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Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
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Locura de Fin de Semana, Capitulo 7, No puedo Esconderme....
A mis queridas lectoras:
Que mas puedo decir que simplemente "Dissculpas", pero estaré mas conectada para poder escribir....
Please Enjoy
Las cosas que me había dicho Jesse de verdad me estaba volviendo loca, lo que mas deseaba era poder olvidar sus palabras “te deseo”.
Asi que hice uso de mi mejor sonrisa para poder escaparme de lo que seria una serie de eventos inesperados, diciéndole mas que nada que me diera hasta mañana y que llevaríamos todo lo que habíamos apostado a cabo, pero que a partir de mañana en la mañana todo sería distinto y asi fue
En algo había tenido razón, pensó Rachel a la mañana siguiente, mientras subía al avión con destino a la Bahía de Monterrey. Se arrepentía totalmente de lo que había sucedido la noche anterior. Desde el principio hasta el final. «Dios Santo», pensó, acomodándose en el asiento y ajustándose el cinturón de seguridad, ¿qué demonios me sucedió? Era obvio que lo mínimo que había perdido era un buen empleo. Tendría que presentar la renuncia no bien regresara de Carmel, a hacerse efectiva de inmediato. Es más, decidió con pesar, hasta podría hacerlo por correo. La idea de volver a ver a Jesse St.James en persona le resultaba de lo más deprimente.
—¿Café? —preguntó una amable azafata y Rachel aceptó agradecida.
No había dormido mucho esa noche. Como no se había atrevido a quedarse en su apartamento, dejó el Mercedes en el garaje con una nota que le decía al dueño que le pidiera las llaves al portero. Luego, en una desesperada carrera, temiendo que Jesse apareciera de un momento a otro, cargó las maletas en su propio auto, huyó al aeropuerto y pasó el resto de la noche en un hotel cerca de allí.
Ahora estaba a salvo, decidió Rachel. Libre para pensar en el desastre que había dejado detrás de ella. Nunca había planeado unas vacaciones más oportunas. Tenía dos semanas para reponerse de la vergüenza, la furia y el desprecio hacia sí misma que sentía. Bebió otro poco de café caliente y se preguntó si era posible echarle la culpa al vino. No, hacerlo sería mentirse a sí misma. No había dudas de que el alcohol había aumentado la locura, pero durante toda la noche había sido plenamente consciente de lo que hacía. No había blancos en su memoria que pudieran ser utilizados como excusas.
Lo único positivo de todo el asunto era que Noah Puckermann ya no le resultaba nada importante.
Rachel suspiró y sacudió la cabeza con pesar. Se había metido en una situación tan humillante, que lo único en que podía pensar esa mañana era en un alto hombre de cabellos rizados y en su propia increíble estupidez. Pensar en lo que Jesse opinaría de ella le resultaba tan intolerable como el hecho de saber que con su abominable comportamiento, era ella misma la que había causado esa opinión. ¡Y ella que había pretendido enseñarle una lección! Rachel se lamentó para sus adentros, tratando de calmarse al pensar en que se había vengado de él por la forma en que se había metido en su vida, pero no logró tranquilizarse. Jesse había simplemente tomado una decisión rutinaria que casualmente había tenido repercusión en la vida de ella. No era justo culparlo por eso y no había ninguna razón para acusarlo de haberlo hecho adrede.
Por otra parte, insistía su mente con obstinación, Jesse no tenía derecho de decretar que la noche anterior ella estaba dispuesta a todo. Se merecía tener que ir a buscar el auto y que le pisotearan un poco el orgullo. ¿O no? Hizo una mueca de desprecio hacia sí misma. No había ninguna duda de que Jesee St.James era un tipo molesto y fanfarrón que creía que con sólo intentarlo conseguía a cualquier mujer. Rachel tuvo que admitir que su éxito y su vital masculinidad le facilitaban el camino a las aventuras amorosas. Ella tendría que alegrarse de haber tenido la oportunidad de demostrarle que no todas las mujeres estaban esperando para postrarse a sus pies en el momento en que él decidía que las deseaba. ¡Pero era difícil ver el lado bueno de las cosas cuando en lo único que se podía pensar era en lo embarazoso de la situación! No, jamás toleraría volver al trabajo dentro de dos semanas. Mandaría la renuncia por correo. Rachel sintió que se ruborizaba y se alegró de estar alejándose de la Costa Mesa. ¿Quién dijo que no se podía huir de los problemas?
Pensar en eso le levantó el ánimo. Al llegar al Aeropuerto de Monterrey recogió las maletas y alquiló un auto para el corto viaje hasta Carmel, ese lugar hermoso y tranquilo. Era el lugar preferido de Rachel para las vacaciones, y este año había elegido ir allí en lugar de Hawai o Acapulco. En realidad la vida nocturna sería más activa en los otros dos lugares, pero Rachel había preferido una pintoresca hostería en las solitarias playas de Monterrey. Ahora se alegró de haber optado por eso. ¡Lo menos que deseaba en ese momento era una vida nocturna agitada! Los acontecimientos de la noche anterior habían generado suficiente emoción para las dos semanas siguientes, pensó Rachel con ironía, mientras detenía el automóvil en la pequeña playa de estacionamiento detrás del hotel.
—¡Señorita Berry! La estábamos esperando —sonrió el empleado de la recepción.
En su rostro de mediana edad había una expresión de cálida bienvenida. Y algo de admiración masculina, notó Rachel y luego se dijo que últimamente estaba algo obsesionada con las miradas que veía en los hombres.
—La hemos puesto en la dos dieciocho. Espero que le guste.
—Gracias. —Rachel le devolvió la sonrisa—. Tenía muchas ganas de venir aquí —agregó con sinceridad.
Media hora más tarde, Rachel se calzó un par de apretados vaqueros y unas zapatillas de lona. Una de las ventajas de su estatura eran las piernas largas, pensó mientras se miraba en el espejo. Pero había veces en que cambiaría todo por poder tener la sensación de ser pequeña y frágil. Se puso un anorak amarillo y pensó en el nuevo romance de Noah. ¿Cómo se llamaba? ¿Santana? Bueno, se dijo Rachel con severidad. Ella no era ninguna Santana y eso era seguro. Además, el hecho de ser alta y grande tenía ciertas ventajas, pensó con una sonrisa. Los hombres casi nunca trataban de aprovecharse de mujeres que eran casi del mismo tamaño que ellos. Excepto hombres como Jesse St.James, se corrigió con pesar, mientras bajaba las escaleras. Pensaba ir primero a la agencia a devolver al auto alquilado y luego pasear por la calle llena de anticuarios que terminaba frente al mar.
Cuando por fin llegó a la playa, Rachel se permitió relajarse. Caminó con paso rápido por la orilla, disfrutando del espectáculo de las olas, los retorcidos cipreses de Monterrey que se aferraban a la rocosa costa y las extensas playas desiertas. Decidió caminar hasta deshacerse de los dolorosos recuerdos de la noche anterior.
—Disculpa —la interrumpió una voz masculina cuando comenzaba a emprender la marcha—. ¿Te importaría compartir la playa o éste es un paseo privado?
Rachel se volvió sorprendida y vio a un apuesto hombre de aproximadamente su misma edad, de pie sobre un pequeño acantilado cerca de ella. Apartando de su rostro unos mechones de cabello castaño, Rachel sonrió con amabilidad.
—La playa es pública, por supuesto— dijo—. No voy a echarte de aquí.
—¡Qué bien! —El hombre sonrió alegremente y bajó por el acantilado en dirección a ella.
Unos ojos oscuros la miraron de arriba abajo y Rachel notó que él no estaba desconforme con lo que veía. Pero su análisis fue cortés ella decidió no ofenderse. Había algo en esos ojos oscuros y en el natural encanto californiano que le hacían acordar a Noah.
—Me llamo Blaine Anderson —le informó él deteniéndose a unos pocos metros.
—Yo soy Rachel Berry.
Al ver que él echaba una rápida mirada a la mano derecha de ella, Rachel se dio cuenta que quería ver si llevaba alianza. Con una sonrisa comenzó a caminar y Blaine Anderson se puso a su lado.
—¿Estás de vacaciones en Carmel? —preguntó con tono amable, hundiendo las manos en los bolsillos de la chaqueta.
Era un hombre atractivo y probablemente lo sabía, pensó Rachel, observando el color gastado de los apretados vaqueros, el cabello oscuro peinado en forma de parecer revuelto por el viento aun cuando no estuviera en una playa, y la elegante chaqueta.
—Sí —respondió con un dejo de sequedad.
No estaba segura de querer fomentar la relación.
No quería saber nada más de hombres por el momento. Pero tenía que responder con algo.
—¿Y tú?
—Estoy viviendo en la casa de unos amigos, allí sobre el acantilado. —Señaló una elegante mansión que miraba hacia el mar—. Es un lugar hermoso, pero demasiado tranquilo. ¿Estás sola? —agregó con delicadeza, mirándola por el rabillo del ojo.
—Sí —replicó Rachel con tono seco—. Vine en busca de paz y tranquilidad.
Blaine era alto como Noah, pero no tanto como Jesse St.James. Tampoco tenía el físico musculoso de Jesse, que probablemente era un saldo de los días en la construcción. Sin embargo, si ella no se ponía tacones, Blaine sería de una altura razonable.
—¿De qué te ríes? —preguntó Blaine con cautela, al ver la sonrisa de Rachel.
—De nada, en serio. Estoy simplemente disfrutando del día —dijo ella enseguida, dejando que la sonrisa se convirtiera en la expresión cálida y risueña que encantaba a sus amigos y hacía que los candidatos entrevistados se sintieran cómodos.
La sonrisa surtió el acostumbrado efecto y Blaine también sonrió. «Probablemente piensa que hizo una conquista», suspiró Rachel para sus adentros. ¡Al diablo con los hombres! Entonces recordó lo que Jesse le había dicho acerca de abrumar a los hombres; que todos al final decidirían que sería más seguro tenerla de amiga que de amante. El comentario le había molestado principalmente porque había presentido que había algo de cierto en eso. ¿Acaso Blaine Anderson era también de carácter débil? ¡Diablos! Ella no era ninguna bruja...
—¿Tienes auto? —preguntó Blaine con curiosidad.
—Lo entregué en la agencia de alquiler esta mañana. Como las tiendas, los restaurantes y el mar quedan tan cerca de la hostería, decidí que no lo necesitaría. Vine aquí a descansar —dijo Rachel con tono decidido—. No tengo pensado conducir hasta que me vaya.
—¿No quieres dar un paseo por el campo? ¿O pasar algo de tiempo en Monterrey?
—No es importante. No en este viaje.
—Estás decidida a descansar ¿verdad? —Blaine rió—. ¿En qué trabajas que necesitas tanto descanso?
Rachel rió.
—No es nada tan terrible. Soy encargada de personal. Pero los últimos dos meses han sido algo agotadores. —Se encogió de hombros—. ¿Y tú?
—¿Cómo me gano la vida? Trabajo en compra y venta de propiedades. Tengo una empresa cerca de San Francisco.
—Con un trabajo cansador como ese, necesitarías las vacaciones más que yo —exclamó Rachel, con un dejo de admiración en la voz, que surtió el efecto de siempre.
Blaine Anderson quedó encantado.
—Me gusta el esfuerzo y la energía que se necesitan, pero hay veces en que necesito escaparme —admitió.
—¿Cuánto te quedas en Carmel?
—Alrededor de una semana. ¿Y tú? —Sonrió y le echó una mirada calculadora.
—Dos semanas.
—¡Demasiada paz!
—Te aseguro que la necesito —sonrió Rachel.
—¿Si prometo no hacer demasiado ruido y arruinar tu paz y tranquilidad, cenarás conmigo esta noche? No conozco a nadie de aquí excepto a mis amigos, los dueños de la casa, y ellos van a salir.
Sonrió y Rachel se dio cuenta de que estaba seguro de que ella iba a aceptar. ¿Y por qué no debía hacerlo? Blaine había resultado ser un compañero inteligente y conversador y era muy halagador que un hombre así se interesara por ella luego de la traición de Noah. Sin contar el interés de Jesse St.James, se dijo de inmediato
—Me gustaría mucho —dijo, tomando una rápida decisión.
—Fantástico. Hay un lugar muy lindo cerca de tu hotel. Podremos ir a pie. ¿Te parece bien a las seis y media? Podremos tomar algo antes de cenar.
—De acuerdo.
Rachel sonrió y lo observó alejarse, con una extraña mezcla de sentimientos. No había hecho este viaje para conocer hombres. Es más, si hubiera tenido eso en mente, sin duda no hubiera conocido a nadie. Pero Blaine parecía simpático y luego del cortante comentario de Jesse acerca de cómo manejaba al sexo opuesto, era tranquilizador que un hombre demostrara interés. Con expresión decidida, Rachel subió a su habitación.
Esa noche se esmeró mucho al arreglarse, quizá debido a un instintivo deseo de contradecir a Jesse, admitió con una mueca. Eligió un suave vestido que se adhería a su figura proporcionada y caía hasta los bien torneados tobillos. Automáticamente, buscó zapatos de tacón bajo. Se había convertido una norma para las salidas de noche. ¡Estaba muy bien ser de estatura imponente cuando se trataba con candidatos para empleos, empleados rebeldes y ejecutivos, pero había veces en que le hubiera resultado divertido ser hermosa pequeña y mimosa! Alguien hacia quien un hombre se sintiera instintivamente protector. Y bueno, suspiró, no se podía tener todo. Se negó a pensar en los momentos que había pasado bailando entre los brazos de Jesse St.James la noche anterior.
Como siempre, Rachel estuvo lista con demasiada anticipación. Era una mala costumbre que había tratado de eliminar un par de años atrás, pero no lo había logrado. Había nacido para ser puntual, se dijo con una sonrisa, y se dispuso a hojear una revista que estaba sobre la mesita junto a la cama, tratando de encontrar algo para leer mientras esperaba a Blaine. Acababa de acomodarse sobre un sillón para leer un artículo de negocios, cuando oyó que golpeaban a la puerta.
Se puso de pie, pensando con placer que Blaine parecía tener el mismo problema de puntualidad que ella. Dejó la revista sobre la cama y fue a abrir la puerta con una cálida y alegre sonrisa.
—Hola, Blaine —comenzó a decir antes de abrir la puerta por completo—. Me alegro de que no seas uno de esos hombres que dan por sentado que las mujeres siempre se atrasan...
Las palabras murieron sobre sus labios. Rachel contempló el fantasma junto a la puerta. Los ojos castaños adquirieron una expresión horrorizada, y Rachel tragó saliva, sin poder creer lo que veía.
—¡No! —chilló con desesperación y acto seguido, hizo lo primero que se le ocurrió.
Cerró la puerta de un golpe y le echó llave. Un instante más tarde se apoyó contra la pared y observó la habitación con la mirada perdida. No era posible que Jesse St.James estuviera allí afuera, a menos de un metro de ella.
Volvió a oír unos pacientes golpéenos a la puerta.
—Me temo que realmente soy yo —dijo Jesse con suavidad.
La voz baja y profunda llegaba claramente desde el otro lado de la puerta.
Alejándose de la pared como si de pronto se hubiera convertido en un metal al rojo vivo, Rachel se volvió y la miró hipnotizada. ¡Debía de estar imaginando cosas! Seguramente Jesse St.James no la había seguido hasta Carmel para... ¡para vengarse!
—Será mejor que abras la puerta, Rachel —dijo él con calma—. No voy a marcharme.
—¡Tienes que marcharte! —logró declarar sin ninguna lógica.
Miraba el picaporte fijamente como si de alguna manera Jesse fuera a girarlo y entrar en la habitación. ¡Eso era ridículo! ¡El no podía derretir cerraduras!
—Déjame entrar, Rachel —le ordenó él con serenidad.
—¿Qué harás si no te dejo? —lo desafió ella con audacia, mordiéndose los nudillos en un gesto infantil que no había hecho por años—. ¿Derribarías la puerta? ¡Ni siquiera tú serías capaz de hacer semejante escándalo!
—Por supuesto que no —dijo él, con tono divertido—. ¿Por qué habría de tomarme todo ese trabajo cuando todo lo que tengo que hacer es bajar y buscar una llave?
—¡Jesse, por favor! ¡Vete!—suplicó Rachel con desesperación.
—No puedo hacerlo, Rachel —murmuró él a través de la puerta, casi como si quisiera disculparse—. Hay demasiadas cosas que aclarar entre nosotros.
—¿Cómo qué? —preguntó ella, furiosa—. ¡No hay nada que hablar y tú lo sabes!
—¿Qué te parece ese asuntito del paragolpes trasero derecho del Mercedes? —sugirió él.
—¡El Mercedes! —exclamó Rachel, anonadada—. ¡Yo no le hice nada! ¡Estaba perfecto cuando lo dejé en el garaje!
Imágenes de una exorbitante cuenta por reparación del auto bailaban en su mente. Con una sensación de inevitable desastre, Rachel apoyó la mano sobre el picaporte. Giró la llave de mala gana y abrió la puerta lentamente, cerrando los ojos por un instante, antes de atreverse a espiar por la ranura.
A través del espacio de cinco centímetros que quedó entre la pared y la puerta, Rachel contempló al inesperado visitante. Jesse la observó con divertida paciencia. Los ojos verdosos brillaron cuando puso una enorme mano contra la puerta y empujó.
—El auto no es lo único de lo que tenemos que hablar —comentó, abriendo la puerta poco a poco—. ¿Quién es Blaine?
********************************************************************
Espero sus comentarios para poder subir el nuevo capitulo..
Las quiero montones
Que mas puedo decir que simplemente "Dissculpas", pero estaré mas conectada para poder escribir....
Please Enjoy
Locura de Fin de Semana
Capitulo 7
No puedo esconderme!
Capitulo 7
No puedo esconderme!
Las cosas que me había dicho Jesse de verdad me estaba volviendo loca, lo que mas deseaba era poder olvidar sus palabras “te deseo”.
Asi que hice uso de mi mejor sonrisa para poder escaparme de lo que seria una serie de eventos inesperados, diciéndole mas que nada que me diera hasta mañana y que llevaríamos todo lo que habíamos apostado a cabo, pero que a partir de mañana en la mañana todo sería distinto y asi fue
En algo había tenido razón, pensó Rachel a la mañana siguiente, mientras subía al avión con destino a la Bahía de Monterrey. Se arrepentía totalmente de lo que había sucedido la noche anterior. Desde el principio hasta el final. «Dios Santo», pensó, acomodándose en el asiento y ajustándose el cinturón de seguridad, ¿qué demonios me sucedió? Era obvio que lo mínimo que había perdido era un buen empleo. Tendría que presentar la renuncia no bien regresara de Carmel, a hacerse efectiva de inmediato. Es más, decidió con pesar, hasta podría hacerlo por correo. La idea de volver a ver a Jesse St.James en persona le resultaba de lo más deprimente.
—¿Café? —preguntó una amable azafata y Rachel aceptó agradecida.
No había dormido mucho esa noche. Como no se había atrevido a quedarse en su apartamento, dejó el Mercedes en el garaje con una nota que le decía al dueño que le pidiera las llaves al portero. Luego, en una desesperada carrera, temiendo que Jesse apareciera de un momento a otro, cargó las maletas en su propio auto, huyó al aeropuerto y pasó el resto de la noche en un hotel cerca de allí.
Ahora estaba a salvo, decidió Rachel. Libre para pensar en el desastre que había dejado detrás de ella. Nunca había planeado unas vacaciones más oportunas. Tenía dos semanas para reponerse de la vergüenza, la furia y el desprecio hacia sí misma que sentía. Bebió otro poco de café caliente y se preguntó si era posible echarle la culpa al vino. No, hacerlo sería mentirse a sí misma. No había dudas de que el alcohol había aumentado la locura, pero durante toda la noche había sido plenamente consciente de lo que hacía. No había blancos en su memoria que pudieran ser utilizados como excusas.
Lo único positivo de todo el asunto era que Noah Puckermann ya no le resultaba nada importante.
Rachel suspiró y sacudió la cabeza con pesar. Se había metido en una situación tan humillante, que lo único en que podía pensar esa mañana era en un alto hombre de cabellos rizados y en su propia increíble estupidez. Pensar en lo que Jesse opinaría de ella le resultaba tan intolerable como el hecho de saber que con su abominable comportamiento, era ella misma la que había causado esa opinión. ¡Y ella que había pretendido enseñarle una lección! Rachel se lamentó para sus adentros, tratando de calmarse al pensar en que se había vengado de él por la forma en que se había metido en su vida, pero no logró tranquilizarse. Jesse había simplemente tomado una decisión rutinaria que casualmente había tenido repercusión en la vida de ella. No era justo culparlo por eso y no había ninguna razón para acusarlo de haberlo hecho adrede.
Por otra parte, insistía su mente con obstinación, Jesse no tenía derecho de decretar que la noche anterior ella estaba dispuesta a todo. Se merecía tener que ir a buscar el auto y que le pisotearan un poco el orgullo. ¿O no? Hizo una mueca de desprecio hacia sí misma. No había ninguna duda de que Jesee St.James era un tipo molesto y fanfarrón que creía que con sólo intentarlo conseguía a cualquier mujer. Rachel tuvo que admitir que su éxito y su vital masculinidad le facilitaban el camino a las aventuras amorosas. Ella tendría que alegrarse de haber tenido la oportunidad de demostrarle que no todas las mujeres estaban esperando para postrarse a sus pies en el momento en que él decidía que las deseaba. ¡Pero era difícil ver el lado bueno de las cosas cuando en lo único que se podía pensar era en lo embarazoso de la situación! No, jamás toleraría volver al trabajo dentro de dos semanas. Mandaría la renuncia por correo. Rachel sintió que se ruborizaba y se alegró de estar alejándose de la Costa Mesa. ¿Quién dijo que no se podía huir de los problemas?
Pensar en eso le levantó el ánimo. Al llegar al Aeropuerto de Monterrey recogió las maletas y alquiló un auto para el corto viaje hasta Carmel, ese lugar hermoso y tranquilo. Era el lugar preferido de Rachel para las vacaciones, y este año había elegido ir allí en lugar de Hawai o Acapulco. En realidad la vida nocturna sería más activa en los otros dos lugares, pero Rachel había preferido una pintoresca hostería en las solitarias playas de Monterrey. Ahora se alegró de haber optado por eso. ¡Lo menos que deseaba en ese momento era una vida nocturna agitada! Los acontecimientos de la noche anterior habían generado suficiente emoción para las dos semanas siguientes, pensó Rachel con ironía, mientras detenía el automóvil en la pequeña playa de estacionamiento detrás del hotel.
—¡Señorita Berry! La estábamos esperando —sonrió el empleado de la recepción.
En su rostro de mediana edad había una expresión de cálida bienvenida. Y algo de admiración masculina, notó Rachel y luego se dijo que últimamente estaba algo obsesionada con las miradas que veía en los hombres.
—La hemos puesto en la dos dieciocho. Espero que le guste.
—Gracias. —Rachel le devolvió la sonrisa—. Tenía muchas ganas de venir aquí —agregó con sinceridad.
Media hora más tarde, Rachel se calzó un par de apretados vaqueros y unas zapatillas de lona. Una de las ventajas de su estatura eran las piernas largas, pensó mientras se miraba en el espejo. Pero había veces en que cambiaría todo por poder tener la sensación de ser pequeña y frágil. Se puso un anorak amarillo y pensó en el nuevo romance de Noah. ¿Cómo se llamaba? ¿Santana? Bueno, se dijo Rachel con severidad. Ella no era ninguna Santana y eso era seguro. Además, el hecho de ser alta y grande tenía ciertas ventajas, pensó con una sonrisa. Los hombres casi nunca trataban de aprovecharse de mujeres que eran casi del mismo tamaño que ellos. Excepto hombres como Jesse St.James, se corrigió con pesar, mientras bajaba las escaleras. Pensaba ir primero a la agencia a devolver al auto alquilado y luego pasear por la calle llena de anticuarios que terminaba frente al mar.
Cuando por fin llegó a la playa, Rachel se permitió relajarse. Caminó con paso rápido por la orilla, disfrutando del espectáculo de las olas, los retorcidos cipreses de Monterrey que se aferraban a la rocosa costa y las extensas playas desiertas. Decidió caminar hasta deshacerse de los dolorosos recuerdos de la noche anterior.
—Disculpa —la interrumpió una voz masculina cuando comenzaba a emprender la marcha—. ¿Te importaría compartir la playa o éste es un paseo privado?
Rachel se volvió sorprendida y vio a un apuesto hombre de aproximadamente su misma edad, de pie sobre un pequeño acantilado cerca de ella. Apartando de su rostro unos mechones de cabello castaño, Rachel sonrió con amabilidad.
—La playa es pública, por supuesto— dijo—. No voy a echarte de aquí.
—¡Qué bien! —El hombre sonrió alegremente y bajó por el acantilado en dirección a ella.
Unos ojos oscuros la miraron de arriba abajo y Rachel notó que él no estaba desconforme con lo que veía. Pero su análisis fue cortés ella decidió no ofenderse. Había algo en esos ojos oscuros y en el natural encanto californiano que le hacían acordar a Noah.
—Me llamo Blaine Anderson —le informó él deteniéndose a unos pocos metros.
—Yo soy Rachel Berry.
Al ver que él echaba una rápida mirada a la mano derecha de ella, Rachel se dio cuenta que quería ver si llevaba alianza. Con una sonrisa comenzó a caminar y Blaine Anderson se puso a su lado.
—¿Estás de vacaciones en Carmel? —preguntó con tono amable, hundiendo las manos en los bolsillos de la chaqueta.
Era un hombre atractivo y probablemente lo sabía, pensó Rachel, observando el color gastado de los apretados vaqueros, el cabello oscuro peinado en forma de parecer revuelto por el viento aun cuando no estuviera en una playa, y la elegante chaqueta.
—Sí —respondió con un dejo de sequedad.
No estaba segura de querer fomentar la relación.
No quería saber nada más de hombres por el momento. Pero tenía que responder con algo.
—¿Y tú?
—Estoy viviendo en la casa de unos amigos, allí sobre el acantilado. —Señaló una elegante mansión que miraba hacia el mar—. Es un lugar hermoso, pero demasiado tranquilo. ¿Estás sola? —agregó con delicadeza, mirándola por el rabillo del ojo.
—Sí —replicó Rachel con tono seco—. Vine en busca de paz y tranquilidad.
Blaine era alto como Noah, pero no tanto como Jesse St.James. Tampoco tenía el físico musculoso de Jesse, que probablemente era un saldo de los días en la construcción. Sin embargo, si ella no se ponía tacones, Blaine sería de una altura razonable.
—¿De qué te ríes? —preguntó Blaine con cautela, al ver la sonrisa de Rachel.
—De nada, en serio. Estoy simplemente disfrutando del día —dijo ella enseguida, dejando que la sonrisa se convirtiera en la expresión cálida y risueña que encantaba a sus amigos y hacía que los candidatos entrevistados se sintieran cómodos.
La sonrisa surtió el acostumbrado efecto y Blaine también sonrió. «Probablemente piensa que hizo una conquista», suspiró Rachel para sus adentros. ¡Al diablo con los hombres! Entonces recordó lo que Jesse le había dicho acerca de abrumar a los hombres; que todos al final decidirían que sería más seguro tenerla de amiga que de amante. El comentario le había molestado principalmente porque había presentido que había algo de cierto en eso. ¿Acaso Blaine Anderson era también de carácter débil? ¡Diablos! Ella no era ninguna bruja...
—¿Tienes auto? —preguntó Blaine con curiosidad.
—Lo entregué en la agencia de alquiler esta mañana. Como las tiendas, los restaurantes y el mar quedan tan cerca de la hostería, decidí que no lo necesitaría. Vine aquí a descansar —dijo Rachel con tono decidido—. No tengo pensado conducir hasta que me vaya.
—¿No quieres dar un paseo por el campo? ¿O pasar algo de tiempo en Monterrey?
—No es importante. No en este viaje.
—Estás decidida a descansar ¿verdad? —Blaine rió—. ¿En qué trabajas que necesitas tanto descanso?
Rachel rió.
—No es nada tan terrible. Soy encargada de personal. Pero los últimos dos meses han sido algo agotadores. —Se encogió de hombros—. ¿Y tú?
—¿Cómo me gano la vida? Trabajo en compra y venta de propiedades. Tengo una empresa cerca de San Francisco.
—Con un trabajo cansador como ese, necesitarías las vacaciones más que yo —exclamó Rachel, con un dejo de admiración en la voz, que surtió el efecto de siempre.
Blaine Anderson quedó encantado.
—Me gusta el esfuerzo y la energía que se necesitan, pero hay veces en que necesito escaparme —admitió.
—¿Cuánto te quedas en Carmel?
—Alrededor de una semana. ¿Y tú? —Sonrió y le echó una mirada calculadora.
—Dos semanas.
—¡Demasiada paz!
—Te aseguro que la necesito —sonrió Rachel.
—¿Si prometo no hacer demasiado ruido y arruinar tu paz y tranquilidad, cenarás conmigo esta noche? No conozco a nadie de aquí excepto a mis amigos, los dueños de la casa, y ellos van a salir.
Sonrió y Rachel se dio cuenta de que estaba seguro de que ella iba a aceptar. ¿Y por qué no debía hacerlo? Blaine había resultado ser un compañero inteligente y conversador y era muy halagador que un hombre así se interesara por ella luego de la traición de Noah. Sin contar el interés de Jesse St.James, se dijo de inmediato
—Me gustaría mucho —dijo, tomando una rápida decisión.
—Fantástico. Hay un lugar muy lindo cerca de tu hotel. Podremos ir a pie. ¿Te parece bien a las seis y media? Podremos tomar algo antes de cenar.
—De acuerdo.
Rachel sonrió y lo observó alejarse, con una extraña mezcla de sentimientos. No había hecho este viaje para conocer hombres. Es más, si hubiera tenido eso en mente, sin duda no hubiera conocido a nadie. Pero Blaine parecía simpático y luego del cortante comentario de Jesse acerca de cómo manejaba al sexo opuesto, era tranquilizador que un hombre demostrara interés. Con expresión decidida, Rachel subió a su habitación.
Esa noche se esmeró mucho al arreglarse, quizá debido a un instintivo deseo de contradecir a Jesse, admitió con una mueca. Eligió un suave vestido que se adhería a su figura proporcionada y caía hasta los bien torneados tobillos. Automáticamente, buscó zapatos de tacón bajo. Se había convertido una norma para las salidas de noche. ¡Estaba muy bien ser de estatura imponente cuando se trataba con candidatos para empleos, empleados rebeldes y ejecutivos, pero había veces en que le hubiera resultado divertido ser hermosa pequeña y mimosa! Alguien hacia quien un hombre se sintiera instintivamente protector. Y bueno, suspiró, no se podía tener todo. Se negó a pensar en los momentos que había pasado bailando entre los brazos de Jesse St.James la noche anterior.
Como siempre, Rachel estuvo lista con demasiada anticipación. Era una mala costumbre que había tratado de eliminar un par de años atrás, pero no lo había logrado. Había nacido para ser puntual, se dijo con una sonrisa, y se dispuso a hojear una revista que estaba sobre la mesita junto a la cama, tratando de encontrar algo para leer mientras esperaba a Blaine. Acababa de acomodarse sobre un sillón para leer un artículo de negocios, cuando oyó que golpeaban a la puerta.
Se puso de pie, pensando con placer que Blaine parecía tener el mismo problema de puntualidad que ella. Dejó la revista sobre la cama y fue a abrir la puerta con una cálida y alegre sonrisa.
—Hola, Blaine —comenzó a decir antes de abrir la puerta por completo—. Me alegro de que no seas uno de esos hombres que dan por sentado que las mujeres siempre se atrasan...
Las palabras murieron sobre sus labios. Rachel contempló el fantasma junto a la puerta. Los ojos castaños adquirieron una expresión horrorizada, y Rachel tragó saliva, sin poder creer lo que veía.
—¡No! —chilló con desesperación y acto seguido, hizo lo primero que se le ocurrió.
Cerró la puerta de un golpe y le echó llave. Un instante más tarde se apoyó contra la pared y observó la habitación con la mirada perdida. No era posible que Jesse St.James estuviera allí afuera, a menos de un metro de ella.
Volvió a oír unos pacientes golpéenos a la puerta.
—Me temo que realmente soy yo —dijo Jesse con suavidad.
La voz baja y profunda llegaba claramente desde el otro lado de la puerta.
Alejándose de la pared como si de pronto se hubiera convertido en un metal al rojo vivo, Rachel se volvió y la miró hipnotizada. ¡Debía de estar imaginando cosas! Seguramente Jesse St.James no la había seguido hasta Carmel para... ¡para vengarse!
—Será mejor que abras la puerta, Rachel —dijo él con calma—. No voy a marcharme.
—¡Tienes que marcharte! —logró declarar sin ninguna lógica.
Miraba el picaporte fijamente como si de alguna manera Jesse fuera a girarlo y entrar en la habitación. ¡Eso era ridículo! ¡El no podía derretir cerraduras!
—Déjame entrar, Rachel —le ordenó él con serenidad.
—¿Qué harás si no te dejo? —lo desafió ella con audacia, mordiéndose los nudillos en un gesto infantil que no había hecho por años—. ¿Derribarías la puerta? ¡Ni siquiera tú serías capaz de hacer semejante escándalo!
—Por supuesto que no —dijo él, con tono divertido—. ¿Por qué habría de tomarme todo ese trabajo cuando todo lo que tengo que hacer es bajar y buscar una llave?
—¡Jesse, por favor! ¡Vete!—suplicó Rachel con desesperación.
—No puedo hacerlo, Rachel —murmuró él a través de la puerta, casi como si quisiera disculparse—. Hay demasiadas cosas que aclarar entre nosotros.
—¿Cómo qué? —preguntó ella, furiosa—. ¡No hay nada que hablar y tú lo sabes!
—¿Qué te parece ese asuntito del paragolpes trasero derecho del Mercedes? —sugirió él.
—¡El Mercedes! —exclamó Rachel, anonadada—. ¡Yo no le hice nada! ¡Estaba perfecto cuando lo dejé en el garaje!
Imágenes de una exorbitante cuenta por reparación del auto bailaban en su mente. Con una sensación de inevitable desastre, Rachel apoyó la mano sobre el picaporte. Giró la llave de mala gana y abrió la puerta lentamente, cerrando los ojos por un instante, antes de atreverse a espiar por la ranura.
A través del espacio de cinco centímetros que quedó entre la pared y la puerta, Rachel contempló al inesperado visitante. Jesse la observó con divertida paciencia. Los ojos verdosos brillaron cuando puso una enorme mano contra la puerta y empujó.
—El auto no es lo único de lo que tenemos que hablar —comentó, abriendo la puerta poco a poco—. ¿Quién es Blaine?
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Espero sus comentarios para poder subir el nuevo capitulo..
Las quiero montones
Emy_Rodriguez Groff- -
Mensajes : 1446
Fecha de inscripción : 25/05/2011
Edad : 43
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
oooooh +.+
emy me encanta c:
jesse <3
actualiza pronto porfisss c:
amo demasiado tus fic's
c:
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franciscagleek***** - Mensajes : 207
Fecha de inscripción : 11/09/2011
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
Ese capitulo no lo habias publicado ya?...
mari71087**** - Mensajes : 191
Fecha de inscripción : 17/04/2013
Edad : 25
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
Chicas, se que cometí un error en el anterior capitulo, pero hoy me reivindico con este gran capitulo...
Locura de Fin de Semana
Capitulo 8
Esta Loco....
—Pues no puedes tenerme —replicó Rachel, atónita ante la escandalosa simpleza de sus palabras.
Trató de disimular su nerviosismo con un gesto altanero, pero no se atrevió a mirarlo a los ojos.
—¿Quieres que te diga exactamente qué voy a hacer para convencerte de que pagues tus deudas? —sonrió Jesse—. Ahora sé en qué fallé anoche.
—¡No hay nada que puedas hacer!
—¡Claro que sí! Voy a acosarte —explicó él, con los ojos cargados de risa y anticipación—. De la misma forma en que lo hice hoy. No podrás ir a ninguna parte con otro hombre sin tenerme detrás de ti.
—¡No puedes hacer eso! —rugió Rachel furiosa. Se puso de pie de un salto y caminó hasta la ventana, volviéndole la espalda—. Eso es una forma de hostigamiento o algo así. ¡Estoy segura de que va contra la ley! ¡No lo permitiré!
—Entonces será mejor que te decidas a darme mi fin de semana —replicó Jesse.
Su tono era divertido, pero había una nota de hierro en la voz. Rachel sintió algo de temor.
Conocía a Jesse St.James lo suficiente como para saber que nunca se desviaba de un objetivo.
—¡No permitiré que me fuerces a hacer esto!
—Ah, pero allí está justo la perfección de mi plan. No harás nada por la fuerza. Eso espero.
—¿Qué quieres decir? —masculló Rachel.
