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[Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
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Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
Tampoco me gusta la aptitud de santana y creo que britt no tardara mucho en estallar pq es obvio que esta enamorada y explotara en cualquier momento!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
ES INCREIBLE ESTA HISTORIA SIGUE ACTUALIZANDO PORQUE ESTA BUENISIMA
Any Noriega** - Mensajes : 72
Fecha de inscripción : 10/06/2013
Capitulo 6 "Camino a la isla"
Chicas thanks for you comments!
Se que Santana es rara, fría o como quieran llamarla. Pero más adelante entederan el por que de su actitud.
Prepárense para lo que se aproxima en el yate, camino a la isla. Viene mucho pero mucho wanky así que a las que no le gustan este tipo de escena mejor no lean los capítulos que siguen.
Se que del 100% sera un 5%? Jajajajajaja!
Buenos sin más les dejo la historia!
Al parecer, en la isla sólo había un taxi viejo y destartalado, que parecía haber sido fabricado incluso antes de la Segunda Guerra Mundial. Nos recogió donde habíamos aterrizado. Santana saludó al conductor como si fuera un viejo amigo. Rió y bromeó con él en griego, por lo que no pude entender lo que decían. Él parecía muy, pero que muy impresionado con ella. Seguro que nunca habían tenido ningún rollo, pues, de lo contrario, tal vez él hubiera reaccionado de otra forma. Se sentó delante, a su lado —¿lo tendría planeado desde un principio o sólo cabía atribuirlo a la casualidad?— y yo tomé asiento en la parte de atrás, desde donde podía observarlos muy bien a los dos, en especial a Santana. Me fijé en la forma que tenía de volverse hacia el chófer para charlar con él. Sólo me miró un instante y enseguida, y durante todo el resto del viaje, se concentró en aquel hombre. Seguro que la distancia en kilómetros no era muy grande, pero la carretera era tan mala que necesitamos bastante tiempo para llegar hasta allí. No me atreví a mirar el reloj nuevo que llevaba en la muñeca, pues me volvería a recordar la ofensa que me había supuesto, así que no pude calcular con exactitud el tiempo que tardamos, pero fue mucho. Pero ni Santana ni el chófer parecían darse cuenta de los baches, que él conocía con toda seguridad, aunque no intentaba esquivarlos, ni del aire caliente y seco, ni del polvillo arenoso que hacían que el tiempo se hiciera más largo. Si no me hubiera agarrado con fuerza hubiera dado tumbos en el asiento de atrás, aunque, cuando me sujetaba, me cortaba los dedos con los delgados agarraderos. Ansiaba llegar al final del trayecto.
Sin embargo, a pesar de la mirada inquisitiva que me lanzó al principio, Santana parecía estar muy relajada. Su sonrisa parecía tan auténtica como nunca antes había visto. Y todo para aquel encantador griego, que, con su barba gris y su pelo desmelenado, no se correspondía con ningún modelo de ideal de belleza, aunque eso no parecía molestarle en absoluto. Estaba convencido al cien por cien del carisma que tenía para las mujeres. Estaba claro que intentaba fascinar a Santana, y ella actuó como si se sintiera rendida ante sus encantos. Era como un juego entre dos, con el que ambos disfrutaban. Mi diversión se mantenía dentro de ciertos límites, pues el estómago me daba vueltas a causa del ajetreo, pero a mí Santana también me caía muy bien. Casi olvidé el incidente que nos acababa de ocurrir en el avión. Ella era tan hermosa, tan deseable, tan...encantadora. ¿Por qué no podía ser siempre así? La amabilidad que mostraba en su trato al conductor parecía auténtica y se originaba, como todo lo que hacía, en su carácter. No daba la sensación de estar jugando.
El chófer se despidió de nosotras de muy mala gana, es decir, se despidió de Santana de muy mala gana, y llevó las maletas desde su coche hasta el barco. En el aeropuerto había cargado con dos o tres maletas cada vez y ahora casi no podía con una sola e iba muy lento. Santana parecía conocerlo ya, por lo que le dedicó una sonrisa de paciencia. El trabajo siempre se veía interrumpido por la conversación y de repente las maletas se volvieron tan pesadas que el buen hombre tuvo que hacer varias paradas de descanso antes de dar el paso siguiente. Todo parecía muy tranquilo. El tiempo carecía de todo significado. Fluía muy despacio, como una tabla en un cauce casi seco. A mí me daba igual el tiempo que tardara, pues estaba sobrecogida ante el bote, tal y como lo había llamado Santana. En mi opinión, llamarlo así era subvalorarlo, pues se trataba de un yate. Aquel barco, brillante y blanco sobre el mar azul, también resplandeciente, constituía una visión arrebatadoramente bella. Me quedé de piedra junto al muelle, incluso después de que el chófer se despidiera y se alejara con su coche, que dejó tras de sí una nube de polvo. Santana se rió. Parecía haber olvidado todo lo ocurrido en el avión.
—Por dentro también es muy bonito —dijo.
Avanzó por la escalerilla hasta el barco. Se detuvo por un momento, yo sólo veía su espalda, y echó la cabeza hacia atrás. Hubiera jurado que tenía los ojos cerrados y que saboreaba aquel primer minuto en su barco como un regalo deseado desde hacía mucho tiempo.
—¿Vienes con frecuencia? —dije, tras ella, mientras me balanceaba, insegura, sobre la escalerilla.
—En raras ocasiones —respondió en voz baja, casi para sí misma, antes de volverse hacia mí.
Me cogió de la mano, al ver mis poco seguros movimientos y se rió de nuevo—. ¡Bueno, tenemos que bautizarte, marinero de agua dulce! —Caminaba muy segura por la balanceante cubierta del barco y me ayudó.
—Mientras no me pases por la quilla —dije yo con una sonrisa insegura.
Quilla.: Antiguo castigo. Se ataba una cuerda a un marinero, se le lanzaba al agua y se le hacía pasar por debajo del barco a base de tirar de la cuerda.
Ella sonrió.—Ya veremos —replicó, en un tono vago e impreciso.
Al cabo de un rato de estar sobre el barco me acostumbré a su ligero balanceo.
—Deberías doblar un poco las rodillas —recomendó Santana—.Para equilibrar las oscilaciones. Aún estamos en puerto y aquí casi no se nota. En mar abierto puede ser más fuerte.
«¿Aún más fuerte? Pero si ya lo encuentro bastante violento», pensé.
—Te acostumbrarás —prometió Santana—. Vámonos. —Sevolvió y descendió por una escalerilla.
Yo la miré un tanto perpleja. —Hummm, ¿estamos solas? —pregunté.
—Sí —gritó desde abajo, entre risas.
Parecía caminar muy segura, cosa que no se podía decir de mí.—Éste es el barco más grande que puede pilotar una sola persona. ¿Y lo haces tú? —pregunté, más desconcertada que nunca.
—Sí —confirmó, aún entre risas—. ¿No confías en mí?
Pues claro. ¡Claro que sí! ¡Confiaba en ella! Pero aquello había sido una sorpresa para mí. La seguí e intenté no mirar hacia abajo, hacia el agua oscilante. Ella movió un par de palancas y apretó un botón de la consola situada junto al volante. El motor arrancó con un rugido.
—¡Fantástico! —exclamó, y me miró a los ojos con una expresión tan radiante que casi no pude reconocerla—. ¡Agárrate! —gritó, mientras apretaba una de mis manos sobre el timón y saltaba de nuevo por la escalerilla.
Me asusté. Estaba sola. ¿Qué iba a hacer si ahora pasaba algo? No tenía ni idea. Noté que me sobrecogía el pánico. ¿Y si el barco se ponía en marcha, sin más? El motor ya estaba arrancado. Vi que Santana retiraba la pasarela que estaba adosada a la parte delantera del casco. Era muy hábil, como si lo hiciera todos los días. Luego corrió hacia la parte de atrás y también desamarró el barco por allí.
Al cabo de un momento estaba de nuevo a mi lado.—¿Ha sido horrible? —preguntó, riendo. Yo negué con una leve sacudida de cabeza.—Entonces, ya podemos izar el ancla —anunció, mientras presionaba un botón.
El barco se vio inmerso en un estrépito de ruidos metálicos. Yo miré alrededor, pero no fui capaz de definir el origen de aquellos ruidos.
—El ancla está delante —explicó de buen humor—. Desde aquí no se puede ver.
Después de que hubiera cesado el último golpe metálico, adelantó levemente una palanca y movió un poco el timón. El motor sonó con mayor fuerza. Maniobró con lentitud y, con todo cuidado, sacó el barco del puerto.
Yo la miraba con admiración. Pasó muy concentrada por la estrecha salida, que no era mucho más ancha que el propio barco. Luego adelantó un poco más la palanca y el barco se movió más rápido.
Santana me sonrió.—¿No es hermoso? —preguntó, entusiasmada.
«Tú sí que eres hermosa», pensé para mis adentros. Era una vista magnífica: ella allí al mando del barco, con el pelo al viento y una sonrisa en el rostro. Podría formar parte de un folleto de vacaciones. Y ya estábamos de vacaciones. El mar azul, el cielo azul, las olas que rompían, envueltas en espuma blanca, contra la proa del barco: ¡era todo tan embriagador! Y ella también lo era. Tenía el aspecto de una diosa griega del mar, con una mano en el timón, patroneando el barco con toda suavidad, como si lo hiciera desde que nació.
Me hubiera gustado decirle lo maravillosa que era, lo mucho que yo la amaba, y también que había olvidado todo lo demás... Lo del avión eran tonterías y yo ya no pensaba en lo que había ocurrido allí. Ahora estábamos en el barco y todo era distinto.
Ella también sería distinta, ya lo era ahora, y de esa forma se esfumarían todos mis problemas. No tendría ni uno más en esas tres semanas. Nos limitaríamos a disfrutar de estar juntas y no pensaríamos en nada que fuera distinto a nosotras dos. ¿Qué podría pasar ahora?
Fui hacia ella y pasé un brazo a su alrededor. Ella me miró, sonrió y dirigió de nuevo la vista hacia delante, para controlar el rumbo sobre el agua. Así debe de ser el cielo, pensé yo, feliz. Verano, sol, viento, mar y una mujer amada entre los brazos.
—¿Quieres probar? —preguntó, echándose a un lado.
Perdí el contacto con ella, cosa que me hubiera gustado mantener.«¿No puedes permanecer ni cinco minutos en la misma postura? ¿Debes estar siempre en movimiento?», pensé, mientras sacudía la cabeza para declinar su invitación.
—No, no sé hacerlo.
—Claro que sí —insistió—. Es muy sencillo. Yo te enseño. —Colocó mis manos sobre el timón y se puso detrás de mí—. ¿Lo ves?—explicó—. Sólo tienes que mirar al frente, igual que cuando conduces un coche.
Lo único es que, al conducirlo, el coche siempre tiene debajo un suelo firme y aquí sólo había agua. Si hacía algo mal...Me abrazó por detrás y se estrechó contra mí.—Me alegro de que estés aquí —me susurró al oído, mientras me daba un beso.
No hizo nada más y así estuvimos durante un rato. Yo llegué a acostumbrarme a llevar el timón sin tambalearme. ¿Por qué, de repente, se había vuelto tan maravillosa, dulce y cariñosa? En el avión había actuado de otra forma, pero hasta aquel momento nunca la había visto comportarse de aquel modo. Noté su cuerpo contra mi espalda y me excité, pero de una manera nueva, de una forma no tan encaminada a un objetivo como antes, algo que nos hubiera permitido estar allí durante horas, sin movernos y sin querer nada más. Tragué saliva. Así pues, permanecí callada y esperé que ante nosotras se abriera un largo camino que no pudiera perturbar aquella tranquilidad y que nos permitiera disfrutarla durante un tiempo. El camino fue largo.
Por la tarde, ya lejos, echamos el ancla. A nuestro alrededor sólo había agua; no se veía nada de tierra por ningún sitio. Era una experiencia totalmente nueva para mí y me sentí insegura. Santana había estado en la pequeña cocina, preparando algo de comer. Luego lo subió a cubierta. Cuando quise ayudar, me espantó entre risas y me indicó que pusiera la mesa. Sólo sirvió dos platos y me pidió que abriera el vino que había traído.
—Calamares y vino Retsina. Espero que te gusten —murmuró, en un tono interrogativo.
—Pues no estoy muy segura —respondí con precaución.
No me gusta mucho la comida griega ni tampoco el vino Retsina, pero no quería ofenderla. A decir verdad, no había probado muchos platos griegos, pues para salir a comer hace falta dinero y eso era algo que siempre nos faltaba a mi madre y a mí.
—Los calamares son muy frescos —dijo Santana para tentarme—. Spyros los ha pescado esta misma mañana y los has traído directos a la nevera.
Lo que hubiera hecho ese Spyros, fuera quien fuera, me parecía muy bien, pero, incluso así, me senté en la mesa con cierta dosis de escepticismo. Santana sirvió el vino y luego me miró. Su mirada era...algo extraña. Yo no sabía cómo tomármela. Cogió uno de los anillos de calamar, mordió un trozo y me puso el resto bajo la nariz. Luego comenzó a rozarme los labios con el borde del calamar.
—¿No quieres probarlo? —preguntó en voz baja.
El roce con los labios me provocó unas terribles cosquillas y tuve que abrirlos. Entonces, con toda calma, Santana depositó el trozo de calamar en mi boca y sonrió. Parecía ser el comienzo de una seducción, pero ¿me quería incitar hacia ella o hacia los calamares? Cerré los labios de nuevo y el fuerte picor casi me impidió notar el sabor del trozo que tenía en la boca. Cuando finalmente lo percibí, la sorpresa me obligó a abrir los ojos.
—¡Cielos, esto está buenísimo! —exclamé de forma espontánea.
Ella se rió un poco ante mi ignorancia.—Donde vivimos nunca son frescos. No hay punto de comparación —repuso, y empezó a comer de forma normal, con cuchillo y tenedor.
Poco después probé el vino y también me gustó. Parecía estar impregnado de sol. Le ocurría lo mismo que a todo lo de aquí: el mar, el aire...,ella.
Después de la comida nos sentamos en la cubierta, en una especie de balancín. Todavía teníamos los vasos en la mano y disfrutamos del aire cálido y de la tarde que, sin nada de viento y con una calma inigualable, se extendía sobre nosotras. Hasta ahora la luz del día iluminaba parte de la cubierta, pero luego Santana me señaló con un brazo hacia el oeste. Tenía que ser el oeste, porque era allí donde se ponía el sol. Era una vista increíble. Romanticismo puro. El barco casi no se movía sobre el agua y los rayos rojos del sol en el horizonte se aproximaban al mar, sumergiéndolo todo en una luz intensísima. Parecía como si el sol ardiera, como si hubiera abandonado su camino y se hubiera desplomado. No me hubiera sorprendido nada oírlo chisporrotear cuando tocara el horizonte y se hundiera en el mar. Yo estaba fascinada hasta el límite por aquel espectáculo increíble y miraba con atención los últimos rayos rojos, aunque, en realidad, ya habían desaparecido.
—Es maravilloso, ¿verdad? —me dijo Santana.
Casi no pude contestar, pero me dominé y respondí con un sencillo —Sí.
Noté que el balancín se movía y Santana se inclinaba hacia mí. Me quitó el vaso de la mano y lo colocó en una mesita que había delante de nosotras. Sonrió al inclinarse otra vez sobre mí y poner sus labios sobre mi cuello. Sentí la lengua que asomaba entre sus labios y que me acariciaba levemente; colocó la mano sobre mi pecho y comenzó a darle un suave masaje. Se separó un poco y, sin más ceremonias, me quitó la camiseta.
—Los diecinueve años son una edad maravillosa —dijo, mientras mantenía la mirada fija en mis pechos—. Todo está tan firme y erguido... No hay señales de caída por ningún sitio. —Sonriente, me miró a la cara.
No lo decía enfadada, tan sólo se trataba de un cumplido. Intenté mostrar una expresión que ya había tenido éxito en otras ocasiones y dominar la repugnancia que me producía el sentirme como un trozo de carne joven y firme que ella había comprado para su disfrute.
—Adelante, utilízalo —dije, sonriendo—. Puede que esto no se mantenga así durante mucho más tiempo.
Ella rió. Sus dedos se acercaron con timidez a uno de mis pezones, como si le diera miedo tocarlo, y cuando por fin lo rozó tuve que morderme la lengua para no suspirar en voz alta. Yo podía hacerlo que quisiera y ella podía tratarme como le diera la gana, pero en cuanto me acarició me dejé llevar de inmediato por la pasión y el deseo. Santana colocó sus dedos entre los labios y la lengua, y aquello le provocó una sensación casi inaguantable a mi hinchado pezón. Era algo que me subía por todos los lados, por la cabeza y entre las piernas; como siempre, intenté reprimir un gemido. Pero tenía muy claro que no podría aguantar durante mucho más tiempo. ¿Qué ocurriría ahora si ella continuaba? Y eso que estaba en un pecho, sólo en uno. No sabía si podría contenerme.
El vino Retsina, el aire cálido, la puesta de sol, la soledad en el mar, el ligero balanceo del barco: todo contribuyó a que mis sentidos se agudizaran como nunca lo habían hecho. Percibí el olor de Santana, el calor de sus labios, el cosquilleo de su lengua y el roce de su mano en mi muslo. Era maravilloso y, al mismo tiempo, inquietante, pues yo no sabía hasta donde querría llegar ahora. ¿Exigiría hoy el resto? Había comprado mi juventud y yo se la debía entregar cuando le apeteciera. Ella se irguió y me miró. Sus ojos brillaban a causa del deseo y la excitación.
—Desnúdame —ordenó.
Vaya. Al parecer tenía un plazo de gracia. Ella quería primero. Contuve mis propios deseos tanto como pude y me concentré en ella. Se había cambiado para la cena y ahora llevaba un traje marinero blanco. Una variante femenina. La parte de arriba era ancha y bajaba recta desde los hombros hasta el talle, y al parecer no llevaba nada debajo. Una impresión que confirmé cuando le quité la camisa. Me pregunté por qué le habrían causado tanta admiración mis pechos, pues consideraba que los suyos eran más bonitos. Seguro, eran algo más llenos que los míos y la hacían muy atractiva. Me hubiera gustado besarla de inmediato, pero deduje por su mirada que lo primero que quería era estar desnuda y por lo visto no le apetecía realizar ese trabajo. «¿Por qué va a hacerlo?», pensé con sarcasmo. Había pagado para que lo llevara a cabo otra persona: yo.
Los pantalones de su traje eran muy estrechos por arriba y se ensanchaban por las piernas. Solté los botones laterales —era como un auténtico traje marinero— y bajé la parte delantera. Contuve la respiración. Tampoco llevaba nada debajo. No se había molestado más que en ponerse algo por encima. Claro que no. Ya lo tenía pensado y ella siempre era muy eficiente.
Pasé mi mano por su estómago y noté el fino vello cuando bajé un poco más. Se echó hacia atrás en el balancín y gimió por lo bajo. La miré durante unos segundos, tumbada allí y con los ojos cerrados. Seguí acariciándola y luego llevé mis manos por debajo de su trasero. Ella lo alzó un poco y al instante siguiente los pantalones cayeron, casi por sí mismos, sobre cubierta. ¡Los botones laterales resultaban muy prácticos! Le acaricié el estómago y los muslos, y, como si fuera una revelación, me sentí sobrecogida de nuevo por la suavidad de su piel. Yo no quería hacer nada más que lo que debía. Bueno, quizás un poco más... Miré entre sus piernas, que estaban algo separadas, y en aquel momento mi lengua salió disparada de entre mis labios. De nuevo quería algo distinto. Nunca lo había hecho, porque, como es lógico, hubiera necesitado una mujer. ¡Deseaba tanto notar con mi lengua y en mi boca el tacto de lo que había entre sus piernas! No había dejado de tocarla mientras la miraba y ella había comenzado a retorcerse, a gemir y a arrimarse a mí. Luego me deslicé entre sus rodillas y le separé un poco más las piernas.
Ella abrió los ojos.—¿Qué haces ahí? —preguntó, desconfiada.
—Algo que deseo poner en práctica desde hace mucho tiempo—contesté.
A lo mejor no se lo esperaba de mí. Sí, yo era una joven virgen sin mucha experiencia, pero están los libros y... el talento.
Acaricié con los dedos el interior de sus muslos y ella volvió a cerrarlos ojos. —Humm —dijo con fruición y su respiración me hizo saber que aquello iba bien.
Continué mi subida por el interior, y la toqué entre las piernas, allí donde yo ya había estado en otras ocasiones, aunque nunca había podido observar con tanta precisión. Ella se movía, inquieta, y su culo se deslizó un poco hacia delante, luego hacia un lado y de nuevo hacia atrás, según donde yo palpara. Mi dedo era como un magnífico instrumento para mí. Me moví alrededor de su maravilloso punto central y ella se alzó un poco contra mí: era probable que quisiera ser acariciada en otro sitio, pero no lo hice.
A continuación desplacé mis dedos desde la parte externa de su sexo hacia el interior y observé su reacción. Me había deslizado allí como sin querer y ahora pude ver el motivo. Sus labios exteriores se abrieron como las hojas de una rosa, cada vez más, se hincharon a
medida que tocaba su superficie y enrojecieron con un tono que hubiera hecho palidecer de envidia a la puesta de sol. Cada vez estaban más y más húmedos, y finalmente acabaron de abrirse, amplios y apetitosos. Era como la grabación a cámara rápida de una yema que se desarrolla hasta alcanzar el estadio pleno de la floración. Algo maravilloso se abría ante mí y me presentaba un mundo nuevo y fascinante en su conjunto. Toqué con cuidado la piel brillante y húmeda de la parte interna y noté que latía con suavidad, mientras Santana exhalaba un fuerte suspiro.—Por favor... —oí que decía.
Estaba suplicando. ¿Había olvidado cómo exigir, reclamar, ordenar?
Me gustaba tenerla entre mis manos. La deseaba y quería alcanzar las sensaciones más hermosas que ella pudiera anhelar; y era porque la amaba y no porque me pagara por eso.
Deslicé mi dedo en su interior y de inmediato ella se alzó y gimió una vez más.—Sí...
Era la misma sensación, suave y aterciopelada, que había experimentado en el avión y de nuevo Santana comenzó a removerse, a levantarse y a gemir, inquieta. Su respiración iba agolpes, parecía entrecortada y, una vez más, se abandonó. Estaba toda ella a mi merced. Pero me resultó curioso el hecho de no sentir ninguna satisfacción porque, por fin, se sometiera a mí. Por el contrario, aquello hizo que creciera el amor que sentía por ella. Sólo deseaba que fuera feliz.
Estaba tan abierta que un solo dedo casi se perdía en su interior, así que decidí utilizar dos. Obtuve un largo y gimiente «¡Ahhh!» a modo de recompensa. Bien, eso era lo que ella quería.
Cuando introduje en ella un tercer dedo, el gemido se transformó en un sonido animal. Sonó profundo y ronco, casi inhumano. Bajé mi boca hacia su perla, tan rígida y sobresaliente que casi parecía un órgano independiente, muy alejado del resto del centro. La lamí con mis labios y mi lengua, y por un momento cerré los ojos. Era tan embriagador y grandioso notar cómo se movía en mi boca aquel duro y suave brote.
Al parecer también Santana lo sintió así, pues tan pronto como mi lengua la rozó comenzó a empujar contra mí, a apretarme con todas sus fuerzas, y noté que sus dedos, enredados en mi pelo, me presionaban e indicaban a las claras que no debía dejarlo.
Gimió cada vez con más fuerza.—¡Oh, sí, sí, por favor...!
Ya no podía resistirme por más tiempo a sus deseos. Lamí deprisa su prominente perla mientras deslizaba mi dedo hacia dentro y hacia fuera; Santana se retorció de tal forma que pensé en sujetarla para que no se cayera, pero no me quedaban manos libres para hacerlo. La agarré e intenté apretarla contra la colchoneta, pero aquello no tenía ningún sentido. Bramaba. A medida que se iba excitando, se alzaba y luego se recostaba de nuevo. Parecía como si no quisiera entregarse a mí, como si se resistiera, pero no tenía otra elección. De repente mis dedos se comprimieron e hicieron un movimiento brusco alrededor de ella. Sentí una intensa palpitación y me quedé paralizada, porque pensé que podía haberle causado una herida y que ahora iba a sangrar, pero desde luego no fue así.
El terrible grito que emitió no tenía ninguna relación con el dolor.
Después de que la tensión la hubiera hecho alzarse sobre la colchoneta, Santana se volvió a tumbar y, cuando apoyó de nuevo su espalda, yo empecé otra vez a lamer su sexo. Era una sensación muy hermosa.
—¡No, no, por favor! —rogó sin respiración, mientras sus dedos en mi pelo intentaban detenerme—. Ya no puedo más.
Yo no quise atormentarla y respeté sus deseos. Seguro que tendría más oportunidades de profundizar en mis conocimientos de aquella zona íntima. De hecho había venido aquí justo para eso. Coloqué mi mejilla en su muslo y ella me acarició el pelo con suavidad y cariño, tanto que me estremecí. Era tan hermoso sentirme así con ella. ¿Qué más necesitaba?
Segundos después, ella se rió.—Ahora tengo que recuperarme. —Escuché su voz sobre mí,
mucho más suave de la que yo conocía—. Ha estado bien. —Se irguió un poco y me miró—. Veo que ahí abajo te sientes cómoda —dijo, entono de broma—, pero ¿serías tan amable de traerme ahora un whisky?
Yo sonreí y me levanté.—Por supuesto —dije—. Tus deseos son órdenes para mí.
