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El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
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gleeclast
EduardoDStarlet-Parker
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El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Hoooooooooooooooooola chicos, vengo con otra idea en especial, es una adaptación de un libro distopico que me gusta demasiado Eve de la autora Ana Carey bueno, aquí inicia los problemas me toco modificar el inicio del libro y el parte del final para que cuadrara con la historia, pero tratare de ser lo más "sutil" y que no se pierda el hilo de la historia y siga el ritmo de ser una adaptación, espero la disfrutes.
Nunca creí en ese momento que todo pasara y sucediera, comenzó todo un día de noviembre de 2013 las noticias de un nuevo virus que comenzaba a afectar el lado sur del continente americano bombardeaban la pantalla, hablaban de los muertos, de la anarquía que se vivía, al caso hablaban de los supervivientes, eran escasos si sobrevivías vivías para contarlos.
Pasaron los meses y la enfermedad muto, se fortaleció y se convirtió en algo más dañino al principio se creía que era una enfermedad del sistema respiratorio y que al pasar los días mejoraría, pero no, muchos de los falsos diagnostico les costó la vida a gran parte de la población a nivel internacional.
Aun me acuerdo cuando vi frente a mis ojos la enfermedad, era en vísperas del mes de abril del 2014 mi madre trabajaba en el hospital de la ciudad y tenía que salir con ella por obligación, no me disgustaba en absoluto, iba siempre en el coche y escuchaba música y leía o jugaba en la consola, me encerraba en mi mundo olvidándome de los demás, pero nunca pensé que eso atacara a nuestro proyecto de familia, un mes después en mayo ella comenzó a decaer, le sucedían los mismos síntomas que los demás, todos, incluso ella pensó que era solo una simple gripe o alguna enfermedad por hipotermia, se encerraba en su habitación y casi nunca salía, no me dejaban verla desde entonces, luego un día... murió...
-¿Kurt hummel?
Me levanto con algo de incomodidad de mi camilla arreglando mi bata- s...s.. ¿si? -dije por fin, desde la muerte de mi madre he estado recluido en estas frías paredes blancas que se llamaban manicomio
-Mañana serás enviado a la Ciudad de Arena, hemos visto un cambio en ti, ya no necesitas de estar acá recluido -se sentó frente a mi mirándome a los ojos- ¿te acuerdas porque te recluyeron?
-l... la ver... verdad no -si sabía, pero me gustaba que me repitan la misma historia siento placer al escucharla, me senté llevando mis piernas hacia mi pecho y colocando mi barbilla sobre mis rodillas.
-ok cumpliré tu fantasía -soltó una pequeña risa.
El es Oscar es uno de los guardias que catalogue como amigo desde que estoy acá, me traía de comida que solo podían comer los guardias, se la pasaba siempre con migo en los recesos y trataba de ayudarme, no era muy mayor que yo, creo que no mas unos cuatro años, el también le sucedió lo mismo, su madre murió mientras el trabajaba como guardia en el manicomio.
Suspiro él y comenzó a narrar como si estuviera leyendo algo directamente de un libro- estas acá porque después de la muerte de tu madre, te encerraste en tu mundo, nos tocó sacarte a la fuerza de ese lugar, le tienes temor a los hombres, lo cual es raro porque eres uno... bueno como sea esa sería la razón por la cual estas aquí.
Sonreí y me lancé a sus brazos abrazándole- gracias por todos estos años
El llevo una mano hacia mi cabeza y me revolvió el cabello- de nada, ahora vístete, mañana es el gran día.
Dejo el sobre la mesa un libro viejo con polvo era antes de lo sucedido "Como matar un ruiseñor" narraba el título.
Al rato entro una chica con los cabellos desaliñados hasta los hombros y un gesto nervioso, su piel era demasiado blanca, bajo cualquier luz se veía demacrada, su nombre era Rachel Berry, al igual que yo no era muy sociable, pero ella tenía familia fuera de estos muros, la mandaron acá porque era muy hmmm "brusca" con todos, por las noches nos contaba toda su historia cuando vivía en la Ciudad de Arena, las fiestas que asistía con sus padres, los vestidos, los sirvientes, la suculenta comida, era la más feliz de irse.
-¿Crees que si te llevaran a la Ciudad de Arena y vivirás con una vida normal? -dijo ella acercándose al libro- no puedo creer que te guste esta basura
-Rac… Rachel porque l…lo decís
-mira Kurt –se dejó caer sobre una silla- he visto cosas, he escuchado cosas que ni tu creerías, esta noche escapare no quiero participar en esta farsa, ¿saben que hacen con los chicos y las chicas que salen de acá?
Negué con la cabeza, igual no creo que sea como ella diga, nos metieron desde siempre la idea que viviríamos entre la gente normal y formaríamos parte de la sociedad y que seriamos muy importantes, imposible que sea una mentira, nos cuentan siempre lo mismo, seguro es otra pavada de Rachel
-a las chicas las usan como máquina de reproducción y a los chicos los obligan a hacer el trabajo que nadie quiere, recoger escombros, construcción, ser conejillos de indias para algún experimento, admitámoslo, tú no estás bien ¿para qué te mandarían a una sociedad “perfecta” cuando ni puedes sostener una conversación normal?
-¿entonces… po… porque nos sostén…. Sostendrían una mentira tan gra…grande como esa?
-no lo sé… puede ser varias cosas, diría que quieren que no nos asustemos cuando el momento llegue, claro que no le vendría sentido alguno –comenzó a jugar con unos mechones de su cabello enredado- como sea, no viviré esta farsa, me escapare cuando todos estén descansando, espero que seas inteligente y hagas lo mismo.
-su…suponga...mos que te… te creo ¿A dónde iría?
-no lo se, puedes irte a algún otro refugio Califia, aceptan a todos, hasta a los mas locos –hizo un guiño sonriéndome
-no… est… estoy loco
-claro y yo soy la presidenta de la Nueva América, espero volvernos a ver pronto loco –hizo un gesto como si alzara una copa- por la Nueva América y nuestro perfecto futuro
Pasaron las horas desde entonces y comencé a pensar ¿será que es verdad lo que dijo Rachel?¿y si no lo es?, en efecto ella escapo, ya era las ocho de la noche y casi todos estaban en su habitación, estaba en la ventana perdido en mis pensamientos de la Ciudad de Arena, mi vida hay, tendría una familia, alguien quien amar, hijos un trabajo, todo lo que soñé alguna vez, escuche como los perros y las sirenas se iluminaban y una sombra en la oscuridad corría hacia los bosques, pude ver por su silueta y cuerpo que era de Rachel, llevaba una maleta repleta y una chaqueta puesta y corría a toda mecha hacia los bosques, alcance a ver como giraba su cara hacia mi ventana y me sonreía antes de adentrarse a la oscuridad.
-¿Kurt? –cerré los ojos al escuchar mi nombre y di media vuelta Oscar me estaba iluminando con su linterna y tenía los ojos aguados- tienes que irte ahora mismo antes que sea tarde
-pe… pero
-solo mete todo acá adentro, debí haberte dicho todo para que no fuese tan duro al final
Comencé a guardar todo lo que podía pero la maleta no estaba vacía totalmente, adentro llevaba suministros, comida, una frazada, y algo de beber, no era mucho pero podía mantenerme como máximo dos semanas, la maleta ya estaba llena cuando me percate que aún había muchas cosas que no había guardado, unos libros que tenía recuerdo de mi madre con algunas fotos y un poco de ropa mía.
-que se supone que haga con el resto –trate de hablar normal pero mi voz sonaba nerviosa al hacer el intento- ¿volveré con ella? ¿Qué pasara con Ophelia y Sugar? –Ophelia y Sugar era mis mejores amigas
El solo negó con su rostro, apuesto que estaba a punto de llorar, me agarro del brazo y corrimos hacia uno de los muros traseros que separaban al manicomio de la sociedad
Comenzó a tantear con la mano buscando algo en medio del musgo-después de irte de acá sigue la avenida 80 hasta que se acabe, habrá un puente rojo, hay llegaras a Califia, te recibirán seguro, aceptan a todo tipo, los rumores que alguna vez oíste de lo que le hacían a los chicos y chicas después de salir de acá son reales… perdóname debí contártelo alguna vez –suspiro y se detuvo, corrió una montón de musgo y abrió una puerta- vete haz lo que te dije y ten cuidado, nunca sabes en quien puedes confiar –el estiro los brazos y me envolvió en un gran abrazo.
No quería soltarme nunca, casi nunca recibíamos afecto en el manicomio, al caso nos daba palmadas en el hombro o cosas similares, era ilegal alguna muestra de afecto.
Las sirenas volvieron a sonar y comencé a correr con fuerzas pero estaba en una parte con muchas mucha hierba con espinas y pinchos, la maleta me impedía mi movimiento pero no podía dejarla por ahí en la maleza quien sabe si en menos de dos semanas logro encontrar alguna casa o algo similar con suministros, las espinas rasgaban mis codos y rodillas y el frio hacia que la carne al vivo me quemara, coloque mis manos en mi rostro para evitar algún accidente, seguí corriendo con más rapidez mientras escuchaba el motor de las camionetas encenderse no muy lejos de donde estaba "!Corre!" me repetía como si eso hiciera que mis piernas se agilizaran.
Al final sentí como el peso de la maleta me impulsaba hacia adelante y caí como dos metros hacia una bajada que terminaba en unos arbustos, me levante lentamente y toque mis brazos y nudillos que chorreaban un poco de sangre, lleve una mano a mi frente que tenía una pequeña cortada y mis pantalones estaban algo rasgado.
El aire frio me golpeaba en mis pulmones, era la primera vez en años que salía de ahí, se suponía que al cumplir 18 me mandarían a la Ciudad de Arena donde terminare mis estudios y viviré en paz pero ahora todo estaba distinto, no viviré esa calma, desde ahora comenzare desde ceros.
Siempre pensé que el mundo sería distinto desde que entre ahí, pensé que habrían algunos campos de cultivos, gente con caras felices, y mucha vegetación. Nos contaban historias de que desde el nuevo gobierno todo comenzó a como era antes de la gran pandemia que poco a poco todo se iba a recuperar, pero era falso, había coches estacionados en cualquier lugar, no había mucha vegetación y a pesar de ser de noche el frio calentaba intensamente mi piel, parecía que me quemara vivo, no había rastro de vida animal y los arboles estaban secos, además de que la carretera estaba agrietada, no todo era un jardín del Edén como lo imagine
-Califia –murmure mientras miraba el letrero que decía en grande “Avenida 80”…
Comienza a sonar House on a Hill - The Pretty Reckless
Nunca creí en ese momento que todo pasara y sucediera, comenzó todo un día de noviembre de 2013 las noticias de un nuevo virus que comenzaba a afectar el lado sur del continente americano bombardeaban la pantalla, hablaban de los muertos, de la anarquía que se vivía, al caso hablaban de los supervivientes, eran escasos si sobrevivías vivías para contarlos.
Pasaron los meses y la enfermedad muto, se fortaleció y se convirtió en algo más dañino al principio se creía que era una enfermedad del sistema respiratorio y que al pasar los días mejoraría, pero no, muchos de los falsos diagnostico les costó la vida a gran parte de la población a nivel internacional.
Aun me acuerdo cuando vi frente a mis ojos la enfermedad, era en vísperas del mes de abril del 2014 mi madre trabajaba en el hospital de la ciudad y tenía que salir con ella por obligación, no me disgustaba en absoluto, iba siempre en el coche y escuchaba música y leía o jugaba en la consola, me encerraba en mi mundo olvidándome de los demás, pero nunca pensé que eso atacara a nuestro proyecto de familia, un mes después en mayo ella comenzó a decaer, le sucedían los mismos síntomas que los demás, todos, incluso ella pensó que era solo una simple gripe o alguna enfermedad por hipotermia, se encerraba en su habitación y casi nunca salía, no me dejaban verla desde entonces, luego un día... murió...
-¿Kurt hummel?
Me levanto con algo de incomodidad de mi camilla arreglando mi bata- s...s.. ¿si? -dije por fin, desde la muerte de mi madre he estado recluido en estas frías paredes blancas que se llamaban manicomio
-Mañana serás enviado a la Ciudad de Arena, hemos visto un cambio en ti, ya no necesitas de estar acá recluido -se sentó frente a mi mirándome a los ojos- ¿te acuerdas porque te recluyeron?
-l... la ver... verdad no -si sabía, pero me gustaba que me repitan la misma historia siento placer al escucharla, me senté llevando mis piernas hacia mi pecho y colocando mi barbilla sobre mis rodillas.
-ok cumpliré tu fantasía -soltó una pequeña risa.
El es Oscar es uno de los guardias que catalogue como amigo desde que estoy acá, me traía de comida que solo podían comer los guardias, se la pasaba siempre con migo en los recesos y trataba de ayudarme, no era muy mayor que yo, creo que no mas unos cuatro años, el también le sucedió lo mismo, su madre murió mientras el trabajaba como guardia en el manicomio.
Suspiro él y comenzó a narrar como si estuviera leyendo algo directamente de un libro- estas acá porque después de la muerte de tu madre, te encerraste en tu mundo, nos tocó sacarte a la fuerza de ese lugar, le tienes temor a los hombres, lo cual es raro porque eres uno... bueno como sea esa sería la razón por la cual estas aquí.
Sonreí y me lancé a sus brazos abrazándole- gracias por todos estos años
El llevo una mano hacia mi cabeza y me revolvió el cabello- de nada, ahora vístete, mañana es el gran día.
Dejo el sobre la mesa un libro viejo con polvo era antes de lo sucedido "Como matar un ruiseñor" narraba el título.
Al rato entro una chica con los cabellos desaliñados hasta los hombros y un gesto nervioso, su piel era demasiado blanca, bajo cualquier luz se veía demacrada, su nombre era Rachel Berry, al igual que yo no era muy sociable, pero ella tenía familia fuera de estos muros, la mandaron acá porque era muy hmmm "brusca" con todos, por las noches nos contaba toda su historia cuando vivía en la Ciudad de Arena, las fiestas que asistía con sus padres, los vestidos, los sirvientes, la suculenta comida, era la más feliz de irse.
-¿Crees que si te llevaran a la Ciudad de Arena y vivirás con una vida normal? -dijo ella acercándose al libro- no puedo creer que te guste esta basura
-Rac… Rachel porque l…lo decís
-mira Kurt –se dejó caer sobre una silla- he visto cosas, he escuchado cosas que ni tu creerías, esta noche escapare no quiero participar en esta farsa, ¿saben que hacen con los chicos y las chicas que salen de acá?
