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Mensaje por micky morales Mar Abr 21, 2015 8:48 pm

britt es una sumisa y cuando mas pronto lo acepte mejor se sentira!
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Mensaje por 3:) Mar Abr 21, 2015 9:07 pm

holap,...

me encanta el temperamento de britt,... eso es bueno, toda sumisa tiene su lada temperamental!!!
si britt quedo así solamente ablano con san,.. como habrá quedado san???
dan como dominante la va a tener difícil,... o mejor dicho super divertido del lado que lo vea!!!
con ansias para el primer encuentro!!!

nos vemos!!!
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Mensaje por Susii Miér Abr 22, 2015 5:22 pm

ya quiero que su primer encuentro! espero el siguiente cap:D
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Mensaje por Snix_J Vie Abr 24, 2015 6:50 pm

CAPITULO 7


Santana estaba sentada a la mesa de roble de su despacho, mirando la pantalla del ordenador. Llevaba desde primera hora de la mañana queriendo escribir algo, tratando de organizar el trabajo que tenía entre manos y darle algo de coherencia, pero se le iba la cabeza. Se inclinó hacia delante y trató de leer la página que acababa de escribir, pero se le juntaban las palabras.
Apenas había dormido. Se había despertado a las cinco con los ojos somnolientos y enrojecidos. Hacía días que no dormía bien. Había intentado volver a dormir por la mañana, pero después de estar ahí tumbada en la cama, pensando en Brittany durante una hora, se había levantado, se había duchado y había vuelto a llegar al orgasmo bajo el chorro de agua caliente.
Se notaba lo excitada que estaba.
Esto era cada vez más ridículo. Desde que la había conocido se había masturbado cada día, varias veces al día. Y había empeorado desde que mantuvo la conversación telefónica de la noche anterior. Era demasiado excitante hablar con ella sobre sus deseos. Igual que lo fue oír la rabia en su voz e imaginarse cómo se las apañaría para aplacarla.
Esa mujer era como una especie de diablesa que también invadía sus sueños y demasiados despertares también. No veía el momento de ponerle las manos encima. De acabar con esas peleas y apagarle la rabia que llevaba dentro.
Atarla.
Azotarla.
«Oh, sí.»
Sentía el ardor en su entrepierna.
Tenía que controlarse.
Tenía que controlarla a ella también.
Gimió.
«Necesito verla.»
¿Por qué luchaba contra esa sensación? Cuando quería algo, lo hacía y listos. ¿Por qué debería ser eso distinto?
Quizá porque verla antes de la fecha convenida iba contra su protocolo habitual. Alteraba el patrón de la relación dominante/sumiso, por muy casual que fuera la conexión.
Y esto no se le antojaba muy casual.
La llamaría. No pasaba nada por sorprenderla, de todos modos. Y revolucionarla un poco.
Sintiéndose que controlaba más la situación, tomo el teléfono móvil y marcó su número. Notó su respiración al otro lado del teléfono al descolgar.
—¿Santana?
Ah, sí. Esa encantadora voz entrecortada.
—Brittany. ¿Qué tal va la mañana?
—Son las ocho.
—Exacto.
—¿Siempre llamas a la gente tan temprano?
—¿Estabas durmiendo?
—No, pero… da igual.
—Quiero verte, Britt. —No le importaba el tono algo hosco de su voz. Cogió un bolígrafo, le dio unos golpecitos en el borde del escritorio y al darse cuenta de lo que estaba haciendo, paró en seco.
—¿Quieres verme ahora?
«Sí.»
—Esta noche.
Hizo clic en la parte superior del bolígrafo y dejó que el trocito de metal se le hincara en el pulgar, a la espera de su respuesta.
—¿Por qué esta noche?
Se le resbaló el bolígrafo de las manos pero al agacharse a recogerlo, este cayó al suelo haciendo ruido.
«Mierda.»
—¿Tienes que cuestionarlo todo, Brittany?
¿Y ella? No quería pensar demasiado en lo que fuera que le estuviera pasando. Solo quería verla.
—No… supongo que no.
—Quedamos a las siete en el Wild Ginger en la Tercera. ¿Sabes dónde te digo?
—Sí, lo conozco.
—No llegues tarde.
—Nunca llego tarde.
Captó un deje de terquedad en su voz, pero no le estaba rebatiendo nada en ese momento. Santana se recostó en la butaca frente a su mesa y notó cómo se le relajaban los músculos.
—Y, Brittany, deberás ir vestida de negro. ¿Tienes algún vestido negro?
—¿Y qué mujer no lo tiene?
—¿Medias negras? ¿Y botas?
—Por supuesto.
Por el tono no distinguía cómo se tomaba eso de que le dieran órdenes, pero ya se ocuparía de eso más tarde. Ahora mismo no le importaba todo lo que debería.
—Entonces nos vemos esta noche.
Ella suspiró.
—Está bien. De acuerdo.
Sí; había algo de fuego en su interior, pero eso ya se lo esperaba. Disfrutaba de eso.
—Hasta esta noche.
Colgó sin darle opción a responder. Sentía cómo empezaba ya la irritación, la lucha. La dejaría macerar durante el día y le permitiría también que se fuera tranquilizando sola. ¿O quizás estaría hecha una furia cuando la viera? Iría bien de cualquiera de las maneras. Parte de su tarea como dominante era provocarla y sacarle algún tipo de respuesta. Y si se iba a rebelar contra este proceso —algo que era habitual en ella— sería mejor abordar el problema lo antes posible.
Seguro que disfrutaría de la pelea, de verla forcejear. Y aún se regodearía más del momento en que finalmente cediera. Era demasiado, quizá. Pero también tendría que abordar el asunto. Tenía que sacarse esa sensación extraña de encima. Con Brittany. O con otra chica. Eso no importaba, ¿no?
¿Sí o no?
Nunca antes había importado y ahora no iba a empezar a colgarse por una mujer. Esta atracción malsana hacia Brittany Pierce era solo eso y nada más.
«Sácate esta sensación de dentro. Trabájatela y listos.»
Esta noche la dedicaría a conocerla, porque cuanto más pudiera meterse en su cabeza, más fácil sería conseguir que cediera. Era complicada. La dinámica de juego y poder sería más efectiva cuando tuviera una idea mejor de cómo funcionaba su mente. Era tan claro y sencillo como eso.
Sacudió la cabeza y volvió a centrarse en la pantalla del ordenador. En el fondo sabía que se estaba mintiendo.
Brittany salió del taxi frente al Wild Ginger y cerró dando un portazo. Llevaba todo el día mosqueada.
Se alisó los pantalones marrones con las manos y se recolocó la chaqueta de piel color caramelo.
Lo tenía claro si pensaba que se iba a poner el vestido negro de marras.
Abrió la puerta del restaurante un poco más fuerte de lo necesario. En su interior encontró la sencilla elegancia asiática; unas paredes rojo oscuro que contrastaban enormemente con las mesas lacadas en negro y los delicados ramilletes de orquídeas blancas en los jarrones altos y finos.
La vio de inmediato. Estaba apoyada en la barra con una copa en la mano. Era la mujer más apuesta que había visto en su vida —no, la palabra «apuesto» no era lo bastante fuerte para describirle—. Llevaba un vestido azul que se le ajustaba al torso resaltando sus pechos como si se la hubieran hecho a medida. Quizás era así. No era posible que un vestido quedara tan bien en una mujer y bien lisa y ajustada alrededor de su estrecha cintura. Pero por muy guapa que estuviera, su aspecto no le quitaría el enfado con el que había llegado.
Ella sonrió al verla. Su sonrisa estaba cargada con un cierto aire de engreimiento y eso le hizo hervir la sangre, aunque su cuerpo ardía de deseo. Sofocó ese anhelo, asintió y se fue derecha a ella.
—Hola, Santana.
—Así que vienes pero antes has querido asegurarte de hacerme saber que no te voy a mangonear, ¿es eso?
Ella levantó la barbilla.
—Sí. Eso es, exactamente.
Santana sonrió.
—Estás muy guapa, Brittany.
No se lo esperaba, pero se negaba a ser un pelele y quería que le quedara bien clarito.
—Tal vez forme parte del ritual con las chicas con las que juegas en el club, pero yo no soy ninguna esclava. Y mi incursión en esta rama de la perversión no significa que esto haya cambiado. No me interesan estas cosas.
Santana siguió sonriendo, algo que a ella se le antojó perturbadora.
—Esto es lo que estamos haciendo ahora. Hacernos una mejor idea de lo que te interesa. ¿Nos sentamos a una mesa?
—Yo… sí.
No sabía qué más decir y se sintió tonta por lo que acababa de soltarle. ¿Por qué no podía tranquilizarse?
Santana hizo un gesto majestuoso con la barbilla y la camarera apareció de la nada. Era una muchacha delgada y atractiva con una melena morena brillante. Sonrió a Santana pestañeando rápidamente. A Brittany no le sorprendía y tampoco podía culparla. Santana debía de ser el mujer más atractiva del restaurante, con esa sonrisa encantadora y libertina.
Dios mío, ¿acababa de pensar en la palabra «libertina»?
Sacudió la cabeza mientras seguía a la camarera hasta su mesa; Santana iba unos pasos atrás. Juraría que sentía el calor de su cuerpo imponente.
Santana se inclinó hacia ella y le susurró:
—De hecho no esperaba que llevaras el vestido negro. Tú no.
Ella se dio la vuelta para fulminarle con la mirada, incrédula, pero San se limitó a sonreírle mientras la ayudaba a quitarse el abrigo y se lo colocaba en el respaldo de la silla, justo antes de apartarla. Luego, se sentó enfrente.
—Tomaremos té verde con jazmín —le dijo a la camarera sin dejar de mirar fijamente a Brittany. Sus ojos despedían una intensa luz azul en la penumbra del local.
—Me sorprendes —dijo ella.
—¿Ah, sí? ¿De qué forma?
—Todas estas buenas maneras: me apartas la silla y te acuerdas del té que me gusta.
—Que sea dominante no quiere decir que no sea cortes, al contrario de lo que piensa la gente. Y yo nunca me ajusto a la creencia popular.
—Ya, seguro que no.
—Ni tú.
—¿Qué quieres decir? —Tocó el dobladillo del jersey de angora de color crema.
Santana se encogió de hombros.
—Eres escritora de novelas eróticas. Hay personas que seguramente tendrán ideas preconcebidas sobre en qué tipo de persona te convierte eso.
—Posiblemente. ¿Y en qué tipo de persona me convierte eso?
Santana se inclinó hacia delante, mirándola a los ojos. Atravesándola con la mirada. Ella se movió, incómoda. Estaba deseosa de escuchar su respuesta.
—Creo que en una mujer que es más abierta de mente en temas sexuales que una mujer normal. Tal vez te convierte en una mujer más abierta en general, aunque no creo que te lo apliques tú misma.
—No entiendo qué quieres decir.
—Quiero decir que creo que te juzgas más severamente de lo que tú juzgas a los demás.
—Eso seguro. ¿Pero no le pasa a todo el mundo?
—Sí. En eso tienes razón.
—¿Incluso tú?
Santana sonrió; tenía los dientes blancos y resplandecientes y con esa sonrisa tan seductora y capaz de desarmar a cualquiera. Y como siempre, Brittany se quedó obnubilada.
«Mierda.»
—Incluso yo —dijo—. Mira, ya está el té.
Para su sorpresa, una vez más, Santana tomo la tetera y sirvió el té, tras lo cual le dio a ella la tacita roja y blanca. Brittany la tomo y aprovechó para calentarse los dedos.
—Gracias.
—De nada.
No conseguía descifrar a esta mujer. Y Santana tenía razón: ella tenía ideas preconcebidas acerca de lo que era ser dominante sexual. Unas ideas que tendría que desechar y volver a empezar.
Ojalá no tuviera que controlarlo todo siempre. O ella…
Se rio.
—¿De qué te ríes? —preguntó.
—Nada, es que empiezo a entender algunas cosas —reconoció—. Estoy reajustando mi manera de pensar y no es que me guste.
Santana se recostó en la silla y le dio un sorbo al té.
—Vaya, exactamente lo que pretendía conseguir.
Ella suspiró.
—Otra vez vuelves a hacerlo —musitó.
Se quedó callada un momento, escudriñándola, y ella notó que se le encendían las mejillas bajo su atenta mirada.
Santana levantó su taza humeante, la sopló un momento, le dio un sorbo y luego la volvió a dejar en la mesa. Cada pequeño movimiento parecía estudiado. O quizás era simplemente que ella esperaba que le dijera algo; ese estudio pormenorizado la estaba poniendo nerviosa.
—¿Pretendes ser un gran reto para mí, verdad, Brittany?
—Yo no pretendo nada.
—¿Ah, no?
—Soy quien soy.
—¿Y quién eres?
—¿Estás siendo condescendiente?
—Rotundamente no. Solo quiero conocerte. Es parte de mi trabajo, por decirlo de algún modo. Pero quiero conocerte de verdad. ¿Te parece bien?
Se inclinó hacia delante otra vez y le cubrió la mano con la suya. Su mano era, cálida, y ese calor pasó a su piel del mismo modo que el de la taza de té. Ella se deshizo por dentro.
—Sí. Claro. No sé por qué estoy tan combativa. O tal vez sí lo sepa, pero de todos modos es de mala educación y lo siento.
—No pasa nada. Volvamos a empezar. Simplemente relájate, habla conmigo. ¿Por qué no me cuentas algo de ti?
—¿Qué te gustaría saber?
—Empieza por el principio.
—Bueno…
Se dio cuenta de que su mano seguía sobre la suya y eso le hacía difícil pensar. Bajó la vista hasta sus manos, luego a su rostro.Santana esbozó una sonrisa y apartó la mano como si lo hubiera entendido.
—Empieza por tus novelas, Brittany. Me gustaría saber un poco más acerca de tu trabajo.
Ella bajó las manos hasta el regazo y flexionó los dedos, notando el calor que la mano de Santana le había dejado.
—Llevo escribiendo a tiempo completo los últimos cuatro años.
—¿Y siempre has hecho literatura erótica?
—Sí, siempre. Empecé a escribir a los veinte años pero nunca creí que me publicarían nada hasta hace cuatro años. Las cosas sucedieron muy rápidamente. Conseguí una agente, vendí mi primer libro, luego tres más y varias novelas más largas. He tenido mucha suerte. Antes de eso trabajaba en la banca. Me iba bastante bien.
—¿En la banca? No te veo en un banco. Imagino que allí, en ese estricto ambiente corporativo, desperdiciabas tu talento. Eres demasiado… exótica.
Ella se movió, incómoda, y entrelazó los dedos. Nunca había pensado en ella en esos términos.
Esta mujer la desequilibraba como no lo había hecho nadie nunca.
Suspiró y prosiguió.
—No me gustaba nada. Pero el dinero que ganaba me dio la oportunidad de dejar de trabajar y dedicarme a escribir, así que me alegro. Por suerte, conseguí mis primeros contratos antes de que se me acabaran los ahorros. ¿Y tú? ¿Qué hacías antes de escribir profesionalmente?
—Enseñaba inglés en una universidad de aquí.
—¿Y lo dejaste para escribir?


