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FANFIC KLAINE: Y por éso rompimos. ¡Capítulo tres!
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FANFIC KLAINE: Y por éso rompimos. ¡Capítulo tres!
Argumento.
Te entrego ésta caja, Blaine.
Dentro está todo.
La entrada de cine para ver la película en la que nos dimos nuestro primer beso, aquella nota tuya que tanto significó para mí, una caja de cerillas ahora vacía, una semilla que nunca brotará porque no pienso ponerla en agua, el peine de aquel hotel donde perdimos el sentido...y algo más, el plano que dibujamos para intentar asistir a mi fiesta y a la tuya, tan incompatibles como nosotros, la entrada a tu partido de fútbol, al que preferí no ir, todos éstos pétalos, ya secos, y el bolígrafo con el que te escribo ésta carta.
Te devuelvo la caja y todos los recuerdos que contiene, Blaine.
Aquí la tienes, toda nuestra historia.
Toda la historia de por qué rompimos.
Dentro está todo.
La entrada de cine para ver la película en la que nos dimos nuestro primer beso, aquella nota tuya que tanto significó para mí, una caja de cerillas ahora vacía, una semilla que nunca brotará porque no pienso ponerla en agua, el peine de aquel hotel donde perdimos el sentido...y algo más, el plano que dibujamos para intentar asistir a mi fiesta y a la tuya, tan incompatibles como nosotros, la entrada a tu partido de fútbol, al que preferí no ir, todos éstos pétalos, ya secos, y el bolígrafo con el que te escribo ésta carta.
Te devuelvo la caja y todos los recuerdos que contiene, Blaine.
Aquí la tienes, toda nuestra historia.
Toda la historia de por qué rompimos.
Capítulo uno.
Querido Blaine:
En breve, oirás un ruido sordo y hueco. Será en la puerta principal, la que nadie utiliza. Cuando golpee el suelo, producirá un leve traqueteo en las bisagras porque es algo muy importante y pesado, un ligero sonido discordante unido al ruido sordo, y Rachel levantará la vista de lo que quiera que esté cocinando. Mirará la cacerola, preocupada porque si acude a ver de qué se trata, podría desbordarse. Imagino su ceño fruncido reflejado en la salsa burbujeante o lo que sea. Pero irá, irá y mirará. Tú no, Blaine. Tú no acudirás. Probablemente te encuentres en el piso de arriba, sudoroso y solo. Deberías estar duchándote, pero estarás tumbado en la cama con el corazón destrozado, o eso espero,
así que será tu hermana, Rachel, quien abrirá, aunque el golpe sordo sea para ti. Tú ni siquiera sabrás ni oirás lo que han tirado a tu puerta. Ni siquiera sabrás por qué ha sucedido. Es un día hermoso, soleado y todo eso. De esos en los que piensas que todo saldrá bien, etcétera. No es el día adecuado para esto, no para nosotros, que estuvimos saliendo cuando llovía, entre el 5 de octubre y el 12 de noviembre. Pero ahora estamos en diciembre, el cielo está radiante y lo tengo claro. Te voy a explicar por qué rompimos, Blaine. Te voy a contar en esta carta toda la verdad de por qué sucedió. Y la maldita verdad es que te quise demasiado.
El ruido sordo y hueco lo ha producido la caja, Blaine. Eso es lo que te dejo. La encontré en el sótano y la cogí cuando nuestras cosas ya no cabían en el cajón de mi mesilla. Además pensé que mi padre podría encontrar algunas de ellas, porque le gusta fisgar en mis secretos. Así que metí todo en la caja y esta dentro del armario, y encima amontoné algunos zapatos que nunca me pongo. Cada uno de los recuerdos del amor que compartimos, los tesoros y despojos de esta relación, como la purpurina en los desagües cuando un desfile ha terminado, toda arremolinada contra el bordillo. Voy a tirar la caja
entera de nuevo en tu vida, Blaine, cada objeto tuyo y mío. Voy a tirarla en tu porche, Blaine, aunque es a ti a quien estoy tirando. El ruido sordo y hueco me hará sonreír, lo admito. Algo poco habitual últimamente, ya que en los últimos tiempos he sido como Aimeé Rondelé en El cielo también llora, una película francesa que no has visto. Interpreta a una asesina y diseñadora de moda que solo sonríe dos veces en todo el metraje. La primera, cuando sacan del edificio al matón que liquidó a su padre, pero no estoy pensando en esa vez. Es en la del final, cuando consigue por fin el sobre con las fotografías y, sin abrirlo, lo quema y sabe que todo ha terminado. Recuerdo la imagen. El mundo vuelve a ser lo que
era, es lo que dice su sonrisa. Te quise y ahora te devuelvo tus cosas, las saco de mi vida como a ti, es lo que dice la mía. Sé que no puedes imaginarlo, tú no, Blaine, pero tal vez si te cuento toda la historia la entenderás esta vez, porque incluso ahora quiero que lo comprendas. Ya no te quiero, por supuesto que no, aunque todavía quedan cosas que mostrarte. Sabes que me gustaría ser director de cine; sin embargo, tú nunca fuiste capaz de ver las películas que surgían en mi cabeza, y por eso, Blaine, por eso rompimos.
