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[FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
+4
Darrinia
gleeclast
Gabriela Cruz
ℳᵎᵎℛᶯᵅ✿
8 participantes
Página 2 de 2.
Página 2 de 2. • 1, 2
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Esta genial no tardes con el siguiente capítulo.
Gabriela Cruz-*-* - Mensajes : 3230
Fecha de inscripción : 07/04/2013
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Hola!!!!!!!!
Jajajajajaja... ¿Repetimos? Jajajajaja
Natillas, Danone,
listas para tomar,
como me gustan
en el postre o al merendar
Creo que eso explica lo del repetimos y las natillas XD...
Que tiempos... Hubo unos cuantos anuncios durante muchos años con esa frasecita (todos con futbolistas)... Y yo era una niña dulce e inocente... Porque sí, aunque no lo parezca, lo fui...
Vale, lo admito, se me va... Se me va muuuuuuuuucho...
Anyway, el capítulo maravilloso, como siempre... Me siento tan identificada con Kurt... Todas sus "españoladas" son maravillosas... En parte me da pena que haya cosas que seguramente no entendais... Pero yo me río un montón...
Estoy deseando el Klaine y el Klex... Esperaré pacientemente...
Besos
PD: Así que te gusta 3MSC, Tengo ganas de tí, El Barco, Física o Química... ¿Dónde has estado tú toda mi vida? Sólo me falta que me digas que te gusta El Internado y Los Protegidos para que me de un infarto (si no has visto esas series, altamente recomendables XD)
Jajajajajaja... ¿Repetimos? Jajajajaja
Natillas, Danone,
listas para tomar,
como me gustan
en el postre o al merendar
Creo que eso explica lo del repetimos y las natillas XD...
Que tiempos... Hubo unos cuantos anuncios durante muchos años con esa frasecita (todos con futbolistas)... Y yo era una niña dulce e inocente... Porque sí, aunque no lo parezca, lo fui...
Vale, lo admito, se me va... Se me va muuuuuuuuucho...
Anyway, el capítulo maravilloso, como siempre... Me siento tan identificada con Kurt... Todas sus "españoladas" son maravillosas... En parte me da pena que haya cosas que seguramente no entendais... Pero yo me río un montón...
Estoy deseando el Klaine y el Klex... Esperaré pacientemente...
Besos
PD: Así que te gusta 3MSC, Tengo ganas de tí, El Barco, Física o Química... ¿Dónde has estado tú toda mi vida? Sólo me falta que me digas que te gusta El Internado y Los Protegidos para que me de un infarto (si no has visto esas series, altamente recomendables XD)
Darrinia-*- - Mensajes : 2595
Fecha de inscripción : 24/10/2013
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Gabriela Cruz escribió:Esta genial no tardes con el siguiente capítulo.
Sorry por tardarme tanto :/
Darrinia escribió:Hola!!!!!!!!
Jajajajajaja... ¿Repetimos? Jajajajaja
Natillas, Danone,
listas para tomar,
como me gustan
en el postre o al merendar
Creo que eso explica lo del repetimos y las natillas XD...
Que tiempos... Hubo unos cuantos anuncios durante muchos años con esa frasecita (todos con futbolistas)... Y yo era una niña dulce e inocente... Porque sí, aunque no lo parezca, lo fui...
Vale, lo admito, se me va... Se me va muuuuuuuuucho...
Anyway, el capítulo maravilloso, como siempre... Me siento tan identificada con Kurt... Todas sus "españoladas" son maravillosas... En parte me da pena que haya cosas que seguramente no entendais... Pero yo me río un montón...
Estoy deseando el Klaine y el Klex... Esperaré pacientemente...
Besos
PD: Así que te gusta 3MSC, Tengo ganas de tí, El Barco, Física o Química... ¿Dónde has estado tú toda mi vida? Sólo me falta que me digas que te gusta El Internado y Los Protegidos para que me de un infarto (si no has visto esas series, altamente recomendables XD)
Hay Darrinia me haces reir siempre... Gracias por el video con lo de las natillas que no lo había comprendido muy bien... Y, yo si creo que en algun momento fuiste una niña inocente :D (Ha de haber sido hace mucho tiempo)
Pronto, pronto Klex...
PD: Siiii me encantan mucho, aunque aun no he visto el internado ni los protegidos... Pero de las otras sii... Aunque "Fisica o Quimica" aun no acabo de verla, voy por la 5 temp. y debo decir que amo con locura a Fer, y obviamente a David, aunque al principio no, pero despues los ame juntos :D
Gracias a todos por comentar y seguir la historia :D
ℳᵎᵎℛᶯᵅ✿** - Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 21/05/2014
Edad : 30
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Aquí está el quinto capítulo de "Pídeme lo que Quieras". En este sí que lean la advertencia.
ADVERTENCIAS: Lenguaje fuerte, explícito y sexual. Preferente + 17 xD (Luego no digan que no les dije)
PD: ¡No me hago cargo de traumas!
---------------------------------------------------------------------------
05
Cuando llego a casa, mi Brian me recibe. Es un encanto. Leo la nota en que mi hermana me explica que le ha dado la medicación y sonrío. Qué mona es.
Tras quitarme la ropa me pongo algo más cómodo y me preparo algo de comer. Cocino unos ricos macarrones a la carbonara, me lleno el plato y me siento en el sofá a ver la tele mientras los devoro.
Cuando acabo con todo el plato, me recuesto en el sofá y, sin darme cuenta, me sumerjo en un sueño profundo hasta que un sonido estridente me despierta de repente. Adormilado, me levanto y el pitido vuelve a sonar. Es el telefonillo.
—¿Quién es? —pregunto, frotándome los ojos.
—Kurt. Soy Blaine.
Entonces, me despierto rápidamente. Miro el reloj. Las seis en punto. ¡Por favor! Pero ¿cuánto he dormido? Me pongo nervioso. Mi casa está hecha un desastre. El plato con los restos de la comida sobre la mesa, la cocina empantanada y yo tengo una pinta horrible.
—Kurt, ¿me abres? —insiste.
Quiero decirle que no. Pero no me atrevo y, tras resoplar, aprieto el botón. Rápidamente cuelgo el telefonillo. Sé que tengo un minuto y medio más o menos hasta que suene el timbre de la puerta de mi casa. Como Speedy González salto por encima del sillón. No me dejo los dientes en la mesa de milagro. Cojo el plato. Salto de nuevo el sillón. Llego a la cocina y, antes de que pueda hacer un movimiento más, oigo el timbre de mi puerta. Dejo el plato. Le echo agua para que no se vean los restos.
¡Oh, Dios, está todo sin fregar!
El timbre vuelve a sonar. Me miro en el espejo. Tengo el pelo desarreglado. Lo arreglo como puedo y corro a abrir la puerta.
Cuando abro, jadeo por las carreras que me he metido y me sorprendo al ver a Blaine vestido con un vaquero y una camisa oscura. Está guapísimo. Siento cómo su mirada me recorre y pregunta:
—¿Estabas corriendo?
Como si fuera tonto, me apoyo en la puerta. Menudas carreras me acabo de meter. Él me mira de arriba abajo. Estoy a punto de gritarle: «¡Ya lo sé! Estoy horrible». Pero me sorprende cuando me dice:
—Me encantan tus zapatillas.
Me pongo rojo como un tomate al mirar mis zapatillas de Bob Esponja que mi sobrina me regaló. Blaine entra sin que yo lo invite. Brian se acerca. Para ser un gato es muy sociable. Blaine se agacha y lo acaricia. A partir de ese momento Brian se convierte en su aliado.
Cierro la puerta y me apoyo en ella. Brian es tan maravilloso que no puedo dejar de sonreír. Blaine me mira, se levanta y me entrega una botella.
—Toma, cariño. Ábrela, ponla en una cubitera con bastante hielo y coge dos copas.
Asiento sin rechistar. Ya está dando órdenes.
Al llegar a la cocina, saco la cubitera que me regaló mi padre, echo hielo en ella, abro la botella y, al meterla en el hielo, me fijo con curiosidad en las pegatinas rosas y leo «Moët Chandon Rosado».
