FanFic Klaine: Help me - AVISO

Los rayos del sol atravesaron la ventana sin cortinas o visillos, penetrando intensamente en mis ojos y logrando, así, que me despertara. Hoy era mi primer día en la escuela luego de unas pequeñas vacaciones de invierno de solo dos semanas de duración. Me levanté, sintiendo un pinchazo de dolor en el pecho, justo dónde papá me había roto la costilla. Gemí por lo bajo, pero decidí que era mejor ignorar el afilado ardor en mi tórax y prepararme para partir hacia el instituto.

Una oxidada silla de metal sostenía las únicas prendas de vestir que poseía y aun me quedaban. Mi cuarto era muy pequeño, y con suerte cabía mi cama, por lo que no podía darme el lujo de también instalar algún armario o mueble, uno, porque no cabría, y dos, porque no teníamos dinero.

Agarré una camisa color gris desteñido. Era vieja y ya estaba desgastada, pero no tenía algo más decente que usar. Me quité la camiseta rasgada que usaba para dormir y me introduje dentro de la camisa. Seguido, saqué unos jeans gastados, lo bueno es que solían ser de mi padre y, para mi ventaja, no me quedaban cortos como la mayoría. Busqué bajo la cama mis viejas zapatillas deportivas y me las coloqué cuidadosamente, procurando no hacer demasiado esfuerzo con mi columna al amarrarlas. Cogí la chaqueta que había encontrado olvidada en la biblioteca pública una semana atrás. Ése día había ido allí para estudiar para mi próxima prueba de Biología, y cuando estaba de salida la encontré dispersa por el suelo. Le había dicho a la bibliotecaria que la dejara con el resto de las cosas perdidas, pero ella insistió en que me la quedara. Y así lo hice. Era tibia y suave por dentro, y además me quedaba muy grande.

Colgué mi bolso sobre mi hombro, donde llevaba mis libros y cuadernos que, trabajando a escondidas, había podido comprar junto con uno o dos bolígrafos. El bolso era viejo y feo, de un color café oscuro desgastado y con manchas de todo tipo, pero no me importaba mientras pudiera transportar mis cosas dentro de algo.

Sabía que a esta hora mi padre ya había abandonado la casa para dirigirse al taller mecánico. Era martes, hoy cobraría su sueldo y por una noche, me libraría de ser golpeado. Saber que mi padre saldría a emborracharse en algún bar de mala muerte o que gastaría todo su salario en un denigrante cabaret era algo predecible. Bajé las escaleras, maldiciendo en voz baja cuando sentía puntadas de dolor en mi abdomen. Salí de la pequeña casa de madera que estaba situada dentro de una pradera, justo al lado del bosque y comencé mi caminata diaria. Tardaba al menos una hora en llegar a la escuela y otra hora más en volver hasta aquí. La William McKinley High School quedaba lejos de donde yo vivía pero, lastimosamente, era la más cerca que tenía. Caminar no me agotaba tanto, ya que prácticamente estaba acostumbrado a transitar estos largos senderos todos los días, pero las burlas y las miradas que tenía que soportar a medida que llegaba a McKinley si lo hacía. Eso me agotaba mucho.

En mi vida, aparte de recibir golpes, insultos y maltratos en casa, también los sufría en la escuela. Y cada día parece empeorar.

Todo por culpa de Dave Karofsky. El era el matón de la escuela (no conozco una que no lo tenga) y, junto con sus amigos del equipo de futbol americano, se divertían haciéndome la vida imposible. ¿Podrían creer si les digo que alguna vez habíamos sido los mejores amigos? Fue hace años, los dos teníamos 10 y, cuando le insinué que las mujeres no me atraían en lo más mínimo, se alejo de mí sin decir nada y comenzó a juntarse con personas que dicen ser sus amigos. No sé qué fue lo que pasó, o que fue lo que hice para que él se alejara de mí y comenzara a maltratarme de todas las maneras posibles, física y psicológicamente. No era mi culpa ser lo que soy. Yo no elegí ser gay.

