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Por Amor Capitulo 12
Capítulo 1
Santana Lopez era la mujer más irritante, egocéntrica, arrogante y maleducada que había tenido la desgracia de conocer. Desde el primer momento en que se vieron, entre ellas saltaron chispas. Ningún otro ser humano la hacía reaccionar como Santana. Sencillamente, aquella mujer sabía cómo sacarla de quicio. Y en aquel momento volvían a estar enfrentadas.
Britanny había conocido a Santana por primera vez dos años antes, cuando llegó con su familia a Venezuela. La compañía petrolera para la que trabajaba Matt, su marido, ofrecía una fiesta para sus nuevos ejecutivos. Santana Lopez era la presidenta y la accionista principal de Petróleos Copeco. Britanny lo recordaba tan bien como si hubiera sucedido el día anterior. Matt estaba presentándole a alguno de sus colegas cuando se volvió y se encontró con los ojos más negros que había visto nunca. Por un breve instante, fue como si el tiempo se detuviera. La mujer que tenía delante era tan hermosa que quitaba la respiración. No había otra manera de describirla.
Matt le presentó a Santana. Cuando las dos se estrecharon la mano, Britanny sintió una sacudida que hizo que le hormigueara todo el cuerpo. Fue una reacción mutua; Britanny se lo notó a Santana en los ojos. Sin embargo, después de aquel momento de extraña conexión, las dos se llevaron como el perro y el gato. Siempre que una de las dos estaba en una habitación, la otra lo notaba y reaccionaba ante aquella presencia. Al principio, Britanny había tratado de entablar conversación con la fría y distante señora Lopez. Pero, tras varios cortes poco elegantes y directamente maleducados por parte de Santana, Britanny tiró la toalla. Las dos habían trazado entre ellas una línea de antagonismo invisible.
En cierta manera, Britanny no se sorprendió cuando Ester Curbelo, la mujer de uno de los colegas de Matt, le dijo que Santana había venido al club de campo para asistir a su reunión y manifestar su desacuerdo con la propuesta que iban a votar aquella noche. Britanny se puso furiosa. Llevaba más de tres meses trabajando en aquella propuesta y estaba segura de que Santana sabía que era la noche en que la iban a votar. Al parecer, nunca pasaba nada sin que Santana lo supiera. Reinaba sobre la región con mano de hierro. Si quería que se hiciera algo, se hacía. Si quería que algo dejara de hacerse, lo más probable es que no se volviera a oír hablar de ello minutos después de que expresara su deseo en voz alta.
El proyecto en el que Britanny había estado trabajando facilitaría el acceso a los recursos a los más necesitados de la ciudad de Caracas. Se trataba de un sistema de distribución y asignación de los recursos diferente al que se venía aplicando, pero Britanny estaba convencida de que sería más eficaz y de que, silo adoptaban, las ayudas llegarían más rápidamente a los que más las necesitaban. El método que se había seguido durante los últimos diez años no había resultado tan eficaz como el nuevo plan. La población había cambiado, sus necesidades eran diferentes y los fondos no se administraban bien. Si Santana Lopez hubiera sido un poco más accesible, Britanny estaba segura de que podría haberla convencido de que tenía razón. De hecho, había intentado organizar un encuentro para discutirlo con ella y
Santana Lopez había accedido a recibirla. Britanny todavía recordaba la humillación que había sufrido.
Britanny llegó diez minutos antes a su cita con Santana para discutir el proyecto del Club. La tuvieron esperando cincuenta minutos hasta que la hicieron pasar al despacho de su alteza real Lopez.
Britanny esperó de pie frente a la mesa del despacho, mientras Santana seguía ojeando los papeles que tenía delante, haciendo caso omiso de su presencia. Al cabo de unos minutos, Britanny perdió la paciencia y se sentó sin más, dispuesta a jugar ella también al juego del silencio.
En ese momento, Santana se echó hacia atrás y se apoyó en el respaldo de la silla, cruzó las piernas y miró a Britanny con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
—Por favor, siéntate —le dijo con sarcasmo.
—Gracias, creo que lo haré —respondió Britanny sonriendo.
Santana se levantó y paseó en silencio por la sala, sin apartar los ojos de Britanny. Finalmente, se quedó de pie detrás de ésta y le preguntó con voz seductora:
Que es lo que quieres?
Durante un instante, Britanny se quedó muda. Sentía la intensa presencia de Santana a su espalda, encima de ella. Habría jurado que podía oír el latido de su corazón. o era el del suyo propio? Por un segundo, ninguna de las dos emitió sonido alguno. De repente, el aire parecía demasiado cargado y Britanny empezó a marearse. Sentía el calor del cuerpo de Santana tras ella y su aroma le llenaba los sentidos.
Britanny respiró hondo, se levantó de golpe y se encaró con Santana. Se sentía confusa, como desorientada. La habitación empezó a dar vueltas y se agarró del respaldo de la silla.
Santana reaccionó con rapidez, cubrió la distancia que las separaba y sostuvo a Britanny contra su pecho. En ese momento, el despacho se cerró en torno a ellas; Britanny notó que la cabeza le caía hacia atrás y las piernas le fallaban, pero lo único que era capaz de sentir era la calidez de los brazos de Santana alrededor de su cuerpo.
—Siéntate —recomendó Santana con suavidad.
La ayudó a sentarse en la silla de nuevo y le apartó el pelo de la cara con delicadeza. Su caricia era toda dulzura. Britanny no veía más que aquellos ojos negros, suspendidos sobre su rostro. Se humedeció los labios; el corazón le latía en las sienes cada vez más fuerte a medida que su rostro estaba cada vez más cerca. Britanny cerró los ojos.
—No —murmuró angustiada.
Cuando volvió a abrirlos, Santana se había acercado a la barra que había en un extremo del despacho y le traía un vaso de agua.
—Bébetela, Britt —susurró, sentándose en una silla junto a Britanny.
Britanny cogió el vaso con mano temblorosa. Santana notó su turbación, puso una mano sobre la de Britanny y le acercó el vaso a los labios.
—Intenta bebértela toda.
Britanny se bebió casi todo el vaso y al terminar buscó los ojos de la mujer que se hallaba sentada a su lado. Durante un instante, las dos se miraron en silencio.
—Lo siento muchísimo. No sé qué me ha pasado —se apresuró a decir..
Los ojos se le fueron a sus manos, que seguían entrelazadas alrededor del vaso. Apartó la mirada, pero no antes de que Santana detectara en sus ojos la confusión y el miedo.
Santana le soltó la mano con un gesto brusco.
—¿Ah, no? —dijo, lo bastante alto como para que Britanny lo oyera mientras se alejaba.
Santana fue a sentarse tras su enorme escritorio y contempló a Britanny con dureza. Mirándola desde aquel puesto de autoridad, la distancia que las separaba volvió a hacerse dolorosamente patente. Confusa, Britanny levantó la vista. Los ojos de Santana se habían vuelto fríos como el granito.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó con impaciencia.
Aquella agresividad en su tono de voz cogió a Britanny desprevenida. Era la misma mujer que hacía un momento se había mostrado tierna y cariñosa. La sorpresa debió de reflejarse en su cara, ya que Santana se rebeló enseguida.
—No tengo todo el día, señora Pierce.
Santana se removió en el asiento, visiblemente agitada. Britanny no pudo más que seguir mirándola durante unos segundos.
—Quería hablarle sobre un proyecto en el que he estado trabajando...
—Señora Pierce —la cortó antes de que pudiera terminar—, ¿qué se cree que hago aquí todo el día? Váyase a comer con sus amigas y no me haga perder mi valioso tiempo. No tengo tiempo para escuchar sus proyectitos —Santana la fulminó con la mirada. Había dado el encuentro por concluido a todos los efectos.
Britanny se quedó de piedra. Pronto, la ira ocupó el lugar de la sorpresa. Se puso en pie, temblando, aún no del todo segura de si era por el mareo o de puro enfado. Abrió la boca para decir algo, pero la indignación no se lo permitió. Se dio cuenta de que aún tenía el vaso en la mano y se lo quedó mirando.
De repente, le tiró a Santana el agua restante por encima. Esta se levantó, muda por el sobresalto y la sorpresa.
—Toma! ¡A lo mejor así se te refrescan las ideas!
Y, a continuación, Britanny salió del despacho.
Durante días, esperó que Matt volviera a casa con la noticia de que lo habían despedido. Aún no podía creerse lo que había hecho. Nunca antes ninguna persona le había hecho perder los nervios como hacía Santana cada vez que estaban en la misma habitación. Britanny era consciente de que se había pasado de la raya. Nunca le contó a Matt lo que había pasado aquella tarde y, al parecer, tampoco lo hizo Santana Lopez.
Desde ese día, Britanny se dedicó a evitar todo contacto con ella. Siempre que había una cena o algún tipo de evento al que Santana iba a asistir, ella se aseguraba de encontrar alguna excusa para no ir.
Y allí se encontraban al fin, una vez más en la misma posición: las dos en bandos opuestos. Y las dos en la misma habitación.
Santana Lopez era la mujer más irritante, egocéntrica, arrogante y maleducada que había tenido la desgracia de conocer. Desde el primer momento en que se vieron, entre ellas saltaron chispas. Ningún otro ser humano la hacía reaccionar como Santana. Sencillamente, aquella mujer sabía cómo sacarla de quicio. Y en aquel momento volvían a estar enfrentadas.
Britanny había conocido a Santana por primera vez dos años antes, cuando llegó con su familia a Venezuela. La compañía petrolera para la que trabajaba Matt, su marido, ofrecía una fiesta para sus nuevos ejecutivos. Santana Lopez era la presidenta y la accionista principal de Petróleos Copeco. Britanny lo recordaba tan bien como si hubiera sucedido el día anterior. Matt estaba presentándole a alguno de sus colegas cuando se volvió y se encontró con los ojos más negros que había visto nunca. Por un breve instante, fue como si el tiempo se detuviera. La mujer que tenía delante era tan hermosa que quitaba la respiración. No había otra manera de describirla.
Matt le presentó a Santana. Cuando las dos se estrecharon la mano, Britanny sintió una sacudida que hizo que le hormigueara todo el cuerpo. Fue una reacción mutua; Britanny se lo notó a Santana en los ojos. Sin embargo, después de aquel momento de extraña conexión, las dos se llevaron como el perro y el gato. Siempre que una de las dos estaba en una habitación, la otra lo notaba y reaccionaba ante aquella presencia. Al principio, Britanny había tratado de entablar conversación con la fría y distante señora Lopez. Pero, tras varios cortes poco elegantes y directamente maleducados por parte de Santana, Britanny tiró la toalla. Las dos habían trazado entre ellas una línea de antagonismo invisible.
En cierta manera, Britanny no se sorprendió cuando Ester Curbelo, la mujer de uno de los colegas de Matt, le dijo que Santana había venido al club de campo para asistir a su reunión y manifestar su desacuerdo con la propuesta que iban a votar aquella noche. Britanny se puso furiosa. Llevaba más de tres meses trabajando en aquella propuesta y estaba segura de que Santana sabía que era la noche en que la iban a votar. Al parecer, nunca pasaba nada sin que Santana lo supiera. Reinaba sobre la región con mano de hierro. Si quería que se hiciera algo, se hacía. Si quería que algo dejara de hacerse, lo más probable es que no se volviera a oír hablar de ello minutos después de que expresara su deseo en voz alta.
El proyecto en el que Britanny había estado trabajando facilitaría el acceso a los recursos a los más necesitados de la ciudad de Caracas. Se trataba de un sistema de distribución y asignación de los recursos diferente al que se venía aplicando, pero Britanny estaba convencida de que sería más eficaz y de que, silo adoptaban, las ayudas llegarían más rápidamente a los que más las necesitaban. El método que se había seguido durante los últimos diez años no había resultado tan eficaz como el nuevo plan. La población había cambiado, sus necesidades eran diferentes y los fondos no se administraban bien. Si Santana Lopez hubiera sido un poco más accesible, Britanny estaba segura de que podría haberla convencido de que tenía razón. De hecho, había intentado organizar un encuentro para discutirlo con ella y
Santana Lopez había accedido a recibirla. Britanny todavía recordaba la humillación que había sufrido.
Britanny llegó diez minutos antes a su cita con Santana para discutir el proyecto del Club. La tuvieron esperando cincuenta minutos hasta que la hicieron pasar al despacho de su alteza real Lopez.
Britanny esperó de pie frente a la mesa del despacho, mientras Santana seguía ojeando los papeles que tenía delante, haciendo caso omiso de su presencia. Al cabo de unos minutos, Britanny perdió la paciencia y se sentó sin más, dispuesta a jugar ella también al juego del silencio.
En ese momento, Santana se echó hacia atrás y se apoyó en el respaldo de la silla, cruzó las piernas y miró a Britanny con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
—Por favor, siéntate —le dijo con sarcasmo.
—Gracias, creo que lo haré —respondió Britanny sonriendo.
Santana se levantó y paseó en silencio por la sala, sin apartar los ojos de Britanny. Finalmente, se quedó de pie detrás de ésta y le preguntó con voz seductora:
Que es lo que quieres?
Durante un instante, Britanny se quedó muda. Sentía la intensa presencia de Santana a su espalda, encima de ella. Habría jurado que podía oír el latido de su corazón. o era el del suyo propio? Por un segundo, ninguna de las dos emitió sonido alguno. De repente, el aire parecía demasiado cargado y Britanny empezó a marearse. Sentía el calor del cuerpo de Santana tras ella y su aroma le llenaba los sentidos.
Britanny respiró hondo, se levantó de golpe y se encaró con Santana. Se sentía confusa, como desorientada. La habitación empezó a dar vueltas y se agarró del respaldo de la silla.
Santana reaccionó con rapidez, cubrió la distancia que las separaba y sostuvo a Britanny contra su pecho. En ese momento, el despacho se cerró en torno a ellas; Britanny notó que la cabeza le caía hacia atrás y las piernas le fallaban, pero lo único que era capaz de sentir era la calidez de los brazos de Santana alrededor de su cuerpo.
—Siéntate —recomendó Santana con suavidad.
La ayudó a sentarse en la silla de nuevo y le apartó el pelo de la cara con delicadeza. Su caricia era toda dulzura. Britanny no veía más que aquellos ojos negros, suspendidos sobre su rostro. Se humedeció los labios; el corazón le latía en las sienes cada vez más fuerte a medida que su rostro estaba cada vez más cerca. Britanny cerró los ojos.
—No —murmuró angustiada.
Cuando volvió a abrirlos, Santana se había acercado a la barra que había en un extremo del despacho y le traía un vaso de agua.
—Bébetela, Britt —susurró, sentándose en una silla junto a Britanny.
Britanny cogió el vaso con mano temblorosa. Santana notó su turbación, puso una mano sobre la de Britanny y le acercó el vaso a los labios.
—Intenta bebértela toda.
Britanny se bebió casi todo el vaso y al terminar buscó los ojos de la mujer que se hallaba sentada a su lado. Durante un instante, las dos se miraron en silencio.
—Lo siento muchísimo. No sé qué me ha pasado —se apresuró a decir..
Los ojos se le fueron a sus manos, que seguían entrelazadas alrededor del vaso. Apartó la mirada, pero no antes de que Santana detectara en sus ojos la confusión y el miedo.
Santana le soltó la mano con un gesto brusco.
—¿Ah, no? —dijo, lo bastante alto como para que Britanny lo oyera mientras se alejaba.
Santana fue a sentarse tras su enorme escritorio y contempló a Britanny con dureza. Mirándola desde aquel puesto de autoridad, la distancia que las separaba volvió a hacerse dolorosamente patente. Confusa, Britanny levantó la vista. Los ojos de Santana se habían vuelto fríos como el granito.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó con impaciencia.
Aquella agresividad en su tono de voz cogió a Britanny desprevenida. Era la misma mujer que hacía un momento se había mostrado tierna y cariñosa. La sorpresa debió de reflejarse en su cara, ya que Santana se rebeló enseguida.
—No tengo todo el día, señora Pierce.
Santana se removió en el asiento, visiblemente agitada. Britanny no pudo más que seguir mirándola durante unos segundos.
—Quería hablarle sobre un proyecto en el que he estado trabajando...
—Señora Pierce —la cortó antes de que pudiera terminar—, ¿qué se cree que hago aquí todo el día? Váyase a comer con sus amigas y no me haga perder mi valioso tiempo. No tengo tiempo para escuchar sus proyectitos —Santana la fulminó con la mirada. Había dado el encuentro por concluido a todos los efectos.
Britanny se quedó de piedra. Pronto, la ira ocupó el lugar de la sorpresa. Se puso en pie, temblando, aún no del todo segura de si era por el mareo o de puro enfado. Abrió la boca para decir algo, pero la indignación no se lo permitió. Se dio cuenta de que aún tenía el vaso en la mano y se lo quedó mirando.
De repente, le tiró a Santana el agua restante por encima. Esta se levantó, muda por el sobresalto y la sorpresa.
—Toma! ¡A lo mejor así se te refrescan las ideas!
Y, a continuación, Britanny salió del despacho.
Durante días, esperó que Matt volviera a casa con la noticia de que lo habían despedido. Aún no podía creerse lo que había hecho. Nunca antes ninguna persona le había hecho perder los nervios como hacía Santana cada vez que estaban en la misma habitación. Britanny era consciente de que se había pasado de la raya. Nunca le contó a Matt lo que había pasado aquella tarde y, al parecer, tampoco lo hizo Santana Lopez.
Desde ese día, Britanny se dedicó a evitar todo contacto con ella. Siempre que había una cena o algún tipo de evento al que Santana iba a asistir, ella se aseguraba de encontrar alguna excusa para no ir.
Y allí se encontraban al fin, una vez más en la misma posición: las dos en bandos opuestos. Y las dos en la misma habitación.
Última edición por marcy3395 el Sáb Ago 01, 2015 1:05 pm, editado 10 veces
marcy3395***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 21/06/2013
Re: Por Amor Capitulo 12
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Siguelo porfavor
Graciad
Siguelo porfavor
Graciad
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Por Amor Capitulo 2
Capítulo 2
Brittany sabía que ya podía dar su propuesta por muerta y enterrada. Si Santana Lopez le ponía alguna objeción, no pasaría de ahí. Nadie se lo discutiría. Tal era el poder que ejercía Santana. Todo el mundo lo sabía. Nadie la contradecía en nada. Nadie lo intentaba siquiera. Nadie, excepto Brittany Pierce, lo había intentado nunca.
La mayoría de las esposas de los ejecutivos de la señora Lopez habían aprendido pronto a agachar la cabeza y obedecer. Todas, salvo Brittany Pierce, claro. Ella había sido la excepción. Nada más entrar en la sala de reuniones del exclusivo club de campo, Santana se vio rodeada por las arribistas mujeres de sus empleados. Al menos así era como Santana las veía: como una panda de aduladoras que lo único que deseaban era subir en la escala social. Se mostró distante y educada con ellas Y. como era habitual, paseó la mirada por la sala mientras hablaba, en busca de la persona que, para su desilusión, últimamente no encontraba nunca: Brittany Pierce. Fue entonces cuando la vio, justo cuando abandonaba la estancia y salía a uno de los balcones.
De noche, Caracas era una mágica ciudad de luces. Pero, al igual que la magia, aquello no era más que una ilusión. De día se veía con más claridad que todas y cada una de aquellas lucecitas mágicas se convertían en un reflejo de miseria, hasta formar una montaña de pobreza, crimen y hambre difícil de resolver. La situación dejaba poco espacio para la esperanza.
Brittany se acodó en la barandilla del club de campo, consciente de que, en su pequeño reducto de riqueza, todo aquello no la afectaba. Allá, tras los muros del poder y del derroche, estaba a salvo. Sintió una punzada de tristeza. Había trabajado muy duro en la propuesta. Era algo suyo y habría ayudado a todas aquellas personas. Pero ahora todo seguiría igual. Por mucho que Brittany lo había intentado, nunca había llegado a encajar del todo en aquel ambiente. Matt siempre estaba ocupado. Simón, su hijo de ocho años, era su orgullo y su única alegría. Hacía tiempo que Matt había dejado de ser el hombre del que se había enamorado.
Brittany se sentía inquieta, descentrada. Trasladarse a Caracas dos años antes había sido un último intento a la desesperada de salvar su matrimonio, por el bien de Simón.
Allí podrían empezar de nuevo y, con el sueldo de Matt, Simón tendría sólo lo mejor. Sin embargo, para Brittany había significado dejar atrás a sus amigos, a su familia y su carrera. Se moría de ganas de hacer algo útil.