—Dijiste que te gustaba la fresa —escucho mientras siento cómo me pasa la mano por la cintura para acercarme a él—. En el aroma de ese champán domina el aroma de fresas silvestres. Te gustará.
Extasiado por su cercanía, cierro los ojos y asiento. Me pone como una moto. De pronto, me da la vuelta y quedo apoyado entre el frigorífico y él. Mi respiración se agita. Él me mira. Yo lo miro y entonces hace eso que tanto me gusta. Se aproxima, acerca su lengua a mi labio superior y lo repasa.
¡Dios, qué bien sabe!
Abro mi boca a la espera de que ahora me repase el labio de abajo, pero no. Me equivoco. Me acuna el rostro con una mano y luego mete su lengua directamente en mi boca con una pasión voraz.
Incapaz de seguir quieto como una estatua, me le arrimo, enroscando mis piernas en su cintura y, cuando él pega su entrepierna contra la mía, me derrito. Sentir su excitación dura y caliente sobre mí me hace querer desnudarlo. Pero entonces separa su boca de la mía y me pregunta:
—¿Dónde está lo que te he regalado hoy?
Vuelvo a ponerme colorado.
¿Este hombre sólo piensa en sexo? Vale, yo también.
Sin embargo, incapaz de no responder a sus inquisidores ojos, respondo:
—Allí.
Sin soltarme, mira en la dirección que le he dicho. Camina hacia allí conmigo enlazado a su cuerpo y me suelta. Abre el sobre, saca lo que hay en él y rompe el plástico del embalaje, primero de una cosa y luego de la otra. Mientras lo hace, no me quita ojo y eso que respira con más intensidad. Me agita.
—Coge el champán y las copas.
Lo hago. Este tío va al grano. Cuando acaba de sacar los artilugios de su embalaje camina hacia la cocina y los mete bajo el grifo. Luego, los seca con una servilleta de papel y vuelve de nuevo hacia mí y me coge de la mano.
—Llévame a tu habitación —me dice.
Dispuesto a llevarlo hasta el mismísimo cielo en mis brazos si fuera necesario, lo conduzco por el pasillo hasta llegar ante la puerta de mi habitación. La abro y ante nosotros queda expuesta mi bonita cama blanca comprada en Ikea. Entramos y me suelta la mano. Dejo el champán y las dos copas sobre la mesilla, mientras él se sienta en la cama.
—Desnúdate.
Su orden me hace salir del limbo de fresas y burbujitas en el que él me había sumergido y, todavía notablemente excitado, protesto:
—No.
Sin apartar su mirada de mí, repite sin cambiar su gesto:
—Desnúdate.
Chamuscado en el horno de emociones en el que me encuentro, niego con la cabeza. Él asiente. Se levanta con cara de mala leche. Tira los artilugios que lleva en su mano sobre la cama.
—Perfecto, señor Hummel.
¡Buenoooo!
¿Volvemos a las andadas?
Al verlo pasar por mi lado, reacciono y lo agarro por el brazo. Tiro de él con fuerza.
—¿Perfecto qué, señor Anderson? —le pregunto, envalentonado.
Con gesto altivo, mira mi mano en su brazo. Entonces, lo suelto.
—Cuando quiera comportarse como un hombre y no como un niño, llámeme.
Eso me enciende.
Me fastidia.
¿Quién se ha creído ese presuntuoso?
Yo soy un hombre. Un hombre independiente que sabe lo que quiere. Por ello respondo en los mismos términos:
—¡Perfecto!
Aquella contestación lo desconcierta. Lo veo en sus ojos y en su mirada.
—¿Perfecto qué, señor Hummel?
Sin cambiar mi semblante serio, lo miro e intento no desmayarme por la tensión que acumulo en mi cuerpo.
—Cuando quiera comportarse como un hombre y no creerse un ser todopoderoso al que no se le puede negar nada, quizá lo llame.
¿He dicho «quizá lo llame»? Madre mía, pero ¿qué es eso de «quizá»?
Deseo a aquel hombre.
Deseo desnudarme.
Deseo que se desnude.
Deseo tenerlo tras de mí y voy yo y le suelto: «Quizá lo llame».
Una tensión endemoniada se cierne entre los dos. Ninguno parece querer dar su brazo a torcer, cuando mi mano busca la de él y éste, sorprendiéndome, la agarra. Lentamente y con cara de mala leche, se acerca a mí y me besa. Me pone su gesto serio.
¡Vaya, me encanta!
Me succiona los labios con deleite y yo le respondo poniéndome duro al instante. De nuevo se separa y se sienta en la cama. No hablamos. Sólo nos miramos. Me quito las zapatillas de Bob Esponja. Sin pestañear, le sigue el pantalón corto que llevo y a continuación la camiseta. Me quedo ante él en ropa interior. Al ver que él respira con profundidad, me siento poderoso. Eso me gusta. Me excita. Nunca he hecho una cosa así con un desconocido, pero descubro que me encanta.
Instintivamente me acerco a él. Lo tiento. Veo que cierra los ojos y acerca su nariz a mi bóxer. Doy un paso atrás y noto que se mosquea. Sonrío con malicia y él me imita. Con una sensualidad que yo no sabía que tenía, me pongo a juguetear con mis manos sobre su pecho, retrocediendo luego, y vuelvo a acercarme a él. Esta vez me agarra con fuerza por las nalgas y ya no puedo escapar. Vuelve a acercar su nariz a mi bóxer, en donde resaltaba notablemente mi erección. Él me mira y me estremezco cuando siento su aliento y un dulce mordisco en mi alegre amigo.
Sin hablar, levanta la cabeza y con una mano me acerca más a él. Sin necesidad de que diga nada, sé lo que quiere. Me quito el bóxer y quedo totalmente desnudo ante él. Durante unos segundos veo cómo me recorre con su mirada hasta que dice:
—Eres precioso.
Oír su ronca voz cargada de erotismo me hace sonreír y, cuando él me tiende la mano, yo se la acepto. Se levanta. Me besa y siento sus poderosas manos por todo mi cuerpo. Me deleito. Me tumba en la cama y me siento pequeño. Pequeñito. Blaine Anderson me mira altivo y un gemido sale de mi interior en el momento en que él me coge de las piernas y me voltea.
—Tranquilo, Kurt, lo deseas – añade, al ver que yo intentaba mirarle, girando sobre mí mismo.
Se quita la camisa y vuelvo a gemir. Aquel hombre es impresionante con su sensual torso. Aún con los pantalones puestos se pone a cuatro patas sobre mí y coge uno de los artilugios que me ha regalado.
—Cuando se regala a alguien un aparatito de éstos —murmura, mientras me lo enseña—, es porque quiere jugar con él y hacerlo vibrar. Desea que se deshaga entre sus manos y disfrutar plenamente de sus orgasmos, de su cuerpo y de todo él. Nunca lo olvides. —Como siempre, asiento como un tonto y él prosigue—: Esto es un vibrador. Ahora cierra los ojos y relájate mucho —susurra—. Te aseguro que tendrás un maravilloso orgasmo.
No me muevo.
Estoy asustado.
Nunca he utilizado un vibrador y oír lo que él me dice me avergüenza, pero me excita. Blaine ve la indecisión en mis ojos. Pasa su mano delicadamente por mi barbilla y me besa. Cuando se separa de mí pregunta:
—Kurt, ¿te fías de mí?
Lo miro durante unos segundos. Es mi jefe. ¿Debo fiarme de él?
Tengo miedo a lo desconocido. ¡No lo conozco! Ni sé lo que me va a hacer.
Pero estoy tan excitado que, finalmente, vuelvo a asentir. Me besa e, instantes después, desaparece de mi vista. Regresa a los segundos después con lo que supuse, era lubricante. Siento cómo se acomoda entre mis piernas mientras yo miro el respaldo de mi cama y me muerdo los labios. Estoy muy nervioso. Nunca he estado tan expuesto a un hombre. Mis relaciones hasta ese momento han sido de lo más normales y ahora, de repente, me encuentro desnudo en mi habitación, tumbado en la cama boca abajo para un desconocido que encima ¡es mi jefe!
