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Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final Primer15
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Activo Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por Mico4 Jue Jun 04, 2015 11:21 pm

accidente lleva a Brittany a ingresar en la clínica donde trabaja Santana, médico que se encarga de la recuperación de la joven. Desde el primer momento nacerá una especial fascinación por parte de Brittany, que está acostumbrada a conseguir lo que quiere, pero Santana, consciente de la situación, está condicionada por su edad, lo que no permite que haga las cosas como si tuviera veinte años, pero aún así poco a poco irá naciendo una relación en la que se dejarán prejuicios y miedos por el camino para aflorar los sentimientos entre ellas.



Me encantó este libro, así que decidí adaptarla a mi pareja favorita espero les guste y así me hagan saber si la sigo adaptando o no.

Espero sus comentarios Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final 2145353087


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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por Heya Morrivera Jue Jun 04, 2015 11:28 pm

Se ve interesante esperamos el primer cap
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por LucyG Jue Jun 04, 2015 11:31 pm

hola!
se ve que esta genial, esperaremos el primer capitulo :D
saludos!!
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por Mico4 Jue Jun 04, 2015 11:54 pm

Capitulo 1

Levante la cabeza y deje que el sol calentara mi rostro. Me encantaban esas frías mañanas de invierno con aquel cielo despejado de un azul intenso y un sol radiante. Me detuve al lado del semaforo y subí el volumen de la música mientras esperaba luz verde para cruzar la avenida, sonaba una de mis canciones favoritas de Anastacia. Lo cierto era que no existía cantante en el mundo que me gustara más que ella. Siempre que podía, especialmente cuando salí­a a la calle, llevaba mi iPod para escuchar a todo volumen sus canciones. Sentía tal pasion, que incluso cuando cogía la moto camuflaba bajo el casco los auriculares a escondidas de mi madre. Eso fue hasta el día que me pillo, entonces me castigo sin cogerla un mes y amenaza con quemarla. No con venderla o regalarla, como hubiera dicho otra madre, sino con quemarla delante de mi. De buena gana me consta que lo hubiera hecho.

No le gustaban las motos y mucho menos que yo montara en ellas. Aún no sabía cómo conseguía que me comprara una después de lo que ocurrió aquella tarde en la que me encontré con ella en la puerta de casa. Yo conducí­a la moto y mi amiga Rachel, propietaria del ciclomotor, iba de paquete. Frené tan bruscamente al darme cuenta de que aquella mujer que nos miraba era mi madre, que estuve a punto de perder el equilibrio.

Recuerdo que al principio no me dijo nada, se limitó a saludar a Rachel y después se giró desapareciendo tras la verja, no sin antes lanzarme una mirada de desaprobación que capté sobre la marcha. Me despedí de mi amiga y seguí sus pasos, sabiendo lo que me esperaba en cuanto entrara en casa.

¿Desde cuando sabes llevar una moto?

-Desde hace unos meses. Le pedí a Rachel que me enseñara y de vez en cuando me deja que la lleve, pero no es su culpa, soy yo la que me pongo muy pesada.

Por supuesto que la culpa es tuya - asentí y me acorde de la frase que solí­a repetirme: no trates de justificar tu mal comportamiento basandote en el mal comportamiento de los demás. Cada uno es responsable de sus propios actos”. Para conducir la moto solo de vez en cuando... ¡que mala suerte has tenido, hija mía! - me sonrió irónica. ¡Desde luego!, pensé para mí. En un ciclomotor no pueden ir dos personas.

- Lo sé

- Pues no lo parece - me replicó dirigiéndose a su habitación.

Yo también me fui a la mía. Sabía que estaba enfadada conmigo, era pánico lo que le daban las motos. Y por encima de todo eso, sabía que lo único que realmente temía era que a mí me ocurriera algo. Yo era todo lo que tenía.

Sus padres habían muerto en un accidente de coche cuando yo contaba con seis meses de vida. Me tuvo con veinte años, y lo hizo porque me quiso desde el primer momento que supo que estaba embarazada. Siempre me lo decía, a veces consideraba que en demasiadas ocasiones, lo que originaba que de vez en cuando me pasara por la cabeza la idea de que tal vez en algún momento valoró la posibilidad de abortar. No me importaba en exceso aquel pensamiento, aunque lógicamente prefería creer la versión que siempre me habí­a dado. Al fin y al cabo, pensara lo que pensara, si es que alguna vez lo hizo, su decisión definitiva fue tenerme y ella, mi madre, era lo único que yo también tenía.

Nunca me habló mal de mi padre, lo cierto es que apenas hablaba de él. Según ella, no pudo ser. Yo sé que no quiso saber nada de mí y lo que eso conllevaba, tampoco quiso saber nada más de mi madre. Nunca me importó no tener padre y jamás sentí carencia afectiva de ningún tipo por su ausencia.

Creo que más bien fue todo lo contrario, tenía una madre que valía por un millón de padres, y como hija única que había sido ella y como hija única que era yo, a menudo me sobreprotegía y cuidaba más de lo que yo hubiese deseado.

Salí de mi cuarto en su búsqueda y la oí en la cocina.

- ¿Estás enfadada conmigo? - pregunté para mi propia sorpresa, cuando realmente lo que quería decirle era que me perdonara y que no lo volvería a hacer si a ella no le gustaba.

-Sí.

-¿Me das un beso?

Pensé que me iba a decir que no. Sin embargo, se acercó a mí­, se puso de puntillas para alcanzar mi cara y me dio un beso cariñoso en la mejilla.

-¿Sigues enfadada conmigo?- pregunté riéndome.

-Sí.

Solté una carcajada.

-Yo no le veo la gracia.

-Anda mami, perdóname - le dije abrazándome a su cintura. No volveré a subirme a una moto si eso es lo que quieres.

-Lo que me gustaría es que fueras tú la que no quisieras hacerlo -¿qué podí­a decir?, me volví­an loca las motos-.¿No podrás esperar a tener dieciocho y conducir un coche como todo el mundo?- preguntó.

-¡Hombre, por poder...!

-¿Tanto te gustan las motos? - yo asentí vigorosamente -. Lo pensaré, pero mientras lo pienso no quiero que mires a una ni de lejos.¿Queda claro?

Así­ lo hice. No volví a ir con Rachel en la moto y varios meses más tarde, cuando cumplí los dieciséis, me regaló la Yamaha.

Miré impaciente el semáforo, que continuaba dando paso a los coches, asegurándome de que no hubieran colocado uno de esos botones que hacen apretar al peatón para conseguir la maldita luz verde del viandante. En moto tardaría menos, pensé. Pero había prometido a mi madre que no la cogerí­a durante los cinco días que estuviera fuera con su novio, hoy era el primero. De hecho, había salido pronto de casa con la excusa de comprar el periódico para no tener que saludar a George, que así­ se llamaba.

Estaban juntos desde hacía algo más de un año. No era santo de mi devoción, lo admito. Ningún hombre lo era. A mí me gustaban las chicas y no podía comprender por qué a mi madre no le gustaban también. Hubiera dado todo por tener una madre lesbiana o al menos bisexual y así, de vez en cuando, tendrí­a la alegría de verla en compañí­a de una mujer.

Era sábado, 26 de diciembre más concretamente, y mi madre se iba esa misma mañana a pasar unos días con George. Yo me habí­a negado durante casi mes y medio a ir con ellos a esquiar a no sé cuál conocida estación. Convencí a mi madre para que me dejara sola en casa y disfrutara por su cuenta, que ya iba siendo hora. Solo me faltaba tener que ver a George las veinticuatro horas del día. Ella aceptó al fin y quedamos en que volverí­a el día 31 para pasar juntas la Noche Vieja.

Por fin el semáforo me dio paso. Bajé de un salto la acera y avancé con determinación, pensando que quizá después de comprar el periódico me tomaría un café. De pronto, un intenso olor a goma quemada impregnó el aire.

Miré de reojo a mi izquierda descubriendo que algo oscuro y potente se abalanzaba sobre mí. Antes de tener tiempo para reaccionar, sentí­ un impacto contra mi cuerpo con tanta fuerza que me levantó por el aire, estrellándome más tarde contra el frío y duro asfalto. Quedé boca abajo y escuché gritar a la gente. Aprovechando la postura, traté de incorporarme, pero no tuve éxito.

Enseguida un calor líquido corrió por mi rostro y observé la gravilla teñirse de rojo oscuro. Un hombre me pidió que no me moviera al tiempo que me abrigaba. Pasados unos minutos el sonido de una sirena ensordeció la calle. Me dieron la vuelta tumbándome sobre una camilla y me colocaron un collarí­n. Allá mismo me cortaron la hemorragia. Les dije que me dolí­a mucho la pierna y la mano izquierda. Empujaron la camilla hacia dentro de la ambulancia y vi por última vez el intenso azul del cielo. Mi vista se nubló, los oídos me pitaban intermitentemente, empezaba a marearme y creí que iba a vomitar. Agradecí el frío en mi cara, supe que acababan de abrir las puertas de la ambulancia. Seguía sin ver ni oír bien cuando me sacaron y la camilla comenzó a rodar por el suelo. Entonces noté el calor del tacto de una mano sobre mi frente.

-¿Puedes oírme?- preguntó la voz de mujer más bonita que jamás se hubiera dirigido a mí.

-Sí, pero no veo bien. No veo nada.

-No te preocupes, te pondrás bien.-¿Cómo te llamas?

-Brittany ¿y tú?

Me pareció que sonreía.

-Santana, me llamo Santana- respondió acariciándome la frente.

Esto fue lo último que pude oír y sentir antes de perder el conocimiento. Miento, también sentí que acababa de enamorarme.
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por Jane0_o Vie Jun 05, 2015 12:55 am

Siguelo
Saludos
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por Mico4 Vie Jun 05, 2015 3:44 am

Capí­tulo 2

Abrí los ojos y encontré a mi madre con el rostro desencajado, hinchado de haber estado llorando, conservando lágrimas que segundos más tarde derramarí­a sobre mí al ver que habí­a despertado. No dejaba de darme besos mientras repetía que no pasaba nada, que me iba a poner bien. En realidad no ocurrió nada grave, aunque sí molesto. Tení­a rota la muñeca izquierda y el pulgar derecho, igualmente tenía el pie izquierdo fracturado y contusiones por todo el cuerpo, incluida la cara, y una ceja partida. Mi estado era un cuadro. Como iba a permanecer setenta y dos horas en observación, me colocaron una vía con suero y calmantes, aunque la que sinceramente necesitaba calmantes era mi madre.

-Mamá, por favor, cálmate y deja de llorar- murmuré.

Enseguida vi a George. No me había dado cuenta de que estaba allí también. Claro que era prácticamente imposible ver algo con el rostro de mi madre sobre el mío. Él se acercó a mí con aspecto templado y posando su mano sobre mi frente dijo:

-¿Cómo te encuentras?

En ese instante, el recuerdo del tacto de aquella mano y aquella preciosa vez vinieron a mi cabeza.

-¡Como si me hubiera atropellado un coche!

Escuché reírse a una mujer que me resultó familiar.

-Veo que el sentido del humor lo mantienes intacto- dijo una voz-. Ahora estás un poco magullada, pero pronto estarás bien- sonrió.

No tardé en reconocer su voz.

-Santana - susurré cuando se detuvo a mi lado.

Su ceño se frunció ligeramente y miró con sorpresa.

-Y tú eres Brittany,¿verdad?

Asentí embobada contemplando su rostro anguloso y su pelo castaño oscuro, que caía sobre una impoluta bata blanca. La placa de identificación asomó entre su cabello ondulado y traté de fijar la vista para leerla, su propio pelo me lo impidió. Sus dedos se deslizaron suaves y firmes sobre mi cuello. Alcé de nuevo la vista hacia sus ojos, cuando sentí las tibias yemas presionando mi piel. Durante un momento, su mirada color café se mantuvo en la mía, pero después bajó la vista hacia el reloj. Mientras me tomaba el pulso, aproveché para estudiarla más detenidamente; la cara, el cuello y la parte de piel dorada que asomaba bajo su camisa perfectamente desabrochada hasta un pudoroso tercer botón, que tan solo dejaba intuir el comienzo de su pecho. El reloj de cerámica blanca y acero brillaba ajustado a la muñeca y sus dedos lucían unas uñas cortas, perfectamente cuidadas. Me pregunté qué edad tendría. Era más joven que mi madre, seguro. Aunque la hubiera situado en los veinte y muchos, la seguridad que transmitía en sus movimientos me decí­a que posiblemente ya hubiera cumplido los treinta.

-El pulso está perfecto. Ahora vamos a ver la tensión,¿de acuerdo?

-De acuerdo - dije a la vez que percibía la presión que el tensiómetro comenzaba a ejercer sobre mí. No podía dejar de mirarla, por lo que continué admirando sus rasgos, ahora que se hallaba más cerca.

Supe que era consciente de mi insistente mirada. Aun así­, no levanté la vista hasta el final, cuando me dedicó una breve mirada al retirarme el aparato.

-También perfecta - dijo dirigiéndose a mi madre.

Después, la conversación se mantuvo entre ellas, totalmente ajena a mí, como si yo no estuviera presente. La recorrí con la mirada para observar su silueta bajo aquella bata blanca; los vaqueros azules que asomaban por debajo y unas preciosas botas de piel clara bastante puntiagudas. Era más alta que mi madre, que hací­a tantas preguntas, que a cualquier otra persona le hubieran sacado de quicio.

-No se preocupe, de verdad. Se va a poner bien. Es joven y fuerte. Afortunadamente no hay lesiones en ningún órgano, tan solo preferimos mantenerla en observación para descartar la más mínima incidencia. Sin embargo, no le miento al decirle que es muy posible que surjan nuevos hematomas pasadas las primeras veinticuatro horas.

-Mamá por favor, no seas pesada, estoy perfectamente, no me duele nada - interrumpí­.

Santana se giró hacia mí y sus labios sonrieron discretamente.

-De todas formas, lo mejor será que vean al doctor Kling. Les está esperando.

Cuando la puerta se cerró detrás de George, hablé.

-¿Quién es el doctor Kling?

-El dueño de esta clínica y, hasta nueva orden, el médico que va a supervisar tu absoluta recuperación - respondió caminando hacia mi cama.

-Pensaba que mi médico eras tú.

-Así es, pero bajo la supervisión del doctor.

-¿También hasta nueva orden?

Me observó brevemente.

-Supongo que no habrá nuevas órdenes al respecto.

-Eso espero - confesé.

Su mirada, ahora intrigada, volvió a pasearse por mi rostro. Le sostuve la mirada hasta que decidió apartarla de mí.

Una vez más, me di cuenta de que tanto mi actitud como las miradas que le dirigí­a le incomodaban. Desde luego que aquello no era mi intención, y aunque nunca antes me habí­a comportado así, no podía dejar de mirarla. El silencio que yo misma provoqué se rompió cuando alcé la mano para alcanzar mi ceja.

-No te la toques, por favor.¿Te duele?,¿te pica? - me preguntó acercándose más a mí.

-Las dos cosas, pero estoy bien.

-Déjame ver. No te preocupes, te quedará perfecta. Cuando te quite los puntos ni siquiera te va a quedar cicatriz.

-¿Me has cosido tú?

-Sí - respondió expectante.

-¿Tienes un espejo?

-¿Para qué?

-Para verme.

-¿No te fí­as de mí­? Soy muy buena suturando, créeme- añadió con simpatí­a.

-¿Tengo la cara muy mal?

En ese preciso instante caí. Yo no estaba allí­ pasando precisamente unas vacaciones. Un coche me habí­a llevado por delante y logicamente eso tení­a que tener consecuencias en mi aspecto físico. Desde que había abierto los ojos, y Santana habí­a aparecido en mi campo de visión, habí­a olvidado por completo mi verdadera y nueva situación.

-Muy mal no, te lo aseguro. Tal vez un poco contusionada, pero la hinchazón bajará y todo volverá a su estado normal.

-Entonces no hay motivo para que no me dejes un espejo - insistí­.

-Te aconsejo que no te mires, Brittany, al menos hasta pasados unos días - dijo suavemente. El sonido de su voz pronunciando mi nombre me emocionó, haciendo que desistiera del intento por conseguir uno. Que lo decidan tus padres - volvió a hablar.

