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Mensaje por 3:) Miér Oct 19, 2016 4:11 pm

Al fin eva entendio...
Es entendible el miedo de cualquier madre... mas potenciado por una ex combicta.....
Bueno ahora a ver como van las cosas??? Todos en paz??
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Oct 20, 2016 8:21 pm

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CAPITULO 34


Dos semanas más tarde, Sam Evans fue convocado a una reunión de la junta directiva en las oficinas de S.L.F. INC. Querían hablar con él.

Tras la visita de Blaine Anderson, Sam había pasado días enteros, con sus noches, poniéndose en contacto con cualquier capullo que le debiera un favor. Pero al parecer nada ni nadie podían sacarlo del pozo donde lo habían arrojado López y su abogado.

Se acercó a la sala de juntas con aplomo, sin hacer caso de la mirada recelosa de Helen, su secretaria, cuando se detuvo frente a su mesa.

—La junta debería llegar...

—Ya están dentro —lo interrumpió ella, sin mirarlo a los ojos.

Sam alzó una ceja.

—¿Ah, sí?

—Sí, señor.

Vaya, qué raro.

Respiró hondo, empujó la gran puerta de caoba e inmediatamente deseó no haberlo hecho.

«La madre que lo parió.»

Dirigió una mirada de incredulidad a su prima, que estaba de pie junto a la cabecera de la mesa de juntas, vestida con un traje de Dior hecho a medida. Tenía la espalda muy recta y sonreía como si acabara de descubrir el sentido de la vida. No se parecía en nada a la exconvicta desaliñada que había visto meses atrás. Sam sintió
muchas ganas de borrarle la sonrisa de la cara con un gancho de derecha.

—Buenos días. —López señaló un lugar a su izquierda—. ¿Quieres sentarte?

—Prefiero quedarme de pie —respondió él, echando un vistazo a su alrededor. En la sala había quince personas, una de ellas era su hermano Ryder. —. Qué amiguitos sois todos de pronto, joder. —Bajó la cabeza, tratando de controlarse—. Supongo que esto es lo que suele llamarse un golpe de estado.

—Tal vez —replicó López—, pero sin violencia, así que no se puede hablar de golpe. Me he limitado a reclamar lo que me pertenecía. Los miembros de la junta han aceptado unánimemente que los contratos que firmaron nuestros abuelos muestran claramente que soy la legítima directora ejecutiva y accionista mayoritaria de S.L.F Inc Communications.

—¿Eso han hecho? —gruñó Sam.

—Así es —respondió Ryder, levantándose y acercándose a su hermano—. Y lo habrían hecho antes si no les hubieras ocultado los documentos. Tienes que firmar la renuncia a tus derechos. Yo ya he firmado la mía. La ley obliga a firmarla delante de la junta.

Sam entornó los ojos. ¿Dónde había ido a parar la lealtad de su hermano?

—Lo sé —dijo, con los dientes apretados.

—No te preocupes —intervino López—, me he asegurado de que sigas teniendo acciones. Y con la indemnización que recibirás, podrías mantenerte aunque vivieras dos vidas.

—No es por el dinero.

—¡Exacto! —exclamó López. Y bajando la voz hasta convertirla en un susurro agresivo, añadió—: Nunca ha sido por el dinero, Sam. Ha sido por principios, joder, una palabra que parece que no está en tu vocabulario.

Él miró a su prima y a su hermano y sintió que los fríos dedos de la derrota se le aferraban al pecho.


—¿Dónde está el contrato?

—Aquí, señor Evans —respondió uno de los abogados de la empresa.

Sam se dio cuenta de que acababa de ser víctima de una taimada maniobra. Lo habían preparado todo a sus espaldas. Se sintió como si lo rodeara una espesa niebla. Pasó junto a López y a Ryder, cogió un bolígrafo de la mesa y firmó. Tantos años de duro trabajo, tantos sueños, estaba renunciando a todo eso con una simple firma. Sintió ganas de vomitar.

—También debe firmar una cláusula de confidencialidad —dijo el abogado—. Establece que, en caso de que difame el nombre de la señorita López de la empresa, el trato quedará invalidado y no recibirá ni un dólar más. Además, se tomarán medidas legales rápidas e indiscriminadas.

—Sí, lo pillo —replicó Sam. Soltó el bolígrafo con fuerza sobre la mesa y fulminó con la mirada a los miembros de la junta—. Buena suerte —dijo, sonriendo con ironía y señalando a López con el pulgar—. La vais a necesitar con esta idiota al mando. —Y volviéndose hacia Santana, añadió—: Bien hecho, López. Parece que has caído de pie.

Santana negó con la cabeza.

—No, sólo he recibido lo que me merecía. Igual que tú.

