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[Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
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Tat-Tat
monicagleek
Elita
Yourethestar
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[Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Holaaaa :), soy nueva en el foro y se me ha ocurrido la idea de adaptar un libro que en lo personal me encanta y que es mi favorito a mi pareja favorita de Glee, Brittana<3. Les dejo la sinopsis para ver que os parece, el libro es "el cielo está en cualquier lugar" de Jandy Nelson... bueno espero no infrigir alguna norma al adaptar éste magnifico libro a mi punto de vista, espero vuestra opinión.
*SIPNOSIS*
Nota: he decidido mantener el nombre original de la hermana, sin nada más que añadir, os mando un saludo.
*SIPNOSIS*
Santana López, de diecisiete años, lectora empedernida y fanática de la música, es segundo clarinete de la banda de su instituto. Vive feliz y sin contratiempos a la sombra de Bailey, su impetuosa hermana mayor. Pero cuando Bailey muere repentinamente, Santana se convierte en protagonista de su propia vida... Y, aunque nunca se había encontrado con un amor, de pronto se encuentra intentando compatibilizar a dos. Noah era el novio de Bailey; Santana se identifica con el dolor que siente. Brittany es la chica nueva del pueblo, acaba de llegar de París y su sonrisa casi mágica solo puede compararse con su talento musical. Para Santana son el sol y la luna, uno la saca de su pesar mientras el otro le ofrece consuelo.
Aunque, al igual que los propios cuerpos celestes, si llegan a chocar estallará el mundo entero.
Aunque, al igual que los propios cuerpos celestes, si llegan a chocar estallará el mundo entero.
Nota: he decidido mantener el nombre original de la hermana, sin nada más que añadir, os mando un saludo.
Yourethestar* - Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/03/2014
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Está genial!
Actualiza pronto :)
Actualiza pronto :)
Elita- - Mensajes : 1247
Fecha de inscripción : 17/06/2012
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Pinta bien quiero leer mas ;-)
monicagleek- ---
- Mensajes : 523
Fecha de inscripción : 25/11/2013
Edad : 27
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Sigue pronto
llama la atención.
saludos.
(El sol es Britt??)
llama la atención.
saludos.
(El sol es Britt??)
Tat-Tat******* - Mensajes : 469
Fecha de inscripción : 06/07/2013
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Elita escribió:Está genial!
Actualiza pronto :)
Gracias por pasar :)
Yourethestar* - Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/03/2014
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
monicagleek escribió:Pinta bien quiero leer mas ;-)
Gracias, espero te guste<3
Yourethestar* - Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/03/2014
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Tat-Tat escribió:Sigue pronto
llama la atención.
saludos.
(El sol es Britt??)
Saludos :3, pues a lo largo de la historia se sabrá quien el el sol para San, espero te guste, gracias por pasar<3
Yourethestar* - Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/03/2014
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Acá está el primer capítulo de la historia, espero les guste<3
Abu cree, desde hace casi los mismos diecisiete años que tengo yo, que esta planta de interior en particular, que es bastante sosa, refleja mi bienestar emocional, espiritual y físico. Yo también he llegado a creerlo.
Al otro lado de la habitación donde estoy sentada, Abu, con su metro ochenta de altura y su vestido floreado, se cierne imponente sobre las hojas llenas de manchas negras.
— ¿Cómo que puede que esta vez no se recupere?
Se lo pregunta al tío Big: arborista, fumeta oficial y, por si fuera poco, científico loco. Él sabe un poco de todo, pero de plantas lo sabe todo.
A cualquier otra persona le puede parecer raro, incluso disparatado, que Abu me mire fijamente mientras formula esa pregunta, pero al tío Big no se lo parece, porque él también me mira fijamente.
—Esta vez sufre una enfermedad muy grave.
La voz de Big retumba como desde un escenario o un pulpito; sus palabras siempre llevan carga. Dicho por él, hasta un «pásame la sal» suena en plan
Diez Mandamientos.
Abu se lleva las manos a la cara, preocupada, y yo vuelvo a garabatear mi poema en el margen de Cumbres Borrascosas. Estoy acurrucada en un rincón del sofá. No me apetece hablar, antes prefiero llenarme la boca de sujetapapeles.
—Pero si esta planta siempre se ha recuperado, Big, como cuando Santana se rompió el brazo, por ejemplo.
—Aquella vez las hojas tenían manchas blancas.
—O el año pasado mismo, cuando se presentó a la audición para clarinetista solista pero tuvo que conformarse con segundo clarinete otra vez.
—Manchas marrones.
—O aquella vez...
—Esta vez es diferente.
Levanto la vista. Siguen mirándome detenidamente, un dúo de gigantes, toda tristeza y preocupación.
Abu es la experta en jardinería de Lima. Tiene el jardín de flores más increíble del todo el lugar. Sus rosas rebosan más color que un año entero de puestas de sol, y su fragancia es tan embriagadora que las gentes del pueblo aseguran que respirar su aroma puede hacer que uno se enamore en el acto. Pero, a pesar de todos sus cuidados y su reconocida mano para las plantas, esta planta parece seguir una existencia paralela a la mía, ajena a cualquier esfuerzo de Abu y a su propia condición vegetal.
Dejo el libro y el bolígrafo encima de la mesa. Abu se inclina hacia la planta, le susurra algo acerca de la importancia del joie de vivre, luego avanza pesadamente hacia el sofá y se sienta a mi lado. Después Big se une a nosotras, dejando caer su cuerpo corpulento al lado de Abu. Los tres, todos con el mismo pelo rebelde en lo alto de la cabeza, como un ajetreo de relucientes cuervos negros, nos quedamos tal cual, mirando al vacío, el resto de la tarde.
Estos somos nosotros desde que mi hermana Bailey se desplomó con una arritmia mortal, hace un mes, mientras ensayaba para una función local de Romeo y Julieta. Es como si alguien hubiera aspirado el horizonte mientras mirábamos hacia otro lado.
" />
(Encontrado en el envoltorio de un chupa-chups en la senda del rio de lluvia)
*En caso de no poder ver la imagen acá está el link ya que estas imagenes juegan un papel muy importante: http://25.media.tumblr.com/3a65b3faa38e241b2969130b9944235a/tumblr_n2upv4VrZ21twvl2wo1_1280.png
Capítulo 1
ABU ESTÁ PREOCUPADA por mí. No solo porque mi hermana Bailey muriera hace cuatro semanas, ni porque mi madre no se haya puesto en contacto conmigo en dieciséis años, ni siquiera porque de pronto no piense más que en el sexo. Está preocupada por mí porque a una de sus plantas le han salido manchas.Abu cree, desde hace casi los mismos diecisiete años que tengo yo, que esta planta de interior en particular, que es bastante sosa, refleja mi bienestar emocional, espiritual y físico. Yo también he llegado a creerlo.
Al otro lado de la habitación donde estoy sentada, Abu, con su metro ochenta de altura y su vestido floreado, se cierne imponente sobre las hojas llenas de manchas negras.
— ¿Cómo que puede que esta vez no se recupere?
Se lo pregunta al tío Big: arborista, fumeta oficial y, por si fuera poco, científico loco. Él sabe un poco de todo, pero de plantas lo sabe todo.
A cualquier otra persona le puede parecer raro, incluso disparatado, que Abu me mire fijamente mientras formula esa pregunta, pero al tío Big no se lo parece, porque él también me mira fijamente.
—Esta vez sufre una enfermedad muy grave.
La voz de Big retumba como desde un escenario o un pulpito; sus palabras siempre llevan carga. Dicho por él, hasta un «pásame la sal» suena en plan
Diez Mandamientos.
Abu se lleva las manos a la cara, preocupada, y yo vuelvo a garabatear mi poema en el margen de Cumbres Borrascosas. Estoy acurrucada en un rincón del sofá. No me apetece hablar, antes prefiero llenarme la boca de sujetapapeles.
—Pero si esta planta siempre se ha recuperado, Big, como cuando Santana se rompió el brazo, por ejemplo.
—Aquella vez las hojas tenían manchas blancas.
—O el año pasado mismo, cuando se presentó a la audición para clarinetista solista pero tuvo que conformarse con segundo clarinete otra vez.
—Manchas marrones.
—O aquella vez...
—Esta vez es diferente.
Levanto la vista. Siguen mirándome detenidamente, un dúo de gigantes, toda tristeza y preocupación.
Abu es la experta en jardinería de Lima. Tiene el jardín de flores más increíble del todo el lugar. Sus rosas rebosan más color que un año entero de puestas de sol, y su fragancia es tan embriagadora que las gentes del pueblo aseguran que respirar su aroma puede hacer que uno se enamore en el acto. Pero, a pesar de todos sus cuidados y su reconocida mano para las plantas, esta planta parece seguir una existencia paralela a la mía, ajena a cualquier esfuerzo de Abu y a su propia condición vegetal.
Dejo el libro y el bolígrafo encima de la mesa. Abu se inclina hacia la planta, le susurra algo acerca de la importancia del joie de vivre, luego avanza pesadamente hacia el sofá y se sienta a mi lado. Después Big se une a nosotras, dejando caer su cuerpo corpulento al lado de Abu. Los tres, todos con el mismo pelo rebelde en lo alto de la cabeza, como un ajetreo de relucientes cuervos negros, nos quedamos tal cual, mirando al vacío, el resto de la tarde.
Estos somos nosotros desde que mi hermana Bailey se desplomó con una arritmia mortal, hace un mes, mientras ensayaba para una función local de Romeo y Julieta. Es como si alguien hubiera aspirado el horizonte mientras mirábamos hacia otro lado.
" />
(Encontrado en el envoltorio de un chupa-chups en la senda del rio de lluvia)
*En caso de no poder ver la imagen acá está el link ya que estas imagenes juegan un papel muy importante: http://25.media.tumblr.com/3a65b3faa38e241b2969130b9944235a/tumblr_n2upv4VrZ21twvl2wo1_1280.png
Yourethestar* - Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/03/2014
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Entonces...la nota es importante?
No entendi...pero bueno.. espero actualices pronto.. me gusta esto :D
Saludos ;)
No entendi...pero bueno.. espero actualices pronto.. me gusta esto :D
Saludos ;)
Elita- - Mensajes : 1247
Fecha de inscripción : 17/06/2012
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Las últimas palabras, y sin tomarse la importancia para decirlas. (Suele suceder cuando uno cree que la vida NO es frágil)
La verdad para mi el sol no es importante. La luna es mucho mejor, ilumina más, te guía, y se adecua con los estados de ánimo. Sinceramente espero que Britt sea la Luna y no es sol xD
(Se notó que tengo una fijación con la luna? Incluso tengo un tatuaje que la simboliza)
Sigue prontito..
La verdad para mi el sol no es importante. La luna es mucho mejor, ilumina más, te guía, y se adecua con los estados de ánimo. Sinceramente espero que Britt sea la Luna y no es sol xD
(Se notó que tengo una fijación con la luna? Incluso tengo un tatuaje que la simboliza)
Sigue prontito..
Tat-Tat******* - Mensajes : 469
Fecha de inscripción : 06/07/2013
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Elita escribió:Entonces...la nota es importante?
No entendi...pero bueno.. espero actualices pronto.. me gusta esto :D
Saludos ;)
Así es, las notas que se van encontrando a lo largo de la historia, más adelante tendrán un papel muy importante, son notas que San va escribiendo sobre como se siente, sobre recuerdos que tiene cuando Bailey y esas cosas. Saludos, gracias por pasar :)
Tat-Tat escribió:Las últimas palabras, y sin tomarse la importancia para decirlas. (Suele suceder cuando uno cree que la vida NO es frágil)
La verdad para mi el sol no es importante. La luna es mucho mejor, ilumina más, te guía, y se adecua con los estados de ánimo. Sinceramente espero que Britt sea la Luna y no es sol xD
(Se notó que tengo una fijación con la luna? Incluso tengo un tatuaje que la simboliza)
Sigue prontito..
Ya, te entiendo yo tengo una enorme fijación también, pero en mi caso con las estrellas<3 y estoy de acuerdo contigo, la Luna es quien más te ayuda y bueno esperemos a ver como se dan las cosas. Saludos :)
Yourethestar* - Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/03/2014
The sky is everywhere - Capítulo 2
Bueno chicas, acá está el segundo capítulo, espero les agrade :)
EL PRIMER DÍA de regreso al colegio es tal y como me lo esperaba, el pasillo se abre como el mar Rojo cuando entro yo, se acallan las conversaciones, las miradas flotan llenas de simpatía nerviosa y la gente me mira como si llevara el cadáver de Bailey en brazos, como supongo que así es. Llevo su muerte encima, lo sé, y todo el mundo lo nota, resulta tan evidente como si llevara puesto un enorme abrigo negro en un bonito día de primavera.
Pero lo que no me esperaba es el inaudito revuelo causado por una chica nueva, una tal Brittany Pierce, que apareció durante mi mes de ausencia. A dondequiera que vaya es lo mismo, chicos y chicas:
—¿Le has visto ya?
—Parece una estrella del rock.
—Un pirata.
—Me han dicho que toca en un grupo que se llama Dive.
—Que es una genio de la música.
—Alguien me ha contado que vivía en París.
—Que tocaba en la calle.
— ¿Ya le has visto?
Yo sí que le he visto, porque cuando regreso a mi asiento en la banda de música, el que llevo ocupando todo el año, me lo encuentro allí sentada.
Aunque estoy sumida en el dolor, paseo la mirada por sus botas negras, los kilómetros de piernas enfundadas en unos vaqueros, y por fin un rostro tan lleno de vida que me pregunto si habré interrumpido una conversación entre ella y mi atril.
— ¿Qué tal? —saluda, y se levanta de un salto. Es altísima—. Tú debes de ser Santana —señala a mi nombre en la silla—. Me he enterado de lo de... lo siento.
Me fijo en su manera de agarrar el clarinete, sin cuidado, lo agarra con fuerza por el cuello, como si fuera una espada.
