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FanFic Brittana-"A Walk To Remember"

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Activo FanFic Brittana-"A Walk To Remember"

Mensaje por BrittanaForever13 Vie Mayo 16, 2014 10:31 pm

Hola chicas y chicos (si hay), una de mis películas favoritas es "A Walk To Remember", y decidí hacer una adaptación, así que espero que les guste como a mi.  Besos :*

Introducción

Brittany era la última persona de la que se enamoraría Santana. Seria y conservadora, era lo opuesto a una chica “cool”, pero a ella tampoco le importaba; hija de un pastor de la iglesia baptista de la ciudad, Brittany no tenía miedo en hacer saber a la gente que su fe era lo más importante en su vida, aunque ello le costara algunos amigos. Santana era una de tantas: una tía temperamental, desnortada, que destacaba en el instituto por su aspecto y su carácter. A sus amigos les divertía burlarse de todos cuantos no eran como ellos, y solían criticar a Brittany por su vestimenta sobria y su conducta taciturna. Santana y su pandilla mandaban en la escuela, pero su efímero reinado finalizaría pronto, cuando finalizase la escuela y comenzase la vida, aunque no fuesen conscientes de ello…

Cada mes de abril, cuando la brisa marina se mezcla con el aroma de las lilas, Santana Lopez recuerda su ultimo año en el instituto Beaufort. Era 1958 y Santana ya había tenido una o dos novias. Juraba, incluso, que ya se había enamorado. Y es entonces cuando Brittany Pierce, la hija del pastor bautista del pueblo, entra en su vida. Brittany era una chica callada, que cuidaba de su padre viudo, rescataba animales abandonados y era voluntaria en el orfanato. Ningún chico ni chica le había pedido una cita jamas. Santana nunca hubiera imaginado que ella fuera a hacerlo. Sin embargo, un giro del destino hizo que Brittany se convirtiera en la pareja de Santana para el baile. Y desde ese momento, la vida de las chicas cambiaría para siempre.

Prólogo


A los diecisiete años, mi vida cambió para siempre.
Sé que hay personas que se sorprenden cuando me oyen hablar así; me miran con interés, como si quisieran descifrar qué es lo que sucedió, aunque casi nunca me molesto en dar explicaciones. Dado que he vivido prácticamente toda mi vida aquí, no siento la necesidad de hacerlo, a menos que pueda explayarme sin prisas, lo que requiere más tiempo del que la mayoría de la gente está dispuesta a concederme.
Mi historia no puede resumirse en un par de frases ni condensarse en una simple exposición que se comprenda de inmediato. A pesar de que han transcurrido cuarenta años, los que aún viven aquí y me conocían en aquel entonces respetan mi silencio sin más. Mi historia es, en cierto modo, su historia, pues fue algo que todos compartimos.
Sin embargo, fui yo quien lo vivió de una forma más intensa. Tengo cincuenta y siete años, pero aún recuerdo a la perfección lo que sucedió, hasta el más mínimo detalle. A menudo revivo mentalmente aquel año y me doy cuenta de que, cuando lo hago,siempre me invade una extraña sensación de tristeza y de alegría a la vez. Hay momentos en que desearía retroceder en el tiempo para poder borrar toda esa inmensa tristeza, pero tengo la impresión
de que, si lo hiciera, también empañaría la alegría. Así que me dejo llevar por la esencia de esos recuerdos a medida que van aflorando, los acepto sin reticencia y dejo que me guíen siempre que sea posible.
Hoy es 12 de abril del último año del milenio. Acabo de salir de casa e instintivamente echo un vistazo a mi alrededor. El cielo está encapotado, pero, a medida que bajo por la calle, me fijo en que los cornejos y las azaleas empiezan a florecer. Me abrocho la cremallera de la chaqueta. Hace frío, aunque sé que dentro de tan solo unas pocas semanas la temperatura será más cálida y los cielos grises darán paso a esa clase de días que convierten Carolina del Norte en uno de los lugares más bellos del mundo.
Suspiro y siento que de nuevo me invaden los recuerdos. Entorno los ojos y los años empiezan a dar marcha atrás, retrocediendo lentamente, como las manecillas de un reloj que giran en la dirección opuesta. Como a través de los ojos de otra persona, me veo a mí misma rejuvenecer; mi pelo gris vuelve a ser de color castaño; siento que las arrugas alrededor de mis ojos se reducen; mis brazos y
mis piernas se tornan más fuertes. Las lecciones que he aprendido a lo largo de los años se diluyen y recobro la inocencia a medida que se acerca aquel año tan memorable.
Entonces, igual que yo, el mundo empieza a cambiar: las calles se vuelven más estrechas y
algunas recobran su aspecto original, sin asfaltar; gran parte del espacio urbanizado ha sido
reemplazado por campos de cultivo, y un hervidero de gente pasea por la calle más céntrica del pueblo, contemplando los escaparates de la panadería Sweeney y de la carnicería Parka. Los hombres lucen sombreros, las mujeres van con vestidos. Un poco más arriba, en la misma calle, empieza a repicar la campana de la torre del juzgado…
Abro los ojos y me detengo. Estoy delante de la iglesia bautista y, mientras contemplo la fachada,sé exactamente quién soy.
Me llamo Santana Lopez y tengo diecisiete años.
Esta es mi historia. Prometo que no omitiré ningún detalle.
Primero sonreirás. Después llorarás. Que conste que te he avisado.