—Lo que tú digas —replicó Sam, abriéndose paso con un empujón. Tenía que salir de allí. Necesitaba una botella de Jack Daniel’s y una mujer, para perderse en ambas durante una semana.

—¡Ah! —exclamó López de repente, lo que hizo que Sam se detuviera en seco—. Britt te envía saludos.

Él cerró la mandíbula con tanta fuerza que el sonido resonó en la sala de juntas. Casi podía ver la jodida sonrisa de suficiencia que estaría esbozando López. Furioso, abrió la puerta de un empujón y salió de la empresa por última vez.

—Sórbelos.

—¡No puedo!

—Claro que puedes. ¡Sorbe!

Britt tosió al atragantarse con los fideos que López le estaba dejando caer en la boca y se echó a reír. Santana la siguió. Los fideos se le cayeron por la barbilla, yéndole a parar a los pechos desnudos. Rápido como un rayo, Santana se lanzó sobre ella y empezó a lamer y a succionar los fideos. Tal vez también le lamiera los pezones; era una de las ventajas de tomar comida china desnudas.

Su boca aventurera se desplazó hasta la barbilla de Britt y de allí hasta sus labios. Los besó, cubriéndolos de salsa agridulce. Ella gritó, tratando de apartarla sin mucho entusiasmo.

—¡Eres una idiota! —protestó, sin dejar de reír.

—Lo sé —admitió Santana, subiendo y bajando las cejas.

Se sentó a su lado, con la espalda apoyada en las almohadas, cogió la caja de pollo Kung Pao y los palillos de la mesita de noche y volvió a ponerse ciega. La mujer que tenía al lado la había ayudado a abrir el apetito durante la última hora y necesitaba repostar combustible. Britt, que seguía desnuda y olía a sexo, picoteó unas gambas al ajillo mientras miraba en la tele de pantalla plana una de esas típicas películas que ponían siempre por Navidad.

López se relajó disfrutando de la escena doméstica. La serenidad de su relación y el silencio cómodo que compartían la envolvió como una manta. Nunca se había sentido tan cómoda, tan feliz ni tan amada en toda su vida. Todos los rollos y las movidas en las que se había visto envuelta le parecían insignificantes. A Dios ponía por testigo que volvería a pasar por todo si con ello lograba estar con Britt.

Tragó lo que tenía en la boca y se pasó la lengua por los labios.

—Entonces, ¿te quedas a dormir?

Normalmente no se lo preguntaba —dejaba que fuera ella la que decidiera si quería quedarse o no—, pero curiosamente, esa noche necesitaba oírle decir que no iba a marcharse. Aunque, si de ella dependiera, no se marcharía nunca. Esa idea hizo que enderezara un poco la espalda, mientras su mente trataba de descifrar lo que significaba.

¿Estaba pensando en una relación para siempre?

¿Estaba pensando en pedirle que viviera con ella?
La idea no le desagradó. Al contrario. Cuanto más lo pensaba, más le gustaba. Realmente era una idea muy atractiva, pensó, mientras le observaba las piernas estiradas a su lado en la cama. Pero era algo más. Quería que se mudara a vivir con ella porque la amaba.

El cerebro de López se sobrecargó. Mierda, llevaban muy poco tiempo juntas, pero habían compartido tantas cosas... Tal vez sería mala idea proponérselo. No quería que se sintiera presionada y quizá aún no quisiera vivir con ella. Era una maniática de la limpieza y una idiota gruñona por las mañanas, aunque todo eso ella ya lo sabía.

—... porque he quedado para tomar café con Marley, ¿te parece bien?

López parpadeó lentamente y vio que Britt la estaba observando, expectante.

—Perdona, ¿qué decías?

Ella se echó a reír y le apoyó una mano en la mejilla.

—¿Estás bien? ¿Dónde estabas?

—En ninguna parte. —López dejó la comida y apretó los puños sobre el regazo.

Al darse cuenta, la expresión de Britt se ensombreció.

—¿Quieres que lo hablemos?

¿Quería? La miró.

—Umm... Estaba pensando.

Ella se revolvió inquieta a su lado. López se dio cuenta de que, al ponerse nerviosa, se había cubierto con las sábanas. Apretó los dientes y le retiró la sábana lentamente. A Britt nunca la había avergonzado mostrar su cuerpo. No iba a consentir que empezara ahora. Se inclinó hacia su pecho desnudo y la besó entre los senos.

—No es nada malo —le prometió, aunque luego se echó a reír, insegura —. Bueno, al menos, espero que no lo sea.

Ella le tomó las manos entre las suyas.

—Sea lo que sea, puedes contármelo.