Algo como, por ejemplo, ayudar a aquella pobre gente. No obstante, tendría que volver a resignarse a que sus días estuvieran llenos de trivialidades que detestaba.
De pie en la baranda, se dejó confortar por la calidez de la brisa. Contempló la ciudad durante unos instantes y después miró al cielo, a las estrellas, sintiendo la caricia de la brisa sobre su cuerpo. Brittany Pierce era la definición de la belleza. Su piel pálida se había tornado dorada en el tiempo que llevaba en Venezuela. La luz del sol había besado su rubio cabello y lo había salpicado de luminosidad. Y con aquel vestido blanco parecía una diosa de la antigüedad adorando a la luna. Cerró los ojos y se entregó a aquellas sensaciones, con la esperanza de que la consolaran en su desilusión.
Aquélla fue la imagen que se encontró Santana Lopez cuando salió al balcón. Brittany tenía los brazos en torno a su cuerpo y miraba al firmamento nocturno. Santana se quedó quieta y la contempló, embelesada. Se había repetido muchas veces que aquella mujer no tenía ningún poder especial. Era como si librara una lucha interna: no dejaba de decirse que Brittany Pierce no era diferente a las demás mujeres. Y, sin embargo, cada vez que entraba en una habitación la buscaba y siempre que no estaba notaba una punzada de decepción.
Santana se deleitó con la visión. Sentía una atracción innegable por aquella mujer que, con lo hermosa que era, le hacía perder los estribos cada vez que se acercaba. Santana había aprendido a mantener las distancias, pero, a pesar de eso, su cuerpo se empeñaba en buscar aquello de lo que trataba de escapar.
Brittany percibió su presencia antes de verla. El fulgor de la luna y el sonido de la música en el interior las envolvía a ambas. Santana se le acercó despacio y se puso a su lado en silencio para contemplar la ciudad.
Lo que tienen las noches como ésta es que son engañosas —dijo en voz baja.
Brittany se volvió hacia la ciudad a su vez.
—¿Qué quieres decir?
—Un momento está en calma y al siguiente e como si el cielo se abriera y descargase sobre nosotros toda su fuerza.
Brittany se volvió para mirarla. Según cómo, Santana era un misterio. Le parecía tan inescrutable como la tierra en la que había vivido durante los últimos dos años.
—No lo entiendo,
—Ah, no? —Santana se giró y miró a Brittany a los ojos.
—¿Por qué siempre tienes que contestar a una pregunta con otra pregunta? — protestó Brittany, turbada. Como siempre que pasaba unos minutos cerca de Santana
Lopez, una sensación de nerviosismo había empezado a atenazarle la boca del estómago.
_¿Por qué siempre me provocas?
¿ Yo ?
—¡Sí! ¡Tú! —Santana levantó los brazos con un gesto de frustración.
—¿Yo? ¡Yo! ¡Pero si eres tú! Tú eres la que se divierte humillándome.
Santana la miró fijamente, sin pronunciar palabra. Lo único que veía eran los labios de Brittany y quería saber cómo sabían. Santana se dio media vuelta y se alejó unos cuantos pasos. Se detuvo un momento y, de repente, volvió a encararse con ella. Los ojos le brillaban con decisión. Brittany no se amilanó.
—No me gusta la cobardía —siseó Santana.
Había deseo en su mirada; deseo y algo más que
Brittany no alcanzaba a comprender.
—Yo no soy ninguna cobarde, señora Lopez.
En esta ocasión no pensaba ceder. Si Santana quería pelea, la iba a tener.
—Te has escapado de la reunión.
—Y quién iba a enfrentarse a ti? —replicó Brittany, sarcástica—. Nadie. Ninguna de esas mujeres me habría apoyado en tu contra. Dejarían a toda esa gente morirse de hambre antes que oponerse a ti. ¿Cómo te hace sentir eso, señora Lopez? ¿Qué se siente al saber que tienes el poder de decidir quién vive y quién muere?
—No seas tan dramática! ¡Si de verdad creyeras en lo que ibas a proponer lo habrías intentado!
—Y luchar contra ti? — Brittany le dio la espalda y se alejó unos pasos antes de soltar una carcajada seca.
—No sería la primera vez que lo intentas —le dijo Santana en un tono amenazador—. Al parecer, nadie te ha enseñado lo que es obedecer.., aún.
Brittany se volvió al punto. Ya había tenido bastante. —Vete al infierno! ¡Yo no soy la esclava de nadie! —Algún día alguien te domesticará —la voz de Santana se suavizó.
—¿Si? ¡Pues no serás tú!
En cuanto las palabras salieron de su boca, un relámpago iluminó el cielo, seguido de un trueno ensordecedor. Sin embargo, Brittany sólo tenía ojos para el fuego que ardía descontrolado en las profundidades de la mirada de la mujer que tenía ante ella.
Antes de que pudiera darse cuenta de lo que pasaba, Santana se le había acercado y la estrechaba entre sus brazos con fuerza. Mientras el cielo se desplomaba sobre sus
cabezas, los labios de Santana hallaron su objetivo. Sacudidas por los elementos, saborearon el hambre de la tormenta en los labios de la otra.
Santana se adueñó de la boca de Brittany y se la devoró, acallando cualquier protesta. Sus manos la exploraron, ansiosas de tocar, sentir. Nunca había experimentado un ardor semejante. Estaba acostumbrada a coger lo que quería cuando lo quería y llevaba demasiado tiempo deseando a aquella mujer.
Brittany se había quedado sin aliento; el fuego en su interior la consumía. No sólo luchaba contra el deseo de Santana, sino también contra su propio tumulto interno. —No! — Brittany trató de que Santana la soltara. —Cobarde!
Estalló un nuevo relámpago, seguido por el retumbar de un trueno, como si la naturaleza quisiera ir pareja a la tormenta que se había desatado entre las dos.
Santana inmovilizó a Brittany contra la pared, en un rincón de la baranda.
—¡Suéltame! —le gritó Brittany a la tormenta.
Santana sonrió y le estrujó un pecho. La mano de Brittany cortó el aire y le propinó a Santana un bofetón de indignación. Santana la miró, furiosa y sorprendida, y le agarró la mano con fuerza.
De nuevo, los labios de Santana cubrieron los de Brittany y esta vez el beso fue despiadado. No era un beso de pasión, sino de dominio, y lo único que estaba dispuesta a aceptar era una sumisión completa. Brittany saboreó la sangre en su boca y, de súbito, un sollozo derrotado surgió de lo más hondo de su garganta,
Santana se apartó de inmediato. Miró a Brittany a los Ojos y se dio cuenta de que rebosaban lágrimas de frustración. La tormenta seguía rugiendo a su alrededor, pero entre ellas se hizo el silencio.
—Suéltame.
Todo parecía carente de sonido, como si se hallaran suspendidas en el vacío. Eran las únicas personas del universo. Un cuerpo apretado contra el otro. El uno prisionero del otro.
Poco a poco, Santana dejó caer las manos y observó cómo Brittany escapaba de ella. De repente, se dio la vuelta y la tormenta la envolvió de nuevo. Se quedó inmóvil mientras el viento soplaba furioso en torno a su cuerpo y el cielo estallaba una y otra vez. Impertérrita, se encaró con la tormenta y la desafió. Ella era Santana Lopez y nadie podía hacerle frente. Rió y el viento se llevó sus carcajadas.
La tormenta no había hecho más que comenzar.
Brittany sabía que ya podía dar su propuesta por muerta y enterrada. Si Santana Lopez le ponía alguna objeción, no pasaría de ahí. Nadie se lo discutiría. Tal era el poder que ejercía Santana. Todo el mundo lo sabía. Nadie la contradecía en nada. Nadie lo intentaba siquiera. Nadie, excepto Brittany Pierce, lo había intentado nunca.
La mayoría de las esposas de los ejecutivos de la señora Lopez habían aprendido pronto a agachar la cabeza y obedecer. Todas, salvo Brittany Pierce, claro. Ella había sido la excepción. Nada más entrar en la sala de reuniones del exclusivo club de campo, Santana se vio rodeada por las arribistas mujeres de sus empleados. Al menos así era como Santana las veía: como una panda de aduladoras que lo único que deseaban era subir en la escala social. Se mostró distante y educada con ellas Y. como era habitual, paseó la mirada por la sala mientras hablaba, en busca de la persona que, para su desilusión, últimamente no encontraba nunca: Brittany Pierce. Fue entonces cuando la vio, justo cuando abandonaba la estancia y salía a uno de los balcones.
De noche, Caracas era una mágica ciudad de luces. Pero, al igual que la magia, aquello no era más que una ilusión. De día se veía con más claridad que todas y cada una de aquellas lucecitas mágicas se convertían en un reflejo de miseria, hasta formar una montaña de pobreza, crimen y hambre difícil de resolver. La situación dejaba poco espacio para la esperanza.
Brittany se acodó en la barandilla del club de campo, consciente de que, en su pequeño reducto de riqueza, todo aquello no la afectaba. Allá, tras los muros del poder y del derroche, estaba a salvo. Sintió una punzada de tristeza. Había trabajado muy duro en la propuesta. Era algo suyo y habría ayudado a todas aquellas personas. Pero ahora todo seguiría igual. Por mucho que Brittany lo había intentado, nunca había llegado a encajar del todo en aquel ambiente. Matt siempre estaba ocupado. Simón, su hijo de ocho años, era su orgullo y su única alegría. Hacía tiempo que Matt había dejado de ser el hombre del que se había enamorado.
Brittany se sentía inquieta, descentrada. Trasladarse a Caracas dos años antes había sido un último intento a la desesperada de salvar su matrimonio, por el bien de Simón.
Allí podrían empezar de nuevo y, con el sueldo de Matt, Simón tendría sólo lo mejor. Sin embargo, para Brittany había significado dejar atrás a sus amigos, a su familia y su carrera. Se moría de ganas de hacer algo útil.
Algo como, por ejemplo, ayudar a aquella pobre gente. No obstante, tendría que volver a resignarse a que sus días estuvieran llenos de trivialidades que detestaba.
De pie en la baranda, se dejó confortar por la calidez de la brisa. Contempló la ciudad durante unos instantes y después miró al cielo, a las estrellas, sintiendo la caricia de la brisa sobre su cuerpo. Brittany Pierce era la definición de la belleza. Su piel pálida se había tornado dorada en el tiempo que llevaba en Venezuela. La luz del sol había besado su rubio cabello y lo había salpicado de luminosidad. Y con aquel vestido blanco parecía una diosa de la antigüedad adorando a la luna. Cerró los ojos y se entregó a aquellas sensaciones, con la esperanza de que la consolaran en su desilusión.
Aquélla fue la imagen que se encontró Santana Lopez cuando salió al balcón. Brittany tenía los brazos en torno a su cuerpo y miraba al firmamento nocturno. Santana se quedó quieta y la contempló, embelesada. Se había repetido muchas veces que aquella mujer no tenía ningún poder especial. Era como si librara una lucha interna: no dejaba de decirse que Brittany Pierce no era diferente a las demás mujeres. Y, sin embargo, cada vez que entraba en una habitación la buscaba y siempre que no estaba notaba una punzada de decepción.
Santana se deleitó con la visión. Sentía una atracción innegable por aquella mujer que, con lo hermosa que era, le hacía perder los estribos cada vez que se acercaba. Santana había aprendido a mantener las distancias, pero, a pesar de eso, su cuerpo se empeñaba en buscar aquello de lo que trataba de escapar.
Brittany percibió su presencia antes de verla. El fulgor de la luna y el sonido de la música en el interior las envolvía a ambas. Santana se le acercó despacio y se puso a su lado en silencio para contemplar la ciudad.
Lo que tienen las noches como ésta es que son engañosas —dijo en voz baja.
Brittany se volvió hacia la ciudad a su vez.
—¿Qué quieres decir?
—Un momento está en calma y al siguiente e como si el cielo se abriera y descargase sobre nosotros toda su fuerza.
Brittany se volvió para mirarla. Según cómo, Santana era un misterio. Le parecía tan inescrutable como la tierra en la que había vivido durante los últimos dos años.
—No lo entiendo,
—Ah, no? —Santana se giró y miró a Brittany a los ojos.
—¿Por qué siempre tienes que contestar a una pregunta con otra pregunta? — protestó Brittany, turbada. Como siempre que pasaba unos minutos cerca de Santana
Lopez, una sensación de nerviosismo había empezado a atenazarle la boca del estómago.
_¿Por qué siempre me provocas?
¿ Yo ?
—¡Sí! ¡Tú! —Santana levantó los brazos con un gesto de frustración.
—¿Yo? ¡Yo! ¡Pero si eres tú! Tú eres la que se divierte humillándome.
Santana la miró fijamente, sin pronunciar palabra. Lo único que veía eran los labios de Brittany y quería saber cómo sabían. Santana se dio media vuelta y se alejó unos cuantos pasos. Se detuvo un momento y, de repente, volvió a encararse con ella. Los ojos le brillaban con decisión. Brittany no se amilanó.
—No me gusta la cobardía —siseó Santana.
Había deseo en su mirada; deseo y algo más que
Brittany no alcanzaba a comprender.
—Yo no soy ninguna cobarde, señora Lopez.
En esta ocasión no pensaba ceder. Si Santana quería pelea, la iba a tener.
—Te has escapado de la reunión.
—Y quién iba a enfrentarse a ti? —replicó Brittany, sarcástica—. Nadie. Ninguna de esas mujeres me habría apoyado en tu contra. Dejarían a toda esa gente morirse de hambre antes que oponerse a ti. ¿Cómo te hace sentir eso, señora Lopez? ¿Qué se siente al saber que tienes el poder de decidir quién vive y quién muere?
—No seas tan dramática! ¡Si de verdad creyeras en lo que ibas a proponer lo habrías intentado!
—Y luchar contra ti? — Brittany le dio la espalda y se alejó unos pasos antes de soltar una carcajada seca.
—No sería la primera vez que lo intentas —le dijo Santana en un tono amenazador—. Al parecer, nadie te ha enseñado lo que es obedecer.., aún.
Brittany se volvió al punto. Ya había tenido bastante. —Vete al infierno! ¡Yo no soy la esclava de nadie! —Algún día alguien te domesticará —la voz de Santana se suavizó.
—¿Si? ¡Pues no serás tú!
En cuanto las palabras salieron de su boca, un relámpago iluminó el cielo, seguido de un trueno ensordecedor. Sin embargo, Brittany sólo tenía ojos para el fuego que ardía descontrolado en las profundidades de la mirada de la mujer que tenía ante ella.
Antes de que pudiera darse cuenta de lo que pasaba, Santana se le había acercado y la estrechaba entre sus brazos con fuerza. Mientras el cielo se desplomaba sobre sus
cabezas, los labios de Santana hallaron su objetivo. Sacudidas por los elementos, saborearon el hambre de la tormenta en los labios de la otra.
Santana se adueñó de la boca de Brittany y se la devoró, acallando cualquier protesta. Sus manos la exploraron, ansiosas de tocar, sentir. Nunca había experimentado un ardor semejante. Estaba acostumbrada a coger lo que quería cuando lo quería y llevaba demasiado tiempo deseando a aquella mujer.
Brittany se había quedado sin aliento; el fuego en su interior la consumía. No sólo luchaba contra el deseo de Santana, sino también contra su propio tumulto interno. —No! — Brittany trató de que Santana la soltara. —Cobarde!
Estalló un nuevo relámpago, seguido por el retumbar de un trueno, como si la naturaleza quisiera ir pareja a la tormenta que se había desatado entre las dos.
Santana inmovilizó a Brittany contra la pared, en un rincón de la baranda.
—¡Suéltame! —le gritó Brittany a la tormenta.
Santana sonrió y le estrujó un pecho. La mano de Brittany cortó el aire y le propinó a Santana un bofetón de indignación. Santana la miró, furiosa y sorprendida, y le agarró la mano con fuerza.
De nuevo, los labios de Santana cubrieron los de Brittany y esta vez el beso fue despiadado. No era un beso de pasión, sino de dominio, y lo único que estaba dispuesta a aceptar era una sumisión completa. Brittany saboreó la sangre en su boca y, de súbito, un sollozo derrotado surgió de lo más hondo de su garganta,
Santana se apartó de inmediato. Miró a Brittany a los Ojos y se dio cuenta de que rebosaban lágrimas de frustración. La tormenta seguía rugiendo a su alrededor, pero entre ellas se hizo el silencio.
—Suéltame.
Todo parecía carente de sonido, como si se hallaran suspendidas en el vacío. Eran las únicas personas del universo. Un cuerpo apretado contra el otro. El uno prisionero del otro.
Poco a poco, Santana dejó caer las manos y observó cómo Brittany escapaba de ella. De repente, se dio la vuelta y la tormenta la envolvió de nuevo. Se quedó inmóvil mientras el viento soplaba furioso en torno a su cuerpo y el cielo estallaba una y otra vez. Impertérrita, se encaró con la tormenta y la desafió. Ella era Santana Lopez y nadie podía hacerle frente. Rió y el viento se llevó sus carcajadas.
La tormenta no había hecho más que comenzar.
marcy3395***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 21/06/2013
Re: Por Amor Capitulo 12
vaya parece muy intenso, espero lo continues!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Por Amor Capitulo 12
Ashh pjale britt no se lo deje tan facil
Saludos
Saludos
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: Por Amor Capitulo 12
Capítulo 3
—Por que estamos teniendo cortes de luz, Joaquín? —le preguntó Santana al nervioso empleado que había acudido a su despacho.
—Es por las lluvias, señora Lopez En Katya están teniendo corrimientos de tierra. Aún no hay cifras fiables sobre el número de muertos. El tendido eléctrico está sufriendo las consecuencias...
—Joaquín, me da igual lo que esté pasando en Katya. Tenemos un generador nuevo. Entonces, ¿por qué estamos teniendo cortes de luz? —bramó Santana.
—Lo están arreglando, señora Lopez —repuso él, sombrío.
—Pues ve y asegúrate dé que se arregla. ¡Fuera! —grito, señalando a la puerta
—Señora Lopez...
—Largo de aquí!
El hombre salió de la oficina pies para qué os quiero.
Antes de que Santana tuviera tiempo de dar rienda suelta a su enfado, le sonó el teléfono. Llevaba sonando ininterrumpidamente todo el día.
—Sí, Gloria.
—Señora Lopez, tengo a Matt Pierce en la línea dos.
—Muy bien, Gloria. ¿Te ha dicho lo que quiere?
—Al parecer tienen problemas en una de las torres de perforación.
—Maldita sea! Está bien. —Santana cambió a la línea dos—. Matt, ¿qué sucede?
—Señora Lopez, ha habido una explosión en la torre 81.
—Que ha habido qué?
—El incendio ya está controlado, pero las lluvias no están ayudando.
—¿Cómo ha podido pasar, Matt? Esa es tu torre.
¿Quién es el responsable de la seguridad?
—Alberto Curbelo se encarga de la seguridad, pero...
—Échalo. Ha puesto en peligro la seguridad. Lo quiero fuera de las instalaciones en cuanto cuelgues el teléfono y, Matt, te quiero ver aquí mañana por la mañana con una relación de los cambios en plantilla.
—Señora Lopez, hemos tenido bajas.
—Échalo. Lo quiero fuera de mi torre. Ahora, Matt.
Colgó el teléfono, indignada. Siempre había bajas. Así era la vida. Al final, los beneficios superaban a las pérdidas. En su opinión, las pérdidas eran un factor aceptable.
El teléfono volvió a sonar.
—Sí, Gloria.
—Señora Lopez, ha habido una riada cerca de Las Lomas. La calle está inundada. Informan de que algunas personas se han ahogado al quedarse atrapadas en los coches —comunicó Gloria con voz temblorosa.
—Gloria, tranquilízate. Ve al grano.
—La policía ha llamado para informarnos dé que uno de los coches atrapados en la riada era un coche de la empresa. —La secretaria se echó a llorar.
—Gloria! ¡Por amor de Dios! Deja de llorar y dime qué más han dicho.
—Ester Curbelo y sus dos hijos se han ahogado. Había otra mujer con ellos en el coche, pero aún no la han identificado.
—Manténme informada —dijo Santana antes de colgar.
Llevaba una semana lloviendo. Había habido corrimientos y riadas por toda la ciudad. Y encima aquello. Seguramente los horarios de producción se resentirían.
Recordaba haber conocido a Ester Curbelo. A decir verdad, se dijo Santana, había sido bastante agradable charlar con ella. Lo sentía por los niños y, se alegraba de no haberlos conocido.
