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Mensaje por Emy_Rodriguez Groff Jue Mar 28, 2013 2:10 pm

Fic Locura de Fin de Semana
Prologo y Capitulo 1

El Desafio


Rachel Berry advirtió su presencia no bien él entró en la habitación. Todos la advirtieron. No se trataba sólo de su tamaño, aunque el metro ochenta de estatura y los hombros macizos de Jesse St.James lo hacían fácilmente reconocible en una multitud.

Tampoco se trataba de su cabello, de un brillante castaño y rizos sorprendentes. Se debía al hecho de que era el jefe y todos los presentes en la fiesta de Quinn Fabray esa noche trabajaban para él, incluso Rachel. Al oír el murmullo de saludos corteses y bromas de oficina, tuvo la seguridad de que Jesse St.James cruzaba la habitación en dirección a ella. Con casual deliberación, barajó una vez más los naipes, inclinó la cabeza de cabello oscuro elegantemente atado y envolvió en su característica sonrisa a quienes se hallaban alrededor de la mesa. Debido a la escasa iluminación que Quinn había dispuesto para la habitación, poca gente notó que esa noche la sonrisa no se reflejaba en los ojos casi caramelo de Rachel. Y aquellos que lo notaron eran demasiado corteses y compasivos como para decir algo al respecto.

—Si me disculpan —dijo con gentileza a los demás jugadores—, voy a tomarme un descanso. Continúen sin mí.

Por el rabillo del ojo, vio que St.James se dirigía directamente a la mesa de juego. Ella deseaba salir de allí, y pronto.

—No puedes abandonar ahora, Rachel —protestó Finn , con una burlona expresión apenada en su rostro infantil—. ¡Has ganado casi todas las fichas! —Sobrevino entonces un coro de súplicas risueñas que la instaban a continuar.

—Pero siempre pensé que el mejor momento para abandonar era cuando se estaba ganando —comentó Rachel con inocencia, mientras se ponía de pie con un movimiento grácil.

Su alta figura, elegante y proporcionada, se movió con delicadeza instintiva. Si alguien hubiera comentado acerca de su encanto, ella habría reído con cierto pesar, explicando que cualquier mujer con casi un metro ochenta de estatura y apariencia de valquiria, tenía que desarrollar algunas características compensadoras.

—Tienes que darnos una oportunidad para recuperar nuestras fortunas —se lamentó alguien, señalando la enorme pila de fichas acumulada frente al asiento de Rachel.
La sonrisa de ella se ensanchó y Rachel se inclinó para empujar las fichas hasta formar una desordenada pila en el medio de la mesa.

—Ya que ninguno de estos grandes ricachones ha respaldado estas fichas ni con un centavo, puedo darme el lujo de ser generosa y renunciar a todo el montón.

—Está bien —rió Finn, mientras comenzaba a repartir los apuntadores plásticos entre los otros—. Creo que podría ser divertido que alguien más tuviera la oportunidad de ganar. Debo decir que esta noche tu suerte ha sido extraordinaria, Rachel. Si se mantiene así, te convendría probar en Las Vegas.

—Ya sabes lo que dicen —interrumpió una mujer algo borracha desde el otro lado de la mesa—. "Afortunada en el juego..."

Hubo un instante de incómodo silencio, ya que primero la mujer y luego los demás jugadores advirtieron lo que se acababa de decir. Rachel percibió la tensión del grupo y deliberadamente emitió una risita.

—"Desafortunada en el amor" —dijo, completando así la trillada frase—. Ustedes pueden creer eso si los hace sentir mejor. Yo en cambio, me aferro a mi versión; cualquier suerte que haya podido tener esta noche es el resultado de habilidad mental superior.
Hubo una carcajada general; los jugadores se relajaron y Rachel aprovechó para retirarse. Se deslizó a través de la multitud de compañeros de trabajo que estaban dispersos por toda la habitación y se dirigió al bar que Quinn había instalado en un rincón.

En algún lugar de la reunión, conversando con la gente, se encontraban muy juntos Santana Lopez  y Noah Puckermann, la pareja cuyo compromiso había servido de excusa para que Quinn diera una de sus famosas fiestas. Rachel contuvo el impulso de buscarlos una vez más con una mirada amarga. No se puede perder lo que nunca se tuvo, se dijo a sí misma por centésima vez, y trató de no pensar en que había estado muy cerca de tener a Noah Puckermann para ella. Si sólo hubiera tenido más tiempo... Pero el tiempo era algo que le había sido negado, gracias a las arbitrarias decisiones de Jesse St.James. No era justo culpar a su jefe por el inesperado traslado de Noah a la costa de San Diego el mes anterior, pero en su rencoroso estado de ánimo actual, Rachel sentía deseos de hacerlo.

El bar estaba provisto de una amplia variedad de bebidas y licores. A Quinn le encantaba dar fiestas de primera categoría. Rachel se sirvió otro vaso del vino de Chile que había estado bebiendo y a pesar de que su sentido común le advertía que tuviera cuidado porque todavía no había comido, bebió un enorme trago. Este sería su último vaso, decidió con firmeza. Sin embargo, prefería que la recordaran por haberse emborrachado en la fiesta y no por estallar en amargos sollozos o hacer un escándalo.

—Entiendo que abandonó la mesa de juego siendo la ganadora indiscutible de la noche —dijo una profunda voz masculina detrás de ella.

Rachel se volvió, sorprendida y se enfrentó con la última persona con quien deseaba hablar esa noche. Un par de ojos verdosos plateados, despiadadamente perceptivos, dominaban los duros rasgos de Jesse St.James. Pómulos salientes, mentón decidido y líneas que reflejaban sus veintisiete años de arduo trabajo se unían para formar un rostro que nadie en su sano juicio podía describir como apuesto, ya que la belleza implicaba una superficialidad totalmente ausente en este hombre. Y la salvaje sonrisa con que ahora la observaba nada podía hacer para suavizar su evidente masculinidad.
—El término "ganador" puede ser relativo —dijo ella con tono cortés y evasivo.

Por encima de uno de los anchos hombros de St.James, echó una indolente mirada hacia el resto de la habitación. A los veinticinco años, Rachel había desarrollado un aire casual de majestuosidad que armonizaban a la perfección con su rostro y figura. Podía ser muy evasiva cuando quería. Los contornos de su rostro eran femeninos, suaves.

Nadie cometía el error de llamarla hermosa, pero llamativa era una palabra que muchos encontraban apropiada. Y cuando sonreía, la mayoría de la gente la describía como encantadora. Era esta sonrisa lo que con facilidad anulaba el efecto altanero.

—No estoy de acuerdo —dijo Jesse sin inmutarse, moviéndose sólo lo suficiente como para interceptarle la visión del lugar, repleto de compañeros de trabajo vestidos en el informal estilo de la Costa Oeste—. Un ganador es alguien que obtiene lo que quiere.

Así de simple.

—Usted debería saberlo, señor St.James —replicó ella con burlona modestia, mirándolo a los ojos por encima del vaso—. Por lo general, usted parece obtener lo que desea. No hay duda de que le ha ido muy bien: posee su propia empresa de construcción y la ha convertido en un éxito antes de llegar a los cuarenta años.

Muy bien, dijo para sus adentros, recordando los chismes que lo describían como el típico hombre que había logrado el éxito gracias a su propio esfuerzo. Había comenzado trabajando en la construcción antes de terminar el secundario, para luego asistir a la universidad nocturna y obtener así el título de ingeniero con especialización en comercio. Después de eso, nada había podido detenerlo. Dos meses atrás había trasladado la sede central desde la oficina de San Diego hasta la Costa Mesa, donde trabajaba Rachel.

Fue entonces cuando se conocieron. Debido a su trabajo en el departamento de personal, ella había tenido que enfrentarlo dos o tres veces hasta la fecha y él no había podido menos que reconocer su capacidad profesional.

—Gracias —murmuró él con voz suave, mientras que con sus ojos verde azulados la observaba con atención.

Rachel sabía lo que él buscaba y no iba a darle la satisfacción de encontrarlo. Era lo mismo que otra gente en la habitación había intentado averiguar y Rachel deseó que la firma fuera mucho más grande e impersonal. Nadie, se dijo a sí misma con vehemencia, llegaría a saber cuan fastidiada y dolida estaba.

—El único problema de recibir un elogio de su parte es que nunca se puede estar seguro de sí es sincero o sólo forma parte de ese lenguaje superficial y cortés que ha recogido a lo largo de su carrera como encargada de personal —continuó Jesse pensativo, mientras tomaba un vaso para servirse un trago fuerte.

Rachel levantó una ceja con aire indiferente.

—Usted me sorprende —dijo con sequedad, mientras lo observaba dejar la botella y apoyar su enorme cuerpo contra el bar. A pesar de la estatura de Rachel, Jesse era bastante más alto y su proximidad la inquietaba. Instintivamente quiso alejarse, pero era demasiado orgullosa como para revelar su perturbación—. Hubiera jurado que con su infalible instinto para los negocios y la gente, usted ya habría aprendido a detectar la verdad.

—Caramba, esta conversación se está tornando muy personal de pronto ¿no cree? —comentó él con un significativo brillo en los ojos.

—No por culpa mía —le informó Rachel con altivez y desvió la mirada para ocultar el leve rubor que le subía por las mejillas.

—No me molesta —le dijo él con suavidad y ella sintió que la observaba

—Mis años de experiencia con el personal me dicen que es sumamente imprudente que el jefe mantenga conversaciones íntimas con sus empleados —replicó ella.

Por desgracia, en su esfuerzo por no mirarlo, sus ojos habían buscado espontáneamente a Noah y Santana al otro extremo de la habitación. Esta visión no mejoró en absoluto su estado de ánimo. La oscura cabeza de Noah se inclinaba con intimidad sobre la de Santana. Su aire protector hirió a Rachel íntimamente. Noah nunca había adoptado esa actitud hacia ella, pero quizá era más fácil para un hombre sentirse protector hacia alguien pequeño y delicado como Santana...

—Y mis años de experiencia como hombre me dicen que una conversación íntima es la mejor forma de introducir una invitación a cenar —dijo él.

Rachel volvió bruscamente la cabeza y frunció el ceño con fastidio.

—Ya le dije en dos oportunidades que no estoy interesada, señor St.James —le recordó con aspereza.

—Déjeme ver —dijo él lenta y pensativamente—. La primera vez usted acababa de reprenderme por no prestar debida atención al club de empleados. Le pregunté si quería continuar la discusión durante la cena y casi me arranca la cabeza.

—Ya tenía otro compromiso esa noche —le aclaró ella, recordando que había interpretado esa invitación como signo de que él no tomaba en serio el problema del personal.

—Eso averigüé. Con el galante señor Puckermann.

Un par de semanas más tarde, Puckermann fue trasladado a San Diego...

—¡Usted hizo que lo trasladaran! —exclamó Rachel con sarcasmo, sin poder contenerse.
Enseguida deseó no haber abierto la boca.

—Soy un hombre de negocios, Rachel —la reprendió él—. No creerá que he llegado a ser lo que soy tomando decisiones tales como trasladar a un hombre sólo porque está saliendo con una mujer a la que me gustaría invitar a cenar.

—¡Claro que no! —afirmó ella, avergonzada.

Era verdad. Un hombre como Jesse St.James separaría los negocios de su vida privada. No se llega al éxito combinándolos.

—No quise decir que lo había hecho por... por razones personales.

Pero el resultado final era el mismo, agregó para sus adentros, y Jesse lo sabía. Ya todos en la habitación lo sabían.

—Él no le hubiera convenido en absoluto, Rachel —afirmó Jesse de repente, con esa voz profunda y grave que siempre lograba atraer la atención de quienes lo escuchaban.
Su actitud, sin duda, era la de un conocedor del mundo que aconsejaba a una mujer demasiado impulsiva y Rachel sintió deseos de gritar.

—No tengo intención de discutir mi vida privada con usted, señor St.James.

—Ya veo —murmuró él—. Si prometo no mencionar más a Noah Puckermann en toda la noche ¿acepta cenar conmigo?

—No estoy de muy buen humor esta noche. Sería una pésima compañía —replicó Rachel.

—Me arriesgo.

Ella ya estaba perdiendo la paciencia. Lo miró a los ojos con una frialdad que en realidad no sentía y en las profundidades verdes vio justo lo que había sospechado.
Jesse St.James estaba tanteando el terreno, tratando de averiguar si ya que había perdido un hombre, ella buscaba otro con quien salvar su orgullo. En forma típicamente masculina, deseaba aprovecharse de la situación y el saberlo la enfureció. ¡Al diablo con los hombres! ¡Bien podía prescindir de todos ellos!

—Una vez más, señor St.James, no, gracias.

Sonrió al decir estas palabras, pero no era su verdadera sonrisa y él debió de haberlo adivinado.

St.James respiró hondo y bebió un trago, sin quitarle los ojos de encima. Al ver cómo se le endurecía la expresión, Rachel sintió deseos de reír en voz alta. ¡Qué frustrante debería ser para él enfrentarse con una mujer tan terriblemente difícil! Tan diferente de las mujeres a las que estaba acostumbrado. En cierta forma, Rachel se sintió mejor. Como si en algo se hubiera vengado por todo el dolor y la humillación que le había ocasionado con una simple decisión cotidiana.

—Creo que debería aceptar mi invitación —dijo Jesse finalmente y ella pudo percibir que en verdad deseaba que lo hiciera.

—¿Por qué? —preguntó con tono insolente—. No tengo hambre.

—Todo el mundo aquí sabe de su enamoramiento con Noah —comentó él con delicadeza

—. Usted es una mujer que merece algo mejor que lo que Puckermann podría haberle ofrecido.

—Y usted, por supuesto, puede ofrecérmelo —lo desafió ella, tratando de apaciguar su cólera.

—Si fuera tan tonto como para contestarle, nunca lograría llevarla a cenar —rió Jesse

—. Y de veras quiero que venga. Tanto por su propio bien como por cualquier otra cosa.

—¿Qué gran beneficio puedo obtener excepto una cena gratuita que quizás usted descuente de sus impuestos? —le preguntó, cada vez más irritada.

—Tendrá el infinito placer de demostrarles a todos aquí, incluso a Noah, que usted no está exactamente enamorada de él —le respondió Jesse enseguida.

—¿Quiere decir que no hay como salir del brazo de un hombre para demostrarle a otro que no era tan importante? —arriesgó ella.

—Exactamente. —Jesse aguardó con impaciencia su respuesta.

—¿Por qué querría hacerme este favor? —le preguntó Rachel con expresión calculadora.
Sabía muy bien por qué él lo hacía. Esa noche el señor Jesee St.James estaba en plan de seductor y la había elegido como víctima porque pensaba que sería la más vulnerable.

—Digamos que estoy interesado en promover las relaciones entre empleador y empleados —respondió él, esbozando una leve sonrisa al presentir la victoria.

—Estoy segura de que sus intenciones son buenas, señor St.James, pero mi respuesta sigue siendo no. Juntaré coraje para salir de aquí sola. Con seguridad me servirá para fortalecer mi carácter —sonrió Rachel provocativamente, preguntándose cuánto tiempo insistiría él antes de disponerse a buscar otra compañera.

¿Elegiría alguna otra mujer solitaria en esa multitud? No era muy de St.James salir con sus empleados. En realidad, jamás se había enterado de ningún otro caso excepto el suyo. ¿Por qué habría sido ella la dama afortunada?

—No se apresure, Rachel. Imagine cuánta frustración podría descargar si pasara todo un fin de semana gritándome por haber transferido a Noah en un momento tan inoportuno.

En eso tenía razón, aunque no le gustaba tener que admitirlo. Podía ser agradable desquitarse con el hombre que había desbaratado sus planes. Quizá la decisión de destruirle la vida se había debido sólo a razones comerciales, lo menos que podía hacer ahora era arrepentirse, cosa que él no hacía.

—Eso sería muy infantil de mi parte ¿no cree? —le respondió con arrogancia.

—Sí —rió él—. Pero estoy dispuesto a ser comprensivo.

—La respuesta sigue siendo no. —Rachel bebió un sorbo de vino, sin notar que el nivel de su vaso había descendido bastante.

