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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo - Página 10 Primer15
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Mensaje por Daniela Gutierrez Miér Mayo 27, 2015 1:33 am

Holaaaaaa, Chica de las adaptaciones.
Gracias a dios, por fin están hablando. Un poco tarde, pero lo hacen antes que las cosas empeoren *más*.
Y un fin de semana con Britt, San lo va a aprovechar al máximo.
Y porque carajos Rachel es socia?
Dios, creo que esa esta un poco mas loca que Santana.

P.D: Estoy bien Gracias.
P.D.2: Cuando por fin iba a comentar el capitulo 14 actualizaste jajaj.
P.D.3: Britt embarazada???? *era comentario del capitulo 14*
P.D.4: Y San necesita cuidar su mano, despues puede pasar algo peor.
P.D.5: Cuídate
P.D.6: Te quiero.
P.D.7: Besos, Chau
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 23l1 Miér Mayo 27, 2015 2:17 am

Susii escribió:por que no matas a Holly? algo como: Callo de las escaleras por usar tacones muy alto,aterrizo con la cabeza y murio instantaneamente. La odiooooooo D: asdlfjhkhjs Ahora van a tener sexo de reconciliacion, que lindo dsfjkhkj y Rach es socia pff PFF sdjkfhk era obvio $: sdfjlh Saludos! <3


Hola, jajajajaajajajajajajajajajajajajajajajajjaajajaj xD jaajajajajajajajajajaaj podría ser xq no¿? ajajajajajajaajajajajajajaajajaj. Mmmm jajajaaj bn ya son amigas otra vez jajaajja. Jajjaajajajaj rach, rach, rach... es una loquilla no¿? jajajaj. Saludos =D


Daniela Gutierrez escribió:Holaaaaaa, Chica de las adaptaciones.
Gracias a dios, por fin están hablando. Un poco tarde, pero lo hacen antes que las cosas empeoren *más*.
Y un fin de semana con Britt, San lo va a aprovechar al máximo.
Y porque carajos Rachel es socia?
Dios, creo que esa esta un poco mas loca que Santana.

P.D: Estoy bien Gracias.
P.D.2: Cuando por fin iba a comentar el capitulo 14 actualizaste jajaj.
P.D.3: Britt embarazada???? *era comentario del capitulo 14*
P.D.4: Y San necesita cuidar su mano, despues puede pasar algo peor.
P.D.5: Cuídate
P.D.6: Te quiero.
P.D.7: Besos, Chau


Hola dani, bn! estan avanzando xfin! jaajajaja un paso a la vez para ellas no¿? jajajaajajaj. Jjajaajaj tu crees¿? ajajajajajaja. Mmmm xq es una loquilla¿? no¿? jaajjaaja, mmm puede XD jaajajajajajaj, pero es mas razonable no¿? jajaajajaj. Saludos =D

Pd: que bueno!
Pd2: jajajajjajajajajjajajaja suele pasar no¿?
Pd3: =O no... vrdd¿? jajajaaj
Pd4: aii crees que haga caso¿?
Pd5: gracias, tu igual!
Pd6: jajajaajaj es el efecto que causo en las personas FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo - Página 10 4061796348
Pd7: igual, chau =D
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 23l1 Miér Mayo 27, 2015 2:19 am

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Última edición por 23l1 el Miér Mayo 27, 2015 8:22 pm, editado 1 vez
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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 16

Mensaje por 23l1 Miér Mayo 27, 2015 2:20 am

Capitulo 16

Entramos en el Lusso cogidas de la mano y Clive nos intercepta en el acto. Me mira muy mal. Le pido perdón con una sonrisa y veo que los de mantenimiento han reparado mi travesura.

—Señora López—dice con cautela.

¿Tiene miedo de que le caiga la bronca por haberme dejado escapar?

Me vería obligada a defenderlo si Santana intenta regañarlo. No es su trabajo hacer de carcelero.

—Clive.

Santana lo saluda con un gesto de la cabeza y me conduce al ascensor sin decirle nada más al pobre hombre.

Se cierran las puertas y me acorrala contra la pared. Su cuerpo me cubre por completo. La parte a la que tanto me he acostumbrado da justo en la entrepierna y me caliento al instante. Me mete una pierna entre los muslos, la levanta y roza todo mi sexo. Sólo con eso ya empiezo a jadear.

—Has cabreado al conserje, Britt—susurra con los labios pegados a los míos.

Nuestros alientos ardientes se funden en los milímetros que separan nuestras bocas.

—Mierda—me obligo a decir entre respiraciones entrecortadas.

Me besa con fuerza. Asalta mi boca con decisión y frota su sexo contra mí.

Dios, quiero arrancarle la ropa. Ahora, esto no tiene nada que ver con hacer el amor... Tampoco es que vaya a quejarme.

—¿Por qué no te has puesto un vestido?—pregunta, malhumorada, metiéndome la lengua.

Eso mismo quiero saber yo. Me lo habría subido a la cintura y Santana ya estaría dentro o junto a mí.

—Me estoy quedando sin vestidos. Y tú tampoco llevas uno.

No he llevado nada a la tintorería desde que llegué, y casi toda mi ropa sigue en casa de Rachel.

Gime en mi boca.

—Mañana sólo compraremos vestidos.

Me levanta con las caderas y vuelve a frotarse contra mi sexo. Suspiro de placer, puro y desinhibido.

—Mañana compraremos un vestido, para mí. Si tú quiere más para ti, allá tú—digo desabrochándole el pantalón.

Se separa de mi boca y me roza con la frente húmeda. Los ojos le brillan y se humedece los labios.

La acaricio por encima de los pantalones con el dorso de la mano y se revuelve cuando mi lengua recorre su labio inferior. Le bajo el pantalón junto con las bragas y libero su sexo húmedo, luego toco su clítoris y aprieto un poco. Cierra los ojos con fuerza.

—Tu boca, Britt—me ordena con dulzura.

Me apunto.

No me canso de ella.

Necesito que haga lo que sabe hacer y borre toda la mierda del día.

Las puertas del ascensor se abren al llegar al vestíbulo del ático y me alegro de que sea el único ascensor que llega hasta aquí. Deslizo la espalda pared abajo hasta que me encuentro en cuclillas delante de ella, pero su sexo, ardiente y húmedo, no es lo único que llama mi atención.

Ahí está su cicatriz.

Me he prometido no volver a preguntar por ella pero no puedo evitar sentir curiosidad, especialmente después de lo que me ha dicho Finn. Levanto la vista y sus brazos están firmemente apoyados en la pared, por encima de la cabeza. Me mira fijamente.

—¿A qué esperas?—dice, y empuja las caderas hacia adelante con impaciencia.

Me olvido de la cicatriz misteriosa y recuerdo la última vez que hice esto. Fui una bestia.

¿Volveré a portarme así?

Me aparto de su mirada sensual y acaricio su sexo palpitante. Lamo una gota de su humedad y, muy despacio, muevo la mano. Gime desde lo más profundo de su garganta y las caderas le tiemblan ligeramente. Se le acelera la respiración con cada caricia y su abdomen sube y baja ante mis ojos. Cuando la oigo maldecir, le chupo el clítoris antes de deslizar la lengua de abajo arriba, levantándome un poco para poder llegar hasta atrás.

—Métemela toda, Britt—jadea.

La puerta del ascensor se cierra y Santana le pega un puñetazo al botón y vuelve a apoyar la mano en la pared.

Rodeo el clítoris con los labios y lo muerdo. Se estremece. Me encanta hacerle esto. Me encanta provocar los gemidos que salen de su boca y observar cómo reacciona su cuerpo. Espero a que empuje hacia adelante pero no lo hace. Se está conteniendo. La tensión de su cuerpo se extiende hasta el mío a través de nuestras caricias.

Las caderas le tiemblan un poco.

Pongo fin a su agonía y me le meto la lengua hasta el fondo. Reprime un rugido cuando hago un círculo dentro de ella, la saco y la vuelvo a meter. Esta vez, empuja con las caderas y mi cabeza choca contra la pared.

No hay escapatoria.

Me cubre la coronilla con las manos para protegerla y empuja hacia adelante con un grito. Echa la cabeza atrás y mi lengua entra y sale de su sexo con determinación. Dejo que mis manos exploren sus caderas, encuentran su culo y le clavo las uñas en las nalgas tersas.

—¡Más!—su voz es severa y bestial. Se las clavo más aún—Joder, Britt...

Sigo entrando y saliendo y sé que está a punto. Dejo una mano en su culo y con la otra le agarro el clítoris.

Ya está.

—¡Joder!—grita.

Obedezco sin soltarle el clítoris, paso mi lengua por todo su sexo a toda velocidad y la miro a los ojos. Los músculos de su cuello se tensan y con un grito ahogado descarga un líquido caliente. Aminoro el ritmo de mi lengua y le suelto el clítoris. Le acaricio el interior de los muslos hasta que encuentro su mano, la cojo, mientras yo sigo chupando su esencia salada.

—Quiero una de éstas todos los días durante el resto de mi vida—lo dice con cara de póquer y en tono muy serio. Espero que se refiera a mí—Y quiero que me la hagas tú—añade como si me hubiera leído el pensamiento.

Sonrío y me centro en su sexo, chupo y lamo hasta la última gota y luego le doy un beso tierno. Relaja la mano y la suelto.

—Ven aquí—me levanta y me abraza contra su pecho—Las quiero a ti y a tu sucia boca—me dice con dulzura mientras me da un beso de esquimal.

—Lo sé.

Le subo las bragas y los pantalones y los abrocho. Me deja hacer.

—Pierdes el tiempo, Britt—dice—Estarán en el suelo en cuanto te haya metido en casa.

Luego me coge de la mano, me saca del ascensor y me lleva al ático. Abre la puerta y un delicioso aroma invade mis fosas nasales.

—¡La cena!

Se me había olvidado por completo. Gracias a Dios, apagué el horno antes de salir, si no, ahora esto estaría lleno de camiones de bomberos y más facturas de mantenimiento.

Me conduce a la cocina y me suelta la mano para coger una manopla. Se la pone y saca una fuente con una hermosa lasaña demasiado hecha y la tira a un lado, mientras niega con la cabeza.

—Tengo asistenta y cocinera y, aun así, te las apañas para quemar la cena—me mira con una ceja arqueada.

Con nuestros gritos y la consiguiente reconciliación me había olvidado de la pobre mujer con la que fui tan maleducada. Tendré que pedirle disculpas. Seguro que cree que soy una hija de perra.

—¿Volverá?—pregunto, culpable.

Se ríe.

—Eso espero—pincha la crujiente capa superior de la lasaña—La lasaña de Sue es una delicia.

Me mira.

—Parece que habrá que buscar otra cosa para cenar.

Aparta la fuente y avanza como una depredadora hacia mí. Su mirada oscura y hambrienta está cargada de placenteras promesas. Me pasa un brazo por la espalda sin dejar de caminar y me lleva firmemente apretada contra su pecho. Le paso los dedos por la mata de pelo suave y despeinado y frunzo el ceño cuando deja atrás la escalera y se dirige a la terraza.

—¿Adónde vamos?

—Un polvo al fresco—dice, y me besa con fuerza—Hace una noche preciosa. Vamos a aprovecharla, Britt-Britt.

Me lleva a la terraza y cruzamos las losas de piedra caliza en dirección a la tarima. La brisa fresca de la noche trae los sonidos de Londres, altos y claros. Me suelta y empieza a desabrocharme la blusa. A sus dedos les cuesta encontrar los diminutos botones dorados, y se concentra tanto que aparece la arruga de la frente. Le desabrocho los pantalones. Luego me centro en su camisa. La desabotono lentamente hasta que sus deliciosos y cálidos pechos están bajo las palmas de mis manos, no lleva sujetador. Con el pulgar, trazo círculos sobre sus pezones y ella suelta el último botón de mi camisa antes de pasar a los pantalones.

—Fanfarrona—musita entre besos mientras sus manos buscan el cierre de mi pantalón.

Es cruel, pero la dejo buscar. Prueba en la parte delantera y luego en la espalda y, cuando no lo encuentra, ruge:

—¿Dónde está la cremallera?

Llevo sus manos al cierre lateral de mis pantalones, me los baja y me levanta del suelo para que pueda quitarme los zapatos.

—Otra razón para comprar sólo vestidos—protesta mientras me quita la blusa—Todo lo que no me ofrezca acceso inmediato a ti tiene que desaparecer.

Sonrío para mis adentros. Ahora está pasando por encima de mi guardarropa. El aire frío choca contra mi piel y endurece aún más mis pezones. Santana da un paso atrás y se quita los zapatos, los calcetines, los pantalones y la camisa abierta sin dejar de recorrer mi cuerpo con la mirada.

—Encaje—dice con gesto de aprobación, y luego se baja las bragas.

Sus pechos y su sexo saltan libres y listos, otra vez. Quiero arrodillarme y volver a saborear sus delicias en mi boca, pero las apremiantes punzadas de mi entrepierna reclaman mi atención. Me desabrocho el sujetador y lo dejo caer al suelo de madera, y en un segundo tengo su cuerpo sobre el mío y su aliento en la cara. Desliza un dedo bajo el elástico de mi ropa interior y me roza el clítoris. Echo la cabeza sobre su pecho y le clavo las uñas en los brazos para no caerme por las descargas eléctricas que provocan sus caricias.

—Estás mojada—dice con la voz muy grave y ronca, despacio, mientras su dedo dibuja círculos y aplica presión cuando llega a la punta de mi clítoris—¿Sólo conmigo?

Quiere que responda a la pregunta.

—Sólo contigo—jadeo.

El gruñido de satisfacción que escapa de su boca vibra en la brisa nocturna.

Siempre seré suya.

Muevo la cabeza y su boca cubre la mía y le exige que se abra mientras me baja las bragas. Dejo escapar un pequeño gemido. Su sabor es adictivo y correspondo a cada lametón, a cada caricia, hasta que se aparta. Se arrodilla delante de mí, apoyo las manos sobre sus hombros y me baja las bragas por las piernas. Me da un toque en el tobillo para que levante el pie y repite la misma operación en el otro. Me coge de las caderas y yo respondo a su caricia con mi respingo habitual. Entierra la nariz en mi vello púbico y bendice mi sexo con una caricia larga, lenta, ardiente e insoportable. Gimo, y mis rodillas ceden y aparece en la punta de mi sexo una presión que es casi dolorosa. Se abraza a mis caderas con fuerza y sigue acariciando sin piedad el centro de mi cuerpo hasta que llega a mi cuello y luego a mi boca, que toma con pasión entre gemidos. Se despega de mis labios, me clava la mirada y sus ojos oscuros calan en mí.

—Eres mi vida, Britt.

Sus palabras me llegan al corazón y su boca toma la mía con veneración y delicadeza. Me acaricia el trasero con las palmas de las manos y desciende por mis caderas. Tira de mi pierna por debajo de la rodilla para que rodee con ella su cintura. Se aparta. Me deja respirar.

—¿Me quieres?—pregunta, mientras su mirada busca la mía.

Qué tontería.

—Sabes que sí—susurro.

—Dilo. Necesito oírtelo decir, Britt.

Hay una puntilla de desesperación en su voz. No lo pienso dos veces.

—Te quiero, Sanny—digo, y le beso los labios carnosos y húmedos y le rodeo el cuello con los brazos. Luego doy un pequeño salto y me agarro con las piernas a su cintura—Siempre te querré.

La miro fijamente a sus preciosos ojos oscuros mientras ella busca una posición y junta nuestros sexos.

—¿Me necesitas, Britt?—pregunta.

—Te necesito—sé que eso la satisface casi tanto, o más, que un «te quiero».

—Siempre—confirma, y luego se mueve lentamente, y nuestra unión nos corta la respiración a ambas.

Me abraza mientras recuperamos el aliento, se acerca a una tumbona y me recuesta en ella, sin separarse de mí para que permanezcamos unidas.

Nunca la había visto mirarme con tanta sinceridad en los ojos.

—¿Has visto lo perfectamente bien que encajamos?—se mueve despacio, suave y firme, marcando la pauta, de lo que está por llegar. Quiere hacerme el amor de verdad—¿Lo notas, Britt-Britt?—me pregunta con cariño, repitiendo el ardiente movimiento y exacerbando la necesidad que tengo de ella.

—Sí—confirmo en voz baja.

Lo noto desde la primera vez que conectamos, incluso desde la primera vez que nuestras miradas se cruzaron.

Continúa con sus movimientos lentos y contenidos, y yo llevo mis manos a sus pechos, dibujando figuras asimétricas sobre sus pezones duros. Me besa en los labios.

—Yo también. Vamos a hacer el amor.

Me concentro en absorberla y ella sigue moviéndose, moviendo las caderas en círculos y acercándome al clímax. Me mira con devoción, con adoración. Nuestras miradas se funden, ardientes. Su paciencia y su fuerza de voluntad para mantener este ritmo tan sensual hacen que la quiera aún más.

Sabe hacer el amor como nadie.

La arruga de la frente le resplandece de sudor a pesar del aire frío de la noche. Le cojo la cara con las manos para que no baje la mirada y su cuerpo vibra y tiembla sobre mí.

Se le acelera la respiración.

—Por Dios, Britt—gime.

Las caricias precisas con las que colma mi pared anterior hacen que me muera de ganas de levantar las caderas y capturar el orgasmo que se aproxima.

—No puedo aguantar más, San—gimo.

—Juntas—dice tragando saliva, y tenso los muslos cuando roza mi clítoris.

Respira aceleradamente y apoya la frente en la mía.

—Ya estoy, Sanny—gimoteo al sentir que mi autocontrol desaparece.

Con un grito estallo en mil pedazos debajo de ella. Acelera el ritmo para que saltemos juntas al abismo.

—¡Dios!—grita con un último movimiento, apretándose con fuerza contra mi sexo antes de desplomarse sobre mí y unirse a mi estado de semiinconsciencia.

—Jodeeeeeeer—mascullo en voz baja con los ojos cerrados, satisfecha y relajada.

Esta mujer tiene acceso directo al botón de mis orgasmos.

—Esa boca, Britt—susurra junto a mi cuello, agotada—¿Crees que podrás parar de decir tacos algún día?

—Sólo suelto tacos cuando te comportas de un modo imposible o cuando me colmas de placer—me defiendo, y dibujo la palabra «joder» entre sus pechos con la punta del dedo.

Se recuesta sobre un codo para poder mirarme a los ojos. Luego dibuja con su dedo «esa boca» en mis tetas antes de besarme los pezones.

Sonrío cuando me mira, juguetona. Los ojos le brillan cuando me muerde el pezón erecto.

—¡Ay!—me echo a reír.

Lo suelta y traza círculos húmedos con la lengua por mi pecho y luego me coge de la cadera. Doy un respingo cuando vuelve a morderme el pezón. Mi cuerpo se pone rígido en un abrir y cerrar de ojos cuando comprendo a qué juega.

—¡Ni se te ocurra, San!—grito cuando empieza a masajear mi cadera con la punta de los dedos sin que sus dientes suelten mi pezón.

Cierro los ojos y pataleo intentando frenar el impulso reflejo de arquearme y tirarla al suelo.

—¡Sanny, para, por favor!—se ríe a carcajadas y aumenta la presión en mi cadera y en mi pezón—¡Por favor!—chillo entre risitas nerviosas.

El pezón me dolería si no me estuviera distrayendo con las cosquillas de la cadera.

¡Me está volviendo loca!

Mis pulmones me dan las gracias a gritos cuando suelto el aire acumulado y hago acopio de fuerzas para ignorar su tortura. Me pongo rígida debajo de ella y, pasada una eternidad, deja en paz la cresta de mi pelvis y empieza a chuparme el pezón para devolverlo a la vida.

—Te espera un polvo de represalia, Santana López—le digo.

Vuelve a hundir los dedos encima del hueso de la cadera.

—¡Britt!—me regaña un instante, y vuelve a centrarse en mis tetas. Exhalo aliviada y cierro los ojos mientras Santana se prodiga con la lengua—Estás temblando. Britt—masculla contra mi pecho—Te llevaré adentro—se levanta y gruño a modo de protesta. Le doy un tirón a su pezón para que vuelva a mí. Se echa a reír y me muerde la oreja—¿A gusto?

—Mmm—no puedo hablar.

—A la cama—dice, y me levanta para que pueda cogerme a ella.

—Tienes que comer, San—replico; que yo sepa, hoy sólo ha comido medio tarro de mantequilla de cacahuete y medio sándwich.

No creo que haya tomado nada más. Necesita comer. Se pone de pie y me lleva al interior.

—No tengo hambre. ¿Y tú?

La verdad es que yo tampoco.

—No, pero prométeme que desayunarás en condiciones.

—Te lo prometo.

—Vale, llévame a la cama, mi diosa—digo, y sonrío contra su hombro cuando noto que se ríe por lo bajito.

Me deja en la cama y, en cuanto se ha acostado a mi lado, me acurruco contra su pecho. Me besa el cabello antes de ponerme una mano en el culo. Me arrimo más a ella; no consigo estar lo bastante cerca.

Como siempre, no puede haber distancia entre nosotras.

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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por Daniela Gutierrez Miér Mayo 27, 2015 10:56 am

WANKY.
Solo eso se puede decir del capítulo.
Muy lindo por cierto, y San necesita comer más.
Mil gracias por el capítulo, cuídate.
Te quiero, Chau.
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 3:) Miér Mayo 27, 2015 12:49 pm

holap morra,...

ya me puse al día,... otra vez!!!
neta holly a veces me cansa,... igual que rory!!!!!
san si sigue así se va a quedar sin una mano jajajjaja
yo ya quiero la fiesta!!!!!!!!!!!!

nos vemos!!!

PD; vistes los link`s que te pase????
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por micky morales Miér Mayo 27, 2015 6:27 pm

el capitulo 16 aparece 2 veces, al fin juntas de nuevo! insisto secuestremos a holly y encerremosla en un bidon de acido, que tal?
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 23l1 Miér Mayo 27, 2015 8:20 pm

Daniela Gutierrez escribió:WANKY.
Solo eso se puede decir del capítulo.
Muy lindo por cierto, y San necesita comer más.
Mil gracias por el capítulo, cuídate.
Te quiero, Chau.


Hola, jajaajajajaj o no¿? jajajajaajajaj. Mmm jajajaaj claro tanto que le dice a britt y ella... nada XD jaajjaajajaj. De nada, pero gracias a ti por leer y comentar; tu igual! jajajaaj es el efecto que causo FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo - Página 10 4061796348 chao. Saludos =D


3:) escribió:holap morra,...

ya me puse al día,... otra vez!!!
neta holly a veces me cansa,... igual que rory!!!!!
san si sigue así se va a quedar sin una mano jajajjaja
yo ya quiero la fiesta!!!!!!!!!!!!

nos vemos!!!

PD; vistes los link`s que te pase????


Hola lu, jajajajaaj eso es bueno jajaajjaaj. Ai que eliminar a esos dos no¿? jajajajjajajaaj. Jjajaajajaja o no¿? jajaajajajaaj xD. Ya viene, ya viene jajajaaj. Saludos =D

Pd: jamas vi tu comentario si no me dices ahora, jamas lo hubiera buscado xD nose que paso, es mas ni te lo conteste =O... pero ahora los vi! Que empiece YA! jajaajajaj.


micky morales escribió:el capitulo 16 aparece 2 veces, al fin juntas de nuevo! insisto secuestremos a holly y encerremosla en un bidon de acido, que tal?


Hola, de vrdd¿? no me di cuenta, gracias por decirlo, así lo elimino jaajajajajajaj. Bn van avanzando no¿? jajajaajaj. Jajajajajajajajajaajajaj puede ser, las tomare en cuenta, pero me gusto mas al otra, osea esta es muy... malo¿? jajajaajaja. Saludos =D

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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 17

Mensaje por 23l1 Miér Mayo 27, 2015 8:24 pm

Capitulo 17

Me despierto con los dedos de Santana dentro de mí, con sus pechos contra mi espalda. Me está sujetando por la cintura y me penetra con decisión. Mi cerebro no es lo único que se despierta. Mi cuerpo da la alarma y enrosco los dedos en su pelo, arqueo la espalda y vuelvo la cabeza hasta encontrar su boca. La dejo que se apodere de la mía. Nuestras lenguas se retuercen como salvajes mientras ella entra y sale a toda velocidad. Empujo hacia ella con cada penetración y me lleva cada vez más lejos.

