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Mensaje por tatymm Jue Mar 06, 2014 1:20 am

no se si te gusta pero un sobrenombre algo asi como gringa tmb esta bueno! jajajajjajjajajaja muy lindo fic besos!
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Activo Re: [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)]

Mensaje por micky morales Vie Mar 07, 2014 2:17 am

muy bueno, a mi si me gusta el sobrenombre de gorda, pero eso parece mas un correccional que un internado, espero tu pronta actualizacion!
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Activo Re: [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)]

Mensaje por Tat-Tat Mar Mar 18, 2014 12:40 pm

Y la actu?? Ya van 10 días!!! Tb quiero saber como jugar y salir del laberinto...
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Activo Re: [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)]

Mensaje por Sophia27 Miér Mar 19, 2014 4:23 pm

Siento mucho no haber actualizado antes, pero se me habían borrado todos los capítulos que ya tenia adaptados de la computadora, y tengo que hacerlo nuevamente. Pero adapte estos 2 capítulos hoy para actualizar ya que les hice esperar mucho, mas tarde si puedo subiré otro :* 

ps. Hice un cambio en el sobrenombre de Brittany, gracias a 
Tatymm por la sugerencia. [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)] - Página 2 2145353087  [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)] - Página 2 2414267551 




 PARTE l : CAPITULO 5 (ANTES)


