi tono duro.
—Está bien, Brittany. —Sus ojos me suplican tranquilidad—. Sólo me ha pillado con la guardia baja —añade por educación.
—No, Santana, no está bien. —Me vuelvo hacia Ken—: ¿Cómo sabías que su padre es un yonqui, para empezar?
Santana se encoge de nuevo; podría romper todos los platos de esta casa por haber sacado el tema.
—Ryder y yo hablamos sobre ello anoche, y los dos pensamos que discutir un plan de
rehabilitación con Santana sería una buena idea. Para los adictos es muy duro recuperarse por sí mismos —explica.
—Y tú lo sabes mejor que nadie, ¿verdad? —escupo sin pensar.
Pero mis palabras no tienen el efecto deseado en mi padre, que simplemente deja pasar el comentario con una pequeña pausa. Cuando miro a su mujer, la tristeza es evidente en sus ojos.
—Sí, un alcohólico rehabilitado lo sabe bien —replica por fin mi padre.
—¿Cuánto cuesta? —le pregunto. Gano lo suficiente como para mantenernos a Santana y a mí, pero ¿una rehabilitación? Eso vale un huevo.
—Yo lo pagaría —contesta mi padre con calma.
—Y una mierda. —Intento levantarme de la mesa, pero Santana me agarra del brazo con fuerza.
Vuelvo a sentarme—. No vas a pagarlo tú.
—Brittany, estoy más que dispuesto a hacerlo.
—Tal vez deberíais hablarlo en la otra habitación —sugiere Ryder.
Lo que realmente quiere decir es «No habléis de ello delante de Santana». Ella me suelta el brazo y mi padre se levanta al mismo tiempo que yo. Santana no alza la vista del plato mientras entramos en la sala de estar.
—Lo siento —oigo decir a Ryder justo antes de aplastar a mi padre contra la pared. Me estoy enfadando, estoy furiosa..., puedo sentir cómo la rabia va tomando el control.
Mi padre me empuja con más fuerza de la que esperaba.
—¡¿Por qué no podías hablar de esto conmigo antes de soltárselo en mitad de la puta cena... delante de todos?! —le grito apretando los puños a ambos lados del cuerpo.
—Creía que Santana debería tener algo que decir al respecto, y sabía que rechazarías mi oferta de pagarlo. —Su voz, al contrario que la mía, suena calmada.
Estoy furiosa y me arde la sangre. Recuerdo las muchas veces que he abandonado las cenas familiares en casa de los Pierce dando un portazo. Podría ser una maldita tradición.
—Tienes toda la razón al decir que lo rechazo. No hace falta que vayas echándonos en cara tu puto dinero..., no lo necesitamos.
—Ésa no es mi intención. Sólo quiero ayudarte de cualquier manera posible.
—Y ¿cómo va a ayudarme que envíes a su jodido padre a rehabilitación? —pregunto, aunque ya sé la respuesta.
Él suspira.
—Porque, si él se pone bien, entonces ella también estará bien. Y ella es la única forma que tengo de ayudarte. Yo lo sé y tú también lo sabes.
Dejo escapar el aire sin discutir siquiera con él porque sé que esta vez tiene razón. Sólo necesito unos minutos para calmarme y recapacitar.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 4:15 pm

Capítulo 127
Santana

 
Me siento aliviada cuando ni Brittany ni Ken regresan al comedor con la nariz sangrando o los ojos morados.
En el momento en que Ken se sienta de nuevo y se coloca la servilleta sobre el regazo, dice:—Quiero pediros disculpas por haber sacado este tema durante la cena. Ha estado totalmente fuera de lugar.
—No importa, de verdad. Aprecio mucho tu oferta —afirmo forzando una sonrisa. Es cierto que la aprecio, pero es demasiado para aceptarlo.
—Hablaremos de todo ello más tarde —murmura Brittany junto a mi oído.
Asiento y Karen se levanta a recoger la mesa. Yo casi ni he tocado mi plato. La sola mención de los... problemas de mi padre me ha quitado el apetito.
