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Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
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Jane0_o
Stariv
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Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
Hola! Acá me tienen de nuevo!, desde ya lamento mi retraso con los otros dos Fics, me cuestan un poco más, pero estoy en ello, aunque no voy a negar que también uso algo de mi tiempo de Ocio para hacer algo como esto:
Hoy me presento con un nuevo Fic (que juró, será más fluido que los anteriores) debo decir, que amé la historia, es una adaptación del libro “La insensata geometría del amor” de Susana Guzner.
Esta historia es una mezcla muy tentadora (a mí parecer) tiene muchos sentimientos encontrados, habrá mucho amor, en su pura constatación, sin tener que parecer tan irreal o fantástico como en las películas o fantasías de ciencia ficción, desde esta historia el amor es tan complejo como puede serlo en la realidad, habrá frustraciones, mucha intriga y celos, sentimiento que buscará su explicación, también hay humor y mucha filosofía de temas tabú tan importantes como el machismo, la homosexualidad y muchas de sus características prejuiciadas, la aceptación y las preguntas sin respuesta de siempre, espero que les guste tanto como a mí.
Voy a estar cambiando algunas cosas y ya veré como darle un toque más mío aunque les aseguro que las líneas del dialogo tal cual están son casi iguales a como yo las diría ya que representan algunas palabras y frases bien argento-porteñas y tanas que son exactamente familiares por las costumbres del dialecto lingüístico de Bs as, Capital, mi ciudad :) en fin espero que les guste de verdad.
Me lo recomendaron hace mucho pero recién ahora lo agarré y la verdad me encantó! La autora es argentina y, como ya dije, el dialogo es muy tano y argento por así decirlo, y la familiaridad del mismo porque yo soy argentina (con raíces italianas), más específicamente porteña, por lo tanto eso me atrajo en principio y después ni hablar, toda la historia es perfecta para mí.
Bueno también tengo que decirles que me costó mucho otorgar los roles de Brittany y Santana, fue demasiado complicado, por un lado tenía la gran similitud para con la serie y por otro tenía algo nuevo y casi que completamente distinto a la serie, así que me costó mucho pero aposté por lo nuevo y lo distinto, aunque deberán saber que la similitud era muy tentadora también, espero sus opiniones al respecto.
Saludos! NaT!
Hoy me presento con un nuevo Fic (que juró, será más fluido que los anteriores) debo decir, que amé la historia, es una adaptación del libro “La insensata geometría del amor” de Susana Guzner.
Esta historia es una mezcla muy tentadora (a mí parecer) tiene muchos sentimientos encontrados, habrá mucho amor, en su pura constatación, sin tener que parecer tan irreal o fantástico como en las películas o fantasías de ciencia ficción, desde esta historia el amor es tan complejo como puede serlo en la realidad, habrá frustraciones, mucha intriga y celos, sentimiento que buscará su explicación, también hay humor y mucha filosofía de temas tabú tan importantes como el machismo, la homosexualidad y muchas de sus características prejuiciadas, la aceptación y las preguntas sin respuesta de siempre, espero que les guste tanto como a mí.
Voy a estar cambiando algunas cosas y ya veré como darle un toque más mío aunque les aseguro que las líneas del dialogo tal cual están son casi iguales a como yo las diría ya que representan algunas palabras y frases bien argento-porteñas y tanas que son exactamente familiares por las costumbres del dialecto lingüístico de Bs as, Capital, mi ciudad :) en fin espero que les guste de verdad.
Sinopsis
Después de una breve temporada en Italia, Brittany planea regresar a Madrid para seguir con su vida cotidiana. Sin embargo, en el aeropuerto de Roma su mundo será sacudido cuando conozca a Santana, una mujer bella, atractiva y enigmática que terminara fascinándola. Ambas se ven obligadas a permanecer en la ciudad más tiempo del que habían previsto, ya que todos los vuelos han sido cancelados a causa de una amenaza de atentado. Desde ese momento, recorren juntas la ciudad, mientras se descubren la una a la otra.
Este es el inicio de una apasionante historia de amor entre dos mujeres, retratada de una manera sutil y conducida por escenas memorables. A través de sus protagonistas, esta historia nos muestra las primeras luces de la seducción y los claroscuros de una pasión desbordante, llena de sensualidad, dudas, ironía, desencuentros y complicidad.
*******************
Me lo recomendaron hace mucho pero recién ahora lo agarré y la verdad me encantó! La autora es argentina y, como ya dije, el dialogo es muy tano y argento por así decirlo, y la familiaridad del mismo porque yo soy argentina (con raíces italianas), más específicamente porteña, por lo tanto eso me atrajo en principio y después ni hablar, toda la historia es perfecta para mí.
Bueno también tengo que decirles que me costó mucho otorgar los roles de Brittany y Santana, fue demasiado complicado, por un lado tenía la gran similitud para con la serie y por otro tenía algo nuevo y casi que completamente distinto a la serie, así que me costó mucho pero aposté por lo nuevo y lo distinto, aunque deberán saber que la similitud era muy tentadora también, espero sus opiniones al respecto.
Saludos! NaT!
Última edición por naty_LOVE_GLEE el Miér Jun 18, 2014 12:54 pm, editado 1 vez
naty_LOVE_GLEE- ---
- Mensajes : 594
Fecha de inscripción : 06/05/2013
Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
hola nat,....
se ve muy interesante la novela,.....
a mi también me la recomendaron (también soy 100% argento pero vivo en USA) cuando fui la ultima vez me traje el libro pero todavía no lo leí,... voy a quedarme mejor con tu adaptación,..
nos vemos,....
att; LU!!!
se ve muy interesante la novela,.....
a mi también me la recomendaron (también soy 100% argento pero vivo en USA) cuando fui la ultima vez me traje el libro pero todavía no lo leí,... voy a quedarme mejor con tu adaptación,..
nos vemos,....
att; LU!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
Hey nat,
Ya quiero leer el primer capitulo, hasta la visa :)
Ya quiero leer el primer capitulo, hasta la visa :)
Stariv* - Mensajes : 34
Fecha de inscripción : 13/06/2014
Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
Hello
Primer capitulo porfavor
Gracias
Saludos
Primer capitulo porfavor
Gracias
Saludos
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
3:) escribió:hola nat,....
se ve muy interesante la novela,.....
a mi también me la recomendaron (también soy 100% argento pero vivo en USA) cuando fui la ultima vez me traje el libro pero todavía no lo leí,... voy a quedarme mejor con tu adaptación,..
nos vemos,....
att; LU!!!
Stariv escribió:Hey nat,
Ya quiero leer el primer capitulo, hasta la visa :)
Jane0_o escribió:Hello
Primer capitulo porfavor
Gracias
Saludos
Hola! Primero que nada, gracias por sus comentarios! Ahora mismo subo el primer cap!
Besos! y que sigan disfrutando del finde :)
naty_LOVE_GLEE- ---
- Mensajes : 594
Fecha de inscripción : 06/05/2013
Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
La Insensata Geometría del Amor
Capitulo 1
—Pidamos pronto —dijo sin alzar la vista del menú— porque me muero de hambre.
—Sí, pidamos pronto porque me muero de amor —me oí responder mientras cerraba la carta y la dejaba sobre el mantel con gesto negligente.
De inmediato, y como un relámpago, mis propias palabras me fulminaron y quedé paralizada. ¡Qué lapsus tan inconcebible! No me lo podía creer, no daba crédito a lo que acababa de decirle a una perfecta desconocida.
¿Qué había hecho? ¿Cómo había perdido el control de una manera tan infantil y estúpida?
Desde luego no había sido yo quien había hablado, o, lo que es lo mismo, no mi cerebro, sino la parte más remota y nebulosa de mí ser. “Ojalá las palabras hayan sido tan sólo un susurro inaudible”, deseé con vehemencia, la cabeza inclinada sobre el pecho, “aunque hayan resonado en mi cráneo como una avalancha de cantos rodados.” Sin duda tenía que ser eso, un murmullo ininteligible que Santana ni siquiera había captado. Pero... ¿Y si no? ¿Y si mi voz había retumbado con estridencia pronunciando una frase tan rotunda e inequívoca que no sólo ella sino los comensales de alrededor la habían oído con claridad meridiana?
Sentí por un instante que el corazón se me detenía y pensé con una mezcla de angustia e indiferencia que a la próxima sístole no le seguiría la consiguiente diástole. Iba a desmayarme, lo sabía, ya está, se acabó.
Y sin embargo, así empezó todo.
Me sobrecogía la brutalidad de mi propio sentimiento. En un arranque convulso e incontrolado había desenmascarado las emociones contradictorias que me habían desconcertado el corazón a lo largo de este día maravillosamente inacabable, como una amalgama informe de sensaciones tórridas y desazonantes que carecían de una forma definida y de un nombre concreto.
Ahora, al manifestarlas en voz alta, habían cobrado vida propia y escapaban a mi vigilancia. “En cualquier caso, me haya escuchado o no, procuré consolarme, lo dicho, dicho está.” La intuición me decía que sería un acto inútil intentar un último esfuerzo racional y sumergirme en una maraña de especulaciones mentales, argumentos y contraargumentos y explicaciones torpes, cuando lo que mis vísceras vivían era un irrefrenable torbellino.
Lo que sentía era amor, y punto. ¿Por qué llamarle de otra manera? Reconocía, esa sensación imperiosa, anhelante y anárquica capaz de enajenarme y mezclarme con otra identidad, ese deseo convulso de crear un “nosotras” más allá del tú y el yo.
¿Desde cuándo sentía que la amaba?
¿Desde el preciso instante anterior?
¿Desde que había nacido?
¿Desde hacía tres horas, tres años, tres vidas?
¿Desde cuándo comencé a cuestionarme el tiempo, que se suponía, no debía existir antes de Lois si no después?
¿Desde cuándo, amar, podía ser tan intenso que me dejaba sin el aire para llenar a mis pulmones?
Determinar el momento exacto en que el amor irrumpe no es nada fácil, al menos para mí. Nunca he sabido desentrañar el misterioso mecanismo por el cual traspasamos la porosa frontera de la simpatía o el interés por el otro y nos encontramos sin premeditación alguna transitando de lleno en el perturbador y resbaladizo territorio amoroso.
“Una se enamora por decreto mental — solía decir Sarah, una antigua amiga de la universidad—. Te sientes inquieta, trastornada, y de pronto te dices: ‘¡Caramba, si lo que estoy es enamorada!’, y entonces se hace oficial, como si la mente certificara ante notario la existencia del amor.” Yo no estaba muy de acuerdo con esa teoría.
La consideraba, no sé, demasiado voluntarista, racional y bastante utilitaria.
Más bien siempre he concebido el amor como un impulso irreverente e intestinal del cual la pobre mente es la última en enterarse pero no por eso se suponía que era así de fuerte, al menos no por lo que recordaba.
En cualquier caso ahí estaba yo, inmersa en un auténtico marasmo. Incluso pensé que la teoría de Sarah después de todo sí era certera y mi cerebro, turbado por la emoción, se había hecho cargo de lo que las tripas sentían sin el menor asomo de duda.
Perpleja, me puse a juguetear sin ton ni son con el coqueto menú profusamente dorado de El Trianón incapaz de alzar la vista, que fue a parar sin mayor convicción sobre la servilleta aún sin desdoblar. No sé por qué el hecho de que fuera de una fina batista lila con puntillas beige primorosamente cosidas con punto de cruz en sus bordes me pareció más bien ridículo. Muy clásico, o muy naif, excesivamente comercial, incluso.
Santana callaba. Supuse que estaría mirándome, tal vez a los ojos, o a la nariz. O, en el peor de los casos, calculando la distancia que mediaba entre ella y la puerta de salida para largarse cuanto antes. Habíamos elegido una mesa para dos un poco retirada del resto, en el ángulo que flanqueaba la pared adornada con presuntos Turner y el amplio ventanal que daba a la calle.
¿Y si se marchaba? ¿Y si de pronto oía el roce de su silla retirándose hacia atrás, el rumor de su falda al ponerse de pie, sus pasos alejándose, huyendo del restaurante y de mi vida?
Tenía que hacer algo, y rápido. La declaración amorosa había escapado de mi boca sin que pudiera evitarlo, pero ya no había remedio. Podía disculparme, por ejemplo, quitándole importancia al asunto.
No era mala idea. Improvisar algún chascarrillo ingenioso, algo así como “la comida francesa me pone boba desde pequeña”, o “desconfía de cada palabra que digo sin la presencia de tu abogada”. ¡Dios, mi cerebro era una gelatina! Sin duda no recordaba algo como esto porque nunca lo había sentido tan…tan…así, y la sola comparación me hizo sentir la peor persona del mundo.
Fue su mano la que me sacó del atolladero. La vi avanzar lentamente sobrevolando las copas como una cometa mansa hasta que llegó junto a la mía, que seguía aferrada al menú como una náufraga a la última astilla del barco hundido. Sus dedos apenas me tocaron, pero sentí el tenue peso de su palma sobre mi dorso y...
No. No fue un escalofrío, ni un desvanecimiento, ni un perder los sentidos. Tampoco escuché resonar súbitamente en mi cabeza el maravilloso tema con el que alcanza su clímax el segundo movimiento de la Séptima de Beethoven, ninguna nube multicolor me cegó las pupilas ni se me estremeció el cuerpo con esas sacudidas brutales y epilépticas. Todas estas descriptivas sensaciones que me había visto obligada a traducir tantas veces en incontables novelas de amor.
Simplemente sentí que me inundaba una felicidad infinita, abarcadora, pacífica, como líquida, una sensación de sosiego que venía a poner orden en cualquier caos. Como si todo lo anterior, nuestro encuentro casual esa misma mañana en el aeropuerto, el vuelo anulado por amenaza de bomba, el traslado de vuelta a Roma, el interminable vagabundeo por la ciudad, la mutua invitación a cenar y también mi existencia, su existencia, la historia de la humanidad e incluso el Big Bang hubieran sido hasta ahora una concatenación ciega de sucesos dispersos, una salva alocada de acontecimientos entrópicos y azarosos que ahora, mágicamente, se organizaban en un todo ordenado y perfecto, en una secuencia redonda y total.
Poco importaba ya si me había oído o no. Como borracha, me confesé, a mí misma, balbuceante: “Sí, me muero de amor”.
Rozó mi barbilla con sus dedos y me obligó a levantar la cabeza. La miré. Sonreía de un modo que me perturbó por lo inesperado. No parecía enfadada ni mucho menos escandalizada. Más bien tenía un aire de seguridad en sí misma y emanaba una impresión de dominio sobre una situación que, lo supe más tarde, no le era desconocida.
—¿Y ahora qué, Brittany o como te llames? —preguntó en un susurro sin dejar de sujetarme con delicadeza.
Para mi asombro, respondí retadora—Ahora qué. Y no me llamo Brittany—Caramba. De repente me había vuelto agresiva, y de qué manera. ¿De dónde salía este cambio repentino? ¿El orden impoluto de hacía tan sólo un segundo se había esfumado como el humo de una hoguera mal amañada permitiendo que el caos se adueñara otra vez de mi vapuleada persona? ¿Adónde se había ido aquel instante perfecto e iridiscente como una perla?