-George no es mi padre, tan solo es el novio de mi madre.

-Perdona, no lo sabía

-No pasa nada. ¿Cómo ibas a saberlo?

Me devolvió una sonrisa de disculpa al tiempo que el silencio volvía a inundar aquella habitación tan blanca.

La puerta se abrió y entró mi madre acompañada de George. Volvieron a intercambiar opiniones, después de que mi madre me achuchara, como si hubiera pasado un año desde que no me veía.

Santana contempló la escena hasta que se dirigió a mí­ para indicar el botón que debí­a apretar en caso de necesitar cualquier cosa.

-Procura descansar,¿de acuerdo?

Asentí siguiéndola con la mirada para ver su bata blanca desaparecer tras la puerta. Cuando se cerró detrás de ella, su ausencia invadió la habitación. Estuve a punto de apretar el botón que acababa de mostrarme, preguntándome si la necesidad de su compañía se hallaría dentro de sus tareas de trabajo.

Más tarde, supe que la persona que me había atropellado se trataba del mismísimo doctor Kling, que a modo de compensación había desplegado todos los servicios necesarios de su propia clí­nica para mí cuidado y recuperación. Entre ese despliegue de atenciones exclusivamente para mí se encontraba Santana. Supe también que además de medicina Santana había estudiado enfermerí­a, de ahí que el bueno de Kling, en su deseo por ofrecernos la mejor atención posible, le habí­a asignado a ella mis cuidados, al ser la persona más cualificada por sus conocimientos en ambas materias.

El doctor habí­a propuesto a mi madre una cuantiosísima indemnización, porque deseaba evitar los tribunales y estaba seguro de que podrían llegar a un acuerdo amistoso sin que el incidente trascendiera más de lo rigurosamente necesario. Mi madre lo pondría en conocimiento de su abogada y tomarí­amos una decisión basada en mis resultados médicos y mi estado de recuperación. Me preguntó mi opinión, después de contarme cómo aquel hombre alto y fuerte con lágrimas en los ojos y voz quebradiza, se disculpaba y aseguraba que no habí­a visto la luz roja del semáforo, debido a la espesura de los árboles.

Empecé a sentirme somnolienta y cerré los ojos conservando el recuerdo de Santana. George había ido a nuestra casa y nos trajo ropa y varias cosas más que mi madre pidió. Entre ellas estaban varios de los DVDs de Anastacia en concierto, que yo guardaba como si de un tesoro se tratara. Mi madre anunció que podría verlos cuando Santana lo aprobara. Pensé para mí que sería la única vez que acatara una negativa sobre ese tema sin que me sentara mal. Estaban disponiendo la ropa en los armarios cuando escuché un leve toque en la puerta. En cuanto oí la voz de Lorna abrí los ojos y miré en su dirección.

-Pensé que te habías dormido - dijo en voz baja, caminando hacia mí. Debí­ de sonreír como una tonta mientras la miraba, porque ella recompuso la expresión de su rostro al reparar en el mío iluminado por su presencia. -¿Qué tal te encuentras?

-Muy bien.- Lo cierto es que siempre me encontraba bien cuando Santana estaba conmigo en la habitación.

Informó a mi madre y George de que el restaurante ya estaba sirviendo la cena y que podían bajar cuando gustaran. Mi madre no querí­a dejarme sola y ordenó a George que bajarían por turnos. No pude dejar de intervenir en la conversación. No me hacía ni pizca de gracia tener que quedarme a solas con George. Entonces, Santana interrumpió.

-No se preocupe - habló dirigiéndose a mi madre -. Yo me quedo con Brittany para que puedan cenar tranquilamente. Les vendrá bien airearse un poco.

Cuando por fin la puerta se cerró y en la habitación nos quedamos Santana y yo a solas, esta se acercó de nuevo a mí.

-Sigue mi dedo - me dijo suavemente.

Seguí con la mirada el movimiento de su dedo í­ndice. Primero de derecha a izquierda y después de arriba abajo. Repitió el movimiento en un par de ocasiones, lo que estuvo cerca de provocarme la risa. Después sacó del bolsillo superior de su bata un tubito metálico. Era una pequeña linterna. Cuando encendió la luz la dirigió a mis ojos, cegándome por un momento.

Entonces apreció el tacto de sus dedos sobre mi rostro. Me abrió los ojos con un delicado toque, acercándose más a mí­. En ese instante, fue cuando pude respirar la maravillosa fragancia que desprendía su piel. La contemplé embelesada cuando dobló la sabana que me cubrí­a y sus dedos me abrieron el camisón.

-¿Está todo bien? - pregunté, tratando de controlar las palpitaciones que me había provocado su proximidad. Mientras tanto ella observaba mi torso desnudo.

-¿Te duele? - me preguntó con dulzura.

-No - respondí con la garganta agarrotada.

Mi vista volvió a fijarse en el trozo de placa de identificación, pero una vez más su propia melena no me permitía leerla con claridad. Antes de darme cuenta de lo que hacía alcé mi mano escayolada, y con los dedos que me quedaban libres retiré cuidadosamente su cabello. Ella no se movió. Siguiá el movimiento de mi mano y después me miró directamente a los ojos.

- Santana Lopez - leí en voz alta, como si quisiera asegurarme de que no había ningún error en lo que estaba escrito. Disfruté del suave tacto de su pelo entre mis dedos y levanté la mirada para reunirme con la de Santana, que me observaba de nuevo con un ligero gesto de sorpresa en el rostro.- Bonito nombre.

-Gracias - murmuró tras girarse, alejándose hacia el extremo de la cama.

La observé caminar por la habitación hasta que se detuvo frente a una mesa.

-¿Te gusta Anastacia?

Deseé responder que ya no, aunque mis labios pronunciaran un sí.

A Marley, quien será tu enfermera de noche, también le gusta mucho.

-¿Y a ti? - pregunté mientras asimilaba con tristeza que, lógicamente, Santana no podría estar cuidándome las veinticuatro horas del día, que cuando su turno acabara otra persona ocuparía su lugar. La imaginé saliendo de la clínica sin su bata blanca, subiéndose al coche y conduciendo con ganas de llegar a casa. Y lo peor de todo, la imaginé con ganas de abrazar a esa persona que, seguramente, la esperaba para compartir una cena.

-Sí­, a mí también me gusta. Estuve en el concierto que dio en julio.¿Fuiste? - sentí cómo se me encogía el corazón al imaginarla deslizándose en la cama con aquella persona que, obviamente, no era yo.- ¿No fuiste?

Su sonrisa interrumpió mis pensamientos.

-¿Dónde? - pregunté abstraída.

-Al concierto de Anastacia.

-Estuve en el que dio en julio.- ¿tú fuiste?

-No me estás escuchando,¿verdad?

-Parece que no, perdona.

-Yo también fui - habló de nuevo.

-¿Y cómo es que no te vi?

-Quizá nos viéramos y no lo recordemos.

-Si te hubiera visto te aseguro que te recordaría.

-¿Nunca olvidas una cara? - su tono sonó ligeramente burlón.

-Como la tuya no, jamás - confirmé clavándole la mirada.

-En esta ocasión mantuvo mi mirada durante más tiempo.

-Espero que eso sea un piropo.

Ignoré la obviedad de su comentario y volví a la carga.

-¿Estás casada? - pregunté bajo los efectos de su hipnotizadora mirada color café.

-No - respondió sonriéndose.- ¿Y tú?

-Tampoco - dije no sin reparar en el retintín de su respuesta.-¿Tienes hijos?

Mi segunda pregunta pareció divertirla aún más.

-No, por Dios.¿Y tú?

Me hizo gracia la mueca de aburrimiento que se dibujó en su rostro.

-¿Yo?, pero si solo tengo dieciséis años.

-Cierto, por un momento lo habí­a olvidado.

-¿Entonces tienes pareja? - pregunté otra vez, haciendo oídos sordos a la sutil ironí­a que habí­a vuelto a albergar su voz.

Ya no.¿Y tú?

Negué con la cabeza.

El tamborileo de unos dedos en la puerta nos hizo mirar a las dos en esa dirección. Una melena morena asomó, precediendo a una cara ovalada que saludó alegremente.

-Hola - respondí­.

-Hola Marley - dijo Santana casi al unísono y alejándose de mí para reunirse a mitad de camino con la morena, que avanzaba con paso decidido. Mira, te presento a Brittany.

-Sí, lo sé.¿Cómo estás, bonita?

-Bien, gracias, ¿y tú? - reconozco que me gustó su estilo informal al dirigirse a mí.

-Y ella es Marley, quien cubrirá el turno de noche - continuó presentándonos. Cualquier cosa que necesites no tienes más que pedí­rsela,¿de acuerdo?

-De acuerdo, gracias - asentí con la cabeza.

Mi madre y George no tardaron en llegar y Santana volvió a hacer la ronda de presentaciones. En seguida anunció que vendrían a preparar el sofá cama para mi madre y que lo que yo necesitaba era tranquilidad.

-Bueno, creo que ya ha llegado la hora de que descanses. ¿Qué tal te encuentras? - preguntó, acercándose a mí de nuevo.

-Bien.

-¿No sientes ninguna molestia?

-No, por ahora no.

-Marley está aquí para cuidarte y asistirte en todo lo que necesites, así que a la más mínima molestia, por normal que te parezca, quiero que le avises. Lo harás,¿verdad?

Sí­, no te preocupes.

Me brindó una sonrisa al tiempo que revisaba que todo estuviera en orden. - Hasta mañana entonces.

-¿A qué hora vienes? - necesitaba saber.

-A las ocho en punto estaré aquí­ de vuelta.

-Vas a tener que madrugar.

-No hay problema, estoy acostumbrada.

-Entonces ven a las siete o a las seis incluso

-A las siete deberí­as estar durmiendo y a las seis ni te cuento. Buenas noches, Brittany.

-Buenas noches, Santana, que descanses.

-Descansa tú también - respondió apartando la vista.

La seguí con la mirada mientras caminaba hacia la puerta donde mi madre, Marley e George esperaban a que un par de auxiliares terminaran de preparar el sofá cama. Ni siquiera me había dado cuenta de cuándo habí­an entrado aquellos dos chicos en la habitación ni si Santana se percató de ello. Pensé en ese juego infantil de que si se daba la vuelta, y me miraba antes de cruzar el umbral de la puerta que nos separarí­a hasta el día siguiente, es que tení­a alguna posibilidad con ella. Esperé a que acabara de hablar con mi madre, y cuando estaba a punto de perder toda esperanza de volver a encontrarme con su mirada, Santana se giró y sus ojos me miraron.

-Duérmete ya - exclamó apuntándome con el dedo.
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Mensaje por Heya Morrivera Vie Jun 05, 2015 8:36 am

Wow cuantos años tendra san espero no 30 britt es muuyyy joven
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Mensaje por micky morales Vie Jun 05, 2015 12:01 pm

buena historia, pero 30 años no creo, seria mucho con demasiado!
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Mensaje por MilagrosTique Vie Jun 05, 2015 12:23 pm

¿Cómo se llama el libro? me parece haberlo leído antes. Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final 1202786940
Creo que es una idea genial que lo adaptes con Brittana Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final 1215408055
Espero la actualización   Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final 2145353087
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Mensaje por Monze30 Vie Jun 05, 2015 1:35 pm

Hola quiero decirte que me encanta la historia, esta muy muy interesante por favor continua y sube pronto otro capitulo con esos dos capítulos ya me volví adicta a la historia
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Mensaje por Daniela Gutierrez Vie Jun 05, 2015 3:46 pm

Hola.
Con los dos primeros capitulo ya me tienes atrapada, considérame una lectora fiel desde ya.
Qué lindo que Santana vaya a estar cuidando de Britt.
Y espero que la edad de San este entre los 25 o 27 años.
Nos leemos en tu siguiente actu.
Saludos. Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final 1206646864
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Mensaje por monica.santander Vie Jun 05, 2015 5:49 pm

Me gusta, me gusta!!!!!!!!!
Saludos
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Mensaje por Elita Vie Jun 05, 2015 9:40 pm

Sigue por favor *------*
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Mensaje por Mico4 Sáb Jun 06, 2015 12:09 am

Hola pequeñas mías (?) , ¿Cómo están? espero que bien :3 sólo decirle que gracias por todos sus comentarios leí toditos y leí uno que otro comentario sobre la edad de santana así que con respecto a eso las dejaré con la duda >:3 porque soy malota (?) no mentira se dirá en unos capitulos más adelante XDD uhm si también quería decirles que actualizaré todos los días como a esta hora ya que estudio y trabajo ew  así que eso ya no las aburro más con mi triste historia así que acá el capitulo :B




Capí­tulo 3

Empezaba a clarear cuando abrí los ojos. Una mano me acariciaba el brazo y miré, encontrándome con mi preocupada madre.

-Buenos días, cariño.¿Te encuentras bien?, has pasado la noche quejándote.

-¿No te he dejado dormir? - según terminaba de pronunciar esas palabras sentí unas terribles náuseas.

-No te preocupes por eso. ¿Te duele?  

-Tengo ganas de vomitar.

Marley se personó con una palangana y me pidió que girara la cabeza hacia un lado. Cuando levanté el cabecero de la cama para facilitar mi postura un grito de dolor se ahogó en mi garganta. Apenas podía respirar, una tremenda presión en el pecho me lo impedía.

-¿Qué le ocurre? - preguntó angustiada mi madre, a la vez que yo trataba de reprimir las arcadas que crecían desde la boca del estómago. Cada vez que el estómago se me contraía por las náuseas, el dolor se intensificaba.

-Aún no lo sé. ¿No ha comido nada?¿No ha bebido nada?¿Ni siquiera agua? - no dejaba de cuestionar Marley.- No, no, con total seguridad.

Una figura apareció en la puerta.- Buenos días...- interrumpió y avanzó corriendo hacia mí­. Aún llevaba la gabardina puesta cuando alcanzó mi cama.-¿Qué ha ocurrido? - sus ojos me miraron.

Mi madre y Marley hablaron atropelladamente. Santana se quitó la gabardina y la lanzó sobre una butaca sin retirar la vista de mí­. Cuando la gabardina aterrizó sobre la butaquita me arrancó una sonrisa. Menuda puntería,¿cómo demonios lo había hecho sin dejar de mirarme?

-Sra. Pierce, déjeme a mí por favor - dijo tomando la palangana de las manos de mi madre.- Sería mejor que espere fuera. Marley, comprueba las ví­as, por favor.

-Ya lo he hecho, están bien.

-Cambia la bolsa y enséñamela.

Cuando su mano se posó sobre mi frente hallé un gran alivio. Mi madre también solí­a ponerme la mano en la frente siempre que vomitaba cuando era pequeña, y bueno, no tan pequeña. Yo le decía que se fuera y que no se preocupara por mí­, pero ella siempre se quedaba y me sujetaba. La mano de alguien sujetando tu frente cuando uno se encuentra en esa situación es probablemente una de las sensaciones más reconfortantes que puedan existir. Mientras agradecí­a el calor que desprendía la mano de Santana, yo continuaba reprimiendo las náuseas. Se liberó de la palangana, situándola en el trozo de cama que quedaba entre las dos y su otra mano, se deslizó sobre mi cuello. Noté cómo sus yemas me presionaban ligeramente la piel y supuse que estaba tomándome el pulso, pero de pronto, su mirada se congeló y sus dedos descendieron por la base de mi cuello abriéndome el camisón.

-¡Dios mío!¿Qué es eso? - oí exclamar a mi madre.

-Un hematoma - respondió Marley, que sostenía en su mano la bolsa que contenía mi orina.

-Susan, por favor, espere fuera.

Era la primera vez que oía a Santana llamar a mi madre por su nombre de pila, y en cierto modo me sentí­ un poco celosa de que sus labios pronunciaran un nombre, que no fuera el mí­o, con tanta espontaneidad. La noche anterior, cuando Marley entró en la habitación y Santana la llamó por su nombre, me había sucedido lo mismo. No quise pensar en lo que sentirí­a cuando fuera el nombre de George el que saliera de su boca, no alcanzaba a imaginar la posibilidad de que Santana pudiera ser heterosexual.