—Gracias —digo, y cada centímetro de su rostro se transforma en una sonrisa.
Buf. ¿Habrá aparecido en el colegio montado en una ráfaga de viento procedente de otro mundo? La tía parece feliz como una perdiz, nada más lejos de la pose huraña que tanto nos costó terminar de perfeccionar a la mayoría de nosotros. Tiene un montón de rizos rubios despeinados de cualquier manera y pestañas largas como patas de araña que cuando pestañea parece que te golpea directamente con sus ojos azules y brillantes.
Su rostro es más abierto que un libro abierto, más bien como un muro lleno de pintadas. Me doy cuenta de que me estoy escribiendo «guau» con el dedo en el muslo, decido que lo mejor es abrir la boca para dar por terminado este improvisado concurso de miradas.
—Todo el mundo me llama San —digo.
No es muy original, pero mejor que el « ¿Eh?» que estaba a punto de soltar, y vale para salir del paso. Ella se mira los pies un momento y yo respiro, preparando el segundo asalto.
—La verdad es que me tenía intrigada ¿es Santana por Carlos?* He oído hablar de él —comenta, de nuevo aguantando mi mirada.
Creo que voy a desmayarme. O a arder en llamas.
Asiento con la cabeza.
—Mamá era latina, supongo que lo amaba.
Después de todo, estamos en un lugar donde nada es común, menos lo serán los nombres. Tan solo en el undécimo grado tenemos a una chica llamada Electricity (Electricidad), a un tipo llamado Magic Bus (Autobús Mágico) e innumerables flores: Tulip, Begonia y Poppy (Tulipán, Begonia y Amapola) —todos nombres verdaderos dados por sus padres y que aparecen en las partidas de nacimiento. Tulip es un armario empotrado de dos toneladas que sería la estrella de nuestro equipo de fútbol americano si fuéramos de esa clase de colegios que tienen un equipo de fútbol. Pero no lo somos. Somos de esa clase de colegios que tienen meditación por las mañanas en el gimnasio como optativa.
—Sí —dice Brittany—. Mi madre también, y papá, como mis tías, tíos, hermanas, primos... Bienvenida a la Comuna Pierce.
Yo suelto una carcajada:
—Ya me imagino.
Pero buf otra vez: ¿Será normal que me ría con tanta facilidad? ¿Y qué me pueda sentir tan bien? Como bañarse en un río de agua fresca.
Me giro, preguntándome si alguien nos estará mirando y veo que Quinn acaba de entrar —más bien de irrumpir— en el aula de música.
—¡Saaaaaaan! —se lanza hacia nosotros con su fantástico modelo de cowboy gótico: vestido vintage negro y ajustado, botas vaqueras de punta afilada, el pelo rubio teñido de un negro tan oscuro que parece azul, todo rematado con un enorme sombrero Stetson. Observo la velocidad suicida de su aproximación, por un momento me pregunto si de hecho va a saltar a mis brazos, cosa que intenta, con lo que las dos salimos patinando hacia Brittany, que no sé cómo consigue mantener su equilibro, a la vez que el nuestro, evitando que volemos todos por la ventana.
Así es Quinn, en plan suave.
—Muy bonito —le susurro al oído y ella me da un abrazo de oso, aunque tiene cuerpo de pájaro—. Vaya manera de impresionar a la maravillosa chica nueva.
Ella suelta una carcajada y resulta alucinante y a la vez desconcertante el tener entre mis brazos a alguien que tiembla de risa y no de sufrimiento.
Quinn es la cínica más entusiasta del planeta. Sería una animadora perfecta si no le diera tanto asco el concepto del espíritu de instituto. Es una fanática de la literatura, como yo, pero lee cosas más oscuras, se leyó a Sartre en décimo curso -La náusea—, que es cuando empezó a vestir de negro (aunque vaya a la playa), a fumar tabaco (aunque parezca la chica más sana que existe), y a obsesionarse con su crisis existencial (aunque salga hasta las tantas de la mañana).
—San, bienvenida de nuevo, querida —dice otra voz. El señor Schuester también conocido en mi mente como Yoda tanto por su aspecto exterior como por su encanto musical interno, se ha colocado de pie delante del piano y me mira con esa expresión de infinita tristeza a la que ya me he acostumbrado en los adultos—. Lo sentimos todos muchísimo.
—Gracias —digo, por centésima vez aquel día.
Quinn y Brittany también me están mirando, Quinn preocupada y Brittany con una sonrisa del tamaño de los Estados Unidos continentales. Me pregunto si mira así a todo el mundo. ¿Será una tarada? Sea lo que sea, o tenga lo que tenga, la cosa es contagiosa. Sin darme cuenta siquiera, me pongo a la altura de sus
EEUU continentales y les añado Puerto Rico y Hawaii. Debo de parecer La viuda alegre. Por Dios. Y la cosa no queda ahí, porque de pronto me he puesto a pensar en cómo sería besarle, besarle de verdad. Vaya, hombre. Es un problema, nada típico de San por cierto, que empezó (¿Pero qué demonios me está pasando?) en el funeral: Me estaba sumiendo en la oscuridad cuando, de pronto, todos los chicos y chicas, (si, chicas ¿pueden creerlo?) empezaron a brillar. Amigos de Bailey del trabajo o de la universidad, casi todos desconocidos, que no paraban de acercarse a mí diciendo lo mucho que lo sentían, no sé si sería porque me encontraban parecida a Bailey, o porque se sentían mal por mí, pero después los pillaba a algunos mirándome con un gesto apremiante, de excitación, y me di cuenta de que yo les devolvía la mirada, chicos y chicas cosa que me confunde, como si fuera otra persona, pensando cosas que casi nunca se me habían ocurrido antes, cosas que me avergüenza haber pensado en una iglesia, por no hablar de que se trataba del funeral de mi hermana.
Esta chica sonriente que tengo delante, en cambio, parece brillar con luz propia. Debe de venir de una parte de la Vía Láctea donde la gente es de lo más amable, pienso mientras intento reprimir la sonrisa de idiota que llevo en la cara, aunque en lugar de eso por poco le suelto a Quinn:
«Se parece a Heathcliff, en versión femenina», porque me acabo de dar cuenta de que se le parece, bueno, quitando lo de la sonrisa de felicidad —pero de pronto siento como una patada que me deja sin respiración y caigo contra el frío suelo de cemento en que se ha convertido mi vida, porque recuerdo que no puedo volver corriendo a casa después del colegio y contarle a Bails que hay una chica nueva en la banda.
Mi hermana muere una y otra vez, así todo el día.
—¿San? —Quinn me toca el hombro—. ¿Te encuentras bien?
Asiento con la cabeza, esquivando el tren del dolor que viene descontrolado hacia mí, a toda velocidad.
Por detrás de nosotros alguien empieza a tocar Approaching Shark, también conocida como la canción de la banda sonora de Tiburón. Me doy la vuelta y me encuentro con Hanna Marin que se desliza hacia nosotras, la oigo mascullar: «Muy gracioso», dirigiéndose a Sam Evans, el saxofonista responsable del acompañamiento. No es más que otra de las víctimas atropelladas por Hanna a su paso por la banda, tipos engañados por ese cuerpo espectacular tras el que se esconde tanto horror lleno de arrogancia, y después embaucados del todo por sus grandes ojos azules y su pelo de princesa. Quinn y yo estamos convencidas de que Dios tenía el día irónico cuando la creó a ella.
—Veo que has conocido a la Maestra —me dice, tocando la espalda de Brittany con gesto desenfadado mientras se desliza en su silla, la silla del clarinete solista, donde yo debería estar sentada.
Abre su estuche, empieza a montar su instrumento.
—Brittany estudió en un conservatorio en Fronda. ¿Os lo ha contado?
Claro, que no pronuncia Francia como los humanos de a pie. Noto que Quinn se empieza a erizar a mi lado.
Tiene tolerancia cero con Hanna desde que ella consiguió el puesto de clarinete solista por delante de mí, pero Quinn no sabe lo que de verdad sucedió —no lo sabe nadie.
Hanna está apretando la abrazadera de su boquilla como si pretendiera asfixiar a su clarinete.
—Brittany ha sido una segundo fabulosa en tu ausencia —dice, alargando la palabra fabuloso como de aquí a la torre Eiffel.
No le ladro: «Me alegro de que todo te haya ido tan bien, Hanna». No digo ni una palabra, solo me gustaría poder enroscarme como una pelota y alejarme rodando. A Quinn, por otro lado, parece que le gustaría tener a mano un hacha de guerra.
La habitación se ha convertido en un clamor de notas y escalas aleatorias.
—Se acaba el tiempo para afinar, hoy quiero empezar a en punto —grita el señor Schue desde el piano—. Y hay que tomar nota, he hecho unos cambios en los arreglos.
—Será mejor que me ponga a aporrear algo —dice Quinn, que le lanza una mirada de asco a Hanna y se marcha enfurruñada a golpear sus timbales.
Hanna se encoge de hombros, sonríe a Brittany, no, no sonríe: centellea... Lo que hay que ver.
—Bueno, es que es verdad —dice—. Es que eras... quiero decir eres... fabulosa.
—Qué va —ella se agacha para guardar su clarinete—. Yo soy una soplagaitas, solo estaba manteniendo caliente el asiento. Ahora puedo volver a mi sitio.
Señala con el clarinete a la sección de viento.
—No seas modesta —dice Hanna, lanzando unos rizos de cuento de hadas por encima del respaldo de su silla—. Tu paleta tonal tiene tantos colores Miro a Brittany buscando algún signo de rebelión interior ante unas palabras tan idiotas, pero en vez de eso encuentro otra clase de signo. También sonríe a Hanna a escala geográfica. Siento la nuca acalorada.
—Ya sabes que te echaré de menos —dice ella, haciendo pucheros.
—Volveremos a vernos —responde Bittany, añadiendo un pestañeo a su repertorio—. Por ejemplo en la próxima clase, Historia.
Yo he desaparecido, cosa que en realidad me viene bien, porque de pronto no tengo ni idea de qué hacer con la cara y el cuerpo y el corazón destrozado. Vuelvo a mi asiento, observo que esta idiota sonriente, pestañeante de Froncia no se parece en nada a Heathcliff. Estaba equivocada.
Abro el estuche del clarinete, me llevo la lengüeta a la boca para humedecerla y en vez de eso la muerdo y se parte en dos.
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*Carlos Santana, es un músico famoso de México, lo he puesto para poder seguir un poco de acuerdo al libreto
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Capítulo 2
EL PRIMER DÍA de regreso al colegio es tal y como me lo esperaba, el pasillo se abre como el mar Rojo cuando entro yo, se acallan las conversaciones, las miradas flotan llenas de simpatía nerviosa y la gente me mira como si llevara el cadáver de Bailey en brazos, como supongo que así es. Llevo su muerte encima, lo sé, y todo el mundo lo nota, resulta tan evidente como si llevara puesto un enorme abrigo negro en un bonito día de primavera.
Pero lo que no me esperaba es el inaudito revuelo causado por una chica nueva, una tal Brittany Pierce, que apareció durante mi mes de ausencia. A dondequiera que vaya es lo mismo, chicos y chicas:
—¿Le has visto ya?
—Parece una estrella del rock.
—Un pirata.
—Me han dicho que toca en un grupo que se llama Dive.
—Que es una genio de la música.
—Alguien me ha contado que vivía en París.
—Que tocaba en la calle.
— ¿Ya le has visto?
Yo sí que le he visto, porque cuando regreso a mi asiento en la banda de música, el que llevo ocupando todo el año, me lo encuentro allí sentada.
Aunque estoy sumida en el dolor, paseo la mirada por sus botas negras, los kilómetros de piernas enfundadas en unos vaqueros, y por fin un rostro tan lleno de vida que me pregunto si habré interrumpido una conversación entre ella y mi atril.
— ¿Qué tal? —saluda, y se levanta de un salto. Es altísima—. Tú debes de ser Santana —señala a mi nombre en la silla—. Me he enterado de lo de... lo siento.
Me fijo en su manera de agarrar el clarinete, sin cuidado, lo agarra con fuerza por el cuello, como si fuera una espada.
—Gracias —digo, y cada centímetro de su rostro se transforma en una sonrisa.
Buf. ¿Habrá aparecido en el colegio montado en una ráfaga de viento procedente de otro mundo? La tía parece feliz como una perdiz, nada más lejos de la pose huraña que tanto nos costó terminar de perfeccionar a la mayoría de nosotros. Tiene un montón de rizos rubios despeinados de cualquier manera y pestañas largas como patas de araña que cuando pestañea parece que te golpea directamente con sus ojos azules y brillantes.
Su rostro es más abierto que un libro abierto, más bien como un muro lleno de pintadas. Me doy cuenta de que me estoy escribiendo «guau» con el dedo en el muslo, decido que lo mejor es abrir la boca para dar por terminado este improvisado concurso de miradas.
—Todo el mundo me llama San —digo.
No es muy original, pero mejor que el « ¿Eh?» que estaba a punto de soltar, y vale para salir del paso. Ella se mira los pies un momento y yo respiro, preparando el segundo asalto.
—La verdad es que me tenía intrigada ¿es Santana por Carlos?* He oído hablar de él —comenta, de nuevo aguantando mi mirada.
Creo que voy a desmayarme. O a arder en llamas.
Asiento con la cabeza.
—Mamá era latina, supongo que lo amaba.
Después de todo, estamos en un lugar donde nada es común, menos lo serán los nombres. Tan solo en el undécimo grado tenemos a una chica llamada Electricity (Electricidad), a un tipo llamado Magic Bus (Autobús Mágico) e innumerables flores: Tulip, Begonia y Poppy (Tulipán, Begonia y Amapola) —todos nombres verdaderos dados por sus padres y que aparecen en las partidas de nacimiento. Tulip es un armario empotrado de dos toneladas que sería la estrella de nuestro equipo de fútbol americano si fuéramos de esa clase de colegios que tienen un equipo de fútbol. Pero no lo somos. Somos de esa clase de colegios que tienen meditación por las mañanas en el gimnasio como optativa.