Escribí mi cita favorita en la tapa de la caja, una de Hawk Davies, una verdadera leyenda, y estoy escribiendo esta carta con ella como escritorio, así que puedo sentir a Hawk Davies fluyendo a través de cada palabra. La camioneta de la tienda del padre de Sam traquetea, y por eso algunas veces la escritura me sale temblorosa, así que mala suerte para cuando lo leas. Llamé a Eric esta mañana y nada más decirle: «¿Sabes qué?», él me respondió: «Me vas a pedir que te ayude a hacer un recado con la camioneta de mi padre».
—Eres bueno adivinando —le dije—. Has estado cerca.
—¿Cerca?
—Bueno, sí, es eso.
—Está bien, dame un segundo para buscar las llaves y te recojo.
—Deberían estar en tu chaqueta, de anoche.
—Tú también eres bueno.
—¿No quieres saber cuál es el recado?
—Me lo puedes decir cuando llegue allí.
—Quiero contártelo ahora.
—No importa, Kurt —aseguró.
—Llámame el Desesperado —le dije.
—¿Cómo?
—Voy a devolverle las cosas a Blaine —anuncié tras un profundo suspiro, y entonces Eric suspiró también.
—Por fin.
—Sí. Mi parte del trato, ¿no es así?
—Cuando estuvieras listo, sí. Entonces, ¿ha llegado el momento?
Otro suspiro, más profundo pero más tembloroso.
—Sí.
—¿Te sientes triste?
—No.
—Kurt.
—Está bien, sí.
—Está bien, tengo las llaves. Dame cinco minutos.
—Está bien.
—¿Está bien?
—Es que estoy leyendo la cita de la caja. Ya sabes, la de Hawk Davies. Las intuiciones se tienen o no se tienen.
—Cinco minutos, Kurt.
—Eric, lo siento. Ni siquiera debería…
—Kurt, no pasa nada.
—No tienes por qué hacerlo. Es solo que la caja es tan pesada que no sé…
—Está bien, Kurt. Y por supuesto que tengo que hacerlo.
—¿Por qué?
Eric suspiró al otro lado del teléfono mientras yo continuaba mirando la tapa de la caja. Echaré de menos ver la cita cuando abra el armario, pero a ti no, Blaine, a ti no te echaré ni te echo de menos.
—Porque, Kurt —respondió Eric—, las llaves estaban justo en mi chaqueta, donde has dicho que estarían.
Eric es una persona buena de verdad, Blaine. Fue en su fiesta de cumpleaños donde tú y yo nos conocimos, aunque no es que él te hubiera invitado, porque entonces no tenía ninguna opinión sobre ti. No os invitó ni a ti ni a nadie de tu pandilla de deportistas gruñones a la celebración de sus amargos dieciséis. Yo salí temprano del instituto para ayudarle a preparar el pesto de diente de león, elaborado con queso gorgonzola en vez de parmesano para añadirle un extra de amargor y servido con ñoquis de tinta de calamar de la tienda de su padre. También mezclé una vinagreta de naranja sanguina para la macedonia de frutas y cociné aquella enorme tarta de chocolate negro con un 89 por ciento de cacao en forma de gran corazón oscuro, tan amarga que no pudimos comérnosla. Tú simplemente te presentaste sin invitación, acompañado de Sam, Finn y todos esos para esconderos en un rincón y no tocar nada, excepto unas nueve botellas de cerveza Scarpia’s Bitter Black Ale. Yo fui un buen invitado, Blaine, tú ni siquiera le deseaste a tu anfitrión un «amargo cumpleaños», ni tampoco le llevaste un regalo, y por eso rompimos.
Una historia muy bonita de un gran escritor, Daniel Handler.
En mi adaptación se contará la historia de Kurt y Blaine, como se conocieron, se enamoraron y al final, terminaron. Es una carta de Kurt hacia su ex amor. No les aseguro que vuelvan y sean felices, aclaro desde ahora. Sólo se contará su historia y el hecho de por qué rompieron.
¡Dejen sus comentarios!
Invitado- Invitado
Gabriela Cruz-*-* - Mensajes : 3230
Fecha de inscripción : 07/04/2013
Re: FANFIC KLAINE: Y por éso rompimos. ¡Capítulo tres!
Gracias, Gabriela! Voy a tratar de hacer mi mayor esfuerzo para que quede una linda adaptación.Gabriela Cruz escribió:Esta genial.
Invitado- Invitado
Re: FANFIC KLAINE: Y por éso rompimos. ¡Capítulo tres!