—Me encanta que estés totalmente depilado —susurra.
Me besa la cara interna de los muslos mientras con delicadeza me acaricia las piernas. Tiemblo. Luego toma una almohada y hace que me levante, pasándola por debajo de mí, haciendo que mi trasero quede completamente levantado hacia él, y yo no puedo dejar de pensar en la imagen grotesca que debo dar. Entonces siento sus dedos por mi entrada. Eso vuelve a estremecerme y, cuando su caliente boca se posa en ella, doy un salto. Blaine comienza a mover su lengua como cuando lo hace sobre mi boca. Primero un lengüetazo, después otro y mi trasero, inconscientemente, se alza más. Su lengua me recorre. Lo rodea. Lo estimula y, en el momento en que se dilata, pone un dedo con algo frío en él. Jadeo.
Escucho un runrún. Un extraño ruido que pronto identifico como el vibrador. Blaine lo pasa por la cara interna de mis muslos y tiemblo de excitación. Y, cuando lo pasa por mi trasero, un electrizante gemido me hace abrir los ojos.
—Cariño, te gustará —lo oigo decirme.
Y tiene razón.
¡Me gusta!
Esa vibración, acompañada del morbo del momento, me enloquece. Con cuidado introduce un dedo cubierto de lubricante, para luego colocar aquel aparato sobre mi entrada. Me muevo. Es electrizante. Segundos después, lo retira y siento su lengua succionarme con avidez. Pocos después, su boca se retira y vuelvo a sentir la vibración. Esta vez no lo retira. De pronto, un calor enorme comienza a subirme del estómago hacia arriba. Siento que mi miembro va a estallar de placer, cuando me doy cuenta de que la vibración ha subido de potencia. Ahora es más fuerte, más devastadora. Más intensa. El calor se concentra en mi cara y en mi sien. Respiro agitadamente. Nunca había sentido ese calor.
Nunca me había sentido así. Me siento como una flor a punto de abrirse al mundo.
¡Voy a explotar!
Y cuando no puedo más, un gemido incontrolable sale de mi boca. Alzo mi trasero contra el aparato y me arqueo, sintiendo como me vengo sobre mi edredón, mientras él retira el vibrador de mi entrada. Durante unos segundos boqueo como un pez.
¿Qué ha pasado?
Al sentir que él se tumba sobre mí, volteándome y toma mi boca resurjo de mis cenizas y lo beso. Lo deseo. Le devoro la boca en busca de más.
—Pídeme lo que quieras —escucho que me dice mientras me sigue besando.
Su voz, su tono al decir aquella insinuante frase me excita aún más. Le tomo la palabra y toco su cinturón.
—Necesito tenerte dentro ¡ya!
Mi petición parece convertirse en su urgencia.
—¿Tienes preservativos en algún sitio? —pregunta.
—Sí. En la mesilla de noche.
—Entonces… —murmura— Tomaré uno prestado.
Rápidamente se quita los pantalones y los calzoncillos. Se queda totalmente desnudo ante mí y me estremezco de placer. Blaine es impresionante. Fuerte y varonil. Su pene escandalosamente duro y erecto está preparado para mí. Alargo mi mano y lo toco. Suave. Él cierra los ojos.
—Para un segundo o no podré darte lo que quieres.
Obediente, le hago caso mientras veo que rasga con los dientes el envoltorio de un preservativo. Se lo coloca con celeridad y se tumba sobre mí sin hablar. Me coloca las piernas sobre sus hombros y sin dejar de mirarme a los ojos, se acomoda en mi entrada y me penetra lentamente hasta el fondo.
—Así, cariño, así. Ábrete para mí.
Inmóvil bajo su peso, le permito entrar en mi interior.
¡Oh, sí, me gusta!
Su pene duro y rígido me enloquece y siento cómo busca refugio con desesperación dentro de mí. Me ensarta hasta el fondo y yo jadeo cuando bambolea las caderas.
—¿Te gusta así?
Asiento. Pero él exige que le hable y para hasta que respondo:
—Sí.
—¿Quieres que continúe?
Deseoso de más, estiro mis manos, agarro su culo y lo lanzo hacia mí. Sus ojos brillan, lo veo sonreír y yo me arqueo de placer. Blaine es poderoso y posesivo. Su mirada, su cuerpo, su virilidad pueden conmigo y cuando comienza una serie de rápidas envestidas y siento su mirada ardiente, me corro de placer. Instantes después me baja las piernas de sus hombros y me voltea, esta vez, alzando mi trasero para alinearlo con la altura de su miembro.
Es un dios y yo me siento un simple mortal entre sus manos. Me acaricia la espalda, llegando a mi trasero, mientras que yo enardecido de nuevo, siento cómo se hunde una y otra vez en mi interior. Tenerlo de esta forma y sentir su fuerza me enloquece. Intento seguir el ritmo de sus embestidas, presionándome contra él para darle más placer y noto cómo mi miembro se contrae. Tras varios envites que me rompen por dentro y me revuelven por completo, Blaine presiona mis muslos con fuerza y yo no resisto más de goce, corriéndome nuevamente, sobre las mantas de mi cama, pero no soy el único. Él se corre tras un gruñido sexy, mientras me aprieta contra él. Finalmente cae sobre mí.
Desnudo y con su duro cuerpo sobre el mío, intento recuperar el control de mi respiración. Lo ocurrido ha sido ¡fantástico! Le acaricio la cabeza, que reposa sobre mi cuerpo, con mimo y aspiro su perfume. Es varonil y me gusta. Noto su boca sobre mi pecho y eso también me gusta. No quiero moverme. No quiero que él se mueva. Quiero disfrutar de ese momento un segundo más. Pero entonces, él rueda hacia el lado derecho de la cama y me mira.
—¿Todo bien, Kurt?
Digo que sí con la cabeza. Él sonríe.
Instantes después veo que se levanta y se marcha de la habitación. Oigo la ducha. Deseo ducharme con él pero no me ha invitado. Me siento en la cama sudoroso y veo en mi reloj digital que son las siete y media.
¿Cuánto tiempo hemos estado jugando?
Minutos después aparece desnudo y mojado. ¡Apetecible! Me sorprendo al darme cuenta de que coge los calzoncillos y se los pone.
—Anoche perdisteis el partido de fútbol contra Italia. ¡Lo siento! Os mandaron a casita.
Blaine me mira y añade:
—Sabemos perder, te lo dije. Otra vez será.
Sigue vistiéndose sin inmutarse por lo que le acabo de decir.
—¿Qué haces? —le pregunto.
—Vestirme.
—¿Por qué?
—Tengo un compromiso —responde escuetamente.
¿Un compromiso? ¿Se va y me deja así?
Irritado por su falta de tacto, tras lo que ha ocurrido entre nosotros, me pongo la camiseta y el bóxer.
—¿Vas a repetir con mi jefa? —le suelto, incapaz de morderme la lengua - No sabía que tirabas para ambas partes.
Eso lo sorprende.
¡Ay, Dios! Pero ¿qué he dicho?
Sin mover un solo músculo de su cara se acerca a mí, vestido únicamente con los calzoncillos.
—Sabía que eras curioso, pero no tanto como para leer las tarjetas que no son para ti —me dice, escrutándome con su mirada.
Eso me avergüenza. Acabo de dejar constancia de que soy un fisgón. Pero sigo mostrándome incapaz de contener mi lengua.
—Lo que tú pienses me da igual —le digo.
—No debería darte igual, cariño. Soy tu jefe.
Con un descaro increíble, lo miro, me encojo de hombros y respondo:
—Pues me lo da, seas mi jefe o no.
Me levanto de la cama y camino hacia la cocina.
Quiero agua, ¡agua! No champán con olor a fresas. Cuando me vuelvo está detrás de mí.
—¿Qué haces que no te vistes y te vas? —le pregunto sin inmutarme y levantando una ceja.
No responde. Sólo me mira, desafiante, con los ojos entornados.
