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[FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)] Primer15
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Mensaje por Sophia27 Vie Feb 21, 2014 1:12 pm

Hola, estuve leyendo el libro ''Looking for Alaska'' y me ha encantado la historia, he estado pensando en adaptarlo a un fic de Brittana (mi pareja favorita).

Aquí les dejo el sinopsis, comenten si les parece buena idea, así sabre si continuarlo o no.


SINOPSIS


Cansada de su aburrida existencia, Brittany, de 16 años, deja su casa para buscar su ''gran quizás'' en un colegio internado. Ahí su recién descubierta libertad y una enigmática chica, Santana, la lanza de lleno a la vida. Brittany se siente que está por alcanzar su objetivo cuando una tragedia inesperada amenaza con arrebatárselo. ¿Cómo la intensidad de la amistad puede terminar en una pérdida devastadora?


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Mensaje por Elita Vie Feb 21, 2014 1:22 pm

Uh, se ve interesante :)

Siguelo :D
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Mensaje por Tat-Tat Vie Feb 21, 2014 2:01 pm

Sigue....las adaptaciones me gustan...y más si tiene a Brittana de protagonistas
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Mensaje por Dolomiti Vie Feb 21, 2014 2:03 pm

Suena interesante! Espero el primer cap :)
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Mensaje por 3:) Vie Feb 21, 2014 3:06 pm

va a estar muy interesante la adaptación,....!!!
quiero leer el primer capitulo,....
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Mensaje por jas2602 Sáb Feb 22, 2014 1:11 am

dale siguelo...suena iinteresante...en espera del capitulo [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)] 2145353087 
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Mensaje por Melany Gleek Sáb Feb 22, 2014 10:23 am

he leido el mismo libro y dejame decirte que hiciste bien en adaptarlo porque la historia es grandiosa. No tardes porfavor Saludos :*
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Mensaje por laura.owens Sáb Feb 22, 2014 2:49 pm

Hola!, siguelo porfa, suena interesante [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)] 1206646864
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Activo Re: [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)]

Mensaje por Sophia27 Sáb Feb 22, 2014 4:48 pm

Espero estén teniendo una excelente tarde, gracias por sus comentarios, espero les guste esta historia. La historia se divide en dos partes (Antes y Después). Saludos a todos.


PARTE l : CAPITULO 1 (ANTES)



Ciento treinta y seis días antes 


 Una semana antes de que dejara a mi familia, la Florida y el resto de mi vida anterior para irme a un internado de Alabama, mi madre insistió en darme una fiesta de despedida. Decir que yo tenía pocas expectativas sería desestimar demasiado el asunto. Aun cuando me vi más o menos forzada a invitar a todos mis “amigos de la escuela”, es decir, a la muchedumbre heterogénea de teatro y los “matados” de la clase de inglés con los que me sentaba por una necesidad social en la cavernosa cafetería de mi escuela pública, sabía que no vendrían. De todas maneras, mi madre perseveró, sumergida en la ensoñación de que yo le había guardado el secreto de mi popularidad todos estos años. Preparó una gran cantidad de aderezo de alcachofas; decoró la sala de nuestra casa con banderolas verdes y amarillas, los colores de mi nueva escuela; compró dos docenas de refrescos con piquete de champaña y los colocó en el borde de la mesa lateral. Y cuando por fin llegó ese último viernes, cuando mi equipaje estaba casi del todo empacado, se sentó con mi padre y conmigo en el sofá a las 16:56 y esperó con mucha paciencia la llegada de la Caballería del Adiós a Brittany. Esta Caballería estuvo conformada por exactamente dos personas: Rachel Berry, una diminuta chica morena con lentes rectangulares, y su rechoncho (por decirlo con amabilidad) novio, Blaine. 
—Hola, Brittany —dijo Rachel al sentarse. 
—Hola —contesté. —¿Cómo te fue en las vacaciones de verano? —preguntó Blaine. 
—Bien, ¿y a ustedes? 
—Bien. Participamos en Jesucristo Superestrella. Yo ayudé con los escenarios. Rachel manejó las luces —dijo Blaine. 
—Qué bien —asentí como si supiera de qué se trataba, y con eso terminaron nuestros temas de conversación. Podría haber hecho alguna pregunta acerca de Jesucristo Superestrella, excepto que: 1) no sabía lo que era, 2) no me interesaba saberlo y 3) nunca he sido muy buena en las conversaciones triviales. Mi mamá, sin embargo, podía sostener conversaciones triviales por horas, así que logró extender la incomodidad preguntándoles sobre su horario de ensayo, cómo había salido la obra y si había sido un éxito. 
—Creo que lo fue —dijo Rachel—. Asistieron muchas personas, creo —Rachel era del tipo de personas que creen mucho. 
Por último, Blaine dijo:
 —Bueno, pues solamente pasamos a decirte adiós. Tengo que llevar a Rachel a su casa antes de las seis. Diviértete en el internado, Brittany.
 —Gracias —contesté, aliviada. Peor que hacer una fiesta a la que no asiste nadie es hacer una fiesta a la que sólo asisten dos personas vasta y profundamente aburridas. 
Se fueron y entonces me senté junto a mis padres a mirar la televisión en blanco, con la intención de prenderla pero a sabiendas de que no debía hacerlo. Sentía que me miraban y esperaban que me soltara a llorar o algo así, como si no hubiera sabido siempre que así sería esto. Pero sí lo sabía. Sentía su lástima al recoger el aderezo de alcachofas para las papas destinadas a mis amigos imaginarios, pero mis padres eran más dignos de lástima que yo: yo no estaba desilusionada. Se habían cumplido mis expectativas. 
—¿Es por esto que te quieres ir, Brittany? —preguntó mamá. Lo medité un momento, sin mirarla. 
—Eh, no —dije. 
—Bueno, entonces, ¿por qué? —preguntó. No era la primera vez que me lo preguntaba. A mamá no le hacía mucha gracia dejarme ir al internado y me lo hacía saber. 
—¿Por mí? —preguntó papá. Él también había asistido a Culver Creek, el mismo internado al que me dirigía, igual que su hermano y hermana y todos sus hijos. Creo que le gustaba la idea de que siguiera sus pasos. Mis tíos me habían contado historias de cuán famoso había sido en la facultad, de cómo se la había pasado armando relajos y al mismo tiempo aprobando con las mejores calificaciones todas sus clases. Esa vida sonaba mejor que la que yo tenía en Florida. Pero no, no era por papá. No exactamente. 
—Esperen —entré al estudio de papá y encontré la biografía de François Rabelais. Me gustaba leer biografías de escritores, aunque (como era el caso de Rabelais) nunca hubiera leído nada de su obra. Pasé rápido las páginas hacia el final del libro y encontré una cita subrayada con marcador (“¡Nunca uses un marcador en mis libros!”, me había indicado mi papá mil veces; pero, ¿de qué otra manera se supone que encontrarás lo que buscas?). 
—Este tipo —dije, de pie en el umbral de la sala—, François Rabelais, era un poeta y sus últimas palabras fueron: “Voy en busca de un Gran quizá.” Por eso me voy. No quiero esperar hasta morir para empezar a buscar un Gran quizá.
 Eso los calló. Iba en busca de un Gran quizá y sabían, igual que yo, que no lo iba a encontrar entre gente como Blaine y Rachel. Me volví a sentar en el sofá, entre mamá y papá. Papá me abrazó y nos quedamos allí juntos mucho tiempo, hasta que nos pareció bien encender la televisión. Luego cenamos aderezo de alcachofas y vimos el HistoryChannel. Y respecto a fiestas de despedida, ésta sin duda podría haber sido peor.
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Mensaje por laura.owens Sáb Feb 22, 2014 6:35 pm

Hola!, Me gustó mucho el capítulo, esta Brittany es.... mmm... diferente y me encanta por eso!, síguelo, ya tienes una fiel lectora ;)
Hasta el próximo capítulo, cuídate [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)] 1206646864
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Mensaje por 3:) Sáb Feb 22, 2014 10:19 pm

hola,...
me encanto, quiero ver la llegada de britt el internado!!!
y con quien se encuentra,....

nos vemos!!!
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Mensaje por Dolomiti Dom Feb 23, 2014 4:43 am

Hola! Será genial ver a quienes se encuentra en el internado y sobretodo ver xomo le va al ir a buscar su gran quizás :3 :D
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Mensaje por Elita Dom Feb 23, 2014 10:45 am

Buen cap & me encanta la idea de su "Gran Quizá"

Quiero leer ya como le irá en el internado *-*

Saludos :)
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Mensaje por Sophia27 Lun Feb 24, 2014 12:03 pm

PARTE l : CAPITULO 2 (ANTES)