Ester siempre iba a aquellas cenas a las que Santana odiaba asistir. Y, por supuesto, si la recordaba era porque siempre que Brittany asistía se ponía a hablar con ella.
¡Brittany!
Había otra mujer en el coche...
Santana llamó a casa de Brittany. El teléfono sonó y sonó durante lo que le pareció una eternidad, hasta que alguien descolgó al otro lado.
—Residencia Pierce, buenos días.
—Quiero hablar con la señora Pierce.
—Lo siento, la señora Pierce no está en casa. —¿Cuándo volverá? ¿Sabe dónde está?
—Salió por la mañana y aún no ha vuelto. No sé cuándo llegará.
—¿Sabe si hoy ha hablado con Ester Curbelo? —Con quién hablo? —preguntó la criada con suspicacia.
—Escúcheme con mucha atención. Soy Santana Lopez.
¿Sabe quién soy?
—Sí, claro, señora Lopez.
—Entonces dejé de preguntar estupideces y dígame si Brittany ha hablado con Ester Curbelo hoy!
Tras una breve pausa, la criada repuso:
—Sí, señora Lopez, han hablado.
—¡Dios mío! —exclamó Santana—. Si habla con la señora Pierce, dígale que se ponga en contacto conmigo inmediatamente, ¿lo ha entendido?
—Si, señora Lopez.
Santana pulsó el botón de terminar la llamada y, a continuación, pulsó el de marcación directa de su hombre en el departamento de policía por la otra línea: Trató de convencerse de que estaba haciendo una montaña de un grano de arena. Que Ester Curbelo hubiera hablado con Brittany por la mañana no quería decir nada. Y, sin embargo, el corazón le latía cada vez más deprisa y tenía la respiración agitada.
Le dio la impresión de que el teléfono sonaba sin parar. Cuanto más tardaban en cogerlo, más nerviosa se ponía. Finalmente, alguien descolgó el aparato.
—Oigo, sargento de guardia.
—Ramiro, soy. Santana Lopez.
—Señora Lopez, es un placer...
—Quiero saber el nombre de todas las personas que había en el coche de mi empresa que quedó atrapado en la riada de Las Lomas hoy.
—Señora Lopez, no cuelgue. Iré a comprobarlo. —Muy bien, date prisa.
Raisa esperó, tamborileando con las uñas de los dedos en el escritorio. Se sucedieron los tensos minutos de es- Pera. Santana estaba cada vez más preocupada.
—¿Señora Lopez?
—Sí, sigo aquí.
—Tenemos a una tal Ester Curbelo y a sus dos hijos, Paulo, de seis años, y Andrés, de cuatro años. Había otra mujer y otro niño en el coche, pero aún no hemos podido identificarlos.
—Ramiro, esto tiene prioridad absoluta. Averigua quién es la otra mujer. Y aún más importante, necesito me encuentres a alguien qué ha desaparecido. Pon a todos los hombres en ello.
—Señora Lopez, ahora mismo la cosa está complicada. Los barrios están colapsados por el agua.
—No me discutas. No te lo pido, Ramiro, te ordeno que lo hagas. ¿Está claro?
—Sí, señora Lopez. ¿A quién tengo que buscar?
—Se llama Brittany Pierce. Su hijo va al colegio Campo Alegre. Encuéntrala y llámame enseguida. Encontrar a esa mujer es lo más importante ahora, !Entendido?
—Señora Lopez.
—Señora Lopez nada, o sabrás lo que es el dolor. —Sí, señora Lopez. Pondré a todos mis hombres a trabajar en ello.
Santana colgó el teléfono y se apoyó en el respaldo de la silla. ¿Dónde estaba Brittany?
Brittany estaba empezando a asustarse de veras. El agua cada vez subía más y. había coches por delante y por detrás.
—Tengo miedo, mami —murmuró Simón.
—No te preocupes, cielo. No va a pasar nada. Sólo que tardaremos un poco más en llegar a casa —trató de tranquilizarlo Brittany.
Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba, más subía el agua. La gente empezó a abandonar los coches. Tenía que tomar una decisión y rápido.
—Mami, el agua cada vez está más alta, mira! ¡Aquel coche se ha caído en un agujero!
—Simón, baja la ventanilla, corre!
—Por que estamos teniendo cortes de luz, Joaquín? —le preguntó Santana al nervioso empleado que había acudido a su despacho.
—Es por las lluvias, señora Lopez En Katya están teniendo corrimientos de tierra. Aún no hay cifras fiables sobre el número de muertos. El tendido eléctrico está sufriendo las consecuencias...
—Joaquín, me da igual lo que esté pasando en Katya. Tenemos un generador nuevo. Entonces, ¿por qué estamos teniendo cortes de luz? —bramó Santana.
—Lo están arreglando, señora Lopez —repuso él, sombrío.
—Pues ve y asegúrate dé que se arregla. ¡Fuera! —grito, señalando a la puerta
—Señora Lopez...
—Largo de aquí!
El hombre salió de la oficina pies para qué os quiero.
Antes de que Santana tuviera tiempo de dar rienda suelta a su enfado, le sonó el teléfono. Llevaba sonando ininterrumpidamente todo el día.
—Sí, Gloria.
—Señora Lopez, tengo a Matt Pierce en la línea dos.
—Muy bien, Gloria. ¿Te ha dicho lo que quiere?
—Al parecer tienen problemas en una de las torres de perforación.
—Maldita sea! Está bien. —Santana cambió a la línea dos—. Matt, ¿qué sucede?
—Señora Lopez, ha habido una explosión en la torre 81.
—Que ha habido qué?
—El incendio ya está controlado, pero las lluvias no están ayudando.
—¿Cómo ha podido pasar, Matt? Esa es tu torre.
¿Quién es el responsable de la seguridad?
—Alberto Curbelo se encarga de la seguridad, pero...
—Échalo. Ha puesto en peligro la seguridad. Lo quiero fuera de las instalaciones en cuanto cuelgues el teléfono y, Matt, te quiero ver aquí mañana por la mañana con una relación de los cambios en plantilla.
—Señora Lopez, hemos tenido bajas.
—Échalo. Lo quiero fuera de mi torre. Ahora, Matt.
Colgó el teléfono, indignada. Siempre había bajas. Así era la vida. Al final, los beneficios superaban a las pérdidas. En su opinión, las pérdidas eran un factor aceptable.
El teléfono volvió a sonar.
—Sí, Gloria.
—Señora Lopez, ha habido una riada cerca de Las Lomas. La calle está inundada. Informan de que algunas personas se han ahogado al quedarse atrapadas en los coches —comunicó Gloria con voz temblorosa.
—Gloria, tranquilízate. Ve al grano.
—La policía ha llamado para informarnos dé que uno de los coches atrapados en la riada era un coche de la empresa. —La secretaria se echó a llorar.
—Gloria! ¡Por amor de Dios! Deja de llorar y dime qué más han dicho.
—Ester Curbelo y sus dos hijos se han ahogado. Había otra mujer con ellos en el coche, pero aún no la han identificado.
—Manténme informada —dijo Santana antes de colgar.
Llevaba una semana lloviendo. Había habido corrimientos y riadas por toda la ciudad. Y encima aquello. Seguramente los horarios de producción se resentirían.
Recordaba haber conocido a Ester Curbelo. A decir verdad, se dijo Santana, había sido bastante agradable charlar con ella. Lo sentía por los niños y, se alegraba de no haberlos conocido.
Ester siempre iba a aquellas cenas a las que Santana odiaba asistir. Y, por supuesto, si la recordaba era porque siempre que Brittany asistía se ponía a hablar con ella.
¡Brittany!
Había otra mujer en el coche...
Santana llamó a casa de Brittany. El teléfono sonó y sonó durante lo que le pareció una eternidad, hasta que alguien descolgó al otro lado.
—Residencia Pierce, buenos días.
—Quiero hablar con la señora Pierce.
—Lo siento, la señora Pierce no está en casa. —¿Cuándo volverá? ¿Sabe dónde está?
—Salió por la mañana y aún no ha vuelto. No sé cuándo llegará.
—¿Sabe si hoy ha hablado con Ester Curbelo? —Con quién hablo? —preguntó la criada con suspicacia.
—Escúcheme con mucha atención. Soy Santana Lopez.
¿Sabe quién soy?
—Sí, claro, señora Lopez.
—Entonces dejé de preguntar estupideces y dígame si Brittany ha hablado con Ester Curbelo hoy!
Tras una breve pausa, la criada repuso:
—Sí, señora Lopez, han hablado.
—¡Dios mío! —exclamó Santana—. Si habla con la señora Pierce, dígale que se ponga en contacto conmigo inmediatamente, ¿lo ha entendido?
—Si, señora Lopez.
Santana pulsó el botón de terminar la llamada y, a continuación, pulsó el de marcación directa de su hombre en el departamento de policía por la otra línea: Trató de convencerse de que estaba haciendo una montaña de un grano de arena. Que Ester Curbelo hubiera hablado con Brittany por la mañana no quería decir nada. Y, sin embargo, el corazón le latía cada vez más deprisa y tenía la respiración agitada.
Le dio la impresión de que el teléfono sonaba sin parar. Cuanto más tardaban en cogerlo, más nerviosa se ponía. Finalmente, alguien descolgó el aparato.
—Oigo, sargento de guardia.
—Ramiro, soy. Santana Lopez.
—Señora Lopez, es un placer...
—Quiero saber el nombre de todas las personas que había en el coche de mi empresa que quedó atrapado en la riada de Las Lomas hoy.
—Señora Lopez, no cuelgue. Iré a comprobarlo. —Muy bien, date prisa.
Raisa esperó, tamborileando con las uñas de los dedos en el escritorio. Se sucedieron los tensos minutos de es- Pera. Santana estaba cada vez más preocupada.
—¿Señora Lopez?
—Sí, sigo aquí.
—Tenemos a una tal Ester Curbelo y a sus dos hijos, Paulo, de seis años, y Andrés, de cuatro años. Había otra mujer y otro niño en el coche, pero aún no hemos podido identificarlos.
—Ramiro, esto tiene prioridad absoluta. Averigua quién es la otra mujer. Y aún más importante, necesito me encuentres a alguien qué ha desaparecido. Pon a todos los hombres en ello.
—Señora Lopez, ahora mismo la cosa está complicada. Los barrios están colapsados por el agua.
—No me discutas. No te lo pido, Ramiro, te ordeno que lo hagas. ¿Está claro?
—Sí, señora Lopez. ¿A quién tengo que buscar?
—Se llama Brittany Pierce. Su hijo va al colegio Campo Alegre. Encuéntrala y llámame enseguida. Encontrar a esa mujer es lo más importante ahora, !Entendido?
—Señora Lopez.
—Señora Lopez nada, o sabrás lo que es el dolor. —Sí, señora Lopez. Pondré a todos mis hombres a trabajar en ello.
Santana colgó el teléfono y se apoyó en el respaldo de la silla. ¿Dónde estaba Brittany?
Brittany estaba empezando a asustarse de veras. El agua cada vez subía más y. había coches por delante y por detrás.
—Tengo miedo, mami —murmuró Simón.
—No te preocupes, cielo. No va a pasar nada. Sólo que tardaremos un poco más en llegar a casa —trató de tranquilizarlo Brittany.
Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba, más subía el agua. La gente empezó a abandonar los coches. Tenía que tomar una decisión y rápido.
—Mami, el agua cada vez está más alta, mira! ¡Aquel coche se ha caído en un agujero!
—Simón, baja la ventanilla, corre!
marcy3395***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 21/06/2013
Re: Por Amor Capitulo 12
Otro por favor
Cada vez mas. Interesante
Cada vez mas. Interesante
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Por Amor Capitulo 4
Capítulo 4
Seis horas más tarde seguía sin noticias de Brittany. Santana Lopez estaba que se subía por las paredes. Nunca se había sentido tan impotente Tema un montón de problemas que solucionar, desde problemas con los generadores a explosiones, pero estaba acostumbrada a trabajar bajo presión. El caos era lo único que la mantenía centrada y eso era de agradecer. En el momento en que no tenía la cabeza ocupada con algo, se acordaba de que Brittany seguía desaparecida y de que la mujer que iba Con Ester Curbelo en el coche aun no había sido identificada.
En ese momento llamaron al teléfono y Santana lo descolgó antes de que sonara dos veces.
—Sí, Gloria.
--Señora Lopez, tenemos el número de víctimas en Katya.
—Me importan una mierda Katya y sus víctimas.
Mantén la línea abierta para Ramiro Fonseca. ¡Sólo, para él! ¿Entendido?
—Si, señora Lopez.
—Has seguido llamando a casa de Brittany Pierce?
—Si, señora Lopez. Clara, la criada, dice que aún no sabe nada de la señora Pierce.
—Sigue llamando a los demás números. Sólo aceptaré llamadas de ella. Pásale las demás a Arturo Estés. Que se ocupe él de solucionar las cosas, para variar:
—Sí, señora Lop... Colgó el teléfono, sin dar tiempo a Gloria de acabar la frase.
Santana paseaba de un lado a otro del despacho como un león enjaulado. Fue hacia la ventana y contempló el exterior. Su ánimo era tan negro como las nubes de la tormenta.
El teléfono de Santana sonó por su línea privada y ella se abalanzó sobre el aparato.
—¿Si?
• —Tengo la información que me pidió.
—¿Sabe el nombre de la mujer del coche?
—Si, señora Lopez.
Santana respiró hondo y se sentó. Contuvo la respiración.
—Y bien? —dijo, incapaz de reconocer el temblor de su propia voz.
—Se llamaba María Santisnero... —Santana ya no oyó nada más y cerró los ojos, aliviada—. Iba con su hija Mayte, de seis años. Al parecer, las dos solían llevar a los niños al colegio juntas.
—Ramiro, ¿me has encontrado a Brittany Pierce? —musitó Santana.
—Seguimos buscando, señora Lopez. La ciudad es un caos. La lista de desaparecidos no deja de crecer. Tengo a todos mis hombres buscándola. Quería informarla de las novedades.
—Ramiro, encuéntrala. Encuéntrala y te daré cien mil dólares americanos.
Al otro lado de la línea se produjo un silencio de asombro.
—Encuéntrala,, Ramiro. Encuéntramela.
—La encontraré, señora Lopez.
Una vez finalizada la llamada, Santana se sentó tras su mesa y esperó. Fue en aquel momento cuando, de repente, se dio cuenta de que nadie había llamado preguntando por ella. A nadie le preocupaba que estuviera en casa o no.
La mayoría de los empleados permanecieron en el edificio, porque no querían arriesgarse a quedarse atrapados en la ciudad, sumida en el caos. El edificio se había construido para resistir todo tipo de tormentas. Otra cosa (quizá no, pero si había algo que a Santana le gustara era la eficiencia. Todo tenía que funcionar a la perfección. El edificio tenía su propio sistema de suministro de agua subterráneo, para no depender del poco fiable suministro de la ciudad. También estaba equipado con generadores de emergencia propios. Los apagones eran habituales, pero no afectaban a la productividad de la sede central de Petróleos Copeco. Santana había llegado al extremo de Instalar líneas de teléfono separadas para estar siempre un día de lo que pasaba tanto dentro como fuera del país. Ella una experta en los entresijos del poder y sabía muy bien cómo usar sus armas.
No obstante, aun con todo ese poder a su disposición, era incapaz de encontrar a una simple mujer en una ciudad.
Tenía un jeep esperando, por si tenía que salir, con prisas. Habían pasado seis horas y seguía sin noticias. Santana volvió a contemplar la tormenta.
—Brittany, ¿dónde estás? ¿Qué me has hecho? Dios, ¡cómo te odio!
Avanzó sobre el aparador de su oficina y con un movimiento brusco de los brazos barrió todo lo que tenía encima y lo tiró al suelo. Alarmada por el ruido de cristales rotos, Gloria entró en el despacho.
—Señora Lopez?
Santana tenía la frente apoyada en el cristal de la ventana y, con los ojos cerrados, repetía:
—Te odio, Brittany.
—¿Señora Lopez?
Santana no dio muestras de advertir su presencia. Gloria se acercó a su jefa con precaución.
—¿Señora Lopez?
Santana seguía sin decir nada. Gloria, a su lado, le tocó el brazo.
—¿Señora Lopez, se encuentra bien?
Santana miró a Gloria como si la viera por primera vez. Dio un paso atrás para alejarse del cristal, le dio la espalda a Gloria y atravesó el estropicio de camino a su escritorio. Sentada de nuevo en su silla, levantó por fin la vista hacia su secretaria.
--- Llama a mantenimiento para que limpien todo esto.
Empezó a hojear algunos papeles que tenía sobre la mesa, ignorando por completo la cara de desconcierto total de Gloria.
,Durante un segundo, la secretaria permaneció de pie, sin decir nada. Después, salió a toda prisa para acatar la orden de Santana.
Una hora después, el teléfono privado de Santana volvió a Sonar.
—La he encontrado, señora Lopez. Se registró en el Caracas Hilton hace una hora.
—Gracias a Dios —exclamó Santana, mientras se sentaba y ocultaba el rostro entre las manos.
Seis horas más tarde seguía sin noticias de Brittany. Santana Lopez estaba que se subía por las paredes. Nunca se había sentido tan impotente Tema un montón de problemas que solucionar, desde problemas con los generadores a explosiones, pero estaba acostumbrada a trabajar bajo presión. El caos era lo único que la mantenía centrada y eso era de agradecer. En el momento en que no tenía la cabeza ocupada con algo, se acordaba de que Brittany seguía desaparecida y de que la mujer que iba Con Ester Curbelo en el coche aun no había sido identificada.
En ese momento llamaron al teléfono y Santana lo descolgó antes de que sonara dos veces.
—Sí, Gloria.
--Señora Lopez, tenemos el número de víctimas en Katya.
—Me importan una mierda Katya y sus víctimas.
Mantén la línea abierta para Ramiro Fonseca. ¡Sólo, para él! ¿Entendido?
—Si, señora Lopez.
—Has seguido llamando a casa de Brittany Pierce?
—Si, señora Lopez. Clara, la criada, dice que aún no sabe nada de la señora Pierce.
—Sigue llamando a los demás números. Sólo aceptaré llamadas de ella. Pásale las demás a Arturo Estés. Que se ocupe él de solucionar las cosas, para variar:
—Sí, señora Lop... Colgó el teléfono, sin dar tiempo a Gloria de acabar la frase.
Santana paseaba de un lado a otro del despacho como un león enjaulado. Fue hacia la ventana y contempló el exterior. Su ánimo era tan negro como las nubes de la tormenta.
El teléfono de Santana sonó por su línea privada y ella se abalanzó sobre el aparato.
—¿Si?
• —Tengo la información que me pidió.
—¿Sabe el nombre de la mujer del coche?
—Si, señora Lopez.
Santana respiró hondo y se sentó. Contuvo la respiración.
—Y bien? —dijo, incapaz de reconocer el temblor de su propia voz.
—Se llamaba María Santisnero... —Santana ya no oyó nada más y cerró los ojos, aliviada—. Iba con su hija Mayte, de seis años. Al parecer, las dos solían llevar a los niños al colegio juntas.
—Ramiro, ¿me has encontrado a Brittany Pierce? —musitó Santana.
—Seguimos buscando, señora Lopez. La ciudad es un caos. La lista de desaparecidos no deja de crecer. Tengo a todos mis hombres buscándola. Quería informarla de las novedades.
—Ramiro, encuéntrala. Encuéntrala y te daré cien mil dólares americanos.
Al otro lado de la línea se produjo un silencio de asombro.
—Encuéntrala,, Ramiro. Encuéntramela.
—La encontraré, señora Lopez.
Una vez finalizada la llamada, Santana se sentó tras su mesa y esperó. Fue en aquel momento cuando, de repente, se dio cuenta de que nadie había llamado preguntando por ella. A nadie le preocupaba que estuviera en casa o no.
La mayoría de los empleados permanecieron en el edificio, porque no querían arriesgarse a quedarse atrapados en la ciudad, sumida en el caos. El edificio se había construido para resistir todo tipo de tormentas. Otra cosa (quizá no, pero si había algo que a Santana le gustara era la eficiencia. Todo tenía que funcionar a la perfección. El edificio tenía su propio sistema de suministro de agua subterráneo, para no depender del poco fiable suministro de la ciudad. También estaba equipado con generadores de emergencia propios. Los apagones eran habituales, pero no afectaban a la productividad de la sede central de Petróleos Copeco. Santana había llegado al extremo de Instalar líneas de teléfono separadas para estar siempre un día de lo que pasaba tanto dentro como fuera del país. Ella una experta en los entresijos del poder y sabía muy bien cómo usar sus armas.
