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Mensaje por libe Jue Sep 05, 2013 2:26 pm

ahora si se vienen los problemas! besos
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Mensaje por naty_LOVE_GLEE Jue Sep 05, 2013 5:54 pm

POR DIOS!!!


AMO TU ADAPTACIÓN!!!


ME ENCANTA TENER CAPS PARA LEER!!! DE ESTA SAGA QUE ME ENCANTA Y CON MIS BRITTANA!! ES UNA BOMBA!!!


MUY PERO MUY ADICTIVO!!!!


GRACIAS POR SUBIRLA!!!


GRACIAS POR ACTUALIZAR SEGUIDO!!!!


TE AMO!!!!!!!!!! ME SACAS MUCHAS SONRISAS!!!!


SALUDOS!! NAT!
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Mensaje por micky morales Jue Sep 05, 2013 10:57 pm

de lo mejor, que mas podria decir!
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Mensaje por dianna agron 16 Sáb Sep 07, 2013 2:16 am



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EL PARTIDO


Apenas había comenzado a lloviznar cuando Santana dobló la esquina para entrar en mi calle. Hasta ese momento, no había albergado duda alguna de que me acompañaría las pocas horas de interludio hasta el partido que iba a pasar en el mundo real.

Entonces vi el coche negro, un Ford desvencijado, aparcado en el camino de entrada a la casa de Charlie, y oí a Santana mascullar algo ininteligible con voz sorda y áspera.

Sam Evans estaba de pie detrás de la silla de ruedas de su padre, al abrigo de la lluvia, debajo del estrecho saliente del porche. El rostro de Billy se mostraba tan impasible como la piedra mientras Santana aparcaba el monovolumen en el bordillo. Sam clavaba la mirada en el suelo, con expresión mortificada.

—Esto... —la voz baja de Santana sonaba furiosa—. Esto es pasarse de la raya.
— ¿Han venido a avisar a Charlie?
—aventuré, más horrorizada que enfadada.

Santana asintió con sequedad, respondiendo con los ojos entrecerrados a la mirada de Billy a través de la lluvia.

Se me aflojaron las piernas de alivio al saber que Charlie no había llegado aún.

—Déjame arreglarlo a mí —sugerí, ansiosa al ver la oscura mirada llena de odio de Santana.

Para mi sorpresa, estuvo de acuerdo.

—Quizás sea lo mejor, pero, de todos modos, ten cuidado. El chico no sabe nada.

Me molestó un poco la palabra «chico».

—Sam no es mucho más joven que yo —le recordé.

Entonces, me miró, y su ira desapareció repentinamente.

—Sí, ya lo sé —me aseguró con una amplia sonrisa.

Suspiré y puse la mano en la manija de la puerta.

—Haz que entren a la casa para que me pueda ir —ordenó—. Volveré hacia el atardecer.
— ¿Quieres llevarte el coche?
—pregunté mientras me cuestionaba cómo le iba a explicar su falta a Charlie.

Santana puso los ojos en blanco.

—Puedo llegar a casa mucho más rápido de lo que puede llevarme este coche.
—No tienes por qué irte
—dije con pena.

Sonrió al ver mi expresión abatida.

—He de hacerlo —lanzó a los Evans una mirada sombría—. Una vez que te libres de ellos, debes preparar a Charlie para presentarle a tu nuevo novia.

Esbozó una de sus amplias sonrisas que dejó entrever todos los dientes.

—Muchas gracias —refunfuñé.

Sonrió otra vez, pero con esa sonrisa traviesa que yo amaba tanto.

—Volveré pronto —me prometió.

Sus ojos volaron de nuevo al porche y entonces se inclinó para besarme rápidamente justo debajo del borde de la mandíbula. El corazón se me desbocó alocado y yo también eché una mirada al porche. El rostro de Billy ya no estaba tan impasible, y sus manos se aferraban a los brazos de la silla.

—Pronto —remarqué, al abrir la puerta y saltar hacia la lluvia.

Podía sentir sus ojos en mi espalda conforme me apresuraba hacia la tenue luz del porche.

—Hola, Billy. Hola, Sam —los saludé con todo el entusiasmo del que fui capaz—. Charlie se ha marchado para todo el día, espero que no llevéis esperándole mucho tiempo.
—No mucho
—contestó Billy con tono apagado; sus ojos negros me traspasaron—. Solo queríamos traerle esto —señaló la bolsa de papel marrón que llevaba en el regazo.
—Gracias —le dije, aunque no tenía idea de qué podía ser—. ¿Por qué no entráis un momento y os secáis?

Intenté mostrarme indiferente al intenso escrutinio de Billy mientras abría la puerta y les hacía señas para que me siguieran.

—Venga, dámelo —le ofrecí mientras me giraba para cerrar la puerta y echar una última mirada a Santana, que seguía a la espera, completamente inmóvil y con aspecto solemne.
—Deberías ponerlo en el frigorífico —comentó Billy mientras me tendía la bolsa—. Es pescado frito casero de Harry Clearwater, el favorito de Charlie. En el frigorífico estará más seco.

Billy se encogió de hombros.

Gracias —repetí, aunque ahora lo agradecía de corazón—. Ando en busca de nuevas recetas para el pescado y seguro que traerá más esta noche a casa.
— ¿Se ha ido de pesca otra vez?
—Preguntó Billy con un sutil destello en la mirada—. ¿Allí abajo, donde siempre? Quizá me acerque a saludarlo.
—No
—mentí rápidamente, endureciendo la expresión—. Se ha ido a un sitio nuevo..., y no tengo ni idea de dónde está.

Se percató del cambio operado en mi expresión y se quedó pensativo.

—Sam —dijo sin dejar de observarme—. ¿Por qué no vas al coche y traes el nuevo cuadro de Rebecca? Se lo dejaré a Charlie también.
— ¿Dónde está?
—preguntó Sam, con voz malhumorada.

Lo miré, pero tenía la vista fija en el suelo, con gesto contrariado.

—Creo haberlo visto en el maletero, a lo mejor tienes que rebuscar un poco.

Sam se encaminó hacia la lluvia arrastrando los pies.

Billy y yo nos encaramos en silencio. Después de unos segundos, el silencio se hizo embarazoso, por lo que me dirigí hacia la cocina. Oí el chirrido de las ruedas mojadas de su silla mientras me seguía.

Empujé la bolsa dentro del estante más alto del frigorífico, ya atestado, y me di la vuelta para hacerle frente. Su rostro de rasgos marcados era inescrutable.

—Charlie no va a volver hasta dentro de un buen rato —espeté con tono casi grosero.

Billy asintió con la cabeza, pero no dijo nada.

—Gracias otra vez por el pescado frito —repetí.

Continuó asintiendo, yo suspiré y crucé los brazos sobre el pecho. Pareció darse cuenta de que yo había dado por finalizada nuestra pequeña charla.

—Britt —comenzó, y luego dudó.

Esperé.

—Britt —volvió a decir—, Charlie es uno de mis mejores amigos.
—Sí.
—Me he dado cuenta de que estás con una Cullen.


Pronunció cada palabra cuidadosamente, con su voz resonante.

—Sí —repetí de manera cortante.

Sus ojos se achicaron.

—Quizás no sea asunto mío, pero no creo que sea una buena idea.
—Llevas razón, no es asunto tuyo.


Arqueó las cejas, que ya empezaban a encanecer.

—Tal vez lo ignores, pero la familia Cullen goza de mala reputación en la reserva.
—La verdad es que estaba al tanto
—le expliqué con voz seca; aquello le sorprendió—. Sin embargo, esa reputación podría ser inmerecida, ¿no? Que yo sepa, los Cullen nunca han puesto el pie en la reserva, ¿o sí?

Me percaté de que se detenía en seco ante la escasa sutileza de mi alusión al acuerdo que vinculaba y protegía a su tribu.

—Es cierto —admitió, mirándome con prevención—. Pareces, bien informada sobre los Cullen, más de lo que esperaba.
—Quizás incluso más que tú
—dije, mirándole desde mi altura.

Frunció los gruesos labios mientras lo encajaba.

—Podría ser —concedió, aunque un brillo de astucia iluminaba sus ojos—. ¿Está Charlie tan bien informado?

Había encontrado el punto débil de mi defensa.

—A Charlie le gustan mucho los Cullen —me salí por la tangente, y él percibió con claridad mi movimiento evasivo. No parecía muy satisfecho, pero tampoco sorprendido.
—O sea, que no es asunto mío, pero quizás sí de Charlie.
—Si creo que incumbe o no a mi padre, también es sólo asunto mío. ¿De acuerdo?


Me pregunté si habría captado la idea a pesar de mis esfuerzos por embarullarlo todo y no decir nada comprometedor. Parecía que sí. La lluvia repiqueteaba sobre el tejado, era el único sonido que rompía el silencio mientras Billy reflexionaba sobre el tema.

—Sí —se rindió finalmente—. Imagino que es asunto tuyo.
—Gracias, Billy
—suspiré aliviada.
—Piensa bien lo que haces, Britt —me urgió.
—Vale —respondí con rapidez.

Volvió a fruncir el ceño.

—Lo que quería decir es que dejaras de hacer lo que haces.

Le miré a los ojos, llenos de sincera preocupación por mí, y no se me ocurrió ninguna contestación. En ese preciso momento, la puerta se abrió de un fuerte golpe y me sobresalté con el ruido.

A Sam le precedió su voz quejumbrosa:

—No había ninguna pintura en el coche.

Apareció por la esquina de la cocina con los hombros mojados por la lluvia y el cabello chorreante.
—Humm —gruñó Billy, separándose de mí súbitamente y girando la silla para encarar a su hijo—. Supongo que me lo dejé en casa.
—Estupendo.


Sam levantó los ojos al cielo de forma teatral.

—Bueno, Britt, dile a Charlie... —Billy se detuvo antes de continuar—, que hemos pasado por aquí, ¿sí?
—Lo haré
—murmuré.

Sam estaba sorprendido.

— ¿Pero nos vamos ya?
—Charlie va a llegar tarde
—explicó Billy al tiempo que hacía rodar las ruedas de la silla y sobrepasaba a Sam.
—Vaya —Sam parecía molesto—. Bueno, entonces supongo que ya te veré otro día, Britt.
—Claro
—afirmé.
—Ten cuidado —me advirtió Billy; no le contesté.

Sam ayudó a su padre a salir por la puerta. Les despedí con un ligero movimiento del brazo mientras contemplaba mi coche, ahora vacío, con atención. Cerré la puerta antes de que desaparecieran de mi vista.

Permanecí de pie en la entrada durante un minuto, escuchando el sonido del coche mientras daba marcha atrás y se alejaba. Me quedé allí, a la espera de que se me pasaran la irritación y la angustia. Cuando al fin conseguí relajarme un poco, subí las escaleras para cambiarme la elegante ropa que me había puesto para salir.

Me probé un par de tops, no muy segura de qué debía esperar de esta noche. Estaba tan concentrada en lo que ocurriría que lo que acababa de suceder perdió todo interés para mí. Ahora que me encontraba lejos de la influencia de Quinn y Santana intenté convencerme de que lo que había pasado no me debía asustar. Deseché rápidamente la idea de ponerme otro conjunto y elegí una vieja camisa de franela y unos vaqueros, ya que, de todos modos, llevaría puesto el impermeable toda la noche.

Sonó el teléfono y eché a correr escaleras abajo para responder. Sólo había una voz que quería oír; cualquier otra me molestaría. Pero imaginé que si ella hubiera querido hablar conmigo, probablemente sólo habría tenido que materializarse en mi habitación.

— ¿Diga? —pregunté sin aliento.
— ¿Britt? Soy yo —dijo Sugar.
—Ah, hola, Su —luché durante unos momentos para descender de nuevo a la realidad. Me parecía que habían pasado meses en vez de días desde la última vez que hablé con ella—. ¿Qué tal te fue en el baile?
— ¡Me lo pasé genial!
—parloteó Sugar, que, sin necesidad de más invitación, se embarcó en una descripción pormenorizada de la noche pasada. Murmuré unos cuantos «humm» y «ah» en los momentos adecuados, pero me costaba concentrarme. Sugar, Artie, el baile y el instituto se me antojaban extrañamente irrelevantes en esos momentos. Mis ojos volvían una y otra vez hacia la ventana, intentando juzgar el grado de luz real a través de las nubes espesas.
— ¿Has oído lo que te he dicho, Britt? —me preguntó Sugar, irritada.
—Lo siento, ¿qué?
— ¡Te he dicho que Artie me besó! ¿Te lo puedes creer?
—Eso es estupendo, Sugar.
— ¿Y qué hiciste tú ayer?
—me desafió Sugar, todavía molesta por mi falta de atención. O quizás estaba enfadada porque no le había preguntado por los detalles.
—No mucho, la verdad. Sólo di un garbeo por ahí para disfrutar del sol.

Oí entrar el coche de Charlie en el garaje.

—Oye, ¿y has sabido algo de Sanatana Cullen?

La puerta principal se cerró de un portazo y escuché a Charlie avanzar dando tropezones cerca de las escaleras, mientras guardaba el aparejo de pesca.

—Humm —dudé, sin saber qué más contarle.
— ¡Hola, cielo!, ¿estás ahí? —me saludó Charlie al entrar en la cocina. Le devolví el saludo por señas.


Sugar oyó su voz.

—Ah, vaya, ha llegado tu padre. No importa, hablamos mañana. Nos vemos en Trigonometría.
—Nos vemos, Su
—le respondí y luego colgué.
—Hola, papá —dije mientras él se lavaba las manos en el fregadero—. ¿Qué tal te ha ido la pesca?
—Bien, he metido el pescado en el congelador.
—Voy a sacar un poco antes de que se congele. Billy trajo pescado frito del de Harry Clearwater esta tarde
—hice un esfuerzo por sonar alegre.
—Ah, ¿eso hizo? —los ojos de Charlie se iluminaron—. Es mi favorito.

Se lavó mientras yo preparaba la cena. No tardamos mucho en sentarnos a la mesa y cenar en silencio. Charlie disfrutaba de su comida, y entretanto yo me preguntaba desesperadamente cómo cumplir mi misión, esforzándome por hallar la manera de abordar el tema.

— ¿Qué has hecho hoy? —me preguntó, sacándome bruscamente de mi ensoñación.
—Bueno, esta tarde anduve de aquí para allá por la casa —en realidad, sólo había sido la última parte de la tarde. Intenté mantener mi voz animada, pero sentía un vacío en el estómago—. Y esta mañana me pasé por casa de los Cullen.

Charlie dejó caer el tenedor.

— ¿La casa del doctor Cullen? —inquirió atónito.

Hice como que no me había dado cuenta de su reacción.

— ¿A qué fuiste allí? Aún no había levantado su tenedor.
—Bueno, tenía una especie de cita con Santana Cullen esta noche, y ella quería presentarme a sus padres... ¿Papá? - Parecía como si Charlie estuviera sufriendo un aneurisma. —Papá, ¿estás bien?
—Estás saliendo con Santana Cullen —tronó.
—Pensaba que te gustaban los Cullen.
—Es una chica, bueno no creo que eso sea problema, pero no es demasiado mayor para ti
—empezó a despotricar.
—Si una chica, no le veo mayor problema, a demás, las dos vamos al instituto —le corregí, aunque desde luego llevaba más razón de la que hubiera podido soñar.
—Espera... —hizo una pausa—. ¿Cuál de ellas es Samantha?
—Santana es la más joven, la de pelo largo obscuro.

La mas hermosa, la más divina..., pensé en mi fuero interno.

—Ah, ya, eso está... —se debatía— mejor. No me gusta la pinta de la rubia de pelo corto. Seguro que es una buena chica y todo eso, pero parece demasiado... madura para ti. ¿Y esta Samanthe es tu novia?
—Se llama Santana, papá.
— ¿Y lo es?
—Algo así, supongo.
—Pues la otra noche me dijiste que no te interesaba ninguna persona del pueblo
—al verle tomar de nuevo el tenedor empecé a pensar que había pasado lo peor.
—Bueno, Santana no vive en el pueblo, papá.

Me miró con displicencia mientras masticaba.

—Y de todos modos —continué—, estamos empezando todavía, ya sabes. No me hagas pasar un mal rato con todo ese sermón sobre novias y tal, ¿vale?
— ¿Cuándo vendrá a recogerte?
—Llegará dentro de unos minutos.
— ¿Adonde te va a llevar?
—Espero que te vayas olvidando ya de comportarte como un inquisidor, ¿vale?
—Gruñí en voz alta—. Vamos a jugar al béisbol con su familia.

Arrugó la cara y luego, finalmente, rompió a reír entre dientes.

— ¿Que tú vas a jugar al béisbol?
—Bueno, más bien creo que voy a mirar la mayor parte del tiempo.
—Pues sí que tiene que gustarte esa chica
—comentó mientras me miraba con gesto de sospecha.

Suspiré y puse los ojos en blanco para que me dejara en paz.

Escuché el rugido de un motor, y luego lo sentí detenerse justo en frente de la casa. Pegué un salto en la silla y empecé a fregar los platos.

—Deja los platos, ya los lavaré yo luego. Me tienes demasiado mimado.

Sonó el timbre y Charlie se dirigió a abrir la puerta; le seguí a un paso.

No me había dado cuenta de que fuera llovía. Santana estaba de pie, aureolada por la luz del porche, con el mismo aspecto de una modelo en un anuncio de impermeables.

—Entra, Santana.

Respiré aliviada al ver que Charlie no se había equivocado con el nombre.

—Gracias, jefe Pierce —dijo ella con voz respetuosa.
—Entra y llámame Charlie. Ven, dame la cazadora.
—Gracias, señor.
—Siéntate aquí, Santana.


Hice una mueca.

Santana se sentó con un ágil movimiento en la única silla que había, obligándome a sentarme al lado del jefe Pierce en el sofá. Le lancé una mirada envenenada y ella me guiñó un ojo a espaldas de Charlie.

—Tengo entendido que vas a llevar a mi niña a ver un partido de béisbol.

El que llueva a cántaros y esto no sea ningún impedimento para hacer deporte al aire libre sólo ocurre aquí, en Washington.

—Sí, señor, ésa es la idea —no pareció sorprendida de que le hubiera contado a mi padre la verdad. Aunque también podría haber estado escuchando, claro.
—Bueno, eso es llevarla a tu terreno, supongo ¿no?

Charlie rió y Santana se unió a ella.

—Estupendo —me levanté—. Ya basta de bromitas a mi costa. Vamonos.

Volví al recibidor y me puse la cazadora. Santana y Charlie me siguieron.

—No vuelvas demasiado tarde, Britt.
—No se preocupe Charlie, la traeré temprano —prometió Santana.
—Cuidarás de mi niña, ¿verdad?

Refunfuñé, pero me ignoraron.

—Le prometo que estará a salvo conmigo, señor.

Charlie no pudo cuestionar la sinceridad de Santana, ya que cada palabra quedaba impregnada de ella.

Salí enfadada. Y Santana me siguió.

Me paré en seco en el porche. Allí, detrás de mi coche, había un Jeep gigantesco. Las llantas me llegaban por encima de la cintura, protectores metálicos recubrían las luces traseras y delanteras, además de llevar cuatro enormes faros antiniebla sujetos al guardabarros. El techo era de color rojo brillante.

Charlie dejó escapar un silbido por lo bajo.

—Poneos los cinturones —advirtió.

Sanatana me siguió hasta la puerta del copiloto y la abrió. Calculé la distancia hasta el asiento y me preparé para saltar. Santana suspiró y me alzó con una sola mano. Esperaba que Charlie no se hubiera dado cuenta.

Mientras regresaba al lado del conductor, a un paso normal, humano, intenté ponerme el cinturón, pero había demasiadas hebillas.

— ¿Qué es todo esto? —le pregunté cuando abrió la puerta.
—Un arnés para conducir campo a traviesa.
—Oh, oh.


Intenté encontrar los sitios donde se tenían que enganchar todas aquellas hebillas, pero iba demasiado despacio. Santana volvió a suspirar y se puso a ayudarme. Me alegraba de que la lluvia fuera tan espesa como para que Charlie no pudiera ver nada con claridad desde el porche. Eso quería decir que no estaba dándose cuenta de cómo las manos de Santana se deslizaban por mi cuello, acariciando mi nuca. Dejé de intentar ayudarle y me concentré en no hiperventilar.

Santana giró la llave y el motor arrancó; al fin nos alejamos de la casa.

—Esto es... humm... ¡Vaya pedazo de Jeep que tienes!
—Es de Puck. Supuse que no te apetecería correr todo el camino.
— ¿Dónde guardáis este tanque?
—Hemos remodelado uno de los edificios exteriores para convertirlo en garaje.
— ¿No te vas a poner el cinturón?


Me lanzó una mirada incrédula.

Entonces caí en la cuenta del significado de sus palabras.

— ¿Correr todo el camino? O sea, ¿que una parte sí la vamos a hacer corriendo?

Mi voz se elevó varias octavas y ella sonrió ampliamente.

—No serás tú quien corra.
—Me voy a marear.
—Si cierras los ojos, seguro que estarás bien.


Me mordí el labio, intentando luchar contra el pánico.

Se inclinó para besarme la coronilla y entonces gimió. La miré sorprendida.

—Hueles deliciosamente a lluvia —comentó.
—Pero, ¿bien o mal? —pregunté con precaución.
—De las dos maneras —suspiró—. Siempre de las dos maneras.

Entre la penumbra y el diluvio, no sé cómo encontró el camino, pero de algún modo llegamos a una carretera secundaria, con más aspecto de un camino forestal que de carretera. La conversación resultó imposible durante un buen rato, dado que yo iba rebotando arriba y abajo en el asiento como un martillo pilón. Sin embargo, Santana parecía disfrutar del paseo, ya que no dejó de sonreír en ningún momento.

Y entonces fue cuando llegamos al final de la carretera; los árboles formaban grandes muros verdes en tres de los cuatro costados del Jeep. La lluvia se había convertido en llovizna poco a poco y el cielo brillante asomaba entre las nubes.

—Lo siento, Britt, pero desde aquí tenemos que ir a pie.
— ¿Sabes qué? Que casi mejor te espero aquí.
—Pero ¿qué le ha pasado a tu coraje? Estuviste estupenda esta mañana.
—Todavía no se me ha olvidado la última vez.


Parecía increíble que aquello sólo hubiera sucedido ayer. Se acercó tan rápidamente a mi lado del coche que apenas pude apreciar una imagen borrosa. Empezó a desatarme el arnés.

—Ya los suelto yo; tú, vete —protesté en vano.
—Humm... —parecía meditar mientras terminaba rápidamente—. Me parece que voy a tener que forzar un poco la memoria.

Antes de que pudiera reaccionar, me sacó del Jeep y me puso de pie en el suelo. Había ahora apenas un poco de niebla; parecía que Rachel iba a tener razón.

— ¿Forzar mi memoria? ¿Cómo? —pregunté nerviosamente.
—Algo como esto —me miró intensamente, pero con cautela, aunque había una chispa de humor en el fondo de sus ojos.

Apoyó las manos sobre el Jeep, una a cada lado de mi cabeza, y se inclinó, obligándome a permanecer aplastada contra la puerta. Se inclinó más aún, con el rostro a escasos centímetros del mío, sin espacio para escaparme.

—Ahora, dime —respiró y fue entonces cuando su efluvio desorganizó todos mis procesos mentales—, ¿qué es exactamente lo que te preocupa?
—Esto, bueno... estamparme contra un árbol y morir
—tragué saliva—. Ah, y marearme.

Reprimió una sonrisa. Luego, inclinó la cabeza y rozó suavemente con sus fríos labios el hueco en la base de mi garganta.

— ¿Sigues preocupada? —murmuró contra mi piel.
— ¿Sí? —luché para concentrarme—. Me preocupa terminar estampada en los árboles y el mareo.

Su nariz trazó una línea sobre la piel de mi garganta hasta el borde de la barbilla. Su aliento frío me cosquilleaba la piel.

— ¿Y ahora? —susurraron sus labios contra mi mandíbula.
—Árboles —aspiré aire—. Movimiento, mareo.

Levantó la cabeza para besarme los párpados.

—Britt, en realidad, no crees que te vayas a estampar contra un árbol, ¿a que no?
—No, aunque podría
—repuse sin mucha confianza. Ella ya olía una victoria fácil.

Me besó, descendiendo despacio por la mejilla hasta detenerse en la comisura de mis labios.

— ¿Crees que dejaría que te hiriera un árbol?

Sus labios rozaron levemente mi tembloroso labio inferior.

—No —respiré. Tenía que haber en mi defensa algo eficaz, pero no conseguía recordarlo.
—Ya ves —sus labios entreabiertos se movían contra los míos—. No hay nada de lo que tengas que asustarte, ¿a que no?
—No
—suspiré, rindiéndome.

Entonces tomó mi cara entre sus manos, casi con rudeza y me besó en serio, moviendo sus labios insistentes contra los míos.

Realmente no había excusa para mi comportamiento. Ahora lo veo más claro, como es lógico. De cualquier modo, parecía que no podía dejar de comportarme exactamente como lo hice la primera vez. En vez de quedarme quieta, a salvo, mis brazos se alzaron para enroscarse apretadamente alrededor de su cuello y me quedé de pronto soldada a su cuerpo, duro como la piedra. Suspiré y mis labios se entreabrieron.

Se tambaleó hacia atrás, deshaciendo mi abrazo sin esfuerzo.

— ¡Maldita sea, Britt! —se desasió jadeando—. ¡Eres mi perdición, te juro que lo eres!

Me acuclillé, rodeándome las rodillas con los brazos, buscando apoyo.

—Eres indestructible —mascullé, intentando recuperar el aliento.
—Eso creía antes de conocerte. Ahora será mejor que salgamos de aquí rápido antes de que cometa alguna estupidez de verdad —gruñó.

Me arrojó sobre su espalda como hizo la otra vez y vi el tremendo esfuerzo que hacía para comportarse dulcemente. Enrosqué mis piernas en su cintura y busqué seguridad al sujetarme a su cuello con un abrazo casi estrangulador.

—No te olvides de cerrar los ojos —me advirtió severamente.

Hundí la cabeza entre sus omóplatos, por debajo de mi brazo, y cerré con fuerza los ojos.

No podía decir realmente si nos movíamos o no. Sentía la sensación del vuelo a lo largo de mi cuerpo, pero el movimiento era tan suave que igual hubiéramos podido estar dando un paseo por la acera. Estuve tentada de echar un vistazo, sólo para comprobar si estábamos volando de verdad a través del bosque igual que antes, pero me resistí. No merecía la pena ganarme un mareo tremendo. Me contenté con sentir su respiración acompasada.

No estuve segura de que habíamos parado de verdad hasta que alzó el brazo hacia atrás y me tocó el pelo.

—Ya pasó, Britt.

Me atreví a abrir los ojos y era cierto, ya nos habíamos detenido. Medio entumecida, deshice la presa estranguladora sobre su cuerpo y me deslicé al suelo, cayéndome de espaldas.

— ¡Ay! —grité enfadada cuando me golpeé contra el suelo mojado.

Me miró sorprendida; era obvio que no estaba totalmente segura de si podía reírse a mi costa en esa situación, pero mi expresión desconcertada venció sus reticencias y rompió a reír a mandíbula batiente.

Me levanté, ignorándola, y me puse a limpiar de barro y ramitas la parte posterior de mi chaqueta. Eso sólo sirvió para que se riera aún más. Enfadada, empecé a andar a zancadas hacia el bosque.

Sentí su brazo alrededor de mi cintura.

— ¿Adonde vas, Britt?
—A ver un partido de béisbol. Ya que tú no pareces interesada en jugar, voy a asegurarme de que los demás se divierten sin ti.
—Pero si no es por ahí...
;

Me di la vuelta sin mirarla, y seguí andando a zancadas en la dirección opuesta. Me atrapó de nuevo.

—No te enfades, no he podido evitarlo. Deberías haberte visto la cara —se reía entre dientes, otra vez sin poder contenerse.
—Ah claro, aquí tú eres la única que se puede enfadar, ¿no? —le pregunté, arqueando las cejas.
—No estaba enfadada contigo.
— ¿«Britt, eres mi perdición»?
—cité amargamente.
—Eso fue simplemente la constatación de un hecho.

Intenté revolverme y alejarme de ella una vez más, pero me sujetó rápido.

—Te habías enfadado —insistí.
—Sí.
—Pero si acabas de decir...
—No estaba enfadada contigo, Britt, ¿es que no te das cuenta?
—Se había puesto seria de pronto, desapareciendo del todo cualquier amago de broma en su expresión—. ¿Es que no lo entiendes?
— ¿Entender el qué?
—le exigí, confundida por su rápido cambio de humor, tanto como por sus palabras.
—Nunca podría enfadarme contigo, ¿cómo podría? Eres tan valiente, tan leal, tan... cálida.
—Entonces, ¿por qué? —susurré, recordando los duros modales con los que me había rechazado, que no había podido interpretar salvo como una frustración muy clara, frustración por mi debilidad, mi lentitud, mis desordenadas reacciones humanas...

Me puso las manos cuidadosamente a ambos lados de la cara.

—Estaba furiosa conmigo misma —dijo dulcemente—. Por la manera en que no dejo de ponerte en peligro. Mi propia existencia ya supone un peligro para ti. Algunas veces, de verdad que me odio a mí misma. Debería ser más fuerte, debería ser capaz de...

Le tapé la boca con la mano.

—No lo digas.

Me tomó de la mano, alejándola de los labios, pero manteniéndola contra su cara.

—Te quiero —dijo—. Es una excusa muy pobre para todo lo que te hago pasar, pero es la pura verdad.

Era la primera vez que me decía que me quería, al menos con tantas palabras. Tal vez no se hubiera dado cuenta, pero yo ya lo creo que sí.

—Ahora, intenta cuidarte, ¿vale? —continuó y se inclinó para rozar suavemente sus labios contra los míos.

Me quedé quieta, mostrando dignidad. Entonces, suspiré.

—Le prometiste al jefe Pierce que me llevarías a casa temprano, ¿recuerdas? Así que será mejor que nos pongamos en marcha.
—Sí, señorita.


