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FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
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FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 4
Hola! tengo poco tiempo y solo paso por aquí para dejaros el siguiente capítulo. He leído todos vuestros comentarios pero hoy no tengo tiempo para contestarlos, me alegro mucho de que os este gustando la historia, prometo contestar a vuestros próximos comentarios. ¿Que os parece si me contáis algo de vosotros y así os voy conociendo?
Mañana subiré el siguiente capítulo. Y ya no me enrollo más y os dejo leer.
Nos leemos
Avergonzada ante la repentina irrupción en nuestra intimidad, me incorporé a toda prisa, estirándome la falda.
—... reunión de las dos es aquí.
Tardé un buen rato en darme cuenta de que López y yo seguíamos solas en la sala, y de que la voz que había oído venía del altavoz. López estaba de pie al otro extremo del sofá, con la cara roja, el ceño fruncido y respirando agitadamente.
Yo me horrorizaba pensando en mi propio aspecto; y, para colmo de males, volvía tarde al trabajo.
—¡Jesús! —Se llevó las manos a la cabeza—. ¡En pleno día y en mi oficina!
Me puse de pie y traté de recomponerme un poco.
—Déjame a mí —se acercó y me levantó la falda otra vez.
Disgustada por lo que había estado a punto de ocurrir cuando debía estar trabajando, le di un manotazo.
—Basta ya. Déjeme en paz.
—Cállate, Brittany —dijo en tono grave, y me ayudó a remeter la blusa, negra y de seda, y a que la línea de botones quedase derecha. Luego me bajó la falda, alisándola con manos expertas y serenas—. Arréglate la coleta.
López recuperó la chaqueta y se la puso antes de colocarse bien la camisa. Llegamos a la puerta al mismo tiempo, y cuando me agaché para recoger el bolso, ella se inclinó conmigo.
Me cogió por la barbilla y me obligó a mirarle.
—Eh, ¿te encuentras bien? —me preguntó suavemente.
Me ardía la garganta. Estaba excitada, furiosa y de lo más abochornada. Nunca en la vida había perdido la cabeza de aquella manera. Y me sentaba fatal que hubiera ocurrido precisamente con ella, una mujer cuya actitud hacia la intimidad sexual era tan fría que me deprimía con sólo pensarlo.
Sacudí la cabeza para que me soltara la barbilla.
—¿Cómo estoy?
—Preciosa y como para echarte un polvo. Te deseo tanto que me hace daño. Estoy a punto de llevarte otra vez al sofá y hacer que te corras hasta que me supliques que pare.
—No se te puede acusar de retórica —le reproché, pero dándome cuenta de que no me sentía ofendida. La verdad era que aquella crudeza tenía un tremendo efecto afrodisíaco. Con las piernas temblorosas y apretando firmemente la correa del bolso, sentía la tremenda necesidad de huir de aquella mujer. Y cuando terminara mi jornada, quería estar sola con una buena copa de vino.
López seguía junto a mí.
—Ahora voy a ocuparme de lo que me queda por hacer y a las cinco habré terminado. A esa hora vendré a buscarte.
—No, no venga. Esto no cambia nada.
—Ya lo creo que sí.
—No sea pretenciosa, López. He estado ofuscada un ratito, pero todavía no quiero lo que quiere usted.
—Claro que lo quieres; lo que pasa es que no te gusta el modo en que yo pretendo dártelo. Así que volveremos a vernos y repasaremos.
Otro negocio. Preparado de antemano. Se me tensó todo el cuerpo.
Puse una mano sobre la suya e hice girar el pomo para deslizarme acto seguido por debajo de su brazo y salir de allí. El secretario de López, boquiabierto, se levantó inmediatamente, lo mismo que las tres personas, una mujer y dos hombres, que estaban esperándole. Le oí hablar detrás de mí.
—Scott les acompañará a mi despacho. Yo llegaré enseguida.
Me alcanzó por la zona de recepción y me pasó el brazo por detrás a la altura de la cadera. No quería montar un numerito, así que esperé hasta llegar a los ascensores para zafarme.
Ella se lo tomó con tranquilidad y apretó el botón de llamada.
Yo no aparté la vista de la tecla encendida.
—Tengo muchas cosas que hacer.
—Pues mañana.
—Voy a estar muy ocupada todo el fin de semana.
—¿Con quién? —me preguntó impulsivamente, acercándose mucho a mí.
—A usted no le...
Me tapó la boca con la mano.
—No sigas. Dime tú cuándo, entonces. Y, antes de que contestes que nunca, mírame y dime si soy la clase de mujer a quien se rechaza así como así.
Tenía el gesto firme, los ojos entrecerrados y la mirada resuelta. Yo me estremecí. No estaba nada segura de ganarle la batalla de la tenacidad a Santana López.
Tragué saliva, y esperé hasta que retiró la mano.
—Creo que las dos necesitamos calmarnos y tomarnos un par de días para pensar.
—El lunes, al salir del trabajo —insistió.
Llegó el ascensor y entré. Luego, me volví hacia ella y contraataqué.
—El lunes, a la hora de comer.
Sólo tendríamos una hora. Escapatoria garantizada.
—Va a suceder, Brittany —dijo, justo antes de que se cerraran las puertas, y sonó más como una amenaza que como un promesa.
—No te apures, Brittany —me tranquilizó Kurt cuando llegué hasta mi mesa casi a las dos y cuarto—, que no te has perdido nada. Yo he comido tarde con el señor Leaman y acabo de llegar.
—Gracias.
Pero, dijera lo que dijera, yo me sentía muy mal. La dura mañana del viernes parecía haber tenido lugar varios días atrás.
Trabajamos sin interrupción hasta las cinco, cambiando impresiones sobre un anuncio de comida rápida e ideando algunos retoques, de modo que nos sirviera para una cadena de tiendas de alimentación biológica.
—Para que luego hablen de extraños compañeros de cama —había bromeado Kurt, sin saber hasta qué punto tenía razón en cuanto a mi vida privada.
Acababa de cerrar el ordenador y estaba a punto de sacar el bolso del cajón, cuando sonó el teléfono. Eché un vistazo al reloj y vi que eran exactamente las cinco, así que contemplé la posibilidad de no hacer caso a la llamada, teniendo en cuenta que, estrictamente hablando, mi jornada había terminado.
Pero como todavía me sentía fatal por haberme pasado con la hora de la
comida, lo consideré un castigo y contesté.
—Brittany, cielo, dice Richard que te dejaste el móvil en su oficina.
Solté un bufido y me dejé caer sobre el respaldo de la silla. Me imaginaba el pañuelo empapado que solía ir asociado con aquel característico tono de inquietud de mi madre. Me trastornaba y al mismo tiempo me partía el corazón.
—Hola, mamá, ¿cómo estás?
—Muy bien, gracias. —Mi madre tenía voz de niña y, a la vez, entrecortada, como la de Marilyn Monroe cruzada con la de Scarlett Johansson—. Clancy te ha dejado el teléfono en la portería de tu casa. No deberías ir a ninguna parte sin él. Nunca se sabe si vas a necesitar llamar a alguien...
Había estado dándole vueltas a la idea de quedarme con el teléfono y derivar las llamadas a otro número que no supiera mi madre, pero eso no era lo que más me importaba en aquel momento.
—¿Y qué opina el doctor Petersen de que fisgues en mi teléfono?
El silencio al otro lado de la línea fue muy significativo.
—El doctor Petersen sabe que me preocupo por ti.
—Mamá, creo que es hora de que vayamos juntas de nuevo a la consulta —le dije, pellizcándome el puente de la nariz.
—Ah, sí... claro. De hecho, él me ha dicho que le gustaría volver a verte.
Probablemente porque piensa que no estás colaborando mucho. Cambié de tema.
—Me gusta mucho mi nuevo trabajo.
—Eso es estupendo, Britt. ¿Te trata bien tu jefe?
—Sí, es fantástico. No podría ser mejor.
—¿Es guapo?
—Sí, mucho. Pero no está libre —contesté, y sonreí.
—¡Qué pena! Los mejores nunca lo están.
Ella se rio y mi sonrisa se hizo más abierta.
Me encantaba que estuviera contenta. Ojalá lo estuviera con más frecuencia.
—Estoy deseando verte mañana en la cena benéfica.
Elizabeth Pierce Barker Mitchell Stanton, una deslumbrante belleza rubia a quien nunca le había faltado atención masculina, se sentía como pez en el agua en los actos de sociedad.
—Vamos a pasarlo bien —dijo mi madre entrecortadamente—. Tú, Quinn y yo. Iremos al spa y nos pondremos guapas y a tono. Estoy segura de que te vendría bien un masaje después de trabajar.
—Yo no voy a rechazarlo, por supuesto, y sé que a Quinn le encantará.
—¡Qué ilusión me hace! Os mando un coche a casa a eso de las once.
—Estaremos listas.
Cuando colgué, me recliné en la silla y suspiré por un baño caliente y un orgasmo. Me tenía sin cuidado que Santana López se enterase de que me masturbaba pensando en ella. La frustración sexual debilitaba mi posición, y ella seguro que no tenía ese problema. No me cabía duda de que contaría con un orificio condescendiente antes de que terminase el día.
El teléfono sonó de nuevo mientras me cambiaba los zapatos de tacón por los de caminar. Casi nunca se podía despistar a mi madre durante demasiado rato. Los cinco minutos que habían pasado desde que terminó nuestra conversación eran el tiempo justo que había tardado en darse cuenta de que el problema del móvil no estaba resuelto. De nuevo pensé en no hacer caso de la llamada, pero no quería llevarme a casa ningún disgusto del día.
Respondí con la frase habitual, pero con menos energía.
—Sigo pensando en ti.
La voz ronca y aterciopelada de López me envolvió con tal sensación de alivio que comprendí cuánto había deseado volver a oírla. Ese mismo día.
Mi ansia era tan profunda que tuve la certeza de que aquella mujer iba a convertirse en una droga para mí, la fuente principal de muchos e intensos goces.
—Sigo tocándote, Brittany. Sigo saboreándote. He estado mojada desde que te fuiste, pasando por dos reuniones y una teleconferencia. Te doy ventaja: pon tú las condiciones.
—A ver... déjame que piense... —la hice esperar —. Pues... no se me ocurre nada. Pero sí que puedo darte un consejo de amiga: vete a pasar el rato con alguna mujer que babee por ti y te haga creer que eres una diosa. Folla con ella hasta que no podáis con el alma ninguna de las dos. Así, cuando me veas el lunes, ya se te habrá pasado todo y volverás al orden obsesivo-compulsivo de tu vida normal.
Oí un crujido de cuero y me imaginé a López reclinándose en la silla.
—Ésa era tu carta blanca, Brittany. La próxima vez que ofendas a mi inteligencia, te daré unos azotes.
—A mí no me gustan esas cosas —repliqué, pero la advertencia, hecha con aquella voz, me electrizó. Oscura y Peligrosa, no había duda.
—Ya hablaremos de eso. Mientras tanto, dime lo que sí te gusta.
Yo seguí en mis trece.
—Es indudable que tienes voz de teléfono erótico, pero yo me largo; he quedado con mi vibrador.
Debería haber colgado en ese momento, para que el efecto «calabazas» hubiera sido total, pero no pude resistirme a saber si lo encajaría como yo me imaginaba. Además, estaba divirtiéndome con ella.
—Ay, Brittany —López pronunció mi nombre en un desalentado susurro—, estás decidida a hacerme poner de rodillas, ¿verdad? ¿Qué haría falta para convencerte de formar un trío con un amigo que funciona a pilas?
No hice caso de sus preguntas, pero me alegré de que no pudiera ver el temblor de mis manos cuando me puse el bolso en bandolera. No pensaba hablar de los amigos a pilas con Santana López. Nunca había hablado abiertamente sobre la masturbación con ninguna mujer, y mucho menos iba a hacerlo con alguien que, a efectos prácticos, era una desconocida.
—Mi amigo a pilas y yo tenemos un viejo pacto: cuando terminamos, sabemos exactamente cuál de los dos ha usado al otro, y la usada no soy yo. Adiós, Santana.
Colgué y me dirigí a las escaleras, con la idea de que bajar veinte pisos andando cumpliría dos funciones: una, eludir artefactos mecánicos, la otra, ahorrarme una sesión de gimnasio.
Me alegré tanto de llegar a casa después de un día como el que había tenido, que entré literalmente bailando en el apartamento. Mi sincero «¡Dios, por fin en casa!», acompañado de unos bailes, fue lo bastante vehemente como para sobresaltar a la pareja que estaba en el sofá.
—¡Huy! —exclamé, avergonzada por mis tonterías. No es que Quinn estuviera en una situación comprometida con su invitado cuando yo aparecí sin previo aviso, pero sí que se encontraban lo suficientemente cerca el uno del otro para que se intuyera una cierta intimidad.
Sin querer, pensé en Santana López, que prefería despojar de intimidad al acto más íntimo que uno se puede imaginar. Yo había tenido ligues de una noche y amigas con derecho a roce, y nadie sabía mejor que yo que hacer el amor y fornicar eran dos cosas muy diferentes, pero no creo haber visto nunca el sexo como un
apretón de manos. Me parecía triste lo que hacía López, aunque no fuese alguien que inspirase compasión precisamente.
—Hola, nena —me saludó Quinn, poniéndose de pie—. Tenía la esperanza de que llegases antes de que Sam se marchara.
—Tengo clase dentro de una hora —explicó Sam, rodeando la mesa, mientras yo dejaba la bolsa de los zapatos en el suelo y el bolso sobre un taburete en el mostrador de desayuno—, pero me alegro de haber podido conocerte antes de irme.
—Yo también. —Le estreché la mano que me tendió y, de paso, le estudié de un vistazo. Era de mi edad aproximadamente, estatura media y agradablemente musculoso. Tenía un rebelde pelo rubio y los ojos color avellana. En cuanto a la nariz, se le debía de haber roto en alguna ocasión, eso resultaba evidente.
—¿Qué os parece una copa de vino?
—Me apunto —contestó Sam.
—Yo tomaré una también. —Quinn se unió a nosotros en el mostrador de desayuno. Llevaba unos vaqueros negros y un jersey de los que dejan los hombros descubiertos del mismo color, con un aire informal y elegante que armonizaba maravillosamente con el pelo rubio y los ojos verde esmeralda.
Abrí la vinoteca y saqué una botella cualquiera.
Sam, con las manos en los bolsillos de los pantalones, se balanceaba sobre los pies y charlaba en voz baja, mientras yo descorchaba la botella y servía.
Entonces, sonó el teléfono y yo descolgué el auricular de la pared.
—¿Sí?
—Hola, Britt. Soy Noah Pukerman.
—Hola, Noah, ¿qué tal?
—Espero no molestarte con mi llamada. Tu padrastro me ha dado el número.
Ah. Ya había tenido yo bastante Stanton para un día.
—Claro que no me molesta, ¿ocurre algo?
—¿Sinceramente? Bueno, pues parece que las cosas ahora van bien. Tu padrastro es como mi hada madrina. Está financiando unas cuantas mejoras en la seguridad del gimnasio y algunas modernizaciones que hacen mucha falta. Por eso te llamo. El centro va a estar cerrado unos días. Volvemos a abrir dentro de una semana, a contar desde el lunes.
Cerré los ojos y traté de reprimir un ramalazo de ira. Pero Noah no tenía la culpa de que Stanton y mi madre fueran dos maníacos superprotectores empeñados en controlarme. No veían lo irónico que resultaba que me defendieran estando rodeada de personas tan cualificadas para hacerlo.
—Fantástico. Estoy deseando ir a entrenarme con vosotros.
—Yo también. Voy a darte caña, Brittany. Tus padres darán el dinero por bien empleado.
Puse un vaso delante de Quinn y tomé un buen sorbo del mío. No dejaba de sorprenderme toda la colaboración que podía comprarse con dinero. Pero Noah no tenía la culpa.
—Por mí, fenomenal.
—Empezaremos contigo en cuanto abramos la próxima semana. Tu chófer tiene el horario.
—Muy bien. Pues hasta entonces. —Colgué el auricular y capté la mirada, dulce y amorosa, que Sam le dirigió a Quinn cuando creía que no le veíamos ninguno de los dos. Me hizo pensar que mis problemas podían esperar—. Sam, siento mucho que tengas que marcharte. ¿Puedes venir el miércoles a cenar pizza? Me gustaría que hiciéramos algo más que decirnos hola y adiós.
—Tengo clase —me sonrió, con cara de pena, y miró otra vez a Quinn de soslayo—, pero podría venir el martes.
—Perfecto. Encargamos la comida y nos vemos una película.
—Me encanta la idea.
Quinn me premió tirándome un beso cuando acompañó a Sam hasta la puerta. Cuando volvió a la cocina, cogió su vaso de vino y dijo:
—Bueno, Britt suéltalo ya. Se te ve muy estresada.
—Lo estoy —admití, botella en mano dando vueltas por el salón.
—Es por Santana López, ¿no?
—Pues claro. Pero no quiero hablar de ella. —Aunque la persecución de Santana había sido estimulante, su objetivo era asqueroso—; mejor hablamos de Sam y de ti. ¿Cómo os conocisteis?
—Me lo encontré en un curro. Trabaja media jornada como ayudante de un fotógrafo. Es muy sexy, ¿verdad? —le brillaban los ojos de felicidad—, y todo un caballero, a la vieja usanza.
—¿Pero queda alguno de ésos? —murmuré antes de liquidar el primer vaso.
—¿Qué quieres decir?
—Nada, lo siento Quinn. Me ha caído muy bien y es evidente que tú le molas. ¿Estudia Fotografía?
—Veterinaria.
—¡Vaya! Eso está muy bien.
—Eso mismo pienso yo. Pero dejemos a un lado a Sam por el momento y dime qué es lo que te mortifica. Dilo de una vez.
—Mi madre —contesté, suspirando—, que se ha enterado de mi interés por el gimnasio de Noah y está fastidiándola.
—¿Y cómo se ha enterado? Te juro que yo no se lo he dicho a nadie.
—Ya sé que no has sido tú; ni se me hubiera ocurrido pensarlo. —Agarré la botella y me serví otro vaso—. Toma nota: ha estado fisgando en mi móvil.
Quinn hizo un gesto de asombro levantando las cejas.
—¿En serio? Qué miedo.
—¿A que sí? Se lo conté a Stanton, pero él no quiere saber nada.
—Bueno. —Se pasó la mano entre el largo flequillo—. ¿Y qué vas a hacer?
—Comprar otro teléfono. Y hablar con el doctor Petersen a ver si puede inculcarle un poco de sensatez.
—Buena jugada, pásale el asunto a su loquero. Esto... y en tu trabajo, ¿va todo bien? ¿Todavía te gusta?
—Mucho. —Recliné la cabeza en los cojines y cerré los ojos—. Mi empleo y tú sois ahora mismo mi salvación.
—¿Y qué me dices de la maciza supermillonaria que quiere trincarte? Venga, Britt, que me muero por saberlo. ¿Qué ha pasado?
Se lo conté, por supuesto. Quería su opinión sobre todo aquello; sin embargo, cuando terminé, se quedó callada. Levanté la cabeza para mirarle y le encontré con los ojos brillantes y mordiéndose el labio.
—Quinn, ¿en qué piensas?
—En que esta historia me pone muy caliente —se echó a reír, y el sonido afectuoso y femenino de su risa barrió buena parte de mi irritación—. Apuesto a que está muy confundida en estos momentos. Habría dado dinero por verle la cara cuando le respondiste a eso de que quería darte unos azotes en el culo.
—Me parece increíble que dijera eso. —Sólo con recordar el tono de López al
salir con semejante amenaza, empezaron a sudarme las manos de tal forma que dejaba vapor en la copa—. Pero ¿de qué demonios va?
—Los azotes en el culo no son una aberración —Se dejó caer hacia atrás en el asiento, con una sonrisa radiante que le iluminaba la cara, tan atractiva de por sí—. Tú supones un desafío para una tipa que se mueve habitualmente entre ellos. Y está dispuesta a hacer concesiones, algo a lo que no debe de estar acostumbrada, diría yo. Sólo tienes que decirle lo que quieres.
Repartí entre las dos el vino que quedaba. Me sentía ligeramente mejor con un poco de alcohol circulando por las venas. ¿Qué quería yo? Aparte de lo lógico.
—Somos totalmente incompatibles.
—¿Es así como calificas tú lo que pasó en el sofá?
—Vamos, Quinn, resúmelo: me levanta del suelo del vestíbulo y me dice que quiere follar conmigo. Así de simple. Cualquier tía que me ligue en un bar tiene más marcha que ella. Hola, ¿cómo te llamas? ¿Vienes mucho por aquí? ¿Quién es tu amiga? ¿Qué estás tomando? ¿Te gusta bailar? ¿Trabajas por aquí?
—Vale, vale, lo entiendo. —Dejó el vaso en la mesa—. ¿Por qué no salimos por ahí? Buscamos un buen sitio y bailamos hasta que no podamos más. Quizá conozcamos alguna tía que te dé un poco de conversación.
—O por lo menos que me invite a una copa.
—Bueno, López te ofreció una en su oficina.
Sacudí la cabeza de lado a lado y me levanté.
—Lo que quieras. Me doy una ducha y nos largamos.
Salí de marcha como si aquélla fuera la última vez. Quinn y yo recorrimos todas las discotecas del centro, desde Tribeca hasta el East Village, gastando dinero a lo tonto en entradas y pasándonoslo de miedo. Yo bailé tanto que parecía que iba a quedarme sin pies, pero resistí hasta que Quinn se quejó primero de las botas con tacón que llevaba puestas.