Que tal les parece la introducción y el prologo, quieren que continue la historia?

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Activo Re: FanFic Brittana-"A Walk To Remember"

Mensaje por Elita Vie Mayo 16, 2014 11:39 pm

En serio? Amo esa película *--* es hermosa & no dudo que está adaptación será excelente :D

Aunque.. su final es algo...triste?

Bah! Espero el primer capítulo :)

Saludos!
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Activo Re: FanFic Brittana-"A Walk To Remember"

Mensaje por iFannyGleek Sáb Mayo 17, 2014 1:02 am

No eh visto la película, pero me interesa mucho que continúes con la adaptación.

Saludos. :))
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Activo FanFic Brittana- A Walk To Remember Capitulo 1

Mensaje por BrittanaForever13 Sáb Mayo 17, 2014 2:17 pm

Capítulo 1


En 1958, Beaufort, situado en la costa cerca de Morehead City, en Carolina del Norte, era el típico pueblecito del sur de Estados Unidos. Era la clase de lugar donde la humedad se disparaba tanto en verano que, incluso con el simple acto de salir a buscar el correo hasta el buzón, a uno le entraban ganas de ducharse, y los niños correteaban descalzos desde abril hasta octubre bajo los robles centenarios recubiertos de musgo. La gente saludaba desde el coche cuando se cruzaba con alguien por la calle, tanto si lo conocía como si no, y el aire olía a pino, a sal y a mar, un aroma distintivo de los estados de Carolina del Norte y del Sur.
Para muchos habitantes de Beaufort, actividades como salir a pescar en la bahía de Pamlico o ir a capturar cangrejos en el río Neuse constituían una actitud frente a la vida, una forma de ser; por eso siempre había un montón de barcas amarradas a lo largo del canal intracostero.
En aquella época, solo había tres canales de televisión, aunque la tele nunca fue un pasatiempo fundamental para nosotros, los niños del pueblo. En vez de eso, nuestras vidas giraban en torno a las iglesias (solo en Beaufort había dieciocho). Tenían nombres como: Primera Iglesia Cristiana Reformada, Iglesia de los Perdonados, Iglesia del Domingo de Expiación. Además, también estaban las iglesias bautistas. En mi infancia, eran a todas luces las más populares en el pueblo; prácticamente, había una en cada esquina, si bien cada una de ellas se consideraba superior a las demás. Había iglesias bautistas de todos los tipos: bautistas libres, bautistas misioneras, bautistas independientes…; bueno, supongo que ya me entiendes.
Por entonces, el gran acontecimiento del año estaba auspiciado por la iglesia del centro del
pueblo —bautista del sur, para ser más precisos— juntamente con el instituto de la localidad. Todos los años, sin falta, organizaban una función navideña en el teatro de Beaufort. Se trataba de una obra escrita por James Pierce, un reverendo que era miembro de la iglesia desde que Moisés había separado las aguas del mar Rojo. Bueno, quizá no fuera tan viejo, pero sí que era lo bastante mayor como para que se le transparentaran las venas a través de la piel viscosa y translúcida (los chiquillos juraban que podían ver cómo corría la sangre por sus venas). Además, tenía el pelo tan blanco como
uno de esos conejitos de pelaje suave y cola algodonosa pero tenia rastros rubios.
La cuestión es que fue él quien escribió esa obra de teatro llamada El ángel de Navidad, porque no quería seguir ofreciendo Cuento de Navidad todos los años. A su parecer, Scrooge, el personaje principal de la obra de Dickens, era un pagano que había llegado a la redención porque había visto fantasmas, no ángeles. ¿Y quién sabía si esos fantasmas habían sido enviados por Dios? ¿Y quién podía estar seguro de que el personaje no recaería en sus malas prácticas de nuevo, si los fantasmas no habían sido enviados directamente del Cielo? Ese matiz no quedaba claro al final —en cierto modo, el famoso cuento de Dickens juega con la idea de la fe y cosas por el estilo—, pero James no se fiaba de los fantasmas si no habían sido enviados, claramente, por Dios, lo cual no se podía explicar usando un lenguaje sencillo, y ese era el gran conflicto que tenía con aquel viejo clásico.
Un año, decidió cambiar el final. En su versión, el viejo Scrooge acababa por convertirse en
predicador y partía hacia Jerusalén en busca del lugar donde Jesús había enseñado las Escrituras. La versión no convenció a nadie —ni siquiera a la congregación, cuyos miembros permanecieron sentados en las butacas, con los ojos abiertos como naranjas, fijos en el escenario— y la prensa se hizo eco con comentarios como: «Aunque sin lugar a dudas fue interesante, no será, desde luego, una versión que pase a la historia…».
Así que James decidió probar suerte escribiendo su propia obra de teatro. Llevaba toda la vida componiendo sus propios sermones, y he de admitir que algunos eran interesantes, sobre todo cuando hablaba de la «ira de Dios, ensañándose con los fornicadores» y otras monsergas similares. Con eso sí que le hervía la sangre, te lo aseguro; me refiero a cuando hablaba de los fornicadores, su tema favorito. Cuando éramos más jóvenes, mis amigos y yo nos escondíamos detrás de un árbol cuando lo veíamos bajar por la calle y gritábamos: «¡James es un fornicador!», y luego nos echábamos a reír como locos, como si fuéramos las criaturas más ingeniosas en toda la faz de la Tierra.
El viejo James se detenía en seco y aguzaba el oído —¡sus orejas incluso se movían!—, su cara se encendía hasta adoptar un intenso tono rojo, como si hubiera ingerido un trago de gasolina, y las grandes venas verdes en su cuello empezaban a marcarse de una forma exagerada, como en uno de esos mapas del río Amazonas de la National Geographic.
El reverendo miraba a un lado y a otro, entrecerrando los ojos como un par de rendijas,
escrutando el entorno; de repente, su piel volvía a recuperar aquella palidez cetrina, justo delante de nuestros ojos. ¡Era un espectáculo digno de ver!