—Sí —dice Brittany—. Mi madre también, y papá, como mis tías, tíos, hermanas, primos... Bienvenida a la Comuna Pierce.
Yo suelto una carcajada:
—Ya me imagino.
Pero buf otra vez: ¿Será normal que me ría con tanta facilidad? ¿Y qué me pueda sentir tan bien? Como bañarse en un río de agua fresca.
Me giro, preguntándome si alguien nos estará mirando y veo que Quinn acaba de entrar —más bien de irrumpir— en el aula de música.
—¡Saaaaaaan! —se lanza hacia nosotros con su fantástico modelo de cowboy gótico: vestido vintage negro y ajustado, botas vaqueras de punta afilada, el pelo rubio teñido de un negro tan oscuro que parece azul, todo rematado con un enorme sombrero Stetson. Observo la velocidad suicida de su aproximación, por un momento me pregunto si de hecho va a saltar a mis brazos, cosa que intenta, con lo que las dos salimos patinando hacia Brittany, que no sé cómo consigue mantener su equilibro, a la vez que el nuestro, evitando que volemos todos por la ventana.
Así es Quinn, en plan suave.
—Muy bonito —le susurro al oído y ella me da un abrazo de oso, aunque tiene cuerpo de pájaro—. Vaya manera de impresionar a la maravillosa chica nueva.
Ella suelta una carcajada y resulta alucinante y a la vez desconcertante el tener entre mis brazos a alguien que tiembla de risa y no de sufrimiento.
Quinn es la cínica más entusiasta del planeta. Sería una animadora perfecta si no le diera tanto asco el concepto del espíritu de instituto. Es una fanática de la literatura, como yo, pero lee cosas más oscuras, se leyó a Sartre en décimo curso -La náusea—, que es cuando empezó a vestir de negro (aunque vaya a la playa), a fumar tabaco (aunque parezca la chica más sana que existe), y a obsesionarse con su crisis existencial (aunque salga hasta las tantas de la mañana).
—San, bienvenida de nuevo, querida —dice otra voz. El señor Schuester también conocido en mi mente como Yoda tanto por su aspecto exterior como por su encanto musical interno, se ha colocado de pie delante del piano y me mira con esa expresión de infinita tristeza a la que ya me he acostumbrado en los adultos—. Lo sentimos todos muchísimo.
—Gracias —digo, por centésima vez aquel día.
Quinn y Brittany también me están mirando, Quinn preocupada y Brittany con una sonrisa del tamaño de los Estados Unidos continentales. Me pregunto si mira así a todo el mundo. ¿Será una tarada? Sea lo que sea, o tenga lo que tenga, la cosa es contagiosa. Sin darme cuenta siquiera, me pongo a la altura de sus
EEUU continentales y les añado Puerto Rico y Hawaii. Debo de parecer La viuda alegre. Por Dios. Y la cosa no queda ahí, porque de pronto me he puesto a pensar en cómo sería besarle, besarle de verdad. Vaya, hombre. Es un problema, nada típico de San por cierto, que empezó (¿Pero qué demonios me está pasando?) en el funeral: Me estaba sumiendo en la oscuridad cuando, de pronto, todos los chicos y chicas, (si, chicas ¿pueden creerlo?) empezaron a brillar. Amigos de Bailey del trabajo o de la universidad, casi todos desconocidos, que no paraban de acercarse a mí diciendo lo mucho que lo sentían, no sé si sería porque me encontraban parecida a Bailey, o porque se sentían mal por mí, pero después los pillaba a algunos mirándome con un gesto apremiante, de excitación, y me di cuenta de que yo les devolvía la mirada, chicos y chicas cosa que me confunde, como si fuera otra persona, pensando cosas que casi nunca se me habían ocurrido antes, cosas que me avergüenza haber pensado en una iglesia, por no hablar de que se trataba del funeral de mi hermana.
Esta chica sonriente que tengo delante, en cambio, parece brillar con luz propia. Debe de venir de una parte de la Vía Láctea donde la gente es de lo más amable, pienso mientras intento reprimir la sonrisa de idiota que llevo en la cara, aunque en lugar de eso por poco le suelto a Quinn:
«Se parece a Heathcliff, en versión femenina», porque me acabo de dar cuenta de que se le parece, bueno, quitando lo de la sonrisa de felicidad —pero de pronto siento como una patada que me deja sin respiración y caigo contra el frío suelo de cemento en que se ha convertido mi vida, porque recuerdo que no puedo volver corriendo a casa después del colegio y contarle a Bails que hay una chica nueva en la banda.
Mi hermana muere una y otra vez, así todo el día.
—¿San? —Quinn me toca el hombro—. ¿Te encuentras bien?
Asiento con la cabeza, esquivando el tren del dolor que viene descontrolado hacia mí, a toda velocidad.
Por detrás de nosotros alguien empieza a tocar Approaching Shark, también conocida como la canción de la banda sonora de Tiburón. Me doy la vuelta y me encuentro con Hanna Marin que se desliza hacia nosotras, la oigo mascullar: «Muy gracioso», dirigiéndose a Sam Evans, el saxofonista responsable del acompañamiento. No es más que otra de las víctimas atropelladas por Hanna a su paso por la banda, tipos engañados por ese cuerpo espectacular tras el que se esconde tanto horror lleno de arrogancia, y después embaucados del todo por sus grandes ojos azules y su pelo de princesa. Quinn y yo estamos convencidas de que Dios tenía el día irónico cuando la creó a ella.
—Veo que has conocido a la Maestra —me dice, tocando la espalda de Brittany con gesto desenfadado mientras se desliza en su silla, la silla del clarinete solista, donde yo debería estar sentada.
Abre su estuche, empieza a montar su instrumento.
—Brittany estudió en un conservatorio en Fronda. ¿Os lo ha contado?
Claro, que no pronuncia Francia como los humanos de a pie. Noto que Quinn se empieza a erizar a mi lado.
Tiene tolerancia cero con Hanna desde que ella consiguió el puesto de clarinete solista por delante de mí, pero Quinn no sabe lo que de verdad sucedió —no lo sabe nadie.
Hanna está apretando la abrazadera de su boquilla como si pretendiera asfixiar a su clarinete.
—Brittany ha sido una segundo fabulosa en tu ausencia —dice, alargando la palabra fabuloso como de aquí a la torre Eiffel.
No le ladro: «Me alegro de que todo te haya ido tan bien, Hanna». No digo ni una palabra, solo me gustaría poder enroscarme como una pelota y alejarme rodando. A Quinn, por otro lado, parece que le gustaría tener a mano un hacha de guerra.
La habitación se ha convertido en un clamor de notas y escalas aleatorias.
—Se acaba el tiempo para afinar, hoy quiero empezar a en punto —grita el señor Schue desde el piano—. Y hay que tomar nota, he hecho unos cambios en los arreglos.
—Será mejor que me ponga a aporrear algo —dice Quinn, que le lanza una mirada de asco a Hanna y se marcha enfurruñada a golpear sus timbales.
Hanna se encoge de hombros, sonríe a Brittany, no, no sonríe: centellea... Lo que hay que ver.
—Bueno, es que es verdad —dice—. Es que eras... quiero decir eres... fabulosa.
—Qué va —ella se agacha para guardar su clarinete—. Yo soy una soplagaitas, solo estaba manteniendo caliente el asiento. Ahora puedo volver a mi sitio.
Señala con el clarinete a la sección de viento.
—No seas modesta —dice Hanna, lanzando unos rizos de cuento de hadas por encima del respaldo de su silla—. Tu paleta tonal tiene tantos colores Miro a Brittany buscando algún signo de rebelión interior ante unas palabras tan idiotas, pero en vez de eso encuentro otra clase de signo. También sonríe a Hanna a escala geográfica. Siento la nuca acalorada.
—Ya sabes que te echaré de menos —dice ella, haciendo pucheros.
—Volveremos a vernos —responde Bittany, añadiendo un pestañeo a su repertorio—. Por ejemplo en la próxima clase, Historia.
Yo he desaparecido, cosa que en realidad me viene bien, porque de pronto no tengo ni idea de qué hacer con la cara y el cuerpo y el corazón destrozado. Vuelvo a mi asiento, observo que esta idiota sonriente, pestañeante de Froncia no se parece en nada a Heathcliff. Estaba equivocada.
Abro el estuche del clarinete, me llevo la lengüeta a la boca para humedecerla y en vez de eso la muerdo y se parte en dos.
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*Carlos Santana, es un músico famoso de México, lo he puesto para poder seguir un poco de acuerdo al libreto
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Yourethestar* - Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/03/2014
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Wooow...se sabrá la razón de que San sea la segunda?
Y francia?? Uh lala
Sigue pronto.
aún espero que sea la Luna..
Que genial que te gusten las estrellas =)
Y francia?? Uh lala
Sigue pronto.
aún espero que sea la Luna..
Que genial que te gusten las estrellas =)
Tat-Tat******* - Mensajes : 469
Fecha de inscripción : 06/07/2013
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Solo paso a dejar un capítulo mas. Saludos :)
EL RESTO DEL DÍA pasa en una nebulosa y antes de que toque el timbre final me escabullo y me meto en el bosque. No quiero tomar la carretera a casa, no quiero arriesgarme a ver a nadie del colegio, y menos a Quinn, que me ha informado de que, mientras yo andaba escondida, ella ha estado leyendo sobre la pérdida y, según todos los expertos, ya es hora de que empiece a hablar de lo que estoy pasando... pero ni ella, ni los expertos, ni Abu, ya que estamos, pueden entenderlo. Necesitaría un alfabeto nuevo, uno hecho de caídas, de placas tectónicas que se desplazan, de oscuridad profunda y devoradora.
Mientras paseo entre las secuoyas rojas, y mis zapatillas absorben días enteros de lluvia, me pregunto por qué los parientes de los difuntos se molestan siquiera en ponerse de luto cuando el propio dolor te viste con unas ropas tan inconfundibles. La única que no pareció notarlo hoy en mí — aparte de Hanna, que no cuenta— fue la chica nueva. Ella ya solo podrá conocer a este nuevo yo, sin hermana.
Veo sobre la tierra un pedazo de papel lo suficientemente seco como para escribir algo, me siento en una roca, saco el boli que ahora siempre llevo en el bolsillo de atrás y garabateo en el papel una conversación que recuerdo haber tenido con Bailey, después lo doblo y lo entierro en la tierra húmeda.
Cuando salgo del bosque a la carretera que lleva a nuestra casa, me siento inundada de alivio. Quiero llegar a casa, donde Bailey está más viva, donde todavía puedo verla asomada a la ventana, el pelo indomable y negro flotando alrededor de la cara mientras dice, «Vamos, San, vamos al río, pronto».
—¿Qué tal? —escucho la voz de Noah y doy un respingo.
Fue el novio de Bailey durante los últimos dos años, mitad vaquero, mitad fanático del skate, enamorado como un loco de mi hermana y totalmente desaparecido últimamente, a pesar de que Abu no hace más que invitarle a casa.
—Ahora tenemos que apoyarle mucho —repite constantemente.
Está tumbado boca arriba en el jardín de Abu con las dos perras pelirrojas del vecino, Lucy y Ethel, tiradas durmiendo a su lado. Es normal ver esta clase de cosas en primavera. Cuando florecen las trompetas de ángel y las lilas, el jardín de Abu se abarrota de esporas. Unos instantes entre las flores y hasta las personas más activas se encuentran de pronto boca arriba contando nubes.
—Estaba... bueno, arrancando las malas hierbas para Abu —dice, medio cortado porque le he pillado en una postura tan relajada.
—Tranquilo, nos pasa a todos.
Cuando Bailey le vio por primera vez, las dos habíamos salido a leer por la carretera (todos nosotros leemos por la carretera; la poca gente que vive en nuestra calle sabe que nuestra familia lo hace y vuelven a casa en sus coches a paso de tortuga por si acaso uno de nosotros va paseando y anda especialmente absorto). Yo iba leyendo Cumbres borrascosas, como siempre, y ella iba leyendo Como agua para chocolate, su favorita, cuando un magnífico caballo alazán pasó trotando hacia lo alto del camino. «Bonito caballo», pensé, y volví a Cathy y Heathcliff, y solo levanté la vista unos segundos después cuando escuché el golpe del libro de Bailey que caía contra el suelo.
Ya no estaba a mi lado, sino que se había detenido unos pasos más atrás.
—¿Te pasa algo? —pregunté, mirando a mi hermana, que de pronto parecía lobotomizada.
—¿Has visto a ese chico, San?
—¿Qué chico?
—Dios, a ti sí que te pasa algo, ese chico increíble que iba montado en el caballo, es como si lo hubieran sacado de mi novela o algo por el estilo. No me puedo creer que no lo vieras, San —su exasperación ante mi falta de interés por los chicos era tan perpetua como mi exasperación ante su preocupación por ellos—. Se giró al pasar a nuestro lado y me sonrió... era tan guapo... Como el Revolucionario del libro —se agachó a recogerlo, sacudiendo el polvo de la portada—. Ya sabes, el que monta a Gertrudis en su caballo y la secuestra en un arranque de pasión...
—Lo que tú digas, Bai —volví a darme la vuelta, seguí leyendo y llegué hasta el porche, donde me senté en una silla y pronto me perdí en la pasión desbocada de mis dos personajes en los páramos ingleses.
