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[FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
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Darrinia
gleeclast
Gabriela Cruz
ℳᵎᵎℛᶯᵅ✿
8 participantes
Página 1 de 2.
Página 1 de 2. • 1, 2
[FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Prólogo:
Tras la muerte de su padre, el prestigioso empresario alemán Blaine Anderson, decide viajar a España para supervisar las delegaciones de la empresa Müller.
En la oficina central de Madrid, conoce a Kurt, un joven ingenioso y simpático del que se encapricha de inmediato. Kurt sucumbe a la atracción que el alemán ejerce sobre él y acepta formar parte de sus juegos sexuales, repletos de fantasías y erotismos.
Junto a él aprenderá que todos llevamos dentro, un voayer, y que las personas se dividen en sumisas y dominantes…
Pero el tiempo pasa, la relación se intensifica y Blaine comienza a temer que se descubra su secreto, algo que podría marcar el principio o el fin de su relación.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Primero que nada; Hola a todos! Yo ya había estado en la página, subiendo dos Fanfics, pero me salí hace un tiempo... Tal vez alguien me recuerde, pero... en fin!
Esta es una adaptación que haré de un libro "famoso" que lleva el mismo nombre. "Pídeme lo que quieras" le pertenece a su autora, Megan Maxwell; Lo digo ahora, para evitar problemas de derechos de autor y esas cosas. En lo personal, me encanta esta historia, además hay dos libros más en continuación a este, así que, si les va gustando la historia, ¿quién sabe? y continuamos con los otros libros. Sólo como dato; diré que ya hay una adaptación de este libro en versión Brittana, en esta misma página, pero como no había una versión Klaine, pues me he arriesgado :D
Bien, espero que les haya gustado el prólogo y en cuanto reciba los dos primeros comentarios, les subiré el primer capítulo.
ℳᵎᵎℛᶯᵅ✿
ℳᵎᵎℛᶯᵅ✿** - Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 21/05/2014
Edad : 30
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Espero con ganas el primer capítulo.
Gabriela Cruz-*-* - Mensajes : 3230
Fecha de inscripción : 07/04/2013
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Ola me llamo Ulises me gusto mucho el prólogo esperare ansioso el primer capitulo
gleeclast-* - Mensajes : 1799
Fecha de inscripción : 26/03/2013
Edad : 27
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Hola
Suena perver. A mi me gusta... Espero pronto leer el primer capitulo.
Besos
Suena perver. A mi me gusta... Espero pronto leer el primer capitulo.
Besos
Darrinia-*- - Mensajes : 2595
Fecha de inscripción : 24/10/2013
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Si se ve lee tan perver y Klaine como se escucha, ya tienes una lectora asegurada aquí
Besos
Besos
Gaby Klainer********-*- - Mensajes : 911
Fecha de inscripción : 01/07/2013
Edad : 24
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Gabriela Cruz escribió:Espero con ganas el primer capítulo.
Gracias por comentar Gabi, ¿Sí te puedo decir Gabi? Y am.. En seguida el capítulo 1.
gleeclast escribió:Ola me llamo Ulises me gusto mucho el prólogo esperare ansioso el primer capitulo
Un gustazo Ulises, gracias por leer :)
Darrinia escribió:Hola
Suena perver. A mi me gusta... Espero pronto leer el primer capitulo.
Besos
¿Perver? Oh, sí!!! Lo es... Y eso es lo mejor de todo... :D
Gaby Klainer escribió:Si se ve lee tan perver y Klaine como se escucha, ya tienes una lectora asegurada aquí
Besos
Muchas gracias, y... Por lo que me doy cuenta... A todos les gusta lo perver... ¿o me equivoco?
Bien, en seguida subo el primerisimo primer capítulo :D
ℳᵎᵎℛᶯᵅ✿
ℳᵎᵎℛᶯᵅ✿** - Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 21/05/2014
Edad : 30
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
!Hola!
Me encanto.
Se ve que estar genial la historia.
Espero ansioso el primer capitulo.
!Saludos!
Me encanto.
Se ve que estar genial la historia.
Espero ansioso el primer capitulo.
!Saludos!
★Alex Colfer★- - Mensajes : 1210
Fecha de inscripción : 11/11/2013
Edad : 25
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Este es el primer capítulo de "Pídeme lo que Quieras".
ADVERTENCIAS: Lenguaje fuerte, explícito y sexual. Preferente + 17 xD (Luego no digan que no les dije)
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01
Qué pesadita es mi jefa.
Sinceramente, al final tendré que pensar lo mismo que media empresa: que ella y Sam, el idiota de mi compañero, tienen un lío. Pero no. No quiero ser mal pensado y entrar en la misma ruleta en la que todas mis compañeras han entrado. El cuchicheo.
Desde enero trabajo para la empresa Müller, una compañía de fármacos alemanes. Soy el secretario de la jefa de las delegaciones y, aunque mi trabajo me gusta, me siento explotado muy a menudo. Vamos… que sólo le falta a mi jefa atarme a la silla y echarme un mendrugo de pan para comer.
Cuando por fin termino el montón de trabajo que mi querida jefa me ha ordenado tener listo para el día siguiente, dejo los informes sobre su mesa y regreso a la mía. Cojo el bolso y me voy sin mirar atrás. Necesito salir de la oficina o acabaré saliendo en las noticias como el asesino en serie de jefas que se creen el ombligo del mundo.
Son las once y veinte de la noche… ¡Vaya horitas!
En la calle llueve a mares. ¡Perfecto! Chaparrón de verano. Llego hasta la puerta y, tras echarle valor al asunto, corro hacia el parking donde me espera mi amado León. Entro en el garaje como una sopa y, tras darle al botón del mando, Leoncito pestañea sus luces dándome la bienvenida. ¡Es más mono…!
Rápidamente me meto en él. No soy miedoso, pero no me gustan los parkings y menos aún si son tan solitarios como éste a estas horas. Inconscientemente, comienzo a recordar películas de terror en las que la chica camina por uno de ellos y un desalmado vestido de negro aparece y la acuchilla hasta morir. ¡Joder, qué mal rato!
En cuanto estoy dentro del coche, cierro los pestillos, abro el bolso, saco un pañuelo de papel y me seco la cara. ¡Estoy empapado! Pero justo cuando voy a meter las llaves en el contacto… ¡zas!, se me caen. Maldigo a oscuras y me agacho para buscarlas.
Toco el suelo con la mano. A la derecha no están. A la izquierda tampoco. Vaya… encuentro el paquete de chicles que busqué hace días. ¡Bien! Sigo toqueteando el suelo del coche y por fin las encuentro. Entonces oigo unas risas cercanas y miro a mi alrededor con cuidado para que no me vean.
¡Oh, Dios mío!
Entre risas y colegueo veo acercarse a mi jefa y a Sam. Parecen divertidos. Eso me pone de mala leche. Yo trabajando hasta las once y pico y ellos, de parranda. ¡Qué injusticia! De pronto, mi jefa y Sam se apoyan en la columna de al lado y se besan.
¡Vaya tela…!
¡No me lo puedo creer!
Semiagachado en el interior de mi automóvil para que no me vean, contengo la respiración. Por favor… ¡por favor! Si se dan cuenta de que estoy ahí, me muero de la vergüenza. Y no. No quiero que eso ocurra. De repente, mi jefa suelta el bolso y sin ningún miramiento toca con decisión la entrepierna de Sam. ¡¡¡Le está tocando el paquete!!!
¡Por todos los santos! Pero ¿qué estoy viendo?
¡Dios! Ahora es Sam quien le mete mano a ella por debajo de la falda. Se la sube, la empuja hacia arriba contra la columna y se comienza a refregar contra ella. ¡¡Qué fuerte!!
¡Ay, madre! ¿Qué hago?
Quiero marcharme. No quiero ver lo que hacen pero tampoco puedo salir de allí. Si arranco el coche, sabrán que los he pillado. Así que, agazapado y sin moverme, no puedo dejar de mirar lo que hacen. Entonces, Sam vuelve a apoyarla en el suelo y la obliga a dar la vuelta. La coloca sobre el capó del coche y le baja las bragas, primero con la boca y luego con las manos. ¡Joder, le estoy viendo el culo a mi jefa! ¡Qué horror! Y en aquel momento escucho a Sam preguntarle:
—Dime, ¿qué quieres que te haga?
Mi jefa, como una gata en celo, murmura entregada por completo a la causa.
—Lo que quieras… lo que tú quieras.
¡Qué fuerte, por Dios, qué fuerte! Y yo en primera fila. Sólo me faltan las palomitas.
Sam vuelve a empujarla sobre el capó. Le abre las piernas y mete la boca en el sexo de ella. ¡Ay, madre! Pero ¿de qué estoy siendo testigo? Mi jefa, doña Tiquismiquis, suelta un gemido y yo me tapo los ojos. Pero la curiosidad, el morbo o como se llame me puede y me los destapo de nuevo. Sin pestañear veo cómo él, tras relamerse, se separa unos centímetros de ella y le mete un dedo, luego dos y, levantándose, la agarra de su pelazo oscuro y tira de él mientras mueve sus dedos a un ritmo que, para qué negarlo, haría suspirar a cualquiera.
—¡Síiiiiiiiiiiiii!—escucho gemir a mi jefa.
Respiro con dificultad.
Me va a dar algo.
¡Qué calor!
Me guste o no, ver aquello me está poniendo frenético, y no precisamente por estar de los nervios. Mis relaciones sexuales son normalitas, tirando a predecibles, así que lo cierto es que ver aquello en vivo y en directo me está excitando.
Sam se baja la bragueta de su pantalón gris. Saca un más que aceptable pene de su interior… ¡Vaya con Sam! Y me quedo ojiplático cuando veo que se lo clava de una sola estacada. ¡Me muero! Pero de placer… Vamos, justo por lo que está jadeando mi jefa.
Mi miembro está duro y, de pronto, me doy cuenta de que me estoy tocando. Pero ¿cuándo he metido mi mano por el interior del pantalón? Rápidamente saco mi mano de ahí, pero mi amigo y el centro de mi deseo protestan. ¡Él quiere más! Pero no. Eso no puede ser. Yo no hago esas cosas. Minutos después, tras varios gemidos y bamboleos, Sam y mi jefa se recomponen. ¡Olé! ¡Ya han terminado! Se meten en el coche y se marchan. Respiro aliviado.
Cuando por fin vuelvo a quedarme solo en el parking, me incorporo de mi escondrijo y me siento en el asiento de mi coche. Las manos me tiemblan. Las rodillas también. Y noto que mi respiración está acelerada. Exaltado por lo que acabo de presenciar, cierro los ojos mientras me tranquilizo y pienso cómo sería tener sexo de ese calibre. ¡Caliente!
Diez minutos después, arranco el coche y salgo del parking. Me voy a tomar unas cervezas con mis amigos. Necesito refrescarme y refrescar mi calenturienta… mente.
Al día siguiente, cuando llego a la oficina, todos parecen felices. Me cruzo con Sam y no puedo evitar sonreír. Él y la jefa. Si ellos supieran que los vi… Pero, como no quiero pensar en ello, me dirijo hacia mi mesa y mientras enciendo mi ordenador veo que se acerca hasta mí.
—Buenos días, Kurt.
—Buenos días.
Sam, además de ser mi compañero, es un tipo muy simpático. Desde el primer día que llegué a la oficina ha sido un encanto conmigo y nos llevamos muy bien. Casi todas en el trabajo babean por él, pero, no sé por qué, en mí no surte el mismo efecto. ¿Será que no me gustan los bomboncitos sonrientes? Pero, claro, ahora, sabiendo lo que sé y habiéndole visto su aparatito en acción, no puedo evitar mirarlo de otra forma mientras intento no gritar: «¡Torero!».
—¿Recuerdas que esta tarde hay reunión general?
—Ajá.
Como es de esperar, sonríe, me agarra del brazo y dice…
—Venga, vamos a tomarnos un café. Sé que te mueres por un cafetito y una tostada de la cafetería.
Sonrío yo también. Cómo me conoce el puñetero… Además de simpático y guapo, al tío no se le escapa una. Ése, junto a su perpetua sonrisa, es el gran atractivo de Sam. No olvida detalle. De ahí que se lleve a las churris de calle.
Cuando llegamos a la cafetería de la novena planta, vamos a la barra, pedimos nuestra consumición y nos dirigimos a nuestra mesa. Digo nuestra mesa porque siempre nos sentamos allí. Se nos unen Nick y Jeff. Una parejita gay con la que me llevo muy bien. Como siempre hacen, me besuquean el cuello y me hacen reír. Los cuatro comenzamos a hablar e inconscientemente recuerdo lo que vi la noche anterior en el parking. ¡Sam y la jefa! Vaya polvazo más morboso que se marcaron ante mi cara. ¡Vaya con mi compañero, es un portento el chico!
—¿Qué te pasa? Te noto distraído —pregunta Sam.
Eso me reactiva. Lo miro y le respondo, intentando olvidar las imágenes que por mi mente pululan:
—Estoy en Babia, lo sé. Mi gato cada día está más apagadito y…
—Qué pena, Brian —murmura Nick y Jeff me hace un gesto comprensivo.
—Vaya, lo siento —responde Sam, mientras me coge la mano.
Durante un rato hablamos de mi gato y eso me pone aún más triste. Adoro a Brian e, inevitablemente, cada día que pasa, cada hora, cada minuto, su vida se acorta un poco más. Es algo que aprendí a asumir desde que el veterinario me lo dijo, pero aun así me cuesta. Me cuesta mucho.
De pronto, mi jefa llega, rodeada por varios hombres, como siempre. ¡Es una comehombres! Sam la mira y sonríe. Yo me callo. Mi jefa es una mujer muy atractiva. Vamos, una cincuentona potente, una morena de rompe y rasga, soltera pero no entera, y a la que se le han atribuido varios líos en la empresa. Se cuida como nadie y no falta ni un solo día al gimnasio. O sea, que le gusta… gustar.
—Kurt —me interrumpe Sam—. ¿Te queda mucho?
Vuelvo en mí y dejo de mirar a mi jefa para mirar mi desayuno. Doy un trago al café y contesto:
—¡Acabado!
Los cuatro nos levantamos y salimos de la cafetería. Debemos comenzar a trabajar.
Una hora después, tras hacer las fotocopias pertinentes y acabar el recurso, me dirijo al despacho de mi jefa. Llamo con los nudillos y entro.
—Aquí tiene el contrato finalizado para la delegación de Albacete.
—Gracias —responde escuetamente mientras lo ojea.
Como de costumbre, me quedo parado ante ella a la espera de sus órdenes. El pelo de mi jefa me encanta, tan ondulado, tan cuidado. Suena el teléfono y antes de que me mire lo cojo.
—Despacho de la señora Isabelle Wright. Le atiende su secretario, el señor Hummel, ¿en qué puedo ayudarlo?
—Buenos días, señor Hummel —responde una voz profunda de hombre con cierto tonillo guiri—. Soy Blaine Anderson. Querría hablar con su jefa.
Al reconocer aquel nombre, reacciono rápidamente.
—Un momento, señor Anderson.
Mi jefa, al escuchar aquel apellido, suelta los papeles que hasta ese momento sujetaba y, tras arrancarme literalmente el teléfono de las manos, dice con una encantadora sonrisa en los labios:
—Blaine… ¡qué alegría saber de ti! —Tras un pequeño silencio, continúa—: Por supuesto, por supuesto. ¡Ah! Pero ¿ya has llegado a Madrid?… —Entonces suelta una risotada más falsa que un euro con la cara de Popeye y susurra—: Por supuesto, Blaine. A las dos te espero en recepción para comer.
Y tras decir esto, cuelga y me mira.
—Pídeme cita para la peluquería para dentro de media hora. Después, reserva para dos en el restaurante de Gemma.
Dicho y hecho. Cinco minutos más tarde sale de la oficina escopeteada y regresa hora y media después con su pelo más lustroso y bonito y con el maquillaje retocado. A las dos menos cuarto veo que Sam toca con los nudillos en su puerta y entra. ¡Vaya tela! No quiero ni pensar lo que estarán haciendo. Pasados cinco minutos oigo risotadas. A las dos menos cinco, la puerta se abre, salen los dos y mi jefa se me acerca.
—Kurt, ya te puedes ir a comer. Y recuerda: estaré con el señor Anderson. Si a las cinco no he vuelto y necesitas cualquier cosa, llámame al móvil.
Cuando la bruja mala y Sam se van respiro por fin aliviado. Me froto las sienes y me quito las gafas. Después recojo mis cosas y me dirijo hacia el ascensor. Mi oficina está en la planta diecisiete y el ascensor se para en varias plantas para ir recogiendo a otros trabajadores, así que siempre suele tardar en llegar a la planta baja. De pronto, entre la planta seis y la cinco, el ascensor da un trompicón y se detiene del todo. Saltan las luces de emergencia y Manuela, la de paquetería, se pone a chillar.
—¡Ay, virgencita! ¿Qué ocurre?
—Tranquila —respondo—. Se habrá ido la luz y seguro que pronto vuelve.
—¿Y cuánto va a tardar?
—Pues no lo sé, Manuela. Pero si te pones nerviosa, vas a pasar un ratito malo y se te hará eterno. Así que respira y verás cómo la luz vuelve en un pispás.
Pero veinte minutos después, la luz sigue brillando por su ausencia y Manuela, junto a varias chicas de contabilidad, entra en pánico. Percibo que tengo que hacer algo.
Vamos a ver. A mí no me gusta nada estar encerrada en un ascensor. Me agobia mucho y comienzo a sudar. Si entro en pánico, será peor, de modo que decido buscar soluciones. Lo primero, le paso mi botellita de agua a Manuela para que beba e intento bromear con las chicas de contabilidad mientras reparto chicles con sabor a fresa. Pero mi calor va en aumento, así que finalmente saco una carpeta de mi bolso y comienzo a abanicarme. ¡Qué calor!
En ese momento, uno de los hombres que se mantenían en un segundo plano apoyado en el ascensor se acerca a mí y me agarra por el codo.
—¿Te encuentras bien?
Sin mirarlo y sin dejar de abanicarme, le contesto:
—¡Uf! ¿Te miento o te digo la verdad?
—Prefiero la verdad.
Divertido, me vuelvo hacia él y, de repente, mi nariz choca contra una americana gris. Huele muy bien. Perfume caro.
Pero ¿qué hace tan cerca de mí?
Inmediatamente doy un paso hacia atrás y lo miro para ver de quién se trata. No es tan alto, casi soy más alto que él. También es moreno, con el cabello ondulado, joven y con ojos mieles. No me suena de nada y, al ver que me mira a la espera de una contestación, cuchicheo para que sólo él me pueda oír.
—Entre tú y yo, los ascensores nunca me han gustado y como no se abran las puertas en breve, me va a entrar el nervio y…
—¿El nervio?
—Aja…
—¿Qué es «entrar el nervio»?
—Eso, en mi idioma, es perder la compostura y volverse loco —le respondo, sin parar de abanicarme—. Créeme. No querrías verme en esa situación. Incluso, como me descuide, me pongo a echar espumarajos por la boca y la cabeza me da vueltas como a la niña de El exorcista. ¡Vamos, todo un numerito! —Mis nervios aumentan y le pregunto, en un intento por calmarme—: ¿Quieres un chicle de fresa?
—Gracias —responde y coge uno.
Pero lo gracioso es que lo abre y me lo mete en la boca a mí. Lo acepto sorprendido y, sin saber por qué, abro otro chicle y hago la operación a la inversa. Él, divertido, también lo acepta.