¿Sabes que leí este libro el año pasado? He muerto bien muerto cuando leí que habían hecho una adaptación. Está in-cre-í-ble (no sé deletrear), espero el siguiente cap ÑLAKD{ÑSKDA{D. Besos.
#SebasOff
#SebasOff
SebasCriss** - Mensajes : 74
Fecha de inscripción : 04/11/2013
Edad : 26
Re: FANFIC KLAINE: Y por éso rompimos. ¡Capítulo tres!
Hola la historia se ve que estara muy buena, gracias por adaptarla, actualiza pronto.
Invitado- Invitado
Re: FANFIC KLAINE: Y por éso rompimos. ¡Capítulo tres!
En serio? Yo lo leí también el año pasado. Como dijiste, está increíble. Aunque no te aseguro que todo vaya igual a la historia, después de todo, es sólo una adaptación. Trataré de actualizar pronto, Sebas.SebasCriss escribió:¿Sabes que leí este libro el año pasado? He muerto bien muerto cuando leí que habían hecho una adaptación. Está in-cre-í-ble (no sé deletrear), espero el siguiente cap ÑLAKD{ÑSKDA{D. Besos.
#SebasOff
Invitado- Invitado
Re: FANFIC KLAINE: Y por éso rompimos. ¡Capítulo tres!
Es una historia muy bonita! n.n Gracias a vos por leer, actualizaré en cuanto pueda.Marcee Colfer escribió:Hola la historia se ve que estara muy buena, gracias por adaptarla, actualiza pronto.
Invitado- Invitado
Re: FANFIC KLAINE: Y por éso rompimos. ¡Capítulo tres!
Hola!!
Me gusto mucho el capitulo... esta historia se ve interesante... espero impaciente por el próximo capitulo...
Saludos!!
Me gusto mucho el capitulo... esta historia se ve interesante... espero impaciente por el próximo capitulo...
Saludos!!
★Alex Colfer★- - Mensajes : 1210
Fecha de inscripción : 11/11/2013
Edad : 25
Re: FANFIC KLAINE: Y por éso rompimos. ¡Capítulo tres!
Me alegra que te gustara. Es una historia muy linda, al menos a mí me gustó demasiado. Actualizo en unos minutos.★Alex Colfer★ escribió:Hola!!
Me gusto mucho el capitulo... esta historia se ve interesante... espero impaciente por el próximo capitulo...
Saludos!!
Invitado- Invitado
Re: FANFIC KLAINE: Y por éso rompimos. ¡Capítulo tres!
Capítulo dos.
Estas son las chapas de las botellas de Scarpia’s Bitter Black Ale que tú y yo nos bebimos en el jardín trasero de Eric aquella noche. Recuerdo las estrellas brillando con destellos punzantes y nuestro aliento condensado por el frío, tú vestido con la cazadora del equipo y yo, con esa chaqueta de punto de Eric que siempre cojo prestada en su casa. La tenía preparada, limpia y doblada cuando le acompañé al piso de arriba para darle su regalo antes de que llegaran los invitados.
—Te dije que no quería ningún regalo —protestó Eric—. Que la fiesta era suficiente, sin el
obligatorio…
—No es obligatorio —le aseguré repitiendo la palabra que ambos habíamos aprendido en primer curso con las mismas tarjetas de vocabulario—. Encontré algo. Es perfecto. Ábrelo.
Tomó la bolsa que yo le alargaba, nervioso.
—Vamos, feliz cumpleaños.
—¿Qué es?
—Lo que más deseas. Eso espero. Ábrelo. Me estás volviendo loco.
Crujido de papel, crujido de papel, ras, y Eric lanzó una especie de grito ahogado. Fue muy
satisfactorio.
—¿Dónde has encontrado esto?
—¿No se parece, mejor dicho, no es exacta a la que el chico lleva en la escena de la fiesta en Una semana extraordinaria? —le pregunté.
Eric sonrió mirando la delgada caja. Era una corbata, de color verde oscuro y con un moderno bordado de diamantes en hilera. Llevaba meses en mi cajón de los calcetines, esperando.
—Sácala —le insté—. Póntela esta noche. ¿No es exacta?
—Cuando sale del Porcini XL10 —añadió él, pero mirándome a mí.
—Tu escena preferida de la película. Espero que te guste.
—Por supuesto, Kurt. Me encanta. ¿Dónde la has encontrado?
—Me fui de extranjis a Italia y seduje a Carlo Ronzi, y cuando se quedó dormido me colé en su archivo de vestuario…
—Kurt.
—En un rastrillo. Déjame que te la ponga.
—Puedo anudarme yo mismo la corbata, Kurt.
—No en el día de tu cumpleaños —jugueteé con el cuello de su camisa—. Con esto puesto te van a devorar.
—¿Quiénes?
—Las chicas, las mujeres. En la fiesta.
—Kurt, van a venir los mismos amigos de siempre.
—No estés tan seguro.
—Kurt.