Ciento veintiocho días antes

El clima de Florida era bastante cálido, sin duda, y húmedo también. Tan caliente como para que se te pegara la ropa, como si fuera cinta adhesiva, y el sudor se escurriera como lágrimas de la frente a los ojos. Pero sólo hacía calor afuera y por lo general sólo salía para caminar de un sitio con aire acondicionado a otro. Esto no me preparó para el singular calor con que uno se topa a veintidós kilómetros al sur de Birmingham, Alabama, en la Escuela Preparatoria Culver Creek. La camioneta de mis padres estaba estacionada sobre el pasto a unos metros de mi dormitorio, la habitación 43. Pero cada vez que recorría ese pequeño trecho hacia el coche para descargar lo que ahora parecían demasiadas cosas, el sol me quemaba la piel a través de la ropa con una ferocidad viciosa que me hacía de verdad temer el fuego del infierno. Mamá, papá y yo tardamos tan sólo unos minutos en descargar el coche; pero mi dormitorio sin aire acondicionado, aunque por suerte lejos de la luz del sol,
se encontraba apenas un poco más fresco. La habitación me sorprendió: me había imaginado una alfombra gruesa, paredes con paneles de madera, muebles estilo Victoriano. Excepto por un lujo, un baño privado, la habitación era una caja. Con paredes de bloques de concreto recubiertas con capas espesas de pintura blanca y un suelo de linóleo de cuadros verdes y blancos, el lugar parecía más un hospital que el dormitorio de mis fantasías. Una litera de madera sin acabados con colchones de vinilo estaba contra la ventana trasera de la habitación. Los escritorios, las cómodas y los libreros estaban todos fijos en las paredes, a fin de evitar la creatividad en el acomodo de los muebles. Y no había aire acondicionado.
Me senté en la litera inferior mientras mamá abría el baúl, tomaba una pila de las biografías que mi padre había estado de acuerdo en darme y las acomodaba en los libreros.
—Yo puedo desempacar, mamá —dije. Mi papá se puso de pie. Estaba listo
para partir.
—Déjame por lo menos tender la cama —dijo mamá.
—No, de verdad, yo lo puedo hacer. Está bien —porque sencillamente no puedes extender estas cosas para siempre. En algún momento, te quitas el
curita y te duele, pero luego se te pasa y te sientes aliviada.
—¡Dios!, te vamos a extrañar —dijo mamá, de pronto, saltando entre la pila de maletas para llegar a la cama. Me puse de pie y la abracé. Mi papá también se acercó y nos dimos un abrazo los tres. Hacía demasiado calor y estábamos muy sudados como para que el abrazo durara mucho. Sabía que debía llorar, pero había vivido con mis padres durante dieciséis años y una prueba de separación parecía ya haberse tardado mucho.
—No te preocupes —sonreí—. Ya aprenderé a hablar como sureña —mamá rió.
—No hagas nada tonto —dijo mi padre.
—Está bien.
—Nada de drogas. No bebas. No fumes —como ex alumno de Culver Creek, él había hecho cosas de las cuales yo solamente había oído hablar: fiestas secretas, pasar veloz entre los campos llenos de paja, probar drogas, alcohol y cigarros. Le había llevado un buen rato deshacerse del cigarro, pero sus días de chico mal portado estaban bien lejos ahora.
—Te quiero —los dos lo soltaron de sopetón al mismo tiempo. Era necesario decirlo, pero las palabras hacían que todo fuera terriblemente incómodo, como si vieras a tus abuelos besarse.
—Yo también los quiero. Les hablaré todos los domingos —nuestras habitaciones no tenían líneas telefónicas, pero mis padres habían solicitadoque me instalaran en una habitación cercana a uno de los cinco teléfonos de monedas de Culver Creek. Me abrazaron de nuevo, mamá primero y luego papá, y la despedida terminó. Por la ventana trasera los vi tomar el camino de curvas, alejándose de los terrenos de la escuela. Debí haber sentido una tristeza sentimental, empalagosa quizá, pero sobre todo deseaba refrescarme, así que tomé una de
las sillas del escritorio y me senté justo afuera de mi cuarto a la sombra de los aleros colgantes, esperando una brisa que nunca llegó. El aire de afuera era tan opresivo e inmóvil como el de adentro. Observé mis nuevos territorios: seis edificios de una planta, cada uno con dieciséis habitaciones, acomodadas a manera de hexagrama alrededor de un gran círculo de pasto. Parecía un viejo motel de enorme tamaño. En todas partes, chicos y chicas se abrazaban, sonreían y caminaban juntos. Esperaba vagamente que alguien se me acercara y hablara conmigo. Me imaginé la conversación:
—Hola. ¿Es tu primer año?
—Sí, sí. Soy de Florida.
—Qué bueno. Entonces, estás acostumbrada al calor.
—No podría estar acostumbrada a este calor ni siquiera si viniera del Hades —bromearía. Daría una buena impresión para comenzar. “Ah, es chistosa. Esa chica Brittany es muy divertida.” Eso no sucedió, claro está. Las cosas nunca suceden como yo las imagino.
Aburrida, volví a entrar, me cambie la camisa por una mas fresca y me senté en el vinilo del colchón de la cama inferior de la litera, empapada de calor, y cerré los ojos. Nunca había vuelto a nacer con el bautismo, las lágrimas y todo eso, pero nadie podía sentirse mucho mejor que renacer como una tipa sin pasado. Pensé en las personas sobre las cuales había leído que estudiaron en internados y en sus aventuras: John F. Kennedy, James Joyce y Humphrey Bogart. A Kennedy, por ejemplo, le encantaba hacer travesuras. Pensé en el Gran quizá, en las cosas que podrían suceder, en las personas que podría conocer y en quién podría ser mi compañera de cuarto (había recibido una carta unas semanas antes donde
me daban su nombre: Quinn Fabray, pero sin más información). Quien quiera que fuera Quinn Fabray, esperaba que trajera de verdad un arsenal de ventiladores superpotentes, porque yo no había empacado uno solo y ya sentía que mi sudor hacía charquitos en el colchón de vinilo, lo cual me pareció tan asqueroso que dejé de pensar y me paré a buscar una toalla para limpiar mi sudor. Luego pensé: “Bueno, antes de la aventura viene la desempacada.” Me las arreglé para pegar un mapa del mundo en la pared y meter la mayor
parte de mi ropa en cajones, antes de notar que el aire caliente y húmedo hacía que hasta las paredes sudaran; entonces decidí que no era el momento para el trabajo físico, era el momento para un delicioso baño frío. En el pequeño cuarto de baño había un espejo de cuerpo entero detrás de la puerta, así que no podía escapar a mi reflejo desnudo al inclinarme para abrir la llave de la ducha. Mi delgadez siempre me sorprendía: mis brazos delgados no parecían ensancharse mucho más de la muñeca hacia el hombro, mi abdomen
carecía de la más mínima indicación de grasa y de músculo, y yo me pregunté avergonzada si podría hacerse algo con el espejo. Abrí la lisa cortina blanca de la ducha y, agachándome, me metí. Por desgracia, la ducha parecía haber sido diseñada para alguien de un metro
y cinco centímetros de alto, por lo que el agua fría me golpeó la caja torácica baja, con toda la fuerza de una llave de agua que escurre. Para mojarme la cara empapada de sudor, tuve que abrir las piernas y ponerme en cuclillas, bastante abajo. Con toda seguridad, John F. Kennedy (quien medía 1.80 metros según su biografía) no tenía que ponerse en cuclillas en su internado. No, esta escuela era una bestia del todo diferente, y a medida que el agua iba empapando poco a poco mi cuerpo, me pregunté si aquí encontraría un Gran quizá o si había cometido un tremendo error de cálculo. Cuando abrí la puerta del baño después de ducharme, con una toalla envuelta alrededor de mi pecho, vi a una chica de estatura mediana, cuerpo espectacular, con mucho pelo rubio. Estaba metiendo una gigantesca bolsa de lona color verde militar por la puerta de mi habitación. Medía 1.70 metros pero tenía un cuerpo tonificado, como una modelo, y con ella entró un olor a humo de cigarro rancio. “Genial —pensé—, estoy conociendo a mi compañera de cuarto, mientras estoy desnuda.” Con dificultad metió la bolsa de lona en la habitación, cerró la puerta y caminó hacia mí.
—Soy Quinn Fabray—anunció con una voz profunda, de locutora de radio. Antes de que pudiera responder, añadió—: te daría la mano, pero creo que es mejor que agarres bien esa toalla hasta que puedas ponerte algo de ropa encima. Me reí, asentí con la cabeza (eso es padre, ¿verdad?, ¿asentir?) y dije:
—Yo soy Brittany Pierce. Encantada de conocerte.
Saqué ropa interior limpia, un short azul marca Adidas y una camiseta blanca; murmuré que regresaba en un segundo y me volví a meter al baño. ¡Vaya con las primeras impresiones!
—Oye, ¿dónde están tus padres? —pregunté desde el baño.
—¿Mis padres? Mi papá está en California en este momento. Quizá sentado en
su reclinable. Quizá manejando su camión. Pero de todas maneras, tomando. Mi mamá probablemente va saliendo de los terrenos de la escuela.
—Ah —dije, ya vestida, no muy segura de cómo responder a tan personal información. No debí haber preguntado, me pareció, nada sobre ella. Quinn tomó unas sábanas y las lanzó a la litera superior.
—Soy una mujer de litera superior. Espero que eso no te moleste.
—Eh, no. Lo que sea está bien.
—Veo que decoraste el lugar —dijo, haciendo un ademán hacia el mapamundi—; me gusta.
Luego empezó a enumerar países. Hablaba de manera monótona, como si lo hubiera hecho miles de veces antes.
Afganistán.
Albania.
Andorra.
Angola.
Argelia.
Y así sucesivamente. Terminó la letra A antes de alzar la vista y notar mi mirada de incredulidad.
—Podría recitar el resto de la lista, pero tal vez te aburriría. Es algo que aprendí durante el verano. ¡Dios!, no te puedes imaginar lo aburrido que es New Hope, Alabama, en el verano. Tanto como ver crecer frijoles de soya. ¿Tú de dónde eres, por cierto?
—De Florida.
—Nunca he ido ahí.
—Es bastante increíble lo de los países.
