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Mensaje por awong_snix Jue Jul 24, 2014 12:46 am


CAPÍTULO 4



Brittany podía decir sin temor a equivocarse que a Santana le encantaría saltar desde una de las ventanas si de esa forma podía escapar de ella.
Rígida como una tabla, caminaba a su lado a través de las habitaciones que conformaban el castillo. En cierto modo le daba pena, la muchacha se había quedado blanca como el papel en cuanto lo había visto y aquel tono en su piel se hizo mucho más intenso cuando le reveló su nombre y comprendió que ella era “la prometida”.
Ahora estaba segura de que ella tampoco lo sabía, de que no conocía su identidad cuando se vieron por primera vez y era un alivio; no le gustaba ni un pelo la idea de que ella se hubiese burlado de ella. Aunque, si tenía que tomar como indicador la abrumadora sinceridad que despertaba en ella el alcohol, de haberlo sabido hubiese cantado como un pajarillo.
—¿Cómo… cómo ha pasado esto?
Las palabras vacilantes que surgieron de ella atrajeron su atención.
—¿Cómo ha pasado el qué?
Se detuvo y se giró para mirarlo por primera vez desde que se encontraron en la escalinata principal.
—Esto —señaló sus alrededores con un gesto de la mano—. Tú.
Sabías quien era yo desde un principio, ¿no? Has debido pasarlo muy bien jugando con la estúpida muchacha borracha. Parecía herida, si debía fiarse por la clara emoción que bailoteaba en sus ojos lo estaba.
—Te equivocas —la atajó antes de que pudiese sacar más conclusiones precipitadas—. No tenía la menor idea de quien eras hasta que regresé a Londres para terminar con este asuntillo y me entregaron una foto de mi prometida.
Ella entrecerró los ojos, pero no se apartó.
—Imagínate la sorpresa que me llevé cuando descubrí que la mujer de esa foto era la misma con la que… —hizo una pausa al tiempo que se inclinaba sobre ella para susurrar—, me casé.
Se tensó, echó un rápido vistazo alrededor como si quisiera asegurarse que no había nadie que pudiese escucharles y siseó.
—Ese matrimonio no es legal — declaró con cierta nota desesperada —. Así que tú y yo no estamos nada.

Ella enarcó una ceja ante el ímpetu que escuchó en sus palabras.
—No, no tiene validez legal propiamente dicha, pero ambas sabemos que hay mucho más detrás de una unión de manos —se arriesgó y no erró el tiro, a juzgar por la rápida emoción que cruzó el rostro femenino. Si había algo a lo que se arraigaban los escoceses eran las tradiciones, estas eran importantes, sin importar el tiempo que hubiese pasado desde su instauración—. ¿No es verdad, esposa?
Ella se erizó como un gato, incluso siseó como uno.
—¡No soy tu esposa! ¡Si he venido hasta aquí es precisamente para evitar un jodido matrimonio por qué…!
Ah, enredada en su propia red.
—¿Por qué ya estás casada conmigo?
Casi podía jurar que le estaba latiendo una vena en la sien.
—¡Que te jodan!
Ronroneó ante la sugerencia.
—Una idea tentadora.
La fulminó con la mirada y no pudo más que disfrutar del cambio refrescante que suponía la mujer que tenía frente a ella. Esta era una faceta que desconocía en ella, aunque para ser honestas, había mucho que desconocía de Santana Mackinnon; ahora Macleod si decidía hacer valer sus derechos sobre un matrimonio un tanto dudoso.
—¿Has estado antes en Dunvegan Castle? —preguntó en un intento por sosegarla. Recorrió con la mirada el edificio que conocía tan bien y que pertenecía a su familia.
Ella la miró y tras unos momentos de intenso contacto visual negó con la cabeza.
—No —respondió. Alzó ligeramente la barbilla y enderezó los hombros como si quisiera ganar unos centímetros—. Y ahora mismo no estoy de humor para visitas, por lo que si me enseñas la salida, volveré a mi coche, me meteré en ella y me largaré lo más lejos posible de ti.
Ella chasqueó la lengua y sacudió la cabeza.
—Siento decirte esto, caileagh, pero el huir no hace desaparecer los problemas —aseguró. Le rodeó la cintura con el brazo y la atrajo hacia ella sin previo aviso—. Y no puedes haber venido a Dunvegan e irte sin haber visto al menos la Fairy Flag.
Mis antepasados se sentirían terriblemente defraudados si no te enseñara aquello que han custodiado durante más de ochocientos años.
Ella se resistió a moverse y clavó los pies en el suelo. Su primer impulso fue echarse a reír, el segundo echársela al hombro y arrastrarla a algún lugar privado para degustar una vez más esos fabulosos pechos que se apretaban contra ella el suéter que asomaba bajo el chubasquero. Un oportuno palpitar en la entrepierna le dijo que la segunda opción era la más acertada, pero por suerte para ambas, ya no tenía el cerebro obnubilado por el alcohol.
—Prometo ser civilizada e invitarte a comer —le dijo en tono tranquilo—, después de que terminemos la visita.
La duda bailoteó en sus ojos, podía notar su nerviosismo, como echaba furtivas miradas en dirección al principio del corredor por dónde habían venido, pero no pensaba dejarla marchar; aún no al menos.
—¿Te gustan los cuentos de hadas, Santana? —continuó y apresándole la cintura la obligó a caminar—. Los Mackinnon sois oriundos de Skye, así que has debido de escuchar muchas leyendas sobre ellas, ¿huh?
Tras una leve resistencia al principio y al ver que no podía soltarse de su abrazo, permitió que la condujese.
—¿Piensas salirme con que tú eres una de ellas? Porque te faltarían las alas y el vestidito de hojas, ya sabes. Como Campanilla.
Se rio sin ambages, le gustaba ese carácter peleón en ella, era refrescante.
—No creo que el estilo fuera conmigo —le dijo soltándole la cintura e invitándola a entrar en una de las habitaciones principales del castillo—. Este es la sala de estar, acordonado tienes la zona en la que recibían a las visitas y si miras hacia tu izquierda, justo después del piano, con esa horrible luz encima del marco que la protege tienes la mítica
Am Bratach Sìth o Fairy Flag, como es mayormente conocida. Siguiendo sus instrucciones, la vio caminar en dirección a una de las tres reliquias familiares que contenía el castillo. Junto con la copa ceremonial de Dunvegan y el cuerno de Sir Rory Mor´s, la bandera de las hadas formaba parte del patrimonio del clan Macleod.
—¿Todas las habitaciones del castillo son de ese horroroso color rosita? —la pregunta fue tan inesperada como el tono apacible con la que la hizo. Una ligera curvatura le alzó la comisura de los labios.
—¿Qué puedo decir? No estaba aquí cuando mis antepasados decidieron pintar el interior del castillo —le dijo al tiempo que se detenía tras ella. Su cercanía no hacía más que revivir la noche pasada, una cuyos recuerdos acudían a trompicones y lo endurecían como ningún otro afrodisíaco.
Se aclaró la garganta y observó el viejo y ajado fragmento de tela que, según sus ancestros poseía propiedades mágicas.
—No te ofendas, pero esto no es más que un viejo y feo trozo de tela —comentó ella. Con todo, había curiosidad en la reluctante voz—. ¿Y dices que esto tiene algo que ver con las hadas?
Y ahí estaba lo que andaba buscando, pensó con diversión. La curiosidad era palpable en su voz aunque intentara enmascararla tras un borde de ironía.
Con movimientos premeditados, se acercó a ella y le deslizó la mano por la espalda, al instante notó como volvía a tensarse solo para relajarse de nuevo. Una mirada de advertencia por encima del hombro le dejó claro que si no tenía cuidado podría perder una mano.
—Permíteme que te ponga al corriente de la historia que rodea a la bandera de las hadas —murmuró con los labios pegados al oído—. Se la considera una de las historias de amor más hermosas del folclore escoses.
Ella se removió inquieta, pero no se apartó.
—Empieza a cantar, pajarillo — le soltó con sequedad. Sonriendo contra la suave piel, obedeció.
—Dice la leyenda que Iain Ciar, cuarto jefe del Clan Macleod, se enamoró de una princesa de las hadas, una de las Gentes Brillantes.
Sin duda fue amor a primera vista, porque la pareja estaba decidida a casarse pero el rey de las hadas tenía algo más que decir al respecto y prohibió la unión. Ella era consciente de que su pueblo y el de los humanos no podía mezclarse, pues mientras que ellos eran inmortales, los humanos envejecían y morían, pero aquello parecía no importarle a la princesa, ella estaba realmente enamorada y antes que verla sufrir, el rey aceptó que su hija fuese con el Laird del mundo humano durante un año y un día. —Al llegar a esa parte de la narración, la sintió dar un respingo. Mientras tanto, la mano que mantenía ahora en la cintura siguió descendiendo hasta acariciarle las nalgas—. Terminado ese periodo de tiempo, ella debería dejar a su marido y regresar al reino de las hadas.
Ella se apartó, rodeándole para empezar a curiosear por la habitación.
—Un poco desgraciado el mujer, ¿no?
Ignorando su comentario siguió con la narración mientras la contemplaba a placer.
—¿Por permitirles estar juntos? —se rió—. Tienes un raro concepto del romanticismo, Santana. Ella se acercó ahora a la zona acordonada que cercaba los antiguos muebles de la sala de estar.
—Depende de cómo lo mires — murmuró, entonces la miró—.
Supongo que hay más, ya que todavía no has mencionado ese… retazo de… lo que sea.
Asintió y prosiguió con la narración.
—La pareja regreso al hogar de los Mcleod, el castillo de Dunvegan y no pasó mucho tiempo cuando Lady Macleod trajo al mundo a su hijo — explicó dándole una nueva entonación al relato—. El amor crecía día a día entre el matrimonio y se hacía más fuerte, pero el tiempo no podía ser detenido y antes de que se diesen cuenta se cumplió el plazo estipulado por el rey de las hadas. La pareja se separó entonces con gran pesar sobre el famoso puente de las hadas, que no está lejos de aquí, y la esposa del laird se preparó para regresar a casa.
Hizo una pausa mientras la veía ahora iluminada contra la luz que entraba por la ventana, los rayos de sol incidían directamente sobre ella confiriéndole un aire tan místico con el de la propia princesa de la que estaba hablando.
—Antes de irse, le hizo prometer a su marido que cuidaría de su hijo y que nunca lo dejaría llorar, porque el sonido de su llanto la llenaría de pena incluso en el lejano reino de las hadas. El laird mantuvo su promesa y el joven Mcleod nunca estuvo desatendido y jamás se permitió que el niño llorase —continuó con el relato—. Sin embargo, la pérdida de su esposa fue un enorme golpe paral Macleod. Durante semanas penó por los pasillos, pasaba los días sumido en un profundo silencio y ello hizo que las gentes del clan decidieran organizar una gran fiesta en el castillo para celebrar su próximo cumpleaños. Ellos esperaban que las celebraciones lo alejasen momentáneamente de su pena.
>>La celebración comenzó por la mañana y se extendió a lo largo de toda la noche, al hijo del laird se le había asignado una niñera de modo que nunca fuese desatendido. Pero como suele ocurrir cuando hay una fiesta, todo el mundo siente curiosidad por ver y escuchar la música y ver la algarabía. Así que la niñera acabó abandonando un momento la habitación del infante para echar un vistazo a la celebración. Absorta en el bullicioso sonido de las gaitas, ella no escuchó como el niño despertaba, pateaba las sábanas y al encontrarse solo comenzar a llorar.
Llegado a este punto de la narración, la atención de Santana había vuelto sobre la reliquia colgada en la pared.
—La madre del niño le escuchó llorar desde su reino y acudió a su lado. Cogió a su hijo en brazos y lo arrulló hasta que volvió a dormirse.
Entonces lo acostó de nuevo en la cuna cubriéndolo con una sábana hecha por las hadas. Cuando la niñera acudió de nuevo al dormitorio, escuchó la dulce canción pero no vio a nadie entonándola y al acercarse al niño, observó sorprendida como el bebé estaba ahora arropado por una brillante sábana amarilla que ella no había utilizado.
>>Tras coger al niño en brazos envuelto con la extraña sábana, corrió de regreso al laird y le contó lo ocurrido. Se dice que la nana que le cantaba la princesa hada a su hijo quedó grabada en la mente de la niñera y que desde entonces se la cantaban al niño cada vez que lo dormían. La canción de cuna ha pasado de generación en generación en mi familia y si bien yo no he tenido nunca niñera, mi madre dice que me la cantaba cuando era un bebé y más que dormirme, alborotaba todavía más.
Sonrió ante el recuerdo de la sonrisa de su madre cada vez que le narraba alguno de sus momentos “bebé” como solía referirse a ellos.
—Años después, cuando el niño creció y se convirtió en un mujer, fue ella quien le contó a su padre que esa sábana era un gran talismán para el clan y que si se encontraban en peligro mortal podrían ondear la bandera tres veces y las legiones de las hadas acudirían en su ayuda —se dirigió hacia el final del cuento—.
Sin embargo, el talismán solo podría ser utilizado tres veces, pues transcurrido ese tiempo las legiones regresarían a su lugar de origen llevándose la bandera con ellos. El jefe, conocedor del legado de su esposa, supo que su hijo decía la verdad y se encargó de mantener la bandera a salvo.
>>La bandera fue utilizada desde entonces dos veces para salvar el clan; la primera vez cuando el clan estaba a punto de ser superado en número en una batalla contra con MacDonal y la segunda cuando una plaga calló sobre el castillo y el clan haciendo que sus gentes muriesen de hambre. En ambos casos se dice que el jefe del clan agitó la bandera tres veces y salvó de esa manera al clan.
Durante la última parte del relato, Santana había permanecido callada contemplando el cuadro que soportaba la Fairy Flag.
—Una historia interesante — murmuró por fin. Entonces bajó la mirada hacia ella—, como lo será la que cuentes a tus descendientes si no retiras la mano de mi culo. Eso, si llegas a tenerlos.
Y allí estaba de nuevo esa desafiante mirada en ella, una que la encendía con mucha facilidad.
—Te prefería borracha, eras más… dócil —se burló.
Ella puso los ojos en blanco y se apartó de su contacto.
—Eso no te lo crees ni tú — aseguró recorriendo la habitación una última vez con la mirada para dirigirse finalmente hacia la puerta
—. Ahora, si me dices como salir de aquí, evitarás el tener a una mujer muy cabreada dando vueltas por tu castillito.
Se pasó la lengua por los labios en un gesto premeditado, la recorrió con la mirada, comiéndosela con los ojos e hizo todo aquella de modo que ella fuera perfectamente consciente de sus intenciones.
—Quizá lo haga, cuando termine el tour —aseguró acortando la distancia entre ambas—. Mientras tanto, sigamos viendo el castillo.

__________________________________________________________________________

Claro nada como una clase de de historia y una sexi voz suamndole unas cuantos manos que tocan de mas para calmar la histeria que causa volver a ver a tu esposa pero esta vez sobria y decirle que si estan casadas. Ustedes que arian diganme no dejen de coembtar

Bueno como ya sabran me ausentare entonces la actulizacion la podre hacer el 31 de julio pero no es seguro lo que si es seguro es que sin duda vuelvo el 6 de agosto con las actuliazciones disculpen y espero me entiendan gracias
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Mensaje por micky morales Jue Jul 24, 2014 12:56 pm

esperare no con mucha paciencia tu actualizacion, espero que el matrimonio sea 100 x 100 valido!
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Mensaje por 3:) Jue Jul 24, 2014 9:35 pm

holap,..

me gusto,....
es difícil ahora ver a tu esposa después de a verte tomado 2 o 3 botellas de wisky jajajaja
a ver como termina el tour en el castillo!!

nos vemos!!
3:)
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Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 8:14 am

micky morales escribió:esperare no con mucha paciencia tu actualizacion, espero que el matrimonio sea 100 x 100 valido!


Listo ya lo terminare de actualizar
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Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 8:15 am

3:) escribió:holap,..

me gusto,....
es difícil ahora ver a tu esposa después de a verte tomado 2 o 3 botellas de wisky jajajaja
a ver como termina el tour en el castillo!!

nos vemos!!


Asi es pero si es Santana O britt que mas da no crees no tengo problemas con la resaca jaja

Por si lo preguntas ya estoy con esta historia
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Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 8:16 am



CAPÍTULO 5



Por fuera podía tener el aspecto de un castillo, pero una vez entrabas en el interior, te encontrabas con el mobiliario y la decoración típica de una casa victoriana; una que empezaba a gustarle mucho más de lo que debería.
Santana se dejó guiar habitación tras habitación, escuchando la voz de Brittany mientras le mostraba cada rincón. La presencia de la mujer despertaba en ella una incomodidad que nada tenía que ver con el reciente descubrimiento de que ella era la mujer con el que estaba comprometida. Su cuerpo reaccionaba a cada roce, el suave aroma de la colonia que a veces le llegaba hacía que se le humedeciese el sexo y notase los pechos pesados.
Demonios, era como caminar al lado de un afrodisíaco embotellado y la muy maldita lo sabía. No se medía ni cortaba a la hora de devorarla con la mirada dejándole claro que era lo que quería de ella, lo que deseaba volver a repetir. Y maldita fuera, porque su cuerpo también quería lo mismo.
—Y estas son las otras dos reliquias del clan que permanecen en el castillo —le dijo deteniéndose ante la vitrina de la izquierda de una habitación color azul verdoso la cual poseía las mejores vistas de todo el castillo—. La copa de Dunvegan y el cuerno de Rory Mor. Entre las tradiciones en referente al cuerno, está la de que el jefe del clan debía beber su contenido de un solo trago y sin derramar ni una gota al llegar a la edad en la que se les permitía beber, para demostrar su hombría.
Arqueó una ceja ante tal información y no pudo evitar lanzarle una nueva pulla.
—Dada tu… aversión al whisky, apostaría a que no has sido capaz de llevar a cabo tal proeza —se burló.
Ella se inclinó sobre ella como venía haciendo toda la mañana, le posó las manos sobre los hombros y se inclinó sobre el oído al hablarle.
—Ese cuerno contiene uno y tres cuartos de las botellas de clarete — le acarició el oído con los labios—. Saca tus propias conclusiones.
Demasiado líquido, pensó al tiempo que componía una mueca.
—Las mujeres y sus excusas — rezongó y recuperó una vez más su espacio personal—. ¿Qué son todas esas llaves que cuelgan ante las puertas y ventanas en todas las habitaciones?
Allí mismo tenían una colgando delante de la ventana. Una vieja llave de hierro.
—Un atractivo más para el turista que visita Dunvegan —le dijo mirando la llave—. Y un recordatorio más de que este castillo y sus habitantes tuvieron que ver con el pueblo de las hadas. Se supone que el hierro es el único material que podría dañar al pueblo luminoso, por ello se colgaban objetos de hierro en los umbrales, para evitar que estos entrasen en las casas.
Se giró hacia ella.
—Estás muy interesada pues en todo el tema de folclore y cultura popular. —
Tenía que admitirlo, parecía saber de lo que estaba hablando—. ¿Algo que ver con… ya sabes, la falda y todo lo demás?
La vio poner los ojos en blanco antes de pasar por su lado de camino hacia la puerta.
—Trabajo como conductor y guía turístico para Rabbies tour —aceptó sin más—. Hice la carrera de turismo y tengo un master en todo ese tema de folclore y cultura popular, ¿algo más que quieras saber?
Touché, pensó ella cuando le devolvió sus propias palabras.
—¿Con qué frecuencia al día alimentas tu ego? ¿Cada cinco minutos?
Ella se rió.
—Cada cuatro, pero que eso quede entre tú y yo —le respondió con un guiño—. ¿Y tú a qué te dedicas, Santana? ¿Haces algo más que emborracharte, ponerle los cuernos a tu folla novia y casarte con una prometida a la que querías liquidar?
Se tensó ante aquel dardo envenenado pero respondió en consonancia.
—Vaya, has descubierto mi secreto —aseguró con fingida sorpresa—. Soy un imán para los bastardos hijas de puta con el ego muy grande.
Sin una palabra más dio media vuelta y pasó frente a ella de camino al pasillo que acaban de recorrer.
—Se acabó la visita —concluyó deteniéndose en el umbral y girándose a ella un único instante—.
Considera cualquier clase de compromiso o acuerdo que haya entre nosotras, anulado. Gracias por el tour, señorita Macleod. Sin una palabra más le dio la espalda y se marchó dispuesta a dejar atrás el castillo y a la mujer que lo poseía.
Mujeres, pensó Brittany mientras salía detrás de ella y la interceptaba antes de que llegase siquiera al final del corredor. Aquella mujer tenía predilección por la huida, empezaba a pensar que si cerraba los ojos más de cinco segundos o le daba la espalda, cuando volviese a mirar ya no estaría.
La detuvo antes de que cruzase el umbral, enlazó un brazo alrededor de la cintura y tiró de ella en dirección contraria.
—No tan rápido, caileagh —le avisó al tiempo que giraba con ella y la empujaba hacia un recodo al final del corredor.
Este no era más que una simple y estrecha abertura en la pared que torcía hacia la derecha dando paso a un empinado tramo de escaleras—.
Tú y yo todavía tenemos asuntos pendientes.
No habían dado ni dos pasos cuando ella emitió un agudo grito y se pegó a ella intentando retroceder.
—¡Jesús! —siseó al tiempo que se llevaba una mano al agitado pecho. Frente a ellas, ocupando el vano de las escaleras, se encontraba la figura de una criada vestida de época y transportando una bandeja de la que colgaba otra llave.
Echó un vistazo por encima del hombro y la apretó aún más contra ella.
Le acarició el oído con los labios mientras le susurraba para tranquilizarla. Estaba tan acostumbrado a aquella tétrica e inesperada figura que no se le ocurrió advertirla de su presencia.
—Solo es un maniquí, tesoro —le aseguró a la par que le rodeaba la cintura con el brazo y la instaba a continuar por el estrecho pasadizo colándose por el costado de la figura y continuar ascendiendo—. Yo la l l a mo Sustina. Todo aquel que asoma la cabeza para ver que hay aquí, tiene la misma reacción que tú.
Se giró hacia ella entre sorprendida y molesta, pero no parecía tener prisa por dejarle ir a juzgar por la forma en que se sujetaba a ella.
—Me ha dado un susto de muerte—siseó. Notó como se estremecía entre sus brazos, más aún cuando la obligó a ascender—. No, no pienso acercarme a esa cosa.
Apretándola todavía más, la obligó a dar un paso hacia arriba.
—No muerde, nena, te lo prometo—aseguró al tiempo que le ponía una mano sobre la cabeza para que se agachase y rodease el maniquí pegándose a la pared—. Solo es un muñeco, un poco tétrico.
Ella jadeó apretándose casi con desesperación a la pared y aumentando el ritmo de sus pasos, hasta soltarse de ella y terminar las escaleras que faltaban hasta la puerta en rápidas zancadas.
—¿Un poco? —su voz sonó ahogada mientras echaba un vistazo por encima del hombro.
La siguió con la práctica que le daba colarse allí desde niña, aquella habitación en la torre se había convertido en uno de sus lugares favoritos y por lo mismo estaba fuera del acceso a los visitantes.
—Sí, solo un poco —aseguró reuniéndose con ella. Le acarició la nariz con el dedo y abrió la puerta de madera que permanecía cerrada—.
Vamos, vas a tener el honor de conocer una parte del castillo que no está abierta al público.
Ella la miró de manera reluctante.
—No estoy muy segura de que esto resulte un honor —rezongó mirando con cautela la puerta.
Deslizó la mirada una vez más sobre ella permitiéndole ver lo que tenía en mente sin dejarle lugar a dudas.
—Créeme, cuando salgamos, no opinarás lo mismo.
El suave sonrojo que le tiñó las mejillas dejó claro que había entendido a la perfección sus palabras.
Había perdido la cabeza. No existía otra explicación. Había perdido la cabeza y ahora iba derechita al infierno de sensaciones que la mujer que ahora la lamía despertaba en ella.
Lo más sensato hubiese sido dar media en el mismo momento en que consiguió en que funcionase su cerebro tras el sorprendente descubrimiento de su identidad.
Tenía que haberse disculpado entonces, decirle que no existía compromiso o boda concertada alguna y que esa noche en Portree no tenía mayor importancia que la que se le puede dar a un affair de borrachera.
Pero en vez de eso permitió que la arrastrase por el castillo en un tour no deseado para terminar sumergiéndose en aquella habitación de piedra saturada de estanterías con libros, un par de sillas y una improvisada colchoneta a modo de cama que recibía la ventilación de un par de pequeños ventanucos y la luz de dos lámparas de batería.
Además, sus vaqueros habían volado junto con el suéter y el sujetador dejándola únicamente en bragas y calcetines; un estado similar al de su impaciente amante.
Gimió al sentir de nuevo como la húmeda boca le succionaba el pezón, se estaba dando un festín con sus pechos y todo lo que podía hacer al respecto era retorcerse mientras le enterraba los dedos en el pelo acercándole más a su pecho. Podía sentirla rozándose contra el muslo a través de la suave tela del calzoncillo, así como los dedos que se habían abierto camino bajo la delicada tela de las braguitas y jugaban ahora entre los húmedos pliegues de su sexo.
Sacudió la cabeza al sentirle succionar una vez más el pezón, un relámpago de placer parecía estar permanente conectado entre sus pechos y el centro de su deseo y esa maldita era capaz de hacerla funcionar con precisión milimétrica.
Fue incapaz de estarse quieta, mucho menos cuando dos de los curiosos dedos se introdujeron en su apretado canal, arqueó las caderas en un gesto involuntario buscando profundizar más la penetración y obtener así el placer que sabía podía darle.
—Te ciñes a mis dedos con hambre voraz —ronroneó ella dejando el sensibilizado pezón para acariciarle los labios con la lengua y culminar con un fugaz roce—. Estás húmeda, caliente y muy exitada.
Su voz obraba como un maldito afrodisíaco, ese tono sexy y profundo que adquiría cuando estaba excitada la enloquecía y conseguía que terminase chorreando por ella.
—Cállate de una maldita vez — protestó. No quería escucharla, solo quería que siguiera haciendo lo que hacía. Sin palabras.
Pero ambas sabían que no tendría esa suerte.
—Estamos gruñones esta mañana, ¿eh? —le acarició una vez más los labios con los suyos y siguió camino hasta la oreja.
La tierna carne del lóbulo fue víctima de sus dientes; casi se alegraba de no haberse puesto pendientes aquella mañana. La succionó y lamió con ritmo pausado, el mismo que ahora le imprimí a los dedos alojados en ella.
—Esto no está bien —intentó alejarse de su contacto, pero ella no se lo permitió—. Es una auténtica locura.
Sintió su aliento cuando le sopló en el oído y se estremeció en respuesta, la carne poniéndosele de gallina.
—Sí, es una locura —concordó ella incorporándose lo justo para mirarla a los ojos—, es una locura la forma en que te mojas para mí, la manera en que se te endurecen los pezones contra mi lengua, la manera en la que ahora mismo te ciñes alrededor de mis dedos. ¿Y sabes qué? Me gusta esa clase de locura, a mí también me afecta.
Se frotó contra su muslo para dejar palpable constancia de lo que acababa de decirle.
—Eres una mujer muy sensual, Sann —continuó sin dejar de mover los dedos con ese cadencioso ritmo en su interior—. Y yo lo considero un verdadero regalo. No hay nada malo en disfrutar del sexo, además, no es como si fuésemos dos completas desconocidas, ¿huh?
Y aquello era el motivo principal por el que estar de nuevo entre sus brazos era una jodida mala idea. Si te acostabas con una desconocida, no era tanto problema, podías seguir tu camino y ya, pero ella… Brittany Macleod era un saco de problemas en sí mismo, uno que estaba íntimamente unido a ella.
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Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 8:21 am



CAPÍTULO 6



—Piensas demasiado —le acarició la nariz con la propia, la besó en los labios y finalmente miró hacia abajo, al mismo tiempo que extraía los dedos de su interior—.
Puedo oír los engranajes de tu cerebro rodando sin parar y créeme, no sirve de nada pensar en estos momentos.
Se quedó sin aire al verle llevarse los dedos que habían estado dentro de ella a la boca, sus ojos se encontraron mientras los succionaba como ella había hecho una vez c. Era una imagen tan erótica que se estremeció de placer.
—Veamos si puedo hacer algo para que desaparezca esa pequeña línea en tu ceño y tu cerebro colapse lo suficiente como para que disfrutes del momento.
La última de las palabras le acarició los labios un instante antes de que la lengua penetrase en su boca y se enlazase con la suya.
El probarse a sí misma en ella la encendió todavía más, la enlazó con la de ella y se permitió disfrutar de aquel húmedo contacto antes de que continuase en un viaje descendente a través de sus pechos. Le besó y lamió los pezones, dejó una húmeda huella entre sus pechos para detenerse únicamente al llegar al ombligo.
No pudo evitar la necesidad de mirarle, se alzó sobre los codos y jadeó ante la erótica visión de la oscura lengua rodeando la pequeña hondonada y hundiéndose en ella hasta provocarle cosquillas. Una pícara sonrisa curvó sus labios y le guiñó un ojo al ver que lo miraba.
—Sigue mirando, eso me enciende todavía más —le dijo antes de descender trazando un húmedo sendero con la lengua sobre su vientre hasta llegar a la cinturilla de las braguitas—. Sin duda tu elección de lencería es un caliente contraste con el exterior. Me gusta.
Ella se lamió los labios cuando lo vio enganchar dos dedos en los costados de la prenda y empezar a deslizarla por sus caderas y muslos hasta quitársela por completo.
—Esto me recuerda que todavía tengo en mi poder una prenda igual de sexy que te pertenece —murmuró al tiempo que se la llevaba al rostro y aspiraba su aroma.
Diablos, ¿podría un mujer parecer más sexy que ella en esos momentos? Estaba jodida, oh, sí, estaba muy jodida. No debía pensar en ella en esos términos, pero era tan difícil no hacerlo cuando todo lo que hacía exudaba sensualidad a raudales.
—No apartes la mirada, caileagh —le advirtió después de lanzar la prenda a un lado. Resbaló las manos por los llenos muslos y sin pedir permiso le abrió las piernas de modo que quedó totalmente abierta para ella—. Es realmente caliente verte tan excitada, y mojada brillante de excitación. Estoy deseando lamer cada centímetro, dejarte completamente seca solo para hacer que te mojes aún más.
Tragó saliva. Fue lo único que pudo hacer al ver como la oscura cabeza bajaba entre sus piernas.
—Oh, dios —dejó escapar un pequeño gemido cuando la lengua entró en contacto con su necesitado sexo.
Le vio alzar la mirada, lamerse los labios y sonreír con aquella típica satisfacción de poder.
—Brit o Brittany será más que suficiente, caileagh —murmuró antes de darle un largo y lento lametón sin apartar la mirada de la suya—. Sí, justo así, hermosa. Eso es lo que quiero ver.
Las piernas totalmente separadas por sus manos, el sexo expuesto a las caprichosas pasadas de du lengua y el deseo bulléndole en las venas… Santana no estaba segura de haberse sentido alguna vez más vulnerable y al mismo tiempo excitada que en aquellos momentos.
La imagen de ella entre sus piernas era hipotónica, empezó a sentir los pechos más pesados, los pezones le hormigueaban por las previas caricias y la necesidad de más estimulación; toda ella era un hervidero de deseo ahora mismo.
No fue consciente de llevarse las manos a los senos hasta que notó sus propios dedos tironeando de los pezones. Los gruñidos y sonidos de placer que emitía ella mientras se amamantaba de su sexo la encendieron todavía más hasta el punto de acabar jadeando ella también, jadeos que alternó con incoherentes palabras que le brotaban solas de la garganta.
—No… no, no… sí… sí, así… oh, sí… dios… Brittany… sí.
En honor a la verdad, ella no necesitaba realmente estímulo para hacer lo que estaba haciendo, a juzgar por la entrega que ponía en su actual labor y el disfrute que parecía extraer, era como si le hubiesen regalado el juguete que siempre había deseado.
El repentino movimiento de las manos sobre las rodillas hizo que perdiese el soporte de sus brazos terminando con la espalda pegada a la colchoneta. Le separó los muslos y le alzó las piernas por encima de los hombros.
—Mantenlas ahí y no las muevas. —Una sencilla orden formulada en un tono de voz tan crudo y sexual que no pudo hacer más que obedecerle.
Apuntaló los talones contra su espalda y sacudió la cabeza de un lado a otro mientras agarraba en puñados las sábanas sobre la cama. La lengua penetró en su interior mientras un par de codiciosos dedos se hacían cargo del clítoris. Saltó de la colchoneta, o lo había hecho si ella no la tuviese agarrada. Las sensaciones se incrementaron, el placer crecía cada vez más amenazando con romper su mundo en pedazos.

