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Brittana: Toda la Rabia. Epilogo y Bonus

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micky morales
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Jun 08, 2017 6:47 am

BRITTANA ADAPTACION: TODA LA RABIA....

Prólogo




ALGUIEN DIJO una vez que si amas a alguien lo suficiente, debes dejarlo ir. Si regresa a ti, estaba destinado a ser tuyo.

Eso no es completamente cierto.

Mi historia es diferente a la de la mayoría. Soy diferente a la mayoría.

Porque en mi historia, si amas a alguien lo suficiente, primero debes dejar caer el arma.


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Santana López

Asesina de naturaleza o de profesión......




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Mensaje por micky morales Jue Jun 08, 2017 8:21 am

bastante interesante!!!!!
micky morales
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Mensaje por 3:) Jue Jun 08, 2017 7:36 pm

ohhh se ve interesante!!!
a ver el primer cap!!
3:)
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Mensaje por JVM Vie Jun 09, 2017 7:25 pm

:o!!!
Sera que San en un momento tendrá que matar a Britt???....
Tenia un buen rato sin oír esas canciones, tu muy bien jajaja
JVM
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Jun 14, 2017 12:12 am

micky morales escribió:bastante interesante!!!!!

Espero realmente les guste, un poco diferente, es un tanto distinto., no he podido actualizar por problemas con el internet, hoy hare lo posible por subir por lo menos 2 capitulos, estoy en ello....
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Jun 14, 2017 12:14 am

3:) escribió:ohhh se ve interesante!!!
a ver el primer cap!!

voy dejando resumen y subo luego los 2 capitulos que pretendo subir,.... estoy teniendo problemas con internet asi que tenganme paciencia.... espero les guste
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Jun 14, 2017 12:15 am

JVM escribió::o!!!
Sera que San en un momento tendrá que matar a Britt???....
Tenia un buen rato sin oír esas canciones, tu muy bien jajaja


jajajaj no me hagas spoiler, dejame la emoción un momento.... jajajjajaja
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Jun 14, 2017 12:17 am

Resumen


Me llaman Diabla. Mi verdadero nombre es como una sombra, siempre cerca detrás, pero nunca bastante cerca del alcance. Vuelo bajo el radar porque nadie sospecha que soy capaz del tipo de violencia brutal que cometo cada día.
Verás, soy una chica. Tengo diecinueve. Y yo soy una asesina. Esta vida es todo lo que sé. Es todo lo que quiero saber. Guarda la mierda enterrada, que necesito mantener enterrada. Me permite vivir sin pensar demasiado. Sin pensar en el pasado.

Hasta ella. Todo cambia cuando una chica normal se convierte en mi próximo objetivo. Y mi primer amor.
Tengo que elegir.

La única vida que he conocido tiene que morir, o ella tiene que hacerlo.

De cualquier manera, yo seré la que apriete el gatillo ...
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Jun 14, 2017 12:50 am

Capítulo 1
Santana
Diez años de edad



—NO QUIERO ver más médicos —anuncié mientras cruzaba la puerta del pórtico de Mike. Lo dije como si fuera algo nuevo, cuando en realidad era el mismo anuncio que hacía cada vez que llegaba a casa luego de otra cita inútil con otro psicólogo que no lograba entenderme.

Me dejé caer en el viejo sofá de dos plazas ubicado desde que podía recordar en el porche trasero de la casa de Mike. Al divisar una costura suelta en la esquina del colchón, sin pensarlo, comencé a deshilacharla.

—No entiendo. ¿No pediste ir al médico? —preguntó Mike.

—Sí, pero ese fue otro médico. La cita fue ayer y solo quería ir porque estaba segura de que tenía cuarta etapa de cáncer de cerebro —le informo, como si fuera algo completamente normal en una niña de diez años—. Es importante tener esas cosas controladas, ya sabes.

Para mí era normal.

—¿Tengo que preguntarte? —cuestionó Mike, acercándose y pretendiendo seriedad—. ¿Es tu final? ¿Debería llamar a un sacerdote? Espera, tal vez en tu caso, se necesita un exorcista. —Se inclinó, abrazándose la cintura y riéndose a mi costa.

—Tenía todos los síntomas —discutí—. Te mostraré el diario médico de mi padre para probarlo.

—Está bien, o sea que estás libre del cáncer...

—Del cáncer cerebral —corregí—. Pero no se trata de esos médicos. Se trata de los otros. Los loqueros. No quiero ir nunca más. Pienso que he sido loqueada lo suficiente.

Mike pareció considerarlo. Una luz se encendió en sus ojos.

—Entonces si no quieres ver a otros médicos, no vuelvas a voltear tu escritorio cuando la señora Carmine te pida que no talles más en él con el lápiz, o mejor aún, no intentes empujar a Jimmy Meyer frente al autobús escolar de nuevo.
Como si fuera tan sencillo.

—Jimmy me jaló el cabello —argumenté.

—Está bien, lo bueno de esto es que lo pensará dos veces antes de hacerlo de nuevo, ¿no es así?

Mike siempre veía un lado de las cosas que yo no podía. Por eso iba a su casa todos los días.

Por eso era mi mejor amigo.

—¿Entonces? —preguntó—. Cuéntame las novedades. ¿Qué dijo este nuevo doctor? —inquirió, abriendo una barra de Kit-Kat. Mi favorito. Se sentó a mi lado, su rodilla golpeó mi muslo en el pequeño sofá andrajoso. Partió dos de las cuatro barras y me ofreció la mitad todavía en el envoltorio.

—Gracias —dije, tomando un gran bocado. Mientras masticaba y dejaba que el chocolate se asentara en mi sistema, pensé en la mejor manera de responder a su pregunta—. Escuché al médico decirles a mis padres que era... ¿diferente?

—Duh —dijo, golpeándose la frente con la mano. Me golpeó en el hombro—. Este podría ser el más estúpido, porque todos sabemos eso.

Negué con un gesto y fruncí los labios.

—No, la manera del doctor Klondike de decirlo, lo hizo sonar raro.

Mike arrugó la nariz y se golpeó la barbilla con el dedo índice.

—¿Qué dijo exactamente? Trata de recordar.

Mordí el costado de mi pulgar, pero en cuanto noté lo que estaba haciendo, lo quité de mi boca y me senté sobre mis manos. Traté de recordar lo que el médico les había dicho a mis padres, mientras Mike esperaba pacientemente. Nunca me apresuraba y no me presionaba para obtener respuestas como hacían mis padres o los médicos.

Sentía como si mis padres tuvieran una cantidad limitada de tiempo para dedicarme, y si no podían hacerlo en el lapso que pagaban, desistirían de volver a reunirse y empezarían todo de nuevo la siguiente vez que hiciera algo que los obligara a hacer más llamadas y citas.

Mike tenía un nivel de paciencia que nunca podría pensar llegar a tener, pero por suerte, mi mejor amigo tenía suficiente para los dos.

Finalmente, logré recordar.

—Me dijo que era diferente, porque soy emocionalmente desinteresada y permanezco desconectada de la mayoría de la gente, o… —agité una mano—, algo por el estilo. —Me pellizqué el puente de la nariz, tratando de recordar más, pero cuando uno ha estado con tantos médicos como yo, empiezan a mezclarse.

—¡Oh! —exclamé, agitando un dedo en el aire al recordar—. También pudo haber utilizado las palabras “emocionalmente vacía”. —Tomé otro bocado de mi barra de chocolate, echándome hacia atrás en el sofá, mirando al ventilador de techo con la hoja rota que se tambaleaba mientras giraba tristemente en un lento y tembloroso círculo.

Otra semana. Otro médico. Otra conversación incómoda con un completo extraño. Otra mirada de preocupación y de miedo en los ojos de mis padres cuando se les decía que, a pesar de que había algo malo en mí, no podían determinar la causa, y por lo tanto no podrían recomendar un tratamiento.

Mike sacudió la cabeza y habló con la boca llena.

—Indiferente.

—¿Eh?

Tragó.

—Creo que dijo que eras indiferente. No diferente.

—¿Qué significa eso?—pregunté, llevando las rodillas a mi pecho.

Solo era un año mayor que yo, pero a veces se sentía como un centenar. Tener como mejor amigo a un sabelotodo no siempre era lo más divertido, sobre todo cuando quería explicarme la ciencia detrás del reciclaje cada vez que pasaba el camión verde, o cuando quería dibujar un diagrama sobre los ciclos del agua cada vez que había una tormenta. Pero cuando se trataba de mí y mi cerebro en mal estado, la súper inteligencia de Mike resultaba práctica.

Terminó su mitad del Kit-Kat. Hizo una bola con la envoltura y la arrojó al cubo de basura al otro lado de la habitación como si estuviera encestando una pelota de baloncesto. Falló por un millón de kilómetros. Golpeó en la pared y se fue rodando por la sala en dirección opuesta.

Mike apestaba en el baloncesto. Lo suyo era más el béisbol.

—Significa que no sientes las cosas que sienten otras personas. Como, ¿te acuerdas cuando estábamos viendo la película que tus padres dijeron que no podíamos ver? ¿Dónde la mujer es atropellada por el tren?

—Sí —dije. Recordando cuando habíamos descubierto la forma de pedir una película clasificada R desde el control del televisor. Cuando todo terminó, se apartó de mí, pero fue demasiado tarde. Alcancé a ver sus lágrimas. La mujer fue atropellada por un tren justo después de saber que estaba libre del cáncer. Murió. Se terminó—. Ni siquiera mostraron la parte fría en la que de verdad fue golpeada por el tren. Solo mostraron las vías y su sombrero flotando en el aire.

Se me quedó mirando como si hubiera probado su punto.

—Tal vez fue una película estúpida y soy la única que se dio cuenta de eso —dije, acomodándome sobre los cojines del sofá.

—Puede que no haya sido el mejor ejemplo, pero solo trato de explicar qué quiso decir el loquero —argumentó, tocándome la coronilla de la cabeza—. Pero, si me preguntas, —movió lentamente la cabeza de lado a lado—, no hizo un muy buen trabajo.

Me senté derecha.

—¿Por qué lo dices? —Podría ser indiferente con la tristeza, pero la ira se encontraba siempre viva y bien, y ansiando liberarse. Me encontré con sus oscuros ojos dorados y me dedicó una mega sonrisa que mostraba los dientes. Mike era el único que podía aplacar mi ira una vez que comenzaba. Ni mis padres, ni los médicos, ni los consejeros en la escuela . Ninguno podría hacer lo que Mike lograba con solo una sonrisa tonta.

—Nerd —espeté, arrojándole un almohadón a la cabeza.

Lo esquivó.

—No están haciendo un buen trabajo en reducir el problema. —Hizo un movimiento exagerado con sus brazos, extendiéndolos tanto como podía, como si estuviera tratando de tocar las paredes de la habitación con la punta de los dedos—. ¡Porque se encuentra tan enorme como siempre! —Extendió una mano y me revolvió el cabello, haciendo que mi cola de caballo se deshiciera y mis rizos cayeran sobre mis ojos en una cortina rubia y desordenada

Estalló en un ataque de risa incontrolable. Su cabello oscuro, también cubría su rostro mientras se sujetaba el estómago y caía del sofá, riendo histéricamente mientras rodaba directamente hacia la puerta mosquitera, raspando su brazo con una hoja dentada de aluminio.

—Mierda —siseó entre dientes.

Sujetó su codo y levantó el brazo para comprobar los daños. Un brillante hilo de sangre roja goteaba del rasguño por debajo de la manga de su camiseta y bajaba por el pliegue del codo. Gateé del sofá y me arrodillé a su lado, y levanté su codo para poder
mirar su rasguño.

—¿Estás bien?—pregunté.

Me miró y se apartó un poco el cabello desordenado que había caído sobre sus ojos.

—Sí, estoy bien —respondió, levantándose del piso. Sujetó mis manos y me levantó—. Solo es un pequeño rasguño.

Mike y yo siempre habíamos sido de la misma altura hasta el año pasado cuando comenzó a crecer como la mala hierba. No creí haberme dado cuenta de lo alto que realmente era hasta que tuve que estirar mi cuello para mirarlo.

Frunció el ceño como si hubiera olido algo malo.

—¿Qué?—pregunté, retrocediendo un paso en caso de que fuera por mí.

Tal vez las cebollas adicionales en el gran hot dog de mi almuerzo no fue la mejor idea.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —interrogó, lo cual fue estúpido porque en sí estaba preguntando.

Lo miré transmitiendo mi pensamiento, frunció la boca de lado y puse los ojos en blanco. Mike le quitó importancia.

—Bueno, ahora. ¿Qué acabas de sentir cuando te levantaste del sofá y te acercaste a mí?

—No entiendo —dije, y entonces fue mi turno de fruncir el ceño.

Señaló su brazo y luego su raspón y la sangre que ya había comenzado a secarse.


—Cuando me lastimé, te acercaste para ver cómo estaba. ¿Qué pensabas
cuando hiciste eso?

Me encogí de hombros.

—No lo sé. Creo que vi la sangre y quería asegurarme de que estuvieras bien —respondí, preguntándome a dónde quería llegar con esto.

—¿Ves? —apuntó como si acabara demostrar algo y no me diera cuenta.

—¿Ver qué? —exclamé, mordiendo el interior de mi mejilla.

Mike agitó los brazos en el aire como si la respuesta fuera obvia, pero todavía no la comprendiera.

—Duh. No hay manera de que seas indiferente como dice ese farsante. No hay forma de que no sientas nada o seas apática. Porque si eso fuera realmente cierto, entonces no te habría importado lo que me hubiese pasado, ¿verdad? Las personas que no se preocupan por otras o que no tienen sentimientos no revisan a sus amigos para asegurarse de que no se han hecho daño. Ahí lo tienes. El médico es un idiota y nosotros podemos volver a los videojuegos.

De alguna manera, tenía un punto, pero no me molesté en recordarle que era el único que, además de mis padres, me haría reaccionar. De todas las personas en el mundo, ¿preocuparse por solo tres de ellas contaba?

La semana pasada, un anciano vecino se había caído en su bicicleta frente a nuestra casa. Lo contemplé con fascinación desde la ventana de la sala mientras luchaba con su obviamente pierna quebrada hasta que un coche se acercó y se detuvo para ayudarlo.

Nunca se me ocurrió ayudar. Ni una sola vez.

Fue ese pensamiento, la idea de que yo tenía un problema, lo que provocaba el calor de la ira que se elevaba por mi columna vertebral, y fue esa rabia la que causó que volcara el gabinete con toda la porcelana china de mi madre.

—Tienes que recordar que eres diferente, no estás dañada. Solo tenemos que arreglarte un poco. Hacerlo de tal forma que el resto no vea lo que tienes de diferente en tu interior. —Me guiñó un ojo, algo que hacía mucho en los últimos meses. Cada vez que yo intentaba hacer un guiño, solo parpadeaba muchas veces y terminaba pareciéndome de mal genio porque no podía cerrar un ojo a la vez.

Se acercó al televisor y comenzó a desenredar dos controles de su consola de juego.

—Pero es un comienzo, ¿verdad? Estamos llegando a alguna parte. Te preocupas por mí, así que lo que el doctor dijo no es verdad. Diría que es suficiente avance por hoy.

—Por supuesto —coincidí sentándome al estilo indio en el piso frente al sofá.

—No debes preocuparte demasiado sobre lo que es normal y lo que no lo es —aconsejó.