Santana, por toda respuesta, echó la cabeza hacia atrás y rió con ganas. ¿Por qué yo negaba mi nombre sin motivo ninguno, si nunca antes lo había hecho? La miré reír con cierto embarazo, entre avergonzada y divertida. Al menos no había huido y seguía frente a mí, del otro lado de la mesa.
¡Qué hermosa era! La boca generosa, expresiva y omnipotente parecía la tentación más irresistible de todo el universo. No, más exactamente: el universo emergía de dentro suyo, como si hubiera estado reteniéndolo en su interior y hubiera decidido, magnánima, devolvérnoslo a los mortales. Incapaz de hablar, mis ojos iban de su boca a sus ojos, y de sus ojos a su pelo, largo, ondulado y de color negro, intenso y brillante, me recordaba a la noche fulminante y luminosa. Fue lo primero que me había atraído de ella al verla en el aeropuerto.
Flashback
Yo acababa de facturar y al entrar en la cafetería dispuesta a distraer la espera de mi vuelo a Madrid con uno de esos horribles café express de Fiumiccino allí estaba ella, sentada sola en una mesa, su hermosa cabellera volcada casi totalmente sobre el periódico que estaba leyendo. Al pasar a su lado alzó la cabeza con gesto rápido y con una mano se echó el pelo hacia atrás despejándose la frente, como buscando algo o a alguien con la mirada.
Su presencia rotunda me golpeó como una ráfaga de viento caliente. Recuerdo que me dije, a mí misma, en italiano: Madonna, quanto è bella..., y seguí mi camino mirando fijamente hacia la barra. Sin embargo, sin proponérmelo y sintiéndome un poco grotesca, reculé imprevistamente hacia la entrada y aparqué en una mesa desde donde podía observarla a mis anchas sin llamar demasiado su atención.
—Una birra, nastro azzurro —pedí automáticamente cuando se acercó el camarero. ¿Pero es que no iba a tomar café? Eran las diez de la mañana y no bebo sino en las comidas, y aunque el express italiano es muy fuerte y no puedo con él pensaba pedirlo americano. Pero bien mirado sí, mejor una cerveza, ¿Por qué no? Me esperaba un trayecto en avión y el alcohol me ayudaría a hacer soportable ese turbador paréntesis de tiempo y espacio que me provoca el volar.
Cada tanto, como si me sintiera en falta, miraba a mi hermosa desconocida, absorta en su lectura. En realidad no podía apartar la vista de ella, pese a mis esfuerzos por interesarme en el cenicero colmado de papeles que tenía delante, en la pantalla que anunciaba las llegadas y salidas de los vuelos o en el intenso color carmesí de las chaquetas de los camareros.
El gesto de su brazo cada vez que alzaba la copa y la llevaba a sus labios me tenía hechizada. Era un movimiento lento y preciso, una película proyectada fotograma a fotograma, y el ángulo que creaba su antebrazo al alzar la copa rozaba la perfección. Saber qué estaba bebiendo se convirtió en una urgente prioridad. Ese líquido transparente podía ser un Seven Up, una tónica, ginebra o cualquier bebida blanca.
Tal vez simplemente agua del grifo. Tenía que descifrarlo y puse todo mi empeño en ello. ¿Un gin-tonic? ¿Bebía combinados por hábito o porque, como yo, se armaba de valor para afrontar unas horas allí arriba, en territorio de nadie? Eso si era ella la pasajera, porque perfectamente podía estar esperando a alguien que llegara de cualquier parte. “¿Pero qué tonterías estoy diciendo? —Me corregí al punto—. Sin duda es ella quien vuela, de lo contrario no habría pasado el control de embarque.”
Intenté recrear en mi paladar el sabor del gin-tonic para sentir el mismo gusto de su boca al tragar. Incluso pensé en preguntarle al camarero qué le había servido a aquella muchacha del cabello ondulado, pero la sola idea me avergonzó de inmediato. Por la naturalidad con que sorbía sin ningún tipo de aspavientos ni regustos, decidí que el líquido translúcido era agua mineral, o al menos era lo que yo prefería que bebiera. Cuidaba de sí, de su cuerpo, elegía conscientemente su alimentación, probablemente era vegetariana y hacía deporte, una tabla de gimnasia todas las mañanas, tai-chi o bioenergética, tal vez.
Caminar. Sí, seguramente tenía por costumbre caminar a diario y disfrutaba de largos paseos por el parque cercano a su casa, o por la escollera, una escarpada ladera o por dondequiera que soliera hacerlo, aspirando con deleite el olor salado de las algas y dejándose llevar por el rumor repetitivo de la rompiente, o acaso por un sendero umbroso de los bosques que frecuentaba atenta al piar de los pájaros madrugadores. Incluso, por qué no, dejando la impronta de sus huellas en los médanos dorados.
Tampoco la había visto fumar, al menos no desde que yo había entrado en la cafetería, y el cenicero de su mesa estaba limpio. Las dudas colmaban mi mente, pero de algo estaba segura: esa copa anodina que sostenía con delicadeza encerraba toda una filosofía de vida.
De pronto, tomándome por sorpresa, se puso en pie y se dirigió directamente hacia la salida. Al pasar cerca de mi mesa me miró fugazmente, supongo que porque me tenía en su campo visual. De inmediato bajé la vista y la posé sobre mi cerveza, temiendo ser descubierta en mis pensamientos.
“¡No, por favor, no te vayas, no me dejes!”, supliqué entre dientes.
Presintiendo más que viendo por el rabillo del ojo cómo se alejaba, me embargó un súbito desamparo y bebí compulsivamente buena parte del contenido de mi vaso. La enorme cafetería pareció vaciarse de repente, como si se hubiera llevado consigo todo el espacio disponible.
Me sentía francamente enfadada conmigo misma, y me llamé al orden. “¿Estás tonta, Brittany? Pareces un tío baboso ante un calendario de taller, sopesando si las tetas de febrero son más orondas que las de octubre. Recomponte, vuelve a tus cabales, haz algo, olvídala.”
Pero muy lejos de seguir mi propio consejo lo que hacía era estudiar con detenimiento su mesa abandonada buscando alguna pista que me indicara si había salido por un momento, a los aseos, por ejemplo, o si ese vuelo que acababan de anunciar por los altavoces en un inglés trabajoso, “flight number five, six, five, nine to Frankfurt” era el suyo y ya no la vería nunca más.
Las escasas avellanas que restaban en el plato de plástico, la copa semivacía y la silla apartada no eran muy elocuentes: había bebido sólo la mitad de lo que fuera y comido unos pocos frutos secos, magros indicios como para sacar conclusiones. Su periódico aún estaba sobre la mesa, pero eso no significaba nada, o al menos no garantizaba su regreso. Muchas personas lo descartan una vez leído, otras confían en que nadie lo birlará durante su breve ausencia.
Entrecerré los ojos en un esfuerzo por enfocar a distancia y averiguar en qué idioma estaba escrito. Vano intento. Lo había plegado de modo que la escritura quedaba del revés. ¿De dónde era, adónde iba?
Descarté una ascendencia anglosajona, alemana, danesa o nórdica en general.
Tenía un tipo demasiado latino, esbelta, más bien de altura mediana, boca carnosa y unos pómulos que parecían tensar al límite su piel dorada y cetrina. Aunque nunca se sabe, hay suecas morenas, y también escocesas, noruegas, suizas, luxemburguesas...
“¿Pero en qué estás pensando? —volví a reprenderme—. ¿Qué más da dónde haya nacido, adónde viaja, si vive en Atenas o en Bogotá? Tú a lo tuyo.” “¿Y por qué no puedo fantasear a gusto? —me rebelé, respondona—. Soy observadora, esa chica era guapísima y hago las hipótesis que me vienen en gana”. Estaba entre dos fuegos y no me decidía por ninguno, aunque ambos provinieran de mi propia trinchera. ¡Qué desconcierto tan tonto!
Me obligué no sin esfuerzo a pensar en otra cosa, bebí de un trago lo poco que quedaba de cerveza e intenté concentrarme en pensamientos banales, cuanto más intrascendentes mejor. Qué haría apenas llegara a Madrid, por ejemplo. Una llamada a mis padres para avisar de mi regreso. Visita al súper porque la heladera estaba vacía. Toda la ropa por lavar, hacía tres semanas largas que estaba en Italia y los últimos días había tenido que apañarme con un único vaquero y unas pocas camisetas limpias.
Tendría bastante correo atrasado, como de costumbre. Mañana, o tal vez el jueves, me pondría con la nueva traducción, un libro de una tal Monica Moretti que había causado furor en su Florencia natal y ya apuntaba como best seller en el país entero. Mi editora había querido tomar la delantera a las demás editoriales españolas y ya eran suyos los derechos de la autora a precio de saldo, porque la jovencísima Moretti, tomada por sorpresa por su éxito fulgurante, todavía estaba muy verde para negociar con mano dura y era evidente que no tenía a nadie que le aconsejara.
Si no estaba muy cansada, esta noche cenaría con Quinn, tenía muchísimas ganas de verla y de divertirme con sus apasionados arrebatos feministas, o “lesbiano-feministas”, como seguramente puntualizaría ella, corrigiéndome con ese gesto grave y apasionado que adopta cuando hablamos de “el Tema”. O quizá no, a lo mejor me metía en la ducha y a la cama sin más, gozando de las sábanas recuperadas y del confort de mi propia almohada.
¿Pero qué era de la hermosa pasajera?, se empeñó en insistir mi desbocado inconsciente interrumpiendo sin miramientos mis forzadas cavilaciones.
¿Estaba rumbo a vaya saber dónde o haciendo qué? Había abordado su avión, muy simple, adiós. ¿Y si sencillamente había ido hasta el duty-free...? Era una buena hipótesis, y me reconfortó. La imaginé regresando a la cafetería con una bolsa entre sus espléndidos brazos.
Miré otra vez hacia su mesa y me percaté que desde la barra un hombre muy bien trajeado, sesentón, canoso y repeinado, me sonreía a la vez que levantaba su vaso con gesto invitante.
Era una intromisión inesperada en mi intimidad que me disgustó y me pregunté cuánto tiempo haría que me estaba observando, incluso si se habría dado cuenta de mi turbación.
“Y mañana al banco —insistían mis neuronas, empeñadas en retornarme a mis cabales—. A primera hora, que hay poca gente. Ficcio ha prometido un giro urgente y ese puñado de eurazos del trabajo para la embajada te viene de perlas para terminar de pagar el nuevo PC portátil.”
“Ficcio, ese fantasma, no se cree ni la mitad de lo que promete —contradije a mi cerebro— y además posee la rara virtud de darle la vuelta a las situaciones de manera que parecería que he de ser yo quien pague por mi trabajo y no él, y a ser posible en especias.”
Al llamar al camarero para abonar la consumición la impactante morocha, arrebatadora de mis pensamientos y sentimientos, atravesó la puerta con aires de princesa indolente y se encaminó a la misma mesa que había dejado. Efectivamente, colgaba de su mano una pequeña bolsa del dutyfree, y me felicité por lo atinado de mis deducciones.
“De modo que no te has ido a Frankfurt”, pensé complacida mientras observaba atenta cómo recogía su larga falda color vino al sentarse, cruzaba las piernas dejando ver unas sandalias escuetas que a duras penas cubrían sus pies y desplegaba el periódico para sumirse otra vez en su lectura.
Sus actos eran un bloque de movimientos justos y elegantes, y se acoplaba a su espacio personal con la compleja simplicidad de un ave que vuela. Yo estaba rendida, mirándola ya sin disimulos, seducida por ese modo de mover el aire alrededor suyo como quien dice “aquí estoy, éste es mi lugar y sólo entran visitas con invitación especial”. El sesentón de la barra tampoco le quitaba la vista de encima. No me importó, que mire, que haga sus cálculos y hasta la imagine jadeando en su abrazo. Había vuelto, podía contemplarla y gozar de la visión.
Madonna, quanto è bella...
Fin del Flashback
**************************************
Bueno! Ya está el primer cap! Esperó que les guste, estoy haciendo algunos cambios con respecto al escrito original, pero la esencia la dejo intacta, con ello me refiero, en un principio, a este “amor a primera vista” de Brittany, que les parece?
Los roles y actitudes de nuestras Brittana son parcialmente distintos a los de la serie, me costó elegir sus identidades en la historia, pero es un aire fresco y totalmente renovador.
Entonces, como decía, que les parece las primeras actitudes de nuestra rubia? Les gusta estos primeros indicios de una personalidad divertida, contradictoria y apasionada?
Espero que les haya gustado este primer cap! :)
Saludos! NaT!
naty_LOVE_GLEE- ---
- Mensajes : 594
Fecha de inscripción : 06/05/2013
Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
ellas siempre se han amado con solo verse asi que tranquila esta de lo mejor el inicio de esta historia, hasta pronto!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
Hola! Me agradó este cap. Jajaja si! Su química es innegable, y bueno, espero el siguiente cap :D
Dolomiti- - Mensajes : 1406
Fecha de inscripción : 05/12/2013
Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
holap,..
me encanto,..
con ellas solamente vasta una mirada para que salga esa quimica que ellas tiene!!
nos vemos!!!
me encanto,..
con ellas solamente vasta una mirada para que salga esa quimica que ellas tiene!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
micky morales escribió:ellas siempre se han amado con solo verse asi que tranquila esta de lo mejor el inicio de esta historia, hasta pronto!
Dolomiti escribió:Hola! Me agradó este cap. Jajaja si! Su química es innegable, y bueno, espero el siguiente cap :D
3:) escribió:holap,..
me encanto,..
con ellas solamente vasta una mirada para que salga esa quimica que ellas tiene!!
nos vemos!!!
Hola, si se refieren a la quimica dentro de la serie, eso es irrefutable, ellas son perfectas en ello, de hecho a pesar de cada trastocada yo amo la historia frustrante, tierna y romantica que tienen allí, hicieron que su relación revolucionara todas las clases de amistad y amor que puedan existir, de todo ello sacaron algo confuso y a la vez lo mejor, por su originalidad, con la trama de angustía justa y el amor incomparable, así que de esa manera las amo tanto en la serie.
Y si hablaban de esta historia, reservo mi opinión y los invito a leerla y me diran que tal :)
naty_LOVE_GLEE- ---
- Mensajes : 594
Fecha de inscripción : 06/05/2013
Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
La Insensata Geometría del Amor
Capitulo 2
Ahora estábamos aquí, en El Trianón, y ella reía.