Entonces fue cuando sintió como la mano que todavía tenía libre resbalaba sobre su sexo, lubricando el dedo que acarició la fruncida entrada de su trasero.
—No, espera… —jadeó tensándose durante una milésima de segundo—. Brittany, no…
Pero ella no contestó, por el contrario, empujó todavía más profundamente la lengua en su interior y succionó con fuerza arrancándole el aire de los pulmones ante el inesperado placer que provocó en su sexo aquella maniobra.
El dedo siguió jugando entonces en la entrada trasera, acariciándole el ano con perezosas caricias, probando su elasticidad al introducir la punta hasta la primera articulación. Jadeó, la sensación era tan extraña como placentera y la mantenía a la expectativa mientras seguía jugando con el hinchado brote del clítoris. La talentosa lengua había abandonado el apretado canal para intercambiar posiciones con los dedos y hacerse cargo del sensible botoncito.
Arqueó las caderas al sentir un nuevo relámpago de placer disparándose por su cuerpo, la falange que jugaba en su ano penetró un poco más en su interior, hundiéndose hasta el nudillo mientras sentía como ella la estiraba al penetrarle el coño con los dedos. La sensación de doble penetración, unida a la lengua que prodigaba pequeños toquecitos en el clítoris fue demasiado para ella, los gemidos aumentaron hasta el punto que se vio obligada a llevarse la mano a la boca y ahogarlos. Su torturadora no parecía dispuesta a concederle piedad pues no dejó de penetrarla vaginal y analmente mientras le lamía el clítoris hasta que el placer fue demasiado para soportarlo y terminó estallando en un demoledor orgasmo.
Se corrió con un grito ahogado únicamente por su mano, todo el cuerpo temblaba y se estremecía mientras ella seguía lamiéndola y penetrándola ampliando los temblores que la sacudían.
—Brittany, por favor… —gimió desesperada. Necesitaba que acabase con aquella tortura, no podía tomar más placer del que ya le había dado
—. Oh, dios… Con, no más…
Con un último lametón abandonó el clítoris y extrajo los dedos de su interior solo para permitirle a continuación bajar las piernas de nuevo a la cama y observar la ya incontenible excitación y orgasmo que le llenaba los calzoncillos.
Sus miradas se cruzaron, le brillaban los ojos con carnal lujuria y tenía los labios hinchados y brillantes del trabajo oral que acaba de hacerle. Se los lamió, un lento barrido de la lengua que la hizo contraer el sexo con un gemido.
—Sobre manos y rodillas, caileagh.
Las palabras surgieron rasgadas de la garganta de la manera mas sexy. La miró sin poder apartar la mirada mientras se ponía de rodillas y deslizaba el calzoncillo dejando libre para saborear
—Quiero montarte, fuerte — continuó sin dejar de mirarla. Se quitó por completo la prenda y bajó la mano sobre su juguete , acariciándolo ante su hambrienta mirada—. De rodillas, Santana, ahora.
Tragó, y gimió interiormente cuando el deseo emergió de nuevo humedeciéndola.
—Más te vale tener un preservativo a mano —le advirtió tras juntar todas las neuronas que todavía le funcionaban en el cerebro.
Se inclinó sobre ella, dominándola con su cuerpo y haciendo que se derritiese todavía más.
—Estoy tan limpia como la nieve, pequeña —le aseguró sin dejar de mirarla a los ojos—. Pero no tengo problema en usar protección si eso hace que te pongas sobre manos y rodillas ahora mismo.
Y para hacer honor a sus palabras, alcanzó el pantalón que se quitó casi tras cerrar la puerta y aislarlas a ambas del mundo y extrajo un par de paquetitos plateados de su interior. Rasgó uno y se puso el preservativo con un solo movimiento.
Santana suspiró entonces, se lamió los labios e hizo exactamente lo que le había pedido, muriéndose de impaciencia por sentirlo en su interior.
Oh, sí, ya no le quedaba duda, había perdido la cabeza por completo.
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Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 8:25 am



CAPÍTULO 7



Brittany se relamió ante el voluptuoso cuerpo que le aguardaba, sentía y le dolía la por el placer profundamente en ese cálido y acogedor momento. Se moría por follarla desde atrás, por penetrarla profundamente, aferrarla por las caderas y cabalgarla sin piedad. No dejaba de sorprenderle la intensidad que esa mujer despertaba en ella, era verla y desearla, tocarla y querer enterrarse en su interior.
Le acarició el mojado sexo con la punta de los dedos y la oyó gemir, acababa de correrse pero ya estaba otra vez receptiva a sus caricias; no podía haber encontrado una compañera de cama mejor.
—Ah, eres perfecta, Sann — pronunció el diminutivo de su nombre. Aquella que ella le había dado—. Te ciñes a mí como una funda perfecta, no puedo esperar a sentir y repetir esto.
Estoy desesperada por hundirme en ti, ¿Lo deseas, Sann? ¿Quieres que lo haga?
La respuesta llegó en la forma de una leve contracción del sexo femenino alrededor de ella, ella solo se limitó a gemir y mover las caderas contra ella una vez más.
—Demonios, si no te mueves de una jodida vez, te violaré yo, lo juro —acabó siseando ella.
Se echó a reír, no pudo evitarlo. Le encantaba ese borde afilado de su lengua, lo hacía todo más interesante.
—Suave, gatita —se inclinó sobre ella, cubriéndole la espalda brevemente con el pecho y apretándole los senos con las manos al tiempo que le susurraba al oído—.
Guarda las uñas para más tarde. Dando por finalizada la conversación, recuperó su posición tras ella, pegó sus muslos a los de ella, la aferró las caderas y empezó a retirarse lentamente, disfrutando de la sensación tal y como había hecho al sumergirse en ella.
Pero lo que empezó siendo un suave y cómodo vaivén, se convirtió en cuestión de minutos en una fuerte cabalgada. Todo lo que se oía en la habitación eran los sonidos del texto, carne chocando contra carne, gemidos y gruñidos que se entremezclaban con súplicas y frases incoherentes emitidas en el fragor de la pasión.
Se hundió en ella sin piedad, disfrutando de su sexo, buscando aliviar la cruda necesidad que su presencia aquella mañana en el castillo había iniciado en ella. Le había costado un mundo comportarse de manera civilizada, de hecho creía haber batido su propio récord al enseñarle todo el castillo antes de arrastrarla a ese rincón para follársela.
Había perdido la cabeza por completo. No había otra explicación para la absurda necesidad que la conducía cada vez que la tenía delante. Con el desastre originado con su primer encuentro, tenía que poner distancia entre ellas, arreglar todo aquel rocambolesco asunto del compromiso y del matrimonio que habían celebrado a los pies del puerto de Portree; eso sería lo sensato.
Sin embargo su sensatez había volado en el momento en que la vio a los pies de las escaleras. De hecho, si era honesta consigo misma, esa sensatez llevaba perdida desde que se le metió en la cabeza dar con la extraña mujer a la que se había beneficiado con más una botella de whisky encima.
Luchando por dejar a un lado todo aquel sinsentido, sucumbió por completo a las necesidades de su cuerpo y a la mujer que tenía debajo.
Se impulsó en su cuerpo, apretándola contra ella, llevándola de nuevo al orgasmo mientras buscaba su propia liberación.
La sintió estremecerse a su alrededor, corriéndose con dulzura y permitió que le arrastrase a su propio orgasmo el cual alcanzó con un bajo gruñido que resonó entre las antiguas paredes del piedra de la Faery Tower.
—Entonces, ¿a qué te dedicas? Santana vaciló durante unos momentos antes de hacer las sábanas a un lado y levantarse del lecho que habían improvisado en el suelo.
Recogió la ropa interior y se la puso en silencio mientras pensaba en una respuesta adecuada. ¿Qué decirle a un mujer cuya única relación se basaba únicamente en el sexo?
¿Acaso podía llamársele relación a dos encuentros de aquella índole? No podía evitar pensar en el hecho de que su cercanía la encendía, incluso ahora, de espaldas a ella podía sentir sus ojos recorriéndola, quemándola con la efectividad de una llama ardiente y el sexo volvió a humedecérsele otra vez.
Pero ella no era solamente una desconocida, ya no. No se trataba solo de un affair, la mujer con la que acababa de acostarse era la misma a la que la unía una boda concertada y una unión de manos llevada a cabo en medio de una borrachera al lado del puerto de Portree. Oh, sí, su vida se estaba complicando a pasos agigantados y no era capaz de ver la manera de salir de todo aquello.
—¿Santana?
Escuchar su nombre hizo que la mirase por encima del hombro
—Dijiste que me invitabas a comer, ¿no?
Ella no mordió el anzuelo, se incorporó y dejó que la sábana se arremolinase en su regazo. Era una tentación a la que le costaba un mundo no sucumbir, el verle allí, tan relajada, comiéndosela con la mirada de aquella manera cruda y sensual la derretía.
—Me cuesta conciliar esta versión tuya tan hermética con la que conocí hace una semana —le soltó sin cortarse un pelo—. El whisky sin duda te vuelve parlanchina.
Hizo una mueca, no recordaba mucho más allá de las veces que se habían liado y la enorme estupidez que habían cometido al casarse por el rito de unión de manos, pero esos recuerdos eran suficientes para hacer que deseara abrir una ventana, en caso de haberla en aquel torreón y lanzarse al vacío.
—Disculpa si no doy saltos de alegría y hablo por los codos, pero por si no lo has notado, estoy todavía intentando hacerme a la idea de que tú y la mujer con la que había concertado una cita esta mañana para decirle educadamente “adiós” resultó ser nada más y nada menos que la misma con la que, en un momento de absoluta y estúpida borrachera, termino casándome —remató.
Entonces se apresuró en explicar—.Una boda que no es legal en este siglo.
Ella hizo la sábana a un lado ofreciéndole una visión completa del magnífico cuerpo con el que disfrutó no hacía más que unos minutos. Se obligó a mantener la mirada a la altura del rostro y no bajar más allá, a una zona que parecía empeñada en seguir despierta.
—¿Siempre andas empalmado?
Ella se echó a reír y se levantó de la cama para recoger la ropa interior y los pantalones.
—Me parece que es un problemilla que solo tengo a tu alrededor, cariño —su voz sonaba divertida—. No sé por qué pero siempre se alegra de verte.
Puso los ojos en blanco y le dio la espalda para evitar que viera la sonrisa que le jugueteaba en los labios. Ella la hacía sonreír, sus respuestas eran frescas, sin tapujos, no se pensaba las palabras ni medía sus actos y en la cama, señorita, nadie podría decirle jamás que no era un amante generosa y entregada, además de ardiente y pasional.
“El alcohol te ha afectado más de lo que debería, queridita. Y a largo plazo”. La aguijoneó su conciencia.
—Si terminas de vestirte, estaré encantada de invitarte a comer de lo contrario, me gustará aún más quitarte ese fantástico pantalón y volver a introducirme entre tus muslos.
Se giró y extendió la mano en su dirección, señalando el suéter, tirado en el suelo a sus pies.
—Mi ropa, gracias —le dijo sin más.
Ella siguió su mirada y tras recoger la prenda la balanceó entre las manos.
—Todavía no has visto los jardines así que, comeremos en el invernadero —declaró al tiempo que le lanzaba el suéter—. Será toda una experiencia.
No contestó, pero tampoco hacía falta, algo le decía que sí lo sería.
Una experiencia que quizá no debiese probar por temor a que terminase por gustarle demasiado.
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Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 8:32 am



CAPÍTULO 8



El tiempo en Escocia era de lo más cambiante, pero en Skye aquella peculiaridad era incluso más acuciante, podía llover en un momento trombas del cielo que al siguiente luciría el sol. El tono gris de primera hora de la mañana había dado paso a un cielo medio despejado, el sol asomaba tímido entre las nubes iluminando la exuberante vegetación que podía apreciar a través de los cristales del invernadero a dónde Brittany la llevó a comer. El lugar estaba acondicionado para dar cabida a los banquetes de las bodas y demás celebraciones por lo que no le sorprendió demasiado encontrarse con varias mesas ya puestas con mantelería y cubertería.
El día estaba resultando ser de lo más raro para ella. Llegó con la intención de romper un compromiso y terminó en la cama de su prometida—esposa. No sabía que era más rocambolesco de todo aquel asunto, si el sexo espontáneo o que la mujer que imponía en ella esa tendencia fuese la misma con la que tuvo un affair una semana atrás.
Su mente era un caos de proporciones bíblicas, necesitaba centrarse, volver al punto de partida pero era tan malditamente difícil cuando todo lo que podía hacer en su presencia era excitarse.
—Te propongo un juego —la voz atrajo su atención—. Yo te hago una pregunta y a cambio tú puedes hacerme una a mí.
Se limpió las manos con la servilleta después de terminar con una deliciosa y jugosa naranja.
—¿El juego incluye necesariamente dar una respuesta?
Sabía que sonaba protestona, pero no podía evitarlo, las ganas que ella parecía tener de saber sobre ella eran las mismas que ella tenía de no decir absolutamente nada. No quería darle más munición, no quería llevar aquella relación, fuese lo que fuese, más lejos.
Ella puso los ojos en blanco y cogió un puñado de arándanos que no dudó en llevarse a la boca.
—Las respuestas son la finalidad del juego —aseguró con tono neutro.
Había que concederle una cosa, la señorita de Dunvegan tenía más paciencia que un santo—. Además, tendrás la oportunidad de indagar sobre mí.
Enarcó una ceja ante la seguridad que escuchó en su voz. —¿Y qué te hace pensar que tengo algún interés en saber algo o nada sobre ti?
Los labios se curvaron con aquel gesto medio irónico que empezaba a acostumbrarse a verle utilizar.
—¿Qué? ¿No soy digna de que sientas un poco de curiosidad?
La curiosidad implicaba hacer preguntas, las preguntas traían consigo respuestas y las respuestas reportaban información que podías utilizar para conocer mejor a un individuo y conocerle mejor a ella implicaba una relación que no quería establecer realmente.
No. No quería saber nada de ella que pudiese modificar su etiqueta de “mujer con la que me acosté una noche” y convertirla en “mujer con la que me acosté una noche, con la que me casé borracha y que resultó ser mi prometida con la cual ahora tengo una relación”.
—Empiezo a pensar seriamente en buscar una botella de whisky —le soltó ella entonces—. Al menos serías un poquito más comunicativa.
Whisky. La sola palabra hizo que se estremeciera.
—No estás acostumbrada a que te digan que no, ¿verdad? —le dijo entonces—. Eres igual de insistente que un perro que va tras un hueso.
Se encogió de hombros.
—No es tanto el que me digan que no, como el que no me digan nada — respondió encogiéndose de hombros
—. Venga, una pregunta inofensiva. No sangrarás. ¿Cuál es tu color favorito?
La miró con gesto irónico. —El verde —respondió sin más.
Ella asintió y tras unos momentos de silencio ladeó la cabeza. En sus labios jugueteaba la diversión.
—Ahora es cuando tú dices, ¿Y el tuyo?
Se lamió los labios.
—¿Qué interés tendría en descubrir cuál es tu color favorito? —le soltó y deslizó la mirada sobre ella con premeditada lentitud—. A juzgar por tu indumentaria y los tonos en los que está decorado tu cubil felino, está claro que te gustan los tonos tierra con una importante presencia de azul. Me aventuraré a decir que tu color favorito es el azul. La sonrisa cedió y le curvó los labios en un gesto arrogante.
—Eres buena —aceptó y en su voz había verdadero respeto—. Tus palabras, unidos a los previos comentarios que hiciste sobre el color y empapelado de las habitaciones me llevan a sugerir que estás especializada en decoración,
¿me equivoco?
Así que además de guapa y buena para el sexo, era observadora e inteligente.
—¿No me toca a mí hacer una pregunta? —se evadió de darle una respuesta.
Ella dejó escapar un pequeño sonido parecido a una risa y extendió la mano en una muda invitación.
—Adelante, pregunta. Imitó su gesto. —¿Eres siempre tan arrogante?
Encogió esos enormes hombros y estiró la mano para coger de la cesta de la fruta una fresa.
—¿Y tú tan desconfiada?
Bueno, no era la único que sabía jugar a ese juego de dualidad. Un punto para la dama.
—La arrogancia parece ser un gen presente en la línea de sangre familiar —le dijo ella finalmente—, aunque a menudo pienso que me ha saltado.
No pudo evitar reír.
—Y por supuesto, la modestia es la primera de tus virtudes —aseguró al tiempo que sacudía la cabeza.
Ella le dedicó un guiño y se llevó la fruta a la boca. La forma en la que se comió la fresa hizo que todo su cuerpo despertase a la vida y su sexo se humedeciera. Maldita sea, empezaba a sentirse como una verdadera ninfómana.
—La número uno —aseguró sin dejar de mirarla—. ¿Me dirás al menos como es que una escocesa terminó en América? Tal parecía que aquel perro no pensaba ceder a la hora de encontrar el hueso, pensó con sorna.
—Me apunté a un programa de intercambio —le ofreció finalmente una respuesta—, me gustó el lugar y decidí quedarme a estudiar allí.
Ella no dejaba de mirarla como si esperase que continuase, al no hacerlo volvió a preguntar.
—¿Y dónde encaja exactamente esa “folla novia” tuya? —dejó caer la pregunta con extrema lentitud—.
¿O debo decir encajaba?
Aquello hizo que se tensara.
¿Cómo podía ella saber…?
—No pareces la clase de mujer que se acostaría con alguien, una segunda vez, si hubiese alguien en su vida que considerara importante — continuó dando respuesta a la pregunta que no formuló en voz alta
—. ¿Estoy equivocado, Santana?
La fulminó con la mirada como respuesta, entonces se levantó y echó un vistazo alrededor buscando la salida.
—En realidad lo que yo haga o deje de hacer no es asunto tuyo — dijo tan pronto notó que la voz le sonaba firme—. Te agradezco el gesto al invitarme a comer y enseñarme el castillo. Espero así mismo que el asunto del matrimonio concertado haya quedado aclarado, puesto que es algo en lo que yo no he participado ni tengo interés en hacerlo. Puedes dar el compromiso por anulado y…
—El compromiso ya no es un problema para ninguna de los dos, Santana —la interrumpió. Ella se había puesto también en pie y rodeaba la mesa con absoluta tranquilidad—, ya que nos lo hemos saltado para ir directos a la boda; estamos casadas, señora Pierce Macleod.
La testarudez era sin duda otro de sus defectos.
—No, no lo estamos —declaró con firmeza—. Esa ceremonia no tiene validez hoy en día y…
Ella le cortó la retirada cuando empezó a moverse hacia la puerta.
—Y a pesar de ello, estamos casadas —la interrumpió una vez más—. Con el matrimonio consumado, más de una vez.
Sacudió la cabeza, no quería ir allí, no quería pensar en ello, necesitaba buscar una salida a aquel embrollo, no preocuparse más por algo que no tenía validez legal.
No, puede que no tenga validez legal, guapa, pero para ti tiene una validez que va más allá de ese pequeño tecnicismo. No puedes evitarlo, lo llevas en la sangre.
—No. —La respuesta estaba más bien dirigida a su conciencia que a ella.
Esa típica arrogancia que tan bien quedaba sobre ella la irritó sobremanera.
—Tienes una memoria bastante frágil, ¿no? —le soltó al mismo tiempo que se acercaba más a ella y la enjaulaba entre los fuertes brazos contra la pared de cristal—. Quizá deba refrescártela con una nueva sesión.
Ella se tensó, sus ojos se encontraron con los suyos y por un breve momento se sintió realmente acorralada.
—Brittany, no…
No tenía pensado pronunciar su nombre, quería que siguiese siendo un ser anónimo, la señorita Pierce Macleod nada más.
—Me gusta la manera en la que pronuncias mi nombre —le dijo al oído—, pero tengo que reconocer que me gusta mucho más cuando gimes y te retuerces contra mí en busca de tu propio placer.
Se le secó la garganta, ya no sabía que decir o qué hacer. La presencia de esa mujer era abrumadora y le hacía papilla el cerebro, terminaría rindiéndose a ella una vez más y eso era el más jodido de los errores que podía cometer.
—Aunque no sería una buena anfitrióna si no terminase con el tour antes de… pasar a otros asuntos, ¿eh?
De la misma manera que la atrapó la dejó libre, se dirigió a la puerta del invernadero y la abrió.
—Ven, te enseñaré los imponentes jardines que rodean Duvengan Castle.
La forma indolente en que se apoyó en la madera, el brillo en sus ojos y especialmente la forma en como movía la entre pierna contra los pantalones vaqueros le dijo que aquello no era más que un aplazamiento de la sensual condena que estaba dispuesta a dejar caer sobre ella una vez más.
Brittany iba a estallar si no la tomaba pronto. La excitación casi orgásmica que contenía su pantalón era un palpable indicativo de que aquella mujer la excitaba hasta cotas inimaginables.
Después del interesante intercambio en el invernadero en el que había podido ver un poco más de Santana Mackinnon a través de la brecha que consiguió abrir en la coraza con la que se protegía, supo que todavía no había llegado el momento de dejarla marchar. Y no era solo por la atracción sexual y el deseo incandescente que ella le despertaba,
Santana tenía algo que despertaba su curiosidad, era como un viejo enigma al que no podía resistir la tentación de descifrar, aunque tenía la sensación de que el proceso le iba a dejar unos cuantos arañazos.
Los jardines empezaron a llenarse de turistas hacia el mediodía, si bien no había una alta concentración de ellos en aquellos momentos, sí eran suficientes como para encontrárselos entre los jardines, quitando fotos y admirando las fuentes y macizos de flores. Durante la media hora siguiente se permitió deambular con Santana mostrándole la riqueza de variedades y el exotismo que se respiraba en el boscoso ambiente.
Complacida vio como ella terminó por relajarse y disfrutar una vez más de la visita que habían iniciado cuando llegó al castillo.
—Prohibido el paso —leyó el cartel que colgaba de la cadena que cerraba un tramo del camino obligando a los turistas a proseguir su paseo por otros senderos—. ¿Es ahí donde ocultas los cadáveres? Sonrió. Ella no había dejado de hacer comentarios similares desde el momento en que dejaron el invernadero. Empezaba a creer que se trataba de un mecanismo de autodefensa, algo que disuadiría a muchos de intentar algo con ella. Por suerte, ella no era como la mayoría.
—Caliente —le dijo inclinándose sobre ella. Le acarició la oreja con los labios—. Es dónde oculto los restos de las mujeres a las que seduzco después de arrancarles la cabeza.
Ella puso los ojos en blanco.
—Ja—ja —respondió con ironía—. Tú siempre tan ocurrente.
Le rodeó la cintura con el brazo al tiempo que le besaba la oreja.
—Lo intento, cariño, lo intento — se burló y tiró de ella en dirección a la cadena que cortaba el paso—. Ven, vamos a ser unos turistas desobedientes e internarnos en territorio prohibido.
Ella puso los ojos en blanco pero no le quedó más remedio que seguirle cuando la arrastró con ella.
—Y lo dice el dueño de la casita —rezongó ella mirando la cadena—.
¿Vas a decirme al menos que hay ahí o vamos simplemente a dar un paseo por el bosque?
—Sí al paseo —aceptó sujetando la cadena en alto hasta que ella pasó por debajo—. En cuanto a lo que hay, es un buen lugar para follar al aire libre sin que algún turista te pille.
Antes de que pudiese decir una sola palabra, bajó la boca sobre la de ella y la devoró en un hambriento y húmedo beso que las dejó a ambas jadeando.
—Tú tienes un enorme problema con lo de follar al aire libre, chica—se las ingenió para murmurar ella después de que rompiese el beso.
Le acarició los labios con el pulgar, sus ojos puestos en los de ella.
—¿Algún problema con ello?
Ella suspiró como si acabase de darse cuenta que no podía hacer otra cosa que rendirse y eso la molestase.
—Llámame loca, pero no, ningún problema —aceptó lamiéndose los labios.
Se relamió interiormente al tiempo que enlazaba su mano en la de ella.
—Bien —murmuró con voz ronca —. Porque me muero de ganas de follarte contra el tronco de un árbol.
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Adaptación Brittana Entre Sabanas  Terminado   - Página 3 Empty Re: Adaptación Brittana Entre Sabanas Terminado

Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 8:42 am



CAPÍTULO 9



Si sobrevivía a ese día, iba a tener que plantearse seriamente pedir cita con el psicólogo y hacerse mirar porque empezaba a ser preocupante la tendencia suicida en la que había caído desde el momento en que conoció a ese mujer una semana antes. Porque el aceptar liarse con Brittany en medio del bosque, a plena luz del día, a pocos metros de los jardines del castillo, tenía que estar incluido en el catálogo de “grandes estupideces”.
Gimió ante la sensación de su boca comiéndole los pechos, le había subido el suéter y el sujetador de modo que no le estorbasen mientras la mantenía sujeta con un muslo afincado entre sus piernas abiertas contra el tronco del árbol. La humedad en el ambiente le acariciaba la piel entibiando el ardor que volvía a hacer acto de presencia. Diablos, parecía que estuviese en celo, pensó con sórdida ironía mientras hundía las manos en el espeso cabello y se restregaba contra el muslo buscando complacerse a sí misma.
—Creo que tengo problemas para despegarme de tus pechos —la oyó murmurar al tiempo que le amasaba los senos y acariciaba los erguidos y sensibles pezones con los pulgares
—. Son grandes, suculentos y esos pezones se endurecen con tanta celeridad contra mi lengua que…um… te comería entera.
Y la parte zorrupia de ella quería que lo hiciese, que la devorase por completo, que hiciese esa magia suya que lograba dejarle el cerebro en colapso total, pero la parte de materia gris que todavía le funcionaba, gritaba a pleno pulmón que se estaba hundiendo cada vez más y más en el fango.
—Vuelves a pensar demasiado, Santana —murmuró ella despegándose finalmente de sus pechos para ascender y reclamarle la boca en un placentero beso. El muslo que le separaba las piernas se deslizó contra su sexo, haciendo que la costura del vaquero la rozase de tal manera que pronto empezó a mover las caderas buscando aumentar la sensación—. Y todo lo que deberías hacer ahora mismo es disfrutar.
Se miraron a los ojos un momento y decidió que ya que iba a sucumbir otra vez a esa maldita, por lo menos lo haría bajo sus propias condiciones.
Salió a su encuentro y le metió la lengua en la boca, enredó los dedos en el espeso pelo de modo que no pudiese apartarse y se dedicó a saborearle. Sus lenguas se encontraron y comenzaron a moverse juntas, un baile de caricias que la dejó jadeando y no solo ella.
—Tu ganas —le dijo pasándose la lengua por el labio inferior tras romper el beso—. A disfrutar se ha dicho.
Volvió a devorarle la boca encontrándose con el mismo ímpetu en ella, le rodeó el cuello con los brazos y se concentró en montar el muslo que todavía le separaba las piernas. Se aferró a ella y empezó un movimiento de vaivén que hizo que su sexo le humedeciese las bragas y el pantalón.
—Quítatelo —le oyó gruñir en su boca—. Quiero follarte. Gruñó ante su petición, desprendió las manos de su agarre y la empujó para apartarse de ella.
—Todavía no —se encontró diciéndole. Bajó la mirada por su cuerpo y se relamió al detenerse a la mitad del pantalón—.
Antes quiero hacerlo yo.
Volvió a lamerse los labios y con una picaresca sonrisa extendió las manos para desabrocharle el cinturón, seguido de los pantalones y bajárselos lo justo para ver que estaba igual de húmeda que ella
—Wow, despacio, nena —se rió cuando le rodeó con los dedos y empezó a acariciarle desde lael ombligo hasta la zona media —. No voy a irme a ningún lado.
No, ella no lo haría, lo cual era más de lo que podía decirse de ella cuando terminase con aquella locura.
—Eso espero —musitó al tiempo que caía de rodillas entre sus piernas y acercaba la boca a la para darle un primer lametón.
Su sabor revivió la primera vez que la probó y el deseo se intensificó en su interior, quería tomarle por entera en la boca, saborearla, chuparla una y otra vez hasta que se corriera por completo. Quería beber hasta la última gota que le derramase en la garganta, quería sacársela de la cabeza de una vez por todas y esperaba que aquella fuera la manera.
La mano libre bajó entonces por su propio cuerpo, encontró el botón y la cremallera de los vaqueros y la abrió. Los dedos se sumergieron entonces en el interior de las braguitas hasta alcanzar el núcleo mojado de su sexo y empezó a acariciarse al mismo tiempo que la chupaba.
Los gemidos que escapaban de la garganta la encendían cada vez más. La recorrió como un caramelo, lamiéndola con fruición y succionar suavemente. Los dedos encontraron el camino entre los labios de su húmedo sexo y deslizó uno de ellos en su interior estremeciéndose de placer. Gimió alrededor de la dura carne, la recorrió con la lengua, jugando con la hendidura en la punta y probando el sabor que rezumaba.
Las caderas empezaron a temblar por el esfuerzo de mantenerse quieta, había enredado una mano en su pelo, sujetándola cerca como si tuviese miedo de que se apartase sin concederle el mismo premio que ella le concediera antes.
—Dios, Santana, eres fantástica — gruñó ella apretando la presa que ejercían sus dedos en el pelo—. Sí, dios, sí…
Sonrió mentalmente ante el halago y siguió lamiéndolo, succionándolo cada vez más adentro hasta que lo sintió en la garganta. Se obligó a relajar los músculos y tragarlo, apretándole en su interior y acariciándole con la lengua al tiempo que se complacía a sí misma. Pronto eran sus caderas las que se movían introduciéndose en su boca, luchando por mantener una distancia prudencial para no dañarla, pero ella no se lo permitió. Le aferró ambas nalgas con las manos y lo tragó, no dejó de atormentarla con la lengua hasta que los primeros espasmos del orgasmo premiaron sus esfuerzos con el espeso y caliente producto que resbaló en el interior de la garganta obligándola a tragar. La apretó entre sus labios, estimulándola con la lengua hasta que se vació por completo para retirarse a continuación con un bajo gruñido.
—Cristo, no permitas que nadie más use tu boca de esa manera —le dijo mientras resollaba en busca de aliento—. Es ilegal.
Se rió, no pudo evitarlo. La forma en que lo dijo, la posesividad que había detrás de sus palabras la asustaron de tal manera que la única manera que tenía de enmascararlo era recurriendo a la ironía.
—Bueno, la última vez que lo comprobé seguía siendo mi boca así que —se lamió los labios, paladeando todavía su sabor—, creo que haré lo que a mí me dé la gana.
La recorrió con la mirada, la lujuria era palpable en sus ojos, no se molestaba en enmascararla u ocultarla de ninguna forma, era totalmente sincera en lo referente a sus apetitos, en lo referente a ella.
Se lamió los labios, un gesto lento, sensual y muy sexy. Casi podía verle como un lobo que acababa de encontrarse una jugosa presa en el bosque.
—En ese caso, no protestes si yo hago ahora —la calibró con la mirada—, lo mismo.
Antes de que pudiese abrir la boca para poner eso en entre dicho, la empujó contra el árbol y la besó, hundiéndole la lengua y probándose a sí misma mientras las codiciosas manos atacaban la cintura ya abierta del pantalón y se lo bajaban por completo.
—Eres un diablilla provocadora, caileagh —le dijo rompiendo el beso un momento—. ¿Tienes una idea de lo caliente que es verte complaciéndote a ti misma mientras me lo haces?
Los largos y gruesos dedos se escurrieron entre sus piernas y la acariciaron, empapándose con los jugos.
—Ya estás muy mojada y apuesto que igual de caliente —le susurró al oído sin dejar de acariciarla—. Justo como a mí me gusta.
Le lamió los labios una última vez y descendió por su cuerpo hasta detenerse entre sus piernas. Le acarició los muslos y siguió bajando para terminar de quitarle el pantalón y las braguitas dejándola desnuda de la cintura para abajo. Solo las botas impedían que estuviese descalza sobre el húmedo suelo.
Un vistazo entre sus cuerpos le descubrió su pronta recuperación, volvía a alzarse orgullosa, engrosando bajo su mirada como si la sola caricia de los ojos lo encendiese.
—Antes de que lo pidas… —le dijo entonces sacando un objeto familiar de una maleta que llevaban, Haz los honores.
Brittany empezaba a sentirse como una bestia en celo, todo el cuerpo le vibraba por poseerla, quería empujarla contra el maldito árbol y follarla de nuevo. La acción previa que le había hecho lo dejó extasiada y más excitada aún si cabía, pero sobre todo ancló una clara idea en su mente; Santana tenía que ser suya.
Ella le gustaba y no solo en el sexo. Quizá su encuentro fuese fortuito y todo aquel asunto del compromiso y del estrambótico matrimonio no ayudase a arreglar las cosas, pero no le importaba demasiado.
Santana era distinta en muchas maneras, una mujer peculiar y que no se amilanaba ante nada. Su carácter la divertía, no eran muchas las hembras que se atrevían a plantarle cara de aquella manera después de saber quién era, algunas sin saberlo siquiera.
Sí, todavía no estaba segura de cómo lo haría, pero esa adorable criatura sería suya.
Contuvo la respiración cuando la vio abrir la maleta y extraer su juguete con el que había gozado una semana atras. Con aire petulante, lo retiró de su interior y se la puso suavemente, tomándose su tiempo y haciendo que su excitación creciese aún más en el proceso.
—¿Está bien así o necesitas más mimos? —ronroneó ella.
Pequeña bruja, pensó con diversión.
—Oh, voy a tener todos los mimos que necesito en un par de segundos —contestó con sorna.
La empujó contra la pared del árbol y le alzó una pierna hasta enrollarla alrededor de la cadera.
—Y también voy a hacer lo que prometí en el invernadero —aseguró dándole un suave beso en los labios—. Follarte contra un árbol.
Se guió con la mano hasta la entrada de su húmedo sexo y la penetró lentamente, sin dejar de mirarla a los ojos y adorando cada pequeño gesto que le pasaba por el rostro.
Sintió como ella le clavaba los dedos en los brazos a través del suéter, los lujuriosos labios estaban rojos e hinchados por sus besos, invitantes; una imagen que le gustaba demasiado. Los senos desnudos asomaban por debajo de la tela recogida de la ropa, pegándose ahora contra su propio pecho.
—Sujétate —le susurró a la puerta de los labios—. Y si tienes que gritar, no te contengas. El sonido de la cascada de los jardines ahogará cualquier ruidito que salga de esa preciosa boca. La vio hacer una mueca.
—Tienes un ego inmensamente grande, Brittany Macleod —le dijo y estaba segura de que no era un halago.
Lamiéndose los labios bajó la mirada sobre ella.
—Gracias, señora Macleod —le respondió con premeditada intención—, hago todo lo posible por
mantenerlo así.
Empujó en su interior hasta penetrarla por completo solo para volver a salir y empujar otra vez. No iba a ser suave, no quería ser suave y a juzgar por la forma en que ella se aferraba a ella, sospechaba que ella tampoco lo deseaba.
—No voy a ser suave —puso su intención en palabras.
Vio como ella se lamía los labios, sus ojos brillaban con la misma intensidad que sabía había ahora mismo en los suyos.
—Bien —aceptó ella apretándose contra ella—. No quiero que lo seas.
Sí, pensó mientras se retiraba y volvía a introducirse en ella cada vez con más fuerza, uniendo sus cuerpos con frenesí. Ella era perfecta para ella, con ese peliagudo carácter y los infrecuentes sonrojos que de vez en cuando encontraba en su rostro, directa y al mismo tiempo con un punto de vulnerabilidad que se esforzaba en enmascarar, era una mujer con la que no le importaría tener una larga relación y quizá, incluso algo más.
Santana tropezó con la espalda de Brittany cuando entró con ella de nuevo en el castillo; aunque la palabra exacta habría sido “arrastró”. Tras el fogoso interludio en el bosque, habían regresado caminando entre los jardines, ella no tenía ganas de hablar y ella había respetado su silencio hasta que el momento. Nada más traspasar el umbral del hall, la mujer que la recibió a primera hora de la mañana se disculpó con uno de los turistas y les hizo una seña.
—Brittany —lo llamó, dejando claro que necesitaba de su atención.
Con algo parecido a un resoplido, se detuvo y se giró a ella al tiempo que le llevaba la mano a los labios y le besaba los nudillos—. Dame un par de minutos. No te muevas de aquí.
Los dedos que la mantenían prisionera la soltaron y se deslizó entre la gente que empezaba a amontonarse en la entrada alejándose hacia una esquina para hablar con la mujer.
Se lamió los labios y bajó la mirada a su propia mano, todavía podía sentir la fuerza de aquellas falanges envolviendo las suyas, conduciéndola inexorablemente a través de las hermosas plantas. Su cuerpo vibraba por el momento compartido y un dulce dolor entre las piernas no le permitía olvidar lo vivido.
Tenía que marcharse. No podía quedarse allí. ¿Qué ocurriría con ella cuando ella regresara? Tenía que acabar con aquella locura aquí y ahora, no podía seguir dejándose arrastrar por ese torbellino de sensualidad y arrebato en el que había caído desde el momento en que la conocio. La vida ya era bastante complicada antes de ella, tenía que salir de allí, regresar a los Estados Unidos y empezar a ordenar el desastre en que se había convertido su día a día.
Echó un fugaz vistazo a la salida y de nuevo al lugar en el que estaba ella. Brittany parecía totalmente enfrascada en alguna conversación con la mujer.
—No puedo —murmuró en voz baja antes de girar sobre sus talones y mezclarse con un grupo de turistas que salían del castillo. No miró atrás, tenía miedo de hacerlo por si le fallaban las fuerzas para alejarse.
Se abrochó el chubasquero y apresuró el paso para regresar al aparcamiento dónde la esperaba el coche, ahora oculto tras un enorme autobús de color azul.
Buscó con frenesí las llaves dentro del bolsillo de la prenda para la lluvia y se apresuró en subir. Solo cuando estuvo sentada ante el volante dejó escapar un bajo suspiro, le temblaban las manos, el corazón le latía en los oídos y sentía una acuciante necesidad de hacerse un ovillo y llorar.
—Maldita sea, maldita sea, maldita sea —siseó una y otra vez, acompañando cada frase con un golpe de las manos contra el volante.
Se obligó a serenarse, metió la llave en el contacto y encendió el motor. Por fortuna, no había ningún vehículo aparcado del otro lado así que no le costó mucho maniobrar para dejar el aparcamiento.
Miró el espejo retrovisor una última vez, tras ella quedaba la entrada abierta y un camino sembrado de turistas que apuraban sus últimos momentos antes del cierre del horario de visitas del castillo.
—Adiós, Brittany Macleod — musitó, puso los ojos de nuevo en el camino frente a ella y se marchó.
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Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 8:43 am



EPÍLOGO



Una vez más se había fugado, pensó Brittany mientras veía como la cucharilla del café daba vueltas en el oscuro líquido. Le había pedido que se quedara, que le esperara unos minutos y cuando se giró para volver con ella, Santana había volado.
Dejó la cucharilla a un lado y se llevó la taza a los labios, a aquellas horas el castillo ya estaba cerrado y en la cafetería solo quedaba ella. El líquido le supo amargo, pero estaba bien, le gustaba así, como también le gustaba la díscola y caprichosa mujer que le había dado plantón una vez más.
Sonrió. Solo por aquello le gustaba más. Sabía que no iba a ponerle las cosas sencillas, cualquier relación que quisiese entablar con Santana Mackinnon no sería calmada y sencilla, lo cual estaba bien para ella, después de todo qué era la vida sin un poco de sal y pimienta.
Dejó la taza sobre el mostrador y bajó del taburete con una nueva resolución en su cabeza.
—Ach, muchacha, voy a tener que enseñarte exactamente el significado de “quédate aquí”.
Y lo haría, porque cuando por fin diese con ella, no la dejaría escapar.
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Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 8:46 am



ENTRE SABANAS


No podía permitir que ella se convirtiera en…
La última tentación



ARGUMENTO
Cuando Santana decidió regresar a los Estados Unidos para retomar su vida y huir de toda aquella locura, no contó con el hecho de que ya no era la misma mujer que se había marchado semanas atrás y todo se lo debía a esa maldita escocés. Brittany no estaba acostumbrada a ir tras una mujer, ni que esta fuera su díscola y cabezota esposa por un azar del destino.
Cruzar el atlántico para recuperarla parecía un buen plan, siempre y cuando ella aceptase esta vez sus términos y no saliese corriendo de nuevo.
Ninguna podría resistir eternamente, antes o después sucumbirían a la última tentación.
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Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 8:50 am



PRÓLOGO



Santana se recostó contra el respaldo del asiento y observó las nubes a través de la ventana. Estaba de camino a casa, a NY. La sensación de nerviosismo que había tenido durante las últimas horas despareció al subir al avión, aunque más bien debería decir que había cambiado a una de irritante irrealidad.
Brittany Macleod, la mujer que conoció en un pub en Escocia era la misma con la que su familia la había comprometido. De esposa inoportuna a prometida no deseada. Las complicaciones no hacían más que sumarse una encima de otra y todavía no terminaba de solucionar la primera de ellas.
Cerró los ojos y suspiró. Tenía que hablar con Danni, recoger sus cosas si ella no las había lanzado a la basura y empezar a buscar algún lugar en el que poder quedarse. Quizá pudiese almacenar las pertenencias en la trastienda del local que regentaba; una pequeña tienda de decoración en Lexington Ave. Incluso podría dormir allí mientras buscaba algún lugar para alquilar.
—Mi vida se ha ido a la mierda en menos de una semana —musitó al tiempo que se llevaba la mano al puente de la nariz y apretaba suavemente. El sonido de los motores del avión no hacía más que aumentar el dolor de cabeza causado por todas esas preocupaciones.
No podía engañarse a sí misma pensando que aquella ruptura fuese algo repentino. Brittany no tenía nada que ver. Si era sincera consigo misma, esa relación llevaba tiempo estancada, se había convertido en una cómoda rutina a la que terminó acomodándose y que en realidad no se dirigía a ningún sitio; no avanzaba.
No amaba a Danni. La realidad era tan sencilla como esa admisión. Y el saberlo no la ayudaba a sentirse mejor, ¿por qué no se había percatado de ello? ¿Habría llegado a hacerlo en algún momento de no aparecer Brittany en su camino?
Brittany, siempre Brittany. No podía quitársela de la cabeza, su cuerpo todavía temblaba ante el recuerdo del interludio compartido, si cerraba los ojos y se concentraba podía sentir los labios sobre los propios, las manos recorriéndole el cuerpo, la boca en su…
—Estúpida, estúpida, estúpida — rezongó en voz baja. Era una suerte que su compañero de asiento estuviese roncando plácidamente, puesto que no había dejado de parlotear desde que salieron del aeropuerto de Glasgow.
Corre tan lejos como puedas. Huye. Aquel parecía haberse convertido en su nuevo mantra, uno que no dudaba en poner en práctica a la mínima oportunidad. En el viaje de regreso desde Dunvegan a casa de sus padres había batido todos los récords de velocidad, condujo como si la persiguiese el diablo solo para detenerse el tiempo suficiente para hacer las maletas y reservar el primer vuelo que encontró para los Estados Unidos desde Glasgow. Su madre había revoloteado alrededor cual colibrí intentando sonsacarle el resultado de la excursión mientras que su padre se limitó a mirarla como si en las horas que había estado fuera le hubiese nacido otra cabeza; a juzgar por la locura que se apoderaba de ella cada vez que tenía a ese mujer cerca, no le sorprendería lo más mínimo.
No debió regresar a casa, tendría que haber ignorado por completo la locura orquestada por su madre y quedarse en NY, eso habría impedido que cometiese el error más grande de toda su vida; emborracharse de nuevo, follar con una completa desconocida, casarse con ella con unos peces como invitados al evento y descubrir que su no legal esposa era la mujer con la que los teje manejes de su madre la habían comprometido. Si no hubiese viajado a Escocia en primer lugar, no estaría ahora mismo huyendo como alma que lleva el diablo de Brittany Macleod.
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Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 9:05 am



CAPÍTULO 1



Brittany se tenía a sí misma por una mujer equilibrada, o al menos así era hasta que esa maldita mujer se cruzó en su camino. Santana Mckinnon lo había revuelto todo, descolocó cada uno de sus bien trazados planes en una sola noche para terminar por rematarla la tarde anterior dejándole de nuevo con un palmo de narices. A esa mujer se le daba de vicio mantenerla en jaque y tenía que admitir que eso le gustaba lo suficiente como para que decidiese hacerle una visita a sus ‹‹suegros››.
Bien, situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas. Por suerte había solicitado las vacaciones a primeros de año para esas fechas, así que a partir de la próxima semana dispondría del tiempo necesario para hacer lo que una mujer como ella tenía que hacer.
—…qué bonita casualidad que os conocieseis entonces —Las palabras de Maria Mackinnon penetraron en su mente trayéndolo de nuevo al presente—. Siempre he dicho que el destino tiene su propia manera de hacer las cosas…
Correspondió a la luminosa sonrisa de la mujer cuando esta depositó ante ella una humeante taza de café. Pedro Mackinnon, de quien su fugitiva ‹‹esposa›› heredó los ojos color miel, la observaba con curiosa calma desde el otro lado de la mesa. La mujer la había recibido con la típica hospitalidad de la isla, si bien ella se mostraba mucho más reservado y atento de lo que su señora esposa, quien nada más oír su apellido la arrastró hasta la mesa en la que ahora contertuliana mientras se lamentaba de la desafortunada y ‹‹repentina›› ausencia de su hija.
—Imagino que debió ser una enorme sorpresa cuando volvisteis a veros — aseguró con una dulce sonrisa—, ¿no fue así?
Si ella supiera, pensó con ironía.
—Sí, sorpresa puede que se ajuste bastante a la reacción… de ambos — convino con educación—. No deja de resultar una curiosa casualidad el que nos conociésemos de antes.
Pedro dejó escapar un bajo gruñido típicamente escocés.
—Una casualidad de lo más inquietante —comentó al tiempo que sonreía ahora a su esposa; Maria no disimuló su intento de fulminarlo con la mirada—, puesto que mi hija no tenía la menor idea de quien era su prometida cuando fue a entrevistarse… contigo a Dunvegan.
Una acusación directa y sin sutilezas. La mirada franca y directa se posó sobre ella cuando su mujer se excusó para ir a la cocina en busca del bizcocho que había estado horneando, los ojos color miel buscaban respuestas. Bueno, no era el único, pensó correspondiendo a la intensa mirada sin apartar la suya.
—Mi situación no dista mucho de la de Santana , ya que mi señor padre orquestó todo este asunto del compromiso a mis espaldas —confesó. No tenía sentido inventarse algo cuando la verdad era tan clara—. La única diferencia está en que su mujer envió una fotografía de mi supuesta prometida. Fue una verdadera sorpresa reconocer en esta a la misma mujer con la que cenara la semana anterior en Portree.
Pedro se tomó su tiempo en observarle, como si esperase que algo fuese a delatarla de un momento a otro.
—Como ha apuntado mi mujer, toda una casualidad —le dijo. Su voz dejaba claro que si bien aceptaba las explicaciones dadas, no creía en ellas, no por completo—. Entonces, ¿no sabías quién era ella la primera vez que… os visteis?
Bueno, al menos no dudaba de que se
hubiesen conocido anteriormente. ¿Le
habría hablado Santana de su encuentro?
Ahora fue ella quien se tomó tiempo
para responder. Cogió la taza, aspiró el
atrayente aroma del café y saboreó el
fuerte brebaje. Delicioso. Maria
MacKinnon sabía hacer un buen café
escocés, bendita fuera.
—Trabajo como guía turístico para
una de las empresas afincadas en
Edimburgo —explicó dejando la taza de
nuevo sobre el platillo—, me tocó hacer
noche en la isla y si conoce Portree,
sabrá que no es un lugar precisamente
grande; hay un solo pub.
El asentimiento del mujer fue lo
suficiente breve como para no haberlo
notado si no estuviese atento.
—Suelo reservar siempre en el pub,
así que ya ceno allí —concluyó con un
encogimiento de hombros. No había
nada como mantenerse lo más cerca
posible de la verdad para mantener una
mentira—. Santana estaba en la barra y
comenzamos a hablar. Es una mujer de
lo más ocurrente.
Sobre todo cuando llevaba ingerida
casi una botella de whisky, pensó con
sorna. La declaración pareció satisfacer
al Mackinnon, pero a pesar de esa
pequeña victoria, la curiosidad y el
recelo seguían presentes.
—Cuando nos vimos de nuevo en
Dunvegan, fue sin duda una nueva
sorpresa… —aseguró con desenfado—.
Para ambos
Pedro le dedicó una mirada jocosa.
—Estoy seguro que lo fue —dijo
como de pasada. Se acomodó en la silla
y se relajó—. Tu padre se alegrará de
ver que conservas la cabeza.
El velado comentario sobre la
posible reacción de su hija no pudo
menos que arrancarle una risa. Ahora
sabía de dónde había sacado Santana esa
facilidad para insultar y quedarse tan
ancha.
—Créame, señor Mackinnon, si la
conservo es de milagro —aseguró con
buen humor—. Santana puede ser muy
vehemente en sus respuestas.
El hombrer correspondió a su
respuesta con un complacido gesto.
—Sí, puede serlo —aseguró al
tiempo que se inclinaba hacia delante y
cogía su propia taza de café—. Sobre
todo cuando su madre orquestó todo esto
sin su conocimiento… o el mío.
Y a juzgar por la mueca que hizo al
pronunciar la última palabra, era algo
que no le hacía muy feliz.
—No se olvide de mi padre —le
dijo. No había que olvidar que la mujer
no era la única culpable allí. Se llevó de
nuevo la taza a los labios y tomó un
nuevo sorbo del fantástico café—. Ella
también tiene mucho que decir en todo
esto.
El mujer asintió aceptando esa
venia hacia su esposa. Se tomó tiempo
en degustar el café, para finalmente
continuar con aquella especie de torneo
entre dos combatientes.
—E imagino que no es la única —
disparó de nuevo de forma certera. Pedro
Mackinnon no se andaba con rodeos—.
No creo que hayas hecho todo el camino
hasta aquí por una simple visita de
cortesía hacia tus ‹‹futuros›› suegros.
Santana se marchó con excesiva premura
tras su visita a Dunvegan. En realidad,
casi diría que huyó como alma que lleva
el diablo.
Directo como una bala, pensó
mientras ocultaba la involuntaria sonrisa
tras el borde de la taza. Estaba dispuesto
a darle una respuesta cuando Maria
volvió trayendo consigo un aromático
bizcocho ya cortado y lo puso en la
mesa al tiempo que chasqueaba la
lengua.
—Sin duda, debía perseguirla el
diablo porque se ha dejado toda la ropa
y libros que trajo consigo —comentó la
mujer, quien parecía haber escuchado
solo la última parte de la conversación
—. Esa muchacha no va a ningún sitio
sin sus libros. Por no hablar de que tiene
la manía de revisar una y mil veces la
maleta antes de irse, pero no, salió cual
huracán.
Hizo una pausa para servirles a
ambos hombres una porción de
bizcocho.
—Aunque supongo que ahora que os
conocéis y habéis tenido oportunidad de
hablar, ella querrá dejar las cosas en
orden antes de la boda—. Cuidado con
el bizcocho, está caliente.
El café que acababa de ingerir se le
atragantó, pero no fue nada comparado
con las migas de bizcocho que salieron
disparadas de la boca del Mackinnon al
escuchar las palabras de su esposa.
—Por el amor de dios, Pedro, te dije
que estaba caliente —farfulló al tiempo
que se acercaba a su marido y le
palmeaba la espalda.
Ella la fulminó con la mirada en
respuesta, pero ella lo ignoró al tiempo
que se volvía con rostro angelical.
Jesús, esa mujer era peligrosa.
—Deja que se enfríe un poco, —
le señaló el bizcocho al tiempo que
volvía a tomar asiento.
Su marido carraspeó en un intento
por recuperar la compostura, pero a
juzgar por las miradas de asesino en
serie que lanzaba a su esposa no es que
tuviese mucho éxito.
—Creo que es un poco precipitado
hablar de boda —rezongó.
Tuvo que morderse la lengua para
evitar contestar en voz alta. Si ella
supiera…
—Bueno, no se van a casar mañana,
eso está claro —aseguró la Maria
ignorando a propósito los puñales que le
lanzaba el marido—. Hay muchas cosas
que preparar primero, pero es una
tontería no fijar ya la fecha…
Dios, ¿cuándo se le habían ido tanto
las cosas de las manos? Había venido
con intención de ver a Santana y ahí estaba
ahora, sentado a la mesa con sus padres
mientras hablaban de matrimonio.
—Lo cierto es que coincido con su
marido, señora Mackinnon.
Un bufido.
—Al fin algo de cordura.
Ella sacudió la mano para despachar
las palabras de su marido.
—Llámame Maria, muchacha —
declaró ignorando todo aquello que no
le interesaba—. Al fin y al cabo
terminaré siendo tu suegra.
Si le quedaba alguna duda sobre la
veracidad de las palabras de Santana , la
actitud de aquella mujer las despejaba
por completo. Que dios los pillara
confesados.
—Es una lástima que Santana no se haya
quedado un par de días más —continuó
la mujer con su monólogo—, salió tan
deprisa hacia ese bendito NY suyo…
Solo espero que haga lo correcto en
cuanto llegue allí, no se puede tener dos
mujeres esperando por una.
Aquella acotación fue suficiente para
que el Mackinnon abandonara la silla en
la que estaba sentado y la fulminase con
la mirada.
—Maria Eveline Mackinnon pon
ahora mismo punto en boca —la hizo
callar al tiempo que se levantaba.
Entonces sintió la mano de su suegro
sobre el hombro—. Acompáñame al
despacho, será mejor hablar de todo
esto… sin una trastornada norteña
escupiendo sapos.
No esperó a ver si lo seguía, se
limitó a dejar la cocina mientras
rumiaba en voz baja sobre las mujeres y
su falta de sesera. El suave chasquido de
lengua a su espalda lo hizo girarse hacia
su suegra, quien lo miró con ternura.
—Santana puede ser un poco cabezota a
veces —señaló al mujer que acababa
de abandonar la cocina—, tiene a quien
parecerse. Es una buena chica, tiene
carácter, sí, pero un enorme corazón.
Puedo suponer que todo esto del
compromiso ha sido un duro golpe para
ambos, pero ahora que te veo sé que mi
hija no podría estar en mejores manos.
Espero que lo que haya ocurrido entre
vosotros en su visita a Dunvegan se
arregle pronto.
Sin perder la sonrisa, se levantó y
recogió el servicio que había dejado su
marido y le indicó el umbral.
—Te estará esperando en el
despacho —le dijo—. Última puerta a la
izquierda. No le hagas mucho caso si
gruñe, es su manera de espantar a los
cuervos.
Con un gesto de ánimo, se llevó la
loza con ella sin dejar de canturrear
mientras se alejaba. Sacudió la cabeza y
siguió las indicaciones que le había
dado la mujer, la puerta estaba
entreabierta y el Mackinnon permanecía
en pie a un lado de una antigua mesa que
debía hacer la función de escritorio.
—Pasa y ponte cómodoa—lo invitó.
El hombre estaba preparándose una
bebida—. ¿Una copa?
Brittany miró la botella e hizo una
mueca. Lo último que le apetecía era
terminar el día con whisky.
—No, gracias —negó. Echó un
rápido vistazo alrededor de la
habitación hasta que se topó con una
fotografía cuya modelo reconocía.
El mujer, atento a cada una de sus
reacciones, lo siguió con la mirada y
emitió uno de esos gruñidos
indescifrables.
—Es de las últimas vacaciones
familiares —comentó dándole un sorbo
a su bebida. Se apoyó contra la mesa y
miró la foto con gesto meditativo—. Su
madre recurrió al chantaje para poder
obtener esa foto, ni que decir tiene que
después de eso la cámara desapareció
misteriosamente.
Sonrió de medio lado al escucharlo
pues no era algo que le sorprendiese
viniendo de ella.
—Puedo suponerlo.
Con un asentimiento a modo de
acuerdo, se tomó el resto del contenido
del vaso de golpe y lo dejó sobre la
mesa de seco golpe. Los astutos ojos
color miel se clavaron en ella con eficaz
escrutinio, un arma que empezaba a
encontrar inquietante.
—Bien —anunció su suegro—, ahora
empieza a contarme exactamente que os
traéis mi hija y tú entre manos. Si me
gusta o me convence lo que oiga, quizá y
solo quizá te de lo que obviamente has
venido a buscar. Mi mujer puede seguir
ejerciendo de eterna anfitriona si quiere,
pero mi hija no salió corriendo como
alma que lleva el diablo sin ningún
motivo, así que… empieza.
Sonrió a pesar suyo, Pedro Mackinnon
era sin duda un mujer que iba directo
al grano.
Santana atravesó las puertas evitando
atropellar con la maleta a los
apresurados pasajeros que circulaban
por el aeropuerto, no es que el pequeño
trolley pudiese hacer algo más que
rebotar contra el suelo ya que en la
premura que tenía por dejar su escocia
natal solo metió lo indispensable. Con
todo, conociendo a su madre no tardaría
en recibir una enorme caja con lo que
quiera que hubiese olvidado y algo más
en cuanto tuviese nuevas señas a las que
remitir el paquete.
Justo lo que le apetecía, poner a
buscar una nueva vivienda en la inmensa
y estresante ciudad de Nueva York. Por
lo pronto tendría que conformarse con
acampar en la tienda, tendría que
ponerse en contacto con Danni para
preguntarle en qué almacén había
alojado sus cosas y… bueno, tenía que
hablar con ella. El haberle soltado todo
aquello por teléfono para colgarle
después no era la mejor forma de
terminar una relación; le debía a Danni al
menos una conversación cara a cara
pero la perspectiva era tan poco
apetecible como arrancarse los ojos.
Sin embargo, parecía que dicha
conversación no iba a tener la opción de
retrasarse tanto como le gustaría.
—Bienvenida a casa.
Se detuvo al escuchar su voz, paseó
la mirada por la muchedumbre que
empezaba a dispersarse a medida que se
reunía con los suyos y lo vio.
—Danni.
Ella seguía igual que siempre, un
pensamiento extraño puesto que no pasó
más que quince días fuera, pero en su
interior Santana sentía que ella había
cambiado. Con las manos metidas en el
bolsillo de una cara chaqueta de piel
marrón, los ojos marrones la miraban
con la misma tibia calidez de siempre.
Llevaba el pelo más corto, pensó
durante una milésima de segundo, ya no
se le rizaba sobre la parte superior de
las orejas, pero era el único cambio
significativo en el aspecto impoluto del
médico. El mismo suéter de pico con
camisa a juego, los pantalones con
pinzas y el busca sujeto del cinturón; no
era su día libre, estaba de guardia.
—Dame la maleta, la meteré en el
coche. —Tendió la mano hacia el
trolley y por instinto ella se aferró a ella.
Sí, así era como actuaba Danni, como
si nada hubiese pasado en realidad. Esa
era la manera en la que solucionaba la
mayoría de los problemas o disputas
entre ellos, su condescendencia y falta
de interés había estado allí desde el
principio, ¿cómo no se dio cuenta antes?
Se apartó saliendo de su alcance, alzó la
cabeza y lo miró a los ojos.
—¿Qué haces aquí? —preguntó sin
poder evitarlo. No le había avisado de
su regreso.
Ella arqueó una delgada deja ante el
gesto de alejamiento por su parte.
—Llamé a casa de tus padres —
respondió con sencillez—. Maria me
informó con su habitual jovialidad que
habías cogido un avión para regresar a
casa. Me alegra ver que has recuperado
la sensatez.
Aquello le hizo reír. Dejó escapar un
pequeño bufido mitad risa y negó con la
cabeza.
—No estaba bromeando cuando
hablé por teléfono, Danni. No voy a
volver contigo —aceptó con
tranquilidad. No era precisamente el
lugar que tenía en mente para hablar de
ello—. Lo nuestro no funciona, Danni.
Lleva sin funcionar desde hace tiempo.
Lo que te dije por teléfono…
Sacudió la cabeza y miró a su
alrededor, estaba a punto de tener “la
conversación” en medio de una terminal
de aeropuerto, ¿y le importaba? En lo
más mínimo. Gracias, Brittany. Pensó
poniendo mentalmente los ojos en
blanco.
—Santana , sé lo que dijiste por teléfono,
estaba al otro lado, escuchando —la
interrumpió con firmeza, entonces
volvió a acercarse a ella y le cogió la
maleta—. Este no es lugar para tratar
esta clase de asuntos. Vamos a casa.
Sentémonos y dialoguemos.
Se enervó ante su condescendencia,
la trataba igual que a uno de los muchos
pacientes que atendía.
—De acuerdo —aceptó y cuando ella
pareció relajarse recuperó la maleta—.
Hablaremos, pero no en tu casa.
Ella la miró como si estuviese
hablando con una díscola y tozuda niña
pequeña.
—Nuestra casa, Santana , es nuestra casa
—la corrigió suavemente—. Mira, no
me importa lo que haya pasado cuando
estuviste fuera. Todo el mundo comete
errores, no voy a culparte por ello…
sé… La culpa es mía, no he estado todo
lo pendiente que debería, te has sentido
sola y…
¿Sería muy extraño si ahora se echase
a reír? Sacudió la cabeza intentando
eliminar esa absurda necesidad. Dios,
qué equivocada había estado, qué ciega
necesidad la había envuelto que solo
ahora se le caía la venda.
—Errores —repitió y no pudo evitar
el tono jocoso de su voz—. Danni, me he
acostado con una tía que no conocía de
nada, dos veces y no porque me sintiese
sola, sino porque me apetecía —le soltó
ya cansada del anodino gesto de su
rostro—. Y no me arrepiento lo más
mínimo… No al menos en la forma que
debería arrepentirse una mujer con
pareja desde hace casi dos años y que
viven juntos…
Ella abrió la boca para decir algo pero
lo detuvo alzando la mano.
—No te quiero. —Las palabras
surgieron sin más—. Y solo lamento
haber tardado tanto en darme cuenta de
ello. No quiero lastimarte, de veras que
no, por eso creo que lo mejor que
podemos hacer es dejarlo ahora.
El rostro no mostraba
ninguna emoción realmente fuerte, nada
más allá de un ligero fastidio y solo
cuando empezó a sonar el pitido del
busca.
—Es del hospital, una urgencia —
murmuró apagando el aparatito para
luego volver a centrar su mirada en ella
—. Tenemos que hablar —insistió
igualmente—, ve a casa, todas tus cosas
están allí. Saldré tan pronto me libre de
esto y hablaremos; todo se solucionará.
Te lo prometo, Io.
Sacudió la cabeza una vez más al
escuchar el diminutivo de su nombre y le
acarició el brazo con la mano.
—Ve a tu hospital, Danni —le dijo con
calidez. Realmente, no sentía rencor
hacia ella, no le enfadaba su actitud,
sencillamente le daba igual. Esto era
algo que había visto y vivido los últimos
dos años demasiadas veces y ya le daba
igual—. Enviaré a alguien a buscar mis
cosas en cuanto me haya instalado. Te
agradecería que las dejases apartadas. Y
lo siento, de veras. Eres una buena
mujer, Danni, pero sencillamente no
congeniamos.
El busca volvió a sonar y ella juró en
voz baja. Aquella era la primera vez que
le escuchaba decir algo parecido.
—De acuerdo —murmuró entonces al
tiempo que apagaba el aparato por
segunda vez—. Démonos un tiempo. Es
obvio que has regresado confundida,
necesitas pensar las cosas… Todo eso
que dijiste del compromiso… de una
boda… necesitas tiempo.
Suspiró, ¿por qué tenía que ponerse
razonable precisamente ahora?
—Sí, sin duda hay cosas en las que
necesito pensar —aceptó con
tranquilidad—, empezando por la
necesidad de retomar las riendas de mi
vida. Pero eso no hará que cambie de
opinión, Danni. No te quiero. En realidad,
ni siquiera sé si he estado enamorada de
verdad alguna vez.
Ella le cubrió los labios con los dedos
impidiéndole seguir.
—Unos días —la acalló—. Una
semana. Tómate ese tiempo para pensar
y entonces hablaremos.
La boca sustituyó los
dedos en un beso que pretendía ser
arrebatador y lo fue, en cierto modo
contenía más pasión de la que jamás le
sintió en aquel mujer, pero faltaba
algo.
—Te llamaré —declaró
acariciándole la mejilla con el pulgar—.
Todo se arreglará, Io. Te lo prometo.
Sin más, la dejó y se marchó con
rapidez. Había cosas que nunca
cambiaban, pensó ella al verlo perderse
por los pasillos del aeropuerto, se tocó
los labios y suspiró. Aquel gesto no
hacía más que confirmar lo que sabía; no
amaba a Danni. Ella no la estremecía con su
presencia, nunca lo hizo en realidad, sus
besos no la encendían hasta el punto de
olvidarse de su propio nombre y
conciencia. No, aquello solo lo había
sentido con Brittany lo que hacía a ese
mujer incluso mucho más peligroso.
Con un profundo suspiro, tiró de la
maleta y se dispuso a atravesar el
aeropuerto hacia la puerta de salida. El
escocés estaba ahora a miles de
kilómetros de distancia, tenía que
hacerlo a un lado y empezar a organizar
su destartalada vida.
awong_snix
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Adaptación Brittana Entre Sabanas  Terminado   - Página 3 Empty Re: Adaptación Brittana Entre Sabanas Terminado

Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 9:37 am



CAPÍTULO 2



Una semana después.
Brittany disfrutó del temprano café
con el que decidió iniciar la mañana,
llevaba doce horas en una de las
ciudades más bulliciosas que había
visitado en los últimos años, nueve de
las cuales estuvieron dedicadas a
recuperarse del jet lag. No era la
primera vez que visitaba Nueva York,
pero seguía sin encontrarle el
‹‹encanto›› por el que se caracterizaba
aquel núcleo urbano. Demasiado estrés
embotellado, contaminación acústica
para todos los gustos, tan solo el pulmón
de la ciudad ante el que se encontraba
ahora mismo rompía un poco con
aquella monotonía.
Y sin embargo, Santana había hecho de
esa ciudad su hogar durante los últimos
años.
—Increíble —murmuró. Se llevó la
taza a los labios y degustó la amarga
bebida.
Lo era. Habiendo conocido a la
mujer le costaba ubicar a su huidiza
esposa en un ambiente como aquel,
viviendo en una ciudad en el que todo el
mundo parecía tener prisa. Hasta
Londres, con su ritmo habitual de vida
parecía un paraíso de paz y tranquilidad
al lado de la Gran Manzana.
Independencia. Recordó. Esa era la
clave a juicio de Pedro Mackinnon.
Independencia y huir de la continua
influencia materna, la cual solía
volverla loca incluso de adolescente. Su
suegro le había brindado algún que otro
detalle sobre los motivos que llevaron a
Santana a cruzar el atlántico y establecerse
en los Estados Unidos, la
independencia, la necesidad de
encontrarse a sí misma, de crecer la
llevó a dejar atrás el seno familiar y
lanzarse al mundo.
‹‹Lástima que en esa aventura se
diese de bruces con ese medicucho››.
Los labios se le curvaron con ironía
al recordar las palabras del Mackinnon.
Danni Harmon o la ‹‹folla novia›› —
como había canturreado Santana en medio
de la borrachera—, era uno de los
principales motivos por los que ella
decidió permanecer en Nueva York. Se
conocieron poco después de que ella
terminase la carrera de interiorismo y
decoración y abriese su propia tienda.
‹‹Ella es el motivo principal por el que
Santana ha permanecido todo este tiempo
lejos de Escocia. Se ha aferrado a lo
único que le daba estabilidad en un país
desconocido y si aún estuviese
enamorada de ella… Pero salta a la vista
después de la estupidez cometida que no
era el caso››.
Ese mujer era como un perro con un
hueso, no había descansado hasta tenerlo
contra las cuerdas —o en este caso
acorralado contra una estantería— y
hacerle soltar todos y cada uno de los
motivos por los que un completo
desconocido tenía tanto interés en dar
con el paradero de su hija.
Lo más curioso de todo, es que el
relato de cómo terminaron casadas por
el antiguo rito de la unión de manos
arrancó una enorme carcajada en su
suegro. Le saltaron las lágrimas y tuvo
que sentarse para evitar revolcarse por
el suelo de hilaridad. Brittany llegó a
pensar que el hombre iba a darle algo,
pero en cuanto se recuperó lo suficiente
para poder hablar la respuesta la dejó
casi tan aturdido como a ella risueño.
‹‹Al fin un escocés como dios
manda››.
Después de la bochornosa confesión
y omitir prudentes detalles, Pedro
Mackinnon le había brindado toda la
información que necesitaba para dar con
su díscola esposa.
Y allí estaba ahora, sentado en una
terraza frente a Central Park
preguntándose y no por primera vez que
clase de locura se había apoderado de
ella. Esto iba más allá de la lujuria o del
deseo, se convirtió en algo personal en
el momento en que ella huyó por
segunda vez de ella.
—Y no habrá una tercera vez —se
dijo a sí misma. Se tomó todo el
contenido de la taza de golpe y
abandonó la cafetería dispuesto a
encontrarse con la mujer por la que
había cruzado el océano en sus primeras
vacaciones en mucho tiempo.
Santana observó el escaparate con ojo
crítico y asintió satisfecha, el levantarse
temprano había merecido la pena.
Volvió al mostrador dónde había dejado
los retales que le sobraron de la nueva
decoración y suspiró al ver la hoja de
anuncios del periódico. Varios círculos
de rotulador rojo marcaban los
alojamientos que tenía pensado
consultar, otras tantas cruces tachaban
aquellos que ya había visto y no se
ajustaban a sus necesidades o que
excedían en lo absurdo sus
posibilidades de alquiler.
Hacía tanto tiempo que no tenía que
ocuparse de nada más que pagar el
alquiler y los suministros de la tienda,
que no había pensado en lo que
supondría tener que añadir un nuevo
gasto; el de una vivienda propia.
Durante sus años de universidad
había vivido en residencias de
estudiantes, compartió piso el último
año solo para conocer a Danni e irse casi
al instante a vivir con ella. No tuvo tiempo
para ser verdaderamente consciente de
lo que suponía vivir por su cuenta en
esta gran ciudad. Seis meses de alquiler
en una habitación no contaban y tal y
como estaban las cosas ahora, podía
permitirse algo un poco mejor, no
demasiado, pero quizá algo con algo
más que un baño y un dormitorio.
—A este paso me veo reformando la
trastienda para hacerme una habitación
—farfulló dándole la espalda al
periódico para empezar a doblar los
retazos de tela—. Aunque tal y como
está ahora mismo, haría falta un milagro.
A principios de semana había
recibido un nuevo envío con el material
que solicitó antes de salir de viaje y que
ahora se amontonaba en cajas en un
rincón de la habitación trasera. Otras
tantas ocupaban sin orden ni concierto
otra de las paredes con los cambios
realizados recientemente, por no hablar
del material que quedara descatalogado
y los artículos que acababa de sustituir.
Oh, y por supuesto, la vieja colchoneta
de gimnasio que había encontrado en una
tienda de segunda mano por diez dólares
y que le había estado sirviendo de cama.
Sí, la trastienda parecía ahora mismo
el campamento de algún ejército
desorganizado en medio de una batalla
campal.
—Maldita sea, tengo que encontrar
algo y pronto —refunfuñó. Si seguía
durmiendo encima de esa cosa un par de
días más, acabaría con la espalda
destrozada.
Se agachó para depositar la tela
doblada en una cesta y recuperar otras
que habían caído en algún momento al
suelo cuando escuchó las campanillas
que anunciaban la entrada de un cliente.
—Buenos días —saludó sin llegar a
levantarse del todo—. Enseguida estoy
con usted.
Escuchó el sonido de la puerta al
cerrarse con suavidad al tiempo que se
incorporaba y cubría los labios con una
profesional sonrisa. Esta se congeló al
igual que toda su persona en cuanto posó
la mirada sobre el recién llegado.
—Buenos días, caileagh.
El corazón decidió saltarse un latido,
pensó mientras observaba con absoluta
estupefacción al mujer de pie frente a
la puerta.
—Brittany.
El nombre le surgió como un
maullido ahogado de los labios, tuvo
que obligarse a tragar para poder
encontrar de nuevo la capacidad de
hablar.
—¿Qué demonios haces aquí?
La sexy sonrisa que le curvó los
labios provocó que un escalofrío de
placer la recorriera entera. Vestido con
una chaqueta de piel, un suéter marrón a
través de cuya abertura asomaba el
cuello de una camisa y pantalones
vaqueros negros, el escocés con el que
estúpidamente se había casado tenía un
aspecto de lo más atractivo.
—Tengo vacaciones —le contestó
con un ligero encogimiento de hombros.
Le vio echar un vistazo a la tienda, para
luego girarse hacia la puerta, estudiar el
mecanismo del estor y tras girar el cartel
de modo que pusiese “cerrado”, lo bajó
robándole un poco de luz natural a la
tienda.
Sacudió la cabeza.
—¿Vacaciones?
Se giró de nuevo y esta vez fue ella la
que tuvo que someterse al examen. La
recorrió con una mirada sensual,
apreciando cada centímetro de su cuerpo
y haciendo que se calentara con ese
minucioso escrutinio.
—Sí, tengo una semana libre antes de
volver de nuevo a Edimburgo y a mi
trabajo —aseguró. Sus ojos se
encontraron de nuevo con los de ella—.
Como no tenía nada mejor que hacer, se
me ocurrió coger un avión, hacer más de
nueve horas de vuelo y venir a ver a mi
huidiza esposa. Al parecer tienes
problemas para entender ciertas frases,
caileagh.
Se sonrojó, no pudo evitarlo. Sabía
perfectamente a qué se refería ella. Lo que
se le escapaba era cómo demonios había
llegado a dar con su paradero.
—¿Quién te ha dicho que estaba
aquí? ¿Quién…? —Las palabras se
esfumaron en el mismo momento en que
la respuesta penetró en su mente—. Dios
mío, no lo has hecho… No has hecho
algo tan absurdo.
Tuvo que aferrarse al mostrador pues
de repente el suelo parecía
desvanecerse bajo sus pies.
Ella se limitó a ladear ligeramente el
rostro y caminó hacia ella.
—¿Qué, según tú, no he hecho,
caileagh?
Sacudió la cabeza intentando
despejarse, su presencia la aturdía casi
tanto como lo hacían sus besos y
caricias. ¡No pienses en eso! Se
amonestó cuando el solo recuerdo hizo
que se le tensara el sexo y comenzara a
humedecerse. Apretó los muslos casi
con tanta fuerza como los dientes.
—Ni siquiera tú puedes ser tan
estúpida —insistió ella—. Dime que no
has cometido la enorme estupidez de
comentarle a mis padres esa estupidez
sobre el supuesto matrimonio… ¡No es
legal!
Ella chasqueó la lengua y se apoyó en
el otro lado del mostrador. Con
parsimonia paseó la mirada sobre el
mueble y ojeó la hoja de periódico que
tenía marcada.
—Tu madre es una anfitriona
encantadora —comentó sin levantar la
mirada del papel—, estaba preocupada
por tu precipitada partida. Al igual que
tu padre.
El color le huyó del rostro y empezó
a negar con la cabeza.
—No, por dios bendito, no lo has
hecho…
Su mirada encontró la propia.
—No creo que importase mucho, ¿no
te parece? —le soltó con sorna—. Tu
madre está decidida a organizar una
boda… en cuanto a tu padre...
—¡Al diablo con mi madre y sus
planes de boda! —exclamó dejando caer
ambas manos sobre el mostrador con
fuerza—. ¿Les has dicho que nos hemos
casado?
La perezosa sonrisa que curvó sus
labios casi le provoca un ataque al
corazón.
—Tu padre es muy bueno
interrogando a la gente, ¿lo sabías?
Juró en voz alta. Repetidas veces. Ni
siquiera sabía que tenía tal repertorio de
insultos en su haber hasta que los hubo
expulsado todos.
—Mierda, oh, joder —remató.
Entonces lo acuchilló con la mirada—.
Eres mujer muerta, Brittany Macleod.
¡Muerta!
Ella se echó hacia atrás cuando intentó
agarrarlo por encima del mostrador
haciendo que errase su objetivo.
—Relájate, pequeña sanguinaria —se
rio—. Te lo mereces por jugar sucio.
Ella jadeó.
—¿Qué yo juego sucio, tú pedazo de
excremento de cobaya? —se indignó—.
No tenías derecho a decirles nada…
Pero qué digo. ¡Ni siquiera tenías que
haber ido a mi casa!
Se quedó quieta y la fulminó como lo
había hecho ella misma con ella.
—No habría tenido que hacerlo si
aprendieses a hacer lo que se te dice —
aseguró con sequedad—. Pareces tener
problemas para comprender el
significado de palabras tales como
‹‹quédate aquí››.
Entrecerró los ojos y contuvo las
ganas de saltar por encima del
mostrador para arrancarle los ojos. En
lugar de ello, empezó a rodearlo con
lentitud.
—Y tú para entender lo que el no
hacerlo significa —le dijo irritada—.
Maldita sea, lo has complicado todo.
Ese matrimonio no es legal… y… y todo
lo que ha ocurrido… por el amor de
dios, Brittany. Solo ha sido sexo, con
toneladas de whisky por el medio.
Ella arqueó una ceja y su expresión
decía claramente que se olvidaba de un
pequeño detalle.
—En Dunvegan no tomaste ni una
sola gota.
Se sonrojó, no pudo evitarlo. Aquella
mujer tenía el poder de convertirle el
cerebro en papilla y conseguir que
hiciese las cosas más absurdas.
—Eres un cabróna hija de puta —le
soltó sin medir ni una sola de las
palabras—. Eso es lo que eres…
Ella chasqueó la lengua y se inclinó
hacia ella ahora que estaban de frente
. Su altura, como siempre, la
empequeñecía.
—Esa boquita, caileagh —la
amonestó—. Sé que tienes mejores
modales…
Alzó la barbilla, no quería quedarse
en inferioridad de condiciones delante
de ese maldito escocés.
—Sí, pero los reservo para
ocasiones especiales —escupió—. Y
esta no es precisamente una de ellas.
Los labios de Brittany se estiraron
hasta formar una perezosa sonrisa de
dientes perfectos.
—Te prometo que será especial muy
pronto —aseguró. Sin darle tiempo a
prever sus intenciones, la atrajo contra
su pecho y le saqueó la boca, penetrando
entre los labios abiertos con la lengua y
arrancando de ella una involuntaria
respuesta.
Correspondió a su beso, se recreó en
la calidez y el sabor de la boca
y enlazó la lengua con la suya
con la misma urgente necesidad que ella le
demandaba.
Señora, ¿qué tenía aquella mujer que
la hacía perder la cabeza con tan solo
estar en la misma habitación?
Se apartaron jadeando, los ojos
brillaban de lujuria, una
emoción que estaba segura poseían
también los suyos a juzgar por la forma
en que había reaccionado su cuerpo.
Podía sentir los pezones duros y
empujando contra la tela del sujetador y
el sexo hinchado y húmedo. Estaba
excitada y aquello la enfurecía aún más.
—Fuera —siseó al tiempo que se
limpiaba la boca con la mano—. Solo…
lárgate y no vuelvas.
Ella respondió pasándose la lengua por
los propios labios, la recorrió con la
mirada y echó mano al interior de la
chaqueta.
—No eres la única que hace caso
omiso a ciertas… peticiones —le
informó al tiempo que sacaba del
interior de la chaqueta un sobre blanco
—. Esto es para ti.
Ella lo miró con suspicacia.
—No quiero nada de ti —siseó.
Ella sacudió la cabeza como si el
importase un comino sus deseos, abrió
el sobre y le tendió el papel.
—Léelo —la obligó a cogerlo—.
Son los resultados de mis últimos
análisis —le informó con total
sinceridad—. Estoy tan limpia como la
gasa esterilizada de un hospital.
Parpadeó varias veces mientras cogía
el papel y lo miraba como si fuese un
animal salvaje a punto de enseñarle los
dientes.
—Sí, bueno. Todo un detalle de tu
parte hacerme partícipe de ello justo
ahora —le soltó con profunda ironía al
tiempo que le devolvía el papel sin
leerlo siquiera—. Aunque no es algo
que me afecte ahora mismo. Ahora,
adiós, Brittany.
Ella chasqueó la lengua y la recorrió
con la mirada sin ocultar su deseo.
—Vaya, así que sí sabes despedirte
—le soltó y ella no pudo hacer menos
que sonrojarse ante el nuevo
recordatorio de sus continuas huidas—.
Bueno, al menos las nueve horas de
avión han servido de algo.
Su sonrojo aumentó, como también lo
hizo el deseo que surgía ante la
proximidad de aquella mujer. Empujó el
papel contra el pecho de la mujer frente a ella
obligándole a cogerlo o dejarlo caer.
—Aprovecha tu estancia para ver la
ciudad —le sugirió entonces—. Nueva
York es preciosa en esta época del año.
Ella aprovechó la acción para cogerle
la mano dejando que el sobre cayese al
suelo entre ellos.
—Hay otras cosas que prefiero ver
en estos momentos —declaró bajando la
mirada por su cuerpo—, y tú, desnuda,
es una de ellas.
Su sexo se contrajo en respuesta a la
abierta declaración, hacía tiempo que
sus bragas habían dejado de estar secas.
Era presentarse ella, tocarla y chorreaba
como las malditas cataratas del Niágara.
—Vaya, es una lástima, la
colchonería está dos manzanas más
abajo —rezongó—, esta es una tienda de
decoración, que ahora mismo tendría
que estar con ese maldito cartel de
“abierto” mirando hacia fuera.
Ella se encogió de hombros, recuperó
el papel del suelo, lo devolvió al
interior de la chaqueta y se sacó la
prenda para dejarla sobre el mostrador.
—Caileagh, la falta de una cama
nunca nos ha detenido —aseguró al
tiempo que se remangaba el suéter y se
lamía los labios al deslizar la
hambrienta mirada por su cuerpo—. ¿Y
bien? ¿Lista para tomarte el descanso de
la mañana?
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Adaptación Brittana Entre Sabanas  Terminado   - Página 3 Empty Re: Adaptación Brittana Entre Sabanas Terminado

Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 9:58 am



CAPÍTULO 3



Todos los comercios debían contar
con una trastienda, pensó Santana
fugazmente cuando empezó a
desabotonarle los botones de la blusa al
lado del mostrador. Apenas tuvo tiempo
de golpearle las manos y amenazarla
cuando le violó la boca con la lengua,
obligándola a una rendición contra la
que intentaba luchar con uñas y dientes.
El beso había despertado su deseo,
alimentándolo como el más potente de
los combustibles. Las manos
parecían estar en todas partes, en un
abrir y cerrar de ojos tenía la blusa por
fuera de la falda, el sujetador, que se
abría por delante caía a ambos costados
mientras ella sopesaba los pechos en las
grandes manos y le excitaba los pezones
con el pulgar.
Toda la cordura, las promesas que se
había hecho así misma durante el viaje
de regreso, la resolución que mantuvo
tras romper con Danni estaba diluyéndose
bajo el experto toque de ese mujer.
—¿Por qué has venido? —gimió
enterrando las manos en el espeso pelo
—. ¿Es que no sabes captar una
indirecta?
Dio un respingo cuando le lamió el
pezón, una suave caricia de la lengua
que la hizo estremecer.
—¿Y tú despedirte adecuadamente?
—murmuró contra el henchido seno—.
Por no hablar de que tienes ciertos
problemas para entender una frase de
dos palabras.
—Oh, cállate.
Se rio contra su piel.
—Sí, esas también son dos palabras
—se burló al tiempo que dejaba sus
pechos y la miraba a los ojos,
acariciándole ahora los labios—. No
estoy acostumbrada a ir detrás de una
mujer, Santana , es una experiencia nueva
para mí… y no del todo agradable. He
tenido que echar mano de toda mi
inventiva para salir airosa del
interrogatorio de tu padre.
Se lamió los labios, ella había venido a
Nueva York por ella, había cometido la
enorme estupidez de ir a su familia…
—Nadie te pidió que lo hicieras. —
Bien, esa tenía que ser la peor de las
respuestas posibles—. Maldita sea,
Brittany. ¿Cómo diablos se te ocurrió
decirles lo del matrimonio? No es legal,
maldita sea.
Sacudió la cabeza en una lenta
negativa y la empujó suavemente contra
una de las estanterías en las que
guardaba algunos artículos
descatalogados.
—Haberlo pensado antes de pedirme
que me casara contigo —rezongó. Le
acarició los labios con el aliento y
volvió a mirarla a los ojos—. Un año y
un día, ¿recuerdas? No existen
matrimonios de una sola noche… a
excepción de en Las Vegas.
Gimió al recordar aquellas palabras
envueltas en una nube de whisky.
—No es legal, una unión de manos
dejó de ser legal en… —no pudo seguir
por que la silenció con un beso.
La lengua de Britany la penetró con
maestría, enlazándose con la de ella y
exigiendo una respuesta que mientras su
mente era reacia a darle, su cuerpo
entregaba sin reservas.
—Alégrate, a tu padre le dio un
ataque de risa cuando se lo dije —
confesó lamiéndole ahora los labios—.
Tu madre no sabe nada y a juzgar por la
forma en que se lo tomó el Mackinnon,
dudo que se lo diga.
Sacudió la cabeza, aquello no podía
estar pasando. Tenía que tratarse de un
mal sueño, una pesadilla y quizá se
hubiese convencido de ello si las manos
y la boca de esa maldita escocés no le
hicieran papilla el cerebro.
—Pasa tiempo conmigo, Santana .
La invitación la sorprendió al punto
de separarse de ella.
—¿Qué?
Lo miró a la cara y ella le acarició la
mejilla.
—Pasa el fin de semana conmigo —
replicó con sencillez—. En mi hotel.
Tres días. Viernes, sábado y domingo.
Ella frunció el ceño y negó con la
cabeza.
—¿Por qué iba a hacerlo? ¿Te
parecen pocas las estupideces que
cometimos ya?
Ella sonrió con picaresca.
—Porque no me hiciste caso cuando
te dije “quédate aquí” —enumeró—. Y
por qué nueve horas en un avión tiene
que tener alguna clase de compensación,
¿no te parece, esposa? No lo encuentro
una estupidez, sino un intercambio justo.
Resopló, era todo lo que podía hacer
para no echarse a reír allí mismo.
—Eres muy optimista, ¿no? —
comentó con sorna.
—Tengo mis momentos —aceptó con
desenfado—. Vamos, Santana . ¿Qué puedes
perder? Un fin de semana, en mi hotel,
solo sexo.
Solo sexo. Le miró mientras su
cerebro procesaba la idea. Placer a
raudales y sin mayores complicaciones.
¿Realmente podía existir algo así con
ese mujer?
—No —negó poniendo en voz alta
sus pensamientos.
Ella se limitó a mirarla.
—¿No? —repitió al tiempo que
enarcaba una ceja—. ¿Esa es tu última
oferta?
Abrió la boca y volvió a cerrarla.
—No estamos teniendo esta
conversación —declaró por fin.
Empezaba a pensar que la última
borrachera le había dañado seriamente
el cerebro—. Es sencillamente
demasiado bizarra… Así que, coge tu
chaqueta, cambia el billete de avión y
lárgate.
Los labios de Brittany se curvaron en
una divertida sonrisa.
—Sí, será mejor que dejemos la
charla para después —resolvió
ignorarla y pegó su cuerpo al de ella—.
Por el momento, déjame ver si todavía
me acuerdo que punto exacto es el que te
hace gritar y gemir de placer.
Brittany estaba dispuesta a salirse con
la suya. No había hecho ese infernal
viaje de nueve horas para irse con las
manos vacías, no cuando lo que quería
estaba exactamente al alcance de la
mano. Todas sus buenas intenciones, la
promesa que se hizo a sí misma de
hablar con tranquilidad se esfumó en el
mismo instante en que posó los ojos
sobre ella.
Ya habría tiempo para hablar del
motivo que lo trajo hasta allí, por ahora,
se conformaría en sacar una respuesta
afirmativa de esos labios de modo que
aceptase quedarse con ella los próximos
tres días.
La idea había acudido a su mente de
forma precipitada, el belicoso
recibimiento lo llevó a afianzar su
posición y demostrarle a aquella
mujercita que no era un mujer que
aceptase con facilidad una negativa
como respuesta.
El habitáculo era reducido, una
habitación en la que se amontonaban
cajas, utensilios y artículos que o bien
estaban descatalogados o todavía por
catalogar, pero todavía les
proporcionaba espacio suficiente para
dar rienda suelta al placer.
—No puedes hacer esto —se quejó
cuando la empujó contra la puerta
cerrada de un armario de latón. El
crujido del material resonó en el cuarto
—. Estamos en horario laboral, ¿y si
entra alguien por la puerta?
Se inclinó sobre ella y le sopló en el
oído.
—Giré el cartel dejando el lado de
cerrado hacia fuera, cualquiera con dos
neuronas sabrá que no estás disponible
por el momento —le acarició la parte de
atrás de la oreja con la nariz—. Y si son
tan osados como para entrar, siempre
puedes decirles que tu esposa te arrastró
a la trastienda porque se moría por
follarte después de pasar nueve jodidas
horas encerrada en un avión.
Ella bufó y empujó el cuerpo contra
el suyo intentando escapar, pero todo lo
que logró fue hacer feliz a cierta parte
de su anatomía. Su juguete preferido el cual había sido de grana ayuda en Escosa estaba en su lugar semi erecto seengrosó con cada nuevo restriego del
delicioso trasero.
—No eres mi esposa —siseó—. Ese
matrimonio ni siquiera fue legal.
Emitió un bajo chasquido con la
lengua, le apartó el pelo de la nuca y le
mordisqueó un pedazo de piel.
—Um… sin duda una de las
bendiciones del whisky. —Lamió ahora
el punto que mordisqueó—. Pero ambas
fuimos conscientes de lo que
hacíamos… así que… me temo que
seguiremos casadas durante los
próximos trescientos cincuenta y seis
días.
Uno de los daños colaterales que
ninguna había calculado y que ahí
estaba.
—Estás loco si crees que…
Un ahogado gemido escapó de entre
los labios entreabiertos cuando le acunó
los pechos en las manos. Los inhiestos
pezones se endurecieron aún más bajo
sus dedos, permitiéndole notar aquella
prieta carne desnuda.
—¿Decías?
Creyó oírla mascullar alguna cosa,
pero lo que realmente le hizo feliz fue
sentir de nuevo ese voluptuoso trasero
restregándose contra su sexo.
—Capullo —siseó en lo que
semejaba un bajo maullido—. Quítame
las manos de encima… este no es el
momento… tú no deberías…
Sonrió y deslizó la boca hacia la
suave piel detrás de la pequeña oreja y
la recorrió con la lengua provocando un
estremecimiento en ella.
—Sí, Santana … esa es justo la
palabra… tú no deberías —utilizó la
frase en su favor—. No debiste
marcharte cuando te pedí que te
quedaras. Cinco minutos más y
habríamos podido solucionar toda esta
estupidez en la que nos metió el whisky
sin tener que obligarme a hacer una
visita a mis suegros. Me lo debes. Dame
tres días. Quédate conmigo el fin de
semana y volveremos a hablar sobre
ello.
Cada una de sus palabras fue
acompañada de los movimientos de las
manos deslizándose por el cuerpo
femenino. Ella gimió y se retorció contra
ella con abierta necesidad; le encantaba la
forma tan sincera en la que respondía a
las caricias y a la pícara estimulación,
los llenos labios seguían vertiendo
quejas, farfullándolas en realidad, pero
ella estaba mucho más interesada en las
respuestas que le daba aquel maleable
cuerpo de las que emergía de su boca.
—¿Ya has empapado las bragas? —
le susurró al oído al tiempo que
apretaba los tiernos brotes entre el
índice y el pulgar—. ¿Estás mojada o
necesitas más estimulación?
La sintió tensarse contra su pecho,
entonces siseó algo parecido a
“cabronazo” y recortó la cabeza contra
su hombro como llevaba haciendo los
últimos minutos. Las palmas de las
manos completamente extendidas
presionaban contra la puerta metálica en
un intento por mantener el equilibrio.
—¿No vas a responderme, caileagh?
—murmuró al tiempo que le soplaba en
el oído—. ¿Prefieres que lo averigüe
por mí misma?
No esperó respuesta, aferrándose a
uno de los senos, deslizó la otra mano
por la piel desnuda de su vientre hasta
terminar cubriéndole el monte de venus
con la mano por encima de la falda. La
tela empezó a arrugarse entre los dedos
al tiempo que tiraba de ella y la izaba
dejándole las piernas al descubierto.
Con rápidos movimientos, enganchó la
tela de la falda en el interior de la
cintura de la misma. El algodón se
separó entonces formando una especie
de cortina que dejaba a su alcance el
breve pedazo de tela que le cubría el
pubis.
Deslizó los dedos hacia abajo,
instándola a abrir los apretados muslos
al tiempo que le restregaba la pesada
erección constreñida en los pantalones
contra el culo.
—Separa las piernas. —La engatusó
con pequeños mordiscos y lametones en
el arco superior de la oreja. Un punto
que había descubierto la dejaba suave y
muy maleable—. Muéstrame lo mojada
que estás. Porque lo estás, Santana , estás
tan excitada que debes de tener mojados
hasta los muslos.
Tembló bajo sus brazos, pero no
cedió y ella sonrió por ello. Su pequeña
esposa era obstinada y aquello le
divertía.
—El tiempo corre, preciosa —le
susurró de nuevo—, yo no tengo
problema en mantenerte aquí y así hasta
que anochezca, pero quizá tus posibles
clientes no lo vean de la misma manera.
Tembló, todo el cuerpo se sacudió
con un estremecimiento y empujó de
nuevo contra ella, intentando liberarse al
tiempo que lo cubría de insultos.
—Eres una cabróna hija de puta, ¿cómo
te atreves a…?
Abandonó el seno y le tomó la
barbilla, girándole el rostro hacia ella
para reclamarle la boca. La penetró con
la lengua con la misma intensidad que se
moría por hacerlo con su pene, quería
estar dentro de ella, sentir de nuevo
como esa aterciopelada vaina se
comprimía a su alrededor mientras la
tomaba. Enlazó la lengua con la de ella
sometiéndola a su voluntad, notó como
exhalaba un ahogado gemido antes de
ceder y devolverle el beso con la misma
pasión y frenesí que habitaba en su
interior.
Rompió el beso y ambos jadeaban en
busca de aire, sus ojos se encontraron
por primera vez desde que la había
vuelto de cara al armario, cubriéndola
con su propio cuerpo desde atrás. Le
acarició la mandíbula con el pulgar que
todavía le sujetaba el rostro y vio como
la rosada lengua emergía y lamía los
labios que acababa de abandonar.
—Separa las piernas. —Las palabras
salieron ahogadas y con un tono mucho
más grave y profundo—. Hazlo, Io, lo
necesitas tanto como yo.
Ella no rompió el contacto visual
cuando sus muslos se aflojaron y
cedieron despegándose. La mano que
había permanecido acariciándole el
pubis con languidez descendió y gruñó
al acariciar con la yema de los dedos la
empapada tela de la ropa interior.
—Mojada, muy muy mojada —le
acarició la mejilla con la nariz al tiempo
que deslizaba la mano por la suave piel
de su cuello, recorriéndola hasta llegar a
la cintura que apretó ligeramente—. Me
encanta cuando te empapas de esta
manera por mí.
Ella se movió contra su mano y
arqueó las caderas hacia atrás,
rozándole de nuevo.
—Confías demasiado en ti misma,
Brittany —farfulló ella al tiempo que
dejaba escapar un suave suspiro cuando
le apartó la tela y le acarició los
húmedos pliegues—. Te tienes una
jodida alta estima.
Se rio. Esa mujer no dejaba de
increparlo incluso cuando ella tenía las de
ganar.
—Solo lo justo, caileagh —aseguró
al tiempo que giraba el dedo rozándola
con el nudillo un segundo antes de
agarrar la tela y tirar de ella hacia abajo
con fuerza.
Un ligero sonido de rasgar fue apenas
sofocado por el quejido femenino.
—¡Como me rompas las bragas te
mato! —siseó ella—. ¿Tienes una
jodida idea de lo que cuesta ese
conjunto?
Haciendo caso omiso a la absurda
queja, le quitó la delicada prenda y la
alzó, parpadeando un par de veces al
ver el diseño de la tela. Hasta ese
momento no se había parado a tomarse
la molestia de pensar en otra cosa que
no fuese quitárselas.
—Interesante elección —ronroneó
haciendo girar la prenda en los dedos al
tiempo que veía como las mejillas de
ella se encendían—. Muy interesante.
—¿Qué pasa? ¿Nunca has visto
lencería de cuadros escoceses? —le
soltó muy digna. Sin embargo, el color
seguía aumentando.
Se llevó la prenda a la nariz e inhaló
su aroma. Se lamió los labios y esbozó
una irónica sonrisa antes de introducir
las braguitas en el bolsillo trasero del
pantalón.
—Ninguna que llevase esos colores
—aseguró con sorna. Entonces dejó a un
lado la diversión y resbaló una vez más
los dedos a través de los hinchados
labios, lubricándolos con la humedad
que rezumaba del dulce y cálido sexo—.
Es sin duda… divertido.
Ella siseó de nuevo.
—Que te follen.
Se echó a reír y se inclinó de nuevo
sobre la delicada oreja.
—Eso es lo que intento que hagas
desde que entré por la puerta, pequeña
—le dijo al oído.
Y para darle peso a las palabras
resbaló uno de los dedos en su interior,
profundamente y sin previo aviso.
—Y diría que estás más que lista
para ello —concluyó retirando el dedo
de su interior para hacerse cargo de sus
propios pantalones—. Más que lista.
El ansioso juguete saltó una vez quedó
libre de la restricción del pantalón,
se sentía tan hinchada que le sorprendía que no se
hubiese corrido ya con todo ese
restregar al que lo había sometido su
escurridiza amante. Se moría por
hundirse en ella, clavarse profundamente
en su sexo y montarla a placer; y quería
hacerlo sin nada entre ellos.
—Sin condón —le anunció al tiempo
que le alzaba la falda por atrás
desnudando su trasero—. ¿Conforme?
Ella respingó cuando resbaló el pene
entre sus piernas, restregándose contra
el húmedo e hinchado sexo con un lento
movimiento.
—Maldita sea tu estampa —farfulló
entre dientes, entonces giró el rostro
hasta que se encontraron sus miradas—.
Eres… eres…
Enarcó una ceja ante la inesperada
explosión femenina.
—Tomaré eso como un sí —declaró
al tiempo que se inclinaba sobre ella y
le acariciaba los labios con su aliento
—. El sobre está en el bolsillo interior
de mi chaqueta, siempre puedes
asegurarte después de que estoy limpia e
inmaculada como ya te informé.
Ella bufó, pero cualquier cáustica
palabra que tuviese en mente decir,
quedó ahogada cuando le penetró la
boca con la lengua y la enlazó con la
suya al tiempo que se guiaba con una
mano y la penetraba lentamente.
—Mantén las manos ahí —la instruyó
al tiempo que la obligaba a separar las
piernas y la atraía hacia ella, empalándose
completamente en su interior—. Dios,
esto sí que es bueno.
Y lo era. Ella se ceñía a su alrededor
como una perfecta funda; caliente y
pulsante. Deslizó una de las manos por
el frente hasta acunarle uno de los
pechos que ahora colgaban presos de la
gravedad. La acarició con suavidad,
jugando con el pezón antes de iniciar un
suave retroceso para volver a empujar
de nuevo en su interior. Los dedos se
clavaron en la dulce carne de la cadera,
el placer aumentaba por momentos
conduciéndolo a un inestable frenesí que
le imponía un ritmo mucho más rápido y
fuerte. Quería follarla sin más, bombear
en el húmedo coñito como un loco
mientras la oía gemir y retorcerse,
quería sentirla estallar a su alrededor y
seguirla llenándola por completo con su
corrida.
La deseaba de una forma
enloquecedora. No había cordura en la
necesidad que se apoderaba de ella
cuando la veía o tenía cerca, la libido
que anidaba en sus células, la lascivia
que lo instaba a tomarla en las
situaciones más insospechadas
empezaba a conducir cada uno de sus
actos empujándole a hacer cosas que no
habían tenido cabida en su vida; el
subirse en un avión y salir en pos de una
mujer era una de ellas. Santana era
especial, y ese conocimiento no hacía
que las cosas fuesen más claras o fáciles
para ella.
Hizo a un lado los peregrinos
pensamientos y se concentró en el
placer, el suyo propio y el de ella. Quizá
fuese de la vieja escuela, pero alcanzaba
un mayor placer siempre que una mujer
alcanzaba primero la culminación.
Posiblemente el orgullo tuviese mucho que ver al respecto, no
era tan estúpido como para negarse que
disfrutaba al saber que tenía el poder de
hacer gozar a su pareja, de hacerla
perder la cabeza, le gustaba saber que
era por ella. Se rio. Santana tenía razón
después de todo, tenía un ego inmenso.
Los gemidos que escapaban de entre
los labios femeninos aumentaron su
excitación, bombeó las caderas sin
piedad hundiéndose en su interior y gozó
de la desnuda intensidad de la carne. La
tensión aumentó en su cuerpo, notó como
se contraían
aún más preparándose para
la tan ansiada liberación. Empujó sin
piedad, hundiéndose una y otra vez,
follándola con la loca necesidad que lo
había traído hasta allí, hasta ella. Pronto
notó como se contraría a su alrededor,
encontrando la liberación que
desencadenó la suya propia. Siguió
penetrándola una y otra vez, arrastrado
por la cimbreante necesidad y gruñó al
eyacular en su interior, apretándose
contra ella, marcándola de una manera
tan íntima como solo podía hacerlo el
acto carnal que los unía.
Se tomó unos instantes para recuperar
el aliento y la estabilidad antes de
resbalarse fuera de ella, apoyándose
ahora ella mismo en el oportuno soporte
que ofrecía el armario.
—Bueno, creo que ahora ya
podremos entablar una conversación
civilizada —murmuró al tiempo que se
arreglaba la ropa.
A juzgar por la fulminante mirada que
recibió, ella no era de la misma opinión.
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Adaptación Brittana Entre Sabanas  Terminado   - Página 3 Empty Re: Adaptación Brittana Entre Sabanas Terminado

Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 10:12 am



CAPÍTULO 4


—Devuélveme las bragas —siseó sin
dejar de mirarle. Ella ya se había
colocado la ropa y holgazaneaba
apoyado en el umbral de la puerta.
Como toda respuesta, le vio sacar la
prenda del bolsillo trasero de los
vaqueros, acercarla al rostro y con un
guiño volver a meterla en lugar seguro.
—Te las devolveré cuando me digas
que pasarás el fin de semana conmigo —
declaró con satisfacción. No tardó ni
dos segundos en girar sobre sí misma y
salir de la pequeña trastienda dónde
habían gozado de un breve interludio;
breve pero muy intenso.
—Maldita escocés —siseó dispuesta
a salir tras ella y decirle exactamente
dónde podía meterse esas palabras—. Si
piensas por un solo momento que vas a
salirte con la tuya, es que todavía no me
conoces.
Abandonó la habitación para
encontrársela detrás del mostrador,
curioseando entre las cosas que había
estado ojeando ella antes de que ella
entrase por la puerta.
—Porque no nos haces un favor a
ambas, agarras la puerta y te largas —le
dijo todavía encendida—. No pienso
honrar ningún apalabramiento que nunca
hice y mucho menos voy a hacerlo con
un supuesto matrimonio que ha surgido
de una maldita borrachera. Follamos,
eso es todo. Punto y final. Ahora, lárgate
de una jodida vez y deja de joderme la
vida.
Ella se giró entonces, esa mirada
verdosa puesta sobre ella, quitándole la
respiración con la misma efectividad
que tenían sus besos.
—¿Sabes lo mucho que me gusta
hacer nueve horas en avión? Poco,
tirando a nada. Así que disculpa si no
me pongo firme, choco un talón contra el
otro y doy la vuelta para irme por dónde
he venido sin más. Utilizando tus
propias palabras, si se te pasó por la
cabeza, es que no me conoces en
absoluto.
Entrecerró los ojos.
—Por supuesto que no te conozco, ni
tengo el más mínimo interés en hacerlo,
capullo —siseó y habría seguido si en
ese momento no se abriese la puerta y
entrase en su tienda la última persona a
la que esperaba ver hoy allí.
—¿Santana ?
¿Acaso las malditas hadas se habían
puesto de acuerdo para joder hoy con
ella?
—Danni, ¿qué… qué haces aquí?
El recién llegado paseó la mirada de
ella a Brittany, quien se limitó a
devolverle el gesto mientras movía el
enorme cuerpo hasta posicionarse tras
ella, impidiéndole salir a recibirle. Su
ex novia trasladó la atención de nuevo
sobre su persona.
—Acordamos una semana —dijo a
modo de respuesta y señaló la puerta
con un gesto—. ¿Puedes dejar la tienda
un minuto?
La pregunta no habría sonado tan
extraña si viniese de otra persona, pero
en boca de ese mujer era como el
prolegómeno del fin del mundo. Tenía
gracia que se lo pidiera, ella siempre
había estado demasiado ocupado para
dejar su puesto de trabajo aunque fuese
dos minutos. Nunca le concedió su
atención más allá de un asentimiento o
un “cómo tu prefieras, cariño” aunque se
dejase caer para verlo en su momento de
descanso.
Pero entonces, una semana atrás, se
había presentado en el aeropuerto y se
había negado a aceptar la ruptura
alegando que todo lo que ella necesitaba
era tiempo. ¿Por qué no podían las
dos mujeres s sencillamente aceptar unas
pocas y sencillas palabras?
—No —No se lo pensó. La palabra
surgió sola de la boca y a juzgar por la
forma en que ella abrió los ojos, no se
esperaba tal respuesta por su parte.
Punto para mí, pensó Santana —. No es
necesario. Te lo dije cuando nos vimos
y no tengo nada más que añadir, Danni. Lo
siento.
Un breve sonido a su espalda hizo
que ambos mirasen a Brittany. Ella la mujer
le dedicó un breve guiño y alzó la de las
manos a modo de disculpa mientras la
otra se posaba sobre sus nalgas y se
deslizaba con pereza hacia abajo.
—Discúlpame, caileagh, acabo de
recordar algo gracioso —aseguró y con
la misma cambió la dirección de su
mirada hacia el recién llegado—.
¿Quién es tu amiga?
Se movió intentando apartarse de la
mano que resbalaba ahora bajo la
maldita falda, arrastrando consigo la
tela. Un dedo acariciaba ahora el
desnudo muslo mientras sus compañeros
de mano arrastraban la tela dejándola
prácticamente con el culo al aire.
—Qué narices crees… —empezó a
sisear, pero las palabras de Danni la
interrumpieron.
La mujer alzó la nariz como solía
hacerlo cuando encontraba algo o
alguien que pensaba que no estaba a su
altura.
—Soy su novia —declaró el recién
llegado dejando claro con un solo
vistazo en dirección de ambos que no
aprobaba su comportamiento.
Ella intentó apartarse una vez más
solo para encontrarse presionada contra
el mostrador y con una mano sujeta por
la de ella sobre la superficie.
—Vaya, que interesante —comentó
Brittany al tiempo que el dedo le
acariciaba la parte inferior de las
nalgas. Se tensó, aquella hija de puta no
estaría pensando seriamente en hacerlo,
¿verdad?
—No, no lo es —masculló ella
fulminando a su amante con la mirada
mientras se volvía hacia el recién
llegado—. Pensé que había sido clara al
respecto.
La maldita mano incursionó entonces
entre sus piernas, los dedos encontraron
sus hinchados y húmedos pliegues para
seguidamente resbalar entre ellos.
—Joder —se obligó a sujetarse del
borde del mostrador y contener una
nueva maldición—. No puedes hacer
esto… maldita seas.
A juzgar por el bufido de Danni pensó
que tal respuesta era para ella.
—Santana , todas las parejas tienen
problemas, pero pueden arreglarse —
añadió sin dejar de lanzar miraditas a
Brittany—. Por favor, sal conmigo unos
minutos. Tu amiga puede hacerse cargo
de la tienda.
Si hubiese querido ser más insultante
no lo hubiese conseguido, pensó tras
escuchar el tono que imprimió a
aquellas palabras.
—Parece que los malos entendidos
están a la orden del día —replicó
Brittany inclinándose sobre ella,
apretándola contra el mueble al tiempo
que resbalaba una de aquellas gruesas
falanges en su interior—. Ya que más
que su amiga, soy su esposa.
—¡Y una mierda!
Ella se inclinó para mirarla a la cara
con gesto burlón.
—¿Vas a decirme que no estamos
casadas?
Se mordió el labio inferior para
evitar gemir cuando la muy desgraciada
retiró el dedo solo para volver a
introducirlo de nuevo en su interior.
—Esa maldita boda no es legal —
siseó notando como su caliente sexo se
contraía alrededor de su dedo y para su
propia consternación se humedeció aún
más—. ¡Dejó de ser legal en mil
novecientos treinta y nueve y lo sabes!
Ella se limitó a chasquear la lengua,
acercó la boca a su oído y le susurró al
tiempo que notaba ahora como el talón
de la mano se apretaba contra la tierna
carne de sus nalgas consiguiendo así una
penetración más profunda y calculada.
—Cielo, una boda es una boda, en el
siglo que sea —le dijo. Entonces miró ala
mujer de nuevo, pero su boca siguió
pegada a la oreja—. ¿Lo arreglamos
ahora o durante el fin de semana?
Luchó con todas sus fuerzas por no
gemir cuando despegó la boca del oído
y se apartó, pero sin dejar todavía de
masturbarla secretamente ante aquel
mujer.
Dios, cuando tuviese la más mínima
oportunidad, ¡le arrancaría los ojos y se
los haría tragar!
Un nuevo vistazo en dirección de su
ex novia le mostró un mujer tensa, con
el rostro ligeramente enrojecido, los
labios curvados en un frío rictus e
incluso juraría que le latía una venita en
la sien derecha. Que recordase, aquella
era la primera vez que veía una reacción
parecida en el rostro,
cualquier reacción que no fuese la
condescendencia, el dulce placer y
aquella irritante despreocupación que
ponía siempre para con cualquier asunto
de pareja que tuviesen que discutir.
Por segunda vez en pocos días, no
sintió nada en referente a ella. No le
ocurría así con la maldita escocés que
ponía a prueba su cordura acariciándola
de aquella manera y delante de su ex. No
sabía que le molestaba más, si el que ella
lo hiciese o que ella se mojase y
excitase ante el morbo de tal situación.
—Malditas seáis, las dos —gimió.
Los nudillos se le pusieron blancos por
la presión que ejercían sus dedos sobre
la madera del mueble—. No tengo
ninguna maldita cosa más que hablar
contigo, Danni, así que vuelve con tu
jodido hospital y déjame tranquila.
Hemos terminado, ¿lo entiendes? No
funciona, entre tú y yo las cosas hace
tiempo que dejaron de funcionar.
Su exnovia parecía tener problemas
para procesar aquellas palabras, su
obstinación era tal que hacía que el
cerebro solo filtrase aquello que quería
oír dejando fuera todo lo demás.
—Santana , hablemos —insistió con tono
tranquilo, demasiado relajado cuando
ella todo lo que quería era gritar. Y
correrse—. A solas. Este no es el lugar
ni el momento adecuado para tratar…
Gimió desesperada, por su actitud y
por la malditamente agradable sensación
que le provocaba el dedo que la follaba
lentamente.
—¡Lárgate de una jodida vez, Danni!
—acabó gritando al tiempo que la
fulminaba con la mirada—. No te
quiero, ¿eres capaz de filtrar eso en la
cabeza? No.te.quiero.
Se puso tensa, pero una vez más tuvo
la sensación de que aquella mirada y su
reacción no iban dirigidas a ella.
Brittany se apretó de nuevo contra ella e
hizo las penetraciones más fuertes y
seguidas. ¡Dios iba a correrse delante de
esos dos mentecatas!
—Ya has oído a la dama, Danni —
habló ella, y maldito fuera, su tono era
como el de un padre cansado de las
disculpas de su hijo—. Arrastra tu
patético culo fuera de la tienda y deja de
molestar a mi mujer o la próxima vez, no
tendrás que rendir cuentas con ella, si no
conmigo.
Disparo y diana. El rostro del otra
mujer palideció, vio cómo se ponía
tiesa, lo fulminaba con esos ojillos de
besugo y le dedicaba a ella un último
vistazo que por una vez dejó claro la
clase de mujer por la que la tenía.
—Te daré una oportunidad, solo una,
Santana —insistió ella como si le estuviese
haciendo un favor—. Ven a casa esta
noche y hablaremos.
Sin más, les dio la espalda y volvió a
marcharse por dónde había venido. Santana
no volvió a respirar hasta que la puerta
se cerró tras ella.
—¡Maldita hija de la gran puta! —
estalló intentando liberarse cual gata
enfurecida de su agarre, pero no solo no
lo consiguió, si no que ella se las ingenió
para empujarla contra el mostrador y
mantenerla allí sujeta.
Chasqueó la lengua, un sonido al que
ya empezaba a acostumbrarse. El
hoyuelo que se formaba en su mejilla al
sonreír había vuelto.
—Una sola palabra, Si —le dijo
aplastándola con su peso, el dedo
introducido todavía en su interior,
moviéndose al compás de su voz—. Sí o
no. Es lo único que quiero oír saliendo
de tus labios.
Ella apretó los dientes, impotente
ante aquel mujer y lo que despertaba
en ella.
—Sí, maldita seas, pasaré contigo el
jodido fin de semana —siseó.
Con un sonido de satisfacción se
inclinó de nuevo sobre el oído y se lo
acarició con el aliento.
—Bien, esa es la respuesta que
quería oír.
Sin más, retiró el dedo de su interior
dejándola caliente y vacía, le bajó la
falda y la liberó dejando que la viese
llevarse ese mismo dedo a la boca y
chuparlo como una golosina.
—Te recojo a las ocho, procura tener
cerrado para entonces.
Sin más, le guiñó el ojo y le dio la
espalda dejándola allí, frustrada,
excitada y absoluta y rotundamente
cabreada.
Maldita capullo, ¡había empezado
todo aquel maldito teatro para nada!
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Adaptación Brittana Entre Sabanas  Terminado   - Página 3 Empty Re: Adaptación Brittana Entre Sabanas Terminado

Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 10:24 am



CAPÍTULO 5



Santana dejó caer la bolsa de mano en el
suelo al tiempo que contemplaba la
suntuosidad del apartamento que el
señorita, ‹‹hago lo que me da la gana,
caileagh››, había alquilado para su
estancia en la ciudad. No podía recurrir
a una habitación de hotel como el común
de los mortales, no, tenía que alquilar un
apartamento en una de las zonas
cercanas a Central Park; un derrote de
dinero y ego.
—¿No había nada más caro cuando
hiciste la reserva? —preguntó con
ironía.
Ella se limitó a encogerse de hombros.
—En realidad la reserva la hicieron
por mí —aseguró. Se quitó la chaqueta y
la dejó sobre el respaldo de una de las
cuatro sillas que acompañaban una
bonita mesa en un salón comedor—. Lo
que habla por sí mismo del gusto y tipo
de alojamiento al que está acostumbrado
mi padre. La reserva salió de la misma
agencia con la que a menudo trabaja ella y
ten por seguro que la factura va a ir
también a su bolsillo.
Puso los ojos en blanco ante aquella
afirmación.
—¿Ella también sabe de nuestro
pequeño asuntillo?
El saber que esa mentecata le había
ido con el cuento a su padre todavía la
encendía. Durante el trayecto que
hicieron en metro desde la tienda hasta
la calle en la que se alojaba ella, Brittany
le había puesto al corriente de lo
ocurrido; no podía decir que le
sorprendiese la actitud de su padre.
Podía imaginárselo doblado por la
mitad, con los ojos húmedos de las
lágrimas provocadas por la risa, sus
carcajadas resonarían en la casa y
posiblemente habrían atraído a su madre
de no estar acompañado.
Sí, Pedro Mackinnon era todo un
sabueso a la hora de arrancarle la
información a alguien, ella lo sabía
mejor que nadie ya que era incapaz de
guardar un secreto si ella se empeñaba en
conocerlo también. Por fortuna, su
progenitor solo recurría a tales extremos
cuando algo le preocupaba y estaba
claro que su rápida deserción unida a la
inesperada visita del ‹‹infame
prometido›› era una casualidad
demasiado grande para ser ignorada.
—Si lo supiera tú y yo no estaríamos
ahora mismo aquí, sino delante de un
párroco sellando los votos
matrimoniales por la iglesia —le dijo
con sorna—. No, el no tiene la menor
idea de que mi prometida, ya no es solo
mi prometida, sino que también es mi
esposa… según las antiguas costumbres
escocesas.
Ella puso los ojos en blanco, no
pensaba entrar de nuevo en la misma
discusión. Por suerte, al menos Maria
no estaba enterada de la última locura
llevaba a cabo por su hija. Si su madre
llegase a descubrir que se había casado
con ese maldito escocés por el rito de la
unión de manos la suposición de Brittany
en relación a su progenitor palidecería
en contraste con el de la suya propia; su
madre estaba muy apegada a las
tradiciones e insistía en cumplir con
ellas a rajatabla.
—Espero que papá sea capaz de
mantener la boca cerrada frente a mi
madre —murmuró con un ligero
escalofrío—. O será el fin del mundo.
Ella se giró hacia ella con cierta
diversión.
—Hablas de tu madre como si fuera
la mismísima Morrigan (diablo)—comentó
recogiendo la bolsa que había dejado
caer para luego posar la mano en la
parte baja de su espalda e invitarla a
entrar en la lujosa habitación—. Y la
verdad sea dicha, mi suegra se asemeja
más bien a un hada que a la diosa celta
de la guerra.
Ella resopló y lo miró a los ojos.
—Ya has visto la que ha montado con
todo este lío de la boda concertada —
declaró con tono sombrío—. Dale un
hueso en el que hincar el diente y no lo
soltará hasta terminar con ella.
Ella se limitó a sonreír en respuesta, se
adentró en la habitación y dejó la bolsa
de mano sobre la mesa.
—En ese caso es una suerte que
ninguno esté ahora lo suficiente cerca
como para darnos lecciones o consejos
de ningún tipo —le dijo en tono
divertido.
Santana sacudió la cabeza y lo siguió,
admirando el mobiliario y el moderno
acabado que tenía el alojamiento. La
habitación era bastante amplia, un
espacio abierto que conectaba el
comedor con el salón. Decorado en
tonos negros, blancos y grises le daba un
aspecto elegante, sobrio pero también
acogedor. El detalle de un piano de cola
negro en la esquina de la galería ponía
el toque decadente.
—No me digas que además del señorita
de un gran castillo, también tienes dotes
musicales —lo increpó en tono burlón.
Ella siguió su mirada y sonrió de
medio lado.
—La relación de los señores de
Dunvegan con la música es un don bien
conocido —respondió al tiempo que se
movía sobre el piano y deslizaba los
dedos por la lisa superficie—, con todo,
yo debo ser la oveja negra de la familia
porque no tengo ni oído ni habilidades
musicales. Mi madre quiso que diese
clases de piano cuando era niña, a los
dos días de empezar, el piano acabó
inexplicablemente con gran parte de las
cuerdas rotas… Lo siguiente que intentó,
fue la gaita escocesa —sonrió como si
estuviese recordando una gran hazaña de
su juventud—. Aún hoy en día mi madre
se crispa cada vez que oye el sonido de
una gaita cerca…
No pudo evitar sonreír ante el
descaro con el que lo decía.
—Así que, de niña eras algo
parecido a un terrorista en miniatura —
le soltó.
Ella se rio con ganas.
—En absoluto —respondió y le
dedicó un guiño—. Solo era un niña
más… con mucha imaginación e ímpetu.
Volvió a acariciar el piano.
—A pesar de todo, este instrumento
tiene también otras posibilidades —
aseguró al tiempo que deslizaba una
sensual mirada sobre ella—. Veamos si
puedo arrancarle algunas notas que
merezca la pena ser escuchadas.
Antes de que pudiese comprender el
doble significado de sus palabras, se vio
enlazada por la cintura y encaramada a
la superficie el piano con ella entre sus
piernas mientras la besaba hasta hacer
desaparecer de su mente cualquier clase
de pensamiento racional.
Brittany se relamió al ver al objeto de
su deseo desaliñado y sexy sobre la
superficie del piano. Con la falda
remangada por encima de los muslos, la
blusa abierta dejando a la vista el
coqueto sujetador color borgoña, era
una visión de lo más apetitosa. Se abrió
paso entre sus piernas, en aquella
posición tenía total acceso al voluptuoso
cuerpo que lo enardecía. Los pechos
llenaban las copas de encaje, los
pezones eran dos puntas maduras
empujando contra la tela y lo atraían
como el agua a un sediento. Deslizó
perezosamente la mirada sobre la blanca
piel y se dijo una vez más que solo era
sexo; si tan solo fuese capaz de
creérselo.
Empezó a sembrar un lento recorrido
de pesos y caricias, le mordisqueó la
barbilla, el cuello, prodigó pequeños
toques en la unión de la clavícula y
descendió hasta los llenos pechos que
no dudó en acunar en las manos para
luego succionarle un pezón en la boca
mientras estimulaba el otro con el
pulgar.
—Apuesto a que nunca has asistido a
un concierto igual —murmuró para
luego succionar la carne en el interior de
la boca. La tela se humedeció bajo cada
caricia y el pequeño brote se endureció
—. Esta es sin duda mi pieza de piano
favorita.
Ella gimió en respuesta y arqueó la
espalda. Las manos, que descansaban a
ambos lados del cuerpo ascendieron
hasta hundírsele en el pelo con
suavidad.
—Si todos los concertistas tocaran
de esta manera, las salas estarían mucho
más llenas —tuvo que admitir—. Pero
más te vale tener intención de terminar
la pieza o te pillarás los dedos…
S e rio contra la sedosa piel y
ascendió una vez más sobre su cuerpo
hasta detenerse sobre los labios. Sabía
que la había dejado excitada y
necesitada cuando abandonó la tienda
aquella mañana, una pequeña venganza
por haberlo hecho correr tras ella. Sopló
sobre la boca abierta, la escuchó gemir
y esquivó el beso que ella quería
reclamar para deslizarse ahora por la
columna del cuello y comenzar de nuevo
es descenso.
—Prometo llegar al final de la
pieza… incluso estaría dispuesta a un
bis… si lo pides adecuadamente —
aseguró con voz ronca al tiempo que le
deslizaba los tirantes del sujetador de
los hombros aflojando así la tela de la
prenda interior que, al contrario que las
que había utilizado hasta ahora, se abría
desde atrás—. Prefiero tus otros
conjuntos, son mucho más útiles.
Con un pequeño tirón hacia abajo
liberó los pechos de las copas de la tela
y procedió a lavarlos con la lengua.
—Por eso me puse este —farfulló
ella estremeciéndose bajo ella.
Sonrió ante el tono satisfecho en su
voz y respondió succionando la dura
cúspide en su boca para luego rodearla
con la lengua.
—Oh… joder… —gimió
arqueándose bajo ella, ofreciéndose a sí
misma como banquete.
Soltó la húmeda carne con un suave
plop y se lamió los labios sin dejar de
mirarla. No le sorprendería si la lujuria
que sentía se le reflejaba en los ojos
porque la deseaba. Intensamente.
—Sí, joderte es justo lo que tengo en
mente —gruñó y le besó el otro pezón
—. Quiero devorarte y hacerte gritar.
Follarte rápido y fuerte, derramarme
dentro de ti y hacerlo otra vez pero
suave, tomándome mi tiempo. Y tú vas a
permitirme hacerlo.
Ahora fue el turno de ella de reírse y
por primera vez escuchó el sonido real,
sin ironía ni otras emociones que lo
enmascararan.
—Sin duda el ego es proporcional a
tu tamaño, escocés.
Emitió un bajo sonido que bien
podría ser una afirmación.
—Por una vez, te daré la razón —
respondió succionándole la piel una vez
más.
Se cernió sobre ella, apuntaló ambos
brazos a los costados y presionó la
pelvis contra ella. El piano protestó
bajo ellos con discordantes notas pero
no le prestó atención, todo lo que quería
lo tenía allí, tendido sobre la tapa del
instrumento, medio desnuda y a su
merced.
Abandonó los sensibilizados pechos
y descendió sobre ella, la lamió con
fruición, saboreándola como si fuese una
fruta madura, le hundió la lengua en el
ombligo haciéndole cosquillas y
secundó aquellas húmedas caricias con
las manos.
La tela de la falda se arremolinaba
ahora alrededor de las caderas, dejando
a la vista una sexy braguita a juego con
el sujetador a través de la cual podían
apreciarse los oscuros rizos que le
cubrían el sexo. Le besó la línea que
marcaba la cinturilla de la prenda,
alternó las caricias lamiéndole la cara
interna de los muslos sin llegar a tocar
en ningún momento el húmedo centro.
Ella no tardó en responder, la habitación
se llenó de gemidos y palabras
ininteligibles que acompañaban las
notas que sus movimientos arrancaban al
teclado del piano creando una sinfonía
propia.
Ya había descubierto antes que era
una mujer muy sensible y receptiva, sus
reacciones a menudo eran desnudas,
descarnadas y tan sinceras que se
afanaba por ocultarlas sin éxito. Le
gustaba verla así, desnuda ante ella y no
solo en cuerpo. Deslizó los dedos por
encima del encaje que le cubría el pubis,
bajó y acarició la parte de la tela que ya
estaba oscura por la humedad que
manaba de ese dulce coñito. Se relamió
interiormente, visualizándose ya
devorándola una vez más; al parecer
aquel se había convertido en su
pasatiempo favorito. Siguió adelante y
hundió un dedo entre las nalgas para
terminar sonriendo con apreciación.
—Siempre me han gustado los tangas
—murmuró al tiempo que enganchaba el
encaje con el dedo y tiraba de ella
haciendo que la tela le comprimiera el
sexo—. Oh, sí, me gustan mucho.
Ella gimió en respuesta y alzó las
caderas buscando más de lo que le daba.
—Olvídalo, todavía tienes que
devolverme las bragas que me quitaste
—rezongó ella retorciéndose contra ella
—. Oh, deja de hablar y quítamelo de
una maldita vez.
Tiró con fuerza del tanga una vez
más, incrustando la tela en la hinchada
carne un segundo antes de aflojar la
maliciosa tortura y proceder a
arrancárselo. Enganchó un par de dedos
y tiró de la prenda haciéndola rodar
sobre las caderas, acariciándole los
muslos y las rodillas en el proceso hasta
que se lo quitó por completo y lo lanzó
por encima del hombro.
—Ah, que dura es la vida de una
mujer —murmuró al tiempo que
deslizaba ahora la mirada por la
desnuda parte inferior de su cuerpo—.
Pero tengo que reconocer, que todo
trabajo tiene su recompensa.
Las manos hicieron el camino a la
inversa, empezando desde los tobillos,
deteniéndose en las rodillas para
finalmente recabar en la tierna unión de
los muslos dónde se dedicó a acariciarla
y extender la humedad que brillaba en el
rojizo sexo.
—Um… mojada, muy mojada —
ronroneó deslizando un dedo sin previo
aviso en su interior. La sintió tensarse a
su alrededor solo para relajarse al
instante con un agónico gemido.
Satisfecho, empezó un delicado
movimiento de vaivén que pronto la tuvo
gimoteando.
—No hables… —rezongó ella—.
Solo fóllame.
Chasqueando la lengua en respuesta
ante tan febril demanda, unió un segundo
dedo al primero, penetrándola y
ensanchándola lentamente, recreándose
en cada pequeña sensación y esos
sonidos de placer que escapaban de los
labios femeninos.
Si había algo que le gustaba incluso
más que follar, era ver como una mujer
se retorcía de placer por sus atenciones,
y verla a ella era incluso más excitante
de lo que jamás previó. Hizo a un lado
los peregrinos pensamientos y se centró
en el momento y en el disfrute de ambos.
Para ella ya lo era verla excitarse con
cada caricia, con cada acometida de los
dedos que desaparecían en su interior.
—Estás empapada, Santana —murmuró
con un gruñido de placer—. Tu coñito
se aprieta alrededor de mis dedos de la
forma más dulce. Está hambrienta de
sexo.
Ella no contestó, tampoco hacía falta
que lo hiciera, su cuerpo era mucho más
sincero que cualquier frase airada que
con seguridad le brotaría de la boca.
—Y no es el único —aseguró
incapaz de ocultar el hambre que ella
mismo sentía de ella—. Me muero por
enterrarme en ella y follarte hasta que todo
en lo que puedas pensar es en correrte.
Ella se arqueó bajo sus caricias, alzó
las caderas en una muda invitación que
no dudó en aceptar. Se llevó la mano
libre al pantalón y lo desabrochó
permitiendo que se le deslizara por las
caderas, los calzoncillos apenas podían
contener la erección que pugnaba por
escapar de la prisión impuesta por la
tela.
—Pues hazlo, por amor de dios, solo
hazlo —gimoteó ella retorciéndose bajo
ella—. Por favor…
Una perezosa sonrisa le curvó los
labios, hizo a un lado la tela elástica de
la ropa interior y al instante el duro pene
saltó grueso y listo para la acción.
—Tus deseos son órdenes para mí,
caileagh —declaró cerniéndose sobre
ella para devorarle la boca durante un
instante—. Ahora, sé buena y grita para
mí.
Retiró los dedos de su interior y la
cogió de las caderas, arrastrándola
sobre la superficie del piano hasta que
quedó con el trasero en el borde y las
largas piernas envueltas alrededor de la
cintura. Dirigió el excitado pene a la
húmeda entrada y la penetró de una sola
estocada. Ella se arqueó bajo ella, los
muslos se ciñeron alrededor de su
cintura y gimió.
—Sí, deliciosa y apretada —graznó
sin poder contenerse—. Dios, esto es
bueno, tan bueno…
Ella tembló bajo ella, sacudió la
cabeza sobre la lisa superficie y se llevó
una mano a la boca como si quisiera
ahogar un quejido. No se lo permitiría,
quería escucharla, quería aquellos
pequeños sonidos para ella; no la privaría
de ellos.
Entrelazó las manos en las de ella,
las elevó por encima de la cabeza y las
mantuvo allí con una de las suyas
mientras se retiraba y volvía a
embestirla arrancando en el proceso
nuevos sonidos de las cuerdas del piano.
—Mírame —le dijo fijando los ojos
en los suyos—. No apartes la mirada,
quiero ver la lujuria en tus ojos mientras
te poseo, el deseo y la liberación cuando
te corras.
La vio lamerse los labios, incluso se
ruborizó pero no apartó la mirada.
—Eres preciosa, Santana —aseguró sin
dejar de mirarla, cada frase acompañada
de un movimiento de cadera—, una
pequeña hada salida de otro mundo para
hechizarme.
Y lo era, así era como ella la veía, se
dio cuenta, como un hada... y al igual
que su antepasado, fue incapaz de no
enamorarse de ella. Sacudió la cabeza
atónito por la propia reflexión, la hizo a
un lado y se concentró en el momento y
en la mujer que tenía bajo ella, una
hembra a la que deseaba con locura y a
la que necesitaba marcar una vez más
como suya.
Se retiró solo para volver a
embestirla, la montó con frenesí,
uniendo sus cuerpos una y otra vez,
arrancando de su garganta febriles
resuellos que se unían a las notas del
piano. Esto era lo que quería de ella,
nada más, tenía que olvidarse de aquella
estupidez romántica, Santana solo era sexo
para ella —sexo del bueno—, y nada más.
—Brittany —jadeó su nombre con
aquella cadencia que imprimía a su voz
cuando estaba más allá de la excitación.
La mirada clara nunca abandonó la suya,
en aquellos ojos podía contemplar el
placer que la embargaba, una emoción
desnuda y descarnada que también
habitaban en ella—. Brittany…
La besó, le reclamó la boca con la
misma desesperación con la que poseía
su cuerpo, enredó la lengua con la de
ella y disfrutó de su sabor y de la
sensación de los suaves senos
frotándose contra el pecho desnudo.
La poseyó con frenesí, impulsándolos
a los dos a la liberación final.
—Mírame —le ordenó rompiendo el
beso en un bajo gruñido—, quiero ver el
placer en tu rostro cuando te corras.
Y ella lo hizo, le sostuvo una vez más
la mirada, se retorció bajo ella pero no
apartó los ojos y entonces lo vio: el
descarnado placer y la suave
aceptación.
—¡Brittany! —gritó arqueando la
espalda, pegándose más a ella.
La cálida funda que lo envolvía se
apretó a su alrededor al compás de los
estremecimientos de la inminente
liberación y antes que pudiese dar
cuenta de su propio placer, se enterró
profundamente en ella un par de veces
más y se corrió con su nombre
resonándole en los oídos.
—Bien, ¿quieres un bis o lo dejamos
para después de la cena?
El suave maullido que abandonó los
labios femeninos lo hizo sonreír, se
deslizó de su interior y la besó con
ternura.
—De acuerdo, entonces yo me
encargaré de la cena mientras tú te das
una ducha y te pones cómoda —le
susurró al oído. Se arregló los
pantalones y tiró de ella para ponerla en
pie.
Los ojos claros de Santana se posaron
sobre los de ella, su rostro estaba
sonrojado, los labios hinchados y los
apetitosos pechos de duros pezones se
bamboleaban al compás de sus
movimientos ahora que estaban libres
del sujetador.
—Y será mejor que lo hagas pronto,
caileagh, a no ser que quieras saltarte la
cena y que vayamos directos al postre.
A juzgar por la manera en que se
lamió los labios, se enderezó y le dio la
espalda, supo que el postre tendría que
esperar.
awong_snix
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Adaptación Brittana Entre Sabanas  Terminado   - Página 3 Empty Re: Adaptación Brittana Entre Sabanas Terminado

Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 10:34 am



CAPÍTULO 6


Nadie podía acusarla de no ser
políticamente correcta, pensó Santana
sentada a la misma mesa que Brittany,
disfrutando de una cena a base de
sándwiches, una selección de quesos y
patatas de bolsa. Después de una ducha
rápida había abandonado el baño para
encontrarse con la opípara cena
dispuesta en la mesa del comedor, una
cara botella de vino era la única lujosa
concesión a la noche.
—Puedo escuchar los engranajes de
tu cerebro desde aquí —le dijo al
tiempo que tomaba un sorbo de la copa
que les sirvió a ambos al principio de la
cena—. Si lo dices en voz alta, me
ahorrarás tener que preguntar.
Enarcó una delgada ceja y lo miró.
—Eres libre de preguntar lo que
quieras, otra cosa es que vayas a obtener
respuesta —aseguró. Le dio un mordisco
al panecillo untado de queso y nueces y
lo saboreó.
Los labios de Briittany se curvaron
con ese gesto entre irónico y divertido
que empezaba a conocer muy bien.
—Si practicabas a menudo este
jueguecito con el tipo que apareció por
la tienda, no es de extrañar que
terminarás aburriéndote de ella —le soltó
—. Especialmente si utilizaba siempre
ese tono aburrido y condescendiente.
¿Era lo suficiente interesante en la cama
como para que aguantaras tanto a su
lado?
Ella entrecerró los ojos, tragó el
bocado que estaba masticando y tomó un
sorbo de vino.
—Ten cuidado, Brittany, acepté venir
aquí contigo, no ser insultada por ti —le
advirtió—. Lo que haga o deje de hacer
no es asunto tuyo.
Ella puso los ojos en blanco.
—Eso díselo al whisky —ronroneó
—. Empiezo a recuperar ciertas partes
de aquella noche, partes interesantes… y
otras no tanto.
Se tensó ante tal sugerencia. Ella era
incapaz de ir más allá de lo que ya
recordaba, los breves retazos de tiempo
que faltaban en aquel rompecabezas se
habían ido por completo y sabía que
nunca los recuperaría. De hecho, era una
suerte que recordase tanto.
—¿Confesé asesinar a alguien?
La inesperada pregunta hizo que sus
labios se estiraran en una provocadora
sonrisa.
—Nada tan truculento como eso,
caileagh —comentó. Tomándose un
momento cogió un pedazo de queso y se
lo llevó a la boca—. Aunque por dios
que eres parlanchina con unas cuantas
copas de más encima.
Dejó la suya en la mesa como si esa
aseveración pudiese pegarse al vino.
—Y eso debe ser algo que encuentras
inusual en una mujer —se encogió de
hombros—, o quizás confesé el lugar en
el que los Leprechaun ocultaron su olla
de oro. Eso explicaría el absurdo hecho
de que hayas cruzado un océano para
cenar bocadillos y queso conmigo.
Ella se rio.
—Buen intento, pero esos
hombrecillos de barba pelirroja y
trajecito tirolés verde son irlandeses —
le informó—. En cuanto a la cena, nunca
dije que fuese un chef.
Ignoró la respuesta y fue directa al
punto que le interesaba.
—¿A qué has venido, Brittany? —
preguntó sin rodeos—. O tienes un ego
inmenso que no permite que una mujer te
deje plantada o has desarrollado alguna
clase de absurdo fetichismo conmigo.
A juzgar por la expresión que le
cruzó el rostro tales suposiciones le
hacían mucha gracia.
—Al parecer mi ego solo se ha visto
afectado por el hecho de que mi
‹‹esposa›› tenga una dramática
inclinación al escapismo.
Frunció el ceño.
—No soy tu esposa.
Ahora fue su turno de mirarla con
exasperación.
—Sí, lo eres.
Maldita escocés tozudo.
—Ese matrimonio no es legal.
Se encogió de hombros.
—Y en cambio, aquí estamos,
peleándonos como recién casados.
Aquello ya era demasiado.
—No has respondido a mi pregunta,
¿por qué yo?
Ella se inclinó ahora contra el respaldo
de la silla y se tomó unos momentos
para contemplarla.
—No lo sé —aceptó al fin—. Quizá
se trate de la maldición de los Macleod
de Dunvegan.
Parpadeó varias veces ante la
absurda respuesta.
—¿Ahora vas a echarle la culpa a
una maldición?
Se encogió de hombros.
—Al parecer, los jefes del clan están
condenados a caer rendidos a los pies
de las hadas —comentó con tono
divertido—. Aunque tú serías el hada
más gruñona y tozuda de todo el sidhe.
No pudo evitar rodar los ojos.
—Habló el Señor de los Eufemismos
—rezongó y sacudió la cabeza—. De
acuerdo, no me lo digas… quizá la
ignorancia sea una bendición en este
caso.
Ella sonrió.
—Quizá el deseo sea el único
culpable —hizo caso omiso a su
comentario y prosiguió—. ¿No te
parece?
Lo miró a los ojos y se estremeció
por dentro ante el desnudo y crudo
deseo que vio en ellos. Una mirada suya
y todo el cuerpo le vibraba dispuesto a
entregarse al disfrute de la carne.
—¿Recorrer miles de quilómetros
por culpa del deseo? —se burló—. Te
tenía por alguien más inteligente y cabal.
De nuevo aquel despreocupado
encogimiento de hombros.
—Entonces culpemos al matrimonio
—volvió al punto inicial—. Y al hecho
de que soy una escocés territorial y con
necesidades exclusivas que solo pueden
ser atendidas por mi díscola y fugitiva
esposa.
Tuvo que hacer un verdadero
esfuerzo por no echarse a reír.
—Vuelve a decir eso con el kilt
puesto y una enorme espada en la mano,
y te envío al centro de recreación
histórica escocés más cercano para que
aprecien de primera mano el poder y
engreimiento de un
Highlander —lo retó con sorna—. Ay,
Connie, casi me convences… casi.
Ella arqueó una ceja y la miró con
obvia sorpresa al escucharle llamarle
con ese diminutivo.
—Déjame adivinar, así era como te
llamaba tu abuela —sonrió divertida. A
pesar de todo, disfrutaba de esas
escaramuzas con ella.
Negó con la cabeza.
—No, ella me llamaba mocosa —
aceptó frotándose el mentón con el
pulgar—. No es un diminutivo que
suelan aplicarme, pero me ha gustado
oírlo de tus labios.
Las palabras le volaron de los labios
antes de poder pensárselo mejor.
—Entonces no volveré a utilizarlo.
La vehemencia con la que dijo
aquello arrancó una verdadera carcajada
a su amante, quien cogió de nuevo la
copa y terminó el contenido de un solo
trago.
Un cómodo silencio se instaló entre
ellos mientras ella se preparaba otro
panecillo con queso y le añadía unos
frutos secos.
—¿Por qué Nueva York? —la
sorprendió con la pregunta—. ¿Por qué
una tienda de decoración?
Ella optó por seguir su ejemplo y
cogió uno de los sándwiches cortados en
triángulos.
—¿Por qué debería de responder a
cualquiera de tus preguntas?
Ella sonrió, tomó un bocado y masticó
lentamente.
—Porque esa es la finalidad que
tiene hacerlas.
Vaya una estúpida respuesta, pensó
ella.
—De acuerdo, te propongo un juego.
El rápido cambio de estrategia la
descolocó un poco. Entrecerró los ojos
con sospecha sobre ella.
—¿Qué clase de juego?
A juzgar por la mirada de lujuria que
resbaló sobre su cuerpo sería algo que
no iba a gustarle del todo. ¿Verdad?
—Uno que te deje totalmente desnuda
para que pueda disfrutar de las vistas…
y lo que surja —declaró con total
intención—. Y conociéndote, creo que
es algo que conseguiré en menos de
cinco minutos.
No pudo hacer menos que reír.
—Tu arrogancia no conoce límites,
escocés.
Se pasó la lengua por los labios en un
gesto tan sensual que su cuerpo
reaccionó al instante. Podía notar los
pechos pesados, la incipiente humedad
entre sus piernas… Maldita sea, ese
mujer era capaz de ponerla caliente
con tan solo su presencia.
—El juego es el siguiente —ignoró
su comentario y siguió con lo que era su
principal interés—. Te haré una
pregunta y al mismo tiempo te daré dos
opciones: responder o quitarte una
prenda.
Sí, arrogante hasta las últimas
consecuencias.
—¿Y si me niego a jugar?
Tenía una cierta satisfacción
desafiarlo en aquellas pequeñas
escaramuzas.
—Entonces te desnudaré yo misma
—aseguró al tiempo que se lamía una
vez más los labios—. Estoy seguroaque
tus pezones estarán incluso más
deliciosos untados con un poco de queso
crema.
La imagen que penetró en su mente la
dejó temblorosa y sin palabras y a
juzgar por la mirada risueña que
apareció en los ojos de Brittany era la
respuesta que buscaba.
—Y para que no digas que juego
sucio, te daré la misma oportunidad
conmigo —ofreció—. Pregúntame lo
que quieras… y si no te contesto, puedes
disponer de una prenda.
Santana tenía un importante conflicto de
intereses en aquellos momentos, pues lo
que más le apetecía era mandarlo a
paseo, recoger la bolsa de viaje que
había traído consigo y dejarlo de nuevo
plantado. Pero la idea de volver a la
improvisada cama en la trastienda y la
soledad de aquel cuarto la empujaban a
permanecer con ella.
Cuando regresó a Nueva York, a su
hogar, lo hizo con el pensamiento de que
las cosas podrían arreglarse. Estaría de
nuevo en un ambiente conocido, podría
retomar las riendas de su vida y seguir
adelante como si nada hubiese
ocurrido… No era así. Ella no era la
misma mujer que había dejado los
Estados Unidos unas semanas atrás y el
culpable de ello se encontraba sentado
al otro lado de la mesa. Su ruptura con
Danni, la inesperada añoranza que sentía
ahora por su lugar de nacimiento, por su
familia… si bien todo aquello siempre
estuvo allí, desde que Brittany irrumpió
en su vida todo se había masificado
hasta el punto de preguntarse dónde
estaba ahora su bien construida vida.
Ese mujer era el culpable de su
actual estado y a pesar de ello, en
aquellos momentos no quería estar en
ningún otro lado que en ese preciso
lugar.
—Y bien, si, ¿hay trato?
Se lamió los labios, ¿qué podía
perder?
—De acuerdo —aceptó y se
acomodó en la silla—. Dispara, haz tu
primera pregunta y veremos cuanto
tardas en cansarte.
Brittany tuvo que reprimir una sonrisa
cuando la vio quitarse a regañadientes el
sujetador y tirarlo con un gesto de mal
humor sobre el montón de ropa que
yacía a un lado de la silla. Se obligó a
tragar el gajo de naranja que tenía en la
boca mientras degustaba con la mirada
la voluptuosa figura de su amante.
Santana había sido hermética, no, lo
siguiente, las pocas respuestas que
obtuvo de ella eran tan inofensivas que
no le suponían un esfuerzo, pero lo
demás… La muchacha se negó a dar
detalle alguno sobre su vida, su relación
con el imbécil que apareció esa mañana
en la tienda estropeando un momento
perfecto, pero la forma en que se había
negado no tenía que ver con la negación
de información y si mucho con el
sentirse vulnerable frente a otras
personas. Incluso ahora, totalmente
desnuda a excepción de un breve tanga,
poseía esa mirada combativa que le
decía que se negaría una vez más a
responder si seguía con el mismo curso
de acción. Ella por su parte, solo se había
desprendido del suéter y fue más por
hacerle un favor a ella que por que le
molestara responder a la pícara pregunta
que le hizo.
—¿Todo o nada, caileagh? —la
incitó a un último desafío.
Se cruzó de brazos, pero más que
ocultar los pechos consiguió que estos
se alzasen y apretujasen de forma
suculenta.
—Has querido mis bragas desde el
principio —rezongó malhumorada—.
Tienes un fetichismo horrible con mi
ropa interior… todavía estoy esperando
que me devuelvas mis Victoria Secret.
Sonrió, no podía evitarlo.
—Prometo llevarte a esa dichosa
tienda y comprarte un conjunto nuevo si
dejas de pedirlas —ronroneó—. Son mi
pequeño trofeo, déjame disfrutar de ella.
Ella puso los ojos en blanco.
—De acuerdo, escocés, dispara —
resopló con cansancio—, y acabemos
con esto.
Se lamió los dedos para retirar los
restos de queso que le habían manchado
las yemas y la miró.
—¿Volverías conmigo a Escocia si te
lo pidiese, Santana ? —preguntó
sorprendiéndola tanto a ella como a ella
mismo con aquella línea de pensamiento
—. ¿Serías capaz de dejar de asumir el
riesgo y vivir una aventura?
La sorpresa se le reflejó en el rostro,
los labios se movieron como intentando
articular alguna palabra pero de ellos no
surgió sonido alguno. Pudo ver como
apretaba los brazos en torno a sí misma,
como temblaba para por fin enderezarse
y hundir ambos pulgares en el elástico
del tanga para hacerlo resbalar por los
muslos hasta quitárselo y quedar
gloriosamente desnuda delante de ella.
—Tú ganas —declaró con gesto
desafiante.
Dejó la silla que no había
abandonado en todo el juego y caminó
hacia ella. Santana no se movió un solo
centímetro, incluso le sostuvo la mirada.
—No, si —negó—. En este juego no
hay ganadores ni perdedores —le
acarició la mejilla con los nudillos—, y
esa pregunta seguirá estando ahí durante
todo el fin de semana, así que ve
pensando en la respuesta.
Bajó la boca sobre los abiertos
labios y se bebió el suspiro que pugnó
de ellos.
—Pero ahora, vamos a disfrutar de
otra clase de juegos —le dijo al oído.
Le acarició la oreja con la nariz—.
Tenemos una terraza abierta con unas
vistas magníficas, la noche es cálida… y
me muero por follarte en ella y
enseñarte las estrellas.
La sintió dar un respingo ante tal
sugerencia, incluso se apartó para
mirarle a los ojos como si pensase que
bromeaba.
—No puedes decirlo en serio.
Una juguetona sonrisa le curvó los
labios.
—Claro que puedo, caileagh —
aseguró recuperando la chaqueta de
punto que se puso tras la ducha para
ponérsela de nuevo sobre el cuerpo
desnudo y darle una vuelta al cinturón
—. Estoy a punto de hacerlo. Además,
no es como si no lo hubiésemos hecho
ya en lugares igual… de divertidos.
No le permitió hablar, se limitó a
tirar de ella en dirección a la terraza con
toda clase de lujuriosas intenciones en
mente.
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Adaptación Brittana Entre Sabanas  Terminado   - Página 3 Empty Re: Adaptación Brittana Entre Sabanas Terminado