—¿No estás preparado? Yo sí. Rachel ha quedado totalmente atrás y aquel rollo del verano está olvidado. Y tú. Lo de la chica de Los Ángeles parece que fue hace un millón de años…
—Fue el año pasado. En realidad, este año, pero el curso pasado.
—Sí, y hemos empezado el tercer curso del instituto, la primera cosa importante que nos pasa. ¿No estás listo? ¿Para una fiesta y un romance y Una semana extraordinaria? ¿No tienes hambre, no sé, de…?
—Tengo hambre de pesto.
—Eric.
—Y de que la gente se divierta. Eso es todo. Es solo un cumpleaños.
—¡Son los amargos dieciséis! Me estás diciendo que si una chica se parara en un Porcini lo que sea…
—Vale, de acuerdo, para el coche sí estoy preparado.
—Cuando cumplas veintiuno te compraré el coche —le dije—. Esta noche toca la corbata y
algo…
Eric suspiró, muy lentamente, mirándome.
—No puedes hacerlo, Kurt.
—Puedo encontrar lo que tu corazón desea. Mira, lo hice una vez.
—Es el nudo de la corbata lo que no puedes hacer. Parece que estás trenzando un cordón. Déjalo.
—Vale, vale.
—Pero gracias.
Le arreglé el pelo.
—Feliz cumpleaños —dije.
—La chaqueta está ahí para cuando tengas frío.
—Sí, porque yo estaré acurrucado en algún lugar ahí fuera mientras tú disfrutas de un mundo de pasión y aventura.
—Y de pesto, Kurt. No te olvides del pesto.
En el piso de abajo, Ryder había colocado la amarga combinación en la que habíamos trabajado como burros y Marley se paseaba con una larga cerilla encendiendo velas. La sensación era de «Silencio en el plató», apenas diez minutos en los que todo chisporroteaba pero nada sucedía. Y entonces la puerta con mosquitera se abrió con un silbido y Rachel y su hermano y ese chico que juega al tenis entraron con vino que habían birlado de la fiesta de inauguración de la casa de su madre —aún envuelto en un estúpido papel de regalo—, subieron la música y la celebración dio comienzo. Yo guardé silencio sobre mi misión, aunque continué buscando a alguien para Eric. Pero aquella noche las chicas no eran las adecuadas: con purpurina en las mejillas o demasiado nerviosas, sin ningún conocimiento sobre películas o ya con novio. Y se hizo tarde y el hielo se había convertido casi todo en agua en el gran recipiente de cristal, como los restos de los casquetes polares. Eric no dejaba de decir que no era el momento de la tarta y entonces, como una canción que ni
siquiera recordábamos que estuviera en la selección musical, irrumpiste en la casa y en mi vida. Parecías fuerte, Blaine. Supongo que siempre has sido así: los hombros, la mandíbula, los brazos impulsándote a través de la habitación, tu cuello, donde ahora sé que te gusta recibir besos. Fuerte y duchado, seguro de ti mismo, incluso amable, aunque no ansioso por agradar. Inmenso como un grito, bien descansado, en buena forma física. He dicho duchado. Guapísimo, Blaine, es a lo que me refiero.
Lancé un grito ahogado como el de Eric cuando le di el regalo perfecto.
—Me encanta esta canción —dijo alguien.
Seguramente haces siempre lo mismo en las fiestas, Blaine: un lento y desdeñoso recorrido de habitación en habitación saludando a todo el mundo con un movimiento de cabeza y los ojos fijos en tu siguiente destino. Algunas personas te lanzaron miradas desafiantes, varios chicos chocaron los cinco contigo y Sam y Finn estuvieron a punto de bloquearles el paso como guardaespaldas. Sam estaba realmente borracho y le seguiste cuando se escabulló por una puerta lejos de las miradas; yo me obligué a esperar hasta que sonase de nuevo el estribillo de la canción antes de ir a ver. No sé por qué, Blaine. No es que no te hubiera visto antes. Todos te conocían, tú eres como, no sé, un actor al que todo el mundo ve crecer. Todos te habían visto antes, nadie puede recordar no haberte visto. Pero de repente, sentí una verdadera necesidad de contemplarte de nuevo en ese mismo instante, esa noche. Pasé apretujándome contra el chaval que había ganado el premio de ciencias y
miré en el salón, la guarida con las fotografías enmarcadas en las que Eric aparece con aspecto incómodo en los escalones de la iglesia. Estaba abarrotado, como todas las habitaciones, con demasiado calor y excesivo ruido, así que corrí escaleras arriba, llamé con los nudillos por si ya había alguien en la cama de Eric, cogí la chaqueta de lana y me deslicé fuera en busca de aire, y por si te encontraba en el jardín. Y allí estabas, allí. ¿Qué me empujó a hacer tal cosa mientras tú esperabas de pie, con una sonrisa irónica y dos cervezas en las manos, a que Sam vomitara sobre el parterre de flores de la madre de Eric? Yo no tendría que haber estado buscando plan, no para mí. No era mi cumpleaños, es lo que pensé. No había razón alguna por la que debiera haber salido al jardín, solo.