Sonrió melancólicamente y me soltó, aunque se quedó con una de mis manos. Me llevó unos cuantos metros más adelante, a través de altos helechos mojados y musgos que cubrían un enorme abeto, y de pronto nos encontramos allí, al borde de un inmenso campo abierto en la ladera de los montes Olympic. Tenía dos veces el tamaño de un estadio de béisbol.

Allí vi a todos los demás; Emma, Puck y Kitty, sentados en una lisa roca salediza, eran los que se hallaban más cerca de nosotras, a unos cien metros. Aún más lejos, a unos cuatrocientos metros, se veía a Quinn y Rachel, que parecían lanzarse algo la una a la otra, aunque no vi la bola en ningún momento. Parecía que William estuviera marcando las bases, pero ¿realmente podía estar poniéndolas tan separadas unas de otras?

Los tres que se encontraban sobre la roca se levantaron cuando estuvimos a la vista. Emma se acercó hacia nosotros y Puck la siguió después de echar una larga ojeada a la espalda de Kitty, que se había levantado con gracia y avanzaba a grandes pasos hacia el campo sin mirar en nuestra dirección. En respuesta, mi estómago se agitó incómodo.

— ¿Es a ti a quien hemos oído, Santana? —preguntó Emma conforme se acercaba.
—Sonaba como si se estuviera ahogando un oso —aclaró Puck.

Sonreí tímidamente a Emma.

—Era ella.
—Sin querer, Britt resultaba muy cómica en ese momento
—explicó rápido Santana, intentando apuntarse el tanto.

Rachel había abandonado su posición y corría, o más bien se podría decir que danzaba, hacia nosotros. Avanzó a toda velocidad para detenerse con gran desenvoltura a nuestro lado.

—Es la hora —anunció.

El hondo estruendo de un trueno sacudió el bosque de en frente apenas hubo terminado de hablar. A continuación retumbó hacia el oeste, en dirección a la ciudad.

—Raro, ¿a que sí? —dijo Puck con un guiño, como si nos conociéramos de toda la vida.
—Venga, vamos...

Rachel tomó a Puck de la mano y desaparecieron como flechas en dirección al gigantesco campo.

Ella corría como una gacela; él, lejos de ser tan grácil, sin embargo le igualaba en velocidad, aunque nunca se le podría comparar con una gacela.

— ¿Te apetece jugar una bola? —me preguntó Santana con los ojos brillantes, deseoso de participar.

Yo intenté sonar apropiadamente entusiasta.

— ¡Ve con los demás!

Rió por lo bajo, y después de revolverme el pelo, dio un gran salto para reunirse con los otros dos. Su forma de correr era más agresiva, más parecida a la de un guepardo que a la de una gacela, por lo que pronto les dio alcance. Su exhibición de gracia y poder me cortó el aliento.

— ¿Bajamos? —inquirió Emma con voz suave y melodiosa.

En ese instante, me di cuenta de que la estaba mirando boquiabierta. Rápidamente controlé mi expresión y asentí. Emma estaba a un metro escaso de mí y me pregunté si seguía actuando con cuidado para no asustarme. Acompasó su paso al mío, sin impacientarse por mi ritmo lento.

— ¿No vas a jugar con ellos? —le pregunté con timidez.
—No, prefiero arbitrar; alguien debe evitar que hagan trampas y a mí me gusta —me explicó.
—Entonces, ¿les gusta hacer trampas?
—Oh, ya lo creo que sí, ¡tendrías que oír sus explicaciones! Bueno, espero que no sea así, de lo contrario pensarías que se han criado en una manada de lobos.
—Te pareces a mi madre
—reí, sorprendida, y ella se unió a mis risas.
—Bueno, me gusta pensar en ellos como si fueran hijos míos, en más de un sentido. Me cuesta mucho controlar mis instintos maternales. ¿No te contó Santana que había perdido un bebé?
—No
—murmuré aturdida, esforzándome por comprender a qué periodo de su vida se estaría refiriendo.
—Sí, mi primer y único hijo murió a los pocos días de haber nacido, mi pobre cosita —suspiró—. Me rompió el corazón y por eso me arrojé por el acantilado, como ya sabrás —añadió con toda naturalidad.
—Santana sólo me dijo que te caíste —tartamudeé.
—Ah. Santana, siempre tan linda —esbozó una sonrisa—. Santana fue la primera de mis nuevos hijos. Siempre pienso en ella de ese modo, incluso aunque, en cierto modo, sea mayor que yo —me sonrió cálidamente—. Por eso me alegra tanto que te haya encontrado, corazón —aquellas cariñosas palabras sonaron muy naturales en sus labios—. Ha sido un bicho raro durante demasiado tiempo; me dolía verla tan sola.
—Entonces, ¿no te importa? —Pregunté, dubitativa otra vez—. ¿Que yo no sea... buena para ella?
—No
—se quedó pensativa—. Tú eres lo que ella quiere. No sé cómo, pero esto va a salir bien —me aseguró, aunque su frente estaba fruncida por la preocupación. Se oyó el estruendo de otro trueno.

En ese momento, Emma se detuvo. Por lo visto, habíamos llegado a los límites del campo. Al parecer, ya se habían formado los equipos. Santana estaba en la parte izquierda del campo, bastante lejos; William se encontraba entre la primera y la segunda base, y Rachel tenía la bola en su poder, en lo que debía ser la base de lanzamiento.

Puck hacía girar un bate de aluminio, sólo perceptible por su sonido silbante, ya que era casi imposible seguir su trayectoria en el aire con la vista. Esperaba que se acercara a la base de meta, pero ya estaba allí, a una distancia inconcebible de la base de lanzamiento, adoptando la postura de bateo para cuando me quise dar cuenta. Quinn se situó detrás, a un metro escaso, para atrapar la bola para el otro equipo. Como era de esperar, ninguno llevaba guantes.

—De acuerdo —Emma habló con voz clara, y supe que Santana la había oído a pesar de estar muy alejada—, batea.

Rachel permanecía erguida, aparentemente inmóvil. Su estilo parecía que estaba más cerca de la astucia, de lo furtivo, que de una técnica de lanzamiento intimidatorio. Sujetó la bola con ambas manos cerca de su cintura; luego, su brazo derecho se movió como el ataque de una cobra y la bola impactó en la mano de Quinn.

— ¿Ha sido un strike? —le pregunté a Emma.
—Si no la golpean, es un strike —me contestó.

Quinn lanzó de nuevo la bola a la mano de Rachel, que se permitió una gran sonrisa antes de estirar el brazo para efectuar otro nuevo lanzamiento.

Esta vez el bate consiguió, sin saber muy bien cómo, golpear la bola invisible. El chasquido del impacto fue tremendo, atronador. Entendí con claridad la razón por la que necesitaban una tormenta para jugar cuando las montañas devolvieron el eco del golpe.

La bola sobrevoló el campo como un meteorito para irse a perder en lo profundo del bosque circundante.

—Carrera completa —murmuré.
—Espera —dijo Emma con cautela, escuchando atenta y con la mano alzada.

Puck era una figura borrosa que corría de una base a otra y William, la sombra que lo seguía. Me di cuenta de que Satana no estaba.

— ¡Out!—cantó Emma con su voz clara.

Contemplé con incredulidad cómo Santana saltaba desde la linde del bosque con la bola en la mano alzada. Incluso yo pude ver su brillante sonrisa.

—Puck será el que batea más fuerte —me explicó Emma—, pero Santana corre al menos igual de rápido.

Las entradas se sucedieron ante mis ojos incrédulos. Era imposible mantener contacto visual con la bola teniendo en cuenta la velocidad a la que volaba y el ritmo al que se movían alrededor del campo los corredores de base.

Comprendí el otro motivo por el cual esperaban a que hubiera una tormenta para jugar cuando Quinn bateó una roleta, una de esas pelotas que van rodando por el suelo, hacia la posición de William en un intento de evitar la infalible defensa de Santana.

William corrió a por la bola y luego se lanzó en pos de Quinn, que iba disparados hacia la primera base. Cuando chocaron, el sonido fue como el de la colisión de dos enormes masas de roca. Preocupada, me incorporé de un salto para ver lo sucedido, pero habían resultado ilesos.

—Están bien —anunció Emma con voz tranquila.

El equipo de Puck iba una carrera por delante. Kitty se las apañó para revolotear sobre las bases después de aprovechar uno de los larguísimos lanzamientos de Puck, cuando Santana consiguió el tercer out. Se acercó de un salto hasta donde estaba yo, chispeante de entusiasmo.

— ¿Qué te parece? —inquirió.
—Una cosa es segura: no volveré a sentarme otra vez a ver esa vieja y aburrida Liga Nacional de Béisbol.
—Ya, suena como si lo hubieras hecho antes muchas veces
—replicó Santana entre risas.
—Pero estoy un poco decepcionada —bromeé.
— ¿Por qué? —me preguntó, intrigada.
—Bueno, sería estupendo encontrar una sola cosa que no hagas mejor que cualquier otra persona en este planeta.

Esa sonrisa torcida suya relampagueó en su rostro durante un momento, dejándome sin aliento.

—Ya voy —dijo al tiempo que se encaminaba hacia la base del bateador.

Jugó con mucha astucia al optar por una bola baja, fuera del alcance de la excepcionalmente rápida mano de Kitty, que defendía en la parte exterior del campo, y, veloz como el rayo, ganó dos bases antes de que Puck pudiera volver a poner la bola en juego. Wiliam golpeó una tan lejos fuera del campo —con un estruendo que me hirió los oídos—, que Santana y él completaron la carrera. Rachel chocó delicadamente las palmas con ellos.

El tanteo cambiaba continuamente conforme avanzaba el partido y se gastaban bromas unos a otros como otros jugadores callejeros al ir pasando todos por la primera posición. De vez en cuando, Emma tenía que llamarles la atención. Otro trueno retumbó, pero seguíamos sin mojarnos, tal y como había predicho Rachel.

William estaba a punto de batear con Santana como receptora cuando Rachel, de pronto, profirió un grito sofocado que sonó muy fuerte. Yo miraba a Santana, como siempre, y entonces la vi darse la vuelta para mirarla. Las miradas de ambas se encontraron y en un instante circuló entre ellas un flujo misterioso. Santana ya estaba a mi lado antes de que los demás pudieran preguntar a Rachel qué iba mal.

— ¿Rach? —preguntó Emma con voz tensa.
—No lo he visto con claridad, no podría deciros... —susurró ella.

Para entonces ya se habían reunido todos.

— ¿Qué pasa, Rachel? —le preguntó William a su vez con voz tranquila, cargada de autoridad.
—Viajan mucho más rápido de lo que pensaba. Creo que me he equivocado en eso —murmuró.

Quinn se inclinó sobre ella con ademán protector.

— ¿Qué es lo que ha cambiado? —le preguntó.
—Nos han oído jugar y han cambiado de dirección —señaló, contrita, como si se sintiera responsable de lo que fuera que la había asustado.

Siete pares de rápidos ojos se posaron en mi cara de forma fugaz y se apartaron.

— ¿Cuánto tardarán en llegar? —inquirió William, volviéndose hacia Santana.

Una mirada de intensa concentración cruzó por su rostro y respondió con gesto contrariado:

—Menos de cinco minutos. Vienen corriendo, quieren jugar.
— ¿Puedes hacerlo?
—le preguntó William, mientras sus ojos se posaban sobre mí brevemente.
—No, con carga, no —resumió ella—. Además, lo que menos necesitamos es que capten el olor y comiencen la caza.
— ¿Cuántos son?
—preguntó Puck a Rachel.
—Tres —contestó con laconismo.
— ¡Tres! —exclamó Puck con tono de mofa. Flexionó los músculos de acero de sus imponentes brazos—. Dejadlos que vengan.

William lo consideró durante una fracción de segundo que pareció más larga de lo que fue en realidad. Sólo Puck parecía impasible; el resto miraba fijamente el rostro de William con los ojos llenos de ansiedad.

—Nos limitaremos a seguir jugando —anunció finalmente William con tono frío y desapasionado—. Rachel dijo que sólo sentían curiosidad.

Pronunció las dos frases en un torrente de palabras que duró unos segundos escasos. Escuché con atención y conseguí captar la mayor parte, aunque no conseguí oír lo que Emma le estaba preguntando en este momento a Santana con una vibración silenciosa de sus labios. Sólo atisbé la imperceptible negativa de cabeza por parte de Santana y el alivio en las facciones de Emma.

—Intenta atrapar tú la bola, Emma. Yo me encargo de prepararla —y se plantó delante de mí.

Los otros volvieron al campo, barriendo recelosos el bosque oscuro con su mirada aguda. Rachel y Emma parecían intentar orientarse alrededor de donde yo me encontraba.

—Suéltate el pelo —ordenó Santana con voz tranquila y baja.

Obedientemente, me quité la goma del pelo y lo sacudí hasta extenderlo todo a mí alrededor.

Comenté lo que me parecía evidente.

—Los otros vienen ya para acá.
—Sí, quédate inmóvil, permanece callada
—intentó ocultar bastante bien el nerviosismo de su voz, pero pude captarlo—, y no te apartes de mi lado, por favor.

Tiró de mi melena hacia delante, y la enrolló alrededor de mi cara. Kitty apuntó en voz baja:

—Eso no servirá de nada. Yo la podría oler incluso desde el otro lado del campo.
—Lo sé
—contestó Santana con una nota de frustración en la voz.

William se quedó de pie en el prado mientras el resto retomaba el juego con desgana.

—Santana, ¿qué te preguntó Emma? —susurré.

Vaciló un momento antes de contestarme.

—Que si estaban sedientos —murmuró reticente.

Pasaron unos segundos y el juego progresaba, ahora con apatía, ya que nadie tenía ganas de golpear fuerte. Puck, Kitty y Quinn merodeaban por el área interior del campo. A pesar de que el miedo me nublaba el entendimiento, fui consciente más de una vez de la mirada fija de Kitty en mí. Era inexpresiva, pero de algún modo, por la forma en que plegaba los labios, me hizo pensar que estaba enfadada.

Santana no prestaba ninguna atención al juego, sus ojos y su mente se encontraban recorriendo el bosque.

—Lo siento, Britt —murmuró ferozmente—. Exponerte de este modo ha sido estúpido e irresponsable por mi parte. ¡Cuánto lo siento!

Noté cómo contenía la respiración y fijaba los ojos abiertos como platos en la esquina oeste del campo. Avanzó medio paso, interponiéndose entre lo que se acercaba y yo.

William, Puck y los demás se volvieron en la misma dirección en cuanto oyeron el ruido de su avance, que a mí me llegaba mucho más apagado.



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Espero les guste mañana prometo subir dos. Las amo!


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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por micky morales Sáb Sep 07, 2013 7:44 pm

tranquila britt nada te pasara , no se pq siento que ya los cullen la consideran parte de su familia!
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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por Sra Snixx Rivera Dom Sep 08, 2013 12:33 am

Waaa me encanta.
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Mensaje por dianna agron 16 Dom Sep 08, 2013 4:30 pm




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LA CAZA

Aparecieron de uno en uno en la linde del bosque a doce metros de nuestra posición.

El primer hombre entró en el claro y se apartó inmediatamente para dejar paso a otro más alto, de pelo castaño, que se colocó al frente, de un modo que evidenciaba con claridad quién lideraba el grupo.

El tercer integrante era mas bajo que los otros dos; desde aquella distancia, sólo alcanzaba a verle el pelo.

Cerraron filas conforme avanzaban con cautela hacia donde se hallaba la familia de Santana, mostrando el natural recelo de una manada de depredadores ante un grupo desconocido y más numeroso de su propia especie.

Comprobé cuánto diferían de los Cullen cuando se acercaron. Su paso era gatuno, andaban de forma muy similar a la de un felino al acecho. Se vestían con el típico equipo de un excursionista: vaqueros y una sencilla camisa de cuello abotonado y gruesa tela impermeable. Las ropas se veían deshilachadas por el uso e iban descalzos. Los tres llevaban el pelo muy corto.

Sus ojos agudos se apercibieron del aspecto más urbano y pulido de William, que, alerta, flanqueado por Puck y Quinn, salió a su encuentro. Sin que aparentemente se hubieran puesto de acuerdo, todos habían adoptado una postura erguida y de despreocupación.

El líder de los recién llegados era sin duda el más agraciado, con su piel pálida y los cabellos de un brillantísimo castaño. Era de constitución mediana, musculoso, por supuesto, pero sin acercarse ni de lejos a la fuerza física de Puck. Esbozó una sonrisa agradable que permitió entrever unos deslumbrantes dientes blancos.

El mas bajo tenía un aspecto más salvaje. Su mirada iba y venía incesantemente de los hombres que tenía en frente al grupo desorganizado que me rodeaba. Su postura era marcadamente felina. El segundo hombre, de complexión más liviana que la del líder —tanto las facciones como el pelo obscuro— revoloteaba con desenvoltura entre ambos. Sin embargo, su mirada era de una calma absoluta, y sus ojos, en cierto modo, los más atentos.

Los ojos de los recién llegados también eran diferentes. No eran dorados o negros, como cabía esperar, sino de un intenso color borgoña con una tonalidad perturbadora y siniestra.

El castaño dio un paso hacia William sin dejar de sonreír.

—Creíamos haber oído jugar a alguien —hablaba con voz reposada y tenía un leve acento francés—. Me llamo Sebastian, y éstos son Kurt y Blaine —añadió señalando a los vampiros que le acompañaban.
—Yo soy William y ésta es mi familia: Puck y Quinn; Kitty, Emma y Rachel; Santana y Britt —nos identificaba en grupos, intentando deliberadamente no llamar la atención hacia ningún individuo. Me sobresalté cuando me nombró.
— ¿Hay sitio para unos pocos jugadores más? —inquirió Sebastian con afabilidad.

William acomodó la inflexión de la voz al mismo tono amistoso de Sebastian.

—Bueno, lo cierto es que acabamos de terminar el partido. Pero estaríamos verdaderamente encantados en otra ocasión. ¿Pensáis quedaros mucho tiempo en la zona?
—En realidad, vamos hacia el norte, aunque hemos sentido curiosidad por lo que había por aquí. No hemos tenido compañía durante mucho tiempo.
—No, esta región suele estar vacía si exceptuamos a mi grupo y algún visitante ocasional, como vosotros.


La tensa atmósfera había evolucionado hacia una conversación distendida; supuse que Quinn estaba usando su peculiar don para controlar la situación.

— ¿Cuál es vuestro territorio de caza? —preguntó Sebastian como quien no quiere la cosa.

William ignoró la presunción que implicaba la pregunta.

—Esta, los montes Olympic, y algunas veces la Coast Ranges de una punta a la otra. Tenemos una residencia aquí. También hay otro asentamiento permanente como el nuestro cerca de Denali.

Sebastian se balanceó, descansando el peso del cuerpo sobre los talones, y preguntó con viva curiosidad:

— ¿Permanente? ¿Y como habéis conseguido algo así?
— ¿Por qué no nos acompañáis a nuestra casa y charlamos más cómodos?
—Los invitó William—. Es una larga historia.

Blaine y Kurt intercambiaron una mirada de sorpresa cuando William mencionó la palabra «casa», pero Sebastian controló mejor su expresión.

—Es muy interesante y hospitalario por vuestra parte —su sonrisa era encantadora—. Hemos estado de caza todo el camino desde Ontario —estudió a Willaim con la mirada, percatándose de su aspecto refinado—. No hemos tenido ocasión de asearnos un poco.
—Por favor, no os ofendáis, pero he de rogaros que os abstengáis de cazar en los alrededores de esa zona. Debemos pasar desapercibidos, ya me entiendes
—explicó William.
—Claro — asintió Sebastian—. No pretendemos disputaros el territorio. De todos modos, acabamos de alimentarnos a las afueras de Seattle.

Un escalofrío recorrió mi espalda cuando Sebastian rompió a reír.

—Os mostraremos el camino si queréis venir con nosotros. Puck, Rachel, vallan con Santana y Britt a recoger el Jeep —añadió sin darle importancia.

Mientras Willaim hablaba, ocurrieron tres cosas a la vez. La suave brisa despeinó mi cabello, Santana se envaró y el segundo varón, Blaine, movió su cabeza repentinamente de un lado a otro, buscando, para luego centrar en mí su escrutinio, agitando las aletas de la nariz.

Una rigidez repentina afectó a todos cuando Blaine se adelantó un paso y se agazapó. Santana exhibió los dientes y adoptó la misma postura defensiva al tiempo que emitía un rugido bestial que parecía desgarrarle la garganta. No tenía nada que ver con los sonidos juguetones que la había escuchado esta mañana. Era lo más amenazante que había oído en mi vida y me estremecí de los pies a la cabeza.

— ¿Qué ocurre? exclamó Sebastian, sorprendido. Ni Blaine ni Santana relajaron sus agresivas poses. El primero fintó ligeramente hacia un lado y Santana respondió al movimiento.
—Ella está con nosotros.

El firme desafío de Willaim se dirigía Blaine. Sebastian parecía percibir mi olor con menos fuerza que Blaine, pero pronto se dio cuenta y el descubrimiento se reflejó también en su rostro.

— ¿Nos habéis traído un aperitivo? —inquirió con voz incrédula, mientras, sin darse cuenta, daba un paso adelante.

Santana rugió con mayor ferocidad y dureza, curvando el labio superior sobre sus deslumbrantes dientes desnudos. Sebastian retrocedió el paso que había dado.

—He dicho que ella está con nosotros —replicó William con sequedad.
—Pero es humana —protestó Sebastian. No había agresividad en sus palabras, simplemente estaba atónito.
—Sí... —Puck se hizo notar al lado de William, con los ojos fijos en Blaine, que se irguió muy despacio y volvió a su posición normal, aunque las aletas de su nariz seguían dilatadas y no me perdía de vista. Santana continuaba agazapada como una leona delante de mí.
—Parece que tenemos mucho que aprender unos de otros.

Sebastian hablaba con un tono tranquilizador en un intento de suavizar la repentina hostilidad.

—Sin duda —la voz de William todavía era fría.
—Aún nos gustaría aceptar vuestra invitación —sus ojos se movieron rápidamente hacia mí y retornaron a William—. Y claro, no le haremos daño a la chica humana. No cazaremos en vuestro territorio, como os he dicho.

Blaine miró a Sebastian con incredulidad e irritación, e intercambió otra larga mirada con Kurt, cuyos ojos seguían errando nerviosos de rostro en rostro.

William evaluó la franca expresión de Sebastian durante un momento antes de hablar.

—Os mostraremos el camino. Quinn, Kitty, Emma —llamó y se reunieron todos delante de mí, ocultándome de la vista de los recién llegados. Rachel estuvo a mi lado en un momento y Puck se situó lentamente a mi espalda, con sus ojos trabados en los de Blaine mientras éste retrocedía unos pasos.
—Vamonos, Britt —ordenó Santana con voz baja y sombría.

Parecía como si durante todo ese tiempo hubiera echado raíces en el suelo, porque me quedé totalmente inmóvil y aterrorizada. Santana tuvo que agarrarme del codo y tirar bruscamente de mí para sacarme del trance. Rachel y Puck estaban muy cerca de mi espalda, ocultándome. Tropecé con Santana, todavía aturdida por el miedo, y no pude oír si el otro grupo se había marchado ya. La impaciencia de Santana casi se podía palpar mientras andábamos a paso humano hacia el borde del bosque.

Sin dejar de caminar, Santana me subió encima de su espalda en cuanto llegamos a los árboles. Me sujeté con la mayor fuerza posible cuando se lanzó a tumba abierta con los otros pegados a los talones. Mantuve la cabeza baja, pero no podía cerrar los ojos, los tenía dilatados por el pánico. Los Cullen se zambulleron como espectros en el bosque, ahora en una absoluta penumbra. La sensación de júbilo que habitualmente embargaba a Santana al correr había desaparecido por completo, sustituida por una furia que la consumía y le hacía ir aún más rápido. Incluso conmigo a las espaldas, los otros casi le perdieron de vista.

Llegamos al Jeep en un tiempo inverosímil. Santana apenas se paró antes de echarme al asiento trasero.

—Sujétala —ordenó a Puck, que se deslizó a mi lado.

Rachel se había sentado ya en el asiento delantero y Santana puso en marcha el coche. El motor rugió al encenderse y el vehículo giró en redondo para encarar el tortuoso camino.

Santana gruñía algo demasiado rápido para que pudiera entenderla, pero sonaba bastante parecido a una sarta de blasfemias.

El traqueteo fue mucho peor esta vez y la oscuridad lo hacía aún más aterrador. Puck y Rachel miraban por las ventanillas laterales.

Llegamos a la carretera principal y entonces pude ver mejor por donde íbamos, aunque había aumentado la velocidad. Se dirigía al sur, en dirección contraria a Forks.

— ¿Adonde vamos? —pregunté.

Nadie contestó. Ni siquiera me miraron.

— ¡Maldita sea, Santana! ¿Adonde me llevas?
—Debemos sacarte de aquí, lo más lejos posible y ahora mismo.


No miró hacia atrás mientras hablaba, pendiente de la carretera. El velocímetro marcaba más de ciento noventa kilómetros por hora.

— ¡Da media vuelta! ¡Tienes que llevarme a casa! —grité. Luché contra aquel estúpido arnés, tirando de las correas.
—Puck —advirtió Santana con tono severo.

Y Puck me sujetó las manos con un férreo apretón.

— ¡No! ¡Santana, no puedes hacer esto!
—He de hacerlo, Britt, ahora por favor, quédate quieta.
— ¡No puedo! ¡Tienes que devolverme a casa, Charlie llamará al FBI y éste se echará encima de toda tu familia, de William y Emma! ¡Tendrán que marcharse, y a partir de ese momento deberán esconderse siempre!
—Tranquilízate, Britt
—su voz era fría—. Ya lo hemos hecho otras veces.
— ¡Pero no por mí, no lo hagas! ¡No lo arruines todo por mí!


Luché violentamente para soltarme, sin ninguna posibilidad.

—Santana, dirígete al arcén —Rachel habló por primera vez.

Ella la miró con cara de pocos amigos, y luego aceleró.

—Santana, vamos a hablar de esto.
—No lo entiendes
—rugió frustrada. Nunca había oído su voz tan alta y resultaba ensordecedora dentro del Jeep. El velocímetro rebasaba los doscientos por hora—. ¡Es un rastreador, Rachel! ¿Es que no te has dado cuenta? ¡Es un rastreador!

Sentí cómo Puck se tensaba a mi lado y me pregunté la razón por la que reaccionaba de ese modo ante esa palabra. Significaba algo para ellos, pero no para mí; quería entenderlo, pero no podía preguntar.

—Para en el arcén, Santana.

El tono de Rachel era razonable, pero había en él un matiz de autoridad que yo no había oído antes. El velocímetro rebasó los doscientos veinte.

—Hazlo, Santana.
—Escúchame, Rachel. Le he leído la mente. El rastreo es su pasión, su obsesión, y la quiere a ella, Rachel, a ella en concreto. La cacería empieza esta noche.
—No sabe dónde...


Santana la interrumpió.

— ¿Cuánto tiempo crees que va a necesitar para captar su olor en el pueblo? Sebastian ya había trazado el plan en su mente antes de decir lo que dijo.

Ahogué un grito al comprender adonde le conduciría mi olor.

— ¡Charlie! ¡No podéis dejarle allí! ¡No podéis dejarle! —me debatí contra el arnés.
—Britt tiene razón —observó Rachel.

El coche redujo la velocidad ligeramente.

—No tardaremos demasiado en considerar todas las opciones —intentó persuadirle Rachel.

El coche redujo nuevamente la velocidad, en esta ocasión de forma más patente, y entonces frenó con un chirrido en el arcén de la autopista. Salí disparada hacia delante, precipitándome contra el arnés, para luego caer hacia atrás y chocar contra el asiento.

—No hay ninguna opción —susurró Santana.
— ¡No voy a abandonar a Charlie! —chillé.
—Cállate, Britt.
—Tienes que llevarla a casa
—intervino Puck, finalmente.
—No —rechazó de plano.
—Blaine no puede compararse con nosotros, Santana. No podrá tocarla.
—Esperará.


Puck sonrió.

—Yo también puedo esperar.
— ¿No lo veis? ¿Es que no lo entendéis? No va a cambiar de idea una vez que se haya entregado a la caza. Tendremos que matarlo.


A Puck no pareció disgustarle la idea.

—Es una opción.
—Y también tendremos que matar al otro hombre, el mas bajo. Está con él. Si luchamos, el líder del grupo también los acompañará.
—Somos suficientes para ellos.
—Hay otra opción
—dijo Rachel con serenidad.

Santana se revolvió contra ella furiosa, su voz fue un rugido devastador cuando dijo:

— ¡No—hay—otra—opción!

Puck y yo le miramos aturdidos, pero Rachel no parecía sorprendida. El silenció se prolongó durante más de un minuto, mientras Santana y Rachel se miraban fijamente la una a la otra. Yo lo rompí.

— ¿Querría alguien escuchar mi plan?
—No
—gruñó Santana. Rachel le clavó la mirada, definitivamente enfadada.
—Escucha —supliqué—. Llévame de vuelta.
—No
—me interrumpió ella.

La miré fijamente y continué.

—Me llevas de vuelta y le digo a mi padre que quiero irme a casa, a Phoenix. Hago las maletas, esperamos a que el rastreador esté observando y entonces huimos. Nos seguirá y dejará a Charlie tranquilo. Charlie no lanzará al FBI sobre tu familia y entonces me podrás llevar a cualquier maldito lugar que se te ocurra.

Me miraron sorprendidos.

—Pues realmente no es una mala idea, en absoluto.

La sorpresa de Puck suponía un auténtico insulto.

—Podría funcionar, y desde luego no podemos dejar desprotegido al padre de Britt. Tú lo sabes —dijo Rachel.

Todos mirábamos a Santana.

—Es demasiado peligroso... Y no le quiero cerca de ella ni a cien kilómetros a la redonda.

Puck rebosaba auto confianza.

—Santana, él no va a acabar con nosotros.

Rachel se concentró durante un minuto.

—No le veo atacando. Va a esperar a que la dejemos sola.
—No le llevará mucho darse cuenta de que eso no va a suceder.
—Exijo que me lleves a casa
—intenté sonar decidida.

Santana presionó los dedos contra las sienes y cerró los ojos con fuerza.