Cuando me volví, sonriente, tuve que reconocer que eso era muy cierto. Yo atendía sus instrucciones. Primero en el campo sexual y luego traía la bebida que le apetecía.«¡Oh Dios! Esto no resulta nada sencillo», pensé. «Todo lo que pueda parecer tan evidente, lo que se hace con gusto por otra persona, sobre todo por la mujer amada, se convierte de repente en la prestación de un servicio, de un servicio pagado, por el que no hay que esperar ni que te den las gracias.»Mi sonrisa se esfumó mientras me dirigía a la cocina para servirle el whisky. Cuando regresé, ella ya estaba vestida y se hallaba de pie, en la borda; tenía la mirada pensativa, como si tuviera que resolver un problema importante. Quizá tenía que hacerlo. Yo no sabía qué podía preocuparla, ni cómo era su vida ni en qué podía pensar. Hasta el momento no me lo había revelado y yo temía que nunca fuera a hacerlo. La observé durante unos instantes antes de dirigirme a ella.
—¿Estás bien? —pregunté, acercándole el vaso de whisky, mientras intentaba no sentirme como si fuera una criada.
Ella me miró y me acarició el rostro, sólo un poco, mientras se volvía.—Sí, estoy bien —
confirmó—. Muy bien —dijo, con una sonrisa inescrutable.
Yo esperaba que, al menos, renunciara a confirmarme otra vez lo bien que me había salido mi «prestación de servicios», o algo por el estilo. Por el momento parecía que no iba a hacerlo. Daba la impresión de tener otras cosas en la cabeza. A lo mejor eran temas que no tenían nada que ver conmigo.
—¿Quieres que te deje sola? —pregunté.
Parecía improbable que allí y en aquel momento fueran a tener lugar más actividades sexuales. No parecía que fuera a ocurrir. Y me sentí verdaderamente contenta por eso, aunque me hubiera gustado llegar a percibir una cierta sensación, una que ella ya había experimentado. Pero quizás era algo más que eso, algo más desagradable, y yo me hubiera sentido muy satisfecha si ella no se veía obligada conmigo. Me hubiera gustado que, si se sentía presionada por sus propias exigencias, las compartiera conmigo, igual que yo hacía con ella.
—No, no —contestó, aún mantenía su aire ausente—. Quédate aquí tranquila. Haz lo que quieras. —Me miró con calma—. Si no te gusta el whisky..., también hay Campari y otras cosas. Tómate algo
Sí, eso iba incluido en el precio, pensé con un suspiro. No sedaba cuenta de lo que decía. Me serví un Campari con naranja y regresé a cubierta para saborear el ambiente.«¿Ha escogido este lugar tan apartado para poder gritar a su gusto?», me pregunté, pero acabé por despreocuparme del tema. Finalmente, me dediqué tan sólo a mirar. Al faltar la luz, el mar estaba negro y no se podía ver a más de dos metros. Allí reinaba una tranquilidad inconcebible para una persona que, como yo, venía de una ciudad plagada de ruidos. Unas leves olas rompían contra el casco del barco, un sonido monótono y tranquilizador que acabó por adormilarme.
Saluditos!
Se que Santana es rara, fría o como quieran llamarla. Pero más adelante entederan el por que de su actitud.
Prepárense para lo que se aproxima en el yate, camino a la isla. Viene mucho pero mucho wanky así que a las que no le gustan este tipo de escena mejor no lean los capítulos que siguen.
Se que del 100% sera un 5%? Jajajajajaja!
Buenos sin más les dejo la historia!
Capitulo 6 "Camino a la isla"
Al parecer, en la isla sólo había un taxi viejo y destartalado, que parecía haber sido fabricado incluso antes de la Segunda Guerra Mundial. Nos recogió donde habíamos aterrizado. Santana saludó al conductor como si fuera un viejo amigo. Rió y bromeó con él en griego, por lo que no pude entender lo que decían. Él parecía muy, pero que muy impresionado con ella. Seguro que nunca habían tenido ningún rollo, pues, de lo contrario, tal vez él hubiera reaccionado de otra forma. Se sentó delante, a su lado —¿lo tendría planeado desde un principio o sólo cabía atribuirlo a la casualidad?— y yo tomé asiento en la parte de atrás, desde donde podía observarlos muy bien a los dos, en especial a Santana. Me fijé en la forma que tenía de volverse hacia el chófer para charlar con él. Sólo me miró un instante y enseguida, y durante todo el resto del viaje, se concentró en aquel hombre. Seguro que la distancia en kilómetros no era muy grande, pero la carretera era tan mala que necesitamos bastante tiempo para llegar hasta allí. No me atreví a mirar el reloj nuevo que llevaba en la muñeca, pues me volvería a recordar la ofensa que me había supuesto, así que no pude calcular con exactitud el tiempo que tardamos, pero fue mucho. Pero ni Santana ni el chófer parecían darse cuenta de los baches, que él conocía con toda seguridad, aunque no intentaba esquivarlos, ni del aire caliente y seco, ni del polvillo arenoso que hacían que el tiempo se hiciera más largo. Si no me hubiera agarrado con fuerza hubiera dado tumbos en el asiento de atrás, aunque, cuando me sujetaba, me cortaba los dedos con los delgados agarraderos. Ansiaba llegar al final del trayecto.
Sin embargo, a pesar de la mirada inquisitiva que me lanzó al principio, Santana parecía estar muy relajada. Su sonrisa parecía tan auténtica como nunca antes había visto. Y todo para aquel encantador griego, que, con su barba gris y su pelo desmelenado, no se correspondía con ningún modelo de ideal de belleza, aunque eso no parecía molestarle en absoluto. Estaba convencido al cien por cien del carisma que tenía para las mujeres. Estaba claro que intentaba fascinar a Santana, y ella actuó como si se sintiera rendida ante sus encantos. Era como un juego entre dos, con el que ambos disfrutaban. Mi diversión se mantenía dentro de ciertos límites, pues el estómago me daba vueltas a causa del ajetreo, pero a mí Santana también me caía muy bien. Casi olvidé el incidente que nos acababa de ocurrir en el avión. Ella era tan hermosa, tan deseable, tan...encantadora. ¿Por qué no podía ser siempre así? La amabilidad que mostraba en su trato al conductor parecía auténtica y se originaba, como todo lo que hacía, en su carácter. No daba la sensación de estar jugando.
El chófer se despidió de nosotras de muy mala gana, es decir, se despidió de Santana de muy mala gana, y llevó las maletas desde su coche hasta el barco. En el aeropuerto había cargado con dos o tres maletas cada vez y ahora casi no podía con una sola e iba muy lento. Santana parecía conocerlo ya, por lo que le dedicó una sonrisa de paciencia. El trabajo siempre se veía interrumpido por la conversación y de repente las maletas se volvieron tan pesadas que el buen hombre tuvo que hacer varias paradas de descanso antes de dar el paso siguiente. Todo parecía muy tranquilo. El tiempo carecía de todo significado. Fluía muy despacio, como una tabla en un cauce casi seco. A mí me daba igual el tiempo que tardara, pues estaba sobrecogida ante el bote, tal y como lo había llamado Santana. En mi opinión, llamarlo así era subvalorarlo, pues se trataba de un yate. Aquel barco, brillante y blanco sobre el mar azul, también resplandeciente, constituía una visión arrebatadoramente bella. Me quedé de piedra junto al muelle, incluso después de que el chófer se despidiera y se alejara con su coche, que dejó tras de sí una nube de polvo. Santana se rió. Parecía haber olvidado todo lo ocurrido en el avión.
—Por dentro también es muy bonito —dijo.
Avanzó por la escalerilla hasta el barco. Se detuvo por un momento, yo sólo veía su espalda, y echó la cabeza hacia atrás. Hubiera jurado que tenía los ojos cerrados y que saboreaba aquel primer minuto en su barco como un regalo deseado desde hacía mucho tiempo.
—¿Vienes con frecuencia? —dije, tras ella, mientras me balanceaba, insegura, sobre la escalerilla.
—En raras ocasiones —respondió en voz baja, casi para sí misma, antes de volverse hacia mí.
Me cogió de la mano, al ver mis poco seguros movimientos y se rió de nuevo—. ¡Bueno, tenemos que bautizarte, marinero de agua dulce! —Caminaba muy segura por la balanceante cubierta del barco y me ayudó.
—Mientras no me pases por la quilla —dije yo con una sonrisa insegura.
Quilla.: Antiguo castigo. Se ataba una cuerda a un marinero, se le lanzaba al agua y se le hacía pasar por debajo del barco a base de tirar de la cuerda.
Ella sonrió.—Ya veremos —replicó, en un tono vago e impreciso.
Al cabo de un rato de estar sobre el barco me acostumbré a su ligero balanceo.
—Deberías doblar un poco las rodillas —recomendó Santana—.Para equilibrar las oscilaciones. Aún estamos en puerto y aquí casi no se nota. En mar abierto puede ser más fuerte.
«¿Aún más fuerte? Pero si ya lo encuentro bastante violento», pensé.
—Te acostumbrarás —prometió Santana—. Vámonos. —Sevolvió y descendió por una escalerilla.
Yo la miré un tanto perpleja. —Hummm, ¿estamos solas? —pregunté.
—Sí —gritó desde abajo, entre risas.
Parecía caminar muy segura, cosa que no se podía decir de mí.—Éste es el barco más grande que puede pilotar una sola persona. ¿Y lo haces tú? —pregunté, más desconcertada que nunca.
—Sí —confirmó, aún entre risas—. ¿No confías en mí?
Pues claro. ¡Claro que sí! ¡Confiaba en ella! Pero aquello había sido una sorpresa para mí. La seguí e intenté no mirar hacia abajo, hacia el agua oscilante. Ella movió un par de palancas y apretó un botón de la consola situada junto al volante. El motor arrancó con un rugido.
—¡Fantástico! —exclamó, y me miró a los ojos con una expresión tan radiante que casi no pude reconocerla—. ¡Agárrate! —gritó, mientras apretaba una de mis manos sobre el timón y saltaba de nuevo por la escalerilla.
Me asusté. Estaba sola. ¿Qué iba a hacer si ahora pasaba algo? No tenía ni idea. Noté que me sobrecogía el pánico. ¿Y si el barco se ponía en marcha, sin más? El motor ya estaba arrancado. Vi que Santana retiraba la pasarela que estaba adosada a la parte delantera del casco. Era muy hábil, como si lo hiciera todos los días. Luego corrió hacia la parte de atrás y también desamarró el barco por allí.
Al cabo de un momento estaba de nuevo a mi lado.—¿Ha sido horrible? —preguntó, riendo. Yo negué con una leve sacudida de cabeza.—Entonces, ya podemos izar el ancla —anunció, mientras presionaba un botón.
El barco se vio inmerso en un estrépito de ruidos metálicos. Yo miré alrededor, pero no fui capaz de definir el origen de aquellos ruidos.
—El ancla está delante —explicó de buen humor—. Desde aquí no se puede ver.
Después de que hubiera cesado el último golpe metálico, adelantó levemente una palanca y movió un poco el timón. El motor sonó con mayor fuerza. Maniobró con lentitud y, con todo cuidado, sacó el barco del puerto.
Yo la miraba con admiración. Pasó muy concentrada por la estrecha salida, que no era mucho más ancha que el propio barco. Luego adelantó un poco más la palanca y el barco se movió más rápido.
Santana me sonrió.—¿No es hermoso? —preguntó, entusiasmada.
«Tú sí que eres hermosa», pensé para mis adentros. Era una vista magnífica: ella allí al mando del barco, con el pelo al viento y una sonrisa en el rostro. Podría formar parte de un folleto de vacaciones. Y ya estábamos de vacaciones. El mar azul, el cielo azul, las olas que rompían, envueltas en espuma blanca, contra la proa del barco: ¡era todo tan embriagador! Y ella también lo era. Tenía el aspecto de una diosa griega del mar, con una mano en el timón, patroneando el barco con toda suavidad, como si lo hiciera desde que nació.
Me hubiera gustado decirle lo maravillosa que era, lo mucho que yo la amaba, y también que había olvidado todo lo demás... Lo del avión eran tonterías y yo ya no pensaba en lo que había ocurrido allí. Ahora estábamos en el barco y todo era distinto.
Ella también sería distinta, ya lo era ahora, y de esa forma se esfumarían todos mis problemas. No tendría ni uno más en esas tres semanas. Nos limitaríamos a disfrutar de estar juntas y no pensaríamos en nada que fuera distinto a nosotras dos. ¿Qué podría pasar ahora?
Fui hacia ella y pasé un brazo a su alrededor. Ella me miró, sonrió y dirigió de nuevo la vista hacia delante, para controlar el rumbo sobre el agua. Así debe de ser el cielo, pensé yo, feliz. Verano, sol, viento, mar y una mujer amada entre los brazos.
—¿Quieres probar? —preguntó, echándose a un lado.
Perdí el contacto con ella, cosa que me hubiera gustado mantener.«¿No puedes permanecer ni cinco minutos en la misma postura? ¿Debes estar siempre en movimiento?», pensé, mientras sacudía la cabeza para declinar su invitación.
—No, no sé hacerlo.
—Claro que sí —insistió—. Es muy sencillo. Yo te enseño. —Colocó mis manos sobre el timón y se puso detrás de mí—. ¿Lo ves?—explicó—. Sólo tienes que mirar al frente, igual que cuando conduces un coche.
Lo único es que, al conducirlo, el coche siempre tiene debajo un suelo firme y aquí sólo había agua. Si hacía algo mal...Me abrazó por detrás y se estrechó contra mí.—Me alegro de que estés aquí —me susurró al oído, mientras me daba un beso.
No hizo nada más y así estuvimos durante un rato. Yo llegué a acostumbrarme a llevar el timón sin tambalearme. ¿Por qué, de repente, se había vuelto tan maravillosa, dulce y cariñosa? En el avión había actuado de otra forma, pero hasta aquel momento nunca la había visto comportarse de aquel modo. Noté su cuerpo contra mi espalda y me excité, pero de una manera nueva, de una forma no tan encaminada a un objetivo como antes, algo que nos hubiera permitido estar allí durante horas, sin movernos y sin querer nada más. Tragué saliva. Así pues, permanecí callada y esperé que ante nosotras se abriera un largo camino que no pudiera perturbar aquella tranquilidad y que nos permitiera disfrutarla durante un tiempo. El camino fue largo.
Por la tarde, ya lejos, echamos el ancla. A nuestro alrededor sólo había agua; no se veía nada de tierra por ningún sitio. Era una experiencia totalmente nueva para mí y me sentí insegura. Santana había estado en la pequeña cocina, preparando algo de comer. Luego lo subió a cubierta. Cuando quise ayudar, me espantó entre risas y me indicó que pusiera la mesa. Sólo sirvió dos platos y me pidió que abriera el vino que había traído.
—Calamares y vino Retsina. Espero que te gusten —murmuró, en un tono interrogativo.
—Pues no estoy muy segura —respondí con precaución.
No me gusta mucho la comida griega ni tampoco el vino Retsina, pero no quería ofenderla. A decir verdad, no había probado muchos platos griegos, pues para salir a comer hace falta dinero y eso era algo que siempre nos faltaba a mi madre y a mí.
—Los calamares son muy frescos —dijo Santana para tentarme—. Spyros los ha pescado esta misma mañana y los has traído directos a la nevera.
Lo que hubiera hecho ese Spyros, fuera quien fuera, me parecía muy bien, pero, incluso así, me senté en la mesa con cierta dosis de escepticismo. Santana sirvió el vino y luego me miró. Su mirada era...algo extraña. Yo no sabía cómo tomármela. Cogió uno de los anillos de calamar, mordió un trozo y me puso el resto bajo la nariz. Luego comenzó a rozarme los labios con el borde del calamar.
—¿No quieres probarlo? —preguntó en voz baja.
El roce con los labios me provocó unas terribles cosquillas y tuve que abrirlos. Entonces, con toda calma, Santana depositó el trozo de calamar en mi boca y sonrió. Parecía ser el comienzo de una seducción, pero ¿me quería incitar hacia ella o hacia los calamares? Cerré los labios de nuevo y el fuerte picor casi me impidió notar el sabor del trozo que tenía en la boca. Cuando finalmente lo percibí, la sorpresa me obligó a abrir los ojos.
—¡Cielos, esto está buenísimo! —exclamé de forma espontánea.
Ella se rió un poco ante mi ignorancia.—Donde vivimos nunca son frescos. No hay punto de comparación —repuso, y empezó a comer de forma normal, con cuchillo y tenedor.
Poco después probé el vino y también me gustó. Parecía estar impregnado de sol. Le ocurría lo mismo que a todo lo de aquí: el mar, el aire...,ella.
Después de la comida nos sentamos en la cubierta, en una especie de balancín. Todavía teníamos los vasos en la mano y disfrutamos del aire cálido y de la tarde que, sin nada de viento y con una calma inigualable, se extendía sobre nosotras. Hasta ahora la luz del día iluminaba parte de la cubierta, pero luego Santana me señaló con un brazo hacia el oeste. Tenía que ser el oeste, porque era allí donde se ponía el sol. Era una vista increíble. Romanticismo puro. El barco casi no se movía sobre el agua y los rayos rojos del sol en el horizonte se aproximaban al mar, sumergiéndolo todo en una luz intensísima. Parecía como si el sol ardiera, como si hubiera abandonado su camino y se hubiera desplomado. No me hubiera sorprendido nada oírlo chisporrotear cuando tocara el horizonte y se hundiera en el mar. Yo estaba fascinada hasta el límite por aquel espectáculo increíble y miraba con atención los últimos rayos rojos, aunque, en realidad, ya habían desaparecido.
—Es maravilloso, ¿verdad? —me dijo Santana.
Casi no pude contestar, pero me dominé y respondí con un sencillo —Sí.
Noté que el balancín se movía y Santana se inclinaba hacia mí. Me quitó el vaso de la mano y lo colocó en una mesita que había delante de nosotras. Sonrió al inclinarse otra vez sobre mí y poner sus labios sobre mi cuello. Sentí la lengua que asomaba entre sus labios y que me acariciaba levemente; colocó la mano sobre mi pecho y comenzó a darle un suave masaje. Se separó un poco y, sin más ceremonias, me quitó la camiseta.
—Los diecinueve años son una edad maravillosa —dijo, mientras mantenía la mirada fija en mis pechos—. Todo está tan firme y erguido... No hay señales de caída por ningún sitio. —Sonriente, me miró a la cara.
No lo decía enfadada, tan sólo se trataba de un cumplido. Intenté mostrar una expresión que ya había tenido éxito en otras ocasiones y dominar la repugnancia que me producía el sentirme como un trozo de carne joven y firme que ella había comprado para su disfrute.
—Adelante, utilízalo —dije, sonriendo—. Puede que esto no se mantenga así durante mucho más tiempo.
Ella rió. Sus dedos se acercaron con timidez a uno de mis pezones, como si le diera miedo tocarlo, y cuando por fin lo rozó tuve que morderme la lengua para no suspirar en voz alta. Yo podía hacerlo que quisiera y ella podía tratarme como le diera la gana, pero en cuanto me acarició me dejé llevar de inmediato por la pasión y el deseo. Santana colocó sus dedos entre los labios y la lengua, y aquello le provocó una sensación casi inaguantable a mi hinchado pezón. Era algo que me subía por todos los lados, por la cabeza y entre las piernas; como siempre, intenté reprimir un gemido. Pero tenía muy claro que no podría aguantar durante mucho más tiempo. ¿Qué ocurriría ahora si ella continuaba? Y eso que estaba en un pecho, sólo en uno. No sabía si podría contenerme.
El vino Retsina, el aire cálido, la puesta de sol, la soledad en el mar, el ligero balanceo del barco: todo contribuyó a que mis sentidos se agudizaran como nunca lo habían hecho. Percibí el olor de Santana, el calor de sus labios, el cosquilleo de su lengua y el roce de su mano en mi muslo. Era maravilloso y, al mismo tiempo, inquietante, pues yo no sabía hasta donde querría llegar ahora. ¿Exigiría hoy el resto? Había comprado mi juventud y yo se la debía entregar cuando le apeteciera. Ella se irguió y me miró. Sus ojos brillaban a causa del deseo y la excitación.
—Desnúdame —ordenó.
Vaya. Al parecer tenía un plazo de gracia. Ella quería primero. Contuve mis propios deseos tanto como pude y me concentré en ella. Se había cambiado para la cena y ahora llevaba un traje marinero blanco. Una variante femenina. La parte de arriba era ancha y bajaba recta desde los hombros hasta el talle, y al parecer no llevaba nada debajo. Una impresión que confirmé cuando le quité la camisa. Me pregunté por qué le habrían causado tanta admiración mis pechos, pues consideraba que los suyos eran más bonitos. Seguro, eran algo más llenos que los míos y la hacían muy atractiva. Me hubiera gustado besarla de inmediato, pero deduje por su mirada que lo primero que quería era estar desnuda y por lo visto no le apetecía realizar ese trabajo. «¿Por qué va a hacerlo?», pensé con sarcasmo. Había pagado para que lo llevara a cabo otra persona: yo.
Los pantalones de su traje eran muy estrechos por arriba y se ensanchaban por las piernas. Solté los botones laterales —era como un auténtico traje marinero— y bajé la parte delantera. Contuve la respiración. Tampoco llevaba nada debajo. No se había molestado más que en ponerse algo por encima. Claro que no. Ya lo tenía pensado y ella siempre era muy eficiente.
Pasé mi mano por su estómago y noté el fino vello cuando bajé un poco más. Se echó hacia atrás en el balancín y gimió por lo bajo. La miré durante unos segundos, tumbada allí y con los ojos cerrados. Seguí acariciándola y luego llevé mis manos por debajo de su trasero. Ella lo alzó un poco y al instante siguiente los pantalones cayeron, casi por sí mismos, sobre cubierta. ¡Los botones laterales resultaban muy prácticos! Le acaricié el estómago y los muslos, y, como si fuera una revelación, me sentí sobrecogida de nuevo por la suavidad de su piel. Yo no quería hacer nada más que lo que debía. Bueno, quizás un poco más... Miré entre sus piernas, que estaban algo separadas, y en aquel momento mi lengua salió disparada de entre mis labios. De nuevo quería algo distinto. Nunca lo había hecho, porque, como es lógico, hubiera necesitado una mujer. ¡Deseaba tanto notar con mi lengua y en mi boca el tacto de lo que había entre sus piernas! No había dejado de tocarla mientras la miraba y ella había comenzado a retorcerse, a gemir y a arrimarse a mí. Luego me deslicé entre sus rodillas y le separé un poco más las piernas.
Ella abrió los ojos.—¿Qué haces ahí? —preguntó, desconfiada.
—Algo que deseo poner en práctica desde hace mucho tiempo—contesté.
A lo mejor no se lo esperaba de mí. Sí, yo era una joven virgen sin mucha experiencia, pero están los libros y... el talento.
Acaricié con los dedos el interior de sus muslos y ella volvió a cerrarlos ojos. —Humm —dijo con fruición y su respiración me hizo saber que aquello iba bien.
Continué mi subida por el interior, y la toqué entre las piernas, allí donde yo ya había estado en otras ocasiones, aunque nunca había podido observar con tanta precisión. Ella se movía, inquieta, y su culo se deslizó un poco hacia delante, luego hacia un lado y de nuevo hacia atrás, según donde yo palpara. Mi dedo era como un magnífico instrumento para mí. Me moví alrededor de su maravilloso punto central y ella se alzó un poco contra mí: era probable que quisiera ser acariciada en otro sitio, pero no lo hice.
A continuación desplacé mis dedos desde la parte externa de su sexo hacia el interior y observé su reacción. Me había deslizado allí como sin querer y ahora pude ver el motivo. Sus labios exteriores se abrieron como las hojas de una rosa, cada vez más, se hincharon a
medida que tocaba su superficie y enrojecieron con un tono que hubiera hecho palidecer de envidia a la puesta de sol. Cada vez estaban más y más húmedos, y finalmente acabaron de abrirse, amplios y apetitosos. Era como la grabación a cámara rápida de una yema que se desarrolla hasta alcanzar el estadio pleno de la floración. Algo maravilloso se abría ante mí y me presentaba un mundo nuevo y fascinante en su conjunto. Toqué con cuidado la piel brillante y húmeda de la parte interna y noté que latía con suavidad, mientras Santana exhalaba un fuerte suspiro.—Por favor... —oí que decía.
Estaba suplicando. ¿Había olvidado cómo exigir, reclamar, ordenar?
Me gustaba tenerla entre mis manos. La deseaba y quería alcanzar las sensaciones más hermosas que ella pudiera anhelar; y era porque la amaba y no porque me pagara por eso.
Deslicé mi dedo en su interior y de inmediato ella se alzó y gimió una vez más.—Sí...
Era la misma sensación, suave y aterciopelada, que había experimentado en el avión y de nuevo Santana comenzó a removerse, a levantarse y a gemir, inquieta. Su respiración iba agolpes, parecía entrecortada y, una vez más, se abandonó. Estaba toda ella a mi merced. Pero me resultó curioso el hecho de no sentir ninguna satisfacción porque, por fin, se sometiera a mí. Por el contrario, aquello hizo que creciera el amor que sentía por ella. Sólo deseaba que fuera feliz.
Estaba tan abierta que un solo dedo casi se perdía en su interior, así que decidí utilizar dos. Obtuve un largo y gimiente «¡Ahhh!» a modo de recompensa. Bien, eso era lo que ella quería.
Cuando introduje en ella un tercer dedo, el gemido se transformó en un sonido animal. Sonó profundo y ronco, casi inhumano. Bajé mi boca hacia su perla, tan rígida y sobresaliente que casi parecía un órgano independiente, muy alejado del resto del centro. La lamí con mis labios y mi lengua, y por un momento cerré los ojos. Era tan embriagador y grandioso notar cómo se movía en mi boca aquel duro y suave brote.