Miro a Manuela y compañía. Siguen histéricas, sudorosas y descoloridas. De modo que, dispuesto a que mi histerismo no aumente, intento entablar conversación con el desconocido.
—¿Eres nuevo en la empresa?
—No.
El ascensor se mueve y todas se ponen a chillar. Yo no voy a ser menos. Me agarro al brazo del hombre en cuestión y le retuerzo la manga. Cuando soy consciente, lo suelto en seguida.
—Perdón… perdón —me disculpo.
—Tranquilo, no pasa nada.
Pero no puedo estar tranquilo. ¿Cómo voy a estar tranquilo encerrada en un ascensor? De repente noto un picor en mi cuello. Abro mi bolso y saco un espejito de mano. Me miro en él y empiezo a maldecir.
—¡Mierda, mierda! ¡Me estoy llenando de ronchones!
Veo que el hombre me mira sorprendido. Yo estiro el cuello y se lo enseño.
—Cuando me pongo nervioso me salen ronchones en la piel, ¿lo ves?
Él asiente y yo me rasco.
—No —dice, sujetándome la mano—. Si haces eso, empeorarás.
Y ni corto ni perezoso se agacha y me sopla en el cuello. ¡Oh, Dios! ¡Qué bien huele y qué gustito da sentir ese airecito! Dos segundos más tarde, me doy cuenta de que hago el ridículo al soltar un gemidito.
¿Qué estoy haciendo?
Me tapo el cuello e intento desviar el tema.
—Tengo dos horas para comer y, como sigamos aquí, ¡hoy no como!
—Supongo que tu superior entenderá la situación y te permitirá llegar un poco más tarde.
Eso me hace sonreír. Éste no conoce a mi jefa.
—Creo que supones mucho. —Lleno de curiosidad, le digo—: Por tu acento eres…
—Alemán.
No me extraña. Mi empresa es alemana y teutones como aquél pululan todos los días por allí. Pero, sin poder evitarlo, lo miro con una sonrisita maliciosa.
—¡Suerte en la Eurocopa!
Entonces él, con gesto serio, se encoge de hombros.
—No me interesa el fútbol.
—¡¿No?!
—No.
Sorprendido de que a un tío, a un alemán, no le guste el fútbol, me hincho orgulloso al pensar en nuestra selección y susurro para mí:
—Pues no sabes lo que te pierdes.
Sin inmutarse, él parece leerme la mente y se acerca de nuevo a mi oreja, poniéndome la carne de gallina.
—De todas formas, ganemos o perdamos aceptaremos el resultado —me susurra.
Dicho esto, da un paso atrás y regresa a su sitio.
¿Le habrá molestado mi comentario?
Yo lo imito y me doy la vuelta para no tener que verlo. Miro el reloj; las tres menos cuarto. ¡Mierda! Ya he perdido tres cuartos de hora de mi comida y ya no me da tiempo a llegar al Vips. Con las ganas que tenía de comerme un Vips Club… ¡En fin! Pararé en el bar de Almudena y me comeré un bocata. No tengo tiempo para más.
De pronto, las luces se encienden, el ascensor reanuda su marcha y todos en su interior aplaudimos.
¡Yo el primero!
Movido por la curiosidad, vuelvo a mirar al desconocido que se ha preocupado por mí y veo que él sigue observándome. Vaya, con luz es más ¡sexy!
Cuando el ascensor llega a la planta cero y las puertas se abren, Manuela y las de contabilidad salen de su interior como caballos desbocados entre chillidos e histerismos. Cómo me alegro de no ser así. La verdad es que a pesar de ser gay, no soy tan “chica”. Mi padre me crió así. Sin embargo, cuando salgo, me quedo parado al ver a mi jefa.
—¡Blaine, por el amor de Dios! —oigo que dice—. Cuando he bajado para encontrarme contigo e irnos a comer y he recibido tu Whatsapp diciéndome que estabas encerrado en el ascensor ¡creí morir! ¡Qué angustia! ¿Estás bien?
—Perfectamente —responde la voz del hombre que ha hablado conmigo sólo unos momentos antes.
De pronto, mi cabeza rebobina. Blaine. Comida. Jefa. ¿Blaine Anderson, el jefazo, es a quien le he dicho que soy como la niña de El exorcista y le he metido un chicle de fresa en la boca? Me pongo como un tomate y me niego a mirarlo a la cara.
¡Dios! ¡Qué ridículo soy!
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ADVERTENCIAS: Lenguaje fuerte, explícito y sexual. Preferente + 17 xD (Luego no digan que no les dije)
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01
Qué pesadita es mi jefa.
Sinceramente, al final tendré que pensar lo mismo que media empresa: que ella y Sam, el idiota de mi compañero, tienen un lío. Pero no. No quiero ser mal pensado y entrar en la misma ruleta en la que todas mis compañeras han entrado. El cuchicheo.
Desde enero trabajo para la empresa Müller, una compañía de fármacos alemanes. Soy el secretario de la jefa de las delegaciones y, aunque mi trabajo me gusta, me siento explotado muy a menudo. Vamos… que sólo le falta a mi jefa atarme a la silla y echarme un mendrugo de pan para comer.
Cuando por fin termino el montón de trabajo que mi querida jefa me ha ordenado tener listo para el día siguiente, dejo los informes sobre su mesa y regreso a la mía. Cojo el bolso y me voy sin mirar atrás. Necesito salir de la oficina o acabaré saliendo en las noticias como el asesino en serie de jefas que se creen el ombligo del mundo.
Son las once y veinte de la noche… ¡Vaya horitas!
En la calle llueve a mares. ¡Perfecto! Chaparrón de verano. Llego hasta la puerta y, tras echarle valor al asunto, corro hacia el parking donde me espera mi amado León. Entro en el garaje como una sopa y, tras darle al botón del mando, Leoncito pestañea sus luces dándome la bienvenida. ¡Es más mono…!
Rápidamente me meto en él. No soy miedoso, pero no me gustan los parkings y menos aún si son tan solitarios como éste a estas horas. Inconscientemente, comienzo a recordar películas de terror en las que la chica camina por uno de ellos y un desalmado vestido de negro aparece y la acuchilla hasta morir. ¡Joder, qué mal rato!
En cuanto estoy dentro del coche, cierro los pestillos, abro el bolso, saco un pañuelo de papel y me seco la cara. ¡Estoy empapado! Pero justo cuando voy a meter las llaves en el contacto… ¡zas!, se me caen. Maldigo a oscuras y me agacho para buscarlas.
Toco el suelo con la mano. A la derecha no están. A la izquierda tampoco. Vaya… encuentro el paquete de chicles que busqué hace días. ¡Bien! Sigo toqueteando el suelo del coche y por fin las encuentro. Entonces oigo unas risas cercanas y miro a mi alrededor con cuidado para que no me vean.
¡Oh, Dios mío!
Entre risas y colegueo veo acercarse a mi jefa y a Sam. Parecen divertidos. Eso me pone de mala leche. Yo trabajando hasta las once y pico y ellos, de parranda. ¡Qué injusticia! De pronto, mi jefa y Sam se apoyan en la columna de al lado y se besan.
¡Vaya tela…!
¡No me lo puedo creer!
Semiagachado en el interior de mi automóvil para que no me vean, contengo la respiración. Por favor… ¡por favor! Si se dan cuenta de que estoy ahí, me muero de la vergüenza. Y no. No quiero que eso ocurra. De repente, mi jefa suelta el bolso y sin ningún miramiento toca con decisión la entrepierna de Sam. ¡¡¡Le está tocando el paquete!!!
¡Por todos los santos! Pero ¿qué estoy viendo?
¡Dios! Ahora es Sam quien le mete mano a ella por debajo de la falda. Se la sube, la empuja hacia arriba contra la columna y se comienza a refregar contra ella. ¡¡Qué fuerte!!
¡Ay, madre! ¿Qué hago?
Quiero marcharme. No quiero ver lo que hacen pero tampoco puedo salir de allí. Si arranco el coche, sabrán que los he pillado. Así que, agazapado y sin moverme, no puedo dejar de mirar lo que hacen. Entonces, Sam vuelve a apoyarla en el suelo y la obliga a dar la vuelta. La coloca sobre el capó del coche y le baja las bragas, primero con la boca y luego con las manos. ¡Joder, le estoy viendo el culo a mi jefa! ¡Qué horror! Y en aquel momento escucho a Sam preguntarle:
—Dime, ¿qué quieres que te haga?
Mi jefa, como una gata en celo, murmura entregada por completo a la causa.
—Lo que quieras… lo que tú quieras.
¡Qué fuerte, por Dios, qué fuerte! Y yo en primera fila. Sólo me faltan las palomitas.
Sam vuelve a empujarla sobre el capó. Le abre las piernas y mete la boca en el sexo de ella. ¡Ay, madre! Pero ¿de qué estoy siendo testigo? Mi jefa, doña Tiquismiquis, suelta un gemido y yo me tapo los ojos. Pero la curiosidad, el morbo o como se llame me puede y me los destapo de nuevo. Sin pestañear veo cómo él, tras relamerse, se separa unos centímetros de ella y le mete un dedo, luego dos y, levantándose, la agarra de su pelazo oscuro y tira de él mientras mueve sus dedos a un ritmo que, para qué negarlo, haría suspirar a cualquiera.
—¡Síiiiiiiiiiiiii!—escucho gemir a mi jefa.
Respiro con dificultad.
Me va a dar algo.
¡Qué calor!
Me guste o no, ver aquello me está poniendo frenético, y no precisamente por estar de los nervios. Mis relaciones sexuales son normalitas, tirando a predecibles, así que lo cierto es que ver aquello en vivo y en directo me está excitando.
Sam se baja la bragueta de su pantalón gris. Saca un más que aceptable pene de su interior… ¡Vaya con Sam! Y me quedo ojiplático cuando veo que se lo clava de una sola estacada. ¡Me muero! Pero de placer… Vamos, justo por lo que está jadeando mi jefa.
Mi miembro está duro y, de pronto, me doy cuenta de que me estoy tocando. Pero ¿cuándo he metido mi mano por el interior del pantalón? Rápidamente saco mi mano de ahí, pero mi amigo y el centro de mi deseo protestan. ¡Él quiere más! Pero no. Eso no puede ser. Yo no hago esas cosas. Minutos después, tras varios gemidos y bamboleos, Sam y mi jefa se recomponen. ¡Olé! ¡Ya han terminado! Se meten en el coche y se marchan. Respiro aliviado.
Cuando por fin vuelvo a quedarme solo en el parking, me incorporo de mi escondrijo y me siento en el asiento de mi coche. Las manos me tiemblan. Las rodillas también. Y noto que mi respiración está acelerada. Exaltado por lo que acabo de presenciar, cierro los ojos mientras me tranquilizo y pienso cómo sería tener sexo de ese calibre. ¡Caliente!
Diez minutos después, arranco el coche y salgo del parking. Me voy a tomar unas cervezas con mis amigos. Necesito refrescarme y refrescar mi calenturienta… mente.
Al día siguiente, cuando llego a la oficina, todos parecen felices. Me cruzo con Sam y no puedo evitar sonreír. Él y la jefa. Si ellos supieran que los vi… Pero, como no quiero pensar en ello, me dirijo hacia mi mesa y mientras enciendo mi ordenador veo que se acerca hasta mí.
—Buenos días, Kurt.
—Buenos días.
Sam, además de ser mi compañero, es un tipo muy simpático. Desde el primer día que llegué a la oficina ha sido un encanto conmigo y nos llevamos muy bien. Casi todas en el trabajo babean por él, pero, no sé por qué, en mí no surte el mismo efecto. ¿Será que no me gustan los bomboncitos sonrientes? Pero, claro, ahora, sabiendo lo que sé y habiéndole visto su aparatito en acción, no puedo evitar mirarlo de otra forma mientras intento no gritar: «¡Torero!».
—¿Recuerdas que esta tarde hay reunión general?
—Ajá.
Como es de esperar, sonríe, me agarra del brazo y dice…
—Venga, vamos a tomarnos un café. Sé que te mueres por un cafetito y una tostada de la cafetería.
Sonrío yo también. Cómo me conoce el puñetero… Además de simpático y guapo, al tío no se le escapa una. Ése, junto a su perpetua sonrisa, es el gran atractivo de Sam. No olvida detalle. De ahí que se lleve a las churris de calle.
Cuando llegamos a la cafetería de la novena planta, vamos a la barra, pedimos nuestra consumición y nos dirigimos a nuestra mesa. Digo nuestra mesa porque siempre nos sentamos allí. Se nos unen Nick y Jeff. Una parejita gay con la que me llevo muy bien. Como siempre hacen, me besuquean el cuello y me hacen reír. Los cuatro comenzamos a hablar e inconscientemente recuerdo lo que vi la noche anterior en el parking. ¡Sam y la jefa! Vaya polvazo más morboso que se marcaron ante mi cara. ¡Vaya con mi compañero, es un portento el chico!
—¿Qué te pasa? Te noto distraído —pregunta Sam.
Eso me reactiva. Lo miro y le respondo, intentando olvidar las imágenes que por mi mente pululan:
—Estoy en Babia, lo sé. Mi gato cada día está más apagadito y…
—Qué pena, Brian —murmura Nick y Jeff me hace un gesto comprensivo.
—Vaya, lo siento —responde Sam, mientras me coge la mano.
Durante un rato hablamos de mi gato y eso me pone aún más triste. Adoro a Brian e, inevitablemente, cada día que pasa, cada hora, cada minuto, su vida se acorta un poco más. Es algo que aprendí a asumir desde que el veterinario me lo dijo, pero aun así me cuesta. Me cuesta mucho.
De pronto, mi jefa llega, rodeada por varios hombres, como siempre. ¡Es una comehombres! Sam la mira y sonríe. Yo me callo. Mi jefa es una mujer muy atractiva. Vamos, una cincuentona potente, una morena de rompe y rasga, soltera pero no entera, y a la que se le han atribuido varios líos en la empresa. Se cuida como nadie y no falta ni un solo día al gimnasio. O sea, que le gusta… gustar.
—Kurt —me interrumpe Sam—. ¿Te queda mucho?
Vuelvo en mí y dejo de mirar a mi jefa para mirar mi desayuno. Doy un trago al café y contesto:
—¡Acabado!
Los cuatro nos levantamos y salimos de la cafetería. Debemos comenzar a trabajar.
Una hora después, tras hacer las fotocopias pertinentes y acabar el recurso, me dirijo al despacho de mi jefa. Llamo con los nudillos y entro.
—Aquí tiene el contrato finalizado para la delegación de Albacete.
—Gracias —responde escuetamente mientras lo ojea.
Como de costumbre, me quedo parado ante ella a la espera de sus órdenes. El pelo de mi jefa me encanta, tan ondulado, tan cuidado. Suena el teléfono y antes de que me mire lo cojo.
—Despacho de la señora Isabelle Wright. Le atiende su secretario, el señor Hummel, ¿en qué puedo ayudarlo?
—Buenos días, señor Hummel —responde una voz profunda de hombre con cierto tonillo guiri—. Soy Blaine Anderson. Querría hablar con su jefa.
Al reconocer aquel nombre, reacciono rápidamente.
—Un momento, señor Anderson.
Mi jefa, al escuchar aquel apellido, suelta los papeles que hasta ese momento sujetaba y, tras arrancarme literalmente el teléfono de las manos, dice con una encantadora sonrisa en los labios:
—Blaine… ¡qué alegría saber de ti! —Tras un pequeño silencio, continúa—: Por supuesto, por supuesto. ¡Ah! Pero ¿ya has llegado a Madrid?… —Entonces suelta una risotada más falsa que un euro con la cara de Popeye y susurra—: Por supuesto, Blaine. A las dos te espero en recepción para comer.
Y tras decir esto, cuelga y me mira.
—Pídeme cita para la peluquería para dentro de media hora. Después, reserva para dos en el restaurante de Gemma.
Dicho y hecho. Cinco minutos más tarde sale de la oficina escopeteada y regresa hora y media después con su pelo más lustroso y bonito y con el maquillaje retocado. A las dos menos cuarto veo que Sam toca con los nudillos en su puerta y entra. ¡Vaya tela! No quiero ni pensar lo que estarán haciendo. Pasados cinco minutos oigo risotadas. A las dos menos cinco, la puerta se abre, salen los dos y mi jefa se me acerca.
—Kurt, ya te puedes ir a comer. Y recuerda: estaré con el señor Anderson. Si a las cinco no he vuelto y necesitas cualquier cosa, llámame al móvil.
Cuando la bruja mala y Sam se van respiro por fin aliviado. Me froto las sienes y me quito las gafas. Después recojo mis cosas y me dirijo hacia el ascensor. Mi oficina está en la planta diecisiete y el ascensor se para en varias plantas para ir recogiendo a otros trabajadores, así que siempre suele tardar en llegar a la planta baja. De pronto, entre la planta seis y la cinco, el ascensor da un trompicón y se detiene del todo. Saltan las luces de emergencia y Manuela, la de paquetería, se pone a chillar.
—¡Ay, virgencita! ¿Qué ocurre?
—Tranquila —respondo—. Se habrá ido la luz y seguro que pronto vuelve.
—¿Y cuánto va a tardar?
—Pues no lo sé, Manuela. Pero si te pones nerviosa, vas a pasar un ratito malo y se te hará eterno. Así que respira y verás cómo la luz vuelve en un pispás.
Pero veinte minutos después, la luz sigue brillando por su ausencia y Manuela, junto a varias chicas de contabilidad, entra en pánico. Percibo que tengo que hacer algo.
Vamos a ver. A mí no me gusta nada estar encerrada en un ascensor. Me agobia mucho y comienzo a sudar. Si entro en pánico, será peor, de modo que decido buscar soluciones. Lo primero, le paso mi botellita de agua a Manuela para que beba e intento bromear con las chicas de contabilidad mientras reparto chicles con sabor a fresa. Pero mi calor va en aumento, así que finalmente saco una carpeta de mi bolso y comienzo a abanicarme. ¡Qué calor!
En ese momento, uno de los hombres que se mantenían en un segundo plano apoyado en el ascensor se acerca a mí y me agarra por el codo.
—¿Te encuentras bien?
Sin mirarlo y sin dejar de abanicarme, le contesto:
—¡Uf! ¿Te miento o te digo la verdad?
—Prefiero la verdad.
Divertido, me vuelvo hacia él y, de repente, mi nariz choca contra una americana gris. Huele muy bien. Perfume caro.
Pero ¿qué hace tan cerca de mí?
Inmediatamente doy un paso hacia atrás y lo miro para ver de quién se trata. No es tan alto, casi soy más alto que él. También es moreno, con el cabello ondulado, joven y con ojos mieles. No me suena de nada y, al ver que me mira a la espera de una contestación, cuchicheo para que sólo él me pueda oír.
—Entre tú y yo, los ascensores nunca me han gustado y como no se abran las puertas en breve, me va a entrar el nervio y…
—¿El nervio?
—Aja…
—¿Qué es «entrar el nervio»?
—Eso, en mi idioma, es perder la compostura y volverse loco —le respondo, sin parar de abanicarme—. Créeme. No querrías verme en esa situación. Incluso, como me descuide, me pongo a echar espumarajos por la boca y la cabeza me da vueltas como a la niña de El exorcista. ¡Vamos, todo un numerito! —Mis nervios aumentan y le pregunto, en un intento por calmarme—: ¿Quieres un chicle de fresa?
—Gracias —responde y coge uno.
Pero lo gracioso es que lo abre y me lo mete en la boca a mí. Lo acepto sorprendido y, sin saber por qué, abro otro chicle y hago la operación a la inversa. Él, divertido, también lo acepta.