No obstante, aun con todo ese poder a su disposición, era incapaz de encontrar a una simple mujer en una ciudad.
Tenía un jeep esperando, por si tenía que salir, con prisas. Habían pasado seis horas y seguía sin noticias. Santana volvió a contemplar la tormenta.
—Brittany, ¿dónde estás? ¿Qué me has hecho? Dios, ¡cómo te odio!
Avanzó sobre el aparador de su oficina y con un movimiento brusco de los brazos barrió todo lo que tenía encima y lo tiró al suelo. Alarmada por el ruido de cristales rotos, Gloria entró en el despacho.
—Señora Lopez?
Santana tenía la frente apoyada en el cristal de la ventana y, con los ojos cerrados, repetía:
—Te odio, Brittany.
—¿Señora Lopez?
Santana no dio muestras de advertir su presencia. Gloria se acercó a su jefa con precaución.
—¿Señora Lopez?
Santana seguía sin decir nada. Gloria, a su lado, le tocó el brazo.
—¿Señora Lopez, se encuentra bien?
Santana miró a Gloria como si la viera por primera vez. Dio un paso atrás para alejarse del cristal, le dio la espalda a Gloria y atravesó el estropicio de camino a su escritorio. Sentada de nuevo en su silla, levantó por fin la vista hacia su secretaria.
--- Llama a mantenimiento para que limpien todo esto.
Empezó a hojear algunos papeles que tenía sobre la mesa, ignorando por completo la cara de desconcierto total de Gloria.
,Durante un segundo, la secretaria permaneció de pie, sin decir nada. Después, salió a toda prisa para acatar la orden de Santana.
Una hora después, el teléfono privado de Santana volvió a Sonar.
—La he encontrado, señora Lopez. Se registró en el Caracas Hilton hace una hora.
—Gracias a Dios —exclamó Santana, mientras se sentaba y ocultaba el rostro entre las manos.
marcy3395***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 21/06/2013
Re: Por Amor Capitulo 12
Uff al menos no le paso nada, espero san valla a verla
Saludos
Saludos
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Por Amor Capitulo 5
Capítulo 5
Brittany estaba asombrada por haber llegado tan lejos. Por suerte, había caído en la cuenta de coger el bolso cuando Simón y ella abandonaron el coche en la autopista. Había agua por todas partes. Al llegar, se enteró de que había muerto gente ahogada. Logró que los llevaron en coche un rato y después caminaron el resto del camino hasta el hotel. Simón estaba agotado y con un susto de muerte encima, el pobre. Brittany intentó ponerse en contacto con Matt, pero el teléfono del hotel estaba cortado.
Brittany entró en el hotel con su hijo exhausto en brazos. Estaban calados hasta los huesos y era más que probable que parecieran dos indigentes. Por un momento, el recepcionista estuvo a punto de echarlos, pero Brittany enseguida sacó su tarjeta de crédito y pagó por una suite grande. En Caracas, era así como se arreglaban las cosas.
Lo primero fue ocuparse de Simón. Brittany lo bañó y pidió algo de comer al servicio de habitaciones. Después se duchó ella y al poco los dos estaban envueltos en los albornoces de rizo del hotel. Casi antes de acabar de comer, Simón se quedó dormido como un tronco. Brittany lo llevó al segundo dormitorio, lo acostó y cerró la puerta antes de volver a la salita de estar.
Por fin, Brittany dio rienda suelta a la angustia acumulada durante todo el día. Ya no tenía que ser fuerte por Simón. Cuando dejaron el coche, la ciudad era una locura. La gente gritaba, la calle se estaba hundiendo bajo sus pies y todo el mundo corría. La baraúnda casi los tira al suelo. No había pasado tanto miedo en su vida. Después, mientras avanzaban penosamente, se había ido haciendo de noche y la oscuridad lo había cubierto todo. Algunas partes de la ciudad se habían quedado sin luz y la negrura lo había vuelto todo aún más terrorífico.
Habían caminado durante horas hasta que tuvo que coger a Simón en brazos porque estaba demasiado cansado para seguir andando. Debían de tener un ángel de la guardia velando por ellos, porque, aunque habían acabado atravesando uno de los barrios más peligrosos de Caracas en medio de la tormenta, no habían tenido ningún problema que no fuera la propia tormenta. A medida que se acercaban al centro de la ciudad, habían empezado a encontrar algunas farolas encendidas. Habían tenido la suerte de encontrar un taxi y Brittany le ofreció 500 dólares al taxista por llevarlos al Caracas Hilton. Habían tardado una hora en llegar, pero al menos estaban a salvo y a cubierto.
Brittany se sentó y se abrazó las rodillas. Acurrucada como una niña asustada, se permitió llorar. Estaba agotada y tenía las emociones a flor de piel. Pero, sobre todo, se sentía sola.
Permaneció un buen rato ajena a todo lo que la rodeaba, hasta que un timbre insistente la devolvió a la realidad. Miró a la puerta y se dio cuenta de que la estaban llamando.
—Brittany, Brittany, por amor de Dios, ¡abre la puerta!
Se levantó y fue a la puerta casi de un salto. La abrió de par en par. Ninguna de las dos mujeres supo con certeza cuál de ellas se movió antes, pero, un segundo después, Santana abrazaba a Brittany con fuerza. Brittany empezó a temblar y a sollozar.
—Ya estás a salvo, Britt-Britt. Estás a salvo —le susurró
Santana, con el rostro hundido en su cabello—. Se acabó. Se acabó.
Brittany alzó el rostro y miró a Santana a los ojos. Santana le enjugó las lágrimas con el pulgar y sus labios rozaron los de Brittany con suavidad. Después la abrazó de nuevo.
—Estás agotada. Vamos, Britt-Britt, yo cuidaré de ti —le dijo con dulzura.
Brittany estaba agotada. Había sobrepasado su límite. Hundió el rostro en el cuello de Santana y se dejó llevar por la calidez de sus brazos y la suavidad de su cuerpo. — ¿Dónde está Simón?
—Está dormido. Santana, casi nos ahogamos. Ha sido horrible. —Brittany empezó a llorar de nuevo.
—Lo sé, Britt-Britt, lo sé. Pero ahora estás a salvo.
Santana se volvió y cerró la puerta de la suite, que seguía abierta.
—¿En qué habitación está Simón?
—En ésa —musitó Brittany débilmente, señalando el cuarto de su hijo—. Estaba aterrorizado. Odio vivir aquí. Quiero irme a casa. Odio vivir aquí.
Brittany se dejó guiar al interior de la otra habitación, refugiada en el abrazo de Santana.
—Podemos hablar de dónde quieres vivir mañana, Britt-Britt, mañana. Quiero que te acuestes, Britt-Britt. Lo que necesitas ahora es descansar. —Santana se quedó de pie, a oscuras junto a Brittany. Cuando se disponía a alejarse, Brittany se asustó y la agarró de la mano.
—No te vayas. Por favor, no te vayas.
—Me quedaré contigo. No voy a dejarte —le aseguró Santana, acariciándole la mejilla con ternura.
Santana la ayudó a meterse bajo las sábanas. Entonces se alejó un paso y empezó a quitarse la ropa ella también. Brittany esperó, sin decir nada. Tan pronto como Santana se metió en la cama y se volvió hacia ella, Brittany se acurrucó en sus brazos. Santana le acarició el pelo con parsimonia, hasta que oyó que la respiración de Brittany se calmaba. Finalmente, se quedó dormida.
Santana la abrazó, mientras fuera continuaba la tormenta. Nunca había abrazado a una mujer sólo para consolarla. Siempre lo había hecho en busca de placer. Le gustaban tanto los hombres como las mujeres, pero tenía que admitir que, si le daban a elegir, prefería a una mujer como amante, a pesar de que, luego, siempre era más difícil librarse de una amante que de un amante cuando se hartaba de ellos:
Santana había deseado a Brittany Pierce desde el primer momento en que la vio. Normalmente habría satisfecho su deseo sin pensarlo dos veces. Pero, en esa ocasión, una voz en su interior la había hecho mantenerse a distancia desde el principio. Y luego estaba la propia Brittany, claro. Nunca estaban de acuerdo en nada. Brittany quería cambiar las cosas y Santana detestaba que la gente se entrometiera en sus asuntos. Había tenido muchas oportunidades de trasladar a Matt Pierce, pero no lo había hecho. Ni siquiera después de que Brittany tuviera la osadía de vaciarle un vaso de agua encima. Cualquier otra persona no habría vivido para contarlo.
Santana bajó la vista y la posó en la mujer que tenía (entre sus brazos. Notaba una sensación extraña en su interior. Una sensación que, poco a poco, se extendía por todo su cuerpo. Brittany estaba aferrada a ella. Santana la abrazó más fuerte y hundió el rostro en su cabello. Se durmió, arrullada por la sensación de tener a Brittany Pierce entre sus brazos y con la confianza de que no iba a apartarla de su lado.
Brittany estaba asombrada por haber llegado tan lejos. Por suerte, había caído en la cuenta de coger el bolso cuando Simón y ella abandonaron el coche en la autopista. Había agua por todas partes. Al llegar, se enteró de que había muerto gente ahogada. Logró que los llevaron en coche un rato y después caminaron el resto del camino hasta el hotel. Simón estaba agotado y con un susto de muerte encima, el pobre. Brittany intentó ponerse en contacto con Matt, pero el teléfono del hotel estaba cortado.
Brittany entró en el hotel con su hijo exhausto en brazos. Estaban calados hasta los huesos y era más que probable que parecieran dos indigentes. Por un momento, el recepcionista estuvo a punto de echarlos, pero Brittany enseguida sacó su tarjeta de crédito y pagó por una suite grande. En Caracas, era así como se arreglaban las cosas.
Lo primero fue ocuparse de Simón. Brittany lo bañó y pidió algo de comer al servicio de habitaciones. Después se duchó ella y al poco los dos estaban envueltos en los albornoces de rizo del hotel. Casi antes de acabar de comer, Simón se quedó dormido como un tronco. Brittany lo llevó al segundo dormitorio, lo acostó y cerró la puerta antes de volver a la salita de estar.
Por fin, Brittany dio rienda suelta a la angustia acumulada durante todo el día. Ya no tenía que ser fuerte por Simón. Cuando dejaron el coche, la ciudad era una locura. La gente gritaba, la calle se estaba hundiendo bajo sus pies y todo el mundo corría. La baraúnda casi los tira al suelo. No había pasado tanto miedo en su vida. Después, mientras avanzaban penosamente, se había ido haciendo de noche y la oscuridad lo había cubierto todo. Algunas partes de la ciudad se habían quedado sin luz y la negrura lo había vuelto todo aún más terrorífico.
Habían caminado durante horas hasta que tuvo que coger a Simón en brazos porque estaba demasiado cansado para seguir andando. Debían de tener un ángel de la guardia velando por ellos, porque, aunque habían acabado atravesando uno de los barrios más peligrosos de Caracas en medio de la tormenta, no habían tenido ningún problema que no fuera la propia tormenta. A medida que se acercaban al centro de la ciudad, habían empezado a encontrar algunas farolas encendidas. Habían tenido la suerte de encontrar un taxi y Brittany le ofreció 500 dólares al taxista por llevarlos al Caracas Hilton. Habían tardado una hora en llegar, pero al menos estaban a salvo y a cubierto.
Brittany se sentó y se abrazó las rodillas. Acurrucada como una niña asustada, se permitió llorar. Estaba agotada y tenía las emociones a flor de piel. Pero, sobre todo, se sentía sola.
Permaneció un buen rato ajena a todo lo que la rodeaba, hasta que un timbre insistente la devolvió a la realidad. Miró a la puerta y se dio cuenta de que la estaban llamando.
—Brittany, Brittany, por amor de Dios, ¡abre la puerta!
Se levantó y fue a la puerta casi de un salto. La abrió de par en par. Ninguna de las dos mujeres supo con certeza cuál de ellas se movió antes, pero, un segundo después, Santana abrazaba a Brittany con fuerza. Brittany empezó a temblar y a sollozar.
—Ya estás a salvo, Britt-Britt. Estás a salvo —le susurró
Santana, con el rostro hundido en su cabello—. Se acabó. Se acabó.
Brittany alzó el rostro y miró a Santana a los ojos. Santana le enjugó las lágrimas con el pulgar y sus labios rozaron los de Brittany con suavidad. Después la abrazó de nuevo.
—Estás agotada. Vamos, Britt-Britt, yo cuidaré de ti —le dijo con dulzura.
Brittany estaba agotada. Había sobrepasado su límite. Hundió el rostro en el cuello de Santana y se dejó llevar por la calidez de sus brazos y la suavidad de su cuerpo. — ¿Dónde está Simón?
—Está dormido. Santana, casi nos ahogamos. Ha sido horrible. —Brittany empezó a llorar de nuevo.
—Lo sé, Britt-Britt, lo sé. Pero ahora estás a salvo.
Santana se volvió y cerró la puerta de la suite, que seguía abierta.
—¿En qué habitación está Simón?
—En ésa —musitó Brittany débilmente, señalando el cuarto de su hijo—. Estaba aterrorizado. Odio vivir aquí. Quiero irme a casa. Odio vivir aquí.
Brittany se dejó guiar al interior de la otra habitación, refugiada en el abrazo de Santana.
—Podemos hablar de dónde quieres vivir mañana, Britt-Britt, mañana. Quiero que te acuestes, Britt-Britt. Lo que necesitas ahora es descansar. —Santana se quedó de pie, a oscuras junto a Brittany. Cuando se disponía a alejarse, Brittany se asustó y la agarró de la mano.
—No te vayas. Por favor, no te vayas.
—Me quedaré contigo. No voy a dejarte —le aseguró Santana, acariciándole la mejilla con ternura.
Santana la ayudó a meterse bajo las sábanas. Entonces se alejó un paso y empezó a quitarse la ropa ella también. Brittany esperó, sin decir nada. Tan pronto como Santana se metió en la cama y se volvió hacia ella, Brittany se acurrucó en sus brazos. Santana le acarició el pelo con parsimonia, hasta que oyó que la respiración de Brittany se calmaba. Finalmente, se quedó dormida.
Santana la abrazó, mientras fuera continuaba la tormenta. Nunca había abrazado a una mujer sólo para consolarla. Siempre lo había hecho en busca de placer. Le gustaban tanto los hombres como las mujeres, pero tenía que admitir que, si le daban a elegir, prefería a una mujer como amante, a pesar de que, luego, siempre era más difícil librarse de una amante que de un amante cuando se hartaba de ellos:
Santana había deseado a Brittany Pierce desde el primer momento en que la vio. Normalmente habría satisfecho su deseo sin pensarlo dos veces. Pero, en esa ocasión, una voz en su interior la había hecho mantenerse a distancia desde el principio. Y luego estaba la propia Brittany, claro. Nunca estaban de acuerdo en nada. Brittany quería cambiar las cosas y Santana detestaba que la gente se entrometiera en sus asuntos. Había tenido muchas oportunidades de trasladar a Matt Pierce, pero no lo había hecho. Ni siquiera después de que Brittany tuviera la osadía de vaciarle un vaso de agua encima. Cualquier otra persona no habría vivido para contarlo.
Santana bajó la vista y la posó en la mujer que tenía (entre sus brazos. Notaba una sensación extraña en su interior. Una sensación que, poco a poco, se extendía por todo su cuerpo. Brittany estaba aferrada a ella. Santana la abrazó más fuerte y hundió el rostro en su cabello. Se durmió, arrullada por la sensación de tener a Brittany Pierce entre sus brazos y con la confianza de que no iba a apartarla de su lado.
marcy3395***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 21/06/2013
Re: Por Amor Capitulo 12
es tan extraño un fic ambientado en caracas, no las imagino ahi, en fin la historia es buena y eso es lo que cuenta, a ver como siguen las cosas!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Por Amor Capitulo 12
Capítulo 6
El rugido de un trueno, seguido por un estallido de luz que iluminó la habitación, despertó a Brittany. Se sentó en la cama, asustada. Miró a la ventana y vio el resplandor de los relámpagos a través de las cortinas. De repente notó unos brazos suaves, que la atraían de vuelta a la calidez y la seguridad de su abrazo, y se volvió para refugiarse en ellos.
Brittany apoyó la cabeza en la almohada justo cuando otro relámpago iluminaba el rostro de Santana sobre el suyo.
—Estoy aquí contigo, Britt-Britt. Estoy aquí contigo.
La voz de Santana era suave y melodiosa. Brittany notó que le abría el albornoz y lo quitaba de en medio. La piel le ardía. Unos labios cálidos le acariciaron el cuello; Santana se le puso encima y Brittany abrió la boca para recibir su lengua.
Mami…mami... —oyó en la distancia.
Brittany se removió en la cama y sonrió, acunada en un cálido abrazo que la llenaba de bienestar. .
—Mami...
Brittany abrió los ojos perezosamente al oír que giraban el pomo de la puerta.
—Ya voy, cielo —respondió, aún medio dormida.
Se permitió respirar una vez más en la calidez que la envolvía.
—Creo que Simón tiene hambre —le dijo una voz suave en el oído, antes de darle un beso.
Brittany abrió los ojos de golpe y se apartó de los brazos que la rodeaban casi de un salto, antes de quedarse mirando a Santana fijamente en estado de shock.
—Buenos días —susurró Santana.
Brittany parecía a punto de decir algo, pero en ese momento Simón volvió a girar el pomo.
—Mami?
Brittany se puso muy nerviosa. Sus ojos saltaron de Santana a la puerta y de vuelta a Santana.
—Ve con tu hijo, yo te espero aquí —le dijo Santana, en un tono suave pero firme.
Brittany parecía haber perdido el habla. Sacudió la cabeza, como si quisiera despertar de un sueño. Fue a levantarse y entonces se dio cuenta de que estaba desnuda y lo
recordó todo. Desesperada, empezó a buscar el albornoz que le constaba que había llevado puesto la noche anterior.
—Ten, Britt-Britt. Póntelo.
Brittany se volvió hacia Santana, que le tendía el albornoz.—Date prisa —le sonrió Santana.
Brittany se dirigió apresuradamente hacia la puerta. Una vez frente a ella, se detuvo y tomó aire antes de salir a buscar a Simón.
Santana se quedó en la cama a esperarla. «Otra mañana después», se dijo. Sólo que esta vez era ella la que se quedaba en la cama. Oía la voz de Brittany en la sala. Le hablaba a Simón en un tono dulce y cariñoso, y su afecto la cautivó. Por la manera en que le hablaba a su hijo, era evidente que Brittany lo adoraba.
A pesar de que la conocía desde hacía dos años, se daba cuenta de que no sabía nada de ella. Al menos nada Importante. Conocía todos los hechos y detalles de su vida, pero no conocía a la verdadera Brittany. De repente, la invadió el deseo de conocer a la mujer cuyo cuerpo había poseído horas antes. Y, al pensar en ello, Santana no pudo evitar recordar.
Brittany se había mostrado apasionada y receptiva, (como si la deseara tanto como Santana a ella. Santana cerró los ojos y las imágenes empezaron a recorrerla como un torrente: Brittany con la cabeza hacia atrás, suplicándole que no parara; Brittany inspirando la primera vez que la penetró. El deseo volvió a hacer presa en ella.
«(Cómo es posible que mi hambre aún no esté saciada se preguntó.
En ese instante, deseaba a Brittany más que nunca.
Brittany no había sido para ella un mero instrumento de placer, sino una copartícipe apasionada. Le había dado mas placer del que había experimentado jamás. Y en aquellos momentos, los de la mañana después, aún quería más. por primera vez, Santana no tenía ninguna prisa por irse.
Se levantó, se acercó al ventanal y descorrió las cortinas. La luz del sol entró en la habitación a raudales. Por fin había pasado la tormenta y estaba saliendo el sol.
Fue así como Brittany la encontró al volver a la habitación: de pie junto a la ventana, con su cuerpo perfectamente esculpido bañado por la luz dorada del sol. Brittany se la quedó mirando unos segundos antes e recuperar el habla. El cuerpo de Santana era como una invitación que, aunque no fuera formulada en voz alta, tanto la una como la otra comprendían a la perfección. Una invitación que decía: «¡Ven!».
—Creo que deberías irte —le dijo con delicadeza.
