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FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
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FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Hola, aquí os traigo una adaptación del libro No te escondo nada de la trilogía Crossfire de Sylvia Day. Está adaptado a mi pareja favorita de Glee, Brittany y Santana.
A continuación dejo el prólogo a ver que les parece, comenten que les parece y si quieren que siga o no con la historia.
"Santana López apareció en mi vida como un rayo en la oscuridad... Era guapa y brillante, imprevisible y sensual. Me atraía como nadie ni nada lo había hecho nunca."
Brittany Pierce, se va a trabajar a Nueva York como asistente en una agencia de publicidad. Huye de una madre sobreprotectora y de un episodio de abusos sexuales en su infancia. Aún así es fuerte y sabe controlar sus miedos. Además tiene con ella a su gran amiga y compañera de piso Quinn Fabray.
Un día conoce a Santana López; como es de esperar la atracción entre ellas será inmediata, y Santana llegará incluso a espiarla y medio acosarla para acercase a ella. Donde mejor se entienden es en la cama, en el diván, aquí, allá y donde se tercie.
No te escondo nada, la nueva y sensual novela que arrasa en Estados Unidos, es la primera entrega de la trilogía Crossfire. Con cientos de miles de ejemplares vendidos, el fenómeno no ha hecho más que empezar...
Atreveté a leer, desde el primer capítulo no podrás parar...
Espero sus opiniones
Besos
A continuación dejo el prólogo a ver que les parece, comenten que les parece y si quieren que siga o no con la historia.
"Santana López apareció en mi vida como un rayo en la oscuridad... Era guapa y brillante, imprevisible y sensual. Me atraía como nadie ni nada lo había hecho nunca."
Brittany Pierce, se va a trabajar a Nueva York como asistente en una agencia de publicidad. Huye de una madre sobreprotectora y de un episodio de abusos sexuales en su infancia. Aún así es fuerte y sabe controlar sus miedos. Además tiene con ella a su gran amiga y compañera de piso Quinn Fabray.
Un día conoce a Santana López; como es de esperar la atracción entre ellas será inmediata, y Santana llegará incluso a espiarla y medio acosarla para acercase a ella. Donde mejor se entienden es en la cama, en el diván, aquí, allá y donde se tercie.
No te escondo nada, la nueva y sensual novela que arrasa en Estados Unidos, es la primera entrega de la trilogía Crossfire. Con cientos de miles de ejemplares vendidos, el fenómeno no ha hecho más que empezar...
Atreveté a leer, desde el primer capítulo no podrás parar...
Espero sus opiniones
Besos
Última edición por Peque_7 el Lun Ene 06, 2014 5:40 pm, editado 6 veces
Peque_7* - Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 01/01/2014
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
waaaau!! :0
interesanteee siguela :D
interesanteee siguela :D
raxel_vale****** - Mensajes : 377
Fecha de inscripción : 24/08/2013
Edad : 34
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Solo pondre:
En espera del primer dapitulo!
En espera del primer dapitulo!
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
woowww!!!!!!
super interesante, me encanto,.. síguelo!!!
nos vemos,...!!!
LU!!!!!!
super interesante, me encanto,.. síguelo!!!
nos vemos,...!!!
LU!!!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPÍTULO 1
No las hago esperar más y aquí traigo el primer capítulo, espero que les guste :)
—Deberíamos ir a un bar a celebrarlo.
No me sorprendió la categórica declaración de mi compañera de piso. Quinn Fabray siempre encontraba pretextos para ir a celebrar algo, por pequeño e intrascendente que fuera. Formaba parte de su encanto.
—No creo que beber la noche antes de empezar en un nuevo empleo sea buena idea.
—Vamos, Brittany. —Sentada en el suelo del salón de nuestra nueva casa, entre varias cajas de mudanza, Quinn esbozó su irresistible sonrisa. Llevábamos varios días desempaquetando, pero ella seguía teniendo un aspecto increíble. De constitución delgada, pelo rubio y ojos verdes, Quinn era una mujer a la que resultaba difícil no ver guapísima todos los días. Me habría sentado mal de no ser porque era la persona a la que más quería en este mundo.
—No estoy diciendo que nos vayamos de juerga —insistió—. Sólo una o dos copas de vino. Podemos pillar una happy hour y estar de vuelta a eso de las ocho.
—No sé si llegaré a tiempo. —Señalé mi pantalón y mi camiseta de yoga—. Después de calcular cuánto me llevará ir andando al trabajo, me acercaré al gimnasio.
—Camina deprisa y haz ejercicio más deprisa aún. —El perfecto arqueo de cejas de Quinn me hizo reír. No me cabía duda de que algún día el soberbio rostro de Quinn aparecería en carteles y revistas de moda de todo el mundo. Pusiera la cara que pusiera, estaba buenísima.
—¿Y qué tal mañana después del trabajo? —sugerí yo—. Si consigo terminar bien el día, sí merecerá la pena celebrarlo.
—Vale. Inauguraré la nueva cocina para cenar.
—¡Humm...! —Cocinar era uno de los placeres de Quinn, pero no uno de sus dones—. ¡Vale!
Se sopló un mechón rebelde para apartárselo de la cara y me lanzó una sonrisita.
—Tenemos una cocina que ya quisieran muchos restaurantes. Ahí no pueden salir mal las comidas.
Indecisa, le dije adiós con la mano y me marché, optando por evitar una conversación sobre el arte de cocinar. Bajé en el ascensor hasta la planta baja, y sonreí al portero cuando me mostró la salida a la calle con un ademán.
En cuanto puse un pie fuera, me invadieron los olores y sonidos de Manhattan, invitándome a explorar. No sólo había cruzado el país desde mi San Diego natal, sino que parecía estar en otro mundo. Dos importantes metrópolis, una de clima templado constante y pereza sensual, la otra rebosante de vitalidad y energía frenética. En mis fantasías, me imaginaba viviendo en un edificio sin ascensor en Brooklyn; sin embargo, como era una hija obediente, me encontraba en el Upper West Side. De no ser porque Quinn vivía conmigo, me habría sentido triste y sola en aquel amplio apartamento que, al mes, costaba más de lo que mucha gente ganaba en un año.
El portero me saludó con una ligera inclinación de sombrero.
—Buenas tardes, señorita Pierce. ¿Va a querer un taxi esta tarde?
—No, gracias, Paul. —Me balanceé sobre los tacones redondeados de mis deportivas—. Voy a caminar.
Él sonrió.
—Ha refrescado desde mediodía. Hará bueno.
—Me han dicho que disfrute del tiempo de junio, que luego empieza a hacer un calor de mil demonios.
—Le han aconsejado bien, señorita Pierce.
Al salir de debajo del moderno y acristalado voladizo de la entrada, que de alguna manera armonizaba con la edad del edificio y de sus vecinos, me recreé en la relativa tranquilidad de aquella calle bordeada de árboles hasta llegar al ajetreo y el tráfico de Broadway. Confiaba en que algún día no muy lejano conseguiría integrarme, pero de momento me sentía como una impostora que se hacía pasar por neoyorquina. Tenía unas señas y un empleo, pero aún desconfiaba del metro y no me resultaba fácil parar un taxi. Procuraba no caminar distraída y con los ojos como platos, pero era difícil. Había tanto que ver y experimentar...
La percepción sensorial era asombrosa: el olor del escape de los vehículos mezclado con el de la comida de los carritos ambulantes, los gritos de los vendedores ambulantes unido a la música de los animadores de calle, la impresionante variedad de caras, estilos y acentos, las imponentes maravillas arquitectónicas... Y los coches. ¡Santo Dios! Nunca había visto nada semejante a aquel frenético torrente de coches apretados.
Siempre había alguna ambulancia, coche patrulla o camión de bomberos
intentando abrirse paso entre la avalancha de taxis amarillos con el aullido electrónico de sus ensordecedoras sirenas. Me atemorizaban los pesados camiones de la basura que circulaban por pequeñas calles de un solo sentido y los conductores de reparto que desafiaban el denso tráfico para hacer frente a los estrictos plazos de entrega.
Los auténticos neoyorquinos se movían entre todo aquello como peces en el agua; su querida ciudad les resultaba tan cómoda y familiar como su par de zapatos favoritos. No miraban el vapor que salía de los baches y las rejillas de ventilación de las aceras con romántico embeleso, ni parpadeaban cuando el suelo vibraba bajo sus pies con el atronador paso del metro, mientras que yo sonreía como una idiota y flexionaba los dedos. Nueva York era una aventura amorosa completamente nueva para mí. Estaba arrobada, y se me notaba.
Así que realmente tuve que hacer esfuerzos para tomarme las cosas con calma mientras me dirigía al edificio donde iba a trabajar. Al menos, en lo que respectaba al empleo, me había salido con la mía. Quería ganarme la vida por méritos propios, y eso suponía un puesto de principiante. Empezaba a trabajar a la mañana siguiente como ayudante de Kurt Hummel en Schuester Field & Leaman , una de las agencias publicitarias más importantes de Estados Unidos. Mi padrastro, el megafinanciero Richard Stanton, se molestó cuando acepté el empleo, porque decía que si no fuera tan orgullosa podría haber trabajado para un amigo suyo y haberme beneficiado de ese contacto.
—Eres tan testaruda como tu padre —me dijo en aquel momento—. Tardará una eternidad en devolver tus préstamos estudiantiles con su sueldo de policía.
Aquello supuso una buena bronca, pues mi padre no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer.
—¡Ni hablar! Ningún otro hombre pagará los estudios de mi hija —había dicho Jeremy Pierce cuando Stanton se lo ofreció. Yo respetaba esa actitud, y sospecho que Stanton también, aunque nunca lo reconocería. Comprendía la postura de ambos hombres, porque yo misma había luchado por pagarme los préstamos... y no lo había conseguido. Para mi padre era una cuestión de orgullo. Mi madre se había negado a casarse con él, pero eso no le hizo vacilar en su determinación de ser mi padre en todos los sentidos posibles.
Sabiendo que era inútil hacerse mala sangre por antiguas frustraciones, me centré en llegar al trabajo cuanto antes. Había elegido a propósito una hora muy concurrida de un lunes para cronometrar el corto paseo, así que me alegró llegar al Lopezfire Building, que albergaba a Waters Field & Leaman, en menos de treinta minutos.
Eché la cabeza hacia atrás y recorrí con la mirada la altura del edificio hasta la escasa franja de cielo. El Lopezfire, una elegante y reluciente torre azul zafiro que atravesaba las nubes, imponía de verdad. Yo sabía, por las entrevistas que había realizado con anterioridad, que el interior, al que se accedía por las puertas giratorias enmarcadas en bronce, era igual de imponente, con suelos y paredes de mármol veteado, mostrador y torniquetes de seguridad de aluminio cepillado.
Saqué mi nueva tarjeta de identificación del bolsillo interior de los pantalones y se la mostré a los dos guardias de traje negro que estaban en recepción. Me dieron el alto de todos modos, sin duda porque no iba vestida de manera apropiada, pero enseguida me dejaron pasar. En cuanto subiera en ascensor al vigésimo piso, tendría el marco temporal para la ruta completa de puerta a puerta. Objetivo cumplido.
Me dirigía hacia los ascensores cuando a una esbelta y elegante morena se le enganchó el bolso en un torniquete y se le volcó, derramándosele un montón de calderilla. Una lluvia de monedas rodó alegremente por el suelo de mármol, y vi cómo la gente esquivaba aquel caos y seguía su camino como si no lo viera. Me dio pena y me agaché a ayudar a aquella mujer a recoger el dinero, como hizo también uno de los guardias.
—Gracias —dijo, con una rápida y afligida sonrisa.
—No pasa nada. Yo también me he visto en situaciones parecidas —respondí, devolviéndole la sonrisa.
Acababa de agacharme a coger una moneda de cinco centavos que estaba cerca de la entrada cuando me topé con un par de exclusivos zapatos de tacón negros impecables, a los que seguían unas largas piernas cubiertas por unas finas medias de tono oscuro. Esperé un instante a que aquella mujer se apartara de mi camino, pero, como no lo hacía, eché la cabeza hacia atrás para ampliar mi campo visual hacia arriba. Aquella falda negra ajustada que cubría sus piernas hasta casi las rodillas agitó alguna que otra de mis zonas sensibles, pero era el cuerpo alto y de una delgadez atlética que había dentro lo que lo convertía en sensacional. Pero, pese a lo impresionante que era toda aquella magnífica feminidad, fue al ver la cara de la tipa cuando quedé fuera de combate.
¡Caray...! ¡Caray!
Se puso justo en frente de mí, apoyada elegantemente en los talones. Me quedé impactada ante aquella feminidad que tenía a la altura de los ojos. Atónita.
Entonces algo sucedió entre nosotras.
Ella también se me había quedado mirando, y, mientras lo hacía, se transformó..., como si se le hubiera caído un escudo de los ojos y dejara entrever una arrasadora
voluntad que me dejó sin respiración. El intenso magnetismo que emanaba se fue haciendo más fuerte, hasta convertirse en una impresión casi tangible de enérgico e implacable poder.
Mi reacción instintiva fue echarme hacia atrás. Y me caí de culo toda despatarrada.
Me palpitaban los codos por el violento impacto contra el suelo de mármol, pero casi no notaba el dolor. Me había quedado absorta mirando, fascinada con la mujer que tenía delante. Un pelo negro como el carbón enmarcaba un rostro que quitaba el hipo. Su estructura ósea haría llorar de alegría a cualquier escultor, mientras que una boca firmemente delineada, una nariz afilada y unos ojos marrón intenso le hacían increíblemente guapa. Aquellos ojos se aguzaron ligeramente; por lo demás, sus rasgos mostraban una estudiada imperturbabilidad.
Tanto la camisa de vestir como la falda y la americana eran negros, pero la corbata gris combinaba perfectamente. Sus ojos eran perspicaces y calculadores, y me taladraban. Se me aceleró el corazón; separé los labios para respirar con más facilidad. Aquella mujer olía divinamente. No a colonia. A gel de baño, quizá. O a champú. Fuera lo que fuese, era de chuparse los dedos, como ella.
Me tendió una mano, dejando a la vista unos gemelos de ónice y un reloj que parecía muy caro.
Con una entrecortada inhalación, puse mi mano en la suya. El corazón me dio un vuelco cuando me la apretó. Su roce era eléctrico, y me subió una descarga por el brazo que me erizó el pelo de la nuca. Durante unos instantes no se movió, con una arruga en el ceño que echaba a perder el espacio de entre sus cejas de corte arrogante.
—¿Estás bien?
Su voz era culta y suave, con un tono áspero que me agitó el estómago. Me hizo pensar en el sexo. En un sexo extraordinario. Por un momento se me ocurrió que podría tener un orgasmo simplemente oyéndola hablar.
Tenía los labios secos, y me los lamí antes de contestar.
—Sí, gracias.
Moviéndose con una gracia infinita, tiró de mí hasta que estuve a su lado. Mantuvimos el contacto visual porque me resultaba imposible apartar la mirada. Era más joven de lo que había supuesto en un principio. Diría que no había cumplido los treinta, pero en sus ojos, fríos y de una agudísima inteligencia, había mucho mundo.
Me sentía atraída hacia ella, como si tuviera una cuerda alrededor de la cintura y
aquella mujer tirara lenta e inexorablemente de ella.
Parpadeé tratando de romper aquel aturdimiento y le solté la mano. No sólo era guapísima, era... fascinante. Pertenecía a esa clase de mujeres que hacen que una mujer quiera desabrocharles la camisa de un tirón y ver cómo los botones se desparraman junto con sus inhibiciones. La miré, vestida con aquel traje tan elegante, refinado y escandalosamente caro, y me vino a la mente la idea de follar cruda y salvajemente, con las uñas clavadas en las sábanas.
Se agachó y recogió mi tarjeta de identificación, que no me había dado cuenta de que se me había caído, liberándome de aquella provocativa mirada. A duras penas, mi cerebro se puso de nuevo en funcionamiento.
Me cabreé conmigo misma por sentirme tan torpe mientras que a ella se le veía completamente dueña de sí misma. ¿Y por qué? Porque estaba deslumbrada, ¡maldita sea!
Levantó la vista hacia mí y aquella postura —de ella casi arrodillada ante mí— hizo que volviera a tambalearme. Me sostuvo la mirada mientras se ponía de pie.
—¿Seguro que estás bien? Deberías sentarte un momento.
Me ardía la cara. Qué bonito, aparecer torpe y desgarbada delante de la mujer más grácil y segura de sí misma que había conocido en mi vida.
—He perdido el equilibrio, nada más. Estoy bien.