Cuando su pulgar acarició mi frente mis atormentados pensamientos se detuvieron de golpe. La observé avergonzada mientras estudiaba la bolsa, que Marley le mostraba, con aquel líquido amarillo en su interior.

-Que lo analicen. Y, por favor, trae inmediatamente pomada anestésica, guantes, esponjas desechables, jabón, una cuña, gasas, agua tibia y toallas. En ese armario hay antiemático - señaló con la cabeza, alcánzamelo.

-Luego se dirigió a mí.

-¿Te duele mucho, verdad? - preguntó.

-Un poco - mentí.

Marley abrió el armario con una llave.

-¿Solución oral o rectal?

-Supositorios no, por favor - alcancé a decir.

Santana me sonrió y volvió a acariciarme la frente.

-¿Crees que podrás tragarlo?

Asentí­ en esta ocasión porque las náuseas me impidieron hablar.

-El inyectable - le dijo a Marley.- Acércame también guantes, jeringuilla, algodón y alcohol.

La observé mientras se enfundaba los guantes y manipulaba la ampolla. Después, seguí el recorrido de la aguja hacia mi brazo, hasta que atravesó mi piel y la jeringuilla se vació por completo dentro de mí­.

-Veo que las agujas no te dan miedo - comentó al retirar la jeringuilla bajo un algodón. Negué con la cabeza. Ella permaneció a mi lado, sujetando el algodón contra mi brazo estirado.- Enseguida te sentarás mejor. En cuanto remitan las náuseas te dolerá menos el tórax, ya lo verás.

-Gracias.

-De nada, bonita. Te vas a poner bien.

Posó suavemente su mano libre sobre mi bíceps, por encima del algodón que aún sostení­a en la otra mano. Sus manos quedaron cruzadas sobre mi brazo y levantó de nuevo la vista, coincidiendo con la de ella, cuando percibí sus dedos a través del látex de los guantes, acariciándome la piel muy despacio. Cerré los ojos. Las náuseas comenzaban a remitir y mis cinco sentidos viajaron hasta la zona de piel que el calor de su mano me habí­a revivido. Y allá me quedé, quieta y concentrada en el movimiento de sus dedos. Deseé que aquel momento no terminara jamás. La sensación era tan placentera que casi rozaba el dolor. Nunca antes había experimentado ese tipo de deseo y mi piel no tardó en reaccionar a su cálido tacto.

-¿Tienes frío? - susurró, inclinándose hacia mí.

El aroma de su piel y de su pelo me envolvió por completo. Reconocí el maravilloso perfume del día anterior y la piel me ardió.

-No - musité.

-Tienes la piel de gallina.

Abrí de nuevo los ojos, pero ignoré sus palabras.¿Qué podía responder? No era precisamente el frí­o lo que me habí­a puesto la piel de gallina. La encontré mirando mi otro brazo. Si no hubiese sido porque al rato le vi alternar la mirada entre ambos brazos hubiera creído que se había quedado pensativa, con la mirada perdida, como cuando uno mira y no ve. Parecí­a absorta. Sus ojos volvieron a cambiar de brazo y ahora los paseaba desde la escayola de mi mano hasta mi hombro. Continuaba acariciándome y mi piel seguía poniéndome en evidencia. No obstante, ella parecí­a distraí­da y yo aproveché para mirarla. Volví a su mano oculta bajo el guante sobre mi brazo y seguí sus movimiento. Traté de imaginármela sin el látex de por medio. Mis ojos viajaron más arriba, admirando el leve movimiento que se producí­a en su pecho cada vez que inhalaba y expulsaba aire. Era perfecta. Creo que fue en ese momento cuando comprendí la belleza de estar vivo. Es curioso como todos respiramos instintivamente y ninguno de nosotros le damos la más mí­nima importancia a ese acto. Contemplando a Santana, me pareció maravilloso, sobrecogedor. Me perdí en el ritmo de su respiración y de sus caricias. Cuando levanté la vista hacia su rostro la descubrí­ mirándome. Había perdido la noción del tiempo y no sabía cuánto rato podría haber pasado en ese estado. Y mucho menos podí­a adivinar desde cuándo me observaba. De pronto, me avergoncé de mi actitud y retiré la mirada de sus ojos por respeto. No querí­a que pensara que era así como le devolví­a sus reconfortantes atenciones. Yo entraba en un estado de éxtasis, mientras ella me regalaba el calor que cualquier otra persona en mi situación necesitaba. Y también entendí que Santana no tendría por qué haberlo hecho. Sus atenciones podrí­an haber finalizado tras cubrir mis necesidades estrictamente médicas, sin embargo, no lo hizo. Una nueva caricia en mi brazo hizo que la mirara de nuevo, y a pesar de que quería ocultar lo que mis ojos reflejaban me sumergí en el café de los suyos.

-¿Estás un poco mejor? - preguntó cuándo Marley apareció empujando un carrito con todo el material que había solicitado.

-Sí, mucho mejor. Gracias.

Se deshizo el contacto entre nosotras, tiró el algodón que habí­a estado presionando contra mi brazo y también los guantes. Marley y yo la miramos mientras se quitaba el jersey y lo dejaba sobre la gabardina, que con punterí­a certera había lanzado cuando llegó. Luego, se puso la bata blanca y se recogió el pelo con una goma que debía lleva oculta en la muñeca.

-Ahora voy a necesitar que nos ayudes - me miró de nuevo.- Vamos a bañarte y hacer todo lo posible para aliviarte el dolor del tórax.

Se me paralizaron los músculos de la cara y comencé a sentir una verguenza espantosa pensando en el proceso de higiene personal. No quería que justo ella me tuviera que bañar como a un crío. Bajaron el cabecero y retiraron entre las dos la sábana y la manta que me cubrían. Miré mi cuerpo tendido con aquel ridículo camisón y después bajé la vista a los dedos de mi pie izquierdo que asomaban por la escayola. Advertí de nuevo el guante de látex sobre mi frente.

-No fuerces el cuello, por favor - me pidió Santana, y suavemente me hizo reposar la cabeza, ahora sobre el colchón, ya que Marley habí­a hecho desaparecer la almohada.

Traté de volver a mirarme el cuerpo, pero desde mi nueva posición ya no alcanzaba a ver nada que no fuera el techo o el rostro de ambas. La elección no fue difícil. Miré a Santana y a sus manos dirigirse al comienzo de mi cuello, exactamente donde su mirada se había congelado con anterioridad. Presencié cómo su gesto se endurecí­a y sus ojos se oscurecían recorriendo la piel que iba quedando desnuda, tras abrirme pausadamente aquel horrible camisón. El color café de su iris se habí­a esfumado, en su lugar había un marrón aún más obscuro y opaco que ya no me permitía diferenciar su pupila. Inevitablemente, miré a Marley. La encontré aún más paralizada observando mi cuerpo, pero regresé a Santana cuando la oí hablar.

-Marley, pásame unas tijeras.

Esta tardó en reaccionar, hasta que Santana no dejó de mirarla con insistencia no las obtuvo. Me dirigió una cálida mirada antes de comenzar a cortar la tela desde la manga hasta el cuello. Después, hizo lo mismo con la otra manga. Cuando se deshizo de los dos trozos de tela, mi cuerpo quedó totalmente desnudo y expuesto.

Enseguida me cubrió con una toalla de cintura para abajo y yo agradecí que preservara así­ mi intimidad. Aún reflejaba la tensión que se había apoderado de mí, por la breve exposición de la desnudez de mi cuerpo ante la presencia de Santana, cuando noté la suave humedad de una esponja sobre mi rostro. Traté de relajarme, refugiada en el calor húmedo que desprendía aquella esponja, mientras Santana me lavaba la cara, el cuello, los brazos y los dedos que asomaban de mis dos escayolas. Ahogué un quejido cuando el agua cayó sobre mi pecho.

-Lo siento mucho, Brittany. Voy a hacerlo lo más despacio y suave que pueda, pero me temo que incluso así te va a doler.

-¿Tan grande es el hematoma? - pregunté asombrada por el dolor que me había provocado el simple contacto con el agua. Santana me miró, pero no respondió. Realmente tampoco mintió, de sus labios no salió una respuesta, aunque de sus ojos sí.- No te preocupes que yo aguanto.

Me miró con tanta dulzura que me dio fuerzas para soportar el dolor que vendría a continuación. La observé depositar jabón lí­quido sobre su guante de látex, frotándolo para formar espuma. Acto seguido, sentó su mano por debajo de mi clavícula, pero cuando empezó a descender por la separación de mi pecho apreté los dientes para contrarrestar el dolor que me producía. Lógicamente, había evitado utilizar la esponja directamente sobre mi piel y así no añadir más sufrimiento a aquella tarea. Su mano pasó prácticamente inadvertida sobre mi pecho, después sobre el otro. Me pareció casi una caricia si no hubiese sido por el dolor que aún padecía en el tórax. Los pinchazos volvieron a aparecer cuando su mano se deslizó por mi estómago hasta las caderas.

-¿Puedes levantar los brazos? - me preguntó.

Lo intenté, pero a medio camino descubrí que efectivamente no podía. La piel me tiraba y el dolor reaparecí­a.

-No te fuerces, solo sepáralos un poco.

La vi examinarme las axilas y a continuación las jabonó de nuevo con su propia mano, por lo que deduje que el hematoma había ido comiendo más terreno del que pensaba.

Contemplé a Santana mientras volví­a a cambiarse de guantes.

-Esto va a hacer que te sientas mucho mejor pero...

-Pero me va a doler,¿verdad? - interrumpí.

Asintió levemente con una compasiva sonrisa en los labios.

-Haría todo lo que esté en mi mano para que te duela lo menos posible.

La miré a los ojos y le devolví la sonrisa para que supiera que podía continuar con su labor. Perdí­ su contacto visual tan pronto como comenzó a aplicarme la pomada sobre la piel. Aquello dolía mucho más que cuando me estaba lavando. La espesura impedía que se deslizara con facilidad sobre mi piel, por lo que percibía la presión de su mano con mucha más intensidad que antes. Reprimí el dolor sin quejarme y sin gritar, aunque mis ojos no tardaron en llenarse de lágrimas. No quise pestañear para evitar que una de ellas rodar por mi rostro. Me mordí el labio inferior y cerré los ojos con fuerza para que las pestañas absorbieran la humedad de mis lágrimas. No lo conseguí.

Cuando una de ellas cayó inevitablemente, Santana la detuvo a la altura de mi mejilla.

-Lo siento, de verdad. Vamos a dejar que vaya haciendo efecto y luego continuamos.

Se hizo con un pañuelo de papel y comenzó a secarme la cara con suavidad. La miré mientras lo hacía, hasta que la cara de sorpresa con la que me observaba Marley llamó mi atención. Cuando la miré ella desvió la vista, conteniendo una risa. Aunque no mostrara señales, hubiera jurado que Santana se percató del motivo que le había provocado la risa a Marley. No me importó. Yo tampoco hacía nada por disimular mi creciente atracción por Santana y, por otro lado, tampoco conseguía apartar mis ojos de ella cuando estaba conmigo. Fijaba la mirada en su rostro y la estudiaba sin descanso. Sabí­a también que Santana era consciente de ello, especialmente cuando retiraba sus ojos de mi incesante mirada.

Pidió a Marley que trajera más agua caliente porque la que estaba allí ya se había enfriado. Volvió a dirigirse a mí cuando nos quedamos a solas.

-¿Te duele menos?

-Ya no me duele nada.

Era casi verdad. Aquel unguento había empezado a hacer efecto y el dolor del tórax iba desapareciendo. Me pidió una vez más que separara los brazos. Sabí­a que la miraba mientras hací­a su trabajo, aunque su mirada no se desviara en ningún momento de la piel que iba cubriendo cuidadosamente. Parecí­a impertérrita. Me pregunté en qué estaría pensando, si es que pensaba en algo. Su guante de látex se deslizó por mi costado a la altura de las costillas y mi piel reaccionó involuntariamente.

-¿Cosquillas?

-Un poco - mentí.-Comencé a darme cuenta de que mi cuerpo reaccionaba, por primera vez, de una manera diferente a como lo habí­a estado haciendo hasta el momento. Lo que Santana me hacía sentir solo con mirarla era indescriptible. Anhelaba constantemente su proximidad fí­sica. Al más mí­nimo roce mi piel ardía y mi corazón se desbocaba. Hací­a ya tiempo que había descubierto el modo de darme placer a mí misma. Pero una vez más, en esas sesiones de masturbación, jamás deseé que fueran otras manos en lugar de las mías las que me llevasen a aquellos maravillosos orgasmos. Y sin embargo ahora, mientras sentí­a la mano de Santana enfundada en el látex sobre mi piel amoratada y dolorida, deseaba que no parara nunca. Demasiados deseos y sentimientos a flor de piel para y por alguien a quien acababa de conocer hací­a apenas veinticuatro horas. Nunca habí­a creído en el destino, pero de pronto, el nombre de Kling me vino a la cabeza. Si no hubiese sido por él es posible que, incluso viviendo en la misma ciudad, nunca hubiera tenido oportunidad de conocerla.¿Qué habrí­a sido de mí entonces?¿Podría haber conocido a otra persona que me hubiera hecho sentir lo que Santana, tan solo con su presencia, conseguía? Lo dudo, otra opción que no fuera ella no hubiera tenido cabida ni en mi vida ni en mi corazón.

Inesperadamente, la sentí extendiéndome crema sobre el pecho. Se movía muy despacio, haciendo círculos desde el exterior. Lo hacía en dirección a las agujas del reloj e iban cerrándose en cada vuelta. Mi cuerpo se tensó al instante y mis sentidos se sumieron bajo sus dedos. A pesar de mis esfuerzos por controlar las emociones noté que el cuerpo actuaba por su cuenta. No respondía a las señales que el cerebro le enviaba y mi pecho se endureció con su tacto. Fijé una mirada tensa en su rostro, preocupada por lo que pudiera pensar. Pero ella ni se inmutó, mantuvo el mismo ritmo con el que habí­a llegado hasta allá, y ni su cara ni sus ojos reflejaban la más mí­nima sorpresa o rechazo. Pensé aliviada que posiblemente habría sido una sensación derivada de mi atracción por ella. Al fin y al cabo, mi cuerpo, extremadamente contusionado, era difícil que pudiera responder a nada que no fuera dolor. Sin embargo, cuando sus dedos alcanzaron la cima, comprobó la dureza de mi propio pezón contra sus yemas, ocultas como siempre bajo el látex. Mantuve la respiración tratando de averiguar lo que le pasaba por la mente. Una vez más Santana no mostró el menor síntoma de irregularidad. Era obvio que se había dado cuenta. Estaba justo allí, delante de mí y con sus ojos posados en mí­. Desgraciadamente la erección de mis pezones era difícilmente disimulable a la vista, y desde luego no pasaba precisamente inadvertida al tacto. Entonces lo comprendí. Ya podrí­a haber ocurrido lo que fuera que pudiera ocurrir durante los cuidados a un paciente, que ella jamás revelarí­a signos de ninguna clase de emoción. Todo era natural, cualquier reacción que una persona pudiera tener formaba parte de su trabajo diario y todo, por desagradable que pudiera llegar a ser, quedaría siempre entre el rostro impávido del médico y su paciente. Continué observándola y un mechón de pelo se desprendió, cayendo sobre su cara. Permanecí mirándola e indecisa durante un momento. Después, alcé mi mano escayolada y lo coloqué lentamente detrás de su oreja. Sufrí un dolor agudo por el movimiento, pero antes de bajar la mano rocé suavemente el contorno de su oreja. La vi cerrar los ojos un instante ante mi leve caricia.

- Gracias - dijo sin levantar la vista.

-A ti por cuidarme tan bien.

Sonrió sin mirarme y continuó con su tarea.

-¿Cómo es posible que te acordaras de mi nombre al despertar? - preguntó de pronto, comenzando de nuevo la labor sobre mi otro pecho.

-Es fácil, tienes una voz muy bonita.

-No, no es fácil. Especialmente en las condiciones en las que llegaste - respondió obviando mi cumplido.

-No te veí­a pero sí te oía.

-Aun así, no es fácil.