Los minutos pasaban mientras yo caminaba por los senderos de tierra, rocas y pastizales. Este era mi atajo para no atrasarme, ya que si tomaba los caminos de concreto me demoraría más de una hora y eso provocaría que llegara tarde a clases. Lo último que necesitaba era una detención.

A lo lejos pude ver la secundaria McKinley. Una construcción enorme, pintada por fuera de un color rojo desgastado, con grandes áreas verdes y grandes zonas que eran utilizadas para los campeonatos deportivos. Caminé a paso lento, preparándome mentalmente para los insultos que recibiría al acercarme más allí.

Mientras avanzaba, lograba ver como las miradas de las personas que se reunían afuera del establecimiento para secretear antes de clases se posaban en mí. Si las miradas mataran… Me negué a mirarlos con temor.

Un miembro de los McKinley Titans se acercó a mí a grandes zancadas, mientras miraba de reojo a sus amigos del mismo equipo y reía para sí mismo. Azimio posó una mano sobre mi hombro, mirándome y alzando una ceja con desdén.

—Pero miren quien llegó. Pensé que no vendrías, princesa.

Princesa. Hace mucho que no me llamaban así, hace dos semanas que no escuchaba ese apodo.

—Aléjate de mí.

—Wow, parece que alguien se levantó con el pie izquierdo esta mañana, ¿eh, homo?

Me aparté de él con un empujón, para luego sentir como su agarre se intensificaba en mi hombro. Suspiré exasperado, ¿hasta cuándo tendría que seguir soportando tantos abusos? Azimio me quitó mi dañado bolso y comenzó a vaciarlo en el suelo, luego lo arrojo hacía un charco de lodo húmedo, creado por las regaderas automáticas.

—¿Sabes, princesa?

No respondí.

—Te hice una pregunta, imbécil.

Mordí con fuerza mi labio inferior, tan fuerte que estaba casi seguro de que inconscientemente lo estaba dañando. Levanté la vista hacía él.

—¿Qué?

—Eres estúpido.

La campana sonó. Azimio sonrió satisfecho y se fue con sus amigos mientras reían y entraban al instituto. Yo solo tomé mis libros, cuadernos y lápices y fui a ver el bolso. Estaba empapado y más sucio que antes, ya no lo podría llevar así. Bajé la mirada mientras suspiraba. Llegaría tarde a clases. Tomé bien el pesado material y, con la cabeza gacha, comencé a caminar hasta a la escuela, dirigiendo mis apresurados pasos hacia mi casillero. Introduje mi combinación y lo abrí, depositando los objetos dentro ordenadamente. ¿Qué daño me haría faltar a una clase? Guardé mis manos echas puños en los bolsillo de la chaqueta y fui a los baños, mientras intentaba que la rabia e impotencia no se adueñaran de mi.

Al entrar, me llevé una no deseada sorpresa. Allí, en un rincón, estaba Dave, junto con sus amigos, Shane y Bily. Los tres me miraron, pero vi como lentamente una sonrisa cínica se formaba en el rostro de David.

—Vaya, vaya, vaya. Miren quien se apareció por aquí. El baño de señoritas es el de junto, homo.

Me alejé e intenté salir del baño antes de que me hicieran algo, pero no funcionó. Shane me había agarrado del brazo y empujado hacia adentro, mientras Bily aprovechaba y bloqueaba la salida. En un intento inútil por huir tropecé y caí al suelo, mojado y sucio.

—Levántate, princesa —me dijo entre risas Dave.

Me levanté, no quería que se enfadara ya que eso solo haría las cosas más difíciles.

—Me das pena, homo. ¿Has visto tu ropa? ¡Pareces un vagabundo! Sé que eres pobre, pero vamos, al menos roba algo, no lo sé.

Bajé la cabeza algo avergonzado. El tenía razón, era un desastre. “¡No! No dejes que sus palabras te manipulen, Kurt”.

Me agarró con fuerza el brazo y yo no tuve mejor idea que apartarlo con la misma potencia. El devolvió mi acción con un golpe muy fuerte y demasiado cerca de la sien, provocando que volteara mi cabeza hacía el lado contrario, gimiendo por el ardor que se formó en el lugar del impacto. Coloqué mis manos sobre mi ojo que ardía como nunca, mientras las lágrimas comenzaban a salir.