—¡Qué obstinada! —exclamó Jesse con tono burlón—. ¿Dígame, le gustaría vengarse de mí en una forma más impersonal?

—¿Y ahora qué sugiere?—preguntó ella con un dejo de hostilidad.

—Jugaremos a los naipes. Si su suerte es tan buena como dicen, podría destruirme. ¿No le resultaría agradable?

Rachel lo miró fijamente sin decir palabra, tratando de adivinar su estrategia. ¿Por qué querría jugar con ella? Por otra parte, la seducía la idea de derrotarlo, aun en algo tan insignificante como un juego de naipes.

—Hace un rato estábamos jugando al blackjack —dijo pensativa—. No se requiere mucha destreza, sólo suerte...

—Me agrada —sonrió él con expresión diabólica.

Había un brillo desafiante en sus ojos, una mirada expectante en los duros rasgos de su rostro. De pronto, Rachel sintió deseos de vengarse con algo más tangible que una simple negativa.

—Acepto —le dijo con cierta imprudencia—. Si eso es lo que quiere...

—Conseguiré los naipes y las fichas —propuso él.

—¿Cómo? ¿No vamos a jugar por dinero? —se burló Rachel.

—Estoy dispuesto a aceptar una derrota, pero no a destruir mis finanzas —bromeó él.

*****************************************************************

Chicas espero que les guste espero sus comentarios porque tengo varios capitulos listos
Han sidos unos dias muy fructiferos, asi que pidan capituloss.... Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda 2414267551


Última edición por Emy_Rodriguez Groff el Lun Mar 31, 2014 4:34 pm, editado 4 veces
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Activo Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda

Mensaje por Camiii :3 Jue Mar 28, 2013 4:32 pm

Oh por Dios! No solo 1 sino 2 fics nuevos?!
Me has hecho la semana interesante :3
Espero tu actualización. Besos, Camii :3
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Activo Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda

Mensaje por Emy_Rodriguez Groff Jue Mar 28, 2013 4:49 pm

center]Fic Locura de Fin de Semana
Capitulo 2
Derrota
[/center]




Unos minutos más tarde, Rachel se dio cuenta de que todos sabían que en algún rincón de la sala ella estaba jugando a los naipes con el jefe, pero nadie deseaba unírseles. Como si percibieran que la partida era privada, todos se mantuvieron al margen, otorgando a ambos cierta intimidad. Rachel, en silencio, distribuyó los naipes.

—Finn y los otros estaban en lo cierto —sonrió Jesse al cabo de unos minutos, mientras empujaba una pila de fichas hacia el otro lado de la mesa para agregarlas a las de Rachel—. Esta noche usted está con suerte. ¿No quiere jugar al poker por un rato? Quizás así pueda ganarle.

Rachel, que había estado jugando con una concentración casi obsesiva, levantó la vista por un instante y se encogió de hombros.

—Como quiera: De todas formas, pronto se quedará sin fichas —le dijo con satisfacción.

—Tengo el presentimiento de que con poco esfuerzo, usted es capaz de pisotear el orgullo de cualquier hombre —comentó Jesse mientras la observaba repartir la primera mano de poker.

—¿Quiere abandonar? —Rachel sonrió, con un brillo de anticipación en sus ojos castaños.
Él tenía razón, pensó. Había sido muy agradable derrotarlo con tanta facilidad.

—¡Ah, no! Mi orgullo me exige perseverar hasta el amargo final —suspiró él al tiempo que recogía los naipes.

La suerte de Rachel se mantuvo en la primera vuelta. En realidad, esa noche no podía perder, pensó con regocijo. El vino y el placer de una victoria rotunda se le estaban subiendo a la cabeza y ella lo sabía. Sin embargo, no deseaba detenerse justo ahora. No hasta que hubiera destruido a Jesse St.James.

—Bueno —se lamentó él más tarde, contando cuidadosamente el resto de sus fichas—, se me ocurre una sola forma de hacer que este juego no termine en la próxima mano.

—¿Cuál?—preguntó Rachel, preparándose para repartir los naipes una vez más.

—Tengo que empezar a ganar —murmuró él.

—Imposible —declaró Rachel con mezquina satisfacción—. ¿Acaso no ve que esta noche yo no puedo perder? ¿Por qué no admite que lo he vencido?

—¿Le gustaría que lo hiciera? —preguntó él con curiosidad.

—¿Acaso no era éste todo el sentido del juego? —replicó Rachel—. ¿Permitirme descargar todas mis agresiones infantiles? —Una sonrisa sutil curvó sus labios—. ¿Para qué seguir dilatando lo inevitable? ¿Qué le parece si apostamos a todo o nada?

—Eso acortaría los trámites ¿no es cierto? —respondió él con descuido—. Muy bien, todo o nada.

Luego de una serie de estimulantes triunfos, el resultado decisivo de la mano fue un duro golpe para Rachel. Perdió.

—¡No! —exclamó, e impulsivamente protegió las fichas con las manos mientras Jesse se disponía a tomarlas.

—Supongo que no será mala perdedora... —dijo él, extendiendo la mano para arrebatarle el tesoro.

Había risa en sus ojos verdes azulados. Una arrogante risa masculina que irritó a Rachel aun más que la pérdida misma.

—Volvemos al blackjack —insistió ella—. Sólo una mano.

—¿Y qué va a apostar? —preguntó Jesse con bastante lógica, mientras alejaba los dedos de las fichas.

—Su invitación a cenar. Cenaré con usted si gana esta vuelta. —No toleraría levantarse de la mesa ahora y dejarle a él la victoria.

—Mmm... —Él dudó por un instante, y Rachel se apresuró a persuadirlo.

—A menos que tema que su suerte no dure —lo tentó.

—Soy capaz de enfrentar cualquier desafío —rió él, y comenzó a dar los naipes con una serenidad que debería haber alertado a Rachel, si no hubiera estado tan convencida de que esa noche era invencible.

Unos minutos más tarde, Jesse dio vuelta a los naipes con aire de superioridad.

—Veintiuno —murmuró—. Esto sin duda me convierte en el ganador indiscutible. ¿No es cierto? No se preocupe, le permitiré regañarme durante el postre.

—Exijo otra oportunidad —dijo Rachel sumamente molesta; su imprudencia era cada vez mayor.

No lo dejaría salirse con la suya. Sin duda ganaría si probaba un par de veces más.
—¿Qué más tiene usted para ofrecer? —le preguntó Jesse con gentileza, levantando una ceja castaña.

—Bueno... —Hizo una pausa, pensó durante un instante y luego se apresuró a decir:

—Yo pagaré la cena si pierdo.

—No vale —dijo él enseguida, sacudiendo la cabeza—. Es mi privilegio.

—¡Caramba, no se me ocurre nada más! A menos que usted quiera jugar por dinero —agregó esperanzada.

—Claro que no. Un jefe nunca debe jugar por dinero con sus empleados. Es malo para la imagen. —Él aguardó un instante, mientras observaba las diversas expresiones que pasaban por el rostro serio de Rachel—. ¿Está segura de ganar si le doy otra oportunidad?

—¡Claro! He estado ganando toda la tarde. Esto es sólo una derrota transitoria.

—Si está segura de la victoria —terció él con voz suave—, puedo sugerirle otra apuesta.

—¿Cuál? —preguntó ella enseguida, mucho más esperanzada.

Se inclinó hacia adelante como alentándolo a contestar y la luz brilló en la cadena dorada que rodeaba su cuello.

Él parecía observar el collar y luego dijo con calma:

—Puedo apostar un beso.

—¡Un beso! —exclamó ella azorada.

—Dado por usted voluntariamente en el momento que yo elija —explicó Jesse con expresión burlona y desafiante.

Rachel respiró hondo. Estaba a punto de insultarlo, cuando de pronto, una idea cruzó por su mente. ¿Por qué habría de saldar todas sus deudas de juego? Además, aún tenía la oportunidad de vencer. ¿Qué importancia tenía apostar un beso? Dejó escapar un suspiro y tomó la decisión.

—De acuerdo. Acepto los términos de la apuesta —dijo con orgullo, alzando la cabeza con instintiva arrogancia.

—No hay duda de que ve la suerte de su parte —observó Jesse mientras repartía los naipes una vez más.

—Así es —afirmó ella, y acto seguido, perdió—. ¿Está usted haciendo trampas? —le dijo con mirada acusadora.

¡Todo había sucedido tan rápido! Gracias a Dios que no pensaba cumplir con la apuesta. Pero aun así...

—Acusar a un hombre de tramposo solía ser causal de duelo —le dijo él, mientras sus dedos jugaban con una reina de corazones.

Por un instante, Rachel lo observó en silencio, mientras él apilaba las fichas con cuidado y acomodaba los naipes en la caja. Bebió el último sorbo de vino y apoyó el vaso con brusquedad. Era inconcebible que este hombre resultara ser el ganador. Si bien ella no tenía intenciones de cumplir la apuesta, deseaba sentir el placer de ganar.

—Una oportunidad más, Jesse —le suplicó suavemente, sin advertir que lo llamaba por su nombre.

Lo miró a través de la mesa con un brillo cálido en sus felinos ojos castaños.
Él apartó la vista de las fichas. Permaneció en silencio y durante un momento, sus ojos se encontraron con los de ella.

—Creo que sería más sensato que abandonara cuando aún estoy ganando —murmuró con tranquilidad; dejó de apilar las fichas.

—Pensé que podría arriesgarse —lo tentó ella, y una vez más, se inclinó hacia él, con los codos sobre la mesa y el mentón entre las manos.

—Además —agregó—, el objetivo de esto era que yo ganara, ¿recuerda?
Mientras esperaba la respuesta de Jesse, sintió que la situación se tomaba cada vez más tensa.

—¿Qué puede ofrecerme? —susurró él con voz profundamente masculina.
Era evidente que no deseaba jugar sólo por fósforos. Sus ojos verdosos la perforaron, y por un breve instante, Rachel imaginó un enorme gato persiguiendo a su presa. Un escalofrío le recorrió la espalda, pero se negó a prestarle atención. Ya no le importaban las apuestas, pensó con rabia. No tenía intención de saldar su deuda. Su única obsesión era ganar. Aplastarlo de tal forma que Jesse St.James se declarara vencido por completo. Toda la rabia y frustración que le había causado la pérdida de Jeff la quemaban por dentro, y necesitaba desquitarse con alguien.

—Establezca los términos de la apuesta —sugirió ella.

—¿Todo o nada una vez más?

—Sí —asintió, pasándose la lengua por los labios nerviosamente.

—Si voy a establecer los términos, no hay razón para que no la haga apostar algo que realmente deseo —dijo él luego de vacilar un instante.

Rachel inclinó la cabeza y aguardó en silencio.

—Me pregunto si usted cumplirá la apuesta —murmuró Jesse en voz baja.

Era la primera vez que revelaba tener dudas al respecto.

—Como me dijo hace un momento, ese tipo de acusación podía ser causal de duelo en el pasado.

—Le pido disculpas —dijo él con la misma formalidad, inclinando cortésmente la cabeza.

—¿Los términos de la apuesta? —preguntó, tratando de ocultar su ansiedad.

—Hoy es viernes —comentó él, y Rachel asintió aunque no le encontraba mucho sentido a la frase.

—Si gano —dijo él remarcando las palabras, mientras la observaba para ver su reacción—, usted pasará todo un fin de semana conmigo. Comenzaríamos por la cena de esta noche.

En el incrédulo silencio que siguió, Rachel se puso pálida. No podía creer lo que oía. Otro beso o una cita no la hubieran sorprendido. No podía entender el descaro de este hombre. ¿Quién diablos se creía que era? Con un sobrehumano esfuerzo de voluntad logró dominar la ira; se echó hacia atrás y lo observó anonadada.

—¿Se está burlando de mí? —preguntó con voz ronca.

—No.

—¡Pretende que acepte semejante apuesta! —lo increpó, con ojos llameantes.

—Eso depende de las ganas que tenga usted de jugar otra mano —dijo con indiferencia

—. No pretenderá que arriesgue mis ganancias por algo trivial. El premio tiene que ser algo que yo realmente desee.

—¿Y un fin de semana conmigo es lo que realmente desea? —preguntó ella incrédula.

—Creo que sería una buena forma de aprovechar el tiempo —corroboró él, con una leve sonrisa—. Claro que también podríamos terminar el juego aquí y ahora.

—¿Con usted como vencedor indiscutible? —Rachel levantó el mentón majestuosamente.

—Puedo ser un ganador benevolente; además no olvide que por esto recibe una cena gratuita. Ya verá que perder contra mí no es una experiencia tan terrible —agregó con una sonrisa.

En ese momento nada podía irritar más a Rachel que el masculino regocijo de Jesse. De pronto, se dio cuenta de que aun aceptando semejante apuesta, estaba en condiciones de castigar a Jesse St.James cualquiera fuera el resultado. Si ganaba, podía levantarse de la mesa e irse con el placer de verlo totalmente derrotado. Si perdía igual tendría la satisfacción de no cumplir con la apuesta. Sería agradable hacerle creer que pasaría todo un fin de semana con él y luego desaparecer.
Juntando coraje, Rachel aceptó los términos de la apuesta.

—¿Está de acuerdo? —preguntó él para asegurarse.

—Sí —declaró Rachel con frialdad, tratando de restarle importancia al asunto.

—¿Me disculpará si voy contra las reglas y no le deseo buena suerte? —preguntó con suavidad, mientras barajaba las cartas, sin dejar de mirarla.

Rachel recibió los naipes en silencio. Frunció el ceño con expresión concentrada. Los números eran muy bajos. Iba a tener que pedir otro naipe y rogar que no se excediera la mágica cifra de veinticinco.

Jesse también permaneció en silencio, analizando su juego. Sin decir palabra, le entregó el naipe que ella reclamaba.

—Dieciocho.

Iba a tener que plantarse y rezar porque Jesse sacara un número demasiado alto. Rachel, nerviosa, levantó la vista mientras él tomaba un naipe. Vio un brillo de satisfacción en los ojos de él y un segundo antes de que diera vuelta los naipes supo que había perdido.

—Veintiuno —dijo él casi con suavidad, observando la expresión de ella mientras mostraba los naipes.

Por un instante, sus ojos revelaron la satisfacción que sentía pero luego una expresión inescrutable le cubrió el rostro. Rachel mostró su juego sin decir una palabra y ocultó las manos debajo de la mesa. No quería que Jesse viera cómo le temblaban.

—Me gustaría partir ahora —dijo Jesse de repente, poniéndose de pie sin molestarse en guardar los naipes.

Rachel lo siguió con la mirada mientras él rodeaba la mesa y la tomaba del brazo, haciendo alarde de su caballerosidad. Pero debajo de esa aparente gentileza, había una fuerza implacable, y Rachel supo de inmediato que sería inútil protestar.

A decir verdad, reconoció Rachel mientras él la guiaba por entre el alegre grupo de curiosos, necesitaba de ese apoyo físico. No sabía si hubiera podido atravesar sola ese mar de miradas indiscretas.

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Lo prometido es deuda, asi que aqui esta

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Activo Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda

Mensaje por franciscagleek Vie Mar 29, 2013 11:07 am

oooohhh un fin de semana con jesse ui oasjsoajsosa
soy pervertida lose
una cena y un beso que hermosa apuesta skajoad

esta muy bueno actualiza pronto besos :DDDD
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Activo Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda

Mensaje por Emy_Rodriguez Groff Vie Mar 29, 2013 4:31 pm




Fic Locura de Fin de Semana
Capitulo 3

Primera Huida




—Lo hizo muy bien —aprobó Jesse al salir de la casa de Quinn para internarse en la fresca tarde californiana—. Parecía una reina.

La miró con sus ojos color esmeralda, pero Rachel lo ignoró con altivez. El aire fresco y la tibieza del sol poniente comenzaban a devolverle la razón. ¿Qué demonios la había llevado a aceptar un juego tan tonto?

—¿A qué se refiere? —replicó ella ofendida.

Su mente comenzaba a alterarse. Él la guiaba hacia un impecable Mercedes de color claro que estaba estacionado en la calle.

—A la forma majestuosa en que acaba de dejar la fiesta —sonrió él de repente. Por si le interesa, Noah Puckermann la observó anonadado.