Nosotros seguíamos escondidos detrás del árbol. James (¿qué clase de padres pondrían un
nombre como ese a su hijo?) permanecía inmóvil, a la espera de que hiciéramos algún movimiento en falso, algún ruido, como si fuéramos tan tontos. Nos cubríamos la boca con ambas manos para evitar reírnos a carcajada limpia, pero, al final, siempre acababa por descubrirnos. Él seguía escrutando la zona, hasta que se detenía de golpe y fijaba sus ojitos redondos en nosotros, como si pudiera traspasar el tronco del árbol con la mirada.
—¡Sé que eres tú, Santana Lopez! —gritaba—. ¡Y Dios también lo sabe!
Dejaba pasar un minuto, aproximadamente, para que sus palabras surtieran efecto, y después reanudaba la marcha. Al siguiente fin de semana, durante el sermón, nos taladraba con la mirada y decía algo como:
—El Señor es bondadoso con los niños, pero ellos también han de ser buenos.
Nosotros nos hundíamos en las sillas, no por vergüenza, sino para ocultar de nuevo los ataques de risa. James no nos comprendía, lo cual era, en cierto modo, extraño, ya que él también era padre, aunque de una chica… Pero eso es algo que ya explicaré más adelante.
En fin, como iba diciendo, un año James escribió "El ángel de Navidad" y decidió sustituir
definitivamente el Cuento de Navidad de Dickens por su obra. La verdad es que no estaba mal, lo cual no dejó de sorprendernos.
En líneas generales, se trata de la historia de un hombre que ha perdido a su esposa unos años antes. Ese tipo, Tom Thornton, es muy religioso, pero sufre una crisis de fe cuando su esposa muere en el parto. A partir de ese momento, tendrá que criar a su hija solo, y no es el mejor de los padres.
La pequeña quiere para Navidad una caja de música especial, con un ángel grabado sobre la tapa de madera, una imagen que ella había recortado de un antiguo catálogo.
El tipo busca por todas partes elregalo, pero no lo encuentra. Cuando llega Nochebuena, todavía está buscando el regalo. Mientras entra y sale de varias tiendas, se cruza con una extraña mujer a la que no ha visto nunca antes, y ella le promete que lo ayudará a encontrar el regalo de su hija. Primero, sin embargo, los dos ayudan a un pobre indigente, luego van a un orfanato a visitar a algunos niños, después pasan a ver a una anciana
que está muy sola y que lo único que quiere es un poco de compañía en Nochebuena. En ese momento, la mujer misteriosa le pregunta a Tom Thornton qué es lo que desea él para Navidad: quiere que su esposa vuelva a su lado. La mujer lo lleva hasta la fuente de la ciudad y le ordena que mire en el agua porque allí encontrará lo que está buscando. Cuando el tipo mira en el agua, ve la carita de su hija, y entonces se desmorona y rompe a llorar. Mientras está sollozando, la misteriosa dama desaparece. Tom Thornton la busca por todas partes, pero no la encuentra. Al final decide regresar a su casa. De camino, va analizando todas las lecciones que ha aprendido esa noche. Entra en la habitación de su hija. Al verla dormida se da cuenta de que ella es todo lo que le queda de su esposa, y empieza a llorar de nuevo porque es consciente de que no ha sido un padre modélico. A la mañana siguiente, como por arte de magia, la caja de música aparece debajo del árbol de Navidad; el ángel grabado en la tapa es exactamente igual a la mujer con la que Tom Thornton había estado la noche previa.
Así que, en realidad, no estaba mal. A decir verdad, la gente se hartaba de llorar cada vez que veía la función. Todos los años se agotaban las entradas, y, gracias a su fama, en lugar de representarla en la iglesia, hubo que recurrir al teatro de Beaufort, que tenía mayor aforo. Cuando yo estudiaba en el instituto, cada año había dos representaciones de la obra, y en ambos casos el teatro se llenaba a rebosar, lo que, teniendo en cuenta quién actuaba en la función, ya era una historia curiosa de por sí.
Lo digo porque James quería que los actores fueran adolescentes (estudiantes del último curso en el instituto, y no actores de teatro). Supongo que debía de pensar que era una buena experiencia de aprendizaje antes de que se marcharan a la universidad y tuvieran que convivir con toda esa panda de fornicadores. James era así, pretendía salvarnos de la tentación. Quería que supiéramos que Dios estaba siempre presente, vigilándonos, incluso cuando salíamos del pueblo, y que, si depositábamos nuestra confianza en el Señor, al final todo saldría bien. Era una lección que, con el paso del tiempo, acabé por aprender, aunque no fue James quien me la enseñó.
Tal y como he dicho al principio, Beaufort era el típico pueblecito sureño, aunque con una
historia interesante. El pirata Barbanegra llegó a tener una casa en la localidad, y se supone que su barco, el Venganza de la Reina Ana, está hundido en algún lugar cercano a la costa. Hace poco, un grupo de arqueólogos u oceanógrafos, o quienquiera que se encargue de esas cosas, anunció que lo habían encontrado, pero nadie está todavía completamente seguro, porque hace doscientos cincuenta años que se hundió, así que no es tan fácil como abrir la guantera y confirmar la matrícula.
Beaufort ha cambiado mucho desde 1950, pero todavía no es una gran metrópolis ni nada
parecido. Beaufort era, y siempre será, un pueblo pequeño, pero cuando yo era un chaval, apenas llegaba a ser un puntito en el mapa. Para ponerlo en perspectiva: la circunscripción electoral que  incluía Beaufort cubría toda la parte oriental del estado (unos cincuenta y dos mil kilómetros cuadrados) y no había ni un solo pueblo con más de veinticinco mil habitantes. Incluso comparado con aquellos pueblos, Beaufort siempre era considerado de los más pequeños. Todo el territorio al este de Raleigh y el norte de Wilmington hasta la frontera con el estado de Virginia constituía el distrito que mi padre representaba.
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Activo Continuacion Capitulo 1