¿Cómo explicarle y explicarme mi repentino enfado? Quería divertirme con ella, dar un salto de volatinera y ponerme del revés, recomenzar la escena con otro guión, pero no podía. Mi consciencia estaba en duermevela y toda yo como vaporosa, hecha de gasa por dentro, de tul por fuera. En un intento por recomponer mi imagen dejé vagar la mirada a mí alrededor. Bastante gente hablando a media voz. Ellos estudiando la carta de vinos con aire profesoral, los platos perfectos en bandejas impecables rumbo a su destino, unas mesas coquetas y con la elegancia neutra de los restaurantes franceses, que se imitan perennemente a sí mismos. Las mujeres demasiado puestas, demasiado maquilladas, demasiado sobreactuadas en su papel de “señora con hombre a la hora de la cena”. Suspiré varias veces, un poco para aliviar la tensión, otro por hacer algo que no fuera estrujar la servilleta. No sabía qué decir.
Santana, en cambio, parecía muy jugosa. Era evidente que se sentía a sus anchas.— Deja que adivine—me dijo manejando la ironía como una artesana—. Puesto que no eres Brittany como me habías dicho y yo no puse en duda, has de tener otro nombre. Te llamas, te llamas...Augusta. Eso es, Augusta. —Humedeció sus labios ponderando su elección y añadió—: No está nada mal, es muy sonoro, potente, te va. Augusta... —repitió para sí—. Pero tal vez lo encuentras excesivamente solemne —decidió de inmediato—, con un peso... arcaico, histórico, de foro romano, digamos. A veces se te hace demasiado duro de llevar y te inventas otros nombres, quizá uno distinto según la ocasión. ¿He dado en el clavo?
Por toda respuesta encendí un Winston al mejor estilo Robert Mitchum, gesto, por otra parte, que deploro ver en otras mujeres.
—O acaso tienes uno de esos nombres de santoral tan fuera de onda —especuló cada vez más zumbona—. Águeda, Diosdada, Consolación... ¡No, peor, el de un rey godo pero en femenino, tipo Recesvinda, o Recareda...! Todos quedan tan sinónimos después de un Brittany— terminó con todo el sarcasmo divertido en su expresión, obvio que ninguno iba de la mano con Brittany, un nombre muy americano y europeo, no específicamente español, claro, nada que ver con todos los nombres latinos y españoles que yo pueda recordar, aunque Santana tampoco era un nombre latino o español muy común que digamos. De repente, y a pesar de la nebulosa que me envolvía, sentí que la detestaba con una intensidad que no reconocía en mí. ¿Era sólo paranoia o efectivamente se estaba burlando de mí, con todo desparpajo? Deseé con toda el alma echar a correr y perderme por Trastevere hasta quedarme sin aliento y amanecer con los huesos molidos entre las pilastras del puente Cavour.—Perdona —dije poniéndome de pie con brusquedad—, enseguida vuelvo.
Me colgué el bolso en bandolera con decisión y casi huí de la mesa. De una rápida ojeada supe dónde estaban los aseos. Tengo un sexto sentido para detectarlos en los lugares públicos aunque sea la primera vez que los frecuento, y fingiendo una desenvoltura que no tenía me metí en un pequeño pasillo pintado del mismo color asalmonado del comedor y me detuve frente a dos primorosas puertas de madera noble.
Suelo desconcertarme ante los variopintos símbolos femeninos y masculinos que se inventan para distinguir los servicios, pero he desarrollado un sistema infalible: sé que los hombres gustan de exhibir sus micciones y dejan la puerta entreabierta, lo cual me facilita la elección. Este primoroso restaurante no era una excepción a la regla, así que abrí sin titubeos la puerta y me precipité hacia el lavabo.
Tiempo, necesitaba ganar tiempo. Me sentía densa, mercurial, pero sobre todo no tenía la menor idea de lo que me estaba ocurriendo, este alocado vaivén de sentimientos que me sacudía como a un títere maltrecho. Con gesto mecánico me lavé copiosamente la cara. Al verme me arrepentí de inmediato: la base de maquillaje había desaparecido y un pequeño reguero de rímel corría cuesta abajo por mi mejilla dándome un aspecto de fantoche, a lo Giulietta Massina en Las noches de Cabiria.
Me miré detenidamente cual si fuera la primera vez, como si alguien hubiera pronunciado la fórmula banal de “Fulanita, te presento a Brittany” y yo tuviera que reaccionar ante un rostro nuevo. ¿Me lo parecía o mis ojos habían pasado del azuleste usual, como yo lo describía, a ese azul indefinido que lucían esporádicamente? Me acerqué a menos de un centímetro del espejo para corroborarlo. Decididamente estaban azules como olas indefinidas por el viento y la luz solar, y a mí las pupilas me cambian de color cuando tengo fiebre.
Palpé mi frente para comprobar la temperatura pero no noté nada anormal, de modo que me peiné alborotando el pelo con las manos, me quité los restos de maquillaje con un kleenex, lo que llevo a revelar varias pecas, algo invisibles pero finalmente visibles si te acercabas mucho, genial, rodé los ojos y terminé retocándome los labios. Al meter otra vez la barra en mi bolso éste perdió el equilibrio y todo su contenido se desparramó por el suelo. “¡Mierda, mierda, mierda!”, mascullé con furia mientras devolvía mis trastos a su sitio a toda prisa y sin orden alguno. Me volví, fui hacia la puerta y estaba a punto de abrirla cuando me detuve en seco con la mano en el picaporte. Sentía el latido de mi corazón en las sienes, en el pecho, en el cuello, en las muñecas y hasta en las ingles. Algo muy fuerte me impedía regresar al comedor.
Santana se estaría preguntando qué diablos pasaba conmigo, encerrada en un lavabo tanto tiempo, qué mujer tan rara, va de un estado a otro como una veleta enloquecida, y parecía tan alegre, tan desenvuelta... O tal vez no se estaba preguntando nada y todas eran figuraciones mías. Seguramente eran sus propios asuntos los que le entretenían el pensamiento.
Volví sobre mis pasos, me planté otra vez frente al enorme espejo sujeto por un recargado marco de madera rococó y me encaré con energía—Veamos, Brittany, guapa... ¿Qué te está pasando?
Me quedé contemplando mi gesto de interrogación congelado como si esperara que mi propia imagen cobrase vida propia y respondiera como una pitonisa. Estaba literalmente paralizada.—Vamos, piensa, recapacita, te estás comportando como una esquizofrénica — le conminé a mi reflejo—, esto no es normal en ti.
Y es verdad. Por lo que sé de mí misma o cómo los demás me definen, suelo ser de talante más bien calmo y equilibrado, sin grandes altibajos dramáticos. Es más, las personas explosivas y desmesuradas en sus emociones me incordian bastante y la mayoría de las veces me siento incómoda frente a esos arrebatos tan fulminantes como efímeros que dislocan en un instante la situación, entonces, casi siempre me encuentro diciendo “Stop a la violencia” y Quinn, casi siempre, suele responderme: “Tú eres pasional, no apasionada, o sea, tu estado de pasión es permanente, aunque logras controlar los estallidos. Eres del tipo mental, nena, porque le temes a tu corazón.”
Cierto, lo admito. Porque pienso que sí mi corazón hablara no habría ecuanimidad posible ni deseada. Perdería la compostura y el desastre se apoderaría de mí, sin ceder a la piedad. Le fruncí el ceño al reflejo inexorablemente perdido que me devolvía el espejo, Dios! Por qué me siento como…porque me siento como…no sé. Nada como esto puede compararse con nada anterior en realidad. Que diría Lois, si me viera en este estado, me reconocería?
Fue como un conjuro. En cuanto evoqué su nombre pareció materializarse y pude o intuí ver su imagen frente a mí. Hubiera podido incluso acariciarla con sólo extender un dedo. Su recuerdo me atrapó como una red sutil de añoranzas, entre ellas, estaba en su totalidad, la calma cómoda y tranquila, el corazón palpitando con normalidad y la mente despejada y agradecida por la adoración en sus ojos.
Flashback
Lois, mi hermosa, mi anémona frágil intentando sonrisas, hablando de su cáncer con el tono casual y despreocupado de quien dicta una receta de cocina, ponle poco jengibre para que no sepa demasiado fuerte y a la salsa la espesas con una cucharadita de maizena, queda perfecta. Lois, que aún en su agonía me buscaba con la mirada translúcida y remota de los muertos y me susurraba al oído: “No me duele, cielo, no me duele nada.” Y me aferraba las manos procurando exhibir una fuerza persistente, solo para convencerme. “Nada de sonda alimenticia, no quiero sueros, sólo morfina”, había exigido y obtenido pese a la oposición intransigente de la medicina oficial, empecinada en su extraño convencimiento de que nuestra vida era suya y no nuestra, y tanto más cuando llegó a su fin.
Era julio. Madrid se derretía bajo un calor exasperante, seco e impío. He olvidado cuántos fueron los días de vigilia, el estado de alerta permanente renovando las velas de colores alrededor de su cama, las horas inacabables semiinclinada sobre su rostro grisáceo, atenta a cualquier suspiro, a la sutileza de un gesto apenas insinuado, dispuesta a cumplir el más remoto e ínfimo de sus deseos, de la misma forma en que ella siempre había estado allí para mí.
Recuerdo con nitidez, como si no hubieran pasado casi cuatro años, cual si mi memoria se hubiera congelado en una ambarina foto fija —“no me duele, cielo, no me duele nada”—, es que en cuanto dejó de respirar tras haber abierto los ojos por un momento y dedicarme una mirada indescifrable y un vago recorrido por los rostros de su madre, de Quinn, de mis padres que velaban en un segundo plano, mirándola con tal tristeza tanto como yo lo hacía, en ese preciso instante en que hacía su tránsito, yo aflojé muy lentamente mi abrazo, apoyé su cabeza inerte sobre la almohada como quien deja en tierra una pájaro yerto, y acto seguido, cual si hubiera recibido una orden telepática de obligado cumplimiento, fui hasta la alacena de la cocina, descolgué la escoba y me puse a barrer la habitación.
No derramé una sola lágrima.
A los pocos días de su muerte llevé sus cenizas a Cadaqués, acompañada por Quinn, “La muerte es un hecho natural, pero siempre resulta una violencia indebida”, escribió Simone de Beauvoir cuando murió su madre. Cierto, Beauvoir, cierto. Esa violencia indebida me hacía sentir impotente y dejaba un rastro de enojo en mi interior, algo parecido a la rabia, sutil pero presente. Quería llorar, la extrañaba mucho, había sido mi compañera, la persona que más me había amado desde que tenía memoria, siempre allí, siempre para mí.
Tampoco lloré cuando desmonté nuestra casa como quien desarma un puzzle preciado. Acariciar su ropa me provocaba un dolor infinito que se sentía como la soledad y el desamparo que había dejado en mi interior, su olor todavía adherido a las faldas, los abrigos de lana gruesa, las blusas sedosas y leves, las fundas de su almohada, las paredes, los cuadros, las toallas.
Mi música, nuestra música, mis libros, nuestros libros, la letra enorme y apasionada de sus cartas, sus notas dispersas en tarjetas, en los mensajes de amor que me hacían sentir la persona más querida del universo, cosas que solía escribirme cuando menos los esperaba.
Su familia se mostró sumamente respetuosa conmigo, como siempre lo había sido. Yo era la heredera legítima de Lois, su viuda por ley de su infinito amor, y con exquisita delicadeza sus padres dejaron que dispusiera de sus pertenencias incluido el apartamento, que era de su propiedad. No lo quise. Imposible vivir un solo día más respirando el aire que ella dejaba para mí, y me mudé de inmediato a casa de mis padres. ¿Dónde se había escondido el llanto? ¿En qué perdido recoveco de mi espíritu estaba atrincherado y se negaba obstinadamente a salir?
Pero la esencia de los ciclos es su perpetua mutabilidad, y habrá sido la taza de porcelana algo desportillada por los bordes, que me recordaba las veces en que me sentía inmersa en un vacio sin sentido y ella llegaba con una taza llena de café y trataba de reconfortarme con su presencia cálida y amorosa, o eso o tal vez el reflejo solitario de mi misma, nítido en los ventanales enormes de la cafetería. Vaya a saber. El caso es que una mañana insulsa, una de tantas de aquella época nebulosa e inconsistente, noté que una congoja irreprimible me oprimía el esternón y por fin el llanto hizo acto de presencia.
Las lágrimas comenzaron a brotar indiferentes a mi vergüenza y mi voluntad. Por detrás de mi reflejo solitario en las enormes cristaleras, los ojos anegados, veía sin ver el hormigueo de la gente desconcertada, solo veía pares acompañados, entrando y saliendo de la boca del metro Bilbao, amparándose del chaparrón en el quiosco de prensa, cruzando la calle Fuencarral a trompicones, sus cabezas malcubiertas por sombreros improvisados con bolsas de Los Guerrilleros o de Cortefiel y esquivando con fintas dudosas a los coches que reclamaban a bocinazos su derecho al paso.
Lloré por Madrid bajo la lluvia, por el azucarillo que se hundía sin remedio en la negrura del café, por todos los presentes y ausentes, por mí y mi amante muerta, por esta vida y por las otras, si es que las había, si es que yo moraba en alguna de ellas, completamente sola y sin la protección estable del amor que me había profesado Lois.
Una vez abiertas las compuertas del dique de los duelos ya no pude parar. Me encerraba en mi cuarto de niña en casa de mis padres con cualquier excusa para llorar a mis anchas. Imágenes, recuerdos, un alud de sensaciones arremolinadas, palabras sueltas, la voz de Lois, la compañía de Lois, su sonrisa fácil, la forma en que me amaba, dejándome asombrada por el amor que veía en sus ojos cuando me miraba, yo era el centro de su mundo y me sentía completamente aceptada y única en él.
Cualquier circunstancia que atravesara el frágil umbral de mi presencia de ánimo me hacía sollozar hasta el espasmo. Mis padres me ayudaron con un amor infinito durante todo este período nefasto, la mayoría de las veces guardando un silencio respetuoso y confortable. La catarsis duró meses, un año quizá, pero poco a poco fue cediendo a la evidencia, al consuelo, a la energía vital o comoquiera que se llame. Sin darme casi cuenta retorné a lo cotidiano, a mi trabajo, a las salidas con las amigas, a reír con ganas de reír. Pasé de la penuria de sobrevivir sola a vivir con sosiego y alegría, construyendo mi vida más que reconstruyendo entre los escombros de la pérdida. El llanto se fue de mí y ya no regresó.
Fin de Flashback
Seguía contemplándome absorta en el espejo, ajena a mí y a un par de mujeres elegantes que no había oído entrar y que me miraban de soslayo entre discretas y preocupadas.
Lloraba, otra vez lloraba, estaba llorando, las dos manos aferradas con fuerza al mármol hasta que los nudillos se pusieron blancos por la presión. Un llanto como de sauce, manso y bienhechor que caía por mis mejillas y entraba por las comisuras de mi boca entreabierta. Sabía a playa. No podía ni quería reprimirlo, notaba cómo mi pecho iba aflojando su tensión y me dejé fluir como fluye una hoja seca acunándose en la corriente. “No es traición, Lois, tú lo sabes, ¿Verdad?, me amaste como a nadie y yo adoré tu amor”
¿Era un azar que el recuerdo de mi amante y del amor que siempre me tuvo hubiera surgido con tanta potencia precisamente hoy, precisamente ahora? Lo dudo. Creo poco en las casualidades. Los hechos parecen provenir de la nada, porque sí, entrópicos y caprichosos, pero estoy convencida de que surgen de un todo más abarcador, más integrador y sabio. Igual que las notas dispersas en un pentagrama, carentes de sentido en sí mismas pero parte integrante de una partitura que las dota de significado.