Me hubiera gustado que fuera así de simple, pero mis padres estaban empeñados en arreglarme. Algunos días me sentía más como un experimento en una placa de Petri que su niña. Sabía que no era normal, sin que alguien me lo dijera. Mis padres no deberían gastar un solo dólar en un profesional para decirles algo tan obvio.

—Pero mis padres se preocupan por mí. Es por eso que me han llevado a cada loquero de aquí a Georgia para tratar de entenderme.

—Pero solo se preocupan por la ira, ¿verdad?—preguntó—. Pienso en los otros problemas: La preocupación constante de que estés enferma, lo de contagiarte algún germen, el insomnio, no llaman al médico por esas cosas, ¿verdad? Solo cuando realmente enloqueces. —Asentí, sabiendo que era mi rabia y lo que hacía que cada vez que tenía un “episodio” lo que los tenía despiertos la mayor parte de las noches.

Terminó de desenredar los controles y me entregó uno. Encendió la consola de juegos y la televisión volvió a la vida con colores brillantes y animados.

—Entonces creo que la respuesta es simple.

—¿Sí? —pregunté—. ¿Qué respuesta?

Su mirada estaba fija firmemente en el pequeño personaje verde de la pantalla, asomando la lengua mientras se concentraba. Sus codos estaban a centímetros de mi rostro mientras maniobraba drásticamente su control en el aire.

—Ajá. Solo tenemos que enseñarte a fingir.

—¿Fingir? —pregunté—. ¿Fingir qué?

—Todo. El tema de la emoción. En primer lugar, cuando necesites dar rienda suelta a la furia, cuando sientas que te estás ahogando en tu propia ira, pensaremos en algo que puedas hacer para exteriorizarla, pero no cerca de tus padres. Independientemente de lo que hagas, solo no permitas que ellos lo vean. Lo que no saben, no les hará daño.

Eso podría funcionar.

Lo que sugería parecía difícil, pero tal vez no era del todo imposible.

—Está bien doctor Chang, ¿qué hay con lo demás? —pregunté, interesada en saber qué otra cosa tenía en mente.

Su personaje dio un salto en el aire y se agarró la garganta mientras moría. El juego emitió un par de notas tristes mientras se hundía en la parte inferior de la pantalla. Mi personaje rosado cobró vida, reemplazándolo. Ya no tenía ganas de jugar. Bajé el control al piso y me giré hacia Mike, quien hizo lo mismo.

—El tema de la indiferencia.

—También puedes fingirla —explicó, sonando mucho más seguro de sí mismo que yo.

—¿Cómo?—pregunté.

—Te voy a enseñar —indicó, sosteniendo mis manos entre las suyas—. Cuando muere un perro en una película, se supone que te sientes triste, entonces debes hacer esta expresión. —Frunció el ceño de manera dramática, y solo me hizo reír—. O cuando el héroe salva a la princesa, al final, se supone que te debes sentir feliz, por lo que haces esta expresión.—Sonrió y pestañeó como si fuera una princesa siendo rescatada.

—Estás siendo estúpido—exclamé en broma, golpeándolo en el hombro.

La mejor medicina que ninguno de esos médicos alguna vez podría prescribir era Mike.

—Sí, lo soy—admitió—. Pero hablo en serio también. Te voy a enseñar a fingir. Podemos hacerlo. —Su agarre se apretó alrededor de mis muñecas. Mis ojos se encontraron con su mirada. Su sonrisa formó una línea grave—. Haremos una lista de todas las cosas que podrían ayudar y tacharemos las que no. La llevarás siempre contigo y cada vez que te sientas confundida sobre algo, todo lo que tendrás que hacer será leer la lista. —Estaba siendo realmente serio—. Lo haremos juntos —prometió—. Siempre.

—Juntos —repetí, aunque con solo una pequeña fracción de su confianza.

—Bueno. Me alegro de que esté decidido.

Tomó mi control y comenzó a pulsar los botones con sus pulgares.

—Pero ¿qué pasa con...? —empecé a preguntar, la mitad de la pregunta salió como un susurro.

Detuvo sus pulgares sobre el control. Sabía exactamente lo que iba a preguntar sin que tuviera que terminar de hablar.

—El hecho de que te guste hacer algo no significa que debas hacerlo — dijo, repitiendo la misma oración que siempre decía desde que este asunto surgió—. ¿Está empeorando?

Bajé la barbilla y asentí. Miraba la televisión con fijeza, mi personaje rosado se detuvo en medio de un salto. Cerró con fuerza los ojos y suspiró. Apretó los labios. Tiempo después, volvió a iniciar el juego como si nada hubiera sucedido. Todos los rastros de preocupación habían desaparecido de su expresión. Respondió sin mirarme:

—Lo averiguaremos, también. Solo prométeme que no le dirás a nadie más. Especialmente a tus padres. —Finalmente me miró después que la vida de mi personaje terminara en la misma colina que el suyo—. De verdad. Lo digo en serio. Si tus padres lo llegan a saber y si alguien lo llega a saber, no solo te llevarán a un loquero, si no que te van a... te van a encerrar.

—Lo sé—señalé. Google me había dicho lo mismo.

Se acercó, entrelazando sus dedos con los míos. Una sensación de alivio se apoderó de mí, tan reconfortante como el aloe sobre una quemadura solar.

—Siempre y cuando te tenga a ti. Voy a estar bien —dije.

Asintió.

—Está bien. Nunca voy a dejar que te separen de mí, pero tienes que prometer que soy la única persona en el mundo que lo sabrá. —Me apretó la mano—. Tienes que prometerlo. Tienes que decirlo.

—Solo tú —afirmé—. Lo prometo.

La idea de ser encerrada no me molestaba tanto como la idea de estar lejos de Mike.

—Juntos —repitió Mike con otro apretón de manos.

Esbozó una de sus sonrisas de superhéroe antes de recoger su control y continuar nuestro juego. No sabía lo que era el amor, pero pensé que lo que sentía por Mike podría ser lo más cercano que jamás podría sentir. Lo que sí sabía con certeza, era que no iba a dejarlo ir.

Tal vez, si fingiera realmente bien, la mirada de preocupación en los rostros de mis padres finalmente podría cambiar a las expresiones felices de los retratos que recubrían el pasillo. Retratos de antes de que yo naciera.

Mamá y papá habían puesto en espera su propia vida cada vez más con el fin de “ocuparse” de su hija con problemas. Citas con médicos, noches en vela preocupándose por mí, miradas cómplices en la mesa durante la cena cuando pensaban que no los veía. Pero los veía. Siempre los veía.

Era por estas razones y muchas más por lo que nunca debían saber la verdad. No quería pensar lo que les haría si alguna vez se enteraban que su primera y única hija... anhelaba matar.
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Brittana: Toda la Rabia. Epilogo y Bonus Empty Re: Brittana: Toda la Rabia. Epilogo y Bonus

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Jun 14, 2017 12:51 am

Capítulo 2
Santana
Dieciséis años


A TRAVÉS del techo corredizo, las estrellas brillaban en el cielo nocturno. Los pinos, altos y delgados, se agitaban por encima, inclinados en ángulos extremos a pesar de la débil brisa. Los grillos nos cantaban una serenata desde la maleza cercana. Un aspersor cercano instalado en la tierra, cobró vida, llenando el aire con aroma a azufre, que para mí siempre olía a huevos podridos. Desde la consola central, alguna vieja canción country sonaba desde el iPhone de Mike.

Todo se burlaba de mí. Todo.

Incluso los malditos grillos eran un recordatorio de que era un fracaso.

En la vida. En el amor.

En la amistad.

En la normalidad.

—Anda, date vuelta —demandó Mike.

Me retorcí tanto como pude en el pequeño asiento trasero. Cerró la cremallera de mi vestido, atrapando algunos de mis cabellos que habían caído libres de los pasadores. Me plantó un beso en la nuca.

Aún nada.

Tomé una respiración profunda y traté de recordar que era mi mejor amigo. Mi único amigo. Confiaba en él. Nada cambiaría entre nosotros. Excepto que era una mentira, porque todo estaba a punto de cambiar.

Para él. Para mí.

Debido a que me iba.

Esta noche.


En cuanto me diera la vuelta para mirarlo, Mike sabría la verdad. No podía ocultarlo, especialmente no de él. Siempre había visto a través de mis mentiras y esa noche no era una excepción.

—¿Santana?—preguntó en un susurro, su entusiasmo por lo que habíamos hecho momentos antes en el asiento trasero de su Honda, en el centro del Caloosa State National Park, se fue completamente de su voz cuando nuestros ojos se encontraron.

Le dediqué una pequeña sonrisa, esperando contra todo pronóstico que tal vez no pudiera ver lo que estaba sintiendo en mi interior. Pero siempre lo veía. Era una actriz horrible y una mentirosa abominable, pero cuando me dijeron que me iba de Lilly Heights para siempre después de la promoción, Mike quería que probara algo más, por él. La verdad era que también quería intentarlo por última vez. Lo normal. Le debía al menos eso. Me debía a mí misma al menos eso.

Así que hicimos lo que hacían los adolescentes normales después del baile de graduación.

Y durante, no sentí nada.

Y después, no sentí nada.

—¿Santana?—preguntó de nuevo, estudiando mi expresión.

—Estoy aquí, contigo —dije, intentando con todas mis fuerzas transformar mi sonrisa falsa en una verdadera, porque en el fondo deseaba que fuera real. Bajé la mirada a mi regazo y jugué mis manos, quitándome los restos de mi manicure francesa.

—¡Patrañas! —espetó Mike, atrayendo mi atención a su rostro y a sus ojos, que reflejaban una mezcla de dolor y rabia.

Lo conocía desde que se mudó al lado cuando tenía cuatro años y nunca antes lo había visto tan afligido. Era mi mejor amigo.
Mi único amigo.
Me encontré con sus ojos  y dejé caer la sonrisa falsa.

Mierda.

—Te dije que no iba a funcionar —señalé, respirando profundamente, aplacando la rabia en mi interior que amenazaba con apoderarse de mí en cualquier momento. odría mantenerla durante unos minutos más. Por él—. Te dije que estoy rota. Te dije que no podía arreglarse, pero quería que lo intentáramos.

Tomó mi mano y le permití entrelazar nuestros dedos por última vez. Era una sensación de familiaridad con la que siempre había estado cómoda cuando se trataba de él. Suspiró.

—No entiendo. Me refiero a que podemos intentarlo de nuevo. Tal vez solo tenemos que... —Apretó mi mano—. Santana, sé honesta. Dime. No podemos hacer que esto funcione si no lo hace... —Su uso continuo de un nombre que odiaba fue lo que me empujó al borde y de repente el asiento trasero de su Honda parecía demasiado imposiblemente pequeño.

Me sentía atrapada.

—¿Hacer funcionar qué?—espeté, soltando mi mano de la suya y abriendo la puerta del auto.

Tropecé descalza sobre la hierba y me apoyé en el Honda. Mike se bajó parándose del otro lado, la luna destacaba cada línea de su rostro que no quería ver.

—¡Nosotros!—gritó—. ¡Claro que nosotros! De eso se trata todo esto, ¿no es así? ¿Ver si podemos funcionar como una pareja, incluso con tus problemas...?

Finalmente entendí lo ingenuo era en realidad. Todo este tiempo. Todos estos años al tratar de ayudarme, y aún así no lo entendía. No me entendía. Cuadré mis hombros y le dije la verdad:

—¿Qué quieres escuchar, Mike? ¿Que podemos vivir felices para siempre? Porque tú de todas las personas deberías saber que no existe esa tarjeta para mí. ¿Y lo que acabamos de hacer? ¿Sexo? ¿Coger? ¿Quieres escuchar la verdad? Porque la verdad es que me sentí entumecida —admití—. No me dolió. En realidad no sentí nada. Honestamente, pensé en mi cabello y en los pasadores que me están pinchando el cerebro. Entonces mi mente se perdió y no sé a dónde fui, pero no estaba aquí. Ese es el problema, que nunca ha sido AQUI. —Extendí mi mano y tiré de mi cabello sostenido en un montón de rizos en la cima de mi cabeza. Arrojé los pasadores al suelo. Mi cabello cayó sobre mis hombros, la tensión instantáneamente se alivió—. Me siento como un fracaso, no porque esto no funcionara, sino porque solo te he decepcionado.

—No me decepcionaste —exclamó, rodeando el auto para acercarse a mí—. No es como si fuera algo instantáneo. Estas cosas llevan tiempo. Hay mucho más que esto...

—¡Mike! —Alejándome del auto, me giré para mirarlo, señalando con mi mano mi vestido de fiesta rosado con lentejuelas—. Se acabó. Esto fue todo. Fue mi último intento. Estás allí luciendo herido, y estoy molesta porque te he lastimado. Es todo lo que siento. Me preocupo por ti, y quiero amarte de la forma en que te mereces ser amado, pero no puedo. Eres una de las pocas personas en el mundo que si cayeras muerto, no pasaría por encima de tu cuerpo y seguiría caminando. Esa es mi definición del amor. Te mereces más que eso, Mike, pero no puedo dártelo.

—Pero Diabla —empezó a discutir, intentando usar el apodo que prefería.

Se acercó un paso.

—¡No! —exclamé, levantando la mano para detenerlo.

Me incliné sobre la ventanilla del auto y recogí mi bolsa, poniéndola sobre mis hombros. Saqué mi teléfono y escribí un mensaje rápido. Entonces saqué el trozo arrugado de papel del cuaderno que había estado llevando conmigo desde que empecé a elaborarlo con Mike hacía más de seis años

—. No hay ningún “pero Diabla”. Lo hemos intentado todo y más. Desde hace muchos años. Hemos pasado juntos cada idea y cada sugerencia. Y a pesar que he logrado engañar a algunas personas, no puedo engañarte y lo que es más importante, no puedo engañar a la única persona que sabe lo que realmente soy y que no quiere que finja más.

—¿Quién es exactamente?—preguntó, con celos en su voz.

Le di las páginas dobladas.

—Yo.

—Quédatelo —dijo, bajando la mirada hacia mi mano, hacia los años de sugerencias sobre cómo hacerme normal, titulado acertadamente “Las reglas para ser Diabla”.

—No quiero que te vayas —susurró con lágrimas en los ojos.

Los psicólogos dijeron que carecía de remordimiento, de empatía, y de una falta general de respeto hacia la vida humana. Tenían razón en su mayor parte, pero era capaz de preocuparme por unas pocas personas.

Lo suficiente como para saber que tenía que irme, así nunca más podría hacerles daño. Mike incluido.

—Sabías que esto iba a suceder —afirmé, sabiendo que había una bomba a punto de explotar y de alguna manera quería disminuir el impacto.

—Esperaba que esta noche cambiara las cosas —dijo, metiéndose las manos a los bolsillos y mirándome con timidez a través de su cabello oscuro, el cual había caído sobre sus ojos.

—Me siento aliviada —apunte, con una pequeña risa—. No hay confusión ahora. Ya sé lo que tengo que hacer.

El rugido de un motor retumbó atravesando el silencio de la noche, acercándose cada vez más, hasta que se hizo eco a través de las copas de los árboles de pino, llamándome a la libertad.

Un único faro iluminaba detrás del arbusto, ocultando al conductor de la motocicleta detrás de las sombras.

—¿Por qué está aquí? ¿Ya lo llamaste? —preguntó, acomodando su camisa de vestir blanca como si alguien pudiera ver su desaliño.