—Por favor —supliqué en voz mucho más baja.

No levantó la vista. Cuando habló, su voz sonaba como si las palabras salieran contra su voluntad.

—Te marchas esta noche, tanto si el rastreador te ve como si no. Le dirás a Charlie que no puedes estar un minuto más en Forks, cuéntale cualquier historia con tal de que funcione. Guarda en una maleta lo primero que tengas a mano y métete después en tu coche. Me da exactamente igual lo que él te diga. Dispones de quince minutos. ¿Me has escuchado? Quince minutos a contar desde el momento en que pongas el pie en el umbral de la puerta.

El Jeep volvió a la vida con un rugido y las ruedas chirriaron cuando describió un brusco giro. La aguja del velocímetro comenzó a subir de nuevo.

— ¿Puck? —pregunté con intención, mirándome las manos.
—Ah, perdón —dijo, y me soltó.

Transcurrieron varios minutos en silencio, sin que se oyera otro sonido que el del motor. Entonces, Santana habló de nuevo.

—Vamos a hacerlo de esta manera. Cuando lleguemos a la casa, si el rastreador no está allí, la acompañaré a la puerta —me miró a través del retrovisor—. Dispones de quince minutos a partir de ese momento. Puck, tú controlarás el exterior de la casa. Rachel, tú llevarás el coche, yo estaré dentro con ella todo el tiempo. En cuanto salga, lleváis el Jeep a casa y se lo contáis a William.
—De ninguna manera —le contradijo Puck—. Iré contigo.
—Piénsalo bien, Puck. No sé cuánto tiempo estaré fuera.
—Hasta que no sepamos en qué puede terminar este asunto, estaré contigo.


Santana suspiró.

—Si el rastreador está allí —continuó inexorablemente—, seguiré conduciendo.
—Vamos a llegar antes que él
—dijo Rachel con confianza.

Santana pareció aceptarlo. Fuera cual fuera el roce que hubiera tenido con Rachel, no dudaba de ella ahora.

— ¿Qué vamos a hacer con el Jeep? —preguntó ella.

Su voz sonaba dura y afilada.

—Tú lo llevarás a casa.
—No, no lo haré
—replicó ella con calma.

La letania inteligible de blasfemias volvió a comenzar.

—No cabemos todos en mi coche —susurré.

Santana no pareció escucharme.

—Creo que deberías dejarme marchar sola —dije en voz baja, mucho más tranquila.

Ella lo oyó.

—Britt, por favor, hagamos esto a mi manera, sólo por esta vez —dijo con los dientes apretados.
—Escucha, Charlie no es ningún imbécil —protesté—. Si mañana no estás en el pueblo, va a sospechar.
—Eso es irrelevante. Nos aseguraremos de que se encuentre a salvo y eso es lo único que importa.
—Bueno, ¿y qué pasa con el rastreador? Vio la forma en que actuaste esta noche. Pensará que estás conmigo, estés donde estés.


Puck me miró, insultantemente sorprendido otra vez.

—Santana, escúchala —le urgió—. Creo que tiene razón.
—Sí, estoy de acuerdo
—comentó Rachel.
—No puedo hacer eso —la voz de Santana era helada.
—Puck podría quedarse también —continué—. Le ha tomado bastante ojeriza.
— ¿Qué?
—Puck se volvió hacia mí.
—Si te quedas, tendrás más posibilidades de ponerle la mano encima —acordó Rachel.

Santana la miró con incredulidad.

— ¿Y tú te crees que la voy a dejar irse sola?
—Claro que no
—dijo Rachel—. La acompañaremos Quinn y yo.
—No puedo hacer eso
—repitió Santana, pero esta vez su voz mostraba signos evidentes de derrota. La lógica estaba haciendo de las suyas con ella.

Intenté ser persuasiva.

—Déjate ver por aquí durante una semana —vi su expresión en el retrovisor y rectifiqué—. Bueno, unos cuantos días. Deja que Charlie vea que no me has secuestrado y que Blaine se vaya de caza inútilmente. Cerciórate por completo de que no tenga ninguna pista; luego, te vas y me buscas, tomando una ruta que lo despiste, claro. Entonces, Quinn y Rachel podrán volver a casa.

Vi que empezaba a considerarlo.

— ¿Dónde te iría a buscar?
—A Phoenix
—respondí sin dudar.
—No. El oirá que es allí donde vas —replicó con impaciencia.
—Y tú le harás creer que es un truco, claro. Es consciente de que sabemos que nos está escuchando. Jamás creerá que me dirija de verdad a donde anuncie que voy.
—Esta chica es diabólica
—rió Puck entre dientes.
— ¿Y si no funciona?
—Hay varios millones de personas en Phoenix
—le informé.
—No es tan difícil usar una guía telefónica.
—No iré a casa.
— ¿Ah, no?
—preguntó con una nota peligrosa en la voz.
—Ya soy bastante mayorcita para buscarme un sitio por mi cuenta.
—Santana, estaremos con ella
—le recordó Rachel.
— ¿Y qué vas a hacer tú en Phoenix? —le preguntó ella mordazmente.
—Quedarme bajo techo.
—Ya lo creo que voy a disfrutar
—Puck pensaba seguramente en arrinconar a Blaine.
—Cállate, Puck.
—Mira, si intentamos detenerle mientras ella anda por aquí, hay muchas más posibilidades de que alguien termine herido..., tanto ella como tú al intentar protegerla. Ahora, si lo pillamos solo...
—Puck dejó la frase inconclusa y lentamente empezó a sonreír. Yo había acertado.

El Jeep avanzaba más lentamente conforme entrábamos en el pueblo. A pesar de mis palabras valientes, sentí cómo se me ponía el vello de punta. Pensé en Charlie, solo en la casa, e intenté hacer acopio de valor.

—Britt —dijo Santana en voz baja. Rachel y Puck miraban por las ventanillas—, si te pones en peligro y te pasa cualquier cosa, cualquier cosa, te haré personalmente responsable. ¿Lo has comprendido?
—Sí
—tragué saliva.

Se volvió a Rachel.

— ¿Va a poder Quinn manejar este asunto?
—Confía un poco en ella, Santana. Lo está haciendo bien, muy bien, teniendo todo en cuenta.
— ¿Podrás manejarlo tú?
—preguntó ella.

La pequeña y grácil Rachel echó hacia atrás sus labios en una mueca horrorosa y dejó salir un gruñido gutural que me hizo encogerme en el asiento del terror.
Santana le sonrió, mas de repente musitó:

—Pero guárdate tus opiniones.


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espero les guste en un rato subo el sig capitulo. Las amo :)
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El mundo de Brittany

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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por dianna agron 16 Dom Sep 08, 2013 6:18 pm



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DESPEDIDAS



Charlie me esperaba levantado y con todas las luces de la casa encendidas. Me quedé con la mente en blanco mientras pensaba en algo para que me dejara marcharme. No iba a resultar agradable.

Santana aparcó despacio junto al bordillo, a bastante distancia detrás de mi automóvil. Los tres estaban sumamente alertas, sentados muy erguidos en sus asientos; escuchaban cada sonido del bosque, escrutaban cada sombra, captaban cada olor, todo en busca de cualquier cosa que estuviera fuera de lugar. El motor se paró y me quedé sentada, inmóvil, mientras continuaban a la escucha.

—No está aquí —anunció Santana muy tensa—. Vamos.

Puck se inclinó para ayudarme a salir del arnés.

—No te preocupes, Britt —susurró con jovialidad—. Solucionaremos las cosas lo antes posible.

Sentí que se me humedecían los ojos mientras miraba a Puck. Apenas le conocía y, sin embargo, me angustiaba el hecho de no saber si lo volvería a ver después de esta noche. Esto, sin duda, era un aperitivo de las despedidas a las que debería sobrevivir durante la próxima hora, y ese pensamiento hizo que se desbordaran las lágrimas de mis ojos.

—Rachel, Puck —espetó Santana con autoridad. Ambos se deslizaron en la oscuridad en el más completo silencio y desaparecieron de inmediato. Santana me abrió la puerta y me tomó de la mano, amparándome en su abrazo protector. Me acompañó rápidamente hacia la casa sin dejar de escrutar la noche.

—Quince minutos —me advirtió en voz baja.
—Puedo hacerlo —inhalé. Las lágrimas me habían inspirado.

Me detuve delante del porche y tomé su rostro entre las manos, mirándola con ferocidad a los ojos.

—Te amo —le dije con voz baja e intensa—, siempre te amaré, no importa lo que pase ahora.
—No te va a pasar nada, Britt
—me respondió con igual ferocidad.
—Sólo te pido que sigas el plan, ¿vale? Mantén a Charlie a salvo por mí. No le voy a caer muy bien después de esto, y quiero tener la oportunidad de disculparme en otro momento.
—Entra, Britt, tenemos prisa —me urgió.
—Una cosa más —susurré apasionadamente—. No hagas caso a nada de lo que me oigas decir ahora.

Santana estaba inclinada, por lo que fue fácil besar sus labios fríos, desprevenidos, con toda la fuerza de la que fui capaz. Entonces, rápidamente me di la vuelta y abrí la puerta de una patada.

— ¡Vete, Santana! —le grité.

Eché a correr hacia el interior de la casa después de cerrarle la puerta de golpe en la cara, aún atónita.

— ¿Britt?

Charlie deambulaba de aquí para allá en el cuarto de estar, por lo que ya estaba de pie cuando entré.

— ¡Déjame en paz! —le chillé entre lágrimas, que caían ahora implacablemente.

Corrí escaleras arriba hasta mi habitación, cerré la puerta de golpe y eché el cestillo. Me abalancé hacia la cama y me arrojé al suelo para sacar mi petate. Busqué precipitadamente entre el colchón y el somier para recoger el viejo calcetín anudado en el que escondía mi reserva secreta de dinero.

Charlie aporreó la puerta.

—Britt, ¿te encuentras bien? —su voz sonaba asustada—. ¿Qué está pasando?
—Me voy a casa
—grité; la voz se me quebró en el punto exacto.
— ¿Te ha hecho daño?

Su tono derivaba hacia la ira.

— ¡No! —chillé unas cuantas octavas más alto. Me volví hacia el armario, pero Santana ya estaba allí, recogiendo en silencio y sin mirar verdaderas brazadas de vestidos para luego lanzármelos.

— ¿Ha roto contigo?

Charlie estaba perplejo.

— ¡No! —grité de nuevo, apenas sin aliento mientras empujaba todo dentro del petate. Santana me arrojó el contenido de otro cajón, aunque a estas alturas apenas cabía nada más.
— ¿Qué ha ocurrido, Britt? —vociferó Charlie a través de la puerta, aporreándola de nuevo.
—He sido yo la que ha cortado con ella —le respondí, dando tirones a la cremallera del petate. Las capacitadas manos de Santana me apartaron, la cerró con suavidad y me pasó la correa por el hombro con cuidado.
—Estaré en tu coche, ¡venga! —me susurró.

Me empujó hacia la puerta y se desvaneció por la ventana. Abrí la puerta y empujé a Charlie con rudeza al pasar, luchando con la pesada carga que llevaba y corrí hacia las escaleras.

— ¿Qué ha pasado? —Gritó Charlie detrás de mí—. ¡Creí que te gustaba!

Me sujetó por el codo al llegar a la cocina, y, aunque estaba desconcertado, su presión era firme.

Me obligó a darme la vuelta para que le mirara y leí en su rostro que no tenía intención de dejarme marchar. Únicamente había una forma de lograrlo y eso implicaba hacerle tanto daño que me odiaba a mí misma sólo de pensarlo, pero no disponía de más tiempo y tenía que mantenerle con vida.

Miré a mi padre, con nuevas lágrimas en los ojos por lo que iba a hacer.

—Claro que me gusta, ése es el problema. ¡No aguanto más! ¡No puedo echar más raíces aquí! ¡No quiero terminar atrapada en este pueblo estúpido y aburrido como mamá! No voy a cometer el mismo error que ella, odio Forks, y ¡no quiero permanecer aquí ni un minuto más!

Su mano soltó mi brazo como si lo hubiera electrocutado. Me volví para no ver su rostro herido y consternado, y me dirigí hacia la puerta.

—Britt, no puedes irte ahora, es de noche —susurró a mi espalda. No me volví.
—Dormiré en el coche si me siento cansada.
—Espera otra semana
—me suplicó, todavía en estado de shock—. Susan habrá vuelto a Phoenix para entonces.

Esto me desquició por completo.

— ¿Qué?

Charlie continuó con ansiedad, casi balbuceando de alivio al verme dudar.

—Ha telefoneado mientras estabas fuera. Las cosas no han ido muy bien en Florida y volverán a Arizona si Phil no ha firmado a finales de esta semana. El asistente de entrenador de los Sidewinders dijo que tal vez hubiera lugar para otro medio en el equipo.

Sacudí la cabeza, intentando reordenar mis pensamientos, ahora confusos. Cada segundo que pasaba, ponía a Charlie en más peligro.

—Tengo una llave de casa —murmuré, dando otra vuelta de tuerca a la situación. Charlie estaba muy cerca de mí, con una mano extendida y el rostro aturdido. No podía perder más tiempo discutiendo con él, así que pensé que tendría que herirlo aún más profundamente.
—Déjame ir, Charlie —iba repitiendo las últimas palabras de mi madre mientras salía por la misma puerta hacía ahora tantos años. Las pronuncié con el mayor enfado posible y abrí la puerta de un tirón—. No ha funcionado, ¿vale? De veras, ¡odio Forks con toda mi alma!

Mis crueles palabras cumplieron su cometido a la perfección, porque Charlie se quedó helado en la entrada, atónito, mientras yo corría hacia la noche. Me aterrorizó horriblemente el patio vacío y corrí enloquecida hacia el coche al visualizar una sombra oscura detrás de mí. Arrojé el petate a la plataforma del monovolumen y abrí la puerta de un tirón. La llave estaba en el bombín de la puesta en marcha.

— ¡Te llamaré mañana! —grité.

No había nada en el mundo que deseara más que explicarle todo en ese momento, aun sabiéndome incapaz de hacerlo. Encendí el motor y arranqué. Santana me tocó la mano.

—Detente en el bordillo —me ordenó en cuanto Charlie y la casa desaparecieron a nuestras espaldas.
—Puedo conducir —aseguré mientras las lágrimas inundaban mis mejillas.

De forma inesperada, las manos de Santana me sujetaron por la cintura, su pie empujó al mío fuera del acelerador, me puso sobre su regazo y me soltó las manos del volante.

De pronto me encontré en el asiento del copiloto sin que el automóvil hubiera dado el más leve bandazo.

—No vas a encontrar nuestra casa —me explicó.

Unas luces destellaron repentinamente detrás de nosotros. Miré aterrada por la ventanilla trasera.

—Es Rachel —me tranquilizó, tomándome la mano de nuevo.

La imagen de Charlie en el quicio de la puerta seguía ocupando mi mente.

— ¿Y el rastreador?
—Escuchó el final de tu puesta en escena
—contestó Santana con desaliento.
— ¿Y Charlie? —pregunté con pena.
—El rastreador nos ha seguido. Ahora está corriendo detrás de nosotras.

Me quedé helada.

— ¿Podemos dejarle atrás?
—No
—replicó, pero aceleró mientras hablaba. El motor del monovolumen se quejó con un estrepitoso chirrido.

De repente, el plan había dejado de parecerme tan brillante.

Estaba mirando hacia atrás, a las luces delanteras de Rachel, cuando el coche sufrió una sacudida y una sombra oscura surgió en mi ventana.

El grito espeluznante que lancé duró sólo la fracción de segundo que Santana tardó en taparme la boca con la mano.

— ¡Es Puck!

Apartó la mano de mi boca y me pasó su brazo por la cintura.

—Toda va bien, Britt —me prometió—. Vas a estar a salvo.

Corrimos a través del pueblo tranquilo hacia la autopista del norte.

—No me había dado cuenta de que la vida de una pequeña ciudad de provincias te aburría tanto —comentó Santana tratando de entablar conversación; supe que intentaba distraerme—. Me pareció que te estabas integrando bastante bien, sobre todo en los últimos tiempos. Incluso me sentía bastante halagada al pensar que había conseguido que la vida te resultara un poco más interesante.
—No pretendía ser agradable
—confesé, haciendo caso omiso de su intento de distraerme, mirando hacia mis rodillas—. Mi madre pronunció esas mismas palabras cuando dejó a Charlie. Se podría decir que fue un golpe bajo.
—No te preocupes, te perdonará
—sonrió levemente, aunque esa «alegría» no le llegó a los ojos.

La miré con desesperación y ella vio un pánico manifiesto en mis ojos.

—Britt, todo va a salir bien.
—No irá bien si no estamos juntas
—susurré.
—Nos reuniremos dentro de unos días —me aseguró mientras me rodeaba con el brazo—. Y no olvides que fue idea tuya.
—Era la mejor idea, y claro que fue mía.


Me respondió con una sonrisa triste que desapareció de inmediato.

— ¿Por qué ha ocurrido todo esto? —Pregunté con voz temblorosa— ¿Por qué a mí?

Contempló fijamente la carretera que se extendía delante de nosotras.

—Es por mi culpa —dirigía contra sí misma la rabia que le alteraba la voz—. He sido una imbécil al exponerte a algo así.
—No me refería a eso
—insistí—. Yo estaba allí, vale, mira qué bien, pero eso no perturbó a los otros tres. ¿Por qué el tal Blaine decidió matarme a mí? Si había allí un montón de gente, ¿por qué a mí?

Santana vaciló, pensándoselo antes de contestar.

—Inspeccioné a fondo su mente en ese momento —comenzó en voz baja—. Una vez que te vio, dudo que yo hubiera podido hacer algo para evitar esto. Esa es tu parte de culpa —su voz adquirió un punto irónico—. No se habría alterado si no olieras de esa forma tan fatídicamente deliciosa. Pero cuando te defendí... bueno, eso lo empeoró bastante. No está acostumbrado a no salirse con la suya, sin importar lo insignificante que pueda ser el asunto. Blaine se concibe a sí mismo como un cazador, sólo eso. Su existencia se reduce al rastreo y todo lo que le pide a la vida es un buen reto. Y de pronto nos presentamos nosotros, un gran clan de fuertes luchadores con un precioso trofeo, todos volcados en proteger al único elemento vulnerable. No te puedes hacer idea de su euforia. Es su juego favorito y lo hemos convertido para él en algo mucho más excitante.

El tono de su voz estaba lleno de disgusto. Hizo una pausa y agregó con desesperanza y frustración:

—Sin embargo, te habría matado allí mismo, en ese momento, de no haber estado yo.
—Creía que no olía igual para los otros... que como huelo para ti
—comenté dubitativa.
—No, lo cual no quiere decir que no seas una tentación para todos. Se habría producido un enfrentamiento allí mismo si hubieras atraído al rastreador, o a cualquiera de ellos, como a mí.

Me estremecí.

—No creo que tenga otra alternativa que matarle —murmuró—, aunque a William no le va gustar.

Oí el sonido de las ruedas cruzando el puente aunque no se veía el río en la oscuridad. Sabía que nos estábamos acercando, de modo que se lo tenía que preguntar en ese momento.

— ¿Cómo se mata a un vampiro?

Me miró con ojos inescrutables y su voz se volvió repentinamente áspera.

—La única manera segura es cortarlo en pedazos, y luego quemarlos.
— ¿Van a luchar a su lado los otros dos?
—Kurt, sí, aunque no estoy seguro respecto a Sebastian. El vínculo entre ellos no es muy fuerte y Sebastian sólo los acompaña por conveniencia. Además, Blaine lo avergonzó en el prado.
—Pero Blaine y Kurt... ¿intentarán matarte?
—mi voz también se había vuelto áspera al preguntar.
—Britt, no te permito que malgastes tu tiempo preocupándote por mí. Tu único interés debe ser mantenerte a salvo y por favor te lo pido, intenta no ser imprudente.
— ¿Todavía nos sigue?
—Sí, aunque no va a asaltar la casa. No esta noche.


Dobló por un camino invisible, con Rachel siguiéndonos.

Condujo directamente hacia la casa. Las luces del interior estaban encendidas, pero servían de poco frente a la oscuridad del bosque circundante. Puck abrió mi puerta antes de que el vehículo se hubiera detenido del todo; me sacó del asiento, me empotró como un balón de fútbol contra su enorme pecho, y cruzó la puerta a la carrera llevándome con él.

Irrumpimos en la gran habitación blanca del primer piso, con Santana y Rachel flanqueándonos a ambos lados. Todos se hallaban allí y se levantaron al oírnos llegar; Sebastian estaba en el centro. Escuché los gruñidos sordos retumbar en lo profundo de la garganta de Puck cuando me soltó al lado de Santana.

—Nos está rastreando —anunció Santana, mirando ceñuda a Sebastian.

El rostro de éste no parecía satisfecho.

—Me temo que sí.

Rachel se deslizó junto a Quinn y le susurró al oído; los labios le temblaron levemente por la velocidad de su silencioso monólogo. Subieron juntas las escaleras. Kitty las observó y se acercó rápidamente al lado de Puck. Sus bellos ojos brillaban con intensidad, pero se llenaron de furia cuando, sin querer, recorrieron mi rostro.

— ¿Qué crees que va a hacer? —le preguntó Wiliam a Puck en un tono escalofriante.
—Lo siento —contestó—. Ya me temí, cuando su chica la defendió, que se desencadenaría esta situación.
— ¿Puedes detenerle?


Sebastian sacudió la cabeza.

—Una vez que ha comenzado, nada puede detener a Blaine.
—Nosotros lo haremos
—prometió Puck, y no cabía duda de a qué se refería.
—No podrán con él. No he visto nada semejante en los últimos trescientos años. Es absolutamente letal, por eso me uní a su aquelarre.

Su aquelarre, pensé; entonces, estaba claro. La exhibición de liderazgo en el prado había sido solamente una pantomima.

Sebastian seguía sacudiendo la cabeza. Me miró, perplejo, y luego nuevamente a William.

— ¿Estás convencida de que merece la pena?

El rugido airado de Santana llenó la habitación y Sebastian se encogió. William miró a Sebastian con gesto grave.

—Me temo que tendrás que escoger.

Sebastian lo entendió y meditó durante unos instantes. Sus ojos se detuvieron en cada rostro y finalmente recorrieron la rutilante habitación.

—Me intriga la forma de vida que habéis construido, pero no quiero quedarme atrapado aquí dentro. No siento enemistad hacia ninguno de vosotros, pero no actuaré contra Blaine. Creo que me marcharé al norte, donde está el clan de Denali —dudó un momento—. No subestiméis a Blaine. Tiene una mente brillante y unos sentidos inigualables. Se siente tan cómodo como vosotros en el mundo de los hombres y no os atacará de frente... Lamento lo que se ha desencadenado aquí. Lo siento de veras —inclinó la cabeza, pero me lanzó otra mirada incrédula.

—Ve en paz —fue la respuesta formal de William.

Sebastian echó otra larga mirada alrededor y entonces se apresuró hacia la puerta.

El silencio duró menos de un minuto.

— ¿A qué distancia se encuentra? —William miró a Santana.

Emma ya estaba en movimiento, tocó con la mano un control invisible que había en la pared y con un chirrido, unos grandes postigos metálicos comenzaron a sellar la pared de cristal. Me quedé boquiabierta.

—Está a unos cinco kilómetros pasando el río, dando vueltas por los alrededores para reunirse con el otro chico.
— ¿Cuál es el plan?
—Lo alejaremos de aquí para que Quinn y Rachel se la puedan llevar al sur,
— ¿Y luego?


El tono de Santana era mortífero.

—Le daremos caza en cuanto Britt esté fuera de aquí.
—Supongo que no hay otra opción
—admitió William con el rostro sombrío.

Santana se volvió hacia Kitty.

—Súbela arriba e intercambiad vuestras ropas —le ordenó, y ella le devolvió la mirada, furibunda e incrédula.
— ¿Por qué debo hacerlo? —Dijo en voz baja—. ¿Qué es ella para mí? Nada, salvo una amenaza, un peligro que tú has buscado y que tenemos que sufrir todos.

Me acobardó el veneno que destilaban sus palabras.

—Kitty —murmuró Puck, poniéndole una mano en el hombro. Ella se la sacó de encima con una sacudida.

Sin embargo, yo fijaba en Santana toda mi atención; conociendo su temperamento, me preocupaba su reacción. Pero me sorprendió.

Apartó la mirada de Kitty como si no hubiera dicho nada, como si no existiera.

— ¿Emma? —preguntó con calma.
—Por supuesto —murmuró ella.

Emma estuvo a mi lado en menos de lo que dura un latido, y me alzó en brazos sin esfuerzo. Se lanzó escaleras arriba antes de que yo empezara a jadear del susto.

— ¿Qué vamos a hacer? —pregunté sin aliento cuando me soltó en una habitación oscura en algún lugar del segundo piso.
—Intentaremos confundir el olor —pude oír como caían sus ropas al suelo—. No durará mucho, pero ayudará a que puedas huir.
—No creo que me las pueda poner...
—dudé, pero ella empezó a quitarme la camiseta con brusquedad. Rápidamente, me quité yo sola los vaqueros. Me tendió lo que parecía ser una camiseta y luché por meter los brazos en los huecos correctos. Tan pronto como lo conseguí, ella me entregó sus mallas de deporte.

Tiré de ellas pero no conseguí ponérmelas bien, eran demasiado largas, por lo que Emma dobló diestramente los dobladillos unas cuantas veces de manera que pude ponerme en pie. Ella ya se había puesto mis ropas y me llevó hacia las escaleras donde aguardaba Rachel con un pequeño bolso de piel en la mano. Me tomaron cada una de un codo y me llevaron en volandas hasta el tramo de las escaleras.

Parecía como si todo se hubiera resuelto en el salón en nuestra ausencia. Santana y Puck estaban preparados para irse, este último llevaba una mochila de aspecto pesado sobre el hombro. William le tendió un objeto pequeño a Emma, luego se volvió y le dio otro igual a Rachel; era un pequeño móvil plateado.

—Emma y Kitty se llevarán tu coche, Britt —me dijo al pasar a mi lado. Asentí, mirando con recelo a Kitty, que contemplaba a William con expresión resentida.
—Rachel, Quinn, llevaos el Mercedes. En el sur vais a necesitar ventanillas con cristales tintados.

Ellas asintieron también.

—Nosotros nos llevaremos el Jeep.

Me sorprendió verificar que William pretendía acompañar a Santana. Me di cuenta de pronto, con una punzada de miedo, que estaban reuniendo la partida de caza.

—Rachel —preguntó William—, ¿morderán el cebo?

Todos miramos a Rachel, que cerró los ojos y permaneció increíblemente inmóvil. Finalmente, los abrió y dijo con voz segura:

—El te perseguirá y el otro chico seguirá al monovolumen. Debemos salir justo detrás.
—Vamonos
—ordenó Willaim, y empezó a andar hacia la cocina.

Santana se acercó a mí enseguida. Me envolvió en su abrazo férreo, apretándome contra ella. No parecía consciente de que su familia la observaba cuando acercó mi rostro al suyo, despegándome los pies del suelo. Durante un breve segundo posó sus labios helados y duros sobre los míos y me dejó en el suelo sin dejar de sujetarme el rostro; sus espléndidos ojos ardían en los míos, pero, curiosamente, se volvieron inexpresivos y apagados conforme se daba la vuelta.

Entonces, se marcharon.

Las demás nos quedamos allí de pie, los cuatro desviaron la mirada mientras las lágrimas corrían en silencio por mi cara.

El silencio parecía no acabarse nunca hasta que el teléfono de Emma vibró en su mano; lo puso sobre su oreja con la velocidad de un rayo.

—Ahora —dijo. Kitty acechaba la puerta frontal sin dirigir ni una sola mirada en mi dirección, pero Emma me acarició la mejilla al pasar a mi lado.
—Cuídate.

El susurro de Emma quedó flotando en la habitación mientras ellas se deslizaban al exterior. Oí el ensordecedor arranque del monovolumen y luego cómo el ruido del motor se desvanecía en la noche.

Quinn y Rachel esperaron. Rachel pareció llevarse el móvil al oído antes de que sonara.

—Santana dice que el chico está siguiendo a Emma. Voy a por el coche.

Se desvaneció en las sombras por el mismo lugar que se había ido Santana. Quinn y yo nos miramos la una a la otra. Anduvo a mi lado a lo largo de todo vestíbulo... vigilante.

—Te equivocas, ya lo sabes —dijo con calma.
— ¿Qué? —tragué saliva.
—Sé lo que sientes en estos momentos, y tú sí lo mereces.
—No
—murmuré entre dientes—. Si les pasa algo, será por nada.
—Te equivocas
—repitió ella, sonriéndome con amabilidad.

No oí nada, pero en ese momento Rachel apareció por la puerta frontal y me tendió los brazos.

— ¿Puedo? —me preguntó.
—Eres la primera que me pide permiso —sonreí irónicamente.

Me tomó en sus esbeltos brazos con la misma facilidad que Puck, protegiéndome con su cuerpo y entonces salimos precipitadamente de la casa, cuyas luces siguieron brillando a nuestras espaldas.


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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por dianna agron 16 Dom Sep 08, 2013 7:33 pm




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IMPACIENCIA



Me desperté confusa. Mis pensamientos eran inconexos y se perdían en sueños y pesadillas. Me llevó más tiempo de lo habitual darme cuenta de dónde me hallaba.

La habitación era demasiado impersonal para pertenecer a ningún otro sitio que no fuera un hotel. Las lamparitas, atornilladas a las mesillas de noche, eran baratas, de saldo, lo mismo que las acuarelas de las paredes y las cortinas, hechas del mismo material que la colcha, que colgaban hasta el suelo.

Intenté recordar cómo había llegado allí, sin conseguirlo al principio.

Luego, me acordé del elegante coche negro con los cristales de las ventanillas aún más oscuros que los de las limusinas. Apenas si se oyó el motor, a pesar de que durante la noche habíamos corrido al doble del límite de la velocidad permitida por la autovía.