Brittany se sentía atrapada entre el miedo y la necesidad de correr a sus brazos de nuevo. Cerró los ojos durante un segundo para dejar de temblar. Cuando volvió a abrirlos, Santana estaba frente a ella, iluminada desde atrás por el resplandor del sol.
—Yo también tengo hambre susurró Santana, al tiempo que la rodeaba con sus brazos y devoraba sus labios.
Brittany empezó a devolverle el beso, pero de repente apartó a Santana como si la hubiera quemado.
—No, tienes que irte!
—Necesito tocarte.
—!No! Y ahora no es momento de hablar de eso. Tienes que irte —insistió Brittany.
—No hay nada de qué hablar. Mi cuerpo aún te necesita —afirmó Santana, tratando de cogerla de nuevo.
—No me toques! ¡Quiero que te vayas! exclamó Brittany.
Santana se quedó helada. Brittany la estaba echando. Así que reaccionó de la única manera que sabía: contraatacó.
—Me iré cuando me dé la gana. Ahora te deseo - gruñó, mientras la rodeaba con sus brazos.
—Simón... Simón podría oírte. Por favor, Santana. Vete..., por favor.
—Entonces quiero que nos veamos luego —le dijo, abrazándola con firmeza.
Brittany se apartó unos pasos.
—Esto ha sido un error. Un terrible error. Estaba asustada y...
—Y no sabías lo que hacías? —terminó Santana, con una nota de sarcasmo.
Brittany la miró a la cara.
—Eso es.
—¿En qué ocasión? ¿En cual de ellas no estabas segura de que lo querías? ¿La segunda o la cuarta vez que follamos? —preguntó Santana, en un tono envenenado.
Brittany cerró los ojos y volvió a abrirlos. Santana la empujó y la inmovilizó contra la pared del armario. Conmocionada, al principio Brittany no reaccionó, hasta que Santana le metió la mano entre las piernas y le hizo soltar un respingo. Sus rostros estaban tan cerca el uno del otro que notaba el aliento de Santana en la boca mientras le hablaba.
—Todavía estás húmeda por haber follado conmigo. Aún sientes mis dedos dentro de ti. Lo sé. Lo veo en tus OJOS. ¿O es de mi boca de lo que te acuerdas, Britt-Britt? — concluyó, acusadora--. Te estás poniendo cachonda otra vez. ¿Lo sientes, Britt-Britt? — preguntó Santana, mientras paseaba los dedos lentamente sobre los suaves pliegues entre las piernas de Brittany.
—Santana, por favor... Por favor, vete. Simón... —La
voz de Brittany era poco más que un susurro—. Por favor rogó, mientras sus ojos se cerraban con el renacer del deseo.
—Pon a tu hijo de excusa, si quieres. Pero las dos sabemos que lo disfrutaste. Y recuerda, Britt-Britt, tú también me follaste a mí.
Santana la soltó con brusquedad. Brittany se quedó apoyada en la pared, mientras Santana recogía su ropa y se vestía. Cuando acabó, se volvió hacia ella una vez más, la miró a los ojos unos instantes y salió del dormitorio.
Santana salió del dormitorio y se encontró cara a cara con Simón. Él le extendió la mano y ella se la estrechó, como si estuviera en trance.
—Hola, soy Simón —se presentó con una sonrisa.
—Hola, Simón. Yo soy...
—Usted es la señora Lopez, me lo ha dicho mamá
_sonaba muy orgulloso de sí mismo por saber tantas cosas—. Trabaja con mi papá y ha venido para asegurarse de que estábamos bien.
Santana sonrió casi a su pesar. Normalmente los niños le parecían molestos. Sin embargo, no pudo evitar que la inocencia del pequeño, su radiante sonrisa y sus ojos azules la cautivaran. Resultaba más que evidente que era hijo de Brittany. Tenía el mismo brillo del sol en el cabello y sus ojos eran amables, como los de su madre.
—¿Se quedará a desayunar con nosotros? _preguntó justo cuando Brittany salía del dormitorio.
—La verdad es que tengo hambre —repuso Santana. y le sonrió a Brittany, retándola a poner alguna objeción.
—Simón, cariño, la señora Lopez es una persona muy ocupada. No abuses — interpuso Brittany, con la esperanza de que Santana captara la indirecta.
—Pero, mami, tiene hambre.
—Sí, tengo hambre —repitió Santana con una sonrisita traviesa.
Brittany captó la insinuación. Miró a Santana, a su hijo y de nuevo a Santana.
—En ese caso, por supuesto, que se quede. ¿Llamamos al servicio de habitaciones?
Brittany se dirigió al teléfono, en un intento de poner algo de distancia entre Santana y ella.
Desayunaron los tres juntos. Santana ignoró a Brittany casi por completo. Entabló una conversación con Simón y dejó qué el niño monopolizara toda la atención. Santana lo escuchaba de veras y a él se lo veía de lo más animada. Brittany tuvo ocasión de ver a Santana desde una Perspectiva totalmente diferente. Sin que supiera muy bien cómo había ocurrido, Santana se había hecho un hueco en la intimidad de su día a día.
El mundo estaba girando tan deprisa que aún no había podido ni recuperar el aliento. Y mientras soñaba despierta, los ojos se le fueron a las manos de Santana y dejó escapar un gemido sin darse cuenta, presa del recuerdo de aquellas manos sobre su cuerpo: cómo la habían acariciado, provocado, llevado a lo más alto una y otra vez. La misma sensación de mareo que había experimentado en el despacho de Santana se abatió sobre ella de nuevo y el mundo empezó a girar aún más rápido.
Notó las manos de Santana sobre las suyas antes de verlas en realidad. Y, al alzar la vista para mirarla a los ojos, recordó cómo aquellos ojos cambiaban cuando los Inundaba la pasión. La voz de Santana se abrió paso a través de su aturdimiento.
—¿Estás mareada, Britt-Britt? —le preguntó, arrodillada a su lado.
—Mami, estás bien?
Brittany tragó saliva, rompió el contacto visual con Santana y miró a Simón mientras trataba de recuperar el aliento. —Si, cariño, estoy bien. Sólo un poco cansada.
Al punto se dio cuenta de lo que había dicho y miró Santana. Aquella noche casi no habían dormido.
Será mejor que te acuestes y descanses un poco —le recomendó Santana con dulzura.
—¡No! _respondió Brittany, demasiado rápido, apartando su mano de la de Santana.
Santana sonrió y se levantó.
—Claro que sí. Ve a echarte y haré que mi coche vaya a recoger a tu criada. Mientras descansas, me quedaré con Simón hasta que llegue.
—No, ya has hecho bastante —replicó Brittany.
—No lo bastante, Britt-Britt, ojalá pudiera hacer más —aseguró Santana, con doble sentido, esbozando una sonrisa prometedora. ¿Qué te parece el plan, Simón? —preguntó Santana, en busca de un aliado.
Este no se hizo de rogar.
—'Venga, mami. Yo te tapo. Pareces muy cansada. Simón cogió a su madre de la mano y se dispuso a llevarla al dormitorio.
—Simón, la señora Lopez ha sido muy amable, pero tiene mucho trabajo. . Podemos cuidar de nosotros mismos, no debemos abusar —protestó Brittany, en un intento desesperado de recuperar el control sobre situación.
_Tonterías, Brittany. Hago esto porque quiero. Ahora, a la cama. Mi chófer traerá a tu criada para que se ocupe de todo. Yo tengo que encargarme de unos asuntos en el despacho, pero volveré esta noche para llevaros a los dos a casa.
Santana descolgó el teléfono y empezó a organizarlo todo de acuerdo con su plan. Simon le tiró a su madre de la manga y ésta permitió que la acompañara a la cama, sin dejar de preguntarse: «Dónde me he metido?»
Simón la tapó y le dio un beso en la frente antes de salir y cerrar la puerta tras él. Brittany no dejaba de darle vueltas a la cabeza. ¿Cómo había sucedido? ¿Cómo había permitido que sucediera? Y ahora... ¿ahora qué iba a hacer con Santana Lopez? Santana le había dejado totalmente claro que era suya.
«¿Cómo se atreve a dar por sentado que puede tomar el mando sin más? —Pensó Brittany—. Si Santana Lopez se cree que ahora, así por las buenas, tiene algún derecho a manejar mi vida, está muy equivocada. ¡No pienso volver a acercarme a menos de seis metros de esa mujer nunca más! »
Aquel fue su último pensamiento consciente antes de que el cansancio y la ansiedad de las últimas 24 horas la vencieran y Brittany cayera en un sueño profundo.
Santana esperó a que llegara Clara para ocuparse de Simón. Antes de irse, fue a ver a Brittany y la encontró dormida como un tronco. Se quedó de pie junto a la mujer dormida durante unos segundos y después se marcho.
Santana fue a casa para ducharse y cambiarse de ropa. Llamo a la oficina y solucionó algunos asuntos desde el Coche de camino para allá. Tenía un mensaje de Matt Pierce. Había llamado para confirmar la reunión y estaría en la oficina más o menos cuando ella llegara.
Santana se apoyó en el mullido asiento de piel del coche. Iba a reunirse con el marido de la mujer con la que había pasado la noche. Y, aunque no era la primera vez que se acostaba con la mujer de uno de sus empleados, en esta ocasión la incomodaba. No era que se avergonzara o sintiera remordimientos por haberse acostado con la mujer de otro hombre. Y, desde luego, no se arrepentía.
Al contrario, deseaba a Brittany más que nunca. Lo que la molestaba era la idea de que Brittany fuera su mujer.
El la había tocado y la tocaría otra vez. Santana sacudió la cabeza para alejar aquel pensamiento de su mente,. _Qué coño me pasa? —se preguntó en voz alta.
_¿Señora Lopez? _inquirió el conductor.
_Conduce y calla! —le gritó ella.
Y durante el resto del trayecto se limitó a mirar por la ventana de la limusina, sin pronunciar palabra.
El rugido de un trueno, seguido por un estallido de luz que iluminó la habitación, despertó a Brittany. Se sentó en la cama, asustada. Miró a la ventana y vio el resplandor de los relámpagos a través de las cortinas. De repente notó unos brazos suaves, que la atraían de vuelta a la calidez y la seguridad de su abrazo, y se volvió para refugiarse en ellos.
Brittany apoyó la cabeza en la almohada justo cuando otro relámpago iluminaba el rostro de Santana sobre el suyo.
—Estoy aquí contigo, Britt-Britt. Estoy aquí contigo.
La voz de Santana era suave y melodiosa. Brittany notó que le abría el albornoz y lo quitaba de en medio. La piel le ardía. Unos labios cálidos le acariciaron el cuello; Santana se le puso encima y Brittany abrió la boca para recibir su lengua.
Mami…mami... —oyó en la distancia.
Brittany se removió en la cama y sonrió, acunada en un cálido abrazo que la llenaba de bienestar. .
—Mami...
Brittany abrió los ojos perezosamente al oír que giraban el pomo de la puerta.
—Ya voy, cielo —respondió, aún medio dormida.
Se permitió respirar una vez más en la calidez que la envolvía.
—Creo que Simón tiene hambre —le dijo una voz suave en el oído, antes de darle un beso.
Brittany abrió los ojos de golpe y se apartó de los brazos que la rodeaban casi de un salto, antes de quedarse mirando a Santana fijamente en estado de shock.
—Buenos días —susurró Santana.
Brittany parecía a punto de decir algo, pero en ese momento Simón volvió a girar el pomo.
—Mami?
Brittany se puso muy nerviosa. Sus ojos saltaron de Santana a la puerta y de vuelta a Santana.
—Ve con tu hijo, yo te espero aquí —le dijo Santana, en un tono suave pero firme.
Brittany parecía haber perdido el habla. Sacudió la cabeza, como si quisiera despertar de un sueño. Fue a levantarse y entonces se dio cuenta de que estaba desnuda y lo
recordó todo. Desesperada, empezó a buscar el albornoz que le constaba que había llevado puesto la noche anterior.
—Ten, Britt-Britt. Póntelo.
Brittany se volvió hacia Santana, que le tendía el albornoz.—Date prisa —le sonrió Santana.
Brittany se dirigió apresuradamente hacia la puerta. Una vez frente a ella, se detuvo y tomó aire antes de salir a buscar a Simón.
Santana se quedó en la cama a esperarla. «Otra mañana después», se dijo. Sólo que esta vez era ella la que se quedaba en la cama. Oía la voz de Brittany en la sala. Le hablaba a Simón en un tono dulce y cariñoso, y su afecto la cautivó. Por la manera en que le hablaba a su hijo, era evidente que Brittany lo adoraba.
A pesar de que la conocía desde hacía dos años, se daba cuenta de que no sabía nada de ella. Al menos nada Importante. Conocía todos los hechos y detalles de su vida, pero no conocía a la verdadera Brittany. De repente, la invadió el deseo de conocer a la mujer cuyo cuerpo había poseído horas antes. Y, al pensar en ello, Santana no pudo evitar recordar.
Brittany se había mostrado apasionada y receptiva, (como si la deseara tanto como Santana a ella. Santana cerró los ojos y las imágenes empezaron a recorrerla como un torrente: Brittany con la cabeza hacia atrás, suplicándole que no parara; Brittany inspirando la primera vez que la penetró. El deseo volvió a hacer presa en ella.
«(Cómo es posible que mi hambre aún no esté saciada se preguntó.
En ese instante, deseaba a Brittany más que nunca.
Brittany no había sido para ella un mero instrumento de placer, sino una copartícipe apasionada. Le había dado mas placer del que había experimentado jamás. Y en aquellos momentos, los de la mañana después, aún quería más. por primera vez, Santana no tenía ninguna prisa por irse.
Se levantó, se acercó al ventanal y descorrió las cortinas. La luz del sol entró en la habitación a raudales. Por fin había pasado la tormenta y estaba saliendo el sol.
Fue así como Brittany la encontró al volver a la habitación: de pie junto a la ventana, con su cuerpo perfectamente esculpido bañado por la luz dorada del sol. Brittany se la quedó mirando unos segundos antes e recuperar el habla. El cuerpo de Santana era como una invitación que, aunque no fuera formulada en voz alta, tanto la una como la otra comprendían a la perfección. Una invitación que decía: «¡Ven!».
—Creo que deberías irte —le dijo con delicadeza.
Brittany se sentía atrapada entre el miedo y la necesidad de correr a sus brazos de nuevo. Cerró los ojos durante un segundo para dejar de temblar. Cuando volvió a abrirlos, Santana estaba frente a ella, iluminada desde atrás por el resplandor del sol.
—Yo también tengo hambre susurró Santana, al tiempo que la rodeaba con sus brazos y devoraba sus labios.
Brittany empezó a devolverle el beso, pero de repente apartó a Santana como si la hubiera quemado.
—No, tienes que irte!
—Necesito tocarte.
—!No! Y ahora no es momento de hablar de eso. Tienes que irte —insistió Brittany.
—No hay nada de qué hablar. Mi cuerpo aún te necesita —afirmó Santana, tratando de cogerla de nuevo.
—No me toques! ¡Quiero que te vayas! exclamó Brittany.
Santana se quedó helada. Brittany la estaba echando. Así que reaccionó de la única manera que sabía: contraatacó.
—Me iré cuando me dé la gana. Ahora te deseo - gruñó, mientras la rodeaba con sus brazos.
—Simón... Simón podría oírte. Por favor, Santana. Vete..., por favor.
—Entonces quiero que nos veamos luego —le dijo, abrazándola con firmeza.
Brittany se apartó unos pasos.
—Esto ha sido un error. Un terrible error. Estaba asustada y...
—Y no sabías lo que hacías? —terminó Santana, con una nota de sarcasmo.
Brittany la miró a la cara.
—Eso es.
—¿En qué ocasión? ¿En cual de ellas no estabas segura de que lo querías? ¿La segunda o la cuarta vez que follamos? —preguntó Santana, en un tono envenenado.
Brittany cerró los ojos y volvió a abrirlos. Santana la empujó y la inmovilizó contra la pared del armario. Conmocionada, al principio Brittany no reaccionó, hasta que Santana le metió la mano entre las piernas y le hizo soltar un respingo. Sus rostros estaban tan cerca el uno del otro que notaba el aliento de Santana en la boca mientras le hablaba.
—Todavía estás húmeda por haber follado conmigo. Aún sientes mis dedos dentro de ti. Lo sé. Lo veo en tus OJOS. ¿O es de mi boca de lo que te acuerdas, Britt-Britt? — concluyó, acusadora--. Te estás poniendo cachonda otra vez. ¿Lo sientes, Britt-Britt? — preguntó Santana, mientras paseaba los dedos lentamente sobre los suaves pliegues entre las piernas de Brittany.
—Santana, por favor... Por favor, vete. Simón... —La
voz de Brittany era poco más que un susurro—. Por favor rogó, mientras sus ojos se cerraban con el renacer del deseo.
—Pon a tu hijo de excusa, si quieres. Pero las dos sabemos que lo disfrutaste. Y recuerda, Britt-Britt, tú también me follaste a mí.
Santana la soltó con brusquedad. Brittany se quedó apoyada en la pared, mientras Santana recogía su ropa y se vestía. Cuando acabó, se volvió hacia ella una vez más, la miró a los ojos unos instantes y salió del dormitorio.
Santana salió del dormitorio y se encontró cara a cara con Simón. Él le extendió la mano y ella se la estrechó, como si estuviera en trance.
—Hola, soy Simón —se presentó con una sonrisa.
—Hola, Simón. Yo soy...
—Usted es la señora Lopez, me lo ha dicho mamá
_sonaba muy orgulloso de sí mismo por saber tantas cosas—. Trabaja con mi papá y ha venido para asegurarse de que estábamos bien.
Santana sonrió casi a su pesar. Normalmente los niños le parecían molestos. Sin embargo, no pudo evitar que la inocencia del pequeño, su radiante sonrisa y sus ojos azules la cautivaran. Resultaba más que evidente que era hijo de Brittany. Tenía el mismo brillo del sol en el cabello y sus ojos eran amables, como los de su madre.
—¿Se quedará a desayunar con nosotros? _preguntó justo cuando Brittany salía del dormitorio.
—La verdad es que tengo hambre —repuso Santana. y le sonrió a Brittany, retándola a poner alguna objeción.
—Simón, cariño, la señora Lopez es una persona muy ocupada. No abuses — interpuso Brittany, con la esperanza de que Santana captara la indirecta.
—Pero, mami, tiene hambre.
—Sí, tengo hambre —repitió Santana con una sonrisita traviesa.
Brittany captó la insinuación. Miró a Santana, a su hijo y de nuevo a Santana.
—En ese caso, por supuesto, que se quede. ¿Llamamos al servicio de habitaciones?
Brittany se dirigió al teléfono, en un intento de poner algo de distancia entre Santana y ella.
Desayunaron los tres juntos. Santana ignoró a Brittany casi por completo. Entabló una conversación con Simón y dejó qué el niño monopolizara toda la atención. Santana lo escuchaba de veras y a él se lo veía de lo más animada. Brittany tuvo ocasión de ver a Santana desde una Perspectiva totalmente diferente. Sin que supiera muy bien cómo había ocurrido, Santana se había hecho un hueco en la intimidad de su día a día.
El mundo estaba girando tan deprisa que aún no había podido ni recuperar el aliento. Y mientras soñaba despierta, los ojos se le fueron a las manos de Santana y dejó escapar un gemido sin darse cuenta, presa del recuerdo de aquellas manos sobre su cuerpo: cómo la habían acariciado, provocado, llevado a lo más alto una y otra vez. La misma sensación de mareo que había experimentado en el despacho de Santana se abatió sobre ella de nuevo y el mundo empezó a girar aún más rápido.
Notó las manos de Santana sobre las suyas antes de verlas en realidad. Y, al alzar la vista para mirarla a los ojos, recordó cómo aquellos ojos cambiaban cuando los Inundaba la pasión. La voz de Santana se abrió paso a través de su aturdimiento.
—¿Estás mareada, Britt-Britt? —le preguntó, arrodillada a su lado.
—Mami, estás bien?
Brittany tragó saliva, rompió el contacto visual con Santana y miró a Simón mientras trataba de recuperar el aliento. —Si, cariño, estoy bien. Sólo un poco cansada.
Al punto se dio cuenta de lo que había dicho y miró Santana. Aquella noche casi no habían dormido.
Será mejor que te acuestes y descanses un poco —le recomendó Santana con dulzura.
—¡No! _respondió Brittany, demasiado rápido, apartando su mano de la de Santana.
Santana sonrió y se levantó.
