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Fanfic Brittana - El amor de mi vida/Capitulo 2
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Fanfic Brittana - El amor de mi vida/Capitulo 2
Esta historia no es mía, es una adaptación
Cuando el amor es la música de la vida… solamente el amor es capaz de hacer cantar al corazón.
Prólogo
Tengo que confesarles algo terrible… cuando supe que Brittany estaba muriendo, no me sentí demasiado triste. Es posible que esto pueda sonar un poco cruel, especialmente por venir de un médico. Pero es que no puedo pensar en ella sólo como una paciente más. En realidad, cuando tuve noticias de que iba a venir a verme después de todo este tiempo, casi imaginé que iba a tratarse de un acto de reconciliación.
Me pregunto qué ideas cruzarán por su mente. ¿Acaso considera este inminente encuentro nada más como una tentativa desesperada de salvar su vida? O tal vez, antes de que caiga sobre ella la oscuridad definitiva, ¿anhela verme una vez más tanto como yo ansío verla?
¿Y su esposo? Aun en el remoto caso de que no le hubiera contado nada acerca de nuestra relación hace años, sin duda tendría que hacerlo ahora.
Pero sin importar cuáles sean los sentimientos que él guarde, no podría impedir que nos reuniéramos. Después de todo, es un hombre acostumbrado a tener lo mejor de lo mejor, y creo que en este campo soy la número uno.
Ella es dos años más joven que yo. Y a juzgar por las fotografías de los artículos más recientes en los diarios, todavía es muy hermosa. Se ve radiante, demasiado llena de vida para estar gravemente enferma. Para mí, ella siempre ha representado la quintaescencia de la fuerza vital.
La actitud de Evans es cortés y formal en nuestra primera conversación telefónica. Al hablar de su esposa, su tono de voz no deja translucir ningún sentimiento. Por el contrario, da por sentado que me pondré de inmediato a su disposición.
-La señora Evans tiene un tumor cerebral. ¿Podrá usted recibirla enseguida?
Sin embargo, detrás de toda esa arrogancia, percibo el reconocimiento implícito de que yo poseo un poder que él no tiene. A pesar de ser un consumado hombre de negocios, no tiene facultades para hacer pactos con el Ángel de la Muerte y vencerlo. Y eso se vuelve para mí un motivo de satisfacción.
De repente, con un cambio de tono en la voz apenas perceptible, añade:
-Por favor.
Tenía que ayudarlos. A los dos.
El expediente médico y las radiografías llegaron a mi consultorio en menos de una hora, y rasgué el sobre pensando, de manera irracional, que tal vez habría algo adentro que me permitiera reconocer a Brittany.
Pero, por supuesto, sólo contenía varias imágenes de tecnología avanzada del cerebro de ella. Irónicamente, creí haber atisbado antes en su interior. Sin embargo, la mente no es un órgano. El cerebro no es donde reside el alma. Y entonces, la médico que hay dentro de mí se enfureció. Incluso las primeras tomografías indicaban evidencia de neoplasia. ¿A qué tipo de gente había consultado? Hojeé con rapidez las notas, pero sólo encontré la habitual jerga antiséptica que usan los médicos. La paciente, una persona del sexo femenino, casada, blanca, acudió primero con un tal profesor Kevin Vingiano quejándose de dolores de cabeza muy fuertes. Él atribuyó la causa a estrés emocional y prescribió tranquilizantes. Era irrebatible que había alguna tensión indeterminada en la vida de Brittany. Ahora que lo pienso, tenía mucho sin mencionar el diminutivo de nombre que tanto le agradaba que utilizara, “Britt” ay mi Britt. Quizá, movido por un interés egoísta, supuse de inmediato que tenía que ver con su matrimonio, porque a pesar de que ella aparecía con su esposo en todas las fotografías como una especie de figura conyugal decorativa, siempre se empeñaba en tener vida propia, muy al margen de la vida de él. En cambio, Sam , era un personaje público. Su coloso transnacional, FAMA, además de ser el fabricante de automóviles más grande de Italia, abarcaba también la industria de la construcción, la siderurgia, los seguros y el campo editorial.
En varias ocasiones habían corrido rumores en la prensa que lo relacionaban con una que otra mujer talentosa más joven, pero las fotografías siempre fueron tomadas en fiestas de beneficencia, así que tal vez se trataba únicamente de especulaciones escabrosas. Sin importar cuál fuera la realidad, la insinuación era como un fósforo encendido para la yesca de mis emociones, y preferí atribuir la angustia diagnosticada por el profesor Kevin al desamor de su esposo.
Me obligué a continuar leyendo el historial. Brittany había languidecido durante un tiempo desmesuradamente prolongado antes de que Kevin la tomara en serio y la enviara con un neurólogo en Londres, cuyo nombre estaba precedido de un título mobiliario y gozaba de prestigio internacional. Él descubrió el tumor, sin duda, pero declaró que ya era inoperable.
Eso me convirtió en el último recurso. Y me provocó una sensación desagradable. Era cierto que, en varias ocasiones, la técnica genética de la que yo era la precursora había logrado revertir el crecimiento tumoral al duplicar el ADN con el defecto corregido. Sin embargo, ahora, por primera vez, entendí a la perfección por qué los doctores no deben tratar a personas cercanas a ellos. De pronto perdí la fe en mi capacidad y dolorosamente cobré conciencia de mi propia falibilidad. No quería que Brittany fuera mi paciente.
No habían transcurrido siquiera quince minutos desde que me entregaron el sobre, cuando el teléfono sonó.
-Y bien, doctora López, ¿Qué opina?
-Lo siento. No he tenido tiempo para revisar todo el historial.
-¿Acaso un vistazo a las últimas tomografías no le indica todo lo que necesita saber?
Era indescriptible que él tenía razón.
-Señor Evans, lamento decirle que concuerdo con su médico en Londres. Esta clase de tumor es incurable.
-Excepto por usted- Objetó perentorio.
Creo que esperaba que lo dijera.
-¿Puede recibirla hoy?
Pensativa, miré mi libro de citas. ¿Por qué me molestaba en mirar cuando sabía que iba a acceder a sus exigencias?
-¿Qué le parece a las dos? – Propuse. Debí haber adivinado que Sam iba a mejorar la propuesta.
-Nuestro departamento está a sólo unos minutos de su consultorio. Podemos llegar de inmediato.
-De acuerdo – Me di por vencida. Terminemos de una vez.
Cinco minutos después , mi secretaria timbró para anunciar al señor Sam Evans y a su esposa. El corazón empezó a latir desbocado. En segundos, la puerta de mi consultorio se abrirá… y con ella un torrente de recuerdos.
Primero, lo vi a él: Alto, imponente y de un gran temple. El cabello rubio y un poco largo. Me saludó con un movimiento de cabeza y presentó a su esposa como si yo no la conociera.
Miré atentamente el rostro de Brittany. A primera vista, parecía haber cambiado mucho con el tiempo. Los ojos despedían las mismas llamas azules, aunque eludieron verme de frente. No pude descifrar sus emociones; sin embargo, poco a poco, fui dándome cuenta de que había algo diferente.
Tal vez lo imaginé, pero me dio la impresión de que traslucía un cansancio y una tristeza indefinida que no se relacionaban con su enfermedad. Para mi forma de ver las cosas, era la manifestación de una existencia vivida en el extremo opuesto a la felicidad.
Di unos pasos hacia adelante con torpeza, o al menos así pareció, y dije en voz baja:
-Me da gusto volver a verte.
Cuando el amor es la música de la vida… solamente el amor es capaz de hacer cantar al corazón.
Prólogo
Tengo que confesarles algo terrible… cuando supe que Brittany estaba muriendo, no me sentí demasiado triste. Es posible que esto pueda sonar un poco cruel, especialmente por venir de un médico. Pero es que no puedo pensar en ella sólo como una paciente más. En realidad, cuando tuve noticias de que iba a venir a verme después de todo este tiempo, casi imaginé que iba a tratarse de un acto de reconciliación.
Me pregunto qué ideas cruzarán por su mente. ¿Acaso considera este inminente encuentro nada más como una tentativa desesperada de salvar su vida? O tal vez, antes de que caiga sobre ella la oscuridad definitiva, ¿anhela verme una vez más tanto como yo ansío verla?