—Sí, todo el mundo tiene un talento. Yo puedo memorizar cosas. ¿Tú puedes...?
—Mmm, conozco muchas de las últimas palabras de gente famosa —era una indulgencia eso de aprender últimas palabras. Otras personas tenían chocolates; yo tenía declaraciones en el lecho de muerte.
—¿Un ejemplo?
—Me gustan las de HenrikIbsen. Era un dramaturgo —sabía mucho de Ibsen, pero nunca había leído ninguna de sus obras. No me gustaba leer obras. Me gustaba leer biografías.
—Sí, sé quién era —afirmó Quinn.
—Bueno, pues ya tenía tiempo de estar enfermo y su enfermera le dijo; “Parece
sentirse mejor esta mañana”. Ibsen la miró y le contestó; ‘Al contrario”, y luego murió.
Quinn rió.
—Es mordaz. Pero me gusta.
Me dijo que estaba en su tercer año en Culver Creek. Había comenzado en el noveno grado, el primer año de la escuela, y ahora estaba en el decimoprimero, como yo. Chica de beca, dijo. Completa. Había oído que era la mejor escuela en Alabama, así que escribió en su ensayo de solicitud que ella quería asistir a una escuela en donde pudiera leer libros grandes. El problema, decía en el ensayo, era que en casa su mama siempre la golpeaba con los libros, así que Quinn procuraba tener libros breves con pastas suaves, por su propia seguridad. Sus padres se divorciaron cuando estaba en décimo grado. Le gustaba “el Creek”, como ella lo llamaba, pero “tienes que tener cuidado aquí, con los alumnos y con
los maestros. Y a mí que tanto me choca tener cuidado”, sonrió con presunción. A mí también me chocaba cuidarme, o al menos eso quería. Me dijo esto mientras hurgaba en su bolsa de lona y lanzaba ropa en los cajones con total descuido. Quinn no creía necesario tener un cajón para calcetines o un cajón para camisetas. Creía que todos los cajones habían sido creados iguales y llenaba cada uno con lo que le cupiera. Mi mamá se hubiera muerto.
En cuanto hubo terminado de “desempacar”, Quinn me golpeó duro en el hombro.
—Espero que seas más fuerte de lo que pareces —dijo saliendo por la puerta, que dejó abierta. Se volvió unos segundos después y me vio allí, de pie, inmóvil—. Bueno, vamos Brittany, que hay que avanzar Pierce. Tenemos mucho quehacer.
Llegamos al salón de TV, el cual, según Quinn, tenía la única televisión con cable de la escuela. Durante el verano, servía de unidad de almacenaje. Atestada casi hasta el techo con sofás, refrigeradores y tapetes enrollados, en el salón de TV pululaban chicos tratando de encontrar y acarrear sus cosas. Quinn saludó a algunas personas pero no me las presentó. Mientras deambulaba por el laberinto apilado de sofás, yo permanecía cerca de la entrada, tratando de no bloquear a los pares de compañeros de cuarto en lo que maniobraban para sacar los muebles por la estrecha puerta principal.  Le llevó diez minutos a Quinn encontrar sus cosas, más otra hora en lo que fuimos y venimos cuatro veces alrededor del círculo de dormitorios, entre el salón de TV y la habitación 43. Para cuando terminamos, yo quería meterme en el minirrefri de Quinn y dormir mil años, pero Quinn parecía inmune tanto a la fatiga como a la insolación. Me senté en su sofá.
—Lo encontré tirado en una cuneta de mi vecindario hace un par de años—dijo del sofá, conforme trabajaba para montar mi PlayStation 2 encima de su
baúl de efectos personales—. Reconozco que la piel tiene algunas grietas, pero no manchas. Es un sofá de poca madre—la piel tenía más que algunas grietas, era como treinta por ciento piel de mentiras color azul cielo y setenta por ciento hule espuma, pero a mi parecer se sentía bastante bien.  
—Está bien, ya casi terminamos—se acercó a su escritorio y sacó un rollo de cinta de embalaje de un cajón—. Sólo necesitamos tu baúl.  Me levanté, saqué el baúl de debajo de la cama y Quinn lo situó entre el sofá y el PlayStation 2, y empezó a rasgar tiras delgadas de cinta de embalaje. Las pegó en el baúl de manera que se leyera MESA PARA CAFÉ.
—He ahí—dijo. Se sentó y colocó los pies sobre la, eh, mesa para café—. Terminado.
Me senté junto a ella, me miró y dijo de pronto:
—Escucha, yo no seré tu acceso a la vida social de Culver Creek.
—Ah, bueno—dije, pero podía oir cómo las palabras se atoraban en mi garganta. ¿Acababa de ayudar a cargar el sofá de esta tipa bajo un sol blanco de tan ardiente y ahora no le caía bien?
—Básicamente, tienes dos grupos aquí—explicó, hablando con una urgencia creciente—. Tienes los internos regulares, como yo, y tienes las Guerreras Semaneras; ellas están en internados aquí, pero todos son chicas ricas que viven en Birmingham y se van a las mansiones con aire acondicionado de sus padres todos los fines de semana. Son fresas. No me caen bien y yo tampoco a ellas, así que si viniste aquí pensando que como eras la gran caca en la escuela pública lo serás también aquí, lo mejor es que no te vean conmigo. Sí fuiste a una escuela pública, ¿verdad?
—Eh…—balbuceé. Distraída, empecé a picar las grietas en la piel del sofá, cavando con los dedos la blancura del hule espuma.  
—Sí, claro que fuiste, porque si hubieras ido a una escuela privada tu horrendo short te quedaría bien—rió.
Yo usaba el short justo debajo de la cadera y pensaba que se veía padre. Por fin
contesté:
—Sí, fui a una escuela pública. Pero no era una gran caca allí, Quinn. Era una caca regular.
—¡Ah! Eso es bueno. Y no me llames Quinn. Llámame la Coronel.
Reprimí las ganas de reír.
—¿La Coronel?
—Sí, la Coronel. Y a ti te llamaremos….mmm. Gringa.
—¿Qué?
—Gringa—dijo el Coronel—.Ahora, vamos por cigarros y empecemos bien este año.
Salió de la habitación, suponiendo de nuevo que la seguiría, y esta vez lo hice. Gracias a Dios, el sol se iba poniendo en el horizonte. Avanzamos cinco puertas hasta la habitación 48. Un pizarrón de borrado en seco estaba pegado en la puerta con cinta adhesiva. En tinta azul se leía: «¡Santana tiene habitación sencilla!» La Coronel me explicó que: 1) ésta era la habitación de Santana, 2) ella tenía una habitación sencilla porque a la chica que debía ser su compañera de cuarto la habían expulsado al final del año anterior y 3) Santana tenía cigarros, aunque la Coronel olvidó preguntar si 4) yo fumaba, lo cual 5) no hacía.
Tocó una vez, fuerte. A través de la puerta una voz gritó:  
—Entra, mujer pequeñita, porque tengo la mejor historia de todas.  
Entramos. Me volví para cerrar la puerta tras de mi. Delante de mí estaba la chica más sexy de toda la historia de la humanidad en pantalones de mezclilla recortados, con una blusa de tirantes color durazno. Estaba hablando con la Coronel, en voz muy alta y rápido.  
—Así que, primer día de verano. Estoy en la vieja Vine Station con una chica llamada Emily y estamos en su casa viendo la TV en el sofá. Para entonces, quiero que lo sepas, yo ya salía con Samantha (de hecho sigo saliendo con ella, lo cual en sí mismo es un milagro), pero Emily es amiga mía de cuando era niña y tan solo estábamos viendo la TV y hablando de los resultados de los exámenes de aptitud escolar o algo así. Entonces Emily coloca su brazo alrededor de mis hombros y pienso: «ah, qué rico, hemos sido amigas tanto tiempo y esto se siente totalmente cómodo», y seguimos hablando. Luego, estoy a la mitad de una frase sobre analogías o algo así y como halcón baja la mano y me toca la teta como su fuera claxon. Como un claxonazo demasiado firme, de dos o tres segundos. Y lo primero que pienso es: «está bien, ¿y ahora cómo zafo esta garra de mi teta antes de que deje marcas permanentes?» Y lo segundo que pienso es: «Dios, no puedo esperar a contarles a Tina y a la Coronel. »
La Coronel se rió. Yo seguía mirando, azorada en parte por la fuerza de la voz que emanaba de esa chica pequeña (pero llena de curvas) y en parte por la gigantesca hilera de libros que se formaba en sus muros. Su biblioteca llenaba los entrepaños y luego se desbordaba hacia torres de libros que nos llegaban a la cintura por todos lados, recargados a como diera lugar contra las paredes. Si uno solo se moviera, pensaba, el efecto dominó nos podría devorar a las tres en una masa asfixiante de literatura.  
—¿Quién es la chica que no se ríe de mi muy chistosa historia?—preguntó.
—Ah, sí, Santana, ésta es la Gringa. La Gringa memoriza las últimas palabras de la gente famosa. Gringa, ella es Santana. Le tocaron la teta cual si fuera un claxon durante el verano—ella se acercó a mí con la mano extendida; luego hizo un ademán rápido hacia abajo en el último momento y me bajó el short.  
—¡Ése es el short más grande del estado de Alabama!
—Me gusta andar holgada—dije, avergonzada, y me lo subí. Me parecía padre usar short en casa, allá en Florida.  
—Hasta ahora, de lo que va en nuestra amistad, Gringa, he visto tus piernas de
pollo demasiadas veces—dijo la Coronel, impasible—. Oye, Santana, véndenos unos cigarros.
Entonces, de algún modo, la Coronel me convenció de que pagara cinco dólares por un paquete de MarlboroLights que no tenía intención de fumar ni una sola vez. Invitó a Santana a que se nos uniera, pero ella contestó:
—Tengo que encontrar a Tina para contarle lo del claxonazo—se volteó hacia mí y me preguntó—: ¿No la has visto?
Yo no tenía idea de si la había visto, ya que no sabía quién era. Simplemente
meneé la cabeza.  
—Está bien. Entonces, nos vemos en el lago en unos minutos—la Coronel asintió.
A la orilla del lago, justo antes de la playa arenosa (falsa, me informó la Coronel), nos sentamos en un columpio tipo Adirondack. Hice la broma obligatoria:
—No me agarres la teta—la Coronel se rió por obligación y luego me preguntó:
—¿Quieres un cigarro?—nunca había fumado un cigarro, pero, a donde fueres…
—¿Es seguro aquí?
