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FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7 Primer15
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Finalizado FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Miér Mayo 27, 2015 10:14 am

Hola chic@s, como este es un mundo algo nuevo, si teneis dudas sobre alguna definición, un lugar, una asociación, alguna criatura..., en fin, cualquier duda, solo preguntad y os lo respondere.
En su mayoria usare personajes de Glee, pero a veces me da por mezclar series, asi que si veis que no conoceis a alguno y quereis ponerle cara, preguntad y os dire quien es
Espero disfruteis de esta primera parte de la historia ;)
FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7 40844079-256-k895627


La voz de la razón 1
Vino a ella al romper el alba.
Entró con mucho cuidado, sin decir nada, caminando silenciosamente, deslizándose por la habitación como un espectro, como una visión, el único sonido que acompañaba sus movimientos lo producía el albornoz al rozar la piel desnuda. Y sin embargo, justo este sonido tan débil, casi inaudible, despertó a la bruja. O puede que sólo le sacara de una duermevela en la que se acunaba monótona, como si estuviera en las profundidades insondables, colgando entre el fondo y la superficie de un mar en calma, entre masas de sargazos ligeramente movidos por las olas. No se movió, no pestañeó siquiera. La chica se acercó, se quitó el albornoz despacito, vacilando apoyó la rodilla doblada en el borde de la cama. Ella la observó por debajo de las pestañas casi cerradas, fingiendo que aún dormía. La muchacha se subió con cuidado al lecho, encima de ella, apretándole entre sus muslos. Apoyada en los brazos abiertos le rozó ligeramente el rostro con unos cabellos que olían a manzanilla. Decidida y como impaciente, se inclinó, tocó con la punta de sus pechos sus párpados, sus mejillas, su boca. Ella se sonrió, asiéndola por los hombros con un movimiento muy lento, muy cuidadoso, muy delicado. Ella se irguió, huyendo de sus dedos, resplandeciente, iluminada, difuminado su brillo en la claridad nebulosa del amanecer. Ella se movió, manteniendo la presión de ambas manos le impedía suavemente cambiar de posición. Pero ella, con movimientos de caderas muy decididos, le exigió respuesta. Ella respondió. Ella cesó de intentar escaparse de sus manos, echó la cabeza hacia atrás, dejó caer sus cabellos. Su piel estaba fría y era sorprendentemente lisa. Los ojos que contempló cuando acercó el rostro a su rostro eran grandes y oscuros como los ojos de una ninfa. El balanceo le sumergió en un mar de manzanilla que le agitaba y le murmuraba, embargándole de paz.


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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Miér Mayo 27, 2015 10:15 am

La bruja (1º parte)
Después dijeron que aquella mujer había venido desde el norte por la Puerta de los Cordeleros. Entró a pie, llevando de las riendas a su caballo. Era por la tarde y los tenderetes de los cordeleros y de los talabarteros estaban ya cerrados y la callejuela se encontraba vacía. La tarde era calurosa pero aquella mujer traía un capote negro sobre los hombros. Llamaba la atención.
Se detuvo ante la venta del Viejo Narakort, se mantuvo de pie un instante, escuchó el rumor de las voces. La venta, como de costumbre a aquella hora, estaba llena de gente.
La desconocida no entró en el Viejo Narakort. Condujo el caballo más adelante, hacia el final de la calle. Allí había otra taberna, más pequeña, llamada El Zorro. Estaba casi vacía. Aquella taberna no gozaba de la mejor fama.
El ventero sacó la cabeza de un cuenco con pepinillos en vinagre y dirigió su mirada hacia la huésped. La extraña, todavía con el capote puesto, estaba de pie frente al mostrador, rígida, inmóvil, en silencio.
—¿Qué va a ser?
—Cerveza —dijo el desconocido. Tenía una voz desagradable.
El posadero se limpió las manos en el delantal de tela y llenó una jarra de barro. La jarra estaba desportillada.
La desconocida no era vieja, pero tenía los cabellos completamente blancos. Por debajo del abrigo llevaba una raída almilla de cuero, anudada por encima de los hombros y bajo las axilas. Cuando se quitó el capote todos se dieron cuenta de que llevaba una espada en un cinturón al dorso. No era esto extraño, pues en Wyzima casi todos portaban armas, pero nadie acostumbraba a llevar el estoque a la espalda como si fuera un arco o una aljaba.
La desconocida no se sentó a la mesa, entre los escasos clientes, continuó de pie delante del mostrador, apuntando hacia el posadero con ojos penetrantes. Bebió un trago.
—Posada busco para la noche.
—Pues no hay —refunfuñó el ventero mirando las botas del cliente, sucias y llenas de polvo—. Preguntad acaso en el Viejo Narakort.
—Preferiría aquí.
—No hay. —El ventero reconoció al fin el acento del desconocido. Era de Rivia.
—Pagaré bien —dijo el extraño muy bajito, como inseguro.
Justo entonces fue cuando comenzó toda esta abominable historia. Un jayán picado de viruelas, que no había apartado su lúgubre mirada de la extraña desde el momento mismo de su entrada, se levantó y se acercó al mostrador. Dos de sus camaradas se quedaron por detrás, a menos de dos pasos.
—¡Ya te han dicho que no hay sitio, bellaca, rivia vagabunda! —gargajeó el picado de pie junto al desconocido—. ¡No necesitamos gente como tú aquí, en Wyzima, ésta es una ciudad decente!
La desconocida tomó su jarra y se apartó. Miró al ventero, pero éste evitó sus ojos. No se le ocurriría defender a un rivio. Al fin y al cabo, ¿a quién le gustaban los rivios?
—Todos los rivios son unos ladrones —continuó el picado, dejando un olor a cerveza, ajo y rabia—. ¿Escuchas lo que te digo, degenerada?
—No te oye. Tiene boñigas en las orejas —dijo uno de los que estaban detrás. El otro se rió.
—Paga y lárgate —vociferó el caracañado.
La desconocida le miró por primera vez.
—Cuando termine mi cerveza.
—Te vamos a echar una mano —gruñó el jayán. Arrancó la jarra de las manos de la rivia y al mismo tiempo, agarrándole por los hombros, clavó los dedos en las correas de cuero que cruzaban el pecho de la extraña. Uno de los de detrás preparó el puño para golpearle. La extraña se revolvió en su sitio, haciendo perder el equilibrio al picado. La espada silbó en el aire y brilló un momento a la luz de las lamparillas. Hubo una agitación. Gritos. Uno de los otros parroquianos se precipitó hacia la salida. Una silla cayó con un crujido, la loza de barro se desparramó por el suelo con un chasquido sordo. El ventero, con los labios temblando, miró a la destrozada cara del picado, cuyos dedos aferrados al borde del mostrador se iban desprendiendo, desapareciendo de la vista como si se hundiera en el agua. Los otros dos estaban tendidos en el suelo. Uno inmóvil, el otro retorciéndose de dolor y agitándose en un charco oscuro que crecía rápidamente. En el ambiente vibró, hiriendo los oídos, un agudo e histérico grito de mujer. El ventero, asustado, tomó aliento y comenzó a vomitar.
La desconocida retrocedió hasta la pared. Encogida, tensa, alerta. Sujetaba la espada con las dos manos, agitando la punta en el aire. Nadie se movía. El miedo, como un viento helado, cubría las caras, soldaba los miembros, cegaba las gargantas.
Un piquete de la ronda, compuesto por tres guardias, entró en la venta con estruendo. Debía de haber estado cerca. Para el servicio llevaban porras envueltas en tiras de cuero pero, al ver los cuerpos, echaron mano con rapidez a los estoques. La rivia pegó la espalda contra la pared y con la mano izquierda sacó un estilete de la bota.
—¡Tira eso! —vociferó uno de los guardias con la voz temblona—. ¡Tíralo, canalla! ¡Te vienes con nosotros!
Otro guardia dio una patada a la mesa que le impedía acercarse a la rivia por detrás.
—¡Ve a por refuerzo, Treska! —gritó al tercero, que estaba más cerca de la puerta.
—No hace falta —dijo el extraño, bajando la espada—. Iré por mi propio pie.
—Claro que vienes, hija de perra, pero encadenada —le increpó el que estaba temblando—. ¡Arroja la espada o te rompo la crisma!
La rivia se enderezó. Con rapidez, colocó la hoja debajo de la axila izquierda y con la mano derecha elevada hacia arriba, en dirección a los guardias, marcó en el aire un rápido y complicado signo. Comenzaron a brillar los numerosos gemelos situados en las vueltas de los puños, unos puños largos hasta los codos del caftán de cuero.
Los guardias se retiraron, protegiéndose los rostros con sus antebrazos. Uno de los parroquianos dio un salto, otros, de nuevo, se acercaron a la puerta, la mujer volvió a gritar, salvajemente, con estridencia.
—Iré por mi propio pie —repitió el desconocido con una extraña voz metálica—. Y vosotros tres por delante, llevadme al corregidor. Desconozco el camino.
—Sí, señora —barbotó el guardia, dejando caer la cabeza. Se movió hacia la puerta, inseguro. Los dos restantes salieron detrás de él, apresurados. La extraña siguió sus pasos, guardando la espada en su vaina y el estilete en la bota. Cuando pasaban las mesas, los clientes escondían los rostros entre los gorgueros de los jubones.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Miér Mayo 27, 2015 1:50 pm

La bruja (2º parte)
Velerad, corregidor de Wyzima, reflexionaba sobre la cuestión mientras se rascaba la barbilla. No era supersticioso ni cobarde, pero no le agradaba quedarse con la albina a solas. Se decidió por fin.
Salid —ordenó a los guardias—. Y tú siéntate. No, no aquí, allí, más lejos, si te parece.
La desconocida se sentó. No tenía ya ni la espada ni el capote negro.
Escucho —dijo Velerad, jugueteando con una pesada maza que estaba sobre la mesa—. Soy Velerad, corregidor de Wyzima. ¿Qué me has de decir, señora bandida, antes de que te mande a la mazmorra? Tres muertos, intento de lanzar un hechizo, no está mal, nada mal. Tales crímenes se castigan aquí en Wyzima con empalamiento. Pero como soy una persona justa, te escucharé antes. Habla.
La rivia se desabrochó la almilla, sacó de debajo de ella un pergamino de blanca piel de cabrito.
Claváis esto en las tabernas y en los cruces de caminos —dijo con voz queda—. ¿Es verdad lo que pone aquí?
Ajá —murmuró Velerad, contemplando las runas escritas en la piel—. Así que es eso. ¡Que no me haya dado cuenta de ello enseguida! Así es, la verdad de las verdades. Está firmado por Foltest, rey de Temeria, Pontar y Mahakam. Lo que quiere decir que es cierto. Pero las proclamas son proclamas y la ley es la ley. ¡En Wyzima soy yo quien guarda de la ley y del orden! ¡No consiento que se mate a nadie! ¿Entiendes?
La rivia asintió con la cabeza en señal de que entendía. Velerad resopló rabiosamente.
¿Tienes la divisa de bruja?
La desconocida rebuscó de nuevo dentro del caftán, extrajo un medallón redondo en una cadena de plata. El medallón tenía el grabado de una cabeza de lobo mostrando las fauces abiertas.
¿Tienes nombre? Da igual el que sea, no te pregunto por curiosidad, sólo para hacer más fácil la conversación.
Me llamo Brittany.
Sea pues Brittany. ¿De Rivia, como concluyo por tu acento?
De Rivia.
Bien. ¿Sabes, Brittany? Tómatelo con calma. —Velerad señaló la proclama con la mano abierta—. Es un asunto serio. Ya lo han intentado muchos. Esto, hermana, no es lo mismo que rebanarle el pescuezo a un par de bravucones.
Lo sé. Es mi oficio, corregidor. Está escrito: recompensa de tres mil ducados.
Tres mil. —Velerad hizo una mueca—. Y la princesa como esposa, aunque nuestro amado Foltest no lo haya añadido.
No estoy interesado en la princesa —dijo tranquila Brittany. Estaba sentada, inmóvil, con las manos sobre las rodillas—. Está escrito: tres mil.
¡Qué tiempos, Señor! —refunfuñó el corregidor—. ¡Qué asquerosos tiempos! Hace sólo veinte años, ¿a quién se le iba a ocurrir, ni siquiera borracho, que pudiera haber tales profesiones? ¡Brujos! ¡Trashumantes cazadores de basiliscos! ¡Asesinos ambulantes de dragones y utopes! ¿Brittany? ¿En tu gremio se os permite beber?
Por supuesto.
Velerad dio una palmada.
¡Cerveza! —gritó—. Y tú, Brittany, siéntate más cerca. Qué más me da.
La cerveza estaba fría y espumosa.
Vivimos tiempos asquerosos —monologaba Velerad mientras daba sorbos de la jarra—. Pululan por ahí todo tipo de porquerías. En Mahakam, en las montañas, hormiguean los bobolakos. Antes en los bosques aullaban los lobos y ahora, sin ir más lejos, hay espectros, borowikis de esos, lobisomes y otras basuras. En las aldeas, las náyades y las plañideras roban niños, lo menos ciento llevan ya. Monstruos de los que nadie había oído hacía tiempo, se le ponen a uno los pelos de punta. ¡Y encima esto para acabar de rematarlo! —Empujó el rollo de pergamino por encima de la mesa—. No es de extrañar, Brittany, que haya tanta demanda de vuestros servicios.
Esto es una proclama real, corregidor. —Brittany levantó la cabeza—. ¿Conocéis más detalles?
Velerad se echó para atrás en su silla, puso las manos sobre la barriga.
¿Detalles, dices? Los conozco. No de primera mano, pero de fuentes bien informadas.
De eso se trata.
Eres obstinada. Como quieras. Escucha. —Velerad dio un trago de cerveza, bajó la voz—. Nuestro amado Foltest, cuando aún era príncipe, en el reinado del viejo Medell, su padre, nos enseñó de lo que era capaz, y era capaz de mucho. Contábamos con que se le pasaría con la edad. Y hete aquí que poco antes de su coronación, justo poco después de la muerte del viejo rey, Foltest se superó a sí mismo. Todos nos quedamos boquiabiertos. En pocas palabras: le hizo un hijo a su propia hermana Adda. Adda era más joven que él, siempre estaban juntos, pero nadie se lo podía imaginar, bueno, quizás la reina. Rápidamente: nos damos cuenta, y aquí Adda con una tripa así, y Foltest comienza a hablar de boda. Con la hermana, ¿te das cuenta, Brittany? La situación se volvió crítica de la leche, porque justo entonces a Vizimir de Novigrado se le ocurrió querer casar a su Dalka con Foltest y envió un embajador, y entonces tuvimos que agarrar al rey de las manos y de los pies porque quería insultar y golpear a los mensajeros. Lo conseguimos, y menos mal, porque si Vizimir se hubiera enfadado nos habría sacado los hígados. Después, no sin la ayuda de Adda, que tenía influencia sobre su hermano, conseguimos quitarle de la cabeza al rapaz la idea de una boda inmediata. Bueno, y luego Adda dio a luz en la fecha prevista, ¡y cómo! Ahora estate atenta porque la cosa empieza. A aquello que nació no lo vio mucha gente, pero una comadrona se tiró por la ventana de la torre y se mató, y la otra perdió el seso y hasta el día de hoy sigue grillada. Por ello juzgo que el bastardo no debía de ser especialmente encantador. Era una niña. De todas formas murió enseguida, nadie, en cualquier caso, se había dado mucha prisa en anudarle el cordón umbilical. Adda, por suerte, no sobrevivió al parto. Y luego, su hermano, Foltest cometió de nuevo otra estupidez. Habría que haber quemado a la bastarda, qué sé yo, o haberla enterrado allá en algún despoblado, y no guardarla en un sarcófago en los subterráneos del alcázar.
Demasiado tarde ahora para discutirlo. —Brittany levantó la cabeza—. En cualquier caso, habría que haber llamado a algún Sabio Encantador.
¿Te refieres a esos engañabobos con estrellitas en las capuchas? Pues claro, acudieron a docenas, pero después, cuando apareció lo que está dentro del sarcófago. Y lo que se arrastra fuera de él por las noches. Y no empezó a salir desde el principio, claro que no. Después del entierro tuvimos siete años de tranquilidad. Hasta que una noche, con la luna llena, algazara en el palacio, griterío, jaleo. Para qué hablar más, sabes de lo que se trata, has leído la proclama también. La cría se había desarrollado en su tumba, y bastante además, y los dientes le crecían a ojos vista. En una palabra, una estrige. Una pena que no hayas visto los cadáveres, como yo. Seguro que dejarías a un lado Wyzima dando un buen rodeo.
Brittany no dijo nada.
Entonces —continuó Velerad—, como te dije, Foltest convocó a toda una manada de encantadores. Vociferaron el uno detrás del otro, por poco no se pegaron con esos garrotes que llevan, seguramente para espantar a los perros cuando alguien los azuza contra ellos. Y me da la sensación de que les echan los perros regularmente. Perdóname, Brittany, si tienes una opinión distinta de los hechiceros, seguro que la tienes, dada tu profesión, pero para mí no son otra cosa más que gorrones e idiotas. La gente confía más en vosotros, los brujos; sois, por así decirlo, más concretos.
Brittany se sonrió, no dijo nada.
Pero, al grano. —El corregidor fue hasta un barril, echó más cerveza a la rivia y a sí mismo—. Algunos de los consejos de los hechiceros no parecían nada estúpidos. Uno propuso la quema de la estrige, junto con el alcázar y el sarcófago, otro aconsejó cortarle la cabeza con una laya, el resto era partidario de clavar estacas de abedul en diversas partes del cuerpo, por supuesto de día, cuando la diablesa durmiera en su tumba, cansada de sus escapadas nocturnas. Sin embargo había uno, un eremita giboso, un necio que llevaba un gorro de cucurucho sobre un cráneo completamente calvo. A éste se le ocurrió que se trataba de un hechizo, que se podía romper y que la estrige volvería a ser de nuevo la hija de Foltest, hermosa como una pintura. Tan sólo había que aguantar en la cripta toda una noche y hala, listos. Después de decir esto, te imaginas, Brittany, vaya un mentecato que sería, se metió en el alcázar a pasar la noche. Como te será fácil adivinar, no quedó mucho de él, ni siquiera el gorro ni la vara. Pero Foltest se aferró a esta idea como a un clavo ardiendo. Prohibió cualquier intento de matar a la estrige y trajo a Wyzima a los charlatanes de los más remotos rincones del país para que transformaran a la estrige en una princesa. Éstos sí que eran pintorescos. Una tía sonada, un cojo, tan sucios, hermana, tan piojosos, daban pena. No, y venga a echar encantos, sobre todo encima de no sé qué barreños y jarras. Por supuesto, Foltest o el consejo desenmascararon rápidamente a varios, incluso colgaron a un par de ellos de las almenas, pero a muy pocos, a demasiado pocos. Yo los hubiera colgado a todos. El que la estrige, entretanto, se devorara cada día a alguien más, no prestando atención a los estafadores y sus hechizos, creo que no tengo ni que decirlo. Ni tampoco que Foltest ya no vivía en el alcázar. Nadie vivía ya allí.
Velerad hizo una pausa, dio un trago de cerveza. La bruja callaba.
Y esto continúa, Brittany, desde hace seis años, porque el bicho nació hace unos catorce. Entretanto hemos tenido algunas otras preocupaciones, porque nos peleamos con Vizimir de Novigrado, pero por razones comprensibles y honestas, se trataba de desplazar algunos mojones fronterizos y no de yo qué sé qué hijas o qué uniones. Foltest, dicho sea de paso, comienza ya a hablar de matrimonio y mira los retratos enviados por los palacios vecinos, cuando antes simplemente los hubiera tirado a la letrina. Pero de vez en cuando le invade de nuevo su manía y envía jinetes a buscar otros hechiceros. E incluso ofreció un premio, tres mil, lo que hizo que se reunieran unos cuantos chiflados, caballeros andantes, y hasta un pastorcillo, cretino bien conocido por todos estos alrededores, que en paz descanse. Y a la estrige le va muy bien. Sólo que de vez en cuando se come a alguien. Se puede uno acostumbrar a todo. Y al menos sacamos algún provecho de estos héroes que intentan desencantarla, porque la bestia se atiborra en su rincón y no pindonguea fuera del alcázar. Y Foltest tiene un palacio nuevo, bien bonito.
Durante seis años. —Brittany levantó la cabeza—. ¿Durante seis años no hubo quien solucionara el problema?
Y no. —Velerad miró a la bruja fijamente—. Porque seguramente el problema no tiene solución y hay que resignarse a ello. Me refiero a Foltest, nuestro amado y benévolo señor, el cual todavía continúa mandando clavar esas proclamas en las encrucijadas de los caminos. Sólo que, de alguna manera, cada vez hay menos voluntarios. Últimamente, es cierto, hubo uno, pero quería los tres mil por adelantado. Así que le metimos en un saco y le echamos al lago.
No faltan pícaros.
No, no faltan. De hecho, más bien sobran —asintió el corregidor sin desviar la mirada de la bruja—. Por eso, si vas al palacio, no pidas dinero por adelantado. Si es que vas a ir.
Voy a ir.
Bueno, es asunto tuyo. Sin embargo, no olvides mi consejo. Y ya que hablamos de la recompensa, últimamente se ha empezado a hablar de su segunda parte, como te he mencionado antes. La mano de la princesa. No sé a quién se le ocurrió, pero si la estrige tiene el aspecto que se dice, se trata de una broma bastante pesada. No obstante, no faltaron idiotas que se fueron al palacio a galope en cuanto cundió la noticia de que había una oportunidad de entrar dentro de la familia real. En concreto, dos aprendices de zapatero. ¿Por qué los zapateros son tan tontos, Brittany?
No lo sé. ¿Y brujos, corregidor? ¿Lo han intentado?
Algunos hubo, ¿cómo no? Normalmente, cuando escuchaban que había que desencantar a la estrige en vez de matarla, encogían los hombros y se marchaban. Por eso también aumentó mi respeto por los brujos, Brittany. Bueno, y luego vino uno, más joven que tú, no me acuerdo de su nombre, si es que llegó a decirlo. Aquél lo intentó.
Bien, ¿y qué?
Nuestra dentuda princesa dispersó sus tripas a lo largo de una buena distancia, como de medio tiro de arco.
Brittany balanceó la cabeza.
¿Eso fue todo?
Hubo uno más.
Velerad calló durante un momento. La bruja no le apremió.
Sí —dijo por fin el corregidor—. Hubo uno más. Al principio, cuando Foltest le amenazó con la horca si mataba o hería a la estrige, se rió y comenzó a hacer las maletas. Pero luego...
Velerad de nuevo bajó la voz casi hasta convertirla en un susurro, mientras se inclinaba sobre la mesa.
Luego se puso manos a la obra. Sabes, Brittany, hay aquí en Wyzima un par de personas razonables, incluso en puestos elevados, a los cuales todo este asunto les repugna. Hay rumores de que estas personas convencieron al brujo en secreto de que no se entretuviera con ninguna ceremonia ni ningún sortilegio, matara a la estrige y le dijera al rey que el hechizo no había funcionado, que la niña se había caído por las escaleras, en fin, que había tenido lugar un accidente de trabajo. El rey, por supuesto, se enfurecería, pero todo vendría a dar en que no pagaría ni un ducado de recompensa. El pícaro del brujo dijo que si era sin cobrar, que fuéramos nosotros mismos a matar a la estrige. Bueno, y qué se podía hacer... Nos enfadamos, regateamos un poco... Pero no salió nada de todo esto.
Brittany levantó las cejas.
Nada, digo —afirmó Velerad—. El brujo no quiso ir enseguida, la primera noche. Anduvo un poco, echó un vistazo, deambuló por los alrededores. Por fin, dicen, vio a la estrige, seguramente en acción, porque la bestia no se arrastra de su cripta sólo para estirar las piernas. La vio, digo, y aquella misma noche se largó. Sin despedirse.
Brittany levantó el labio superior en un gesto que con toda probabilidad quería ser una sonrisa.
Estas personas tan razonables —habló— seguramente tienen todavía el dinero. Los brujos no cobran por adelantado.
Claro —dijo Velerad—, por supuesto que lo tienen.
¿Los rumores no dicen cuánto es?
Velerad mostró los dientes.
Unos dicen que ochocientos...
Brittany negó con la cabeza.
Otros —murmuró el corregidor— hablan de mil.
No es mucho, si tenemos en cuenta que los rumores todo lo exageran. Al fin y al cabo el rey da tres mil.
No olvides a la prometida —se mofó Velerad—. Pero, ¿de qué hablamos? Está claro que no conseguirás los tres mil.
¿Por qué está claro?
Velerad dio un puñetazo sobre la mesa.
¡Brittany, no te cargues la imagen que tengo de los brujos! ¡Esta historia ya dura seis años y pico! La estrige acaba con medio centenar de personas al año, ahora algo menos, porque todos se mantienen alejados del alcázar. No, hermana, yo creo en los hechizos, he visto más de uno y creo, hasta cierto punto, por supuesto, en las capacidades de magos y brujos. Pero ese desencantamiento es una tontería, ideada por un viejo giboso y lleno de mocos que se volvió tonto perdido de tanto comer comida de eremita, una tontería en la que no cree nadie. Exceptuando a Foltest. No, Brittany. Adda dio a luz a una estrige porque se acostó con su propio hermano, ésta es la verdad y ningún sortilegio puede hacer nada. La estrige devora personas como todas las estriges y hay que matarla, simple y llanamente. Escucha, hace dos años unos palurdos de un pueblo en el culo del mundo, allá por Mahakam, a los que un dragón se les comía las ovejas, se fueron todos juntos, se lo cargaron a estacazos y ni siquiera vieron necesario jactarse de ello. Y nosotros, aquí en Wyzima, esperamos a que suceda un milagro, echamos el cerrojo a las puertas cada luna llena o atamos a los criminales a un palo delante del alcázar, contando con que la bestia se los coma y vuelva a su tumba.
No es un mal método —sonrió la bruja—. ¿Se ha reducido la criminalidad?
Ni pizca.
¿Cómo voy al palacio ése nuevo?
Te acompañaré personalmente. ¿Qué pasa con lo propuesto por las personas razonables?
Corregidor —dijo Brittany—. ¿Por qué apresurarse? Acaso pueda ocurrir de verdad un accidente de trabajo, independientemente de mis intenciones. Entonces, las personas razonables debieran pensar en cómo salvarme de la cólera del rey y también preparar esos mil quinientos ducados de los que hablan los rumores.
Eran mil.
No, señor Velerad —contestó el brujo con firmeza—. Aquél a quien le disteis mil huyó ante la vista de la estrige, ni siquiera regateó. Esto quiere decir que el riesgo es mayor que mil. Y ya veremos si no es mayor que mil quinientos. Por supuesto, si es mayor, yo me iré.
Velerad se rascó la cabeza.
¿Brittany? ¿Mil doscientos?
No, corregidor. No es un trabajo fácil. El rey da tres, y debo deciros que a veces desencantar es más fácil que matar. Al fin y al cabo, cualquiera de mis antecesores hubiera matado a la estrige si hubiera sido tan fácil. ¿Pensáis que se dejaron devorar sólo porque tenían miedo del rey?
Vale, hermana. —Velerad afirmó tristemente con la cabeza—. Trato hecho. Pero delante del rey ni pío sobre posibles accidentes de trabajo. Te lo aconsejo de corazón.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Miér Mayo 27, 2015 7:07 pm