Eras Blaine Anderson, por Dios, me dije a mí mismo, ni siquiera estabas invitado. ¿Qué me pasaba? ¿Qué estaba haciendo? Pero ya estaba hablando contigo y preguntándote qué sucedía.
—A mí nada —respondiste—. Pero Sam está un poco mareado.
—Que te jodan —balbuceó Sam desde los arbustos.
Te reíste y yo también. Alzaste las botellas hacia la luz del porche para distinguir cuál era cuál.
—Toma, esta no la ha tocado nadie.
Normalmente, no bebo cerveza. A decir verdad, no bebo nada. Cogí la botella.
—¿Esta no era para tu amigo?
—No debería mezclar —afirmaste—. Ya se ha tomado media de Parker’s.
—¿En serio?
Me miraste y cogiste de nuevo la cerveza porque yo era incapaz de abrirla. Lo hiciste en un
segundo y al devolvérmela, dejaste caer las dos chapas en mi mano como monedas, como un tesoro secreto.
—Hemos perdido —me explicaste.
—Y ¿qué hace cuando ganáis? —pregunté.
—Beberse media botella de Parker’s —dijiste, y luego…
Rachel me contó más tarde que una vez os habían dado una paliza en una fiesta de deportistas después de haber perdido un partido, y que por eso acabáis en fiestas ajenas cuando perdíais. Me dijo que sería duro salir con su hermano, la estrella del baloncesto. «Serás un viudo —aseguró mientras lamía la cuchara y subía de volumen a Hawk—. Un viudo del baloncesto, completamente aburrido mientras él dribla por todo el mundo». Pensé, qué estúpido fui, que no me importaba.
Y luego me preguntaste mi nombre. Yo contesté que Kurt.
Tú dijiste que te llamabas Blaine. Como si no lo supiera. Quise saber cómo habíais perdido.
—No me preguntes eso —exclamaste—. Contarte cómo perdimos herirá todos mis sentimientos.
Eso me gustó, todos mis sentimientos.
—¿Cada uno de ellos? —pregunté—. ¿De verdad?
—Bueno —añadiste, y diste un trago—, podrían quedarme uno o dos. Aún podría tener alguna sensación.
Yo también tuve una sensación. Por supuesto, me contaste cómo habíais perdido el partido, Blaine, porque eres un chico. Sam roncaba sobre el césped. La cerveza me sabía mal y la tiré discretamente a mi espalda sobre la tierra fría, mientras en el interior la gente cantaba. «Cumpleaños amargo, cumpleaños amargo, te deseamos, Eric —y Eric nunca me reprochó que hubiera permanecido fuera con un chico sobre el que no tenía ninguna opinión en vez de entrar para ver cómo soplaba sus dieciséis velas negras sobre aquel corazón negro e incomible— cumpleaños amargo». Me contaste el relato completo, con tus delgados brazos dentro de aquella chaqueta raída y acartonada, y recreaste todas tus jugadas. El baloncesto sigue resultándome incomprensible, unos tíos en uniforme que botan una pelota, frenéticos y gritando, y aunque no te escuchaba, presté atención a cada palabra. ¿Sabes lo
que me gustó, Blaine? La expresión tiro en bandeja. Saboreé las palabras, tiro en bandeja, tiro en bandeja, tiro en bandeja, entre tus fintas y faltas, tus tiros libres y bloqueos y las meteduras de pata que lo mandaron todo al carajo. El tiro en bandeja, un movimiento en picado que salía como habías planeado. Mientras todos los invitados cantaban dentro de la casa: «porque es un amargo chico excelente, porque es un amargo chico excelente, porque es un amargo chico excelente, y siempre lo será». En una película, mantendría el volumen de la canción tan alto a través de la ventana que tus palabras se escucharan como un chapurreo deportivo mientras terminabas de relatar el partido y tirabas la botella elegantemente por encima de la valla, haciéndola añicos, y luego empezabas a preguntarme:
—¿Podría llamarte…?
Pensé que ibas a preguntar si podías llamarme Kurt. Pero simplemente querías saber si podías llamarme. ¿Quién eras tú para pedirme aquello, a quién le estaba contestando que sí? En vez de eso dije que sí, claro, que podías llamarme para, tal vez, ver una película el próximo fin de semana, y, Blaine, lo que sucede con los deseos del corazón es que tu
corazón ni siquiera sabe lo que desea hasta que lo tiene delante. Igual que una corbata en un mercadillo, un objeto perfecto en un cajón de naderías, apareciste allí, sin invitación, y de repente la fiesta pasó a un segundo plano y tú eras lo único que yo quería, el mejor regalo. Ni siquiera lo había estado buscando, no a ti, y ahora eras lo que mi corazón deseaba, mientras despertabas a puntapiés a Sam y te sumergías a grandes zancadas en la noche.