Al parecer también Santana lo sintió así, pues tan pronto como mi lengua la rozó comenzó a empujar contra mí, a apretarme con todas sus fuerzas, y noté que sus dedos, enredados en mi pelo, me presionaban e indicaban a las claras que no debía dejarlo.
Gimió cada vez con más fuerza.—¡Oh, sí, sí, por favor...!
Ya no podía resistirme por más tiempo a sus deseos. Lamí deprisa su prominente perla mientras deslizaba mi dedo hacia dentro y hacia fuera; Santana se retorció de tal forma que pensé en sujetarla para que no se cayera, pero no me quedaban manos libres para hacerlo. La agarré e intenté apretarla contra la colchoneta, pero aquello no tenía ningún sentido. Bramaba. A medida que se iba excitando, se alzaba y luego se recostaba de nuevo. Parecía como si no quisiera entregarse a mí, como si se resistiera, pero no tenía otra elección. De repente mis dedos se comprimieron e hicieron un movimiento brusco alrededor de ella. Sentí una intensa palpitación y me quedé paralizada, porque pensé que podía haberle causado una herida y que ahora iba a sangrar, pero desde luego no fue así.
El terrible grito que emitió no tenía ninguna relación con el dolor.
Después de que la tensión la hubiera hecho alzarse sobre la colchoneta, Santana se volvió a tumbar y, cuando apoyó de nuevo su espalda, yo empecé otra vez a lamer su sexo. Era una sensación muy hermosa.
—¡No, no, por favor! —rogó sin respiración, mientras sus dedos en mi pelo intentaban detenerme—. Ya no puedo más.
Yo no quise atormentarla y respeté sus deseos. Seguro que tendría más oportunidades de profundizar en mis conocimientos de aquella zona íntima. De hecho había venido aquí justo para eso. Coloqué mi mejilla en su muslo y ella me acarició el pelo con suavidad y cariño, tanto que me estremecí. Era tan hermoso sentirme así con ella. ¿Qué más necesitaba?
Segundos después, ella se rió.—Ahora tengo que recuperarme. —Escuché su voz sobre mí,
mucho más suave de la que yo conocía—. Ha estado bien. —Se irguió un poco y me miró—. Veo que ahí abajo te sientes cómoda —dijo, entono de broma—, pero ¿serías tan amable de traerme ahora un whisky?
Yo sonreí y me levanté.—Por supuesto —dije—. Tus deseos son órdenes para mí.
Cuando me volví, sonriente, tuve que reconocer que eso era muy cierto. Yo atendía sus instrucciones. Primero en el campo sexual y luego traía la bebida que le apetecía.«¡Oh Dios! Esto no resulta nada sencillo», pensé. «Todo lo que pueda parecer tan evidente, lo que se hace con gusto por otra persona, sobre todo por la mujer amada, se convierte de repente en la prestación de un servicio, de un servicio pagado, por el que no hay que esperar ni que te den las gracias.»Mi sonrisa se esfumó mientras me dirigía a la cocina para servirle el whisky. Cuando regresé, ella ya estaba vestida y se hallaba de pie, en la borda; tenía la mirada pensativa, como si tuviera que resolver un problema importante. Quizá tenía que hacerlo. Yo no sabía qué podía preocuparla, ni cómo era su vida ni en qué podía pensar. Hasta el momento no me lo había revelado y yo temía que nunca fuera a hacerlo. La observé durante unos instantes antes de dirigirme a ella.
—¿Estás bien? —pregunté, acercándole el vaso de whisky, mientras intentaba no sentirme como si fuera una criada.
Ella me miró y me acarició el rostro, sólo un poco, mientras se volvía.—Sí, estoy bien —
confirmó—. Muy bien —dijo, con una sonrisa inescrutable.
Yo esperaba que, al menos, renunciara a confirmarme otra vez lo bien que me había salido mi «prestación de servicios», o algo por el estilo. Por el momento parecía que no iba a hacerlo. Daba la impresión de tener otras cosas en la cabeza. A lo mejor eran temas que no tenían nada que ver conmigo.
—¿Quieres que te deje sola? —pregunté.
Parecía improbable que allí y en aquel momento fueran a tener lugar más actividades sexuales. No parecía que fuera a ocurrir. Y me sentí verdaderamente contenta por eso, aunque me hubiera gustado llegar a percibir una cierta sensación, una que ella ya había experimentado. Pero quizás era algo más que eso, algo más desagradable, y yo me hubiera sentido muy satisfecha si ella no se veía obligada conmigo. Me hubiera gustado que, si se sentía presionada por sus propias exigencias, las compartiera conmigo, igual que yo hacía con ella.
—No, no —contestó, aún mantenía su aire ausente—. Quédate aquí tranquila. Haz lo que quieras. —Me miró con calma—. Si no te gusta el whisky..., también hay Campari y otras cosas. Tómate algo
Sí, eso iba incluido en el precio, pensé con un suspiro. No sedaba cuenta de lo que decía. Me serví un Campari con naranja y regresé a cubierta para saborear el ambiente.«¿Ha escogido este lugar tan apartado para poder gritar a su gusto?», me pregunté, pero acabé por despreocuparme del tema. Finalmente, me dediqué tan sólo a mirar. Al faltar la luz, el mar estaba negro y no se podía ver a más de dos metros. Allí reinaba una tranquilidad inconcebible para una persona que, como yo, venía de una ciudad plagada de ruidos. Unas leves olas rompían contra el casco del barco, un sonido monótono y tranquilizador que acabó por adormilarme.
___________________________________________________________________________
Saluditos!
¡Fer Brittana4ever!***** - Mensajes : 212
Fecha de inscripción : 19/08/2013
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
Pobre brittany, perl igual y ella lo quiso asi!
Ahora lo que no entiendo es porque santana es asi!
Me imagino que mas adelante dira el porque
Bueno hasta la pronta actualizacion
Saludos
Ahora lo que no entiendo es porque santana es asi!
Me imagino que mas adelante dira el porque
Bueno hasta la pronta actualizacion
Saludos
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
Me encanta tu fic es muy diferente a otro espero tu actu
O_o***** - Mensajes : 250
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
hola! !
buen capitulo
xq san es asi. . actua distinto cuando esta sola con britt. .. pero si hay alguien mas es distante..
britt esta enamorada uuuu
atenta a tu actualizacion
buen capitulo
xq san es asi. . actua distinto cuando esta sola con britt. .. pero si hay alguien mas es distante..
britt esta enamorada uuuu
atenta a tu actualizacion
raxel_vale****** - Mensajes : 377
Fecha de inscripción : 24/08/2013
Edad : 34
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
creo no ser la unica que se pregunta pq santana es asi, presiento que al final Brittany se cansara de callar sus sentimientos y explotara la bomba!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
Por qué no sabía que tenías este fic??, sabes de lo que me he estado perdiendo?... En todo caso ya hoy mismo me puse al día con todos los capítulos. Se me secaron los lentes de contactos pero valió la pena XD.
Creo que no es nueva esa faceta de Santana toda misteriosa, pero aún así me causa mucha curiosidad saber que es lo que oculta, o que es lo que la hace ser tan extraña.
Y Brittany me mató con eso de besarla a la fuerza, ella también tiene derecho a ser dominante de vez en cuando.
Me ha gustado mucho la historia, por ende tienes otra fiel seguidora, y ten por seguro que seguiré la trama hasta el final :)
Esperaré la actu... Besitos!
Creo que no es nueva esa faceta de Santana toda misteriosa, pero aún así me causa mucha curiosidad saber que es lo que oculta, o que es lo que la hace ser tan extraña.
Y Brittany me mató con eso de besarla a la fuerza, ella también tiene derecho a ser dominante de vez en cuando.
Me ha gustado mucho la historia, por ende tienes otra fiel seguidora, y ten por seguro que seguiré la trama hasta el final :)
Esperaré la actu... Besitos!
Beverly_87*** - Mensajes : 136
Fecha de inscripción : 28/07/2013
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
me gusta esta historia sigue actualizando
Any Noriega** - Mensajes : 72
Fecha de inscripción : 10/06/2013
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
vamos no tardes en actualizar por favor si???????????????????, tus fic los tengo al dia, asi q como sabras siempre se esta deseosa de mas y las clases aburridas de la escuela son mejores si con el telefono puedes leer actualizaciones jajajaja, en fin no te demores mucho me gusta como escribes:/: , en fin seguire en mis clases aburridad hoy:/:
marcy3395***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 21/06/2013
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
Como tu dices mas adelante veremos el por que San es así y claro fue la decisión de Britt Britt vivir esas dolorosas situaciones. pero se enamoro pos y uno a veces no mira esa parte del amor, solo imagina lo lindo.Jane0_o escribió:Pobre brittany, perl igual y ella lo quiso asi!
Ahora lo que no entiendo es porque santana es asi!
Me imagino que mas adelante dira el porque
Bueno hasta la pronta actualizacion
Saludos
Besitos!
Ohhh muchas gracias!O_o escribió:Me encanta tu fic es muy diferente a otro espero tu actu
Como puse mas arriba, en unos capítulos mas veremos por que San reacciona así.raxel_vale escribió:hola! !
buen capitulo
xq san es asi. . actua distinto cuando esta sola con britt. .. pero si hay alguien mas es distante..
britt esta enamorada uuuu
atenta a tu actualizacion
Muchas gracias por leer y comentar.
Besitos!
Jajajaja! No, no eres la única y te diré lo mismo, ya sabrán el por que!micky morales escribió:creo no ser la unica que se pregunta pq santana es asi, presiento que al final Brittany se cansara de callar sus sentimientos y explotara la bomba!
Gracias por pasarte siempre!
Beberly!Beverly_87 escribió:Por qué no sabía que tenías este fic??, sabes de lo que me he estado perdiendo?... En todo caso ya hoy mismo me puse al día con todos los capítulos. Se me secaron los lentes de contactos pero valió la pena XD.
Creo que no es nueva esa faceta de Santana toda misteriosa, pero aún así me causa mucha curiosidad saber que es lo que oculta, o que es lo que la hace ser tan extraña.
Y Brittany me mató con eso de besarla a la fuerza, ella también tiene derecho a ser dominante de vez en cuando.
Me ha gustado mucho la historia, por ende tienes otra fiel seguidora, y ten por seguro que seguiré la trama hasta el final :)
Esperaré la actu... Besitos!
A mi también me encanta tu historia! Es genial y adictiva! Una lastima que ya no actualices seguido :(
Se te secaron los lentes? Jajajajajaja
A mi lo que me pasa cuando me pego con historias, es que después de una sección intensa leyendo me pongo a ver en 3D.
Debería usar lentes, pero de dejada no he ido al oculista!
En fin...
Tus dudas amiga, serán respondidas en cada capitulo!
Besitos!
Gracias!Any Noriega escribió:me gusta esta historia sigue actualizando
Jajajajajaja!marcy3395 escribió:vamos no tardes en actualizar por favor si???????????????????, tus fic los tengo al dia, asi q como sabras siempre se esta deseosa de mas y las clases aburridas de la escuela son mejores si con el telefono puedes leer actualizaciones jajajaja, en fin no te demores mucho me gusta como escribes:/: , en fin seguire en mis clases aburridad hoy:/:
Te entiendo, me pasa lo mismo en la pega cuando tengo tiempo!
No te preocupes que hoy en recompensa por lo perdida que andaba dejare dos capítulos!
Saludines!
¡Fer Brittana4ever!***** - Mensajes : 212
Fecha de inscripción : 19/08/2013
Capitulo 7 & 8
Andaba muy perdida! Lo siento!
Pero a pesar de que mis historias son adaptaciones, adaptar no es tan fácil y mas cuando son historias de parejas heteros y tienes que darle todo el tema femenino y caracterización de personajes.
Obviamente es mas difícil escribir, adaptar no es nada, pero la inspiración se me había ido.
Este fic en particular se me hizo agotador por que estaba en ingles y se bajo asquerosamente todo junto, quiere decir que la mayoría del texto estaba sin espacios. Fue difícil por que no soy experta en el idioma para saber en que momento debia separar y llevarlas al traductor.
Pero bueno por ustedes lo hice, por que es genial que te lean!
En fin... No doy mas la lata!
Besitos y disfruten dos capítulos!
Capitulo 7 "Primera vez"
—Es hora de irse a la cama.
Escuché una suave voz. Santana estaba de pie a mi lado y sonreía. Seguramente me había quitado el vaso de la mano, pues mi recuerdo del último momento era que yo lo tenía sujeto y ahora lo veía sobre la mesa. ¿Qué significaba aquel último momento?
—¿Quieres quedarte a dormir aquí? —continuó Santana, en un tono apacible—. Parece que te gusta.
—¿Me he quedado dormida? —pregunté, turbada.
—Sí —dijo con una ligera sonrisa—. Hace ya más de una hora y por eso te he despertado. La cama es más cómoda.
Yo la miré.«¿Quieres decir para dormir de verdad o pretendes otra cosa?»
—Te digo dónde es —propuso—. Luego puedes decidir si te quedas aquí o si prefieres ir bajo cubierta. —Sonrió, comprensiva—. Al principio yo también dormía aquí en muchas ocasiones. Me parecía fantástico.
—Sí, sí. Esto es maravilloso —respondí, aún turbada.
¿Quería que fuera yo quien eligiera? Su voz volvía a tener un tono distinto.
Me hizo una seña para que la siguiera y yo, tambaleante, me levanté y fui tras ella. Me mostró un camarote vacío, mejor dicho, no estaba vacío del todo, porque yo tenía allí mi maleta.
—He aquí tu reino —dijo, complaciente—. El mío está justo enfrente. No es muy grande, pero tiene de todo.
¡Hummm! Yo me sentí muy sorprendida y no pude articular ni una sola palabra. Aquello no era, desde luego, lo que me esperaba. Disponer de mi propio camarote... Yo suponía que tendríamos sólo una cama, a fin de que ella, asi lo deseaba, pudiera tener acceso a mí en cualquier momento. Bien, de todos modos era un barco pequeño y yo no podía escaparme. Sin embargo, aquí todo se veía como un ambiente privado.«¿También sería privado esa noche?», me pregunté.
Ella se volvió.—Ahora me voy a dormir —dijo—. Tú puedes elegir lo que prefieras hacer, dormir arriba o aquí.
Abrió la puerta de su camarote. Me aventuré a decir una cosa, pues todo aquello me parecía raro, muy raro. —¿O contigo? —pregunté con curiosidad y manteniéndome en tensión por lo que ella pudiera contestar. Ni siquiera se volvió. Tenía rígida la espalda.
—No, conmigo no —dijo.
Se encaminó hacia la puerta y desapareció sin mirarme. Todo estaba muy claro. Hoy ya no quería nada más de mí. Por un lado me parecía bien, pero por el otro... Yo la había satisfecho y había permanecido durante un rato apoyada en su muslo, pero eso era todo a lo que iba a llegar en el conjunto de sus caricias. ¿Qué es lo que entendía ella por estar acurrucadas y hacerse arrumacos?¿Sólo eso? Hasta el momento no habíamos tenido ninguna oportunidad y yo lo deseaba de verdad. Seguro que la próxima vez me tocaba a mí.
Yo no sabía si ella lo había pensado así, pero estábamos en una situación especial. Y lo ocurrido en el avión no se podía considerar ni «estar acurrucadas ni hacerse arrumacos». Por lo tanto, era aquí, en el barco, donde tendríamos nuestra primera oportunidad. Y ella no la había aprovechado. ¿No era eso lo que quería? ¿Sólo deseaba sexo, puro y duro? ¿Se pasaría el resto del tiempo prácticamente sin mí, excepto en los momentos en que yo tuviera que satisfacer sus deseos? Eso lo descubriría en las próximas tres semanas.
El despertar de la mañana siguiente resultó espléndido. Aunque finalmente decidí dormir en el camarote, dejé abierto el ojo de buey y las olas me arrullaron con su suave murmullo. Permanecí tumbada durante unos minutos, mirando fijamente al cielo, al pequeño y redondo fragmento que podía ver de él. Me sentía bien. Después de levantarme, probé la minúscula ducha y luego fui a cubierta, en la que ya estaba sentada Santana tomándose un café.
Me saludó sonriente.—¿Has dormido bien?
Asentí, mientras le preguntaba:—Pero, ¿qué hora es?
Ella señaló al sol.—Nos regimos sólo por él. Aquí el tiempo no tiene mucho significado. —Luego se rió—. ¡De todas formas, ya casi es mediodía!
—¿He dormido durante tanto tiempo? —pregunté, maravillada.
—Sí. —Sonrió una vez más. Seguía mostrándose muy amable—.Debías de estar muy cansada. También me suele ocurrir a mí. Es algo relacionado con el cambio de aires.
Alcé las cejas. ¿El cambio de clima? De hecho ayer también había estado trabajando... Pero no debía referirse a eso.
—¿Tú también acabas de levantarte?
—No —contestó—. Yo ya llevo mucho tiempo aquí.
Aquel comentario sobre el cambio de clima. Ella, lo mismo que yo, llevaba a sus espaldas el pesado viaje, el vuelo, el viaje en taxi...y, bueno, además de las consecuencias de mi trabajo. En ese sentido a ella le debía de ir igual que a mí. Me maravillé.
—¿Quieres? —preguntó, mientras señalaba la cafetera—. Es griego —explicó—, y no sé si te gustará.
—Yo tampoco lo sé —dije, jovial al sentir que el sol me animaba—. No lo he probado nunca.
Miré a mi alrededor. No me cansaba de mirar el mar que nos rodeaba, los rayos del sol que se reflejaban y el espléndido cielo azul, que irradiaba más calidez de lo que yo hubiera podido imaginar allá lejos, en mi casa.
Santana me pasó su café. —Pruébalo —me ofreció— y sabrás si merece la pena ir a buscar más.
Me puso la taza de forma tal que el lado por el que ella había bebido quedó alejado de mí. Yo la miré, giré el recipiente y bebí exactamente por el mismo sitio que ella había utilizado. Me observó con gesto impasible.
—Está bueno —dije—. Voy a tomar uno. —Le devolví su café y fui abajo para hacerme con uno para mí.
No pude interpretar el gesto de su cara. Parecía algo turbada. Cuando regresé, ella siguió sin decir nada. Estuvimos sentadas un rato en cubierta, balanceándonos ligeramente mientras tomábamos el café. Yo pensaba que aquello no podía ser verdad: estar sentada junto a ella en un barco, mecidas por la ligera brisa del Egeo en un hermoso día de verano y libre de todas las preocupaciones del día a día. Seguro que luego llegarían algunas de aquellas preocupaciones, pero ése era un tema que no me afectaba para nada en aquel momento.
De repente caí en algo.—¡Tengo que llamar a mi madre! —grité—. ¡Ella no sabe si he llegado bien! ¿Hay un teléfono aquí? —pregunté, mientras miraba ami alrededor.
—¿Aquí en el barco? —Santana hizo un gesto de satisfacción y luego lo borró de su cara—. Puedes coger mi móvil. A lo mejor aquí todavía funciona.
La miré para ver dónde podía tenerlo guardado, pero la verdad es que no llevaba mucha ropa donde meterlo, sólo un bikini y una holgada camiseta.
Rió.—Está en mi camarote. Entra y utilízalo sin problemas. Está en mi bolso. -Di un salto y salí a la carrera.—¡Ten cuidado no vayas a tropezar! —exclamó entre risas.
Estuve a punto de caerme, porque todavía no me había acostumbrado al balanceo del barco, pero conseguí llegar indemne hasta el camarote de Santana. Abrí la puerta y, de repente, me quedé parada. Creía que su camarote tendría el mismo aspecto que el mío, pero no era así. Era igual de grande, pero muy distinto. Por lo que parecía, iba allí con mucha frecuencia y lo hacía con mucho gusto. Casi como si viviera allí. En las paredes tenía colgados cuadros y había muchos objetos personales, que lo más seguro era que estuvieran siempre allí. Al menos así parecía: estaban adaptados a aquel barco. No encajarían en absoluto en la inmensa casa de Santana. En una pequeña estantería sobre la cama había algunos libros, pero resistí la tentación de curiosearlos. En realidad, lo único que quería era llamar a mi madre.
Miré en busca del bolso de Santana. Estaba encima de una silla y sobre él había una camiseta grande, que ella debía de utilizar como camisón. Sólo tenía que retirarla y ponerla sobre la cama para poder coger el bolso, pero, cuando la tuve en mis manos, me llegó a la nariz un olor penetrante. Alcé la camiseta para olería. Cerré los ojos. Era ella. La deseaba. Me había sentado frente a ella, pero aquello era algo que aún no había podido hacer: olería y decirle lo mucho que la deseaba. Seguro que no permitiría que yo lo hiciera.
Disfruté durante un momento de la sensación de tenerla toda para mí, no sólo su olor, pero aquello sólo era una fantasía que me había forjado. Luego, con un suspiro, dejé la camiseta sobre la cama y abrí el bolso. Arriba había dos billeteros repletos de dinero. ¿Lo había hecho con intención o ni siquiera lo había pensado? Yo no sabía qué tenía que hacer. ¿Esperaba algo de mí? ¿Era aquello una prueba? Cogí el móvil y cerré de nuevo el bolso. Primero llamaría a mi madre, porque, al menos, a ella sí sabía lo que le quería decir.
Mi madre se puso muy contenta al escuchar mi voz y, al cabo de unos minutos, me deseó unas buenas vacaciones. Incluso le envió saludos a su desconocida Santana. Colgué y, pensativa, me senté sobre la cama de Santana. ¿Qué pasaba con el dinero? ¿Por qué me había permitido tener un acceso tan directo a él? La noche anterior tuve la sensación de que nunca me permitiría entrar en su camarote. Ahora se limitaba a decirme que entrara en él y yo tenía que enfrentarme a todo aquello. No entendía nada de nada. Volví a meter el móvil en el bolso y regresé despacio a cubierta.
—Mi madre envía sus saludos a la desconocida —aquello fue delo primero que informé a Santana, porque me pareció lo más inocente.
—¿Ah, sí? Pues gracias —contestó, sorprendida.
Apoyé los brazos sobre la mesa y la miré.—¿Has contado tu dinero? —pregunté— ¿Sabes cuánto tienes en las dos carteras?
Ella me miró con una expresión vaga.—Sí —replicó—, con toda exactitud.
—Pues eso está bien —dije con frialdad—. Entonces podrás darte cuenta de que no falta nada. —Yo me sentía aliviada, aunque no se lo demostré.
Era un problema menos y sólo quedaba una cosa que yo aún ignoraba: ¿Lo había hecho para ponerme a prueba?
Ella me miró un instante y luego se levantó.—Ven —dijo.
Fue por delante de mí hasta su camarote y me hizo entrar. Luego abrió su billetera, sacó un billete grande y lo tiró sobre la cama. —Bien —dijo—. Y ahora quiero tener algo a cambio de mi dinero.
Yo no sabía si debía quedarme allí de pie, tan tranquila, sin mostrar ninguna emoción, pero estaba claro que tenía que haber un modo de acabar con aquello.
—¿Qué? —musité, casi sin voz.
—Eso que me he reservado para más tarde —respondió, sin poner ninguna emoción en la voz.
Como si hablara de un trozo de tarta. Puede que, para ella, yo no fuera más que eso. La miré sin expresión y no dije nada. ¿Qué podía decir? Era parte de nuestro acuerdo. Pero, ¿no me lo podía poner un poco más fácil, que la iniciación fuera un poco más tierna? En cualquier caso, ella sabía lo que aquello significaba para mí. Alguna vez ella misma, de joven, debió encontrarse en la misma situación. ¿Trató entonces el tema con la misma falta de emoción?
De nuevo me miró de arriba abajo.—Desnúdate —dijo— y luego túmbate.
«¡Santana, por favor, bésame! Prepárame, tómame en tus brazos, sé cariñosa conmigo. No me trates como si fuera un trozo de carne, como a una puta. Por favor...» Algo gritó dentro de mí aquellas palabras, pero no dije nada, aunque esperé que ella lo leyera en mis ojos. No quería que lo supiera. Era un negocio y nada más, y ella no debía pensar en otra cosa.
Hice lo que me pidió, me quité la ropa y, desnuda, me tumbé en la cama. Me miró un momento desde arriba y luego también se desnudó y se tumbó a mi lado. Comenzó a acariciarme e intentó relajar la rigidez que había invadido mi cuerpo. Sentí miedo. Ella había llegado tan lejos, era tan poco humana, se notaba tan falta de sentimientos. ¿Quién sabe lo que esperaría de mí? Quizás aún tenía escondidas algunas sorpresas, sorpresas que me dolerían. ¿Quién podía saberlo? En realidad yo no la conocía, al menos en su aspecto más privado. Y ella parecía siempre tan hermética e inaccesible como una fortaleza. No dejaba traslucir nada, ni siquiera el más mínimo sentimiento. Yo no era tan presuntuosa como para pensar que eso era lo que había hecho la noche anterior, cuando se retorcía debajo de mí acosada por mi lengua. Sólo había sido sexo, pero no había sido nada personal. Al acariciarme con sus manos propició que, al poco rato, me sintiera más tranquila. Era muy agradable, a pesar de que una y otra vez un escalofrío intentaba salir a la superficie desde lo más profundo de mi interior y en aquellos momentos me echaba a temblar. Pero Santana podía interpretarlo como un efecto del deseo, como una tensión y excitación plenas de impaciencia. Ella no era insensible, como no lo había sido tampoco la primera vez. Se daba cuenta y percibía muchas cosas que funcionaban bien conmigo. Pero no habló ni me tranquilizó, ni me explicó nada. Me acarició sin articular palabra y comenzó a besarme.
«¡Al menos esto!», pensé con alivio.