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Paso rapido a dejarles el cap. Que lo disfruten. Ya falta poco !!
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Mensaje por micky morales Vie Abr 24, 2015 7:28 pm

brittany se niega a aceptar lo que le ordena santana, veremos por cuanto tiempo!
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Mensaje por 3:) Vie Abr 24, 2015 10:18 pm

holap,...

a san definitivamente le gustan los retos,.. y britt como sumisa va a ser uno grande!!!!
peor que antes de que empiecen se conocerse un poco!!!!

nos vemos!!!!
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Mensaje por Snix_J Mar Abr 28, 2015 8:32 pm

CAPITULO 8

Esta mujer la desequilibraba como no lo había hecho nadie nunca.
Suspiró y prosiguió.
—No me gustaba nada. Pero el dinero que ganaba me dio la oportunidad de dejar de trabajar y dedicarme a escribir, así que me alegro. Por suerte, conseguí mis primeros contratos antes de que se me acabaran los ahorros. ¿Y tú? ¿Qué hacías antes de escribir profesionalmente?
—Enseñaba inglés en una universidad de aquí.
—¿Y lo dejaste para escribir?


—No inmediatamente. Dejé de trabajar hace tres años. Tenía que cumplir con demasiados plazos de entrega. Sentía que no podía hacer ambas cosas y dedicarle la energía necesaria a todo. No quería ser un fraude para mis alumnos. De hecho, me encantaba la enseñanza. Algunas personas creen que es una existencia banal pero yo disfrutaba mucho.
—Me imagino. Y estoy segura de que encontrabas tus emociones en otro sitio.
Santana sonrió.
—Por supuesto. No me voy a molestar en decirte que soy alguien que no soy. —Le dio un sorbo al té—. A diferencia de otras personas.
—Vaya, un puñal. ¿Me lo sacas de la espalda?
Santana sonrió y un destello de malicia se asomó a sus ojos.
—Aún no. Ya hablaremos de eso más tarde.
A Brittany se le encendieron las mejillas otra vez y notó calor en la entrepierna. De repente cayó en la cuenta de que esta mujer iba a tocarla muy pronto. Que la azotaría. ¿Y qué más?
Cruzó las piernas debajo de la mesa, tratando de ignorar el anhelo que sentía.
«Céntrate. Sigue hablando.»
La charla hacía que pareciera una cita normal y corriente. Eso lo podía soportar.
—Santana, cuéntame más de esas cosas de adicto a las emociones fuertes que mencionaste el otro día. Las actividades extremas.
Ella sonrió.
—Me gusta todo lo que me dé subidón de adrenalina. Hago snowboard, paracaidismo. Creo que también te dije lo de nadar entre tiburones. Y las motos. He participado en carreras también, pero no profesionalmente.
Ella se estremeció. No le gustaba nada la idea. Nunca le había gustado.
—¿Brittany? ¿Qué ocurre?
Ella movió la mano para quitarle importancia pero notó que se había puesto blanca. Y Quinn uno de los grandes motivos de que ella se hubiera convertido en lo que era.
«Díselo y sácatelo de encima.»
—Perdí… perdí a mi hermana, Quinn, en un accidente de moto. La idea de que alguien conduzca una moto me… me incomoda.
—Lo siento. ¿Hace poco?
—No. No. ¿Podemos cambiar de tema? Parece que has viajado mucho.
—Es verdad. Me encanta el sudeste asiático, todo el hemisferio oriental. Tailandia es muy hermosa. Bali. Y el Tíbet fue una aventura aunque no muy cómoda, la verdad. Allí me tatuó un anciano usando el método antiguo. Cogen una varilla afilada de bambú y van pinchando para introducir la tinta en la piel. Hacen falta dos personas para sujetarte y para que la piel quede tensa. Se tardan horas. Pero al cabo de un rato entras en una especie de trance. Lo llevo en la parte de atrás del hombro; una parte en la que todo es hueso y dolió una barbaridad, pero es mi tatuaje favorito. Estos tatuajes son personalizados y tienen el significado espiritual que el artista descubre en cada persona. Un mensaje único. Fue una experiencia inigualable.
—Lo he visto hacer en documentales. Tiene pinta de ser muy doloroso pero los diseños son muy bonitos.
—Ya te enseñaré el mío un día de estos. ¿Te gustan los tatuajes?
—Sí. Tienen un significado muy personal e interesante; es como una declaración personal. Yo llevo uno.
—¿En serio?
—Pareces sorprendida.
—Tal vez no. ¿Qué es?
—Una ramita con flores de ciruelo por encima de la parte derecha de la cadera.
—Ah. Las flores del ciruelo son un símbolo de perseverancia.
—Sí. Las flores pueden sobrevivir a una helada invernal.
—Quizá me digas algún día qué es lo que significa para ti.
Ella sonrió.
—Quizá. ¿Tienes otros tatuajes, además del que te hicieron en el Tíbet?
Santana asintió.
—Un par de pequeños dragones en los antebrazos. Me los hice en Hong Kong. Me arremangaría para enseñártelos pero una vista parcial no les haría justicia. Tendría que quitarme todo el vestido.
Dios mío, ¿qué aspecto tendría esta mujer sin vestido? Se estremeció.
—¿Y qué significan para ti?
—Los dragones simbolizan poder, fuerza y protección.
—¿De qué necesitas que te protejan?
Una sombra se asomó a su rostro pero desapareció tan deprisa que dudó de haberla visto, incluso.
—Todo el mundo tiene vulnerabilidades. No seríamos humanos si no las tuviéramos, ¿no crees?
—Y me imagino que no me contarás cuáles son esas vulnerabilidades, ¿verdad?
—Ahora no. Pero yo sí debería saber las tuyas. Eso también forma parte de mi trabajo.
—¿Es necesario?
—Sí —se limitó a decir.
—¿Por qué?
—El poder conlleva una enorme responsabilidad. Necesito tener información sobre cómo reaccionarás cuando juguemos y por qué para que pueda cuidarte como es debido.
—Oh…
Ese breve recordatorio de lo que habían planificado hacer juntos la deshacía de deseo y la mareaba ligeramente. ¿De verdad estaban manteniendo esta conversación con semejantes referencias eróticas en medio de un restaurante abarrotado?
—¿Por qué no me cuentas algo de tu familia, Brittany?
—¿De mi familia?
—Es un buen punto de partida.
—De acuerdo. Está bien… —Se quedó callada para pensárselo un momento. ¿Qué podía contarle?—. Soy de Portland. —Hizo una pausa otra vez. No tenía ganas de darle demasiados detalles. Le resultaba demasiado duro. Se sentía mejor cuando se quitaba a la familia de la cabeza. Sobre todo a su madre. ¿Cómo podía explicar algo así?
Descruzó las piernas, cogió la taza y la encontró vacía. Santana alargó la mano, la tomo, se la llenó y se la devolvió.
—Continúa —le instó ella—. ¿Tu familia sigue viviendo allí?
—No. La mayoría está ahora en Ashland, Oregón. Mi tía Deirdre y mi madre. Y mi abuela Delilah, con quien me llevo muy bien.
—¿Pero no te llevas bien ni con tu tía ni con tu madre?
—Las cosas con mi madre son… difíciles.
—Cuéntame algo de ella.
—No.
Sus miradas se cruzaron pero Santana no se inmutó.
—Otro día, entonces.
Ella asintió y apartó la vista.
—¿Quieres contarme algo de tu hermana? —le preguntó en voz baja.
—Pues no especialmente.
—¿Pero lo harás?
La estaba tratando con mucha delicadeza y eso hacía que quisiera contárselo. Dejar que la conociera, aunque fuera un poco solo.
—Quinn era un año menor que yo. Era buena chica y buena estudiante. Tenía un sentido del humor que yo no heredé. Siempre conseguía hacerme reír. Teníamos una relación muy estrecha. No nos peleábamos como la mayoría de los hermanas. Creo que nos necesitábamos mutuamente…
Se le apagó la voz.
«No quiero seguir con esto.»
—Perderla debió de ser muy difícil.
—Lo fue.
Llegó la camarera y les interrumpió; a ella le vino bien.
Santana pidió por las dos sin consultarle a ella ni al menú. Cuando la camarera se fue, Brittany le preguntó:
—¿Siempre haces eso?
—¿Llevar el mando? Sí. —Se inclinó hacia delante con una expresión divertida en la mirada—. ¿Acaso esperabas otra cosa de mí?
Eso la hizo sonreír.
—Supongo que no. —Tomo la taza otra vez—. Tu turno. Cuéntame algo de tu familia.
—No tenemos una relación muy estrecha. Mi madre y su marido viven en Scottsdale. Mis hermanastros Gavin y Marianne también están allí. Pero todos éramos adultos cuando se casaron nuestros padres y no nos conocemos mucho.
—¿No tienes más hermanos?
—No.
—¿Y tu padre?
—Mi padre…
Santana se quedó callada, le dio un sorbo a su té, que cada vez estaba más frío, y se movió en la silla.
Le resultaba duro hablar de su padre y solía evitar el tema. Pero estaba cómoda con Brittany, a pesar de la tensión sexual, del deseo irrefrenable que reconoció al instante. Se esforzó por centrarse.
—Mi padre era físico y profesor de universidad. Era un hombre brillante. De verdad, no era porque lo tuviera puesto en un pedestal. Me enseñó muchas cosas. A él le debo gran parte de quien soy.
—Has dicho «era». ¿Qué le pasó?
—Murió cuando yo tenía veintidós años.
—Lo siento, Santana.
Su rostro y su tono eran de pura compasión. Incluso sus ojos cafés. No era lástima, era compasión.
—Estaba cruzando la calle y le atropelló un coche. Fue todo muy fortuito. Pero como era físico siempre creyó en la aleatoriedad del universo. Durante mucho tiempo yo también lo creí. Y aún lo hago, solo hasta cierto punto, aunque he pasado mucho tiempo buscando una respuesta mejor. Supongo que en parte mis viajes se han debido a
esto mismo.
Hizo otra pausa y se pasó la mano por el pelo. Mierda, había dicho demasiado.
—Eso debió de haber sido horrible para ti. Parece como si fuera el único familiar con el que te llevabas realmente bien.
—Sí.
Sintió como si se bloqueara, como si la bloqueara a ella también. No quería hacerlo pero no podía seguir hablando del tema.
Llegó la comida. Justo a tiempo.
Santana cambió de tema y hablaron sobre cuestiones menos personales durante la comida: las películas que les gustaban, los políticos locales, el arte y la música. Santana se sorprendió al descubrir lo mucho que tenían en común. Quizá no tendría que haberse sorprendido tanto. Una química tan fuerte como la suya tenía que darse por más cosas además de que olía mejor que cualquier otra mujer.
Cuando hubieron terminado, la camarera les retiró los platos y ella pidió más té. La había estado observando. Le fascinaba la forma en que movía su hermosa boca al hablar o cuando apresaba un trozo de comida entre los labios. Su piel de alabastro era inmaculada, con un ligero rubor rosado en las mejillas y una constelación de pecas. Era hermosa.
Tenía ganas de sacarle ese rubor a la superficie, en todo su esbelto cuerpo. El rubor del deseo. La rojez de un trasero bien azotado.
Se excitó con solo pensarlo.
«Control.»
—¿Has cenado bien, Brittany?
—Sí, mucho. Gracias.
—No te entretendré mucho. Te quiero descansada esta semana. Ya hablaremos de lo que sucederá en el Pleasure Dome el sábado por la noche.
—Ah.
Ese ligero rubor se enrojeció un poco más y se le dilataron las pupilas. Ella miró alrededor, preguntándose tal vez si alguien alcanzaba a oírles. A Santana no le importaba pero bajó la voz.
—¿Entiendes qué son las palabras de seguridad, Brittany?
—Creo que sí.
—Tu palabra de seguridad es «amarillo» si quieres que baje el ritmo o si hay algo que crees que es demasiado. Si necesitas un descanso, beber agua o si te entra el pánico. Si notas en tu cuerpo una sensación de gran incomodidad. Iré comprobando la circulación si te ato; cosa que probablemente haga.
Ahora Brittany empezaba a palidecer. No pasaba nada. No le importaba que se alarmara un poco por la realidad de lo que iban a hacer. De hecho, le complacía. Comenzó a sentir humedad en su entrepierna
Santana siguió hablando.
—«Rojo» significa que quieres que pare. La escena terminará. Si estás atada, te desataré inmediatamente. Cortaré las cuerdas si es necesario. Yo nunca discutiré nada de eso contigo. De esta manera, tú tienes la última palabra y estarás siempre a salvo conmigo. ¿Lo entiendes?
Vio que tragaba saliva.
—Sí.
—También debes saber que no juego sin contacto sexual. No hace falta que te acuestes conmigo, claro. Pero si te opones a que te toque, a estar desnuda, dímelo ahora y lo dejaremos aquí. La estimulación sexual puede ayudarte a entenderlo más. Te ayuda a soltarte. Algunas personas pueden jugar sin hacerlo, pero yo no.
La miró cuidadosamente y reparó en cómo le brillaban los ojos y se le aceleraba la respiración. Hasta sus labios se habían vuelto de un rojo más intenso, como si alguien se los hubiera mordido. Era una señal de deseo. Pero ¿se opondría a eso?
No sabía qué diantre haría si se retractaba ahora. La deseaba con todas sus fuerzas.
Pero ella se limitó a asentir y dijo:
—De acuerdo.
Una frase corta y para cuando quise darse cuenta ya estaba muy húmeda su entrepierna.
«Contrólate.»
—¿Tienes alguna pregunta que hacerme? —le preguntó.
—Mmm… no lo sé.
—Mira, si quieres puedes enviarme un correo electrónico desde hoy hasta el sábado.
Ella volvió a asentir, tratando de parecer valiente, pero no dejaba de palidecer y de ruborizarse minuto a minuto.
Santana se inclinó hacia ella, la tomo por la muñeca y le palpó con los dedos bajo la manga. Tenía el pulso acelerado. Y la piel suave como el satén.
—Brittany, escúchame bien. Si en algún momento cambias de parecer, todo depende de ti. Esto funciona así. No me enfadaré, ni te juzgaré, ni tendré resentimiento.
No quería por nada del mundo que eso pasara y esa sensación no le gustaba nada.
—Está bien. Sí, lo entiendo.
—¿Sigues interesada?
Ella se quedó callada un momento; los latidos se le aceleraron un poco más.
—Sí, me interesa. Quiero hacerlo. Tienes razón. Esta es la única manera de conocer el tema. Necesito conocerlo. Y no solo por el libro sino por mí misma.
Santana asintió intentando aparentar tranquilidad pero por dentro estaba hecho un lío: el corazón le latía con fuerza y sentía un fuerte latido entre sus muslos del deseo que sentía por ella.
Brittany Pierce no era una mujer más. Lo que acabaría significando para ella no lo sabía. Y, por primera vez en su vida desde que muriera su padre, sintió miedo.


Adealnto prox cap !
«Está increíblemente buena.»
Ella levantó un poco la barbilla en señal de desafío y Santana apretó la ropa que tenía entre las manos. Olían como ella; a pura mujer. Sin dejar de mirarla, se acercó el top a la cara e inhaló con fuerza. Al ver que ella se ruborizaba, sonrió.
Esta mujer no tenía ni idea de lo receptiva que era. Pero se lo via y supo que eso sería bueno.


_____________________________________________

Hola a todos ! como están, el próximo capitulo se viene lo wanky wanky :P .. Gracias por los comentarios..

Les cuento que estoy trabajando en una nueva adaptación un poco diferente a esta, ya les adelantare algo ..  Dejen sus comentarios del cap !
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Mensaje por 3:) Mar Abr 28, 2015 9:01 pm

holap,....

me encanta que se estén conociendo de a poco!!!!
tienen un pasado medio duro,....
quiero el otro cap ya!!!!! y tu nueva adap!!!

nos vemos!!!
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Mensaje por micky morales Mar Abr 28, 2015 10:37 pm

me encanta esta historia, espero la actualizacion y la nueva adaptacion!!!!
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Mensaje por Susii Mar Abr 28, 2015 10:50 pm

Me encanta la historia!! Ya quiero el otro capitulo:ccc
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Mensaje por Snix_J Miér Abr 29, 2015 8:23 pm

Gracias Lu, Micky y Sussi por los comentarios ! :)

La nueva adaptación en realidad tengo dos, En nombre del amor y Un paseo para recordar (ambas de Nicholas Sparks) asi que ustedes podrían ayudarme a decidir cual terminar primero !

;)
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Mensaje por Snix_J Sáb Mayo 02, 2015 10:12 am