Me gustaba el amor a salvo entre las tapas de mi novela, no en el corazón de mi hermana, donde provocaba que ella me ignorara durante meses y meses. Sin embargo, de vez en cuando levantaba la vista para verla al principio del camino, posando en una roca al otro lado de la carretera, y estaba tan claro que solo fingía leer su libro que me parecía increíble que fuera actriz. Se pasó allí horas, esperando a que regresara su Revolucionario, cosa que al final él hizo, pero en la otra dirección, después de cambiar su caballo por un monopatín en alguna parte. Resulta que no estaba sacado de la novela, después de todo, sino del Instituto de Clover como todos los demás, solo que él salía con los chicos de los ranchos y con los skaters y, como ella era exclusivamente una diva del teatro, sus caminos nunca se habían cruzado hasta aquel día. Para entonces ya no importaba en qué fuera montado o de dónde hubiera salido, porque aquella imagen de Noah galopando se había grabado a fuego en la mente de Bailey y la había despojado de toda capacidad de pensamiento racional.
La verdad es que yo nunca he sido miembro del club de fans de Noah Puckerman, ni su lado vaquero, ni el hecho de que fuera capaz de hacer un ollie* de 180 que pasa a fakie feeble grind* con el monopatín pudo compensar el que Bailey se hubiera convertido desde ese instante en una zombi romántica.
Eso, y que siempre le he parecido tan digna de su atención como una patata asada.
—¿Estás bien, San? —me pregunta ahora, desde donde está tumbado, trayéndome de vuelta al presente.
Por algún motivo, le digo la verdad. Sacudo la cabeza, a un lado y a otro, a un lado y a otro, pasando de la incredulidad a la desesperación y vuelta a empezar. Él se incorpora:
—Lo sé —dice, y en su gesto de náufrago veo que es cierto.
Quiero agradecerle el que no me haga hablar y de todas formas me comprenda, pero en lugar de hacerlo me quedo callada mientras el sol vierte su calor y su luz, como de una jarra, sobre nuestras cabezas apabulladas.
Da unas palmadas con la mano sobre la hierba para que me una a él. Me apetece, más o menos, pero dudo. En realidad nunca hemos pasado mucho rato juntos sin Bailey.
Señalo hacia la casa:
—Tengo que ir arriba.
Es cierto. Quiero volver al Santuario, de nombre completo El Santuario de
la Calabaza interior, recién bautizado por mí cuando Bailey, hace unos meses, me convenció de que las paredes de nuestra habitación tenían que ser naranjas, de un naranja apabullante y chillón que desde entonces nos permitió optar por llevar gafas de sol en nuestra propia habitación. Esta mañana, antes de salir al colegio, cerré la habitación, muy decidida, intentando levantar una barricada contra Abu y sus cajas de cartón. Quiero que El Santuario se quede como está, es decir, exactamente como estaba.
Abu piensa que esto significa que: «Estoy como una regadera y ando suelta por el parque», o sea demente en su idioma.
—Mi pequeña —sale al porche con un vestido lleno de margaritas. Lleva un pincel en la mano, la primera vez que la veo con uno, desde que murió Bailey
—. ¿Qué tal tu primer día de vuelta?
Me acerco a ella, inhalo su aroma, tan familiar: pachulí, pintura, tierra del jardín.
—Bien —digo.
Ella examina mi rostro con atención, como lo hace cuando se prepara para dibujarlo. Se crea un silencio entre nosotras, como siempre últimamente.
Noto su frustración, cómo le gustaría poder sacudirme como si sacudiera un libro, esperando que se derramaran todas las palabras.
—Hay una chica nueva en la banda —comento.
—¿Ah, sí? ¿Qué toca?
—Todo, por lo visto.
A la hora de comer, antes de escapar hacia el bosque, la vi cruzar el patio acompañado por Hanna, con una guitarra en la mano.
—San, he estado pensando... puede que sea bueno para ti ahora, un buen consuelo... —Oh, no. Ya sé a dónde quiere llegar—. Bueno, cuando estudiabas con Marguerite, no podía arrancarte ese instrumento de las manos...
—Las cosas cambian —digo, interrumpiéndola.
No puedo mantener esta conversación. Otra vez no. Intento esquivarla para entrar en la casa. Lo único que quiero es meterme en el armario de
Bailey, apretarme contra sus vestidos, rodeada del persistente aroma de las hogueras junto al río, de la crema solar de coco, del perfume de rosas... de ella.
—Escucha —dice en voz baja, alargando la mano para colocarme bien el cuello de la camisa—. He invitado a Noah a cenar. Anda bastante perdido. Sal a hacerle compañía, ayúdale a arrancar las malas hierbas o algo así.
Se me ocurre que seguramente le ha dicho a él algo parecido de mí, para lograr que venga por fin. Puaj.
Después de eso, sin más, me pinta la nariz con el pincel.
—¡Abu! —grito, pero a su espalda, porque ya se está metiendo en la casa.
Intento limpiarme la pintura con la mano. Bails y yo nos hemos pasado gran parte de nuestras vidas así, emboscadas por el pincel manchado de verde esgrimido por Abu. Solo de verde, que conste. Las paredes de la casa están forradas de cuadros de Abu, desde el suelo hasta el techo, amontonados detrás de los sofás y las sillas, debajo de las mesas, en los armarios, y todos y cada uno de ellos son testigo de su eterna devoción por el color verde. Tiene todos los tonos, desde el verde lima hasta el verde bosque, y los emplea para pintar sobre todo una cosa: mujeres como .mees que parecen mitad sirenas, mitad marcianos.
—Son mis chicas —nos decía a Bails y a mí—. Siempre iré a medio camino de alguna parte.
Siguiendo sus instrucciones, dejo el estuche del clarinete y la bolsa, luego me planto en la cálida hierba junto al Noah tumbado y las perras dormidas para ayudarle a arrancar las malas hierbas».
—Una marca tribal —digo, señalándome la nariz.
El asiente, en pleno coma floral, sin mostrar gran interés. Soy una patata asada con la nariz verde. Estupendo.
Me pongo boca arriba, colocando las rodillas contra el pecho y apoyando la cabeza en el hueco. Paseo la mirada entre las glicinias que caen en cascada por la espaldera y varios brotes de narcisos, que comentan en la brisa el hecho indiscutible de que hoy la primavera se ha quitado el chubasquero para salir por ahí a contonearse: me pone enferma, es como si el mundo ya hubiera olvidado lo que nos ha sucedido.
—No pienso guardar sus cosas en cajas de cartón —digo sin pensar—.
Jamás.
Noah rueda hacia un costado, se tapa la cara con la mano intentando protegerse del sol para poder verme y me sorprende oírle decir:
—Pues claro que no.
Asiento con la cabeza y él asiente también, después me tiro sobre la hierba, cruzo los brazos por encima de la cabeza para que no pueda ver que en secreto, por debajo, estoy sonriendo un poquito.
Cuando quiero darme cuenta, el sol se ha escondido detrás de una montaña y esa montaña es el tío Big que se cierne sobre nosotros. Será que Noah y yo nos hemos quedado dormidos.
—Me siento como Glinda, la Bruja Buena —dice Big—, mirando a Dorothy, al Espantapájaros y a dos Totós en el campo de amapolas, a las afueras de Oz —unos cuantos brotes primaverales narcóticos no pueden competir con la voz de corneta de Big—. Supongo que si esta pareja no se despierta tendré que hacer que les nieve encima.
Sonrío adormilada al enorme bigote daliniano que lleva sobre el labio, como queriendo proclamar al mundo que es un excéntrico. Lleva una nevera roja como quien lleva un maletín.
—¿Cómo va el trabajo de distribución? —pregunto, dando unos golpecitos a la nevera, con el pie.
Tenemos un aprieto jamonero. Después del funeral, parecía de obligado cumplimiento en Clover el pasar por nuestra casa trayendo un jamón. Había jamones por todas partes; llenaban la nevera, el congelador, las encimeras, los fogones, estaban en el fregadero, en el horno apagado. El tío Big se encargaba de abrir la puerta a la gente que venía a presentar sus respetos.
Abu y yo escuchábamos su voz, que resonaba una y otra vez: «Hombre, jamón, qué detalle, gracias, entra». A medida que pasaban los días, la reacción de Big a los jamones se fue volviendo más exagerada para que lo oyéramos. Cada vez que exclamaba: «¡Un jamón!» Abu y yo nos mirábamos y teníamos que reprimir un ataque de risa de lo más inoportuno. Ahora, la misión del tío Big es asegurarse de que todo el mundo en un radio de treinta kilómetros come un bocadillo de jamón al día.
Deja la nevera en el suelo y extiende una mano para ayudarme a levantar.
—Puede que en pocos días tengamos una casa libre de jamón.
Una vez que estoy en pie, Big me da un beso en la cabeza, después se agacha para ayudar a Noah. Una vez en pie, Big lo rodea con sus brazos y veo cómo Noah, que también es grande, desaparece en su abrazo montañoso:
—¿Cómo lo llevas, vaquero?
—No muy bien —reconoce él.
Big le libera, pero deja una mano apoyada en su hombro y coloca la otra en el mío. Mira primero a Noah y después a mí:
—Solo nos queda huir hacia delante... a todos nosotros —lo dice con su tono de Moisés, así que los dos asentimos como si nos hubieran conferido una sabiduría infinita—. Y vamos a por algo de aguarrás para ti —me guiña un ojo.
Big guiña el ojo como nadie... ahí quedan sus cinco matrimonios como prueba de ello. Después de que su amada quinta esposa le abandonara, Abu insistió en que se viniera a vivir con nosotros, diciendo: «Vuestro pobre tío se va a matar de hambre si sigue mucho tiempo sumido en el desamor. Un corazón triste envenena cualquier comida».
Esto ha resultado ser cierto, pero para Abu. Ahora todo lo que cocina sabe a ceniza. Noah y yo entramos en la casa detrás de Big, que se para delante de un cuadro de su hermana, mi madre desaparecida: Paige Walker. Antes de que ella se marchara, hace dieciséis años, Abu le estaba pintando un retrato, que nunca llegó a terminar pero que colgó de todas formas. Está encima de la chimenea del salón, media madre, con su largo pelo verde, arremolinado como agua alrededor de un rostro incompleto.
Abu siempre nos había dicho que nuestra madre regresaría. «Volverá», decía, como si mamá hubiera salido a la tienda a por huevos, o a nadar al río.
Abu lo repetía tan a menudo y con tanta certeza que durante mucho tiempo, cuando no sabíamos nada, no lo dudamos, solo nos pasábamos los días esperando a que sonara el teléfono, a que tocara el timbre de la puerta, a que llegara el correo.
Le doy una palmadita a Big, que levanta la vista hacia La Media Madre como perdido en una muda conversación afligida. Lanza un suspiro, nos rodea a mí con un brazo y a Noah con el otro, y juntos entramos en la cocina con paso lento y pesado como un saco de diez toneladas, seis piernas y tres cabezas de tristeza.
La cena, cómo no, es un guiso de jamón y ceniza que apenas tocamos.
Después, Noah y yo nos instalamos en el suelo del cuarto de estar, escuchando la música de Bailey, estudiando innumerables álbumes de fotos, básicamente haciéndonos añicos los corazones.
No paro de mirarle de reojo, desde el otro lado de la habitación. Casi me parece ver a Bails que flota a su alrededor, aparece por la espalda y deja caer los brazos rodeando su cuello, como hacía siempre. Ella le decía cosas de lo más vergonzosas al oído y él le respondía burlándose también, comportándose los dos como si yo no estuviera.
—Siento a Bailey —digo por fin, abrumada por la sensación de su presencia—. En esta habitación, con nosotros.
El levanta la vista del álbum que tiene en las rodillas, sorprendido:
—Yo también. Llevo todo este rato pensándolo.
—Es muy agradable —digo, derramando alivio con mis palabras.
Él sonríe y guiña los ojos como si le estuviera dando el sol en la cara.
—Sí que lo es, San.
Recuerdo que Bailey me contó una vez que Toby no hablaba mucho con ningún humano, pero que en el rancho era capaz de calmar a los caballos asustados con unas pocas palabras. Como San Francisco, dije yo, y así lo creo: el lento y grave arrullo de su voz resulta reconfortante, como las olas que rompen de noche en la orilla.
Vuelvo a las fotos de Bailey haciendo de Wendy en la versión de Peter Pan de la Escuela Primaria de Clover. Ninguno de los dos vuelve a mencionarlo, pero el consuelo de sentir tan cerca a Bailey me acompaña durante el resto de la tarde.
Más tarde, Noah y yo estamos de pie en el jardín, despidiéndonos. Nos envuelve la fragancia embriagadora y mareante de las rosas.
—Ha sido estupendo pasar un rato contigo, San, ahora me siento mejor.
—Yo también —digo, mientras arranco un pétalo de color lavanda—.
Mucho mejor, la verdad.
Se lo digo en voz baja al rosal, ni siquiera estoy segura de que quiera que me oiga, pero cuando vuelvo a levantar la vista hacia su rostro, lo veo amable, sus facciones leoninas mucho menos de león, más de cachorro.
—Sí —dice, mirándome, sus ojos oscuros brillantes y tristes a la vez.
Levanta el brazo y por un segundo creo que me va a tocar la cara con la mano, pero solo pasa los dedos por la mata de rayos de sol de su pelo.
Recorremos a cámara lenta los pocos pasos que nos separan de la carretera. Una vez allí, Lucy y Ethel surgen de la nada y empiezan a subirse encima de Noah, que se ha puesto de rodillas para despedirse de ellas. Lleva el monopatín en una mano y acaricia y da palmadas a las perras con la otra, mientras susurra palabras ininteligibles con la cara enterrada en su pelaje.
—Va en serio lo de San Francisco, ¿no?
Siento debilidad por los santos (sus milagros, no sus martirios).
—Eso dicen —una sonrisa amable cruza sus mejillas anchas, y se posa en sus ojos—. Sobre todo lo decía tu hermana.
Por un instante, me entran ganas de decirle que era yo quien pensaba eso, no Bailey.
Él termina de despedirse, vuelve a levantarse y deja caer el monopatín al suelo, sujetándolo con el pie. No se va. Pasan unos cuantos años.