La bruja (3º parte)
Foltest era delgado, tenía un rostro hermoso, demasiado hermoso. La bruja calculó que no tenía todavía cuarenta años. Estaba sentado en un sitial esculpido en madera negra, los pies dirigidos hacia la chimenea, delante de la que se calentaban dos perros. Junto a él, sentado en un arca, estaba un viejo barbado de complexión fuerte. Detrás del rey, de pie, había otra persona ricamente vestida, con un rostro de aspecto orgulloso. Un noble.
Bruja de Rivia —dijo el rey después de unos instantes de silencio que siguieron a las palabras de Velerad.
Sí, señor. —Brittany inclinó la cabeza.
¿Por qué se te ha encanecido la cabeza? ¿Por los encantamientos? Veo que no eres vieja. Vale, vale, basta, es una broma, no digas nada. ¿Alguna experiencia tienes, como me atrevo a sospechar?
Sí, señor.
Me alegraría oírlas.
Brittany se inclinó incluso más.
Sabéis seguro, señor, que nuestro código nos prohíbe hablar de lo que hacemos.
Un código muy oportuno, señora bruja, muy oportuno. Pero así, en general, ¿has tenido algo que ver con trasgos?
Sí.
¿Con vampiros y con silvias?
También.
Foltest vaciló.
¿Con estriges?
Brittany levantó la cabeza, miró al rey directamente a los ojos.
También.
Foltest desvió la mirada.
¡Velerad!
Escucho, su majestad.
¿Le has informado de los detalles?
Sí, su majestad. Afirma que se puede desencantar a la princesa.
Eso lo sé desde hace tiempo. ¿De qué forma, señora bruja? Ah, es verdad, me olvidé. El código. De acuerdo. Sólo una advertencia. Aquí han venido ya unos cuantos brujos. ¿Se lo has contado, Velerad? Bien. Por ello sé que vuestra especialidad es más bien matar, y no quitar los hechizos. Esto no entra dentro de lo posible. Si a mi hija se le cae un sólo pelo de la cabeza, la tuya irá a parar al tablado. Eso es todo. Ostrit y vos, don Segelin, quedaos, dadle toda la información que desee. Los brujos siempre preguntan mucho. Dadle de comer y que duerma en el palacio. Que no vagabundee por las tabernas.
El rey se levantó, silbó a los perros y se dirigió hacia la salida, dispersando la paja que cubría el suelo de la habitación. Al llegar a la puerta se volvió.
Si lo logras, bruja, la recompensa será tuya. Puede que añada algo más, si lo haces bien. Por supuesto, los cuentos del populacho que se refieren a la mano de la princesa no contienen ni una sola palabra de verdad. No pensarás que doy a mi hija al primero que llega.
No, señor, no lo creo.
Bien, esto demuestra que eres inteligente.
Foltest salió, cerrando la puerta tras de sí. Velerad y el noble, que hasta entonces estaban de pie, se sentaron inmediatamente a la mesa. El corregidor se terminó la jarra que el rey había dejado a medias, la contempló, lanzó una maldición. Ostrit, que había ocupado el lugar de Foltest, miró al brujo con el ceño fruncido, acariciando con sus dedos los esculpidos brazos del sillón. Segelin, el barbudo, hizo una señal a Brittany.
Sentaos, señora bruja, sentaos. Ahora nos traerán la cena. ¿Sobre qué querríais hablar? Creo que el corregidor Velerad ya os lo habrá dicho todo. Lo conozco y sé que antes habrá contado demasiado que demasiado poco.
Sólo unas pocas preguntas.
Preguntad pues.
El corregidor dijo que, cuando apareció la estrige, el rey mandó llamar a muchos Sabios.
Así fue. Pero no digáis «estrige», decid «la princesa». Fácilmente cometeríais este error ante el rey... y os podría suceder alguna desgracia.
¿Había alguien conocido entre los Sabios? ¿Alguien famoso?
Los hubo tanto entonces como después. No recuerdo los nombres... ¿Y vos, Ostrit?
No recuerdo —dijo el noble—. Pero sé que algunos gozaban de fama y reconocimiento. Se habló mucho de ello.
¿Estaban de acuerdo en que se podía deshacer el hechizo?
Se mostraron bien lejos de cualquier acuerdo —sonrió Segelin—. En cada detalle. Pero hubo quién afirmó esto también. Se trataba de algo sencillo, que incluso no precisaba de habilidades mágicas y, por lo que entendí, bastaba con que alguien pasara la noche desde la puesta del sol hasta el tercer gallo en el subterráneo, junto al sarcófago.
De verdad, muy sencillo —resolló Velerad.
Me gustaría que me describierais a la... princesa.
Velerad se levantó de la silla.
¡La princesa parece una estrige! —gritó—. ¡La más estrige de las estriges de las que jamás haya oído! ¡Su alteza la infanta, maldita bastarda, mide cuatro codos de altura, recuerda a un barril de cerveza, tiene un morro de oreja a oreja, lleno de dientes como estiletes, los ojos colorados y las greñas bermejas! ¡Las garras, afiladas como las de un lince, le cuelgan hasta la misma tierra! ¡No te extrañes de que todavía no hayamos empezado a mandar sus miniaturas a los palacios de nuestros amigos! ¡La princesa, así se la trague la tierra, tiene ya catorce años, es hora de pensar en darla en matrimonio a algún príncipe!
Tranquilízate, corregidor. —Ostrit frunció el ceño, mirando hacia la puerta.
Segelin se sonrió ligeramente.
La descripción, aunque tan plena de imágenes, es bastante exacta y justo esto es lo que quería la bruja, ¿no es cierto? Velerad olvidó añadir que la princesa se mueve con una velocidad increíble y que es mucho más fuerte de lo que se puede suponer por su complexión y su estatura. Y que tiene catorce años es un hecho, si sirve para algo.
Sirve —dijo el brujo—. ¿Ataca sólo durante el plenilunio?
Sí —respondió Segelin—. Si ataca fuera del alcázar viejo. En el alcázar, independientemente de las fases de la luna, siempre moría gente. Pero sale sólo durante el plenilunio, y no todos.
¿Ha habido siquiera un solo ataque a la luz del día?
No, de día no.
¿Devora siempre a sus víctimas?
Velerad escupió con energía sobre la paja.
¡Que nos van a traer la cena, Brittany! ¡Puaj! Devora, mordisquea, lo deja, depende del humor que tenga, digo yo. A uno sólo le mordió la cabeza, a un par los destripó, y a otros los dejó limpios, hasta el hueso podría decirse. ¡Su puta madre!
Ten cuidado, Velerad —increpó Ostrit—. ¡Di lo que quieras de la estrige, pero no insultes a Adda delante de mí, sólo porque no te atreves delante del rey!
¿Hubo alguien que sobreviviera a uno de los ataques? —preguntó la bruja, sin prestar atención al estallido del noble.
Segelin y Ostrit se miraron el uno al otro.
Sí —dijo el barbudo—. Al principio, hace seis años, se les echó encima a dos soldados que estaban de guardia en la cripta. Uno pudo escapar.
Y luego —intercaló Velerad— el molinero, al que atacó cerca de la ciudad. ¿Os acordáis?
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Miér Mayo 27, 2015 7:09 pm

La bruja (4º parte)
Al día siguiente por la noche trajeron al molinero a la habitación del cuerpo de guardia en la que habían alojado a la bruja. Lo trajo un soldado vestido con un abrigo con
capucha.
La conversación no arrojó ningún resultado. El molinero estaba asustado, balbuceaba, tartamudeaba. Más información le dieron a la bruja sus cicatrices: la distancia entre las mandíbulas de la estrige era impresionante y, por supuesto, tenía los dientes punzantes, incluyendo unos larguísimos colmillos superiores, cuatro, dos en cada lado. Las uñas estaban seguramente más afiladas que las de los linces, aunque menos torcidas. Sólo por ello el molinero había logrado arrancárselas.
Terminada la inspección, Brittany los despidió con un gesto. El soldado empujó al molinero al otro lado de la puerta y se quitó la capucha. Era Foltest en persona.
Sigue sentado, no te levantes —dijo el rey—. Ésta no es una visita oficial. ¿Satisfecha de la entrevista? He oído que estuviste en el alcázar esta mañana.
Sí, mi señor.
¿Cuando te pondrás manos a la obra?
Faltan cuatro días para el plenilunio. Después.
¿Quieres verla antes?
No hay necesidad de ello. Pero una... princesa saciada será menos activa.
Estrige, maestra, estrige. No perdamos el tiempo con diplomacias. Después se convertirá en princesa. De hecho, sobre ello quería hablar contigo. Contéstame, extraoficialmente, claro y sencillo: ¿lo será o no lo será? Pero no te escondas detrás de yo no sé qué códigos.
Brittany se rascó la cabeza.
Confirmo, majestad, que es posible deshacer el hechizo. Y, si no me equivoco, ciertamente pasando una noche en el alcázar. El tercer canto del gallo, si sorprende a la estrige fuera del sarcófago, acabará con el encantamiento. Por lo general, así es como se actúa con las estriges.
¿Así de simple?
No es tan simple. En primer lugar, hay que sobrevivir una noche. Es posible también que haya desviaciones de la norma. Por ejemplo, que sean necesarias tres noches seguidas, y no una. Hay también casos... bueno... sin esperanza.
Sí —se estremeció Foltest—. Algunos me dicen esto a todas horas. Mata al monstruo, porque esto es un caso incurable. Maestra, estoy seguro de que ya habrán hablado contigo. ¿No es cierto? Para que mates a la devoradora de seres humanos de un hachazo, sin ceremonias, y le digas al rey que no se podía hacer otra cosa. Si el rey no paga, nosotros pagamos. Una forma muy cómoda. Y barata. Porque el rey manda decapitar o ahorcar al brujo y el dinero se queda en los bolsillos.
¿El rey mandará decapitar en cualquier caso al brujo? —se enfadó la bruja.
Foltest miró a los ojos de la rivia durante un largo momento.
El rey no sabe —dijo al fin—. Pero la bruja debiera contar con tal posibilidad.
Ahora fue Brittany la que calló un instante.
Pienso hacer lo que esté en mi mano —dijo al cabo—. Pero si las cosas no van bien, defenderé mi vida. Vos, mi señor, también habréis de tener en cuenta tal posibilidad.
Foltest se levantó.
No me entiendes. No tiene nada que ver con eso. Está claro que la matarás, si la cosa se pone fea, tanto si me gusta como si no. Porque si no lo haces, ella te matará a ti, con seguridad y sin vuelta de hoja. No lo diré en voz alta, pero no castigaría a nadie que la matara en defensa propia. No obstante, no permitiré que la maten sin intentar salvarla. Hubo ya intentos de quemar el alcázar viejo, le tiraron flechas, le cavaron trampas, le pusieron cepos y lazos, hasta que mandé colgar a algunos. Pero no se trata de eso. Maestra, escucha.
Escucho.
Después de los tres cantos del gallo no habrá estrige, si no te he entendido mal. ¿Y qué habrá?
Si todo va bien, una quinceañera.
¿Con los ojos rojos? ¿Con dientes de cocodrilo?
Una quinceañera normal y corriente. Sólo que...
¿Qué?
Físicamente.
Acabáramos. ¿Y psíquicamente? ¿Cada día un cubo de sangre para desayunar o un muslo de doncella?
No. Psíquicamente... no hay forma de preverlo... A mi juicio, al nivel de, qué sé yo, un niño de tres o cuatro años. Precisará de atentos cuidados durante muchísimo tiempo.
Eso está claro. ¿Maestra?
Decidme.
¿Puede volverle eso? ¿Más tarde?
La bruja permaneció en silencio.
Ajá —dijo el rey—. Puede. ¿Y entonces qué?
Si después de un largo desfallecimiento de varios días muriera, hay que quemar el cuerpo. Y rápidamente.
La expresión de Foltest se ensombreció.
No pienso, sin embargo —añadió Brittany—, que se llegue a eso. Para mayor seguridad os daré algunos consejos, señor, que harán disminuir el riesgo.
¿Ahora? ¿No es demasiado pronto, maestra? Y si...
Ahora —le cortó la rivia—. Pueden suceder muchas cosas, rey. Puede suceder que por la mañana halléis en la cripta a la princesa desencantada y mi cuerpo tendido.
¿Es posible? ¿Pese a mi permiso de que puedas defenderte? Permiso que en cualquier caso ni siquiera te era necesario.
Éste es un asunto serio, rey. El riesgo es muy grande. Por eso, escuchadme: la princesa debe llevar siempre al cuello un zafiro, mejor un inclús, en una cadena de plata. Siempre. De día y de noche.
¿Qué es un inclús?
Un zafiro con una burbuja de aire dentro. Aparte de eso, en la habitación en la que vaya a dormir hay que quemar en la chimenea, cada cierto tiempo, unos vástagos de enebro, retama y avellano.
Foltest se quedó pensativo.
Te agradezco el consejo, maestra. Haré uso de ellos si... Y ahora escúchame con atención. Si te convences de que se trata de un caso incurable, la matas. Si deshaces el hechizo y la niña no es... normal... si tuvieras siquiera la sombra de una duda de haberlo logrado completamente, la matas también. No temas, nada te amenaza por mi parte. Tendré que gritarte delante de la gente, te echaré del palacio y de la ciudad, pero nada más. La recompensa, por supuesto, no la cobrarás. Puede que les saques algo, ya sabes a quiénes.
Se mantuvieron en silencio un instante.
Brittany. —Foltest por primera vez se dirigió a la bruja por su nombre.
Decidme.
¿Cuánto hay de verdad en lo que se dice de que la niña salió así y no de otra manera porque Adda era mi hermana?
No mucho. Los encantamientos hay que echarlos, ninguno se echa por sí mismo. Pero pienso que la relación con vuestra hermana fue causa de que os lanzaran el hechizo, y con tales consecuencias.
Eso pensaba. Lo mismo dijeron algunos de los Sabios, aunque no todos. ¿Brittany? ¿De dónde salen estas cosas? ¿Encantamientos, magia?
No lo sé, rey. Los Sabios se ocupan de investigar las causas de estos hechos. A nosotros, los brujos, nos basta saber que una voluntad concentrada puede producir tales efectos. Y saber cómo combatirlos.
¿Matar?
Casi siempre. Al fin y al cabo por eso nos pagan. Poca gente pide que deshagan un hechizo, mi rey. Normalmente quieren que les protejan de las amenazas sin más. Y si el monstruo tiene a alguien sobre su conciencia, a ello se añaden motivos de venganza.
El rey se alzó, dio algunos pasos por la habitación, se detuvo ante la espada de la bruja que colgaba en la pared.
¿Con esto? —preguntó, sin mirar a Brittany.
No, ésta es para seres humanos.
Me lo han contado. ¿Sabes qué, Brittany? Voy a ir contigo a la cripta.
Descartado.
Foltest se volvió, los ojos brillantes.
¿Sabes, hechicera, que yo no la he visto? Ni cuando nació, ni... después. Tenía miedo. Puede que no la vea nunca, ¿no es cierto? Tengo derecho al menos a ver cómo la matas.
Repito, descartado. Es una muerte segura. También para mí. Si se me debilita la atención, la voluntad... No, rey.
Foltest se volvió, se fue hacia la puerta. A Brittany, durante un momento le pareció que se iría sin decir una palabra, sin un gesto de despedida, pero el rey se detuvo, le miró.
Despiertas confianza —dijo—. Pese a que sé que eres una buena pieza. Me han contado lo que pasó en la venta. Estoy seguro de que mataste a aquellos rufianes únicamente para darte nombre, para asustar a la gente, a mí. Estoy seguro de que podrías haberles derrotado sin matarlos. Tengo miedo de que nunca llegue a saber si estás dispuesto a salvar a mi hija o a asesinarla sin más. Pero accedo a esto. Tengo que acceder. ¿Sabes por qué?
Brittany no contestó.
Porque pienso —dijo el rey—, pienso que ella sufre. ¿No es cierto?
La bruja clavó sus penetrantes ojos en el rey. No asintió, no movió la cabeza, no efectuó el más mínimo gesto, pero Foltest lo vio. Supo la respuesta.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Miér Mayo 27, 2015 7:10 pm