—Como todo el mundo, supongo. No fue precisamente la salida más satisfactoria de mi vida.

—Pero, sin duda, una de las más memorables. ¿Dónde está su auto?

—Vine con Paula, la otra mujer del departamento de personal —admitió Rachel, deseando haber traído su propio coche.

Hubiera sido una excusa excelente para separarse de él. Bueno, tendría que pensar en algo más ingenioso para huir antes de que finalizara la velada. Al día siguiente se iría de vacaciones, y Jesse St.James seguramente no lo sabía, ya que jamás se preocupaba por detalles tan insignificantes. Perder a los naipes había sido humillante, pero sería sumamente agradable abandonar a Jesse después de haberle hecho creer que pasaría todo un fin de semana con él. ¡Dios! ¡Qué opinión debía tener de ella!

—Eso hace todo más fácil ¿verdad? —rió él. Abrió la puerta del Mercedes y al ver que Rachel no se acomodaba espontáneamente en el asiento, la empujó con suavidad—. Iremos en mi auto. —Cerró la puerta de modo concluyente.

Rachel se miró las manos que tenía apoyadas sobre el regazo y notó que aún le temblaban los dedos. Se preguntó si Jesse también lo había advertido. ¿Cómo haría para huir?

—Conozco un pequeño lugar donde sirven mariscos frescos —dijo Jesse, mirando por el espejo retrovisor antes de alejarse de la acera—. Y los vinos son excelentes. ¿Qué le parece?

—No me interesa —respondió ella con franqueza, preguntándose cuánto tiempo más intentaría él entretenerla si ella se mostraba obstinada.

—¿Está disgustada? —le preguntó—. Ya verá como se sentirá mejor después de un buen plato de mariscos y ese delicioso y tonificante vino que Antonio acaba de...

—¿Usted suele hacer este tipo de cosas? —le preguntó incrédula, preguntándose cómo él podía actuar con tanta naturalidad.

—¿Se refiere a si suelo apostar con una mujer por premios como éste? Jamás. Esto es nuevo para mí —rió él, cambiando las marchas con pBlaineia—, ¿Y qué me dice de usted? ¿Es siempre tan atolondrada o sólo cuando se enfurece?

—No sea ridículo —siseó ella, negándose a mirarlo.

Quizá lo más fácil sería esperar a que terminara la cena y luego levantarse para ir al baño. Podría escapar del restaurante y encontrar un teléfono...
—Pero esta noche está enojada ¿verdad, Rachel? —preguntó él con voz suave—. No está triste por lo de Noah Puckermann, simplemente está furiosa. ¿Eso no le hace pensar en nada?

—¿Preferiría usted que llorara? —preguntó ella con voz tensa—. ¡Lo único que me da ganas de llorar es la forma en que me ganó a los naipes!

—Quizá eso significa que su suerte ha cambiado. Si ahora es desafortunada en el juego, será afortunada en el amor. ¿No es así como dice el refrán? —preguntó Jesse con el intolerable modo de alguien que quiere mostrarle a otro el lado bueno de las cosas.

—Entonces la segunda parte del refrán se cumplirá para usted —comentó Rachel con tono dulzón—. Le espera una mala racha en el amor ¿no cree? —

«¡Y la tendrás esta noche», pensó con determinación, «cuando me vaya de aquí y te plante! ».

—Pero yo no creo en eso, sino en que es el hombre el que se fabrica su propia suerte. Algo me dice que seremos una pareja muy afortunada.

—¿Durante un fin de semana?

«Era obvio que no estaba tratando de hacerle creer que se refería a una relación a largo plazo», pensó Rachel, furiosa.

¡Eso sí que era agregar humillación a sus heridas!

—Durante un fin de semana —asintió él—. El domingo por la noche hablaremos del futuro.

—Habla con mucha tranquilidad de todo este asunto —observó ella con frialdad.

Sintió deseos de estrangularlo por pensar en ella con tanta indiferencia.

Por otro lado, existía el hecho de que ella había aceptado esa maldita apuesta. Quizá no era justo echarle toda la culpa a él. Después de todo, era sólo un hombre que trata de aprovecharse de la situación.

—Estoy tratando de tomarlo con la misma calma que usted —sonrió él.

Rachel ignoró ese y todos los demás intentos de conversación que hizo Jesse, hasta que estuvieron en el restaurante, con las listas en la mano.

—¿Me va a tocar el castigo del silencio durante todo el fin de semana? —preguntó él luego de que Rachel le hizo el pedido al camarero.

Observó el rostro tenso de ella y la mirada verdosa centelleó con una mezcla de risa y masculina anticipación.

—Los términos de la apuesta no especificaban que yo tuviera que conversar —dijo ella, contemplando el vino en su vaso y jurándose que no tomaría una sola gota más esa noche.

—Es cierto, pero no creí que sería mala perdedora.

—¿Por qué? —preguntó ella, mirándolo con expresión hostil.

—No lo sé. Quizá porque sonríe siempre y habla con la gente con mucha facilidad.

—Es parte de mi trabajo.

—¿Igual que sermonear al jefe acerca de las técnicas administrativas más adecuadas? —rió Jesse.

—Nunca lo sermoneé... —comenzó a defenderse Rachel, pero él la hizo callar con un movimiento del tenedor.

—Sí que lo hizo —declaró muy convencido—. Piense en la batalla sobre el club de empleados, la escaramuza que sostuvo para que la compañía pagara los aranceles de las clases no muy relacionadas con el trabajo que tomaban los empleados, la disertación que me dio para convencerme de que permitiera que todas las mujeres de la empresa perdieran una hora y media de trabajo hace dos semanas para asistir a un seminario sobre cómo evitar la violación...

—Una clase muy útil —declaró Rachel con intención.

—No se atreva a amenazarme, Rachel Berry —le advirtió Jesse con la misma intención—. Me gané el premio del fin de semana con todas las de la ley y usted no tiene ningún derecho de hablar de violación. Especialmente cuando sabe perfectamente que nunca recurriría a esa forma de brutalidad.

—¿Quién dijo que lo sé? —replicó ella.

—Nunca habría jugado a los naipes con un hombre del que desconfiara en esa forma —anunció él, como si estuviera explicando algo obvio.

Rachel lo miró con resentimiento.

—Cuando hace así se parece a un gatito enojado —sonrió él de pronto.

—¿Cuándo hago qué? —refunfuñó ella.

—Cuando me mira con esos enormes ojos castaños. Qué suerte, aquí viene la comida —agregó alegremente, al divisar al camarero que se acercaba con una bandeja cargada—. Se sentirá mejor después de una buena comida. Luego bailaremos un rato en el salón...

—¿Y después qué? —preguntó Rachel con audacia, tratando de decidir cuándo le convendría escapar.

—Después la llevaré a casa, por supuesto —replicó él con expresión inocente—. A mi casa, claro. Allí descubriré la forma de hacer ronronear a una gatita como usted.

Le sonrió con un descaro tan increíble que Rachel pensó seriamente en clavarle el cuchillo. De pronto cayó en la cuenta de que él había usado el diminutivo "gatita". ¡Para describirla a ella! Una traicionera parte de su mente comenzó a olvidar a Noah y preguntarse qué se sentiría al bailar con un hombre que era tan grande que la haría sentirse pequeña y frágil... como la tal Santana por la que Noah había perdido la cabeza.

—Parece estar muy seguro de que saldaré mis deudas de juego —murmuró.

Notó que desde que se habían ido de la fiesta, Jesse parecía más relajado. Y ese era el estado de ánimo en que había que mantenerlo, decidió. No quería que hubiera problemas cuando decidiera poner fin a la velada.

—Creo —replicó Jesse con voz profunda e íntima —que ahora que la tengo cerca, puedo hacerla sentir deseos de saldar sus deudas.

Repentinamente, Rachel tomó la decisión de jugarse la velada al todo por el todo. Si Jesse St.James era tan vanidoso como para creer que podría hacerla desear saldar esa deuda específica, se merecía todo lo que iba a obtener. Aun si no estuviera haciendo esto en venganza, de todas formas llevaría a cabo sus planes, se dijo con firmeza. Era lo menos que podía hacer por la próxima desafortunada mujer que cayera en manos de Jesse.

—¿Se ha detenido a pensar en el aspecto práctico de la situación? —sugirió con ironía—. El detalle de mi ropa, por ejemplo...

—Podemos pasar por su casa mañana, cuando vayamos a la playa —le informó él alegremente, cortando un trozo de abalón con evidente placer—. Esta noche no va a necesitar nada más.

Rachel se mordió el labio para no gritarle que no tenía derecho de tratarla como si fuera una cualquiera. Ya no sabía si se sonrojaba por el fastidio o la vergüenza. ¿Realmente creía que ella iba a permitir que dos hombres la trataran tan mal en el transcurso de una noche? El hecho de que pudo haber provocado la situación al caer en la trampa de apostar contra un hombre como él ya no le importaba. Esa noche Jesse St.James iba a obtener su merecido.

—Parecería que ya tiene todo el fin de semana organizado —se obligó a decir con un dejo de admiración—. ¿Así que mañana iremos a la playa? —Hurgó en su plato como si buscara un metal precioso.
Eso le mantenía las manos ocupadas en algo que no fuera arrojar cosas a través de la mesa. También significaba que no tendría que enfrentarse con esa fascinante e insistente mirada.






—¿Le gustaría que fuéramos? Conozco una playita aislada donde podríamos nadar, hacer un picnic y... —Hizo una pausa significativa antes de agregar—: ... Y divertirnos. Pensé que después podríamos pasar la siguiente noche en algún lugar de la costa. Cualquier pueblo de aquí a San Diego. El domingo en la tarde regresaremos lentamente, y por la noche tendremos nuestra pequeña charla sobre el futuro —concluyó con la eficiencia con que confeccionaría el temario de una reunión de negocios.

—Dígame —preguntó ella luego de un instante—, ¿en qué momento organizó este programa?

Levantó la vista y notó que la estaba mirando

—Si se lo digo, probablemente se pondrá furiosa —admitió él.

—¿Cree que todavía no estoy demasiado fastidiada por todo este asunto? —preguntó Rachel con voz dulzona.

Jesse lanzó una carcajada, era un profundo y agradable sonido que brotaba de algún punto de la extensión de su tórax.

—Es un buen punto. De acuerdo, le diré la verdad. ¡Planeé el fin de semana o algo semejante en el mismo momento en que usted aceptó jugar!

Rachel lo miró fijamente.

—¡De modo que hizo trampa! —exclamó, arrojando la servilleta y poniéndose de pie.

Ya no necesitaba más pretextos.

Jesse enfrentó la llameante mirada de Rachel y la risa desapareció.
—Siéntese —dijo en voz baja, con un tono que ella lo había oído usar en situaciones muy desagradables.

Le obedeció, sorprendida ante su propio comportamiento. Debió de tener algo que ver con el hecho psicológico de que su subconsciente seguía considerándolo el jefe, decidió con amargura.

—Esta es la segunda vez en la noche que me acusa de tramposo —declaró él con frialdad—. Creo que tiene que disculparse, de la misma forma en que me disculpé cuando dije que quizá no fuera a saldar sus deudas de juego.

—No estoy de humor para pedir disculpas —terció Rachel, consciente del impacto que le causaba el fastidio de él—. He pasado por lo que creo que fue la peor noche de mi vida y no pienso disculparme por los comentarios descorteses que se me pueden escapar de tanto en tanto.

—¿Tengo que prepararme para recibir ese tipo de comentarios durante todo el fin de semana? —quiso saber Jesse.

—No habrá creído que iba a ser generosa en la derrota, ¿verdad?

—Quizá no mucho al comienzo de la velada, pero mañana por la mañana sí. Creo que para ese entonces estará de mucho mejor humor. —Sonrió con una serena promesa y la expresión de sus ojos se suavizó—. Pasaré por alto su insulto, por ahora. Más tarde podrá disculparse. Termine de comer, así pasaremos al salón de baile.

—Sí, señor St.James —replicó ella en insolente imitación a la forma en que hubiera accedido a sus pedidos en la oficina.

—Eso es —asintió él con aprobación—. Mientras siga recordando que yo soy el que manda, no habrá mayores problemas.

Sólo cuando se levantaron de la mesa y pasaron al salón. Rachel decidió poner en acción el primer paso de su improvisado plan.


—¿Me disculpa un momento? —preguntó con tono cortés, como hacen siempre las mujeres cuando desean anunciar que van a pasar al baño.

Jesse le echó una mirada y asintió con la cabeza.

¿Qué otra cosa podía hacer un hombre en esas circunstancias? Pensó Rachel, satisfecha con su ardid. Pero al caminar con paso grácil bajo la tenue iluminación de la sala, una incómoda sensación entre sus hombros le advirtió que él la estaba mirando. Por suerte no iba a tener que correr el riesgo de caminar hacia el vestíbulo del restaurante. El teléfono estaba cerca de los baños y lo único que Jesse podría ver desde donde estaba sentado, era que ella se había alejado en la dirección correcta.

No bien dobló una esquina y quedó fuera de la vista, Rachel se recogió la falda y corrió hacia el teléfono público junto a la pared. Abrió la guía telefónica y buscó las listas de taxis. Cuando la encontró, marcó un número.

—Le puedo mandar un auto dentro de quince minutos más o menos.

—Perfecto —suspiró Rachel agradecida.

Dentro de quince minutos tendría que hallar otra excusa para alejarse de Jesse, pero estaba segura de que algo se le ocurriría. Cortó la comunicación y regresó al salón.

—Justo a tiempo para la primera pieza —dijo Jesse, poniéndose de pie y tomándola del brazo—. Deje la bolsa sobre la mesa; no hay problema.

Sin decir palabra. Rachel lo siguió hasta la pista de baile. Cuando él la tomó entre sus brazos, descubrió que estaba en la posición ideal para mirar de tanto en tanto su reloj digital sobre su muñeca, sin que resultara demasiado evidente. Quince minutos...

La canción que sonaba era hermosa, y en la mirada de Jesse sentía Rachel que se la estaba dedicando



Tenía razón en algo, decidió casi de inmediato. Era muy agradable bailar con un hombre de gran tamaño. No era que Noah fuera pequeño, se reprendió, sintiéndose culpable. Pero no tenía la altura y el ancho de espaldas de Jesse St.James. Casi sin darse cuenta, Rachel comenzó a relajarse. Le encantaba bailar y con su gracia instintiva, lo hacía muy bien.

—Bailas justo como me lo había imaginado —susurró Jesse a su oído, mientras la guiaba lentamente por la pista—. Suave y delicada entre mis brazos. Qué encantadora mezcla de características femeninas que hay en ti, mi pequeña reina —prosiguió con tono acariciante, apretando la cabeza de ella contra su hombro.

Rachel se dio cuenta de pronto de que la programada seducción de la noche había comenzado y sintió una extraña tensión.

—En el momento en que los vi juntos, me di cuenta de que Noah no era el hombre para ti —continuó Jesse, aparentemente satisfecho con su análisis.

Rachel sintió que los dedos de él le recorrían la espalda. Cambió de posición para escapar de ese íntimo contacto y se encontró aun más cerca de su cuerpo fuerte y musculoso. Cuando notó la satisfacción de él al ver que ella acortaba la distancia entre sus cuerpos, sintió deseos de darse un puntapié.

—No puede saber nada acerca de la situación entre Noah y yo —protestó en tono helado, levantando la cabeza del hombro de Jesse y echando una subrepticia mirada al reloj.

—A lo largo de mi vida, tuve que aprender mucho acerca de la gente —la contradijo él—. Y tú, con tu excelente trabajo con el personal, deberías haber tenido el suficiente sentido común como para ver lo que yo vi.

—¿Y cuál fue esa gran revelación que me perdí? —lo aguijoneó ella, sin atreverse a mirarlo.

—Que eres demasiado fuerte para él. Necesita a alguien como esa dulce y pequeña Santana No-sé-cuánto. Tú lo hubieras abrumado, Rachel. ¿No te das cuenta de eso? De la misma forma en que probablemente has abrumado a la mayoría de los hombres en tu vida...
—¡Supongo que no cometerá el error de creer que tomaré ese comentario como un cumplido!

La voraz sonrisa de Jesse se ensanchó.