Al apartar la mirada, divisé a la mujer a la que se le había derramado el contenido del bolso. Dio las gracias al guardia que la había ayudado; luego vino hacia mí disculpándose con profusión. Me volví hacia ella y alargué la mano para darle el puñado de monedas que había recogido, pero la mirada se le fue hacia la diosa del traje y enseguida se olvidó de mí por completo. Unos instantes después, me acerqué y metí la calderilla en el bolso de la mujer. Luego me arriesgué a mirar a aquella mujer otra vez y descubrí que ella tenía puestos los ojos en mí, pese a que la morena no paraba de deshacerse en agradecimientos. A ella. No a mí, claro está, que era quien la había ayudado.
—¿Podría darme mi tarjeta, por favor? —intervine yo, interrumpiéndola.
Me la entregó, y aunque procuré cogérsela sin tocarle, sus dedos rozaron los míos, lo cual provocó una descarga que volvió a estremecerme.
—Gracias —murmuré, y acto seguido la rodeé y salí a la calle por la puerta giratoria. Me paré en la acera, tomando una bocanada de aquel aire de Nueva York que estaba impregnado de un millón de cosas diferentes, unas buenas y otras tóxicas.
Delante del edificio había un rutilante todoterreno negro Bentley, y vi mi reflejo en las inmaculadas ventanillas tintadas del vehículo. Estaba sonrojada y me brillaban mucho mis ojos grises. Ya me había visto yo aquella mirada: en el espejo del baño, justo antes de irme a la cama con una mujer. Era mi mirada de estoy-lista-para-follar y en aquel momento no debería tenerla en la cara.
¡Por el amor de Dios! ¡Contrólate!
Cinco minutos con doña Oscura y Peligrosa, y estaba llena de una energía inquieta y a flor de piel. Aún podía sentir la atracción que me producía aquella mujer, la inexplicable necesidad de volver a entrar a donde ella estaba. Podría argumentar que no había terminado lo que había ido a hacer al Lopezfire, pero sabía que después me daría cabezazos contra las paredes. ¿Cuántas veces iba a hacer el ridículo en un día?
—Ya basta —me reprendí a mí misma entre dientes—. ¡Andando!
Atronaban las bocinas cada vez que un taxi adelantaba a otro como una flecha, sin apenas espacio entre ellos, y luego frenaban en seco cuando los temerarios transeúntes se ponían a cruzar la calle, unos segundos antes de que cambiara la luz del semáforo. Luego seguían los gritos: un aluvión de improperios y gestos de las manos que no conllevaban verdaderas ofensas. En cuestión de segundos todas las partes implicadas se olvidaban de aquel intercambio, que no era más que una nota en el ritmo natural de la ciudad.
Al incorporarme al flujo de viandantes y encaminarme al gimnasio, esbocé sin querer una sonrisa. Ah, Nueva York, pensé, ya más tranquila. Cómo molas.
Había pensando hacer calentamiento en la cinta de correr y después completar la hora con algunas máquinas, pero al ver que estaba a punto de empezar una clase de kickboxing para principiantes, me uní al grupo de alumnos que estaba esperando. Para cuando terminó la clase, me sentía mucho mejor. Los muslos me temblaban con la dosis adecuada de fatiga, y sabía que dormiría como un tronco cuando me fuera a la cama por la noche.
—Lo has hecho muy bien.
Me sequé el sudor de la cara con una toalla y miré al joven que me hablaba. Era desgarbado y de suave musculatura, con unos vivaces ojos marrones y una piel café con leche perfecta. Tenía unas pestañas envidiablemente densas y largas, en contraste con la cabeza, que la llevaba afeitada.
—Gracias. —Torcí la boca en plan lastimoso—. Se me nota que es la primera vez, ¿verdad?
Él sonrió y me tendió la mano.
—Noah Pukerman.
—Brittany Pierce.
—Tienes un don natural, Brittany. Con un poco de entrenamiento dejarías fuera de combate a cualquiera. En una ciudad como Nueva York, saber defensa personal es imprescindible. —Señaló el tablón de corcho que había en la pared. Estaba lleno de tarjetas de visita y folletos clavados con chinchetas. Arrancó una pestaña de la parte inferior de una hoja de papel fluorescente y me la tendió—. ¿Has oído hablar del Krav Maga?
—En una película de Jennifer López.
—Yo lo enseño, y me encantaría enseñarte. Aquí tienes mi página web y el número del estudio.
Me admiraba su manera de abordar. Era directa, como su mirada, y su sonrisa era genuina. Me pregunté si estaría tratando de ligar, pero me lo dijo con tanta naturalidad que no podía estar segura.
Noah cruzó los brazos, lo cual le realzó unos bíceps bien marcados. Vestía una camiseta negra sin mangas y shorts largos. Sus zapatillas Converse parecían cómodas a base de haberlas usado mucho, y por el cuello le asomaban varios tatuajes tribales.
—En la página web encontrarás el horario. Deberías venir a conocerlo, y ver si es para ti.
—Me lo pensaré.
—Hazlo. —Volvió a estrecharme la mano, con firmeza y seguridad—. Espero verte.
El apartamento olía de maravilla cuando regresé a casa, y por los altavoces se oía cantar a Adele, a ritmo de soul, sobre seguir los caminos. A través del apartamento diáfano, miré hacia la cocina y vi a Quinn meneándose con la música y removiendo algo en los fogones. Había una botella de vino abierta sobre la encimera y dos copas, una de ellas con un poco de vino tinto.
—Hola —saludé al acercarme—. ¿Qué estás cocinando? ¿Me da tiempo a ducharme primero?
Me sirvió vino en la otra copa y la deslizó por el mostrador de desayuno en mi dirección, con movimientos practicados y elegantes. Viéndole, nadie habría dicho
que había pasado la infancia viviendo unas veces con su madre drogadicta y otras en casas de acogida, y la adolescencia en centros estatales de reclusión y rehabilitación de menores.
—Pasta con salsa de carne. Y dúchate luego, que la cena está lista. ¿Lo has pasado bien?
—Una vez que llegué al gimnasio, sí. —Saqué uno de los taburetes de madera de teca y me senté. Le hablé de la clase de kickboxing y de Noah Pukerman—. ¿Quieres venir conmigo?
—¿Krav Maga? —Quinn meneó la cabeza—. Eso es muy duro. Terminaría toda magullada y perdería trabajos, pero iré contigo a echar un vistazo, no vaya a ser que el tipo ese sea un chiflado.
Me quedé mirando cómo echaba la pasta en un colador.
—Un chiflado, ¿eh?
Mi padre me enseñó muy bien a calar a la gente, por eso supe enseguida que la diosa del traje era peligrosa. La gente normal esbozaba sonrisas de cortesía cuando ayudaba a alguien, para establecer una comunicación momentánea que allanara el camino.
Pero yo ni siquiera le había sonreído.
—Nena —dijo Quinn, sacando platos del armario—, eres una mujer sexy, despampanante. Desconfío de cualquier hombre que no tenga las pelotas de pedirte una cita abiertamente.
Le miré arrugando la nariz.
Quinn me puso un plato delante. Contenía pasta para ensalada cubierta de una escasa salsa de tomate con trozos de carne y guisantes.
—Estás preocupada por algo. ¿De qué se trata?
Humm... Agarré el mango de la cuchara que sobresalía del plato y decidí no hacer comentarios sobre la comida.
—Creo que hoy me he topado con la mujer más atractiva del planeta. Puede que la más atractiva de la historia.
—¡Vaya! Creí que era yo. No me cuentes más. —Quinn se quedó al otro lado del mostrador, prefiriendo comer de pie.
Le observé mientras se tomaba unos bocados de su propio brebaje antes de atreverme a probarlo yo también.
—En realidad no hay mucho que contar. Me caí de culo despatarrada en el
vestíbulo del Lopezfire y ella me echó una mano para levantarme.
—¿Alta o baja? ¿Rubia o morena? ¿Fornida o estilizada? ¿Color de ojos?
Tragué mi segundo bocado con un poco de vino.
—Alta. Morena. Estilizada y atlética. Ojos marrón intenso. Asquerosamente rica, a juzgar por la ropa y los accesorios. Y muy sexy. Ya sabes: hay tías guapas que no te alteran las hormonas, y otras menos guapas pero con un tremendo atractivo sexual. Esta tipa lo tenía todo.
Noté un cosquilleo en el vientre como cuando Oscura y Peligrosa me tocó. Recordaba su asombrosa cara con absoluta claridad. Mujeres así de turbadoras deberían estar prohibidas. Aún no me había recuperado del achicharramiento de las células de mi cerebro.
Quinn puso un codo en el mostrador y se apoyó, con su largo flequillo tapándole uno de sus vivaces ojos verdes.
—¿Y qué pasó después de que te ayudara a levantarte?
Me encogí de hombros.
—Nada.
—¿Nada?
—Me marché.
—¿Qué? ¿Y no coqueteaste con ella?
Tomé otro bocado. Realmente la comida no estaba mal. O yo estaba muerta de hambre.
—No era la clase de tía con la que se puede coquetear, Quinn.
—No existe un tía con la que no se pueda coquetear. Incluso las felizmente casadasdisfrutan con un poquito de inofensivo coqueteo de vez en cuando.
—Esta tipa no tenía nada de inofensiva —dije secamente.
—Ah, ya, es una de ésas —replicó Quinn con seriedad—. Las chicas malas pueden ser divertidas, si no intimas demasiado.
Hablaba por experiencia; a sus pies caían rendidos hombres y mujeres de todas las edades. Aun así, siempre se las arreglaba para elegir a los menos apropiados. Había salido con acosadores, estafadores y amantes que le amenazaban con suicidarse por él, y amantes que tenían otras relaciones de las que no le decían nada... Había pasado por todo lo imaginable.
—No veo yo a esa tía como una diversión —dije—. Era demasiado intensa,
pero seguro que es alucinante en la cama, con toda esa intensidad.
—¡Así se habla! Olvídate de la tipa real. Utiliza su cara para tus fantasías y hazla perfecta en ellas.
Como prefería quitarme a aquella mujer de la cabeza, cambié de tema.
—¿Tienes algún casting de modelos mañana?
—Por supuesto. —Quinn se puso a dar detalles de su programa de trabajo: un anuncio de vaqueros, autobronceador, ropa interior y colonia.
Aparté de mi mente todo lo demás y me concentré en ella y en su creciente éxito. Quinn Fabray estaba cada vez más solicitada, y se estaba forjando una sólida reputación entre los fotógrafos y clientes de las agencias de publicidad de ser una profesional seria. Me sentía muy feliz por ella y muy orgullosa. Había recorrido un largo camino y pasado por mucho.
Fue después de cenar cuando me fijé en que había dos grandes cajas de regaloapoyadas en un lateral del sofá modular.
—¿Qué es eso?
—Eso —respondió Quinn, acercándose a donde me encontraba yo en el comedor— es lo último.
Supe inmediatamente que las habían enviado Stanton y mi madre. El dinero era algo que mi madre necesitaba para ser feliz, y me alegraba que Stanton, su tercer marido, pudiera satisfacerle esa necesidad y sus muchas otras también. Con frecuencia deseaba que aquello acabara de una vez, pero a mi madre le costaba aceptar que yo no viera el dinero de la misma forma que ella.
—¿Y ahora qué es?
Quinn me pasó un brazo por los hombros, lo que no le resultaba muy difícil de hacer, ya que me sacaba trece centímetros.
—No seas desagradecida. Él quiere a tu madre. Le encanta mimarla, y a tu madre le encanta mimarte a ti. Por mucho que te disguste, no lo hace por ti, sino por ella.
Suspirando, en eso le di la razón.
—¿Qué hay en ellas?
—Ropa glamurosa para la cena benéfica de este sábado. Un vestido explosivo para ti y otro para mí, porque lo que él hace por ti es comprarme regalos a mí. Eres más tolerante si estoy yo para escuchar tus quejas.
—¡Desde luego! Menos mal que lo sabe.
—Claro que lo sabe. Stanton no sería archimillonario si no lo supiera todo. —Quinn me agarró de la mano y tiró de mí—. Vamos. Echa un vistazo.
A la mañana siguiente empujé la puerta giratoria para entrar al vestíbulo del Lopezfire a las nueve menos diez. Como era mi primer día y quería causar la mejor de las impresiones, había ido con un sencillo vestido de tubo a juego con unos zapatos de salón negros que me había puesto al quitarme los normales cuando subía en el ascensor. Llevaba mi pelo rubio recogido en un ingenioso moño que tenía forma de un ocho, por cortesía de Quinn. Era una inepta con el pelo, pero ella tenía la habilidad de crear peinados que eran sofisticadas obras de arte. Lucía los pequeños pendientes de perlas que me había regalado mi padre cuando me gradué y el Rolex de Stanton y mi madre.
Empezaba a pensar que me había arreglado demasiado, pero al entrar en el vestíbulo me recordé despatarrada en el suelo, en ropa de deporte, y di gracias por no tener el aspecto de aquella chica desgarbada. Los dos guardias de seguridad no parecieron atar cabos cuando les mostré mi tarjeta de identificación camino de los torniquetes.
Veinte pisos después, salía al vestíbulo de Schuester Field & Leaman. Ante mí tenía una pared de cristal antibalas que enmarcaba la puerta de doble hoja de entrada a la zona de recepción. La recepcionista que estaba en el mostrador de media luna vio la tarjeta de identificación que sostenía en alto contra el cristal. Apretó el botón que abría las puertas al tiempo que retiraba yo la identificación.
—Hola, Tina —la saludé al entrar, fijándome en su blusa color frambuesa. Era mestiza, con algo de asiática, seguro, y muy guapa. Tenía el pelo negro y abundante, que llevaba en una melena lisa más corta por detrás y flequillo recto por delante. Sus ojos almendrados eran marrones y cálidos, y tenía los labios carnosos y rosados.
—Hola, Brittany. Kurt no ha llegado todavía, pero sabes adónde ir, ¿verdad?
—Desde luego. —Con un gesto de la mano, enfilé el pasillo que salía a la izquierda del mostrador de recepción hasta el final, donde volví a girar a la izquierda y fui a dar a un espacio antes abierto y ahora dividido en cubículos. Uno de ellos era el mío y a él me dirigí directamente.
Dejé mi bolso y la bolsa con los zapatos planos en el cajón inferior del funcional escritorio metálico y acto seguido arranqué el ordenador. Había llevado algunas cosas para personalizar mi espacio de trabajo, y las saqué. Una era un collage de tres fotografías enmarcado: Quinn y yo en Playa Coronado, mi madre y Stanton en el yate de él en la Riviera Francesa, y mi padre de servicio en su coche policial de la
Ciudad de Oceanside, California. El otro objeto era un vistoso arreglo de flores de cristal que Quinn me había dado aquella misma mañana como regalo de «primer día». Lo coloqué al lado de la pequeña agrupación de fotos y volví a sentarme para ver el efecto que hacía.
—Buenos días, Brittany.
Me puse de pie para atender a mi jefe.
—Buenos días, señor Hummel.
—Llámame Kurt, por favor. Acompáñame a mi oficina.
Le seguí por el pasillo, pensando una vez más que mi nuevo jefe era agradable a la vista, con su reluciente piel clara, su perilla recortada y sus risueños ojos marrones. Kurt tenía la mandíbula cuadrada y una sonrisa torcida encantadora. Era esbelto y se le veía en forma, y se conducía con un aire de seguridad en sí mismo que inspiraba confianza y respeto.
Señaló uno de los dos asientos que había frente a su mesa de cristal y metal cromado y esperó a que yo me sentara para acomodarse él en su silla Aeron. Con el cielo y los rascacielos como telón de fondo, Kurt parecía competente y enérgico. En realidad, sólo era subdirector de cuentas y su oficina era un armario comparada con las que ocupaban los directores y ejecutivos, pero la vista era inmejorable.
Se echó hacia atrás y sonrió.
—¿Ya estás instalada en tu nuevo apartamento?
Me sorprendió que se acordara de eso, pero también me agradó. Le había conocido durante mi segunda entrevista y me gustó al instante.
—Prácticamente —respondí—. Aún me queda alguna que otra caja por abrir.
—Vienes de San Diego, ¿verdad? Bonita ciudad, pero muy diferente de Nueva York. ¿Echas de menos las palmeras?
—Echo de menos el aire seco. Me está costando un poco acostumbrarme a la humedad de aquí.
—Pues espera a que llegue el verano. —Sonrió—. Bueno... éste es tu primer día y vas a ser mi ayudante primera, así que iremos organizándonos sobre la marcha. No estoy acostumbrado a delegar, pero seguro que aprendo enseguida.
Me tranquilicé inmediatamente.
—Estoy deseando que deleguen en mí.
—Contar contigo supone un enorme paso adelante para mí, Brittany. Quiero que trabajes a gusto aquí. ¿Tomas café?