CAPITULO 9


Brittany había hecho exactamente lo que le había pedido Santana en el correo electrónico que le había enviado. Iba en un taxi de camino al Pleasure Dome vestida como ella le había pedido: falda corta negra, zapatos de tacón negros, top negro sin mangas con espalda escotada. Debajo llevaba un sujetador y unas braguitas, también negras, con transparencias. No le había pedido expresamente que llevara transparencias pero ella quería que la deseara. Quería que Santana quedara tan afectada como ella.
No iba a intentar negarlo. ¿De qué servía? No era a la lujuria a lo que se oponía. Eso no había sido nunca un problema para ella. Le encantaba el sexo y siempre estaba abierta a explorar sus deseos. Era la idea de ceder todo el control a otra persona. Simplemente no estaba segura de ser capaz de hacerlo.
Sintió una punzada de pánico en el acto, aunque no hiciera más que imaginarlo.
Estaba lloviendo, como solía pasar en esta ciudad. En la noche, los neumáticos del taxi pasaban salpicando por todos los charcos que surcaban las calles. Las luces de las farolas se reflejaban en el agua y titilaban en tonos plateados. Los escaparates estaban iluminados y teñían la oscuridad de colores.
El corazón era como un martillito que le repiqueteaba el alma.
Seguía sin creerse que fuera a hacer eso.
El viaje terminó pronto, sacó unos billetes del bolsito negro que llevaba y se los dio al taxista. El Pleasure Dome estaba albergado en un almacén reconvertido, como su edificio: cuatro plantas de ladrillo con fachada gris y unos ventanales oscurecidos. Al mirar por la ventana del coche, le pareció imponente. Levantó la vista hasta la azotea, por donde la luna intentaba abrirse paso entre las nubes.
Cuando salió del taxi vio que Santana la estaba esperando bajo un paraguas, vestida completamente de negro, y le tendía una mano.
—Estás preciosa, como siempre —le dijo, sonriente.
Ella intentó devolverle la sonrisa pero no funcionó.
Santana la atrajo hacia sí mientras la acompañaba hacia el gran portón rojo del club. Parecía... posesiva, muy protectora, y eso le gustaba.
—No pasa nada. No estés nerviosa, Brittany. Yo me ocupo de todo.
—Eso es lo que me pone nerviosa.
Santana soltó una risita malvada que no la ayudó a tranquilizarse, precisamente.
Un portero les abrió la puerta y entraron a un vestíbulo oscuro. Santana se detuvo el tiempo suficiente para quitarse el abrigo y el paraguas y entregárselo a la chica del guardarropa. Ella no había caído en llevar un abrigo, a pesar del tiempo. Solo llevaba lo que le había pedido. Qué raro que se le ocurriera ahora. Pero trató de no pensar en eso y en todo lo que eso conllevaba.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra se dio cuenta de que Santana llevaba la camisa arremangada y se le veían los pequeños dragones chinos por la cara interior del antebrazo: negro y rojo en el brazo derecho y negro y dorado en el izquierdo. El dibujo era exquisito, con mucho detalle; las largas colas se le enroscaban en los brazos y las cabezas. Quería mirarlos con más detenimiento, quería tocarlos, pero estar en este sitio completamente nuevo para ella era algo demasiado desconcertante.
Oía los compases de la música que provenían de algún lugar. Notaba cómo le reverberaba en el vientre.
—¿Estás preparada? —le preguntó Santana.
Ella asintió.
—Sí, estoy lista.
No estaba del todo segura de que fuera cierto, pero ella ya tenía la mano en la parte baja de su espalda y la guiaba hacia otra puerta.
La sala era grande. Las paredes estaban pintadas de un color oscuro y alrededor había luces de color ámbar, lila y rojo. Los rincones estaban llenos de sombras y había gente pero no alcanzaba a ver bien qué estaban haciendo. Lo único que distinguía eran parejas y pequeños grupos. Al mirar con más detenimiento vio pantalones y chalecos de cuero, arneses corporales y corsés rojos, negros y blancos. Los hombres y mujeres llevaban collares: algunos eran de cuero, otros de un metal reluciente. Y piel desnuda.
Aquí y allí, había algunos instrumentos apoyados en las paredes. Reconoció los bancos de cuero para los azotes, hechos expresamente para que la persona a la que estuvieran azotando pudiera inclinarse y apoyar las rodillas en una barra inferior acolchada. Había un par de espalderas de madera que la gente usaba en bondage con cuerdas y una cruz de madera en forma de aspa de dos metros que se llamaba cruz de San Andrés. Aunque examinaba la escena con atención, tenía a Santana muy presente, así como el calor que desprendía su enorme cuerpo, que la empequeñecía por muy altos que fueran los tacones. Ese olor; esa divina mezcla de bosque y de mar... Santana y el olor a cuero, perfume y sensualidad de la sala.
Temblaba de pies a cabeza. Estaba nerviosa por la expectación, por el deseo y por algo más...
—¿Estás bien, Brittany? —le preguntó.
—Sí. Estoy bien.
Santana se detuvo, le puso una mano debajo de la barbilla e hizo que le mirara.
—¿En serio?
Ella tragó saliva.
—Sí, lo estoy. Te lo prometo. Es que esto... es nuevo para mí. Trato de absorberlo todo. Es distinto a cualquier otro sitio en el que haya estado.
—Lo es. —Le sonrió y bajó la mano.
—¿Dónde vamos?
—Shhh, acompáñame.
Ella obedeció; simplemente se limitó a cerrar la boca y tragarse todas las preguntas que le rondaban por la cabeza. No podía creer que estuviera haciendo eso. Que alguien se ocupara de todo, que tomara las decisiones. Salvo la de estar ahí, se recordó. Eso seguía siendo decisión suya.
Fueron al otro extremo de la habitación y se detuvieron delante de un sofá de respaldo bajo tapizado en cuero rojo.
—Siéntate, Brittany —dijo Santana en voz baja, pero autoritaria.
Ella accedió, sin cuestionarse nada. Por eso estaba ahí: para soltarse de una vez por todas. Para explorar esto.
Santana se sentó a su lado y pasó un brazo por el respaldo del sofá. Lo notaba rozándole la nuca. Olía muy bien y tan solo ese olor la mareaba.
—Nos dedicaremos a mirar un rato —le dijo con la cara muy cerca de la suya—. Quiero que te relajes, que lo absorbas todo como tú has dicho. Y mientras observas, controla tu respiración, mantenla lenta y regular. ¿Lo entiendes, Brittany?
Ella asintió, absorta en la habitación y las figuras que se contoneaban. Ahora que sus ojos se habían ajustado a la oscuridad, veía mejor.
—Brittany.
—¿Qué?
—Mírame.
El tono autoritario la sobresaltó y giró la cabeza. Tenía el pulso acelerado y se notaba el latido en las venas. Quería discutírselo pero lo que leyó en su expresión le dijo que no lo hiciera.
Nunca se había sentido acobardada por nada o nadie en la vida. Pero no era eso solamente. Le estaba pasando algo; era como si se le estuvieran activando unos mecanismos en la cabeza. No lo entendía.
—Sé que esto es difícil para ti —dijo—, pero tienes que esforzarte por entregarte. Entregarte a mí.
—Sí —susurró ella con un nudo en la garganta. Parecía que no podía inspirar el aire suficiente para hablar con normalidad.
—Aquí habrá unas reglas. Cuando empecemos ya no podrás hablar a menos que yo te pregunte, o que haya algo apremiante que quieras decirme. Y con lo de «apremiante» me refiero a si crees que tu bienestar mental o físico se ve comprometido. Si sientes que estás en peligro de verdad. Estar un poco asustada no es motivo suficiente. Espero que tengas algo de miedo. Sinceramente, no estaría haciendo bien mi trabajo si no lo tuvieras en algún momento u otro.
Ella le miró y se le puso en blanco la mente a una velocidad vertiginosa. No le gustaba esta sensación de tener los brazos y piernas de goma; esa sensación de debilidad.
—¿Me oyes, Brittany?
—Sí, te oigo.
—¿Pero?
—Pero... no sé si podré hacerlo.
—Puedes. Lo noto en tu interior. Lo he notado desde que nos conocimos. Me he pasado muchos años aprendiendo estas cosas.
—Lo sé. No es de tus habilidades de lo que dudo precisamente.
Santana puso una mano en el muslo y ella notó un hormigueo eléctrico hasta en los huesos.