Mi llanto me estaba mostrando bien a las claras la razón de este día tornasolado, cambiante, de felicidades agudas e inexplicables y tristezas incomodas: todo el tiempo me había sentido culposamente traidora, como si la profunda e indescriptible atracción por Santana marcara una diferencia absoluta y reveladora que decretará el entierro definitivo de Lois y el epílogo de su amor por mí. Hasta hoy me había parecido como un escudo que me mantenía cálida, absolutamente amada e intocable y, como siempre, sin necesidad de tocar…
Nadie me había siquiera interesado en estos años, yo era el centro del mundo de Lois y me sentía reservada para ella, sentía que nadie podía amarme como ella y que yo no quería liberarme de su amor indiscutible por lo tanto mi viudez había sido de una lealtad inquebrantable por propia voluntad. Simplemente estaba convencida de que el amor de Lois era suficiente para mí, para ambas, siempre lo había sido y creía que lo sería por toda la eternidad, nunca había amado directamente, Lois tenía tanto amor por mí que me era insuperable.
Y sin embargo...todo parecía estar de cabeza y no era el amor de alguien hacía mí, lo que me hacía sentir una traidora, era al revés, el amor salía de mi misma, sin ninguna necesidad de una correspondencia anterior—Lois, querida, no es traición y lo sabes, como sabes que amé tu forma de amarme, lo única que me hacías sentir, solo…presiento que el amor ha vuelto —musité al espejo, sin embargo no pude decir en voz alta, lo distinto que era esto, no podía decir que me parecía algo terriblemente diferente y al revés de lo que recordaba, no quería que ella lo supiera, aunque no había manera de que no lo supiera, incluso cuando esas palabras no salieran de mi boca—. No la estaba buscando, sabes que nunca he buscado a nadie en mi vida, tú me habías encontrado, pero ahora yo la he encontrado a ella. Siento que….siento que la amo, apenas la conozco, todo es tan incierto, todo está tan de cabeza, tan imprevisible...
Sollozaba monologando con mi imagen sin importarme la creciente curiosidad de las dos mujeres, y era evidente que no se marchaban por enterarse un poco más del melodrama. Una de ellas, altísima en sus tacones imposibles, me tocó levemente el hombro con gesto consolador y me susurró solícita en su italiano exquisito con acento ligeramente toscano—No llores, querida, ningún hombre merece una sola de nuestras lágrimas... — Dicho lo cual hizo una seña con la cabeza a su amiga y ambas se fueron casi de puntillas cerrando la puerta tras de sí dedicándome una última miradita comprensiva. “¡Ningún hombre merece una sola...! — repetí para mis adentros—. ¡Ningún hombre merece... —mis lágrimas eran ahora espasmos entrecortados por una risa irreprimible y no podía terminar la frase— ni una sola lágrima, qué frase tan tópica, madre mía, y a mí, si supieran...!”
La carcajada fue tan potente que me sorprendió más que la llorera inesperada de hacía unos momentos. Reía y reía secándome la cara con el papel de rollo sujeto a la pared. Poco a poco, entre mocos e hipos, iba sintiéndome cada vez más ligera y recuperaba el buen humor, con ese bienestar que deja en el estómago una buena vomitona. No sé cuánto tiempo estuve así, riendo sin control, hasta que paulatinamente fui recobrando el aliento y el aplomo.
Volví a mi reflejo y me vi con otros ojos, mucho más benignos. —Eres guapa, Brittany —me piropeé mientras me daba un poco de rímel tratando de enmascarar los estragos de tamaña descarga emocional—, y te quiero mucho, sólo que estás un poco desquiciada, algo completamente anormal en tu persona por lo tanto, ya no sé bien qué hacer contigo. Peeeero ahora te retoco los labios, una pizca de sombra en los párpados, así, muy bien, y a comer, que tenemos hambre.—Usaba el mayestático, como cada vez que hablo con mi otro yo, sin embargo esta era una charla única, como todo en este día—. Nos vamos a premiar con una espléndida cena. — Ya podía volver a la mesa, el nudo en el pecho se había deshecho y me sentía notablemente aliviada.
En mi ausencia, Santana había pedido una tabla de quesos y patés y estaba comiendo con apetito. Una botella de Prosecco reposaba en el cubo con hielo, y ya estaban servidas las copas. Me senté frente a ella, bebí un sorbo de vino paladeándolo con deleite, hojeé el menú y comenté conteniendo la risa a duras penas—¿Sabías que ningún hombre merece una sola de nuestras lágrimas?
Sorprendida, se quedó a medio camino de un bocado. Nos miramos un instante y al unísono soltamos la carcajada.—¿Y tú sabías que en Las Landas, al sur de Francia— respondió a punto de atragantarse con el canapé—, entierran a las ocas hasta el cuello y las ceban para agrandarles el hígado hasta que mueren de cirrosis sólo para que nosotras podamos comer este paté tan delicioso? No sé si tiene mucho que ver con tu pregunta — añadió—, pero es la mejor respuesta que se me ocurre.
Habíamos recuperado el cobijo de esa burbuja de complicidad que nos había acompañado toda la tarde y me sentía a mis anchas. Por fin elegí la comida.—Voy a tomar un rosbif a la pimienta, lo tengo clarísimo —dije con gula— y me importa poco que según las reglas del protocolo no combine con el vino blanco. Y el postre lo tengo aún más claro, mousse de chocolate con mucha, mucha nata, una montaña de nata batida.
Santana tampoco titubeó—Y a mí me apetece pescado —dijo—. Una buena merluza en salsa Bordeaux. Y de postre, de postre...
—Por cierto, Santana —comencé a disculparme—, que antes yo...
Me acalló con un gesto de sus manos—Mira, de verdad que no necesito explicaciones, los asuntos de cada una...
Su indiferencia, me llegó con más fuerza de la esperada, nunca sentí la necesidad de ser importante para alguien, eso siempre había venido solo, tratando de calmarme, insistí—Ya, pero me gustaría que sepas... —me interrumpí mientras buscaba en cualquier parte las palabras, sin encontrarlas. ¿Qué quería confesarle, cómo hacerlo y para qué? Quizá aún insistía en enterarme si había oído mi declaración de amor. Improvisé al vuelo— que de verdad me llamo Brittany. Brittany Susan Pierce.
Me midió con la mirada. Supe entonces que había captado a la perfección los cambios de dirección de mi pensamiento. Usó la misma táctica—“Para servirte”, dicen las niñas bien educadas y de buena familia cuando dan su nombre en sociedad. —Y añadió sonriendo con coquetería—López, Santana López, a sus pies.
Nos estrechamos cómicamente las manos como cabe después de una presentación formal y chocamos nuestras copas de Prosecco. Tras beber un sorbo y secarse apenas los labios con la servilleta, dijo con mucha gracia—Tardabas tanto ahí dentro que estuve en un tris de llamar a los bomberos para que derribaran la puerta del toilette. Sobre todo porque casi no me queda dinero.
Reíamos otra vez, distendidas e indudablemente cómodas. Empezamos a dar buena cuenta del aperitivo. Yo comía, no le quitaba los ojos de encima y Santana fingía no verme. Escogía un trozo de gruyer, lo partía con los dedos en dos o más trocitos pequeños y los masticaba a conciencia, circunspecta y con cara de niña aplicada.
Su formalidad al comer también me seducía, ya lo había notado durante el almuerzo. El cuerpo recto, la espalda pegada al respaldo de la silla, los brazos apoyados sobre la mesa con naturalidad y las manos precisas y habilidosas. Suelo prestar mucha atención a estos detalles porque creo que sentarse a la mesa es toda una declaración de principios. Me fastidian, por ejemplo, esas personas ávidas que utilizando el tenedor a modo de cuchara y, cualquiera sea la comida que tengan delante, atacan como si fuera un comistrajo informe que se devora cuanto más rápido mejor.
Tampoco me gustan las que manifiestan desdén por la comida y la diseminan con meticulosidad en el plato, un poco hacia los bordes, otro poco hacia el centro, buscando a saber qué elementos dañinos que no acaban de aparecer. Menos aún me interesan las demasiado golosas, ni las perennes inapetentes que apartan la bandeja lejos de sí como quien desprecia una mala hierba.
Santana mantenía una actitud respetuosa con la comida y se llevaba los pequeños trozos a la boca con cuidado, en un único gesto, sin apenas moverse sobre la mesa. Ahora estaba haciendo lo mismo que al mediodía. Incluso podía imaginar a una madre solícita aconsejándole: “No te inclines tanto sobre el plato, niña, es su contenido el que debe ir hacia ti. Y no dobles demasiado la espalda, te oprime el estómago y te sentará mal la comida”.
Ordenó la cena en un francés fluido, aunque el atribulado camarero era más siciliano que marsellés y hacía cuanto podía para entenderla. La cena fue estupenda, estábamos la una más ocurrente que la otra y nos divertía cualquier nadería. Santana se reveló como una excelente contadora de cuentos, a saber si verídicos o fantaseados, sobre los personajes que frecuentaban la galería de arte donde trabajaba para su amiga Florencia, cerca del Retiro madrileño.
Nos enzarzamos en una discusión sobre el valor de las obras de arte, a quién pertenecen una vez vendidas y qué se puede hacer con ellas. Santana argumentaba con pasión que la obra siempre es del artista que la produce aunque ya no lo posea materialmente.
Hablaba con entusiasmo sin dejar de dar buena cuenta del pescado y de los dos flanes que le siguieron. A mí el Prosecco se me estaba subiendo a la cabeza a velocidad de vértigo, porque a la botella inicial le siguió otra y media más y yo bebo poco o lo justo, de modo que no estaba muy segura de mis opiniones y en el fondo el arte, Miguel Lima, la galería Retro y el resto del mundo me importaban un bledo.
Me sentía tan indescriptiblemente feliz, etérea, tan armónica conmigo misma, como si estuviera revelándome a mí misma, conociéndome desde un punto abrumador, dando vuelta el orden de las cosas que siempre había dejado por sentado con respecto al amor. Me parecía una suerte de revelación el encuentro nuevo, contrariado y desconocido, Santana frente a mí, Santana a mi lado, la comunión mágica que se había creado entre nosotras y el creciente sentimiento de amor que me embargaba. Nunca había sentido algo tan fuerte… la palabra nunca y único, insistían en mis pensamientos y sobre todo en mis sentimientos.
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Hola! Acá les dejo una nueva actu!, como verán ahora conocemos un poco más de la vida de Brittany, algo de Santana y sobre todo la experiencia única de Brittany, más allá de Lois.
Que les pareció su historia? Algo triste pero ella parece muy valiente verdad?
Mañana subo otra actu!
Besos y abrazos virtuales para todos! :)
naty_LOVE_GLEE- ---
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Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
me encanto el capitulo, aunque por momentos me traslade a la epoca de los capuletos por la forma de la narrativa de brittany, en fin......hasta pronto!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
micky morales escribió:me encanto el capitulo, aunque por momentos me traslade a la epoca de los capuletos por la forma de la narrativa de brittany, en fin......hasta pronto!
No entendí bien lo de la epoca de los capuletos :p pero espero que te siga gustando, esto recién comienza :)
naty_LOVE_GLEE- ---
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Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
La Insensata Geometría del Amor
Capitulo 3
Estaba montado alrededor de un grueso hilo de metal dorado enrollado en sí mismo que encerraba una pequeña gema amarilla en su seno y que habíamos visto esta tarde en via della Croce. De inmediato se había empeñado en que era para mí. “La espiral es una forma esencial—dictaminó mientras lo enganchaba a mi pecho— la promesa de una correspondencia igualitaria, sin neutralidades ni sentimientos unilaterales. Quiero que lo lleves.”
No había sabido negarme porque no tenía razones de peso para hacerlo, pero básicamente porque me resultaba imposible explicarle la súbita congoja que me secaba la garganta mientras ella trajinaba con el pasador que se le resistía. Tuve que hacer un enorme esfuerzo por disimular mi insólita tristeza a la vez que agradecía el regalo. Me puse a mirar con fingido interés unas sortijas expuestas sobre un paño de dudoso terciopelo, pero por fortuna el sentimiento fue tan fugaz que mientras ella pagaba ya se había desvanecido como por encanto y percibí con alivio que retornaba mi bienestar perdido.
Paseamos a placer por la Villa Borghese, descendimos por la enorme escalinata de la plaza de España y anduvimos arriba y abajo la pretenciosa via del Babuino. En las exclusivas tiendas de via Borgognona y via dei Condotti nos probamos un sinfín de ropa que no pensábamos comprar improvisando desfiles de pasarela la una para la otra, festejando los respectivos comentarios.
Santana parecía disfrutar sobremanera jugando a esconderse y a aparecer de sopetón entre escaparates y portales, y en las boutiques de via Frattina hizo toda una exhibición de comicidad ante los dependientes mostrando un interés que no tenía por los objetos más peregrinos a la vez que imitaba con mucha gracia el disparatado italiano que suelen hablar los españoles.
Su sentido del humor me atraía y me repelía a la vez. Era un tanto sarcástico y a veces sacaba una vocecilla gutural de muñeca caprichosa que me avergonzaba, pero por otra parte estimulaba mi propio infantilismo y me uní al juego de decir y hacer tonterías.
Como cuando estábamos en la tienda donde suelo comprar mis toallas predilectas, no sólo por sus colores poco usuales sino por su esponjoso tejido de nido de abeja. En cuanto me escuchó preguntar por las toallas “nido di ape”, Santana se lanzó a canturrear en un afinado, rasposo y dulce sonido, que hizo estremecer mi propio corazón, era una rima infantil acerca de unas abejas y un panal de rica miel ante el discreto asombro del vendedor, que seguía hablando conmigo cual si ella fuera invisible. Yo estaba bastante incómoda, por toda la revolución en mi interior, pero para mi asombro me uní a la cancioncilla y tuvimos que abandonar el establecimiento ahogadas por la risa, como dos crías festejando sus gracias a espaldas de la profesora. Y sin mis toallas, claro está.
Exhaustas por la caminata recalamos en el Café Greco. Como la suerte estaba de nuestra parte encontramos sin dificultad una mesa vacía, lo cual, le expliqué, no es nada normal en el concurridísimo Greco.
Hablamos de mi profesión y de mi próxima traducción, de mis inminentes treinta años, de la creencia generalizada de que cada decena acarrea una crisis de identidad —ambas coincidimos en que depende de la persona—, del barrio de Salamanca en Madrid que Santana consideraba un sitio estupendo para vivir—yo tengo un apartamento en la calle Hermosilla—, de nuestro mutuo fastidio por los aviones y otras mundanidades.