Acabábamos de salir de una discoteca tecno-pop con la idea de comprarme unas chancletas en un Walgreens que había cerca, cuando nos encontramos con un promotor que hacía publicidad de un establecimiento a pocas manzanas de allí.
—Un sitio fantástico para que descansen los pies un poco —dijo, sin las sonrisas exageradas ni los elogios aparatosos habituales en el oficio. La ropa que
llevaba (vaqueros negros y jersey de cuello alto) era de muy buena calidad, cosa que me sorprendió. Y no tenía folletos ni postales. Lo que me entregó fue una tarjeta comercial hecha de papiro, con letras doradas que captaban la luz de los rótulos eléctricos que nos rodeaban. Tomé nota mentalmente para tenerlo en cuenta como una buena alternativa en la publicidad impresa.
A nuestro alrededor se movía una presurosa multitud de peatones. Quinn observó los letreros entrecerrando los ojos; llevaba encima unas cuantas copas más que yo.
—Parece pretencioso.
—Enseñáis esta tarjeta —insistió el vendedor— y os ahorráis la entrada.
—Cariño —Quinn me cogió del brazo y tiró de mí—. Vamos, a lo mejor encuentras a una buena tía en un local pijo.
Los pies me estaban matando cuando llegamos al sitio, pero dejé de lamentarme en cuanto vi la entrada tan bonita que tenía. La fila para acceder al interior era muy larga; se extendía por toda la calle y doblaba la esquina. Por las puertas abiertas salía la conmovedora voz de Amy Winehouse junto con grupos de clientes muy bien vestidos y sonrientes.
Tal como había dicho el promotor, la tarjeta fue una llave mágica que nos proporcionó entrada inmediata y libre. Una encargada preciosa nos llevó al piso de arriba, hasta un bar VIP más tranquilo, desde donde se dominaba el escenario y la pista de baile de abajo, y nos señaló una zona de asientos junto a la terraza. Ocupamos una mesa rodeada por dos sofás curvos de terciopelo. Ella puso una carta de bebidas en el centro y dijo:
—Invita la casa.
—¡Mira qué bien! —dijo Quinn silbando—. Hemos acertado.
—Creo que el promotor te ha reconocido de algún anuncio.
—¿No sería genial? Jo, qué noche. Estoy de marcha con mi mejor amiga y enamorándome de un nuevo cachas en mi vida.
—¿Cómo?
—He decidido que voy a ver hasta dónde llegan las cosas con Sam.
Me alegró saberlo. Me pareció que yo había estado siempre esperando que Quinn encontrase alguien que le tratase bien.
—¿Ya te ha pedido que salgas con él?
—No, pero no creo que sea porque no quiera. —Hizo un gesto con los hombros
y se estiró la camiseta, rasgada intencionadamente. A juego con los pantalones negros de cuero y las muñequeras de clavos, le daba un aire sexy y rebelde—. Antes de nada, debe de estar intentando comprender qué hay entre tú y yo. Flipó cuando le dije que vivía con una mujer y que me había trasladado desde la otra punta del país para estar contigo. Tiene miedo de que yo sea una bi-curiosa de ésas y en el fondo esté colgada de ti. Por eso, quería que le conocieras hoy, para que vea cómo es nuestra convivencia.
—Lo siento, Quinn. Intentaré tranquilizarle en ese sentido.
—No es culpa tuya; no te preocupes. Saldrá bien si tiene que ser así.
Su convicción no me hizo sentir mejor y me puse a pensar en un modo de ayudarle.
Dos chicas se acercaron a nuestra mesa.
—¿Podemos sentarnos con vosotras? —preguntó el más alto.
Primero miré a Quinn, luego a ellos. Parecían hermanas y eran muy atractivas, risueñas y seguras de sí mismas. Tenían una actitud relajada y natural.
Estaba yo a punto de decir claro que sí, cuando en mi hombro desnudo se posó una cálida mano que me apretó firmemente.
—Ella no está libre.
Enfrente de mí, Quinn miraba boquiabierta a Santana López, que rodeó el sofá y le tendió la mano.
—Me llamo Santana López.
—Y yo, Quinn Fabray —le estrechó la mano con una amplia sonrisa—, pero ya lo sabías. Encantada de conocerte. He oído hablar mucho de ti.
Le habría matado de buena gana.
—Me alegro de saberlo. —Santana tomó asiento a mi lado y puso un brazo sobre el respaldo para poder acariciar el mío como el que no quiere la cosa, pero de un modo posesivo al mismo tiempo—; quizás me quede alguna esperanza.
Giré la cintura para mirarla frente a frente y le susurré, furiosa:
—¿Pero qué haces?
—Lo que haga falta.
—Me voy a bailar. —Quinn se puso en pie, con un gesto de ironía—. Vuelvo dentro de un ratito.
Haciendo caso omiso de la mirada de súplica que le dirigí, me tiró un beso y se
alejó, seguida de las dos chicas. Yo tenía el corazón acelerado. Un minuto después, me resultaba ridículo, e imposible, pasar de Santana López.
Le eché un vistazo general. Llevaba pantalones de vestir color grafito y un jersey negro con el cuello de pico que producían un efecto de sofisticación informal. Me encantaba su apariencia y me atraía mucho la suavidad que sugería, aunque sabía que era sólo una ilusión. Ella era dura desde muchas perspectivas.
Respiré profundamente, por el esfuerzo que me costaba tratar con ella. Después de todo, ¿no era ése el problema principal? ¿Que ella quisiera saltarse los preliminares de una relación y pasar directamente a la cama?
—Tienes un aspecto... —me detuve. Fantástico. Maravilloso. Increíble. Sexy a más no poder. Al final, me quedé corta—... que me gusta.
Santana arqueó las cejas.
—¡Vaya! Menos mal que hay algo de mí que te parece bien. ¿Se trata de todo el conjunto? ¿Sólo la ropa? ¿Sólo el jersey? ¿Los pantalones?
Me cayó mal el tonillo que empleó.
—¿Y si te digo que sólo el jersey?
—Pues me compro una docena y así tengo para todos los días.
—Sería una lástima.
—¿No te gusta el jersey? —Estaba un poco cabreada, las palabras le salían rápidas y cortantes.
Yo había apoyado las manos en el regazo, pero las movía sin parar.
—Sí me gusta, pero también me gusta el conjunto.
Me miró fijamente un minuto y luego me preguntó:
—¿Qué tal la cita con tu AAP?
¡Joder! Dirigí la vista a otro lado. Era muchísimo más fácil hablar por teléfono de masturbarse que ante aquella penetrante mirada marrón. Resultaba bochornoso y humillante.
—Yo no hablo de intimidades.
Me acarició la mejilla de nuevo y susurró:
—Estás poniéndote colorada.
Noté por la voz que se alegraba y rápidamente cambié de tema.
—¿Vienes mucho por aquí?
Mierda. ¿Cómo se me había ocurrido decir aquella frase estereotipada?
Acercó las manos hasta mi regazo y cogió una de las mías.
—Cuando es necesario.
Un ramalazo de celos me hizo ponerme tensa.
—¿Qué quieres decir? ¿Cuándo andas en busca de presa? —La miré, irritada, aunque en realidad estaba enfadada conmigo misma por el hecho de que aquello me importara.
Santana esbozó una genuina sonrisa que me hizo daño.
—Cuando hay que tomar decisiones importantes. Este local es mío, Brittany.
¡Vaya! ¡Cómo no!
Una camarera muy mona dejó sobre la mesa unas bebidas con hielo, de color rosado, en vasos cuadrados y altos, y le dedicó a Santana una sonrisa insinuante.
—Aquí tiene, señora López, dos Stoli Elites con arándanos. ¿Alguna cosa más?
—De momento, nada, gracias.
Veía claramente que la chica quería entrar en la lista de preseleccionadas, y me crispé. Después, me distraje con la bebida que nos había servido. Era lo que yo solía beber en las discotecas, lo que había estado bebiendo toda la noche. Sentí un cosquilleo nervioso. Observé a Santana haciendo girar el líquido en la boca, como si catara un buen vino, y tragárselo después. El movimiento de la garganta me puso caliente, pero no fue nada comparado con el efecto que me produjo la intensidad de su mirada.
—No está mal —dijo—. Dime si lo hemos hecho bien.
Entonces me besó. Se acercó deprisa, pero yo la vi venir y no me aparté. Tenía la boca fresca, con sabor a arándanos rociados de alcohol. Deliciosa. Todo el caos de energía y emociones que había estado bullendo en mi interior se desbordó de repente. Llevé una mano hasta su espléndido pelo y lo sujeté bien fuerte mientras le succionaba la lengua. El gemido que emitió fue el sonido más erótico que había oído en mi vida, y la parte interna de mis muslos se tensó ardorosamente.
Sorprendida yo misma por la vehemencia de mi reacción, me distancié, jadeante.
Santana continuó acariciándome la cara con la boca, besándome las orejas, respirando trabajosamente, también. El tintineo del hielo dentro del vaso removió mis exaltados sentidos.
—Brittany, necesito estar dentro de ti —me susurró bruscamente—. No puedo más.
Clavé la vista en el vaso, mientras mi mente giraba en un torbellino de impresiones, recuerdos y confusión.
—¿Cómo lo sabías?
Me pasó la lengua por la oreja, y yo me estremecí. Parecía que todas las células de mi cuerpo lucharan contra el suyo. Resistirme a ella consumía una cantidad de energía tan considerable que me agotaba.
—¿El qué?
—Lo que me gusta beber, cómo se llamaba Quinn.
Inspiró profundamente y se separó de mí. Dejó el vaso en la mesa y cambió de posición, colocando una rodilla sobre el cojín que había entre nosotros, de modo que podía mirarme de frente. Volvió a pasar el brazo por el respaldo del sofá y empezó a hacer circulitos con la yema de los dedos en la curva de mi espalda.
—Habías estado antes en otro de mis locales. Tu tarjeta de crédito apareció y quedaron anotadas tus consumiciones. Y Quinn Fabray figura en el contrato de arrendamiento de tu casa.
Todo daba vueltas a mi alrededor. No había manera... El teléfono móvil, la tarjeta de crédito, el puñetero apartamento... Es que no podía ni respirar. Entre mi madre y Santana me hacían sentir claustrofobia.
—Caray, Brittany, estás blanca como el papel. —Me puso un vaso en la mano—. Anda, bebe.
Era el Stoli con arándanos. Me lo bebí todo. El estómago se revolvió por un momento, luego se asentó.
—¿Es tuyo el edificio donde vivo? —pregunté, casi sin aliento.
—Curiosamente, así es. —Se sentó sobre la mesa, justo enfrente de mí, y colocó las piernas a ambos lados de las mías. Tenía las manos heladas; Santana me quitó el vaso para dejarlo a un lado y me las calentó con las suyas.
—Santana, ¿estás chiflada?
—¿Lo preguntas en serio? —dijo, apretando un poco los labios.
—Sí, lo pregunto en serio. Me madre me acosa también y está yendo a un loquero. ¿Vas tú a alguno?
—Por ahora, no, pero tú me vuelves lo suficientemente loca como para que eso esté dentro de lo posible.
—Entonces, ¿este comportamiento no es habitual en ti? —Tenía palpitaciones; hasta notaba la sangre circulando por los tímpanos?— ¿O sí lo es?
Se pasó una mano por el pelo, arreglándose los mechones que yo le había despeinado cuando nos besamos.
—Simplemente, tuve acceso a ciertos datos que tú pusiste a mi disposición.
—¡A tu disposición, no! ¡Ni tampoco para el fin que tú los has empleado! Seguro que has infringido alguna ley de protección de la intimidad. —Me quedé mirándola, más confusa que nunca—. Pero ¿por qué lo haces?
—Coño, para conocerte.
—¿Y por qué no hablas conmigo, Santana? ¿Tan difícil es eso hoy en día?
—Contigo, sí. —Cogió el vaso y se bebió casi todo el contenido—. No puedo tenerte a solas más de unos minutos cada vez.
—Porque lo único de lo que quieres hablar es de lo que tienes que hacer para tirarte a alguien.
—Brittany, por Dios, baja la voz —me pidió entre dientes.
La examiné detenidamente, asimilando cada uno de sus rasgos, cada plano de su cara. Por desgracia, catalogar los detalles no redujo ni un ápice mi turbación. Estaba empezando a sospechar que su atractivo jamás dejaría de deslumbrarme.
Y no sólo a mí; había visto cómo reaccionaban las mujeres ante ella. Y, encima, era escandalosamente rica, cosa que hace interesantes hasta a mujeres viejas, feas y barrigudas. No sería raro que estuviese acostumbrada a chascar los dedos y apuntarse un orgasmo.
Me lanzó una mirada.
—¿Por qué me miras así? —me preguntó.
—Estoy pensando.
—¿En qué? —Apretó un poco las mandíbulas—. Te advierto que, si dices algo de orificios o emisiones de flujos vaginales, no respondo de mis actos.
Casi me hizo reír.
—Es que quiero comprender unas cuantas cosas, porque tal vez no te esté creyendo del todo.
—A mí también me gustaría entender algunas cosas —masculló.
—Me imagino que tienes mucho éxito con el método «Quiero follar contigo».
La cara de Santana se fue transformando hasta quedarse inexpresiva.
—No quiero hablar de eso, Brittany.
—De acuerdo. Tú quieres saber qué es lo que me induciría a acostarme contigo. ¿Es ésa la razón por la que estás aquí esta noche? ¿Por mí? Y no me contestes lo que tú crees que yo quiero oír.
Su mirada era clara y tranquila.
—Estoy aquí por ti, sí. Yo lo preparé.
De pronto pude atar los cabos sueltos y comprendí. El promotor que nos había abordado era un empleado de López Industries.
—¿Pensabas que trayéndome aquí ibas a echar un polvo conmigo?
Le resultaba difícil disimular su regocijo.
—Siempre hay una esperanza, pero suponía que haría falta algo más que un encuentro casual y unas copas.
—Tienes razón. Entonces, ¿por qué lo has hecho? ¿Por qué no has esperado al lunes por la mañana?
—Porque tú andas buscando algún rollo. No puedo hacer nada respecto a los AAP, pero, en mi bar, sí puedo evitar que ligues con alguna imbécil. Tú buscas rollo, Brittany, y yo estoy aquí.
—No estoy buscando ningún rollo, sino quemando la tensión de un día de estrés.
—No eres la única. —Tocó con los dedos uno de mis pendientes chandelier de plata—. Tú bebes y bailas cuando estás tensa. Yo, en primer lugar, trato de solucionar el problema que me provoca la tensión.
Su tono de voz se había suavizado y despertó en mí un alarmante deseo.
—¿Es eso lo que soy yo? ¿Un problema?
—Por supuesto que sí —pero lo dijo con un atisbo de sonrisa.
Yo sabía que ahí radicaba gran parte de su atractivo. Santana López no podía estar donde estaba, siendo tan joven, si aceptaba los «noes» tranquilamente.
—¿Cómo definirías tú salir con alguien?
Frunció el ceño.
—Como pasar mucho tiempo con una mujer durante el que no estamos follando.
—¿Te gusta la compañía femenina?
—Claro que sí, siempre que no haya expectativas exageradas ni exijan demasiado tiempo. Me he dado cuenta de que la mejor manera de evitar esto es
tener amistades y relaciones sexuales exclusivas para ambos.
Allí estaban otra vez esas molestas «expectativas exageradas». Quedaba claro que aquello suponía un escollo para él.
—Entonces, ¿tienes amigas?
—Naturalmente. —Aprisionó mis piernas con las suyas—. ¿Adónde quieres ir a parar?
—Aíslas el sexo del resto de tu vida; lo separas de la amistad, del trabajo... de todo.
—Tengo buenas razones para hacerlo.
—Estoy segura. Vale, ahí van mis conclusiones. —Era difícil concentrarse tan cerca de Santana—: Te dije que no quería salir con nadie y no quiero. El trabajo es mi mayor prioridad, y mi vida personal, como mujer soltera, le sigue muy de cerca. No me apetece sacrificar ni una cosa ni la otra en aras de una relación ni queda espacio para incluir un vínculo estable.
—En eso coincidimos.
—Ahora bien, me gusta el sexo.
—Bueno, pues practícalo conmigo. —Su sonrisa era toda una invitación erótica.
—Yo necesito que me una algo personal a las mujeres con los que me acuesto. No tiene que tratarse de nada intenso ni profundo, pero el sexo para mí debe ser algo más que una fría transacción.
—¿Por qué?
No podía decirse que Santana estuviera siendo frívola. Por rara que fuese para ella aquella conversación, se la estaba tomando en serio.
—Llámalo capricho, si quieres, pero no estoy hablando a la ligera. Me fastidia que me usen en cuestiones de sexo; me siento infravalorada.
—¿No puedes verlo como que tú me usas a mí?
—Contigo, no. —Estaba siendo muy persuasiva, muy contundente.
Pude ver en sus ojos el brillo del depredador cuando dejé mi debilidad al descubierto.
—Además —continué enseguida—, eso es semántica. En mis relaciones sexuales, necesito un intercambio equitativo o ser yo la dominante.
—De acuerdo.
—¿De acuerdo? Lo has dicho demasiado pronto, teniendo en cuenta que yo
quiero combinar dos cosas que tú te esfuerzas muchísimo en evitar que se junten.
—No me siento a gusto con ello y no voy a pretender que lo entiendo, pero estoy escuchándote. Es un problema. Dime cómo lo remediamos.
Me quedé sin aliento. No me esperaba aquello. Santana era una mujer que no quería complicaciones con el sexo, y yo una mujer que encontraba complicado el sexo; pero ella no se daba por vencida. Todavía.
—Tenemos que ser amigas, Santana. No compañeras del alma ni confidentes, pero sí dos personas que saben la una de la otra algo más que la anatomía. Para mí eso significa poder estar juntas sin tener que follar necesariamente. Y me temo que tendremos que pasar algunos ratos así en lugares donde nos veremos obligadas a contenernos.
—¿No es lo que estamos haciendo ahora?
—Sí. Y a eso es a lo que me refiero. No creía que fueras capaz de hacerlo. Deberías haber actuado de un modo menos extraño. —Le tapé la boca con la mano cuando intentó interrumpirme—. Pero admito que intentaste buscar una oportunidad para hablar y yo no colaboré.
Empezó a mordisquearme los dedos de tal modo que tuve que protestar y retirar la mano.
—Oye, ¿por qué haces eso?
Se llevó a la boca mi mano mordida; la besó le pasó la lengua para aliviarla. Y para provocarme.
Respondí devolviéndola a mi regazo. Todavía no estaba segura de que hubiéramos dejado las cosas claras.
—Y para que no creas que hay expectativas exageradas, cuando tú y yo pasemos tiempo juntas sin follar, no pensaré que estamos saliendo, ¿vale?
—Lo tendré en cuenta. —Santana sonrió, y mi decisión de estar con ella se reforzó. Su sonrisa fue como un relámpago en la oscuridad, deslumbradora, bella y misteriosa, y la deseé tanto que experimenté verdadero dolor físico.
Deslizó la mano por la parte trasera de mis muslos y me atrajo suavemente hacia ella. El dobladillo de mi escaso vestido sin espalda quedó a una altura indecente, y los ojos de Santana permanecieron clavados en la carne que ella misma había dejado al aire. Se humedeció los labios con la lengua en un gesto tan carnal y sugerente que casi pude sentir la caricia sobre mi piel.
La voz de Duffy, cantando «Mercy», subía desde la pista de baile de abajo. Sentí un inoportuno nudo en el estómago y me pasé la mano por él.
Había ya bebido mucho, pero me sorprendí a mí misma diciendo:
—Necesito otra copa.
Mañana subiré el siguiente capítulo. Y ya no me enrollo más y os dejo leer.
Nos leemos
4
Avergonzada ante la repentina irrupción en nuestra intimidad, me incorporé a toda prisa, estirándome la falda.
—... reunión de las dos es aquí.
Tardé un buen rato en darme cuenta de que López y yo seguíamos solas en la sala, y de que la voz que había oído venía del altavoz. López estaba de pie al otro extremo del sofá, con la cara roja, el ceño fruncido y respirando agitadamente.
Yo me horrorizaba pensando en mi propio aspecto; y, para colmo de males, volvía tarde al trabajo.
—¡Jesús! —Se llevó las manos a la cabeza—. ¡En pleno día y en mi oficina!
Me puse de pie y traté de recomponerme un poco.
—Déjame a mí —se acercó y me levantó la falda otra vez.
Disgustada por lo que había estado a punto de ocurrir cuando debía estar trabajando, le di un manotazo.
—Basta ya. Déjeme en paz.
—Cállate, Brittany —dijo en tono grave, y me ayudó a remeter la blusa, negra y de seda, y a que la línea de botones quedase derecha. Luego me bajó la falda, alisándola con manos expertas y serenas—. Arréglate la coleta.
López recuperó la chaqueta y se la puso antes de colocarse bien la camisa. Llegamos a la puerta al mismo tiempo, y cuando me agaché para recoger el bolso, ella se inclinó conmigo.
Me cogió por la barbilla y me obligó a mirarle.
—Eh, ¿te encuentras bien? —me preguntó suavemente.
Me ardía la garganta. Estaba excitada, furiosa y de lo más abochornada. Nunca en la vida había perdido la cabeza de aquella manera. Y me sentaba fatal que hubiera ocurrido precisamente con ella, una mujer cuya actitud hacia la intimidad sexual era tan fría que me deprimía con sólo pensarlo.
Sacudí la cabeza para que me soltara la barbilla.
—¿Cómo estoy?
—Preciosa y como para echarte un polvo. Te deseo tanto que me hace daño. Estoy a punto de llevarte otra vez al sofá y hacer que te corras hasta que me supliques que pare.
