Primera Batalla: Brittany {Repechaje #01}

Batalla Interdistritos.

◥◣ Carta al amor de mi vida

Miro por la ventanilla y me encuentro con algo tan hermoso que me cuesta creerlo: el inmenso cielo, bañado infinitamente de azul,  y las enormes y blancas nubes en todas partes. Pero aunque quiera aprovechar cada segundo de este viaje observando esta maravilla, sé que el avión llegará en menos de una hora, y que debo empezar a escribir mi carta. 
Bajo la mirada, dirigiéndola hacia una hoja de papel en blanco, apoyada sobre mis muslos. A su lado, está mi mano sujetando una pluma. Empiezo a escribir. 

“Querida amiga: Con esta carta planeo compensar todas las que no te escribí, expresando todo lo que pasa por mi mente y corazón.
Desde que dejé McKinley las cosas cambiaron bastante, ahora me considero una persona completamente diferente, aunque guardo algo de mi inocencia.
Mi paso por MIT —ese instituto de gente súper inteligente— ha sido breve pero me ha enseñado muchas cosas. Allí mis compañeros y los profesores me repetían constantemente que era una estúpida y que no comprendían porqué estaba allí. Al principio me puse muy mal ya que estaba sola y no recibía apoyo. Fui el objeto de burla por varias semanas, pero yo terminé dejando de hacerles caso, porque mientras ellos se reían de mí, yo asistía a reuniones con las mentes más brillantes del mundo, para debatir sobre los números que garabateé una vez en una hoja. Según ellos esa “obra maestra” me ponía casi al nivel de Einstein, aunque yo sólo puse las veces que Lord Tubbington había hecho popó aquel día. Finalmente me dijeron que mis notas en las clases no eran lo suficientemente buenas y que lo mejor sería que me dedicara a algo que me apasionara, pero que me mantuviera en contacto con la academia porque mi inteligencia no podía ser desperdiciada.
Y por algunos meses quedé algo a la deriva, aunque me sentía más liberada. Más de una vez pensé en ir a visitar a mis amigos de Lima, pero primero quería llegar a tener mucho éxito para sorprenderlos. Me decidí por ser bailarina, así que me presenté a varios castings. 
Enseguida me llamaron para varios programas de televisión y conciertos, pero no llegué a ser famosa como Rachel o Mercedes.
Como sea, bailando descubrí que ese es mi mayor talento. No hay nada que ame más que bailar. Cuando lo hago me siento libre, siento que me alejo de todas mis responsabilidades. Y aunque a veces me agobiaba tener que seguir cada noche la misma cansadora rutina, cada tanto dejaba la mente en blanco y me imaginaba bailando para el Glee Club, en las regionales, en las nacionales, bailando en la fiesta de graduación, inventando coreografías cuando estaba sola en mi casa, y mi energía se renovaba. 
Así me di cuenta de que mis mejores recuerdos estaban con todos ustedes, mis mejores amigos de la preparatoria, los que siempre me apoyaron, y comprendí que no tenía sentido alejarme, así que no pude esperar más y me decidí: después de cinco años, retomaría el contacto. Empezando contigo, porque también me había dado cuenta de que eras a la que más extrañaba y que nunca había dejado de sentir cosas por ti. 
Coincidió con una gira de Lady Gaga en la que participé, en la que uno de los destinos era la Gran Manzana. Apenas llegué allí, y en el poco tiempo libre que tenía, me dirigí hacia el apartamento que compartías con Rachel y Kurt.
Tomé un taxi y durante el viaje observé cada rincón de la ciudad, para recordar a dónde te invitaría a pasear cuando nos reencontráramos. Pensaba pasear por Central Park, invitarte a tomar algo, pero por sobretodo: confesarte que nunca había dejado de pensar en ti, y que eras las persona por la que más cosas había sentido en toda mi vida.