—Claro que sí. Ve a echarte y haré que mi coche vaya a recoger a tu criada. Mientras descansas, me quedaré con Simón hasta que llegue.
—No, ya has hecho bastante —replicó Brittany.
—No lo bastante, Britt-Britt, ojalá pudiera hacer más —aseguró Santana, con doble sentido, esbozando una sonrisa prometedora. ¿Qué te parece el plan, Simón? —preguntó Santana, en busca de un aliado.
Este no se hizo de rogar.
—'Venga, mami. Yo te tapo. Pareces muy cansada. Simón cogió a su madre de la mano y se dispuso a llevarla al dormitorio.
—Simón, la señora Lopez ha sido muy amable, pero tiene mucho trabajo. . Podemos cuidar de nosotros mismos, no debemos abusar —protestó Brittany, en un intento desesperado de recuperar el control sobre situación.
_Tonterías, Brittany. Hago esto porque quiero. Ahora, a la cama. Mi chófer traerá a tu criada para que se ocupe de todo. Yo tengo que encargarme de unos asuntos en el despacho, pero volveré esta noche para llevaros a los dos a casa.
Santana descolgó el teléfono y empezó a organizarlo todo de acuerdo con su plan. Simon le tiró a su madre de la manga y ésta permitió que la acompañara a la cama, sin dejar de preguntarse: «Dónde me he metido?»
Simón la tapó y le dio un beso en la frente antes de salir y cerrar la puerta tras él. Brittany no dejaba de darle vueltas a la cabeza. ¿Cómo había sucedido? ¿Cómo había permitido que sucediera? Y ahora... ¿ahora qué iba a hacer con Santana Lopez? Santana le había dejado totalmente claro que era suya.
«¿Cómo se atreve a dar por sentado que puede tomar el mando sin más? —Pensó Brittany—. Si Santana Lopez se cree que ahora, así por las buenas, tiene algún derecho a manejar mi vida, está muy equivocada. ¡No pienso volver a acercarme a menos de seis metros de esa mujer nunca más! »
Aquel fue su último pensamiento consciente antes de que el cansancio y la ansiedad de las últimas 24 horas la vencieran y Brittany cayera en un sueño profundo.
Santana esperó a que llegara Clara para ocuparse de Simón. Antes de irse, fue a ver a Brittany y la encontró dormida como un tronco. Se quedó de pie junto a la mujer dormida durante unos segundos y después se marcho.
Santana fue a casa para ducharse y cambiarse de ropa. Llamo a la oficina y solucionó algunos asuntos desde el Coche de camino para allá. Tenía un mensaje de Matt Pierce. Había llamado para confirmar la reunión y estaría en la oficina más o menos cuando ella llegara.
Santana se apoyó en el mullido asiento de piel del coche. Iba a reunirse con el marido de la mujer con la que había pasado la noche. Y, aunque no era la primera vez que se acostaba con la mujer de uno de sus empleados, en esta ocasión la incomodaba. No era que se avergonzara o sintiera remordimientos por haberse acostado con la mujer de otro hombre. Y, desde luego, no se arrepentía.
Al contrario, deseaba a Brittany más que nunca. Lo que la molestaba era la idea de que Brittany fuera su mujer.
El la había tocado y la tocaría otra vez. Santana sacudió la cabeza para alejar aquel pensamiento de su mente,. _Qué coño me pasa? —se preguntó en voz alta.
_¿Señora Lopez? _inquirió el conductor.
_Conduce y calla! —le gritó ella.
Y durante el resto del trayecto se limitó a mirar por la ventana de la limusina, sin pronunciar palabra.
marcy3395***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 21/06/2013
Re: Por Amor Capitulo 12
se acostaron y ni cuenta me di, que rapidas!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Por Amor Capitulo 12
En serio tuvieron sexo?! Ni me entere.
Esta chevere tu fic me gusta. Soy de venezuela y me gusta que al fin tengan una historia en mi pais, lo d las luces en la noche es muyyyy cierto
Esta chevere tu fic me gusta. Soy de venezuela y me gusta que al fin tengan una historia en mi pais, lo d las luces en la noche es muyyyy cierto
betacool frex* - Mensajes : 13
Fecha de inscripción : 03/07/2012
Edad : 30
Re: Por Amor Capitulo 12
betacool frex escribió:En serio tuvieron sexo?! Ni me entere.
Esta chevere tu fic me gusta. Soy de venezuela y me gusta que al fin tengan una historia en mi pais, lo d las luces en la noche es muyyyy cierto
bueno eso han dicho todas, recuerdan cuando san llego al hotel y la estaba abrazando? cuando desperto por que simon le llamaba? fue ahi pero no te desesperes aca esta una escena mas explicita espero y les guste saludos
marcy3395***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 21/06/2013
Re: Por Amor Capitulo 12
esta increíble la historia
Maferpezberry* - Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 28/11/2014
Re: Por Amor Capitulo 12
Capítulo 7
Santana entró en la sede central de Petróleos Copeco con paso firme. Era la jefa, y eso era lo único que había importado siempre. Tenía el control y todo el mundo lo sabía y se apartaba de su camino cuando la veían acercarse. Al dirigirse a su despacho, localizó a Matt Pierce enseguida. Cuando él la vio llegar, se levantó para saludarla.
—Señora Lopez.
Ella respondió con una inclinación de cabeza.
—Acompáñame —le dijo sin más. El la siguió hasta el interior de su despacho—. Siéntate —le dijo, mientras rodeaba su mesa y tomaba asiento.
Matt se sentó al punto. Había ido directo a la oficina y llevaba horas intentando llamar a casa, sin éxito.
—Matt, ¿qué ha pasado en mi torre? —Santana fue directa al grano.
—Al parecer fue una explosión provocada. Hemos encontrado los restos de un pequeño detonador. Aún lo estamos investigando.
- —Te has librado de Curbelo?
—No he podido localizarlo. Me he enterado de lo de su familia.
—Si, ha sido una desgracia. ¿Se lo has notificado ya a las autoridades?
Santana no quería dejarse llevar por sentimentalismos.
Había aprendido muy pronto en la vida que las emociones eran una debilidad. En los negocios no había lugar para la compasión. Su padre se lo había enseñado bien. Aunque era una mujer, y no el hijo que habría querido, lo había hecho sentir orgulloso de lo rápido que aprendía. Una vez le había dicho que era más hombre que ninguno de los que había conocido y que estaba muy orgulloso de cómo llevaba la empresa.
Santana siempre había buscado la aprobación de su padre. A ojos de éste, su hermano Andreas era débil. Lo único a lo que Andreas aspiraba era a llevar él rancho. Era feliz sólo con cuidar la tierra. Martín Lopez lo había intentado todo para endurecer a su hijo, cómo él decía, pero Andreas se había mantenido firme en sus convicciones.
Entonces, un día, fue como si Martín Lopez reparara al fin en su hija. Se dio cuenta de su aguda inteligencia y de su afán de superación. Su mayor deseo era complacerlo y complacerlo fue precisamente lo que hizo.. Se esforzó por ser la mejor en todo. Su padre le enseñó todo lo que consideraba importante: le enseñó a disparar y a montar a caballo sin miedo. Le inculcó su deseo de vencer y conquistar. Le enseñó a controlar y manipular a las personas y la convirtió en el heredero que habría de mantener y hacer crecer su imperio.
Y, sobre todo, le enseñó a no necesitar a nadie. Antes de morir, contempló con orgullo su creación. Verdaderamente, era todo lo que habría podido esperar, incluso más. Era autosuficiente. La había hecho fuerte. Gracias a él, Santana era capaz de estar sola.
La había convertido en la mujer que en aquel momento estaba cara a cara con Matt Pierce, interesada sólo en los hechos y no en los detalles superfluos. Matt no era
especialmente dado a las sensiblerías, pero incluso él no podía menos que sorprenderse ante el desinterés que mostraba Santana por las pérdidas humanas.
—Aún no he podido contactar con la policía... Santana lo interrumpió.
—Bien, nos ocuparemos nosotros. A partir de ahora el asunto queda fuera de tus competencias. Dale a Estés todos los detalles y regresa a la torre. Quiero que refuerces la seguridad, Matt. Y no admitiré más retrasos en la producción —ordenó sin pestañear—. ¿Te has encargado de reemplazar al personal que has perdido? —Al no recibir respuesta, levantó la vista de los documentos que estaba ojeando.
—Eh... no. Harán falta unos cuantos días para transferirlos de otras torres. Tardará un poco, pero, en relación con la seguridad, es mejor que traer gente de la que no sepamos nada —repuso Matt.
Santana lo observó mientras se reclinaba en la silla.
—Muy bien —asintió, en muestra de aprecio por la previsión—. Te quiero de vuelta allá hoy mismo —concluyó, tajante.
—Volveré dentro de unas horas. Aún no sé nada de mi mujer y mi hijo. Quiero asegurarme de que están bien antes de volver. En la torre está todo bajo control.
Tu familia está bien. Están en el Caracas Hilton. Al parecer se quedaron atrapados en la autopista con la riada. He desayunado con ellos esta mañana.
—Eso explica por qué no he podido contactar con ellos —sonrió como muestra de agradecimiento.. A veces Brittany exagera; quería asegurarme de que todo estaba bien.
Santana reprimió su desprecio y observó al hombre que tenía delante con interés desapasionado.
—Tenía todo el derecho del mundo a estar asustada. Veía que el agua subía, tenía a su hijo en el coche y la gente se estaba ahogando —le dijo condescendiente.
—Por supuesto claro que sí. Quería darle las gracias, señora Lopez, por las molestias que se ha tomado con mi familia —trató de compensar su aparente falta de sensibilidad.
—No ha sido ninguna molestia, Matt. Tu hijo me ha parecido encantador. Tu mujer y tu hijo están bien, así que espero que salgas para la torre de inmediato —recalcó, sin dejarle más opciones.
_Suponía que necesitarían que volviera. He dicho que me recojan esta noche.. Pasarán a buscarme por casa. Así que, si no hay nada más que desee saber, le daré al, señor Estés todos los detalles y las últimas informaciones e iré al hotel a por mi mujer y mi hijo.
Matt se incorporó y Santana asintió como despedida. No, había nada más que pudiera decir.
Cuando Matt salió del despacho y cerró la puerta a su espalda, Santana se arrellanó en la silla y se, quedó mirando la hoja. «Su mujer... su mujer... su mujer...» ¿Cuántas veces lo había dicho? Se levantó y fue hacia la ventana tras la cual Caracas se rendía a sus pies.
«Su mujer.»
Cuando llamaron al timbre de la suite, Brittany levantó la vista, llena de temor y expectación. Santana le había dicho que volvería para llevarlos a casa. Se regañó a sí misma y miró en dirección a la puerta mientras Clara iba a abrir.
Brittany se había vestido y se había maquillado un poco. También se había cepillado el pelo y se sentía más dueña de sí misma. Estaba más descansada y se sentía preparada para enfrentarse a Santana Lopez.
Cuando Clara abrió la puerta, inspiró hondo. Para su sorpresa, fue Matt quien entró como si nada hubiera ocurrido y Simón se lanzó a los brazos de su padre.
—¿Podría ver a la señora Lopez? —le preguntó un sargento de policía a Gloria Bertrán, la secretaria personal de Santana.
—tenía una cita?
—Me está esperando. Soy el sargento Ramiro Fonseca. Gloria lo observó con suspicacia y llamó a Santana por la línea privada.
—Señora Lopez, está aquí un tal sargento Ramiro Fonseca que dice que...
—Que pase —fue todo lo que dijo su jefa antes de colgarle.
—Sargento, si es tan amable, siga por aquella puerta. El sargento asintió y entró en el despacho de Santana.
Santana no habló con Brittany aquella noche. Tampoco a se puso en contacto con ella. Pero, desde aquel día, Santana supo siempre dónde estaba Brittany en cada momento, tanto de día como de noche.
Los disturbios estallaron de nuevo tan pronto como la ciudad empezó a recuperarse de los terribles corrimientos de tierra y la gente comenzó a buscar a los desaparecidos. Hubo manifestaciones y revueltas por toda la ciudad. La población no estaba contenta con el modo en que el gobierno había gestionado la crisis. Apenas se habían distribuido ayudas y el número de víctimas seguía creciendo debido a las condiciones insalubres del agua estancada. El cólera ya empezaba a causar estragos entre los más pobres.
La enfermedad arrasó los barrios, sembrando más muerte y desesperación a su paso. Los estudiantes universitarios empezaron con sus marchas de protesta y el ejército intervino para sofocar el desorden civil. La presencia de los militares se hizo más visible. Las detenciones y los interrogatorios de conocidos activistas se sucedieron, no
sin consecuencias. Poco a poco, Caracas se estaba convirtiendo en un polvorín que podía estallar en cualquier momento.
Los funcionarios y políticos empezaron a temer a las motocicletas, pues al parecer era un método que permitía disparar a alguien y huir con rapidez. Se reforzó la seguridad. La ira y la frustración se convirtieron en una realidad palpable.
Capítulo 8
—Santana, no puedo ponerte más protección.
—Carlos, ¡he pagado mucho dinero para que cosas como ésta no pasaran!
—Santana, cálmate. Ya sabes que valoro mucho tu poyo y tu amistad. Te prometo que me aseguraré de que se haga justicia.
—Señor presidente, estoy perdiendo veinte mil barriles de petróleo al día. No me vengas con que estás haciendo todo lo posible.
—Santana, te pondré protección militar.
—No quiero protección militar. Las torres son mías, o quiero soldados cerca. Y no intentes jugar a ese juego conmigo, porque usaré todo mi poder para acabar contigo —lo amenazó.
—No, amiga mía. Era una oferta de ayuda sincera —le aseguró el presidente Carlos Arturo Padrón, con su tono más diplomático.
—Seguro que sí, señor presidente. Gracias, pero no. No necesito que intervenga el ejército.
—Muy bien, pues. Seguimos en contacto. Cuento con tu amistad. —El presidente guardó silencio, en espera de que Santana respondiera.
—Por supuesto señor presidente. Tienes mi amistad. Tras reafirmarle su apoyo, Santana colgó el teléfono.
—Ese hijo de puta... Me gustará enterrarlo —pensó—. Tiene los días contados.
Las protestas estallaban en los momentos menos pensados y el malestar social empezó a hacerse patente en los niveles más altos. La seguridad se convirtió en un elemento de suprema importancia en todos los actos privados o públicos. Copeco celebraba una gala benéfica para el Museo Bolívar y había guardias armados apostados para asegurar la buena marcha de los acontecimientos. Todos los ejecutivos de Copeco estaban obligados asistir.
Santana, que normalmente detestaba aquel tipo de eventos, estaba ilusionada y nerviosa. En cierta manera, en los últimos tiempos había estado más centrada que nunca y no había nada que escapara a su control. Se las había arreglado para no perder de vista su objetivo: el mundo estaba cambiando a su alrededor y estaba
decidida a ser uno de los catalizadores. Era una reina y si enjambre zumbaba en torno a ella. Los gobernaba a todos con confianza y seguridad al menos hasta que vio por el rabillo del ojo, a Brittany Pierce entrar en el salón de baile.
Matt tenía el brazo en torno a la cintura de su esposa, en un gesto posesivo. En ese instante, la compostura de Santana se resquebrajó por completo. Sin apartar los ojos de ellos, observó como iban de grupo en grupo, saludando a los presentes.
Santana contempló el cuerpo de Brittany y, de nuevo, el fuego que creía mantener bajo control la devoró por dentro. Justo en ese instante, Brittany miró en su dirección; se diría que había percibido la llamada animal. Sus ojos se fundieron. Y en los de Brittany se reflejaba el mismo deseo.
Brittany se apartó de Matt y fue hacia Santana, como si respondiera a una orden. Santana no apartó la mirada. Antes de que pudiera darse cuenta, tenía a Brittany delante de ella.
—Tengo que hablar contigo —musitó.
—Sí —fue lo único que Santana acertó a contestar—. Ven conmigo.
Brittany la siguió. Se metieron en un despacho. Brittany se le acercó lentamente y Santana se quedó petrificada.
—¿Qué nueva travesura tienes entre manos últimamente? —le preguntó Brittany, mientras le dibujaba la línea de la mandíbula con el dedo.
Santana se dio cuenta de que estaba perdiendo el control. Quiso decir algo, pero Brittany le puso el dedo en los labios. El contacto fue como un anestésico. La respiración de Santana sé hizo audible. Echó la cabeza hacia atrás y se apoyó en el escritorio que tenía a su espalda. La boca de Brittany se adueñó de su cuello mientras con las manos la exploraba entera.
—Brittany. Oh Dios,Britt-Britt, tócame...
Hicieron el amor apresuradamente, azuzadas por la necesidad. El suyo era un fuego que había que apagar, y rápido. Las dos mujeres se tocaron, se mordieron, se besaron, se acariciaron y se dieron placer la una a la otra.
Acabaron tendidas en el sofá, completamente desnudas. Brittany estaba echada de espaldas, mientras que Santana, de costado, apoyaba la cabeza sobre sus pechos y le rodeaba el muslo, en ademán posesivo. Brittany empezó a acariciarle el pelo y Santana le besó el pecho en donde estaba apoyada y hundió el rostro en su cálida suavidad.
Ambas habían tenido cuidado de no mirarse directamente a la cara después de saciar sus cuerpos. Estaban fundidas la una con la otra, ambas al borde del abismo, y querían disfrutar lo que quedaba del placer de aquel momento sin tener que afrontar lo que habían hecho.
Santana levantó la mirada de golpe al oír voces al otro lado de la puerta y vio que giraban el pomo. Se levantó rápidamente, tras cruzar con Brittany una mirada fugaz. Brittany se volvió hacia la puerta, aterrorizada. Santana miró a su alrededor, agarró del suelo el
vestido que le quedaba más cerca y cubrió a Brittany con él. La puerta se abrió de golpe antes de que pudiera volverse por completo.
—Qué está pasando aquí?
Un caballero muy indignado entró en la habitación, seguido por un ayudante de camarero, y los dos se quedaron sin habla al irrumpir en la escena. Brittany giró la cara e intentó cubrirse. Santana se irguió en toda su esta tura y se encaró con el hombre sin el menor atisbo de nerviosismo.
—Tú! ¿Eres el gerente? —exigió saber.
El hombre asintió, incapaz de apartar los ojos de ella —Cierra esa puerta y controla a tu perro. Te compensaré con más dinero del que has visto en toda tu vida.,
El hombre asintió en muestra de conformidad obedeció la orden de controlar a su perro, como ella lo llamaba. Le dijo al ayudante de camarero que esperara fuera y que mantuviera la boca cerrada. Aquella mujer le había ofrecido mucho dinero y reconocía el aire de autoridad que emanaba. Enseguida supo que no era alguien que le conviniera tener en contra.
Santana le indicó que se diera la vuelta. El obedeció y Santana se arrodilló enseguida junto a Brittany.
—No pasa nada. Todo irá bien. —Su voz era dulce y cariñosa—. Aquí nadie ha visto nada, te lo prometo
—trató de tranquilizarla, pero los ojos de Brittany estaban llenos de miedo.
Brittany observó a Santana mientras iba a hablar con el hombre. No se había molestado en ponerse nada de ropa. Desafiaba todo sentido de la razón y retaba a cualquiera a plantarle cara. Brittany vio que el hombre asentía y después se marchaba sin mirar atrás.
Brittany se levantó y empezó a vestirse a toda prisa. Santana se limitó a mirarla, de pie, sin decir nada. Al acabar, Brittany le devolvió la mirada.
—¿Ahora qué? —preguntó Santana, desafiante. Brittany miró hacia otro lado, pero no encontró ningún punto de referencia. Santana esperó, hasta que se le acabó la paciencia. De repente era como si las separara Un océano.
Me he aprovechado de la situación esta vez, Britt-Britt? –preguntó con sarcasmo.
—Eres una guarra —le espetó Brittany antes de dirigirse a la puerta. Santana la cogió del brazo y la atrajo hacia sí.
—¿Esto también ha sido un error? —quiso saber, sin soltarla.
—Un experimento.
Las palabras de Brittany la golpearon tan certeramente como si le hubiera dado una bofetada en plena cara. La soltó de golpe y ambas mujeres se quedaron frente a frente, desafiándose mutuamente.
—Ya veo.., bueno, ahora ya hemos sentado las bases
—dijo Santana, con los ojos relucientes de ira.
—De qué estás hablando? Esto no volverá a pasar —replicó Brittany en un tono de superioridad.
—Ah, no? —Santana le sonrió maliciosamente. —No —aseveró Brittany.