—Britt, no me canso de ti—jadea contra mi boca—Prométeme que no me dejarás nunca.

¡Ni loca!

—No te dejaré.

La cojo del pelo y tiro para que su boca vuelva a la mía. Me encanta su boca, incluso cuando se pone imposible y quiero cosérsela. Santana necesita que le diga constantemente que no me voy a ir a ninguna parte.

¿Me lo hará jurar siempre?

Mi respuesta no va a cambiar, pero lo que quiero es que lo crea y que no tenga que preguntármelo cada dos por tres.

Me aparto para mirar a mi mujer insegura. Muestra una confianza en sí misma apabullante en todo menos en eso.

—Créeme, por favor, Sanny.

Mantiene los embates firmes y fuertes mientras me mira pero no dice nada. Necesito saber que me cree. Me ofrece una pequeña sonrisa antes de volver a fundir nuestras bocas y aumentar el ritmo de sus embestidas aún más. Lo intento con todas mis fuerzas pero no puedo seguir con la boca pegada a la suya cuando me está penetrando con tanta intensidad.

La suelto, agacho la cabeza y me agarro al colchón para no caerme mientras tira de mí sin parar. El hilo se tensa y se rompe y las dos gritamos al mismo tiempo. Entra y sale de mí a un ritmo frenético y me lanza a un abismo sin fin de placer absoluto.

Intento recobrar el aliento, mi corazón lucha por recuperar el control y mi cuerpo se convulsiona a su aire. Santana maldice y se arquea una vez más; luego, la ardiente sensación de su orgasmo se mezcla con la mía.

—Por Dios santo—suspira saliendo de mí y echándose de espaldas.

Me doy la vuelta y me subo encima de ella, con las piernas abiertas sobre sus caderas y tumbada sobre su pecho. Hundo la cara en su cuello.

—Eso no ha sido sexo soñoliento—digo mientras beso la vena palpitante de su cuello.

—¿No?—jadea.

—No. Eso ha sido un puto polvo soñoliento—hago una mueca al percatarme de que acabo de soltar un taco y ni siquiera me he levantado todavía.

—Por el amor de Dios, Britt, ¡no digas más tacos!—masculla, frustrada.

Tengo que averiguar qué le pasa a mi boca. Normalmente nunca digo tacos.

¡Es culpa suya!

—Perdona, San—le doy un mordisco en el cuello y succiono un poco.

—¿Estás intentando marcarme, Britt?—pregunta sin detenerme.

—No, sólo te estaba saboreando.

Me mira, me besa en la boca y sus brazos me rodean la espalda.

—¿Desayunamos?

Tengo hambre y quiero que Santana coma algo, pero la verdad es que no me apetece moverme de la cama. Le doy un rápido beso en los labios y me deslizo por su cuerpo hasta que estoy recostada bajo su axila.

—Estoy muy a gusto—digo.

La punta de mi dedo lo acaricia desde el pecho hasta la cicatriz, de arriba abajo y vuelta a empezar.

—Te quiero, Britt-Britt—flexiona una rodilla y me deja salirme con la mía.

Qué novedad.

—Lo sé, San.

—¿De verdad?—pregunta, no muy segura.

La pregunta me pilla por sorpresa. Bueno claro que lo sé. Me lo dice a todas horas, y si me quiere tanto como yo a ella, me quiere muchísimo. Infinito, en realidad.

Por favor, no me digas que también duda de eso.

La miro.

—Sí.

Me sube encima de ella y luego me pone de espaldas contra el colchón. Me sujeta por las muñecas y me mira desde arriba.

—No sé si lo sabes, Britt—replica.

Su mirada es ardiente y está muy seria.

¿A qué viene esto ahora?

—Me lo dices siempre. Claro que lo sé, San.

Intento soltarme las muñecas para poder cogerle la cara pero no me libera.

—Las palabras no bastan, Britt—está muy, muy seria.

—¿Por eso me pones a prueba con tu forma imposible de ser?—pregunto para intentar animarla.

No me gusta lo abatida que parece. Ojalá no se preocupara pensando que voy a abandonarla, intentando que la quiera y preguntándose si sé lo mucho que ella me quiere.

Todo eso quedó claro hace tiempo.

—Todo lo que hago es porque estoy locamente enamorada de ti. Nunca antes me había sentido así. Nunca—casi me está echando la bronca, como si la cabreara sentirse de ese modo—Me vuelvo loca sólo de pensar que puedo perderte. Se me va la cabeza por completo. Créeme, soy plenamente consciente—me besa en los labios—Te saco de tus casillas, ¿no?

¡Dios del cielo!

¿Está reconociendo que es imposible?

—Eres un poco difícil, pero eres mi mujer difícil y te quiero, así que vale la pena la frustración.

—Tú también eres difícil, Britt-Britt—declara, tajante.

Abro unos ojos como platos.

—¿Yo?

¡Esta tía está como una regadera!

—Pero yo también te quiero, y vales con creces todos los dolores de cabeza.

Qué a gusto le llevaría la contraria. En cuanto me da lo que quiero —el hecho de reconocer cómo es—, destroza el momento acusándome de ser aún peor que ella.

¿Difícil, yo?

Empiezo a defenderme pero me hace callar con sus labios carnosos y me distraigo al instante.

Sabe lo que se hace.

Relajo la lengua (la tengo dolorida de tanto usarla) y me abandono al ritmo de sus caricias. Aún no me ha soltado las muñecas. Su boca es lo más maravilloso del mundo.

Me da un pico.

—Sabía que eras la mujer de mi vida en cuanto te vi.

¿La mujer de su vida?

Esto me interesa. Perseveró de tal manera e insistió tanto al comienzo de nuestra relación en que debíamos estar juntas y que yo era suya que me tenía intrigadísima.

Me acaricia la oreja con la nariz.

—La mujer que iba a devolverme a la vida—dice con tono de que es evidente, ese que usa cuando dice algo que sólo ella entiende.

¿Es que estaba muerta?

—¿Cómo lo supiste?

Parece que hoy tiene ganas de hablar, así que debo aprovechar y sonsacarle toda la información que pueda.

Me mira directamente a los ojos. Es una mirada cargada de significado.

—Porque mi corazón volvió a latir—susurra.

Se me hace un nudo en la garganta. Me ha dejado de piedra. Lo que ha dicho es muy serio y muy profundo, y estoy algo abrumada.

No sé qué decir.

Esta mujer devastadora me mira como si fuera lo único que hay en el universo.

Tiro de las muñecas hasta que me suelta y la abrazo como si no hubiera nada ni nadie más en el mundo.

Para mí, no hay nadie más.

No sé cuáles son los porqués ni los detalles que hay detrás de esa afirmación, pero el poder de esas palabras lo dice todo. No puede vivir sin mí. Yo tampoco podría vivir sin ella.

Esta mujer es mi mundo.

Permanece muy quieta encima de mí y me deja abrazarla hasta que me duele el cuerpo.

—¿Puedo darte de comer?—pregunto cuando mis muslos empiezan a protestar a gritos.

Me levanta de la cama, todavía aferrada a ella, me saca del dormitorio y me baja por la escalera.

—Se me va a olvidar cómo usar las piernas—digo cuando llegamos abajo y se dirige a la cocina.

—Entonces te llevaré en brazos a todas partes.

—Ya quisieras.

Sería la excusa perfecta para tenerme todo el día pegada a ella.

—Me encantaría.

Me sonríe y me deja sobre el mármol. El frío se extiende por mi trasero y me recuerda que las dos estamos en pelota picada. Admiro su culo perfecto cuando se acerca a la nevera y coge varias cosas de desayuno y un tarro de mantequilla de cacahuete.

Me bajo de la isleta.

—Se suponía que iba a prepararte yo el desayuno—digo apartándola de en medio—Siéntate—le ordeno a continuación, muy digna.

Me sonríe y coge el tarro de mantequilla de cacahuete antes de retorcerme el pezón y salir corriendo hacia un taburete.

—¿Qué te apetece?—pregunto metiendo el pan en la tostadora.

Me vuelvo y veo que ya tiene un dedo dentro del tarro.

—Huevos fritos—dice con el dedo en la boca mientras intenta reprimir la risa.

Miro mi cuerpo desnudo. Debería vestirme si quiere cualquier tipo de frito. Vuelvo a mirarla y compruebo que ha perdido la batalla contra la sonrisa.

Está encantada.

—Tú preparas el mío y yo preparo el tuyo.

Recorro sus pechos desnudo con la mirada y arqueo las cejas. Se saca el dedo de la boca.

—Salvaje.

Volvemos la cabeza hacia la puerta de la cocina al oír la puerta principal. Miro a Santana con unos ojos como platos. Tiene el dedo cubierto de mantequilla de cacahuete suspendido en el aire y la misma cara de sorpresa que yo. Salta y, al mismo tiempo, el bote de mantequilla de cacahuete cae de la isleta y se hace añicos contra el suelo, llenándolo todo de cristales.

Me entra el pánico.

—¡Mierda! ¡Es Sue!

¡Dios del cielo, ayúdame!

¡Anoche le arranqué la cabeza y ahora la voy a recibir desnuda!

Y, para colmo, su lasaña quemada todavía está en un rincón de la cocina... Me va a odiar.

No hay forma de salir de la cocina sin que nos vea.

Santana está petrificada, tan atónita como yo. Seguro que a Sue no le importa pillarla como su mamá la trajo al mundo, tiene un cuerpo digno de admirar sin importar la sexualidad.

Aterrizo en la realidad.

Dejo de mirar con ojos golosos a mi mujer y corro al otro lado de la cocina.

—¡Mierda!—chillo al sentir un dolor agudo en el pie—¡Ay, ay, ay!

Sigo andando, pese al dolor. Santana viene detrás de mí, riéndose a mandíbula batiente mientras las dos subimos corriendo la escalera.

—¡Esa boca!—dice dándome un azote en el culo.

—¡Santo Dios!—oigo que dice Sue cuando llegamos a lo alto de la escalera.

¿Qué pensará de nosotras?

Corro en pelota picada al dormitorio y me escondo debajo de las mantas. Me quiero morir. No voy a poder mirarla a la cara nunca más.

Santana se sienta en la cama.

—¿Dónde estás, Britt-Britt?—dice buscando entre las sábanas hasta que encuentra mi cabeza debajo de una almohada—Te pillé—me da la vuelta y hunde la cara entre mis tetas—Has hecho enfadar al conserje y ahora has dejado pasmada a mi asistenta.

—¡No te rías!

Me tapo la cara con las manos en un gesto de absoluta desesperación. Santana se ríe a carcajadas.

—Enséñame esa herida—se sienta sobre los tobillos y me agarra el pie.

—Duele, San—protesto cuando me pasa el dedo por el talón.

—Te has clavado un cristal, Britt—me besa el pie y salta de la cama—Buscare mi pinza.

Me quito un brazo de la cara y señalo en dirección al cuarto de baño.

—En el neceser del maquillaje tengo una yo también—gruño.

No me puedo creer que la asistenta de Santana me haya pillado desnuda. Es horrible, soy lo peor. Necesito una bata de estar por casa.

La cama se hunde por el peso de Santana. Me coge el pie.

—No te muevas—me ordena con dulzura.

Contengo la respiración y me tapo la cara sólo con las manos, pero toda la vergüenza desaparece cuando siento la lengua ardiente de Santana lamiendo la sangre que brota de mi pie. Su caricia me hace estremecer y aparto las manos para poder mirarla.

Se me tensan los muslos.

Me sonríe, porque sabe lo que me pasa, y le brillan los ojos. Coge el trozo de cristal con los labios.

—¿Qué haces?

—Voy a sacarlo—dice con la boca pegada a mi pie.

Me succiona el talón, se aparta antes de coger las pinzas y se centra en lo que tiene entre manos. Sonrío al ver cómo la arruga hace su aparición.

—Ya está—me da un beso en el pie y lo suelta. La verdad es que apenas me ha dolido—¿De qué te ríes?

—De tu arruga de la frente.

—No tengo ninguna arruga en la frente—replica, ofendida.

—Sí que la tienes, San.

Se me echa encima.

—Señorita Pierce, ¿me está usted diciendo que tengo arrugas?

Ahora la sonrisa me llega de oreja a oreja.

—No. Sólo te sale cuando te concentras o cuando estás preocupada.

—¿Ah, sí?

—Sí.

—Vaya—frunce el ceño—¿La ves ahora?—me río y me muerde una teta. Me hago una bola debajo de ella—Vístete—dice, y me besa en los labios—Iré a ver si Sue ya ha dejado de gritar.

Se me hiela la sonrisa en la cara cuando Santana menciona a la pobre asistenta, que acaba de ver mi culo en primer plano.

—Vale.

—Te veo abajo—me da un último beso en la boca—No tardes.

—Vale—refunfuño como la niña pequeña y gruñona que soy.

Se levanta y se pone un pantalón corto apretado y una camiseta de tirantes. Luego me deja para ir a tranquilizar a la asistenta.

Me doy una ducha para dejar de pensar en la pobre mujer y me pongo un vestido de flores —que seguro que es demasiado corto— y unas sandalias planas. Me hago una coleta y lista.

Entro en la cocina nerviosa, avergonzada y temblorosa. Santana me mira por encima de su plato —un bagel con huevos revueltos y salmón—, y me dedica una de sus sonrisas. Sus pezones sobre salen y hacen que me olvide de que soy lo peor y me percato de que pone mala cara al ver lo corto que es mi vestido.

Paso de ella.

—Aquí está. Sue, te presento a Brittany, el amor de mi vida—dice dando palmaditas en el taburete a su lado.

Sue se vuelve desde la nevera para mirarme. Me pongo como un tomate y le pido disculpas con la mirada. Me siento mucho mejor cuando veo que ella también se ruboriza. He estado tan preocupada por sentirme tan avergonzada que había olvidado que ella también se ha llevado un buen susto.

Me siento junto a Santana, que me sirve un poco de zumo de naranja.

—Me gusta tu vestido—sonríe—Un poco corto pero de fácil acceso. Nos lo quedamos.

La miro horrorizada y le pego una patada en la espinilla. Ella se echa a reír y le hinca los dientes al bagel. Su comportamiento me tiene anonadada, pero me alegro de que no me haya hecho subir a cambiarme ni haya proscrito al pobre vestido para siempre.

—Encantada de conocerte, Brittany. ¿Quieres desayunar?—me dice Sue.

Su voz es cálida y amable. No me lo merezco.

—Igualmente, Sue, pero me puedes decir Britt. Me gustaría mucho, gracias.

—¿Qué te apetece?—me sonríe.

Tiene un rostro muy dulce.

—Tomaré lo mismo que San, por favor.

No me sorprendería si se da la vuelta y me dice que me meta el bagel por el culo, pero no lo hace. Asiente y sigue con lo suyo.

Cojo mi vaso de zumo y a continuación miro a Santana. Está muy satisfecha. Me alegro de que mi vergüenza le haga tanta gracia. Seguro que no estaría tan tranquila si Sue fuera más joven.

Acerco la mano a su regazo, la meto por debajo del pantalón y le cojo el sexo. Da un salto, se golpea la rodilla con el mármol y se atraganta con la comida. Sue se da la vuelta, asustada de ver a Santana atragantándose, y corre a ofrecerle un vaso de agua. Ella lo coge y hace un gesto de agradecimiento.

—¿Estás bien?—pregunto muy preocupada mientras le acaricio el clítoris muy despacio.

—Sí, estoy bien—su voz es aguda y forzada.

Sue se va a preparar mi desayuno y yo sigo siendo mala con la entrepierna de ella. Deja el bagel, respira hondo y me mira con los ojos muy abiertos. Ignoro su cara de sorpresa y le paso le apretó el clítoris húmedo antes de volver a acariciarlo.

La miro.

—¿Bien?—digo, y sacude la cabeza de desesperación.

Estoy en mi salsa. Esto no había pasado nunca. Debe de tenerle mucho respeto a Sue, porque sé que, con cualquier otra persona delante, a estas alturas ya me habría sacado en brazos de la cocina.

—Aquí tienes, Britt—Sue me sirve mi desayuno.

Suelto a Santana como si fuera una brasa y me meto el pulgar y el índice en la boca antes de centrarme en mi desayuno. Santana coge aire y me clava la mirada.

—Gracias, Sue—digo alegremente. Le doy un gran mordisco a mi bagel—Sue, esto está delicioso—le digo mientras ella mete los platos en el lavavajillas.

Me mira y sonríe. Los ojos de Santana siguen clavados en mí mientras disfruto de mi bagel, así que me vuelvo despacio para enfrentarme a ella y me encuentro con que su cara es una mezcla de horror y sorpresa. Enarca las cejas y, con un gesto de la cabeza, señala la puerta de la cocina.

—Arriba, ahora, Britt—dice levantándose—Gracias por el desayuno, Sue. Voy a ducharme—me mira y yo asiento.

—De nada—responde Sue—¿Tienes la lista de mis tareas de hoy? Estoy falta de práctica y veo que no has hecho nada de nada, salvo romper puertas y agujerear paredes.

Se seca las manos en un trapo de cocina y le dedica a Santana una mirada de desaprobación. Santana no se vuelve para mirarla a la cara porque está ocultando la dureza de sus pezones.

Mentalmente, me anoto un tanto.

Qué bueno...

—¡Britt te lo dirá en cuanto me haya ayudado con una cosa que debo hacer arriba!—grita por encima del hombro antes de desaparecer.

¿Yo?

No sé qué es lo que hace Sue ni qué quiere ella que haga hoy, y tampoco tengo la menor intención de seguirla escaleras arriba y terminar lo que he empezado. Me quedo sentada en mi sitio y respiro hondo para reunir la confianza en mí misma que necesito.

—Sue, quería disculparme por lo de ayer y por lo de antes.

Pone cara de no darle importancia.

—No te preocupes, cariño. De verdad.

—Ayer fui una maleducada, y antes... en fin... No sabía que iba a venir nadie.

Me arden las mejillas mientras me como el último bocado de bagel.

—Britt, de verdad, no te preocupes. San me dijo que habías tenido un día horrible y que olvidó decirte que iba a venir hoy. Lo entiendo.

Me sonríe y se sacude el polvo del delantal. Es una sonrisa sincera. Me cae bien Sue. Tiene aspecto de buena persona, con el pelo corto y rubio, sus faldas de flores y su cara dulce.

—No volverá a ocurrir—digo.

Llevo el plato al lavavajillas y, cuando voy a abrirlo, ella me lo quita de las manos antes de que haya podido meterlo.

—Ya me encargo yo. Tú sube y ayuda a mi chica con lo que sea que necesite de ti.

Sé exactamente para qué me necesita y no pienso ir a ninguna parte. Que se las arregle solita. Me mata decirle que no, pero su cara era para morirse.

—Ya se las apañará.

—De acuerdo. ¿Repasamos mi lista de tareas? Tengo un día para cada cosa, pero he estado fuera tanto tiempo que más vale empezar de cero—saca un cuaderno y un lápiz del bolsillo del delantal y se prepara para tomar notas—Debería comenzar por lavar y planchar la ropa.

—La verdad es que no lo sé—me encojo de hombros—No vivo del todo aquí—le susurro.

Me gustaría añadir que he sido secuestrada y me han obligado a mudarme en contra de mi voluntad.

—¿Ah, no?—está perpleja—Mi chica ha dicho que sí.

—Es una conversación que tenemos pendiente—le explico—No le gusta que le digan que no. Al menos, que yo le diga que no.

La frente brillante de la mujer se llena de arrugas.

—¿Qué me dices? ¡Pero si mi chica es un amor!

Me atraganto.

—Sí, eso me han dicho.

Si alguien más me dice que es un amor, un tío que se toma las cosas con calma y tal, voy a vomitar.

—Es muy agradable tener a otra persona en la casa—dice cogiendo un limpiador de debajo del fregadero—Mi chica necesita una chica—añade para sí.

Sonrío al ver el afecto con el que Sue habla de Santana. Me pregunto cuánto hace que trabaja para ella. Santana dijo que era la única mujer sin la que no podía vivir, aunque sospecho que las cosas han cambiado

Rocía el mármol con limpiador antibacterias y le pasa el trapo.

—Si lo prefieres, esperaré a San.

—Sí, gracias—digo—Tengo que hacer unas llamadas—mi móvil se está cargando, pero no veo mi bolso—Sue, ¿has visto mi bolso?

—Te lo he guardado en el armario ropero, cariño. Ah, y le he pedido a Clive que se encargue de la puerta del ascensor.

Qué vergüenza.

—Gracias.

Cojo el móvil y voy a buscar mi bolso. Seguro que piensa que, además de maleducada, soy una desordenada, una vándala y una exhibicionista.

Encuentro el bolso y miro el móvil. Tengo dos llamadas perdidas de mamá y un mensaje de texto de Elaine. Qué pesadez. Debería borrarlo, pero me puede la curiosidad.

No sé qué me pasó. Lo siento. Bss.

Se me ponen los pelos de punta y borro el mensaje. Sólo me faltaría que lo viera Santana. Ya me ha pedido perdón otras veces, y lo que me tiene mosca es cómo se ha enterado de que estoy saliendo con Santana.

Debería llamar a mi mamá antes que nada, pero tengo una amiga que tiene mucho que contarme.

Tarda en contestar. Sé que estará mirando la pantalla y preguntándose qué decir.

—¡Eres socia!—la acuso directamente cuando contesta.

—¿Y?

Va a hacer como que no tiene importancia, pero sé que la pregunta le molesta.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque no es asunto tuyo.

—¡Gracias!


Estoy muy ofendida. Nos lo contamos todo.

—Es pura diversión, Britt.

La noto impaciente. Ya he oído eso antes pero sé que no es toda la verdad. Sé que le gusta Quinn, y no entiendo cómo el hecho de sumergirse en su estilo de vida va a ayudarla a conseguir lo que quiere.

Es un desastre en potencia.

—No te lo crees ni tú. ¿Por qué no quieres admitir que hay más?

—¿Qué quieres decir?


Parece sorprendida, sorprendida de que me haya atrevido a hacer la pregunta del millón.

—Que Quinn te gusta de verdad—le digo, ya harta.

Se burla.

—¡No!

—No tienes arreglo.


¿Por qué no se traga el orgullo y lo admite?

¿Qué daño va a hacerle?

A mí me lo puede contar.

—Hablando de no tener arreglo, ¿qué tal San? Joder, Britt, ¡esa latina tiene un buen gancho!

Me echo a reír.

—Ya ves. Elaine intentó besarme antes de que llegara ella. Luego le dijo a San que nos habíamos besado. Estoy segura de que Elaine se ha despertado con un ojo morado.

—¡Me alegro!


Rachel se ríe, y yo no puedo evitar la sonrisita de satisfacción que brilla en mi cara.

Se lo tenía merecido.

—Sabe lo de San con la bebida—añado, y ahora ya no me río.

—¿Cómo?—inquiere; está tan sorprendida como yo.

—Ni idea. Oye, tengo que llamar a mi mamá. Te veo luego.

—¡Claro!
—está emocionada. A mí, en cambio, no me hace ninguna ilusión la cena de esta noche—¡Ahí nos vemos!

—Adiós.


Cuelgo y marco el número de mi mamá antes de que mande una partida de búsqueda.

—¿Britty?—su voz chillona me hiere los tímpanos.

—¡Mamá, no grites!

—Perdona. Elaine ha vuelto a llamar.


¿Qué?

Voy a la sala de estar y me siento. Cualquier esperanza de que mi mamá me animara acaba de irse al infierno.

—Britty, dice que te has ido a vivir con una alcohólica empedernida que tiene muy mal carácter. ¡Le pegó una paliza a Elaine!

Me hundo en una silla y levanto la vista al cielo tremendamente cabreada.

¿Por qué no puede esa gusano de mierda volver al agujero oscuro del que salió y morirse de una vez?

—Mamá, por favor, no vuelvas a hablar con ella—suplico.

No se puede ser más rastrera, mira que soltarles esa mierda a mis padres. Lo único que ha conseguido es que me reafirme en mis conclusiones: es una serpiente mentirosa.