Negué con la cabeza, igual no creo que sea como ella diga, nos metieron desde siempre la idea que viviríamos entre la gente normal y formaríamos parte de la sociedad y que seriamos muy importantes, imposible que sea una mentira, nos cuentan siempre lo mismo, seguro es otra pavada de Rachel
-a las chicas las usan como máquina de reproducción y a los chicos los obligan a hacer el trabajo que nadie quiere, recoger escombros, construcción, ser conejillos de indias para algún experimento, admitámoslo, tú no estás bien ¿para qué te mandarían a una sociedad “perfecta” cuando ni puedes sostener una conversación normal?
-¿entonces… po… porque nos sostén…. Sostendrían una mentira tan gra…grande como esa?
-no lo sé… puede ser varias cosas, diría que quieren que no nos asustemos cuando el momento llegue, claro que no le vendría sentido alguno –comenzó a jugar con unos mechones de su cabello enredado- como sea, no viviré esta farsa, me escapare cuando todos estén descansando, espero que seas inteligente y hagas lo mismo.
-su…suponga...mos que te… te creo ¿A dónde iría?
-no lo se, puedes irte a algún otro refugio Califia, aceptan a todos, hasta a los mas locos –hizo un guiño sonriéndome
-no… est… estoy loco
-claro y yo soy la presidenta de la Nueva América, espero volvernos a ver pronto loco –hizo un gesto como si alzara una copa- por la Nueva América y nuestro perfecto futuro
….
Pasaron las horas desde entonces y comencé a pensar ¿será que es verdad lo que dijo Rachel?¿y si no lo es?, en efecto ella escapo, ya era las ocho de la noche y casi todos estaban en su habitación, estaba en la ventana perdido en mis pensamientos de la Ciudad de Arena, mi vida hay, tendría una familia, alguien quien amar, hijos un trabajo, todo lo que soñé alguna vez, escuche como los perros y las sirenas se iluminaban y una sombra en la oscuridad corría hacia los bosques, pude ver por su silueta y cuerpo que era de Rachel, llevaba una maleta repleta y una chaqueta puesta y corría a toda mecha hacia los bosques, alcance a ver como giraba su cara hacia mi ventana y me sonreía antes de adentrarse a la oscuridad.
-¿Kurt? –cerré los ojos al escuchar mi nombre y di media vuelta Oscar me estaba iluminando con su linterna y tenía los ojos aguados- tienes que irte ahora mismo antes que sea tarde
-pe… pero
-solo mete todo acá adentro, debí haberte dicho todo para que no fuese tan duro al final
Comencé a guardar todo lo que podía pero la maleta no estaba vacía totalmente, adentro llevaba suministros, comida, una frazada, y algo de beber, no era mucho pero podía mantenerme como máximo dos semanas, la maleta ya estaba llena cuando me percate que aún había muchas cosas que no había guardado, unos libros que tenía recuerdo de mi madre con algunas fotos y un poco de ropa mía.
-que se supone que haga con el resto –trate de hablar normal pero mi voz sonaba nerviosa al hacer el intento- ¿volveré con ella? ¿Qué pasara con Ophelia y Sugar? –Ophelia y Sugar era mis mejores amigas
El solo negó con su rostro, apuesto que estaba a punto de llorar, me agarro del brazo y corrimos hacia uno de los muros traseros que separaban al manicomio de la sociedad
Comenzó a tantear con la mano buscando algo en medio del musgo-después de irte de acá sigue la avenida 80 hasta que se acabe, habrá un puente rojo, hay llegaras a Califia, te recibirán seguro, aceptan a todo tipo, los rumores que alguna vez oíste de lo que le hacían a los chicos y chicas después de salir de acá son reales… perdóname debí contártelo alguna vez –suspiro y se detuvo, corrió una montón de musgo y abrió una puerta- vete haz lo que te dije y ten cuidado, nunca sabes en quien puedes confiar –el estiro los brazos y me envolvió en un gran abrazo.
No quería soltarme nunca, casi nunca recibíamos afecto en el manicomio, al caso nos daba palmadas en el hombro o cosas similares, era ilegal alguna muestra de afecto.
Las sirenas volvieron a sonar y comencé a correr con fuerzas pero estaba en una parte con muchas mucha hierba con espinas y pinchos, la maleta me impedía mi movimiento pero no podía dejarla por ahí en la maleza quien sabe si en menos de dos semanas logro encontrar alguna casa o algo similar con suministros, las espinas rasgaban mis codos y rodillas y el frio hacia que la carne al vivo me quemara, coloque mis manos en mi rostro para evitar algún accidente, seguí corriendo con más rapidez mientras escuchaba el motor de las camionetas encenderse no muy lejos de donde estaba "!Corre!" me repetía como si eso hiciera que mis piernas se agilizaran.
Al final sentí como el peso de la maleta me impulsaba hacia adelante y caí como dos metros hacia una bajada que terminaba en unos arbustos, me levante lentamente y toque mis brazos y nudillos que chorreaban un poco de sangre, lleve una mano a mi frente que tenía una pequeña cortada y mis pantalones estaban algo rasgado.
El aire frio me golpeaba en mis pulmones, era la primera vez en años que salía de ahí, se suponía que al cumplir 18 me mandarían a la Ciudad de Arena donde terminare mis estudios y viviré en paz pero ahora todo estaba distinto, no viviré esa calma, desde ahora comenzare desde ceros.
Siempre pensé que el mundo sería distinto desde que entre ahí, pensé que habrían algunos campos de cultivos, gente con caras felices, y mucha vegetación. Nos contaban historias de que desde el nuevo gobierno todo comenzó a como era antes de la gran pandemia que poco a poco todo se iba a recuperar, pero era falso, había coches estacionados en cualquier lugar, no había mucha vegetación y a pesar de ser de noche el frio calentaba intensamente mi piel, parecía que me quemara vivo, no había rastro de vida animal y los arboles estaban secos, además de que la carretera estaba agrietada, no todo era un jardín del Edén como lo imagine
-Califia –murmure mientras miraba el letrero que decía en grande “Avenida 80”…
Última edición por EduardoDStarlet-Parker el Miér Jun 25, 2014 2:17 pm, editado 3 veces
EduardoDStarlet-Parker******* - Mensajes : 419
Fecha de inscripción : 31/03/2012
Edad : 26
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Ola me llamo Ulises me gusto mucho el primer capitulo esperare ansioso el siguiente capitulo se ve genial la historia
gleeclast-* - Mensajes : 1799
Fecha de inscripción : 26/03/2013
Edad : 27
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Se ve increíble, no tardes con más capítulos.
Gabriela Cruz-*-* - Mensajes : 3230
Fecha de inscripción : 07/04/2013
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Se ve super wow, ya quiero que aparezca Blaine...
Besos
Besos
Gaby Klainer********-*- - Mensajes : 911
Fecha de inscripción : 01/07/2013
Edad : 24
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Hola Edu!
Wow, eso ha sido genial. Ya quiero saber como entra Blaine en la historia.
Me tienes intrigada.
No tardes en actualizar.
Besos
Wow, eso ha sido genial. Ya quiero saber como entra Blaine en la historia.
Me tienes intrigada.
No tardes en actualizar.
Besos
Darrinia-*- - Mensajes : 2595
Fecha de inscripción : 24/10/2013
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
ok chicos actualizare hoy ya que tal vez se me olvidara mañana, mejor temprano que nunca ok no, gracias por sus comentarios no pense que este fic agradara fue como una idea flash, bueno aqui va otro capitulo pero antes les mostrare como era Oscar y Ophelia para que se hagan una idea, no tuvieron una aparicion en el primer capitulo (ni el resto de fic, al igual con sugar) pero se mencionara sobre ella :)
Hacia demasiado calor, mas del que esperaba, mis pies pareciera que se quemaran dentro de mis zapatos, podía estar peor, inconsciente en algún lugar lejano, en manos de un grupo de delincuentes, claro que eso en gran parte seria bueno, volvería al manicomio y podría volver a escapar con Ophelia y Sugar, al menos no me sentiría solo.
Me detuve cuando en el horizonte divise a un ciervo no muy grande corriendo en medio de una gasolinera que aun ardía un poco por el aceite. Antes de la epidemia, todo funcionaba a punta de petroleo, pero las refinerías cerraron cuando la sociedad de cayo y había escasees de gente, en la actualidad, únicamente el gobierno tiene derecho de usar este recurso como le plazca cada tanto llegaba al manicomio camiones con galones de petroleo y hacia hacia con las escuelas y demás recintos. El ciervo se detuvo un momento a comer la hierba que aun crecía entre el asfalto de la gasolinera. Perdí de vista el camino cuando me fije en la bandadas de pájaros que cambiaban de dirección en el cielo, donde el sol tenue hacia que se vieran mas grandes sus alas y cuerpos. Por mi despiste tropecé, caí en un duro saliente donde centímetros y medio de musgo cubría la carretera.
-¿¡Alguien!? -dijo una voz no muy lejana- ¿Hola?
Me quede en el suelo, tendido sobre el caliente asfalto con los nervios en punta, la sangre me calentaba mi piel y me daba mala espina, alce la mirada hacia atrás, las voces comenzaron a incrementar en susurros, divise no muy lejos de la gasolinera una casa no mas lejos de unos cincuenta centímetros de donde estaba actualmente en el suelo. Agarre fuerzas y corrí hacia el portón jalando y tirando la puerta para que se abriera
-¡Cállate! -Exclamo la voz.
me detuve en seco , cerré los ojos nunca escuche dicha palabra, a pesar de todo en el manicomio nos trataban demasiado bien.
-¡Cállate! -grito de nuevo la voz que se encontraba encima mio.
di un paso atrás y vi sobre el techo un loro, un enorme loro rojo que me observaba con la cabeza ladeada, sobre el techo de la casa.
-¡Toc, Toc! ¿Quien es? -picoteo algo en el tejado.
Por otro lado me imaginaba la reacción de Ophelia al darse cuenta que mi cama estaba desocupada, finamente organizada y con la marca de mis rodillas debajo de la ventana. Tal vez Ophelia y Sugar pensarían que me hubiesen secuestrado o tal vez me sacaron antes y nos veríamos el día de hoy frente la estación donde nos dejarían los camiones ¿y si no piensan eso?¿y si de verdad caen en cuenta que escape sin importarme que sucedería con ellas en la ciudad de arena?
El pájaro descendió del techo para colocarse en una barrilla cerca de la entrada, me acerque un poco a el pero este retrocedió unos pasos.
-¿como te llamas pajarito? -hable mas relajado y tranquilo, tratando de no tener el tono tartamudo que aun comprendo, pero mi voz seguía sonando como si rompiera en llanto, no me asustaba el hecho que mi voz sonase así, mas de una vez trate de hablar normal pero siempre tenia el mismo resultado.
El pájaro me miró con sus negros ojos, parecidos a dos brillantes gotitas de agua.
—¡Peter! ¿Dónde estás, Peter? —dijo dando saltitos sobre la baranda.
—¿Peter era tu dueño? —inquirí. El loro se arregló las plumas con una garra—. ¿De dónde eres? —Supuse que Peter había muerto hacía mucho tiempo durante la epidemia, o había abandonado al pájaro en el caos posterior. Sin embargo, el loro había sobrevivido una década. Aquel detalle me llenó de esperanza.
Quería preguntarle mas cosas, pero repetía las mismas palabras, no lograría nada. El pájaro alzo el vuelo y se convirtió en una pequeña mancha roja sobre el sol y el cielo azul, seguí con la mirada su vuelo hasta que desapareció de mi vista.
No muy lejos de donde estaba, vi un grupo de muchachos, aunque estaban a no mas de sesenta metros de distancia pude distinguir por el resplandor de la luz unas armas.
Di una patada a la puerta donde se hizo un hueco, me deslice y me metí dentro de la casa, no podía ver muy bien, estaba muy oscuro, parpadee demasiadas veces para que mis ojos se acomodaran a la falta de luz, todo estaba destrozado, los muebles volcados, el sofá y las sillas de la sala estaban dañadas con el relleno saliendo de las mismas, corrí una de las sillas de la sala hacia el hueco cubriéndole. Me acerque a una de las ventanas que daban hacia la carretera y los tipos ya estaban mas cerca, pude verlos, nunca en mi vida me había fijado en los chicos, tal vez era por que estos me provocaban algo de miedo, tenían botas militares, pantalones que solo los sujetaban su cintura y algunos iban sin camisetas dejando ver su bronceado y musculado cuerpo.
Avanzaban en grupo, se detuvieron un instante al frente de la casa, mi corazón latía y pareciera como si saliera de mi pecho, pensé que iba a morir en ese instante, alguien alzo una escopeta y apunto a dirección de la gasolinera, mire hacia la misma y vi como el ciervo estaba en el suelo, tendido, agonizaba y agitaba las patas de dolor y la sangre fluía de su única herida en el cuello, había caído abatido al primer y único disparo.
Pegue un grito, no podía ver tanta maldad, en automático mande una mano a mi boca pero ya había delatado mi ubicación, me agache sin dejar que me vieran y las lagrimas se aproximaban a mis ojos. corrí entre la casa tocando las paredes rugosas y veteadas que parecían de piedra, el calor y el hedor a algo en descomposición no me dejo moverme con mucha rapidez dentro de lugar
—Raff, mete la piel en la bolsa y vayámonos ya de una vez.
—Que te den, imbécil de mierda —repuso otro hombre- entraremos a la casa, me parecio oir algo que venia adentro.
Escuche como forcejeaban la puerta para abrirla, hacian lo mismo que hice en un comienzo, la jalaban y tiraban teniendo la esperanza que se abriera.
—¿Qué estáis haciendo? —preguntó uno de ellos. La voz sonaba distante, tal vez en la carretera.
Seguía corriendo buscando un lugar lo suficientemente decente para esconderme, pero la casa era inmensa parecía un laberinto.
-Escuchamos algo adentro, como un grito de una persona...
Me detuve cuando escuche que el mas proximo le daba una patada a la puerta y esta se abria de golpe. Retrocedí cuanto pude, deseando que las frías piedras cediesen, o que lograra hundirme en ellas, o desaparecer detrás de su superficie llena de huecos.
La puerta se abrió de golpe. Supuse que el tipo entraría y me sacaría de allí a rastras, gritando. Pero cuando la luz iluminó la habitación, dejaron de importarme la banda de la carretera, estaban a la vuelta de la esquina de donde estaban e iluminaron con una linterna el lugar puesto que se desvelaron paredes que no eran de ásperas piedras, sino formadas por cientos de cráneos, cuyas negras y huecas cuencas me miraban. Me tapé la boca para ahogar un grito.