—En realidad no—encendió un cigarro y me lo pasó. Inhalé. Tosí. Jadeé. Me quedé sin aire. Volví a toser. Consideré vomitar. Me agarré a la banca que se columpiaba, pues la cabeza me daba vueltas, y tiré el cigarro al suelo y lo pisoteé, convencida de que mi Gran quizá no incluía cigarros.  
—¿Fumas mucho?—se rió. Luego señaló una manchita blanca del otro lado del lago—. ¿Ves eso?
—Sí, ¿qué es? ¿Un pájaro?
—Es el cisne.
—Guau. Una escuela con cisne. Guau.
—Ese cisne es un engendro de Satanás. Nunca te le acerques a menos distancia de la que estamos ahora.
—¿Por qué?
—Tiene algunos problemas con la gente. Abusaron de él o algo así. Te hará pedazos. El Águila lo puso ahí para evitar que caminemos alrededor del lago mientras fumamos.
—¿El Águila?
—El señor Starnes. Nombre en código: el Águila. El decano de los alumnos. La mayoría de los profesores vive en los terrenos de la escuela y todos te meterán en problemas. Pero solamente el Águila vive en el círculo de dormitorios y lo ve todo. Puede oler un cigarro como a cinco kilómetros de distancia.
—¿Qué su casa no está allá?—pregunté, señalándola. Podía ver clara la casa a pesar de la oscuridad, así que, por ende, seguro él también podía vernos a nosotras.  
—Sí, pero en realidad no entra en actitud de guerra hasta que empiezan las clases—dijo Quinn, con indiferencia.
—Dios mío, si me meto en problemas, mis padres me matarán—dije.  
—Sospecho que estás exagerando. Pero mira, te vas a meter en problemas. Noventa y nueve por ciento de las veces, sin embargo, no es necesario que tus padres se enteren. La escuela no quiere que tus padres sepan que eres un desastre aquí, no más de lo que tú quieres que tus padres se enteren de que eres un desastre—exhaló con fuerza un hilo delgado de humo hacia el lago. Tenía que admitirlo: se veía bien haciéndolo, más grande, de algún modo—. De todas maneras, cuando te metas en problemas, no delates a nadie. Digo, odio a los mocosos ricos que hay aquí con la ferviente pasión que suelo reservar para
mi padre y los procedimientos del dentista, pero eso no significa que los delataría. Lo más importante de todo es que nunca, nunca, nunca, nunca delates.
—Está bien—acepté, aunque me preguntaba: “¿si alguien me golpea en la cara, tendré que insistir en que choqué con una puerta?” Me parecía un poco tonto. ¿Cómo lidias con las buscapleitos y las idiotas si no los puedes meter en problemas? De todos modos, no le pregunté a Quinn.
—Muy bien, Gringa. Hemos llegado al momento de la noche en el que debo
buscar a mi novia. Así que dame algunos de esos cigarros que de todas maneras no vas a fumar y nos vemos más tarde.  
Decidí quedarme en el columpio otro rato, en parte porque el calor se había disipado y se sentía una temperatura agradable, de veintimuchos grados, aunque algo sofocante, y también porque pensaba que Santana podía aparecer. Pero casi en cuanto se fue la Coronel, los bichos invadieron: de esos diminutos, que casi ni se ven (eso dicen, yo sí los veía), junto con mosquitos, los cuales revoloteaban a mi alrededor en tales cantidades que el ligerísimo ruidito de sus alas al frotarse sonaba cacofónico. Entonces decidí fumar.  
Pensé: «el humo alejará a los bichos». Y, hasta cierto punto, lo hizo. Sin embargo, mentiría si dijera que me convertí en fumadora para alejar a los insectos. Me convertí en fumadora porque: 1) estaba sola en un columpio tipo Adirondack, 2) tenía cigarros y 3) pensé que si todos los demás podían fumar un cigarro sin toser, yo también tenía que poder. En pocas palabras, no tenía una muy buena razón. Así que, digamos que 4) fueron los bichos. Logré inhalar tres veces antes de sentir náuseas y mareo, y de sentirme sólo semiagradablemente fumada. Me levanté para irme. Al ponerme de pie, escuché una voz detrás de mí:
—¿De verdad memorizas últimas palabras?
Corrió hacia mí, me tomó del hombro y me empujó para que me sentara de nuevo en el columpio de porche.  
—Ajá—dije. Y luego, vacilante, añadí—, ¿quieres comprobarlo?
—John F. Kennedy.
—Eso es obvio.
—Ah, ¿de veras?
—No, ésas fueron sus últimas palabras. Alguien le dijo: “Señor presidente, no puede decir que Dallas no lo quiera” y él respondió: “Eso es obvio”. Luego lo asesinaron.
Ella rió.  
—Dios, eso es horrible. No debería reírme, pero lo haré—y luego volvió a reír—. Está bien, Señora Chica Últimas Palabras de los Famosos. Te tengo una—metió la mano en su mochila llena hasta el tope y sacó un libro—: Gabriel García Márquez, El general en su laberinto, decididamente uno de mis favoritos. Es sobre Simón Bolívar—no sabía yo quién era Simón Bolívar, pero no me dio tiempo de preguntar—. Es una novela histórica, así que no sé si es cierto lo que dice o no, pero en el libro, ¿sabes cuáles son sus últimas palabras? No, no
sabes. Pero estoy a punto de decirte, Señora Comentarios de Despedida. Luego, encendió un cigarrillo y lo inhaló con tanta fuerza durante tanto tiempo, que pensé que todo el cigarro se quemaría a la vez. Exhaló y me leyó:
—Él—Simón Bolívar—se vio sacudido por la revelación de que la carrera precipitada entre sus infortunios y sus sueños iba llegando a la meta final en ese momento. El resto era oscuridad. “¡Maldición!”, suspiró, “¡Cómo salir de este laberinto!”
Yo sabía cuándo había encontrado unas últimas palabras geniales y anoté en mi mente que debía obtener una biografía de este tipo Simón Bolívar. Hermosas últimas palabras, pero no las entendía del todo.  
—Entonces, ¿qué es el laberinto?—le pregunté.
Éste era el mejor momento para decir que era hermosa. En la oscuridad, junto a mí, olía a sudor, a luz de sol y a vainilla. En esa noche de luna menguante podía ver poco más que su silueta excepto cuando fumaba, cuando la cereza ardiente del cigarro empapaba su rostro de una suave luz roja. Pero, incluso en la oscuridad, podía ver sus ojos cafes impetuosos. Tenía el tipo de ojos que te predisponen a apoyarla en cualquier empeño. Y no sólo era hermosa, sino sexy, también, con los pechos pegados a la apretada camiseta de tirantes, las piernas curveadas que se mecían bajo el columpio, las chanclas que colgaban de los pies con las uñas pintadas de azul eléctrico. Fue justo entonces, entre el momento cuando le pregunté sobre el laberinto y cuando me contestó, que me di cuenta de la importancia de las curvas, de los mil lugares en donde los cuerpos de las chicas pasan de un lugar a otro: del arco del pie al tobillo y a la pantorrilla, de la pantorrilla a la cadera y a la cintura, al pecho, al cuello, a la nariz de ladera de esquí, a la frente, al hombro, al arco cóncavo de
la espalda, al trasero, al etcétera. Había observado las curvas antes, claro está, pero nunca había captado del todo su significado. Con la boca lo suficientemente cerca de mí para sentir su aliento más cálido que el aire, dijo:
—Ése es el misterio, ¿no? ¿El laberinto es vivir o morir? ¿De cuál está tratando de escapar, del mundo o del final del mundo?
Esperé a que siguiera hablando, pero después de un rato, fue evidente que quería una respuesta.
—Eh, no lo sé—dije por fin—. ¿De verdad has leído todos esos libros que hay en tu habitación?
—¡Santo cielo!, no—se rió—. Quizá haya leído una tercera parte. Pero voy a leerlos todos. La llamo mi Biblioteca de Vida. Todos los veranos, desde que era niña, he ido a ventas de garaje y he comprado todos los libros que parecen interesantes. Así que siempre tengo algo para leer, aunque hay tanto que hacer: cigarros que fumar, sexo que tener, columpios en que columpiarme. Tendré más tiempo para leer cuando sea vieja y aburrida. Me dijo que le recordaba a la Coronel cuando llegó a Culver Creek. Eran compañeras de clase, las dos con becas y, como ella lo dijo, “un interés compartido por el alcohol y las travesuras». La frase alcohol y travesuras me hizo temer que me hubiera metido en lo que mi madre llamaba “el grupo equivocado”, pero para ser del grupo equivocado, las dos parecían muy inteligentes. Al encender un cigarrillo nuevo con la colilla del anterior, me dijo que la Coronel era lista pero no había vivido mucho cuando llegó al Creek.  
—Yo terminé rápido con ese problema—sonrió—. Para noviembre le había conseguido su primera novia, una chica muy, muy linda de nombre Janice que no era Guerrera Semanera. Terminó con ella al cabo de un mes porque era demasiado rica para su sangre empapada de pobreza, pero no importaba. Hicimos nuestra primera travesura ese año: cubrimos el salón 4 con una ligera capa de canicas. Hemos progresado algo desde entonces, claro está—se rió. Así fue como Quinn se convirtió en la Coronel, la planificadora militar de sus travesuras, y Santana fue siempre Santana, la enorme fuerza creativa detrás de las dos.  
—Tú eres lista como ella —aseguró—.Sin embargo, más callada. Y más guapa, pero haz de cuenta que no he dicho nada porque quiero a mi novia.  
—¿Sí?, tú tampoco estás mal—le respondí abrumada por su cumplido—, pero haz de cuenta que no dije nada porque quiero a mi novia. ¡Ah, espera! Por cierto, no tengo novia.
—¿Sí?, no te apures, Gringa—me confortó entre risas—. Si hay algo que puedo conseguirte es una novia. Hagamos un trato: tú averiguas qué es el laberinto y cómo salir de él y yo te consigo un acostón.
—Es un trato—nos dimos la mano.
Más tarde, caminé hacia el círculo de dormitorios junto a Santana. Las cigarras cantaban su canción de una nota, al igual que lo habían hecho en casa, en Florida. Ella se volvió hacia mí a medida que avanzábamos en la oscuridad y dijo:
—Cuando caminas de noche, ¿alguna vez te ha pasado que te da miedo y, aun cuando es tonto y vergonzoso, te quieres echar a correr hasta tu casa?
Parecía demasiado secreto y personal admitir eso frente a una persona casi
extraña, pero le contesté:
—Sí, sin duda.
Durante un momento guardó silencio. Luego me agarró la mano, susurró “corre, corre, corre, corre” y emprendió la huida, jalándome detrás.