López se soltó y se pasó las manos por el pelo para animarse. Siempre había una primera vez para todo. Tras unos momentos, se lanzó:

—Pues estaba pensando que, tal vez, ya sabes, si quisieras... Porque yo quiero... —divagó—, pero no quiero que te sientas obligada. Pero creo que sería... Lo que quiero decir es que... Me preguntaba si...

Cuando en ese momento sonó el móvil en la mesita de noche, soltó un taco. Puck. Mierda.

—Un momento —le dijo a Britt, mientras respondía la llamada—. Tío, ¿qué pasa?

—López, necesito un favor.

Santana miró de reojo a Britt.

—Estoy ocupada. ¿No puede esperar?

—No, no puede esperar —saltó Puck—. ¡Joder ya, morena, no puedes dejarme tirado por tu mujer otra vez!

A López se le erizó el vello de la nuca. Algo iba mal.

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

—Te lo contaré cuando llegues —respondió su amigo—. Te necesito en el taller dentro de veinte minutos, ¿de acuerdo?

López se frotó la frente. Aquello no le gustaba nada.

—Claro —respondió y colgó. Se levantó y recogió los vaqueros y las bragas del suelo.

Britt apretó mucho la boca antes de preguntar.

—¿Vas a salir?

—Sí —respondió, mientras se abrochaba el cinturón—. No creo que tarde. Puck me necesita para algo.

Una sombra de temor recorrió el rostro de Britt.

—¿Algo? ¿Algo... ilegal?

—No —respondió Santana, inclinándose hacia ella—. Volveré enseguida.

Britt la agarró por la muñeca.

—Por favor... ¿No estará...? ¿No irás a...? No importa. —Trató de sonreír—. Ve con cuidado, por favor.

Desde que López le había confesado que había entrado en Kill para pagar un error cometido por su mejor amigo y le había hablado de la drogadicción de Puck, Britt se preocupaba mucho cada vez que su nombre salía en la conversación o que llamaba por teléfono.
Aunque probablemente ella no lo admitiría, López sabía que le preocupaba que pudiera volver a acabar en la cárcel por su culpa. Y la verdad era que a Santana también le preocupaba.

De vez en cuando, Britt soltaba alguna indirecta sobre, por ejemplo, que podría trabajar en otro taller, o dejar de trabajar del todo ahora que era oficialmente accionista de su propia empresa. Así correría menos riesgos que pusieran en peligro su libertad condicional. Al principio Santana se enfadaba y habían tenido más de una discusión al respecto. Pero ahora entendía su miedo. Le aterrorizaba la idea de perderla, igual que a Santana le aterrorizaba la posibilidad de perderla a ella. La amaba y quería protegerla y saber que estaba a salvo.

Le apartó un mechón de pelo de la cara y se lo colocó detrás de la oreja.

—Nunca pondría en peligro lo que tenemos, nena. —La besó—. Te enviaré un mensaje cuando llegue, ¿vale? —Volvió a besarla y, esta vez, le costó mucho separarse de ella.

—Vale.

López aparcó a Kala junto a la puerta del taller, le envió un mensaje a Britt y se encendió un pitillo. Examinó su entorno de manera instintiva, buscando cualquier cosa que le pareciera sospechosa. Cuando estuvo segura de que no había nadie cerca, entró en el taller.

A cada paso que daba, las palmas de las manos se le humedecían más y su mente le gritaba que aquello no era buena idea.

«Ya, joder. Como si no lo supiera.»

Encontró a Puck en la oficina; tenía un aspecto dejado y parecía llevar muchas noches sin dormir. Llevaba la ropa arrugada, iba sin afeitar y tenía ojeras. Él también estaba fumando. El cigarrillo le colgaba de los labios, mientras se cortaba una raya de coca con una tarjeta de crédito que sin duda se había quedado sin crédito.
Desalentada, López lo observó mientras se metía la raya con la ayuda de un billete de veinte dólares enrollado. Cuando acabó, se echó hacia atrás, tosió y se frotó la nariz antes de levantarse y de levantar el puño para que Santana se lo chocara.

—Gracias por venir —le dijo con ironía, cuando finalmente sus nudillos se tocaron—. No sabía si ibas a ser capaz de dejar de tirarte un rato a tu adorada profesora.
La misma mierda de siempre.

—Ya te he dicho que no me la estoy tirando —replicó López, irritada.

Puck soltó una risa burlona.

—Ah, sí. Estáis «enamoradas». Ahora crees en esos rollos.

Santana ignoró las burlas y la amargura de su amigo.

—¿Qué demonios estoy haciendo aquí?

—Me ha llegado un chivatazo de un tipo que conozco —le explicó Puck—. Los cabrones que me atacaron en el club van a cerrar un trato esta noche.

López se encogió de hombros.