—Le envié un mensaje —admití.

—¿Lo deseas?—preguntó, tomándome por sorpresa—. ¿Es por eso que está aquí tan rápido? ¿Es él en vez de mí?

—¿Qué?

—¿Lo deseas?—preguntó, golpeando el capó del auto con el puño.

—¿Estás loco, carajo? ¿Crees que simplemente te habría dejado...? —Hice una pausa, tratando de encontrar la palabra, para no ser demasiado dura.

—Follarte —terminó, sin preocuparse en sonar duro.

Su tono malicioso se me estaba metiendo bajo la piel. Lo miré advirtiéndole. Era la única persona que alguna vez había conseguido una de esas miradas. Me conocía y de mala gana aflojó los puños y respiró profundo.

—Sí, ¿crees que simplemente dejaría que me follaras? ¿Crees que habría aceptado intentar esta última opción para ver si era capaz de sentir atracción, de tener una relación, de ser una adolescente normal, si había alguien más a quien deseara?

No dijo nada, pero pude ver que lamentaba su elección de palabras reflejado en su rostro

—. No quiero a nadie. Ese es el puto problema. No quiero nada, además de mí. Si realmente piensas que estoy eligiendo a otra persona porque quiero follar con ella, entonces me alegro de irme, porque pensaba que eras el único que realmente me conocía, pero puedo ver ahora que nunca me conociste de verdad. —Resoplé—. Y pensar que solo tomó unos minutos en el asiento trasero de tu puto auto para que olvidaras todo lo que has conocido sobre mí.

El pesar se reflejó en su rostro antes de que incluso mis últimas palabras dejaran mi boca.

—Lo siento, pero...—gruñó y se acomodó el cabello—. ¿Y tus padres? — preguntó, sujetando mis hombros, hundiendo sus dedos en mi piel. Su ira estaba olvidada. La desesperación estaba en su lugar.

Negué.

—Me he encargado de todo.

Miró hacia el estacionamiento. Se protegió los ojos del único haz de luz cegador que me hacía señas como la calidez del sol, descongelándome de un invierno largo y frío.

Extendí la mano y acaricié su rostro. Le dediqué una insólita sonrisa auténtica.

—Sabes que no quiero a nadie más, ¿verdad?—pregunté.

Necesitaba que supiera que no estaba huyendo por él, pero que sí me estaba yendo.

—Sí, Diabla, pero no me quieres tampoco a mí —afirmó inexpresivo, usando mi alias por segunda vez.

Era un seudónimo que se le ocurrió a él, pero con el tiempo dejó de usarlo y volvió a usar Santana cada vez más. Sabía por qué. Porque quería que fuera Santana. Santana era la chica con la que salías y la llevabas al cine. Santana era la chica con la que hacías planes para el futuro y con la que perdías tu virginidad en el asiento trasero de su Honda después de la graduación.

Yo no era ella.

Traté de ser ella. Para hacerla real, pero esa noche la verdad estaba más clara que nunca.

Nada de lo que había hecho había funcionado... porque Santana López no existía.

—No, no te quiero. Pero tienes que saber que si alguna vez hubiera sido alguien, me hubiera gustado que fueras tú —dije.

Asintió, cerrando los ojos y apoyando su mejilla en mi palma.

—¿Qué voy a hacer sin ti?—preguntó, susurrando a través de la palma mi mano.

Una lágrima se formó en el rabillo de su ojo, y se derramó por el puente de la nariz. Sorbió.

Era un estudiante que estaba destinado a la Ivy League. Era un genio de las matemáticas y una estrella en el equipo de béisbol de nuestra escuela secundaria. Sin mí para que lo hundirlo, no tendría a donde ir más que hacia la cima de la montaña que quisiera escalar.

El motor de la moto aceleró y la sentí vibrar muy dentro de mí, anunciándome que era el momento.

—¿De verdad quieres saber lo que harás sin mí? —pregunté.

Retiré mi mano de su rostro, di la vuelta, corriendo tan rápido como pude con mi ridícula falda de tul amontonada en los puños

—. ¡Vive! —grité sobre mi hombro. —Y puedes quedarte con la lista. ¡No la necesitaré más!

Las hojas de pino secas y trituradas acuchillaban las plantas de mis pies desnudos, pero no me importaba.

Nunca miré hacia atrás. Ni a Mike. Ni a mi antigua vida.

Corrí hacia algo más que una motocicleta. Corrí hacia la libertad de ser yo misma. Hacia una nueva vida. Hacia el verdadero yo.

Libertad.

A donde iba, Santana López no vendría conmigo. En su lugar sería la chica que había dejado de lado por tanto tiempo que puedo recordar. A quien la sociedad en general, mis maestros, mis médicos, mis padres, e incluso Mike pasaron mucho tiempo tratando de cambiar a otra persona.

Al llegar al estacionamiento del solar, caminé levantando el vestido alrededor de mi cintura y subí a horcajadas sobre la moto detrás del conductor, sosteniéndome firmemente a la pared de cuero y músculo frente a mí.

No pude ver a Mike, pero podía sentir sus ojos en mí cuando la moto comenzó a avanzar en la oscuridad de la noche. Hacia lo desconocido.

Mike podría tener a Santana, porque no la llevaba conmigo.

Con el viento azotando a través de mi cabello y mi vestido rosa flotando a mi alrededor, Santana había desaparecido oficialmente.


Todo lo que quedaba en su lugar... era Diabla.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Jun 14, 2017 1:15 am


Capítulo 3
Diabla


MI BOLSO vibró por millonésima vez en un lapso de tres minutos. Ese número de teléfono estaba específicamente reservado sólo para dos personas, y muy rara vez una de ellas llamaba sin la otra en línea; sabía exactamente quién, una y otra vez, estaba intentando contactar conmigo. No podía ignorarlo por siempre, básicamente porque no pararían de llamar hasta que contestara o muriera la batería, pero todavía estaba colocando cable. Una tarea que requería toda mi atención.

Me había pasado cada segundo de los últimos tres años trabajando y entrenando con Puck. Físicamente tenía fuerza y destreza. Convertí la necesidad de destruir en un negocio que, el pasado año, me consolidó la reputación de realizar mi trabajo a la perfección.

Solo un puñado de mis empleados conocía mi apariencia, incluyendo a Puck, y estaba decidida a mantenerlo de esa manera. El anonimato era clave. No sólo para evitar que me delataran, sino también la base de mi éxito. Podía acercarme más un objetivo que un motociclista vestido de cuero. Un cabello oscuro, en una cola de caballo y camisas rosadas, no daban exactamente las mismas señales de alerta.

En cuclillas, en un solitario campo, me arrastré entre los altos y frágiles tallos de maleza hasta ocultarme completamente, sin embargo, todavía tenía una vista perfecta de los tres pisos de la construcción más abajo. Al sentarme con las piernas cruzadas, terminé de conectar el último de los cables, retorciéndolo, cuando mi teléfono vibró por millonésima una vez. Tomé el bolso deportivo LEE COUNTY HIGH SCHOOL azul claro que siempre llevaba conmigo y pescando en su interior busqué ese teléfono en particular, hasta que mi mano lo tocó y miré la foto de dos rostros sonrientes en la pantalla. Tomé una respiración profunda, y fijando una sonrisa falsa en mi rostro como si me pudiera ver, presioné el botón verde para aceptar la llamada.

—¡Hola, Ma! ¿Cómo te va? —exclamé fingiendo alegría y calidez.

De repente, el sonido inconfundible de una serpiente de cascabel sacudiendo una advertencia llamó mi atención.

—Mi hermosa niña —canturreó mi madre como si aún fuese un bebé—. ¿Cómo es que no respondes mis llamadas? —preguntó, usando su apodo flamenco para mí. Saqué mi cuchillo del bolsillo trasero de mis pantalones e inmediatamente identifiqué el matorral donde mi nuevo amigo se estaba escondiendo.

—Ha sido una locura por aquí, mamá —señalé—, te lo dije, ahora el café abre hasta muy tarde, así que Quinn y yo no descansamos mucho entre el servicio del almuerzo y la cena —indiqué. Me puse de pie, rodeando a la serpiente. Sin perder el perder el ritmo, arremetí hundiendo el cuchillo en su cabeza, y ensartándola en la tierra. Retiré el cuchillo, limpiando la hoja con un paño desinfectante. Antes de volver a sentarme para instalar el resto del dispositivo, desinfecté mis manos y antebrazos con el gel limpiador de la pequeña botella enganchada a la cremallera del bolso.

Hubo una breve pausa en la conversación cuando mis padres encendieron su antiguo abrelatas eléctrico, el cual sonaba como una explosión. Probablemente estaban abriendo una lata de Sopa. Mis padres eran gente de sopa. Enlatada o hecha en casa, estaba siempre en su menú, lo cual atribuía a algo latino europeo.

Emigraron debido al trabajo de mi padre de una pequeña ciudad en Bélgica, cuando mi madre estaba embarazada de mí. La forma en que describían el lugar en que crecieron lo hizo parecer como que sólo había alrededor de trece personas de su edad en la población. Podría no haber sido un matrimonio arreglado, pero suponía que en base a la escasa población, sus opciones eran poco limitadas.

—Estamos muy contentos de que hayas encontrado una amiga allí —afirmó mi padre, sonando como si gritara desde el otro lado de la cocina.

Probablemente era así. Les he mostrado cómo usar el altavoz un millón de veces, pero es uno de esas cosas que les puedes enseñar todos los días y aún no captan el concepto. Probablemente el iPad que les envié el año pasado está lleno de polvo en la estantería junto a la colección de Cerámica Delfware de mi madre. O tal vez gritar desde el otro lado habitación tenía más sentido para ellos.

—Quinn suena como una gran chica.

Sonaba como una gran chica. Que mal que no existiera. Cuando dejé la ciudad, no quería causarles más dolor del que ya tenían por mi marcha, así que hice lo inconcebible, me mantuve en contacto. Les dije que mientras no intentaran encontrarme y arrastrarme a casa, estaría siempre en sus vidas. Puck pensó que la idea era ridícula, pero para empezar, no era como si alguna vez hubiéramos sido una familia normal.

—Sabemos que estás ocupada —dijo mi madre, con el sonido del trasteo con los platos a su alrededor—. Tu padre y yo sólo queríamos decirte lo orgulloso que estamos de ti. Después que nos dejaste pensamos, es decir, tu padre y yo estábamos tan preocupados. Y ahora mírate, tratando muy duro de ser...—Hizo una pausa, pero sabía lo que trataba de no decir. NORMAL.

Estaba agradecida de que se comieran cada bocado de falsa normalidad con que los alimentaba. Como fuera nuestra relación, sean cuales fueran las mentiras involucradas, tenía que ser de esa manera. Cosas más importantes estaban manejándose. Mi madre continuó:

—A pesar de que nos haces falta, y aunque nos dejaste tan de repente, soy muy feliz de que lo estés haciendo bien.

Suspiré y saqué mis prismáticos. Observando a través de ellos, ajusté la mira y la visión nocturna. Enfoqué la puerta trasera y vi cómo, al finalizar la noche, los trabajadores del último turno salían del edificio. Por pedido del Cliente, el lugar tenía que estar vacío antes de proceder. Conté a los hombres y mujeres con uniforme que caminaban a sus autos. Uno, dos, tres, cuatro.

Cuatro era el número total de ellos. Bajé los binoculares y comprobé la hora en mi reloj.

Sostuve el teléfono entre el hombro y la mandíbula mientras empujaba los cables en un pequeño triángulo de metal, retorciendo la parte superior para unirlos.

—Gracias chicos. Es difícil a veces. Y sé que ustedes están preocupados porque estoy tan lejos y sola, pero es bueno para mí. Me siento mejor aquí — afirmé, repitiendo, con tanta emoción como pude reunir, una versión diferente de la misma mentira que les contaba cada día—. Explorar una nueva ciudad, un nuevo país, fue la decisión correcta. Me encanta aquí. —.La última parte no era tanto una mentira, aunque en este caso aquí era en miles de lugares diferentes, dependiendo del trabajo. Ese día en particular, estaba a menos de ciento sesenta un kilómetros de Lily Heights, en donde probablemente mis padres estaban llevando sus bandejas de comida hasta el sofá para comer su sopa mientras veían Jeopardy.

—¿Has oído hablar de Mike? —preguntó mi madre, sin esperar mi respuesta continuó—: Su madre dice que lo está haciendo muy bien en Brown y que tiene una novia. Dice que es bastante serio y que compartirán un apartamento después de finalizado el próximo semestre. Es muy triste ustedes ya no sean cercanos.

Bueno Madre, lo que realmente pasó fue que dejé a mi mejor amigo en el medio de la noche después de tener relaciones sexuales y salté en la parte trasera de una motocicleta manejada por un motero llamado Puck, quien era una especie de mentor para mí.

Esperé por la sensación. La cosa del hoyo en el estómago que la gente cuenta que sucede cuando sientes celos o molestia por la felicidad de otra persona.

Nada.

—Se merece ser feliz —declaré, con lo cual decía nada y todo a la vez.

Tanto como necesitaba mi libertad, Mike merecía ser feliz. Afortunadamente,
mi madre no me presionó.

—¿QUÉ OCURRE CON LOS MUCHACHOS POR ALLÁ? —gritó mi padre—. ¿Hay alguien que llame tu atención?

Mi madre intervino inmediatamente

—: O bien, tu sabes, a nosotros no nos importa si traes una chica a casa, o a un chico, no se tu. El amor es el amor, como dicen —cantó mi madre, sonando muy ensayado.

—No soy heterosexual, soy lesbiana —declaré rotundamente, aunque a veces pienso que sería mejor si lo fuera, aunque realmente no podría decirlo. La atracción hacía cualquiera sería más fácil que tratar de explicar o mentir acerca no sentirme atraída en lo absoluto por nadie.

—No, no, por supuesto que no. ¿Ves Thomas? Te dije que no era heterosexual,—le dijo a mi padre, como si la idea fuera toda suya. Sabía que no era así—.Aunque aún así está bien, lesbiana entonces, si lo eres.

Arreglé mi cola de caballo ajustando la elástica en la base, manteniendo controladas las largas hebras oscuras que siempre se enredaban con mis dedos y con todo lo que tuvieran el más breve contacto.

—Simplemente no he tenido tiempo de conocer a nadie y ya saben que al alejarme trataba de encontrarme a mí misma, no tenía por objetivo encontrar a alguien más. Soy joven y no tengo prisa —dije, recordando el aviso comercial para una línea de cruceros de donde había sacado la línea.

Casi pude escuchar su alivio a través del teléfono, no porque era gay, a mis padres realmente no les importaría, tal como me han dicho un millón veces. No, su alivio era porque estaba viviendo mi vida y porque sabía que siempre estaban atentos en busca de rastros de la niña preadolescente en mi voz y en mis acciones. La que tiene problemas de ira y una mórbida curiosidad. La que dejaba las puertas del armario abiertas por la noche, esperando que los monstruos salieran y se la llevaran a casa con ellos. La que aún no había aprendido el arte de mentir. O el arte de matar.

La mitad del tiempo creo le seguían la corriente la mierda con que les daba de comer, no necesariamente porque me creyeran, sino porque era más fácil.