Se dio cuenta de que una parte de ella estaba realmente intrigada. ¿Qué sucedía en la malévola mente de Jesse?
—Quiero decir que el éxito de mi plan se basa en mi habilidad de ser paciente —admitió él con pesar—. Me temo que es un punto débil, pero de todos modos voy a intentarlo —agregó.
—¿Crees que voy a hartarme de tenerte detrás de mí en cada cita y que te voy a pagar las apuestas con tal de deshacerme de ti?
Rachel mantuvo la mirada fija en los cipreses que se veían desde la ventana. Si no iba a amenazarla con la fuerza, todavía existían posibilidades.
—Cuento con crear una respuesta automática en ti —rió él con expresión traviesa—. Cada vez que regreses de una cita con otro hombre, te encontrarás despidiéndote en mis brazos, y no los de él. Después de un tiempo, simplemente aceptarás lo inevitable.
—¡Estás loco! —balbuceó Rachel.
Tuvo una visión de un interminable futuro de Noah Puckermann y Blaine Anderson empujado y echado por Jesse cuando la trajeran de vuelta a su casa. ¡Era ridículo! ¡Además, no daría resultado!
—No creo que me lleve mucho tiempo. Se me ocurre que debes ser muy rápida para aprender —dijo Jesse con tono alentador.
—Renunciaré a mi trabajo cuando regrese a Costa Mesa y si insistes en perseguirme me iré a vivir a otro apartamento. ¡Nunca me encontrarás! —lo amenazó, volviéndose para enfrentarlo con expresión furiosa.
—Sí que lo haré —declaró él con total seguridad y Rachel le creyó—. Pero no creo que haya que llegar a eso —agregó con tono meditativo—. Ya te expliqué que sé en qué me equivoqué anoche...
—¿Lo tienes todo pensado, verdad? —dijo Rachel con un gesto orgulloso
.
—Creo que sí. Anoche, el problema fue que no pudiste tolerar la inevitabilidad de todo el asunto. Según los términos de la apuesta, yo establecí el tiempo y el lugar de tu entrega y eso fue más de lo que tu orgullo pudo soportar. Lo comprendo —dijo con una sonrisa que aumentó la tensión de Rachel—. En mi nuevo enfoque, la inevitabilidad sigue presente, pero serás tú la que más o menos decida cuándo y dónde.
—¿Eso es todo? —murmuró ella, sin poder dar crédito a sus oídos—. Pues déjame que te diga una cosa. Eso no es ni siquiera el principio. Te olvidaste de incluir ciertos factores importantes, tales como el amor, la amistad, el compromiso de sentimientos y todas las otras cosas que entran en una relación. ¿No lo entiendes, Jesse St.James? ¡No pasaría un fin de semana contigo a menos que estuviéramos tan enamorados que todo lo demás dejara de ser importante! ¿Sabes de qué estoy hablando? ¿O ves a las mujeres sólo como conquistas pasajeras, diversiones de fin de semana? Anoche yo era una novedad para ti, y cuando me escapé, pasé a la categoría de desafío. ¡Tu vanidad masculina se resintió y ahora te has convencido de que debes cobrarme la apuesta para salvar tu ridículo orgullo!
—Tú —dijo Jesse con voz áspera, entornando los párpados —no sabes nada acerca de mis motivos, de modo que no trates de adivinarlos.
Se levantó de la silla y se acercó a Rachel antes de que ella pudiera alejarse. Unas manos fuertes se cerraron alrededor de su cintura y la atrajeron contra el cuerpo. Rachel se preguntó que había sucedido con la expresión divertida que había visto en sus ojos unos minutos antes.
—Yo, por otra parte —prosiguió él con deliberación, observando la expresión asombrada de ella con una cierta satisfacción— te comprendo perfectamente. ¡Te pareces mucho a mí, Rachel Berry y si durante los últimos dos meses no hubieras estado tan ocupada tratando de seducir a Noah Puckermann, te habrías dado cuenta de eso!
—¡No es cierto! —exclamó Rachel, tratando de no perder el control de la situación—. Tú y yo no tenemos nada en común. ¡Y no estaba tratando de seducir a Noah! —agregó, furiosa.
—Sí que estabas. —Jesse sonrió y la risa llegó hasta sus ojos—. ¿Por qué no tratas en cambio de seducirme a mí? No voy a huir en busca de una mujer más tranquila como hizo él.
Sin darse cuenta de lo que hacía, Rachel estrelló la palma de la mano contra la mejilla de Jesse. En el interminable momento de silencio que siguió, ella sintió una onda de impacto tan tremenda que anuló el punzante dolor de la mano. ¡Jamás había hecho algo así! Y a juzgar por la fugaz expresión de fastidio que cruzó por el rostro de Jesse, él tampoco estaba acostumbrado a eso. En ningún momento quitó los brazos de alrededor del cuerpo de ella y Rachel se dio cuenta de que no habría forma de evitar que le devolviera la bofetada si él deseaba hacerlo. Con mucho coraje enfrentó la mirada oscura de los ojos verdes y se quedó inmóvil en el círculo de sus brazos.
—Tú sí que pones a prueba la paciencia de un hombre —dijo Jesse por fin, con un tono parejo y lacónico.
—Te... te lo merecías —balbuceó ella con labios temblorosos.— Me estabas insultando...
—No estaba haciendo nada de eso, pero no discutiremos ahora. Limítate a agradecer que he decidido no usar la fuerza, mi dulce valquiria. ¡Pero sería útil que recordaras que todas las decisiones son revocables por aquél que las toma! No vayas a llevarme demasiado lejos.
No iba a pegarle; Rachel se dio cuenta de eso y recobró el coraje. Por el momento no se detuvo a cuestionar el porqué de tanta tolerancia, pero se apresuró a ver hasta dónde llegaba.
—Acerca de esta decisión tuya —lo provocó, lanzando una mirada calculadora al rostro duro de él—. ¿Cuáles son los límites? ¿Me garantizas que no harás nada más que molestarme?
Jesse respiró hondo antes de responder.
—No quiero tenerte en mi cama por la fuerza. Quiero que estés allí porque tú también lo deseas.
Rachel asintió con la cabeza.
—Es una cuestión de orgullo, ¿no es así? Tu vanidad no tolera la idea de que no puedas convencer a una para que pase el fin de semana contigo, sin tener que usar la fuerza.
Los nervios que había sentido antes fueron reemplazados por una cierta satisfacción. Si Jesse iba a ser puro ruido y pocas nueces, quizá todavía podría tratar con él.
—Espero que con la molestia sea suficiente —replicó él con tono burlón.
Sin duda había notado que Rachel estaba recobrando la confianza.
—¿No usarás la fuerza? —insistió ella, tamborileando los dedos sobre la manga del saco de Jesse.
—No —le confirmó él—. Es más, dejaré que seas tú la que ponga fin a nuestra pasión —agregó con magnanimidad.
—¡Si corre por cuenta mía no habrá ninguna pasión a la que poner fin! —replicó Rachel.
—Bueno —dijo Jesse con una nota de pesar en la voz—. Me temo que no puedo renunciar a todos los privilegios masculinos. —Sus labios se curvaron en una sonrisa. —Habrá momentos como ahora, en que la necesidad de demostrar que no eres indiferente a mí será casi intolerable.
Rachel se dio cuenta demasiado tarde de cuál era su intención y trató de esquivarlo, pero Jesse la inmovilizó sin ningún esfuerzo y aun cuando luchaba contra él, Rachel advirtió que el peligro real estaba allí, en su beso.
—Recuerda —susurró Jesse, mientras le acariciaba la línea de la mandíbula con la boca—. Dejaré que seas tú la que me detenga. No tienes nada que temer, de modo que puedes abandonarte a las sensaciones. Piensa cuánto placer sentirás más tarde cuando me obligues a irme, sin haber llegado a nada. Podrás provocarme, hacerme creer que estás sucumbiendo y luego mandarme a tomar una ducha fría...
Había una nota insistente y persuasiva en la voz de Jesse, que parecía calarle hasta los huesos.
—¿Y te irás? —preguntó Rachel, preparándose para resistirse al sensual ataque.
¡Cuando la tenía así, la hacía sentirse sumamente frágil y pequeña!
—Sí, me iré —prometió él—. Si me echas a último momento me iré. ¿Pero ahora por qué no me muestras algo de ese fuego que está esperando para estallar y devorarme?
Jesse la tomó por el cuello y sus dedos se enredaron en el cabello de ella, liberando las oscuras hebras hasta que las horquillas cayeron sobre la alfombra. Con un suspiro de placer, Jesse hundió las manos en los suaves rizos, inmovilizando a Rachel para poder besarla.
Ella sintió la misma languidez que había experimentado la noche anterior y trató de obligarse a rechazarla. ¡Pero la tentación era tan grande! De alguna forma, él le había propuesto jugar con fuego, pero con la garantía de que no permitiría que se quemara. Si hablaba en serio, si realmente iba a marcharse cuando ella le negara la entrega final...
—Eso es —susurró él con voz ronca, al sentir que ella ya no estaba rígida contra él—, disfruta y luego tómate la revancha. ¿Qué más puedes pedir?
—¡Soy muy capaz de razonar por mí misma! —logró decir Rachel y Jesse rió.
—¿Pero viste qué bien lo hago yo por ti? Eso es porque somos muy parecidos —le informó, explorando la curva de la cadera de ella antes de llegar al extremo superior del cierre.
—No —protestó Rachel sin mucha fuerza.
Al sentir que el cierre se abría hundió los dedos en los músculos del cuello de Jesse.
—No te preocupes, no olvidaré mi promesa. Ay, mi dulce y fogosa Rachel ¿te das cuenta de que me vuelves loco? —susurró al tocarle la suave piel de la espalda—. Quiero conocer la pasión que prometen tus ojos. Y conmigo no será necesario que te reprimas
Ella cerró los ojos, sabiendo que era inútil tratar de ignorar el implacable asedio de Jesse. emitió un suave gemido y ocultó el rostro en el hombro de él. Las manos de Jesse le recorrian el cuerpo sin piedad, y Rachel dejó escapar un sonido que se asemejaba al maullido de un pequeño gato.
—¡Jesse!
—Todavía no —le dijo él, haciéndole sentir indefensa. Cambió de posición y apretó las caderas de Rachel contra las suyas—. ¿Ves el poder que tienes sobre mí, cariño? —susurró con tono alentador.
Con un rápido movimiento que la desorientó por un instante, Jesse le bajó el vestido hasta los tobillos, la levantó y la llevó hasta la cama. Luego de depositarla suavemente sobre las mantas, se quitó la chaqueta y la camisa, sin dejar de mirarla ni un instante. Se recostó junto a ella y la atrajo hacia él.
—Eres ideal para estar en mi cama —sonrió Jesse con satisfacción, deslizando las manos por el cuerpo de ella.
—Esta es mi cama, no la tuya —dijo Rachel, estremeciéndose bajo las posesivas caricias de él.
—Cualquiera sea el lugar donde estes conmigo —dijo él, —, pues ese lugar es mi cama. ¿Lo entiendes?
Y entonces se apoderó de sus labios y le aprisionó las piernas entre las suyas. Rachel reaccionó.
—¿Ves? —dijo Jesse, —. Estabas destinada a ser mía. Tú y yo nacimos para estar juntos.
¡Te necesito ahora mismo y sé que tú también me deseas!, Eso es lo que quiero de ti —susurró Jesse—. Todo lo que tienes para dar. No te guardes nada, dulce Rachel. No te arrepentirás...
Sus dedos le recorrieron la piel del estomago y Rachel contuvo el aliento.
—Jesse, no puedo permitir que me hagas esto —se lamentó al ver que su fuerza caía bajo el dominio de él.
Giró la cabeza hacia un lado y enredó los dos en el grueso cabello rizado de Jesse.
—Voy a hacer que me conozcas. Quiero que me conozcas tanto que no podrás mirar a otro hombre sin darte cuenta de que me perteneces.
Rachel oyó el tono posesivo de su voz y presintió el indomable instinto masculino que estaba atrás. Un hombre como éste se adueñaría de una mujer durante el tiempo que quisiera. Sería suya. ¿Y qué pasaría cuando él se cansara de la relación? preguntó una desesperada vocecita en la mente de Rachel. ¿Qué sucedería cuando terminara el fin de semana? Trató de recordar los derechos que él le había dado para detener las apasionadas caricias. Si no los utilizaba pronto, pagaría sus deudas de juego de una manera que le dejaría una marca de por vida. En ese momento supo que entregarse a Jesse St.James era un riesgo enorme. Era demasiado peligroso, demasiado amenazador. ¡Era necesario aferrarse a la única oportunidad de huir!
—¡Jesse, no! —exclamó al sentir los labios de él sobre su estómago y las exploratorias caricias de sus dedos—. ¡Basta! ¡Me lo prometiste!
Por un instante creyó que no le iba a hacer caso. Se aferró con más fuerza, como si no quisiera detenerse.
—Rachel, tú no deseas que me detenga —susurró, levantando la cabeza y contemplándola con pasión—. Confía en mí esta noche, mi vida...
—No —dijo ella con un hilo de voz, consciente de su vulnerabilidad—. Dijiste que yo podría detenerte y estoy haciendo uso de mi derecho...
—¿Vas a echarme después de todo? —suspiró él, jugueteando con un mechón del cabello de Rachel, que le caía sobre el hombro—. ¿Nos harías esto a los dos?
—Quizá no me conoces tanto como crees —replicó ella con desesperación.
—No; entiendo muy bien lo que está pasando en esa mente tan femenina —replicó él, con tono tranquilizador—. Vas a demostrarnos a los dos que no eres débil, que no piensas sacrificar tu orgullo ante las exigencias de tu cuerpo. Pero no es necesario que me demuestres nada, Rachel. Me gusta esa particular debilidad en ti. ¡Quiero ser el único que pueda originarla! —Se inclinó hacia adelante y la besó suave y largamente—. No le tengas miedo a esa debilidad ni a mí.
—¡No tengo miedo!—exclamó ella. El fastidio la ayudó a recobrar las fuerzas—. ¡Simplemente estoy demostrando que no eres el amante invencible que te crees!
Jesse levantó una ceja.
—¿En serio? —preguntó—. ¿Crees que podrías resistirte a mí si yo no hago lo que me pides?
—Jamás lo averiguarás ¿sabes? —siseó ella—. Porque vas a marcharte. ¡Me diste tu palabra!
—Supongo que me lo busqué —admitió Jesse con simplicidad, irguiéndose hasta quedar sentado junto a ella. Rachel vio que la pasión se disipaba de los ojos color esmeralda y supo que la victoria era suya—. ¿Pero cuánto tiempo crees que aguantarás? —preguntó con curiosidad, acariciándole con dedos posesivos—. Todas las noches te encontrarás en mis brazos y todas las noches vas a decirte a ti misma que no hay nada de malo en entregarte las sensaciones del momento, porque al final podrás echarme. Pero tarde o temprano dejarás de usar tu privilegio ¿verdad, Rachel? Tarde o temprano te dejarás llevar por esto que existe entre nosotros y terminarás despertando entre mis brazos. Y entonces me cobraré el fin de semana que me debes.
—¡No! —lo desafió ella con valor—. ¡No voy a entregarle un fin de semana a un hombre que piensa que soy sólo una conquista más! —Esquivó la mano de él, se bajó de la cama y corrió al ropero en busca de una bata—. Ahora vete —le ordenó, atándose el cinturón bajo la perturbadora mirada de Jesse—. Tienes que marcharte. ¡Lo prometiste!
Jesse se levantó lentamente, recogió su camisa y se la abotonó sin decir palabra.
Rachel tampoco habló, pero observó fascinada cómo él se vestía. Jesse captó su mirada y sonrió.
—No te preocupes. Esto es sólo un atraso temporal. Conseguiré el fin de semana y cualquier otra cosa que desee de ti. ¡Pagarás tu deuda, Rachel, y lo harás de buena gana!
Sin decir palabra, Rachel lo vio cruzar la habitación y salir al corredor. Jesse cerró la puerta en silencio, dejándola sola para analizar el caos de sus sentimientos.
«¡Dios mío!» pensó, dejándose caer sobre la cama. «¿Qué hice? ¿Qué estoy haciendo?
Tengo que recordar que he ganado esta vuelta», se dijo con vehemencia. Jesse había estado tan seguro de sí mismo que le había dado el derecho de controlarlo y ella lo había utilizado. Estaba segura de que él no se lo había esperado en absoluto. Dejó que el peso de la acción invadiera su mente. La velada no había terminado como Jesse St.James lo había planeado. En realidad tampoco había concluido de la forma en que ella lo había planeado, pero de todas maneras sentía que era ella la que llevaba la ventaja. ¿Entonces por qué la cama de pronto le pareció fría e inhóspita?
Atracción física, se dijo Rachel mientras se dirigía al baño para cepillarse los dientes. No era nada más que eso, atracción física. ¡Jesse contaba con eso para llevarla al punto de rendición total, pero ella no se lo iba a permitir!
—Palabras valientes, muchacha —le dijo a la imagen en el espejo—. ¿Pero qué sucederá la próxima vez que las cosas lleguen a este extremo? ¡Sabes muy bien que estuviste a punto de decirle que no se detuviera!
El problema de ser sincero con uno mismo, decidió Rachel con pesar, mientras se encaminaba de regreso a la cama, era que uno se veía obligado a enfrentar el problema en lugar de esquivarlo. Sería mejor admitir de una buena vez que no iba a poder tolerar muchas noches como ésta. Tarde o temprano racionalizaría tanto la situación que terminaría despertando en los brazos de Jesse, como él lo había pronosticado.
Se obligó a considerar esa posibilidad. ¿Y si se rendía y pagaba la deuda? La tentadora novedad de la idea se apoderó de ella por un momento Si lo que sentía cuando estaba entre los brazos de Jesse era sólo algo físico quizá fuera más fácil sacarse el antojo. ¡Y después hablaba de racionalizar! Sería Jesse el que se la sacara a ella de la cabeza, le advirtió su instinto. Se encontraría enredada en la telaraña que él podría tejer a su alrededor «¡Santo Cielo!» pensó, atónita. «¡Corro peligro de enamorarme de él!»
La simpleza del razonamiento la impactó. Ahí estaba el verdadero peligro de iniciar una aventura con Jesse St.James. Había que admitirlo. La intrigaba, la atraía, la hacía ser muy consciente de él. Durante los dos meses en que había trabajado para él, se había convencido de que su deseo de evitarlo en la oficina se basaba en el hecho de que siempre terminaban discutiendo o ella sentía que no la tomaba en serio. Sus fantasías románticas se habían centrado en Noah Puckermann antes de que Jesse apareciera en escena y luego de que Noah fuera trasladado a San Diego, se había negado a pensar en la posibilidad de serle infiel. Después de todo, la rabia que sintió al enterarse de que Noah había encontrado otros intereses predominó por varias semanas, cegándola a Jesse hasta que todo había estallado la noche anterior en la fiesta.
Rachel sacudió la cabeza, se cubrió hasta el mentón con la sábana y se quedó mirando el cielo raso. ¡Qué lío! Debía de ser una frívola tontita si pensaba que estaba enamorada de Noah y enseguida después estaba al borde del abismo con otro hombre. Era ridículo comparar los sentimientos. La verdad era que lo que había sentido por Noah probablemente había sido frívolo y superficial. ¡Lo que había conocido esta noche con Jesse era cualquier cosa menos eso! Y en la fiesta también había estado tensa y excitada. ¿Qué otra explicación había para la forma en que había apostado? Si la situación hubiera sido a la inversa y fuera Jesse al que estaba tratando de sacarse de la cabeza, jamás hubiera permitido que Noah Puckermann la empujara a un comportamiento tan audaz. ¡Pero Jesse lo había hecho con toda facilidad!
De pronto se le ocurrió una idea. Al principio le pareció tan imposible que trató de olvidarla por completo. Pero eso también le resultó imposible y durante una hora, permaneció inmóvil, dejando que su imaginación jugueteara con la idea de lo que significaría hacer que Jesse se enamorara de ella.
¿Cómo sería tener todo ese deseo y esa viril voluntad dirigidos a ella por amor en lugar de por el capricho de una aventura temporaria?
—No —susurró Rachel en la oscuridad—. ¡No resultaría!
Pero... ¿y si salía bien? ¿Y si lograba alimentar los sentimientos de él hacia ella hasta que abarcaran otras emociones además de las físicas? Era obvio que Jesse era capaz de hacer cualquier cosa para conseguir a una mujer a la que deseaba por un fin de semana. ¿Cómo sería si él deseara casarse con ella?
Una oleada de audacia invadió a Rachel, similar a la que había sentido cuando apostó para vengarse y similar también a lo que había experimentado esa noche en los brazos de Jesse.
Sería un juego peligroso, se recordó. Sería necesario mantener un estricto control sobre sí misma mientras conquistaba a Jesse. No habría forma de lograrlo sin caer ella también al abismo. Se había dado cuenta esta noche de que enamorarse de Jesse St.James sería increíblemente fácil. En el momento en que él se diera cuenta de esa debilidad, actuaría de inmediato, aprovechándose de la vulnerabilidad de Rachel para lograr sus propios objetivos.
Tendría que ocultarle la verdad hasta tener algún indicio acerca de si sería o no capaz de amarla. Nunca había tenido ideas tan alocadas con otros hombres. De alguna manera, Jesse había liberado una audacia que Rachel no sabía que poseía.
«Duérmete ya, Rachel. Quizá mañana recuperes la razón y te des cuenta de lo ridículas que son todas estas ideas» Luego de reprenderse mentalmente durante unos minutos, Rachel cerró los ojos y se durmió.
Pero la luz del nuevo día no trajo el tan ansiado sentido común. En lugar de eso, se despertó con una tal sensación de aventura que tuvo que esforzarse por no sonreír cada vez que pasaba frente a un espejo.
—Eres una idiota, muchacha —se decía cada cinco minutos—. No va a resultar. En lugar de tener a Jesse a tu disposición, terminarás tú a sus pies.
Pero se prometió que tendría cuidado. Lo conquistaría en forma sutil y deliberada, usando su obvio interés por ella como señuelo.
Había que correr ciertos riesgos, se dijo Rachel, tratando de apaciguar su entusiasmo con una dosis de sentido común. Pero él le había dado su palabra de que no usaría la fuerza en el sentido físico y mientras ella lograra no perder la cabeza al estar entre sus brazos, todo saldría bien. Una parte de Rachel se negó a pensar en lo que sucedería si perdía el control, una parte profunda y femenina que le advirtió que si permitía que Jesse la poseyera, todos los juegos terminarían. Si no lograba hacerlo enamorarse de ella antes de que eso sucediera, Rachel sabía que estaría perdida.
A pesar de haber pensado en los riesgos, Rachel se sobresaltó al oír los golpes a la puerta.
De inmediato supo que él estaría esperando en el corredor y repentinamente todos los planes de la noche anterior le parecieron imposibles. ¡No era ninguna vampiresa! ¿Cómo iba a poder dar un golpe tan grande?
—¡Animo, Rachel! —susurró mientras metía el extremo de la camisa amarilla en la cintura de los ajustados vaqueros.
¡No te has pasado cinco años trabajando en personal sin aprender una o dos cosas acerca de la gente!. Atravesó la habitación y abrió la puerta con cautela.
—Buen día —dijo Jesse amablemente. Sus ojos recorrieron la elegante figura de Rachel con una posesividad que le fastidió—. ¿Estás lista para desayunar?
—¿Dónde te alojas? —Rachel preguntó lo primero que se le ocurrió.
Con el cabello todavía húmedo, y unos pantalones que acentuaban su físico musculoso, Jesse le pareció muy atractivo esa mañana. Imágenes de lo sucedido la noche anterior acudieron a su mente y Rachel tuvo que controlarse firmemente para que él no viera su reacción. ¡Si lo que Jesse quería era hacerla consciente de él, pues lo estaba logrando muy bien!
—A dos puertas de tu cuarto. Se me ocurrió la idea de decirle al empleado que eras mi esposa y que habías huido, para que me pusiera en tu habitación, pero tuve miedo de que hicieras un escándalo.
—Te aseguro que habría tirado el hotel abajo —le informó Rachel, con altivez—. Además, no sabía que teníamos una cita para el desayuno.
—Ahora que lo sabes, ¿crees que podrías apresurarte un poco? —replicó él sin inmutarse—. Tengo mucho apetito por las mañanas y si no como enseguida, suelo ponerme muy gruñón.
—Casualmente, yo también tengo hambre —dijo Rachel, haciendo una mueca—.
Salió al corredor y cerró la puerta detrás de sí, sintiéndose como quien deja la seguridad del campamento para ir a combatir al frente.
—Tanta cortesía para aceptar mis invitaciones se me subirá a la cabeza —sonrió Jesse.
—¡Prueba de invitarme con más cortesía y quizá obtengas mejores resultados! Todo lo que hiciste fue aparecerte en la puerta y preguntarme si estaba lista.
—He descubierto que contigo es mejor usar mucha determinación. De modo que me conviene alimentarte bien.
—¡Otro comentario como ese —masculló Rachel, sonrojándose violentamente —y desayunarás completamente solo!
—Perdón —dijo él, sin sonar arrepentido en absoluto—. Me alegro de que tú también seas madrugadora. Tenía miedo de tener que sacarte de la cama. Tenemos algo en común ¿no te parece fantástico? —Se detuvo en la mitad de la escalera y la atrajo hacia él. —Buen día, Rachel, cariño.
Y se inclinó para besar el sorprendido rostro de ella.
—¡Cuidado! —chilló Rachel, temiendo perder el equilibrio.
—Tranquilízate —sonrió Jesse, divertido—. No te dejaré caer. —Prosiguió con su beso, un beso posesivo e intenso que dejó a Rachel sin aliento—. Iba a hacer esto cuando abriste la puerta hace un minuto, pero me temo que hubiéramos llegado muy tarde al desayuno.
—¿Y la comida es mucho más importante? —preguntó Rachel, mientras reanudaban el descenso, tratando de ignorar el brillo en los ojos verdes de Jesse.
—¿Estás insinuando que preferirías regresar a la habitación? —preguntó él con mucho interés.
—¡No!
Jesse rió alegremente y la guió hacia el luminoso comedor, que había sido diseñado para dar a los huéspedes la impresión de estar en un jardín.
—La otra noche cuando te acobardaste y huiste antes del desayuno, te perdiste la oportunidad de probar una de las mejores tortillas del mundo.
—¡No me acobardé! —replicó Rachel—. ¡Debiste darte cuenta que nunca pensé pagar esa deuda! Ninguna mujer decente lo hubiera hecho.
—Es sólo una cuestión de tiempo, cariño— la corrigió Jesse, mientras la ayudaba a sentarse—. Tarde o temprano la vas a pagar. ¿Qué quieres comer? —prosiguió amablemente cambiando de un tema a otro como si ambos tuvieran la misma importancia.
—Que no te vengues de mí, espero —replicó Rachel, tomando un menú.
—Mi vida, reclamar las ganancias no es vengarse —le explicó Jesse con paciencia, como si hablara con un niño malhumorado—. Uno de estos días serás sincera contigo misma y conmigo y lo admitirás. ¿Qué te parece si pedimos huevos Benedict?
Rachel, que no lograba concentrarse en la comida, a pesar de tener bastante apetito, asintió con la cabeza. ¿Cómo diablos iba a hacer para llevar adelante sus planes? Jesse parecía estar siempre a cargo de todo cuando ella estaba con él. Era necesario obtener más control de la situación, para poder ser ella la que marcara el paso de esta extraña cacería.
—Preferiría que no fruncieras el ceño tan temprano a la mañana —comentó él—. Un capricho mío, sin duda, pero me gusta cuando sonríes.
—Será mejor que te acostumbres a verme con mala cara si pretendes perseguirme durante qué sé yo cuánto tiempo —replicó Rachel con voz dulce.
—¿Viste? Puedes sonreírme cuando lo intentas —declaró Jesse, complacido.
—Ese tipo de expresión se considera por lo general como una sonrisa ácida —le informó Rachel con altivez.
—Por ahora aceptaré lo que venga —dijo él con bastante filosofía—. Quizá dentro de unos días haya logrado obtener sonrisas más cálidas.
—¿Qué quieres decir con eso de dentro de unos días? ¿Cuánto tiempo piensas quedarte en Carmel, Jesse? —preguntó Rachel con recelo.
—Anoche, luego de regresar a mi habitación, me di cuenta de que este proyecto podía llegar a tardar más de lo que había planeado, al principio —admitió con pesar.
—No creíste que te iba a echar ¿verdad? —comentó Rachel con satisfacción.
—Decidí tomarme las mismas vacaciones que tú —prosiguió Jesse, pasando por alto el comentario de ella—. Pasaré dos semanas aquí en Carmel, contigo, querida. No importa qué hagas o adonde vayas, estaré contigo todo el tiempo.
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Ya mis queridas lectoras, aqui un nuevo capitulo y nuevamente pido disculpas por el error en el capitulo anterior.
Besos
Locura de Fin de Semana
Capitulo 8
Esta Loco...
—Pues no puedes tenerme —replicó Rachel, atónita ante la escandalosa simpleza de sus palabras.
Trató de disimular su nerviosismo con un gesto altanero, pero no se atrevió a mirarlo a los ojos.
—¿Quieres que te diga exactamente qué voy a hacer para convencerte de que pagues tus deudas? —sonrió Jesse—. Ahora sé en qué fallé anoche.
—¡No hay nada que puedas hacer!
—¡Claro que sí! Voy a acosarte —explicó él, con los ojos cargados de risa y anticipación—. De la misma forma en que lo hice hoy. No podrás ir a ninguna parte con otro hombre sin tenerme detrás de ti.
—¡No puedes hacer eso! —rugió Rachel furiosa. Se puso de pie de un salto y caminó hasta la ventana, volviéndole la espalda—. Eso es una forma de hostigamiento o algo así. ¡Estoy segura de que va contra la ley! ¡No lo permitiré!
—Entonces será mejor que te decidas a darme mi fin de semana —replicó Jesse.
Su tono era divertido, pero había una nota de hierro en la voz. Rachel sintió algo de temor.
Conocía a Jesse St.James lo suficiente como para saber que nunca se desviaba de un objetivo.
—¡No permitiré que me fuerces a hacer esto!
—Ah, pero allí está justo la perfección de mi plan. No harás nada por la fuerza. Eso espero.
—¿Qué quieres decir? —masculló Rachel.
Se dio cuenta de que una parte de ella estaba realmente intrigada. ¿Qué sucedía en la malévola mente de Jesse?
—Quiero decir que el éxito de mi plan se basa en mi habilidad de ser paciente —admitió él con pesar—. Me temo que es un punto débil, pero de todos modos voy a intentarlo —agregó.
—¿Crees que voy a hartarme de tenerte detrás de mí en cada cita y que te voy a pagar las apuestas con tal de deshacerme de ti?
Rachel mantuvo la mirada fija en los cipreses que se veían desde la ventana. Si no iba a amenazarla con la fuerza, todavía existían posibilidades.
—Cuento con crear una respuesta automática en ti —rió él con expresión traviesa—. Cada vez que regreses de una cita con otro hombre, te encontrarás despidiéndote en mis brazos, y no los de él. Después de un tiempo, simplemente aceptarás lo inevitable.
—¡Estás loco! —balbuceó Rachel.
Tuvo una visión de un interminable futuro de Noah Puckermann y Blaine Anderson empujado y echado por Jesse cuando la trajeran de vuelta a su casa. ¡Era ridículo! ¡Además, no daría resultado!
—No creo que me lleve mucho tiempo. Se me ocurre que debes ser muy rápida para aprender —dijo Jesse con tono alentador.
—Renunciaré a mi trabajo cuando regrese a Costa Mesa y si insistes en perseguirme me iré a vivir a otro apartamento. ¡Nunca me encontrarás! —lo amenazó, volviéndose para enfrentarlo con expresión furiosa.
—Sí que lo haré —declaró él con total seguridad y Rachel le creyó—. Pero no creo que haya que llegar a eso —agregó con tono meditativo—. Ya te expliqué que sé en qué me equivoqué anoche...
—¿Lo tienes todo pensado, verdad? —dijo Rachel con un gesto orgulloso
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—Creo que sí. Anoche, el problema fue que no pudiste tolerar la inevitabilidad de todo el asunto. Según los términos de la apuesta, yo establecí el tiempo y el lugar de tu entrega y eso fue más de lo que tu orgullo pudo soportar. Lo comprendo —dijo con una sonrisa que aumentó la tensión de Rachel—. En mi nuevo enfoque, la inevitabilidad sigue presente, pero serás tú la que más o menos decida cuándo y dónde.
—¿Eso es todo? —murmuró ella, sin poder dar crédito a sus oídos—. Pues déjame que te diga una cosa. Eso no es ni siquiera el principio. Te olvidaste de incluir ciertos factores importantes, tales como el amor, la amistad, el compromiso de sentimientos y todas las otras cosas que entran en una relación. ¿No lo entiendes, Jesse St.James? ¡No pasaría un fin de semana contigo a menos que estuviéramos tan enamorados que todo lo demás dejara de ser importante! ¿Sabes de qué estoy hablando? ¿O ves a las mujeres sólo como conquistas pasajeras, diversiones de fin de semana? Anoche yo era una novedad para ti, y cuando me escapé, pasé a la categoría de desafío. ¡Tu vanidad masculina se resintió y ahora te has convencido de que debes cobrarme la apuesta para salvar tu ridículo orgullo!
—Tú —dijo Jesse con voz áspera, entornando los párpados —no sabes nada acerca de mis motivos, de modo que no trates de adivinarlos.
Se levantó de la silla y se acercó a Rachel antes de que ella pudiera alejarse. Unas manos fuertes se cerraron alrededor de su cintura y la atrajeron contra el cuerpo. Rachel se preguntó que había sucedido con la expresión divertida que había visto en sus ojos unos minutos antes.
—Yo, por otra parte —prosiguió él con deliberación, observando la expresión asombrada de ella con una cierta satisfacción— te comprendo perfectamente. ¡Te pareces mucho a mí, Rachel Berry y si durante los últimos dos meses no hubieras estado tan ocupada tratando de seducir a Noah Puckermann, te habrías dado cuenta de eso!
—¡No es cierto! —exclamó Rachel, tratando de no perder el control de la situación—. Tú y yo no tenemos nada en común. ¡Y no estaba tratando de seducir a Noah! —agregó, furiosa.
—Sí que estabas. —Jesse sonrió y la risa llegó hasta sus ojos—. ¿Por qué no tratas en cambio de seducirme a mí? No voy a huir en busca de una mujer más tranquila como hizo él.
Sin darse cuenta de lo que hacía, Rachel estrelló la palma de la mano contra la mejilla de Jesse. En el interminable momento de silencio que siguió, ella sintió una onda de impacto tan tremenda que anuló el punzante dolor de la mano. ¡Jamás había hecho algo así! Y a juzgar por la fugaz expresión de fastidio que cruzó por el rostro de Jesse, él tampoco estaba acostumbrado a eso. En ningún momento quitó los brazos de alrededor del cuerpo de ella y Rachel se dio cuenta de que no habría forma de evitar que le devolviera la bofetada si él deseaba hacerlo. Con mucho coraje enfrentó la mirada oscura de los ojos verdes y se quedó inmóvil en el círculo de sus brazos.
—Tú sí que pones a prueba la paciencia de un hombre —dijo Jesse por fin, con un tono parejo y lacónico.
—Te... te lo merecías —balbuceó ella con labios temblorosos.— Me estabas insultando...
—No estaba haciendo nada de eso, pero no discutiremos ahora. Limítate a agradecer que he decidido no usar la fuerza, mi dulce valquiria. ¡Pero sería útil que recordaras que todas las decisiones son revocables por aquél que las toma! No vayas a llevarme demasiado lejos.
No iba a pegarle; Rachel se dio cuenta de eso y recobró el coraje. Por el momento no se detuvo a cuestionar el porqué de tanta tolerancia, pero se apresuró a ver hasta dónde llegaba.
—Acerca de esta decisión tuya —lo provocó, lanzando una mirada calculadora al rostro duro de él—. ¿Cuáles son los límites? ¿Me garantizas que no harás nada más que molestarme?
Jesse respiró hondo antes de responder.
—No quiero tenerte en mi cama por la fuerza. Quiero que estés allí porque tú también lo deseas.
Rachel asintió con la cabeza.
—Es una cuestión de orgullo, ¿no es así? Tu vanidad no tolera la idea de que no puedas convencer a una para que pase el fin de semana contigo, sin tener que usar la fuerza.
Los nervios que había sentido antes fueron reemplazados por una cierta satisfacción. Si Jesse iba a ser puro ruido y pocas nueces, quizá todavía podría tratar con él.
—Espero que con la molestia sea suficiente —replicó él con tono burlón.
Sin duda había notado que Rachel estaba recobrando la confianza.
—¿No usarás la fuerza? —insistió ella, tamborileando los dedos sobre la manga del saco de Jesse.