Brittany acerca su silla a la mía.
—Al menos come algo de postre.
Pero vuelvo a tener calambres. El efecto del ibuprofeno ya ha pasado, y mi dolor de cabeza y los calambres han vuelto con más fuerza.
—Lo intentaré —le aseguro.
Karen trae una bandeja llena de montones de su bollería de arce a la mesa y cojo un cupcake. Brittany coge un cuadradito y observa las perfectas flores de glaseado encima.
—Yo he hecho ésas —miento.
Ella me sonríe y sacude la cabeza.
—Ojalá no tuviéramos que irnos —digo cuando le echa un vistazo al reloj. Intento no pensar en el reloj al que tuvo que renunciar para pagar la deuda de mi padre con su camello.
«¿Es la rehabilitación de verdad lo mejor para él? ¿Aceptaría el ofrecimiento siquiera?»
—Eres tú la que hizo las maletas y se mudó a Seattle —masculla Brittany.
—Me refiero a irnos de aquí, esta noche —le aclaro esperando que lo pille.
—Oh, no... Yo no voy a quedarme aquí.
—Pero yo quiero —digo con un puchero.
—Santana, nos vamos a casa..., a mi apartamento, donde está tu padre.
Frunzo el ceño; es por eso por lo que no quiero ir allí. Necesito tiempo para pensar y respirar, y esta casa parece perfecta para ello, incluso pese a la mención de Ken sobre la rehabilitación durante la cena. Siempre ha sido una especie de santuario. Me encanta esta casa, y estar en el apartamento ha sido una tortura desde que llegué el viernes.
—Vale —digo mientras mordisqueo el borde de mi cupcake.
Por fin Brittany suspira, rindiéndose.
—Está bien, nos quedaremos.
Sabía que me saldría con la mía.
El resto de la cena transcurre sin tanta incomodidad como al principio. Ryder está callado, demasiado, y pretendo preguntarle qué le pasa en cuanto acabe de ayudar a Karen a recoger la cocina.
—Echo de menos tenerte por aquí. —Karen cierra el lavavajillas y se vuelve hacia mí con un paño entre las manos.
—Y yo echo de menos estar aquí —digo apoyándome en la encimera.
—Me alegro de oírlo. Eres como una hija para mí, quiero que lo sepas. —Su labio inferior tiembla y sus ojos brillan bajo las intensas luces de la cocina.
—¿Estás bien? —le pregunto, y me acerco a esta mujer que tanto ha llegado a importarme.
—Sí —sonríe—. Lo siento, últimamente he estado de lo más emotiva.
Parece sacudírselo de encima y, en cuanto lo hace, vuelve a la normalidad brindándome una sonrisa tranquilizadora.
—¿Lista para irnos a la cama? —Brittany se nos une en la cocina, cogiendo otro cuadradito de arce por el camino. Sabía que le gustaban más de lo que quiere confesar.
—Vamos, que estoy hecha un desastre. —Karen me abraza y me da un cariñoso beso en la mejilla antes de que Brittany me rodee con un brazo, prácticamente sacándome de la cocina. Suspiro mientras nos dirigimos a la escalera. Algo no va bien.
—Me preocupan Karen y Ryder —digo.
—Están bien, seguro —contesta Brittany mientras me guía escaleras arriba y hasta su habitación. La puerta del dormitorio de Ryder está cerrada, y no se ve luz por debajo—. Está durmiendo.
Nada más entrar siento como si la habitación de Brittany me diera la bienvenida, desde la ventana panorámica hasta el nuevo escritorio y su silla, sustitutos de los que Brittany destruyó la última vez que estuvo aquí. Había estado en la casa después de eso, pero no había reparado en ello. Ahora que vuelvo a estar aquí, quiero fijarme en cada detalle.
—¿Qué? —La voz de Brittany me saca de mis pensamientos.
Miro a mi alrededor, y rememoro la primera vez que me quedé aquí con ella.
—Estaba recordando, eso es todo —digo y me quito los zapatos.
Ella sonríe.