La bruja (5º parte)
Brittany miró por la ventana del alcázar por última vez. Anochecía muy deprisa. En la orilla del lago destellaban vagamente las luces de Wyzima. Alrededor del alcázar había un descampado, un cinturón de tierra de nadie con el que la ciudad, a lo largo de seis años, se había ido distanciando del foco de peligro. No quedaba allí nada sino algunas ruinas, vigas podridas y restos de almenas desportilladas que, por lo visto, no merecía la pena desmontar y llevarse. El propio rey había trasladado su residencia lo más lejos posible, al otro confín de la villa: la cúpula abombada del nuevo palacio se recortaba a lo lejos sobre el fondo del cielo granate. La bruja volvió a la mesa polvorienta delante de la que, en una de las habitaciones vacías y saqueadas, se estaba preparando sin prisas, tranquila, cuidadosamente. Sabía que tenía mucho tiempo. La estrige no saldría de la cripta hasta la medianoche. Encima de la mesa tenía una pequeña arqueta cerrada con un candado. La abrió.
En su interior había unos frasquitos de vidrio negro, muy apretados entre tabiques rellenos de hierba seca. El brujo tomó tres de ellos.
Alzó del suelo un paquete alargado, envuelto en una gruesa piel de oveja y atado con correas de cuero. Lo desenrolló, sacó una espada con el puño labrado, en una vaina negra, cubierta con brillantes líneas de símbolos y de runas. Desenvainó el filo, que brilló en un limpio y espejeante relámpago. La hoja era de plata pura.
Brittany susurró una fórmula, bebió uno tras otro el contenido de dos frasquitos, colocando la mano izquierda encima de la empuñadura de la espada después de cada trago. Luego, envolviéndose sólidamente en su capote negro, se sentó. En el suelo. No había ninguna silla en la habitación. Ni, de hecho, en todo el alcázar. Se sentó inmóvil, con los ojos cerrados. Su respiración, al principio tranquila, se volvió de pronto acelerada, desigual, inquieta. Y luego se detuvo por completo. La mezcla, con la cual la bruja adquiría absoluto control sobre todos los órganos del cuerpo, se componía principalmente de veratro, estramonio, oxiacanta y lechetrezna.
Otros ingredientes no poseían nombre en ninguna lengua humana. Para cualquier persona que, como Brittany, no estuviera acostumbrada a ella desde la niñez, la substancia resultaría un veneno mortal.
La bruja volvió la cabeza violentamente. Su oído, sensible en este momento más allá de cualquier medida, percibió en el silencio con gran facilidad el rumor de pasos en el patio cubierto de ortigas. No podía tratarse de la estrige. Era demasiado pronto. Brittany colocó la espada en la espalda, escondió su fardo en el hogar de una chimenea arruinada y, silenciosa como un murciélago, corrió por las escaleras. En el patio había todavía suficiente claridad como para que el individuo que venía pudiera verle la cara a la bruja. El hombre —era Ostrit— dio un violento salto y una mueca involuntaria de miedo y asco le deformó los labios. La bruja se sonrió torvamente: sabía qué aspecto tenía. Después de beber la mezcla de belladonna, aconitum y eufrasia el rostro toma un color de creta y las pupilas ocupan todo el iris.
Pero el elixir permite ver en las tinieblas más oscuras y justo esto es lo que quería Brittany.
Ostrit se controló rápidamente.
Pareces un cadáver, hechicera —dijo—. Seguro que a causa del miedo. No temas. Te traigo el indulto.
El brujo no respondió.
¿No has oído lo que te he dicho, charlatana rivia? Estás salvada. Y eres rica. —Ostrit balanceó una talega bastante grande con la mano y la echó a los pies de Brittany—. Mil ducados. ¡Tómalos, monta en tu caballo y lárgate de aquí!
La rivia permanecía en silencio.
¡No me mires con esos ojos! —Ostrit alzó la voz—. Y no me hagas perder tiempo. No pienso quedarme aquí hasta la medianoche. ¿Es que no entiendes? No quiero que deshagas el hechizo. No, no pienses que lo has adivinado. No estoy con Velerad y Segelin. No quiero que la mates. Simplemente tienes que irte. Todo ha de quedar como estaba.
La bruja no se movió. No quería que el noble se diera cuenta de lo acelerados que eran en aquel momento sus reacciones y movimientos. Oscurecía rápidamente y el elixir era tan activo que incluso la penumbra del crepúsculo resultaba deslumbrante para sus dilatadas pupilas.
¿Y por qué todo ha de quedar como estaba? —preguntó, intentando pronunciar lentamente cada una de las palabras.
Esto —Ostrit alzó la cabeza con orgullo— no debiera importarte ni un pimiento.
¿Y si ya lo supiera?
Interesante.
Será más fácil echar a Foltest del trono si la estrige continúa atormentando a la gente, si la locura del rey hastía hasta el límite a los nobles y al populacho, ¿verdad? Vine aquí a través de Redania, por Novigrado. Allí se habla mucho de que hay en Wyzima quien ve en el rey Vizimir a su salvador y verdadero monarca. Pero a mí, don Ostrit, no me importan ni la política, ni los sucesores al trono, ni las revueltas palaciegas. Yo estoy aquí para hacer un trabajo. ¿No habéis oído nunca hablar del sentido del deber y de la honestidad común y corriente? ¿De la ética profesional?
¡No sabes con quién estás hablando, vagabunda! —gritó furioso Ostrit mientras ponía la mano en el puño de la espada—. Basta ya, no tengo costumbre de discutir con don nadies. Miradlo, ¿ética, códigos, moralidad? ¿Y quién dice esto? ¿Una rufiana, que apenas llegó y comenzó a matar gente? ¿Que se inclinaba en reverencia ante Foltest y a sus espaldas trataba con Velerad como un esbirro a sueldo? ¿Y tú te atreves a alzar la cabeza, lacaya? ¿A hacer como que eres un Sabio? ¿Una maga? ¿Una hechicera? ¡Tú, bruja del diablo! ¡Vete de aquí antes de que te golpee con la espada en los morros!
La bruja ni siquiera palpitó, se mantuvo de pie con tranquilidad.
Mejor que os vayáis vos, don Ostrit —dijo—. Está oscureciendo.
Ostrit retrocedió un paso, sacó rápidamente la espada.
Tú lo has querido, hechicera. Te mataré. No te ayudarán para nada tus artes. Llevo conmigo un caparazón de tortuga.
Brittany se sonrió. La opinión sobre el poder del caparazón de tortuga era tan falsa como extendida. Pero la bruja no pensaba gastar fuerzas en sortilegios, ni mucho menos arriesgar la hoja de plata en el choque con el filo de Ostrit. Maniobró por debajo de los molinetes de la espada y golpeó al noble en la sien con el canto del puño y los gemelos de plata de sus mangas.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Miér Mayo 27, 2015 7:12 pm

La bruja (6º parte)
Ostrit recobró pronto el conocimiento, giró los ojos alrededor en la más completa oscuridad. Percibió que estaba atado. No vio a Brittany, que estaba junto a él. Pero se dio cuenta de dónde estaba y lanzó un aullido prolongado, terrible.
Calla —dijo la bruja—. O la atraerás antes de tiempo.
¡Maldita asesina! ¿Dónde estás? ¡Desátame inmediatamente, canalla! ¡Te ahorcarán por esto, hija de perra!
Calla.
Ostrit respiró con dificultad.
¡Me dejarás aquí para que me devore! ¿Atado? —preguntó, ya más bajo, agregando terribles invectivas en un murmullo apenas audible.
No —dijo el brujo—. Te soltaré. Pero no ahora.
Maldita —silbó Ostrit—. ¿Para atraer a la estrige?
Sí.
Ostrit calló, cesó de forcejear, se mantuvo tendido sin moverse.
¿Bruja?
Es cierto que quería derribar a Foltest. No sólo yo. Pero sólo yo quería su muerte, quería que muriera bajo tortura, que se volviera loco, que se pudriera vivo. ¿Sabes por qué?
Brittany continuaba en silencio.
Yo amaba a Adda. La hermana del rey. La amante del rey. La puta del rey. La amaba... bruja, ¿estás ahí?
Estoy.
Sé lo que piensas, pero no fue así. Créeme, no arrojé ningún hechizo. Sólo una vez dije, lleno de rabia... Sólo una vez. ¿Bruja, me escuchas?
Te escucho.
Fue su madre, la vieja reina. Seguro que fue ella. No podía ver que él y Adda... No fui yo. Sólo una vez, sabes, intenté persuadir a Adda... ¡Bruja! Me trastorné y dije... ¿Bruja? ¿Fui yo? ¿Yo?
Eso ya no importa.
¿Bruja? ¿Falta poco para la medianoche?
Poco.
Suéltame antes. Dame algo más de tiempo.
No.
Ostrit no escuchó el chirrido de la lápida de la tumba al moverse, pero la bruja sí. Se inclinó y con el estilete cortó las ligaduras del noble. Ostrit no esperó a decir nada, se las arrancó, renqueó entumecido y torpe, echó a correr. Sus ojos se habían acostumbrado ya a la oscuridad de tal modo que veía el camino que conducía de la sala principal a la salida.
Con estruendo, se abrió en el suelo la losa que bloqueaba la entrada a la cripta. Brittany, prudentemente escondida detrás de la balaustrada, contempló la horrible silueta de la estrige, arrastrándose con presteza, rápida y sin duda en pos del retumbo de las botas de Ostrit. La estrige no produjo ni el menor sonido.
Un grito monstruoso, desgarrado, frenético, atravesó la noche, sacudió los viejos muros y continuó, alzándose y decayendo, vibrando. La bruja no pudo determinar correctamente la distancia —su sensibilizado oído se equivocaba— pero supo que la estrige había alcanzado a Ostrit muy rápido. Demasiado rápido.
Salió al centro de la sala, estaba de pie junto a la entrada a la cripta. Dejó caer el capote. Encogió los hombros para acomodar la espada. Se puso unos guantes. Tenía todavía un poco de tiempo. Sabía que la estrige, aunque saciada después del último plenilunio, no abandonaría rápidamente el cuerpo de Ostrit. El corazón y el hígado eran para ella valiosas reservas de provisiones para mantenerse durante el prolongado letargo.
La bruja esperó. Calculó que quedaban todavía tres horas hasta la aurora. El canto del gallo podría hacer que se equivocara. De todos modos, no había con toda seguridad gallo alguno por aquellos andurriales.
Escuchó. La estrige caminaba despacio, arrastrando los pies por las baldosas. Por fin la vio. La descripción había sido correcta. Una cabeza grande y desproporcionada colocada sobre un cuello corto estaba rodeada por una larga y enmarañada aureola de cabellos rojizos. Los ojos brillaban en la oscuridad como dos tizones. Se quedó de pie, inmóvil, mirando a Brittany. De pronto abrió las fauces, como si estuviera mostrando orgullosa las hileras de dientes blancos y agudos, después de lo que chasqueó las mandíbulas con un crujido que recordaba un arca al cerrarse. Y sin pausa alguna saltó, desde el mismo sitio, sin tomar carrerilla, apuntando a la bruja con unas garras manchadas de sangre.
Brittany se echó a un lado, giró en una pirueta fulgurante, la estrige le rozó, giró también, cortó el aire con las zarpas. No perdió el equilibrio, atacó de nuevo, inmediatamente, dio media vuelta, cerrando los dientes justo delante del pecho de Brittany. La rivia saltó hacia el otro lado, cambió por tres veces la dirección de sus vueltas en una pirueta súbita que desorientó a la estrige. Mientras saltaba la golpeó con fuerza en la parte de atrás de la cabeza con unas púas de plata que llevaba en el dorso de los guantes, en las falanges.
La estrige lanzó un bramido terrible, llenando el alcázar de un eco atronador, cayó a tierra, quedó inmóvil y comenzó a gañir, ronca, maligna, rabiosa.
La bruja sonrió con malicia. La primera prueba, como pensaba, había funcionado. La plata era mortal para las estriges, como para la mayor parte de los monstruos traídos a la vida por embrujos. Existía, pues, una oportunidad: la bestia era como otras, y esto podía garantizar un desencantamiento efectivo, pero en cualquier caso, como último recurso, la espada de plata podía salvarle la vida.
La estrige no se apresuró con el siguiente ataque. Esta vez se acercó despacio, mostrando los colmillos, babeando asquerosamente. Brittany se echó hacia atrás, anduvo en semicírculo, dando pasos con mucho cuidado, acelerando y deteniendo su movimiento desconcentró a la estrige, le dificultó su preparación para el salto. Mientras caminaba el brujo desenrolló una cadena larga, pesada y fuerte, con un peso al final. La cadena era de plata.
En el momento en que la estrige se tensó y saltó, la cadena silbó en el aire y, disolviéndose como cera, cubrió en un instante los brazos, el cuello y la cabeza de la fiera. La estrige cayó en el salto, lanzando un aullido que traspasaba los oídos. Se agitó por el pavimento, bramando terriblemente, no se sabía si de rabia o del punzante dolor que le producía el odiado metal. Brittany estaba satisfecha. Matar a la estrige, si lo quisiera, no supondría, ahora mismo, ni el más mínimo problema. Pero la bruja no echó mano a la espada dado que, hasta el momento, nada en el comportamiento de la estrige había dado motivos para sospechar que pudiera tratarse de un caso incurable. Brittany retrocedió hasta una distancia adecuada y, sin apartar la mirada de la forma que se revolvía por el suelo, respiró hondo, se concentró.
La cadena estalló, los eslabones de plata se derramaron como lluvia por todos los rincones, tintineando por la piedra. Cegada por la rabia, la estrige se lanzó de nuevo al ataque. Brittany esperó tranquila y alzando la mano derecha trazó sobre sí la Señal de Aard.
La estrige voló hacia atrás unos pasos, como si la hubiera golpeado un martillo, pero se mantuvo de pie, sacó las garras, enseñó los dientes. Sus cabellos se alzaron y revolotearon como si estuviera siendo afectada por un viento fortísimo. Con esfuerzo, renqueando, paso a paso, lentamente y pese a todo, fue acercándose.
Brittany se sintió intranquila. No había pensado que una Señal tan simple paralizara por completo a la estrige, pero tampoco esperaba que la bestia superara la resistencia con tanta facilidad. No podía sostener la Señal demasiado tiempo, era extenuante, y a la estrige le quedaban poco más que diez pasos para alcanzarle. Súbitamente, rompió la señal y saltó a un lado. Tal como esperaba, la estrige quedó sorprendida, se precipitó hacia adelante, perdió el equilibro, se dio la vuelta, se escurrió por las baldosas y cayó por las escaleras a través de la humeante abertura de entrada a la cripta. Se oyó desde arriba su infernal aullido.
Para ganar tiempo, Brittany saltó a los escalones que llevaban a la galería. No había recorrido ni siquiera la mitad de los peldaños, cuando la estrige surgió de la cripta, arrastrándose como una enorme araña negra. La bruja esperó a que le siguiera por las escaleras y entonces pasó por encima de la balaustrada y saltó abajo. La estrige se volvió en las escaleras, se tensó y voló hacia ella en un imposible salto de casi diez metros. Ya no se dejaba engañar tan fácilmente con sus piruetas: arañó por dos veces con sus garras el caftán de cuero de la rivia. Pero, de nuevo, un golpe terrible con las púas de plata del guante arrojó lejos de sí a la estrige y la hizo tambalearse. Brittany, sintiendo la rabia concentrada en ella, se balanceó, arqueó el torso hacia atrás y con un potente puntapié en el costado derribó a la bestia.
El grito que lanzó fue el más sonoro de todos. Hasta caían pedazos del enlucido del techo. La estrige se alejó, tiritando de malignidad indominable y de deseos de matar. Brittany esperó. Ya había desenvainado la espada, marcó en el aire un círculo, anduvo, rodeó a la estrige, poniendo cuidado en que el movimiento de la espada no fuera el mismo que el ritmo y el tiempo de sus pasos. La estrige no saltó, se acercó con lentitud, dirigiendo sus ojos hacia la brillante estela de la hoja.
Brittany se detuvo súbitamente, se quedó quieta con la espada en lo alto. La estrige, confundida, también se detuvo. La bruja describió un lento semicírculo con la espada.
Dio un paso en dirección a la estrige. Luego otro. Y luego saltó, haciendo molinetes por encima de la cabeza.
La estrige se agachó, escapó en zigzag. Brittany estaba de nuevo muy cerca, la hoja centelleaba en su mano. Los ojos de la bruja se encendieron con un brillo maligno, un ronco bramido atravesó sus apretados dientes. La estrige se echó atrás de nuevo, traspasada por el poder del odio, la maldad y la violencia concentrados que emanaban de la mujer a la que estaba atacando. Las olas de sentimientos la golpeaban, le traspasaban el cerebro y las entrañas. Afectada hasta el punto de producirle dolor por unos sentimientos hasta ahora desconocidos para ella, lanzó un pesado y trémulo gemido, se dio la vuelta en el sitio y se arrojó a una loca huida por el laberinto helado de los corredores del alcázar. Brittany, sacudida por un escalofrío, estaba de pie en el centro de la sala. Sola. Mucho ha durado, pensó, hasta que este baile en los límites del abismo, este loco, macabro ballet de lucha ha obtenido el resultado deseado, la unidad psíquica con el contrario. Conseguir la conquista de los depósitos de voluntad concentrada escondidos dentro del engendro, la perversa y maligna voluntad por cuyo poder surgiera la estrige.
La bruja tembló al recordar el momento en el que había absorbido dentro de sí tal carga de maldad para dirigirla, como un espejo, hacia el monstruo. Nunca antes se había encontrado con tanta concentración de odio y de locura asesina, incluso entre los basiliscos, que en este aspecto gozan de la peor fama.
Mucho mejor, pensó, mientras se dirigía hacia la entrada de la cripta, que se recortaba en el suelo como un enorme charco. Mucho mejor porque este poderoso golpe lo había recibido la propia estrige. Esto le daba algo más de tiempo para seguir actuando, antes de que la bestia se sacudiera el shock de encima. La bruja dudó de si se atrevería a otro esfuerzo similar. El efecto de los elixires se debilitaba y el amanecer todavía estaba lejos. La estrige no debía alcanzar la cripta antes de la aurora, de lo contrario todo el esfuerzo habría sido en vano.
Bajó las escaleras. La cripta era pequeña, había en ella tres sarcófagos de piedra. El primero contando desde la entrada tenía la losa abierta hasta la mitad. Brittany extrajo del seno el tercer frasquito, bebió rápidamente su contenido, entró en el sarcófago, se sumergió en él. Como esperaba, la sepultura era doble, para la madre y la hija. Cerró la cubierta sólo cuando escuchó de nuevo el grito de la estrige. Se echó boca arriba junto a los restos momificados de Adda, por dentro de la losa marcó la Señal de Yrden. Puso la espada sobre su pecho y colocó un pequeño reloj de arena fosforescente. Cruzó los brazos. No escuchaba ya los bramidos de la estrige que retumbaban en el alcázar. De hecho, ya no escuchaba nada pues la digital y el quelidonium habían comenzado a actuar.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Miér Mayo 27, 2015 7:13 pm