Última edición por Sophia27 el Miér Mar 19, 2014 4:32 pm, editado 2 veces
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Activo Re: [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)]

Mensaje por 3:) Lun Feb 24, 2014 2:48 pm

me encanto,...
interesante primer día tuvo britt en el instituto,...
a ver como sigue!!
3:)
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-*-*-*
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Activo Re: [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)]

Mensaje por Sophia27 Mar Feb 25, 2014 4:25 pm

PARTE l : CAPITULO 3 (ANTES)


Ciento veintisiete días antes

Temprano, al día siguiente por la tarde, me escurrió sudor de los párpados mientras pegaba un cartel de Van Gogh al reverso de la puerta. La Coronel, sentada en el sofá, juzgaba si el cartel estaba derecho y contestaba mis interminables preguntas sobre Santana:
—¿Cuál es su historia?
—Es del pueblo de Vine Station. Podrías pasar en coche sin darte cuenta de que existe y, según sé, es lo que debes hacer. Su novia está en Vanderbilt, con beca. Toca el bajo en una banda. No sé mucho sobre su familia.
—¿Y de verdad le gusta?
—Supongo. No le ha sido infiel, lo que es ganancia.
Y así sucesivamente. En toda la mañana no me había importado otra cosa, ni el cartel de Van Gohg, ni los juegos de video, ni siquiera mi horario de clase que el Águila había traído esa mañana. También se presentó:
—Bienvenido a Culver Creek, señorita Pierce. Aquí se le da mucha libertad. Si abusa de ella, se arrepentirá. Parece usted una joven amable. Detestaría despedirme de usted.
Luego me miró de una manera seria o seriamente maliciosa.
—Santana la llama la “mirada de la perdición” —me comentó la Coronel después de que el Águila se había ido—. La próxima vez que la veas es porque estás en problemas. Está bien —continuó la Coronel, al alejarme del cartel—. No está del todo derecho, pero casi. Basta de Santana. Según mis cuentas, hay noventa y dos chicas en esta escuela y todas ellas, hasta la última, menos locas que Santana quien, quisiera añadir, ya tiene novia. Me voy a comer. Es día de bufritos —salió, dejando la puerta abierta.
Me sentía como una idiota caprichosa cuando me levanté a cerrar la puerta. La Coronel, ya a medio camino en el círculo de dormitorios, se dio la vuelta:
—¡Por Dios! ¿Vas a venir o qué?
Se pueden decir muchas cosas malas sobre Alabama, pero no es que sus habitantes le teman a las freidoras. En esa primera semana en el Creek, la cafetería sirvió pollo frito, filete de pollo frito y angú frito, lo que marcó mi primera incursión en el delicioso bocado que es esa verdura frita. Incluso esperaba que frieran las lechugas. Pero nada se equiparaba al bufrito, un
plantillo creado por Maureen, la increíble y (comprensiblemente) obesa cocinera de Culver Creek. El bufrito, un burrito de frijoles refritos, demostró que sin duda freír un alimento siempre lo mejora. Esa tarde en la cafetería sentada en una mesa circular con la Coronel y cinco chicos que no conocía,clavé los dientes en la tortilla crujiente de mi primer bufrito y experimenté un orgasmo culinario. Mi mamá cocinaba bien, pero de inmediato quise llevarme a Maureen a casa el día de Acción de Gracias. La coronel me presentó (como “Gringa”) a los chicos de la mesa tambaleante de madera; pero el único nombre que registré fue el de Tina, que Santana había mencionado ayer. Era una chica japonésa, delgada, apenas unos centímetros más alta que la Coronel. Tina hablaba con la boca llena a medida que yo masticaba con lentitud, saboreando la crujiente enfrijolada.  
—¡Dios mío —dijo Tina, dirigiéndose a mí—, no hay nada como ver a una mujer comerse su primer bufrito.
Yo no dije mucho, en parte porque nadie me hizo preguntas y en parte porque quería comer tanto como pudiera. Pero Tina no sentía tal modestia: ella podía, y lo hacía, comer, masticar y tragar mientras hablaba. La conversación de la comida se centró en la chica que debía haber sido la compañera de cuarto de Santana, Marya, y su novio, Paul, que había sido un Guerrero Semanero. Los habían expulsado en la última semana de clases del año escolar anterior, según me enteré, debido a lo que la Coronel llamaba una
“trifecta”; es decir, los pescaron cometiendo al mismo tiempo tres faltas que merecían la expulsión de Culver Creek: estaban acostado en la cama juntos, desnudos (“contacto genital era la falta #1), ya borrachos (#2) y fumando un churro (#3) cuando el Águila entró y los atrapó. Los rumores decían que alguien los había delatado y Tina parecía tener toda la intención de averiguar quién, o la intención al menos, de gritarlo con la boca atascada de bufrito.
—Paul era un imbécil —aseguró la Coronel—. Yo no los hubiera delatado, pero cualquiera que se encama con un Guerrero Semanero que maneja un Jaguar como Paul se merece lo que le toque.
—Chica —respondió Tina—, u noia —y luego tragó un mordisco de comida— es una Guerra Semanera.
—Cierto —rió la Coronel—. Aunque eso me mortifique, es un hecho incontestable. Pero no es tan imbécil como Paul.
—No tanto —se burló Tina. La Coronel rió de nuevo y yo me pregunté por qué no defendía a su novia. A mí no me habría importado si mi novia era una Cíclope con barba que manejaba un Jaguar; me habría sentido agradecida con sólo tener a alguien con quien coger.  
Esa noche, cuando la Coronel pasó por la habitación 43 para recoger los cigarros (parecía haber olvidado que eran, técnicamente, míos), no me importó en realidad que no me hubiera invitado a ir con ella. En la escuela pública había conocido a muchas personas que tenían como hábito detestar a un tipo de persona u otro; por ejemplo, los tetos odiaban a los fresas, etcétera, y esto siempre me había parecido una gran pérdida de tiempo. La Coronel no me dijo en dónde había pasado la tarde ni a dónde iba ahora; sólo cerró la puerta al salir, así que supuse que yo no era bienvenida. Así estuvo bien, porque pasé la noche navegando por la red (nada porno, lo juro) y leyendo The Final Days, un libro sobre Richard Nixon y el Watergate.
Para la cena, metí al microondas un bufrito refrigerado que la Coronel había sacado a escondidas de la cafetería. Me recordó las noches en Florida, excepto que con mejor comida y sin aire acondicionado. Estar acostada en la cama y leer me parecía agradablemente familiar. Decidí seguir lo que de seguro habría sido el consejo de mi madre: dormir bien la noche anterior a mi primer día de clases. Francés II empezaba a las 8:10 y, calculando que no me llevaría más de ocho minutos vestirme y caminar a los
salones de clase, puse la alarma para las 8:02. Me bañé y luego me quedé en la cama, a la espera de que el sueño me salvara del calor. Como a las 11:00 de la noche me di cuenta de que el minúsculo ventilador fijado con un clip a mi litera podía hacer mayor diferencia si me quitaba la camiseta, y al final me quedé dormida encima de las sábanas tan sólo el sujetador y un pantalón de chandal. Fue una decisión de la que me arrepentí horas después, cuando me desperté al sentir dos manos sudorosas y carnosas que me sacudían con todas las ganas del mundo. Desperté por completo y al instante. Me senté derecha en la cama, aterrada, sin poder entender la irrupción de voces por alguna razón. No entendía por qué había voces y ¿qué endemoniada hora era de cualquier
modo? Al final, la cabeza me aclaró lo suficiente como para oír:
—¡Ándale, Chica! No nos hagas patearte el trasero, levántate.
Luego, desde la litera superior, escuché:
—¡Por Dios, Gringa!, sólo levántate.
Así que me levanté y vi, por primera vez, tres figuras ensombrecidas. Dos de ellas me agarraron con una mano cada una, de los antebrazos y me hicieron caminar fuera de la habitación. Al salir, la Coronel murmuró:
—¡Que te diviertas! No la maltrates mucho, Kitty.