—¿Y qué?

Puck le dirigió una mirada furiosa.

—Ese trato debería haber sido mío. Treinta mil en efectivo. Con ese dinero podría saldar mis deudas. He llamado a Paul, se reunirá con nosotros allí.

—¿Dónde es allí?

—En el lugar del intercambio. —La cara de Puck adoptó una expresión maliciosa—. Vamos a demostrarles a esos cabrones que conmigo no se juega.

A López se le heló la sangre.

—¿Y cómo «vamos» a demostrárselo?

Su amigo le dirigió una sonrisa gélida.

—No me van a dejar aparcado. Era yo quien me ocupaba de esos tratos. O me dejan participar o les demostraré que tienen que respetarme.

Santana palideció.

—¿En qué coño estás pensando? Joder, Puck. Es lo más idiota que he oído en la vida. Y si te dicen que no, ¿qué vas a hacer? ¿Obligarlos?

El otro hizo una mueca burlona.

—No te pongas en plan santurrón, López. Apenas puedo sacar el taller adelante. ¡Tengo demasiadas deudas! No tengo otra alternativa, morena.

—Deja que te ayude —replicó Santana, exasperada—. Te doy el dinero encantada. Te lo he dicho mil veces.

Puck negó con la cabeza.

—No.

—Tiene que haber otra salida mejor que ésta —dijo López, tratando de hacerlo razonar—. ¿Quién te ha dado el chivatazo, por cierto? ¿Cómo sabes que el tipo no es un soplón? ¿Y si vamos al sitio y nos encontramos a quince cabrones sedientos de sangre? Ya viste lo que pasó en la discoteca.

—El tipo es de fiar. No soltará nada —replicó Puck para tranquilizarla—. Todo está controlado. Confía en mí.

López abrió la boca para discutir, pero se dio cuenta de que no iba a servir de nada. Ya no se fiaba de su amigo, que era igual de tozudo que ella. Si se le sumaba la coca a la ecuación, iba a ser imposible convencerlo de nada. No era capaz de razonar. Había tomado una decisión y las consecuencias le importaban una mierda.

Al notar que le vibraba el móvil, López supo quién era antes de mirar la pantalla.

B: Despiértame cuando llegues. Cuídate.

Con el corazón en un puño, volvió a guardarse el móvil en el bolsillo de los vaqueros.

—¿Y se puede saber para qué me has hecho venir?

—Eres la única en quien confío para que me cubra las espaldas.

López resopló con ironía.

—Qué suerte la mía. Esto es un follón, tío. ¿Estás seguro de que no hay otra manera?

Sin responder, Puck la rodeó y se dirigió a la caja fuerte que había escondida detrás de un póster de un Shelby GT. La abrió, sacó dos Glocks y le entregó una a López.

Al ver que éste dudaba, Puck frunció el cejo.

—Estoy en libertad condicional —le dijo López lentamente—. Si me pillan con esto... ¿Qué coño se supone que tengo que hacer con esto?

—No hace falta que la uses, joder. Sólo cógela.

Santana respiró hondo y cogió la pistola, dando gracias por no haberse quitado los guantes. Normalmente se habría sentido a gusto. Tener un arma en la mano la hacía sentir fuerte, invencible. Pero ahora le parecía algo peligroso, ajeno a su vida. Tragó saliva.
Se dio cuenta de que ahora era Britt quien le daba fuerzas. La hacía sentir más grande e importante de lo que ningún arma, chute de droga o trato la había hecho sentir nunca. Le daba tanta fuerza que le costaba asumirlo. A su lado se sentía invulnerable.
Con la pistola en la mano y la imagen de Britt en la mente esperándola calentita en su cama a que regresara sana y salvo, se dio cuenta de que se encontraba en una encrucijada.

Un camino la llevaba a casa, a su Melocotones, que lo era todo para ella. El otro la llevaba de vuelta al deprimente lugar donde había pasado demasiados años. Era un lugar oscuro, lleno de malos recuerdos, de desesperanza y de miedo. Con Puck puesto de coca hasta las cejas y con una pistola en la mano, ese camino la llevaba directo de vuelta a Kill, donde volvería a ser una despreciable criminal sin Pierce, sin respeto, sin futuro. Habría roto las promesas que le había hecho a Britt y ella perdería la fe
en ella. No quería volver allí nunca más. Había trabajado muy duro para lograr lo que tenía ahora y no pensaba renunciar a ello; no iba a renunciar a Melocotones. Ella era lo único importante.

Puck soltó una pesada bolsa sobre la mesa del despacho y empezó a sacar todo tipo de armamento.

—No puedo —dijo López en voz baja, haciendo que su amigo apartara la vista del gran cuchillo que acababa de coger.