Cada vez que hablaba con mis padres, que era todos los días, sólo me demostraba que era la mejor decisión para todos. Ya no había dolor en sus voces. Sus anteriores preocupaciones sobre mi estado mental se redujeron a afligirse, como cualquier padre, por estar separada de su hijo. Me gustaba esa clase de preocupación más que el tipo en el que constantemente se hacía las preguntas: ¿Va a hacer daño a alguien? ¿Va a dañarse a sí misma? ¿Por qué no SIENTE igual que los demás? Sin mencionar que participar en el espectáculo de una chica en el que actualmente estaba era mucho mejor de ser arrastrada de doctor en doctor.

Sin importar lo que estaba atravesando, sin importar las miradas o los argumentos o las evaluaciones constantes, nunca culpé a mis padres por lo que yo era, o lo que me había vuelto. Nunca fueron el problema. Eran cariñosos y amables y me dieron todo lo que quise. Excepto la libertad de ser yo. Para explorar las cosas Me había tenido que mantener oculta y enterrada cerca de ellos. Para perfeccionar mis habilidades. Para seguir una vida fuera "de lo normal".

—No sabes lo feliz que nos haces —exclamó mamá—. Esperamos que no trabajes demasiado y tengas la oportunidad de explorar la ciudad. ¿París es tan sorprendente como pensaste? ¿Es mejor que Dinamarca?

La alarma en mi teléfono tintineó en mi oído, lo que me indicó que era el momento. Me recosté en el alto césped. Sosteniendo el teléfono con una sola mano, apreté el triángulo de metal en el detonador con la otra. En segundos, la tierra debajo de mí retumbó y se sacudió cuando el edificio a menos de 900 metros de distancia explotó en la noche. Vi con asombro como el cielo se iluminó con ráfagas de metralla mejor que cualquier espectáculo de cuarto de julio de fuegos artificiales.

Observé con tranquila reverencia como las secuelas de mi trabajo caían flotando desde el cielo. Hice algo más que un buen trabajo. Era jodido arte.

Perdida en mis pensamientos, se me olvidó el teléfono en mi oreja hasta que mamá se aclaró la garganta. La planta despidió el último estertor de la muerte, lo que indicaba que el edificio se derrumbó. Columnas de humo naranja se elevaban en la noche por encima de mí, emborronando las estrellas en falsas nubes grises.

Sin querer arruinar el momento, bajé la voz y susurré en el teléfono:

—No se preocupen por nada. —Las sirenas sonaron en la distancia. Y mostré una sonrisa verdadera, no para espectáculo, una sonrisa rara. El calor se agrupo en mi estómago—. Es absolutamente… hermoso aquí.

Suspiré de nuevo, esta vez no de irritación, sino por un sentimiento de profunda y pura satisfacción que recorrió todo el camino hasta mis huesos.

—Y sí, mamá, Es todo lo que siempre pensé que sería.
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Brittana: Toda la Rabia. Epilogo y Bonus Empty Re: Brittana: Toda la Rabia. Epilogo y Bonus

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Jun 14, 2017 4:53 am

Capítulo 4
Diabla


DESPUES A LOS EXPLOSIVOS, rastrear personas era mi tipo de trabajo favorito. Opinaba que era extraño que alguien necesitara ayuda para hallar a alguien. No es como si fuera difícil. La mayoría de las veces, todo lo que requería era conectarme a Internet y activar mi fanática Believer6 interior. En minutos, esas chicas siempre saben dónde, cómo, cuándo y con quién estaba su ídolo. Yo era de la misma manera, excepto que mis clientes me pagaban por acosar y después encontrar a quien estaban buscando, seguro como la mierda que no terminaba con chillidos agudos y una selfie.
Bueno, quizás no con la selfie.

Por otra parte, cuidar de niños, era mi trabajo menos favorito. Fue algo que evité durante mi trayectoria en la secundaria, sin importar cuántas veces mis padres me dijeron que Jefferson estaba buscando a alguien para que cuidara de sus gemelos después de la escuela. Sin embargo, cuando Puck llamó, prometiéndome su próximo trabajo con explosivos, acepté como el Golumm por su jodido anillo. Lo siguiente que supe es que estaba escalando un árbol, a treinta y dos grados, sentándome a horcajadas de una rama mientras esperaba a que mi objetivo (de mi servicio de niñera) hiciera su aparición.

—Sabes lo condenadamente aburrido que es esto ¿verdad? —lloriqueé al
teléfono.

—Claro que lo sé, ese es el por qué no estoy haciéndolo —contestó Puck, sonando entretenido.

—Apestas.

—Nop, para eso están las perras.

Hubo una pausa, y escuché un arrastrar de pies seguido por el débil sonido de la voz de una mujer

—.¿Dormiste esta semana? —interrogó, cambiando de tema.

Suspiré y ajusté mi posición en la rama, dándome una mejor vista del lado de la casa. No sé por qué siempre me hacía esa pregunta. Mi respuesta era siempre la misma.

—Creo que eso depende de qué consideras dormir.

—Diabla, dormitar por una hora o dos, erguida con los ojos abiertos no es dormir.

—Siento decepcionarte entonces, papi, pero no, no he dormido.

En años.

—Por mucho que me guste ser llamado papi, solo me gusta cuando la mujer que me llama así está debajo de mí y estoy sosteniendo sus rodillas arriba mientras le meto el pene. —Rio entre dientes—. Así que, a no ser que hayas cambiado de opinión y dejado tu aversión al pene, entonces es mejor que mantengas esa mierda para ti.

Cuando nos conocimos, aprendió rápidamente que conmigo, cualquier cosa que considerara ser encantador no se aplicaba, pero de todas formas nunca se detuvo de intentar dar con mi talón de Aquiles. Nunca entendió que, para poder ser afectado por algo, primero tiene que importarte.

No me importaba.

Sin embargo, parecía que lo divertía como el infierno, así que bien por él, o lo que sea.

—Ajá, suena bien —señalé, apenas prestando atención mientras una luz dentro de la casa se encendía, bañando las ventanas en un amarillo descolorido—. Exactamente ¿qué estoy haciendo aquí? —pregunté nuevamente.

—Solo manteniendo un ojo sobre la chica. Si alguien que luzca como sus padres va a la casa, me llamas. Si piensas que sabe dónde están, me dices. Es simple. Necesito que observes todo y me lo reportes. Acércate tanto como puedas.

Me senté en la rama y mordí el costado de la uña de mi pulgar.

—¿Estás seguro que no quieres que la mate? Tengo que cambiar el aceite de mi Vespa y…

Me cortó antes de que tuviera la oportunidad de decirle sobre tener que volver para ver la subasta de eBay, donde, actualmente, era la mayor pujadora por una hoja de acero dentada de quince centímetros con mango en cristales Swarovski. Lucía como el pequeño tatuaje en mi nuca y había estado en mi lista de deseos por meses. Joder si iba a ser superada por SPONGE_BOB_DAD_6969.

—No. No la mates, carajo. No aún, de todas formas. Espera por mi aviso —suspiró, sonando frustrado—. Y cambiaré el aceite de tu puta Scooter de mujer después de que esté seguro de que la chica no sabe dónde carajos están las bolsas de mierda de sus padres. Pero no harás una mierda hasta que escuches algo de mí. ¿Lo entendiste? —Escuché el distintivo sonido de la chispa de un encendedor, seguido de un ligero soplido de humo a través del auricular.

—¿Por cuánto tiempo tengo que estar aquí? —pregunté, cediendo a Puck y, a regañadientes, aceptando mi destino de niñera.

La puja terminaba el domingo, y sabía que no podía hacerlo desde mi teléfono celular, no con la señal de este pueblo, que tenía a Puck entrecortándose cada tres palabras.

—Todo el tiempo que sea necesario.

Me enojé.

—Me debes por esto.

—Te diré qué, Diabla. Deja de trabajar para todo el mundo y su tío Alberto, y trabaja exclusivamente para mí, y me detendré de tirarte trabajos de niñera de mierda —ofreció.

Sacudí mi cabeza como si estuviera frente a mí y no al teléfono. Era una oferta que me hacía a menudo. Lo suficientemente a menudo como para saber que esto no era una oferta realmente. Era una prueba. Puck era un motociclista, pero no pertenecía a ningún club.

—No se puede. Lo sabes. —Era nuestra regla número uno.

Nuestra única regla. Sin lealtad ante nadie, sin ataduras.

—Te diré qué —comencé, prácticamente pude escucharlo sonriendo por el teléfono. Sabía exactamente qué venía a continuación—. Estaré de acuerdo en trabajar exclusivamente para ti… el día en que llames a los Bastards y consigas que me den un parche como miembro oficial. Quiero un chaleco, también. Uno rosa.

—Vete a la mierda, Diabla —espetó, sin el mínimo rastro de enojo en su voz. A veces, cambiaba sobre cuál Club de Motociclistas quería ser miembro y le decía que quiero ser una Warrior, el otro gran MC en el suroeste de Florida, pero el punto de mi broma es siempre el mismo.

Puck no solo es mi mentor, también es un cliente y acordé hacer siempre sus trabajos primero. También como que acordé, que si alguien me contratara para matarlo, le daría por lo menos un par de horas de ventaja. Bueno, al menos, quizás algunos minutos.

Quizás.

—Qué tal esto —comenzó—. Hazlo bien por mí. Observa a la chica y encuentra dónde están sus padres escondidos y te dejaré eliminarlos como los perros que son, de la forma que quieras. ¿Una explosión de autos, tal vez? — pausó y bajó la voz—. ¿Te gustaría eso, princesa?

Sabía exactamente qué estaba haciendo. Quizás no fuera capaz de seducirme con su cuerpo, pero seguro como la mierda que sabía cómo seducirme con la promesa de crear mi arte en forma de destrucción. Mi corazón se aceleró y me mordí el labio. Cerrando fuertemente los ojos, me empapé y disfruté de los estremecimientos que sacudían mi cuerpo por la necesidad.

Necesidad de destruir.

Necesidad de matar.

—Sí, pienso que te gustará eso, nena —dijo.

—No dije nada —susurré, tratando de no revelar nada, pero él sabía que me tenía donde quería.

—Puedes engañar a cualquier idiota de mierda por ahí, pero no me puedes engañar. Sé que solamente cierras tu boca cuando estás excitada sobre algo.

A veces, odiaba que me conociera tan bien. Después de Mike, no quería que nadie más me conociera. Recordar a Mike me estrelló contra la realidad, el presente y el trabajo en mis manos.

Enfoqué mi atención en la foto que saqué de mi bolsillo. Era una de esas fotos de la secundaria con el típico fondo azul y el nombre de la empresa fotográfica en la esquina derecha inferior. La chica tenía cabello rubio y ojos azules. Un moretón desteñido en la parte superior de su pómulo derecho. Su sonrisa era grande y brillante, aunque sus dientes eran raros para su rostro y le faltaba uno de los frontales. Usaba un suéter de hockey de Tampa Lightning y tenía pecas sobre su nariz y mejillas.

—¿Por qué esta chica está sola en una Chalet en la playa, de todas formas? ¿No debería estar en la escuela o algo? —pregunté, otra vez escaneando las ventanas por cualquier señal de vida, aparte de la recientemente encendida luz.

—¿No deberías tú? —bromeó—. Además, creo que es un poco más mayor que en esa foto, pero eso es todo lo que Figgins pudo conseguir.

Puse los ojos en blanco, otra vez como si pudiera verme. Quizás mis padres no eran los únicos que no podían entender completamente cómo se supone que un teléfono realmente trabaja.

—Sí, porque Figgins tiene quinientos años y probablemente condujo hasta la biblioteca para ver en los archivos cuando pudo haberla simplemente googleado —dije, sabiendo que no estaba muy lejos de la verdad. Figgins a veces era el asistente de Puck.


Rio otra vez.

—Probablemente —admitió—. Pero investigué a la chica. Tiene una cuenta en Instagram, pero no hay nada útil en ella.

Hubo movimientos en la ventana de la casa. Simplemente una sombra pasando seguido de continuos ladridos.

—Genial, Puck, tiene un maldito perro. No me dijiste que tenía un maldito perro. —Me encogí, recordando el episodio de Myth Busters (descubridores de Mitos) en el que desacreditaban el mito sobre que la saliva del perro era más limpia que la humana.

—¿Cómo carajos se suponía que sabría? La foto y la dirección son todo lo que tengo —exclamó, sonando menos que entretenido—. Cuida lo que me dices. Te di un montón de libertad porque estamos cortados de la misma puta tela, pero recuerda con quien mierda estás hablando.

Ignoré su discurso de soy-un-gran-e-independiente-motociclista-que-merecerespeto.

—¿Sabías que es una falacia eso de que la boca de un perro es más limpia que la de un humano? —pregunté—. De hecho, contiene diez veces más bacterias y la mayoría de esas bacterias, de alguna forma, son más dañinas. Ser lamido en el rostro por un perro es diez veces más arriesgado que lamer la orilla del lavabo de un baño público. Un ataque de su lengua puede enviarte al hospital y puedes morir de una horrible enfermedad que te cause una diarrea incurable. Literalmente puedes cagar hasta la muerte. Me refiero a que, ¿puedes imaginarlo? ¿CAGARTE hasta la muerte?

—Ahora sí. Gracias por la maldita imagen —dijo Puck inexpresivo.

Continué:

—¿Y lo que pueden llevar en su piel? Ahí hay miles de tipo de bichos…

Me cortó otra vez.

—Diabla, tengo mierda que hacer hoy y por mucho que me gustaría escuchar cada mínima trivialidad que quieras soltar sobre tu mierda de gérmenes, si sigues quejándote, voy a cortar los frenos de tu jodida scooter de mujer —advirtió.

Mordí el costado de mi pulgar.

—Primero que todo, deja de llamarla así. Su nombre es Delilah. Es una buena scooter y nunca te hizo nada, así que déjalo. Segundo, por mí está bien. Haz lo que quieras con mis frenos.

—¿Y por qué dices eso? —preguntó, sonando confuso y mordiendo el anzuelo.

Bajé mi voz e imité su falso tono de seducción de más temprano.

—Sí, ve, corta mis frenos, pero entonces buena suerte averiguando cuál de tus armas pude o no haber alterado.

—Espera, ¿qué carajos hiciste? —pregunto, presioné el botón de FINALIZAR, y metí el teléfono celular de vuelta en mi bolso. Reí cuando inmediatamente vibró de nuevo. Lo dejé sonar.

En realidad, no había alterado sus armas, no recientemente, de todas formas, pero el pensamiento de él inspeccionando cuidadosamente cada una de ellas, tratando de averiguar si lo hice, era la venganza suficiente por llamar a Delilah, mi leal y polvosa Vespa azul, una moto de mujer.

Imbécil.

Mi más reciente trabajo, bajo protesta, se llevaba a cabo en el área de Harper Ridge, Llogan Beach, una comunidad de pescadores convertida en lugar vacacional para los ricos y famosos en la Costa del Golfo de Florida. Los ochos kilómetros completos que se encontraban frente al mar habían sido ocupados por apartamentos, hoteles y rascacielos. En medio de esas construcciones se encontraba una ocasional Chalet, cuyos dueños esperaban una mejor oferta o eran del tipo obstinado que no aceptarían ningún dólar por sus pequeñas chozas. Estas casitas fueron construidas en los ’20 y necesitaban reparaciones. Sin embargo, poseían encanto, a diferencia de la arquitectura contemporánea de los edificios nuevos. Sin ventanas de piso a techo.

Simplemente puertas corredizas de vidrio, revestimiento de astilla y persianas de campo.