—¿Ese era… Blaine Anderson? —preguntó Marley con una bolsa en la mano.
—¿Cuándo? —respondí.
—Antes. No digas cuándo. Lo era. ¿Quién le había invitado? Vaya locura, él aquí.
—Lo sé —afirmé—. Nadie le ha invitado.
—¿Y estaba apuntando tu número de teléfono?
Cerré la mano sobre las chapas de las botellas para que nadie las viera.
—Esto…
—¿Blaine Anderson te va a invitar a salir? ¿Blaine Anderson te ha invitado a salir?
—No me ha invitado a salir —respondí. Técnicamente no lo habías hecho—. Solo me ha
preguntado si podía…
—¿Si podía qué?
La bolsa crujió con el viento.
—Si podía invitarme a salir —admití.
—Dios Santo que estás en el cielo —exclamó Marley, y luego, rápidamente—, como diría mi
madre.
—Marley…
—Blaine Anderson acaba de invitar a Kurt a salir con él —vociferó en dirección a la casa.
—¿Cómo? —Rachel salió.
Eric miró a través de la ventana de la cocina, ofuscado y sorprendido, frunciendo el ceño sobre el fregadero como si yo fuera un mapache.
—Blaine Anderson acaba de invitar a Kurt…
Rachel miró en torno al jardín en busca de Blaine.
—¿De verdad?
—No —aseguré—, no realmente. Solo me ha pedido mi número de teléfono.
—Claro, eso podría significar cualquier cosa —resopló Marley lanzando servilletas mojadas
dentro de la bolsa—. Tal vez trabaje para la compañía telefónica.
—Vale ya.
—Tal vez, simplemente esté obsesionado con los prefijos.
—Marley…
—Te ha pedido salir. Blaine Anderson.
—No va a llamar —insistí—. Solo ha sido una fiesta.
—No te infravalores —dijo Rachel—. Ahora que lo pienso, posees todas las cualidades que Blaine Anderson busca en sus millones de novios. Tienes dos piernas.
—Y eres una forma de vida basada en el carbono —añadió Marley.
—Vale ya —exclamé—. Él no es…, es solo un chico.
—Escuchadlo, solo un chico —Marley siguió recogiendo basura—. Blaine Anderson te ha pedido salir. Es un disparate. Como Los ojos en el tejado.
—No es tan disparatado como lo que, por otra parte, es una gran película, y el título es Los ojos en el cielo. Además, no va a llamar.
—Simplemente, me parece increíble —dijo Rachel.
—No hay nada que creer —aseguré a todos los que estaban en el jardín, incluido yo—. Hemos celebrado una fiesta y Blaine Anderson estaba ahí, pero ya se ha acabado y ahora estamos limpiando.
—Entonces, ven a ayudarme —dijo Eric por fin, y alzó la ponchera chorreante. Me apresuré a entrar en la cocina y busqué un paño.
—¿Vas a tirar eso?
—¿El qué?
Eric señaló las chapas de mi mano.
—Sí, claro —contesté, pero al darle la espalda me las metí en el bolsillo. Eric me acercó todo, la ponchera y el paño para secarla, y me echó un vistazo.
—¿Blaine Anderson?
—Sí —respondí tratando de bostezar. El corazón me golpeaba con fuerza en el pecho.
—¿De verdad te va a llamar?
—No lo sé —dije.
—Pero… ¿deseas que lo haga?
—No lo sé.
—¿No lo sabes?
—No va a llamarme. Es Blaine Anderson.
—Sé quién es, Kurt. Pero tú… ¿qué quieres?
—No lo sé.
—Sí lo sabes. ¿Cómo no vas a saberlo?
Soy bueno cambiando de tema.
—Feliz cumpleaños, Eric.
Eric solo sacudió la cabeza, probablemente porque yo estaba sonriendo, supongo. Supongo que sonreía, una vez terminada la fiesta y con estas chapas de botella ardiendo en mi bolsillo. Tómalas, Blaine. Aquí están. Te devuelvo la sonrisa y aquella noche, te lo devuelvo todo. Ojalá pudiera.
Invitado- Invitado
Re: FANFIC KLAINE: Y por éso rompimos. ¡Capítulo tres!
Nunca e leído este libro, me podrías dar el nombre completo por favor.
Gabriela Cruz-*-* - Mensajes : 3230
Fecha de inscripción : 07/04/2013
Re: FANFIC KLAINE: Y por éso rompimos. ¡Capítulo tres!
La historia se llama "Y por éso rompimos", y su autor es Daniel Handler. Te la recomiendo demasiado.Gabriela Cruz escribió:Nunca e leído este libro, me podrías dar el nombre completo por favor.
Invitado- Invitado
Re: FANFIC KLAINE: Y por éso rompimos. ¡Capítulo tres!
Hola me gusto mucho el capitulo fue muy lindo, actualiza pronto.