—¿Por qué dudas de ti misma? —le preguntó.
La miraba con dureza. El azul de sus ojos se había oscurecido y sus pupilas estaban dilatadas en la penumbra.
—Siempre me he considerado bastante sofisticada sexualmente. He tenido muchas experiencias. No es por... alardear. Pero... pensaba que podía controlar esto. Que sería fácil. Pero ahora que estoy aquí... Mierda, es que apenas puedo reconocértelo a ti. O a mí misma. Me siento tonta y no me gusta.
Estaba temblando.
—No hay razón para sentir que no puedes reconocer que tienes miedo o estás insegura.
—Pero así me siento. Aunque sea la respuesta habitual que tiene la gente cuando vienen por primera vez. Es por... mí. Y no sé... si podré quedarme. —Al decirlo se notó el corazón latiendo con fuerza y le entraron ganas de escapar. Necesitaba huir—. Santana, tengo que irme, en serio. No puedo hacerlo.
Se incorporó pero tenía las rodillas tan débiles que apenas podía tenerse en pie.
A su lado, Santana se levantó, la rodeó con un brazo y apoyó su mejilla contra la suya. Ella intentó apartarse pero no la dejó.
—Brittany, cálmate, puedes hacerlo. Estás bien.
—No lo estoy.
Quería echarse a llorar pero no lo haría. No lloraría.
—Sí lo estás. Estás conmigo. Yo me encargo de todo.
¿Cuándo le había dicho eso una mujer? ¿Y hubiera confiado en cualquier otra persona si se lo hubiera dicho? Pero confiaba en Santana, a pesar de que apenas le conocía. A pesar de ella misma. A pesar de su necesidad de controlarlo todo. No sabía qué pensar.
Quizá no hacía falta que lo hiciera.
—Vamos, Brittany. Estás bien —le dijo en un hilo de voz, casi un susurro.
Ella se dejó sentar en el sofá. Esta vez le rodeó la cintura con el brazo para tenerla a su lado. Al cabo de un momento, su aroma, su tacto, consiguieron tranquilizarla. Con los sentidos embargados por Santana, el resto de cosas —sus miedos, su necesidad de estar a cargo de todo— empezaron a desaparecer y su deseo tomó los mandos.
—Mira lo que hacen los demás —le dijo al oído; su aliento era cálido en contacto con su piel—. Mira qué bellos son todos. No importa el aspecto. Lo que importa es el don de la confianza y la energía que intercambian. Esa es la parte más hermosa. De esto se trata, Brittany.
Ella miró al otro extremo de la estancia: había una mujer desnuda inclinada sobre uno de los bancos para azotes. El pelo rubio le llegaba por las mejillas y el hombre que estaba a su lado le apartó un mechón de la cara y se agachó para besarla antes de ponerse detrás y acariciar la curva de su trasero con las manos. Había ternura en la manera que tenía de tocarla, incluso cuando empezó a azotarla.
Brittany sintió el deseo entre sus muslos.
¿Era eso lo que quería?
Se dio la vuelta para mirar a Santana. Tenía los ojos brillantes, como anhelosos. Pero también había un control absoluto.
Sí, podía confiar en ella. Sin embargo, aún no estaba segura de poder confiar en sí misma. Pero lo haría.
Tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
—De acuerdo, está bien. ¿Podemos... empezar ya?
El rostro de Santana no perdió la seriedad.
—Siempre puedes decidir parar, Brittany. Es lo bonito de todo esto: la seguridad que hay. Depende de ti.
Ella asintió.
Santana sonrió.
—Pues empecemos, entonces.
Santana la tomo de la mano y notó que le temblaba. No quería que tuviera miedo, en realidad. No obstante, un poquito de miedo, algo de expectativa, era un reto que siempre saboreaba. Y ella estaba muy hermosa así, con la melena rizada y salvaje alrededor de sus pálidas mejillas y sus enormes ojos.
La llevó a un rincón oscuro de la sala, a una silla grande tapizada de cuero rojo con un gran asiento pero sin brazos. Junto a ella, dejó un bolsón negro en el que llevaba los instrumentos : palas, varas, látigos, esposas un arnes.
—¿Qué es esto? —preguntó ella, mirando la silla.
—¿Querías algo más extremo para tu primera experiencia? —repuso ella, tomándole un poco el pelo. Ya conocía la respuesta.
—No lo sé.
Ella tenía el semblante muy serio. Santana veía incluso cómo tensaba el músculo de la mandíbula. Trataba de racionalizar todo el asunto. Al final tendría que aprender que eso no funcionaba en este campo. Tenía que conseguir que dejara de accionar los engranajes de su cabeza. Tenía que desarmarla.
—No te preocupes. Yo sí lo sé. Ahora quítate la ropa.
—¿Qué?
Dio un paso atrás y eso le hizo sonreír. No pudo evitarlo.
—Vamos, Brittany. ¿No pensarías jugar vestida?
El rostro de ella no registró sorpresa alguna. Solo fue la impresión de darse cuenta de que le estaba pasando de verdad. Se quedó callada durante un rato y luego, sin mediar palabra, se quitó la camisa por la cabeza. Siguió mirándole pero sus ojos ya no eran de su frío color azul habitual. Se estaba fraguando una tormenta a pesar del silencio, de la firmeza de su boca y del aire tozudo que tenía por la postura de los hombros. Sin embargo, eso formaba parte de su proceso. Ya se lo esperaba de una mujer que tenía esa tendencia a controlar. Y eso la hacía más atractiva a sus ojos: por la batalla que sabía que se estaba librando en su interior. Por haber accedido a hacerlo.
Santana se cruzó de brazos y esperó mientras ella se desabrochaba la falda y la dejaba caer al suelo. Tampoco le dijo nada cuando le dio toda la ropa que se quitaba. Estaba demasiada ocupada mirándola con ese conjunto de sujetador y braguita transparentes; absorto por lo largas que eran sus piernas con los tacones altos. Por esa elegante ramita con flores de ciruelo tatuada en la parte derecha de su cadera. El diseño era delicado y sinuoso, como ella. Las flores eran blancas y tenían el borde difuminado en rosa. Una imagen muy inocente en un cuerpo en el que quería hacer cosas muy sucias.
«Está increíblemente buena.»
Ella levantó un poco la barbilla en señal de desafío y Santana apretó la ropa que tenía entre las manos. Olían como ella; a pura mujer. Sin dejar de mirarla, se acercó el top a la cara e inhaló con fuerza. Al ver que ella se ruborizaba, sonrió.
Esta mujer no tenía ni idea de lo receptiva que era. Pero se lo via y supo que eso sería bueno.
—Brittany —le dijo en voz baja—, quédate aquí mismo. No te muevas.
Colgó su ropa en una hilera de ganchos que había en la pared y se arrodilló para abrir el bolsón con los juguetes. No obstante, no tenía pensado utilizar ninguno aún. Era su primera vez en el club y cualquier persona que quisiera introducirse en el tenía que hacerlo poco a poco. La lentitud dependía de cada uno y la verdad era que con Brittany las cosas estaban yendo bastante deprisa. Pero no le importaba verla retorcerse con cada objeto que sacaba y colocaba encima de una mesa baja de madera junto a la silla: un azotador ancho de piel hecho de dos piezas planas de cuero, una paleta de madera, una fusta corta, un látigo enrollado de dos metros de largo de color negro y blanco, un guante con pequeños pinchos y una vara de metacrilato. Eran sus piezas de aire más malévolo.
Brittany tenía los ojos abiertos y las pupilas dilatadas pero permaneció callada. Santana posó la mirada en sus pechos. Eran pequeños y firmes, y un poco de carne redondeada sobresalía por la parte superior del sujetador. A través de la fina tela de encaje le veía los pezones. Mientras observaba vio que se le estaban endureciendo.
«Unos pechos perfectos.»
Tuvo que hacer caso omiso de la humedad que le crecía entre los muslos.
«Concéntrate.»
Volvió a mirarla a los ojos.
—Ven aquí, Brittany.
Ella dio un paso trastabillante al frente y se detuvo. Santana le pasó una mano por la delgada cintura y la atrajo hacia sí. Sobresaltada, ella soltó un grito ahogado.
—Si tenemos que trabajar juntos tienes que aprender a seguir las instrucciones. Si te resistes, no habrá manera.
Tenía la respiración acelerada.
—Lo sé, pero es que no puedo evitarlo.
—Ya se te pasará esta etapa inicial de pánico. Haz lo que te diga y listos. Confía en mí.
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Mensaje por Susii Sáb Mayo 02, 2015 3:29 pm