—El café es uno de los componentes más importantes de mi dieta.
—Ah, eres una ayudante de las que me gustan. —Sonrió de oreja a oreja—. No voy a pedir que me traigas el café, pero no me importaría que me ayudaras a entender cómo funciona la máquina de café que acaban de ponernos en la sala de descanso.
—Sí, claro —respondí, con una sonrisa.
—Lo que siento es que no tengo nada más para ti. —Se frotó la parte posterior del cuello tímidamente—. ¿Qué te parece si te enseño el trabajo que tengo entre manos y partimos de ahí?
El resto del día transcurrió en un abrir y cerrar de ojos. Kurt se puso en contacto con dos clientes y tuvo una larga reunión con el equipo de creativos para trabajar en varias ideas para una universidad laboral. Era un proceso fascinante ver de primera mano cómo los distintos departamentos se pasaban el testigo unos a otros para llevar a cabo una campaña, desde la propuesta hasta su cumplimiento. Me habría quedado más tiempo para familiarizarme con la distribución de las oficinas, pero mi teléfono sonó a las cinco menos diez.
—Oficina de Kurt Hummel. Brittany Pierce al habla.
—Ven a casa pitando para que podamos salir a tomar la copa que ayer decidiste dejar para otro momento.
La fingida severidad de Quinn me hizo sonreír.
—Vale, vale. Ya voy.
Apagué el ordenador y me largué. Cuando llegué a los ascensores, saqué el teléfono móvil para mandar una nota rápida a Quinn con un Estoy-de-camino. Un timbre me alertó de qué cabina paraba en el piso en el que me encontraba y me desplacé hasta ponerme delante de él, e inmediatamente centré la atención en darle al botón de enviar mensaje. Cuando se abrieron las puertas, di un paso adelante. Levanté la vista para mirar por dónde iba y unos ojos marrones se cruzaron con los míos. Me quedé sin respiración.
La diosa del sexo era la única ocupante.
Bueno... ¿que les pareció?
1
—Deberíamos ir a un bar a celebrarlo.
No me sorprendió la categórica declaración de mi compañera de piso. Quinn Fabray siempre encontraba pretextos para ir a celebrar algo, por pequeño e intrascendente que fuera. Formaba parte de su encanto.
—No creo que beber la noche antes de empezar en un nuevo empleo sea buena idea.
—Vamos, Brittany. —Sentada en el suelo del salón de nuestra nueva casa, entre varias cajas de mudanza, Quinn esbozó su irresistible sonrisa. Llevábamos varios días desempaquetando, pero ella seguía teniendo un aspecto increíble. De constitución delgada, pelo rubio y ojos verdes, Quinn era una mujer a la que resultaba difícil no ver guapísima todos los días. Me habría sentado mal de no ser porque era la persona a la que más quería en este mundo.
—No estoy diciendo que nos vayamos de juerga —insistió—. Sólo una o dos copas de vino. Podemos pillar una happy hour y estar de vuelta a eso de las ocho.
—No sé si llegaré a tiempo. —Señalé mi pantalón y mi camiseta de yoga—. Después de calcular cuánto me llevará ir andando al trabajo, me acercaré al gimnasio.
—Camina deprisa y haz ejercicio más deprisa aún. —El perfecto arqueo de cejas de Quinn me hizo reír. No me cabía duda de que algún día el soberbio rostro de Quinn aparecería en carteles y revistas de moda de todo el mundo. Pusiera la cara que pusiera, estaba buenísima.
—¿Y qué tal mañana después del trabajo? —sugerí yo—. Si consigo terminar bien el día, sí merecerá la pena celebrarlo.
—Vale. Inauguraré la nueva cocina para cenar.
—¡Humm...! —Cocinar era uno de los placeres de Quinn, pero no uno de sus dones—. ¡Vale!
Se sopló un mechón rebelde para apartárselo de la cara y me lanzó una sonrisita.
—Tenemos una cocina que ya quisieran muchos restaurantes. Ahí no pueden salir mal las comidas.
Indecisa, le dije adiós con la mano y me marché, optando por evitar una conversación sobre el arte de cocinar. Bajé en el ascensor hasta la planta baja, y sonreí al portero cuando me mostró la salida a la calle con un ademán.
En cuanto puse un pie fuera, me invadieron los olores y sonidos de Manhattan, invitándome a explorar. No sólo había cruzado el país desde mi San Diego natal, sino que parecía estar en otro mundo. Dos importantes metrópolis, una de clima templado constante y pereza sensual, la otra rebosante de vitalidad y energía frenética. En mis fantasías, me imaginaba viviendo en un edificio sin ascensor en Brooklyn; sin embargo, como era una hija obediente, me encontraba en el Upper West Side. De no ser porque Quinn vivía conmigo, me habría sentido triste y sola en aquel amplio apartamento que, al mes, costaba más de lo que mucha gente ganaba en un año.
El portero me saludó con una ligera inclinación de sombrero.
—Buenas tardes, señorita Pierce. ¿Va a querer un taxi esta tarde?
—No, gracias, Paul. —Me balanceé sobre los tacones redondeados de mis deportivas—. Voy a caminar.
Él sonrió.
—Ha refrescado desde mediodía. Hará bueno.
—Me han dicho que disfrute del tiempo de junio, que luego empieza a hacer un calor de mil demonios.
—Le han aconsejado bien, señorita Pierce.
Al salir de debajo del moderno y acristalado voladizo de la entrada, que de alguna manera armonizaba con la edad del edificio y de sus vecinos, me recreé en la relativa tranquilidad de aquella calle bordeada de árboles hasta llegar al ajetreo y el tráfico de Broadway. Confiaba en que algún día no muy lejano conseguiría integrarme, pero de momento me sentía como una impostora que se hacía pasar por neoyorquina. Tenía unas señas y un empleo, pero aún desconfiaba del metro y no me resultaba fácil parar un taxi. Procuraba no caminar distraída y con los ojos como platos, pero era difícil. Había tanto que ver y experimentar...
La percepción sensorial era asombrosa: el olor del escape de los vehículos mezclado con el de la comida de los carritos ambulantes, los gritos de los vendedores ambulantes unido a la música de los animadores de calle, la impresionante variedad de caras, estilos y acentos, las imponentes maravillas arquitectónicas... Y los coches. ¡Santo Dios! Nunca había visto nada semejante a aquel frenético torrente de coches apretados.
Siempre había alguna ambulancia, coche patrulla o camión de bomberos
intentando abrirse paso entre la avalancha de taxis amarillos con el aullido electrónico de sus ensordecedoras sirenas. Me atemorizaban los pesados camiones de la basura que circulaban por pequeñas calles de un solo sentido y los conductores de reparto que desafiaban el denso tráfico para hacer frente a los estrictos plazos de entrega.
Los auténticos neoyorquinos se movían entre todo aquello como peces en el agua; su querida ciudad les resultaba tan cómoda y familiar como su par de zapatos favoritos. No miraban el vapor que salía de los baches y las rejillas de ventilación de las aceras con romántico embeleso, ni parpadeaban cuando el suelo vibraba bajo sus pies con el atronador paso del metro, mientras que yo sonreía como una idiota y flexionaba los dedos. Nueva York era una aventura amorosa completamente nueva para mí. Estaba arrobada, y se me notaba.
Así que realmente tuve que hacer esfuerzos para tomarme las cosas con calma mientras me dirigía al edificio donde iba a trabajar. Al menos, en lo que respectaba al empleo, me había salido con la mía. Quería ganarme la vida por méritos propios, y eso suponía un puesto de principiante. Empezaba a trabajar a la mañana siguiente como ayudante de Kurt Hummel en Schuester Field & Leaman , una de las agencias publicitarias más importantes de Estados Unidos. Mi padrastro, el megafinanciero Richard Stanton, se molestó cuando acepté el empleo, porque decía que si no fuera tan orgullosa podría haber trabajado para un amigo suyo y haberme beneficiado de ese contacto.
—Eres tan testaruda como tu padre —me dijo en aquel momento—. Tardará una eternidad en devolver tus préstamos estudiantiles con su sueldo de policía.
Aquello supuso una buena bronca, pues mi padre no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer.
—¡Ni hablar! Ningún otro hombre pagará los estudios de mi hija —había dicho Jeremy Pierce cuando Stanton se lo ofreció. Yo respetaba esa actitud, y sospecho que Stanton también, aunque nunca lo reconocería. Comprendía la postura de ambos hombres, porque yo misma había luchado por pagarme los préstamos... y no lo había conseguido. Para mi padre era una cuestión de orgullo. Mi madre se había negado a casarse con él, pero eso no le hizo vacilar en su determinación de ser mi padre en todos los sentidos posibles.
Sabiendo que era inútil hacerse mala sangre por antiguas frustraciones, me centré en llegar al trabajo cuanto antes. Había elegido a propósito una hora muy concurrida de un lunes para cronometrar el corto paseo, así que me alegró llegar al Lopezfire Building, que albergaba a Waters Field & Leaman, en menos de treinta minutos.
Eché la cabeza hacia atrás y recorrí con la mirada la altura del edificio hasta la escasa franja de cielo. El Lopezfire, una elegante y reluciente torre azul zafiro que atravesaba las nubes, imponía de verdad. Yo sabía, por las entrevistas que había realizado con anterioridad, que el interior, al que se accedía por las puertas giratorias enmarcadas en bronce, era igual de imponente, con suelos y paredes de mármol veteado, mostrador y torniquetes de seguridad de aluminio cepillado.
Saqué mi nueva tarjeta de identificación del bolsillo interior de los pantalones y se la mostré a los dos guardias de traje negro que estaban en recepción. Me dieron el alto de todos modos, sin duda porque no iba vestida de manera apropiada, pero enseguida me dejaron pasar. En cuanto subiera en ascensor al vigésimo piso, tendría el marco temporal para la ruta completa de puerta a puerta. Objetivo cumplido.
Me dirigía hacia los ascensores cuando a una esbelta y elegante morena se le enganchó el bolso en un torniquete y se le volcó, derramándosele un montón de calderilla. Una lluvia de monedas rodó alegremente por el suelo de mármol, y vi cómo la gente esquivaba aquel caos y seguía su camino como si no lo viera. Me dio pena y me agaché a ayudar a aquella mujer a recoger el dinero, como hizo también uno de los guardias.
—Gracias —dijo, con una rápida y afligida sonrisa.
—No pasa nada. Yo también me he visto en situaciones parecidas —respondí, devolviéndole la sonrisa.
Acababa de agacharme a coger una moneda de cinco centavos que estaba cerca de la entrada cuando me topé con un par de exclusivos zapatos de tacón negros impecables, a los que seguían unas largas piernas cubiertas por unas finas medias de tono oscuro. Esperé un instante a que aquella mujer se apartara de mi camino, pero, como no lo hacía, eché la cabeza hacia atrás para ampliar mi campo visual hacia arriba. Aquella falda negra ajustada que cubría sus piernas hasta casi las rodillas agitó alguna que otra de mis zonas sensibles, pero era el cuerpo alto y de una delgadez atlética que había dentro lo que lo convertía en sensacional. Pero, pese a lo impresionante que era toda aquella magnífica feminidad, fue al ver la cara de la tipa cuando quedé fuera de combate.
¡Caray...! ¡Caray!
Se puso justo en frente de mí, apoyada elegantemente en los talones. Me quedé impactada ante aquella feminidad que tenía a la altura de los ojos. Atónita.
Entonces algo sucedió entre nosotras.
Ella también se me había quedado mirando, y, mientras lo hacía, se transformó..., como si se le hubiera caído un escudo de los ojos y dejara entrever una arrasadora
voluntad que me dejó sin respiración. El intenso magnetismo que emanaba se fue haciendo más fuerte, hasta convertirse en una impresión casi tangible de enérgico e implacable poder.
Mi reacción instintiva fue echarme hacia atrás. Y me caí de culo toda despatarrada.
Me palpitaban los codos por el violento impacto contra el suelo de mármol, pero casi no notaba el dolor. Me había quedado absorta mirando, fascinada con la mujer que tenía delante. Un pelo negro como el carbón enmarcaba un rostro que quitaba el hipo. Su estructura ósea haría llorar de alegría a cualquier escultor, mientras que una boca firmemente delineada, una nariz afilada y unos ojos marrón intenso le hacían increíblemente guapa. Aquellos ojos se aguzaron ligeramente; por lo demás, sus rasgos mostraban una estudiada imperturbabilidad.
Tanto la camisa de vestir como la falda y la americana eran negros, pero la corbata gris combinaba perfectamente. Sus ojos eran perspicaces y calculadores, y me taladraban. Se me aceleró el corazón; separé los labios para respirar con más facilidad. Aquella mujer olía divinamente. No a colonia. A gel de baño, quizá. O a champú. Fuera lo que fuese, era de chuparse los dedos, como ella.
Me tendió una mano, dejando a la vista unos gemelos de ónice y un reloj que parecía muy caro.
Con una entrecortada inhalación, puse mi mano en la suya. El corazón me dio un vuelco cuando me la apretó. Su roce era eléctrico, y me subió una descarga por el brazo que me erizó el pelo de la nuca. Durante unos instantes no se movió, con una arruga en el ceño que echaba a perder el espacio de entre sus cejas de corte arrogante.
—¿Estás bien?
Su voz era culta y suave, con un tono áspero que me agitó el estómago. Me hizo pensar en el sexo. En un sexo extraordinario. Por un momento se me ocurrió que podría tener un orgasmo simplemente oyéndola hablar.
Tenía los labios secos, y me los lamí antes de contestar.
—Sí, gracias.
Moviéndose con una gracia infinita, tiró de mí hasta que estuve a su lado. Mantuvimos el contacto visual porque me resultaba imposible apartar la mirada. Era más joven de lo que había supuesto en un principio. Diría que no había cumplido los treinta, pero en sus ojos, fríos y de una agudísima inteligencia, había mucho mundo.
Me sentía atraída hacia ella, como si tuviera una cuerda alrededor de la cintura y
aquella mujer tirara lenta e inexorablemente de ella.
Parpadeé tratando de romper aquel aturdimiento y le solté la mano. No sólo era guapísima, era... fascinante. Pertenecía a esa clase de mujeres que hacen que una mujer quiera desabrocharles la camisa de un tirón y ver cómo los botones se desparraman junto con sus inhibiciones. La miré, vestida con aquel traje tan elegante, refinado y escandalosamente caro, y me vino a la mente la idea de follar cruda y salvajemente, con las uñas clavadas en las sábanas.
Se agachó y recogió mi tarjeta de identificación, que no me había dado cuenta de que se me había caído, liberándome de aquella provocativa mirada. A duras penas, mi cerebro se puso de nuevo en funcionamiento.
Me cabreé conmigo misma por sentirme tan torpe mientras que a ella se le veía completamente dueña de sí misma. ¿Y por qué? Porque estaba deslumbrada, ¡maldita sea!
Levantó la vista hacia mí y aquella postura —de ella casi arrodillada ante mí— hizo que volviera a tambalearme. Me sostuvo la mirada mientras se ponía de pie.
—¿Seguro que estás bien? Deberías sentarte un momento.
Me ardía la cara. Qué bonito, aparecer torpe y desgarbada delante de la mujer más grácil y segura de sí misma que había conocido en mi vida.
—He perdido el equilibrio, nada más. Estoy bien.
Al apartar la mirada, divisé a la mujer a la que se le había derramado el contenido del bolso. Dio las gracias al guardia que la había ayudado; luego vino hacia mí disculpándose con profusión. Me volví hacia ella y alargué la mano para darle el puñado de monedas que había recogido, pero la mirada se le fue hacia la diosa del traje y enseguida se olvidó de mí por completo. Unos instantes después, me acerqué y metí la calderilla en el bolso de la mujer. Luego me arriesgué a mirar a aquella mujer otra vez y descubrí que ella tenía puestos los ojos en mí, pese a que la morena no paraba de deshacerse en agradecimientos. A ella. No a mí, claro está, que era quien la había ayudado.
—¿Podría darme mi tarjeta, por favor? —intervine yo, interrumpiéndola.
Me la entregó, y aunque procuré cogérsela sin tocarle, sus dedos rozaron los míos, lo cual provocó una descarga que volvió a estremecerme.
—Gracias —murmuré, y acto seguido la rodeé y salí a la calle por la puerta giratoria. Me paré en la acera, tomando una bocanada de aquel aire de Nueva York que estaba impregnado de un millón de cosas diferentes, unas buenas y otras tóxicas.
Delante del edificio había un rutilante todoterreno negro Bentley, y vi mi reflejo en las inmaculadas ventanillas tintadas del vehículo. Estaba sonrojada y me brillaban mucho mis ojos grises. Ya me había visto yo aquella mirada: en el espejo del baño, justo antes de irme a la cama con una mujer. Era mi mirada de estoy-lista-para-follar y en aquel momento no debería tenerla en la cara.