Escuché con verdadero interés su exaltada declaración de amor por su trabajo. No había estudiado oficialmente la carrera de bellas artes, pero había realizado varios cursos en Nueva York y París y por su tono era fácil adivinar que las artes plásticas eran uno de sus mayores deleites.
Ante su segundo café me contó que había nacido en California hacía veinticinco años, hija de padre latino y madre española, ambos se habían conocido en la residencia de los sueños americanos, dos inmigrantes descubriendo un nuevo mundo juntos.
Sus padres decidieron quedarse en California y se trasladaron a un departamento en el centro de Bahía, llevando consigo a su hijo Blaine, de dos años. Al año siguiente había nacido ella, pero como la profesión de ingeniero de su padre seguía sin ver frutos, en un par de meses regresaron definitivamente a España.
—Santana es un nombre muy original, yo solo lo había escuchado en apellidos—comenté.
—En realidad iban a llamarme Lilith, ya sabes, la primera mujer creada por Dios según la tradición católica y que no sólo se negó a contentar a su creador sino que a la postre resultó ser una malvada de las que se comen a los niños crudos —rió, por un momento me sorprendió la intensidad de su mirada, había algo angustiante en sus pupilas oscuras, o tal vez eran figuraciones mías, que la amará de esta manera tan aterradora no me otorgaba un certificado de sabiduría sobre su persona de todas formas—O sea que nací para vengar agravios.
Obviamente no rememoraba nada de su ciudad natal, y no había regresado nunca. “Volveremos —había prometido yo en un arranque— para que recuerdes y me hagas recordar a mí.” ¿Qué memoria puede conservar de su lugar de nacimiento una criatura a la que apenas nacida la trasladan de país? Pero, y lo más absurdo ¿Qué podía yo evocar de California, imaginando la compañía de Santana junto a mí, mientras lo hacía? Nada. Fue tan sólo una de tantas boutades de este día, pleno de asombros y extrañas coincidencias.
Nuestro propio encuentro había sido una extraordinaria casualidad, teniendo en cuenta las escasísimas posibilidades que tenía yo de volver a coincidir en algún momento con la bella pasajera que me había conmocionado en la cafetería del aeropuerto.
Flashback
Los cambios continuos en los horarios de las salidas y llegadas que tableteaban en los paneles indicaban que algo no funcionaba con normalidad. De hecho, Fiumiccino estaba convulsionado por una amenaza terrorista. Los agentes de seguridad pululaban afanosos por las dependencias del aeropuerto aferrados a sus walkie-talkies como hormigas desconcertadas y finalmente todos los vuelos se cancelaron mientras las Fuerzas Especiales trataban de localizar el explosivo.Cuando desde la cafetería oí que llamaban a los pasajeros con destino Madrid, la voz anónima de la megafonía me tomó por sorpresa porque casi había olvidado dónde estaba. Tuve que apelar a toda mi fuerza de voluntad para incorporarme y rumbear hacia la puerta de embarque, despidiéndome a distancia y con mucha pena de mi enigmática desconocida.
La noticia del atentado se había extendido entre los pasajeros como un charco de aceite a pesar de la discreción del operativo antiterrorista, y un oficial de Alitalia agrupó a quienes esperábamos el vuelo Roma-Madrid en la correspondiente puerta de salida sin apenas explicaciones.
Yo estaba un poco asustada, como supongo lo estaría el resto del pasaje, pero más que nada furiosa por la desconsiderada falta de información sobre una situación tan delicada. Harta de perseguir a un agente de seguridad para exigirle una explicación, me desplomé en un sillón milagrosamente libre y procuré armarme de paciencia.
Miré a mi alrededor. Más de un centenar de personas abarrotaban el recinto pero nadie parecía dispuesto a ejercer el elemental derecho a la protesta. Como un hato de borregos resignados a su suerte, esperaban solos los unos, reunidos en familia los otros, los niños correteando y dejando un reguero de patatas fritas a su paso, muchos sentados en el suelo enfrascados en sus crucigramas para distraer la espera.
¿Es que no eran, no éramos conscientes de que si efectivamente había explosivos en algún lugar del aeropuerto y estallaban sería una masacre? No tengo madera de heroína, pero al ver el modo en que nos amontonaban sin mayores consideraciones, faltos de protección o al menos de una explicación coherente, sentí que la indignación hacía presa de mí.
Una Brittany desconocida decidió pasar a la acción y me incorporé dispuesta a todo.
Resulta sorprendente la capacidad que tiene la mayoría de las personas para soportar circunstancias adversas como si fueran merecidas, un castigo a vaya saber qué pecado. No creo que sea un ejercicio de estoicismo deliberado, sino más bien ese conformismo grisáceo que mamamos desde la cuna, y esta situación de peligro inminente era buena prueba de ello.
Porque el caso es que hablé con casi todos los pasajeros invitándoles a exigir una solución colectiva y tan sólo convencí a una pequeña avanzadilla de tres mujeres, un par de francesas que apenas si hablaban castellano y una gallega auténticamente furibunda, a las que se sumó un hombre que no cesaba de retorcer sus manos gordezuelas alegando que tenía suma urgencia en llegar a Madrid por un asunto de negocios.
Dejamos al grueso de la gente y salimos a la caza de algún responsable, pero ninguno de los de seguridad se detuvo siquiera a escucharnos y nos espantaban como a moscas molestas. En el mostrador de Alitalia la empleada balbuceó algunas excusas inadmisibles: tenía órdenes estrictas de no alarmar innecesariamente al pasaje, no estaba informada de lo que estaba sucediendo, y por lo tanto nos rogaba que regresáramos a nuestro sitio sin montar un escándalo. Enfadados y dando voces solicitamos la presencia de algún cargo superior, y noté con satisfacción que cada vez más personas se unían a nuestro grupito apoyando enfáticamente nuestra petición.
Exaltada —¿Exaltada, yo?— improvisé un breve pero encendido discurso acerca del respeto debido al ser humano y el derecho a la seguridad, y ya puesta me despaché a gusto contra la arrogancia de quienes tienen la información y no la transmiten, epilogando mi diatriba con un “así es como funciona y se perpetúa el poder”. Me sentía asombrada de mis ínfulas puesto que no solía practicar este aspecto belicoso de mi personalidad. Incluso diría que acababa de descubrirlo. Se me premió con algún que otro “¡Bravo, así se habla!” y quedé de piedra. ¿También era yo esta Brittany de hoy?
La asonada surtió efecto y en pocos minutos apareció de la nada un encargado del aeropuerto que con afectada gentileza se puso de nuestra parte, el pasajero es lo primordial y ha de saber qué sucede, tienen toda la razón del mundo, “pero, señores, comprendan que no podemos detener la actividad del aeropuerto por una llamada anónima de las tantas que se reciben diariamente —añadió con gesto bastante imperativo—, de modo que les ruego nos dejen hacer nuestro trabajo y esperen su vuelo con normalidad. Estamos convencidos de que se trata de una falsa alarma”. Dicho lo cual se fue por donde había venido, si es que la nada es algún sitio concreto, y nos dejó en las mismas.
Tras conferenciar unos momentos, los amotinados decidieron —con mi voto en contra— obedecer al gerifalte y estar al tanto de la marcha de los acontecimientos un “tiempo prudencial”. “¿Cuánto dura un tiempo prudencial? —argumenté—. ¿Diez minutos, media hora, tal vez un día, quién me lo puede decir?”. Nadie respondió.
Por lo visto el encargado había sido muy persuasivo. “De lo contrario —propuso alzando la voz un italiano cuyo vuelo a Bombay también se había retrasado sine die y que se había convertido en el cabecilla del grupo aunque acababa de sumarse a la trifulca—, si pasado ese tiempo prudencial —¡Y dale!— no nos ofrecen una alternativa, volveremos a la carga. Tenemos nuestros derechos y los haremos valer.”
Lo dijo con tal autoridad y rezumando tal confianza en sí mismo que mis ex enfáticos seguidores dieron la media vuelta y rehicieron su camino hacia la sala de espera. Furiosa y resollando de indignación me senté en el suelo apoyando la espalda contra la pared. Era una pataleta con todas las de la ley, y no pensaba volver a la puerta de embarque, no con esa majada de carneros sumisos.
Eran ya las once y media de la mañana, deberíamos estar en pleno vuelo desde hacía media hora y sin embargo se presentaba por delante una espera indefinida, amén de la incertidumbre de ser rehenes de un loco anónimo. Sentí el deseo imperioso de tomar un taxi y regresar a Roma. ¿Pero para qué? Había terminado mis gestiones en la embajada, y tras bastantes jornadas de dura faena ya tenía ganas de volver a Madrid, a mi apartamento, a la rutina que amaba porque la hacía y deshacía a mi antojo.
Podía telefonear a tía Susan, pero la perspectiva de pasar unas horas en su diminuto apartamento de via Giulia escuchando las archisabidas anécdotas de sus ocho gatos no me resultaba para nada atractiva, pero básicamente porque yo no había dado señales de vida durante mi estancia en la ciudad.
Procuré abstraerme de la situación y sosegar la ansiedad que me hacía respirar más rápidamente de lo habitual. Mi arrebato de adalid me había cansado, pero sobre todo me extenuaban mis extrañas conductas, impulsivas y ajenas, cual si no me pertenecieran.
Busqué el libro que llevaba en mi bolso: Baciami ancora, de Monica Moretti, editorial Einaudi, cuarta edición agotada y mi próxima tarea en los meses siguientes. Era bastante largo, unas seiscientas páginas, y abordé las primeras frases sin centrarme apenas en la lectura. Pero la tal Moretti no se andaba por las ramas, iba directamente al corazón de su historia con una decisión no exenta de osadía y hacía gala de un estilo tan directo y punzante que me atrapó de inmediato. Leí de un tirón las primeras cuarenta páginas y tan embebida estaba que no escuché el mensaje que estaban emitiendo por megafonía.
—¿Tú te quedas? —me estaba preguntando la gallega amotinada al pasar por mi lado—. Han dicho que el aeropuerto se cierra hasta nuevo aviso y que vayamos a los autobuses. Por lo visto nos pagan el hotel en Roma.
Me incorporé no sin dificultad porque llevaba en la misma postura un buen rato y seguí al gentío que se dirigía a los autobuses que nos esperaban en la salida principal. Había interrumpido bruscamente mi lectura en un momento muy interesante, justo cuando Concetta, la joven protagonista, defendía ardorosamente su inocencia ante un juez vendido de antemano, acusada de asesinato por la muerte de su patrón y violador, el terrateniente Salvatore Ruscolo. Acabaría en prisión, qué duda cabía, y seguramente la Moretti me llegaría al alma con las penurias carcelarias de la pobre Concetta separada de sus hermanos, su terruño y sus amados prados verdes.
Un argumento clásico de corte rural, ambientado en los años cuarenta y excesivamente melodramático para mi gusto, pero con una trama de actualidad rabiosamente vigente, de manera que ya en el autobús me senté en el primer sitio que encontré e, indiferente a la evidencia de que regresábamos a Roma, retomé la lectura con fruición.
Ni siquiera me preocupé por obtener más información sobre los vuelos, la devolución del billete o cuánto tiempo permaneceríamos a la espera. Concetta, con el corazón transido de rabia y dolor, escuchaba el veredicto: culpable. Por supuesto. ¿Qué podías esperar de un juez rastrero que besaba el suelo que pisaba Ruscolo y del cual había obtenido pingües beneficios? Un policía —nada menos que Guido, su mejor amigo desde que eran críos y armaban trampas para cazar comadrejas— intentaba domeñar a una Concetta enfurecida, que seguía clamando por su inocencia y se resistía a puntapiés y escupitajos en una escena desgarradora.
—¿Está libre este asiento? —oí preguntar en sordina a una modulada voz de mezzosoprano.
Molesta por la nueva interrupción levanté la vista dispuesta a despachar rápidamente el trámite pero enmudecí de inmediato. Mi bella desconocida estaba señalando mi bolso de
mano invitándome a dejar vacío el sitio. Sonreí con gentileza—Sí, claro, perdona —respondí acomodándolo entre mis piernas—Ya está.
Me devolvió la sonrisa y se sentó a mi lado. Apenas lo hizo suspiró profundamente mientras amoldaba su cuerpo al asiento. Parecía cansada. Yo quedé en vilo. ¡Qué inaudita coincidencia! Hacía un rato la había contemplado desde lejos intentando desvelar las claves de su misteriosa identidad y ahora estaba aquí, a diez centímetros de mi hombro.
Confusa procuré enfrascarme otra vez en mi libro, pero el sonido de su voz grave y seductora resonando en mis tímpanos como un sonsonete cálido, y la tenue vaharada a First de Van Cleef que emanaba su cuerpo me conturbaron en extremo. Decididamente esta mujer me fascinaba. Los acontecimientos habían hecho que me olvidara de ella, pero la casualidad, que es obstinada, volvía a traerla a mi lado.
Ahora a Concetta la trasladaban a Rimini para hacer efectiva su condena, Guido y otro policía la estiraban cada uno de un brazo para obligarla a subir al coche, pero no pude enterarme bien de cuántos años de cárcel le habían caído ni el alegato de su inexperto abogado porque, para mi asombro, de repente me costaba entender el italiano. Releía una y otra vez la misma página sin retener el texto y además, para qué negarlo, las desventuras de esta desdichada habían pasado a un manifiesto segundo plano.
Cerré el libro y me puse a mirar por la ventanilla. Me había obligado a no mirar siquiera a mi izquierda y a concentrarme en el paisaje, pero no pude evitar hacerlo a hurtadillas con el rabillo del ojo. Por la quietud de su cuerpo supuse que mi acompañante dormía. Con mucha cautela, giré unos pocos grados la cabeza y pude ver su rostro, impasible, como si meditara con los ojos cerrados. De perfil era tan hermosa como de frente: la nariz proporcionada, la frente amplia y despejada, el contorno del rostro armonioso pero a la vez muy contemporáneo. Había dejado caer los brazos sobre el regazo y sus manos reposaban una sobre la otra como si se acariciaran sin rozarse.
La contemplé durante unos instantes fugaces y sentí que la deseaba tanto que me dolía el vientre, que apenas podía contener el impulso de inclinarme sobre su rostro y besar esa boca perfecta.
La urgencia de mi deseo era tan apremiante que, temerosa de que la percibiera, abrí precipitadamente el libro como si buscara en las palabras impresas una vía de escape. ¿Alguna vez había sentido esta violencia de deseo subiendo desde el fondo de mi sexo avasallando mis sentidos con una urgencia dolorosa?
No, el deseo siempre había vestido una tranquilidad cálida en mi, hacía mucho tiempo de eso, más no el suficiente como para no recordarlo, pero esto…. “He deseado a esta mujer desde que la vi hace un par de horas —admití mirando sin ver la página abierta— y me frustra tanto como me encanta sentir esta nueva clase de desesperación.”