:$$$$ ya va a empezar lo bueno!! Estoy ansiosa ajdhvx
Pd: de las adaptaciones que estas haciendo ahora, termina "En nombre del amor":D
espero el otro cap! Saludos:)
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Mensaje por 3:) Sáb Mayo 02, 2015 8:36 pm

holap,..

se pone interesante,...
a ver si san saca la el lado de sumisión de britt,..
esta noche va a cambiar la vida de las dos,.. posiblemente mas que antes!!!

nos vemos!!!
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Mensaje por Snix_J Jue Mayo 07, 2015 8:23 pm

CAPITULO 10


Ella asintió.
—Dilo.
—Ha… haré lo que me digas. Confío en ti, Santana.
Aún había un deje de renuencia en su voz, pero así estaba bien. Pronto superarían esa fase.
Mientras, el calor de su cuerpo le estaba enloqueciendo, le distraía.
«Céntrate.»
Santana la atrajo aún más, se sentó en la silla y la sentó a ella en su regazo, con la mano en su cintura. Tenía la piel como el satén; pálida y suave. Notaba el calor de su sexo a través de los pantalones.
Le acarició la mejilla con las yemas de los dedos y luego le mesó el cabello; hundiendo los dedos en su pelo rubio. Eran tan sedosos…
—Solo respira, Brittany. Intenta relajarte. Escucha mi voz…
Ella asintió con la cabeza.
—Cierra los ojos.
Ella obedeció sin rechistar.
—Quiero que te concentres. Piensa en cada respiración. Solamente en tu respiración. En mi voz. En mi mano en tu pelo. En nada más.
Su sexo estaba cada vez más caliente; entonces supo que ya la tenía a punto, lo entendiera ella o no.
—Inspira y aguanta la respiración unos segundos —le dijo—. Bien. Ahora expulsa el aire poco a poco. Otra vez. Mientras respiras, siéntelo en todo el cuerpo. En los pulmones, el estómago, brazos y piernas. Y nota mis manos encima de ti.
Le acarició la espalda hacia arriba y luego hacia abajo otra vez, notando los delicados huesos de su columna vertebral, sus omóplatos, su fino cuello. Tenía la constitución de una bailarina; su cuerpo era esbelto, ágil y tonificado.
«Perfecto.»
—Muy bien, Brittany. Respira. Concéntrate.
Bajó la mano hasta rozar el ribete de sus braguitas. Ella siguió completamente quieta mientras Santana introdujo los dedos bajo la tela justo donde empezaban a curvarse sus nalgas para acariciarlas.
Permaneció allí un rato, dejándola respirar y acariciándole la piel, que se volvía cada vez más caliente. Pero por fin se estaba tranquilizando. Lo notaba en sus músculos, que se relajaban, y en su respiración, que empezaba a ser más regular.
Sus mejillas seguían estando pálidas pero tenía los pezones duros e hinchados y a través de la gasa del sujetador veía que cada vez eran más oscuros.
«Necesitaba tocarlos. Saborearlos. Tenía que saborearla a ella también.»
La atrajo hacia sí y bajó la boca hacia la suya.
Tenía los labios suaves y ligeramente entreabiertos. Mientras pasaba la lengua por su carnoso labio inferior, sus labios se abrieron para ella y entró.
La lengua de ella fue toda una impresión, de lo cálida y húmeda que era. No esperaba este impacto de deseo que le cortó como un cuchillo. Quería darle un beso sencillo y ligero, para que sintiera el roce de sus labios un momento. Pero el deseo se apoderó de Santana y se perdió en su boca.
Ella gimió y Santana notó su cálido aliento. La inspiró y la exhaló, y ella le rodeó el cuello con los brazos. Era muy dulce. La besó con más fuerza y Brittany le devolvió el beso con la misma intensidad hasta que ambas se quedaron sin aliento.
Santana notaba la humedad entre sus muslos. Era una tortura.
Introdujo las manos en su pelo y le acercó el rostro, que apresó con fuerza entre sus manos. No podía hacerlo de ninguna otra manera con ella.
Brittany introdujo la lengua en su boca con frenesí; su cuerpo pegado al suyo y los senos contra los de ella. El deseo le quemaba, le abrasaba por dentro y hacía que su mente lo obviara todo salvo su nombre.
«Brittany.»
Ella se movió en su regazo; las caderas le rozaban una a la otra. Santana estaba a punto de explotar, de correrse como una adolescente.
«Mierda.»
Se apartó.
—¿Santana?
Brittany tenía las mejillas encendidas y los ojos muy brillantes.
Santana que detenerse un momento para tomar aire y llenar los pulmones. Tenía que pensar.
Había mojado sus bragas solo con su cálido cuerpo encima y su deseo escrito en su hermoso rostro. Satisfacer sus deseos era su responsabilidad. El suyo era un calor que le martilleaba en la ingle y que a duras penas podía controlar. No estaba acostumbrada a algo así. A lo extremo que era todo: el calor, el deseo y la lujuria animal.
Pero podría controlarlo, se recordó. Siempre lo había hecho. Simplemente tenía que tomar las riendas, dejarla a un lado de momento y darle a ella lo que deseaba. Era su trabajo y lo hacía muy bien.
Le puso una mano detrás del cuello y apretó un poco. La confusión le torció el gesto.
—No digas nada, Brittany.
Por un momento pareció que iba a decir algo pero luego cerró la boca.
—Buena chica.
A ella le recorrió un escalofrío al oír esas palabras.
Ah, esta mujer sería la sumisa perfecta. Tenía una combinación irresistible de fuerza y fuego, así como una respuesta sumisa natural.
Santana la apretó un poco más fuerte, simplemente sujetándola, en señal de control. Era algo físico que parecía tener siempre un efecto psicológico en cualquier persona con tendencias sumisas. Y con ella funcionaba a las mil maravillas.
Siguió mirándola a los ojos mientras introducía su otra mano entre sus muslos y la hacía abrirse de piernas.
Su boca formó una «O» pero no dijo ni una palabra.
Santana movió las manos entre su jugosa piel y encontró el calor de su monte de Venus a través de las braguitas de gasa.
—Dime que lo deseas —le ordenó.
—Sí… Lo deseo.
Encontró el ribete de la prenda y pasó los dedos por debajo. Ella gimió pero mantuvo los ojos abiertos y fijos en los suyos mientras Santana acariciaba sus pliegues hinchados entre los muslos.
Estaba increíblemente mojada. Empapada. Sería su perdición tocarla así y no hacer nada con los insistentes latidos de su entrepierna. Pero lo haría de todos modos.
Llegó a su sexo, apartó los pliegues y sus dedos permanecieron allí un momento. Estaba muy caliente. Entonces encontró el clítoris y lo pellizcó.
—¡Oh!
A pesar de todo, su mirada no vaciló.
Tiró suavemente de la piel y le dio un breve masaje. A ella se le aceleró la respiración hasta que empezó a jadear y abrió la boca de labios rojos. Cuando le introdujo dos dedos ella dio un grito ahogado.
Su interior era como de terciopelo, cálido y húmedo.
«Contrólate.»
Inspiró hondo y le introdujo los dedos con fuerza. Ella se retorció en su regazo y eso le hizo estremecer. Pero estaba concentrada en ella, en la mano que tenía en su interior, cada vez más adentro, hasta que supo por sus gemidos que le había encontrado el punto G.
—Córrete para mí, Brittany.
Y lo hizo. Así de simple. Su sexo se contrajo alrededor de sus dedos, mientras arqueaba la espalda.
«Ah, joder… Santana…»
Ella se mordió el labio y eso fue demasiado bueno para resistirse. Se le acercó y tomo esa suave piel con los dientes y la mordió, luego le separó los labios con la lengua. Se estaba corriendo; le jadeaba en la boca y pudo absorberlo todo: su placer, sus suspiros, el aroma de su deseo en el aire.
Brittany seguía temblando cuando ella se apartó y la puso boca abajo en su regazo.
—¿Santana?
Se puso tensa.
—Shhh. Es hora. Es por eso que estamos aquí. Estás lista.
—Santana… No. No puedo…
Ella forcejeaba para incorporarse pero San la sostuvo con firmeza.
—¿Me estás diciendo «rojo»? ¿Quieres usar la palabra de seguridad para salir? Si es así, dejaré que te incorpores, te ayudaré a vestirte y nos iremos de aquí. ¿Es lo que quieres?
—Yo… no.
Santana apenas podía soportar hacerlo, sujetarla así. Azotarla. Solo haría que se mojara aún más y le resultaría más difícil controlarse. Ninguna mujer había puesto en jaque su autocontrol como Brittany. Pero podía aguantar. Lo haría y punto. Quería tocarla más que cualquier otra cosa en el mundo en ese momento.
—¿Nos quedamos, Brittany?
—Sí.
Notó que su cuerpo cedía y con eso bastaba. Le apartó las braguitas de gasa, que recogió entre sus nalgas para dejarlas desnudas. Pasó las palmas de la mano por la piel sedosa, acariciándola con delicadeza. Al final, ella se relajó en su regazo. Perfecto. Tanto como la curva de su trasero desnudo.
Santana empezó a darle ligeros golpecitos con los dedos, lo suficiente para que ella lo notara. Prestó atención a su respiración por si oía alguna señal de pánico, pero de momento estaba bien. La azotó un poquito más fuerte; esta vez, el golpe hecho con la palma de la mano hizo ruido. Su respiración no cambió pero la piel se volvió más cálida y se tiñó de rosa.
—¿Estás bien, Brittany?
—Sí.
Ella seguía tranquila y cálida; sabía que estaba a punto de entrar en el subespacio, quizá lo había alcanzado ya cuando le introdujo los dedos, antes de que se corriera.
Volvió a la excitación y la humedad inminente entre sus muslos.
«No pienses en eso ahora. Concéntrate.»
Le dio un azote más fuerte mientras, con la otra mano, seguía sujetándole el cuello con firmeza. Sabía que ahora sentía algo de dolor. También sabía que el deseo de su cuerpo podía convertirlo en placer si ella sabía llevarla bien.
Y era lo que pretendía.
Se detuvo para acariciar su piel rosácea y sonrió para sus adentros al verle el rubor. Pasó los dedos por las nalgas y le dio unos pellizcos en la parte inferior. Ella se movió pero seguía respirando con normalidad. No había ni una pizca de tensión en sus músculos. Sabía que, de poder verle la cara, tendría las pupilas dilatadas y las mejillas sonrosadas.
—Brittany, ¿estás conmigo?
—Sí.
—Ahora te azotaré de verdad.
Ella gimió y luego dijo:
—Sí…
—Buena chica.
Santana levantó la mano y la bajó de golpe sobre una de las nalgas. Ella dio un grito ahogado pero no se movió.
—Perfecto, Brittany. Inspira y expira como te he enseñado antes.
Santana esperó hasta que ella inspiró hondo y luego volvió a dejar caer la mano sobre su trasero.
—¡Ah!
—Bien, Britt. Tú puedes.
Le volvió a dar un azote en el trasero, que se tornaba de un rosa muy bonito. Y ella lo aguantaba bien.
«Qué mujer más hermosa.»
Le estaba volviendo completamente loca.
Entonces empezó a marcar un ritmo; la mano subía y bajaba al compás de la música que sonaba de fondo. No existía nada más. Solo la música, la línea perfecta de su trasero y el punzante deseo que apenas lograba contener pero que, de algún modo, pudo refrenar.
«Por ella.»
—Santana… —dijo ella en una voz baja y entrecortada.
Ella se paró.
—¿Qué pasa?
—Necesito… correrme otra vez.
Dios mío. Esta chica era impecable. Increíblemente impecable. Era valiente y muy sincera en cuestiones sexuales y eso le calaba hondo.
Ella le había calado hondo.
Algo así no le había pasado en la vida. Santana mismo no había permitido que sucediera. Pero Brittany…
Era perfecta. Y sabía que podría suponer el fin del control que se había pasado la vida perfeccionando.
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Mensaje por 3:) Jue Mayo 07, 2015 8:49 pm