Ciento veintidós días antes 
 
Al terminar mi última clase de la primera semana en Culver Creek, entré a la habitación 43 y me topé con una visión inverosímil; la Coronel, diminuta y solo con su ropa interios, estaba encorvada sobre un burro de planchar, al ataque de un traje color rosa. De su frente y su pecho escurría sudor mientras planchaba con gran entusiasmo, empujando la plancha con el brazo derecho a todo lo largo del traje; lo hacía con tanto vigor que su respiración casi duplicaba la del doctor Hyde. 
—Tengo una cita —explicó—. Es una emergencia —hizo una pausa para recuperarse—. ¿Sabes —respiro— planchar? 
Me acerqué al traje rosa. Estaba arrugado como una viejita que hubiera pasado su juventud bajo el sol. Si tan sólo la Coronel no hiciera bolita cada una de sus pertenencias ni las metiera a la fuerza en cualquier cajón de la cómoda que se le ocurriera. 
—Creo que sólo enciendes la plancha y la oprimes contra el taje, ¿no? —deduje—. No sé. Ni siquiera sabía que tuviéramos una plancha. 
—No tenemos. Es de Tina. Pero Tina tampoco sabe planchar. Y cuando le pregunté a Santana, empezó a gritar ¡Oh, Dios!, necesito fumar. Necesito fumar, pero no puedo apestar a cigarro cuando vea a los padres de Sara. Bueno, qué más da. Vamos a fumar en el baño con la regadera abierta, la regadera tiene vapor. El vapor deshace las arrugas, ¿verdad? Por cierto —continuó mientras la seguía al baño—, si quieres fumar adentro durante el día, sólo abre la llave de la regadera. El humo sigue al vapor hacia las rejillas de ventilación.
Aun cuando esto no tenía sentido científico, parecía funcionar. La escasez de agua por el nivel de presión de la regadera y el aspersor bajo la volvían inútil para ducharse, pero funcionaba de maravilla como pantalla de humo. 
Fue triste, pero no funcionó como plancha. La Coronel intentó planchar el traje de nuevo («solo voy a empujar la plancha con ganas a ver si eso ayuda»), pero al final se lo puso arrugado. Combino el traje con unos tacones color crema muy bonitos.
Entonces, Sara tocó la puerta. La había visto una o dos veces, pero la coronel nunca me la presentó y tampoco pudo hacerlo esa noche. 
—¡Oh, Dios! ¿Ni siquiera pudiste planchar tu traje? —preguntó, aun cuando la Coronel estaba de pie frente al burro de planchar—. Vamos a salir con mis padres. 
Sara se veía muy, muy linda en su vestido azul de verano. Se había levantado el cabello largo, rubio pálido, en un chongo que le caía un mechón a cada lado de la cara. Parecía una estrella de cine, una fenomenal. 
—Mira, hice lo  mejor que pude. No todos tenemos sirvientas que nos planchen. 
—Quinn, ese peso en tu hombro hace verte aún más baja de estatura. 
—¡Rayos! ¿Qué no podemos salir por la puerta sin pelear?  
—Sólo digo. Se trata de la ópera. A mis padres les importa mucho. Como sea, vámonos —yo quería irme, pero me parecía tonto esconderme en el baño y Sara estaba parada en la puerta; tenía una mano en la cintura y la otra jugaba con las llaves de su coche, como diciendo “ya vámonos”. 
—¡Podría ponerme un cualquier cosa y tus padres me destetarían de cualquier manera! —gritó. 
—¡Ésa no es mi culpa! ¡Tú los contradices! —Sara le puso las llaves del coche enfrente—. Mira, o nos vamos ahora o no vamos. 
—¡Entonces, ni madres! Yo no voy a ninguna parte contigo —dijo la Coronel. 
—Muy bien. Que lo pases bien —Sara azotó la puerta tan fuerte que una biografía de buen tamaño de León Tolstoi (últimas palabras: «La verdad es que… me importara mucho… lo que ellos…») se cayó de mi estante de libros e hizo un ruido sordo en el piso de cuadros, como el eco de la puerta al azotarse. 
—¡Ahhhhh! —gritó. 
—Así que ésa es Sara —dije. 
—Sí. 
—Parece buena gente. 
La Coronel se rió, se arrodilló junto al minirrefri y sacó un galón de leche. Lo abrió, tomó un trago, respingó, medio tosió y se sentó en el sofá, con la leche entre las piernas. 
—¿Está agria o algo así? 
—Ah, debí mencionarlo antes. No es leche. Son cinco partes de leche y una parte de vodka. Yo lo llamo ambrosía: la bebida de los dioses. Apenas puedes oler el vodka en la leche, así que el Águila no me puede atrapar a menos que beba un sorbo. El inconveniente es que sabe a leche agria y a alcohol de curación; pero es viernes por la noche, Gringa, y mi novia es una perra. ¿Quieres un poco? 
—Creo que paso —aparte de unos cuantos tragos de Champaña en Año Nuevo bajo los ojos vigilantes de mis padres, nunca había bebido alcohol y la “ambrosía” no parecía ser la bebida adecuada para iniciarme. Afuera, oí sonar el teléfono de monedas. Aun cando 190 alumnos compartían cinco teléfonos de monedas, me maravillaba lo poco que sonaban. Se suponía que no debíamos tener teléfonos celulares, pero había observado que algunas Guerreras Semaneras los llevaban a escondidas. Y la mayoría de las no Guerreras llamaban a sus padres con regularidad, como yo, así que los padres sólo llamaban cuando a sus hijos se les olvidaba. —¿Vas a contestar? —me preguntó la Coronel. No tenía ganas de que ella me mandara, pero tampoco tenía ganas de pelear. 
Así que al anochecer, rodeada de insectos, caminé hasta el teléfono de monedas que estaba montado en la pared entre las habitaciones 44 y 45. En ambos lados del teléfono había docenas de números y notas casi esotéricas escritas con pluma y mercador (20-55-55-15-84;Tommy al aeropuerto, 4:20; 77-57-65-21; ¿JG-Kuffs?). Llamar al teléfono de monedas requería gran paciencia. Lo descolgué luego de que sonara como nueve veces.   
 —¿Puedes llamar a Quinn? —pregunto Sara. Sonaba como si estuviera llamando desde un teléfono celular. 
—Sí, espera un momento. 
Volteé y ya estaba detrás de mí, como si hubiera sabido que sería ella. Le di el auricular y regresé a la habitación.  
Un minuto después, tres palabras resonaron hasta la habitación a través del aire quieto, grueso, de un anochecer en Alabama. 
—¡Jódete tú también! —gritó la Coronel. 
De regreso en la habitación, se sentó con su «ambrosía» y me platicó: 
—Dice Sara que fui yo quien acusó a Paul y a Marya. Eso están diciendo las Guerreras: que yo fui la soplóna. Yo. Por eso los orines en los zapatos. Por eso casi te matan. Porque tú vives conmigo y dicen que yo los delaté. 
Intenté recordar quienes eran Paul y Marya. Los nombres me sonaban conocidos, pero había oído muchos nombres en la última semana y a “Paul” y  “Marya” no los ubicaba con rostros. Luego recordé por qué: nunca los había visto. Los expulsaron el año anterior, por cometer una “trifecta”. 
—¿Cuánto tiempo llevas saliendo con ella? —pregunté
—Nueve meses. Nunca nos llevamos bien. Digo, ni siquiera en un principio me gustó. Por ejemplo, mi mamá y mi papá: mi papá se enojaba y golpeaba a mi mamá a lo bestia. Luego mi papá se portaba todo lindo y tenían un periodo como luna de miel. Pero con Sara nunca hay luna de miel. ¡Rayos! ¿Cómo pudo pensar que yo era la soplóna? Ya sé, ya sé. ¿Por qué no terminamos? —pasó una mano por su cabello y lo agarró con el puño en la coronilla de su cabeza—. Creo que sigo con ella porque ella sigue conmigo. Y eso no es fácil de hacer. Soy una mala novia. Ella es una mala novia. Nos merecemos  la una a la otra. 
—Pero… 
—No puedo creer que pienses eso —dijo, mientras caminaba hasta el estante de libros y bajaba el almanaque. Bebió un sorbo largo de su “ambrosía”—. Malditas Guerreras Semaneras. Probablemente fue la que delató a Paul y Marya, y luego me culpó para cubrirse las espaldas. De todos modos, es una buena noche para quedarse en casa. Quedarse con la Gringa y la “ambrosía”. 
—Yo todavía… —quise decir que no entendía cómo podías besar a alguien que creías que fueras una soplóna, si ser soplóna era lo peor del mundo; pero la Coronel no me dejó seguir.
 —No quiero oír más del tema. ¿Sabes cuál es la capital de Sierra Leona?
 —No. 