—No —le confirmó él—. Es más, dejaré que seas tú la que ponga fin a nuestra pasión —agregó con magnanimidad.
—¡Si corre por cuenta mía no habrá ninguna pasión a la que poner fin! —replicó Rachel.
—Bueno —dijo Jesse con una nota de pesar en la voz—. Me temo que no puedo renunciar a todos los privilegios masculinos. —Sus labios se curvaron en una sonrisa. —Habrá momentos como ahora, en que la necesidad de demostrar que no eres indiferente a mí será casi intolerable.
Rachel se dio cuenta demasiado tarde de cuál era su intención y trató de esquivarlo, pero Jesse la inmovilizó sin ningún esfuerzo y aun cuando luchaba contra él, Rachel advirtió que el peligro real estaba allí, en su beso.
—Recuerda —susurró Jesse, mientras le acariciaba la línea de la mandíbula con la boca—. Dejaré que seas tú la que me detenga. No tienes nada que temer, de modo que puedes abandonarte a las sensaciones. Piensa cuánto placer sentirás más tarde cuando me obligues a irme, sin haber llegado a nada. Podrás provocarme, hacerme creer que estás sucumbiendo y luego mandarme a tomar una ducha fría...
Había una nota insistente y persuasiva en la voz de Jesse, que parecía calarle hasta los huesos.
—¿Y te irás? —preguntó Rachel, preparándose para resistirse al sensual ataque.
¡Cuando la tenía así, la hacía sentirse sumamente frágil y pequeña!
—Sí, me iré —prometió él—. Si me echas a último momento me iré. ¿Pero ahora por qué no me muestras algo de ese fuego que está esperando para estallar y devorarme?
Jesse la tomó por el cuello y sus dedos se enredaron en el cabello de ella, liberando las oscuras hebras hasta que las horquillas cayeron sobre la alfombra. Con un suspiro de placer, Jesse hundió las manos en los suaves rizos, inmovilizando a Rachel para poder besarla.
Ella sintió la misma languidez que había experimentado la noche anterior y trató de obligarse a rechazarla. ¡Pero la tentación era tan grande! De alguna forma, él le había propuesto jugar con fuego, pero con la garantía de que no permitiría que se quemara. Si hablaba en serio, si realmente iba a marcharse cuando ella le negara la entrega final...
—Eso es —susurró él con voz ronca, al sentir que ella ya no estaba rígida contra él—, disfruta y luego tómate la revancha. ¿Qué más puedes pedir?
—¡Soy muy capaz de razonar por mí misma! —logró decir Rachel y Jesse rió.
—¿Pero viste qué bien lo hago yo por ti? Eso es porque somos muy parecidos —le informó, explorando la curva de la cadera de ella antes de llegar al extremo superior del cierre.
—No —protestó Rachel sin mucha fuerza.
Al sentir que el cierre se abría hundió los dedos en los músculos del cuello de Jesse.
—No te preocupes, no olvidaré mi promesa. Ay, mi dulce y fogosa Rachel ¿te das cuenta de que me vuelves loco? —susurró al tocarle la suave piel de la espalda—. Quiero conocer la pasión que prometen tus ojos. Y conmigo no será necesario que te reprimas
Ella cerró los ojos, sabiendo que era inútil tratar de ignorar el implacable asedio de Jesse. emitió un suave gemido y ocultó el rostro en el hombro de él. Las manos de Jesse le recorrian el cuerpo sin piedad, y Rachel dejó escapar un sonido que se asemejaba al maullido de un pequeño gato.
—¡Jesse!
—Todavía no —le dijo él, haciéndole sentir indefensa. Cambió de posición y apretó las caderas de Rachel contra las suyas—. ¿Ves el poder que tienes sobre mí, cariño? —susurró con tono alentador.
Con un rápido movimiento que la desorientó por un instante, Jesse le bajó el vestido hasta los tobillos, la levantó y la llevó hasta la cama. Luego de depositarla suavemente sobre las mantas, se quitó la chaqueta y la camisa, sin dejar de mirarla ni un instante. Se recostó junto a ella y la atrajo hacia él.
—Eres ideal para estar en mi cama —sonrió Jesse con satisfacción, deslizando las manos por el cuerpo de ella.
—Esta es mi cama, no la tuya —dijo Rachel, estremeciéndose bajo las posesivas caricias de él.
—Cualquiera sea el lugar donde estes conmigo —dijo él, —, pues ese lugar es mi cama. ¿Lo entiendes?
Y entonces se apoderó de sus labios y le aprisionó las piernas entre las suyas. Rachel reaccionó.
—¿Ves? —dijo Jesse, —. Estabas destinada a ser mía. Tú y yo nacimos para estar juntos.
¡Te necesito ahora mismo y sé que tú también me deseas!, Eso es lo que quiero de ti —susurró Jesse—. Todo lo que tienes para dar. No te guardes nada, dulce Rachel. No te arrepentirás...
Sus dedos le recorrieron la piel del estomago y Rachel contuvo el aliento.
—Jesse, no puedo permitir que me hagas esto —se lamentó al ver que su fuerza caía bajo el dominio de él.
Giró la cabeza hacia un lado y enredó los dos en el grueso cabello rizado de Jesse.
—Voy a hacer que me conozcas. Quiero que me conozcas tanto que no podrás mirar a otro hombre sin darte cuenta de que me perteneces.
Rachel oyó el tono posesivo de su voz y presintió el indomable instinto masculino que estaba atrás. Un hombre como éste se adueñaría de una mujer durante el tiempo que quisiera. Sería suya. ¿Y qué pasaría cuando él se cansara de la relación? preguntó una desesperada vocecita en la mente de Rachel. ¿Qué sucedería cuando terminara el fin de semana? Trató de recordar los derechos que él le había dado para detener las apasionadas caricias. Si no los utilizaba pronto, pagaría sus deudas de juego de una manera que le dejaría una marca de por vida. En ese momento supo que entregarse a Jesse St.James era un riesgo enorme. Era demasiado peligroso, demasiado amenazador. ¡Era necesario aferrarse a la única oportunidad de huir!
—¡Jesse, no! —exclamó al sentir los labios de él sobre su estómago y las exploratorias caricias de sus dedos—. ¡Basta! ¡Me lo prometiste!
Por un instante creyó que no le iba a hacer caso. Se aferró con más fuerza, como si no quisiera detenerse.
—Rachel, tú no deseas que me detenga —susurró, levantando la cabeza y contemplándola con pasión—. Confía en mí esta noche, mi vida...
—No —dijo ella con un hilo de voz, consciente de su vulnerabilidad—. Dijiste que yo podría detenerte y estoy haciendo uso de mi derecho...
—¿Vas a echarme después de todo? —suspiró él, jugueteando con un mechón del cabello de Rachel, que le caía sobre el hombro—. ¿Nos harías esto a los dos?
—Quizá no me conoces tanto como crees —replicó ella con desesperación.
—No; entiendo muy bien lo que está pasando en esa mente tan femenina —replicó él, con tono tranquilizador—. Vas a demostrarnos a los dos que no eres débil, que no piensas sacrificar tu orgullo ante las exigencias de tu cuerpo. Pero no es necesario que me demuestres nada, Rachel. Me gusta esa particular debilidad en ti. ¡Quiero ser el único que pueda originarla! —Se inclinó hacia adelante y la besó suave y largamente—. No le tengas miedo a esa debilidad ni a mí.
—¡No tengo miedo!—exclamó ella. El fastidio la ayudó a recobrar las fuerzas—. ¡Simplemente estoy demostrando que no eres el amante invencible que te crees!
Jesse levantó una ceja.
—¿En serio? —preguntó—. ¿Crees que podrías resistirte a mí si yo no hago lo que me pides?
—Jamás lo averiguarás ¿sabes? —siseó ella—. Porque vas a marcharte. ¡Me diste tu palabra!
—Supongo que me lo busqué —admitió Jesse con simplicidad, irguiéndose hasta quedar sentado junto a ella. Rachel vio que la pasión se disipaba de los ojos color esmeralda y supo que la victoria era suya—. ¿Pero cuánto tiempo crees que aguantarás? —preguntó con curiosidad, acariciándole con dedos posesivos—. Todas las noches te encontrarás en mis brazos y todas las noches vas a decirte a ti misma que no hay nada de malo en entregarte las sensaciones del momento, porque al final podrás echarme. Pero tarde o temprano dejarás de usar tu privilegio ¿verdad, Rachel? Tarde o temprano te dejarás llevar por esto que existe entre nosotros y terminarás despertando entre mis brazos. Y entonces me cobraré el fin de semana que me debes.
—¡No! —lo desafió ella con valor—. ¡No voy a entregarle un fin de semana a un hombre que piensa que soy sólo una conquista más! —Esquivó la mano de él, se bajó de la cama y corrió al ropero en busca de una bata—. Ahora vete —le ordenó, atándose el cinturón bajo la perturbadora mirada de Jesse—. Tienes que marcharte. ¡Lo prometiste!
Jesse se levantó lentamente, recogió su camisa y se la abotonó sin decir palabra.
Rachel tampoco habló, pero observó fascinada cómo él se vestía. Jesse captó su mirada y sonrió.
—No te preocupes. Esto es sólo un atraso temporal. Conseguiré el fin de semana y cualquier otra cosa que desee de ti. ¡Pagarás tu deuda, Rachel, y lo harás de buena gana!
Sin decir palabra, Rachel lo vio cruzar la habitación y salir al corredor. Jesse cerró la puerta en silencio, dejándola sola para analizar el caos de sus sentimientos.
«¡Dios mío!» pensó, dejándose caer sobre la cama. «¿Qué hice? ¿Qué estoy haciendo?
Tengo que recordar que he ganado esta vuelta», se dijo con vehemencia. Jesse había estado tan seguro de sí mismo que le había dado el derecho de controlarlo y ella lo había utilizado. Estaba segura de que él no se lo había esperado en absoluto. Dejó que el peso de la acción invadiera su mente. La velada no había terminado como Jesse St.James lo había planeado. En realidad tampoco había concluido de la forma en que ella lo había planeado, pero de todas maneras sentía que era ella la que llevaba la ventaja. ¿Entonces por qué la cama de pronto le pareció fría e inhóspita?
Atracción física, se dijo Rachel mientras se dirigía al baño para cepillarse los dientes. No era nada más que eso, atracción física. ¡Jesse contaba con eso para llevarla al punto de rendición total, pero ella no se lo iba a permitir!
—Palabras valientes, muchacha —le dijo a la imagen en el espejo—. ¿Pero qué sucederá la próxima vez que las cosas lleguen a este extremo? ¡Sabes muy bien que estuviste a punto de decirle que no se detuviera!
El problema de ser sincero con uno mismo, decidió Rachel con pesar, mientras se encaminaba de regreso a la cama, era que uno se veía obligado a enfrentar el problema en lugar de esquivarlo. Sería mejor admitir de una buena vez que no iba a poder tolerar muchas noches como ésta. Tarde o temprano racionalizaría tanto la situación que terminaría despertando en los brazos de Jesse, como él lo había pronosticado.
Se obligó a considerar esa posibilidad. ¿Y si se rendía y pagaba la deuda? La tentadora novedad de la idea se apoderó de ella por un momento Si lo que sentía cuando estaba entre los brazos de Jesse era sólo algo físico quizá fuera más fácil sacarse el antojo. ¡Y después hablaba de racionalizar! Sería Jesse el que se la sacara a ella de la cabeza, le advirtió su instinto. Se encontraría enredada en la telaraña que él podría tejer a su alrededor «¡Santo Cielo!» pensó, atónita. «¡Corro peligro de enamorarme de él!»
La simpleza del razonamiento la impactó. Ahí estaba el verdadero peligro de iniciar una aventura con Jesse St.James. Había que admitirlo. La intrigaba, la atraía, la hacía ser muy consciente de él. Durante los dos meses en que había trabajado para él, se había convencido de que su deseo de evitarlo en la oficina se basaba en el hecho de que siempre terminaban discutiendo o ella sentía que no la tomaba en serio. Sus fantasías románticas se habían centrado en Noah Puckermann antes de que Jesse apareciera en escena y luego de que Noah fuera trasladado a San Diego, se había negado a pensar en la posibilidad de serle infiel. Después de todo, la rabia que sintió al enterarse de que Noah había encontrado otros intereses predominó por varias semanas, cegándola a Jesse hasta que todo había estallado la noche anterior en la fiesta.
Rachel sacudió la cabeza, se cubrió hasta el mentón con la sábana y se quedó mirando el cielo raso. ¡Qué lío! Debía de ser una frívola tontita si pensaba que estaba enamorada de Noah y enseguida después estaba al borde del abismo con otro hombre. Era ridículo comparar los sentimientos. La verdad era que lo que había sentido por Noah probablemente había sido frívolo y superficial. ¡Lo que había conocido esta noche con Jesse era cualquier cosa menos eso! Y en la fiesta también había estado tensa y excitada. ¿Qué otra explicación había para la forma en que había apostado? Si la situación hubiera sido a la inversa y fuera Jesse al que estaba tratando de sacarse de la cabeza, jamás hubiera permitido que Noah Puckermann la empujara a un comportamiento tan audaz. ¡Pero Jesse lo había hecho con toda facilidad!
De pronto se le ocurrió una idea. Al principio le pareció tan imposible que trató de olvidarla por completo. Pero eso también le resultó imposible y durante una hora, permaneció inmóvil, dejando que su imaginación jugueteara con la idea de lo que significaría hacer que Jesse se enamorara de ella.
¿Cómo sería tener todo ese deseo y esa viril voluntad dirigidos a ella por amor en lugar de por el capricho de una aventura temporaria?
—No —susurró Rachel en la oscuridad—. ¡No resultaría!
Pero... ¿y si salía bien? ¿Y si lograba alimentar los sentimientos de él hacia ella hasta que abarcaran otras emociones además de las físicas? Era obvio que Jesse era capaz de hacer cualquier cosa para conseguir a una mujer a la que deseaba por un fin de semana. ¿Cómo sería si él deseara casarse con ella?
Una oleada de audacia invadió a Rachel, similar a la que había sentido cuando apostó para vengarse y similar también a lo que había experimentado esa noche en los brazos de Jesse.
Sería un juego peligroso, se recordó. Sería necesario mantener un estricto control sobre sí misma mientras conquistaba a Jesse. No habría forma de lograrlo sin caer ella también al abismo. Se había dado cuenta esta noche de que enamorarse de Jesse St.James sería increíblemente fácil. En el momento en que él se diera cuenta de esa debilidad, actuaría de inmediato, aprovechándose de la vulnerabilidad de Rachel para lograr sus propios objetivos.
Tendría que ocultarle la verdad hasta tener algún indicio acerca de si sería o no capaz de amarla. Nunca había tenido ideas tan alocadas con otros hombres. De alguna manera, Jesse había liberado una audacia que Rachel no sabía que poseía.
«Duérmete ya, Rachel. Quizá mañana recuperes la razón y te des cuenta de lo ridículas que son todas estas ideas» Luego de reprenderse mentalmente durante unos minutos, Rachel cerró los ojos y se durmió.
Pero la luz del nuevo día no trajo el tan ansiado sentido común. En lugar de eso, se despertó con una tal sensación de aventura que tuvo que esforzarse por no sonreír cada vez que pasaba frente a un espejo.
—Eres una idiota, muchacha —se decía cada cinco minutos—. No va a resultar. En lugar de tener a Jesse a tu disposición, terminarás tú a sus pies.
Pero se prometió que tendría cuidado. Lo conquistaría en forma sutil y deliberada, usando su obvio interés por ella como señuelo.
Había que correr ciertos riesgos, se dijo Rachel, tratando de apaciguar su entusiasmo con una dosis de sentido común. Pero él le había dado su palabra de que no usaría la fuerza en el sentido físico y mientras ella lograra no perder la cabeza al estar entre sus brazos, todo saldría bien. Una parte de Rachel se negó a pensar en lo que sucedería si perdía el control, una parte profunda y femenina que le advirtió que si permitía que Jesse la poseyera, todos los juegos terminarían. Si no lograba hacerlo enamorarse de ella antes de que eso sucediera, Rachel sabía que estaría perdida.
A pesar de haber pensado en los riesgos, Rachel se sobresaltó al oír los golpes a la puerta.
De inmediato supo que él estaría esperando en el corredor y repentinamente todos los planes de la noche anterior le parecieron imposibles. ¡No era ninguna vampiresa! ¿Cómo iba a poder dar un golpe tan grande?
—¡Animo, Rachel! —susurró mientras metía el extremo de la camisa amarilla en la cintura de los ajustados vaqueros.
¡No te has pasado cinco años trabajando en personal sin aprender una o dos cosas acerca de la gente!. Atravesó la habitación y abrió la puerta con cautela.
—Buen día —dijo Jesse amablemente. Sus ojos recorrieron la elegante figura de Rachel con una posesividad que le fastidió—. ¿Estás lista para desayunar?
—¿Dónde te alojas? —Rachel preguntó lo primero que se le ocurrió.
Con el cabello todavía húmedo, y unos pantalones que acentuaban su físico musculoso, Jesse le pareció muy atractivo esa mañana. Imágenes de lo sucedido la noche anterior acudieron a su mente y Rachel tuvo que controlarse firmemente para que él no viera su reacción. ¡Si lo que Jesse quería era hacerla consciente de él, pues lo estaba logrando muy bien!
—A dos puertas de tu cuarto. Se me ocurrió la idea de decirle al empleado que eras mi esposa y que habías huido, para que me pusiera en tu habitación, pero tuve miedo de que hicieras un escándalo.
—Te aseguro que habría tirado el hotel abajo —le informó Rachel, con altivez—. Además, no sabía que teníamos una cita para el desayuno.
—Ahora que lo sabes, ¿crees que podrías apresurarte un poco? —replicó él sin inmutarse—. Tengo mucho apetito por las mañanas y si no como enseguida, suelo ponerme muy gruñón.
—Casualmente, yo también tengo hambre —dijo Rachel, haciendo una mueca—.
Salió al corredor y cerró la puerta detrás de sí, sintiéndose como quien deja la seguridad del campamento para ir a combatir al frente.
—Tanta cortesía para aceptar mis invitaciones se me subirá a la cabeza —sonrió Jesse.
—¡Prueba de invitarme con más cortesía y quizá obtengas mejores resultados! Todo lo que hiciste fue aparecerte en la puerta y preguntarme si estaba lista.
—He descubierto que contigo es mejor usar mucha determinación. De modo que me conviene alimentarte bien.
—¡Otro comentario como ese —masculló Rachel, sonrojándose violentamente —y desayunarás completamente solo!
—Perdón —dijo él, sin sonar arrepentido en absoluto—. Me alegro de que tú también seas madrugadora. Tenía miedo de tener que sacarte de la cama. Tenemos algo en común ¿no te parece fantástico? —Se detuvo en la mitad de la escalera y la atrajo hacia él. —Buen día, Rachel, cariño.
Y se inclinó para besar el sorprendido rostro de ella.
—¡Cuidado! —chilló Rachel, temiendo perder el equilibrio.
—Tranquilízate —sonrió Jesse, divertido—. No te dejaré caer. —Prosiguió con su beso, un beso posesivo e intenso que dejó a Rachel sin aliento—. Iba a hacer esto cuando abriste la puerta hace un minuto, pero me temo que hubiéramos llegado muy tarde al desayuno.
—¿Y la comida es mucho más importante? —preguntó Rachel, mientras reanudaban el descenso, tratando de ignorar el brillo en los ojos verdes de Jesse.
—¿Estás insinuando que preferirías regresar a la habitación? —preguntó él con mucho interés.
—¡No!
Jesse rió alegremente y la guió hacia el luminoso comedor, que había sido diseñado para dar a los huéspedes la impresión de estar en un jardín.
—La otra noche cuando te acobardaste y huiste antes del desayuno, te perdiste la oportunidad de probar una de las mejores tortillas del mundo.
—¡No me acobardé! —replicó Rachel—. ¡Debiste darte cuenta que nunca pensé pagar esa deuda! Ninguna mujer decente lo hubiera hecho.
—Es sólo una cuestión de tiempo, cariño— la corrigió Jesse, mientras la ayudaba a sentarse—. Tarde o temprano la vas a pagar. ¿Qué quieres comer? —prosiguió amablemente cambiando de un tema a otro como si ambos tuvieran la misma importancia.
—Que no te vengues de mí, espero —replicó Rachel, tomando un menú.
—Mi vida, reclamar las ganancias no es vengarse —le explicó Jesse con paciencia, como si hablara con un niño malhumorado—. Uno de estos días serás sincera contigo misma y conmigo y lo admitirás. ¿Qué te parece si pedimos huevos Benedict?
Rachel, que no lograba concentrarse en la comida, a pesar de tener bastante apetito, asintió con la cabeza. ¿Cómo diablos iba a hacer para llevar adelante sus planes? Jesse parecía estar siempre a cargo de todo cuando ella estaba con él. Era necesario obtener más control de la situación, para poder ser ella la que marcara el paso de esta extraña cacería.
—Preferiría que no fruncieras el ceño tan temprano a la mañana —comentó él—. Un capricho mío, sin duda, pero me gusta cuando sonríes.
—Será mejor que te acostumbres a verme con mala cara si pretendes perseguirme durante qué sé yo cuánto tiempo —replicó Rachel con voz dulce.
—¿Viste? Puedes sonreírme cuando lo intentas —declaró Jesse, complacido.
—Ese tipo de expresión se considera por lo general como una sonrisa ácida —le informó Rachel con altivez.
—Por ahora aceptaré lo que venga —dijo él con bastante filosofía—. Quizá dentro de unos días haya logrado obtener sonrisas más cálidas.
—¿Qué quieres decir con eso de dentro de unos días? ¿Cuánto tiempo piensas quedarte en Carmel, Jesse? —preguntó Rachel con recelo.
—Anoche, luego de regresar a mi habitación, me di cuenta de que este proyecto podía llegar a tardar más de lo que había planeado, al principio —admitió con pesar.
—No creíste que te iba a echar ¿verdad? —comentó Rachel con satisfacción.
—Decidí tomarme las mismas vacaciones que tú —prosiguió Jesse, pasando por alto el comentario de ella—. Pasaré dos semanas aquí en Carmel, contigo, querida. No importa qué hagas o adonde vayas, estaré contigo todo el tiempo.
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Ya mis queridas lectoras, aqui un nuevo capitulo y nuevamente pido disculpas por el error en el capitulo anterior.
Besos
Emy_Rodriguez Groff- -
Mensajes : 1446
Fecha de inscripción : 25/05/2011
Edad : 43
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
Me ENCANTO fue HERMOSO siguelo!... Por favor
mari71087**** - Mensajes : 191
Fecha de inscripción : 17/04/2013
Edad : 25
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
Me gusto, actualiza pronto
Wafialex*** - Mensajes : 100
Fecha de inscripción : 04/04/2013
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
emy !! actualiza porfiss
esta muy bueno <3
i love st.berry
esta muy bueno <3
i love st.berry
franciscagleek***** - Mensajes : 207
Fecha de inscripción : 11/09/2011
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
Me encanto! Porfa actualizalo pronto :3
Vane-gLeek** - Mensajes : 55
Fecha de inscripción : 03/12/2012
Edad : 27
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
Locura de Fin de Semana
Capitulo 9
La tenacidad de Jesse me enamora..
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Durante un momento Rachel lo observó en silencio.
—No puedes —arriesgó por fin —tomarte dos semanas de vacaciones sin arreglar todo en la oficina. Eres el jefe.
—Esa es precisamente la razón por la que puedo hacerlo —rió Jesse—. La jerarquía tiene sus ventajas.
Era obvio que quería ver la reacción de ella ante la noticia de que pensaba seguirla durante toda su estadía en Carmel.
—Una verdadera optimista como yo sabe buscar la oportunidad aun en medio de la crisis —dijo Rachel con una sonrisa desafiante.
Y era cierto, agregó en silencio. Lo que necesitaba ahora era un plan de ataque. Iba a tener a su adversario cerca durante las próximas dos semanas. Ya era hora de dejar de defenderse y comenzar a organizar una ofensiva.
—Una filosofía excelente —asintió Jesse, con expresión divertida—. Creí que ibas a anunciarme tu partida y que desaparecerías en la próxima oportunidad.
—Algo en el estilo de "en este pueblo no hay lugar para los dos" —dijo Rachel cuando se acercó el camarero para tomar los pedidos.
—Algo en el estilo del pánico —la corrigió Jesse cuando el camarero se marchó.
—Me subestimas —replicó Rachel con frialdad.
—¿Cómo puedes decir eso? ¡Ya te escapaste una vez!
—¿Estás deseando que huya? —preguntó Rachel, inclinando la cabeza hacia un lado.
—No, no —dijo Jesse con una ancha sonrisa—. No hay duda de que será mucho más fácil para mí que te quedes en un solo lugar.
—No me quedo para facilitarte las cosas. ¡Me quedo porque no tengo intención de permitir que me arruines las vacaciones!
—Confío en que te haré cambiar de idea.
—Y yo confío en que podré demostrarte que no vas a tenerme bajo tu dedo —declaró Rachel con firmeza.
Se sintió entusiasmada al contemplar sus potenciales planes de acción.
—Bajo mi dedo no es exactamente donde quiero tenerte —rió Jesse Prefiero la posición de anoche. —Observó complacido cómo Rachel se sonrojaba—. ¿Qué te gustaría hacer después del desayuno? —prosiguió imperturbable, como si estuviera hablando del tiempo.
Un plan de ataque se dijo Rachel, con firmeza. Necesitaba un esquema con un enfoque lógico del problema. Algo que lo hiciera consciente de ella en la misma forma que ella lo era de él. Un plan para que él la deseara para más que una aventura de fin de semana. ¡Jesse St.James iba a aprender que ella era más que un desafío pasajero! De otro modo Rachel tendría que convencerse de que no había forma de profundizar los sentimientos de él más allá del actual deseo físico.
¿Cuáles eran los métodos tradicionales que usaban las mujeres a través de los años cuando querían seducir a un hombre y probar la intensidad de sus sentimientos? De pronto se le ocurrió. La táctica más simple y básica que podría decirle mucho acerca del potencial de sentimientos de Jesse. Los celos. Trataría de darle celos y observaría la reacción.
—No sé que es lo que voy a hacer luego del desayuno —informó, sintiendo que había dado el primer paso en este extraño y peligroso juego—. Estoy esperando una llamada de Blaine.
—Bien —respondió él con la misma calma—. Estoy seguro de que los tres podremos encontrar algo de qué hablar durante una caminata matinal.
No era una reacción demasiado prometedora, decidió Rachel, deseando poder leerle los pensamientos en esos ojos verdosos.
—No te invité a venir con nosotros —murmuró mientras el camarero ponía el plato delante de ella.
—Vamos —la reprendió Jesse—. ¿No vas a ser grosera con un amigo que está de visita ¿verdad?
—Si el amigo eres tú, pues me temo que sí. Sé que comprenderás —dijo Rachel, con burla—. Después de todo, ahora que no tengo a Noah, tengo que buscar un reemplazante. A mi edad ya no se puede perder tiempo.
—¡Santo Cielo! No estarás pensando en arrastrar al pobre Blaine al altar, ¿verdad? ¿Luego de una sola salida?
Parecía genuinamente escandalizado y Rachel de no haber estado tan ocupada planeando sus próximas jugadas, hubiera reído en voz alta.
—Una tiene que mantenerse abierta a las oportunidades. Quizá Blaine resulte ser nada más que una aventura de vacaciones, pero existe la posibilidad de que sea más que eso —le explicó amablemente.
—Entiendo —dijo Jesse con ironía, comiendo con expresión meditabunda mientras observaba el rostro sereno de Rachel—. ¿Por qué no haces lo mismo conmigo y comenzamos a explorar las... las posibilidades?
—No, tú ya dejaste en claro que lo único que buscas es una aventura de fin de semana —comentó Rachel, sacudiendo la cabeza—. Además, Blaine es muy atractivo.
—No lo sé. Anoche estaba sentado demasiado lejos de la mesa como oír la conversación —dijo Jesse con un dejo de resentimiento.
—Pues ahora lo sabes. Es de la zona de San Francisco. ¡Tú sabes cuánto más sofisticados que nosotros son los del norte de California! Es un alivio encontrarse con un hombre que no use pantalones de lona celestes con un cinturón al tono.
—No hables como si me hubieras visto usando esas cosas —le advirtió Jesse, riendo—. ¡Ni siquiera tengo un par de pantalones de lona y mucho menos un cinturón al tono!
—Bueno, pero te imaginas a qué me refiero.
—¿Sabes lo que pienso? —anunció Jesse con serenidad—. Pienso que Blaine te resulta atractivo porque te recuerda a Noah Puckermann. Es un grave error, te das cuenta, tratar de reemplazar al hombre equivocado por otro igual que él.
Rachel se sorprendió al ver que Jesse también había visto ese superficial parecido entre Noah y Blaine, pero logró encogerse de hombros y sonreír con descuido.
—Ya tengo edad para elegir a los hombres, gracias. Si necesito consejos, no dudaré en recurrir a ti —Apoyó el tenedor sobre el plato y dejó la servilleta sobre la mesa—. Bueno, si no te importa, creo que subiré a mi habitación. Espero que pases un día tan bueno como el que pienso pasar yo.
—No hay razón para que no sea así, ya que pienso seguirte de cerca.
—Quizá le sugiera a Blaine que demos un paseo en auto —amenazó Rachel—. ¡En ese caso, creo que te resultará difícil seguirnos!
—No lo sé. ¿Cuáles son los lugares lógicos para pasear por aquí? ¿Las Diecisiete Millas a través del bosque Del Monte? ¿La zona de Big Sur? ¿Monterrey? Son todos paseos lentos donde será fácil no perderlos de vista. Todavía tengo el auto que alquilé, de modo que no será un problema. Claro, quizá sea difícil explicarle a Blaine por qué los siguen. Tengo una idea mejor por si piensas pasar todo el día con él. Quédate en Carmel y yo me mantendré discretamente oculto. Será mucho más fácil para los dos. ¿Qué te parece? —concluyó alegremente.
Rachel frunció el ceño, preguntándose qué le hacía pensar a Jesse que podría mantenerse discretamente oculto. Con su tamaño y su color de cabello, llamaría la atención en cualquier lugar.
—¿Me prometes que no nos molestarás? —preguntó.
—Hasta la mágica hora de las diez, cuando tu carroza volverá a convertiese en una calabaza —prometió Jesse con una luminosa sonrisa.
—¿Pretendes que vuelva a poner fin a la cita a las diez si es que termino saliendo con Blaine? —preguntó Rachel con frialdad, arqueando una ceja.
—Naturalmente. La táctica básica de la estrategia es que te despidas todas las noches en mis brazos ¿recuerdas?
En un momento de inspiración, Rachel reprimió los comentarios y con una encantadora sonrisa se levantó de la mesa y se dispuso a marcharse
—Rachel —dijo Jesse detrás de ella, con una peligrosa voz de seda.
—¿Sí? —Ella se detuvo con un gesto de burlona cortesía.
—Te das cuenta de que no estoy bromeando, ¿verdad? No me gustaría que te llevaras una impresión incorrecta sólo porque he perdido el tiempo permitiéndote un poco de diversión.
—¿Por qué habría de llevarme una impresión incorrecta? Has sido muy claro —dijo ella y esperó.
—Sólo quería asegurarme. Por un momento me pareció ver en tus ojos la misma expresión que vi la otra noche cuando jugamos a los naipes. Como si creyeras que todavía seguimos jugando.
—¿Acaso no es eso lo que estás haciendo? —preguntó ella con tono impertinente.
—Sólo en un sentido, mi vida —terció él—. Voy a ganar otra vez.
El resto del día se convirtió en una cacería que exasperó a Rachel. Blaine llamó y quedaron en pasar la tarde juntos, recorriendo las tiendas de antigüedades y artesanías. En un pueblo tan pequeño, a Jesse le resultó sumamente fácil aparecerse en distintos momentos del día. Rachel salía de una tienda con Blaine a sus espaldas, y tropezaba con Jesse que se disponía a entrar. Si se detenía a observar una vasija de cerámica, veía a Jesse pagando algo en la caja. De vez en cuando él la saludaba alegremente desde el otro lado de la calle, como si fueran grandes amigos.
—¿No es ese el tipo que estaba en el corredor cuando te llevé de vuelta anoche? —preguntó Blaine en una oportunidad, cuando Jesse se metió delante de ellos en una tienda.
—Sí, supongo que estará buscando ese objeto de arte que mencionó —respondió Rachel muy suelta de lengua, preguntándose qué estaría pensando Jesse de este nuevo juego.
No parecía muy molesto de verla con Blaine. ¡No había nada que indicara que estuviera celoso!
Con mucha deliberación, Rachel rozó la mano de Blaine. De inmediato él se la tomó en la suya y le sonrió. Era una lástima, pensó Rachel mientras le devolvía la sonrisa, que ya se estuviera aburriendo de Blaine. Pero se aseguró que Jesse viera que él la tenía abrazada mientras miraban la vidriera de una librería. Gimió para sus adentros al ver que no lograba nada. Jesse los saludó alegremente y siguió de largo. La única expresión que Rachel vio en los ojos verdes durante el instante que se cruzaron con los de ella fue una de franca diversión.
Durante la tarde Rachel fue a la playa con Blaine, donde tuvo que escuchar un largo resumen de sus operaciones inmobiliarias más brillantes. Era un hombre agradable, se dijo Rachel, pero la idea de cenar con él no la tentaba en absoluto y sabía que seguramente la invitaría. Por otra parte, necesitaba su colaboración...
Fue entonces cuando se dio cuenta de que sería necesario manipular a los dos hombres para lograr su objetivo. El pensamiento la perturbó y la hizo sentir algo culpable.
A pesar de eso, a las diez de la noche Rachel se encontró bailando entre los brazos de Blaine en el salón del hotel. Fue él quien sugirió el lugar y Rachel estaba tensa, esperando que Jesse apareciera a la hora señalada y la humillara de alguna forma. Cada minuto después de las diez le pareció una eternidad, a pesar de que se esforzó por sonreír y conversar amablemente con Blaine. No había señales de Jesse.
—¿Te gustaría ir afuera para el tradicional golpe de aire fresco? —sonrió Blaine con intención a eso de las diez y cuarto—. Hace calor aquí, y no hay nada mejor que una brisa marina y la luz de la luna...
—¿No hay nada mejor para qué? —bromeó Rachel.
No deseaba salir con él, pero sabía que sería una jugada inteligente.
—¿Quieres averiguarlo? —sugirió Blaine, guiándola hacia los ventanales que daban a una gran terraza.
Rachel lo observó y tuvo que contenerse para no fruncir el ceño. A juzgar por la expresión en el rostro de Blaine, no había duda de lo que le esperaba allí afuera. ¡Pues bien, ya era una mujer adulta y en ese momento necesitaba la atención de Blaine! Lo único que deseaba era que Jesse apareciera a tiempo para ver el beso que se acercaba...
—He pasado un día muy agradable, Rachel —dijo Blaine, masajeándole la espalda con lo que ella supuso que era un gesto sensual.
Lo único que sintió fueron deseos de alejarse. Se contuvo y le respondió con tono amable. ¿Dónde estaba Jesse? Faltaba poco para que fueran las diez y media.
—Yo también, Blaine. Me has hecho comenzar muy bien las vacaciones. —Rachel bostezó con delicadeza—. Creo que tenías razón acerca de la brisa marina. Su efecto se está haciendo sentir. No sé si es eso o la larga caminata que dimos esta tarde.
—¿Otra vez tienes sueño? —rió Blaine, acercando la boca a la de Rachel—. Quizá sea hora que vayas a la cama —agregó con deliberación y luego la besó.
Rachel aceptó el beso sin protestar y se asombró al ver qué poco excitante era ese contacto con Blaine. Aunque Jesse no lograra nada más, la había hecho volverse exigente respecto de los besos a la luz de la luna, pensó.
—Eres una mujer muy interesante, Rachel —dijo Blaine, disponiéndose a profundizar el beso que a Rachel comenzaba a aburrirle—. Me alegro de que nos encontráramos ayer en la playa.
Los labios de Blaine acariciaron la comisura de la boca de ella y Rachel sintió deseos de terminar con eso de una vez.
¿Y si el poco tiempo que había pasado con Jesse la había vuelto exigente para más que los besos? pensó con una extraña sensación. ¿Y si era más profundo que eso y su maravilloso perseguidor se había marcado tan indeleblemente en su mente que se pasaría el resto de la vida comparando a otros hombres con él?
¡No! Rachel se juró con vehemencia que ganaría ese juego. Jesse St.James iba a aprender cuál era la diferencia entre el amor y el deseo.
—Te invitaría a la casa —murmuró Blaine al oído de Rachel—, pero por desgracia mis amigos no han salido hoy...
Dejó la oración en suspenso con una nota interrogante en la voz.
—¿Y entonces quieres que yo proponga ir a mi habitación? —dijo Rachel con tono burlón.