¡Por el amor de Dios! ¡Contrólate!
Cinco minutos con doña Oscura y Peligrosa, y estaba llena de una energía inquieta y a flor de piel. Aún podía sentir la atracción que me producía aquella mujer, la inexplicable necesidad de volver a entrar a donde ella estaba. Podría argumentar que no había terminado lo que había ido a hacer al Lopezfire, pero sabía que después me daría cabezazos contra las paredes. ¿Cuántas veces iba a hacer el ridículo en un día?
—Ya basta —me reprendí a mí misma entre dientes—. ¡Andando!
Atronaban las bocinas cada vez que un taxi adelantaba a otro como una flecha, sin apenas espacio entre ellos, y luego frenaban en seco cuando los temerarios transeúntes se ponían a cruzar la calle, unos segundos antes de que cambiara la luz del semáforo. Luego seguían los gritos: un aluvión de improperios y gestos de las manos que no conllevaban verdaderas ofensas. En cuestión de segundos todas las partes implicadas se olvidaban de aquel intercambio, que no era más que una nota en el ritmo natural de la ciudad.
Al incorporarme al flujo de viandantes y encaminarme al gimnasio, esbocé sin querer una sonrisa. Ah, Nueva York, pensé, ya más tranquila. Cómo molas.
Había pensando hacer calentamiento en la cinta de correr y después completar la hora con algunas máquinas, pero al ver que estaba a punto de empezar una clase de kickboxing para principiantes, me uní al grupo de alumnos que estaba esperando. Para cuando terminó la clase, me sentía mucho mejor. Los muslos me temblaban con la dosis adecuada de fatiga, y sabía que dormiría como un tronco cuando me fuera a la cama por la noche.
—Lo has hecho muy bien.
Me sequé el sudor de la cara con una toalla y miré al joven que me hablaba. Era desgarbado y de suave musculatura, con unos vivaces ojos marrones y una piel café con leche perfecta. Tenía unas pestañas envidiablemente densas y largas, en contraste con la cabeza, que la llevaba afeitada.
—Gracias. —Torcí la boca en plan lastimoso—. Se me nota que es la primera vez, ¿verdad?
Él sonrió y me tendió la mano.
—Noah Pukerman.
—Brittany Pierce.
—Tienes un don natural, Brittany. Con un poco de entrenamiento dejarías fuera de combate a cualquiera. En una ciudad como Nueva York, saber defensa personal es imprescindible. —Señaló el tablón de corcho que había en la pared. Estaba lleno de tarjetas de visita y folletos clavados con chinchetas. Arrancó una pestaña de la parte inferior de una hoja de papel fluorescente y me la tendió—. ¿Has oído hablar del Krav Maga?
—En una película de Jennifer López.
—Yo lo enseño, y me encantaría enseñarte. Aquí tienes mi página web y el número del estudio.
Me admiraba su manera de abordar. Era directa, como su mirada, y su sonrisa era genuina. Me pregunté si estaría tratando de ligar, pero me lo dijo con tanta naturalidad que no podía estar segura.
Noah cruzó los brazos, lo cual le realzó unos bíceps bien marcados. Vestía una camiseta negra sin mangas y shorts largos. Sus zapatillas Converse parecían cómodas a base de haberlas usado mucho, y por el cuello le asomaban varios tatuajes tribales.
—En la página web encontrarás el horario. Deberías venir a conocerlo, y ver si es para ti.
—Me lo pensaré.
—Hazlo. —Volvió a estrecharme la mano, con firmeza y seguridad—. Espero verte.
El apartamento olía de maravilla cuando regresé a casa, y por los altavoces se oía cantar a Adele, a ritmo de soul, sobre seguir los caminos. A través del apartamento diáfano, miré hacia la cocina y vi a Quinn meneándose con la música y removiendo algo en los fogones. Había una botella de vino abierta sobre la encimera y dos copas, una de ellas con un poco de vino tinto.
—Hola —saludé al acercarme—. ¿Qué estás cocinando? ¿Me da tiempo a ducharme primero?
Me sirvió vino en la otra copa y la deslizó por el mostrador de desayuno en mi dirección, con movimientos practicados y elegantes. Viéndole, nadie habría dicho
que había pasado la infancia viviendo unas veces con su madre drogadicta y otras en casas de acogida, y la adolescencia en centros estatales de reclusión y rehabilitación de menores.
—Pasta con salsa de carne. Y dúchate luego, que la cena está lista. ¿Lo has pasado bien?
—Una vez que llegué al gimnasio, sí. —Saqué uno de los taburetes de madera de teca y me senté. Le hablé de la clase de kickboxing y de Noah Pukerman—. ¿Quieres venir conmigo?
—¿Krav Maga? —Quinn meneó la cabeza—. Eso es muy duro. Terminaría toda magullada y perdería trabajos, pero iré contigo a echar un vistazo, no vaya a ser que el tipo ese sea un chiflado.
Me quedé mirando cómo echaba la pasta en un colador.
—Un chiflado, ¿eh?
Mi padre me enseñó muy bien a calar a la gente, por eso supe enseguida que la diosa del traje era peligrosa. La gente normal esbozaba sonrisas de cortesía cuando ayudaba a alguien, para establecer una comunicación momentánea que allanara el camino.
Pero yo ni siquiera le había sonreído.
—Nena —dijo Quinn, sacando platos del armario—, eres una mujer sexy, despampanante. Desconfío de cualquier hombre que no tenga las pelotas de pedirte una cita abiertamente.
Le miré arrugando la nariz.
Quinn me puso un plato delante. Contenía pasta para ensalada cubierta de una escasa salsa de tomate con trozos de carne y guisantes.
—Estás preocupada por algo. ¿De qué se trata?
Humm... Agarré el mango de la cuchara que sobresalía del plato y decidí no hacer comentarios sobre la comida.
—Creo que hoy me he topado con la mujer más atractiva del planeta. Puede que la más atractiva de la historia.
—¡Vaya! Creí que era yo. No me cuentes más. —Quinn se quedó al otro lado del mostrador, prefiriendo comer de pie.
Le observé mientras se tomaba unos bocados de su propio brebaje antes de atreverme a probarlo yo también.
—En realidad no hay mucho que contar. Me caí de culo despatarrada en el
vestíbulo del Lopezfire y ella me echó una mano para levantarme.
—¿Alta o baja? ¿Rubia o morena? ¿Fornida o estilizada? ¿Color de ojos?
Tragué mi segundo bocado con un poco de vino.
—Alta. Morena. Estilizada y atlética. Ojos marrón intenso. Asquerosamente rica, a juzgar por la ropa y los accesorios. Y muy sexy. Ya sabes: hay tías guapas que no te alteran las hormonas, y otras menos guapas pero con un tremendo atractivo sexual. Esta tipa lo tenía todo.
Noté un cosquilleo en el vientre como cuando Oscura y Peligrosa me tocó. Recordaba su asombrosa cara con absoluta claridad. Mujeres así de turbadoras deberían estar prohibidas. Aún no me había recuperado del achicharramiento de las células de mi cerebro.
Quinn puso un codo en el mostrador y se apoyó, con su largo flequillo tapándole uno de sus vivaces ojos verdes.
—¿Y qué pasó después de que te ayudara a levantarte?
Me encogí de hombros.
—Nada.
—¿Nada?
—Me marché.
—¿Qué? ¿Y no coqueteaste con ella?
Tomé otro bocado. Realmente la comida no estaba mal. O yo estaba muerta de hambre.
—No era la clase de tía con la que se puede coquetear, Quinn.
—No existe un tía con la que no se pueda coquetear. Incluso las felizmente casadasdisfrutan con un poquito de inofensivo coqueteo de vez en cuando.
—Esta tipa no tenía nada de inofensiva —dije secamente.
—Ah, ya, es una de ésas —replicó Quinn con seriedad—. Las chicas malas pueden ser divertidas, si no intimas demasiado.
Hablaba por experiencia; a sus pies caían rendidos hombres y mujeres de todas las edades. Aun así, siempre se las arreglaba para elegir a los menos apropiados. Había salido con acosadores, estafadores y amantes que le amenazaban con suicidarse por él, y amantes que tenían otras relaciones de las que no le decían nada... Había pasado por todo lo imaginable.
—No veo yo a esa tía como una diversión —dije—. Era demasiado intensa,
pero seguro que es alucinante en la cama, con toda esa intensidad.
—¡Así se habla! Olvídate de la tipa real. Utiliza su cara para tus fantasías y hazla perfecta en ellas.
Como prefería quitarme a aquella mujer de la cabeza, cambié de tema.
—¿Tienes algún casting de modelos mañana?
—Por supuesto. —Quinn se puso a dar detalles de su programa de trabajo: un anuncio de vaqueros, autobronceador, ropa interior y colonia.
Aparté de mi mente todo lo demás y me concentré en ella y en su creciente éxito. Quinn Fabray estaba cada vez más solicitada, y se estaba forjando una sólida reputación entre los fotógrafos y clientes de las agencias de publicidad de ser una profesional seria. Me sentía muy feliz por ella y muy orgullosa. Había recorrido un largo camino y pasado por mucho.
Fue después de cenar cuando me fijé en que había dos grandes cajas de regaloapoyadas en un lateral del sofá modular.
—¿Qué es eso?
—Eso —respondió Quinn, acercándose a donde me encontraba yo en el comedor— es lo último.
Supe inmediatamente que las habían enviado Stanton y mi madre. El dinero era algo que mi madre necesitaba para ser feliz, y me alegraba que Stanton, su tercer marido, pudiera satisfacerle esa necesidad y sus muchas otras también. Con frecuencia deseaba que aquello acabara de una vez, pero a mi madre le costaba aceptar que yo no viera el dinero de la misma forma que ella.
—¿Y ahora qué es?
Quinn me pasó un brazo por los hombros, lo que no le resultaba muy difícil de hacer, ya que me sacaba trece centímetros.
—No seas desagradecida. Él quiere a tu madre. Le encanta mimarla, y a tu madre le encanta mimarte a ti. Por mucho que te disguste, no lo hace por ti, sino por ella.
Suspirando, en eso le di la razón.
—¿Qué hay en ellas?
—Ropa glamurosa para la cena benéfica de este sábado. Un vestido explosivo para ti y otro para mí, porque lo que él hace por ti es comprarme regalos a mí. Eres más tolerante si estoy yo para escuchar tus quejas.
—¡Desde luego! Menos mal que lo sabe.
—Claro que lo sabe. Stanton no sería archimillonario si no lo supiera todo. —Quinn me agarró de la mano y tiró de mí—. Vamos. Echa un vistazo.
A la mañana siguiente empujé la puerta giratoria para entrar al vestíbulo del Lopezfire a las nueve menos diez. Como era mi primer día y quería causar la mejor de las impresiones, había ido con un sencillo vestido de tubo a juego con unos zapatos de salón negros que me había puesto al quitarme los normales cuando subía en el ascensor. Llevaba mi pelo rubio recogido en un ingenioso moño que tenía forma de un ocho, por cortesía de Quinn. Era una inepta con el pelo, pero ella tenía la habilidad de crear peinados que eran sofisticadas obras de arte. Lucía los pequeños pendientes de perlas que me había regalado mi padre cuando me gradué y el Rolex de Stanton y mi madre.
Empezaba a pensar que me había arreglado demasiado, pero al entrar en el vestíbulo me recordé despatarrada en el suelo, en ropa de deporte, y di gracias por no tener el aspecto de aquella chica desgarbada. Los dos guardias de seguridad no parecieron atar cabos cuando les mostré mi tarjeta de identificación camino de los torniquetes.
Veinte pisos después, salía al vestíbulo de Schuester Field & Leaman. Ante mí tenía una pared de cristal antibalas que enmarcaba la puerta de doble hoja de entrada a la zona de recepción. La recepcionista que estaba en el mostrador de media luna vio la tarjeta de identificación que sostenía en alto contra el cristal. Apretó el botón que abría las puertas al tiempo que retiraba yo la identificación.
—Hola, Tina —la saludé al entrar, fijándome en su blusa color frambuesa. Era mestiza, con algo de asiática, seguro, y muy guapa. Tenía el pelo negro y abundante, que llevaba en una melena lisa más corta por detrás y flequillo recto por delante. Sus ojos almendrados eran marrones y cálidos, y tenía los labios carnosos y rosados.
—Hola, Brittany. Kurt no ha llegado todavía, pero sabes adónde ir, ¿verdad?
—Desde luego. —Con un gesto de la mano, enfilé el pasillo que salía a la izquierda del mostrador de recepción hasta el final, donde volví a girar a la izquierda y fui a dar a un espacio antes abierto y ahora dividido en cubículos. Uno de ellos era el mío y a él me dirigí directamente.
Dejé mi bolso y la bolsa con los zapatos planos en el cajón inferior del funcional escritorio metálico y acto seguido arranqué el ordenador. Había llevado algunas cosas para personalizar mi espacio de trabajo, y las saqué. Una era un collage de tres fotografías enmarcado: Quinn y yo en Playa Coronado, mi madre y Stanton en el yate de él en la Riviera Francesa, y mi padre de servicio en su coche policial de la
Ciudad de Oceanside, California. El otro objeto era un vistoso arreglo de flores de cristal que Quinn me había dado aquella misma mañana como regalo de «primer día». Lo coloqué al lado de la pequeña agrupación de fotos y volví a sentarme para ver el efecto que hacía.
—Buenos días, Brittany.
Me puse de pie para atender a mi jefe.
—Buenos días, señor Hummel.
—Llámame Kurt, por favor. Acompáñame a mi oficina.
Le seguí por el pasillo, pensando una vez más que mi nuevo jefe era agradable a la vista, con su reluciente piel clara, su perilla recortada y sus risueños ojos marrones. Kurt tenía la mandíbula cuadrada y una sonrisa torcida encantadora. Era esbelto y se le veía en forma, y se conducía con un aire de seguridad en sí mismo que inspiraba confianza y respeto.
Señaló uno de los dos asientos que había frente a su mesa de cristal y metal cromado y esperó a que yo me sentara para acomodarse él en su silla Aeron. Con el cielo y los rascacielos como telón de fondo, Kurt parecía competente y enérgico. En realidad, sólo era subdirector de cuentas y su oficina era un armario comparada con las que ocupaban los directores y ejecutivos, pero la vista era inmejorable.
Se echó hacia atrás y sonrió.
—¿Ya estás instalada en tu nuevo apartamento?
Me sorprendió que se acordara de eso, pero también me agradó. Le había conocido durante mi segunda entrevista y me gustó al instante.
—Prácticamente —respondí—. Aún me queda alguna que otra caja por abrir.
—Vienes de San Diego, ¿verdad? Bonita ciudad, pero muy diferente de Nueva York. ¿Echas de menos las palmeras?
—Echo de menos el aire seco. Me está costando un poco acostumbrarme a la humedad de aquí.
—Pues espera a que llegue el verano. —Sonrió—. Bueno... éste es tu primer día y vas a ser mi ayudante primera, así que iremos organizándonos sobre la marcha. No estoy acostumbrado a delegar, pero seguro que aprendo enseguida.
Me tranquilicé inmediatamente.
—Estoy deseando que deleguen en mí.
—Contar contigo supone un enorme paso adelante para mí, Brittany. Quiero que trabajes a gusto aquí. ¿Tomas café?
—El café es uno de los componentes más importantes de mi dieta.
—Ah, eres una ayudante de las que me gustan. —Sonrió de oreja a oreja—. No voy a pedir que me traigas el café, pero no me importaría que me ayudaras a entender cómo funciona la máquina de café que acaban de ponernos en la sala de descanso.
—Sí, claro —respondí, con una sonrisa.
—Lo que siento es que no tengo nada más para ti. —Se frotó la parte posterior del cuello tímidamente—. ¿Qué te parece si te enseño el trabajo que tengo entre manos y partimos de ahí?
El resto del día transcurrió en un abrir y cerrar de ojos. Kurt se puso en contacto con dos clientes y tuvo una larga reunión con el equipo de creativos para trabajar en varias ideas para una universidad laboral. Era un proceso fascinante ver de primera mano cómo los distintos departamentos se pasaban el testigo unos a otros para llevar a cabo una campaña, desde la propuesta hasta su cumplimiento. Me habría quedado más tiempo para familiarizarme con la distribución de las oficinas, pero mi teléfono sonó a las cinco menos diez.
—Oficina de Kurt Hummel. Brittany Pierce al habla.
—Ven a casa pitando para que podamos salir a tomar la copa que ayer decidiste dejar para otro momento.
La fingida severidad de Quinn me hizo sonreír.