—No se te puede acusar de retórica —le reproché, pero dándome cuenta de que no me sentía ofendida. La verdad era que aquella crudeza tenía un tremendo efecto afrodisíaco. Con las piernas temblorosas y apretando firmemente la correa del bolso, sentía la tremenda necesidad de huir de aquella mujer. Y cuando terminara mi jornada, quería estar sola con una buena copa de vino.
López seguía junto a mí.
—Ahora voy a ocuparme de lo que me queda por hacer y a las cinco habré terminado. A esa hora vendré a buscarte.
—No, no venga. Esto no cambia nada.
—Ya lo creo que sí.
—No sea pretenciosa, López. He estado ofuscada un ratito, pero todavía no quiero lo que quiere usted.
—Claro que lo quieres; lo que pasa es que no te gusta el modo en que yo pretendo dártelo. Así que volveremos a vernos y repasaremos.
Otro negocio. Preparado de antemano. Se me tensó todo el cuerpo.
Puse una mano sobre la suya e hice girar el pomo para deslizarme acto seguido por debajo de su brazo y salir de allí. El secretario de López, boquiabierto, se levantó inmediatamente, lo mismo que las tres personas, una mujer y dos hombres, que estaban esperándole. Le oí hablar detrás de mí.
—Scott les acompañará a mi despacho. Yo llegaré enseguida.
Me alcanzó por la zona de recepción y me pasó el brazo por detrás a la altura de la cadera. No quería montar un numerito, así que esperé hasta llegar a los ascensores para zafarme.
Ella se lo tomó con tranquilidad y apretó el botón de llamada.
Yo no aparté la vista de la tecla encendida.
—Tengo muchas cosas que hacer.
—Pues mañana.
—Voy a estar muy ocupada todo el fin de semana.
—¿Con quién? —me preguntó impulsivamente, acercándose mucho a mí.
—A usted no le...
Me tapó la boca con la mano.
—No sigas. Dime tú cuándo, entonces. Y, antes de que contestes que nunca, mírame y dime si soy la clase de mujer a quien se rechaza así como así.
Tenía el gesto firme, los ojos entrecerrados y la mirada resuelta. Yo me estremecí. No estaba nada segura de ganarle la batalla de la tenacidad a Santana López.
Tragué saliva, y esperé hasta que retiró la mano.
—Creo que las dos necesitamos calmarnos y tomarnos un par de días para pensar.
—El lunes, al salir del trabajo —insistió.
Llegó el ascensor y entré. Luego, me volví hacia ella y contraataqué.
—El lunes, a la hora de comer.
Sólo tendríamos una hora. Escapatoria garantizada.
—Va a suceder, Brittany —dijo, justo antes de que se cerraran las puertas, y sonó más como una amenaza que como un promesa.
—No te apures, Brittany —me tranquilizó Kurt cuando llegué hasta mi mesa casi a las dos y cuarto—, que no te has perdido nada. Yo he comido tarde con el señor Leaman y acabo de llegar.
—Gracias.
Pero, dijera lo que dijera, yo me sentía muy mal. La dura mañana del viernes parecía haber tenido lugar varios días atrás.
Trabajamos sin interrupción hasta las cinco, cambiando impresiones sobre un anuncio de comida rápida e ideando algunos retoques, de modo que nos sirviera para una cadena de tiendas de alimentación biológica.
—Para que luego hablen de extraños compañeros de cama —había bromeado Kurt, sin saber hasta qué punto tenía razón en cuanto a mi vida privada.
Acababa de cerrar el ordenador y estaba a punto de sacar el bolso del cajón, cuando sonó el teléfono. Eché un vistazo al reloj y vi que eran exactamente las cinco, así que contemplé la posibilidad de no hacer caso a la llamada, teniendo en cuenta que, estrictamente hablando, mi jornada había terminado.
Pero como todavía me sentía fatal por haberme pasado con la hora de la
comida, lo consideré un castigo y contesté.
—Brittany, cielo, dice Richard que te dejaste el móvil en su oficina.
Solté un bufido y me dejé caer sobre el respaldo de la silla. Me imaginaba el pañuelo empapado que solía ir asociado con aquel característico tono de inquietud de mi madre. Me trastornaba y al mismo tiempo me partía el corazón.
—Hola, mamá, ¿cómo estás?
—Muy bien, gracias. —Mi madre tenía voz de niña y, a la vez, entrecortada, como la de Marilyn Monroe cruzada con la de Scarlett Johansson—. Clancy te ha dejado el teléfono en la portería de tu casa. No deberías ir a ninguna parte sin él. Nunca se sabe si vas a necesitar llamar a alguien...
Había estado dándole vueltas a la idea de quedarme con el teléfono y derivar las llamadas a otro número que no supiera mi madre, pero eso no era lo que más me importaba en aquel momento.
—¿Y qué opina el doctor Petersen de que fisgues en mi teléfono?
El silencio al otro lado de la línea fue muy significativo.
—El doctor Petersen sabe que me preocupo por ti.
—Mamá, creo que es hora de que vayamos juntas de nuevo a la consulta —le dije, pellizcándome el puente de la nariz.
—Ah, sí... claro. De hecho, él me ha dicho que le gustaría volver a verte.
Probablemente porque piensa que no estás colaborando mucho. Cambié de tema.
—Me gusta mucho mi nuevo trabajo.
—Eso es estupendo, Britt. ¿Te trata bien tu jefe?
—Sí, es fantástico. No podría ser mejor.
—¿Es guapo?
—Sí, mucho. Pero no está libre —contesté, y sonreí.
—¡Qué pena! Los mejores nunca lo están.
Ella se rio y mi sonrisa se hizo más abierta.
Me encantaba que estuviera contenta. Ojalá lo estuviera con más frecuencia.
—Estoy deseando verte mañana en la cena benéfica.
Elizabeth Pierce Barker Mitchell Stanton, una deslumbrante belleza rubia a quien nunca le había faltado atención masculina, se sentía como pez en el agua en los actos de sociedad.
—Vamos a pasarlo bien —dijo mi madre entrecortadamente—. Tú, Quinn y yo. Iremos al spa y nos pondremos guapas y a tono. Estoy segura de que te vendría bien un masaje después de trabajar.
—Yo no voy a rechazarlo, por supuesto, y sé que a Quinn le encantará.
—¡Qué ilusión me hace! Os mando un coche a casa a eso de las once.
—Estaremos listas.
Cuando colgué, me recliné en la silla y suspiré por un baño caliente y un orgasmo. Me tenía sin cuidado que Santana López se enterase de que me masturbaba pensando en ella. La frustración sexual debilitaba mi posición, y ella seguro que no tenía ese problema. No me cabía duda de que contaría con un orificio condescendiente antes de que terminase el día.
El teléfono sonó de nuevo mientras me cambiaba los zapatos de tacón por los de caminar. Casi nunca se podía despistar a mi madre durante demasiado rato. Los cinco minutos que habían pasado desde que terminó nuestra conversación eran el tiempo justo que había tardado en darse cuenta de que el problema del móvil no estaba resuelto. De nuevo pensé en no hacer caso de la llamada, pero no quería llevarme a casa ningún disgusto del día.
Respondí con la frase habitual, pero con menos energía.
—Sigo pensando en ti.
La voz ronca y aterciopelada de López me envolvió con tal sensación de alivio que comprendí cuánto había deseado volver a oírla. Ese mismo día.
Mi ansia era tan profunda que tuve la certeza de que aquella mujer iba a convertirse en una droga para mí, la fuente principal de muchos e intensos goces.
—Sigo tocándote, Brittany. Sigo saboreándote. He estado mojada desde que te fuiste, pasando por dos reuniones y una teleconferencia. Te doy ventaja: pon tú las condiciones.
—A ver... déjame que piense... —la hice esperar —. Pues... no se me ocurre nada. Pero sí que puedo darte un consejo de amiga: vete a pasar el rato con alguna mujer que babee por ti y te haga creer que eres una diosa. Folla con ella hasta que no podáis con el alma ninguna de las dos. Así, cuando me veas el lunes, ya se te habrá pasado todo y volverás al orden obsesivo-compulsivo de tu vida normal.
Oí un crujido de cuero y me imaginé a López reclinándose en la silla.
—Ésa era tu carta blanca, Brittany. La próxima vez que ofendas a mi inteligencia, te daré unos azotes.
—A mí no me gustan esas cosas —repliqué, pero la advertencia, hecha con aquella voz, me electrizó. Oscura y Peligrosa, no había duda.
—Ya hablaremos de eso. Mientras tanto, dime lo que sí te gusta.
Yo seguí en mis trece.
—Es indudable que tienes voz de teléfono erótico, pero yo me largo; he quedado con mi vibrador.
Debería haber colgado en ese momento, para que el efecto «calabazas» hubiera sido total, pero no pude resistirme a saber si lo encajaría como yo me imaginaba. Además, estaba divirtiéndome con ella.
—Ay, Brittany —López pronunció mi nombre en un desalentado susurro—, estás decidida a hacerme poner de rodillas, ¿verdad? ¿Qué haría falta para convencerte de formar un trío con un amigo que funciona a pilas?
No hice caso de sus preguntas, pero me alegré de que no pudiera ver el temblor de mis manos cuando me puse el bolso en bandolera. No pensaba hablar de los amigos a pilas con Santana López. Nunca había hablado abiertamente sobre la masturbación con ninguna mujer, y mucho menos iba a hacerlo con alguien que, a efectos prácticos, era una desconocida.
—Mi amigo a pilas y yo tenemos un viejo pacto: cuando terminamos, sabemos exactamente cuál de los dos ha usado al otro, y la usada no soy yo. Adiós, Santana.
Colgué y me dirigí a las escaleras, con la idea de que bajar veinte pisos andando cumpliría dos funciones: una, eludir artefactos mecánicos, la otra, ahorrarme una sesión de gimnasio.
Me alegré tanto de llegar a casa después de un día como el que había tenido, que entré literalmente bailando en el apartamento. Mi sincero «¡Dios, por fin en casa!», acompañado de unos bailes, fue lo bastante vehemente como para sobresaltar a la pareja que estaba en el sofá.
—¡Huy! —exclamé, avergonzada por mis tonterías. No es que Quinn estuviera en una situación comprometida con su invitado cuando yo aparecí sin previo aviso, pero sí que se encontraban lo suficientemente cerca el uno del otro para que se intuyera una cierta intimidad.
Sin querer, pensé en Santana López, que prefería despojar de intimidad al acto más íntimo que uno se puede imaginar. Yo había tenido ligues de una noche y amigas con derecho a roce, y nadie sabía mejor que yo que hacer el amor y fornicar eran dos cosas muy diferentes, pero no creo haber visto nunca el sexo como un
apretón de manos. Me parecía triste lo que hacía López, aunque no fuese alguien que inspirase compasión precisamente.
—Hola, nena —me saludó Quinn, poniéndose de pie—. Tenía la esperanza de que llegases antes de que Sam se marchara.
—Tengo clase dentro de una hora —explicó Sam, rodeando la mesa, mientras yo dejaba la bolsa de los zapatos en el suelo y el bolso sobre un taburete en el mostrador de desayuno—, pero me alegro de haber podido conocerte antes de irme.
—Yo también. —Le estreché la mano que me tendió y, de paso, le estudié de un vistazo. Era de mi edad aproximadamente, estatura media y agradablemente musculoso. Tenía un rebelde pelo rubio y los ojos color avellana. En cuanto a la nariz, se le debía de haber roto en alguna ocasión, eso resultaba evidente.
—¿Qué os parece una copa de vino?
—Me apunto —contestó Sam.
—Yo tomaré una también. —Quinn se unió a nosotros en el mostrador de desayuno. Llevaba unos vaqueros negros y un jersey de los que dejan los hombros descubiertos del mismo color, con un aire informal y elegante que armonizaba maravillosamente con el pelo rubio y los ojos verde esmeralda.
Abrí la vinoteca y saqué una botella cualquiera.
Sam, con las manos en los bolsillos de los pantalones, se balanceaba sobre los pies y charlaba en voz baja, mientras yo descorchaba la botella y servía.
Entonces, sonó el teléfono y yo descolgué el auricular de la pared.
—¿Sí?
—Hola, Britt. Soy Noah Pukerman.
—Hola, Noah, ¿qué tal?
—Espero no molestarte con mi llamada. Tu padrastro me ha dado el número.
Ah. Ya había tenido yo bastante Stanton para un día.
—Claro que no me molesta, ¿ocurre algo?
—¿Sinceramente? Bueno, pues parece que las cosas ahora van bien. Tu padrastro es como mi hada madrina. Está financiando unas cuantas mejoras en la seguridad del gimnasio y algunas modernizaciones que hacen mucha falta. Por eso te llamo. El centro va a estar cerrado unos días. Volvemos a abrir dentro de una semana, a contar desde el lunes.
Cerré los ojos y traté de reprimir un ramalazo de ira. Pero Noah no tenía la culpa de que Stanton y mi madre fueran dos maníacos superprotectores empeñados en controlarme. No veían lo irónico que resultaba que me defendieran estando rodeada de personas tan cualificadas para hacerlo.
—Fantástico. Estoy deseando ir a entrenarme con vosotros.
—Yo también. Voy a darte caña, Brittany. Tus padres darán el dinero por bien empleado.
Puse un vaso delante de Quinn y tomé un buen sorbo del mío. No dejaba de sorprenderme toda la colaboración que podía comprarse con dinero. Pero Noah no tenía la culpa.
—Por mí, fenomenal.
—Empezaremos contigo en cuanto abramos la próxima semana. Tu chófer tiene el horario.
—Muy bien. Pues hasta entonces. —Colgué el auricular y capté la mirada, dulce y amorosa, que Sam le dirigió a Quinn cuando creía que no le veíamos ninguno de los dos. Me hizo pensar que mis problemas podían esperar—. Sam, siento mucho que tengas que marcharte. ¿Puedes venir el miércoles a cenar pizza? Me gustaría que hiciéramos algo más que decirnos hola y adiós.
—Tengo clase —me sonrió, con cara de pena, y miró otra vez a Quinn de soslayo—, pero podría venir el martes.
—Perfecto. Encargamos la comida y nos vemos una película.
—Me encanta la idea.
Quinn me premió tirándome un beso cuando acompañó a Sam hasta la puerta. Cuando volvió a la cocina, cogió su vaso de vino y dijo:
—Bueno, Britt suéltalo ya. Se te ve muy estresada.
—Lo estoy —admití, botella en mano dando vueltas por el salón.
—Es por Santana López, ¿no?
—Pues claro. Pero no quiero hablar de ella. —Aunque la persecución de Santana había sido estimulante, su objetivo era asqueroso—; mejor hablamos de Sam y de ti. ¿Cómo os conocisteis?
—Me lo encontré en un curro. Trabaja media jornada como ayudante de un fotógrafo. Es muy sexy, ¿verdad? —le brillaban los ojos de felicidad—, y todo un caballero, a la vieja usanza.
—¿Pero queda alguno de ésos? —murmuré antes de liquidar el primer vaso.
—¿Qué quieres decir?
—Nada, lo siento Quinn. Me ha caído muy bien y es evidente que tú le molas. ¿Estudia Fotografía?
—Veterinaria.
—¡Vaya! Eso está muy bien.
—Eso mismo pienso yo. Pero dejemos a un lado a Sam por el momento y dime qué es lo que te mortifica. Dilo de una vez.
—Mi madre —contesté, suspirando—, que se ha enterado de mi interés por el gimnasio de Noah y está fastidiándola.
—¿Y cómo se ha enterado? Te juro que yo no se lo he dicho a nadie.
—Ya sé que no has sido tú; ni se me hubiera ocurrido pensarlo. —Agarré la botella y me serví otro vaso—. Toma nota: ha estado fisgando en mi móvil.
Quinn hizo un gesto de asombro levantando las cejas.
—¿En serio? Qué miedo.
—¿A que sí? Se lo conté a Stanton, pero él no quiere saber nada.
—Bueno. —Se pasó la mano entre el largo flequillo—. ¿Y qué vas a hacer?
—Comprar otro teléfono. Y hablar con el doctor Petersen a ver si puede inculcarle un poco de sensatez.
—Buena jugada, pásale el asunto a su loquero. Esto... y en tu trabajo, ¿va todo bien? ¿Todavía te gusta?
—Mucho. —Recliné la cabeza en los cojines y cerré los ojos—. Mi empleo y tú sois ahora mismo mi salvación.
—¿Y qué me dices de la maciza supermillonaria que quiere trincarte? Venga, Britt, que me muero por saberlo. ¿Qué ha pasado?
Se lo conté, por supuesto. Quería su opinión sobre todo aquello; sin embargo, cuando terminé, se quedó callada. Levanté la cabeza para mirarle y le encontré con los ojos brillantes y mordiéndose el labio.
—Quinn, ¿en qué piensas?
—En que esta historia me pone muy caliente —se echó a reír, y el sonido afectuoso y femenino de su risa barrió buena parte de mi irritación—. Apuesto a que está muy confundida en estos momentos. Habría dado dinero por verle la cara cuando le respondiste a eso de que quería darte unos azotes en el culo.
—Me parece increíble que dijera eso. —Sólo con recordar el tono de López al
salir con semejante amenaza, empezaron a sudarme las manos de tal forma que dejaba vapor en la copa—. Pero ¿de qué demonios va?
—Los azotes en el culo no son una aberración —Se dejó caer hacia atrás en el asiento, con una sonrisa radiante que le iluminaba la cara, tan atractiva de por sí—. Tú supones un desafío para una tipa que se mueve habitualmente entre ellos. Y está dispuesta a hacer concesiones, algo a lo que no debe de estar acostumbrada, diría yo. Sólo tienes que decirle lo que quieres.
Repartí entre las dos el vino que quedaba. Me sentía ligeramente mejor con un poco de alcohol circulando por las venas. ¿Qué quería yo? Aparte de lo lógico.
—Somos totalmente incompatibles.
—¿Es así como calificas tú lo que pasó en el sofá?
—Vamos, Quinn, resúmelo: me levanta del suelo del vestíbulo y me dice que quiere follar conmigo. Así de simple. Cualquier tía que me ligue en un bar tiene más marcha que ella. Hola, ¿cómo te llamas? ¿Vienes mucho por aquí? ¿Quién es tu amiga? ¿Qué estás tomando? ¿Te gusta bailar? ¿Trabajas por aquí?
—Vale, vale, lo entiendo. —Dejó el vaso en la mesa—. ¿Por qué no salimos por ahí? Buscamos un buen sitio y bailamos hasta que no podamos más. Quizá conozcamos alguna tía que te dé un poco de conversación.
—O por lo menos que me invite a una copa.
—Bueno, López te ofreció una en su oficina.
Sacudí la cabeza de lado a lado y me levanté.
—Lo que quieras. Me doy una ducha y nos largamos.
Salí de marcha como si aquélla fuera la última vez. Quinn y yo recorrimos todas las discotecas del centro, desde Tribeca hasta el East Village, gastando dinero a lo tonto en entradas y pasándonoslo de miedo. Yo bailé tanto que parecía que iba a quedarme sin pies, pero resistí hasta que Quinn se quejó primero de las botas con tacón que llevaba puestas.
Acabábamos de salir de una discoteca tecno-pop con la idea de comprarme unas chancletas en un Walgreens que había cerca, cuando nos encontramos con un promotor que hacía publicidad de un establecimiento a pocas manzanas de allí.
—Un sitio fantástico para que descansen los pies un poco —dijo, sin las sonrisas exageradas ni los elogios aparatosos habituales en el oficio. La ropa que
llevaba (vaqueros negros y jersey de cuello alto) era de muy buena calidad, cosa que me sorprendió. Y no tenía folletos ni postales. Lo que me entregó fue una tarjeta comercial hecha de papiro, con letras doradas que captaban la luz de los rótulos eléctricos que nos rodeaban. Tomé nota mentalmente para tenerlo en cuenta como una buena alternativa en la publicidad impresa.
A nuestro alrededor se movía una presurosa multitud de peatones. Quinn observó los letreros entrecerrando los ojos; llevaba encima unas cuantas copas más que yo.
—Parece pretencioso.
—Enseñáis esta tarjeta —insistió el vendedor— y os ahorráis la entrada.
—Cariño —Quinn me cogió del brazo y tiró de mí—. Vamos, a lo mejor encuentras a una buena tía en un local pijo.
Los pies me estaban matando cuando llegamos al sitio, pero dejé de lamentarme en cuanto vi la entrada tan bonita que tenía. La fila para acceder al interior era muy larga; se extendía por toda la calle y doblaba la esquina. Por las puertas abiertas salía la conmovedora voz de Amy Winehouse junto con grupos de clientes muy bien vestidos y sonrientes.
Tal como había dicho el promotor, la tarjeta fue una llave mágica que nos proporcionó entrada inmediata y libre. Una encargada preciosa nos llevó al piso de arriba, hasta un bar VIP más tranquilo, desde donde se dominaba el escenario y la pista de baile de abajo, y nos señaló una zona de asientos junto a la terraza. Ocupamos una mesa rodeada por dos sofás curvos de terciopelo. Ella puso una carta de bebidas en el centro y dijo:
—Invita la casa.
—¡Mira qué bien! —dijo Quinn silbando—. Hemos acertado.
—Creo que el promotor te ha reconocido de algún anuncio.
—¿No sería genial? Jo, qué noche. Estoy de marcha con mi mejor amiga y enamorándome de un nuevo cachas en mi vida.
—¿Cómo?
—He decidido que voy a ver hasta dónde llegan las cosas con Sam.
Me alegró saberlo. Me pareció que yo había estado siempre esperando que Quinn encontrase alguien que le tratase bien.