Noté su cuerpo contra el mío y el calor fue ascendiendo por mí, expulsando despacio el angustioso frío que sentía. Me apreté un poco contra ella para sentir algo más su maravilloso cuerpo, la suavidad de su piel y a ella misma... A ella, a la que yo deseaba y que en ese momento se hallaba tan alejada.
—Santana —murmuré, porque me sentía tan atraída por ella que quería olvidar cómo habíamos llegado hasta allí.
No contestó. Se apretó contra mí y me hizo alzar los brazos sujetándome por las muñecas. Luego las soltó y enlazó mis dedos con los suyos por encima de mi cabeza, sin dejar de besarme, cada vez más apasionadamente. Su lengua entró y salió de mi boca a un ritmo regular, como si quisiera prepararme para algo. Quizá también ella quería prepararse, aunque yo no supiera para qué.
Su peso me oprimía contra el áspero colchón y disfruté cuando se tumbó encima de mí. Era una sensación maravillosa. Me hubiera encantado entregarme a ella de esa forma. Mientras yo permanecía allí tumbada, casi sin poder respirar, sujetó mi cuerpo con el suyo, de modo que no tenía ninguna posibilidad de moverme. Estar tan sometida a ella tenía un componente voluptuoso que, en un principio, no sospeché. Su beso me inflamaba cuanto más se prolongaba e intenté alzar mi cuerpo por debajo del suyo para pegarme más a ella, para poder sentirla mejor, para demostrarle mi excitación. Y ella lo notó.
—Sí, acércate —murmuró, muy pegada a mi boca—, acércate.
Hubiera podido gritar a causa del alivio que sentí al percibir que ella por fin estaba allí conmigo, que ya no existía la distancia que se había abierto entre nosotras y que no me dejaba sola con mis sentimientos.
Me moví con fuerza debajo de ella, tanto como podía, y ella soltó mis manos, acabó de besarme y se deslizó hacia abajo con todo su cuerpo. A continuación besó mis pechos hasta que yo gemí, suspiré y me abandoné. Santana me lamió los pezones hasta que se pusieron erectos, provocándome unas sensaciones maravillosas, que hacían arder todo mi cuerpo, que lo recorrían como si fueran columnas de hormigas y lo agitaban hasta en lo más profundo de su ser.
Sus labios se mostraban implacables sobre mis pechos, lo mismo que sus manos, cuando avanzaban hacia abajo sobre mi cuerpo. Su respiración se hizo más fuerte, agitada e impaciente. Algo tenía previsto. Sus pezones penetraban en mi piel mientras se mantenía tumbada sobre mí. Yo disfrutaba mucho con lo que hacía, fuera lo que fuera. Me pegué más contra ella. Deseaba que me poseyera, quería que extinguiera la ardiente sensación que sentía en el pecho, en la piel y entre las piernas, que casi me hacía morir de deseo. Pensé que no podría soportarlo ni un segundo más. Pero los segundos transcurrieron y luego también los minutos, y Santana ahora se movía despacio hacia abajo, haciéndome esperar, dejándome abrasar, haciendo que ardiera trozo a trozo. De nuevo gemí y pronuncié su nombre, rogué, supliqué en silencio que me liberara de una vez. Ahora sus labios se dirigieron a mi estómago. Sus dedos acariciaron mis ingles y luego los muslos de arriba abajo, mientras ella se deslizaba hasta colocarse entre mis piernas. Yo temblaba, porque no sabía lo que iba a hacer.
De repente grité cuando me hizo justo lo mismo que yo le había hecho a ella la noche anterior: metió la lengua entre mis piernas, tiró de mis labios vaginales, los acarició, buscó mi perla. Fue una sensación maravillosa, tan tierna y delicada que casi no se podía soportar. Ahora pude mover aquellas partes de mi cuerpo donde ella no se apretaba contra mí y pude escurrirme como una serpiente, mientras intentaba escapar de su lengua para arrimarme de nuevo a ella.
—Santana, Santana —gemí.
No podía hacer otra cosa. Ella agarró mis muslos y los sujetó con fuerza, presionó su boca contra mi clítoris, que la aceptó lleno de anhelo, y me obligó a tranquilizarme..Acarició con toda su lengua el sensible valle situado entre mis piernas; ahora parecía estar constituido tan sólo por terminaciones nerviosas que transmitían unas sensaciones maravillosas. Era como un avión a punto de despegar, como si aún estuviera en tierra pero dispusiera de toda la potencia y el empuje necesarios para elevarse y desaparecer por las nubes. Así era como yo me sentía realmente. Quería elevarme, volar...
—Córrete —oí que murmuraba Santana—, córrete. —Su lengua entró un poco entre mis hinchados pliegues, aunque no mucho; luego la retiró y la deslizó por encima, hacia arriba; cuando llegó sobre mi perla tuve que volver a gritar.
Intenté buscar un apoyo en el camarote, algo que estuviera alrededor de la cama, pero no lo encontré y me sujeté en el pelo de Santana, pues necesitaba algo que me mantuviera en tierra al notar que estaba a punto de abandonarla.
—Córrete —dijo de nuevo, y esta vez su lengua describió círculos alrededor del clítoris, mientras dirigía rápidos toques hacia mi centro: yo ya no podía soportarlo más.
Mi cuerpo se tensó y alzó de tal forma que Santana ya no pudo sujetarlo. Soltó mis muslos y permitió que me corriera. Yo gemí.
—¡Sí...! ¡Sí...! ¡Sí...! —exclamé con cada oleada ardiente que me arrastraba y me satisfacía en toda su plenitud; luego ya no tuve fuerzas para añadir nada más y me dejé caer de nuevo.
Mi cuerpo estaba dominado por una sensación única, como de un hormigueo total. Jadeé, intentando coger algo de aire. Hacía calor en el camarote y pensé que me iba a asfixiar. Había sido tan impresionante, tan nuevo... ¡Y yo que pensaba que ya había vivido una gran cantidad de momentos culminantes! Me pareció que aquel había sido el primero auténtico de verdad. El primero que me había arrastrado y no había dejado sin afectar a una sola fibra de mi cuerpo. Todo mi ser se había concentrado en mi punto más central y había explotado allí.
Cogí aire despacio y cerré los ojos. Santana aún seguía sentada entre mis piernas y me miraba. Me sonrió con dulzura.
—Ha sido maravilloso, Santana. —susurré.
—Lo sé —respondió, seria—, pero esto sólo ha sido el principio. Ahora viene la parte importante.
Me tensé un poco al oír sus palabras. Yo ya sabía que ella quería más, pero casi lo había olvidado.
—Date la vuelta —me requirió. Yo cerré los ojos. ¿No podía hacerlo mientras me tenía entre sus brazos? ¿Tenía que ser así?
Pues así tenía que ser. Ella lo decidía. Me volví despacio y me quedé tumbada boca abajo. Mi respiración era muy superficial y casi no podía forzarla para que absorbiera más oxígeno. Noté a Santana detrás de mí. Se desplazó de nuevo entre mis piernas y apretó una contra la otra. Me hubiera gustado poder ver, poder mirarla a los ojos esta primera vez. Pero ella no quería. Me cogió por las caderas y me obligó a alzarme un poco.
—¡Quédate así! —dijo.
«¡Dios mío! ¡Aún más!», me dije.
Yo no podía verlo, pero ella se colocó detrás de mi trasero. Poco a poco me fui dando cuenta de lo que quería de mí. Por lo menos esta vez podía cerrar los ojos. A lo mejor merecía la pena.
Santana pasó un dedo por mi hendidura y, a pesar de lo incómodo de la postura, comencé a sentir un cosquilleo de inmediato. Hubiera preferido empezar a moverme desde un principio, pero me contuve. Sólo haría lo que ella dijera .Luego acarició la zona con su lengua, allí donde había estado su dedo. Lo hizo un par de veces y luego intentó penetrar. La punta de su lengua se abrió camino, pero no llegó mucho más allá. Noté una leve tensión. Su dedo se deslizó hacia delante y acarició mi perla.
—¡Oooh! —gemí y me mordí un poco los labios.
¡Ella no tenía que oír nada! Anduvo con su dedo hacia delante y hacia atrás, y quitó la lengua de donde la tenía. Me separó los labios de mi centro y la tensión se hizo mayor. Su dedo se deslizó hacia mi sexo de sensaciones y penetró, como había hecho al principio con la lengua, pero esta vez no se detuvo. Lo que había sido una ligera tensión procedió a intensificarse. Era lo que yo siempre había notado cuando luchaba con mis tampones mini. Pero me estremecí al darme cuenta de que sus dedos eran bastante más largos que los tampones.
Llevó su dedo por un lateral, sin insistir en la penetración.—Tranquila —murmuró de repente, en un tono de voz que hubiera podido calificarse como cariñoso si..., bueno, si su forma anterior de actuar no hubiera sido tan curiosa.
Su dedo se colocó de nuevo en mi centro álgido y apretó contra mí. Hice una mueca de dolor. Ella no podía verla y no se detuvo. Siguió presionando, lo que hizo que la tensión resultara cada vez más intensa. Me mordí los labios. ¡No, no podía gritar, tenía que ser valiente! Noté su mano en mi espalda. Me acariciaba de una forma tranquilizadora.
—Piensa en algo bonito —murmuró en el mismo instante en que intensificó tanto la presión que tuve que gritar.
—¡No, no, por favor, Santana!
El dolor me desgarraba, pero aún no había pasado todo. Empujó con toda su fuerza y tuve la sensación de que me iba a partir en pedazos. Me vi obligada a gemir. Dolía. Apretó de nuevo dentro de mí y algo se rasgó, lo que me causó un dolor penetrante e insoportable. Grité de nuevo.
—¡Santana, por favor, acaba! Por favor..., por favor, acaba ya...Déjame... —supliqué entre susurros.
Salió de mí y eso también me dolió e hizo que me estremeciera.—Ya ha pasado —dijo con calma—. Ahora ya todo está bien.
¿Yo sentía entre mis piernas unas palpitaciones que me atormentaban y a ella le parecía que todo estaba bien? ¡No iba a dejar que me tocara nunca más! ¡Nunca más!
Se tumbó sobre mí y me calentó con su cuerpo, pero el mío continuó frío. ¡Ahora al menos no podría quejarse de que yo no respetaba nuestro acuerdo! Le iba a tirar nuestro acuerdo a la cara. Sólo tenía ventajas para ella, porque para mí había sido un martirio.
—Mañana irá mejor —me cuchicheó al oído—. Casi lo habrás olvidado.
Yo lo dudaba. El dolor continuaba, casi como si siguiera en mi interior. Necesitaría mucho tiempo para curarme.
—¿Me puedo levantar? —pregunté en un tono frío—. Me gustaría darme una ducha.
—Claro.
Ella se deslizó hacia abajo y luego se echó a un lado para que yo pudiera salir del camarote. Yo no la miré, pero ella me detuvo y alzó mi barbilla, de modo que no tuve más remedio que mirarla a la cara.
Santana buscó mis ojos.—¿Ha sido tan malo? —preguntó en voz baja.
La miré con ganas de asesinarla.—No, claro que no —respondí, en un tono mesurado y frío. De mí no iba a obtener ni el menor pestañeo—. ¿Me puedo ir ya?
—Sí —dijo, me dejó el camino libre y pude salir de su camarote para entrar en el mío.
Cuando me duché, por segunda vez aquel día, pude darme cuenta de la sangre que corría por mis piernas. No me pude lavar bien, porque lo hubiera tenido que hacer justo donde más me dolía. Sentí que las lágrimas querían correr por mi rostro, pero las contuve. Si las hubiera dejado brotar, puede que nunca hubiera podido pararlas.
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Pero a pesar de que mis historias son adaptaciones, adaptar no es tan fácil y mas cuando son historias de parejas heteros y tienes que darle todo el tema femenino y caracterización de personajes.
Obviamente es mas difícil escribir, adaptar no es nada, pero la inspiración se me había ido.
Este fic en particular se me hizo agotador por que estaba en ingles y se bajo asquerosamente todo junto, quiere decir que la mayoría del texto estaba sin espacios. Fue difícil por que no soy experta en el idioma para saber en que momento debia separar y llevarlas al traductor.
Pero bueno por ustedes lo hice, por que es genial que te lean!
En fin... No doy mas la lata!
Besitos y disfruten dos capítulos!
Capitulo 7 "Primera vez"
—Es hora de irse a la cama.
Escuché una suave voz. Santana estaba de pie a mi lado y sonreía. Seguramente me había quitado el vaso de la mano, pues mi recuerdo del último momento era que yo lo tenía sujeto y ahora lo veía sobre la mesa. ¿Qué significaba aquel último momento?
—¿Quieres quedarte a dormir aquí? —continuó Santana, en un tono apacible—. Parece que te gusta.
—¿Me he quedado dormida? —pregunté, turbada.
—Sí —dijo con una ligera sonrisa—. Hace ya más de una hora y por eso te he despertado. La cama es más cómoda.
Yo la miré.«¿Quieres decir para dormir de verdad o pretendes otra cosa?»
—Te digo dónde es —propuso—. Luego puedes decidir si te quedas aquí o si prefieres ir bajo cubierta. —Sonrió, comprensiva—. Al principio yo también dormía aquí en muchas ocasiones. Me parecía fantástico.
—Sí, sí. Esto es maravilloso —respondí, aún turbada.
¿Quería que fuera yo quien eligiera? Su voz volvía a tener un tono distinto.
Me hizo una seña para que la siguiera y yo, tambaleante, me levanté y fui tras ella. Me mostró un camarote vacío, mejor dicho, no estaba vacío del todo, porque yo tenía allí mi maleta.
—He aquí tu reino —dijo, complaciente—. El mío está justo enfrente. No es muy grande, pero tiene de todo.
¡Hummm! Yo me sentí muy sorprendida y no pude articular ni una sola palabra. Aquello no era, desde luego, lo que me esperaba. Disponer de mi propio camarote... Yo suponía que tendríamos sólo una cama, a fin de que ella, asi lo deseaba, pudiera tener acceso a mí en cualquier momento. Bien, de todos modos era un barco pequeño y yo no podía escaparme. Sin embargo, aquí todo se veía como un ambiente privado.«¿También sería privado esa noche?», me pregunté.
Ella se volvió.—Ahora me voy a dormir —dijo—. Tú puedes elegir lo que prefieras hacer, dormir arriba o aquí.
Abrió la puerta de su camarote. Me aventuré a decir una cosa, pues todo aquello me parecía raro, muy raro. —¿O contigo? —pregunté con curiosidad y manteniéndome en tensión por lo que ella pudiera contestar. Ni siquiera se volvió. Tenía rígida la espalda.
—No, conmigo no —dijo.
Se encaminó hacia la puerta y desapareció sin mirarme. Todo estaba muy claro. Hoy ya no quería nada más de mí. Por un lado me parecía bien, pero por el otro... Yo la había satisfecho y había permanecido durante un rato apoyada en su muslo, pero eso era todo a lo que iba a llegar en el conjunto de sus caricias. ¿Qué es lo que entendía ella por estar acurrucadas y hacerse arrumacos?¿Sólo eso? Hasta el momento no habíamos tenido ninguna oportunidad y yo lo deseaba de verdad. Seguro que la próxima vez me tocaba a mí.
Yo no sabía si ella lo había pensado así, pero estábamos en una situación especial. Y lo ocurrido en el avión no se podía considerar ni «estar acurrucadas ni hacerse arrumacos». Por lo tanto, era aquí, en el barco, donde tendríamos nuestra primera oportunidad. Y ella no la había aprovechado. ¿No era eso lo que quería? ¿Sólo deseaba sexo, puro y duro? ¿Se pasaría el resto del tiempo prácticamente sin mí, excepto en los momentos en que yo tuviera que satisfacer sus deseos? Eso lo descubriría en las próximas tres semanas.
El despertar de la mañana siguiente resultó espléndido. Aunque finalmente decidí dormir en el camarote, dejé abierto el ojo de buey y las olas me arrullaron con su suave murmullo. Permanecí tumbada durante unos minutos, mirando fijamente al cielo, al pequeño y redondo fragmento que podía ver de él. Me sentía bien. Después de levantarme, probé la minúscula ducha y luego fui a cubierta, en la que ya estaba sentada Santana tomándose un café.
Me saludó sonriente.—¿Has dormido bien?
Asentí, mientras le preguntaba:—Pero, ¿qué hora es?
Ella señaló al sol.—Nos regimos sólo por él. Aquí el tiempo no tiene mucho significado. —Luego se rió—. ¡De todas formas, ya casi es mediodía!
—¿He dormido durante tanto tiempo? —pregunté, maravillada.
—Sí. —Sonrió una vez más. Seguía mostrándose muy amable—.Debías de estar muy cansada. También me suele ocurrir a mí. Es algo relacionado con el cambio de aires.
Alcé las cejas. ¿El cambio de clima? De hecho ayer también había estado trabajando... Pero no debía referirse a eso.
—¿Tú también acabas de levantarte?
—No —contestó—. Yo ya llevo mucho tiempo aquí.
Aquel comentario sobre el cambio de clima. Ella, lo mismo que yo, llevaba a sus espaldas el pesado viaje, el vuelo, el viaje en taxi...y, bueno, además de las consecuencias de mi trabajo. En ese sentido a ella le debía de ir igual que a mí. Me maravillé.
—¿Quieres? —preguntó, mientras señalaba la cafetera—. Es griego —explicó—, y no sé si te gustará.
—Yo tampoco lo sé —dije, jovial al sentir que el sol me animaba—. No lo he probado nunca.
Miré a mi alrededor. No me cansaba de mirar el mar que nos rodeaba, los rayos del sol que se reflejaban y el espléndido cielo azul, que irradiaba más calidez de lo que yo hubiera podido imaginar allá lejos, en mi casa.
Santana me pasó su café. —Pruébalo —me ofreció— y sabrás si merece la pena ir a buscar más.
Me puso la taza de forma tal que el lado por el que ella había bebido quedó alejado de mí. Yo la miré, giré el recipiente y bebí exactamente por el mismo sitio que ella había utilizado. Me observó con gesto impasible.
—Está bueno —dije—. Voy a tomar uno. —Le devolví su café y fui abajo para hacerme con uno para mí.
No pude interpretar el gesto de su cara. Parecía algo turbada. Cuando regresé, ella siguió sin decir nada. Estuvimos sentadas un rato en cubierta, balanceándonos ligeramente mientras tomábamos el café. Yo pensaba que aquello no podía ser verdad: estar sentada junto a ella en un barco, mecidas por la ligera brisa del Egeo en un hermoso día de verano y libre de todas las preocupaciones del día a día. Seguro que luego llegarían algunas de aquellas preocupaciones, pero ése era un tema que no me afectaba para nada en aquel momento.
De repente caí en algo.—¡Tengo que llamar a mi madre! —grité—. ¡Ella no sabe si he llegado bien! ¿Hay un teléfono aquí? —pregunté, mientras miraba ami alrededor.
—¿Aquí en el barco? —Santana hizo un gesto de satisfacción y luego lo borró de su cara—. Puedes coger mi móvil. A lo mejor aquí todavía funciona.
La miré para ver dónde podía tenerlo guardado, pero la verdad es que no llevaba mucha ropa donde meterlo, sólo un bikini y una holgada camiseta.
Rió.—Está en mi camarote. Entra y utilízalo sin problemas. Está en mi bolso. -Di un salto y salí a la carrera.—¡Ten cuidado no vayas a tropezar! —exclamó entre risas.
Estuve a punto de caerme, porque todavía no me había acostumbrado al balanceo del barco, pero conseguí llegar indemne hasta el camarote de Santana. Abrí la puerta y, de repente, me quedé parada. Creía que su camarote tendría el mismo aspecto que el mío, pero no era así. Era igual de grande, pero muy distinto. Por lo que parecía, iba allí con mucha frecuencia y lo hacía con mucho gusto. Casi como si viviera allí. En las paredes tenía colgados cuadros y había muchos objetos personales, que lo más seguro era que estuvieran siempre allí. Al menos así parecía: estaban adaptados a aquel barco. No encajarían en absoluto en la inmensa casa de Santana. En una pequeña estantería sobre la cama había algunos libros, pero resistí la tentación de curiosearlos. En realidad, lo único que quería era llamar a mi madre.
Miré en busca del bolso de Santana. Estaba encima de una silla y sobre él había una camiseta grande, que ella debía de utilizar como camisón. Sólo tenía que retirarla y ponerla sobre la cama para poder coger el bolso, pero, cuando la tuve en mis manos, me llegó a la nariz un olor penetrante. Alcé la camiseta para olería. Cerré los ojos. Era ella. La deseaba. Me había sentado frente a ella, pero aquello era algo que aún no había podido hacer: olería y decirle lo mucho que la deseaba. Seguro que no permitiría que yo lo hiciera.
Disfruté durante un momento de la sensación de tenerla toda para mí, no sólo su olor, pero aquello sólo era una fantasía que me había forjado. Luego, con un suspiro, dejé la camiseta sobre la cama y abrí el bolso. Arriba había dos billeteros repletos de dinero. ¿Lo había hecho con intención o ni siquiera lo había pensado? Yo no sabía qué tenía que hacer. ¿Esperaba algo de mí? ¿Era aquello una prueba? Cogí el móvil y cerré de nuevo el bolso. Primero llamaría a mi madre, porque, al menos, a ella sí sabía lo que le quería decir.
Mi madre se puso muy contenta al escuchar mi voz y, al cabo de unos minutos, me deseó unas buenas vacaciones. Incluso le envió saludos a su desconocida Santana. Colgué y, pensativa, me senté sobre la cama de Santana. ¿Qué pasaba con el dinero? ¿Por qué me había permitido tener un acceso tan directo a él? La noche anterior tuve la sensación de que nunca me permitiría entrar en su camarote. Ahora se limitaba a decirme que entrara en él y yo tenía que enfrentarme a todo aquello. No entendía nada de nada. Volví a meter el móvil en el bolso y regresé despacio a cubierta.
—Mi madre envía sus saludos a la desconocida —aquello fue delo primero que informé a Santana, porque me pareció lo más inocente.
—¿Ah, sí? Pues gracias —contestó, sorprendida.
Apoyé los brazos sobre la mesa y la miré.—¿Has contado tu dinero? —pregunté— ¿Sabes cuánto tienes en las dos carteras?
Ella me miró con una expresión vaga.—Sí —replicó—, con toda exactitud.
—Pues eso está bien —dije con frialdad—. Entonces podrás darte cuenta de que no falta nada. —Yo me sentía aliviada, aunque no se lo demostré.
Era un problema menos y sólo quedaba una cosa que yo aún ignoraba: ¿Lo había hecho para ponerme a prueba?
Ella me miró un instante y luego se levantó.—Ven —dijo.
Fue por delante de mí hasta su camarote y me hizo entrar. Luego abrió su billetera, sacó un billete grande y lo tiró sobre la cama. —Bien —dijo—. Y ahora quiero tener algo a cambio de mi dinero.
Yo no sabía si debía quedarme allí de pie, tan tranquila, sin mostrar ninguna emoción, pero estaba claro que tenía que haber un modo de acabar con aquello.
—¿Qué? —musité, casi sin voz.
—Eso que me he reservado para más tarde —respondió, sin poner ninguna emoción en la voz.
Como si hablara de un trozo de tarta. Puede que, para ella, yo no fuera más que eso. La miré sin expresión y no dije nada. ¿Qué podía decir? Era parte de nuestro acuerdo. Pero, ¿no me lo podía poner un poco más fácil, que la iniciación fuera un poco más tierna? En cualquier caso, ella sabía lo que aquello significaba para mí. Alguna vez ella misma, de joven, debió encontrarse en la misma situación. ¿Trató entonces el tema con la misma falta de emoción?
De nuevo me miró de arriba abajo.—Desnúdate —dijo— y luego túmbate.
«¡Santana, por favor, bésame! Prepárame, tómame en tus brazos, sé cariñosa conmigo. No me trates como si fuera un trozo de carne, como a una puta. Por favor...» Algo gritó dentro de mí aquellas palabras, pero no dije nada, aunque esperé que ella lo leyera en mis ojos. No quería que lo supiera. Era un negocio y nada más, y ella no debía pensar en otra cosa.
Hice lo que me pidió, me quité la ropa y, desnuda, me tumbé en la cama. Me miró un momento desde arriba y luego también se desnudó y se tumbó a mi lado. Comenzó a acariciarme e intentó relajar la rigidez que había invadido mi cuerpo. Sentí miedo. Ella había llegado tan lejos, era tan poco humana, se notaba tan falta de sentimientos. ¿Quién sabe lo que esperaría de mí? Quizás aún tenía escondidas algunas sorpresas, sorpresas que me dolerían. ¿Quién podía saberlo? En realidad yo no la conocía, al menos en su aspecto más privado. Y ella parecía siempre tan hermética e inaccesible como una fortaleza. No dejaba traslucir nada, ni siquiera el más mínimo sentimiento. Yo no era tan presuntuosa como para pensar que eso era lo que había hecho la noche anterior, cuando se retorcía debajo de mí acosada por mi lengua. Sólo había sido sexo, pero no había sido nada personal. Al acariciarme con sus manos propició que, al poco rato, me sintiera más tranquila. Era muy agradable, a pesar de que una y otra vez un escalofrío intentaba salir a la superficie desde lo más profundo de mi interior y en aquellos momentos me echaba a temblar. Pero Santana podía interpretarlo como un efecto del deseo, como una tensión y excitación plenas de impaciencia. Ella no era insensible, como no lo había sido tampoco la primera vez. Se daba cuenta y percibía muchas cosas que funcionaban bien conmigo. Pero no habló ni me tranquilizó, ni me explicó nada. Me acarició sin articular palabra y comenzó a besarme.
«¡Al menos esto!», pensé con alivio.