Miro a Manuela y compañía. Siguen histéricas, sudorosas y descoloridas. De modo que, dispuesto a que mi histerismo no aumente, intento entablar conversación con el desconocido.
—¿Eres nuevo en la empresa?
—No.
El ascensor se mueve y todas se ponen a chillar. Yo no voy a ser menos. Me agarro al brazo del hombre en cuestión y le retuerzo la manga. Cuando soy consciente, lo suelto en seguida.
—Perdón… perdón —me disculpo.
—Tranquilo, no pasa nada.
Pero no puedo estar tranquilo. ¿Cómo voy a estar tranquilo encerrada en un ascensor? De repente noto un picor en mi cuello. Abro mi bolso y saco un espejito de mano. Me miro en él y empiezo a maldecir.
—¡Mierda, mierda! ¡Me estoy llenando de ronchones!
Veo que el hombre me mira sorprendido. Yo estiro el cuello y se lo enseño.
—Cuando me pongo nervioso me salen ronchones en la piel, ¿lo ves?
Él asiente y yo me rasco.
—No —dice, sujetándome la mano—. Si haces eso, empeorarás.
Y ni corto ni perezoso se agacha y me sopla en el cuello. ¡Oh, Dios! ¡Qué bien huele y qué gustito da sentir ese airecito! Dos segundos más tarde, me doy cuenta de que hago el ridículo al soltar un gemidito.
¿Qué estoy haciendo?
Me tapo el cuello e intento desviar el tema.
—Tengo dos horas para comer y, como sigamos aquí, ¡hoy no como!
—Supongo que tu superior entenderá la situación y te permitirá llegar un poco más tarde.
Eso me hace sonreír. Éste no conoce a mi jefa.
—Creo que supones mucho. —Lleno de curiosidad, le digo—: Por tu acento eres…
—Alemán.
No me extraña. Mi empresa es alemana y teutones como aquél pululan todos los días por allí. Pero, sin poder evitarlo, lo miro con una sonrisita maliciosa.
—¡Suerte en la Eurocopa!
Entonces él, con gesto serio, se encoge de hombros.
—No me interesa el fútbol.
—¡¿No?!
—No.
Sorprendido de que a un tío, a un alemán, no le guste el fútbol, me hincho orgulloso al pensar en nuestra selección y susurro para mí:
—Pues no sabes lo que te pierdes.
Sin inmutarse, él parece leerme la mente y se acerca de nuevo a mi oreja, poniéndome la carne de gallina.
—De todas formas, ganemos o perdamos aceptaremos el resultado —me susurra.
Dicho esto, da un paso atrás y regresa a su sitio.
¿Le habrá molestado mi comentario?
Yo lo imito y me doy la vuelta para no tener que verlo. Miro el reloj; las tres menos cuarto. ¡Mierda! Ya he perdido tres cuartos de hora de mi comida y ya no me da tiempo a llegar al Vips. Con las ganas que tenía de comerme un Vips Club… ¡En fin! Pararé en el bar de Almudena y me comeré un bocata. No tengo tiempo para más.
De pronto, las luces se encienden, el ascensor reanuda su marcha y todos en su interior aplaudimos.
¡Yo el primero!
Movido por la curiosidad, vuelvo a mirar al desconocido que se ha preocupado por mí y veo que él sigue observándome. Vaya, con luz es más ¡sexy!
Cuando el ascensor llega a la planta cero y las puertas se abren, Manuela y las de contabilidad salen de su interior como caballos desbocados entre chillidos e histerismos. Cómo me alegro de no ser así. La verdad es que a pesar de ser gay, no soy tan “chica”. Mi padre me crió así. Sin embargo, cuando salgo, me quedo parado al ver a mi jefa.
—¡Blaine, por el amor de Dios! —oigo que dice—. Cuando he bajado para encontrarme contigo e irnos a comer y he recibido tu Whatsapp diciéndome que estabas encerrado en el ascensor ¡creí morir! ¡Qué angustia! ¿Estás bien?
—Perfectamente —responde la voz del hombre que ha hablado conmigo sólo unos momentos antes.
De pronto, mi cabeza rebobina. Blaine. Comida. Jefa. ¿Blaine Anderson, el jefazo, es a quien le he dicho que soy como la niña de El exorcista y le he metido un chicle de fresa en la boca? Me pongo como un tomate y me niego a mirarlo a la cara.
¡Dios! ¡Qué ridículo soy!
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Fecha de inscripción : 21/05/2014
Edad : 30
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Ojalá y Blaine invite a comer a Kurt también.
Gabriela Cruz-*-* - Mensajes : 3230
Fecha de inscripción : 07/04/2013
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Hola!!!!!
Buff... Ese Sam... ¿Sabías que estoy obsesionada con Sam? Yo quiero ser la jefa de Kurt... Aun no me repongo de la escena sexy de Sam... *Darri suspira*
Espero que Blaine y Kurt se acerquen pronto (quiero escena Klaine prever)...
No tardes en actualizar...
Besos
Buff... Ese Sam... ¿Sabías que estoy obsesionada con Sam? Yo quiero ser la jefa de Kurt... Aun no me repongo de la escena sexy de Sam... *Darri suspira*
Espero que Blaine y Kurt se acerquen pronto (quiero escena Klaine prever)...
No tardes en actualizar...
Besos
Darrinia-*- - Mensajes : 2595
Fecha de inscripción : 24/10/2013
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Me encanto mucho este grandioso capitulo ya quiero ver que pasa entre kurt y blaine espero actualices pronto ya quiero ver que pasa en el siguiente capitulo lo esperare muyyy ansioso
gleeclast-* - Mensajes : 1799
Fecha de inscripción : 26/03/2013
Edad : 27
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Gabriela Cruz escribió:Ojalá y Blaine invite a comer a Kurt también.
Pues entonces no dejes de leer... :D
Darrinia escribió:Hola!!!!!
Buff... Ese Sam... ¿Sabías que estoy obsesionada con Sam? Yo quiero ser la jefa de Kurt... Aun no me repongo de la escena sexy de Sam... *Darri suspira*
Espero que Blaine y Kurt se acerquen pronto (quiero escena Klaine prever)...
No tardes en actualizar...
Besos
Te juro que si ya no lo hubiera puesto nombre a la jefaza... Te ponía a ti de jefa jajajaa... Pero puedes imaginariamente ponerte en su lugar, ¿no? Algo es algo :)
Gracias por Comentar... Y ya viene lo perver 1313
gleeclast escribió:Me encanto mucho este grandioso capitulo ya quiero ver que pasa entre kurt y blaine espero actualices pronto ya quiero ver que pasa en el siguiente capitulo lo esperare muyyy ansioso
Muchas gracias Ulises por comentar... Actualizo en seguida :)
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ℳᵎᵎℛᶯᵅ✿** - Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 21/05/2014
Edad : 30
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Aquí está el segundo capítulo de "Pídeme lo que Quieras".
ADVERTENCIAS: Lenguaje fuerte, explícito y sexual. Preferente + 17 xD (Luego no digan que no les dije)
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02
Deseo escapar de allí cuanto antes, pero entonces siento que alguien me agarra del codo.
—Gracias por el chicle… ¿Em…?
—Kurt —responde mi jefa—. Él es mi secretario.
El ahora identificado como señor Blaine Anderson asiente y, sin importarle la cara de mi jefa, porque no la mira a ella si no a mí dice:
—Entonces es Kurt Hummel, ¿verdad?
—Sí —respondo como si fuera bobo. ¡Como un lelo total!
Mi jefa se cansa de no sentirse la protagonista del momento y lo agarra posesivamente del brazo, tirando de él.
—¿Qué tal si nos vamos a comer, Blaine? ¡Es tardísimo!
Como si me hubieran plantado en el vestíbulo de la empresa, yo levanto mi cabeza y sonrío. Instantes después, aquel impresionante hombre de ojos claros se aleja, aunque, antes de salir por la puerta, se vuelve y me mira. Cuando por fin desaparece suspiro y pienso: «¿Por qué no me habré estado calladito en el ascensor?».
A la mañana siguiente, cuando llego a la oficina, la primera persona que me encuentro al entrar en la cafetería es el señor Anderson. Noto que levanta la vista y me mira, pero yo me hago el desentendido. No me apetece saludarlo.
Ahora ya sé quién es y siempre he pensado que los jefazos cuanto más lejos, mejor. Lagarto, lagarto… Pero la verdad es que este hombre me pone nervioso. Desde su posición y escondido tras el periódico, intuyo que me está observando, que me está estudiando. Levanto los ojos y ¡zas! Tengo razón. Me bebo rápidamente el café y me voy. Tengo que trabajar.
Durante el día vuelvo a coincidir con él en varios sitios. Pero cuando toma posesión del antiguo despacho de su padre, que está frente al mío y conectado por el archivo al de mi jefa, ¡me quiero morir! En ningún momento se dirige a mí, pero puedo sentir su mirada vaya por donde vaya. Intento esconderme tras la pantalla del ordenador, pero es imposible. Él siempre encuentra la manera de cruzar su mirada con la mía.
Cuando salgo de la oficina, me voy directo al gimnasio. Una clase de spinning y un rato en el jacuzzi tras terminarla me quitan todo el estrés acumulado y llego a mi casa como una malva, listo para dormir.
Los siguientes días, más de lo mismo. El señor Anderson, ese guapo jefazo con el que he comenzado a soñar y al que toda la oficina venera y lame el culo, aparece por todos los lados por donde me muevo, y eso hace que me ponga nervioso.
Es serio, borde y apenas sonríe. Pero noto que me busca con la mirada y eso me desconcierta.
Los días van pasando y, finalmente, una mañana cruzo un par de sonrisitas con él. Pero ¿qué estoy haciendo? Ese día ya no cierra la puerta de su despacho y su ángulo de visión es aún mejor. Me tiene totalmente controlado. ¡Qué agobio por Dios!
Por si fuera poco, cada día que coincido con él en la cafetería me observa… me observa… y me observa. Aunque, cuando me ve aparecer con Sam o los chicos, se va rápidamente. ¡Qué descanso!
Hoy estoy liadísimo con cientos de papeles que la tiquismiquis de mi jefa me ha pedido. Como siempre, parece no recordar que Sam, aunque sea el secretario del señor Anderson, es quien debe ocuparse del cincuenta por ciento del papeleo que gestionamos.
A la hora de comer aparece el objeto de mis sueños húmedos en el despacho y, tras clavar su insistente mirada sobre mí, entra en el despacho de mi jefa sin llamar para salir dos segundos después los dos juntos e irse a comer.
Cuando me quedo solo, me siento por fin aliviado. No sé qué me pasa con ese hombre, pero su presencia me acalora y me hace hervir la sangre. Tras recoger un poco mi mesa decido hacer lo mismo que ellos y me voy a comer. Pero es tal el agobio de papeles que sé que me espera que, en vez de utilizar mis dos horitas para ello, salgo sólo una hora y regreso en seguida.
Al llegar, meto mi bolso en mi cajonera, cojo mi iPod y me pongo mis auriculares. Si algo me gusta en esta vida es la música. Mi madre nos enseñó a mi padre, a mi hermana y a mí que la música es lo único que amansa a las fieras y reduce los males. Ése, entre otros muchos, es uno de sus legados y quizá por eso adoro la música y me paso el día tarareando canciones. Nada más encender el iPod comienzo a cantar mientras me lío con el papeleo. ¡Mi vida se reduce al papeleo!
Entro en el despacho de la tiquismiquis de mi jefa cargado con carpetas y abro una especie de vestidor que utilizamos como archivo. Ese vestidor comunica con el despacho del señor Anderson, pero, como sé que no está, me relajo y comienzo a archivar mientras canturreo:
Share my life, take me for what I am.
'cause I'll never change all my colors for you.
Take my love, I'll never ask for too much,
just all that you are and everything that you do.
I don't really need to look very much further,
I don't wanna have to go where you don't follow.
I will hold it back again, this passion inside.
can't run from myself, there's nowhere to hide…
—Señor Hummel, canta usted fatal.
Esa voz. Ese acento.
La carpeta que tengo en las manos se me cae al suelo por el susto. Me agacho a cogerla y, ¡zas!, coscorrón que me meto con él. Con el señor Anderson. ¡Con la angustia instalada en mi cara por la cantidad de meteduras de pata que estoy cometiendo con ese supermegajefazo alemán…! Lo miro y me quito los auriculares.
—Lo siento, señor Anderson —murmuro.
—No pasa nada. —Toca mi frente y pregunta con familiaridad—. ¿Tú estás bien?
Como un muñequito de esos que hay en las partes traseras de algunos coches, asiento con la cabeza. Otra vez me ha vuelto a preguntar si estoy bien ¡Qué mono! Sin poder evitarlo, mis ojos y todo mi ser le hacen un escaneo en profundidad: apuesto, pelo negro con ondulaciones, treinta y pocos años, fibroso, ojos mieles, voz profunda y sensual… Vamos, un pibonazo en toda regla.
—Siento haberte asustado —añade—. No era mi intención.
Vuelvo a mover mi cabeza como un muñeco. ¡Seré bobo! Me levanto del suelo con la carpeta en mis manos y pregunto:
—¿Ha venido con usted la señora Wright?
—Sí.
Sorprendido, porque no la he oído entrar en su despacho, comienzo a intentar salir del archivo, cuando el alemán me agarra del brazo.
—¿Qué cantabas?
Aquella pregunta me pilla tan de sorpresa que estoy a punto de soltarle: «¿Y a ti qué te importa?». Pero, afortunadamente, contengo mi impulsividad.
—Una canción.
Sonríe. ¡Dios! ¡Qué sonrisa!
—Lo sé… La letra me gustó. ¿Qué canción es?
—Un favorito personal de Whitney Houston, I have nothing, señor.
Pero parece que mis palabras le hacen gracia. ¿Se estará riendo de mí?
—¿Ahora que sabes quién soy, me llamas señor?
—Disculpe, señor Anderson —aclaro con profesionalidad—. En el ascensor no lo reconocí. Pero ahora que ya sé quién es, creo que debo tratarlo como se merece.
Él da un paso hacia mí y yo doy otro hacia atrás. ¿Qué hace?
Él vuelve a dar otro paso y yo, al intentar hacer lo mismo, me pego contra el archivador. No tengo salida. El señor Anderson, ese tío sexy al que hace unos días metí un chicle de fresa en la boca, está casi encima de mí y se está alzando para ponerse a mi altura.
—Me gustabas más cuando no sabías quién era —murmura.
—Señor, yo…
—Blaine. Mi nombre es Blaine.
Confundido y atacado de los nervios por el morbo que ese gigante me está provocando, trago el nudo de emociones que me cosquillea por todo el cuerpo.
—Lo siento, señor. Pero no creo que esto sea correcto.
Y, sin pedirme permiso, me quita el pañuelo azul que tengo alrededor de mi cuello, acariciando mi piel con sus dedos. Yo lo miro. Él me mira también. Y a nuestras miradas le sigue un más que significativo silencio en el que los dos respiramos con irregularidad.
—¿Se te ha comido la lengua el gato? —me pregunta, rompiendo el silencio.
—No, señor —respondo al punto del colapso.
—Entonces, ¿dónde has dejado al chico chispeante del ascensor?
Cuando voy a responder, oigo las voces de mi jefa y Sam que entran en el despacho. Anderson pega su cuerpo al mío y me ordena callar. Sin saber muy bien por qué, le hago caso.
—¿Dónde está Kurt? —oigo que pregunta mi jefa.
—Casi con seguridad, te diría que en la cafetería. Habrá ido a por una Coca-Cola. Tardará en regresar —responde Sam, y cierra la puerta del despacho de mi jefa.
—¿Seguro?
—Seguro —insiste Sam—. Vamos, ven aquí y déjame ver qué llevas hoy bajo la falda.
¡Dios! Esto no puede estar pasando.
El señor Anderson no debería ver lo que creo que esos dos están a punto de hacer. Pienso. Pienso cómo entretenerlo o despistarlo, pero no se me ocurre nada. Aquel hombre está casi encima de mí, sin quitarme ojo.
—Tranquilo, señor Hummel. Dejémoslos que se diviertan —me susurra.
¡Me quiero morir!
¡¡Qué vergüenza!!
Instantes después no se oye nada a excepción del sonido de las bocas y las lenguas de esos dos al chocar. Asustado ante aquel incómodo silencio, miro por la abertura de la puerta del archivo y me tapo la boca al ver a mi jefa sentada sobre su mesa y a Sam manoseándola. Mi respiración se agita y Anderson sonríe desde su posición. Me pasa la mano por la espalda y me acerca más a él.
—¿Excitado? —me pregunta.
Lo miro y no hablo. No pienso contestar esa pregunta. Estoy avergonzado por lo que estamos presenciando los dos juntos. Pero sus ojos inquisidores se clavan en mí y él acerca todavía más su boca a la mía.
—¿Te excita más el fútbol que esto? —insiste.
¡Oh, Dios! Me excita él. Él, él y él.
¿Cómo no excitarme con un hombre como ése encima de mí y ante una situación semejante? ¡A la porra el fútbol! Al final, vuelvo a asentir como un muñequito. No tengo vergüenza.
Anderson, al verme tan alterado, también mueve su cabeza. Mira por la rendija y me arrastra hasta quedar ambos delante del hueco de la puerta. Lo que veo me deja sin habla. Mi jefa se encuentra abierta de piernas sobre la mesa, mientras Sam pasea su boca con avidez por la entrepierna de ella. Cierro los ojos. No quiero ver aquello. ¡Qué vergüenza! Instantes después, el alemán, que continúa agarrándome con fuerza, vuelve a empujarme contra el archivador y pregunta cerca de mi oreja:
—¿Te asusta lo que ves?
—No… —Él sonríe y yo añado entre cuchicheos—: Pero no me parece bien que los estemos mirando, señor Anderson. Creo que…
—Mirarlos no nos hará daño y, además, es excitante.
—Es mi jefa.
Hace un gesto afirmativo y, mientras pasea su boca por mi oreja, susurra:
—Daría todo lo que tengo porque fueras tú quien esté sobre la mesa. Pasearía mi boca por tus muslos, para después envolver mi lengua en tu miembro y hacerte mío.
Boquiabierto.
Pasmado.
Alucinado.
Pero ¿qué me ha dicho ese hombre?
Impresionado y altamente excitado, voy a contestarle una fresca cuando, de repente, todo mi cuerpo reacciona y siento que mi pantalón es demasiado pequeño en cierta parte. Lo que ese hombre acaba de decir me altera y no lo puedo disimular, por mucho que sea una grosería por su parte. Entonces, el recorrido de sus labios se detiene frente a mi boca. Sin dejar de mirarme, saca su húmeda lengua, la pasa por mi labio superior, después por el inferior y, finalmente, me da un leve y dulce mordisquito en el labio.
No me muevo. ¡No puedo ni respirar!
Al ver que mi respiración se agita, vuelve a sacar su lengua e, inconscientemente, abro la boca. Quiero más. Sus pupilas se dilatan. Seguro de lo que está haciendo, mete su lengua en el interior de mi boca y, con una pericia que me deja sin sentido, comienza a moverla hasta hacerme perder el sentido.
Olvidándome de todo, respondo a sus exigencias y en seguida siento que soy yo el que se aprieta contra su recio pecho en busca de algo más. Me dejo llevar por mi deseo. Durante unos segundos, nos besamos apasionadamente en el más absoluto de los silencios mientras escuchamos los placenteros gemidos de mi jefa. Mi cuerpo tiembla al contacto con su cuerpo. Siento cómo sus manos me aprietan el trasero y deseo gritar… pero ¡de gusto! Instantes después, saca su lengua de mi boca y, sin apartar sus ojos claros de mí, pregunta:
—¿Cenas conmigo?