—¿Ya te ha pedido que salgas con él?
—No, pero no creo que sea porque no quiera. —Hizo un gesto con los hombros
y se estiró la camiseta, rasgada intencionadamente. A juego con los pantalones negros de cuero y las muñequeras de clavos, le daba un aire sexy y rebelde—. Antes de nada, debe de estar intentando comprender qué hay entre tú y yo. Flipó cuando le dije que vivía con una mujer y que me había trasladado desde la otra punta del país para estar contigo. Tiene miedo de que yo sea una bi-curiosa de ésas y en el fondo esté colgada de ti. Por eso, quería que le conocieras hoy, para que vea cómo es nuestra convivencia.
—Lo siento, Quinn. Intentaré tranquilizarle en ese sentido.
—No es culpa tuya; no te preocupes. Saldrá bien si tiene que ser así.
Su convicción no me hizo sentir mejor y me puse a pensar en un modo de ayudarle.
Dos chicas se acercaron a nuestra mesa.
—¿Podemos sentarnos con vosotras? —preguntó el más alto.
Primero miré a Quinn, luego a ellos. Parecían hermanas y eran muy atractivas, risueñas y seguras de sí mismas. Tenían una actitud relajada y natural.
Estaba yo a punto de decir claro que sí, cuando en mi hombro desnudo se posó una cálida mano que me apretó firmemente.
—Ella no está libre.
Enfrente de mí, Quinn miraba boquiabierta a Santana López, que rodeó el sofá y le tendió la mano.
—Me llamo Santana López.
—Y yo, Quinn Fabray —le estrechó la mano con una amplia sonrisa—, pero ya lo sabías. Encantada de conocerte. He oído hablar mucho de ti.
Le habría matado de buena gana.
—Me alegro de saberlo. —Santana tomó asiento a mi lado y puso un brazo sobre el respaldo para poder acariciar el mío como el que no quiere la cosa, pero de un modo posesivo al mismo tiempo—; quizás me quede alguna esperanza.
Giré la cintura para mirarla frente a frente y le susurré, furiosa:
—¿Pero qué haces?
—Lo que haga falta.
—Me voy a bailar. —Quinn se puso en pie, con un gesto de ironía—. Vuelvo dentro de un ratito.
Haciendo caso omiso de la mirada de súplica que le dirigí, me tiró un beso y se
alejó, seguida de las dos chicas. Yo tenía el corazón acelerado. Un minuto después, me resultaba ridículo, e imposible, pasar de Santana López.
Le eché un vistazo general. Llevaba pantalones de vestir color grafito y un jersey negro con el cuello de pico que producían un efecto de sofisticación informal. Me encantaba su apariencia y me atraía mucho la suavidad que sugería, aunque sabía que era sólo una ilusión. Ella era dura desde muchas perspectivas.
Respiré profundamente, por el esfuerzo que me costaba tratar con ella. Después de todo, ¿no era ése el problema principal? ¿Que ella quisiera saltarse los preliminares de una relación y pasar directamente a la cama?
—Tienes un aspecto... —me detuve. Fantástico. Maravilloso. Increíble. Sexy a más no poder. Al final, me quedé corta—... que me gusta.
Santana arqueó las cejas.
—¡Vaya! Menos mal que hay algo de mí que te parece bien. ¿Se trata de todo el conjunto? ¿Sólo la ropa? ¿Sólo el jersey? ¿Los pantalones?
Me cayó mal el tonillo que empleó.
—¿Y si te digo que sólo el jersey?
—Pues me compro una docena y así tengo para todos los días.
—Sería una lástima.
—¿No te gusta el jersey? —Estaba un poco cabreada, las palabras le salían rápidas y cortantes.
Yo había apoyado las manos en el regazo, pero las movía sin parar.
—Sí me gusta, pero también me gusta el conjunto.
Me miró fijamente un minuto y luego me preguntó:
—¿Qué tal la cita con tu AAP?
¡Joder! Dirigí la vista a otro lado. Era muchísimo más fácil hablar por teléfono de masturbarse que ante aquella penetrante mirada marrón. Resultaba bochornoso y humillante.
—Yo no hablo de intimidades.
Me acarició la mejilla de nuevo y susurró:
—Estás poniéndote colorada.
Noté por la voz que se alegraba y rápidamente cambié de tema.
—¿Vienes mucho por aquí?
Mierda. ¿Cómo se me había ocurrido decir aquella frase estereotipada?
Acercó las manos hasta mi regazo y cogió una de las mías.
—Cuando es necesario.
Un ramalazo de celos me hizo ponerme tensa.
—¿Qué quieres decir? ¿Cuándo andas en busca de presa? —La miré, irritada, aunque en realidad estaba enfadada conmigo misma por el hecho de que aquello me importara.
Santana esbozó una genuina sonrisa que me hizo daño.
—Cuando hay que tomar decisiones importantes. Este local es mío, Brittany.
¡Vaya! ¡Cómo no!
Una camarera muy mona dejó sobre la mesa unas bebidas con hielo, de color rosado, en vasos cuadrados y altos, y le dedicó a Santana una sonrisa insinuante.
—Aquí tiene, señora López, dos Stoli Elites con arándanos. ¿Alguna cosa más?
—De momento, nada, gracias.
Veía claramente que la chica quería entrar en la lista de preseleccionadas, y me crispé. Después, me distraje con la bebida que nos había servido. Era lo que yo solía beber en las discotecas, lo que había estado bebiendo toda la noche. Sentí un cosquilleo nervioso. Observé a Santana haciendo girar el líquido en la boca, como si catara un buen vino, y tragárselo después. El movimiento de la garganta me puso caliente, pero no fue nada comparado con el efecto que me produjo la intensidad de su mirada.
—No está mal —dijo—. Dime si lo hemos hecho bien.
Entonces me besó. Se acercó deprisa, pero yo la vi venir y no me aparté. Tenía la boca fresca, con sabor a arándanos rociados de alcohol. Deliciosa. Todo el caos de energía y emociones que había estado bullendo en mi interior se desbordó de repente. Llevé una mano hasta su espléndido pelo y lo sujeté bien fuerte mientras le succionaba la lengua. El gemido que emitió fue el sonido más erótico que había oído en mi vida, y la parte interna de mis muslos se tensó ardorosamente.
Sorprendida yo misma por la vehemencia de mi reacción, me distancié, jadeante.
Santana continuó acariciándome la cara con la boca, besándome las orejas, respirando trabajosamente, también. El tintineo del hielo dentro del vaso removió mis exaltados sentidos.
—Brittany, necesito estar dentro de ti —me susurró bruscamente—. No puedo más.
Clavé la vista en el vaso, mientras mi mente giraba en un torbellino de impresiones, recuerdos y confusión.
—¿Cómo lo sabías?
Me pasó la lengua por la oreja, y yo me estremecí. Parecía que todas las células de mi cuerpo lucharan contra el suyo. Resistirme a ella consumía una cantidad de energía tan considerable que me agotaba.
—¿El qué?
—Lo que me gusta beber, cómo se llamaba Quinn.
Inspiró profundamente y se separó de mí. Dejó el vaso en la mesa y cambió de posición, colocando una rodilla sobre el cojín que había entre nosotros, de modo que podía mirarme de frente. Volvió a pasar el brazo por el respaldo del sofá y empezó a hacer circulitos con la yema de los dedos en la curva de mi espalda.
—Habías estado antes en otro de mis locales. Tu tarjeta de crédito apareció y quedaron anotadas tus consumiciones. Y Quinn Fabray figura en el contrato de arrendamiento de tu casa.
Todo daba vueltas a mi alrededor. No había manera... El teléfono móvil, la tarjeta de crédito, el puñetero apartamento... Es que no podía ni respirar. Entre mi madre y Santana me hacían sentir claustrofobia.
—Caray, Brittany, estás blanca como el papel. —Me puso un vaso en la mano—. Anda, bebe.
Era el Stoli con arándanos. Me lo bebí todo. El estómago se revolvió por un momento, luego se asentó.
—¿Es tuyo el edificio donde vivo? —pregunté, casi sin aliento.
—Curiosamente, así es. —Se sentó sobre la mesa, justo enfrente de mí, y colocó las piernas a ambos lados de las mías. Tenía las manos heladas; Santana me quitó el vaso para dejarlo a un lado y me las calentó con las suyas.
—Santana, ¿estás chiflada?
—¿Lo preguntas en serio? —dijo, apretando un poco los labios.
—Sí, lo pregunto en serio. Me madre me acosa también y está yendo a un loquero. ¿Vas tú a alguno?
—Por ahora, no, pero tú me vuelves lo suficientemente loca como para que eso esté dentro de lo posible.
—Entonces, ¿este comportamiento no es habitual en ti? —Tenía palpitaciones; hasta notaba la sangre circulando por los tímpanos?— ¿O sí lo es?
Se pasó una mano por el pelo, arreglándose los mechones que yo le había despeinado cuando nos besamos.
—Simplemente, tuve acceso a ciertos datos que tú pusiste a mi disposición.
—¡A tu disposición, no! ¡Ni tampoco para el fin que tú los has empleado! Seguro que has infringido alguna ley de protección de la intimidad. —Me quedé mirándola, más confusa que nunca—. Pero ¿por qué lo haces?
—Coño, para conocerte.
—¿Y por qué no hablas conmigo, Santana? ¿Tan difícil es eso hoy en día?
—Contigo, sí. —Cogió el vaso y se bebió casi todo el contenido—. No puedo tenerte a solas más de unos minutos cada vez.
—Porque lo único de lo que quieres hablar es de lo que tienes que hacer para tirarte a alguien.
—Brittany, por Dios, baja la voz —me pidió entre dientes.
La examiné detenidamente, asimilando cada uno de sus rasgos, cada plano de su cara. Por desgracia, catalogar los detalles no redujo ni un ápice mi turbación. Estaba empezando a sospechar que su atractivo jamás dejaría de deslumbrarme.
Y no sólo a mí; había visto cómo reaccionaban las mujeres ante ella. Y, encima, era escandalosamente rica, cosa que hace interesantes hasta a mujeres viejas, feas y barrigudas. No sería raro que estuviese acostumbrada a chascar los dedos y apuntarse un orgasmo.
Me lanzó una mirada.
—¿Por qué me miras así? —me preguntó.
—Estoy pensando.
—¿En qué? —Apretó un poco las mandíbulas—. Te advierto que, si dices algo de orificios o emisiones de flujos vaginales, no respondo de mis actos.
Casi me hizo reír.
—Es que quiero comprender unas cuantas cosas, porque tal vez no te esté creyendo del todo.
—A mí también me gustaría entender algunas cosas —masculló.
—Me imagino que tienes mucho éxito con el método «Quiero follar contigo».
La cara de Santana se fue transformando hasta quedarse inexpresiva.
—No quiero hablar de eso, Brittany.
—De acuerdo. Tú quieres saber qué es lo que me induciría a acostarme contigo. ¿Es ésa la razón por la que estás aquí esta noche? ¿Por mí? Y no me contestes lo que tú crees que yo quiero oír.
Su mirada era clara y tranquila.
—Estoy aquí por ti, sí. Yo lo preparé.
De pronto pude atar los cabos sueltos y comprendí. El promotor que nos había abordado era un empleado de López Industries.
—¿Pensabas que trayéndome aquí ibas a echar un polvo conmigo?
Le resultaba difícil disimular su regocijo.
—Siempre hay una esperanza, pero suponía que haría falta algo más que un encuentro casual y unas copas.
—Tienes razón. Entonces, ¿por qué lo has hecho? ¿Por qué no has esperado al lunes por la mañana?
—Porque tú andas buscando algún rollo. No puedo hacer nada respecto a los AAP, pero, en mi bar, sí puedo evitar que ligues con alguna imbécil. Tú buscas rollo, Brittany, y yo estoy aquí.
—No estoy buscando ningún rollo, sino quemando la tensión de un día de estrés.
—No eres la única. —Tocó con los dedos uno de mis pendientes chandelier de plata—. Tú bebes y bailas cuando estás tensa. Yo, en primer lugar, trato de solucionar el problema que me provoca la tensión.
Su tono de voz se había suavizado y despertó en mí un alarmante deseo.
—¿Es eso lo que soy yo? ¿Un problema?
—Por supuesto que sí —pero lo dijo con un atisbo de sonrisa.
Yo sabía que ahí radicaba gran parte de su atractivo. Santana López no podía estar donde estaba, siendo tan joven, si aceptaba los «noes» tranquilamente.
—¿Cómo definirías tú salir con alguien?
Frunció el ceño.
—Como pasar mucho tiempo con una mujer durante el que no estamos follando.
—¿Te gusta la compañía femenina?
—Claro que sí, siempre que no haya expectativas exageradas ni exijan demasiado tiempo. Me he dado cuenta de que la mejor manera de evitar esto es
tener amistades y relaciones sexuales exclusivas para ambos.
Allí estaban otra vez esas molestas «expectativas exageradas». Quedaba claro que aquello suponía un escollo para él.
—Entonces, ¿tienes amigas?
—Naturalmente. —Aprisionó mis piernas con las suyas—. ¿Adónde quieres ir a parar?
—Aíslas el sexo del resto de tu vida; lo separas de la amistad, del trabajo... de todo.
—Tengo buenas razones para hacerlo.
—Estoy segura. Vale, ahí van mis conclusiones. —Era difícil concentrarse tan cerca de Santana—: Te dije que no quería salir con nadie y no quiero. El trabajo es mi mayor prioridad, y mi vida personal, como mujer soltera, le sigue muy de cerca. No me apetece sacrificar ni una cosa ni la otra en aras de una relación ni queda espacio para incluir un vínculo estable.
—En eso coincidimos.
—Ahora bien, me gusta el sexo.
—Bueno, pues practícalo conmigo. —Su sonrisa era toda una invitación erótica.
—Yo necesito que me una algo personal a las mujeres con los que me acuesto. No tiene que tratarse de nada intenso ni profundo, pero el sexo para mí debe ser algo más que una fría transacción.
—¿Por qué?
No podía decirse que Santana estuviera siendo frívola. Por rara que fuese para ella aquella conversación, se la estaba tomando en serio.
—Llámalo capricho, si quieres, pero no estoy hablando a la ligera. Me fastidia que me usen en cuestiones de sexo; me siento infravalorada.
—¿No puedes verlo como que tú me usas a mí?
—Contigo, no. —Estaba siendo muy persuasiva, muy contundente.
Pude ver en sus ojos el brillo del depredador cuando dejé mi debilidad al descubierto.
—Además —continué enseguida—, eso es semántica. En mis relaciones sexuales, necesito un intercambio equitativo o ser yo la dominante.
—De acuerdo.
—¿De acuerdo? Lo has dicho demasiado pronto, teniendo en cuenta que yo
quiero combinar dos cosas que tú te esfuerzas muchísimo en evitar que se junten.
—No me siento a gusto con ello y no voy a pretender que lo entiendo, pero estoy escuchándote. Es un problema. Dime cómo lo remediamos.
Me quedé sin aliento. No me esperaba aquello. Santana era una mujer que no quería complicaciones con el sexo, y yo una mujer que encontraba complicado el sexo; pero ella no se daba por vencida. Todavía.
—Tenemos que ser amigas, Santana. No compañeras del alma ni confidentes, pero sí dos personas que saben la una de la otra algo más que la anatomía. Para mí eso significa poder estar juntas sin tener que follar necesariamente. Y me temo que tendremos que pasar algunos ratos así en lugares donde nos veremos obligadas a contenernos.
—¿No es lo que estamos haciendo ahora?
—Sí. Y a eso es a lo que me refiero. No creía que fueras capaz de hacerlo. Deberías haber actuado de un modo menos extraño. —Le tapé la boca con la mano cuando intentó interrumpirme—. Pero admito que intentaste buscar una oportunidad para hablar y yo no colaboré.
Empezó a mordisquearme los dedos de tal modo que tuve que protestar y retirar la mano.
—Oye, ¿por qué haces eso?
Se llevó a la boca mi mano mordida; la besó le pasó la lengua para aliviarla. Y para provocarme.
Respondí devolviéndola a mi regazo. Todavía no estaba segura de que hubiéramos dejado las cosas claras.
—Y para que no creas que hay expectativas exageradas, cuando tú y yo pasemos tiempo juntas sin follar, no pensaré que estamos saliendo, ¿vale?
—Lo tendré en cuenta. —Santana sonrió, y mi decisión de estar con ella se reforzó. Su sonrisa fue como un relámpago en la oscuridad, deslumbradora, bella y misteriosa, y la deseé tanto que experimenté verdadero dolor físico.
Deslizó la mano por la parte trasera de mis muslos y me atrajo suavemente hacia ella. El dobladillo de mi escaso vestido sin espalda quedó a una altura indecente, y los ojos de Santana permanecieron clavados en la carne que ella misma había dejado al aire. Se humedeció los labios con la lengua en un gesto tan carnal y sugerente que casi pude sentir la caricia sobre mi piel.
La voz de Duffy, cantando «Mercy», subía desde la pista de baile de abajo. Sentí un inoportuno nudo en el estómago y me pasé la mano por él.
Había ya bebido mucho, pero me sorprendí a mí misma diciendo:
—Necesito otra copa.
Peque_7* - Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 01/01/2014
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
jjajaja siempre soy la primera en contestar, deduzco que somos de la misma zona horaria y por eso coincidimos cuando estamos en el foro haha. Sigue asi, sigue pasional
madridcks*** - Mensajes : 122
Fecha de inscripción : 15/05/2013
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
ultimamente he visto un par de historias donde las chicas solo quieren sexo sin compromiso, eso esta bien, pero entre las Brittana es raro, claro, se que es parte de la historia, en fin, espero la pronta actualizacion!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Hola!!!
Nueva lectora!!!!
Me encanta !!!!
Eso de el chico que les ha dado el pase vip si era algo raro!!!!! Y San tenía que estar detrás de esto Jajja
Oh intentarán ser amigas!!!!
Espero la actu!!!!
Xoxo
Nueva lectora!!!!
Me encanta !!!!
Eso de el chico que les ha dado el pase vip si era algo raro!!!!! Y San tenía que estar detrás de esto Jajja
Oh intentarán ser amigas!!!!
Espero la actu!!!!
Xoxo
adi-santybritt- ---
- Mensajes : 553
Fecha de inscripción : 27/07/2013
Edad : 30
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Hola!
San no sé da por vencida, aunque sí lo hiciera no sería Santana López, La llamada telefónica me gusto y más cuando la rubia dijo Es indudable que tienes voz de teléfono erótico, pero yo me largo; he quedado con mi vibrador. Después Cuando leí lo del pase y las bebidas cortesía de la casa dije Santana tiene que estar detrás de todo esto, me gusto que hablaran y sobre todo que britt dejara claro que es lo que necesita para tener una relación de Sexo, que en realidad no es relación.
San será dueña de toda la Ciudad xq es dueña de varias discotecas y también del edificio dónde vive Britt, habrá algo que no sea de ella?
Y respecto a la Mamá de Britt sin comentarios, creo que con una mande así cualquiera sé sentiría asfixiada.
Bueno Peque yo soy de Venezuela, tengo 23 años y el año pasado me gradué de la UC y y a estoy ejerciendo mi carrera.
Nos vemos en la siguiente actualización.
San no sé da por vencida, aunque sí lo hiciera no sería Santana López, La llamada telefónica me gusto y más cuando la rubia dijo Es indudable que tienes voz de teléfono erótico, pero yo me largo; he quedado con mi vibrador. Después Cuando leí lo del pase y las bebidas cortesía de la casa dije Santana tiene que estar detrás de todo esto, me gusto que hablaran y sobre todo que britt dejara claro que es lo que necesita para tener una relación de Sexo, que en realidad no es relación.
San será dueña de toda la Ciudad xq es dueña de varias discotecas y también del edificio dónde vive Britt, habrá algo que no sea de ella?
Y respecto a la Mamá de Britt sin comentarios, creo que con una mande así cualquiera sé sentiría asfixiada.
Bueno Peque yo soy de Venezuela, tengo 23 años y el año pasado me gradué de la UC y y a estoy ejerciendo mi carrera.
Nos vemos en la siguiente actualización.
Linda23**** - Mensajes : 185
Fecha de inscripción : 08/12/2013
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
hola,....
no jodas entre la madre de britt y san la tienen mas vigilada, que la cia jajajajaja
pero en cierto caso san no tiene nada que ver son "coincidencia" ja!!!
a ver como van las cosas!!!
nos vemos!!!
PD: soy de argentina, pero vivo en Los ángeles y trabajo en una productora con mis tíos,...!!!! y casi las mayorías del tiempo me la paso viajando,.. ja
no jodas entre la madre de britt y san la tienen mas vigilada, que la cia jajajajaja
pero en cierto caso san no tiene nada que ver son "coincidencia" ja!!!
a ver como van las cosas!!!
nos vemos!!!
PD: soy de argentina, pero vivo en Los ángeles y trabajo en una productora con mis tíos,...!!!! y casi las mayorías del tiempo me la paso viajando,.. ja
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
madridcks escribió:jjajaja siempre soy la primera en contestar, deduzco que somos de la misma zona horaria y por eso coincidimos cuando estamos en el foro haha. Sigue asi, sigue pasional
jaja es verdad! yo soy de España y tu?
de igual manera me alegro de que siempre comentes :)
micky morales escribió:ultimamente he visto un par de historias donde las chicas solo quieren sexo sin compromiso, eso esta bien, pero entre las Brittana es raro, claro, se que es parte de la historia, en fin, espero la pronta actualizacion!
Si, puede parecer un poco raro pero veras que al final entre las Brittana siempre hay amor...
Saludos!
adi-santybritt escribió:Hola!!!