La bruja (7º parte)
Cuando Brittany abrió los ojos, la arena del reloj se deslizaba hacia su final, lo que quería decir que el letargo había durado más de lo planeado. Aguzó el oído y no escuchó nada. Su cabeza funcionaba ya con normalidad.
Tomó la espada con la mano, movió la mano a lo largo de la tapadera del sarcófago murmurando una fórmula y después, ligeramente, levantó la losa unas pulgadas.
Silencio.
Corrió la tapa algo más, se sentó, y, con la espada dispuesta, asomó la cabeza fuera del sepulcro. La cripta estaba oscura pero el brujo sabía que en el exterior ya amanecía. Enchiscó fuego y prendió un candil en miniatura, lo elevó, produciendo en las paredes de la cripta unas sombras extrañas.
Vacío.
Salió con dificultad del sarcófago, dolorido, entumecida, pasmada de frío. Y entonces la vio. Estaba tumbada boca arriba delante del sepulcro, desnuda, inconsciente.
Era más bien fea. Delgaducha, con pequeños pechos puntiagudos, sucia. Los cabellos, de un rubio rojizo, le llegaban casi hasta la cintura. Colocando el candil encima de la losa, se puso de rodillas, se inclinó sobre ella. Tenía los labios muy pálidos, en los pómulos una herida enorme producida por los golpes de Brittany. La bruja se quitó los guantes, soltó la espada, sin ceremonias tanteó con un dedo la mandíbula superior. Tenía los dientes normales. Buscó su mano, escondida entre los cabellos dispersos. Antes de que pudiera encontrar el brazo, vio que tenía los ojos abiertos.
Demasiado tarde.
Le clavó las garras por debajo del cuello, hiriendo profundamente, la sangre le salpicó la faz. Aulló, apuntando a los ojos con la otra mano. La burja se echó sobre ella, agarrándole las dos manos por las muñecas, fijándolas al suelo. Chasqueó los dientes —ahora demasiado cortos— justo delante de su cara. La golpeó en el rostro con la frente, la aplastó con vigor. No tenía ya las fuerzas de antes, se revolvía por debajo de ella, aullaba, escupiendo la sangre —la sangre de Brittany— que le resbalaba hasta los labios.
La sangre fluía con rapidez. No quedaba tiempo. La bruja se agachó y la mordió enérgicamente en el cuello, justo por debajo de la oreja, hundió los dientes y apretó hasta que el aullido inhumano se transformó en grave y desesperado grito y, por fin, en un ahogado sollozo: el llanto de una muchacha de catorce años.
La soltó cuando dejó de moverse, se puso de rodillas, sacó de un bolsillo en la manga un pedazo de lienzo, se vendó el cuello. Tomó la espada que estaba tirada a su lado, le puso la hoja en el cuello a la ahora inconsciente chiquilla, se inclinó sobre sus dedos. Las uñas estaban sucias, rotas, ensangrentadas, pero... normales. Completamente normales.
La bruja se levantó con esfuerzo. A la entrada de la cripta se derramaba el húmedo, grisáceo y viscoso color del amanecer. Se dirigió hacia los escalones, pero se detuvo, se sentó en el empedrado. A través de la tela que envolvía el cuello manaba la sangre, caía por los brazos, chorreaba hasta las manos. Desabrochó el caftán, rasgó la camisa, la deshizo, la convirtió en trapos, los envolvió alrededor del cuello sabiendo que no tenía demasiado tiempo, que ahora mismo iba a desmayarse...
Lo logró. Y se desmayó.
En Wyzima, junto al lago, un gallo, erizando las plumas por la fría humedad, cantó roncamente por tercera vez.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Miér Mayo 27, 2015 7:14 pm

La bruja (8º parte)
Contempló los blancos muros y las vigas del techo de la habitación del cuerpo de guardia. Movió la cabeza, frunciendo el ceño por el dolor, gimiendo. Tenía en el cuello un vendaje sólido, grueso y muy profesional.
Estate tendida, hechicera —dijo Velerad—. Estate tendida, no te muevas.
Mi... espada.
Claro, claro. Por supuesto, lo más importante es tu plateada espada de bruja. Está aquí, no temas. La espada y el cofre. Y tres mil ducados. Sí, sí, no digas nada. Yo soy un viejo tonto y tú eres una bruja listo. Foltest repite estas palabras desde hace dos días.
Dos...
Pues sí, dos. No te trinchó mal el pescuezo, se veía todo lo que tienes por dentro. Perdiste mucha sangre. Por suerte corrimos al alcázar nada más cantar el tercer pollo. En Wyzima no durmió nadie aquella noche. No se podía. Metisteis un ruido tremendo. ¿No te cansa mi palabrería?
La prin... cesa.
La princesa, pues como princesa. Delgada. Y más bien tirando a tonta. Llora sin tregua. Y se mea en la cama. Pero Foltest dice que cambiará. Pienso que no será a peor, ¿no, Brittany?
La bruja cerró los ojos.
Vale, ya me voy. —Velerad se levantó—. Descansa. ¿Brittany? Antes de que me vaya, dime, ¿por qué la mordiste? ¿Eh? ¿Brittany?
La bruja dormía.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por JanethValenciaaf Miér Mayo 27, 2015 10:00 pm

Siguele ,me encanto esta historia, actualiza pronto quiero saber mas acerca de la princesa
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Mensaje por Marta_Snix Jue Mayo 28, 2015 11:27 am

JanethValenciaaf escribió:Siguele ,me encanto esta historia, actualiza pronto quiero saber mas acerca de la princesa
Jajajajaja tus prioridades son algo raras, en vez que querer saber que tal esta Britt ya que esta herida en el cuello, te preocupas por la persona que se lo hizo xD

Me alegro que te este gustando la historia
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Jue Mayo 28, 2015 11:28 am

La voz de la razón 2 (1º Parte)
Brittany.
Alzó la cabeza, expulsada del sueño. El sol estaba ya muy alto, traspasaba con violencia las molduras de los postigos cegándole con manchas de oro, penetraba la habitación con tentáculos de luz. La bruja se tapó los ojos con las manos, sin necesidad un gesto instintivo del que nunca se había librado, pues bastaba sólo contraer las pupilas hasta volverlas apenas unas rendijas perpendiculares.
Ya es tarde —dijo Emma, abriendo las ventanas—. Os habéis dormido. Iola, desaparece. Ya no estás aquí.
La muchacha se levantó con rapidez, saltó de la cama, recogiendo el albornoz del suelo. En los brazos, en el lugar donde un segundo antes habían estado sus labios, Brittany sintió restos de saliva que se iban disipando.
Espera... —dijo insegura. Ella miró hacia la bruja, volvió la cabeza rápidamente.
Había cambiado. No poseía ya nada de la ninfa, de la luminosa aparición perfumada que había sido al amanecer. Sus ojos eran azules y no negros. Y su piel estaba poblada de pecas: en la nariz, en el escote, en los brazos. Aquellas pecas estaban llenas de gracia, le sentaban bien al tono de su piel y a sus cabellos rojizos. Pero no las había visto entonces, al amanecer, cuando ella era aún su sueño. Con vergüenza y tristeza se dio cuenta de que lo que sentía hacia ella era resentimiento, resentimiento porque no había seguido siendo un sueño. Y supo que nunca se perdonaría a sí mismo
ese resentimiento.
Espera —repitió—. Iola... Quisiera...
No le digas nada, Brittany —dijo Emma—. Y de todas formas no te va a contestar. Desaparece, Iola. Date prisa, chiquilla.
La muchacha, envuelta en el albornoz, se arrastró hacia la puerta, haciendo ruido en el suelo con sus pies desnudos, turbada, sonrojada, torpe. Ya no recordaba en nada a... Santana.
Emma —dijo ella, alcanzando la camisa—. Espero que no pretendas... ¿No la vas a castigar?
Idiota —resopló la sacerdotisa, acercándose a la cama—. Te has olvidado de dónde estás. Esto no es una cueva de ermitaños ni un convento. Esto es el santuario de Melitele. Nuestra diosa no prohíbe a las sacerdotisas... nada. Casi.
Me has prohibido hablarle a ella.
No te he prohibido nada, llamé tu atención sobre su inutilidad. Iola no habla.
¿Cómo?
No habla porque hizo un voto. Es una especie de renuncia gracias a la que... Aj, qué te voy explicar, si ni así lo vas a entender, ni siquiera vas a intentar entenderlo. Conozco tu opinión sobre las religiones. No, no te vistas todavía. Quiero comprobar cómo cicatriza tu cuello.
Se sentó al borde de la cama, con gran habilidad desenrolló los gruesos vendajes de lino que envolvían el cuello del brujo. Él apretó los labios a causa del dolor. A poco de llegar a Ellander, Emma le había retirado el horrible hilo de zapatero con el que le habían cosido en Wyzima, había abierto la herida y la había revisado. El resultado había sido el previsto: había llegado al santuario casi curada, puede que un poco rígida, y ahora estaba otra vez enferma y doloridoa. Pero no protestó. Conocía a la sacerdotisa desde hacía años, sabía lo grande que era su sabiduría médica y la rica y amplia farmacia de la que disponía. La convalecencia en el santuario de Melitele sólo podía serle beneficiosa.
Emma palpó la herida, la lavó y comenzó a maldecir. Se sabía esto ya de memoria, pues había empezado desde el primer día y nunca olvidaba blasfemar cada vez que veía los recuerdos dejados por las zarpas de la princesa de Wyzima.
¡Vaya una monstruosidad! ¡Dejarse zurrar así por una simple estrige! ¡Músculos, tendones, por un pelo no te afectó la arteria! Por la Gran Melitele, Brittany, ¿qué te pasa? ¿Cómo le dejaste acercarse tanto? ¿Qué querías hacer con ella? ¿Trajinártela?
No respondió, sonrió ligeramente.
No pongas esa sonrisa de tonta. —La sacerdotisa se levantó, tomó una bolsa con vendas que estaba sobre la cómoda. Pese a su corpulencia y baja estatura se movía con agilidad y gracia—. No es nada divertido lo que ha pasado. Estás perdiendo reflejos, Brittany.
Exageras.
No exagero. —Emma colocó sobre la herida un paquete verde que exhalaba un penetrante olor a eucalipto—. No debes dejarte herir, y te dejaste, y esto es muy serio. Yo diría que fatal. Incluso con tus extraordinarias facultades de regeneración pasarán unos meses hasta que recuperes la completa movilidad del cuello. Te lo advierto, en este tiempo no pruebes tus fuerzas en una pelea con un contrincante que sea muy rápido.
Te agradezco la advertencia. Puedes además darme un consejo: ¿de qué voy a vivir durante este tiempo? ¿Junto a unas cuantas señoritas, compro un carro y organizo una casa de citas ambulante?
Emma encogió los hombros mientras le vendaba el cuello con rápidos y certeros movimientos de sus rollizas manos.
¿Tengo que darte consejos de cómo vivir? ¿Qué pasa, que soy tu madre o qué? Ya estás lista. Puedes vestirte. En el refectorio te espera el desayuno. Date prisa o en caso contrario tendrás que cocinártelo tú misma. No pienso tener a las chicas en la cocina hasta el mediodía.
¿Dónde puedo encontrarte más tarde? ¿En el santuario?
No. —Emma se levantó—. En el santuario no. Eres una huésped bienvenida, bruja, pero no me andes dando vueltas por el santuario. Vete a dar un paseo. Y ya te encontraré yo misma.
De acuerdo.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Jue Mayo 28, 2015 11:43 am

La voz de la razón 2 (2º Parte)
Brittany recorría por cuarta vez el paseo de álamos que llevaba de la puerta al edificio residencial, en dirección al bloque del templo y del santuario mayor, que estaban hundidos en el precipicio del acantilado. Después de pensárselo brevemente, decidió no volver bajo techo, dobló en dirección a las huertas y los edificios de labranza. Unas cuantas sacerdotisas vestidas con grises mantos de trabajo se afanaban allí en escardar percherones y alimentar las aves en el gallinero. Predominaban entre ellas las que eran jóvenes y muy jóvenes, casi niñas. Unas cuantas, cuando pasaba junto a ellas, le saludaron con un ademán de la cabeza o una sonrisa. Respondió a los saludos, pero no reconoció a ninguna. Aunque visitaba el santuario a menudo, una vez, a veces dos, al año, nunca se había encontrado con más de tres o cuatro caras conocidas. Las muchachas iban y venían, como sibilas para otros santuarios, como comadronas y sanadoras especializadas en enfermedades infantiles y femeninas, como druidas viajeras, ayas o maestras. Pero nunca faltaban nuevas que llegaban de todos lados, incluso de los lugares más lejanos. El santuario de Melitele en Ellander era muy conocido y gozaba de merecida fama.
El culto de la diosa Melitele era uno de los más antiguos y, en tiempos, más extendidos. Sus comienzos se perdían en olvidadas épocas todavía prehumanas. Casi cada raza prehumana y cada primigenia y aún errante tribu humana habían adorado algún tipo de diosa de la cosecha y la fertilidad, protectora de campesinos y hortelanos, patrona del amor y el matrimonio. La mayor parte de estos cultos se habían concentrado y unido en el culto a Melitele.
El tiempo, que se había ensañado con otras religiones y cultos, aislándolos eficazmente en capillas y templetes olvidados, apenas visitados, escondidos entre los edificios de las ciudades, había mostrado sin embargo piedad hacia Melitele. A Melitele todavía no le faltaban ni creyentes ni patrocinadores. Los estudiosos que analizaban este hecho explicaban la popularidad de la diosa echando mano de los primitivos cultos a la Gran Matriarca, a la Madre Naturaleza, apuntaban su relación con los ciclos de la naturaleza, con el renacimiento de la vida y con otros procesos de nombres sonoros. Un amigo de Brittany, el trovador Noah, al que le gustaba aparecer como especialista en todos los campos posibles, había buscado una explicación más sencilla. El culto a Melitele, había concluido, es un culto típico para mujeres. Melitele es al fin y al cabo la patrona de la fertilidad, de los nacimientos, es la protectora de las comadronas. Y una mujer que está dando a luz tiene que gritar. Además de los gritos habituales, que por lo general se componen de falsas promesas de que nunca más en la vida se volverán a dejar hacer por ningún asqueroso jovenzuelo, la mujer que está pariendo tiene que llamar en su ayuda a alguna diosecilla, y Melitele es perfecta para ello. Y como las mujeres han dado a luz, siguen dando a luz y seguirán dando a luz, aseguraba el poeta, por ello Melitele no debe tener miedo de perder su popularidad.
Brittany.
Aquí estás, Emma. Te estaba buscando.
¿A mí? —La sacerdotisa le miró con aire de burla—. ¿No a Iola?
A Iola también —reconoció—. ¿Tienes algo en contra?
En este momento, sí. No quiero que la molestes ni distraigas su atención. Tiene que prepararse y rezar, si algo tiene que salir del trance.
Ya te dije —afirmó con frialdad— que no quiero trance alguno. No creo que un trance me pueda ayudar en algo.
Y yo, sin embargo —se enfadó ligeramente Emma—, no creo que un trance así te perjudique en algo.
No se me puede hipnotizar, soy inmune. Tengo miedo por Iola. Puede ser un esfuerzo demasiado grande para una médium.
Iola no es una médium ni una vidente mentalmente enferma. Esta chiquilla goza de una protección especial de la diosa. No pongas ese gesto de idiota, si no te importa. Ya te dije que conozco tus opiniones sobre la religión, nunca me han molestado demasiado y seguro que tampoco en el futuro van a hacerlo. No soy una fanática. Tienes derecho a creer que nos gobierna la Naturaleza y la Fuerza oculta en ella. Tienes derecho a pensar que los dioses, y entre ellos mi Melitele, son sólo personificaciones de esta fuerza, inventados para el uso de necios, para que la comprendan más fácilmente, para que acepten su existencia. Según tú, es una fuerza ciega. Y para mí, Brittany, la fe permite esperar de la naturaleza aquello que encarna mi diosa: el orden, el derecho, el bien. Y la esperanza.
Lo sé.
Pues si lo sabes, ¿por qué esa reserva ante el trance? ¿De qué tienes miedo? ¿De que te mande ponerte de rodillas en el suelo delante de la estatua y entonar cánticos? Brittany, simplemente nos vamos a sentar un rato juntos, tú, yo y Iola. Y probaremos si las facultades de esta muchacha nos permiten leer en el torbellino de las fuerzas que te rodean. Puede que nos enteremos de algo que estaría bien que supiéramos. Y puede que no nos enteremos de nada. Puede que las fuerzas del destino que te rodean no quieran revelársenos, se mantengan ocultas e incomprensibles. Pero, ¿por qué no podemos probar?
Porque esto no tiene sentido. No me rodea ningún torbellino del destino. E incluso si así fuera, ¿por qué diablos revolver en él?
Brittany, estás enferma.
Herida, querrás decir.
Sé lo que quería decir. Algo raro hay en ti, lo percibo. Por algo te conozco desde que eras eso, una pipiola, cuando te conocí no me llegabas ni al cinturón de la falda. Y ahora siento que das vueltas en torno a algún maldito vórtice, enredada por completo, amarrada en un lazo que se cierra poco a poco. Quiero ver de qué se trata. Yo sola no puedo, necesito de las habilidades de Iola.
¿No pretendes ir demasiado lejos? ¿Para qué tanta metafísica? Si quieres, me sinceraré contigo. Llenaré tus noches con relatos de los sucesos más interesantes de los últimos años. Prepara un barril de cerveza para que no se me seque la garganta y podemos empezar incluso hoy mismo. Me temo, sin embargo, que te aburriré, porque no encontrarás ningún vórtice ni ningún torbellino. Tan sólo historias de bruja común y corriente.
Te escucharé con gusto. Pero el trance, te repito, no te perjudicaría.
¿Y no juzgas —sonrió— que mi incredulidad en el significado de tal trance impedirá el éxito de antemano?
No, no lo creo. ¿Y sabes por qué?
No.
Emma se inclinó, le miró a los ojos con una sonrisa extraña en los pálidos labios.
Porque ésa sería la primera prueba que llegase a mi conocimiento de que la incredulidad tenga alguna clase de poder.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por JanethValenciaaf Jue Mayo 28, 2015 7:24 pm