—Yo tampoco, pero tengo la intención de averiguarlo —con eso, metió la nariz en el almanaque y la conversación terminó. 




PARTE l : CAPITULO 6 (ANTES)


 
Ciento diez días antes 
 
Seguir el paso a mis clases resultó más fácil de lo que esperaba. Mi inclinación general a pasar mucho tiempo leyendo me dio una clara ventaja sobre el estudiante promedio de Culver Creek. Para la tercera semana de clases, a muchos chicos se les había tostado la piel de un color café dorado tipo bufrito gracias al tiempo que pasaban platicando afuera, en el círculo sin sombras de los dormitorios, durante los periodos libres. Pero yo apenas estaba rosa: yo estudiaba. 
Y ponía atención en las clases. Pero esa mañana de miércoles, cuando el doctor Hyde comenzó a hablar sobre cómo los budistas creen que todas las cosas están interrelacionadas, me encontré divagando, mirando afuera por la ventana. Estaba viendo la colina arbolada, de leve inclinación, más allá del lago. Desde el salón de la clase de Hyde, las cosas sí parecían conectadas. Los árboles parecían vestir la colina pero, así como nunca se me hubiera ocurrido observar en particular un hilo de algodón de la fantástica camiseta de tirantes color naranja que Santana traía ceñida ese día, no podía ver los árboles por ver el bosque: todo estaba tan intrínsecamente entretejido que no tenía sentido para mí pensar en un árbol aislado de esa colina. Luego oí mi nombre y supe que estaba en problemas. 
—Señora Pierce —dijo el Anciano—. Aquí estoy, forzando mis pulmones para su edificación. Sin embargo, hay algo afuera que parece haber captado su atención de una manera que yo no he logrado. Dígame, por favor, ¿qué ha descubierto allá fuera?  
Entonces sentí cómo mi propia respiración se entrecortaba. La clase entera me miraba, agradecida de no ser yo. El doctor Hyde ya había hecho esto tres veces, sacar a los chicos de clase por no prestar atención o por mandarse notas unos a otros. 
—Eh, estaba mirando afuera, ah, a la colina, y pensando en, eh, los árboles y el bosque, como decía usted antes, sobre la manera en que...
El Anciano, que por supuesto no toleraba las divagaciones orales, me interrumpió:  
—Le voy a pedir que salga de la clase, señora Pierce, para que pueda ir afuera y descubra la relación entre los eh-árboles y el ah-bosque. Y mañana, cuando esté lista para tomar esta clase en serio, le daré la bienvenida de regreso. 
Me senté petrificada, con la pluma en la mano, el cuaderno abierto, la cara sonrojada y la mandíbula inferior proyectada hacia fuera, un viejo truco que usaba para evitar verme triste o temerosa. Dos filas detrás de mí, oí una silla que se movía y me di la vuelta para ver a Santana ponerse de pie, con su mochila colgando de un brazo. 
—Lo siento, pero eso es una tontería. No la puede sacar de clase. Usted habla en tono monótono una hora todos los días ¿y a nosotros no se nos permite ni mirar por la ventana? 
El Anciano miró intensamente a Santana, como un toro a un torero; luego levantó una mano hacia su rostro hundido y se frotó con lentitud la incipiente barba blanca en su mejilla: 
—Durante cincuenta minutos al día, cinco días a la semana, ustedes siguen mis reglas. O reprueban. La elección es suya. Las dos, váyanse.
 Metí el cuaderno en mi mochila y salí de allí, humillada. Al cerrarse la puerta tras de mí, sentí una palmadita en mi hombro izquierdo. Me volví, pero no había nadie. Luego vi al otro lado y Santana me estaba sonriendo, la piel entre los ojos y la sien arrugada y convertida en un estallido de estrellas. 
—Es el truco más viejo del mundo —dijo—, pero todos caen en él. 
Intenté sonreír, pero no podía dejar de pensar en el doctor Hyde. Fue peor que el incidente con cinta de embalaje, porque siempre supe que a las Kitty Wilde del mundo yo no les caía bien. Pero mis profesores siempre habían sido miembros con credencial del Club de Fans de Brittany Pierce. 
—Te dije que era un imbécil —me dijo ella. 
—Sigo pensando que es un genio. Tenía razón. Yo no estaba escuchando. 