—No es más que un depósito de cadáveres —gritó el hombre, cerrando la puerta al salir y dejándome en la oscuridad con los esqueletos. Me quedé allí horas, temblando, hasta que me cercioré de que todos se habían marchado.
- Personajes:
- Ciara da vida a Ophelia
Liam Hemsworth da vida a Oscar
NEVADA - 2:00 PM
Hacia demasiado calor, mas del que esperaba, mis pies pareciera que se quemaran dentro de mis zapatos, podía estar peor, inconsciente en algún lugar lejano, en manos de un grupo de delincuentes, claro que eso en gran parte seria bueno, volvería al manicomio y podría volver a escapar con Ophelia y Sugar, al menos no me sentiría solo.
Me detuve cuando en el horizonte divise a un ciervo no muy grande corriendo en medio de una gasolinera que aun ardía un poco por el aceite. Antes de la epidemia, todo funcionaba a punta de petroleo, pero las refinerías cerraron cuando la sociedad de cayo y había escasees de gente, en la actualidad, únicamente el gobierno tiene derecho de usar este recurso como le plazca cada tanto llegaba al manicomio camiones con galones de petroleo y hacia hacia con las escuelas y demás recintos. El ciervo se detuvo un momento a comer la hierba que aun crecía entre el asfalto de la gasolinera. Perdí de vista el camino cuando me fije en la bandadas de pájaros que cambiaban de dirección en el cielo, donde el sol tenue hacia que se vieran mas grandes sus alas y cuerpos. Por mi despiste tropecé, caí en un duro saliente donde centímetros y medio de musgo cubría la carretera.
-¿¡Alguien!? -dijo una voz no muy lejana- ¿Hola?
Me quede en el suelo, tendido sobre el caliente asfalto con los nervios en punta, la sangre me calentaba mi piel y me daba mala espina, alce la mirada hacia atrás, las voces comenzaron a incrementar en susurros, divise no muy lejos de la gasolinera una casa no mas lejos de unos cincuenta centímetros de donde estaba actualmente en el suelo. Agarre fuerzas y corrí hacia el portón jalando y tirando la puerta para que se abriera
-¡Cállate! -Exclamo la voz.
me detuve en seco , cerré los ojos nunca escuche dicha palabra, a pesar de todo en el manicomio nos trataban demasiado bien.
-¡Cállate! -grito de nuevo la voz que se encontraba encima mio.
di un paso atrás y vi sobre el techo un loro, un enorme loro rojo que me observaba con la cabeza ladeada, sobre el techo de la casa.
-¡Toc, Toc! ¿Quien es? -picoteo algo en el tejado.
Por otro lado me imaginaba la reacción de Ophelia al darse cuenta que mi cama estaba desocupada, finamente organizada y con la marca de mis rodillas debajo de la ventana. Tal vez Ophelia y Sugar pensarían que me hubiesen secuestrado o tal vez me sacaron antes y nos veríamos el día de hoy frente la estación donde nos dejarían los camiones ¿y si no piensan eso?¿y si de verdad caen en cuenta que escape sin importarme que sucedería con ellas en la ciudad de arena?
El pájaro descendió del techo para colocarse en una barrilla cerca de la entrada, me acerque un poco a el pero este retrocedió unos pasos.
-¿como te llamas pajarito? -hable mas relajado y tranquilo, tratando de no tener el tono tartamudo que aun comprendo, pero mi voz seguía sonando como si rompiera en llanto, no me asustaba el hecho que mi voz sonase así, mas de una vez trate de hablar normal pero siempre tenia el mismo resultado.
El pájaro me miró con sus negros ojos, parecidos a dos brillantes gotitas de agua.
—¡Peter! ¿Dónde estás, Peter? —dijo dando saltitos sobre la baranda.
—¿Peter era tu dueño? —inquirí. El loro se arregló las plumas con una garra—. ¿De dónde eres? —Supuse que Peter había muerto hacía mucho tiempo durante la epidemia, o había abandonado al pájaro en el caos posterior. Sin embargo, el loro había sobrevivido una década. Aquel detalle me llenó de esperanza.
Quería preguntarle mas cosas, pero repetía las mismas palabras, no lograría nada. El pájaro alzo el vuelo y se convirtió en una pequeña mancha roja sobre el sol y el cielo azul, seguí con la mirada su vuelo hasta que desapareció de mi vista.
No muy lejos de donde estaba, vi un grupo de muchachos, aunque estaban a no mas de sesenta metros de distancia pude distinguir por el resplandor de la luz unas armas.
Di una patada a la puerta donde se hizo un hueco, me deslice y me metí dentro de la casa, no podía ver muy bien, estaba muy oscuro, parpadee demasiadas veces para que mis ojos se acomodaran a la falta de luz, todo estaba destrozado, los muebles volcados, el sofá y las sillas de la sala estaban dañadas con el relleno saliendo de las mismas, corrí una de las sillas de la sala hacia el hueco cubriéndole. Me acerque a una de las ventanas que daban hacia la carretera y los tipos ya estaban mas cerca, pude verlos, nunca en mi vida me había fijado en los chicos, tal vez era por que estos me provocaban algo de miedo, tenían botas militares, pantalones que solo los sujetaban su cintura y algunos iban sin camisetas dejando ver su bronceado y musculado cuerpo.
Avanzaban en grupo, se detuvieron un instante al frente de la casa, mi corazón latía y pareciera como si saliera de mi pecho, pensé que iba a morir en ese instante, alguien alzo una escopeta y apunto a dirección de la gasolinera, mire hacia la misma y vi como el ciervo estaba en el suelo, tendido, agonizaba y agitaba las patas de dolor y la sangre fluía de su única herida en el cuello, había caído abatido al primer y único disparo.
Pegue un grito, no podía ver tanta maldad, en automático mande una mano a mi boca pero ya había delatado mi ubicación, me agache sin dejar que me vieran y las lagrimas se aproximaban a mis ojos. corrí entre la casa tocando las paredes rugosas y veteadas que parecían de piedra, el calor y el hedor a algo en descomposición no me dejo moverme con mucha rapidez dentro de lugar
—Raff, mete la piel en la bolsa y vayámonos ya de una vez.
—Que te den, imbécil de mierda —repuso otro hombre- entraremos a la casa, me parecio oir algo que venia adentro.
Escuche como forcejeaban la puerta para abrirla, hacian lo mismo que hice en un comienzo, la jalaban y tiraban teniendo la esperanza que se abriera.
—¿Qué estáis haciendo? —preguntó uno de ellos. La voz sonaba distante, tal vez en la carretera.
Seguía corriendo buscando un lugar lo suficientemente decente para esconderme, pero la casa era inmensa parecía un laberinto.
-Escuchamos algo adentro, como un grito de una persona...
Me detuve cuando escuche que el mas proximo le daba una patada a la puerta y esta se abria de golpe. Retrocedí cuanto pude, deseando que las frías piedras cediesen, o que lograra hundirme en ellas, o desaparecer detrás de su superficie llena de huecos.
La puerta se abrió de golpe. Supuse que el tipo entraría y me sacaría de allí a rastras, gritando. Pero cuando la luz iluminó la habitación, dejaron de importarme la banda de la carretera, estaban a la vuelta de la esquina de donde estaban e iluminaron con una linterna el lugar puesto que se desvelaron paredes que no eran de ásperas piedras, sino formadas por cientos de cráneos, cuyas negras y huecas cuencas me miraban. Me tapé la boca para ahogar un grito.
—No es más que un depósito de cadáveres —gritó el hombre, cerrando la puerta al salir y dejándome en la oscuridad con los esqueletos. Me quedé allí horas, temblando, hasta que me cercioré de que todos se habían marchado.
EduardoDStarlet-Parker******* - Mensajes : 419
Fecha de inscripción : 31/03/2012
Edad : 26
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Espero que pronto aparezca Kurt y Blaine.
Gabriela Cruz-*-* - Mensajes : 3230
Fecha de inscripción : 07/04/2013
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Hola gabriela :3 gracias por leer pero blaine aparecerá a partir del siguiente o dentro de dos capítulos, créeme resumí tres capítulos para que la espera no se hiciera mucha, al ser un fic basado en un libro no puedo lanzar ya a la pareja cuando se perdería muchos detalles, mas detalles de los que se perdieron ya que me toco cambiar muchas cosas para poder hacer esta adaptación
EduardoDStarlet-Parker******* - Mensajes : 419
Fecha de inscripción : 31/03/2012
Edad : 26
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Hola Edu!!!!!
Estoy intrigada con la historia (sobre todo porque me falta mi bebé Blaine)
Ya quiero ver como avanza todo...
No tardes en actualizar (aunque me encargaré de eso)
Besos
Estoy intrigada con la historia (sobre todo porque me falta mi bebé Blaine)
Ya quiero ver como avanza todo...
No tardes en actualizar (aunque me encargaré de eso)
Besos
Darrinia-*- - Mensajes : 2595
Fecha de inscripción : 24/10/2013
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Edu, ¿qué es esto?
No no no no no, el pobre Kurt tan asustado.
Necesito que aparezca Blaine a consolarlo, ¿dónde está? Lo necesito, mejor dicho, los necesito, juntos, dándose amor. Sí sí sí.
Besito Edu.
No no no no no, el pobre Kurt tan asustado.
Necesito que aparezca Blaine a consolarlo, ¿dónde está? Lo necesito, mejor dicho, los necesito, juntos, dándose amor. Sí sí sí.
Besito Edu.
SebasCriss** - Mensajes : 74
Fecha de inscripción : 04/11/2013
Edad : 26
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Me encanto mucho este grandioso y genial capitulo espero actualices pronto ya quiero ver que pasa en el siguiente capitulo lo esperare muyyy ansioso
gleeclast-* - Mensajes : 1799
Fecha de inscripción : 26/03/2013
Edad : 27
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Hola, nueva lectora, me gusto la historia, se ve muy interesante, actualiza pronto.
Invitado- Invitado
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Dios esto si que es drama, pobre de mi Kurtie
Besos
Besos
Gaby Klainer********-*- - Mensajes : 911
Fecha de inscripción : 01/07/2013
Edad : 24
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Bueno chicos me mataran pero actualizare el día de hoy (perdonen la tardanza me quede sin internet y también tenía que escribir otros capítulos de dos fics y mi novela en wattpad) para que estén un paso más cerca de ver a blaine, ya que claro... aún no ha aparecido y ya me reclamaron por el en algún de los comentarios pero no puedo saltar la trama por que se perdería mucha historia... más de la que se perdió al cambiarle varia cosas al escrito, ahora si disfruten
Habían pasado ya ocho días desde escape de aquel lugar, las piernas me dolían, la garganta me ardía y estaba demasiado seca, caminaba lentamente entre la maleza que se formaba en toda la carretera, tenía las fuerzas casi al suelo, tenía una rama que usaba para apartar la maleza en el camino y que no se dificultara más mi andar. Sin importar lo que pasara ahora mismo solo pensaba en Califia, que podría llegar diciéndome que pronto estaría a salvo, ya había pasado días que mi botella de agua se había acabado, pasa que el intenso calor y mi escaso conocimiento de la zona me fatigaba, los huesos y las piernas temblaban y a penas del inmenso calor sudaba gotas frías que hacían que todo mi cuerpo se estremeciera.
Camine hacia el oeste, me acuerdo que Oscar me había comentado que siguiera "el camino por el sol poniente". Por la noche cuando la temperatura descendía me detenía a dormir dentro de los armarios o garajes de las casas abandonadas, junto a los armazones de coches viejos. Si encontraba un lugar que me parecía seguro, me quedaba allí cierto tiempo, comía las provisiones que Oscar me había entregado y procurando que sobrara para los siguientes días pensaba en el manicomio... mejor en mi "segundo hogar". No lograba apartar aquella noche de mi mente, la misma pregunta giraba en mi cabeza ¿qué hubiese pasado si hubiese levantado a Sugar o a Ophelia? ¿o a ambas? Tal vez hubiese debido arriesgarme. Hubiese hecho el intento de despertarla. Al menos debería haberlo intentado. Me sentía pequeño imaginándome que atrocidades la harán en la ciudad de arena... atada a una cama como objeto sexual.
Fue solo cuestión de días al darme cuenta que ya había consumido todas las provisiones en ocho días, en todo el día buscaba entre las casas algún indicio de alimento pero no había ninguno, ni sobras en estado de descomposición, supongo que saquearon todo esto cuando comenzó la epidemia, agarraba algún que otro montón de frutas pero estas no calmaban mi hambre. Así –como si ya no pudiera- perdí mis fuerzas, me sentía más débil que en el inicio, mis largos caminos se redujeron a unos cincuenta centímetros deteniéndome cada vez que mis piernas no podían, tenía suerte si alcanzaba a completar un kilómetro descansando sin descansar. Cuando se me daba la oportunidad de descansar lo hacía cerca de algún árbol y me sentaba en sus raíces bajo de su sombra mientras observaba a los ciervos brincar sobre la hierba crecida.
Abecés antes de descansar miraba mis pertenencias, para tener algún recuerdo. Ayer antes de irme a descansa una carta que no sabía que tenía se deslizo entre las hojas de un libro alcance a leerla con la linterna que encontré unas casas atrás, estaba lloviendo así que me envolví en unas cobijas sin importarme en qué estado o donde haya estado…
Mí querido Kurt:
Hoy, al regresar del mercado en el coche, mientras canturreabas en tu asiento, con el maletero lleno de arroz y leche en polvo, he visto las montañas de San Gabriel; las he visto realmente por primera vez. Había conducido anteriormente por esa misma carretera, pero esta vez fue distinto. Ahí, tras el parabrisas, estaban las inmóviles y silenciosas cumbres verde-azuladas, vigilando la ciudad, tan cerca que casi podía tocarlas. Y me detuve a contemplarlas.
Sé que voy a morir pronto. La epidemia está matando a todos los que se han puesto la vacuna. No hay aviones. No circulan los trenes. Han cortado las carreteras de acceso a la ciudad, y solo nos queda esperar. Los teléfonos e Internet no funcionan desde hace tiempo. Los grifos están secos, y las ciudades, una a una, se están quedando sin energía eléctrica. Dentro de poco el mundo se sumirá en la oscuridad.
Pero en este momento estamos vivos, tal vez más vivos que nunca. Tú duermes en la habitación de al lado y, desde mi sillón, oigo el sonido de tu caja de música, la de la bailarina pequeñita, tocando las últimas notas.