-Lo que no es fácil es olvidar tu voz, la tienes preciosa.

Alzó la vista para mirarme y después volvió a su cometido con rapidez. Seguí contemplándola en silencio, pero en esta ocasión la expresión de su rostro sí­ habí­a cambiado.

-Bueno, esto ya está - anunció.- En cuanto vuelva Marley terminamos de bañarte.

-Eso lo puede hacer mi madre- repuse con rapidez

-Sí, seguro que puede. Pero lo voy a hacer yo - Concluyó.
No insistí. Aunque su tono de voz fue amable, también fue lo suficientemente rotundo, dando aquella conversación por finalizada. A fin de cuentas, lo que estaba por llegar no podría ser mucho peor de lo que ya habí­a pasado. Quizá más íntimo, pero no mucho peor. Al menos eso es lo que pensé. Cuando regresó Marley, Santana me cubrió de cintura para arriba y me descubrió de cintura para abajo. El calor húmedo de la suave esponja resbaló ahora sobre mis piernas.

-Brittany, voy a necesitar que eleves la pelvis - me pidió Santana al tiempo que apoyaba su mano sobre mi cadera.

Flexioné la pierna derecha y levanté las caderas. Al hacerlo advertí la sonda sujeta en la cara interna del muslo y Santana deslizó la cuña debajo de mí. La vi manipular suero fisiológico, así que supuse que la lavarí­a para posteriormente desinfectarla. Empecé a sentirme incómoda. Recordé cuando me dijo que llevaba una sonda vesical, sin embargo, en aquel momento no le concedí importancia. Obviamente, la sonda no habría llegado allí por arte de magia y me pregunté si fue ella quien me la facilitó. Seguro que sí­. No quería ni pensarlo. Mi cuerpo se tensó ante el agua tibia corriendo por mi pubis. Cuando lo que sentí­ era cómo me lavaba me quise morir. Me agarré con fuerza a la sábana de abajo y por primera vez aparté la vista de Santana, dirigiéndola al techo blanco de aquella habitación. No soportaba mirar a Santana mientras yo yacía incapacitada de cuidar de mi propia higiene personal. Debí de haber insistido en que quería a mi madre para hacer aquella labor, aunque la decisión hubiera molestado a Santana. La prefería molesta conmigo que bañandome como a un recién nacido. Aún me dolí­a la mandí­bula de la tensión cuando me cubrió de nuevo con una toalla. Pero todaví­a aquella pesadilla no había terminado.

-Brittany,¿crees que puedes ponerte de lado? - preguntó amablemente.

No contesté, ni siquiera pude mirarla. Me giré como pude dándole la espalda y quedé frente a Marley. Y todo el proceso volvió a comenzar de nuevo. Más tarde, aprovechando mi postura, cambiaron la sábana de abajo y volví a quedar en decúbito supino.

-¿No le ponemos un camisón? - preguntó Marley.

-No, vamos a evitar movimientos innecesarios.

Sí, mejor sin ese camisón, es espantoso - por fin hablé.

Las dos se rieron a pesar de que mi tono de voz no fue divertido. Desde luego que no pretendí ser graciosa con el comentario. El maldito camisón era horrible y no quería ponérmelo. Bastante humillación había pasado ya. Solo quería que me dejaran sola. Sabí­a que ambas me estaban observando aunque lo disimularan. Cuando recogieron todo, pensando que ya se marchaban, solo Marley desapareció tras la puerta.

-Si esta tarde te encuentras mejor igual puedes ver alguna pelí­cula o algún concierto de Anastacia - anunció Santana caminando hasta el borde de mi cama.

-Gracias - respondí aún sin mirarla.

-Y yo creo que mañana podrás recibir visitas, lo digo por si te apetece avisar a alguien.

-Genial, gracias - mi tono sonaba monocorde, no había un ápice de alegrí­a en él.

De repente, su mano envolvió los dedos que asomaban de mi escayola. Agradecí el calor de su tacto, ahora por fin sin guantes, pero no me moví. Dejé la mano tan inmóvil como lo estaba hasta ese momento. Supuse que buscaba una reacción en mí­, porque empezó a presionarme los dedos intermitentemente. Parecía Morse. Permanecí­ quieta y sin mirarla. Sabía que estaba haciendo esfuerzos por ser amable conmigo, por quitarle hierro a la situación que tanto me habí­a incomodado. Siguió insistiendo con su código en Morse sobre mis dedos al ver que yo no reaccionaba. La presión se habí­a acentuado y el movimiento era ahora más corto y seco. Se echó a reí­r cuando su insistencia me venció y le devolví exactamente el mismo movimiento y presión a sus dedos.

-Buscaré una solución,¿de acuerdo?

-No te preocupes. De verdad, no importa.

-Es que estás sondada Brittany, y hay que hacerlo con sumo cuidado, ¿lo entiendes?

-Da igual, en serio. Peor de lo que lo he pasado hoy no creo que se pueda pasar - respondí resignada.

Bajó la vista cuando retuve su mano en la mí­a.

-Dame un par de días y retiramos la sonda. Entonces puede encargarse tu madre.

-¿Me sondaste tú, verdad?

-Sí.

-Me lo temía - suspiré.- Menos mal que estaba inconsciente...

-No es para tanto, Brittany - dijo suavemente y retiró su mano con una leve caricia.

Aquella mañana conocí al doctor Kling. Creo que no eran más de las diez cuando apareció en la habitación. Vestía también una bata blanca y llevaba en la mano una carpeta con mi historial, que consultaba a menudo mientras hablaba con mi madre. Efectivamente era alto y fuerte, como lo habí­a descrito mi madre el dí­a anterior. Se intuía perfectamente su desarrollada musculatura bajo aquella bata. Se apreciaban las incipientes entradas en la frente, aunque aún conservaba un cabello fuerte y estilosamente cortado. La verdad es que tení­a una cara agradable. A pesar de tener aspecto de haber cumplido ya los cincuenta, su porte todaví­a podía resultar atractivo a muchas mujeres heterosexuales. Se me encogió el estómago cuando me pregunté si Santana sería una de esas mujeres. Kling abandonó por fin la habitación y yo volví­ a quedarme a solas con mi madre. Estaba impaciente por ver de nuevo a Santana. La espera comenzó a hacerse demasiado larga, y aunque trataba de atender a la conversación que me daba mi madre, mi cabeza estaba en otra parte. Con ella, más concretamente. ¿Qué estarí­a haciendo? Tal vez estaba atendiendo a otros pacientes y quizá preferí­a atenderlos antes que a mí­. Le recordé a mi madre que Santana había dicho que si estaba mejor por la tarde podría ver la tele o recibir visitas. Me corrigió enseguida. Las visitas serí­an como pronto al día siguiente. Me confirmé que había hablado con Rachel y que ella y Blaine, otro amigo de clase, querían pasar a verme, pero que les habí­a pedido que esperaran un día más. Aceptó la decisión sin rechistar. Me apetecía ver a Rachel, pero si con alguien deseaba pasar el tiempo era con Santana, y para verla no necesitaba horario de visitas ni encontrarme mejor o peor. De hecho, parecí­a tener más posibilidades de hacerlo si mi estado empeoraba. Lo que realmente necesitaba era que cruzara la puerta, que estaba empezando a convertirse en un muro infranqueable que separaba inevitablemente mi vida de la de ella. No recuerdo cuántas veces pude preguntarle la hora a mi madre. Solo recuerdo su cara de desesperación cuando lo pregunté por enésima vez. Me acordé entonces de la letra de la canción Hung Up de Madonna. El tiempo pasa tan despacio para los que esperan Desde luego que pasaba despacio, más bien parecía que no pasaba en absoluto. Clavé la vista en la estética puerta blanca y esperé. Pasaba el tiempo y allí no aparecía nadie, así que volví a atender a mi madre en su conversación. De pronto, unos golpecitos suaves en la puerta hicieron que mi corazón pegara un vuelco. Cuando la puerta se abrió, un enorme ramo de rosas rojas entró con George.

-Espero que os gusten - exclamó como un niñato pequeño.

Observé a mi madre besarle en los labios en agradecimiento por su encantador detalle. Se acercó a mí­ sosteniendo su sonrisa infantil y las rosas.

-¿Qué tal te encuentras hoy?

-Mejor, gracias - respondí admirando las rosasas.- Son preciosas, muchas gracias.

-Os he traído un ramo a cada una - dijo separando los brazos.

-Voy a ponerlas en agua inmediatamente - anunció mi madre desapareciendo de la habitación.

-¿De verdad te gustan?

-De verdad, me gustan mucho. Son muy bonitas, muchas gracias.

-No estaba seguro de que te fueran a gustar. Luego he pensado que a casi todas las chicas os gustan que os regalen flores, ¿no es así?

-Sí, supongo que sí - contesté no sin pasar por alto el modo cauto en que lo dijo.

-Te iba a haber traído bombones porque sé que te gusta mucho el chocolate, pero sabiendo que aún no ibas a poder comerlos he decido esperar hasta que puedas. Santana me ha dicho que lo más seguro es que pasado mañana puedas comer, aunque no la caja entera

-¿Santana?¿Es que has visto a Santana? - pregunté celosa.

-Sí­, me la he encontrado en el pasillo - dijo indicando con el pulgar. También te he traído otra cosa - añadió, metiendo la mano dentro del bolsillo del abrigo.

Cogí­ expectante la caja que me extendió. Fui deshaciéndome del bonito papel que la envolvía, sin embargo, mi postura en la cama y mis dos manos escayoladas no me facilitaban la tarea.

-¿Te ayudo? - se ofreció amablemente.

-Sí, gracias.

-¡Es un iPod Touch! - exclamó enseñándomelo. Como el tuyo se estropeó ayer he pensado que te haría falta uno y este tiene capacidad para video y un montón de cosas. Es más, me he tomado la libertad de cargártelo con canciones de Anastacia y algunos ví­deos. Aunque también puedes ver películas.

Le miré asombrada. El pobre se había tomado no solo la molestia de ir a comprarlo, sino de traérmelo preparado para que pudiera disponer de él.

-Es genial, pero genial. Muchú­simas gracias, George.

-De nada. Me alegro de que te guste.

-Es mejor que las rosas,¿no crees?

-Bueno para mi madre no.

-¿Y para ti?

-Las rosas son preciosas también - respondí diplomóticamente. En serio, muchísimas gracias - dije de nuevo.- Me han encantado los dos regalos.

Le contemplé mientras me sonreí­a como un niñato ilusionado.

Inexplicablemente, vi en él algo que hasta la fecha había querido evitar. Parecía una buena persona y lo único que trataba era de agradarme.

-Brittany - titubeó,- sé que para ti no es fácil, pero yo quiero a tu madre, estoy enamorado de ella. Entiendo que eso no signifique mucho para ti, porque aún eres muy joven, solo pretendo hacerla feliz.

Le observé con más detenimiento, pensando en las palabras que me decía.Si esa misma declaración la hubiera oído simplemente dos dí­as antes no la hubiera comprendido de la misma manera que la comprendí­a en aquel instante. Desde que habí­a conocido a Santana algo habí­a cambiado en mí­, y comenzaba a comprender el significado y dimensiones que podía adquirir la palabra amor.

-No te preocupes, ella te corresponde - dije cogiéndole la mano.

Miró sorprendido y agradecido nuestras manos unidas y me la sostuvo con fuerza.

-Entonces,¿crees que tengo posibilidades con ella? - bromeó.

-Yo creo que sí pero ¿por qué no te la llevas a comer y lo compruebas tú mismo?

-Otro dí­a, no vamos a dejarte sola.

-No estoy sola, me quedo con el iPod.

-Y las rosas.

-Y las rosas - repetí riéndome.

Cuando regresó mi madre acompañada de una auxiliar y con sendos jarrones de cristal portando las rosas nos pilló bromeando,aún cogidos de la mano, y no pudo disimular su sorpresa.

-Mamá, George te lleva a comer porque quiere contarte no sé qué alguna cursilada creo.

-¿Ah, sí? - nos miró risueña.

-Perfecto, me encantan las cursiladas. ¿En serio, nos vamos a comer? Pensé que no querrí­as dejar sola a Brittany

-Y no quiero, pero me acaba de decir Santana que le tiene que dar la pomada otra vez. Así que podemos aprovechar para comer rapidito.

Ahora fui yo quien sonrió como una niña pequeña. Por fin iba a ver a Santana otra vez.

-¿Qué pomada? - preguntó George.

-Ahora te cuento - respondió mi madre mientras miramos a Santana caminar hacia nosotros empujando un carrito.

Tenía el corazón a mil por hora.

Cuando nos quedamos solas creí que se me salía por la boca.

-¿Qué tal estás?

-Mucho mejor, gracias.

-¿Te duele menos?

-Casi ni me duele.

-¿Y las náuseas?

-Estoy muy bien, de verdad.

-Me alegro - sonrió observándome.

Reparé en que se dio cuenta de lo tensa que estaba. Me sentí­a tan nerviosa que no alcanzaba a responder a sus preguntas de una manera espontánea.

-¡Anda!- exclamó.-¡Menudo iPod!

-Sí, me lo ha regalado George - dije mostrándoselo.- Como el mío se rompió ayer pero este es mucho mejor.- Ya veo - lo miró detenidamente.

-¿Este es el famoso iPod Touch?

-Sí, aparte de escuchar música puedes ver vídeos y películas, grabar en alta definición.

Su mirada y su belleza atendiendo a mis alabanzas a las nuevas tecnologí­as empezaban a resultarme irresistibles. Se habí­a soltado el pelo otra vez y estaba tan guapa que casi me costaba mirarla.

-¿Qué tal la mañana?¿Mucho trabajo? - pregunté.

-En absoluto. Tengo una paciente más fuerte que un roble que no se queja nunca. No me da nada de trabajo.

-¿Y qué le ha pasado?

-Hablo de ti, Brittany.

Sonreí aturdida.

-Ah, pero yo sé que te doy trabajo, del peor además.

Una mueca divertida se describió en su rostro.

-¿Podría ver tu pecho?

-Bueno

-Con tu permiso - dijo cogiendo el iPod de mi mano.- Te lo dejo en la mesilla.

-Kling ha estado aquí­ esta mañana.

-Lo sé.¿Y qué tal?

-Bien. También ha estado viendo mi pecho, aunque no estoy segura de que haya reconocido el dibujo de su parachoques.

-Pues deberí­a.

La miré al tiempo que se enfundaba los guantes. Su tono de voz se había vuelto más seco.

-Era una broma.

-Ya, pero a mí no me hace gracia.

En realidad, si no llega a ser por él no te hubiera conocido.

Eso no lo digas ni en broma.

No dije nada más. Era obvio que a ella no le hacía gracia el tema y que no consideraba, como yo, que no había mal que por bien no viniese. Si para conocerla tenía que pasar por ser arrollada por el coche de Kling, a mí no me suponía el más mí­nimo problema. Era capaz de volver a ponerme delante de un coche si me garantizaban que así podría verla todos los dí­as. Decidí­ estar callada y dejarle tranquila mientras hací­a su trabajo. Pero no pude evitar sentirme dolida al ver que ella no le habí­a dado importancia al hecho de haberme conocido.

-¿Te hago daño?

-No, tranquila, puedes seguir.

-Eres muy fuerte,¿lo sabías?

-Sí, como un roble,¿no?

Se sonrió con mi ironía.

-Más que un roble.

-Es verdad, más que un roble - repetí aceptando la puntualización.

-Puedes quejarte si te duele.

-De acuerdo, gracias.

Paseó sus ojos por mi cara y luego continuó con su labor.

-Tengo un periódico de hoy - habló después de un largo rato en silencio. Luego te lo traigo.

-Muchas gracias - me agradó que se acordara de que lo leía.

Mi madre también tenía uno, pero no quise decirlo y estropear el detalle que acababa de tener conmigo.

-¿Puedo preguntarte desde cuándo lees el periódico?

-Desde los diez u once - tardé en responder.

Volvió a estudiar mi rostro.

-¿Qué CI tienes?

Me sorprendió que tomara en serio mi respuesta.

-Solo leo la cartelera y el horóscopo - ella arqueó una ceja con escepticismo.- Muchas gracias dije mientras me cubría.