—Pero ¿es verdad?—insiste ella, y me la puedo imaginar compartiendo una mirada de preocupación con mi papá.

—No exactamente—no puedo mentir del todo. Algún día averiguará dónde estoy—No es como dice Elaine, mamá.

—Entonces ¿qué pasa?


No puedo contárselo por teléfono. Hay demasiadas explicaciones que dar y no quiero que juzgue a Santana.

Quiero matar a Elaine.

—Mamá, tengo que irme a trabajar—digo.

Una mentirijilla no la matará.

—Britty, estoy muy preocupada por ti.

Ya lo noto.

Odio a Elaine por hacerme esto, pero su mensaje decía que lo sentía.

¿Eso fue antes o después de llamar a mis padres y ponerlos al corriente de mi vida amorosa?

Debería enviar a Santana a que le partiera la cara otra vez.

—Mamá, no te preocupes, por favor. Elaine quería que volviera con ella. Se me echó encima mientras recogía las cosas que aún tenía en su casa y la cosa se puso muy fea cuando lo rechacé. Santana sólo me estaba protegiendo.

Intento darle los titulares y omito a propósito las partes que lo pueden dejar mal.

Hay unas cuantas.

—¿Santana? ¿No es ésa la mujer con la que estabas cuando te llamé el fin de semana pasado?

—Sí
—suspiro.

—Entonces no es sólo una amiga.

Lo dice en tono de reproche. Ha descubierto mi mentira piadosa y no le ha hecho ninguna gracia.

—Hace poco que salimos. No es nada serio.

Intento quitarle importancia y me río para mis adentros. Ni yo misma me creo lo que acabo de decir.

—¿Y es alcohólica?

Doy un suspiro de hastío que sé que no le gusta un pelo.

—No es alcohólica, mamá. Elaine está despechada, no le hagas ni caso y no vuelvas a cogerle el teléfono.

—Esto no me gusta nada. Cuando el río suena, agua lleva, Britty.


La verdad es que se la oye disgustada, y lo entiendo. Nunca me he alegrado tanto de que vivan tan lejos. No creo que pudiera mirarla a la cara.

—Tu hermano estará pronto en Londres—añade amenazante.

Sé que en cuanto me cuelgue va a llamar a Sam para contarle las novedades.

—Lo sé. Tengo que dejarte—insisto.

—Vale. Te llamo el fin de semana—dice de un tirón—Cuídate mucho—añade con más dulzura.

Nunca le gusta terminar mal una conversación.

—Lo haré. Los quiero.

—Nosotros a ti también, Britty.


Dejo el teléfono sobre mi regazo y me quedo mirando las musarañas.

¿Va a seguir jodiéndome la vida?

La tentación de llamar a la mamá de Elaine es enorme. Nunca he sido de su agrado ni ella del mío. Su preciosa hijita adorada lo hace todo bien, así que llamarla para contarle la de cuernos que me ha puesto sería inútil.

Dios, a mis padres les va a dar un ataque.

Cierro los ojos e intento borrar de mi mente a las ex novias odiosas y a los padres preocupados. Nada, no funciona.

Cuando vuelvo a abrirlos, Santana me está mirando con las manos apoyadas en los reposabrazos de la silla. Su enorme sonrisa desaparece en cuanto ve mi expresión.

—¿Qué ocurre, Britt?—pregunta, muy preocupada. No quiero decírselo. Lo último que necesito es volver a lo que pasó ayer—Cuéntamelo. No más secretos.

—Vale—digo cuando se pone en cuclillas para que nuestros ojos queden a la misma altura.

Me coge la mano.

—Venga, cuéntamelo, Britt.

No quiero empezar el día a malas con la furia de Santana.

—Elaine llamó a mis padres y les ha contado que estoy viviendo con una alcohólica empedernida que le pegó una paliza—suelto lo más rápido que puedo, y me preparo para la tormenta.

Se demuda y se muerde el labio inferior. He cambiado de opinión, no quiero que Santana le haga una cara nueva a Elaine. Por la mirada que tiene, creo que la mataría. Espero pensativa a que sopese lo que sea que está sopesando.

—No soy alcohólica—masculla.

—Lo sé—digo con toda la convicción de que soy capaz, aunque creo que mi tono parece condescendiente.

No le gusta que la llamen alcohólica, y ahora me pregunto si tiene razón o si está en modo negación.

Parece muy enfadada. Ojalá no le hubiera dicho nada.

—San, ¿cómo lo sabe?—inquiero.

Se pone de pie.

—No lo sé, Britt. Tenemos que hablar con Sue.

¿Eso es todo?

¿No va a indagar y a averiguarlo?

—¿Por qué tenemos que hablar con Sue?—pregunto secamente.

—Hace tiempo que no viene. Hay cosas que necesita saber.

Me tiende la mano y dejo que me ayude a levantarme.

—¿Cómo qué?

—No lo sé. Por eso tenemos que hablar con ella.

Me arrastra a la cocina. Le suelto la mano.

—No. Tú tienes que hablar con ella. Es tu casa y tu asistenta—replico negando con la cabeza.

Acabo de ganarme una buena.

—¡Nuestra!—me agarra por el culo y me atrae hacia sí—Se te da muy bien tocarme las pelotas. Lo que me recuerda—me restriega la entrepierna—Que lo de antes ha sido cruel y en absoluto razonable—arquea una ceja—Te he estado esperando arriba y no has aparecido.

Se me escapa la risa.

—¿Y qué has hecho?

—¿Tú qué crees?

Me echo a reír a carcajadas al pensar en mi pobre mujer teniendo que recurrir a una masturbación rápida porque yo soy una cría y una calientabraguetas.
Se me pasa la risa en cuanto vuelve a restregarme la entrepierna. La miro a los ojos. Le brillan de felicidad. Conozco su jueguecito y, estando Sue en la cocina, sé que no va a terminar lo que empiece.

Me revuelvo en sus brazos y me enderezo.

—Lo siento, San—digo con una sonrisa, aunque lo cierto es que no lo siento en absoluto.

Me mira mal con sus ojazos. La ira ha desaparecido, gracias a Dios.

—Ya lo creo que lo vas a sentir—me atrapa—No vuelvas a hacerlo, Britt.

Me dice y se va. Me quedo mareada y desorientada. Le lanzo una mirada asesina.

—Ve a hablar con tu asistenta—digo; se me da fatal fingir que no me afecta.

—¡Nuestra! ¡Por todos los santos, Britt!—aprieta la mandíbula de la frustración—¡Eres imposible!

¿Yo?

—Ve a hablar con la asistenta. Necesito hacer las paces con Clive—la dejo enfadarse a gusto—Adiós, Sue—digo al salir del ático.

Bajo tímidamente del ascensor. Ya me he ganado a Sue, ahora tengo que recuperar al conserje. Necesito purgar mi alma. Me río por dentro. Unas míseras disculpas no van a bastar, y Clive ya está al tanto de lo de la puerta del ascensor. Debe de estar muy enfadado conmigo. Lo pillo recogiendo el correo.

—Buenos días, Clive.

Cierra el buzón y alza la mirada. Me odia.

—Brittany—contesta con cero amabilidad.

Es más que formal. Está muy, muy cabreado.

—Clive, lo siento mucho.

—Me has causado muchos problemas—dice negando con la cabeza de vuelta a su mostrador—Y no sé qué le ha pasado a la puerta del ascensor. Eres un torbellino, Brittany.

¿Yo?

Pongo los ojos en blanco. No voy a defenderme.

—Lo sé. ¿Cómo puedo compensarte?

Me apoyo con los codos en el mostrador y pongo mi cara más angelical.

—No me mires así, jovencita—me recrimina.

Le dedico una caída de ojos y él intenta no sonreír, pero las comisuras de los labios lo delatan. Ya casi lo tengo.

—¿Cuál es tu bebida favorita?

A los jubilados les encanta el whisky. Levanta la vista del correo.

¡Bingo!

—Un Glenmorangie Port Wood Finish—dice mientras se le ilumina la cara.

—Hecho—digo. Y Clive sonríe—Y de verdad que lo siento mucho. No sé qué me pasó.

Lo sé perfectamente: Santana López. Eso me pasó.

—Está olvidado. Ten, tu correo—me da un par de sobres.

—Gracias, Clive.

Salgo a la luz del día, me pongo las gafas y meto los sobres en el bolso. Hace un día precioso y tengo muchas ganas de pasarlo con doña Imposible.

—Vas a tener que hablar con Sue—dice Santana saliendo del Lusso detrás de mí—Quiere saber cuáles son nuestros platos favoritos, productos de higiene personal y no sé qué más—está claro que el tema la supera.

La veo acercarse, con su sexy andar. Sonrío. Nunca me cansaré de mirarla. Lleva los vaqueros gastados ceñidos y una camiseta blanca. Lleva puestas las Wayfarer.

Está para comérsela.

—¿De qué te ríes?—pregunta la mar de contenta.

—¿No te parece raro no saber esas cosas?

Mi voz es crítica, porque tengo razón. Es absurdo que ignoremos esas cosas tan básicas la una de la otra. Me coge de la mano y sigue andando.

—¿Adónde quieres llegar?

—Bueno que no sabemos nada la una de la otra.

No me lo puede negar. Es la pura verdad. Se detiene.

—¿Cuál es tu comida favorita?

Frunzo el ceño.

—El salmón ahumado.

—Lo sabía—sonríe—¿Qué marca de desodorante usas?

Pongo los ojos en blanco.

—Vaseline.

Levanta la vista al cielo y suelta un falso suspiro de alivio.

—Yo también. Ahora ya te conozco mucho mejor—se burla—¿Contenta?

Se cree muy lista. Lo que no quiere es admitir que no es normal no saber esas cosas.

—¿Vamos a ir en coche?—pregunto cuando me abre la puerta del acompañante.

—No vamos a ir andando, y no uso el transporte público. Sí: vamos a ir en coche. Además, tenemos que pasar un momento por La Mansión para comprobar que todo está listo para esta noche.

Creo que voy a disimular un gruñido. Genial, me pido la jornada libre para estar con Santana y me arrastran a La Mansión día y noche.

Me subo al coche y espero a que Santana se siente a mi lado. Nos dirigimos a la ciudad. El tráfico de la hora punta no parece molestar a Santana. Oasis canta Morning glory, y Santana la tararea mientras tamborilea con los dedos sobre el volante. Como siempre, conduce como una loca y sin la menor consideración.

Ésta es la Santana que se toma las cosas con calma, esa de la que me habla todo el mundo. Ante los últimos descubrimientos, siento como si me hubieran quitado un peso de encima. Sé que tiene un pasado, uno muy sórdido, pero es su pasado.

Me quiere. De eso no me cabe duda.

—¿Qué?—me pilla con una sonrisa estúpida en la cara.

—Estaba pensando en lo mucho que te quiero—lo digo como si nada mientras bajo un poco la ventanilla.

Hace calor aquí dentro.

—Lo sé—me acaricia la rodilla—¿Adónde vamos?

Fácil.

—A Oxford Street. Todas las tiendas que me gustan están en Oxford Street.

Hace una mueca de desaprobación.

—¿Todas las tiendas?

—Sí.

Pero ¿qué le pasa?

—¿No hay una a la que vayas siempre?

¿Sólo una?

¿Cree que voy a encontrar un vestido en la primera tienda que pise?

—También quiero unos zapatos nuevos. Y puede que un bolso. No vamos a encontrarlo todo en una sola tienda.

—¡Yo sí!

Se ha quedado de piedra al saber que pretendo arrastrarlo por más de una tienda. Ella tiene que tener a alguien que lo haga por ella.

—¿Tú adónde sueles ir?

—A Harrods. Zoe me viste siempre. Es rápido e indoloro.

—Sí, porque pagas por un servicio—respondo, cortante.

—No hay nada mejor, y es dinero bien invertido. Son los mejores—afirma, convencida—Además, como no vas a pagar tú los vestidos, puedo elegir cómo vamos a comprar.

—Un vestido, San. Me debes un vestido—le recuerdo. Se encoge de hombros y no me hace ni caso—Un vestido—repito.

—Muchos vestidos—dice por lo bajo.

¡No!

No va a comprarme la ropa. Ya fui de compras con ella una vez y casi le da un ataque de epilepsia al ver el largo del vestido. Sí, sólo compré aquel trapo tan caro para vengarme de ella, pero fue porque la muy dictadora pretendía decirme qué me podía poner y qué no. Quiere comprarme ropa para poder elegirla ella.

—¡No vas a comprarme ropa!—digo con todo el enfado que siento.

Me mira como si tuviera dos cabezas.

—¡Ya lo creo que sí!

—Va a ser que no.

—Britt, esto no es negociable y punto—retira la mano de mi rodilla para cambiar de marcha.

—Cierto, no es negociable. Mi ropa me la compro yo.

Pongo la música a todo volumen para ahogar su respuesta. No voy a ceder.

¡Mi ropa me la compro yo y punto!

Oasis llena el silencio el resto del camino. Santana se está mordiendo el labio inferior y los engranajes de la cabeza se mueven tan de prisa que casi puedo oírlos. Sonrío porque, si no estuviéramos en un lugar público, me echaría un polvo de entrar en razón ahora mismo. Como no puede ser, tiene que maquinar otra cosa para salirse con la suya.

Aparca y me mira.

—Tengo una propuesta, Britt—me dice, confiada.

Los engranajes. No me cabe duda de que el resultado de la propuesta será que ella se saldrá con la suya.

—No voy a negociar contigo, y no puedes echarme un polvo de entrar en razón, ¿verdad?—digo muy segura al salir del coche.

Santana salta del asiento y viene junto a mí. Me clava la mirada.

—¡Esa boca! Ya me debes un polvo de represalia.

—¿Perdona?

—Por tu pequeño numerito del desayuno.

Sabía que no iba a salir impune.

—Digas lo que digas, no vas a comprar mi ropa—replico, altanera.

Me viene a la mente el comentario de Santana acerca de comprar sólo vestidos. Lo decía en serio.

—Escúchame, Britt—protesta—Mi oferta te va a gustar—sonríe.

Su confianza en sí misma ha vuelto, y me pica la curiosidad. La estudio un instante y sonríe aún más. Sabe que ha llamado mi atención.

—¿Qué?—pregunto.

¿Con qué va a cautivarme?

Los ojos le brillan de satisfacción.

—Si me dejas que te regale las compras—me dice poniéndome un dedo en la mandíbula para cerrarme la boca cuando ve que voy a poner peros—, te diré cuántos años tengo.

Cierra el trato con un beso.

¿Qué?

La dejo que me bese hasta dejarme sin más pegas, ahí, en mitad de las aceras de Londres.

Una vez más, estoy poseída por esta mujer que me pone un dedo encima y me deja inconsciente.

Gime en mi boca, se separa y me coge en brazos.

—Ya sé cuántos años tienes—digo pegada a sus labios.

Se aparta un poco y me mira fijamente.

—¿Estás segura, Britt-Britt?

La mandíbula me llega al suelo.

—¡Me mentiste!

¿No tiene treinta y siete años?

¿Cuántos tiene, entonces?

¿Más?

—Dímelo, San—exijo, muy seria.

—No. Primero las compras y luego las confesiones. De lo contrario, puede que te rajes. Sé que las chicas guapas juegan sucio.

Sonríe y me deja en el suelo.

—¡No!—es obvio que voy a jugar sucio—¡No me puedo creer que me mintieras!

Me lanza una mirada inquisitiva.

—No me puedo creer que me esposaras a la cama.

Ya.

Yo tampoco, pero parece que todo el esfuerzo fue inútil.

Me coge de la mano y cruzamos la calle en dirección a la tienda.

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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 3:) Miér Mayo 27, 2015 9:46 pm

holap morra,...

jajajaja amo a san y sus formas de poner en jack a britt jajajaj otra ves con la edad,..
neta sue no gana con britt,.. por lo menos ya lo arreglo!!!!
quiero que legue la fiesta,...

nos vemos!!!

PD; falta poco para que empiece!!!!
3:)
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por Susii Miér Mayo 27, 2015 11:53 pm

Jsjajhsjd asi que otra vez no sabemos su edad... que pesada bajsjdbdks Britt calientabraguetas me encanta*--* hsgsjsbd deberias matar a Elaine... no se...digo yo 3:) hshdjd Saludooooos<3
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 23l1 Jue Mayo 28, 2015 2:20 am

3:) escribió:holap morra,...

jajajaja amo a san y sus formas de poner en jack a britt jajajaj otra ves con la edad,..
neta sue no gana con britt,.. por lo menos ya lo arreglo!!!!
quiero que legue la fiesta,...

nos vemos!!!

PD; falta poco para que empiece!!!!


Hola lu, jajajaajjajaja ella sabe cosas no¿? jajaajajajajaja. XD jaajajaj pobre britt jjajaajajajajaja. Jjajaaj ya viene, ya viene... o no¿? jajajajaaj. Saludos =D

Pd: SIIIIIIIIIIIIIIII!!!


Susii escribió:Jsjajhsjd asi que otra vez no sabemos su edad... que pesada bajsjdbdks Britt calientabraguetas me encanta*--* hsgsjsbd deberias matar a Elaine... no se...digo yo 3:) hshdjd Saludooooos<3


Hola, mmm san juega con nuestras mentes¿? jajajjajaajaj. Jjajajajajajajajaja ella sabe jugar no¿? jajaajajajajaj. Jajjajaajajajajajajaja puede ya me cae mal ¬¬ ajajaj. Saludos =D

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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 18

Mensaje por 23l1 Jue Mayo 28, 2015 2:22 am

Capitulo 18

Santana no me deja ni mirar. Camina con decisión y me arrastra detrás de ella hacia el ascensor. Aprieta el botón del primer piso. Recorro con la mirada el plano de la tienda.

—Oye, quiero ir a la cuarta planta—preferiría evitar las colecciones internacionales de la primera planta: son carísimas. Sin embargo, no me hace ni caso—¿San?

La miro, pero su rostro es impasible y me agarra firmemente de la mano. Se abren las puertas del ascensor y tira de mí.

—Por aquí, Britt—dice, y me guía entre expositores increíbles de ropa de alta costura y diseñadores famosos.

Me alegro de que los estemos pasando de largo.

¡Ay, no!

Me hundo en la miseria cuando veo un cartel que reza «Asistente de compras».

—No, San. No, no, no—intento detenerla, pero tira de mí hacia la entrada de la sección—San, por favor—le suplico, aunque ella me ignora por completo.

Quiero inflarla a patadas. Odio la atención y el revuelo de las tiendas. Te besan el culo y te dicen que todo te sienta fenomenal y al final te ves obligado a comprar algo. La presión será inmensa, y no quiero ni pensar en el precio.

—Tengo una cita con Zoe—le dice al dependiente bien vestido que nos saluda.

¿Por qué me ha preguntado adónde quería ir si ya tenía planes?

Quiero retorcerle el pescuezo.

—¿La señora López?—pregunta el dependiente.

—Sí—responde Santana ignorándome, a pesar de que sabe perfectamente que la estoy mirando con odio y que me incomoda mucho todo esto.

—Por aquí, por favor. ¿Les apetece beber algo? ¿Una copa de champán?—ofrece con educación.

—No, gracias—contesta Santana.

El joven nos conduce hasta una lujosa zona privada y Santana me lleva a un enorme sofá de cuero. Me siento a su lado y retiro la mano. Ésta es mi peor pesadilla.

—¿Qué pasa?

Intenta volver a cogerme la mano. La miro, acusadora.

—¿Por qué me has preguntado adónde quería ir si ya habías concertado una cita?

Se encoge de hombros.

—No entiendo por qué quieres vagar por decenas de tiendas si puedes comprarlo todo aquí.

¿De verdad no lo entiende?

—¿Así es como compras tú?

Debe de tener más dinero que sentido común.

No dejo de sudar.

—Sí, y pago por el privilegio, así que sígueme la corriente, Britt—dice, tajante.

Estoy alucinada, pero antes de que pueda contraatacar, una chica joven y rubia entra en escena y le dedica una sonrisa a Santana. Es bonita y lleva un traje de color crema de Ralph Lauren.

—¡Santana!—la saluda—¿Cómo estás?

Santana se levanta y le da dos besos. A juzgar por el intercambio, se conocen.

¿Cada cuánto viene?

—Muy bien, Zoe, ¿y tú?—le sonríe, es una de sus sonrisas arrebatadoras, de las que reducen a las mujeres a un saquito de hormonas a sus pies.

—Muy bien. Ésta debe de ser Brittany, ¿no? Es un placer conocerte—me ofrece la mano y me levanto para estrechársela con una pequeña sonrisa. Es muy amable, pero no estoy cómoda aquí. Se sienta en la silla que hay enfrente—Brittany, me ha dicho Santana que estás buscando algo especial para una fiesta importante—dice, emocionada.

«Algo especial» suena a que también va a tener un precio especial.

—Algo muy especial—reitera Santana tirando de mí para que vuelva a sentarme en el sofá.

Me está entrando un sofoco, creo que esta sala tan amplia me está dando claustrofobia.

—Bien, ¿cuál es tu estilo, Brittany? Dame una idea de qué te gusta.

Deja las manos sobre el regazo y me mira expectante. No sé cuál es mi estilo. Si me gusta algo y me sienta bien, lo compro. No puedo ponerle una etiqueta a mi estilo.

—La verdad es que no tengo un estilo concreto.

Me encojo de hombros y se le ilumina la cara. Debe de ser la respuesta correcta.

—Muchos vestidos—interrumpe Santana—Le gustan los vestidos.

—A ti te gustan los vestidos—musito, y me gano un pequeño rodillazo.

Zoe sonríe y muestra una dentadura tan perfecta como las de las estrellas de Hollywood.

—Una talla 38, ¿verdad?

—Sí—confirmo.

—Nada demasiado corto—añade Santana.

La miro boquiabierta. Sabía que iba a pasar. No suelo llevar vestidos cortos, pero de repente me apetece mucho gracias a su actitud de cavernícola. Zoe se ríe.

—Santana, tiene unas piernas fantásticas. Sería una pena desaprovecharlas. ¿Qué número de zapato, Brittany?

Me cae bien.

—38 también.

—Estupendo. Ven conmigo.

Se levanta y la imito. Santana se pone a su vez en pie.

—No me puedo creer que me estés haciendo esto—gimoteo cuando me besa en la mejilla.

Zoe me cae bien, pero preferiría ir de compras sola.

Suspira.

—Britt, quiero divertirme—me abraza—Voy a disfrutar de un desfile de moda privado con mi modelo favorita—hace un mohín.

—¿Quién elige el vestido, San?

Me da un beso de esquimal.

—Tú. Yo me limitaré a observar, te lo prometo. Corre, vuélvete loca.

—Pero, ¿y tú? ¿No te ibas a comprar un vestido también?

—Ya los elegí antes, ahora solo tú, Britt-Britt

Se sienta otra vez y marca un número en el móvil.

Qué alivio.

No creo que pudiera soportar que nos fuera siguiendo por la tienda criticando todo lo que me guste.

Zoe me conduce por la sección.

—¿Así que hoy te van a mimar?—pregunta con una sonrisa afable.

Es encantadora, pero sus dientes están demasiado blancos.

—Bajo coacción—le devuelvo la sonrisa.

—¿No quieres que te mimen?

Se echa a reír y coge un vestido verde y largo para enseñármelo. Es precioso, pero es más el color de Rachel. Niego con la cabeza y pongo expresión de disculpa.

Me imita.

—No. Estoy de acuerdo. ¿Qué tal éste?

Pasa la mano por un fantástico vestido estilo heleno.

—Es precioso—digo, aunque parece muy caro.

—Lo es. Nos lo probamos. ¿Y este otro?

—¡Vaya!—exclamo al ver un vestido crema entallado con un corte en la falda que arranca de la cadera—A San no le gusta que enseñe mucho...

Me río abriendo el corte. Con este vestido tendría que afeitármelo todo.

—¿En serio?—me mira con curiosidad. Como me diga...—Pero si es un amor y se lo toma todo con mucha calma—añade.

¡Que te lo has creído!

Suelto el vestido y cojo uno rojo de satén.