Noté su cuerpo contra el mío y el calor fue ascendiendo por mí, expulsando despacio el angustioso frío que sentía. Me apreté un poco contra ella para sentir algo más su maravilloso cuerpo, la suavidad de su piel y a ella misma... A ella, a la que yo deseaba y que en ese momento se hallaba tan alejada.
—Santana —murmuré, porque me sentía tan atraída por ella que quería olvidar cómo habíamos llegado hasta allí.
No contestó. Se apretó contra mí y me hizo alzar los brazos sujetándome por las muñecas. Luego las soltó y enlazó mis dedos con los suyos por encima de mi cabeza, sin dejar de besarme, cada vez más apasionadamente. Su lengua entró y salió de mi boca a un ritmo regular, como si quisiera prepararme para algo. Quizá también ella quería prepararse, aunque yo no supiera para qué.
Su peso me oprimía contra el áspero colchón y disfruté cuando se tumbó encima de mí. Era una sensación maravillosa. Me hubiera encantado entregarme a ella de esa forma. Mientras yo permanecía allí tumbada, casi sin poder respirar, sujetó mi cuerpo con el suyo, de modo que no tenía ninguna posibilidad de moverme. Estar tan sometida a ella tenía un componente voluptuoso que, en un principio, no sospeché. Su beso me inflamaba cuanto más se prolongaba e intenté alzar mi cuerpo por debajo del suyo para pegarme más a ella, para poder sentirla mejor, para demostrarle mi excitación. Y ella lo notó.
—Sí, acércate —murmuró, muy pegada a mi boca—, acércate.
Hubiera podido gritar a causa del alivio que sentí al percibir que ella por fin estaba allí conmigo, que ya no existía la distancia que se había abierto entre nosotras y que no me dejaba sola con mis sentimientos.
Me moví con fuerza debajo de ella, tanto como podía, y ella soltó mis manos, acabó de besarme y se deslizó hacia abajo con todo su cuerpo. A continuación besó mis pechos hasta que yo gemí, suspiré y me abandoné. Santana me lamió los pezones hasta que se pusieron erectos, provocándome unas sensaciones maravillosas, que hacían arder todo mi cuerpo, que lo recorrían como si fueran columnas de hormigas y lo agitaban hasta en lo más profundo de su ser.
Sus labios se mostraban implacables sobre mis pechos, lo mismo que sus manos, cuando avanzaban hacia abajo sobre mi cuerpo. Su respiración se hizo más fuerte, agitada e impaciente. Algo tenía previsto. Sus pezones penetraban en mi piel mientras se mantenía tumbada sobre mí. Yo disfrutaba mucho con lo que hacía, fuera lo que fuera. Me pegué más contra ella. Deseaba que me poseyera, quería que extinguiera la ardiente sensación que sentía en el pecho, en la piel y entre las piernas, que casi me hacía morir de deseo. Pensé que no podría soportarlo ni un segundo más. Pero los segundos transcurrieron y luego también los minutos, y Santana ahora se movía despacio hacia abajo, haciéndome esperar, dejándome abrasar, haciendo que ardiera trozo a trozo. De nuevo gemí y pronuncié su nombre, rogué, supliqué en silencio que me liberara de una vez. Ahora sus labios se dirigieron a mi estómago. Sus dedos acariciaron mis ingles y luego los muslos de arriba abajo, mientras ella se deslizaba hasta colocarse entre mis piernas. Yo temblaba, porque no sabía lo que iba a hacer.
De repente grité cuando me hizo justo lo mismo que yo le había hecho a ella la noche anterior: metió la lengua entre mis piernas, tiró de mis labios vaginales, los acarició, buscó mi perla. Fue una sensación maravillosa, tan tierna y delicada que casi no se podía soportar. Ahora pude mover aquellas partes de mi cuerpo donde ella no se apretaba contra mí y pude escurrirme como una serpiente, mientras intentaba escapar de su lengua para arrimarme de nuevo a ella.
—Santana, Santana —gemí.
No podía hacer otra cosa. Ella agarró mis muslos y los sujetó con fuerza, presionó su boca contra mi clítoris, que la aceptó lleno de anhelo, y me obligó a tranquilizarme..Acarició con toda su lengua el sensible valle situado entre mis piernas; ahora parecía estar constituido tan sólo por terminaciones nerviosas que transmitían unas sensaciones maravillosas. Era como un avión a punto de despegar, como si aún estuviera en tierra pero dispusiera de toda la potencia y el empuje necesarios para elevarse y desaparecer por las nubes. Así era como yo me sentía realmente. Quería elevarme, volar...
—Córrete —oí que murmuraba Santana—, córrete. —Su lengua entró un poco entre mis hinchados pliegues, aunque no mucho; luego la retiró y la deslizó por encima, hacia arriba; cuando llegó sobre mi perla tuve que volver a gritar.
Intenté buscar un apoyo en el camarote, algo que estuviera alrededor de la cama, pero no lo encontré y me sujeté en el pelo de Santana, pues necesitaba algo que me mantuviera en tierra al notar que estaba a punto de abandonarla.
—Córrete —dijo de nuevo, y esta vez su lengua describió círculos alrededor del clítoris, mientras dirigía rápidos toques hacia mi centro: yo ya no podía soportarlo más.
Mi cuerpo se tensó y alzó de tal forma que Santana ya no pudo sujetarlo. Soltó mis muslos y permitió que me corriera. Yo gemí.
—¡Sí...! ¡Sí...! ¡Sí...! —exclamé con cada oleada ardiente que me arrastraba y me satisfacía en toda su plenitud; luego ya no tuve fuerzas para añadir nada más y me dejé caer de nuevo.
Mi cuerpo estaba dominado por una sensación única, como de un hormigueo total. Jadeé, intentando coger algo de aire. Hacía calor en el camarote y pensé que me iba a asfixiar. Había sido tan impresionante, tan nuevo... ¡Y yo que pensaba que ya había vivido una gran cantidad de momentos culminantes! Me pareció que aquel había sido el primero auténtico de verdad. El primero que me había arrastrado y no había dejado sin afectar a una sola fibra de mi cuerpo. Todo mi ser se había concentrado en mi punto más central y había explotado allí.
Cogí aire despacio y cerré los ojos. Santana aún seguía sentada entre mis piernas y me miraba. Me sonrió con dulzura.
—Ha sido maravilloso, Santana. —susurré.
—Lo sé —respondió, seria—, pero esto sólo ha sido el principio. Ahora viene la parte importante.
Me tensé un poco al oír sus palabras. Yo ya sabía que ella quería más, pero casi lo había olvidado.
—Date la vuelta —me requirió. Yo cerré los ojos. ¿No podía hacerlo mientras me tenía entre sus brazos? ¿Tenía que ser así?
Pues así tenía que ser. Ella lo decidía. Me volví despacio y me quedé tumbada boca abajo. Mi respiración era muy superficial y casi no podía forzarla para que absorbiera más oxígeno. Noté a Santana detrás de mí. Se desplazó de nuevo entre mis piernas y apretó una contra la otra. Me hubiera gustado poder ver, poder mirarla a los ojos esta primera vez. Pero ella no quería. Me cogió por las caderas y me obligó a alzarme un poco.
—¡Quédate así! —dijo.
«¡Dios mío! ¡Aún más!», me dije.
Yo no podía verlo, pero ella se colocó detrás de mi trasero. Poco a poco me fui dando cuenta de lo que quería de mí. Por lo menos esta vez podía cerrar los ojos. A lo mejor merecía la pena.
Santana pasó un dedo por mi hendidura y, a pesar de lo incómodo de la postura, comencé a sentir un cosquilleo de inmediato. Hubiera preferido empezar a moverme desde un principio, pero me contuve. Sólo haría lo que ella dijera .Luego acarició la zona con su lengua, allí donde había estado su dedo. Lo hizo un par de veces y luego intentó penetrar. La punta de su lengua se abrió camino, pero no llegó mucho más allá. Noté una leve tensión. Su dedo se deslizó hacia delante y acarició mi perla.
—¡Oooh! —gemí y me mordí un poco los labios.
¡Ella no tenía que oír nada! Anduvo con su dedo hacia delante y hacia atrás, y quitó la lengua de donde la tenía. Me separó los labios de mi centro y la tensión se hizo mayor. Su dedo se deslizó hacia mi sexo de sensaciones y penetró, como había hecho al principio con la lengua, pero esta vez no se detuvo. Lo que había sido una ligera tensión procedió a intensificarse. Era lo que yo siempre había notado cuando luchaba con mis tampones mini. Pero me estremecí al darme cuenta de que sus dedos eran bastante más largos que los tampones.
Llevó su dedo por un lateral, sin insistir en la penetración.—Tranquila —murmuró de repente, en un tono de voz que hubiera podido calificarse como cariñoso si..., bueno, si su forma anterior de actuar no hubiera sido tan curiosa.
Su dedo se colocó de nuevo en mi centro álgido y apretó contra mí. Hice una mueca de dolor. Ella no podía verla y no se detuvo. Siguió presionando, lo que hizo que la tensión resultara cada vez más intensa. Me mordí los labios. ¡No, no podía gritar, tenía que ser valiente! Noté su mano en mi espalda. Me acariciaba de una forma tranquilizadora.
—Piensa en algo bonito —murmuró en el mismo instante en que intensificó tanto la presión que tuve que gritar.
—¡No, no, por favor, Santana!
El dolor me desgarraba, pero aún no había pasado todo. Empujó con toda su fuerza y tuve la sensación de que me iba a partir en pedazos. Me vi obligada a gemir. Dolía. Apretó de nuevo dentro de mí y algo se rasgó, lo que me causó un dolor penetrante e insoportable. Grité de nuevo.
—¡Santana, por favor, acaba! Por favor..., por favor, acaba ya...Déjame... —supliqué entre susurros.
Salió de mí y eso también me dolió e hizo que me estremeciera.—Ya ha pasado —dijo con calma—. Ahora ya todo está bien.
¿Yo sentía entre mis piernas unas palpitaciones que me atormentaban y a ella le parecía que todo estaba bien? ¡No iba a dejar que me tocara nunca más! ¡Nunca más!
Se tumbó sobre mí y me calentó con su cuerpo, pero el mío continuó frío. ¡Ahora al menos no podría quejarse de que yo no respetaba nuestro acuerdo! Le iba a tirar nuestro acuerdo a la cara. Sólo tenía ventajas para ella, porque para mí había sido un martirio.
—Mañana irá mejor —me cuchicheó al oído—. Casi lo habrás olvidado.
Yo lo dudaba. El dolor continuaba, casi como si siguiera en mi interior. Necesitaría mucho tiempo para curarme.
—¿Me puedo levantar? —pregunté en un tono frío—. Me gustaría darme una ducha.
—Claro.
Ella se deslizó hacia abajo y luego se echó a un lado para que yo pudiera salir del camarote. Yo no la miré, pero ella me detuvo y alzó mi barbilla, de modo que no tuve más remedio que mirarla a la cara.
Santana buscó mis ojos.—¿Ha sido tan malo? —preguntó en voz baja.
La miré con ganas de asesinarla.—No, claro que no —respondí, en un tono mesurado y frío. De mí no iba a obtener ni el menor pestañeo—. ¿Me puedo ir ya?
—Sí —dijo, me dejó el camino libre y pude salir de su camarote para entrar en el mío.
Cuando me duché, por segunda vez aquel día, pude darme cuenta de la sangre que corría por mis piernas. No me pude lavar bien, porque lo hubiera tenido que hacer justo donde más me dolía. Sentí que las lágrimas querían correr por mi rostro, pero las contuve. Si las hubiera dejado brotar, puede que nunca hubiera podido pararlas.
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Última edición por ¡Fer Brittana4ever! el Mar Dic 03, 2013 10:25 pm, editado 1 vez
¡Fer Brittana4ever!***** - Mensajes : 212
Fecha de inscripción : 19/08/2013
Capitulo 7 & 8
Capitulo 8 "Decepción"
Santana me había decepcionado. Yo le había hecho ver mi sufrimiento y le había rogado que se detuviera, pero no lo había hecho. Había seguido entrando en mí y me había desgarrado, como si yo no le hubiera dicho nada o como si ella no hubiera escuchado mis súplicas. ¿Me había hecho daño con toda la intención? ¿Se lo había pasado bien? ¿Le gustaban estas cosas? En tal caso, yo tenía que estar preparada. Fuera como fuese, ya no confiaría más en ella, lo mismo que Santana no confiaba en mí. Ahora estaba convencida de que la historia del dinero en su bolso no había sido más que una prueba. Ella había supuesto que yo cogería parte del dinero pensando que no se daría cuenta, por eso lo había contado antes. Y luego lo habría contado otra vez con la esperanza de que faltara algo.
¿Qué tipo de persona era? ¿Tenía algo de humano o sólo se trataba de una máquina de hacer dinero, que todo lo podía comprar porque todo tenía un precio?
Para ella, no había nada que no pudiera pagar y que, por tanto, no fuera posible comprarlo. Ésa era la razón por la que no daba valor a los sentimientos: era algo que no se podía comprar. ¿Por qué pensaba yo en eso? Ya había pasado todo, tal y como ella había dicho. Hablaba de mi virginidad, que ella me había arrebatado, pero para mí significaba que todos mis sentimientos hacia ella se habían acabado, estaban extinguidos, perdidos. Ella los había destrozado.
A partir de ahora sólo seríamos «socias en el negocio» y ella me podría tener cuantas veces deseara, pero siempre que pagara por ello. ¡Y yo dejaría que me pagara! Me lo prometí a mí misma. Pagaría a cambio de mi cuerpo, pero no obtendría nada más.
Me quedé un rato más en mi camarote. No quería verla ni hablar con ella. ¡Dios mío, y estábamos en un barco encadenadas la una a la otra! No podíamos permanecer separadas durante mucho tiempo. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Saltar al agua?
Mientras yo seguía allí, sentada en la cama y sumida en mis cavilaciones, oí de repente que el motor arrancaba. Lo había puesto en marcha. ¿Dónde iríamos? Miré por el ojo de buey. Sólo vi agua, pero estaba claro que apenas nos habíamos movido. Transcurrió más de media hora hasta que por el ojo de buey divisé, muy a lo lejos, algo de tierra. Para que no dispusiera de facilidades para hacerme lo que ya había puesto en práctica aquella mañana, antes de subir a cubierta me vestí los vaqueros más estrechos y ajustados que tenía. ¿Por qué iba a renunciar al sol y quedarme allí abajo? Ya había hecho lo suficiente para ganarme aquella recompensa.
Santana estaba frente al timón y miraba hacia delante, a la isla a la que nos dirigíamos. Cuando me vio llegar, me miró de arriba abajo, con expresión seria, pero no dijo nada. Yo fui a la cubierta de proa e intenté averiguar dónde estábamos, cosa que, por supuesto, no pude hacer. Como no quería preguntarle a Santana, tuve que renunciar a aquella información, que, por otro lado, me resultaba indiferente. Allí había muchas islas y cada una de ellas sería muy parecida a las demás. Nos acercamos bastante a una de las islas, pero me di cuenta de que no tenía puerto, por lo que Santana lanzó el ancla un poco apartada de la costa. Apagó el motor y se dirigió a mí.
—Iremos en el bote pequeño —dijo, sin emplear ningún tono especial—. Tenemos que hacer la compra. —Me miró—. ¿O prefieres quedarte aquí?
Yo le lancé una mirada igual de inexpresiva.—Como quieras —contesté—. Haré lo que tú me digas. —Aquél era nuestro acuerdo y a partir de ahora yo iba a cumplirlo al pie de la letra.
—Bien —repuso—, pues entonces vamos.
No parecía preocuparle cómo me encontraba yo, a pesar de ser ella la responsable. Me miró por un momento.
—¿No quieres ponerte algo más ligero? —preguntó—. Hace calor. —Ella misma llevaba un vestido amplio y vaporoso con motivos griegos, muy adecuado para aquel clima.
—Si quieres, me cambio —dije—. ¿Qué debo ponerme? —Puede que quisiera algo más fácil de quitar que los pantalones que yo llevaba.
Yo ya sudaba y sabía que ella tenía razón. La ropa que me había puesto iba a matarme con ese calor, pero me daba igual.
—Si no quieres no lo hagas —dijo, en un tono reticente—. Sólo era una sugerencia.
«Mira, de repente la dama se muestra así de considerada .¿Acaso ya no me va a dar
órdenes?», pensé.
—Entonces me quedo así —repliqué, con una obstinación que, por otra parte, yo sabía que iba a ir en perjuicio mío, pero no quería hacer ninguna concesión. Sólo lo acordado.
Ella asintió y fue hacia abajo, puede que a recoger su billetero. Al regresar la seguí hasta el extremo del barco donde estaba amarrado el bote auxiliar. Nos subimos en él y lo manejó con la misma seguridad con la que había sacado el yate del puerto.
Nos dirigimos a tierra hasta rozar la orilla y bajamos allí. Santana tiró de la barca para vararla un poco más en la tierra e impedir que la arrastrara el agua. La isla parecía más pequeña que Astipalaia; no se veía a nadie.
—Tenemos que ver lo que queda todavía —dijo—. El mercado se celebra por las mañanas, a la llegada de los pescadores. Ahora ya es un poco tarde. —Fue delante y yo la seguí como si fuera un perrito obediente.
Se dirigió a una mujer y preguntó algo en griego. No lo pude entender, ni tampoco la respuesta. La única palabra que me resultó conocida era Spyros.
La mujer señaló con el brazo en una determinada dirección y Santana le dio las gracias antes de darse la vuelta e informarme:
—Parece que a Spyros aún le queda algo de pescado. Vamos para allá.
—¿Spyros? —pregunté—. ¿Vive aquí?
Ella arrugó la frente, sin entender, y luego, al darse cuenta de lo que yo había querido decir, se rió.—¡No, no ese Spyros! Aquí son muchos los que se llaman así. El Spyros al que tú te refieres es el primo del conductor del taxi que nos llevó al barco. Toda la familia trabaja para mí.
Sí, estaba claro, y seguro que también les pagaba bien. No me iba a impresionar con eso. Por lo menos hoy no. Pero, a pesar de que intenté alejarme de todo tipo de sentimientos, aquella isla griega comenzó a hechizarme.
Santana buscó a Spyros y le compró el pescado. Rió y bromeó igual que había hecho con el conductor del taxi, y este Spyros estaba tan fascinado por ella como el otro: se pasaba la mano por la barba y comenzó a hacer alarde de su masculinidad. Santana podía ofrecer un aspecto muy femenino cuando lo deseaba, y lo tenía de verdad, excepto cuando jugaba a ser la jefa. Y eso no ocurría aquí. Aquel hombre estaba seguro de que era la mujer ideal. Y ella parecía haber olvidado todo lo que había ocurrido aquella mañana.
Para ella no había pasado nada. ¿Por qué iba a tener que acordarse de aquel momento? La miré durante unos segundos y traté de observarla de una manera fría, como si fuera un insecto, pero no lo conseguí. No podía sustraerme a la fascinación que ejercía sobre mí: era lo mismo que le pasaba al pescador. ¡Pero es que, además, yo no quería! Me di la vuelta y miré al mar, a la blanca playa que no parecía estar empañada por la presencia de ningún turista. Aquella isla estaba casi desierta. Nunca había estado en aquel lugar, todo el viaje resultaba una experiencia maravillosa para mí y me alegraba mucho de haberlo hecho. Intenté olvidar lo que había ocurrido hacía unas horas y saboreé el aire cálido y el magnífico sol.
Tenía calor. Cada vez sudaba más. ¿Por qué habría sido tan cabezota? ¿Para hacerme daño a mí misma? Debería haberle pedido prestado a Santana uno de esos vestidos vaporosos, aunque no me hubiera sentado tan bien como a ella, a fin de poder rendirle tributo al verano griego. Me dirigí a la playa y metí los pies en el agua, que, por desgracia, tenía la misma temperatura que la de una bañera. No resultaba demasiado refrescante. De repente, desde detrás cayó una sombra sobre mi cabeza: no era una sombra sino un sombrero.
—¡Vas a coger una insolación si te sientas ahí! —rió Santana.
Ella se había traído del barco un sombrero de paja, ligero y veraniego, con alas muy amplias. Y ahora había comprado uno similar para mí. ¿Hoy no me iba a regalar un reloj de oro? Claro, seguro que no los había en la isla. ¿Acaso no me lo había ganado? La última vez, por un trabajito menor me hizo mejor obsequio.
¿Dónde se había quedado la proporcionalidad?
De inmediato floreció en mí el pudor que yo creía tener dominado y pude sentir en mi rostro un rubor increíblemente ardiente, que allí, al sol, no se notaba tanto. ¡El billete que echó sobre la cama en el camarote! ¡Casi se me había olvidado que no me lo dio después! ¿Acaso mi sacrificio había sido tan poco valioso que no me merecía mi «salario»?
Me estremecí, a pesar del calor que hacía. Un par de días antes no hubiera podido imaginar ni por un momento que fuera a pensar en cosas así.
—Puedes quedarte aquí si quieres, pero yo debo llevar el pescado a bordo —dijo Santana, sin mucha alegría en el tono de su voz—. Luego, si te apetece, te puedo recoger con la barca.
Hubiera aceptado con gusto su propuesta, pero tenía un calor tan atroz que temí que pudiera desmayarme.
—Si me dices cómo se hace yo podría regresar sola con la barca, más tarde —propuse a cambio.
Entonces podría cambiarme de ropa y luego alejarme un poco de ella. La idea me pareció muy atractiva. ¿Por qué no podría irme ahora mismo a mi casa a bordo de aquella barca?
—Sí —dijo ella con indiferencia—. No es complicado, seguro que puedes hacerlo.
Regresamos a la barca y ella se sentó en la proa, mientras me cedía el timón. Metí la barca en el agua y puse mi brazo sobre la barra de control.
—Ahora debes encender el motor —dijo, sonriente.
Apenas se puso a mi lado se alborotó todo mi cuerpo. Me levanté y tiré del mando que ponía en marcha el motor. No estaba acostumbrada a hacerlo y perdí el equilibrio.
¡Plas!
Me caí al agua. Santana se reía sin parar. Yo me sentía rabiosa y hubiera querido gritarle que se callara y que dejara de burlarse así, entre otras cosas por todo lo que me había hecho hoy. Me contuve en el último momento e intenté ver lo positivo de aquella circunstancia. Por lo menos ahora ya no tenía tanto calor.
Santana se levantó y arrancó el motor. Luego me dio la mano para que pudiera subirme otra vez a la barca, pero yo la rechacé y subí como pude. Ella se dio la vuelta y me hizo un sitio junto al timón. Luego me explicó en breves palabras lo que tenía que hacer. Regresó a la proa del bote y me dejó pilotar a mí. Primero lo hice en la dirección equivocada, hasta que ella me corrigió. Luego le di demasiado gas. La barca saltó de una forma repentina y estuvo a punto de hacer caer a Santana al agua; me asusté tanto que casi se caló el motor. Pero no tardé en acostumbrarme a las exigencias del timón y a la potencia que debía darle.
Conseguí mantener la barca bajo control hasta llegar al yate. Salté con rapidez y la amarré, luego subí a bordo y me fui al camarote a cambiarme de ropa. Quería alejarme de Santana lo antes posible. Escuché sus pasos mientras se dirigía a la cocina para guardar el pescado. Esperé a que estuviera de nuevo en cubierta y entonces salí de mi camarote y me dirigí a la barca. Seguro que se había sentado en la proa.
Me subí, arranqué el motor, esta vez sin problemas, me puse en marcha y me dirigí a la isla. Rodeé un poco más el islote, hasta llegar a una zona en la que no se veía a nadie. Luego me bajé para sentarme en la playa. Desde allí todavía podía distinguir muy bien el yate. Al cabo de un rato noté un movimiento sobre cubierta. Santana apareció, se acercó a la borda y se sumergió en el agua con un elegante salto. Estaba claro que había venido para disfrutar. Noté el dolor entre mis piernas. Ahora era más fuerte y parecía llegarme hasta el corazón.
Todavía la amaba.
Quería borrar eso de mí, pero no lo conseguía. ¿Por qué? Ella me había hecho daño: primero por la forma de tratarme y hoy físicamente. Me había desgarrado hasta Conseguir que sangrara. ¿Cómo podía haber hecho eso si tuviera sentimientos? Estaba claro que no los tenía. Me había comprado y hoy, por fin, había hecho uso de sus derechos como propietaria. Había tomado lo que le pertenecía. Le resultaba indiferente cómo me encontrara yo, si lo soportaba o si me dolía. Seguro que para ella había supuesto una diversión. Y vendría una y otra vez a mí durante todo el tiempo que permaneciéramos aquí para hacer uso de esa distracción. Supuse que ya no sangraría más después de aquella primera vez, aunque seguiría sufriendo algún dolor, por lo menos interno. ¿Porqué no podía odiarla? ¿Por qué no distanciarme de ella y mirarla como la clienta que, al fin y al cabo, era? Pero no podía hacerlo. No podía. Quería amarla, de hecho ya lo hacía sin poder evitarlo, y quería ser amada por ella. Si sólo hubiera dependido de lo físico podía llegar a resignarme. Y esperaba que en algún momento ella entendiera que yo no lo hacía por dinero sino por ella, porque la quería. Si es que me llegaba a dar la oportunidad. Me acordé de su reacción cuando le pregunté por sus planes después de nuestras vacaciones. Había confesado que no tenía ningún plan, aunque yo imaginé que sí tenía algunos, justo los que yo me temía: aquéllos en los que yo no estaba incluida. Ella pasaría tres semanas conmigo y luego se habría terminado todo. Quizá ya no nos volveríamos a ver, puesto que ya habría recibido todo por lo que había pagado.