Vuelvo a mover la cabeza, pero esta vez para negarme. No pienso cenar con él. Es el jefazo, el dueño de la empresa. Pero mi respuesta parece no agradarle y afirma:
—Sí. Cenas conmigo.
—No.
—¿Te gusta llevarme la contraria?
—No, señor.
—¿Entonces?
—Yo no ceno con jefes.
—Conmigo sí.
Su proximidad es irresistible y el nuevo asalto a mi boca es arrebatador. Si antes hubo llamaradas, ahora es puro fuego. Ardor… Calor… Y cuando consigue que toda yo me convierta en gelatina entre sus manos, vuelve a sacar su lengua de mi boca y amaga una sonrisa. ¡Me encantan esos amagos!
Sin habla y perturbado, lo miro. ¿Qué narices estoy haciendo?
Sin moverse un milímetro de su posición, saca una Blackberry negra y comienza a teclear en ella. Minutos después oigo que llaman a la puerta de mi jefa, mientras él me pide silencio. Sam y ella se recomponen rápidamente y no puedo evitar sorprenderme de su capacidad de reacción. Segundos después, Sam abre.
—Disculpe, señora Wright —dice un desconocido—. El señor Anderson quiere tomar un café con usted. La espera en la cafetería de la planta nueve.
A través de la puerta entreabierta y aún con el alemán encima, veo cómo Sam se marcha y mi jefa saca un neceser de uno de los cajones de su mesa. Se repasa los labios rápidamente y, tras colocarse el pelo y la ropa, sale del despacho. En ese momento, siento que la presión que ejerce ese hombre sobre mí se relaja y me suelta.
—Escuche, señor Anderson…
Pero no me deja hablar. Vuelve a ponerme un dedo en la boca. Me siento tentado de morderlo, pero me contengo. Y, tras abrir las puertas del archivo, me mira y me dice:
—De acuerdo. No nos tutearemos. —Camina hacia la puerta y añade con una seguridad aplastante—: Lo paso a recoger por su casa a las nueve. Póngase guapo, señor Hummel.
Y yo, me quedo mirando la puerta como un tonto.
Pero ¿de qué va este tío?
Quiero gritar que no, pero si lo hago, toda la oficina me oiría. Acalorado y frenético salgo del archivo y, mientras camino hacia mi mesa, suena mi móvil. Un mensaje. Lo abro y me quedo a cuadros cuando leo: «Soy el jefe y sé dónde vive. No se le ocurra no estar preparado a las nueve en punto».
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Esto se esta poniendo interesante... Y bastante... Caliente... ¿Qué les pareció?
ADVERTENCIAS: Lenguaje fuerte, explícito y sexual. Preferente + 17 xD (Luego no digan que no les dije)
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02
Deseo escapar de allí cuanto antes, pero entonces siento que alguien me agarra del codo.
—Gracias por el chicle… ¿Em…?
—Kurt —responde mi jefa—. Él es mi secretario.
El ahora identificado como señor Blaine Anderson asiente y, sin importarle la cara de mi jefa, porque no la mira a ella si no a mí dice:
—Entonces es Kurt Hummel, ¿verdad?
—Sí —respondo como si fuera bobo. ¡Como un lelo total!
Mi jefa se cansa de no sentirse la protagonista del momento y lo agarra posesivamente del brazo, tirando de él.
—¿Qué tal si nos vamos a comer, Blaine? ¡Es tardísimo!
Como si me hubieran plantado en el vestíbulo de la empresa, yo levanto mi cabeza y sonrío. Instantes después, aquel impresionante hombre de ojos claros se aleja, aunque, antes de salir por la puerta, se vuelve y me mira. Cuando por fin desaparece suspiro y pienso: «¿Por qué no me habré estado calladito en el ascensor?».
A la mañana siguiente, cuando llego a la oficina, la primera persona que me encuentro al entrar en la cafetería es el señor Anderson. Noto que levanta la vista y me mira, pero yo me hago el desentendido. No me apetece saludarlo.
Ahora ya sé quién es y siempre he pensado que los jefazos cuanto más lejos, mejor. Lagarto, lagarto… Pero la verdad es que este hombre me pone nervioso. Desde su posición y escondido tras el periódico, intuyo que me está observando, que me está estudiando. Levanto los ojos y ¡zas! Tengo razón. Me bebo rápidamente el café y me voy. Tengo que trabajar.
Durante el día vuelvo a coincidir con él en varios sitios. Pero cuando toma posesión del antiguo despacho de su padre, que está frente al mío y conectado por el archivo al de mi jefa, ¡me quiero morir! En ningún momento se dirige a mí, pero puedo sentir su mirada vaya por donde vaya. Intento esconderme tras la pantalla del ordenador, pero es imposible. Él siempre encuentra la manera de cruzar su mirada con la mía.
Cuando salgo de la oficina, me voy directo al gimnasio. Una clase de spinning y un rato en el jacuzzi tras terminarla me quitan todo el estrés acumulado y llego a mi casa como una malva, listo para dormir.
Los siguientes días, más de lo mismo. El señor Anderson, ese guapo jefazo con el que he comenzado a soñar y al que toda la oficina venera y lame el culo, aparece por todos los lados por donde me muevo, y eso hace que me ponga nervioso.
Es serio, borde y apenas sonríe. Pero noto que me busca con la mirada y eso me desconcierta.
Los días van pasando y, finalmente, una mañana cruzo un par de sonrisitas con él. Pero ¿qué estoy haciendo? Ese día ya no cierra la puerta de su despacho y su ángulo de visión es aún mejor. Me tiene totalmente controlado. ¡Qué agobio por Dios!
Por si fuera poco, cada día que coincido con él en la cafetería me observa… me observa… y me observa. Aunque, cuando me ve aparecer con Sam o los chicos, se va rápidamente. ¡Qué descanso!
Hoy estoy liadísimo con cientos de papeles que la tiquismiquis de mi jefa me ha pedido. Como siempre, parece no recordar que Sam, aunque sea el secretario del señor Anderson, es quien debe ocuparse del cincuenta por ciento del papeleo que gestionamos.
A la hora de comer aparece el objeto de mis sueños húmedos en el despacho y, tras clavar su insistente mirada sobre mí, entra en el despacho de mi jefa sin llamar para salir dos segundos después los dos juntos e irse a comer.
Cuando me quedo solo, me siento por fin aliviado. No sé qué me pasa con ese hombre, pero su presencia me acalora y me hace hervir la sangre. Tras recoger un poco mi mesa decido hacer lo mismo que ellos y me voy a comer. Pero es tal el agobio de papeles que sé que me espera que, en vez de utilizar mis dos horitas para ello, salgo sólo una hora y regreso en seguida.
Al llegar, meto mi bolso en mi cajonera, cojo mi iPod y me pongo mis auriculares. Si algo me gusta en esta vida es la música. Mi madre nos enseñó a mi padre, a mi hermana y a mí que la música es lo único que amansa a las fieras y reduce los males. Ése, entre otros muchos, es uno de sus legados y quizá por eso adoro la música y me paso el día tarareando canciones. Nada más encender el iPod comienzo a cantar mientras me lío con el papeleo. ¡Mi vida se reduce al papeleo!
Entro en el despacho de la tiquismiquis de mi jefa cargado con carpetas y abro una especie de vestidor que utilizamos como archivo. Ese vestidor comunica con el despacho del señor Anderson, pero, como sé que no está, me relajo y comienzo a archivar mientras canturreo:
Share my life, take me for what I am.
'cause I'll never change all my colors for you.
Take my love, I'll never ask for too much,
just all that you are and everything that you do.
I don't really need to look very much further,
I don't wanna have to go where you don't follow.
I will hold it back again, this passion inside.
can't run from myself, there's nowhere to hide…
—Señor Hummel, canta usted fatal.
Esa voz. Ese acento.
La carpeta que tengo en las manos se me cae al suelo por el susto. Me agacho a cogerla y, ¡zas!, coscorrón que me meto con él. Con el señor Anderson. ¡Con la angustia instalada en mi cara por la cantidad de meteduras de pata que estoy cometiendo con ese supermegajefazo alemán…! Lo miro y me quito los auriculares.
—Lo siento, señor Anderson —murmuro.
—No pasa nada. —Toca mi frente y pregunta con familiaridad—. ¿Tú estás bien?
Como un muñequito de esos que hay en las partes traseras de algunos coches, asiento con la cabeza. Otra vez me ha vuelto a preguntar si estoy bien ¡Qué mono! Sin poder evitarlo, mis ojos y todo mi ser le hacen un escaneo en profundidad: apuesto, pelo negro con ondulaciones, treinta y pocos años, fibroso, ojos mieles, voz profunda y sensual… Vamos, un pibonazo en toda regla.
—Siento haberte asustado —añade—. No era mi intención.
Vuelvo a mover mi cabeza como un muñeco. ¡Seré bobo! Me levanto del suelo con la carpeta en mis manos y pregunto:
—¿Ha venido con usted la señora Wright?
—Sí.
Sorprendido, porque no la he oído entrar en su despacho, comienzo a intentar salir del archivo, cuando el alemán me agarra del brazo.
—¿Qué cantabas?
Aquella pregunta me pilla tan de sorpresa que estoy a punto de soltarle: «¿Y a ti qué te importa?». Pero, afortunadamente, contengo mi impulsividad.
—Una canción.
Sonríe. ¡Dios! ¡Qué sonrisa!
—Lo sé… La letra me gustó. ¿Qué canción es?
—Un favorito personal de Whitney Houston, I have nothing, señor.
Pero parece que mis palabras le hacen gracia. ¿Se estará riendo de mí?
—¿Ahora que sabes quién soy, me llamas señor?
—Disculpe, señor Anderson —aclaro con profesionalidad—. En el ascensor no lo reconocí. Pero ahora que ya sé quién es, creo que debo tratarlo como se merece.
Él da un paso hacia mí y yo doy otro hacia atrás. ¿Qué hace?
Él vuelve a dar otro paso y yo, al intentar hacer lo mismo, me pego contra el archivador. No tengo salida. El señor Anderson, ese tío sexy al que hace unos días metí un chicle de fresa en la boca, está casi encima de mí y se está alzando para ponerse a mi altura.
—Me gustabas más cuando no sabías quién era —murmura.
—Señor, yo…
—Blaine. Mi nombre es Blaine.
Confundido y atacado de los nervios por el morbo que ese gigante me está provocando, trago el nudo de emociones que me cosquillea por todo el cuerpo.
—Lo siento, señor. Pero no creo que esto sea correcto.
Y, sin pedirme permiso, me quita el pañuelo azul que tengo alrededor de mi cuello, acariciando mi piel con sus dedos. Yo lo miro. Él me mira también. Y a nuestras miradas le sigue un más que significativo silencio en el que los dos respiramos con irregularidad.
—¿Se te ha comido la lengua el gato? —me pregunta, rompiendo el silencio.
—No, señor —respondo al punto del colapso.
—Entonces, ¿dónde has dejado al chico chispeante del ascensor?
Cuando voy a responder, oigo las voces de mi jefa y Sam que entran en el despacho. Anderson pega su cuerpo al mío y me ordena callar. Sin saber muy bien por qué, le hago caso.
—¿Dónde está Kurt? —oigo que pregunta mi jefa.
—Casi con seguridad, te diría que en la cafetería. Habrá ido a por una Coca-Cola. Tardará en regresar —responde Sam, y cierra la puerta del despacho de mi jefa.
—¿Seguro?
—Seguro —insiste Sam—. Vamos, ven aquí y déjame ver qué llevas hoy bajo la falda.
¡Dios! Esto no puede estar pasando.
El señor Anderson no debería ver lo que creo que esos dos están a punto de hacer. Pienso. Pienso cómo entretenerlo o despistarlo, pero no se me ocurre nada. Aquel hombre está casi encima de mí, sin quitarme ojo.
—Tranquilo, señor Hummel. Dejémoslos que se diviertan —me susurra.
¡Me quiero morir!
¡¡Qué vergüenza!!
Instantes después no se oye nada a excepción del sonido de las bocas y las lenguas de esos dos al chocar. Asustado ante aquel incómodo silencio, miro por la abertura de la puerta del archivo y me tapo la boca al ver a mi jefa sentada sobre su mesa y a Sam manoseándola. Mi respiración se agita y Anderson sonríe desde su posición. Me pasa la mano por la espalda y me acerca más a él.
—¿Excitado? —me pregunta.
Lo miro y no hablo. No pienso contestar esa pregunta. Estoy avergonzado por lo que estamos presenciando los dos juntos. Pero sus ojos inquisidores se clavan en mí y él acerca todavía más su boca a la mía.
—¿Te excita más el fútbol que esto? —insiste.
¡Oh, Dios! Me excita él. Él, él y él.
¿Cómo no excitarme con un hombre como ése encima de mí y ante una situación semejante? ¡A la porra el fútbol! Al final, vuelvo a asentir como un muñequito. No tengo vergüenza.
Anderson, al verme tan alterado, también mueve su cabeza. Mira por la rendija y me arrastra hasta quedar ambos delante del hueco de la puerta. Lo que veo me deja sin habla. Mi jefa se encuentra abierta de piernas sobre la mesa, mientras Sam pasea su boca con avidez por la entrepierna de ella. Cierro los ojos. No quiero ver aquello. ¡Qué vergüenza! Instantes después, el alemán, que continúa agarrándome con fuerza, vuelve a empujarme contra el archivador y pregunta cerca de mi oreja:
—¿Te asusta lo que ves?
—No… —Él sonríe y yo añado entre cuchicheos—: Pero no me parece bien que los estemos mirando, señor Anderson. Creo que…
—Mirarlos no nos hará daño y, además, es excitante.
—Es mi jefa.
Hace un gesto afirmativo y, mientras pasea su boca por mi oreja, susurra:
—Daría todo lo que tengo porque fueras tú quien esté sobre la mesa. Pasearía mi boca por tus muslos, para después envolver mi lengua en tu miembro y hacerte mío.
Boquiabierto.
Pasmado.
Alucinado.
Pero ¿qué me ha dicho ese hombre?
Impresionado y altamente excitado, voy a contestarle una fresca cuando, de repente, todo mi cuerpo reacciona y siento que mi pantalón es demasiado pequeño en cierta parte. Lo que ese hombre acaba de decir me altera y no lo puedo disimular, por mucho que sea una grosería por su parte. Entonces, el recorrido de sus labios se detiene frente a mi boca. Sin dejar de mirarme, saca su húmeda lengua, la pasa por mi labio superior, después por el inferior y, finalmente, me da un leve y dulce mordisquito en el labio.
No me muevo. ¡No puedo ni respirar!
Al ver que mi respiración se agita, vuelve a sacar su lengua e, inconscientemente, abro la boca. Quiero más. Sus pupilas se dilatan. Seguro de lo que está haciendo, mete su lengua en el interior de mi boca y, con una pericia que me deja sin sentido, comienza a moverla hasta hacerme perder el sentido.
Olvidándome de todo, respondo a sus exigencias y en seguida siento que soy yo el que se aprieta contra su recio pecho en busca de algo más. Me dejo llevar por mi deseo. Durante unos segundos, nos besamos apasionadamente en el más absoluto de los silencios mientras escuchamos los placenteros gemidos de mi jefa. Mi cuerpo tiembla al contacto con su cuerpo. Siento cómo sus manos me aprietan el trasero y deseo gritar… pero ¡de gusto! Instantes después, saca su lengua de mi boca y, sin apartar sus ojos claros de mí, pregunta:
—¿Cenas conmigo?
Vuelvo a mover la cabeza, pero esta vez para negarme. No pienso cenar con él. Es el jefazo, el dueño de la empresa. Pero mi respuesta parece no agradarle y afirma:
—Sí. Cenas conmigo.
—No.
—¿Te gusta llevarme la contraria?
—No, señor.
—¿Entonces?
—Yo no ceno con jefes.
—Conmigo sí.
Su proximidad es irresistible y el nuevo asalto a mi boca es arrebatador. Si antes hubo llamaradas, ahora es puro fuego. Ardor… Calor… Y cuando consigue que toda yo me convierta en gelatina entre sus manos, vuelve a sacar su lengua de mi boca y amaga una sonrisa. ¡Me encantan esos amagos!
Sin habla y perturbado, lo miro. ¿Qué narices estoy haciendo?
Sin moverse un milímetro de su posición, saca una Blackberry negra y comienza a teclear en ella. Minutos después oigo que llaman a la puerta de mi jefa, mientras él me pide silencio. Sam y ella se recomponen rápidamente y no puedo evitar sorprenderme de su capacidad de reacción. Segundos después, Sam abre.
—Disculpe, señora Wright —dice un desconocido—. El señor Anderson quiere tomar un café con usted. La espera en la cafetería de la planta nueve.
A través de la puerta entreabierta y aún con el alemán encima, veo cómo Sam se marcha y mi jefa saca un neceser de uno de los cajones de su mesa. Se repasa los labios rápidamente y, tras colocarse el pelo y la ropa, sale del despacho. En ese momento, siento que la presión que ejerce ese hombre sobre mí se relaja y me suelta.
—Escuche, señor Anderson…
Pero no me deja hablar. Vuelve a ponerme un dedo en la boca. Me siento tentado de morderlo, pero me contengo. Y, tras abrir las puertas del archivo, me mira y me dice:
—De acuerdo. No nos tutearemos. —Camina hacia la puerta y añade con una seguridad aplastante—: Lo paso a recoger por su casa a las nueve. Póngase guapo, señor Hummel.
Y yo, me quedo mirando la puerta como un tonto.
Pero ¿de qué va este tío?
Quiero gritar que no, pero si lo hago, toda la oficina me oiría. Acalorado y frenético salgo del archivo y, mientras camino hacia mi mesa, suena mi móvil. Un mensaje. Lo abro y me quedo a cuadros cuando leo: «Soy el jefe y sé dónde vive. No se le ocurra no estar preparado a las nueve en punto».
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Esto se esta poniendo interesante... Y bastante... Caliente... ¿Qué les pareció?
ℳᵎᵎℛᶯᵅ✿
ℳᵎᵎℛᶯᵅ✿** - Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 21/05/2014
Edad : 30
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Estuvo súper, no tardes con el siguiente capítulo, ya quieto ver como acaba la cena.
Gabriela Cruz-*-* - Mensajes : 3230
Fecha de inscripción : 07/04/2013
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Me gusto mucho este grandioso capitulo ya quiero saber que pasa en la cena espero actualices pronto ya quiero ver que pasa en el siguiente capitulo lo esperare muyyy ansioso me gusta la historia
gleeclast-* - Mensajes : 1799
Fecha de inscripción : 26/03/2013
Edad : 27
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Wow Klaine a primera vista, al parecer me perdi un capitulo pero como dije, si hay Klex de por medio, estoy presente aqui.
Besos
Besos
Gaby Klainer********-*- - Mensajes : 911
Fecha de inscripción : 01/07/2013
Edad : 24
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Hahaha Pideme lo que Quieras!! Dios!!! En encanta esta historia y me encanta que la hayas adaptado!! Hahaha esto es caliente!!
Actualiza pronto! No quiero dar spoiler pero quiero saber a que personajes de Glee pondrás en esta historia!! Quisiera que la familia de los personajes se eligiera por parecido, no por amistad en la serie, pero no me hagas caso!! Hahaha no puedo creer que la hayas adaptado!! Me muero!! Nos vemos!!