Te quiero, te quiero, te quiero.
MAMÁ
Anoche después de haber leído la carta mis lágrimas se escurrieron como cataratas nunca en mi vida había tenido ganas de llorar, en otra ocasión hubiese ocultado mi rostro en alguna almohada o algo similar para ahogar los llantos y el ruido, pero anoche no era ese momento, llore con ganas como nunca hubiese llorado el sonido de los rallos y la lluvia al caer habían ocultado mi llanto. Quería morir, era la primera vez desde entonces que pensé que la muerte era la única salida oportuna a esta desesperada situación, al menos podía reunirme con mi madre y remendar esos momentos que nunca teníamos. Al dormir aquel pensamiento desapareció tal vez era por el hambre, hacía que mi cerebro se centrara más en pensar en comida y el resto no importara.
Era huérfano, como mucho de los que habitaban el psiquiátrico, había llegado después de que a la fuerza me apartaran del cadáver de mi madre, aun conservaba recuerdos –más bien, sentimientos- el olor de su perfume, su risa, su voz, los momentos de tranquilidad que pasábamos juntos. En cierta ocasión leí curiosidades sobre personas a las que les habían amputado algún miembro: seguían doliéndoles los brazos o las piernas que ya no tenían; los llamaban miembros fantasmas. Siempre me pareció la mejor forma de describir mis sentimientos sobre mi madre, que se había convertido en el dolor por algo que una vez tuve y que lo perdí.
Seguía caminando y cada vez más me apoyaba en mi bastón. A lo lejos divise una piscina de plástico llenada hasta desbordar por agua de lluvia, envuelta en un armonioso y lúgubre paisaje de flores color turquesa, además de un poco de maleza. Parpadee, pensé que era una alucinación producto del intenso calor. Corrí hacia ella, al llegar hundí un poco mi cabeza dentro de la piscina y comencé a beber largos sorbos del agua del agua fría. Me pregunte cuanto tiempo estaba aquella agua en la piscina y si era apta para el consumo, no quería que mi suerte –si es que tenía- tomara un desagradable giro, pero mi reseca boca me pedía más, así que bebí hasta que sentí que iba a reventar. Cuando ya me sentía algo mejor vi sobre el reflejo del agua: una casa que estaba a unos cuantos metros y dentro de la misma una luz se asomaba por las ventanas.
Me quede mirando el resplandor de la luz, me detuve sin hacer sonido alguno. El sol comenzaba a esconderse entre las copas de los árboles , así que podría esconderme en cualquier momento. No sabía quién habitaba aquella casa ni si me ayudarían, pero tenía que averiguarlo.
En el jardín había un parque infantil de madera muy deteriorado. Las enredaderas envolvían la oxidada cadena del columpio, y lo inclinaban hacia el suelo. Me deslicé bajo el tobogán roto, me acerqué a una ventana entreabierta y observé el interior. La salita era pequeña: solo distinguía un sillón desvencijado y varias fotografías arrugadas en la pared. También vi una figura encapuchada cocinando en cuclillas ante una chimenea.
El humo llegaba hasta el techo y salía hacia el exterior, seduciendo mi olfato con la promesa de una buena comida. La figura cogió una pata de conejo y la devoró hasta el hueso, y a mí se me hizo la boca agua imaginando lo rico que debía saber.
Ya había visto descarriados antes, en el tiempo que estuve vagando en la avenida hasta aqui. Esas personas no pertenecían a ninguna banda ni al régimen del rey, sino que eran seres marginados que vivían en estado salvaje. Una vez escuche cual peligroso podrían lograr a ser, pero el que tenía ante la vista era una esbelta figura de mujer que aplacó mis temores.
-¡Hola! –grite a través de la ventana- ¡por favor, ayúdame!
La figura al escuchar mi voz, rápidamente se enderezo y retrocedió hacia una esquina esgrimiendo un cuchillo
—¡Ponte bajo la luz! —La capucha era grande y le cubría la cara, pero el resplandor del fuego permitía que se le vieran los delicados labios, impregnados de grasa de carne.
—De acuerdo, de acuerdo —dije alzando las manos. Al empujar la ventana, los goznes se rompieron, y por poco no se estrelló contra el suelo. Al fin entré y extendí las manos para que la figura encapuchada las viese—. Me he quedado sin comida.
Siguió apuntándome con el cuchillo. Vestía un uniforme de campaña verde oscuro, como el de los trabajadores del gobierno, y una sudadera negra con capucha demasiado grande. No le vi los ojos.
Cuando bajé las manos, reparé en una mochila abierta que contenía unas ropas que me hicieron familiares. Unos pantalones con orificios en las rodillas, una chaqueta verde con el escudo del psiquiátrico y de la nueva América. Retrocedí y entonces reparé en las negras botas de combate, la elevada estatura, la graciosa marca sobre el labio de aquella persona…
-¡Rachel!
Se quitó la capucha. Los cortos cabellos negros estaban apelmazados por la suciedad y
tenía la pálida piel quemada por el sol, tanto que se le había pelado el caballete de la nariz.
La abracé con fuerza, como si fuese lo único que me sostenía en pie, y respiré a fondo, sin importarme que oliésemos a ropa sudada.
Rachel estaba hay parada, y tiesa pero viva. Conmigo.
— ¿Qué diablos haces? —preguntó apartándome—. ¿Cómo has llegado aquí? —La ira le deformaba el rostro y, de pronto, recordé que no teníamos una sana convivencia, incluso ni teníamos, cruzábamos cortas platicas en el psiquiátrico.
Me senté en el suelo, aturdido y algo mareado por el intenso olor a carne
—Me he escapado. Tenías razón en cuanto a lo de que les hacían a los chicos después de salir de ahí… Oscar me lo conto todo—Rachel iba de un lado a otro, ante la chimenea, sin soltar el cuchillo—. Seguí la señal que indicaba ochenta… —Me callé al darme cuenta de que ella, seguramente, había hecho lo mismo, pero añadí—: Califia debe de estar a una semana de camino; no tardaremos en encontrar el puente rojo…
Recordaba cada palabra que Oscar me dijo antes de mi larga travesía. Tenía que seguir por la carretera y estar pendiente de la señal “80” y seguiría derecho hasta pasar el gran puente rojo,
la hoja del cuchillo golpeaba contra la pierna de Rachel al caminar.
—No puedes quedarte conmigo. No puedo permitirlo; lo siento, pero tendrás que…
—No, no. —Pensé en las ratas gigantescas que correteaban sobre mis piernas por las noches, en mis desafortunados intentos de cazar conejos—. No puedes hacer eso, Rachel. Tú no me abandonarías.
Se acercó a la chimenea, el fuego se reflejaba en sus ojos dándole brillo y aclarándole el rostro dándole rasgos definidos, desde este ángulo se veía hermosa. Con el cuchillo rastrillo uno de los ladrillos de la misma produciendo un agudo y chirriante sonido que hizo que mi piel se erizara.
—Esto no es un juego, Kurt, ni son unas breves vacaciones del cual puedes volver. —Señaló la ventana y comenzó a hablar entre dientes, más bien me estaba regañando- hay afuera ahí peligros del cual ninguno de los dos nos hemos aventurado a conocer nunca, y todos quieren matarnos. No serás capaz de soportarlo. –agacho la mirada, observando las marcas de la madera. Su tono de voz cambio y pareciese que le faltase el aliento- Yo… yo no puedo arriesgarme. Es mejor que vayas solo.
Me apoyé en las temblorosas manos, hundiendo las palmas en la mohosa alfombra mientras asimilaba la crueldad de mi compañera. Aunque me hubiese encontrado a una persona, independiente de quien sea, con una pierna rota, o con sangre saliendo de alguna parte de su cuerpo no la hubiese abandonado…, no habría podido hacerlo, porque habría equivalido a una sentencia de muerte.
—Ya sé que no es un juego. Por eso debemos continuar juntos. —Yo necesitaba a Rachel, pero no lograría convencerla de que ella me necesitaba a mí. No obstante, intenté recurrir a alguna idea y apelar a su faceta más fría y calculadora—. Puedo ayudarte.
Se dejó caer en el viejo sillón, de cuyo cojín roto sobresalían muelles retorcidos y llenos de herrumbre.
— ¿Cómo? —Se quitó un escarabajo muerto del enmarañado pelo y lo arrojó al fuego. Reventó con un ruido sordo.
—Soy inteligente. Entiendo de mapas y brújulas. Y te vendrá bien disponer de otra persona para hacer guardia.
—No hay mapas ni brújulas, Kurt —resopló—. Y tu inteligencia es de manual —puntualizó alzando un dedo—. Eso aquí no vale nada. ¿Sabes pescar? ¿Sabes cazar? ¿Matarías a alguien si se tratase de mi vida o de la de otros? Olvídate todo lo que conoces aquí es supervivencia ¿tú tienes eso?
Tragué saliva; la respuesta era “No”. Claro que no. Jamás había matado ni a una oruga. Me irritaban los chicos y chicas que torturaban a esos bichos por el puro placer de ver cómo se retorcían. Pero quería demostrarle a Rachel que todos aquellos años que había pasado en la biblioteca, mientras ella jugaba al lanzamiento de herraduras en el jardín, habían valido realmente la pena.
—La directora del manicomio me concedió la medalla de aplicación…
Ella echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—¡Qué gracioso eres! Pero estoy muy bien sola. Sin embargo, tú…
Bajé la vista, mirándome como me miraba ella: una rama me había desgarrado el jersey; tenía las manos impregnadas de sangre seca y los brazos desnudos, a pesar de que hacía frío. Me sentía débil, nunca me había sentido así en mi vida, antes o durante del manicomio, sin comida, ni agua, ni la menor perspectiva de sustento. Las lágrimas empezaron a inundar mis ojos
.
—No lo entiendes… Tienes padres, un lugar al que ir. No sabes lo que es estar solo sin tener al menos una esperanza y te den por perdido y solo estés ahí para ver como solucionan las cosas, ausente, esperando que alguien te encuentre y te ayude.
Hundí la cara entre las manos y sollocé. No quería pudrirme solo en el bosque. No quería morir de hambre ni quería que me encontrara algún animal en ese tormentoso y oscuro lugar. ¡No quería morir!
Pasó un rato hasta que me di cuenta de que Rachel se había levantado del sillón y estaba asando otro trozo de conejo, nunca me di cuenta que esa grácil y suave persona sea más valiente y talentosa que yo y lograra hacer mucho más de lo que yo alguna vez pude, el olor hizo que me mareara y un áspero y caliente liquido subiera hasta mi boca.
—Deja de comportarte como una crío —dijo dándome la carne insertada en un palo. La devoré, sin importarme que la grasa me empapase las manos y me resbalase por la barbilla, olvidando por una vez los buenos modales—. No puedo perder más tiempo. Seguramente, mis padres ya se habrán enterado de que he abandonado el colegio… y tal vez me estén buscando —añadió ella cuando acabé de comer.
Estuve a punto de poner los ojos en blanco, pero me controlé. Incluso entonces, en medio de la nada, seguía presumiendo de padres. Acabaría hablando de la casa de cuatro pisos en la que vivían y de que dormía en una cama de matrimonio desde su más tierna infancia; de lo duro que había sido para ella despedirse de todo aquello, aunque solo fuese durante unos años… Echaba de menos las criadas, las cenas en platos de porcelana, a sus padres que la llevaban al teatro y dejaban que apoyara el mentón en la barandilla del palco para ver mejor el escenario.
—Esta noche puedes quedarte. Luego ya veremos —concedió lanzándome una mugrienta manta gris.
Me eché la manta sobre los hombros, mientras el fuego se consumía y dejaba un montón de cenizas humeantes.
—Gracias.
—De nada. —Se arrebujó en el sillón con varios edredones que la envolvían como un gigantesco nido de pájaros—. La encontré sobre un esqueleto a unos kilómetros de aquí. —Soltó una carcajada.
Me quité la manta con asco y apoyé la espalda en un rincón, saque una chaqueta con capota que tenía y me la coloque, cerrándola completa para que el frio intenso no entrase, pero igual sentía frio pero no me importaba que me castañeteasen los dientes de frío, como la noche anterior al menos podría descansar con el estómago lleno y con alguien más que no sea los animales, la luna, las estrellas y el sonido que producía la noche.
El claro de luna me permitió ver fotografías en la pared: una familia joven posaba delante de la casa. Sonreían, entrelazando los brazos, tan ignorantes de su futuro como yo del mío.
NEVADA, OCHO DIAS DESPUES - 4:00 PM
Habían pasado ya ocho días desde escape de aquel lugar, las piernas me dolían, la garganta me ardía y estaba demasiado seca, caminaba lentamente entre la maleza que se formaba en toda la carretera, tenía las fuerzas casi al suelo, tenía una rama que usaba para apartar la maleza en el camino y que no se dificultara más mi andar. Sin importar lo que pasara ahora mismo solo pensaba en Califia, que podría llegar diciéndome que pronto estaría a salvo, ya había pasado días que mi botella de agua se había acabado, pasa que el intenso calor y mi escaso conocimiento de la zona me fatigaba, los huesos y las piernas temblaban y a penas del inmenso calor sudaba gotas frías que hacían que todo mi cuerpo se estremeciera.
Camine hacia el oeste, me acuerdo que Oscar me había comentado que siguiera "el camino por el sol poniente". Por la noche cuando la temperatura descendía me detenía a dormir dentro de los armarios o garajes de las casas abandonadas, junto a los armazones de coches viejos. Si encontraba un lugar que me parecía seguro, me quedaba allí cierto tiempo, comía las provisiones que Oscar me había entregado y procurando que sobrara para los siguientes días pensaba en el manicomio... mejor en mi "segundo hogar". No lograba apartar aquella noche de mi mente, la misma pregunta giraba en mi cabeza ¿qué hubiese pasado si hubiese levantado a Sugar o a Ophelia? ¿o a ambas? Tal vez hubiese debido arriesgarme. Hubiese hecho el intento de despertarla. Al menos debería haberlo intentado. Me sentía pequeño imaginándome que atrocidades la harán en la ciudad de arena... atada a una cama como objeto sexual.
Fue solo cuestión de días al darme cuenta que ya había consumido todas las provisiones en ocho días, en todo el día buscaba entre las casas algún indicio de alimento pero no había ninguno, ni sobras en estado de descomposición, supongo que saquearon todo esto cuando comenzó la epidemia, agarraba algún que otro montón de frutas pero estas no calmaban mi hambre. Así –como si ya no pudiera- perdí mis fuerzas, me sentía más débil que en el inicio, mis largos caminos se redujeron a unos cincuenta centímetros deteniéndome cada vez que mis piernas no podían, tenía suerte si alcanzaba a completar un kilómetro descansando sin descansar. Cuando se me daba la oportunidad de descansar lo hacía cerca de algún árbol y me sentaba en sus raíces bajo de su sombra mientras observaba a los ciervos brincar sobre la hierba crecida.