¿Y su esposo? Aun en el remoto caso de que no le hubiera contado nada acerca de nuestra relación hace años, sin duda tendría que hacerlo ahora.
Pero sin importar cuáles sean los sentimientos que él guarde, no podría impedir que nos reuniéramos. Después de todo, es un hombre acostumbrado a tener lo mejor de lo mejor, y creo que en este campo soy la número uno.
Ella es dos años más joven que yo. Y a juzgar por las fotografías de los artículos más recientes en los diarios, todavía es muy hermosa. Se ve radiante, demasiado llena de vida para estar gravemente enferma. Para mí, ella siempre ha representado la quintaescencia de la fuerza vital.
La actitud de Evans es cortés y formal en nuestra primera conversación telefónica. Al hablar de su esposa, su tono de voz no deja translucir ningún sentimiento. Por el contrario, da por sentado que me pondré de inmediato a su disposición.
-La señora Evans tiene un tumor cerebral. ¿Podrá usted recibirla enseguida?
Sin embargo, detrás de toda esa arrogancia, percibo el reconocimiento implícito de que yo poseo un poder que él no tiene. A pesar de ser un consumado hombre de negocios, no tiene facultades para hacer pactos con el Ángel de la Muerte y vencerlo. Y eso se vuelve para mí un motivo de satisfacción.
De repente, con un cambio de tono en la voz apenas perceptible, añade:
-Por favor.
Tenía que ayudarlos. A los dos.
El expediente médico y las radiografías llegaron a mi consultorio en menos de una hora, y rasgué el sobre pensando, de manera irracional, que tal vez habría algo adentro que me permitiera reconocer a Brittany.
Pero, por supuesto, sólo contenía varias imágenes de tecnología avanzada del cerebro de ella. Irónicamente, creí haber atisbado antes en su interior. Sin embargo, la mente no es un órgano. El cerebro no es donde reside el alma. Y entonces, la médico que hay dentro de mí se enfureció. Incluso las primeras tomografías indicaban evidencia de neoplasia. ¿A qué tipo de gente había consultado? Hojeé con rapidez las notas, pero sólo encontré la habitual jerga antiséptica que usan los médicos. La paciente, una persona del sexo femenino, casada, blanca, acudió primero con un tal profesor Kevin Vingiano quejándose de dolores de cabeza muy fuertes. Él atribuyó la causa a estrés emocional y prescribió tranquilizantes. Era irrebatible que había alguna tensión indeterminada en la vida de Brittany. Ahora que lo pienso, tenía mucho sin mencionar el diminutivo de nombre que tanto le agradaba que utilizara, “Britt” ay mi Britt. Quizá, movido por un interés egoísta, supuse de inmediato que tenía que ver con su matrimonio, porque a pesar de que ella aparecía con su esposo en todas las fotografías como una especie de figura conyugal decorativa, siempre se empeñaba en tener vida propia, muy al margen de la vida de él. En cambio, Sam , era un personaje público. Su coloso transnacional, FAMA, además de ser el fabricante de automóviles más grande de Italia, abarcaba también la industria de la construcción, la siderurgia, los seguros y el campo editorial.
En varias ocasiones habían corrido rumores en la prensa que lo relacionaban con una que otra mujer talentosa más joven, pero las fotografías siempre fueron tomadas en fiestas de beneficencia, así que tal vez se trataba únicamente de especulaciones escabrosas. Sin importar cuál fuera la realidad, la insinuación era como un fósforo encendido para la yesca de mis emociones, y preferí atribuir la angustia diagnosticada por el profesor Kevin al desamor de su esposo.
Me obligué a continuar leyendo el historial. Brittany había languidecido durante un tiempo desmesuradamente prolongado antes de que Kevin la tomara en serio y la enviara con un neurólogo en Londres, cuyo nombre estaba precedido de un título mobiliario y gozaba de prestigio internacional. Él descubrió el tumor, sin duda, pero declaró que ya era inoperable.
Eso me convirtió en el último recurso. Y me provocó una sensación desagradable. Era cierto que, en varias ocasiones, la técnica genética de la que yo era la precursora había logrado revertir el crecimiento tumoral al duplicar el ADN con el defecto corregido. Sin embargo, ahora, por primera vez, entendí a la perfección por qué los doctores no deben tratar a personas cercanas a ellos. De pronto perdí la fe en mi capacidad y dolorosamente cobré conciencia de mi propia falibilidad. No quería que Brittany fuera mi paciente.
No habían transcurrido siquiera quince minutos desde que me entregaron el sobre, cuando el teléfono sonó.
-Y bien, doctora López, ¿Qué opina?
-Lo siento. No he tenido tiempo para revisar todo el historial.
-¿Acaso un vistazo a las últimas tomografías no le indica todo lo que necesita saber?
Era indescriptible que él tenía razón.
-Señor Evans, lamento decirle que concuerdo con su médico en Londres. Esta clase de tumor es incurable.
-Excepto por usted- Objetó perentorio.
Creo que esperaba que lo dijera.
-¿Puede recibirla hoy?
Pensativa, miré mi libro de citas. ¿Por qué me molestaba en mirar cuando sabía que iba a acceder a sus exigencias?
-¿Qué le parece a las dos? – Propuse. Debí haber adivinado que Sam iba a mejorar la propuesta.
-Nuestro departamento está a sólo unos minutos de su consultorio. Podemos llegar de inmediato.
-De acuerdo – Me di por vencida. Terminemos de una vez.
Cinco minutos después , mi secretaria timbró para anunciar al señor Sam Evans y a su esposa. El corazón empezó a latir desbocado. En segundos, la puerta de mi consultorio se abrirá… y con ella un torrente de recuerdos.
Primero, lo vi a él: Alto, imponente y de un gran temple. El cabello rubio y un poco largo. Me saludó con un movimiento de cabeza y presentó a su esposa como si yo no la conociera.
Miré atentamente el rostro de Brittany. A primera vista, parecía haber cambiado mucho con el tiempo. Los ojos despedían las mismas llamas azules, aunque eludieron verme de frente. No pude descifrar sus emociones; sin embargo, poco a poco, fui dándome cuenta de que había algo diferente.
Tal vez lo imaginé, pero me dio la impresión de que traslucía un cansancio y una tristeza indefinida que no se relacionaban con su enfermedad. Para mi forma de ver las cosas, era la manifestación de una existencia vivida en el extremo opuesto a la felicidad.
Di unos pasos hacia adelante con torpeza, o al menos así pareció, y dije en voz baja:
-Me da gusto volver a verte.
Última edición por Pamela Lopez-Pierce el Mar Jul 16, 2013 1:50 am, editado 1 vez
Pamela Lopez-Pierce***** - Mensajes : 220
Fecha de inscripción : 14/05/2012
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana - El amor de mi vida/Capitulo 2
Capitulo 1
Primavera de 2013
La cita era en París. A todos aquellos de nosotros que logramos sobrevivir al primer interrogatorio inquisitorial y al riguroso programa de capacitación subsecuente, se nos recompensaría con enviarnos a África a arriesgar nuestras propias vidas con la esperanza de salvar otras. Era mi primer viaje fuera de Estados Unidos. Nuestro vuelo llegó al amanecer. Tres mil metros abajo, la ciudad empezaba a despertar, como una mujer sensual que se sacude la languidez del sueño en las primeras luces de la mañana.
Dos horas más tarde, después de pasar por revisión de mi equipaje en la terminal aérea, subí por los escalones a grandes saltos y salí de la estación del metro en el corazón de Saint-Germain-des-Prés, que palpitaba con la música concreta del intenso tránsito matutino. Consulté nerviosa el reloj: sólo faltaban quince minutos. Revisé el mapa de la ciudad y calculé el tiempo. Después corrí como loca el resto del camino hasta las oficinas centrales de Médecine Internationale, una reliquia arquitectónica anquilosada, que se ubicaba en la Rue des Saints-Péres.
Llegué sudorosa, pero a tiempo.
-Tome asiento, doctora López- indicó con grave tono de voz William Schuester , el irascible gran inquisidor.