—No es para mí—musito—Éste me gusta.

Zoe sonríe.

—Buena elección. ¿Y éste?

Acaricia un impresionante palabra de honor de color crema.

¿Me dejará llevar escote palabra de honor?

—Es precioso.

Me lo puedo probar. Estoy segura de que me lo hará saber si no le gusta. Algo llama mi atención al otro lado de la sección. Mis piernas echan a andar sin darme cuenta. Acaricio la parte delantera de un delicado vestido largo de encaje negro. Es una preciosidad.

—Tienes que probarte ése—dice Zoe acercándose. Lo coge y le da la vuelta con cuidado. Está sujeto por un cable de seguridad, lo que sólo puede significar una cosa—¿Verdad que es una maravilla?

Lo es. También debe de ser caro de morirse si la tienda cree necesario ponerle alarma. Tampoco lleva etiqueta, otra señal de que me desmayaría si supiera el precio.

Recorro con la mirada la espalda del vestido ajustado, que se ensancha en la cadera y cae con delicadeza hacia el suelo. Es un diseño sencillo, con la espalda abierta en forma de pico, las mangas cortas que caen apenas más allá del hombro y un escote profundo delante. Está claro como el agua que es de alta costura.

—A Santana le encanta que lleve encaje—señalo en voz baja.

También le gusta que vista de negro.

—Entonces te lo tienes que probar—dice colgándolo de nuevo—¿Cuánto llevas con Santana?—pregunta de manera informal.

Me pongo en guardia.

¿Qué le digo?

La verdad es que llevo con ella desde hace más o menos un mes, y que ella se pasó una semana borracha y con el corazón roto. Un pensamiento horrible invade mi cerebro atontado.

—No mucho—intento sonar tan indiferente como Zoe, pero no cierro la boca—¿Trae aquí a todas las mujeres con las que sale?

Se echa a reír a mandíbula batiente. No sé si es buena señal.

—¡Por Dios, no! ¡Se arruinaría!—es muy mala señal. Se ve que me ha visto la cara porque palidece un poco—Brittany, lo siento. No ha sonado nada bien—se tensa sobre los tacones—Lo que quería decir es que si trajera a todas las mujeres con las que se ha acostado...—deja de hablar y se pone lívida. Quiero vomitar—¡Mierda!—exclama.

—Zoe, no te preocupes—me centro en otro vestido.

¿A quién trato de engañar?

Mi mujer ha conocido mucho mundo.

—Brittany, la verdad es que nunca ha salido con nadie. Al menos, no que yo sepa. Es un partidazo. Vas a tener que espantar a todas las personas de La Mansión, eso seguro.

—Ya—me río un poco.

Necesito cambiar de tema. La imagen de Santana con otra mujer aparece de nuevo en mi mente. Está claro que Zoe sabe a qué se dedica ella.

—¿Adónde vamos ahora?

Pongo cara de que no me afecta y de que no soy celosa, si es que esa cara existe. Sin embargo, la sangre me hierve por dentro, y se me han puesto los pelos como escarpias.

¿Por qué Santana ha sido tan putera?

—¡A por zapatos!—exclama Zoe llevándome hacia los ascensores egipcios de Harrods.

Una hora más tarde, volvemos a la zona pija privada con un chico empujando un enorme perchero cargado de vestidos y zapatos. Santana sigue en el sofá con el móvil en la oreja. Sonríe y cuelga.

—¿Lo has pasado bien?—me pregunta levantándose y dándome besos en la cara—Te he echado de menos.

—Sólo he tardado una hora—me río y me cojo a sus hombros cuando me echa hacia atrás.

—Mucho tiempo—gruñe—¿Qué has encontrado?

Vuelve a incorporarme.

—Demasiado donde elegir.

He conseguido convencer a Zoe de dejar el vestido largo de encaje. De hecho, he evitado todo lo que estaba conectado a una alarma.

—Venga, pruébatelo todo.

Me da una palmada en el trasero, y me vuelvo para seguir a Zoe y al perchero hacia un espacioso probador. Paso mucho tiempo entrando y saliendo de un vestido tras otro, bajo la mirada de admiración de Zoe. Cuento veinte vestidos, todos son impresionantes y todos cumplen con los criterios de Santana. La dependienta desaparece durante un rato y me deja para que medite acerca de qué puñetero vestido voy a escoger. Son todos demasiado bonitos. Doy un salto al verla acercarse con otro perchero repleto de vestidos, aunque éstos son de día, no de noche. La miro, muy confusa. Se encoge de hombros.

—Tengo órdenes estrictas de hacerte probar muchos vestidos, así que te he traído éstos—dice de vuelta al probador. Aparece de nuevo con el vestido largo de encaje negro—Y también éstos.

—¿Qué?

Intento recobrar la compostura. Estoy en ropa interior y con la boca abierta de par en par como un pez dorado.

—Bueno—se me acerca—Santana no ha dicho que te pruebes este vestido en concreto, pero sí que debías tener lo que quisieras—me mira sonriente—Y sé que éste lo quieres de verdad.

—Zoe, no puedo—tartamudeo intentando convencer a mi cerebro de que ese vestido es horrible, espantoso.

Feísimo.

No funciona.

—Si lo que te preocupa es el precio, no sufras: está dentro del presupuesto—cuelga el vestido de una percha en la pared.

—¿Hay un presupuesto? ¿De cuánto?—pregunto, titubeante.

Se vuelve y sonríe.

—El presupuesto es que no hay presupuesto.

Refunfuño y me dejo caer en la silla.

—¿Puedo preguntar cuánto cuesta?

—No—me responde, muy contenta—Ponte esto.

Me pasa un corpiño de encaje negro. Empiezo a colocármelo y Zoe me ayuda a abrocharme los corchetes de la espalda. Mi reticencia queda en segundo plano cuando pienso en la cara que pondrá Santana cuando me vea.

Se correrá en el acto.

Zoe me ayuda a meterme en el vestido y me miro al espejo.

—¡Joder!—exclama, y de inmediato se tapa la boca con la mano—Lo siento. Eso ha sido muy poco profesional.

«Joder», digo yo también. Me vuelvo para ver la espalda y trago saliva. Se ajusta a todas mis curvas a la perfección y roza el suelo cuando me pongo de puntillas. El forro es mate y le da al delicado e intrincado encaje un efecto brillante. El escote profundo es perfecto con las mangas cortas que apenas pasan de mis hombros, y deja al descubierto mi clavícula.

Zoe sale un momento y vuelve en seguida. Se arrodilla delante de mí.

—Póntelos—me indica. Aparto la mirada del espejo y veo un par de zapatos negros de tacón de Dior con el talón descubierto. Creo que voy a desmayarme. Me los pongo y Zoe da un par de pasos atrás—Brittany, tienes que quedarte este vestido—lo dice muy seria—Corre a que te vea Santana.

—¡No!—digo con muy poca educación—Sé que le va a encantar.

Es negro, es de encaje, se va a derretir a mis pies. Lo sé.

Pero ¿le parecerá bien que lleve la espalda al aire?

¿O eso hará que mi neurótica controladora me tire al suelo para taparme con su cuerpo y que nadie vea mi piel?

Y, por último, ¿cuánto cuesta?

Libro una batalla con mi conciencia por el puñetero vestido mientras Zoe me pasa un bolso a juego con los zapatos.

Quiero llorar.

Sabía que no debía probármelo.

—¿Lo ha visto San?—pregunto volviéndome hacia Zoe, que me mira sin comprender—El vestido, ¿lo ha visto San cuando has vuelto con ella?

—No. Creo que ha ido al servicio—contesta.

Me llevo la mano a la boca y empiezo a golpearme los dientes con la uña como una posesa.

—Vale, me lo quedo, pero no quiero que ella se entere—sé que me estoy arriesgando. Zoe da una palmada y sonríe con deleite—¿Qué es todo eso?—digo señalando el otro perchero.

—Quiere que te compres muchos vestidos—contesta encogiéndose de hombros.

Qué risa. Está llevando la regla del acceso fácil demasiado lejos. Me quito el vestido y siento otra punzada de incertidumbre cuando Zoe se lo lleva, se lo da a una joven y le indica que Santana no debe verlo.

Me pongo con el resto. Voy a comprar tres como máximo, y más le vale no discutir conmigo.

Gasto un millón de calorías poniéndome y quitándome un sinfín de vestidos. Hacemos tres montones: cosas que quiero, cosas que no quiero y cosas que tengo que pensar. Estoy pasándomelo bien, lo que me pilla por sorpresa.

Santana vuelve a sentarse en el sofá y me ve aparecer y desaparecer cada vez con un vestido distinto.

—Todo le sienta bien, ¿verdad?—le dice Zoe a Santana cuando aparezco con un vestido gris, muy corto, de Chloé.

Me encanta pero, al igual que todos los que valen más de trescientas libras, va directo al montón de cosas que no quiero.

Pone cara de horror.

—¡Quítatelo!—escupe, y vuelvo muerta de la risa al probador.

Tiene razón. A mí me encanta pero es muy corto.

Parece ropa interior.

Estoy molida cuando termino de probármelos todos. Me he cambiado más veces en dos horas que en todo el mes. Reviso el montón de cosas que quiero con Zoe y me pongo un poco nerviosa al ver la de vestidos que hay. Tengo que intentar reducir el número.

—¿Qué nos llevamos?—oigo que dice Santana, acercándose.

—Ha escogido unos vestidos fabulosos. Me da mucha envidia—comenta Zoe—Voy a envolverlos.

¡No!

Todavía lo paso peor cuando Santana le da a Zoe una tarjeta de crédito. La coge y nos deja solas.

—San, de verdad que no me siento cómoda con esto.

Le cojo las manos y me pongo delante de ella para que me preste toda su atención.
Deja caer los hombros, decepcionada.

—¿Por qué?—parece muy dolida.

Zoe desaparece con todos los vestidos del montón de cosas que me gustan.

—Por favor, no quiero que te gastes todo ese dinero en mí.

—Tampoco es tanto—intenta convencerme, pero he visto las etiquetas.

Es demasiado, y ni siquiera sé cuánto cuesta el vestido de noche. Miro al suelo. No quiero que discutamos por esto en Harrods. La miro otra vez.

—Cómprame solamente un vestido para esta noche. Puedo vivir con eso.

—¿Sólo un vestido?—pregunta, muy disgustada—Otros cinco vestidos y trato hecho.

Es una agradable sorpresa.

—Dos—regateo.

—Cinco—es inflexible—Eso no era parte del trato.

No, pero ya me da igual la edad que tenga, y ya hemos pasado por lo de intentar que no sea ni para ti, ni para mí. Santana no cede nunca. La miro enfurruñada.

—Me da igual la edad que tengas. Guárdate tu secretito.

—Vale, pero siguen siendo cinco vestidos—sospecho que no iba a cumplir su parte del trato de todas formas—Tengo que hacer una llamada—dice, y me da un pico—Ve a escoger cinco vestidos. Zoe tiene mi tarjeta. La clave es uno, nueve, siete, cuatro.

Doy un paso atrás.

—No puedo creer que acabes de decirme la clave de tu tarjeta.

—No más secretos, ¿recuerdas?

¿No más secretos?

¿Me toma el pelo?

Se va y tengo una repentina y maravillosa epifanía. Hago un rápido cálculo mental.

—¡Sí que tienes treinta y siete años!—le grito mientras se va. Se detiene—Es tu número secreto. Naciste en el setenta y cuatro—no puedo evitar mi tono triunfal. La he descubierto—¡Me dijiste la verdad!

Se vuelve de nuevo muy despacio y me dirige su sonrisa característica, la que se reserva sólo para mí, y me lanza un beso.

Ahora, a escoger mis cinco vestidos.

Salgo de la zona de compras personalizadas y veo que Santana ya me está esperando. No he tardado nada en escoger mis cinco vestidos favoritos. Le devuelvo la tarjeta de crédito y le doy un beso en la mejilla.

—Gracias.

No estoy segura de si estoy más agradecida por los vestidos o por el pequeño desliz que me ha confirmado que de verdad tiene treinta y siete años.

Lo mismo da: soy una chica feliz.

—De nada—dice cogiéndome las bolsas—¿Me harás otro pase?—arquea las cejas.

—Por supuesto—no puedo decirle que no, ha sido muy razonable—Aunque no puedes ver el vestido de noche.

—¿Cuál has elegido?—pregunta con curiosidad.

A ella le gustaban todos, pero no ha visto el vestido que está lejos de su vista en una bolsa para trajes.

—Ya lo verás—inhalo su perfume cuando hunde la cara en mi cuello—Así que mi mujer está rozando los cuarenta—la pincho.

Se aparta y pone los ojos en blanco antes de cogerme de la mano para sacarme de la tienda.

—¿Te molesta mucho, Britt?—pregunta con indiferencia, pero sé que le preocupa.

Ni me molestaba antes, ni me molesta ahora.

—En absoluto, pero ¿por qué te molesta a ti?

—Britt, ¿te acuerdas de una de las primeras cosas que me dijiste?

¿Cómo olvidarlo?

Todavía no sé de dónde salió.

—¿Por qué me mentiste?

Se encoge de hombros.

—Porque no me lo habrías preguntado si no fuera un problema.

Sonrío.

—Tu edad no me molesta para nada, San—digo mientras bajamos por las escaleras mecánicas egipcias. Ella se queda un escalón más abajo que yo, por lo que no estamos a la misma altura—¿Eso que tienes ahí es una cana?—pregunto, muy seria.

—¿Te crees muy graciosa?—repone, volviéndose.

No le ha gustado mi broma.

No debería burlarme, está claro que tiene un problema con el tema de la edad.

No puedo mantenerme seria cuando me coge y se me echa al hombro, pero logro contener un grito.

¡No puede actuar así en Harrods!

Rectifico: a Santana le importa un bledo lo que opinen de ella o de su comportamiento. Me cogerá, me hará suya o se cabreará conmigo cuando le dé la gana. Lo demás le importa un pimiento, y la verdad es que a mí también.
Salimos a Knightsbridge, me deja en el suelo, me arreglo el vestido y acepto la mano que me ofrece. Caminamos hacia el coche. Ni siquiera me molesto en regañarla. Ya es habitual que me coja en brazos o se me eche sobre el hombro cuando le viene en gana, ya sea en público o en privado.

—Podemos comer en La Mansión—dice guardando las bolsas en el maletero. Se sienta a mi lado en el coche y me regala la sonrisa que reserva para mí antes de ponerse las gafas de sol—¿Lo estás pasando bien?

Lo estaba, hasta que me ha recordado que tenemos que ir a La Mansión. También tengo que soportar una noche entera ahí.

—De maravilla—no puedo quejarme, no mientras esté con ella.

—Yo también. Ponte el cinturón—dice, y arranca el coche y se lanza rugiendo al tráfico del mediodía.

Luego pone la música a todo volumen y baja la ventanilla para que todo Knightsbridge escuche Dakota de Stereophonics.
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por micky morales Jue Mayo 28, 2015 8:46 am

me encantan como pareja aunque san sea una cavernicola, lo que me cabrea es el porque britt no le dije a su mujer que odia ir a la mansion esa!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por Susii Jue Mayo 28, 2015 4:31 pm

Uuuy$-$ ya quiero ver que cara pone San al ver el vestido de Britt*---* !!
Me encantan ellas cuando estan de buenas ksndj c:
A ver que sucede en la fiesta:s
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 3:) Jue Mayo 28, 2015 7:59 pm

holap morra,..

neta todavía no entiende que san siempre gana en todo jajajaj
paresco un poñetero niño berrinchuda quiero la fiesta jajajaja
para ver la reacción de san jajaj!!!!

nos vemos!!!!
3:)
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 23l1 Jue Mayo 28, 2015 8:20 pm

micky morales escribió:me encantan como pareja aunque san sea una cavernicola, lo que me cabrea es el porque britt no le dije a su mujer que odia ir a la mansion esa!


Hola, jajajjaaj es el efecto que causa no¿? jajaajajaja, mmm interrogantes de la vida no¿? jajajaajaj. Saludos =D


Susii escribió:Uuuy$-$ ya quiero ver que cara pone San al ver el vestido de Britt*---*  !!
Me encantan ellas cuando estan de buenas ksndj c:
A ver que sucede en la fiesta:s


Hola, jajajaj ya viene, ya viene ajajajajajajja. O no¿? jajajaj son las mejores jajajajaajaj. Pronto lo sabremos... no¿? jajajaajaj. Saludos =D


3:) escribió:holap morra,..

neta todavía no entiende que san siempre gana en todo jajajaj
paresco un poñetero niño berrinchuda quiero la fiesta jajajaja
para ver la reacción de san jajaj!!!!

nos vemos!!!!


Hola lu, jajajaajajaj nop, parece que aun no se da cuenta en un 100% jajaajajajajaj. Jajajajajajajajaja pero si ya viene, cada vez menos! jaajajajajajaja, uf! esperemos y no pase nada malo no¿? tanto esperar digo yo¿? jajajaja. Saludos =D

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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 19

Mensaje por 23l1 Jue Mayo 28, 2015 8:22 pm

Capitulo 19

Santana aparca derrapando en el exterior de La Mansión, donde Finn nos espera en la escalera. Sólo hay unos pocos coches, incluido el mío. Había olvidado que lo dejé aquí.

—Venga, quiero terminar cuanto antes para poder tenerte unas horas sólo para mí—me coge de la mano y echa a andar.

—Bueno llévame a casa—refunfuño, ganándome un suave gesto de reproche.

—Te estoy ignorando—murmura.

—Brittany—Finn nos saluda con una inclinación de la cabeza y nos sigue.

—¿Todo bien?—pregunta Santana mientras me conduce hasta el bar.

Está vacío, excepto por el personal que revolotea nerviosamente por el lugar. Me sienta en un taburete y ella toma a su vez asiento delante de mí. Deja mi mano sobre su muslo. Localizo a Artie, que está secando copas con un paño.

—Todo bien—murmura Finn—Los del catering están en la cocina, y el grupo de música vendrá a las cinco. Holly lo tiene todo bajo control.

Hace un gesto para llamar a Artie, y el vello de todo mi cuerpo se eriza al oír que menciona el nombre de Holly.

—Genial, ¿dónde está?—pregunta Santana.

—En tu oficina, terminando las bolsas de regalos.

¿Bolsas de regalos?

¿Qué se mete en una bolsa de regalo para una fiesta en un club de sexo?

Ay, Dios, no quiero ni pensarlo.

Artie se acerca y hace volar el paño sobre su hombro. Su sonrisa cálida hace que se la devuelva al instante. Es un hombre de lo más dulce.

—¿Te apetece una copa?—Santana me aprieta la mano que tengo en su muslo.

—Sólo agua, por favor.

—Que sean dos, Artie—dice, y luego se vuelve hacia mí—¿Qué quieres comer?

Eso es fácil.

—Filete—digo entusiasmada con los ojos brillantes.

El filete que tomé aquí es el mejor que he comido nunca.

Sonríe.

—Artie, dile a Mario que tomaremos filete con patatas nuevas y ensalada. Comeremos en el bar.

—Por supuesto, señora López—Artie asiente feliz, mientras coloca dos botellas de agua y un vaso sobre la barra.

—¿Podrías quedarte aquí un momento mientras voy a comprobar algunas cosas?—me pregunta Santana mientras suelta mi mano, coge una botella y me sirve un poco de agua.

Levanto una ceja en señal de desaprobación.

—¿Vas a dejar a Artie vigilándome?

—No—dice despacio, dirigiéndome una mirada rápida y cautelosa. Oigo la risa atenuada de Finn—No es necesario, ¿o sí?

—Supongo que no—me encojo de hombros y miro el bar—¿Dónde está todo el mundo?

Se pone de pie y coloca la mano en mi muslo.

—Cerramos el día de nuestro aniversario. Hay muchas cosas que preparar—me besa en la frente y coge su botella de agua—¿Finn?

—Cuando quieras—responde él.

Me aparta el pelo de la cara.

—Volveré tan pronto como pueda. ¿Seguro que aquí estarás bien?

—Estoy bien—respondo, haciéndole un gesto para que se vaya.

Me dejan en el bar rodeada por del caos del personal. Están todos abrillantando las copas como locos y reponiendo los contenidos de las neveras. Siento que debería echar una mano, pero en ese momento suena mi teléfono en el bolso y lo saco. Aparece el nombre de Danielle Ruth en la pantalla iluminada. Debería pasar de contestar, es mi día libre, pero ésta podría ser la oportunidad para cancelar lo de ir de copas con ella.

—Hola, Dani.

—Brittany, ¿cómo estás?


Suena amistosa, demasiado amistosa.

—Bien, ¿y tú?

—Genial. Recibí tus presupuestos y los diseños. ¡Son maravillosos!

—Me alegro de que te gusten, Dani
—supongo que será un placer trabajar con alguien tan entusiasta.

—Ahora que me has enseñado lo bien que podría quedar el desastre de la planta baja, estoy impaciente por empezar.

—Genial. Entonces, supongo que has recibido la factura por mis honorarios. En cuanto esté pagada podremos arrancar.

—La recibí. les haré una transferencia. ¿Tienes los datos de la cuenta bancaria?
—pregunta.

—Ahora mismo no puedo dártelos. ¿Te importaría llamar a la oficina? Es mi día libre y no los tengo a mano.

—Uy, lo siento. No lo sabía.

—Descuida, Dani. Ha sido una cosa de última hora. No te preocupes
—le aseguro.

—¿Estás haciendo algo divertido?—pregunta.

Sonrío.

—Estoy en ello. Disfrutando un poco de mi novia—eso ha sonado raro.

—Vaya...

Se hace el silencio.

—¿Dani? ¿Estás ahí?—miro el teléfono para ver si se ha cortado la llamada. Pero no—¿Hola?

—Perdona. Es sólo que dijiste que no había ninguna persona especial
—ríe.

—Quería decir que no había problemas con personas.

—¡Entiendo! Bien, te dejo disfrutar entonces.

—Gracias. Te llamo la semana que viene y lo retomamos.

—Genial. Adiós, Brittany.


Cuelga, y en seguida me doy cuenta de que no ha sacado el tema de las copas. Bueno, tampoco concretó el día. Devuelvo el teléfono a mi bolso y localizo a Artie caminando con una caja llena de ingredientes para cócteles y fruta fresca.

—Señorita Brittany, ¿se encuentra usted bien?—me pregunta.

—Estoy bien, Artie. ¿Y tú?

Deja la caja más grande sobre la barra y yo lo ayudo tirando de ella hacia mí.

—Muy bien, ¿podría hacer usted de...?—frunce el ceño—, ¿cómo se dice?... ¿Mi conejillo de Indias?

—¡Claro!

Lo digo con demasiado entusiasmo. Me encanta todo ese rollo de mezclar, agitar y probar. Sonríe y me pasa una tabla de cortar y un cuchillo de cocina.

—Usted corta—me informa pasándome una cesta con frutas variadas de la caja.

Selecciono una fresa, le quito el pezón y la corto en dos.

—Sí, así está bien.

Artie asiente mientras empieza a verter distintos líquidos en una gran coctelera plateada. Yo me las apaño con todo el montón de fresas y las coloco en un recipiente con tapa. Luego me pongo con los limones. Artie canturrea en voz baja una canción estilo ópera italiana mientras seguimos sentados en el bar. De vez en cuando, dejo mis tareas de pinche de frutas para observarlo medir, verter y hacer malabarismos con los útiles de coctelería.

—Ahora viene la parte buena—sonríe mientras le pone la tapa a la coctelera plateada y comienza a agitarla.

Le da la vuelta, la agarra y la lanza por encima de su cabeza. Gira sobre sí mismo y la coge al vuelo. Me deja alucinada con la demostración de sus habilidades como barman. Nunca me lo habría imaginado. Deja la coctelera a un lado de la barra y vierte el contenido rosa en un vaso alto con una hoja de menta y una fresa.

—Voilà!—canta ofreciéndome el vaso.

—¡Caray!—me relamo al ver el vaso con el borde cubierto de azúcar—¿Cómo lo has bautizado?

—¡Es el «sublime de Artie »!—su voz se torna más aguda hacia el final del nombre. Está muy orgulloso—Pruébelo.