holap,...

britt le dio muy duro a san,... encontró su nemesis???
a ver cuanto san pone su auto control???

nos vemos!!!
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Mensaje por micky morales Jue Mayo 07, 2015 9:27 pm

vaya esto es muy interesante! creo que deberias empezar con la adaptacion de en nombre del amor!
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Mensaje por Susii Jue Mayo 07, 2015 10:36 pm

Hasta que se dejo Britt*-* sjssjv es interesante este fic, Santana va a perder el control con Brittany bjdkdbsn no lo puede resistir$-$
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Mensaje por Snix_J Dom Mayo 17, 2015 5:55 pm

CAPITULO 11
Brittany flotaba en ese espacio cálido y etéreo al que Santana la había llevado. Una parte muy pequeña y distante de ella no podía creer que estuviera haciendo estas cosas: permitir que la azotara y hacer que se corriera. Y que ella le pidiera que la hiciera llegar al orgasmo otra vez. Ardía en deseos de pedírselo otra vez ahora. Pero básicamente estaba demasiado abstraída para pensar en eso.
Lo único en lo que podía pensar era en el delicioso tacto de sus manos, el calor que le producían en la piel. El placer la embargaba en oleadas. Los azotes. El deseo que le ardía por dentro, todo era lo mismo. Dolor y placer; quería más de ambas cosas.
Sus pechos estaban comprimidos sobre sus muslos; el peso del cuerpo la presionaba contra su regazo. Quería que volviera a azotarla, más fuerte y más rápido. Quería sentarse a horcajadas encima de ella y cabalgarle. Y todo eso a miles de kilómetros por hora dentro de su cabeza, que le daba vueltas del anhelo que sentía.
—Santana, por favor.
Ella se rio y entonces le pasó una mano entre los muslos, entre los que buscó y encontró su clítoris.
—Oh, sí...
Santana empezó a ejercer presión allí y ella arqueó la espalda. Al mismo tiempo, con la otra mano, empezó a azotarla en el culo; el azote le picaba, quemaba y luego se volvía puro placer. La sensación, junto con el latido de deseo en su sexo, se multiplicaba.
San, empezó a azotarla con fuerza, golpe tras golpe; rápido y con dureza. Los dedos que se movían en su clítoris eran igual de rápidos y la frotaban con fuerza. El placer la invadió; el clímax se estaba acercando cada vez más.
—Santana... Joder...
Ella le introdujo un pulgar y lo empujó muy dentro.
—Ah...
Un azote más y ella empezó a correrse; el placer era como un relámpago que la cegaba.
—¡SANTANA!
Ella empezó a subir y bajar las caderas, corriéndose sin parar. Mientras Santana seguía dándole placer y azotándola.
Al final, Brittany se quedó inmóvil. Sentía escalofríos en todo el cuerpo y unos pequeños temblores de placer seguían recorriéndola. Estaba agotada; era incapaz de moverse.
Entonces Santna la incorporó y la abrazó. Le besó en la cara, le levantó la mano y se la llevó a los labios. Luego la besó en el interior de la muñeca antes de volver a dejarle la mano en su regazo y apoyar su mejilla en la suya. El aliento de ella acariciaba su pelo; le decía algo pero Brittany no lograba descifrar qué. Quería dormir pero su cuerpo estaba más vivo que nunca.
—Brittany, mírame.
Era difícil hacer lo que le pedía pero quería hacerlo. Quería ver sus hermosos ojos cafés. Quería obedecerle.
Abrió los ojos.
Ella era aún más apuesta que antes. Tenía los ojos encendidos de la adrenalina o del deseo. Quizá las dos cosas. No podía pensar con claridad. No entendía nada, salvo que quería que la besara.
Ella levantó la barbilla y Santana agachó la cabeza y le rozó los labios con los suyos. Y el deseo se encendió en su interior una vez más; la encendió por completo. Sin embargo, estaba demasiado fatigada para moverse.
Santana se apartó.
—Has estado muy bien, Brittany. Excelente.
Tenía la voz algo ronca. Seguía tocándola y acariciándole el pelo. Ella le miraba mientras docenas de emociones se asomaban al rostro de San. ¿O tal vez fuera su imaginación, el producto de dos fuertes orgasmos y su propio deseo confundido?
Ella se estremeció y luego notó un extraño temblor en su interior. El deseo pasó a ser entonces un miedo, como una especie de pánico. No lo entendía.
—¿Santana?
—Estás temblando. —La acercó más hacia su gran cuerpo—. ¿Tienes frío?
—Sí, un poco.
Ella luchó contra unas lágrimas que no entendía mientras Santana tomaba una manta suave del respaldo de la silla que no había visto antes y se la puso sobre los hombros.
—Dentro de un rato estarás bien.
—¿Esto es...? ¿Qué significa esto? ¿Qué me pasa?
—Se llama «tocar fondo». A los sumisos con experiencia también puede pasarles. Es una sobrecarga de endorfinas y a veces de adrenalina. En ocasiones no es más que la emoción que se libera, como puede pasar en un masaje profundo de los tejidos.
—No me gusta esta parte.
—No, ya me imagino que no. Ya se te pasará. Yo me quedaré aquí a tu lado.
Pero eso no la tranquilizaba. De repente, ella sintió que estar con Santana era parte del problema. Ella la hacía sentir muy vulnerable, demasiado expuesta.
Intentó zafarse y levantarse de su regazo.
—Oye —le dijo en voz baja—. ¿Qué haces?
—Tengo que irme.
—Brittany, quédate quieta. Escúchame. Te está entrando el pánico. Suele pasar, pero estás bien, te lo prometo. Yo te cuidaré. Siéntate aquí conmigo. Respiraremos un poco.
—No.
—Brittany...
—¡No puedo hacerlo! Ayúdame a ponerme en pie.
Santana la rodeó con los brazos. A ella el corazón le latía con fuerza, desbocado. Ella intentó quitárselo de encima, le hincó las uñas pero ni siquiera se movió. Las lágrimas empezaron a asomarse a sus ojos.
¿Qué le estaba pasando? Tenía que salir de ahí.
—Brittany, tranquilízate, no pasa nada. No pienso dejar que te levantes. De momento tienes que quedarte conmigo. Venga, va. Haz lo de la respiración.
—Santana...
Ella la sujetó con más fuerza.
—Hazlo.
Britt se dio cuenta de que no iba a soltarla. Y aunque parte de ella se rebelaba contra esa idea, otra parte en su interior se sentía curiosamente tranquila por eso. Se mordió el labio y desenroscó los dedos de su muñeca.
Ojalá pudiera contener las lágrimas.
—De acuerdo, está bien.
—Muy bien. Ahora respira como has hecho antes. Inspira hondo por la nariz. Sí, así. Aguanta el aire en los pulmones. Ahora déjalo salir por la boca. Como la respiración que se hace en yoga. ¿Has hecho yoga alguna vez?
—Sí.
—Pues es exactamente igual. Deja que el aire llene tu cuerpo y relaja las extremidades. Muy bien.
Santana se sentó a su lado y la acompañó con las respiraciones. Ella perdió la noción del tiempo que pasaron así. No le importaba. Estaba concentrada en la voz de Santana, en su propia respiración y en el calor que emanaba mientras la sujetaba. Y, por fin, su cuerpo empezó a relajarse.
—Estoy muy cansada.
—Sí. Tiene ese efecto. Es por este motivo que no quería que condujeras esta noche. Es difícil de entender hasta que lo has pasado.
—Tienes razón. No lo hubiera conseguido. No esperaba... sentirme de este modo. No termino de entenderlo.
—No trates de diseccionarlo ahora.
Ella suspiró.
—No, no puedo. Apenas puedo pensar.
—Esta experiencia no es para pensar, Brittany. Es para desconectar esa parte analítica de tu mente y sentir sin más.
—¿Esto es lo que haces tú?
—Mi función en esto es distinta. Yo tengo que ser responsable de todo lo que ocurre aquí. Por ti.
Santana se detuvo y le apartó el pelo de la cara; eso hizo que se le acelerara el pulso pero no quiso pensar en el porqué.
—¿Te encuentras algo mejor?
—Sí. Creo que sí.
—Te llevaré a casa. A mi casa.
—No. Debería ir a mi casa.
—No pienso discutir por esto.
Ella se sentía demasiado cansada para discutir de todos modos. Y aunque no le gustaba, no le gustaba nada esa sensación de debilidad, no se veía con fuerzas para contestarle.
Dejó que la ayudara a incorporarse y a ponerse la ropa. Luego la llevó de la mano por el club. No era del todo consciente de las cosas que pasaban a su alrededor aunque percibía el ruido de las manos y el cuero sobre la piel, los gritos y los suspiros, el olor del deseo en el aire.
En el vestíbulo, Santana le puso su chaqueta de piel sobre los hombros y, a pesar de la rebelión que notaba en su interior, inspiró el fragante olor a cuero y a Santana López.