Nueva lectora!!!!
Me encanta !!!!
Eso de el chico que les ha dado el pase vip si era algo raro!!!!! Y San tenía que estar detrás de esto Jajja
Oh intentarán ser amigas!!!!
Espero la actu!!!!
Xoxo
Bienvenida! siempre me alegro de que haya nuevas lectoras y de que guste la historia :)
Linda23 escribió:Hola!
San no sé da por vencida, aunque sí lo hiciera no sería Santana López, La llamada telefónica me gusto y más cuando la rubia dijo Es indudable que tienes voz de teléfono erótico, pero yo me largo; he quedado con mi vibrador. Después Cuando leí lo del pase y las bebidas cortesía de la casa dije Santana tiene que estar detrás de todo esto, me gusto que hablaran y sobre todo que britt dejara claro que es lo que necesita para tener una relación de Sexo, que en realidad no es relación.
San será dueña de toda la Ciudad xq es dueña de varias discotecas y también del edificio dónde vive Britt, habrá algo que no sea de ella?
Y respecto a la Mamá de Britt sin comentarios, creo que con una mande así cualquiera sé sentiría asfixiada.
Bueno Peque yo soy de Venezuela, tengo 23 años y el año pasado me gradué de la UC y y a estoy ejerciendo mi carrera.
Nos vemos en la siguiente actualización.
jajaj Santana López siempre consigue lo que quiere, además me parece que será suya casi toda la ciudad jaja
Y ahora te cuento algo de mi: yo tengo 18 años, vivo en España y aún sigo estudiando...
Nos leemos, Andrea.
3:) escribió:hola,....
no jodas entre la madre de britt y san la tienen mas vigilada, que la cia jajajajaja
pero en cierto caso san no tiene nada que ver son "coincidencia" ja!!!
a ver como van las cosas!!!
nos vemos!!!
PD: soy de argentina, pero vivo en Los ángeles y trabajo en una productora con mis tíos,...!!!! y casi las mayorías del tiempo me la paso viajando,.. ja
Hola! jajaja es verdad que la tienen muy vigilada aunque creo que a Britt no le molesta mucho que la vigile San
Que suerte vivir en Los Ángeles!! siempre he querido viajar allí jaja
Besos
Peque_7* - Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 01/01/2014
FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 5
5
El sábado por la mañana tenía una resaca de órdago y pensé que era lo menos que me merecía. Por mucho que me ofendiera la insistencia de Santana en negociar las relaciones sexuales con la misma pasión con la que negociaría una fusión comercial, al final yo había hecho otro tanto. Porque la deseaba lo suficiente como para correr un riesgo calculado y romper mis propias normas.
Me consolaba saber que ella también estaba rompiendo algunas de las suyas.
Tras una larga ducha caliente, enfilé hacia el cuarto de estar, donde estaba Quinn, fresca y espabilada, sentada en el sofá con su netbook. Olía a café en la cocina, así que me dirigí allí y me llené la taza más grande que pude encontrar.
—Buenos días, nena —dijo Quinn en voz alta.
Con mi muy necesaria dosis de cafeína entre las manos, fui a sentarme con ella en el sofá.
Me señaló una caja que había en un extremo de la mesa.
—Te ha llegado mientras estabas en la ducha.
Dejé la taza en la mesa de centro y cogí la caja. Estaba envuelta con papel marrón y cordel y tenía mi nombre escrito en diagonal en la parte de arriba con trazos decorativos. Dentro había un frasco de color ámbar en el que ponía REMEDIO PARA LA RESACA con una antigua letra blanca y una nota atada con rafia en el cuello del frasco en la que se leía: Bébeme. La tarjeta de Santana estaba entre el papel protector de seda.
Me pareció un regalo muy oportuno. Desde que conocía a Santana me sentía como si hubiera caído por la madriguera del conejo en un mundo fascinante y seductor, donde la mayoría de las normas conocidas no eran aplicables. Me hallaba en un territorio desconocido que era emocionante y aterrador a la vez.
Eché una mirada a Quinn, que observó el frasco con recelo.
—¡Salud! —Saqué el corcho y me bebí el contenido sin pensarlo dos veces. Sabía a empalagoso jarabe para la tos. Era tan desagradable que primero se me revolvió el estómago y luego noté que me quemaba. Me limpié los labios con el dorso de la mano y volví a poner el corcho en el frasco vacío.
—¿Qué era? —preguntó Quinn.
A juzgar por el ardor, más de lo mismo para quitar la resaca.
—Eficaz pero desagradable —añadió, arrugando la nariz.
Y estaba funcionando, pues ya me sentía un poco más firme.
Quinn cogió la caja y sacó la tarjeta de Santana. Le dio la vuelta y me la tendió. En el reverso Santana había escrito Llámame con una caligrafía de rasgos enérgicos y había anotado un número de teléfono.
Le cogí la tarjeta, ahuecando la mano sobre ella. Su regalo era señal de que pensaba en mí. Su tenacidad y fijación eran seductoras.
No había duda de que estaba metida en un buen lío en lo que respectaba a Santana. Me moría por sentirme como cuando ella me tocaba, y me encantaba cómo respondía cuando la tocaba yo. Cuando trataba de pensar en lo que no estaría dispuesta a hacer para que sus manos volvieran a tocarme, no se me ocurría gran cosa.
Cuando Quinn hizo ademán de pasarme el teléfono, sacudí la cabeza.
—Todavía no. Necesito tener la cabeza despejada cuando trato con ella, y aún estoy confusa.
—Parecíais muy a gusto las dos anoche. Desde luego, está colada por ti.
—Y yo por ella. —Me acurruqué en una esquina del sofá, apoyé la mejilla en un cojín y encogí las piernas hasta el pecho—. Vamos a salir de vez en cuando, a tener relaciones sexuales esporádicas, pero físicamente intensas y a ser, por lo demás, completamente independientes. Nada de ataduras, ni expectativas ni responsabilidades.
Quinn pulsó una tecla de su netbook y la impresora que estaba en el otro extremo de la habitación empezó a echar páginas. Luego cerró de golpe el ordenador, lo dejó encima de la mesa de centro y me concedió toda su atención.
—Quizá se convierta en algo serio.
—Quizá no —me burlé.
—Cínica.
—No busco ningún vivieron-felices-para-siempre, Quinn, y menos con una megamagnate como López. He visto en mi madre lo que supone relacionarse con gente poderosa. Es un trabajo de jornada completa con media de compañía. El dinero hace feliz a mi madre, pero no sería suficiente para mí.
Mi padre quería a mi madre. Le pidió que se casara con él y compartieran la vida. Ella le rechazó porque carecía de la considerable cartera de acciones y la
abundante cuenta corriente que ella requería en un marido. El amor no era un requisito para el matrimonio en opinión de Elizabeth Stanton, y como a la mayoría de los hombres les resultaba irresistible su belleza de ojos seductores y voz susurrante, nunca tuvo que conformarse con menos de lo que quería. Desgraciadamente, no quería a mi padre para una larga travesía.
Eché un vistazo al reloj y vi que eran las diez y media.
—Supongo que debería prepararme.
—Me encanta pasar el día del spa con tu madre. —Quinn sonrió, y despejó las sombras que aún persistían en mi estado de ánimo—. Después me siento como una diosa.
—Yo también.
Teníamos tantas ganas de marcharnos que bajamos al encuentro del coche en lugar de esperar a que llamaran de recepción.
El portero sonrió cuando salimos fuera, yo con sandalias de tacón y vestido largo y Quinn con unos vaqueros de tiro bajo y una camiseta de manga larga.
—Buenos días, señorita Pierce. Señora Fabray. ¿Van a querer un taxi hoy?
—No, gracias, Paul. Estamos esperando un coche. —Quinn sonrió—. ¡Es el día del spa en Perrini’s!
—Ah, el Día del Spa de Perrini’s. —Con un gesto de la cabeza, Paul dio a entender que sabía lo que era—. Yo le di a mi mujer un cheque regalo por nuestro aniversario. Le gustó tanto que he pensado hacer de ello una costumbre.
—Hiciste bien, Paul —dije yo—. Mimar a una mujer nunca pasa de moda.
Llegó un turismo negro con Clancy al volante. Paul abrió la puerta trasera y nos montamos, dando grititos al ver una caja de chocolatinas Knipschild en el asiento. Nos despedimos de Paul, nos acomodamos y nos pusimos manos a la obra, dando pequeños mordiscos a aquellas trufas que merecía la pena saborear lentamente.
Clancy nos llevó directamente a Perrini’s, donde la relajación comenzó desde el momento mismo en que entramos. Cruzar el umbral de la entrada era como tomarse unas vacaciones al otro lado del mundo. Cada puerta arqueada estaba enmarcada por unas suntuosas cortinas a rayas de vibrantes colores, mientras que unos cojines con fundas de pedrería decoraban los divanes y los enormes sillones.
Colgadas del techo había jaulas doradas con pájaros que gorjeaban, y por todos los rincones se veían macetas con plantas de hojas exuberantes. Pequeñas fuentes decorativas añadían los sonidos del fluir del agua, y se oía música instrumental de
cuerda a través de unos altavoces ingeniosamente escondidos. El aire olía a una mezcla de especias y fragancias exóticas, que me hacían sentir como si me hubiera adentrado en Las mil y una noches.
Rozaba la exageración, pero no llegaba a traspasar la línea. Eso sí, Perrini’s era exótico y lujoso, un capricho para quienes pudieran permitírselo. Como mi madre, que acababa de salir de su baño de leche y miel cuando llegamos nosotros.
Leí la carta de tratamientos disponibles y decidí cambiar mi habitual «mujer guerrera» por el de «caprichos apasionados». Me habían hecho la cera la semana anterior, pero me parecía que el resto del tratamiento —pensado para estar irresistible sexualmente— era justo lo que necesitaba.
Finalmente había conseguido reconducir el pensamiento a asuntos menos peligrosos, cuando Quinn habló desde el sillón de pedicura que estaba a mi lado.
—Señora Stanton, ¿conoce a Santana López?
La miré boquiabierta. Sabía perfectamente que mi madre se ponía de los nervios con cualquier noticia relacionada con mis relaciones amorosas, o no tan amorosas, como podía ser el caso.
Mi madre, sentada a mi otro lado, se echó hacia delante con su típica emoción de niña ante una mujer rica y atractiva.
—Por supuesto. Es una de las mujeres más ricas del mundo. La número veinticinco o algo así en la lista de la revista Forbes, si no recuerdo mal. Una joven muy ambiciosa, obviamente, y una generosa benefactora de muchas organizaciones benéficas que yo apoyo. Un buenísimo partido, claro está, pero dudo que sea lesbiana, Quinn.
—Quinn sonrió e hizo como que no me veía sacudir la cabeza con fuerza—. De todos modos sería un amor imposible, ya que él anda tras Brittany.
—¡Brittany! No puedo creer que no hayas contado nada. ¿Cómo has podido ocultarme algo así?
Miré a mi madre, cuya cara lavada se veía joven, sin arrugas y muy parecida a la mía. Yo era a todas luces hija de mi madre, hasta el apellido. La única concesión que le había hecho a mi padre había sido ponerme el nombre de su madre.
—No hay nada que contar —insistí—. Sólo somos... amigas.
—Podemos hacerlo mejor —dijo Elizabeth, con una calculadora mirada que me dio miedo—. No sé cómo no he caído en que trabajas en el mismo edificio que ella. Seguro que se enamoró de ti en cuanto te vio. Aunque se sabe que le van más las
morenas... Humm... Bueno. También es famosa por su excelente gusto. Es evidente que en esto último llevas las de ganar.
—Las cosas no van por ahí. Por favor, no empieces a meterte donde no te llaman. Me pondrás en una situación embarazosa.
—Tonterías. Si hay alguien que sepa qué hacer con las personas ricas y poderosas, soy yo.
Me hundí en el asiento, hasta que los hombros me rozaron las orejas. Para cuando llegó la hora del masaje, necesitaba desesperadamente que me lo dieran. Me tumbé en la mesa y cerré los ojos, dispuesta a echarme una siestecita para aguantar la larga noche que se avecinaba.
Me encantaba arreglarme y estar guapa tanto como a cualquier chica, pero los actos benéficos daban mucho trabajo. Hablar de trivialidades era agotador, sonreír sin parar era una pesadez y las conversaciones sobre asuntos y personas que no conocía me aburrían mortalmente. Si no fuera porque Quinn se beneficiaba con la publicidad, me resistiría a ir.
Suspiré. ¿A quién trataba de engañar? Acabaría yendo de todas formas. Mi madre y Stanton apoyaban las organizaciones benéficas contra el maltrato infantil porque era importante para mí. Acudir a uno de aquellos convencionales eventos de vez en cuando era el pequeño precio que había que pagar por los beneficios que reportaban.
Respiré hondo y procuré relajarme. Tomé nota mentalmente de llamar a mi padre cuando llegara a casa y pensé en cómo enviar una nota de agradecimiento a Santana por el remedio para la resaca. Me figuré que podría mandarle un correo electrónico utilizando la información de contacto de su tarjeta, pero era poco elegante. Además, ignoraba quién leía su bandeja de entrada.
Le llamaría al llegar a casa. ¿Por qué no? Me había pedido —no, dicho— que la llamara; había escrito el ruego en su tarjeta. Y oiría su voz seductora otra vez.
La puerta se abrió y entró la masajista.
—Hola, Brittany. ¿Estás lista?
No del todo. Pero casi.
Después de unas fantásticas horas en el spa, mi madre y Quinn me dejaron en el apartamento; luego ellos se fueron a buscar unos gemelos nuevos para Stanton. Como iba a estar sola durante un rato, decidí llamar a Santana. Pese a la muy necesaria intimidad, tecleé su número una media docena de veces antes de decirme a realizar la llamada.
Respondió a la primera señal.
—Brittany.
Sorprendida de que supiera quién le llamaba, me quedé sin palabras. ¿Cómo tenía mi nombre y mi número de teléfono en su lista de contactos?
—Esto... Hola, Santana.
—Estoy a una manzana de distancia. Avisa en recepción de que voy.
—¿Cómo? —Tenía la sensación de haberme perdido parte de la conversación—. ¿Que vas adónde?
—A tu casa. Estoy en la esquina. Llama a recepción, Brittany.
Colgó y yo me quedé mirando el teléfono, tratando de asimilar el hecho de que Santana estaría conmigo otra vez en cuestión de minutos. Un tanto aturdida, me dirigí al interfono y hablé con recepción para comunicar que la esperaba, y mientras estaba hablando, entró ella en el vestíbulo. Unos instantes después, se encontraba ante mi puerta.
Fue entonces cuando me di cuenta de que sólo llevaba puesta una bata corta de seda, e iba peinada y maquillada para la cena. ¿Qué impresión se llevaría de mi aspecto?
Me apreté el cinturón de la bata antes de dejarle entrar. Yo no la había invitado a venir a casa para seducirle ni nada parecido.
Santana permaneció en la entrada un largo instante, contemplándome desde la cabeza hasta los dedos de los pies, con manicura francesa en las uñas. A mí también me anonadó su aspecto. Le sentaban tan bien los vaqueros desgastados y la camiseta que vestía que me dieron ganas de desnudarla con los dientes.
—Sólo por encontrarte así ya ha merecido la pena el viaje. —Entró en casa y atrancó la puerta tras ella—. ¿Qué tal estás?
—Bien. Gracias a ti. Gracias. —Se me estremecía el estómago porque ella estaba ahí, conmigo, lo cual casi me daba... vértigo—. Pero ésa no puede ser la razón por la que has venido hasta aquí.
—He venido porque has tardado mucho en llamarme.
—No sabía que tuviera un plazo para hacerlo.
—Tengo que preguntarte algo que requiere una respuesta inmediata, pero, aparte de eso, quería saber si te sientes bien después de anoche. —Los ojos se le veían oscuros mientras me recorría de arriba abajo; su cara, imponente enmarcada en aquella increíble cortina de pelo negro—. ¡Dios, estás guapísima, Brittany. No
recuerdo haber deseado nada tanto!
Aquellas sencillas y escasas palabras me pusieron mimosa, a cien. Demasiado vulnerable.
—¿Qué es tan urgente?
—Ven conmigo a la cena benéfica esta noche.
Me eché hacia atrás, sorprendida y emocionada con la petición.
—¿Vas a ir?
—Y tú también. Lo he comprobado, al saber que tu madre estaría allí. Vamos juntas.
Me llevé una mano a la garganta, debatiéndome entre la extrañeza que me producía lo mucho que ella sabía de mí y la preocupación por lo que me estaba pidiendo.
—No era a esto a lo que me refería cuando dije que debíamos pasar tiempo juntas.
—¿Por qué no? —Aquella sencilla pregunta estaba teñida de desafío—. ¿Qué problema hay en que vayamos juntas a un evento al que las dos íbamos a acudir por separado?
—No es que sea muy discreto. Se trata de un acto prominente.
—¿Y? —Santana dio un paso hacia mí y me toqueteó un rizo.
El peligroso susurro que había en su voz hizo que me estremeciera. Sentí la calidez de su perfecto cuerpo y percibí el aroma profundamente femenino de su piel. Estaba cayendo bajo su embrujo, cada vez más.
—La gente hará suposiciones, mi madre sobre todo, que ya estará oliendo tu sangre de soltera en el agua.
Bajando la cabeza, Santana posó los labios en la curva de mi cuello.
—Me da igual lo que piense la gente. Sabemos lo que hacemos. Yo me encargaré de tu madre.
—Si crees que puedes... —dije con la respiración entrecortada—, no la conoces bien.
—Pasaré a recogerte a las siete. —Me pasó la lengua por la palpitante vena de la garganta y me fundí en ella, con el cuerpo laxo al atraerme hacia ella.
—Todavía no he dicho que sí —logré articular.
—Pero no vas a decir que no. —Me cogió el lóbulo de la oreja entre los
dientes—. No te dejaré.
Abrí la boca para protestar y ella me la selló posando sus labios sobre los míos, acallándome con un voluptuoso y húmedo beso. Movía la lengua despacio, saboreándome de tal manera que me hizo desear que me hiciera lo mismo entre las piernas. Las manos se me fueron a su pelo, acariciándolo, tirando de ella. Cuando me rodeó con sus brazos, me arqueé, curvándome en sus manos.
Al igual que en su oficina, me tuvo boca arriba en el sofá antes de darme cuenta de que me estaba moviendo, tragándose con su boca mi sorprendido jadeo. La bata cedió a sus hábiles dedos, y a continuación me puso las manos en los pechos, acariciándolos con suaves y rítmicos apretones.
—Santana...
—Shhh. —Me succionó el labio inferior, presionando y tirándome de mis sensibles pezones—. Saber que no llevabas nada puesto debajo de la bata estaba volviéndome loca.
—Has venido sin... ¡Oh! ¡Oh, Dios!
Me rodeó un pezón con la boca, y aquella oleada de calor me produjo un velo de transpiración en la piel.
Nerviosa, no dejaba de mirar la hora en el reloj del decodificador.
—Santana, no.
Levantó la cabeza y me miró con sus tormentosos ojos marrones.
—Es una locura, lo sé. No... No sabría explicarlo, Brittany, pero tengo que hacer que te corras. Llevo días pensándolo constantemente.
Me metió una mano entre las piernas. Las abrí sin pudor, tan excitado mi cuerpo que me sentía arrebatada, casi febril. Con la otra mano seguía magreándome los pechos, poniéndomelos duros e insoportablemente sensibles.
—Te me has puesto húmeda —murmuró, bajando la mirada hacia donde estaba abriéndome con los dedos—. Ahí también eres hermosa. Aterciopelada y rosa. Muy suave. No te habrás depilado hoy, ¿verdad?
Negué con la cabeza.
—Menos mal. No creo que hubiera aguantado ni diez minutos sin tocarte, no digamos diez horas. —Me introdujo un dedo cuidadosamente.
Me sentía tan vulnerable allí desnuda, con las piernas abiertas, toqueteada por una mujer cuya familiaridad con las normas de la depilación brasileña delataba un íntimo conocimiento de las mujeres. Una mujer que aún estaba completamente
vestida, arrodillada en el suelo junto a mí.
—Estás muy acogedora. —Santana sacó el dedo y volvió a clavármelo con delicadeza. Arqueé la espalda al apretar con ansia—. Y muy ávida. ¿Cuánto tiempo hace que no follas?
Tragué saliva.
—He estado muy ocupada con la tesis, buscando trabajo, trasladándome...
—Una temporada, entonces. Sacó el dedo y a continuación me introdujo dos. No pude reprimir un gemido de placer. Aquella mujer tenía unas manos dotadas, seguras y expertas, y cogía lo que quería con ellas.
—Entonces luego dejarás que te penetre con mis dedos.
—¡Por Dios, Santana! —Jadeaba por ella, meneando las caderas descaradamente sobre aquellos dedos que empujaban. Tenía la sensación de que ardería espontáneamente si ella no salía.
En mi vida me había excitado tanto. Me moría por un orgasmo. Si hubiera entrado Quinn en aquel momento y me hubiera encontrado retorciéndome en la sala de estar de nuestra casa mientras Santana me follaba con los dedos, creo que no me habría importardo.
Santana respiraba entrecortadamente también. Tenía la cara sonrojada por la lujuria. Por mí. Cuando lo único que había hecho yo era responderle sin poder evitarlo.
Me acarició la mejilla con la mano que tenía en mi pecho.
—Estás ruborizada. Te he escandalizado.
—Sí.
Su sonrisa era pícara y gozosa a la vez, y sentí una opresión en el pecho.
—Quiero que sientas lo húmeda que estoy cuando te folle con los dedos. Y mientras pienses en ello, estarás deseando que vuelva a hacértelo una y otra vez.