—Pero si fue un cumplido, Rachel. Odio a la gente insípida cuyos sentimientos son tibios en su máxima intensidad. Es obvio que los hombres te admiran, porque se sienten atraídos por la calidez de tu sonrisa y la promesa de aventura en esos misteriosos ojos. Pero cuando se acercan, muchos deciden que es más seguro mantenerte como amiga que como amante. Con el tiempo, Noah hubiera llegado a la misma conclusión.

—Noah se estaba enamorando de mí —objetó Rachel con tensa voz.

—Se sentía atraído —la corrigió Jesse—. Y reconozco que lo tuviste detrás de ti por un tiempo. Si nada hubiera interferido, podrías haberlo convencido para que se comprometieran, pero tarde o temprano hubieras arruinado todo perdiendo los estribos o exigiéndole demasiado. Si no hubieras estado tan decidida a hacerlo enamorarse de ti, estoy seguro de que tu habitual sentido común te hubiera advertido que al final él hubiera resultado demasiado débil y poco interesante.

—¿Y usted cree que este fin de semana voy a ver la luz y me voy a dar cuenta de que necesito a alguien como usted? —exclamó Rachel, furiosa ante la profundidad de su arrogancia.

—Somos muy parecidos, Rachel —murmuró él con tono tranquilizador.

—¿Con ese comentario quiere tentarme a aceptar una aventura?

—No tiene por qué terminar este fin de semana —susurró Jesse, atrayéndola hacia él con más fuerza.

—Pero terminará —lo desafió ella—. Usted no me engaña, Jesse. La expresión de sus ojos esta noche ya la vi antes en los ojos de otros hombres. Una mujer no llega a mi edad sin haber aprendido bastante acerca del sexo opuesto, a menos que sea muy tonta. Usted se encontró con la novedad de haberse ganado a una mujer por el fin de semana y piensa que sería muy agradable aprovechar al máximo mientras sea posible.

—¿Qué tiene de malo sentir deseo por una mujer? —murmuró él con voz algo ronca—. Soy un simple hombre, Rachel, y soy objeto de las mismas necesidades que otros hombres. La diferencia es que yo reconozco el hecho de que sólo me conformo con una mujer como tú.

Rachel no pudo menos que admirar la técnica de Jesse. Por cierto que era muy distinta de la de los hombres con quienes salía habitualmente y también muy diferente de la de los suaves avances de Noah Puckermann. No le cabían dudas de que Jesse tendría mucho éxito con ese método.

—¿Quiere que le dé un consejo? —le preguntó Rachel cortésmente.

—¿Cuál? —dijo Jesse con cautela.

—La próxima vez que trate de seducir a una mujer diciéndole que la desea, no olvide limar un poco las asperezas de su discurso. ¡No sé, diga que su corazón también está involucrado, no sólo sus instintos masculinos!

—Pero entonces ella pensaría que miento sin ningún reparo ¿no cree? —replicó Jesse.

En sus ojos que ahora misteriosamente estaban de un azul plateado maravilloso había risa y algo más. Algo primitivo, que hizo que Rachel se alegrara de que el taxi estuviera por llegar.

—Quizá —asintió ella, riendo.

Bromear con un hombre como Jesse le producía un efecto embriagador. Especialmente cuando estaba por huir.

—Prefiero que haya sinceridad en nuestra relación —dijo Jesse, entornando los ojos al oír la risa de ella—. Preferiría que no pensara que estoy mintiendo...

Rachel se alzó de hombros como para hacerle ver que no le importaba si mentía o no. Antes de que él pudiera responder, la música cesó. Justo a tiempo, pensó Rachel, echando otra mirada al reloj. Ya era hora de emprender la retirada.

Con los nervios a flor de piel, Rachel se sentó en la silla que Jesse le ofrecía y tomó la bolsa con gesto automático. Jesse se estaba acomodando frente a ella cuando vio que Rachel abría la pequeña traba y parecía buscar algo.

—Diablos —murmuró con serenidad, tratando de no sobreactuar—.

Frunció apenas el ceño mientras revolvía el contenido de la bolsa.

—¿Qué sucede? —quiso saber Jesse.

—Nada grave. Dejé el lápiz labial en el baño. Será mejor que lo busque antes de que alguien se lo lleve o lo tire a la basura. Volveré en un instante...

—Sin esperar la respuesta, se puso de pie y le sonrió con expresión interrogante, como si le solicitara permiso para ir.

Él asintió con cortesía y Rachel partió en la misma dirección que antes.

Durante el baile, decidió que sería más seguro utilizar la puerta trasera que había visto en su anterior incursión. No quería despertar las sospechas de Jesse al alejarse en dirección al vestíbulo.

Cerrando la puerta detrás de sí, Rachel salió a la playa de estacionamiento. Corrió hasta la parte delantera del edificio. Allí esperaba un taxi.

Lo que le impidió lanzarse hacia adelante, no fue la visión del taxi, sino el hombre alto de cabellos rizado que se inclinaba para introducir algunos billetes por la ventanilla abierta. ¡Jesse! ¡No era posible! Acababa de dejarlo sentado en el salón. Tenía que haber ido directamente hacia la puerta en el preciso instante en que ella se alejaba en dirección al baño.
En ese momento Jesse se volvió y vio a Rachel bajo la luz de los focos del estacionamiento, con una expresión de frustración y sorpresa en el rostro. Él sonrió. Nunca se había parecido tanto a una fiera salvaje que busca a su presa.

Rachel se sintió invadida por una furia helada. Jesse se adelantó hacia ella y el conductor del taxi se alejó sin siquiera mirar hacia atrás.

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Al parecer les gusto, espero sus coemntarios para seguir subiendo mas capitulos
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Mensaje por Camiii :3 Vie Mar 29, 2013 6:25 pm

Jajaja. Eso nunca me lo hubiera esperado. Determinado a no dejarla escapar.
Espero tu próxima grandiosa actualización. Besos, Camii :3
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Mensaje por franciscagleek Vie Mar 29, 2013 8:37 pm

aosjsojasas mori

ui jesse sigue siendo un malote
rachel es una loquilla
esta muy bueno :) actualiza pronto
besos xoxo
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Mensaje por Vane-gLeek Mar Abr 02, 2013 3:16 am

SIIII!!! fic St.berry nuevo!!! Hay me parece genial!!
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Mensaje por Emy_Rodriguez Groff Miér Abr 03, 2013 9:58 am

Fic Locura de Fin de Semana
Capitulo 04
El primer Beso



—Allí estás, querida —dijo Jesse con una voz sedosa que le azotó los nervios como no lo hubiera hecho ningún tono iracundo—. Veo que ya estás lista para partir. Me alegro de que estés tan ansiosa como yo por proseguir con los entretenimientos de esta velada.

Estaba enfadado pero no furioso, notó Rachel. Pero ella sí que estaba furiosa.


—Fue un buen intento, Rachel —le aseguró Jesse mientras la tomaba del brazo y la guiaba hacia el Mercedes—. Pero no podía permitir que te salieras con la tuya. Las deudas de honor se pagan, sabes.

—¿Qué le hace pensar que ese taxi me esperaba a mí? —replicó ella furiosa.

¡Al diablo con él! Lo derrotaría en su propio juego, se juró en silencio. En vez de perder el tiempo aquí en la playa de estacionamiento, encontraría la forma de escapar que fuera lo más humillante posible. ¡Le haría pagar por ser presumido, aunque fuera lo último que hiciera en su vida!

—Te pido disculpas —dijo él de inmediato—. Supuse que...

—Pues supuso mal —replicó Rachel con tono ácido—. ¿Por qué querría escapar a la oportunidad de que me seduzca el presidente de la empresa? Sobre todo cuando se tomó tanto trabajo para asegurarme que sus intenciones no eran honorables. Por supuesto que significa que tendré que comenzar a buscar trabajo el lunes, pero...

—¿Por qué dices eso? —la interrumpió Jesse, abriendo la puerta del auto y ayudándola a entrar.

—Las aventuras de oficina son muy incómodas cuando se terminan —explicó Rachel amablemente, mientras él subía al auto detrás de ella, obligándola a recluirse en un rincón—. Y en el caso de una empleada y el presidente de la empresa los demás siempre se muestran tan compasivos con la mujer, que al final se siente tan humillada como para renunciar. Suponiendo que tiene amor propio, claro.

Jesse vaciló antes de responder. Encendió el motor con un movimiento brusco y puso la marcha atrás.

—Esa excusa es tan ineficaz como tu plan de huir en taxi —le informó, mientras salían a la calle.

Pero no la miró y Rachel tuvo la impresión de que lo había sorprendido.

—Sí, creo que sí —asintió con un suspiro—. Supongo que es fácil conseguir a alguien idóneo para que ocupe un puesto. Después de todo, debe haber millones de encargados de personal por ahí que andan buscando empleo. —Señaló con la mano la ciudad iluminada.

—Hablaremos de eso el domingo —replicó él con tono distraído, concentrado en conducir.

Y en ese momento Rachel se dio cuenta de que realmente iba a tener que renunciar. No el lunes, por supuesto. El lunes estaría de vacaciones. Pero cuando regresara luego de dos semanas daría el preaviso. ¿Qué otra cosa podía hacer luego del fracaso de esta noche? A pesar de que pensaba huir relativamente ilesa, jamás toleraría volver a trabajar con este hombre. Nunca antes se había metido en una situación tan ridícula y se propuso aprender la lección. ¡El vino, los sentimientos y los naipes no congeniaban en absoluto!

La casa de Jesse resultó ser un agradable condominio en un tranquilo barrio de casas elegantes. El efecto total hubiera sido grato para Rachel si no hubiera estado tan sumergida en sus pensamientos. El Mercedes iba a quedar fuera del garaje, notó al ver que Jesse estacionaba el auto y daba la vuelta para abrirle la puerta. Ahora tenía que prestar atención para ver qué hacía él con las llaves.

Sin decir una palabra, permitió que la guiara hacia la entrada. Vio que Jesse usaba el mismo llavero para abrir la puerta. Le indicó que pasara delante de él al amplio vestíbulo; Rachel notó que metía las llaves en el cajón de un pequeño mueble. Se sorprendió al ver que él no tomaba medidas de seguridad. Jubilosa por haber descubierto eso, se volvió y vio que Jesse la estaba observando con un deseo tan intenso que automáticamente retrocedió un paso.

Cayó en la cuenta de lo que estaba sucediendo y por primera vez sintió que el temor se introducía dentro de ella y se ubicaba junto a la ira y el deseo de escapar. Jesse no estaba pensando en esconder las llaves porque tenía una sola cosa en mente. Y Jesse St.James podía ser muy tenaz cuando lo deseaba.

—Creo que voy a recolectar los pagos en el orden en que me los he ganado —declaró, como si hubiera tomado una repentina decisión—. Ya me cobré la cena contigo y ahora quiero el beso que apostaste.

Un fuego color esmeralda ardía en el fondo de sus ojos; un fuego que amenazaba con estallar en llamas y consumirlos a ambos. Rachel sintió que se le humedecían las manos; la tensión parecía alimentarse de sí misma, haciéndola sentirse extraña e increíblemente débil.

—No, Jesse, yo... —comenzó a decir, levantando una mano en un gesto de instintiva protección.

Frunció el ceño con expresión severa.

—Vamos, mi pequeña reina —la persuadió él con suavidad, acortando la distancia entre ellos con paso seguro y decidido—. La primera cuota no fue tan terrible ¿no? Comiste hasta la última migaja —le recordó él y Rachel sintió deseos de lanzar una risa histérica ante la irrelevancia del comentario—. Por ahora lo único que te pido es el beso que me debes. Después de todo, prepararé café y conversaremos durante un rato. No te apuraré, te lo juro...

Se interrumpió y Rachel se asustó al comprobar que reaccionaba ante ese tono tranquilizador. Café, pensó desesperadamente, cuando él fuera a preparar el café tendría oportunidad de robar las llaves. Eso significaba darle ese beso y hacerle bajar la guardia.

Apretó los puños contra el cuerpo y habló.

—Puede besarme —dijo con voz helada, como si le estuviera concediendo un gran favor.

Permaneció inmóvil mientras él extendía los brazos y la tomaba por los hombros.

—Gracias —murmuró—. Iba a hacerlo aun sin tu consentimiento.

Rachel tuvo la momentánea y vertiginosa sensación de que se había acercado demasiado a la fuente de ese fuego color esmeralda y luego la boca de Jesse cubrió la suya en un beso que fue una exploración voraz y embriagadora, que le arrebató el aliento con la fuerza de su exigencia.

¡Nunca había sido besada así! Ese beso era una imagen exacta del hombre mismo. Grande, poderoso, dominante, con la implacable curiosidad de un invasor en una tierra extraña. Jesse exploró el territorio de la boca de ella, destruyendo la resistencia que encontraba y ampliando el alcance de su autoridad hasta que ella se vio forzada a detener la invasión final apretando los dientes con fuerza.

—Quiero un beso verdadero —terció Jesse a modo de advertencia.

Con la boca a escasos centímetros de la de ella, utilizó el dedo pulgar para presionar la comisura de los labios hasta que estos se separaron. Cuando volvió a apoderarse de ellos, clavó con suavidad la uña en la piel vulnerable y Rachel dio un respingo.

—¡Ay! —protestó, y de inmediato él entró en su boca, consolidando la victoria y saboreando la cálida dulzura que había ganado.
Rachel reaccionó por instinto ante el asalto de Jesse; un instinto muy femenino que le advirtió que sería imposible luchar contra él. Era mucho más fuerte que ella y esa fuerza se veía acentuada por el poder de una voluntad masculina que se intensificaría si ella intentaba resistirse. Además, se dijo mientras se relajaba deliberadamente entre los brazos de él, ¿no deseaba acaso hacerle bajar la guardia? ¿Hacerlo sentirse tan seguro de ella que inconscientemente le daría la oportunidad para escapar?

—Rachel, mi dulce Rachel —suspiró Jesse con genuino placer viril al sentir que ella se aflojaba en sus brazos—. He esperado tanto tiempo para besarte, acariciarte...

Le liberó los labios para poder explorar la sensible zona detrás de la oreja, recorriéndole la línea del cuello con la boca, mientras sus manos se deslizaban hasta la cadera de Rachel y la atraían con fuerza hacia él.

—¡Pero, Jesse! —exclamó ella, consciente de que el deseo de él crecía a cada instante—. Apenas... apenas si nos conocemos. ¿Cómo puedes decir que me has deseado durante más que... más que una noche?

Las manos de Rachel, que en un principio se habían detenido sobre los hombros de él, en un vano intento por alejarlo, se movieron sobre la blanca camisa y los dedos acariciaron en forma inconsciente los tensos músculos bajo la piel. Sería divertido hacerle creer que le estaba haciendo perder la cabeza con la fuerza de su pasión, se dijo Rachel, notando que él reaccionaba a su contacto.

—Una noche, unos días, semanas, ¿qué importancia tiene? —Apartó con una mano la suave tela del vestido y le acarició la piel del cuello. Rachel sintió un escalofrío y se asombró ante lo extraño que era el deseo de un hombre—. Cuando un hombre se da cuenta de pronto de que desea intensamente a una mujer, el tiempo no es importante. Te aseguro que antes de que termine esta noche, me desearás tanto como yo a ti, mi pequeña reina ¡Mañana por la mañana ni siquiera podrás recordar el rostro de ese idiota de Puckermann!

—Estás tan seguro de ti mismo —exclamó ella con un pequeño sollozo de frustración y ¡Santo Cielo! deseo. Era necesario retomar el control de sí misma y de la situación. Ahora todo dependía de eso—. ¿Siempre consigues lo que quieres, Jesse St.James?

Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el fuerte hombro de él, tratando desesperadamente de pensar. Era obvio que de alguna forma se había convertido en un desafío para él.

Por alguna razón, Jesse St.James había decidido divertirse a costa de ella, demostrarle qué fácil era hacer que una mujer se olvidara de otro hombre.