Mensaje por BrittanaForever13 Sáb Mayo 17, 2014 2:32 pm

--------------------------------Continuación------------------------------------------Supongo que habrás oído hablar de él. Es más o menos una leyenda, incluso ahora. Se llama
Ricardo Lopez y fue congresista durante casi treinta años. Su eslogan cada dos años, en época de elecciones, era: «Ricardo Lopez representa a ——», y se suponía que la persona tenía que escribir el nombre del pueblo donde vivía. Aún recuerdo los viajes en coche, en los que mamá y yo teníamos que aparecer en público a su lado para mostrar a la gente que él era un verdadero hombre de familia, y entonces veíamos las pegatinas rectangulares en los parachoques, con el espacio en blanco del eslogan rellenado con nombres como Otway, Chocawinity y Seven Springs. Hoy día ese tipo de chorradas no convencería a nadie, pero por entonces era una publicidad bastante sofisticada. Imagino qué pasaría si lo intentáramos ahora; sus opositores escribirían cualquier disparate en el espacio en
blanco, pero en esa época eso no pasaba. Bueno, quizá vi una única pegatina en la que habían escrito una tontería. Un granjero del condado de Duplin escribió una vez la palabra «mierda» en el espacio en blanco, y cuando mi madre lo vio, me tapó los ojos y rezó una plegaria en voz alta para pedirle al Señor que perdonara a ese pobre desgraciado ignorante. Ella no dijo exactamente esas palabras, pero yo comprendí el sentido.
Así que mi padre, don Congresista, era un pez gordo, y todo el mundo sin excepción lo sabía, incluido el viejo James. La verdad es que no se llevaban nada bien, a pesar de que mi padre iba a su iglesia cuando estaba en el pueblo, cosa que, para ser francos, no pasaba muy a menudo. James, además de creer que los fornicadores estaban destinados a limpiar los orinales en el Infierno, también estaba convencido de que el comunismo era «una enfermedad que condenaba al ser humano al impiosismo». A pesar de que no existe el término «impiosismo» —no lo he encontrado en ningún diccionario—, la congregación entendía lo que quería decir. Todos sabían también que sus palabras iban dirigidas específicamente a mi padre, que permanecía sentado con los ojos entornados, fingiendo no prestar atención al sermón. Mi padre formaba parte de uno de los comités de la Cámara
que supervisaba «la influencia roja» que supuestamente se estaba infiltrando por todo el país, inclusive en la defensa nacional, las universidades y hasta en el cultivo de tabaco. Eran los años de la guerra fría, así que había una enorme tensión, y en Carolina del Norte necesitábamos ejemplos cercanos para infundir al problema un matiz más personal. Mi padre había buscado consistentemente pruebas para inculpar a comunistas, unas pruebas que resultaban irrelevantes para gente como James.
Más tarde, ya en casa, después de misa, mi padre decía algo como: «Hoy el reverendo Pierce estaba un poco raro. Espero que hayas prestado atención a esa parte de las Escrituras en que Jesús hablaba sobre los pobres…».
Sí, claro, papá… Mi padre intentaba suavizar la tensión siempre que era posible. Creo que por eso duró tanto en el Congreso. Era capaz de besar a los bebés más feos del mundo y todavía se le ocurría un comentario afable. «Qué niño más tierno», decía cuando el bebé tenía un cabezón enorme, o «Me apuesto lo que quieran a que es la niña más dulce del mundo entero», si tenía una marca de nacimiento que le cubría toda la cara. Una vez, una mujer se le acercó con un niño en una silla de ruedas. Mi padre lo miró y dijo: «Me apuesto lo que quieran a que eres el niño más listo de tu clase». ¡Y lo era! Sí, mi padre era
un seductor nato; sabía improvisar y salir airoso de cualquier situación. Y no era un mal tipo, en serio, especialmente teniendo en cuenta que nunca me pegó ni me maltrató, ni nada por el estilo.
Pero durante mi infancia no estuvo a mi lado. Detesto decirlo, porque hay quien se queja de esa clase de cosas aun cuando sus padres siempre estuvieron a su lado, y lo usan como pretexto de su comportamiento. «Mi padre… no me quería…, por eso me convertí en una estrella porno y luego salí en ese programa de la tele al que la gente va a contar infidelidades y engaños».
No lo digo para justificar la persona en la que me he convertido; únicamente lo afirmo como un hecho. Mi padre se pasaba nueve meses al año lejos de casa, en Washington D.C., a quinientos kilómetros de Beaufort. Mi madre no quería ir con él porque ambos deseaban que yo me criara «de la misma forma que ellos se habían criado».
Sin embargo, había una clara diferencia: el padre de mi padre se había dedicado a llevar a su hijo a cazar y a pescar, le había enseñado a jugar a la pelota, lo había acompañado a las fiestas infantiles y había hecho con él todas esas cosas que hay que hacer con los hijos antes de que se hagan adultos. Mi padre, en cambio, era un absoluto desconocido para mí, una persona con la que apenas tenía trato. Durante los cinco primeros años de mi vida, yo pensaba que todos los padres vivían en otro sitio. Un día mi mejor amigo Brody Weston, me preguntó que quién era ese tipo que había aparecido en mi casa la noche previa, y entonces me di cuenta de que la situación en mi familia no era muy normal.
—Es mi padre —solté orgullosa.
—Ah —contestó Brody, mientras hurgaba en mi bolsa del almuerzo en busca de mi Milky Way—.
No sabía que tuvieras un papá.
Su comentario me sentó como si me hubiera propinado un puñetazo en toda la cara.