—Parecías Agustina de Aragón... — Imbuida como estaba en mis pensamientos, la voz me tomó por sorpresa. Tardé unos segundos en identificarla como suya y que se estaba dirigiendo a mí.
—¿Hablas conmigo? —pregunté en un susurro para no equivocarme.
No abrió los ojos, pero sonrió y repitió con el mismo tono de voz—Parecías una Agustina de Aragón combativa al frente de tus tropas y alzando el pendón de la justicia.
—¿O sea que...? —No supe cómo terminar la frase.
—O sea que. — La réplica, aunque dicha en voz calma, fue tan tajante que parecía una orden. A callar, no se hable más. ¿Y ahora qué? Me quedé en silencio, ponderando las posibilidades de reanudar el diálogo, pero no se me ocurría nada apropiado.“Tampoco son maneras de entablar conversación —pensé—. Lanza una frase ingeniosa, le contesto y luego me tapa la boca. Extraña manera de comunicarse.”
¿De modo que había estado observándome? ¿Y cómo es que yo no había vuelto a verla en el aeropuerto? Me moría de ganas de seguir hablando y por constatar la veracidad de mis especulaciones sobre su persona. Tales eran mis disquisiciones cuando se incorporó en su asiento, echó su melena hacia atrás con ese gesto que ya le conocía y me informó con naturalidad—Por lo visto hoy ya no habrá vuelos, porque las bombas son al menos cuatro y las han diseminado por diferentes puntos del edificio, así que les llevará un buen rato localizarlas y desactivarlas.
—¿Cómo lo sabes? —me asombré.
Alzó los hombros como quitando importancia al asunto—Conozco gente. Ahora están tratando de averiguar si la llamada anónima era efectivamente de un comando terrorista o una broma pesada.
—Pero si aún desconocen si es o no una falsa alarma ¿Cómo saben que los artefactos son cuatro?
Levantó la ceja como quien dice “ya ves qué tontería”. Más que por la información, confieso que me puso contenta el hecho de que hablara el castellano con un marcado acento madrileño. Al menos no era tan extranjera como para... ¿Cómo para qué? ¿Para no perderla con mayor facilidad, era eso? “Tonterías, Brittany —pensé—, ya me dirás si siendo española no puede vivir en cualquier parte del mundo...” Decidí asegurarme—Y mientras asistías a mi arrebato reivindicativo esperabas el vuelo a...
—Ginebra —contestó—. Tenía que estar en Ginebra a mediodía, pero ahora...
“Ginebra, sin más. ¿Por qué será tan lacónica? —me enfadé—. Habla lo justo, no es muy expansiva que digamos. ¿Qué pasa en Ginebra? ¿Se va de vacaciones? ¿Trabaja en un banco, en una joyería, es tour-operadora, tal vez europarlamentaria? ¿Es que vive allí?”.
Estaba a punto de sonsacarle con la mayor discreción, pero esta mujer parecía adivinar mis elucubraciones más íntimas, porque añadió—Yo vivo en Madrid, ¿Y tú?
—También—asentí, francamente aliviada por la información. “Tengo una remota oportunidad de volver a verla”, me dije, pero rectifiqué de inmediato: “¿Y eso a qué viene, tú, qué más da?”—¿Sabes adónde nos llevan? —pregunté por decir algo—. No se han dignado a darnos explicaciones.
—Al hotel Majestic, frente a la Stazione Termini.
—Lo conozco, está bastante ruinoso pero tiene su encanto —dije—. ¿Te has enterado de algo más?
Iba a decir algo pero se calló porque se oía el carraspeo de prueba de un micrófono y desde la cabina del conductor una azafata se disponía a dirigirse al pasaje: “Buenos días, señores pasajeros. Lamentamos las molestias ocasionadas, ajenas a nuestra voluntad. Por razones de seguridad todas las operaciones en Fiumicino se han cancelado hasta nuevo aviso. Les alojaremos en el hotel Majestic y allí deberán esperar nuevas instrucciones. La compañía correrá con todos los gastos. Muchas gracias por su colaboración.”
Los anónimos amigos de mi acompañante debían de ser de alto rango, porque su información era exacta. Me volví hacia ella para decírselo, pero se había ensimismado otra vez, los párpados cerrados, y así se mantuvo hasta que entramos en la ciudad y el autobús se detuvo frente al hotel. Ya en la recepción pregunté a la azafata por nuestras maletas—Eso depende del tiempo de espera — respondió con bastante mal humor, asediada por el resto de pasajeros—. Creemos que la situación se normalizará en un par de horas, no se preocupe, el equipaje está a buen recaudo en el aeropuerto.
De modo que todo mi bagaje era la ropa que tenía puesta y unos pocos enseres en el bolso de mano: el pasaporte, el billete, la gastada cartera de piel que me había regalado Lois, el libro de la Moretti, la agenda electrónica, el diminuto neceser de cosméticos, un paquete de pañuelos de papel y la mitad de una chocolatina. En un principio nos indicaron los sillones del hall de entrada para entretener la espera, pero la protesta airada de la mayoría de nosotros logró que nos asignaran habitaciones. Después de una mañana tan agitada yo suspiraba por una ducha, así que llave en mano subí al tercer piso por las escaleras, los ascensores no daban abasto. Tendría que llamar a mis padres para contarles las novedades, porque si la noticia aparecía en el telediario sin duda se alarmarían. Aprovecharía el tiempo para retomar los pasos de Concetta en su camino a Rimini.
Busqué con la mirada a mi acompañante, pero se había evaporado. Resultaba notable su destreza para la prestidigitación. Aparecía y desaparecía a voluntad como el pañuelo de colores de un mago.
Tras luchar con los grifos vetustos del baño por fin pude calibrar el agua caliente con la fría y surgió un chorro abundante y tibio bajo el que me cobijé con deleite. “Vaya mañana estrafalaria —reflexioné más por hábito que por intención expresa de hacer un balance pormenorizado—.Salgo hacia Madrid, unos terroristas me impiden viajar, me embobo con una mujer —cosa que no me suele suceder nunca— y la deseo con vehemencia, pero luego ella desaparece como una insolación de verano, se me da por hacer de heroína pero mi furia se desvanece en el aire en unos minutos, me traen de regreso a Roma y no me importa demasiado, Concetta de camino a Rimini, yo en el Majestic y me estoy dando una ducha. Me siento como una peonza girando en el vacío.”
Pero lo más notable era que me sentía contenta y relajada, con esa sensación cremosa de estar de vacaciones tras un duro trabajo. Con dificultad oí que llamaban a mi puerta. Empapada y con el pelo chorreando, me cubrí como pude con la toalla y pregunté antes de abrir—¿Quién es?—Yo reconocí su voz de inmediato, pero consideré bastante arrogante que no se dignara a identificarse y no me di por enterada.—¿Yo quién? —insistí.
Escuché su risa a través de la puerta—Tu compañera de viaje en autobús, o sea, yo.
Abrí la puerta luchando con la toalla mal anudada—Me pillas en la ducha. Pasa.
Entró con aire decidido, me saludó con una sonrisa arrobadora y fue directamente hacia la sólida cómoda de madera. Se sentó con familiaridad sobre el mueble apartando mi bolso. Parecía estar a sus anchas, cual si mi habitación fuera la suya. Es más, como si el planeta entero fuera de su propiedad.
—Quiero dar un paseo, no pienso quedarme encerrada a saber cuánto tiempo, así que si te sumas podemos ir a dar una vuelta —propuso mirando mi semidesnudez con desparpajo—. Supongo que no tienes secador de pelo, pero como lo llevas lacio se te secará con el aire.
Iba a responder que no, que corríamos el riesgo de perder el traslado de regreso al aeropuerto, pero en cambio regresé al baño sin dudarlo y entrecerré la puerta tras de mí mientras decía—Un minuto y estoy contigo.
Me sequé a toda prisa, me enfundé los vaqueros y la camiseta más deprisa aún y decidí al vuelo darme un poco de carmín y retocar el contorno de los ojos. La oí comentar—Algo me dice que te conoces muy bien Roma, ¿Me equivoco?
—Es mi segunda ciudad, si te refieres a eso —respondí alzando la voz y procurando atinar a mis labios con la barra—. Mi padre es romano, ¿Sabes?
—¡Perfecto! —exclamó—. Yo he venido pocas veces y muy de pasada, así que serás mi guía oficial.
¿Me lo parecía o esta mujer estaba seduciéndome? Deseché la idea al instante, pero con la misma celeridad descarté que no lo estuviera haciendo. Era impulsiva y se dejaba llevar por la espontaneidad, eso era todo. Y si no era todo... ¿Por qué no seguir la fiesta? Estaba de un humor espléndido, y la perspectiva de pasear con ella por mi amada Roma me parecía lo mejor que me había sucedido en el día, aparte de conocerla.
Me miré en el espejo y me gustó lo que reflejaba. A saber por qué me noté más alta que de costumbre, el pelo rubio todavía oscuro por el agua y más largo de lo habitual, los ojos encendidos, el cuerpo delgado y vigoroso, obediente a cada movimiento. Lástima el atuendo, pero no tenía otro, así que abrí la puerta.—Lista. ¿Adónde vamos?
Me lanzó una mirada tan apreciativa que me estremeció por completo, justo en el orden en que su mirada se posaba en mí—Me llamo Santana, por cierto.
—Bien, Santana ¿Adónde quieres ir?
—¿Y tú?
—Me da igual, quizá a la plaza Navona, es un sitio que adoro —dije guardando los cosméticos en el bolso y encaminándome hacia la puerta.
Soltó una carcajada—Digo que cómo te llamas...
Reí con ella—¡Ah, claro! Brittany, me llamo Brittany.
Cerré la puerta tras de mí y bajamos deprisa por las escaleras buscando la calle como si el aire tibio de junio se hubiera convertido en un bien imprescindible. Santana me precedía, y pese a que era la primera vez que estábamos juntas yo habría jurado que era feliz, o al menos esa sensación me transmitía su cuerpo descendiendo los escalones con la soltura de una quinceañera ilusionada.
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Hola de nuevo! Bueno, acá les dejo otra actu! Los Flashbacks pueden ser algo desordenados pero tienen su logica, igual creo que este es el último y después todo girara en torno al momento presente. Espero que les guste :)
naty_LOVE_GLEE- ---
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Fecha de inscripción : 06/05/2013
Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
holap,...
me encanto,... ya me puse al día con los capítulos,..
a ver como termina la salida por roma,.!!!!
nos vemos!!
me encanto,... ya me puse al día con los capítulos,..
a ver como termina la salida por roma,.!!!!
nos vemos!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
3:) escribió:holap,...
me encanto,... ya me puse al día con los capítulos,..
a ver como termina la salida por roma,.!!!!
nos vemos!!
Hola! me alegra que te guste, ahora subo otro cap, perdon por la tardanza, pero que lo sigo lo sigo hasta el final eso ni lo dudes :)
Y tambien espero que te guste como termina este cap, termina en un comienzo ya lo veras
naty_LOVE_GLEE- ---
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Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
La Insensata Geometría del Amor
Capitulo 4
Continuación del Flashback
La Vecchia Signora , la llaman los italianos, e incluso la Vecchia Puttana , según les vaya la vida. Dama o puta, Roma es una ciudad que me inunda de una felicidad a la vez tranquila y eufórica en cuanto llego, algo que no siento ni siquiera en Madrid, el lugar que he elegido para vivir.
El tono de rosas viejas que la envuelve y define, los constantes desniveles de sus parques y plazas aterrazadas, la luz de filtro dorado de sus mañanas, el continuo trasiego de gentes y coches estruendosos, el penetrante aroma a capuccino que inunda sus calles, su atmósfera de ciudad enraizada en la historia pero bien plantada en el aquí y ahora, todo, todo eso me hace amarla, incluso el perenne desorden en el que parece inmersa.
Los romanos tienen fama de narcisistas, melodramáticos y utilitarios, pero a mí eso me tiene sin cuidado porque, con o a pesar de ellos, Roma es mi hogar desde pequeña, ese cobijo que nos pertenece en exclusiva como una extensión simbólica de nuestro esquema corporal y en el cual me siento a salvo de todo peligro.
Ella miraba por la ventanilla y cada tanto me preguntaba el nombre de algún edificio, una iglesia o un monumento. Yo respondía lo que conocía, y del resto se encargaba el chofer, muy ufano en su papel de cicerone, mientras Santana hacía muecas graciosas a sus espaldas imitando su cháchara. El coche nos dejó en la via del Corso a petición mía y desde allí enfilamos hacia la plaza Navona caminando por el laberinto de callejas que caracteriza a esta parte de Roma. A Santana le llamaron especialmente la atención las pequeñas vírgenes semiocultas en sus nichos tallados en los muros de piedra que se nos aparecían a la vuelta de cualquier.
En determinado momento comenté con aire casual—Esta mañana te vi en la cafetería de Fiumicino, parecías muy concentrada en tu lectura...
—¿Ah, sí? Fíjate, yo no. — Respondió con un exceso de voz y negó con la misma exageración—Aunque no me extraña, soy una auténtica despistada y además si el periódico trae algo más que las catástrofes de turno suelo leerlo.
—Es normal que no me vieras —dije manteniendo el tono superficial—, con la cantidad de gente que trasiega por los aeropuertos. Lo que pasa es que me llamaste la atención.
—No me percaté que alguien me observara con tanto interés... —dijo con indudable complacencia—. ¿Tú en qué mesa estabas?
O mentía o disimulaba, porque me había mirado al salir y al volver del freeshop y además... ¿cómo sabía que estaba en una mesa y no de pie, en la barra u observando a través de los cristales? “Figuraciones mías, basta Brittany!” me reprendí con avives mental—Verás, es una tontería, pero me hiciste pensar acerca de si beber un gintonic a esas horas de la mañana resultaba una buena idea para soportar el vuelo o un auténtico disparate.
No entendió bien mi comentario, pero enseguida cayó en la cuenta—¡Ya! Un gin-tonic, qué va, a esas horas... —Hizo una pausa y añadió— Lo que bebía era vodka.
—¡Vodka, qué potente! —exclamé.
—No, estoy bromeando. Era agua mineral. ¿O tengo aspecto de viciosa?
¿Tenía aspecto de viciosa? Voluble, guapa, intrigante, seductora, huidiza, simpática, lista, se me ocurrían una lista de adjetivos, pero viciosa...Me miró y dijo con malicia—Por lo visto eres muy observadora. ¿Algo más que reseñar de mi persona?
¿Qué quería oír en realidad? ¿Mi opinión “objetiva” sobre ella, a sabiendas que lo único objetivo que existe son precisamente los objetos? ¿Algún piropo elegante e ingenioso, uno de esos halagos de mujer a mujer como “el color de la falda le sienta ideal a tu piel”, o “qué dieta haces para mantener ese tipo”? ¿Tal vez alguna observación aguda sobre determinado aspecto de su personalidad?