Furioso lo empujo y salgo de la cocina.
Camino de vuelta a mi habitación y siento que viene detrás de mí.
—Vístete y vete de mi casa —le grito, volviéndome hacia él—. ¡Fuera!
—Kurt… —oigo que me dice en voz baja.
—¡Ni Kurt, ni leches! Quiero que te vayas de mi casa. Pero, vamos a ver: ¿para qué has venido?
Me mira con un gesto que me impulsa a partirle la cara. Me contengo. Es mi jefe.
—Vine a lo que tú ya sabes.
—¡¿Sexo?!
—Sí. Quedé en que te enseñaría a utilizar el vibrador.
Dice eso y se queda tan pancho. ¡Flipante!
—Pero ¿es que me crees tan tonto como para no saber cómo se utiliza? —vuelvo a gritarle, preso de los nervios.
—No, Kurt —comenta con aire distraído, mientras me sonríe—. Simplemente quería ser el primero en hacerlo.
—¿El primero?
—Sí, el primero. Porque estoy convencido de que a partir de hoy lo utilizarás muchas veces, mientras piensas en mí.
Esa seguridad chulesca me mata y, torciendo el gesto, replico, dispuesto a todo:
—Pero ¡serás creído! ¡Presumido! ¡Vanidoso y pretencioso! ¿Tú quién te crees que eres? ¿El ombligo del mundo y el hombre más irresistible de la Tierra?
Con una tranquilidad que me desconcierta, responde mientras se pone el pantalón:
—No, Kurt. No me creo nada de eso. Pero he sido el primero que ha jugado con un vibrador en tu cuerpo. Eso, te guste o no, nunca lo podrás obviar. Y aunque en un futuro juegues solo o con otros hombres, siempre… sabrás que yo fui el primero.
Escucharlo decir aquello me excita.
Me calienta.
¿Qué me pasa con ese hombre?
Pero no estoy dispuesto a caer en su influjo.
—Vale, habrás sido el primero. Pero la vida es muy larga y te aseguro que no serás el único. El sexo es algo estupendo en esta vida y siempre lo he disfrutado con quien he querido, cuando he querido y como he querido. Y tiene razón, señor Anderson. Le tengo que dar las gracias por algo. Gracias por no regalarme unas insulsas rosas y regalarme un vibrador que estoy seguro que me resultará de gran ayuda cuando esté practicando sexo con otros hombres. Gracias por alegrar mi vida sexual.
Lo oigo resoplar. Bien. Lo estoy cabreando.
—Un consejo —me replica, contra todo pronóstico—. Lleva el otro vibrador que te he regalado siempre en el bolso. Tiene forma de bolígrafo y reúne toda la discreción para que nadie, excepto tú, sepa lo que es. Estoy seguro de que te será de gran utilidad y que encontrarás sitios discretos para utilizarlo solo o en compañía.
Eso me descoloca. Esperaba que me mandara a freír espárragos, no aquello.
Malhumorado, me dispongo a sacar al cascarrabias que hay en mí, cuando me coge por la cintura y me atrae hacia él. Lo miro y, por un momento, me siento tentado a subir la rodilla y darle donde más le duele. Pero no. No puedo hacer eso. Es el señor Anderson y me gusta mucho. Entonces, me coge de la barbilla y me hace mirarlo a los ojos. Y antes de que pueda hacer o decir nada, saca su lengua y me la pasa por el labio superior. Después me succiona el inferior y cuando siento la dureza de su pene contra mí, murmura:
—¿Quieres que te folle?
Quiero decirle que no.
Quiero que se vaya de mi casa.
¡Lo odio por cómo me utiliza!
Pero mi cuerpo no responde. Se niega a hacerme caso. Sólo puedo seguir mirándolo mientras un deseo inmenso crece con fuerza en mi interior y yo ya no me reconozco. ¿Qué me pasa?
—Kurt, responde —exige.
Convencido de que sólo puedo contestar que sí, asiento y él, sin miramientos, me da la vuelta entre sus brazos. Me hace caminar ante él hasta el aparador de mi habitación. Me planta las manos en él y me inclina hacia adelante. Después me arranca el bóxer de un tirón y yo gimo. No puedo moverme mientras siento que saca la cartera de su pantalón y, de su interior, un preservativo. Se quita el pantalón y los calzoncillos con una mano, mientras con la otra me masajea las nalgas. Cierro los ojos, mientras imagino que se pone el preservativo. No sé qué estoy haciendo. Sólo sé que estoy a su merced, dispuesto a que haga lo que quiera conmigo.
—Esto te encantará —susurra en mi oído.
Mis piernas tiemblan y mi pene resucita, erecto y duro como una piedra, mientras me acaricia el trasero con una mano y con la otra me sujeta del pelo, tironeandolo.
—Sí, cariño, así.
Y, sin más, con una fuerte embestida me penetra y oigo un ahogado gemido en mi cuello. Eso me aviva. Luego, me da un azotito exigente. ¡Me gusta!
Me agarro al aparador y siento que las piernas me flojean. Él debe notar mi debilidad porque me agarra por la cintura con las dos manos de modo posesivo y comienza a bombear su erecto pene con una intensidad increíble dentro y fuera de mí. Una y otra vez. Una y otra vez.
En aquella posición y sin ropa, me siento pequeño ante él, es más, me siento como un muñeco al que mueven en busca de placer. De pronto, las embestidas paran de ritmo y su mano abandona mi cadera y baja hasta mi miembro. Lo envuelve con habilidad y comienza a subir y bajar con rapidez. Eso me hace jadear.
—Otro día —me dice—, te follaré con mi boca, mientras te doy placer con lo que te he regalado.
Le digo que sí. Quiero que lo haga.
Quiero que lo haga ya. No quiero que se vaya. Quiero… quiero…
Sus embestidas se hacen cada segundo más lentas y yo me muevo nervioso, incitándolo a que suba el ritmo. Él lo sabe. Lo intuye y pregunta cerca de mi oreja con su voz ronca.
—¿Más?
—Sí… sí… Quiero más.
Una nueva embestida hasta el fondo. Jadeo por el placer.
—¿Qué más quieres? —añade, mientras aprieta los dientes.
—Más.
Grito de placer ante su nueva penetración.
—Sé claro, cariño. Estás estrecho y caliente. ¿Qué quieres?
Mi mente funciona a una velocidad desbordante. Sé lo que quiero, así que, sin importarme lo que piense de mí, suplico:
—Quiero que me penetres fuerte. Quiero que…
Un grito escapa de mi boca al sentir cómo mis palabras lo avivan. Lo siento jadear. Lo vuelven loco. Sus embestidas fuertes y profundas comienzan de nuevo y yo me arqueo dispuesto a más y más, hasta que llega el clímax y mi aparador queda hecho un desastre con mi eyaculación. Segundos después, él explota también y suelta un gemido de placer mientras me ensarta por última vez. Agotado y satisfecho, me agarro con fuerza al mueble. Lo siento apoyado en mi espalda y eso me reconforta.
Al cabo de un rato me incorporo y suspiro mientras me doy aire. Tengo calor. En esa ocasión soy yo el que se marcha directo a la ducha, donde disfruto en soledad de cómo el agua resbala por mi cuerpo.
Me demoro más de lo normal. Sólo espero que él no esté cuando salga. Sin embargo, cuando lo hago lo veo apaciblemente sentado en la cama con la copa de champán en la mano.
Mi gesto es un poema. Me doy cuenta de que mi ceño está fruncido y mi boca, tensa.
Lo miro. Me mira y, cuando veo que él va a decir algo, levanto la mano para interrumpirlo:
—Estoy cabreado. Y cuando estoy cabreado mejor que no hables. Por lo tanto, si no quieres que saque la “Cruella de Vil” que llevo dentro, coge tus cosas y márchate de mi casa.
Me toma de la mano.
—¡Suéltame!
—No. —Tira de mí hasta dejarme entre sus piernas—. ¿Quieres que me quede contigo?
—No.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—¿Vas a responder continuamente con monosílabos?
Lo carbonizo con la mirada.