Así que me crié bajo el cuidado de mi madre, una mujer entrañable, dulce y cariñosa; la clase de madre que casi todo el mundo soñaría tener. Pero no fue, ni jamás habría podido ser, una influencia femenina en mi vida, y eso, unido a mi creciente resentimiento hacia mi padre, me convirtió en una especie de rebelde, incluso desde una edad tan tierna.
Que conste que no era una mala chaval. Mis amigos y yo solíamos salir a hurtadillas al atardecer y nos dedicábamos a enjabonar las ventanas de los coches o a comer cacahuetes hervidos en el cementerio que había detrás de la iglesia, pero, en los años cincuenta, esa era la clase de comportamiento que incitaba a otros padres a sacudir la cabeza y a susurrar a sus hijos: «Espero que no sigas los pasos de esa mocosa. Lopez se está labrando el camino para acabar en la cárcel».
¿Yo, una mala chaval, por comer cacahuetes hervidos en un cementerio? ¡Qué fuerte!
Bueno, la cuestión es que mi padre y James no se llevaban muy bien, y no era solo por
cuestiones políticas. Por lo visto, se conocían desde que eran niños. James era unos veinte años mayor que mi padre, y, antes de ser reverendo, había trabajado para el padre de mi padre. Mi abuelo—a pesar de que pasaba mucho tiempo con mi padre— era un ser realmente ruin. Fue él quien amasó la fortuna familiar, pero no quiero que te lo imagines como la clase de hombre que vivía volcado en su negocio, trabajando con diligencia y viendo cómo este crecía y prosperaba lentamente con el paso de los años.
Mi abuelo amasó su fortuna de una forma simple: primero fue contrabandista de licores, y durante la ley seca acumuló una gran riqueza con la importación de ron de Cuba. Luego se puso a comprar tierras y a contratar aparceros para que las cultivaran. Se quedaba con el noventa por ciento del dinero que los aparceros ganaban con sus cosechas de tabaco, y luego les prestaba dinero cuando lo necesitaban a un tipo de interés ridículo. Por supuesto, su intención no era recuperar el dinero prestado; en vez de eso, se apropiaba de los útiles de labranza o de las tierras que poseían. Más tarde, en lo que denominó su momento de inspiración, fundó un banco llamado «Banco de Créditos Lopez». El único banco que había en un radio de dos condados a la redonda se había incendiado misteriosamente; después de que estallara la Gran Depresión, nunca volvió a abrir sus puertas.
Aunque todo el mundo sabía perfectamente lo que había sucedido, nadie se atrevió a abrir la boca por temor a represalias, y que conste que no les faltaban motivos para tener miedo. El banco no fue el único edificio que se incendió de forma misteriosa.
Los tipos de interés que marcó mi abuelo eran escandalosos. Poco a poco, empezó a amasar más fortuna al apoderarse de las tierras y las propiedades de los clientes que no podían pagar sus préstamos. Cuando la Gran Depresión golpeó duramente a la población, él se quedó con docenas de negocios en todo el condado mientras obligaba a los antiguos propietarios a seguir trabajando a cambio de un salario irrisorio, pagándoles solo lo justo para que no abandonaran sus puestos, aprovechándose de que no había trabajo en ningún sitio. Les decía que, cuando la situación económica mejorara, les revendería sus negocios, y la gente siempre lo creyó.
Sin embargo, nunca cumplió su promesa. Al final, controlaba una vasta porción de la economía del condado y abusaba de su influencia de todas las formas imaginables.
Me gustaría decir que tuvo una muerte terrible, pero no fue así. Murió en la vejez, mientras
dormía plácidamente con su amante en su yate en las islas Caimán. Sobrevivió a sus dos esposas y a su único hijo. ¡Menudo final para semejante personaje! Con los años he aprendido que la vida nunca es justa. Si hay algo que deberían enseñar en las escuelas, sería precisamente esa lección.
Pero retomemos el hilo inicial de mi relato… James, cuando se dio cuenta de que mi abuelo era un ser tan ruin, dejó de trabajar para él y se metió al sacerdocio; luego regresó a Beaufort y empezó a oficiar misa en la misma iglesia a la que iba nuestra familia. Se pasó los primeros años perfeccionando su mensaje apocalíptico del tormento con fuego y azufre con sermones mensuales sobre los males de la codicia, lo que apenas le dejaba tiempo para nada más. Tenía cuarenta y tres años cuando se casó; y cincuenta y cinco años cuando nació su hija, Brittany Pierce. Su esposa, una mujer enclenque y menuda, veinte años más joven que él, tuvo seis abortos antes de que naciera
Brittany, y al final murió en el parto, así que James se quedó viudo y tuvo que criar a su hija sin ninguna ayuda.
De ahí el argumento de su obra navideña.
La gente sabía la historia incluso antes de ver la función por primera vez. Era una de esas
historias que contaban cada vez que James tenía que bautizar a un bebé o asistir a un funeral. Todo el pueblo se la sabía, y por eso, creo, tanta gente se emocionaba con la función. Sabían que estaba basada en un hecho real, lo que le confería un significado especial. Brittany Pierce estudiaba su último curso en el instituto, como yo, y ya había sido elegida para interpretar el papel de ángel. Estaba claro que ninguna otra alumna iba a optar al papel aquel año, lo que, por supuesto, atrajo aún más la atención respecto a la función. Iba a ser una noche memorable, quizá la más destacada de todas, por lo menos según el señor Will Shuester , el profesor de Teatro en el instituto, quien mostró un desmedido entusiasmo en el proyecto cuando asistí a una de sus clases por primera vez.
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Mensaje por BrittanaForever13 Sáb Mayo 17, 2014 4:33 pm