Me tumbé sobre la cálida y suave arena, y noté su agradable sensación en mi espalda. Se estaba muy bien allí. Durante toda mi vida había. Miré al cielo y vi una nube, blanca y diminuta, que pasaba sobre mí. Me quedaría dormida si seguía allí más tiempo, entre aquella paz y aquel sosiego. Pero eso me hubiera acarreado quemaduras solares y no quería correr riesgos. Me retiré a la sombra de un árbol y esperé a la caída del sol. El estómago me rugía. Seguro que Santana, con sus buenas manos para la cocina, habría preparado pescado, pero hoy yo me sentía dispuesta a renunciar a eso. No deseaba volver. No quería verla de nuevo. Me adormilé un poco y no pude ver la puesta de sol sobre el mar. Cuando volví a darme cuenta de dónde estaba, ya era de noche. Miré en dirección al barco. Estaba allí, con una ligera iluminación. ¿Estaría Santana sentada en cubierta? No creía que pudiera llegar hasta el yate en medio de la oscuridad. Me quedaría adormir allí, en la playa. Además, eso sería más seguro. Suponía que Santana me dejaría en paz, pero, ¿y si no fuera así? Si tenía algún deseo, yo estaba obligada a satisfacerlo, aunque, desde luego, no tenía ni las más mínimas ganas de hacerlo.
Que me lo suprimiera del sueldo.
Un orgasmo menos.
Estuve a punto de echarme a reír. A pesar de ser casi de noche, la arena seguía caliente. No se enfriaba. Era la mejor cama que una podía imaginarse. Miré al claro cielo estrellado e intenté contar los pequeños y refulgentes diamantes; claro está que me resultó imposible. El firmamento estaba sobre mí y me protegía como si fuera un techo de terciopelo. Me sentía cálidamente envuelta por él. Estaba tan lejos y a la vez tan cerca que incluso podía llegar a coger alguna estrella. Despacio, mientras yo miraba hacia las estrellas, el cansancio se apoderó de mí y pronto desapareció la dorada mancha del sol y ya sólo quedó la oscuridad. En mis sueños, Santana se inclinaba sobre mí y murmuraba:
No voy a hacerte nada. Nunca te haré daño. Te quiero.
Por un momento me sentí desconcertada, pero en sueños aquello no tenía nada de especial. Luego vi su cara cuando me caí al agua y, de repente, yo también me eché a reír. ¡Qué tonta me sentí! Tendría que haberme reído, porque había resultado muy cómico. Las piezas del puzzle se desplazaron poco a poco de su sitio y se ordenaron en favor de Santana. Era tan hermosa cuando se reía... Y, de pronto, supe de nuevo el motivo por el que la amaba.
Era una mujer maravillosa, la mujer de mis sueños, pero en un sueño. De nuevo sentí un dolor, pero se pasó rápido. Me recuperaría. No había sido tan grave. ¿Por qué me comportaba así? Todas las mujeres pasan por eso, yo no era la única. Y era preferible que hubiera ocurrido con Santana que con cualquier otro fulano insensible. Mi vivencia se modificó en mi sueño. El dolor seguía allí, pero Santana me acunaba con suavidad entre sus brazos y me consolaba. Decía:
Calla, calla..., no llores y besaba mis lágrimas.
Cuanto más lo hacía menos sentía yo el tormento y la quemazón entre mis piernas y mis gritos atormentados se extinguían poco a poco. ¿Había ocurrido de verdad? Tenía mucho calor, pero esta vez no era entre las piernas sino sobre los hombros. Me levanté despacio. El sol ya estaba alto en el cielo y sus primeros rayos me habían alcanzado a través de las sombras de los árboles. Me erguí. El barco aún seguía allí, donde yo lo recordaba, y ahora brillaba con toda su blancura a plena luz del día. Me levanté, me desperecé y sonreí. Comencé a correr y, tal como iba, me zambullí en el agua. Hoy no podía renunciar a una buena ducha. De repente, me pareció que la vida era increíblemente hermosa. ¡Dios mío! Levantarse y poder bañarse sin cumplidos en el Mediterráneo, con el resplandor del sol que me daba los buenos días:¿Iba a perderme aquella maravilla? Durante un rato chapoteé y di gritos de alegría como si fuera una niña. El agua me salpicaba a mí y a la barca, buceé y busqué posibles tesoros escondidos en el fondo del mar. Luego me tumbé de espaldas, flotando sobre el mar, para poder descansar un poco. El sol calentaba cada vez más. En el barco estaba dispuesto un toldo sobre la cubierta delantera. Allí era donde yo debía regresar.
¿Qué le diría a Santana? ¿Sencillamente que no había vuelto la noche anterior? Sentí un poco de miedo.
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¡Fer Brittana4ever!***** - Mensajes : 212
Fecha de inscripción : 19/08/2013
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
oooh fuerte igual un poco
pobre. britt en fin
que dirá santana xq brittany no apareció uuuuuuu
se agradece el tiempo que te das para adaptar
x cierto muy buena adaptación ..
saludoos!!
pobre. britt en fin
que dirá santana xq brittany no apareció uuuuuuu
se agradece el tiempo que te das para adaptar
x cierto muy buena adaptación ..
saludoos!!
raxel_vale****** - Mensajes : 377
Fecha de inscripción : 24/08/2013
Edad : 34
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
Brittany aveces me cae mal porque ella ya sabe como es Santana y todavía piensa que la va a tratar con amor, y honestamente no creo que Santana se enojé demasiado porque Brittany no apareció.
Espero tu actualización. :)
Espero tu actualización. :)
iFannyGleek****** - Mensajes : 335
Fecha de inscripción : 03/10/2013
Edad : 27
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
por favor santana es una m..... no la quiere y parece que no la querra nunca, ella paga y se le da, listo, pobre Britt!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
Ahora mismo no se a quien detesto más, a Santana por manipuladora e insensible o a Brittany por dejarse utilizar de esa manera!. Ten un poco de amor propio mujerrrr!!. Ufff que me han dado ganas a mi de... Grrrr!!!
Me lo he tomado muy a pecho pero es que estoy viviendo la historia, jajajajaaja, Me encanta!, me encanta!... mejor me calmo que me da algo XD.
Y que sepas que ya he ido actualizando, ahí me las voy arreglando para sacar tiempo y tratar de subir caps frecuentemente. Yo continuo actualizando y tu continua enviciándome XD. Un Abrazobeso y por aquí sigo esperando la actualización :D
... Ah, y ve al oculista ;)
Me lo he tomado muy a pecho pero es que estoy viviendo la historia, jajajajaaja, Me encanta!, me encanta!... mejor me calmo que me da algo XD.
Y que sepas que ya he ido actualizando, ahí me las voy arreglando para sacar tiempo y tratar de subir caps frecuentemente. Yo continuo actualizando y tu continua enviciándome XD. Un Abrazobeso y por aquí sigo esperando la actualización :D
... Ah, y ve al oculista ;)
Beverly_87*** - Mensajes : 136
Fecha de inscripción : 28/07/2013
Capitulo 9
Lectoras, siento no contestar pero ando cortisima de tiempo.
Les informo que estoy terminando The Secret, mañana subiré los dos capitulo que faltan y el epilogo. Ya solo me quedaría Placeres Condescendientes y este fic. Estoy pensando en subir otro que esta basado en un película, en un rato mas colgare el primer capitulo y si gusta pararía Placeres por un tiempo mas y solo me quedarían dos. Bueno depende de ustedes.
Eso, besos a todas y como siempre gracias por darse el tiempo de comentar.
Capitulo 9 "Paciencia al limite"
Regresé, subí al barco y encontré a Santana igual que el día anterior, es decir, en cubierta, sentada y tomando café.
—¿Te has duchado en el mar? —me preguntó, con una sonrisa de satisfacción.
«¿Me habrá visto desde el barco?», pensé.
—Sí, yo... yo he dormido en la playa —contesté, algo turbada. ¿Acaso tenía que disculparme? Lo habría hecho con gusto, pero ¿porqué? Ella colocó los brazos detrás de la cabeza y se estiró un poco.
—Es hermoso, ¿no es cierto? A mí siempre me ha gustado.
Miré sus pechos. Se destacaban debajo de su camiseta, que hoy no era tan holgada como otros días. Se le marcaban los pezones. ¿Estaría excitada y me esperaba para...? Me volví a toda velocidad.
—De todas formas tengo que quitarme la arena. —Me reí de una forma un tanto artificial y me dirigí a mi camarote.
—Espera —dijo y oí que se levantaba de la silla para seguirme. Me detuve y se acercó
—Buenos días —añadió con dulzura, y acto seguido me dio un suave beso en la boca. Luego se rió—. Y ahora vete a la ducha —dijo, quitándose de la boca un par de granos de arena—. ¡Esto es tremendo! —Me dio un ligero cachete en el culo y proseguí mi camino, esta vez con una auténtica sonrisa.
Cuando regresé, me trajo algo de la cocina. Era un poco de pescado de la noche anterior.
—Tengo un hambre terrible —dije a modo de disculpa, mientras me servía—. ¿Me lo puedo comer todo?
Ella rió.—Claro. Hoy llegarán las provisiones que encargué ayer. El pescado nadaba sobre una salsa de aspecto rojizo y probé las dos cosas mezcladas.
—¡Cielos! —exclamé—. ¡Cocinas como una diosa! —Me salió así de espontáneo. No hubiera querido decirlo tan alto, pero es que verdaderamente estaba exquisito.
Las comisuras de sus labios se contrajeron en un gesto divertido.—Gracias —dijo—. Ya tengo más posibilidades de casarme.
Yo la miré.—Si tú lo deseas —comenté con irritación.
Hasta el momento sólo sabía de ella que era lesbiana, pero ¿conocía algo más? Quizás iba en serio eso que acababa de decir. Puede que también supiera comportarse como heterosexual.
—Nunca se sabe —replicó y se estiró una vez más.
Esta vez yo estaba más cerca y me fijé directamente en sus pechos, en sus erguidos pezones, que parecieron endurecerse aún más. ¿Lo hacía adrede? No necesitaba seducirme; le bastaba con ordenarlo.
—¿Pero no tenías tanta hambre? —dijo de repente y en su voz sonó claro el regocijo. Yo había dejado de comer para mirarle los pechos. Desvié la vista a toda velocidad.
—Sí —contesté con timidez. No la miré. Estaba segura de que me observaba, divertida, al darse cuenta de mi reacción.
—¿Tienes ganas? —preguntó en voz baja.—No... Sí, sí. Claro.
En realidad yo sí tenía ganas. Me pagaba por eso y a ella también le apetecía. Su voz sonaba ronca. Mi espontánea negativa inicial se había referido a la tensión que existía entre mis piernas. Noté que me seguía doliendo e intenté reprimir cualquier señal de deseo. Pero a ella eso no le interesaba y, de hecho, no sería tan malo como el día anterior. Ella me lo había prometido y era una mujer de palabra. Debía de saberlo.
—Entonces, vamos —dijo. Se dirigió al otro lado de la cubierta, el que estaba más alejado de la isla y que daba a mar abierto. Allí se volvió—. Debería haber ido contigo a la playa —dijo con indiferencia—. Ahí fuera es mucho más hermoso, pero aquí también está bien. —Se quitó las braguitas del bikini, pero se dejó puesta la camiseta—.Quiero que sea rápido, violento y profundo. Sin rodeos. ¿Crees que lo lograrás? —Era como preguntarle a un camarero si le recomendaba el solomillo: su tono de voz era idéntico.
Sin rodeos, eso quería decir sin caricias, sin juegos previos, sin roces, sólo un puro dentro-fuera. Y que ella se hubiera dejado puesta la camiseta debía de significar que no se dejaría tocar los pechos. No le interesaba. Parecía que hoy no estaba muy exigente. No esperó ninguna respuesta por mi parte y se limitó a tumbarse en cubierta. ¿Qué debería haber contestado yo? Estaba obligada a hacer todo lo que me pidiera. Ahora estaba allí boca arriba y estiró las piernas para colocarlas en la posición más adecuada a fin de que yo pudiera acceder.
—Empieza ya —dijo, impaciente.
Casi no podía esperar. Me arrodillé ante ella y coloqué mis dedos en su entrada. Estaba húmeda, muy húmeda. Había estado muy bien que yo me hubiera quedado en la playa, porque seguro que aquello no venía sólo de los últimos cinco minutos. Si me hubiera quedado allí, en el barco, ella habría exigido sus derechos. Hizo un gesto de impaciencia, pero no dijo nada. Entrar en ella, húmeda como estaba, no supuso ningún problema. Cerré los ojos por un momento, como siempre lo hacía, y noté una presión en mi centro, señalándome que el dolor seguía allí.
Yo no sabía si podría hacerlo. Lo cierto es que yo a ella no le hacía daño: lo que quería exactamente era lo que a mí me había causado tanto dolor. Titubeé y retrocedí un poco. Santana se alzó y se arrimó a mí para acabar con mi indecisión. Suspiraba. Yo empujé de nuevo, como nunca lo había hecho, y noté por un momento mi propio dolor interno.
—¡Más violento! —gimió—. ¡Más profundo! —Me esforcé en cumplir sus deseos.
Introduje todos mis dedos y empujé tanto como pude, hasta que me dolió el brazo. Ella gemía cada vez más alto y, para poder elevar mejor las caderas, se agarró a la borda que tenía tras ella y sólo tardó unos pocos minutos en estallar. Sofocó el grito que parecía subir de su garganta y lo transformó en un hondo gemido, lleno de placer. La isla estaba demasiado cerca. Se mantuvo tumbada durante un minuto más, hasta que yo saqué los dedos, y luego se levantó como si no hubiera pasado nada, y puso rumbo a su camarote. Ya en la escalera, se volvió y, como si hubiera olvidado comentarlo, dijo:
—Ha estado bien. —Luego bajó y me dejó allí.
¿Cómo iba a soportar eso durante tres semanas? Ella siempre tan fría. Cuando me daba por pensar que su carácter había cambiado, que parecía más delicada o que mostraba un poco más sus sentimientos, volvía otra vez a sacudirme en la cabeza. Estaba claro que no quería que yo la amara. Eso se notaba con toda claridad. Quería limitar nuestra relación a lo que había ocurrido allí: a nuestro acuerdo.
Yo también bajé a mi camarote y me tumbé en la cama. Al poner los brazos detrás de la cabeza, noté que algo hacía ruido debajo de la almohada. Me levanté y miré. Era otro billete grande. No, lo miré mejor: eran dos billetes. Había subido el precio por mi virginidad. ¿O era un anticipo por lo que acababa de suceder y que ella ya tenía pensado desde el día anterior? ¿Sería para calmar el dolor? Hubiera tirado el dinero a la mierda, pero me contuve. Mi madre trabajaba muy duro para lo poco que ganaba. Le compraría un regalo, algo que deseara desde hacía tiempo, y aquel dinero ya no olería más a... puta. Y mi madre nunca se enteraría. Un rato después atracó una barca junto al yate. Probablemente era Spyros. Sentí que Santana volvía a sonreír de una forma tan seductora como el día anterior, cuando estaba en tierra. Quizá lo del matrimonio no era una broma y encontraba a los hombres atractivos. El sexo que acababa de reclamarme también le interesaba.
Si era eso lo que quería, ¿por qué no se acostaba con un hombre? ¿Por qué me atormentaba a mí?
Los hombres revoloteaban a su alrededor, eso estaba claro, y no tendría ninguna dificultad en escoger a uno. Sólo necesitaba ir atierra para hacer sus compras. Spyros le traía todo a bordo sólo por ver sus lindos ojos, o todo lo demás. Subí para observar el juego. No quería perdérmelo. ¿Cuándo había reído y flirteado conmigo de un modo tan seductor? No lo hacía porque no lo necesitaba. A fin de cuentas, me pagaba por eso. Me apoyé en la pared y crucé los brazos. Ella desplegó todos sus encantos para Spyros, que ni siquiera sabía lo que ocurría. Mejor que llevara puestos aquellos pantalones tan anchos, porque estaba claro que aquello no le dejaba indiferente. De hecho, a mí tampoco. Su atractivo era tan poderoso que incluso yo me sentí afectada. Podía ser tan hechicera como le diera la gana. Yo deseaba a aquella mujer. Era la mujer de mis sueños, la que me hablaba en ellos y no me hacía daño. Pero, si yo lo veía así ahora, ¿por qué me daba siempre la espalda? Podía hacerlo mejor de otra forma: con risas y bromas, de una manera cariñosa y agradable. ¿Porqué no lo hacía más a menudo? ¿Por qué no conmigo? Spyros se despidió y se fue, un poco decepcionado por no haber conseguido con su pedido algo más de lo que ella había solicitado y por no haber podido flirtear con Santana.
Santana se acercó a mí con cosas comestibles en la mano. Se reía y se mostraba satisfecha por la charla que había mantenido.
—¿Te gustan los hombres? —le pregunté cuando se acercó.
La sonrisa desapareció de su rostro.—¿Tienes algo en contra? —preguntó, fríamente.
—No. —Como continuó su marcha, aún apoyada en la pared, me volví para poder seguirla con la mirada. Luego se detuvo y dejó la comida sobre la mesa. —Sólo quería saberlo —dije muy tranquila.
No me afectó. No debía sentirme afectada. Gracias a Dios, en los últimos días había aprendido a controlarme un poco. Antes del viaje, lo más probable es que en una situación como aquélla yo hubiera estallado en lágrimas.
—¿Por qué? —me preguntó, mientras clasificaba la compra. No me miraba—. ¿Acaso te importa? —Se dio la vuelta y me contempló con mala cara.
Yo me encogí de hombros.—Sólo me preguntaba el motivo por el que estás aquí conmigo en lugar de con un hombre. Parece que te llevas muy bien con ellos. Tú eres tan... encantadora cuando estás con ellos. Apenas te reconozco.
—Creo que no ha sido buena idea traerte aquí conmigo —dijo, casi en un susurro, como para sí misma.
Agarré su brazo con fuerza cuando quiso pasar por delante de mí.—¿Por qué, Santana? —dije en voz baja—. ¿Qué esperabas de mí?
Me acordé del primer día, cuando me tomó entre sus brazos y me aseguró lo maravilloso que sería cuando yo estuviera aquí. Pero de eso ya hacía mucho tiempo. ¿Qué había cambiado? Por otro lado, ¿no había recibido todo lo que quería, todo lo que habíamos acordado? Le había dado mucha importancia a eso.
Intentó soltarse.—En todo caso, no me esperaba preguntas de ese tipo —contestó de mala gana.
La sujeté con más fuerza para impedir que se marchara.—Entonces, ¿qué es lo que ocurre, Santana? Por favor, dímelo. Me vas a volver loca con tu... —me interrumpí.
Quería decir tu frialdad, pero ella no habría sabido de qué le hablaba. Ahora me miraba, cosa que había tratado de evitar durante todo el tiempo.
—¿Con mi... qué? —preguntó, en un tono ácido.
—Nada, déjalo. —La solté y me senté.
Me sentía tan agotada como lo había estado después de nuestra relación física anterior. No tenía ningún sentido. Ella no me entendía. Y ahora, además, estaba también el tema de los hombres. ¿Qué hacía yo allí? Le devolvería su dinero y el reloj de oro, y trabajaría hasta poder pagar el resto. Lo haría en cualquier sitio, pero no con ella.
—¿Aún sigue en pie tu oferta? ¿Puedo volverme? —pregunté, harta; si no era así, tendría que aguantar las tres semanas. No podía permitirme el lujo de pagarme un billete de vuelta.
—¿Ahora? —preguntó ella en voz baja. Por un momento me pareció que su voz perdía el tono de enojo.
Me eché a reír.—¡Sin mí estarás mucho mejor! Sólo doy motivos para que te enfades, me largo a la playa... ¿Acaso no supone eso la ruptura del contrato? —La miré con expresión interrogante, pero ella se mantuvo en silencio—. Decídete por Spyros —exclamé—. Seguro que con él todo te resulta mucho más sencillo.
Santana regresó y se sentó en el sofá de enfrente.—A mí no me gustan los hombres —dijo y luego se echó a reír, algo sorprendida—. ¡Ahora ya has conseguido que conteste a tu pregunta! —determinó.
La miré con un movimiento de cabeza.—¿Qué hay de malo en contestar preguntas? —repuse yo—. En otro caso, ¿cómo se podría llegar a...
—¿Conocerse? —acabó la frase al notar mi titubeo. —¿Es eso lo que quieres de verdad? ¿Conocerme?
¡Por supuesto! ¿Qué se había pensado?
La miré sin entender nada.—Sí. Claro.
—¿De verdad? —dijo, alzando las cejas.
—Sí, de verdad —confirmé una vez más—. ¿Por qué crees que he venido aquí?
—Eso está muy claro —respondió en un tono frío.
—Pues lo he hecho por ti —dije y me levanté.
Fui hacia la borda y me incliné hacia delante. Ya no soportaba mirarla más. Me había roto el corazón y ni siquiera se había dado cuenta.
—¿Pero no lo has hecho por ti? —preguntó.
«Sí, claro, por mí también. Estoy aquí porque te quiero», eso es lo que me hubiera gustado responder, pero era una respuesta falsa. No podía contar con ella.
—No, no del todo —respondí y me volví hacia ella.
Santana se quedó mirándome. Era una mirada que yo no había visto antes y no sabía lo que significaba.
—No quiero hacerte daño —dijo, en un tono que pretendía ser inexpresivo.
—¡Oh, gracias! —exclamé, sarcástica. — ¡Pues lo has hecho muy bien!
Vino hacia mí y me acarició el rostro.—Lo siento —dijo en voz baja—, pero ahora ya no puedo dar marcha atrás. Por favor, no te vayas. Quédate. —Se inclinó un poco hacia mí y me besó. Muy dulce.
La observé cuando se apartó de mí, miré sus ojos y supe de inmediato que ya no quería huir. Aunque me sentía muy insegura.
—¿Lo dices en serio? —pregunté yo.
—Sí —murmuró y me besó de nuevo con igual delicadeza y cariño—. Estoy muy contenta de que estés aquí y me gustaría que te quedaras. —Se mantuvo a la espera de mi respuesta.
—Bien —dije, sin saber todavía si había tomado la decisión correcta.
—Bien. —Sonrió a su vez y cargó de nuevo con la comida—.Ayúdame a llevar todo esto a la cocina. —Cuando cogí el melón bajo el brazo, ella sonrió de nuevo y me miró, complaciente.
— No tienes coche, ¿verdad? —dijo—. ¿Cuál te gustaría?
Casi se me cae el melón al suelo. Lo sabía hacer muy bien. La miré sin decir nada.
—¡Dios mío! —De nuevo pareció disgustada—. ¡No me mires así! Ya sabes que el dinero no es ningún problema para mí. Tengo de sobra. Y a ti también te gusta disfrutar de lo que se puede comprar con él. —Hizo un movimiento y señaló hacia el mar—. ¿O no es cierto?
Eso no lo podía negar. Sin embargo..., si ahora volvía a hablar de nuestro acuerdo o, para resarcirme del dolor y de sus maneras frías y desconsideradas, quería regalarme un coche, entonces me vería obligada a regresar.
Santana recogió el melón y me apartó a un lado.—Ven aquí —me dijo en voz baja. Se acercó a mí y me besó de nuevo, más dulce que en las ocasiones anteriores.—Yo... Lo cierto es que me gustas de verdad —dijo—. Me gustas mucho. —Se rió—. ¡Y eso no lo puedo decir de mucha gente!
Lo creí de inmediato. Me sentí sorprendida por haber escuchado de sus labios un cumplido de tal calibre. Seguro que era el mayor que se pudiera escuchar de ella, algo así como un «te quiero» dicho por otra persona, pero me había gustado oírlo y sabía que ella jamás lo habría dicho, y menos aún en la forma que lo había hecho. Ya era un milagro que se hubiera esforzado en utilizar aquel tono tan dulce.
Me miró durante unos segundos. Luego se inclinó hacia mí de nuevo y su beso fue un poco más exigente. Todavía resultaba más dulce que excitante. Su mano acarició mí pecho y luego avanzó hacia mi entrepierna. Yo me encogí y ella se detuvo de inmediato.
—¿Aún te duele? —preguntó y su voz sonó preocupada de verdad, incluso solícita. Yo no esperaba eso de ella.
—Sí —contesté, torciendo un poco el gesto—, pero puedes seguir sin ningún problema...
Lo aguantaría porque no podía ser mucho peor que el día anterior. Y mientras estuviera en aquel barco y disfrutara de su hospitalidad, opción por la que me había decidido una vez más, algo le daría a cambio. Y no tenía otra cosa para darle.
Ella echó la mano hacia atrás y, sonriente, me acarició la cara.—No —dijo—. Entonces no. —Se echó hacia atrás—. ¿Sabes cocinar? —preguntó de repente.
Yo me quedé algo confusa por el repentino cambio de tema.—No... No, no mucho —respondí.
«¿Ahora voy a complacerte con mis artes culinarias en lugar de hacerlo con sexo? Pues has hecho un mal negocio conmigo.»
—Entonces te traeré un par de cosas para hoy por la noche —me anunció con todo dinamismo.
Me puso algunos paquetes más en los brazos, ella recogió otros y caminó delante de mí en dirección a la cocina
— A mí me gusta cocinar, pero no tengo tiempo, excepto en vacaciones. —Me sonrió de una forma que casi parecía maternal—. Y puesto que te has sentido tan encantada con mis esfuerzos culinarios, seguro que podrás aprender algo —reflexionó, en plan ama de casa orgullosa.
Yo la miré y sonreí.—¡Eres increíble! —exclamé.
Se dio la vuelta.—¿Por qué? ¿Por qué sé cocinar? —Luego se dedicó a guardarlas cosas en los armarios.
Yo miré su espalda flexionada cuando se agachó ante la nevera y la acaricié. No podía hacer otra cosa. Sentía tanta ternura en aquel momento...
—No, sólo porque eres tú—dije en voz baja.