También recordaba a Rachel, sentada junto a mí en el asiento trasero de cuero negro. En algún momento de la larga noche reposé la cabeza sobre su cuello de granito. Mi cercanía no pareció alterarla en absoluto y su piel dura y fría me resultó extrañamente cómoda. La parte delantera de su fina camiseta de algodón estaba fría y húmeda a causa de las lágrimas vertidas hasta que mis ojos, rojos e hinchados, se quedaron secos.

Me había desvelado y permanecí con los doloridos ojos abiertos, incluso cuando la noche terminó al fin y amaneció detrás de un pico de escasa altura en algún lugar de California. Haces de luz gris poblaron el cielo despejado, hiriéndome en los ojos, pero no podía cerrarlos, ya que en cuanto lo hacía, se me aparecían las imágenes demasiado vividas, como diapositivas proyectadas desde detrás de los párpados; y eso me resultaba insoportable. La expresión desolada de Charlie, el brutal rugido de Santana al exhibir los dientes, la mirada resentida de Kitty, el experto escrutinio del rastreador, la mirada apagada de los ojos de Santana después de besarme por última vez... No soportaba esos recuerdos, por lo que luché contra la fatiga mientras el sol se alzaba en el horizonte.

Me mantenía despierta cuando atravesamos un ancho paso montañoso y el astro rey, ahora a nuestras espaldas, se reflejó en los techos de teja del Valle del Sol. Ya no me quedaba la suficiente sensibilidad para sorprenderme de que hubiéramos efectuado un viaje de tres días en uno solo. Miré inexpresivamente la llanura amplia y plana que se extendía ante mí. Phoenix, las palmeras, los arbustos de creosota, las líneas caprichosas de las autopistas que se entrecruzaban, las franjas verdes de los campos de golf y los manchones turquesas de las piscinas, todo cubierto por una fina capa de polución que envolvía las sierras chatas y rocosas, sin la altura suficiente para llamarlas montañas.

Las sombras de las palmeras se inclinaban sobre la autopista interestatal, definidas y claramente delineadas, aunque menos intensas de lo habitual. Nada podía esconderse en esas sombras. La calzada, brillante y sin tráfico, incluso parecía agradable. Pero no sentí ningún alivio, ninguna sensación de bienvenida.

— ¿Cuál es el camino al aeropuerto, Britt? —preguntó Quinn y me sobresaltó, aunque su voz era bastante suave y tranquilizadora. Fue el primer sonido, aparte del ronroneo del coche, que rompió el largo silencio de la noche.

—No te salgas de la I—10 —contesté automáticamente—. Pasaremos justo al lado.

El no haber podido dormir me nublaba la mente y me costaba pensar.

— ¿Vamos a volar a algún sitio? —le pregunté a Rachel.
—No, pero es mejor estar cerca, sólo por si acaso.

Después vino a mi memoria el comienzo de la curva alrededor del Sky Harbor International..., pero en mi recuerdo no llegué a terminarla. Supongo que debió de ser entonces cuando me dormí.

Aunque ahora que recuperaba los recuerdos tenía la vaga impresión de haber salido del coche cuando el sol acababa de ocultarse en el horizonte, con un brazo sobre los hombros de Rachel y el suyo firme alrededor de mi cintura, sujetándome mientras yo tropezaba en mí caminar bajo las sombras cálidas y secas.

No recordaba esta habitación.

Miré el reloj digital en la mesilla de noche. Los números en rojo indicaban las tres, pero no si eran de la tarde o de la madrugada. A través de las espesas cortinas no pasaba ni un hilo de luz exterior, aunque las lámparas iluminaban la habitación.

Me levanté entumecida y me tambaleé hasta la ventana para apartar las cortinas.

Era de noche, así que debían de ser las tres de la madrugada. Mi habitación daba a una zona despejada de la autovía y al nuevo aparcamiento de estacionamiento prolongado del aeropuerto. Me sentí algo mejor al saber dónde me encontraba.

Me miré. Seguía llevando las ropas de Emma, que no me quedaban nada bien. Recorrí la habitación con la mirada y me alborocé al descubrir mi petate en lo alto de un pequeño armario.

Iba en busca de ropa nueva cuando me sobresaltó un ligero golpecito en la puerta.

— ¿Puedo entrar? —preguntó Rachel.

Respiré hondo.

—Sí, claro.

Entró y me miró con cautela.

—Tienes aspecto de necesitar dormir un poco más.

Me limité a negar con la cabeza.

En silencio, se acercó despacio a las cortinas y las cerró con firmeza antes de volverse hacia mí.

—Debemos quedarnos dentro —me dijo.
—De acuerdo —mi voz sonaba ronca y se me quebró.
— ¿Tienes sed?
—Me encuentro bien
—me encogí de hombros—. ¿Y tú qué tal?
—Nada que no pueda sobrellevarse
—sonrió—. Te he pedido algo de comida, la tienes en el saloncito. Santana me recordó que comes con más frecuencia que nosotras.

Presté más atención en el acto.

— ¿Ha telefoneado?
—No
—contestó, y vio cómo aparecía la desilusión en mi rostro—. Fue antes de que saliéramos.

Me tomó de la mano con delicadeza y me llevó al saloncito de la suite. Se oía un zumbido bajo de voces procedente de la televisión. Quinn estaba sentada inmóvil en la mesa que había en una esquina, con los ojos puestos en las noticias, pero sin prestarles atención alguna.

Me senté en el suelo al lado de la mesita de café donde me esperaba una bandeja de comida y empecé a picotear sin darme cuenta de lo que ingería.

Rachel se sentó en el brazo del sofá y miró a la televisión con gesto ausente, igual que Quinn.

Comí lentamente, observándola, mirando también de hito en hito a Quinn. Me percaté de que estaban demasiado quietas. No apartaban la vista de la pantalla, aunque acababan de aparecer los anuncios.

Empujé la bandeja a un lado, con el estómago repentinamente revuelto. Rachel me miró.

— ¿Qué es lo que va mal, Rachel?
—Todo va bien
—abrió los ojos con sorpresa, con expresión sincera... y no me creí nada.
— ¿Qué hacemos aquí?
—Esperar a que nos llamen William y Santana.
— ¿Y no deberían haber telefoneado ya?


Me pareció que me iba acercando al meollo del asunto. Los ojos de Rachel revolotearon desde los míos hacia el teléfono que estaba encima de su bolso; luego volvió a mirarme.

— ¿Qué significa eso? —me temblaba la voz y luché para controlarla—. ¿Qué quieres decir con que no han llamado?
—Simplemente que no tienen nada que decir.


Pero su voz sonaba demasiado monótona y el aire se me hizo más difícil de respirar.

De repente, Quinn se situó junto a Rachel, más cerca de mí de lo habitual.

—Britt —dijo con una voz sospechosamente tranquilizadora—, no hay de qué preocuparse. Aquí estás completamente a salvo.
—Ya lo sé.
—Entonces, ¿de qué tienes miedo?
—me preguntó confundido. Aunque podía sentir el tono de mis emociones, no comprendía el motivo.
—Ya oíste a Sebastian —mi voz era sólo un susurro, pero estaba segura de que podía oírme—. Dijo que Blaine era mortífero. ¿Qué pasa si algo va mal y se separan? Si cualquiera de ellos sufriera algún daño, William, Puck, Santana… —Tragué saliva—. Si esa chico brutal le hace daño a Emma… —hablaba cada vez más alto, y en mi voz apareció una nota de histeria—. ¿Cómo podré vivir después sabiendo que fue por mi culpa? Ninguna de vosotras debería arriesgarse por mí...
—Britt, Britt, para...
—me interrumpió Quinn, pronunciando con tal rapidez que me resultaba difícil entenderle—. Te preocupas por lo que no debes, Britt. Confía en mí en esto: ninguno de nosotros está en peligro. Ya soportas demasiada presión tal como están las cosas, no hace falta que le añadas todas esas innecesarias preocupaciones. ¡Escúchame! —Me ordenó, porque yo había vuelto la mirada a otro lado—. Nuestra familia es fuerte y nuestro único temor es perderte.
—Pero ¿por qué...?


Rachel le interrumpió esta vez, tocándome la mejilla con sus dedos fríos.

—Santana lleva sola casi un siglo y ahora te ha encontrado. No sabes cuánto ha cambiado, pero nosotros sí lo vemos, después de llevar juntos tanto tiempo. ¿Crees que podríamos mirarla a la cara los próximos cien años si te pierde?

La culpa remitió lentamente cuando me sumergí en sus ojos oscuros. Pero, incluso mientras la calma se extendía sobre mí, no podía confiar en mis sentimientos en presencia de Quinn.

Había sido un día muy largo.

Permanecimos en la habitación. Rachel llamó a recepción y les pidió que no enviaran a las mujeres de la limpieza para arreglar el cuarto. Las ventanas permanecieron cerradas, con la televisión encendida, aunque nadie la miraba. Me traían la comida a intervalos regulares. El móvil plateado parecía aumentar de tamaño conforme pasaban las horas.

Mis niñeras soportaban mejor que yo la incertidumbre. Yo me movía nerviosamente, andaba de un lado para otro y ellas sencillamente cada vez parecían más inmóviles, dos estatuas cuyos ojos me seguían imperceptiblemente mientras me movía. Intenté mantenerme ocupada memorizando la habitación: el diseño de la tela del sofá dispuesto en bandas de color canela, melocotón, crema, dorado mate y canela otra vez. Algunas veces me quedaba mirando fijamente las láminas abstractas, intentando encontrar figuras reconocibles en las formas, del mismo modo que las imaginaba en las nubes cuando era niña. Descubrí una mano azul, una mujer que se peinaba y un gato estirándose, pero dejé de hacerlo cuando un pálido círculo rojo se convirtió en un ojo al acecho.

Me fui a la cama, sólo por hacer algo, al morir la tarde. Albergaba la esperanza de que los miedos que merodeaban en el umbral de la consciencia, incapaces de burlar la escrupulosa vigilancia de Quinn, reaparecieran si permanecía sola en la penumbra.

Pero como por casualidad, Rachel me siguió, como si por pura coincidencia se hubiera cansado del saloncito al mismo tiempo que yo. Empezaba a preguntarme qué clase de instrucciones le había dado exactamente Santana. Me tumbé en la cama y ella se sentó a mi lado con las piernas entrecruzadas. La ignoré al principio, pero de repente me sentí demasiado cansada para dormir. Al cabo de varios minutos hizo acto de presencia el pánico que se había mantenido a raya en presencia de Quinn. Entonces, deseché rápidamente la idea de dormir, y me avovillé, sujetándome las rodillas contra el cuerpo con los brazos.

— ¿Rach?
— ¿Sí?


Hice un esfuerzo por aparentar calma y pregunté:

— ¿Qué crees que están haciendo?
—William quería conducir al rastreador al norte tanto como fuera posible, esperar que se les acercara para dar la vuelta y emboscarlo. Emma y Kitty se dirigirían al oeste con el otro chico a la zaga el máximo tiempo posible. Si ésta se volvía, entonces tenían que regresar a Forks y vigilar a tu padre. Imagino que todo debe de ir bien, ya que no han llamado. Eso significa que el rastreador debe de estar lo bastante cerca de ellos como para que no quieran arriesgarse a que se entere de algo por casualidad.
— ¿Y Emma?
—Seguramente habrá regresado a Forks. No puede llamar por si hay alguna posibilidad de que el chico escuche algo. Confío en que todos tengan mucho cuidado con eso.
— ¿Crees de verdad que están bien?
—Britt, ¿cuántas veces hemos de decirte que no corremos peligro?
—De todos modos, ¿me dirías la verdad?
—Sí. Siempre te la diré.


Parecía hablar en serio. Me lo pensé un rato y al final me convencí de que realmente estaba siendo sincera.

—Entonces dime, ¿cómo se convierte uno en vampiro?

Mi pregunta la sorprendió con la guardia bajada. Se quedó quieta. Me volví para mirarle la cara y vi que su expresión era vacilante.

—Santana no quiere que te lo cuente —respondió con firmeza, aunque me di cuenta de que ella estaba en desacuerdo con esa postura.
—Eso no es jugar limpio. Creo que tengo derecho a saberlo.
—Ya lo sé.


La miré, expectante.

Rachel suspiró.

—Se va a enfadar muchísimo.
—No es de su incumbencia. Esto es entre tú y yo. Rachel, te lo estoy pidiendo como amiga.


Y en cierto modo nosotras lo éramos ahora, tal como ella seguramente habría sabido desde mucho antes por sus visiones.

Me miró con sus ojos sabios, espléndidos... mientras tomaba la decisión.

—Te contaré cómo se desarrolla el proceso —dijo finalmente—, pero no recuerdo cómo me sucedió, no lo he hecho ni he visto hacerlo a nadie, así que ten claro que sólo te puedo explicar la teoría.

Esperé:

—Nuestros cuerpos de depredador disponen de un verdadero arsenal de armas. Fuerza, velocidad, sentidos muy agudos, y eso sin tener en cuenta a aquellos de nosotros que como Santana, Quinn o yo misma también poseemos poderes extrasensoriales. Además, resultamos físicamente atractivos a nuestras presas, como una flor carnívora.

Permanecí inmóvil mientras recordaba de qué forma tan deliberada me había demostrado Santana eso mismo en el prado.

Esbozó una sonrisa amplia y ominosa.

—Tenemos también otra arma de escasa utilidad. Somos ponzoñosos —añadió con los dientes brillantes—. Esa ponzoña no mata, simplemente incapacita. Actúa despacio y se extiende por todo el sistema circulatorio, de modo que ninguna presa se encuentra en condiciones físicas de resistirse y huir de nosotros una vez que la hemos mordido. Es poco útil, como te he dicho, porque no hay víctima que se nos escape en distancias cortas, aunque, claro, siempre hay excepciones. William, por ejemplo.
—Así que si se deja que la ponzoña se extienda...
—murmuré.
—Completar la transformación requiere varios días, depende de cuánta ponzoña haya en la sangre y cuándo llegue al corazón. Mientras el corazón siga latiendo se sigue extendiendo, curando y transformando el cuerpo conforme llega a todos los sitios. La conversión finaliza cuando se para el corazón, pero durante todo ese lapso de tiempo, la víctima desea la muerte a cada minuto.

Temblé.

—No es agradable, ya te lo dije.
—Santana me dijo que era muy difícil de hacer... Y no le entendí bien
—confesé.
—En cierto modo nos asemejamos a los tiburones. Una vez que hemos probado la sangre o al menos la hemos olido, da igual, se hace muy difícil no alimentarse. Algunas veces resulta imposible. Así que ya ves, morder realmente a alguien y probar la sangre puede iniciar la vorágine. Es difícil para todos: el deseo de sangre por un lado para nosotros, y por otro el dolor horrible para la víctima.
— ¿Por qué crees que no lo recuerdas?
—No lo sé. El dolor de la transformación es el recuerdo más nítido que suelen tener casi todos de su vida humana
—su voz era melancólica—. Sin embargo, yo no recuerdo nada de mi existencia anterior.

Estuvimos allí tumbadas, ensimismadas cada una en nuestras meditaciones. Transcurrieron los segundos, y estaba tan perdida en mis pensamientos que casi había olvidado su presencia.

Entonces, Rachel saltó de la cama sin mediar aviso alguno y cayó de pie con un ágil movimiento. Sorprendida, volví rápidamente la cabeza para mirarla.

—Algo ha cambiado.

Su voz era apremiante, pero no me reveló nada más.

Alcanzó la puerta al mismo tiempo que Quinn. Con toda seguridad, ella había oído nuestra conversación y la repentina exclamación. Le puso las manos en los hombros y guió a Rachel otra vez de vuelta a la cama, sentándola en el borde.

— ¿Qué ves? —preguntó Quinn, mirándola fijamente a los ojos, todavía concentrados en algo muy lejano. Me senté junto a ella y me incliné para poder oír su voz baja y rápida.
—Veo una gran habitación con espejos por todas partes. El piso es de madera. Blaine se encuentra allí, esperando. Hay algo dorado... una banda dorada que cruza los espejos.
— ¿Dónde está la habitación?
—No lo sé. Aún falta algo, una decisión que no se ha tomado todavía.
— ¿Cuánto tiempo queda para que eso ocurra?
—Es pronto, estará en la habitación del espejo hoy o quizás mañana. Se encuentra a la espera y ahora permanece en la penumbra.


La voz de Quinn era metódica, actuaba con la tranquilidad de quien tiene experiencia en ese tipo de interrogatorios.

— ¿Qué hace ahora?
—Ver la televisión a oscuras en algún sitio... no, es un vídeo.
— ¿Puedes ver dónde se encuentra?
—No, hay demasiada oscuridad.
— ¿Hay algún otro objeto en la habitación del espejo?
—Sólo veo espejos y una especie de banda dorada que rodea la habitación. También hay un gran equipo de música y un televisor encima de una mesa negra. Ha colocado allí un vídeo, pero no lo mira de la misma forma que lo hacía en la habitación a oscuras
—sus ojos erraron sin rumbo fijo, y luego se centraron en el rostro de Quinn—. Esa es la habitación donde espera.
— ¿No hay nada más?


Ella negó con la cabeza; luego, se miraron la una a la otra, inmóviles.

— ¿Qué significa? —pregunté.

Nadie me contestó durante unos instantes; luego, Quinn me miró.

—Significa que el rastreador ha cambiado de planes y ha tomado la decisión que lo llevará a la habitación del espejo y a la sala oscura.
—Pero no sabemos dónde están.
—Bueno, pero sí sabemos que no le están persiguiendo en las montañas al norte de Washington. Se les escapará
—concluyó Rachel lúgubremente.
— ¿No deberíamos llamarlos? —pregunté. Ellas intercambiaron una mirada seria, indecisos.

El teléfono sonó.

Rachel cruzó la habitación antes de que pudiera alzar el rostro para mirarla.

Pulsó un botón y se lo acercó al oído, aunque no fue la primera en hablar.

—William —susurró. A mí no me pareció sorprendida ni aliviada—. —dijo sin dejar de mirarme; permaneció a la escucha un buen rato—. Acabo de verlo —afirmó, y le describió la reciente visión—. Fuera lo que fuera lo que le hizo tomar ese avión, seguramente le va conducir a esas habitaciones —hizo una pausa—. —contestó al teléfono, y luego me llamó—. ¿Britt?

Me alargó el teléfono y corrí hacia el mismo.

— ¿Diga? —murmuré.
—Britt —dijo Santana.
— ¡Oh, Santana! Estaba muy preocupada.
—Britt
—suspiró, frustrada—. Te dije que no te preocuparas de nadie que no fueras tú misma.

Era tan increíblemente maravilloso oír su voz que mientras ella hablaba sentí cómo la nube de desesperación que planeaba sobre mí ascendía y se disolvía.

— ¿Dónde estás?
—En los alrededores de Vancouver. Lo siento, Britt, pero lo hemos perdido. Parecía sospechar de nosotros y ha tenido la precaución de permanecer lo bastante lejos para que no pudiera leerle el pensamiento. Se ha ido, parece que ha tomado un avión. Creemos que ha vuelto a Forks para empezar de nuevo la búsqueda.


Oía detrás de mí cómo Rachel ponía al día a Quinn. Hablaba con rapidez, las palabras se atropellaban unas a otras, formando un zumbido constante.

—Lo sé. Rachel vio que se había marchado.
—Pero no tienes de qué preocuparte, no podrá encontrar nada que le lleve hasta ti. Sólo tienes que permanecer ahí y esperar hasta que le encontremos otra vez.
—Me encuentro bien. ¿Está Emma con Charlie?
—Sí, el otro chico ha estado en la ciudad. Entró en la casa mientras Charlie estaba en el trabajo. No temas, no se le ha acercado. Está a salvo, vigilado por Emma y Kitty.
— ¿Qué hace el ahora?
—Probablemente, intenta conseguir pistas. Ha merodeado por la ciudad toda la noche. Kitty lo ha seguido hasta las cercanías del aeropuerto, por todas las carreteras alrededor de la ciudad, en la escuela... Está rebuscando por todos lados, Britt, pero no va a encontrar nada.
— ¿Estás segura de que Charlie está a salvo?
—Sí, Emma no le pierde de vista; y nosotros volveremos pronto. Si el rastreador se acerca a Forks, le atraparemos.
—Te echo de menos
—murmuré.
—Ya lo sé, Britt. Créeme que lo sé. Es como si te hubieras llevado una mitad de mí contigo.
—Ven y recupérala, entonces
—le reté.
—Pronto, en cuanto pueda, pero antes me aseguraré de que estás a salvo —su voz se había endurecido.
—Te amo —le recordé.
— ¿Me crees si te digo que, a pesar del trago que te estoy haciendo pasar, también te amo?
—Desde luego que sí, claro que te creo.
—Me reuniré contigo enseguida.
—Te esperaré.


La nube de abatimiento se volvió a cernir sobre mí sigilosamente en cuanto se cortó la comunicación.

Me giré para devolver el móvil a Rachel y las encontré a ella y a Quinn inclinadas sobre la mesa. Ella dibujaba un boceto en un trozo del papel con el membrete del hotel. Me incliné sobre el respaldo del sofá para mirar por encima de su hombro.

Había pintado una habitación grande y rectangular, con una pequeña sección cuadrada al fondo. Las tablas de madera del suelo se extendían a lo largo de toda la estancia. En la parte inferior de las paredes había unas líneas que atravesaban horizontalmente los espejos, y también una banda larga, a la altura de la cintura, que recorría las cuatro paredes. rachel había dicho que era una banda dorada.

—Es un estudio de ballet—dije al reconocer de pronto el aspecto familiar del cuarto.

Me miraron sorprendidas.

— ¿Conoces esta habitación?

La voz de Quinn sonaba calmada, pero debajo de esa tranquila apariencia fluía una corriente subterránea de algo que no pude identificar.

Rachel inclinó la cabeza hacia su dibujo, moviendo rápidamente ahora su mano por la página; en la pared del fondo fue tomando forma una salida de emergencia y en la esquina derecha de la pared frontal, una televisión y un equipo de música encima de una mesa baja.

—Se parece a una academia a la que solía ir para dar clases de ballet cuando tenía ocho o nueve años. Tenía el mismo aspecto —toqué la página donde destacaba la sección cuadrada, que luego se estrechaba en la parte trasera de la habitación—. Aquí se encontraba el baño, y esa puerta daba a otra clase, pero el aparato de música estaba aquí —señalé la esquina izquierda—. Era más viejo, y no había televisor. También había una ventana en la sala de espera, que se podía ver desde este sitio si te colocabas aquí.

Rachel y Quinn me miraban fijamente.

— ¿Estás segura de que es la misma habitación? —me preguntó Quinn, todavía tranquilo.
—No, no del todo. Supongo que todos los estudios de danza son muy parecidos, todos tienen espejos y barras —deslicé un dedo a lo largo de la barra de ballet situada junto a los espejos—. Sólo digo que su aspecto me resulta familiar.

Toqué la puerta del boceto, colocada exactamente en el mismo sitio donde se encontraba la que yo recordaba.

— ¿Tendría algún sentido que quisieras ir allí ahora? —me preguntó Rachel, interrumpiendo mis recuerdos.
—No, no he puesto un pie allí desde hace por lo menos diez años. Era una bailarina espantosa, hasta el punto de que me ponían en la última fila en todas las actuaciones —reconocí.
— ¿Y no puede guardar algún tipo de relación contigo ahora? —inquirió Rachel con suma atención.
—No, ni siquiera creo que siga perteneciendo a la misma persona. Estoy segura de que debe de ser otro estudio de danza en cualquier otro sitio.
— ¿Dónde está el estudio en el que dabas clase?
—me preguntó Quinn con fingida indiferencia.
—Estaba justo en la esquina de la calle donde vivía mi madre, solía pasar por allí después de la escuela... —dejé la frase inconclusa, pero me percaté del intercambio de miradas entre Rachel y Quinn.
—Entonces, ¿está aquí?, ¿en Phoenix? —el tono de la voz de Quinn seguía pareciendo imperturbable.
—Sí —murmuré—. En la 58 esquina con Cactus.

Nos quedamos todas sentadas contemplando fijamente el dibujo.

—Rachel, ¿es seguro este teléfono?
—Sí
—me garantizó—. Si rastrean el número, la pista los llevará a Washington.
—Entonces puedo usarlo para llamar a mi madre.
—Creía que estaba en Florida.
—Así es, pero va a volver pronto y no puede ir a esa casa mientras. ..
—me tembló la voz.

No dejaba de darle vueltas a un detalle que había comentado Santana. El chico mas bajo había estado en casa de Charlie y en la escuela, donde figuraban mis datos.

— ¿Cómo la puedes localizar?
—No tienen número fijo, salvo en casa, aunque se supone que mamá comprueba si tiene mensajes en el contestador de vez en cuando.
— ¿quinn?
—preguntó Rachel.

Ella se lo pensó.

—No creo que esto ocasione daño alguno, aunque asegúrate de no revelar tu paradero, claro.

Tomé el móvil con impaciencia y marqué el número que me era tan familiar. Sonó cuatro veces; luego, oí la voz despreocupada de mi madre pidiendo que dejara un mensaje.

—Mamá —dije después del pitido—, soy yo, Britt. Escucha, necesito que hagas algo. Es importante. Llámame a este número en cuanto oigas el mensaje —Rachel ya estaba a mi lado, escribiéndomelo en la parte inferior del dibujo, y lo leí cuidadosamente dos veces—. Por favor, no vayas a ninguna parte hasta que no hablemos. No te preocupes, estoy bien, pero llámame enseguida, no importa lo tarde que oigas el mensaje, ¿vale? Te quiero, mamá, chao.

Cerré los ojos y recé con todas mis fuerzas para que no llegara a casa por algún cambio imprevisto de planes antes de oír mi mensaje.

Me acomodé en el sofá y picoteé las sobras de fruta de un plato al tiempo que me iba haciendo a la idea de que la tarde sería larga. Pensé en llamar a Charlie, pero no estaba segura de si ya habría llegado a casa o no. Me concentré en las noticias, buscando historias sobre Florida o sobre el entrenamiento de primavera, además de huelgas, huracanes o ataques terroristas, cualquier cosa que provocase un regreso anticipado.

La inmortalidad debe de ayudar mucho a ejercitar la paciencia. Ni Quinn ni Rachel parecían sentir la necesidad de hacer nada en especial. Durante un rato, Rachel dibujó un diseño vago de la habitación oscura que había visto en su visión, a la luz débil de la televisión. Pero cuando terminó, simplemente se quedó sentada, mirando las blancas paredes con sus ojos eternos. Tampoco Quinn parecía tener la necesidad de pasear, inspeccionar el exterior por un lado de las cortinas, o salir corriendo de la habitación como me ocurría a mí.

Debí de quedarme dormida en el sofá mientras esperaba que volviera a sonar el móvil. El frío tacto de las manos de Rachel me despertó bruscamente cuando me llevó a la cama, pero volví a caer inconsciente otra vez antes de que mi cabeza descansara sobre la almohada.


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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por micky morales Dom Sep 08, 2013 9:12 pm

Que desesperacion, que ira a pasar ahora, Blaine nunca me ha terminado de gustar en la serie pq me parece que le dan demasiado protagonismo por encima de otros que estaban antes que el, y ahora que quiere matar a Britt me cae peor!
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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por naty_LOVE_GLEE Dom Sep 08, 2013 10:12 pm

HOLA!!


COMO SIEMPRE ME ENCANTA!!!


MIL GRACIAS POR SUBIR LOS CAPS!!!


Y CON RESPECTO A BLAINE LO MISMO DIGO!! O SEA ME GUSTA SU PERSONA Y ES TALENTOSISIMO CLARO! PERO................BLEE EXISTE Y ES SIMPLE VEO MUCHOS ARGUMENTOS VALEDEROS PARA ESTO y ARBITRARIEDADES EN QUE BLEE NO EXISTE MUY POBRES!!


LEO MUCHO "BLEE NO EXISTE" PERO NINGUN ARGUMENTO QUE FUNDAMENTE TAL DICHO, EN CAMBIO, "BLEE EXISTE" TIENE TODO TIPO DE ARGUMENTOS Y RAZONES JUSTIFICABLES!! 


ASÍ, POR MÁS QUE ME GUSTE BLAINE ESTO ES CIERTO!! y MI ARGUMENTO ES QUE POR MÁS QUE AMO AL BLAINE TALENTOSO SIENTO QUE CADA VEZ QUE VUELVE A HABLARSE DE ÉL COMO QUE ME VOY ABURRIENDO DEL PERSONAJE y ESO NO ESTA BIEN. LISTO LO DIJE!!!!


AHORA EN SERIO!! ESTO ES ADICTIVO!!!GRACIAS POR LAS ACTU SEGUIDAS!! PERO SIEMPRE QUIERO MÁS!!!!


ESPERO LA ACTU!! COMO SIEMPRE!!!


SALUDOS!! NAT!
naty_LOVE_GLEE
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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por dianna agron 16 Dom Sep 08, 2013 11:16 pm

A mi me encanta Blaine de verdad, pero estoy de acuerdo demasiado protagonismo MUCHO PROTAGONISMO DIRIA YO, asi que para desahogarnos un poco sera un poco el blanco de mi ira jajajajaja Santana lo va a deshacer :)
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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por dianna agron 16 Lun Sep 09, 2013 12:09 am



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LA LLAMADA



Me percaté de que otra vez era demasiado temprano en cuanto me desperté. Sabía que estaba invirtiendo progresivamente el horario habitual del día y de la noche. Me quedé tumbada en la cama y escuché las voces tranquilas de Quinn y Rachel en la otra habitación. Resultaba muy extraño que hablaran lo bastante alto como para que las escuchara. Rodé rápidamente sobre la cama y me incorporé. Luego, me dirigí trastabillando hacia el saloncito.

El reloj que había sobre la televisión marcaba las dos de la madrugada. Rachel y Quinn se sentaban juntas en el sofá. Rachel estaba dibujando otra vez, Quinn miraba el boceto por encima del hombro de ésta. Estaban tan absortas en el trabajo de Rachel que no miraron cuando entré.

Me arrastré hasta el lado de Quinn para echar un vistazo.

— ¿Ha visto algo más? —pregunté en voz baja.
—Sí. Algo le ha hecho regresar a la habitación donde estaba el vídeo, y ahora está iluminada.