A su lado se encontraba un sujeto calvo parecido a Sancho Panza, que garabateaba en forma compulsiva en una libreta, y una mujer de nacionalidad holandesa, entrada en carnes, de treinta y tantos años de edad.
Desde el momento en que la entrevista comenzó, quedó de manifiesto que Schuester abrigaba cierto resentimiento contra los estadounidenses y los consideraba responsables colectivamente de todo, desde los desperdicios nucleares hasta el colesterol alto. Me bombardeó con preguntas hostiles hasta el último detalle de cada aspecto de mi vida. Al principio respondí con cortesía, pero cuando me di cuenta de que no tenía para cuándo acabar, empecé a replicar con sarcasmo.
-Dígame, doctora López, ¿sabe usted dónde está Etiopía? Los otros tres estadounidenses que entrevisté creían que se localizaba en Sudamérica.
-Entonces no debe ni siquiera tomarlos en cuenta.
-Imagine por un momento que se encuentra en un ruinoso hospital de campaña en medio de las tierras salvajes de África, a muchos kilómetros de distancia de todo lo que hasta ahora usted ha conocido como civilización. ¿Cómo conservaría la cordura?
-Con Bach- respondí sin parpadear
-¿Cómo?
-Johann Sebastian o, para el caso, cualquiera de sus parientes.
-Ah, sí. Deduzco por su currículum que usted es toda una fan de la música. Por desgracia, no hay pianos en nuestras clínicas.
-No hay problema. Soy capaz de tocar en la mente y entretenerme igual. Tengo un teclado de práctica que llevaré conmigo. No hace ningún ruido. Además, mantendré ágiles los dedos mientras la música conserva mi alma en forma.
Por primera vez esa mañana, me pareció haber producido un corto circuito en la corriente eléctrica de antagonismo.
-Vaya – reflexionó – Todavía no pierde el control.
-Parece decepcionado.
Schuester me envolvió con su mirada y luego preguntó:
-¿Qué piensa de la suciedad? ¿El hambre? ¿Qué tal las enfermedades atroces?
-Pasé un año en las peores condiciones, por lo que creo que puedo soportar cualquier horror imaginable.
-¿Lepra? ¿Viruela?
-Reconozco que no he visto ningún caso de esas enfermedades ¿Está tratando de desanimarme?
-En cierta forma – admitió, al tiempo que me decía con un tono conspirador -, porque si va a perder la cabeza, es mucho mejor que ocurra aquí que en medio de África.
De pronto, la holandesa decidió intervenir.
-Dígame, ¿por qué quiere ir al Tercer Mundo cuando podría hacer visitas domiciliarias en Park Avenue?
-¿Qué le parece porque deseo ayudar a la gente?
-Bastante predecible – Sancho comentó mientras anotaba mi comentario -¿ No se le ocurre algo más original?
Empezaba a perder la paciencia… y los estribos.
-Francamente, chicos, les digo que me desilusionan. Pensé que Médecine Internationale estaba repleta de doctores altruistas. No de cínicos fastidiosos.
Los tres interrogadores entrecruzaron miradas y Schuester me preguntó con brusquedad:
-Y bien, ¿Qué me dice del sexo?
-Aquí no, Schuester. No delante de todo el mundo – repliqué-
En ese momento, ya me importaba un pepino lo que pensaran.
Sus subalternos rieron a mandíbula batiente, y yo también.
-Eso contesta mi pregunta más importante, Santana. Tienes sentido del humor – alargó la mano – Bienvenida a bordo.
El curso de orientación de tres semanas empezó dos días después. Mientras tanto, me propuse admira las glorias de París.
Me registré en un hotel de mala muerte en la margen izquierda del río, que habían reservado para los candidatos, y a mi juicio se adecuaba a su categoría. Estoy segura de que se trataba de uno de esos hoteluchos en los que cada habitación era un cuchitril y todos los resortes de las camas, sin excepción, rechinaban. Tal vez Schuester lo había elegido deliberadamente a fin de endurecernos las fatigas del viaje.
Mi hermano, Santiago, me había dicho que era imposible comer mal en París. Y tenía toda la razón. Comí en un lugar llamado Le Petit Zinc, en el que uno se daba el lujo de seleccionar sus alimentos entre toda clase de crustáceos exóticos exhibidos en la parte de abajo, que después servían en los pisos superiores.
Los dos días siguientes fueron una revelación para mi. Tratar de ver los tesoros artísticos de París en un lapso tan corto es como tragar un elefante completo de un solo bocado; sin embargo, hice mi mejor esfuerzo. Desde que despuntaba el Sol hasta mucho después del anochecer, absorbí la ciudad por todos los poros.
Después de que me echaban del Louvre y cerraban sus puertas, comía algo rápido en un restaurante pequeño, de los que llaman BISTROS. Deambulaba por el Boulevard Saint- Michel hasta que el agotamiento no me permitiera ir sino a reunirme con las cucarachas de mi cuarto.
No bien me senté, el cansancio del viaje, que venía arrastrando desde mi llegada, me venció de golpe. Apenas tuve tiempo para quitarme los zapatos, me acosté de espaldas en la cama y caí en un coma posparisiense.
Por supuesto, recuerdo la fecha exacta: miércoles 3 de abril de 2013. Sin embargo, esa mañana comenzó como cualquiera otra. Tomé una ducha, elegí un vestido corto verde a rayas, medias negras con botines del mismo color, mi cabello yacía suelto y se veía caer sobre mis hombros, me dirigí después a la Rue des Saints-Péres y a la Operación Etiopía, día uno. Entonces ya había recuperado la confianza en mi misma y afinado mis ideales. Estaba preparada para cualquier cosa… Excepto una: la emboscada emocional que me aguardaba.
La mayor parte de mis colegas ya había llegado y conversaba mientras tomaba café en tazas desechables. Entre bocanadas de humo de su cigarrillo, Schuester me presentó a dos candidatos holandeses, entre ellos, una mujer muy atractiva, y a cuatro franceses, uno llevaba puesto un sombrero vaquero.
Y a Brittany.
Contuve la respiración. Ella era en verdad, un poema sin palabras. Exquisita.
Vestía pantalones vaqueros, una camiseta gruesa de manga larga y no estaba maquillada. El largo cabello rubio estaba recogido en una cola de caballo, pero eso no engañaba a nadie.
-No juzgues a Brittany por su apariencia, Santana. Ella es una doctora tan acertada en sus diagnósticos que la seleccioné a pesar de que su abuelo era nazi y de que su padre provoca cáncer en los pulmones.
-¡Hola!- Me las arreglé para decir, aunque todavía me faltaba el aire- Entiendo los pecados del abuelo, pero ¿qué convierte a su parte en carcinógeno?
-Es sencillo- sonrió Schuester – Se apellida Pierce
-¿Se refiere al presidente de FAMA, la compañía fabricante de automóviles?
-El mismo. Archicontaminante de autopistas y caminos, por no mencionar los desperdicios químicos que produce.
La miré y pregunté:
-Acaso ¿Me está tomando el pelo otra vez?
-No, soy culpable de lo que me acusa – admitió ella – Sin embargo, hay que hacer notar que lo que el moderno profeta olvidó mencionar es que el delincuente ecológico que es mi padre combatió con el ejército estadounidense durante la guerra. ¿De dónde eres, Santana?
-De una ciudad no muy grande, Lima Ohio
-Que suerte tienes. Provenir de una familia muy conocida y en mi caso célebre, en ocasiones es un lastre
Schuester me señaló y le confió con aire malicioso:
-A propósito, Brittany, presta atención a esta chica. Trata de pasar por una mujerzuela, pero es una apasionada pianista y habla italiano
-¿En verdad? – me miró, en cierto modo impresionada.
-Si, aunque ni por asomo con la soltura con la que tú hablas inglés, pero es absolutamente necesario conocer el idioma cuando una estudia música
-¡Ah!, una amante dell’opera – musitó en un tono de agrado y reconocimiento
-¿Tú también?