Actualiza pronto! No quiero dar spoiler pero quiero saber a que personajes de Glee pondrás en esta historia!! Quisiera que la familia de los personajes se eligiera por parecido, no por amistad en la serie, pero no me hagas caso!! Hahaha no puedo creer que la hayas adaptado!! Me muero!! Nos vemos!!
Abiss Pimen** - Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 25/10/2013
Edad : 26
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
OMG!
Sexy, caliente, hot...
Sam y Blaine tan... *Darri suspira*
Me está gustando mucho el fic, espero que actualices pronto.
Besos
Sexy, caliente, hot...
Sam y Blaine tan... *Darri suspira*
Me está gustando mucho el fic, espero que actualices pronto.
Besos
Darrinia-*- - Mensajes : 2595
Fecha de inscripción : 24/10/2013
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Gabriela Cruz escribió:Estuvo súper, no tardes con el siguiente capítulo, ya quieto ver como acaba la cena.
Gracias por comentar y ... Espero q no te decepciones con la cena.
gleeclast escribió:Me gusto mucho este grandioso capitulo ya quiero saber que pasa en la cena espero actualices pronto ya quiero ver que pasa en el siguiente capitulo lo esperare muyyy ansioso me gusta la historia
Muchas gracias Ulises... Por leer y por tu ansiedad :D
Gaby Klainer escribió:Wow Klaine a primera vista, al parecer me perdi un capitulo pero como dije, si hay Klex de por medio, estoy presente aqui.
-w-Besos
Jajajjaa... creo que todos somos unos pervertidos en busca de Klex... y en esta historia hay Muuuuuuuuuuuuucho!
Abiss Pimen escribió:Hahaha Pideme lo que Quieras!! Dios!!! En encanta esta historia y me encanta que la hayas adaptado!! Hahaha esto es caliente!!
Actualiza pronto! No quiero dar spoiler pero quiero saber a que personajes de Glee pondrás en esta historia!! Quisiera que la familia de los personajes se eligiera por parecido, no por amistad en la serie, pero no me hagas caso!! Hahaha no puedo creer que la hayas adaptado!! Me muero!! Nos vemos!!
Espero no decepcionarte con los que he elegido, estoy poniendo todo de mi parte para que sea una adaptación decente y no solo el cambiar los nombres :D
Darrinia escribió:OMG!
Sexy, caliente, hot...
Sam y Blaine tan... *Darri suspira*
Me está gustando mucho el fic, espero que actualices pronto.
Besos
Jajajaja... Gracias por comentar Darri... ;)
Y gracias a todos por seguir esta adaptación y comentar...
ℳᵎᵎℛᶯᵅ✿
ℳᵎᵎℛᶯᵅ✿** - Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 21/05/2014
Edad : 30
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Aquí está el tercer capítulo de "Pídeme lo que Quieras".
ADVERTENCIAS: Lenguaje fuerte, explícito y sexual. Preferente + 17 xD (Luego no digan que no les dije)
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03
A las siete y media llego a mi casa. Saludo a mi gato Brian que acude a recibirme acercándose muy despacio. Una vez dejo el maletín sobre el sofá color beige, me dirijo hacia la cocina, cojo unas gotas, abro la boca de Brian y le doy su medicación. El pobre ni se inmuta.
Tras darle su ración de mimos, abro la nevera para tomarme una Coca-Cola. Tengo un vicio con las Coca-Colas… ¡tremendo! Sin pensar en nada más, miro el montonazo de plancha que tengo esperándome en la silla. Aunque esto de vivir solo y ser independiente tiene sus cosas buenas, seguro que si aún estuviera viviendo con mis padres, esa ropa ya estaría planchadita y colgada en el armario.
Tras acabarme la lata me voy directo a la ducha.
Antes pongo un CD de Lady GaGa. Me encanta su música. Y ella, tan excéntrica y fuera de lo común, y con su sinfín de trajes. ¡Me vuelve loco! Entro en el baño. Me quito la ropa mientras tarareo Bad Romance.
I want your ugly
I want your disease
I want your everything
As long as it's free
I want your love
Love, love, love I want your love.
¡Vaya, qué canción! ¡Qué voz tiene esa mujer! Instantes después, suspiro al sentir cómo cae el agua caliente por mi piel. Me hace sentir limpio. Pero, de repente, el señor Anderson y su manera de hablarme aparecen en mi mente y mis manos, resbaladizas por el jabón, bajan por mi cuerpo. Envuelvo mi miembro y muevo de arriba abajo. ¡Oh, sí, Anderson!
Pensar en su boca, en cómo recorrió mis labios con su lengua me enciende. Recordar sus ojos y todo él me pone a cien. ¡Calor de nuevo! Mi mano acelera sobre mí, con la imagen mental de él apretándose a mi cuerpo. ¡Sí! ¡”I want your bad romance”! ¡Más calor!
Cierro los ojos y pienso que es Anderson quien lo toca, quien lo endurece. No lo conozco. No sé nada de él. Pero sí sé que su cercanía me pone como una moto. Un jadeo sale de mi boca justo en el momento en que oigo sonar mi teléfono. Paso de él. No quiero interrumpir este momento. Pero al sexto pitido abro los ojos, salgo de mi burbuja de placer, cojo la toalla y corro a mi habitación para cogerlo.
—¿Por qué has tardado tanto en cogerlo?
Es mi hermana. Como siempre tan oportuna y tan preguntona.
—Estaba en la ducha, Rachel. ¿Alguna objeción?
Su risita me hace reír a mí también.
—¿Cómo está Brian?
Me encojo de hombros y suspiro.
—Igual que ayer. Poco más puedo decir.
—Rayos, tienes que estar preparado. Recuerda lo que dijo el veterinario.
—Lo sé, lo sé.
—¿Te ha llamado Adam? —me pregunta tras un breve silencio.
—No.
—¿Y lo vas a llamar tú a él?
—No.
Como mi hermana no se contenta con lo que respondo, insiste:
—Kurt, ese chico te conviene. Tiene un trabajo estable, es guapo, amable y…
—Pues líate tú con él.
—¡Kurt! —protesta mi hermana.
Adam es el típico amigo de toda la vida. Ambos somos de Jerez. Mi padre y su padre viven en esa preciosa localidad y nos conocemos desde pequeños. En la adolescencia comenzamos un tonteo que continuamos en la madurez. Él vive en Valencia y yo en Madrid. Es inspector de policía, y nos vemos en las vacaciones de verano e invierno cuando los dos vamos a Jerez o en viajecitos relámpago que él hace a Madrid con cualquier excusa para verme.
Es alto, rubio y divertido. Con él te puedes pasar horas riendo, porque tiene una gracia y un salero que no se pueden aguantar. El problema es que yo no estoy colgado por él como sé que él lo está por mí. Me gusta. Es mi rollito de verano y compartimos fluidos cuando viene a verme. Pero nada más. Yo no quiero nada más, aunque mi hermana, mi padre y todos los amigos de Jerez se empeñen en emparejarnos una y otra vez.
—Escucha, Kurt, no seas tonto y llámalo. Dijo que iría a verte antes de ir a Jerez y seguro que lo hace.
—¡Dios! ¡Qué pesadita eres, Rachel!
Mi hermana siempre me hace lo mismo: me lleva al límite y, cuando ve que voy a salir por peteneras, cambia de conversación.
—¿Vienes a casa a cenar?
—No. Tengo una cita.
Oigo que resopla.
—¿Y se puede saber con quién? —pregunta.
—Con un amigo —miento. Con lo puritana que es, si le digo que es con mi jefe, seguro que le da un patatús—. Y ahora, hermanita, se acabó de preguntar.
—Vale, tú sabrás lo que haces. Pero sigo pensando que estás haciendo el tonto con Adam y, al final, se va a cansar de ti. ¡Ya lo verás!
—¡Rachel!
—Vale, vale, no digo nada más. Por cierto, hoy he vuelto a recibir flores de Finn. ¿Qué piensas?
—Joder, Rachel, ¿qué quieres que piense? —respondo molesto—. Pues que es un detalle bonito.
—Sí. Pero él nunca antes me había regalado dos ramos de flores en tres semanas seguidas. Aquí ocurre algo. Pasa algo, lo sé. Lo conozco y él no es tan detallista.
Miro el reloj digital que hay sobre mi mesilla: las ocho y cinco minutos. Sin embargo, dispuesto a aguantar las paranoias de mi hermana, me llevo el teléfono al baño, pongo el manos libres y me envuelvo la cabeza en una toalla.
—Vamos a ver, ¿qué ocurre ahora?
Como ya comienza a ser habitual en Rachel, me cuenta su última movida con su marido. Llevan casados diez años y su vida dejó de ser emocionante cuanto nació Barbra, mi sobrina. Sus continuas crisis matrimoniales son su tema preferido de conversación, pero a mí me agotan.
—Ya no salimos. Ya no paseamos de la mano. Ya no me invita nunca a cenar. Y ahora, de pronto, me regala dos ramos de flores. ¿No crees que será porque se siente culpable por algo?
Mi mente quiere gritar: «¡Sí! Creo que tu marido te la está dando con queso». Pero mi hermana es una sufridora nata, así que le respondo rápidamente:
—Pues no. Quizá simplemente vio las flores y se acordó de ti. ¿Dónde está el problema?
Tras media hora de charla con ella, finalmente consigo colgar el teléfono sin hablarle de mi extraña cita con el señor Anderson. Me gustaría explicárselo, pero mi hermana en seguida me diría: «¿Estás loco? ¿Es tu jefe?». O bien: «¿Y si es un asesino en serie?». Así que mejor me callo. No quiero pensar que ella pueda tener razón.
A las nueve menos veinte miro histérico mi armario.
No sé qué ponerme.
Quiero estar guapo como él me pidió, pero la verdad es que mi ropa es básica y funcional. Trajes para el trabajo y vaqueros para salir con los amigos. Al final, opto por un pantalón rojo con una camisa negra, con el cuello del mismo color de mis pantalones, los cuales se ajustan a mis muslos, y qué decir de mi trasero. Mi último caprichazo.
Vuelvo a mirar el reloj, nervioso. Las nueve menos diez.
Sin tiempo que perder, tomo la lata de fijador y me acomodo el pelo levantado hacia arriba. Pongo una excesiva cantidad, para que el resultado sea el deseado, pero en un tiempo record. E increíblemente lo logro.
Suena el telefonillo de mi casa. Miro el reloj. Las nueve en punto. Puntualidad alemana. Lo descuelgo nervioso y, antes de poder decir ni mu, oigo una voz que me dice:
—Señor Hummel, lo estoy esperando. Baje.
Tras balbucear un tímido «Voy» cuelgo el telefonillo. Seguidamente, le doy un beso en la cabeza a Brian y le digo hasta luego. Dos minutos después, al salir de mi portal, lo veo apoyado en un impresionante BMW de color granate. Aunque más impresionante está él con un traje oscuro. Al verme, Anderson se acerca a mí y me da un casto beso en la mejilla.
—Está usted muy guapo —observa.
Tengo dos opciones: sonreír y darle las gracias o callarme. Opto por la segunda. Estoy tan nervioso y desconcertado que, si digo algo, vete a saber lo que me sale por la boca.
Me abre la puerta trasera del coche y me sorprendo al ver que tenemos chófer.
Vaya, ¡qué lujazo!
Lo saludo. Me saluda a su vez.
—Thomas, tengo reserva en el Moroccio —le dice Anderson nada más entrar en el coche.
Una vez dicho eso, le da a un botón y un cristal opaco se interpone entre el conductor y nosotros.
Me mira y yo no sé qué decir. Me sudan las manos y siento que mi corazón se me va a salir del pecho.
—¿Está bien?
—Sí.
—Entonces, ¿por qué está tan callado?
Lo miro y me encojo de hombros sin saber qué contestar.
—Nunca he tenido una cita como ésta, señor Anderson —consigo decirle—. Por norma, cuando salgo a cenar con un alguien yo…
Sin dejarme terminar la frase me mira con sus penetrantes ojos mieles.
—¿Sale a cenar con muchos hombres?
Aquella pregunta me sorprende. Pero ¿este tío se cree el único espécimen macho del mundo? Así que respiro hondo y procuro no soltarle un borderío de los míos.
—Siempre que me apetece —le aclaro.
Alzo mi barbilla con altanería y, cuando creo que no voy a decir ni una palabra más, le suelto:
—Lo que no entiendo es qué hago aquí, en su coche, con usted y dirigiéndome a cenar. Eso es lo que todavía no logro entender.
Él no responde. Sólo me mira… me mira… me mira y me pone histérico con su mirada.
—¿Va usted a hablar o pretende estar el resto del viaje mirándome?
—Mirarlo es muy agradable, señor Hummel.
Maldigo y resoplo. ¿En qué embolado me he metido? Pero como no puedo callar ni debajo del agua, le pregunto:
—¿A qué se debe esta cena?
—Me agrada su compañía.
—¿Y a cuento de qué viene la preguntita de si salgo con muchos hombres?
—Simple curiosidad.
—¿Curiosidad? —replico rascándome el cuello—. ¿Acaso un hombre como usted lleva una vida monacal?
—No, señor.
—Me alegra saberlo, porque yo tampoco.
—No se rasque el cuello, señor Hummel —me susurra, curvando sus labios—. Los ronchones…
Cansado de tanto formalismo y, más tras lo hablado, protesto. ¡De perdidos al río!
—Por favor… Llámeme Kurt. Dejemos los formalismos para el horario de oficina. Vale, usted es mi jefe y yo le debo un respeto por ello, pero me incomoda cenar con alguien que continuamente se dirige a mí por mi apellido.
Asiente. Parece que mis palabras le han gustado. Sus labios me lanzan una sonrisa y su cara se acerca a la mía.
—Me parece perfecto, siempre y cuando usted a mí me llame Blaine —susurra—. Es incómodo y muy impersonal cenar con alguien que me llama por mi apellido.
Tras dar un nuevo resoplido, acepto y le tiendo la mano.
—De acuerdo, Blaine, encantado de conocerte.
Me coge la mano y, sorprendentemente, deposita sobre ella un beso.
—Lo mismo digo, Kurt —añade en tono dulzón.
En ese instante, el coche se detiene y Thomas nos abre la puerta desde el exterior. El señor Anderson… digo, Blaine baja y me ofrece su mano para salir. Una vez en la calle, el chófer se monta de nuevo en el BMW y se marcha. Entonces, Blaine me agarra de la cintura y leo un cartel que pone «Moroccio».
Entrar en aquel bonito e iluminado restaurante me pone de mejor humor. Siempre he querido entrar. Además, estoy famélico; casi no he comido al mediodía y tengo un hambre atroz. Mientras entramos, observo las mesas del lugar y, en especial, los platos que sirven los camareros. Madre mía, ¡qué pinta tiene todo! Al ver a mi acompañante, el maître sonríe y camina hacia nosotros.
—Acompáñenme —nos dice, tras saludarnos.
Blaine me agarra de la mano y yo me dejo hacer. Observo cómo algunas de las mujeres lo miran confundidas, cosa que hace que me enorgullezca de ser yo el que va de su mano. Tras cruzar la sala en la que la gente está cenando, llegamos a un espacio separado por telas doradas de satén. No puedo evitar sorprenderme, y, cuando el maître abre una de esas cortinas y nos invita a pasar, casi silbo.
Es una estancia lujosa e iluminada con velas. En un lateral hay un sillón con aspecto de cómodo y, en el centro, una redonda y bien vestida mesa para dos. Blaine sonríe al ver mi gesto de sorpresa y observo cómo le indica con la mirada al maître que se retire. Se acerca a mí y, con galantería, retira una de las sillas para que me siente.
—¿Te gusta? —me pregunta.
—Sí…
En cuanto me acomodo en la silla, él rodea la mesa y toma asiento frente a mí.
—¿Nunca has cenado aquí?
—He pasado mil veces por la puerta pero nunca he entrado. Sólo con verlo desde fuera intuyo que sus precios son prohibitivos para un mileuristo como yo.
Al decir aquello, Blaine arruga la nariz y extiende su mano sobre la mesa hasta llegar a la mía. La coge y comienza a dibujar circulitos sobre mi muñeca.
—Para ti, pocas cosas serán prohibitivas —murmura.
Eso me hace reír.
—Más de las que crees.
—Lo dudo, cariño. Seguro que tú eres el que se pone límites.
Su mirada, su voz ronca y su manera de llamarme «cariño» me cautivan. Me erizan el vello de todo mi cuerpo. Él. El señor Anderson, mi jefe, me fascina a cada segundo que pasa.
Toca un botón verde que hay en un lateral de la mesa y, al cabo de unos segundos, aparece un camarero con una botella de vino. Mientras le sirve a él, leo en su etiqueta «Flor de Pingus. Rivera del Duero». ¡Dios, si no me gusta el vino! Y me muero por una Coca-Cola fría. En cuanto el camarero le sirve, Blaine coge la copa, la mueve, se la acerca a la nariz y le da un pequeño sorbo.
—Excelente.
El camarero vuelve a servirle y después da la vuelta a la mesa y me sirve a mí también. Me rasco. Instantes después se va, dejándonos solos.
—Prueba el vino, Kurt. Es fantástico.
Cojo la copa, poniendo cara de circunstancias. Pero cuando voy a llevármela a la boca, siento su mano sobre la mía.
—¿Qué ocurre? —me pregunta.
—Nada.
Anderson ladea la cabeza.
—Kurt, te conozco poco, pero me estoy percatando de las ronchas que te están apareciendo en el cuello —me suelta, sorprendiéndome—. Tú mismo me lo confesaste. ¿Qué pasa?
Sin poder evitarlo sonrío. Vaya con el señor Anderson, no se le escapa una.
—¿La verdad?
—Siempre —insiste.
—No me gusta el vino y me muero por una Coca-Cola fresquita.
Boquiabierto y divertido, me mira como si le hubiera dicho que «Los Teletubbies» es mi serie favorita y que Bob Esponja es mi novio.
—Este vino color rubí oscuro te gustará —murmura con una voz ronca pero dulce—. Hazlo por mí y pruébalo. Si no te agrada, por supuesto, te pediré una Coca-Cola.
Ni que decir tiene que lo pruebo rápidamente.
—¿Y bien? —pregunta sin apartar sus penetrantes ojos de mí.
—Está rico. Mejor de lo que pensaba.
—¿Te pido la Coca-Cola?
Sonrío y niego con la cabeza. Instantes después, la cortina se vuelve a abrir y aparecen dos camareros con varios platos.
—Me tomé la libertad de decidir la cena para los dos, ¿te parece bien?
Asiento. No me queda más remedio. Y poco después disfruto de un exquisito cóctel de gambas, de un fino paté de berenjenas y, posteriormente, de un delicioso salmón a la naranja mientras charlamos. Blaine Anderson se ha convertido de repente en un hombre con un gran sentido del humor y eso me encanta.
Entonces me doy cuenta de que una luz naranja se enciende en el lateral derecho de la estancia.
—¿Qué es eso?
Blaine, sin necesidad de mirar, sabe a lo que me refiero.
—Algo que quizá tras el postre te enseñe.
Eso me hace sonreír y le doy un trago al vino, que, por cierto, cada vez me sabe mejor.
—¿Por qué tras el postre?
Mi pregunta parece divertirlo. Me recorre con los ojos y se echa atrás en su silla.
—Porque primero quiero cenar.
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Hasta aquiii!!! Síiii, los dejaré con la duda de lo que quiere hacer después de cenar!!! Muajajajajja *inserte risa malévola*
Espero sus comentarios y perdón por no haber actualizado en varios días... Tuve mucho que hacer esta última semana :D
Nos leemos!