—Si lo quiero mucho, sí —le informó él sin vacilar. La seguridad de su voz era en sí misma un arma. ¿Cómo tenía que hacer una mujer para luchar contra tanta arrogancia? —Y te aseguro que te deseo, Rachel Berry. Casi no lo pude creer cuando tu furia y tu sed de venganza te empujaron a esa última apuesta. —El placer que sentía ante la estupidez de ella era más que evidente—. ¡Qué gatita más tonta! Estabas segura de que ibas a ganar. Por suerte jugabas conmigo y no con algún idiota que no hubiera sabido aprovechar el triunfo.

La mano con que había apartado el vestido bajó en una caricia por su costado; los dedos se deslizaron en forma posesiva por la curva de su pecho. Jesse gimió, un áspero sonido de viril deseo, y Rachel se horrorizó ante la intensidad de su propia reacción. Una parte de su ser se despertaba y respondía a las implícitas exigencias de él. Cuando la mano de Jesse se detuvo justo debajo de sus senos, fue ella la que se estremeció.

—No te arrepentirás, querida —murmuró moviéndose a una posición que alertó el deteriorado sentido común de Rachel.

¡Si iba a hacer algo éste era el momento!

—¡Jesse, por favor! —susurró, tratando con desesperación de dar a sus palabras un auténtico tono de súplica. Se guiaba por intuición y sabía en ese momento era lo único de lo que podía depender—. Dijiste que... que hablaríamos.

Levantó los ojos hacia él con la suave mirada de una mujer que está a punto de caer bajo el peso de la pasión del momento. Lo único que la molestaba era que no estaba actuando del todo. Era muy alarmante descubrir lo vulnerable que era una en los brazos de un hombre. Los besos de Noah nunca la habían perturbado de esa forma y era intolerable que un hombre como Jesse le demostrara en forma tan gráfica que había nuevos horizontes para descubrir en el campo del amor.

—Dijiste que no ibas a presionarme —agregó con tono persuasiva al ver que él vacilaba.

La agitación de su propia voz la sorprendió. Nunca había parecido tan débil e indefensa. El saber eso le dio fuerza para mantenerse firme. ¡No era una tonta damisela que pierde la cabeza por el poderoso deseo de un hombre!

—Hablaremos más tarde, mi dulce Rachel —prometió Jesse, trazando con los labios una línea de fuego hasta la boca de ella—. Más tarde, cuando sepas cuánto te deseo y necesito poseerte...

—Por favor —suplicó ella presintiendo la determinación de él—. Necesito un poco de tiempo, Jesse. Todo eso está sucediendo muy rápido. No lucharé contra ti —mintió, bajando la vista con femenina sumisión—. Pero tú prometiste que no me apresurarías.

Probó de usar un poco de fuerza, empujando suavemente contra los hombros de él, tratando de poner algo de distancia entre ella y ese poderoso cuerpo contra el cual la aprisionaban. Casi pudo sentirlo tomar una decisión y contuvo el aliento, preguntándose qué sucedería ahora. Y entonces, para su gran alivio, Jesse le permitió apartarse de él, aunque no la soltó.

—Me pides que te dé tiempo y yo quiero suplicarte que me permitas apurarte —dijo él con una sonrisa.

Rachel se dio cuenta de que se esforzaba por controlar su pasión.

—Me lo prometiste —le recordó con un hilo de voz, los ojos dorados fijos sobre el rostro de él, con expresión suplicante.


—¿Siempre exiges que un hombre cumpla sus promesas? —preguntó mientras le acariciaba la mejilla con un dedo.

Rachel asintió en silencio, ya que temía abrir la boca para hablar.

—No tengo otra alternativa ¿verdad? —decidió Jesse con pesar—. Recuerda solo que estamos jugando limpio, yo también exigiré que cumplas con tu palabra.

Rachel ignoró la chispa de temor que se encendió en su mente y esbozó una trémula sonrisa.

—Incluiste una taza de café en el trato, ¿recuerdas... ?

—Estás decidida a hacerme cumplir al pie de la letra ¿no es cierto? —Sonrió con expresión burlona—. Me pregunto por qué será. ¿Acaso estás nerviosa, mi atolondrada jugadora?

—Un poco —admitió ella enseguida, fijando los ojos en el segundo botón de la camisa de Jesse.

No le importaba que lo supiera. Además de que era cierto, había una posibilidad de que él hiciera las cosas más lentamente si pensaba que ella sentía temor.

—No hay razón para agitarse —ronroneó y a Rachel se le pusieron los nervios de punta.

Comenzaba a darse cuenta de que había más de un peligro allí, pero un resto del audaz estado de ánimo que la había llevado a esa alocada apuesta seguía en pie.
«Mañana por la mañana», se dijo, «voy a preguntarme qué diablos me sucedió anoche...»

—A pesar de la impresión que puedas haber tenido esta noche —le dijo—, no acostumbro a apostar este tipo de cosas. Todo sucedió en forma tan rápida que no...

—¿No estás segura de cómo viniste a parar a mis brazos? —concluyó él volviendo a atraerla hacia él y depositando un tentador beso sobre los labios entreabiertos de Rachel.

Ella, que se esperaba otro ataque a gran escala, se sorprendió ante la suavidad de la caricia de Jesse.

—Estás aquí —dijo él con voz seductora—, porque yo deseo que lo estés y porque pienso que tú quieres estar aquí. ¿No es así, Rachel? ¿Por qué no me dices la verdad, cariño? Nunca te hubieras arriesgado con esa última apuesta si no hubieras arriesgado a perder contra mí. Tu orgullo nunca te hubiera permitido decirme que querías venir conmigo. Pero en un juego de naipes podías arrojar la suerte a los vientos.

Rachel oyó la total satisfacción en sus palabras y eso le devolvió la fuerza que le faltaba. Este hombre iba a aprender una lección esta noche. Era sólo una cuestión de tiempo, se juró mientras le sonreía con deliberación.

—Quizá me arriesgué porque nunca creí que ibas a cobrarme la deuda —sugirió con ironía, liberándose de los brazos de él con un movimiento grácil.

—Me conoces demasiado como para creer eso —rió él suavemente—. Después de dos meses de trabajar para mí debes haber aprendido que siempre hago cumplir los tratos. ¿Por qué no te relajas y admites la verdad?

Había una suave persuasión en el modo de Jesse que perturbó a Rachel aunque ya había tomado la decisión.

Se alejó en dirección a la sala, admirando la decoración de estilo español.

—Tienes una hermosa casa —comentó.
—Gracias, pero no vas a desviarme de mi objetivo —replicó él, caminando detrás de ella.

Rachel sintió los ojos de Jesse sobre su cuerpo y tuvo que controlarse para no temblar. Esto de jugar con Jesse St.James resultaba embriagador. Era diferente de todo lo que había conocido. Sus relaciones con hombres eran muy distintas de ésta y jamás se había considerado provocativa. Pero esta noche se sentía temeraria, llena de una audacia de la que sabía que se arrepentiría. Había algo en este hombre que sacaba a relucir una faceta de su personalidad que Rachel no sabía que existía.

—No estaba tratando de esquivar la pregunta —le aseguró—. Pero pedirme que admita que siento un abrumador deseo es demasiado, Jesse. Déjame algo de orgullo —suplicó.

—Será un placer para mí hacerte olvidar tu orgullo antes de que termine el fin de semana —declaró él, acercándose—. El domingo por la noche podremos ser sinceros el uno con el otro.

—Estás tan seguro de ti mismo —suspiró Rachel, dividida entre la admiración por la tenacidad de él y el deseo de darle su merecido.

—Muy pronto sabrás a qué me refiero. Ya estás comenzando a comprender ¿verdad, dulce Rachel? —Le acarició el cabello recogido y Rachel tuvo la impresión de que él deseaba soltarlo y enredar los dedos en él—. Me di cuenta cuando te besé hace unos minutos. Estaba casi seguro de eso en el restaurante cuando no le gritaste al taxi que esperara. Sentiste alivio cuando yo me di cuenta de lo que estabas tramando y tomé el asunto entre mis manos ¿verdad? No te preocupes, sé que era necesario para ti intentar escapar de alguna forma. Probablemente tu orgullo te lo exigía. Quizá estabas asustada por lo que habías hecho. Tu resentimiento hacia Noah Puckermann y el efecto del vino estaban comenzando a desaparecer...

«Para ser reemplazados por un rencor hacia ti que todavía no ha comenzado a aplacarse», terminó Rachel para sus adentros.

—Pareces conocerme muy bien —susurró, bajando la vista como si admitiera que el análisis de Jesse era acertado.
Con un movimiento causado tanto por un extraño deseo de tocarlo, como por ganas de provocarlo, Rachel jugueteó con el botón de la camisa de Jesse. De inmediato la mano de él se cerró sobre sus dedos apretándolos contra su pecho.

—Quiero llegar a conocerte mejor —dijo—. Y quiero que me conozcas. Cumplirás tu palabra ¿verdad, querida?

Rachel no levantó la vista ya que no tenía el coraje suficiente como para mirarlo mientras mentía.

—Sí —terció en voz baja—. Saldaré mis deudas.

—Gracias, Rachel—murmuró Jesse, depositando un beso ruidoso sobre la frente de ella—. Acerca del café...

—¿Sí?—lo alentó ella con voz vacilante.

—Soy un hombre de palabra. —Sonriendo, la tomó de la mano y la guió hacia la cocina.

Pronto tendría que entrar en acción, se dijo Rachel, apoyándose con descuido contra la puerta, mientras observaba cómo Jesse revisaba el armario en busca de café. Parecía creer que ya la había domado y Rachel se asombró ante la seguridad de él. Qué presumido que tenía que ser, pensó con admiración, para pensar que luego de una cena y de un beso, la había convencido de que pasara el fin de semana con él. Echó una mirada hacia el vestíbulo y el mueble con las llaves. Si caminara con descuido hacia la sala...
—Antes de que termine el fin de semana, pienso hablar seriamente contigo acerca de tu afición al juego —bromeó Jesse mientras llenaba la cafetera con agua.
—¿No la apruebas? —se burló ella, pensando en el hecho de que muy pocas veces jugaba a los naipes y jamás lo hacía por dinero.
Quizá él creía que ella tenía pasión por el juego. Cruzó los brazos sobre el pecho y caminó lentamente hacia la sala, deteniéndose justo en la línea de visión de él, para contemplar un cuadro.
—No voy a negar que esta noche tu vicio estuvo de mi parte —rió él—, pero insisto en que apartes de ti esas malas costumbres. ¡No me gustaría que otro hombre tuviera la misma suerte que yo!
—Un fin de semana es muy poco tiempo —comentó Rachel, casi fuera de la vista de Jesse—. Supongo que podré prescindir del juego durante dos o tres días.
—Nadie dijo que esto fuera a terminar con el fin de semana, Rachel.
—¿Ya estás pensando en una relación a largo plazo? —bromeó ella—. ¡Qué emocionante! A menos que resultes ser un amante posesivo, claro.
No debió haber dicho eso, pensó de inmediato. Jesse apareció en la puerta le la cocina y la observó.

—Seré un amante sumamente posesivo —le aseguró con un tono peligrosamente suave—. Te rendiste a mí en un juego de naipes, mi reina y no hay forma de echarse atrás...

El sonido del teléfono en la cocina interrumpió el discurso de Jesse y al verlo alejarse para atender, Rachel sintió un increíble alivio. Algo en la intensidad de la mirada de Jesse la había atemorizado, era como si realmente creyera que podría controlarla. Había sido un juego de naipes estúpido, se dijo furiosa. Decidió que ésta era la mejor oportunidad para escapar.

—¿Hola? —La voz profunda de Jesse respondió a la llamada y Rachel contuvo el aliento.

En silencio comenzó a alejarse hacia el vestíbulo, escuchando la conversación de Jesse.

—Mira, Ella, sé que es un problema, pero te prometo que me encargaré de todo. Dame un poco de tiempo... Dame un poco de tiempo. —La persona debió de haberlo interrumpido, porque Jesse dejó de hablar.

Rachel tenía el llavero en la mano. Con sumo cuidado abrió la puerta y salió a la calle. El Mercedes esperaba junto a la acera y ella voló hacia el auto, invadida por la excitación. Instantes más tarde estaba dentro del auto tratando desesperadamente de ponerlo en marcha. No tardó mucho. Casi enseguida, el poderoso motor rugió y Rachel puso el coche en movimiento. Al cabo de treinta segundos corría calle abajo, concretando la tan ansiada fuga. No quiso mirar hacia atrás.

Jesse se asomó a la ventana viendo como Rachel se marchaba con dos tazas de café, simplemente se sentó en un sofá y prendió la radio y sonaba



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Chicas esto se está poniendo buenisimo, asi que espero sus comentarios para subir mas capitulos Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda 3287304868
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Mensaje por franciscagleek Miér Abr 03, 2013 4:56 pm

oooooooh muerooo
me dio una pataleta gigante hoy en la biblioteca de mi colegio cuando lei que rachel se habia escapado fue como ¬¬¬¬ la odio asjdosaosaisa
jesse <3 tan lindo como siempre

espero actualización :DDDD me encanto el cap
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Mensaje por ♥Judith Jue Abr 04, 2013 10:08 pm

Nueva lectora
Rachel porque huyes?? porque ??? porque???
y con quien hablaba jesse y quien era ella eso me intrigo
Rachel se que te enamoraras de jesse lo se ok no jaja
emy me encantaa este fic quieres que me acabe las uñas
espero actualizacion
saludos!!
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Mensaje por josefa st berry Vie Abr 05, 2013 11:46 pm

Jesse es tan presumido xDDD
Rachel porque escapas!!!!
NOOOOOOOOO
actualiza pronto porfiss
Besos
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Mensaje por Vane-gLeek Sáb Abr 06, 2013 5:22 pm

Noo, no lo creo, Rachel llevandose el mercedes de Jesse, jajaja y pobre el ahi con las tazas de cafe...Que ternurita XD....Hay Emy actualizalo pronto porfa :)
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Mensaje por franciscagleek Vie Jul 26, 2013 1:22 am

porfis actualiza <3
muero por saber que mas pasa :)
porfis porfis
i love st berry <3<3<3
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Mensaje por Emy_Rodriguez Groff Vie Jul 26, 2013 11:04 pm

Locura de Fin de Semana
Capitulo 5
Llegué a las Vacaciones


Ahora estaba a salvo, decidió Rachel. Libre para pensar en el desastre que había dejado detrás de ella. Nunca había planeado unas vacaciones más oportunas. Tenía dos semanas para reponerse de la vergüenza, la furia y el desprecio hacia sí misma que sentía. Bebió otro poco de café caliente y se preguntó si era posible echarle la culpa al vino. No, hacerlo sería mentirse a sí misma. No había dudas de que el alcohol había aumentado la locura, pero durante toda la noche había sido plenamente consciente de lo que hacía. No había blancos en su memoria que pudieran ser utilizados como excusas.

Lo único positivo de todo el asunto era que Finn ya no le resultaba nada importante.

Rachel suspiró y sacudió la cabeza con pesar. Se había metido en una situación tan humillante, que lo único en que podía pensar esa mañana era en un alto hombre de cabellos rizados y en su propia increíble estupidez. Pensar en lo que Jesse opinaría de ella le resultaba tan intolerable como el hecho de saber que con su abominable comportamiento, era ella misma la que había causado esa opinión. ¡Y ella que había pretendido enseñarle una lección! Rachel se lamentó para sus adentros, tratando de calmarse al pensar en que se había vengado de él por la forma en que se había metido en su vida, pero no logró tranquilizarse. Jesse había simplemente tomado una decisión rutinaria que casualmente había tenido repercusión en la vida de ella. No era justo culparlo por eso y no había ninguna razón para acusarlo de haberlo hecho adrede.

Por otra parte, insistía su mente con obstinación, Jesse no tenía derecho de decretar que la noche anterior ella estaba dispuesta a todo. Se merecía tener que ir a buscar el auto y que le pisotearan un poco el orgullo. ¿O no? Hizo una mueca de desprecio hacia sí misma. No había ninguna duda de que Jesse St.James era un tipo molesto y fanfarrón que creía que con sólo intentarlo conseguía a cualquier mujer. Rachel tuvo que admitir que su éxito y su vital masculinidad le facilitaban el camino a las aventuras amorosas. Ella tendría que alegrarse de haber tenido la oportunidad de demostrarle que no todas las mujeres estaban esperando para postrarse a sus pies en el momento en que él decidía que las deseaba. ¡Pero era difícil ver el lado bueno de las cosas cuando en lo único que se podía pensar era en lo embarazoso de la situación! No, jamás toleraría volver al trabajo dentro de dos semanas. Mandaría la renuncia por correo. Rachel sintió que se ruborizaba y se alegró de estar alejándose ¿Quién dijo que no se podía huir de los problemas?