Mensaje por awong_snix Vie Feb 20, 2015 10:44 am

CAPÍTULO 7
Tenía que haber perdido la cabeza
por completo en algún momento de las
últimas horas, posiblemente cuando
permitió que la arrastrase al interior de
la trastienda y se la follara sin mayores
preocupaciones, o cuando la subió
encima del piano y se dedicó a
devorarla, o quizá cuando aceptó ese
estúpido juego que la dejó como dios la
trajo al mundo. La repentina pregunta la
había cogido por sorpresa, pero no más
que la aseveración final que dejaba
pospuesta la respuesta a la misma.
Echó un vistazo alrededor y se
estremeció, tanto por el frescor de la
noche como por la sensación
pecaminosa de estar haciendo algo
indebido. ¿Y si alguien los veía?
‹‹¿Te preocupó eso mientras
follabas con ella contra un árbol en
medio de ningún sitio?››
Se lamió los labios y observó como
ella se deshacía de la camiseta, los
músculos que componían el torso
se ondularon con cada uno de
los movimientos consiguiendo hacerle la
boca agua. El botón de los vaqueros
siguió a su perezoso striptease pero se
detuvo ahí, con las piernas separadas y
afincadas en el suelo como un capitán
manteniendo el equilibrio sobre la
cubierta del barco.
Se estremeció, no sabía si por el frío
o en anticipación a lo que estaba por
venir, paseó la lengua por los labios y
se encontró con los claros ojos que
prometían toda clase de lujuriosos
pecados.
—La noche está fresca, pero te
prometo que pronto entrarás en calor —
aseguró cerniéndose sobre ella hasta que
terminó con el trasero pegado a la
balaustrada de hierro que la separaba de
una caída monumental. Gracias a dios
que no tenía miedo a las alturas.
Se pasó una vez más la lengua por los
labios en un gesto de nerviosismo.
—Y tú siempre cumples lo que
prometes, ¿no?
La sonrisa que jugueteó en la boca
fue suficiente respuesta.
Maldita fuera.
—¿Contigo? —le dijo mientras le
soltaba el nudo del cinturón—. Siempre.
De otro modo, no me habría casado
contigo.
Antes de que pudiese responder ante
la pulla que le lanzó, se vio asaltada por
su lengua. Le devoró la boca con
hambre, recreándose en su sabor
mientras las fuertes manos le moldeaban
el cuerpo y se deshacían de la única
capa de tela que protegía su desnudez.
Notó como la chaqueta caía a sus
pies un instante antes de que las grandes
manos le apretaran las nalgas
acercándola a ella, pegándola a su pelvis
de modo que notase la dura erección que
dibujaban los pantalones.
Gimió en la pecaminosa boca, dejó
que la devorara y respondió con igual
intensidad; algo en ese mujer la
incitaba a ponerse a su altura, a
demostrarle que ella era igual a ella
incluso en el sexo.
—Abre los brazos y apoya las manos
en la barandilla —le susurró rompiendo
el beso. Los ojos le brillaban con
sensual intensidad, aumentando el poder
de las palabras—, y separa las
piernas… quiero saborear el postre.
No entendía cómo podía estar
deseando arrancarle la cabeza en un
momento, traspasar la puerta y no volver
a verle más y al siguiente derretirse
como un helado en sus manos.
‹‹¿Volverías conmigo a Escocia si te
lo pidiese, Santana ? ¿Serías capaz de
dejar de asumir el riesgo y vivir una
aventura?››.
Esa manera de pensar, de plantear las
cosas era tan ajena a ella y al mismo
tiempo casaba perfectamente con la
extraña relación que los unía. Brittany
había hecho varios miles de quilómetros
en avión solo para recordárselo, para
hacerle aquella proposición, pero,
¿podía darle ella una respuesta?
Se estremeció al notar la fría
superficie bajos sus dedos, dio un
respingo y echó un vistazo hacia atrás
como si quiera asegurarse de que el
lugar era lo suficiente seguro para
dedicarse a esa clase de juegos.
—Deja de pensar, Santana —le escuchó.
Giró la cabeza hacia ella y lo miró—. No
permitiré que te pase nada. Si esto
supusiera algún peligro para tu
integridad física, no lo habría propuesto.
Echó un último vistazo y se permitió
sucumbir al morbo y a la creciente
necesidad que ya le humedecía el sexo.
Cerró los dedos alrededor del metal y
separó las piernas permitiendo que el
aire de la noche le acariciase los
calientes pliegues.
—Buena chica —la premió ella
besándola suavemente en los labios.
Las manos resbalaron entonces por su
cuerpo, los dedos dejaban caricias de
fuego allí dónde se posaban y
aumentaban el deseo. Le acarició la
clavícula, los pechos, se entretuvo unos
segundos tironeando de las hiniestas
cúspides para luego lavarlas con la
lengua, jugó alrededor del ombligo y la
hizo saltar cuando hundió el caliente
músculo en el hueco antes de deslizarse
hasta terrenos más excitantes.
El aire se le escapó de los pulmones
en el mismo instante en que la lengua
masculina se arrastró por el sensible e
hinchado sexo, los dedos se hundieron
en sus muslos desde atrás y la instaron a
abrirse más para ella y la hambrienta boca
que empezó a devorarla con fruición.
La lavó a conciencia, succionó su
tierna carne en la boca y la penetró con
los dedos desde atrás. Todo el cuerpo
respondía con ardiente necesidad, se
estremeció y apretó los dedos alrededor
del soporte para evitar salir disparada
cuando le acarició el clítoris con la
lengua.
—Señor a—gimió echando la cabeza
hacia atrás, descubriendo sobre ellos el
cielo estrellado.
‹‹…Y enseñarte las estrellas››.
Quiso reír al recordar aquellas
palabras. Imaginaba que no se refería a
esa clase de estrellas pero el cambio era
demasiado hermoso para desecharlo.
Apretó los ojos y gimió cuando la
succionó con fuerza, se le tensó el sexo
alrededor de los dedos que seguían
alojados en su interior, aumentando el
placer que provocaban las continuas
lamidas. No le importó dejar salir más
gemidos y pequeños gritos de placer,
difícilmente iban a escucharla allí
arriba; el saberse desnuda y a merced de
ese mujer en la terraza de un ático
neoyorkino era una fantasía tan
decadente que le daba igual cualquier
cosa con tal de hacerla realidad una sola
vez.
Sentía los pechos pesados, le dolían
los pezones por falta de atención y los
labios se sentían vacíos sin sus besos,
pero era incapaz de pedirle nada; la
necesidad y el orgullo batallaban con
fuerza en su interior sin lugar a tregua o
cuartel.
—Con… —se encontró pronunciando
su nombre entre pequeños gemidos—.
Brittany…
Ella la recompensó aumentando la
profundidad de las penetraciones,
acompañando cada una de ellas con un
pequeño toque de la lengua sobre el
hinchado brote del clítoris. La peregrina
mano que le acariciaba el trasero se
hundió entre las mejillas hasta encontrar
el fruncido orificio anal y añadió nuevas
caricias que la hicieron ponerse de
puntillas.
—Córrete para mí, Santana —la voz le
llegó oscura y sexy a los oídos, entonces
sintió el soplo de su aliento sobre la
tierna y sensibilizada carne—, dame
todo lo que tienes.
Y maldito fuera, lo hizo. Su cuerpo
respondía a cada una de sus demandas
como si no pudiese hacer otra cosa. El
placer se incrementó en su interior, el
sexo se constriñó alrededor de los
largos dedos y se corrió con un agudo
gritito mientras ella se bebía su orgasmo a
lametones aumentando la sensación los
estremecimientos que la sacudían por
completo.
Cuando pensó que ya no podría
mantenerse más en pie, ella la abandonó
con una última pasada de la lengua,
deslizó los dedos del interior de su
caliente sexo y se los llevó a la boca,
lamiéndolos como si fuese un delicioso
caramelo. Ese gesto la derritió una vez
más, se lamió los labios y contempló
como se lavaba los dedos uno a uno con
absoluta pereza.
—Eres deliciosa.
El tono grave que emergió de la
garganta masculina la calentó de nuevo,
el reciente orgasmo le había dado más
hambre que saciedad y solo podía
pensar en lo bien que se sentía tenerle
enterrado entre las piernas.
—Más.
El pensamiento la abandonó antes de
que pudiese recuperar el funcionamiento
racional de sus neuronas. Los ojos
se oscurecieron y la sonrisa
que acompañó a la mirada en ellos
prometía exactamente eso; más.
—No sé si debería darte más —se
hizo de rogar. La recorrió con la mirada,
devorándola centímetro a centímetro. Ya
no sentía ni el frío que emanaba del
desnudo cielo estrellado—. ¿Debería?
Dios, sí. Y más le valía hacerlo
ahora mismo o de lo contrario, no
respondía de sus propios actos.
Demonios. Esta obsesión por ella, por su
cuerpo empezaba a rayar la locura y
ahora no podía echarle la culpa a la
maldita bebida.
Se lamió los labios y alzó la barbilla
con terquedad escocesa; una que ella
conocía a las mil maravillas.
—Imagino que no habrás recorrido
miles de kilómetros solo para quejarte
de mí falta de compromiso —le soltó—,
y proponerme una aventura contigo.
Ella se rio sin ambages.
—La verdad es que no —aceptó al
tiempo que la recorría una vez más con
la mirada—. Pero quizá debas tener
presente una cosa, si. Si continúo, no
podrás huir, no esta vez. Tendrás que
quedarte todo el fin de semana. Ese es el
trato.
Odiaba que fuese capaz de leerla tan
bien.
—Acepté venir contigo, ¿no?
Ella asintió.
—Sí —corroboró—. Por lo mismo,
ahora quiero que aceptes y prometas que
te quedarás todo el fin de semana.
En aquellos momentos estaba
dispuesta a decirle cualquier cosa con
tal de que continuase y la follase de una
buena vez.
—De acuerdo —se acercó a ella
relamiéndose interiormente ante la
posibilidad de lamer cada centímetro de
ese magnífico cuerpo—. Me quedaré.
Hasta el domingo. Después te irás, te
olvidarás de todo este absurdo del
matrimonio, compromiso y lo que sea y
no volveremos a vernos…
Ya está. Lo había dicho.
Ella la miró durante unos instantes en
silencio y finalmente asintió.
—Hasta el domingo —aceptó sin
dejar de mirarla a los ojos. Entonces
acortó la distancia entre ellas, le
acarició el rostro con los dedos y se
inclinó para soplarle las palabras al
oído—. Ya te lo he dicho, caileagh,
esperaré tu respuesta hasta entonces,
solo hasta entonces.
Abrió la boca responder pero todo lo
que pudo hacer fue jadear cuando le dio
la vuelta y la empujó suavemente contra
una de las columnas que unía la
barandilla a lo largo del balcón.
—Las manos a ambos lados —la
instruyó guiando sus miembros a cada
lado de la columna, dejando suficiente
margen como para que su espalda se
curvara y los pezones acariciaran la
suave superficie marmórea—. Y disfruta
de las vistas.
La sensación del roce de los
vaqueros contra la parte posterior de sus
muslos fue pronto sustituida por la del
duro pene deslizándose sobre los
húmedos pliegues, empapándose con la
humedad que rezumaba del sensible
coño en un lánguido movimiento de
vaivén.
El movimiento hizo que sus senos se
bambolearan al mismo tiempo,
arrastrando los duros y sensibles picos a
través de la helada superficie. La
sensación era tan erótica e inesperada
que no hizo más que aumentar el deseo
en su interior.
—Voy a tomarte desde atrás —le
murmuró entonces al oído, sus manos
seguían sobre las de ella, impidiéndole
moverse—, me clavaré profundamente
en ese dulce y apretado coñito y te
follaré hasta que supliques. Porque
suplicarás, si, te prometo que
suplicarás.
Resbaló la henchida erección una vez
más contra los húmedos labios y la
penetró seguidamente hasta el fondo de
una única embestida. Jadeó, alzó las
caderas hasta ponerse de puntilla,
arqueó la espalda y se presionó contra
ella mientras absorbía la miríada de
sensaciones que le provocaba su duro
sexo llenándola por completo.
—Suj é ta te , caileagh —ronroneó
antes de morderle suavemente el lóbulo
de la oreja—, y déjame oír esos dulces
sonidos que surgen de tus labios cuando
te follo.
Dulces no sabía, pero ruidosos, como
los que más, pensó instantes después
cuando se encontró incapaz de contener
los gemidos. El sonido de la carne
golpeando a la carne era la única
sinfonía que acompañaba el erótico
interludio, los involuntarios gemidos
que intentaba por todos los medios
contener sin éxito —haría lo que fuera
por llevarle a ella la contraria—,
formaban un inesperado coro mientras ella
se hundía una y otra vez en ella con
fuertes y poderosas acometidas. Notaba
los dedos clavados en las caderas, la
larga y gruesa extensión de su sexo
llenándola y tocándola hasta lo más
hondo. El movimiento provocaba el
incesante bamboleo de los colgantes
pechos y contribuía a elevar el
desquiciante placer.
—Con… Oh, maldita seas, Brittany
Macleod… dios…
No estaba segura de si aquello era
una súplica o una maldición, pero
tampoco le importaba demasiado, todo
lo que quería era correrse una vez más,
encontrar la ansiada liberación y
arrastrar a ese maldito con ella. Quería
que sucumbiera a ella como ella lo hacía
con ella, necesitaba saber que ella no era la
única que tenía el poder, quería sentir
como se vertía en su interior, el goteante
semen resbalarle por los muslos cuando
por fin se vaciara en ella.
—Me gusta como pronuncias mi
nombre —gruñó ella con voz entrecortada.
Podía notar el esfuerzo que le suponía
hablar y aquello le gustó, le gustó saber
que no era la única afectada por aquella
retorcida locura que se le filtraba en la
mente cada vez que ella estaba cerca—.
Grítalo para mí cuando te corras, Io,
hazlo…
Ni por todo el oro del mundo pensó
ella y apretó los labios como si de
aquella manera pudiese evitar que
cualquier palabra saliese.
—Tan caliente, tan apretada —le
gruñó ella al oído—. Me acoges
profundamente, me atraes tan dentro de
ti que puedo notar el golpeteo
contra tu húmeda carne.
Se estremeció, esa maldita tenía una
habilidad única para hacerla perder la
cabeza, con o sin whisky.
—Deja de hablar y córrete —acabó
siseando al tiempo que cimbreaba las
caderas contra ella.
Se rio, una risa ronca y profunda.
—Lo haré, tesoro, justo después de ti
—ronroneó al oído. Le pasó la lengua
por el arco de la oreja y la mordió sin
previo aviso. El delicado pinchazo hizo
que el placer que se construía en su
interior reventase y la enviase directa a
un nuevo orgasmo que no tenía nada que
envidiar al anterior.
Ella siguió introduciéndose en su
interior, follándola sin piedad hasta que
lo sintió tensarse a su espalda y hundir
los dedos una vez más en sus caderas
mientras se corría
La cabeza todavía le daba vueltas
cuando encontró de nuevo la respiración
y dejó de oír los propios latidos del
corazón en los oídos. Abrió los ojos
lentamente para encontrarse abrigada
entre los brazos de su amante, quien la
mantenía sentada en su regazo, todavía
unidos, en una de las sillas de mimbre
en las que habían cenado antes.
—Eres la mujer más tozuda e
irritante que he conocido en mi vida —
le dijo de repente, pero no dejó de
acariciarla como lo estaba haciendo—.
Sin duda haces honor a la tierra que te
ha visto nacer.
Ella puso los ojos en blanco.
—Mira quien fue a hablar —musitó y
se movió disfrutando de la sensación de
tenerle todavía dentro de ella. Parpadeó
al notar como el blando miembro volvía
a endurecerse—. Diablos, ¿es que no te
ha llegado con la cena?
Ella se echó a reír y la apretó contra ella.
—Soy una golosa —ronroneó
hociqueándole el cuello con la nariz—.
Y eres un postre lo suficiente apetecible
como para que quiera repetir.
Y lo hizo, repitió durante toda la
noche.



_________________________________________________________________________

El final el dia de hoy despues de glee

Les recurdo que poara festejar que veremos Britana al final en el 6x13 si queiren una historia mas dejen sus comentarios de euqew es lo qeu les gustaria
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Adaptación Brittana Entre Sabanas  Terminado   - Página 3 Empty Re: Adaptación Brittana Entre Sabanas Terminado

Mensaje por 3:) Vie Feb 20, 2015 9:38 pm

holap,..

me gusto la maratón,..
definitivamente ahi una atracción irresistible entre las dos,...
es bueno que aya dejado a dani,. a ver si lo entendió,..???
a ver si acepta la propuesta de britt de una loca aventura???

nos venos!!!!
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Adaptación Brittana Entre Sabanas  Terminado   - Página 3 Empty Re: Adaptación Brittana Entre Sabanas Terminado

Mensaje por awong_snix Vie Mar 20, 2015 7:21 pm

CAPÍTULO 8


El sonido del agua de la ducha la
despertó, se removió bajo las sábanas y
farfulló algunas ininteligibles palabras
contra la almohada a la que se abrazaba.
Le llevó unos minutos situarse, el
colchón bajo su cuerpo era demasiado
blando en comparación con la dura
colchoneta en la que dormía
últimamente. Abrió un ojo a modo de
tentativa y volvió a cerrarlo cuando la
luz que inundaba el dormitorio le dio los
buenos días. Bien, no se trataba de un
sueño. No estaba tirada en el jergón que
le servía de cama en la trastienda, y lo
más importante, tampoco había quemado
la única neurona que todavía le
funcionaba volviendo con su ex, aunque
puestos a analizar la situación, Santana no
estaba segura de que estuviese en
mejores circunstancias.
Brittany Macleod. Ese mujer se
había presentado la mañana anterior en
la tienda de decoración, el verle allí fue
tan inesperado como placentero y al
mismo tiempo aterrador. Huyó de ella
para poner distancia y ahora despertaba
en su cama, ¿en qué parte del camino
había perdido por completo la cabeza?
Se giró y dejó caer el brazo sobre los
ojos, la suave tela de la sábana le
acarició la sensibilizada piel; estaba
desnuda. Quizá lo inteligente sería
abandonar el lecho, vestirse y salir
como alma que persigue el diablo por la
puerta… pero, para ir a dónde. Ese
mujer le dejó muy claro que la
deseaba allí dónde la tenía, se encargó
de hacer de ello un decreto ley durante
toda la noche y tampoco es que pudiese
hacer mucho más que volver a la tienda
y encerrarse allí a cal y canto.
Y eso no serviría de nada. Nada de
lo que hiciera ahora mismo iba a
cambiar la estupidez cometida, no
existía un borrador mágico que pudiese
devolverle la cordura y llevarse consigo
el absurdo enamoramiento sentía hacia
Brittany Macleod. Esa era la estúpida
realidad, estaba enamorada de un
mujer ala que había conocido en medio
de una borrachera, con el que había
retozado por gran parte del suelo de
Skye solo para casarse con ella con dos
pescadores como testigos por un rito que
no tenía validez legal.
Le gustaba Brittany, le gustaba
borracha y sobria. No lo admitiría ante
ella ni con otra botella y media de whisky
encima —o en ese caso quizá sí—, pero
había disfrutado de su paseo por el
castillo de Dunvegan y la peculiar visita
al invernadero y a los jardines. Y
aquello era el peor error de todos,
permitir que ese mujer le gustase más
allá de un polvo, considerar tan siquiera
por un momento su proposición.
‹‹¿Volverías conmigo a Escocia si te
lo pidiese, Santana ? ¿Serías capaz de
dejar de asumir el riesgo y vivir una
aventura?››.
No podía hacerlo. No podía asumir
el riesgo. ¿Y si se perdía en el camino?
¿Y si se enamoraba todavía más de ella?
Brittany distaba mucho de ser como Danni,
ese mujer tenía voz y voto, tomaba sus
propias decisiones, era lo suficiente
intenso dentro y fuera de la cama como
para amoldarse bien a alguien como
ella… Ella no renunciaría a su trabajo, no
renunciaría a su país… y ella había
luchado tanto por la independencia que
ahora poseía.
El amor era un arma de doble filo, si
no tenía cuidado, acabaría herida y en lo
más profundo sabía que ese daño nada
tendría que ver con la ausencia total de
emociones que sentía por Danni y el
hecho de romper con ella.
‹‹Quédate conmigo hasta el lunes››.
Un fin de semana. Tres días. Eso era
todo lo que le pidió cuando entró en su
tienda y entonces anoche, ella había ido
más allá. Pidiéndole demasiado.
La sesión de pregunta-prenda que
había iniciado como un juego se había
convertido en un túnel demasiado
profundo para ella. Brittany quería ir más
allá de su piel y cuerpo, deseaba entrar
en su corazón y no estaba preparada
para abrírselo a alguien más. ¿Por qué le
podía costar tanto el simple hecho de
responder al motivo de su decisión de
mudarse a los Estados Unidos? ¿De qué
era lo que había visto en alguien como
Danni? ¿Si lo había amado alguna vez?
Quizá el problema estuviese en que no
tenía respuesta para esas preguntas o
que la respuesta no fuese tan sencilla
como debería serlo.
Resopló y se giró enterrando el
rostro en la suave almohada para ahogar
el grito de frustración que le brotó de la
garganta. No podía dejarse llevar por
esa corriente de frustración y miedo,
necesitaba salir de nuevo a la superficie,
recoger su ropa y salir por la puerta. Era
una acción cobarde, lo sabía, pero si se
quedaba el tiempo pactado las cosas
podrían resultar mucho peor.
Con un suspiro hizo a un lado las
sábanas, parpadeó varias veces
intentando acostumbrarse a la luz que
llenaba el dormitorio y lo recorrió con
la mirada en busca de sus cosas. La
bolsa de mano permanecía en una silla
al final de la habitación, al lado había
una pequeña maleta de viaje que debía
pertenecerle a ella.
—Vamos, si, ya lo has hecho antes,
solo coge tus cosas y lárgate —se dijo
en un intento de buscar el valor que
parecía faltarle.
Suspiró y se obligó a abandonar la
cama. Cogió la suave bata que había
utilizado la noche anterior en los
momentos en los que no estaban
retozando sobre la alfombra, la mesa de
la cocina, la pared, el sofá… y se la
puso. La ropa que había perdido en el
juego de la noche anterior estaba
desperdigada sobre una butaca junto con
la de ella. La extrajo con cuidado, casi
como si el tocar las prendas pudiese avisar a su propietario de sus
intenciones. El pensamiento la llevó a
mirar en dirección al baño, la puerta no
estaba cerrada del todo lo que explicaba
que el sonido del agua de la ducha la
hubiese despertado.
Agua. Ducha. Su mente, todavía
obnubilada por los excesos de la noche
creo una imagen de lo más apetitosa.
Todo su cuerpo respondió al instante, se
le contrajo el sexo y se le endurecieron
los pezones, la piel se le puso de gallina
y empezó a tener problemas de
salivación. Se obligó a tragar una y otra
vez, pero no pudo evitar que sus piernas
actuaran solas acercándola al lugar del
que debía huir a toda prisa. Antes de que
pudiese recuperar medio gramo de
cordura que la hiciese funcionar con
normalidad, vio el reflejo del cuerpo
librándose de la ropa a través
del espejo del inmenso cuarto de baño.
A juzgar por su estado de semidesnudez
y los rastros de espuma que retiraba de
la mandíbula, se había
antes de entrar en la ducha.
Tenía un cuerpo agradable de
contemplar, qué diablos, Brittany estaba
como un jodido queso Manchego. Poseía
un torso bien definido, cada músculo se
marcaba al compás de los movimientos
pero no de forma exagerada; ese mujer
no tenía ni una maldita gota de grasa
encima.
Se quitó el cinturón y lo depositó
sobre un mueble, los dedos jugaron un
momento con el botón del pantalón para
deshacerse de ella y posteriormente de la
cremallera. Un segundo después había
desaparecido de escena solo para
regresar al momento con la dura tela de
los vaqueros deslizándose —sin nada
debajo—, por las caderas. Una
orgullosa exitacion matutina hizo acto de
aparición al instante.
S e lamió los labios y tragó ante el
erguido pene que se alzaba entre el nido
de rizos oscuros, un suave pinchazo de
deseo la hizo apretar los muslos y se
pellizcó el labio inferior con los dientes
para evitar gemir cuando los dedos
se deslizaron por la suave
columna de carne. Era incapaz de
quitarle los ojos de encima, avanzó un
par de pasos para tener una mejor visión
del espejo, de los largos dedos que
acariciaban con pereza el apetitoso
miembro Maldición. Quería hacerlo ella,
quería que fuesen sus dedos los que
rodearan, su boca quien lamiese y la condujese
en las profundidades de la garganta.
Tragó saliva y se obligó a respirar de
nuevo cuando salió del encuadre del
espejo y oyó el sonido de la mampara de
la ducha al abrirse aumentando el ruido
del agua. Llegado a este punto, a Santana le
hormigueaba todo el cuerpo preso de la
excitación. Su desbordante imaginación
creó una imagen de ella en los confines
del cubículo, con el agua caliente
cayéndole por encima mientras se
frotaba las manos con gel antes de
resbalarlas por todo el cuerpo en una
lenta caricia. El agua caliente se llevaría
después los rastros de jabón solo para
comenzar de nuevo.
Gimió y se llevó las manos a la boca
en un desesperado intento por ahogar
cualquier clase de reacción. El whisky
le había provocado daños permanentes
en el cerebro, no existía otra explicación
para la locura que se apoderaba de su
mente y el irrefrenable deseo que la
empujaba hacia ella en vez de hacia la
maldita puerta y con suerte un agujero lo
suficiente profundo como para que
pudiese meterse dentro y que nadie la
encontrase; especialmente ella.
—¿Si ya has terminado de disfrutar
del espectáculo, por qué no vienes a
hacerme compañía?
La voz travesó la estancia
y la paralizó en el sitio, la cara se le
incendió y el corazón se saltó un latido.
¿Cómo diablos lo hacía? ¿Cómo era
capaz de enterarse siempre de esas
cosas?
—Um… buenos días —murmuró sin
saber que más decir al sentirse pillada.
Escuchó su risa ahogada por el
chorro del agua.
—Buenos días, caileagh—le dijo
risueño—. Entra, la ducha es lo bastante
grande para los dos.
Oh, sí. Tenía el cerebro para el
desguace, no había otra respuesta que
justificara el que hiciese lo que le
sugería.
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Adaptación Brittana Entre Sabanas  Terminado   - Página 3 Empty Re: Adaptación Brittana Entre Sabanas Terminado