—Vale, vale. Ya voy.
Apagué el ordenador y me largué. Cuando llegué a los ascensores, saqué el teléfono móvil para mandar una nota rápida a Quinn con un Estoy-de-camino. Un timbre me alertó de qué cabina paraba en el piso en el que me encontraba y me desplacé hasta ponerme delante de él, e inmediatamente centré la atención en darle al botón de enviar mensaje. Cuando se abrieron las puertas, di un paso adelante. Levanté la vista para mirar por dónde iba y unos ojos marrones se cruzaron con los míos. Me quedé sin respiración.
La diosa del sexo era la única ocupante.
Bueno... ¿que les pareció?
Peque_7* - Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 01/01/2014
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
es bueno, a ver cómo continua
madridcks*** - Mensajes : 122
Fecha de inscripción : 15/05/2013
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Me parece que me quede con ganas de mas,
Saludos y hasta la proxima actualizacion
Saludos y hasta la proxima actualizacion
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Pues la verdad me impresiono mucho pff buenísimo!! Esta historia se ve que será de mis favoritas, muy interesante de verdad , quiero seguir leyendo.
Espero tu actualización
Saludos
:)
Espero tu actualización
Saludos
:)
Kristen Rivera****** - Mensajes : 382
Fecha de inscripción : 20/03/2013
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
madridcks escribió:es bueno, a ver cómo continua
Me alegro de que te guste :)
Jane0_o escribió:Me parece que me quede con ganas de mas,
Saludos y hasta la proxima actualizacion
Pues ahora pongo el siguiente capítulo para que sigas leyendo aunque seguro que este también te deja con ganas de más.
Kristen Rivera escribió:Pues la verdad me impresiono mucho pff buenísimo!! Esta historia se ve que será de mis favoritas, muy interesante de verdad , quiero seguir leyendo.
Espero tu actualización
Saludos
:)
Espero que sea de tus favoritas ahora subo el siguiente capitulo!
Besos :)
Peque_7* - Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 01/01/2014
FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPÍTULO 2
2
Llevaba una camisa extraordinariamente blanca; la austeridad en los colores hacía resaltar sus increíbles iris marrones. Verla allí, de pie, con la chaqueta desabrochada y las manos en los bolsillos de la chaqueta, en plan informal, fue como darme de bruces contra una pared imprevista.
Me detuve, sobresaltada, y miré atónita a aquella mujer que llamaba la atención más de lo que yo recordaba. Nunca había visto un pelo tan negro. Lo tenía brillante y largo; un corte muy sexy, que añadía un atractivo toque de picardía a la próspera mujer de negocios, igual que la nata montada corona un brownie con helado y salsa de chocolate. Como diría mi madre, sólo las granujas y las aventureras tienen el pelo así.
Apreté las manos para reprimir el impulso de tocarla y averiguar si era tan sedosa como parecía.
Las puertas empezaron a cerrarse. Inmediatamente se adelantó un poco y presionó un botón del panel para mantenerlas abiertas.
—Hay sitio para los dos, Brittany.
El sonido de su voz, firme y sensual, me sacó de mi momentáneo aturdimiento. ¿Cómo podía saber mi nombre?
Entonces me vino a la memoria que había recogido mi tarjeta de identificación cuando se me cayó al suelo en el vestíbulo.
Durante un segundo titubeé pensando en decirle que estaba esperando a alguien y así coger otro ascensor, pero mi cerebro pasó a la acción.
¿Qué diablos me pasaba? Estaba claro que ella trabajaba en el Lopezfire y que no podría evitarla siempre; además, ¿por qué habría de hacerlo? Si quería que llegase el momento de poder mirarla sin que me perturbasen sus encantos, tendría que verla con la suficiente frecuencia como para que no significara más que un mueble.
Ya, ¡ojalá!
Entré en el ascensor.
—Gracias.
Soltó el botón y retrocedió. Se cerraron las puertas y el ascensor comenzó a
bajar.
Inmediatamente lamenté mi decisión de compartir cabina con ella.
Su presencia me producía un hormigueo en la piel. Era una fuerza demasiado poderosa para un espacio tan reducido; irradiaba una energía palpable y un magnetismo sexual que no me permitía dejar de moverme nerviosamente. La respiración se me alteró, igual que el pulso. Sentí de nuevo aquella inexplicable atracción, como si ella emitiera un silencioso reclamo al que yo, instintivamente, estaba predispuesta a responder.
—¿Te ha ido bien en tu primer día? —me preguntó, sorprendiéndome.
Sus palabras fluyeron hasta mis oídos con una seductora cadencia. ¿Cómo demonios sabía que era mi primer día?
—Pues sí —respondí con serenidad—, ¿y a usted?
Noté su mirada recorriéndome el perfil, pero mantuve la atención fija en las puertas de aluminio cepillado del ascensor. Notaba el corazón acelerado dentro del pecho y el estómago agitado. Me sentía torpe y hecha un lío.
—Bueno, no ha sido mi primer día —contestó con una cierta ironía—, pero ha estado bien. Y mejora a medida que avanza.
Hice un gesto de comprensión con la cabeza y sonreí, pero no tenía ni idea de qué quería decir. El ascensor se detuvo en el piso duodécimo y entró un simpático grupo de tres personas que hablaban animadamente entre ellas. Me moví hasta el otro rincón para hacerles sitio, separándome así de Oscura y Peligrosa. Sólo que ella se hizo a un lado conmigo. De repente estábamos más cerca la una de la otra que antes.
Se estiró las arrugas de su impoluta camisa y, al hacerlo, me rozó un brazo con el suyo.
Inspiré profundamente e intenté que no me importara su proximidad, concentrándome en la conversación que tenía lugar delante de nosotros. Pero era imposible. ¡Estaba tan ahí! Tan ahí mismo. Toda ella perfecta, guapísima y oliendo divinamente. Mis pensamientos se desmandaron y comencé a fantasear sobre lo macizo que resultaría su cuerpo debajo de la camisa, sobre cómo sería sentirlo contra el mío, sobre sus notables pechos...
Cuando el ascensor llegó al vestíbulo, casi gemí de alivio. Esperé impacientemente a que se vaciara y, a la primera oportunidad, di un paso adelante. Me puso una mano con firmeza en la franja dorsal y salió a mi lado, dirigiéndome. La impresión del contacto con semejante zona, tan vulnerable, se extendió por todo mi cuerpo.
Llegamos a los torniquetes y ella retiró la mano, dejándome con una extraña sensación de pérdida. La miré, en un intento por adivinar su actitud, pero, aunque ella también me miró a mí, su cara no me reveló nada.
—¡Britt!
La aparición de Quinn, apoyada tranquilamente contra una columna de mármol en el vestíbulo, lo cambió todo. Llevaba unos vaqueros que exhibían sus larguísimas piernas y un jersey muy grande de color verde suave que le realzaba los ojos. No era raro que atrajese la atención de todos los presentes. Aflojé el paso a medida que me aproximaba, y la diosa del sexo nos adelantó para salir por las puertas giratorias y subir ágilmente al asiento trasero de un todoterreno Bentley con chófer que yo había visto aparcado la tarde anterior.
Quinn dio un silbido cuando el coche arrancó.
—¡Vaya! ¡Vaya! Por la forma en que la miras, deduzco que ésa es la tipa de la que me hablaste, ¿no?
—Sí, sí, era ella, con toda seguridad.
—¿Trabajáis juntas? —Me agarró del brazo y me llevó hasta la calle por la puerta fija.
Me paré en la acera para ponerme los zapatos planos, apoyada en ella, en medio de los peatones que circulaban a nuestro alrededor.
—No sé quién es, pero me ha preguntado que si había estado bien mi primer día, así que supongo que sí.
—Bueno... —sonrió y me sujetó por el codo mientras yo saltaba torpemente de un pie a otro—, no me explico cómo se puede hacer algo bien cerca de ella. A mí se me han medio fundido los plomos durante un minuto.
—Estoy convencida de que produce ese efecto generalmente. —Me enderecé—. Vamos, necesito beber algo.
A la mañana siguiente, llegué con un ligero dolor en la parte de atrás del cráneo, que se burlaba de mí por haber tomado más vino de la cuenta. A pesar de eso, mientras subía en el ascensor hasta el piso vigésimo, no iba lamentando la resaca todo lo que debía. Mis alternativas habían sido: o bien demasiado alcohol, o bien una sesión de vibrador, y no me daba la gana de tener un orgasmo a pilas con Oscura y Peligrosa como protagonista. No es que ella supiera, o que le importase en alguna medida, que me excitaba hasta la obnubilación, pero lo sabría yo, y no quería dar esa satisfacción a su ser imaginario.
Puse mis cosas en el último cajón del escritorio y al ver que Kurt todavía no había llegado, fui a buscar una taza de café y volví a mi cubículo para ponerme al día con mis blogs favoritos del mundo de la publicidad.
—¡Britt!
Me levanté de un salto cuando apareció a mi lado, con su blanquísima sonrisa destellando sobre el fondo oscuro de la piel.
—Buenos días, Kurt.
—Y tan buenos. Creo que eres mi talismán. Ven a mi despacho y tráete tu tableta. ¿Puedes quedarte hoy hasta tarde?
Le seguí, dándome cuenta de su entusiasmo.
—Pues claro.
—Esperaba que dijeras eso —se dejó caer en la silla.
Yo me senté en la misma del día anterior y rápidamente abrí un bloc de notas.
—Bueno... —empezó—, hemos recibido una SDP de Kingsman Vodka y mencionan mi nombre. Es la primera vez que eso sucede.
—¡Enhorabuena!
—Gracias, pero mejor esperemos a conseguir el contrato. Todavía tenemos que presentar la oferta si conseguimos pasar la fase de solicitud de propuesta, y quieren reunirse conmigo mañana por la tarde.
—¡Vaya!, ¿son corrientes esos plazos de tiempo?
—No. Generalmente esperan hasta que la SDP haya terminado para entrevistarse con nosotros, pero Kingsman ha sido comprada recientemente por López Industries y esta empresa tiene decenas de filiales. Será un buen negocio si podemos conseguir el contrato. Ellos lo saben y nos hacen pasar por el aro, para empezar con la reunión que tienen conmigo.
—Lo habitual es que se trabaje en equipo, ¿no?
—Sí, somos un grupo, pero ellos conocen bien todo el procedimiento: saben que un alto ejecutivo les soltará el discursito y que terminarán por tratar con un secundario como yo, por eso me eligieron a mí y ahora van a evaluarme. Pero, para ser justos, la SDP proporciona más información de la que pide. Es tan buena como un brief, así que no se les puede acusar de ser demasiado exigentes, sólo son meticulosos. Lo normal cuando se negocia con López Industries.
Se pasó una mano por su pelo, en un gesto que revelaba la presión que sentía.
—¿Qué opinión tienes de Kingsman Vodka?
—Esto... bueno... Sinceramente, no me suena de nada.
Kurt se reclinó en su asiento y soltó una carcajada.
—¡Gracias a Dios! Creía que era yo el único. Bueno, la ventaja que tiene eso es que tampoco sabemos nada negativo. La ausencia de noticias puede significar buenas noticias.
—¿Qué puedo hacer yo para ayudarte, aparte de investigar sobre el vodka y quedarme hasta tarde?
Frunció la boca mientras pensaba.
—Toma nota...
No hicimos pausa para comer y seguíamos en la oficina mucho después de que se hubiera quedado vacía, revisando algunos datos preliminares de los encargados de las estrategias de comunicación. Eran un poco más de las siete cuando sonó el smartphone de Kurt, asustándome por la brusca alteración del silencio reinante.
Kurt activó la opción de manos libres y siguió con la tarea.
—Hola, cielo.
—¿Ha comido ya esa pobre chica? —preguntó una cálida voz masculina por la línea telefónica.
Kurt me miró a través del tabique de cristal de su despacho y respondió.
—Huy... se me había olvidado.
Yo aparté la vista, mordiéndome el labio inferior para disimular la risa.
A través del teléfono se oyó claramente un resoplido.
—Sólo lleva dos días en el puesto y ya la explotas y la matas de hambre. Se va a marchar.
—¡Mierda! Tienes razón. Blaine, cariño...
—Déjate de cariños, anda. ¿Le gusta la comida china?
Le indiqué a Kurt que sí levantando un pulgar.
Él sonrió.
—Sí, le gusta.
—Vale. Estaré ahí dentro de veinte minutos. Avisa a los de seguridad de que voy a entrar.
Casi exactamente veinte minutos después, recibía a Blaine Anderson en la puerta
de la sala de espera. Era un tío gigantesco, con vaqueros oscuros, botas desgastadas y camisa muy bien planchada. De pelo negro y risueños ojos verdes, resultaba tan guapo como su compañero, sólo que de un modo distinto. Nos sentamos los tres a la mesa de Kurt, servimos pollo kung pao, ternera y brécol en platos de papel, añadimos unas porciones de espeso arroz blanco y nos lanzamos al ataque con los palillos.
Me enteré de que Blaine era contratista y de que él y Kurt estaban juntos desde la universidad. Me impresionó ver cómo se trataban el uno al otro y sentí un poquito de envidia. Su relación funcionaba tan bien que era un verdadero placer pasar el tiempo con ellos.
—Caramba, chica —dijo Blaine con un silbido cuando yo me iba a servir por tercera vez—, vaya cómo zampas, ¿dónde lo metes?
Me encogí de hombros.
—En el gimnasio, supongo. Eso siempre ayuda...
—No le hagas caso —replicó Kurt, sonriendo—. Es que tiene pelusa. Él tiene que cuidar ese cuerpo afeminado.
—¡Joder! —Blaine le dirigió a su compañero una mirada irónica—. Podría llevarla a comer con la panda y ganar dinero apostando a ver cuánto es capaz de engullir.
Yo me reí.
—Sería divertido.
—Ajá, ya sabía yo que tenías una veta insensata. Se te ve en la sonrisa.
Me quedé mirando la comida, tratando de que mi mente no vagase por el recuerdo de lo insensata que quizás había sido en mi época rebelde y autodestructiva.
Kurt me salvó.
—No agobies a mi ayudante. Además, qué sabrás tú de mujeres insensatas.
—Sé que a algunas les gusta salir con hombres gays, que les interesa nuestra perspectiva. —Su sonrisa se dilató por un momento—. Y sé algunas cosas más... Eh, no os escandalicéis, vosotros dos. Yo quería averiguar si el sexo hetero era para tanto.
Estaba claro que Kurt se había llevado una sorpresa, pero, por el gesto que hizo con la boca, se le veía lo suficientemente seguro de su relación como para encontrar divertida la conversación.
—¿Oh?
—¿Y qué te pareció? —me atreví a preguntarle.
Blaine se encogió de hombros.
—No quiero decir que esté sobrevalorado, porque, ciertamente, no soy el más adecuado para opinar y mis experiencias fueron muy limitadas, pero yo puedo pasar de él.
Pensé que era muy revelador que Blaine pudiera relatar su historia utilizando el mismo lenguaje que Kurt. Conversaban sobre sus trabajos y se escuchaban el uno al otro, aun cuando los ámbitos respectivos estuviesen a años luz el uno del otro.
—Teniendo en cuenta tu forma de vida actual —le dijo Kurt, cogiendo un trozo de brécol con los palillos—, yo diría que eso es bueno.
Cuando terminamos de cenar, eran las ocho y el personal de limpieza ya había llegado. Kurt insistió en pedirme un taxi.
—¿Tengo que venir mañana temprano? —le pregunté.
Blaine le dio unos golpecitos a Kurt en el hombro.
—Tú debes de haber hecho algo grande en el pasado para tener ahora a esta chica.
—Creo que aguantarte a ti me da méritos —respondió Kurt con sarcasmo.
—Pero si yo estoy muy bien enseñado —protestó Blaine—; siempre bajo la tapa del váter.
Kurt me dirigió una mirada de exasperación cargada de ternura hacia su compañero.
—¿Y eso de qué sirve?
Kurt y yo pasamos el jueves bregando para estar listos a las cuatro, la hora de la reunión con el grupo de Kingsman. —Tomamos un almuerzo rápido con los dos creativos que iban a participar en la negociación cuando se llegara a esa fase del proceso; después, repasamos las notas sobre la presencia de Kingsman en la Web y el alcance de los medios sociales existentes.
Me puse un poco nerviosa cuando llegaron las tres y media porque sabía que el tráfico sería un asco, pero Kurt siguió trabajando aun después de señalarle la hora. Eran más de las cuatro menos cuarto cuando Kurt salió de su oficina dando saltitos, con una abierta sonrisa, y colocándose la chaqueta.
—Britt, ven conmigo.
Le miré desde mi escritorio parpadeando por la sorpresa.