—Debería irme —dice, sin irse.
—-Sí —digo yo.
Pasan unos cuantos más. Antes de subirse por fin en la tabla, me da un abrazo de despedida y nos quedamos abrazados con tanta fuerza bajo el triste cielo sin estrellas que por un momento siento como si nuestro sufrimiento fuera uno solo y no dos.
Pero luego, de pronto, noto algo duro contra la cadera, es él, es eso. ¡Joder! Me aparto rápidamente, digo adiós y entro corriendo en casa.
No sé si sabe que lo noté.
No sé nada.
*fakie feeble grind, ollie: son trucos que se realizan en la practica del skate.
Capítulo 3
EL RESTO DEL DÍA pasa en una nebulosa y antes de que toque el timbre final me escabullo y me meto en el bosque. No quiero tomar la carretera a casa, no quiero arriesgarme a ver a nadie del colegio, y menos a Quinn, que me ha informado de que, mientras yo andaba escondida, ella ha estado leyendo sobre la pérdida y, según todos los expertos, ya es hora de que empiece a hablar de lo que estoy pasando... pero ni ella, ni los expertos, ni Abu, ya que estamos, pueden entenderlo. Necesitaría un alfabeto nuevo, uno hecho de caídas, de placas tectónicas que se desplazan, de oscuridad profunda y devoradora.
Mientras paseo entre las secuoyas rojas, y mis zapatillas absorben días enteros de lluvia, me pregunto por qué los parientes de los difuntos se molestan siquiera en ponerse de luto cuando el propio dolor te viste con unas ropas tan inconfundibles. La única que no pareció notarlo hoy en mí — aparte de Hanna, que no cuenta— fue la chica nueva. Ella ya solo podrá conocer a este nuevo yo, sin hermana.
Veo sobre la tierra un pedazo de papel lo suficientemente seco como para escribir algo, me siento en una roca, saco el boli que ahora siempre llevo en el bolsillo de atrás y garabateo en el papel una conversación que recuerdo haber tenido con Bailey, después lo doblo y lo entierro en la tierra húmeda.
Cuando salgo del bosque a la carretera que lleva a nuestra casa, me siento inundada de alivio. Quiero llegar a casa, donde Bailey está más viva, donde todavía puedo verla asomada a la ventana, el pelo indomable y negro flotando alrededor de la cara mientras dice, «Vamos, San, vamos al río, pronto».
—¿Qué tal? —escucho la voz de Noah y doy un respingo.
Fue el novio de Bailey durante los últimos dos años, mitad vaquero, mitad fanático del skate, enamorado como un loco de mi hermana y totalmente desaparecido últimamente, a pesar de que Abu no hace más que invitarle a casa.
—Ahora tenemos que apoyarle mucho —repite constantemente.
Está tumbado boca arriba en el jardín de Abu con las dos perras pelirrojas del vecino, Lucy y Ethel, tiradas durmiendo a su lado. Es normal ver esta clase de cosas en primavera. Cuando florecen las trompetas de ángel y las lilas, el jardín de Abu se abarrota de esporas. Unos instantes entre las flores y hasta las personas más activas se encuentran de pronto boca arriba contando nubes.
—Estaba... bueno, arrancando las malas hierbas para Abu —dice, medio cortado porque le he pillado en una postura tan relajada.
—Tranquilo, nos pasa a todos.
Cuando Bailey le vio por primera vez, las dos habíamos salido a leer por la carretera (todos nosotros leemos por la carretera; la poca gente que vive en nuestra calle sabe que nuestra familia lo hace y vuelven a casa en sus coches a paso de tortuga por si acaso uno de nosotros va paseando y anda especialmente absorto). Yo iba leyendo Cumbres borrascosas, como siempre, y ella iba leyendo Como agua para chocolate, su favorita, cuando un magnífico caballo alazán pasó trotando hacia lo alto del camino. «Bonito caballo», pensé, y volví a Cathy y Heathcliff, y solo levanté la vista unos segundos después cuando escuché el golpe del libro de Bailey que caía contra el suelo.
Ya no estaba a mi lado, sino que se había detenido unos pasos más atrás.
—¿Te pasa algo? —pregunté, mirando a mi hermana, que de pronto parecía lobotomizada.
—¿Has visto a ese chico, San?
—¿Qué chico?
—Dios, a ti sí que te pasa algo, ese chico increíble que iba montado en el caballo, es como si lo hubieran sacado de mi novela o algo por el estilo. No me puedo creer que no lo vieras, San —su exasperación ante mi falta de interés por los chicos era tan perpetua como mi exasperación ante su preocupación por ellos—. Se giró al pasar a nuestro lado y me sonrió... era tan guapo... Como el Revolucionario del libro —se agachó a recogerlo, sacudiendo el polvo de la portada—. Ya sabes, el que monta a Gertrudis en su caballo y la secuestra en un arranque de pasión...
—Lo que tú digas, Bai —volví a darme la vuelta, seguí leyendo y llegué hasta el porche, donde me senté en una silla y pronto me perdí en la pasión desbocada de mis dos personajes en los páramos ingleses.
Me gustaba el amor a salvo entre las tapas de mi novela, no en el corazón de mi hermana, donde provocaba que ella me ignorara durante meses y meses. Sin embargo, de vez en cuando levantaba la vista para verla al principio del camino, posando en una roca al otro lado de la carretera, y estaba tan claro que solo fingía leer su libro que me parecía increíble que fuera actriz. Se pasó allí horas, esperando a que regresara su Revolucionario, cosa que al final él hizo, pero en la otra dirección, después de cambiar su caballo por un monopatín en alguna parte. Resulta que no estaba sacado de la novela, después de todo, sino del Instituto de Clover como todos los demás, solo que él salía con los chicos de los ranchos y con los skaters y, como ella era exclusivamente una diva del teatro, sus caminos nunca se habían cruzado hasta aquel día. Para entonces ya no importaba en qué fuera montado o de dónde hubiera salido, porque aquella imagen de Noah galopando se había grabado a fuego en la mente de Bailey y la había despojado de toda capacidad de pensamiento racional.
La verdad es que yo nunca he sido miembro del club de fans de Noah Puckerman, ni su lado vaquero, ni el hecho de que fuera capaz de hacer un ollie* de 180 que pasa a fakie feeble grind* con el monopatín pudo compensar el que Bailey se hubiera convertido desde ese instante en una zombi romántica.
Eso, y que siempre le he parecido tan digna de su atención como una patata asada.
—¿Estás bien, San? —me pregunta ahora, desde donde está tumbado, trayéndome de vuelta al presente.
Por algún motivo, le digo la verdad. Sacudo la cabeza, a un lado y a otro, a un lado y a otro, pasando de la incredulidad a la desesperación y vuelta a empezar. Él se incorpora:
—Lo sé —dice, y en su gesto de náufrago veo que es cierto.
Quiero agradecerle el que no me haga hablar y de todas formas me comprenda, pero en lugar de hacerlo me quedo callada mientras el sol vierte su calor y su luz, como de una jarra, sobre nuestras cabezas apabulladas.
Da unas palmadas con la mano sobre la hierba para que me una a él. Me apetece, más o menos, pero dudo. En realidad nunca hemos pasado mucho rato juntos sin Bailey.
Señalo hacia la casa:
—Tengo que ir arriba.
Es cierto. Quiero volver al Santuario, de nombre completo El Santuario de
la Calabaza interior, recién bautizado por mí cuando Bailey, hace unos meses, me convenció de que las paredes de nuestra habitación tenían que ser naranjas, de un naranja apabullante y chillón que desde entonces nos permitió optar por llevar gafas de sol en nuestra propia habitación. Esta mañana, antes de salir al colegio, cerré la habitación, muy decidida, intentando levantar una barricada contra Abu y sus cajas de cartón. Quiero que El Santuario se quede como está, es decir, exactamente como estaba.
Abu piensa que esto significa que: «Estoy como una regadera y ando suelta por el parque», o sea demente en su idioma.
—Mi pequeña —sale al porche con un vestido lleno de margaritas. Lleva un pincel en la mano, la primera vez que la veo con uno, desde que murió Bailey
—. ¿Qué tal tu primer día de vuelta?
Me acerco a ella, inhalo su aroma, tan familiar: pachulí, pintura, tierra del jardín.
—Bien —digo.
Ella examina mi rostro con atención, como lo hace cuando se prepara para dibujarlo. Se crea un silencio entre nosotras, como siempre últimamente.
Noto su frustración, cómo le gustaría poder sacudirme como si sacudiera un libro, esperando que se derramaran todas las palabras.
—Hay una chica nueva en la banda —comento.
—¿Ah, sí? ¿Qué toca?
—Todo, por lo visto.
A la hora de comer, antes de escapar hacia el bosque, la vi cruzar el patio acompañado por Hanna, con una guitarra en la mano.
—San, he estado pensando... puede que sea bueno para ti ahora, un buen consuelo... —Oh, no. Ya sé a dónde quiere llegar—. Bueno, cuando estudiabas con Marguerite, no podía arrancarte ese instrumento de las manos...
—Las cosas cambian —digo, interrumpiéndola.
No puedo mantener esta conversación. Otra vez no. Intento esquivarla para entrar en la casa. Lo único que quiero es meterme en el armario de
Bailey, apretarme contra sus vestidos, rodeada del persistente aroma de las hogueras junto al río, de la crema solar de coco, del perfume de rosas... de ella.
—Escucha —dice en voz baja, alargando la mano para colocarme bien el cuello de la camisa—. He invitado a Noah a cenar. Anda bastante perdido. Sal a hacerle compañía, ayúdale a arrancar las malas hierbas o algo así.
Se me ocurre que seguramente le ha dicho a él algo parecido de mí, para lograr que venga por fin. Puaj.
Después de eso, sin más, me pinta la nariz con el pincel.
—¡Abu! —grito, pero a su espalda, porque ya se está metiendo en la casa.
Intento limpiarme la pintura con la mano. Bails y yo nos hemos pasado gran parte de nuestras vidas así, emboscadas por el pincel manchado de verde esgrimido por Abu. Solo de verde, que conste. Las paredes de la casa están forradas de cuadros de Abu, desde el suelo hasta el techo, amontonados detrás de los sofás y las sillas, debajo de las mesas, en los armarios, y todos y cada uno de ellos son testigo de su eterna devoción por el color verde. Tiene todos los tonos, desde el verde lima hasta el verde bosque, y los emplea para pintar sobre todo una cosa: mujeres como .mees que parecen mitad sirenas, mitad marcianos.
—Son mis chicas —nos decía a Bails y a mí—. Siempre iré a medio camino de alguna parte.
Siguiendo sus instrucciones, dejo el estuche del clarinete y la bolsa, luego me planto en la cálida hierba junto al Noah tumbado y las perras dormidas para ayudarle a arrancar las malas hierbas».
—Una marca tribal —digo, señalándome la nariz.
El asiente, en pleno coma floral, sin mostrar gran interés. Soy una patata asada con la nariz verde. Estupendo.
Me pongo boca arriba, colocando las rodillas contra el pecho y apoyando la cabeza en el hueco. Paseo la mirada entre las glicinias que caen en cascada por la espaldera y varios brotes de narcisos, que comentan en la brisa el hecho indiscutible de que hoy la primavera se ha quitado el chubasquero para salir por ahí a contonearse: me pone enferma, es como si el mundo ya hubiera olvidado lo que nos ha sucedido.
—No pienso guardar sus cosas en cajas de cartón —digo sin pensar—.
Jamás.
Noah rueda hacia un costado, se tapa la cara con la mano intentando protegerse del sol para poder verme y me sorprende oírle decir:
—Pues claro que no.
Asiento con la cabeza y él asiente también, después me tiro sobre la hierba, cruzo los brazos por encima de la cabeza para que no pueda ver que en secreto, por debajo, estoy sonriendo un poquito.
Cuando quiero darme cuenta, el sol se ha escondido detrás de una montaña y esa montaña es el tío Big que se cierne sobre nosotros. Será que Noah y yo nos hemos quedado dormidos.
—Me siento como Glinda, la Bruja Buena —dice Big—, mirando a Dorothy, al Espantapájaros y a dos Totós en el campo de amapolas, a las afueras de Oz —unos cuantos brotes primaverales narcóticos no pueden competir con la voz de corneta de Big—. Supongo que si esta pareja no se despierta tendré que hacer que les nieve encima.
Sonrío adormilada al enorme bigote daliniano que lleva sobre el labio, como queriendo proclamar al mundo que es un excéntrico. Lleva una nevera roja como quien lleva un maletín.
—¿Cómo va el trabajo de distribución? —pregunto, dando unos golpecitos a la nevera, con el pie.
Tenemos un aprieto jamonero. Después del funeral, parecía de obligado cumplimiento en Clover el pasar por nuestra casa trayendo un jamón. Había jamones por todas partes; llenaban la nevera, el congelador, las encimeras, los fogones, estaban en el fregadero, en el horno apagado. El tío Big se encargaba de abrir la puerta a la gente que venía a presentar sus respetos.
Abu y yo escuchábamos su voz, que resonaba una y otra vez: «Hombre, jamón, qué detalle, gracias, entra». A medida que pasaban los días, la reacción de Big a los jamones se fue volviendo más exagerada para que lo oyéramos. Cada vez que exclamaba: «¡Un jamón!» Abu y yo nos mirábamos y teníamos que reprimir un ataque de risa de lo más inoportuno. Ahora, la misión del tío Big es asegurarse de que todo el mundo en un radio de treinta kilómetros come un bocadillo de jamón al día.
Deja la nevera en el suelo y extiende una mano para ayudarme a levantar.
—Puede que en pocos días tengamos una casa libre de jamón.
Una vez que estoy en pie, Big me da un beso en la cabeza, después se agacha para ayudar a Noah. Una vez en pie, Big lo rodea con sus brazos y veo cómo Noah, que también es grande, desaparece en su abrazo montañoso:
—¿Cómo lo llevas, vaquero?