Abecés antes de descansar miraba mis pertenencias, para tener algún recuerdo. Ayer antes de irme a descansa una carta que no sabía que tenía se deslizo entre las hojas de un libro alcance a leerla con la linterna que encontré unas casas atrás, estaba lloviendo así que me envolví en unas cobijas sin importarme en qué estado o donde haya estado…
Mí querido Kurt:
Hoy, al regresar del mercado en el coche, mientras canturreabas en tu asiento, con el maletero lleno de arroz y leche en polvo, he visto las montañas de San Gabriel; las he visto realmente por primera vez. Había conducido anteriormente por esa misma carretera, pero esta vez fue distinto. Ahí, tras el parabrisas, estaban las inmóviles y silenciosas cumbres verde-azuladas, vigilando la ciudad, tan cerca que casi podía tocarlas. Y me detuve a contemplarlas.
Sé que voy a morir pronto. La epidemia está matando a todos los que se han puesto la vacuna. No hay aviones. No circulan los trenes. Han cortado las carreteras de acceso a la ciudad, y solo nos queda esperar. Los teléfonos e Internet no funcionan desde hace tiempo. Los grifos están secos, y las ciudades, una a una, se están quedando sin energía eléctrica. Dentro de poco el mundo se sumirá en la oscuridad.
Pero en este momento estamos vivos, tal vez más vivos que nunca. Tú duermes en la habitación de al lado y, desde mi sillón, oigo el sonido de tu caja de música, la de la bailarina pequeñita, tocando las últimas notas.
Te quiero, te quiero, te quiero.
MAMÁ
Anoche después de haber leído la carta mis lágrimas se escurrieron como cataratas nunca en mi vida había tenido ganas de llorar, en otra ocasión hubiese ocultado mi rostro en alguna almohada o algo similar para ahogar los llantos y el ruido, pero anoche no era ese momento, llore con ganas como nunca hubiese llorado el sonido de los rallos y la lluvia al caer habían ocultado mi llanto. Quería morir, era la primera vez desde entonces que pensé que la muerte era la única salida oportuna a esta desesperada situación, al menos podía reunirme con mi madre y remendar esos momentos que nunca teníamos. Al dormir aquel pensamiento desapareció tal vez era por el hambre, hacía que mi cerebro se centrara más en pensar en comida y el resto no importara.
Era huérfano, como mucho de los que habitaban el psiquiátrico, había llegado después de que a la fuerza me apartaran del cadáver de mi madre, aun conservaba recuerdos –más bien, sentimientos- el olor de su perfume, su risa, su voz, los momentos de tranquilidad que pasábamos juntos. En cierta ocasión leí curiosidades sobre personas a las que les habían amputado algún miembro: seguían doliéndoles los brazos o las piernas que ya no tenían; los llamaban miembros fantasmas. Siempre me pareció la mejor forma de describir mis sentimientos sobre mi madre, que se había convertido en el dolor por algo que una vez tuve y que lo perdí.
Seguía caminando y cada vez más me apoyaba en mi bastón. A lo lejos divise una piscina de plástico llenada hasta desbordar por agua de lluvia, envuelta en un armonioso y lúgubre paisaje de flores color turquesa, además de un poco de maleza. Parpadee, pensé que era una alucinación producto del intenso calor. Corrí hacia ella, al llegar hundí un poco mi cabeza dentro de la piscina y comencé a beber largos sorbos del agua del agua fría. Me pregunte cuanto tiempo estaba aquella agua en la piscina y si era apta para el consumo, no quería que mi suerte –si es que tenía- tomara un desagradable giro, pero mi reseca boca me pedía más, así que bebí hasta que sentí que iba a reventar. Cuando ya me sentía algo mejor vi sobre el reflejo del agua: una casa que estaba a unos cuantos metros y dentro de la misma una luz se asomaba por las ventanas.
Me quede mirando el resplandor de la luz, me detuve sin hacer sonido alguno. El sol comenzaba a esconderse entre las copas de los árboles , así que podría esconderme en cualquier momento. No sabía quién habitaba aquella casa ni si me ayudarían, pero tenía que averiguarlo.
En el jardín había un parque infantil de madera muy deteriorado. Las enredaderas envolvían la oxidada cadena del columpio, y lo inclinaban hacia el suelo. Me deslicé bajo el tobogán roto, me acerqué a una ventana entreabierta y observé el interior. La salita era pequeña: solo distinguía un sillón desvencijado y varias fotografías arrugadas en la pared. También vi una figura encapuchada cocinando en cuclillas ante una chimenea.
El humo llegaba hasta el techo y salía hacia el exterior, seduciendo mi olfato con la promesa de una buena comida. La figura cogió una pata de conejo y la devoró hasta el hueso, y a mí se me hizo la boca agua imaginando lo rico que debía saber.
Ya había visto descarriados antes, en el tiempo que estuve vagando en la avenida hasta aqui. Esas personas no pertenecían a ninguna banda ni al régimen del rey, sino que eran seres marginados que vivían en estado salvaje. Una vez escuche cual peligroso podrían lograr a ser, pero el que tenía ante la vista era una esbelta figura de mujer que aplacó mis temores.
-¡Hola! –grite a través de la ventana- ¡por favor, ayúdame!
La figura al escuchar mi voz, rápidamente se enderezo y retrocedió hacia una esquina esgrimiendo un cuchillo
—¡Ponte bajo la luz! —La capucha era grande y le cubría la cara, pero el resplandor del fuego permitía que se le vieran los delicados labios, impregnados de grasa de carne.
—De acuerdo, de acuerdo —dije alzando las manos. Al empujar la ventana, los goznes se rompieron, y por poco no se estrelló contra el suelo. Al fin entré y extendí las manos para que la figura encapuchada las viese—. Me he quedado sin comida.
Siguió apuntándome con el cuchillo. Vestía un uniforme de campaña verde oscuro, como el de los trabajadores del gobierno, y una sudadera negra con capucha demasiado grande. No le vi los ojos.
Cuando bajé las manos, reparé en una mochila abierta que contenía unas ropas que me hicieron familiares. Unos pantalones con orificios en las rodillas, una chaqueta verde con el escudo del psiquiátrico y de la nueva América. Retrocedí y entonces reparé en las negras botas de combate, la elevada estatura, la graciosa marca sobre el labio de aquella persona…
-¡Rachel!
Se quitó la capucha. Los cortos cabellos negros estaban apelmazados por la suciedad y
tenía la pálida piel quemada por el sol, tanto que se le había pelado el caballete de la nariz.
La abracé con fuerza, como si fuese lo único que me sostenía en pie, y respiré a fondo, sin importarme que oliésemos a ropa sudada.
Rachel estaba hay parada, y tiesa pero viva. Conmigo.
— ¿Qué diablos haces? —preguntó apartándome—. ¿Cómo has llegado aquí? —La ira le deformaba el rostro y, de pronto, recordé que no teníamos una sana convivencia, incluso ni teníamos, cruzábamos cortas platicas en el psiquiátrico.
Me senté en el suelo, aturdido y algo mareado por el intenso olor a carne
—Me he escapado. Tenías razón en cuanto a lo de que les hacían a los chicos después de salir de ahí… Oscar me lo conto todo—Rachel iba de un lado a otro, ante la chimenea, sin soltar el cuchillo—. Seguí la señal que indicaba ochenta… —Me callé al darme cuenta de que ella, seguramente, había hecho lo mismo, pero añadí—: Califia debe de estar a una semana de camino; no tardaremos en encontrar el puente rojo…
Recordaba cada palabra que Oscar me dijo antes de mi larga travesía. Tenía que seguir por la carretera y estar pendiente de la señal “80” y seguiría derecho hasta pasar el gran puente rojo,
la hoja del cuchillo golpeaba contra la pierna de Rachel al caminar.
—No puedes quedarte conmigo. No puedo permitirlo; lo siento, pero tendrás que…
—No, no. —Pensé en las ratas gigantescas que correteaban sobre mis piernas por las noches, en mis desafortunados intentos de cazar conejos—. No puedes hacer eso, Rachel. Tú no me abandonarías.
Se acercó a la chimenea, el fuego se reflejaba en sus ojos dándole brillo y aclarándole el rostro dándole rasgos definidos, desde este ángulo se veía hermosa. Con el cuchillo rastrillo uno de los ladrillos de la misma produciendo un agudo y chirriante sonido que hizo que mi piel se erizara.
—Esto no es un juego, Kurt, ni son unas breves vacaciones del cual puedes volver. —Señaló la ventana y comenzó a hablar entre dientes, más bien me estaba regañando- hay afuera ahí peligros del cual ninguno de los dos nos hemos aventurado a conocer nunca, y todos quieren matarnos. No serás capaz de soportarlo. –agacho la mirada, observando las marcas de la madera. Su tono de voz cambio y pareciese que le faltase el aliento- Yo… yo no puedo arriesgarme. Es mejor que vayas solo.
Me apoyé en las temblorosas manos, hundiendo las palmas en la mohosa alfombra mientras asimilaba la crueldad de mi compañera. Aunque me hubiese encontrado a una persona, independiente de quien sea, con una pierna rota, o con sangre saliendo de alguna parte de su cuerpo no la hubiese abandonado…, no habría podido hacerlo, porque habría equivalido a una sentencia de muerte.
—Ya sé que no es un juego. Por eso debemos continuar juntos. —Yo necesitaba a Rachel, pero no lograría convencerla de que ella me necesitaba a mí. No obstante, intenté recurrir a alguna idea y apelar a su faceta más fría y calculadora—. Puedo ayudarte.
Se dejó caer en el viejo sillón, de cuyo cojín roto sobresalían muelles retorcidos y llenos de herrumbre.
— ¿Cómo? —Se quitó un escarabajo muerto del enmarañado pelo y lo arrojó al fuego. Reventó con un ruido sordo.
—Soy inteligente. Entiendo de mapas y brújulas. Y te vendrá bien disponer de otra persona para hacer guardia.
—No hay mapas ni brújulas, Kurt —resopló—. Y tu inteligencia es de manual —puntualizó alzando un dedo—. Eso aquí no vale nada. ¿Sabes pescar? ¿Sabes cazar? ¿Matarías a alguien si se tratase de mi vida o de la de otros? Olvídate todo lo que conoces aquí es supervivencia ¿tú tienes eso?
Tragué saliva; la respuesta era “No”. Claro que no. Jamás había matado ni a una oruga. Me irritaban los chicos y chicas que torturaban a esos bichos por el puro placer de ver cómo se retorcían. Pero quería demostrarle a Rachel que todos aquellos años que había pasado en la biblioteca, mientras ella jugaba al lanzamiento de herraduras en el jardín, habían valido realmente la pena.
—La directora del manicomio me concedió la medalla de aplicación…
Ella echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—¡Qué gracioso eres! Pero estoy muy bien sola. Sin embargo, tú…
Bajé la vista, mirándome como me miraba ella: una rama me había desgarrado el jersey; tenía las manos impregnadas de sangre seca y los brazos desnudos, a pesar de que hacía frío. Me sentía débil, nunca me había sentido así en mi vida, antes o durante del manicomio, sin comida, ni agua, ni la menor perspectiva de sustento. Las lágrimas empezaron a inundar mis ojos
.
—No lo entiendes… Tienes padres, un lugar al que ir. No sabes lo que es estar solo sin tener al menos una esperanza y te den por perdido y solo estés ahí para ver como solucionan las cosas, ausente, esperando que alguien te encuentre y te ayude.
Hundí la cara entre las manos y sollocé. No quería pudrirme solo en el bosque. No quería morir de hambre ni quería que me encontrara algún animal en ese tormentoso y oscuro lugar. ¡No quería morir!
Pasó un rato hasta que me di cuenta de que Rachel se había levantado del sillón y estaba asando otro trozo de conejo, nunca me di cuenta que esa grácil y suave persona sea más valiente y talentosa que yo y lograra hacer mucho más de lo que yo alguna vez pude, el olor hizo que me mareara y un áspero y caliente liquido subiera hasta mi boca.
—Deja de comportarte como una crío —dijo dándome la carne insertada en un palo. La devoré, sin importarme que la grasa me empapase las manos y me resbalase por la barbilla, olvidando por una vez los buenos modales—. No puedo perder más tiempo. Seguramente, mis padres ya se habrán enterado de que he abandonado el colegio… y tal vez me estén buscando —añadió ella cuando acabé de comer.
Estuve a punto de poner los ojos en blanco, pero me controlé. Incluso entonces, en medio de la nada, seguía presumiendo de padres. Acabaría hablando de la casa de cuatro pisos en la que vivían y de que dormía en una cama de matrimonio desde su más tierna infancia; de lo duro que había sido para ella despedirse de todo aquello, aunque solo fuese durante unos años… Echaba de menos las criadas, las cenas en platos de porcelana, a sus padres que la llevaban al teatro y dejaban que apoyara el mentón en la barandilla del palco para ver mejor el escenario.
—Esta noche puedes quedarte. Luego ya veremos —concedió lanzándome una mugrienta manta gris.
Me eché la manta sobre los hombros, mientras el fuego se consumía y dejaba un montón de cenizas humeantes.
—Gracias.
—De nada. —Se arrebujó en el sillón con varios edredones que la envolvían como un gigantesco nido de pájaros—. La encontré sobre un esqueleto a unos kilómetros de aquí. —Soltó una carcajada.
Me quité la manta con asco y apoyé la espalda en un rincón, saque una chaqueta con capota que tenía y me la coloque, cerrándola completa para que el frio intenso no entrase, pero igual sentía frio pero no me importaba que me castañeteasen los dientes de frío, como la noche anterior al menos podría descansar con el estómago lleno y con alguien más que no sea los animales, la luna, las estrellas y el sonido que producía la noche.
El claro de luna me permitió ver fotografías en la pared: una familia joven posaba delante de la casa. Sonreían, entrelazando los brazos, tan ignorantes de su futuro como yo del mío.
EduardoDStarlet-Parker******* - Mensajes : 419
Fecha de inscripción : 31/03/2012
Edad : 26
Gabriela Cruz-*-* - Mensajes : 3230
Fecha de inscripción : 07/04/2013
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Hola!!!!!!
Ya tienes tu comentario...