—¿Qué?

López negó con la cabeza y dejó la pistola junto a la bolsa.

—No puedo hacerlo.

El otro la miró perplejo.

—¿De qué coño estás hablando?

Ella señaló la pistola.

—Ya no soy la misma, tío.

Puck le dirigió una mirada incrédula.

—Y una mierda. Necesito que me acompañes.

—No, no es verdad, Puck —replicó López—. Mira, te daré el dinero. No tienes por qué meterte en estas mierdas. No necesitas pistolas ni coca. Ya te he dicho...

—¡Y yo te he dicho que no quiero tu caridad! ¡No quiero tu dinero! —gritó—. ¿Por qué no puedes entenderlo?

Santana apretó los dientes.

—De acuerdo. ¿Y por qué no pruebas a explicármelo? Vamos a poner todo la mierda sobre la mesa.

—Sí, pongamos toda la mierda sobre la mesa, López. —Con los hombros muy tensos, Puck se le acercó con pasos firmes y furiosos, pero ella se mantuvo firme—. Crees que porque tienes una mujer que se traga todas las mentiras que le cuentas sobre que eres una buena tipa ya estás por encima de todo esto. —Señaló a su alrededor con los brazos abiertos—. Pues no lo estás. Sigues siendo la misma Santana López de siempre. Nunca cambiarás. No puedes cambiar.

Aunque ella sabía que, en buena parte, la cocaína era la responsable de esas palabras, le vinieron muchas ganas de darle un puñetazo en los morros.

Al ver que guardaba silencio, Puck le dirigió una sonrisa irónica.

—Crees que eres jodidamente perfecta, con la hucha de tu abuela bajo el brazo. Pues, ¿sabes qué? No todos tenemos un jodido fondo de inversiones como el tuyo, López. Algunos tenemos que ganarnos la vida trabajando.

Ella nunca había estado tan enfadada. El enfado le arañaba el pecho.

—¿Hablas en serio? Tú mejor que nadie sabes lo que significa ese dinero; sabes lo que he tenido que sufrir por culpa de ese dinero. Y sabes que me importa una mierda. Siempre ha sido así. ¡Joder! ¿Tienes idea de lo que estás diciendo o es que la coca ya ha acabado con las pocas neuronas que te quedaban?

—El respeto es más importante que el dinero, López. —Puck levantó la Glock con las pupilas dilatadas y ojos amenazadores—. Esto es más poderoso que una participación de un sesenta por ciento. Más poderoso que una zorrita del Upper East Side que te chupa el coño...

Él la señaló con el índice a escasos centímetros de la cara.

—No te atrevas, joder —le advirtió—. No sabes nada de ella.

Su amigo le dirigió una mueca burlona.

—Dijiste que siempre me cubrirías las espaldas, pero no me cubres una mierda.

—Eres un cabrón egoísta —murmuró López, negando con la cabeza lentamente. Respiró hondo para calmarse—. Ya no te reconozco. —Tragó saliva—. ¿Te acuerdas de la noche en que me salvaste la vida?

—Claro que la recuerdo. ¿Cómo olvidarla? Recibí un tiro que llevaba tu nombre.

—Me alegro de que lo recuerdes —dijo López con un nudo en la garganta—, porque ahora estamos en paz, Puck. He pagado mi deuda. Fui a la cárcel por ti. Ya no te debo nada.

—López...

—No —lo interrumpió ella—. He roto con todo esto. Ya tengo todo lo que necesito en la vida. —Se volvió para marcharse.

Puck abrió mucho los ojos.

—¿Te marchas? ¿Lo dejas todo por una mujer?


—Estoy enamorada de ella, Puck. ¿No lo entiendes? No necesito nada más. Ella me ha hecho darme cuenta de que valgo más que todo esto.

—¡No me lo puedo creer! Esa mujer te dejará, morena —le espetó—. Cuando se canse de ti, se largará como hacen todas. ¡Te quitan todo lo que quieren y luego se marchan sin una puta palabra de despedida! ¿No te das cuenta? Esa zorra se está dando un paseo por los barrios bajos, igual que hizo tu madre...

López le dio un puñetazo en la cara con todas sus fuerzas. La nariz de Puck se rompió con un ruido escalofriante y se tambaleó hacia atrás con los brazos abiertos, mientras López se alzaba sobre él con una furia tan intensa que apenas lo dejaba respirar.

Cuando reaccionó, con la cara cubierta de sangre, Puck cogió la Glock que ella había dejado en la mesa y le apuntó a la cabeza con ella mientras la miraba con cara de loco.— ¿Vas a dispararme, Puck? —le preguntó López, retándolo con la mirada.

—Vuelve a tocarme y lo comprobarás —gruñó el otro, amartillando la pistola—. Me debes una bala. —Escupió sangre en el suelo.