—No muy bien —reconoce él.
Big le libera, pero deja una mano apoyada en su hombro y coloca la otra en el mío. Mira primero a Noah y después a mí:
—Solo nos queda huir hacia delante... a todos nosotros —lo dice con su tono de Moisés, así que los dos asentimos como si nos hubieran conferido una sabiduría infinita—. Y vamos a por algo de aguarrás para ti —me guiña un ojo.
Big guiña el ojo como nadie... ahí quedan sus cinco matrimonios como prueba de ello. Después de que su amada quinta esposa le abandonara, Abu insistió en que se viniera a vivir con nosotros, diciendo: «Vuestro pobre tío se va a matar de hambre si sigue mucho tiempo sumido en el desamor. Un corazón triste envenena cualquier comida».
Esto ha resultado ser cierto, pero para Abu. Ahora todo lo que cocina sabe a ceniza. Noah y yo entramos en la casa detrás de Big, que se para delante de un cuadro de su hermana, mi madre desaparecida: Paige Walker. Antes de que ella se marchara, hace dieciséis años, Abu le estaba pintando un retrato, que nunca llegó a terminar pero que colgó de todas formas. Está encima de la chimenea del salón, media madre, con su largo pelo verde, arremolinado como agua alrededor de un rostro incompleto.
Abu siempre nos había dicho que nuestra madre regresaría. «Volverá», decía, como si mamá hubiera salido a la tienda a por huevos, o a nadar al río.
Abu lo repetía tan a menudo y con tanta certeza que durante mucho tiempo, cuando no sabíamos nada, no lo dudamos, solo nos pasábamos los días esperando a que sonara el teléfono, a que tocara el timbre de la puerta, a que llegara el correo.
Le doy una palmadita a Big, que levanta la vista hacia La Media Madre como perdido en una muda conversación afligida. Lanza un suspiro, nos rodea a mí con un brazo y a Noah con el otro, y juntos entramos en la cocina con paso lento y pesado como un saco de diez toneladas, seis piernas y tres cabezas de tristeza.
La cena, cómo no, es un guiso de jamón y ceniza que apenas tocamos.
Después, Noah y yo nos instalamos en el suelo del cuarto de estar, escuchando la música de Bailey, estudiando innumerables álbumes de fotos, básicamente haciéndonos añicos los corazones.
No paro de mirarle de reojo, desde el otro lado de la habitación. Casi me parece ver a Bails que flota a su alrededor, aparece por la espalda y deja caer los brazos rodeando su cuello, como hacía siempre. Ella le decía cosas de lo más vergonzosas al oído y él le respondía burlándose también, comportándose los dos como si yo no estuviera.
—Siento a Bailey —digo por fin, abrumada por la sensación de su presencia—. En esta habitación, con nosotros.
El levanta la vista del álbum que tiene en las rodillas, sorprendido:
—Yo también. Llevo todo este rato pensándolo.
—Es muy agradable —digo, derramando alivio con mis palabras.
Él sonríe y guiña los ojos como si le estuviera dando el sol en la cara.
—Sí que lo es, San.
Recuerdo que Bailey me contó una vez que Toby no hablaba mucho con ningún humano, pero que en el rancho era capaz de calmar a los caballos asustados con unas pocas palabras. Como San Francisco, dije yo, y así lo creo: el lento y grave arrullo de su voz resulta reconfortante, como las olas que rompen de noche en la orilla.
Vuelvo a las fotos de Bailey haciendo de Wendy en la versión de Peter Pan de la Escuela Primaria de Clover. Ninguno de los dos vuelve a mencionarlo, pero el consuelo de sentir tan cerca a Bailey me acompaña durante el resto de la tarde.
Más tarde, Noah y yo estamos de pie en el jardín, despidiéndonos. Nos envuelve la fragancia embriagadora y mareante de las rosas.
—Ha sido estupendo pasar un rato contigo, San, ahora me siento mejor.
—Yo también —digo, mientras arranco un pétalo de color lavanda—.
Mucho mejor, la verdad.
Se lo digo en voz baja al rosal, ni siquiera estoy segura de que quiera que me oiga, pero cuando vuelvo a levantar la vista hacia su rostro, lo veo amable, sus facciones leoninas mucho menos de león, más de cachorro.
—Sí —dice, mirándome, sus ojos oscuros brillantes y tristes a la vez.
Levanta el brazo y por un segundo creo que me va a tocar la cara con la mano, pero solo pasa los dedos por la mata de rayos de sol de su pelo.
Recorremos a cámara lenta los pocos pasos que nos separan de la carretera. Una vez allí, Lucy y Ethel surgen de la nada y empiezan a subirse encima de Noah, que se ha puesto de rodillas para despedirse de ellas. Lleva el monopatín en una mano y acaricia y da palmadas a las perras con la otra, mientras susurra palabras ininteligibles con la cara enterrada en su pelaje.
—Va en serio lo de San Francisco, ¿no?
Siento debilidad por los santos (sus milagros, no sus martirios).
—Eso dicen —una sonrisa amable cruza sus mejillas anchas, y se posa en sus ojos—. Sobre todo lo decía tu hermana.
Por un instante, me entran ganas de decirle que era yo quien pensaba eso, no Bailey.
Él termina de despedirse, vuelve a levantarse y deja caer el monopatín al suelo, sujetándolo con el pie. No se va. Pasan unos cuantos años.
—Debería irme —dice, sin irse.
—-Sí —digo yo.
Pasan unos cuantos más. Antes de subirse por fin en la tabla, me da un abrazo de despedida y nos quedamos abrazados con tanta fuerza bajo el triste cielo sin estrellas que por un momento siento como si nuestro sufrimiento fuera uno solo y no dos.
Pero luego, de pronto, noto algo duro contra la cadera, es él, es eso. ¡Joder! Me aparto rápidamente, digo adiós y entro corriendo en casa.
No sé si sabe que lo noté.
No sé nada.
*fakie feeble grind, ollie: son trucos que se realizan en la practica del skate.
Yourethestar* - Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/03/2014
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
una historia muy melancólica pero sin lugar a dudas muy buena....voy a leer fielemnte....ultima cosa no se nota la imagen del ultimo capitulo
buenas vibras
buenas vibras
atercio********- - Mensajes : 650
Fecha de inscripción : 02/04/2012
Edad : 32
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Me está dando pena, aunque fue chistoso lo que le paso a San con Noah xD
La imagen no se puede ver :C
La imagen no se puede ver :C
Tat-Tat******* - Mensajes : 469
Fecha de inscripción : 06/07/2013
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
atercio escribió:una historia muy melancólica pero sin lugar a dudas muy buena....voy a leer fielemnte....ultima cosa no se nota la imagen del ultimo capitulo
buenas vibras
Hola :), la verdad es que si es una historia melancólica, pero también te enseña muchas cosas :3, gracias por pasar<3
Tat-Tat escribió:Me está dando pena, aunque fue chistoso lo que le paso a San con Noah xD
La imagen no se puede ver :C
Si, la verdad que esa parte a mi también me dio risa jaja, gracias por pasar<3 ahora vuelvo a subir la imagen :)
Yourethestar* - Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/03/2014
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Un nuevo capítulo, algo corto, espero les guste, y acá está el link de la imagen del capítulo anterior :), ya que no se veía :c https://31.media.tumblr.com/e73e78f15ff57b5ea7db7be08ea563b2/tumblr_n3137u15Kp1twvl2wo1_400.png
ESTO ES LO que sucede cuando Brittany Pierce se estrena con un solo de guitarra en el ensayo de la banda: yo soy la primera en caer, mareada, encima de Hanna, que se derrumba encima de Marley, que tropieza contra Kitty, que se desploma sobre Quinn, que se tambalea encima de Sam Evans... hasta que todos los chicos de la banda acaban en el suelo amontonados, deslumbrados. Luego el tejado sale volando, las paredes se desmoronan, y cuando miro fuera veo que el bosquete cercano de secuoyas rojas ha levantado sus raíces de la tierra y avanza por el patio hacia la clase, una panda de gigantes de madera que aplauden con las ramas. Por fin, el río de la Lluvia se desvía de su cauce y gira a izquierda y derecha hasta que acaba en aula de música del Instituto de McKinley, donde el agua nos arrastra a todos: de tan buena que es.
Cuando el resto de nosotros, humildes mortales musicales, nos hemos recuperado lo suficiente como para poder terminar la pieza, la terminamos.
Pero al final del ensayo, mientras guardamos los instrumentos, la sala está tan quieta y en silencio como una iglesia vacía. Por fin el señor Schue, que lleva todo el tiempo mirando a Brittany como si fuera un avestruz, recupera la capacidad de hablar y comenta:
—Vaya, vaya. Como se dice por aquí, eso sí que ha sido una mierda.
Todo el mundo se echa a reír. Me doy la vuelta para ver lo que le ha parecido a Quinn. Consigo ver un ojo, de refilón, debajo de un sombrero gigante de rastafari. Ella vocaliza en silencio las palabras increíblemente alucinante. Miro a Brittany, está guardando su guitarra y sonrojada por nuestra reacción, no estoy segura. Levanta la vista, que se encuentra con la mía, y alza las cejas en un gesto expectante, casi como si la tormenta que acaba de salir de su guitarra estuviera dedicada a mí. ¿Pero por qué iba a estarlo? ¿Y por qué no hago más que pillarle mirando cómo toco? No es interés, me refiero a esa clase de interés, lo sé. Me observa con ojo clínico, atentamente, como lo solía hacer Marguerite durante una lección cuando intentaba averiguar qué demonios estaba haciendo mal.
—Ni lo sueñes —dice Hanna, cuando vuelvo a darme la vuelta—. Esa
guitarrista está pedida. Además, tú no tienes nada que hacer con él, San.
Porque dime, ¿cuándo fue la última vez que tuviste a alguien? Ah sí, nunca.
Pienso en prenderle fuego a su pelo.
Pienso en aparatos de tortura medieval: en el potro, en particular.
Pienso en contarle lo que de verdad sucedió el pasado otoño en las audiciones.
En lugar de eso la ignoro, como llevo haciendo todo el año, limpio mi clarinete y pienso que ojalá pudiera preocuparme por Brittany Pierce y no por lo que pasó con Noah: cada vez que recuerdo la sensación de tenerle apretado contra mí, se me estremece todo el cuerpo ¡No es la reacción más apropiada a una erección del novio de tu hermana! Y lo peor es que a solas, en mi mente, no me aparto como hice en realidad, sino que permanezco quieta en sus brazos bajo el cielo tranquilo, y eso me hace sonrojar de vergüenza.
Cierro el estuche del clarinete, pensando que ojalá pudiera hacer lo mismo con estos pensamientos sobre Puck. Recorro la habitación con la mirada: los demás vientos se han reunido alrededor de Brittany, como si la magia fuera contagiosa. No hemos cruzado una palabra desde mi primer día de vuelta.
Apenas he cruzado una palabra con nadie del colegio, la verdad. Ni siquiera con Quinn.
El señor Schue da unas palmadas para atraer la atención de la clase. Con su voz nerviosa, crepitante, empieza a hablar de los ensayos de la banda en verano, porque el colegio termina en menos de una semana.
—Para quienes se vayan a quedar por aquí, tendremos ensayos a partir del mes de julio. Ya veremos lo que tocamos según quién aparezca. Estoy pensando en algo de jazz —chasquea los dedos como un bailaor flamenco—, puede que algo de jazz español actual, pero se aceptan sugerencias.
Levanta los brazos como un cura ante su congregación:
—Encuentra el ritmo y no lo dejes escapar, amigo —así termina todas sus clases. Pero después, al cabo de un momento, empieza a dar palmadas otra vez—: Casi lo olvido, que levanten la mano quienes estén pensando en presentarse a las pruebas para la Banda Estatal el año que viene.
Oh, no. Dejo caer el lápiz y me agacho para evitar cualquier posible contacto visual con el señor Schue. Cuando emerjo tras mi cuidadosa inspección del suelo, me vibra el teléfono en el bolsillo. Me giro hacia Quinn, cuyo ojo visible se le va a saltar de la órbita. Saco el teléfono del bolsillo, a escondidas, y leo su mensaje.
¿¿¿No levantas la mano???
El solo m ha recordado a ti... ¡aquel día!
¿¿¿Vienes esta noche???
Me giro, vocalizo: No puedo.
Ella toma una de sus baquetas y con un gesto dramático finge clavársela en el estómago con ambas manos. Sé que por detrás de ese hara-kiri cada vez se siente más dolida, pero no sé qué hacer al respecto. Por primera vez en nuestras vidas, estoy en un lugar a donde ella no sabe llegar, y no puedo entregarle ningún mapa que la lleve hasta mí.
Recojo mis cosas rápidamente, para evitarla, cosa que será fácil porque
Sam Evans la ha acorralado y, mientras recojo, me vuelve a la mente ese día al que se refería. Era a principios del primer año de instituto y las dos acabábamos de entrar en la banda. El señor Schue, especialmente fastidiado con todo el mundo, se había subido de un salto a una silla y gritaba: «¿Se puede saber qué pasa? ¿Alguien de aquí se cree músico? ¡Hay que sacar los culos al aire!» Después dijo: «Vamos, todos conmigo. Los que puedan, que se traigan los instrumentos».
Salimos de la clase en fila, tomamos el camino del bosque hasta el río que bajaba rugiendo. Todos nos colocamos de pie en las orillas, y él se subió a una roca para dirigirse a nosotros.
—Ahora, a escuchar, aprender y después a tocar, solo tocar. Se trata de hacer ruido, de hacer algo. Hagamos múuuuuuuuusica.