Un excesivamente bronceado y arrugado pescador veterano se sentó en una silla a la orilla del agua, medio dormido. Su caña de pesca, la cual estaba fija en un tubo enterrado en el suelo, se inclinada en un ángulo agudo en el extremo superior, aguardando a que la marea o un pez tirara de la línea. El pescador, con la barbilla recostada en su pecho, era ajeno a su posible captura.

La pequeña Chalet de playa que espiaba, estaba sobre medios pilotes con un espacio para almacenamiento debajo, oculto por blancas celosías, de la cual, la mitad estaban perdidas. En la cima había una terraza con una pequeña piscina que necesitaba cuidado con desesperación. El agua estaba, al menos, treinta centímetros por debajo de la orilla y era tan verde como el moho que crecía en el revestimiento amarillo descolorido. Era más una mancha que una piscina.

Había un edificio de apartamentos a un lado, y en el otro, un pequeño vallado que contenía varios árboles. En un cartel en la valla se leía: Zona de Conservación. Mantener cinco árboles fuera de peligro a cambio de todos los apartamentos que puedes construir me parecía un poco ridículo, pero yo no estaba en el sector inmobiliario. Nunca he construido o creado nada.

Mi trabajo era destruir.

Desde mi elevado punto de vista, sobre la rama de uno de los muy especiales árboles conservados, estaba oculta de cualquiera que caminara por la playa o diera un vistazo a través del oscuro callejón en la avenida principal. Más importante, tenía una genial vista del interior de la casa y del camino de entrada por la calle, en caso de que el chico tuviera cualquier visita.

Desafortunadamente, había estado ahí por tres horas, y a pesar de que sabía que había alguien, a juzgar por el ruido del perro, la televisión y las luces que ocasionalmente se encendían y apagaban, no muchas puertas se abrieron, ni se vislumbraron sombras en la ventana.

Justo cuando estuve segura de que los próximos días o semanas serían los más largos de mi vida, la puerta de atrás de la Chalet se abrió, y de repente, mi objetivo estaba a la vista. Aunque era… diferente. Porque la persona que apareció en la terraza era igual que en la foto, la chica.

Excepto que no era una chica en lo absoluto.

Un pequeño bulldog francés con el rostro blanco, emergió de la casa, moviéndose alrededor de mi objetivo, quien aún permanecía en la puerta. Jadeó correteando alrededor de la terraza y bajo el radiante sol. Supuse que era el pequeño responsable de todo el ladrido que había escuchado hace rato. Babeó alrededor de la piscina; largas líneas de saliva blanca y espumosa, chorreaban permanentemente de ambos lados de su hocico fruncido. Su lengua rosada y larga formaba un tobogán, rozando las astillas de madera, mientras caminaba desde un borde de la piscina al otro. Rascó con sus garras la terraza, como si estuviera tratando de enterrar un hueso y después se apartó trotando, a su siguiente objetivo.

Pequeño hijo de puta.

Con cada poca ingesta de aire, el perro hacía sonidos como si tuviera un ataque de asma. Un profundo ruido sibilante salió de su nariz y garganta, y fue como si cambiara de perro a un bebé lobo de mar.

El sonido de la respiración errática del perro no parecía afectar a la tipa parada en la puerta. No, ella estaba muy ocupada mirando fijamente, sin ninguna expresión, dentro de la sucia agua de la piscina, que probablemente contenía de todo, desde peste bubónica, escorbuto, sífilis o cualquier otra cosa que puedas contagiarte en la puta Oregon Trail.

La tipa traía puesta una ajustada camiseta blanca sin mangas que se le veía muy bien, sus hombros, las líneas de sus brazos fibrosos bailaban y flexionaban cuando cambiaba el apoyo de su barbilla de un puño al otro. Tenía algún tipo de tatuaje en la espalda, pero solo pude distinguir la parte en sus hombros que sobresalía de la camiseta, deteniéndose cerca de su clavícula. Su cabello mantenía el color que estaba en la imagen, rubio radiante. Caía sobre sus ojos con un ligero rizo en las puntas. Lo suficientemente largo como para llevarlo detrás de sus orejas y que callera sobre su espalda. Desde mi posición en el árbol, no pude ver mucho de sus otras características faciales, pero pude distinguir una leve curvatura en su nariz.

Aún observaba a mi nuevo objetivo cuando el perro se agazapó hacia la tipa mientras esta aún estaba con la mirada perdida, y se lanzó, su enorme cabeza primero, dentro de la piscina. Fue después, cuando no hizo un movimiento para salvar al perro, que noté por qué no se movía. Estaba sentada. Su pierna derecha inmóvil por delante de ella, escayolada y descansando una plataforma unida a su silla.

Su silla de ruedas.

Cuando mi objetivo por fin sacó la cabeza de su culo y se dio cuenta del perro ahogándose, frenéticamente rodó hacia adelante, hasta el borde de la piscina. Gritó: “¡Murray!” mientras intentaba llegar al agua y alcanzar al perro que ya se había hundido demasiado. Cuando eso no funcionó, trató de levantarse de su silla, pero todo lo que hizo fue ladearse, y con un chapuzón mucho más grande, siguió a su perro dentro de la piscina.

Después, nada.
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Brittana: Toda la Rabia. Epilogo y Bonus Empty Re: Brittana: Toda la Rabia. Epilogo y Bonus

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Jun 14, 2017 4:55 am

Capítulo 5
Brittany


TÍO LLAMANDO destelló en la pantalla de mi teléfono. Con un suspiro presione el botón rojo de FINALIZAR. Enviándolo al correo de voz por tercera vez desde que volví al pueblo. No tenía tiempo para lidiar con mi tío, o con alguien más, porque estaba ocupada. Muy ocupada. Estaba justo en la mitad de la segunda semana en mi fiesta de autocompasión de proporciones épicas.

Tragos y hierba en cantidades masivas eran las únicas cosas en mi lista inmediata.
El verano debió haber estado repleto de mis viejos amigos, fiestas, luego la mudanza a mi nuevo dormitorio en el centro atlético de State para mi tercer año. En vez de eso, me encontraba mirando fijamente a la pared en la vieja Chalet en la playa de mis abuelos, esperando que mis circunstancias, de alguna manera, milagrosamente, cambien.

Estaré esperando un puto rato.

Había sacrificado demasiado para lograr estar donde estaba. Mis sacrificios estaban de lejos por encima de los que se esperan de los atletas en la secundaria. Pero de todas formas lo logré. Por un tiempo, valió la pena. Unos pocos meses antes de mi lesión, estaba en la cima del puto mundo. No, fui reina del puto mundo.

¿Cómo diablos fue todo tan mal, tan rápido?

Oh, sé cómo. Lesiones, padres de mierda y una beca que fue alejada de mí en cuanto el doctor del equipo dio a entender que la gimnasia olímpica y el baile sobre hielo no sería parte de mis planes futuros.

El destino es una malvada y vengativa perra.

Mis sueños se fueron al sur más rápido de lo que el zamboni puede limpiar el hielo y antes de que mis patines incluso tocaran la pista para la próxima temporada. En la cima de la torta de mierda, por supuesto estaban las jodidas velas. Concretamente, Kitty. Más específicamente, Kitty y su repentina decisión de llenarse la boca con todas las pollas desde Harper Ridge a Jacksonville Community College.

Descubrir en lo que andaba a través de un video que subió en Instagram y que rezaba “chupando polla” no fue exactamente un momento a resaltar en la película de mi vida. No es como si fuera mi novia; nunca tuve una. Pero pensé que nos divertíamos juntas y era alguien a quien follaba regularmente. Para mí, puede que haya sido lo más cercano a una novia que alguna vez haya tenido y justamente había estado pensando que quizás podríamos hablar sobre ser más.

Mi abuelo solía decir que tenía el estómago de una cabra de montaña y que probablemente podía comer latas y estar perfectamente bien. Sin embargo, después de ver el video del recorrido-de-pollas de Kitty en Internet, mi estómago dio un vuelco. En realidad, de todos modos no habría durado mucho más. No estábamos enamoradas de ninguna manera, simplemente a gusto.
Al menos, yo había estado a gusto.
No tenía a Kitty, pero al menos tenía la gimnasia y el baile sobre hielo.

Hasta que no lo tuve.

Había estado destinada a lo mejor. Ahora mi futuro lucía como si solo fuera a trabajar para mi tío, lo que había estado haciendo cada verano desde que esa hermosa perra llamada Beca de Gimnasia Olimpica tocó a mi puerta y se presentó con un nuevo fututo en una maldita bandeja de plata.

La verdad que importaba era que aún mientras pensaba que amaba a mi tío, cualquier trabajo después de haberse destruido mi sueño iba a parecer una mierda. Cualquier vida distinta a la que había imaginado iba a apestar.

Sin importar que sabía lo que tenía que hacer, no estaba apresurada por hacerlo. Era seguro decir que estaba de un jodido mal humor, sentada en la oscura sala de estar, sintiendo pena por mí mientras inhalaba el fuerte olor a naftalina, conseguía emborracharme fuertemente y volar muy alto. El olor a naftalina solía ser un olor reconfortante para mí mientras mis abuelos estaban vivos, pero después de que ambos murieran, se convirtió en un constante recordatorio de que ya no estaban.


Así que me senté, rebotando una pelota de goma azul contra la pared, celosa de la jodida pelota porque no podía maniobrar mi maldita silla de ruedas lo suficientemente cerca del muro, para poder azotar mi cabeza contra el muro en lugar de la pelota.

Murray, el viejo bulldog francés que tengo desde que era una niña, el cual estaba bastante segura era más viejo que yo, había estado aullando para salir por cinco minutos. Traté de ignorarlo, pero la pequeña mierda se volvió más persistente con los años, y desde que tenía como setecientos años, llegó a ser bastante irritante, el pequeño bastardo. Además de la Chalet, Murray era todo lo que me dejaron mis abuelos.

—Vamos —mascullé, rodando la silla de ruedas hacia el fondo de la casa.

Murray corrió afuera en cuanto deslicé la puerta de vidrio lo suficiente como para que pasara su redondo cuerpo. Me ubiqué en el umbral mientras él hacía sus necesidades.
Seguía contemplando lo apestosa que se había convertido mi vida cuando tuve un pensamiento.

Quizás simplemente necesito follar.

Había venido a Harper Ridge cada verano desde que era una niña y me había mudado de forma permanente después de que mamá y papá se fueron cuando estaba en la escuela secundaria. Era una lugareña. Conocía de sobra a las chicas que estaban dispuestas a venir por aquí y dejarme follarlas hasta el olvido durante unas pocas horas.

El tipo de compañía que terminaba en orgasmos y cigarros. Estaba tratando de recordar dónde había puesto mi teléfono, cuando escuché el chapuzón.

JODER.

Murray estaba en la piscina.

Hundiéndose.

Sus piernitas no eran lo suficientemente fuertes como para llevarlo de regreso a la superficie o para impulsarlo por encima del borde. Unos pocos pequeños gimoteos escaparon de su pequeña boca antes de que su cabeza desapareciera debajo de la superficie y pasara a estar completamente sumergido.

Me incliné y traté de extender la mano hacia él, pero era una cosa imposible de hacer mientras estuviera sentada en una silla de ruedas, así que traté de moverme fuera de ella así podía tumbarme sobre mi estómago, pero en mi prisa la volqué y, repentinamente, mi desperdiciado verano ya no importaba.

Tampoco lo hacía todo mi lloriqueo y quejido.

Ni la Gimnasia, ni el baile.
O Kitty.
No. Tampoco ninguna de las quejas sobre la mano de mierda con la que tuve que lidiar importaba, porque en los siguientes minutos, no tendría una vida sobre la que quejarme.

Me estaba ahogando. Me estaba ahogando y estaba muriendo. Sabía eso porque me estaba hundiendo como Murray.

Abrí los ojos bajo el agua y miré hacía la superficie. Parada en la terraza estaba la chica más caliente que jamás había visto. Largo cabello negro, usando un pequeño bikini blanco. Hablaba por teléfono mirando hacia abajo, a mí. Lucía como si estuviera discutiendo con quienquiera que fuera su interlocutor, mientras me señalaba. A cada segundo que pasaba, sabía que me estaba acercando más y más al fin.

Me sentí indefensa, pero no estaba lista para rendirme. Agité mis brazos, para llamar su atención, pero elevó su dedo índice hacia mí, como si me pidiera que le diera un
momento para finalizar su llamada.

¿Qué carajo estaba haciendo?

Esto no podía ser real. Estaba muriendo y mi última imagen antes de que me fuera no podía ser una chica que me gustara. Culpé por ello a Kitty y a la falta de su reflejo nauseoso. Tenía que ser su culpa que estuviera imaginando a la chica más hermosa que alguna vez haya visto y mi propia imaginación no pudiera procurar que estuviera preocupada porque tuviera una inhalación de agua.

Y después, otra.

De hecho, lucía enojada. Como si el hecho de estar muriendo la molestara.

Jodidas alucinaciones.

Círculos negros comenzaron a apoderarse del borde de mis ojos, creciendo largos y oscuros mientras me desvanecía más y más. La escayola, que pesaba trescientos mil kilos e irónicamente estaba programada quitarla en la mañana, me empujó hacia abajo como un ancla. Me hundí más y más hasta que mi pie tocó el fondo.

Era incapaz de hacer algo excepto mirar a la chica sobre mí, su rostro era distorsionado y borroso por la ondulante agua verde. Con un último y frenético esfuerzo, exhorté a cada músculo de mis brazos y hombros a tratar de nadar hacia la superficie, pero fue inútil. Nunca avancé más de unos centímetros lejos del fondo.


Debía de estar acercándome al final porque después de inhalar otra ardiente bocanada de agua, imaginé que la hermosa chica se zambullía en la piscina a acompañarme, su dorado negro flotaba a su alrededor como el de una sirena. Unas burbujas salieron flotando de su nariz y nadó hacia mí. Incluso imaginé que me sujetó por la muñeca. En realidad, pude sentir su piel contra la mía mientras me llevaba por el agua, arrastrándome hacia la superficie con una fuerza que la mayoría de los hombres no poseían.

Supongo que las sirenas son así de fuertes.

Cuando el sol me golpeó en el rostro como una toalla húmeda y caliente, abrí mi boca para jadear por aire, pero no pude inspirar. Estaba flotando dentro y fuera de la inconciencia, pero estoy bastante segura que la chica estaba de pie por encima de mí, golpeteando su desnudo pie en la terraza. Gruño como si estuviese frustrada y creo que puso sus ojos en blanco antes de presionar las aletas de mi nariz e inclinar mi cabeza hacia atrás. Pude sentir el borde de uno de sus senos contra mi pecho a través del pequeño top de su bikini, y si no estuviera más o menos muriendo, habría sido uno de los mejores días de mi vida.

¿Quién no querría sentir la teta de una sirenita en su último día?

Se inclinó hacia abajo, cerniendo su rostro justo sobre el mío como si estuviera a
punto de conectarlos… y todo se puso negro.

FUI TRAIDA de vuelta a la realidad tosiendo como si hubiera sido apuñalada en los pulmones, acompañado de la sensación de haberme fumado cada uno de los cigarrillos que mi abuela se fumó durante sus ochenta años en el planeta. Y durante su acostumbrada tres-cajetillas-por-día-vida uh… era un montón. Jadeé por aire, finalmente capaz de empujar un poco a través de mi tráquea, pero mientras ingresaba a mis pulmones, quemaba peor que el agua.