_Cuánto?
Brittany se la quedó mirando fijamente, hasta que entendió de pronto lo que Santana insinuaba.
—Eres asquerosa. ¡Yo no soy ninguna prostituta! —Hemos sentado las bases,Britt-Britt —le dijo Santana con total seriedad, mientras le cogía un pecho. Brittany se revolvió contra ella, pero Santana la cogió de ambas manos y, con el forcejeo, cayeron al suelo. Rodaron enzarzadas como dos gatas luchando por el dominio.
—¡Quítate de encima! —exigió Brittany, furiosa,cuando Santana la inmovilizó en el suelo.
—Ah, ¿entonces no quieres dinero? —se burló Santana
Brittany se retorció debajo de ella—. Espera, ahora si que lo entiendo. Lo haces simplemente porque te gusta
—le dijo en un tono aún más burlón.
A continuación le devoró la boca salvajemente y metió la mano entre las piernas. Al soltarle una mano para tocarla, Brittany la abofeteó con fuerza. Santana le devolvió la bofetada y volvió a inmovilizarla en el suelo. La besó hasta que las dos notaron el sabor de la sangre. Santana se apartó y, al mirar a Brittany a los ojos, halló » ellos la misma emoción, como si se estuviera mirando un espejo. Necesitaba, tocarla, besarla, saborearla y volver a ser una con ella. Se miraron la una a la otra mientras sus cuerpos volvían a balancearse al ritmo de su danza primitiva.
—Lo siento —le susurró Santana con sinceridad
Buscó los ojos de Brittany. Esta los cerró y le ofreció el cuello y su pasión. Santana le besó la garganta con delicadeza.
Brittany gimió y atrajo a Santana hacia sí. Santana capturó los labios expectantes de Brittany entre los suyos y ésta entreabrió la boca para recibirla. También ansiaba la conexión. Se besaron con más delicadeza, mientras se buscaban y tiraban la una de la otra con las mismas manos con las que antes se habían peleado. Una vez más, se dejaron llevar por la pasión que siempre se despertaba entre ellas y frotaron sus cuerpos para darse placer.
Cuando fueron capaces de volver a respirar sin jadear, ambas se levantaron y se vistieron. Ninguna de las dos pronunció palabra y tampoco se miraron a la cara. No se dijeron nada al mirarse al espejo del baño para comprobar su aspecto, ni tampoco cuando salieron. Se diría que habían decidido no reconocer lo que acababa de pasar
entre ellas. Las dos habían ganado y las dos habían perdido. Y, por el momento, con eso bastaba.
Al regresar al salón de baile, Brittany miró a Santana de reojo cuando localizó a Matt y fue hacia él. Santana ya no tenia que fingir que no la miraba. Observó cómo Brittany volvía con su marido y éste se inclinaba y le decía algo oído. Santana notó que las mejillas le ardían. Cerró los ojos, ya que el recuerdo de la sensación de tener a Brittany debajo la estaba volviendo loca. Se volvió y se alejó de Brittany tanto como pudo. No podía quedarse allí y ver como Matt manoseaba lo que, a su parecer, le pertenecía. Sus miradas se buscaron durante el resto de la velada. Llegó un punto en que a Santana dejó de importarle que alguien se diera cuenta de que no le quitaba ojo de encima a Brittany. Matt no dejaba de acariciarle la espalda. Era una caricia simbólica, para dejar claro que era su esposa. A Santana se le aceleró la respiración y notó que la ira la dominaba. Se reprendió a sí misma por perder el control de aquella manera con una mujer que no era sólo suya. No estaba acostumbrada a algo así. Tenía que acabar con aquella situación y con Brittany Pierce. Tenía otras cosas en las que pensar. Así que, por lo que. a ella respectaba, daba aquella aventura por terminada. Santana se dio media vuelta y abandonó la fiesta sin mirar atrás una sola vez.
Brittany vio cómo se iba y también se dijo que todo había acabado.
Santana entró en la sede central de Petróleos Copeco con paso firme. Era la jefa, y eso era lo único que había importado siempre. Tenía el control y todo el mundo lo sabía y se apartaba de su camino cuando la veían acercarse. Al dirigirse a su despacho, localizó a Matt Pierce enseguida. Cuando él la vio llegar, se levantó para saludarla.
—Señora Lopez.
Ella respondió con una inclinación de cabeza.
—Acompáñame —le dijo sin más. El la siguió hasta el interior de su despacho—. Siéntate —le dijo, mientras rodeaba su mesa y tomaba asiento.
Matt se sentó al punto. Había ido directo a la oficina y llevaba horas intentando llamar a casa, sin éxito.
—Matt, ¿qué ha pasado en mi torre? —Santana fue directa al grano.
—Al parecer fue una explosión provocada. Hemos encontrado los restos de un pequeño detonador. Aún lo estamos investigando.
- —Te has librado de Curbelo?
—No he podido localizarlo. Me he enterado de lo de su familia.
—Si, ha sido una desgracia. ¿Se lo has notificado ya a las autoridades?
Santana no quería dejarse llevar por sentimentalismos.
Había aprendido muy pronto en la vida que las emociones eran una debilidad. En los negocios no había lugar para la compasión. Su padre se lo había enseñado bien. Aunque era una mujer, y no el hijo que habría querido, lo había hecho sentir orgulloso de lo rápido que aprendía. Una vez le había dicho que era más hombre que ninguno de los que había conocido y que estaba muy orgulloso de cómo llevaba la empresa.
Santana siempre había buscado la aprobación de su padre. A ojos de éste, su hermano Andreas era débil. Lo único a lo que Andreas aspiraba era a llevar él rancho. Era feliz sólo con cuidar la tierra. Martín Lopez lo había intentado todo para endurecer a su hijo, cómo él decía, pero Andreas se había mantenido firme en sus convicciones.
Entonces, un día, fue como si Martín Lopez reparara al fin en su hija. Se dio cuenta de su aguda inteligencia y de su afán de superación. Su mayor deseo era complacerlo y complacerlo fue precisamente lo que hizo.. Se esforzó por ser la mejor en todo. Su padre le enseñó todo lo que consideraba importante: le enseñó a disparar y a montar a caballo sin miedo. Le inculcó su deseo de vencer y conquistar. Le enseñó a controlar y manipular a las personas y la convirtió en el heredero que habría de mantener y hacer crecer su imperio.
Y, sobre todo, le enseñó a no necesitar a nadie. Antes de morir, contempló con orgullo su creación. Verdaderamente, era todo lo que habría podido esperar, incluso más. Era autosuficiente. La había hecho fuerte. Gracias a él, Santana era capaz de estar sola.
La había convertido en la mujer que en aquel momento estaba cara a cara con Matt Pierce, interesada sólo en los hechos y no en los detalles superfluos. Matt no era
especialmente dado a las sensiblerías, pero incluso él no podía menos que sorprenderse ante el desinterés que mostraba Santana por las pérdidas humanas.
—Aún no he podido contactar con la policía... Santana lo interrumpió.
—Bien, nos ocuparemos nosotros. A partir de ahora el asunto queda fuera de tus competencias. Dale a Estés todos los detalles y regresa a la torre. Quiero que refuerces la seguridad, Matt. Y no admitiré más retrasos en la producción —ordenó sin pestañear—. ¿Te has encargado de reemplazar al personal que has perdido? —Al no recibir respuesta, levantó la vista de los documentos que estaba ojeando.
—Eh... no. Harán falta unos cuantos días para transferirlos de otras torres. Tardará un poco, pero, en relación con la seguridad, es mejor que traer gente de la que no sepamos nada —repuso Matt.
Santana lo observó mientras se reclinaba en la silla.
—Muy bien —asintió, en muestra de aprecio por la previsión—. Te quiero de vuelta allá hoy mismo —concluyó, tajante.
—Volveré dentro de unas horas. Aún no sé nada de mi mujer y mi hijo. Quiero asegurarme de que están bien antes de volver. En la torre está todo bajo control.
Tu familia está bien. Están en el Caracas Hilton. Al parecer se quedaron atrapados en la autopista con la riada. He desayunado con ellos esta mañana.
—Eso explica por qué no he podido contactar con ellos —sonrió como muestra de agradecimiento.. A veces Brittany exagera; quería asegurarme de que todo estaba bien.
Santana reprimió su desprecio y observó al hombre que tenía delante con interés desapasionado.
—Tenía todo el derecho del mundo a estar asustada. Veía que el agua subía, tenía a su hijo en el coche y la gente se estaba ahogando —le dijo condescendiente.
—Por supuesto claro que sí. Quería darle las gracias, señora Lopez, por las molestias que se ha tomado con mi familia —trató de compensar su aparente falta de sensibilidad.
—No ha sido ninguna molestia, Matt. Tu hijo me ha parecido encantador. Tu mujer y tu hijo están bien, así que espero que salgas para la torre de inmediato —recalcó, sin dejarle más opciones.
_Suponía que necesitarían que volviera. He dicho que me recojan esta noche.. Pasarán a buscarme por casa. Así que, si no hay nada más que desee saber, le daré al, señor Estés todos los detalles y las últimas informaciones e iré al hotel a por mi mujer y mi hijo.
Matt se incorporó y Santana asintió como despedida. No, había nada más que pudiera decir.
Cuando Matt salió del despacho y cerró la puerta a su espalda, Santana se arrellanó en la silla y se, quedó mirando la hoja. «Su mujer... su mujer... su mujer...» ¿Cuántas veces lo había dicho? Se levantó y fue hacia la ventana tras la cual Caracas se rendía a sus pies.
«Su mujer.»
Cuando llamaron al timbre de la suite, Brittany levantó la vista, llena de temor y expectación. Santana le había dicho que volvería para llevarlos a casa. Se regañó a sí misma y miró en dirección a la puerta mientras Clara iba a abrir.
Brittany se había vestido y se había maquillado un poco. También se había cepillado el pelo y se sentía más dueña de sí misma. Estaba más descansada y se sentía preparada para enfrentarse a Santana Lopez.
Cuando Clara abrió la puerta, inspiró hondo. Para su sorpresa, fue Matt quien entró como si nada hubiera ocurrido y Simón se lanzó a los brazos de su padre.
—¿Podría ver a la señora Lopez? —le preguntó un sargento de policía a Gloria Bertrán, la secretaria personal de Santana.
—tenía una cita?
—Me está esperando. Soy el sargento Ramiro Fonseca. Gloria lo observó con suspicacia y llamó a Santana por la línea privada.
—Señora Lopez, está aquí un tal sargento Ramiro Fonseca que dice que...
—Que pase —fue todo lo que dijo su jefa antes de colgarle.
—Sargento, si es tan amable, siga por aquella puerta. El sargento asintió y entró en el despacho de Santana.
Santana no habló con Brittany aquella noche. Tampoco a se puso en contacto con ella. Pero, desde aquel día, Santana supo siempre dónde estaba Brittany en cada momento, tanto de día como de noche.
Los disturbios estallaron de nuevo tan pronto como la ciudad empezó a recuperarse de los terribles corrimientos de tierra y la gente comenzó a buscar a los desaparecidos. Hubo manifestaciones y revueltas por toda la ciudad. La población no estaba contenta con el modo en que el gobierno había gestionado la crisis. Apenas se habían distribuido ayudas y el número de víctimas seguía creciendo debido a las condiciones insalubres del agua estancada. El cólera ya empezaba a causar estragos entre los más pobres.
La enfermedad arrasó los barrios, sembrando más muerte y desesperación a su paso. Los estudiantes universitarios empezaron con sus marchas de protesta y el ejército intervino para sofocar el desorden civil. La presencia de los militares se hizo más visible. Las detenciones y los interrogatorios de conocidos activistas se sucedieron, no
sin consecuencias. Poco a poco, Caracas se estaba convirtiendo en un polvorín que podía estallar en cualquier momento.
Los funcionarios y políticos empezaron a temer a las motocicletas, pues al parecer era un método que permitía disparar a alguien y huir con rapidez. Se reforzó la seguridad. La ira y la frustración se convirtieron en una realidad palpable.
Capítulo 8
—Santana, no puedo ponerte más protección.
—Carlos, ¡he pagado mucho dinero para que cosas como ésta no pasaran!
—Santana, cálmate. Ya sabes que valoro mucho tu poyo y tu amistad. Te prometo que me aseguraré de que se haga justicia.
—Señor presidente, estoy perdiendo veinte mil barriles de petróleo al día. No me vengas con que estás haciendo todo lo posible.
—Santana, te pondré protección militar.
—No quiero protección militar. Las torres son mías, o quiero soldados cerca. Y no intentes jugar a ese juego conmigo, porque usaré todo mi poder para acabar contigo —lo amenazó.
—No, amiga mía. Era una oferta de ayuda sincera —le aseguró el presidente Carlos Arturo Padrón, con su tono más diplomático.
—Seguro que sí, señor presidente. Gracias, pero no. No necesito que intervenga el ejército.
—Muy bien, pues. Seguimos en contacto. Cuento con tu amistad. —El presidente guardó silencio, en espera de que Santana respondiera.
—Por supuesto señor presidente. Tienes mi amistad. Tras reafirmarle su apoyo, Santana colgó el teléfono.
—Ese hijo de puta... Me gustará enterrarlo —pensó—. Tiene los días contados.
Las protestas estallaban en los momentos menos pensados y el malestar social empezó a hacerse patente en los niveles más altos. La seguridad se convirtió en un elemento de suprema importancia en todos los actos privados o públicos. Copeco celebraba una gala benéfica para el Museo Bolívar y había guardias armados apostados para asegurar la buena marcha de los acontecimientos. Todos los ejecutivos de Copeco estaban obligados asistir.
Santana, que normalmente detestaba aquel tipo de eventos, estaba ilusionada y nerviosa. En cierta manera, en los últimos tiempos había estado más centrada que nunca y no había nada que escapara a su control. Se las había arreglado para no perder de vista su objetivo: el mundo estaba cambiando a su alrededor y estaba
decidida a ser uno de los catalizadores. Era una reina y si enjambre zumbaba en torno a ella. Los gobernaba a todos con confianza y seguridad al menos hasta que vio por el rabillo del ojo, a Brittany Pierce entrar en el salón de baile.
Matt tenía el brazo en torno a la cintura de su esposa, en un gesto posesivo. En ese instante, la compostura de Santana se resquebrajó por completo. Sin apartar los ojos de ellos, observó como iban de grupo en grupo, saludando a los presentes.
Santana contempló el cuerpo de Brittany y, de nuevo, el fuego que creía mantener bajo control la devoró por dentro. Justo en ese instante, Brittany miró en su dirección; se diría que había percibido la llamada animal. Sus ojos se fundieron. Y en los de Brittany se reflejaba el mismo deseo.
Brittany se apartó de Matt y fue hacia Santana, como si respondiera a una orden. Santana no apartó la mirada. Antes de que pudiera darse cuenta, tenía a Brittany delante de ella.
—Tengo que hablar contigo —musitó.
—Sí —fue lo único que Santana acertó a contestar—. Ven conmigo.
Brittany la siguió. Se metieron en un despacho. Brittany se le acercó lentamente y Santana se quedó petrificada.
—¿Qué nueva travesura tienes entre manos últimamente? —le preguntó Brittany, mientras le dibujaba la línea de la mandíbula con el dedo.
Santana se dio cuenta de que estaba perdiendo el control. Quiso decir algo, pero Brittany le puso el dedo en los labios. El contacto fue como un anestésico. La respiración de Santana sé hizo audible. Echó la cabeza hacia atrás y se apoyó en el escritorio que tenía a su espalda. La boca de Brittany se adueñó de su cuello mientras con las manos la exploraba entera.
—Brittany. Oh Dios,Britt-Britt, tócame...
Hicieron el amor apresuradamente, azuzadas por la necesidad. El suyo era un fuego que había que apagar, y rápido. Las dos mujeres se tocaron, se mordieron, se besaron, se acariciaron y se dieron placer la una a la otra.
Acabaron tendidas en el sofá, completamente desnudas. Brittany estaba echada de espaldas, mientras que Santana, de costado, apoyaba la cabeza sobre sus pechos y le rodeaba el muslo, en ademán posesivo. Brittany empezó a acariciarle el pelo y Santana le besó el pecho en donde estaba apoyada y hundió el rostro en su cálida suavidad.
Ambas habían tenido cuidado de no mirarse directamente a la cara después de saciar sus cuerpos. Estaban fundidas la una con la otra, ambas al borde del abismo, y querían disfrutar lo que quedaba del placer de aquel momento sin tener que afrontar lo que habían hecho.
Santana levantó la mirada de golpe al oír voces al otro lado de la puerta y vio que giraban el pomo. Se levantó rápidamente, tras cruzar con Brittany una mirada fugaz. Brittany se volvió hacia la puerta, aterrorizada. Santana miró a su alrededor, agarró del suelo el
vestido que le quedaba más cerca y cubrió a Brittany con él. La puerta se abrió de golpe antes de que pudiera volverse por completo.
—Qué está pasando aquí?
Un caballero muy indignado entró en la habitación, seguido por un ayudante de camarero, y los dos se quedaron sin habla al irrumpir en la escena. Brittany giró la cara e intentó cubrirse. Santana se irguió en toda su esta tura y se encaró con el hombre sin el menor atisbo de nerviosismo.
—Tú! ¿Eres el gerente? —exigió saber.
El hombre asintió, incapaz de apartar los ojos de ella —Cierra esa puerta y controla a tu perro. Te compensaré con más dinero del que has visto en toda tu vida.,
El hombre asintió en muestra de conformidad obedeció la orden de controlar a su perro, como ella lo llamaba. Le dijo al ayudante de camarero que esperara fuera y que mantuviera la boca cerrada. Aquella mujer le había ofrecido mucho dinero y reconocía el aire de autoridad que emanaba. Enseguida supo que no era alguien que le conviniera tener en contra.
Santana le indicó que se diera la vuelta. El obedeció y Santana se arrodilló enseguida junto a Brittany.
—No pasa nada. Todo irá bien. —Su voz era dulce y cariñosa—. Aquí nadie ha visto nada, te lo prometo
—trató de tranquilizarla, pero los ojos de Brittany estaban llenos de miedo.
Brittany observó a Santana mientras iba a hablar con el hombre. No se había molestado en ponerse nada de ropa. Desafiaba todo sentido de la razón y retaba a cualquiera a plantarle cara. Brittany vio que el hombre asentía y después se marchaba sin mirar atrás.
Brittany se levantó y empezó a vestirse a toda prisa. Santana se limitó a mirarla, de pie, sin decir nada. Al acabar, Brittany le devolvió la mirada.
—¿Ahora qué? —preguntó Santana, desafiante. Brittany miró hacia otro lado, pero no encontró ningún punto de referencia. Santana esperó, hasta que se le acabó la paciencia. De repente era como si las separara Un océano.
Me he aprovechado de la situación esta vez, Britt-Britt? –preguntó con sarcasmo.
—Eres una guarra —le espetó Brittany antes de dirigirse a la puerta. Santana la cogió del brazo y la atrajo hacia sí.
—¿Esto también ha sido un error? —quiso saber, sin soltarla.
—Un experimento.
Las palabras de Brittany la golpearon tan certeramente como si le hubiera dado una bofetada en plena cara. La soltó de golpe y ambas mujeres se quedaron frente a frente, desafiándose mutuamente.
—Ya veo.., bueno, ahora ya hemos sentado las bases
—dijo Santana, con los ojos relucientes de ira.
—De qué estás hablando? Esto no volverá a pasar —replicó Brittany en un tono de superioridad.
—Ah, no? —Santana le sonrió maliciosamente. —No —aseveró Brittany.
_Cuánto?
Brittany se la quedó mirando fijamente, hasta que entendió de pronto lo que Santana insinuaba.
—Eres asquerosa. ¡Yo no soy ninguna prostituta! —Hemos sentado las bases,Britt-Britt —le dijo Santana con total seriedad, mientras le cogía un pecho. Brittany se revolvió contra ella, pero Santana la cogió de ambas manos y, con el forcejeo, cayeron al suelo. Rodaron enzarzadas como dos gatas luchando por el dominio.
—¡Quítate de encima! —exigió Brittany, furiosa,cuando Santana la inmovilizó en el suelo.
—Ah, ¿entonces no quieres dinero? —se burló Santana
Brittany se retorció debajo de ella—. Espera, ahora si que lo entiendo. Lo haces simplemente porque te gusta
—le dijo en un tono aún más burlón.