ADVERTENCIAS: Lenguaje fuerte, explícito y sexual. Preferente + 17 xD (Luego no digan que no les dije)
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03
A las siete y media llego a mi casa. Saludo a mi gato Brian que acude a recibirme acercándose muy despacio. Una vez dejo el maletín sobre el sofá color beige, me dirijo hacia la cocina, cojo unas gotas, abro la boca de Brian y le doy su medicación. El pobre ni se inmuta.
Tras darle su ración de mimos, abro la nevera para tomarme una Coca-Cola. Tengo un vicio con las Coca-Colas… ¡tremendo! Sin pensar en nada más, miro el montonazo de plancha que tengo esperándome en la silla. Aunque esto de vivir solo y ser independiente tiene sus cosas buenas, seguro que si aún estuviera viviendo con mis padres, esa ropa ya estaría planchadita y colgada en el armario.
Tras acabarme la lata me voy directo a la ducha.
Antes pongo un CD de Lady GaGa. Me encanta su música. Y ella, tan excéntrica y fuera de lo común, y con su sinfín de trajes. ¡Me vuelve loco! Entro en el baño. Me quito la ropa mientras tarareo Bad Romance.
I want your ugly
I want your disease
I want your everything
As long as it's free
I want your love
Love, love, love I want your love.
¡Vaya, qué canción! ¡Qué voz tiene esa mujer! Instantes después, suspiro al sentir cómo cae el agua caliente por mi piel. Me hace sentir limpio. Pero, de repente, el señor Anderson y su manera de hablarme aparecen en mi mente y mis manos, resbaladizas por el jabón, bajan por mi cuerpo. Envuelvo mi miembro y muevo de arriba abajo. ¡Oh, sí, Anderson!
Pensar en su boca, en cómo recorrió mis labios con su lengua me enciende. Recordar sus ojos y todo él me pone a cien. ¡Calor de nuevo! Mi mano acelera sobre mí, con la imagen mental de él apretándose a mi cuerpo. ¡Sí! ¡”I want your bad romance”! ¡Más calor!
Cierro los ojos y pienso que es Anderson quien lo toca, quien lo endurece. No lo conozco. No sé nada de él. Pero sí sé que su cercanía me pone como una moto. Un jadeo sale de mi boca justo en el momento en que oigo sonar mi teléfono. Paso de él. No quiero interrumpir este momento. Pero al sexto pitido abro los ojos, salgo de mi burbuja de placer, cojo la toalla y corro a mi habitación para cogerlo.
—¿Por qué has tardado tanto en cogerlo?
Es mi hermana. Como siempre tan oportuna y tan preguntona.
—Estaba en la ducha, Rachel. ¿Alguna objeción?
Su risita me hace reír a mí también.
—¿Cómo está Brian?
Me encojo de hombros y suspiro.
—Igual que ayer. Poco más puedo decir.
—Rayos, tienes que estar preparado. Recuerda lo que dijo el veterinario.
—Lo sé, lo sé.
—¿Te ha llamado Adam? —me pregunta tras un breve silencio.
—No.
—¿Y lo vas a llamar tú a él?
—No.
Como mi hermana no se contenta con lo que respondo, insiste:
—Kurt, ese chico te conviene. Tiene un trabajo estable, es guapo, amable y…
—Pues líate tú con él.
—¡Kurt! —protesta mi hermana.
Adam es el típico amigo de toda la vida. Ambos somos de Jerez. Mi padre y su padre viven en esa preciosa localidad y nos conocemos desde pequeños. En la adolescencia comenzamos un tonteo que continuamos en la madurez. Él vive en Valencia y yo en Madrid. Es inspector de policía, y nos vemos en las vacaciones de verano e invierno cuando los dos vamos a Jerez o en viajecitos relámpago que él hace a Madrid con cualquier excusa para verme.
Es alto, rubio y divertido. Con él te puedes pasar horas riendo, porque tiene una gracia y un salero que no se pueden aguantar. El problema es que yo no estoy colgado por él como sé que él lo está por mí. Me gusta. Es mi rollito de verano y compartimos fluidos cuando viene a verme. Pero nada más. Yo no quiero nada más, aunque mi hermana, mi padre y todos los amigos de Jerez se empeñen en emparejarnos una y otra vez.
—Escucha, Kurt, no seas tonto y llámalo. Dijo que iría a verte antes de ir a Jerez y seguro que lo hace.
—¡Dios! ¡Qué pesadita eres, Rachel!
Mi hermana siempre me hace lo mismo: me lleva al límite y, cuando ve que voy a salir por peteneras, cambia de conversación.
—¿Vienes a casa a cenar?
—No. Tengo una cita.
Oigo que resopla.
—¿Y se puede saber con quién? —pregunta.
—Con un amigo —miento. Con lo puritana que es, si le digo que es con mi jefe, seguro que le da un patatús—. Y ahora, hermanita, se acabó de preguntar.
—Vale, tú sabrás lo que haces. Pero sigo pensando que estás haciendo el tonto con Adam y, al final, se va a cansar de ti. ¡Ya lo verás!
—¡Rachel!
—Vale, vale, no digo nada más. Por cierto, hoy he vuelto a recibir flores de Finn. ¿Qué piensas?
—Joder, Rachel, ¿qué quieres que piense? —respondo molesto—. Pues que es un detalle bonito.
—Sí. Pero él nunca antes me había regalado dos ramos de flores en tres semanas seguidas. Aquí ocurre algo. Pasa algo, lo sé. Lo conozco y él no es tan detallista.
Miro el reloj digital que hay sobre mi mesilla: las ocho y cinco minutos. Sin embargo, dispuesto a aguantar las paranoias de mi hermana, me llevo el teléfono al baño, pongo el manos libres y me envuelvo la cabeza en una toalla.
—Vamos a ver, ¿qué ocurre ahora?
Como ya comienza a ser habitual en Rachel, me cuenta su última movida con su marido. Llevan casados diez años y su vida dejó de ser emocionante cuanto nació Barbra, mi sobrina. Sus continuas crisis matrimoniales son su tema preferido de conversación, pero a mí me agotan.
—Ya no salimos. Ya no paseamos de la mano. Ya no me invita nunca a cenar. Y ahora, de pronto, me regala dos ramos de flores. ¿No crees que será porque se siente culpable por algo?
Mi mente quiere gritar: «¡Sí! Creo que tu marido te la está dando con queso». Pero mi hermana es una sufridora nata, así que le respondo rápidamente:
—Pues no. Quizá simplemente vio las flores y se acordó de ti. ¿Dónde está el problema?
Tras media hora de charla con ella, finalmente consigo colgar el teléfono sin hablarle de mi extraña cita con el señor Anderson. Me gustaría explicárselo, pero mi hermana en seguida me diría: «¿Estás loco? ¿Es tu jefe?». O bien: «¿Y si es un asesino en serie?». Así que mejor me callo. No quiero pensar que ella pueda tener razón.
A las nueve menos veinte miro histérico mi armario.
No sé qué ponerme.
Quiero estar guapo como él me pidió, pero la verdad es que mi ropa es básica y funcional. Trajes para el trabajo y vaqueros para salir con los amigos. Al final, opto por un pantalón rojo con una camisa negra, con el cuello del mismo color de mis pantalones, los cuales se ajustan a mis muslos, y qué decir de mi trasero. Mi último caprichazo.
Vuelvo a mirar el reloj, nervioso. Las nueve menos diez.
Sin tiempo que perder, tomo la lata de fijador y me acomodo el pelo levantado hacia arriba. Pongo una excesiva cantidad, para que el resultado sea el deseado, pero en un tiempo record. E increíblemente lo logro.
Suena el telefonillo de mi casa. Miro el reloj. Las nueve en punto. Puntualidad alemana. Lo descuelgo nervioso y, antes de poder decir ni mu, oigo una voz que me dice:
—Señor Hummel, lo estoy esperando. Baje.
Tras balbucear un tímido «Voy» cuelgo el telefonillo. Seguidamente, le doy un beso en la cabeza a Brian y le digo hasta luego. Dos minutos después, al salir de mi portal, lo veo apoyado en un impresionante BMW de color granate. Aunque más impresionante está él con un traje oscuro. Al verme, Anderson se acerca a mí y me da un casto beso en la mejilla.
—Está usted muy guapo —observa.
Tengo dos opciones: sonreír y darle las gracias o callarme. Opto por la segunda. Estoy tan nervioso y desconcertado que, si digo algo, vete a saber lo que me sale por la boca.
Me abre la puerta trasera del coche y me sorprendo al ver que tenemos chófer.
Vaya, ¡qué lujazo!
Lo saludo. Me saluda a su vez.
—Thomas, tengo reserva en el Moroccio —le dice Anderson nada más entrar en el coche.
Una vez dicho eso, le da a un botón y un cristal opaco se interpone entre el conductor y nosotros.
Me mira y yo no sé qué decir. Me sudan las manos y siento que mi corazón se me va a salir del pecho.
—¿Está bien?
—Sí.
—Entonces, ¿por qué está tan callado?
Lo miro y me encojo de hombros sin saber qué contestar.
—Nunca he tenido una cita como ésta, señor Anderson —consigo decirle—. Por norma, cuando salgo a cenar con un alguien yo…
Sin dejarme terminar la frase me mira con sus penetrantes ojos mieles.
—¿Sale a cenar con muchos hombres?
Aquella pregunta me sorprende. Pero ¿este tío se cree el único espécimen macho del mundo? Así que respiro hondo y procuro no soltarle un borderío de los míos.
—Siempre que me apetece —le aclaro.
Alzo mi barbilla con altanería y, cuando creo que no voy a decir ni una palabra más, le suelto:
—Lo que no entiendo es qué hago aquí, en su coche, con usted y dirigiéndome a cenar. Eso es lo que todavía no logro entender.
Él no responde. Sólo me mira… me mira… me mira y me pone histérico con su mirada.
—¿Va usted a hablar o pretende estar el resto del viaje mirándome?
—Mirarlo es muy agradable, señor Hummel.
Maldigo y resoplo. ¿En qué embolado me he metido? Pero como no puedo callar ni debajo del agua, le pregunto:
—¿A qué se debe esta cena?
—Me agrada su compañía.
—¿Y a cuento de qué viene la preguntita de si salgo con muchos hombres?
—Simple curiosidad.
—¿Curiosidad? —replico rascándome el cuello—. ¿Acaso un hombre como usted lleva una vida monacal?
—No, señor.
—Me alegra saberlo, porque yo tampoco.
—No se rasque el cuello, señor Hummel —me susurra, curvando sus labios—. Los ronchones…
Cansado de tanto formalismo y, más tras lo hablado, protesto. ¡De perdidos al río!
—Por favor… Llámeme Kurt. Dejemos los formalismos para el horario de oficina. Vale, usted es mi jefe y yo le debo un respeto por ello, pero me incomoda cenar con alguien que continuamente se dirige a mí por mi apellido.
Asiente. Parece que mis palabras le han gustado. Sus labios me lanzan una sonrisa y su cara se acerca a la mía.
—Me parece perfecto, siempre y cuando usted a mí me llame Blaine —susurra—. Es incómodo y muy impersonal cenar con alguien que me llama por mi apellido.
Tras dar un nuevo resoplido, acepto y le tiendo la mano.
—De acuerdo, Blaine, encantado de conocerte.
Me coge la mano y, sorprendentemente, deposita sobre ella un beso.
—Lo mismo digo, Kurt —añade en tono dulzón.
En ese instante, el coche se detiene y Thomas nos abre la puerta desde el exterior. El señor Anderson… digo, Blaine baja y me ofrece su mano para salir. Una vez en la calle, el chófer se monta de nuevo en el BMW y se marcha. Entonces, Blaine me agarra de la cintura y leo un cartel que pone «Moroccio».
Entrar en aquel bonito e iluminado restaurante me pone de mejor humor. Siempre he querido entrar. Además, estoy famélico; casi no he comido al mediodía y tengo un hambre atroz. Mientras entramos, observo las mesas del lugar y, en especial, los platos que sirven los camareros. Madre mía, ¡qué pinta tiene todo! Al ver a mi acompañante, el maître sonríe y camina hacia nosotros.
—Acompáñenme —nos dice, tras saludarnos.
Blaine me agarra de la mano y yo me dejo hacer. Observo cómo algunas de las mujeres lo miran confundidas, cosa que hace que me enorgullezca de ser yo el que va de su mano. Tras cruzar la sala en la que la gente está cenando, llegamos a un espacio separado por telas doradas de satén. No puedo evitar sorprenderme, y, cuando el maître abre una de esas cortinas y nos invita a pasar, casi silbo.
Es una estancia lujosa e iluminada con velas. En un lateral hay un sillón con aspecto de cómodo y, en el centro, una redonda y bien vestida mesa para dos. Blaine sonríe al ver mi gesto de sorpresa y observo cómo le indica con la mirada al maître que se retire. Se acerca a mí y, con galantería, retira una de las sillas para que me siente.
—¿Te gusta? —me pregunta.
—Sí…
En cuanto me acomodo en la silla, él rodea la mesa y toma asiento frente a mí.
—¿Nunca has cenado aquí?
—He pasado mil veces por la puerta pero nunca he entrado. Sólo con verlo desde fuera intuyo que sus precios son prohibitivos para un mileuristo como yo.
Al decir aquello, Blaine arruga la nariz y extiende su mano sobre la mesa hasta llegar a la mía. La coge y comienza a dibujar circulitos sobre mi muñeca.
—Para ti, pocas cosas serán prohibitivas —murmura.
Eso me hace reír.
—Más de las que crees.
—Lo dudo, cariño. Seguro que tú eres el que se pone límites.
Su mirada, su voz ronca y su manera de llamarme «cariño» me cautivan. Me erizan el vello de todo mi cuerpo. Él. El señor Anderson, mi jefe, me fascina a cada segundo que pasa.
Toca un botón verde que hay en un lateral de la mesa y, al cabo de unos segundos, aparece un camarero con una botella de vino. Mientras le sirve a él, leo en su etiqueta «Flor de Pingus. Rivera del Duero». ¡Dios, si no me gusta el vino! Y me muero por una Coca-Cola fría. En cuanto el camarero le sirve, Blaine coge la copa, la mueve, se la acerca a la nariz y le da un pequeño sorbo.
—Excelente.
El camarero vuelve a servirle y después da la vuelta a la mesa y me sirve a mí también. Me rasco. Instantes después se va, dejándonos solos.
—Prueba el vino, Kurt. Es fantástico.
Cojo la copa, poniendo cara de circunstancias. Pero cuando voy a llevármela a la boca, siento su mano sobre la mía.
—¿Qué ocurre? —me pregunta.
—Nada.
Anderson ladea la cabeza.
—Kurt, te conozco poco, pero me estoy percatando de las ronchas que te están apareciendo en el cuello —me suelta, sorprendiéndome—. Tú mismo me lo confesaste. ¿Qué pasa?
Sin poder evitarlo sonrío. Vaya con el señor Anderson, no se le escapa una.
—¿La verdad?
—Siempre —insiste.
—No me gusta el vino y me muero por una Coca-Cola fresquita.
Boquiabierto y divertido, me mira como si le hubiera dicho que «Los Teletubbies» es mi serie favorita y que Bob Esponja es mi novio.
—Este vino color rubí oscuro te gustará —murmura con una voz ronca pero dulce—. Hazlo por mí y pruébalo. Si no te agrada, por supuesto, te pediré una Coca-Cola.
Ni que decir tiene que lo pruebo rápidamente.
—¿Y bien? —pregunta sin apartar sus penetrantes ojos de mí.
—Está rico. Mejor de lo que pensaba.
—¿Te pido la Coca-Cola?
Sonrío y niego con la cabeza. Instantes después, la cortina se vuelve a abrir y aparecen dos camareros con varios platos.
—Me tomé la libertad de decidir la cena para los dos, ¿te parece bien?
Asiento. No me queda más remedio. Y poco después disfruto de un exquisito cóctel de gambas, de un fino paté de berenjenas y, posteriormente, de un delicioso salmón a la naranja mientras charlamos. Blaine Anderson se ha convertido de repente en un hombre con un gran sentido del humor y eso me encanta.
Entonces me doy cuenta de que una luz naranja se enciende en el lateral derecho de la estancia.
—¿Qué es eso?
Blaine, sin necesidad de mirar, sabe a lo que me refiero.
—Algo que quizá tras el postre te enseñe.
Eso me hace sonreír y le doy un trago al vino, que, por cierto, cada vez me sabe mejor.
—¿Por qué tras el postre?
Mi pregunta parece divertirlo. Me recorre con los ojos y se echa atrás en su silla.
—Porque primero quiero cenar.
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Hasta aquiii!!! Síiii, los dejaré con la duda de lo que quiere hacer después de cenar!!! Muajajajajja *inserte risa malévola*
Espero sus comentarios y perdón por no haber actualizado en varios días... Tuve mucho que hacer esta última semana :D
Nos leemos!
ℳᵎᵎℛᶯᵅ✿** - Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 21/05/2014
Edad : 30
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
No tardes con más capítulos, ya quiero ver como termina la cena.
Gabriela Cruz-*-* - Mensajes : 3230
Fecha de inscripción : 07/04/2013
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Hola!!!!
Hoy no tengo locuras porque no ha salido nada perver... Hoy Darri está tranquila XD
Debo decir que me encanta que hayan tenido esa cita...
Confieso que me llega mucho la historia, en parte porque me identifico mucho con Kurt y con muchas expresiones (soy española)... Un pequeño detalle, no es por corregirte pero creo que no vendría mal una aclaración de una palabra que probablemente no conozcas... La expresión "mileurista" no es femenina, se utiliza para ambos géneros (te lo matizo porque creo que es algo propio de los españoles y no sé si la conocías). "Mileuristo" no existe ;) Por cierto... ¿Sabes lo que significa?
Por lo demás, perfecto... Me imagino a Kurt con su acento andalú... Aunque no sé si en Jerez cecean o sesean... Vivo un poco más al norte (mejor dicho, mucho más al norte XD).
Actualiza pronto...
Besos
Hoy no tengo locuras porque no ha salido nada perver... Hoy Darri está tranquila XD
Debo decir que me encanta que hayan tenido esa cita...
Confieso que me llega mucho la historia, en parte porque me identifico mucho con Kurt y con muchas expresiones (soy española)... Un pequeño detalle, no es por corregirte pero creo que no vendría mal una aclaración de una palabra que probablemente no conozcas... La expresión "mileurista" no es femenina, se utiliza para ambos géneros (te lo matizo porque creo que es algo propio de los españoles y no sé si la conocías). "Mileuristo" no existe ;) Por cierto... ¿Sabes lo que significa?
Por lo demás, perfecto... Me imagino a Kurt con su acento andalú... Aunque no sé si en Jerez cecean o sesean... Vivo un poco más al norte (mejor dicho, mucho más al norte XD).
Actualiza pronto...
Besos
Darrinia-*- - Mensajes : 2595
Fecha de inscripción : 24/10/2013
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Bastante bien este fic!!!
me encanto!!! es excelente no se, me has dejado intrigada
Por cierto soy Anny bien, el fic me encanto maldito caliente Anderson
me gusta Kurt timido pero um, no se...
sigue.
me encanto!!! es excelente no se, me has dejado intrigada
Por cierto soy Anny bien, el fic me encanto maldito caliente Anderson
me gusta Kurt timido pero um, no se...
sigue.