Lo que era más que evidente es que yo no pensaba confesarle la violenta emoción que suscitaba en mí ni el deseo ardoroso que me provocaba. “Lo siento, morocha, pero hasta aquí llegaron mis confesiones —pensé—. Ya soy mayorcita para arrojarme a una piscina sin saber siquiera si tiene agua.”—Me entretiene mirar a la gente, eso es todo —dije—. A veces descubres cada personaje por ahí...
Y me puse a mirar el nombre de la calle en que estábamos, cosa que no me aclaró mucho. Con la charla nos habíamos apartado del camino más directo y tuve que preguntarle a un cartero la mejor manera de llegar a la plaza. Se explayó en una miríada de explicaciones tan minuciosas como imprecisas, así que le di las gracias y seguimos andando al azar.
A requerimiento de Santana hablé de mi padre, romano del barrio de Pirámide. Era hijo de un diplomático y la familia había tenido que trasladarse a Madrid siendo él un adolescente. Allí estudió medicina y ahora ejercía su especialidad de neurólogo en su propia consulta. Había conocido a mi madre siendo ayudante de mi abuelo, también médico en el hospital de La Paz, y se habían casado casi de inmediato. Cuando nací yo, la única hija, mi nombre no admitía dudas, porque Stefano —llamo a mi padre por su nombre — es admirador ferviente, sin lugar a dudas ya que mi nombre no era para nada italiano, de Brittany Callas, adoración que he heredado y mi madre no tuvo problemas en rectificar, le salió su orgullo de nacionalista estadounidense y acepto sin titubeo.
Caminábamos en ese momento por la via Pasquino, y al girar hacia la derecha entramos en la plaza. Interrumpí bruscamente mi relato. Navona es la plaza que más me gusta en el mundo. Me conmueve su aire aristocrático, su espacio y cómo lo ocupa. Celebro la ceremonia del silencio cada vez que aparece ante mí y le ofrezco un instante de respeto como homenaje a su esplendor. Santana también calló, tal vez porque percibió mi emoción, o simplemente porque yo había enmudecido sin previo aviso. La atravesamos a paso lento, disfrutándola a pesar del enjambre de turistas que como de costumbre la abarrotaban y hacían difícil su tránsito.
Ante la fachada profusamente ornamentada de la iglesia de Santa Agnese in Agone tomé conciencia de que estaba compartiendo con Santana uno de mis ritos privados. ¿Por qué con ella? A este sitio siempre me gusta venir sola. Es mi refugio predilecto para escaparme del trabajo. Me instalo en una de sus terrazas y leo mientras bebo un Campari, escribo cartas, tomo notas sobre expresiones coloquiales que escucho a mi alrededor o simplemente entro en comunión conmigo misma mirando sin ver el gentío y escuchando el rumor del agua de las fuentes. Es un hábito que mis amigos romanos respetan aunque no acaben de entender del todo mi fijación. Una de las bromas predilectas de Giorgio, el hermano de Alessandra, es: “¿Y Brittany donde está? —canta en falsete—. En Navona buscarás y bien sola la encontrarás”.
Con Lois había hecho una única excepción a mi regla de oro. Era su primer viaje a Roma, yo le había hablado con pasión de mi sitio, y fue tal su delicadeza al sugerirme si querría compartirla con ella que sentí vergüenza de ser tan maníaca y fetichista con un ámbito que sentía exclusivo. Pero a pesar de su inmenso amor demostrado, una vez más, con la sutileza que tuvo allí conmigo, su presencia robó algún recóndito secreto de mi intimidad y Navona no fue la misma ese día.
Sin embargo, hoy había sido yo quien la había propuesto, y mientras contemplaba a Santana curiosear por entre los puestos de láminas y souvenirs o escuchando con atención las melodías gastadas que improvisaban los músicos ambulantes, no sólo no me sentía invadida sino que también estaba compartiendo mi complicidad con una naturalidad que me pasmaba.
Llevábamos más de una hora fuera del hotel y le sugerí que buscáramos una cabina para telefonear, por si había novedades sobre nuestros respectivos vuelos.—Las cabinas estarán ocupadas o fuera de servicio, como de costumbre —comenté—. Vamos a esa cafetería, tienen teléfono.
Santana metió la mano en su bolso, sacó una tarjeta del hotel y un teléfono móvil—Yo marco el número y tú hablas.
Me atendió el conserje y dijo que no había novedades que reseñar y que Alitalia no había dado nuevas instrucciones. No obstante, insistí en hablar con la azafata que nos había acompañado al Majestic y que sin duda aún estaría por allí. A regañadientes, el encargado aceptó ir a buscarla y cuando ésta se puso al teléfono repitió el mismo mensaje, bastante enfadada con nosotras porque había pedido a los pasajeros que esperaran en el hotel y era responsable de cualquier descontrol.
Con mi mejor tono de arrepentimiento me disculpé por ambas y logré calmarla.“Lo más seguro es que Fiumicino no retorne a la normalidad hasta el atardecer, no obstante les aconsejo —más bien me instó— que estén en contacto permanente conmigo y regresen lo antes posible.”
Analizamos la situación: volver de inmediato al hotel no tenía mucho sentido, hacía un tiempo estupendo y encerrarse en las habitaciones una cantidad indefinida de horas era una tontería. Además teníamos bastante hambre, así que propuse comer en un restaurante a poca distancia de donde estábamos y al que suelo ir con frecuencia porque su comida es excelente.
Santana aceptó de inmediato—Sí, venga, me encanta que me muestres tus rincones secretos.
Llegamos al restaurante y su dueña me recibió con la simpatía de costumbre. Nos acompañó a la mesa “de siempre” intercambiando frases de cortesía y le presenté a Santana, que la saludó con una de sus magníficas sonrisas.
Esperábamos la comida cuando Santana preguntó con displicencia mirando los cuadros que decoran el local—Bueno, ¿Y tú de amores qué?
¡Caramba! Me quedé de una pieza. El terreno afectivo no suele ser de los primeros temas que se abordan cuando dos personas acaban de conocerse y yo no soy dada a los exhibicionismos amorosos. La pregunta me pareció bastante indiscreta.—No te privas de nada, ¿Verdad? — respondí un poco seca.
—¿Y qué quieres? —dijo sorprendida—. ¿Qué te pregunte si gustas del cine de Tarantino, te entusiasma más el esquí que el tenis o si el color turquesa es uno de tus amores?—Para empezar no estaría mal algo por el estilo.—A mí me parece una pérdida de tiempo, es como pisar hojarasca sabiendo que debajo hay tierra firme, pero si lo prefieres hablamos del clima.
Me dejó pensando. Lo de la hojarasca no estaba nada mal, se notaba que apartaba lo superfluo de lo esencial e iba al meollo de la gente sin falsos remilgos. Quizá mi reserva era simple puritanismo. Bien mirado, el amor no tiene por qué ocupar necesariamente el quinto o sexto puesto del ránking de las conversaciones, de modo que respondí sinceramente:
—Si te refieres a si estoy con alguien, la respuesta es no. Vivo sola desde hace algunos años, y cuando digo “sola” no me refiero a una soledad de esas quejumbrosas y dolientes sino a una “solitud” buscada. Además tengo a mis padres y a un pequeño grupo de amistades queridas y muy elegidas con las cuales comparto mi vida.
No parecía dispuesta a cambiar de tema—Pero habrás tenido tus amores... Oye—se apresuró a decir—, si te incordio me lo dices y punto, a veces resulto un poco impertinente, lo sé.
—No diría impertinente, tal vez demasiado... directa. De todos modos — añadí—, no tengo inconveniente en responderte. Sí, he tenido mis amores como todo el mundo, supongo, pero mi última pareja murió de cáncer y quedé bastante tocada.
—Lo siento —dijo educadamente, y tras una pausa añadió—Habrá sido muy doloroso para ti perder a tu novio. ¿O estabas casada?
No pude evitar una sonrisa. ¿Adónde quería ir a parar con su interrogatorio? Porque algo me decía que Santana era cualquier cosa menos ingenua. En ese momento trajeron los humeantes platos de pasta y esperé que la dueña se alejara de la mesa para contestar—Verás, casados, lo que se dice casados, no exactamente. Sobre todo porque a Lois y a mí nos hubiera costado mucho decidir cuál de las dos iba de blanco a la iglesia. —
Por decirlo de alguna manera, ya que nunca pensé en el matrimonio. Ella hizo un mohín con los labios que no pude descifrar si era de asombro, de rechazo o de satisfacción por confirmar alguna hipótesis previa. Mientras la miraba, se puso a comer saboreando los espaguetis con deleite.—¡Mmmm, están buenísimos, tenías razón! ¿Y dices que esta salsa se llama “matriciana”?
La imité y esperé a tragar el primer bocado antes de hablar. Ahora era ella la que intentaba cambiar el rumbo de la conversación, pero me había sonsacado sin pudor y no se iba a escapar tan fácilmente. —Alla amatriciana, sí. ¿No es deliciosa?— Hice una pausa estudiada y volví a la carga con afectada displicencia—O sea que soy lesbiana, aunque las etiquetas me gusten bien poco. ¿He sido demasiado textual? Porque hay mucha gente que...
—¡Pero qué dices, por favor! —me interrumpió antes de que terminara la frase—. La homosexualidad es una opción tan lícita como cualquier otra, estamos estrenando milenio, estaría bueno. Bonito tópico. Precisamente el que se espera de una persona muy en la onda, la frase correcta de una mujer correcta.
¿Realmente era tan liberal como aparentaba? Sentí ganas de descomponer tanta compostura y no me anduve por las ramas—¿Y tú tienes novio o novia?
Jaque. Santana pareció desconcertarse y se tomó su tiempo antes de responder. Bebió un buen trago de vino, lo paladeó, posó con suavidad la copa, abrió el envase de grissini y semi sonrió mientras extraía uno de los palillos.—Podría decir que soy libre como el viento.
Otra frase hecha, y ésta bastante cursi. No me contuve—“Liibreee, como el sol cuando amanece yo soy liibreee coomo el mar...”—canturreé con sorna al mejor estilo Nino Bravo.
Me estaba divirtiendo lo mío porque Santana había salido de caza y había resultado cazada, pero mi compañera de mesa no me iba a la zaga, y se plegó al canto con una maniobra digna de aplauso: “Camino sin cesar, detrás de la verdad, y sabré lo que es al fin la liibeeertad...”, completamos a dúo.
Estaba claro que ella se había dado cuenta de que yo me había dado cuenta de que ella... Nos reímos de nosotras mismas y nos dedicamos nuevamente a los espaguetis, que corrían el riesgo de enfriarse, pero algo quedó claro: yo había hablado sinceramente sobre mi lesbianismo y Santana se había escabullido con astucia sin devolver el bumerán.
En una nítida maniobra de invasión se puso a hablar con lujo de detalles de su estancia en un pueblo cercano a Arezzo, de la maravillosa casa de campo propiedad de unos amigos suyos y de los muy bien aprovechados días que había disfrutado gozando del paisaje de la Toscana antes de regresar a Roma, rumbo a Suiza.
Los largos paseos por las faldas de las colinas eran lo que más había disfrutado. Mi presunción de que le gustaba andar había sido, pues, acertada. Cuanto más hablaba mejor se escabullía de cualquier posibilidad de retomar la conversación anterior. “Es inteligente —pensé—, es muy inteligente y maneja una extensa gama de recursos. Esta Santana me gusta mucho.”
—... Y entonces nos unimos a los campesinos aquellos —estaba diciendo con entusiasmo—, les ayudamos a apilar el heno fresco y cuando terminamos nos invitaron a compartir su pan y su queso mientras circulaban de mano en mano las botellas de un vino exquisito...
Mi duda seguía en pie. ¿Candorosa o una teatrera? Porque su anécdota era tan banal, tan excesivamente tópica que me costaba creer que una escena de campo reiterada hasta el hartazgo hubiera llamado tanto su atención. Decidí ser cortés—Sería un Chianti, el mismo que estamos bebiendo. Es el vino típico de la Toscana.
Otra vez esa mirada indescifrable, seguida de un silencio breve. ¿Estaba midiendo mi capacidad de reacción? ¿Era yo quien la estaba retando a ella? Manejo muy toscamente las situaciones ambiguas, así que le di otro rumbo a mi pensamiento: “Acabo de conocerla, le estoy adjudicando características que son más mías que suyas y es muy probable que me equivoque de medio a medio. ¿Y si es una persona sin mayores sofisticaciones intelectuales y la escena bucólica en la Toscana profunda le pareció en verdad encantadora?”.
Una vez más me equivocaba, o al menos no alcanzaba a leer con claridad su texto, porque al momento lanzó otra carga en profundidad—¿Tú cuál dirías que es la diferencia entre el misterio y el secreto?
¡Vaya! ¿Y este salto por arte de birlibirloque de Arezzo a Heráclito? ¡Menudo tema para una sobremesa a base de pasta! Primero el amor, ahora la metafísica. ¿Seguirían la locura y la muerte? Por supuesto que podría haberme desentendido del envite y comerme tan tranquilamente el helado de pistacho que acababan de poner delante de mí luciendo mi mejor cara de paisaje, pero era tan notorio que estaba poniendo a prueba mi intelecto que no pude resistirme—¿Por ese orden? ¿Primero el misterio y luego el secreto?
—Como quieras —concedió—. El orden de los factores...
—A pesar del axioma el orden de los factores sí suele alterar el producto, así que déjame pensar un poco. —La cosa tenía su miga, desde luego, y tuve que afinar mis cuerdas mentales para lucirme con la respuesta—Pues creo que el secreto es aquel aspecto del misterio que se conoce pero no se dice, mientras que el misterio, por el contrario, permanece siempre inaccesible al conocimiento.
—Pero si según tú el misterio es inaccesible... ¿cómo logra el secreto acceder a él?
Hilaba muy fino y lograba enredarme—Bueno, hay cosas del misterio que sí se alcanzan a saber...
—Por lo tanto no “siempre” es inaccesible —recalcó—, sólo a veces.
—Vale, de acuerdo—admití—. Pongamos que el esoterismo, la kábala, la astrología, todas las creencias arcanas, la tradición, no sé si me explico, también las ciencias físicas como la biología, la astronomía y sobre todo la física cuántica, logran acceder a ciertas porciones del misterio inicial. Que lo divulguen o no ya es otro cantar. Si no lo hacen, es un secreto. Si sí, deja de serlo. — Reflexioné sobre lo que acababa de decir y añadí—Reconozco que es un argumento poco consistente, pero es el único que se me ocurre a bote pronto. Caramba, Santana, es un tema imposible de despachar en un momento, de hecho hace siglos que la humanidad le da vueltas y vueltas.
Santana había clavado la vista en una estampa costumbrista de la Roma del Quattrocento que adornaba una pared entera y que por lo visto reclamaba toda su atención. Se hizo un silencio embarazoso y me sentí compelida a agregar—Creo que el misterio es algo así como una verdad última que sólo puede ser conocida a través de una revelación espiritual. Se me acaba de ocurrir, no creas, tampoco estoy muy puesta en estos asuntos. —Y un poco molesta por su mutismo procuré dar por zanjado el asunto— ¿Conforme, doctora? ¿O sostiene usted alguna tesis en contrario?