—¿Hablas en serio?
—Claro, has trabajado mucho ayudándome con los preparativos. ¿No quieres ver cómo salen las cosas?
—¡Por supuesto que sí!
Me levanté inmediatamente. Consciente de que mi apariencia contribuiría a la impresión que causara mi jefe, me alisé la falda negra de tubo y estiré los puños de mi blusa de seda. Por una rara casualidad, el rojo de la blusa combinaba perfectamente con la corbata de Kurt.
—Gracias.
Cogimos el ascensor y por un momento me sorprendió que fuéramos hacia arriba en vez de hacia abajo. Cuando llegamos al último piso, vi que la sala de espera era bastante más grande y estaba mejor decorada que la del vigésimo piso. Unas cestas colgantes con helechos y lirios perfumaban el ambiente. En el cristal ahumado de seguridad que había a la entrada, se veían grabadas con chorro de arena las palabras LÓPEZ INDUSTRIES con un tipo de letra enérgico y femenino.
Nos permitieron la entrada y nos dijeron que esperásemos un poco. Ni Kurt ni yo quisimos agua ni café, que nos ofrecieron, y menos de cinco minutos después de llegar nos condujeron a la sala de juntas.
Kurt me miró con un brillo en los ojos al tiempo que la recepcionista tocaba el picaporte.
—¿Preparada?
—Preparada —contesté, con una sonrisa.
Se abrió la puerta y me indicaron que pasara yo primero. Me aseguré de entrar con una sonrisa radiante, sonrisa que se congeló cuando vi a la mujer que se puso en pie a mi llegada.
Como me detuve de repente, nos atascamos en el umbral y Kurt se chocó contra mi espalda, lanzándome hacia delante. Oscura y Peligrosa me agarró por la cintura y me levantó en vilo directamente hasta el pecho. El aire de mis pulmones se escapó todo de un golpe y, con él, hasta la última pizca de mi sentido común. A pesar de las capas de ropa que nos separaban, notaba con las manos aquellos brazos firmes, aquel estómago musculoso en contacto con el mío. Al inspirar profundamente, se me irguieron los pezones, estimulados por el contacto con sus pechos.
Oh, no. Me había caído una maldición. En mi cerebro se desplegó una veloz serie de imágenes que me mostraban las mil maneras en que podría tropezar, caer, dar traspiés, resbalar o estrellarme delante de la diosa del sexo durante los días, semanas y meses venideros.
—Hola, otra vez —murmuró, y la vibración de su voz hizo que me doliera todo el cuerpo—; siempre es un placer toparse contigo, Brittany.
Me puse roja de vergüenza y de deseo, incapaz de separarme de ella pese a la presencia de las otras personas que había en la sala. Que toda su atención estuviera puesta en mí no me ayudó precisamente, además de estar paralizada por la impresión de poderosa exigencia que emanaba de aquel perfecto cuerpo. De nuevo llevaba un traje negro, y tanto la corbata como la camisa eran de color gris pálido. Como siempre, estaba irresistible.
¿Qué se sentiría siendo tan extraordinariamente guapa? No habría manera de ir a ningún sitio sin provocar alboroto.
Kurt me ayudó a recuperar el equilibrio sujetándome delicadamente por la espalda.
La mirada de López se quedó fija en la mano que Kurt tenía en mi brazo hasta que me soltó.
—Bueno —dijo Kurt, ya con calma—, les presento a mi ayudante, Brittany Pierce.
—Ya nos conocemos. —López me ofreció la silla que estaba junto a la suya.
Le pedí ayuda a Kurt con la mirada, todavía sin haberme recobrado del rato que había pasado pegada a la superconductora sexual en Fioravanti.
López se inclinó hacia mí y me pidió en voz baja:
—Siéntate, Brittany.
Kurt me hizo una leve señal afirmativa con la cabeza, pero yo ya estaba a punto de sentarme. Mi cuerpo obedecía instintivamente a López antes de que la mente tuviera tiempo de oponerse.
Traté de quedarme quieta las dos horas siguientes mientras a Kurt lo acribillaban a preguntas López y sus acompañantes de Kingsman, que resultaron ser dos atractivas morenas con traje de pantalón. La que iba vestida de color frambuesa ponía especial empeño en llamar la atención de López, mientras que la del traje color crema estaba muy pendiente de mi jefe. Las tres parecían impresionados por la habilidad de Kurt para exponer cómo el trabajo de la empresa —y su propia mediación con el cliente— eran un valor seguro demostrable para el producto del cliente.
Me parecía admirable la serenidad de Kurt con toda aquella presión a que le sometían, principalmente López, quien dominaba claramente la situación.
—Muy bien, señor Hummel —le elogió López discretamente al dar por terminada la entrevista—. Estoy deseando examinar la SDP cuando llegue el momento.
—Brittany, ¿qué te tentaría a ti para probar Kingsman?
Me pilló desprevenida.
—¿Perdón?
La intensidad de su mirada era punzante. Era como si lo único que viera fuera yo, lo cual me hizo respetar aún más a Kurt, que había tenido que trabajar con aquel peso durante una hora.
La silla de López estaba alineada perpendicularmente respecto al largo de la mesa, y me miraba a mí de frente. Tenía el brazo derecho sobre la pulida superficie de madera, y golpeaba suave y rítmicamente el tablero con los dedos, largos y elegantes. Pude verle la muñeca, un pequeño fragmento de piel dorada y por alguna extraña razón, mi clítoris me palpitaba requiriendo atención. Sencillamente, ¡era tan... femenino!
—¿Qué sugerencias de Kurt te gustan más? —me preguntó—. Despejaremos la sala, si es necesario, para que nos des una opinión sincera —me dijo, con el gesto impasible en su rostro perfecto.
Cerré las manos en torno a los reposabrazos.
—Ya le he dado mi sincera opinión, señora López, pero, si insiste en que se lo diga, creo que lujo y erotismo a precios razonables atraen a un sector muy amplio de la población. Yo carezco...
—Estoy de acuerdo. —Se levantó y se abrochó la chaqueta—. Señor Hummel ya tiene una pauta. Nos veremos la próxima semana.
Seguí sentada todavía unos segundos, atónita ante el ritmo vertiginoso de los acontecimientos, y miré a Kurt, que parecía debatirse entre la perplejidad y la alegría.
Me puse en pie y me dirigí hacia la puerta, dándome perfecta cuenta de que López caminaba junto a mí. El modo en que se movía, con elegancia animal y arrogante compostura, era terriblemente excitante. No podía imaginar que no follara bien y resultara agresiva, tomando lo que quisiera de tal forma que volviera a una mujer loca por dárselo.
Me acompañó todo el rato hasta los ascensores. Habló un poco con Kurt sobre
deportes, creo, pero yo estaba demasiado concentrada en mis propias reacciones como para ocuparme de charlas triviales. Cuando llegó nuestro ascensor, suspiré de alivio y me dispuse a entrar rápidamente con Kurt.
—Un momento, Brittany —dijo López calmadamente, reteniéndome por el brazo—. Bajará enseguida —esta vez se dirigió a Kurt, al tiempo que las puertas se cerraban con mi jefe dentro, completamente pasmado.
López no volvió a hablar hasta que el ascensor empezó a bajar; después, apretó el botón de llamada y me preguntó:
—¿Te acuestas con alguien?
Hizo la pregunta con tanta naturalidad, que me costó un poco procesarla.
Inspiré bruscamente.
—¿Por qué quiere saberlo?
Se quedó mirándome y yo percibí lo mismo que había percibido la primera vez que nos vimos: una fuerza arrolladora y un dominio férreo de sí misma, atributos que me hicieron dar un involuntario paso atrás. Otra vez. Por lo menos, en esta ocasión no me había caído; estaba progresando.
—Porque quiero follar contigo, Brittany, y necesito saber si hay algún obstáculo.
Sentí un repentino dolor entre los muslos y busqué la pared para conservar el equilibrio. Intentó sujetarme, pero le mantuve a raya con la mano.
—A lo mejor yo no estoy interesada, señora López.
Un esbozo de sonrisa se asomó a su boca. No podía estar más guapa. Ay, Dios mío...
El sonido que precedía al ascensor me sobresaltó; estaba tan tensa... Y tan excitada como nunca en mi vida. Nunca antes había experimentado una atracción tan tórrida por nadie. Nunca antes me había sentido tan ofendida por alguien a quien deseaba tanto.
Entré en el ascensor y me volví hacia ella.
—Hasta otra vez, Brittany —me dijo, sonriente.
Se cerraron las puertas y yo me apoyé en el pasamanos de metal, intentando recuperar el control de mí misma. Apenas lo había conseguido cuando las puertas se abrieron y vi a Kurt, que paseaba por la zona de espera de nuestra planta.
—¡Por Dios, Brittany! —refunfuñó Kurt, parándose bruscamente— ¿Pero qué demonios pasa?
—No tengo ni puta idea —me desahogué, queriendo compartir el incidente, confuso e irritante, que había tenido lugar entre López y yo, a sabiendas de que mi jefe no era el oyente más adecuado—. ¿A quién le importa? Ya sabes que te va a dar el contrato.
Desapareció el frunce de su entrecejo.
—Creo que es posible.
—Como dice mi compañera de piso, deberías celebrarlo. ¿Quieres que te reserve una mesa para cenar con Blaine?
—¿Por qué no? A las siete, en Pure Food and Wine, si pueden hacernos un hueco; si no, sorpréndenos.
Acabábamos de volver al despacho de Kurt cuando se le echaron encima los ejecutivos: Will Schuester, director ejecutivo y presidente, Pam Field y Walter Leaman, el presidente ejecutivo y vicepresidente ejecutivo, respectivamente.
Yo escurrí el bulto lo más discretamente que pude y me metí en mi cubículo.
Llamé a Pure Food and Wine y pedí una mesa para dos. Después de mucho rogar y suplicar, la encargada por fin cedió.
Le dejé a Kurt un mensaje de voz: «Decididamente, hoy es tu día de suerte. Tienes mesa reservada para las siete. ¡Que te diviertas!».
Después, fiché la salida, ansiosa por llegar a casa.
—¿Que te dijo qué?
Sentada al otro extremo de nuestro sofá modular blanco, Quinn movió la cabeza en señal de reproche.
—Ya lo sé, ¿vale? —Bebí con fruición otro sorbo de vino; era un refrescante sauvignon blanc, enfriado a la temperatura ideal, que yo había comprado en el camino de vuelta—. Ésa fue mi reacción también. Todavía no estoy segura de no haber sufrido alucinaciones y de que la conversación no haya sido producto de una sobredosis de sus feromonas.
—¿Entonces?
Me senté encima de las piernas y me acomodé en el rincón del sofá.
—¿Enconces, qué?
—Sabes a qué me refiero, Britt. —Cogió el netbook que tenía sobre la mesa de
centro y se lo puso sobre las piernas cruzadas—. ¿Te la vas a tirar?
—Pero si no la conozco. Ni siquiera sé su nombre de pila y va y me suelta ésa.
—Ella sí que sabe el tuyo. —Se puso a teclear—. ¿Y qué me dices del asunto del vodka? ¿Y eso de que pidiera a tu jefe en particular?
Estaba pasándome una mano por el pelo y me quedé inmóvil.
—Kurt tiene mucho talento. Y si López tiene un poco de olfato para los negocios, se dará cuenta y lo aprovechará.
—Se diría que sabe de negocios. —Quinn le dio la vuelta al netbook y me enseñó la página inicial de López Industries, que contaba con una imponente foto del Lopezfire—. Aquí está su edificio, Brittany. Santana López es la dueña.
¡Mierda! Cerré los ojos. Santana López. El nombre le iba muy bien. Era tan sexy, elegante y femenino como ella.
—Tiene gente que se encarga del marketing de sus filiales. Probablemente decenas de personas.
—Calla ya, Quinn.
—Es guapa, rica y quiere echarte un polvo. ¿Qué problema hay?
Me quedé mirándola.
—Va a ser muy violento encontrarme con ella a todas horas. Espero conservar mi empleo durante mucho tiempo, porque realmente me gusta mi trabajo y me gusta Kurt. Gracias a él participo de lleno en todo el proceso y ya he aprendido un montón.
—¿Recuerdas lo que dice el doctor Travis de los riesgos calculados? Cuando tu loquero te dice que te arriesgues un poco, pues tienes que hacerlo. Puedes afrontarlo. Las dos sois adultas —devolvió la atención a la búsqueda en Internet—. ¡Hala!, ¿sabes que le faltan dos años para cumplir los treinta? Piensa en su resistencia.
—Piensa en su grosería. Estoy ofendida por el modo en que lo soltó. No me gusta sentirme como una vagina con piernas.
Quinn hizo una pausa y me miró con lástima.
—Lo siento, nena. Eres muy fuerte, mucho más fuerte que yo, pero no quiero verte cargando con el mismo equipaje.
—No creo que normalmente sea así. —Aparté la mirada porque no quería hablar de lo que habíamos sufrido en el pasado—. Y no se trata de que me pida una cita para salir, pero tiene que haber una manera mejor de decirle a una mujer
que quieres llevártela a la cama.
—Tienes razón. Es una gilipollas engreída. Déjale que suspire por ti hasta. Se lo tiene merecido.
Eso me hizo sonreír. Quinn siempre lo conseguía.
Cerró el netbook con un enérgico golpecito.
—¿Qué hacemos esta noche?
—Estaba pensando que me gustaría ir a ver ese gimnasio de Krav Maga, en Brooklyn. —Desde que me encontré a Noah Pukerman en Equinox, me parecía cada vez mejor la idea de ese tipo de actividad puramente física para luchar contra el estrés.
Estaba segura de que no sería lo mismo que darle de hostias a Santana López, pero sí que resultaría menos perjudicial para mi salud.
Espero que os haya gustado, el siguiente es más wanky, intentare subirlo más tarde.
Besos
Peque_7* - Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 01/01/2014
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Hola, soy nueva lectora.
Me ah encantando, pero Santana es la que va a acosar a Brittany ¿no? Así qué supongo que ya sabe más cosas sobre ella, además me gusto que le preguntará a Brittany sombre aquello. XDD
Espero tu actualización. (:
Me ah encantando, pero Santana es la que va a acosar a Brittany ¿no? Así qué supongo que ya sabe más cosas sobre ella, además me gusto que le preguntará a Brittany sombre aquello. XDD
Espero tu actualización. (:
iFannyGleek****** - Mensajes : 335
Fecha de inscripción : 03/10/2013
Edad : 27
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
más situaciones tensas haha y si no las hay créalas no hay por qué seguir el libro al pie de la letra haha
madridcks*** - Mensajes : 122
Fecha de inscripción : 15/05/2013
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
hola,...
me encanto,... que directa que fue san ja!!!!!
quiero el otro capitulo
nos vemos!!!
me encanto,... que directa que fue san ja!!!!!
quiero el otro capitulo
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
dios que fic , muy atrevido
se be muy interesante siguelooo.
saludooosss :)
se be muy interesante siguelooo.
saludooosss :)
brittana-bitches!!!***** - Mensajes : 228
Fecha de inscripción : 02/09/2012
Edad : 27
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Nueva Lectora. :-)
Woooo, acabó de encontrar este fic y me encanto, está fabuloso. Me quedé sin palabras.
Espero la siguiente actualización y espero sea hoy.
Saludos. Por cierto soy Andrea!
Woooo, acabó de encontrar este fic y me encanto, está fabuloso. Me quedé sin palabras.
Espero la siguiente actualización y espero sea hoy.
Saludos. Por cierto soy Andrea!
Linda23**** - Mensajes : 185
Fecha de inscripción : 08/12/2013
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
hola
woo santana hasta quedo yo sin aire cuando lei lo directa que fue jJajjaj con britt
siguelo por fis!!
saludos!!
woo santana hasta quedo yo sin aire cuando lei lo directa que fue jJajjaj con britt
siguelo por fis!!
saludos!!
raxel_vale****** - Mensajes : 377
Fecha de inscripción : 24/08/2013
Edad : 34
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
iFannyGleek escribió:Hola, soy nueva lectora.
Me ah encantando, pero Santana es la que va a acosar a Brittany ¿no? Así qué supongo que ya sabe más cosas sobre ella, además me gusto que le preguntará a Brittany sombre aquello. XDD
Espero tu actualización. (:
Bienvenida nueva lectora jaja
Si, es Santana la que tiene información y "acosa" a Brittany
Saludos
madridcks escribió:más situaciones tensas haha y si no las hay créalas no hay por qué seguir el libro al pie de la letra haha
jaja claro que si! en principio seguire el libro pero si hay algo que no me gusta o algo que me gustaria poner lo cambiare...
3:) escribió:hola,...
me encanto,... que directa que fue san ja!!!!!
quiero el otro capitulo
nos vemos!!!