A López se le retorció el estómago de dolor. Le dolía horriblemente que las cosas hubieran acabado así. Había perdido a su mejor amigo en un pozo de drogas y de dolor por un corazón roto que lo estaba volviendo loco, pero era tan testarudo que se negaba a que nadie lo ayudara. Durante muchos años habían avanzado en la misma dirección, habían sido hermanos de armas, pero ahora sus vidas habían tomado direcciones opuestas.

Lentamente, López se volvió y se dirigió a la puerta del despacho. La sensación de la pistola que la apuntaba le quemaba el cuero de la chaqueta.

—¿Te marchas? —le preguntó Puck, sin inflexión en la voz—. ¿Así, sin más? Tú... No puedes... ¡Te necesito aquí! ¡López! ¡LÓPEZ!

Ella apoyó la mano en el pomo de la puerta.

—Te quiero, hermano, pero ahora tengo que pensar en Britt. —Negó con la cabeza—. Tú vales más que toda esta mierda. —Abrió la puerta—. ¿Cuándo te darás cuenta?

—López, yo...

Al ver que Puck guardaba silencio, López se volvió hacia él. La boca se le abrió de la sorpresa al ver que a su amigo le caía una lágrima por la mejilla. La pistola le temblaba en la mano.

Puck inspiró entrecortadamente.

—No puedes irte. Todo el mundo me abandona. Tú no. Yo... Es... No lo hagas, joder, morena.

La sangre de la nariz rota le goteaba sobre la camiseta. López lo miró arrepentida.

—Necesito ayuda. Duele.

Se habían peleado otras veces, pero hasta ese día ninguno había derramado la sangre del otro.

—Siento haberte golpeado. Yo...

—No —Puck respiró hondo, tembloroso—, es el jodido corazón el que me duele. —Cerró los ojos—. Yo... Me mata que Quinn no esté aquí conmigo.

López dio un prudente paso hacia el hombre que se estaba desmoronando ante sus ojos, sin atreverse a decir nada.

—Cada día, cuando me despierto y veo que ella no está... —siguió diciendo Puck—, siento que me muero una vez más. —La pistola le cayó al suelo—. Mi bebé, mi hijo... —dijo entre sollozos—, ya tendría casi dos años. Si él... Y ella... Mi madre ya no está, ni mi padre. Y tú estás con tu chica. ¿Qué me queda a mí? —Miró a su
alrededor, desamparado—. Sólo las resacas y las pesadillas que... me aterrorizan. No puedo dormir. La coca... no me deja dormir. Durante un rato hace que me olvide de todo y me permite respirar —se tiró del pelo y sollozó—, pero luego vuelvo a acordarme. Sin Quinn me ahogo. —Gimió—. Dios, la echo tanto de menos...

A López se le partió el alma.

—Lo sé.

Se moriría si perdiera a Melocotones. Ella era la dueña de su corazón. Si se marchara o se lo devolviera, no podría soportarlo.

—Oh, Dios mío —sollozó Puck, tapándose la cara con el antebrazo—, ¿qué me ha pasado? Pensaba que sería capaz de olvidar, pero no he podido. Estoy perdido. Mírame. Por favor, haz que pare, Santana. Haz que pare.

Santana lo abrazó con fuerza, mientras su amigo lloraba con la cara hundida en su chaqueta.

—No me dejes como hizo ella. Ayúdame —le rogó Puck—. Eres todo lo que me queda en el mundo. Por favor. Por el amor de Dios, ayúdame.

—Lo haré —le aseguró López—. Juro que te ayudaré, hermano.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Oct 20, 2016 8:34 pm

Epílogo
Un año más tarde


Temblando de frío, Britt cerró la puerta de la casa de la playa con la cadera y se dirigió a la cocina, donde dejó dos bolsas de buen tamaño llenas de comida sobre la encimera. Se quitó el gorro y los guantes, se bajó la cremallera del anorak y fue al salón, donde encontró a Santana tumbada en el sofá, mirando la tele y chupando un palillo como si le fuera la vida en ello.

Britt sonrió. Había dejado de fumar el día de su cumpleaños, en marzo, y nueve meses más tarde seguía firme, sin recaer. Estaba muy orgullosa de ella.

Cuando pusieron anuncios, se dio cuenta de su presencia.

—Hola, preciosa. ¿Qué tal el día?

—Largo, pero bien. Los chicos son la caña. Y empiezan a hacerme caso. Mira. —Le mostró un llavero de plata en forma de gato—. Me han hecho un regalo de Navidad.