Empuja el vaso hacia mí y me acerco a olerlo. Huele muy bien pero recuerdo la última vez que Artie se empeñó en que probara uno de sus cócteles: me quemó el gaznate. Cojo el vaso tímidamente mientras él asiente con ganas. Me encojo de hombros y bebo un sorbito.

—Bueno, ¿verdad?

Me deslumbra con su cara de felicidad y empieza a tapar todos los contenedores de fruta.

—Sí—le doy otro sorbo. Está delicioso—¿Qué lleva?

Se echa a reír y niega con la cabeza.

—Ah, no, no. Eso no se lo cuento a nadie.

—¿Qué tienes ahí?

La voz de Santana me llega desde atrás y me doy la vuelta en el taburete. Está detrás de mí, con la arruga en posición.

Levanto el vaso y sonrío.

—Deberías probarlo. ¡Ay, mi madre, está riquísimo!

Levanto la mirada al cielo para enfatizar mis palabras. Ella se echa hacia atrás y frunce más el ceño.

—No, gracias. Te creo—dice sentándose a mi lado—No bebas mucho—añade mirando el vaso con expresión de reproche.

Mi cerebro se pone en marcha y de pronto me doy cuenta de lo que acabo de decir.
Qué estúpida soy.

—¡Lo siento! ¡No sé en qué estaba pensando!

Mentalmente, salto por encima de la barra y me meto en la papelera. Artie debe de haber notado la tensión, porque no tarda en desaparecer y dejarme a solas con Santana.

Dejo el vaso sobre la barra. El delicioso cóctel ya no me sabe tan dulce.

—Eh—me hace bajar del taburete y me sienta en su regazo. Hundo la cara debajo de su barbilla. No puedo ni mirarla. Pero qué tonta soy—No pasa nada. No te atormentes, Britt-Britt—se echa a reír.

A juzgar por su expresión facial, sí pasa algo.

¿O tal vez lo que le ha molestado ha sido que yo bebiera?

Se echa hacia atrás para verme bien y me levanta la barbilla. Su mirada se suaviza.

—Deja de darle vueltas y bésame.

Obedezco y me agarro a su nuca para tenerla más cerca. Me relajo por completo en sus brazos y me empapo de ella, gimiendo de gusto en su boca. Noto que sonríe.

—Lo siento, San—vuelvo a repetir.

Si es que soy una lerda.

—He dicho que ya está—me advierte—No sé por qué te preocupas tanto, Britt.

¿No lo sabe?

Lo que me preocupa es la mirada de reproche que le ha lanzado al alcohol.

—¿Ya lo has solucionado todo?—pregunto.

—Sí. Ahora a comer y luego a casa a darnos un baño y a retozar un rato. ¿Trato hecho?—me mira, expectante.

—¡Trato hecho!—lo cierto es que este trato ha sido fácil.

—Buena chica—me da un beso casto y me sienta en mi taburete—Aquí llega nuestra comida.

Hace un gesto hacia el otro lado del bar y veo que Mario se acerca con una bandeja. La deja sobre la barra.

—Gracias, Mario—dice Santana.

—Como siempre, el placer es mío. Que lo disfruten.

Me dedica una sonrisa agradable. De hecho, todos los que trabajan para Santana, a excepción de cierta persona, son encantadores.

Bah, no voy a dejar que me arruine mi día en el séptimo cielo de Santana.

Desenvuelvo mi cuchillo y mi tenedor y me lanzo a por la colorida ensalada que lleva esa exquisita vinagreta. Necesito la receta.

—¿Está bueno?

Levanto la vista del plato con la boca llena de ensalada y Santana se mete el tenedor en la boca. Gimo de alegría. Podría comer sólo esto durante el resto de mi vida.

Me sonríe.

—Santana, ¿te parece bien si el grupo se instala en una esquina del salón de verano?

Se me tensa la espalda al oír la voz chillona de Holly.

¡Piérdete!

Acabo de perder el apetito y mi humor está en números rojos.

Dios, cómo detesto a esa mujer, y ahora que Santana ha admitido que se acostó con ella, lo que quiero es partirle la cara.

—Me parece perfecto. ¿No lo habíamos hablado ya?

Santana se vuelve un poco sobre su taburete para no darle la espalda. Yo ni siquiera me muevo. Me quedo de cara a la barra, escarbando en la ensalada con el tenedor.

—Sí, sólo quería confirmarlo. ¿Cómo estás, Brittany?

Miro mi plato con asco. Si de verdad quiere saberlo, se lo digo. Santana me observa, esperando a que sea educada y conteste a la arpía. Giro el taburete y me planto una sonrisa grande y falsa en la cara.

—Muy bien, gracias, Holly, ¿y tú?

Su sonrisa es aún más falsa que la mía. Me pregunto si Santana se ha percatado.

—Fenomenal. ¿Tienes ganas de que llegue la hora de la fiesta?

—Sí, muchas—miento.

Tendría más ganas si supiera que ella no va a estar. Santana interviene y me libra de tener que seguir intercambiando cortesías.

—Yo me voy a marchar. Volveré a las seis. Asegúrate de que arriba todo está en orden—vale, ya no hay manera de que me termine la comida. Me voy a pasar toda la noche viendo a la gente subir la escalera para visitar el salón comunitario—Las habitaciones y el salón comunitario estarán cerrados hasta las diez y media—Santana señala la entrada del bar con el tenedor—Sin excepción—añade, muy seria.

—Por supuesto—afirma Holly—Bueno, las dejo a lo suyo. Hasta luego, Brittany.

Me vuelvo ligeramente y le sonrío:

—Adiós.

Me devuelve la sonrisa pero, después de lo de anoche, es evidente que nos detestamos mutuamente, así que toda esta falsa cortesía no tiene sentido. Regreso a mi ensalada en cuanto puedo. No me cabe la menor duda de que está siendo tan amable por Santana.

No creo que la engañe.

—¿Por qué no te hace ilusión la velada?—me pregunta Santana mientras sigue comiendo.

—No es verdad—digo sin mirarla.

Suelta un hondo suspiro.

—Britt, deja de tocarte el pelo. Lo estabas haciendo cuando Holly te ha preguntado y lo estás haciendo ahora.

Me da un pequeño golpe con la rodilla y suelto el mechón de pelo al instante. Dejo el tenedor en el plato.

—Lamento que no me haga ilusión asistir a una fiesta donde cada vez que alguien me mire o me hable estaré pensando que lo que de verdad quiere es arrastrarme al piso superior y echarme un polvo.

Doy un salto cuando Santana golpea la barra con el cuchillo y el tenedor.

—¡Por el amor de Dios!—aparta el plato de un manotazo, fuera de mi campo de visión. Empieza a masajearse las sienes—Britt, vigila esa boca—gruñe, hastiada.
Me coge de la mandíbula y tira de ella. Sus ojos oscuros resplandecen de ira—Nadie va a hacer tal cosa porque todos saben que eres mía. No digas esas cosas, que me vuelven loca de rabia.

Su tono severo hace que me achique un poco.

—Lo siento.

Sueno gruñona, pero es la verdad.

Podrán pensar lo que quieran, ¿o acaso puede leerles el pensamiento?

—Por favor, intenta mostrar mejor predisposición—me suelta la mandíbula y me acaricia la mejilla—Quiero que te lo pases bien.

Su expresión suplicante me da ganas de patearme el culo. Se ha gastado vete a saber cuánto en los vestidos que me ha regalado y esta noche es muy especial para ella.

Soy una zorra desagradecida.

Me siento en su regazo, de cara a ella. Por supuesto, le importa un pimiento que mis piernas le estén rodeando la cintura y que estemos sentadas en el bar.

—¿Me perdonas?—le muerdo el labio inferior con descaro y le doy un beso de esquimal.

—Eres adorable cuando te enfurruñas—suspira.

—Tú siempre eres adorable—le devuelvo el cumplido y nuestros labios se funden—Llévame a casa, San—le digo pegada a su boca.

Gime.

—Trato hecho. Levanta.

Se pone de pie conmigo y yo aflojo el abrazo de hierro de mis muslos alrededor de sus caderas.

—¡Ay, no!—exclamo.

—¿Qué?—me mira preocupado.

—Tengo que comprar whisky para Clive.

—¿Por qué?—frunce el ceño.

—Como ofrenda de paz. ¿Podemos parar en algún sitio de camino a casa?

Pone los ojos en blanco y me coge de la mano.

—Clive ha sacado una buena tajada de esto, y ni siquiera cumplió con su parte—dice Santana, encaminándose hacia la salida de La Mansión.

Me despido con la mano de Artie y de Mario y ellos me devuelven el saludo.

—¿Cuánto le pagaste?

—Al parecer, no lo bastante como para que hiciera bien el trabajo—me mira y sonrío para que me dedique su sonrisa arrebatadora—No me mires así cuando no estoy en condiciones de hacerte mía, Britt. Sube al coche.

Trago saliva ante su falta de pudor.

—Y ¿qué hay del mío?—digo observando mi Mini.

—Haré que alguien lo lleve a casa—responde mientras me abre la puerta del acompañante.

Es un alivio cuando por fin llegamos al Lusso. Por lo visto a Clive le gusta el whisky muy caro y muy raro. Encontramos el Glenmorangie que me pidió en una tienda especializada en Mayfair y casi nos peleamos para pagar. Al final, Santana ha cedido. Se ha enfurruñado como una cría pero ha cedido.

—Clive, tu Glenmorangie Port Wood Finish—digo entregándole la botella.

La cara se le ilumina como si fuera Navidad, coge la botella y acaricia la etiqueta.

—¡No puedo creer que lo hayas encontrado! Creía que sólo se podía conseguir por internet.

Lo miro incrédula y es difícil no ver la expresión de recelo de Santana.

Hemos estado en tres supermercados y dos licorerías intentando encontrar esa dichosa botella, ¿y él sabía desde el principio que nos iba a ser casi imposible de encontrar?

Dejo a Clive acariciando su whisky y me subo al ascensor con Santana.

—Deberías haberle comprado a ese aprovechado la oferta especial del supermercado—gruñe introduciendo el código.

Todavía no lo ha cambiado, pero yo no pienso recordárselo más.

—¿Estará Sue?—pregunto.

Espero que no. Quiero acurrucarme entre sus brazos y quedarme así un buen rato, pero después del viaje a Londres en busca de la botella de whisky imposible ya no tenemos tanto tiempo como a mí me gustaría. Sé que eso es lo que tiene a Santana de mal humor.

—No, le dije que se marchara al acabar—dice, cortante.

Está hecha una cascarrabias.

Llegamos al vestíbulo y Santana hace malabares con mis bolsas para meter la llave en la cerradura. Abre la puerta, la sigo y le quito las bolsas.

—¿Qué haces?—pregunta con el ceño fruncido.

—Me las llevo al cuarto de invitados. No puedes ver mi vestido—replico encaminándome ya hacia la escalera.

—Déjalas en nuestro dormitorio—me grita.

¿Nuestro dormitorio?

—Imposible—grito a mi vez, desapareciendo en mi habitación de invitados favorita.

Saco el vestido de la bolsa y lo cuelgo detrás de la puerta. Suspiro y retrocedo para poder verlo bien. O se corre en el acto o se desintegra, una de dos. Desembalo el corsé, los zapatos y el bolso y dejo los demás vestidos para más tarde.

Llaman a la puerta.

—¡No entres!—chillo corriendo hacia la puerta y abriéndola sólo un poco.

Santana está riéndose.

—¿Es que vamos a casarnos, Britt-Britt?

—Quiero que sea una sorpresa—le hago un gesto para que se vaya—Tengo que pintarme las uñas. Vete.

Me quería con buena predisposición, pues ahora que no se queje. Levanta las manos.

—Vale, te espero en la bañera. No tardes. Ya he perdido una hora buscando el puto whisky—gruñe.

Cierro la puerta, saco el neceser de maquillaje de mi bolso y el correo que Clive me ha dado esta mañana. Lo dejo en la cómoda que hay junto a la puerta y me instalo en la cama para prepararlo todo para la fiesta.

Entro en el cuarto de baño y veo que Santana ya está sumergida en agua caliente y burbujeante pero no parece contenta.

Me saco el vestido por la cabeza, el sostén y las bragas y su expresión pasa del enfado a la aprobación en cuanto me meto en la bañera.

—¿Dónde estabas?

—Esperando a que se me secaran las uñas—digo mientras me instalo entre sus piernas y me apoyo entre sus pechos.

Hace un ruidito feliz y entrelaza nuestras piernas. Me envuelve en sus brazos y hunde la nariz en mi pelo.

—¡Ya he perdido dos horas de estar contigo! Dos horas que no voy a poder recuperar—masculla, resentida—Se acabó el pintarse las uñas y el ir a buscar botellas de whisky raro.

—Vale—estoy de acuerdo. Yo sé dónde preferiría estar—Se me olvidaba, Clive me ha dado tu correo esta mañana. Me lo he metido en el bolso y se me ha olvidado, perdona.

—No pasa nada, Britt—intenta que no me preocupe—Me encanta, me encanta, me encanta tenerte toda mojada y resbaladiza sobre mí—me coge las tetas con las manos y me muerde el cuello—Mañana nos vamos a pasar todo el día en la cama.

Sonrío para mis adentros y deseo en silencio que ojalá pudiéramos hacerlo ahora mismo, pero entonces noto su corazón palpitando contra mi espalda y pienso en el comentario que hizo sobre el latir de su corazón.

—¿Qué fue lo primero que pensaste al verme?

Permanece unos instantes en silencio.

—Mía—gruñe, y me muerde la oreja.

Me retuerzo y me echo a reír.

—¡No es verdad!

—Joder si lo pensé... Y ahora eres toda mía—me vuelve la cara para besarme con dulzura—Te quiero, Britt-Britt.

—Lo sé. ¿No se te ocurrió nunca que podías invitarme a cenar en vez de acosarme, hacerme preguntas inapropiadas y prepararme una encerrona en una de tus cámaras de tortura?

Mira a la nada pensativa.

—No. No podía ni pensar. Me tenías confusa—niega con la cabeza.

—¿Confusa sobre qué?

—No lo sé. Provocaste algo en mí. Era perturbador—se echa hacia atrás y apoyo la cabeza en su pecho.

¿Qué le provoqué exactamente?

¿Un latido?

Diría que esa frase es muy rara, pero ella también provocó algo en mí y también era algo muy perturbador.

—Me regalaste una flor—digo en voz baja.

—Sí, estaba intentando ser una dama.

Sonrío.

—Y cuando volviste a verme, ¿me preguntaste cuánto iba a gritar cuando me follaras?

—Esa boca, Britt—se echa a reír—No sabía qué hacer. Normalmente sólo tengo que sonreír para conseguir lo que quiero.

—Deberías haber intentado ser menos arrogante.

No me gusta la idea de Santana sonriendo y consiguiendo lo que quiere.

¿A cuántas les habrá sonreído?

—Tal vez. Dime qué pensaste tú—me da un pellizco y sonrío para mis adentros. Podríamos tirarnos aquí la vida entera—Venga, dímelo, Britt—insiste, impaciente.

—¿Para qué? ¿Para qué se te hinche aún más el ego?—me burlo, y me castiga haciéndome cosquillas. Me retuerzo y salpico agua fuera de la bañera—¡Para!

—Dímelo. Quiero saberlo.

Respiro hondo.

—Casi me desmayo—admito sin pudor—Y entonces vas tú y me besas. ¿Por qué lo hiciste?—pregunto, recelosa, sintiendo un escalofrío.

—No lo sé. Simplemente pasó. ¿Estuviste a punto de desmayarte?

No le veo la cara pero apostaría la vida a que en su hermoso rostro brilla su sonrisa arrebatadora.

Echo la cabeza atrás.

Sí, justo lo que yo decía.

Pongo los ojos en blanco.

—Pensé que eras una cerda arrogante, una sobona con modales inapropiados que hacía comentarios de mal gusto.

Todavía me cuesta creer lo ciega que estaba con respecto a dónde me encontraba, pese a que las pistas que me dio Santana indicaban a las claras que La Mansión no era un hotel. Estaba demasiado ocupada luchando contra las reacciones no deseadas que provocaba en mí, luego cediendo a mis impulsos y más tarde luchando otra vez.

Me acaricia los pezones en círculos con la punta de los dedos.

—Necesitaba seguir tocándote para ver si me estaba imaginando cosas.

—¿Qué cosas?

—Mi cuerpo temblaba cada vez que te tocaba. Y sigue haciéndolo.

—El mío también—confieso. Es una sensación increíble—¿Eres consciente del efecto que causas en las persona?—extiendo las manos sobre la parte superior de sus muslos.

—¿Parecido al que tú causas en mí?

Entrelaza los dedos con los míos.

—¿Dejan de poder respirar durante unos segundos cada vez que me ven?—me besa la sien e inhala con fuerza—¿Quieren meterme en una vitrina para que nada ni nadie pueda hacerme daño?—casi me quedo sin respiración. Suspira hondo y subo y bajo sobre su pecho—¿Creen que la vida se acabaría si yo no estuviera?—termina con dulzura.

Se me saltan las lágrimas y lucho para recobrar el aliento. Vale, la primera, seguro, pero las otras dos creo que probablemente están reservadas sólo para mí. Son palabras muy fuertes teniendo en cuenta que sólo hace un mes que nos conocemos. Al principio pensaba que sólo le interesaba una cosa y ya está, pero sus acciones me decían algo distinto, incluso cuando yo no me daba cuenta.

La mujer era de lo más persistente, y doy gracias de que lo fuera. Ahora su negocio y sus problemas con la bebida son irrelevantes. Sigue siendo Santana y sigue siendo mía.

Me doy la vuelta y me deslizo hacia arriba por su pecho. No me quita el ojo de encima hasta que estamos a la misma altura.

—Me has quitado las palabras de la boca—digo con dulzura.

Necesito que sepa que no es la única de esta relación que se siente posesiva y protectora más allá de lo razonable.

Es una locura, esta mujer tan fuerte y dominante que me ha hecho suya del todo, que consigue que me rinda sin preguntas y sin dudar ni un instante. Le he dado el poder para destruirme por completo. Me importa tanto como sé que yo le importo a ella.

Simplemente es así.

—Te quiero muchísimo, Sanny—digo con convicción—Tienes que prometerme que nunca vas a dejarme.

Se burla.

—Britt-Britt, no vas a librarte nunca de mí.

—Estupendo. Bésame.

—¿Me estás dando órdenes?—está a punto de reírse y le brillan los ojos.

—Sí. Bésame.

Entreabre los labios a modo de invitación y se acerca a mi boca.

Me pierdo en ella.

Ojalá no tuviéramos que ir a ninguna parte.

Saboreo el calor de su aliento mentolado y saludo a su lengua con la misma pasión que ella a mí mientras ella me acaricia la espalda mojada con las manos.

—Sé que te haría muy feliz que nos quedáramos aquí toda la noche, pero tenemos que ir pensando en movernos.

Me planta las palmas en las nalgas y me levanta para poder acceder a mi cuello.

—¿Y si nos quedamos?—suplico.

Me deslizo arriba y abajo y me restriego contra ella.

Coge aire.

—Vas a tener que dejarme salir porque, si me quedo aquí, no vamos a ir a ninguna parte.

Me besa con premura y me sube para que me siente sobre los talones delante de ella.

—Pues quédate—digo con un mohín mientras la aprieto contra mí y me abrazo a su cuello. Me siento en su regazo y no hace nada para detenerme—Quiero marcarte—digo, sonriendo, y me aferro a su pecho con los labios.

Ella gruñe y se tumba.

—Britt, vamos a llegar tarde—replica sin preocuparse en absoluto. Aprieto los dientes contra su piel y succiono—Joder, no sé decirte que no—gime levantándome para colocarse debajo de mí.

Nos acomodamos para que nuestros sexos se toquen y las dos suspiramos. La muerdo más fuerte y empiezo a moverme arriba y abajo, despacio, a un ritmo controlado. Me coge de la cintura y la mueve en círculos y me sube y me baja para marcarme la cadencia.

—Quiero verte la cara, Britt—me ordena. Dejo de morderla y la beso antes de acercarle la cara—Mucho mejor—sonríe.

Me derramo sobre ella. Le aparto el pelo húmedo de la frente y enrosco los dedos en su nuca. Nuestros movimientos son sincronizados mientras el agua chapotea a nuestro alrededor y nos miramos fijamente. La presión en mi entrepierna entra en ebullición poco a poco hasta que ella levanta las caderas de repente y mis manos corren a aferrarse al borde de la bañera. Resoplo y ella me sonríe antes de repetir el movimiento.

—Otra vez—ordeno impulsivamente ante la inminencia de mi orgasmo.

Grito y echo la cabeza atrás cuando Santana obedece. Una de las manos con las que me sujetaba de la cintura se desplaza a mi nuca.

—¿Más?—pregunta con voz ronca.

Echo la cabeza atrás de nuevo.

—Sí—consigo decir antes de que vuelva a levantar las caderas.

Cierro los ojos.

—Britt, mírame—me advierte deslizando la mano de vuelta a mi cintura.

Abro los ojos y veo que ella tiene la mandíbula tensa y las venas del cuello hinchadas. Me mueve una y otra vez. Grito intentando no cerrar los ojos.

—¿Te gusta?—pregunta recompensándome con otra subida de caderas.

—¡Sí!—tengo los nudillos blancos de agarrarme con tanta fuerza.

—No te corras, Britt. No he terminado.

Me concentro para controlar mi orgasmo, que está a la vuelta de la esquina. Los movimientos firmes y contenidos de Santana no son de gran ayuda. Echa la cabeza atrás pero no me quita ojo. Me levanta, tira de mí y mueve las caderas en círculos una y otra vez. Gemimos juntas y me duele la cabeza de tanto mantener el contacto visual. Quiero echarla hacia atrás y correrme, pero tengo que esperar a que me dé permiso.

No sé si podré aguantar mucho más.

—Buena chica—me alaba mientras me sujeta con más fuerza de la cintura. Me mueve en círculos sobre sus caderas—¿Lo notas, Britt?

—Te vas a correr—jadeo.

Sonríe.

—Cógeme los pezones—suelto el borde de la bañera y le pellizco los pezones para que se endurezcan más. Los retuerzo con los dedos bajo su atenta mirada—Más fuerte, Britt—me ordena, y me castiga con otra embestida de sus caderas. Grito y pellizco con más fuerza. La punzada de dolor va directa a mi sexo—¡Más fuerte!—grita clavándome los pulgares en la cintura.

—¡San!

—Aún no, Britt. Aún no. Contrólalo.

Trago saliva y tenso todos los músculos de mi cuerpo. Me quedo rígida. No sé cómo lo hace. Su cara refleja el esfuerzo, tiene la mandíbula apretada. Posee un autocontrol increíble. Voy en barrena hacia un orgasmo épico. La fuerza con la que le pellizco los pezones aumenta a medida que se acerca. Entonces desliza una mano hacia el interior de mis muslos y me acaricia suavemente. Los movimientos de sus caderas hacen que la fricción de sus dedos se ajuste al ritmo de sus lentas estocadas. Empiezo a sacudir la cabeza, desesperada.

—¡San, por favor!

—¿Quieres correrte?

—¡Sí!

Me acaricia el clítoris con el pulgar.

—Córrete—ordena con otro movimiento de caderas que me deja delirante.

Mi cuerpo explota y grito, un grito desesperado que hace eco en el cuarto de baño. Maldice en alto. Caigo sobre su pecho, temblando incontroladamente. Siento que se sigue moviendo. Se abraza a mí y sus muslos de acero chocan contra mi cuerpo lánguido.

—¡Dios!—exhala con fuerza salpicando agua a nuestro alrededor—Britt, mañana te voy a esposar a la cama—gime—Bésame.

Consigo levantar la cabeza de su pecho y encuentro sus labios mientras ella sigue moviendo las caderas en círculos.

Podría caer dormida ya mismo.

—Llévame a la cama, San—susurro contra su boca.

No hay forma de librarse de lo de esta noche, eso ya lo sé.

—Te estoy ignorando—me contesta, muy seria.

Le sujeto la cara con las manos para que no la mueva mientras la cubro de besos en un intento desesperado por convencerla de que deberíamos quedarnos en casa.