Pensar en eso le levantó el ánimo.

Al llegar al Aeropuerto de Monterrey recogió las maletas y alquiló un auto para el corto viaje hasta Carmel, ese lugar hermoso y tranquilo. Era el lugar preferido de Rachel para las vacaciones, y este año había elegido ir allí en lugar de Hawai o Acapulco. En realidad la vida nocturna sería más activa en los otros dos lugares, pero Rachel había preferido una pintoresca hostería en las solitarias playas de Monterrey. Ahora se alegró de haber optado por eso. ¡Lo menos que deseaba en ese momento era una vida nocturna agitada! Los acontecimientos de la noche anterior habían generado suficiente emoción para las dos semanas siguientes, pensó Rachel con ironía, mientras detenía el automóvil en la pequeña playa de estacionamiento detrás del hotel.
—¡Señorita Berry! La estábamos esperando —sonrió el empleado de la recepción.

En su rostro de mediana edad había una expresión de cálida bienvenida. Y algo de admiración masculina, notó Rachel y luego se dijo que últimamente estaba algo obsesionada con las miradas que veía en los hombres.

—La hemos puesto en la dos dieciocho. Espero que le guste.

—Gracias. —Rachel le devolvió la sonrisa—. Tenía muchas ganas de venir aquí —agregó con sinceridad.

Media hora más tarde, Rachel se calzó un par de apretados vaqueros y unas zapatillas de lona. Una de las ventajas de su estatura eran las piernas largas, pensó mientras se miraba en el espejo. Pero había veces en que cambiaría todo por poder tener la sensación de ser pequeña y frágil. Se puso un anorak amarillo y pensó en el nuevo romance de Finn. ¿Cómo se llamaba? ¿Quinny? Bueno, se dijo Rachel con severidad. Ella no era ninguna Quinny y eso era seguro. Además, el hecho de ser baja y morena tenía ciertas ventajas, pensó con una sonrisa. Los hombres casi nunca trataban de aprovecharse de mujeres que eran como ella. Excepto hombres como Jesse St.James, se corrigió con pesar, mientras bajaba las escaleras. Pensaba ir primero a la agencia a devolver al auto alquilado y luego pasear por la calle llena de anticuarios que terminaba frente al mar.
Cuando por fin llegó a la playa, Rachel se permitió relajarse. Caminó con paso rápido por la orilla, disfrutando del espectáculo de las olas, los retorcidos cipreses de Monterrey que se aferraban a la rocosa costa y las extensas playas desiertas. Decidió caminar hasta deshacerse de los dolorosos recuerdos de la noche anterior.

—Disculpa —la interrumpió una voz masculina cuando comenzaba a emprender la marcha—. ¿Te importaría compartir la playa o éste es un paseo privado?

Rachel se volvió sorprendida y vio a un apuesto hombre de aproximadamente su misma edad, de pie sobre un pequeño acantilado cerca de ella. Apartando de su rostro unos mechones de cabello rubio, Rachel sonrió con amabilidad.

—La playa es pública, por supuesto— dijo—. No voy a echarte de aquí.

—¡Qué bien! —El hombre sonrió alegremente y bajó por el acantilado en dirección a ella.

Unos ojos azules la miraron de arriba abajo y Rachel notó que él no estaba desconforme con lo que veía. Pero su análisis fue cortés ella decidió no ofenderse. Había algo en esos ojos azules y en el natural encanto que le hacían acordar a Finn.

—Me llamo Sam Evans —le informó él deteniéndose a unos pocos metros.

—Yo soy Rachel Berry.

Al ver que él echaba una rápida mirada a la mano derecha de ella, Rachel se dio cuenta que quería ver si llevaba alianza. Con una sonrisa comenzó a caminar y Sam se puso a su lado.

—¿Estás de vacaciones en Carmel? —preguntó con tono amable, hundiendo las manos en los bolsillos de la chaqueta.
Era un hombre atractivo y probablemente lo sabía, pensó Rachel, observando el color gastado de los apretados vaqueros, el cabello dorado peinado en forma de parecer revuelto por el viento aun cuando no estuviera en una playa, y la elegante chaqueta.
—Sí —respondió con un dejo de sequedad.

No estaba segura de querer fomentar la relación.

No quería saber nada más de hombres por el momento. Pero tenía que responder con algo.

—¿Y tú?

—Estoy viviendo en la casa de unos amigos, allí sobre el acantilado. —Señaló una elegante mansión que miraba hacia el mar—. Es un lugar hermoso, pero demasiado tranquilo. ¿Estás sola? —agregó con delicadeza, mirándola por el rabillo del ojo.
—Sí —replicó Rachel con tono seco—. Vine en busca de paz y tranquilidad.

Sam era alto, pero no tanto como Jesse St.James. Tampoco tenía el físico musculoso de Jesse, que probablemente era un saldo de los días en la construcción. Sin embargo, si ella no se ponía tacones, Sam sería de una altura razonable.

—¿De qué te ríes? —preguntó Sam con cautela, al ver la sonrisa de Rachel.

—De nada, en serio. Estoy simplemente disfrutando del día —dijo ella enseguida, dejando que la sonrisa se convirtiera en la expresión cálida y risueña que encantaba a sus amigos y hacía que los candidatos entrevistados se sintieran cómodos.
La sonrisa surtió el acostumbrado efecto y Sam también sonrió. «Probablemente piensa que hizo una conquista», suspiró Rachel para sus adentros. ¡Al diablo con los hombres! Entonces recordó lo que Jesse le había dicho acerca de abrumar a los hombres; que todos al final decidirían que sería más seguro tenerla de amiga que de amante. El comentario le había molestado principalmente porque había presentido que había algo de cierto en eso. ¿Acaso Sam era también de carácter débil? ¡Diablos! Ella no era ninguna bruja...

—¿Tienes auto? —preguntó Sam con curiosidad.

—Lo entregué en la agencia de alquiler esta mañana. Como las tiendas, los restaurantes y el mar quedan tan cerca de la hostería, decidí que no lo necesitaría. Vine aquí a descansar —dijo Rachel con tono decidido—. No tengo pensado conducir hasta que me vaya.

—¿No quieres dar un paseo por el campo? ¿O pasar algo de tiempo en Monterrey?

—No es importante. No en este viaje.

—Estás decidida a descansar ¿verdad? —Sam rió—. ¿En qué trabajas que necesitas tanto descanso?
Rachel rió.

—No es nada tan terrible. Soy encargada de personal. Pero los últimos dos meses han sido algo agotadores. —Se encogió de hombros—. ¿Y tú?

—¿Cómo me gano la vida? Trabajo en compra y venta de propiedades. Tengo una empresa cerca de San Francisco.
—Con un trabajo cansador como ese, necesitarías las vacaciones más que yo —exclamó Rachel, con un dejo de admiración en la voz, que surtió el efecto de siempre.

Sam quedó encantado.

—Me gusta el esfuerzo y la energía que se necesitan, pero hay veces en que necesito escaparme —admitió.

—¿Cuánto te quedas en Carmel?

—Alrededor de una semana. ¿Y tú? —Sonrió y le echó una mirada calculadora.

—Dos semanas.

—¡Demasiada paz!

—Te aseguro que la necesito —sonrió Rachel.

—¿Si prometo no hacer demasiado ruido y arruinar tu paz y tranquilidad, cenarás conmigo esta noche? No conozco a nadie de aquí excepto a mis amigos, los dueños de la casa, y ellos van a salir.

Sonrió y Rachel se dio cuenta de que estaba seguro de que ella iba a aceptar. ¿Y por qué no debía hacerlo? Sam había resultado ser un compañero inteligente y conversador y era muy halagador que un hombre así se interesara por ella luego de la traición de Finn. Sin contar el interés de Jesse St.James, se dijo de inmediato

—Me gustaría mucho —dijo, tomando una rápida decisión.

—Fantástico. Hay un lugar muy lindo cerca de tu hotel. Podremos ir a pie. ¿Te parece bien a las seis y media? Podremos tomar algo antes de cenar.

—De acuerdo.

Rachel sonrió y lo observó alejarse, con una extraña mezcla de sentimientos. No había hecho este viaje para conocer hombres. Es más, si hubiera tenido eso en mente, sin duda no hubiera conocido a nadie. Pero Sam parecía simpático y luego del cortante comentario de Jesse acerca de cómo manejaba al sexo opuesto, era tranquilizador que un hombre demostrara interés. Con expresión decidida, Rachel subió a su habitación.

Esa noche se esmeró mucho al arreglarse, quizá debido a un instintivo deseo de contradecir a Jesse, admitió con una mueca. Eligió un suave vestido que se adhería a su figura proporcionada y caía hasta los bien torneados tobillos. Automáticamente, buscó zapatos de tacón bajo. Se había convertido en su máxima cuando quería disfrutar de la noche y no pasarlo bien pero llegar con un horrible dolor de pies! Alguien hacia quien un hombre se sintiera instintivamente protector. Y bueno, suspiró, no se podía tener todo. Se negó a pensar en los momentos que había pasado bailando entre los brazos de Jesse St. James la noche anterior.
Como siempre, Rachel estuvo lista con demasiada anticipación. Era una mala costumbre que había tratado de eliminar un par de años atrás, pero no lo había logrado. Había nacido para ser puntual, se dijo con una sonrisa, y se dispuso a hojear una revista que estaba sobre la mesita junto a la cama, tratando de encontrar algo para leer mientras esperaba a Sam. Acababa de acomodarse sobre un sillón para leer un artículo de negocios, cuando oyó que golpeaban a la puerta.
Se puso de pie, pensando con placer que Sam parecía tener el mismo problema de puntualidad que ella. Dejó la revista sobre la cama y fue a abrir la puerta con una cálida y alegre sonrisa.

—Hola, Sam —comenzó a decir antes de abrir la puerta por completo—. Me alegro de que no seas uno de esos hombres que dan por sentado que las mujeres siempre se atrasan...

Las palabras murieron sobre sus labios. Rachel contempló el fantasma junto a la puerta. Los ojos chocolate adquirieron una expresión horrorizada, y Rachel tragó saliva, sin poder creer lo que veía.

—¡No! —chilló con desesperación y acto seguido, hizo lo primero que se le ocurrió.

Cerró la puerta de un golpe y le echó llave. Un instante más tarde se apoyó contra la pared y observó la habitación con la mirada perdida. No era posible que Jesse St.James estuviera allí afuera, a menos de un metro de ella.

Volvió a oír unos pacientes golpéenos a la puerta.

—Me temo que realmente soy yo —dijo Jesse con suavidad.

La voz baja y profunda llegaba claramente desde el otro lado de la puerta.

Alejándose de la pared como si de pronto se hubiera convertido en un metal al rojo vivo, Rachel se volvió y la miró hipnotizada. ¡Debía de estar imaginando cosas! Seguramente Jesse St.James no la había seguido hasta Carmel para... ¡para vengarse!
—Será mejor que abras la puerta, Rachel —dijo él con calma—. No voy a marcharme.

—¡Tienes que marcharte! —logró declarar sin ninguna lógica.

Miraba el picaporte fijamente como si de alguna manera Jesse fuera a girarlo y entrar en la habitación. ¡Eso era ridículo! ¡El no podía derretir cerraduras!

—Déjame entrar, Rachel —le ordenó él con serenidad.

—¿Qué harás si no te dejo? —lo desafió ella con audacia, mordiéndose los nudillos en un gesto infantil que no había hecho por años—. ¿Derribarías la puerta? ¡Ni siquiera tú serías capaz de hacer semejante escándalo!

—Por supuesto que no —dijo él, con tono divertido—. ¿Por qué habría de tomarme todo ese trabajo cuando todo lo que tengo que hacer es bajar y buscar una llave?

—¡Jesse, por favor! ¡Vete!—suplicó Rachel con desesperación.

—No puedo hacerlo, Rachel —murmuró él a través de la puerta, casi como si quisiera disculparse—. Hay demasiadas cosas que aclarar entre nosotros.

—¿Cómo qué? —preguntó ella, furiosa—. ¡No hay nada que hablar y tú lo sabes!

—¿Qué te parece ese asuntito del paragolpes trasero derecho del Mercedes? —sugirió él.

—¡El Mercedes! —exclamó Rachel, anonadada—. ¡Yo no le hice nada! ¡Estaba perfecto cuando lo dejé en el garaje!
Imágenes de una exorbitante cuenta por reparación del auto bailaban en su mente. Con una sensación de inevitable desastre, Rachel apoyó la mano sobre el picaporte. Giró la llave de mala gana y abrió la puerta lentamente, cerrando los ojos por un instante, antes de atreverse a espiar por la ranura.

A través del espacio de cinco centímetros que quedó entre la pared y la puerta, Rachel contempló al inesperado visitante. Jesse la observó con divertida paciencia. Los ojos verdosos brillaron cuando puso una enorme mano contra la puerta y empujó.
—El auto no es lo único de lo que tenemos que hablar —comentó, abriendo la puerta poco a poco—. ¿Quién es Sam?


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Espero que les guste este nuevo capitulo...
Se vienen muuuuchos mas

Espero sus comentarios
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Activo Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda

Mensaje por Julietta St. James Vie Jul 26, 2013 11:24 pm

OH DIOS! asdffgdhlklajñljñgfjdñl *-* desde le principio soy fiel lectora de tus fics; Y espere mucho para que actualizaras, ahora que lo has hecho me doy cuenta de que valió la pena. Un capitulo perfectamente hermoso (: Espero que continúes actualizando BYE! C:
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Mensaje por franciscagleek Vie Jul 26, 2013 11:32 pm

—El auto no es lo único de lo que tenemos que hablar —comentó, abriendo la puerta poco a poco—. ¿Quién es Sam?
saodjkasdjkajdaksjjkbakbaskjdbkjasbdkjasbdkjsb mori
<3<3<3<3<3<3<3<3
lo amo lo amo lo amo c:
emy eres una genio
no tardes en actualizar :D

por dios xddd quien es sam xdddd realmente mori
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Mensaje por Wafialex Sáb Jul 27, 2013 4:36 am

Wuuuuauuu me encatooo, resien comencé a leer este fic
Me encanto! :)
Espero y actualices pronto ya me muero de ganas
Por leer el próximo capítulo
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Mensaje por mari71087 Sáb Jul 27, 2013 5:31 pm

al fin actualizas!!!!... Ya creia que no actualizarias mas.... Espero pronto leer un nuevo capitulo!... :)
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Activo Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda

Mensaje por yani_sanchel Dom Jul 28, 2013 2:13 am

woooo que capitulo !!!!! No sabes cuanto queria q actualises pero definitivamente valio 100% la espera me encantan los pensamientos de Reichel y el que alla aparesido Sam quedo perfecto a la convinacion de este sensasinal finc me encanto ese final con de jesse- Quien es Sam ? I Love :$ "!!! ahiii ya quiero leer mas de como sigue esto e.e
espero que actualises prontito nos vemos n.n
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Activo Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda

Mensaje por Emy_Rodriguez Groff Dom Jul 28, 2013 12:33 pm

Locura de Fin de Semana
Capitulo 6
Jesse vete!!!
!


Sam —repitió Rachel distraídamente. Desde que había recibido el impacto de la presencia de Jesse, no había podido pensar en el otro hombre. De pronto, recobró la memoria—. ¡Sam! —volvió a decir con repentina convicción, mientras retrocedía hasta el centro de la habitación.