-Un placer - me miró.- Pero aún no hemos terminado, falta una cosa más.

-¿El qué? - pregunté rezando que no tuviera nada que ver con la otra mitad de mi cuerpo.

-Los dientes. Esta mañana te he perdonado porque estabas con náuseas, pero si ya estás bien Si prefieres que lo haga tu madre no hay problema.

La observé aprovechando que escribí­a en mi historial.

Eso no me importa. Lo puedes hacer tú, si a ti no te importa claro.

Cambió el bolí­grafo de mano y me cogió el moflete cariñosamente.

-¡Pero cómo me va a importar, Brittany! - exclamó volviendo a su escritura.

Entre las dos manos escayoladas y la escasa resistencia que me quedaba en los brazos debido a las contusiones, Santana tuvo que hacer el trabajo prácticamente sola.

-Pues no te pega nada leer el horóscopo - espetó de pronto.

Me reí con el cepillo de dientes dentro de la boca.

-Pues lo leo  pronuncié como pude.

-Pero no te lo crees, ¿verdad?

Negué con la cabeza.

-¿Qué signo eres? - me animé a preguntar.

-Adivínalo, tú que eres la experta - respondió burlona.

Me sequé los labios suavemente con una toalla y comenzó a recoger todo el material, ordenándolo en el carrito. La vi mirar el ramo de rosas que se encontraba en mi mesilla y luego dirigió la mirada al otro ramo, sobre la mesita frente al sofá cama.

-Estas rosas son realmente bonitas - exclamó al tiempo que se aproximaba a olerlas.

-No a tu lado - no pude evitar afirmar.

Se quedó paralizada un instante antes de inclinarse ligeramente sobre el ramo para aspirar su aroma. Después, volvió a su carrito y retiró el envoltorio a una barra de cacao y se dispuso a aplicármela. Era notorio que habí­a preferido ignorar por completo mi cumplido. Ni siquiera me miró a los ojos cuando lubricó mis labios.

-¿Qué vas a hacer ahora? - me atreví a preguntar a pesar de su silencio.

-Comer.

-¿Y comes sola o acompañada?

-Depende del día.

-Si pudiera te acompañaría.

-Gracias.

-Si me consigues una silla de ruedas podría ir contigo.

-Prefiero que descanses.

-Y yo prefiero estar contigo.

Me clavó la mirada durante unos segundos.

-Tienes que descansar, estás aquí­ para ponerte bien.

-Pero si ya estoy muy bien, con la crema esta ya no me duele nada.

-Me alegro de que te encuentres mejor, pero no estás bien, Brittany.

-Me aburro.

-Ahora tienes un iPod nuevo y hoy puedes ver la tele si quieres.

-A la que quiero ver es a ti. Me aburro sin ti.

-Por favor no sigas por ahí.

-Perdona, lo siento - me disculpé al ver que la incomodaba con mis apasionadas declaraciones.

Su mirada vagó por mi rostro de nuevo.

-Perdonada.¿Te paso el iPod?

-Gracias.

Se sonrió con mi tono de resignación.

-¿A qué hora vuelves? - necesitaba saber.

-En un par de horas.

-Bueno pues aquí­ estaré esperándote.

-De acuerdo - dijo en voz baja.

Se oyó un suave toque en la puerta y entró mi madre.

-Te echaré de menos - susurré evitando que mi madre pudiera oí­rme.

Volvió a mirarme fijamente y yo le mantuve la mirada hasta que decidió girar sobre sí misma y encaminarse hacia la salida. En un segundo desapareció con su bata blanca tras la puerta y su ausencia trepó por mí­ ser, como lo hace la hiedra en las paredes.
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Mensaje por Monze30 Sáb Jun 06, 2015 3:26 am

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Mensaje por micky morales Sáb Jun 06, 2015 11:31 am

brittany es muy lanzada y santana muy comedida, a ver como siguen las cosas entre ellas!
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Mensaje por Mico4 Dom Jun 07, 2015 1:54 am

Capí­tulo 4


Jugueteé con el iPod entre mis manos y observé a mi madre manipulando unos libros que acababa de sacar del armario.

-Mamá,¿echas de menos a George cuando no estás con él?

-Se giró y me miró con verdadera sorpresa.

-Cuando estoy contigo no.

-En serio mamá - insistí.- ¿Le echas de menos?

-Sí, claro que le echo de menos.

-¿Estás deseando que acabe de trabajar para verle?

Asintió con una sonrisa.

-¿Estás enamorada de él?

-¿A qué viene tanta pregunta?

-Él lo está de ti, me lo ha dicho hoy.¿Y tú de él?

-Sí -  me respondió en voz baja.- Pero lo más importante de mi vida eres tú, ya lo sabes.

-Mamá, no es un reproche. Solo quiero saber si tú también le quieres. No hay nada de malo en ello.

-Sí. Sí le quiero.

-¿A mi padre también le querías?

-¿Qué te ocurre, cariño? - me preguntó con preocupación acercándose a mi cama.

-Nada, no me ocurre nada.¿Le querías?

-Ha pasado mucho tiempo, pero sí­, sí­ le querí­a.

-¿Y él a ti?

-A su manera supongo que sí. Pero a ti siempre te ha querido mucho.

Me quedé helada.

-Nunca me habí­as dicho eso Siempre pensé que no quiso saber nada de ti cuando te quedaste embarazada.

-No, no fue así.

-Apenas me has contado cosas de mi padre, y como las pocas veces que yo te he preguntado veía el dolor en tu mirada siempre lo he dejado pasar.

-Nunca te he contado lo que ocurrió porque no quería mentirte.

-¿Tan horrible es la verdad? - pregunté con cautela.

-No, no es horrible. Solo que te veóa muy joven como para contártela.

-¿Y aún me ves así­?

-Siempre te veré como a una niña. Pero supongo que ya no lo eres tanto. Y por otro lado, tienes todo el derecho del mundo a saber quién es tu padre.

-Sí quién es Jonathan Pierce, el chico blanco que aparece contigo en toda esa cantidad de fotos que guardas con tanto recelo.

-Efectivamente.

-En realidad yo solo quería saber si querías a George. Ya sabes que me cuesta creer que una mujer se pueda enamorar de un hombre. Como yo no les encuentro nada atractivos

-Lo sé.

-Ya sé que lo sabes, eres mi madre.

Se echó a reí­r y acercó una silla junto a mi cama.

-¿Quieres saber lo que ocurrió?

-Solo si tú me lo quieres contar. No necesito un padre, y mucho menos a estas alturas.

Me acarició la mejilla y tomó aliento. Después comenzó a hablar.

Conocí a tu padre en mi primer año de carrera. Teníamos la misma edad, solo que él estudiaba telecomunicaciones y yo bueno eso ya lo sabes, arquitectura. En aquella época se hacían muchas fiestas los fines de semana, donde se reunían estudiantes de diferentes facultades. En una de esas fiestas fue donde le conocí­. Me llamó la atención su forma de ser. Era diferente. La mayorí­a de los hombres, y en eso te doy la razón, hija mía, son imbéciles, y con dieciocho años son patéticos. Sin embargo, él no era así­. Era tímido, educado, respetuoso y no iba de machito fanfarrón por la vida. Tenía mucha más conversación que el fútbol y las mujeres. Enseguida encajamos y nos hicimos muy amigos. Aquella amistad nos llevó a una etapa más y comenzamos a salir juntos. Más tarde pasamos a mantener relaciones. Ya llevábamos juntos un tiempo cuando, un mes de octubre, descubrí que no me vení­a la regla. Enseguida supe que estaba embarazada. Lo supe porque lo sentí­a en mi interior. Fui a una farmacia y me hice con un test de embarazo. Y efectivamente, estaba embarazada de ti - dijo cogiéndome de la mano.- Con la confirmación del embarazo me acerqué a su casa para darle la noticia, pero no había nadie. Sus padres viajaban mucho y era habitual que no estuvieran, y como en aquella época no habí­a móviles a los que llamar, me volví al coche y me quedé allí esperando, pensando en que no tardarí­a en regresar de donde fuera que hubiera ido. Ya llevaba un tiempo en el coche esperan o cuando otro coche apareció y estacionó enfrente. Había oscurecido, pero pude ver al chico rubio que conducí­a.

Permaneció allí un rato, hasta que me di cuenta de que había alguien más con él y que se estaban besando y abrazando. Cuando la puerta del copiloto por fin se abrió, y supongo que esperaba encontrar a una chica saliendo de él, no pude creer lo que estaba viendo Era mi novio quien cerraba la puerta y corría hacia su portal desapareciendo de mi vista en unos segundos.

-¿Mi padre era gay? - pregunté tratando de no reírme por respeto a mi madre.

-Sí­, es gay.

-Lo siento mamá - dije acariciándole la mano.

-No, por Dios, no lo sientas por mí­. Yo solo lo sentí por ti.

-Pues por mí­ no lo sientas. De hecho me acabas de dar una alegría Siempre pensé que habí­a sido un cerdo asqueroso contigo.

-No, no lo fue. Desde luego que no hizo las cosas bien y que me engañó, pero más tarde entendí que él solo habí­a tratado de vivir una vida que no le correspondí­a. Las cosas antes no eran como lo son ahora. Supongo que nunca es fácil ser gay, pero hace casi dos décadas aquello podí­a suponer el rechazo de todos, incluida la familia, amigos, compañeros.

-¿Y qué ocurrió entonces?

Respiró con profundidad y después continuó.

-Me armé de valor y subí a su casa. Le dije que habíamos terminado, que me había mentido y que le habí­a visto con otro chico. Lloró desesperado durante horas y me rogó que le perdonara, que no se lo contara a nadie. Y así lo hice. Nunca jamás le conté lo sucedido a nadie.

-¿Pero no le dijiste que estabas embarazada?

-No. Después de la larga conversación que mantuve con él aquella noche decidí que lo mejor era no decir nada. Sin embargo, él lo supo meses después. Trató de mantener el contacto conmigo, pero yo lo evitaba siempre que podí­a. Una tarde, cuando ya estaba embarazada de seis meses, coincidimos por casualidad en la otra punta de la ciudad. Iba a ver a mi amiga Myriam y él no recuerdo qué hacía por allí. Cuando vio que estaba embarazada supo enseguida que era de él. Yo traté de negarlo, pero terminé por admitirlo. Me dijo que se casaría conmigo y que cuidaría de las dos. Se puso tan contento como un niño y deseaba responsabilizarse de sus actos, pero no se lo permití­. Le dije que yo habia cumplido mi parte del trato y que su secreto estaba a salvo conmigo, pero que no quería que mi hija tuviera un padre gay. Me dijo que cambiaría y todas esas cosas que uno llegar a decir como si fuera posible evitar la erupción de un volcán Llegamos a un acuerdo. él participaría en tu manutención, estudios, etc., y yo le dejarí­a verte a menudo mientras fueras pequeña. Después, le mantendría informado y le enviarí­a fotos de ti. También le hice jurarme que jamás te contarí­a que él era tu padre.

-Bueno hasta ahora lo ha cumplido, jamás he tenido noticias de él.

-Lo sé.

-¿Y le sigues manteniendo informado?

-Sí­, claro que sí­. Le veo dos veces al mes, más o menos. Fue él quien me convenció para que te dejara ir en moto.

-Ya decía yo

-En realidad te la regaló él.

-¿En serio? - pregunté sorprendida.

-Sí, a él también le encantan. En eso sois iguales.

-¿Me parezco a él?

-Muchísimo. La inteligencia, la tez clara,el cuerpo fuerte y atlético, la estatura¿O es que crees que la estatura la has heredado de mí?

-Ya imaginaba que no, es que eres muy pequeñita mami - dije cariñosamente.

-Para mi época no soy tan baja - protestó.

-¿Qué época es esa?,¿el Pleistoceno?

-¡Será¡ posible! - dijo levantándose de la silla y achuchándome como a un bebé.

-¿Le vas a decir que me lo has contando?

-No, si tú no quieres. Pero si quieres conocerle, por mí­ no hay problema.

Me quedé un tanto pensativa.

-Aún no lo sé. Por ahora no le digas nada.

-Como tú quieras.¿Estás bien?

Le di un beso en la mejilla.

-Muy bien, gracias por contármelo.

-¡Ves como no era para tanto!

-Supongo que no.

-Así que tengo un padre gay

-Eso parece.

-Podrías tomar nota.

-Sí, ya sé que te gustarí­a.

-¿Lo sabes? - hubo cierto tono de sorpresa en mi pregunta.



-Soy tu madre,¿recuerdas? - se rio.

Una vez más la espera se hizo larguí­sima. El vací­o que sentí­a en mi interior por la ausencia de Santana no era capaz de llenarlo con nada. Repasé los ví­deos de Anastacia que George habí­a cargado en mi nuevo iPod, pero ni siquiera ella y su magnífica voz consiguieron distanciar mis pensamientos de lo único que, empezaba a darme cuenta, me importaba.

Comprobé de nuevo la hora en el iPod. Habí­an pasado ya más de dos horas desde que cruzara la puerta de mi habitación para no regresar. Tampoco el hecho de que mi madre me hubiera puesto al corriente de la verdad sobre mi padre, habí­a calado en mí de una manera especial. Reconozco que me sorprendió y me agradó conocer que también él era gay, pero no habí­a despertado en mí el interés que pienso a otra persona le hubiera surgido tras averiguar la verdadera historia de su padre biológico. Al fin y al cabo, eso era precisamente todo lo que representaba para mí­, biologí­a. No era más que una cuestión de ADN. Fijé la vista en el picaporte de la puerta relucientemente blanca, con la esperanza de verlo girar hacia abajo. Pero aquello se hizo esperar. Y la espera trajo consigo tristeza, inevitablemente me dejó una profunda tristeza. Mi madre se incorporó de un salto cuando sonó su móvil y me indicó con un gesto que salí­a fuera a atender la llamada. No estaba segura, pero me pareció que era George. Me dio un vuelco el corazón cuando Santana cruzó la puerta que mi madre habí­a dejado abierta, apareciendo inesperadamente frente a mí­.

-¿Qué tal sigues? - preguntó.

-Bien, gracias,¿y tú?

-Yo también.¿Te duele?

Lo que me dolí­a era el corazón.

-Apenas, solo molestias, pero estoy bien - respondí. Posó una mirada silenciosa en mí durante unos instantes.

Sospechó que fue porque soné seca y distante. No tení­a ganas de hablar. Una extraña mezcla de sentimientos se había adueñado de mi voluntad durante la larga espera que me había supuesto verla de nuevo aquella tarde. Cuando quieras - dije retirando con torpeza la sábana que me cubría.

-Mañana o pasado te consigo sin falta un pijama - comentó examinando mi cuerpo desnudo.

-Muchas gracias, pero no hace falta, el camisón está bien.

-¿No me digas que te empieza a gustar?

-En realidad no, pero da igual, no te molestes.

Sus ojos me mantuvieron la mirada aunque no dijera nada. La estudié durante un segundo mientras se ponía los guantes de látex, después desvió la vista al techo para que pudiera hacer su trabajo sin sentirse observada. Permanecimos en silencio durante mucho tiempo. De hecho, el silencio era tal, que de vez en cuando se oía a mi madre hablar al otro lado de la habitación.

-No creas que me he olvidado de tu periódico - dijo de pronto.¿Eso lo quieres o tampoco

Me sonreí y cuando bajé la vista me encontré con su mirada burlona.

-Si tú ya no lo quieres

-No, ya he leído mi horóscopo. Y el tuyo también - añadió.

-¿Y cómo sabes cuál es el mío?

-Tengo tu ficha.

-Eso no vale, juegas con ventaja - se encogió de hombros sonriente.- ¿Y qué decía mi horóscopo? - quise saber yo.-¿Que tuviera cuidado al cruzar la calle?

-No, tenía que ver con rechazar algo, no lo recuerdo bien


-¿Un pijama, tal vez?- le seguí el juego.

-Sí, algo así Ya te digo que no me acuerdo bien me guiñó un ojo.

-¿Y qué decía el tuyo?

-Que iba a conocer a una chica que con tan solo dieciséis años ya estudiaba en la Facultad de Medicina.