—Bueno, se me había ocurrido esa posibilidad —sonrió Blaine, aparentemente confundiendo la mirada divertida de Rachel con una expresión apasionada.
Rachel abrió la boca para decirle que a pesar de que había pasado una velada agradable, no pensaba iniciar una fogosa aventura de vacaciones. La cerró de inmediato al notar un movimiento en el salón. Aun en la penumbra pudo ver el cabello rizado y el cuerpo musculoso. ¡Jesse! Esta era la oportunidad que había estado esperando...
—No... no sé qué hacer, Blaine —dijo, tratando de hablar con voz vacilante—. Después de todo, acabamos de conocernos y... —lo miró con expresión suplicante, como para darle a entender que necesitaba que la convenciera.
Quería que el próximo beso de él llegara en el momento apropiado.
—Creo que juntos lo vamos a pasar muy bien —sonrió Blaine, inclinándose para besarle los labios entreabiertos.
Rachel decidió que se preocuparía más tarde por las falsas impresiones que podría estar creando. Sólo una cosa le importaba ahora. Y eso era que él la besara en el instante apropiado.
Blaine la rodeó con los brazos y Rachel tuvo que admitir que la besaba con bastante prudencia, pero no despertó ninguna reacción en ella. Lo único que podía pensar era si Jesse tendría una buena visión de la terraza.
Por encima del hombro de Blaine vio que su adversario trasponía los ventanales y salía a la terraza, encaminándose directamente hacia ellos. La dulzura de su expresión le hizo perder el ánimo. Aun peor, decidió Rachel tristemente, parecía haber risa en esos ojos. ¡Por cierto que no eran celos!
—Allí está, señorita Berry —declaró Jesse alegremente, deteniéndose junto a Blaine, que soltó a Rachel con expresión agitada—. El empleado de la recepción la ha estado buscando por todas partes. Le dije que si la veía le pasaría el mensaje.
—¿Qué mensaje? —preguntó Rachel, sospechando algo.
La expresión de Jesse era demasiado inocente.
—Pues que llamó su marido y dijo que llegará mañana en el avión de las seis y treinta —concluyó Jesse con tono servicial.
Rachel fue la única que vio la expresión diabólica debajo de la sonrisa cortés.
—¡Tu marido! —exclamó Blaine, escandalizado.
—¿Qué? —dijo Rachel, tan sorprendida como él.
Echó una mirada vengativa en dirección a Jesse y se volvió hacia Blaine, que se disponía a alejarse rápidamente.
—Blaine, escúchame —le ordenó, fastidiada por la cobardía de él.
—¡Dijiste que no estabas casada! —la acusó él—. ¿En el avión de las seis treinta, eh? ¡Santo Cielo, probablemente nos hubiera encontrado en la cama! ¡Supongo que habías estado buscando un poco de diversión hasta que llegara tu marido, pero no es justo que me hayas usado en esta forma!
—¿Por qué no te callas de una vez? —dijo Rachel con tono malévolo, advirtiendo el interés que demostraba Jesse por los acontecimientos. Deseó poder gritarle a él en lugar de a Blaine—. ¡No olvides que tú estabas muy contento de poder utilizarme a mí! ¡Querías que te invitara a mi habitación!
—Eso fue antes de... —protestó Blaine, retrocediendo ante la iracunda expresión de Rachel.
—No trates de hacerme creer que tus intenciones eran honorables —rugió ella—. ¡Es más, creo que ninguno de ustedes dos conoce el significado de esa palabra! —Se volvió para incluir a Jesse en su arrebato. Al ver que alguien más estaba por recibir el peso del sermón, Blaine retrocedió aun más. —Ustedes se parecen mucho, ¿no es cierto? Ambos están tratando de ver qué pueden conseguir pagando lo menos posible. Una aventura de fin de semana, un romance de vacaciones ¿qué importa? Se divierten un poco y eso es todo. Pues se pueden ir al diablo, ¿me oyen? ¡Y ya que están, pueden ir juntos; tendrán muchísimo de qué hablar durante el camino! Estoy segura de que se divertirán mucho contándose sus aventuras con mujeres. Pero ¿saben una cosa? ¡Apuesto a que todas esas mujeres ya se olvidaron de ustedes! Al fin y al cabo, cuando los hombres se parecen tanto, es difícil identificarlos en la mente. Eso es, Blaine. ¡Huye como un cobarde, no me importa en absoluto! —concluyó, golpeando el pie contra el suelo, al ver que una de sus víctimas se escapaba.
—Yo sigo aquí —dijo Jesse, con tono amable—. Puedes gritarme todo lo que quieras. No escaparé, querida.
—¡Y tú, Jesse St.James, deberías avergonzarte de decir semejantes mentiras! —exclamó Rachel girando para enfrentarlo con las manos sobre la cadera y una expresión feroz—. ¡Mira lo que has hecho! ¡Arruinaste toda mi velada!
—Te advertí que después de las diez todo se convertiría en una calabaza —Jesse sonrió, complacido ante el resultado que había tenido su anuncio de hacía unos minutos. —¿Cómo puedes decir que te arruiné la velada cuando te salvé de tener que luchar contra los avances de tu amigo?
—Quítate esa sonrisita del rostro —le ordenó ella—. ¿Quién dijo que quería defenderme?
—Ahora eres tú la que mientes —rió Jesse, acariciándole la mejilla en un gesto casi afectuoso—. Lo vi en tus ojos. No te estabas concentrando para nada en el beso de Anderson.
—¿Cómo lo sabes? —lo desafió ella.
—¡En primer lugar, si hubieras estado a punto de desmayarte de pasión hubieras cerrado los ojos, en lugar de abrirlos y mirarme! En segundo lugar, no tiene importancia. Es suficiente que te diga que sé que te he hecho un favor. ¡Además ya eran más de las diez, mi vida! —le recordó—. Te aclaré que las reglas del juego las establecía yo. ¿Creíste que iba a permitir que las rompieras?
—¡Las reglas del juego! —repitió ella furiosa—. ¡Es así como ves todo este embrollo! ¿Verdad? ¡Un juego! ¡Al diablo con los hombres! ¡Preferiría no volver a verlos a ti ni a Blaine por el resto de mi vida!
—¿Terminaste? —preguntó Jesse con tono cortés—. En ese caso me gustaría aprovechar la oportunidad de informarte que soy muy diferente de tu amigo Anderson y que comienza a molestarme que me compares con él.
—¡Dime una razón por la que eres diferente! —exclamó ella.
—Él hecho de que todavía sigo aquí esperando que te tranquilices mientras que él huyó hace un rato, debería ser suficiente para convencerte de que hay una diferencia fundamental entre nosotros —sonrió Jesse.
—¿Y? —rugió Rachel—. ¡La única diferencia que noto es que tú eres un poco más persistente!
—Soy mucho más persistente, mi vida. Casualmente, estoy decidido a ganar este "juego". También soy diferente en algunas otras cosas —agregó con una mirada traviesa—. Ahora que permití que lo besaras deberías haber dado cuenta de eso.
—¡No me permitiste que lo besara! —exclamó Rachel—. Yo le di pie. ¡Quería que lo hiciera! —Jesse la guiaba hacia la entrada al salón y Rachel se dio cuenta de que tendría que hacer algo si no quería ir a parar directamente a la cama.
—Te vi salir con él hace unos minutos. Decidí darte un poco de tiempo para poder comparar y convencerte de que el lugar indicado para ti son mis brazos...
—Bueno —lo interrumpió Rachel con falsa serenidad—. Si vas a permitirme hacer comparaciones hasta las diez de la noche, creo que podré soportar que me persigas hasta que te canses. ¡Pueden suceder muchas cosas antes de las diez, si uno planea con cuidado!
¿Es que no había esperanzas?. Se preguntó Rachel con pesar. ¿Acaso Jesse no se había sentido nada celoso?
—Olvídalo —dijo él con expresión divertida—. Me estoy dando cuenta que no me gusta hacer el papel del enamorado paciente. Si quieres mantener los derechos que te di para elegir el tiempo y el lugar de nuestro fin de semana, será mejor que dejes de entablar amistad con todos los Blaine Anderson de este mundo.
Rachel lo miró por el rabillo del ojo, preguntándose si habría logrado darle celos.
—Mientras vuelva a las diez estaré cumpliendo las reglas ¿no es así? —preguntó al tiempo que él la guiaba hacia el vestíbulo.
—Cambié las reglas —murmuró Jesse.
—No es justo —protestó Rachel.
Era necesario hacer algo y rápido. Jesse parecía dispuesto a ir directamente a la habitación.
—Nadie te prometió justicia, sólo muchas reglas —replicó él—. ¿Y ahora qué? —preguntó al ver que ella se resistía a subir las escaleras.
—Todavía no estoy lista para subir.
—¿Ah, no? ¿Y qué te gustaría hacer? —preguntó él con tono burlón.
—Me gustaría tomar otra copa en el salón de baile —sugirió Rachel, diciendo lo primero que se le cruzó por la mente—. Quizá bailar un poco más. Al fin y al cabo estoy de vacaciones ¿recuerdas?
—Lo recuerdo —asintió él con inesperada suavidad, dirigiéndose de nuevo hacia el salón—. Yo también estoy de vacaciones.
Jesse pidió las bebidas y cuando las sirvieron, se puso de pie.
—Dijiste que querías bailar, ¿no es así?
Rachel vaciló, presintiendo un cierto peligro. Pero si quería posponer la inevitable escena en el dormitorio, no tenía alternativa. Sin una palabra, lo siguió hasta la pista de baile.
Los brazos de Jesse se cerraron alrededor de ella y el traicionero cuerpo de Rachel respondió de inmediato, como si hubiera reconocido un puerto familiar. Jesse la abrazó con más fuerza y presionó la cabeza de Rachel contra su hombro. Ella sintió la satisfacción de él, pero no tuvo la fuerza de resistirse. ¿Qué podía tener de malo bailar un poco? ¡Era tan agradable estar entre los brazos de un hombre hecho a su medida!
—¿Viste qué lindo que puede ser todo cuando no luchas contra mí? —le susurró Jesse al oído—. ¿Por qué quieres perder el tiempo con hombres como Blaine Anderson? Vamos a ser muy felices, tú y yo.
Rachel suspiró suavemente.
—Blaine dijo algo muy parecido —comentó y sintió que Jesse se ponía rígido. ¿Se había enojado? se preguntó esperanzada—. Los hombres hacen muchas promesas, pero a mi edad una mujer debe sabe distinguir la verdad ¿no crees?
—Si puede —dijo él con tono brusco—. ¡Algunas mujeres necesitan ayuda para ese tipo de cosas!
—¿La ayuda de un hombre más grande y más sabio? —sugirió Rachel con tono inocente.
—¡En este caso sí! Rachel, por tu propio bien, no vuelvas a mencionar a Blaine Anderson. ¡Ya he sido demasiado paciente contigo en el día de hoy!
Rachel sintió la fuerza de los dedos de él que se movían por la curva de su espalda. ¿En qué estaría pensando? ¿Estaría fastidiado o quizá un poquito celoso? ¡Era tan fuerte! pensó como en un sueño. Pero hasta ahora no había usado esa fuerza para lastimarla. ¿Qué podía llegar a hacer él si Rachel encendía en él esa pasión que ansiaba despertar? Estás jugando con fuego otra vez, se reprendió Rachel con severidad. ¿Pero qué otra forma había de averiguar si Jesse sentía algo más por ella que interés por el desafío que representaba hacerle pagar esa maldita deuda?
—Así está mejor —murmuró enseguida, al ver que ella no replicaba con sequedad a su comentario—, ¡Me gusta tu rapidez, querida, pero hay un lugar y un tiempo para todo!
Rachel se contuvo para no responderle y recibió la recompensa de un abrazo más intenso. Este tipo de cosa creaba adicción, decidió. ¡Una terminaba poniendo cualquier excusa para pagar las deudas!
Fue el ruido de un bullicioso grupo de personas que se preparaba para salir del salón de baile, lo que finalmente llevó a Rachel a tramar algunos planes.
Jesse la había ayudado a sentarse y ahora le sonreía con una expresión de anticipación que dejaba bien en claro lo que estaba pensando. Rachel se reprendió mentalmente y se decidió a actuar.
—Si no te importa —sugirió suavemente, sin atreverse a mirarlo a los ojos—, me gustaría subir a mi habitación.
—No me puedo quejar, ya que durante todo el día he estado esperando el placer de acompañarte arriba —dijo Jesse con voz baja y seductora que hizo que algo vibrara dentro de Rachel
«¡Diablos!» se dijo, furiosa. «¡Soy el cazador y no la presa! ¡Tengo que dejar de actuar como la presa cada vez que veo ese brillo en sus ojos!»
Un bullicioso grupo se encaminó hacia el vestíbulo. Rachel sabía que varios de ellos tenían habitaciones en el mismo piso que ella; con un poco de suerte, se dirigirían hacia la misma escalera hacia la cual iba Jesse.
—¿Estás nerviosa? —preguntó él de pronto.
—Claro que no. ¿Por qué debería estarlo? Yo soy la encargada de decidir cuándo hay que decir buenas noches ¿verdad? —replicó ella con una sonrisa burlona.
—Quizá te lo pregunto porque soy yo el que está un poco nervioso —dijo Jesse con pesar.
—¡Tú! —exclamó Rachel, mirándolo con expresión sorprendida—. No te creo. ¡Nunca te he visto nervioso!
—Creo que le tengo un poco de miedo a tu fuerza de voluntad.
—¿Te refieres a lo que sucedió anoche? —preguntó ella con satisfacción.
—Nunca me gustó darme duchas frías. En especial cuando sé que no son necesarias —rió Jesse.
Las parejas que Rachel había reconocido estaban subiendo las escaleras delante de ella y de Jesse. Todo dependería de la forma en que sincronizara sus movimientos.
—Quizá —comentó con ironía—, podría tener menos fuerza de voluntad si pensara que tú estás nervioso.
—¿El hecho de saber que estoy algo inseguro te haría sentirte más dueña de la situación? —adivinó él con gran percepción.
—¡Tu seguridad para todo lo que haces me resulta deprimente! Y además, eres demasiado persistente. ¡No sólo en este loco juego en el que me obligas a participar, sino en los negocios, en tu manera de tratar a la gente, en todo! —se lamentó Rachel.
—Es gracioso —sonrió Jesse alegremente—. Tenía la misma impresión acerca de ti. Una mujer a la que debe encararse en forma emprendedora si se desea ser respetado...
Pero Rachel ya no lo escuchaba. Toda su atención estaba fija en el grupo de jóvenes algo borrachos que caminaba delante de ellos. Sacó las llaves del bolso y esperó la oportunidad. Al llegar al final de la escalera, todos se detuvieron mientras dos de las parejas deliberaban acerca de cuál habitación usar para tomar el último trago de la noche.
Jesse comenzó a abrirse paso cortésmente y Rachel logró zafarse y rodear al grupo por el otro lado. Durante unos preciosos minutos estuvo a solas.
Metió la llave en la cerradura, al tiempo que echaba una mirada por encima de su hombro. Vio que Jesse había logrado trasponer el embotellamiento humano y se acercaba hacia ella. De pronto él advirtió la intención de Rachel y ella supo que iba a salirse con la suya. De repente se sintió alegre y muy dueña de la situación. Le dedicó una sonrisa cálida, divertida y desafiante y acto seguido entró en la habitación y cerró la puerta detrás de sí.
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Espero sus comentarios, para subir el nuevo capitulo, ya nos estamos acercando al final
Emy_Rodriguez Groff- -
Mensajes : 1446
Fecha de inscripción : 25/05/2011
Edad : 43
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
Ay! *0* ME ENCANTO Había pasado tanto tiempo que había olvidado lo bien que escribes, y lo PERFECTA que es la historia :D Amo que Rach quiera controlarse y no pueda; Y Jesse tan posesivo en un amor (: Actualiza pronto por favor!!! Necesito leer St. Berry
Julietta St. James****** - Mensajes : 351
Fecha de inscripción : 24/01/2013
Edad : 27
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
Locura de Fin de Semana
Capitulo 10
Hay que ver si es celoso o no!!!!
.
El segundo paso del plan para darle celos a Jesse se le ocurrió no bien se despertó a la mañana siguiente. Luego de ducharse, marcó el número de la recepción e hizo su pedido.
—Eso es. Una rosa roja. De tallo largo. Que el florista me la mande esta tarde, alrededor de las seis, por favor. Ah, casi me olvido de la tarjeta... —Rachel pensó con todas sus fuerzas. Quería algo con el toque exacto de pasión—. Que la tarjeta diga: "Cometí un terrible error. ¿Es que todavía hay posibilidad para nosotros?" y fírmelo Noah. ¿Entendió? Le agradezco muchísimo. Sé que el pedido le resulta algo inusual. Sí, muchas gracias.
Rachel colgó el auricular con una sonrisa complacida e instantes después oyó que golpeaban a la puerta.
Se puso de pie deprisa y luego de controlar su apariencia en el espejo, se dirigió hacia la puerta. La abrió en el preciso momento en que Jesse se disponía a volver a golpear.
—Buen día, Jesse —dijo con una sonrisa luminosa—. ¿Otra vez olvidé que teníamos cita para desayunar?
—¿Cómo lo adivinaste? —preguntó él, entrando en la habitación antes de que ella pudiera salir al corredor. Cerró la puerta detrás de sí—. Pero hay una o dos cosas de las que tenemos que hablar antes de bajar —agregó.
Recorrió el cuerpo de ella con los ojos, pero no dio indicios de sí estaba o no resentido por lo de la noche anterior.
—¿Cuáles? —preguntó ella con tono ligero, tratando de disimular el temor que le despertaba la presencia de él en la pequeña habitación.
Le indicó que se sentara en una silla y ella se acomodó sobre un extremo de la cama, observándolo con enormes ojos inocentes.
—Que anoche estuviste a punto de hacerme perder la paciencia —murmuró Jesse, echándose hacia atrás y observándola con atención—. Tuve que soportar el hecho de que anduvieras regalando los besos que me cuesta tanto sacarte, pero que te comportaras en forma tan cobarde al llegar aquí fue demasiado.
—¿Ah, sí? —preguntó Rachel con interés, mirándolo con la cabeza inclinada hacia un lado—. No me di cuenta de que te molestó lo que hice. Al fin y al cabo, no trataste de derribar la puerta ni hiciste un gran escándalo
—¿Era eso lo que deseabas? —preguntó Jesse con curiosidad.
—¡No, claro que no! —le aseguró ella con vehemencia.
—Te dejé llevarte esa pequeña victoria por consideración a tu orgullo. Parecías tan complacida con tu estrategia que me dio lástima arruinarte todo y exigirte que me dejaras entrar.
Rachel trató de disimular la sorpresa. Había estado segura de que Jesse no había hecho un escándalo porque quería salvar su propio orgullo. ¡No se le había ocurrido que podía desistir de perseguirla por consideración a sus sentimientos!
—Qué amable —se burló Rachel, pero por alguna razón, le creyó
—Sí, ¿no te parece? —comentó él con tono indolente—. Te di tiempo y algo de libertad con toda mi buena voluntad, pero has abusado de las dos cosas. ¡Creo que será mejor que acorte un poco las riendas, o correré el riesgo de que te vuelvas demasiado rebelde!
Rachel tuvo que esforzarse por no levantarse y huir.
—¿Qué? —dijo con tono ligero—. ¿Otra vez vas a cambiar las reglas? ¡No sé cómo pretendes que pueda seguirte el juego, si vas a usar esas tácticas sucias!
—No quiero jugar limpio; sólo quiero ganar. Ayer fue un día muy difícil para mí —le informó con un dejo de reproche en la voz.
—Pobrecito —dijo Rachel.
—Así es. De manera que estoy seguro de que comprenderás cuando te digo que no pienso volver a pasar otro día así.
Rachel aguardó, preguntándose con qué saldría ahora.
—Decidí que puedo perseguirte mejor si pasamos el día juntos. Esto de seguirte a distancia y verme obligado a contemplar cómo flirteas con otro hombre no está saliendo demasiado bien, sabes.
Rachel se sintió invadida por la esperanza. ¡Este sí que era un indicio de celos!
Jesse se puso de pie con una energía que la alarmó. Se levantó rápidamente, tratando de poner distancia entre ella y Jesse. No parecía fastidiado, sólo muy decidido.
—Vamos, Jesse —dijo ella con tono tranquilizador, mientras él se acercaba hacia ella.
—Vamos, Rachel —la imitó él tomándola del brazo y atrayéndola hacia sí—. Deja que te explique las nuevas reglas a las que deberás atenerte.
—Creo que no tengo ganas de escucharlas —protestó ella.
Le echó una mirada subrepticia y advirtió que era necesario tener cuidado.
—Pasaremos juntos nuestras vacaciones en Carmel —dijo él, ignorando las protestas de ella—. No entablarás amistad con hombres extraños como Blaine Anderson y te dedicarás exclusivamente a mí, así podré acelerar el proceso de hacerte pagar tus deudas. ¿No te parece sencillo y claro? —agregó, mirándola con una sonrisa en los ojos verdes.
—Muy claro —asintió ella con ironía.
Esta era justamente la oportunidad que necesitaba. Podía hacer que los planes de Jesse sirvieran también a sus propios propósitos. Necesitaba un poco de tiempo para ver en qué coincidían, para edificar la base de algo más que una simple aventura.
—Hazme acordar que agregue "entiende y cumple las instrucciones" en tu ficha personal cuando regresemos al trabajo —susurró Jesse, atrayéndola hacia él y apoderándose de sus labios en esa forma dominante a la que Rachel comenzaba a acostumbrarse.
Durante un largo y sensual instante sintió que su boca quedaba aprisionada bajo la de él y supo que si el beso se prolongaba volvería a reaccionar a esa fuerza sensual que él utilizaba en forma tan eficaz. Jesse levantó la cabeza, satisfecho.
—Vamos a desayunar. Sé que debes estar hambrienta y podremos seguir discutiendo frente a un plato de huevos con jamón. —La tomó del brazo y la guió hacia el corredor—. Después del desayuno, podrás ayudarme a buscar ese algo que necesito para poner sobre la repisa del hogar —continuó, mientras cerraba la puerta con llave.
—¿Era cierto que buscabas un objeto de arte? —preguntó Rachel con sorpresa, recordando que él había hablado de eso la otra noche, cuando Blaine la había acompañado hasta la habitación.
—Por supuesto. La decoradora me recomendó que pusiera algo sobre la repisa. Seguramente aquí encuentre algo. Además, tu gusto parece ser excelente —agregó para gran asombro de Rachel.
—¿Por qué dices eso? —le preguntó, cuando entraron al comedor.
—Creo que debería aclarar que tienes buen gusto para todo menos para hombres —rió Jesse, ayudándola a sentarse—. Pero una vez que haya corregido ese detalle, podré confiar en ti plenamente.
—Jesse, te hice una pregunta —insistió Rachel.
—¿Sobre cómo sé que tienes buen gusto? Visto que el gusto es algo tan personal, supongo que debería haber dicho que es compatible con el mío, en lugar de decir que es excelente —dijo él con tono pensativo, como si estuviera considerando un punto filosófico.
—¡Jesse!
—¡Una de las cosas que admiro en ti, mi dulce Rachel —dijo él sin inmutarse— es que una vez que empiezas con algo, sigues adelante hasta que algo importante te detiene! Está bien, responderé a tu pregunta. ¿Qué sé acerca de tus preferencias? Sé que te vistes bien, que te gusta la música clásica, léase Mozart y Vivaldi, y también sé que prefieres los vinos del Norte de California. Además estoy enterado de que lees libros de ciencia ficción, referentemente con muchas aventuras.
—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Rachel, atónita.
—Parte por observación —terció él con un brillo en los ojos.
— ¿Y el resto? —insistió ella, frunciendo el ceño.
—Alguna que otra pregunta discreta que dejé caer entre gente que te conoce —replicó él con tranquilidad.
—¡Jesse St.James! ¿Quieres decir que estuviste averiguando acerca de... de lo que me gusta y lo que no me gusta? ¿Le hablaste de mí a mis amigos? —Rachel estaba entre indignada y atónita.
—Fui muy sutil, de veras —dijo él con tono tranquilizador—. Felicítame.
—¡Felicitarte! —exclamó ella—. ¡Lo que debería hacer es tirarte un vaso de agua helada sobre la cabeza!
—Piénsalo bien, mi vida —le recomendó él con una sonrisa—. Imagínate el escándalo que armarías.
—¡No me importaría nada! —declaró Rachel—. ¿Pero por qué te tomaste la molestia de hacer esas averiguaciones?
Trató de apagar la chispa de esperanza que las palabras de él habían encendido.
—No me gusta emprender algo sin preparación previa —explicó él.
—¿Planeaste este fin de semana que me quieres forzar a compartir contigo? ¿Antes de la fiesta de Noah? ¿Siempre gastas tanto esfuerzo en aventuras de corta duración? —preguntó Rachel.
La chispa de esperanza comenzaba a arder con más fuerza.
—No. —Jesse le sonrió y Rachel supo que haría cualquier cosa con tal de ganar ese juego.
—¿Crees que un fin de semana conmigo va a ser algo especial? —preguntó con brusquedad, tratando de aparentar desinterés.
—Una experiencia memorable.
A pesar de la leve tensión que Rachel experimentaba en presencia de Jesse, la mañana transcurrió en forma muy agradable, decidió ella más tarde.
—Bueno, ¿qué te parece esto? —preguntó Jesse antes del almuerzo, mientras observaban una moderna escultura de metal que representaba un sol.
—No creo que sea lo que buscas. Se ve bien aquí en la tienda, pero no va a lucirse sobre tu repisa —opinó Rachel con tono pensativo—. No hay por qué apresurar la decisión —agregó, sin pensar en lo que estaba diciendo—. Vamos a estar aquí dos semanas y podremos hacer una escapada hasta Monterrey antes de decidirnos. Hay muchos anticuarios allí...
—Tienes razón, tenemos mucho tiempo —sonrió Jesse, tomándole la mano con una firmeza que no invitaba a resistirse.
Rachel no lo intentó.
Las flores frescas sobre la mesa del restaurante donde almorzaron, le recordaron a Rachel la rosa que había pedido para esa noche. ¿Lograría borrar esa masculina seguridad del rostro de Jesse por la romántica flor y la falsa nota de Noah?
—¿En qué piensas? —preguntó Jesse de pronto, interrumpiendo la ensoñación de Rachel justo cuando ésta estaba por hundir los dientes en un emparedado.
—En la librería de aquí al lado —inventó ella de inmediato—. Se me ocurrió que podría ser lindo echarle un vistazo después de almorzar.
—De acuerdo. —Jesse sonrió—. ¿Estás segura de que era eso lo que tenías en mente? Estoy aprendiendo a leer las miradas de esos ojos de gata, sabes. Todavía no he descifrado todas las expresiones, pero me falta poco. ¡Estoy seguro de que luego de que hayamos hecho el amor, no podrás mentirme sin que me dé cuenta!
—¡Jesse! —exclamó Rachel, a punto de atragantarse con el emparedado—. ¡No te atrevas a decir algo así en público! ¡No creas que porque permito que pases el día conmigo voy a tolerar ese comportamiento!
Frunció el ceño, con indignación al advertir que se sonrojaba. Era muy desconcertante estar sentada frente a un hombre que no tenía inhibiciones acerca de dejar en claro su deseo. ¡Iba a tener que enseñarle un par de cosas acerca de la caballerosidad!
—¿A cuántos hombres —preguntó Jesse con curiosidad— has logrado asustar con esa expresión feroz? El pobre Anderson no pudo soportarlo por más de una noche. ¿Alguna vez le mostraste a Puckermann el lado filoso de tu lengua?
—Me estás provocando deliberadamente —anunció Rachel con majestuosidad—. ¡No voy a responder a esas preguntas!
—Sólo estoy tratando de hacerte ver las ventajas de tener un amante que no huirá cuando pierdas los estribos —dijo él—. ¿Cuándo aprenderás a confiar en mí, Rachel? —preguntó, repentinamente serio.
Durante un instante hubo algo en esas profundidades entre verdosas y azuladas que hizo que Rachel sintiera deseos de extender la mano y tocar a su adversario. Tocarlo con la magia de una hechicera que podría amansar a los hombres y animales más feroces y peligrosos. Tocarlo y tenerlo para siempre junto a ella con los ojos verdes rebosantes de amor y adoración.
—¿Confiar en ti, Jesse? —preguntó con suavidad—. ¿Por un fin de semana?
—Sí —dijo él de inmediato—. Por un fin de semana.
La magia desapareció. Rachel se negó a permitir que él viera su desilusión e inclinándose hacia adelante, juntó coraje y lo miró a los ojos con una brillante sonrisa.
—Vete al infierno —le aconsejó con tono amable.
—Querida —dijo él con una sonrisa tan brillante como la de ella—, ¡eres tan romántica!
Pasaron un rato agradable en la librería, conversando acerca de autores, personajes y mutuos descubrimientos.
—¿Por qué no dejamos todo esto en el hotel y vamos a caminar por la playa? —propuso Jesse más tarde, señalando los paquetes de libros que tenían en las manos.
Rachel asintió, aunque su instinto le advirtió que la playa podría resultar un campo de batalla peligroso. Había algo en la fuerza del mar que le recordaba la intensa masculinidad de Jesse y no estaba segura de que fuera prudente combinarlas.
Media hora más tarde, equipados con rompevientos y vaqueros, Rachel y Jesse bajaron a la playa, y emprendieron la caminata por la orilla.
—¿Siempre te vas de vacaciones sola? —preguntó Jesse luego de algunos minutos de silencio compartido.
Le había tomado la mano y Rachel estaba aprisionada junto a él. Gracias a Dios que era alta y podía seguirle el paso, pensó Rachel con una mueca. Jesse no parecía estar dispuesto a aminorar la marcha para adaptarse a ella. Caminaba con los pasos largos y ágiles de un animal de presa y pretendía que ella se mantuviera a la par.
—Lo hago desde hace algunos años —respondió ella—. Acapulco, Hawai, un crucero por el Caribe...
—¡Qué criatura tan independiente! —rió él, mirándola por el rabillo del ojo—. Creo que has andado en libertad durante demasiado tiempo —agregó con tono pensativo—. Mejor dicho, durante el tiempo justo.
—¿Justo para qué? —preguntó ella, rebelándose ante el tono superior de Jesse.
—Justo para que yo te encontrara —explicó él, con los ojos cargados de intención.
—No hay duda de que te estás tomando bastantes molestias para obtener un fin de semana —comentó Rachel, con la mirada fija sobre un grupo de gaviotas.
—Ya deberías conocerme lo suficiente como para saber que soy capaz de esforzarme mucho por conseguir lo que deseo. Y si hay algo que deseo, eso eres tú, mi reina.
Se detuvo de pronto, haciéndole perder el equilibrio a Rachel, que trastabilló y fue a terminar entre sus brazos.
—Jesse —comenzó a decir con firmeza, apoyando las manos sobre los hombros de él y mirándolo a los ojos—. Yo no...
No estaba segura de lo que iba a decir, sólo sabía que tenía que protestar.
—Calla —susurró Jesse, sosteniéndola con un brazo y comenzando a bajarle el cierre del rompevientos con movimientos lentos y seductores.
Deslizó los dedos bajo la suave tela de la blusa y Rachel vio el brillo en sus ojos al sentir la suavidad de los senos de ella.
— ¡Te prohíbo —dijo Jesse medio en broma, pero con un dejo de aspereza en la voz que transmitía una leve amenaza —que andes tan impúdicamente vestida en la playa con un hombre que no sea yo!
Rachel, que había pensado que la tela de la blusa y el rompevientos suelto eran más que suficiente protección, reaccionó de inmediato.
—¿Hasta que consigas tu fin de semana?
—¿Estás insinuando que quieres pasar más de un fin de semana conmigo? —comentó Jesse con interés—. Me dejas boquiabierto. ¡Y yo que pensaba que tendría que convencerte para que pagaras la deuda mínima!
—¡Eres tan presumido que te merecerías que te sumergiera en ese mar helado! —exclamó Rachel, que se había sonrojado intensamente al ver que él había dado otro sentido a sus palabras—. ¿Qué te hace creer que deseo más que un fin de semana contigo?
—Ah, bueno —suspiró él, inclinándose hacia Rachel—, supongo que tendré que conformarme con lo que me toque.
La boca de él cubrió la suya de repente, en un asalto cálido y sensual. Hizo un débil intento por escapar, pero la mano de él, que había estado explorando la parte interna de su blusa, se cerró de repente sobre uno de sus senos, acariciándolo con tanta pasión que Rachel ya no trató de liberarse. Había una advertencia en el beso de Jesse y en su caricia; una advertencia que expresaba claramente que la tendría entre sus brazos durante todo el tiempo que lo deseara.
—¿Por qué luchas contra mí, si estaremos muy bien juntos, mi dulce gata? Eres como una criatura salvaje que tiene miedo de reconocer qué agradable puede ser que la acaricien y la mimen. ¿Qué sucede, Rachel? ¿Tienes miedo de que te guste demasiado? —murmuró Jesse contra su cuello—. Déjame que te muestre. Averigüemos si te gustará demasiado. Relájate y confía en mí el tiempo suficiente para que te lo demuestre...
En su voz había otra vez una sensualidad hipnótica, pensó Rachel con desesperación. ¿Cómo hacía una mujer para luchar contra esa seducción cuando todo su cuerpo ansiaba ser arrastrado al centro de ese torbellino de pasión?
—No voy a tener una aventura de fin de semana contigo, Jesse —masculló Rachel—. Estoy segura de que serías el amante excepcional que te crees, pero hay otros hombres en este mundo. ¡Hombres que pueden ofrecerme más que un par de noches de sexo!
—Yo no te ofrecí un fin de semana —dijo él, apretándola con más fuerza—. Te lo gané. ¡Tú lo apostaste y ahora lo pagarás!
Antes de que ella pudiera responder, él volvió a separarle los labios, buscando la calidez interior que parecía desear, explorando, robando, exigiendo con tanta autoridad que Rachel sintió que su autocontrol quedaba anulado. El cuerpo de ella cedió ante el de él, amoldándose en forma instintiva a las necesidades de Jesse.
—Rachel — suspiró él, tomándole el rostro entre las manos, mientras levantaba la cabeza durante un instante—. Algún día haremos el amor en una playa como ésta. Lo juro. Naciste para responder a la parte más básica de mí y algún día tendré esa respuesta. ¿Me crees?
El fuego de sus ojos verdes estaba a punto de consumirla, pensó ella. Sería tan fácil empujarlo más allá del límite, incitarlo a cumplir su promesa aquí y ahora.
¿Pero con qué se enfrentaría después? le preguntó su sentido común. Sólo con un increíble arrepentimiento. Nunca más volvería a ser la misma si permitía que la magia de Jesse la consumiera por completo. Tendría que tener sus propios hechizos listos para atraparlo antes de rendirse.
—¿Me crees, Rachel? —preguntó él suavemente, al ver que ella permanecía en silencio.
El fuego dentro de él ardía con una fuerza y Rachel supo que sería mejor darle una respuesta.
—Creo —terció con cautela —que crees que vas a hacerlo. ¡Ay! —concluyó con un grito de sorpresa.
No la había lastimado, sólo la había asustado con un pequeño sacudón de impaciencia.
—Rachel —la amenazó casi con dulzura; la pasión en sus ojos cedió el paso a una firme decisión—, sugiero que demuestres un poco más de confianza en mí, o haré que la playa sea ésta y el día sea hoy. ¡Y aunque la arena puede estar desierta en este momento, está abierta al público...!
—¡Jesse! ¡No harías una cosa así! —exclamó Rachel con voz insegura.
—¿Quieres apostar? —Jesse sonrió con expresión traviesa.
—¡No vuelvas a usar esa frase! —suplicó ella—. ¿No tienes compasión?
—No. Sólo un ardiente deseo de oírte admitir la verdad. Que te haré mía uno de estos días. ¡Dime que lo sabes, que falta poco para que terminemos con este juego!
Durante un instante, Rachel temió que hubiera adivinado. Pero no; estaba hablando del juego que él había comenzado, advirtió Rachel y sintió una oleada de alivio. No era posible que Jesse supiera algo acerca de los planes de ella.
—Sí —asintió valerosamente —, falta poco para que se acabe este juego.
Lo observó sin temor, notando la satisfacción en sus ojos. Se preguntó cuál sería la reacción de Jesse si supiera la forma en que se había complicado la partida. Él le sonrió con la encantadora expresión de alguien que como ha obtenido una gran concesión, puede darse el lujo de ser generoso.
—Eso es, Rachel, te resultará más fácil ahora que has admitido el resultado final. Pero no te preocupes, cariño, te daré tiempo.
Abrazándola con fuerza, Jesse le subió el cierre del rompevientos, la besó sobre la nariz y se encaminó de regreso hacia el hotel. La satisfacción que sentía era obvia y suministró a Rachel el aliciente que necesitaba. Jesse St.James no iba a hacer todo a su manera, se juró en silencio. ¡No iba a ser el único ganador de esa batalla!