Cuando llegué a destino, estaba más entusiasmada que nunca, con sólo pensar que volvería a verte ya me ponía a sonreír como una tonta. Me arreglé el cabello, tomé aire y llamé a tu puerta. 
Por unos segundos, que me parecieron eternos, no hubo respuesta. Hasta que, por fin, abriste con expresión de sorpresa. Yo te enseñé mi flamante sonrisa, pero ésta se borró de mi cara en un santiamén. Tenías compañía, pero no eran Kurt ni Rachel. No, era una chica de cabello rubio y un cuerpo espectacular, que estaba en pijama, acurrucada en el sofá, profundamente dormida.
—Britt… —susurraste con asombro—. Ho-hola… 
Miraste de reojo a la chica y volviste a clavar tus ojos en mí, parecías sentir culpa. Pero, ¿por qué? Si yo había sido la que apareció sorpresivamente ahí, sin previo aviso, sin derecho a pensar que volverías a amarme.
—Yo… ella… ella es Dani. Mi… 
—¿Pareja? —adiviné.
Asentiste levemente con la cabeza, y bajaste la mirada. Por unos segundos, reinó el silencio, y finalmente estuviste dispuesta a romperlo, pero yo no te dejé decir nada más y me fui corriendo, porque no quería que vieras como de mis ojos empezaban a brotar lágrimas.
Y durante los siguientes cinco años no hice más que trabajar y trabajar. Bailando, sí, pero ya no sentía lo mismo que antes. Odiaba mi trabajo, ¡lo único que hacía era sudar como una loca, ensayar todo el día y todo para no recibir nada de reconocimiento! Era una más de todos los bailarines, a los cuales lo fanáticos ni siquiera toman en cuenta. Dejé de verle el lado mágico, divertido e inocente al mundo, porque me sentía sola y herida. Durante muchísimo tiempo no había sido capaz ni de llamarte y preguntarte cómo andabas, porque no me daba cuenta de que te necesitaba con toda mi alma y de que eras las única persona con la que quería pasar el resto de mi vida. Y, por mi culpa, te había perdido. Por mi culpa, tu corazón le pertenecía a otra. No soportaba eso. Era infeliz. 
Pero entonces, una noche, sonó mi teléfono. Sin ganas, atendí. Y la voz que escuché fue la tuya. Me dijiste que querías volver a verme, que necesitabas con gran intensidad hacerlo, que no soportabas tenerme fuera de tu vida, porque era una de las personas más importantes en ella. Te expliqué que, por asuntos laborales, me encontraba en Europa, pero que regresaría a fines de septiembre de este año -2013-. Y me respondiste que serías la primera en recibirme. 
Y acá estoy, dos meses después, viajando nuevamente hacia Nueva York. La emoción que siento en este preciso momento es indescriptible. Y todavía no sabemos el final de nuestra historia, pero ¿para qué pensar en eso? ¡Espero que ese final sea muy, muy lejano! 
Y, por último, quiero decirte una cosa, Santana López: fuiste, eres y siempre serás el amor de mi vida. Te veo en un rato. Con cariño, Brittany.”

Termino de firmar la hoja y la doblo por la mitad. La poso sobre mis muslos y observo el avión aterrizar. Ya falta poco tiempo…
Cierro los ojos, y vuelvo a abrirlos cuando una azafata me dice que ya puedo bajar.
Salgo del avión, con los ojos entrecerrados por el intenso sol de mediodía. Me hacen dirigir hacia un lugar del aeropuerto en donde retiro mi equipaje, y yo sigo las instrucciones con impaciencia. 
Pero entonces, la veo: me saluda con la mano, sonriente. Me le acerco y le doy un abrazo y, sin que lo note, dejo la carta en su bolsillo.
—Hola Britt-Britt —susurra.
—Hola San —digo en el mismo tono dulce. 
Nos tomamos del brazo y nos alejamos en silencio, sin saber qué será de nosotras, si seremos novias o no, pero tengo algo muy claro: nunca nos alejamos ni nunca lo haremos, porque, diez años después de abandonar McKinley, seguimos siendo las mejores amigas.

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