«No te pongas muy tonta por ella.»
Era difícil no hacerlo después de lo que acababan de hacer. Y tal vez fuera este el gran peligro; que, de alguna manera, ella quedara indefensa. Pero Santana ya la estaba sacando de allí y la humedad del aire fue como un golpe para su sistema. Cuando ella la atrajo hacia sí, no se quejó.
El portero les paró un taxi y Santana la ayudó a entrar. Luego se sentó a su lado e inmediatamente la rodeó con el brazo.
—No hace falta que lo hagas —le dijo ella.
—¿Que haga qué?
El taxi cruzó la ciudad en plena noche. Había dejado de llover pero las calles estaban mojadas y oía las salpicaduras que hacían los neumáticos en el asfalto.
—No hace falta que me sujetes.
—Pues claro que sí.
Ella parecía sorprendida de verdad.
—¿Porque es parte de tu trabajo?
Se quedó callada un buen rato.
—No.
—Entonces, ¿por qué?
Se hizo otro largo silencio y luego contestó:
—Porque quiero.
Brittany no supo qué decir a eso. Quería discutírselo porque de algún modo le sonaba mal, pero su cerebro medio confundido no funcionaba bien.
Recorrieron la ciudad en silencio; solamente se oía el zumbido de la calefacción y el murmullo de la emisora de radio que escuchaba el taxista, fuera cual fuera. Y la presencia de Santana; fuerte y cálida a su lado.
El taxi se detuvo delante de una gran casa de estilo Craftsman de dos plantas. La fachada estaba pintada de un tono gris suave y había dos columnas clásicas de piedra a cada lado del porche. No había prestado atención en el trayecto pero reconoció el barrio de Beacon Hill. Le sorprendió que viviera allí y no en algún apartamento moderno del centro.
Santana pagó al taxista, la ayudó a salir del coche y luego la asistió también para subir las escaleras. Abrió con llave la gruesa puerta con paneles de cristal, la hizo entrar y encendió la luz del vestíbulo.
El interior era cálido. La temperatura y el mobiliario también; este último tenía unos tonos relajantes de color marrón, gris y azul marino. Había sofás mullidos y cómodos y muebles antiguos de madera. En las paredes colgaba todo tipo de arte: cuadros, tallas de madera y máscaras de todo el mundo. Y había libros por doquier: en estanterías empotradas, encima de las mesas y en montones bien alineados en el suelo. —Te llevaré a la cama —le dijo, mientras le quitaba el abrigo de encima de los hombros.
—¿A la cama?
Entonces ella cayó en que se acostarían juntas. No solía pasar la noche con ninguna mujer. Con la mayoría de sus parejas sexuales, iba a casa de ellas, tenían relaciones y luego se iba a dormir a su casa. Pero estaba muy cansada. No recordaba sentirse así de agotada en la vida.
—Vamos.
Santana la guio hasta el piso de arriba y cruzaron una puerta que daba a una habitación que ella supuso era su dormitorio.
Los muebles de la estancia también eran a gran escala. Había una cama enorme con un cabezal tapizado en ante marrón chocolate. La cama estaba cubierta con un edredón blanco, como el que ella tenía en casa. Había también una cómoda alta y en las ventanas había unas persianas de madera oscura. El suelo de madera de roble estaba cubierto con alfombras persas.
Estaba demasiado oscuro para ver las cosas con mayor detalle puesto que solo se filtraba la luz proveniente del recibidor. Sin embargo, estaba tan cansada que lo único que quería saber era que había una cama en la que dormir. Nada más parecía importarle, salvo que Santana estaba allí a su lado.
No quería que eso fuera importante. No quería que ella fuera importante.
«Maldita sea.»
Las lágrimas amenazaban con salir otra vez pero las contuvo.
Debía de estar exhausta. Por eso y por lo de tocar fondo que Santana le había explicado en el club.
Estaba justo detrás de ella, se le acercó aún más y le puso las manos sobre los hombros.
—El baño es por esa puerta. ¿Quieres ducharte?
Lo de la ducha sonaba genial pero no lograba hacer acopio de fuerzas para dársela.
—Ahora no. Tengo que dormir.
Santana la desvistió con unas manos sorprendentemente suaves. Ella permaneció ahí de pie y dejó que se lo hiciera todo. Apenas era capaz de levantar los brazos para que pudiera quitarle el top por la cabeza. No obstante, en todo momento fue paciente con ella y la desnudó como si fuera una especie de muñeca.
Al final se quedó con el sujetador y las braguitas. Santana la llevó hasta la cama, apartó las sábanas y la ayudó a acostarse.
La cama era cómoda y ella se tumbó sobre la suave capa de cutí. Fantástico. Notó la frescura de las sábanas en la piel y se estremeció. Entonces San se tumbó a su lado, desnuda, y le dio calor mientras la atraía hacia sí y apoyaba su cabeza en el hombro. Notaba su piel lisa y sedosa en contacto con su mejilla.
Notó una sensación extraña en el pecho cuando la estrechó entre sus brazos, mucho más que cualquier otra mujer en mucho tiempo porque ella nunca hubiera permitido semejante cercanía. Hubiera empezado a llorar otra vez pero estaba muy cansada. Ya no podía pensar ni sentir nada. Cerró los ojos y dejó que el sueño la envolviera.
Santana estuvo despierta un buen rato en la oscuridad escuchando respirar a Brittany y preguntándose a sí mismo qué estaba haciendo.
No recordaba cuándo había sido la última vez que había traído a una mujer a su casa. En general prefería escenificarlo todo en el club o allí donde viviera la otra persona. Después de una sesión se aseguraba de que volvieran del subespacio con un buen subidón y luego regresaba a casa sola. A veces se tomaba una copa o leía antes de acostarse también. Y siempre dormía a pierna suelta después de una sesión. Aunque el juego no hubiera ido del todo bien, aunque hubiera habido algún roce. Ella siempre se aseguraba de resolverlo todo antes de que terminara la noche, para que todo el mundo estuviera tranquilo y se sintiera bien. Era su responsabilidad como dominante.
No le gustaba hacer nada que no le dejara después con una sensación de bienestar, algo positivo. El control del universo o, por lo menos, de su pequeña parte.
Entonces, ¿por qué estaba aquí, en su cama, sin pegar ojo y con una mujer entre sus brazos? Una mujer con la que ni siquiera había mantenido relaciones sexuales.
¿Y por qué esto último no le molestaba? Una pequeña porción de su cerebro permanecía despierta y se preguntaba qué tenía esta situación de diferente. Por ella. Pero el resto sentía una especie de paz y satisfacción.
¿Qué era lo que le resultaba tan inquietante?
La miró y se fijó en sus largas y oscuras pestañas bañadas en la azulada luz de la luna que entraba por la ventana, a través de un claro en la niebla. Tenía los pómulos más pronunciados que hubiese visto nunca y sus pestañas descansaban en ellos. Tenía los labios entreabiertos; carnosos y muy apetecibles. Durmiendo así, parecía tranquila, inocente, de un modo que no aparentaba cuando estaba despierta.
No sabía qué nombre darle a ese dolor sordo que sentía en el pecho.
«No le hagas caso. Ya se te pasará.»
Supo en el mismo momento que era mentira, igual que la otra que se había estado repitiendo: que Brittany Pierce era una chica más
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Mensaje por 3:) Dom Mayo 17, 2015 9:21 pm

holap,....

me gusta como cuida san a britt,...
definitivamente la "relación" les afecta para bien a las dos!!!!
a ver cuanto pueden con esta relación!!!

nos vemos!!!!
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Mensaje por Susii Dom Mayo 17, 2015 11:14 pm

Mmm$-$ ya estan sintiendo cositas*--* me gusta como San se preocupa por Britt, es muy tierna:33
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Mensaje por micky morales Lun Mayo 18, 2015 10:26 am

definitivamente brittany no es una mas!
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Mensaje por Snix_J Sáb Mayo 23, 2015 6:03 pm

CAPITULO 12


No sabía qué nombre darle a ese dolor sordo que sentía en el pecho.
«No le hagas caso. Ya se te pasará.»
Supo en el mismo momento que era mentira, igual que la otra que se había estado repitiendo: que Brittany Pierce era una chica más