A continuación le devoró la boca salvajemente y metió la mano entre las piernas. Al soltarle una mano para tocarla, Brittany la abofeteó con fuerza. Santana le devolvió la bofetada y volvió a inmovilizarla en el suelo. La besó hasta que las dos notaron el sabor de la sangre. Santana se apartó y, al mirar a Brittany a los ojos, halló » ellos la misma emoción, como si se estuviera mirando un espejo. Necesitaba, tocarla, besarla, saborearla y volver a ser una con ella. Se miraron la una a la otra mientras sus cuerpos volvían a balancearse al ritmo de su danza primitiva.
—Lo siento —le susurró Santana con sinceridad
Buscó los ojos de Brittany. Esta los cerró y le ofreció el cuello y su pasión. Santana le besó la garganta con delicadeza.
Brittany gimió y atrajo a Santana hacia sí. Santana capturó los labios expectantes de Brittany entre los suyos y ésta entreabrió la boca para recibirla. También ansiaba la conexión. Se besaron con más delicadeza, mientras se buscaban y tiraban la una de la otra con las mismas manos con las que antes se habían peleado. Una vez más, se dejaron llevar por la pasión que siempre se despertaba entre ellas y frotaron sus cuerpos para darse placer.
Cuando fueron capaces de volver a respirar sin jadear, ambas se levantaron y se vistieron. Ninguna de las dos pronunció palabra y tampoco se miraron a la cara. No se dijeron nada al mirarse al espejo del baño para comprobar su aspecto, ni tampoco cuando salieron. Se diría que habían decidido no reconocer lo que acababa de pasar
entre ellas. Las dos habían ganado y las dos habían perdido. Y, por el momento, con eso bastaba.
Al regresar al salón de baile, Brittany miró a Santana de reojo cuando localizó a Matt y fue hacia él. Santana ya no tenia que fingir que no la miraba. Observó cómo Brittany volvía con su marido y éste se inclinaba y le decía algo oído. Santana notó que las mejillas le ardían. Cerró los ojos, ya que el recuerdo de la sensación de tener a Brittany debajo la estaba volviendo loca. Se volvió y se alejó de Brittany tanto como pudo. No podía quedarse allí y ver como Matt manoseaba lo que, a su parecer, le pertenecía. Sus miradas se buscaron durante el resto de la velada. Llegó un punto en que a Santana dejó de importarle que alguien se diera cuenta de que no le quitaba ojo de encima a Brittany. Matt no dejaba de acariciarle la espalda. Era una caricia simbólica, para dejar claro que era su esposa. A Santana se le aceleró la respiración y notó que la ira la dominaba. Se reprendió a sí misma por perder el control de aquella manera con una mujer que no era sólo suya. No estaba acostumbrada a algo así. Tenía que acabar con aquella situación y con Brittany Pierce. Tenía otras cosas en las que pensar. Así que, por lo que. a ella respectaba, daba aquella aventura por terminada. Santana se dio media vuelta y abandonó la fiesta sin mirar atrás una sola vez.
Brittany vio cómo se iba y también se dijo que todo había acabado.
marcy3395***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 21/06/2013
Re: Por Amor Capitulo 12
Hola! Acabó de leer está historia y me super encanta. ACTUALIZA PRONTO...
Linda23**** - Mensajes : 185
Fecha de inscripción : 08/12/2013
Re: Por Amor Capitulo 12
Disculpa mi ignorancia pero todavía no he podido asociar la trama de la historia con su Título. Xq hasta ahora sólo he visto, Deseo, Pasión y Lujuria. Además de la impotencia y descontrol de no poder entender lo que está sucediendo con ellas cuando tienen a la otra alrededor.
JAJAJAJA, ya estoy divagando pero me emocioné, quiero que desaparezca el marido de mi Britt y que tengan un encuentro apasionado sin tirarse de los cabellos o darse de cachetadas y besos bruscos.
Nos vemos en tú próxima actualización y espero sea PRONTO MUY PRONTO. :-)
JAJAJAJA, ya estoy divagando pero me emocioné, quiero que desaparezca el marido de mi Britt y que tengan un encuentro apasionado sin tirarse de los cabellos o darse de cachetadas y besos bruscos.
Nos vemos en tú próxima actualización y espero sea PRONTO MUY PRONTO. :-)
Linda23**** - Mensajes : 185
Fecha de inscripción : 08/12/2013
Re: Por Amor Capitulo 12
Hola, tengo que decir que me encanta este Fic.
Muchas gracias por los capítulos. Y espero leer pronto u nuevo cap.
Saludos.
Muchas gracias por los capítulos. Y espero leer pronto u nuevo cap.
Saludos.
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
Re: Por Amor Capitulo 12
hola....me encanta la historia, a veces es tan emocionante.....te lo digo porque tuve el gusto de leer hace tiempo esta maravillosa historia original de anne gardner (no recuerdo bien el apellido pero creo que era algo asi jejeje)
_Claudia_100%fanGLEE_Bol-* - Mensajes : 1976
Fecha de inscripción : 26/06/2012
Re: Por Amor Capitulo 12
_Claudia_100%fanGLEE_Bol escribió:hola....me encanta la historia, a veces es tan emocionante.....te lo digo porque tuve el gusto de leer hace tiempo esta maravillosa historia original de anne gardner (no recuerdo bien el apellido pero creo que era algo asi jejeje)
hola si esta historia es muy bonita y si esta correcto el nombre de la autora, es anne s gardner, me gusta mucho por que es un poco diferente a las historias tradicionales, ademas esta situada en caracas nunca habia leido un libro que no fuera situado en españa o estados unidos.
saludos espero y sigas leyendo pero ahora con nuestra pareja favorita
marcy3395***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 21/06/2013
Re: Por Amor Capitulo 12
Capítulo 9
• El número de víctimas que las lluvias dejaron a su paso fue impresionante. El malestar social se respiraba en el aire. Se hablaba de una huelga general y el ejército estaba en alerta las 24 horas. Las omnipresentes pintadas empezaron a tomar un cariz político. Por las universidades corrían panfletos y se imprimían diarios clandestinos que se distribuían entre la población y ya habían desaparecido al día siguiente.
El presidente Padrón reforzó la seguridad de la Casa Rosada, la residencia presidencial oficial. El ejercito estaba presente por todas partes. Se produjeron los primeros atentados terroristas y el número de víctimas empezó a aumentar.
—Matt, quiero irme de Caracas.
—Brittany, estás exagerando, como siempre.
—¿Así que exagero? Matt, mira a tu alrededor. Quiero llevarme a Simón a casa un tiempo.
—¡No! También es hijo mío, Brittany. No vas a llevártelo a ninguna parte.
Alterado, Matt empezó a andar de un lado a otro de la habitación.
Brittany era consciente de que aquélla no era la mejor manera de abordarlo. Según las leyes vigentes, necesitaba el permiso de Matt para sacar a Simón del país. Debía mantener la calma y hacer lo que tenía que hacer. Por primera vez desde que se habían trasladado a Venezuela estaba asustada de verdad.
Cuando fue al supermercado en coche, se encontró con que el aparcamiento estaba protegido por el ejército. También había muchísima presencia policial, aunque, como todo el mundo sabía, el cuerpo de policía era tan, corrupto como los demás organismos. Los bandos se estaban definiendo con claridad.
Las protestas en las universidades estallaron de repente y enseguida gozaron de un gran seguimiento. Los estudiantes tomaron las calles y el ejército entró en acción. Se hizo el caos: cuando se cortó la electricidad, la ciudad de las luces se convirtió en la ciudad de la violencia. Lo llamaban El Cacerolazo. En todos los barrios,la gente abría puertas y ventanas y empezaba a golpee ollas y sartenes con fuerza, creando un clamor ensordecedor. El pueblo no estaba contento y había empezado rugir, como un gigante dormido que por fin despierta. el ejército entró en los barrios. Algunos manifestantes fueron detenidos para ser interrogados. El aire secada vez más pesado: era sólo cuestión de tiempo que estallara la guerra civil.
Un mes después, las cosas no habían cambiado, pero Brittany estaba cada vez más angustiada. Vivía en un estado de miedo constante, porque temía que el día menos pensado la situación se le escaparía de las manos y Simón y ella se quedarían solos ante el peligro.
—Matt, por favor, deja que me lleve a Simón a Estados Unidos un tiempo.
—Matt, ni siquiera vas a estar aquí. Estarás en las torres petrolíferas y, si ocurre algo estaremos incomunicados quién sabe cuánto tiempo. Deja que me lo lleve a Visitar a mis padres una temporada. De todas maneras, ahora no tiene colegio. Matt, por favor —insistió, con la esperanza de hacerle entender que lo que decía tenía lógica.
—Brittany, vivimos en una zona muy segura.
—Segura? Nada es seguro, Matt. Hay soldados con ametralladoras en las calles y en los aparcamientos del Supermercado. Si ocurre algo dará igual dónde vivamos.
Nadie estará a salvo y tú no estarás aquí! —gritó Brittany, histérica.
—Brittany... —empezó él.
En ese momento, Clara entró en la habitación.
—Señor Pierce, la señora Lopez está al teléfono quiere hablar con usted. ¿Le digo que está en casa?
—Para la señora Lopez claro que estoy en casa. Lo cojo aquí. —Matt se acercó a una mesita y descolgó el telefono—. Hola, señora Lopez.
Brittany se rodeó con los brazos, como si quisiera protegerse de algo. Había conseguido dejar de pensar en Santana. Y ahora que creía que la había olvidado por completo, volvía a aparecer en su vida. Brittany le dio la espalda a Matt. Tenía que pensar en cómo sacar a Simón de Venezuela. No dejaba de repetirse que estaban todos ciegos. La tensión se percibía en las calles. Por mucho que Padrón intentara controlar a los estudiantes, éstos seguían manifestándose y, tarde o temprano los más atrevidos dispararían el primer tiro. Tenía que alejar a su hijo de aquella tierra de violencia. E iba hacerlo, le gustara a Matt o no. Ya encontraría la manera.
Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que, cuando dos brazos la rodearon y la abrazaron, se asustó y dio un salto. Se volvió al punto y se encontró cara a cara con la expresión de enfado de Matt.
—Qué mosca te ha picado? —le preguntó su marido, agarrándola de nuevo—. Sólo quería abrazarte.
—No —lo rechazó Brittany, mientras ponía algo de distancia entre ellos.
—¿Cuánto tiempo más va a durar esto, Brittany? Eres mi mujer. He intentado tener paciencia contigo —razonó, acercándose una vez más.
—No me encuentro bien, Matt. —Brittany .evitó su mirada.
—Hace tiempo que no te encuentras bien, Brittany. Si crees que voy a convertirme en un monje, estás muy equivocada. Más te vale encontrarte mejor esta noche —espetó.
Y salió de la habitación dando un portazo.
Matt la llamó después desde la oficina. Al parecer, algunos directivos habían sido invitados a pasar una semana en la Hacienda Virago, en el interior del país. La señora Lopez no solía invitar a gente a la hacienda, que no era una invitación que se pudiera rechazar. Nada más colgar el teléfono, Brittany cerró los ojos y apoyó la cabeza en la pared. Simón y ella no eran más que carne de cañón; Matt y Santana eran los que dominaban el cotarro. Y no tenía la menor intención de convertirse en carnaza para ellos.
Odiaba aquel lugar; cada día lo entendía menos. Era como si la violencia lo penetrara todo con su primitiva sensualidad. Todo estaba en peligro. Ella estaba en peligro.
Brittany no había vuelto a dormir con Matt desde su primera vez con Santana. Desde aquella noche, sólo de pensar en que la tocaran, fuera quien fuera, se le revolvía el estómago. Ni siquiera podía soportar la idea de que le pusieran la mano encima. Acabó convirtiéndose en una obsesión. Se despertaba en mitad de la noche empapada en sudor, tras soñar con manos que recorrían su cuerpo, y justo en el momento en el que iba a rendirse en ellas un rostro invadía su campo de visión: el de Santana Lopez. Llegó un punto en que Brittany evitaba estar en el mismo edificio que la otra mujer.
Hasta que, cómo no, tuvo que ocurrir. La noche de la gala de Copeco, Brittany se repitió hasta la saciedad que sería capaz de soportarlo. Miró a su alrededor y se las arregló para comportarse como a Matt le gustaba. En Otras palabras, interpretó su
papel. Mientras hablaba con Consuelo Betancourt, una de las pocas mujeres ejecutivas de Copeco, oyó de repente una voz que la llamaba: Mírame». Sus ojos encontraron los de Santana Lopez casi por instinto.
Su cuerpo sintió la llamada y ella no pudo resistirse. Fue hacia Santana, sin importarle nada más, aparte de la sangre que le bullía en sus venas. El ensordecedor latido de su propio corazón retumbó en sus oídos. Se descubrió a sí misma extendiendo la mano hacia Santana y se sorprendió cuando las palabras «Tengo que hablar contigo» salieron de su boca. Santana le dijo simplemente «Sí, ven conmigo» y ella la siguió.
Ambas sabían lo que la otra quería. Por primera vez en la vida, Brittany actuó por puro instinto. Al parecer, había cometido un error por el que pagaría durante el resto de su vida.
• El número de víctimas que las lluvias dejaron a su paso fue impresionante. El malestar social se respiraba en el aire. Se hablaba de una huelga general y el ejército estaba en alerta las 24 horas. Las omnipresentes pintadas empezaron a tomar un cariz político. Por las universidades corrían panfletos y se imprimían diarios clandestinos que se distribuían entre la población y ya habían desaparecido al día siguiente.
El presidente Padrón reforzó la seguridad de la Casa Rosada, la residencia presidencial oficial. El ejercito estaba presente por todas partes. Se produjeron los primeros atentados terroristas y el número de víctimas empezó a aumentar.
—Matt, quiero irme de Caracas.
—Brittany, estás exagerando, como siempre.
—¿Así que exagero? Matt, mira a tu alrededor. Quiero llevarme a Simón a casa un tiempo.
—¡No! También es hijo mío, Brittany. No vas a llevártelo a ninguna parte.
Alterado, Matt empezó a andar de un lado a otro de la habitación.
Brittany era consciente de que aquélla no era la mejor manera de abordarlo. Según las leyes vigentes, necesitaba el permiso de Matt para sacar a Simón del país. Debía mantener la calma y hacer lo que tenía que hacer. Por primera vez desde que se habían trasladado a Venezuela estaba asustada de verdad.
Cuando fue al supermercado en coche, se encontró con que el aparcamiento estaba protegido por el ejército. También había muchísima presencia policial, aunque, como todo el mundo sabía, el cuerpo de policía era tan, corrupto como los demás organismos. Los bandos se estaban definiendo con claridad.
Las protestas en las universidades estallaron de repente y enseguida gozaron de un gran seguimiento. Los estudiantes tomaron las calles y el ejército entró en acción. Se hizo el caos: cuando se cortó la electricidad, la ciudad de las luces se convirtió en la ciudad de la violencia. Lo llamaban El Cacerolazo. En todos los barrios,la gente abría puertas y ventanas y empezaba a golpee ollas y sartenes con fuerza, creando un clamor ensordecedor. El pueblo no estaba contento y había empezado rugir, como un gigante dormido que por fin despierta. el ejército entró en los barrios. Algunos manifestantes fueron detenidos para ser interrogados. El aire secada vez más pesado: era sólo cuestión de tiempo que estallara la guerra civil.
Un mes después, las cosas no habían cambiado, pero Brittany estaba cada vez más angustiada. Vivía en un estado de miedo constante, porque temía que el día menos pensado la situación se le escaparía de las manos y Simón y ella se quedarían solos ante el peligro.
—Matt, por favor, deja que me lleve a Simón a Estados Unidos un tiempo.
—Matt, ni siquiera vas a estar aquí. Estarás en las torres petrolíferas y, si ocurre algo estaremos incomunicados quién sabe cuánto tiempo. Deja que me lo lleve a Visitar a mis padres una temporada. De todas maneras, ahora no tiene colegio. Matt, por favor —insistió, con la esperanza de hacerle entender que lo que decía tenía lógica.
—Brittany, vivimos en una zona muy segura.
—Segura? Nada es seguro, Matt. Hay soldados con ametralladoras en las calles y en los aparcamientos del Supermercado. Si ocurre algo dará igual dónde vivamos.
Nadie estará a salvo y tú no estarás aquí! —gritó Brittany, histérica.
—Brittany... —empezó él.
En ese momento, Clara entró en la habitación.
—Señor Pierce, la señora Lopez está al teléfono quiere hablar con usted. ¿Le digo que está en casa?
—Para la señora Lopez claro que estoy en casa. Lo cojo aquí. —Matt se acercó a una mesita y descolgó el telefono—. Hola, señora Lopez.
Brittany se rodeó con los brazos, como si quisiera protegerse de algo. Había conseguido dejar de pensar en Santana. Y ahora que creía que la había olvidado por completo, volvía a aparecer en su vida. Brittany le dio la espalda a Matt. Tenía que pensar en cómo sacar a Simón de Venezuela. No dejaba de repetirse que estaban todos ciegos. La tensión se percibía en las calles. Por mucho que Padrón intentara controlar a los estudiantes, éstos seguían manifestándose y, tarde o temprano los más atrevidos dispararían el primer tiro. Tenía que alejar a su hijo de aquella tierra de violencia. E iba hacerlo, le gustara a Matt o no. Ya encontraría la manera.
Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que, cuando dos brazos la rodearon y la abrazaron, se asustó y dio un salto. Se volvió al punto y se encontró cara a cara con la expresión de enfado de Matt.
—Qué mosca te ha picado? —le preguntó su marido, agarrándola de nuevo—. Sólo quería abrazarte.
—No —lo rechazó Brittany, mientras ponía algo de distancia entre ellos.
—¿Cuánto tiempo más va a durar esto, Brittany? Eres mi mujer. He intentado tener paciencia contigo —razonó, acercándose una vez más.
—No me encuentro bien, Matt. —Brittany .evitó su mirada.
—Hace tiempo que no te encuentras bien, Brittany. Si crees que voy a convertirme en un monje, estás muy equivocada. Más te vale encontrarte mejor esta noche —espetó.
Y salió de la habitación dando un portazo.
Matt la llamó después desde la oficina. Al parecer, algunos directivos habían sido invitados a pasar una semana en la Hacienda Virago, en el interior del país. La señora Lopez no solía invitar a gente a la hacienda, que no era una invitación que se pudiera rechazar. Nada más colgar el teléfono, Brittany cerró los ojos y apoyó la cabeza en la pared. Simón y ella no eran más que carne de cañón; Matt y Santana eran los que dominaban el cotarro. Y no tenía la menor intención de convertirse en carnaza para ellos.
Odiaba aquel lugar; cada día lo entendía menos. Era como si la violencia lo penetrara todo con su primitiva sensualidad. Todo estaba en peligro. Ella estaba en peligro.
Brittany no había vuelto a dormir con Matt desde su primera vez con Santana. Desde aquella noche, sólo de pensar en que la tocaran, fuera quien fuera, se le revolvía el estómago. Ni siquiera podía soportar la idea de que le pusieran la mano encima. Acabó convirtiéndose en una obsesión. Se despertaba en mitad de la noche empapada en sudor, tras soñar con manos que recorrían su cuerpo, y justo en el momento en el que iba a rendirse en ellas un rostro invadía su campo de visión: el de Santana Lopez. Llegó un punto en que Brittany evitaba estar en el mismo edificio que la otra mujer.
Hasta que, cómo no, tuvo que ocurrir. La noche de la gala de Copeco, Brittany se repitió hasta la saciedad que sería capaz de soportarlo. Miró a su alrededor y se las arregló para comportarse como a Matt le gustaba. En Otras palabras, interpretó su
papel. Mientras hablaba con Consuelo Betancourt, una de las pocas mujeres ejecutivas de Copeco, oyó de repente una voz que la llamaba: Mírame». Sus ojos encontraron los de Santana Lopez casi por instinto.
Su cuerpo sintió la llamada y ella no pudo resistirse. Fue hacia Santana, sin importarle nada más, aparte de la sangre que le bullía en sus venas. El ensordecedor latido de su propio corazón retumbó en sus oídos. Se descubrió a sí misma extendiendo la mano hacia Santana y se sorprendió cuando las palabras «Tengo que hablar contigo» salieron de su boca. Santana le dijo simplemente «Sí, ven conmigo» y ella la siguió.
Ambas sabían lo que la otra quería. Por primera vez en la vida, Brittany actuó por puro instinto. Al parecer, había cometido un error por el que pagaría durante el resto de su vida.
marcy3395***** - Mensajes : 255
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