—Qué rápido pasó el día, ¿verdad? —comentó Jesse cuando se acercaban al pequeño hotel—. Ya es casi la hora de un cóctel y luego la cena. Cuando terminemos de bañarnos y sacarnos la arena de los pies, serán casi las seis. Pasaré a buscarte por tu habitación a esa hora. ¿De acuerdo?
No le estaba pidiendo permiso, pensó Rachel con ironía. Simplemente estaba tratando de ser cortés para impartir una orden implícita.
—De acuerdo —asintió Rachel, pensando en la rosa roja y la tarjeta tenían que llegar a las seis.
¡La sincronización iba a ser casi perfecta!
—Mm —rió él, deteniéndose en la entrada del hotel para volver a besarle nariz— ¡Me encanta cuando estás tan obediente!
Rachel bajó la mirada, para ocultar el brillo de venganza que temía él notara.
—Supongo que es porque estás acostumbrado a ser el jefe —suspiró.
—Probablemente tengas razón —dijo él con una sonrisa—. Hace mucho que nadie me da órdenes. ¡Supongo que uno se acostumbra a impartirlas!
Rachel se vistió con esmero esa noche. Cepilló la masa oscura de cabello hasta que relució y lo ató en un elegante moño. Eligió un audaz vestido negro sin hombros y se calzó sandalias del mismo color. Al mirarse en el espejo, seleccionó un collar y pendientes de cuentas rojas. Se sentó sobre la cama a esperar. No sabía quien llegaría primero, la rosa o Jesse.
Al final, llegaron en forma casi simultánea. Cuando oyó los golpes a la puerta, Rachel fue a abrir, fastidiada ante su creciente nerviosismo. ¿Qué le estaba sucediendo? Todo saldría como lo había planeado. Jesse se daría cuenta de que tenía rivales. ¿Acaso no era eso lo que ella había querido lograr? Sin embargo, abrió la puerta con una cierta vacilación.
—Hola, Jesse —dijo con tono cortés. No sabía si sentir alivio o inquietud por el hecho de que él hubiera llegado antes que la rosa—. Estoy casi lista.
—Bien. —Jesse sonrió con arrogancia—. Te esperaré adentro. —Empujó la puerta y Rachel se vio obligada a retroceder.
¡Esta actitud posesiva era justamente la causa de que ella se hubiera hecho enviar esa rosa!
—¿Señorita Berry? —La voz de un joven desde el corredor los interrumpió.
—¿Sí?
Rachel pasó delante de Jesse, que se había vuelto a mirar al muchacho con curiosidad.
No había dudas acerca de la ocupación del joven, pensó Rachel y sintió deseos de reír. Llevaba una camisa a flores con el nombre de la florería. En la mano sostenía una caja larga y angosta, envuelta en papel plateado y adornada por un gran moño.
—Un paquete para usted —sonrió el muchacho.
—Gracias —replicó Rachel, devolviendo la sonrisa.
Tomó la caja y se quedó observando al joven, que se alejó a grandes pasos.
—¿Qué es eso? —preguntó Jesse desde la puerta.
Contempló la caja con recelo.
—¿Cómo? ¿No es una sorpresa tuya? —preguntó Rachel con tono ligero, entrando en la habitación con expresión triunfante.
—No —dijo Jesse y cerró la puerta con firmeza.
Se detuvo justo detrás de Rachel y observó mientras ella desataba el moño. Ella sintió el creciente fastidio de Jesse y ocultó una sonrisa. Hasta ahora, todo marchaba bien.
Abrió el paquete con la expresión de una mujer que aguarda un hermoso regalo. Hubo un tenso silencio mientras levantaba la tapa de la caja
—¡Oh! —suspiró, sacando a relucir su talento histriónico—. ¡Qué belleza!
La rosa roja yacía contra un fondo de satén blanco. La misma esencia de lo romántico.
—¿Quién diablos te envió eso? —preguntó Jesse, aparentemente inmune al efecto poético.
Metió la mano en la caja y extrajo la tarjeta antes de que Rachel se diera cuenta de su intención.
—Dame eso —le ordenó ella, sosteniendo la caja con una mano mientras trataba de arrebatarle la tarjeta.
—Quiero ver quién es el idiota que se cree que puede mandarte rosas —dijo Jesse, abriendo el pequeño sobre y dejándolo caer.
Rachel lo observó ansiosamente mientras él leía el breve mensaje.
Sólo cuando él levantó la furiosa mirada hacia ella, Rachel admitió que quizá había abusado con la broma. Pocas veces había visto tanta ira en el rostro de un hombre. La advertencia de Jesse acerca de su carácter le volvió a la mente. Tendría que haberle hecho caso, decidió Rachel. ¡Estaba frente a un hombre que parecía dispuesto a darle una buena paliza!
Emy_Rodriguez Groff- -
Mensajes : 1446
Fecha de inscripción : 25/05/2011
Edad : 43
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
oh mi dios :) estuvo muy genial el cap ;)
ajjajaj esa rachel su broma fue muy buena
ui jesse <3 siempre tan hermoso ajjaja
espero el nuevo cap :) actualiza pronto :) besos
ajjajaj esa rachel su broma fue muy buena
ui jesse <3 siempre tan hermoso ajjaja
espero el nuevo cap :) actualiza pronto :) besos
franciscagleek***** - Mensajes : 207
Fecha de inscripción : 11/09/2011
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
[center]Locura de Fin de Semana
Capítulo 11
Lo Logre!!!![/center]
—¿Quién la mandó? —susurró Rachel, haciendo un último intento por seguir con su actuación. ¡De todos modos, parecía más seguro fingir inocencia!
—¿No lo sabes? —rugió Jesse, aplastando la tarjeta en su mano—. ¿Acaso hay tantos hombres en tu vida que no puedes imaginarte quién te mandó una rosa roja?
Dio un paso hacia ella y Rachel retrocedió ante el impacto de la ira de él.
Estaba furioso, notó. Mucho más de lo que ella se había imaginado que se enfurecería. Cada línea de su cuerpo musculoso revelaba esa furia.
—Jesse, por favor —dijo Rachel con tono tranquilizador, mientras retrocedía otro paso—. No tienes derecho de enojarte tanto y tú lo sabes. ¿De quién es la tarjeta?
—¡Que no tengo derecho! —rugió Jesse, pasando por alto la pregunta de ella—. ¡Cómo que no tengo derecho! ¡Sabes perfectamente bien que eres mía desde la otra noche cuando te gané jugando a los naipes!
—¡No me ganaste a mí! —exclamó Rachel, entre furiosa y asustada—. Sólo ganaste... un fin de semana.
—No necesitaba más que eso —replicó él, dando otro paso hacia ella.
En un instante Rachel estaría contra la pared, sin posibilidades de escapar. Jesse no parecía estar apurado para atraparla: un animal salvaje que conoce el resultado final de la cacería y tortura a la presa sin piedad.
—Un fin de semana contigo me dejará completamente satisfecho, y voy a obtenerlo, Rachel Berry, por más rosas que te envíe Noah Puckermann.
—¡Noah! —exclamó Rachel, tratando de fingir sorpresa—. ¿Noah mandó la rosa? Debió de haber cambiado de idea...
—¡No me importa cuántas veces cambie de idea! Ya tuvo su oportunidad y ahora me toca a mí. —Jesse extendió el brazo y arrancó la rosa de las manos temblorosas de Rachel.
Ella observó cómo arrojaba la caja y su contenido dentro del papelero más cercano.
—¡Jesse, esto es ridículo! ¡Es sólo una flor!
—¿Hablaste con él, Rachel? —preguntó Jesse, deteniéndose justo frente a ella y tomándola por los hombros.
El escote del vestido negro revelaba una buena cantidad de piel y Rachel se preguntó si Jesse se daría cuenta de que la estaba lastimando. Probablemente no le importaba.
—¡Respóndeme!
—¡No! —chilló ella.
Jesse debió leer en sus ojos que no mentía, pues parte de las líneas duras de alrededor de su boca desaparecieron.
—¿Entonces cómo supo a donde mandar la rosa?
—¿Cómo voy a saberlo? Supongo que habrá averiguado dónde estaba de la misma forma que lo hiciste tú. ¡Preguntándole a mis compañeros de trabajo!
—Pues bien, no vas a contestarle, ¿está claro? ¡No vas a llamarlo, ni escribirle, ni verlo...!
—De... debería al menos agradecerle —sugirió Rachel con voz trémula, tratando de leer la profundidad de sentimientos en esos ojos verdes.
Había logrado su objetivo, pensó con tristeza. Jesse estaba celoso, pero todavía parecía preocuparse nada más que por el fin de semana que había ganado. ¿Qué haría ella ahora?
—¡No harás nada de eso!
—Si... si me llama...
—Yo hablaré por ti —le informó Jesse con arrogancia, dándole un suave sacudón admonitorio.
—¡Tengo mis derechos, Jesse St.James, y no voy a permitir que me intimides! —exclamó Rachel, al límite de sus fuerzas.
La sensación de impotencia que experimentaba cada vez que él le ponía las manos encima, ya fuera por rabia o por pasión, le resultaba difícil de aceptar.
—¡Rachel —la amenazó él con increíble serenidad—, si me entero de que has tratado de ponerte en contacto con Puckermann, te juro que te pasarás un mes comiendo a mi mesa y admirando la obra de arte que conseguiremos para la repisa!
Rachel lo miró con enormes ojos asombrados. ¡Un mes! ¡Había hablado de un mes!
—¿Me pegarás? —preguntó ella ya que no sabía qué decir.
La mente le daba vueltas con lo que podían implicar las palabras de Jesse. ¿Había sido un mero desliz de la lengua o realmente pensaba extender la relación por más de un fin de semana?
—Con todo gusto, si creyera por un momento que me desobedecerías con este asunto de Noah Puckermann —le aseguró él.
—Las amenazas no son la forma más indicada de convencerme para que pague las deudas —dijo Rachel con sarcasmo.
—No estoy muy seguro de eso —replicó Jesse—. Quizá las amenazas sean la única forma de tratar con una jugadora testaruda y voluntariosa que no tiene el suficiente sentido común como para entregar sus naipes y declararse vencida. ¡Te advertí acerca de mi falta de paciencia, Rachel!
—Te comportas como si el hecho de recibir una rosa de Noah Puckermann fuera culpa mía —se lamentó Rachel.
—¡Parecías muy contenta de recibirla!
—¡No sabía quien la había enviado!
—Ya te había dicho que no había sido yo.
—¿Y qué? ¡A cualquier mujer le encanta recibir rosas!
—¿Aun de parte de un hombre que acaba de dejarla por otra? —insistió él.
—Quizá el hecho de que se haya arrepentido de su decisión me resulte halagador —sugirió Rachel con gesto orgulloso.
—Yo diría —declaró Jesse con firmeza—que deberías estar más interesada en un hombre que sabe lo que quiere desde el principio. ¡Uno que no se desvía de su camino por la primera falda que se le cruza!
—Reconozco que tú sabes lo que quieres, Jesse —masculló Rachel, indignada—. ¡Lo que pasa es que no coincide con lo que yo deseo! ¿Cuántas veces tengo que decirte que quiero más que la promesa de un fin de semana con un hombre?
—¿Y cuántas veces tengo que decirte yo que nuestra relación no tiene por qué limitarse a un fin de semana?
Le clavó los dedos en la piel. Su rostro era una dura máscara de determinación.
—Pero hace unos minutos dijiste que todo lo que necesitabas era un fin de semana. ¡Me informaste que quedarías completamente satisfecho! —exclamó Rachel, furiosa.
Los brillantes ojos verdes todavía centelleaban con los restos de la ira, pero una expresión inescrutable cubrió el rostro de Jesse mientras observaba la mirada furibunda de Rachel.
—Un fin de semana —declaró él casi con crueldad —me daría lo que busco. Si quieres que haya más entre nosotros, pues tendrás que encargarte de convencerme durante ese período.
—¡Yo! —chilló Rachel, atónita—. ¿De qué estás hablando?
Un extraño temor se apoderó de ella. Tuvo un horrible presentimiento de lo que Jesse estaba por decir.
—¿No es obvio? —preguntó él, levantando una ceja castaña—. Yo aposté un fin de semana y me lo gané. Y voy a cobrármelo, Rachel, créeme. Pero —agregó con increíble serenidad— no hay nada en nuestro acuerdo que prohíba que emplees esos dos días y dos noches para apostar algo más grande...
—¿Qué? —exclamó Rachel, fastidiada y muy asustada—. ¿Se supone que la carnada para que pague mi deuda es la posibilidad de que en dos días pueda lograr que te enamores locamente de mí?
—No olvides las dos noches —terció Jesse, atrayéndola hacia él y apretándole las caderas contra las suyas—. Cuando ambas partes deciden cesar las hostilidades, en dos noches pueden suceder muchas cosas.
Los labios de Jesse buscaron el sensible lugar detrás de la oreja de ella, que quedaba expuesta por el moño y Rachel se encontró mirando la firme tela de la chaqueta de vestir de él, desde una distancia de cuatro centímetros. Su cabeza era un torbellino de emociones. Jesse le estaba ofreciendo otra forma de jugar su mano. Una forma más arriesgada que el método que acababa de usar. ¡Cielos! pensó Rachel con vehemencia. ¡Si él supiera que ella había querido darle celos, intencionalmente! Se preguntó si la reacción de él sería de ira por el hecho de haber sido engañado o satisfacción al descubrir que ella lo deseaba hasta el punto de tomarse todas esas molestias.
¿Pero por qué no habría de probar otra táctica? No la que sugería Jesse, claro, esa era demasiado peligrosa y además, todo estaba a favor de él. Según el plan de Jesse, él obtendría su fin de semana y ella tendría nada más que una remota posibilidad de lograr algo más serio. Es más, pensó Rachel con pesar, probablemente él deseaba que ella pagara la deuda con la esperanza de que la aventura duraría más de un fin de semana. Jesse estaba tratando de manipularla para obtener lo que deseaba. ¿Qué sucedería si ella intentaba un acercamiento más suave? Si fingía estar al borde de la rendición. ¿Perdería él algo de esa viril agresividad al darse cuenta que ella ya no representaba un desafío? Y más importante aun... ¿Con qué la reemplazaría?
—Jesse —comenzó a decir Rachel, bajando la voz a un tono más suave—, no te enfades conmigo. No voy a ponerme en contacto con Noah.
Trató de sonar sumisa, pero no demasiado dócil.
—¡Más te vale! Elimina a Noah y a esa estúpida rosa de tu mente, Rachel. Mi fin de semana es tu primera prioridad.
—La abrazó con más fuerza, haciéndola muy consciente de su virilidad.
—No hay duda de que eres uno de los hombres más persistentes del mundo —suspiró Rachel, cerrando los ojos al sentir la mano de él sobre su cadera—. No puedo creer que un hombre se tome todas estas molestias para cobrarse una apuesta que nunca debió haber hecho —agregó.
—El hecho de que no soy galante debió haberte advertido de que la cobraría —replicó él, levantando la cabeza y mirándola a los ojos.
—Bueno, ya dejaste en claro el asunto de la rosa y yo te prometí que no hablaría con Noah, de modo que... —Rachel fijó los ojos en un botón de la camisa de él—... ¿podríamos bajar a cenar? —concluyó, asombrándose ante el tono suplicante de su voz.
¡Era mejor actriz de lo que había sospechado!
Jesse se apartó de ella, observándola con atención. Tenía el ceño fruncido, pero la ira había desaparecido casi por completo. Rachel lo observó por el rabillo del ojo. Tendría que ser cuidadosa y no sobreactuar, decidió, deseando que no hubiera tanta realidad en sus tácticas. Las ansias de apaciguar a Jesse eran sinceras, descubrió con pesar. Era una nueva sensación para ella. Su reacción normal ante cualquier hombre que se hubiera comportado como Jesse habría sido una de extrema impaciencia. Además no era nada normal para ella haber provocado una situación así.
—¿Es este el comienzo de una dulce y femenina sumisión? —preguntó Jesse con interés, observando la expresión obediente de Rachel. Ella oyó la risa en su voz y de inmediato gran parte de su deseo de apaciguarlo se evaporó—. ¿De veras vas a escucharme y obedecer?
—Haría cualquier cosa con tal de obtener una cena —dijo Rachel con voz trémula, mirándolo a los ojos con expresión suplicante.
Jesse la miró por un instante y luego estalló en carcajadas.
—¡Esa es mi Rachel! Siempre con las prioridades bien en claro. Vamos, querida. Me ocuparé de que te alimentes. ¡No quiero que te quejes de que no me ocupo bien de ti!
Salieron de la habitación, dejando la rosa olvidada en el cesto de papeles junto a la cama.
Los dos días que siguieron fueron agotadores para Rachel, que estuvo en la exigente compañía de Jesse casi cada minuto que estuvo despierta. Exploraron tiendas de anticuarios en Monterrey, pasearon en auto por la costa y pasaron horas caminando por las playas. Usando el objeto de arte que buscaba Jesse como excusa, discutieron sobre interminables murales. Con una sensación de urgencia, Rachel trató de aprovechar cada conversación para aprender más acerca de Jesse y obligarlo a aprender más acerca de ella. Tenían que hacerse amigos antes de que ella corriera el riesgo de permitir que fueran amantes, se dijo Rachel una y otra vez.
Por su parte, Jesse parecía dispuesto a complacerla, sin duda pensando que sería una forma de hacerle bajar la guardia. Pero aunque a Rachel le parecía que de día se acercaban cada vez más a la amistad, los besos seductores y apasionados de Jesse por las noches le dejaban la impresión de que él estaba haciendo tiempo, esperando para cobrarse el fin de semana. El saber eso fue lo que le permitió mandarlo de vuelta a su cuarto por dos noches seguidas.
—¿Cuántas noches más vamos a pasar separados? —preguntó Jesse con voz ronca cuando se despedía de mala gana la segunda vez.
La apretó contra él y Rachel supo que él quería que ella respondiera a la pasión y el deseo que no se esforzaba por ocultar. La ardiente mirada color esmeralda recorrió el rostro de ella, notando el cabello desordenado, la vulnerabilidad de los labios que él había besado con pasión.
—Por favor, Jesse —susurró Rachel, utilizando toda su fuerza de voluntad para mantenerse fiel a su plan—. Es una decisión tan importante que quiero estar segura... —Dejó que su voz se perdiera, mirándolo con enormes ojos color chocolate.
—No tienes que tomar ninguna decisión excepto la de elegir el momento —replicó él con una mano sobre el cierre del vestido de Rachel.
La noche anterior, ella le había pedido que se marchara antes de que pudiera hacer más que besarla con intensidad. No pensaba permitir que volvieran a terminar sobre la seductora suavidad de la cama, como lo habían hecho algunas noches atrás.
—Jesse, me prometiste que te irías cuando te lo pidiera —le recordó Rachel, muy consciente del cierre que se abría—. Anoche te fuiste...
—Anoche dejé que me echaras demasiado pronto —murmuró él, deslizando los dedos por la piel de la espalda de Rachel. Su boca marcó una huella de besos desde el cuello de ella hasta el hombro—. Estaba tratando de mostrarte qué bien que colaboraras —agregó—. Pero luego de que llegué a mi cuarto, me di cuenta de que había manejado mal la situación. Te di demasiada autoridad. Ya te dije que te pareces mucho a mí, querida; ¡si nos dan autoridad, no vacilamos en ejercerla!
—¡Nada de eso! —protestó ella, estremeciéndose al sentir las manos de él sobre su piel—. ¿Es que no lo entiendes? ¡Tengo que estar segura!
—¿Segura de qué? —preguntó él deslizando hacia adelante la parte superior del vestido y apretándola con más fuerza al sentir que ella se ponía rígida—. ¿Segura de que puedes dominarme? ¿Segura de que el fin de semana se llevará a cabo según tus términos? Si eso es lo que esperas, olvídalo. Estoy usando todo mi autocontrol para dejarte elegir el momento de tu entrega, pero una vez que te hayas comprometido, recogeré mis ganancias según mis propios términos. Durante un fin de semana, querida, sabrás lo que significa pertenecerme por completo.
—En lo único que puedes pensar es en cobrar esta estúpida apuesta ¿verdad?
—Es lo más importante que hay en mi agenda en este momento —le informó Jesse con tono burlón, arrastrándola suavemente hacia la cama.
Rachel sintió la fuerza en el cuerpo de él y supo que estaba decidido a llevar a cabo un ataque de gran importancia; ella no estaba segura de poder resistirse. Ahogó su temor y trató de hablar con voz firme.
—Ya es hora de que te vayas, Jesse.
Aguardó, muy tensa ante la posibilidad de que él se negara.
—No hablas en serio. Rachel. Ya me echaste muchas veces y luego te arrepentiste.
—Eres tan presumido que te gusta pensar que me arrepentí —replicó ella, clavando los talones para que él se detuviera—. ¡Voy a seguir echándote hasta que me decida acerca de lo que siento!
—Yo te ayudaré a decidirte —prometió él—. No seas tan cobarde, dulce Rachel, no va con tu personalidad. ¿Por qué me tienes tanto miedo?
Rachel sintió ganas de reír ante el error de él.
—No te tengo miedo, pero eso no significa que estoy dispuesta a acostarme contigo —dijo ella con vehemencia—. Ahora vete, por favor. Estás haciendo que las cosas sean muy difíciles para mí.
—Estoy tratando de facilitarte las cosas —la corrigió él, frunciendo el ceño—. Tu obstinación se debe a que tienes miedo de lo que pueda suceder después de que pasemos una noche juntos. Es eso ¿verdad? —preguntó—. ¡Tienes miedo de enamorarte de mí!
Parecía tan seguro de sí mismo que Rachel sintió deseos de pegarle.
—¡No es cierto! —exclamó, esforzándose por controlar su fastidio—. Por favor, Jesse. Necesito más tiempo.
Ejerciendo toda su fuerza de voluntad, logró darle una nota suplicante a su voz. Hubiera sido mucho más placentero decirle simplemente que se fuera al diablo. Pero su instinto femenino le advertía que esté hombre no retrocedería ante un ataque verbal. Además, era importante para su plan mantener la apariencia de que estaba por rendirse. Si fracasaba, se juró Rachel en silencio, probaría otra cosa.
—Todavía me resultas un extraño en muchos sentidos —agregó Rachel con suavidad—. ¿Es que no lo comprendes?
—Sólo porque no soy como los otros hombres con quienes has salido —le explicó Jesse, masajeándole la nuca—. Pero esa no es una razón para tenerme miedo. Te aseguro que no te arrepentirás de haberme dado ese fin de semana. Te gustará, Rachel; sabes que yo puedo hacer que te guste. Ya debes de haberte dado cuenta de que hay algo especial entre nosotros, y tenemos que explorarlo.
—¡Crees que yo debo hacerlo por ese estúpido juego de naipes!
—¡Sí! —exclamó él, a punto de perder la paciencia.
Rachel recobró la calma enseguida.
—Quizá tengas razón —suspiró, deseando que él pudiera ver algo especial en ellos que sobrepasara lo físico y que colmara algo más que su deseo de una conquista—. No lo sé. Dame unos días más, Jesse. No te haré esperar eternamente.
Dijo la última frase deprisa, al ver que el rostro de él se endurecía.
—No, no permitiré que nos hagas esperar mucho más tiempo —replicó Jesse—. A veces pienso que la mejor manera de acabar con esto es cambiar de idea acerca de permitir que seas tú la que decida cuándo y dónde. Me parece que fue un error darte tanta autoridad.
—No, Jesse —protestó Rachel, al ver el brillo calculador en los ojos de él—; te... te agradezco por tu consideración. No cambies de idea, por favor. —Qué ridículo que era estar agradeciéndole por no presionarla con algo para lo que no tenía ningún derecho, pensó Rachel, furiosa para sus adentros. Sin embargo, no quería ponerlo de mal humor mientras estaba en una situación tan delicada. Era mejor mantener la máscara gentil y suplicante por ahora—. ¿Sólo unos días más, Jesse?
—¿Cuántos? —preguntó él, siguiendo la línea de la mandíbula de ella con su dedo—. ¿Uno? ¿Dos?
—Bueno, en realidad yo había pensado en una o dos semanas, —comenzó a decir ella con voz vacilante.
—¡Estás loca! —replicó él, visiblemente enfadado—. Si eso era lo que pensabas, pues olvídalo. No pienso pasarme todas las vacaciones solo en la cama. ¡Estoy aquí por algo, Rachel Berry, y no lo olvides!
Rachel permaneció inmóvil, mirándolo con expresión suplicante.
—Está bien, Rachel —suspiró él luego de un tenso momento—. Te daré un poco más de tiempo. ¿Estás segura de que eso es lo que deseas?
—Sí —murmuró ella con voz casi inaudible.
—Te advierto —prosiguió él con vehemencia, mientras recuperaba su chaqueta— que no pienso permitir que esta situación se prolongue indefinidamente.
—Jesse —le recordó Rachel, al ver que él se dirigía a la puerta—, tú eres el que dijo que sabías que te habías equivocado en la forma de tratarme. Tú mismo dijiste que necesitaba tiempo para tomar la decisión...
Lo siguió desde una distancia prudencial deteniéndose cuando él se volvió para mirarla con la mano sobre el picaporte.
—Estoy haciendo todo lo posible por tratarte con guantes de seda, Rachel —le informó—. Pero hay un límite. Al fin y a cabo, me debes esos dos días y dos noches. ¡No estoy exigiendo nada injusto! Deberías saber que la paciencia no es una de mis mayores virtudes.
—¿Acaso tienes alguna virtud? —preguntó ella al ver que ya estaba casi fuera de la habitación.
—Claro que sí —replicó él—. Persevero ante la adversidad y siempre cobro lo que me deben. ¡Dos virtudes que me han conseguido el lugar en donde estoy ahora!
—¿Y eso qué es?
—¡La posición de ser tu jefe!
Acto seguido, se marchó dejando a Rachel con las palabras en la boca.
Con un mal presentimiento, Rachel se preparó para ir a dormir. Tenía la cabeza llena de planes y una sensación de que se le acababa el tiempo. ¡Maldito sea! pensó mientras se deslizaba entre las sábanas y se subía la frazada hasta el mentón. ¿Acaso él no podía pensar en otra cosa que ese fin de semana? ¿Qué iba a hacer ella si no lograba hacerlo ver más allá de cobrar las ganancias? ¿Volver a huir? Esa parecía ser la única posibilidad. ¿La perseguiría Jesse? Rachel observó las sombras que bailaban en la pared y decidió que lo más probable era que la siguiera. Jesse había estado en lo cierto al decir que la perseverancia era uno de sus puntos fuertes. Pero también él tenía que tener un límite. ¿Hasta dónde perseguiría a una mujer cuando lo único que deseaba de ella era un maldito fin de semana?
Si le daba esos dos días, ¿qué sucedería? Rachel se estremeció. Otra vez estaba tratando de buscar una razón para entregarse a un hombre al que debería ignorar por completo. ¿Pero no había algo de esperanza en el hecho de que Jesse la deseara tan intensamente, aunque sólo fuera por dos días? No habría hecho esa apuesta si no se hubiera sentido atraído por ella...
Ahogando un gemido, Rachel dio un puñetazo a la almohada y trató de dormir. Por la mañana se le ocurriría alguna otra salida. Este asunto de fingir que estaba a punto de pagar la deuda no estaba funcionando en absoluto. Tendría que pensar en alguna otra táctica.
Pero todos sus planes se complicaron cuando a la mañana siguiente, luego de vestirse y hacer una caminata por la playa, se encontró de vuelta en su habitación, preguntándose por qué Jesse no golpeaba a la puerta.
¿Se habría arrepentido? ¿Habría perdido la paciencia ante la actitud de ella? Miró el reloj e hizo una mueca. Tenía que reconocer que extrañaba los golpes de Jesse a la puerta y su posesivo beso matinal.
No había dudas de que era ella la que estaba aflojando en este juego agotador.
Pues bien, se dijo, al ver que pasaba el tiempo, no iba a permanecer en la habitación hasta que a Jesse se le ocurriera pasar a buscarla como si fuera una maleta. Tomó su bolso, abrió la puerta y salió al corredor, pero se detuvo de inmediato.
Había otra mujer allí, frente a la puerta del cuarto de Jesse, con los brazos alrededor del cuello de él. Durante un doloroso instante, Rachel sólo pudo mirar cómo la diminuta rubia se ponía en puntas de pie para depositar un beso sobre la mejilla del hombre. Las manos de él rodeaban la cintura de avispa de la mujer.
—Nos veremos para el desayuno, querido —suspiró la rubia—. Dame unos minutos para cambiarme ¿quieres? Estos vuelos a la madrugada son cansadores ¿no crees? Pero cuando Ella me dijo que estabas de vacaciones en Carmel, no perdí un minuto en llegar hasta aquí. ¡Cómo nos vamos a divertir!
Ante la mirada incrédula de Rachel, la otra mujer palmeó la bronceada mejilla de Jesse y desapareció dentro de la habitación contigua a la de él.
El primer instinto de Rachel fue de seguir a la mujer y echarla del hotel. La oleada de celos que sintió la asustó. El segundo impulso fue de enfrentar a Jesse y exigirle una explicación. Pero en el último instante el deseo de no hacer un escándalo la salvó. La última y principal reacción fue de intentar desaparecer antes de que Jesse la viera.
Pero no pudo hacerlo. Mientras metía la llave dentro de la cerradura, Jesse echó una mirada casual en dirección a ella, levantando una ceja con expresión interrogante.
—¡Vaya! Buen día, Rachel. ¿Vienes a buscarme para ir a desayunar? —preguntó alegremente con una sonrisa voraz.
Llevaba pantalones y una camisa abotonada a medias, que dejaba al descubierto demasiado, pensó Rachel. El cabello húmedo estaba algo revuelto, como si alguien acabara de acariciarlo.
La única posibilidad era salir airosa de la situación, se dijo Rachel.
—Quizá tengas otros planes —comentó, echando una mirada hacia la otra habitación.
—¿Te refieres a Irene? —respondió él con tono inocente—. Sí, seguramente se unirá a nosotros. Estoy descubriendo que es una criatura algo persistente.
Parecía algo preocupado por eso, y Rachel sintió deseos de gritar
—Entonces no necesitarás mi compañía —declaró, notando de pronto que le temblaban las manos.
Se volvió y se alejó majestuosamente hacia la escalera, esperando y temiendo que él la llamara. Jesse no lo hizo y ella se preguntó si sería porque no pensaba explicarle nada o porque tenía miedo de despertar a los otros huéspedes.
Rachel buscó una mesa para dos en el comedor del hotel y pidió café. De pronto presintió la presencia de Jesse en la habitación. De inmediato todos sus músculos y nervios se tensaron y Rachel se preguntó si su destino sería pasarse la vida reaccionando así ante un hombre. No quiso volver la cabeza y mirar hacia atrás, pero sintió que él se acercaba.
—¡Qué apurada que estabas esta mañana! —comentó él sentándose frente a Rachel y tomando el menú que ella había dejado de lado—. ¿No podías esperar para mandar la cafeína al torrente sanguíneo?
—No quería interferir con tus planes —declaró Rachel, furiosa ante el modo indiferente de él.
—¿No sientes curiosidad acerca de Irene? —preguntó Jesse, haciéndole una seña al camarero.
Observó la expresión lejana de Rachel con una mirada calculadora que la puso muy nerviosa.
—¿Curiosidad? —preguntó ella con tono helado—. No, supuse que era una... una amiga tuya.
Notó que estaba revolviendo el café con demasiada fuerza y se obligó a relajarse.
—Qué perspicaz —se burló él—. Como dijiste, es una amiga mía. Sus padres son dueños de la granja vecina a la de mi tía Ella. ¿Recuerdas a mi tía Ella? ¿La persona con quien yo hablaba por teléfono aquella vez que demostraste la faceta cobarde de tu personalidad?
—¿Otra vez vas a insistir con eso?
—No lo haré si prefieres hablar de otra cosa —propuso él de inmediato.
—Continúa —le ordenó Rachel, deseando poder clavarle el cuchillo en la garganta.
—Veamos... ¿En qué estaba? Ah, sí, los vecinos de mi tía Ella. Son los Palton, e Irene es la hija. Es también —agregó Jesse con tono lacónico— una incomodidad para mí.
—¿Una antigua amante que no te deja tranquilo? —preguntó Rachel con sarcasmo.
—No exactamente —sonrió él—. Creo que la mejor forma de describirla es como una amante en potencia que no me deja tranquilo. Irene acaba de cortar con su último novio, el tercero, creo, y ha decidido que soy el próximo en la lista de posibles maridos. Ha estado persiguiendo a tía Ella para que vaya a visitarla a la granja o para que ella organice un encuentro casual. Mi pobre tía ya ha perdido la paciencia. No quiere quedar mal con los Palton ni con la dulce Irene, pero tampoco quiere seguir siendo mi guardaespaldas. Aparentemente, se rindió y le dijo a Irene que estaba en Carmel. ¡Supongo que me lo merezco, pero de todos modos, creo que la próxima vez que me tome vacaciones no le diré a nadie adonde estoy!
—Déjame ver si entendí bien —masculló, Rachel, observándolo con presión incrédula—. ¿Te persigue la hija de los vecinos de tu tía? ¿Y tú no quieres hacerle ilusiones? Pero... parecía muy atractiva...
—Lo es, pero tiene un precio muy caro —replicó él con sequedad—. Matrimonio. ¡Ni siquiera yo me atrevería a enfurecer a mi tía Ella teniendo una aventura con la hija de sus mejores amigos!
Rachel se puso pálida. Sabía que no tendría que escandalizarse tanto al oír sus deshonorables intenciones hacia el sexo opuesto, pero fue casi demasiado para ella. ¡Se había hecho tantas ilusiones! La ira comenzó a correrle lentamente por la sangre.
—Ya veo —logró decir con sorprendente calma—. ¿Y tú no estás interesado en el matrimonio?
—No ahora que estoy pensando en un fin de semana contigo —replicó él, levantando la vista al ver que se acercaba el camarero.
Rachel apretó los puños debajo de la mesa. ¿Cómo había podido enamorarse de este hombre?
—Tu tía estaba en lo cierto. Tienes que enfrentar la situación.
—Si fuera por mí, terminaría hiriendo u ofendiendo a todos: los Palton, Ella e Irene —le aseguró Jesse—. Mi solución va a ser decirle a Irene que se mande a mudar. Se sentirá herida, sus padres se ofenderán y Ella estará furiosa conmigo por mi falta de tino.
—Por cierto que estás en un problema, ¿no es así? —se burló Rachel.
—Pero tú puedes ayudarme, querida —terció él antes de volverse para pedir café.
—¡Yo! ¿Qué tengo que ver yo? —exclamó ella cuando el camarero se alejó.
—Tú —le informó él —estás en la situación ideal para desalentar a Irene.
—No comprendo —susurró Rachel, atónita.
—Piénsalo —le ordenó él con suavidad, manteniendo su expresión inescrutable—. Lo único que tienes que hacer es dejar en claro que eres la mujer de turno en mi vida y que piensas serlo durante algún tiempo.
—¿Por qué tendría que hacerte algún favor? —susurró Rachel con la boca seca.
Permaneció inmóvil, mirándolo con ojos incrédulos.
—Porque yo —dijo Jesse con una sonrisa peligrosa —estoy en posición de devolvértelo.
—¿Qué estás proponiendo? —preguntó Rachel, comenzando a sentirse atrapada por esos ojos verdes.
Jesse se inclinó hacia adelante, y habló con dureza.
—Te permitiré tener otra oportunidad con Puckermann si me ayudas a salir de este embrollo.
—¿Qué?
—Ya me oíste —dijo él—. Si me haces este favor te permitiré responder a esa maldita rosa.
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Mis amadas lectoras estamos a dos capitulos del final de esta locura.
Espero sus comentarios
Capítulo 11
Lo Logre!!!![/center]
—¿Quién la mandó? —susurró Rachel, haciendo un último intento por seguir con su actuación. ¡De todos modos, parecía más seguro fingir inocencia!
—¿No lo sabes? —rugió Jesse, aplastando la tarjeta en su mano—. ¿Acaso hay tantos hombres en tu vida que no puedes imaginarte quién te mandó una rosa roja?
Dio un paso hacia ella y Rachel retrocedió ante el impacto de la ira de él.
Estaba furioso, notó. Mucho más de lo que ella se había imaginado que se enfurecería. Cada línea de su cuerpo musculoso revelaba esa furia.
—Jesse, por favor —dijo Rachel con tono tranquilizador, mientras retrocedía otro paso—. No tienes derecho de enojarte tanto y tú lo sabes. ¿De quién es la tarjeta?
—¡Que no tengo derecho! —rugió Jesse, pasando por alto la pregunta de ella—. ¡Cómo que no tengo derecho! ¡Sabes perfectamente bien que eres mía desde la otra noche cuando te gané jugando a los naipes!