Pareció que se quedaba petrificada; luego se irguió de nuevo.—¡Y ahora fuera de aquí! —Se dio la vuelta en plan de broma—.¡El sol nos sonríe! ¡Ya tendremos tiempo esta noche para encerrarnos aquí!
Yo ya sabía que aquello no tenía nada que ver con una declaración de amor, porque ella no las hacía ni permitía que se las hicieran. Ni siquiera una mínima alusión, como la que acababa de hacer yo; ella las declinaba y se negaba a comentar nada, o reaccionaba cambiando de conversación. No quería enfrentarse a eso, porque parecía resultarle muy desagradable. Estaba convencida de que ella sólo había tolerado mis palabras porque yo no había utilizado la palabra «amor». Y yo no deseaba saber cómo podía reaccionar si lo hacía. Seguro que de cualquier forma menos tomándoselo en broma. Parecía que no podía resistirlo. Aquella tarde, por primera vez, nos sentamos en cubierta sin que yo tuviera la sensación de que debía protegerme constantemente de su mirada o de que me estaba observando como si yo fuera una pieza de caza que ella quisiera matar.
Santana estaba tranquila y relajada, y alguna vez, y casi por casualidad, me rozaba con suavidad el brazo o la cara, como si quisiera comprobar que aún estaba allí, pero nada más. Ella parecía mantener su promesa, por lo que no debía temer ningún ataque sexual.
Cuando el sol bajó algo más ella se despojó de la camiseta y se dirigió hacia la borda.—¿Qué tal si nadamos un poco? —me preguntó, con ojos relampagueantes.
Realmente eran unos ojos muy bellos de color café oscuro. Si los pudiera contemplar más a menudo desde aquella distancia sin sentirme acosada...
Instantes después Santana se volvió y se zambulló en el mar con un elegante salto, que parecía dominar muy bien. Yo miraba sus chapoteos allá abajo.
—¡Vamos! —gritó, haciéndome señas—. ¡El agua está fenomenal! —Se hizo a un lado para que yo pudiera saltar.
Pero yo no pensaba hacerlo. Primero, porque no sabía qué parte del cuerpo entraría primero en contacto con el agua. Y segundo, porque, además, no quería que se riera de mí al verme caer en el agua como una bomba. Un salto tan elegante como el suyo no lo podría repetir ni por asomo. Me fui al otro extremo del barco y subí al bote auxiliar para entrar luego en el agua.
Santana se deslizó hasta mí con suavidad. Parecía nadar muy bien. Tenía aspecto de sentirse muy cómoda en aquel elemento, como pez en el agua.
—¿No te gusta saltar? —preguntó entre risas.
Hizo un remolino hacia atrás y nadó estilo crol durante un rato. Yo nadé un poco por los alrededores, pero no me alejé mucho del barco.
No podía seguirla, porque era más rápida que yo. El agua se pegaba a mi piel con una espléndida calidez y me deslicé boca arriba, con la mirada puesta en el cielo. Siempre me había gustado aquella sensación de estar de espaldas en el mar, mirando hacia arriba, sin nada que pudiera estorbar a la vista, ni siquiera el gorro de baño, obligatorio en las piscinas. Aquí, por supuesto, resultaba más bello. Era como estar sola en la inmensidad del universo.
De repente, algo saltó junto a mí. ¿Un delfín? No. Era Santana
Al parecer se había acercado a toda velocidad, en eso sí parecía un delfín, antes de saltar a mi lado y salir fuera del agua.
—¿No nadas? —preguntó de nuevo con ojos divertidos.
Era la primera vez que le veía aquella expresión. Parecía muy joven y hermosa.
—Me temo que no soy una criatura acuática como tú —dije, lamentándome—. No sé nadar muy bien.
—¿Ah, no? —Nadaba a mi alrededor una y otra vez, y yo miraba su cara sonriente.
Luego, de repente, se sumergió y desde abajo me hizo cosquillas en el trasero. Perdí el equilibrio y me fui para abajo. Ella se colocó a mi lado y me ofreció el brazo, para que pudiera agarrarme.
—Perdona —dijo, riéndose como una niña—, pero resultaba muy tentador.
—¡Lo haces porque sabes que no puedo alcanzarte! —repuse con algo de rencor. Se me había metido agua en la nariz, lo que resultaba muy desagradable.
—No tienes por qué hacerlo —dijo ella, ahora algo más seria, y nadó hacia mí. Se mantuvo a flote a mi lado y me sujetó por la nuca.
Luego me besó y, gracias a sus diestros movimientos, nos mantuvimos quietas sobre el agua. De repente, me abrazó con fuerza y nos hundimos mientras nos besábamos. Era como en la novela 20.000 leguas de viaje submarino.
Por un momento me sentí en un mundo totalmente distinto. Pero me faltó el aire y tuve que subir. Volví a respirar mientras ella chapoteaba de nuevo a mi alrededor.
—¿Ha sido tan malo? —preguntó, sonriente. No suponía en serio que pudiera haberlo sido.
—No, resulta fantástico. —Sacudí la cabeza para quitarme el agua de las orejas y la miré—. Fantástico de verdad —añadí, en otro tono de voz.
Ella lo ignoró, como siempre.—¡Entonces ya podemos ir a bucear! —gritó, mientras salía de nuevo del agua.
La impresión que me causó el primer día, cuando la comparé con una diosa griega del mar, resultaba apropiada. ¿Podría provenir del mar? Algo así como una sirena o una ninfa...Santana había desaparecido en la lejanía y de repente surgió otra vez a mi lado. Había nadado mucho tiempo por debajo del agua.
«Me gustaría poder hacerlo yo también», pensé, lanzando un suspiro.
—¿Te divierte esto? —me preguntó.
—¿Qué? —dije, turbada, porque mis pensamientos se habían ido muy lejos
—. Ah, bucear. Claro, pero no sé si podré hacerlo.
De nuevo era algo que ella pagaría. No obstante, debía desprenderme de aquel tipo de pensamientos si quería disfrutar de mi estancia allí. Y eso es lo que quería: disfrutar con ella.
—No te preocupes, seguro que puedes —dijo para tranquilizarme—. Para hacerlo no hay por qué saber nadar muy bien.
De nuevo se sumergió, se alejó de mí y, sin tocarme, me pasó entre las piernas. Luego lo volvió a hacer y me sumergió en el agua. Yo chapoteé un poco y regresé a la superficie. Estaba claro que ella armaba jaleo como si fuera una niña.
—No, Santana —dije—. Yo, de verdad, no nado muy bien. Me da miedo.
—De acuerdo —dijo ella, de morros, también como una niña.
Luego hizo una mueca—. ¿Esto también te da miedo? —Y comenzó a salpicarme con el agua hasta que tuve que taparme la cara con las manos.
Parecía ansiosa por jugar.—¡Muy bien! ¡Espera! —gruñí, la salpiqué y traté de perseguirla nadando. Como no pude alcanzarla, volvió a ponerse detrás de mí para seguir salpicándome. Me volví—. ¡Espera y verás! —dije en plan de aviso e hice ademán de alcanzarla, aunque estaba convencida de que ya se habría marchado.
Pero esta vez se quedó quieta en el agua. Cuando llegué hasta ella busqué sus ojos y miré en lo más profundo de ellos. Bueno, si no era ternura lo que vi allí... Incluso habría dicho que había un cierto atisbo de amor, pero prefería callarme.
Esta vez fui yo quien la besó. Nos sumergimos de nuevo y luego regresamos a la superficie, en esta ocasión en menos tiempo, por lo que no tuve que intentar atrapar algo de aire. Había sido un buen entrenamiento. Santana se desprendió de mí, al menos eso me pareció, se alejó algo, se escapó de mis manos y luego se rió, dio voluptuosos gritos de júbilo y comenzó de nuevo su ataque a base de salpicaduras. Pero esta vez no me dejé sorprender y se lo devolví todo.
Cualquiera hubiera podido pensar, por nuestra forma de jugar, gritar y reír mientras intentábamos atraparnos, que éramos dos niñas de diez años. Era magnífico. Me pregunté qué dirían sus colegas de la agencia si pudieran verla así. Parecía que, de repente, se había esfumado toda la severidad que, a veces, flotaba agobiante a su alrededor. Cada vez la quería más. Era una mujer maravillosa y me hubiera gustado verla con más frecuencia juguetona y relajada, tal y como estaba ahora. Al cabo de un rato jadeábamos a causa del cansancio, sobretodo yo, que no estoy muy acostumbrada al agua. Me agarré a la escalerilla del barco.
—Ya no puedo más —declaré, agotada, pero sin dejar de reír—.Me voy a ahogar.
—Sería una pena —dijo ella, mientras mostraba una sonrisa de satisfacción—. Ahora tengo un poco de hambre —añadió—. Sube tú ya hora iré yo.
Se dio la vuelta y con un poderoso impulso, se sumergió de nuevo en el agua. Después empezó a nadar estilo mariposa, o algo parecido. ¿Tendría aletas en lugar de abdomen? Entraba y salía del agua de una forma elegante y en muy poco tiempo ya estaba muy lejos. Yo trepé hasta el barco y la observé mientras ella regresó. Me parecía estar enamorada de una verdadera diosa del mar.
Los intentos de Santana para enseñarme los secretos de la cocina del mar no tuvieron demasiado éxito, pero fue muy divertido. Parecía que su ánimo mejoraba al cocinar, y eso que ya en el agua se la notaba con muy buena predisposición. Para mí era algo inusual el hecho de que pudiera estar tanto tiempo de buen humor. No permitía que nada le afectara. Yo podía hacer lo que quisiera: ella se reía por todo, me explicaba con paciencia algún que otro proceso de la preparación de la comida y si, un minuto más tarde y debido a que yo no tenía las cosas muy claras en el aspecto culinario, volvía a hacer la misma pregunta, ella me lo repetía con mucho gusto. Cuando la comida estuvo lista, cosa que hubiera ocurrido antes si yo no hubiera ayudado, la llevamos a cubierta y nos la comimos allí. Aquel pescado sabía muy distinto al primero que ella había preparado, pero era igual de maravilloso.
—Tendrías que abrir un restaurante —le propuse en plan de broma.
—Gracias, pero tengo bastante con la agencia —dijo con una mueca—, aunque ya he pensado en eso en alguna ocasión.
—¿Y por qué no lo has hecho? —Me metí en la boca un trozo de aquel exquisito pescado y luego cerré los ojos para saborearlo—.¡Hummm!
—Horarios de trabajo muy prolongados, no hay vacaciones, siempre hay que estar de pie —respondió. Cogió una cuchara y probó la salsa.
—Suena muy parecido a lo que haces ahora —dije.
—¿De veras? —Me miró—. Nunca lo había pensado. Pero creo que tienes toda la razón. —Se echó hacia atrás—. Pero la gran diferencia es que lo de ahora está mejor pagado.
Sí, si se trataba de dinero estaba claro el motivo por el que se había decidido por la agencia en lugar del restaurante. La miré y me mantuve callada. Eso me recordaba mucho a nuestro propio «acuerdo a cambio de dinero». Cambié de tema.
—Tú siempre... —Tuve que detenerme para tragar algo desaliva. No me resultaba fácil de decir—. ¿Siempre te traes a alguien aquí? ¿Siempre que vienes?
Ella volvió la cabeza y me miró de nuevo. Enseguida me arrepentí de haberle hecho aquella pregunta. Parecía que su buen humor se había esfumado. Su mirada era indefinible; parecía penetrarme aunque no era agresiva, sino vulnerable y susceptible. Una susceptibilidad que intentó esconder con un frío distanciamiento.
—No —dijo con toda tranquilidad—, la mayoría de las veces vengo sola.
¿La mayoría de las veces? ¿Qué significaba eso? ¿Ya habían venido otras antes de que yo llegara? ¿Otras a las que había pagado?¿Otras que habían tenido que aguantar lo mismo que yo? No me podía figurar nada distinto. ¿Habría venido aquí con alguien a quien no hubiera pagado? Era tan improbable que rechacé aquel pensamiento y... me negué a creerlo.
.—¿Santana? —pregunté—. ¿Has soñado hoy? ¿Sueñas de vez en cuando? Y, si lo haces, ¿se han cumplido tus sueños?
Ella se rió.—¿Cómo se te ocurren esas preguntas? —Se puso algo más seria y me miró—. Por supuesto —dijo—. Todas las personas tienen sueños. Sobre todo cuando son jóvenes. Yo también los tuve. —Ya resultaba asombroso que lo admitiera—. Pero, ¿para qué sirven los sueños? —añadió—. En realidad nunca se cumplen. Y, si lo hacen, es de forma muy distinta a lo que uno esperaba.
—Yo creo que los sueños existen sencillamente para soñarlos —dije. Aquel razonamiento me llegó de forma espontánea. No había pensado en él—. Así se tiene algo que nos puede hacer avanzar durante toda la vida. Algo a lo que cada uno aspira.
—¿Y qué pasa si alguien alcanza lo que sueña? —preguntó Santana, extrañamente interesada en el tema—. ¿Entonces uno se muere luego?
—Pues tú ya no deberías vivir mucho tiempo. Seguro que ya has conseguido todo lo que has soñado —dije sin pensarlo dos veces. Me parecía evidente.
—¿Yo? —Santana me miró con una expresión burlona y alzó las cejas—. Mis sueños no se han cumplido. Ni uno solo de ellos. ¿Cómo se te ocurre pensar lo contrario?
—Tú... eres rica —dije, turbada—. Puedes permitirte todo lo que desees.
—Sí, puedo permitírmelo todo, es cierto —contestó, mientras bebía de su copa—. Pero todo lo que se puede comprar con dinero. —Me observó con la mirada de una mujer sabia y anciana, que enseña a un niño que no sabe nada de la vida—. Para ti puede ser envidiable, puesto que no tienes dinero. Pero tener dinero no es un sueño. Es más, puede ser todo lo contrario a un sueño. Las cosas valiosas de verdad son las que no se pueden comprar, al menos no con dinero. Quizá lo descubras algún día —dijo.
.—Yo sé que hay cosas que no se pueden comprar con dinero —dije.
—No muchas —replicó Santana, torciendo un poco la boca—,pero sí algunas.
—Eso no me lo digas a mí. —De repente me di cuenta de que lo que hacía allí no se ajustaba a mi papel. ¿No quería jugar a la dama de compañía, ávida de dinero y curada de espantos?
Me dominé y sonreí—. Pero el dinero puede facilitar mucho la vida. ¿No estás de acuerdo?
—No, no lo estoy —dijo Santana—, pero si tú lo crees no seré yo quien te quite esas ideas. Ya habíamos llegado de nuevo donde ella me quería tener. Yo sólo estaba allí por el dinero que ella me daba, no había ningún otro motivo. Y eso tras aquella maravillosa tarde en la que no parecía que yo la hubiera convencido.
Nos sentamos en el balancín, ya que desde allí se tenía la mejor vista del mar.
Se inclinó hacia mí y yo retrocedí antes de que pudiera darme cuenta.—Perdona —dije de inmediato—. No lo he hecho a conciencia. Si tú quieres...
Ella sonrió.—No tengas miedo —murmuró—. No te voy a tocar. Me dio un ligero beso y luego se echó de nuevo hacia atrás.
Nos quedamos sentadas, cogidas del brazo, hasta que se puso el sol y luego permanecimos allí durante mucho más tiempo.
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Les informo que estoy terminando The Secret, mañana subiré los dos capitulo que faltan y el epilogo. Ya solo me quedaría Placeres Condescendientes y este fic. Estoy pensando en subir otro que esta basado en un película, en un rato mas colgare el primer capitulo y si gusta pararía Placeres por un tiempo mas y solo me quedarían dos. Bueno depende de ustedes.
Eso, besos a todas y como siempre gracias por darse el tiempo de comentar.
Capitulo 9 "Paciencia al limite"
Regresé, subí al barco y encontré a Santana igual que el día anterior, es decir, en cubierta, sentada y tomando café.
—¿Te has duchado en el mar? —me preguntó, con una sonrisa de satisfacción.
«¿Me habrá visto desde el barco?», pensé.
—Sí, yo... yo he dormido en la playa —contesté, algo turbada. ¿Acaso tenía que disculparme? Lo habría hecho con gusto, pero ¿porqué? Ella colocó los brazos detrás de la cabeza y se estiró un poco.
—Es hermoso, ¿no es cierto? A mí siempre me ha gustado.
Miré sus pechos. Se destacaban debajo de su camiseta, que hoy no era tan holgada como otros días. Se le marcaban los pezones. ¿Estaría excitada y me esperaba para...? Me volví a toda velocidad.
—De todas formas tengo que quitarme la arena. —Me reí de una forma un tanto artificial y me dirigí a mi camarote.
—Espera —dijo y oí que se levantaba de la silla para seguirme. Me detuve y se acercó
—Buenos días —añadió con dulzura, y acto seguido me dio un suave beso en la boca. Luego se rió—. Y ahora vete a la ducha —dijo, quitándose de la boca un par de granos de arena—. ¡Esto es tremendo! —Me dio un ligero cachete en el culo y proseguí mi camino, esta vez con una auténtica sonrisa.
Cuando regresé, me trajo algo de la cocina. Era un poco de pescado de la noche anterior.
—Tengo un hambre terrible —dije a modo de disculpa, mientras me servía—. ¿Me lo puedo comer todo?
Ella rió.—Claro. Hoy llegarán las provisiones que encargué ayer. El pescado nadaba sobre una salsa de aspecto rojizo y probé las dos cosas mezcladas.
—¡Cielos! —exclamé—. ¡Cocinas como una diosa! —Me salió así de espontáneo. No hubiera querido decirlo tan alto, pero es que verdaderamente estaba exquisito.
Las comisuras de sus labios se contrajeron en un gesto divertido.—Gracias —dijo—. Ya tengo más posibilidades de casarme.
Yo la miré.—Si tú lo deseas —comenté con irritación.
Hasta el momento sólo sabía de ella que era lesbiana, pero ¿conocía algo más? Quizás iba en serio eso que acababa de decir. Puede que también supiera comportarse como heterosexual.
—Nunca se sabe —replicó y se estiró una vez más.
Esta vez yo estaba más cerca y me fijé directamente en sus pechos, en sus erguidos pezones, que parecieron endurecerse aún más. ¿Lo hacía adrede? No necesitaba seducirme; le bastaba con ordenarlo.
—¿Pero no tenías tanta hambre? —dijo de repente y en su voz sonó claro el regocijo. Yo había dejado de comer para mirarle los pechos. Desvié la vista a toda velocidad.
—Sí —contesté con timidez. No la miré. Estaba segura de que me observaba, divertida, al darse cuenta de mi reacción.
—¿Tienes ganas? —preguntó en voz baja.—No... Sí, sí. Claro.
En realidad yo sí tenía ganas. Me pagaba por eso y a ella también le apetecía. Su voz sonaba ronca. Mi espontánea negativa inicial se había referido a la tensión que existía entre mis piernas. Noté que me seguía doliendo e intenté reprimir cualquier señal de deseo. Pero a ella eso no le interesaba y, de hecho, no sería tan malo como el día anterior. Ella me lo había prometido y era una mujer de palabra. Debía de saberlo.
—Entonces, vamos —dijo. Se dirigió al otro lado de la cubierta, el que estaba más alejado de la isla y que daba a mar abierto. Allí se volvió—. Debería haber ido contigo a la playa —dijo con indiferencia—. Ahí fuera es mucho más hermoso, pero aquí también está bien. —Se quitó las braguitas del bikini, pero se dejó puesta la camiseta—.Quiero que sea rápido, violento y profundo. Sin rodeos. ¿Crees que lo lograrás? —Era como preguntarle a un camarero si le recomendaba el solomillo: su tono de voz era idéntico.
Sin rodeos, eso quería decir sin caricias, sin juegos previos, sin roces, sólo un puro dentro-fuera. Y que ella se hubiera dejado puesta la camiseta debía de significar que no se dejaría tocar los pechos. No le interesaba. Parecía que hoy no estaba muy exigente. No esperó ninguna respuesta por mi parte y se limitó a tumbarse en cubierta. ¿Qué debería haber contestado yo? Estaba obligada a hacer todo lo que me pidiera. Ahora estaba allí boca arriba y estiró las piernas para colocarlas en la posición más adecuada a fin de que yo pudiera acceder.
—Empieza ya —dijo, impaciente.
Casi no podía esperar. Me arrodillé ante ella y coloqué mis dedos en su entrada. Estaba húmeda, muy húmeda. Había estado muy bien que yo me hubiera quedado en la playa, porque seguro que aquello no venía sólo de los últimos cinco minutos. Si me hubiera quedado allí, en el barco, ella habría exigido sus derechos. Hizo un gesto de impaciencia, pero no dijo nada. Entrar en ella, húmeda como estaba, no supuso ningún problema. Cerré los ojos por un momento, como siempre lo hacía, y noté una presión en mi centro, señalándome que el dolor seguía allí.
Yo no sabía si podría hacerlo. Lo cierto es que yo a ella no le hacía daño: lo que quería exactamente era lo que a mí me había causado tanto dolor. Titubeé y retrocedí un poco. Santana se alzó y se arrimó a mí para acabar con mi indecisión. Suspiraba. Yo empujé de nuevo, como nunca lo había hecho, y noté por un momento mi propio dolor interno.
—¡Más violento! —gimió—. ¡Más profundo! —Me esforcé en cumplir sus deseos.
Introduje todos mis dedos y empujé tanto como pude, hasta que me dolió el brazo. Ella gemía cada vez más alto y, para poder elevar mejor las caderas, se agarró a la borda que tenía tras ella y sólo tardó unos pocos minutos en estallar. Sofocó el grito que parecía subir de su garganta y lo transformó en un hondo gemido, lleno de placer. La isla estaba demasiado cerca. Se mantuvo tumbada durante un minuto más, hasta que yo saqué los dedos, y luego se levantó como si no hubiera pasado nada, y puso rumbo a su camarote. Ya en la escalera, se volvió y, como si hubiera olvidado comentarlo, dijo:
—Ha estado bien. —Luego bajó y me dejó allí.
¿Cómo iba a soportar eso durante tres semanas? Ella siempre tan fría. Cuando me daba por pensar que su carácter había cambiado, que parecía más delicada o que mostraba un poco más sus sentimientos, volvía otra vez a sacudirme en la cabeza. Estaba claro que no quería que yo la amara. Eso se notaba con toda claridad. Quería limitar nuestra relación a lo que había ocurrido allí: a nuestro acuerdo.
Yo también bajé a mi camarote y me tumbé en la cama. Al poner los brazos detrás de la cabeza, noté que algo hacía ruido debajo de la almohada. Me levanté y miré. Era otro billete grande. No, lo miré mejor: eran dos billetes. Había subido el precio por mi virginidad. ¿O era un anticipo por lo que acababa de suceder y que ella ya tenía pensado desde el día anterior? ¿Sería para calmar el dolor? Hubiera tirado el dinero a la mierda, pero me contuve. Mi madre trabajaba muy duro para lo poco que ganaba. Le compraría un regalo, algo que deseara desde hacía tiempo, y aquel dinero ya no olería más a... puta. Y mi madre nunca se enteraría. Un rato después atracó una barca junto al yate. Probablemente era Spyros. Sentí que Santana volvía a sonreír de una forma tan seductora como el día anterior, cuando estaba en tierra. Quizá lo del matrimonio no era una broma y encontraba a los hombres atractivos. El sexo que acababa de reclamarme también le interesaba.
Si era eso lo que quería, ¿por qué no se acostaba con un hombre? ¿Por qué me atormentaba a mí?
Los hombres revoloteaban a su alrededor, eso estaba claro, y no tendría ninguna dificultad en escoger a uno. Sólo necesitaba ir atierra para hacer sus compras. Spyros le traía todo a bordo sólo por ver sus lindos ojos, o todo lo demás. Subí para observar el juego. No quería perdérmelo. ¿Cuándo había reído y flirteado conmigo de un modo tan seductor? No lo hacía porque no lo necesitaba. A fin de cuentas, me pagaba por eso. Me apoyé en la pared y crucé los brazos. Ella desplegó todos sus encantos para Spyros, que ni siquiera sabía lo que ocurría. Mejor que llevara puestos aquellos pantalones tan anchos, porque estaba claro que aquello no le dejaba indiferente. De hecho, a mí tampoco. Su atractivo era tan poderoso que incluso yo me sentí afectada. Podía ser tan hechicera como le diera la gana. Yo deseaba a aquella mujer. Era la mujer de mis sueños, la que me hablaba en ellos y no me hacía daño. Pero, si yo lo veía así ahora, ¿por qué me daba siempre la espalda? Podía hacerlo mejor de otra forma: con risas y bromas, de una manera cariñosa y agradable. ¿Porqué no lo hacía más a menudo? ¿Por qué no conmigo? Spyros se despidió y se fue, un poco decepcionado por no haber conseguido con su pedido algo más de lo que ella había solicitado y por no haber podido flirtear con Santana.
Santana se acercó a mí con cosas comestibles en la mano. Se reía y se mostraba satisfecha por la charla que había mantenido.
—¿Te gustan los hombres? —le pregunté cuando se acercó.
La sonrisa desapareció de su rostro.—¿Tienes algo en contra? —preguntó, fríamente.
—No. —Como continuó su marcha, aún apoyada en la pared, me volví para poder seguirla con la mirada. Luego se detuvo y dejó la comida sobre la mesa. —Sólo quería saberlo —dije muy tranquila.
No me afectó. No debía sentirme afectada. Gracias a Dios, en los últimos días había aprendido a controlarme un poco. Antes del viaje, lo más probable es que en una situación como aquélla yo hubiera estallado en lágrimas.
—¿Por qué? —me preguntó, mientras clasificaba la compra. No me miraba—. ¿Acaso te importa? —Se dio la vuelta y me contempló con mala cara.