—No vuelvas a ponerme las manos encima. ¿Entiendes?

Asentí, sin moverme, mientras sentía como los tres abandonaban el baño dejándome sepultado en la más cruel soledad.

Advertencias: Esta historia puede contener violencia explícita, mal lenguaje y situaciones difíciles, si tienes problemas con cualquiera de estos temas, te recomiendo que no sigas leyendo. Glee y sus personajes no me pertenecen, todo es propiedad de Ryan Murphy, sus colaboradores y la cadena televisiva Fox.

02.

Mi mirada fija en el espejo del baño, viendo como un gran moretón comenzaba a formarse sobre mi pómulo. Manchas color rojo, morado e incluso verdes rodeaban mi ojo inyectado en sangre a un lado. Odio a Karofsky, lo odio.

—¿Por qué esto me tiene que pasar a mi? —sollocé, mientras las lágrimas comenzaban a caer.

Abrí la llave del agua fría y, juntándola en mis manos, me mojé el lugar dónde Dave me había golpeado. Tiene la mano dura, pero no le llega ni a los talones a mi padre. Pensé. Dolía y ardía de una forma horrible. Lo malo es que no había traído la crema que ocupaba para ocultar otras heridas y que lograba esconder moretones o manchas provocadas por los golpes que recibía. Bien, tendría que inventar una excusa por si alguien me pregunta. "No miraba por donde iba y me golpee con un ventanal’’ "Iba distraído y choqué contra una pared’’

Si, podría funcionar.

La campana del receso sonó por los pasillos, y yo me apresuré a salir, intentando que mi cabello castaño creara una cortina que apartara las miradas de otros estudiantes hacía mi rostro. Cada vez que pasaba al lado de alguna persona recibía insultos o empujones: "Hola, princesa’’ “¿Qué te sucedió en el ojo?’’ "Creo que Karofsky te dio un buen golpe’’.

Ignorando el dolor que sentía en mi pecho, caminé más rápido, yendo hacía mi casillero para sacar el libro que necesitaba para la siguiente clase. Al llegar, lo abrí y saqué el libro de Historia junto con un cuaderno y un lápiz para tomar apuntes. Después de cerrarlo, caminé hacía mi clase.

Cuando ya iba entrando, sonó nuevamente la campana que anunciaba el fin del receso, por lo que estaba seguro de que el salón estaría completamente vacío. Me senté en uno de los asientos del frente, al lado de la pared y ventana, como era usual. Nadie tomaba asiento a mi lado, ya que éramos pocos y sobraban al menos dos o tres asientos más en toda la clase. Era mejor para mí. A los pocos segundos, el aula comenzó a llenarse, primero entraron los inteligentes de la clase que eran dos chicos, Artie y Rory. Luego entraron los chicos “clase media’’ de la escuela que era un grupo como de diez chicos y entre ellos, chicas. Luego los populares que entraban casi siempre a lo último. Karofsky era novio de Santana, capitana de la porristas, como era típico, y sus dos amigas Brittany y Quinn iban atrás. Entraron cinco chicos más que formaban parte del equipo de la escuela, luego de ellos, entró el Sr. Shue, cerrando la puerta detrás de sí.

—Buenos días, alumnos —dijo, mientras hacía su camino hacia el escritorio dejando sobre él los libros e informes—. Bien, antes de comenzar… —fue interrumpido por una improvista puerta abriéndose.

Por ella, entró un chico de cabellos oscuros, ojos avellanas y piel morena. Llevaba puesto unos jeans sueltos de un color rojo brillante, una camisa negra sin mangas y mocasines. En una mano tenía varios papeles, lo que me daba a entender que era nuevo en McKinley. Él caminó hasta el profesor y le entregó un papel. Intercambiaron unas cuantas palabras antes de que el Sr. Shue volviera a hablar:

—El es su nuevo compañero. Vino desde Westerville a estudiar aquí en Lima. ¿Cuál es tu nombre, muchacho? —preguntó el Sr. Shue.

—Blaine Anderson.