Frunzo mis ojos y siseo con ganas de arrancarle aquella sonrisita de cabroncete de la boca:
—¿Qué parte de «Estoy cabreado» no has entendido?
Me suelta. Da un trago a su copa y, tras saborearla, susurra:
—¡Ah! Los españoles y vuestro maldito carácter. ¿Por qué seréis así?
Le voy a… Le voy a dar un guantazo.
Juro que como diga alguna perlita más le estampo la botella de etiqueta rosa en la cabeza, aunque sea mi jefe.
—De acuerdo, cariño, me iré. Tengo una cita. Pero regresaré mañana a la una. Te invito a comer y, a cambio, tú me enseñarás algo de Madrid, ¿te parece?
Con un gesto serio que incluso el mismísimo Robert De Niro sería incapaz de poner, lo miró y gruño:
—No. No me parece. Que te enseñe Madrid otro español. Yo tengo cosas más importantes que hacer que estar contigo de turismo.
Y vuelve a hacerlo. Se acerca a mí, pone sus labios frente a mi boca, saca su lengua, recorre mi labio superior y añade:
—Mañana pasaré a buscarte a la una. No se hable más.
Abro la boca estupefacto y resoplo. Él sonríe.
Quiero mandarlo a que le den por donde amargan los pepinos, pero no puedo. El hipnotismo de sus ojos no me deja. Finalmente, mientras tira de mí en dirección a la puerta dice:
—Que pases una buena noche, Kurt. Y si me echas de menos, ya tienes con qué jugar.
Poco después se va de mi casa y yo me quedo como un imbécil mirando la puerta.
-------------------------------------------------------------------
Hasta aquí el capítulo... Dedicado especialmente a todos aquellos que esperaban KLEX... Ahí tuvieron de sobra :D
Gracias por sus comentarios y por seguir la historia.
ADVERTENCIAS: Lenguaje fuerte, explícito y sexual. Preferente + 17 xD (Luego no digan que no les dije)
PD: ¡No me hago cargo de traumas!
---------------------------------------------------------------------------
05
Cuando llego a casa, mi Brian me recibe. Es un encanto. Leo la nota en que mi hermana me explica que le ha dado la medicación y sonrío. Qué mona es.
Tras quitarme la ropa me pongo algo más cómodo y me preparo algo de comer. Cocino unos ricos macarrones a la carbonara, me lleno el plato y me siento en el sofá a ver la tele mientras los devoro.
Cuando acabo con todo el plato, me recuesto en el sofá y, sin darme cuenta, me sumerjo en un sueño profundo hasta que un sonido estridente me despierta de repente. Adormilado, me levanto y el pitido vuelve a sonar. Es el telefonillo.
—¿Quién es? —pregunto, frotándome los ojos.
—Kurt. Soy Blaine.
Entonces, me despierto rápidamente. Miro el reloj. Las seis en punto. ¡Por favor! Pero ¿cuánto he dormido? Me pongo nervioso. Mi casa está hecha un desastre. El plato con los restos de la comida sobre la mesa, la cocina empantanada y yo tengo una pinta horrible.
—Kurt, ¿me abres? —insiste.
Quiero decirle que no. Pero no me atrevo y, tras resoplar, aprieto el botón. Rápidamente cuelgo el telefonillo. Sé que tengo un minuto y medio más o menos hasta que suene el timbre de la puerta de mi casa. Como Speedy González salto por encima del sillón. No me dejo los dientes en la mesa de milagro. Cojo el plato. Salto de nuevo el sillón. Llego a la cocina y, antes de que pueda hacer un movimiento más, oigo el timbre de mi puerta. Dejo el plato. Le echo agua para que no se vean los restos.
¡Oh, Dios, está todo sin fregar!
El timbre vuelve a sonar. Me miro en el espejo. Tengo el pelo desarreglado. Lo arreglo como puedo y corro a abrir la puerta.
Cuando abro, jadeo por las carreras que me he metido y me sorprendo al ver a Blaine vestido con un vaquero y una camisa oscura. Está guapísimo. Siento cómo su mirada me recorre y pregunta:
—¿Estabas corriendo?
Como si fuera tonto, me apoyo en la puerta. Menudas carreras me acabo de meter. Él me mira de arriba abajo. Estoy a punto de gritarle: «¡Ya lo sé! Estoy horrible». Pero me sorprende cuando me dice:
—Me encantan tus zapatillas.
Me pongo rojo como un tomate al mirar mis zapatillas de Bob Esponja que mi sobrina me regaló. Blaine entra sin que yo lo invite. Brian se acerca. Para ser un gato es muy sociable. Blaine se agacha y lo acaricia. A partir de ese momento Brian se convierte en su aliado.
Cierro la puerta y me apoyo en ella. Brian es tan maravilloso que no puedo dejar de sonreír. Blaine me mira, se levanta y me entrega una botella.
—Toma, cariño. Ábrela, ponla en una cubitera con bastante hielo y coge dos copas.
Asiento sin rechistar. Ya está dando órdenes.
Al llegar a la cocina, saco la cubitera que me regaló mi padre, echo hielo en ella, abro la botella y, al meterla en el hielo, me fijo con curiosidad en las pegatinas rosas y leo «Moët Chandon Rosado».
—Dijiste que te gustaba la fresa —escucho mientras siento cómo me pasa la mano por la cintura para acercarme a él—. En el aroma de ese champán domina el aroma de fresas silvestres. Te gustará.
Extasiado por su cercanía, cierro los ojos y asiento. Me pone como una moto. De pronto, me da la vuelta y quedo apoyado entre el frigorífico y él. Mi respiración se agita. Él me mira. Yo lo miro y entonces hace eso que tanto me gusta. Se aproxima, acerca su lengua a mi labio superior y lo repasa.
¡Dios, qué bien sabe!
Abro mi boca a la espera de que ahora me repase el labio de abajo, pero no. Me equivoco. Me acuna el rostro con una mano y luego mete su lengua directamente en mi boca con una pasión voraz.
Incapaz de seguir quieto como una estatua, me le arrimo, enroscando mis piernas en su cintura y, cuando él pega su entrepierna contra la mía, me derrito. Sentir su excitación dura y caliente sobre mí me hace querer desnudarlo. Pero entonces separa su boca de la mía y me pregunta:
—¿Dónde está lo que te he regalado hoy?
Vuelvo a ponerme colorado.
¿Este hombre sólo piensa en sexo? Vale, yo también.
Sin embargo, incapaz de no responder a sus inquisidores ojos, respondo:
—Allí.
Sin soltarme, mira en la dirección que le he dicho. Camina hacia allí conmigo enlazado a su cuerpo y me suelta. Abre el sobre, saca lo que hay en él y rompe el plástico del embalaje, primero de una cosa y luego de la otra. Mientras lo hace, no me quita ojo y eso que respira con más intensidad. Me agita.
—Coge el champán y las copas.
Lo hago. Este tío va al grano. Cuando acaba de sacar los artilugios de su embalaje camina hacia la cocina y los mete bajo el grifo. Luego, los seca con una servilleta de papel y vuelve de nuevo hacia mí y me coge de la mano.
—Llévame a tu habitación —me dice.
Dispuesto a llevarlo hasta el mismísimo cielo en mis brazos si fuera necesario, lo conduzco por el pasillo hasta llegar ante la puerta de mi habitación. La abro y ante nosotros queda expuesta mi bonita cama blanca comprada en Ikea. Entramos y me suelta la mano. Dejo el champán y las dos copas sobre la mesilla, mientras él se sienta en la cama.
—Desnúdate.
Su orden me hace salir del limbo de fresas y burbujitas en el que él me había sumergido y, todavía notablemente excitado, protesto:
—No.
Sin apartar su mirada de mí, repite sin cambiar su gesto:
—Desnúdate.
Chamuscado en el horno de emociones en el que me encuentro, niego con la cabeza. Él asiente. Se levanta con cara de mala leche. Tira los artilugios que lleva en su mano sobre la cama.
—Perfecto, señor Hummel.
¡Buenoooo!