Repentinamente fui empujada sobre mi costado donde vomité una y otra vez, remplazando cada vez agua por aire en mis pulmones. Pareció continuar por horas, a pesar de que probablemente fueron solo minutos. Estaba viendo estrellas para el momento en que pude inhalar otra vez sin sentir como que si estuviera siendo rasgada desde adentro.


Una pequeña lengua lamió mi globo ocular.

Murray.

Estaba de pie por encima de mi rostro, babeando casi como si no hubiéramos bajado un maldito río. Sacudió su húmedo pelaje, mandando un rocío de agua y una capa de pelo blanco y negro sobre mi rostro y dentro de mi boca. Limpié mi lengua con la
mano mientras él se paseaba de regreso a la casa a través de la puerta abierta.

¿También salvó a Murray?

¿Era incluso real?

Me volteé justo a tiempo de ver un trasero perfectamente duro y firme, parcialmente cubierto con un pequeño retazo de tela blanco. La parte inferior de sus nalgas se mostraban mientras ella y dicho trasero, bajaban por las escaleras a la parte de atrás de la terraza.

Era real después de todo.

Era real y se estaba yendo.

Traté de llamarla, pero todo lo que pude manejar fue toser un poco más. Mi garganta se sentía como si hubiera hecho gárgaras con vidrio.

—¡Espera! —logré decir roncamente. Luché por sentarme.

La chica se dio la vuelta y me dio el dedo del medio, mostrándome una genial vista de sus tetas en el proceso, las cuales subían y bajaban mientras atrapaba su aliento. Agua goteaba por su rostro, enmarcando sus brillantes y oscuros ojos. Miré las gotas mientras caían desde su barbilla hacia el valle entre sus tetas, y repentinamente, no quería nada más que ser la pequeña línea de agua que se acumulaba en los pequeños triángulos de su bikini.

—Por ti —espetó, señalándome acusadora, luego gesticuló hacia la casa—. Y ese dispensador de garrapatas, ahora tengo que visitar la más cercana unidad de MATERIALES PELIGROSOS para prevenir la jodida peste que se ha estado incubando ese pozo negro.

—¿Qué dijiste? —pregunté, sin ser completamente capaz de comprenderla, pero claramente esta chica no estaba contenta conmigo por alguna razón.

No me extrañaba que las chicas se enojaran conmigo. En realidad, estaba bastante acostumbrada. Me había escabullido de demasiadas ventanas de dormitorios en el medio de la noche sin siquiera llamar otra vez. Pero esta chica estaba en un nivel completamente diferente de enojo.

Era caliente.

Todo sobre ella, desde la forma en la que me miraba, entrecerrando sus ojos, a la rabia pura que irradiaba, gritaba odio.

Joder, quizás sí la conocía.

No, de ninguna jodida forma podría olvidar un rostro como ese o cuerpo… o ceño fruncido.

—Limpia. Tu. Jodida. Piscina —espetó, enunciando cada palabra por separado antes de voltearse y desaparecer por las escaleras.

¿Qué carajos?

Sentí este arraigado deseo; no, necesidad, de correr tras ella y arrastrarla de vuelta a la terraza por la coleta por gritarme cuando la perra ni siquiera me conocía.

Y habría corrido tras ella, si pudiera caminar, o moverme… o respirar.

Quizás estaba muerta después de todo, porque nada de lo que pasó desde que abrí la puerta trasera tenía un jodido sentido. O desde que me herí, en realidad. Me recosté otra vez y dejé caer mi cabeza contra el suelo de la terraza. Podía ver las nubes pasar sobre el sol a través de la fina piel de mis párpados cerrados.

Mi cabeza palpitaba con preguntas.

¿Quién demonios era ella?

¿De dónde diablos vino?

¿Por qué carajos estaba tan enojada?

¿Por qué carajo estoy tan excitada maldita sea?
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Mensaje por micky morales Miér Jun 14, 2017 1:48 pm

Vaya primer encuentro!!! en una jodida y mugrienta piscina, pero por lo menos los salvo a ambos la Diabla!!!! hasta pronto.
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Mensaje por 3:) Miér Jun 14, 2017 9:17 pm

san esta muy perdida en su odio,.. pero por ahora hizo algo bueno!!!
bueno para el tipo de vida "odio al universo y alrededores" querer salvar la vida de otro ser,.. fue buena!!!!
ammm productivo el primer encuentro!!!! pone le!!!!
3:)
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Mensaje por monica.santander Jue Jun 15, 2017 12:22 am

Estas chicas estan super perdidas!!!!!!! Pobre de ellas!!
Veremos como sigue........ me encanta!!
saludos
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Mensaje por JVM Jue Jun 15, 2017 1:53 pm

Ambas con vidas jodidas de alguna forma...
Y pues de Santana creo que sera irónico que justo el que sienta algo le traerá problemas....
Por cuanto a la amistad me gustaba hasta el ultimo día, muy inteligente el bobo acostándose con la morena aunque me alegra que no haya sanetido nada jajaja
Y bueno mientras Britt sufre porque no podrá hacer lo que quiere, la morena finalmente lo esta haciendo lejos de todos.
Morí con el perrito y sus mil años jajajaja
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Mensaje por Tati.94 Dom Jun 25, 2017 11:10 am

Super interesante!! Santana con esa personalidad bueno... Si tiene que matar a Britt?? Como le hará??
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Jun 26, 2017 2:48 am

[quote="micky morales"]Vaya primer encuentro!!! en una jodida y mugrienta piscina, pero por lo menos los salvo a ambos la Diabla!!!! hasta pronto.[/quote

Esta vez si me asombraste, de todo el historial de problemas mentales, de la mala vida de ambas, tu fijación fue en la mugrienta piscina, eso dice mucho la verdad, me haz asombrado, todo el contenido psicologico y psiquiatrico, los problemas mentales, y demas pero fue mas importante la piscina...... Interesante.....
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Jun 26, 2017 2:51 am

3:) escribió:san esta muy perdida en su odio,.. pero por ahora hizo algo bueno!!!
bueno para el tipo de vida "odio al universo y alrededores" querer salvar la vida de otro ser,.. fue buena!!!!
ammm productivo el primer encuentro!!!! pone le!!!!

Si hay un poco de sociopata, multiples personalidades, hay mucho malterial psiquiatrico aca, hay tantos elementos que por eso me decidi a actualizar y adaptar este historia porque sale de los tipicos estandares que estan en las demas adaptaciones no es rosa para nada, vamos a ver si logro llegar al final....
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Jun 26, 2017 2:54 am

JVM escribió:Ambas con vidas jodidas de alguna forma...
Y pues de Santana creo que sera irónico que justo el que sienta algo le traerá problemas....
Por cuanto a la amistad me gustaba hasta el ultimo día, muy inteligente el bobo acostándose con la morena aunque me alegra que no haya sanetido nada jajaja
Y bueno mientras Britt sufre porque no podrá hacer lo que quiere, la morena finalmente lo esta haciendo lejos de todos.
Morí con el perrito y sus mil años jajajaja

ajajaj cierto.... bueno no me imagine que tuvieran sus fijaciones en cosas externas y que no fueran exactamente los desequilibrios mentales de ambas..... y lo bueno o malo que puede salir de eso.... vamos a ver que mas pasa y que opinion les merece.... lo bueno es que la piscina estara siempre ahi a pesar de la ODC que sufre Santana que es una Obsesa compulsiva, me hubiera gustado antes que todo hacer la ficha psiquiatrica de cada una de ellas. pero ya es tarde ya vamos al cap. 6 y bueno a continuar...
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Brittana: Toda la Rabia. Epilogo y Bonus Empty Re: Brittana: Toda la Rabia. Epilogo y Bonus

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Jun 26, 2017 2:57 am

Tati.94 escribió:Super interesante!! Santana con esa personalidad bueno... Si tiene que matar a Britt?? Como le hará??

Bueno eso habra que verlo por que una cosa es que esa sea su misión, y eso que den por sentado que podra matarla, falta mucho para saber como lo hara estamos empezando la historia recuerdalo.... pero prometo subir de un tiron varios cap. para avanzar en la historia....
si me desapareci por una semana, es que mi papa esta en el pais por 10 dias luego regresa a Mexico y no lo volvere a ver dentro de dos meses... luego de eso, tengo un virus estomacal muy fuerte que me impide estar activa, ya de eso una semana, que me desapareci, para que no piensen que dejo abandonadas las historias por que si... ya aclarado el punto a contiinuar...
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Jun 26, 2017 3:03 am

Capítulo 6
Diabla


¿ESTAS SEGURA de que era ella? —vociferó Puck por el teléfono, sonando más agitado de lo habitual.

—Sí estoy segura. Aunque tenías razón, tiene más edad que en la foto, y es mucho más…—Hago una pausa, tratando de encontrar la palabra correcta—. ¿alta, rubia, solida? ¿Es la palabra?

—No tengo ni puta idea. Pero ¿estás segura de que era ella? —cuestionó de nuevo—. Dime, ¿qué aspecto tenía exactamente?

—Igual que en la imagen —comencé, tratando de recordar sus rasgos.

Cerré los ojos y respiré profundo. En mi mente estaba de nuevo de pie en la terraza, observándola mientras se hundía más y más profundo en el agua

—. Tiene pecas sobre la nariz y las mejillas. Ojos color azul intenso, pero brillantes y profundos para una chica. Nariz pincelada y ligeramente torcida como si se la hubiese fracturado alguna vez. Es bastante alta, algo que pude notar aunque estaba en silla de ruedas. Tiene una pierna lastimada, la derecha, esta estaba con una escayola —recordé la manera en que sus músculos abdominales se contrajeron mientras luchaba por tomar su primer aliento después de que la sacara de la piscina y la arrojara de nuevo a la terraza.

—Tiene los labios rosados y finos —indiqué recordando cómo estuve a punto de
presionar mis labios sobre los suyos para darle respiración de RCP antes que comenzara a toser agua.

Me estremecí, pero estaba bastante segura de que era sólo porque las bocas humanas llevan casi tantas enfermedades como los perros. Casi me arriesgué a contagiarme de una posible infección y enfermedad mortal para salvar a algúna tipa sólo porque Puck dijo que lo hiciera.

—¿Diabla? —preguntó, interrumpiendo mi tren de pensamientos.

—¿Sí?

—Si no lo supiera bien, creo que te gustó lo que viste cuando miraste a esa tipa —señaló con lentitud, sonando cauteloso.

Resoplé, irritada por su incorrecta evaluación.

—¿De verdad quieres saber lo que vi?

—Sí —respondió honestamente.

Hice una pausa hasta que casi podía escuchar su anticipación por mi respuesta.

—Vi un trabajo que debía hacerse y te vi enfadado infinitamente si tu objetivo dejaba este mundo antes de recibir la información que quieres.

Se rio entre dientes.

—Esa es mi chica.

—Pero supongo que ahora que me ha visto, tendrás que buscar a alguien más. Decepción total. Oh bueno. Ganas algunos, pierdes algunos. —Me sentí aliviada, mis días de niñera habían terminado. Prácticamente salté al callejón entre dos hoteles adonde había estacionado a Delilah. Metí mi bolso en el compartimiento bajo el asiento y saqué mis llaves.

Se rio de nuevo.

—Nop, ahora regresarás tu trasero allí, Princesa.

Gruñí y pateé la pared.

—¡Puck! Acabo de pasar tres horas en un centro de atención de urgencias asegurándome de que no había moho peligroso creciendo en mis pulmones por esa piscina… y ¿quieres que vuelva? —cuestioné—. ¡La he salvado por ti! ¿No es suficiente?

—No, no lo es Diabla. Necesito esa información. Vas a regresar y la vas a conseguir para mí, joder.

Me apoyé contra la pared del callejón, pasando el teléfono de una mano a otra.

—¡Me ha visto!

Arriba entre los dos edificios, había espacio abierto por donde se revelaba el cielo. Una nube de deslizaba, cubriendo temporalmente el pequeño espacio en gris.

—¿Entonces te ha visto? No sabe quién coño eres. Regresa. Hazte su amiga. Conócela. No hay mejor manera de sacarle información que hablándole —argumentó. Había un toque de desesperación en su voz. Algo que definitivamente no era usual escuchar en él.

Suspiré desanimada.

—Te das cuenta de que soy una actriz horrible y una muy mala mentirosa, ¿cierto? Es decir, está bien al principio, pero después de veinte minutos conmigo, la tipa va a querer ponerse delante del tráfico o llamar a la policía.

—Entonces no actúes.

—¿Qué? —pregunté, cada segundo más confundida—. ¿Cómo voy a…?

—No le digas la verdad, pero tampoco actúes. Se tú misma. En realidad, eres muy graciosa si dejas de lado toda la mierda de muerte y destrucción. Las mentiras sólo funcionan cuando te las crees, así que no mientas. Dile toda la verdad posible, pero deja de lado los detalles sangrientos.

—Te refieres a la diversión —gruñí.

Busqué bajo mis uñas signos restantes del hedor de la piscina que se hubiesen escapado a las tres duchas que había tomado. Puck era un iluso si pensaba que, de alguna manera, la tipa me dejaría estar a menos de tres metros de ella si atisbaba mi verdadero yo, sin importar lo que no le revelara.

Señaló con voz cansada

—: Diabla, no quería tener que decírtelo, pero me la debes y necesito esto. Ve con la chica. Háganse amigas. Averigua lo que necesito saber y mantén un ojo en ella mientras resuelvo una mierda. Haz esto... por mí. —Hizo una pausa antes de añadir una frase que, en todos los años desde que lo conocía, nunca usó conmigo—: Por favor. Continuó—: ¿Comentaste que tiene lastimada la pierna derecha? Dile que estás allí para ayudarle durante el verano a cambio de un lugar donde quedarte. Si discute contigo, tan solo afirma que su tío te envió. Ya está todo preparado. Hazlo por mí, Diabla. Por favor.

Mierda.

Hondeé mi puño cerrado hacia el cielo y recuperé mi bolso del compartimiento de la scooter, colgándolo de mis hombros.

—¿Lo tienes? —interrogó.

Expiré con fuerza, hinchando mis mejillas.

—Sí, sí. Amigas. Ayuda. Tío. Por favor. Lo tengo.

—Pero si por alguna mierda la maldita te lastima de alguna manera, me lo dices, y la voy a destruir mientras duerme. Necesito esa información, pero necesito más a mi chica mano derecha —dijo, respirando fuego a través del teléfono.

—Sí, ya te entendí. Intenta cualquier cosa. Destruirla. Debidamente anotado. —Cuadré mis hombros y bajé por la playa—. No te preocupes por nada, Puck. Seremos mejores amigas. ¿Cómo se llama, de todos modos?

—Brittany. Brittany Pierce —indicó. Haciendo clic para poner fin a la llamada.

El temor me consumió cuando me detuve a un lado de la pequeña calzada. La vieja casa parecía aún más decrépita desde mi nueva posición. Había hecho algo de mierda en mis pocos años. Podía hacer esas cosas tan fácilmente como salir y revisar el correo, cuando la mayoría de la gente ni siquiera podía concebirlas. Lo que no podía hacer era viejo y sucio. Volví a mirar hacia la casa y me encogí. Tampoco hacía AMIGAS.

Sólo había tenido otro amigo y eso no había terminado exactamente bien. Pero, de nuevo, esta amistad tampoco la haría. Al menos para una de nosotras. Recordar la mirada en el rostro de Mike la última vez que lo vi todavía me hacía temblar.