Se había estado mintiendo desde que la conoció.
«Mierda.»
No podía consentirlo; no podía sentir este apego. Ella no era de esa clase de mujeres que hacían eso. Nunca. Era clavadita a su padre. No necesitaba a una mujer en su vida, igual que su padre. Ella estaba bien sola. Esa extraña atracción que sentía por Brittany sería algo temporal. Era tan hermosa, tan increíblemente receptiva...
Ella se movió sin despertarse y Santana miró el reloj en la mesita de noche. Los brillantes números rojos indicaban que eran las cuatro y media de la mañana. Brittany rodó hacia ella y le pasó una pierna sobre las suyas. Santana comenzó a notar un palpitar en su entrepierna.
Se quedó quieta, muy quieta, e intentó respirar con normalidad.
Podría despertarla, tocarla, excitarla y que bebiera los vientos por ella, como antes. Y exactamente por lo de antes, se mostraría abierta.
Le dejaría que la follara.
Pero sabía que, de hacerlo, se acabaría todo para ella. Inspiró hondo, luego otra vez, y se dejó llenar por el aire fresco de la noche.
Con cuidado le apartó la pierna. Al tacto, su piel era como el satén.
«Tranquilízate, colega.»
Siguió respirando y centrándose en cómo el aire entraba y salía de los pulmones. Lo repitió hasta que empezaron a cerrársele los ojos, vencida por el sueño.
Incluso mientras se quedaba dormida era consciente del cálido cuerpo que yacía a su lado y el delicado peso de la mujer entre sus brazos. El olor de su pelo, como a vainilla. Pero al final el cansancio la venció, cerró los ojos y se durmió.
El sol empezaba a asomarse cuando Brittany se despertó. La habitación estaba envuelta en una especie de neblina teñida de una luz dorada que se filtraba entre las tiras de las persianas. A su lado, el aliento de Santana era como un suave susurro en la mejilla.
Allí donde su piel había estado en contacto con la suya estaba cálida y al apartarse notó de repente un espacio vacío y frío que le dio impresión. Fue entonces cuando realmente fue consciente de que había pasado la noche con ella. No solo con ella, sino enredada en sus brazos como si fueran una pareja.
Su mente barajaba imágenes dispersas de la noche en el Pleasure Dome: ella tendida sobre su regazo, la tenue luz, el compás erótico y sensual de la música, su mano cayendo con fuerza sobre su piel suave, el escozor, el exquisito placer, su mano entre sus muslos, el enorme clímax... y luego otro.
«Mierda.»
Su cuerpo volvía a vibrar del deseo.
Se dio la vuelta para ver su perfil dormido. Su rostro se componía de líneas muy femeninas y unos labios increíblemente carnosos enmarcados por una perilla de aire malicioso. Las sábanas se arremolinaban en el torso en sus pechos. Sus tatuajes le resaltaban en esa tersa piel y le entraron ganas de tocarlos, seguir con los dedos esas líneas intrincadas y sinuosas. Quería acercar los labios y saborearle pero no se atrevió.
Le deseaba. Le deseaba tanto que se había entregado a ella la noche anterior y quería volver a hacerlo.
¿Pero cómo era posible? Había sido capaz de reconocer que llevaba tiempo contemplando la idea de practicar esos juegos de poder y de sensaciones pero nunca pensó que lo haría tan fácilmente.
No le gustaba cuestionarse. Era algo que no había hecho desde que perdió a Quinn. Nunca había dejado de culparse si bien, desde entonces, se pasaba la vida tratando de ser mejor persona, comportarse de una forma y llevar una vida de modo que nada parecido pudiera volver a suceder. Y ahora era como si la percepción que tenía de su propia fuerza se hubiera rebajado y eso la asustaba sobremanera.
En parte tenía que ver con Santana, con lo imponente de su personalidad, la manera de comportarse que tenía, la forma de hablar con ella y con quién era, claro.
Parecía tan imperiosa ahora como cuando estaba despierta. Y su cuerpo respondía exactamente igual que la noche anterior: con un calor y un deseo ardiente que la empujaban a hacer todo lo que le pidiera.
Cualquier cosa.
El miedo era una sensación punzante, como el deseo que la embargaba.
Tenía que salir de allí. Tenía que marcharse antes de que se despertara. ¿Antes de que qué?
Antes de que se entregara más a esta mujer.
Salió de la cama, encontró su ropa encima del brazo de una butaca de ante oscuro junto a la ventana y salió al pasillo de puntillas. Bajó por las escaleras y se vistió en el vestíbulo. Le resultaba extraño ponerse el atuendo sexy que llevaba la noche anterior en el Pleasure Dome para salir de esa casa oscura y silenciosa en una mañana fría. Su aspecto físico no encajaba con cómo se sentía.
«Vete y ya está.»
Se puso los zapatos. El corazón le latía a mil por hora al abrir la puerta y salir al exterior.
Había niebla, mucha humedad y hacía demasiado frío para salir sin abrigo, pero ya no lo llevaba la noche anterior. Tenía demasiada prisa por llegar al club. Recordó que Santana le había dejado el suyo para el trayecto en el taxi. Se estremeció tanto por el recuerdo del olor al cuero y a Santana rodeándola con los brazos como por el frío de la mañana.
Empezó a caminar colina abajo y se detuvo a varias manzanas, frente a una frutería de barrio que tenía un banco de madera delante. Se sentó, sacó el móvil del bolso y llamó a un taxi.
La calle estaba en silencio; al final se le ocurrió mirar la hora en el teléfono. Eran casi las seis de la mañana.
Pensó que Santana podría enfadarse por irse como lo había hecho. Se enfadaría, seguro. Pero tenía que salir de allí. No sabía cómo mirarle después de lo que habían hecho juntos. Después del modo en que se había entregado a ella y había acatado sus órdenes. En aquel momento le había parecido bien. Era natural el modo en que su cuerpo y su mente habían respondido. Pero ahora... ahora sentía vergüenza. No por el hecho de que ella le hubiera puesto las manos encima o por que hubiera conocido su cuerpo de una forma tan íntima, sino porque ella se hubiera entregado tan fácilmente.
Se levantó y empezó a caminar de un lado a otro delante del banco, demasiado nerviosa para sentarse y estarse quietecita.
¡Ay, la cabeza le daba vueltas! Ya no le encontraba ni pies ni cabeza a nada.
«Piensa.»
Pero, tal vez, por primera vez, pensar no la sacaría de esa situación.
Siempre se había fiado de su mente y de sus habilidades para solucionar problemas, para ir tirando. Tuvo que hacerlo desde que era una niña; desde que su madre empezó a perder la cabeza y a hundirse en la miseria de su enfermedad. Brittany tuvo que encargarse de todo, gestionar la vida de su pequeña familia. Pero esta vez, las destrezas lógicas y organizativas no la iban a ayudar.
Hacía años que no se sentía indefensa por nada y no le gustaba.
Pero por lo que respectaba a Santana López, tenía muy poco autocontrol. Y cuando le hablaba como dominante, su cuerpo y su mente respondían automáticamente como sumisa. Tenía razón en ese aspecto.
¿Cómo era posible que ella no se hubiera dado cuenta antes? ¿Cómo había estado tan ciega en ese aspecto de sí misma?
«Quizá porque no querías darte cuenta.»
Ahora tampoco quería darse cuenta, de hecho.
El taxi se detuvo delante de ella, entró, le dio la dirección al taxista y se recostó en los fríos asientos de vinilo.
Mientras cruzaban la ciudad, Seattle seguía durmiendo, como solía pasar las mañanas de domingo tan temprano. Las tiendas y restaurantes estaban a oscuras, con las ventanas cerradas y las persianas echadas. Las aceras estaban vacías. Hasta las cafeterías estaban cerradas. Había demasiado silencio y así era demasiado fácil sumirse en sus pensamientos.
Cuando llegó a casa encendió la calefacción del apartamento, cambió la ropa que llevaba por un camisón blanco de algodón. Encendió la televisión donde hacían un noticiario matinal mientras ella se preparaba un té, y luego se metió en la cama.
Necesitaba dejar el mundo fuera. Las noticias la ayudarían. Había sido la válvula de escape desde que tenía diez años. Cada vez que las cosas se ponían difíciles en casa —algo que pasaba muy a menudo— ella recurría a las noticias del mundo exterior, donde las cosas eran peores y más dramáticas que las que sucedían en casa. Entonces se perdía en los bombardeos de tierras extranjeras, en debates políticos o en crímenes cometidos en lugares en los que nunca había estado. Cualquier cosa que la ayudara a distanciarse de su vida, de sí misma. Una vieja costumbre que, de un modo curioso, la tranquilizaba. Y cuando no podía encender la televisión porque su madre estaba demasiado exaltada, nerviosa o desasosegada, se refugiaba en los libros. Siempre había alguna manera de escapar entre arrebato y arrebato.
Como si fuera el montaje de una película, vio mentalmente algunas escenas de su infancia: su hermano, con tal vez cinco años, encogido de miedo debajo del fuerte que se había hecho con los cojines del sofá mientras su madre, Darcy, tenía uno de sus ataques en la cocina. Ruido de vasos al romperse, sollozos y gritos. Brittany tenía tan solo ocho años pero se metía ahí debajo con Quinn, le cogía de la mano y empezaba a contarle historias: cuentos, fragmentos de libros, cualquier cosa que recordaba o que se inventaba. Después de eso, Darcy estaba agotada y arrepentida. Lloraba y se deshacía en disculpas. Entonces Brittany tenía que consolarla; sentía rabia y culpabilidad al mismo tiempo. Se sentía responsable del bienestar de todo el mundo; del de su madre y del de Quinn.
Notó un nudo en el estómago.
Inspiró y espiró varias veces, y se esforzó por borrar de su mente esas imágenes antiguas que seguían atormentándola, sobre todo cuando estaba demasiado cansada para evitarlas.
De modo que tuvo que verlas pasar rápidamente por la pantalla mientras iba amaneciendo en el exterior. No había nada que lograra distraerla, ya fuera del pasado o de los efectos secundarios de su noche con Santana.
Cogió el mando a distancia y cambió de canal varias veces. Más noticias, reposiciones de comedias antiguas que nunca le habían llamado especialmente la atención. Al final se quedó con una película: Algo para recordar.
En secreto, sentía debilidad por las películas románticas; algo que nunca le había reconocido a nadie, ni siquiera a Tina. Eran reconfortantes, aunque sabía que eran muy poco realistas. Tal vez era por eso que resultaban tan tranquilizadoras. Era fácil dejarse llevar por algo que era totalmente fantasioso.
Le dio un sorbo al té y vio cómo, desde la distancia, Meg Ryan veía a Tom Hanks por primera vez. Reparó en la emoción de su rostro y notó una punzada en el pecho.
Cambió de canal deprisa. Quizá no fuera tan poco realista al fin y al cabo.
Apagó la televisión.
Estaba exhausta. Si pudiera echar una cabezadita se levantaría con la cabeza más despejada. Entonces sabría qué hacer.
Se tumbó en la cama, con la cabeza en la almohada y se subió las mantas hasta la mandíbula. Se estaba caliente en la cama, con el pesado edredón encima.
Sin embargo, no era tan cálida como la piel de Santana.
«Ahora no pienses en eso. No pienses en nada.»
En la calidez de su piel. En sus palmas, sorprendentemente suaves sobre su piel. En sus dedos avispados. En la dulzura de su boca.
Gimió; su cuerpo palpitaba aún con un deseo que seguía insaciable a pesar de todo. De repente, supo con una dolorosa claridad que así seguiría hasta que volviera a verlo. Hasta que la tocara. Hasta que la azotara. Hasta que la tuviera dentro de ella; lo único que de momento ella le había negado.
Era una tortura querer algo que sabía que no debería conseguir porque, si permitía que eso sucediera, ya no habría vuelta atrás. Se perdería de una forma irrevocable; la fuerza que había estado acumulando toda la vida se desintegraría por esa necesidad ridícula que sentía por este hombre y por lo que le ofrecía.
«Santana.»
¿Pero qué le había hecho ya? ¿Y cuánto más le dejaría hacer?
Snix_J
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Mensaje por Susii Sáb Mayo 23, 2015 10:52 pm

yo pense que se iban a despertar juntas u.u
a ver como va el otro encuentro $-$
Susii
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Activo Re: FanFic Brittana: El Limite del Placer (Adaptación)

Mensaje por 3:) Dom Mayo 24, 2015 12:02 pm

holap,...

a las dos le afecto la relación!!!!!
a ver que hace san cuando se de cuanta que britt se fue,...???

nos vemos!!!!
3:)
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