-------------------------------------Continuación------------------------------------------
Yo no tenía intención de cursar su asignatura aquel año, de verdad, pero era o bien Teatro o bien Química II. La cuestión fue que pensé que sería una clase facilona, sobre todo comparada con mi otra opción. No había exámenes, ni apuntes, ni tablas en las que tuviera que memorizar protones y neutrones, ni combinar elementos en sus fórmulas adecuadas… ¿Qué podía ser mejor para una estudiante de último curso del instituto? Parecía una elección segura y, cuando me matriculé en la asignatura, pensé que sería capaz de dormir durante prácticamente todas las clases, lo que, teniendo en cuenta mis hábitos nocturnos de comer cacahuetes en el cementerio, me pareció un factor de gran importancia.
En el primer día de clase, fui de las últimas en llegar. Entré justo unos segundos antes de que sonara el timbre, y tomé asiento en la última fila. El Señor Shuester nos daba la espalda; estaba ocupado escribiendo su nombre en la pizarra en grandes letras, con una especie de cursiva. ¡Como si no supiéramos quién era! Todos lo sabíamos; era imposible no saberlo.
El Señor Shuester era un hombre imponente, con su casi metro noventa de altura, su brillante melena castaña como el tronco de un árbol y la piel pálida. Debía de rondar los treinta años,tenia una complexión fuerte y mostraba una clara predilección por los chalecos y las camisas a rayas. Llevaba gafas oscuras de soly con los extremos acabados en punta, y siempre saludaba a todo el mundo con un «Holaaaaaaa» musical.                                   Aquel hombre era único en su especie, seguro, y estaba casado, lo que aún agravaba más las cosas. Todos las chicas soñaban por estar con él (lo que es aun más raro).
Debajo de su nombre escribió los objetivos que quería alcanzar aquel año. El primero era
«autoconfianza», seguido de «autoconocimiento», y, en tercer lugar, «autorrealización». Al señor Shuester le encantaban todas esas fruslerías de superación personal, lo que de verdad la situaba a la cabeza en psicoterapia, aunque probablemente el no fuera consciente de eso en aquella época. El fue un pionero en dicho campo. Quizá tenía algo que ver con su aspecto, o quizá solo intentara sentirse mejor consigo mismo.
Pero no nos apartemos del tema.
No me di cuenta de un detalle inusual hasta que empezó la clase. A pesar de que el instituto de Beaufort no contaba con muchos alumnos, tenía la certeza de que se dividían a partes iguales entre chicos y chicas, por lo que me sorprendió ver que en aquella aula el noventa por ciento, como mínimo, eran chicas.
Solo había otra chico en la clase, lo que, a mi modo de entender, se podía interpretar como una buena señal, y por un momento me embargó un sentimiento de euforia al pensar: «¡Prepárate mundo,allá voy!». Chicas, chicas, chicas…, era lo único que podía pensar. ¡Chicas y más chicas, y, encima, sin exámenes a la vista!
He de admitir que no era la chaval con mayor visión de futuro en el instituto.
El Señor Shuester sacó a colación la obra navideña y anunció que aquel año Brittany Pierce iba a ser el ángel. Acto seguido, empezó a aplaudir entusiasmada; ella también formaba parte de la congregación de la iglesia bautista del sur; además, mucha gente creía que iba detrás de James. La primera vez que oí ese chisme, recuerdo que pensé que menuda suerte que los dos fueran demasiado viejos para engendrar hijos; bueno, eso si acababan juntos, claro. ¿Te imaginas, un bebé con la piel translúcida? Solo con pensarlo me entraban escalofríos, pero, por supuesto, nadie hacía ningún comentario al respecto, al menos cerca del Señor Shuester y de James. Cuchichear es una cosa, pero las habladurías malintencionadas son completamente distintas; ni siquiera en el instituto éramos tan mezquinos. El Señor Shuester siguió aplaudiendo solo durante un rato, hasta que todos nos unimos en coro, porque era obvio que eso era lo que quería que hiciéramos.
—¡Ponte de pie, Brittany! —le ordenó.
La chica obedeció y se dio la vuelta hacia nosotros. El Señor Shuester se puso a aplaudir más efusivamente, como si estuviera delante de una gran actriz de teatro.