—Bien, Blaine, siéntate donde gustes —le dijo antes de ir a su escritorio y comenzar a examinar otros papeles.

Blaine miró distraídamente todos los puestos, hasta que su mirada calló firmemente donde me encontraba yo. Lograba verlo a través del rabillo de mi ojo. Caminó despreocupadamente hasta el lugar en donde me encontraba sentado, para detenerse frente a el.

—¿Está ocupado? —preguntó, su voz gruesa y amigable.

Negué, agachando más la cabeza para que el golpe en mi rostro sea menos evidente. El se dejó caer a mi lado, mientras colocaba sus cosas sobre el escritorio. Miré hacia los lados de mi cabeza y visualicé a los jugadores riéndose mientras me miraban, Karofsky seguramente estaba orgulloso de lo que me había hecho. Quizás Blaine también quería ser parte de este juego, y, ¿por qué no?

—Bien, como decía, antes de comenzar entregaré los pases libres para el almuerzo, ¿bien? —Oh, no—. ¿Quinn? —La chica rubia levantó la cabeza y lo miró expectante—. ¿Podrías entregarlos?

Quinn asintió y se levantó. Tomó los papeles y, leyendo el nombre que aparecía en la boleta, comenzó a repartirlos. Entregó el primero a Sam Evans, todos en la escuela sabían que él era de clase baja, pero no lo molestaban como a mí. El siguiente fui yo. Quinn rió al ver como yo bajaba sumisamente la cabeza e intentaba desvanecerme en mi asiento.

—Bien, princesa, no te escondas de la realidad —rió y miró a Blaine, como esperando que él riera con ella. Yo también lo esperaba, pero no lo hizo. En cambio, le dio la espalda a Quinn, obligándola a volver a su asiento.

Durante el resto de la clase, percibía la mirada de Blaine sobre el lado derecho de mi rostro. Supongo que estaba deduciendo el porqué del daño en mi ojo, ya que estaba a la vista de él. Yo solo intentaba hundirme en mi asiento y prestarle atención a las palabras del Sr. Shue, pero era inútil. ¿Sería él el siguiente en burlarse de mí? ¿O golpearme? Pensar en eso me hacía sentir enfermizo. La hora pasó y sonó la campana. Me levanté apresuradamente, recogiendo mis cosas a tiempo record. Salí antes que todos a pasos apresurados y me dirigí a mi casillero, me importaba poco a quien empujaba o los insultos que recibía. Lo abrí y dejé mis libros allí. Caminé con sigilo a la cafetería para ir por mi almuerzo.

Al llegar, vi que la fila era pequeña, así que me formé en ella antes de que se colmara de estudiantes hambrientos. Cuando mi turno llegó, le enseñé a la cocinera mi pase, el cual indicaba en letras rojas que no debía pagar por mi almuerzo. Ella asintió y me dio algo de arroz, pollo y ensalada junto con una fruta y jugo. Tomé la bandeja y caminé hacia la mesa que siempre ocupaba. Siempre me sentaba solo en aquella mesa, ya que Karofsky comenzó a divulgar que esa mesa era solo para el ”homo”, y desde entonces todos decidieron seguirle la corriente. Las puertas se abrieron, dejando ver a Blaine de pie junto con tres chicos del equipo de fútbol de la WMHS, Sam, Mike y Noah ‘’Puck’’ Puckerman. Los cuatro reían al unísono, mientras se formaban para conseguir su almuerzo.

Me concentré en mi comida, ya que suponía que sería lo único que podría comer en el día. Los almuerzos siempre los aprovechaba, ya que la mayoría de las veces papá me dejaba sin cenar. De esa forma no amanecía famélico al día siguiente. Me llevaba la fruta a casa, así de cualquier manera tendría algo que comer en la noche.

Mientras comía, sentí como las sillas de la mesa que estaba frente a la mía se corrían. Alcé la mirada para ver como Blaine, Mike, Sam y Puck se sentaban allí mientras hablaban animadamente. La mayoría de las veces esa mesa también quedaba desocupada, o la ocupaban los nerds de la escuela. No les presté mucha atención. Me pasé una mano por mi frente, tocándome los moretones que tenía allí, gimiendo de dolor y maldiciendo por mi estupidez. Sentí la mirada de Puck sobre mí, pero no vi ninguna mueca de gracia o que le causara risa lo que había pasado. Me sentí intimidado de inmediato. "No, no los dejes manipularte’’.