Mi sexo se tensó alrededor de sus acariciadores dedos, la crudeza de sus palabras me empujaba al borde del orgasmo.
—Te diré todas las formas en que quiero que me satisfagas, Brittany, y vas a hacerlo todo... a aceptarlo todo, y el sexo será explosivo, primario, sin limitaciones. Lo sabes, ¿verdad? Intuyes cómo será entre nosotras.
—Sí —musité, apretándome los pechos para aliviar el profundo dolor de mis pezones endurecidos—. Por favor, Santana.
—Shhh... Te tengo. —Con la parte blanda de su pulgar empezó a frotarme suavemente el clítoris en círculos—. Mírame a los ojos cuando te corras.
Todo se tensó en mi centro, y esa tensión crecía a medida que me masajeaba el clítoris y empujaba los dedos adentro y afuera con un ritmo constante, sin prisas.
—Ríndete a mí, Brittany —ordenó—. Ya.
Alcancé el clímax con un tenue grito, mis blancos nudillos a los lados de los cojines, mientras sacudía las caderas en su mano, sin asomo de vergüenza o timidez. Tenía la vista fija en la suya, incapaz de apartar la mirada, fascinada con aquel triunfo femenino que le brillaba en los ojos. En aquel momento me poseyó. Haría lo que quisiera. Y ella lo sabía.
Me atravesó un intenso placer. Entre el latido de la sangre en mis oídos, me pareció oírla decir algo con la voz quebrada, pero me perdí las palabras cuando apoyó una de mis piernas en el respaldo del sofá y abarcó mi abertura con su boca.
—No. —La empujé la cabeza con las manos—. No puedo.
Estaba demasiado inflamada, demasiado sensible. Pero cuando me tocó el clítoris con la lengua, agitándola sobre ella, creció de nuevo el deseo. Con más intensidad que la primera vez. Me bordeó mi palpitante abertura, provocándome, atormentándome con la promesa de otro orgasmo cuando yo sabía que no podía tener otro tan pronto.
Entonces me introdujo la lengua y yo me mordí el labio para reprimir un grito. Me corrí por segunda vez, estremeciéndose mi cuerpo violentamente, tensándose los músculos con desesperación alrededor de sus voluptuosos lametones. Su bramido me hizo vibrar. No tuve fuerzas para apartarla cuando se puso a lamerme el clítoris otra vez suave, incansablemente... hasta que volví a tener otro orgasmo, pronunciando su nombre con voz entrecortada.
Me había quedado sin energía cuando me estiró la pierna y aún estaba sin aliento cuando empezó a besarme desde vientre hasta los pechos. Me chupó los pezones, luego me levantó pasándome los brazos por la espalda. Sostenía mi cuerpo laxo y flexible mientras me tomaba la boca con violencia reprimida, magullándome los labios y delatando lo cerca del borde que estaba ella.
Me cerró la bata y se levantó, mirándome desde arriba.
—Santana...
—A las siete en punto, Brittany. —Alargó el brazo y me tocó el tobillo, acariciando con los dedos la brillante cadenita que me había puesto para lucir por la tarde—. Y no te la quites. Quiero follar contigo vestida sólo con esto.
No tardaré en actualizar, hasta la próxima!
Peque_7* - Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 01/01/2014
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Wooo, San es insasiable, Britt estuvo pedida con el primer orgasmo y san no la dejó ni reaccionar provocandole dos más y sin necesidad de desvestirse!
Nos vemos en la próxima Peque y espero sea mañana, este Fic me deja con ganas de más.
Nos vemos en la próxima Peque y espero sea mañana, este Fic me deja con ganas de más.
Linda23**** - Mensajes : 185
Fecha de inscripción : 08/12/2013
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Wooo, San es insasiable, Britt estuvo perdida con el primer orgasmo y san no la dejó ni reaccionar provocandole dos más y sin necesidad de desvestirse, esto nos da una idea de lo intensa que va ser la relación.
Nos vemos en la próxima Peque y espero sea mañana, este Fic me deja con ganas de más.
Nos vemos en la próxima Peque y espero sea mañana, este Fic me deja con ganas de más.
Linda23**** - Mensajes : 185
Fecha de inscripción : 08/12/2013
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
hooooooooooooooooooooooooo,.... mi jodido dios,....!!!!!!! jajajajaj
me encanto uffff san se nota que es demasiada intensa
definitivamente britt ya callo en todo los encantos de san ja
a ver como transcurre la fiesta de beneficencia y sobre todo la madre de britt,....!!!
me encanto uffff san se nota que es demasiada intensa
definitivamente britt ya callo en todo los encantos de san ja
a ver como transcurre la fiesta de beneficencia y sobre todo la madre de britt,....!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
hahaha de españa tb jaja supuse que eras española por la forma de hablar. Tan directa y cruda como solo nosotros lo hacemos entre todos los hispanos
madridcks*** - Mensajes : 122
Fecha de inscripción : 15/05/2013
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
vaya, Santana es terrible, Britt casi muere, de placer por supuesto, esta relacion de estas chicas se pinta mas que caliente!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Hola!!!!
Wow Ahora todo se puede esperar de San jaja!!!!
Oh Britt queriendo resistirse!!!
Ya quiero saber que pasara en la beneficiencia y más si van juntas!!!
Espero la actu!!!!
Xoxo
Wow Ahora todo se puede esperar de San jaja!!!!
Oh Britt queriendo resistirse!!!
Ya quiero saber que pasara en la beneficiencia y más si van juntas!!!
Espero la actu!!!!
Xoxo
adi-santybritt- ---
- Mensajes : 553
Fecha de inscripción : 27/07/2013
Edad : 30
FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Hola! paso rápido por aquí para dejaros el capítulo. Os leo siempre :)
Besos
—Hola, papá, te he pillado en casa. —Agarré bien el auricular y tiré de un taburete hasta el mostrador de desayuno. Echaba de menos a mi padre. Durante los últimos cuatro años habíamos vivido lo suficientemente cerca uno del otro como para vernos por lo menos una vez a la semana. Ahora, él vivía en Oceanside y yo en el otro extremo del país—. ¿Cómo estás?
Mi padre bajó el volumen del televisor.
—Mejor, ahora que me has llamado. ¿Qué tal te ha ido en tu primera semana de trabajo?
Le describí las jornadas de lunes a viernes, omitiendo todo lo que tenía relación con Santana.
—Me cae muy bien mi jefe, que se llama Kurt, y el ambiente en la agencia es muy dinámico y un tanto insólito. Estoy contenta a la hora de ir y me quedo pegada a la silla a la de salir.
—Espero que sigan así las cosas. Pero tienes que procurar descansar también. Sal por ahí, vive la vida, diviértete. Aunque no excesivamente.
—Pues creo que ayer me pasé un montón. Salí de marcha con Quinn y hoy he amanecido con una resaca de cuidado.
—No me lo cuentes, anda —refunfuñó—, que hace unas noches me desperté con un sudor frío pensando en qué sería de ti en Nueva York. Me tranquilicé diciéndome a mí mismo que eres demasiado inteligente para correr riesgos, gracias a unos progenitores que te han transmitido normas de seguridad por medio del ADN.
—Y es verdad —le dije, riéndome—. Eso me recuerda... que voy a empezar a entrenarme en Krav Maga.
—¿Ah, sí? —Hizo una pausa—. Uno de mis colegas es muy bueno en eso. Puede que me pase a verlo cuando vaya a visitarte y cambiamos impresiones.
—¿Vas a venir a Nueva York? —No podía disimular mi entusiasmo—. Ay, papá, me encantaría. Aunque tengo nostalgia del sur de California, Manhattan es impresionante. Creo que te gustará.
—A mí me gustaría cualquier sitio siempre que tú estuvieras allí. —Hizo otra
pausa antes de seguir—. ¿Cómo está tu madre?
—Bueno, pues... como es ella: guapa, encantadora y obsesiva-compulsiva.
Se me hizo un nudo en el estómago y me pasé la mano por él. Pensé que quizás mi padre aún quería a mi madre. Nunca se había casado. Ésa era una de las razones por las que nunca le conté lo que me había pasado. Siendo policía, habría insistido en que se presentaran cargos y el escándalo habría hecho polvo a mi madre. También me preocupaba que él le perdiese el respeto o incluso que la culpara, y no había sido culpa suya. En cuanto ella se enteró de lo que estaba haciéndome su hijastro, dejó a un marido con quien era feliz y pidió el divorcio.
Yo seguía hablando cuando Quinn entró a toda prisa, con una bolsita azul de Tiffany & Co. en la mano. Le hice un gesto de saludo.
—Hoy hemos estado en un spa; una manera estupenda de ponerle fin a la semana.
—Me alegro de que podáis pasar tiempo juntas. —Notaba su sonrisa en la voz—. ¿Qué planes tenéis para lo que queda del fin de semana?
Eludí el tema del acto benéfico, sabiendo como sabía que todo ese rollo de la ostentación y los cubiertos exorbitantemente caros pondrían más distancia entre mis padres.
—Quinn y yo saldremos a cenar, y mañana tengo intención de quedarme en casa. Dormir hasta las tantas, con el pijama todo el día puesto, tal vez alguna película y comida a domicilio. Vegetar un poquito antes de que empiece una nueva semana de trabajo.
—Me suena a música celestial. Tal vez haga yo lo mismo el próximo día que tenga libre.
Eché un vistazo al reloj y vi que ya eran casi las seis.
—Tengo que arreglarme ya. Ten mucho cuidado en tu trabajo, ¿vale? Ya sabes que me preocupo mucho por ti.
—Así lo haré. Adiós, nena.
Aquella despedida, tan habitual en él, me hizo añorarle tanto que la emoción me produjo un nudo en la garganta.
—¡Ah, espera! Voy a comprar otro teléfono móvil. Te mandaré un mensaje con el nuevo número en cuanto lo tenga.
—¿Otro? Pero si ya te compraste uno cuando te trasladaste.
—Es una larga historia. Y muy aburrida.
—Bueno... Hazlo cuanto antes. Son muy útiles en cuanto a la seguridad y también para jugar a los Pájaros Cabreados.
—Yo ya no juego a eso. —Me eché a reír y una cálida oleada recorrió todo mi cuerpo al oírle reír a él también—. Te llamaré dentro de unos días. Sé bueno.
—Eso hago.
Colgué. Me quedé sentada un momento, envuelta en el silencio que siguió, con la sensación de que todo iba bien en mi mundo, sensación que no solía durar mucho; Quinn hizo sonar el equipo de su dormitorio con música de Hinder, y eso me hizo ponerme en movimiento.
Corrí a mi habitación a prepararme para salir aquella noche con Santana.
—¿Me pongo collar o no? —le pedí consejo a Quinn cuando entró en mi cuarto con un aspecto verdaderamente espectacular. Con su nuevo vestido negro, se le veía a la vez elegante y desenvuelta, y seguro de llamar la atención.
—A ver... —ladeó la cabeza para examinarme—, levántalo otra vez.
Me acerqué al cuello la gargantilla de monedas de oro. El vestido que me había enviado mi madre era rojo camión de bomberos y diseñado para una diosa griega. Sujeto sólo de un hombro, caía en diagonal por el pecho e iba plisado hasta las caderas y con una abertura desde lo alto del muslo hasta los pies. No tenía espalda, aparte de una fina tira de pedrería que iba de un lado a otro de ésta para evitar que la parte delantera se desprendiese. Por otra parte, el escote de atrás llegaba justamente hasta la hendidura de los glúteos en un atrevido corte en V.
—Olvídate del collar —me dijo—. Yo me inclinaba por unos pendientes de oro, pero ahora me parecen mejor unos aros con diamantes. Los más grandes que tengas.
—¿Sí? ¿En serio? —Fruncí un poco el ceño ante nuestra imagen reflejada en el espejo de cuerpo entero, y la observé mientras se dirigía a mi joyero y buscaba en él.
—Éstos. —Me trajo los aros de cinco centímetros que me había regalado mi madre cuando cumplí dieciocho años—. Confía en mí, Britt. Póntelos.
Me los puse y comprobé que tenía razón. Me proporcionaban un look muy distinto al de la gargantilla de oro, menos glamur pero más sensualidad. Además iban bien con la esclava, también de diamantes, que llevaba en el tobillo derecho, y que ya nunca me parecería la misma desde el comentario de Santana. Con el pelo retirado de la cara, cayendo en una cascada de abundantes rizos deliberadamente
desordenados, tenía una imagen de recién-follada que se complementaba con sombra oscura de ojos y brillo incoloro en los labios.
—¿Qué haría yo sin ti, Quinn Fabray?
—Nena —me puso las manos en los hombros y apretó su mejilla contra la mía—, nunca lo sabrás.
—A propósito, estás impresionante.
—Sí, ¿verdad? —Me guiñó un ojo y retrocedió un poco para que le viera bien.
A su manera, Quinn podría hacer la competencia a Santana en lo que al atractivo se refería. Quinn tenía las facciones más delicadas, se podría decir que bonitas, comparadas con la belleza salvaje de Santana, pero ambas eran mujeres imponentes, que hacían volver la cabeza y quedarse un rato disfrutando de aquel regalo para la vista.
Cuando nos conocimos, Quinn no estaba tan bien, sino flaca y demacrada, con los ojos desorientados y sombríos. Pero me gustó de todos modos y hacía todo lo posible para sentarme a su lado en la terapia de grupo. Un día, me propuso de un modo muy brusco que me acostara con ella, pues tenía el convencimiento de que la única razón por la que la gente se le acercaba era para follar. Al negarme, firme e irrevocablemente, fue cuando por fin nos compenetramos y llegamos a ser tan buenas amigas. Ella se convirtió en la hermana que nunca había tenido.
Sonó el timbre del portero automático y di un respingo, lo cual me hizo darme cuenta de lo nerviosa que estaba. Miré a Quinn.
—Se me olvidó decir en recepción que iba a venir.
—Yo iré a buscarla.
—¿Seguro que no te importa andar por ahí con Stanton y mi madre?
—¿Qué dices? ¡Pero si me adoran! —Su sonrisa se atenuó un poco—. ¿Salir con Santana te produce desasosiego?
Aspiré hondo, recordando cómo estaba unas horas antes: tumbada y aturdida por un orgasmo múltiple.
—No, la verdad es que no. Lo que ocurre es todo está yendo muy deprisa y mejor de lo que yo esperaba o creía que deseaba...
—Te estás preguntando dónde está la trampa. —Alargó la mano y me dio unos golpecitos en la nariz con la yema del dedo—. Ella es la trampa, Britt. Y tú te la has llevado. Disfrútala.
—Lo intento. —Agradecía mucho que Quinn entendiera cómo funcionaba mi
mente. Era sumamente fácil estar con ella, sabiendo que ella leía entre líneas cuando yo no podía explicar algo.
—He investigado sobre ella todo lo que podido esta mañana y he imprimido las cosas interesantes más recientes. Están en tu mesa, por si quieres verlas.
Recordaba haberla visto imprimiendo algo antes de prepararnos para ir al spa. Me puse de puntillas y le besé en la cara.
—Eres inmejorable. Te adoro
—Lo mismo digo, nena. —Se encaminó hacia la puerta—. Bajaré a recepción y la traeré. No te aceleres. Se ha adelantado diez minutos.
Sonriendo, la vi salir tranquilamente al corredor. Después de cerrar la puerta, me dirigí al pequeño cuarto de estar anexo a mi dormitorio. Sobre el nada práctico escritorio que había elegido mi madre, encontré una carpeta con varios artículos e imágenes impresas. Tomé asiento y me sumergí en la historia de Santana López.
Era como estar viendo un descarrilamiento. Me enteré de que era el hija de Tomas López, en otro tiempo presidente de una empresa de inversión de valores que más tarde resultó ser la pantalla de un enorme fraude tipo piramidal. Santana sólo tenía cinco años cuando su padre se suicidó de un tiro en la cabeza para no ir a la cárcel.
Oh, Santana. Traté de imaginármela a esa edad y vi a una niña muy guapa, de pelo negro y ojos marrones, llena de confusión y tristeza. Se me partió el corazón. La muerte del padre y las circunstancias que la rodearon debieron de ser un tremendo golpe tanto para su madre como para ella. La tensión y el sufrimiento en aquellos momentos tan duros tuvieron que ser horrorosos, en particular para una niña tan pequeña.
Su madre volvió a casarse, esta vez con Christopher Vidal, un ejecutivo de la música, y tuvo dos hijos, Christopher e Ireland, pero parecía que el aumento de la familia y la seguridad económica llegaron demasiado tarde para estabilizar a Santana tras semejante impresión. Había estado demasiado bloqueada como para que le quedaran dolorosas secuelas emocionales.
Con ojos curiosos y críticos, estudié a las mujeres que habían sido fotografiadas junto a Santana, y pensé en su planteamiento de salir, socializar y sexo. También me di cuenta de que mi madre tenía razón: todas eran morenas. La mujer que más veces aparecía con ella llevaba el sello de la ascendencia hispana.
—Magdalene Perez —murmuré, admitiendo a regañadientes que era despampanante. Tenía una pose de ostensible seguridad en sí misma que para mí quería yo.
—Bueno, ya es hora. —Quinn me interrumpió con un suave tono de picardía. Estaba en la puerta de mi habitación, apoyada insolentemente en la jamba.
—¿Ya? —Estaba tan absorta que yo no me había dado cuenta del tiempo que había pasado.
—Creo que está a punto de entrar a por ti. Apenas puede aguantar.
Cerré la carpeta y me levanté.
—Interesante, ¿verdad?
—Mucho.
¿Cómo habría influido el padre de Santana en ella o, más concretamente, su suicidio?
Todas las respuestas que quería me esperaban en la habitación de al lado.
Salí del dormitorio y recorrí el pasillo en dirección a la sala de estar. Me detuve en el umbral, con los ojos fijos en la espalda de Santana, que en ese momento observaba la calle por la ventana. El corazón se me puso a mil. El reflejo en el cristal me dejó adivinar su ánimo pensativo, por la mirada perdida y la expresión adusta. Los brazos cruzados delataban una inquietud inherente, como si se encontrara fuera de su elemento. Se la veía lejana y apartada. Una mujer intrínsecamente sola.
Advirtió mi presencia, o tal vez percibió mis sentimientos. Se dio la vuelta y luego se quedó inmóvil. Yo aproveché la oportunidad para empaparme de ella, mirándole de hito en hito. Era magnífica de arriba abajo. Con un atractivo tan sensual que me dolían los ojos sólo de verla. Un encantador mechón que le venía a la cara me hizo mover los dedos por las ganas de tocarlo. Y el modo en que me observaba ella a mí... me aceleró las pulsaciones.
—Brittany. —Se aproximó con paso enérgico y airoso, cogió una de mis manos y se la llevó a la boca. Su mirada no podía ser más intensa.
La sensación de sus labios en mi piel me puso la carne de gallina y despertó el recuerdo de aquella boca tentadora en otras partes de mi cuerpo. Me excité inmediatamente.
—Hola.
La satisfacción se asomó a sus ojos.
—Hola. Estás increíble. No veo el momento de lucirte por ahí.
Expresé con el suspiro el placer que sentía ante el cumplido.
—A ver si estoy a tu altura.
Santana frunció ligeramente el entrecejo.
—¿Has cogido todo lo necesario?
Quinn se acercó con un chal de terciopelo negro y unos guantes largos.
—Aquí tienes. He metido en el bolso la barra de labios.
—Eres un cielo, Quinn.
—Bajaré con vosotros.
Santana cogió el chal y me lo echó por los hombros. Liberó la parte del pelo que había quedado debajo, y el contacto de sus manos con mi cuello me afectó de tal manera que apenas me di cuenta cuando Quinn me enfundó los guantes.
El tiempo que duró el descenso del ascensor hasta la entrada fue todo un ejercicio de supervivencia a la tensión sexual aguda. No parecía que Quinn se diera cuenta; iba a mi izquierda silbando. Santana, al otro lado era una fuerza irresistible. Aunque ni se movía ni emitía ningún sonido, yo notaba la potente energía que irradiaba. Me ardía la cara por la fuerza magnética que había entre nosotras y mi respiración se hizo entrecortada. Fue un alivio que se abrieran las puertas y saliéramos de aquel espacio cerrado.
Dos mujeres esperaban para entrar. Se quedaron con la boca abierta cuando vieron a Santana y Quinn, y eso me distendió y me hizo sonreír.
—Señoras —las saludó Quinn, con una sonrisa que realmente no era justa. Casi se podía ver el cortocircuito que tenía lugar en sus cerebros.
Por el contrario, Santana hizo una leve inclinación de cabeza y me condujo adelante con una mano en la zona dorsal de mi espalda, piel con piel. El contacto fue eléctrico y me produjo una oleada de calor.
Le apreté una mano a Quinn.
—Resérvame un baile.
—Por supuesto. Hasta luego.
Fuera, nos esperaba una limusina. El chófer abrió la puerta en cuanto Santana y yo salimos. Me deslicé hasta un extremo del asiento y me coloqué el vestido. Cuando Santana se sentó junto a mí, me di cuenta de lo bien que olía. Inhalé aquel aroma, instándome a mí misma a relajarme y disfrutar de su compañía. Ella me cogió la mano y me acarició la palma con las yemas de los dedos, cuyo roce hizo saltar chispas de lujuria.
—Brittany... —Apretó un botón y el cristal de separación del conductor comenzó a subir
Acto seguido me atrajo hacia ella y puso su boca en la mía, besándome apasionadamente.