-Como una loca. Pero cuando una es criada en Milán, se es fanática de dos cosas: El fútbol y la ópera
En ese momento, Schuester gritó:
-¡Atención, todos, siéntense y guarden silencio! – Súbitamente las bromas cesaron y tomamos asiento – Permítanme que les haga una predicción – Schuester prosiguió con el discurso – Aquellos a quienes todavía no les desagrado me odiarán con toda el alma cuando termine la primera semana de campaña. Va a hacer calor, habrá muchas tensiones y peligros. Las condiciones que van a encontrar no se parecen en nada a lo que hayan conocido. Antes de esta guerra civil, Etiopía ya era uno de los países más pobres del mundo. La gente vive en un estado perpetuo de inanición, exacerbada por los interminables años de sequía. Es una verdadera pesadilla – respiró y luego dijo – Sobra decirlo, comenzaremos con la peste.
El proyecto número sesenta y dos de Médicine Internationale se había puesto en marcha.
Brittany nunca estaba sola. Era como el flautista de Hamelin, siempre rodeada por un enjambre de admiradores de ambos sexos que la seguía a todas partes. Pero pronto me di cuenta de que estaba mucho más acompañada de lo que yo creía, en un sentido más bien siniestro. Ese primer viernes, llegué temprano por casualidad. Mientras miraba distraídamente por la ventana, Brittany entró en el edificio y observé que además del habitual grupo de admiradores, había un sujeto enorme y fornido, de mediana edad, que la seguía a menos de cien metros de distancia. Tuve la sensación estremecedora de que la acechaba.
Durante nuestra media hora para almorzar, convengo que no muy a la francesa, todos nos reunimos a comer baguettes rellenas, Brittany fue a la esquina a comprar un diario. Y cuando estábamos a punto de reanudar el curso, la vi regresar. A cierta distancia, en la calle, reconocí al hombre que no le quitaba la vista de encima. Al final de la sesión vespertina, cuando un grupo de nosotros volvía al “Hilton de las Termitas”, como habíamos apodado al hotel, tuve la audacia de preguntarle a Brittany si quería acompañarme a tomar una copa para hablarle brevemente de un asunto privado. Ella aceptó con amabilidad y nos detuvimos en BISTRO Á VIN, un pequeño lugar donde vendían vino, a dos puertas de distancia.
-Bueno- dijo ella sonriente, mientras me abría paso para entrar al angosto gabinete, llevando una copa de vino blanco en cada mano - ¿qué ocurre?
-Brittany, no es mi intención inquietarte – titubeé – pero creo que alguien te sigue
-Ya lo sé – me contestó sin inmutarse en lo más mínimo – Siempre hay alguien que me sigue. A mi padre le preocupa que algo me suceda
-¿Quieres decir que el tipo es tu guardaespaldas?
-Puede decirse que si. Aunque prefiero pensar en Nino como una especie de “Angel de la guarda”. De todos modos, mi padre no es paranoico, aunque lamento decir que existen razones justificadas… - la voz se apagó.
De pronto recordé haber leído acerca del secuestro y asesinato de su madre hacía muchos años. Había sido una noticia mundial.
-Oye –murmuré con tono de disculpa – Siento mucho haber preguntado. Regresemos con el grupo
-¿Qué prisa tienes? Vamos a terminar nuestro vino y charlemos un rato ¿ Ves los partidos de basquetbol de la NBA?
-No los sigo con mucha atención ¿Por qué preguntas?
-Bueno, FAMA tiene un equipo profesional en la Liga Europea. Por tal motivo, cada año reclutamos jugadores que dan de baja de la NBA. Esperaba que supieras de alguno de los Pistones de Detroit que hubiera bajado un poco el ritmo, pero que todavía fuera capaz de jugar algunas temporadas en las ligas menores. Hay algo que voy a extrañar en África. Siempre que los muchachos jugaban en Inglaterra, mi padre tomaba un vuelo a ese país y me llevaba a ver los partidos.
-¿Qué hacías en Inglaterra entre los juegos?
-Estudié casi diez años ahí después de que mi madre murió. Incluso hice mi carrera de medicina en Cambridge
-Eso explica tu acento elegante ¿En qué vas a especializarte?
-Aún no lo decido, pero probablemente será en algo relacionado con la cirugía pediátrica ¿Y tú?
-Bueno, al principio también me sentí atraída por lo SCALPELLO. Pero creo que el escalpelo se volverá obsoleto en unos cuantos años y todo se hará por medio de técnicas genéticas. En ese campo es donde me gustaría trabajar a la larga. Así es que, después de África, es probable que estudie un doctorado en algo como biología molecular. De todos modos, espero con impaciencia iniciar esta aventura ¿tú no?
-Bueno, aquí entre nosotras, a veces me pregunto si seré capaz de resistir
-No te preocupes. Schuester no te habría elegido si pensara que no puedes enfrentar situaciones difíciles.
Y por primera vez percibí que, debajo de esa fachada impecable, había ciertas luciérnagas de duda que destellaban de vez en cuando. Fue agradable descubrir que era humana.
Mientras salíamos, observé a Nino apoyado en un parquímetro, “leyendo” un periódico
-A propósito, Brittany, ¿Nos va a acompañar también en Etiopía?
-No, gracias a Dios. Ciertamente, estar sola en verdad va a ser una experiencia nueva para mí
-Bueno, por si significa algo, puedes decirle a tu padre que yo estaré a tu lado para protegerte
Creo que ella agradeció mis palabras. Su sonrisa destruyó todas mis reacciones inmunes a enamorarme perdidamente de ella.
Primavera de 2013
La cita era en París. A todos aquellos de nosotros que logramos sobrevivir al primer interrogatorio inquisitorial y al riguroso programa de capacitación subsecuente, se nos recompensaría con enviarnos a África a arriesgar nuestras propias vidas con la esperanza de salvar otras. Era mi primer viaje fuera de Estados Unidos. Nuestro vuelo llegó al amanecer. Tres mil metros abajo, la ciudad empezaba a despertar, como una mujer sensual que se sacude la languidez del sueño en las primeras luces de la mañana.
Dos horas más tarde, después de pasar por revisión de mi equipaje en la terminal aérea, subí por los escalones a grandes saltos y salí de la estación del metro en el corazón de Saint-Germain-des-Prés, que palpitaba con la música concreta del intenso tránsito matutino. Consulté nerviosa el reloj: sólo faltaban quince minutos. Revisé el mapa de la ciudad y calculé el tiempo. Después corrí como loca el resto del camino hasta las oficinas centrales de Médecine Internationale, una reliquia arquitectónica anquilosada, que se ubicaba en la Rue des Saints-Péres.
Llegué sudorosa, pero a tiempo.
-Tome asiento, doctora López- indicó con grave tono de voz William Schuester , el irascible gran inquisidor.
A su lado se encontraba un sujeto calvo parecido a Sancho Panza, que garabateaba en forma compulsiva en una libreta, y una mujer de nacionalidad holandesa, entrada en carnes, de treinta y tantos años de edad.
Desde el momento en que la entrevista comenzó, quedó de manifiesto que Schuester abrigaba cierto resentimiento contra los estadounidenses y los consideraba responsables colectivamente de todo, desde los desperdicios nucleares hasta el colesterol alto. Me bombardeó con preguntas hostiles hasta el último detalle de cada aspecto de mi vida. Al principio respondí con cortesía, pero cuando me di cuenta de que no tenía para cuándo acabar, empecé a replicar con sarcasmo.
-Dígame, doctora López, ¿sabe usted dónde está Etiopía? Los otros tres estadounidenses que entrevisté creían que se localizaba en Sudamérica.
-Entonces no debe ni siquiera tomarlos en cuenta.
-Imagine por un momento que se encuentra en un ruinoso hospital de campaña en medio de las tierras salvajes de África, a muchos kilómetros de distancia de todo lo que hasta ahora usted ha conocido como civilización. ¿Cómo conservaría la cordura?
-Con Bach- respondí sin parpadear
-¿Cómo?
-Johann Sebastian o, para el caso, cualquiera de sus parientes.
-Ah, sí. Deduzco por su currículum que usted es toda una fan de la música. Por desgracia, no hay pianos en nuestras clínicas.