—Cierto, pero no tenía que portarse como un imbécil por eso. ¡Como si necesitara probar su poder humillándote! De todas maneras, los únicos genios verdaderos son artistas: Yeats, Picasso, García Márquez: genios. El doctor Hyde es un anciano amargado. 
Luego anunció que iríamos a buscar tréboles de cuatro hojas hasta que terminara la clase y pudiéramos fumar con la Coronel y Tina, ambas “tremendas imbéciles” por no salirse de clase tras nosotras. 
Cuando Santana Lopez se sentaba con las piernas cruzadas sobre un frágil campo de tréboles, verde en ciertas épocas del año, y se inclinaba hacia adelante en busca de tréboles de cuatro hojas, el tamaño del escote dejaba ver con claridad una piel morena; entonces era evidente que la fisiología humana hacía imposible unirse a la búsqueda de tréboles de cuatro hojas. Yo ya me había metido en suficientes problemas por mirar hacia donde se suponía no debía hacerlo, pero de cualquier manera...
 Después de quizá dos minutos de peinar un sembradío de tréboles con sus uñas sucias, largas, Santana tomó un trébol completo de tres pétalos y un pétalo pequeño, como un tocón, y me miró dándome apenas suficiente tiempo de mirar hacia otro lado. 
—Aun cuando evidentemente no estás haciendo tu parte en la búsqueda de tréboles, «perver» —dijo irónica—, de verdad te daría este trébol; pero la suerte es para los tontos —tomó el pétalo tocón entre las uñas del pulgar y el índice y lo arrancó—. Ya estás —le dijo al trébol cuando lo soltó—, ya no eres una rareza genética.
 —Ah, gracias —reclamé. La campana sonó y Tina y la Coronel fueron las primeros en salir por la puerta. Santana las miró fijamente. 
—¿Qué? —preguntó la Coronel. Pero ella sólo miró arriba y empezó a caminar. Seguimos en silencio por el círculo de dormitorios y atravesamos el campo de fútbol. Nos agachamos para meternos en el bosque, siguiendo un leve sendero alrededor del lago hasta que llegamos a un camino de terracería. La Coronel corrió hacia Santana y empezaron a pelearse por algo en voz tan baja que no podía yo ni oír las palabras ni el disgusto mutuo; al final le pregunté a Tina hacia dónde nos dirigíamos. 
—Este camino termina en el granero —me informó—. Así que quizá allá vamos. O probablemente hacia el agujero donde fumamos. Ya verás. 
A partir de ahí, el bosque era una criatura del todo distinta a lo que se podía ver desde el salón de clases del doctor Hyde. El suelo era espeso debido a las ramas caídas, las agujas de pino en descomposición y los arbustos verdes llenos de ramas; el camino daba vueltas junto a pinos que crecían altos y delgados cuyas agujas, como principios de barbas, proporcionaban un encaje de sombra para otro día de sol quemante. Y los árboles más pequeños, los robles y los maples, que desde la clase del doctor Hyde habían resultado invisibles bajo los pinos más majestuosos, mostraban indicios de otro otoño aún —térmicamente— imprevisible: sus hojas aún verdes empezaban a caer.
 Llegamos a un desvencijado puente de madera contrachapada gruesa, colocada sobre una base de concreto encima del arroyo Culver, el riachuelo serpenteante que regresaba una y otra vez por las afueras de los terrenos de la escuela. Del lado lejano del puente había un sendero diminuto que llevaba a una empinada pendiente. No era tanto un sendero sino una serie de insinuaciones de que por ahí había pasado gente anteriormente: una rama quebrada aquí, un trozo de pasto pisoteado allá. Al recorrerlo en fila india, Santana, la Coronel y Tina, cada una empujaba hacia atrás una rama gruesa de maple para que pasara la siguiente hasta que yo, la último de la fila, la dejé regresar a su lugar tras de mí. Y allí, bajo el puente, un oasis. Una mesa de concreto, de noventa centímetros de ancho y tres metros de largo, con sillas de plástico azul robadas mucho tiempo atrás de algún salón de clase. Refrescado por el arroyo y la sombra del puente, no me sentí acalorada por primera vez en semanas. 
La Coronel distribuyó los cigarros. Tina los pasó; Santana y yo encendimos uno. 