Blaine miró hacía mi lado derecho fijamente, acechando algo. Volví a encogerme para ver de reojo hacia mi derecha. Azimio se acercaba a mí con una pose felina, como esperando que su presa esté distraída, con una sonrisa cínica extendiéndose por su moreno rostro. Me miraba atentamente, sabía sus intenciones y solo comencé a prepararme mentalmente para lo que venía. Él tomó el lugar junto a mí.

—Hola, homo —dijo arrastrando las palabras con aborrecimiento.

Me aparté de él.

—Oh, no tengas miedo, princesa —rió, mientras miraba como todos los estudiantes dejaban de engullir sus almuerzos para concentrase plenamente en la escena. Corrí la cara, intentando no verlo a los ojos, negándome a desmostarle como el pánico se había apoderado de los míos. El rió aún más fuerte mientras me tocaba mi mejilla dañada, haciéndome gemir del dolor.

‘’Ouch, duele, no, para, por favor, para’’

—Te duele, ¿cierto? —dijo, reprimiendo una carcajada.

Me aparté de un empujón.

—No me toques… —le dije.

—Oh, vamos, si a ti te encanta que los hombres de toquen. Solo te doy lo quieres, así ya no tendrás que rogar todas las noches por ello en las paradas de autobuses.

Siguió riendo mientras volvía a apretar mi mejilla, provocando que cerrara los ojos con fuerza para evitar aullar de dolor. Dolía demasiado para ser solo unos moretones.

—Dijo que no lo toques.

Abrí mis ojos de par en par ante esa voz y me encontré con Blaine de pie detrás de Azimio. Su expresión fría, calculadora y seria disimulaba la diferencia de tamaño que flameaba entre ellos. Azimio le dirigió una mirada cómplice.

—Oh, vamos, nos estamos divirtiendo. ¿No es así? —me soltó la mejilla. De inmediato llevé mi mano allí y la froté con suavidad sobre las contusiones. Negué para mí mismo.

Blaine sujetó la chaqueta de Azimio por el hombro y lo alejó de mí.

—No te vuelvas a acercar a él. Estás advertido, imbécil.

—Vaya, parece que tenemos otro marica por aquí —vociferó irritado.

—Eso no me detiene de romperte la cara.

Azimio lo miró furiosamente. Se soltó en un movimiento brusco y caminó hasta donde estaban sus amigos. Le dirigí una mirada apenada y avergonzada a Blaine, quien me miró y, sin decir ninguna palabra, se alejó hasta salir de la cafetería. En cuanto desapareció de mi vista, noté que todo el mundo estaba en silencio y su atención estaba fija en mí. Algunos hablaban en susurros entre ellos, claro, ¿quién defendería al “homo” de esa forma?

Sintiéndome extrañamente enfermo, me levanté agarrando mi manzana y saliendo de ese lugar prácticamente corriendo.

Advertencias: Esta historia puede contener violencia explícita, mal lenguaje y situaciones difíciles latentes, si tienes problemas con cualquiera de estos temas, te recomiendo que no sigas leyendo. Glee y sus personajes no me pertenecen, todo es propiedad de Ryan Murphy, sus colaboradores y la cadena televisiva Fox.

Las clases finalmente acabaron y yo caminaba rumbo a mi hogar nuevamente. Estaba seguro de que hoy le pagarían a mi padre su sueldo, y lo más probable era que lo usaría para emborracharse en algún bar de Columbus, aunque aun cabía la posibilidad de que él permaneciera en nuestra casa esta noche. Al verme, se enfadaría al descubrir moretones en mi cara que no fueron hechos por sus puños. Mi ojo herido ardía insoportablemente y con él veía nublado, claro, era la sangre la que me impedía ver con claridad. Mañana, si no me equivoco, desaparecerían los restos de la explosión de mis vasos sanguíneos. No es la primera vez que sufro algo como esto. Y tampoco sería la última.