Me condujeron, casi trotando, atrás de mi edificio de dormitorios y luego por el campo de soccer. El suelo tenía pasto, pero también piedritas, y yo me preguntaba por qué nadie había tenido la pequeña cortesía de decirme que me pusiera zapatos y por qué estaba yo ahí afuera, con poca ropa, con mis piernas de pollo expuestas al mundo. Mil humillaciones me cruzaron por la
cabeza. “Ahí está la nueva alumna del noveno grado, Brittany Pierce, amarrada a la portería del futbol con sólo su sujetador y un pantalón de Chandal.” Imaginé que me llevarían al bosque, hacia donde en apariencia nos dirigíamos ahora, y que me golpearían
hasta hacerme mierda para que me viera de maravilla en mi primer día de clases. Todo ese tiempo, tan sólo me miraba los pies porque no quería verlas a ellas ni quería caerme, así que miraba por dónde iba, tratando de las piedras más grandes. Sentí el impulso luchar o huir que me había surgido una que otra vez, pero ni la lucha ni la huida me habían funcionado nunca. Me llevaron
a la playa de mentiras por una ruta tortuosa y entonces supe lo que iba a suceder: una zambullida de las que acostumbraban dar en estos casos, en el lago. Me calmé. Podía manejar eso. Cuando llegamos a la playa, me dijeron que pusiera los brazos a los lados y la tipa más ''musculosa'' tomó de la arena dos rollos de cinta de embalaje. Con los brazos pegados a los lados como soldado en pose de atención, me vendaron desde los hombros hasta las muñecas. Luego me tiraron al suelo; la arena de la playa de a mentiras amortiguó la caída, pero de todas maneras me golpeé la cabeza. Dos de ellas me juntaron las piernas mientras la otra, Kitty, supongo, pegó tanto su cara angular con su mandíbula tensa a la mía que las puntas de su cabellera suelta golpeaba mi cara. Me dijo:
—Esto es por la Coronel. No debes juntarte con esa imbécil.
Me pegaron las piernas juntas, de los tobillos a los muslos. Parecía una momia plateada.
—Por favor, chicas, no lo hagan —pedí justo antes de que me sellaran la boca, me levantaron y me lanzaron al agua.
Me hundí. Al hundirme, en vez de sentir pánico o cualquier otra cosa me di cuenta de que “Por favor, chicas, no lo hagan” eran mis últimas palabras terribles. Pero luego, el gran milagro de la especie humana: mi flotabilidad apareció y al sentirme flotar hacia la superficie, me torcí y retorcí lo mejor que pude de manera que el aire cálido de la noche me dio primero en la nariz y
pude respirar. No estaba muerta ni iba a morir. Pensé: “Bueno, no estuvo tan mal.''
Pero todavía debía resolver el pequeño detalle de llegar a la playa antes de que saliera el sol. Primero, necesitaba determinar mi posición frente al borde de la playa. Si inclinaba demasiado la cabeza, sentía que todo mi cuerpo empezaba a rodar y en la larga lista de maneras desagradables de morir, fallecer “boca abajo en sujetador y empapada” era una de las primeras. Así que, en
vez de eso, miré arriba y estiré el cuello hacia atrás, con los ojos casi bajo el agua, hasta que vi estaba que la orilla directamente detrás de mi cabeza, como a tres metros. Comencé a nadar, como una sirena plateada sin brazos, utilizando sólo la cadera para generar movimiento hasta que por fin mis nalgas golpearon el fondo lodoso del lago. Me volteé entonces y usé mis caderas y mi
cintura para rodar tres veces hasta llegar a la orilla, cerca de una toalla verde deshilachada. Me habían dejado una toalla. ¡Qué consideradas!
El agua se había metido bajo la cinta de embalse y aflojada la fuerza del adhesivo sobre mi piel; pero como la cinta me envolvía en tres capas en varios lugares, fue necesario que me retorciera como pez fuera del agua. Por fin, la cinta se soltó lo suficiente para que deslizara la mano izquierda afuera y hacia el pecho y la rasgara hasta quitármela. Me envolví en la toalla arenosa. No quería regresar a mi habitación y ver a Quinn, porque no tenía idea de a qué se refería Kitty. Quizá si regresaba a la habitación, me estarían esperando y me lo volverían a hacer, peor esta vez.
Quizá necesitaba demostrarles: “Está bien, capté su mensaje. Es sólo mi compañera de cuarto, no mi amiga”. De cualquier manera, no sentía tanta simpatía hacia la Coronel. “¡Que te diviertas!”, había dicho. “Sí, claro —pensé—, fue divertidísimo.”
Así que me fui a la habitación de Santana. No sabía qué hora era, pero podía ver una luz tenue bajo su puerta. Toqué quedito.
—Ajá —dijo y entré mojada, arenosa y con apenas una toalla y un pantalón chandal empapado. Ésta no era la manera, por supuesto, como querrías que la chica más sexy del mundo te viera; pero supuse que ella me podría explicar lo que acababa de suceder.
Bajó el libro que estaba leyendo y salió de la cama con una sábana envuelta en los hombros. Por un momento, la vi preocupada. Parecía la chica que había conocido el día anterior, la chica que dije era linda y burbujeaba con energía, simpleza e inteligencia. Luego se rió.
—Apuesto a que fuiste a nadar, ¿verdad? —lo dijo con tanta malicia casual que sentí que todos lo sabía y me pregunté por qué toda la maldita escuela se había puesto de acuerdo para quizá ahogar a Brittany Pierce. Pero Santana se llevaba bien con la Coronel y, en la confusión del momento, sólo la miré en blanco, sin saber siquiera qué preguntar.
—No manches —dijo—. ¿Sabes qué? Hay personas con verdaderos problemas. Yo tengo verdaderos problemas. Tu mamá no está aquí, así que se valiente, mujer.
Salí sin decirle una palabra y me fui a mi habitación. Golpeé la puerta tras mí, desperté a la Coronel y pisé fuerte camino al baño. Me metí a la regadera para quitarme las algas del lago, pero el ridículo aspersor se negó a funcionar.
¿Cómo les podía caer mal a Santana, a Kitty y a las demás chicas si apenas empezaba el año? Cuando terminé de bañarme, me sequé y entré a la habitación a buscar ropa.
—Oye, ¿qué te llevó tanto tiempo? ¿Te perdiste en el camino?
—Me dijeron que era por ti —en mi voz se notaba un poco de molestia—. Me dijeron que no debía ser tu amiga.
—¿Qué? No, eso le sucede a todos. Me sucedió a mí. Te lanzan al lago, nadas a la orilla, caminas a casa.
—No podía nadar más nadar a la orilla —dije suavemente, poniéndome un short de mezclilla bajo la toalla y una camiseta—. Me envolvieron en cinta de embalse. Ni siquiera podía moverme, en realidad.
—Alto, alto —me detuvo y brincó de su litera, mirándome en la oscuridad—. ¿Te envolvieron con cinta? ¿Cómo?
Y le mostré: me paré como momia, con los pies juntos y las manos a los costados, y le mostré cómo habían envuelto. Luego me dejé caer en el sofá.
—¡Santo Dios! ¡Podías haberte ahogado! ¡Se supone que sólo te tiran al agua en ropa interior y corren! ¿En qué diablos estaban pensando? ¿Recuerdas sus caras?
—Sí, creo que sí.
—¿Por qué demonios harían eso? —se preguntó.
—¿Tú les hiciste algo?
—No, pero sin duda voy hacérselos ahora. Las vamos a agarrar.
—No es para tanto. Salí bien.
—Podías haber muerto —yo suponía que sí, pero estaba viva.
—Bueno, mañana podría ir con el Águila y decirle —sugerí.
—Definitivamente no —contestó. Caminó hacia su short arrugado tirado en el suelo y sacó un paquete de cigarros. Encendió dos y me dió uno.Me fumé toda la madre ésa—. No lo vas a hacer porque así no es cómo resolvemos las cosas aquí. Además, no quieras hacerte una reputación de soplóna. Pero ya verán esas bastardas, te lo prometo. Se van a arrepentir de meterse con una de mis
amigas.
Y si el Coronel pensaba que con llamarme amiga lograría que me quedara a su lado, pues estaba en lo correcto.
—Santana se portó mala onda conmigo —comenté. Me incliné, abrí un cajón vacío del escritorio y lo usé como cenicero por mientras.
—Como dije, tiene cambios de humor.
Me acosté con camiseta, short y calcetines. Sin importar cuán terrible caluroso estuviera, decidí dormir con ropa puesta todas la noches en el Creek sintiendo, quizá por primera vez en la vida, el temor y la emoción de vivir en un lugar en donde no sabes qué va a suceder o cuándo.