Observé a Rachel dibujar una habitación cuadrada con vigas oscuras en el techo bajo. Las paredes estaban cubiertas con paneles de madera, un poco más oscuros de la cuenta, pasados de moda. Una oscura alfombra estampada cubría el suelo. Había una ventana grande en la pared sur y en la pared oeste un vano que daba a una sala de estar. Uno de los lados de esta entrada era de piedra y en él se abría una gran chimenea de color canela que daba a ambas habitaciones. Desde este punto de vista, el centro de la imagen lo ocupaban una televisión y un vídeo —en equilibrio un tanto inestable sobre un soporte de madera demasiado pequeño para los dos—, que se encontraban en la esquina sudoeste de la habitación. Un viejo sofá de módulos se curvaba en frente de la televisión con una mesita de café redonda delante.

—El teléfono está allí —susurré e indiqué el lugar.

Dos pares de ojos eternos se fijaron en mí.

—Es la casa de mi madre.

Rachel ya se había levantado del sofá de un salto con el móvil en la mano; empezó a marcar. Contemplé ensimismada la precisa interpretación de la habitación donde se reunía la familia de mi madre. Quinn se acercó aún más a mí, cosa rara en ella, y me puso la mano suavemente en el hombro. El contacto físico acentuó su influjo tranquilizador. La sensación de pánico se difuminó y no llegó a tomar forma.

Los labios de Rachel temblaban debido a la velocidad con la que hablaba, por lo que no pude descifrar ese sordo zumbido. No podía concentrarme.

—Britt —me llamó Rachel. La miré atontada—. Britt, Santana viene a buscarte. Puck, William y ella te van a recoger para esconderte durante un tiempo.
— ¿Viene Santana?


Aquellas palabras se me antojaron como un chaleco salvavidas al que sujetarme para mantener la cabeza fuera de una riada.

—Sí. Va a tomar el primer vuelo que salga de Seattle. La recogeremos en el aeropuerto y te irás con ella.
—Pero, mi madre...
—a pesar de Quinn, la histeria burbujeaba en mi voz—. ¡El rastreador ha venido a por mi madre, Rachel!
—Quinn y yo nos aseguraremos de que esté a salvo.
—No puedo ganar a la larga, Rachel. No podéis proteger a toda la gente que conozco durante toda la vida. ¿No ves lo que está haciendo? No me persigue directamente a mí, pero encontrará y hará daño a cualquier persona que yo ame... Rachel, no puedo...
—Le atraparemos, Britt
—me aseguró ella.
— ¿Y si te hiere, Rachel? ¿Crees que eso me va a parecer bien? ¿Crees que sólo puede hacerme daño a través de mi familia humana?


Rachel miró a Quinn de forma significativa. Una espesa niebla y un profundo letargo se apoderaron de mí y los ojos se me cerraron sin que pudiera evitarlo. Mi mente luchó contra la niebla cuando me di cuenta de lo que estaba pasando. Forcé a mis ojos para que se abrieran y me levanté, alejándome de la mano de Quinn.

—No quiero volverme a dormir —protesté enfadada.

Caminé hacia mi habitación y cerré la puerta, en realidad, casi di un portazo para dejarme caer en la cama, hecha pedazos, con cierta privacidad. Rachel no me siguió en esta ocasión. Estuve contemplando la pared durante tres horas y media, hecha un ovillo, meciéndome. Mi mente vagabundeaba en círculos, intentando salir de alguna manera de esta pesadilla. Pero no había forma de huir, ni indulto posible. Sólo veía un único y sombrío final que se avecinaba en mi futuro. La única cuestión era cuánta gente iba a resultar herida antes de que eso ocurriera.

El único consuelo, la única esperanza que me quedaba era saber que vería pronto a Santana. Quizás, sería capaz de hallar la solución que ahora me rehuía sólo con volverla a ver.

Regresé al salón, sintiéndome un poco culpable por mi comportamiento, cuando sonó el móvil. Esperaba que ninguno de las dos se hubiera enfadado, que supieran cuánto les agradecía los sacrificios que hacían por mí.

Rachel hablaba tan rápido como de costumbre, pero lo que me llamó la atención fue que, por primera vez, Quinn no se hallaba en la habitación. Miré el reloj; eran las cinco y media de la mañana.

—Acaban de subir al avión. Aterrizarán a las nueve cuarenta y cinco —dijo Rachel; sólo tenía que seguir respirando unas cuantas horas más hasta que ella llegara.
— ¿Dónde está Quinn?
—Ha ido a reconocer el terreno.
— ¿No os vais a quedar aquí?
—No, nos vamos a instalar más cerca de la casa de tu madre.


Sentí un retortijón de inquietud en el estómago al escuchar sus palabras, pero el móvil sonó de nuevo, lo que hizo que abandonara mi preocupación por el momento. Rachel parecía sorprendida, pero yo ya había avanzado hacia él esperanzada.

— ¿Diga? —Contestó Rachel—. No, está aquí —me pasó el teléfono y anunció «Tu madre», articulando para que le leyera los labios.
— ¿Diga?
— ¿Britt? ¿Estás ahí?


Era la voz de mi madre, con ese timbre familiar que le había oído miles de veces en mi infancia cada vez que me acercaba demasiado al borde de la acera o me alejaba demasiado de su vista en un lugar atestado de gente. Era el timbre del pánico.
Suspiré. Me lo esperaba, aunque, a pesar del tono urgente de mi llamada, había intentado que mi mensaje fuera lo menos alarmante posible.

—Tranquilízate, mamá —contesté con la más sosegada de las voces mientras me separaba lentamente de Rachel. No estaba segura de poder mentir de forma convincente con sus ojos fijos en mí—. Todo va bien, ¿de acuerdo? Dame un minuto nada más y te lo explicaré todo, te lo prometo.

Hice una pausa, sorprendida de que no me hubiera interrumpido ya.

— ¿Mamá?
—Ten mucho cuidado de no soltar prenda hasta que haya dicho todo lo que tengo que decir
—la voz que acababa de escuchar me fue tan poco familiar como inesperada. Era una voz de hombre, afinada, muy agradable e impersonal, la clase de voz que se oye de fondo en los anuncios de deportivos de lujo. Hablaba muy deprisa—. Bien, no tengo por qué hacer daño a tu madre, así que, por favor, haz exactamente lo que te diga y no le pasará nada —hizo una pausa de un minuto mientras yo escuchaba muda de horror—. Muy bien —me felicitó—. Ahora repite mis palabras, y procura que parezca natural. Por favor, di: «No, mamá, quédate donde estás».
—No, mamá, quédate donde estás —mi voz apenas sobrepasaba el volumen de un susurro.
—Empiezo a darme cuenta de que esto no va a ser fácil —la voz parecía divertida, todavía agradable y amistosa—. ¿Por qué no entras en otra habitación para que la expresión de tu rostro no lo eche todo a perder? No hay motivo para que tu madre sufra. Mientras caminas, por favor, di: «Mamá, por favor, escúchame». ¡Venga, dilo ya!
—Mamá, por favor, escúchame
—supliqué.

Me encaminé muy despacio hacia el dormitorio sin dejar de sentir la mirada preocupada de Rachel clavada en mi espalda. Cerré la puerta al entrar mientras intentaba pensar con claridad a pesar del pavor que nublaba mi mente.

— ¿Hay alguien donde te encuentras ahora? Contesta sólo sí o no.
—No.
—Pero todavía pueden oírte, estoy seguro.
—Sí.
—Está bien, entonces
—continuó la voz amigable—, repite: «Mamá, confía en mí».
—Mamá, confía en mí.
—Esto ha salido bastante mejor de lo que yo creía. Estaba dispuesto a esperar, pero tu madre ha llegado antes de lo previsto. Es más fácil de este modo, ¿no crees? Menos suspense y menos ansiedad para ti.


Esperé.

—Ahora, quiero que me escuches con mucho cuidado. Necesito que te alejes de tus amigos, ¿crees que podrás hacerlo? Contesta sí o no.
—No.
—Lamento mucho oír eso. Esperaba que fueras un poco más imaginativa. ¿Crees que te sería más fácil separarte de ellos si la vida de tu madre dependiera de ello? Contesta sí o no.


No sabía cómo, pero debía encontrar la forma. Recordé que nos íbamos a dirigir al aeropuerto. El Sky Harbor International siempre estaba atestado, y tal y como lo habían diseñado era fácil perderse...

—Eso está mejor. Estoy seguro de que no va a ser fácil, pero si tengo la más mínima sospecha de que estás acompañada, bueno... Eso sería muy malo para tu madre —prometió la voz amable—. A estas alturas ya debes saber lo suficiente sobre nosotros para comprender la rapidez con la que voy a saber si acudes acompañada o no, y qué poco tiempo necesito para cargarme a tu madre si fuera necesario. ¿Entiendes? Responde sí o no.
—Sí
—mi voz se quebró.
—Muy bien, Britt. Esto es lo que has de hacer. Quiero que vayas a casa de tu madre. Hay un número junto al teléfono. Llama, y te diré adonde tienes que ir desde allí —me hacía idea de adonde iría y dónde terminaría aquel asunto, pero, a pesar de todo, pensaba seguir las instrucciones con exactitud—. ¿Puedes hacerlo? Contesta sí o no.
—Y que sea antes de mediodía, por favor, Bella. No tengo todo el día
—pidió con extrema educación.
— ¿Dónde está Phil? —pregunté secamente.
—Ah, y ten cuidado, Britt. Espera hasta que yo te diga cuándo puedes hablar, por favor.

Esperé.

—Es muy importante ahora que no hagas sospechar a tus amigas cuando vuelvas con ellas. Diles que ha llamado tu madre, pero que la has convencido de que no puedes ir a casa por lo tarde que es. Ahora, responde después de mí: «Gracias, mamá».

Repítelo ahora.

—Gracias, mamá.

Rompí a llorar, a pesar de que intenté controlarme.

—Di: «Te quiero, mamá. Te veré pronto». Dilo ya.
—Te quiero, mamá
—repetí con voz espesa—. Te veré pronto.
—Adiós, Britt. Estoy deseando verte de nuevo.


Y colgó.

Mantuve el móvil pegado al oído. El miedo me había agarrotado los dedos y no conseguía estirar la mano para soltarlo. Sabía que debía ponerme a pensar, pero el sonido de la voz aterrada de mi madre ocupaba toda mi mente. Transcurrieron varios segundos antes de que recobrara el control.

Despacio, muy despacio, mis pensamientos consiguieron romper el espeso muro del dolor. Planes, tenía que hacer planes, aunque ahora no me quedaba más opción que ir a la habitación llena de espejos y morir. No había ninguna otra garantía, nada con lo que pudiera salvar la vida de mi madre. Mi única esperanza era que Blaine se diera por satisfecho con ganar la partida, que derrotar a Santana fuera suficiente. Me agobiaba la desesperación, porque no había nada con lo que pudiera negociar, nada que le importara para ofrecer o retener. Pero por muchas vueltas que le diera no había ninguna otra opción. Tenía que intentarlo.

Situé el pánico en un segundo plano lo mejor que pude. Había tomado la decisión. No servía para nada perder tiempo angustiándome sobre el resultado. Debía pensar con claridad, porque Rachel y Quinn me estaban esperando y era esencial, aunque parecía imposible, que consiguiera escaparme de ellos.

Me sentí repentinamente agradecida de que Quinn no estuviera. Hubiera sentido la angustia de los últimos cinco minutos de haber estado en la habitación del hotel, y en tal caso, ¿cómo iba a evitar sus sospechas? Contuve el miedo, la ansiedad, intentando sofocarlos. No podía permitírmelos ahora, ya que no sabía cuándo regresaría Quinn.

Me concentré en la fuga. Confiaba en que mi conocimiento del aeropuerto supusiera una baza a mi favor. Era prioritario alejar a Rachel como fuera...

Era consciente de que me esperaba en la otra habitación, curiosa. Pero tenía que resolver otra cosa más en privado antes de que Quinn volviera.

Debía aceptar que no volvería a ver a Santana nunca más, ni siquiera una última mirada que llevarme a la habitación de los espejos. Iba a herirla y no le podía decir adiós. Dejé que las oleadas de angustia me torturaran y me inundaran un rato.

Entonces, también las controlé y fui a enfrentarme con Rachel.

La única expresión que podía adoptar sin meter la pata era la de una muerta, con gesto ausente. La vi alarmarse, y no quise darle ocasión de que me preguntara. Sólo tenía un guión preparado y no me sentía capaz de improvisar ahora.

—Mi madre estaba preocupada, quería venir a Phoenix —mi voz sonaba sin vida—. Pero todo va bien, la he convencido de que se mantenga alejada.
—Nos aseguraremos de que esté bien, Britt, no te preocupes.


Le di la espalda para evitar que me viera el rostro.

Mis ojos se detuvieron en un folio en blanco con membrete del hotel encima del escritorio. Me acerqué a él lentamente, con un plan ya formándose en mi cabeza. También había un sobre. Buena idea.

—Rachel —pregunté despacio, sin volverme, manteniendo inexpresivo el tono de voz—, si escribo una carta para mi madre, ¿se la darás? Quiero decir si se la puedes dejar en casa.
—Sin duda, Britt
—respondió con voz cautelosa, porque veía que estaba totalmente destrozada. Tenía que controlar mejor mis emociones.

Me dirigí de nuevo al dormitorio y me arrodillé junto a la mesita de noche para apoyarme al escribir.

—Santana... —garabateé.

Me temblaba la mano, tanto que las letras apenas eran legibles.

Te amo. Lo siento muchísimo. Tiene a mi madre en su poder y he de intentarlo a pesar de saber que no funcionará. Lo siento mucho, muchísimo.
No te enfades con Rachel y Quinn, si consigo escaparme de ellas será un milagro, dales las gracias de mi parte en especial a Rachel por favor.
Y te lo suplico por favor no lo sigas, creo que eso es precisamente lo que quiere. No podría soportar que alguien saliera herido por mi culpa, especialmente tú, por favor es lo único que te pido. Hazlo por mí.
Te amo,perdóname
Britt


Doblé la carta con cuidado y sellé el sobre. Ojala que lo encontrara. Sólo podía esperar que lo entendiera y me hiciera caso, aunque fuera sólo esta vez.

Y también sellé cuidadosamente mi corazón.



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Chicas espero les guste las amo :)
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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por micky morales Lun Sep 09, 2013 9:01 am

pq brittany no puede quedarse quieta y esperar que llegue santana?
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Mensaje por dianna agron 16 Lun Sep 09, 2013 1:22 pm



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EL JUEGO DEL ESCONDITE


Todo el pavor, la desesperación y la devastación de mi corazón habían requerido menos tiempo del que había pensado. Los minutos transcurrían con mayor lentitud de lo habitual. Quinn aún no había regresado cuando me reuní con Rachel. Me atemorizaba permanecer con ella en la misma habitación —por miedo a lo que pudiera adivinar— tanto como rehuirla, por el mismo motivo.

Creía que mis pensamientos torturados y volubles harían que fuera incapaz de sorprenderme por nada, pero me sorprendí de verdad cuando la vi doblarse sobre el escritorio, aferrándose al borde con ambas manos.

— ¿Rachel?

No reaccionó cuando mencioné su nombre, pero movía la cabeza de un lado a otro. Vi su rostro y la expresión vacía y aturdida de su mirada. De inmediato pensé en mi madre. ¿Era ya demasiado tarde?

Me apresuré a acudir junto a ella y sin pensarlo, extendí la mano para tocar la suya.

— ¡Rachel! —exclamó Quinn con voz temblorosa.

Ella ya se hallaba a su lado, justo detrás, cubriéndole las manos con las suyas y soltando la presa que la aferraba a la mesa. Al otro lado de la sala de estar, la puerta de la habitación se cerró sola con suave chasquido.

— ¿Qué ves? —exigió saber.

Ella apartó el rostro de mí y lo hundió en el pecho de Quinn.

—Britt —dijo Rachel.
—Estoy aquí —repliqué.

Aunque con una expresión ausente, Rachel giró la cabeza hasta que nuestras miradas se engarzaron. Comprendí inmediatamente que no me hablaba a mí, sino que había respondido a la pregunta de Quinn.

— ¿Qué has visto? —inquirí. Pero en mi voz átona e indiferente no había ninguna pregunta de verdad.

Quinn me estudió con atención. Mantuve la expresión ausente y esperé. Estaba confusa y su mirada iba del rostro de Rachel al mío mientras sentía el caos... Yo había adivinado lo que acababa de ver Rachel.

Sentí que un remanso de tranquilidad se instalaba en mi interior, y celebré la intervención de Quinn, ya que me ayudaba a disciplinar mis emociones y mantenerlas bajo control.

Rachel también se recobró y al final, con voz sosegada y convincente, contestó:

—En realidad, nada. Sólo la misma habitación de antes.

Por último, me miró con expresión dulce y retraída antes de preguntar:

— ¿Quieres desayunar?
—No, tomaré algo en el aeropuerto.


También yo me sentía muy tranquila. Me fui al baño a darme una ducha. Por un momento creí que Quinn había compartido conmigo su extraño poder extrasensorial, ya que percibí la virulenta desesperación de Rachel, a pesar de que la ocultaba muy bien, desesperación porque yo saliera de la habitación y ella se pudiera quedar a solas con Quinn. De ese modo, le podría contar que se estaban equivocando, que iban a fracasar...

Me preparé metódicamente, concentrándome en cada una de las pequeñas tareas. Me solté el pelo, extendiéndolo a mí alrededor, para que me cubriera el rostro. El pacífico estado de ánimo en que Quinn me había sumido cumplió su cometido y me ayudó a pensar con claridad y a planear. Rebusqué en mi petate hasta encontrar el calcetín lleno de dinero y lo vacié en mi monedero.

Ardía en ganas de llegar al aeropuerto y estaba de buen humor cuando nos marchamos a eso de las siete de la mañana. En esta ocasión, me senté sola en el asiento trasero mientras que Rachel reclinaba la espalda contra la puerta, con el rostro frente a Quinn, aunque cada pocos segundos me lanzaba miradas desde detrás de sus gafas de sol.

— ¿Rach? —pregunté con indiferencia.
— ¿Sí? —contestó con prevención.
— ¿Cómo funcionan tus visiones? —miré por la ventanilla lateral y mi voz sonó aburrida—.Santana me dijo que no eran definitivas, que las cosas podían cambiar.

El pronunciar el nombre de Santana me resultó más difícil de lo esperado, y esa sensación debió alertar a Quinn, ya que poco después una fresca ola de serenidad inundó el vehículo.

—Sí, las cosas pueden cambiar... —murmuró, supongo que de forma esperanzada—. Algunas visiones se aproximan a la verdad más que otras, como la predicción metereológica. Resulta más difícil con los hombres. Sólo veo el curso que van a tomar las cosas cuando están sucediendo. El futuro cambia por completo una vez que cambian la decisión tomada o efectúan otra nueva, por pequeña que sea.

Asentí con gesto pensativo.

—Por eso no pudiste ver a Blaine en Phoenix hasta que no decidió venir aquí.
—Sí —admitió, mostrándose todavía cautelosa.

Y tampoco me había visto en la habitación de los espejos con Blaine hasta que no accedí a reunirme con él. Intenté no pensar en qué otras cosas podría haber visto, ya que no quería que el pánico hiciera recelar aún más a Quinn. De todos modos, las dos iban a redoblar la atención con la que me vigilaban a raíz de la visión de Rachel. La situación se estaba volviendo imposible.

La suerte se puso de mi parte cuando llegamos al aeropuerto, o tal vez sólo era que habían mejorado mis probabilidades. El avión de Santana iba a aterrizar en la terminal cuatro, la más grande de todas, pero tampoco era extraño que fuera así, ya que allí aterrizaban la mayor parte de los vuelos. Sin duda, era la terminal que más me convenía —la más grande y la que ofrecía mayor confusión—, y en el nivel tres había una puerta que posiblemente sería mi única oportunidad.

Aparcamos en el cuarto piso del enorme garaje. Fui yo quien las guié, ya que, por una vez, conocía el entorno mejor que ellas. Tomamos el ascensor para descender al nivel tres, donde bajaban los pasajeros. Rachel y Quinn se entretuvieron mucho rato estudiando el panel de salida de los vuelos. Las escuchaba discutiendo las ventajas e inconvenientes de Nueva York, Chicago, Atlanta, lugares que nunca había visto, y que, probablemente, nunca vería.

Esperaba mi oportunidad con impaciencia, incapaz de evitar que mi pie zapateara en el suelo. Nos sentamos en una de las largas filas de sillas cerca de los detectores de metales. Quinn y Rachel fingían observar a la gente, pero en realidad, sólo me observaban a mí. Ambas seguían de reojo todos y cada uno de mis movimientos en la silla. Me sentía desesperanzada. ¿Podría arriesgarme a correr? ¿Se atreverían a impedir que me escapara en un lugar público como éste? ¿O simplemente me seguirían?

Saqué del bolso el sobre sin destinatario y lo coloqué encima del bolso negro de piel que llevaba Rachel; ésta me miró sorprendida.

—Mi carta —le expliqué.

Asintió con la cabeza e introdujo el sobre en el bolso debajo de la solapa, de modo que Santana lo encontraría relativamente pronto.

Los minutos transcurrían e iba acercándose el aterrizaje del avión en el que viajaba Santana. Me sorprendía cómo cada una de mis células parecía ser consciente de su llegada y la anhelarla. Esa sensación me complicaba las cosas, y pronto me descubrí buscando excusas para quedarme a verla antes de escapar, pero sabía que eso me limitaba la posibilidad de huir.

Rachel se ofreció varias veces para acompañarme a desayunar. —Más tarde —le dije—, todavía no.

Estudié el panel de llegadas de los vuelos, comprobando cómo uno tras otro llegaban con puntualidad. El vuelo procedente de Seattle cada vez ocupaba una posición más alta en el panel.

Los dígitos volvieron a cambiar cuando sólo me quedaban treinta minutos para intentar la fuga. Su vuelo llegaba con diez minutos de adelanto, por lo que se me acababa el tiempo.

—Creo que me apetece comer ahora —dije rápidamente.

Rachel se puso de pie.

—Iré contigo.
— ¿Te importa que venga Quinn en tu lugar?
—pregunté—. Me siento un poco... —no terminé la frase. Mis ojos estaban lo bastante enloquecidos como para transmitir lo que no decían las palabras.

Quinn se levantó. La mirada de Rachel era confusa, pero, comprobé para alivio mío, que no sospechaba nada. Ella debía de atribuir la alteración en su visión a alguna maniobra del rastreador, más que a una posible traición por mi parte.

Quinn caminó junto a mí en silencio, con la mano en mis ríñones, como si me estuviera guiando. Simulé falta de interés por las primeras cafeterías del aeropuerto con que nos encontramos, y movía la cabeza a izquierda y derecha en busca de lo que realmente quería encontrar: los servicios para señoras del nivel tres, que estaban a la vuelta de la esquina, lejos del campo de visión de Rachel.

— ¿Te importa? —pregunté a Quinn al pasar por delante—. Sólo será un momento.
—¿Te acompaño?
—dijo ella.
—No, estaré bien — dije tratando de restarle importancia
—Ok, aquí te espero — dijo ella

Eché a correr en cuanto la puerta se cerró detrás de mí. Recordé aquella ocasión en que me extravié por culpa de este baño, que tenía dos salidas.

Sólo tenía que dar un pequeño salto para ganar los ascensores cuando saliera por la otra puerta. No entraría en el campo de visión de Quinn si ésta permanecía donde me había dicho. Era mi única oportunidad, por lo que tendría que seguir corriendo si ella me veía. La gente se quedaba mirándome, pero los ignoré. Los ascensores estaban abiertos, esperando, cuando doblé la esquina. Me precipité hacia uno de ellos—estaba casi lleno, pero era el que bajaba— y metí la mano entre las dos hojas de la puerta que se cerraba. Me acomodé entre los irritados pasajeros y me cercioré con un rápido vistazo de que el botón de la planta que daba a la calle estuviera pulsado. Estaba encendido cuando las puertas se cerraron.

Salí disparada de nuevo en cuanto se abrieron, a pesar de los murmullos de enojo que se levantaron a mi espalda. Anduve con lentitud mientras pasaba al lado de los guardias de seguridad, apostados junto a la cinta transportadora, preparada para correr tan pronto como viera las puertas de salida. No tenía forma de saber si Quinn ya me estaba buscando. Sólo dispondría de unos segundos si seguía mi olor. Estuve a punto de estrellarme contra los cristales mientras cruzaba de un salto las puertas automáticas, que se abrieron con excesiva lentitud.

No había ni un solo taxi a la vista a lo largo del atestado bordillo de la acera.

No me quedaba tiempo. Rachel y Quinn estarían a punto de descubrir mi fuga, si no lo habían hecho ya, y me localizarían en un abrir y cerrar de ojos.

El servicio de autobús del hotel Hyatt acababa de cerrar las puertas a pocos pasos de donde me encontraba.

— ¡Espere! — grité al tiempo que corría y le hacía señas al conductor.
—Éste es el autobús del Hyatt —dijo el conductor confundido al abrir la puerta.
—Sí. Allí es adonde voy —contesté con la respiración entrecortada, y subí apresuradamente los escalones.

Al no llevar equipaje, me miró con desconfianza, pero luego se encogió de hombros y no se molestó en hacerme más preguntas.

La mayoría de los asientos estaban vacíos. Me senté lo más alejada posible de los restantes viajeros y miré por la ventana, primero a la acera y después al aeropuerto, que se iba quedando atrás. No pude evitar imaginarme a Santana de pie al borde de la calzada, en el lugar exacto donde se perdía mi pista. No puedes llorar aún, me dije a mí misma. Todavía me quedaba un largo camino por recorrer.

La suerte siguió sonriéndome. En frente del Hyatt, una pareja de aspecto fatigado estaba sacando la última maleta del maletero de un taxi. Me bajé del autobús de un salto e inmediatamente me lancé hacia el taxi y me introduje en el asiento de atrás. La cansada pareja y el conductor del autobús me miraron fijamente.

Le indiqué al sorprendido taxista las señas de mi madre.

—Necesito llegar aquí lo más pronto posible.
—Pero esto está en Scottsdale
—se quejó.

Arrojé cuatro billetes de veinte sobre el asiento.

— ¿Es esto suficiente?
—Sí, claro, chica, sin problema.


Me recliné sobre el asiento y crucé los brazos sobre el regazo. Las calles de la ciudad, que me resultaba tan familiar, pasaban rápidamente a nuestro lado, pero no me molesté ni en mirar por la ventanilla. Hice un gran esfuerzo por mantener el control y estaba resuelta a no perderlo llegada a aquel punto, ahora que había completado con éxito mi plan. No merecía la pena permitirme más miedo ni más ansiedad. El camino estaba claro, y sólo tenía que seguirlo.

Así pues, en lugar de eso cerré los ojos y pasé los veinte minutos de camino creyéndome con Santana en vez de dejarme llevar por el pánico.

Imaginé que me había quedado en el aeropuerto a la espera de su llegada. Visualicé cómo le vería el rostro lo antes posible, y la rapidez y el garbo con que ella se deslizaría entre el gentío. Entonces, tan impaciente como siempre, yo recorrería a toda prisa los pocos metros que me separaban de ella para cobijarme entre sus brazos de mármol, al fin a salvo.

Me pregunté adonde habríamos ido. A algún lugar del norte, para que ella pudiera estar al aire libre durante el día, o quizás a algún paraje remoto en el que nos hubiéramos tumbado al sol, juntas otra vez. Me la imaginé en la playa, con su piel destellando como el mar. No me importaba cuánto tiempo tuviéramos que ocultarnos. Quedarme atrapada en una habitación de hotel con ella sería una especie de paraíso, con la cantidad de preguntas que todavía tenía que hacerle. Podría estar hablando con ella para siempre, sin dormir nunca, sin separarme de ella jamás.

Vislumbré con tal claridad su rostro que casi podía oír su voz, y en ese momento, a pesar del horror y la desesperanza, me sentí feliz. Estaba tan inmersa en mi ensueño escapista que perdí la noción del tiempo transcurrido.

—Eh, ¿qué número me dijo?

La pregunta del taxista pinchó la burbuja de mi fantasía, privando de color mis maravillosas ilusiones vanas. El miedo, sombrío y duro, estaba esperando para ocupar el vacío que aquéllas habían dejado.

—Cincuenta y ocho —contesté con voz ahogada.

Me miró nervioso, pensando que quizás me iba a dar un ataque o algo parecido.

—Entonces, hemos llegado.

El taxista estaba deseando que yo saliera del coche; probablemente, albergaba la esperanza de que no le pidiera las vueltas.

—Gracias —susurré.

No hacía falta que me asustara, me recordé. La casa estaba vacía. Debía apresurarme. Mamá me esperaba aterrada, y dependía de mí.

Subí corriendo hasta la puerta y me estiré con un gesto maquinal para tomar la llave de debajo del alero. Abrí la puerta. El interior permanecía a oscuras y deshabitado, todo en orden. Volé hacia el teléfono y encendí la luz de la cocina en el trayecto. En la pizarra blanca había un número de diez dígitos escrito a rotulador con caligrafía pequeña y esmerada. Pulsé los botones del teclado con precipitación y me equivoqué. Tuve que colgar y empezar de nuevo. En esta ocasión me concentré sólo en las teclas, pulsándolas con cuidado, una por una. Lo hice correctamente. Sostuve el auricular en la oreja con mano temblorosa. Sólo sonó una vez.

—Hola, Britt—contestó Blaine con voz tranquila—. Lo has hecho muy deprisa. Estoy impresionado.
— ¿Se encuentra bien mi madre?
—Está estupendamente. No te preocupes, Britt, no tengo nada contra ella. A menos que no vengas sola, claro
—dijo esto con despreocupación, casi divertido.
—Estoy sola.

Nunca había estado más sola en toda mi vida.

—Muy bien. Ahora, dime, ¿conoces el estudio de ballet que se encuentra justo a la vuelta de la esquina de tu casa?
—Sí, sé cómo llegar hasta allí.
—Bien, entonces te veré muy pronto.


Colgué.

Salí corriendo de la habitación y crucé la puerta hacia el calor achicharrante de la calle.