—Recordando, ¿eh? —En un instante se saca la camiseta negra por la cabeza y me la lanza, hundiéndome aún más en mis recuerdos.
—. ¿Te importa compartirlo conmigo?
—A continuación van los vaqueros; se los baja rápidamente y los deja en el suelo como un charco de ropa.
—Bueno... —Admiro su torso tatuado perezosamente cuando levanta los brazos, estirando su largo cuerpo.
—. Estaba pensando en la primera vez que me quedé aquí contigo.
También fue la primera vez que Brittany se quedó a dormir aquí.
—¿En qué exactamente?
—En nada en concreto. —Me encojo de hombros, desnudándome yo también frente a su atenta mirada. Doblo mis vaqueros y mi blusa antes de ponerme su camiseta negra por la cabeza.
—Sujetador fuera —dice Brittany enarcando una ceja; su tono es severo, y sus ojos de un azul profundo.
Me quito el sujetador y subo a la cama para tumbarme a su lado.
—Ahora dime en qué estabas pensando.
Me acerca a ella por la cintura y deja una mano sobre mi cadera cuando me tiene acurrucada contra su costado, tan cerca de su cuerpo como es posible. Las yemas de sus dedos recorren la cinturilla de mis braguitas, enviando escalofríos por mi espalda que se extienden automáticamente por todo mi cuerpo.
—Estaba recordando cuando Ryder me llamó aquella noche. —Alzo los ojos para estudiar su expresión—. Estabas destrozando toda la casa. —Frunzo el ceño ante el claro recuerdo de los aparadores rotos y los platos de porcelana hechos añicos y esparcidos por el suelo.
—Sí, eso hice —replica suavemente.
La mano que está usando para trazar círculos en mi espalda desnuda sube para tomar un mechón de mi cabello. Lo retuerce lentamente sin romper el contacto visual conmigo.
—Tenía miedo —admito—. No de ti, sino de lo que dirías.
Ella frunce el ceño.
—Entonces confirmé tus temores, ¿no?
—Sí, supongo que sí —respondo—. Pero me compensaste por tus duras palabras.
Brittany se ríe, apartando finalmente los ojos de los míos.
—Sí, pero sólo para decirte más mierdas al día siguiente.
Sé hacia dónde va esto. Intento sentarme, pero ella apoya las manos en mis caderas y empuja para mantenerme quieta. Habla antes de que yo pueda hacerlo.
—Incluso entonces ya estaba enamorada de ti.
—¿En serio?
Ella asiente, cogiéndome aún más fuerte por la cadera.
—En serio.
—¿Cómo lo supiste? —pregunto en voz baja. Brittany ya había mencionado que aquélla fue la noche en que supo que estaba enamorada de mí, pero nunca llegó a explicarse. Estoy deseando que lo haga ahora.
—Simplemente lo supe. Y, por cierto, sé lo que estás haciendo —sonríe.
—¿Ah, sí? —Coloco la palma de la mano sobre su estómago, cubriendo el centro de la mariposa nocturna que tiene tatuada ahí.
—Estás siendo cotilla. —Se enrolla los mechones de mi cabello con los que ha estado enredando alrededor del puño y tira de ellos, juguetón.
—Pensé que la que tiraba de los pelos aquí era yo. —Me río de mi comentario cursi y ella me imita.
—Y lo eres. —Retira la mano durante un momento para coger mi mata de pelo negro despeinado.
Luego tira de él echando mi cabeza hacia atrás para forzarme a mirarla—. Ha pasado tanto tiempo... —dice inclinando la cabeza y obligándome a sentarme derecha, y me pasa la nariz por la mandíbula y por mi cuello expuestos—. He estado tan excitada desde tu pequeña provocación de esta mañana —susurra,
mientras aprieta la prueba entre mis muslos.
El calor de su respiración sobre mi piel es casi insoportable. Me retuerzo bajo sus sucias palabras y su intensa mirada.
—Te vas a ocupar de esto, ¿verdad? —exige más que pregunta.