—Sí, Sam —la imitó Jesse, cerrando la puerta de un puntapié y avanzando hacia ella. Arqueó una ceja con expresión reprobadora—. ¡No me digas que aparte de privarme de mis ganancias, tienes pensado dárselas a otro hombre!
Rachel sintió que se ponía casi tan roja como el vestido que llevaba. Hizo un desesperado intento por recobrar el control de la situación. Su sentido común le decía que el primer paso a dar era dejar de retroceder. Era una actitud muy negativa, se dijo con firmeza. Le daba a Jesse la idea de que de alguna forma llevaba la ventaja.
—No sé qué es lo que crees que vas a lograr, Jesse —dijo con vehemencia, deteniendo la retirada e irguiéndose en toda su estatura.
Con la mayoría de los hombres eso hubiera resultado muy eficaz. Por desgracia, St.James no pertenecía a esa mayoría.
—Sí que lo sabes —la contradijo él, examinándola con sus centelleantes ojos plateados—. Vine a cobrarme lo que me corresponde.
Se detuvo a menos de medio metro y le sonrió. Rachel decidió que esa sonrisa era tan digna de confianza como la de un tigre.
—No seas ridículo —dijo con voz tensa, tratando de congelarlo con su altivez. ¡Qué situación tan espantosa! ¡Y Sam llegaría de un momento a otro!—. ¡No tienes ningún derecho de atarme a esa... a esa estúpida apuesta y tú lo sabes! ¡Por todos los cielos, fue hecha bajo presión!
—Yo no te obligué a apostar un fin de semana de tu vida —señaló él con el tono de alguien que sabe que está en lo cierto. Echó una mirada a la habitación e hizo un gesto complacido—. Una hostería encantadora, dicho sea de paso. Este será un hermoso lugar para cobrar la deuda que tienes conmigo. Todavía me debes una velada en compensación por la que me perdí el viernes cuando te escapaste. Quizá me quede hasta el lunes a la noche para recuperar el tiempo perdido.
—¿Quieres dejar de comportarte como si hubiera algo de normal en todo esto? —exclamó Rachel furiosa—. No soy responsable por lo que sucedió anoche. ¡Tú... tú me obligaste a hacerlo! ¡Me incitaste! No tengo intención de... ¡Levántate de ahí! —exclamó con horror al ver que Jesse se había sentado sobre el único sillón de la habitación.
—Quiero estar cómodo para oír las excusas —explicó él con tono amable, enfrentando los centelleantes ojos Castaños con una expresión inocente que alarmó a Rachel.
—¿A qué estás jugando, Jesse? —preguntó con rabia, poniéndose frente a él con las manos sobre la cadera.
—Dejé de jugar anoche —replicó él con serenidad—. Eres tú la que sigue deleitándose con juegos de azar.
—No puedes pretender realmente que salde una deuda de juego como la que me llevaste a hacer anoche. Debiste darte cuenta cuando me marché.
—Robándote mi auto.
—Tomando tu auto prestado —lo corrigió ella de inmediato, recordando el incidente con vergüenza—. ¡Debiste haberte dado cuenta de que no pensaba cumplir con el trato!
—Me di cuenta de que a último momento te asustaste—dijo él, observándola con una sonrisa condescendiente.
—¡En ningún momento pensé cumplir! En el mismo instante en que hice la apuesta, decidí que no la pagaría —exclamó.
—¿Tenías los dedos cruzados detrás de la espalda, ¿no es cierto? —preguntó Jesse con expresión divertida—. Bueno, si es así, ahora es un buen momento para enseñarte que las deudas de juego son sagradas.
—Jesse, escúchame —dijo Rachel furiosa—. Ahora no tengo tiempo para hablar de esto. ¡Va a llegar un amigo mío en cualquier momento!
—Ah, sí. El tal Sam. Tenemos mucho de que hablar, ¿no es cierto Rachel? ¿Por qué no te sientas y dejas de caminar ida y vuelta?
—¡Este es mi cuarto y si quiero caminar nadie va a impedírmelo!
—Eso es lo que me gusta en una mujer —comentó Jesse con tono burlón—. Un carácter fuerte.
—¿Vas a marcharte de una buena vez? —preguntó ella muy tensa, volviéndose para mirarlo.
—Vamos, cariño —terció él con suavidad—. No pretenderás que me vaya y le deje el premio a otro hombre. ¿No te conté anoche que tengo tendencia a ser posesivo? Estoy seguro de que cualquiera de mis relaciones comerciales darán buenas referencias sobre mi tenacidad.
—¡No eres mi dueño! —exclamó Rachel.


Comenzaba a inquietarse de veras. Sentado allí, Jesse parecía enorme e inamovible.
—Soy dueño de dos noches y dos días de tu vida —le recordó él.
Rachel dio un respingo ante la sangre fría con que lo decía.
—Sabes que sólo te usé para descargar algo de la frustración que sentía por lo de Finn Hudson —comenzó a decir, preguntándose si una táctica más humilde daría mejor resultado—. Había tomado demasiado y no pude menos que echarte la culpa por el traslado de Finn a San Diego. Sé que no era lógico —admitió, mirándolo por el rabillo del ojo para ver qué efecto surtía—. Me refiero a que... bueno, sé que el traslado se debió nada más que a razones de negocios. Pero anoche estaba incómoda y tenía deseos de venganza. ¡Tú fuiste el que sugirió que jugáramos a las cartas para que yo me descargara!
—Lo entiendo. Lo entendí anoche.
—¿Entonces por qué me persigues? —preguntó Rachel volviéndose para enfrentarlo desde el otro extremo de la habitación—. Si lo que te preocupa es el auto, con todo gusto te daré el nombre de mi compañía de seguros...
—Prefiero cobrarme la cuota en tu persona, mi dulce Rachel.
—¿De qué estás hablando? —preguntó ella, sorprendida.
—Estoy hablando de hacerte el amor hasta que te vuelvas loca en mis brazos. —Estaba de pie ahora, acercándose hacia ella mientras hablaba. La voz profunda se había convertido en un susurro áspero y seductor que hizo que Rachel se estremeciera—. Estoy hablando de hacerte cumplir la promesa que hiciste con esos ojos castaños. Estoy hablando de un fin de semana entero durante el cual te veré sonreír sólo para mí...
Rachel lo miró sin saber cuáles eran sus intenciones, semiparalizada por la viril determinación de su voz.
—Jesse, sé razonable —susurró con tono vacilante—. No puedes obligarme a...
—¿Quién dijo que te voy a obligar? —preguntó él. Estaba muy cerca de ella, pero no la tocó—. He pensado mucho acerca de la mejor forma de tratar contigo, mi pequeña jugadora.
—¿Ah, sí? —preguntó ella con recelo.
—Ajá. ¿Quieres saber cuál es mi análisis de la situación y mi decisión final acerca de cómo cobrarte la deuda? —preguntó él con tono servicial.
Rachel lo observó con cautela, tratando de adivinar su estado de ánimo. No terminaba de entender este enfoque antojadizo. ¿Qué estaba tramando? No parecía estar dispuesto a usar la fuerza y eso le devolvió un poco de coraje.
—En alguna otra oportunidad —replicó ella, luchando por retomar el control de la situación. Apoyo una mano firme sobre el brazo de Jesse y trató de empujarlo hacia la puerta. Era lo mismo que tratar de mover una enorme roca—. Quiero que te vayas, Jesse.
—Todavía no —respondió él observando la mano de ella sobre su brazo. Levantó las manos y apoyó las palmas contra la pared, atrapando a Rachel entre sus brazos—. En primer lugar, creo que luego de haber emprendido este viaje para recoger mis ganancias, me merezco un beso de bienvenida.
—¡No! —Rachel se retorció al ver que Jesse inclinaba la cabeza, pero una de las manos de él se apartó de la pared para sostenerle el mentón e inmovilizarla.
—Sí —la corrigió.
Rachel sintió el cálido aliento de él sobre su mejilla, justo antes de que la boca de Jesse cubriera la de ella con lenta y provocativa deliberación. Rachel sintió que la rodeaba con el otro brazo, apretándola tan fuerte que no se podía mover. Era una repetición de la noche anterior, pensó, invadida por el pánico.
Trató desesperadamente de liberar las manos, cerrar los puños, y estrellarlos contra el ancho y musculoso pecho de Jesse, pero él le tomó un puño, luego el otro y aprisionándolos en su mano los mantuvo detrás de la espalda de Rachel. En ningún momento la lastimó, pero había una frustrante sensación de solidez en sus movimientos.
—Basta —suplicó Rachel, cuando su boca comenzó a aflojar ante la insistencia de él.
¿Qué diablos le sucedía con este hombre, que le provocaba esas reacciones? ¡Ni siquiera le resultaba atractivo!
—No te preocupes —murmuró él contra los labios de ella—. Estoy cargando un poco a mi cuenta.
Rachel notó que la empujaba hacia la pared hasta que quedó aprisionada entre la dura superficie y el cuerpo sólido de Jesse.
—No te debo nada —lloriqueó, furiosa y frustrada ante la sensación de impotencia cada vez mayor que experimentaba.
—Me debes todo lo que hay en ti ¿no te das cuenta? —ronroneó él, mordisqueándole la oreja—. Vine a cobrar. Pero no tienes por qué temer, pequeña valquiria. A diferencia de ti, yo cumplo mi palabra y ayer prometí que no te apuraría. —Le soltó las manos y le pasó los fuertes dedos por el contorno del rostro—. Te daré tiempo...
—¿Cuánto? —preguntó ella de inmediato, vislumbrando una única posibilidad.
Jesse se encogió de hombros.
—Un par de días, quizás. Puedo faltar un tiempo al trabajo...
—¡Un par de días más! —chilló Rachel, desesperada—. ¡Eso es muy poco para convencer a alguien para que tenga una aventura!
—¿Por qué no? —preguntó él razonablemente, sonriendo con expresión divertida—. Después de todo, no es lo mismo que si fuéramos dos extraño que empiezan de cero. Ya sabemos cómo van a terminar las cosas. ¿No me vas a privar del premio que me gané, verdad, mi dulce Rachel? —agregó con tono persuasivo.
—¡Con todo gusto! —Rachel apoyó las manos contra los hombros de él y empujó, pero fue en vano.
¡Pensar que durante todos estos años se había engañado con la idea de que quería un hombre grande y fuerte que la hiciera sentir débil y femenina! Ahora hubiera dado cualquier cosa con tal de que Jesse fuera más pequeño y manejable.
—Afortunadamente para ti, antes de tomar el avión esta mañana juré que tendría paciencia —dijo él con tono burlón.
—Jesse, por favor —intentó ella con desesperación—. Un amigo mío vendrá de un momento a otro. ¿No lo entiendes? No quiero tener que explicarle tu presencia.
—¿Dónde conociste al misterioso Sam? —preguntó Jesse con tono amable, sin sacar los brazos de alrededor de ella.
—En la playa, hoy —le explicó Rachel con impaciencia—. Se aloja en casa de unos amigos y me invitó a cenar. Me resultará muy incómodo explicarle qué haces aquí.
—¿Quieres que se lo explique yo? —sugirió Jesse alegremente.
—¡No!
—Pues entonces tendrás que decirle que se vaya.
—¡No pienso hacerlo! ¡Es un hombre muy simpático que me invitó a cenar y no tengo intención de humillarme contándole que no puedo salir con él porque mi jefe no me lo permite! —exclamó Rachel furiosa.
Unos fuertes golpes a la puerta interrumpieron el iracundo discurso.
—Es Sam —susurró.
—¿Y qué? —preguntó él con tono suave—. Dile que se vaya.
—¡No puedo! —replicó Rachel, luchando por liberarse—. Tengo una cita con él esta noche y no pienso fallarle. ¡Si hay algo de caballerosidad en ti, pues métete en ese ropero y escóndete!
—¿Esconderme? —preguntó Jesse azorado. Tuvo la suficiente delicadeza de no levantar la voz—. ¿En el ropero? ¿Estás loca? ¡Este es mi fin de semana, no el de Sam!
Volvieron a oírse los golpes a la puerta.
—Enseguida voy, Sam —gritó Rachel—. Estoy hablando por teléfono.
—No hay apuro —respondió Sam amablemente—. Te esperaré aquí afuera.
—Pues bien —siseó Rachel, mirando a Jesse con ojos relampagueantes—, ¿vas a hacerme quedar mal o vas a optar por ser cortés y desaparecer?
Era inevitable, por supuesto y Rachel lo sabía. Jesse iba a hacer un escándalo y humillarla más de lo que lo había hecho hasta ahora. Pero tenía que intentarlo una vez más.
Durante un largo y tenso momento, Jesse la miró, como si estuviera tratando de decidir qué hacer.
—Juré que iba a ser paciente contigo —dijo finalmente—, pero no tengo muchas ganas de esconderme en los roperos mientras jugueteas con otros hombres. Eso es pretender demasiado ¿no te parece?
Rachel vio la risa en sus ojos y sintió deseos de pegarle.
—Por favor —dijo en voz baja, abriendo los enormes ojos suplicantes.
No le costó demasiado.
—La última vez que accedí a tus súplicas terminé con la cama vacía y el Mercedes chocado.
—Jesse, si me haces este favor, te juro que regresaré más tarde y aclararé todo contigo.
—¿Palabra de honor? —se burló él.
—Sí.
—¿No escaparás dejándome encerrado en un ropero?
—¡Jesse! ¡Por el amor de Dios!
—¿A qué hora regresarás? —murmuró él.
—No lo sé. Pero no será muy tarde —agregó de inmediato, al ver que el rostro de él se endurecía—. Le... le diré a Sam que quiero volver temprano.
Aguardó ansiosamente, vislumbrando un rayo de esperanza.
—De acuerdo —dijo Jesse luego de un instante. Se volvió en forma abrupta y pasó junto a ella—. Pero si no te importa me esconderé en el baño en lugar del ropero. Creo que no quepo ahí adentro.
Atónita, Rachel lo siguió con la mirada. ¡Iba a hacerlo! Iba a permanecer fuera de la vista mientras ella se iba con Sam. ¡No podía creerlo!
—Gra... gracias —murmuró, sin atreverse a creer que la victoria había sido tan fácil.
¿Qué estaba sucediendo allí?
—El placer es mío— dijo él, entrando en el baño y volviéndose para enfrentarla, con la mano sobre la puerta.
—Asegúrate de estar aquí a las diez.
—¡A las diez! ¡Nadie vuelve a las diez! No he vuelto a las diez desde que estaba en la escuela secundaria.
—Una de dos —terció Jesse con tono lacónico—. O estás aquí a las diez o me encargaré de explicarle todo a tu Sam.
—Regresaré —prometió Rachel deprisa.
No quería perder la ventaja que había ganado en forma tan inesperada.
—Bien. Por cierto que mi decisión de ser paciente va a ser puesta a prueba esta noche. Ya me estoy sintiendo como un idiota.
—Te agradezco mucho —comenzó a decir Rachel, extendiendo la mano para cerrar la puerta.
—Recuerda, Rachel —murmuró Jesse, impidiéndole cerrar la puerta—. A las diez.
—Lo recordaré —prometió ella, pensando que si alguna vez lograba salir de esa habitación lo más probable era que jamás regresara.
—Cinco minutos después de la hora mágica comenzaré a buscar. Es una ciudad pequeña, Rachel.
Rachel dejó escapar un suspiro resignado. Iba a tener que volver y hablar con él. ¡No podía permitir que la siguiera por todas partes!
—Regresare.
—Sí sé qué lo harás —sonrió él y le permitió cerrar la puerta.
Rachel respiró hondo, tomó un chal y salió.
—Sam, discúlpame por haberte hecho esperar —dijo al salir al vestíbulo.
—No hay problema. ¿Terminaste tu conversación? No quería apurarte —dijo Sam amablemente, mientras le acomodaba el chal sobre los hombros, disfrutando de la belleza de ella.
—Ah, sí. Era... era una amiga de la oficina —mintió Rachel enseguida—. Me llamó para decirme que trataría de venir a Carmel mientras yo estuviera aquí.