Fue lo mejor. Me recordé a mí misma. Ahora está feliz. Tiene una novia. A quien probablemente no le gusta asesinar gente o sacarles la mierda a golpes.

Cambié mi bolso de un hombro al otro y me dije que no era lo mismo y que esta falsa amistad no sería como las cosas con Mike. Por un lado, como siempre, no estaba teniendo sexo con esta tipa; o cualquier otra persona para el caso. En segundo lugar, independientemente de lo que sucedió en el intermedio, haría el trabajo sabiendo exactamente cómo iban a terminar las cosas.

Puck me sacó de una vida que odiaba y me dio la vida que siempre deseé. Habíamos pasado por mucho y él tenía razón, le debía. No iba a defraudarlo.

Seguí avanzando, de lo único que Brittany Pierce necesitaría salvarse... era de mí.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Jun 26, 2017 3:26 am

Capítulo 7
Santana

Dieciséis Años



ERA MI DECIMOSEXTO cumpleaños. Todo lo que quería era pasar el rato con Mike y no tener que fingir ser quien no soy por unas horas. En cambio, mis padres desfilaron a todos los parientes que conocía por la casa, y para mi horror, invitaron a toda la clase juniors. Dedujeron bien. Querían una hija que le gustara las fiestas sorpresas, que tuviera amigos y que pudiera unirse a las actividades de grupo, por lo que así es como me trataron. Vístete para el trabajo que quieres, no para el trabajo que tienes y todo eso.

Cuando entré por la puerta escuché los gritos de ¡SORPRESA! Y quedé mirando una docena de rostros de gente a la que apenas había hablado una palabra... Sentí la chispa de la quemadura de la vida. El ataque fue repentino; como una caída libre que no esperaba. No había mucho que pudiera hacer, pero permanecí allí completamente horrorizada mientras mi mamá me arrastraba orgullosamente a través de la multitud.

—Ma —exclamé, tratando de captar su atención mientras hablaba sobre mí, presentándome a

—: Este es tío Yan del viejo país, no lo veo desde que estaba en pañales, —y a—, esta es tía Marianne, que te envió esa Biblia infantil cuando tenías tres años, ¿no te acuerdas? —Y a Lee—, tu primo genio que acaba de regresar de un año de turismo alrededor del mundo.


La puerta principal se abrió, golpeando contra la pared y casi desprendiéndose de las bisagras. La multitud se volvió hacia Mike mientras entraba en la habitación, abriéndose camino entre los asistentes a la fiesta hasta llegar a mí. Cuando me alcanzó, me dio la vuelta tomándome por los hombros. con un solo vistazo, la comprensión de lo que estaba ocurriendo dentro de mí se reflejó en su rostro. Me alejó de mi madre, apartando a la multitud y empujándome hacia las estrellas.

—¡Vete! —gritó sobre la música. Dejé atrás a mis padres que me llamaron cuando escapé, Mike actuó como una barricada humana, deteniéndolos antes de que pudieran venir tras de mí.

Todavía no podían ver las señales.

Todavía no entendían.

Nadie lo hizo.

Nadie excepto Mike.

No necesitaba una fiesta. O una multitud. O en realidad cualquier cosa.

A veces la ira venía como un ataque y, a veces, se cocía a fuego lento hasta que explotaba. Ahí era cuando hacía cosas como empujar un escritorio a un maestro, o lanzar una roca al parabrisas de mi entrenador de gimnasia. Lo peor fue cuando ataqué al mariscal de campo del equipo de fútbol después de que hizo un comentario sobre ser una perra frígida, lo que resultó en mí ahogándolo hasta que su entrenador tuvo que sacarme de encima. Sorprendentemente, ese incidente en particular fue manejado en privado, porque al parecer, el entrenador no quería que noticia de que la razón de los moretones alrededor del cuello de su jugador estrella y los vasos sanguíneos en sus ojos eran causados por una niña de la mitad de su peso, a la que no pudo hacerle frente fuera pública. No me echaron de la escuela, pero en vez de eso me sometieron a una evaluación mental de cuarenta y ocho horas recluida en el hospital y luego me ordenaron cambiar de ruta cuando viera a Donnie acercándose a mí.

Una vez que estuve en mi habitación con la puerta cerrada, traté de tomar una respiración profunda, pero no podía inspirar el aire suficiente. Las paredes con flores rosadas se burlaban de mí. El ruido de la fiesta flotó por las escaleras y se filtró bajo el umbral de mi puerta y ahí fue cuando sucedió. Comenzó en la base de mi columna, intensificándose, como un atizador rojo y ardiente. Hasta que estuvo tan caliente que parecía cada aliento avivaba las llamas en mi interior y las hacía crecer más, más calientes y más altas. Paseaba de un lado a otro en mi habitación, retorciéndome las manos y halando mi cabello mientras recorría la ya gastada alfombra azul claro.

Dependiendo de la gravedad de mi estado de ánimo, algunas noches, cuando sentía iniciarse el calor, podía escapar a mi habitación y marcar el paso en el suelo hasta que se extinguía. A veces tomaba horas. A veces minutos. A veces no funcionaba en absoluto. Las brasas de mi enojo crecieron hasta que invadieron mis nervios, músculos, miembros y mente, tomando el control como una posesión extraña. En ese punto ningún Mike, ni reglas escritas, ningún pensamiento positivo, ninguna respiración profunda podía reprimirme.

Me acerqué a la ventana cuando el calor llegó a mis oídos, ardiendo con la necesidad de desencadenar al demonio que me llamaba; la abrí, empujando la pantalla hasta que salió del marco, y luego salté. Mis pies impactaron la hierba mojada y me adentré en la noche, saltando la valla trasera y corriendo hacia los densos bosques detrás de nuestra casa. No había luz para guiar mi camino, pero no la necesitaba. Mike y yo habíamos explorado cada centímetro de los bosques, desde que apenas habíamos dejado los pañales, creando fortalezas y refugios. Corrí hasta que mis pulmones ardieron y luego sólo aceleré; necesitaba empujarme, sentir el dolor, sentir algo más que la burbujeante ira explotando dentro de mí como fuegos artificiales. Me urgía expulsar la ira de mi sistema. Cuando llegué a mi destino, me senté al lado de la base del árbol en la que había escondido una navaja entre las raíces crecidas. Mi respiración era forzada mientras mi mano sostenía el metal. La saqué de su escondite con un rugido y con ambas manos sobre la hoja, la hundí en el tronco del árbol una y
otra vez, gritando con ira. Las astillas de madera se esparcían a mí alrededor y savia goteaba de las heridas que infligía en la corteza. Las cicatrices en el árbol de los anteriores episodios en noches similares a estas, salpicaban el tronco. En las noches cuando no podía ordenar mi mente.

Cuando todo pensamiento racional se iba y todo lo que quedaba era el impulso.
La necesidad. La furia.

Unas voces masculinas en la distancia me llamaron la atención, sacándome de mi diatriba. Una rama se quebró. Apreté mi puño en la navaja y agazapándome detrás de la maleza, me acerqué serpenteando adonde provenían las voces. Me tumbé bocabajo, espiando a través de las hojas donde el follaje era menos denso, atisbando un pequeño claro. La ausencia de árboles altos permitía la entrada de la luz de la luna. Podía ver claramente la escena que se desarrollaba frente a mí. Dos hombres vistiendo chalecos de cuero negro y vaqueros oscuros estaban parados uno frente uno al otro. El más bajo, con el cabello rubio y grasoso, mostraba una gran sonrisa, mientras mascaba un palillo de dientes. Sostenía casualmente una pala sobre sus hombros y fue eso lo que me llevó a notar el gran agujero en el suelo, en la esquina más alejada del claro. El otro hombre, mucho más grande, con el cabello negro y largo hasta los hombros, a la altura de la barbilla, fulminaba con una mirada de odio a un tercer hombre que estaba de rodillas con las muñecas atadas a la espalda. Estaba amordazado. Tenía una mancha oscura y húmeda en la parte delantera de sus pantalones. Un arma en su cabeza.

El latido de mi corazón se aceleró. Mi enojo se convirtió en adrenalina recorriéndome.
El hombre más grande, el que sostenía el arma, habló; su era voz profunda y áspera, cerniéndose sobre mí como una espesa manta de oscuridad.

—¿Creíste que podrías joder con nosotros y salirte con la tuya, Jerry? — Sus fosas nasales aletearon. El aire cambió y algo mejoró dentro de mí, al instante deseé que fuera mi mano la que sostuviera el arma, con el dedo en el gatillo. La piel de gallina erizó mis brazos y mi espalda. Me estremecí. Ladeó el arma y jadeé. No por sorpresa, sino por pura reverencia.

—No… no, Puck. No lo hagas. Te lo prometo, no quería hacerle daño —imploró Jerry.

Puck rio, bajo y gutural.

—¿No querías hacerle daño? Era una niña cabrón hijo de puta. La violaste, desgarraste su coño virgen, y le diste una puta conmoción cerebral. Así que jodidamente no digas que no quisiste hacerle daño solo para que puedas preservar tu vida, ¡débil pedazo de mierda! Es demasiado tarde para eso. —

Puck levantó su arma y golpeó con la culata la cabeza de Jerry, tumbándolo de lado sobre la tierra

—. Mugs, recoge esta mierda del maldito suelo. Lo quiero de pie cuando le explote el puto cerebro.

Ya no tenía el control de mis movimientos. De mis pensamientos. Era como si estuviera flotando sobre mi propio cuerpo, observándome desde arriba. Sin pensar, me arrodillé para ver mejor sobre el matorral. Los dos hombres de cuero arrastraron a Jerry hasta el agujero y lo patearon dentro. No estoy segura de si Jerry estaba de rodillas o de pie, ya que sólo podía ver desde su cuello. Tragué con dificultad, incapaz de apartar mis ojos de los hombres. Justo como cuando la ira comenzaba, me sentí confusa, consumida, excepto que no era ira lo que me estaba consumiendo.

Era el DESEO. NECESIDAD.
Pura y primitiva.

No me di cuenta de que me había levantado, o que había salido por encima del matorral, o que había caminado directamente al centro del claro, hasta que fue demasiado tarde.

Jerry fue el primero que se percató, observándome mientras me acercaba y me detenía directamente detrás de los otros dos hombres. Voltearon abruptamente cuando notaron que Jerry miraba detrás de ellos. Mugs dejó caer la pala y sacó un arma de debajo de su chaleco. Puck movió la mira de su arma de Jerry a mí. Ladeé la cabeza, mirando más allá de los hombres y tratando de observar mejor el agujero donde Jerry sangraba de su ojo derecho. Me miró, suplicándome silenciosamente ayuda con sus ojos.

—¿Quién coño eres? —preguntó Puck, cerrando la brecha entre nosotros en dos pasos. Su barba era lo suficientemente larga como para rozar su ancho pecho desnudo bajo su chaleco. Unos ingeniosos tatuajes con líneas intrépidas y hermosos sombreados cubrían por completo el costado derecho de su torso y su bien desarrollado brazo; los diseños coloridos serpenteaban desde el frente de su garganta hasta el lado de su cuello y detrás de su oído. Sus ojos eran de color marrón oscuro, parecían casi negros mientras me miraba con confusión e ira. Los Clubes de moteros no eran algo nuevo para mí.

Lilly Heights estaba en medio de Logan's Beach y Harper's Ridge, donde dos de los más grandes MC en el estado tenían su sede. Estaba acostumbrada a ver moteros de paseo por la ciudad los fines de semana, pero el chaleco de Puck estaba en blanco, libre de cualquier parche, mientras que Mugs claramente tenía uno grande en la espalda que decía Beach Bastards, así como varios más pequeños al frente con frases escritas que no podía distinguir en la oscuridad. Mi mirada se deslizó rápidamente desde Jerry, a Mugs y luego a la pistola en la mano de Puck... que había levantado y ahora apuntaba mi cabeza. Sonreí, sobre todo porque no podía no sonreír. Señalé el arma de Puck y aplaudí, incapaz de formar las palabras exactas que quería decir. Me aclaré la garganta y lo intenté de nuevo, tratando de no sonar atropellada, pero no
Funcionó.

—¿Puedo? ¿Por favor? —pregunté en un ruidoso susurro.

—¿Puedes qué? —espetó Puck—. ¿Qué es exactamente lo que estás preguntando, chica? —gruñó, aunque su rostro decía "ira" y "molestia", también vi un rastro de comprensión.

—¿Por qué diablos estás sonriendo, muchacha? —preguntó Mugs, sacudiendo su arma.

No le presté atención, sintiendo que era Puck el único que podía ayudarme. Lo miré y le señalé el agujero en el suelo donde Jerry gemía y sostenía el lado de su cabeza. Me miró a través del largo cabello oscuro que había caído en su rostro y algo entre nosotros hizo clic. Algo cambio la vida. No amor, o algo tan ridículo, pero sin duda importante. Sabía que también lo sintió cuando sonrió, la esquina de su boca inclinándose con una sonrisa perversa. Se rascó la cabeza con el cañón de su arma.

—¿Qué edad tienes, muchacha?

—Quince —respondí, sonando tan ansiosa como un niño en el regazo de Santa, como si estuviera a punto de decirle lo que quería para Navidad—. No, dieciséis. Hoy es mi cumpleaños.

—Feliz cumpleaños de mierda, chica. Puck, ¿qué coño estás haciendo? —masculló Mugs—. Vamos a poner a este hijo de puta fuera y luego a ella.

Ahora es una testigo. No podemos dejarla solo irse. —Comenzó a acercarse, pero Puck levantó una mano para detenerlo, agitándola antes de que pudiera dar otro paso

—. Sólo date prisa, carajo. Sé que no vas a ayudarme a cavar otro puto agujero.

Me incliné hacia un lado, estirando mi cuello para ver más allá de la pared de músculos que era Puck.

—No seré testigo si... Soy yo quien lo hace —ofrecí, levantándome derecha y rebotando en las puntas de mis pies.

—¿No tienes miedo? —preguntó Puck aunque no creo que estuviera esperando una respuesta porque ya la sabía. Se inclinó y estudió mi rostro, buscando mis ojos. Sabía lo que estaba buscando, pero también sabía que no iba a encontrarlo. Nada de eso. Miedo, vacilación, simpatía, bla-bla-bla.

Me mordí el labio y uní mis manos a mi espalda, balanceando todo mi cuerpo junto con mi cabeza mientras lo sacudía de un lado a otro.

—¿Estás drogada o algo así? —preguntó Puck, arqueando una ceja e ignorando otra llamada de Mugs para darse prisa y matarme ya.

—No —susurré, aunque estaba intoxicada. Tan borracha por la emoción que casi podía oler como se escapaba de mis poros.

Puck levantó su arma, apuntando otra vez mi cabeza. Dio otro paso hacia mí, acercándose y presionando el cañón de la pistola contra mi frente. No me moví. Tampoco dejé de sonreír; en realidad, no podría haber arrancado la sonrisa de mi rostro ni aunque tratara de sacarla con los dedos. Con arma en mi cabeza o no, me sentía viva y libre.

Sus hombros se sacudieron con una repentina carcajada. Enfundó la pistola y otra vez me miró a los ojos. La comprensión que había captado antes brilló en su oscura mirada.