Invitado- Invitado
Re: FANFIC KLAINE: Y por éso rompimos. ¡Capítulo tres!
Capítulo tres.
Esta es una entrada de la primera película que vimos, mira lo que pone en ella: Greta en tierras salvajes, sesión matinal para estudiantes, 5 de octubre, una fecha que jamás dejará de ponerme nervioso. Ignoro si es la tuya o la mía, pero lo que tengo claro es que compré las dos y esperé fuera, tratando de no caminar impaciente en medio del frío. Estuviste a punto de llegar tarde, lo que se convertiría en algo habitual. Tenía una intuición: Que no ibas a aparecer. Ese era mi presentimiento, mientras la cámara enfocaba de arriba y abajo la calle vacía en la película de aquel día, 5 de octubre, conmigo solo, en gris, caminando impaciente frente al objetivo. Y qué, pensé. Solo eres Blaine Anderson. Aparece. ¿A quién le importa? Aparece, aparece, ¿dónde estás? Que te jodan, todo el mundo tenía razón sobre ti. Demuestra que están equivocados, ¿dónde estás? Y entonces, desde no se sabe dónde, entraste de nuevo en mi vida, dándome unos golpecitos en el hombro, con el pelo peinado y húmedo, sonriendo, tal vez nervioso. Tal vez sin aliento, como yo.
—Hola —exclamé.
—Hola —respondiste—. Siento llegar tarde, si es que llego tarde. No me acordaba de cuál era este cine. Nunca vengo aquí. Lo tenía confundido con el Internationale.
—¿El Internationale? —el Internationale, Blaine, no es el Carnelian. El Internationale proyecta adaptaciones británicas de las tres mismas novelas de Jane Austen una y otra vez, y documentales sobre contaminación—. ¿Y quién te estaba esperando en el Internationale?
—Nadie —dijiste—. Estaba muy solitario. Prefiero este.
Nos quedamos quietos, el uno al lado del otro, y abrí la puerta.
—Así que ¿nunca has estado aquí?
—Una vez en una excursión del colegio para ver algo sobre la Segunda Guerra Mundial. Y antes de eso mi padre nos trajo a Rachel y a mí a ver una peli en blanco y negro, debió de ser antes de que conociera a Kim.
—Yo vengo, digamos que, todas las semanas.
—Está bien saberlo —dijiste—. Así siempre podré encontrarte.
—Ajá —respondí saboreando tus palabras.
—Vale, dime lo que vamos a ver, ¿de nuevo?
—Greta en tierras salvajes. Es la obra maestra de P. F. Mailer. Casi nadie consigue verla en la gran pantalla.
—Guau —exclamaste echando un vistazo al solitario vestíbulo. Únicamente estaban los habituales hombres con barba que entraban solos, otra pareja probablemente de universitarios y una anciana con un bonito sombrero que llamó mi atención—. Voy a comprar las entradas.
—Ya las tengo —dije.
—Vaya —respondiste—. Bueno, ¿qué puedo comprar yo? ¿Palomitas?
—Claro. En el Carnelian hacen de las de verdad.
—Estupendo. ¿Te gustan con mantequilla?
—Lo que tú quieras.
—No —dijiste rozándome el hombro; estoy seguro de que no lo recuerdas, pero yo me derretí—, lo que tú quieras.
Conseguí exactamente lo que quería. Nos situamos en la sexta fila, donde siempre me gusta
sentarme. El mural descolorido, el suelo pegajoso. Los hombres barbudos idénticos y acomodados en butacas distantes, como las esquinas de un rectángulo. El perfil de la anciana de pie en la parte trasera, quitándose el sombrero y colocándolo junto a ella. Y tú, Blaine, con tu brazo por encima de mis hombros provocándome un escalofrío, mientras las luces se apagaban.
Comienza Guerra en tierras salvajes con la apertura de un telón. El protagonista es un corista de teatro con un hoyuelo en la mejilla que lo convirtió en Belleza Cinematográfica de Estados Unidos y en amante de P. F. Mailer. No es mucho mayor que yo ahora, lleva un abanico de encaje y un diminuto sombrero al tiempo que canta una canción titulada Tú eres mi norte, cariño. Miles de la Raz no puede apartar los ojos de él. Mientras, tú cogías mi mano entre las tuyas, cálidas y electrizantes, dejando las palomitas abandonadas.
Entre bastidores, se comporta como un gilipollas. «Greta, te he dicho un millón de veces que no hables con ese vago y asqueroso trombonista». «Oh, Joe, solo es un amigo, es todo», etcétera. Más diálogo, otra canción, creo, y…
… me estabas besando. Sucedió de repente, supongo, aunque no es repentino besar a alguien en una cita, especialmente si eres Blaine Anderson, y también, para ser fiel a la verdad, si eres Kurt Hummel. Fue un buen primer beso, suave e impactante, y puedo sentirlo ahora en la camioneta del padre de Eric, como una luz y un aleteo en el cuello. Me pregunté qué harías a continuación, y entonces, con un rat-tat-tat de ametralladoras disparando contra las cajas de instrumentos mientras el protagonista grita, te devolví el beso.