No me ha gustado la actitud de Rachel... ¿Por qué no quiere ayudar a Kurt?
Estoy intrigada y... Vale, no repetiré lo que ya he dicho... Sabes qué estoy esperando...
Besos cariño
Ya tienes tu comentario...
No me ha gustado la actitud de Rachel... ¿Por qué no quiere ayudar a Kurt?
Estoy intrigada y... Vale, no repetiré lo que ya he dicho... Sabes qué estoy esperando...
Besos cariño
Darrinia-*- - Mensajes : 2595
Fecha de inscripción : 24/10/2013
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Me encanto mucho este genial capitulo esperare ansioso el siguiente
gleeclast-* - Mensajes : 1799
Fecha de inscripción : 26/03/2013
Edad : 27
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Bueno chicos lo prometido es deuda, en este capitulo aparecerá Blaine, lo siento por la tardanza, no volveré a ausentarme en as actualizaciones bueno y ahora si… disfruten
CAPITULO 4
Al día siguiente caminé con Rachel por un campo de girasoles, apartando los gigantescos monstruos de ojos negros de mi cara. Apenas hablamos, salvo durante el desayuno a base de conejo asado, y me pareció una buena señal. Temí despertar sin comida, sin mantas y sin la propia Rachel. Pero no se había marchado y me hubiera gustado saber si su silencio significaba que permaneceríamos juntos. Yo así lo deseaba, aunque solo fuese en beneficio de mi estómago.
Los dos recorrimos la calle cubierta de hierbajos de un villorrio abandonado. Las casas tenían los tejados hundidos, y unas cuantas canastas de baloncesto flanqueaban el camino, transformadas por las enredaderas en frondosos y floridos elementos de arte topiario. Vimos también restos de coches viejos, cuyos parabrisas estaban rotos en mil pedazos y las puertas oxidadas y, en un camino oculto por la maleza, vimos dos ataúdes destartalados: uno de adulto y otro de niño.
Cuando mi madre se estaba muriendo, yo jugaba solo, fuera de la casa, porque me había echado de su habitación por miedo a que me contagiase. Yo acostaba a un muñeco que tenia en la repisa de piedra de la ventana del jardín y le preparaba pomadas de lodo y hojas machacadas. «Te vas a recuperar —le decía, mientras oía llorar a mi madre a través de la ventana abierta—. Vendrá el médico y te curará —susurraba—. Pero ahora está muy ocupado.»
—Eres un poco morbosa, ¿verdad? —dijo Rachel, cogiéndome del brazo. Me había detenido ante los ataúdes de madera con la mirada fija en el más pequeño.
—Perdona. —Seguí caminando y procuré sacudirme la melancolía. Pero me sentí peor, incluso más solo, al darme cuenta de que mi compañera no lo entendía. Cogí unas cuantas flores silvestres y acaricié el colorido ramito.
—He decidido que vamos a ir juntas a Califia —anunció Racel, abriéndose pasó entre la hierba—. Pero después será cosa tuya. Pienso detenerme allí a descansar y luego me espabilaré para encontrar la manera de localizar a mis padres en la ciudad.
—¿En serio? —Y mi tristeza se convirtió en alivio—. ¡Oh Rachel, yo…!
Se giró en redondo, entrecerrando los ojos para evitar el sol, y advirtió:
—No lo estropees. Todavía estoy a tiempo de cambiar de idea…
Un me acuerdo todo las maravillas que ella me decía y también cuando a vi por casualidad a ella nadando en el lago que teníamos en el psiquiátrico. Ya no me parecían tan increíbles tras comer la carne que ella había cazado, despellejado y cocinado, igual me parecía raro que al tener una familia viva y que la, no hayo por qué termino en un psiquiátrico.
—¿Es cierto que sabes nadar? —Me atreví a preguntar.
—¿Quién te ha dicho eso? —Se quitó la sudadera negra, dejando al descubierto sus pálidos brazos. Tenía los hombros moteados de pecas.
—Te vieron.
Sonrió, como si recordase alguna cosa divertida, y comentó:
—Aprendí yo sola. A ti nunca se te hubiese ocurrido, ¿verdad, don perfecto?
No le hice caso.
—¿No temías que te descubriesen? —Un conejo gris correteó por la carretera.
—Las guardianas no suelen estar en el jardín después de medianoche, a menos que tengan una guardia especial. La mayoría de las noches son muy tranquilas en el psiquiátrico. —Se encaminó hacia el conejo, con el cuchillo en ristre. El animalillo permaneció inmóvil, mientras ella se le acercaba.
No conseguía apartar de mi cabeza el día en que la vi nadando. Nunca se lo había visto hacer a nadie. ¿Se había metido en el agua sin más, moviendo los brazos? ¿Se apoyó en algo, como una rama o una cuerda?
—¿Y no te daba miedo ahogarte?
Al oír mi voz, el conejo desapareció entre la maleza de un jardín abandonado.
—Muy bonito, Kurt —bufó, y se colgó el cuchillo del cinturón—. Me encantaría que charlásemos de lo divino y de lo humano, créeme, pero tengo que cazar la cena—. Se metió entre las casas, sin molestarse en volver la vista.
—¡Me buscaré la cena! —grité tras ella—. ¿Quedamos en la casita?
No respondió. Seguí caminando; me alejé de las casas y me dirigí a una zona de tiendas en ruinas. La hierba cubría un restaurante; entre las enredaderas y el musgo se distinguía una gigantesca EME amarilla. Al fondo de la manzana había un enorme edificio, cuya fachada aguantaba, pero el letrero había perdido las letras. Decía: WAL MA T. Alguien había escrito con un espray sobre las ventanas rotas de la parte delantera las palabras: «ZONA DE CUARENTENA. SI ENTRA, ATÉNGASE A LAS CONSECUENCIAS».
Cuando el camión cruzó las barricadas para evacuar a los niños sanos que quedaban, mi madre les pidió que me llevasen. Corrí hacia el buzón y me aferré al poste de madera, empeñado en quedarme. Fue inútil. Mi madre salió a la puerta, sangrando por la nariz, cuando me metieron en la parte de atrás del camión. Tenía los ojos hundidos, del color de las ciruelas podridas, y el esternón le sobresalía del pecho como una soga. Permaneció en la puerta, despidiéndose con la mano, y me lanzó un beso.
Al recorrer el pueblo abandonado, intenté no mirar las enormes cruces de madera del aparcamiento ni los montones de huesos que había debajo, cubiertos de musgo. Pero por todas partes surgían signos de muerte. En la acera de enfrente había una tienda abandonada, la Inmobiliaria del norte de California; las ventanas estaban tapiadas. Los ataúdes se apilaban en un local llamado Manicura Suzy. Acababa de ver la equis roja pintada en el lateral de un contenedor cuando algo se movió delante de mí: un osezno salió al camino, con paso tranquilo, y me miró. Enseguida volvió a dedicar toda su atención a una oxidada lata de comida que pretendía abrir con las garras.
Pensé de inmediato en Winnie the Pooh, el libro que había leído hace ya un tiempo sobre un osito y su buen amigo Christopher Robin. Aquel osezno era demasiado pequeño para resultar peligroso. Me pregunté si el animalito estaría comiendo azúcar, o si ese detalle era una curiosa anécdota del cuento.
Extendí la mano, procurando no asustarlo. El oso husmeó mi brazo con el húmedo hocico, y cuando le acaricié la suave piel castaña, me produjo una agradable sensación al arañarme ligeramente la mía.
—Sí, eres igual que Winnie —afirmé. Desvió la cabeza hacia el camino y olisqueó otras latas. No sabía si Rachel me permitiría llevarlo a la casa. Tal vez podríamos quedarnos con él un tiempo; yo nunca había tenido una mascota.
Extendí la mano otra vez, pero la retiré inmediatamente cuando oí un gruñido ensordecedor: una osa enorme se alzaba sobre los cuartos traseros junto a la carretera; me pareció una auténtica torre.
El osezno se le acercó, y la osa abrió la boca, enseñando los colmillos. Me enderecé; se me habían puesto los pelos de punta y me temblaban las manos. La madre echó a correr hacia mí, con la cabeza baja, y levanté los delgados brazos en un gesto patético. Me preparaba para el ataque cuando algo la golpeó en las fauces.
Una piedra. Mientras el animal gruñía, otra piedra le golpeó la cabeza; cayó hacia atrás, y su inmenso trasero chocó contra la carretera.
Al darme la vuelta, vi a un chico cubierto de porquería, cuyo musculoso pecho estaba salpicado de barro, y de piel muy morena —de un castaño rojizo—, que montaba un caballo negro y llevaba un tirachinas en la mano además de que me percate que tenía una cinta en su muñeca y tenía escrito el nombre “Blaine Anderson” ¿así se llamara?.
—Será mejor que montes —sugirió guardándose el tirachinas en el bolsillo trasero del pantalón—. Esto no ha terminado.
Miré de nuevo a la osa, que sacudía la cabeza, momentáneamente aturdida. No sabía qué era peor: morir entre las garras de un animal feroz o huir con un tipo que recién conocía a caballo. Él me tendió la mano: tenía las uñas negras de mugre.
—¡Vámonos! —urgió.
Le di la mano, y tiró de mí. Me senté detrás de él, en la grupa del caballo. El chico olía a sudor y a humo.
Con un ¡arre!, emprendimos la marcha por la carretera cubierta de musgo. Rodeé con un brazo el musculoso pecho del muchacho y me volví para mirar una vez más a la osa. Se había levantado y corría detrás de nosotros, pero su gigantesco cuerpo castaño se estremecía debido al esfuerzo.
Mi salvador aferró las agrietadas riendas de cuero, desviando al caballo de la carretera principal para conducirlo entre la densa arboleda del bosque. La osa se acercó tanto que le mordió la cola al caballo.
—¡Más rápido! ¡Tienes que ir más rápido! —grité.
El caballo aceleró, pero la osa nos seguía demasiado cerca, sin mostrar la menor señal de cansancio. Mis piernas, empapadas de sudor, resbalaban. Me agarré al chico, clavándole las uñas en la piel. Él se inclinó hacia delante, y el viento rugió sobre nosotros. La osa volvió a abrir su feroz mandíbula.
Mirando por encima del hombro del chico, vi frente a nosotros una quebrada, de casi metro y medio de ancho, que parecía un antiguo canal de aguas residuales; debía de tener unos cinco metros de profundidad.
—¡Cuidado! —exclamé, pero él continuó, más rápido que antes.
—¿Por qué no me dejas que maneje yo el caballo? —gritó girando la cabeza hacia mí. Detrás de nosotros la osa corría con todas sus fuerzas, sin apartar los ojos de las ancas del caballo.
—¡Nooo! —susurré cuando me percaté de que nos precipitábamos hacia la quebrada. Si no lo conseguíamos, el animal nos devoraría vivos y estaríamos atrapados en el fondo del canal, sin posibilidad de escondernos—. No, por favor.
Pero el caballo, estirando las patas delanteras, ya estaba a punto de salir disparado hacia el otro lado del precipicio.
El estómago me dio un vuelco. Durante un momento me sentí volar, y luego se produjo el duro impacto de los cascos contra el suelo. Contemplé el campo de caléndulas que nos rodeaba. Habíamos saltado.
Volví la cabeza por última vez, temiendo que la osa se abalanzase sobre nosotros, pero resbaló al borde del precipicio. Lo último que oí fue un rugido furioso mientras se precipitaba por el escarpado precipicio y aterrizaba, con un golpe sordo, en el fangoso fondo de la quebrada.
Los dos recorrimos la calle cubierta de hierbajos de un villorrio abandonado. Las casas tenían los tejados hundidos, y unas cuantas canastas de baloncesto flanqueaban el camino, transformadas por las enredaderas en frondosos y floridos elementos de arte topiario. Vimos también restos de coches viejos, cuyos parabrisas estaban rotos en mil pedazos y las puertas oxidadas y, en un camino oculto por la maleza, vimos dos ataúdes destartalados: uno de adulto y otro de niño.
Cuando mi madre se estaba muriendo, yo jugaba solo, fuera de la casa, porque me había echado de su habitación por miedo a que me contagiase. Yo acostaba a un muñeco que tenia en la repisa de piedra de la ventana del jardín y le preparaba pomadas de lodo y hojas machacadas. «Te vas a recuperar —le decía, mientras oía llorar a mi madre a través de la ventana abierta—. Vendrá el médico y te curará —susurraba—. Pero ahora está muy ocupado.»
—Eres un poco morbosa, ¿verdad? —dijo Rachel, cogiéndome del brazo. Me había detenido ante los ataúdes de madera con la mirada fija en el más pequeño.
—Perdona. —Seguí caminando y procuré sacudirme la melancolía. Pero me sentí peor, incluso más solo, al darme cuenta de que mi compañera no lo entendía. Cogí unas cuantas flores silvestres y acaricié el colorido ramito.
—He decidido que vamos a ir juntas a Califia —anunció Racel, abriéndose pasó entre la hierba—. Pero después será cosa tuya. Pienso detenerme allí a descansar y luego me espabilaré para encontrar la manera de localizar a mis padres en la ciudad.
—¿En serio? —Y mi tristeza se convirtió en alivio—. ¡Oh Rachel, yo…!
Se giró en redondo, entrecerrando los ojos para evitar el sol, y advirtió:
—No lo estropees. Todavía estoy a tiempo de cambiar de idea…
Un me acuerdo todo las maravillas que ella me decía y también cuando a vi por casualidad a ella nadando en el lago que teníamos en el psiquiátrico. Ya no me parecían tan increíbles tras comer la carne que ella había cazado, despellejado y cocinado, igual me parecía raro que al tener una familia viva y que la, no hayo por qué termino en un psiquiátrico.
—¿Es cierto que sabes nadar? —Me atreví a preguntar.
—¿Quién te ha dicho eso? —Se quitó la sudadera negra, dejando al descubierto sus pálidos brazos. Tenía los hombros moteados de pecas.
—Te vieron.
Sonrió, como si recordase alguna cosa divertida, y comentó:
—Aprendí yo sola. A ti nunca se te hubiese ocurrido, ¿verdad, don perfecto?
No le hice caso.
—¿No temías que te descubriesen? —Un conejo gris correteó por la carretera.
—Las guardianas no suelen estar en el jardín después de medianoche, a menos que tengan una guardia especial. La mayoría de las noches son muy tranquilas en el psiquiátrico. —Se encaminó hacia el conejo, con el cuchillo en ristre. El animalillo permaneció inmóvil, mientras ella se le acercaba.