—¡No me ganaste a mí! —exclamó Rachel, entre furiosa y asustada—. Sólo ganaste... un fin de semana.
—No necesitaba más que eso —replicó él, dando otro paso hacia ella.
En un instante Rachel estaría contra la pared, sin posibilidades de escapar. Jesse no parecía estar apurado para atraparla: un animal salvaje que conoce el resultado final de la cacería y tortura a la presa sin piedad.
—Un fin de semana contigo me dejará completamente satisfecho, y voy a obtenerlo, Rachel Berry, por más rosas que te envíe Noah Puckermann.
—¡Noah! —exclamó Rachel, tratando de fingir sorpresa—. ¿Noah mandó la rosa? Debió de haber cambiado de idea...
—¡No me importa cuántas veces cambie de idea! Ya tuvo su oportunidad y ahora me toca a mí. —Jesse extendió el brazo y arrancó la rosa de las manos temblorosas de Rachel.
Ella observó cómo arrojaba la caja y su contenido dentro del papelero más cercano.
—¡Jesse, esto es ridículo! ¡Es sólo una flor!
—¿Hablaste con él, Rachel? —preguntó Jesse, deteniéndose justo frente a ella y tomándola por los hombros.
El escote del vestido negro revelaba una buena cantidad de piel y Rachel se preguntó si Jesse se daría cuenta de que la estaba lastimando. Probablemente no le importaba.
—¡Respóndeme!
—¡No! —chilló ella.
Jesse debió leer en sus ojos que no mentía, pues parte de las líneas duras de alrededor de su boca desaparecieron.
—¿Entonces cómo supo a donde mandar la rosa?
—¿Cómo voy a saberlo? Supongo que habrá averiguado dónde estaba de la misma forma que lo hiciste tú. ¡Preguntándole a mis compañeros de trabajo!
—Pues bien, no vas a contestarle, ¿está claro? ¡No vas a llamarlo, ni escribirle, ni verlo...!
—De... debería al menos agradecerle —sugirió Rachel con voz trémula, tratando de leer la profundidad de sentimientos en esos ojos verdes.
Había logrado su objetivo, pensó con tristeza. Jesse estaba celoso, pero todavía parecía preocuparse nada más que por el fin de semana que había ganado. ¿Qué haría ella ahora?
—¡No harás nada de eso!
—Si... si me llama...
—Yo hablaré por ti —le informó Jesse con arrogancia, dándole un suave sacudón admonitorio.
—¡Tengo mis derechos, Jesse St.James, y no voy a permitir que me intimides! —exclamó Rachel, al límite de sus fuerzas.
La sensación de impotencia que experimentaba cada vez que él le ponía las manos encima, ya fuera por rabia o por pasión, le resultaba difícil de aceptar.
—¡Rachel —la amenazó él con increíble serenidad—, si me entero de que has tratado de ponerte en contacto con Puckermann, te juro que te pasarás un mes comiendo a mi mesa y admirando la obra de arte que conseguiremos para la repisa!
Rachel lo miró con enormes ojos asombrados. ¡Un mes! ¡Había hablado de un mes!
—¿Me pegarás? —preguntó ella ya que no sabía qué decir.
La mente le daba vueltas con lo que podían implicar las palabras de Jesse. ¿Había sido un mero desliz de la lengua o realmente pensaba extender la relación por más de un fin de semana?
—Con todo gusto, si creyera por un momento que me desobedecerías con este asunto de Noah Puckermann —le aseguró él.
—Las amenazas no son la forma más indicada de convencerme para que pague las deudas —dijo Rachel con sarcasmo.
—No estoy muy seguro de eso —replicó Jesse—. Quizá las amenazas sean la única forma de tratar con una jugadora testaruda y voluntariosa que no tiene el suficiente sentido común como para entregar sus naipes y declararse vencida. ¡Te advertí acerca de mi falta de paciencia, Rachel!
—Te comportas como si el hecho de recibir una rosa de Noah Puckermann fuera culpa mía —se lamentó Rachel.
—¡Parecías muy contenta de recibirla!
—¡No sabía quien la había enviado!
—Ya te había dicho que no había sido yo.
—¿Y qué? ¡A cualquier mujer le encanta recibir rosas!
—¿Aun de parte de un hombre que acaba de dejarla por otra? —insistió él.
—Quizá el hecho de que se haya arrepentido de su decisión me resulte halagador —sugirió Rachel con gesto orgulloso.
—Yo diría —declaró Jesse con firmeza—que deberías estar más interesada en un hombre que sabe lo que quiere desde el principio. ¡Uno que no se desvía de su camino por la primera falda que se le cruza!
—Reconozco que tú sabes lo que quieres, Jesse —masculló Rachel, indignada—. ¡Lo que pasa es que no coincide con lo que yo deseo! ¿Cuántas veces tengo que decirte que quiero más que la promesa de un fin de semana con un hombre?
—¿Y cuántas veces tengo que decirte yo que nuestra relación no tiene por qué limitarse a un fin de semana?
Le clavó los dedos en la piel. Su rostro era una dura máscara de determinación.
—Pero hace unos minutos dijiste que todo lo que necesitabas era un fin de semana. ¡Me informaste que quedarías completamente satisfecho! —exclamó Rachel, furiosa.
Los brillantes ojos verdes todavía centelleaban con los restos de la ira, pero una expresión inescrutable cubrió el rostro de Jesse mientras observaba la mirada furibunda de Rachel.
—Un fin de semana —declaró él casi con crueldad —me daría lo que busco. Si quieres que haya más entre nosotros, pues tendrás que encargarte de convencerme durante ese período.
—¡Yo! —chilló Rachel, atónita—. ¿De qué estás hablando?
Un extraño temor se apoderó de ella. Tuvo un horrible presentimiento de lo que Jesse estaba por decir.
—¿No es obvio? —preguntó él, levantando una ceja castaña—. Yo aposté un fin de semana y me lo gané. Y voy a cobrármelo, Rachel, créeme. Pero —agregó con increíble serenidad— no hay nada en nuestro acuerdo que prohíba que emplees esos dos días y dos noches para apostar algo más grande...
—¿Qué? —exclamó Rachel, fastidiada y muy asustada—. ¿Se supone que la carnada para que pague mi deuda es la posibilidad de que en dos días pueda lograr que te enamores locamente de mí?
—No olvides las dos noches —terció Jesse, atrayéndola hacia él y apretándole las caderas contra las suyas—. Cuando ambas partes deciden cesar las hostilidades, en dos noches pueden suceder muchas cosas.
Los labios de Jesse buscaron el sensible lugar detrás de la oreja de ella, que quedaba expuesta por el moño y Rachel se encontró mirando la firme tela de la chaqueta de vestir de él, desde una distancia de cuatro centímetros. Su cabeza era un torbellino de emociones. Jesse le estaba ofreciendo otra forma de jugar su mano. Una forma más arriesgada que el método que acababa de usar. ¡Cielos! pensó Rachel con vehemencia. ¡Si él supiera que ella había querido darle celos, intencionalmente! Se preguntó si la reacción de él sería de ira por el hecho de haber sido engañado o satisfacción al descubrir que ella lo deseaba hasta el punto de tomarse todas esas molestias.
¿Pero por qué no habría de probar otra táctica? No la que sugería Jesse, claro, esa era demasiado peligrosa y además, todo estaba a favor de él. Según el plan de Jesse, él obtendría su fin de semana y ella tendría nada más que una remota posibilidad de lograr algo más serio. Es más, pensó Rachel con pesar, probablemente él deseaba que ella pagara la deuda con la esperanza de que la aventura duraría más de un fin de semana. Jesse estaba tratando de manipularla para obtener lo que deseaba. ¿Qué sucedería si ella intentaba un acercamiento más suave? Si fingía estar al borde de la rendición. ¿Perdería él algo de esa viril agresividad al darse cuenta que ella ya no representaba un desafío? Y más importante aun... ¿Con qué la reemplazaría?
—Jesse —comenzó a decir Rachel, bajando la voz a un tono más suave—, no te enfades conmigo. No voy a ponerme en contacto con Noah.
Trató de sonar sumisa, pero no demasiado dócil.
—¡Más te vale! Elimina a Noah y a esa estúpida rosa de tu mente, Rachel. Mi fin de semana es tu primera prioridad.
—La abrazó con más fuerza, haciéndola muy consciente de su virilidad.
—No hay duda de que eres uno de los hombres más persistentes del mundo —suspiró Rachel, cerrando los ojos al sentir la mano de él sobre su cadera—. No puedo creer que un hombre se tome todas estas molestias para cobrarse una apuesta que nunca debió haber hecho —agregó.
—El hecho de que no soy galante debió haberte advertido de que la cobraría —replicó él, levantando la cabeza y mirándola a los ojos.
—Bueno, ya dejaste en claro el asunto de la rosa y yo te prometí que no hablaría con Noah, de modo que... —Rachel fijó los ojos en un botón de la camisa de él—... ¿podríamos bajar a cenar? —concluyó, asombrándose ante el tono suplicante de su voz.
¡Era mejor actriz de lo que había sospechado!
Jesse se apartó de ella, observándola con atención. Tenía el ceño fruncido, pero la ira había desaparecido casi por completo. Rachel lo observó por el rabillo del ojo. Tendría que ser cuidadosa y no sobreactuar, decidió, deseando que no hubiera tanta realidad en sus tácticas. Las ansias de apaciguar a Jesse eran sinceras, descubrió con pesar. Era una nueva sensación para ella. Su reacción normal ante cualquier hombre que se hubiera comportado como Jesse habría sido una de extrema impaciencia. Además no era nada normal para ella haber provocado una situación así.
—¿Es este el comienzo de una dulce y femenina sumisión? —preguntó Jesse con interés, observando la expresión obediente de Rachel. Ella oyó la risa en su voz y de inmediato gran parte de su deseo de apaciguarlo se evaporó—. ¿De veras vas a escucharme y obedecer?
—Haría cualquier cosa con tal de obtener una cena —dijo Rachel con voz trémula, mirándolo a los ojos con expresión suplicante.
Jesse la miró por un instante y luego estalló en carcajadas.
—¡Esa es mi Rachel! Siempre con las prioridades bien en claro. Vamos, querida. Me ocuparé de que te alimentes. ¡No quiero que te quejes de que no me ocupo bien de ti!
Salieron de la habitación, dejando la rosa olvidada en el cesto de papeles junto a la cama.
Los dos días que siguieron fueron agotadores para Rachel, que estuvo en la exigente compañía de Jesse casi cada minuto que estuvo despierta. Exploraron tiendas de anticuarios en Monterrey, pasearon en auto por la costa y pasaron horas caminando por las playas. Usando el objeto de arte que buscaba Jesse como excusa, discutieron sobre interminables murales. Con una sensación de urgencia, Rachel trató de aprovechar cada conversación para aprender más acerca de Jesse y obligarlo a aprender más acerca de ella. Tenían que hacerse amigos antes de que ella corriera el riesgo de permitir que fueran amantes, se dijo Rachel una y otra vez.
Por su parte, Jesse parecía dispuesto a complacerla, sin duda pensando que sería una forma de hacerle bajar la guardia. Pero aunque a Rachel le parecía que de día se acercaban cada vez más a la amistad, los besos seductores y apasionados de Jesse por las noches le dejaban la impresión de que él estaba haciendo tiempo, esperando para cobrarse el fin de semana. El saber eso fue lo que le permitió mandarlo de vuelta a su cuarto por dos noches seguidas.
—¿Cuántas noches más vamos a pasar separados? —preguntó Jesse con voz ronca cuando se despedía de mala gana la segunda vez.
La apretó contra él y Rachel supo que él quería que ella respondiera a la pasión y el deseo que no se esforzaba por ocultar. La ardiente mirada color esmeralda recorrió el rostro de ella, notando el cabello desordenado, la vulnerabilidad de los labios que él había besado con pasión.
—Por favor, Jesse —susurró Rachel, utilizando toda su fuerza de voluntad para mantenerse fiel a su plan—. Es una decisión tan importante que quiero estar segura... —Dejó que su voz se perdiera, mirándolo con enormes ojos color chocolate.
—No tienes que tomar ninguna decisión excepto la de elegir el momento —replicó él con una mano sobre el cierre del vestido de Rachel.
La noche anterior, ella le había pedido que se marchara antes de que pudiera hacer más que besarla con intensidad. No pensaba permitir que volvieran a terminar sobre la seductora suavidad de la cama, como lo habían hecho algunas noches atrás.
—Jesse, me prometiste que te irías cuando te lo pidiera —le recordó Rachel, muy consciente del cierre que se abría—. Anoche te fuiste...
—Anoche dejé que me echaras demasiado pronto —murmuró él, deslizando los dedos por la piel de la espalda de Rachel. Su boca marcó una huella de besos desde el cuello de ella hasta el hombro—. Estaba tratando de mostrarte qué bien que colaboraras —agregó—. Pero luego de que llegué a mi cuarto, me di cuenta de que había manejado mal la situación. Te di demasiada autoridad. Ya te dije que te pareces mucho a mí, querida; ¡si nos dan autoridad, no vacilamos en ejercerla!
—¡Nada de eso! —protestó ella, estremeciéndose al sentir las manos de él sobre su piel—. ¿Es que no lo entiendes? ¡Tengo que estar segura!
—¿Segura de qué? —preguntó él deslizando hacia adelante la parte superior del vestido y apretándola con más fuerza al sentir que ella se ponía rígida—. ¿Segura de que puedes dominarme? ¿Segura de que el fin de semana se llevará a cabo según tus términos? Si eso es lo que esperas, olvídalo. Estoy usando todo mi autocontrol para dejarte elegir el momento de tu entrega, pero una vez que te hayas comprometido, recogeré mis ganancias según mis propios términos. Durante un fin de semana, querida, sabrás lo que significa pertenecerme por completo.
—En lo único que puedes pensar es en cobrar esta estúpida apuesta ¿verdad?
—Es lo más importante que hay en mi agenda en este momento —le informó Jesse con tono burlón, arrastrándola suavemente hacia la cama.
Rachel sintió la fuerza en el cuerpo de él y supo que estaba decidido a llevar a cabo un ataque de gran importancia; ella no estaba segura de poder resistirse. Ahogó su temor y trató de hablar con voz firme.
—Ya es hora de que te vayas, Jesse.
Aguardó, muy tensa ante la posibilidad de que él se negara.
—No hablas en serio. Rachel. Ya me echaste muchas veces y luego te arrepentiste.
—Eres tan presumido que te gusta pensar que me arrepentí —replicó ella, clavando los talones para que él se detuviera—. ¡Voy a seguir echándote hasta que me decida acerca de lo que siento!
—Yo te ayudaré a decidirte —prometió él—. No seas tan cobarde, dulce Rachel, no va con tu personalidad. ¿Por qué me tienes tanto miedo?
Rachel sintió ganas de reír ante el error de él.
—No te tengo miedo, pero eso no significa que estoy dispuesta a acostarme contigo —dijo ella con vehemencia—. Ahora vete, por favor. Estás haciendo que las cosas sean muy difíciles para mí.
—Estoy tratando de facilitarte las cosas —la corrigió él, frunciendo el ceño—. Tu obstinación se debe a que tienes miedo de lo que pueda suceder después de que pasemos una noche juntos. Es eso ¿verdad? —preguntó—. ¡Tienes miedo de enamorarte de mí!
Parecía tan seguro de sí mismo que Rachel sintió deseos de pegarle.
—¡No es cierto! —exclamó, esforzándose por controlar su fastidio—. Por favor, Jesse. Necesito más tiempo.
Ejerciendo toda su fuerza de voluntad, logró darle una nota suplicante a su voz. Hubiera sido mucho más placentero decirle simplemente que se fuera al diablo. Pero su instinto femenino le advertía que esté hombre no retrocedería ante un ataque verbal. Además, era importante para su plan mantener la apariencia de que estaba por rendirse. Si fracasaba, se juró Rachel en silencio, probaría otra cosa.
—Todavía me resultas un extraño en muchos sentidos —agregó Rachel con suavidad—. ¿Es que no lo comprendes?
—Sólo porque no soy como los otros hombres con quienes has salido —le explicó Jesse, masajeándole la nuca—. Pero esa no es una razón para tenerme miedo. Te aseguro que no te arrepentirás de haberme dado ese fin de semana. Te gustará, Rachel; sabes que yo puedo hacer que te guste. Ya debes de haberte dado cuenta de que hay algo especial entre nosotros, y tenemos que explorarlo.
—¡Crees que yo debo hacerlo por ese estúpido juego de naipes!
—¡Sí! —exclamó él, a punto de perder la paciencia.
Rachel recobró la calma enseguida.
—Quizá tengas razón —suspiró, deseando que él pudiera ver algo especial en ellos que sobrepasara lo físico y que colmara algo más que su deseo de una conquista—. No lo sé. Dame unos días más, Jesse. No te haré esperar eternamente.
Dijo la última frase deprisa, al ver que el rostro de él se endurecía.
—No, no permitiré que nos hagas esperar mucho más tiempo —replicó Jesse—. A veces pienso que la mejor manera de acabar con esto es cambiar de idea acerca de permitir que seas tú la que decida cuándo y dónde. Me parece que fue un error darte tanta autoridad.
—No, Jesse —protestó Rachel, al ver el brillo calculador en los ojos de él—; te... te agradezco por tu consideración. No cambies de idea, por favor. —Qué ridículo que era estar agradeciéndole por no presionarla con algo para lo que no tenía ningún derecho, pensó Rachel, furiosa para sus adentros. Sin embargo, no quería ponerlo de mal humor mientras estaba en una situación tan delicada. Era mejor mantener la máscara gentil y suplicante por ahora—. ¿Sólo unos días más, Jesse?
—¿Cuántos? —preguntó él, siguiendo la línea de la mandíbula de ella con su dedo—. ¿Uno? ¿Dos?
—Bueno, en realidad yo había pensado en una o dos semanas, —comenzó a decir ella con voz vacilante.
—¡Estás loca! —replicó él, visiblemente enfadado—. Si eso era lo que pensabas, pues olvídalo. No pienso pasarme todas las vacaciones solo en la cama. ¡Estoy aquí por algo, Rachel Berry, y no lo olvides!
Rachel permaneció inmóvil, mirándolo con expresión suplicante.
—Está bien, Rachel —suspiró él luego de un tenso momento—. Te daré un poco más de tiempo. ¿Estás segura de que eso es lo que deseas?
—Sí —murmuró ella con voz casi inaudible.
—Te advierto —prosiguió él con vehemencia, mientras recuperaba su chaqueta— que no pienso permitir que esta situación se prolongue indefinidamente.
—Jesse —le recordó Rachel, al ver que él se dirigía a la puerta—, tú eres el que dijo que sabías que te habías equivocado en la forma de tratarme. Tú mismo dijiste que necesitaba tiempo para tomar la decisión...
Lo siguió desde una distancia prudencial deteniéndose cuando él se volvió para mirarla con la mano sobre el picaporte.
—Estoy haciendo todo lo posible por tratarte con guantes de seda, Rachel —le informó—. Pero hay un límite. Al fin y a cabo, me debes esos dos días y dos noches. ¡No estoy exigiendo nada injusto! Deberías saber que la paciencia no es una de mis mayores virtudes.
—¿Acaso tienes alguna virtud? —preguntó ella al ver que ya estaba casi fuera de la habitación.
—Claro que sí —replicó él—. Persevero ante la adversidad y siempre cobro lo que me deben. ¡Dos virtudes que me han conseguido el lugar en donde estoy ahora!
—¿Y eso qué es?
—¡La posición de ser tu jefe!
Acto seguido, se marchó dejando a Rachel con las palabras en la boca.
Con un mal presentimiento, Rachel se preparó para ir a dormir. Tenía la cabeza llena de planes y una sensación de que se le acababa el tiempo. ¡Maldito sea! pensó mientras se deslizaba entre las sábanas y se subía la frazada hasta el mentón. ¿Acaso él no podía pensar en otra cosa que ese fin de semana? ¿Qué iba a hacer ella si no lograba hacerlo ver más allá de cobrar las ganancias? ¿Volver a huir? Esa parecía ser la única posibilidad. ¿La perseguiría Jesse? Rachel observó las sombras que bailaban en la pared y decidió que lo más probable era que la siguiera. Jesse había estado en lo cierto al decir que la perseverancia era uno de sus puntos fuertes. Pero también él tenía que tener un límite. ¿Hasta dónde perseguiría a una mujer cuando lo único que deseaba de ella era un maldito fin de semana?
Si le daba esos dos días, ¿qué sucedería? Rachel se estremeció. Otra vez estaba tratando de buscar una razón para entregarse a un hombre al que debería ignorar por completo. ¿Pero no había algo de esperanza en el hecho de que Jesse la deseara tan intensamente, aunque sólo fuera por dos días? No habría hecho esa apuesta si no se hubiera sentido atraído por ella...
Ahogando un gemido, Rachel dio un puñetazo a la almohada y trató de dormir. Por la mañana se le ocurriría alguna otra salida. Este asunto de fingir que estaba a punto de pagar la deuda no estaba funcionando en absoluto. Tendría que pensar en alguna otra táctica.
Pero todos sus planes se complicaron cuando a la mañana siguiente, luego de vestirse y hacer una caminata por la playa, se encontró de vuelta en su habitación, preguntándose por qué Jesse no golpeaba a la puerta.
¿Se habría arrepentido? ¿Habría perdido la paciencia ante la actitud de ella? Miró el reloj e hizo una mueca. Tenía que reconocer que extrañaba los golpes de Jesse a la puerta y su posesivo beso matinal.
No había dudas de que era ella la que estaba aflojando en este juego agotador.
Pues bien, se dijo, al ver que pasaba el tiempo, no iba a permanecer en la habitación hasta que a Jesse se le ocurriera pasar a buscarla como si fuera una maleta. Tomó su bolso, abrió la puerta y salió al corredor, pero se detuvo de inmediato.
Había otra mujer allí, frente a la puerta del cuarto de Jesse, con los brazos alrededor del cuello de él. Durante un doloroso instante, Rachel sólo pudo mirar cómo la diminuta rubia se ponía en puntas de pie para depositar un beso sobre la mejilla del hombre. Las manos de él rodeaban la cintura de avispa de la mujer.
—Nos veremos para el desayuno, querido —suspiró la rubia—. Dame unos minutos para cambiarme ¿quieres? Estos vuelos a la madrugada son cansadores ¿no crees? Pero cuando Ella me dijo que estabas de vacaciones en Carmel, no perdí un minuto en llegar hasta aquí. ¡Cómo nos vamos a divertir!
Ante la mirada incrédula de Rachel, la otra mujer palmeó la bronceada mejilla de Jesse y desapareció dentro de la habitación contigua a la de él.
El primer instinto de Rachel fue de seguir a la mujer y echarla del hotel. La oleada de celos que sintió la asustó. El segundo impulso fue de enfrentar a Jesse y exigirle una explicación. Pero en el último instante el deseo de no hacer un escándalo la salvó. La última y principal reacción fue de intentar desaparecer antes de que Jesse la viera.
Pero no pudo hacerlo. Mientras metía la llave dentro de la cerradura, Jesse echó una mirada casual en dirección a ella, levantando una ceja con expresión interrogante.
—¡Vaya! Buen día, Rachel. ¿Vienes a buscarme para ir a desayunar? —preguntó alegremente con una sonrisa voraz.
Llevaba pantalones y una camisa abotonada a medias, que dejaba al descubierto demasiado, pensó Rachel. El cabello húmedo estaba algo revuelto, como si alguien acabara de acariciarlo.
La única posibilidad era salir airosa de la situación, se dijo Rachel.
—Quizá tengas otros planes —comentó, echando una mirada hacia la otra habitación.
—¿Te refieres a Irene? —respondió él con tono inocente—. Sí, seguramente se unirá a nosotros. Estoy descubriendo que es una criatura algo persistente.
Parecía algo preocupado por eso, y Rachel sintió deseos de gritar
—Entonces no necesitarás mi compañía —declaró, notando de pronto que le temblaban las manos.
Se volvió y se alejó majestuosamente hacia la escalera, esperando y temiendo que él la llamara. Jesse no lo hizo y ella se preguntó si sería porque no pensaba explicarle nada o porque tenía miedo de despertar a los otros huéspedes.
Rachel buscó una mesa para dos en el comedor del hotel y pidió café. De pronto presintió la presencia de Jesse en la habitación. De inmediato todos sus músculos y nervios se tensaron y Rachel se preguntó si su destino sería pasarse la vida reaccionando así ante un hombre. No quiso volver la cabeza y mirar hacia atrás, pero sintió que él se acercaba.
—¡Qué apurada que estabas esta mañana! —comentó él sentándose frente a Rachel y tomando el menú que ella había dejado de lado—. ¿No podías esperar para mandar la cafeína al torrente sanguíneo?
—No quería interferir con tus planes —declaró Rachel, furiosa ante el modo indiferente de él.
—¿No sientes curiosidad acerca de Irene? —preguntó Jesse, haciéndole una seña al camarero.
Observó la expresión lejana de Rachel con una mirada calculadora que la puso muy nerviosa.
—¿Curiosidad? —preguntó ella con tono helado—. No, supuse que era una... una amiga tuya.
Notó que estaba revolviendo el café con demasiada fuerza y se obligó a relajarse.
—Qué perspicaz —se burló él—. Como dijiste, es una amiga mía. Sus padres son dueños de la granja vecina a la de mi tía Ella. ¿Recuerdas a mi tía Ella? ¿La persona con quien yo hablaba por teléfono aquella vez que demostraste la faceta cobarde de tu personalidad?
—¿Otra vez vas a insistir con eso?
—No lo haré si prefieres hablar de otra cosa —propuso él de inmediato.
—Continúa —le ordenó Rachel, deseando poder clavarle el cuchillo en la garganta.
—Veamos... ¿En qué estaba? Ah, sí, los vecinos de mi tía Ella. Son los Palton, e Irene es la hija. Es también —agregó Jesse con tono lacónico— una incomodidad para mí.
—¿Una antigua amante que no te deja tranquilo? —preguntó Rachel con sarcasmo.
—No exactamente —sonrió él—. Creo que la mejor forma de describirla es como una amante en potencia que no me deja tranquilo. Irene acaba de cortar con su último novio, el tercero, creo, y ha decidido que soy el próximo en la lista de posibles maridos. Ha estado persiguiendo a tía Ella para que vaya a visitarla a la granja o para que ella organice un encuentro casual. Mi pobre tía ya ha perdido la paciencia. No quiere quedar mal con los Palton ni con la dulce Irene, pero tampoco quiere seguir siendo mi guardaespaldas. Aparentemente, se rindió y le dijo a Irene que estaba en Carmel. ¡Supongo que me lo merezco, pero de todos modos, creo que la próxima vez que me tome vacaciones no le diré a nadie adonde estoy!
—Déjame ver si entendí bien —masculló, Rachel, observándolo con presión incrédula—. ¿Te persigue la hija de los vecinos de tu tía? ¿Y tú no quieres hacerle ilusiones? Pero... parecía muy atractiva...
—Lo es, pero tiene un precio muy caro —replicó él con sequedad—. Matrimonio. ¡Ni siquiera yo me atrevería a enfurecer a mi tía Ella teniendo una aventura con la hija de sus mejores amigos!
Rachel se puso pálida. Sabía que no tendría que escandalizarse tanto al oír sus deshonorables intenciones hacia el sexo opuesto, pero fue casi demasiado para ella. ¡Se había hecho tantas ilusiones! La ira comenzó a correrle lentamente por la sangre.
—Ya veo —logró decir con sorprendente calma—. ¿Y tú no estás interesado en el matrimonio?
—No ahora que estoy pensando en un fin de semana contigo —replicó él, levantando la vista al ver que se acercaba el camarero.
Rachel apretó los puños debajo de la mesa. ¿Cómo había podido enamorarse de este hombre?
—Tu tía estaba en lo cierto. Tienes que enfrentar la situación.
—Si fuera por mí, terminaría hiriendo u ofendiendo a todos: los Palton, Ella e Irene —le aseguró Jesse—. Mi solución va a ser decirle a Irene que se mande a mudar. Se sentirá herida, sus padres se ofenderán y Ella estará furiosa conmigo por mi falta de tino.
—Por cierto que estás en un problema, ¿no es así? —se burló Rachel.
—Pero tú puedes ayudarme, querida —terció él antes de volverse para pedir café.
—¡Yo! ¿Qué tengo que ver yo? —exclamó ella cuando el camarero se alejó.
—Tú —le informó él —estás en la situación ideal para desalentar a Irene.
—No comprendo —susurró Rachel, atónita.
—Piénsalo —le ordenó él con suavidad, manteniendo su expresión inescrutable—. Lo único que tienes que hacer es dejar en claro que eres la mujer de turno en mi vida y que piensas serlo durante algún tiempo.
—¿Por qué tendría que hacerte algún favor? —susurró Rachel con la boca seca.
Permaneció inmóvil, mirándolo con ojos incrédulos.
—Porque yo —dijo Jesse con una sonrisa peligrosa —estoy en posición de devolvértelo.
—¿Qué estás proponiendo? —preguntó Rachel, comenzando a sentirse atrapada por esos ojos verdes.
Jesse se inclinó hacia adelante, y habló con dureza.
—Te permitiré tener otra oportunidad con Puckermann si me ayudas a salir de este embrollo.
—¿Qué?
—Ya me oíste —dijo él—. Si me haces este favor te permitiré responder a esa maldita rosa.
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Mis amadas lectoras estamos a dos capitulos del final de esta locura.
Espero sus comentarios
Emy_Rodriguez Groff- -
Mensajes : 1446
Fecha de inscripción : 25/05/2011
Edad : 43
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
Asdefghjasdfghj :3 me encanto! :) siguela pronto :3
mari71087**** - Mensajes : 191
Fecha de inscripción : 17/04/2013
Edad : 25
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
Salte de felicidad cuano vi que actualizaste!!! me encantó, me interesa mucho hasta donde va a llegar este "juego"
Vane-gLeek** - Mensajes : 55
Fecha de inscripción : 03/12/2012
Edad : 27
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
Locura de Fin de Semana
capitulo 12
A donde han llegado las cosas
capitulo 12
A donde han llegado las cosas
—¡Me estás pidiendo que finja ser tu amante! —Rachel apenas podía creer lo que oía. La furia comenzó a apoderarse de ella—. Esto debe ser muy importante para ti —fue todo lo que dijo, bajando los ojos para ocultar su expresión.
Al parecer, no había ganado nada durante los últimos días. Presionado por una persistente muchacha que quería casarse, Jesse estaba mas que dispuesto a renunciar a Rachel.
—Lo es —le confirmó él.
Rachel supo que le correspondía levantarse y salir del restaurante, dejando a Jesse a solas con su dilema. Cuando se disponía a hacerlo, se oyó la voz de una mujer.
—Lamento haberte hecho esperar, cariño. ¿Pediste una taza de café para mí? —Irene se detuvo junto a la mesa, observando a la silenciosa Rachel con su mirada color miel—. ¿Quién es ésta, Jesse? ¿Una amiga que conociste aquí en el hotel?
La palabra "amiga" fue dicha con un sarcasmo tan sutil que Rachel estuvo a punto de perder los estribos. ¿Realmente Jesse pretendía que ella fingiera ser su amante delante de esta criatura? Aun si Rachel hubiera estado dispuesta a hacerlo, no creía que hubiera dado resultado. Era obvio que Irene se tenía confianza como para manejar a una docena de amantes.
—Irene, te presento a Rachel Berry —dijo Jesse con tono sombrío, mientras la rubia se sentaba a la mesa—. Rachel... —Jesse vaciló un instante—... más que una amiga.
—Comprendo —dijo Irene y su actitud de superioridad fue la gota que rebalsó la copa.
De modo que Jesse deseaba que lo rescataran de las garras matrimoniales de este insecto, ¿verdad? Pues bien: Rachel lo rescataría. ¡A su manera!
—¿En serio? —preguntó Rachel con una sonrisa dulzona—. Me alegro mucho. ¡Puedes ser la primera en felicitarnos!
Rachel no se dio cuenta de que su propia sonrisa era tan peligrosa como la de Jesse. Lo ignoró por completo, centrando su atención en la mujer que se había convertido en una rival. Aun sin mirarlo, Rachel sintió que Jesse se ponía rígido.
—¡Felicitarlos! ¿Por qué? —El rostro de Irene ya no era tan amistoso.
—¡Jesse! —lo reprendió Rachel, divertida—. ¿No le contaste?
Aguardó, regocijándose por la victoria al ver que la tensión en Jesse aumentaba. Era obvio que él comenzaba a dudar, preguntándose qué era este monstruo que había creado. Pero Jesse St.James era un experto jugador y salió del paso con gran habilidad.
—No, querida —contestó y Rachel fue la única que vio el brillo de advertencia en los ojos color esmeralda—. Dejaré que seas tú la que haga los honores.
—¿Qué sucede aquí? —preguntó Irene.
—Jesse y yo pensábamos formalizar nuestro compromiso cuando regresáramos de este viaje —explicó Rachel, dejando caer la bomba con satisfacción—. Creí que te habrías dado cuenta...
Dejó la oración en suspenso como si fuera demasiado educada como para sugerir que la otra mujer no era muy perspicaz.
—¡Compromiso! —chilló Irene—. ¡No es posible! ¡No te creo!
—Pregúntale a Jesse —sugirió Rachel, ocultado un repentino temor con un sorbo de café.
Por encima del borde de la taza, sus ojos se encontraron con los de él y hubiera dado una fortuna por saber qué estaba pensando. Quizá era mejor no saberlo, decidió. Ahora todo dependía de él. ¿Hasta qué punto deseaba que lo rescatara?
—¿Es cierto, Jesse? ¿Estás realmente comprometido con esta... con esta persona? — siseó Irene, tratando de recuperar la calma.
—Sí —dijo Jesse con sencillez sin dejar de mirar a Rachel por un instante—. Voy a casarme con ella.
Rachel no lo podía creer. Jesse debió de haber deseado sacarse de encima el problema de Irene tanto como para someterse a la venganza de Rachel. No era demasiado, se dijo con pesar, pero iba a ser agradable ver a Jesse fingiendo ser su prometido delante de Irene Faltón.
—¡Vaya, pues esto sí que es una sorpresa! Tu tía no sabe nada acerca de ello —lo acusó Irene.
—Iba a ser la primera en enterarse hasta que apareciste tú en forma tan inesperada —declaró Jesse, sorprendiendo a Rachel con su talento de actor.
—¿Cuándo se casan? —preguntó Irene, con una nota de sospecha en la voz.
Rachel tomó las riendas; no confiaba en que Jesse diera la respuesta adecuada.
—No hemos fijado fecha todavía, pero será dentro de poco, ¿verdad, Jesse?
—Sí —confirmó él con tono burlón—. Dentro de muy poco. Rachel y yo estamos demasiado enamorados como para esperar mucho para el aspecto legal del asunto —explicó con suavidad.
Irene sacudió la cabeza con incredulidad.
—No lo puedo creer. No has dado indicios de estar enamorado de nadie...
Jesse rió, sus ojos brillantes se posaron sobre la expresión cautelosa de Rachel.
—¿Quieres que te diga hasta qué punto estoy enamorado de Rachel? —le preguntó a Irene—. ¡El declaró con el tono de quién hace un anuncio sorprendente— ha manejado el Mercedes!
Rachel frunció el ceño, no comprendía en absoluto, pero era obvio que la noticia había impactado a Irene.
—¿Le permitiste manejarlo?
La diminuta rubia parecía muy afectada.
—No sólo lo manejó, sino que logró golpearlo —prosiguió Jesse—. ¡Y sigo comprometido con ella!
Rachel sintió que se ruborizaba. Era obvio que el maldito Mercedes era una posesión más valorada de lo que ella había creído. Irene había quedado estupefacta ante la revelación.
—Eso sí que es un privilegio —comentó Irene con sarcasmo—. Jesse no ha permitido que nadie tocara ese auto desde que lo compró hace unos meses. ¡Yo pensé que hubiera matado al que se atrevía a rayárselo! —agregó con un dejo de resentimiento.
—Pues ni siquiera le pegué —sonrió Jesse—. ¡Aunque te diré que no me faltaron ganas! Eso sí que es amor ¿no crees, Irene?
—Jesse, cariño, debiste haberme dicho que valorabas tanto a tu auto —murmuró Rachel—. ¡Quizá hubiera encontrado otro medio de transporte en esa ocasión particular! —Le echó una mirada fulminante.
—Recuerdo que estabas tan apurada que me dio lástima decirte que no. Además —prosiguió Jesse con una ironía que solo Rachel percibió— me lo pediste con tanto cariño, y tú sabes que yo siempre hago lo que tú deseas.
Rachel casi se atragantó con el café.
—¿Cómo se conocieron? —preguntó Irene, esforzándose por ser cortés.
—Rachel trabaja para mí —explicó Jesse.