¿Volvemos a las andadas?
Al verlo pasar por mi lado, reacciono y lo agarro por el brazo. Tiro de él con fuerza.
—¿Perfecto qué, señor Anderson? —le pregunto, envalentonado.
Con gesto altivo, mira mi mano en su brazo. Entonces, lo suelto.
—Cuando quiera comportarse como un hombre y no como un niño, llámeme.
Eso me enciende.
Me fastidia.
¿Quién se ha creído ese presuntuoso?
Yo soy un hombre. Un hombre independiente que sabe lo que quiere. Por ello respondo en los mismos términos:
—¡Perfecto!
Aquella contestación lo desconcierta. Lo veo en sus ojos y en su mirada.
—¿Perfecto qué, señor Hummel?
Sin cambiar mi semblante serio, lo miro e intento no desmayarme por la tensión que acumulo en mi cuerpo.
—Cuando quiera comportarse como un hombre y no creerse un ser todopoderoso al que no se le puede negar nada, quizá lo llame.
¿He dicho «quizá lo llame»? Madre mía, pero ¿qué es eso de «quizá»?
Deseo a aquel hombre.
Deseo desnudarme.
Deseo que se desnude.
Deseo tenerlo tras de mí y voy yo y le suelto: «Quizá lo llame».
Una tensión endemoniada se cierne entre los dos. Ninguno parece querer dar su brazo a torcer, cuando mi mano busca la de él y éste, sorprendiéndome, la agarra. Lentamente y con cara de mala leche, se acerca a mí y me besa. Me pone su gesto serio.
¡Vaya, me encanta!
Me succiona los labios con deleite y yo le respondo poniéndome duro al instante. De nuevo se separa y se sienta en la cama. No hablamos. Sólo nos miramos. Me quito las zapatillas de Bob Esponja. Sin pestañear, le sigue el pantalón corto que llevo y a continuación la camiseta. Me quedo ante él en ropa interior. Al ver que él respira con profundidad, me siento poderoso. Eso me gusta. Me excita. Nunca he hecho una cosa así con un desconocido, pero descubro que me encanta.
Instintivamente me acerco a él. Lo tiento. Veo que cierra los ojos y acerca su nariz a mi bóxer. Doy un paso atrás y noto que se mosquea. Sonrío con malicia y él me imita. Con una sensualidad que yo no sabía que tenía, me pongo a juguetear con mis manos sobre su pecho, retrocediendo luego, y vuelvo a acercarme a él. Esta vez me agarra con fuerza por las nalgas y ya no puedo escapar. Vuelve a acercar su nariz a mi bóxer, en donde resaltaba notablemente mi erección. Él me mira y me estremezco cuando siento su aliento y un dulce mordisco en mi alegre amigo.
Sin hablar, levanta la cabeza y con una mano me acerca más a él. Sin necesidad de que diga nada, sé lo que quiere. Me quito el bóxer y quedo totalmente desnudo ante él. Durante unos segundos veo cómo me recorre con su mirada hasta que dice:
—Eres precioso.
Oír su ronca voz cargada de erotismo me hace sonreír y, cuando él me tiende la mano, yo se la acepto. Se levanta. Me besa y siento sus poderosas manos por todo mi cuerpo. Me deleito. Me tumba en la cama y me siento pequeño. Pequeñito. Blaine Anderson me mira altivo y un gemido sale de mi interior en el momento en que él me coge de las piernas y me voltea.
—Tranquilo, Kurt, lo deseas – añade, al ver que yo intentaba mirarle, girando sobre mí mismo.
Se quita la camisa y vuelvo a gemir. Aquel hombre es impresionante con su sensual torso. Aún con los pantalones puestos se pone a cuatro patas sobre mí y coge uno de los artilugios que me ha regalado.
—Cuando se regala a alguien un aparatito de éstos —murmura, mientras me lo enseña—, es porque quiere jugar con él y hacerlo vibrar. Desea que se deshaga entre sus manos y disfrutar plenamente de sus orgasmos, de su cuerpo y de todo él. Nunca lo olvides. —Como siempre, asiento como un tonto y él prosigue—: Esto es un vibrador. Ahora cierra los ojos y relájate mucho —susurra—. Te aseguro que tendrás un maravilloso orgasmo.
No me muevo.
Estoy asustado.
Nunca he utilizado un vibrador y oír lo que él me dice me avergüenza, pero me excita. Blaine ve la indecisión en mis ojos. Pasa su mano delicadamente por mi barbilla y me besa. Cuando se separa de mí pregunta:
—Kurt, ¿te fías de mí?
Lo miro durante unos segundos. Es mi jefe. ¿Debo fiarme de él?
Tengo miedo a lo desconocido. ¡No lo conozco! Ni sé lo que me va a hacer.
Pero estoy tan excitado que, finalmente, vuelvo a asentir. Me besa e, instantes después, desaparece de mi vista. Regresa a los segundos después con lo que supuse, era lubricante. Siento cómo se acomoda entre mis piernas mientras yo miro el respaldo de mi cama y me muerdo los labios. Estoy muy nervioso. Nunca he estado tan expuesto a un hombre. Mis relaciones hasta ese momento han sido de lo más normales y ahora, de repente, me encuentro desnudo en mi habitación, tumbado en la cama boca abajo para un desconocido que encima ¡es mi jefe!
—Me encanta que estés totalmente depilado —susurra.
Me besa la cara interna de los muslos mientras con delicadeza me acaricia las piernas. Tiemblo. Luego toma una almohada y hace que me levante, pasándola por debajo de mí, haciendo que mi trasero quede completamente levantado hacia él, y yo no puedo dejar de pensar en la imagen grotesca que debo dar. Entonces siento sus dedos por mi entrada. Eso vuelve a estremecerme y, cuando su caliente boca se posa en ella, doy un salto. Blaine comienza a mover su lengua como cuando lo hace sobre mi boca. Primero un lengüetazo, después otro y mi trasero, inconscientemente, se alza más. Su lengua me recorre. Lo rodea. Lo estimula y, en el momento en que se dilata, pone un dedo con algo frío en él. Jadeo.
Escucho un runrún. Un extraño ruido que pronto identifico como el vibrador. Blaine lo pasa por la cara interna de mis muslos y tiemblo de excitación. Y, cuando lo pasa por mi trasero, un electrizante gemido me hace abrir los ojos.
—Cariño, te gustará —lo oigo decirme.
Y tiene razón.
¡Me gusta!
Esa vibración, acompañada del morbo del momento, me enloquece. Con cuidado introduce un dedo cubierto de lubricante, para luego colocar aquel aparato sobre mi entrada. Me muevo. Es electrizante. Segundos después, lo retira y siento su lengua succionarme con avidez. Pocos después, su boca se retira y vuelvo a sentir la vibración. Esta vez no lo retira. De pronto, un calor enorme comienza a subirme del estómago hacia arriba. Siento que mi miembro va a estallar de placer, cuando me doy cuenta de que la vibración ha subido de potencia. Ahora es más fuerte, más devastadora. Más intensa. El calor se concentra en mi cara y en mi sien. Respiro agitadamente. Nunca había sentido ese calor.
Nunca me había sentido así. Me siento como una flor a punto de abrirse al mundo.
¡Voy a explotar!
Y cuando no puedo más, un gemido incontrolable sale de mi boca. Alzo mi trasero contra el aparato y me arqueo, sintiendo como me vengo sobre mi edredón, mientras él retira el vibrador de mi entrada. Durante unos segundos boqueo como un pez.
¿Qué ha pasado?
Al sentir que él se tumba sobre mí, volteándome y toma mi boca resurjo de mis cenizas y lo beso. Lo deseo. Le devoro la boca en busca de más.
—Pídeme lo que quieras —escucho que me dice mientras me sigue besando.
Su voz, su tono al decir aquella insinuante frase me excita aún más. Le tomo la palabra y toco su cinturón.
—Necesito tenerte dentro ¡ya!
Mi petición parece convertirse en su urgencia.
—¿Tienes preservativos en algún sitio? —pregunta.