Volvió la mirada hacia mí con ímpetu—La palabra misterio viene del griego mystes, que significa iniciado —explicó con aplomo pero sin ninguna petulancia—, por lo tanto vas bien encaminada.
Dicho lo cual una sonrisa iluminó su cara. Rezumaba satisfacción. Sentí que había pasado el examen y además con nota. Le devolví la sonrisa, bastante orgullosa conmigo misma, al tiempo que decía—¿Seguimos filosofando o pagamos la cuenta y volvemos al hotel como dos adultas responsables?
Miró su reloj—Las cuatro menos cuarto... Sí, creo que lo mejor es que vayamos yendo.
Cuando llegamos al Majestic la sorpresa fue mayúscula. La amenaza a Fiumicino había resultado la broma macabra de un demente que ya estaba entre rejas y hacía poco menos de una hora que el contingente había partido y nos habían dejado en tierra.
Nos encaramos con el conserje, que por un cambio de turno no era el mismo con el cual yo había hablado por teléfono y pedimos explicaciones que no supo dar. Yo insistía en que la azafata había mencionado el atardecer como hora más que probable, y que habíamos confiado en su palabra.
El hombre se reafirmaba en su ignorancia, no tenía más explicaciones y sí mucho trabajo por atender. En cualquier caso tenía razón, toda reclamación resultaba inútil porque era evidente que la responsabilidad, o, peor, la irresponsabilidad, corría de nuestra cuenta y no podíamos culpar al hotel, al aeropuerto ni a la compañía.
Ofuscada, me senté en uno de los desvencijados sillones de cuero en un intento por poner orden en mis ideas. Desde luego era una faena, y de las buenas. No me faltaba dinero para otro billete, pero no era el caso. Me reprochaba mi negligencia por haber aceptado la invitación de Santana a sabiendas que dependíamos de circunstancias ajenas, y fundamentalmente que me hubiera despreocupado tan a la ligera en contra de mi natural predisposición a la prudencia. Incluso me había olvidado de telefonear a mis padres para avisarles del retraso.
¿Y mi equipaje, qué sería de él? La perspectiva de llamar a un taxi e ir al aeropuerto para recuperarlo, si es que no estaba ya camino de Madrid, me resultaba francamente ingrata, un verdadero incordio. Estaba fastidiada, pero al mismo tiempo sentía que me embargaba una sensación de alborozo que me confundía aún más.
La duplicidad de sentimientos parecía ser la tónica de este día tan extravagante, y la vivía como una suerte de puzzle mal ensamblado que no atinaba a solucionar. Eso pensaba cuando oí que Santana me preguntaba a voces desde el mostrador de la recepción—¿Quieres viajar hoy o mañana?
Móvil en mano, era evidente que se había puesto en contacto con sus famosos amigos de Fiumicino.—¿Hay otro vuelo a Madrid? — pregunté en voz alta.
—Sí, a las siete de la tarde.
“¿Qué hago? —dudé—. A las siete está muy bien, hay tiempo suficiente. Pero la cuestión es: ¿quiero o no quiero viajar hoy a Madrid?”—¿Y hay billete? —indagué dilatando mi decisión.
Santana se impacientó—Venga, decídete, hay sitio en el avión de esta tarde, pero tampoco tienen problema en cambiarlo para mañana, puesto que la responsabilidad ha sido de ellos.
Me moría por preguntarle qué arreglo había hecho ella. ¿También había un Roma-Ginebra hoy mismo o tenía que aplazar su vuelo? ¿Se iba al aeropuerto de inmediato o se quedaba en la ciudad? Caí en la cuenta de lo mucho que me había ilusionado la perspectiva de estar más tiempo a su lado, pero no estaba dispuesta a decírselo y tenía que decidirme ya. ¿Qué hacer? Tomé una determinación repentina—Mañana. Ya que se puede elegir que sea mañana.
El alma me volvió al cuerpo cuando le escuché decir a su interlocutor—¿Mañana a qué hora? Okey, reserva dos billetes en ese mismo. Oye, te debo una, eres un cielo... Sí, les saludo de tu parte, ciao.
¿Dos, había oído bien? ¿Pero esta mujer no se iba a Ginebra? No entendía nada, pero me sentía feliz por el retraso, por mi súbita elección, porque iba a estar con ella más tiempo del esperado y porque además regresaríamos juntas a Madrid.
Vino hacia mí y se sentó a mi lado, evidentemente satisfecha por el éxito de su gestión—Listo, arreglado. Tenemos reserva en el vuelo de las once de la mañana, los del checking estarán sobre aviso y no habrá problemas con el cambio de pasajes.
No pude reprimir la pregunta—Creí entender que te ibas a Ginebra...
¿Me lo pareció o dudó antes de responder?—He cambiado de planes y me vuelvo a Madrid, pero como por hoy ya tengo bastante con las idas y venidas, acabo de reservar una habitación y me voy “domatina”... ¿Se dice así, verdad? Repito lo que dijo el conserje aunque no sé muy bien qué significa.
—¡Bravo, aprendes rápido! —reí—. Es fácil: domattina es una contracción de domani y mattina, o sea, mañana por la mañana.
—Eres buena profesora, lo supe desde el primer momento—comentó desperezándose a gusto—. Estoy cansada, pero dudo que pueda dormir una siesta. ¿Tú qué piensas hacer?
¿Yo qué pensaba hacer? No tenía la menor idea. Leer no me apetecía en lo más mínimo y mucho menos enclaustrarme el resto del día en el Majestic.
—Supongo —empecé— que reservar una habitación y... — La miré y me encogí de hombros como excusándome por mi carencia de proyectos, pero improvisé sobre la marcha—¿Conoces la Villa Borghese?
Era muy improbable que no la conociera. Cualquier turista, por más breve que sea su estancia en Roma, le dedica al menos una hora de peregrinación porque no se perdonaría regresar a su país y admitir que no había visitado una de las joyas de la corona romana.
¿Santana era diferente también en esto? Por lo visto sí, porque respondió con candor—Pues la verdad es que no la conozco...
Genial, Santana. Ahora teníamos un plan. Fui hasta el mostrador, pagué por adelantado mi habitación y salimos otra vez a la calle. Desde una cabina llamé a mis padres y dejé un mensaje en el contestador informándoles de las novedades.
Fin del Flashback
El camarero de El Trianón permanecía de pie a nuestro lado sosteniendo una pequeña bandeja de plata con la cuenta y por lo visto llevaba algunos minutos intentando cobrarla sin que nos diéramos cuenta, apasionadas como estábamos discutiendo sobre lo femenino y lo masculino.
Sostenía Santana que las diferencias entre hombres y mujeres son rotundas, “y las características masculinas a mí me atraen mucho”. Yo estaba básicamente de acuerdo en cuanto a la rotundidad de la disimilitud, pero matizaba que “masculino” no es sinónimo de hombre así como “femenino” no lo es de mujer; que ambos términos son conceptos ideológicos y no compartía del todo las cualidades que se les atribuyen a uno y otro.
—Por ejemplo la división entre el yin y el yang —aportaba yo como prueba pese a mi decidida admiración por las filosofías orientales—. Si lo masculino, o sea el yang, representa la fuerza, la luz, el día, la razón, la ecuanimidad, la justicia, etc. Es evidente que lo yin, lo femenino, es su contrario especular, y no estoy para nada de acuerdo. Creo que la atribución de connotaciones es tendenciosa y destila ideología masculina. “Supón que hacemos un elenco de cualidades presuntamente femeninas — propuse—, como por ejemplo... no sé, intuición, tolerancia, perseverancia, presencia de ánimo... ¿Qué más?
—Respeto por la vida —aportó Santana—, prudencia...
—¡Bien! —aprobé—. Ahora pasemos a sus opuestos. ¿Me dirás qué hombre aceptaría sin rechistar que por oposición lo definan como inflexible, pusilánime, intolerante, veleidoso, irrespetuoso ante la vida, imprudente y cobarde? Todos a una alegarían que no se puede generalizar, lo que cuenta es la individualidad, que patatín y que patatán... Verías cómo la ley del yin y del yang en lo que se refiere a la simbología de los sexos quedaba derogada de inmediato.
El camarero no sólo tosía con descaro para llamar la atención sino que plantó la bandeja en medio de la mesa haciendo temblar las copas. Santana le miró indignada y casi le ordenó en francés—Muchas gracias, si queremos más postres le llamaremos.
El individuo, a punto de acabar su jornada de trabajo, decidió que ya estaba bien de genuflexiones y respondió en un napolitano de lo más vulgar—Verá, señora, salvo el gato ya no hay nadie en el local y sólo falta que ustedes paguen para cerrar la caja. Es casi medianoche y yo duermo en casa, ¿Sabe?
Santana me preguntó abriendo mucho los ojos—¿Qué me ha dicho?
La risa no me permitía hablar. Su cara perpleja era un poema, y el camarero echaba chispas por las orejas. Acepté la cuenta y me encaré con él hablándole en su mismo argot—Vaya a dormir, buen hombre, tenga mi tarjeta y tráigame rápido el recibo, no tenemos toda la noche.
Me miró con odio y se dio la vuelta. Santana seguía sin entender, pero echó mano a su cartera.
—Deja, estás invitada —dije aún riendo.
—De ninguna manera —protestó—.Aquí está mi Visa.
—¿No me dejas que te invite o es que te disgusta que te agasajen? ¿Lo encuentras masculino, tal vez?
Abrió la boca para decir algo pero la cerró de inmediato. En cambio, me tomó de la mano y prometió—La próxima te festejo yo a ti.
La frase era tan potente que me sacudió hasta el pubis, pero no dije una palabra. En rigor, tampoco hubiera podido emitir una sola sílaba, tal era mi conmoción.
Mientras, el fastidio del napolitano subió varios puntos cuando al devolverme la tarjeta le pedí que llamara a un taxi por teléfono, de modo que aún permanecimos unos diez minutos de pie en la puerta del restaurante. Durante el trayecto no nos dijimos nada, envueltas en un silencio confortable y cómplice. Santana insistió en pagar la carrera con las pocas monedas que le quedaban. Pedimos las respectivas llaves en la conserjería y subimos al ascensor.
Mi habitación estaba en el tercer piso, la de Santana en el cuarto. Al abrirse la puerta en mi planta quise despedirme con alguna frase impecable, un exquisito fin de fiesta para un día tan especial, pero sólo atiné a balbucear un escueto “Hasta mañana”. Creí que Santana iba a darle al botón del cuarto pero en cambio bloqueó las puertas y dijo mirándome sin recato,
—Hay dos llaves, creo que sobra una...
¿Era una insinuación? No, era una orden. En ese momento mis sentidos lo único que percibían era cómo un deseo sofocante y viscoso hacía temblar mi cuerpo. Con un gesto callado de mis manos y la emoción palpitándome en la garganta la invité a seguirme por el pasillo.
Cuando estaba maniobrando con la llave en mi cerradura me abrazó por la espalda, una mano rozaba mi cintura, cerré los ojos sintiendo el calor y la leve presión de su cuerpo, con la otra mano recogió mi pelo en un movimiento apenas perceptible y me besó en la nuca. Giré lentamente, Santana dio un paso hacia atrás pero sus manos nunca me dejaron, mis ojos subieron por su cuerpo con una timidez impropia de las emociones que apenas me dejaban respirar, mis ojos se encontraron con los suyos, de alguna manera, mi corazón latió más duro, Santana se inclinó sutilmente y sus labios presionaron los míos, de la forma en que estaba segura, era una especie de promesa, pude sentir mi corazón y el suyo y mi piel y la suya, responder en la cuestión del tacto fugaz, sus ojos volvieron a los míos y nunca había visto esa mirada en los marrones intensos que opacaban el resto del mundo a mi alrededor, había una especie de contrariedad en ellos.
Más tarde me habituaría a los imperativos de Santana, pero en ese momento, creí percibir frustración, intensidad y una especie de derrota interna, mientras musitaba con esa voz suya que me llegaba a las entrañas:
—Yo también me muero de amor...
********************************
Espero que les guste esta parte final que recién comienza, se pone muy bueno, se los aseguro :)
Nos leemos la próxima! NaT!
naty_LOVE_GLEE- ---
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Fecha de inscripción : 06/05/2013
Re: Fic Brittana: La Insensata Geometría del Amor *Capitulo 4
holap,...
me gusto,..
ya es un avance,.. ya se están llevando bien,...
a ver como termina la noche,.. y como se despiden de roma,...
nos vemos!!!
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3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
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Lun Mar 14, 2022 3:20 pm por Laidy T
» Busco fanfic brittana
Lun Feb 28, 2022 10:01 pm por lana66
» Busco fanfic
Sáb Nov 21, 2020 2:14 pm por LaChicken
» [Resuelto]Brittana: (Adaptación) El Oscuro Juego de SATANÁS... (Gp Santana) Cap. 7 Cont. Cap. 8
Jue Sep 17, 2020 12:07 am por gaby1604
» [Resuelto]FanFic Brittana: La Esposa del Vecino (Adaptada) Epílogo
Mar Sep 08, 2020 9:19 am por Isabella28
» Brittana: Destino o Accidente (GP Santana) Actualizado 17-07-2017
Dom Sep 06, 2020 10:27 am por Isabella28
» [Resuelto]Mándame al Infierno pero Besame (adaptación) Gp Santana Cap. 18 y Epilogo
Vie Sep 04, 2020 12:54 am por gaby1604
» Fic Brittana----Más aya de lo normal----(segunda parte)
Mar Ago 25, 2020 7:50 pm por atrizz1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Wallbanger 3 Last Call (Adaptada) Epílogo
Lun Ago 03, 2020 5:10 pm por marthagr81@yahoo.es
» Que pasó con Naya?
Miér Jul 22, 2020 6:54 pm por marthagr81@yahoo.es
» [Resuelto]FanFic Brittana: Medianoche V (Adaptada) Cap 31
Jue Jul 16, 2020 7:16 am por marthagr81@yahoo.es
» No abandonen
Miér Jun 17, 2020 3:17 pm por Faith2303
» FanFic Brittana: " Glimpse " Epilogo
Vie Abr 17, 2020 12:26 am por Faith2303
» FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Lun Ene 20, 2020 1:47 pm por thalia danyeli
» Brittana, cafe para dos- Capitulo 16
Dom Oct 06, 2019 8:40 am por mystic
» brittana. amor y hierro capitulo 10
Miér Sep 25, 2019 9:29 am por mystic
» holaaa,he vuelto
Jue Ago 08, 2019 4:33 am por monica.santander
» [Resuelto]FanFic Brittana: Wallbanger 3 Last Call (Adaptada) Epílogo
Miér Mayo 08, 2019 9:25 pm por 23l1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Comportamiento (Adaptada) Epílogo
Miér Abr 10, 2019 9:29 pm por 23l1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Justicia V (Adaptada) Epílogo
Lun Abr 08, 2019 8:29 pm por 23l1