—Reconozco esa mirada —anunció, rascándose el antebrazo. —Sin embargo, nunca la he visto antes en un polluelo. Especialmente no uno tan jodidamente joven. Sólo lo he visto en hombres. Tipos como yo.

—¿Tipos como tú? —pregunté, frotándome la frente. Tenía curiosidad por saber en qué categoría me incluía.

—Sí, tipos como yo. Tipos malos.

Los músculos de sus antebrazos se flexionaron al tronarse los nudillos.
—Por favor —supliqué, sintiendo que no sólo quería ser la que lo hiciera, sino que necesitaba serlo—. Malo, bueno… —Sacudí la cabeza fieramente, golpeando el lado de mi rostro con mi cola de caballo—. Sólo tengo que hacerlo.

No apartó los ojos de mí cuando llamó a Mugs.

—La chica tiene razón. No es testigo si lo hace ella. —Se puso a mi lado y se giró hacia Mugs, de manera que nosotros lo encararamos.

Mugs masculló de nuevo, comprobó su reloj y encendió un cigarrillo. Su piel era más pálida que la de Puck. Sus cabellos parecían virtualmente blancos bajo la luz de la luna llena.

—Wow, sabía que te gustaba alguna mierda, Puck, ¿pero una niña de dieciséis años que pide a unos extraños que la dejen matar a un hijo de puta? — Rodó sus ojos y sacudió la ceniza ardiendo del cigarrillo—. Espero sean realmente felices juntos, pervertidos.

—No, eso no es lo que… —comencé a discutir con Mugs que confundió la lujuria de sangre con otra clase de lujuria.

—No tienes que explicarle ninguna mierda —interrumpió Puck.

Bajando la voz, susurró

—: Mugs es un idiota. No lo entiende.

—Escuché eso —refunfuñó Mugs—, y lo que concluyo es que cuanto más tiempo estemos aquí, más altas son las posibilidades de ser atrapados. Es decir, odio matar y huir, pero tenemos que irnos. —Mugs apuntó su arma contra Jerry y sin previo aviso, apretó el gatillo, enviando un chorro de tierra expeliéndose en el agujero.

—¿Qué diablos? —rugió Puck. Me caí al suelo y envolví mis brazos alrededor de mis rodillas, no preparada para la ola de decepción que se estrelló en mí como un tsunami. Parpadeé varias veces, una extraña sensación de hormigueo comenzó detrás de mis ojos, recordándome la forma en que siente un pie cuando has estado sentado raro por un rato.

Puck se arrodilló junto a mí.

—¿Estás bien, chica? —inclinó mi barbilla para encontrarme con su curiosamente toque que no me hizo huir. Solo Mike logró hacer eso, pero aquí estaba este extraño, capaz de hacer algo que me tomó años con lo que estar cómoda, incluso con mi mejor amigo. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, perdí el control. Por primera vez en todos mis dieciséis años de vida... lloré.

Envolvió sus fuertes brazos alrededor de mí, recostándome contra su pecho.

—Me ocuparé de ti —proclamó, susurrando en mí cabello—. Te ayudaré. ¿Te gustaría eso? —preguntó, asentí en medio de mis lágrimas, insegura de con lo que realmente estaba de acuerdo, pero sabiendo que necesitaba lo que fuera que estaba ofreciendo.
Entonces lloré un poco más.

Esa noche mi ira me envió corriendo a los brazos de Puck, y poco sabía entonces, al comienzo de un nuevo camino que sabía que tenía que tomar.

—Solo estaba bromeando —pregonó Mugs de repente. Enterró su pala en el suelo y se acercó a donde estábamos agachados en el suelo—. Mira por ti misma. Todavía está vivo. Solo tenía que saber que hablabas en serio.

De nuevo mi corazón se aceleró.

—Eres un maldito idiota, Mugs —espetó Puck.

—Sí lo sé. Ahora apresuremos la jodida mierda y salgamos de aquí. Tengo más mierda que hacer.

—¿Cómo te llamas, chica? —preguntó Puck, manteniéndome envuelta en sus fuertes brazos. No respondí de inmediato. No podía. Santana ya no se sentía bien. Nunca lo había hecho. El único nombre que me vino a la mente fue el único que había sentido adecuado. Con el que Mike me llamaba de vez en cuando.

—Diabla. —Tragué con dificultad—. Mi nombre es Diabla.

—Diabla, me gusta. —Sostuvo su arma en la palma de su mano, ofreciéndomela mientras Mugs apuntaba directamente hacia mí

—. ¿Alguna vez disparaste una de estas? —preguntó, liberándome de su imponente abrazo y levantándome por mis codos.

—No —admití.

—Párate aquí —indicó detrás de mí y sosteniéndome por los hombros. Pasando el brazo sobre mí me dio el arma—. Toma esto y sostenlo como lo estoy sosteniendo. —Hice lo que dijo, la pistola era más pesada de lo que pensé que sería, sin embargo, se sentía natural.

Normal.

Mi normal.

Me empujó hacia delante hasta que la figura agazapada de Jerry apareció en el agujero. Este abrió su ojo bueno, el otro estaba hinchado. Aunque nos vio, no se movió, toda la pelea en él había desaparecido.

—Apunta así, y luego aprieta el gatillo —susurró contra mi oído—. ¿Seguro que quieres hacer esto?

—Sí.

Nunca había estado tan segura de nada en toda mi vida. Se inclinó más cerca. Olía a jabón y cigarrillos.

—Porque esta mierda cambiará tu vida justo ahora. Haces esto y las cosas no volverán a ser las mismas. Esta es la clase de mierda que persigue a los hombres maduros por la noche. —Hizo una pausa—. La clase de mierda que hace que pidas la absolución a Jesús.

—No necesito perdón —murmuré, apretando el gatillo.

El ojo de Jerry permaneció abierto, aunque la vida que había estado allí segundos antes había desaparecido. Su mirada completamente en blanco. La tierra debajo de él se oscureció mientras su sangre se filtraba de la herida fresca en un lado de su
cabeza.

Estar borracho de excitación no tenía nada que ver con el subidón de la sangre recién derramada. Una satisfacción que nunca supe que existía revoloteaba dentro de mí, penetrando todos mis movimientos como el lento goteo de una droga en mi vena.

—¿Oh sí? Todo el mundo busca el perdón tarde o temprano, princesa. ¿Por qué no tú? —preguntó Puck, extendiendo la mano por el arma, que aún estaba caliente.

A regañadientes, la dejé caer en su mano. Me di la vuelta para mirar a Puck.

—Porque... no lo siento.

—Bien, esa es la primera lección —indicó, volviendo bruscamente su arma hacia Mugs y tirando del gatillo en rápida sucesión. Tres balas explotaron en su pecho, enviándolo a la orilla del agujero hasta que cayó en él, uniéndose al cuerpo de Jerry.

—¿Cuál es la segunda lección? —pregunté, mirando fijamente el arma mientras Puck cambiaba el cargador.

—La segunda lección es que para sobrevivir no eres leal a nadie. No estás en el lado de nadie excepto en el tuyo.

Metió la pistola debajo del chaleco y me miró a los ojos. Había sido sólo minutos desde que nos conocimos, pero me sentí como si lo hubiera hecho toda mi vida.

—¿Lo entiendes?

Asentí.

—Sí, leal a nadie —repetí, pero añadí—: ¿Qué hay de ti?

Se rio y se rascó la barba.

—A nadie, chica. —Sus ojos oscuros prácticamente brillaban cuando añadió—: Especialmente no a mí
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Brittana: Toda la Rabia. Epilogo y Bonus Empty Re: Brittana: Toda la Rabia. Epilogo y Bonus

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Capítulo 8
Brittany


POR PRIMERA VEZ en mis veintiún años, llegué temprano a algo. Nunca he sido una persona mañanera; los únicos amaneceres que he visto eran de las noches cuando regresaba por la mañana o porque el entrenador nos convocaba temprano a una práctica.

Consumida por los pensamientos de la chica del bikini blanco, di vueltas toda la noche. Para las 4:00 A.M había renunciado por completo a tratar de dormir. Para cuando salió el sol, ya estaba saliendo por la puerta; esa mañana fui la primera persona en la sala de espera. Incluso antes que el doctor.

Odiaba a los jodidos doctores, sus oficinas y sus salas de espera. Después de mi lesión, los médicos se habían convertido en nada más que batas blancas que llevaban malas noticias.

El facultativo pinchó mi pierna antes de retirarme el yeso, mientras me preguntaba si la herida me dolía; cuando dijo que se estaba curando muy bien mis esperanzas se animaron como un perro cuando le ofreces tocino. Me dio un par de muletas para que practicara, para usarlas para levantarme y moverme. Sabía que no debía preguntarle si tenía alguna posibilidad de volver a patinar sobre Hielo o bailar incluso, la Gymnasia Olimpica la había descartado hace mucho, teniendo en cuenta que antes me había dicho que no, pero aún mantenía la esperanza de algún tipo de milagro. Obtuve la respuesta en forma de una pequeña sonrisa, que fue más como un ceño fruncido al revés.

El doctor me miró como si fuera la hija de puta lamentable que me sentía, con una mano en mi hombro se limitó a sacudir la cabeza y me dio una receta para Percocet12 que rápidamente tiré a la basura en cuanto saqué mi culo de ahí.


Si no podía sentir el dolor, ¿Cómo evitar herirme otra vez?, ¿Cómo sé que si
estoy sanando?

A la mierda los doctores. A la mierda lo que me dijeron. A la mierda mi puta pierna. En ese momento encontré una nueva determinación que no había estado allí ayer. Independientemente de lo que tardara, iba a volver al hielo otra vez.
No solo eso, iba a patinar de nuevo. Iba a ser lo mejor sobre el patinaje sobre hielo de nuevo. Un poco de dolor no iba a detenerme, nadie me iba a parar.

Ayer había estado dispuesta a renunciar a todo y ahora, después de estar tan cerca del final, solo podía ver hacia delante. Miré por el túnel de la muerte y ahora tenía la visión del túnel hacia el mismo futuro que era mío tan solo unos meses atrás. Utilizaría cada segundo de mi verano probando que su negativa estaba equivocada.

Por primera vez desde mi lesión me sentí más ligera. Que se jodan las personas que dicen que no se puede. Demuéstrales luego que sí se puedes era lo que siempre me decía mi abuelo. Si aún estuviera aquí estaría muy decepcionado de mi lesión, tal como yo lo estaba, pero al salir de la oficina del doctor ese día, creo que estaría muy orgulloso.

En el paso de peatones del centro de la ciudad, paré mi silla de ruedas y esperé a que cambiara a verde la señal de la mano roja intermitente. Murray, cansado de caminar más de 400 metros de la casa a la oficina del doctor, roncaba en mi regazo. Me quité la camiseta, quedándome con la sudadera que tenía debajo, sin molestar al culo perezoso de Murray, y la arrojé sobre el respaldo de la silla, en donde había atado mis nuevas muletas con una cuerda.

Aún no eran las 11:00 A.M pero la temperatura estaba a más de 32 grados. Siempre me ha gustado Harper’s Ridge, el calor, la playa; las chicas en bikini los 365 días del año no hacen daño. La ciudad es tan única como los turistas que la visitan, siempre me ha gustado verlos con sus cámaras en el cuello. Se puede detectar un turista a metros de distancia ya que siempre utilizan zapatillas de deporte en vez de sandalias, sus rostros rojos son una mezcla de quemaduras del sol y el estado en que quedaron por la ventisca en la población del norte de la que habían salido temporalmente para reclamar su pedazo del paraíso. En las raras ocasiones en las que la temperatura desciende por debajo de los 21 grados, caminan por todos lados en sus trajes de baños
mientras que los lugareños nos cubríamos con ropa de invierno, que eran sudaderas, y temblábamos de frío en los tres pasos que tenemos que dar desde auto a la casa.

Georgia también es grandioso, el clima, el patinaje sobre hielo, lagos en lugar de golfo, lanchas en vez de barcos, pesca de agua dulce en vez de agua salada, es diferente pero lo mismo. Los últimos dos años fueron un gran sueño, pero me había olvidado lo mucho que echaba de menos este lugar. Apenas ayer sentía desprecio por el pueblo que solía visitar en verano, cuando finalizaba el año escolar, antes de mudarme permanentemente.


Un hombre viejo y larguirucho con un oscuro bronceado, llevando una caña de pescar y un cubo, que iba descalzo por el pavimento caliente sin ser afectado por eso, me dirigió una sonrisa desdentada en su camino al muelle. Me sentí… mejor esta mañana. Todavía intranquila, pero de todas maneras mejor.

Sabía la razón de mi nueva actitud. La razón por la que tenía una vida. ELLA.

La chica del bikini blanco.

Durante la noche mi imaginación me había ganado y reprodujo el ahogamiento y su salto para salvarme, pero a medida que iba proyectándose como si fuera una película, mi subconsciente se tomó ciertas libertades artísticas y sustituyó su ceño fruncido por una sonrisa. En lugar de huir y hacerme la señal obscena, mi sueño terminó con ella de rodillas y sus labios envueltos alrededor mi entrepierna.

Joder.

Me estaba poniendo a mil de nuevo, justo como lo había estado toda la noche y cada vez que pensaba en ella. Sin querer lucir mi enorme necesidad sexual en público, busque un poco de cordura lo mejor que pude.

—Lo siento Murray —me disculpé empujándolo a un lado para ajustar mi compustura
.
Rodé mi silla hacia delante cuando el semáforo se puso en verde, agradecida de que empezaría a utilizar mi muleta y podría comenzar a fortalecer mi pierna. Murray se volvió a dormir al instante. Una anciana en su Rascal Scooter13 se cruzó conmigo, saludándome mientras pasaba.

Pasé, por lo que en los últimos veranos que pasaba con abuela y mi abuelo solían ser Chalets, pero ahora era imponentes mansiones cerca de la playa, casas, condominios y hoteles de alta categoría. La abuela insistió en que por mucho que le ofrecieran nunca iba a vender y que tendrían que construir sus enormes edificios alrededor de su casa porque iba a morir allí. Lo cual fue exactamente lo que sucedió.

El amor no es real. No para mi generación de todos modos. La gente se había vuelto demasiado egoísta para el amor. Sin embargo, si alguien necesitaba una prueba de que realmente había existido en algún momento, tenían toda la prueba que necesitaban en mi abuela y abuelo.

Tener una desesperación sexual en público no era genial, pero tampoco lloriquear por
mis abuelos. De nuevo, atribuí mi sentimentalismo fuera de carácter a eso de casi morir, que a su vez me llevo a tener pensamientos de la chica. Había pensado tanto en ella que miraba a mí alrededor para ver si la veía salir. Giré de regreso a casa.

Echar un polvo rápido solucionará esto.

Al sacar mi teléfono de mis bolsillos agujereados, le envié un texto a Talia una chica con la que me había enrollado el verano pasado. Echar un polvo sería el primer paso para despejar mi cabeza y sentirme como yo de nuevo. Ahora que me sentía de buen humor, estaba preparada para tener un poco de compañía, incluso más que ayer.

Me aseguré de que no hubiera ningún malentendido en mis intenciones antes de enviar el mensaje de texto. Para cuando llegué a casa, ya había respondido.

En camino. XOXO

Perfecto. Talia me ayudaría a librarme del enigma que era la chica del bikini blanco. En unas pocas horas solo sería una persona que estaba en el lugar correcto y en el momento adecuado. Nada más que un recuerdo borroso. Estaba tan jodidamente equivocada.
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