No había tiempo para volver la vista atrás y contemplar mi casa. Tampoco deseaba hacerlo tal y como se encontraba ahora, vacía, como un símbolo del miedo en vez de un santuario. La última persona en caminar por aquellas habitaciones familiares había sido mi enemigo.

Casi podía ver a mi madre con el rabillo del ojo, de pie a la sombra del gran eucalipto donde solía jugar de niña; o arrodillada en un pequeño espacio no asfaltado junto al buzón de correos, un cementerio para todas las flores que había plantado. Los recuerdos eran mejores que cualquier realidad que hoy pudiera ver, pero aun así, los aparté de mi mente rápidamente y me encaminé hacia la esquina, dejándolo todo atrás.

Me sentía torpe, como si corriera sobre arena mojada. Parecía incapaz de mantener el equilibrio sobre el cemento. Tropecé varias veces, y en una ocasión me caí. Me hice varios rasguños en las manos cuando las apoyé en la acera para amortiguar la caída. Luego me tambaleé, para volver a caerme, pero finalmente conseguí llegar a la esquina. Ya sólo me quedaba otra calle más. Corrí de nuevo, jadeando, con el rostro empapado de sudor. El sol me quemaba la piel; brillaba tanto que su intenso reflejo sobre el cemento blanco me cegaba. Me sentía peligrosamente vulnerable. Añoré la protección de los verdes bosques de Forks, de mi casa, con una intensidad que jamás hubiera imaginado.

Al doblar la última esquina y llegar a Cactus, pude ver el estudio de ballet, que conservaba el mismo aspecto exterior que recordaba. La plaza de aparcamiento de la parte delantera estaba vacía y las persianas de todas las ventanas, echadas. No podía correr—más, me asfixiaba. El esfuerzo y el pánico me habían dejado extenuada. El recuerdo de mi madre era lo único que, un paso tras otro, me mantenía en movimiento.

Al acercarme vi el letrero colocado por la parte interior de la puerta. Estaba escrito a mano en papel rosa oscuro: decía que el estudio de danza estaba cerrado por las vacaciones de primavera. Aferré el pomo y lo giré con cuidado. Estaba abierto. Me esforcé por contener el aliento y abrí la puerta.

El oscuro vestíbulo estaba vacío y su temperatura era fresca. Se podía oír el zumbido del aire acondicionado. Las sillas de plástico estaban apiladas contra la pared y la alfombra olía a champú. El aula de danza orientada al oeste estaba a oscuras y podía verla a través de una ventana abierta con vistas a esa sala. El aula que daba al este, la habitación más grande, estaba iluminada a pesar de tener las persianas echadas.

Se apoderó de mí un miedo tan fuerte que me quedé literalmente paralizada. Era incapaz de dar un solo paso.

Entonces, la voz de mi madre me llamó con el mismo tono de pánico e histeria.

— ¿Britt? ¿Britt? —Me precipité hacia la puerta, hacia el sonido de su voz—. ¡Britt, me has asustado! —Continuó hablando mientras yo entraba corriendo en el aula de techos altos—. ¡No lo vuelvas a hacer nunca más!

Miré a mí alrededor, intentando descubrir de dónde venía su voz. Entonces la oí reír y me giré hacia el lugar de procedencia del sonido.

Y allí estaba ella, en la pantalla de la televisión, alborotándome el pelo con alivio. Era el Día de Acción de Gracias y yo tenía doce años. Habíamos ido a ver a mi abuela el año anterior a su muerte. Fuimos a la playa un día y me incliné demasiado desde el borde del embarcadero. Me había visto perder pie y luego mis intentos de recuperar el equilibrio. « ¿Britt? ¿Britt?», me había llamado ella asustada.

La pantalla del televisor se puso azul.

Me volví lentamente. Inmóvil, Blaine estaba de pie junto a la salida de emergencia, por eso no le había visto al principio. Sostenía en la mano el mando a distancia. Nos miramos el uno al otro durante un buen rato y entonces sonrió.

Caminó hacia mí y pasó muy cerca. Depositó el mando al lado del vídeo. Me di la vuelta con cuidado para seguir sus movimientos.

—Lamento esto, Britt, pero ¿acaso no es mejor que tu madre no se haya visto implicada en este asunto? —dijo con voz cortés, amable.

De repente caí en la cuenta. Mi madre seguía a salvo en Florida. Nunca había oído mi mensaje. Los ojos rojo oscuro de aquel rostro inusualmente pálido que ahora tenía delante de mí jamás la habían aterrorizado. Estaba a salvo.

—Sí —contesté llena de alivio.
—No pareces enfadada porque te haya engañado.
—No lo estoy.


La euforia repentina me había insuflado coraje. ¿Qué importaba ya todo? Pronto habría terminado y nadie haría daño a Charlie ni a mamá, nunca tendrían que pasar miedo. Me sentía casi mareada. La parte más racional de mi mente me avisó de que estaba a punto de derrumbarme a causa del estrés.

— ¡Qué extraño! Lo piensas de verdad —sus ojos oscuros me examinaron con interés. El iris de sus pupilas era casi negro, pero había una chispa de color rubí justo en el borde. Estaba sediento—. He de conceder a vuestro extraño aquelarre que vosotros, los humanos, podéis resultar bastante interesantes. Supongo que observaros debe de ser toda una atracción. Y lo extraño es que muchos de vosotros no parecéis tener conciencia alguna de lo interesantes que sois.

Se encontraba cerca de mí, con los brazos cruzados, mirándome con curiosidad. Ni el rostro ni la postura de Blaine mostraban el menor indicio de amenaza. Tenía un aspecto muy corriente, no había nada destacable en sus facciones ni en su cuerpo, salvo su piel y los ojos ojerosos a los que ya me había acostumbrado. Vestía una camiseta azul claro de manga larga y unos vaqueros desgastados.

—Supongo que ahora vas a decirme que tu novia te vengará —aventuró casi esperanzado, o eso me pareció.
—No, no lo creo. De hecho, le he pedido que no lo haga.
— ¿Y qué te ha contestado?
—No lo sé —resultaba extrañamente sencillo conversar con un cazador tan gentil
—. Le dejé una carta.
— ¿Una carta? ¡Qué romántico! —la voz se endureció un poco cuando añadió un punto de sarcasmo al tono educado—. ¿Y crees que te hará caso?
—Eso espero.
—Humm. Bueno, en tal caso, tenemos expectativas distintas. Como ves, esto ha sido demasiado fácil, demasiado rápido. Para serte sincero, me siento decepcionado. Esperaba un desafío mucho mayor. Y después de todo, sólo he necesitado un poco de suerte.


Esperé en silencio.

—Hice que Kurt averiguara más cosas sobre ti cuando no consiguió atrapar a tu padre. Carecía de sentido darte caza por todo el planeta cuando podía esperar cómodamente en un lugar de mi elección. Por eso, después de hablar con Kurt, decidí venir a Phoenix para hacer una visita a tu madre. Te había oído decir que regresabas a casa. Al principio, ni se me ocurrió que lo dijeras en serio, pero luego lo estuve pensando. ¡Qué predecibles sois los humanos! Os gusta estar en un entorno conocido, en algún lugar que os infunda seguridad. ¿Acaso no sería una estratagema perfecta que si te persiguiéramos acudieras al último lugar en el que deberías estar, es decir, a donde habías dicho que ibas a ir? Pero claro, no estaba seguro, sólo era una corazonada. Habitualmente las suelo tener sobre las presas que cazo, un sexto sentido, por llamarlo así. Escuché tu mensaje cuando entré a casa de tu madre, pero claro, no podía estar seguro del lugar desde el que llamabas. Era útil tener tu número, pero por lo que yo sabía, lo mismo podías estar en la Antártida; y el truco no funcionaría a menos que estuvieras cerca. Entonces, tu novia toma un avión a Phoenix. Kurt la estaba vigilando, naturalmente; no podía actuar solo en un juego con tantos jugadores. Y así fue como me confirmaron lo que yo barruntaba, que te encontrabas aquí. Ya estaba preparado; había visto tus enternecedores vídeos familiares, por lo que sólo era cuestión de marcarse el farol. Demasiado fácil, como ves. En realidad, nada que esté a mi altura. En fin, espero que te equivoques con tu novia. Se llama Santana, ¿verdad?

No contesté. La sensación de valentía me abandonaba por momentos. Me di cuenta de que estaba a punto de terminar de regodearse en su victoria. Aunque, de todos modos, ya me daba igual. No había ninguna gloria para él en abatirme a mí, una débil humana.

— ¿Te molestaría mucho que también yo le dejara una cartita a tu Santana?

Dio un paso atrás y pulsó algo en una videocámara del tamaño de la palma de la mano, equilibrada cuidadosamente en lo alto del aparato de música. Una diminuta luz roja indicó que ya estaba grabando. La ajustó un par de veces, ampliando el encuadre. Lo miré horrorizada.

—Lo siento, pero dudo de que se vaya a resistir a darme caza después de que vea esto. Y no quiero que se pierda nada. Todo esto es por ella, claro. Tú simplemente eres una humana, que, desafortunadamente, estaba en el sitio equivocado y en el momento equivocado, y podría añadir también, que en compañía de la gente equivocada.

Dio un paso hacia mí, sonriendo.

—Antes de que empecemos...

Sentí náuseas en la boca del estómago mientras hablaba. Esto era algo que yo no había previsto.

—Hay algo que me gustaría restregarle un poco por las narices a tu novia. La solución fue obvia desde el principio, y siempre temí que tu Santana se percatara y echara a perder la diversión. Me pasó una vez, oh, sí, hace siglos. La primera y única vez que se me ha escapado una presa. El vampiro que tan estúpidamente se había encariñado con aquella insignificante presa hizo la elección que tu Santana ha sido demasiado débil para llevar a cabo, ya ves. Cuando aquel viejo supo que iba detrás de su amiguita, la raptó del sanatorio mental donde él trabajaba —nunca entenderé la obsesión que algunos vampiros tienen por vosotros, los humanos—, y la liberó de la única forma que tenía para ponerla a salvo. La pobre criaturita ni siquiera pareció notar el dolor. Había permanecido encerrada demasiado tiempo en aquel agujero negro de su celda. Cien años antes la habrían quemado en la hoguera por sus visiones, pero en el siglo XIX te llevaban al psiquiátrico y te administraban tratamientos de electro—choque. Cuando abrió los ojos fortalecida con su nueva juventud, fue como si nunca antes hubiera visto el sol. El viejo la convirtió en un nuevo y poderoso vampiro, pero entonces yo ya no tenía ningún aliciente para tocarla —suspiró—. En venganza, maté al viejo.
—Rachel
—dije en voz baja, atónita.
—Sí, tu amiguita. Me sorprendió verla en el claro. Supuse que su aquelarre obtendría alguna ventaja de esta experiencia. Yo te tengo a ti, y ellos la tienen a ella. La única víctima que se me ha escapado, todo un honor, la verdad. Y tenía un olor realmente delicioso. Aún lamento no haber podido probarla... Olía incluso mejor que tú. Perdóname, no quiero ofenderte, tú hueles francamente bien. Un poco floral, creo...

Dio otro paso en mi dirección hasta situarse a poca distancia. Levantó un mechón de mi pelo y lo olió con delicadeza. Entonces, lo puso otra vez en su sitio con dulzura y sentí sus dedos fríos en mi garganta. Alzó luego la mano para acariciarme rápidamente una sola vez la mejilla con el pulgar, con expresión de curiosidad. Deseaba echar a correr con todas mis fuerzas, pero estaba paralizada. No era capaz siquiera de estremecerme.

—No —murmuró para sí mientras dejaba caer la mano—. No lo entiendo —suspiró—. En fin, supongo que deberíamos continuar. Luego, podré telefonear a tus amigos y decirles dónde te pueden encontrar, a ti y a mi mensajito.

Ahora me sentía realmente mal. Supe que iba a ser doloroso, lo leía en sus ojos. No se conformaría con ganar, alimentarse y desaparecer. El final rápido con que yo contaba no se produciría. Empezaron a temblarme las rodillas y temí caerme de un momento a otro.

El cazador retrocedió un paso y empezó a dar vueltas en torno a mí con gesto indiferente, como si quisiera obtener la mejor vista posible de una estatua en un museo. Su rostro seguía siendo franco y amable mientras decidía por dónde empezar.

Entonces, se echó hacia atrás y se agazapó en una postura que reconocí de inmediato. Su amable sonrisa se ensanchó, y creció hasta dejar de ser una sonrisa y convertirse en un amasijo de dientes visibles y relucientes.

No pude evitarlo, intenté correr aun sabiendo que sería inútil y que mis rodillas estaban muy débiles. Me invadió el pánico y salté hacia la salida de emergencia.

Lo tuve delante de mí en un abrir y cerrar de ojos. Actuó tan rápido que no vi si había usado los pies o las manos. Un golpe demoledor impactó en mi pecho y me sentí volar hacia atrás, hasta sentir el crujido del cristal al romperse cuando mi cabeza se estrelló contra los espejos. El cristal se agrietó y los trozos se hicieron añicos al caer al suelo, a mi lado.

Estaba demasiado aturdida para sentir el dolor. Ni siquiera podía respirar.

Se acercó muy despacio.

—Esto hará un efecto muy bonito —dijo con voz amable otra vez mientras examinaba el caos de cristales—. Pensé que esta habitación crearía un efecto visualmente dramático para mi película. Por eso escogí este lugar para encontrarnos. Es perfecto, ¿a que sí?

Le ignoré mientras gateaba de pies y manos en un intento de arrastrarme hasta la otra puerta.

Se abalanzó sobre mí de inmediato y me pateó con fuerza la pierna. Oí el espantoso chasquido antes de sentirlo, pero luego lo sentí y no pude reprimir el grito de agonía. Me retorcí para agarrarme la pierna, él permaneció junto a mí, sonriente.

— ¿Te gustaría reconsiderar tu última petición? —me preguntó con amabilidad.

Me golpeó la pierna rota con el pie. Oí un alarido taladrador. En estado de shock, lo reconocí como mío.

— ¿Sigues sin querer que Santana intente encontrarme? —me acució.
—No —dije con voz ronca—. No, Santana, no lo hagas...

Entonces, algo me impactó en la cara y me arrojó de nuevo contra los espejos.

Por encima del dolor de la pierna, sentí el filo cortante del cristal rasgarme el cuero cabelludo. En ese momento, un líquido caliente y húmedo empezó a extenderse por mi pelo a una velocidad alarmante. Noté cómo empapaba el hombro de mi camiseta y oí el goteo en la madera sobre la que me hallaba. Se me hizo un nudo en el estómago a causa del olor.

A través de la náusea y el vértigo, atisbé algo que me dio un último hilo de esperanza. Los ojos de Blaine, que poco antes sólo mostraban interés, ahora ardían con una incontrolable necesidad. La sangre, que extendía su color carmesí por la camiseta blanca y empezaba a formar un charco rápidamente en el piso, lo estaba enloqueciendo a causa de su sed. No importaban ya cuáles fueran sus intenciones originales, no se podría refrenar mucho tiempo.

Ojala que fuera rápido a partir de ahora, todo lo que podía esperar es que la pérdida de sangre se llevara mi conciencia con ella. Se me cerraban los ojos.

Oí el gruñido final del cazador como si proviniera de debajo del agua. Pude ver, a través del túnel en el que se había convertido mi visión, cómo su sombra oscura caía sobre mí. Con un último esfuerzo, alcé la mano instintivamente para protegerme la cara. Entonces se me cerraron los ojos y me dejé ir.



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Les gusto? :)
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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por dianna agron 16 Lun Sep 09, 2013 4:15 pm




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MI ANGEL


Mientras iba a la deriva, soñé.

En el lugar donde flotaba, debajo de las aguas negras, oí el sonido más feliz que mi mente podía conjurar, el más hermoso, el único que podía elevarme el espíritu y a la vez, el más espantoso. Era otro gruñido, un rugido salvaje y profundo, impregnado de la más terrible ira.

El dolor agudo que traspasaba mi mano alzada me trajo de vuelta, casi hasta la superficie, pero no era un camino de regreso lo bastante amplio para que me permitiera abrir los ojos.

Entonces, supe que estaba muerta...

... porque oí la voz de un ángel pronunciando mi nombre a través del agua densa, llamándome al único cielo que yo anhelaba.

— ¡Oh no, Britt, no! —gritó la voz horrorizada de mi ángel.

Se produjo un ruido, un terrible tumulto que me asustó detrás de aquel sonido anhelado. Un gruñido grave y despiadado, un sonido seco, espantoso y un lamento lleno de agonía, que repentinamente se quebró...

Yo en cambio decidí concentrarme en la voz de mi ángel.

— ¡Britt, por favor! ¡Britt, escúchame; por favor, por favor, Britt, por favor! —suplicaba.

Sí, quise responderle. Quería decirle algo, cualquier cosa, pero no encontraba los labios.

— ¡William! —Llamó mi ángel con su voz perfecta cargada de angustia—. ¡Britt, Britt, no, oh, no, por favor, no, no!

Mi ángel empezó a sollozar sin lágrimas, rota de dolor.

Un ángel no debería llorar, eso no está bien. Intenté ponerme en contacto con ella, decirle que todo iba a salir bien, pero las aguas eran tan profundas que me aprisionaban y no podía respirar.

Sentí un punto de dolor taladrarme la cabeza. Dolía mucho, pero entonces, mientras ese dolor irrumpía a través de la oscuridad para llegar hasta mí, acudieron otros mucho más fuertes. Grité mientras intentaba aspirar aire y emerger de golpe del estanque oscuro.

— ¡Britt! —gritó mi ángel.
—Ha perdido algo de sangre, pero la herida no es muy profunda —explicaba una voz tranquila—. Echa una ojeada a su pierna, está rota.

Mi ángel reprimió en los labios un aullido de ira.

Sentí una punzada aguda en el costado. Aquel lugar no era el cielo, más bien no. Había demasiado dolor aquí para que lo fuera.

—Y me temo que también lo estén algunas costillas —continuó la voz serena de forma metódica.

Aquellos dolores agudos iban remitiendo. Sin embargo, apareció uno nuevo, una quemazón en la mano que anulaba a todos los demás.

Alguien me estaba quemando.

—Santy —intenté decirle, pero mi voz sonaba pastosa y débil. Ni yo era capaz de entenderme.
—Britt, te vas a poner bien. ¿Puedes oírme, Britt? Te amo.
—Santy
—lo intenté de nuevo, parecía que se me iba aclarando la voz.
—Sí, estoy aquí.
—Me duele
—me quejé.
—Lo sé, Britt, lo sé —entonces, a lo lejos, la escuché preguntar angustiada—. ¿No puedes hacer nada?
—Mi maletín, por favor... No respires, Rachel, eso te ayudará
—aseguró William.
— ¿Rach? —gemí.
—Está aquí, fue ella la que supo dónde podíamos encontrarte.
—Me duele la mano
—intenté decirle.
—Lo sé, Britt, William te administrará algo que te calme el dolor.
— ¡Me arde la mano!
—conseguí gritar, saliendo al fin de la oscuridad y pestañeando sin cesar.

No podía verle la cara porque una cálida oscuridad me empañaba los ojos. ¿Por qué no veían el fuego y lo apagaban?

La voz de Santana sonó asustada.

— ¿Britt?
— ¡Fuego! ¡Que alguien apague el fuego!
—grité mientras sentía cómo me quemaba.
— ¡William! ¡La mano!
—La ha mordido.


La voz de William había perdido la calma, estaba horrorizado. Oí cómo Santana se quedaba sin respiración, del espanto.

—Santana, tienes que hacerlo —dijo Rachel, cerca de mi cabeza; sus dedos fríos me limpiaron las lágrimas.
— ¡No! —rugió ella.
—Rachel —gemí.
—Hay otra posibilidad —intervino William.
— ¿Cuál? —suplicó Santana.
—Intenta succionar la ponzoña, la herida es bastante limpia.

Mientras William hablaba podía sentir cómo aumentaba la presión en mi cabeza, y algo pinchaba y tiraba de la piel. El dolor que esto me provocaba desaparecía ante la quemazón de la mano.

— ¿Funcionará? —Rachel parecía tensa.
—No lo sé —reconoció William—, pero hay que darse prisa.
—William, yo...
—Santana vaciló—. No sé si voy a ser capaz de hacerlo.

La angustia había aparecido de nuevo en la voz de mi ángel.

—Sea lo que sea, es tu decisión, Santana. No puedo ayudarte. Debemos cortar la hemorragia si vas a sacarle sangre de la mano.

Me retorcí prisionera de esta ardiente tortura, y el movimiento hizo que el dolor de la pierna llameara de forma escalofriante.

— ¡Santana! —grité y me di cuenta de que había cerrado los ojos de nuevo. Los abrí, desesperada por volver a ver su rostro y allí estaba. Por fin pude ver su cara perfecta, mirándome fijamente, crispada en una máscara de indecisión y pena.
—Rachel, encuentra algo para que le entablille la pierna —William seguía inclinado sobre mí, haciendo algo en mi cabeza—. Santana, has de hacerlo ya o será demasiado tarde.

El rostro de Santana se veía demacrado. La miré a los ojos y al fin la duda se vio sustituida por una determinación inquebrantable. Apretó las mandíbulas y sentí sus dedos fuertes y frescos en mi mano ardiente, colocándola con cuidado. Entonces inclinó la cabeza sobre ella y sus labios fríos presionaron contra mi piel.

El dolor empeoró. Aullé y me debatí entre las manos heladas que me sujetaban. Oí hablar a Rachel, que intentaba calmarme. Algo pesado me inmovilizó la pierna contra el suelo y William me sujetó la cabeza en el torno de sus brazos de piedra.

Entonces, despacio, dejé de retorcerme conforme la mano se me entumecía más y más. El fuego se había convertido en un rescoldo mortecino que se concentraba en un punto más pequeño.

Y mientras el dolor desaparecía, sentí cómo perdía la conciencia, deslizándome hacia alguna parte. Me aterraba volver a aquellas aguas negras y perderme de nuevo en la oscuridad.

—Santana —intenté decir, pero no conseguí escuchar mi propia voz, aunque ellos sí parecieron oírme.
—Está aquí a tu lado, Britt.
—Quédate, Santana, quédate conmigo...
—Aquí estoy.


Parecía agotada, pero triunfante. Suspiré satisfecha. El fuego se había apagado y los otros dolores se habían mitigado mientras el sopor se extendía por todo mi cuerpo.

— ¿Has extraído toda la ponzoña? —preguntó William desde un lugar muy, muy lejano.
—La sangre está limpia —dijo Santana con serenidad—. Puedo sentir el sabor de la morfina.
— ¿Britt? —me llamó William.

Hice un esfuerzo por contestarle.

— ¿Mmm?
— ¿Ya no notas la quemazón?
—No
—suspiré—. Gracias, Santy.
—Te amo
—contestó ella.
—Lo sé —inspiré aire, me sentía tan cansada...

Y entonces escuché mi sonido favorito sobre cualquier otro en el mundo: la risa tranquila de Santana, temblando de alivio.

— ¿Britt? —me preguntó William de nuevo. Fruncí el entrecejo, quería dormir.
— ¿Qué?
— ¿Dónde está tu madre?
—En Florida
—suspiré de nuevo—. Me engañó, Santy. Vio nuestros vídeos.

La indignación de mi voz sonaba lastimosamente débil...

Pero eso me lo recordó.

—Rachel —intenté abrir los ojos—. Rach, el vídeo... Él te conocía, conocía tu procedencia —quería decírselo todo de una vez, pero mi voz se iba debilitando. Me sobrepuse a la bruma de mi mente para añadir—: Huelo gasolina.
—Es hora de llevársela
—dijo William.
—No, quiero dormir —protesté.
—Duérmete, mi vida, yo te llevaré —me tranquilizó Santana.

Y entonces me tomó en sus brazos, acunada contra su pecho, y floté, sin dolor ya.

Las últimas palabras que oí fueron:

—Duérmete ya, Britt.



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Espero que les guste :)


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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por dianna agron 16 Mar Sep 10, 2013 12:22 am



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PUNTO MUERTO




Vi una deslumbrante luz nívea al abrir los ojos. Estaba en una habitación desconocida de paredes blancas. Unas persianas bajadas cubrían la pared que tenía al lado. Las luces brillantes que tenía encima de la cabeza me deslumbraban. Estaba recostada en una cama dura y desnivelada, una cama con barras. Las almohadas eran estrechas y llenas de bultos. Un molesto pitido sonaba desde algún lugar cercano. Esperaba que eso significara que seguía viva. La muerte no podía ser tan incómoda.

Unos tubos traslúcidos se enroscaban alrededor de mis manos y debajo de la nariz tenía un objeto pegado al rostro. Alcé la mano para quitármelo.

—No lo hagas.

Unos dedos helados me atraparon la mano.

— ¿Santy?

Ladeé levemente la cabeza y me encontré con su rostro exquisito a escasos centímetros del mío. Reposaba el mentón sobre el extremo de mi almohada. Comprendí que seguía con vida, pero esta vez con gratitud y júbilo.

— ¡Ay, Santy! ¡Cuánto lo siento!
—Shhh...
—me acalló—. Ahora todo está en orden.
— ¿Qué sucedió?


No conseguía recordarlo con claridad, y mi mente parecía resistirse cada vez que intentaba rememorarlo.

—Estuve a punto de llegar tarde. Pude no haber llegado a tiempo —susurró con voz atormentada.
— ¡Qué tonta fui! Creí que tenía a mi madre en su poder.
—Nos engañó a todos.
—Necesito telefonear a Charlie y a mamá
—me percaté a pesar de la nube de confusión.
—Rachel los ha llamado. Susan está aquí, bueno, en el hospital. Se acaba de marchar para comer algo.
— ¿Está aquí?


Intenté incorporarme, pero se agravó el mareo de mi cabeza. Las manos de Santana me empujaron suavemente hacia las almohadas.

—Va a volver enseguida —me prometió—, y tú necesitas permanecer en reposo.
—Pero ¿qué le has dicho?
—me aterré. No quería que me calmaran. Mamá estaba allí y yo me estaba recobrando del ataque de un vampiro—. ¿Por qué le has dicho que me habían hospitalizado?
—Rodaste por dos tramos de escaleras antes de caer por una ventana
—hizo una pausa—. Has de admitir que pudo suceder.

Suspiré, y me dolió. Eché una ojeada por debajo de la sábana a la parte inferior de mi cuerpo, al enorme bulto que era mi pierna.

— ¿Cómo estoy?
—Tienes rotas una pierna y cuatro costillas, algunas contusiones en la cabeza y moraduras por todo el cuerpo y has perdido mucha sangre. Te han efectuado varias transfusiones. No me gusta, hizo que olieras bastante mal durante un tiempo.
—Eso debió de suponer un cambio agradable para ti.
—No, me gusta cómo hueles.
— ¿Cómo lo conseguiste?
—pregunté en voz baja.

De inmediato, supo a qué me refería.

—No estoy segura.

Rehuyó la mirada de mis ojos de asombro al tiempo que alzaba mi mano vendada y la sostenía gentilmente con la suya, teniendo mucho cuidado de no romper un cable que me conectaba a uno de los monitores.

Esperé pacientemente a que me contara lo demás.

Suspiró sin devolverme la mirada.

—Era imposible contenerse —susurró—, imposible. Pero lo hice —al fin, alzó la mirada y esbozó una media sonrisa—. Debe de ser que te amo.
— ¿No tengo un sabor tan bueno como mi olor?


Le devolví la sonrisa y me dolió toda la cara.

—Mejor aún, mejor de lo que imaginaba.
—Lo siento
—me disculpé.

Miró al techo.

—Tienes mucho por lo que disculparte.
— ¿Por qué debería disculparme?
—Por estar a punto de apartarte de mí para siempre.
—Lo siento
—pedí perdón otra vez.
—Sé por qué lo hiciste —su voz resultaba reconfortante—. Sigue siendo una locura, por supuesto. Deberías haberme esperado, deberías habérmelo dicho.
—No me hubieras dejado ir.
—No
—se mostró de acuerdo—. No te hubiera dejado.

Estaba empezando a rememorar algunos de los recuerdos más desagradables. Me estremecí e hice una mueca de dolor.

Santana se preocupó de inmediato.

—Britt, ¿qué te pasa?
— ¿Qué le ocurrió a Blaine?
—Puck y Quinn se encargaron de él después de que te lo quitase de encima —concluyó Santana, que hablaba con un hondo pesar.


Aquello me confundió.

—No vi a ninguno de los dos allí.
—Tuvieron que salir de la habitación... Había demasiada sangre.
—Pero Rachel y William...
—apunté maravillada.
—Ya sabes, ambos te quieren.

De repente, el recuerdo de las dolorosas imágenes de la última vez que la había visto me recordó algo.

— ¿Ha visto Rachel la cinta de vídeo? —pregunté con inquietud.
—Sí —una nueva nota endureció la voz de Santana, una nota de puro odio.
—Rachel siempre vivió en la oscuridad, por eso no recordaba nada.
—Lo sé, y ahora, ella por fin lo entiende todo
—su voz sonaba tranquila, pero su rostro estaba oscurecido por la furia.

Intenté tocarle la cara con la mano libre, pero algo me lo impidió. Al bajar la mirada descubrí la vía intravenosa sujeta al dorso de la mano.

— ¡Ay! —exclamé con un gesto de dolor.
— ¿Qué sucede? —preguntó preocupada.

Se distrajo algo, pero no lo suficiente. Su mirada continuó teniendo un aspecto siniestro.

— ¡Agujas! —le expliqué mientras apartaba la vista de la vía intravenosa.

Fijé la vista en un azulejo combado del techo e intenté respirar hondo a pesar del dolor en las costillas.

— ¡Te asustan las agujas! —murmuró Santana para sí en voz baja y moviendo la cabeza—. ¿Un vampiro sádico que pretende torturarla hasta la muerte? Claro, sin problemas, ella se escapa para reunirse con él. Pero una vía intravenosa es otra cosa...

Puse los ojos en blanco. Me alegraba saber que al menos su reacción estaba libre de dolor. Decidí cambiar de tema.

— ¿Por qué estás aquí?

Me miró fijamente; confundida al principio y herida después. Frunció el entrecejo hasta el punto de que las cejas casi se tocaron.