—Quiero quererte—susurro llevando las manos a su nuca para poder enroscarlas en su pelo.

Yo sólo quiero quedarme en casa.

—Déjalo estar, Britt. Odio decirte que no. Sal—me aparta para salir y refunfuño cuando sale de la bañera.

¿Odia decirme que no?

Sólo cuando le ofrezco mi cuerpo.

—Esta noche quiero que llevemos el pelo suelto—dice cogiendo una toalla.

Salgo de la bañera y abro el grifo de la ducha.

—A lo mejor lo llevo recogido—replico metiéndome debajo de la ducha para lavarme el pelo.

Lo cierto es que pensaba llevarlo suelto, pero me apetece ser insolente. Chillo cuando me da un azote en el culo con la palma de la mano. Me aclaro el champú y abro los ojos. Hay una mujer resplandeciente y muy disgustada mirándome.

—Calla—dice con ese tono de voz que me empuja a llevarle la contraria—.Lo vas a llevar suelto. Me besa en los labios—¿Sí?

—Sí—suspiro.

—Ya lo sabía yo—sale de la ducha—Arréglate aquí. Yo me voy a otra habitación.

—¡No vayas a la habitación crema!—grito, presa del pánico—¡No vayas a la habitación crema!

—No te preocupe, Britt-Britt.

Sus hombros salpicados de gotas de agua salen del cuarto de baño y termino de ducharme.

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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 3:) Jue Mayo 28, 2015 10:18 pm

holap morra,...

mmm dani otra vez, no me da buena espina!!!
en serio holly tiene un radar en ,.....¿? para aparecer justo en los momentos de san y britt,..
amo a san consiguiendo lo que quiere,..
san se va a llevar una sorpresa cuando vea a britt,..

nos vemos!!!
3:)
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 23l1 Vie Mayo 29, 2015 1:57 am

3:) escribió:holap morra,...

mmm dani otra vez, no me da buena espina!!!
en serio holly tiene un radar en ,.....¿? para aparecer justo en los momentos de san y britt,..
amo a san consiguiendo lo que quiere,..
san se va a llevar una sorpresa cuando vea a britt,..

nos vemos!!!


Hola lu, mmm ni a mi ¬¬ Jajajajajaj si, algo tiene que tener para interrumpirlas ¬¬ Jjajaajajajaj o no¿? jajajaajajaja. También lo creo... bueno aquí tu cap! osea la fiesta! Saludos =D
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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 20

Mensaje por 23l1 Vie Mayo 29, 2015 2:00 am

Capitulo 20

Me estoy mirando al espejo de cuerpo entero con un nudo en el estómago. Me he secado el pelo con secador, está ondulado y brillante. Mi maquillaje es delicado y natural y ya me he puesto el vestido. Tiene un tacto increíble pero estoy que me subo por las paredes. No sé si es por el lugar al que voy o por si estoy teniendo un pequeño ataque de ansiedad de pensar que puede que a Santana no le guste el vestido.

Me vuelvo para ver el escote de la espalda, que parece más pronunciado que en la tienda.

¿Se enfadará?

Estuvo a punto de tener un infarto cuando me vio con el vestido de verano con la espalda al aire. Soplo para apartarme el pelo de la cara y me echo un poco más de desodorante.

Me estoy asando, sin duda son los nervios.

Me pongo mis pendientes de oro blanco; son unas bolitas sencillas, el encaje no permite otra cosa. Meto el brillo de labios y la polvera en la cartera junto con el teléfono. Llaman a la puerta y el corazón se me sale del pecho.

Tengo un nudo en el estómago.

—Britt, cariño, tenemos que irnos—dice en voz baja desde el otro lado.

No intenta entrar, y ese gesto, junto con la dulzura de su voz, me indica que puede que ella también esté nerviosa.

¿Por qué?

Porque normalmente entraría a la carga, sin llamar y sin decir nada.

—¡Dos minutos!—grito.

Mi voz es aguda y temblorosa. Me rocío con mi perfume favorito de Calvin Klein. No hay gruñidos ni gritos impacientes. Debería mover el culo. Me deja para que me tranquilice un poco. Respiro hondo un par de veces, cojo la cartera y echo los hombros atrás.

Qué mal.

Estoy supernerviosa.

Tengo que ver a todos los socios de La Mansión y no me apetece nada. Las mujeres me han dejado claro que les he aguado la fiesta. No creo que vayan a cambiar de opinión sólo porque lleve un vestido de alta costura o porque oficialmente sea la novia de Santana.

¿La novia?

Suena muy tonto, pero ¿qué otra palabra puedo usar?

Además, ella es demasiado mayor para llamarla novia.

No suena nada bien.

Vale.

Recojo un poco el bajo del vestido y admiro mis zapatos antes de salir del dormitorio en dirección a la escalera. Veo la sala de estar y oigo las fascinantes notas de Nights in White Satin de Moody Blues que caen sobre mí desde los altavoces integrados.

Sonrío para mis adentros y entonces la veo.

Freno en seco en lo alto de la escalera y procuro recobrar el aliento. Es como volver a verla por primera vez. Está impresionante con el vestido negro con escote. Se ha maquillado un poco y puedo ver que su hermoso rostro, lo es más aún. También se ha peinado, lo lleva suelto y con pequeñas ondas.

Dios, esta noche voy a fastidiar los planes de muchas.

Aún no me ha visto. Camina despacio de un lado a otro, mirando al suelo.

¿Mi mujeriega chula, orgullosa y pagada de sí misma está nerviosa?

En silencio, observo cómo se sienta, junta las manos y traza círculos con los pulgares en el aire. Vuelve a levantarse y a pasear de un lado a otro. Sonrío y, como si notara mi presencia, se vuelve y recibo de pleno el impacto de ver a mi mujer de frente, en todo su esplendor. Me quedo sin aliento y tengo que sujetarme a la barandilla para no caerme.

Abre un poco más los ojos.

—Madre mía—dice, y oscilo sobre los talones bajo su intensa mirada.

Santana se acerca a la escalera sin apartar la mirada de mí. Bajaría para reunirme con ella, pero mis estúpidas piernas están paralizadas y no logro convencerlas de que se muevan.

Es posible que tenga que bajarme en brazos.

Sube la escalera sin que nuestros ojos se separen y, cuando llega hasta mí, me tiende la mano con una sonrisa. Respiro hondo, cojo la falda de mi vestido y pongo la mano en la suya. La dejo que me guíe por la escalera. Mis piernas parecen un poco más fuertes ahora que ella me lleva de la mano. Llegamos abajo y se vuelve. Recorre con la mirada mi cuerpo cubierto de encaje. Da una vuelta a mi alrededor para ver la espalda y cierro los ojos, rezando para no haber cometido un error monumental al haber elegido un escote trasero tan pronunciado. Coge aire y siento su dedo cálido en la nunca. Lo desliza despacio por mi columna vertebral y un millar de escalofríos viajan por mis terminaciones nerviosas. Acaba en la base de mi columna y siento el inconfundible calor de su boca sobre mi piel cuando me besa en el centro de la espalda. Sus labios tibios me relajan. Si fuera a explotar, ya lo habría hecho.

Lentamente, vuelve a colocarse delante de mí.

—No puedo respirar—susurra cogiéndome de la cintura y atrayéndome hacia su boca.

Es como si me hubiera vuelto tan delicada como el encaje que cubre mi cuerpo.

Qué alivio.

El nudo del estómago ha desaparecido. Ahora sólo tengo que preocuparme de la infinidad de personas que se arrodillarán ante ella. Se aparta y me besa el bajo vientre.

Ahora no querrá que me desvista, ¿o sí?

—Me gusta muchísimo tu vestido—dice, sonriente—Éste no te lo probaste. Me acordaría, Britt—la contempla, admirada.

—Siempre encaje—repito sus palabras y nuestras miradas se funden.

—¿Escogiste este vestido para mí, Britt?—me pregunta con ternura.

Asiento, da un paso atrás y se muerde el labio y ahí están los engranajes, trabajando mientras ella me mira con aprobación.

—Igual que yo he elegido esto para ti—dice mientras se saca la mano del bolsillo y veo una delicada cadena de platino colgando de su dedo.

Casi me atraganto con mi propia lengua cuando mis ojos ven la exquisita joya. La vi en una vitrina de cristal esta mañana mientras pasaba con Zoe por la sección de joyería. Me lo señaló y me cautivó al instante, con sus delicadas capas de platino y un diamante cuadrado suspendido al final. Casi me da un ataque al ver el precio escrito en letra muy pequeña.

La miro a los ojos.

—San, ¡ese collar vale sesenta mil libras!—suelto.

No se me olvidará nunca. Conté los ceros varias veces.

¡Ay, Dios!

Me entra muchísimo calor de repente y mis ojos van de Santana al diamante que le cuelga del dedo. Sonríe y se me acerca por detrás, me echa el pelo sobre el hombro. El corazón me da volteretas mortales en el pecho. Acerca el collar a mi cuello y lo deja caer sobre mi esternón. Siento una carga enorme en el pecho. Estoy empezando a temblar. Sus manos rozan mi espalda cuando abrocha el cierre y luego me desliza las palmas por los hombros y me da un beso en la nuca.

—¿Te gusta?—me susurra al oído.

—Sabes que sí, pero...—toco el diamante y al instante quiero un paño de terciopelo para limpiarle mi huella dactilar—¿Te lo dijo Zoe?

Quiero vomitar.

Sé que se dedica a las ventas, pero decirle a Santana que me quedé prendada de un carísimo collar de diamantes es aprovecharse de la situación.

¿Sesenta mil libras?

¡Virgen santa!

—No, yo le pedí a Zoe que te lo enseñara—me da la vuelta entre sus brazos y acaricia el collar con el dedo y luego mi pecho—Eres increíblemente hermosa.

Me da un tierno beso en los labios.

¿Ella se lo pidió?

Me entra la risa nerviosa.

—¿Es a mí o al diamante?

—Sólo tengo ojos para ti—me dice con la ceja levantada—Para siempre.

Dejo de reírme.

—San, ¿y si lo pierdo? ¿Y si...?—me hace callar con sus labios.

—Cállate, Britt—vuelve a cubrirme la espalda con el pelo—Está asegurado y es un regalo que quería hacerte. Si no te lo pones, me enfadaré mucho, ¿entendido?

Su tono no admite discusión, pero estoy abrumada y mucho más nerviosa que antes ahora que el collar forma parte de la ecuación de la fiesta. No voy a volver a ir en metro ni a pasear de noche, eso fijo, no con esta cosa colgando del cuello. Además, dudo que pueda hacer ninguna de esas cosas si Santana se sale con la suya (y eso es lo que va a pasar). Respiro hondo y apoyo las manos sobre sus pechos.

—No sé qué decir—me tiembla la voz, igual que el cuerpo.

—Puedes decir que te encanta—las comisuras le bailan—Puedes darme las gracias.

—Me encanta. Muchas gracias—le doy un beso.

—De nada, Britt. Aunque no es tan hermoso como tú. Nada lo es—me coge las manos—Mi trabajo aquí ha terminado. Vamos, has conseguido que tu diosa llegue tarde.

Me lleva a la puerta principal y apaga la música. Coge las llaves y vamos al ascensor. Ya han reparado el espejo. Se abren las puertas, entramos e introduce el código. Me mira y me guiña el ojo.

—Eres demasiado guapa—digo con cierta melancolía—Y todo mía.

Coge mi mano y me besa la punta del dedo.

—Sólo tuya.

Cruzamos el vestíbulo del Lusso. Clive nos mira dos veces y abre la boca de par en par. Santana me pasa el brazo por los hombros y sé que es una señal de lo que nos espera esta noche. Por mí, fenomenal, porque no tengo intención de apartarme de su lado.

Me ayuda a subir al DBS y viajamos a La Mansión a toda velocidad. La he hecho llegar tarde a su fiesta de aniversario pero no parece importarle. Me mira de vez en cuando y sonríe cuando me pilla mirándola. Le pongo la mano sobre el muslo y me relajo cuando ella pone la suya en el mío y me da un apretón cariñoso. Ahora mismo estoy muy enamorada de ella y, por primera vez, me ilusiona esta velada. Santana, la amante de la diversión, tiene ganas de fiesta, y es en esos momentos cuando veo la personalidad afable que todo el mundo dice que tiene. No ignoro el hecho de que sólo veo a esa Santana cuando las cosas van como ella quiere, o cuando hago lo que me ordena y ella se sale con la suya o consigue lo que desea, pero cuando ella está así es cuando yo soy más feliz y cuando me siento más contenta.

Estoy en mi salsa en el séptimo cielo de Santana.

No me sorprende ver a Finn en la escalera de La Mansión cuando aparcamos. Santana me ayuda a salir del coche y me lleva a la entrada, donde Finn está dando instrucciones a una docena de hombres con uniforme de aparcacoches. Santana le lanza las llaves, él las coge y se las pasa a uno de los aparcacoches y lo informa de que sólo tiene que mover el Aston Martin de Santana si es estrictamente necesario.

Saludo a Finn con la mano. Me sonríe al pasar. Lleva su traje negro de costumbre, sólo que ha cambiado la camisa negra por una camisa blanca y pajarita. Lleva las gafas de sol puestas, como siempre. Está muy elegante. Es el tío más guay del universo.

—¡Por fin!

La voz de pánico de Holly es lo primero que oigo al entrar en La Mansión. Se acerca contoneándose. No puede moverse mucho porque lleva un ajustado vestido rojo de satén que podría ser su segunda piel. Debe de haberse embutido en él. Ya no me cabe ninguna duda sobre la condición de sus pechos. Los lleva bien altos, con un escote palabra de honor. Si bajara la cabeza, podría besárselos ella misma.

Detiene su marcha acelerada hacia Santana y me da un repaso que termina en mi cuello, donde su mirada se queda fija. Ha visto el collar, porque es difícil no verlo, pero no le fascinan su belleza o su brillo (¡qué va!), sino que está pensando en quién lo ha comprado y, a juzgar por la mueca que hace con su cara llena de bótox, ha dado en el clavo. Instintivamente, cojo el diamante, como si lo estuviera protegiendo de sus ojos pequeños y brillantes. Me mira con envidia y entonces repara en mi cuerpo cubierto de encaje. Enderezo la espalda y sonrío con dulzura.

—Ya estoy aquí—gruñe Santana, colocándome a su lado.

Entramos en el bar, donde Artie está dando instrucciones al personal. La estancia es ahora tres veces más grande, y caigo en la cuenta de que las puertas que dividen el bar y el restaurante están abiertas y hay decenas de mesas altas de bar con sus taburetes distribuidas por las dos salas.

—Siéntate aquí, Britt.

Santana me muestra un taburete junto a la barra y llama a Artie antes de acomodarse junto a mí. Holly señala una lista que lleva en la mano.

—¿No podemos repasar...?

—Holly, dame un minuto—la corta Santana sin dejar de mirarme. Me la comería a besos—¿Qué quieres beber?

Noto el aire gélido que desprende Holly, ahí de pie como una maceta, esperando a que Santana termine de atenderme antes de prestarle la atención que ella quiere. Tal vez tarde en decidirme.

¿Puedo tomar alcohol?

Dijo que podía beber si ella estaba cerca.

Aparece Artie, hecho un pincel, con su chaqueta blanca y su pajarita. Lleva la raya al lado y ni un pelo fuera de su sitio. Sonríe y recuerdo el suculento cóctel que me ha preparado antes.

—Tomaré un sublime de Artie, por favor—le sonrío.

Él se ríe a gusto.

—¡Sí!—exclama detrás de la barra—¿Y usted, señora López?

—Sólo agua, Artie—responde Santana acercándose para besarme.

Holly me está taladrando con la mirada, así que, cómo no, obedezco y dejo hacer a Santana. No es que necesite a Holly para eso. Santana hace y deshace a su antojo cuando quiere y donde quiere.

—Un gin-tonic de endrinas, Artie—suelta entonces ella, y resopla mientras Santana se dedica a mí—esa mujer le importa un comino, y me siento mucho más cómoda ahora que lo sé. Ni siquiera es una amenaza real—Santana, de verdad que te necesito en la oficina—insiste.

Ella gruñe y mentalmente deseo que la pise como a un felpudo.

—¡Holly, por favor!—masculla poniéndose de pie—Britt, ¿prefieres quedarte aquí o venir conmigo?

No estoy mirando a Holly, pero sé que ha puesto cara de asco y, aunque me encantaría tocarle las narices un poco más, estoy muy contenta aquí con Artie y mi sublime.

—Vete, yo estoy bien aquí.

Coge su botella de agua y me besa en la frente.

—No tardo nada.

Echa a andar y Holly tiene que seguirla corriendo sobre sus tacones de dieciséis centímetros para no perderla, no sin antes coger su gin-tonic de la barra con un gruñido. La ignoro y acepto la copa que me ofrece un Artie sonriente.

—Gracias, Artie.

Le devuelvo la sonrisa, doy un trago y gimo de gratitud.

—Señorita Brittany, ¿me permite que le diga lo preciosa que está usted esta noche?—me sonríe con afecto y me sonrojo un poco.

—Artie, ¿me permites que te diga lo elegante y seductor que estás esta noche?—levanto mi copa por el pequeño italiano al que tanto cariño le he cogido.

Él da una palmada sobre la barra y se echa a reír. Luego mira el diamante que cuelga de mi cuello antes de observarme con una ceja arqueada.

—La quiere mucho, ¿verdad?

Me encojo de hombros un poco avergonzada. De repente me siento incómoda con el italiano afable. No quiero que todo el mundo piense lo inevitable, como hizo Holly.

—Es sólo un collar, Artie.

Sí, un collar de sesenta mil libras, pero nadie tiene por qué enterarse de ese pequeño detalle. Lo cojo otra vez. De vez en cuando, tengo que comprobar que sigue ahí, aunque noto el peso perfectamente.

—Veo que también usted quiere mucho a la señora López—añade sonriéndome mientras me rellena la copa—Eso me hace feliz.

¿De verdad?

Un vaso roto lo distrae y se va, agitando los brazos y gritando en italiano. Estoy muy a gusto en la barra, viendo cómo los empleados se preparan para la velada. Se sirve champán en cientos de copas y Artie no para de limpiar la barra. Grita órdenes aquí y allá para gestionar a su gente. Es como una demostración precisa de organización, sabe lo que se hace. El pequeño italiano es un perfeccionista y lo quiere todo impoluto.

La enorme sala está decorada con gusto, todo está en su sitio, perfecto hasta el más mínimo detalle. Los candeleros cuelgan bajo e iluminan lo justo con una luz aterciopelada. Las palabras «sensual» y «estimulante» me vienen a la cabeza. Son palabras que ya he oído antes.

Aparece Mario con una bandeja de canapés.

—Señorita Brittany, está usted espectacular esta noche—dice, y me ofrece la bandeja—¿Un canapé?

Huelo el delicioso salmón y veo las tostadas cubiertas de crema de queso.

—Ay, Mario—me llevo la mano al estómago—Aún estoy llena.

No tengo ni idea de cómo voy a aguantar una cena de tres platos. Voy a reventar el vestido.

—Pero si apenas ha tocado la comida—replica mirándome con desaprobación, y luego sigue con su trabajo—Que disfrute de la velada.

—Tú también, Mario—le contesto.

De inmediato me siento idiota por haberle dicho a un empleado de Santana que disfrute de una noche de trabajo duro, pero tiene razón: no me he terminado la comida. Ha sido porque perdí el apetito cuando apareció Holly, y es probable que por esa misma razón tampoco tenga hambre ahora.

Me vuelvo hacia la barra y veo que me han rellenado la copa. Busco a Artie y lo veo al otro lado, colocando unos taburetes en su sitio. Me ve y me sonríe mientras levanto la copa y frunzo el ceño. Me ignora y sigue trasladando taburetes. Tengo que ir con cuidado. Me he tomado dos copas del sublime de Artie y no tengo ni idea de lo que lleva. No puedo acabar tirada por los suelos cuando todavía está llegando gente.

—¡Britt!—me pongo en pie de un salto en cuanto oigo el grito excitado de Rachel—¡Vaya!—derrapa delante de mí con los ojos fuera de las órbitas—¡La hostia!

—Lo sé—gruño—La cosa esta me tiene muerta de miedo. Debería estar en una caja fuerte.

Cojo el diamante y jugueteo con él otra vez. Rachel me da un manotazo para poder tocarlo.

—¡Caray! Esto es una cosa muy seria—dice, suelta el diamante y se aparta para verme bien—¡Mírate! A alguien la han mimado mucho hoy.

Me echo a reír. Rachel se queda corta.

—Deja que te vea—la cojo de las manos y se las llevo a un lado—Me encanta tu vestido.

Hago que dé una pequeña vuelta. Como siempre, está fabulosa. Lleva un vestido largo de color verde y los rizos castaños y brillantes recogidos en lo alto de la cabeza.

—¿Te apetece una copa? Tienes que probar esto—cojo la mía y se la muestro—Siéntate. ¿Dónde está Quinn?

Se encarama al taburete y pone los ojos en blanco.

—No deja que ninguno de los aparcacoches toque el suyo. Cree que son todos unos inútiles que no saben controlar un Carrera—se ríe—¿Y San?

Mi sonrisa desaparece.

—Holly se la ha llevado no sé adónde—echo un vistazo al reloj, hace casi una hora que se ha ido—¿Sabes?, anoche vi un Porsche Carrera con cierta morena a bordo, camino de La Mansión—digo como si nada mientras le doy un sorbo a mi copa y espero su reacción.

Mi feroz amiga me lanza una mirada fiera.

—Sí, Britt. Ya me lo has dicho—replica, altanera—¿Y esa copa?

Meneo la cabeza pero no insisto.

—¿Artie?—lo llamo, y él me indica con la mano que me ha oído—Te presento a mi amiga Rachel. Rachel, él es Artie.

—Nos conocemos—le sonríe ella.

—¿Qué tal está usted, Rachel?—Artie le dedica una de sus encantadoras sonrisas.

—Estaré mejor cuando me traigas uno de ésos.

Señala mi copa y él se echa a reír antes de coger la jarra de cristal del sublime. Claro que se conocen. Cómo envidio su forma de ser, tan relajada. Artie vuelve con la jarra y tapo la copa con la mano cuando intenta volver a llenármela. Se encoge de hombros y masculla algo en italiano intentando reprimir una sonrisa. Finge estar muy ofendido.

—¿Dónde está la fiesta?

Nos volvemos y vemos a Quinn con las piernas y los brazos extendidos en la entrada del bar. Va mucho más elegante que de costumbre (siempre lleva bombachos y una camiseta). Se arregla un poco el vestido y entra en la sala con toda la confianza del mundo. Pide un trago. Va bien vestida pero su pelo sigue pareciendo una fregona despeinada de pelos rubios. Tampoco falta su sonrisa picarona.

—¡Señoritas! ¿Saben que están realmente deslumbrantes esta noche?—me da un beso en la mejilla y un buen morreo a Rachel. Ella la aparta de un manotazo, riéndose—¿Y mi latina?—pregunta buscando por el bar.

Quiero corregirla y puntualizar que Santana es mi latina, pero creo que sería demasiado atrevido. Me río para mis adentros.

—En su oficina—digo tomando otro sorbo.

Me estoy conteniendo, pero esto está delicioso y entra como si nada. Me siento mejor ahora que Rachel está aquí. Así me distraigo y no pienso que Santana sigue desaparecida.

Una hora más tarde el bar está lleno y todavía no tengo noticias de Santana. Suena música de jazz y se oyen conversaciones felices de fondo. Los hombres llevan esmóquines caros, y ellas se han puesto sus mejores trajes de noche y vestidos de cóctel. No ignoro que parezco ser el tema de conversación favorito de muchos grupos, sobre todo entre las mujeres, que disimulan fatal. Lo que más me molesta es que mi mente inquisitiva e irracional se pregunta con cuántas de estas mujeres se habrá acostado Santana. Es una idea deprimente, y no creo que consiga quitármela nunca de la cabeza.

Voy por el tercer vaso de sublime y bebo a sorbitos. Noah ha llegado y está como siempre: aseado, pulcro y preciso. Exhalo y me relajo cuando dos manos me cogen por las caderas y percibo de inmediato el aroma a menta.