Hola! ahora mismo tienes el siguiente capitulo
Hasta la proxima!
brittana-bitches!!! escribió:dios que fic , muy atrevido
se be muy interesante siguelooo.
saludooosss :)
Ahora mismo subo el siguiente capitulo!
Saludos :)
Linda23 escribió:Nueva Lectora. :-)
Woooo, acabó de encontrar este fic y me encanto, está fabuloso. Me quedé sin palabras.
Espero la siguiente actualización y espero sea hoy.
Saludos. Por cierto soy Andrea!
Hola Andrea!
Me alegro de que te guste en fic, ahora actualizo para que sigas leyendo...
Aah! se me olvidaba... a mi me llaman Peque jaja
raxel_vale escribió:hola
woo santana hasta quedo yo sin aire cuando lei lo directa que fue jJajjaj con britt
siguelo por fis!!
saludos!!
Holaa :) sii Santana fue muy directa pero veras que en los proximos capitulos Britt también se vuelve más atrevida...
Peque_7* - Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 01/01/2014
FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 3
3
—Tu madre y Stanton no permitirán, de ninguna manera, que vengas aquí varias veces a la semana —dijo Quinn, abrigándose con su elegante chaqueta de tela vaquera, aunque no hacía más que un poco de fresco.
El almacén reformado que Noah Pukerman utilizaba de estudio era un edificio de ladrillo caravista situado en una zona de Brooklyn, anteriormente industrial, que buscaba renovarse. El espacio era enorme, y en las grandes puertas metálicas del área de carga no había nada que indicara lo que ocurría en el interior. Quinn y yo nos sentamos en las gradas de aluminio y observamos a la media docena de púgiles que había en las esteras de abajo.
—¡Ay! —Hice una mueca de dolor en solidaridad con el tipo que había encajado una patada en la ingle. Incluso con el acolchado, aquello había tenido que doler—. ¿Y cómo va a enterarse Stanton, Quinn?
—¿Porque acabarás en el hospital? —Me miró—. En serio, el Krav Maga es brutal. Simplemente están entrenando, y es de contacto pleno. Y si no te delatan los moratones, tu padrastro se enterará de alguna forma. Siempre lo hace.
—Por mi madre; ella le cuenta todo. Pero no tengo intención de hablarle de esto.
—¿Por qué no?
—No lo entendería. Pensará que quiero protegerme por lo que pasó, y se sentirá culpable y me dará la vara con ello. No se creerá que mi principal interés radique en el ejercicio y el alivio del estrés.
Apoyé la barbilla en la palma de la mano y observé a Noah aleccionar en la pista a una mujer. Era un buen instructor. Paciente y riguroso, explicaba las cosas de una manera fácil de entender. Su estudio estaba en un barrio conflictivo, pero pensé que resultaba apropiado para lo que él enseñaba. Qué mejor que aquel inmenso almacén vacío para aprender defensa personal en situaciones reales.
—Ese Noah está como un tren —murmuró Quinn.
—También lleva una alianza.
—Ya me he fijado. A los mejores siempre los cazan enseguida.
Noah se reunió con nosotros cuando terminó la clase, radiantes sus ojos
oscuros, y aún más radiante su sonrisa.
—¿Qué te parece, Brittany?
—¿Dónde hay que firmar?
Ante aquella sonrisa tan sensual, Quinn se me acercó y me apretó la mano hasta dejarme sin sangre en ella.
—Venid por aquí.
El viernes comenzó de manera abrumadora. Kurt me explicó el proceso de recoger información para una solicitud de propuesta, y me habló un poco más acerca de López Industries y Santana López, señalando que él y López tenían la misma edad.
—A veces tengo que recordármelo —dijo Kurt—. Resulta fácil olvidarse de lo joven que es cuando la tienes delante.
—Sí —coincidí, en el fondo decepcionada porque no iba a verla en los siguientes dos días. Me fastidiaba, por mucho que me dijera a mí misma que no importaba. No me había dado cuenta de que me emocionaba la posibilidad de que nos encontráramos hasta que esa posibilidad desapareció. No tenía nada ni por asomo tan apasionante planeado para el fin de semana.
Estaba tomando notas en el despacho de Kurt cuando oí que sonaba el teléfono de mi mesa. Me disculpé y corrí a cogerlo.
—Oficina de Kurt Hummel...
—Britt, cariño, ¿cómo estás?
Me dejé caer en la silla al oír la voz de mi padrastro. Stanton me sonaba siempre a alta alcurnia: refinado, altanero y arrogante.
—Richard. ¿Va todo bien? ¿Le pasa algo a mamá?
—Sí, todo bien. Y tu madre está maravillosa, como siempre.
Se le suavizaba el tono de voz cuando hablaba de su mujer, y yo se lo agradecía. En realidad, tenía muchas cosas que agradecerle, pero a veces me resultaba difícil encontrar un equilibrio entre esa gratitud y mis sentimientos de deslealtad. Sabía que a mi padre le acomplejaba la enorme diferencia de sus respectivas categorías económicas.
—Bien —respondí aliviada—. Me alegro. ¿Recibisteis mi nota de agradecimiento por mi vestido y el de Quinn?
—Sí, y fue muy amable de tu parte, pero ya sabes que no tienes que darnos las gracias por esas cosas. Discúlpame un momento. —Se puso a hablar con otra persona, probablemente su secretaria—. Britt, cielo, me gustaría que comiéramos juntos hoy. Enviaré a Clancy para que te recoja.
—¿Hoy? Pero si nos vamos a ver mañana por la noche. ¿No puede esperar hasta entonces?
—No, tiene que ser hoy.
—Pero sólo dispongo de una hora para almorzar.
Me volví al sentir una palmadita en el hombro y vi a Kurt a la entrada de mi cubículo.
—Tómate dos —susurró—. Te lo has ganado.
Suspiré y articulé un gracias para que él me leyera los labios.
—¿Te va bien a las doce, Richard?
—De maravilla. Me apetece mucho verte.
A mí no me apetecía especialmente verme en privado con Stanton, pero salí, obediente, poco antes del mediodía, y ya había un turismo esperándome junto al bordillo. Clancy, el chófer y guardaespaldas de Stanton, me abrió la puerta al tiempo que le saludaba. Luego él se sentó al volante y me llevó al centro. Veinte minutos después, me sentaba a la mesa de la sala de reuniones de las oficinas de Stanton, ojeando el almuerzo magníficamente dispuesto para dos personas.
Stanton llegó poco después, con aspecto pulcro y distinguido. Tenía el pelo de un blanco inmaculado y arrugas en la cara, pero seguía siendo muy guapo. Sus ojos eran del azul de los vaqueros desgastados, y de una aguda perspicacia. Estaba delgado y atlético; sacaba tiempo de su apretada agenda para mantenerse en forma incluso antes de casarse con su trofeo de esposa: mi madre.
Me puse de pie cuando se acercó, y él se inclinó a besarme en la mejilla.
—Estás preciosa, Britt.
—Gracias. —Me parecía a mi madre, que también era rubia natural. Pero los ojos azules los había heredado de mi padre.
Tomando asiento a la cabecera de la mesa, Stanton era consciente de que el indispensable telón de fondo del perfil de Nueva York recortado contra el horizonte quedaba a sus espaldas, y se aprovechó de lo impresionante que era.
—Come —dijo, con la autoridad que tan fácilmente ejercen los hombres con poder. O las mujeres como Santana López. ¿Había sido Stanton tan ambicioso a la
edad de López?
Cogí mi tenedor y empecé con la ensalada de pollo, arándanos, nueces y queso feta. Estaba deliciosa y yo, hambrienta. Me alegré de que Stanton no se pusiera a hablar inmediatamente, y así poder disfrutar de la comida, pero el aplazamiento no duró mucho.
—Brittany, cariño, me gustaría discutir ese interés que tienes por el Krav Maga.
Me quedé de piedra.
—¿Perdona?
Stanton tomó un sorbo de agua fría y se echó hacia atrás; su mandíbula adoptó una rigidez que me advertía de que no iba a gustarme lo que estaba a punto de decirme.
—Anoche tu madre se alteró mucho cuando fuiste a ese estudio de Brooklyn. Me costó tranquilizarla y asegurarle que yo me encargaría de que siguieras haciendo lo que te gusta pero sin peligro. No quiere que...
—Un momento —dejé con cuidado el tenedor en la mesa, se me habían quitado las ganas de comer—. ¿Cómo sabía ella dónde me encontraba?
—Rastreó tu teléfono móvil.
—¡Venga ya! —Respiré hondo y luego me desinflé. La sinceridad de su respuesta, como si aquello fuera lo más natural del mundo, me puso mala. El estómago se me revolvió, más interesado de repente en rechazar el almuerzo que en digerirlo—. Por eso insistió tanto en que usara uno de los teléfonos de tu compañía. No tenía nada que ver con ahorrarme dinero.
—Por supuesto que en parte era por eso, pero además le da tranquilidad.
—¿Tranquilidad? ¿Espiar a su hija adulta? Eso no es sano, Richard. Tienes que darte cuenta. ¿Sigue viendo al doctor Petersen?
Tuvo la gentileza de parecer incómodo.
—Sí, claro.
—¿Le cuenta lo que está haciendo?
—No lo sé —respondió con cierta dureza—. Eso es asunto de Elizabeth. Yo no intervengo.
No, no lo hacía. Él la complacía, la mimaba, la consentía. Y permitía que su obsesión con mi seguridad se le descontrolara.
—Tiene que olvidarse de aquello. Yo lo he olvidado.
—Eras una niña, Brittany, y ella se siente culpable de no haberte protegido. Tenemos que dejarla un poco a su aire.
—¿A su aire? ¡Se comporta como una acosadora! —La cabeza me daba vueltas. ¿Cómo podía mi madre invadir mi intimidad de aquella manera? ¿Por qué lo hacía? Se estaba volviendo loca, y me estaba volviendo loca a mí también—. Esto tiene que acabar.
—Tiene fácil arreglo. He hablado con Clancy. Él te llevará cuando tengas que aventurarte a entrar en Brooklyn. Está todo arreglado. Eso te resultará mucho más práctico.
—No trates de tergiversarlo para que parezca que es en beneficio mío. —Me escocían los ojos y me quemaba la garganta con lágrimas de frustración no derramadas. Detestaba la forma en que hablaba de Brooklyn, como si fuera un país tercermundista—. Soy una mujer adulta. Tomo mis propias decisiones. ¡Lo dice la puñetera ley!
—¡No me hables en ese tono, Brittany! Yo simplemente cuido de tu madre. Y de ti.
Me separé de la mesa de un empujón.
—Es culpa tuya. Eres tú quien no deja que se cure, y me enfermas a mí también.
—Siéntate. Tienes que comer. A Elizabeth le preocupa que no estés comiendo bien.
—Le preocupa todo, Richard. Ése es el problema. —Dejé mi servilleta en la mesa—. Tengo que volver al trabajo.
Me di la vuelta y me dirigí furiosa hacia la puerta para salir de allí lo antes posible. Recogí el bolso, que me guardaba la secretaria de Stanton, y dejé el teléfono encima de su escritorio. Clancy, que me esperaba en la zona de recepción, me siguió, y yo sabía que no podría librarme de él. Sólo obedecía órdenes de Stanton.
Iba echando humo en el asiento de atrás del coche en el que Clancy me llevaba de vuelta al centro de la ciudad. Por mucho que despotricara, al final yo no era mucho mejor que Stanton, porque iba a ceder. Iba a rendirme y a dejar que mi madre se saliera con la suya, porque se me partía el corazón de pensar que mi madre sufriera más de lo que ya había sufrido. Era muy sensible y frágil, y me quería hasta la locura.
Seguía con el ánimo decaído cuando llegamos al Lopezfire. Cuando Clancy se alejó del bordillo, me quedé plantada en la acera llena de gente, mirando a un lado y a otro de la ajetreada calle en busca de una tienda donde pudiera comprar un
poco de chocolate o de una tienda de teléfonos donde pudiera hacerme con un móvil nuevo.
Al final di una vuelta a la manzana y compré media docena de chocolatinas en la tienda de la esquina antes de volver al Lopezfire. Llevaba fuera alrededor de una hora, pero no pensaba hacer uso del tiempo extra que me había concedido Kurt. Necesitaba trabajar para distraerme de aquella familia de chiflados que tenía.
Mientras entraba en un ascensor vacío, rasgué el envoltorio de una de las chocolatinas y la emprendí a mordiscos con ella. Iba haciendo grandes progresos en la deglución de la cuota de chocolate que me había autoimpuesto antes de llegar al vigésimo piso, cuando el ascensor se paró en el cuarto. Agradecí el tiempo añadido que la parada me proporcionaba para disfrutar del reconfortante placer del chocolate y el caramelo al derretírseme en la lengua.
Se abrieron las puertas y allí estaba Santana López hablando con dos caballeros.
Como siempre, me quedé sin respiración al verla, lo cual reavivó la irritación, que estaba empezando a pasárseme. ¿Por qué me producía aquel efecto? ¿Cuándo iba a inmunizarme?
Ella se giró y, al verme, sus labios se curvaron en una sonrisa lenta, de infarto.
Estupendo. Qué mierda de suerte la mía. Me había convertido en una especie de reto.
López pasó de sonreír a fruncir el ceño.
—Luego terminamos —dijo a sus acompañantes sin dejar de mirarme.
Al entrar en el ascensor, levantó una mano para disuadirles de que hicieran otro tanto. Sorprendidos, me lanzaron una mirada, luego a López y luego a mí otra vez.
Pensé que lo mejor para mi salud mental era salir y tomar otro ascensor.
—No tan deprisa, Brittany. —López me agarró del codo y tiró de mí hacia atrás. Se cerraron las puertas y el ascensor se puso en marcha suavemente.
—¿Qué hace? —espeté. Después de vérmelas con Stanton, lo último que necesitaba era a otra déspota tratando de mangonearme.
López me agarró por la parte superior de los brazos y me escudriñó la cara con su intensa mirada marrón.
—Algo pasa. ¿Qué es?
Aquella conocida electricidad volvió a chisporrotear entre nosotras, con mucha
más fuerza, por lo furiosa que estaba yo.
—Usted.
—¿Yo? —Me acariciaba los hombros con los pulgares. Luego me soltó y sacó una llave del bolsillo y la introdujo en el panel. Se apagaron todas las luces excepto la del último piso.
Vestía de negro otra vez, con finas rayas grises. Verla por detrás era una revelación. Tenía una perfecta anchura de hombros, sin ser corpulenta, lo que hacía resaltar su fina cintura y sus largas piernas. Me sentía tentada de agarrarle aquellos sedosos mechones de pelo que le caían por encima de la camisa y tirar. Con fuerza. Por muy encabronada que estuviera, la deseaba. Quería pelea.
—No estoy de humor para usted, señora López.
Ella observaba cómo la aguja de estilo antiguo que había encima de las puertas iba marcando el piso al que llegábamos.
—Yo puedo hacer que lo estés.
—No estoy interesada.
López me lanzó una mirada por encima del hombro. Su camisa y su corbata eran del mismo azul que el cielo.
—Nada de mentiras, Brittany. Nunca.
—No es ninguna mentira. ¿Y qué, si me siento atraída por usted? Supongo que a la mayoría de las mujeres les ocurre lo mismo. —Envolví lo que quedaba de la chocolatina y la metí en la bolsa de plástico que me había guardado en el bolso. No necesitaba comer chocolate cuando estaba respirando el mismo aire que Santana López—. Pero no tengo el menor interés en hacer nada al respecto.
Entonces me miró, girándose pausadamente, con aquel amago de sonrisa que le suavizaba su pícara boca. Su naturalidad e indiferencia me sulfuraron aún más.
—La palabra atracción se queda corta para describir —señaló el espacio que había entre nosotras—... esto.
—Creerás que estoy loca, pero para que me desnude e intercambie sudores con alguien, antes tiene que gustarme ese alguien.
—No, loca, no —dijo ella—. Pero yo no tengo ni tiempo ni ganas de salir con nadie.
—Ya somos dos. Me alegro de que lo hayamos aclarado.
Se me acercó un poco más, levantando una mano hacia mi cara. Me obligué a
no apartarme ni darle la satisfacción de ver que me intimidaba. Me rozó la comisura de la boca con el pulgar y a continuación se lo llevó a la suya. Se lamió la yema y ronroneó.
—Chocolate y tú. Delicioso.
Me recorrió un escalofrío, seguido de una ardiente punzada entre las piernas al imaginarme lamiendo chocolate de aquel cuerpo tan letalmente sexy.
Se le oscureció la mirada y bajó la voz hasta darle un tono de intimidad.