—Sí. En la mesilla de noche.
—Entonces… —murmura— Tomaré uno prestado.
Rápidamente se quita los pantalones y los calzoncillos. Se queda totalmente desnudo ante mí y me estremezco de placer. Blaine es impresionante. Fuerte y varonil. Su pene escandalosamente duro y erecto está preparado para mí. Alargo mi mano y lo toco. Suave. Él cierra los ojos.
—Para un segundo o no podré darte lo que quieres.
Obediente, le hago caso mientras veo que rasga con los dientes el envoltorio de un preservativo. Se lo coloca con celeridad y se tumba sobre mí sin hablar. Me coloca las piernas sobre sus hombros y sin dejar de mirarme a los ojos, se acomoda en mi entrada y me penetra lentamente hasta el fondo.
—Así, cariño, así. Ábrete para mí.
Inmóvil bajo su peso, le permito entrar en mi interior.
¡Oh, sí, me gusta!
Su pene duro y rígido me enloquece y siento cómo busca refugio con desesperación dentro de mí. Me ensarta hasta el fondo y yo jadeo cuando bambolea las caderas.
—¿Te gusta así?
Asiento. Pero él exige que le hable y para hasta que respondo:
—Sí.
—¿Quieres que continúe?
Deseoso de más, estiro mis manos, agarro su culo y lo lanzo hacia mí. Sus ojos brillan, lo veo sonreír y yo me arqueo de placer. Blaine es poderoso y posesivo. Su mirada, su cuerpo, su virilidad pueden conmigo y cuando comienza una serie de rápidas envestidas y siento su mirada ardiente, me corro de placer. Instantes después me baja las piernas de sus hombros y me voltea, esta vez, alzando mi trasero para alinearlo con la altura de su miembro.
Es un dios y yo me siento un simple mortal entre sus manos. Me acaricia la espalda, llegando a mi trasero, mientras que yo enardecido de nuevo, siento cómo se hunde una y otra vez en mi interior. Tenerlo de esta forma y sentir su fuerza me enloquece. Intento seguir el ritmo de sus embestidas, presionándome contra él para darle más placer y noto cómo mi miembro se contrae. Tras varios envites que me rompen por dentro y me revuelven por completo, Blaine presiona mis muslos con fuerza y yo no resisto más de goce, corriéndome nuevamente, sobre las mantas de mi cama, pero no soy el único. Él se corre tras un gruñido sexy, mientras me aprieta contra él. Finalmente cae sobre mí.
Desnudo y con su duro cuerpo sobre el mío, intento recuperar el control de mi respiración. Lo ocurrido ha sido ¡fantástico! Le acaricio la cabeza, que reposa sobre mi cuerpo, con mimo y aspiro su perfume. Es varonil y me gusta. Noto su boca sobre mi pecho y eso también me gusta. No quiero moverme. No quiero que él se mueva. Quiero disfrutar de ese momento un segundo más. Pero entonces, él rueda hacia el lado derecho de la cama y me mira.
—¿Todo bien, Kurt?
Digo que sí con la cabeza. Él sonríe.
Instantes después veo que se levanta y se marcha de la habitación. Oigo la ducha. Deseo ducharme con él pero no me ha invitado. Me siento en la cama sudoroso y veo en mi reloj digital que son las siete y media.
¿Cuánto tiempo hemos estado jugando?
Minutos después aparece desnudo y mojado. ¡Apetecible! Me sorprendo al darme cuenta de que coge los calzoncillos y se los pone.
—Anoche perdisteis el partido de fútbol contra Italia. ¡Lo siento! Os mandaron a casita.
Blaine me mira y añade:
—Sabemos perder, te lo dije. Otra vez será.
Sigue vistiéndose sin inmutarse por lo que le acabo de decir.
—¿Qué haces? —le pregunto.
—Vestirme.
—¿Por qué?
—Tengo un compromiso —responde escuetamente.
¿Un compromiso? ¿Se va y me deja así?
Irritado por su falta de tacto, tras lo que ha ocurrido entre nosotros, me pongo la camiseta y el bóxer.
—¿Vas a repetir con mi jefa? —le suelto, incapaz de morderme la lengua - No sabía que tirabas para ambas partes.
Eso lo sorprende.
¡Ay, Dios! Pero ¿qué he dicho?
Sin mover un solo músculo de su cara se acerca a mí, vestido únicamente con los calzoncillos.
—Sabía que eras curioso, pero no tanto como para leer las tarjetas que no son para ti —me dice, escrutándome con su mirada.
Eso me avergüenza. Acabo de dejar constancia de que soy un fisgón. Pero sigo mostrándome incapaz de contener mi lengua.
—Lo que tú pienses me da igual —le digo.
—No debería darte igual, cariño. Soy tu jefe.
Con un descaro increíble, lo miro, me encojo de hombros y respondo:
—Pues me lo da, seas mi jefe o no.
Me levanto de la cama y camino hacia la cocina.
Quiero agua, ¡agua! No champán con olor a fresas. Cuando me vuelvo está detrás de mí.
—¿Qué haces que no te vistes y te vas? —le pregunto sin inmutarme y levantando una ceja.
No responde. Sólo me mira, desafiante, con los ojos entornados.
Furioso lo empujo y salgo de la cocina.
Camino de vuelta a mi habitación y siento que viene detrás de mí.
—Vístete y vete de mi casa —le grito, volviéndome hacia él—. ¡Fuera!
—Kurt… —oigo que me dice en voz baja.
—¡Ni Kurt, ni leches! Quiero que te vayas de mi casa. Pero, vamos a ver: ¿para qué has venido?
Me mira con un gesto que me impulsa a partirle la cara. Me contengo. Es mi jefe.
—Vine a lo que tú ya sabes.
—¡¿Sexo?!
—Sí. Quedé en que te enseñaría a utilizar el vibrador.
Dice eso y se queda tan pancho. ¡Flipante!
—Pero ¿es que me crees tan tonto como para no saber cómo se utiliza? —vuelvo a gritarle, preso de los nervios.
—No, Kurt —comenta con aire distraído, mientras me sonríe—. Simplemente quería ser el primero en hacerlo.
—¿El primero?
—Sí, el primero. Porque estoy convencido de que a partir de hoy lo utilizarás muchas veces, mientras piensas en mí.
Esa seguridad chulesca me mata y, torciendo el gesto, replico, dispuesto a todo:
—Pero ¡serás creído! ¡Presumido! ¡Vanidoso y pretencioso! ¿Tú quién te crees que eres? ¿El ombligo del mundo y el hombre más irresistible de la Tierra?
Con una tranquilidad que me desconcierta, responde mientras se pone el pantalón:
—No, Kurt. No me creo nada de eso. Pero he sido el primero que ha jugado con un vibrador en tu cuerpo. Eso, te guste o no, nunca lo podrás obviar. Y aunque en un futuro juegues solo o con otros hombres, siempre… sabrás que yo fui el primero.
Escucharlo decir aquello me excita.
Me calienta.
¿Qué me pasa con ese hombre?
Pero no estoy dispuesto a caer en su influjo.
—Vale, habrás sido el primero. Pero la vida es muy larga y te aseguro que no serás el único. El sexo es algo estupendo en esta vida y siempre lo he disfrutado con quien he querido, cuando he querido y como he querido. Y tiene razón, señor Anderson. Le tengo que dar las gracias por algo. Gracias por no regalarme unas insulsas rosas y regalarme un vibrador que estoy seguro que me resultará de gran ayuda cuando esté practicando sexo con otros hombres. Gracias por alegrar mi vida sexual.
Lo oigo resoplar. Bien. Lo estoy cabreando.
—Un consejo —me replica, contra todo pronóstico—. Lleva el otro vibrador que te he regalado siempre en el bolso. Tiene forma de bolígrafo y reúne toda la discreción para que nadie, excepto tú, sepa lo que es. Estoy seguro de que te será de gran utilidad y que encontrarás sitios discretos para utilizarlo solo o en compañía.
Eso me descoloca. Esperaba que me mandara a freír espárragos, no aquello.