Luego empezó a dirigir al río, al viento, a los pájaros en los árboles como un lunático total. Cuando pasó la histeria y nos tranquilizamos, uno por uno, los que teníamos nuestros instrumentos nos pusimos a tocar. Increíble, pero yo fui una de las primeras en empezar y, al cabo de un rato, el río y el viento y los pájaros y los clarinetes y las flautas y los oboes se mezclaron juntos en un glorioso desorden cacofónico y el señor James pasó su atención del bosque a nosotros de nuevo, balanceando el cuerpo, agitando los brazos a izquierda y derecha, diciendo: «¡Eso es, eso es! ¡Eso es!»
Y tenía razón.
Cuando volvimos a la clase, el señor Schue se acercó a mí y me entregó la tarjeta de Marguerite St. Denis.
—Llámala —dijo—. Ahora mismo.
Pienso en la interpretación magistral de hoy de Brittany, la siento en mis dedos.
Los cierro en forma de puños. Fuera lo que fuera, esa cosa que el señor Schue nos sacó a buscar en el bosque aquel día, sea abandono, o pasión, sea audacia o simplemente valor, Brittany lo tiene.
Tiene el culo al aire. Yo solo soy clarinete segundo.
Capítulo 4
ESTO ES LO que sucede cuando Brittany Pierce se estrena con un solo de guitarra en el ensayo de la banda: yo soy la primera en caer, mareada, encima de Hanna, que se derrumba encima de Marley, que tropieza contra Kitty, que se desploma sobre Quinn, que se tambalea encima de Sam Evans... hasta que todos los chicos de la banda acaban en el suelo amontonados, deslumbrados. Luego el tejado sale volando, las paredes se desmoronan, y cuando miro fuera veo que el bosquete cercano de secuoyas rojas ha levantado sus raíces de la tierra y avanza por el patio hacia la clase, una panda de gigantes de madera que aplauden con las ramas. Por fin, el río de la Lluvia se desvía de su cauce y gira a izquierda y derecha hasta que acaba en aula de música del Instituto de McKinley, donde el agua nos arrastra a todos: de tan buena que es.
Cuando el resto de nosotros, humildes mortales musicales, nos hemos recuperado lo suficiente como para poder terminar la pieza, la terminamos.
Pero al final del ensayo, mientras guardamos los instrumentos, la sala está tan quieta y en silencio como una iglesia vacía. Por fin el señor Schue, que lleva todo el tiempo mirando a Brittany como si fuera un avestruz, recupera la capacidad de hablar y comenta:
—Vaya, vaya. Como se dice por aquí, eso sí que ha sido una mierda.
Todo el mundo se echa a reír. Me doy la vuelta para ver lo que le ha parecido a Quinn. Consigo ver un ojo, de refilón, debajo de un sombrero gigante de rastafari. Ella vocaliza en silencio las palabras increíblemente alucinante. Miro a Brittany, está guardando su guitarra y sonrojada por nuestra reacción, no estoy segura. Levanta la vista, que se encuentra con la mía, y alza las cejas en un gesto expectante, casi como si la tormenta que acaba de salir de su guitarra estuviera dedicada a mí. ¿Pero por qué iba a estarlo? ¿Y por qué no hago más que pillarle mirando cómo toco? No es interés, me refiero a esa clase de interés, lo sé. Me observa con ojo clínico, atentamente, como lo solía hacer Marguerite durante una lección cuando intentaba averiguar qué demonios estaba haciendo mal.
—Ni lo sueñes —dice Hanna, cuando vuelvo a darme la vuelta—. Esa
guitarrista está pedida. Además, tú no tienes nada que hacer con él, San.
Porque dime, ¿cuándo fue la última vez que tuviste a alguien? Ah sí, nunca.
Pienso en prenderle fuego a su pelo.
Pienso en aparatos de tortura medieval: en el potro, en particular.
Pienso en contarle lo que de verdad sucedió el pasado otoño en las audiciones.
En lugar de eso la ignoro, como llevo haciendo todo el año, limpio mi clarinete y pienso que ojalá pudiera preocuparme por Brittany Pierce y no por lo que pasó con Noah: cada vez que recuerdo la sensación de tenerle apretado contra mí, se me estremece todo el cuerpo ¡No es la reacción más apropiada a una erección del novio de tu hermana! Y lo peor es que a solas, en mi mente, no me aparto como hice en realidad, sino que permanezco quieta en sus brazos bajo el cielo tranquilo, y eso me hace sonrojar de vergüenza.
Cierro el estuche del clarinete, pensando que ojalá pudiera hacer lo mismo con estos pensamientos sobre Puck. Recorro la habitación con la mirada: los demás vientos se han reunido alrededor de Brittany, como si la magia fuera contagiosa. No hemos cruzado una palabra desde mi primer día de vuelta.
Apenas he cruzado una palabra con nadie del colegio, la verdad. Ni siquiera con Quinn.
El señor Schue da unas palmadas para atraer la atención de la clase. Con su voz nerviosa, crepitante, empieza a hablar de los ensayos de la banda en verano, porque el colegio termina en menos de una semana.
—Para quienes se vayan a quedar por aquí, tendremos ensayos a partir del mes de julio. Ya veremos lo que tocamos según quién aparezca. Estoy pensando en algo de jazz —chasquea los dedos como un bailaor flamenco—, puede que algo de jazz español actual, pero se aceptan sugerencias.
Levanta los brazos como un cura ante su congregación:
—Encuentra el ritmo y no lo dejes escapar, amigo —así termina todas sus clases. Pero después, al cabo de un momento, empieza a dar palmadas otra vez—: Casi lo olvido, que levanten la mano quienes estén pensando en presentarse a las pruebas para la Banda Estatal el año que viene.
Oh, no. Dejo caer el lápiz y me agacho para evitar cualquier posible contacto visual con el señor Schue. Cuando emerjo tras mi cuidadosa inspección del suelo, me vibra el teléfono en el bolsillo. Me giro hacia Quinn, cuyo ojo visible se le va a saltar de la órbita. Saco el teléfono del bolsillo, a escondidas, y leo su mensaje.
¿¿¿No levantas la mano???
El solo m ha recordado a ti... ¡aquel día!
¿¿¿Vienes esta noche???
Me giro, vocalizo: No puedo.
Ella toma una de sus baquetas y con un gesto dramático finge clavársela en el estómago con ambas manos. Sé que por detrás de ese hara-kiri cada vez se siente más dolida, pero no sé qué hacer al respecto. Por primera vez en nuestras vidas, estoy en un lugar a donde ella no sabe llegar, y no puedo entregarle ningún mapa que la lleve hasta mí.
Recojo mis cosas rápidamente, para evitarla, cosa que será fácil porque
Sam Evans la ha acorralado y, mientras recojo, me vuelve a la mente ese día al que se refería. Era a principios del primer año de instituto y las dos acabábamos de entrar en la banda. El señor Schue, especialmente fastidiado con todo el mundo, se había subido de un salto a una silla y gritaba: «¿Se puede saber qué pasa? ¿Alguien de aquí se cree músico? ¡Hay que sacar los culos al aire!» Después dijo: «Vamos, todos conmigo. Los que puedan, que se traigan los instrumentos».
Salimos de la clase en fila, tomamos el camino del bosque hasta el río que bajaba rugiendo. Todos nos colocamos de pie en las orillas, y él se subió a una roca para dirigirse a nosotros.
—Ahora, a escuchar, aprender y después a tocar, solo tocar. Se trata de hacer ruido, de hacer algo. Hagamos múuuuuuuuusica.
Luego empezó a dirigir al río, al viento, a los pájaros en los árboles como un lunático total. Cuando pasó la histeria y nos tranquilizamos, uno por uno, los que teníamos nuestros instrumentos nos pusimos a tocar. Increíble, pero yo fui una de las primeras en empezar y, al cabo de un rato, el río y el viento y los pájaros y los clarinetes y las flautas y los oboes se mezclaron juntos en un glorioso desorden cacofónico y el señor James pasó su atención del bosque a nosotros de nuevo, balanceando el cuerpo, agitando los brazos a izquierda y derecha, diciendo: «¡Eso es, eso es! ¡Eso es!»
Y tenía razón.
Cuando volvimos a la clase, el señor Schue se acercó a mí y me entregó la tarjeta de Marguerite St. Denis.
—Llámala —dijo—. Ahora mismo.
Pienso en la interpretación magistral de hoy de Brittany, la siento en mis dedos.
Los cierro en forma de puños. Fuera lo que fuera, esa cosa que el señor Schue nos sacó a buscar en el bosque aquel día, sea abandono, o pasión, sea audacia o simplemente valor, Brittany lo tiene.
Tiene el culo al aire. Yo solo soy clarinete segundo.
Yourethestar* - Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/03/2014
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Insisto...pq San no se tiene confianza?
a lo mejor Britt ya ha escuchado a San tocar.
Sigue pronto.
se pudo ver la imagen. Hoy no hay mensaje??
Esos mensajes los deja San a la deriva? o le pasó algo? mi mente divaría...
a lo mejor Britt ya ha escuchado a San tocar.
Sigue pronto.
se pudo ver la imagen. Hoy no hay mensaje??
Esos mensajes los deja San a la deriva? o le pasó algo? mi mente divaría...
Tat-Tat******* - Mensajes : 469
Fecha de inscripción : 06/07/2013
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Hooola andaba mirando q hay de nuevo x aquí y de pronto veo tu nick en este FF y pensé y dije : ella es la que comenta mi Ff así q leeré el suyo ... y vaya q lo que leí esta chévere .... Buu pbre San ... creo que voy a sufrir mucho con tu FF pero igual seguiré pasando ... Saludos
zafir***** - Mensajes : 249
Fecha de inscripción : 24/11/2012
Edad : 32
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Tat-Tat escribió:Insisto...pq San no se tiene confianza?
a lo mejor Britt ya ha escuchado a San tocar.
Sigue pronto.
se pudo ver la imagen. Hoy no hay mensaje??
Esos mensajes los deja San a la deriva? o le pasó algo? mi mente divaría...
Siento que cuando te sientes que eres como la sombra de tu hermana mayor, como San se siente en este caso, es un poco díficil de tomar confianza, pero con el tiempo poco a poco irá agarrando, y en cuanto a las notas, no todos los capítulos tienen imagenes y en muchos si. Gracias por pasar<3
zafir escribió:Hooola andaba mirando q hay de nuevo x aquí y de pronto veo tu nick en este FF y pensé y dije : ella es la que comenta mi Ff así q leeré el suyo ... y vaya q lo que leí esta chévere .... Buu pbre San ... creo que voy a sufrir mucho con tu FF pero igual seguiré pasando ... Saludos
Holaa, gracias por pasar :3 y espero te guste el fic, es uno de mis libros favoritos y espero actualices pronto. saludos<3
Yourethestar* - Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/03/2014
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Capítulo 5
SÉ QUE ES él, pero ojalá no lo supiera. Ojalá mi primer pensamiento fuera sobre cualquier otra persona en el mundo, menos Puck, al oír una piedrecita que rebota en la ventana. Estoy sentada en el armario de Bailey, escribiendo un poema en la pared, intentando reprimir la sensación de pánico que me da vueltas por todo el cuerpo como si se tratara de un cometa atrapado.
Me quito la camisa de Bailey, que me había puesto por encima de la mía, agarro el picaporte de la puerta y vuelvo a izarme hacia El Santuario. Al cruzar hasta la ventana, mis pies desnudos pisan tres alfombras azules apelmazadas, repartidas por la habitación, trozos de cielo brillante que Bailey y yo machacamos a base de años de encarnizados concursos de baile para ver quién hacía más el tonto sin soltar la carcajada. Siempre perdía yo, porque Bailey tenía en su arsenal la Cara de Hurón, que unida a sus magistrales Pasos de Mono era demencialmente mortífera; si echaba mano de esa combinación (que requería más naturalidad de la que yo jamás era capaz de mostrar) estaba perdida, quedaba, todas las veces, reducida a un indefenso saco de histeria.
Me apoyo en el alféizar de la ventana, veo a Puck, lo sabía, bajo una luna casi llena. No he tenido éxito a la hora de aplastar la revuelta que se ha desatado en mi interior. Respiro hondo, luego bajo las escaleras y abro la puerta.
—Hola, ¿qué pasa? —digo—. Todo el mundo está durmiendo.
Mi voz suena ronca, desacostumbrada, como si me fueran a salir murciélagos por la boca. Le miro de cerca bajo la luz del porche. Su rostro aparece desesperado de dolor. Es como verme en un espejo.
—Pensé que podíamos pasar un rato, juntos —dice.
A mi mente solo viene la palabra erección.
Me estremezco al escuchar la urgencia de su voz. Sobre su cabeza, la luz roja de alarma parpadea a más no poder, pero no consigo decir que no, no quiero hacerlo:
—Pase usted.
Me toca el brazo al entrar, con un gesto amistoso, fraternal, cosa que me tranquiliza, a lo mejor los tíos se empalman cada dos por tres, sin que tenga nada de particular... No tengo ni idea de cómo funciona esto de las erecciones. Solo he besado a tres chicos en toda mi vida, así que no tengo experiencia con los de verdad, aunque soy bastante experta en los que salen en los libros, sobre todo en Heathcliff, que no tiene erecciones... Un momento, ahora que lo pienso, seguro que las tiene todo el tiempo con Cathy en los páramos. Heathcliff tiene que ser un puñetero empalmado total. Cierro la puerta detrás de él y le hago una seña, para que no haga ruido al subir por las escaleras hasta El Santuario, que está insonorizado para proteger al resto de la casa contra años de estridentes balidos de las notas del clarinete. A Abu le daría un ataque si supiera que ha venido a verme casi a las dos de la madrugada de una noche de diario. O de cualquier noche, San. Está claro que no se refería a esto, ni mucho menos, cuando decía que teníamos que apoyarle mucho.
En cuanto se cierra la puerta del Santuario, pongo un poco de esa música indie-suicida que escucho últimamente y mi siento en el suelo al lado de Puck, las espaldas apoyadas contra la pared, las piernas estiradas. Nos quedamos sentados en silencio como un par de losas de piedra. Pasan varios siglos.