Él debe abandonar la ciudad, pero nosotros nos quedamos exactamente donde estábamos. El hombre de confianza de Miles de la Raz lo mete en el tren y él, enfadado, le lanza el visón sobre su cara rabiosa. Seguramente no recuerdes esa escena porque en ese instante me estabas besando apasionadamente, con la boca húmeda y un ligero sabor a menta de la pasta de dientes. Eric y yo la vimos en segundo, en su casa, en sesión doble con Coge esa pistola, acompañado de pizza y un café helado que a mí me hizo balbucear, aunque a Eric solo le puso nervioso y le temblaba la rodilla tanto que no sabía dónde poner las manos. Así que conozco la escena. Él se arrepiente de su gesto con el visón porque el tren se dirige hacia el norte. En Yukon se encuentra con una chica, abrigada hasta las orejas en un trineo de perros y dispuesto a llevarlo el resto del camino hasta su escondite…
Mientras tu mano descansaba en mi cuello sin que yo supiera si la deslizarías hacia abajo para tocarme por encima de mi segunda camiseta favorita, la que tiene esos extraños botones de perla que obligan a lavarla a mano, o si la llevarías hasta mi cintura antes de meterla por debajo. ¿Y si te lo impido? ¿Y si quiero? ¿Y si se lo dices a alguien? Tus manos estarían sobre mi cuerpo y solo habían pasado veinte minutos de la primera película de nuestra primera cita. Así que interrumpí el beso cuando el protagonista se acuesta solo en el iglú, mientras la chica, porque ella se lo pide, porque la quiere, duerme con los perros. Permanecimos sentados y quietos el resto de la película, en la oscuridad, apenas agarrados de la mano hasta que llegó el final y el gran, gran beso, y luego, mientras parpadeábamos en el vestíbulo, te pregunté qué te había parecido.
—Bueno —respondiste, y te encogiste de hombros, me miraste, te volviste a encoger de hombros y sacudiste la mano con un gesto de así, así; entonces deseé tomarte de la muñeca y colocar tu palma justo donde antes te había impedido que la colocaras. Mi corazón, Blaine, aporreaba mi pecho deseando que sucediera, justo en ese instante, el 5 de octubre, en el cine Carnelian.
—Bueno, a mí me ha gustado —aseguré esperando no haberme ruborizado con aquel pensamiento—. Gracias por verla conmigo.
—Claro —dijiste, y luego—: Quiero decir, de nada.
—¿De nada?
—Ya sabes lo que quiero decir —añadiste—. Lo siento.
—¿Quieres decir que lo sientes?
—No —exclamaste—, quiero decir que ¿qué hacemos ahora?
—Vaya —dije, y me miraste como si no te supieras el diálogo. ¿Qué podía hacer contigo? Había esperado que se te ocurriera algo a ti, ya que la película era cosa mía—. ¿Tienes hambre?
Sonreíste levemente.
—Juego al baloncesto —contestaste—, así que la respuesta siempre es sí.
—De acuerdo —dije pensando que podía tomarme un té. ¿Y verte comer? ¿Era eso lo que me deparaba la tarde, todo el 5 de octubre. Con Greta aún deslumbrante en mi cerebro, quería que hiciéramos algo, no sé…
Y entonces lancé un grito ahogado, de verdad. Tuve que mostrártelo porque no era algo que pudieras ver sin más: la ruta que nos conduciría a algún lugar, el inicio del relato que podría convertir el 5 de octubre en una película tan hermosa como la que acabábamos de ver. Era algo más que la anciana pasando junto a nosotros, más que cualquier cosa que pudieras contemplar a la luz de la lluviosa tarde. Era el sueño de un telón que se abría, y te cogí de la mano para llevarte al otro lado, hacia algún sitio donde fuéramos más que un estudiante de tercero y otro de cuarto dándose el lote en un cine, algún lugar mejor que té para el menor y una merienda para el deportista, mejor que una tarde cualquiera para todo el mundo, algo mágico en una gran pantalla, algo diferente, algo…
… extraordinario.
Lancé un grito ahogado y te indiqué la dirección. Te ofrecí una aventura, Blaine, justo delante de ti, pero no fuiste capaz de verla hasta que yo te la mostré, y por eso rompimos.
Invitado- Invitado
Re: FANFIC KLAINE: Y por éso rompimos. ¡Capítulo tres!
Esta genial, me encanta, espero poder conseguir el libro, gracias.
Gabriela Cruz-*-* - Mensajes : 3230
Fecha de inscripción : 07/04/2013
Re: FANFIC KLAINE: Y por éso rompimos. ¡Capítulo tres!
Hola me gusto mucho el capitulo, fue muy lindo, actualiza pronto.
Invitado- Invitado
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