A que se refería emma porque esa sería la primera prueba que llegase a mi conocimiento de que la incredulidad tenga alguna clase de poder,
Me encantoooooooooo!!!!!!!! Que bueno que britt ya se esta recuperando de su cuello.
Cuando habrá más capítulos ??????????
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Jue Mayo 28, 2015 8:31 pm

JanethValenciaaf escribió:A que se refería emma porque esa sería la primera prueba que llegase a mi conocimiento de que la incredulidad tenga alguna clase de poder,
Me encantoooooooooo!!!!!!!! Que bueno que britt ya se esta recuperando de su cuello.
Cuando habrá más capítulos ??????????
Pronto sabras que quiso decir Emma
Una cosita que quiero que tengas en cuenta, si ves bien, estoy poniendo en cada nuevo tema el titulo, el ultimo fue "La voz de la razon 2", si te fijas, despues de la "voz de la razon 1" que fue el primer cap y el 2º cap, no tenian nada que ver. Eso es porque estas son como historias cortas para que se vaya conociendo mejor a Britt, ya que los sucesos que pasan ahora, más adelante tendrán sus "consecuencias". Por lo que pase en "La voz de la razon" solo sigue con esa trama los que tengan el mismo titulo, los demás cuentan algo distinto
No se si me explique bien o te termine liando más xD
Lo que quiero decir, que lo unico que sigue un ritmo argumental es "la voz de la razon", lo demás son historias que le han pasado a Britt que después tendrá su importancia
Y ahora ya que te maree con esto te dejo el siguiente capitulo xD
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Jue Mayo 28, 2015 8:33 pm

La semilla de la verdad (1º parte)
Unos pequeños puntos negros en el cielo cubierto de madejas de niebla atrajeron la atención de la bruja con su movimiento. Eran muchos. Los pájaros describían círculos, girando con lentitud y espaciosidad, luego, súbitamente, descendían y enseguida volvían a ascender, moviendo las alas.
La bruja observó los pájaros durante bastante tiempo, calculó la distancia y el tiempo aproximado que tardaría en atravesarla, añadiendo algo por la dificultad del terreno, la espesura del bosque, la profundidad y la disposición de los barrancos que se esperaba en el camino. Al final se quitó el capote, apretó dos agujeros del cinturón que le cruzaba el pecho al bies. La empuñadura y el puño de la espada colgada a su espalda sobresalían por su hombro derecho.
Vamos a dar un pequeño rodeo, Sardinilla —dijo—. Nos salimos del sendero. Esos pajarillos, me parece, no andan dando vueltas por ahí sin un motivo.
La yegua, por supuesto, no contestó, pero se movió, sirviendo a la voz a la que estaba acostumbrada.
Quién sabe, puede que sea un alce muerto —dijo Brittany—. Y puede que no sea un alce. ¿Quién sabe?
El barranco estaba justo allí donde se lo esperaba. En cierto momento la bruja se encontró mirando desde arriba a las copas de los árboles que cubrían densamente la hondonada. La pendiente del barranco no era, sin embargo, demasiado pronunciada, y el fondo estaba seco, sin endrinas, sin troncos podridos. Atravesó el barranco con facilidad. Al otro lado había un bosquecillo de abedules, detrás de él un gran claro, un brezal y un terreno donde yacían los enmarañados tentáculos de ramas y raíces arrancadas por el viento.
Los pájaros, espantados por la aparición del jinete, se elevaron, graznaron salvajemente, agudamente, roncamente.
Brittany vio de inmediato el primer cuerpo: el blanco de una zamarra de carnero y el azul celeste de un vestido de mujer resaltaban entre los amarillentos cipreses del soto. No vio el otro cuerpo, pero percibió donde estaba: la situación del cadáver la traicionaban tres lobos que miraban al jinete con tranquilidad, apoyados en las patas traseras. La yegua de la bruja resopló. Los lobos, como obedeciendo una orden, en silencio, sin apresurarse, trotaron hacia el bosque, volviendo de tanto en tanto la cabeza triangular hacia la recién llegada. Brittany bajó del caballo.
La mujer de la zamarra y el vestido celeste no tenía rostro, garganta ni la mayor parte del muslo izquierdo. La bruja pasó de largo sin agacharse.
El hombre estaba tendido con la cara hacia abajo. Brittany no dio la vuelta al cuerpo, viendo que tampoco aquí los pájaros y los lobos habían estado ociosos.
Tampoco había necesidad de una observación más atenta de los restos. Los brazos y la espalda del jubón de lana estaban cubiertos por un dibujo bien ramificado de sangre seca. Estaba claro que el hombre había muerto de un golpe en la nuca y que sólo después los lobos habían masacrado el cuerpo.
En un cinturón muy amplio, junto a un corto cuchillo en una vaina de madera, el hombre llevaba una saca de cuero. La bruja la tomó, arrojó luego sobre la hierba un eslabón, un pedazo de yeso, cera para sellar, un puñado de monedas de plata, una navaja de afeitar cerrada con las cachas de hueso, una oreja de conejo, un llavero con tres llaves, un amuleto con un símbolo fálico. Dos cartas, escritas en un lienzo, mojadas por la lluvia y el rocío, las runas se habían desfigurado, desintegrado. Una tercera, en un pergamino, estaba también afectada por la humedad pero aún legible. Era una cédula de crédito, expedida por un banco propiedad de enanos de Murivel a un mercader de nombre Rulle Asper o Aspen. La cantidad a crédito no era muy alta.
Agachándose, Brittany levantó la mano derecha del hombre. Como se esperaba, un anillo de cobre que estaba incrustado en un dedo hinchado y amoratado llevaba la señal del gremio de los armeros: un estilizado casco con visera, dos espadas cruzadas y la runa A grabada debajo de ellas.
La bruja regresó al cuerpo de la mujer. Cuando dio la vuelta al cuerpo algo le pinchó en un dedo. Era una rosa prendida al vestido. La flor se había comenzado a marchitar pero no había perdido color. Los pétalos eran de un azul muy oscuro, casi añil. Brittany veía por primera vez en su vida una rosa así. Dio la vuelta del todo al cadáver y se estremeció. En la deforme y destrozada nuca de la mujer se podían ver claramente señales de colmillos. Y no de lobos.
La bruja retrocedió con cuidado hacia el caballo. Sin perder de vista los confines del bosque, se subió a la silla. Dos veces recorrió el claro, inclinado, escudriñó atentamente la tierra, observando todo.
Sí, Sardinilla —dijo en voz baja, deteniendo el caballo—. La cosa está clara, aunque no del todo. El armero y la mujer venían a caballo, desde aquel bosque. Sin duda se encaminaban desde Murivel a su casa, porque nadie lleva consigo durante mucho tiempo una cédula de crédito sin realizar. No sé por qué iban por aquí y no por el sendero. Pero atravesaron el brezal el uno al lado del otro. Y entonces, no sé por qué, los dos bajaron del caballo o se cayeron. El armero murió en el acto. La mujer echó a correr, luego tropezó y también murió y algo que no ha dejado huellas la arrastró por la tierra con los dientes apretados a su nuca. Sucedió hace dos o tres días. Los caballos se escaparon, no vamos a buscarlos.
La yegua, por supuesto, no contestó, resopló inquieta, reaccionando al familiar tono de voz.
Lo que mató a los dos —continuó Brittany, mirando a los límites del bosque— no era ni un lobisome ni una silvia. Ni el uno ni la otra hubieran dejado tanta carne para los comedores de carroña. Si hubiera por aquí una ciénaga diría que se trata de una kikimora o de un vipper. Pero aquí no hay ciénaga alguna.
Agachándose, la bruja aflojó un tanto la gualdrapa que cubría el costado del caballo, dejando al descubierto otra espada, sujeta a las albardas, que tenía una vaina brillante y decorada y una empuñadura negra como el carbón.
Sí, Sardinilla. Daremos un rodeo. Hay que comprobar por qué el armero y la mujer iban por el monte y no por el sendero. Si pasamos de largo con indiferencia tales acontecimientos, no ganaremos ni siquiera para tu avena, ¿no es cierto, Sardinilla?
La yegua se movió servicialmente hacia adelante a través del calvero, apoyándose con cuidado en los tocones derribados por el viento.
Aunque no sea un lobisome, no vamos a arriesgarnos —continuó el brujo, sacando de una bolsa en la silla un ramillete seco de toja y colgándolo junto a la boquilla. La yegua resopló. Brittany desanudó un poco el caftán debajo del cuello, sacó un medallón con la cabeza de un lobo mostrando los dientes. El medallón, que colgaba de una cadena de plata, se bamboleaba al ritmo del movimiento del caballo, brillando como el mercurio bajo los rayos del sol.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Jue Mayo 28, 2015 8:34 pm