—No tiene derecho a ser condescendiente con nosotras, es todo lo que digo —continuaba Santana su conversación con la Coronel—. La Gringa ya no vuelve a mirar por la ventana ni yo a soltar otra perorata sobre el tema, pero es un profesor terrible y no me convencerás de lo contrario. 
—Está bien —dijo la Coronel—. Nada más no vuelvas a hacer otra escena. ¡Por Dios!, casi matas al pobre anciano bastardo. 
—De verdad, nunca ganarás haciendo enojar a Hyde —dijo Tina—. Te comerá viva, te hará mierda y luego se orinará encima de ti. Lo que, por cierto, deberíamos hacerle a quienquiera que haya delatado a Marya. ¿Alguien ha oído algo?  
—Debe haber sido alguna Guerrera Semanera —dijo Santana—. Pero parece que piensan que fue la Coronel. Así que quién sabe. Quizá fue el día de suerte del Águila. Ella era tonta y la pescaron, la expulsaron y se acabó. Eso pasa cuando eres tonta y te pescan. 
Santana formó una O con sus labios, moviendo la boca como un pez dorado que come. Trataba, sin éxito, de soplar anillos de humo.  
—¡Vaya! —reclamó Tina—. Si alguna vez me expulsan, recuérdame saldar la cuenta yo misma porque ya veo que no puedo contar contigo. 
—No seas ridícula —respondió ella, no tanto enojada como con un aire conciliatorio—. No entiendo por qué estás tan obsesionada en averiguar todo lo que sucede aquí, como si tuviéramos que descifrar todos los misterios. Por Dios, ya terminó. Tina, tienes que dejar de robarte los problemas de otras personas y hacerte de algunos propios. 
Tina volvió a comenzar, pero Santana levantó la mano como para espantar la conversación. Me quedé callada. Yo no había conocido a Marya y, de cualquier modo, “escuchar en silencio” era mi estrategia social en general.
—De todas maneras —me comentó Santana—, me pareció que la manera en que te trató fue horrorosa. Yo quería llorar. Quería besarte y sanarte. 
—Qué lástima que no lo hiciste —dije con cara de palo y todas se rieron. 
—Eres adorable —afirmó, y sentí la intensidad de sus ojos sobre mí y desvié la mirada, nerviosa—. Qué pena que quiero a mi novia.
Miré las raíces nudosas de los árboles a la orilla del arroyo, tratando con ganas de no verme como si me acabaran de llamar adorable.
 Tina tampoco lo podía creer y se me acercó, revolviéndome el pelo con la mano, y comenzó a cantarle un rap a Santana: 
—Sí, la Gringa es adorable / pero tú la quieres deleznable / así que Samantha es soportable / por ser tan... ¡Maldición! ¡Maldición! Casi tenía cuatro rimas con adorable. Pero sólo se me ocurrió inaferrable, que ni siquiera es palabra. 
—Eso hizo que dejara de estar enojada contigo —Santana se rió—. ¡Oh, Dios!, el rap es sexy. Gringa, ¿sabías acaso que estabas en presencia de la maestra de ceremonias más mordaz de Alabama?  
—Eh, no. 
—Suelta un ritmo, Coronel Catástrofe —dijo Tina y yo me reí ante la idea de que una tipa de estatura tan baja y tan inepta como la Coronel tuviera un nombre de rapera. La Coronel ahuecó la mano en forma de taza y empezó a hacer algunos ruidos absurdos que supongo eran ritmos: 
—Puh-chi. Puh-puhpuh-chi —Tina se rió.  
—Aquí mismo, por el río, ¿quieres que lo diga? / Si tu humo fuera dulce, sin duda sería ortiga / Mis rimas son de alta escuela, como de la Roma Antigua / El ritmo de la Coronel es triste, de los grandes novelistas / A veces me acusan de ser artista / Puedo rimar rápido y puedo rimar lento, amigo arribista —hizo una pausa, respiró y terminó— / Como Emily Dickinson, no le temo a las rimas aveniadas / Y éste es el final del verso, el MC va en picada.
Yo no distingo las rimas aveniadas de las rimas regulares, pero me impresionó de manera muy grata. Le dimos a Tina un aplauso suave. Santana se terminó su cigarrillo y, con un golpecito rápido, lo echó al río. 
—¿Por qué fumas tan condenadamente rápido?  
Me miró y sonrió de oreja a oreja; una sonrisa tan ancha en su cara estrecha podría haberse visto tonta a no ser por el elegante marrón, sin reproches, de sus ojos. Sonrió con todo el deleite propio de un niño en la mañana de Navidad y dijo: 