Por mi parte, hice lo que había querido hacer desde que la vi en mi cuarto de estar: la sujeté por el pelo y le devolví el beso. Me encantaba el modo que tenía de besarme, como si no tuviera más remedio, como si fuese a enloquecer si tenía que esperar más tiempo. Le succioné la lengua, ahora que sabía cuánto le gustaba, ahora que sabía cuánto me gustaba a mí y lo mucho que me hacía desear chuparle en cualquier otro sitio con las mismas ansias.
Pasó las manos por mi espalda desnuda y yo gemí, sintiendo el empuje de sus caderas contra las mías. Cambié de posición para sentarme sobre ella, quitando la falda de en medio y agradeciéndole mentalmente a mi madre la idea de mandarme aquel vestido provisto de una abertura tan práctica. Con una pierna a cada lado de su cuerpo, la abracé a la altura de los hombros y profundicé más con mis besos. Le lamí dentro de la boca, le mordisqueé el labio inferior, le acaricié toda la lengua con la mía...
Santana me agarró por la cintura y me hizo a un lado. Se apoyó en el respaldo del asiento, con el cuello arqueado para mirarme a la cara y el pecho palpitante.
—¿Qué me estás haciendo?
Le pasé las manos por el pecho, por encima de su vestido. Fui siguiendo con los dedos por el abdomen mientras me hacía una idea de cómo estaría desnuda.
—Te estoy tocando. Disfrutando contigo como una loca. Te deseo, Santana.
Me agarró de las muñecas para impedir el avance de mis movimientos.
—Luego. Estamos en medio de Manhattan.
—Nadie nos ve.
—Ya, pero no es momento ni lugar para empezar algo que necesita horas. Estoy volviéndome loca desde esta tarde.
—Pues vamos a asegurarnos de que lo terminamos ahora.
Me apretó las manos con más fuerza.
—No podemos hacerlo aquí.
—¿Por qué no? —Entonces me asaltó un pensamiento sorprendente—. ¿Nunca lo has hecho en una limusina?
—No —dijo, tensando las mandíbulas—. ¿Y tú?
Desvié la mirada sin contestar y vi el tráfico y los peatones que pululaban a nuestro alrededor. Estábamos sólo a un paso de la gente, pero el cristal oscuro nos ocultaba y a mí me daba alas. Quería complacerla. Quería saber que era capaz de descubrir el interior de Santana López, y nada me lo impedía salvo ella misma.
Balanceé las caderas contra ella, rozándome con toda su intimidad. Ella emitía sonidos sibilantes al soltar el aliento con los dientes apretados.
—Te necesito, Santana —le dije jadeando, inhalando su perfume, que era más intenso ahora que estaba excitada. Pensé que podría estar un poco ebria sólo del tentador aroma de su piel—. Me vuelves loca.
Me soltó las muñecas y me cogió la cara con las manos, presionando con fuerza sus labios contra los míos. Llevé la mano a su pierna descubierta gracias a su elegante vestido, ascendiendo por sus muslos hasta sentir toda su humedad y su clítoris hinchado. Ella se puso rígida.
—Necesito esto —susurré contra sus labios—. Dámelo.
No se relajó, pero tampoco intentó detenerme. Cuando empecé a mover mis dedos acariciando su clítoris por debajo de su lencería emitió un sonido a la vez quejumbroso y erótico. Lo apreté delicadamente, con una suavidad premeditada. Estaba muy mojada y caliente. La acaricié a la vez que introducía dos dedos en su interior, conteniendo la respiración cuando ella se estremecía debajo de mí.
Entonces me sujetó por los muslos y buscó bajo el vestido con los dedos hasta encontrar la puntilla roja del tanga.
—Tienes un coño tan dulce... —murmuró junto a mi boca—. Quiero tenerte extendida y lamerte hasta que me exijas que te folle.
—Si quieres, te la exijo ya. —Seguí tocándola con una mano.
El dedo que deslizó bajo el tanga encontró ya la superficie resbaladiza.
—Apenas te he tocado —susurró, con los ojos brillantes dirigidos a mí desde la sombra del respaldo— y ya estás preparada.
—No puedo evitarlo.
—No quiero que lo evites. —Me penetró con el dedo, mordiéndose el labio inferior cuando yo me contraje sin remedio en torno a ella—. No sería justo cuando yo no soy capaz de parar lo que me estás haciendo. —
—Me estoy saltando todas las reglas contigo.
El tono grave de su voz me provocó una cálida ola de confianza.
—Las reglas están hechas para romperlas.
Vi un instante la blancura de sus dientes; luego presionó un botón del panel que había a su lado y dijo:
—Conduce hasta que te diga.
Las mejillas me ardían. Los faros de un coche traspasaron el cristal oscuro e iluminaron mi cara, delatando mi rubor.
—Vaya, Brittany —susurró—, me seduces para hacer el amor en la limusina, y luego te sonrojas cuando le digo al chófer que no interrumpa mientras lo hacemos.
Esa ironía repentina me hizo desearla desesperadamente. Colocando las manos en sus hombros para guardar el equilibrio, me moví para colocarme entre las caderas de Santana. Movió las manos por mis caderas y oí el rasgar de las bragas. El ruido repentino y lo impetuoso de aquel acto aguijonearon mi pasión hasta un punto supremo.
—Despacio —ordenó con voz ronca, levantándose el vestido y deshaciéndose de su ropa interior.
Su humedad me rozaba entre las piernas al moverse para colocarse en mis caderas, y yo me quejaba, anhelante y vacía, como si los orgasmos que me había dado antes no hubieran sino acuciado mi deseo en vez de saciarlo.
Se tensó cuando sintió como su humedad se mezclaba con los lubricados pliegues de mi hendidura. Nuestra fogosidad hacían el aire húmedo y cargado, me producía un hormigueo en la piel y ponía los pechos pesados y tiernos.
Esto era lo que yo quería desde el momento en que la vi: poseerla, subirme a su cuerpo magnífico y meternos la una dentro de la otra.
—Dios santo, Brittany —exclamó, jadeante, cuando por fin comencé a mover mis caderas sobre las suyas, mientras seguía masajeándome los muslos.
Cerré los ojos, sintiéndome desvalida. Había querido intimidad con ella y ahora esto parecía demasiado íntimo. Estábamos vis a vis, a pocos centímetros la una de la otra, escondidas en un pequeño espacio mientras el resto del mundo circulaba a nuestro alrededor. Notaba su agitación, sabía que ella se sentía tan descentrada como yo.
—Eres tan prieta... —sus palabras, entrecortadas, iban unidas por un hilo de deliciosa agonía. La dejé entrar más dentro de mí con sus largos dedos mientras seguían nuestros coreografiados movimientos de cadera. Inspiré profundamente, sintiéndome exquisitamente elástica.
—Y tú tienes unos dedos tan ágiles...
Presionando la palma abierta contra mi bajo vientre, me tocó el palpitante clítoris con la yema del pulgar y empezó a masajearlo en círculos lentos, suaves y expertos. Todo en mi interior se contrajo y se estrechó. La miré con los ojos entreabiertos. Estaba tan hermosa tumbada debajo de mí con su elegante vestido negro y aquel poderoso cuerpo entregado a la necesidad primaria del acto sexual...
Torció el cuello, con la cabeza clavada en el respaldo, como si luchara contra unas ataduras invisibles.
—¡Ay, Señor! —exclamó entre dientes— Voy a correrme entera.
Aquella oscura promesa me excitó aún más. El sudor me empañaba la piel. Estaba tan húmeda y tan caliente que me deslizaba como la seda entre su mojada intimidad. Se me escapó un grito al sentir su envestida con tres dedos. Entraba tan hondo que casi no podía soportarlo y me forzaba a balancearme para evitar la inesperada molestia. Pero a mi cuerpo no parecía importarle. Se ondulaba, se contraía, vibraba, al borde del orgasmo.
Santana, con la respiración agitada, soltó una palabrota. Su temperatura subió de inmediato, sus voluminosos pechos con pezones duros emitían un calor voluptuoso a través de la ropa. Unas gotas de sudor perlaban su labio superior.
Me incliné hacia delante y pasé la lengua por la bella curva de su boca, saboreando la sal con un balbuceo de placer. Santana movía las caderas, llena de impaciencia y yo aceleré mis movimientos.
—Despacio —volvió a advertirme, con un tono imperioso que me subió la libido.
Volví a bajar el ritmo de mis movimientos. Nuestras miradas se engarzaron a la vez que el placer se extendía desde el punto en que estábamos unidas. Me sorprendió pensar que estábamos las dos completamente vestidas salvo por las partes más íntimas de nuestro cuerpo. Me pareció carnal hasta la locura, igual que los sonidos que ella hacía expresando que su placer era tan intenso como el mío.
Completamente exaltada, aplasté su boca con la mía, mientras le aferraba por las raíces del pelo, empapado de sudor. La besé sin dejar de menear las caderas, dejándome llevar por el arrebatador movimiento de su pulgar y sintiendo crecer el orgasmo con cada impulso de sus dedos en mi interior.
En algún momento perdí la cabeza, los instintos más primitivos se impusieron y sólo el cuerpo mandaba. No podía centrarme en nada, salvo en la absoluta necesidad de follar.
—¡Qué bueno es esto! —musité, totalmente entregada—.Te sientes... ¡Dios mío, es demasiado bueno!
Comprendí, por mi propia contracción y mis temblores, que iba a correrme precisamente gracias a sus expertos dedos dentro de mí.
Me agarró de la nuca justo cuando el orgasmo hacía presa de mí, empezando con extáticos espasmos que se transmitían hacia fuera en oleadas hasta convertirme en una pura convulsión. Me vio descomponerme cuando yo hubiera preferido cerrar los ojos. Poseída por aquella mirada fija, me corrí con más intensidad que nunca, gimiendo y estremeciéndome a cada embate de placer.
—Joder, joder, joder —mascullaba tirando de mis caderas hacia abajo para que recibieran sus embestidas.
La contemplé fijamente, quería verla fuera de sí por mí. Sus ojos, frenéticos por la necesidad, perdían el rumbo a la vez que iba disminuyendo el control sobre sí misma, su precioso rostro desencajado por la brutal carrera hacia el clímax.
—¡Brittany! —se corrió con un rugido animal de éxtasis salvaje, un sonido que me fascinó por su fiereza. Se estremeció cuando el orgasmo se apoderó de ella, y sus rasgos se suavizaron un instante con un toque de inesperada vulnerabilidad.
Le cogí la cara con las manos y la besé sutilmente los labios, reconfortándola mientras ella dejaba escapar bocanadas de aire que me rozaban las mejillas.
—Brittany. —Me estrechó entre sus brazos, presionando su cara húmeda contra la curva de mi cuello.
Sabía exactamente cómo se sentía. Desnuda. Al descubierto.
Nos quedamos así mucho tiempo, abrazadas, absorbiendo las réplicas. Volvió la cabeza y me besó suavemente, aliviando mis confusas emociones con las caricias de su lengua en mi boca.
—¡Guau! —respiré, conmovida.
—Sí —salió de su boca.
Sonreí, aturdida pero eufórica.
Santana me apartó de las sienes los mechones húmedos de cabello y pasó los dedos por mi cara casi con veneración. Me estudiaba de un modo que me ponía un nudo en el pecho. Me miraba atónita y... agradecida, con ojos cálidos y dulces.
—No quiero estropear este momento...
La frase quedó flotando en el aire y yo traté de completarla.
—¿Pero...?
—Pero no puedo faltar a esa cena. Tengo que dar un discurso.
—Ya. —El momento efectivamente se había estropeado.
Me separé de ella con cuidado, mordiéndome el labio al notar cómo sus dedos salían de mi cuerpo dejándome humedecida. La fricción fue suficiente para hacerme querer más.
—¡Maldita sea! —dijo bruscamente—. Te deseo otra vez.
Me agarró antes de que me apartara, sacó un pañuelo de algún sitio y me limpió entre las piernas con delicadeza. Era un acto sumamente íntimo. Cuando estuve seca me acomodé en el asiento a su lado y saqué el lápiz de labios de la cartera. Miré a Santana por encima del espejo de la polvera mientras se secaba su humedad. Después envolvió el pañuelo y lo tiró a un receptáculo oculto para basura. Se adecentó y le dijo al conductor que se dirigiera a nuestro destino. Luego, se arrellanó en el asiento y miró por la ventana.
Con cada segundo que transcurría sentía que Santana se distanciaba, que nuestra conexión se desbarataba poco a poco. Me quedé encogida en el extremo del asiento, retirada de ella, manteniendo el alejamiento que sentía crecer entre nosotras. Toda la calidez que había experimentado se convirtió en una notoria frialdad, y me sentí tan destemplada que me arropé con el chal. No movió ni un músculo cuando me giré a su lado para guardar la polvera, como si no se diera cuenta de que yo estaba allí.
Bruscamente, Santana abrió el bar y sacó una botella. Sin mirarme, preguntó:
—¿Brandy?
—No, gracias.
Mi voz sonó en un susurro, pero no pareció percatarse. O tal vez no le importaba. Se sirvió una copa y se la tomó de un trago.
Confusa y herida, me puse los guantes intentando comprender qué era lo que había fallado.
Besos
6
—Hola, papá, te he pillado en casa. —Agarré bien el auricular y tiré de un taburete hasta el mostrador de desayuno. Echaba de menos a mi padre. Durante los últimos cuatro años habíamos vivido lo suficientemente cerca uno del otro como para vernos por lo menos una vez a la semana. Ahora, él vivía en Oceanside y yo en el otro extremo del país—. ¿Cómo estás?
Mi padre bajó el volumen del televisor.
—Mejor, ahora que me has llamado. ¿Qué tal te ha ido en tu primera semana de trabajo?
Le describí las jornadas de lunes a viernes, omitiendo todo lo que tenía relación con Santana.
—Me cae muy bien mi jefe, que se llama Kurt, y el ambiente en la agencia es muy dinámico y un tanto insólito. Estoy contenta a la hora de ir y me quedo pegada a la silla a la de salir.
—Espero que sigan así las cosas. Pero tienes que procurar descansar también. Sal por ahí, vive la vida, diviértete. Aunque no excesivamente.
—Pues creo que ayer me pasé un montón. Salí de marcha con Quinn y hoy he amanecido con una resaca de cuidado.
—No me lo cuentes, anda —refunfuñó—, que hace unas noches me desperté con un sudor frío pensando en qué sería de ti en Nueva York. Me tranquilicé diciéndome a mí mismo que eres demasiado inteligente para correr riesgos, gracias a unos progenitores que te han transmitido normas de seguridad por medio del ADN.
—Y es verdad —le dije, riéndome—. Eso me recuerda... que voy a empezar a entrenarme en Krav Maga.
—¿Ah, sí? —Hizo una pausa—. Uno de mis colegas es muy bueno en eso. Puede que me pase a verlo cuando vaya a visitarte y cambiamos impresiones.
—¿Vas a venir a Nueva York? —No podía disimular mi entusiasmo—. Ay, papá, me encantaría. Aunque tengo nostalgia del sur de California, Manhattan es impresionante. Creo que te gustará.
—A mí me gustaría cualquier sitio siempre que tú estuvieras allí. —Hizo otra
pausa antes de seguir—. ¿Cómo está tu madre?
—Bueno, pues... como es ella: guapa, encantadora y obsesiva-compulsiva.
Se me hizo un nudo en el estómago y me pasé la mano por él. Pensé que quizás mi padre aún quería a mi madre. Nunca se había casado. Ésa era una de las razones por las que nunca le conté lo que me había pasado. Siendo policía, habría insistido en que se presentaran cargos y el escándalo habría hecho polvo a mi madre. También me preocupaba que él le perdiese el respeto o incluso que la culpara, y no había sido culpa suya. En cuanto ella se enteró de lo que estaba haciéndome su hijastro, dejó a un marido con quien era feliz y pidió el divorcio.
Yo seguía hablando cuando Quinn entró a toda prisa, con una bolsita azul de Tiffany & Co. en la mano. Le hice un gesto de saludo.
—Hoy hemos estado en un spa; una manera estupenda de ponerle fin a la semana.
—Me alegro de que podáis pasar tiempo juntas. —Notaba su sonrisa en la voz—. ¿Qué planes tenéis para lo que queda del fin de semana?
Eludí el tema del acto benéfico, sabiendo como sabía que todo ese rollo de la ostentación y los cubiertos exorbitantemente caros pondrían más distancia entre mis padres.
—Quinn y yo saldremos a cenar, y mañana tengo intención de quedarme en casa. Dormir hasta las tantas, con el pijama todo el día puesto, tal vez alguna película y comida a domicilio. Vegetar un poquito antes de que empiece una nueva semana de trabajo.
—Me suena a música celestial. Tal vez haga yo lo mismo el próximo día que tenga libre.
Eché un vistazo al reloj y vi que ya eran casi las seis.
—Tengo que arreglarme ya. Ten mucho cuidado en tu trabajo, ¿vale? Ya sabes que me preocupo mucho por ti.
—Así lo haré. Adiós, nena.
Aquella despedida, tan habitual en él, me hizo añorarle tanto que la emoción me produjo un nudo en la garganta.
—¡Ah, espera! Voy a comprar otro teléfono móvil. Te mandaré un mensaje con el nuevo número en cuanto lo tenga.
—¿Otro? Pero si ya te compraste uno cuando te trasladaste.
—Es una larga historia. Y muy aburrida.
—Bueno... Hazlo cuanto antes. Son muy útiles en cuanto a la seguridad y también para jugar a los Pájaros Cabreados.
—Yo ya no juego a eso. —Me eché a reír y una cálida oleada recorrió todo mi cuerpo al oírle reír a él también—. Te llamaré dentro de unos días. Sé bueno.
—Eso hago.
Colgué. Me quedé sentada un momento, envuelta en el silencio que siguió, con la sensación de que todo iba bien en mi mundo, sensación que no solía durar mucho; Quinn hizo sonar el equipo de su dormitorio con música de Hinder, y eso me hizo ponerme en movimiento.
Corrí a mi habitación a prepararme para salir aquella noche con Santana.
—¿Me pongo collar o no? —le pedí consejo a Quinn cuando entró en mi cuarto con un aspecto verdaderamente espectacular. Con su nuevo vestido negro, se le veía a la vez elegante y desenvuelta, y seguro de llamar la atención.
—A ver... —ladeó la cabeza para examinarme—, levántalo otra vez.
Me acerqué al cuello la gargantilla de monedas de oro. El vestido que me había enviado mi madre era rojo camión de bomberos y diseñado para una diosa griega. Sujeto sólo de un hombro, caía en diagonal por el pecho e iba plisado hasta las caderas y con una abertura desde lo alto del muslo hasta los pies. No tenía espalda, aparte de una fina tira de pedrería que iba de un lado a otro de ésta para evitar que la parte delantera se desprendiese. Por otra parte, el escote de atrás llegaba justamente hasta la hendidura de los glúteos en un atrevido corte en V.
—Olvídate del collar —me dijo—. Yo me inclinaba por unos pendientes de oro, pero ahora me parecen mejor unos aros con diamantes. Los más grandes que tengas.
—¿Sí? ¿En serio? —Fruncí un poco el ceño ante nuestra imagen reflejada en el espejo de cuerpo entero, y la observé mientras se dirigía a mi joyero y buscaba en él.
—Éstos. —Me trajo los aros de cinco centímetros que me había regalado mi madre cuando cumplí dieciocho años—. Confía en mí, Britt. Póntelos.
Me los puse y comprobé que tenía razón. Me proporcionaban un look muy distinto al de la gargantilla de oro, menos glamur pero más sensualidad. Además iban bien con la esclava, también de diamantes, que llevaba en el tobillo derecho, y que ya nunca me parecería la misma desde el comentario de Santana. Con el pelo retirado de la cara, cayendo en una cascada de abundantes rizos deliberadamente
desordenados, tenía una imagen de recién-follada que se complementaba con sombra oscura de ojos y brillo incoloro en los labios.
—¿Qué haría yo sin ti, Quinn Fabray?
—Nena —me puso las manos en los hombros y apretó su mejilla contra la mía—, nunca lo sabrás.
—A propósito, estás impresionante.
—Sí, ¿verdad? —Me guiñó un ojo y retrocedió un poco para que le viera bien.
A su manera, Quinn podría hacer la competencia a Santana en lo que al atractivo se refería. Quinn tenía las facciones más delicadas, se podría decir que bonitas, comparadas con la belleza salvaje de Santana, pero ambas eran mujeres imponentes, que hacían volver la cabeza y quedarse un rato disfrutando de aquel regalo para la vista.
Cuando nos conocimos, Quinn no estaba tan bien, sino flaca y demacrada, con los ojos desorientados y sombríos. Pero me gustó de todos modos y hacía todo lo posible para sentarme a su lado en la terapia de grupo. Un día, me propuso de un modo muy brusco que me acostara con ella, pues tenía el convencimiento de que la única razón por la que la gente se le acercaba era para follar. Al negarme, firme e irrevocablemente, fue cuando por fin nos compenetramos y llegamos a ser tan buenas amigas. Ella se convirtió en la hermana que nunca había tenido.
Sonó el timbre del portero automático y di un respingo, lo cual me hizo darme cuenta de lo nerviosa que estaba. Miré a Quinn.
—Se me olvidó decir en recepción que iba a venir.
—Yo iré a buscarla.
—¿Seguro que no te importa andar por ahí con Stanton y mi madre?
—¿Qué dices? ¡Pero si me adoran! —Su sonrisa se atenuó un poco—. ¿Salir con Santana te produce desasosiego?
Aspiré hondo, recordando cómo estaba unas horas antes: tumbada y aturdida por un orgasmo múltiple.
—No, la verdad es que no. Lo que ocurre es todo está yendo muy deprisa y mejor de lo que yo esperaba o creía que deseaba...