Cuando ya no aguanto más, bromeo:
—Creo que estás llevando este rollo del tipo grandote y callado un poco al límite.
—Vaya, perdona —sacude la cabeza, avergonzado—. No me doy ni cuenta de lo que hago.
—¿Lo que haces?
—Eso de no hablar...
—¿En serio? ¿Y qué crees que estás haciendo?
Él ladea la cabeza, sonríe y entorna los ojos con un gesto adorable.
—Pretendía imitar al roble del jardín.
Me echo a reír:
—Entonces vale, es una imitación de roble perfecta.
—Gracias... Creo que a Bails le cabreaba, mi lado callado.
—Qué va, le gustaba, me lo dijo, menos peleas... y más protagonismo para ella.
—Es verdad —se queda callado un minuto, después, con un tono de voz desgarrado por la emoción dice—: Éramos tan distintos.
—Sí —digo en voz baja.
Contrarios por excelencia, Puck siempre sereno y quieto (menos cuando iba montado a caballo o en una tabla) mientras Bailey lo hacía todo: caminar, hablar, pensar, reír, salir, a la velocidad de la luz y con igual brillo.
—Tú me recuerdas a ella... —dice.
Me entran ganas de saltar « ¿Cómo? ¡Si siempre te has comportado como si yo fuera una patata asada!» pero en vez de eso digo:
—Qué va, yo no tengo tanto voltaje.
—Tienes un montón... Soy yo el que anda muy corto —dice, y de pronto es él quien suena un montón a patata asada.
—Para ella no —digo.
Se le enternece la mirada al oírlo... No lo puedo soportar. ¿Qué vamos a hacer con tanto amor?
El sacude la cabeza en un gesto de incredulidad.
—Tuve suerte. Ese libro del chocolate...
Me viene a la mente la imagen: Bailey bajándose de la roca de un salto el día en que se conocieron, cuando Noah regresó en su tabla. —Sabía que volverías —exclamó, lanzando el libro por los aires—. Justo igual que en la historia. ¡Lo sabía!
Tengo la sensación de que el mismo día se repite en la mente de Noah, porque aquí acaba tanta levedad y cortesía... El tiempo pasado de nuestras palabras de pronto se nos echa encima, como queriendo aplastarnos.
Veo la desesperación, que se va apoderando de su rostro como seguramente se está apoderando del mío.
Recorro nuestra habitación con la mirada, veo la pintura naranja chillón que embadurnamos por encima del azul dormilón que tuvimos durante años.
Bailey dijo:
—Si esto no nos cambia la vida, no sé qué nos la va a cambiar: este, San, es el color de lo extraordinario.
Recuerdo haber pensado que yo no quería que cambiaran nuestras vidas y no entendía por qué ella lo quería. Recuerdo haber pensado que a mí siempre me había gustado el azul.
Lanzo un suspiro:
—Me alegro mucho de que hayas aparecido, Noah. Llevaba horas escondida en el armario de Bailey, desquiciada.
—Bien. Bien que te alegres, quiero decir, no sabía si debía molestarte, pero tampoco podía dormir... He estado haciendo el tonto con el monopatín, podía haberme matado, y acabé aquí, me pasé una hora sentado debajo del ciruelo intentando decidir...
El profundo timbre de la voz de Noah de pronto me hace notar otra voz en la habitación, la del cantante que aúlla por los altavoces y que suena, en el mejor de los casos, como si le estuvieran estrangulando. Me levanto para poner algo más melódico y, cuando vuelvo a sentarme, confieso:
—En el colegio nadie lo entiende, la verdad, ni siquiera Quinn.
Él apoya la cabeza contra la pared.
—No sé si se puede entender hasta que uno no está metido dentro, como nosotros. Yo no tenía ni idea...
—Yo tampoco —digo, y de pronto me entran ganas de abrazar a Noah porque siento un inmenso alivio al no tener que seguir dentro yo sola, por esta noche.
Se está mirando las manos, con el ceño fruncido, como buscando una manera de decir algo. Yo espero.
Y espero.
Y sigo esperando. ¿Cómo soportaba Bailey tanto silencio?
Cuando levanta la mirada, su rostro es todo compasión, parece un cachorro. Las palabras se desbordan por su boca, una encima de otra.
—Jamás había conocido a dos hermanas que estuvieran tan unidas. Me siento fatal por ti, San, lo siento muchísimo. No paro de pensar en ti sin ella.
—Gracias —susurro, sinceramente, y de pronto quiero tocarle, acariciarle la mano, que está apoyada en su muslo tan solo a unos centímetros de la mía.
Le miro de reojo, sentado tan cerca de mí que puedo oler su champú y me asalta un pensamiento chocante, horrible: Es muy guapo, alarmantemente guapo. ¿Cómo es que no me había fijado antes?
Puedo responder a esa pregunta: Es el novio de Bailey, San. ¿Se puede saber qué te pasa?
Querida Cabeza, me escribo en los vaqueros con el dedo, Compórtate.
Lo siento, susurro a Bailey en mi mente, no pretendía pensar en Noah de esa manera. Le aseguro que no volverá a suceder.
Solo que es el único que me entiende, añado. Ya empezamos.
Después de un rato en silencio, saca una botella de tequila del bolsillo de su chaqueta, la destapa.
—¿Quieres un poco? —pregunta.
Estupendo, eso me ayudará.
—Claro —casi nunca bebo, pero a lo mejor me ayuda, a lo mejor acaba con esta locura. Alargo la mano para agarrar la botella y nuestros dedos se rozan quizá demasiado rato... decido que me lo he imaginado, me llevo la botella a
los labios, tomo un buen trago y después, con toda delicadeza, lo escupo, salpicándonos a los dos—. Puaj, es asqueroso —me limpio la boca con la manga—. Buf.
Él se ríe, extiende los brazos para enseñarme cómo le he puesto:
—Uno tarda en acostumbrarse.
—Lo siento —digo—. No tenía ni idea de que estaba tan malo.
El responde con un brindis al aire y toma un sorbo. Yo estoy decidida a probarlo otra vez sin escupirlo todo. Tomo la botella, me la llevo a los labios
y dejo que el líquido me abrase la garganta, después tomo otro trago, más grande.
—No te pases —dice Noah, quitándome la botella—. Necesito contarte algo, San.
—Vale —estoy disfrutando del calor que me ha entrado en el cuerpo.
—Le pedí a Bailey que se casara conmigo...
Lo dice tan rápido que al principio no lo pillo. Se ha quedado mirándome, para ver cómo reacciono. ¡Yo alucino, me he quedado tiesa!
—¿Que se casara contigo? ¿Lo dices en serio?
No es la respuesta que buscaba, estoy segura, pero es que me pilla de primeras: igual podía haberme soltado que mi hermana planeaba en secreto dedicarse a lanzar fuego por la boca. Los dos tenían solo diecinueve años y
Bailey era alérgica al matrimonio hasta la médula.
—¿Y qué dijo ella? —me da miedo escuchar su respuesta.
—Dijo que sí.
Lo dice lleno de esperanza y desesperanza a partes iguales, con esa promesa aún viva en su interior. Dijo que sí. Vuelvo al tequila, pego un trago, ni siquiera noto el sabor ni la quemazón. Estoy alucinada de que Bailey lo quisiera, dolida de que lo quisiera, muy dolida porque no me lo contó. Tengo que saber en qué estaba pensando. No me puedo creer que no se lo pueda preguntar. Jamás. Miro a Noah, veo la sinceridad en sus ojos; es como un animal pequeño y suave.
—Lo siento—digo, intentando tragarme la sorpresa y los sentimientos heridos, pero no logro contenerme—. No sé por qué no me lo contó.
—Íbamos a contarlo justo a la semana siguiente. Acababa de pedírselo... — eso de íbamos me mata; el plural siempre ha sido Bailey y yo, no Bailey y Noah.
De pronto me siento excluida de un futuro que ni siquiera va suceder.
—¿Pero qué pasa con sus planes de ser actriz? —pregunto, en lugar de «¿Qué pasa conmigo?»
—Estaba actuando...
—Sí, pero... —le miro—. Tú ya sabes a qué me refiero.
Entonces veo, por su expresión, que no sabe a qué me refiero, ni mucho menos. Claro que algunas chicas sueñan con casarse, pero Bailey soñaba con Juilliard: la academia Juilliard de Nueva York. Una vez miré su declaración de misión, en Internet: Ofrecer la máxima calidad en la educación artística para músicos, bailarines y actores de talento de todo el mundo, para que puedan alcanzar su máximo potencial como artistas, líderes y ciudadanos universales. Es cierto que después de que la rechazaran, el otoño pasado, se matriculó en la Universidad de Lima, la única a la que también se había presentado, pero yo estaba segura de que volvería a intentarlo. Porque... ¿cómo no iba a hacerlo? Era su sueño.
No seguimos hablando del tema. Se ha levantado mucho viento, que empieza a vibrar por toda la casa. Siento un escalofrío que me recorre todo el cuerpo, tomo una manta de la mecedora, me la echo sobre las piernas. El tequila me hace sentir como si me disolviera en la nada, quiero hacerlo, quiero desaparecer. Siento el impulso de escribir por todas las paredes naranjas: necesito un abecedario de finales arrancados de libros, de manecillas sacadas de los relojes, de piedras frías, de zapatos llenos solo de viento. Apoyo la cabeza en el hombro de Noah.
—Somos las personas más tristes del mundo.
—Sí —dice él, estrujando mi rodilla por un instante.
No hago caso al estremecimiento que siento por todo el cuerpo cuando me toca. Iban a casarse.
—¿Cómo vamos a hacerlo? —pregunto en un susurro—. Día tras día tras día sin ella...
—Ay, San —se gira hacia mí, me aparta el pelo de la cara con la mano.
Estoy esperando a que aparte la mano, a que se dé la vuelta, pero no lo hace. No aparta la mano ni la mirada de mí. El tiempo se ralentiza. Algo cambia en la habitación, entre nosotros. Miro a sus ojos tristes y él mira a los míos y pienso «Él la echa de menos tanto como yo». Y entonces es cuando me besa... Su boca, suave, caliente, tan viva, me hace gemir. Ojalá pudiera decir que me aparto, pero no lo hago. Le devuelvo el beso y no quiero parar porque en ese momento siento como si Noah y yo juntos hubiéramos, de algún modo, de alguna manera, atravesado el tiempo y traído a Bailey de vuelta.
Él se aparta, se levanta de un salto:
—No lo entiendo.
De pronto le invade el pánico, empieza a pasearse por la habitación.
—Dios, debería marcharme, de verdad que debería marcharme.
Pero no se marcha. Se sienta en la cama de Bailey, me mira y después suspira como cediendo a una fuerza invisible. Pronuncia mi nombre, y tiene una voz tan ronca e hipnótica que me hace levantarme, tira de mí a través de kilómetros de vergüenza y culpabilidad. No quiero ir hacia él, pero por otro lado sí quiero. No tengo ni idea de qué hacer, pero aun así cruzo la habitación, tambaleándome un poco por el tequila, para llegar a su lado. Me toma de la mano y tira suavemente.
—Solo quiero estar cerca de ti —susurra—. Es el único momento en que no muero añorándola.
—Yo también —acaricio con el dedo su mejilla.
Se le empiezan a llenar los ojos de lágrimas, y a mí también. Me siento a su lado y después nos tumbamos, acurrucados juntos, en la cama de Bailey.
Lo último que pienso, antes de caer dormida en sus brazos fuertes, protectores, es que ojalá no estemos dejando nuestro olor sobre las últimas trazas del olor de la propia Bailey, que todavía impregna las sábanas.
Cuando vuelvo a despertar, estoy de cara a él, nuestros cuerpos apretados juntos, nuestro aliento se mezcla. Él me está mirando.
—Eres preciosa, San.
—No —digo yo. Después, sofocada, pronuncio una sola palabra—: Bailey.
—Lo sé —dice él. Pero me besa de todas formas—. No lo puedo evitar.
Lo susurra dentro de mi boca.
Yo tampoco lo puedo evitar.
Gracias por pasar :)
Yourethestar* - Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/03/2014
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Me gusta mucho tu fic y mas los fragmentos que pones a lo ultimo con esas imagenes y las cartas qie escribe San actualiza pronto por favor saludos :*
Melany Gleek*** - Mensajes : 125
Fecha de inscripción : 14/10/2013
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
La soledad los está llevando a estar juntos para que el recuerdo de la hermana de San no los mate...
De vdd que tantos mensajes encontrados en diferentes partes no.me da buena espina, es como si los dejara ahí intrncionalmente :/
Saludos...
De vdd que tantos mensajes encontrados en diferentes partes no.me da buena espina, es como si los dejara ahí intrncionalmente :/
Saludos...
Tat-Tat******* - Mensajes : 469
Fecha de inscripción : 06/07/2013
Re: [Resuelto]The sky is everywhere (adaptada) - Capítulo 7-8
Melany Gleek escribió:Me gusta mucho tu fic y mas los fragmentos que pones a lo ultimo con esas imagenes y las cartas qie escribe San actualiza pronto por favor saludos :*
Holaaa, gracias y espero que te siga gustando y si, las notas son un poco triste pero es una bella historia.
Tat-Tat escribió:La soledad los está llevando a estar juntos para que el recuerdo de la hermana de San no los mate...
De vdd que tantos mensajes encontrados en diferentes partes no.me da buena espina, es como si los dejara ahí intrncionalmente :/
Saludos...
Si, lo sé, es muy triste que pasen eso :c pero creo que hay darle tiempo para que se de cuenta de que no están solos, y por las notas, créeme San no tiene la intención de que alguien las encuentre, ella simplemente cuando se siente triste escribe donde encuentre y con lo que haya, lo hace a modo de desahogo no tengas miedo, lo que menos harán las notas es un mal. Saludos, gracias por pasar<3
Yourethestar* - Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/03/2014
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