La verdad es que Brittany Pierce era una buena chica. Beaufort era una localidad tan pequeña que solo había una escuela, así que habíamos estudiado juntos desde que éramos pequeños, y mentiría si dijera que nunca había hablado con ella. Una vez, en segundo de primaria, se sentó a mi lado durante todo el año, así que conversamos varias veces, pero eso no significaba que pasara mucho rato con ella en mis horas libres. En la escuela me relacionaba con una clase de gente, pero, fuera del edificio, la cosa cambiaba radicalmente. Brittany nunca había formado parte de mi agenda social.
No es que no fuera atractiva, no me malinterpretes. No era un espantajo ni nada parecido. Por suerte, había salido a su madre, quien, según las fotos que había visto, no estaba nada mal, sobre todo si se tenía en cuenta con quién se había casado. Pero Brittany no era exactamente mi tipo. A pesar de ser delgada, con el pelo rubio y ojos azules claro, casi siempre ofrecía un aspecto… insulso, y que conste que lo digo por las pocas veces que me había fijado en ella.
A Brittany no le importaba demasiado la apariencia, porque siempre buscaba la «belleza interior»,y supongo que por eso ofrecía aquel aspecto. Desde que la conocía —y ya he dicho que habíamos estudiado juntos desde pequeños— siempre la había visto con el pelo recogido en un moño apretado, como los que llevan las viejas solteronas, sin una pizca de maquillaje en la cara. Si a eso le añadíamos el típico cárdigan marrón y la falda de cuadros que solía llevar, Brittany siempre parecía estar a punto para una entrevista de trabajo de bibliotecaria.
Mis amigos y yo pensábamos que solo era una fase pasajera, y que tarde o temprano cambiaría, pero nunca lo hizo. Durante nuestros primeros tres años en el instituto, no había cambiado en absoluto. Lo único diferente era la talla de ropa.
Pero Brittany no era simplemente distinta por su aspecto, sino también por su forma de
comportarse.
No se pasaba las horas haciendo el remolón en el bar Cecil, ni iba a fiestas de pijamas
con otras chicas, y yo sabía de primera mano que no había tenido ni un solo novio o novia en toda su vida. Al viejo James le habría dado un patatús de lo contrario. Pero, incluso si por alguna extraña razón James hubiera dado su consentimiento, seguro que tampoco habría funcionado. Brittany nunca se separaba de su Biblia, y si sus miradas y las de James no servían para mantener a los chicos a raya; la Biblia seguro que lo conseguía, vamos, segurísimo.
Yo me interesaba por la Biblia hasta cierto punto, como cualquier chico de mi edad, pero Brittany parecía disfrutar con su lectura de un modo que me resultaba completamente incomprensible. No solo iba de vacaciones a un campamento dedicado a los estudios bíblicos todos los meses de agosto, sino que además leía la Biblia durante la hora del almuerzo en la escuela.
Para mí eso no era normal, por más que fuera la hija del reverendo. Aunque uno intentara analizar el texto con detenimiento, leer la epístola de Pablo a los efesios no resultaba tan emocionante como flirtear. No sé si me entiendes.
Pero Brittany no se detenía ahí. Debido a sus constantes lecturas de la Biblia, o quizá por la
influencia de James, creía que era importante ayudar al prójimo, y eso era exactamente lo que hacía: ayudar al prójimo. Sé que era voluntaria en el orfanato de Morehead City, pero no le bastaba con eso. Siempre andaba metida en alguna obra benéfica, ayudando a todo el mundo, desde los boy scouts hasta cualquier otra asociación infantil. Sé que, cuando tenía catorce años, pasó parte del verano pintando la fachada de la casa de una vecina anciana.
Brittany  era la clase de chica que se pondría a arrancar malas hierbas de un jardín sin que se lo pidieran, o a detener el tráfico para ayudar a los más pequeños a cruzar la calle, o que sería capaz de ahorrar toda su paga con el objetivo de comprar un nuevo balón para los huérfanos, o de depositar todo su dinero en la cesta de la iglesia el domingo. Era, en otras palabras, el tipo de chica que conseguía que el resto de los adolescentes pareciéramos malos a su lado; cuando me miraba, me embargaba un sentimiento de culpa, aunque no hubiera hecho nada malo.
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Mensaje por BrittanaForever13 Sáb Mayo 17, 2014 4:43 pm