—Trabajaba —lo corrigió ella.
—¿Vas a dejar tu empleo ahora que conseguiste un hombre con dinero? —preguntó Irene de mal modo.
—No creo que sea una buena idea trabajar para el marido de una, ¿verdad? —replicó Rachel, pasando por alto la expresión fastidiada de Jesse. No sabía si estaba enojado con ella o con Irene—. Pero no voy a dejar de trabajar por completo. No —agregó con satisfacción— tengo pensado aceptar un empleo en Cameron Engineering.
Deliberadamente eligió a la competencia de la empresa de Jesse y sonrió al ver que ahora era él el que casi se atragantaba con el café.
—Ni se te ocurra —le advirtió él, devolviéndole la sonrisa.
—¿Prefieres que no trabaje? —preguntó Irene, pensando que podría causar una pelea.
—¡No me importa que trabajes, pero puedo asegurar que no será para William Cameron! —declaró Jesse, hablándole directamente a Rachel, cuya sonrisa seguía siendo una burla.
—Pero, tesoro, acabas de decirme que tú siempre haces lo que yo deseo, de modo que no haría declaraciones apresuradas, si estuviera en tu lugar —ronroneó Rachel.
—¿Todas las novias torturan así a sus futuros maridos? —preguntó Jesse, como si estuviera interesadísimo en un extraño fenómeno social.
—No lo sé —dijo Rachel con tono cortés—. ¿Por qué no se lo preguntas a Irene? ¿No me dijiste que estuvo comprometida varias veces?
—¿Qué?
Hubo una exclamación furiosa por parte de Irene y Rachel sintió satisfacción por haber sido ella la causante.
—¡Jesse! ¡Cómo pudiste hacer eso! —lo acusó Irene, al borde de las lágrimas.
—Estee... Rachel no... no comprendió mis palabras, Irene —dijo él de inmediato—. Tú sabes que yo te comprendo respecto de los otros noviazgos.
—Siempre creí que me comprendías —susurró Irene, levantando los ojos ante la mirada impaciente de él—. Ellos no eran importantes, Jesse, tú lo sabes. Sólo estaba probando mis alas, como tú me lo habías aconsejado...
—¡Qué dulce! —murmuró Rachel, dedicándole una radiante sonrisa—. ¡Una relación de hermanos! ¿Supongo que se desarrolló durante tus visitas a la granja de tu tía, Jesse?
—Nuestra relación no fue la de hermanos —le informó Irene con resentimiento—. Jesse y yo fuimos muy íntimos en... en otro sentido —declaró con tono teatral.
—¿Una relación de padre-hija, quizá? —sugirió Rachel, decidiendo que Irene debía tener alrededor de veintitrés años.
Vio que Jesse hacía una mueca.
—¡En absoluto! —chilló Irene.
Iba a continuar cuando Jesse la interrumpió.
—Creo que será mejor que pidamos el desayuno o el camarero perderá todo interés en esta mesa —declaró con firmeza, incluyendo a ambas mujeres en la implícita orden—. ¿Qué vas a tomar, Irene?
—Nada más que una taza de café y quizá un poco de fruta. No tengo mucha hambre —dijo Irene con voz triste.
—Bien —dijo Jesse con tono alentador, mirando a Rachel con expresión decidida—. ¿Para ti lo de siempre, mi vida?
Las palabras eran corteses, pero Rachel supo que si decía algo incorrecto en ese momento, se encontrará con el menú enroscado alrededor del cuello.
—Sí, querido —asintió con tono sumiso.
Los ojos dorados reflejaban la risa que la sacudía por dentro.
Durante el desayuno, Irene aprovechó cada oportunidad para mencionar su misteriosa relación previa con Jesse y Rachel respondió tratando a la diminuta rubia como si fuera un insecto al que pronto se eliminaría. Jesse, atrapado entre las dos, se esforzaba por mantener una atmósfera cortés alrededor de la mesa. Sus intentos por apaciguar a Irene y controlar los comentarios cada vez más audaces de Rachel resultaron muy divertidos para su supuesta prometida, que se preguntó si él sabría en lo que se estaba metiendo cuando le había pedido que lo ayudara a salir de ese embrollo.
—¿Cuánto tiempo vas a quedarte, Irene? —preguntó Jesse, buscando un tema sin controversias.
—No... no lo sé —vaciló Irene—. Pensé que podríamos pasar un tiempo juntos, pero...
—Pero eres demasiado sensible como para interrumpir a una pareja de novios ¿verdad? —concluyó Rachel alegremente—. Te diré lo que puedes hacer, Irene. ¿Por qué no averiguas a qué hora salen los vuelos de regreso y luego Jesse y yo te llevamos al aeropuerto?
Irene le echó una mirada fulminante, pero no dijo nada hasta que terminaron de desayunar. Cuando llegaron al vestíbulo, Jesse desapareció con la excusa de que tenía que buscar su chaqueta. No bien él estuvo fuera de la vista la rubia atacó a Rachel.
—¡No vas a salirte con la tuya! —siseó furiosa—. Él no es ningún tonto y no tardará en darse cuenta de que no eres más que una cualquiera que anda detrás del dinero. ¡Quizá se conforme con acostarse contigo durante un tiempo, pero nunca llegará al matrimonio!
—Pareces muy segura de eso —comentó Rachel con serenidad, mirando a su adversaria con los párpados entornados.
Ahora que Jesse no estaba presente, ambas habían sacado las garras a relucir.
—¡Lo estoy! —chilló Irene—. ¡Supongo que te estará haciendo creer que se casará contigo para obtener lo que quiere de ti, sin demasiada persuasión!
—¿Ah, sí? —terció Rachel con tono peligroso—. ¿Siempre tiene que recurrir a eso para lograr que una mujer se acueste con él?
Irene se sonrojó de rabia.
—¡Me imagino que toma el camino más corto hasta el objetivo!
—¿Y ese camino incluye comprarle a la víctima un anillo de compromiso?
—¡Tú no llevas anillo! —exclamó Irene con tono triunfante.
—Ah, allí estás, Jesse —anunció Rachel al ver que él se acercaba con recelo—. Irene acaba de comentar que no llevo anillo y estaba por contarle que nuestro programa para hoy era ir a comprar uno. ¿Crees que deberíamos invitarla para que venga a elegirlo con nosotros?
Rachel tuvo que reconocer que Jesse reaccionó bien ante el desafío.
Una misteriosa expresión cruzó por los ojos color esmeralda y luego Jesse le sonrió con obvia intimidad.
—Pero mi vida, yo siempre creí que eso era algo que correspondía sólo a la pareja de novios; aunque si realmente deseas la opinión de otra mujer...
Levantó una ceja rojiza y aguardó la decisión de ella.
—Preferiría que fuéramos sólo nosotros dos, pero ella es tu amiga y no quise ser descortés —sonrió Rachel, echando una mirada a la furibunda Irene.
—¿Te importa, Irene? —preguntó Jesse con amabilidad—. Podríamos arreglar para encontrarnos a la hora del almuerzo, si quieres.
—¿De veras vas a comprarle un anillo?
Irene parecía estupefacta y Rachel se preguntó qué tipo de fantasía se había estado haciendo acerca de Jesse.
—Por supuesto —declaró él, tomando a Rachel de la mano, con gesto posesivo—. Me gusta que mi mujer lleve un símbolo tradicional de esclavitud. Supongo que en algunos aspectos soy algo anticuado —añadió, ignorando la mirada fulminante de Rachel—. Será mejor que nos pongamos en marcha —prosiguió alegremente, tomando a su falsa prometida con mano de acero—. Nos encontraremos aquí para el almuerzo. Irene. ¿Por qué no vas a caminar por la playa? Hace demasiado frío para nadar, pero una caminata hace bien.
Con un saludo casual en dirección de la apabullada rubia, Jesse arrastró a Rachel por la puerta del hotel hasta la calle.
—¡Uff! —protestó Jesse cuando salieron a la acera—. ¡No sé si sentirme halagado u horrorizado ante la forma en que acudiste a "rescatarme"! ¿Siempre interpretas tus papeles con tanto entusiasmo?
—Te lo mereces por tratar de hacerme pasar por tu amante —declaró Rachel muy satisfecha. Tenía que apresurar el paso para evitar ser arrastrada por la calle—. ¿Por qué tanto apuro? Tenemos una excelente excusa para salvarnos de tu encantadora vecina hasta la hora del almuerzo.
—¡Pero ella quería a toda costa ver el anillo! —le recordó Jesse, sin aminorar la marcha.
Había una expresión decidida en su rostro que hizo que Rachel sintiera un leve temor.
—Detalles, detalles —refunfuñó—. Inventaré una buena razón por la que no pudimos encontrar uno.
—No hay pretextos. Vas a tener un anillo a la hora del almuerzo o Irene sospechará que algo anda mal. La conozco. Todavía no cree del todo esto del compromiso. Deja de arrastrar los pies, Rachel —agregó con impaciencia tironeándole suavemente del brazo—. Tú fuiste la que comenzó todo esto, ¡ahora vas a terminarlo!
—Pero, Jesse —protestó ella—. No quiero un anillo. Después habrá que devolverlo y al fin y al cabo no es que realmente estemos comprometidos...
—¡Tendrías que haber pensado en eso antes de elevarte de la categoría de amante a la de futura esposa!
Mucho más tarde, Rachel seguía protestando cuando Jesse, aparentemente al límite de su paciencia, anunció que darían un paseo por la playa, para ver si Rachel se agotaba lo suficiente como para dejar de reñirlo.
—¡No te estoy riñendo! —exclamó ella, consciente del peso del hermoso anillo de brillantes sobre su dedo—. ¡Sólo estoy diciendo que no me gusta que me usen!
—¿Quién usa a quién? —replicó Jesse, guiándola por la arena hasta unas piscinas rocosas no lejos del hotel—. Yo soy el que debería quejarse. ¡No todos los días la amante de uno declara que va a convertirse en su esposa!
—¡No soy tu amante! Además, no pienso serlo. ¡Ni siquiera durante ese estúpido fin de semana que insistes en cobrarte!
—No mientas —le recomendó Jesse, sonriendo con repentina picardía—. Ambos sabemos que estoy a punto de tener el fin de semana en la palma de la mano —Jesse se detuvo de pronto, obligándola a hacer lo mismo—. Admítelo, Rachel —le ordenó con suavidad, tomando el rostro tormentoso de ella entre sus manos—. Dime la verdad, querida. ¡Quiero oírte admitirlo!
—No te daré esa satisfacción —dijo Rachel, dando un paso hacia atrás con gesto rencoroso.
Fue entonces cuando divisó a Irene que estaba sobre un pequeño acantilado sobre ellos. La otra mujer los miraba con una expresión de ávida curiosidad que alertó a Rachel. Con repentina inspiración, se volvió de nuevo hacia Jesse.
—Bésame —le ordenó acomodándose entre los brazos de él—. Irene nos mira.
—Con todo gusto —asintió Jesse de inmediato. Antes de que Rachel pudiera arrepentirse, la tenía apretada contra él—. Confío en que sabes lo que estás haciendo, Rachel Berry —agregó antes de tomar posesión de la boca de ella.
Rachel, sin estar segura de entender sus propias acciones, cedió a la tentación del momento. Era maravilloso poder disfrutar de la apasionada magia de Jesse. Casi sintió ganas de agradecerle a Irene por la excusa. Y esa, decidió mientras sus labios se abrían bajo los de Jesse, era la forma en que llevaría adelante el juego mientras Irene estuviera cerca. Al fin y al cabo, se dijo Rachel con firmeza, ya que estaba podía aprovechar al máximo esta extraña situación.
—¿Esta noche, Rachel? —susurró Jesse en forma persuasiva, trazando un camino de fuego hasta la oreja de ella—. ¿Comenzamos nuestro fin de semana esta noche? Di que sí, cariño. Sé que lo deseas tanto como yo.
La apretó con más fuerza contra su cuerpo ardiente y Rachel creyó sentir que él temblaba
—Olvidas que hago esto sólo para salvarte de una situación embarazosa. No tengo intención de darte realmente ese fin de semana —dijo Rachel con voz desesperada.
Sabía que la presencia de Irene no tenía que hacerle llegar tan lejos.
—¿No? —preguntó Jesse con suavidad.
Su boca estaba a unos milímetros de la de ella y había una burlona satisfacción en sus ojos.
—¿No? Tú... tú dijiste... —dijo Rachel con vehemencia—... Me prometiste una recompensa para ayudarte. Dijiste que podría ponerme en contacto con Noah. ¡Jesse! —concluyó con un gritito al sentir que él la apretaba con más fuerza—. ¡Me estás lastimando!
—Tienes suerte de que no te cause daños serios —dijo él, apretando los dientes— ¿No sabes que no se debe hablar de un hombre cuando se está en los brazos de otro?
—¡Eres tú el que estaba tan desesperado por escapar de la dulce Irene que me ofreciste otra oportunidad con Noah! —se defendió Rachel—. ¡Yo... yo no volveré a hablar de él si tú no vuelves a sacar el tema de ese maldito fin de semana!
Él la observó durante un largo instante y luego suspiró con resignación.
—Eres la mujer más obstinada, exasperante y difícil que he conocido ¿sabes? —Le pasó un brazo sobre los hombros y comenzó a caminar por la playa hacia donde los aguardaba Irene—. Uno de estos días me vas a hacer ir demasiado lejos.
—¡Qué descaro! ¡Acusarme a mí de ser difícil! —exclamó Rachel, pero no pudo continuar, ya que Irene corrió hacia ellos, con los ojos fijos sobre Jesse.
—Allí estás. Creí que te habrías olvidado del almuerzo —exclamó alegremente, ignorando a Rachel.
—Imposible. Rachel y yo compartimos, entre otras cosas, un ávido interés por la comida —anunció Jesse con tono burlón.
—Sí. —Irene le dedicó una sonrisa almibarada a Rachel—. Noté que esta mañana tomaste un desayuno descomunal, Rachel. Ten cuidado con eso. A Jesse le gustan las mujeres delgadas. Ah, veo que conseguiste el anillo.
Rachel levantó la mano para que Irene pudiera inspeccionarlo de cerca.
—Muy lindo —dijo Irene con indiferencia, mientras los tres emprendían el regreso al hotel—. ¿Recuerdas cuando me dijiste que los diamantes te parecían tan fríos, Jesse?
Sorprendida. Rachel levantó la mirada hacia el rostro inescrutable de Jesse. Había sido él el que había elegido el diamante que ella llevaba.
—No recuerdo haber dicho eso, Irene —replicó él con serenidad—, pero de todos modos es una piedra ideal para Rachel. ¡Fuego y hielo!
La apretó contra él y Rachel no se resistió. A pesar de su fastidio, estar cerca del cuerpo musculoso de Jesse la hacía sentirse protegida. Protegida de Irene y de alguna manera, también del futuro.
Disfrutando de esa sensación y de todas las atenciones que le brindaba Jesse delante de Irene. Rachel se dejó llevar por el nuevo juego de fingir ser la prometida de Jesse St.James. Durante el resto de la tarde interpretó el papel de una mujer enamorada de un hombre que le corresponde los sentimientos. Sentía una inmensa satisfacción al ver que Irene experimentaba una obvia frustración ante la situación y cuando llegó la noche Rachel estuvo segura de que la rubia no se quedaría por mucho más tiempo. Por un lado, lamentaría ver partir a su rival, ya que al marcharse Irene, Rachel ya no tendría excusa para seguir el juego.
—¿Ya has decidido hasta cuándo te quedarás? —preguntó Jesse con amabilidad cuando terminaron de cenar y pasaron al salón.
—Creo que saldré mañana por la mañana —respondió ella lentamente, echando una mirada furiosa en dirección a Rachel, que fingió no darse cuenta—. Iré a visitar a unos amigos en Santa Cruz y luego tomaré el avión a San Francisco. Robert está allí, sabes, y ha estado tratando de convencerme para que nos arreglemos.
Se detuvo un instante para ver que efecto hacía el anuncio sobre los otros, pero Jesse no hizo más que asentir cortésmente.
—Parecía el mejor de todos. —Jesse sacó una silla para Rachel.
Irene disimuló una expresión de fastidio y adoptó una actitud amable, conversando a granel y utilizando su anterior asociación con Jesse para tratar de crear una atmósfera de intimidad que dejara a Rachel fuera de la conversación.
Pero Rachel estaba decidida a que eso no sucediera. De tanto en tanto, sus ojos se encontraban con los de Jesse y había en ellos una mirada cálida y prometedora destinada a demostrar la intimidad que había entre ella y Jesse y que Irene se esforzaba por imitar. Jesse le respondía con bastante entusiasmo. Le sonreía con una ardiente y viril expresión que Rachel jamás había visto en el rostro de otro hombre. La hacía sentirse deseada, como si fuera la única mujer en la habitación, y si también la hacía sentirse perseguida, decidió ignorar ese aspecto. Excluir a Irene de la relación era lo único que le importaba.
—Bailemos, Jesse —ordenó Rachel de pronto, presintiendo que Irene iba a pedirle lo mismo.
Sin una palabra él se puso de pie y la guió hacia la pista, donde ella se acomodó entre sus brazos. Jesse habló poco, pero ella sintió la tensión en la forma en que la tenía apretada contra él y se preguntó cuál sería la causa. ¿Acaso no se daba cuenta de que había eliminado a Irene casi por completo del panorama? Cuando Rachel diera por terminada la velada, la otra mujer estaría haciendo las maletas. Un pensamiento agradable. Cuando Jesse la llevó de vuelta a la mesa, Rachel dejó que su mano permaneciera unos minutos sobre el brazo de él, ya que sabía que Irene la estaba observando furiosa. Jesse le apretó los dedos y dejó su mano sobre la de ella.
—Creí que no te gustaban las mujeres pegajosas. Jesse —comentó Irene con resentimiento al ver el gesto de él.
—Siempre hay una excepción en la vida de un hombre. —Jesse sonrió y se acercó aun más a Rachel—. ¡Con esta mujer en particular, la idea es que se me pegue lo más posible!
Al ver la mirada traviesa de él, Rachel sonrió divertida; experimentaba una sensación de poder. No iba a durar, por supuesto; esto era sólo una pantomima para engañar a Irene, y no bien la otra mujer se marchara, Rachel tendría que volver a poner distancia entre ella y Jesse. Pero por ahora...
Era tarde cuando finalmente Rachel decidió poner fin a la velada. Su rival había sido derrotada casi por completo y quedaba un solo paso para sellar definitivamente la imagen de la pareja enamorada.
—¿Te importa si terminamos la noche aquí, querido? —preguntó mirando a Jesse de soslayo—. Estoy lista para ir a la cama —agregó insinuando un doble sentido.
—En absoluto —replicó Jesse—. ¿Nos disculpas, Irene? —Se puso de pie y ayudó a Rachel a hacer lo mismo.
—Subiré con ustedes —dijo Irene de inmediato con una expresión que dejaba en claro lo que estaba pensando.
«Quiere saber si duermo con Jesse», pensó Rachel, mientras planeaba su siguiente paso. Al fin y al cabo, Irene había encontrado a Jesse solo esa mañana. Bueno, el epílogo del jueguito de esta noche tendría que eliminar cualquier idea que Irene pudiera tener acerca de hacer una visita nocturna a la habitación de Jesse.
Subieron la escalera y Rachel se detuvo frente a la puerta de su habitación. Se volvió hacia Irene, sin soltar el brazo de Jesse, a quien esto no pareció molestarle en absoluto.
—¿Te veremos mañana a la hora del desayuno o te irás temprano para Santa Cruz, Irene? —preguntó Rachel alegremente.
Irene echó una mirada a la mano que Rachel tenía apoyada sobre el brazo de Jesse.
—Todavía no he decidido —respondió con frialdad.
—Bueno, quizá nos levantemos algo tarde, de modo que no nos esperes —le aconsejó Rachel con gentileza—. Al fin y al cabo, estamos de vacaciones y no tenemos que cumplir ningún horario, Aquí está la llave, querido —agregó, sacándola del bolso y entregándosela a Jesse.
Acompañó la acción con una sonrisa seductora y sintió deseos de reír al ver la sorpresa en los ojos verdes. Jesse abrió la puerta y le devolvió la llave, mirándola con curiosidad.
Luego de una última sonrisa condescendiente en dirección a Irene, Rachel tomó a Jesse de la mano, sintiendo el inmediato apretón de él, y como si lo hubiera hecho muchas otras veces, guió a Jesse dentro de la habitación. Antes de cerrar la puerta suavemente, tuvo una última visión de la expresión frustrada y furiosa de Irene.
—Creo que estás a salvo por esta noche —bromeó Rachel, soltando la mano de Jesse y volviéndose para presionar la oreja contra la puerta—. Se está yendo para su habitación. Apuesto a que nunca te imaginaste lo buena actriz que soy. Quizá debería buscar otro empleo aparte de mi trabajo en la sección de personal cuando regrese a Costa Mesa.
Se enderezó y se volvió hacia Jesse con una sonrisa, que se congeló de inmediato cuando vio que Jesse había atravesado la habitación y se estaba sacando la corbata.
—No te pongas demasiado cómodo —comentó con acidez, frunciendo el ceño—. En unos pocos minutos podrás regresar a tu habitación. Ten cuidado de no hacer ruido para que Irene no te oiga.
—Parecería que tuvieras experiencia en organizar este tipo de cosas
Jesse sonrió con una expresión afectuosa y divertida que alarmó extrañamente a Rachel.
—No hago nada más que lo que tú me pediste que hiciera —señaló Rachel. Jesse se quitó la chaqueta y la arrojó sobre una silla—. Te... te estaba haciendo un favor...
—No, Rachel —la corrigió él con tono serio—. Fuiste mucho más allá de lo que yo te pedí.
Había algo muy masculino y amenazador en la manera en que comenzó a desabotonarse los puños de la camisa. Rachel se mordió el labio con nerviosismo. De pronto se dio cuenta de que tendría que tener mucho cuidado con la forma en que terminaría su estrategia de esa noche
—¡Jesse! —comenzó a decir con decisión—, ¡ni se te ocurra creer que vas a quedarte aquí!
Estaba inmóvil, apoyada contra la puerta.
—Se acabaron los juegos, querida —le anunció él, terminando con los puños y comenzando a desabotonarse la camisa.
—¡Juegos! —exclamó Rachel, preguntándose otra vez si él habría descubierto sus planes—. ¡Pero si yo no estoy jugando, Jesse!
—Has estado jugando todo el día, Rachel —dijo él, sonriendo al ver la expresión tensa de ella.
Terminó con el último botón y se acercó hacia Rachel con tanta determinación que ella supo que esta vez él iba a concluir lo que empezaba.
—Y esta noche vas a descubrir cómo terminan esos juegos.
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Chicas es el es penultimo capitulo de esta maravillosa historia.
Se que fueron demasiado meses trabajando en ella, pero para que quedaran lindas las escenas me demoré
Espero que les guste y espero sus comentarios
Besos
Emy
Emy_Rodriguez Groff- -
Mensajes : 1446
Fecha de inscripción : 25/05/2011
Edad : 43
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
OMG! PERFECTO! Rachel estaba tomando ventaja y termino acorralada *3* Morí de risa con los comentarios que ella le hacia a Irene. Rachel solo estaba defendiendo a su hombre; Y Jesse capto la indirecta. De todas formas, ya es tiempo de que le pague el fin de semana; Sin Juegos asdfghjklñ! No puedo creer que ya sea el penúltimo capitulo, ame muchisisimo esta historia, Emy hiciste un trabajo extraordinario escribiéndola (: Me has devuelto el espíritu St. Berrysta ♡ Estaré al pendiente del siguiente, y ultimo, capitulo (': Saludos!
Julietta St. James****** - Mensajes : 351
Fecha de inscripción : 24/01/2013
Edad : 27
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
Haaaay el penúltimo noooo! :'(
Me gusta esta historia
Actualiza pronto, me quede engranada
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Wafialex*** - Mensajes : 100
Fecha de inscripción : 04/04/2013
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
Locura de Fin de Semana
Capitulo 13 y Final
Pegue la deuda
Capitulo 13 y Final
Pegue la deuda
—¿Te divirtió representar el papel de mi futura esposa, Rachel? —preguntó Jesse con interés mientras avanzaba hacia ella—. A mí personalmente me gustó. Parecías muy posesiva, cariño, pero me imaginé que serías ese tipo de mujer.
Rachel se alejó de la puerta, deslizándose por la pared. Tendría que tomar el control de la situación de inmediato. Sintió la boca seca e instintivamente se pasó la lengua por los labios.
—Jesse, no tienes derecho de...
—Es más —prosiguió él, cambiando de dirección para seguir los movimientos de ella—, parecías estar muy bien en el papel de la novia. Tan bien como lo estás en mis brazos cuando dejas de resistirte.
—Jesse, lo que estás haciendo es injusto —insistió Rachel, poniendo la silla entre ellos con un rápido salto.
Odiaba tener que estar a la defensiva como ahora. El papel de cazador le salía naturalmente a Jesse St.James pero a ella no le gustaba ser la presa.
—¿Injusto? —replicó él con tono burlón—. Tú eres la que es injusta. ¿Quieres que te diga por qué?
—¡Dame una razón! —lo desafió Rachel con valor, deseando de pronto que Jesse dejara de perseguirla o que la atrapara de una vez y terminara con este asunto.
Tenía los nervios tan tensos que creyó que se cortarían en cualquier momento. Él lo estaba haciendo intencionalmente, decidió con creciente ira. Le estaba mostrando el lado primitivo de su personalidad, como si quisiera hacerla sentir indefensa.
—¿Por dónde quieres que comience? —preguntó, rodeando la silla y atrapándola contra el costado de la cama, sin tocarla en ningún momento—. En primer lugar, está el hecho de que no quisiste cumplir la apuesta desde un principio.
—¡No vuelvas a insistir con eso!
¡Estaba tan cerca! Rachel consideró la posibilidad de correr por encima de la cama hacia el otro lado. Tendría que moverse rápidamente.
—Después tenemos el robo de mi auto nuevo...
—¡Jesse!
—Puedo continuar con la forma en que seguiste negándote a saldar la deuda, aun cuando yo había sido tan generoso como para permitirte elegir el momento y el lugar.
—¡Generoso! —protestó Rachel, mirándolo con expresión furiosa. Deseó poder permanecer indiferente ante la vista del abundante vello en su ancho tórax o el aroma cálido y sensual que brotaba de Jesse—. ¡Me dijiste que podría ver a otros hombres y cambiaste de idea luego de que salí un par de noches! ¡Eso no es generosidad!
—De modo que subestime mi propia fuerza. —Jesse se encogió de hombros como si eso no fuera importante y apoyó las manos sobre la cadera—. Déjame ver, ¿qué sucedió después? Ah sí, la rosa y esa empalagosa tarjeta de un hombre que no tiene ningún derecho de ponerse en contacto contigo. ¡Y tú parecías encantada de recibirla! —la acusó.
—Te lo dije —comenzó a decir Rachel, pero él la hizo callar con un movimiento de la mano.
—Después llegamos a la forma en que me has estado provocando —continuó él inexorablemente.
—¡No! —dijo Rachel, sintiéndose culpable—. ¡No fue mi intención provocarte!
Pero lo había hecho y el saberlo la ponía más nerviosa. Trató de disimular su reacción bajo una expresión iracunda.
—Quizá tú no quieras llamarlo provocación, pero para mí es eso. Durante todo el día he estado sometido a las miradas, las caricias y las exigencias de una mujer enamorada y eso, mi dulce Rachel, fue lo que finalmente me llevó demasiado lejos. No fue tu obstinación ni tus comentarios sarcásticos, como esperé al principio. Lo que desencadenó todo fue verte fingir estar locamente enamorada. Hiciste demasiadas promesas con esos ojos color carmelo y ahora voy a cobrármelas.
—¡No! —chilló Rachel, tratando de huir por sobre la cama.
Pero fue demasiado tarde. Sin mayor esfuerzo. Jesse extendió el brazo y la tomó de la muñeca, atrayéndola hacia su pecho. Rachel apoyó las manos sobre los hombros de él, buscando el equilibrio en forma instintiva. No podía apartar la mirada de esos brillantes ojos verdes.
Empujó contra él con todas sus fuerzas, al mismo tiempo tratando de hilvanar un discurso coherente. Era terriblemente difícil pensar bajo la tensión del momento. Los brazos de Jesse se cerraron alrededor de ella en forma implacable, apretándola contra la intimidad de sus muslos. Rachel sintió el fuego que ardía en él, vio la mirada apasionada y supo que sus débiles argumentos se disolverían bajo el impacto del deseo de él. No obstante, el orgullo de Rachel le exigió algún esfuerzo.
—¿Y tu promesa? —susurró con tono suplicante—. La que me hiciste esta mañana cuando me pediste que te ayudara.
—No recuerdo ninguna promesa —murmuró él contemplándolos ojos de ella como si fueran piscinas en las que pronto se sumergiría.
—¡No digas eso! Sabes perfectamente bien a qué me refiero. Dijiste que si te ayudaba a salvarte de Irene me permitirías otra oportunidad con Noah.
—Ah, esa promesa —terció él, deslizándole una mano por la espalda con gesto sensual—. Esa promesa fue hecha sobre la premisa de que fingirías ser mi amante. Quedó cancelada en el mismo instante en que le dijiste a Irene que estábamos comprometidos.
—¡Diablos! ¡No puedes hacerme esto! —se lamentó Rachel con impotencia, estremeciéndose ante el contacto con la mano de él.
—De todos modos —prosiguió él con vehemencia, acariciándole la vulnerable piel de la nuca—, quizá luego de un par de noches en mi cama, Puckermann ya no te resulte tan atractivo.
Con el rápido y sorpresivo impacto de un halcón que se precipita, la boca de Jesse se apoderó de la de Rachel, derribando las débiles barreras de ella con toda facilidad. Antes de que ella pudiera defenderse, él le había separado los labios y exploraba la calidez interior, apoderándose de ella. Rachel se estremeció y él la abrazó con más fuerza, hasta que ella no pudo moverse sin amoldarse de alguna manera al cuerpo de él.
—¡Jesse! —exclamó desesperadamente, cuando los labios de él liberaron los suyos para trazar un camino hasta su oreja—. ¡No voy a ser tu amante!
—No —asintió él con sorprendente seriedad levantándola en sus brazos—. Serás mi compañera. Una amante es una tontuela que sirve de juguete durante un tiempo. Esta noche sabrás lo que significa pertenecerme por completo. ¡No tendrá nada que ver con algo tan superficial como una amante!
La depositó sobre la cama dejándose caer sobre ella y aprisionándole las muñecas cuando ella hizo un último intento por zafarse. Con la mano que tenía libre se dirigió intencionalmente a los botones de la blusa de Rachel, y comenzó a desprenderlos sin dejar de mirarla un instante. Cuando terminó esa sensual acción, Rachel se estremecía bajo sus caricias.
—Háblame, Rachel —le ordenó con voz aterciopelada, deslizando los dedos por la suave piel de ella,—. Háblame como si realmente fueras a casarte conmigo. Quiero oír tus palabras de amor y deseo.
—¡Ay, Jesse! —Logró decir ella mientras se inclinaba para besarlo suavemente—. ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Nada más que una noche?
—Quiero mi fin de semana —susurró él con pasión—. Quiero las dos noches y los dos días que te gané en ese juego de naipes, mi dulce Rachel. ¡Y durante ese tiempo, quiero de ti todo lo que tienes para ofrecerle a un hombre!
—¿Y qué me darás a cambio? —susurró ella.
Jesse acomodó el peso y la sujetó con más fuerza. Estaba casi encima de ella ahora, haciéndole sentir la fuerza de su cuerpo.
—Tendrás todo lo que tu coraje te permita tomar —terció él, soltándole las muñecas para quitarle por completo la blusa.
Con un gesto instintivamente violento, la arrojó a un rincón de la habitación y reanudó el trabajo con el resto de la ropa de Rachel.
Temblando de deseo y aprensión, Rachel pasó los brazos alrededor del cuello de Jesse. Se sorprendió al sentir que él se estremecía. De pronto Rachel recuperó el coraje. Apoyó la cabeza contra el brazo de él y lo miró a los ojos.
—Una mujer como yo desea más de un hombre que una o dos noches de pasión —le advirtió con tono suave y ardiente.
—¿De veras? —terció Jesse cubriendo el cuerpo de Rachel con el suyo. Sus ojos estaban a unos pocos centímetros de los de ella—. ¿Qué es lo que deseas?
Dejó que el peso de su cuerpo la hundiera entre las sábanas, hasta que Rachel supo que jamás podría escapar, aun si hubiera querido hacerlo. Jesse le tomó el rostro entre las manos, acariciándole la línea de la mandíbula con los dedos.
—Quiere todo lo que puede obtener —murmuró Rachel, enredando los dedos en el grueso cabello rizado—. Ella... yo... yo quiero amor, pasión y sinceridad...
—¿Quieres atarme a tu lado? —preguntó él, con una sonrisa muy viril.
—¡Sí! —exclamó Rachel, fastidiada por la risa de Jesse. Tiró con fuerza del cabello y arqueó el cuerpo contra el de él—. No puedes pedirme todo y no darme nada a cambio —declaró sabiendo que él podría hacer todo lo que quisiera en ese momento.
—Ya te dije —le recordó Jesse, utilizando la fuerza para dominar los esfuerzos de ella —que puedes tomar todo lo que quieras. —Inclinó la cabeza y trazó un camino de besos ardientes desde el cuello de Rachel—. ¡Demuéstrame hasta qué punto me deseas, Rachel! —le ordenó con voz ronca.
Rachel reaccionó al viril deseo de él como si fuera una droga. Su propia rabia, deseo y pasión se unieron para formar una fuente de poder que ella no había imaginado que poseía, y Rachel los utilizaba con intuición femenina.
Pero por más que Rachel se esforzara por intensificar o controlar las caricias, Jesse estaba siempre un paso más adelante que ella, utilizando su propio poder para dominarla y controlarla, hasta que de pronto ella se dio cuenta de que respondía a las caricias y las exigencias de Jesse como si él fuera la fuente del poder y no el objetivo.
—Te deseo —admitió Rachel con un hilo de voz, mientras las manos de Jesse la exploraban.
—Y yo te deseo a ti —dijo él con voz ronca—. Te he deseado durante tanto tiempo que ya no soporto esperar más.
La boca cálida, apasionada y exigente de Jesse volvió a cubrir la de ella.
Rachel sintió que él se estremecía y le acarició la musculosa espalda, regocijándose ante la reacción de Jesse.
—Dime que me perteneces, Rachel —le ordenó Jesse, apartando la boca de la de Rachel—. ¡Dime que hoy me pagarás esa maldita deuda sin reservas, sin guardarte nada para ti!
Rachel abrió los ojos para encontrarse con la ardiente exigencia en los de él y se oyó a sí misma susurrar con voz suave y seductora:
—Sí, Jesse. Esta noche te pertenezco.
En silencio, agregó con vehemencia: «Y tú me perteneces a mí. ¡Podrá ser sólo por una o dos noches, pero tomaré todo lo que pueda!»
Rachel sintió que su fuerza se unía a la de Jesse, que la guió hasta una vertiginosa altura y luego cayó con ella por el abismo en un triunfal desafío a todas las cosas del mundo excepto ellos.
Los efectos de la pasión se apaciguaron lentamente, dejando a Rachel acurrucada entre los brazos de Jesse, escuchando los latidos del corazón de él. Ambos estaban húmedos por la transpiración y agotados como si hubieran corrido una gran distancia.
—Fue mejor de lo que soñé, Rachel —murmuró Jesse con inmensa satisfacción—. Dime que a ti también te gustó. No me mientas. No ahora.
—Fue perfecto, Jesse. La cosa más emocionante y excitante que me ha sucedido—le dijo ella con absoluta sinceridad y sintió la complacida respuesta del cuerpo de él.
—Bien —susurró Jesse con voz soñolienta—. Duérmete, mi vida. Hablaremos por la mañana.
Rachel sintió que él se hundía en un profundo sueño y se preguntó qué sería de ella ahora.
Rachel durmió de a ratos, despertándose al cabo de unas dos horas, para ver a Jesse apoyado sobre el codo, mirándola en la oscuridad y acariciándola suavemente.
Al ver que ella abría los ojos, Jesse sonrió y depositó un lánguido beso sobre los labios de Rachel.
—No podía esperar hasta la mañana —le explicó con vehemencia—. Todavía no me acostumbré a tener un tesoro así en mi cama, al alcance de la mano.
Volvió a hacerle el amor. Esto pareció complacer mucho a Jesse.
Cuando Rachel se despertó de nuevo, había una luz grisácea en la habitación que le informó que no faltaba mucho para el amanecer. Junto con la luz llegaron los ásperos bordes de la realidad.
Volvió la cabeza y observó a Jesse mientras dormía, disfrutando de la apariencia vulnerable que le daba el sueño, vulnerabilidad que ella no había creído que existía en él. Jesse era todo lo que ella había deseado en un hombre. «¡Dios mío!» Pensó con una enorme tristeza. «¿Cómo voy a poder vivir sin él?»