Tira de mi cabello arriba y abajo, forzándome a asentir con la cabeza. Quiero corregirla y decirle que, de hecho, ha sido ella quien me ha provocado por la mañana, pero me callo. Me gusta hacia dónde va esto. Sin una palabra, Brittany me suelta el cabello y la cadera y se alza sobre las rodillas. Sus manos están frías cuando retiran la tela de la camiseta, exponiendo mi estómago y mi torso desnudos. Sus dedos ansiosos alcanzan mis pechos, y su lengua se hunde en mi boca. Me enciendo de inmediato; todo el estrés de las últimas veinticuatro horas se desvanece y Brittany ocupa todos mis sentidos.
—Siéntate contra la cabecera —me indica después de quitarme la camiseta por completo. Hago lo que me dice, bajando mi cuerpo hasta que mis hombros descansan a medias sobre la enorme cabecera de color teja.
Brittany se baja las bragas para quitárselas.
—Un poco más abajo, cariño.
Me reposiciono y ella da su aprobación. Entonces recorre la cama de rodillas y se coloca delante de mí. Mi lengua asoma entre mis labios, ansiosa por tocar su piel. Mi mandíbula se relaja y Brittany rodea su coño con una mano y observo con asombro cómo va acercando su entrepierna a mi boca mientras se  acaricia lentamente. Abro la boca aún más y el pulgar de Brittany se desliza por mi labio inferior, hundiéndose en mi boca sólo un segundo antes de que su dedo..., mmm..., sea reemplazado. Empuja dentro de mi boca lentamente, saboreando la sensación de cada centímetro de ella deslizándose sobre mi lengua.
—Joder —gruñe desde arriba.
Levanto la mirada para ver sus ojos clavados en mí. Con una mano se agarra parte de su vagina  y con la otra toma la cabecera para mantener el equilibrio mientras empuja y se retira una y otra vez.
—Más —jadea, y le agarro el trasero con las manos, acercándola aún más a mí.
Mi boca la cubre y tomo pequeñas caladas de ella, disfrutando de esto tanto como Brittany. Parece seda sobre mi lengua, y su rápida respiración y los gemidos con los que me nombra, diciéndome lo buena que soy para ella, lo mucho que le gusta mi boca, hacen que mi cuerpo arda de pasión. Sigue moviéndose hacia delante y hacia atras.
—Tan jodidamente bueno... Mírame —suplica.
Parpadeo al volver a mirarla a la cara, fijándome en la forma en que sus cejas bajan, la forma en que se muerde el labio inferior, y la forma en que sus ojos me observan. Se hunde hasta el fondo de mi garganta repetidamente, y noto la forma en que los músculos de su estómago se expanden y se tensan, señalando lo que está a punto de ocurrir.
Como si pudiera leer mi mente, gime:
—Joder, voy a correrme...
Sus movimientos se aceleran y son ahora más bruscos. Aprieto los muslos para liberar parte de la presión y chupo con más fuerza. Me sorprende cuando ella se retira de mi boca y se corre sobre mi pecho desnudo. Gimiendo de nuevo mi nombre, se inclina hacia adelante exhausta, apoyando la frente contra la cabecera. Espero pacientemente a que recupere el aliento y a que vuelva a tumbarse junto a mí.
Alarga la mano y, para mi gran horror, la pasa lentamente sobre sus fluidos que hay en mi pecho, cubriendo toda la piel a su paso.
Luego observa, transfigurada durante un momento antes de que nuestros ojos se encuentren.
—Toda mía. —Sonríe sin vergüenza, dejando suaves besos sobre mis labios abiertos.
—Yo... —digo mirando mi pecho pegajoso.
—Te ha gustado.
 —Sonríe, y no puedo negarlo.
— Te sienta bien.
—Por la forma en que sus ojos se fijan en mi piel brillante, me doy cuenta de que lo cree de verdad.
—Eres una guarra —es lo único que se me ocurre decir.
—¿En serio? Tú también. —Señala mi pecho y me coge por las caderas para arrancarme de la cama. Chillo y Brittany me cubre la boca con una mano.