Britt había hecho un esfuerzo para mantener las emociones a raya durante la clase, pero le había costado mucho no echarse a llorar cuando sus doce alumnos del Instituto de Brooklyn para Jóvenes Delincuentes le habían dado el regalo, envuelto con mucho gusto.

—Los echaré de menos esta semana.

Santana apoyó la barbilla en el respaldo del sofá. Estaba tan guapa que la volvía loca.

—Me tendrás a mí.

Britt se inclinó hacia ella para besarla.

—Soy una tipa con suerte.

—Ha llamado Marley —susurró Santana, con la boca pegada a sus labios—. Quería que le confirmáramos si iríamos al acto benéfico de Año Nuevo. Le he dicho que sí, ¿te parece bien?

—Me parece genial. Y a ti, ¿cómo te ha ido el día? ¿Te ha llamado Puck?

La cara de López se ensombreció.

—Sí, ha llamado. —Suspiró—. Joder, me rompe el corazón saber que va a pasar la Navidad en ese sitio, pero sé que es por su bien.

Al cabo de un año de su desgarradora petición de ayuda, Puck al fin había aceptado que necesitaba ayuda profesional y había entrado en un centro de desintoxicación. Su batalla en solitario contra la cocaína había sido valiente, pero había durado poco. Se mantuvo limpio durante setenta y tres días y luego se rindió
después de ver por la calle a una mujer a la que confundió con Quinn.

López y los chicos del taller hicieron todo lo que pudieron para mantenerlo en el buen camino, tratando de tenerlo siempre ocupado, pero las cicatrices emocionales de Puck eran demasiado profundas. Cuando al fin admitió su derrota, después de que López lo encontrara inconsciente en el suelo del lavabo, ingresó en un centro de desintoxicación. Santana pagaba encantada las facturas del centro y había pagado también las deudas que el taller había contraído por culpa de la adicción de Puck.

Britt le acarició la mejilla mientras la besaba.

—Sé fuerte. Puck te necesita.

—Lo sé.

—¿Sabes qué?, he parado en la tienda, de camino a casa.

A Santana se le iluminaron los ojos.

—¿Me has traído algo bueno?

Ella se echó a reír.

—Oreos, leche y doce latas de Coca-Cola.

López volvió a apoyar la cabeza en el sofá y suspiró.

—Dios, cuánto te quiero.

Britt se echó a reír y volvió a la cocina para guardar la compra. Las sensaciones que le provocaba la vida doméstica le resultaban familiares y muy agradables. Al principio, vivir con Santana no había sido fácil, pero tras casi un año habían encontrado un buen equilibrio en la convivencia. Sus manías de obsesiva compulsiva aún la volvían loca de vez en cuando, pero en general valía la pena.

Repartían el tiempo entre la casa de la playa y el apartamento de TriBeCa, donde solían instalarse entre semana o siempre que Santana tenía que ir a las oficinas de su empresa.

Pero la casa de la playa era muy especial para las dos, era su refugio y ambas la adoraban. Tras guardar la compra, Britt sirvió dos grandes vasos de leche y se metió un paquete de Oreos bajo el brazo. Le dio un vaso a Santana y se sentó a su lado, dejando
las galletas entre las dos. Santana tardó unos dos segundos en abrir el paquete y empezar a devorar el contenido.

—Mientras estabas en el trabajo —comentó, antes de tragarse la nata de su galleta—, he pensado que deberíamos darnos los regalos esta noche... para celebrar que ya estás de vacaciones.

Britt le dirigió una mirada sorprendida.

—Pero si faltan cuatro días para Navidad. ¿No puedes esperar? —

La había sorprendido varias veces palpando y sacudiendo los paquetes que había debajo del árbol que habían decorado juntas dos semanas atrás—. Me gustaría que quedaran regalos para abrir cuando lleguen Nana Boo, mamá y Harrison.

Santana dirigió una mirada anhelante en dirección al árbol de Navidad.

—Pero...

Britt se echó a reír.

—Dios mío, eres peor que una niña.

Los ojos caramelo de Santana se iluminaron cuando sonrió.

—¿Quiere decir eso que podemos abrirlos?

—Bueno, vale —se rindió ella—, pero sólo uno.

—Sí, jefa. —Se levantó de un salto y corrió hacia los regalos.

Santana se arrodilló junto al árbol, fingiendo buscar entre los numerosos regalos. Cuando se cansó de mover paquetes a un lado y a otro, cogió una cajita plateada y llamó a Britt para que se acercara. Ella se sentó a su lado, poniendo los ojos en blanco y Santana le entregó la cajita.

—Éste es de mi parte —le dijo suavemente, besándola en los labios—. Feliz Navidad, Melocotones.