-No me lo puedo creer - murmuré molesta.-¿Ya te lo ha contado mi madre?

-A mí me parece admirable.

-Tú también has estudiado medicina.

-Sí, por eso lo digo - se rio. Pero yo comencé a los dieciocho.

-Tampoco hay tanta diferencia.

-Empecé la carrera como el resto del mundo, a los dieciocho -puntualizó.

-Bueno, pues yo empecé un poco antes.

-Bastante antes, me parece a mí.

-Antes, simplemente antes.

-¿Cuánto antes?

-A los catorce - me rendí.

-O sea que estás en tercero.

-Sí.

-¿Sabes ya que especialidad te gustarí­a hacer?

-Oncologí­a, creo.

Levantó la cabeza para mirarme.

-Excelente elección.

-Gracias - respondí intrigada por su forma de mirarme.¿La tuya cuál fue?

-Urgencias.

-Excelente elección también, yo aún no la he descartado.

-Aún tienes tiempo para elegir y ver qué te gusta más.

-¿Si volvieras a empezar qué elegirí­as ahora?

-Oncologí­a - respondió sin titubear.

-Urgencias es duro,¿verdad?

-Todas son duras. Al final siempre ves dolor. En muchas ocasiones serás capaz de aliviar ese dolor y en otras no - me quedé callada observándola, porque el corazón se me hizo un nudo. No por lo que me dijo sino por cómo me lo dijo. Volvió a alzar la cabeza para mirarme.- Tranquila, gracias a Dios nunca he perdido a ningún paciente - sonrió con aquella sonrisa que me cortaba la respiración.

-¿De un infarto tampoco?

-No.¿Por qué de un infarto? - preguntó distraí­da.

-Por lo guapa que eres - confesé mirando cómo apretaba el tubo en busca de más sustancia blanca.

Se sonrojó levemente, pero continuó con su trabajo sin mirarme.

Nos quedamos en silencio otra vez y oí a mi madre hablar al otro lado de la puerta, se me habí­a olvidado por completo que había salido a atender la llamada. Me pareció extraño que tardara tanto si se trataba de George, por lo que pensé que igual tení­a que ver con su trabajo.

Sin decir nada, cubrió mi cuerpo con una gasa y subió la sábana para taparme.

-¿Has podido comer? - hablé para romper el silencio.

Por fin me miró, y cuando lo hizo parecí­a abstraída, como si su mente estuviera regresando de un lugar muy lejano.

-Una ensalada y pollo asado.

-¿Y qué tal?

-Vaya ya me lo dirás tú cuando te toque comer la comida de aquí.

-¿Un asco?

-No, tan mal tampoco. ¿Cuál es tu comida favorita?

Me hizo gracia su pregunta.

-No sé, tengo varias, pero si algo me encanta son los langostinos.

Asintió con la cabeza.

-A mí también me gustan mucho.

-¿Voy a volver a verte antes de que acabe tu turno? - me decidí a preguntar.

-Lo siento en el alma, pero sí, me vas a tener que ver otra vez. Voy a terminar convirtiéndome en tu peor pesadilla, ya lo verás.

-No es verdad, me encanta verte.

-Eso sí que no es verdad. A veces me da la sensación de que cuando vengo estás enfadada conmigo.

-Porque no te veo - murmuré.

-O sea, que lo admites.

-Sí, bueno, un poco. Pero luego se me pasa.

-¿Pero por qué te enfadas?

-Pues por eso, porque no te veo.

-Pero sí que me ves.

-No lo suficiente. Antes me has dicho que en un par de horas volvías y has tardado más, porque he estado mirando la hora en el iPod.

Soltó una carcajada.

-Pues toca el timbre.

-Pero eso es para una emergencia - repliqué.

-De la forma en que lo has dicho a mí me suena a una emergencia.

-Pues sí que lo es.

-Pues llámame.

-Pues lo haré.

-Hazlo, me parece bien. Prefiero venir cuando tú me avises a venir diez minutos más tarde de lo previsto y encontrarte enfadada conmigo.

El resto de la tarde transcurrió vací­a, tediosa y aburrida, como siempre que no contaba con la compañí­a de Santana. Cuando cruzó la puerta con su bata blanca, sin saber exactamente cuánto tendrí­a que esperar para volverla a ver, la pesadumbre me golpeó de lleno.

George regresó con su carácter natural y alegre. Lo cierto era que siempre estaba contento. Supuse que sería por volver a ver a mi madre. A mí­ me ocurría exactamente lo mismo cuando veía a Santana, aunque ella pensara que en ocasiones no lo demostrara. Estuvimos de charla los tres y me di cuenta de que era la primera vez que eso ocurría. Siempre desaparecí­a cuando George vení­a a casa y apenas habí­amos compartido alguna comida o cena durante el tiempo que llevaba viéndose con mi madre. Traté de disimular el vací­o que me provocaba la ausencia de Santana y aparenté estar interesada en la conversación que manteníamos, aunque mi cabeza estuviera al otro lado del pasillo, con ella, cómo no, con Santana.

Alcé la vista cuando tocaron a la puerta. Me sobresalté cuando descubrí que era ella la que entraba en la habitación.

-Hola, buenas tardes - saludó en general aunque su mirada se centró, un poco más de lo que me hubiera gustado presenciar, en George.

George se puso en pie para recibirla. Era siempre tan atento Con mi madre lo hacía constantemente y conmigo también, aunque nunca le había ofrecido muchas posibilidades de mostrarme su buena educación, porque siempre encontraba una excusa para salir por la puerta por la que él acababa de entrar. Yo también lo hubiera hecho si mi cuerpo me lo hubiese permitido. Si alguien merecía ese recibimiento desde luego era Santana, y no toda esa gente de la realeza que estaba acostumbrada a ver en la televisión.

-No, por favor - dijo Santana con amabilidad haciendo una señal para que volviera a sentarse. Solo venía a decir que ya han abierto el restaurante, por si les apetecía cenar. Yo me quedo con Brittany y así aprovecho para examinarla.

Cuando los dos desaparecieron, no antes de que mi madre me besara unas cuantas veces como si partiera a un lejano destino, hablé.

-Yo también me hubiera levantado para recibirte si este hematoma me dejara moverme - confirmé.

-Gracias - sonrió. No te preocupes que dentro de poco estarás mucho mejor. Aquí tiene su periódico de hoy, señorita - anunció alargando el brazo hacia mí­. Cuando fui a cogerlo lo retiró burlona.- Pero prefiero que sigas sin leer por lo menos hasta mañana. Así que te lo guardo aquí - añadió abriendo el segundo cajón de la mesilla.

La observé mirar las rosas mientras empujaba el cajón. Me gustaba cómo las miraba. Se las hubiera regalado todas, si no hubiese sido porque semejante gesto delataría en exceso mis sentimientos por ella, y eso hubiera provocado con absoluta seguridad su rechazo.

-Muchas gracias por acordarte.

-No hay de qué.¿Quieres que te lo lea?

-No, muchas gracias, solo te faltaba eso. Pero me puedes hacer un resumen, en realidad con tu opinión me basta.

-Un horror, el mundo está hecho un verdadero horror.

-Y a mí que ahora me parece el lugar más maravilloso que se pueda habitar - Hablaba en general.

-Y yo en particular.¿Y tú mundo cómo está? - quisé saber.

-Si lo comparo con todo lo que está ocurriendo ahí fuera, maravilloso.

-¿Y si no lo comparas?

Me miró fijamente a los ojos con aire pensativo.

-Desconcertado - tardó en responder.

-¿Siempre escoges las palabras cuidadosamente antes de hablar?

-Cuando hablo contigo sí.

Me impactó su sinceridad.

-¿Para no dar pie a nada?

-No lo sé.

-Tranquila, no he usado el timbre y no lo voy a usar -confirmé.- Aunque me esté muriendo de ganas por verte.

-Lo sé - dijo ruborizándose ligeramente.

-¿Vení­as a tomarme la tensión?

-Sí, pero también para ver cómo estabas.

-Pues estoy como siempre, mucho mejor cuando te veo que cuando no te veo.

-Lo apuntaré en tu hoja de seguimiento - murmuró ajustándome el tensiómetro.

-Apúntalo, me parece bien - dije estirando el brazo para alcanzar su barbilla.

Alzó la vista y me miró intensamente. Después, rodeó con su mano libre mis dedos y bajó mi brazo hasta apoyarlo de nuevo sobre la cama.

-Te va a doler, y más con el tensiómetro puesto - habló sin soltarme la mano.

-No me importa.

-Pero a mí sí­.

-Estoy bien.

-Lo estarás, pero ahora no lo estás - estiró los cuatro dedos que la escayola me dejaba libres, sosteniendo el peso de mi mano sobre su palma. A continuación los rozó suavemente con el pulgar.-¿Qué tal llevas las escayolas?

Sentí cómo se deshacía el contacto entre nosotras cuando se disponía a retirarme el tensiómetro.

-Bien, a veces me pica, pero hasta el momento es soportable.¿Tengo las manos hinchadas?

Se giró de nuevo hacia mí y deslizó su mano bajo mis dedos para elevarlos sobre el colchón, observándolos un instante.

-No, que va, las tienes muy bonitas - dijo con una naturalidad asombrosa.

No pude evitar sonreí­r. Era la primera vez que oí­a a Santana decir que le gustaba una parte de mi cuerpo. Aunque en realidad, no habí­a dicho que le gustara. Solo habí­a mencionado que las tení­a bonitas. Como siempre, escogí­a una cuidadosa forma de hablar que dejaba abiertas muchas posibilidades, pero nada en concreto.

-Gracias. Tú también las tienes muy bonitas.

Se sonrió para sí y caminó hacia el extremo de la cama.

-Va a ser mejor que me vaya - me costó entenderla por el tono tan bajo que había empleado.

-Hasta mañana entonces - murmuré.

Giró la cabeza en mi dirección y me miré de nuevo.

-Trata de descansar.

Asentí como si nada. No querí­a que viera mi decepción tras su repentina decisión de salir a toda prisa de allí­.

-Tú también.

-Marley habrá llegado ya - volvió a hablar mirando su reloj.- Si necesitas cualquier cosa...

-Sí, lo sé, no te preocupes. Tengo el timbre - la interrumpí.

-Sí.. - titubeó - el timbre.

-Tranquila, vete ya, estaré bien.

-Buenas noches - se despidió posándome brevemente la mano sobre el brazo desnudo.

-Buenas noches - respondí flexionando el brazo para tocarla, pero mis dedos apenas rozaron su codo bajo la bata blanca.
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

Mensaje por micky morales Dom Jun 07, 2015 9:31 am

este gusto entre la dos se esta alargando mucho para mi gusto!
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Mensaje por Daniela Gutierrez Dom Jun 07, 2015 4:10 pm

Así que Britt resulto ser una genio, que genial que también este estudiando medicina.
Una razón más para que estén juntas.
Y el padre de Brittany gay, eso no me lo podía creer, espero que pronto se decida por conocerlo personalmente.
Nos leemos m en tu siguiente actu.
Cuídate
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Mensaje por Monze30 Lun Jun 08, 2015 2:31 am

Me encanta Britt siendo tan sincera y diciéndole las cosas así a San, wow lo del papa de Britt no me lo esperaba y tampoco que Britt fuera una genio pero me encanta que tengan eso en comun.
Espero con ansias la próxima actualización
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Mensaje por Elita Mar Jun 09, 2015 12:44 am

Pues aquí esperando a que actualices *---*
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Mensaje por Monze30 Mar Jun 09, 2015 1:44 am

Por favor actualiza pronto :(
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Mensaje por Elita Miér Jun 10, 2015 10:42 pm

Actualizaaaa por favor :D
Por cierto, cual es el nombre del libro original??
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Mensaje por 3:) Jue Jun 11, 2015 10:59 pm

holap,..

nueva lectora,..
me encanto la historia,... me gusta lo lanzada que es britt con san jajaja,... es difícil para san la posible diferencia de edad,..
intenso lo del padre de britt,..!!
espero y actualices pronto!!!

nos vemos!!!
3:)
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Mensaje por Mico4 Vie Jun 12, 2015 1:31 am

Siento no haber actualizado en estos días, pero no fue con intención, lo que sucedió es que intentaron meterse a robar a mi casita:c pero el imbécil se cayó y no lo logró JÁ! para ti dfsjd uhm también les quiero avisar que no actualizaré este fin de semana porque tengo que viajar u-u peeeeeeeero el lunes si o si actualizo el fanfic :3 también MUCHÍSIMAS gracias por sus comentarios, son las mas lindas, hermosas, preciosas :3 y y y bueno eso era todo y acá el capitulo de hoy (?)

PD: el libro original se llama "Lorna" ES JODIDAMENTE BUENO!









Capítulo 5

Aquella noche soñé con Santana. Era muy temprano cuando me desperté con su recuerdo. Era demasiado real. Miré a mi madre, que seguía durmiendo, y cerré los ojos tratando de sumergirme de nuevo en aquel sueño que continuaba latente en mi cabeza. Un suave y cálido tacto envolvió los dedos de mi mano derecha. Giré la cabeza en esa dirección y abrí­ los ojos. Cuando vi a Santana junto a mi cama pensé que aquella visión era parte del sueño, luego empezó a hablar y fui consciente de que aquello estaba pasando en realidad.

-Buenos dí­as - susurró.¿Has dormido bien?

-Buenos días - la miré con los ojos entreabiertos.- Sí­, muy bien,¿y tú?

-¿Qué tal te encuentras hoy?

-Mucho mejor - dije acariciando su mano instintivamente. Cuando me di cuenta de mi propia muestra de cariño, me quedé paralizada pensando en que quizá mi gesto la habría molestado. Sin embargo ella solo sonrió y continuó con su mano en la mía.

Siento haberte despertado, pero son casi las nueve y hay que darte la pomada. Tendrí­amos que habértela dado a las ocho pero me daba pena despertarte. Cierra los ojos - añadió alejándose y abriendo las cortinas.

La luz del dí­a me cegó unos instantes. La observé mientras ella miraba por la ventana. Su pelo parecía más castaño bajo los rayos del sol. Llevaba una camisa negra y un pañuelo alrededor del cuello, que contrastaban impactantemente con su melena oscura y el color de su piel. Me quedé hipnotizada por aquella espectacular belleza. Cuando sus ojos me miraron el pulso se me aceleró.

-Tu madre ha ido a desayunar, subirá en un rato.

Asentí a modo de respuesta. Me había quedado sin voz. Sentí­a la garganta seca y no pensaba que pudiera pronunciar una sola palabra sin que se notaran mis palpitaciones.

-¿Te ha comido la lengua el gato?

Negué con la cabeza y apreté con fuerza los dedos contra las escayolas en un intento por controlar el temblor.

-¿Te encuentras bien, Brittany? - preguntó acercándose a la cama otra vez.

Asentí una vez más porque seguí­a sin poder hablar. El pulso me latí­a descontroladamente en el cuello, como jamás me había ocurrido antes.

-Estás temblando - observó cuando estuvo a mi lado.- ¿Tienes fiebre? - Su mano se posó en mi frente.- No lo parece - la oí murmurar.-Tienes el pulso a mil por hora - habló otra vez.

Su mirada se movió rápida. Analizó las ví­as, después el gotero y de un solo golpe retiró la sábana y observó bajo la gasa. Estudió mi cuerpo desnudo y me separó el muslo derecho suavemente para mirar entre mis piernas.

-¿Te molesta la sonda? - volví a negar con la cabeza.- ¿Te duele el pecho?¿Tienes ganas de vomitar? Háblame, por favor, Brittany.

-Estoy bien. No me duele nada - me tembló la voz. Sentí­a mucho calor y el sudor me empapó las sienes.

Me cubrió de nuevo cuando reparó en la tensión de los músculos de mi rostro. Se apoyó contra la cama y pasó los dedos por mi sien, secándome el sudor.

-¿Qué te ocurre?

Cuando volvió a acariciarme me di cuenta de que sus dedos se habían humedecido con mi propio sudor.

-Nada, de verdad. Estoy bien - respondí sin mirarla.

Bajó la mano y me cogió de la barbilla girándome la cara para que la mirara.

-Me has asustado,¿lo sabes?

-Lo siento - murmuré, pero no la miré.