Última edición por Sophia27 el Miér Mar 19, 2014 4:28 pm, editado 1 vez
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Activo Re: [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)]

Mensaje por 3:) Mar Feb 25, 2014 10:01 pm

no jodas,....
kitty se voló la barda con lo que hizo,... a ver que va a hacer quinn y sus amigas,..!!!
que san es medio bipolar o que???
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Mensaje por Dolomiti Miér Feb 26, 2014 12:04 am

Hey! Que suerte de britt estar con Quinn y así poder conocer a Santana :D
Ya quiero saber que locuras llegarán a hacer :D
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Mensaje por tatymm Miér Feb 26, 2014 1:05 am

mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm nueva lectoraa me interesa el fic pero mmmm jajaja saludos!
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Mensaje por Melany Gleek Miér Feb 26, 2014 9:14 am

A pesar de leerlo y saber muchas cosas de la historia te leo igual hahaha Es que es linda esta historia aunque triste. Saludos :*
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Mensaje por Sophia27 Lun Mar 03, 2014 1:35 pm

3:) escribió:no jodas,....
kitty se voló la barda con lo que hizo,... a ver que va a hacer quinn y sus amigas,..!!!
que san es medio bipolar o que???

Ya ellas plenearan algo para vengarse, y si Santana es bipolar. Saludos

Dolomiti escribió:Hey! Que suerte de britt estar con Quinn y así poder conocer a Santana :D
Ya quiero saber que locuras llegarán a hacer :D

Ya pronto te enteraras  [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)] 2145353087 

tatymm escribió:mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm nueva lectoraa me interesa el fic pero mmmm jajaja saludos!

Gracias por leer, saludos.

Melany Gleek escribió:A pesar de leerlo y saber muchas cosas de la historia te leo igual hahaha Es que es linda esta historia aunque triste. Saludos :*

A mi me encanto, llore como nunca  [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)] 597186406 Saludos
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Mensaje por Sophia27 Lun Mar 03, 2014 1:37 pm

PARTE l : CAPITULO 4 (ANTES)