— ¿Quieres que me vaya?
— ¡No!
—Protesté de inmediato, aterrada sólo de pensarlo—. No, lo que quería decir es ¿por qué cree mi madre que estás aquí? Necesito tener preparada mi historia antes de que ella vuelva.
—Ah
—las arrugas desaparecieron de su frente—. He venido a Phoenix para hacerte entrar en razón y convencerte de que vuelvas a Forks —abrió los ojos con tal seriedad y sinceridad que hasta yo misma estuve a punto de creérmelo—. Aceptaste verme y acudiste en coche hasta el hotel en el que me alojaba con William y Rachel. Yo estaba bajo la supervisión paterna, por supuesto —agregó en un despliegue de virtuosismo—, pero te tropezaste cuando ibas de camino a mi habitación y bueno, ya sabes el resto. No necesitas acordarte de ningún detalle, aunque dispones de una magnífica excusa para poder liar un poco los aspectos más concretos.

Lo pensé durante unos instantes.

—Esa historia tiene algunos flecos, como la rotura de los cristales...
—En realidad, no. Rach se ha divertido un poco preparando pruebas. Se ha puesto mucho cuidado en que todo parezca convincente. Probablemente, podrías demandar al hotel si así lo quisieras. No tienes de qué preocuparte
—me prometió mientras me acariciaba la mejilla con el más leve de los roces—. Tu único trabajo es curarte.

No estaba tan atontada por el dolor ni la medicación como para no reaccionar a su caricia. El indicador del holter al que estaba conectada comenzó a moverse incontroladamente. Ahora, ella no era la única en oír el errático latido de mi corazón.

—Esto va a resultar embarazoso —musité para mí.

Rió entre dientes y me estudió con la mirada antes de decir:

—Humm... Me pregunto si...

Se inclinó lentamente. El pitido se aceleró de forma salvaje antes de que sus labios me rozaran, pero cuando lo hicieron con una dulce presión, se detuvo del todo.

Torció el gesto.

—Parece que debo tener contigo aún más cuidado que de costumbre...
—Todavía no había terminado de besarte
—me quejé—. No me obligues a ir a por ti.

Esbozó una amplia sonrisa y se inclinó para besarme suavemente en los labios. El monitor enloqueció.

Pero en ese momento, los labios se tensaron y se apartó.

—Me ha parecido oír a tu madre —comentó, sonriendo de nuevo.
—No te vayas —chillé.

Sentí una oleada irracional de pánico. No podía dejarla marchar... Podría volver a desaparecer. Santana leyó el terror de mis ojos en un instante y me prometió solemnemente:

—No lo haré —entonces, sonrió—. Me voy a echar una siesta.

Se desplazó desde la dura silla de plástico situada cerca de mí hasta el sillón reclinable de cuero de imitación color turquesa que había al pie de mi cama. Se tumbó de espaldas y cerró los ojos. Se quedó totalmente quieta.

—Que no se te olvide respirar —susurré con sarcasmo.

Suspiró profundamente, pero no abrió los ojos.

Entonces oí a mi madre, que caminaba en compañía de otra persona, tal vez una enfermera. Su voz reflejaba cansancio y preocupación. Quise levantarme de un salto y correr hacia ella para calmarla y prometerle que todo iba bien. Pero no estaba en condiciones de hacerlo, por lo que aguardé con impaciencia.

La puerta se abrió una fracción y ella asomó la cabeza con cuidado.

— ¡Mamá! —susurré, henchida de amor y alivio.

Se percató de la figura inmóvil de Santana sobre el sillón reclinable y se dirigió de puntillas al lado de mi cama.

—Nunca se aleja de ti, ¿verdad? —musitó para sí.
—Mamá, ¡cuánto me alegro de verte!

Las cálidas lágrimas me cayeron sobre las mejillas al inclinarse para abrazarme con cuidado.

—Britt, me sentía tan mal...
—Lo siento, mamá, pero ahora todo va bien
—la reconforté—, no pasa nada.
—Estoy muy contenta de que al final hayas abierto los ojos.


Se sentó al borde de mi cama.

De pronto me di cuenta de que no tenía ni idea de qué día era.

— ¿Qué día es?
—Es viernes, cielo, has permanecido desmayada bastante tiempo.
— ¿Viernes?
—me sorprendí. Intenté recordar qué día fue cuando... No, no quería pensar en eso.
—Te han mantenido sedada bastantes horas, cielo. Tenías muchas heridas.
—Lo sé
—me dolían todas.
—Has tenido suerte de que estuviera allí el doctor Cullen. Es un hombre encantador, aunque muy joven. Se parece más a un modelo que a un médico...
— ¿Has conocido a William?
—Y a Rachel, la hermana de Santana. Es una joven adorable.
—Lo es
—me mostré totalmente de acuerdo.

Se giró para mirar a Santana, que yacía en el sillón con los ojos cerrados.

—No me habías dicho que tenías tan buenas amigas en Forks.

Me encogí, y luego me quejé.

— ¿Qué te duele? —preguntó preocupada, girándose de nuevo hacia mí.

Los ojos de Santana se centraron en mi rostro.

—Estoy bien —les aseguré—, pero debo acordarme de no moverme.

Santana volvió a reclinarse y sumirse en su falso sueño.

Aproveché la momentánea distracción para mantener la conversación lejos de mi más que candido comportamiento.

— ¿Cómo está Phil? —pregunté rápidamente.
—En Florida. ¡Ay, Britt, nunca te lo hubieras imaginado! Llegaron las mejores noticias justo cuando estábamos a punto de irnos.
— ¿Ha firmado?
—aventuré.
—Sí. ¿Cómo lo has adivinado? Ha firmado con los Suns, ¿te lo puedes creer?
—Eso es estupendo, mamá
—contesté con todo el entusiasmo que fui capaz de simular, aunque no tenía mucha idea de a qué se estaba refiriendo.
—Jacksonville te va a gustar mucho —dijo efusivamente—. Me preocupé un poco cuando Phil empezó a hablar de ir a Akron, con toda esa nieve y el mal tiempo, ya sabes cómo odio el frío. Pero ¡Jacksonville! Allí siempre luce el sol, y en realidad la humedad no es tan mala. Hemos encontrado una casa de primera, de color amarillo con molduras blancas, un porche idéntico al de las antiguas películas y un roble enorme. Está a sólo unos minutos del océano y tendrás tu propio cuarto de baño...
—Aguarda un momento, mamá
—la interrumpí. Santana mantuvo los ojos cerrados, pero parecía demasiado crispada para poder dar la impresión de que estaba dormida—. ¿De qué hablas? No voy a ir a Florida. Vivo en Forks.
—Pero ya no tienes que seguir haciéndolo, tonta —se echó a reír—. Phil ahora va a poder estar más cerca... Hemos hablado mucho al respecto y lo que voy a hacer es perderme los partidos de fuera para estar la mitad del tiempo contigo y la otra mitad con él...
—Mamá
—vacilé mientras buscaba la mejor forma de mostrarme diplomática—, quiero vivir en Forks. Ya me he habituado al instituto y tengo un par de amigas... —ella miró a Santana mientras le hablaba de mis amigas, por lo que busqué otro tipo de justificación—. Además, Charlie me necesita. Está muy solo y no sabe cocinar.
— ¿Quieres quedarte en Forks?
—me preguntó aturdida. La idea le resultaba inconcebible. Entonces volvió a posar sus ojos en Santana—. ¿Por qué?
—Te lo digo... El instituto, Charlie...
—me encogí de hombros. No fue una buena idea—. ¡Ay!

Sus manos revolotearon de forma indecisa encima de mí mientras encontraba un lugar adecuado para darme unas palmaditas. Y lo hizo en la frente, que no estaba vendada.

—Britt, cariño, tú odias Forks —me recordó.
—No es tan malo.

Susan frunció el gesto. Miraba de un lado a otro, primero a Santana, después a mí, en esta ocasión con detenimiento.

— ¿Se trata de esta chica? —susurró.

Abrí la boca para mentir, pero estaba estudiando mi rostro y supe que lo descubriría.

—En parte, sí —admití. No era necesario confesar la enorme importancia de esa parte—. Bueno —pregunté—, ¿no has tenido ocasión de hablar con Santana?
—Sí
—vaciló mientras contemplaba su figura perfectamente inmóvil—, y quería hablar contigo de eso.

Oh, oh.

— ¿De qué?
—Creo que esa chica está enamorada de ti
—me acusó sin alzar el volumen de la voz.
—Eso creo yo también —le confié.
— ¿Y qué sientes por ella? —mamá apenas podía controlar la intensa curiosidad en la voz.

Suspiré y miré hacia otro lado. Por mucho que quisiera a mi madre, ésa no era una conversación que quisiera sostener con ella.

—Estoy loca por ella.

¡Ya estaba dicho! Eso se parecía demasiado a lo que diría una adolescente sobre su primera pareja.

—Bueno, parece muy buena persona, y, ¡válgame Dios!, es increíblemente bien parecida, pero, Britt, es una chica…

Hablaba con voz insegura. Hasta donde podía recordar, ésta era la primera vez que había intentado parecer investida de autoridad materna desde que yo tenía ocho años.

—Lo sé, mamá. No te preocupes. Sólo es un enamoramiento de adolescente —la tranquilicé.
—Está bien —admitió. Era fácil de contentar.

Entonces, suspiró y giró la cabeza para contemplar el gran reloj redondo de la pared.

— ¿Tienes que marcharte?

Se mordió el labio.

—Se supone que Phil llamará dentro de poco... No sabía que ibas a despertar...
—No pasa nada, mamá
—intenté disimular el alivio que sentía para no herir sus sentimientos—. No me quedo sola.
—Pronto estaré de vuelta. He estado durmiendo aquí, ya lo sabes
—anunció, orgullosa de sí misma.
—Mamá, ¡no tenías por qué hacerlo! Podías dormir en casa. Ni siquiera me di cuenta.

El efecto de los calmantes en mi mente dificultaba mi concentración incluso en ese momento, aunque al parecer había estado durmiendo durante varios días.

—Estaba demasiado nerviosa —admitió con vergüenza—. Se ha cometido un delito en el vecindario y no me gustaba quedarme ahí sola.
— ¿Un delito? —pregunté alarmada.
—Alguien irrumpió en esa academia de baile que había a la vuelta de la esquina y la quemó hasta los cimientos... ¡No ha quedado nada! Dejaron un coche robado justo en frente. ¿Te acuerdas de cuando ibas a bailar allí, cariño?
—Me acuerdo
—me estremecí y acto seguido hice una mueca de dolor.
—Me puedo quedar, niña, si me necesitas.
—No, mamá, voy a estar bien. Santana estará conmigo.


Susan me miró como si ése fuera el motivo por el que quería quedarse.

—Estaré de vuelta a la noche.

Parecía mucho más una advertencia que una promesa, y miraba a Santana mientras pronunciaba esas palabras.

—Te quiero, mamá.
—Y yo también, Britt. Procura tener más cuidado al caminar, cielo. No quiero perderte.


Santana continuó con los ojos cerrados, pero una enorme sonrisa se extendió por su rostro.

En ese momento entró animadamente una enfermera para revisar todos los tubos y goteros. Mi madre me besó en la frente, me palmeó la mano envuelta en gasas y se marchó.

La enfermera estaba revisando la lectura del gráfico impreso por mi holter.

— ¿Te has sentido alterada, corazón? Hay un momento en que tu ritmo cardiaco ha estado un poco alto.
—Estoy bien
—le aseguré.
—Le diré a la enfermera titulada que se encarga de ti que te has despertado. Vendrá a verte enseguida.

Santana estuvo a mi lado en cuanto ella cerró la puerta.

— ¿Robasteis un coche?

Arqueé las cejas y ella sonrió sin el menor indicio de arrepentimiento.

—Era un coche estupendo, muy rápido.
— ¿Qué tal tu siesta?
—Interesante
—contestó mientras entrecerraba los ojos.
— ¿Qué ocurre?
—Estoy sorprendida
—bajó la mirada mientras respondía—. Creí que Florida y tu madre... Creí que era eso lo que querías.

La miré con estupor.

—Pero en Florida tendrías que permanecer dentro de una habitación todo el día. Sólo podrías salir de noche, como una auténtica vampira.

Casi sonrió, sólo casi. Entonces, su rostro se tornó grave.

—Me quedaría en Forks, Britt, allí o en otro lugar similar —explicó—. En un sitio donde no te pueda causar más daño.

Al principio, no entendí lo que pretendía decirme. Continué observándola con la mirada perdida mientras las palabras iban encajando una a una en mi mente como en un horrendo puzzle. Apenas era consciente del sonido de mi corazón al acelerarse, aunque sí lo fui del dolor agudo que me producían mis maltrechas costillas cuando comencé a hiperventilar.

Santana no dijo nada. Contempló mi rostro con recelo cuando un dolor que no tenía nada que ver con mis huesos rotos, uno infinitamente peor, amenazaba con aplastarme.

Otra enfermera entró muy decidida en ese momento. Santana se sentó, inmóvil como una estatua, mientras ella evaluaba mi expresión con ojo clínico antes de volverse hacia las pantallas de los indicadores.

— ¿No necesitas más calmantes, cariño? —preguntó con amabilidad mientras daba pequeños golpecitos para comprobar el gotero del suero.
—No, no —mascullé, intentando ahogar la agonía de mi voz—. No necesito nada.

No me podía permitir cerrar los ojos en ese momento.

—No hace falta que te hagas la valiente, cielo. Es mejor que no te estreses. Necesitas descansar —ella esperó, pero me limité a negar con la cabeza—. De acuerdo. Pulsa el botón de llamada cuando estés lista.

Dirigió a Santana una severa mirada y echó otra ojeada ansiosa a los aparatos médicos antes de salir.

Santana puso sus frías manos sobre mi rostro. La miré con ojos encendidos.

—Shhh... Britt, cálmate.
—No me dejes
—imploré con la voz quebrada.
—No lo haré —me prometió—. Ahora, relájate antes de que llame a la enfermera para que te sede.

Pero mi corazón no se serenó.

—Britt —me acarició el rostro con ansiedad—. No pienso irme a ningún sitio. Estaré aquí tanto tiempo como me necesites.
— ¿Juras que no me vas a dejar?
—susurré.

Intenté controlar al menos el jadeo. Tenía un dolor punzante en las costillas. Santana puso sus manos sobre el lado opuesto de mi cara y acercó su rostro al mío. Me contempló con ojos serios.

—Lo juro.

El olor de su aliento me alivió. Parecía atenuar el dolor de mi respiración. Continuó sosteniendo mi mirada mientras mi cuerpo se relajaba lentamente y el pitido recuperó su cadencia normal. Hoy, sus ojos eran oscuros, más cercanos al negro que al dorado.

— ¿Mejor? —me preguntó.
—Sí —dije cautelosa.

Sacudió la cabeza y murmuró algo ininteligible. Creí entender las palabras «reacción exagerada».

— ¿Por qué has dicho eso? —Susurré mientras intentaba evitar que me temblara la voz—. ¿Te has cansado de tener que salvarme todo el tiempo? ¿Quieres que me aleje de ti?
—No, no quiero estar sin ti, Britt, por supuesto que no. Sé racional. Y tampoco tengo problema alguno en salvarte de no ser por el hecho de que soy yo quien te pone en peligro..., soy yo la razón por la que estás aquí.
—Sí, tú eres la razón
—torcí el gesto—. La razón por la que estoy aquí... viva.
—Apenas
—dijo con un hilo de voz—. Cubierta de vendas y escayola, y casi incapaz de moverte.
—No me refería a la última vez en que he estado a punto de morir
—repuse con creciente irritación—. Estaba pensando en las otras, puedes elegir cuál. Estaría criando malvas en el cementerio de Forks de no ser por ti.

Su rostro se crispó de dolor al oír mis palabras y la angustia no abandonó su mirada.

—Sin embargo, ésa no es la peor parte —continuó susurrando. Se comportó como si yo no hubiera hablado—. Ni verte ahí, en el suelo, desmadejada y rota —dijo con voz ahogada—, ni pensar que era demasiado tarde, ni oírte gritar de dolor... Podría haber llevado el peso de todos esos insufribles recuerdos durante el resto de la eternidad. No, lo peor de todo era sentir, saber que no podría detenerme, creer que iba a ser yo misma quien acabara contigo.
—Pero no lo hiciste.
—Pudo ocurrir con suma facilidad.


Sabía que necesitaba calmarme, pero estaba hablando para sí misma de dejarme, y el pánico revoloteó en mis pulmones, pugnando por salir.

—Promételo —susurré.
— ¿Qué?
—Ya sabes el qué.


Había decidido mantener obstinada una negativa y yo me estaba empezando a enfadar. Apreció el cambio operado en mi tono de voz y su mirada se hizo más severa.

—Al parecer, no tengo la suficiente voluntad para alejarme de ti, por lo que supongo que tendrás que seguir tu camino... Con independencia de que eso te mate o no —añadió con rudeza.

No me lo había prometido. Un hecho que yo no había pasado por alto. Contuve el pánico a duras penas. No me quedaban fuerzas para controlar el enojo.

—Me has contado cómo lo evitaste... Ahora quiero saber por qué —exigí.
— ¿Por qué? —repitió a la defensiva.
— ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué no te limitaste a dejar que se extendiera la ponzoña? A estas alturas, sería como tú.

Los ojos de Santana parecieron volverse de un negro apagado. Entonces comprendí que jamás había tenido intención de permitir que me enterase de aquello. Rachel debía de haber estado demasiado preocupada por las cosas que acababa de saber sobre su pasado o se había mostrado muy precavida con sus pensamientos mientras estuvo cerca de Santana, ya que estaba muy claro que está no sabía que ella me había iniciado en el conocimiento del proceso de la conversión en vampiro. Estaba sorprendida y furiosa. Bufó, y sus labios parecían cincelados en piedra.

No me iba a responder, eso estaba más que claro.

—Soy la primera en admitir que carezco de experiencia en las relaciones —dije—, pero parece lógico que en la pareja ha de haber una cierta igualdad, una de ellas no puede estar siempre lanzándose en picada para salvar a la otra. Tienen que poder salvarse la una a la otra por igual.

Se cruzó de brazos junto a mi cama y apoyó en los míos su mentón con el rostro sosegado y la ira contenida. Evidentemente, había decidido no enfadarse conmigo. Esperaba tener la oportunidad de avisar a Rachel antes de que las dos se pusieran al día en ese tema.

—Tú me has salvado —dijo con voz suave.
—No puedo ser siempre Luisa Lane —insistí—. Yo también quiero ser Superman.
—No sabes lo que me estás pidiendo.


Su voz era dulce, pero sus ojos miraban fijamente la funda de la almohada.

—Yo creo que sí.
—Britt, no lo sabes. Llevo casi noventa años dándole vueltas al asunto, y sigo sin estar segura
— ¿Desearías que William no te hubiera salvado?
—No, eso no
—hizo una pausa antes de continuar—. Pero mi vida terminó y no he empezado nada.
—Tú eres mi vida. Eres lo único que me dolería perder.


Así, iba a tener más éxito. Resultaba fácil admitir lo mucho que la necesitaba.

Pero se mostraba muy calmada. Resuelta.

—No puedo, Britt. No voy a hacerte eso.
— ¿Por qué no?
—tenía la voz ronca y las palabras no salían con el volumen que yo pretendía—. ¡No me digas que es demasiado duro! Después de hoy, supongo que en unos días... Da igual, después, eso no sería nada.

Me miró fijamente y preguntó con sarcasmo:

— ¿Y el dolor?

Palidecí. No lo pude evitar. Pero procuré evitar que la expresión de mi rostro mostrara con qué nitidez recordaba la sensación el fuego en mis venas.

—Ése es mi problema —dije—, podré soportarlo.
—Es posible llevar la valentía hasta el punto de que se convierta en locura.
—Eso no es ningún problema. Tres días. ¡Qué horror!


Santana hizo una mueca cuando mis palabras le recordaron que estaba más informada de lo que era su deseo. La miré conteniendo el enfado, contemplando cómo sus ojos adquirían un brillo más calculador.

— ¿Y qué pasa con Charlie y Susan? —inquirió lacónicamente.

Los minutos transcurrieron en silencio mientras me devanaba los sesos para responder a su pregunta. Abrí la boca sin que saliera sonido alguno. La cerré de nuevo. Esperó con expresión triunfante, ya que sabía que yo no tenía ninguna respuesta sincera.

—Mira, eso tampoco importa —musité al fin; siempre que mentía mi voz era tan poco convincente como en este momento—. Susan ha efectuado las elecciones que le convenían... Querría que yo hiciera lo mismo. Charlie es de goma, se recuperará, está acostumbrado a ir a su aire. No puedo cuidar de ellos para siempre, tengo que vivir mi propia vida.
—Exactamente
—me atajó con brusquedad—, y no seré yo quien le ponga fin.
—Si esperas a que esté en mi lecho de muerte, ¡tengo noticias para ti! ¡Ya estoy en él!
—Te vas a recuperar
—me recordó.

Respiré hondo para calmarme, ignorando el espasmo de dolor que se desató. Nos miramos de hito en hito. En su rostro no había el menor atisbo de compromiso.

—No —dije lentamente—. No es así.

Su frente se pobló de arrugas.

—Por supuesto que sí. Tal vez te queden un par de cicatrices, pero...
—Te equivocas
—insistí—. Voy a morir.
—De verdad, Britt. Vas a salir de aquí en cuestión de días
—ahora estaba preocupada—. Dos semanas a lo sumo.

La miré.

—Puede que no muera ahora, pero algún día moriré. Estoy más cerca de ello a cada minuto que pasa. Y voy a envejecer.

Frunció el ceño cuando comprendió mis palabras al tiempo que cerraba los ojos y presionaba sus sienes con los dedos.

—Se supone que la vida es así, que así es como debería ser, como hubiera sido de no existir yo, y yo no debería existir.

Resoplé y ella abrió los ojos sorprendida.

—Eso es una estupidez. Es como si alguien a quien le ha tocado la lotería dice antes de recoger el dinero: «Mira, dejemos las cosas como están. Es mejor así», y no lo cobra.
—Difícilmente se me puede considerar un premio de lotería.
—Cierto. Eres mucho mejor.


Puso los ojos en blanco y esbozó una sonrisa forzada.

—Britt, no vamos a discutir más este tema. Me niego a condenarte a una noche eterna. Fin del asunto.
—Me conoces muy poco si te crees que esto se ha acabado
—le avise—. No eres la única vampiro a la que conozco.

El color de sus ojos se oscureció de nuevo.

—Rachel no se atrevería.

Parecía tan aterrador que durante un momento no pude evitar creerlo. No concebía que alguien fuera tan valiente como para cruzarse en su camino.

—Rachel ya lo ha visto, ¿verdad? —aventuré—. Por eso te perturban las cosas que te dice. Sabe que algún día voy a ser como tú...
—Ella también se equivoca. Te vio muerta, pero eso tampoco ha sucedido.
—Jamás me verás apostar contra Rachel.


Estuvimos mirándonos largo tiempo, sin más ruido que el zumbido de las máquinas, el pitido, el goteo, el tictac del gran reloj de la pared... Al final, la expresión de su rostro se suavizó.

—Bueno —le pregunté—, ¿dónde nos deja eso?

Santana se rió forzadamente entre dientes.

—Creo que se llama punto muerto.

Suspiré.

— ¡Ay! —musité.
— ¿Cómo te encuentras? —preguntó con un ojo puesto en el botón de llamada.
—Estoy bien —mentí.
—No te creo —repuso amablemente.
—No me voy a dormir de nuevo.
—Necesitas descansar. Tanto debate no es bueno para ti.
—Así que te rindes
—insinué.
—Buen intento.

Alargó la mano hacia el botón.

— ¡No!

Me ignoró.

— ¿Sí? —graznó el altavoz de la pared.
—Creo que es el momento adecuado para más sedantes —dijo con calma, haciendo caso omiso de mi expresión furibunda.
—Enviaré a la enfermera —fue la inexpresiva contestación.
—No me los voy a tomar —prometí.

Buscó con la mirada las bolsas de los goteros que colgaban junto a mi cama.

—No creo que te vayan a pedir que te tragues nada.

Comenzó a subir mi ritmo cardiaco. Santana leyó el pánico en mis ojos y suspiró frustrada.

—Britt, tienes dolores y necesitas relajarte para curarte. ¿Por qué lo pones tan difícil? Ya no te van a poner más agujas.
—No temo a las agujas
—mascullé—, tengo miedo a cerrar los ojos.

Entonces, ella esbozó esa sonrisa picara suya y tomó mi rostro entre sus manos.

—Te dije que no iba a irme a ninguna parte. No temas, estaré aquí mientras eso te haga feliz.

Le devolví la sonrisa e ignoré el dolor de mis mejillas.

—Entonces, es para siempre, ya lo sabes.
—Vamos, déjalo ya. Sólo es un enamoramiento de adolescente.


Sacudí la cabeza con incredulidad y me mareé al hacerlo.

—Me sorprendió que Susan se lo tragara. Sé que tú me conoces mejor.
—Eso es lo hermoso de ser humano
—me dijo—. Las cosas cambian.

Se me cerraron los ojos.

—No te olvides de respirar —le recordé.

Seguía riéndose cuando la enfermera entró blandiendo una jeringuilla.

—Perdón —dijo bruscamente a Santana, que se levantó y cruzó la habitación hasta llegar al extremo opuesto, donde se apoyó contra la pared.

Se cruzó de brazos y esperó. Mantuve los ojos fijos en ella, aún con aprensión. Sostuvo mi mirada con calma.

—Ya está, cielo —dijo la enfermera con una sonrisa mientras inyectaba las medicinas en la bolsa del gotero—. Ahora te vas a sentir mejor.
—Gracias
—murmuré sin entusiasmo.

Las medicinas actuaron enseguida. Noté cómo la somnolencia corría por mis venas casi de inmediato.

—Esto debería conseguirlo —contestó ella mientras se me cerraban los párpados.

Luego, debió de marcharse de la habitación, ya que algo frío y liso me acarició el rostro.

—Quédate —dije con dificultad.
—Lo haré —prometió. Su voz sonaba tan hermosa como una canción de cuna— Como te dije, me quedaré mientras eso te haga feliz, todo el tiempo que eso sea lo mejor para ti.

Intenté negar con la cabeza, pero me pesaba demasiado.

—No es lo mismo —mascullé.

Se echó a reír.

—No te preocupes de eso ahora, Britt. Podremos discutir cuando despiertes.

Creo que sonreí.

—Vale.

Sentí sus labios en mi oído cuando susurró:

—Te amo.
—Yo, también.
—Lo sé
—se rió en voz baja.

Ladeé levemente la cabeza en busca de... adivinó lo que perseguía y sus labios rozaron los míos con suavidad.

—Gracias —suspiré.
—Siempre que quieras.

En realidad, estaba perdiendo la consciencia por mucho que luchara, cada vez más débilmente, contra el sopor. Sólo había una cosa que deseaba decirle.

— ¿Santy? —tuve que esforzarme para pronunciar su nombre con claridad.
— ¿Sí?
—Voy a apostar a favor de Rach.


Y entonces, la noche se me echó encima.


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Mañana el último capítulo, no les veo mucho entusiasmo jajaja. Bueno espero les haya gustado, como dije mañana el último capítulo. Las amo! :)
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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por Sra Snixx Rivera Mar Sep 10, 2013 2:22 am

Nooooooo por que el último????? No sabes como me pone eso:(
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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por micky morales Mar Sep 10, 2013 11:13 pm

queeeeeee, y se puede saber pq el ultimo capitulo, me niego! bueno, ok es tu historia, pero a mi me encanto y si la continuas me encantaria mas, pero solo soy una fiel lectora, hasta la vista!
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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por dianna agron 16 Miér Sep 11, 2013 12:56 am

Bueno chicas esto se acaba hoy, espero les haya gustado



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EPILOGO

Una ocasión especial



Santana me ayudó a entrar en su coche. Prestó especial atención a las tiras de seda que adornaban mí vestido de gasa, las flores que ella me acababa de poner en los rizos, cuidadosamente peinados, y la escayola, de tan difícil manejo. Ignoró la mueca de enfado de mis labios.

Se sentó en el asiento del conductor después de que me hubo instalado y recorrió el largo y estrecho camino de salida.

— ¿Cuándo tienes pensado decirme de qué va todo esto? —refunfuñé quejosa; odio las sorpresas de todo corazón, y ella lo sabía.
—Me sorprende que aún no lo hayas adivinado —me lanzó una sonrisa burlona, y el aliento se me atascó en la garganta. ¿Es que nunca me iba a acostumbrar a ésta mujer tan perfecta?
—Ya te he dicho lo linda que estás, ¿no? —me aseguré.
—Sí.

Volvió a sonreír. Hasta ese instante, jamás la había visto vestido de negro, y el contraste con su piel convertía su belleza en algo totalmente irreal. No había mucho que pudiera ocultar, me ponía nerviosa incluso el hecho de que llevara un vestido tan ajustado a su cuerpo...
... Aunque no tanto como mi propio vestido, o los zapatos. En realidad, un solo zapato, porque aún tenía escayolado y protegido el otro pie. Sin duda, el tacón fino, sujeto al pie sólo por unos lazos de satén, no iba a ayudarme mucho cuando intentara cojear por ahí.

—No voy a volver más a tu casa si Rachel y Emma siguen tratándome como a una Barbie, como a una cobaya cada vez que venga —rezongué.

Estaba segura de que no podía salir nada bueno de nuestras indumentarias formales. A menos que..., pero me asustaba expresar en palabras mis suposiciones, incluso pensarlas.

Me distrajo entonces el timbre de un teléfono. Santana sacó el móvil de su bolsa de mano y rápidamente miró el número de la llamada entrante antes de contestar.

—Hola, Charlie —contestó con prevención.
— ¿Charlie? —pregunté con pánico.

La experiencia vivida hacía ahora ya más de dos meses había tenido sus consecuencias. Una de ellas era que me había vuelto hipersensible en mi relación con la gente que amaba. Había intercambiado los roles naturales de madre e hija con Susan, al menos en lo que se refería a mantener contacto con ella. Si no podía hacerlo a diario a través del correo electrónico y, aunque sabía que era innecesario pues ahora era muy feliz en Jacksonville, no descansaba hasta llamarla y hablar con ella.