Tragué saliva cuando su mano volvió a dirigirse a mi cuello. Todos los esfuerzos que había hecho para controlarme se desvanecieron para volver a sentir cómo el pulso golpeaba contra las yemas de sus dedos.

-Tranquila - susurró, y dejó apoyada la mano sobre mi cuello.

Apenas podí­a apreciar el peso de esta pero sí­ su calor, y de vez en cuando, el suave roce del pulgar contra mis palpitaciones.

-Hay que bañarte - dijo en voz baja cuando esperó a que me tranquilizara.

Antes de que me diera tiempo a reaccionar habló otra vez.

-Por cierto,¿has ido al baño?

-No.

-Pues tienes que ir.

-Aquí no puedo.

-¿Quieres un laxante?

-No, gracias.

-Brittany, tienes que ir.

-Santana, no. No pienso hacerlo en tu turno.

Me da igual que sea en el mío o en el de Marley, pero lo tienes que hacer.

-Si quieres que vaya al baño iré, pero a ese de ahí­ - dije señalando la puerta que había detrás de ella.

-Aún no puedes levantarte.

-Haz que alguien me ayude y lo haré.

-Te morirías de dolor, Brittany - suspiró.

-Prefiero morirme de dolor a que me pongas una cuña.

-¿Pero por qué eres tan cabezota con ese tema?

-¿De verdad hace falta que te lo explique?

Me miró fijamente a los ojos.

-Entonces no me dejas otra opción que delegar mi trabajo en otra compañera.

-¿Me estás haciendo chantaje? - le sostuve la mirada.

-No, en absoluto. Pero yo soy tu médico y tú mi paciente, y si no me dejas hacer bien mi trabajo lo mejor será que lo haga otra persona. Tú estás aquí para ponerte bien.

-Y yo quiero que lo sigas siendo, pero no me pidas eso.

-¿Sabes lo que tardarí­a cualquiera de mis compañeros en ponerte un enema? - me preguntó sin apartar la vista de mí.- Es que ni siquiera te darí­an la posibilidad de hablar, como te la estoy dando yo.

-De acuerdo - suspiré. Luego, en el turno de Marley.

-¿En el de Marley? - preguntó llevándose las manos a las caderas.

-Sí - respondí asintiendo al mismo tiempo.

-¿En el mío no? - sonrió incrédula.

-No.

-Esto es increíble - exclamó - en mi vida he conocido a alguien parecido

La observé con aquella expresión de asombro reflejada en el rostro y los brazos en jarra. Me encogí­ de hombros y sonreí­.

-A mí no me hace gracia.

-¿Qué quieres que te diga? Pues sí, tengo estreñimiento psicológico, a todo el mundo le pasa. Además, para que salga tendrá que entrar, y no he comido nada desde el sábado por la mañana.

Su mirada se dulcificó.

-En el turno de Marley - confirmó.- Ahora vamos a bañarte.¿O también vamos a tener un problema con eso?

No me atrevó ni a respirar, y negué con la cabeza.

Cuando Santana regresó a la habitación llevaba puesta su bata blanca y lo hizo acompañada de una chica muy joven.

Nos presentó y nos saludamos. No quise preguntar por Marley. Daba por hecho que su turno había terminado y estarí­a en casa descansando. La noche anterior, después de que se fuera Santana y antes de la hora de dormir, Marley apareció para hacerme la cura. Me dolió que no lo hubiera hecho Santana antes de acabar su turno como habí­a ocurrido el día anterior, pero sabí­a que habí­a preferido marcharse. Hablamos durante todo el proceso. Me contó que tení­a veintinueve años y que actuaba con su grupo muchos fines de semana en un local llamado Havet. Ella era la cantante, aunque también tocaba en ocasiones la guitarra y los teclados. El grupo lo formaba ella con cuatro amigas más. Quise saber si Santana era parte de la banda, aunque algo me decía que no. Tení­a aspecto de pertenecer a muchas cosas, pero desde luego no a una banda que tocaba en locales nocturnos. Luego supe que en Noche Vieja también les habían contratado para actuar, por lo que le habí­a pedido el cambio de turno a Santana. Havet era un local que yo conocí­a, no precisamente por haber acudido, sino porque se encontraba en el barrio gay de la ciudad. Efectivamente, era un local con música en directo por las noches, y aunque no era el único de la zona sí uno de los más famosos, antiguos y prestigiosos, especialmente entre las mujeres. Según había leído, era un local exclusivo para chicas, aunque viendo cómo había cambiado el barrio gay, donde ahora los heteros paseaban su amor sin complejo por las calles de lo que en un tiempo se consideraba la zona prohibida, era muy posible que hoy en dí­a admitieran la asistencia masculina además de la heterosexual. No pregunté. Sin embargo, sí­ pregunté por la asistencia de Santana a sus conciertos.- Sí, ha venido un montón de veces. Le gusta mucho - me confirmó Marley.- Y tú también puedes venir siempre que quieras. Estás invitada - añadió.

El corazón me dio un vuelco. Acepté la invitación encantada. Especia mente, sabiendo que ese serí­a un posible lugar donde volver a ver a Santana cuando saliera del hospital. Entonces, me di cuenta de que la noticia sobre mi alta médica no me harí­a la misma ilusión que a otro paciente común, que estarí­a encantado de haberse recuperado de cualquiera que fuese su dolencia y de volver a casa con los suyos. Para mí solo significaría distanciamiento, vacío y sensación de pérdida absoluta de lo que, cada segundo que pasaba iba siendo más consciente, era lo único que me importaba de verdad en el mundo: ella, Santana Lopez.

La miré y vi que conservaba el semblante serio mientras hací­a su trabajo. Habí­a terminado por fin el proceso de higiene personal, que cuando le tocaba el turno a la mitad sur de mi cuerpo, mis músculos se tensaban como barras de hierro. Aunque reconozco que habí­a algo en mí, que no le disgustaba del todo tener el cuerpo desnudo y expuesto a la vista de Santana, hubiera deseado que ese momento se produjera en otra situación más í­ntima y romántica, donde yo no hubiese tenido problemas de movilidad. En cuanto terminaron de cambiar las sábanas, Santana le comunicó a la joven enfermera que podí­a retirarse. La chica así lo hizo. Le di las gracias y nos despedimos la una de la otra. De nuevo me quedé a solas con Santana. Fijé los ojos en ella cuando empezó a aplicarme delicadamente la crema. Sin embargo, no me devolvió la mirada. Retiré la vista y la dirigí al techo, como siempre que pasábamos por aquello y me constaba que ninguna de las dos estaba de humor para tonterí­as. Cuando terminó me cubrió con una gasa enorme que me tapaba hasta la mitad de los muslos.

-Ahora el pelo - anunció.

La miré empujar un lavabo portátil que no recordaba cómo habí­a llegado allí. Desapareció con él por detrás del cabecero de la cama. Después me colocó una toalla por los hombros y bajó hábilmente el cabecero. Sujetó mi cabeza con una mano y más tarde la dejo reposar sobre el lavabo.

-¿Estás cómoda?

-Sí, gracias.

-¿La altura también?

-Sí­, perfecto, muchas gracias.

No tardé en sentir el agua caliente mojándome el cabello y los dedos de Santana deslizándose entre ellos. Cerré los ojos y me dejé llevar por el calor del agua y de su tacto.

-¿Estás enfadada conmigo? - pregunté rompiendo el silencio.

-No.

Sus manos comenzaron a jabonarme y la ligera presión que sus yemas ejercían sobre mi cuero cabelludo me puso la piel de gallina. Traté de obviar el placer que me provocaba, pero el constante y sutil movimiento de sus dedos intensificaron mi estado de excitación.

-A mí me parece que sí­ - murmuré y abrí­ los ojos para mirarla.

Se inclinó sobre mí y su suave cabello me cayó sobre el rostro haciéndome cosquillas e impregnando el aire de su inolvidable aroma.

-Pues no, no lo estoy - me susurró al oído.

La proximidad de su rostro junto al mí­o, su pelo acariciándome y su aliento rozándome la oreja me obligaron a reprimir un gemido, al tiempo que un fuego recorrí­a todo mi cuerpo y no dejaba ni un solo poro de la piel libre de las brasas.

-Es que estás muy callada - hablé con la respiración entrecortada.

-Tal vez - dijo incorporándose de nuevo.- Pero eso no significa que esté enfadada.

Regresé al reconfortante calor del agua y de sus dedos recorriendo mi melena para deshacerse del champú que conservaba. Nos mantuvimos en silencio hasta que comenzó con la aplicación del suavizante.

-Marley me contó ayer que toca en el Havet los fines de semana.

Asintió no sin cierta sorpresa.

-Tocan muy bien, ella tiene una voz muy bonita.

-Me ha invitado a ir una noche - quise que supiera.

-Me alegro, seguro que te gusta.

-¿Vendrí­as conmigo?

-¿No crees que deberí­as ir acompañada de alguien de tu edad?

-No, no lo creo - manifesté con rapidez.- Un buen momento hubiese sido Noche Vieja, pero como tienes que trabajar he decidido quedarme aquí contigo para hacerte compañí­a - bromeé.

-No lo hagas por mí, puedes ir si te apetece. Además, estoy pensando en que aún estoy a tiempo de encontrar a alguien para que cubra mi turno esa noche.

-¡Nooo, por favor!

-¿Pero no querí­as ir en Noche Vieja?¿En qué quedamos entonces? - comentó divertida, envolviéndome la cabeza con una toalla.

-Quiero pasar contigo la Noche Vieja, el sitio me da igual.

-Me alegro de que te apetezca el plan, porque me temo que no tienes muchas más opciones en esta ocasión.

-Ni las quiero si tú no formas parte de ellas.

-Brittany - suspiró.

-No he dicho nada malo - me defendí­.

El silencio es lo que obtuve por respuesta. Frotó suavemente la toalla contra mi cabeza y a continuación comenzó a peinarme.

¿Entonces no vas a venir conmigo al Havet? - insistí.

-Creo que con la que tienes que ir es con Marley. Al fin y al cabo es ella quien te ha invitado.

-Pero yo quiero ir contigo.

-Pero a mí no me parece apropiado.

-¿Qué hay de malo en ir contigo?

-Nuestra diferencia de edad.¿Te parece poco?

Caminó por el lateral de la cama hasta el carrito y la vi coger un secador. Luego, regresó a su puesto justo detrás de mí­. No tardé en escuchar el motor del secador. Era una tarea imposible tratar de continuar la conversación con aquel ruido, además sabí­a que Santana no deseaba que siguiera insistiendo. Me callé y nos mantuvimos en silencio incluso cuando terminé de secarme el pelo y se dispuso a recogerlo todo. Me brindó una mirada como despedida antes de empujar el carrito y, como siempre, la vi desaparecer tras la odiosa puerta blanca.

Pasaban muy pocos minutos de las doce de la mañana cuando Rachel y Blaine aparecieron en la habitación para mi sorpresa. Esperaba verlos aquella misma tarde, especialmente a Rachel, pero cuando les vi de pie frente a mí­, antes de lo previsto, agradecí que hubieran decidido hacerlo y que mi madre no hubiera puesto ningún obstáculo al repentino cambio de planes.

Venían cargados de chocolates Cadbury, que repartieron entre la mesita que continuaba luciendo las rosas de mi madre y mi mesilla. Aunque aún no podí­a comerlos, se me hací­a la boca agua solo con ver el característico envoltorio morado que los recubría. Les invité a que comieran y me conformé con observar cómo el chocolate se deshacía en sus bocas y entre sus dedos.

Blaine era el tercero en concordia. Era muy alto y delgado, con una nuez prominente. Las patillas le llegaban siempre a la altura de los lóbulos de las orejas, ni un milímetro más ni uno menos, siempre perfectamente recortadas. Él no lo habí­a pasado nada bien, especialmente en el primer curso de la carrera. Sus ademanes afeminados y sus caminares saltarines habí­an provocado desde un principio el menosprecio de muchos, más ferozmente el de nuestros compañeros masculinos heterosexuales. Sí­, esos tan socialmente respetables que no dudan un instante en pagar dinero a cambio de sexo. Y si además consiguen que la chica más joven del local o de la calle sea quien tenga que hacer de tripas corazón para saldar la deuda, mejor que mejor. Esos de los que vivimos rodeados los carentes de respetabilidad social. Sin embargo, reparé en Blaine desde el primer dí­a en la facultad, cuando un corrillo de estudiantes se deshizo para cederle el paso en las escaleras que llevaban a las gradas del aula. Todos le observamos mientras bajaba los escalones, y todos se rieron cuando alcanzó la primera fila, todos menos nosotras dos. Ese fue el preciso instante en que Rachel y yo nos conocimos. Sus ojos me miraron perplejos después de observar la reacción de aquellos que nos rodeaban.

Caminó directa hacia mí y se presentó. Seguí su melena castaña hasta situarnos al lado de Blaine. No tardamos nada en conectar. A lo largo de los casi tres años que habí­amos compartido entre libros, horas de estudio y prácticas, habí­amos afianzado nuestra amistad consiguiendo un nivel de complicidad que en ocasiones me asustaba.

Estuvimos los tres con mi madre durante un largo rato, hasta que ella misma decidió concedernos un poco de intimidad para hablar de nuestras cosas. En el momento en que se cerró la puerta, me apresuró a hablar.

-Tenéis que hacerme un favor - rogué.

-¿Cuál? - preguntaron al unísono.

Les señalé las rosas de mi mesilla y les indiqué el lugar para ir a comprarlas. Había conseguido preguntar a George dónde se ubicaba la floristerí­a a escondidas de mi madre.

-Pero necesito una cosa más - añadí-, que se pague en efectivo para que no quede rastro. Os lo pagaré en cuanto salga de aquí­.

-¿Y por qué tanto misterio? - quiso saber Blaine.

-Porque no quiero que sepa que vienen de mí­.

-Ya,¿pero quién?

Tragué saliva.

-Santana Lopez.

-Santana Lopez - repitió Blaine.-¿Y a qué dirección enviamos las flores a Santana Lopez? - preguntó reprimiendo una risita.

-Aquí, a esta clínica - tuve que confesar.

-¿Quién es, tu enfermera? - habló Rachel.

-Eso no importa, solo os pido que lo hagáis. Sin preguntas, por favor - supliqué.

-¿Alguna nota? - preguntó Rachel.

-No - respondí­ sin pensar. En realidad no habí­a caí­do en el detalle de la nota, y cuanto más lo pensaba menos me gustaba la idea de que las rosas no fueran acompañadas de al menos unas breves palabras.

-Que diga Feliz Navidad - cambié de opinión.

-Pero eso se le dice a un empleado o a algún cliente, no a alguien que te gusta - argumentó Blaine.

Le miré a los ojos pensativa.

-No puedo poner nada más. Es lo mejor, créeme.

En esta ocasión aceptaron mi decisión sin rechistar.

Se acercaron más a mí y comenzaron a examinarme. Deformación profesional pensé para mí. Me acordé del mismo dí­a en que habí­a ingresado y pedido a Santana un espejo para mirarme. Ella se negó y tuve que aceptarlo. Pero mientras ellos observaban mi rostro y mis brazos desnudos con ambas manos escayoladas, entendí que era mi única oportunidad para conseguir ver mi imagen reflejada. Querí­a saber cómo tenía la cara, cómo estaba el rostro al que Santana hablaba y visitaba desde el sábado. Titubeé antes de hablar, pero finalmente les pedí que me consiguieran un espejo.

-No creo que sea buena idea - comentó Rachel.

-Ya me he visto - mentí.- Solo quiero ver si he mejorado desde ayer.

Blaine salió del baño con un espejo enmarcado.

-He tenido que descolgarlo - dijo como un niño después de hacer una trastada.