-No hay problema. Soy capaz de tocar en la mente y entretenerme igual. Tengo un teclado de práctica que llevaré conmigo. No hace ningún ruido. Además, mantendré ágiles los dedos mientras la música conserva mi alma en forma.
Por primera vez esa mañana, me pareció haber producido un corto circuito en la corriente eléctrica de antagonismo.
-Vaya – reflexionó – Todavía no pierde el control.
-Parece decepcionado.
Schuester me envolvió con su mirada y luego preguntó:
-¿Qué piensa de la suciedad? ¿El hambre? ¿Qué tal las enfermedades atroces?
-Pasé un año en las peores condiciones, por lo que creo que puedo soportar cualquier horror imaginable.
-¿Lepra? ¿Viruela?
-Reconozco que no he visto ningún caso de esas enfermedades ¿Está tratando de desanimarme?
-En cierta forma – admitió, al tiempo que me decía con un tono conspirador -, porque si va a perder la cabeza, es mucho mejor que ocurra aquí que en medio de África.
De pronto, la holandesa decidió intervenir.
-Dígame, ¿por qué quiere ir al Tercer Mundo cuando podría hacer visitas domiciliarias en Park Avenue?
-¿Qué le parece porque deseo ayudar a la gente?
-Bastante predecible – Sancho comentó mientras anotaba mi comentario -¿ No se le ocurre algo más original?
Empezaba a perder la paciencia… y los estribos.
-Francamente, chicos, les digo que me desilusionan. Pensé que Médecine Internationale estaba repleta de doctores altruistas. No de cínicos fastidiosos.
Los tres interrogadores entrecruzaron miradas y Schuester me preguntó con brusquedad:
-Y bien, ¿Qué me dice del sexo?
-Aquí no, Schuester. No delante de todo el mundo – repliqué-
En ese momento, ya me importaba un pepino lo que pensaran.
Sus subalternos rieron a mandíbula batiente, y yo también.
-Eso contesta mi pregunta más importante, Santana. Tienes sentido del humor – alargó la mano – Bienvenida a bordo.
El curso de orientación de tres semanas empezó dos días después. Mientras tanto, me propuse admira las glorias de París.
Me registré en un hotel de mala muerte en la margen izquierda del río, que habían reservado para los candidatos, y a mi juicio se adecuaba a su categoría. Estoy segura de que se trataba de uno de esos hoteluchos en los que cada habitación era un cuchitril y todos los resortes de las camas, sin excepción, rechinaban. Tal vez Schuester lo había elegido deliberadamente a fin de endurecernos las fatigas del viaje.
Mi hermano, Santiago, me había dicho que era imposible comer mal en París. Y tenía toda la razón. Comí en un lugar llamado Le Petit Zinc, en el que uno se daba el lujo de seleccionar sus alimentos entre toda clase de crustáceos exóticos exhibidos en la parte de abajo, que después servían en los pisos superiores.
Los dos días siguientes fueron una revelación para mi. Tratar de ver los tesoros artísticos de París en un lapso tan corto es como tragar un elefante completo de un solo bocado; sin embargo, hice mi mejor esfuerzo. Desde que despuntaba el Sol hasta mucho después del anochecer, absorbí la ciudad por todos los poros.
Después de que me echaban del Louvre y cerraban sus puertas, comía algo rápido en un restaurante pequeño, de los que llaman BISTROS. Deambulaba por el Boulevard Saint- Michel hasta que el agotamiento no me permitiera ir sino a reunirme con las cucarachas de mi cuarto.
No bien me senté, el cansancio del viaje, que venía arrastrando desde mi llegada, me venció de golpe. Apenas tuve tiempo para quitarme los zapatos, me acosté de espaldas en la cama y caí en un coma posparisiense.
Por supuesto, recuerdo la fecha exacta: miércoles 3 de abril de 2013. Sin embargo, esa mañana comenzó como cualquiera otra. Tomé una ducha, elegí un vestido corto verde a rayas, medias negras con botines del mismo color, mi cabello yacía suelto y se veía caer sobre mis hombros, me dirigí después a la Rue des Saints-Péres y a la Operación Etiopía, día uno. Entonces ya había recuperado la confianza en mi misma y afinado mis ideales. Estaba preparada para cualquier cosa… Excepto una: la emboscada emocional que me aguardaba.
La mayor parte de mis colegas ya había llegado y conversaba mientras tomaba café en tazas desechables. Entre bocanadas de humo de su cigarrillo, Schuester me presentó a dos candidatos holandeses, entre ellos, una mujer muy atractiva, y a cuatro franceses, uno llevaba puesto un sombrero vaquero.
Y a Brittany.
Contuve la respiración. Ella era en verdad, un poema sin palabras. Exquisita.
Vestía pantalones vaqueros, una camiseta gruesa de manga larga y no estaba maquillada. El largo cabello rubio estaba recogido en una cola de caballo, pero eso no engañaba a nadie.
-No juzgues a Brittany por su apariencia, Santana. Ella es una doctora tan acertada en sus diagnósticos que la seleccioné a pesar de que su abuelo era nazi y de que su padre provoca cáncer en los pulmones.
-¡Hola!- Me las arreglé para decir, aunque todavía me faltaba el aire- Entiendo los pecados del abuelo, pero ¿qué convierte a su parte en carcinógeno?
-Es sencillo- sonrió Schuester – Se apellida Pierce
-¿Se refiere al presidente de FAMA, la compañía fabricante de automóviles?
-El mismo. Archicontaminante de autopistas y caminos, por no mencionar los desperdicios químicos que produce.
La miré y pregunté:
-Acaso ¿Me está tomando el pelo otra vez?
-No, soy culpable de lo que me acusa – admitió ella – Sin embargo, hay que hacer notar que lo que el moderno profeta olvidó mencionar es que el delincuente ecológico que es mi padre combatió con el ejército estadounidense durante la guerra. ¿De dónde eres, Santana?
-De una ciudad no muy grande, Lima Ohio
-Que suerte tienes. Provenir de una familia muy conocida y en mi caso célebre, en ocasiones es un lastre
Schuester me señaló y le confió con aire malicioso:
-A propósito, Brittany, presta atención a esta chica. Trata de pasar por una mujerzuela, pero es una apasionada pianista y habla italiano
-¿En verdad? – me miró, en cierto modo impresionada.
-Si, aunque ni por asomo con la soltura con la que tú hablas inglés, pero es absolutamente necesario conocer el idioma cuando una estudia música
-¡Ah!, una amante dell’opera – musitó en un tono de agrado y reconocimiento
-¿Tú también?
-Como una loca. Pero cuando una es criada en Milán, se es fanática de dos cosas: El fútbol y la ópera
En ese momento, Schuester gritó:
-¡Atención, todos, siéntense y guarden silencio! – Súbitamente las bromas cesaron y tomamos asiento – Permítanme que les haga una predicción – Schuester prosiguió con el discurso – Aquellos a quienes todavía no les desagrado me odiarán con toda el alma cuando termine la primera semana de campaña. Va a hacer calor, habrá muchas tensiones y peligros. Las condiciones que van a encontrar no se parecen en nada a lo que hayan conocido. Antes de esta guerra civil, Etiopía ya era uno de los países más pobres del mundo. La gente vive en un estado perpetuo de inanición, exacerbada por los interminables años de sequía. Es una verdadera pesadilla – respiró y luego dijo – Sobra decirlo, comenzaremos con la peste.
El proyecto número sesenta y dos de Médicine Internationale se había puesto en marcha.
Brittany nunca estaba sola. Era como el flautista de Hamelin, siempre rodeada por un enjambre de admiradores de ambos sexos que la seguía a todas partes. Pero pronto me di cuenta de que estaba mucho más acompañada de lo que yo creía, en un sentido más bien siniestro. Ese primer viernes, llegué temprano por casualidad. Mientras miraba distraídamente por la ventana, Brittany entró en el edificio y observé que además del habitual grupo de admiradores, había un sujeto enorme y fornido, de mediana edad, que la seguía a menos de cien metros de distancia. Tuve la sensación estremecedora de que la acechaba.