Iba distraídamente por uno de los tantos caminos de tierra, rodeado de pastizales secos y grandes prados y terrenos. A lo lejos, había una gran mansión que habían estado construyendo hace más de un año. Sabía que tarde o temprano los dueños de aquella mansión llegarían a habitarla. Suspiré y la observé con recelo. Cuanto daría yo por tener una casa como esa.

El viento soplaba con ferocidad, moviendo mi cabello de una forma agitada. Las puntas chocaban contra mi frente y alrededor de mis ojos, por lo que tenía que amoldarlo descuidadamente hacia arriba de vez en cuando. El día había comenzado soleado, pero en este momento las nubes negras comenzaban a llegar desde el horizonte, prometiendo una tormenta.

Las pequeñas piedras comenzaron a vibrar bajo mis pies. Giré mi cabeza disimuladamente hacia la derecha y logré ver como un Chevrolet Camaro se acercaba a paso medio, por encima de la tierra, dejando detrás una larga nube espesa de polvo. Su color negro como la noche hacia resaltar las luces con intensidad y, aunque estuviera pasando por un sendero de tierra, estaba limpio y reluciente como si se tratara de la más elegante autopista. Me aparté, deteniéndome para dejar pasar al choche, pero, cuando ya estaba pasando a mi lado, se detuvo. No sabía si debía correr o no. ¿Quién era? ¿Me haría daño?

La ventana del lado del conductor comenzó a bajar pausadamente, dejando a la vista a un chico de chaqueta marrón con el cuello levantado, este llevaba lentes de sol con marcos extrañamente amarillos. Cuando me miró, me sorprendí al ver a Blaine.

—Hola… —me dijo, supongo que intentando recordar mi nombre. Evidentemente no lo sabía, nadie me llamaba por mi nombre, solo por los apodos que me he ganado a través de los años.

—Kurt —mi voz sonando entrecortada y torpe. Solté un suspiro que ni siquiera sabía que estaba conteniendo y agaché la cabeza, avergonzado.

El me observó, suspicaz, notando la incomodidad que cargaba en mis hombros. Abrió la puerta y bajó del coche, de inmediato mi cuerpo se tenso y retrocedí varios pasos lejos de él. Al ver mi reacción, se detuvo, mirándome extrañado. Se quitó los lentes y frotó la parte trasera de su cuello histéricamente antes de murmurar un:

—Oye, no te haré daño.

Me negué a mirarlo. Solo asentí antes de retroceder más y comenzar a caminar a grandes zancadas para alejarme lo más posible de él. Lo sentí llamándome, pero lo ignoré por temor. ¿Qué me haría? No confiaba en él. No lo conocía. No entendía que intenciones tenía conmigo. Sus pasos se acercaban a gran velocidad, me di vuelta y lo vi correr agitadamente hacía mí. Ahogué un grito en mi garganta y me di vuelta por completo para quedar frente a él. Puse mis manos hacía su dirección, con las palmas extendidas hacía adelante. Comencé a retroceder a medida que él se acerba a mí, de una manera más pausada esta vez.

—N-no me hagas nada. Espera hasta m-mañana en la esc-cuela para golpearme si quieres —me encogí, mientras volvía a retroceder otro paso más. Me maldije mentalmente, odiando escuchar la desesperación en mi voz.

“¡No te dejes ganar, Kurt!’’ me dije a mí mismo.

Su rostro demostraba claro desconcierto y perplejidad. En circunstancias diferentes me hubiera dado gracia la manera en que sus ojos bailaban con consternación y como sus labios formaban una perfecta “o”. Noté como su mirada se dirigía al moretón que tenía alrededor de mi ojo derecho y vi como la comprensión surcó su rostro sin escalas. Me miró fijamente con aquellos ojos avellanas, mostrando a través de ellos compasión y lástima.

Y yo odie eso.

Inseguro, avanzó un paso hacia mí lentamente. Al ver que no accioné movimiento alguno, avanzó otro paso. Mis nervios aumentaron, intentando retroceder más de la cuenta cuando el sonido de su voz me hizo detener mi ajetreo abruptamente.