—¡Qué bien! Si aparece, le conseguiré un amigo así seremos cuatro.
Rachel observó con aprensión el rostro entusiasmado de Sam. Ese era el problema de las mentiritas piadosas. Caían sobre uno como bolas de nieve.
—Creo que este restaurante te gustará —dijo Sam al cabo de unos minutos, cuando salieron a la acera—. Es a unas pocas calles de aquí. Se especializan en cocina francesa con pescado y tienen una carta de vinos excelente.
—Suena maravilloso —asintió Rachel, tratando de disimular su mirada nerviosa en dirección al segundo piso de la hostería.
De inmediato deseó no haber caído en la tentación. Jesse estaba allí, observándolos desde la ventana. No bien vio que ella miraba hacia arriba sonrió con expresión benigna y saludó alegremente. Pero Rachel no se dejó engañar ni por un segundo. Había visto la expresión dura en el rostro de él antes de que la reemplazara por esa falsa cortesía y había sentido un escalofrío. De pronto se preguntó por qué Jesse le había permitido salir con Sam. Esa actitud no concordaba con la expresión en esos ojos azul verdosos. Una vez más, Rachel se sintió agradecida por su experiencia con la gente. Los años en que había tenido que tratar con diferentes ejemplos de naturaleza humana, la habían convertido en una experta para conversar en condiciones no ideales. Pero aún mientras hablaban del menú con Sam y aceptaba su elección del vino, su mente daba vueltas al problema de cómo tratar con Jesse St.James. ¿Qué demonios iba a hacer con él? ¿Durante cuánto tiempo pensaba seguirla por todo el país, esperando para cobrar sus cuotas? Todo este asunto era de lo más perturbador.
—Parece que te gusta mucho trabajar con bienes raíces —comentó en una oportunidad, mientras jugueteaba con la ensalada.
Por lo general tenía buen apetito, pero esta noche...
—Tuve la suerte de estar allí cuando California comenzó a ser un éxito —rió él, muy satisfecho—. Los bienes raíces son una de las últimas tonteras para los que quieren hacer fortuna.
—Creo que me metí demasiado en la rutina del horario de oficina —admitió Rachel con una sonrisa de disculpa.
—Podrías explotar tu talento en forma independiente. No sé, algún tipo de trabajo de asesoramiento, quizá —sugirió Sam.
Pero en un momento en que Rachel levantó la mirada para responder a un comentario de Sam, se quedó paralizada. Por encima del hombro de Sam vio que el camarero guiaba a un solitario comensal hacia una mesa junto a la ventana. ¡Jesse! ¡La había seguido hasta el restaurante!
—¿Qué sucede Rachel? ¿Estás bien? —preguntó Sam con voz preocupada.
—Estoy bien —le aseguró tomando un reconfortante sorbo de vino.
Por el rabillo del ojo vio que Jesse la observaba mientras recogía el menú. Notó que sonreía con lo que suponía que era displicencia y cortesía. Pero las sonrisas de Jesse siempre le hacían pensar en un animal salvaje que acecha a su presa. ¿Qué iba él a hacer ahora? Echó una ojeada al reloj. Eran sólo las siete. ¡Faltaba mucho para la hora en que el mundo entero se convirtiera en una calabaza!
—¿Has hecho alguna inversión en propiedades? —preguntó Sam, encarando su tema preferido—. ¿Eres dueña del apartamento donde vives?
—No —balbuceó ella, muy consciente de la mirada penetrante de Jesse.
—¿Qué haces con tu dinero? —quiso saber Sam, a punto de convertirse en el asesor financiero.
Rachel no estaba de humor para que le dieran un sermón acerca de como invertir el dinero.
—Estoy en el mercado de valores —explicó, deseando que eso pusiera fin a la conversación.
—¡El mercado de valores! —exclamó él con reprobación—. Ese no es lugar para una mujer.
Rachel arqueó una ceja y sonrió con expresión peligrosa.
—Al contrario. Me atrae tanto como las propiedades a ti. Hay muchas mujeres que invierten en acciones.
—Es un enfoque equivocado —proclamó Sam, sin darse cuenta de que Rachel no tenía ningún deseo de representar el papel de la mujer indefensa que necesita consejos—. Lo que hace falta es comenzar con alguna propiedad —comenzó a decir con tono pomposo.
—No me interesa ese tipo de inversión —dijo ella con voz dulzona, tratando de cortar nuevamente la conversación.
La sonrisa de Jesse se había vuelto más amplia. Se había dado cuenta de que ella estaba perdiendo la paciencia con Sam. Trató de mirar a su compañero con una expresión cálida que contradijera su fastidio.
—Es mía la cuestión de responsabilidad, ¿no crees? —preguntó Sam con aire de superioridad—. Sin duda no te gusta la idea de tener que ocuparte de todos los detalles de las propiedades, tratar con inquilinos, encontrar compradores y hablar con agentes.
—Digamos que el mercado de valores me resulta mucho más emocionante —replicó Rachel con ironía.
—No deberías bromear con eso. Estamos hablando de tu futuro —dijo apuntando el tenedor hacia ella para dar más fuerza a sus palabras.
—Si no te importa —dijo Rachel con deliberación, deseando que Jesse dejara de mirarla en esa forma—, prefiero no hablar del futuro esta noche.
Sam vaciló, desgarrado entre las ansias de iniciarla en el camino de la virtuosidad fiscal y el deseo de proseguir con el lado romántico de la velada.
—En alguna otra oportunidad, quizá —asintió, sonriéndole con expresión de quien entiende que una mujer no quiere cargar la mente con asuntos tan pesados.
—Quizá —dijo Rachel.
No tenía intención de volver a tocar el tema.
La tensión que había llenado el salón cuando Jesse entró pareció aumentar con el correr de las horas. Rachel la sintió en cada centímetro de su cuerpo, tensándole los nervios a medida que se acercaban las diez de la noche. Iba a tener que deshacerse de Sam y aclarar las cosas con Jesse. Nada más que eso. ¡Era mejor enfrentar y sacarse de encima esa desagradable situación que vivir con el perenne temor de encontrarse con un fantasma de cabellos rizados en citas futuras! Iba a tener que ser muy, muy firme con Jesse Jonathan St.James, se dijo Rachel, mientras Sam pagaba la cuenta y la guiaba hacia la puerta.
—¿Qué te parece si vamos a tomar algo a ese lugar cerca de tu hotel? —sugirió Sam, sin percibir en absoluto el dilema en que se encontraba Rachel—. Creo que hay una pequeña orquesta.
Rachel echó una mirada al reloj.
—Ay, Sam, me encantaría, pero mejor dejémoslo para otra vez. Lamento ser tan aguafiestas, pero lo que pasa es que estoy agotada. Anoche no dormí mucho y tuve una semana terrible. ¿Te importaría mucho dar por terminada la velada? —Lo miró con expresión seductora y le sonrió.
—¿Tan temprano? —comenzó a decir él, bastante sorprendido.
Probablemente no estaba acostumbrado a que sus invitadas quisieran regresar a casa temprano.
—No tenía pensado salir esta noche —explicó Rachel—. Mis planes iniciales incluían estar profundamente dormida a esta hora.
—Ya veo. —Vaciló un instante—. ¿Una sola copa?
—Bueno... —Finalmente accedió y asintió con la cabeza.

Todavía le quedaba media hora.
Pero no encontró la tranquilidad en el pequeño club nocturno. No bien Sam ordenó las bebidas, Rachel sintió un escalofrío y supo que Jesse estaba en la habitación. Al cabo de un momento lo vio a través del humo y la oscuridad, apoyado contra el bar con un vaso en la mano. Estaba mirándola y cuando sus ojos se cruzaron con los de Rachel, miró el reloj con expresión cargada de intención.
Rachel apretó los dientes y consideró varios planes de acción, pero todos hubieran resultado muy embarazosos para el pobre Sam. No podía hacerle eso, pensó, y se avocó a la tarea de mostrarse agradable por otros veinte minutos más. La única satisfacción que extrajo del resto de su salida fue cuando sin saberlo, Sam la hizo pasar junto a Jesse al dirigirse a la puerta. Durante un segundo Jesse estuvo tan cerca de ella que hubiera podido extender el brazo y tocarla. Rachel vio la risa en las profundidades verdosas de los ojos de él y con toda deliberación esbozó una sonrisa falsa, al tiempo que incrustaba el tacón de su sandalia en el dedo del pie de Jesse.
—Ay, perdón —murmuró con el tono arrepentido que se usa cuando uno choca contra un desconocido.
—No es nada —replicó Jesse con voz sedosa. Cuando Rachel pasó junto a él, agregó—: Lo debitaré a tu cuenta.
Por lo menos el corredor que daba a su cuarto estaba vacío, pensó Rachel aliviada, cuando Sam se detuvo junto a la puerta. Con un poco de suerte, Jesse tendría la cortesía de mantenerse fuera de la vista mientras ella se despedía.
—Lamento terminar la velada tan temprano —dijo Sam con voz algo ronca, tomándole la mano y sonriendo en forma encantadora.
Rachel se dio cuenta de que iba a besarla y se sorprendió al ver que estaba nerviosa. Al fin y al cabo debería sentirse halagada de que este hombre atractivo e inteligente la hubiera encontrado atractiva. ¡En especial cuando no había resultado una compañera muy divertida! Entonces ¿por qué experimentaba esta sensación furtiva, como si de alguna forma estuviera mal permitir que Sam la besara?
—Lo pasé muy bien —le aseguró, tratando de convencerse también a sí misma—. Lamento mucho todo esto, pero te aseguro que necesito descansar —agregó con una sonrisa de disculpa.



—Te llamaré mañana —murmuró Sam inclinándose hacia ella.
Rachel había levantado el rostro para recibir el beso y estaba cerrando los ojos como correspondía cuando Sam, aparentemente embestido desde atrás, de pronto perdió el equilibrio y cayó contra ella.
—¡Qué diablos...! —exclamó, volviéndose para echar una mirada fulminante al corpulento hombre que había aparecido desde la escalera.
—Le ruego que me disculpe —dijo Jesse con serenidad, mirando el rostro serio de Rachel—. Debo de haberme tropezado al doblar la esquina.
Hizo un exagerado intento de acomodar la chaqueta de Sam y luego comenzó a hurgar en sus propios bolsillos.
—Caramba, estoy seguro de que guardé las llaves en mi chaqueta antes de esta noche —murmuró como si estuviera hablando solo—. ¿Ustedes dos están parando aquí? —prosiguió con tono amable, dirigiéndose a Sam y Rachel en general.
—Rachel sí. Yo estoy en casa de unos amigos en el centro de la ciudad —explicó Sam con sequedad.
Comenzaba a darse cuenta de que Jesse no iba a desaparecer rápidamente dentro de alguno de los cuartos.
—Hermoso lugar ¿verdad? — le comentó éste a Rachel que apenas sonrió—. No veo la hora de ir a la playa mañana. Me dijeron que los domingos sirven un riquísimo desayuno completo. A usted le gustan los anticuarios y las tiendas de arte, ¿no es cierto? A las mujeres siempre les gustan esas cosas —le explicó a Sam—. A decir verdad, yo también pienso buscar alguno que otro objeto de arte. Necesito algo para la repisa sobre el hogar. Por casualidad no habrán visto nada interesante, ¿verdad?
—Bueno... no, me temo que no. —Sam observó a la furiosa Rachel con expresión de impotencia.
—Creo que ya es hora de que me vaya...
—Otra vez muchas gracias —dijo ella con tono cortés, deseando poder gritarle a Jesse—. Esperaré tu llamado.
—Sí, bueno. Hasta mañana entonces.
Con una última mirada frustrada en dirección a Jesse, Sam se marchó, dejando atrás a una iracunda Rachel.
—Eso —declaró ella con vehemencia al verlo desaparecer— estuvo totalmente de más.
—¿Cómo que estuvo de más? ¡Ibas a permitir que te besara!
—¿Y qué? ¡No es asunto tuyo! —exclamó Rachel, sacando la llave del bolso e introduciéndola en la cerradura con un movimiento brusco.
—¡Claro que sí! Se supone que este es mi fin de semana. Te dejé salir a cenar con él ¿no? ¿Qué más pretendes que haga?
Rachel lo ignoró y luego de encender la luz, entró en el cuarto.
—Además —anunció Jesse, como si tuviera la última palabra—, no es más que otro Finn Hudson.
—¡Sucede que a mí me gustan los tipos como Finn!
—No es cierto —la contradijo él enseguida, sentándose de nuevo sobre el único sillón—. ¡Bueno, al menos no pensarás así cuando hayas aprendido a apreciar mis varias y diversas cualidades! —Estiró las piernas y se miró un zapato—. Eso que me diste en el club nocturno fue un golpe feo —comentó como al pasar.
Rachel oyó la satisfacción en su voz y se dio cuenta de que Jesse estaba contento con la forma en que progresaban las cosas, como si pudiera permitirse unas bromas porque sabía que en última instancia era él quien tenía control de la situación. Esa seguridad preocupaba a Rachel, pero no dio señales de estar perturbada cuando se sacó el chal y el collar que había usado.
—Te merecías mucho más que un pisotón —replicó, mirándolo en despejo.
—Por suerte para ti, he decidido enseñarte a ser una buena perdedora.
Jesse estaba muy cómodo en la silla, observando los movimientos de ella con evidente interés.
Frunciendo el ceño con expresión severa, Rachel se volvió y se sentó sobre la cama, enfrentando a Jesse. Mantuvo deliberadamente el cabello recogido en su elegante peinado. Había algo en la mirada de Jesse que le decía que él deseaba que se sacara algunas prendas más. Probablemente pensaba que si se ponía cómoda estaría más vulnerable, decidió Rachel.
—Bueno, —dijo ella con tono lejano—. Terminemos con esto. Es obvio porqué te dejé plantado anoche.
—En medio de una conversación con una tía muy querida —la interrumpió él.
—Me doy cuenta de que mi partida perturbó tu orgullo masculino. Me he convertido en una especie de desafío para ti ¿verdad? —Sin darle tiempo para responder, Rachel prosiguió—: Sé que soy diferente del tipo de mujer con que sales habitualmente. Según los chismes de la oficina, parece que prefieres las rubias pequeñas y decorativas, de modo que no trates de hacerme creer que soy más que un capricho pasajero. —Respiró hondo—. Lamento lo de anoche. Te aseguro que no sé lo que me sucedió, pero te puedo garantizar que nunca apuesto, y menos ese tipo de cosas. Te pido disculpas si tu auto fue golpeado mientras estaba en mi garaje. Pagaré el arreglo, por supuesto. Respecto al resto, te agradecería mucho que olvidaras un estúpido comportamiento en la fiesta.
¡Bueno! Se había disculpado en forma. ¿Qué otra cosa podía hacer?
—Muy lindo —aprobó Jesse en voz baja. Los ojos verdes no se apartaron del rostro de ella ni por un instante—. Hay un solo problemita.
—¿Cuál? —preguntó Rachel muy tensa. Presentía la firmeza de él y deseaba escapar de ella.
—No voy a renunciar a lo que me gané anoche —murmuró Jesse—. Te deseo a ti.

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Se que es un largo capitulo, pero despues de tanto tiempo creo que es lo que se merecen, estaré trabajando en el nuevo capitulo para que ustedes puedan seguir disfrutando esta FF.
Espero sus comentarios


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Mensaje por franciscagleek Dom Jul 28, 2013 2:08 pm

es tan hermoso +.+
cuando empuja a sam xddd oiasjdoiasjdioasd
mori c:
amo tanto a jesse , por que rachel no? por que?
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Mensaje por mari71087 Dom Jul 28, 2013 4:40 pm

Me encanta!!!! :D imagino a jesse empujando a sam :p espero nuevo capi!... :D
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Mensaje por Wafialex Dom Jul 28, 2013 8:43 pm

Muy burn capitulooo, espero actualices pronto :)
Como se resiste rachel :o
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Mensaje por yani_sanchel Mar Jul 30, 2013 12:04 am

ahaaaa que felicidad !!!!! no sabess lo contenta q me puse cuando vi que habias actulizado otra vez tanto q comense a dar saltitos frente a la pantalla cosa que hiso q mi madre me vea como si me hubiera vuelto loca de remate XD jejejejej ....l
Y q te puedo decir de este cap ? sin palabras diosss es mas que genial este Finc Emy tienes una mente brillantemente asombrosa para escribir n.n ... Y cada vez me encanta mas los pensamientos de Reichel y no hablar de Jesse me facina la forma en como logra alterar a Reichel bueno espero y ruego q esto de las actulizaciones seguidas se repita e.e ah y por sierto te agradesco lo del largo del cap ya q adoro leerlo cuanto mas largo mejor n.n bueno nos vemos saludos n.n
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