Durante nuestra media hora para almorzar, convengo que no muy a la francesa, todos nos reunimos a comer baguettes rellenas, Brittany fue a la esquina a comprar un diario. Y cuando estábamos a punto de reanudar el curso, la vi regresar. A cierta distancia, en la calle, reconocí al hombre que no le quitaba la vista de encima. Al final de la sesión vespertina, cuando un grupo de nosotros volvía al “Hilton de las Termitas”, como habíamos apodado al hotel, tuve la audacia de preguntarle a Brittany si quería acompañarme a tomar una copa para hablarle brevemente de un asunto privado. Ella aceptó con amabilidad y nos detuvimos en BISTRO Á VIN, un pequeño lugar donde vendían vino, a dos puertas de distancia.
-Bueno- dijo ella sonriente, mientras me abría paso para entrar al angosto gabinete, llevando una copa de vino blanco en cada mano - ¿qué ocurre?
-Brittany, no es mi intención inquietarte – titubeé – pero creo que alguien te sigue
-Ya lo sé – me contestó sin inmutarse en lo más mínimo – Siempre hay alguien que me sigue. A mi padre le preocupa que algo me suceda
-¿Quieres decir que el tipo es tu guardaespaldas?
-Puede decirse que si. Aunque prefiero pensar en Nino como una especie de “Angel de la guarda”. De todos modos, mi padre no es paranoico, aunque lamento decir que existen razones justificadas… - la voz se apagó.
De pronto recordé haber leído acerca del secuestro y asesinato de su madre hacía muchos años. Había sido una noticia mundial.
-Oye –murmuré con tono de disculpa – Siento mucho haber preguntado. Regresemos con el grupo
-¿Qué prisa tienes? Vamos a terminar nuestro vino y charlemos un rato ¿ Ves los partidos de basquetbol de la NBA?
-No los sigo con mucha atención ¿Por qué preguntas?
-Bueno, FAMA tiene un equipo profesional en la Liga Europea. Por tal motivo, cada año reclutamos jugadores que dan de baja de la NBA. Esperaba que supieras de alguno de los Pistones de Detroit que hubiera bajado un poco el ritmo, pero que todavía fuera capaz de jugar algunas temporadas en las ligas menores. Hay algo que voy a extrañar en África. Siempre que los muchachos jugaban en Inglaterra, mi padre tomaba un vuelo a ese país y me llevaba a ver los partidos.
-¿Qué hacías en Inglaterra entre los juegos?
-Estudié casi diez años ahí después de que mi madre murió. Incluso hice mi carrera de medicina en Cambridge
-Eso explica tu acento elegante ¿En qué vas a especializarte?
-Aún no lo decido, pero probablemente será en algo relacionado con la cirugía pediátrica ¿Y tú?
-Bueno, al principio también me sentí atraída por lo SCALPELLO. Pero creo que el escalpelo se volverá obsoleto en unos cuantos años y todo se hará por medio de técnicas genéticas. En ese campo es donde me gustaría trabajar a la larga. Así es que, después de África, es probable que estudie un doctorado en algo como biología molecular. De todos modos, espero con impaciencia iniciar esta aventura ¿tú no?
-Bueno, aquí entre nosotras, a veces me pregunto si seré capaz de resistir
-No te preocupes. Schuester no te habría elegido si pensara que no puedes enfrentar situaciones difíciles.
Y por primera vez percibí que, debajo de esa fachada impecable, había ciertas luciérnagas de duda que destellaban de vez en cuando. Fue agradable descubrir que era humana.
Mientras salíamos, observé a Nino apoyado en un parquímetro, “leyendo” un periódico
-A propósito, Brittany, ¿Nos va a acompañar también en Etiopía?
-No, gracias a Dios. Ciertamente, estar sola en verdad va a ser una experiencia nueva para mí
-Bueno, por si significa algo, puedes decirle a tu padre que yo estaré a tu lado para protegerte
Creo que ella agradeció mis palabras. Su sonrisa destruyó todas mis reacciones inmunes a enamorarme perdidamente de ella.
Pamela Lopez-Pierce***** - Mensajes : 220
Fecha de inscripción : 14/05/2012
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana - El amor de mi vida/Capitulo 2
estuvo bueno, y lo mejor diferente!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana - El amor de mi vida/Capitulo 2
me gusto mucho, a ver como continua!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Fanfic Brittana - El amor de mi vida / Capitulo 2
Capitulo 2
Hacia el final de la segunda semana de nuestro curso, se presentó un espectáculo único en la Ópera. Una soprano legendaria iba a representar el papel de Violetta en LA TRAVIATA por última vez. Fingí estar enferma y salí temprano del seminario para formarme en la fila y tratar de conseguir boleto, aunque fuera de pie.
Sobra decir que no era la única en París que deseaba asistir a la interpretación. Parecía haber suficientes personas delante de mí como para ocupar cada una de las más de dos mil butacas del teatro. Alrededor de las seis y media, cuando la fila había avanzado apenas veinte lugares y las cosas se veían cada vez más sombrías, oí una voz femenina que llamaba:
-Santana, pensé que no te sentías bien.
¡Atrapada con las manos en la masa! Me volví para ver de quién se trataba: Era ni más ni menos que la Signorina Perfecta. Se había soltado su peinado de todos los días y su cabello caía como cascada sobre sus hombros. Llevaba puesto un vestido negro sencillo que dejaba al descubierto una parte considerablemente mayor de las piernas que sus acostumbrados pantalones vaqueros. Se veía despampanante.
-Estoy bien – expliqué -, la verdad es que no podía perderme esta ópera. Aunque parece que no lograré entrar.
-Bueno, pues entonces acompáñame. La empresa de mi padre tiene un palco aquí.
-Lo cierto es que me encantaría. Pero ¿no crees que mi atuendo es excesivamente elegante? – respondí, al tiempo que indicaba mi vieja blusa de forever 21 y unos pantalones vaqueros
-Sólo yo te veré. Anda, vamos – me tomó de la mano y me condujo por la imponente escalinata de mármol. Como temía, era la única mujer que no llevaba un elegante vestido. Pero entonces me consolé, yo era invisible. Es decir, ¿quién iba a fijarse en mí cuando tenía a mi lado a la Venus de Milán?
Un individuo uniformado nos guió por un corredor silencioso hasta una hermosa puerta de madera que daba a un palco recubierto de terciopelo carmesí. El palco dominaba amplia zona de plebeyos refinados y el elevado arco del proscenio. En el centro se encontraba la legendaria araña de cristal del Teatro de la Ópera, suspendida del techo pintado por Marc Chagall y circundada por un anillo de oro.
Me sentí verdaderamente en la gloria cuando la orquesta empezó a afinar debajo de nosotras. Nos sentamos en los dos asientos delanteros, donde nos esperaba media botella de champaña bien fría. Apelando a mis años de experiencia como camarera, serví una copa para cada una sin derramar una gota.
-A la salud de mi anfitriona – brindé – Fabbrica Milanese Automobili – agregué – y de quienes son los más cercanos para la administración.
Ella rió agradecida
Cuando las luces empezaban a apagarse, Nino, que parecía un oso vestido también de etiqueta, entró y se sentó discretamente atrás de nosotros.
-¿Conoces bien LA TRAVIATA? – preguntó Brittany
-Mezzo mezzo, más o menos – repuse – Escribí un ensayo sobre la obra en la universidad. Y ayer, después de la clase, pasé casi una hora tocando varios fragmentos.
-¡Oh! ¿Dónde encontraste un piano?
-Sólo pretendí ser una clienta de La Voix de Son Maítre, tomé la partitura del anaquel y empecé a tocar unas notas en uno de los pianos Steinway. Por fortuna no me echaron a la calle.
-Me hubiera encantado estar ahí
-Podemos ir mañana, si en verdad quieres. El gerente me extendió una invitación abierta
-Me encantaría ir, Santana – alzó la copa como si me lo agradeciera por anticipado. Su sonrisa resplandeció aun en el teatro a oscuras
El coro inicial, “Libiamo ne’ lieti calici” que quiere decir “Bebamos felices en copas” reflejaba acertadamente mi estado de ánimo. Y a pesar de estar embriagada por la mágica presencia escénica de la soprano, con frecuencia miraba a Brittany a hurtadillas.