Ciento veintiséis días antes

—¡Bueno, pues si querían guerra, la consiguieron! —gritó la Coronel a la mañana siguiente. Me di la vuelta y miré el reloj: 7:52. Mi primera clase en Culver Creek, Francés, empezaba en dieciocho minutos. Parpadeé un par de veces y miré a la Coronel, que estaba de pie entre el sofá y la MESA PARA CAFÉ; sostenía sus tenis bastante desgastados, que alguna vez fueron blancos, por las agujetas. Durante mucho rato me miró y yo la miré a ella. Luego, casi en cámara lenta, una sonrisa se esparció por la cara de la Coronel.
—Tengo que admitirlo —dijo al fin—. Fue muy astuto de su parte.
—¿Qué?
—Anoche, antes de despertarte, supongo, se echaron pipí en mis zapatos.
—¿Estás segura? —pregunté, tratando de no reírme.
—¿Quieres olerlos? —me acercó los zapatos—. Porque sí, ya los olí y sí, estoy segura. Si hay una cosa que reconozco es cuando acabo de pisar el pipí de otra mujer, como mi mamá, que siempre dice: “Creerías que caminas sobre agua, pero resulta que tienes pipí en los zapatos.” Señálame a esas chicas si las ves hoy, porque debemos saber por qué están tan sacadas de onda conmigo como para orinarse en mis zapatos. Y luego necesitamos empezar a ver cómo vamos a arruinarles sus viditas miserables.  
Cuando recibí el Manual de Culver Creek durante el verano y noté con alegría la sección del “Código de vestimenta” incluía sólo dos palabras, modesta e informal, jamás se me ocurrió que las chicas llegarían a clase medio dormidas en piyama corta de algodón, camiseta y chanclas. Modesto, supongo, e informal.
Esto de que las chicas trajeran piyamas (aunque fueran modestas) tenía algo que podría haber hecho aguantable tomar Francés a las 8:10 de la mañana, si yo hubiera tenido alguna idea de lo que estaba hablando madame O’ Malley: ¿Commentdis—tu? ¡Dios mío! ¿No sé suficiente francés para pasar Francés II en Français? Mi clase de Francés I en Florida no me preparó para madame O’ Malley, quien se saltó de preguntas triviales del tipo “¿cómo te fue en tus vacaciones de verano?” y se zambulló de lleno en algo llamado passécomposé, que en apariencia es un tiempo verbal. Santana se sentaba enfrente de mí en el círculo de escritorios, pero no me miró ni una sola vez durante la clase, aun cuando apenas yo podía ver otra cosa que no fuera ella. Quizá era mala, pero la manera en que habló esa primera noche sobre salir del laberinto fue tan inteligente. Y la forma en que su boca se ondulaba hacia arriba del lado derecho todo el tiempo, como si se estuviera preparando para sonreír maliciosa, como si hubiera dominado la mitad derecha de la sonrisa inimitable de la Mona Lisa…  
Desde mi habitación, la población estudiantil parecía manejable; pero en el área de los salones, la cual constaba de un único edificio largo ubicado justo después del círculo de dormitorios, me rebasaba. El edificio estaba dividido en catorce salones que miraban hacia el lago. Las chicas atestaban las estrechas aceras frente a los salones y aun cuando encontrar los míos no fue difícil (incluso con mi pobre sentido de orientación podía llegar desde Francés en el salón 3 a Precálculo en el salón 12), me sentí insegura todo el día. No conocía a nadie, ni siquiera podía dilucidar a quien tendría que estar conociendo y las clases fueron duras, incluso el primer día. Papá me había dicho que ahora tendría que estudiar y al final le creí. Los profesores eran serios, listos y a muchos de ellos había que dirigirse como “doctor”, así que cuando llegó mi última clase antes de la comida, Religiones del Mundo, sentí un tremendo alivio. Se trataba de un vestigio de cuando Culver Creek era una escuela para chicos cristianos. Supuse que en la clase de Religiones del Mundo, obligatoria para todos los alumnos de decimoprimero y duodécimo grados, podría obtener una calificación fácil de 10.
Fue mi única clase de ese día en donde los escritorios no estaban acomodados en cuadrado o en un círculo, así que, para no parecer ansiosa, me senté en la tercera fila a las 11:03. Llegaba siete minutos temprano, en parte porque me gustaba ser puntual y en parte porque no tenía a nadie con quién platicar fuera del salón. Poco después, entraron la Coronel y Tina y se sentaron a mi izquierda y derecha.
—Oí lo que pasó anoche —dijo Tina—. Santana está furiosa.
—¡Qué raro!, porque anoche fue una ojete —dije sin querer.
Tina sólo meneó la cabeza:
—Sí, bueno, pero no sabía toda la historia. Y la gente pasa por distintos estados de ánimo. Tienes que acostumbrarte a vivir con gente. Podrías tener peores amigas que…
—Basta de psicorrollo, MC Dra. Phill —la Coronel la detuvo—. Hablemos de la contrainsurgencia.
La gente empezaba a llegar a clase, por lo que la Coronel se inclinó hacia mí y susurro:  
—Si cualquiera de ellas está en esta clase, avísame, ¿sí? Ten, aquí, ponme una X que indique en dónde están sentadas –arrancó una hoja de su cuaderno y trazó un cuadro para cada escritorio.
Conforme iba llegando la gente, vi a una de ellas, la baja de pelo corto, Kitty. Al pasar, Kitty trató de mirar fijamente a la Coronel pero olvidó ver por dónde caminaba y se golpeó el muslo contra el escritorio. La Coronel rió. Una de las otras chicas, la que estaba un poco gorda o hacía demasiado ejercicio, entro detrás de Kitty con pantalones de pliegue color caqui y una camisa negra tipo polo de manga corta. Al sentarse, crucé los cuadros pertinentes en el diagrama de la Coronel y se lo entregué. Justo entonces entró el Anciano, arrastrando los pies.
Respiraba con lentitud y gran dificultad por la boca que llevaba bien abierta. Dio pequeños pasos hacia el podio, sin que los tobillos se movieran mucho más allá de los dedos de los pies. La Coronel me dio un codazo y señaló su cuaderno, donde había escrito. “El Anciano sólo tiene un pulmón” y no lo dudé. Sus respiraciones audibles, casi desesperadas, me recordaron cuando mi abuelo se estaba muriendo de cáncer de pulmón. Con el pecho grande y redondo, viejísimo, me pareció que el Anciano podía morir antes de llegar al podio.
—Yo soy —se presentó— el doctor Hyde. Tengo un nombre de pila, por supuesto. En lo que a ustedes concierne es “doctor”. Sus padres pagan mucho dinero para que ustedes puedan asistir a esta escuela, y yo espero que les ofrezcan algo a cambio de su inversión al leer lo que les pido que lean, cuando les pido que lo hagan y al asistir constantemente a esta clase. Cuando estén aquí, escucharan lo que yo diga —era claro que no íbamos a alcanzar una calificación fácil.
—Este año estudiaremos tres tradiciones religiosas: el Islam, el Cristianismo y el Budismo. El año que entra nos enfocaremos en más tradiciones. En mis clases, yo hablaré la mayor parte del tiempo y ustedes escucharan la mayor parte del tiempo. Porque puede ser que sean listos, pero yo he sido listo más tiempo. Estoy seguro de que algunos de ustedes no les gustarán las clases tipo conferencia pero, como habrán notado, no soy tan joven como solía serlo. Me encantaría utilizar lo que me queda de aliento hablando con ustedes acerca de lo más importante de la historia islámica, pero nuestro tiempo juntos es corto. Yo debo hablar y ustedes, escuchar, porque estamos participando aquí en la búsqueda más importante de la historia: la búsqueda del significado. ¿Cuál es la naturaleza de ser una persona? ¿Cuál es la mejor manera de ser una persona? ¿Cómo llegamos a ser y qué será de nosotros cuando ya no seamos? En pocas palabras: ¿cuáles son las reglas de este juego y cuál es la mejor manera de jugarlo?
“La naturaleza del laberinto —garabateé en mi cuaderno de arillos— y la manera de salir de él.” Este profesor era fantástico. Yo detestaba las clases de debates. Detestaba hablar, detestaba oír cómo todos los demás se tropezaban con sus palabras e intentaban formular las cosas de la manera más vaga posible para no sonar tontos, y detestaba que todo fuera un juego en el que uno intentaba dilucidar lo que el profesor quería oír y luego decía. Estoy en clase, así que enséñame. Y me enseñó. En esos cincuenta minutos, el Anciano me hizo tomar en serio la religión. Yo nunca había sido religiosa pero él nos dijo que la religión es importante, ya sea que creyéramos o no en alguna; de la misma manera en que los acontecimientos históricos son importantes, los hayas vivido tú mismo o no. Luego no asignó cincuenta páginas de lectura para el día siguiente, de un libro llamado Estudios religiosos.
Esa tarde, tuve dos clases y dos horas libres. Asistíamos a nueve clases de cincuenta minutos diarios, lo que significaba que casi todos los alumnos cumplían con tres “horas de estudio” (excepto la Coronel, que tomaba una clase extra de matemáticas de estudio independiente debido a que era una genio extra especial). La Coronel y yo tuvimos biología juntas, en donde le señalé a la otra tipa que me había cubierto de cinta de embalaje la noche anterior. En una de las esquinas superiores de su cuaderno, la Coronel escribió: “Natalie Chase, Guerrera Semanera en jefa. Amiga de Sara. ¡Qué raro!” Me llevó más un minuto recordar quién era Sara: la novia de la Coronel.
Pasé mis tiempos libres en mi habitación, intentando leer sobre religión. Aprendí que mito no significa mentira; significa una historia tradicional que te dice algo acerca de las personas, su visión del mundo y lo que consideran sagrado. Interesante. También aprendí que después de los acontecimientos de la noche anterior, estaba demasiado cansada para que me importaran los mitos o cualquier otra cosa, así que me dormí encima de las cobijas la mayor parte de la tarde hasta que me despertó la voz de Santana que cantaba: “¡Despierta, Gorda, despierta!” directamente en el oído izquierdo. Apreté el libro de religión contra mi pecho como si fuera una protección de cubierta blanda contra la ansiedad.
—Eso fue terrible —protesté—. ¿Qué necesito hacer para asegurarme de que nunca me vuelva a ocurrir?
—¡No puedes hacer nada! –exclamó, emocionada—. Soy impredecible. Dios, ¿no detestas al doctor Hyde? ¿No? Es tan condescendiente.
Me incorporé y la contradije:
—Creo que es un genio –en parte porque era cierto y en parte porque tenía ganas de estar en desacuerdo con ella.
—¿Siempre duermes vestida? —se sentó sobre la cama.
—Ajá.
—¡Qué raro! Anoche no traías nada puesto.  
La miré con ojos de pistola.
—Anda, Gorda. Estoy bromeando. Tienes que ser dura aquí. No sabía lo mal que te había ido; lo siento, se van a arrepentir, pero tienes que ser dura.
Luego se fue. Eso fue todo lo que dijo sobre el tema. Pensé: “Es linda, pero no necesitas de una chica que te trate como si tuvieras diez años. Ya tienes una mama.”
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Mensaje por 3:) Lun Mar 03, 2014 2:19 pm

me gusto,...
quiero ver la venganza de las chicas,....
a ver si britt logra sacar a san del "laberinto"
san es bipolar,.. y para colmo se comporta como niña de 10 años,... pobre de britt,...!!!
3:)
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Mensaje por tatymm Lun Mar 03, 2014 10:03 pm

me gusto pero encerio gorda??? jajjja otro sobrenombre no? jajjja besos!
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Mensaje por Sophia27 Miér Mar 05, 2014 8:46 pm

3:) escribió:me gusto,...
quiero ver la venganza de las chicas,....
a ver si britt logra sacar a san del "laberinto"
san es bipolar,.. y para colmo se comporta como niña de 10 años,... pobre de britt,...!!!
Si, estoy de acuerdo con tu opinión sobre Santana   [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)] 2414267551 Mañana actualizare, saludos.

tatymm escribió:me gusto pero encerio gorda??? jajjja otro sobrenombre no? jajjja besos!
Lo mismo pensé, pero no sabia que otro sobrenombre ponerle y pues le deje el que tenia en el libro. jajajaja
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