—Todas ustedes fuman para gozarlo. Yo fumo para morir. 
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Activo Re: [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)]

Mensaje por 3:) Miér Mar 19, 2014 8:09 pm

hola,...

definitivamente estas niñas necesitan un psiquiátrico urgente,... de onda no jajajajaja
todas son bipolares,... pero me encanta,."" jajaja
quinn tendría que dejar a sara ya no es bueno para ninguna,...!!!
me encanta la relación de britt y san es rara pero me encanta,..!!!

nos vemos!!!
3:)
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Activo Re: [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)]

Mensaje por tatymm Miér Mar 19, 2014 11:37 pm

WWWooowww soon todas unas cajas de sorpresa! jajaja me sorprendió que usaras mi seudónimo para Britt me alegro que te gustara!!! Y ese viejo densisimo jajaja besotess!!
tatymm
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Activo Re: [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)]

Mensaje por Elita Lun Mar 24, 2014 12:58 pm

Actualiza pronto :)
Me gusta la historia... es diferente y me agrada.
Saludos :)
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Activo Re: [FanFic Brittana] Looking For Santana [PARTE l : CAPITULOS 5 y 6 (ANTES)]

Mensaje por cvlbrittana Sáb Ago 16, 2014 11:56 pm

Hola te escribo para saber si actualizarás tu fanfic, si tienes alguna dificultad (escuela, trabajo, tiempo etc...) te pediría por favor te comuniques con nosotros para saber si continuaras con la historia o si deseas cerrar el tema e informar a las personas que te siguen, si quieres puedes hacerlo por MP (adjuntanos el link de tu fanfic).
Esperamos tu respuesta
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Mensaje por cvlbrittana Sáb Dic 27, 2014 1:30 am

Fanfic cerrado por 6 meses o más de inactividad, si el autor desea reabrirlo solo tiene que hacer una solicitud vía MP con el link del fic, a un moderador, administradora y de inmediato el fan fic será reabierto
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