¿Dónde se había metido?

Apoya la barbilla en mi hombro.

—Te he dejado sola.

Giro el cuello para poder verla.

—Sí. ¿Dónde has estado?

—No podía dar dos pasos sin que alguien se me acercara. Ahora soy toda tuya, te lo prometo.

Se inclina hacia adelante para besar a los chicos. Apuesto a que todos esos «alguien» eran mujeres.

—¿Lo están pasando bien?—les pregunta mientras le indica a Artie que le traiga otra botella de agua.

—Lo pasaremos bien después de cenar—dice Quinn, sonriente, mientras brinda con Noah.

Sé lo que quiere decir, y recuerdo que Santana ha dado instrucciones para que los pisos de arriba permanezcan cerrados hasta las diez y media. Ahora ya sé por qué: para mantener fuera a otras personas como Quinn. Me asalta un pensamiento que me preocupa mucho.

Mierda, ¿desaparecerá Rachel arriba esta noche?

La miro con los ojos muy abiertos pero no me devuelve la mirada. Sabe lo que estoy pensando, lo sé por cómo intenta esconder la cara.

—Diez y media—dice Santana, muy seria.

Me baja del taburete, se sienta y luego me sienta sobre sus rodillas y hunde la cara en mi pelo. Quinn y Noah comparten una mirada de reproche, y Rachel sigue sin querer mirarme.

—Quiero tumbarte sobre la barra y tomarme mi tiempo para quitarte todo el encaje—me susurra al oído.

Me tenso y le ruego en silencio que se calle antes de que obedezca y me suba a la barra por ella. Me restriega la entrepierna en el trasero.

—¿Qué llevas debajo del vestido?

—Más encaje—digo en voz baja con una sonrisa.

Me ruge al oído.

¿Por qué habré dicho eso?

Necesito que no hablemos de sexo.

—Me estás matando, Britt—me muerde la oreja y me dan escalofríos.

—Para—le aviso, poco convencida.

Tardaría una semana en quitarme y ponerme el vestido. De hecho, no creo que deje que me lo quite ella. Perderá la paciencia, me lo romperá y no podré volver a ponérmelo.

—Nunca—hunde la lengua en mi oreja y cierro los ojos con un suspiro.

—¡Eh, pareja!—Rachel le da a Santana un manotazo en el hombro—¡Bájala!

—Eso, a nosotros nos reprimes nuestras necesidades sexuales pero luego te sientas ahí a magrear a tu chica—se queja Quinn.

Santana la mira en absoluto contenta.

—Si intentas detenerme, cierro el chiringuito ahora mismo y me la llevo a casa—suelta ella.

—Estás avasallando a tus amigos—me río, y todos se ríen conmigo. Santana vuelve a morderme la oreja—¿Quién es ésa?—pregunto.

—¿Quién?

Su cara emerge de mi cuello y señalo con la cabeza hacia una mujer que hay en la entrada del bar con un vestido recto de color crema. Tiene treinta y pocos años, lleva el pelo castaño a lo garçon y es muy guapa. No le habría prestado atención, de no ser porque nos está mirando fijamente y está sola. Se nos acerca y Santana se pone tensa. Quinn y Noah se callan al instante, lo que aún me pone más nerviosa.

¿Quién demonios es?

Llega junto a nosotros y se detiene sin dejar de mirar a Santana. La tensión se puede cortar con un cuchillo. Miro a Rachel, que tiene el ceño fruncido y observa a la mujer que está en silencio delante de nosotros. De repente, me ponen de pie y me sientan en el taburete pero sin Santana debajo de mí.

—¿Vamos a mi despacho, Sugar?—pregunta Santana con demasiada ternura y demasiado cuidado para mi gusto—ella asiente y entonces veo que está a punto de echarse a llorar—Ven.

Santana se vuelve hacia mí con una sonrisa de disculpa, le pone la mano en la cintura y se la lleva. Me deja aquí sentada preguntándome qué coño pasa mientras mentalmente le ordeno que le quite la mano de la espalda.

Finn les dedica un saludo con la cabeza cuando pasan por la entrada del bar y anuncia a todos los presentes que la cena está servida. Hay un ajetreo de cuerpos que se dirigen al salón de verano. Las mujeres me miran con curiosidad al pasar. No les hago caso: estoy muy ocupada preguntándome qué estará haciendo Santana con la mujer misteriosa. Se ha hecho el silencio en nuestro pequeño grupo, y es Rachel quien lo rompe.

—¿Quién era ésa?

Me ayuda a bajar del taburete. Miro a Noah y a Quinn, que se encogen de hombros y niegan saber nada, pero por lo incómodos que parecen estar de repente sé que saben perfectamente quién es Sugar.

—Ni idea. No la había visto nunca—digo con el ceño fruncido siguiendo a la marabunta de gente que se dirige al salón de verano—Aunque parece ser que San la conoce.

Encontramos nuestra mesa y es un gran alivio ver que me han sentado con Rachel, Quinn, Noah y Finn. Holly también está en nuestra mesa, cosa que no mola nada. Se nos une otro hombre al que no conozco. Se llama Niles y parece un chico muy formal, no la clase de hombre que una espera encontrarse en La Mansión.

Pero ¿cuál es la clase de hombre que va a La Mansión?

Los sillones y las mesas del salón de verano han desaparecido y su lugar lo ocupan ahora mesas redondas para entre ocho y diez comensales. Hay tantas que me pierdo al llegar a treinta. La paleta de colores es negro y oro.

Me pregunto si es casualidad.

Hay velas por todas partes que ensalzan el ingrediente principal: la sensualidad. Fue una de las cosas que me especificó Santana cuando yo no era consciente de las actividades de La Mansión. Fue una petición rara, pero ahora son omnipresentes allá donde pongo el ojo.

Hay un grupo de música en un rincón pero son cuatro saxofonistas quienes amenizan la cena. La silla que hay a mi lado está vacía y en la siguiente se ha aposentado Holly. Imagino que fue ella la que organizó las mesas y lo mucho que se cabrearía cuando no tuvo más remedio que sentarme al otro lado de Santana.

Por cierto, ¿dónde está Santana?

Rachel coge una bolsita dorada y me la enseña. Deben de ser las bolsas de regalo. Decido que no voy a mirar lo que hay dentro de la mía. Cuando Rachel husmea en la suya y la cierra de golpe con unos ojos como platos, sé que he tomado una buena decisión. Quinn intenta quitársela pero ella la espanta de un manotazo. Quinn gruñe mira la suya sonríe de oreja a oreja, y luego coge el equivalente en negro que hay en los sitios de los caballeros. Hace lo mismo otra vez pero, pone cara de susto y se la devuelve a Noah.

Sirven un primer plato de vieiras, tan fantástico, que me olvido por un rato del paradero de Santana. La comida de La Mansión es excelente.

—Brittany, me han dicho que tú te encargaste de los interiores del Lusso—señala Niles desde el otro lado de la mesa—Impresionante—sonríe levantando la copa.

—No le vino mal a mi portafolio—digo sin darle importancia.

—Qué modesta—se ríe.

—Es muy buena—interviene Rachel—Está trabajando en la ampliación del piso de arriba—Rachel señala el techo con el tenedor con un gesto impropio de una señorita.

—Ya veo. ¿Fue así como conociste a Santana?—pregunta Niles un poco sorprendido.

—Sí—confirmo con educación pero sin extenderme.

No me siento cómoda hablando de Santana y de mí, especialmente con Holly y su rostro de piedra a menos de un metro de distancia. Quiero hablar de otra cosa que no sea Santana y olvidarme de mis cavilaciones.

Niles deja el tenedor en el plato y se limpia la boca con la servilleta.

—Yo soy proveedor de Santana—dice con una sonrisita.

Consigo no hacerle la pregunta más tonta del mundo. No es proveedor de comida o bebida. No. Niles ofrece otra clase de elementos esenciales: esenciales para los pisos superiores de La Mansión. Asiento y no digo nada porque tampoco quiero llevar la conversación por esos derroteros.

Holly se anima a participar y le pregunta a Niles por su reciente viaje a Ámsterdam. Se lo agradezco, aunque no tardo en dejar de prestar atención a lo que dicen. Observo a Rachel, que me lanza una mirada guarra y señala a Holly con una inclinación de la cabeza mientras se sujeta las tetas la mar de sonriente. Intento no reírme pero no puedo evitar que me haga gracia su descaro.

Le da todo igual.

La adoro.

Me termino mi sublime y acepto la copa de vino blanco que me ofrece el camarero. Bebo un sorbo y me río cuando Noah le clava el tenedor a su última vieira, que sale volando y aterriza en el centro de la mesa. Se cabrea mucho con el molusco escurridizo e intenta recogerlo. Gruñe y trata de hincarle el tenedor, pero al final se rinde y todos en la mesa, excepto Holly, están encantados con el espectáculo. Se levanta para hacer una reverencia que restituya su reputación de hombre fino. Ha sido tan divertido que no se parecía en nada al Noah que yo conozco.

Nos retiran el entrante y sirven salmón con verduras de lo más coloridas. Doy gracias de que la cena sea relativamente ligera. No puedo comer mucho más y, con Holly al lado, mi apetito no mejora. No me ha dirigido la palabra desde que nos hemos sentado a cenar, y tampoco ha preguntado por el paradero de Santana. Ella sabe dónde está.

Le dice al camarero que se lleve el plato sin tocar de Santana y que le reserven el plato principal. Si Rachel no estuviera, me pondría de muy mal humor.

—¿No has traído a Mercedes?—le pregunta Rachel a Noah, que contesta sin una pizca de sorpresa.

—Es muy dulce, pero requiere mucho trabajo—bebe un par de tragos de vino y se reclina en la silla—Estoy muy bien donde estoy en este momento—levanta la copa y todo el mundo se une al brindis, incluso yo, a pesar de que no estoy muy contenta con donde estoy en este momento. Noah sigue—Además, no me dejaba meterle mano sin apagar la luz.

Casi escupo el vino sobre la mesa y me da la risa, un ataque de risa.

—¡Te lo dije!—chilla Rachel tirándome una servilleta.

La cojo y empiezo a limpiarme el vino que me cae por la barbilla. Todavía nos estamos riendo. Noah nos mira a Rachel y a mí y una sonrisa se dibuja en las comisuras de su serio rostro.

—Uno tiene que poder ver para lo que yo tenía en mente.

—¡Basta!—aúllo intentando controlar la risa.

Miro a Holly, que me lanza una mirada asesina. La ignoro y me resisto a la tentación de estamparle la cara contra el plato de salmón. Me siento muy erguida (igual que Holly) cuando veo a Santana y a la mujer misteriosa en el pasillo que lleva a su despacho. Finn debe de haber notado nuestra reacción, porque se levanta de la mesa y se aproxima a ellas. Intercambian unas pocas palabras antes de que Finn se encargue de la mujer y la saque del salón de verano. Santana recorre el salón con la vista hasta que encuentra mi mirada y se acerca a nosotros. A medida que avanza entre las mesas, la detienen docenas de veces varios hombres y mujeres, pero no se queda a charlar con ellos, sino que se limita a darles besos en la mejilla y sonreírles con educación antes de seguir buscándome.

¿Por qué no puede estrecharles la mano?

Al final consigue llegar hasta mí, sentarse a la mesa y darme un apretón en la rodilla. Quinn la vitorea al llegar y le sirve agua en la copa para el vino. Rachel frunce el ceño, mirándome, y Holly deja de darle conversación a Niles e intenta hablar con Santana. Ella se vuelve hacia mí con una mirada muy triste.

—¿Me perdonas?

—¿Quién era ésa?—pregunto en voz baja.

—Nadie por quien debas preocuparte, Britt—señala con la cabeza mi plato medio vacío—¿Qué tal la comida?

¿Nadie por quien deba preocuparme?

Ahora sí que me preocupo.

Pero ¿es el mejor momento para hablar de esto?

—Muy buena. Deberías probarla.

No digo más, y busco un camarero pero soy demasiado lenta. Parece que Holly ya se ha hecho cargo. El plato de salmón aparece delante de Santana, que se apresura a hincarle el diente sin retirar la mano de mi rodilla, cortando y pinchando con una sola mano. Me preparo para dejar estar el asunto por ahora. No es ni el momento ni el lugar, pero quiero saber qué ha pasado.

Finn vuelve a la mesa y le dedica a Santana su típica inclinación de cabeza. La miro con curiosidad, ella me ve y entonces me besa a propósito. Le devuelvo los besos no muy convencida, consciente de que está intentando distraerme de nuevo. Se aparta y me mira, inquisitiva.

—¿Me estás ocultando algo, Britt?—me pregunta, cortante.

—Sí, ¿y tú?—contraataco, en absoluto impresionada por cómo se toma mi preocupación.

—Eh—masculla, bastante alto, teniendo en cuenta lo cerca que estamos y que hay gente—¿Con quién te crees que estás hablando, Britt?—me pregunta con una mirada asesina mientras me aprieta la rodilla con fuerza.

Sacudo la cabeza.

—A ver cómo reaccionarías tú si un hombre misterioso me apartara de tu lado durante más de una hora.

La miro directamente a los ojos y veo a Holly sonreír detrás de ella. Que se la folle un pez. No estoy de humor para aguantarla.

La expresión de Santana se suaviza y relaja un poco la mandíbula. Me suelta la rodilla y me acaricia allá donde se unen mis muslos.

Me tenso.

Sé lo que está haciendo.

—Por favor, Britt, no digas cosas que me cabrean hasta enloquecer—también ha suavizado el tono pero detecto una pizca de enfado—Te he dicho que no te preocupes, así que no deberías preocuparte y punto.

—Deja de besar a todas las persona, en especial a las mujeres—le espeto, y me vuelvo en dirección a la mesa e ignoro su ardiente caricia a través del vestido.

Me hierve la sangre de lo posesiva que me siento. Me estoy volviendo peor que ella, y esta conversación no lleva a ninguna parte, al menos no aquí y ahora.

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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por Susii Vie Mayo 29, 2015 4:41 am

Insistio un monton para que vaya a esa fiesta y no ha estado con ella en todo lo que va de la velada...Aplaudanle please! skdlfhjkj Me intriga sugar:l quien es? y holly joder! cada vez la odio mas! es insoportable>:c Y mi Britt ahi esta solita y abandonada, sin ganas de comer y con un vestido de muerte dskfjhg
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 23l1 Vie Mayo 29, 2015 8:20 pm

Susii escribió:Insistio un monton para que vaya a esa fiesta y no ha estado con ella en todo lo que va de la velada...Aplaudanle please! skdlfhjkj Me intriga sugar:l quien es? y holly joder! cada vez la odio mas! es insoportable>:c Y mi Britt ahi esta solita y abandonada, sin ganas de comer y con un vestido de muerte dskfjhg


Hola, jajaajaj en todo caso, esta san es un poco rara no¿? ajjaajajajajaajaj. Que quiere sugar¿? Jjajaja yo también es una metida! Jajajajajajajaaj pobre britt =/ x lo menos estaba rach no¿? algo es algo XD
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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 21

Mensaje por 23l1 Vie Mayo 29, 2015 8:23 pm

Capitulo 21

Una vez servidos los postres y los cafés, y con mis mejillas doloridas por las payasadas de Rachel y Quinn a la mesa, Finn se levanta y anuncia, con su voz atronadora de siempre, que todos deberíamos abandonar la sala para que retiraran las mesas y la prepararan para recibir a la banda. Santana se incorpora y me ayuda a hacer lo propio en un esfuerzo de colmarme de atenciones. Yo la rechazo con petulancia. Está haciendo todo lo posible por distraerme de mi enfurruñamiento.

Cuando me alejo de la mesa, me agarra del hombro y me da la vuelta hasta que estamos frente a frente. Me atraviesa con esos ojos oscuros llenos de desaprobación.

—¿Vas a comportarte como una niña malcriada toda la noche, o tengo que llevarte arriba y follarte hasta que entres en razón?

Su animosidad me hace retroceder cuando veo que mira a mis espaldas y sonríe saludando a alguien que está detrás de mí. Vuelve a centrarse en mi persona y su sonrisa desaparece al instante.

Su reacción a mi agravio me ha cogido por sorpresa.

Me pasa la mano por detrás y me coge del culo con una palma firme, me aprieta contra su entrepierna y empieza a mover esas malditas caderas despacio y con fuerza. Maldigo a mi cuerpo traicionero por tensarse, y mis manos ascienden como un acto reflejo y la agarro de los hombros.

Se acerca a mi oído.

—¿Sientes eso?—dice apretando con más fuerza.

Mi esfuerzo por contener un gemido de placer es en vano. No quiero calentarme aquí porque no pienso dejar que me tome en este lugar.

Jamás.

—Responde a la pregunta, Britt.

Me muerde el lóbulo y lo desliza entre los dientes. La agarro con más fuerza de los hombros.

—Lo siento—digo con un hilo de voz entrecortada.

—Bien. Bueno es tuyo. Todo mi cuerpo—aprieta con más fuerza—Así que deja de estar de morros. ¿Entendido?

—Sí—suspiro contra su hombro.

Me suelta y da un paso atrás y enarca las cejas esperando mi confirmación.

¿Siempre va a tener esta influencia sobre mí?

Estoy temblando y replanteándome seriamente mi voto de evitar practicar sexo en La Mansión. Podría llevármelo arriba sin problemas, a una de las suites privadas, y dejar que me devorara viva. Echo un vistazo a sus espaldas y me encuentro con la mirada viperina de Holly y, como marcando patéticamente mi propiedad, me pego al pecho de Santana de nuevo y la miro con ojos arrepentidos. Ella asiente a modo de aprobación y se inclina para posar los labios sobre los míos.

—Mucho mejor—dice contra mi boca. Me da una vuelta y empieza a guiarme afuera del salón de verano—No llevo nada bien todas las miradas de admiración que atraes—comenta colocándome una mano firme en la zona lumbar.

Yo me mofo. Debe de estar de broma. Me encuentro rodeada de mujeres, y estoy convencida de que todas desean que desaparezca. Soy una intrusa en su fiesta.

—Tú no te quedas corta llamando la atención—susurro mientras pasamos junto a una morena atractiva.

Ella sonríe alegremente a Santana y le acaricia el brazo.

—Santana, estás tan fantástica como siempre—le dice con entusiasmo.

No puedo evitar la breve carcajada de sorpresa que escapa de mi boca. Tiene mucha cara, y me ofende sobremanera que piense que voy a quedarme tan tranquila mientras ella flirtea descaradamente con Santana. Estoy a punto de detenerme para ponerla en su sitio, pero Santana me obliga a continuar y evita que cumpla mi propósito.

No me puedo creer que tenga tanta poca vergüenza.

—Natasha, tú siempre tan descarada—responde Santana irónicamente mientras me coloca el brazo sobre el hombro y me da un beso casto en la mejilla al sentir mi irritación.

Ella sonríe arteramente y me mira con recelo con esos ojos de zorra que tiene.

¿Se habrá acostado con ella también?

Siento cómo mi recién descubierto sentido de la posesión empieza a arder en mi interior. No me imagino pasando mucho tiempo aquí si ésta es la reacción que voy a obtener cada vez que lo haga. Y no es que me muera de ganas, la verdad, pero tratándose del lugar de trabajo de Santana, estaría bien poder venir y estar cómoda, en vez de sentir que estoy ofendiendo a un millón de mujeres atractivas.

Y ésa es otra cuestión: ¿acepta Santana sólo a socias que son de un ocho para arriba en la escala del físico?

Cuanto más tiempo paso aquí, más creo que debería dejar de trabajar. Quiero pasar cada segundo pegada a Santana para darles en los morros a todas estas putas descaradas y desesperadas.

Me estoy hundiendo mentalmente otra vez.

Al llegar al bar, el taburete en el que siempre suelo sentarme está ocupado por un hombre. No tarda en abandonarlo al vernos aparecer, y alza su copa a modo de saludo. Santana me levanta y me coloca en el asiento, y Artie se acerca al instante, dejando que otro camarero se encargue de atender a los socios de La Mansión.

—¿Qué quieres beber?—Santana se apoya en su taburete, delante de mí, y me estrecha la mano entre las suyas—¿Un «sublime»?—pregunta enarcando las cejas.

Me vuelvo hacia Artie.

—Por favor, Artie—digo, y él me ofrece su encantadora sonrisa de siempre, aunque parece algo más agobiado que antes.

No me extraña, no ha parado en toda la noche.

—Yo quiero otro—dice Rachel, que se acerca y se asoma por encima del hombro de Santana resoplando—¡Estos zapatos me están matando!—protesta con una expresión de auténtico dolor—En serio. El que inventó los tacones era un hombre, y lo hizo con la intención de facilitaros la tarea de placarnos y cargarnos sobre sus lomos para llevarnos a la cama.

Santana inclina la cabeza hacia atrás y se echa a reír con ganas cuando Quinn y Noah llegan también.

—¿Qué tiene tanta gracia?—pregunta Quinn al ver a Santana partiéndose de risa.

Me mira a mí, mira a Rachel, y ambas nos encogemos de hombros con una amplia sonrisa. Rachel le propina a Santana unas afectuosas palmaditas en el hombro. No puedo evitar participar en la diversión de Santana ante el sarcástico comentario de Rachel. Cuando se ríe así, unas arrugas coronan sus brillantes ojos oscuros y sus sienes.

Se pone guapísima.

—Perdonen, ¿qué quieren beber?—pregunta entonces, serenándose y guiñándome un ojo.

Yo me derrito en el taburete y le envío un mensaje telepático para pedirle que me lleve a casa.

El disfrute en el séptimo cielo de Santana se ha reanudado.

Me encuentro en mi salsa. Noah y Quinn piden sus bebidas a Artie, pero él ya va de camino a la nevera para sacarlas. Recojo todas nuestras copas, le paso la suya a Rachel y la pillo asintiendo por encima de mi hombro. La miro con enfado. Ella repite el gesto de la cabeza y me doy cuenta de que me está haciendo una señal: quiere fumar. Me acerco a Santana y ella interrumpe su conversación con sus amigos para prestarme atención.

—¿Qué pasa, Britt?—parece preocupada.

—Nada, voy al baño un momento—me bajo del taburete y cojo mi bolso de la barra—No tardaré.

—Vale—me besa la mano.

Me marcho y me reúno con Rachel.

—Necesito un piti—espeta con urgencia.

—¿En serio? Creía que querías llevarme arriba—digo mientras ella me dirige afuera. Mi naturalidad con respecto al piso de arriba debe de ser resultado del sublime de Artie—Necesito ir al baño urgentemente, ahora te veo.

—¡En la puerta principal!—grita, y se marcha en dirección al vestíbulo mientras yo me dirijo a los aseos.

El lavabo de mujeres está vacío, y me meto en uno de los escusados. Todavía no he intentado usar el retrete con este vestido puesto. Podría llevarme un tiempo. Me subo la falda hasta la cintura con relativa facilidad y me aseguro de sostenerlo bien antes de sentarme. No sé de qué me preocupo, el suelo está impoluto.

La puerta se abre y oigo unas cuantas voces que conversan alegremente.

—¿La han visto? Es demasiado joven para nuestra Santana.

Oh, oh...

Me quedo helada a media micción y contengo la respiración.

¿«Nuestra Santana »?

¿La compartían?

Me relajo en el retrete y vacío la vejiga. Ahora que he empezado, no puedo parar.

—Está enamorada de ella. Joder, ¿han visto el diamante que lleva colgado al cuello?—dice con fascinación la voz número dos.

—Como para no verlo. No cabe duda de que está loca por ella—interviene la voz número tres.

¿Cuántas son?

Termino de hacer pis y empiezo a bajarme el vestido y a plantearme qué debo hacer. Lo que quiero es salir y dejarles claro que no estoy con ella por el dinero.

—Vamos, Natasha. Santana es una diosa del Olimpo. El dinero no es más que un añadido—dice la voz número dos, y ahora ya sé que la número tres es la de Natasha, la zorra descarada.

¡Y ella es mi puta diosa del Olimpo!

—Vaya, parece que todo nuestro esfuerzo ha sido en vano. Había oído rumores, pero no me lo creía hasta que lo he visto con mis propios ojos. Parece que nos hemos quedado sin nuestra Santana—bromea la voz número uno.