La semilla de la verdad (2º parte)
Vio por vez primera las rojas tejas de la techumbre cónica de una torre cuando alcanzó la cumbre de una elevación, a la que se encaramaba para acortar el arco de la curva de un sendero poco marcado. El desvío, poblado de avellanos, obstruido por ramas secas, cubierto por una gruesa alfombra de hojas amarillas, no era demasiado seguro para cabalgar. La bruja retrocedió, avanzando cuidadosamente por la pendiente, volvió al camino. Cabalgaba despacio, cada cierto tiempo detenía el caballo, se agachaba en la silla, observaba las huellas.
La yegua agitó la cabeza, relinchó salvajemente, pataleó, bailoteó en el sendero, levantando un remolino de hojas secas. Brittany, agarrando el cuello del caballo con el brazo izquierdo, dirigió la mano izquierda hacia la cabeza de su montura, con los dedos en forma de la Señal de Axia, silbando el conjuro al mismo tiempo.
¿Tan malo es? —murmuró, mirando alrededor sin dejar de hacer la Señal—. ¿Tan malo? Tranquila, Sardinilla, tranquila.
El hechizo funcionó con rapidez pero la yegua movía sus pezuñas obligada, con torpeza, desconcertada, falta de naturalidad, perdiendo el elástico ritmo de la marcha. La bruja saltó a tierra, siguió a pie llevando el caballo de las riendas. Vio un muro. Entre el muro y el bosque no había solución de continuidad, ni transición evidente. Árboles jóvenes y arbustos de enebro entremezclaban sus hojas con la hiedra y la vid silvestre, pegadas a las paredes de piedra. Brittany alzó la cabeza. En ese mismo momento sintió cómo se le aferraba y se le arrastraba por el cuello, erizándole e irritándole los cabellos, una blanda criatura invisible. Sabía lo que era. Alguien le estaba mirando.
Se volvió con lentitud, con fluidez. Sardinilla resolló, los músculos de su cuello temblaron, se movieron por debajo de la piel.
En la pendiente de la loma por la que había venido hacía unos momentos estaba de pie e inmóvil una muchacha que apoyaba una mano en el tronco de un aliso. Su largo vestido blanco contrastaba con el brillante negro de los largos y sueltos cabellos que le caían sobre los hombros. A Brittany le pareció que sonreía, pero no estaba segura: se encontraba demasiado lejos.
Hola —dijo, levantando una mano en gesto amistoso. Dio un paso hacia la chica. Ésta, girando levemente la cabeza, siguió sus movimientos. Tenía el rostro muy pálido y unos enormes ojos negros. La sonrisa —si era una sonrisa— desapareció de su cara como si se la hubieran borrado. Brittany dio un paso más. Las hojas crujieron. La muchacha echó a correr por la pendiente como un corzo, se deslizó por entre las matas de avellano, era ya sólo una estela blanca cuando desapareció en lo profundo del bosque. Su largo vestido parecía no estorbar en nada su libertad de movimiento.
La yegua de la bruja relinchó quejumbrosamente, alzando su cabeza. Brittany, todavía mirando en dirección al bosque, la calmó con la Señal. Abrazó al caballo alrededor del muslo y avanzó con lentitud siguiendo el muro, hundiéndose en el sendero entre las hojas de las bardanas.
La puerta, sólida, cubierta de hierro, sujeta por unas oxidadas bisagras, estaba provista de una gran aldaba de latón. Después de dudar un momento, Brittany alzó la mano y tocó la enmohecida bola. Hubo de dar de inmediato un salto porque en ese momento la puerta se abrió, chirriando, chasqueando, apartando hacia los lados montoncillos de hierba, guijarros y ramas. Al otro lado de la puerta no había nadie: la bruja vio tan sólo un patio desierto, descuidado, obstruido por las ortigas. Entró, llevando al caballo detrás de ella. Embotada por la Señal, la yegua no se resistió, pero asentaba las pezuñas insegura y con rigidez.
El patio estaba rodeado en tres de sus lados por una pared y ciertos restos de estructuras de madera, el cuarto lado lo constituía la fachada de un pequeño palacio, marcada por la viruela del revoco caído, sucia de chorreras de humedad, embellecida por guirnaldas de hiedra. Los postigos, de los que se había desprendido la pintura, estaban cerrados. La puerta también.
Brittany echó las riendas de Sardinilla a un poste que estaba junto a la puerta y anduvo lentamente en dirección al palacio, atravesando un paseo cubierto de grava que discurría junto al vaso de una pequeña fuente cubierta de hojas y de basura. En el centro de la fuente, en un pedestal de fantasía, había un delfín labrado en piedra blanca, alzando hacia el cielo una cola rota.
Junto a la fuente, sobre algo que hacía muchísimo tiempo había sido un macizo de flores, había un rosal. Aquel rosal no se diferenciaba en nada de otros que Brittany había tenido la ocasión de ver, excepto en el color de sus flores. Las flores eran excepcionales: tenían un color índigo, con ligeros ribetes púrpuras en las puntas de algunos pétalos. La bruja tocó una de ellas, acercó el rostro, la olió. La flor poseía el típico aroma de las rosas, pero, de algún modo, más intenso.
Las puertas del palacio —y al mismo tiempo todos los postigos— se abrieron con un estruendo. Brittany alzó la cabeza súbitamente. Por el paseo, levantando nubes de gravilla, se arrastraba en dirección a él un monstruo.
La mano derecha de la bruja se elevó rápidamente hacia arriba por encima del hombro derecho mientras que la mano izquierda tiraba con fuerza del cinturón del pecho, gracias a lo cual el pomo de la espada saltó a los dedos. La hoja, saliendo con un silbido de la vaina, describió un corto semicírculo y se detuvo, apuntando con el filo a la bestia atacante. El monstruo, a la vista de la espada, frenó, se detuvo. La gravilla saltó a todos lados. La bruja ni siquiera respiraba.
El ser era de aspecto humano, vestido con una ropa destrozada pero de calidad, y sin que le faltaran adornos de buen gusto aunque absolutamente innecesarios. El aspecto humano, sin embargo, no alcanzaba más allá del sucio cuello de la camisa: sobre ella se alzaba una gigantesca cabeza, velluda como la de un oso, con enormes orejas, un par de ojos salvajes y un morro amenazador lleno de colmillos afilados entre los cuales, como un fuego, temblaba una lengua roja.
¡Vete de aquí, mortal! —gritó el monstruo, agitando las manos pero sin moverse del sitio—. ¡Que te devoro! ¡Que te hago cachos!
La bruja no se movió, no bajó la espada.
¿Estás sordo? ¡Vete de aquí! —bramó el ser, después de lo que expulsó un sonido que estaba entre el gruñido de un cerdo y el bramido de un ciervo macho. Los postigos de todas las ventanas se cerraron y golpetearon, haciendo caer cascotes y yeso de los muros. Ni la bruja ni el monstruo se movieron.
¡Escapa, mientras estés entero! —gritó el ser, pero como si se sintiera menos seguro—. Porque si no...
Si no, ¿qué? —le interrumpió Brittany.
El monstruo resolló salvajemente, inclinó la enorme cabeza.
Vedlo ahí, que atrevido —dijo tranquilo, mostrando los colmillos y mirando a Brittany con los ojos enrojecidos—. Baja ese hierro, si no te importa. ¿Puede que no te hayas dado cuenta de que te encuentras en el patio de mi propia casa? ¿O es que de donde vienes es costumbre amenazar con una espada al anfitrión en su propio patio?
Lo es —afirmó Brittany—. Pero sólo al anfitrión que recibe a los huéspedes a gritos y anuncia que los cortará en pedacitos.
Ah, cuernos —se exaltó el monstruo—. Y todavía me va a ofender, la vagabunda. ¡Vaya un huésped! Se mete en el patio, destroza flores ajenas, campa por sus respetos y encima piensa que le van a dar el pan y la sal. ¡Puff!
El ser escupió, resopló y cerró el morro. Los colmillos inferiores se quedaron en el exterior, otorgándole el aspecto de un jabalí.
¿Y qué? —dijo la bruja al cabo de un rato, bajando la espada—. ¿Nos vamos a quedar así, de pie?
¿Y qué propones? ¿Que nos tumbemos? —bufó el monstruo—. Guarda ese hierro, te digo.
La bruja metió diestramente el arma en la vaina de su espalda, sin bajar la mano acarició el pomo que sobresalía por encima del hombro.
Preferiría —dijo— que no hicieras movimientos demasiado violentos. Siempre es posible sacar esta espada, y más rápido de lo que te imaginas.
Lo he visto —gargajeó el monstruo—. Si no fuera por ello, ya hace rato que estarías al otro lado de la puerta, con la huella de mis tacones en tu trasero. ¿Qué quieres? ¿De dónde has salido?
Equivoqué el camino —mintió la bruja.
Equivocaste el camino —repitió el monstruo, abriendo la boca en un gesto amenazador—. Pues entonces desequivócate. Al otro lado de la puerta, se entiende. Pon la oreja izquierda hacia el sol y sigue así y enseguida encontrarás la carretera. Venga, ¿a qué esperas?
¿Hay agua por aquí? —preguntó tranquilamente Brittany—. El caballo está sediento. Y yo también, si esto no te molesta demasiado.
El monstruo se apoyó de una pierna a la otra, se arrascó la oreja.
Escucha, tú —dijo—. ¿De verdad no tienes miedo de mí?
¿Y tendría que tenerlo?
El monstruo miró a su alrededor, resopló, se tiró impetuosamente de los pantalones.
Ah, cuernos, qué más me da. Un huésped en casa, es como Dios en casa. No todos los días se encuentra uno a alguien que al verme no salga corriendo ni se desmaye. Bueno, vale. Si eres una viajera cansada, pero honesta, te invito a entrar. Si eres, sin embargo, una ladrona o malhechora, te aviso: esta casa me obedece. ¡Dentro de estos muros yo gobierno!
Levantó una garra velluda. Todos los postigos de nuevo chocaron contra la pared y en la garganta de piedra del delfín algo hizo un ruido sordo.
Bienvenida —dijo.
Brittany no se movió, mirándolo inquisitivamente.
¿Vives solo?
¿Y a ti qué te importa con quién vivo? —dijo con furia el ser, abriendo la boca y seguidamente riéndose en voz alta—. Ajá, entiendo. Seguro que te refieres a que si tengo cuatrocientos sirvientes de mi misma belleza. No los tengo. ¿Y qué, vas a aceptar una invitación hecha de corazón? ¡Si no, la puerta está allí, justo detrás de tu culo!
Brittany se inclinó con rigidez.
Acepto la invitación —dijo formalmente—. No faltaré a la hospitalidad del anfitrión.
Mi casa es tu casa —dijo el ser, también con mucha formalidad pero descuidadamente—. Por aquí. Y pon el caballo ahí, junto al pozo.
También en su interior pedía el palacio a gritos una reforma capital, aunque se mantenía una cierta limpieza y un cierto orden. Los muebles habían salido con seguridad de las manos de buenos artesanos, aunque esto había tenido lugar hacía mucho tiempo. En el ambiente se percibía un agudo olor a polvo. Estaba oscuro.
¡Luz! —bramó el monstruo y en el mismo momento de una tea sujeta con un mango de hierro saltaron humo y llamas.
No está mal —dijo la bruja. El monstruo se rió.
¿Sólo eso? Ciertamente veo que no es fácil impresionarte. Te dije que esta casa obedece mis órdenes. Cuidado, las escaleras son empinadas. ¡Luz!
En las escaleras, el monstruo se volvió.
¡Algo se te menea en el cuello, amiga! ¿Qué es?
Míralo.
El ser tomó el medallón en las garras, se lo acercó a los ojos, tensando la cadena ligeramente en el cuello de Brittany.
Este animal tiene una cara poco agradable. ¿Qué es?
El escudo de mi gremio.
Ajá, entonces seguro que te dedicas a fabricar bozales. Por aquí, por favor. ¡Luz!
El centro de una amplia cámara, completamente falta de ventanas, lo constituía una enorme mesa de roble, vacía excepto por un candelabro de latón verdoso cubierto con festones de cera derretida y vuelta a solidificar. Ante una nueva orden del monstruo las velas se encendieron, temblaron, iluminaron un tanto el interior.
Una de las paredes de la habitación estaba cubierta de armas. Colgaban allí composiciones de escudos redondos, alabardas cruzadas, picas y lanzas, pesadas porras y hachas. La mitad de la pared siguiente la ocupaba el hogar de una gigantesca chimenea, sobre el que colgaban filas de descascarillados y polvorientos retratos. La pared frente a la salida estaba repleta de trofeos de caza: cornamentas de alces y enmarañados cuernos de ciervos arrojaban largas sombras sobre los hocicos repletos de dientes de jabalíes, osos y linces y sobre las desgreñadas y deshilachadas alas de águilas
y azores disecados. El lugar central, honorífico, lo ocupaba una ennegrecida y destrozada cabeza de dragón alpino con la estopa saliéndosele por los agujeros. Brittany se acercó.
Lo cazó mi abuelo —dijo el monstruo, arrojando en medio del hogar un gran tronco—. Creo que era el último de estos alrededores que se dejó cazar. Siéntate, amiga. ¿Estás hambrienta, como me supongo?
No lo negaré, señor.
El monstruo se sentó a la mesa, bajó la cabeza, juntó sobre la barriga las velludas garras, murmuró algo durante un momento, hizo girar los enormes pulgares, después de lo cual mugió en voz baja, colocando las zarpas sobre la mesa. Cuencos y platos chasquearon con el sonido del cinc y la plata, las copas tintinearon con el del cristal.
Olía a asado, ajo, majorana, nuez moscada. Brittany no mostró sorpresa alguna.
Sí —alzó las garras el monstruo—. Esto es mejor que el servicio, ¿no es cierto? Sírvete, amiga. Aquí hay gallina, aquí jamón de jabalí, aquí paté de... no sé qué. De algo. Aquí tenemos codornices. No, cuernos, son perdices. Me equivoqué de hechizo. Come, come. Es comida de verdad, sabrosa, no tengas miedo.
No tengo miedo. —Brittany partió la gallina en dos mitades.
Me había olvidado —resopló el monstruo— de que no eres de las miedosas. ¿Cómo hay que llamarte, en este caso?
Brittany. ¿Y a ti, señor?
Nivellen. Pero en los alrededores me llaman la Bestia o el Colmilludo. Y asustan a los niños conmigo. —El monstruo se echó en la garganta el contenido de una enorme jarra y luego hundió los dedos en el paté, sacando del cuenco casi la mitad de un sólo golpe.
Asustan a los niños —repitió Brittany con la boca llena—. ¿Seguramente sin motivo?
Absolutamente. ¡A tu salud, Brittany!
Y a la tuya, Nivellen.
¿Qué tal el vino? ¿Has observado que es de uva y no de manzana? Pero si no te gusta, te hago otro.
No, gracias, éste no está mal. ¿Tus habilidades mágicas son de nacimiento?
No. Las tengo desde el momento en que esto me creció. El morro, se entiende. Yo mismo no sé de dónde salió, pero la casa cumple todo lo que yo deseo. Nada especial, sé crear comida, bebida, trajes, ropa de cama, agua caliente, jabón. Lo que toda hembra sabe hacer hasta sin encantamientos. Abrir y cerrar las puertas. Encender el fuego. Nada especial.
Ya es algo. Y este... como tú dices, morro, ¿lo tienes desde hace tiempo?
Desde hace doce años.
¿Y cómo fue?
¿Y a ti que te importa? Échate más vino.
Con gusto. A mí no me importa un comino, pregunto por curiosidad.
Un motivo comprensible y aceptable —se rió roncamente el monstruo—. Pero yo no lo acepto. Ni te va, ni te viene, y basta. Pero para satisfacer al menos en parte tu curiosidad, te mostraré cómo era yo antes de todo esto. Mira allí, sí, a los retratos. El primero, contando desde la chimenea, es mi padre. El segundo, el diablo sabe quién. Y el tercero soy yo. ¿Lo ves?
Por debajo del polvo y las telarañas, les contemplaba desde el retrato, con una mirada acuosa, un gordito con un rostro hinchado, triste, granujiento. Brittany, a quien no le era extraña la tendencia a adular clientes, bastante general entre los retratistas, bajó la cabeza con tristeza.
¿Lo ves? —repitió Nivellen, mostrando los dientes.
Lo veo.
¿Quién eres?
No te entiendo.
¿No me entiendes? —El monstruo levantó la cabeza, los ojos le brillaban como a los gatos—. Mi retrato, amigo, está colgado más allá de la luz de las velas. Yo puedo verlo, pero yo no soy un ser humano. Por lo menos, no en este momento. Un ser humano, para poder ver el retrato, se hubiera levantado, se hubiera acercado, seguramente hubiera tenido que coger una vela. Tú no lo has hecho. La conclusión es muy sencilla. Pero te pregunto sin rodeos: ¿eres un ser humano?
Brittany no bajó la vista.
Si lo pones así —contestó al cabo de un instante de silencio—, no del todo.
Ajá. No creo que peque de indiscreto, entonces, si pregunto quién eres.
Una bruja.
Ajá —repitió Nivellen un poco después—. Si no recuerdo mal, las brujas se ganan la vida de una manera curiosa. Matan monstruos por dinero.
Recuerdas bien.
De nuevo se hizo el silencio. Las llamas de las velas temblaron, expulsaron hacia arriba unas estrechísimas lenguas de fuego, se reflejaron en los grabados de las copas de cristal, en las cascadas de cera que se deslizaban por el candelabro. Nivellen se sentó inmóvil, meneando apenas las enormes orejas.
Pongamos —dijo al fin— que alcanzas a desenvainar la espada antes de que te agarre. Pongamos que alcanzas incluso a golpearme con ella. Con mi peso, no es suficiente para pararme, te tiraré al suelo con el propio impulso. Y luego deciden los dientes. Qué piensas, brujo, ¿quién de nosotros dos tiene más ventaja si llega el momento de morder gargantas?
Brittany, sujetando con el pulgar la caperuza de la jarra, se echó más vino, bebió un trago, se apoyó en el respaldo de su silla. Miró al monstruo con una sonrisa, y era aquélla una sonrisa harto amenazadora.
Síííí —dijo prolongadamente Nivellen, hurgándose con las uñas en los huecos de las muelas—. Hay que reconocer que sabes responder a las preguntas sin usarmuchas palabras. Interesante, cómo te las vas a apañar con la siguiente que te hago. ¿Quién te ha pagado por mí?
Nadie. Estoy aquí por casualidad.
¿No me mientes?
No tengo por costumbre mentir.
¿Y qué tienes por costumbre? Me han hablado de las brujas. Recuerdo que las brujas raptan niños pequeños a los que dan luego unas hierbas mágicas. Los que sobreviven se convierten ellos mismos en brujos, hechiceros con habilidades inhumanas. Se les enseña a matar, se les elimina todo sentimiento e impulso propio de seres humanos. Se hace de ellos monstruos que han de matar a otros monstruos. He oído por ahí que ya va siendo hora de que alguien comience a cazar brujos. Porque monstruos hay cada vez menos, y brujos cada vez más. Come perdices, antes de que se enfríen.
Nivellen tomó del cuenco una perdiz y se la metió entera en la boca. La mascó como si fuera una galletita, haciendo crujir los huesos pulverizados entre los dientes.
¿Por qué no dices nada? —dijo entrecortadamente, tragando—. ¿Qué hay de eso que dicen de vosotros, es verdad?
Casi nada.
¿Y qué es mentira?
Eso de que cada vez hay menos monstruos.
Cierto. Hay un montón. —Nivellen enseñó los dientes—. Justo uno está sentado delante de ti y se está pensando si hizo bien en invitarte. Desde el principio no me ha gustado el escudo de tu gremio, amiga.
Tú no eres un monstruo, Nivellen —dijo secamente la bruja.
Ah, cuernos, esto es algo nuevo. Entonces, según tú, ¿qué soy yo? ¿Jalea de arándanos? ¿Una bandada de patos gordos que vuelan al sur en una triste mañana de noviembre? ¿No? ¿Y puede entonces que sea la virtud perdida junto a una fuente por la dulce hija de un molinero? Venga, Brittany, dime quién soy. ¿No ves que me muero de curiosidad?
No eres un monstruo. De otro modo no hubieras podido tocar esa taza de plata. Y en ningún caso hubieras podido coger con la mano mi medallón.
¡Ja! —gritó Nivellen de tal forma que las llamas de las velas tomaron por un momento la posición horizontal—. ¡Hoy es justo el día en el que se aclararán todos los grandes misterios! ¡Ahora me voy a enterar de que estas orejas me han crecido porque cuando era un crío no me gustaban las papillas de cereales!
No, Nivellen —dijo Brittany con tranquilidad—. Sucedió a causa de un hechizo. Estoy seguro de que sabes quién te lanzó el hechizo.
¿Y qué pasa si lo sé?
Los hechizos se pueden deshacer. En muchos casos.
Y tú, como bruja, por supuesto que sabes deshacer hechizos. ¿En muchos casos?
Sé hacerlo. ¿Quieres que probemos?
No. No quiero.
El monstruo abrió la boca y sacó una lengua roja de dos palmos de larga.
Te has quedado pasmada, ¿eh?
Pero pasmada —admitió Brittany.
El monstruo se rió, se removió en el sillón.
Sabía que te iba a chocar —dijo—. Échate más vino, siéntate cómodamente. Te contaré toda la historia. Bruja o no, me caes bien y tengo ganas de hablar. Échate más.
No hay más que echar.
Ah, cuernos. —El monstruo carraspeó y de nuevo golpeó la mesa con la zarpa.
Junto a las dos jarras vacías aparecieron de la nada varias damajuanas de barro en una cesta de mimbre. Nivellen abrió con los dientes un tapón de cera.
Como sin duda habrás observado —comenzó mientras servía—, estos alrededores están bastante despoblados. Hay un buen trecho hasta el lugar habitado más cercano. Porque, sabes, mi padre, y también mi abuelo, en sus tiempos, no dieron demasiados motivos para que los apreciaran los vecinos ni los mercaderes que recorrían la carretera. Todo el que se aventuraba por aquí, si mi padre lo veía desde la torre, perdía, en el mejor de los casos, su haber. Y un par de aldeas cercanas se quemaron porque mi padre pensaba que pagaban los tributos con demasiada lentitud. Poca gente quería a mi padre. Excepto yo, claro. Lloré amargamente cuando cierta vez trajeron en un carro lo que quedaba de él después del golpe de una tizona. De todos modos, por aquel entonces padre ya no se ocupaba de saquear activamente, porque, desde el día en que le habían dado en la cabeza con una porra, tartamudeaba de un modo terrible, babeaba y pocas veces alcanzaba a llegar a tiempo al retrete. Y pasó entonces que, como su heredero, tuve que liderar la banda.
»Muy joven era yo entonces —siguió Nivellen—, un niño de teta, así que los de la banda hacían de su capa un sayo. Yo los lideraba, como puedes imaginarte, de la misma forma que un lechón bien gordo puede liderar una horda de lobos. De modo que comenzamos a hacer cosas que, de haber vivido mi padre, no hubiera permitido. Te ahorraré los detalles, iré derecho al asunto. Cierto día nos llegamos hasta Gelibol, cerca de Mirt, y saqueamos un santuario. Para más inri, había también una sacerdotisa muy jovencita.
¿De qué santuario se trataba, Nivellen?
El diablo sabe cuál, Brittany. Pero tenía que tratarse de un santuario poco bueno. Me acuerdo de que en el altar había cráneos y huesos y ardía un fuego verde. Apestaba como el infierno. Pero, al caso. Los muchachos se apoderaron de la sacerdotisa y la liberaron de sus ropas, después de lo cual dijeron que yo tenía que obrar como un hombre. Bueno, y obré como un hombre, estúpido mocoso. Durante mi actuación como hombre la sacerdotisa me escupió en la cara y gritó algo.
¿El qué?
Que soy un monstruo en la piel de un ser humano y que voy a ser un monstruo en la de un monstruo, y algo sobre amor y sobre sangre, no me acuerdo. El estilete, así de pequeño, lo tenía, me parece, oculto entre sus cabellos. Se suicidó, y entonces... Huimos de allí, Brittany, te digo que a poco no reventamos los caballos. Era un santuario poco bueno.
Sigue.
Siguiendo. Sucedió tal y como la sacerdotisa había dicho. Un par de días después, me despierto temprano, y los sirvientes, todo el que me veía, un grito y pies en polvorosa. Voy al espejo... Sabes, Brittany, entré en histeria, me dio algún ataque, recuerdo todo aquello como a través de una niebla. En pocas palabras, hubo cadáveres. Unos cuantos. Usé todo lo que caía en mis manos, de pronto me había hecho muy fuerte. Y la casa ayudaba como podía: se cerraban las puertas, volaba la vajilla por el aire, estallaba el fuego. Quien pudo escapó llevado por el pánico, mi tía, mi prima, los muchachos de la banda, qué digo, si se escapó hasta mi gata Tragoncilla. Incluso el papagayo de mi tía se quedó seco del miedo. Al final me quedé solo, rugiendo, aullando, gritando, rompiendo lo que caía en mis manos, sobre todo los espejos.
Nivellen se interrumpió, suspiró, se sorbió los mocos.
Cuando se me pasó el ataque —dijo al cabo—, era ya demasiado tarde para hacer nada. Estaba solo. A nadie pude explicar ya que se me había transformado única y exclusivamente mi aspecto, que, aunque con una figura horrible, era tan sólo un crío estúpido, sollozando en un castillo vacío sobre los cadáveres de sus sirvientes. Luego me entró un miedo terrible: volverán y me matarán a golpes antes de que me dé tiempo a explicarme. Pero nadie volvió.
El monstruo se quedó en silencio por un momento, se frotó la nariz con la manga.
No quiero volver a aquellos primeros meses. Brittany, todavía tiemblo cuando me acuerdo. Iré al grano. Mucho, mucho tiempo me quedé en el castillo como el ratón en su ratonera, sin sacar la nariz al exterior. Si aparecía alguien, y esto sucedía raramente, no salía, sino que mandaba a la casa que hiciera golpear dos o tres veces las ventanas o aullaba un poco a través de las gárgolas del canalón y, por lo general, esto bastaba para que el tipo dejara tras de sí una bonita nube de polvo. Así fue hasta el día en el que, un pálido amanecer, miro por la ventana y, ¿qué veo? Un gordo arranca una rosa del rosal de mi tía. Y has de saber que no se trataba de cualquier tontería, sino de rosas azules de Nazair, el esqueje lo había traído mi padre. La rabia me embargó y salté al patio. El gordo, cuando recobró la voz que había perdido al verme, murmuró que tan sólo quería una de aquellas rosas para su hija, que le perdonara y la dejara la vida y la salud. Ya me había decidido a echarlo de una patada por la puerta principal cuando se me ocurrió algo, me acordé de un cuento que me contara una vez Lenka, mi niñera, un vejestorio. Cuernos, pensé, se dice que las muchachas hermosas transforman las ranas en príncipes, y al revés, así que quizás... Puede que en esas habladurías haya una pizca de verdad, una posibilidad... Salté media legua, aullé de tal modo que las parras se desprendieron de los muros y grité: «¡Tu hija o la vida!», no se me ocurrió nada mejor. El mercader, porque era un mercader, se echó a llorar y después me dijo que su hija tenía ocho años. ¿Qué pasa, te ríes?
No.
Porque yo no sabía si llorar o reír por mi suerte de mierda. Me dio pena el mercader, no podía ver cómo temblaba, le invité a entrar, le agasajé y cuando se iba le metí oro y piedras preciosas en su bolsa. Has de saber que en los subterráneos quedaban todavía muchas riquezas desde los tiempos de mi padre, no sabía muy bien qué hacer con ellas, así que me podía permitir tal gesto. El mercader se iluminó, me dio las gracias hasta quedarse seco. Debió de vanagloriarse de sus aventuras donde fuera porque no habían pasado dos meses cuando apareció otro mercader por aquí. Traía preparadas bolsas de sobra. Y una hija. También de sobra.
Nivellen metió los pies debajo de la mesa, se estiró hasta que el sillón crujió.
Por segunda vez hablé con un mercader —siguió—. Acordamos que me dejaría a la hija por un año. Hube de ayudarle a cargar el saco en la mula, él solo no hubiera sido capaz.
¿Y la muchacha?
Durante algún tiempo le daban convulsiones cuando me veía, estaba convencida de que me la iba a comer. Pero al cabo de un mes comíamos ya en la misma mesa, charlábamos y dábamos largos paseos. Y aunque era simpática y muy despabilada, la lengua se me quedaba pegada cuando hablaba con ella. Sabes, Brittany, siempre he sido tímido con las mujeres, siempre he hecho el ridículo, incluso con las mozas de los establos, ésas que tienen estiércol en las pantorrillas, a las que los muchachos de la banda se llevaban de acá para allá a su gusto. Hasta ésas se burlaban de mí. Y qué no será ahora, pensé, con este morro. No fui capaz, ni siquiera, de mencionar la causa por la que había pagado tan caro por un año de su vida. El año continuó más largo que un día sin pan, hasta que al fin apareció el mercader y se la llevó. Yo entonces, resignado, me encerré en casa y durante algunos meses no reaccioné ante ninguno de los sujetos con hijas que fueron viniendo. Pero después de pasar un año en compañía, me di cuenta de lo difícil que era no tener nadie a quien abrir la boca—. El monstruo produjo un sonido que había de ser un suspiro pero que sonó como si tuviera hipo.
La siguiente —dijo al cabo— se llamaba Fenne. Era pequeña, nerviosa y parlotera, un verdadero ratoncito. No me tenía miedo en absoluto. Un día, justo el día de mi mayoría de edad, nos emborrachamos con licor de miel y... je, je. Inmediatamente después me eché abajo de la cama y directo al espejo. Lo reconozco, me sentí decepcionado y rabioso. El morro estaba allí, tal y como era, puede que incluso con el añadido de una expresión más estúpida. ¡Y dicen que en los cuentos se encierra la sabiduría del pueblo! Una mierda de sabiduría, Brittany. Pero Fenne intentó con mucho ardor que olvidara mis preocupaciones. No te haces una idea de qué muchacha más alegre era. ¿Sabes lo que se le ocurrió? Asustábamos los dos juntos a los visitantes no deseados. Imagínate: entra uno en el patio, echa un vistazo y de pronto, con un aullido, le salto encima yo, a cuatro patas, y Fenne que, completamente desnuda, está sentada en mi lomo y sopla el cuerno de caza del abuelo.
Nivellen se convulsionó de risa, le brillaba el blanco de los colmillos.
Fenne —continuó— estuvo en casa un año entero, luego volvió con su familia, con una gran dote. Pensaba casarse con cierto criador de cerdos, un viudo.
Sigue, Nivellen. Esto es muy entretenido.
¿Tú crees? —dijo el monstruo, arrascándose entre las orejas con un crujido—. Venga, vale. La siguiente, Prímula, era la hija de un caballero empobrecido. El caballero, cuando llegó aquí, tenía un caballo esquelético y una cota de mallas herrumbrosa e increíblemente larga. Era asqueroso, Brittany, ya te digo, como un montón de estiércol, y echaba a su alrededor una peste parecida. Prímula, me dejaría cortar una mano, debía de haber sido concebida cuando él estaba en la guerra, porque era bastante bonita. Y yo no le producía miedo, cosa no tan extraña al fin y al cabo, pues en comparación con su progenitor podía dármelas hasta de garboso. Ella tenía, como luego pude comprobar, un temperamento considerable, pero yo, habiendo cobrado confianza en mí mismo, tampoco me dormí en mis laureles. Apenas dos semanas después me encontraba ya en unas muy estrechas relaciones con Prímula, durante las cuales solía tirarme de la oreja y gritar: «¡Muérdeme, animal!», «¡Despedázame, bestia!». Y parecidas tonterías. Yo, en los descansos, corría al espejo, pero, imagínate, Brittany, que me miraba en él con creciente desasosiego. Cada vez me apetecía menos volver a ser aquella persona menos sana. Sabes, Brittany, antes yo era un flojucho, había crecido siempre metido en casa. Antes estaba siempre enfermo, tosía y se me salían los mocos, mientras que ahora no se me pegaba nada. ¿Y los dientes? ¡No te creerías cómo tenía de podridos los dientes! ¿Y ahora? Puedo morder la pata de una silla. ¿Quieres que muerda la pata de una silla?
No. No quiero.
Y mejor así. —El monstruo abrió la boca—. A las señoritas les hacía gracia cuando alardeaba de ello y me han quedado pocas sillas en casa. —Nivellen bostezó, a causa de lo cual la lengua se le enrolló como una trompeta.
Me ha cansado tanta plática, Brittany. En pocas palabras: después hubo otras dos, Ilka y Venimira. Todo sucedió del mismo modo, hasta el aburrimiento. Al principio una mezcla de miedo y reserva, luego un pelín de simpatía, reforzada por pequeños, aunque costosos, souvenires, luego «Muérdeme, cómeme entera», luego el regreso del papá, triste despedida y una merma cada vez más apreciable del tesoro. Decidí estar solo por una larga temporada. Por supuesto, hace ya bastante que he dejado de creer en que el besito de una virgen pueda cambiar mi forma. Y me he conformado con ello. Es más, he llegado a la conclusión de que está bien como está y de que no hace falta ningún cambio.
¿Ninguno, Nivellen?
Como te digo. Ya te he contado, la salud de caballo que está relacionada con esta forma es lo primero. Lo segundo: mi rareza funciona como un afrodisíaco para las mujeres. ¡No te rías! Estoy más que seguro de que como ser humano tendría que correr mucho para hacerme con una como, por ejemplo, Venimira, que era una virgen muy hermosa. A mí se me da que a uno como al del retrato ni siquiera lo miraría. Y en tercer lugar: seguridad. Padre tenía enemigos, un par de ellos sobrevivieron. Aquéllos a los que mi banda bajo mi penoso mando enviara al otro barrio tenían parientes. En el sótano hay oro. Si no fuera por el miedo que produzco, alguien vendría a por él. Aunque no fueran más que pueblerinos con sus viernos.
Pareces completamente seguro —dijo Brittany mientras jugueteaba con una copa vacía— de que en esta figura no has hecho nada a nadie. A ningún padre, a ninguna hija. A ningún pariente ni novio de las hijas. ¿Qué dices, Nivellen?
Espera, Brittany —se enfadó el monstruo—. ¿De qué hablas? Los padres no cabían en sí de gozo, ya te he contado, fui liberal más allá de lo imaginable. ¿Y las hijas? No las viste cuando llegaron aquí, con vestidos de lana basta, con las manitas blancas de la lejía de lavar, con la espalda doblada de llevar cántaros. Prímula, todavía dos semanas después de llegar, tenía marcas en la espalda y los muslos del cinturón de cuero con el que le zurraba la badana su noble padre. Y aquí andaban como princesas, lo único que llevaban en la mano era el abanico y ni siquiera sabían dónde estaba la cocina. Las vestí y las llené de oropeles. Con hechizos, les traía agua caliente a su gusto para que se bañaran en una bañera de latón que mi padre había robado en Assengard para mi madre. ¿Te imaginas? ¡Una bañera de latón! Pocos condes, qué digo, pocos monarcas tienen en su casa una bañera de latón. Para ellas ésta era una casa de cuento de hadas, Brittany. Y en lo que respecta a la cama... Cuernos, la virtud es en estos tiempos más rara que los dragones alpinos. Yo no las obligué a nada, Brittany.
Pero sospechabas que alguien me había pagado para matarte. ¿Quién podía haber pagado?
Algún canalla al que le apetecieran los restos de mi sótano y no tuviera más hijas —dijo con fuerza Nivellen—. La codicia humana no conoce fronteras.
¿Y nadie más?
Y nadie más.
Ambos callaron, mirando las temblorosas llamas de las velas.
Nivellen —dijo de pronto la bruja—. ¿Estás solo ahora?
Bruja —dijo el monstruo al cabo de un rato—, pienso que tengo ahora razones suficientes para insultarte con palabras indecorosas, cogerte por el pescuezo y tirarte por las escaleras. ¿Sabes por qué? Porque me tratas como si fuera idiota. Desde el principio veo como colocas la oreja, como miras de soslayo la puerta. Sabes muy bien que no vivo solo. ¿Tengo razón?
La tienes. Perdón.
Al cuerno con tus perdones. ¿La has visto?
Sí. En el bosque, junto a la puerta. ¿Es ésa la causa por la que hace algún tiempo que los mercaderes y sus hijas se van de aquí con las manos vacías?
¿Y sabes eso también? Sí, es por eso.
Me permites que pregunte...
No. No te permito.
De nuevo se hizo el silencio.
Qué más da, como quieras —dijo por fin la bruja, levantándose—. Gracias por tu hospitalidad, señor. Es hora de seguir mi camino.
De acuerdo. —Nivellen se levantó también—. Por determinadas razones no puedo ofrecerte pasar la noche en el castillo y no te aconsejo pernoctar en estos bosques. Desde que los alrededores se despoblaron, las noches son peligrosas por aquí. Debes volver a la carretera antes de que anochezca.
Lo tendré en cuenta, Nivellen. ¿Estás seguro de que no necesitas mi ayuda?
El monstruo la miró de soslayo.
¿Y estás seguro de que podrías ayudarme? ¿Serías capaz de quitarme esto?
No hablaba sólo de eso.
No has contestado a mi pregunta. O, mejor dicho... Creo que has contestado. No serías capaz.
Brittany le miró directamente a los ojos.
Tuvisteis mala suerte —dijo—. De todos los santuarios en Gelibol y el Valle de Nimnar elegisteis justo Coram Agh Tera, la Araña de Cabeza de León. Para quitar un maleficio de la sacerdotisa de Coram Agh Tera, hacen falta conocimientos y capacidades que yo no poseo.
¿Y quién las posee?
¿Te interesa, entonces? Has dicho que todo está bien como está.
Como está, sí. Pero no como puede llegar a ser. Tengo miedo de que...
¿De qué tienes miedo?
El monstruo se detuvo en las puertas de la estancia, se dio la vuelta.
Estoy harto de que siempre preguntes, bruja, en vez de contestarme. Está claro que hay que preguntarte de modo adecuado. Escucha, desde hace cierto tiempo tengo unos sueños terribles. Puede que la palabra «monstruosos» fuera mejor. ¿Tengo razón al tener miedo? En pocas palabras, por favor.
¿Después de esos sueños, al despertarte, no tienes nunca los pies manchados de barro? ¿Hojas de árboles en las sábanas?
No.
¿Y tampoco...?
No. En pocas palabras, por favor.
Haces bien en tener miedo.
¿Se puede contagiar? En pocas palabras, por favor.
No.
Por fin. Vamos, te acompañaré.
En el patio mientras Brittany arreglaba las albardas, Nivellen acarició las patas a la yegua, le dio palmaditas en el cuello. Sardinilla, contenta de los mimos, bajó la cabeza.
Los animales me quieren —se enorgulleció el monstruo—. Y a mí me gustan también. Mi gata Tragoncilla, aunque se escapó al principio, luego volvió conmigo. Durante mucho tiempo fue el único ser vivo que me acompañó en mi soledad. A Vereena también...
Se interrumpió, cerró la boca. Brittany se sonrió.
¿También le gustan los gatos?
Los pájaros. —Nivellen mostró los dientes—. Se me escapó, cuernos. Y qué más me da. No es una hija de mercader más, Brittany, ni una búsqueda más de si en viejas historias se encierra una pizca de verdad. Esto es algo serio. Nos amamos. Si te ríes te rompo los morros.
Brittany no se rió.
Tu Vereena —dijo— es seguramente una náyade. ¿Lo sabías?
Me lo imaginaba. Delgaducha. Morena. Habla poco, en una lengua que no conozco. No come comida humana. Se pierde en el bosque durante días, luego vuelve. ¿Es normal esto?
Más o menos. —El brujo apretó la cincha—. Seguro que piensas que no volvería a ti si te convirtieras en ser humano.
Estoy seguro. Sabes cómo temen las náyades a los humanos. Pocos han visto una náyade de cerca. Y yo y Vereena... Ah, cuernos. Buena suerte, Brittany.
Buena suerte, Nivellen.
La bruja dio con los talones en los costados de la yegua, se dirigió hacia la puerta.
El monstruo se arrastró a su lado.
¿Brittany?
Habla.
No soy tan tonto como piensas. Llegaste aquí siguiendo las huellas de alguno de los mercaderes que estuvieron por aquí hace poco. ¿Le sucedió algo a alguno?
Sí.
El último estuvo aquí hace tres días. Con una hija, no de las más guapas, en cualquier caso. Ordené a la casa cerrar todas las puertas y postigos, no di señales de vida. Anduvieron un poco por el patio y se fueron. La muchacha cortó una rosa del rosal de la tía y se la prendió en el vestido. Búscalos en otro sitio. Pero ten cuidado, estos alrededores son horribles. Ya te dije que por la noche el bosque no es muy seguro. Se ven y se escuchan cosas poco buenas.
Gracias, Nivellen. Me acordaré de ti. Quien sabe, puede que encuentre a alguien que...
Puede. Y puede que no. Es mi problema, Brittany, mi vida y mi castigo. Me he acostumbrado a soportar esto. Si empeora, también me acostumbraré. Y si empeora demasiado, no busques a nadie, ven aquí tú sola y termina el asunto. Como las brujas. Suerte, Brittany.
Nivellen se dio la vuelta y marchó enérgicamente en dirección al palacio. No se volvió a mirar ni una sola vez.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Jue Mayo 28, 2015 8:35 pm