—Te estás preguntando dónde está la trampa. —Alargó la mano y me dio unos golpecitos en la nariz con la yema del dedo—. Ella es la trampa, Britt. Y tú te la has llevado. Disfrútala.
—Lo intento. —Agradecía mucho que Quinn entendiera cómo funcionaba mi
mente. Era sumamente fácil estar con ella, sabiendo que ella leía entre líneas cuando yo no podía explicar algo.
—He investigado sobre ella todo lo que podido esta mañana y he imprimido las cosas interesantes más recientes. Están en tu mesa, por si quieres verlas.
Recordaba haberla visto imprimiendo algo antes de prepararnos para ir al spa. Me puse de puntillas y le besé en la cara.
—Eres inmejorable. Te adoro
—Lo mismo digo, nena. —Se encaminó hacia la puerta—. Bajaré a recepción y la traeré. No te aceleres. Se ha adelantado diez minutos.
Sonriendo, la vi salir tranquilamente al corredor. Después de cerrar la puerta, me dirigí al pequeño cuarto de estar anexo a mi dormitorio. Sobre el nada práctico escritorio que había elegido mi madre, encontré una carpeta con varios artículos e imágenes impresas. Tomé asiento y me sumergí en la historia de Santana López.
Era como estar viendo un descarrilamiento. Me enteré de que era el hija de Tomas López, en otro tiempo presidente de una empresa de inversión de valores que más tarde resultó ser la pantalla de un enorme fraude tipo piramidal. Santana sólo tenía cinco años cuando su padre se suicidó de un tiro en la cabeza para no ir a la cárcel.
Oh, Santana. Traté de imaginármela a esa edad y vi a una niña muy guapa, de pelo negro y ojos marrones, llena de confusión y tristeza. Se me partió el corazón. La muerte del padre y las circunstancias que la rodearon debieron de ser un tremendo golpe tanto para su madre como para ella. La tensión y el sufrimiento en aquellos momentos tan duros tuvieron que ser horrorosos, en particular para una niña tan pequeña.
Su madre volvió a casarse, esta vez con Christopher Vidal, un ejecutivo de la música, y tuvo dos hijos, Christopher e Ireland, pero parecía que el aumento de la familia y la seguridad económica llegaron demasiado tarde para estabilizar a Santana tras semejante impresión. Había estado demasiado bloqueada como para que le quedaran dolorosas secuelas emocionales.
Con ojos curiosos y críticos, estudié a las mujeres que habían sido fotografiadas junto a Santana, y pensé en su planteamiento de salir, socializar y sexo. También me di cuenta de que mi madre tenía razón: todas eran morenas. La mujer que más veces aparecía con ella llevaba el sello de la ascendencia hispana.
—Magdalene Perez —murmuré, admitiendo a regañadientes que era despampanante. Tenía una pose de ostensible seguridad en sí misma que para mí quería yo.
—Bueno, ya es hora. —Quinn me interrumpió con un suave tono de picardía. Estaba en la puerta de mi habitación, apoyada insolentemente en la jamba.
—¿Ya? —Estaba tan absorta que yo no me había dado cuenta del tiempo que había pasado.
—Creo que está a punto de entrar a por ti. Apenas puede aguantar.
Cerré la carpeta y me levanté.
—Interesante, ¿verdad?
—Mucho.
¿Cómo habría influido el padre de Santana en ella o, más concretamente, su suicidio?
Todas las respuestas que quería me esperaban en la habitación de al lado.
Salí del dormitorio y recorrí el pasillo en dirección a la sala de estar. Me detuve en el umbral, con los ojos fijos en la espalda de Santana, que en ese momento observaba la calle por la ventana. El corazón se me puso a mil. El reflejo en el cristal me dejó adivinar su ánimo pensativo, por la mirada perdida y la expresión adusta. Los brazos cruzados delataban una inquietud inherente, como si se encontrara fuera de su elemento. Se la veía lejana y apartada. Una mujer intrínsecamente sola.
Advirtió mi presencia, o tal vez percibió mis sentimientos. Se dio la vuelta y luego se quedó inmóvil. Yo aproveché la oportunidad para empaparme de ella, mirándole de hito en hito. Era magnífica de arriba abajo. Con un atractivo tan sensual que me dolían los ojos sólo de verla. Un encantador mechón que le venía a la cara me hizo mover los dedos por las ganas de tocarlo. Y el modo en que me observaba ella a mí... me aceleró las pulsaciones.
—Brittany. —Se aproximó con paso enérgico y airoso, cogió una de mis manos y se la llevó a la boca. Su mirada no podía ser más intensa.
La sensación de sus labios en mi piel me puso la carne de gallina y despertó el recuerdo de aquella boca tentadora en otras partes de mi cuerpo. Me excité inmediatamente.
—Hola.
La satisfacción se asomó a sus ojos.
—Hola. Estás increíble. No veo el momento de lucirte por ahí.
Expresé con el suspiro el placer que sentía ante el cumplido.
—A ver si estoy a tu altura.
Santana frunció ligeramente el entrecejo.
—¿Has cogido todo lo necesario?
Quinn se acercó con un chal de terciopelo negro y unos guantes largos.
—Aquí tienes. He metido en el bolso la barra de labios.
—Eres un cielo, Quinn.
—Bajaré con vosotros.
Santana cogió el chal y me lo echó por los hombros. Liberó la parte del pelo que había quedado debajo, y el contacto de sus manos con mi cuello me afectó de tal manera que apenas me di cuenta cuando Quinn me enfundó los guantes.
El tiempo que duró el descenso del ascensor hasta la entrada fue todo un ejercicio de supervivencia a la tensión sexual aguda. No parecía que Quinn se diera cuenta; iba a mi izquierda silbando. Santana, al otro lado era una fuerza irresistible. Aunque ni se movía ni emitía ningún sonido, yo notaba la potente energía que irradiaba. Me ardía la cara por la fuerza magnética que había entre nosotras y mi respiración se hizo entrecortada. Fue un alivio que se abrieran las puertas y saliéramos de aquel espacio cerrado.
Dos mujeres esperaban para entrar. Se quedaron con la boca abierta cuando vieron a Santana y Quinn, y eso me distendió y me hizo sonreír.
—Señoras —las saludó Quinn, con una sonrisa que realmente no era justa. Casi se podía ver el cortocircuito que tenía lugar en sus cerebros.
Por el contrario, Santana hizo una leve inclinación de cabeza y me condujo adelante con una mano en la zona dorsal de mi espalda, piel con piel. El contacto fue eléctrico y me produjo una oleada de calor.
Le apreté una mano a Quinn.
—Resérvame un baile.
—Por supuesto. Hasta luego.
Fuera, nos esperaba una limusina. El chófer abrió la puerta en cuanto Santana y yo salimos. Me deslicé hasta un extremo del asiento y me coloqué el vestido. Cuando Santana se sentó junto a mí, me di cuenta de lo bien que olía. Inhalé aquel aroma, instándome a mí misma a relajarme y disfrutar de su compañía. Ella me cogió la mano y me acarició la palma con las yemas de los dedos, cuyo roce hizo saltar chispas de lujuria.
—Brittany... —Apretó un botón y el cristal de separación del conductor comenzó a subir
Acto seguido me atrajo hacia ella y puso su boca en la mía, besándome apasionadamente.
Por mi parte, hice lo que había querido hacer desde que la vi en mi cuarto de estar: la sujeté por el pelo y le devolví el beso. Me encantaba el modo que tenía de besarme, como si no tuviera más remedio, como si fuese a enloquecer si tenía que esperar más tiempo. Le succioné la lengua, ahora que sabía cuánto le gustaba, ahora que sabía cuánto me gustaba a mí y lo mucho que me hacía desear chuparle en cualquier otro sitio con las mismas ansias.
Pasó las manos por mi espalda desnuda y yo gemí, sintiendo el empuje de sus caderas contra las mías. Cambié de posición para sentarme sobre ella, quitando la falda de en medio y agradeciéndole mentalmente a mi madre la idea de mandarme aquel vestido provisto de una abertura tan práctica. Con una pierna a cada lado de su cuerpo, la abracé a la altura de los hombros y profundicé más con mis besos. Le lamí dentro de la boca, le mordisqueé el labio inferior, le acaricié toda la lengua con la mía...
Santana me agarró por la cintura y me hizo a un lado. Se apoyó en el respaldo del asiento, con el cuello arqueado para mirarme a la cara y el pecho palpitante.
—¿Qué me estás haciendo?
Le pasé las manos por el pecho, por encima de su vestido. Fui siguiendo con los dedos por el abdomen mientras me hacía una idea de cómo estaría desnuda.
—Te estoy tocando. Disfrutando contigo como una loca. Te deseo, Santana.
Me agarró de las muñecas para impedir el avance de mis movimientos.
—Luego. Estamos en medio de Manhattan.
—Nadie nos ve.
—Ya, pero no es momento ni lugar para empezar algo que necesita horas. Estoy volviéndome loca desde esta tarde.
—Pues vamos a asegurarnos de que lo terminamos ahora.
Me apretó las manos con más fuerza.
—No podemos hacerlo aquí.
—¿Por qué no? —Entonces me asaltó un pensamiento sorprendente—. ¿Nunca lo has hecho en una limusina?
—No —dijo, tensando las mandíbulas—. ¿Y tú?
Desvié la mirada sin contestar y vi el tráfico y los peatones que pululaban a nuestro alrededor. Estábamos sólo a un paso de la gente, pero el cristal oscuro nos ocultaba y a mí me daba alas. Quería complacerla. Quería saber que era capaz de descubrir el interior de Santana López, y nada me lo impedía salvo ella misma.
Balanceé las caderas contra ella, rozándome con toda su intimidad. Ella emitía sonidos sibilantes al soltar el aliento con los dientes apretados.
—Te necesito, Santana —le dije jadeando, inhalando su perfume, que era más intenso ahora que estaba excitada. Pensé que podría estar un poco ebria sólo del tentador aroma de su piel—. Me vuelves loca.
Me soltó las muñecas y me cogió la cara con las manos, presionando con fuerza sus labios contra los míos. Llevé la mano a su pierna descubierta gracias a su elegante vestido, ascendiendo por sus muslos hasta sentir toda su humedad y su clítoris hinchado. Ella se puso rígida.
—Necesito esto —susurré contra sus labios—. Dámelo.
No se relajó, pero tampoco intentó detenerme. Cuando empecé a mover mis dedos acariciando su clítoris por debajo de su lencería emitió un sonido a la vez quejumbroso y erótico. Lo apreté delicadamente, con una suavidad premeditada. Estaba muy mojada y caliente. La acaricié a la vez que introducía dos dedos en su interior, conteniendo la respiración cuando ella se estremecía debajo de mí.
Entonces me sujetó por los muslos y buscó bajo el vestido con los dedos hasta encontrar la puntilla roja del tanga.
—Tienes un coño tan dulce... —murmuró junto a mi boca—. Quiero tenerte extendida y lamerte hasta que me exijas que te folle.
—Si quieres, te la exijo ya. —Seguí tocándola con una mano.
El dedo que deslizó bajo el tanga encontró ya la superficie resbaladiza.
—Apenas te he tocado —susurró, con los ojos brillantes dirigidos a mí desde la sombra del respaldo— y ya estás preparada.
—No puedo evitarlo.
—No quiero que lo evites. —Me penetró con el dedo, mordiéndose el labio inferior cuando yo me contraje sin remedio en torno a ella—. No sería justo cuando yo no soy capaz de parar lo que me estás haciendo. —
—Me estoy saltando todas las reglas contigo.
El tono grave de su voz me provocó una cálida ola de confianza.
—Las reglas están hechas para romperlas.
Vi un instante la blancura de sus dientes; luego presionó un botón del panel que había a su lado y dijo:
—Conduce hasta que te diga.
Las mejillas me ardían. Los faros de un coche traspasaron el cristal oscuro e iluminaron mi cara, delatando mi rubor.
—Vaya, Brittany —susurró—, me seduces para hacer el amor en la limusina, y luego te sonrojas cuando le digo al chófer que no interrumpa mientras lo hacemos.
Esa ironía repentina me hizo desearla desesperadamente. Colocando las manos en sus hombros para guardar el equilibrio, me moví para colocarme entre las caderas de Santana. Movió las manos por mis caderas y oí el rasgar de las bragas. El ruido repentino y lo impetuoso de aquel acto aguijonearon mi pasión hasta un punto supremo.
—Despacio —ordenó con voz ronca, levantándose el vestido y deshaciéndose de su ropa interior.
Su humedad me rozaba entre las piernas al moverse para colocarse en mis caderas, y yo me quejaba, anhelante y vacía, como si los orgasmos que me había dado antes no hubieran sino acuciado mi deseo en vez de saciarlo.
Se tensó cuando sintió como su humedad se mezclaba con los lubricados pliegues de mi hendidura. Nuestra fogosidad hacían el aire húmedo y cargado, me producía un hormigueo en la piel y ponía los pechos pesados y tiernos.
Esto era lo que yo quería desde el momento en que la vi: poseerla, subirme a su cuerpo magnífico y meternos la una dentro de la otra.
—Dios santo, Brittany —exclamó, jadeante, cuando por fin comencé a mover mis caderas sobre las suyas, mientras seguía masajeándome los muslos.
Cerré los ojos, sintiéndome desvalida. Había querido intimidad con ella y ahora esto parecía demasiado íntimo. Estábamos vis a vis, a pocos centímetros la una de la otra, escondidas en un pequeño espacio mientras el resto del mundo circulaba a nuestro alrededor. Notaba su agitación, sabía que ella se sentía tan descentrada como yo.
—Eres tan prieta... —sus palabras, entrecortadas, iban unidas por un hilo de deliciosa agonía. La dejé entrar más dentro de mí con sus largos dedos mientras seguían nuestros coreografiados movimientos de cadera. Inspiré profundamente, sintiéndome exquisitamente elástica.
—Y tú tienes unos dedos tan ágiles...
Presionando la palma abierta contra mi bajo vientre, me tocó el palpitante clítoris con la yema del pulgar y empezó a masajearlo en círculos lentos, suaves y expertos. Todo en mi interior se contrajo y se estrechó. La miré con los ojos entreabiertos. Estaba tan hermosa tumbada debajo de mí con su elegante vestido negro y aquel poderoso cuerpo entregado a la necesidad primaria del acto sexual...
Torció el cuello, con la cabeza clavada en el respaldo, como si luchara contra unas ataduras invisibles.
—¡Ay, Señor! —exclamó entre dientes— Voy a correrme entera.
Aquella oscura promesa me excitó aún más. El sudor me empañaba la piel. Estaba tan húmeda y tan caliente que me deslizaba como la seda entre su mojada intimidad. Se me escapó un grito al sentir su envestida con tres dedos. Entraba tan hondo que casi no podía soportarlo y me forzaba a balancearme para evitar la inesperada molestia. Pero a mi cuerpo no parecía importarle. Se ondulaba, se contraía, vibraba, al borde del orgasmo.
Santana, con la respiración agitada, soltó una palabrota. Su temperatura subió de inmediato, sus voluminosos pechos con pezones duros emitían un calor voluptuoso a través de la ropa. Unas gotas de sudor perlaban su labio superior.
Me incliné hacia delante y pasé la lengua por la bella curva de su boca, saboreando la sal con un balbuceo de placer. Santana movía las caderas, llena de impaciencia y yo aceleré mis movimientos.
—Despacio —volvió a advertirme, con un tono imperioso que me subió la libido.
Volví a bajar el ritmo de mis movimientos. Nuestras miradas se engarzaron a la vez que el placer se extendía desde el punto en que estábamos unidas. Me sorprendió pensar que estábamos las dos completamente vestidas salvo por las partes más íntimas de nuestro cuerpo. Me pareció carnal hasta la locura, igual que los sonidos que ella hacía expresando que su placer era tan intenso como el mío.
Completamente exaltada, aplasté su boca con la mía, mientras le aferraba por las raíces del pelo, empapado de sudor. La besé sin dejar de menear las caderas, dejándome llevar por el arrebatador movimiento de su pulgar y sintiendo crecer el orgasmo con cada impulso de sus dedos en mi interior.
En algún momento perdí la cabeza, los instintos más primitivos se impusieron y sólo el cuerpo mandaba. No podía centrarme en nada, salvo en la absoluta necesidad de follar.
—¡Qué bueno es esto! —musité, totalmente entregada—.Te sientes... ¡Dios mío, es demasiado bueno!
Comprendí, por mi propia contracción y mis temblores, que iba a correrme precisamente gracias a sus expertos dedos dentro de mí.
Me agarró de la nuca justo cuando el orgasmo hacía presa de mí, empezando con extáticos espasmos que se transmitían hacia fuera en oleadas hasta convertirme en una pura convulsión. Me vio descomponerme cuando yo hubiera preferido cerrar los ojos. Poseída por aquella mirada fija, me corrí con más intensidad que nunca, gimiendo y estremeciéndome a cada embate de placer.
—Joder, joder, joder —mascullaba tirando de mis caderas hacia abajo para que recibieran sus embestidas.
La contemplé fijamente, quería verla fuera de sí por mí. Sus ojos, frenéticos por la necesidad, perdían el rumbo a la vez que iba disminuyendo el control sobre sí misma, su precioso rostro desencajado por la brutal carrera hacia el clímax.
—¡Brittany! —se corrió con un rugido animal de éxtasis salvaje, un sonido que me fascinó por su fiereza. Se estremeció cuando el orgasmo se apoderó de ella, y sus rasgos se suavizaron un instante con un toque de inesperada vulnerabilidad.
Le cogí la cara con las manos y la besé sutilmente los labios, reconfortándola mientras ella dejaba escapar bocanadas de aire que me rozaban las mejillas.
—Brittany. —Me estrechó entre sus brazos, presionando su cara húmeda contra la curva de mi cuello.
Sabía exactamente cómo se sentía. Desnuda. Al descubierto.
Nos quedamos así mucho tiempo, abrazadas, absorbiendo las réplicas. Volvió la cabeza y me besó suavemente, aliviando mis confusas emociones con las caricias de su lengua en mi boca.
—¡Guau! —respiré, conmovida.
—Sí —salió de su boca.
Sonreí, aturdida pero eufórica.
Santana me apartó de las sienes los mechones húmedos de cabello y pasó los dedos por mi cara casi con veneración. Me estudiaba de un modo que me ponía un nudo en el pecho. Me miraba atónita y... agradecida, con ojos cálidos y dulces.
—No quiero estropear este momento...
La frase quedó flotando en el aire y yo traté de completarla.
—¿Pero...?
—Pero no puedo faltar a esa cena. Tengo que dar un discurso.
—Ya. —El momento efectivamente se había estropeado.
Me separé de ella con cuidado, mordiéndome el labio al notar cómo sus dedos salían de mi cuerpo dejándome humedecida. La fricción fue suficiente para hacerme querer más.
—¡Maldita sea! —dijo bruscamente—. Te deseo otra vez.
Me agarró antes de que me apartara, sacó un pañuelo de algún sitio y me limpió entre las piernas con delicadeza. Era un acto sumamente íntimo. Cuando estuve seca me acomodé en el asiento a su lado y saqué el lápiz de labios de la cartera. Miré a Santana por encima del espejo de la polvera mientras se secaba su humedad. Después envolvió el pañuelo y lo tiró a un receptáculo oculto para basura. Se adecentó y le dijo al conductor que se dirigiera a nuestro destino. Luego, se arrellanó en el asiento y miró por la ventana.
Con cada segundo que transcurría sentía que Santana se distanciaba, que nuestra conexión se desbarataba poco a poco. Me quedé encogida en el extremo del asiento, retirada de ella, manteniendo el alejamiento que sentía crecer entre nosotras. Toda la calidez que había experimentado se convirtió en una notoria frialdad, y me sentí tan destemplada que me arropé con el chal. No movió ni un músculo cuando me giré a su lado para guardar la polvera, como si no se diera cuenta de que yo estaba allí.
Bruscamente, Santana abrió el bar y sacó una botella. Sin mirarme, preguntó:
—¿Brandy?
—No, gracias.
Mi voz sonó en un susurro, pero no pareció percatarse. O tal vez no le importaba. Se sirvió una copa y se la tomó de un trago.
Confusa y herida, me puse los guantes intentando comprender qué era lo que había fallado.
Peque_7* - Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 01/01/2014
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
¿Por qué Santana es extraña? XD es que en todo el capítulo para mi estuvo muy rara.
Espero tu actualización, ¡Saludos!
Espero tu actualización, ¡Saludos!
iFannyGleek****** - Mensajes : 335
Fecha de inscripción : 03/10/2013
Edad : 27
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
me encanto el capitulo!!!
lindo viaje el limusina jaajajajaja
ahora san por que se pone asi???
lindo viaje el limusina jaajajajaja
ahora san por que se pone asi???
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Hola!!!
Oh wow me molesto la distancia que ha tomado Santana!! Después de lo que pasó!!
Espero la actu!!!
Xoxo
Oh wow me molesto la distancia que ha tomado Santana!! Después de lo que pasó!!
Espero la actu!!!
Xoxo
adi-santybritt- ---
- Mensajes : 553
Fecha de inscripción : 27/07/2013
Edad : 30
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
santana es extraña, es como si luchara contra algo en su interior! espero pronta actualizacion!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
Esperamos tu respuesta
Moderadoras Zona Fan fics
Moderadoras Zona Fan fics
cvlbrittana-*- - Mensajes : 2510
Fecha de inscripción : 27/02/2012
Edad : 39
Re: FANFIC BRITTANA "NO TE ESCONDO NADA" CAPITULO 6
cvlbrittana-*- - Mensajes : 2510
Fecha de inscripción : 27/02/2012
Edad : 39
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