—No te haré daño, Kurt. No te alejes —me pidió.

Lo miré nuevamente y volví a bajar la vista, quedándome quieto mientras él se acercaba hasta posicionarse frente a mi tembloroso cuerpo. Pasó el dorso de su dedo índice sobre los moretones, provocando que cerrara mis ojos con fuerza, anticipando la llegada de su puño a mi cara. ¿Confiar en sus palabras? Ya lo he hecho, y nada sale como se supone que debería pasar. He confiado en las palabras de muchas personas antes, pero ellas solo terminan lastimándome de todas formas.

—No… No hagas eso… —rogué.

Al segundo, sentí como su mano se apartaba de mi piel. Él se alejó, retrocediendo un tramo para darme espacio, cosa que agradecí interiormente. Abrí los ojos y lo observé mirándome fijamente, una sonrisa tirando de las equinas de sus labios.

—¿Dónde vives? Quizás te podría llevar a tu casa —ofreció con amabilidad.

Negué con la cabeza.

—No, no estoy lejos —miré hacia atrás, donde estaba ubicada mi pequeña casa.

—No veo que vivas tan lejos de mí. Ya sabes, cualquier cosa, puedes venir —apuntó hacía la mansión que se encontraba a lo lejos.

Lo miré. Se notaba que era un niño rico, su auto y su vestimenta lo delataban. Asentí, y sin despedirme, comencé a correr hacía mi casa.

No volví a pensar en el encuentro que había tenido con Blaine después de clases, ya que recordaba la forma en que cobardemente evité su mirada y su proximidad a mi espacio. Justo ahora estaba encerrado en mi habitación, intentando ocultar los moretones con el afeite que uso regularmente para ocultar ojeras de vez en cuando. Me miraba en el pequeño pedazo de cristal roto que había recogido cuando mi padre me lanzó contra el espejo de cuerpo entero de la sala, ese que antes solía ser de mi madre. Había pensado en usarlo para defenderme en ese momento, pero no tuve la valentía suficiente para hacerle daño a mi padre.

Cuando acabé, miré por la ventana, la mansión de Blaine estaba justo ahí. Las luces estaban encendidas y de la chimenea salía un leve humo gris oscuro. ¿Cómo se sentirá estar frente a una chimenea encendida? Bajé la mirada al pensar en aquello. Nunca lo sabría.

De repente sentí como la puerta principal se abría y se azotaba con fuerza a continuación. En ese instante supe que papá había llegado.

—¿Tan temprano? —susurré para mí mismo.

Debí haber hecho la comida, pero recién había llegado y había venido directamente aquí para cubrir la evidencia de que era golpeado por alguien más. Me encogí, tampoco había lavado los pocos platos que teníamos.

Estaba acabado.

Advertencias: Esta historia puede contener violencia explícita, mal lenguaje y situaciones difíciles, si tienes problemas con cualquiera de estos temas, te recomiendo que no sigas leyendo. Glee y sus personajes no me pertenecen, todo es propiedad de Ryan Murphy, sus colaboradores y la cadena televisiva Fox.

04.

—¡KURT!

El grito de mi padre resonó en cada rincón de nuestra humilde morada, provocando que mi estómago se retorciera bruscamente. Las nubes negras cubrían la atmosfera y unos pequeños copos de nieve comenzaron a descender apaciblemente desde ellas. A lo lejos se lograban apreciar los rayos que iluminaban las nubes haciendo que brillaran con intensidad, mientras que los estruendosos ruidos ensordecían la pequeña ciudad de Lima por completo.

Retrocedí con miedo. Mis manos temblaban y estaban muy frías a causa del pánico que emergía por cada uno de mis poros en este momento. Los fuertes pasos de mi padre retumbaban por el pasillo, sabía que se dirigía aquí para hacer de mi lo que a él le diera la gana. El pomo de la puerta giró con rudeza, logrando que mi puerta se abriera al instante, dejándome ver a mi progenitor parado en el umbral de esta. Sus ojos, inyectados en sangre, miraban con furia ciega mi débil cuerpo. Aun traía puesto su monótono uniforme de trabajo. Mi padre trabajaba en un taller mecánico como asistente del gerente, por lo que no ganaba demasiado dinero. Su traje era un entero de color azul grisáceo y a un lado de este tenía una placa que señalaba "Lima’s Mechanical”.