La semilla de la verdad (3º parte)

Los alrededores estaban despoblados, asilvestrados, terriblemente hostiles. Brittany no volvió a la carretera antes del anochecer, no quería alargar el camino, cruzó atajando por el monte. Pasó la noche en la pelada cumbre de la alta colina, con la espada en las rodillas, delante de un pequeño fuego, en el que cada cierto tiempo arrojaba un ramillete de toja. En mitad de la noche percibió lejos en el valle el fulgor de un fuego, escuchó aullidos y cantos de locura y también algo que podían ser solamente los gritos de una mujer torturada. Se dirigió allí apenas comenzó a amanecer, pero halló tan sólo un calvero con la hierba pisoteada y unos huesos carbonizados en unas cenizas aún calientes. Algo, que estaba sentado en la copa de un gigantesco roble, aullaba y ululaba. Podía ser una silvia, pero podía ser también un simple gato montés. El brujo no se detuvo a averiguarlo.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Jue Mayo 28, 2015 8:36 pm

La semilla de la verdad (4º parte)
Cerca del mediodía, cuando abrevaba a Sardinilla en un manantial, la yegua lanzó un agudo relincho y retrocedió, mostrando los dientes amarillos y mordiendo la boquilla.
Brittany la calmó maquinalmente con la Señal y en aquel momento vio unos círculos regulares formados por el sombrerito rojo de unas setas que asomaban por entre el musgo.
Te estás volviendo una verdadera histérica, Sardinilla —dijo—. Esto es un círculo del diablo normal y corriente. ¿Por qué estas escenas?
La yegua resopló, volviendo hacia ella la cabeza. La bruja bajó la cabeza, frunció el ceño, se quedó pensativa. Luego, de un salto, se encontró encima de la montura, dio la vuelta al caballo, volviendo rápidamente sobre sus propias huellas.
«Los animales me quieren» —dijo—. Perdona, caballejo. Resulta que tienes más sesos que yo.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Jue Mayo 28, 2015 8:38 pm