Yo me encogí de hombros.—Sólo me preguntaba el motivo por el que estás aquí conmigo en lugar de con un hombre. Parece que te llevas muy bien con ellos. Tú eres tan... encantadora cuando estás con ellos. Apenas te reconozco.
—Creo que no ha sido buena idea traerte aquí conmigo —dijo, casi en un susurro, como para sí misma.
Agarré su brazo con fuerza cuando quiso pasar por delante de mí.—¿Por qué, Santana? —dije en voz baja—. ¿Qué esperabas de mí?
Me acordé del primer día, cuando me tomó entre sus brazos y me aseguró lo maravilloso que sería cuando yo estuviera aquí. Pero de eso ya hacía mucho tiempo. ¿Qué había cambiado? Por otro lado, ¿no había recibido todo lo que quería, todo lo que habíamos acordado? Le había dado mucha importancia a eso.
Intentó soltarse.—En todo caso, no me esperaba preguntas de ese tipo —contestó de mala gana.
La sujeté con más fuerza para impedir que se marchara.—Entonces, ¿qué es lo que ocurre, Santana? Por favor, dímelo. Me vas a volver loca con tu... —me interrumpí.
Quería decir tu frialdad, pero ella no habría sabido de qué le hablaba. Ahora me miraba, cosa que había tratado de evitar durante todo el tiempo.
—¿Con mi... qué? —preguntó, en un tono ácido.
—Nada, déjalo. —La solté y me senté.
Me sentía tan agotada como lo había estado después de nuestra relación física anterior. No tenía ningún sentido. Ella no me entendía. Y ahora, además, estaba también el tema de los hombres. ¿Qué hacía yo allí? Le devolvería su dinero y el reloj de oro, y trabajaría hasta poder pagar el resto. Lo haría en cualquier sitio, pero no con ella.
—¿Aún sigue en pie tu oferta? ¿Puedo volverme? —pregunté, harta; si no era así, tendría que aguantar las tres semanas. No podía permitirme el lujo de pagarme un billete de vuelta.
—¿Ahora? —preguntó ella en voz baja. Por un momento me pareció que su voz perdía el tono de enojo.
Me eché a reír.—¡Sin mí estarás mucho mejor! Sólo doy motivos para que te enfades, me largo a la playa... ¿Acaso no supone eso la ruptura del contrato? —La miré con expresión interrogante, pero ella se mantuvo en silencio—. Decídete por Spyros —exclamé—. Seguro que con él todo te resulta mucho más sencillo.
Santana regresó y se sentó en el sofá de enfrente.—A mí no me gustan los hombres —dijo y luego se echó a reír, algo sorprendida—. ¡Ahora ya has conseguido que conteste a tu pregunta! —determinó.
La miré con un movimiento de cabeza.—¿Qué hay de malo en contestar preguntas? —repuse yo—. En otro caso, ¿cómo se podría llegar a...
—¿Conocerse? —acabó la frase al notar mi titubeo. —¿Es eso lo que quieres de verdad? ¿Conocerme?
¡Por supuesto! ¿Qué se había pensado?
La miré sin entender nada.—Sí. Claro.
—¿De verdad? —dijo, alzando las cejas.
—Sí, de verdad —confirmé una vez más—. ¿Por qué crees que he venido aquí?
—Eso está muy claro —respondió en un tono frío.
—Pues lo he hecho por ti —dije y me levanté.
Fui hacia la borda y me incliné hacia delante. Ya no soportaba mirarla más. Me había roto el corazón y ni siquiera se había dado cuenta.
—¿Pero no lo has hecho por ti? —preguntó.
«Sí, claro, por mí también. Estoy aquí porque te quiero», eso es lo que me hubiera gustado responder, pero era una respuesta falsa. No podía contar con ella.
—No, no del todo —respondí y me volví hacia ella.
Santana se quedó mirándome. Era una mirada que yo no había visto antes y no sabía lo que significaba.
—No quiero hacerte daño —dijo, en un tono que pretendía ser inexpresivo.
—¡Oh, gracias! —exclamé, sarcástica. — ¡Pues lo has hecho muy bien!
Vino hacia mí y me acarició el rostro.—Lo siento —dijo en voz baja—, pero ahora ya no puedo dar marcha atrás. Por favor, no te vayas. Quédate. —Se inclinó un poco hacia mí y me besó. Muy dulce.
La observé cuando se apartó de mí, miré sus ojos y supe de inmediato que ya no quería huir. Aunque me sentía muy insegura.
—¿Lo dices en serio? —pregunté yo.
—Sí —murmuró y me besó de nuevo con igual delicadeza y cariño—. Estoy muy contenta de que estés aquí y me gustaría que te quedaras. —Se mantuvo a la espera de mi respuesta.
—Bien —dije, sin saber todavía si había tomado la decisión correcta.
—Bien. —Sonrió a su vez y cargó de nuevo con la comida—.Ayúdame a llevar todo esto a la cocina. —Cuando cogí el melón bajo el brazo, ella sonrió de nuevo y me miró, complaciente.
— No tienes coche, ¿verdad? —dijo—. ¿Cuál te gustaría?
Casi se me cae el melón al suelo. Lo sabía hacer muy bien. La miré sin decir nada.
—¡Dios mío! —De nuevo pareció disgustada—. ¡No me mires así! Ya sabes que el dinero no es ningún problema para mí. Tengo de sobra. Y a ti también te gusta disfrutar de lo que se puede comprar con él. —Hizo un movimiento y señaló hacia el mar—. ¿O no es cierto?
Eso no lo podía negar. Sin embargo..., si ahora volvía a hablar de nuestro acuerdo o, para resarcirme del dolor y de sus maneras frías y desconsideradas, quería regalarme un coche, entonces me vería obligada a regresar.
Santana recogió el melón y me apartó a un lado.—Ven aquí —me dijo en voz baja. Se acercó a mí y me besó de nuevo, más dulce que en las ocasiones anteriores.—Yo... Lo cierto es que me gustas de verdad —dijo—. Me gustas mucho. —Se rió—. ¡Y eso no lo puedo decir de mucha gente!
Lo creí de inmediato. Me sentí sorprendida por haber escuchado de sus labios un cumplido de tal calibre. Seguro que era el mayor que se pudiera escuchar de ella, algo así como un «te quiero» dicho por otra persona, pero me había gustado oírlo y sabía que ella jamás lo habría dicho, y menos aún en la forma que lo había hecho. Ya era un milagro que se hubiera esforzado en utilizar aquel tono tan dulce.
Me miró durante unos segundos. Luego se inclinó hacia mí de nuevo y su beso fue un poco más exigente. Todavía resultaba más dulce que excitante. Su mano acarició mí pecho y luego avanzó hacia mi entrepierna. Yo me encogí y ella se detuvo de inmediato.
—¿Aún te duele? —preguntó y su voz sonó preocupada de verdad, incluso solícita. Yo no esperaba eso de ella.
—Sí —contesté, torciendo un poco el gesto—, pero puedes seguir sin ningún problema...
Lo aguantaría porque no podía ser mucho peor que el día anterior. Y mientras estuviera en aquel barco y disfrutara de su hospitalidad, opción por la que me había decidido una vez más, algo le daría a cambio. Y no tenía otra cosa para darle.
Ella echó la mano hacia atrás y, sonriente, me acarició la cara.—No —dijo—. Entonces no. —Se echó hacia atrás—. ¿Sabes cocinar? —preguntó de repente.
Yo me quedé algo confusa por el repentino cambio de tema.—No... No, no mucho —respondí.
«¿Ahora voy a complacerte con mis artes culinarias en lugar de hacerlo con sexo? Pues has hecho un mal negocio conmigo.»
—Entonces te traeré un par de cosas para hoy por la noche —me anunció con todo dinamismo.
Me puso algunos paquetes más en los brazos, ella recogió otros y caminó delante de mí en dirección a la cocina
— A mí me gusta cocinar, pero no tengo tiempo, excepto en vacaciones. —Me sonrió de una forma que casi parecía maternal—. Y puesto que te has sentido tan encantada con mis esfuerzos culinarios, seguro que podrás aprender algo —reflexionó, en plan ama de casa orgullosa.
Yo la miré y sonreí.—¡Eres increíble! —exclamé.
Se dio la vuelta.—¿Por qué? ¿Por qué sé cocinar? —Luego se dedicó a guardarlas cosas en los armarios.
Yo miré su espalda flexionada cuando se agachó ante la nevera y la acaricié. No podía hacer otra cosa. Sentía tanta ternura en aquel momento...
—No, sólo porque eres tú—dije en voz baja.
Pareció que se quedaba petrificada; luego se irguió de nuevo.—¡Y ahora fuera de aquí! —Se dio la vuelta en plan de broma—.¡El sol nos sonríe! ¡Ya tendremos tiempo esta noche para encerrarnos aquí!
Yo ya sabía que aquello no tenía nada que ver con una declaración de amor, porque ella no las hacía ni permitía que se las hicieran. Ni siquiera una mínima alusión, como la que acababa de hacer yo; ella las declinaba y se negaba a comentar nada, o reaccionaba cambiando de conversación. No quería enfrentarse a eso, porque parecía resultarle muy desagradable. Estaba convencida de que ella sólo había tolerado mis palabras porque yo no había utilizado la palabra «amor». Y yo no deseaba saber cómo podía reaccionar si lo hacía. Seguro que de cualquier forma menos tomándoselo en broma. Parecía que no podía resistirlo. Aquella tarde, por primera vez, nos sentamos en cubierta sin que yo tuviera la sensación de que debía protegerme constantemente de su mirada o de que me estaba observando como si yo fuera una pieza de caza que ella quisiera matar.
Santana estaba tranquila y relajada, y alguna vez, y casi por casualidad, me rozaba con suavidad el brazo o la cara, como si quisiera comprobar que aún estaba allí, pero nada más. Ella parecía mantener su promesa, por lo que no debía temer ningún ataque sexual.
Cuando el sol bajó algo más ella se despojó de la camiseta y se dirigió hacia la borda.—¿Qué tal si nadamos un poco? —me preguntó, con ojos relampagueantes.
Realmente eran unos ojos muy bellos de color café oscuro. Si los pudiera contemplar más a menudo desde aquella distancia sin sentirme acosada...
Instantes después Santana se volvió y se zambulló en el mar con un elegante salto, que parecía dominar muy bien. Yo miraba sus chapoteos allá abajo.
—¡Vamos! —gritó, haciéndome señas—. ¡El agua está fenomenal! —Se hizo a un lado para que yo pudiera saltar.
Pero yo no pensaba hacerlo. Primero, porque no sabía qué parte del cuerpo entraría primero en contacto con el agua. Y segundo, porque, además, no quería que se riera de mí al verme caer en el agua como una bomba. Un salto tan elegante como el suyo no lo podría repetir ni por asomo. Me fui al otro extremo del barco y subí al bote auxiliar para entrar luego en el agua.
Santana se deslizó hasta mí con suavidad. Parecía nadar muy bien. Tenía aspecto de sentirse muy cómoda en aquel elemento, como pez en el agua.
—¿No te gusta saltar? —preguntó entre risas.
Hizo un remolino hacia atrás y nadó estilo crol durante un rato. Yo nadé un poco por los alrededores, pero no me alejé mucho del barco.
No podía seguirla, porque era más rápida que yo. El agua se pegaba a mi piel con una espléndida calidez y me deslicé boca arriba, con la mirada puesta en el cielo. Siempre me había gustado aquella sensación de estar de espaldas en el mar, mirando hacia arriba, sin nada que pudiera estorbar a la vista, ni siquiera el gorro de baño, obligatorio en las piscinas. Aquí, por supuesto, resultaba más bello. Era como estar sola en la inmensidad del universo.
De repente, algo saltó junto a mí. ¿Un delfín? No. Era Santana
Al parecer se había acercado a toda velocidad, en eso sí parecía un delfín, antes de saltar a mi lado y salir fuera del agua.
—¿No nadas? —preguntó de nuevo con ojos divertidos.
Era la primera vez que le veía aquella expresión. Parecía muy joven y hermosa.
—Me temo que no soy una criatura acuática como tú —dije, lamentándome—. No sé nadar muy bien.
—¿Ah, no? —Nadaba a mi alrededor una y otra vez, y yo miraba su cara sonriente.
Luego, de repente, se sumergió y desde abajo me hizo cosquillas en el trasero. Perdí el equilibrio y me fui para abajo. Ella se colocó a mi lado y me ofreció el brazo, para que pudiera agarrarme.
—Perdona —dijo, riéndose como una niña—, pero resultaba muy tentador.
—¡Lo haces porque sabes que no puedo alcanzarte! —repuse con algo de rencor. Se me había metido agua en la nariz, lo que resultaba muy desagradable.
—No tienes por qué hacerlo —dijo ella, ahora algo más seria, y nadó hacia mí. Se mantuvo a flote a mi lado y me sujetó por la nuca.
Luego me besó y, gracias a sus diestros movimientos, nos mantuvimos quietas sobre el agua. De repente, me abrazó con fuerza y nos hundimos mientras nos besábamos. Era como en la novela 20.000 leguas de viaje submarino.
Por un momento me sentí en un mundo totalmente distinto. Pero me faltó el aire y tuve que subir. Volví a respirar mientras ella chapoteaba de nuevo a mi alrededor.
—¿Ha sido tan malo? —preguntó, sonriente. No suponía en serio que pudiera haberlo sido.
—No, resulta fantástico. —Sacudí la cabeza para quitarme el agua de las orejas y la miré—. Fantástico de verdad —añadí, en otro tono de voz.
Ella lo ignoró, como siempre.—¡Entonces ya podemos ir a bucear! —gritó, mientras salía de nuevo del agua.
La impresión que me causó el primer día, cuando la comparé con una diosa griega del mar, resultaba apropiada. ¿Podría provenir del mar? Algo así como una sirena o una ninfa...Santana había desaparecido en la lejanía y de repente surgió otra vez a mi lado. Había nadado mucho tiempo por debajo del agua.
«Me gustaría poder hacerlo yo también», pensé, lanzando un suspiro.
—¿Te divierte esto? —me preguntó.
—¿Qué? —dije, turbada, porque mis pensamientos se habían ido muy lejos
—. Ah, bucear. Claro, pero no sé si podré hacerlo.
De nuevo era algo que ella pagaría. No obstante, debía desprenderme de aquel tipo de pensamientos si quería disfrutar de mi estancia allí. Y eso es lo que quería: disfrutar con ella.
—No te preocupes, seguro que puedes —dijo para tranquilizarme—. Para hacerlo no hay por qué saber nadar muy bien.
De nuevo se sumergió, se alejó de mí y, sin tocarme, me pasó entre las piernas. Luego lo volvió a hacer y me sumergió en el agua. Yo chapoteé un poco y regresé a la superficie. Estaba claro que ella armaba jaleo como si fuera una niña.
—No, Santana —dije—. Yo, de verdad, no nado muy bien. Me da miedo.
—De acuerdo —dijo ella, de morros, también como una niña.
Luego hizo una mueca—. ¿Esto también te da miedo? —Y comenzó a salpicarme con el agua hasta que tuve que taparme la cara con las manos.
Parecía ansiosa por jugar.—¡Muy bien! ¡Espera! —gruñí, la salpiqué y traté de perseguirla nadando. Como no pude alcanzarla, volvió a ponerse detrás de mí para seguir salpicándome. Me volví—. ¡Espera y verás! —dije en plan de aviso e hice ademán de alcanzarla, aunque estaba convencida de que ya se habría marchado.
Pero esta vez se quedó quieta en el agua. Cuando llegué hasta ella busqué sus ojos y miré en lo más profundo de ellos. Bueno, si no era ternura lo que vi allí... Incluso habría dicho que había un cierto atisbo de amor, pero prefería callarme.
Esta vez fui yo quien la besó. Nos sumergimos de nuevo y luego regresamos a la superficie, en esta ocasión en menos tiempo, por lo que no tuve que intentar atrapar algo de aire. Había sido un buen entrenamiento. Santana se desprendió de mí, al menos eso me pareció, se alejó algo, se escapó de mis manos y luego se rió, dio voluptuosos gritos de júbilo y comenzó de nuevo su ataque a base de salpicaduras. Pero esta vez no me dejé sorprender y se lo devolví todo.
Cualquiera hubiera podido pensar, por nuestra forma de jugar, gritar y reír mientras intentábamos atraparnos, que éramos dos niñas de diez años. Era magnífico. Me pregunté qué dirían sus colegas de la agencia si pudieran verla así. Parecía que, de repente, se había esfumado toda la severidad que, a veces, flotaba agobiante a su alrededor. Cada vez la quería más. Era una mujer maravillosa y me hubiera gustado verla con más frecuencia juguetona y relajada, tal y como estaba ahora. Al cabo de un rato jadeábamos a causa del cansancio, sobretodo yo, que no estoy muy acostumbrada al agua. Me agarré a la escalerilla del barco.
—Ya no puedo más —declaré, agotada, pero sin dejar de reír—.Me voy a ahogar.
—Sería una pena —dijo ella, mientras mostraba una sonrisa de satisfacción—. Ahora tengo un poco de hambre —añadió—. Sube tú ya hora iré yo.
Se dio la vuelta y con un poderoso impulso, se sumergió de nuevo en el agua. Después empezó a nadar estilo mariposa, o algo parecido. ¿Tendría aletas en lugar de abdomen? Entraba y salía del agua de una forma elegante y en muy poco tiempo ya estaba muy lejos. Yo trepé hasta el barco y la observé mientras ella regresó. Me parecía estar enamorada de una verdadera diosa del mar.
Los intentos de Santana para enseñarme los secretos de la cocina del mar no tuvieron demasiado éxito, pero fue muy divertido. Parecía que su ánimo mejoraba al cocinar, y eso que ya en el agua se la notaba con muy buena predisposición. Para mí era algo inusual el hecho de que pudiera estar tanto tiempo de buen humor. No permitía que nada le afectara. Yo podía hacer lo que quisiera: ella se reía por todo, me explicaba con paciencia algún que otro proceso de la preparación de la comida y si, un minuto más tarde y debido a que yo no tenía las cosas muy claras en el aspecto culinario, volvía a hacer la misma pregunta, ella me lo repetía con mucho gusto. Cuando la comida estuvo lista, cosa que hubiera ocurrido antes si yo no hubiera ayudado, la llevamos a cubierta y nos la comimos allí. Aquel pescado sabía muy distinto al primero que ella había preparado, pero era igual de maravilloso.
—Tendrías que abrir un restaurante —le propuse en plan de broma.
—Gracias, pero tengo bastante con la agencia —dijo con una mueca—, aunque ya he pensado en eso en alguna ocasión.
—¿Y por qué no lo has hecho? —Me metí en la boca un trozo de aquel exquisito pescado y luego cerré los ojos para saborearlo—.¡Hummm!
—Horarios de trabajo muy prolongados, no hay vacaciones, siempre hay que estar de pie —respondió. Cogió una cuchara y probó la salsa.
—Suena muy parecido a lo que haces ahora —dije.
—¿De veras? —Me miró—. Nunca lo había pensado. Pero creo que tienes toda la razón. —Se echó hacia atrás—. Pero la gran diferencia es que lo de ahora está mejor pagado.
Sí, si se trataba de dinero estaba claro el motivo por el que se había decidido por la agencia en lugar del restaurante. La miré y me mantuve callada. Eso me recordaba mucho a nuestro propio «acuerdo a cambio de dinero». Cambié de tema.
—Tú siempre... —Tuve que detenerme para tragar algo desaliva. No me resultaba fácil de decir—. ¿Siempre te traes a alguien aquí? ¿Siempre que vienes?
Ella volvió la cabeza y me miró de nuevo. Enseguida me arrepentí de haberle hecho aquella pregunta. Parecía que su buen humor se había esfumado. Su mirada era indefinible; parecía penetrarme aunque no era agresiva, sino vulnerable y susceptible. Una susceptibilidad que intentó esconder con un frío distanciamiento.
—No —dijo con toda tranquilidad—, la mayoría de las veces vengo sola.
¿La mayoría de las veces? ¿Qué significaba eso? ¿Ya habían venido otras antes de que yo llegara? ¿Otras a las que había pagado?¿Otras que habían tenido que aguantar lo mismo que yo? No me podía figurar nada distinto. ¿Habría venido aquí con alguien a quien no hubiera pagado? Era tan improbable que rechacé aquel pensamiento y... me negué a creerlo.
.—¿Santana? —pregunté—. ¿Has soñado hoy? ¿Sueñas de vez en cuando? Y, si lo haces, ¿se han cumplido tus sueños?
Ella se rió.—¿Cómo se te ocurren esas preguntas? —Se puso algo más seria y me miró—. Por supuesto —dijo—. Todas las personas tienen sueños. Sobre todo cuando son jóvenes. Yo también los tuve. —Ya resultaba asombroso que lo admitiera—. Pero, ¿para qué sirven los sueños? —añadió—. En realidad nunca se cumplen. Y, si lo hacen, es de forma muy distinta a lo que uno esperaba.
—Yo creo que los sueños existen sencillamente para soñarlos —dije. Aquel razonamiento me llegó de forma espontánea. No había pensado en él—. Así se tiene algo que nos puede hacer avanzar durante toda la vida. Algo a lo que cada uno aspira.
—¿Y qué pasa si alguien alcanza lo que sueña? —preguntó Santana, extrañamente interesada en el tema—. ¿Entonces uno se muere luego?
—Pues tú ya no deberías vivir mucho tiempo. Seguro que ya has conseguido todo lo que has soñado —dije sin pensarlo dos veces. Me parecía evidente.
—¿Yo? —Santana me miró con una expresión burlona y alzó las cejas—. Mis sueños no se han cumplido. Ni uno solo de ellos. ¿Cómo se te ocurre pensar lo contrario?
—Tú... eres rica —dije, turbada—. Puedes permitirte todo lo que desees.
—Sí, puedo permitírmelo todo, es cierto —contestó, mientras bebía de su copa—. Pero todo lo que se puede comprar con dinero. —Me observó con la mirada de una mujer sabia y anciana, que enseña a un niño que no sabe nada de la vida—. Para ti puede ser envidiable, puesto que no tienes dinero. Pero tener dinero no es un sueño. Es más, puede ser todo lo contrario a un sueño. Las cosas valiosas de verdad son las que no se pueden comprar, al menos no con dinero. Quizá lo descubras algún día —dijo.
.—Yo sé que hay cosas que no se pueden comprar con dinero —dije.
—No muchas —replicó Santana, torciendo un poco la boca—,pero sí algunas.
—Eso no me lo digas a mí. —De repente me di cuenta de que lo que hacía allí no se ajustaba a mi papel. ¿No quería jugar a la dama de compañía, ávida de dinero y curada de espantos?
Me dominé y sonreí—. Pero el dinero puede facilitar mucho la vida. ¿No estás de acuerdo?
—No, no lo estoy —dijo Santana—, pero si tú lo crees no seré yo quien te quite esas ideas. Ya habíamos llegado de nuevo donde ella me quería tener. Yo sólo estaba allí por el dinero que ella me daba, no había ningún otro motivo. Y eso tras aquella maravillosa tarde en la que no parecía que yo la hubiera convencido.
Nos sentamos en el balancín, ya que desde allí se tenía la mejor vista del mar.
Se inclinó hacia mí y yo retrocedí antes de que pudiera darme cuenta.—Perdona —dije de inmediato—. No lo he hecho a conciencia. Si tú quieres...
Ella sonrió.—No tengas miedo —murmuró—. No te voy a tocar. Me dio un ligero beso y luego se echó de nuevo hacia atrás.
Nos quedamos sentadas, cogidas del brazo, hasta que se puso el sol y luego permanecimos allí durante mucho más tiempo.
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¡Fer Brittana4ever!***** - Mensajes : 212
Fecha de inscripción : 19/08/2013
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
Bueno la interaccion entre ambas estuvo mejor, hasta podria decirse que santana fue hasta considerada, ahora a esperar la actualizacion!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
se pone mejor la historia me gusta mucho gracias.. actualiza pronto por fi....
Any Noriega** - Mensajes : 72
Fecha de inscripción : 10/06/2013
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
Sigo pensando que Santana es...demasiado fria.. es obvio que solo quiere sexo pero se excede & Britt sufre por eso...
Ahora parece que van "bien" las cosas a pesar del mal rato que tuvo Britt siendo su primera vez..
Espero regreses pronto :)
Saludos :*
Ahora parece que van "bien" las cosas a pesar del mal rato que tuvo Britt siendo su primera vez..
Espero regreses pronto :)
Saludos :*
Elita- - Mensajes : 1247
Fecha de inscripción : 17/06/2012
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
xq no actualizas :(
celestegleez****** - Mensajes : 314
Fecha de inscripción : 10/01/2014
Elita- - Mensajes : 1247
Fecha de inscripción : 17/06/2012
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
Perdon!
De a poquito me estoy poniendo al dia con el foro! Unos de estos dia volvere con mis historias!
El trabajo me tiene muy ocupada, llego a mi casa y solo caigo muerta sin ganas de hacer nada, pero me estoy haciendo el animo!
Perdon nuevamente!
De a poquito me estoy poniendo al dia con el foro! Unos de estos dia volvere con mis historias!
El trabajo me tiene muy ocupada, llego a mi casa y solo caigo muerta sin ganas de hacer nada, pero me estoy haciendo el animo!
Perdon nuevamente!
¡Fer Brittana4ever!***** - Mensajes : 212
Fecha de inscripción : 19/08/2013
Re: [Resuelto]Fic Brittana ¡Island For Two! Capitulo 11 ACTUALIZACIÓN
Tú tranquila, aqui seguire esperando :3
Elita- - Mensajes : 1247
Fecha de inscripción : 17/06/2012
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