No conseguía apartar de mi cabeza el día en que la vi nadando. Nunca se lo había visto hacer a nadie. ¿Se había metido en el agua sin más, moviendo los brazos? ¿Se apoyó en algo, como una rama o una cuerda?
—¿Y no te daba miedo ahogarte?
Al oír mi voz, el conejo desapareció entre la maleza de un jardín abandonado.
—Muy bonito, Kurt —bufó, y se colgó el cuchillo del cinturón—. Me encantaría que charlásemos de lo divino y de lo humano, créeme, pero tengo que cazar la cena—. Se metió entre las casas, sin molestarse en volver la vista.
—¡Me buscaré la cena! —grité tras ella—. ¿Quedamos en la casita?
No respondió. Seguí caminando; me alejé de las casas y me dirigí a una zona de tiendas en ruinas. La hierba cubría un restaurante; entre las enredaderas y el musgo se distinguía una gigantesca EME amarilla. Al fondo de la manzana había un enorme edificio, cuya fachada aguantaba, pero el letrero había perdido las letras. Decía: WAL MA T. Alguien había escrito con un espray sobre las ventanas rotas de la parte delantera las palabras: «ZONA DE CUARENTENA. SI ENTRA, ATÉNGASE A LAS CONSECUENCIAS».
Cuando el camión cruzó las barricadas para evacuar a los niños sanos que quedaban, mi madre les pidió que me llevasen. Corrí hacia el buzón y me aferré al poste de madera, empeñado en quedarme. Fue inútil. Mi madre salió a la puerta, sangrando por la nariz, cuando me metieron en la parte de atrás del camión. Tenía los ojos hundidos, del color de las ciruelas podridas, y el esternón le sobresalía del pecho como una soga. Permaneció en la puerta, despidiéndose con la mano, y me lanzó un beso.
Al recorrer el pueblo abandonado, intenté no mirar las enormes cruces de madera del aparcamiento ni los montones de huesos que había debajo, cubiertos de musgo. Pero por todas partes surgían signos de muerte. En la acera de enfrente había una tienda abandonada, la Inmobiliaria del norte de California; las ventanas estaban tapiadas. Los ataúdes se apilaban en un local llamado Manicura Suzy. Acababa de ver la equis roja pintada en el lateral de un contenedor cuando algo se movió delante de mí: un osezno salió al camino, con paso tranquilo, y me miró. Enseguida volvió a dedicar toda su atención a una oxidada lata de comida que pretendía abrir con las garras.
Pensé de inmediato en Winnie the Pooh, el libro que había leído hace ya un tiempo sobre un osito y su buen amigo Christopher Robin. Aquel osezno era demasiado pequeño para resultar peligroso. Me pregunté si el animalito estaría comiendo azúcar, o si ese detalle era una curiosa anécdota del cuento.
Extendí la mano, procurando no asustarlo. El oso husmeó mi brazo con el húmedo hocico, y cuando le acaricié la suave piel castaña, me produjo una agradable sensación al arañarme ligeramente la mía.
—Sí, eres igual que Winnie —afirmé. Desvió la cabeza hacia el camino y olisqueó otras latas. No sabía si Rachel me permitiría llevarlo a la casa. Tal vez podríamos quedarnos con él un tiempo; yo nunca había tenido una mascota.
Extendí la mano otra vez, pero la retiré inmediatamente cuando oí un gruñido ensordecedor: una osa enorme se alzaba sobre los cuartos traseros junto a la carretera; me pareció una auténtica torre.
El osezno se le acercó, y la osa abrió la boca, enseñando los colmillos. Me enderecé; se me habían puesto los pelos de punta y me temblaban las manos. La madre echó a correr hacia mí, con la cabeza baja, y levanté los delgados brazos en un gesto patético. Me preparaba para el ataque cuando algo la golpeó en las fauces.
Una piedra. Mientras el animal gruñía, otra piedra le golpeó la cabeza; cayó hacia atrás, y su inmenso trasero chocó contra la carretera.
Al darme la vuelta, vi a un chico cubierto de porquería, cuyo musculoso pecho estaba salpicado de barro, y de piel muy morena —de un castaño rojizo—, que montaba un caballo negro y llevaba un tirachinas en la mano además de que me percate que tenía una cinta en su muñeca y tenía escrito el nombre “Blaine Anderson” ¿así se llamara?.
—Será mejor que montes —sugirió guardándose el tirachinas en el bolsillo trasero del pantalón—. Esto no ha terminado.
Miré de nuevo a la osa, que sacudía la cabeza, momentáneamente aturdida. No sabía qué era peor: morir entre las garras de un animal feroz o huir con un tipo que recién conocía a caballo. Él me tendió la mano: tenía las uñas negras de mugre.
—¡Vámonos! —urgió.
Le di la mano, y tiró de mí. Me senté detrás de él, en la grupa del caballo. El chico olía a sudor y a humo.
Con un ¡arre!, emprendimos la marcha por la carretera cubierta de musgo. Rodeé con un brazo el musculoso pecho del muchacho y me volví para mirar una vez más a la osa. Se había levantado y corría detrás de nosotros, pero su gigantesco cuerpo castaño se estremecía debido al esfuerzo.
Mi salvador aferró las agrietadas riendas de cuero, desviando al caballo de la carretera principal para conducirlo entre la densa arboleda del bosque. La osa se acercó tanto que le mordió la cola al caballo.
—¡Más rápido! ¡Tienes que ir más rápido! —grité.
El caballo aceleró, pero la osa nos seguía demasiado cerca, sin mostrar la menor señal de cansancio. Mis piernas, empapadas de sudor, resbalaban. Me agarré al chico, clavándole las uñas en la piel. Él se inclinó hacia delante, y el viento rugió sobre nosotros. La osa volvió a abrir su feroz mandíbula.
Mirando por encima del hombro del chico, vi frente a nosotros una quebrada, de casi metro y medio de ancho, que parecía un antiguo canal de aguas residuales; debía de tener unos cinco metros de profundidad.
—¡Cuidado! —exclamé, pero él continuó, más rápido que antes.
—¿Por qué no me dejas que maneje yo el caballo? —gritó girando la cabeza hacia mí. Detrás de nosotros la osa corría con todas sus fuerzas, sin apartar los ojos de las ancas del caballo.
—¡Nooo! —susurré cuando me percaté de que nos precipitábamos hacia la quebrada. Si no lo conseguíamos, el animal nos devoraría vivos y estaríamos atrapados en el fondo del canal, sin posibilidad de escondernos—. No, por favor.
Pero el caballo, estirando las patas delanteras, ya estaba a punto de salir disparado hacia el otro lado del precipicio.
El estómago me dio un vuelco. Durante un momento me sentí volar, y luego se produjo el duro impacto de los cascos contra el suelo. Contemplé el campo de caléndulas que nos rodeaba. Habíamos saltado.
Volví la cabeza por última vez, temiendo que la osa se abalanzase sobre nosotros, pero resbaló al borde del precipicio. Lo último que oí fue un rugido furioso mientras se precipitaba por el escarpado precipicio y aterrizaba, con un golpe sordo, en el fangoso fondo de la quebrada.
EduardoDStarlet-Parker******* - Mensajes : 419
Fecha de inscripción : 31/03/2012
Edad : 26
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Esta genial, por fin apareció Blaine, espero más capítulos pronto.
Gabriela Cruz-*-* - Mensajes : 3230
Fecha de inscripción : 07/04/2013
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Blaine ese príncipe azul que salva a Kurt... Esta vez con caballo incluido XD.
Actualiza pronto.
Besos
Actualiza pronto.
Besos
Darrinia-*- - Mensajes : 2595
Fecha de inscripción : 24/10/2013
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
1. Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
2. Rachel re ruda la piba askdjasñdka´s{kd´sd.
3. BLAINEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE AL FIN.
4. MANDALO A BAÑAR POR FAVOR.
5. Aunque ya lo sabía pero... BLAINE SALVÓ A KURT ASDJAPOJEO, so romantic :'), con todo y caballo eh.
6. Bla bla bla, esa osa me tenía estresado u_u.
7. Seguilooooooooooooooooooooooooooooooo
2. Rachel re ruda la piba askdjasñdka´s{kd´sd.
3. BLAINEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE AL FIN.
4. MANDALO A BAÑAR POR FAVOR.
5. Aunque ya lo sabía pero... BLAINE SALVÓ A KURT ASDJAPOJEO, so romantic :'), con todo y caballo eh.
6. Bla bla bla, esa osa me tenía estresado u_u.
7. Seguilooooooooooooooooooooooooooooooo
SebasCriss** - Mensajes : 74
Fecha de inscripción : 04/11/2013
Edad : 26
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
HOooooooooooola chicos! les traigo otro capitulo de esta genial historia espero les guste y lo siento por mi ausencia no volverá a suceder BESOS!
CAPITULO 5
Pasamos mucho tiempo sin hablar. Cuando por fin dejamos atrás el peligro, retrocedí en la grupa del caballo, apartándome todo lo posible del chico. Pertenecía a una especie extraña, medio salvaje. No era un tipo sofisticado como los que poblaban las páginas de El gran Gatsby. Pero tampoco se parecía a los hombres violentos que había visto en mi primer día de libertad. Al menos me había salvado la vida, aunque confiaba en que no fuese por motivos inconfesables.
Llevaba unos pantalones manchados y rotos en las rodillas. A diferencia de los bandidos, no usaba pistola, lo cual no me consolaba gran cosa, pues era tan corpulento y musculoso como ellos. Yo no sabía qué perversos pensamientos albergaba hacia mí, un chico al que había encontrado solo en el bosque, así que empecé por alisar mi camiseta y retomar la calma.
—No sé qué piensas hacer, pero no podrás —dije poniéndome muy tieso para parecer más alta. Por el rabillo del ojo vi tres conejos muertos colgados del cuello del caballo; tenían las patas atadas con cáñamo.
Él giró la cabeza para mirarme y sonrió. A pesar de su deficiente higiene, tenía unos dientes rectos y blancos.
—¿Y qué es lo que pienso hacer? La verdad es que me encantaría saberlo.
Cabalgábamos al trote por una autopista, cuyos quitamiedos metálicos apenas se veían bajo la maleza. A lo lejos había un puente medio derruido.
—Seguro que quieres tener relaciones sexuales conmigo —respondí con toda naturalidad.
El chico se rio, soltando una carcajada grave y rotunda, mientras daba palmaditas al cuello del caballo.
—¿Quiero tener relaciones sexuales contigo? —repitió, como si no hubiese oído bien.
—Pues sí —afirmé en voz alta—. Y para que lo sepas, no lo permitiré. Ni aunque… —Busqué la metáfora adecuada.
—¿… fuese el último hombre sobre la faz de la Tierra? —Contempló el vasto paisaje despoblado y esbozó una sonrisa malévola. Sus ojos eran de color verde uva.
—Eso mismo —asentí. Me consoló que como mínimo hablase y supiese utilizar bien las palabras. No tendría tantos problemas para comunicarme como había imaginado.
—Me alegro —repuso—. Porque no tengo la menor intención de acostarme contigo. No eres mi tipo.
Me reí, hasta que me di cuenta de que el chico no bromeaba. Mantenía la vista fija al frente mientras guiaba al caballo fuera de la autopista y lo conducía hacia una calle cubierta de musgo, azuzándolo para que no tropezase en los hoyos de la calzada.
—¿A qué te refieres con eso de que no soy tu tipo? —quise saber.
La epidemia había matado a hombres y mujeres por igual. Supondría que eso aumentara el deseo sexual de la gente, al no haber alguien para complacer sus deseos. Aunque para un chico como yo era algo raro, digo no conocía ningún chico de mi tipo pero este (Blaine) hizo como un Click en mi.
El chico me echó un vistazo y se encogió de hombros.
—¡Psss! —murmuró.
Le observé un ligero movimiento de hombros, y al esforzarme en mirarle a la cara, me di cuenta, por primera vez, de que me estaba tomando el pelo: bromeaba.
—Te crees muy gracioso, ¿verdad? —le espeté desviando la cabeza para que no viese lo colorado que me había puesto.
Tiró de las riendas y guio al caballo por el puente en dirección al sol poniente. Como ya era el atardecer, el cielo adquirió el tono azulón de los hematomas; había nubes grises y a lo lejos se oía el estruendo de una tormenta.
—Será mejor que me lleves adonde me encontraste. Mi… gigantesco amigo me está esperando. Es terrorífico y… muy sanguinario —añadí repitiendo el término que había oído decir a los bandidos.
El chico respondió en tono burlón:
—Te estoy llevando allí.
—Bueno sí, ya lo sé —afirmé mirando alrededor. No tenía claro dónde estábamos. Aún no habíamos llegado al WAL MA T, y la carretera no se veía por ningún lado. A la izquierda se erguían dos postes amarillentos que señalaban un antiguo campo de fútbol en el que crecían los tronchos de maíz.
—¿Hay algo que no sepas? —me preguntó volviéndose y esbozando otra sonrisa. Desvié la mirada y fingí que no le veía el hoyuelo de la mejilla derecha ni el brillo de los ojos, como si estuviese iluminado por dentro. Había leído por ahí que a esto lo denominaba «la ilusión de la intimidad». ¿Sería aquello?
Permanecimos en silencio un rato, escuchando la tormenta distante, hasta que llegamos al pueblo donde había visto a Rachel por última vez. Reconocí un maltrecho columpio hecho con un neumático, que tenía la goma agrietada. Una gata salvaje, de abultado vientre, vagaba por la calle.
El chico se quedó mirando un jardín cubierto de maleza y señaló una figura diminuta, oculta tras el follaje.
—¿Es ese tu «gigantesco amigo»?
Rachel salió poco a poco de su escondite. Tenía las rodilleras del pantalón mojadas y manchadas de barro, como si hubiese estado gateando por el suelo.
Me bajé del caballo, esperando que ella me interrogase, pero estaba demasiado absorta observando al chico para reparar en mi presencia. Nos quedamos los tres callados un instante; solamente se oía el sonoro resuello del caballo. Rachel acarició el cuchillo con la mano.
El chico hizo un gesto negativo con la cabeza, y dijo:
—¿También tú eres paranoica? A ver si acierto: acabáis de abandonar el colegio o algún psiquiátrico, ¿verdad? —Desmontó con gran agilidad. El cielo retumbó, y el muchacho acarició el cuello del caballo para tranquilizarlo—. Chisss, Lila —susurró.
—¿Y tú qué sabes del psiquiátrico? —preguntó Arden.