—Feliz Navidad. —Britt sonrió y empezó a romper el envoltorio, nerviosa—. ¡Oh, Santana! —exclamó, al ver la reproducción en miniatura de la estatua de Alicia en el País de las Maravillas. Era una réplica exacta de la de Central Park—. Es perfecto.

—¿De verdad?

—De verdad —respondió Britt, inclinándose sobre ella para darle un beso en los labios.

—Quería regalártela porque Alicia ha sido testigo de buena parte de nuestra historia.

Ella asintió en silencio.

—Pues sí, así es.

—Y —siguió diciendo Santana—, quería que también fuera testigo de esto.

Britt ladeó la cabeza.

A Santana casi se le salió el corazón del pecho mientras sacaba del bolsillo una cajita azul de Tiffany.

Ella abrió mucho los ojos.

—Santana, yo...

—Toma.

Britt la cogió y, más lentamente de lo que a Santana le habría gustado, la abrió y ahogó una exclamación. El anillo de platino con un diamante de tres quilates brillaba bajo las luces navideñas.

Santana respiró hondo antes de cogerle la mano temblorosa y acariciarle con el pulgar la letra «S» cursiva que ella se había tatuado en la parte interior de la muñeca como regalo de cumpleaños para Santana. Era el regalo más jodidamente sexi que le habían hecho nunca.

Cogió la figurita de Alicia y dijo:

—Quiero que cuando la mires pienses en lo lejos que hemos llegado juntas. Alicia fue testigo de nuestra primera no-cita, cuando te robé el mejor beso de mi vida.

Estaba allí cuando bailamos bajo la lluvia y yo te cantaba Otis Redding al oído. Ese mismo día te conté quién era y dejaste que te hiciera el amor toda la noche. —Dejó la figurita en el suelo—. Cuando me encontraste estaba destrozada, pero tú pegaste los trozos e hiciste que me diera cuenta de que soy mucho más que mis errores. Creíste en mí cuando nadie más lo hacía. —Le dio un beso en la palma de la mano—. Sé que soy una pesada y que tengo un montón de defectos, pero tú tampoco eres perfecta. Tus habilidades culinarias dejan mucho que desear y me pongo mala cada vez que encuentro tu ropa sucia tirada en el suelo del baño.

Britt le dio un empujón cariñoso y Santana se echó a reír.
—Pero me encanta vivir contigo, Britt. Me encanta despertarme contigo y verte sonreír. Y dormirme contigo entre mis brazos, sintiéndome más segura de lo que nunca lo he estado. Me gustan los días en que no hacemos nada. Me encanta reír contigo, pero también discutir contigo, porque sé que luego haremos las paces. Me gusta montar en Kala contigo. Y quiero decorar un árbol de Navidad contigo durante el resto de mi vida. —Le cogió las manos y añadió, con un nudo en la garganta—: Te amo desde que tenía once años. ¿Quieres casarte conmigo?

Aunque estaba llorando, Britt se echó a reír.

—Por supuesto que me casaré contigo.

Santana se unió a sus risas, la abrazó y la besó apasionadamente.

Britt fundió los labios con los suyos y encajaron sus cuerpos a la perfección, como siempre. Santana se apartó un poco para sacar el anillo del estuche y ponérselo en el dedo. Al verlo allí, supo que el anillo había encontrado su sitio. Igual que ella. Por fin había encontrado un hogar. Le cogió la cara entre las manos y volvió a besarla. Se lo debía todo a la mujer que tenía entre sus brazos. Por ella se había convertido en la mujer que Britt quería; la mujer que a ella le gustaba ser. Mientras la pasión entre ellas empezaba a prender una vez más y la ropa salía despedida en todas direcciones, Santana se juró que le pagaría esa deuda durante todos los días de su vida.
Era su obligación más deseada.
Su deuda más preciada.
Su amada libra de carne.__

FIN


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Mensaje por micky morales Jue Oct 20, 2016 9:25 pm

que increible y hermoso final, y gracias por tomarte el tiempo de poner esta historia aqui, hasta pronto!!!!! [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 7 1202786940 [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 7 1202786940 [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 7 1202786940
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Mensaje por 3:) Jue Oct 20, 2016 10:41 pm

Es bueno que san aya sabido decidir bien!!!
Punk necesitaba la ayuda y la tubo!!!
El mejor final... bodddaaaaaaaa!!!! Jajajaja
Me gusto la historia!!!!
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Mensaje por JVM Sáb Oct 22, 2016 2:01 pm

Pues Puck puso en una situación difícil a San lo bueno es que supo decir no, porque por mas que quisiera a su hermano lo que iba a perder era mas grande. Y el que de haya internado Puck fue lo mejor, ahora tendrá otra oportunidad en la vida.
Y las chicas bueno viviendo juntas y ahora dando un paso muy importante, la boda!
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