Compartieron el peso del espejo cada uno desde un lado de la cama y lo alzaron para que pudiera mirarme. De pronto, las palabras de Santana, que me aconsejaban que no me mirara, me vinieron a la cabeza. Aun así, levanté la vista para ver mi aspecto, no sin temer en cierto modo que pudiera encontrarme con algo que no estuviera preparada para ver. Suspiré con alivio cuando reconocí­ mi rostro en el espejo. Los puntos de sutura de mi ceja resaltaban sobre la piel, que habí­a palidecido por lo menos dos tonos de mi color habitual, incluso en invierno. Conservaba la hinchazón en esa zona, pero no me pareció exagerada. Se habían formado algunas costras dispersas del roce con el asfalto y el moratón de mi mejilla izquierda habí­a comenzado a amarillear. Con todo, no estaba tan horrible como habí­a llegado a pensar. Miré de nuevo el espejo y me di cuenta de que también mi cuerpo se reflejaba en él y quise averiguar más. Retiré la sábana y bajé la gasa que me cubrí­a, no sin antes emitir un quejido de dolor por el precipitado movimiento.

-Joder, Brittany - fue lo que oí decir a Rachel cuando mis ojos descubrieron el porqué de su exclamación.

Me quedé paralizada observando la mancha negruzca que cubrí­a mi tórax.

Me asusté con el color de aquella piel tan oscura. Parecí­a gangrena. Ni siquiera podí­a distinguir mi propio pecho ni mis pezones. Toda la piel habí­a sido invadida por el hematoma. Me consolé cuando vi que en el estómago el hematoma comenzaba a adquirir el color amarillento indicativo de su pronta desaparición.

-Brittany,¿se puede saber qué hacéis? - preguntó una voz.

Nos sobresaltamos los tres a la vez. Al girar la cabeza para descubrir a Santana con los brazos cruzados bajo su pecho y el gesto más serio y duro que jamás le habí­a visto, volví­ a sobresaltarme. Ni siquiera le había oí­do entrar ni caminar por la habitación ni había reconocido su voz cuando habló. Estaba tan inmersa e impactada con la visión de mi cuerpo que había olvidado por completo dónde me encontraba.

-Lo siento, solo quería verme - me tembló la voz.

Sus ojos se movieron rápidos entre Rachel y Blaine.

-¿Y vosotros le dejáis?

-Ha sido culpa mí­a, ellos ni siquiera lo sabían. He sido yo - me apresuré a defenderlos.

Rachel y Blaine agacharon la mirada bajo los ojos escrutadores de Santana.

-¿Y el espejo también lo has traído tú? - preguntó dirigiéndose a mí en esta ocasión.

-No, pero he sido yo quien les ha pedido que me lo alcanzaran.

Me escuchó con el semblante serio y la mirada fija en mis ojos. Después, dio un paso más hacia mí, obligando a Blaine a retirarse de su camino. Volvió a cubrirme, primero con la gasa y después con la sábana.

-Gracias - murmuré.

-Hay que darte la pomada - anunció.- Chicos si me permitís - volvió a mirarles.

-En realidad estábamos a punto de irnos - habló Rachel.

Entonces os dejo para que os despidáis.

Nos mantuvimos en silencio mientras se alejaba. Cuando cerró la puerta los dos hablaron a la vez.

-¿Es Santana?

Asentí con la cabeza.

-Es muy guapa pero ¿no es un poco mayor para ti? - observó Blaine.

-También lo es el de Anatomía Patológica y yo no te digo nada - espeté.

El corazón me dio un vuelco cuando unos breves golpes sonaron en la puerta después de que se marcharan los chicos. Supuse que era Santana y efectivamente no estaba equivocada.

-Hola - saludó desde el umbral de la puerta clavándome la mirada. Luego la cerró con lo que me pareció un leve portazo y caminó con paso decidido sin apartar la vista de mí­.

La observé en su recorrido hasta la cama. Sabí­a que estaba enfadada conmigo.

-Hola - respondí cuando estuvo a mi lado.

Dobló la sábana cuidadosamente por encima de mi pubis y más tarde se deshizo de la gasa que me protegí­a. La vi sacar el tubo del tercer cajón de la mesilla y enfundarse los guantes de látex. Como siempre que habí­a que aplicarme aquel unguento, su mirada se apartaba de mi rostro y se concentraba en toda la piel que tení­a que cubrir. Mi cabeza no dejaba de dar vueltas, buscando algo que decir para romper el silencio que ella estaba empeñada en mantener.

-¿Te apetece chocolate? - pregunté con cautela.

-No, gracias.

-¿No te gusta?

-Te lo han traí­do a ti.

-Pero yo no puedo comerlo.

-¿Desde cuándo eso es un inconveniente para ti?

No contesté. Apenas me miró cuando me hizo aquel reproche. Imaginé que pensaba que era una niña mimada que hacía siempre lo que me venía bien. Me mantuve en silencio, pero no podí­a apartar mi vista de ella. Al inclinarse más sobre mí para alcanzar mejor mi lateral izquierdo, su bata abierta me rozó la mano y sin pretenderlo atrapé un botón entre mis dedos para acariciarlo. Me quedé allí­ sintiendo el suave tacto del botón bajo la yema del pulgar. A cualquiera le podrí­a haber parecido una tontería, sin embargo, a mí me hacía sentir más próxima a ella. Se incorporó antes de que pudiera desprenderme de su bata y dirigió la mirada hacia donde habí­a advertido que le oponí­an resistencia. Solté el botón después de que me viera aferrada a él.

-¿Te estoy haciendo daño? - me miró.

-No - negué avergonzada-,perdona.

-No importa.¿Seguro que no te duele?

-Seguro.

-¿Sabes?, eres la persona con el umbral del dolor más alto que conozco.

-Y tú con el de la belleza.

Por fin sonrió. Empezaba a echar de menos su sonrisa.

-¿Siempre haces y dices lo que te da la gana?

-Sé que es lo que crees, pero tampoco es así. Solo quería verme la cara, era lo único que me preocupaba.

-Pero al darme cuenta de que el tamaño del espejo dejaba verme el cuerpo no he podido evitar mirarme el hematoma. Ha surgido sobre la marcha, no era mi intención inicial. De todas formas...

-No me vengas con el rollo de que es tu cuerpo y haces con él lo que te da la gana - me interrumpió cortante.

-No iba a decir eso - me defendí sorprendida y dolida por su reacción.- Solo iba a decir que en cualquier caso debería haberte hecho caso porque, aunque la cara la he encontrado mejor de lo que esperaba, el hematoma me ha impactado.

-Lo siento - se disculpó.

En ese momento no supe qué me habí­a impactado más, si el espeluznante color del enorme hematoma que campaba a sus anchas por la mitad de mi cuerpo o su hiriente comentario, del que deducí­a claramente que solo me consideraba una niña más de mi generación, jugando a ser mayor y a seducir a un adulto, sin importarme para ello desprenderme de mi dignidad y amor propio.

-No importa - dije desconcertada.



-Solo lo he dicho porque estaba enfadada. No quería que te vieras así.

La miré, pero no dije nada. Me empezaba a costar mucho mantener una conversación con ella obviando el daño que me habí­an hechos sus palabras.

-Gracias - dije cuando volvió a cubrirme con una gasa limpia.

-De nada, no tienes por qué dármelas.

Sentí que me observaba durante unos instantes antes de despedirse y abandonar la habitación. No la miré en ningún momento. Cuando oí cerrarse la puerta me entraron ganas de llorar y cerré los ojos con fuerza para reprimir el llanto. Todavía me encontraba evitando mis propias lágrimas cuando mi madre apareció anunciando que George estaba de camino. Hice esfuerzos por hablar con un timbre que no denotara que en cualquier momento podrí­a romper a llorar. Le dije que estaba cansada y que quería dormir. La convencí para que me dejara sola y que aprovechara para estar con George. Me alcanzó el iPod y echó las cortinas, dejándome prácticamente a oscuras. Después deseé que la música me transportara fuera de allí.

Giré la cabeza hacia mi derecha y vislumbré una figura en la penumbra de la habitación. Adapté la vista y adiviné la silueta de Santana. No la había oído entrar, sin embargo, no me asusté al verla de pie junto a mi cama.

-¿Te he despertado? - preguntó suavemente.

-No, tranquila, no estaba durmiendo. - Creí­a que sí­. Tu madre me ha dicho que querías dormir.

-Mi madre se pone muy pesada a veces - suspiré.-¿Hora de la cura?

-En unos minutos. También venía a ver cómo estabas.

-Estoy bien, gracias.¿Qué tal tú?

-¿Y por qué estás aquí­ tan sola en la oscuridad escuchando música?

Me encogí de hombros.

-Porque era lo que me apetecía. No quería más visitas ni más conversaciones.

-¿Eso va por mí también?

-Va por mi madre e George. Es un encanto, pero es su novio y no el mío.

-¿El tuyo es el de esta mañana, no? - ¿Me tomas el pelo, verdad? - se echó a reír.- Si quieres puedes encender la luz.

Mejor abro las cortinas.¿Te parece bien? - la seguí de reojo mientras rodeaba la cama.- Ya lo hago yo - dijo cuándo al girarse de nuevo hacia mí, me descubrió tratando de quitarme los auriculares de los oídos.

Nuestras manos se rozaron al darle el iPod y la seguí otra vez con la mirada de vuelta al otro lado de la cama.

-Te lo dejo aquí - añadió cuando alcanzó la mesilla.

-Gracias.

-¡No te lo vas a creer! - exclamó de pronto.

Levanté la mirada hacia ella y la encontré inclinada sobre las rosas oliendo su perfume.

-¿El qué?

-Acabo de recibir un ramo enorme de estas preciosas rosas rojas -respondió acariciando un pétalo.-¡Qué casualidad!¿No te parece? - me preguntó mirándome a los ojos con una deslumbrante sonrisa.

-Me alegro - murmuré, tratando de mantenerme lo más serena posible. Notaba que el corazón comenzaba a precipitarse y que me dejaría en evidencia en cualquier momento.

Apoyó la cadera contra mi colchón.

-Dime,¿no te parece una casualidad?

Le brillaban los ojos y seguía manteniendo esa sonrisa que me volví­a loca.

-No lo sé. Rosas hay muchas y todas tienen espinas

Su mirada me observó detenidamente.

-A mí me han encantado.

-Me alegro - volví a decir.

-Yo también, pero me alegrarí­a más si supiera quién ha sido para poder darle las gracias y decirle que son preciosas.

-¡Ah!,¿pero que no lo sabes?

Negó con la cabeza.

-La nota no vení­a firmada. Solo me deseaba «Feliz Navidad», con una letra muy bonita, por cierto.

Pensé en Blaine, tenía una letra preciosa hasta en los apuntes que cogíamos a toda prisa.

-Eso se le dice a un empleado o a algún cliente - repetí con exactitud las palabras de este.

-¿Tú crees? - dudó unos instantes.

-Igual ha sido tu jefe - sugeré.

-Entonces lo hubiéramos recibido todas. Además, los regalos de Navidad nos los dieron la semana pasada.

Creí­ por un momento que habí­a colado, pero me rebatió demasiado rápido el motivo por el que no podí­a ser un regalo de la clí­nica. Me estaba dejando sin argumentos y sabía que sabía que habí­a sido yo.

-No lo sé. Será un anónimo entonces.

-O anónima - me corrigió rápidamente.



-Vamos, un admirador secreto, es lo que quiero decir.

-O admiradora - volvió a corregirme.- ¿Por qué tiene que ser un hombre?¡Qué antigua eres!

Sonreí al fin. Me habí­a venido abajo desde que me hablara como lo había hecho.

-Porque tal vez es lo que prefieres - murmuré apartando la vista hacia la ventana.

Su mano se movió para cogerme la cara y con suavidad la giró hacia su lado.

-Tal vez no - me acarició la barbilla con el pulgar.

Sentí que se me poní­a la piel de gallina.

-Lo que tú prefieras.

-¿Es que puedo elegir remitente?

-Creo que ya es un poco tarde para eso.

-Qué pena - se lamentó.- Si no, habrí­a tenido muy claro quién me hubiera gustado que fuera.

-¿Quién? - no pude evitar querer saber.

-Me temo que eso es un secreto, al igual que lo es la identidad de mi misteriosa remitente - dijo deslizando los dedos por el comienzo de mi pelo.

Me eché a reír. El cielo se había oscurecido considerablemente desde que abriera las cortinas y ya apenas entraba luz en la habitación. El rostro de Santana se iba desdibujando por momentos en la penumbra.

-Vuelves a reírte - murmuró, yo asentí ligeramente. Seguí­a acariciándome el pelo y mi cuerpo reaccionaba demasiado rápido a su tacto.- Me gusta cuando te ríes.

Estuve a punto de decirle lo mismo, pero en su lugar cerré los ojos y me concentré en el movimiento de sus dedos cosquilleando mi cabeza.

-¿Me perdonas por lo de antes? - susurró.

-Claro, no te preocupes.

-Ha sonado horrible lo que te he dicho, y creo que ha dado lugar a que pensaras algo que te aseguro no pienso.

-No importa, de verdad. Está olvidado.

-Te hubiera matado cuando te he visto mirándote en el espejo. Os hubiera matado a los tres. Estaba tan enfadada contigo porque te hubieras visto así.

-Lo siento.

-¿Te has asustado mucho?

-Un poco.

-Sé qué...

-Parece gangrena - le interrumpí.

-Sé que tiene un color muy oscuro, pero te garantizo que no se parece en nada a la gangrena. Dentro de poco, empezará a remitir - me dijo cariñosamente al tiempo que deslizaba el dedo con suavidad acariciando el contorno de mi rostro.

Encendió la luz de la mesilla y me miró.

-Tengo que darte la pomada o ¿prefieres que lo haga Marley?

-Como quieras.

-No, lo que tú prefieras.

-Vete a casa, ya llevas muchas horas aquí - respondí sin sentir lo que decía.

-Qué manera más elegante de decir que tienes ganas de perderme de vista.

-Ya sabes que eso no es verdad.

Enarcó la ceja izquierda por respuesta.- Prefiero que me la des tú - admití­. Ella sonrió satisfecha por mi confesión, yo la miré mientras se poní­a los guantes de látex y se hací­a del espeso unguento.- En el fondo te gusta que te prefiera a ti - no tardé en comentar tras advertir su regocijo.-¿No me digas que eres celosa? - su sonrisa se transformó entonces en una carcajada.- No pasa nada, yo también lo soy.

-¿Y de qué tienes tú celos? - preguntó.

-Hasta del aire que respiras.

Aprecié que se ruborizaba aunque continuara con la aplicación.

-Ven conmigo al Havet - susurré,- por favor - supliqué cuando no obtuve respuesta.- Me portaré bien, te lo prometo. Me mantendré a un metro de ti en todo momento.

-¿Pero qué te ha dado ahora con el Havet?

-El Havet me da igual, solo quiero seguir viéndote cuando salga de aquí.

-Brittany - suspiró.

Su bata abierta me rozó de nuevo los dedos y agarré el botón como lo había hecho antes. Se sonrió cuando lo hice. Volvió a mirarme mientras cerraba el tubo y desechaba los guantes de látex.

-¿Puedo preguntarte cómo se llama tu ex?

-¿Por qué quieres saberlo? - terminó de abrocharme los botones de la chaqueta del pijama que me había traído en lugar del habitual camisón.

-Por saber si es chico o chica.

-¿Acaso importa?, lo que más te guste.

-Me gustarí­a más que fuese una chica.

-¿Y eso por qué?

-¿Porque aumentarían mis posibilidades de tener algo contigo?

-Interesante argumento - arqueó las cejas.- Hora de que descanses.

La miré en silencio. Sin embargo, ella se acercó más a mí­ y deslizó suavemente un mechón de pelo detrás de mí oreja.

-En serio, muchas gracias por las rosas, son preciosas, me han encantado - dijo rozándome el perfil de la oreja.

El vello del cuerpo se me erizó cuando sus dedos descendieron hasta el lóbulo para atraparlo con una ligera presión.

-¿Por qué estás tan segura de que he sido yo?

-Porque esas rosas vienen de la persona más encantadora que he conocido en mi vida - me respondió acariciándome la mejilla.

-La seguí con la mirada cuando se dio la vuelta encaminándose hacia la puerta.

-Brittany - me llamó.

-¿Sí­?

Se giró hacia mí­ cuando su mano alcanzó el picaporte.

-Feliz Navidad para ti también - dijo con ternura.
Mico4
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Activo Re: Fanfic Brittana : "Santana" (Adaptación) Capitulo 20, 21, 22, 23 Final

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