—Más de lo que tú crees. Me llamo Blaine—respondió tendiendo la mano para saludarla; ella se quedó inmóvil, observando la mugre acumulada bajo las uñas y entre los nudillos del chico. Luego relajó los hombros poco a poco y apartó la mano del cuchillo. Mi mirada iba de uno a otro sin parar.
La había impresionado.
—Rachel… —susurré esperando que no tocase al chico. Ella reparó en un tatuaje que él tenía en el hombro: un círculo con el emblema de la Nueva América—. Rachel, vamos a hacer la cena. —Me daba cuenta de que aquella repentina presencia masculina era tan sorprendente para ella como para mí, pero no podíamos continuar allí, a escasos centímetros de él. En peligro. Empecé a caminar y le hice señas para que me siguiese, pero no se movió.
—No he cazado nada —dijo, y se apartó de Blaine. Dio una ojeada a los tres conejos que colgaban del cuello del caballo. A continuación abrió la bolsa que llevaba colgada de la cintura y enseñó el interior: estaba vacío.
Las nubes tormentosas se acercaban. Un trueno estremeció el aire. Di una patada a una piedra del camino: ojalá hubiese cogido una de las latas con las que jugueteaba el osezno. Teníamos en perspectiva otra noche helada y lluviosa, sin nada que comer.
Blaine montó de nuevo y dijo:
—En mi campamento hay mucha comida si os apetece venir.
Me reí de semejante invitación, pero mi compañera clavó la vista en mí, y luego en Blaine y en los conejos.
—No… —murmuré entre dientes. La cogí por el brazo, para apartarla del caballo, pero ella tenía los pies clavados en el suelo.
—¿Qué clase de comida? —preguntó ella.
—De todo: jabalíes, conejos, frutas del bosque… Hace poco maté un ciervo. —Señaló el horizonte gris, extendiendo la mano hacia un lugar invisible—. Está a menos de una hora a caballo.
Continué retrocediendo, paso a paso. Pero Rachel, con la cabeza inclinada, intentaba deshacer un enredo de sus cortos cabellos negros. Cuando la agarré, se puso tensa.
—¿Cómo sabemos que eres de fiar? —inquirió Rachel.
—No lo sabéis —respondió Blaine, encogiéndose de hombros—. Pero no tenéis caballo ni comida y se avecina una tormenta. Tal vez merezca la pena probar. —Mi compañera alzó los ojos al cielo gris y después dirigió de nuevo la mirada a su bolsa vacía.
Tras unos instantes se soltó de mí. Rodeó la grupa del caballo y montó detrás de Blaine.
—Acepto el ofrecimiento —dijo acomodándose.
Hice un gesto negativo con la cabeza, empeñada en no moverme.
—De eso nada. No iremos a tu «campamento». —Dibujé unas comillas en aire. Seguro que se trataba de una trampa.
—Allá tú. Pero si yo estuviera en tu lugar, no me gustaría quedarme aquí solo y mucho menos con este tiempo. —Blaine señaló las densas nubes de tormenta, que avanzaban rápido y crecían, amenazando con descargar agua sobre el bosque; luego hizo girar al caballo y se fue alejando.
Rachel me dijo adiós con la mano, sin molestarse en volver la cabeza.
Miré el campo por el que habíamos pasado: los girasoles se inclinaban, empujados por el viento. No sabía bien dónde quedaba la casa ni si estaba muy lejos; no sabía encender un fuego, ni cazar y ni siquiera tenía un cuchillo.
Me clavé las uñas en las palmas de las manos.
—¡Esperad! —grité, y salí corriendo detrás del caballo—. ¡Esperadme!
Llevaba unos pantalones manchados y rotos en las rodillas. A diferencia de los bandidos, no usaba pistola, lo cual no me consolaba gran cosa, pues era tan corpulento y musculoso como ellos. Yo no sabía qué perversos pensamientos albergaba hacia mí, un chico al que había encontrado solo en el bosque, así que empecé por alisar mi camiseta y retomar la calma.
—No sé qué piensas hacer, pero no podrás —dije poniéndome muy tieso para parecer más alta. Por el rabillo del ojo vi tres conejos muertos colgados del cuello del caballo; tenían las patas atadas con cáñamo.
Él giró la cabeza para mirarme y sonrió. A pesar de su deficiente higiene, tenía unos dientes rectos y blancos.
—¿Y qué es lo que pienso hacer? La verdad es que me encantaría saberlo.
Cabalgábamos al trote por una autopista, cuyos quitamiedos metálicos apenas se veían bajo la maleza. A lo lejos había un puente medio derruido.
—Seguro que quieres tener relaciones sexuales conmigo —respondí con toda naturalidad.
El chico se rio, soltando una carcajada grave y rotunda, mientras daba palmaditas al cuello del caballo.
—¿Quiero tener relaciones sexuales contigo? —repitió, como si no hubiese oído bien.
—Pues sí —afirmé en voz alta—. Y para que lo sepas, no lo permitiré. Ni aunque… —Busqué la metáfora adecuada.
—¿… fuese el último hombre sobre la faz de la Tierra? —Contempló el vasto paisaje despoblado y esbozó una sonrisa malévola. Sus ojos eran de color verde uva.
—Eso mismo —asentí. Me consoló que como mínimo hablase y supiese utilizar bien las palabras. No tendría tantos problemas para comunicarme como había imaginado.
—Me alegro —repuso—. Porque no tengo la menor intención de acostarme contigo. No eres mi tipo.
Me reí, hasta que me di cuenta de que el chico no bromeaba. Mantenía la vista fija al frente mientras guiaba al caballo fuera de la autopista y lo conducía hacia una calle cubierta de musgo, azuzándolo para que no tropezase en los hoyos de la calzada.
—¿A qué te refieres con eso de que no soy tu tipo? —quise saber.
La epidemia había matado a hombres y mujeres por igual. Supondría que eso aumentara el deseo sexual de la gente, al no haber alguien para complacer sus deseos. Aunque para un chico como yo era algo raro, digo no conocía ningún chico de mi tipo pero este (Blaine) hizo como un Click en mi.
El chico me echó un vistazo y se encogió de hombros.
—¡Psss! —murmuró.
Le observé un ligero movimiento de hombros, y al esforzarme en mirarle a la cara, me di cuenta, por primera vez, de que me estaba tomando el pelo: bromeaba.
—Te crees muy gracioso, ¿verdad? —le espeté desviando la cabeza para que no viese lo colorado que me había puesto.
Tiró de las riendas y guio al caballo por el puente en dirección al sol poniente. Como ya era el atardecer, el cielo adquirió el tono azulón de los hematomas; había nubes grises y a lo lejos se oía el estruendo de una tormenta.
—Será mejor que me lleves adonde me encontraste. Mi… gigantesco amigo me está esperando. Es terrorífico y… muy sanguinario —añadí repitiendo el término que había oído decir a los bandidos.
El chico respondió en tono burlón:
—Te estoy llevando allí.
—Bueno sí, ya lo sé —afirmé mirando alrededor. No tenía claro dónde estábamos. Aún no habíamos llegado al WAL MA T, y la carretera no se veía por ningún lado. A la izquierda se erguían dos postes amarillentos que señalaban un antiguo campo de fútbol en el que crecían los tronchos de maíz.
—¿Hay algo que no sepas? —me preguntó volviéndose y esbozando otra sonrisa. Desvié la mirada y fingí que no le veía el hoyuelo de la mejilla derecha ni el brillo de los ojos, como si estuviese iluminado por dentro. Había leído por ahí que a esto lo denominaba «la ilusión de la intimidad». ¿Sería aquello?
Permanecimos en silencio un rato, escuchando la tormenta distante, hasta que llegamos al pueblo donde había visto a Rachel por última vez. Reconocí un maltrecho columpio hecho con un neumático, que tenía la goma agrietada. Una gata salvaje, de abultado vientre, vagaba por la calle.
El chico se quedó mirando un jardín cubierto de maleza y señaló una figura diminuta, oculta tras el follaje.
—¿Es ese tu «gigantesco amigo»?
Rachel salió poco a poco de su escondite. Tenía las rodilleras del pantalón mojadas y manchadas de barro, como si hubiese estado gateando por el suelo.
Me bajé del caballo, esperando que ella me interrogase, pero estaba demasiado absorta observando al chico para reparar en mi presencia. Nos quedamos los tres callados un instante; solamente se oía el sonoro resuello del caballo. Rachel acarició el cuchillo con la mano.
El chico hizo un gesto negativo con la cabeza, y dijo:
—¿También tú eres paranoica? A ver si acierto: acabáis de abandonar el colegio o algún psiquiátrico, ¿verdad? —Desmontó con gran agilidad. El cielo retumbó, y el muchacho acarició el cuello del caballo para tranquilizarlo—. Chisss, Lila —susurró.
—¿Y tú qué sabes del psiquiátrico? —preguntó Arden.
—Más de lo que tú crees. Me llamo Blaine—respondió tendiendo la mano para saludarla; ella se quedó inmóvil, observando la mugre acumulada bajo las uñas y entre los nudillos del chico. Luego relajó los hombros poco a poco y apartó la mano del cuchillo. Mi mirada iba de uno a otro sin parar.
La había impresionado.
—Rachel… —susurré esperando que no tocase al chico. Ella reparó en un tatuaje que él tenía en el hombro: un círculo con el emblema de la Nueva América—. Rachel, vamos a hacer la cena. —Me daba cuenta de que aquella repentina presencia masculina era tan sorprendente para ella como para mí, pero no podíamos continuar allí, a escasos centímetros de él. En peligro. Empecé a caminar y le hice señas para que me siguiese, pero no se movió.
—No he cazado nada —dijo, y se apartó de Blaine. Dio una ojeada a los tres conejos que colgaban del cuello del caballo. A continuación abrió la bolsa que llevaba colgada de la cintura y enseñó el interior: estaba vacío.
Las nubes tormentosas se acercaban. Un trueno estremeció el aire. Di una patada a una piedra del camino: ojalá hubiese cogido una de las latas con las que jugueteaba el osezno. Teníamos en perspectiva otra noche helada y lluviosa, sin nada que comer.
Blaine montó de nuevo y dijo:
—En mi campamento hay mucha comida si os apetece venir.
Me reí de semejante invitación, pero mi compañera clavó la vista en mí, y luego en Blaine y en los conejos.
—No… —murmuré entre dientes. La cogí por el brazo, para apartarla del caballo, pero ella tenía los pies clavados en el suelo.
—¿Qué clase de comida? —preguntó ella.
—De todo: jabalíes, conejos, frutas del bosque… Hace poco maté un ciervo. —Señaló el horizonte gris, extendiendo la mano hacia un lugar invisible—. Está a menos de una hora a caballo.
Continué retrocediendo, paso a paso. Pero Rachel, con la cabeza inclinada, intentaba deshacer un enredo de sus cortos cabellos negros. Cuando la agarré, se puso tensa.
—¿Cómo sabemos que eres de fiar? —inquirió Rachel.
—No lo sabéis —respondió Blaine, encogiéndose de hombros—. Pero no tenéis caballo ni comida y se avecina una tormenta. Tal vez merezca la pena probar. —Mi compañera alzó los ojos al cielo gris y después dirigió de nuevo la mirada a su bolsa vacía.
Tras unos instantes se soltó de mí. Rodeó la grupa del caballo y montó detrás de Blaine.
—Acepto el ofrecimiento —dijo acomodándose.
Hice un gesto negativo con la cabeza, empeñada en no moverme.
—De eso nada. No iremos a tu «campamento». —Dibujé unas comillas en aire. Seguro que se trataba de una trampa.
—Allá tú. Pero si yo estuviera en tu lugar, no me gustaría quedarme aquí solo y mucho menos con este tiempo. —Blaine señaló las densas nubes de tormenta, que avanzaban rápido y crecían, amenazando con descargar agua sobre el bosque; luego hizo girar al caballo y se fue alejando.
Rachel me dijo adiós con la mano, sin molestarse en volver la cabeza.
Miré el campo por el que habíamos pasado: los girasoles se inclinaban, empujados por el viento. No sabía bien dónde quedaba la casa ni si estaba muy lejos; no sabía encender un fuego, ni cazar y ni siquiera tenía un cuchillo.
Me clavé las uñas en las palmas de las manos.
—¡Esperad! —grité, y salí corriendo detrás del caballo—. ¡Esperadme!
EduardoDStarlet-Parker******* - Mensajes : 419
Fecha de inscripción : 31/03/2012
Edad : 26
Re: El inicio del largo final [Fic Klaine] (CAPITULO 5)
Hola!!!!
Claro que Kurt no es del tipo de Blaine... ¡¡¡Soy yo!!!
Espero que Blaine no sea malo y que no les haga daño a Rachel y a Kurt...
Actualiza pronto!
Besos
Claro que Kurt no es del tipo de Blaine... ¡¡¡Soy yo!!!
Espero que Blaine no sea malo y que no les haga daño a Rachel y a Kurt...
Actualiza pronto!
Besos
Darrinia-*- - Mensajes : 2595
Fecha de inscripción : 24/10/2013
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Lun Mar 14, 2022 3:20 pm por Laidy T
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Lun Feb 28, 2022 10:01 pm por lana66
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Sáb Nov 21, 2020 2:14 pm por LaChicken
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Vie Sep 04, 2020 12:54 am por gaby1604
» Fic Brittana----Más aya de lo normal----(segunda parte)
Mar Ago 25, 2020 7:50 pm por atrizz1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Wallbanger 3 Last Call (Adaptada) Epílogo
Lun Ago 03, 2020 5:10 pm por marthagr81@yahoo.es
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Miér Jul 22, 2020 6:54 pm por marthagr81@yahoo.es
» [Resuelto]FanFic Brittana: Medianoche V (Adaptada) Cap 31
Jue Jul 16, 2020 7:16 am por marthagr81@yahoo.es
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Miér Jun 17, 2020 3:17 pm por Faith2303
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Vie Abr 17, 2020 12:26 am por Faith2303
» FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Lun Ene 20, 2020 1:47 pm por thalia danyeli
» Brittana, cafe para dos- Capitulo 16
Dom Oct 06, 2019 8:40 am por mystic
» brittana. amor y hierro capitulo 10
Miér Sep 25, 2019 9:29 am por mystic
» holaaa,he vuelto
Jue Ago 08, 2019 4:33 am por monica.santander
» [Resuelto]FanFic Brittana: Wallbanger 3 Last Call (Adaptada) Epílogo
Miér Mayo 08, 2019 9:25 pm por 23l1
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Miér Abr 10, 2019 9:29 pm por 23l1
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Lun Abr 08, 2019 8:29 pm por 23l1