Sigo de pie en el escusado, deseando que se marchen para poder escapar, pero entonces oigo que empiezan a sacar los pintalabios para retocarse el maquillaje.

—Es una lástima, ha sido el mejor polvo que he tenido nunca y jamás volveré a catarla—dice la voz número tres, es decir, Natasha.

Monto en cólera.

Sí se ha acostado con ella.

Miro al techo intentando calmarme desesperadamente, pero es imposible, sobre todo con esas tres putas ahí fuera ensalzando las habilidades sexuales de mi diosa.

—Lo mismo digo—añade la voz número uno, y me quedo boquiabierta, esperando a que la voz número dos acabe de rematarme.

—Bueno, pues no sé ustedes, pero yo creo que es demasiado buena como para dejar de intentarla.

No puedo seguir escuchando esta mierda. Tiro de la cadena y las tres se quedan en silencio. Compruebo que el vestido no se me haya enganchado en el corpiño, abro la puerta y salgo como si tal cosa. Sonrío con cortesía a las tres mujeres, todas con alguna especie de maquillaje suspendido delante de sus rostros. Me miran totalmente desconcertadas mientras me acerco al espejo del otro extremo del aseo. Me lavo las manos tranquilamente, me las seco y me aplico brillo de labios, todo en absoluto silencio y bajo las miradas recelosas de las tres zorras. Paso por delante de ellas y salgo del baño sin decir ni una palabra y con la dignidad intacta. El corazón me late a mil por hora y me tiemblan un poco las piernas, pero consigo llegar al vestíbulo. Ha sido horrible y, aunque sé que Santana ha tenido sus aventuras, lo cierto es que no me había planteado el alcance de éstas. Oír a esas mujeres hablar así sobre ella me fastidia.

Ha estado con muchísimas mujeres.

Creo que yo también necesito un cigarrillo.

Sé que estoy gruñendo en voz alta cuando veo a Holly salir por la puerta de lo que suele ser el restaurante. Lleva toda la noche esperando este momento y, después de lo que acabo de soportar, me siento menos tolerante hacia ella que de costumbre. En cuestión de minutos (o, mejor dicho, segundos), me veo frente a la cuarta mujer con la que Santana se ha acostado. Estoy angustiada y no tengo humor para aguantar las ponzoñosas palabras de Holly, y además tampoco quiero pelearme con ella con este vestido tan caro.

—Holly, has hecho un trabajo excelente esta noche—digo con cortesía.

Empiezo yo con los cumplidos para dejar clara mi intención de que nuestro encuentro sea civilizado, aunque tengo que hacer uso de toda mi fuerza de voluntad. Ella cruza uno de los brazos por debajo de su pecho ya levantado de por sí, realzándolo todavía más mientras sostiene su gin-tonic de endrinas delante de la boca. Su postura y su lenguaje corporal indican superioridad, y me preparo para la inevitable advertencia.

—¿Has cogido tu regalo de la mesa?—pregunta con una sonrisa.

Me deja descolocada. Ha cambiado el tono. Pensaba que ya habíamos superado la falsa cortesía, especialmente cuando Santana no está presente.

—Lo cierto es que no—respondo con recelo.

Después de ver la cara que ha puesto Rachel, no lo quería.

Ella amplía la sonrisa.

—Vaya, qué lástima. Había algo ahí que podría haberte resultado muy útil.

—¿El qué?—digo sin poder ocultar mi curiosidad.

¿A qué juega?

—Un vibrador. Vi que el tuyo estaba hecho pedazos en el suelo de la habitación de Santana.

—¿Disculpa?—espeto con una risotada de incredulidad.

Ella sonríe con malicia y yo empiezo a temer lo que está a punto de decir.

—Sí, cuando la rescaté el miércoles por la mañana, después de que la dejaras esposado a su cama—dice sacudiendo la cabeza—Eso no fue muy inteligente por tu parte.

Se me cae el alma a los pies y veo cómo se deleita observando mi reacción ante la información que acaba de proporcionarme.

¿Llamó a Holly?

¿Estando desnuda, esposada a la cama y con un vibrador al lado decidió llamar a Holly para que fuera a liberarla?

¿Qué?

Pensaba que había sido Finn.

¿Por qué di eso por hecho?

Ni siquiera puedo pensar en aquello. Ahora mismo sólo puedo mirar a la desagradable criatura que tengo delante, gozando con suficiencia de mi desgracia.

Voy a matar a Santana, pero antes pienso borrarle a Holly esa sonrisa asquerosa de esa cara hinchada de bótox que tiene.

—¿Has oído hablar de la cinta adhesiva para la ropa interior, Holly?—pregunto con frialdad.

Ella se mira los pechos y yo empiezo a avanzar hacia ella. Pienso aplastarla.

—¿Disculpa?—dice riendo.

—Cinta adhesiva para las tetas. Sirve para que no se te vean los pechos o...—sacudo la cabeza—Aunque, claro, precisamente ésa es tu intención, ofender la vista de todo el mundo con tu pecho exagerado—me detengo delante de ella—Menos es más, Holly, ¿has oído ese dicho alguna vez? Te vendría bien recordarlo, sobre todo a tu edad.

—¿Britt?

¡No!

¡No, no, no!

Me vuelvo y veo a Santana con el entrecejo fruncido. Me alegro, porque debería estar preocupada. Oigo que los tacones de Holly se alejan y entra en el restaurante.

Sí, ha soltado la bomba y se ha largado para que no le salpique la metralla.

—¿Qué está pasando aquí, Brit?—pregunta con una mezcla de confusión y preocupación reflejada en el rostro.

Ni siquiera sé qué decir.

Miro alrededor del vestíbulo de La Mansión y veo que muchos socios empiezan a subir al piso de arriba. Deben de ser más de las diez y media.

—¿Britt?

Vuelvo la vista hacia Santana y compruebo que empieza a caminar hacia mí. Retrocedo y ella se detiene.

—Me voy—digo, decidida.

No puedo quedarme aquí a escuchar a todas esas mujeres alardeando sobre sus encuentros sexuales con ella y juzgando por qué estamos juntas. Tampoco pienso quedarme a ver cómo desaparece con otra sin dar explicaciones. Y desde luego no tengo intención de aguantar las humillaciones de Holly.

Doy media vuelta y me dirijo con determinación hacia la inmensa doble puerta de la entrada para salir de este infierno. El corazón me va a mil por hora y las lágrimas de frustración empiezan a brotar.

—¡Brittany!—la oigo gritar, y después oigo sus fuertes pisadas tras de mí.

No sé qué planeo hacer una vez fuera. Sé que me alcanzará, y sé que no me dejará marcharme.

Robaré un coche.

No me importa haber bebido demasiado. La escenita del aseo ha sido horrible, pero lo de Holly me ha destrozado. No puedo seguir sometiéndome a esta tortura. Está acabando con mi sensatez y transformándome en un monstruo celoso y resentido.

No debería haber venido aquí.

—¡Britt, mueve el culo hasta aquí ahora mismo!

Llego a los escalones y me topo con Rachel.

—¿Dónde estabas?—pregunta, y abre los ojos como platos al ver que Santana corre detrás de mí.

—Me voy—contesto mientras me recojo el vestido para bajar los escalones.

Rachel observa cómo me marcho a toda prisa con una expresión de no entender nada reflejada en su pálido rostro. Desciendo con una prisa absurda y me estrello contra los pechos de Santana.

¡Esos malditos pechos!

Me levanta y me coloca sobre su hombro sin hacer el más mínimo esfuerzo.

—¡Tú no vas a ir a ninguna parte, Britt!—ruge, y empieza a subir de nuevo los escalones hacia La Mansión.

Me aparto el pelo de la cara y apoyo las manos sobre su zona lumbar para intentar liberarme.

—¡Suéltame!—grito frenéticamente mientras me retuerzo, pero me tiene bien cogida y sé que preferiría morir antes que soltarme—¡Santana!

Rachel nos observa pasar con la boca abierta, tira la colilla de su cigarrillo al suelo y nos sigue.

—¿Qué está pasando?

—¡Es una gilipollas! ¡Eso es lo que está pasando!—grito atrayendo la atención de los aparcacoches, que dejan lo que están haciendo y observan en silencio cómo me llevan a hombros de vuelta al edificio—.¡Santana, suéltame!

—¡No!—grita, y continúa avanzando hacia el vestíbulo y hacia el salón de verano—No te preocupes, Rach. Sólo tengo que tener una charlita con Britt—dice tranquilamente mientras me agarra con más fuerza ante mi continua resistencia.

Alzo la vista y veo a mi amiga plantada en la entrada del bar mirándome y encogiéndose de hombros. Quiero gritarle, pero sé que ella poco puede hacer para convencer a Santana de que me suelte.

Me lleva a través del salón de verano, donde se han retirado todas las mesas y se ha preparado una pista de baile. La banda interrumpe sus pruebas de sonido y observa cómo Santana avanza conmigo sobre su hombro. Levanto la cabeza y veo a Finn, que viene del despacho de Santana, y se echa a reír sacudiendo la cabeza.

No tiene ninguna gracia.

Pasamos por su lado en el pasillo pero no dice nada. Sólo se aparta y nos deja el camino libre, como si fuera algo de lo más cotidiano.

Supongo que así es.

Santana cierra la puerta de su despacho de una patada y me deja en el suelo, con el rostro descompuesto de rabia, lo que no hace sino aumentar mi propia ira. Me apunta con un dedo.

—¡No vuelvas a huir de mí, Britt!—ruge.

Me estremezco. Levanta los brazos con frustración, se acerca al mueble bar y yo me dirijo a la puerta de nuevo.

¿Beberá si me marcho?

En estos momentos estoy demasiado furiosa como para que me importe. Agarro la manija de la puerta pero no continúo. Santana me alcanza y me levanta. Me deja de nuevo en el suelo y prácticamente empuja un aparador hasta que bloquea la salida.

—¿A qué coño estás jugando, Britt?—me agarra de los hombros y me sacude con suavidad—¿Qué pasa?

Recupero la posesión de mi cuerpo y me aparto de ella. Santana gruñe pero me deja estar. De todos modos, ya no puedo ir a ninguna parte.

Me vuelvo y le lanzo la peor de mis miradas.

—¡No puedo creer que te abalances sobre cualquier hombre o mujer que me mire y en cambio te parezca de lo más normal meter a otra mujer en tu cuarto estando desnuda y tumbado en la cama!—chillo. ¡Estoy furiosa!—¡Creía que te había soltado Finn!

Baja ligeramente la mirada mientras asimila lo que acabo de reprocharle.

—¡Bueno no fue así!—grita—Él estaba aquí, no pude localizar a Quinn, y Holly andaba cerca. ¿Qué querías que hiciera?

La miro con la boca abierta de incredulidad.

¿Cómo se atreve a enfadarse conmigo?

—¿Y no se te ocurre otra cosa que llamar a esa mujer?

—¡No deberías haberme esposado a nuestra puta cama!

—¡A TU cama!—subrayo.

Abre los ojos con furia.

—¡NUESTRA!

—¡Tuya!—rebato puerilmente. Ella echa la cabeza hacia atrás y maldice mirando al techo. Me da igual. No pienso dejar que le dé la vuelta a la tortilla y me haga sentir culpable a mí—Y, ya que estamos, acabo de tener el placer de escuchar a tres mujeres que compartían impresiones sobre tus habilidades sexuales. Me ha encantado. Ah, y Zoe ha tenido la amabilidad esta mañana de informarme sobre lo frecuentada que está tu cama. ¿Y quién coño era esa mujer?

Intento recobrar un poco la compostura, pero me cuesta. No paro de imaginarme a Santana entreteniendo a otras mujeres, y eso me está emponzoñando la mente.

Es ridículo.

Tiene treinta y siete años.

Se acerca a mí.

—Ya sabes que tengo un pasado, Britt—dice con impaciencia.

—Sí, pero ¿te has follado a todas las putas socias de La Mansión?

—¡Esa puta boca!

—¡Vete a la mierda!

Me acerco al mueble bar, cojo la primera botella de alcohol que encuentro (que parece ser de vodka) y me sirvo un chupito. Con las manos temblorosas, levanto el vaso e ingiero todo el contenido de un trago. De repente me pregunto por qué tiene alcohol en su despacho si pretende evitar beber.
Me arde la garganta y me estremezco mientras dejo el vaso de un golpe sobre el mueble de madera pulida. No soy tan idiota como para servirme otro. Me quedo ahí plantada con las manos sobre el armario mirando la pared.

Ella tampoco dice nada.

Me duele la garganta y me siento totalmente fuera de control, consumida por los celos y el odio.

—¿Cómo te sentirías tú si otra persona me viera totalmente desnuda y esposada a una cama?—pregunto con un tono imparcial.

La respiración pesada que recorre la corta distancia que nos separa hasta rozarme cálidamente la espalda me da la respuesta.

—¡Me darían ganas de matarla!—ruge.

Me lo imaginaba.

—¿Y cómo te sentirías si oyeras a alguien comentando cómo es hacerlo conmigo y diciendo que no iban a dejar de intentar llevarme a la cama de nuevo?

—¡Basta!

Me vuelvo y la veo observándome detenidamente, con la barbilla temblorosa.

—Aquí ya no tengo nada que hacer—digo, y me dirijo hacia la puerta.

El aparador parece pesado, pero no tengo ocasión de comprobarlo. Santana se interpone en mi camino y detiene mi progreso.

Respiro hondo y la miro.

—Que sepas que no voy a irme, pero sólo porque no puedo. Voy a salir ahí y me voy a tomar algo, y mañana por la noche saldré de fiesta con Rach. Y tú no vas a impedírmelo.

—Eso ya lo veremos—responde, muy segura de sí misma.

—Por supuesto que lo veremos.

Empieza a mordisquearse el labio clavando su mirada en la mía.

—No puedo cambiar mi pasado, Britt.

—Lo sé. Y no parece que yo pueda olvidarlo tampoco. ¿Te importa apartar el mueble, por favor?

—Te quiero, Britt.

—Quita el aparador de ahí, por favor.

—Tenemos que hacer las paces—dice con expresión socarrona.

Se me salen los ojos de las órbitas.

—¡No!—grito, ofendida por su intención de que la perdone echando un polvo rápido.

Avanza un paso y yo doy otro hacia atrás.

—No tienes escapatoria, Britt—me advierte con voz calmada. Yo retrocedo otro paso y observo cómo me mira detenidamente—¿Vas a resistirte?

Enarca una ceja admonitoria y yo sigo retrocediendo hasta que mi espalda choca contra el mueble bar y me agarro al borde. Si me pone las manos encima estaré perdida, y quiero seguir enfadada.

Necesito seguir estándolo.

Pretende cegarme con su tacto una vez más. Me alcanza y coloca las manos sobre las mías. Mi cara está a la altura de su altura. Intento bloquear mi sentido del tacto, pero fracaso estrepitosamente. Sé que no me dejará salir de su despacho hasta que hayamos hecho las paces.

—Mañana volveré a casa de Rach—digo, desafiante.

Necesito tiempo para superar estos celos irracionales. Por lo visto, Santana López también ha despertado en mí cualidades bastante desagradables.

—Sabes que no vas a hacer eso, Britt. Pero el hecho de que lo digas me pone furiosa.

—Sí lo voy a hacer—respondo.

Sé que la estoy provocando, pero necesito que sepa que esto me afecta.

Se mueve hasta que sus ojos quedan a la altura de los míos.

—Muy furiosa, Britt—me advierte suavemente—Mírame—me ordena a continuación.

Gimo.

—No—si lo hago, estaré perdida y Santana se anotará un tanto.

—He dicho que me mires—niego ligeramente con la cabeza y ella exhala un suspiro—Tres—empieza a contar claramente.

Mis ojos ascienden hacia los suyos de manera instintiva, pero no porque haya empezado la cuenta atrás y no quiera que llegue hasta cero. Es porque no entiendo nada. He cumplido su orden de manera involuntaria, y ahora estoy mirando de lleno esos ojos oscuros oscuro cargados de lujuria.

—Bésame, Britt—me exhorta. Aprieto los labios, niego con la cabeza e intento liberar mis brazos—Tres...—empieza de nuevo, y yo me quedo helada y abro inmediatamente la boca. Roza mis labios con los suyos levemente—Dos...

No es justo. Podría besarme, pero sé que no va a hacerlo. Quiere que me rinda y yo intento resistirme desesperadamente, aunque mi cuerpo traicionero desea tenerlo.

—Uno...

Sus labios vuelven a rozar los míos. Aparto la cabeza y me retuerzo intentando zafarme de ella.

—No, no vas a liarme, Santana.

Deja escapar un gruñido de frustración y me suelta. Yo levanto las manos y la empujo. Empezamos a forcejear y la golpeo para apartarla de mí mientras ella intenta agarrarme de las muñecas.

—¡Britt!—chilla mientras me sujeta con fuerza y me da la vuelta. No sé por qué me molesto. Sé que tengo las de perder, aunque ella me está tratando con mucho cuidado—¡Para de una puta vez!—no le hago caso, la rabia y la adrenalina alimentan mi tenacidad para seguir resistiéndome contra ella—¡Joder!—grita. Me obliga a echarme al suelo y me retiene debajo de su cuerpo—¡Basta ya, Britt!

Jadeo debajo de ella. Me duelen todos los músculos y el corazón se me va a salir del pecho. Abro los ojos y veo que me observa perpleja. No sabe qué hacer conmigo.

Estoy perdiendo el control.

Nos quedamos mirándonos, jadeando tras el esfuerzo de nuestro combate físico. Y entonces las dos nos inclinamos hacia adelante hasta que nuestras bocas se unen con fuerza y nuestras lenguas batallan con urgencia.

Santana gana.

Gime, me suelta las muñecas y me agarra del pelo mientras me toma la boca con tanta fuerza como yo a ella.

Es un beso posesivo.

Yo refuerzo mi reclamo e intento hacerle entender que mis sentimientos hacia ella son tan fuertes que el hecho de imaginármela con otras mujeres hace que me vuelva tan loca de celos como ella.

Posa una mano sobre mi pecho y me lo agarra con fuerza por encima de la tela del vestido. Me lo pellizca y me lo aprieta entre gruñidos. La lengua y los labios empiezan a dolerme, pero ninguna de nosotras tiene intención de parar. Ambas estamos tratando de dejar algo claro.

Deslizo las manos desde sus pechos hasta su cabeza, la agarro del pelo y la presiono todavía más contra mí. Estoy ardiendo completamente mientras me retuerzo en el suelo debajo de ella, marcando con éxito mi propiedad. Y entonces rodamos, mis labios se apartan de los suyos y descienden hacia sus pechos hasta que alcanzo el dobladillo del vestido. Se lo subo, y le bajo las bragas y, una vez expuesto su seso, le aprieto el clítoris sin demora. Estoy embriagada de frenesí, la penetro con la lengua, sin cuidado, sin suaves lametones ni caricias juguetonas.

La ataco de manera frenética y desesperada.

—¡Joder!—exclama cuando la penetro hasta el fondo—¡Joder, joder, joder!—la penetro con la lengua una y otra vez, sin parar, apretando su clítoris con los dedos—¡JODER!—levanta las caderas—¡Britt!—me agarra del pelo.

No sé si me suplica o me reprende.

Me concentro en reforzar mi desesperación por ella y continúo lo más de prisa y crudamente que puedo, sintiendo la sedosidad de su piel con mi lengua y mis dedos. La fricción de la velocidad de mis movimientos nos calienta a ambas.

—No dejes que tu lengua se salga, Britt—me ordena.

Y entonces siento que se contrae, su respiración se vuelve irregular y me agarra el pelo con más fuerza. Gimo a su alrededor, le aprieto con más firmeza el clítoris y deslizo la otra mano por debajo de su camisa para agarrarle el pezón y pellizcárselo con fuerza.

Brama.

Eleva la pelvis y me aprieta la cabeza contra ella. La penetro con la lengua, le aprieto el clítoris y le doblo el pezón, todo a la vez, y entonces se corre.

Yo la recibo.

Ambas gemimos.

—Joder, Britt—jadea pegándome contra su cuerpo—Joder, joder—me toma los labios de nuevo y me pasa la lengua por la boca para compartir su esencia salada—Deduzco que eso quiere decir que lo sientes—resuella mientras me lame con la lengua.

¿Acaso cree que esto ha sido un modo de pedir disculpas?

¿Que si siento el qué?

¿Ser una loca irracional y posesiva... como ella?

—No—afirmo.

Y es verdad.

Nuestras lenguas permanecen pegadas y seguimos jadeando y acariciándonos la una a la otra. Vuelvo a bajar el brazo y la penetro sin dejar de acariciarla mientras ambas seguimos comiéndonos la boca... de manera agresiva.

No estoy preparada para parar. Ella se aparta, jadeando, con el pecho agitado, pero yo no me detengo. Pego mis labios doloridos de nuevo contra los suyos y hundo la lengua en su boca mientras continúo penetrándola frenéticamente.

—Britt, para.

Me quita la mano de su entrepierna y aparta la cara para romper nuestro contacto.
Pero esta vez tampoco paro. Forcejeo con ella cubriéndola de besos con urgencia.

Nunca antes me había rechazado.

—¡Britt! ¡Por favor!

Pierde la paciencia, me pega de nuevo al suelo y me aprisiona bajo su cuerpo. Los ojos se me llenan de lágrimas. Estoy más desesperada que todas esas mujeres.

No llevo esto nada bien.

Un sollozo escapa de mis labios y aparto la cara muerta de vergüenza.

—Cariño, no llores—me ruega con suavidad, tirando de mi cara de nuevo hacia la suya y apartándome el pelo. Después me mira casi con compasión—Lo he entendido—susurra, y me pasa el pulgar por debajo del ojo—No llores—me acaricia los labios con los suyos—Para mí sólo existes tú, Britt-Britt.

Parpadeo para evitar que me caigan más lágrimas.

—No puedo con esto, San—digo, y estiro la mano para tocarle la cara—Me siento violenta—admito. No puedo creer que acabe de confesarle eso, y me sorprende el hecho de que sea cierto—Eres mía—digo con un hilo de voz.

Ella asiente.

Lo ha entendido.

—Soy sólo tuya—se lleva mi mano a los labios y me besa la palma con firmeza—No les hagas caso. Sólo están sorprendidas. Se sienten despechadas al ver que les ha ganado la partida una belleza joven y despampanante de ojos azules. Mi belleza.

—Y tú eres la mía—afirmo bruscamente.

—Siempre, Britt-Britt. Cada milímetro de mi cuerpo es tuyo.

Mueve un poco el cuerpo y deja caer todo su peso sobre mí, cubriéndome por completo. Me agarra la cara con las palmas de las manos y me mira fijamente con esos ojos oscuros que tiene.

—Brittany, tú me perteneces—posa los labios sobre los míos—¿Entendido?—afirmo con la cabeza, aunque me siento débil y necesitada—Buena chica—susurra—Eres mía, y yo soy tuya.

Asiento de nuevo, por miedo a llorar si abro la boca. Pensaba que ya no podía quererla más. Me acaricia las mejillas con las palmas de las manos y recorre con la vista cada milímetro de mi rostro.

—Sé que esto te resulta muy difícil, Britt.

—Te quiero, Sanny—no sé ni cómo he conseguido articular las palabras.

—Lo sé. Y yo a ti, Britt-Britt—se sienta y luego me ayuda a incorporarme—Más tarde haremos las paces como es debido. No quiero estropearnos los vestidos—sonríe levemente y me da la vuelta—Hemos de tener paciencia, y ambas sabemos que tengo muy poca en lo que se refiere a ti—me da la vuelta otra vez y me frota la nariz con la suya—¿Te sientes mejor?

—Sí.

—Bien. Vamos.

Nos arreglamos y me coge de la mano y me dirige hacia la puerta. Me la suelta brevemente para colocar el aparador en su sitio, luego la reclama de nuevo y me lleva de regreso a la fiesta.

Me siento mucho mejor.

Lo ha entendido.

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Mensaje por micky morales Vie Mayo 29, 2015 9:06 pm

vaya que intenso, espero que de verdad santana lo haya entendido!
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