—El amor romántico no está en mi repertorio, Brittany. Pero sí mil maneras de conseguir que te corras. Déjame que te lo demuestre.
El ascensor se paró de golpe. Sacó la llave del panel y se abrieron las puertas.
Retrocedí hasta el rincón y le dije que se largara con un gesto de la mano.
—En serio, no me interesa.
—Vamos a discutirlo. —López me cogió por el codo y suavemente, pero con insistencia, me exhortó a salir.
La acompañé porque me gustaba el subidón que me producía estar cerca de ella y porque tenía curiosidad por saber lo que me diría si le dedicaba algo más de cinco minutos.
Le abrieron la puerta de seguridad tan deprisa que no tuvo ni que detenerse ante ella. La guapa pelirroja de recepción se apresuró a levantarse, a punto de transmitirle alguna información hasta que ella sacudió la cabeza con impaciencia. La chica cerró la boca de golpe y se me quedó mirando con los ojos abiertos como platos cuando pasamos por delante con paso enérgico.
Menos mal que llegamos enseguida al despacho de López. Su secretario se puso de pie en cuanto vio a su jefa, pero permaneció en silencio al darse cuenta de que no estaba sola.
—No me pases llamadas, Scott —dijo López, haciéndome entrar en su despacho a través de la doble puerta de cristal abierta.
A pesar de mi irritación, no pude evitar quedarme impresionada con el espacioso centro de operaciones de Santana López. Unas ventanas que iban desde el suelo hasta el techo dominaban la ciudad en dos laterales, y una pared entera de cristal daba al resto de la oficina. La única pared opaca que había, enfrente de su enorme escritorio, estaba cubierta de pantallas planas en constante funcionamiento con canales de noticias de todo el mundo. Había tres zonas de estar diferentes, cada una de ellas más grande que la oficina entera de Kurt, y un aparador en el que se exhibían licoreras de cristal tallado, que proporcionaban las únicas notas de
color en un lugar en el que, por lo demás, predominaban el negro, el gris y el blanco.
López apretó un botón de su escritorio que cerró las puertas; luego otro que escarchó al instante la pared de cristal, protegiéndonos completamente de la vista de sus empleados. Con las láminas reflectantes, de una preciosa tonalidad azul zafiro, que había en las ventanas exteriores, la intimidad estaba garantizada. Se quitó la chaqueta y la colgó en un perchero de cromo. Luego volvió a donde yo me había quedado parada nada más cruzar la puerta.
—¿Quieres tomar algo, Brittany?
—No, gracias. —¡Caray! Estaba aún más apetecible sólo con la camisa. Veía mejor lo en buena forma que estaba. La forma tan bonita en que se le marcaban los pechos y el culo cuando se movía.
Señaló hacia el sofá de cuero negro.
—Siéntate.
—Tengo que volver a trabajar.
—Y yo tengo una reunión a las dos. Cuanto antes resolvamos esto, antes volveremos a nuestros respectivos asuntos. Y ahora, siéntate.
—¿Qué cree que vamos a resolver?
Suspirando, me levantó como a una novia y me llevó hasta el sofá. Me dejó caer de culo, y luego se sentó a mi lado.
—Tus objeciones. Ya es hora de que hablemos de qué es lo que hace falta para que te me pongas debajo.
—Un milagro. —Me eché hacia atrás, ampliando el espacio que nos separaba. Tiré del dobladillo de mi falda verde esmeralda, lamentando no haberme puesto pantalones—. Su manera de acercarse me parece grosera y ofensiva.
Y una tía buena como pocas, pero eso no iba a reconocerlo.
Se me quedó mirando con ojos entrecerrados.
—Puede que sea directa, pero es sincera. No me pareces de esa clase de mujeres que quieren sandeces y halagos en lugar de la verdad.
—Lo que no quiero es que me traten como si fuera una muñeca hinchable.
López arqueó las cejas.
—En fin...
—¿Hemos terminado? —Me levanté.
Agarrándome de la muñeca, tiró de mí para que volviera a sentarme.
—De ninguna manera. Hemos establecido unos puntos de discusión: entre nosotras existe una poderosa atracción sexual, pero ninguna de las dos quiere comprometerse. Entonces ¿qué es lo que quieres tú... exactamente? ¿Seducción, Brittany? ¿Quieres que te seduzcan?
Aquella conversación me fascinaba y horrorizaba a partes iguales. Y, sí, también me tentaba. No podía ser de otro modo ante una mujer tan guapa y sensual como aquella, empeñada en retozar conmigo. A pesar de todo, ganó la indignación.
—Las relaciones sexuales que se planifican como si fueran una transacción comercial no me ponen.
—Fijar unos criterios al principio probablemente evitará que haya expectativas exageradas y decepción al final.
—¿Está de broma? —dije, frunciendo el ceño—. Escúchese. ¿Por qué llamarlo un polvo siquiera? ¿Por qué no ser clara y llamarlo expulsión de fluidos vaginales previamente acordado?
Me encabronó que echara la cabeza hacia atrás y riera a carcajadas. Aquel sonido profundo y gutural me inundó como un torrente de agua tibia. Cada vez me sentía más vulnerable en su presencia. Su risa campechana la hacía menos diosa del sexo y más humana. De carne y hueso. Real.
Me levanté y me eché hacia atrás, fuera de su alcance.
—En el sexo esporádico no tiene por qué haber vino y rosas, pero, por el amor de Dios, sea lo que sea, debería ser personal. Incluso amistoso. Con respeto mutuo por lo menos.
Cuando se puso de pie, el humor le había desaparecido y se le habían ensombrecido los ojos.
—No hay señales contradictorias en mis asuntos privados. Tú quieres que cambie de actitud, pero no se me ocurre una buena razón para hacerlo.
—Yo no quiero que haga una mierda, aparte de dejarme volver al trabajo. —Me encaminé hacia la puerta y tiré del picaporte, y maldije en voz baja cuando vi que ni se movía—. Déjeme salir, López.
La sentí aproximarse por detrás. Puso las palmas en el cristal a ambos lados de mi espalda, enjaulándome. Cuando la tenía tan cerca era incapaz de pensar en mi supervivencia.
La fuerza y la exigencia de su voluntad proyectaban un campo de fuerza casi tangible. López se me acercó tanto que me sentí encerrada allí dentro con ella. Todo
lo que quedaba fuera de aquella burbuja dejó de existir, mientras que en su interior mi cuerpo entero se estiraba hacia el suyo. El que produjera en mí un efecto tan profundo y visceral estando yo tan sumamente irritada hacía que la cabeza me diera vueltas. ¿Cómo podía ponerme tan cachonda una mujer cuyas palabras deberían haberme enfriado por completo?
—Date la vuelta, Brittany.
Cerré los ojos contra la oleada de excitación que me produjo aquel tono autoritario. ¡Dios, qué bien olía! Aquel perfecto cuerpo irradiaba avidez y pasión y estimulaba el salvaje deseo que yo sentía por ella. Esa incontrolable reacción se vio intensificada por la frustración con Stanton, que no terminaba de desaparecer, y mi más reciente irritación con la propia López.
La deseaba. Mucho. Pero no me convenía. Sinceramente, podía joderme la vida yo solita. No necesitaba la ayuda de nadie.
Apoyé la frente, que me ardía, en el cristal climatizado.
—Déjelo, López.
—Ya lo hago. Eres muy complicada. —Me rozó detrás de la oreja con los labios. Luego me puso una mano abierta en el estómago, separando los dedos para incitarme a que me apretara contra ella. Estaba tan excitada como yo, con su clítoris hinchado y enrojecido, podía notarlo a pesar de la tela que nos separaba en la parte inferior de mi espalda—. Date la vuelta y dime adiós.
Decepcionada y pesarosa, me giré entre sus brazos, arqueándome contra la puerta para que se me enfriara un poco la espalda. Ella estaba encorvado sobre mí, con su abundante cabello enmarcándole la hermosa cara y el antebrazo apoyado en la puerta para acercarse aún más. Yo apenas tenía espacio para respirar. La mano que antes me había puesto en la cintura descansaba ahora en la curva de mi cadera, apretando, volviéndome loca. Me miraba fijamente, con aquella mirada intensa, penetrante.
—Bésame —dijo con voz ronca—. Concédeme eso al menos.
Jadeando suavemente, me lamí los labios secos. Ella gimió, inclinó la cabeza y me selló la boca con la suya. Me sorprendió lo suaves que eran sus labios firmes y la delicadeza de la presión que ejerció. Suspiré y ella introdujo la lengua, saboreándome con largas lengüetadas, sin prisas. Su beso era seguro, diestro y con el punto justo de agresividad para excitarme salvajemente.
Oí, a lo lejos, el ruido de mi bolso al dar en el suelo; acto seguido tenía las manos en su pelo. Tiraba de sus sedosos mechones para dirigir su boca hacia la mía. Ella ahondó el beso, acariciándome la lengua con suculentos deslizamientos de
la suya. Notaba el desbocado latido de su corazón contra mi pecho, prueba de que no era el ideal imposible que me había forjado en mi calenturienta imaginación.
Se apartó de la puerta dando un empujón. Rodeándome la nuca con una mano y la curva de mis nalgas con la otra, me levantó en el aire.
—Te deseo, Brittany. Complicada o no, no puedo evitarlo.
Todo mi cuerpo estaba en contacto con el suyo, dolorosamente consciente de cada duro y ardiente centímetro de su ser. Respondí a su beso como si fuera a comérmelo vivo. Se me había puesto la piel húmeda y muy sensible, y los pechos blandos y pesados. El clítoris reclamaba atención a gritos, palpitando al ritmo del furioso latido de mi corazón.
Fui vagamente consciente de que nos movíamos, y de repente noté que caía de espaldas en el sofá. López estaba apalancada sobre mí con una rodilla en el cojín y el otro pie en el suelo. Apoyaba el torso en el brazo izquierdo, mientras que con la otra mano me agarraba por detrás de la rodilla, deslizándola por el muslo con decisión y firmeza.
La oí resoplar cuando llegó al punto en el que la liga sujetaba la parte superior de mis medias de seda. Apartó los ojos de los míos y miró hacia abajo, levantándome la falda para desnudarme de cintura para abajo.
—¡Santo Dios, Brittany! —En su pecho resonó un murmullo, y aquel primigenio sonido me puso la piel de gallina—. Tu jefe tiene mucha suerte de ser gay.
Medio atolondrada, vi cómo el cuerpo de López descendía hacia el mío, y separé las piernas de manera que encajara el ancho de sus caderas. Se me tensaron los músculos con la urgencia de alzarme hacia ella, para acelerar el contacto entre nosotras, por el que había suspirado desde la primera vez que la vi. Volvió a bajar la cabeza y de nuevo me tomó la boca, lastimándome los labios con un delicado punto de violencia.
De repente, se apartó de mí, poniéndose de pie a trompicones.
Yo me quedé allí tumbada, jadeante y húmeda, deseosa y dispuesta. Entonces me di cuenta de por qué había reaccionado de aquella tempestuosa manera.
Había alguien detrás de ella.
Espero sus comentarios, opiniones, criticas... o simplemente saluden jaja
Besos
Peque_7* - Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 01/01/2014
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
a esa clase de situaciones me refería hahaha. A ver quien es, y a ver si en el proximo puede ser medio publico todo jaja, solo medio
madridcks*** - Mensajes : 122
Fecha de inscripción : 15/05/2013
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Excelente.
La mamá de Britt es una controladora, eso de rastrear el móvil, sé pas, eso no sé hace sino en caso de emergencia.
San que directa, quiere sexo con la rubia y va por ello, pero me pareció de lo último eso de QUE HACE FALTA PARA QUE TE ME PONGAS DEBAJO, cómo sí britt fuese una cualquiera, sé puede tener sexo sin compromiso ni ataduras, pero hay mejores formas de decirlo.
En definitiva me encanto, y eres mala PEQUE cómo lo dejas ahí, quién habrá llegado.
Nos vemos en la próxima actualización.
La mamá de Britt es una controladora, eso de rastrear el móvil, sé pas, eso no sé hace sino en caso de emergencia.
San que directa, quiere sexo con la rubia y va por ello, pero me pareció de lo último eso de QUE HACE FALTA PARA QUE TE ME PONGAS DEBAJO, cómo sí britt fuese una cualquiera, sé puede tener sexo sin compromiso ni ataduras, pero hay mejores formas de decirlo.
En definitiva me encanto, y eres mala PEQUE cómo lo dejas ahí, quién habrá llegado.
Nos vemos en la próxima actualización.
Linda23**** - Mensajes : 185
Fecha de inscripción : 08/12/2013
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Excelente.
La mamá de Britt es una controladora, eso de rastrear el móvil, sé pas, eso no sé hace sino en caso de emergencia.
San que directa, quiere sexo con la rubia y va por ello, pero me pareció de lo último eso de QUE HACE FALTA PARA QUE TE ME PONGAS DEBAJO, cómo sí britt fuese una cualquiera, sé puede tener sexo sin compromiso ni ataduras, pero hay mejores formas de decirlo.
En definitiva me encanto, y eres mala PEQUE cómo lo dejas ahí, quién habrá llegado.
Nos vemos en la próxima actualización.
La mamá de Britt es una controladora, eso de rastrear el móvil, sé pas, eso no sé hace sino en caso de emergencia.
San que directa, quiere sexo con la rubia y va por ello, pero me pareció de lo último eso de QUE HACE FALTA PARA QUE TE ME PONGAS DEBAJO, cómo sí britt fuese una cualquiera, sé puede tener sexo sin compromiso ni ataduras, pero hay mejores formas de decirlo.
En definitiva me encanto, y eres mala PEQUE cómo lo dejas ahí, quién habrá llegado.
Nos vemos en la próxima actualización.
Linda23**** - Mensajes : 185
Fecha de inscripción : 08/12/2013
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Excelente, La mamá de Britt es una controladora, xq eso de rastrearle el móvil, sé paso eso no sé hace.
Santana es tan directa quiere sexo con la rubia y va por ello con todo directo a conseguirlo, no me gusto el hecho de que dijera QUE ES LO QUE HACE FALTA PARA QUE TE ME PONGAS DEBAJO, con sí Britt fuera una zorra, está bien hay atracción, mucha diría yo, eso quedó claro desde el primer capítulo, pero sí quieres sexo con alguien sin compromiso hay mejores maneras de expresarlo.
En definitiva me encanto, pero eres mala PEQUE cómo lo dejas ahí, quién será? las encontraron con las manos en la masa.
Nos vemos en la próxima actualización, espero sea pronto. :-)a
Santana es tan directa quiere sexo con la rubia y va por ello con todo directo a conseguirlo, no me gusto el hecho de que dijera QUE ES LO QUE HACE FALTA PARA QUE TE ME PONGAS DEBAJO, con sí Britt fuera una zorra, está bien hay atracción, mucha diría yo, eso quedó claro desde el primer capítulo, pero sí quieres sexo con alguien sin compromiso hay mejores maneras de expresarlo.
En definitiva me encanto, pero eres mala PEQUE cómo lo dejas ahí, quién será? las encontraron con las manos en la masa.
Nos vemos en la próxima actualización, espero sea pronto. :-)a
Linda23**** - Mensajes : 185
Fecha de inscripción : 08/12/2013
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
hola,.....
demasiado intenso el dia para britt,....
hooo vamos tanto la va a tener vigilada su mama,...???? también su padrastro para cumplir los caprichos de la madre de britt!!!!
britt y san,.... estuvo WANKY,.... britt tuvo mucho merito en negarse al principio, pero amo el merito de convencimiento que tiene san jajajjajaja
nos vemos!!!!!!!!!!!!!
demasiado intenso el dia para britt,....
hooo vamos tanto la va a tener vigilada su mama,...???? también su padrastro para cumplir los caprichos de la madre de britt!!!!
britt y san,.... estuvo WANKY,.... britt tuvo mucho merito en negarse al principio, pero amo el merito de convencimiento que tiene san jajajjajaja
nos vemos!!!!!!!!!!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
¿Qué carajo le pasa a la mama de Brittany para rastrear el celular de Brittany? Vaya que es una controladora. XD
Me gusta que Santana vaya al punto de lo quiere hacer con Brittany, pero tiene algunos modos que no me gustan, supongo que así es su actitud siempre.
Espero tu actualización. :)
Me gusta que Santana vaya al punto de lo quiere hacer con Brittany, pero tiene algunos modos que no me gustan, supongo que así es su actitud siempre.
Espero tu actualización. :)
iFannyGleek****** - Mensajes : 335
Fecha de inscripción : 03/10/2013
Edad : 27
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Muy buena historia, desconocia esta saga, pero estoy segura de que tu adaptacion sera excelente, por lo que he leido ya espero prontisima actualizacion!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
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