—Shhh..., no queremos tener público mientras te follo sobre el escritorio, ¿verdad?
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 4:16 pm

Capítulo 128
Brittany

 
El aroma a café inunda mi nariz, y alargo una mano hacia Santana sabiendo que está cerca de mí. Cuando mi búsqueda resulta inútil, abro los ojos para encontrar dos tazas de café sobre la cómoda y a Santana preparando su bolsa.
—¿Qué hora es? —pregunto, y espero que me diga que aún es temprano.
—Casi mediodía —me responde.
Mierda, he dormido casi la mitad del día.
—Ya lo he recogido todo y he desayunado. La comida estará lista pronto —me informa con una sonrisa. Ya se ha duchado y se ha vestido. Lleva esos malditos vaqueros otra vez, los ajustados. Me obligo a salir de la cama e intento contenerme para no echarle la bronca por no despertarme antes.
—Genial —respondo, yendo a recoger mis pantalones del suelo..., aunque entonces veo que ya no están ahí.
—Toma.
—Santana me los da, bien doblados, por supuesto.
—. ¿Estás bien? —Debe de haber notado mi hostilidad.
—Estoy bien.
—Brittany —insiste. Sabía que lo haría.
—Estoy bien; el fin de semana ha acabado demasiado pronto, eso es todo.
Su sonrisa basta para derretir el hielo que se ha formado alrededor de mi humor.
—Es verdad —coincide.
Odio esta mierda de vivir separadas. La odio profundamente.
—Sólo tenemos que aguantar hasta el jueves —añade, intentando que la distancia parezca menos... distante.
—¿Qué ha preparado Karen para comer? —digo cambiando de tema—. Espero que nada con sirope de arce.
Se echa a reír.
—No, nada de sirope.
Ryder está sentado a la mesa, taciturno, cuando entro en el comedor al mismo tiempo que Karen, que lleva una bandeja de sándwiches. Santana se sienta junto a él y los observo mientras mi chica le pregunta si se encuentra bien.
—Estoy bien, sólo me siento un poco fuera de combate —responde él.
Nunca creí que vería el día en que Ryder le mentiría a Santana.
—¿Estás seguro? Porque actúas de una forma tan...
—Santana... —Él alarga una mano y juro que si se la pone encima...—. Estoy bien —y sonríe, retirando la mano de la mesa. Me apresuro a cogerle las dos manos a Santana y a ponerlas sobre mi regazo, cubriéndolas con las mías.
La aburrida charla de sobremesa va y viene. Yo no participo, y pronto llega la hora de llevar a Santana de vuelta a Seattle. Una vez más me doy cuenta de lo imbécil que soy por no haberme mudado allí desde el principio.
—Volveré a verte antes de que te vayas, ¿verdad? —Los ojos de Santana se llenan de lágrimas cuando Ryder la abraza a modo de despedida. Miro hacia otro lado.
—Sí, claro. Tal vez vaya a verte una vez regreses de tu visita a la reina —bromea él haciéndola reír.
Aprecio sus esfuerzos, especialmente porque seré yo con quien ella se cabree como una mona cuando descubra que Marley y Ryder han roto y que se lo he ocultado.
Diez minutos más tarde, prácticamente arrastro el culo de Santana fuera de la casa. Karen está más disgustada de lo que estaría cualquier persona razonable, y le dice a Santana que la quiere, lo que resulta jodidamente extraño.
—¿Crees que soy mala persona por sentirme más cómoda con tu familia que con la mía? —me pregunta Santana tras conducir quince minutos en silencio.
—Sí.
Me mira fijamente, lo que me hace poner los ojos en blanco ante su fingida rabia.
—Nuestras dos familias están jodidas —le digo, y ella asiente, regresando a su silencio.
Cuanto más se acerca mi coche a Seattle, mayor es la corriente de ansiedad que inunda mi pecho.
No quiero pasar toda la semana lejos de ella. Cuatro días alejada de Santana son toda una vida. En cuanto vuelva a casa, iré derecho al gimnasio
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