Tarde o temprano descubriría la respuesta a esa horrible pregunta, se dijo Rachel con firmeza. Jesse no le había ofrecido nada más que la promesa de una aventura. Una aventura que quizá sólo durara un par de días. ¿Si Rachel había llegado a sentir esto por él en tan corto tiempo cómo se sentiría si se quedaba hasta que él se cansaba de ella? De pronto, la idea de aferrarse a él en un futuro que debía ser vivido día a día la aterrorizó.
Sería mejor cortar por lo sano, le aconsejó su sentido común. Ella era una mujer fuerte, pero no estaba segura de tener la fortaleza para sobrevivir al hecho de ser la amante de Jesse. A pesar de toda la pasión que había corrido entre ellos la noche anterior, no habían hablado de amor ni permanencia.
Sintiéndose sola y desamparada, a pesar de que Jesse dormía junto a ella, Rachel se sentó en la cama, tratando de decidir qué hacer. Sólo un sentimiento parecía ofrecerle alguna fuerza en ese momento. La ira.
Deliberadamente Rachel dejó que su tristeza acerca del futuro se convirtiera en una ardiente furia que le trajo una extraña calidez y determinación. Era todo culpa de Jesse, decidió de pronto. Desde el momento en que él había entrado en su vida, haciéndola participar de ese estúpido juego de naipes hasta la noche anterior, cuando le había hecho saber con seguridad que jamás quedaría satisfecha con otro hombre, la había presionado y empujado a este desastre. ¡Era todo culpa de él, y no había nada que ella pudiera hacer para castigarlo!
Rachel se levantó de la cama, cuidando de no despertar al león que dormía. Deseaba tomar una ducha, pero no lo hizo por temor a despertarlo Lo importante ahora era escapar y Rachel concentró su creciente rabia y energía en ese objetivo. No se quedaría aquí para ser la amante de un hombre que le había robado el corazón y no parecía interesado en dar el suyo a cambio. ¡Si Jesse hubiera sentido amor por ella seguramente lo habría demostrado la noche anterior!
Temblando de frío, Rachel se puso los vaqueros y un poleron. No tenía tiempo de empacar. Jesse podría despertar de un momento a otro. Tomó su bolso, que contenía lo esencial para la vida de una mujer y se dirigió hacia la puerta.
Fue entonces cuando vio las llaves que anoche Jesse había dejado caer sobre la silla mientras se desvestía. Las llaves del automóvil alquilado. Sin detenerse a pensar un instante Rachel las tomó, cuidando de que no tintinearan y salió subrepticiamente al corredor.
Mientras bajaba las escaleras del silencioso hotel experimentó una horrible desolación. Al pasar por la recepción, se le ocurrió pagar por la habitación, pero decidió que Jesse podría encargarse de eso. ¡Era lo menos que podía hacer luego de tratarla en esa forma!
Fue difícil mantener viva la llama de su ira para que le proporcionara la fuerza que necesitaba para no volverse y correr de regreso a la habitación, pero Rachel lo logró manteniendo la triste perspectiva de un futuro con Jesse constantemente delante de los ojos. Ojos que se llenaron de lágrimas mientras atravesaba la pequeña playa de estacionamiento, tratando de recordar dónde habían estacionado el auto.
Finalmente dio con el coche y tuvo que secarse las lágrimas para poder insertar la llave en la puerta. Entró y enseguida lo puso en marcha. Pasando el brazo sobre el respaldo del asiento, se volvió para mirar por la ventanilla trasera antes de poner la marcha atrás y se quedó paralizada al ver que Jesse se acercaba implacablemente hacia el vehículo.
Sus rasgos firmes reflejaban una fina y amenazadora furia que hizo que el estado de ánimo de Rachel pareciera dócil en comparación. Jesse se movió con tanta velocidad que llegó a la puerta del auto antes de que Rachel pudiera mover la palanca de cambios. La ventanilla estaba abierta.
—Dame las llaves, Rachel —rugió, inclinándose y clavando los ojos en los de ella—. ¡Ahora mismo! —exclamó al ver que ella permanecía en silencio, vacilando.
Instintivamente Rachel obedeció; quitó las llaves de la ignición y las dejó caer en la mano que extendía Jesse.
—Vamos, bájate de mi auto —le ordenó Jesse, abriendo la puerta con un movimiento furioso.
Rachel lo miró y sintió miedo. Luchó contra él con su única arma: la ira.
—¡No te atrevas a darme órdenes, Jesse St.James! —exclamó—. ¡Después de lo que me hiciste, la forma en que me trataste, no tienes derecho de decirme nada!
—¡O te bajas del auto por ti misma o te arrastro afuera! ¡Tú eliges!
Viendo que no había alternativa, Rachel descendió del vehículo y se sorprendió al comprobar que las rodillas la sostenían.
—¡Tienes coraje, mujer, lo reconozco! —masculló Jesse mientras guardaba las llaves en el bolsillo. Llevaba los mismos pantalones y camisa que había usado la noche anterior. No se había tomado el tiempo de abotonar la camisa, que flameaba suavemente en la fría brisa matutina—. ¿Dónde diablos creías que ibas a irte? —exclamó, tomándola por los hombros.
Rachel respiró hondo, mientras trataba de decidir cómo responder a la pregunta de él. Nunca había visto a un hombre tan enojado. Todo lo que se decía acerca del mal carácter de los hombre de ojos grisverdosos aparentemente era cierto. Los ojos verdosos centelleaban con una intensidad que la asustaba y la palidez alrededor de la boca de Jesse reflejaba la ira que apenas podía contener. Pero Rachel también sentía una ira casi incontenible.
—¿Dónde crees que iba? —lo increpó con valentía—. ¡Estaba tratando de alejarme de ti!
—¿Cuántas veces crees que voy a dejarte escapar? —exclamó Jesse hundiendo los dedos en la suave piel de los hombros de ella—. ¿Cómo tengo que enseñarte que me perteneces, Rachel Berry? ¿Tengo que pegarte? ¿Lo lograré con eso? ¡Créeme, no vacilaré un instante si eso es lo que hay que hacer para controlarte! He sido muy paciente contigo y ¿qué es lo que obtuve a cambio? ¡Tretas y mentiras!
—¡Es lo que te mereces por la forma en que me has perseguido como si fuera una... una presa! —chilló Rachel. No le importaba despertar a los huéspedes del hotel—. ¡Pues bien, anoche obtuviste tu victoria y espero que hayas disfrutado, porque es la última vez que tendrás esa oportunidad!
—¡Nada de eso! —rugió Jesse, sacudiéndola como si fuera un gatito—. ¡Eres mía ahora, Rachel y te poseeré todas las veces que quiera! ¡Y responderás de la misma forma en que lo hiciste anoche! No puedes resistirte a lo que hay entre nosotros y uno de estos días admitirás la verdad. ¡Te juro que te ataré a la cama hasta que lo admitas! ¡No voy a darte otra oportunidad para escapar!
—¡No puedes impedírmelo! —gritó Rachel furiosa.
Chispas doradas brotaban de sus ojos al enfrentarlo con valentía, los puños apretados contra el cuerpo.
—¿Quieres apostar? —la amenazó Jesse, atrayéndola hacia él.
Las palabras de él hicieron que Rachel recordara con pesar la forma en que se había metido en esa situación. Permaneció inmóvil, en silencio.
—Haré cualquier cosa para amansarte, Rachel. ¡Quiero que me obedezcas nada más que a mí, pequeña tigresa! Me desharé de cualquier hombre que se cruce en tu camino con la misma facilidad con que me deshice de Noah Puckermann y Blaine Anderson...
—¡Noah! —Exclamó ella, estupefacta—. ¿De qué estas hablando? —Una chispa de esperanza renació en ella—. No habrá sido intencionalmente...
—¿Qué mandé a Puckermann a la oficina de San Diego? —concluyó él sin rodeos—. Eso fue exactamente lo que hice no bien me di cuenta de que pensabas concentrarte en él mientras estuviera cerca. Quería que la competencia estuviera lejos de la vista y lejos del corazón. Pero él no quedó lejos de tu corazón ¿verdad, Rachel? Estaba planeando el próximo paso de mi campaña cuando afortunadamente él hizo lo que yo esperaba que hiciera y se buscó otra mujer. Es un hombre débil y supuse que no tardaría mucho. ¡Lo más frustrante de todo fue que tú insistías en mantenerte fiel!
—¿Arruinaste intencionalmente mi romance con Noah? —preguntó Rachel, atónita.
—Sí —Jesse asintió con gesto decidido—. ¡Y fui a la fiesta sabiendo exactamente cuál sería tu estado de ánimo!
—¿Cómo ibas a saberlo? —susurró Rachel, sin saber si debía regañarlo o llorar.
—Lo supe porque, como ya te dije antes, te pareces mucho a mí, Rachel. En esa posición, yo hubiera estado más que interesado en vengarme de alguien y ¿qué mejor víctima que la persona responsable de eliminar a tu candidato del panorama? —Los ojos de Jesse brillaron con satisfacción al recordar el episodio—. ¡Fue muy fácil convencerte para que aceptaras jugar a los naipes y dejarte pensar que eras invencible hasta que aceptaras la apuesta que yo quería!
—¿Quieres decir que habías planeado hacerme aceptar una apuesta por un fin de semana entero? —preguntó Rachel.
No comprendía bien lo que sucedía, pero sabía que debía llegar al fondo del asunto si deseaba tener un poco de tranquilidad.
Jesse sonrió y sacudió la cabeza.
—No, mujer loca. Sólo tenía pensado ganarme una cena y un beso. Pensé que sería suficiente para comenzar a hacer que tomaras conciencia de mí. Cuando logré hacerte apostar ese fin de semana, no pude creer en mi propia suerte. ¡Creí que nunca aceptarías esa apuesta!
—¡Hiciste trampa! —exclamó Rachel.
—Con toda mi alma —le confirmó él, muy satisfecho.
—¡Eres lo más ladino, mentiroso y estafador que he conocido! —rugió Rachel—. Pues no te servirá para nada, Jesse. No voy a ser tu amante ¿me oyes? ¡Me rehúso!
—¿Por qué? —le preguntó él, acercando el rostro al de ella—. Dime por qué no quieres serlo. —Había una nota áspera en su voz.
—¡Dios mío! —suspiró Rachel, indignada por la falta de percepción de Jesse—. ¿No te has dado cuenta todavía? ¿No se te ocurre la razón? No quiero nada más que un fin de semana o una semana o dos contigo. —Vio que el rostro de Jesse se endurecía y prosiguió con increíble valentía—. ¡Quiero toda una vida contigo y tú no estás dispuesto a ofrecérmela! ¿No lo entiendes, Jesse? —le gritó—. ¡Te amo!
Durante un instante hubo un increíble silencio en la turbulenta atmósfera que ardía entre ellos. Y de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, la ira desapareció del rostro de Jesse y otra expresión tomó su lugar. Una expresión que era una mezcla de alivio, risa y viril satisfacción.
—¡Me amas! —repitió, dándole otro suave sacudón que hizo que le castañetearan los dientes—. ¡Me amas! ¡Diablos, mujer, por qué no me lo dijiste!
—Por qué tenía que decírtelo —lo increpó Rachel, sin saber qué era lo que él sentía—. ¡Te hubieras aprovechado de eso para conseguir tu maldito fin de semana!
—Tienes razón —asintió Jesse, riendo—. ¡Hubiera usado la primer arma que tuviera a mano! —agregó con vehemencia. Las verdes profundidades de sus ojos la envolvieron, bebiéndose la expresión tensa y beligerante de Rachel—. ¿No te das cuenta de por qué ese fin de semana significaba tanto para mí, tontita?
—¿Por qué? —preguntó Rachel, casi sin atreverse a respirar.
—Porque iba a utilizarlo para hacerte tan absolutamente mía que no pudieras decir que no cuando te dijera que nos casaríamos.
—¡Casarnos! —Ahora era Rachel la que no creía lo que oía—. ¿Jesse, estás diciendo que desde el principio querías casarte conmigo? ¿Que me amas?
—Tanto que hubiera movido el cielo y la tierra para obtenerte, mi dulce Rachel —dijo Jesse, abrazándola con fuerza.
A Rachel no le importó. Se sentía demasiado feliz como para preocuparse de detalles secundarios tales como respirar.
—Jesse —suspiró feliz. Tenía los ojos húmedos, pero esta vez la causa era la felicidad—. ¿Por qué no me dijiste nada? ¿Por qué no me dejaste saber lo que sentías? Yo creí que lo único que tú deseabas era un fin de semana. La obsesión de cobrarte una estúpida apuesta para salvar tu orgullo.
—No me amabas al principio, Rachel —le recordó él con suavidad, acunándola contra él y protegiéndola de la fría brisa con su cuerpo cálido—. Seguías pensando en Puckermann y en lo que podría haber habido entre ustedes. Tenía que encontrar una forma para que me vieras y te dieras cuenta de que yo era el hombre indicado para ti. Tenía la idea de que si lograba meterte... —Se interrumpió de pronto y Rachel rió al oír su tono apesadumbrado.
—¿Sí, Jesse? —insistió, echándose hacia atrás y mirándolo con afecto.
—Tenía la idea de que si lograba meterte en mi cama —dijo él con determinación, disfrutando al verla sonrojarse—, todo se aclararía. Decidí que un fin de semana de aprender cuánto te necesitaba y cuánto me necesitabas tú a mí sería suficiente.
—Pero insistías con que lo único que querías era un fin de semana —señaló Rachel.
—Al final del cual ibas a estar tan debilitada que no objetarías a la idea de casarte conmigo —replicó Jesse—. ¡Debí haber sabido qué la docilidad no era una de tus mayores virtudes!
—No, pero descubrí que los juegos sí lo son —replicó ella con impertinencia—. Mientras tú perseguías tus objetivos, Jesse, yo me ocupaba de los míos. Quería hacer que me vieras como algo más que una aventura de fin de semana. ¿Por qué crees que flirteé con Blaine Anderson?
—¿Para darme celos? —adivinó él, y las líneas de su boca se endurecieron.
Rachel asintió, tan tranquila como antes.
—Y después vino la rosa y la nota de Noah. Me las mandé a mí misma, Jesse.
—¡Creo que después de todo voy a pegarte! —declaró él—. Estuviste al borde del desastre con esa broma —agregó—. Nunca más vuelvas a usar a otro hombre para manipularme ¿me oyes?
—Sí, Jesse —asintió Rachel dócilmente, pero los ojos le brillaban.
—De todos modos, no había necesidad de recurrir a esa táctica —prosiguió él con tono burlón—. ¡Limítate a seguir amándome, Rachel, y estaré completamente a tus pies!
—Jesse, acerca de Irene... —comenzó a decir Rachel con delicadeza.
—¿Qué pasa con ella? ¡Creí haberte explicado que no estoy interesado en Irene!
—Lo sé, pero estabas dispuesto a permitir que regresara con Noah nada más que para salvarte de ella...
—Más ardides de mi parte —confesó Jesse con un suspiro—. Estaba comenzando a desesperarme y cuando ella llegó, me pareció que era la oportunidad ideal para meterte aún más en mi vida. ¡Se me ocurrió que si comenzabas a representar el papel de mi amante, terminarías acostumbrándote a esa posición! ¡Por cierto que no pensaba permitir que volvieras con Puckermann!
—Pero como de costumbre, te gané —le informó Rachel con una cálida sonrisa—. ¡Quería representar el papel de esposa, no el de amante!
—¡Me gustó tanto tu actuación que decidí averiguar qué tal sería convertirme en tu marido! —sonrió Jesse—. ¡Cásate conmigo, Rachel! —le ordenó, tomándola entre sus brazos.
—Cuando quieras —suspiró ella.
—Tan pronto como podamos obtener un permiso.
—¿Por qué tanto apuro? —preguntó Rachel, pensando en el resto de sus vacaciones en Carmel.
—Es mi responsabilidad hacer lo posible para evitar que continúes con tu nueva línea de trabajo —le informó él, inclinándose para apoderarse de la boca de ella.
—¿Cuál línea de trabajo? —preguntó Rachel, justo antes de que la besara.
—El robo de autos.
—¿Crees que me puedes rehabilitar? —murmuró Rachel al cabo de unos minutos, cuando él le liberó momentáneamente la boca.
—Dedicaré mi vida a esa tarea —rió Jesse—. Al fin y al cabo, yo fui el que te inició en esa vida de delito. ¡Lo menos que puedo hacer para proteger a la sociedad es vigilarte durante el resto de mi vida!
—No sabía que estabas tan interesado en proteger a la sociedad —sonrió Rachel con admiración—. Siempre te imagine como un hombre que vivía según sus propias reglas y dejaba que la sociedad cuidara de sí misma.
—Sí, pero en este caso, mis intereses están en juego. Tengo que encontrar la forma de proteger mis medios de transporte —suspiró Jesse, rodeándole la cintura con el brazo y guiándola de nuevo hacia la calidez del hotel.
—Jesse —dijo con vehemencia—, te aseguro que manejo bien. Yo no fui la que rayó tu auto esa noche...
—No hay problema —la tranquilizó Jesse con magnanimidad—. Podrás compensar por ello en la noche de bodas —Inclinó la cabeza y besó a Rachel en la nariz—. ¿Me debes mucho ¿no es cierto, mi amor? Estoy dispuesto a pasar el resto de mi vida cobrándomelo.
Unos días mas tarde…
Tres noches más tarde, Rachel se deslizó entre los brazos de su marido y se dispuso a entregarse al placer de bailar con Jesse St.James. Cerró los ojos, apoyó la cabeza sobre el hombro de él y exhaló un suspiro satisfecho cuando comenzó la música.
—¿Estás contenta, señora St.James? —preguntó Jesse con suavidad, apretándola contra él.
—Muy feliz, señor St.James. —Rachel sonrió—. ¿Y tú?
—Me hace gracia tu pregunta. —Rachel sintió la risa que brotaba de Jesse—. Nunca estuve tan feliz en mi vida. ¡Y nunca —agregó con vehemencia —me sentí tan aliviado como esta tarde cuando por fin metimos al último pariente en el avión y los despachamos fuera de Carmel!
Rachel rió al recordar el episodio.
—Si alguna vez me pregunté cómo habías llegado a tener tanto éxito en los negocios—declaró—, ahora sé la respuesta. Durante los últimos tres días has demostrado ser un excelente organizador. Arreglaste la ceremonia en esa hermosa capilla junto al mar, conseguiste un pastor, te encargaste de los análisis de sangre... —Rachel se interrumpió por un instante para observar la alianza de oro que llevaba en el dedo.
—¡Lo que tú presenciaste fueron las acciones de un hombre desesperado! —le informó Jesse con vehemencia, abrazándola con más fuerza—. ¡Recibir a la tía Ella justo después de despachar a la dulce Irene me dejó completamente estupefacto!
—Es una persona encantadora, Jesse. Me agradó muchísimo —lo interrumpió Rachel impulsivamente.
—¡A mí también, menos cuando tomó las riendas y comenzó a organizar mi casamiento!
—Bueno, era tu única parienta y era lógico que quisiera estar aquí.
—Supongo que una vez que ella estuvo en escena fue inevitable que tuviéramos que ponernos en contacto con tus padres de inmediato —suspiró Jesse—. No esperaba que aparecieran esa misma noche. Nunca me dijiste que vivían en San Francisco. ¡Santo Cielo, para ellos el viaje hasta aquí no fue más que un paseo!
—Se encariñaron mucho contigo y con la tía Ella —comentó Rachel, recordando lo complacido que había estado su padre con Jesse.
—¡No dudo que nos llevaremos muy bien en el futuro, pero había planeado tenerte solo para mí luego de que me deshice de Irene y que comprendiste que te amaba! Por cierto que no me esperaba que todas las habitaciones del hotel se llenaran de parientes. ¡Creo que tengo bastante coraje, pero la idea de tener que enfrentarlos todas las noches era demasiado, hasta para mí!
—¡Estoy anonadada! —bromeó Rachel, al pensar en la obvia frustración de Jesse en los últimos tres días—. ¿Dejaste que algo tan trivial como una banda de parientes obstaculizara tus deseos viriles?
—¡Qué trivial ni trivial! Tu padre es casi tan grandote como yo y parecía en muy buen estado físico a pesar de que es bastante mayor que yo. Además, tenía miedo de entrar en tu habitación y encontrarme con tu madre que había venido a charlar con su querida hija. Y por supuesto que la tía Ella tuvo que meterse en la cabeza la idea de conformar con todas las reglas de buenas costumbres. ¡Dejó bien en claro que sería mejor que me comportara bien si deseaba caerle en gracia a mis futuros parientes políticos!
—¡Pobre Jesse! —rió Rachel.
—Eso es, búrlate de mí -terció él—. ¡Por fin llegó mi noche de bodas y pienso disfrutarla intensamente!
Rachel se ruborizó al oír las palabras de él y ocultó el rostro en el hombro de Jesse.
— ¡Jesse! ¡Alguien te escuchará!
—¡La peor parte de estos tres días de abstinencia forzada fue que sabía exactamente lo que me estaba perdiendo!
Jesse pasó por alto las protestas de Rachel, que temía que una pareja que bailaba cerca de ellos lo escuchara.
—¿No sientes compasión por mí? —Imploró Jesse—. ¿Por lo solo que me sentía en la cama, mirando el cielo raso y pensando en lo maravilloso que había sido tenerte en mi lecho? Nunca se me ocurrió que después de haberte tenido conmigo tendría que volver a pasar las noches solo.
—Probablemente sirvió para fortalecer tu carácter —replicó Rachel animadamente.
—¡Reconozco que sirvió para inspirarme! —acotó Jesse—. ¿Por qué te crees que logré convencer al predicador para que nos incluyera en su agenda esta tarde? Él tenía planeado jugar al golf, sabes. ¿Tienes alguna idea de lo difícil que es privar a un hombre de su partida de golf? Estaba decidido a pasarnos para mañana y tuve que defender mi caso con uñas y dientes.
Rachel rió y decidió que probablemente había tomado demasiado champaña. Acurrucada entre los brazos de Jesse, disfrutaba de la forma posesiva y tierna en que él la abrazaba.
—Mi héroe —murmuró con burlona admiración.
—Mmmm —dijo él, mordisqueándole la oreja—. Tu héroe acaba de pasar los tres días más difíciles de su vida. Creo que es hora de recompensarlo, ¿no?
—¿Ya estás cansado de bailar? —preguntó ella con tono inocente.
—Estoy cansado de enloquecerme poco a poco al tenerte en mis brazos, pero no poder hacerte el amor. Te he esperado mucho tiempo, mi dulce Rachel...
—¿Tres días enteros? —rió ella sintiendo que se le aceleraba el pulso ante el tono suave y seductor de Jesse.
—Una vida entera —la corrigió él. Rachel sintió el cálido aliento de Jesse sobre su cabello—. ¡Ven a ser mi esposa, Rachel St.James!
Ella echó la cabeza hacia atrás, experimentando de pronto una extraña aprensión. Durante un instante observó el rostro de Jesse. Al ver el deseo contenido, la viril necesidad y la pasión, susurró con un hilo de voz:
—¡Jesse, mi amor! ¿Estás bien, pero bien seguro?
Los ojos verdes centellearon con amor y ternura. Jesse se detuvo en forma abrupta, en el medio de la pista de baile. Rachel notó que la música no había cesado y que la otra gente observaba a la pareja inmóvil. Ignorando las miradas divertidas, Jesse tomó el rostro de Rachel entre sus grandes manos.
—Nunca en mi vida he estado tan seguro de algo, dulce Rachel. Eres mi verdadero amor y desde hoy en adelante no permitiré que te separes de mí. ¿Me crees?
Rachel miró el rostro duro de Jesse y de pronto descubrió una inesperada vulnerabilidad en este hombre fuerte. Se sintió emocionada y con ganas de protegerlo. El amor que ardía dentro de ella se reflejó en sus ojos y Jesse lo leyó.
—Te creo, Jesse.
—Entonces ven a mí, mi hermosa esposa y deja que te demuestre mi amor en la forma en que un hombre como yo debe hacerlo
.
Rachel no dijo nada, pero esbozó una trémula sonrisa, que fue en sí una respuesta. Jesse la rodeó con un brazo y la guió fuera de la pista.
Esa tarde, el primer paso de Jesse como marido de Rachel había sido de solicitar a la administración del hotel que pasara las cosas de Rachel a la habitación de él. Se había conformado con eso, pero aparentemente la administración no había hecho lo mismo. Además de pasar las maletas de Rachel había provisto una botella de champaña helado dentro de un balde plateado. Dos copas con un moño estaban a cada lado.
—¡Qué lindo! — Rachel sonrió cuando Jesse abrió la puerta del cuarto y vio el obsequio del hotel.
Dio un paso hacia adelante para mirar la etiqueta de la botella, pero Jesse le tomó la mano y la atrajo hacia él, mientras cerraba la puerta con llave.
—Lo beberemos más tarde —le informó Jesse, y Rachel supo que no podría negarse al deseo de él.
Ni quería hacerlo. Se preguntó si alguna vez podría negarle algo a este hombre cuando la miraba con tanto amor y deseo. Con dedos temblorosos acarició la mejilla de él y asintió.
—Más tarde —repitió ella.
Jesse le tomó la mano, la apretó contra su pecho y la besó antes de tomarla entre sus brazos.
—Te necesito mucho más de lo que necesito el champaña ahora —sonrió inclinándose para besarla en forma lánguida y sensual, que avivó la llama del deseo que Rachel sentía solo por este hombre.
—Te amo, Jesse —susurró.
Sus ojos eran piscinas de chocolate líquido.
—¿Para siempre? —preguntó él con voz ronca.
—Para siempre.
Sin decir una palabra, Jesse comenzó a bajarle el cierre del vestido y Rachel se sorprendió y se emocionó al sentir que las manos le temblaban. ¡No era la única que tenía las emociones a flor de piel esa noche!
—Ah, Rachel —suspiró Jesse cuando el vestido cayó al piso—. ¡Eres tan perfecta para mí! Acaríciame, mi amor, desvísteme y déjame sentir tus manos sobre mi cuerpo. Te he deseado tanto...
A Rachel le costó un inmenso esfuerzo desprender los botones de la camisa de Jesse. El pulso le latía con tanta fuerza que parecía haber perdido el control de sus dedos. Pero al cabo de unos instantes apartó la tela de los hombros de él, dejando el poderoso torso al descubierto.
Rachel dejó escapar un gemido que reflejaba su deseo. Jesse sonrió con satisfacción y Rachel supo exactamente lo que él estaba pensando.
—Sí —susurró él y su voz era una caricia—. Por fin eres mi mujer. Y yo soy tu hombre.
Rachel hundió suavemente las uñas en los músculos de la espalda de Jesse mientras él atravesaba la habitación y la dejaba sobre la cama abierta. Luego de deshacerse del resto de su ropa, se recostó junto a ella.
—Te amo, te deseo y te necesito, mi dulce, dulce Rachel —susurró con voz ronca.
Con una mano le acarició el cuerpo, siguiendo los contornos de la cadera y los muslos. Cada fibra de Rachel vibraba bajo ese contacto. Sentía un inmenso deseo de confiar en ese hombre, complacerlo y amarlo. Un hombre que igualaba la pasión y la fuerza de ella. Un verdadero compañero. Como en un sueño, Rachel le rodeó el cuello con los brazos y lo atrajo hacia ella.
—Mi amor —murmuró Jesse dejando que el impacto de su considerable peso cargara sobre ella hasta que quedó atrapada debajo de él—. Dime que me perteneces, que nunca me dejarás —suplicó con voz ronca.
—Ya no habrá dudas en mi mente, querido —le aseguró Rachel—. Soy tuya y tú eres mío.
Aprisionando los tobillos de ella con sus pies para afirmarla más debajo de él, Jesse trazó con su boca una huella de fuego. Ella comenzó a moverse casi sin darse cuenta, respondiendo al creciente deseo. Le acarició la espalda, bajando hasta la cintura y las caderas, gozando de sentirlo tan cerca.
—Eres tan fuerte, tan femenina y apasionada —susurró Jesse.
Las manos de ella parecían tener vida propia, buscando, explorando, acariciando. Sintió los suspiros de él que respondía intensamente a sus caricias.
—Me haces perder la cabeza, mi reina —la acusó él, volviéndose sobre la espalda y subiéndola sin esfuerzo encima de su pecho.
El cabello de Rachel cayó sobre los hombros de él y ella susurró algo cálido y sensual que lo excitó aun más de lo que ella creía posible.
Rachel aprovechó la nueva posición para explorarlo y descubrir qué era lo que más le gustaba, disfrutando de la sensación de fuerza y amor que experimentaba. Jesse dejó que la ola de la pasión de ella fluyera sobre él, permitiendo que ella tomara la iniciativa hasta que Rachel experimentó tanta pasión que creyó que estallaría. Él le sonrió con los ojos brillantes de alegría, pasión y deseo.
—Una valquiria en mi cama —susurró Jesse, rodeándole la cintura con las manos.
—Sí —asintió ella con una cálida sonrisa que expresaba el placer que sentía—. ¿Algún problema?
—Ninguno en absoluto —le aseguró Jesse con una sonrisa que tenía algo de salvaje y primitivo—. ¡Todos los hombres deberían ser tan afortunados!
Incitada por la reacción de Jesse, Rachel se dejó llevar por su pasión, asombrándose ante la intensidad de su deseo. Nunca se le había ocurrido que podría ser capaz de sentir tanta pasión. Su fuerza rodeó a Jesse, atándolo como un antiguo hechizo. Este era su hombre y lo sujetaría con todas las cadenas que pudiera forjar.
Respirando entrecortadamente, Rachel se dispuso a iniciar la culminación de su pasión, llena de deseo de terminar su conquista de Jesse St.James.
En ese momento, cuando cambió de posición para tomar control de las fuerzas que había desencadenado, la habitación comenzó a dar vueltas ante sus ojos. Confundida, se dio cuenta de que Jesse la había tomado de la cintura y que la hacía rodar de nuevo sobre la cama. Antes de que Rachel pudiera protestar por el cambio de posición, él estuvo sobre ella, un tierno y poderoso gigante que busca a su mujer.
—¡Jesse! —exclamó ella, percibiendo que él había llegado al punto culmine de su deseo.
—Me apoderaré de toda tu fuerza —
—Y yo tomaré la tuya, —le aseguró Rachel, entrelazando los brazos alrededor del cuello de Jesse.
—¡Sí! —asintió él y luego la conversación coherente se tornó imposible.
Finalmente, en un último impulso de fuerza, Rachel sintió que estallaba y se disolvía en una brillante cascada de fuegos artificiales. Oyó el gemido de satisfacción de Jesse y luego juntos se desmoronaron en un húmedo enredo de brazos y piernas.
Mucho más tarde, Rachel abrió los ojos y vio que la lánguida mirada verde de Jesse le recorría el cuerpo. Cuando él se dio cuenta de que ella lo miraba, le sonrió.
—Hola, señora de St.James —susurró enredando los dedos en el cabello de ella—. ¿Te dije lo feliz que me hace que me ames?
—¿No tienes dudas al respecto?—Rachel rió y le acarició el pecho con gesto tierno y suave.
—Ninguna en absoluto —le informó él—. ¿Tú tienes alguna duda acerca de mí?
—No —susurró Rachel con sinceridad.
—¡Que bien funciona la comunicación por medio del lenguaje del cuerpo!
Jesse sonrió con ternura y luego se puso serio.
—¡Dios mío! ¡No sé como pude vivir hasta ahora sin ti!
Rachel emitió una suave risita.
—Yo tampoco sabía lo que me estaba perdiendo hasta que te conocí —admitió.
Jesse se apoyó sobre la almohada, estrechándola contra él. Juntos descansaron en silencio por un momento, recobrando las energías y disfrutando de la tranquilidad luego de la pasión.
—Este puede ser un buen momento para abrir ese champaña —comentó Jesse por fin—. ¿Puedo tentarte con un poco de champaña en la cama, mi amor?
—Suena algo audaz — murmuró Rachel con expresión risueña.
—¿Te parece? —preguntó él volviendo la cabeza para observar la botella que estaba sobre el tocador—. Quizá tengas razón, pero ¿cómo podemos saberlo si no lo probamos?
—Es un buen argumento —asintió Rachel, bostezando y corriéndose un poco para que él pudiera sentarse—. Supongo que sólo descubriremos la verdad luego de probar.
—Quizá caigamos en una irredimible corrupción —comentó Jesse.
Se puso de pie y cruzó la habitación sin ocultar su desnudez. Desapareció por un instante dentro del baño y Rachel oyó correr el agua. Al cabo de unos minutos Jesse reapareció, con una toalla entre las manos.
Rachel observó divertida como él destapaba la botella con practica, usando la toalla para controlar la espuma.
—Por mi esposa —susurró Jesse, llevando las copas llenas hasta la cama y sentándose con cuidado.
—Por mi marido —replicó Rachel.
Aceptó la copa y bebió un sorbo.
—Y por la apuesta que hizo posible todo esto —agregó Jesse, bebiendo otro poco.
—No sé si debería brindar por eso —bromeó Rachel—. ¡Al fin y al cabo, hiciste trampa y luego tuviste el descaro de hacerte el ofendido cuando te acusé! —agregó, riendo.
—Mi vida —sonrió Jesse en una cálida e íntima amenaza—, hubiera hecho cualquier cosa por conseguirte. ¿Qué importancia tiene el honor de un hombre cuando se juega algo tan importante como la mujer de su vida?
Terminó el contenido del vaso y lo dejó sobre la mesita junto a la cama.
—En el futuro, recuerda que me rebajaré a cualquier cosa con tal de aferrarme a ti.
—¿Amenazas? —bromeó Rachel echándole una mirada provocativa.
—¿Pero cómo se te ocurrió algo así? —preguntó Jesse arqueando una ceja.
Extendió el brazo y le quitó la copa de las manos.
—Por la forma en que me miraste esta tarde cuando me pusiste el anillo en el dedo —confesó Rachel.
Jesse le levantó la mano y besó la alianza de oro.
—¿Se notó? —preguntó con pesar.
—¿El hecho de que tenías la expresión de alguien que acaba de cobrarse la primera cuota de una deuda de juego? Sí, me temo que se notó. ¡Y no te hagas el arrepentido! ¡Te conozco demasiado bien como para dejarme engañar por esa expresión! —rió Rachel.
—Lo que nos lleva al tema de ese fin de semana que todavía me debes —dijo Jesse.
—¿Qué fin de semana? Ya has pasado dos noches conmigo. ¿Acaso eso no anula la apuesta? —protestó Rachel con una sonrisa, retrocediendo por entre las sábanas al ver la mirada en los ojos verdes de Jesse.
—La apuesta fue por un fin de semana —le recordó él—. No dos noches cualesquiera. Además, está ese asuntito del auto. Pensaba cobrarme eso esta noche...
Con un rápido movimiento tomó a Rachel del tobillo y la obligó a recostarse sobre la cama. Acto seguido, se dejó caer suavemente sobre ella, apresándola entre él y la cama, mientras ella se retorcía y reía.
—No vale —chilló Rachel cuando él le apresó las muñecas y la inmovilizó con las piernas—. No puedes usar la excusa de esas deudas ficticias cada vez que tengas ganas de hacer el amor.
—¿Estás segura? —preguntó Jesse.
—¡Sí! —exclamó ella, estremeciéndose bajo las caricias de Jesse.
—¿Quieres apostar? —preguntó él y luego su boca se apoderó de la de Rachel, alejando de la mente de ella todas las ideas acerca de no querer saldar sus deudas de juego.
Fin
********************************************************************
Espero que esta locura St Berrysta les haya gustado, saben que esta es mi pareja favorita de esta maravillosa serie aun hay mas de mil historias de nuestra pareja favorita..
Siganlas para poder publicar mas seguido, ahora las cosas estan mejorando y tengo toda la creatividad de vuelta para ustedes mis queridas lectoras.
ESpero su comentarios y espero me sigan leyendo.
Un abrazo Fraterno
Emy StGroff
Emy_Rodriguez Groff- -
Mensajes : 1446
Fecha de inscripción : 25/05/2011
Edad : 43
Re: Locura de Fin de Semana, Capitulo 13, Pague mi deuda
Hola! Hola! Ahy me encantooooo :3 Estuvo muy lindo el ultimo capitulo :') Lastima que es el ultimo! ahiii tendrias que dedicarte a ser escritora!! Escribes tan jodidamente genial! :) Espero que termines las otras noves tambien. :) y.... :'( Lloro porque nadie ya escribe fanfic st berry :'c Mundo cruel! A mi me hubiera gustado que Jesse vuelva a glee pero..... las cosas no son asi :'c Bueno.... espero que esta no sea la ultima ves que lea una publicacion tuya... :c
mari71087**** - Mensajes : 191
Fecha de inscripción : 17/04/2013
Edad : 25
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