Media hora después, la heroína Violetta, de pie ella sola sobre el escenario, cantaba: “Quizá sea la persona correcta” reconociendo que a pesar de sus múltiples aventuras amorosas, ahora en su relación con Alfredo, era la primera vez en su vida que se enamoraba genuinamente. Cuando bajaron el telón al concluir el Acto I, en medio de una lluvia de calurosos aplausos, otro empleado llegó con bocadillos. Puesto que era la invitada, me sentí obligada a hacer algún comentario inteligente.
-¿Te diste cuenta que en todo el primer acto no hubo siquiera una sola interrupción en la música, tampoco un recitativo, ni aun una verdadera aria hasta “Quizá sea la persona correcta”?
-No lo noté
-Ése es todo el chiste. Verdi era endiabladamente listo.
-Y por lo visto, también mi acompañante de esta noche
El teatro volvió a quedar a oscuras y la tragedia empezó a revelarse. Resonó un estruendoso acorde de metales cuando Violetta comprendió que estaba desahuciada sin esperanza: “¡Oh, señor! Morir tan joven”. Y, por último, la intérprete se desvaneció, sólo para revivir el tiempo suficiente para cantar un increíble si bemol y morir inmediatamente después por el esfuerzo.
El público estaba tan extasiado que casi tenía miedo de romper el encanto. Entonces, mientras el murmullo de aplausos entraba en crescendo hasta formar una verdadera oleada de fervor y admiración, sentí de repente que la mano de Brittany se posaba en la mía. Me volví a mirarla. Estaba llorando.
-Lo siento, Santana. Sé que soy muy tonta.
Coloqué la otra mano sobre la de ella. Brittany no se movió y permanecimos así hasta que cayó el telón final.
Cuando salimos del teatro, Brittany me tomó del brazo y entonces me propuso:
-¿Quieres que caminemos un rato?
Hizo un ademán sutil a su guardián y emprendimos un paseo nocturno por las calles de París, mientras Nino nos seguía con discreción en un Peugeot a tres kilómetros por hora. Al pasar por los diversos restaurantes al aire libre abarrotados por los asiduos al teatro cuyas luces resplandecían intensamente, hablamos sobre la maestría de la soprano.
-¿Sabes?, no sólo es su voz – observó Brittany –Es la forma que le infunde vida al personaje
-Sí, a pesar de su edad, da la apariencia de ser una joven frágil ¿La traviata siempre te hace llorar así?
Ella asintió
-Creo que soy muy sentimental
-También yo. Pero he descubierto que asocio la tristeza que observo en el escenario con ciertos acontecimientos de mi vida. Es una especie de pretexto socialmente aceptable para recordar viejos pesares.
La mirada de Brittany me dijo que entendí a la perfección
-¿Supiste lo que le ocurrió a mi madre?
-Sí
-Sabes, esta noche, en el escenario, cuando el doctor anunció que Violetta había muerto, no pude evitar la evocación del instante en que mi padre me dijo las mismas palabras. Ahora comprenderás que no necesito un pretexto artístico para llorar. Todavía la extraño mucho.
-¿Cómo ha sobrellevado tu padre el dolor todo este tiempo?
-En realidad, no ha logrado superarlo. Me refiero a que ya casi pasaron quince años y todavía no se repone. De vez en cuando conversamos sobre lo que sucedió, pero la mayor parte del tiempo se encuentra inmerso en su trabajo. Sólo permanece encerrado en su oficina, lejos de la gente
-¿También de ti?
-Creo que en especial de mí
Me pregunté si el tema no sería demasiado difícil para ella. Sin embargo, continuó hablando de buena gana.
-Yo era tan sólo una niña, así que apenas podía apreciar lo que ella era: la primera mujer editora de La Mattina comprometida con la transformación social y muy valiente. Hay mucho a lo que tengo que hacer honor.
-Lo siento. Tal vez no debí haber mencionado el tema
-No importa. Hay una parte dentro de mí que todavía necesita hablar de eso, hablar de ella. Y la oportunidad de estar con una nueva amiga es un buen camuflaje
-Eso espero- dije en voz baja- Me refiero a que espero que seamos amigas
Ella reaccionó con timidez por un instante y luego contestó:
-Ya lo somos – de pronto, observó su reloj y preguntó sorprendida - ¿sabes qué hora es? Todavía tengo que leer dos artículos para la clase de mañana
Afuera del hotel, ella se volvió a verme
-Noté cuánto te conmovió también la opera ¿Tendría razón en pensar que…?
Interrumpí su perspicacia
-Sí. Fue mi padre. Ya te contaré en alguna ocasión.
Después la besé fugazmente en las mejillas y me retiré a la intimidad de mis propios sueños.
Hacia el final de la segunda semana de nuestro curso, se presentó un espectáculo único en la Ópera. Una soprano legendaria iba a representar el papel de Violetta en LA TRAVIATA por última vez. Fingí estar enferma y salí temprano del seminario para formarme en la fila y tratar de conseguir boleto, aunque fuera de pie.
Sobra decir que no era la única en París que deseaba asistir a la interpretación. Parecía haber suficientes personas delante de mí como para ocupar cada una de las más de dos mil butacas del teatro. Alrededor de las seis y media, cuando la fila había avanzado apenas veinte lugares y las cosas se veían cada vez más sombrías, oí una voz femenina que llamaba:
-Santana, pensé que no te sentías bien.
¡Atrapada con las manos en la masa! Me volví para ver de quién se trataba: Era ni más ni menos que la Signorina Perfecta. Se había soltado su peinado de todos los días y su cabello caía como cascada sobre sus hombros. Llevaba puesto un vestido negro sencillo que dejaba al descubierto una parte considerablemente mayor de las piernas que sus acostumbrados pantalones vaqueros. Se veía despampanante.
-Estoy bien – expliqué -, la verdad es que no podía perderme esta ópera. Aunque parece que no lograré entrar.
-Bueno, pues entonces acompáñame. La empresa de mi padre tiene un palco aquí.
-Lo cierto es que me encantaría. Pero ¿no crees que mi atuendo es excesivamente elegante? – respondí, al tiempo que indicaba mi vieja blusa de forever 21 y unos pantalones vaqueros
-Sólo yo te veré. Anda, vamos – me tomó de la mano y me condujo por la imponente escalinata de mármol. Como temía, era la única mujer que no llevaba un elegante vestido. Pero entonces me consolé, yo era invisible. Es decir, ¿quién iba a fijarse en mí cuando tenía a mi lado a la Venus de Milán?
Un individuo uniformado nos guió por un corredor silencioso hasta una hermosa puerta de madera que daba a un palco recubierto de terciopelo carmesí. El palco dominaba amplia zona de plebeyos refinados y el elevado arco del proscenio. En el centro se encontraba la legendaria araña de cristal del Teatro de la Ópera, suspendida del techo pintado por Marc Chagall y circundada por un anillo de oro.
Me sentí verdaderamente en la gloria cuando la orquesta empezó a afinar debajo de nosotras. Nos sentamos en los dos asientos delanteros, donde nos esperaba media botella de champaña bien fría. Apelando a mis años de experiencia como camarera, serví una copa para cada una sin derramar una gota.
-A la salud de mi anfitriona – brindé – Fabbrica Milanese Automobili – agregué – y de quienes son los más cercanos para la administración.
Ella rió agradecida
Cuando las luces empezaban a apagarse, Nino, que parecía un oso vestido también de etiqueta, entró y se sentó discretamente atrás de nosotros.
-¿Conoces bien LA TRAVIATA? – preguntó Brittany
-Mezzo mezzo, más o menos – repuse – Escribí un ensayo sobre la obra en la universidad. Y ayer, después de la clase, pasé casi una hora tocando varios fragmentos.
-¡Oh! ¿Dónde encontraste un piano?
-Sólo pretendí ser una clienta de La Voix de Son Maítre, tomé la partitura del anaquel y empecé a tocar unas notas en uno de los pianos Steinway. Por fortuna no me echaron a la calle.