Y todos los días, cuando Charlie se iba a trabajar, le decía adiós con más ansiedad de la necesaria.

Sin embargo, la cautela de la voz de Santana era harina de otro costal. Charlie se había puesto algo difícil desde que regresé a Forks. Mi padre había adoptado dos posturas muy definidas respecto a mi mala experiencia. En lo que se refería a William, sentía un agradecimiento que rayaba en la adoración. Por otro lado, se obstinaba en responsabilizar a Santana como principal culpable porque yo no me hubiera ido de casa. Y Santana estaba lejos de contradecirle. Durante los siguientes días fueran apareciendo reglas antes inexistentes, como toques de queda... y horarios de visita.

Santana se ladeó para mirarme al notar la preocupación en mi voz. Su rostro estaba tranquilo, lo cual suavizó mi súbita e irracional ansiedad. A pesar de eso, sus ojos parecían tocados por alguna pena especial. Entendió el motivo de mi reacción, y siguió sintiéndose responsable de cuanto me sucedía.

Algo que le estaba diciendo Charlie la distrajo de sus taciturnos pensamientos. Sus ojos dilatados por la incredulidad me hicieron estremecer de miedo hasta que una amplia sonrisa le iluminó el rostro.

— ¡Me estás tomando el pelo! —rió.
— ¿Qué pasa? —inquirí, ahora curiosa.

Me ignoró.

— ¿Por qué no me dejas que hable con él? —sugirió con evidente placer. Esperó durante unos segundos.
—Hola, Matt; soy Santana Cullen —saludó muy educada, al menos en apariencia, pero yo ya la conocía lo bastante para detectar el leve rastro de amenaza en su tono.

¿Qué hacía Matt en mi casa? Caí en la cuenta de la terrible verdad poco a poco. Bajé la vista para contemplar el elegante vestido azul oscuro en el que Rachel me había metido.

—Lamento que se haya producido algún tipo de malentendido, pero Britt no está disponible esta noche —el tono de su voz cambió, y la amenaza de repente se hizo más evidente mientras seguía hablando—. Para serte totalmente sincera, ella no va a estar disponible ninguna noche para cualquier otra persona que no sea yo. No te ofendas. Y lamento estropearte la velada —dijo, pero lo cierto es que no sonaba como si no lo sintiera en absoluto.

Cerró el teléfono con un golpe mientras se extendía por su rostro una ancha y estúpida sonrisa.

Mi rostro y mi cuello enrojecieron de ira. Notaba cómo las lágrimas producidas por la rabia empezaban a llenarme los ojos.

Me miró sorprendida.

— ¿Me he extralimitado algo al final? No quería ofenderte.

Pasé eso por alto.

— ¡Me llevas al baile de fin de curso! —grité furiosa.

Para vergüenza mía, era bastante obvio. Estaba segura de que me hubiera dado cuenta de la fecha de los carteles que decoraban los edificios del instituto de haber prestado un poco de atención, pero ni en sueños se me pasó por la imaginación que Santana pensara hacerme pasar por esto, ¿es que no me conocía de nada?

No esperaba una reacción tan fuerte, eso estaba claro. Apretó los labios y estrechó los ojos.

—No te pongas difícil, Britt.

Eché un vistazo por la ventanilla. Estábamos ya a mitad de camino del instituto.

— ¿Por qué me haces esto? —pregunté horrorizada.
—Francamente, Britt, ¿qué otra cosa creías que íbamos a hacer? señaló su vestido negro con un gesto de la mano.

Estaba avergonzada. Primero, por no darme cuenta de lo evidente, y luego por haberme pasado de la raya con las vagas sospechas —expectativas, más bien— que habían ido tomando forma en mi mente a lo largo del día conforme Rachel y Emma intentaban transformarme en una reina de la belleza. Mis esperanzas, a medias temidas, parecían ahora estupideces.

Había adivinado que se estaba cociendo algún acontecimiento, pero ¡el baile de fin de curso! Era lo último que se me hubiera ocurrido.

Recordé consternada que, contra mi costumbre, hoy llevaba puesto rimel, por lo que me restregué rápidamente debajo de los ojos para evitar los manchurrones. Sin embargo, tenía los dedos limpios cuando retiré la mano; Rachel debía haber usado una máscara resistente al agua al maquillarme, seguramente porque intuía que algo así iba a suceder.

—Esto es completamente ridículo. ¿Por qué lloras? —preguntó frustrada.
— ¡Porque estoy loca!
—Britt…


Dirigió contra mí toda la fuerza de sus ojos dorados, llenos de reproche.

— ¿Qué? —murmuré, súbitamente distraída.
—Hazlo por mí —insistió.

Sus ojos derritieron toda mi furia. Era imposible luchar contra ella cuando hacía ese tipo de trampas. Me rendí a regañadientes.

—Bien —contesté con un mohín, incapaz de echar fuego por los ojos con la eficacia deseada—. Me lo tomaré con calma. Pero ya verás —advertí—. En mi caso, la mala suerte se está convirtiendo en un hábito. Seguramente me romperé la otra pierna. ¡Mira este zapato! ¡Es una trampa mortal! —levanté la pierna para reforzar la idea.
—Humm —miró atentamente mi pierna más tiempo del necesario—. Recuérdame que le dé las gracias a Rachel esta noche.
— ¿Rachel va a estar allí?
—eso me consoló un poco.
—Con Quinn, Puck… y Kitty —admitió ella.

Desapareció la sensación de alivio, ya que mi relación con Kitty no avanzaba. Me llevaba bastante bien con su marido de quita y pon. Puck me tenía por una persona divertidísima, pero ella actuaba como si yo no existiera. Mientras sacudía la cabeza para modificar el curso de mis pensamientos, me acordé de otra cosa.

— ¿Estaba Charlie al tanto de esto? —pregunté, repentinamente recelosa.
—Claro —esbozó una amplia sonrisa; luego empezó a reírse entre dientes—. Aunque Matt, al parecer, no.

Me rechinaron los dientes. No entendía cómo Matt se había creado esas falsas expectativas. Excepto en los pocos días soleados, Santana y yo éramos inseparables en el instituto, donde Charlie no podía interferir.

Para entonces ya habíamos llegado al instituto. Un coche destacaba entre todos los demás del aparcamiento, el descapotable rojo de Kitty. Hoy, las nubes eran finas y algunos rayos de sol se filtraban lejos, al oeste.

Se bajó del coche y lo rodeó para abrirme la puerta. Luego, me tendió la mano.

Me quedé sentada en mi asiento, obstinada, con los brazos cruzados. Sentía una secreta punzada de satisfacción, ya que el aparcamiento estaba atestado de gente vestida de etiqueta: posibles testigos. No podría sacarme a la fuerza del coche como habría hecho de estar solas.

Suspiró.

—Hay que ver, eres valiente como un león cuando alguien quiere matarte, pero cuando se menciona el baile... —sacudió la cabeza.

Tragué saliva. Baile.

—Britt, no voy a dejar que nada te haga daño, ni siquiera tú misma. Te prometo que voy a estar contigo todo el tiempo.
—Lo pensé un poco, y de repente me sentí mucho mejor. Santana lo notó en mi semblante.
—Así que ahora... —dijo con dulzura—. No puede ser tan malo.

Se inclinó y me pasó un brazo por la cintura, me apoyé en su otra mano y dejé que me sacara del coche.

En Phoenix celebran los bailes de fin de curso en el salón de recepciones de los hoteles; sin embargo, aquí, el baile se hace en el gimnasio, por supuesto. Seguro que debía de ser la única sala lo bastante amplia en la ciudad para poder organizar un baile.

Cuando entramos, me dio la risa tonta. Había por todos lados arcos con globos y las paredes estaban festoneadas con guirnaldas de papel de seda.

—Parece un escenario listo para rodar una película de terror —me reí por lo bajo.
—Bueno —murmuró ella mientras nos acercábamos lentamente hacia la mesa de las entradas. Santana soportaba la mayor parte de mi peso, pero aun así yo debía caminar arrastrando los pies y cojeando—, desde luego hay vampiros presentes más que de sobra.


Contemplé la pista de baile; se había abierto un espacio vacío en el centro, donde dos parejas daban vueltas con gracia. Los otros bailarines se habían apartado hacia los lados de la habitación para concederles espacio, ya que nadie se sentía capaz de competir ante tal exhibición. Nadie podía igualar la elegancia de Puck y Quinn, que vestían vestían de negro, Puck con un traje clásico negro y Quinn con un vestido negro que hacía relucir su excelente figura. Rachel lucía un llamativo vestido de satén negro con cortes geométricos que dejaba al aire grandes triángulos de nívea piel pálida. Y Kitty era... bueno, era Kitty. Estaba increíble. Su ceñido vestido de vivido color púrpura mostraba un gran escote que llegaba hasta la cintura y dejaba la espalda totalmente al descubierto, y a la altura de las rodillas se ensanchaba en una amplia cola rizada. Me dieron pena todas las chicas de la habitación, incluyéndome yo.

— ¿Quieres que eche el cerrojo a las puertas mientras masacras a todos estos incautos pueblerinos? —susurré como si urdiéramos alguna conspiración.

Santana me miró.

— ¿Y de parte de quién te pondrías tú?
—Oh, me pondría de parte de los vampiros, por supuesto.


Sonrió con renuencia.

—Cualquier cosa con tal de no bailar.
—Lo que sea.


Compró las entradas y nos dirigimos hacia la pista de baile. Me apreté asustada contra su brazo y empecé a arrastrar los pies.

—Tengo toda la noche —me advirtió.

Al final, me llevó hasta el lugar donde su familia bailaba con elegancia, por cierto, en un estilo totalmente inapropiado para esta música y esta época. Los miré espantada.

—Santana —tenía la garganta tan seca que sólo conseguía hablar en susurros—. De verdad, no puedo bailar.

Sentí que el pánico rebullía en mi interior.

—No te preocupes, tonta —me contestó con un hilo de voz—. Yo sí puedo —colocó mis brazos alrededor de su cuello, me levantó en vilo y deslizó sus pies debajo de los míos.

Y de repente, nosotras también estuvimos dando vueltas en la pista de baile.

—Me siento como si tuviera cinco años —me reí después de bailar el vals sin esfuerzo alguno durante varios minutos.
—No los aparentas —murmuró Santana al tiempo que me acercaba a ella hasta tener la sensación de que mis pies habían despegado del suelo y flotaban a más de medio metro.

Rachel atrajo mi atención en una de las vueltas y me sonrió para infundirme valor. Le devolví la sonrisa. Me sorprendió darme cuenta de que realmente estaba disfrutando, aunque fuera sólo un poco.

—De acuerdo, esto no es ni la mitad de malo de lo que pensaba —admití.

Pero Santana miraba hacia las puertas con rostro enojado.

— ¿Qué pasa? —pregunté en voz alta.

Aunque estaba desorientada después de dar tantas vueltas, seguí la dirección de su mirada hasta ver lo que le perturbaba. Sam Evans, sin traje de etiqueta, pero con una camisa blanca de manga larga y corbata, y el pelo recogido en su sempiterna coleta, cruzaba la pista de baile hacia nosotras.

Después de que pasara la primera sorpresa al reconocerlo, no pude evitar sentirme mal por el pobre Sam. Parecía realmente incómodo, casi de una forma insoportable. Tenía una expresión de culpabilidad cuando se encontraron nuestras miradas.

Santana gruñó muy bajito.

— ¡Compórtate! —susurré.

La voz de Santana sonó cáustica.

—Quiere hablar contigo.

En ese momento, Sam llegó a nuestra posición. La vergüenza y la disculpa se evidenciaron más en su rostro.

—Hola, Britt, esperaba encontrarte aquí —parecía como si realmente hubiera esperado justo lo contrario, aunque su sonrisa era tan cálida como siempre.
—Hola, Sam —sonreí a mi vez—. ¿Qué quieres?
— ¿Puedo interrumpir?
—preguntó indeciso mientras observaba a Santana por primera vez.

Me sorprendió descubrir que Sam miraba a los ojos a Santana.

El rostro de Santana, de expresión ausente, aparentaba serenidad. En respuesta se limitó a depositarme con cuidado en el suelo y retroceder un paso.

—Gracias —dijo Sam amablemente.

Santana se limitó a asentir mientras me miraba atentamente antes de darme la espalda y marcharse.

Sam me rodeó la cintura con las manos y yo apoyé mis brazos en sus hombros.

— ¡Wow, Sam! ¿Cuánto mides ahora?
—Metro ochenta y ocho
—contestó pagado de sí mismo.

No bailábamos de verdad, ya que mi pierna lo impedía. Nos balanceamos desmañadamente de un lado a otro sin mover los pies.

Menos mal, porque el reciente estirón le había dejado un aspecto desgarbado y de miembros descoordinados, y probablemente era un bailarín tan malo como yo.

—Bueno, ¿y cómo es que has terminado viniendo por aquí esta noche? —pregunté sin verdadera curiosidad.

Me hacía una idea aproximada si tenía en cuenta cuál había sido la reacción de Santana.

— ¿Puedes creerte que mi padre me ha pagado veinte pavos por venir a tu baile de fin de curso? —admitió un poco avergonzado.
—Claro que sí —musité—. Bueno, espero que al menos lo estés pasando bien. ¿Has visto algo que te haya gustado? —bromeé mientras dirigía una mirada cargada de intención a un grupo de chicas alineadas contra la pared como tartas en una pastelería.
—Sí —admitió—, pero está comprometida.

Miró hacia bajo para encontrarse con mis ojos llenos de curiosidad durante un segundo. Luego, avergonzados, los dos miramos hacia otro lado.

—A propósito, estás realmente guapa —añadió con timidez.
—Vaya, gracias. ¿Y por qué te pagó Billy para que vinieras? —pregunté rápidamente, aunque conocía la respuesta.

A Sam no pareció hacerle mucha gracia el cambio de tema. Siguió mirando a otro lado, incómodo otra vez.

Dijo que era un lugar «seguro» para hablar contigo. Te prometo que al viejo se le está yendo la cabeza.

Me uní a su risa con desgana.

—De todos modos, me prometió conseguirme el cilindro maestro que necesito si te daba un mensaje —confesó con una sonrisa avergonzada.
—En ese caso, dámelo. Me gustaría que lograras terminar tu coche —le devolví la sonrisa.

Al menos, Sam no creía ni una palabra de las viejas leyendas, lo que facilitaba la situación. Apoyada contra la pared, Santana vigilaba mi rostro, pero mantenía el suyo inexpresivo. Vi cómo una chica de segundo con un traje rosa la miraba con interés y timidez, pero ella no pareció percatarse.

—No te enfades, ¿vale? —Sam miró a otro lado, con aspecto culpable.
—No es posible que me enfade contigo, Sam—le aseguré—. Ni siquiera voy a enfadarme con Billy. Di lo que tengas que decir.
—Bueno, es un tanto estúpido... Lo siento, Britt, pero quiere que dejes a tu novia. Me dijo que te lo pidiera «por favor».

Sacudió la cabeza con ademán disgustado.

—Sigue con sus supersticiones, ¿verdad?
—Sí. Se vio abrumado cuando te hiciste daño en Phoenix. No se creyó que... —Sam no terminó la frase, sin ser consciente de ello.
—Me caí —le atajé mientras entrecerraba los ojos.
—Lo sé —contestó Sam con rapidez.
—Billy cree que Santana tuvo algo que ver con el hecho de que me hiriera —no era una pregunta, y me enfadé a pesar de mi promesa.

Sam rehuyó mi mirada. Ni siquiera nos molestábamos ya en seguir el compás de la música, aunque sus manos seguían en mi cintura y yo tenía las mías en sus hombros.

—Mira, Sam, sé que probablemente Billy no se lo va a creer, pero quiero que al menos tú lo sepas —me miró ahora, notando la nueva seriedad que destilaba mi voz—. En realidad, Santana me salvó la vida. Hubiera muerto de no ser por ella y por su padre.
—Lo sé
—aseguró.

Parecía que la sinceridad de mis palabras le había convencido en parte y, después de todo, tal vez Sam consiguiera convencer a su padre, al menos en ese punto.

—Sam, escucha, lamento que hayas tenido que hacer esto —me disculpé—. En cualquier caso, ya has cumplido con tu tarea, ¿de acuerdo?
—Sí
—musitó. Seguía teniendo un aspecto incómodo y enfadado.
— ¿Hay más? —pregunté con incredulidad.
—Olvídalo —masculló—. Conseguiré un trabajo y ahorraré el dinero por mis propios medios.

Clavé los ojos en él hasta que nuestras miradas se encontraron. —Suéltalo y ya está, Sam
—Es bastante desagradable.
—No te preocupes. Dímelo
—insistí.
—Vale... Pero, demonios, es que suena tan mal... —movió la cabeza—. Me pidió que te dijera, pero no que te advirtiera... —levantó una mano de mi cintura y dibujó en el aire unas comillas—: «Estaremos vigilando». El plural es suyo, no mío.

Aguardó mi reacción con aspecto circunspecto.

Se parecía tanto a la frase de una película de mafiosos que me eché a reír.

—Siento que hayas tenido que hacer esto, Sam

Me reí con disimulo.

—No me ha importado demasiado —sonrió aliviado mientras evaluaba con la mirada mi vestido—. Entonces, ¿le puedo decir que me has contestado que deje de meterse en tus asuntos de una vez? —preguntó esperanzado.
—No —suspiré—. Agradéceselo de mi parte. Sé que lo hace por mi bien.

La canción terminó y bajé los brazos.

Sus manos dudaron un momento en mi cintura y luego miró a mi pierna inútil.

— ¿Quieres bailar otra vez, o te llevo a algún lado?
—No es necesario, Sam —respondió Santana por mí—. Yo me hago cargo.

Sam se sobresaltó y miró con los ojos como platos a Santana, que estaba justo a nuestro lado.

—Eh, no te he oído llegar —masculló—. Espero verte por ahí, Britt —dio un paso atrás y saludó con la mano de mala gana.

Sonreí.

—Claro, nos vemos luego.
—Lo siento
—añadió antes de darse la vuelta y encaminarse hacia la puerta.

Los brazos de Santana me tomaron por la cintura en cuanto empezó la siguiente canción. Parecía de un ritmo algo rápido para bailar lento, pero a ella no pareció importarle. Descansé la cabeza sobre su hombro, satisfecha.

— ¿Te sientes mejor? —le tomé el pelo.
—No del todo —comentó con parquedad.
—No te enfades con Billy —suspiré—. Se preocupa por mí sólo por el bien de Charlie. No es nada personal.
—No estoy enfadada con Billy —me corrigió con voz cortante—, pero su hijo me irrita.

Eché la cabeza hacia atrás para mirarla. Estaba muy seria.

— ¿Por qué?
—En primer lugar, me ha hecho romper mi promesa.


La miré confundida, y ella esbozó una media sonrisa cuando me explicó:

—Te prometí que esta noche estaría contigo en todo momento.
—Ah. Bueno, quedas perdonada.
—Gracias
—Santana frunció el ceño—. Pero hay algo más.

Esperé pacientemente.

—Te llamó guapa —prosiguió al fin, acentuando más el ceño fruncido—. Y eso es prácticamente un insulto con el aspecto que tienes hoy. Eres mucho más que hermosa.

Me reí.

—Tu punto de vista es un poco parcial.
—No lo creo. Además, tengo una vista excelente.


Continuamos dando vueltas en la pista. Llevaba mis pies con los suyos y me estrechaba cerca de ella.

— ¿Vas a explicarme ya el motivo de todo esto? —le pregunté.

Me buscó con la mirada y me contempló confundida. Yo lancé una significativa mirada hacia las guirnaldas de papel.

Se detuvo a considerarlo durante un instante y luego cambió de dirección. Me condujo a través del gentío hacia la puerta trasera del gimnasio. De soslayo, vi bailar a Artie y Sugar, que me miraban con curiosidad. Sugar me saludó con la mano y de inmediato le respondí con una sonrisa. Tinna también se encontraba allí, en los brazos Mike Chang; parecía dichosa y feliz sin levantar la vista de los ojos de él, era una cabeza más alto que ella. Lee y Samantha, Lauren, acompañada por Conner, también nos miraron. Era capaz de recordar los nombres de todos aquellos que pasaban delante de mí a una velocidad de vértigo. De pronto, nos encontramos fuera del gimnasio, a la suave y fresca luz de un crepúsculo mortecino.

Me tomó en brazos en cuanto estuvimos a solas. Atravesamos el umbrío jardín sin detenernos hasta llegar a un banco debajo de los madroños. Se sentó allí, acunándome contra ella. Visible a través de las vaporosas nubes, la luna lucía ya en lo alto e iluminaba con su nívea luz el rostro de Santana. Sus facciones eran severas y tenía los ojos turbados.

— ¿Qué te preocupa? —le interrumpí con suavidad.

Me ignoró sin apartar los ojos de la luna.

—El crepúsculo, otra vez —murmuró—. Otro final. No importa lo perfecto que sea el día, siempre ha de acabar.
—Algunas cosas no tienen por qué terminar —musité entre dientes, de repente tensa.

Suspiró.

—Te he traído al baile —dijo arrastrando las palabras y contestando finalmente a mi pregunta—, porque no deseo que te pierdas nada, ni que mi presencia te prive de nada si está en mi mano. Quiero que seas humana, que tu vida continúe como lo habría hecho si yo hubiera muerto en 1918, tal y como debería haber sucedido.

Me estremecí al oír sus palabras y luego sacudí la cabeza con enojo.

— ¿Y en qué extraña dimensión paralela habría asistido al baile alguna vez por mi propia voluntad? Si no fueras cien veces más fuerte que yo, nunca habrías conseguido traerme.

Esbozó una amplia sonrisa, pero la alegría de esa sonrisa no llegó a los ojos.

—Tú misma has reconocido que no ha sido tan malo.
—Porque estaba contigo.


Permanecimos inmóviles durante un minuto. Santana contemplaba la luna, y yo a ella. Deseaba encontrar la forma de explicarle qué poco interés tenía yo en llevar un vida humana normal.

— ¿Me contestarás si te pregunto algo? —inquirió, mirándome con una sonrisa suave.
— ¿No lo hago siempre?
—Prométeme que lo harás
—insistió, sonriente.
—De acuerdo —supe que iba a arrepentirme muy pronto.
—Parecías realmente sorprendida cuando te diste cuenta de que te traía aquí —comenzó.
—Lo estaba —le interrumpí.
—Exacto —admitió—, pero algo tendrías que suponer. Siento curiosidad... ¿Para qué pensaste que nos vestíamos de esta forma?

Sí, me arrepentí de inmediato. Fruncí los labios, dubitativa.

—No quiero decírtelo.
—Lo has prometido
—objetó.
—Lo sé.
— ¿Cuál es el problema?


Me di cuenta de que ella creía que lo que me impedía hablar era simplemente la vergüenza.

—Creo que te vas a enfadar o entristecer.

Enarcó las cejas mientras lo consideraba.

—De todos modos, quiero saberlo. Por favor.

Suspiré. Santana aguardaba mi contestación.

—Bueno, supuse que iba a ser una especie de... ocasión especial. Ni se me pasó por la cabeza que fuera algo tan humano y común como... ¡un baile de fin de curso! —me burlé.
— ¿Humano? —preguntó cansinamente.

Había captado la palabra clave a la primera. Observé mi vestido mientras jugueteaba nerviosamente con un hilo suelto de gasa.

Santana esperó en silencio mi respuesta.

—De acuerdo —confesé atropelladamente—, albergaba la esperanza de que tal vez hubieras cambiado de idea y que, después de todo, me transformaras.

Una decena de sentimientos encontrados recorrieron su rostro. Reconocí algunos, como la ira y el dolor, y, después de que se hubo serenado, la expresión de sus facciones pareció divertida.

—Pensaste que sería una ocasión para vestirse de tiros largos, ¿a que sí? —se burló, tocando un tirante de su hermoso vestido negro.

Torcí el gesto para ocultar mi vergüenza.

—No sé cómo van esas cosas; al menos, a mí me parecía más racional que un baile de fin de curso —Santana seguía sonriendo—. No es divertido —le aseguré.
—No, tienes razón, no lo es —admitió mientras se desvanecía su sonrisa—. De todos modos, prefiero tomármelo como una broma antes que pensar que lo dices en serio.
—Lo digo en serio.


Suspiró profundamente.

—Lo sé. ¿Y eso es lo que deseas de verdad?

La pena había vuelto a sus ojos. Me mordí el labio y asentí.

—De modo que estás preparada para que esto sea el final, el crepúsculo de tu existencia aunque apenas si has comenzado a vivir —musitó, hablando casi para sí misma—. Estás dispuesta a abandonarlo todo.
—No es el final, sino el comienzo —le contradije casi sin aliento.
—No lo merezco —dijo con tristeza.
— ¿Recuerdas cuando me dijiste que no me percibía a mí misma de forma realista? —le pregunté, arqueando las cejas—. Obviamente, tú padeces de la misma ceguera.
—Lo sé.


Suspiré.

De repente, su voluble estado de ánimo cambió. Frunció los labios y me estudió con la mirada. Examinó mi rostro durante mucho tiempo.

— ¿Estás preparada, entonces? —me preguntó.
—Esto... —tragué saliva—. ¿Ya?

Sonrió e inclinó despacio la cabeza hasta rozar mi piel debajo de la mandíbula con sus fríos labios.

— ¿Ahora, ya? —susurró al tiempo que exhalaba su aliento frío sobre mi cuello. Me estremecí de forma involuntaria.
—Sí —contesté en un susurro para que no se me quebrara la voz.

Santana se iba a llevar un chasco si pensaba que me estaba tirando un farol. Ya había tomado mi decisión, estaba segura. No me importaba que mi cuerpo fuera tan rígido como una tabla, que mis manos se transformaran en puños y mi respiración se volviera irregular... Se rió de forma enigmática y se irguió con gesto de verdadera desaprobación.

—No te puedes haber creído de verdad que me iba a rendir tan fácilmente —dijo con un punto de amargura en su tono burlón.
—Tengo derecho a soñar.

Enarcó las cejas.

— ¿Sueñas con convertirte en un monstruo?
—No exactamente
—repliqué. Fruncí el ceño ante la palabra que había escogido. En verdad, era eso, un monstruo—. Más bien sueño con poder estar contigo para siempre.

Su expresión se alteró, más suave y triste a causa del sutil dolor que impregnaba mi voz.

—Britt —sus dedos recorrieron con ligereza el contorno de mis labios—. Yo voy a estar contigo..., ¿no basta con eso?

Santana puso las yemas de los dedos sobre mis labios, que esbozaron una sonrisa.

—Basta por ahora.

Torció el gesto ante mi tenacidad. Esta noche ninguna de las dos parecía darse por vencida. Espiró con tal fuerza que casi pareció un gruñido.

Le acaricié el rostro y le dije:

—Mira, te amo más que a nada en el mundo. ¿No te basta eso?
—Sí, es suficiente —contestó, sonriendo—. Suficiente para siempre.

Y se inclinó para presionar una vez más sus labios fríos contra mi garganta.


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Chicas se acabo, necesito comentarios jajaja. Espero les haya gustado y espero me animen a continuar con lo siguiente, sino de ante mano les comento fue un placer hacer esta adaptación para ustedes. Las amo! :)






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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por marcoheath Miér Sep 11, 2013 3:29 am

por favor continua con los otros libros!! PORFA PORFA PORFA!!!
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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por micky morales Miér Sep 11, 2013 11:40 pm

estoy de rodillas suplicando que continues las adaptaciones, algo mas? en verdad me encanto! gracias!
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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por Sra Snixx Rivera Jue Sep 12, 2013 4:41 pm

Continuaaaaaaa porfaaaaa :(
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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por naty_LOVE_GLEE Vie Sep 13, 2013 8:34 pm

ME ENCANTO!!!!!


BUENÍSIMA ESTA ADAPTACIÓN!!! CON MIS BRITTANA EL AMOR SE MULTIPLICA POR MIL!!!! SON HERMOSAS!!!!!!


EN SERIO MIL GRACIAS!!!!!


Y CLARO QUE QUIERO QUE SIGAS CON LA SEGUNDA PARTE!!! AUNQUE OBVIO NO ME GUSTA LA IDEA DE TENER QUE VOLVER A SABER DE SAM COMO ALGUIEN MÁS METIDO EN LA HISTORIA!..................


SI LE TOMÉ UNA ESPECIE DE EMPATÍA PRODUCTO DE LA CUARTA TEMP DE GLEE :(………..NO ES SU CULPA, PERO YA ME PARECE DEMASIADO ESTUPIDO! Y LA VERDAD NO LE QUEDA PARA NADA HACERSE AL ESTUPIDO, MÁS BIEN ROZA LO RIDICULO, NO PRODUCE LO MISMO QUE BRITT!!, POR LO TANTO HAN HUMILLADO SU PERSONAJE ESTA CUARTA TEMP!!!! PENA POR EL!!!! ERA BUENO ANTES!!!!


BIEN DEJEMOS A SAM DE LADO!..................COMO SEA PUEDO SOPORTARLO………….PORQUE BRITTANA ES MÁS FUERTE!!!!! Y ESTÁ SEGUNDA PARTE ESTARÍA GENIAL LEERLA POR ESO!!! PORQUE CON BRITTANA TODO VALE LA PENA!!! HASTA INCLUSO TODOS LOS OBSTACULOS QUE TRAERA ESTA SEGUNDA PARTE!!!!!!


PORFA SIGUELA!!!! YO ESTARÉ AQUÍ ESPERANDO!!!! ME ENCANTA TODA LA SAGA!!!!!


ESTÁ GENIAL!!! QUE LA HALLAS ADAPTADO!!! PORFA NO LO DEJES AHÍ!!!!! ESPERO QUE LA SIGAS :) y ME TENDRÁS POR SIEMPRE!!!!!! *SIP SOY UN POCO EXAGERADA :P*



SALUDOS!!! NAT!
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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

Mensaje por mary04 Sáb Sep 14, 2013 10:46 am

Holaaaaa hasta ahora lo lei me encantooooo espero si decides continuarlo seria great...
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Finalizado Re: Brittana - Fanfic - Twilight - EPÍLOGO. UNA OCASIÓN ESPECIAL.

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