Pero las buenas obras de Brittany no se limitaban a la gente. Si se cruzaba con un animal herido, por ejemplo, también intentaba auxiliarlo. Zarigüeyas, ardillas, perros, gatos, ranas… Para ella, todos eran iguales ante los ojos del Señor. El veterinario Rawlings la conocía de sobra, y sacudía la cabeza cada vez que la veía entrar por la puerta de su consulta con una caja de cartón en la que le llevaba otro bicho. Rawlings se quitaba las gafas y se las limpiaba con el pañuelo mientras Brittany le
explicaba cómo había encontrado a la pobre criatura y qué había sucedido.
—Lo ha atropellado un coche, doctor Rawlings. Creo que el designio del Señor era que yo lo
encontrara e intentara salvarlo. Me ayudará, ¿verdad?
Con Brittany, siempre se trataba del designio del Señor. Cuando uno hablaba con ella, fuera cual fuese el tema, siempre mencionaba los designios del Señor. ¿Había que cancelar un partido de béisbol a causa de la lluvia? Debía de ser el designio del Señor, para evitar que pasara algo peor. ¿Un examen sorpresa de trigonometría que prácticamente toda la clase suspendía? Debía de ser el designio del Señor, para ofrecernos retos. Bueno, supongo que ya me entiendes.
Además, estaba James, por supuesto, y eso tampoco la ayudaba, en absoluto. Ser la hija del reverendo no habría sido fácil, pero ella lo interpretaba como si fuera la cosa más natural del mundo, y se sentía afortunada de haber sido honrada con tal bendición. Brittany solía expresarlo con las siguientes palabras: «He tenido la inmensa suerte de tener un padre como el mío». Cuando lo decía,no podíamos evitar sacudir la cabeza y preguntarnos de qué planeta provenía.
A pesar de todas esas peculiaridades, lo que más me sacaba de las casillas de ella era que
siempre se mostrara tan abominablemente sonriente y feliz, sin importar lo que pasaba a su alrededor.
Lo juro, esa chica nunca hablaba mal de nada ni de nadie, ni tan solo de los que no nos
comportábamos cortésmente con ella. Se ponía a tararear una canción mientras bajaba por la calle, y saludaba a los desconocidos que pasaban por delante de ella en coche. A veces, algunas mujeres salían corriendo de sus casas al verla pasar para ofrecerle pan de calabaza si se habían pasado el día horneando, o limonada si era un día caluroso. Parecía como si todos los adultos del pueblo la adoraran.
—¡Qué muchacha más dulce! —decían todos cuando el nombre de Brittany salía a relucir—. El mundo sería mucho mejor si hubiera más personas como ella.
Pero mis amigos y yo no lo veíamos igual. Para nosotros bastaba con una Brittany Pierce.
Estaba pensando precisamente en todo eso mientras Brittany se ponía de pie delante de nosotros en la primera clase de teatro, y he de admitir que no sentía muchas ganas de tenerla delante. Pero aunque pareciera extraño, cuando ella se giró hacia nosotros, me sobresalté, como si estuviera sentado en una cuerda floja o algo así.
Llevaba una falda a cuadros corta con una blusa blanca debajo del mismo cárdigan marrón de lana que había visto millones de veces, pero había dos nuevos bultitos en su pecho que la chaquetita no podía ocultar y que yo aseguraría que no estaban allí unos meses antes. Seguía igual, sin una pizca de maquillaje, pero lucía un atractivo bronceado, probablemente de su estancia en el campamento de verano de estudios bíblicos, y por primera vez estaba…, bueno, casi sexy. Por supuesto, aparté ese pensamiento de mi cabeza de un plumazo. Ella echó un vistazo a sus compañeros. Al verme me sonrió, obviamente encantada de que estuviera en la clase de teatro. Solo más tarde comprendí el motivo.




Bueno chicos, este fue el primer capitulo de "A Walk To Remember, me tocó que publicarlo por partes pues el capitulo original es BASTANTE largo,mejor dicho TODOS sus capitulos son así, pero bueno, el punto es que dentro de unos capitulos empieza la accion. 
  FanFic Brittana-"A Walk To Remember" 1215408055 

Besos  FanFic Brittana-"A Walk To Remember" 918367557
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Activo Re: FanFic Brittana-"A Walk To Remember"

Mensaje por cvlbrittana Dom Ago 17, 2014 1:57 am

Hola te escribo para saber si actualizarás tu fanfic, si tienes alguna dificultad (escuela, trabajo, tiempo etc...) te pediría por favor te comuniques con nosotros para saber si continuaras con la historia o si deseas cerrar el tema e informar a las personas que te siguen, si quieres puedes hacerlo por MP (adjuntanos el link de tu fanfic).
Esperamos tu respuesta
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Mensaje por cvlbrittana Sáb Dic 27, 2014 1:31 am

Fanfic cerrado por 6 meses o más de inactividad, si el autor desea reabrirlo solo tiene que hacer una solicitud vía MP con el link del fic, a un moderador, administradora y de inmediato el fan fic será reabierto
cvlbrittana
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