La semilla de la verdad (5º parte)
La yegua bajó las orejas, bufó, arañó con sus pezuñas en la tierra, se negó a avanzar.
Brittany no la calmó con la Señal: saltó de la silla, echó agua por la cabeza del caballo. No llevaba ya a la espalda su vieja espada en la funda de zapa. Su lugar lo ocupaba ahora una reluciente y hermosa arma con la hoja en cruz, una elegante y equilibrada empuñadura, terminada en una bolita de metal blanco.
Esta vez la puerta no se abrió ante ella. Estaba abierta, como la había dejado al irse. Escuchó un canto. No entendía las palabras, no podía siquiera identificar la lengua de la que procedían. No era necesario. La bruja sabía, sentía y comprendía la propia naturaleza de este canto, apagado, terrible, que introducía en las venas una ola de amenaza, que producía entorpecimiento y falta de voluntad.
El canto se interrumpió violentamente y entonces la vio. Estaba junto al lomo del delfín en el estanque seco, abrazando la enmohecida piedra con unos pequeños brazos, tan blancos que parecían transparentes. Por debajo de la tormenta de negros cabellos brillaban dos ojos clavados en él, enormes, muy abiertos, del color de la antracita.
Brittany se acercó lentamente, con un paso elástico y ligero, caminando en semicírculo desde el muro, junto al rosal de las rosas azules. El ser pegado al lomo del delfín volvió hacia ella una pequeña carita con una expresión de indescriptible nostalgia, llena de belleza, lo que causó que otra vez se escuchara la canción, aunque la pequeña y pálida boca estuviera cerrada y no saliera de ella ni siquiera el más pequeño sonido.
La bruja se detuvo a una distancia de diez pasos. Sacó poco a poco la espada de su vaina esmaltada de negro. La espada centelleó y brilló por encima de su cabeza.
Esto es plata —dijo—. Esta hoja es de plata.
La carita pálida no tembló, los ojos de antracita no cambiaron su expresión.
Te pareces tanto a una náyade —continuó con tranquilidad la bruja— que puedes confundir a cualquiera. Sobre todo porque eres un pájaro bastante raro, cabellos negros. Pero los caballos no se equivocan nunca. Os reconocen por instinto y sin errores. ¿Qué eres? Pienso que una mura o una alpa. Un vampiro común y corriente no podría estar al sol.
Las comisuras de la boquita pálida temblaron y se elevaron ligeramente.
Te atrajo el aspecto de Nivellen, ¿no es cierto? Esos sueños de los que habló, se los producías tú. Me imagino qué sueños serían y le compadezco.
El ser no se movió.
Te gustan los pájaros —siguió la bruja—. Pero no te molesta morder las nucas de humanos de ambos sexos, ¿no? ¡De hecho, tú y Nivellen! Vaya una pareja que estáis hechos, el monstruo y la vampira, los señores del castillo del bosque. Os apoderasteis en un abrir y cerrar de ojos de toda la región. Tú, eternamente sedienta de sangre y él, tu defensor, asesino a tus órdenes, un instrumento ciego. Pero primero había de convertirse en un verdadero monstruo, no lo que era, un hombre en la máscara de un monstruo.
Los grandes ojos negros se contrajeron.
¿Qué hay de él, cabellos negros? Estabas cantando, luego bebías sangre. Echaste mano del último recurso, lo que quiere decir que no has conseguido dominar su voluntad. ¿Me equivoco?
La negra cabeza asintió ligera, casi imperceptiblemente, y las comisuras de la boca se alzaron aún más arriba. El pequeño rostro tomó un aspecto fantasmal.
Ahora seguro que te consideras la señora del castillo.
Asintió otra vez, con más claridad.
¿Eres una mura?
La cabeza negó en un lento movimiento. El silbido que se difundía sólo podía proceder de los pálidos labios que sonreían como una pesadilla, aunque la bruja no había visto que se movieran.
¿Una alpa?
Negó de nuevo.
La bruja retrocedió, apretó más con más fuerza la empuñadura de la espada.
Esto quiere decir que eres...
Las comisuras de la boca se alzaron más y más, los labios se separaron...
¡Una lamia! —gritó la bruja arrojándose hacia el estanque.
De detrás de los pálidos labios relampaguearon unos afilados colmillos. La vampira se levantó bruscamente, arqueó el cuerpo como un leopardo y gritó.
Una ola de sonido golpeó a la bruja como un ariete, privándole del aliento, aplastándole las costillas, traspasándole los oídos y el cerebro con espinas de dolor.
Volando hacia atrás alcanzó todavía a cruzar las muñecas de ambos brazos en la Señal del Heliotropo. El encantamiento amortiguó en buena medida el ímpetu con el que estrelló la espalda contra el muro pero incluso así se le ennegrecieron los ojos y el aire se le escapó de los pulmones con un gemido.
Sobre el lomo del delfín, en el círculo pétreo del estanque seco, en el lugar donde todavía hacía unos segundos estaba sentada una delicada muchacha con un vestido blanco, se aplastaba el reluciente cuerpo de un gigantesco murciélago negro que abría una boca larga y estrecha, llena de filas de dientecillos parecidos a agujas. Unas alas membranosas se desplegaron, se agitaron sin sonido y el ser se dirigió hacia la bruja como una flecha lanzada desde una ballesta. Brittany, sintiendo en la boca el sabor férreo de la sangre, realizó un encantamiento, lanzando delante de sí la mano con los dedos en forma de la Señal de Quen. El murciélago, silbando, dobló con violencia, se alzó chillando en el aire e inmediatamente se lanzó en picado hacia la nuca de la bruja. Brittany saltó a un lado, dio un tajo con la espada, falló. El murciélago, fluido, con gracia, contrayendo un ala, dio la vuelta, le rodeó y atacó de nuevo, abriendo un ciego morro lleno de dientes. Brittany esperó, colocando en dirección al ser la espada que sostenía con las dos manos. En el último momento saltó, no al lado, sino hacia adelante, dio un revés, silbó el aire. No acertó. Resultó tan inesperado que perdió el ritmo, se retrasó una fracción de segundo. Sintió como las garras de la bestia le rasgaban las mejillas, y una húmeda ala de terciopelo le golpeaba en la nuca. Se volvió en el sitio, traspasó el peso del cuerpo a la pierna derecha y golpeó agudamente hacia atrás, errando de nuevo a causa de un fantástico quiebro del ser.
El murciélago batió las alas, se alzó, emprendió el vuelo en dirección al estanque.
En el momento en que las garras ensangrentadas rechinaron sobre la piedra del revestimiento, el monstruoso y babeante morro comenzó a transformarse, se metamorfoseaba, desaparecía, aunque los pequeños labios que aparecían en su lugar no cubrían aún los colmillos asesinos.
La lamia lanzó un penetrante aullido, modulando la voz en un macabro canto, miró con ojos desmesurados a la bruja, llena de odio, y gritó de nuevo.
La onda de choque fue tan potente que rompió la Señal. En los ojos de Brittany giraban círculos rojos y negros, las sienes y la coronilla le latían con violencia. Con los oídos traspasados de dolor, comenzó a escuchar voces, quejidos y gemidos, el sonido de flautas y oboes, el ulular del viento. La piel del rostro se le entumeció y se le congeló.
Cayó sobre una rodilla, agitó la cabeza.
El murciélago negro se dirigió en silencio hacia él, abriendo mientras volaba las mandíbulas llenas de dientes. Brittany, aunque estaba aturdido por la onda de sonido, reaccionó instintivamente. Se levantó del suelo, adaptando con rapidez el tiempo de sus movimientos a la velocidad de vuelo del monstruo, dio tres pasos hacia adelante, un quiebro y una media vuelta, y después, rápido como un ratón, un golpe de espada con las dos manos. La hoja no encontró resistencia. Casi no encontró nada. Escuchó un chillido, pero esta vez fue un chillido de dolor, producido por el contacto con la plata.
La lamia, aullando, se metamorfoseaba sobre el lomo del delfín. En el vestido blanco, un poco por encima del pecho izquierdo, se veía una mancha roja bajo un rasguño no más largo que el dedo índice. La bruja apretó los dientes: el golpe, que debía haber partido en dos a la bestia, no había producido más que un arañazo.
Grita, vampira —gruñó, limpiándose la sangre de la mejilla—. Grita lo que quieras. Pierde fuerzas. ¡Y entonces te cortaré tu preciosa cabeza!
Tú. Debilitas primero. Hechicera. Mato.
La boca de la lamia no se movió pero la bruja escuchó las palabras con claridad, resonaron en su cerebro explotando, vibrando sordamente, con un eco, como debajo del agua.
Ya lo veremos —murmuró, mientras se dirigía encorvado hacia el estanque.
Mato. Mato. Mato.
Ya lo veremos.
¡Vereena!
Nivellen, con la cabeza baja, agarrándose con las dos manos al bastidor, salió pesadamente por la puerta del palacio. Con paso vacilante, avanzó hacia el estanque, agitando inseguro las manos. El cuello del caftán estaba manchado de sangre.
¡Vereena! —gritó de nuevo.
La lamia dobló la cabeza en su dirección. Brittany, con la espada lista para golpear, saltó hacia ella, pero la reacción de la vampira fue bastante más rápida. Un grito agudo y una nueva onda hizo caer a la bruja. Se derrumbó boca arriba, se arrastró sobre la gravilla del paseo. La lamia, combándose, se tensó para saltar, los colmillos en su boca centellearon como el puñal de un asesino. Nivellen, abriendo los brazos como un oso, intentó detenerla, pero ella le gritó directamente a la cara y le lanzó unos metros hacia atrás, contra un andamiaje de madera que había junto al muro. El andamio se rompió con un estampido tremendo y le enterró bajo una pila de madera. Brittany ya se había levantado, corrió en un semicírculo, rodeando el patio, intentando alejar la atención de la lamia de Nivellen. La vampira, con el vestido blanco vibrando, voló directa hacia ella, ligera como una mariposa, apenas rozando la tierra. No gritaba ya, no intentaba metamorfosearse. La bruja sabía que estaba cansada. Pero también sabía que incluso así era mortalmente peligrosa. A la espalda de Brittany, Nivellen salió con estruendo de entre las tablas, bramando.
Brittany saltó a la izquierda, se cubrió con un corto y desorientador molinete de la espada. La lamia se deslizó hacia ella, blanquinegra, desbocada, terrible. No pudo apreciar la imagen: gritaba mientras corría. No alcanzó a realizar la Señal, voló hacia atrás, su espalda se aplastó contra el muro, el dolor de la columna se le traspasó hasta las puntas de los dedos, los brazos se le paralizaron, las piernas se doblaron. Cayó de rodillas. La lamia, lanzando un aullido melódico, saltó hacia ella.
¡Vereena! —gritó Nivellen.
Se dio la vuelta. Y entonces Nivellen la golpeó con fuerza entre los pechos con un palo afilado y roto de tres metros de longitud. No gritó. Suspiró solamente. Al oír el suspiro, la bruja tembló.
Estaban de pie. Nivellen, con las piernas bien asentadas, sujetaba el palo con las dos manos, apretando su extremo bajo la axila. La lamia, como una blanca mariposa en un alfiler, colgaba al otro lado de la barra, aferrándola también con ambas manos.
La vampira suspiró terriblemente y de pronto cayó con fuerza sobre la estaca. Brittany vio como en su espalda, sobre el vestido blanco, crecía una mancha roja de la que entre un geiser de sangre sobresalía, indecente, asquerosa, una punta quebrada. Nivellen gritó, retrocedió un paso, luego otro, luego retrocedió rápidamente, pero sin soltar la barra, arrastrando consigo a la lamia. Un paso más y apoyó la espalda contra la pared del palacio. El extremo del palo, que mantenía bajo la axila, chirrió contra el muro.
La lamia, lentamente, como con mimo, colocó los pequeños dedos alrededor de la barra, extendió los brazos en toda su longitud, se impulsó con fuerza por el palo y se aferró a él de nuevo. Ya había dejado más de un metro de madera ensangrentada a sus espaldas. Tenía los ojos muy abiertos, la cabeza echada hacia atrás. Sus expiraciones se hicieron más frecuentes, cobraron ritmo, enronquecieron.
Brittany se había levantado pero, fascinada por la imagen, no podía decidirse a actuar. Escuchó unas palabras resonando sordamente en el interior de su cráneo, como bajo la bóveda de un subterráneo frío y húmedo.
Mío. O de nadie. Te quiero. Quiero.
Un nuevo suspiro, terrible, desgarrado, ahogado en sangre. La lamia se retorció, avanzó a lo largo del palo, extendió las manos. Nivellen bramó con fiereza, sin soltar la barra intentó mantener a la vampira lo más lejos posible de sí. En vano. Avanzó todavía más hacia adelante, lo agarró por la cabeza. Él aulló aún más terriblemente, agitó la peluda cabeza. La lamia de nuevo se deslizó por el palo, inclinó la cabeza hacia la garganta de Nivellen. Los colmillos brillaron con un blanco cegador. Brittany saltó. Saltó como un muelle liberado, automáticamente. Cada movimiento, cada paso que debía realizarse ahora, era parte de su naturaleza, era aprendido, inevitable, inconsciente, mortalmente seguro. Tres rápidos pasos. El tercero, como cientos de tales pasos antes de ahora, termina en la pierna izquierda con un pisar decidido. Una torsión del tronco, un golpe agudo y enérgico. Vio sus ojos. Nada podía cambiarse. Escuchó una voz. Nada. Gritó, para ahogar las palabras que ella repetía.
Nada podía hacerse. Golpeó.
Asestó seguro, como cientos de veces antes de ahora, con el centro de la hoja e, inmediatamente, siguiendo el ritmo del movimiento, realizó un cuarto paso y una media vuelta. La hoja, ya liberada al final de la media vuelta, se deslizó ante ella brillando, dejando tras de sí un abanico de gotitas rojas. Los cabellos negros como ala de cuervo ondearon deshaciéndose, fluyeron por el aire, fluyeron, fluyeron...
La cabeza cayó sobre la grava.
¿Cada vez hay menos monstruos?
¿Y yo? ¿Qué soy yo?
¿Quién grita? ¿Los pájaros?
¿Una mujer con una zamarra y un vestido azul celeste?
¿Una rosa de Nazair?
¡Qué silencio!
Qué vacío. Cuánto vacío.
En mi interior.
Nivellen, hecho un ovillo, estremeciéndose con calambres y temblores, estaba tendido junto a la pared del palacio entre las ortigas, cubriéndose la cabeza con los brazos.
Levántate —dijo la bruja.
Un hombre joven, guapo, bien construido, de tez pálida, tendido junto a la pared, levantó la cabeza, miró a su alrededor. Tenía la mirada perdida. Se restregó los ojos con los puños. Miró a sus manos. Se tocó la cara. Dio un gemido, colocó los dedos sobre las orejas, los tuvo largo rato en las encías. De nuevo se acarició el rostro y de nuevo gimió al tocar cuatro ensangrentadas e hinchadas heridas en la mejilla. Rompió en sollozos, después se rió.
¡Brittany! ¿Qué es esto? Cómo puede... ¡Brittany!
Levántate, Nivellen. Levántate y ven. En las alforjas tengo medicinas que nos son precisas a los dos.
Ya no tengo... ¿No tengo? ¿Brittany? ¿Cómo?
La bruja le ayudó a levantarse, intentando no mirar las pequeñas manos, tan blancas que parecían transparentes, apretadas al palo que atravesaba por entre los dos pequeños pechos, cubiertos con una tela húmeda y roja. Nivellen gimió de nuevo.
Vereena...
No mires. Vamos.
Cruzaron el patio, junto al rosal de las rosas azules, apoyándose la uno en el otro. Nivellen se tocaba el rostro incansablemente con la mano libre.
No me lo creo, Brittany. ¿Después de tantos años? ¿Cómo es posible?
En cada cuento hay una pizca de verdad —dijo la bruja en voz baja—. Amor y sangre. Ambos tienen mucha fuerza. Los magos y los sabios se rompen la cabeza con este problema desde hace años, pero nunca han conseguido llegar a ninguna conclusión, exceptuando que...
¿Qué, Brittany?
El amor debe ser verdadero.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por JanethValenciaaf Vie Mayo 29, 2015 9:27 am

Pobre de vereena, lo bueno es que nivellen se convirtió en hombre y no en una bestia, espero que britt se recupere muy rápido, quiero mas capitulos,.
Saludos martha
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Vie Mayo 29, 2015 10:21 am

JanethValenciaaf escribió:Pobre de vereena, lo bueno es que nivellen se convirtió en hombre y no en una bestia, espero que britt se recupere muy rápido, quiero mas capitulos,.
Saludos martha
Pide y se te será concedido 
Nos vemos ;)
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Vie Mayo 29, 2015 10:23 am

La voz de la razón 3
Soy Falwick, conde de Moën. Y éste es el caballero Tailles de Dorndal.
Brittany se inclinó con desgana, mirando a los caballeros. Ambos iban armados y vestían unas capas rojas con la señal de la Rosa Blanca en el brazo izquierdo. Se asombró un tanto, porque, que ella supiera, en los alrededores no había ninguna comandancia de la orden.
Emma, con una sonrisa en apariencia abierta y despreocupada, percibió su asombro.
Estos nobles caballeros —dijo maquinalmente, mientras se acomodaba en un sillón que más parecía un trono— están al servicio del poderoso señor de estas tierras, el duque Hereward.
Príncipe —corrigió con énfasis Tailles, el más joven de los caballeros, clavando en la sacerdotisa unos claros ojos azules en los que se vislumbraba el odio—. El príncipe Hereward.
No nos entretengamos en las peculiaridades de la onomástica. —Emma sonrió burlonamente—. En mis tiempos se solía llamar príncipe únicamente a aquéllos por cuyas venas corría sangre real pero hoy día eso no tiene, como se ve, mayor importancia. Volvamos a las presentaciones y a la explicación del objeto de la visita de los caballeros de la Rosa Blanca a mi modesto santuario. Has de saber, Brittany, que el capítulo está gestionando ante Hereward una concesión para la orden. Por eso muchos caballeros de la Rosa se han puesto al servicio del príncipe. Y no pocos de los caballeros de esta tierra, como Tailles aquí presente, han hecho el juramento y aceptado el manto rojo, que tan bien le sienta, por cierto.
Es un honor para mí. —La bruja se inclinó de nuevo, con tanta desgana como antes.
Lo dudo —afirmó fría la sacerdotisa—. Ellos no han venido aquí para dejarse honrar. Al contrario. Han venido con la exigencia de que te marches lo más pronto posible. Han venido para echarte, hablando pronto y mal. ¿Consideras que eso es un honor? Yo no. Yo considero eso una ofensa.
Los nobles caballeros se han tomado molestias sin necesidad, por lo que oigo. —Brittany encogió los hombros—. No pienso quedarme a vivir aquí. Me iré sin necesidad de impulsos ni apremios, y además, en breve.
En este momento —bramó Tailles—. Sin un minuto de demora. El príncipe ordena...
En el terreno de este santuario las órdenes las doy yo —le interrumpió Emma con una fría voz de mando—. Normalmente intento que mis órdenes no se encuentren en excesiva contradicción con la política de Hereward. En la medida en que tal política sea lógica y comprensible, claro. En este caso concreto, opino que es irracional, por lo cual no pienso tratarla en serio, pues no se lo merece. Brittany de Rivia es mi huésped, señores. Su estancia en mi santuario me agrada. Por eso Brittany de Rivia permanecerá en mi santuario tanto como quiera.
¿Tienes el descaro de desobedecer al príncipe, mujer? —gritó Tailles, después de lo cual se echó la capa sobre los hombros, mostrando en toda su pompa una coraza de acanalado y ribeteado latón—. ¿Te atreves a cuestionar la autoridad del poder?
Silencio —dijo Emma y entrecerró los ojos—. Baja ese tono. Cuidado con lo que dices y a quién se lo dices.
¡Sé a quién se lo digo! —El caballero dio un paso. Falwick, el mayor, le aferró con fuerza por la muñeca y le apretó hasta que crujió el guantelete reforzado. Tailles se soltó con rabia—. ¡Pronuncio palabras que son la voluntad del príncipe, señor de estas tierras! Sabe, mujer, que tenemos en tu patio doscientos soldados...
Emma echó mano a una bolsa que colgaba de su cinturón y sacó de ella un pequeño frasquito de porcelana.
La verdad es que no sé —dijo con serenidad— que pasará si rompo este cacharro debajo de tus pies, Tailles. Puede que te estallen los pulmones. O puede que te cubras de vello. Y puede que lo uno y lo otro, ¿quién lo sabe? Quizás sólo la piadosa Melitele.
¡No te atrevas a amenazarme con tus embrujos, sacerdotisa! Nuestros soldados...
Vuestros soldados, si alguno de ellos toca a las sacerdotisas de Melitele, colgarán de las acacias a todo lo largo del camino hasta la ciudad, y esto antes de que el sol alcance el horizonte. Ellos lo saben muy bien. Y tú también lo sabes, Tailles, así que deja de comportarte como un cerdo. Asistí a tu nacimiento, mocoso estúpido, y me da pena tu madre, pero no tientes a tu suerte. ¡No me obligues a que te enseñe buenos modales!
Basta ya, basta —terció la bruja, un tanto aburrida de toda esta historia—. Parece que mi modesta persona se ha convertido en causa de un conflicto de importancia, y yo no veo por qué haya de ser así. Señor Falwick, me parecéis más equilibrado que vuestro camarada, al cual, por lo que veo, le embarga el entusiasmo de la juventud. Escuchad, señor Falwick: juro que dejaré estos lugares pronto, en pocos días. Juro también que no tenía intención ni la tengo de trabajar aquí, de aceptar peticiones ni encargos. No estoy aquí como bruja, sino en privado.
El conde Falwick le miró a los ojos y Brittany comprendió su error al instante. En la mirada del caballero de la Rosa Blanca había un odio puro, inflexible y no contaminado por nada. La bruja comprendió, y estuvo segura que no era el duque Hereward el que le expulsaba y le obligaba a irse, sino Falwick y los suyos.
El caballero se volvió hacia Emma, se inclinó con respeto, comenzó a hablar. Habló sereno y con educación. Habló con lógica. Pero Brittany sabía que Falwick mentía como un perro.
Venerable Emma, os pido perdón, pero el príncipe Hereward, mi señor, no desea y no tolerará la presencia de la bruja Brittany de Rivia en sus posesiones. No importa si Brittany de Rivia caza monstruos o si se considera a sí misma en visita privada. El príncipe sabe que Brittany de Rivia no es una visita privada. La bruja atrae los problemas como el imán el hierro. Los hechiceros se enfadan y escriben peticiones, los druidas amenazan de nuevo con...
No veo motivo por el que Brittany de Rivia tenga que sufrir las consecuencias del desenfreno de los hechiceros y druidas locales —le cortó la sacerdotisa—. ¿Desde cuándo a Hereward le interesa la opinión de unos y otros?
Basta de discusión. —Falwick alzó la cabeza—. ¿Acaso no me expreso con suficiente claridad, venerable Emma? Lo diré entonces tan claro que más claro sea imposible: ni el príncipe Hereward, ni el capítulo de la orden desean tolerar ni un solo día más en Ellander a la bruja Brittany de Rivia, conocida como la carnicera de Blaviken.
¡Esto no es Ellander! —La sacerdotisa se levantó del sillón—. ¡Esto es el santuario de Melitele! ¡Y yo, Emma, sacerdotisa mayor de Melitele, no deseo tolerar ni un solo segundo más la presencia de vuestras personas en el terreno del santuario, señores!
Señor Falwick —la bruja habló en voz baja—. Escuchad la voz de la razón. No quiero problemas y a vos, pienso, tampoco os apetece especialmente tenerlos. Dejaré estos lugares como más tarde en tres días. No, Emma, calla, por favor. Es hora de irme, en cualquier caso. Tres días, señor conde. No pido más.
Y bien haces en no pedir —dijo la sacerdotisa antes de que Falwick tuviera tiempo de reaccionar—. ¿Habéis oído, chicos? La bruja se quedará aquí tres días porque ése es su deseo. Y yo, sacerdotisa de la Gran Melitele, le ofreceré mi hospedaje durante estos tres días porque ése es mi deseo. Repetidle esto a Hereward. No, no a Hereward. Repetidle esto a su esposa, la noble Ermela, añadiendo que si le interesa seguir recibiendo los afrodisíacos de mi farmacia, que tranquilice mejor a su duque. Que le calme sus humores y antojos que cada vez parecen más que nada síntomas de idiotismo.
¡Basta! —gritó Tailles y la voz se le quebró en un falsete—. ¡No pienso escuchar cómo una charlatana insulta a mi señor y a su esposa! ¡No dejaré sin su pago tal menosprecio! ¡Aquí va a gobernar ahora la orden de la Rosa Blanca, será el final de vuestros nidos de tiniebla y superstición! Y yo, caballero de la Rosa Blanca...
Escucha, mocoso —le cortó Brittany, con una sonrisa siniestra—. Detén tu lengua desatada. Le hablas a una mujer a la que se le debe respeto. Sobre todo de un caballero de la Rosa Blanca. Es cierto que en los últimos tiempos, para convertirse en uno de ellos basta con pagar al tesoro del capítulo un millar de coronas novigradas. Por eso la orden se ha llenado de hijos de usureros y de sastres. Pero espero que todavía os queden algunas tradiciones. ¿O me equivoco?
Tailles palideció y dio un paso al frente.
Señor Falwick —dijo Brittany, sin dejar de sonreír—. Si este gusarapo saca la espada, se la quitaré y le azotaré en el culo. Y luego le clavaré con ella a la puerta.
Tailles, con los dedos temblorosos, arrancó del cinturón los guantes de hierro y con un chasquido los lanzó al pavimento, justo bajo los pies de la bruja.
¡Lavaré el insulto a la orden con tu sangre, engendro! —gritó—. ¡Sal a campo abierto! ¡Sal afuera!
Algo se te ha caído, hijo —afirmó tranquila Emma—. Recógelo inmediatamente, aquí está prohibido ensuciar, esto es un santuario. Falwick, llévate de aquí a este idiota porque si no esta historia se acabará con una desgracia. Sabes lo que le tienes que repetir a Hereward. De todos modos le escribiré una carta personalmente, no me parecéis merecedores de la confianza de llevar mis mensajes. Largaos de aquí. Sois capaces de encontrar la salida vosotros solos, espero.
Falwick, sujetando al enfurecido Tailles con mano de hierro, se inclinó, haciendo resonar las armas. Luego miró a los ojos de la bruja. La brujo no sonrió. Falwick se echó la capa roja sobre los hombros.
Ésta no ha sido nuestra última visita, venerable Emma —dijo—. Volveremos.
Justo eso me temía —respondió con frialdad la sacerdotisa—. Con mi más profundo disgusto, por cierto.
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por JanethValenciaaf Vie Mayo 29, 2015 11:15 am

Ahhhhhh, ese príncipe hereward ahora si lo odio, espero que les valla muy bien a emma.
Me encanta mucho el ultimo deseo
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

Mensaje por Marta_Snix Vie Mayo 29, 2015 1:36 pm

Me gustaría vuestra opinión, que portada os gusta más la que esta ahora mismo o esta?
FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7 40844079-256-k895627
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Finalizado Re: FanFic [Brittana] Brittany de Rivia 1: El último deseo. La voz de la razón 7

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