Corrió hacia mí de una forma súbita, halándome del cabello. Gemí por el agudo dolor en mi cuero cabelludo, mientras él me arrastraba escaleras abajo, fuera de mi habitación y fuera de la casa. Me lanzó al suelo, donde una capa de nieve amortiguo mi caída, y me miró de una forma lúgubre.

—No te golpearé porque estoy cansado. Tú te quedarás aquí… Hasta que mueras por el frío.

Dicho aquello, caminó a grandes zancadas hacia la vieja casa, entrando y cerrando la puerta detrás de sí. Pude percibir el metálico sonido de la llave girando dentro de la cerradura.

Suspiré, aliviado. Preferiría esto mil veces antes de ser golpeado hasta el cansancio por mi padre. Puede que me congelara aquí afuera, pero al menos no tendría que soportar los horribles dolores de mi cuerpo magullado durante toda la noche.

Me levanté, tocando mi espalda donde sentía un ligero ardor temporal. Como mínimo aun traía puesta aquella chaqueta que había encontrado en la biblioteca, solo esperaba que esta fuera capaz de abrigarme lo suficiente como para no sentir demasiado frío en la madrugada. Guardé mis manos hechas puños dentro de los bolsillos de la oscura chaqueta de cuero y comencé a vagar, buscando un lugar donde poder dormir sin morir de hipotermia en el intento.

A medida que los minutos pasaban, el desaforado viento del invierno comenzaba a azotar contra mi rostro, helándome hasta los huesos más pequeños de mi débil organismo. Mi labio inferior temblaba y estaba seguro de que este estaba tomando un opaco color morado. Mi nariz, la notaba roja y helada, mis dedos algo calientes pero aún así el viento lograba traspasar mi ropa sin piedad y por completo.

—¿Y a-ahora qué? —suspiré, viendo como mi aliento se lograba apreciar como vapor húmedo debido a la gélida temperatura.

Estuve caminando aproximadamente veinte minutos, congelándome en el proceso. Mi padre jamás había pasado por alto uno de mis errores sin un golpe de por medio —o diez, en realidad— pero esto era el infierno mismo. El frio se hacía presente en el ambiente en su estado puro, mientras que la nieve continuaba acumulándose bajo mis pies. Algunos copos me cubrían el rostro o se quedaban atrapados en mi cabello. Mi cuerpo temblaba de una forma inaudita, sentía mi respiración más pesada y mi pulso bajo.

Ahora me encontraba sentado contra un árbol de tronco grueso, mis rodillas aferradas a mi pecho mientras las abrazaba con fuerza, intentando contener algo de calor dentro de mi gélido pellejo.

Intentaba recordar las veces que mi padre me había demostrado afecto. Fue antes de que mi madre muriera hace casi diez años atrás. Los tres éramos una familia feliz, mi madre siempre me cantaba para poder dormir en las noches. Cuando tenía pesadillas, ella venía conmigo y se acurrucaba a mi lado hasta que yo lograba conciliar el sueño entre sus cálidos brazos.

Extrañaba aquellos días.

Unas pisadas se escucharon a lo lejos, pero el atronador sonido del viento viajando por el horizonte nublaba el bucillo casi por completo. Lograba sentir una presencia fantasma cerca del lugar en donde me encontraba sentado, pero mis sentidos se estaban debilitando. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, haciendo que mis extremidades temblaran aún más que antes. Aquellos pasos volvieron a aparecer.

—¿Ho-hola? —mi voz apenas salió en un susurró que el vertiginosos viento se llevó. No sabía si me había escuchado o no, sin embargo, no quería crear falsas esperanzas.

Los pasos se detuvieron. Quizás había sido algún animal, un perro vagabundo era una buena opción. Gemí por el frío, mis dientes castañeaban con violencia. Me aferré a mi propio cuerpo y escondí mi rostro entre mis extremidades para protegerlo del atroz frío invernal.