Malhumorado, me dispongo a sacar al cascarrabias que hay en mí, cuando me coge por la cintura y me atrae hacia él. Lo miro y, por un momento, me siento tentado a subir la rodilla y darle donde más le duele. Pero no. No puedo hacer eso. Es el señor Anderson y me gusta mucho. Entonces, me coge de la barbilla y me hace mirarlo a los ojos. Y antes de que pueda hacer o decir nada, saca su lengua y me la pasa por el labio superior. Después me succiona el inferior y cuando siento la dureza de su pene contra mí, murmura:
—¿Quieres que te folle?
Quiero decirle que no.
Quiero que se vaya de mi casa.
¡Lo odio por cómo me utiliza!
Pero mi cuerpo no responde. Se niega a hacerme caso. Sólo puedo seguir mirándolo mientras un deseo inmenso crece con fuerza en mi interior y yo ya no me reconozco. ¿Qué me pasa?
—Kurt, responde —exige.
Convencido de que sólo puedo contestar que sí, asiento y él, sin miramientos, me da la vuelta entre sus brazos. Me hace caminar ante él hasta el aparador de mi habitación. Me planta las manos en él y me inclina hacia adelante. Después me arranca el bóxer de un tirón y yo gimo. No puedo moverme mientras siento que saca la cartera de su pantalón y, de su interior, un preservativo. Se quita el pantalón y los calzoncillos con una mano, mientras con la otra me masajea las nalgas. Cierro los ojos, mientras imagino que se pone el preservativo. No sé qué estoy haciendo. Sólo sé que estoy a su merced, dispuesto a que haga lo que quiera conmigo.
—Esto te encantará —susurra en mi oído.
Mis piernas tiemblan y mi pene resucita, erecto y duro como una piedra, mientras me acaricia el trasero con una mano y con la otra me sujeta del pelo, tironeandolo.
—Sí, cariño, así.
Y, sin más, con una fuerte embestida me penetra y oigo un ahogado gemido en mi cuello. Eso me aviva. Luego, me da un azotito exigente. ¡Me gusta!
Me agarro al aparador y siento que las piernas me flojean. Él debe notar mi debilidad porque me agarra por la cintura con las dos manos de modo posesivo y comienza a bombear su erecto pene con una intensidad increíble dentro y fuera de mí. Una y otra vez. Una y otra vez.
En aquella posición y sin ropa, me siento pequeño ante él, es más, me siento como un muñeco al que mueven en busca de placer. De pronto, las embestidas paran de ritmo y su mano abandona mi cadera y baja hasta mi miembro. Lo envuelve con habilidad y comienza a subir y bajar con rapidez. Eso me hace jadear.
—Otro día —me dice—, te follaré con mi boca, mientras te doy placer con lo que te he regalado.
Le digo que sí. Quiero que lo haga.
Quiero que lo haga ya. No quiero que se vaya. Quiero… quiero…
Sus embestidas se hacen cada segundo más lentas y yo me muevo nervioso, incitándolo a que suba el ritmo. Él lo sabe. Lo intuye y pregunta cerca de mi oreja con su voz ronca.
—¿Más?
—Sí… sí… Quiero más.
Una nueva embestida hasta el fondo. Jadeo por el placer.
—¿Qué más quieres? —añade, mientras aprieta los dientes.
—Más.
Grito de placer ante su nueva penetración.
—Sé claro, cariño. Estás estrecho y caliente. ¿Qué quieres?
Mi mente funciona a una velocidad desbordante. Sé lo que quiero, así que, sin importarme lo que piense de mí, suplico:
—Quiero que me penetres fuerte. Quiero que…
Un grito escapa de mi boca al sentir cómo mis palabras lo avivan. Lo siento jadear. Lo vuelven loco. Sus embestidas fuertes y profundas comienzan de nuevo y yo me arqueo dispuesto a más y más, hasta que llega el clímax y mi aparador queda hecho un desastre con mi eyaculación. Segundos después, él explota también y suelta un gemido de placer mientras me ensarta por última vez. Agotado y satisfecho, me agarro con fuerza al mueble. Lo siento apoyado en mi espalda y eso me reconforta.
Al cabo de un rato me incorporo y suspiro mientras me doy aire. Tengo calor. En esa ocasión soy yo el que se marcha directo a la ducha, donde disfruto en soledad de cómo el agua resbala por mi cuerpo.
Me demoro más de lo normal. Sólo espero que él no esté cuando salga. Sin embargo, cuando lo hago lo veo apaciblemente sentado en la cama con la copa de champán en la mano.
Mi gesto es un poema. Me doy cuenta de que mi ceño está fruncido y mi boca, tensa.
Lo miro. Me mira y, cuando veo que él va a decir algo, levanto la mano para interrumpirlo:
—Estoy cabreado. Y cuando estoy cabreado mejor que no hables. Por lo tanto, si no quieres que saque la “Cruella de Vil” que llevo dentro, coge tus cosas y márchate de mi casa.
Me toma de la mano.
—¡Suéltame!
—No. —Tira de mí hasta dejarme entre sus piernas—. ¿Quieres que me quede contigo?
—No.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—¿Vas a responder continuamente con monosílabos?
Lo carbonizo con la mirada.
Frunzo mis ojos y siseo con ganas de arrancarle aquella sonrisita de cabroncete de la boca:
—¿Qué parte de «Estoy cabreado» no has entendido?
Me suelta. Da un trago a su copa y, tras saborearla, susurra:
—¡Ah! Los españoles y vuestro maldito carácter. ¿Por qué seréis así?
Le voy a… Le voy a dar un guantazo.
Juro que como diga alguna perlita más le estampo la botella de etiqueta rosa en la cabeza, aunque sea mi jefe.
—De acuerdo, cariño, me iré. Tengo una cita. Pero regresaré mañana a la una. Te invito a comer y, a cambio, tú me enseñarás algo de Madrid, ¿te parece?
Con un gesto serio que incluso el mismísimo Robert De Niro sería incapaz de poner, lo miró y gruño:
—No. No me parece. Que te enseñe Madrid otro español. Yo tengo cosas más importantes que hacer que estar contigo de turismo.
Y vuelve a hacerlo. Se acerca a mí, pone sus labios frente a mi boca, saca su lengua, recorre mi labio superior y añade:
—Mañana pasaré a buscarte a la una. No se hable más.
Abro la boca estupefacto y resoplo. Él sonríe.
Quiero mandarlo a que le den por donde amargan los pepinos, pero no puedo. El hipnotismo de sus ojos no me deja. Finalmente, mientras tira de mí en dirección a la puerta dice:
—Que pases una buena noche, Kurt. Y si me echas de menos, ya tienes con qué jugar.
Poco después se va de mi casa y yo me quedo como un imbécil mirando la puerta.
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Hasta aquí el capítulo... Dedicado especialmente a todos aquellos que esperaban KLEX... Ahí tuvieron de sobra :D
Gracias por sus comentarios y por seguir la historia.
ℳᵎᵎℛᶯᵅ✿** - Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 21/05/2014
Edad : 30
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Simplemente genial, te felicito, ojalá y tengas más capítulos iguales.
Gabriela Cruz-*-* - Mensajes : 3230
Fecha de inscripción : 07/04/2013
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Me gusto mucho este capitulo estuvo genial ya quiero ver que pasa en el siguiente capitulo lo esperare ansioso
gleeclast-* - Mensajes : 1799
Fecha de inscripción : 26/03/2013
Edad : 27
Re: [FicKlaine] Pídeme Lo Que Quieras (Adaptación) - 05 [Actualización:08/06/14]
Hola!!!!
Capítulo maravilloso. Gran Klex. Siento no empezar con mis locuras, hoy no hay... Mal día... O mala semana, no importa...
Actualiza pronto, ya quiero leer más...
Besos
Capítulo maravilloso. Gran Klex. Siento no empezar con mis locuras, hoy no hay... Mal día... O mala semana, no importa...
Actualiza pronto, ya quiero leer más...
Besos
Darrinia-*- - Mensajes : 2595
Fecha de inscripción : 24/10/2013
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