Anny Hummel** - Mensajes : 83
Fecha de inscripción : 26/04/2014
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Me encanto mucho este grandioso capitulo ya quiero ver que le va a enseñar blaine a kurt espero actualices pronto ya quiero ver que pasa en el siguiente capitulo lo esperare muyyy ansioso capitulo lo esperare muyyyy ansioso me encanta mucho esta grandiosa historia
gleeclast-* - Mensajes : 1799
Fecha de inscripción : 26/03/2013
Edad : 27
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Aquí está el cuarto capítulo de "Pídeme lo que Quieras". En este sí que lean la advertencia.
ADVERTENCIAS: Lenguaje fuerte, explícito y sexual. Preferente + 17 xD (Luego no digan que no les dije)
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04
No pregunto más y, cuando acabo mi salmón, los camareros entran para retirar los platos. Segundos después, entra otro camarero y deja ante mí una porción de tarta de chocolate acompañada por una bola de color rosa.
—Mmm, qué rico —y al ver que a él no le sirven, pregunto—: ¿Tú no tomas postre?
No me contesta. Se limita a levantarse, coger su silla y sentarse a mi lado. Me altero. Es tan sexy que es imposible no pensar mil y una lujurias en ese momento. Coge la cucharita, parte un pedazo de tarta, coge helado y dice:
—Abre la boca.
Pestañeo sorprendido.
—¿Cómo?
No repite lo dicho. Me enseña la cuchara y yo, automáticamente, abro la boca. Me tiene extasiado. Mete la cuchara lentamente en mi boca y yo cierro mis labios sobre ella. Me mira. Yo me excito y sonrío tímidamente. Nada más tragar esa delicatessen, me dispongo a decir algo, pero él me interrumpe:
—¿Está rico?
Con mi paladar aún dulzón por el chocolate y el helado de fresa, asiento. Él se acerca.
—¿Puedo probar?
Le digo que sí y mi sorpresa es mayúscula cuando lo que prueba son mis labios. Mi boca. Posa sus suculentos labios en los míos y los saborea. Como hizo por la mañana en el archivo, primero saca su lengua, chupa mi labio superior, luego el inferior, después un mordisquito y, al final, su sensual lengua me invade y yo cierro los ojos dispuesto a más. Cuando siento su mano sobre mi rodilla, mi respiración se acelera, pero no me muevo. Quiero más. Lentamente la sube hasta llegar a la cara interna de mis muslos y los masajea.
Su mano sube hasta mi entrepierna y siento que ésta reacciona al instante. Pero, de repente, se separa de mí y regresa a su posición en la silla.
Mis mejillas queman. Arden, del mismo modo que ardo todo yo. Aquel íntimo contacto me ha puesto a cien. ¿Qué me pasa? Un beso y un simple roce de su mano han conseguido que casi me venga en mis pantalones y eso me acelera el pulso. Blaine me observa. Veo el deseo en sus ojos.
—Te desnudaría aquí mismo —murmura.
Jadeo. ¡Dios! ¡Me va a dar algo!
Quiero más y esta vez soy yo el que se lanza a besarlo. Él acepta mis labios pero, cuando lo voy a agarrar del cuello, me sujeta las manos y se separa unos milímetros de mí.
—¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar? —pregunta, muy cerca de mis labios.
Esa pregunta me descoloca por completo. ¿A qué se refiere? Pero es tal el deseo que siento en ese momento por él y quiero ser tan malote que respondo totalmente hechizado:
—Hasta donde lleguemos.
—¿Seguro?
—Bueno —murmuro acalorado—. El sado no me va.
Blaine sonríe. Pasa las manos por debajo de mis piernas y por mi estómago y me coloca sobre sus piernas. Voy a estallar. ¡Estoy sobre mi jefe! Mete su nariz en mi cuello y lo oigo aspirar mi aroma. Mi perfume. Cierro los ojos y cuando los abro veo que me está mirando.
—¿Quieres saber qué significa esa luz naranja?
Dirijo mi mirada hacia la luz, que sigue encendida, y asiento. Blaine mueve su mano y aprieta uno de los botones que hay en el lateral de la mesa. Las cortinas de raso que están bajo la luz naranja se recogen y aparece un cristal oscuro. ¿Qué es eso? Blaine me observa. Instantes después, el cristal se aclara y veo con toda nitidez a dos hombres sobre una mesa practicando sexo oral.
Alucinado, anonadado e incrédulo miro el espectáculo que aquellos dos desconocidos nos ofrecen cuando, de pronto, Blaine pulsa otro botón y los gemidos de esos dos hombres resuenan en nuestro reservado. No sé qué hacer. No sé ni siquiera dónde mirar.
—¿Estás preparado para esto? —me pregunta.
La piel me arde mientras siento sus fuertes dedos cosquillearme la cintura. Lo miro, confundido.
—¿Por qué vemos algo así?
—Me excita mirar. ¿No te excita a ti?
No contesto. No puedo. Estoy tan bloqueado que no sé ni siquiera si sigo respirando.
—Todos tenemos nuestra pequeña parte voyeur. El hecho de mirar algo supuestamente prohibido, morboso o excitante nos encanta, nos estimula y nos hace querer más.
Vuelvo a dirigir mi vista hacia el cristal mientras las respiraciones de los dos hombres retumban por la sala y entonces veo que Blaine aprieta otro botón y las cortinas del lado izquierdo se recogen. Allí había una luz verde. Segundos después, el cristal se aclara y veo a dos hombres y a una mujer. Ella está tumbada sobre un diván. Un hombre la penetra y otro le mordisquea los pechos mientras ella, gustosa, disfruta con el momento.
—Escenas como éstas son dignas de observar —prosigue Blaine—. Los gestos de la mujer mientras permite que disfruten de su cuerpo y su feminidad son enloquecedores. Observa su deleite… Mmmm… Disfruta con lo que le están haciendo. Se entrega gustosa a ellos, ¿no crees?
—No… lo sé.
—Los hombres son una continua fuente de morbo para mí. Son deliciosos.
Con el pulso a mil, cojo el vaso de vino y me lo bebo del tirón. Estoy sediento cuando lo oigo decirme:
—Tranquilo. No nos ven. Pero ellos han permitido que se los pueda observar. La luz naranja permite ver y la luz verde te invita a participar. ¿Te gustaría hacerlo?
—¿El qué?
—Participar.
—No —balbuceo histérico.
—¿Por qué?
Mi corazón late desbocado y consigo responder:
—Yo… Yo no hago cosas así.
Sus cejas se levantan y pregunta:
—¿Eres virgen?
—¡Noooooooooooo! —respondo con demasiada efusividad—. Pero yo…
—Vale. Entiendo. Tú practicas sexo tradicional, ¿verdad?
Como un tonto asiento y él me coge la barbilla para que mire al trío que continúa con su ardoroso juego.
—Ellos también practican sexo tradicional —añade—. Sólo que a veces juegan y experimentan algo diferente. ¿De verdad que no te atrae?
Sin querer retirar mis ojos de ellos, los observo e, inconscientemente, un gemido sale de mi interior al ver el disfrute de aquellas personas. Estoy excitado.
—No… yo… —respondo.
—¿Te incomoda hablar de sexo?
Lo miro sorprendido. ¿A qué viene esa pregunta ahora?
—Tus ojos delatan nerviosismo y tu boca deseo —insiste—. No me puedes negar que lo que ves te excita, y mucho, ¿verdad?
No respondo. Me niego. Y él, controlador de la situación, murmura cerca de mi oído:
—Lo pasarías bien. Muy bien, Kurt. Yo me encargaría de proporcionarte todo el placer que tú quisieras. Sólo tienes que pedirlo y yo te lo daré.
Como un bobo, asiento. En la vida me hubiera imaginado algo así. No sé dónde detener mi mirada. Estoy tan excitado que hasta me da vergüenza admitirlo. El lugar, el momento y el hombre que está junto a mí no me permiten que siga pensando.
—En estos reservados, quien lo desea degusta una exquisita cena y algo más. Sólo un selecto grupo de personas podemos acceder a estas dependencias. Y, si tras la cena deseas jugar, sólo hay que pulsar este botón y los cristales desaparecerán.
De pronto me pongo histérico. Muy nervioso. Yo no deseo nada de lo que él me está diciendo. Intento levantarme, pero Blaine me sujeta. No me deja moverme y, con la respiración más que acelerada, susurro:
—Quiero marcharme de aquí.
—Son sólo las once.
—Da igual… quiero irme.
—¿Por qué, Kurt? —Al ver que no contesto, añade—: Creo recordar que has dicho que estabas dispuesto a todo lo que yo quisiera.
—No me refería a eso. Yo… yo no hago esas cosas.
Sujetándome con más fuerza, me obliga a mirarlo y, tras clavar sus claros ojos en los míos, murmura cerca de mi boca:
—Te sorprenderías, si lo probaras.
—Blaine, yo no…
—Kurt, el sexo es un juego muy divertido. Sólo hay que atreverse a experimentar.
Niego con la cabeza, preso de los nervios. No quiero experimentar. Con el sexo normal que conozco, me sobra y me basta. Tras unos segundos que a mí me parecen eternos, Blaine aprieta los botones y los gemidos desaparecen. Unos instantes después, los cristales se vuelven oscuros y las cortinas caen.
—Gracias —consigo balbucear.
Me levanta de su regazo y me mira con el rostro serio.
—Vamos, Kurt. Te llevaré a tu casa.
Media hora después y tras un extraño aunque no incómodo silencio, sólo roto por su conversación al teléfono con una mujer, llegamos a mi calle. Se baja conmigo del coche y me acompaña. Su actitud vuelve a ser fría y distante. Sube conmigo en el ascensor. Cuando llegamos a mi puerta, quiero invitarlo a pasar, pero me interrumpe:
—Ha sido una cena muy agradable, señor Hummel. Gracias por su compañía.
Dicho esto, me besa la mano y se va. Yo me quedo excitado, con una erección tras mis ajustados pantalones rojos, a las once y media de la noche y sin palabras. ¿Vuelvo a ser el señor Hummel?
Al día siguiente, cuando llego a la oficina y entro en el despacho de mi jefa para buscar unos archivos, suspiro al recordar lo ocurrido allí el día antes. Casi no he dormido. Mi mente no ha parado de pensar en el señor Anderson y en lo sucedido entre nosotros. La noche anterior, cuando llegué a casa, vi en diferido el partido Alemania-Italia. ¡Vaya partidazo de Italia! Estoy deseando refregarle por la cara a ese listillo la eliminación de su país.
Sam aparece y nos vamos juntos a desayunar. Allí se nos unen Nick y Jeff y charlamos divertidos, mientras yo observo la puerta de la entrada a la espera de que Blaine, el jefazo, el hombre que me invitó a cenar y me puso como una moto, aparezca. Pero no lo hace. Eso me desilusiona, así que, en cuanto acabamos de desayunar, regresamos a nuestros puestos de trabajo.
Al llegar al despacho, Sam se marcha a administración. Tiene que solucionar algo que el señor Anderson le pidió el día anterior.
Dispuesto a enfrentarme a un nuevo día, enciendo mi ordenador cuando suena mi teléfono. Es de recepción para indicarme que un joven con un ramo de flores pregunta por mí. ¡¿Flores?! Nervioso, me levanto de mi silla. Nunca nadie me ha mandado flores y tengo clarísimo de quién son: Anderson.
Con el corazón latiendo a mil por hora veo que se abren las puertas del ascensor y un joven con una gorra roja y un precioso ramo mira la numeración de los despachos. Pero, al darse cuenta de que lo estoy mirando, aprieta el paso.
—¿Es usted el señor Hummel? —pregunta al llegar frente a mí.
Quiero gritar: «¡Sí! ¡Diosssssssssss…!».
El ramo es espectacular. Rosas amarillas preciosas. ¡Divinas!
El joven de la gorra roja me mira y, finalmente, asiento a su pregunta. Me tiende el ramo y dice:
—Firme aquí y, por favor, entréguele este ramo a la señora Isabelle Wright.
La mandíbula se me cae al suelo.
¿¡Es para mi jefa!?
Mi gozo en un pozo. Mis breves segundos de felicidad por creerme alguien especial se han borrado de un plumazo. Pero sin querer dar a entender mi decepción cojo el ramo, lo miro y casi lloro. Hubiera sido tan bonito que hubiera sido para mí…
Dejo el ramo sobre mi mesa y firmo el papel que el chico me tiende. Una vez se va el mensajero, llevo las preciosas flores hasta el despacho de mi jefa. Las dejo encima de su mesa y me doy la vuelta para marcharme. Pero entonces siento que me puede la curiosidad, así que me giro, busco entre las flores la tarjeta. La abro y leo: «Isabelle, la próxima vez, ¿repetimos? Blaine Anderson».
Leer eso me pone furioso. ¿Cómo que «repetimos»?
¡Por Dios! Pero si parece el anuncio de las Natillas: «¿Repetimos?».
Rápidamente dejo la notita en su sitio y salgo del despacho. Mi humor ahora es negro. Espero que nadie me tosa en las próximas horas o lo va a pagar muy caro. Me conozco y soy un grano en el culo cuando me enfado.
Sin poder quitarme ese «¿Repetimos?» de la cabeza, comienzo a teclear un informe en mi ordenador, cuando aparece mi jefa.
—Buenos días, Kurt. Pasa a mi despacho —me dice, sin mirarme.
¡No! Ahora no. Pero me levanto y la sigo.
Cuando entro y cierro la puerta ella ve el ramo de flores. Lo coge. Saca la tarjeta y la veo sonreír. ¡Será imbécil! Me pica el cuello. Jodido sarpullido.
—He hablado con Roberto, de personal —me dice.
¡Ay, madre! ¿Me va a despedir?
—Va a haber cambios en la empresa. Ayer tuve una reunión muy interesante con el señor Anderson y van a cambiar algunas cosas en muchas de las delegaciones españolas.
Escuchar que tuvo una reunión interesante me molesta. Pero entonces, suena el teléfono y lo cojo rápidamente.
—Buenos días. Despacho de la señora Isabelle Wright. Le atiende su secretario, el señor Hummel. ¿En qué puedo ayudarlo?
—Buenos días, señor Hummel —¡Es Anderson!—. ¿Me podría pasar con su jefa?
Con el corazón a mil por hora, consigo balbucear:
—Un momento, por favor.
Ni que decir tiene que mi jefa, en cuanto le digo que es él, aplaude, no sólo con las manos, y me indica que salga del despacho. Aunque antes de salir la oigo decir:
—Holaaaaaaaaaaa. ¿Llegaste bien a tu hotel anoche?
¿Anoche? ¡¿Anoche?! ¿Cómo que anoche?
Cierro la puerta.
Pero ¡si anoche estuvo conmigo!
Entonces, rápidamente, mi prodigiosa mente imagina lo que ocurrió. Ella era la mujer con la que hablaba en el coche. Me dejó en casa y se fue con ella. ¿Volvería al Moroccio?
Cada segundo que pasa estoy más enfadado. Pero ¿por qué? El señor Anderson y yo no tenemos nada. Sólo cenamos, me metió mano por encima de la ropa y presenciamos juntos un espectáculo sexual. ¿Eso me da derecho a estar enfadado?
Regreso a mi silla y vuelvo a teclear en el ordenador. Tengo que trabajar. No quiero pensar. En ocasiones, pensar no es bueno, y ésta es una de esas ocasiones. A la una, mi jefa sale del despacho y, tras una mirada con Sam, él se levanta y se marchan juntos. Sé lo que van a hacer. Fornicarán como conejos durante las dos horas para comer, vete a saber dónde.
Trabajo, trabajo y más trabajo. Me centro en mi trabajo.
Estoy tan cabreado que me pongo a hacerlo con mucho ímpetu y me quito de encima un montón de papeleo. Sobre las dos y media llega Óscar, uno de los vigilantes jurado que hay en la puerta de la empresa.
—Esto lo ha dejado para ti el chófer del señor Anderson —dice, entregándome un sobre.
Boquiabierto, miro el sobre cerrado con mi nombre escrito. Asiento a Óscar, y éste se va. Me quedo un rato observando el sobre y, sin saber por qué, abro un cajón y lo guardo en él. No pienso abrirlo hasta el lunes. Es viernes. Tengo jornada continua y salgo a las tres.
El teléfono suena. Lo cojo y, tras soltar toda la parafernalia de siempre, escucho al otro lado:
—¿Has abierto el paquete que te he enviado?
¡Anderson! No respondo y él añade:
—Te oigo respirar. Contesta.
Por mi mente pasa decirle mil cosas. La primera: «¡Mandón!». La segunda es peor.
—Señor Anderson, me acaba de llegar y he decidido dejarlo para el lunes —respondo finalmente.
—Es un regalo para ti.
—No quiero ningún regalo suyo —murmuro con un hilo de voz, sorprendido por sus palabras.
—¿Por qué?
—Porque no.
—¡Ah! Señor Hummel, esa contestación no me vale. Ábralo por favor.
—No —insisto.
Lo oigo resoplar… Lo estoy enfadando.
—Por favor, ábrelo.
—¿Y por qué tengo que abrirlo?
—Kurt, porque es un regalo que he comprado pensando en ti.
Vaya… ¿Vuelvo a ser Kurt?
Y como soy un blando, un tonto y además un curioso de remate, al final abro el cajón, saco el sobre y tras rasgarlo miro en su interior.
—¿Qué es esto?
Lo oigo reír.
—Dijiste que estabas dispuesto a todo.
—¿Eh? Bueno… yo…
—Te gustarán, cariño, te lo aseguro —me interrumpe—. Uno es para casa y otro para que lo lleves en el bolso y lo puedas utilizar en cualquier lugar y en cualquier momento.
Al escuchar el tono de su voz al decir «en cualquier momento», se me corta la respiración. ¡Dios, ya estamos otra vez!
—Estaré en tu casa a las seis —afirma antes de que yo pueda contestarle—. Te enseñaré para qué sirven.
—No, no estaré. Voy al gimnasio.
—A las seis.
La comunicación se corta y yo me quedo con cara de tonto.
Mientras oigo el pitido de la línea al otro lado del teléfono, deseo soltar por mi boca cientos de improperios. Pero sólo los escucharía yo. Él ya no está.
Enfadado, cuelgo el teléfono. Miro de nuevo dentro del sobre y leo «Vibrador Fairy. Estrella en Japón». En ese momento, mi cuerpo reacciona y resoplo. Finalmente lo guardo en el bolso y apoyo los codos en la mesa y mi cabeza entre mis manos.
—Debo parar esto —digo en voz baja—. Pero ¡ya!
----------------------------------------------------------------------------
CHICOS; MIL PERDONES POR NO HABER ACTUALIZADO. HABÍA ESTADO TAN OCUPADA AYUDANDO A UN AMIGO A HACER UN FANVIDEO DE SU FIC QUE, SE ME PASÓ EL TIEMPO... Y "NO TIEMPO" = "NO ACTUALIACIÓN"... LO SIENTO!
Ahora mismo, estoy pasando a la carrera a dejarles el capítulo, porque no sé si mañana pueda actualizar, y am... por eso no he respondido a ninguno de los comentarios, pero si los leí y les agradezco enormemente a cada uno de uds por seguir el fic.
Para Darrinia: Es mi culpa, lo de "Mileurista", lo busqué en google en cuanto leí lo que me dijiste, y me palmeé la frente por no hacerlo antes. No conocía la palabra, pero sí manejo muchas de las expresiones españolas que aparecen en la novela, porque me gustan las series españolas y algunas pelis (3MSC, Tengo ganas de tí, El Barco, Física o Química) Además de que tengo de la 1 a la 4 temp. de Glee en Español de España... En fin, pondré mas ojo a la próxima.
ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO EL CAP DE HOY, CADA VEZ NOS ACERCAMOS MÁS A LA MEJOR PARTE, CREO QUE YA EN EL CAPÍTULO QUE SIGUE TENDREMOS "KLAINE Y KLEX" PERO, NO LO RECUERDO BIEN... GRACIAS POR SU APOYO Y NOS LEEMOS ♥
ADVERTENCIAS: Lenguaje fuerte, explícito y sexual. Preferente + 17 xD (Luego no digan que no les dije)
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04
No pregunto más y, cuando acabo mi salmón, los camareros entran para retirar los platos. Segundos después, entra otro camarero y deja ante mí una porción de tarta de chocolate acompañada por una bola de color rosa.
—Mmm, qué rico —y al ver que a él no le sirven, pregunto—: ¿Tú no tomas postre?
No me contesta. Se limita a levantarse, coger su silla y sentarse a mi lado. Me altero. Es tan sexy que es imposible no pensar mil y una lujurias en ese momento. Coge la cucharita, parte un pedazo de tarta, coge helado y dice:
—Abre la boca.
Pestañeo sorprendido.
—¿Cómo?
No repite lo dicho. Me enseña la cuchara y yo, automáticamente, abro la boca. Me tiene extasiado. Mete la cuchara lentamente en mi boca y yo cierro mis labios sobre ella. Me mira. Yo me excito y sonrío tímidamente. Nada más tragar esa delicatessen, me dispongo a decir algo, pero él me interrumpe:
—¿Está rico?
Con mi paladar aún dulzón por el chocolate y el helado de fresa, asiento. Él se acerca.
—¿Puedo probar?
Le digo que sí y mi sorpresa es mayúscula cuando lo que prueba son mis labios. Mi boca. Posa sus suculentos labios en los míos y los saborea. Como hizo por la mañana en el archivo, primero saca su lengua, chupa mi labio superior, luego el inferior, después un mordisquito y, al final, su sensual lengua me invade y yo cierro los ojos dispuesto a más. Cuando siento su mano sobre mi rodilla, mi respiración se acelera, pero no me muevo. Quiero más. Lentamente la sube hasta llegar a la cara interna de mis muslos y los masajea.
Su mano sube hasta mi entrepierna y siento que ésta reacciona al instante. Pero, de repente, se separa de mí y regresa a su posición en la silla.
Mis mejillas queman. Arden, del mismo modo que ardo todo yo. Aquel íntimo contacto me ha puesto a cien. ¿Qué me pasa? Un beso y un simple roce de su mano han conseguido que casi me venga en mis pantalones y eso me acelera el pulso. Blaine me observa. Veo el deseo en sus ojos.
—Te desnudaría aquí mismo —murmura.
Jadeo. ¡Dios! ¡Me va a dar algo!
Quiero más y esta vez soy yo el que se lanza a besarlo. Él acepta mis labios pero, cuando lo voy a agarrar del cuello, me sujeta las manos y se separa unos milímetros de mí.
—¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar? —pregunta, muy cerca de mis labios.
Esa pregunta me descoloca por completo. ¿A qué se refiere? Pero es tal el deseo que siento en ese momento por él y quiero ser tan malote que respondo totalmente hechizado:
—Hasta donde lleguemos.
—¿Seguro?
—Bueno —murmuro acalorado—. El sado no me va.
Blaine sonríe. Pasa las manos por debajo de mis piernas y por mi estómago y me coloca sobre sus piernas. Voy a estallar. ¡Estoy sobre mi jefe! Mete su nariz en mi cuello y lo oigo aspirar mi aroma. Mi perfume. Cierro los ojos y cuando los abro veo que me está mirando.
—¿Quieres saber qué significa esa luz naranja?
Dirijo mi mirada hacia la luz, que sigue encendida, y asiento. Blaine mueve su mano y aprieta uno de los botones que hay en el lateral de la mesa. Las cortinas de raso que están bajo la luz naranja se recogen y aparece un cristal oscuro. ¿Qué es eso? Blaine me observa. Instantes después, el cristal se aclara y veo con toda nitidez a dos hombres sobre una mesa practicando sexo oral.
Alucinado, anonadado e incrédulo miro el espectáculo que aquellos dos desconocidos nos ofrecen cuando, de pronto, Blaine pulsa otro botón y los gemidos de esos dos hombres resuenan en nuestro reservado. No sé qué hacer. No sé ni siquiera dónde mirar.
—¿Estás preparado para esto? —me pregunta.
La piel me arde mientras siento sus fuertes dedos cosquillearme la cintura. Lo miro, confundido.
—¿Por qué vemos algo así?
—Me excita mirar. ¿No te excita a ti?
No contesto. No puedo. Estoy tan bloqueado que no sé ni siquiera si sigo respirando.
—Todos tenemos nuestra pequeña parte voyeur. El hecho de mirar algo supuestamente prohibido, morboso o excitante nos encanta, nos estimula y nos hace querer más.
Vuelvo a dirigir mi vista hacia el cristal mientras las respiraciones de los dos hombres retumban por la sala y entonces veo que Blaine aprieta otro botón y las cortinas del lado izquierdo se recogen. Allí había una luz verde. Segundos después, el cristal se aclara y veo a dos hombres y a una mujer. Ella está tumbada sobre un diván. Un hombre la penetra y otro le mordisquea los pechos mientras ella, gustosa, disfruta con el momento.
—Escenas como éstas son dignas de observar —prosigue Blaine—. Los gestos de la mujer mientras permite que disfruten de su cuerpo y su feminidad son enloquecedores. Observa su deleite… Mmmm… Disfruta con lo que le están haciendo. Se entrega gustosa a ellos, ¿no crees?
—No… lo sé.
—Los hombres son una continua fuente de morbo para mí. Son deliciosos.
Con el pulso a mil, cojo el vaso de vino y me lo bebo del tirón. Estoy sediento cuando lo oigo decirme:
—Tranquilo. No nos ven. Pero ellos han permitido que se los pueda observar. La luz naranja permite ver y la luz verde te invita a participar. ¿Te gustaría hacerlo?
—¿El qué?
—Participar.
—No —balbuceo histérico.
—¿Por qué?
Mi corazón late desbocado y consigo responder:
—Yo… Yo no hago cosas así.
Sus cejas se levantan y pregunta:
—¿Eres virgen?
—¡Noooooooooooo! —respondo con demasiada efusividad—. Pero yo…
—Vale. Entiendo. Tú practicas sexo tradicional, ¿verdad?
Como un tonto asiento y él me coge la barbilla para que mire al trío que continúa con su ardoroso juego.
—Ellos también practican sexo tradicional —añade—. Sólo que a veces juegan y experimentan algo diferente. ¿De verdad que no te atrae?
Sin querer retirar mis ojos de ellos, los observo e, inconscientemente, un gemido sale de mi interior al ver el disfrute de aquellas personas. Estoy excitado.
—No… yo… —respondo.
—¿Te incomoda hablar de sexo?
Lo miro sorprendido. ¿A qué viene esa pregunta ahora?
—Tus ojos delatan nerviosismo y tu boca deseo —insiste—. No me puedes negar que lo que ves te excita, y mucho, ¿verdad?
No respondo. Me niego. Y él, controlador de la situación, murmura cerca de mi oído:
—Lo pasarías bien. Muy bien, Kurt. Yo me encargaría de proporcionarte todo el placer que tú quisieras. Sólo tienes que pedirlo y yo te lo daré.
Como un bobo, asiento. En la vida me hubiera imaginado algo así. No sé dónde detener mi mirada. Estoy tan excitado que hasta me da vergüenza admitirlo. El lugar, el momento y el hombre que está junto a mí no me permiten que siga pensando.
—En estos reservados, quien lo desea degusta una exquisita cena y algo más. Sólo un selecto grupo de personas podemos acceder a estas dependencias. Y, si tras la cena deseas jugar, sólo hay que pulsar este botón y los cristales desaparecerán.
De pronto me pongo histérico. Muy nervioso. Yo no deseo nada de lo que él me está diciendo. Intento levantarme, pero Blaine me sujeta. No me deja moverme y, con la respiración más que acelerada, susurro:
—Quiero marcharme de aquí.
—Son sólo las once.
—Da igual… quiero irme.
—¿Por qué, Kurt? —Al ver que no contesto, añade—: Creo recordar que has dicho que estabas dispuesto a todo lo que yo quisiera.
—No me refería a eso. Yo… yo no hago esas cosas.
Sujetándome con más fuerza, me obliga a mirarlo y, tras clavar sus claros ojos en los míos, murmura cerca de mi boca:
—Te sorprenderías, si lo probaras.
—Blaine, yo no…
—Kurt, el sexo es un juego muy divertido. Sólo hay que atreverse a experimentar.
Niego con la cabeza, preso de los nervios. No quiero experimentar. Con el sexo normal que conozco, me sobra y me basta. Tras unos segundos que a mí me parecen eternos, Blaine aprieta los botones y los gemidos desaparecen. Unos instantes después, los cristales se vuelven oscuros y las cortinas caen.
—Gracias —consigo balbucear.
Me levanta de su regazo y me mira con el rostro serio.
—Vamos, Kurt. Te llevaré a tu casa.
Media hora después y tras un extraño aunque no incómodo silencio, sólo roto por su conversación al teléfono con una mujer, llegamos a mi calle. Se baja conmigo del coche y me acompaña. Su actitud vuelve a ser fría y distante. Sube conmigo en el ascensor. Cuando llegamos a mi puerta, quiero invitarlo a pasar, pero me interrumpe:
—Ha sido una cena muy agradable, señor Hummel. Gracias por su compañía.
Dicho esto, me besa la mano y se va. Yo me quedo excitado, con una erección tras mis ajustados pantalones rojos, a las once y media de la noche y sin palabras. ¿Vuelvo a ser el señor Hummel?
Al día siguiente, cuando llego a la oficina y entro en el despacho de mi jefa para buscar unos archivos, suspiro al recordar lo ocurrido allí el día antes. Casi no he dormido. Mi mente no ha parado de pensar en el señor Anderson y en lo sucedido entre nosotros. La noche anterior, cuando llegué a casa, vi en diferido el partido Alemania-Italia. ¡Vaya partidazo de Italia! Estoy deseando refregarle por la cara a ese listillo la eliminación de su país.
Sam aparece y nos vamos juntos a desayunar. Allí se nos unen Nick y Jeff y charlamos divertidos, mientras yo observo la puerta de la entrada a la espera de que Blaine, el jefazo, el hombre que me invitó a cenar y me puso como una moto, aparezca. Pero no lo hace. Eso me desilusiona, así que, en cuanto acabamos de desayunar, regresamos a nuestros puestos de trabajo.
Al llegar al despacho, Sam se marcha a administración. Tiene que solucionar algo que el señor Anderson le pidió el día anterior.
Dispuesto a enfrentarme a un nuevo día, enciendo mi ordenador cuando suena mi teléfono. Es de recepción para indicarme que un joven con un ramo de flores pregunta por mí. ¡¿Flores?! Nervioso, me levanto de mi silla. Nunca nadie me ha mandado flores y tengo clarísimo de quién son: Anderson.
Con el corazón latiendo a mil por hora veo que se abren las puertas del ascensor y un joven con una gorra roja y un precioso ramo mira la numeración de los despachos. Pero, al darse cuenta de que lo estoy mirando, aprieta el paso.
—¿Es usted el señor Hummel? —pregunta al llegar frente a mí.
Quiero gritar: «¡Sí! ¡Diosssssssssss…!».
El ramo es espectacular. Rosas amarillas preciosas. ¡Divinas!
El joven de la gorra roja me mira y, finalmente, asiento a su pregunta. Me tiende el ramo y dice:
—Firme aquí y, por favor, entréguele este ramo a la señora Isabelle Wright.
La mandíbula se me cae al suelo.
¿¡Es para mi jefa!?
Mi gozo en un pozo. Mis breves segundos de felicidad por creerme alguien especial se han borrado de un plumazo. Pero sin querer dar a entender mi decepción cojo el ramo, lo miro y casi lloro. Hubiera sido tan bonito que hubiera sido para mí…
Dejo el ramo sobre mi mesa y firmo el papel que el chico me tiende. Una vez se va el mensajero, llevo las preciosas flores hasta el despacho de mi jefa. Las dejo encima de su mesa y me doy la vuelta para marcharme. Pero entonces siento que me puede la curiosidad, así que me giro, busco entre las flores la tarjeta. La abro y leo: «Isabelle, la próxima vez, ¿repetimos? Blaine Anderson».
Leer eso me pone furioso. ¿Cómo que «repetimos»?
¡Por Dios! Pero si parece el anuncio de las Natillas: «¿Repetimos?».
Rápidamente dejo la notita en su sitio y salgo del despacho. Mi humor ahora es negro. Espero que nadie me tosa en las próximas horas o lo va a pagar muy caro. Me conozco y soy un grano en el culo cuando me enfado.
Sin poder quitarme ese «¿Repetimos?» de la cabeza, comienzo a teclear un informe en mi ordenador, cuando aparece mi jefa.
—Buenos días, Kurt. Pasa a mi despacho —me dice, sin mirarme.
¡No! Ahora no. Pero me levanto y la sigo.
Cuando entro y cierro la puerta ella ve el ramo de flores. Lo coge. Saca la tarjeta y la veo sonreír. ¡Será imbécil! Me pica el cuello. Jodido sarpullido.
—He hablado con Roberto, de personal —me dice.
¡Ay, madre! ¿Me va a despedir?
—Va a haber cambios en la empresa. Ayer tuve una reunión muy interesante con el señor Anderson y van a cambiar algunas cosas en muchas de las delegaciones españolas.
Escuchar que tuvo una reunión interesante me molesta. Pero entonces, suena el teléfono y lo cojo rápidamente.
—Buenos días. Despacho de la señora Isabelle Wright. Le atiende su secretario, el señor Hummel. ¿En qué puedo ayudarlo?
—Buenos días, señor Hummel —¡Es Anderson!—. ¿Me podría pasar con su jefa?
Con el corazón a mil por hora, consigo balbucear:
—Un momento, por favor.
Ni que decir tiene que mi jefa, en cuanto le digo que es él, aplaude, no sólo con las manos, y me indica que salga del despacho. Aunque antes de salir la oigo decir:
—Holaaaaaaaaaaa. ¿Llegaste bien a tu hotel anoche?
¿Anoche? ¡¿Anoche?! ¿Cómo que anoche?
Cierro la puerta.
Pero ¡si anoche estuvo conmigo!
Entonces, rápidamente, mi prodigiosa mente imagina lo que ocurrió. Ella era la mujer con la que hablaba en el coche. Me dejó en casa y se fue con ella. ¿Volvería al Moroccio?
Cada segundo que pasa estoy más enfadado. Pero ¿por qué? El señor Anderson y yo no tenemos nada. Sólo cenamos, me metió mano por encima de la ropa y presenciamos juntos un espectáculo sexual. ¿Eso me da derecho a estar enfadado?
Regreso a mi silla y vuelvo a teclear en el ordenador. Tengo que trabajar. No quiero pensar. En ocasiones, pensar no es bueno, y ésta es una de esas ocasiones. A la una, mi jefa sale del despacho y, tras una mirada con Sam, él se levanta y se marchan juntos. Sé lo que van a hacer. Fornicarán como conejos durante las dos horas para comer, vete a saber dónde.
Trabajo, trabajo y más trabajo. Me centro en mi trabajo.
Estoy tan cabreado que me pongo a hacerlo con mucho ímpetu y me quito de encima un montón de papeleo. Sobre las dos y media llega Óscar, uno de los vigilantes jurado que hay en la puerta de la empresa.
—Esto lo ha dejado para ti el chófer del señor Anderson —dice, entregándome un sobre.
Boquiabierto, miro el sobre cerrado con mi nombre escrito. Asiento a Óscar, y éste se va. Me quedo un rato observando el sobre y, sin saber por qué, abro un cajón y lo guardo en él. No pienso abrirlo hasta el lunes. Es viernes. Tengo jornada continua y salgo a las tres.
El teléfono suena. Lo cojo y, tras soltar toda la parafernalia de siempre, escucho al otro lado:
—¿Has abierto el paquete que te he enviado?
¡Anderson! No respondo y él añade:
—Te oigo respirar. Contesta.
Por mi mente pasa decirle mil cosas. La primera: «¡Mandón!». La segunda es peor.
—Señor Anderson, me acaba de llegar y he decidido dejarlo para el lunes —respondo finalmente.
—Es un regalo para ti.
—No quiero ningún regalo suyo —murmuro con un hilo de voz, sorprendido por sus palabras.
—¿Por qué?
—Porque no.
—¡Ah! Señor Hummel, esa contestación no me vale. Ábralo por favor.
—No —insisto.
Lo oigo resoplar… Lo estoy enfadando.
—Por favor, ábrelo.
—¿Y por qué tengo que abrirlo?
—Kurt, porque es un regalo que he comprado pensando en ti.
Vaya… ¿Vuelvo a ser Kurt?
Y como soy un blando, un tonto y además un curioso de remate, al final abro el cajón, saco el sobre y tras rasgarlo miro en su interior.
—¿Qué es esto?
Lo oigo reír.
—Dijiste que estabas dispuesto a todo.
—¿Eh? Bueno… yo…
—Te gustarán, cariño, te lo aseguro —me interrumpe—. Uno es para casa y otro para que lo lleves en el bolso y lo puedas utilizar en cualquier lugar y en cualquier momento.
Al escuchar el tono de su voz al decir «en cualquier momento», se me corta la respiración. ¡Dios, ya estamos otra vez!
—Estaré en tu casa a las seis —afirma antes de que yo pueda contestarle—. Te enseñaré para qué sirven.
—No, no estaré. Voy al gimnasio.
—A las seis.
La comunicación se corta y yo me quedo con cara de tonto.
Mientras oigo el pitido de la línea al otro lado del teléfono, deseo soltar por mi boca cientos de improperios. Pero sólo los escucharía yo. Él ya no está.
Enfadado, cuelgo el teléfono. Miro de nuevo dentro del sobre y leo «Vibrador Fairy. Estrella en Japón». En ese momento, mi cuerpo reacciona y resoplo. Finalmente lo guardo en el bolso y apoyo los codos en la mesa y mi cabeza entre mis manos.
—Debo parar esto —digo en voz baja—. Pero ¡ya!
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CHICOS; MIL PERDONES POR NO HABER ACTUALIZADO. HABÍA ESTADO TAN OCUPADA AYUDANDO A UN AMIGO A HACER UN FANVIDEO DE SU FIC QUE, SE ME PASÓ EL TIEMPO... Y "NO TIEMPO" = "NO ACTUALIACIÓN"... LO SIENTO!
Ahora mismo, estoy pasando a la carrera a dejarles el capítulo, porque no sé si mañana pueda actualizar, y am... por eso no he respondido a ninguno de los comentarios, pero si los leí y les agradezco enormemente a cada uno de uds por seguir el fic.
Para Darrinia: Es mi culpa, lo de "Mileurista", lo busqué en google en cuanto leí lo que me dijiste, y me palmeé la frente por no hacerlo antes. No conocía la palabra, pero sí manejo muchas de las expresiones españolas que aparecen en la novela, porque me gustan las series españolas y algunas pelis (3MSC, Tengo ganas de tí, El Barco, Física o Química) Además de que tengo de la 1 a la 4 temp. de Glee en Español de España... En fin, pondré mas ojo a la próxima.
ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO EL CAP DE HOY, CADA VEZ NOS ACERCAMOS MÁS A LA MEJOR PARTE, CREO QUE YA EN EL CAPÍTULO QUE SIGUE TENDREMOS "KLAINE Y KLEX" PERO, NO LO RECUERDO BIEN... GRACIAS POR SU APOYO Y NOS LEEMOS ♥
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