-Me hubiera encantado estar ahí
-Podemos ir mañana, si en verdad quieres. El gerente me extendió una invitación abierta
-Me encantaría ir, Santana – alzó la copa como si me lo agradeciera por anticipado. Su sonrisa resplandeció aun en el teatro a oscuras
El coro inicial, “Libiamo ne’ lieti calici” que quiere decir “Bebamos felices en copas” reflejaba acertadamente mi estado de ánimo. Y a pesar de estar embriagada por la mágica presencia escénica de la soprano, con frecuencia miraba a Brittany a hurtadillas.
Media hora después, la heroína Violetta, de pie ella sola sobre el escenario, cantaba: “Quizá sea la persona correcta” reconociendo que a pesar de sus múltiples aventuras amorosas, ahora en su relación con Alfredo, era la primera vez en su vida que se enamoraba genuinamente. Cuando bajaron el telón al concluir el Acto I, en medio de una lluvia de calurosos aplausos, otro empleado llegó con bocadillos. Puesto que era la invitada, me sentí obligada a hacer algún comentario inteligente.
-¿Te diste cuenta que en todo el primer acto no hubo siquiera una sola interrupción en la música, tampoco un recitativo, ni aun una verdadera aria hasta “Quizá sea la persona correcta”?
-No lo noté
-Ése es todo el chiste. Verdi era endiabladamente listo.
-Y por lo visto, también mi acompañante de esta noche
El teatro volvió a quedar a oscuras y la tragedia empezó a revelarse. Resonó un estruendoso acorde de metales cuando Violetta comprendió que estaba desahuciada sin esperanza: “¡Oh, señor! Morir tan joven”. Y, por último, la intérprete se desvaneció, sólo para revivir el tiempo suficiente para cantar un increíble si bemol y morir inmediatamente después por el esfuerzo.
El público estaba tan extasiado que casi tenía miedo de romper el encanto. Entonces, mientras el murmullo de aplausos entraba en crescendo hasta formar una verdadera oleada de fervor y admiración, sentí de repente que la mano de Brittany se posaba en la mía. Me volví a mirarla. Estaba llorando.
-Lo siento, Santana. Sé que soy muy tonta.
Coloqué la otra mano sobre la de ella. Brittany no se movió y permanecimos así hasta que cayó el telón final.
Cuando salimos del teatro, Brittany me tomó del brazo y entonces me propuso:
-¿Quieres que caminemos un rato?
Hizo un ademán sutil a su guardián y emprendimos un paseo nocturno por las calles de París, mientras Nino nos seguía con discreción en un Peugeot a tres kilómetros por hora. Al pasar por los diversos restaurantes al aire libre abarrotados por los asiduos al teatro cuyas luces resplandecían intensamente, hablamos sobre la maestría de la soprano.
-¿Sabes?, no sólo es su voz – observó Brittany –Es la forma que le infunde vida al personaje
-Sí, a pesar de su edad, da la apariencia de ser una joven frágil ¿La traviata siempre te hace llorar así?
Ella asintió
-Creo que soy muy sentimental
-También yo. Pero he descubierto que asocio la tristeza que observo en el escenario con ciertos acontecimientos de mi vida. Es una especie de pretexto socialmente aceptable para recordar viejos pesares.
La mirada de Brittany me dijo que entendí a la perfección
-¿Supiste lo que le ocurrió a mi madre?
-Sí
-Sabes, esta noche, en el escenario, cuando el doctor anunció que Violetta había muerto, no pude evitar la evocación del instante en que mi padre me dijo las mismas palabras. Ahora comprenderás que no necesito un pretexto artístico para llorar. Todavía la extraño mucho.
-¿Cómo ha sobrellevado tu padre el dolor todo este tiempo?
-En realidad, no ha logrado superarlo. Me refiero a que ya casi pasaron quince años y todavía no se repone. De vez en cuando conversamos sobre lo que sucedió, pero la mayor parte del tiempo se encuentra inmerso en su trabajo. Sólo permanece encerrado en su oficina, lejos de la gente
-¿También de ti?
-Creo que en especial de mí
Me pregunté si el tema no sería demasiado difícil para ella. Sin embargo, continuó hablando de buena gana.
-Yo era tan sólo una niña, así que apenas podía apreciar lo que ella era: la primera mujer editora de La Mattina comprometida con la transformación social y muy valiente. Hay mucho a lo que tengo que hacer honor.
-Lo siento. Tal vez no debí haber mencionado el tema
-No importa. Hay una parte dentro de mí que todavía necesita hablar de eso, hablar de ella. Y la oportunidad de estar con una nueva amiga es un buen camuflaje
-Eso espero- dije en voz baja- Me refiero a que espero que seamos amigas
Ella reaccionó con timidez por un instante y luego contestó:
-Ya lo somos – de pronto, observó su reloj y preguntó sorprendida - ¿sabes qué hora es? Todavía tengo que leer dos artículos para la clase de mañana
Afuera del hotel, ella se volvió a verme
-Noté cuánto te conmovió también la opera ¿Tendría razón en pensar que…?
Interrumpí su perspicacia
-Sí. Fue mi padre. Ya te contaré en alguna ocasión.
Después la besé fugazmente en las mejillas y me retiré a la intimidad de mis propios sueños.
Pamela Lopez-Pierce***** - Mensajes : 220
Fecha de inscripción : 14/05/2012
Edad : 28
Re: Fanfic Brittana - El amor de mi vida/Capitulo 2
no imagino pq no estaban juntas al final!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana - El amor de mi vida/Capitulo 2
Esperamos tu respuesta
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cvlbrittana-*- - Mensajes : 2510
Fecha de inscripción : 27/02/2012
Edad : 39
Re: Fanfic Brittana - El amor de mi vida/Capitulo 2
cvlbrittana-*- - Mensajes : 2510
Fecha de inscripción : 27/02/2012
Edad : 39
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Lun Mar 14, 2022 3:20 pm por Laidy T
» Busco fanfic brittana
Lun Feb 28, 2022 10:01 pm por lana66
» Busco fanfic
Sáb Nov 21, 2020 2:14 pm por LaChicken
» [Resuelto]Brittana: (Adaptación) El Oscuro Juego de SATANÁS... (Gp Santana) Cap. 7 Cont. Cap. 8
Jue Sep 17, 2020 12:07 am por gaby1604
» [Resuelto]FanFic Brittana: La Esposa del Vecino (Adaptada) Epílogo
Mar Sep 08, 2020 9:19 am por Isabella28
» Brittana: Destino o Accidente (GP Santana) Actualizado 17-07-2017
Dom Sep 06, 2020 10:27 am por Isabella28
» [Resuelto]Mándame al Infierno pero Besame (adaptación) Gp Santana Cap. 18 y Epilogo
Vie Sep 04, 2020 12:54 am por gaby1604
» Fic Brittana----Más aya de lo normal----(segunda parte)
Mar Ago 25, 2020 7:50 pm por atrizz1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Wallbanger 3 Last Call (Adaptada) Epílogo
Lun Ago 03, 2020 5:10 pm por marthagr81@yahoo.es
» Que pasó con Naya?
Miér Jul 22, 2020 6:54 pm por marthagr81@yahoo.es
» [Resuelto]FanFic Brittana: Medianoche V (Adaptada) Cap 31
Jue Jul 16, 2020 7:16 am por marthagr81@yahoo.es
» No abandonen
Miér Jun 17, 2020 3:17 pm por Faith2303
» FanFic Brittana: " Glimpse " Epilogo
Vie Abr 17, 2020 12:26 am por Faith2303
» FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Lun Ene 20, 2020 1:47 pm por thalia danyeli
» Brittana, cafe para dos- Capitulo 16
Dom Oct 06, 2019 8:40 am por mystic
» brittana. amor y hierro capitulo 10
Miér Sep 25, 2019 9:29 am por mystic
» holaaa,he vuelto
Jue Ago 08, 2019 4:33 am por monica.santander
» [Resuelto]FanFic Brittana: Wallbanger 3 Last Call (Adaptada) Epílogo
Miér Mayo 08, 2019 9:25 pm por 23l1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Comportamiento (Adaptada) Epílogo
Miér Abr 10, 2019 9:29 pm por 23l1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Justicia V (Adaptada) Epílogo
Lun Abr 08, 2019 8:29 pm por 23l1