Mensaje por awong_snix Vie Mar 20, 2015 7:22 pm

CAPÍTULO 9
¿Por qué tenía que ser el baño tan
lujoso como todo el maldito
apartamento? Los azulejos en tonos
azules y cobres brillaban por la
humedad presente en el aire, estos se
extendían del suelo al techo y rodeaban
toda la habitación. La noche anterior
había utilizado el baño situado en el
pasillo, uno que si bien también era de
lujo, hacía que este lo dejase a la altura
del betún.
—Y yo pensando que solo había una
triste ducha —murmuró con tono
irónico.
La habitación era enorme no, lo
siguiente. Un lavabo doble contiguo a la
ducha, el WC, un par de coquetos
armarios para las toallas, presuponía y
una enorme bañera—jacuzzi situada en
el lugar más alejado del cuarto
completaba la decadencia del mismo.
Brittany no dudó en terminar con sus
abluciones y salir tan deliciosamente
mojada y cáliao como parecía segundos
antes para abrazarla y secarse al mismo
tiempo que le empapaba la delgada bata.
Le comió la boca, la ciñó por las nalgas
y la apretó contra de ella que
ahora quedaba anidada entre sus
cuerpos.
—Tiendes a precipitarte en tus
conclusiones —le dijo al oído. Le lamió
ese punto tras la oreja que la hacía
estremecer y finalmente indicó el
decadente jacuzzi con un gesto de la
barbilla—. ¿Lo probamos?
La tentación era enorme, todo al lado
de ese maldito mujer era tan tentador
que le costaba resistirse y eso solo le
decía que se estaba hundiendo más y
más en el fango. Se lamió los labios y
tembló una vez más cuando le pellizcó
con los dientes la piel, notaba el sexo
hinchado y húmedo, el insistente latido
entre las piernas era difícil de ignorar;
al igual que ese mujer.
—Agua caliente, burbujas, y nuestro juguete preferido
enterrada profundamente en ese dulce
coñito —musitó al tiempo que le
amasaba las nalgas y deslizaba los
dedos entre ellas, acariciándole el sexo
desde atrás—. Húmeda y resbaladiza…
Apretó los dientes para no gemir, era
mantequilla en sus manos, se deshacía
de igual manera.
—Apetitosa —continuó susurrándole
al oído convirtiéndole las entrañas en
gelatina—. ¿Qué me dices, Santana ?
¿Juegos de agua?
Tragó con dificultad, el corazón se le
aceleró incluso más cuando los largos
dedos empezaron a resbalar entre los
húmedos pliegues. No llegó a
penetrarla, pero la amenaza estaba allí y
eso la hacía sentirse incluso más
ansiosa.
—¿No somos un poco mayorcitas
para esos juegos? —musitó alzándose
sobre las puntas de los pies cuando la
amenaza tomó un cariz más directo. Uno
de los dedos tanteó la entrada oculta
entre sus piernas.
Se rio, pudo sentir más que oír el
sonido con la cálida boca pegada al
cuello.
—Algunos juegos están destinados
únicamente a los adultos, caileagh —
aseguró con sorna—. Prepararé la
bañera mientras tú… sigues mojándote
un poco más.
Se sonrojó, no pudo evitarlo.
—Siempre con las más halagadoras
palabras emergiendo de la boca —
rezongó apartándose de ella. Brittany le
dedicó un guiño y se movió por la
habitación sin importarle un pimiento
que estuviese totalmente desnudo.
—Quítate la bata —le sugirió sin
girarse siquiera—. Te he usado como
toalla, está empapada.
Entrecerró los ojos y contempló cada
uno de los movimientos de ese fantástico
cuerpo moviéndose de un
lado a otro. Se mordió la parte interior
de la boca intentando distraerse y no
gemir ante la visión de los duros glúteos
y los testículos que se balanceaban sin
pudor entre sus piernas. Tragó y se
lamió los labios, la presencia de ese
mujer era suficiente para que dejara de
funcionarle el cerebro y entrara en
colapso total. El sentido común había
cogido vacaciones y ahora estaría
bailando un tango con su conciencia.
Estaba perdida, maldita fuera ella y su
maldita estampa, estaba
irremediablemente perdida.
“Disfruta del fin de semana y
lárgate”. La aguijoneó su conciencia.
“Eso es lo que te pidió, ¿no? Un fin de
semana”.
Sí, o al menos eso era lo que le pidió
al principio pero… no podía pasarse la
vida huyendo, no de aquella mujer.
—Santana , puedo escuchar los
engranajes de tu cerebro funcionando a
toda pastilla —le dijo sobresaltándola
—. Cierra el grifo a los pensamientos,
quítate la bata y ven aquí.
Sus pies se movieron solos,
acercándola a ella y a la promesa de
absoluta decadencia sexual que prometía
la bañera de color arena. Deslizó las
manos sobre la húmeda prenda y la
deslizó por los hombros hasta que cayó
al suelo. Los ojos de Brittany pronto
estuvieron sobre ella, la recorrió sin
miramientos, disfrutando de lo que veía,
relamiéndose al tiempo que los labios se
le curvaban en una maliciosa sonrisa.
—¿Puedo hacer los honores? —La
voz ronca y profunda que emergió de la
garganta la hizo estremecer de placer.
Ese mujer tenía una habilidad especial
para convertirla en gelatina con solo una
mirada o una palabra.
Abrió las manos y extendió los
brazos hacia fuera en una muda
invitación. Era hora de dejar de pensar y
limitarse a disfrutar del momento, nada
de lo que pudiese hacer ahora iba a
hundirla más de lo que ya estaba en el
espeso fango.
La recorrió con la mirada, su sonrisa
se hizo más amplia al tiempo que las
diestras manos se deslizaban por su
cuerpo.
—Perfecta —murmuró para sí al
tiempo que le moldeaba los pechos con
las manos, acariciándole los pezones
con el pulgar hasta arrancar de la
cerrada garganta un suave gemido de
placer—. Creo que nunca me cansaré de
contemplar este par de maravillas.
Y para enfatizar las palabras, deslizó
la lengua sobre ellos un par de veces
antes de deslizar las manos y la boca
por su cuerpo en dirección al tanga, el
cual no opuso resistencia. Al fin estaba
tan desnuda como ella.
—Deliciosa —murmuró ella
contemplándola a placer—. Un
verdadero manjar.
Tembló bajo su mirada, el placer la
consumía aumentando la humedad y el
insistente latido entre las piernas. Estaba
excitada, los pezones se endurecieron
instantáneamente con las atenciones
recibidas, le picaba la piel allí dónde ella
posaba la mirada y no era más que un
preludio a lo que sabía que podía
hacerle su presencia.
—Tócate —las palabras le llegaron
como en una lejana bruma—. Acaríciate
para mí.
¿Podía ser una voz más demandante
que aquella? ¿Podía alguien ejercer
sobre ella un poder tan sensual? Nunca
fue mujer de obedecer órdenes, no le
gustaba plegarse a los mandatos de
nadie pero con ella era como si todo
pensamiento racional se le fugara del
cerebro y terminase convertida en una
muñeca que solo buscaba placer.
Se llevó las manos a los pechos, se
los acarició con premeditada lentitud. Ella
no le quitó los ojos de encima, la vio
lamerse los labios, como el hambre le
cubría las pupilas y luchaba por
mantener las manos a ambos lados para
no extenderse y acariciarla ella mismo. Se
sintió poderosa, absolutamente expuesta
y excitada, pero muy poderosa. Continuó
con las caricias, recreándose en la
forma en que respondía a ellas, se
excitó y apretó los muslos cuando el
deseo aumentó de rango. Con gesto
sensual deslizó una de las manos por
entre los senos, se estremeció ante la
sensación y cosquillas que provocaban
sus propios dedos en la piel, jugó
durante unos breves momentos con los
recortados rizos del pubis y continuó el
descenso ante la enardecida necesidad
que sentía entre las piernas.
—Suficiente. —La voz salió en un brusco jadeo. Le vio lamerse
los labios, pero su mirada no abandonó
el lugar en el que reposaba la mano,
sobre el monte de venus—. Ese es un
placer que requiero para mí.
No hubo vacilación ni en las palabras
ni en la forma en que les dio validez,
ella no retrocedió, permaneció quieta
mientras ella se acercaba. El sonido del
agua llenando la bañera a espaldas de
era la única banda sonora que
daba tono al ambiente.
—¿Lo es? —lo retó. Ni siquiera supo
porque lo hizo, pero necesitaba decir
algo, poner la última palabra.
Le sonrió, los blancos dientes
aparecieron como protagonistas
principales de una divertida y sensual
sonrisa. Extendió la mano y la acarició,
un lánguido gesto que resbaló desde los
labios, surcando sus pechos hasta
hundirse en el interior de sus piernas sin
previo aviso. La acarició con un dedo,
empapándose en sus jugos para luego
deshacer el camino que hiciera
previamente e instarla a abrir la boca
para probarse a sí misma.
—Sí, Santana , lo es —aseguró con voz
ronca mientras le chupaba el dedo. Pudo
ver como sus ojos se oscurecían y
adquirían ese tono del añejo whisky
escocés—. Un placer al que no quiero
renunciar.
Dejó que la falange abandonara la
húmeda boca y le permitió acariciarla
una vez más. Las enormes y callosas
manos le acariciaron los pechos, le
pellizcaron los pezones un segundo antes
de atraerla hacia ella y arrebatarle el aire
con un febril beso. Le comió la boca, le
devoró los labios y enlazó la lengua en
la suya hasta que tuvieron que separarse
para poder recuperar el aire.
—Las manos sobre el borde de la
bañera —la instruyó con voz profunda y
sexy—, inclínate hacia delante y separa
las piernas.
Jadeó al notar las manos sobre la
cadera, no había esperado a ver si le
obedecía o no, se limitó a guiarla hasta
adquirir la posición designada. Aferró
el borde de la bañera, gimió ante el
calor que emanaba el agua y el cercano
rugido de esta al caer en la bañera a
medio llenar. Ni siquiera le dio tiempo a
pensar o a prepararse para lo que ella
tenía en mente, la cubrió desde atrás y succionó con fuerza
la húmeda y caliente carne. Le mantuvo
las piernas separadas mientras la lavaba
con la lengua, sus movimientos eran
firmes, expertos, destinados a
enloquecerla cada vez más y sin duda
fue un trabajo que consiguió realizar a la
perfección.
—Brittany —siseó su nombre cuando
sintió como la penetraba con la lengua.
Temblaba por completo, era incapaz de
estarse quieta, con cada nueva pasada de
la lengua se acercaba más a ella, buscando
aquello que solo ella había sabido
despertar en ella—. Oh, dios…
La mantuvo abierta para ella, los dedos
pronto entraron en juego descubriendo la
perla del clítoris y estimulándola hasta
que la habitación se llenó con sonoros
maullidos que era incapaz de contener.
Sacudió la cabeza, los dedos se cerraron
con más fuerza sobre la superficie de
cerámica, le dolían los pechos, sentía
los pezones duros y necesitados de
atención pero no se atrevió a despegar
las manos por temor a terminar de
cabeza dentro del agua.
—Brittany, por favor —gimió incapaz
de soportar más aquella tortura—.
Termina de una maldita vez…
Ella se rio contra su sexo, sintió los
espasmos y el aire caliente más que lo
oyó.
—Siempre decidida a quitarme la
diversión —lo oyó entonces—.
Mandona e impaciente, vaya una joya
con la que he terminado casado.
Estaba dispuesta a decirle una vez
más que no estaban casados, pero la
idea se esfumó en cuando ella volvió a la
labor que se había impuesto; volverla
loca.
Entre súplicas y maldiciones la
condujo al orgasmo. El cuerpo se le
convirtió en gelatina y las piernas
decidieron no seguir sosteniéndola por
lo que terminó de rodillas en el suelo,
abrazada al borde de la bañera y
jadeando mientras el mundo daba
vueltas a su alrededor.
El sonido del agua cortándose fue lo
primero que oyó, se resistía a abrir un
solo ojo para mirarle pero finalmente
cedió y se lo encontró de pie ante ella,
con las manos en las caderas y el duro e
inhiesto pene alzándose orgulloso frente
a su rostro.
Se lamió los labios, no pudo evitarlo,
todo ella era como un enorme helado que
deseabas lamer una y otra vez;
especialmente esa parte de la anatomía
masculina que tanto placer le
proporcionaba.
—Um… eres una cosita sexy y
deliciosa —aseguró al tiempo que se
lamía los labios húmedos de sus jugos.
Se lamió los labios una vez más y
clavó la mirada en el palpitante pene, la
saliva le inundó la boca ante el deseo de
probarlo, de conducirlo en el interior de
la mojada cavidad y succionarle hasta
dejarlo seco.
—Tengo que decir que tú también lo
eres —aseguró, aunque no estaba segura
de sí su respuesta era para con ella o la
erección que la tenía hipnotizada.
Alzó la mirada hasta encontrarse con
sus ojos, los labios se le curvaron
ligeramente y bajó la mirada sobre sí
mismo en una abierta invitación.
—Procura no dejarme eunuco —se
burló.
Ahora fue su turno de sonreír, se
apoyó en las manos y buscó una
posición más cómoda para lo que estaba
a punto de hacer.
—Um… no te prometo nada —musitó
apenas un segundo antes de introducirse
en la boca su parte con un
sonido de pecaminoso placer.
Lo succionó con avidez, lo rodeó con
la lengua y se sintió lo bastante perversa
para utilizar los dientes sobre la punta
arrancándole un respingo. Le acunó los
testículos y se dedicó a disfrutar del
duro miembro que tenía a su merced, el
sabor salobre y picante era como un
afrodisíaco y la instaba a obtener más y
más de ella. No paró hasta tenerle
jadeando y siseando por más, lo saboreó
lentamente, imponiéndole su propio
ritmo solo para mantenerle
continuamente en el borde; algo que ella
mismo le había enseñado con sus
maniobras.
—Dios, caileagh, sigue así.
Las palabras eran bruscas, su tono de
voz profundo y desesperado, había
llegado incluso a hundir ambas manos en
su pelo y a juzgar por la tensión que le
endurecía los músculos tenía que estar
haciendo verdaderos esfuerzos por
contenerse de no empujar en su boca. Lo
tragó lentamente, mamándolo,
saboreándolo como si fuese un apetitoso
caramelo se
unían ahora sus propios gemidos de
placer. El follársela con la boca le
resultaba excitante y muy erótico.
—Oh, señor… —jadeó de nuevo,
tensándose incluso más, hinchándose en
su boca listo para terminar—. Dios…
joder… Santana …
Maliciosa y con ánimo de devolverle
el favor, lo succionó con más fuerza,
rodó la lengua sobre la punta y lo
estimuló hasta que sintió los primeros
chorros de semen deslizándose en la
garganta. Se obligó a tragar deprisa,
bebiéndoselo por entero, consumiéndole
y aumentando el placer hasta dejarlo
seco y jadeante.
Sí, le encantaba tener tal poder sobre
ella.
Jadeante, se retiró de su boca,
retrocedió un par de pasos y la miró con
un hambre tan absoluta que se sintió
arder por dentro.
—Pequeña bruja —se las ingenió
para murmurar con admiración.
Se lamió los labios y posó las manos
sobre los muslos.
—Ya conoces el dicho, ojo por
ojo… —le dijo con absoluto descaro.
Ella sacudió la cabeza y sonrió,
después de unos segundos caminó hacia
ella y la instó a levantarse.
—Eres vengativa, caileagh —
ronroneó ella y la giró hacia la bañera—.
Toda una caja de sorpresas…
El agua caliente le lamió la piel y le
arrancó un suspiro, ella se unió pronto a
ella y la atrajo hacia su regazo,
instalándolos a los dos en el jacuzzi.
—¿Demasiado caliente?
Negó con la cabeza y se dejó ir cuan
larga era, el agua acariciándole los
pechos y el sensible sexo estaba a punto
de hacerla ronronear.
—Perfecta —suspiró cerrando los
ojos.
Las manos le acunaron
los senos, jugaron con los inhiestos
pezones enardeciendo una vez más sus
sentidos. Podía notar como el pene
volvía a endurecerse bajo su trasero y
no pudo evitar el impulso de frotarse de
nuevo contra ella.
—Estás en modo travieso, ¿eh? —
murmuró en su oído al tiempo que le
mordisqueaba la oreja—. Si sigues
frotándote así, terminarás con mi polla
enterrada entre las piernas.
Ahogó una sonrisa y restregó una vez
más el trasero contra el pene.
—Bien —aseguró en un bajo
ronroneo—. ¿No es para eso para lo que
me has traído? ¿Para retozar durante
todo el fin de semana?
Bufó, un sonido alto y claro.
—En parte… un 99% de mis
intenciones están puestas en ello, sí —se
burló.
No pudo evitar sonreír ante sus
palabras.
—¿Y el 1% restante?
Se encogió de hombros, le acarició la
oreja con la nariz y pellizcó el tierno
pezón entre los dedos.
—Obtener respuesta a la pregunta
que te hice anoche antes de que el fin de
semana termine —aseguró al tiempo que
bajaba las manos a las caderas y la
alzaba por encima de su cuerpo,
obligándola a inclinarse hacia delante
—. Pero por ahora, me conformo con
tenerte de rodilla —la instruyó al tiempo
que se movía con ella.
Ella gruñó.
—¿Quién es ahora el mandón?
Le mordió suavemente la parte
posterior del cuello y le cubrió la
espalda con el pecho.
—Todo se pega, caileagh —aseguró
con sorna—. Todo se pega.
Antes de que pudiese decir algo al
respecto, ella se empaló en ella desde
atrás. Su polla la llenó por completo
arrancándole la respiración durante unos
segundos, obligándola a llevar las
manos hacia delante y sujetarse del
borde de la bañera para no terminar
deslizándose dentro del agua.
—Sin duda tienes una forma única de
dar órdenes —gimió cerrando los dedos
sobre la superficie de cerámica.
Ella la lamió tras la oreja antes de
morderle de nuevo.
—Una de la que sin duda disfrutas —
se justificó ella.
Sin esperar respuesta, lo vio extender
una de las manos por encima de ella y al
instante varios chorros de agua
impactaron en el agua y sobre su cuerpo
creando un agradable cosquilleo.
—Los jacuzzi tienen sus
posibilidades, ¿eh? —ronroneó ella al
tiempo que empujaba las caderas y la
hacía moverse en el agua hasta que los
chorros laterales le dieron de lleno en
los pechos.
—¡Joder! —exclamó sin poder
evitarlo.
Brittany se echó a reír, afirmó las
manos en las caderas y se retiró
lentamente.
—Sí, pequeña, eso es sin duda lo que
tengo intención de hacer ahora mismo —
ronroneó—, y todo el fin de semana.
Y siempre fiel a su palabra, fue lo
que hizo.
Durante los próximos dos días Santana
no tuvo mucho tiempo para volver a
pensar en nada que no fuese ese mujer,
en los cuerpos de ambas desnudas y en
la forma en que estos encajaban como si
hubiesen sido hechos para tal fin.
Cualquier otra clase de pensamiento
quedó ahogado bajo las atenciones, la
ternura y la pasión que Brittany exhibía
con ella y a la que le habría gustado
corresponder
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Adaptación Brittana Entre Sabanas  Terminado   - Página 3 Empty Re: Adaptación Brittana Entre Sabanas Terminado

Mensaje por awong_snix Vie Mar 20, 2015 7:23 pm

CAPÍTULO 10
Brittany no estaba segura de qué le
sorprendía más de todo aquello si es que
en realidad le sorprendía algo. Echó un
nuevo vistazo al solitario dormitorio, las
cosas de Santana habían desaparecido al
igual que ella misma y lo más gracioso
de todo es que ni siquiera la había
sentido dejar la cama.
Su esposa había huido. Otra vez.
Se pasó una mano por el alborotado
pelo y volvió a mirar el papel arrugado
que tenía entre las manos. Una larga
misiva de la susodicha fugitiva, la cual
debió escribir mientras dormía a juzgar
por la premura en la letra manuscrita. En
una carilla y media, la muchacha había
dado respuesta a algunas de las
preguntas por las que terminó pagando
prenda en su juego de la noche del
viernes.
No se me da bien escribir
cartas, como tampoco se me dan
bien las despedidas. Tengo
demasiado miedo a sentir lo que
siento como para poder darte
ahora una respuesta y
arrepentirme después.
El viernes por la noche me
preguntaste por que vine a los
Estados Unidos, qué me impulsó
a permanecer en este país y hacer
de ella mi hogar. Si no te contesté
entonces fue porque no tenía una
respuesta e incluso ahora siento
que la que estoy a punto de
ofrecer pudiera no ser la
correcta, pero es la única que
tengo.
Ya has conocido a mi madre,
mi padre habrás visto que es todo
lo contrario. Ella es una persona
adorable, efusiva pero muy
absorbente, mi infancia fue
f a n t á s t i c a pero creo que
demasiado protegida y cuando
me concedieron una beca de
intercambio y comprobé lo que
era vivir sola, sin esa continua
presión a mi alrededor, supe que
aquí era dónde podía hacer mi
vida; mi propia vida.
Cursé Decoración e
Interiorismo en la universidad,
en mi último año conocí a Danni;
nos presentó una amiga en
común. Empezamos a salir y
antes de darme cuenta estábamos
viviendo juntos. Hoy por hoy solo
puedo suponer que ella fue la
excusa perfecta, el único motivo
definitivo que podía esgrimir
ante mi familia para hacer mi
vida y no regresar al cobijo de
una madre sobreprotectora y un
poquito egocéntrica. ¿Es
necesario que mencione el
matrimonio arreglado?
Tengo que decir, que si bien a
mi padre nunca le gustó
demasiado la idea de que me
quedase en Nueva York, aceptó
mi decisión y con el tiempo
también lo hizo mi madre;
aunque ambos nunca estuvieron
muy de acuerdo con mi elección
de pareja y no puedo culparlos.
Me preguntaste así mismo,
¿por qué una tienda de
decoración? Bueno, me considero
una persona autosuficiente o al
menos quiero creer que puedo
serlo. Quería vivir mi vida sin
tener que depender del dinero de
otras personas, por otro lado, el
estar con los brazos cruzados
mientras espero a que llegue “la
mujer” a casa tampoco es algo
que me resulte atractivo.
¿Qué vi en Danni? Ojalá lo
supiera. Fue curioso que me
hicieses esa pregunta pues yo
misma me lo pregunté cuando
volví a verle tras mis
accidentadas vacaciones. No
puedo decir que no me haya
tratado bien, siempre fue
correcta conmigo, educada, pero
también ha querido más a su
trabajo que a mí. Ahora me doy
cuenta que sin saberlo, a pesar
de haber vivido con una persona,
he estado sola y es algo en lo que
tengo que pensar pues no quiero
cometer los mismos errores.
Y entonces apareciste tú. Te
emborrachaste conmigo.
Follamos. Nos casamos.
Resultaste ser el mujer con la
que mi madre pensó que sería
divertido comprometerme y
cuando pienso que puedo dejar
todas esas locuras que
ocurrieron a raíz de una maldita
botella de whisky, te plantas de
nuevo en mi vida y me pides que
tengamos una aventura.
¿Alguien te ha dicho alguna
vez lo poco oportuna que eres,
Brittany Macleod?
Me has vuelto del revés. Toda
mi bien pensada y planeada vida
se ha ido a la mierda y no tengo
la menor idea de cómo solucionar
todos los entuertos que has
provocado en ella. Sé que me
gusta estar contigo —y no solo en
la cama, así que borra esa
estúpida y petulante sonrisa de
tus labios—, he disfrutado de
nuestras conversaciones —¿o
debería llamarlas batallas
dialécticas?—, y sé que si te
hubiese dicho ahora que sí,
habría hecho la maleta y
abandonado todo por lo que
luché durante los últimos años y
quizá, solo quizá, volvería a
perderme a mí misma.
Dices que estamos casados
durante un año y un día y yo sigo
manteniendo que esa ceremonia
dejó de ser legal en mil
novecientos treinta y nueve, con
todo, no deja de resultarme
irónico y soy incapaz de dejar de
ver cierto paralelismo entre
nuestra unión y la leyenda sobre
la que me hablaste en Dunvegan.
Con todo, hay algo en esa
leyenda que me inquieta y
todavía no sé lo que es, tan
pronto lo resuelva te lo haré
saber.
Sé que esta es una salida
cobarde, más o igual que las que
ha hice a tu alrededor, pero sé
que no podría decirte todo esto
ahora a la cara y si lo hiciera
encontrarías algún motivo para
disuadirme y hacerme cambiar de
opinión.
Me pediste un fin de semana y
te lo di. Ahora soy yo la que te
pide a ti tiempo para darte esa
respuesta que buscas, si es que
todavía quieres escucharla
cuando nos volvamos a ver.
Tu huidiza esposa,
Santana Mackinnon
Sacudió la cabeza una vez más y dejó
el papel sobre la cama desecha.
Empezaba a sentirse ella mismo realmente
bipolar, por un lado sentía una
inexplicable necesidad de salir tras ella
y zarandearla hasta meter algo de
sentido común en esa pequeña cabecita,
pero por el otro empezaba a sentirse un
poco estúpido yendo tras una mujer que
a la primera ocasión en que se daba la
vuelta salía huyendo.
Le gustaba Santana , quizá incluso
estuviese un poco enamorada… ¿A
quién quería engañar? Estaba
desesperada por esa mujer… por
supuesto que se había enamorado de ella
y hasta la médula y la emoción le era tan
ajena que lo enloquecía. Pero no iba a
salir de nuevo tras ella, ahora le tocaba
a Santana mover ficha. Le había dejado
claras sus intenciones cuando le pidió
una respuesta a su pregunta, si ella
necesitaba tiempo, se lo daría, después
de todo seguiría siendo su esposa hasta
que se terminase el plazo que marcaba
la unión de manos.
Sí, le daría todo el tiempo que su
paciencia pudiese soportar, el cual no
era mucho.

CAPÍTULO 11
Semanas después…
La música del pub se escuchaba
desde la calle. Santana sonrió a unos
conocidos cuando los cruzó en la plaza,
el tiempo a primeros de septiembre
seguía siendo bastante agradable aunque
a esas horas de la noche ya empezaba a
hacer falta algo de abrigo. Cruzó al otro
lado de la calle y penetró en el animado
ambiente, el aroma a frituras y pescado
le dio hambre, quizá pidiese una ración
mientras esperaba como cada una de las
noches anteriores si esta era la
definitiva.
Había llegado a la isla una semana
atrás, dos después de desaparecer una
vez más de la vida de Brittany. La
primera parada había sido con sus
padres, su madre la recibió con la
misma exultante alegría de siempre,
demasiado pronto empezó a hablar de su
prometido y los planes de una próxima
boda y la forma en que tuvo que ponerle
freno las había sorprendido a ambas; no
así a su padre, quien se había limitado a
aplaudir para encerrarse luego con ella
en el despacho y ‹‹aclarar ciertos
puntos››.
La conversación que mantuvo con su
progenitor le había permitido ver las
cosas con mayor claridad y ganar
confianza sobre sus propias decisiones.
Descubrió que la ‹‹chica Macleod›› le
había gustado bastante a su padre —ni
que decir que su madre la adoraba a
juzgar por el sinfín de veces que
escuchaba su nombre al día—, y que la
consideraba un mujer de palabra. Si
bien hizo mención a la supuesta boda,
estuvo de acuerdo con ella —en parte
—, de que el ritual no tenía validez
legal, sin embargo no se le escapó lo
que esto significaba para unos padres
que habían decidido utilizar aquellos
esponsales después de una boda civil.
Sí, el tiempo en la isla le estaba
ayudando también a encontrarse a sí
misma, la tranquilidad de la que
disfrutaba, el tiempo libre que tenía para
pensar le permitió tomar por fin una
decisión.
Echó un vistazo al local, la
barra estaba como siempre ocupada por
un par de miembros del pueblo y algún
que otro turista que apuraba los últimos
tours del año para disfrutar del tiempo
de Skye. Saludó con un gesto de la
cabeza a la camarera con la que se cruzó
de camino a uno de los taburetes vacíos
que había frente a la barra.
—¿De nuevo por aquí, Mackinnon?
—la saludó el barman como llevaba
haciéndolo cada noche—. ¿Qué te
sirvo?
Alzó la nariz y olfateó una vez más el
aire con olor a fritura.
—Lo que sea que huele tan bien —
pidió animada. Se quitó el bolso y lo
dejó sobre el regazo para echar un
nuevo vistazo alrededor del local—. Y
un agua sin gas.
El mujer gritó la comanda hacia la
cocina y se giró para servirle la
consumición.
—¿Quieres alguna cosa más?
Sacudió la cabeza y se giró de nuevo
de cara hacia la barra.
—Por ahora no —negó—. Ya te diré
más tarde si puedes tentarme con un
whisky.
—No le dejes la botella a mano —
soltó alguien en gaélico hacia el fondo
del local—. Su esposa amenazó con
hacernos perder las joyas a cualquiera si
volvían a servirle ese brebaje sin estar
ella delante.
En cuanto localizó al autor de
aquellas palabras puso los ojos en
blanco. Los secretos no era algo que se
pudiese mantener durante mucho tiempo
en un pueblo tan pequeño, especialmente
cuando los testigos de la boda habían
sido dos de sus más charlatanes
aldeanos.
—Lo tendré en cuenta, Angus —se
rio el barman, entonces se inclinó hacia
ella al tiempo que le dejaba el agua y un
vaso reluciente—. No te preocupes,
para primavera ya se habrán olvidado.
Ella hizo una mueca.
—Entonces es una suerte que todavía
falte medio mes para que empiece el
otoño —le respondió con absoluta
ironía.
El mujer se encogió de hombros e
hizo un gesto con la barbilla hacia el
resto del local.
—El whisky se bebe mejor en
compañía —le aseguró—. Si volvéis a
necesitar una botella…
Parpadeó confundida al escucharle
decir aquello, pero ella no la estaba
mirando a ella, sino que lo hacía a algún
punto por encima de su cabeza.
—Por ahora tendrá que conformarse
con el agua.
La voz resonó a su espalda con esa
peculiar forma de arrastrar las erres.
Todo su cuerpo despertó a la vida como
si hubiese estado aletargado mientras las
manos se cerraban en torno al bolso,
tenía miedo de girarse, de confundir su
deseo de escucharle con su voz de
verdad, pero no tuvo que esperar
demasiado cuando ella se sentó a su lado
vestido —al igual que la primera vez
que se vieron—, con el uniforme del
trabajo.
—Vaya, el kilt sigue vivo —
murmuró. Se pasó la lengua por el labio
inferior y lo miró a los ojos.
Una perezosa sonrisa le curvaba los
labios.
—Vaya, mi escocesa favorita
bebiendo agua —contestó con diversión
—. Hola esposa. Me han dicho que has
estado frecuentando el único pub del
pueblo durante toda la semana, pero
prometeré no dejarle el trasero como un
tomate si todo lo que has estado
bebiendo es agua.
La velada amenaza la hizo saltar al
instante. ¡Cómo se atrevía!
—Esta es mi isla y puedo hacer lo
que me de la santísima real gana —le
dijo encendiéndose cual cerilla—. Si
quiero beber agua, beberé agua y si
quiero emborracharme con whisky…
Ella le cubrió los labios con un par de
dedos.
—Esperarás hasta que yo esté
presente para que ambos podamos
disfrutar de los beneficios, esposa —
recalcó la última palabra. Los dedos se
deslizaron entonces de los labios a la
mejilla—. Dime, Santana , ¿tienes ya una
respuesta para mí?
Se lamió los labios sintiendo todavía
el tacto de sus dedos en ellos, ahora que
lo tenía delante todas las cosas que
había planeado decirle durante todos las
noches que lo estuvo esperando se
esfumaron de su mente; Brittany era
capaz de hacerle el cerebro papilla.
Abrió la boca y volvió a cerrarla, se
le encendieron las mejillas al ver que
boqueaba como un pez sin que surgiese
ni una sola palabra.
Ella sonrió, le retiró la mano de la cara
y jugó con los dedos que aferraban con
demasiada fuerza el bolso.
—Te lo pondré más fácil, amor —
murmuró en un tono más íntimo—. ¿Vas
a volver a escaparte? Si la respuesta es
no, niega con la cabeza.
Ella lo hizo y ella asintió satisfecho.
—Bueno, eso es sin duda un buen
comienzo —aseguró acariciándole los
dedos—. Ahora, dime, ¿tienes ya una
respuesta para mí, Santana Macleod?
Suspiró, había cosas que no serían
sencillas de cambiar con ese mujer y
su tozudez era una de ellas.
—¿Cuántas veces te he dicho ya que
nuestro matrimonio…?
Ella volvió a silenciarla con un dedo y
negó con la cabeza.
—Sí o no, ¿recuerdas? —le dijo—.
Es todo lo que necesito ahora mismo.
Ella parpadeó y se apartó lentamente.
—¿Sí o no, Santana ?
Bajó la mirada a las manos de ambas
entrelazadas en su regazo. Ella había
conseguido que dejase de estrujar el
bolso para hacerlo ahora con sus dedos.
—Sí —murmuró.
Uno de los dedos de la mano que
tenía libre le alzó la barbilla de modo
que lo mirase a ella.
—Repítelo —pidió—. ¿Te quedarás
conmigo?
Respiró profundamente y asintió con
la cabeza.
—Sí —repitió con voz suave—. Sí a
ambas preguntas.
Ella frunció el ceño confundido durante
unos instantes, entonces pareció
sorprendido.
—¿Aquí?
Ella se encogió de hombros.
—Si no he venido antes es porque
tenía que dejar las cosas listas, Brittany
—comentó como al descuido—. Vender
la tienda, arreglar todo el papeleo,
buscar alojamiento en Edimburgo…
Ella negó con la cabeza.
—Nada de alojamiento —la
interrumpió y se señaló a sí mismo—.
Follas conmigo, vives conmigo.
Las carcajadas que se escucharon en
el local dejaron claro que aquella
declaración había sido pronunciada lo
suficiente alto como para que fuese
escuchada.
—Gracias, escocés —replicó, pero
era incapaz de no reír también—.
Después de esto, vas a tener que casarte
conmigo o no podré poner nunca más un
pie en esta isla.
Se llevó su mano a la boca y la besó.
—Pensé que ya estábamos casadas,
amor.
Ella puso los ojos en blanco.
—Lo que tú digas, escocés, lo que tú
digas —prefirió no decir nada más al
respecto.
Ella se echó a reír y le ahuecó ahora el
rostro con las manos.
—Solo una cosa más, caileagh —
pidió mirándola a los ojos—. Dime que
me quieres.
El sonrojo que ya le cubría las
mejillas aumentó.
—Porque yo estoy loca por ti, Santana
Macleod Mackinnon —aseguró
atrayéndola hacia su boca—. Te quiero,
mo gradh.
—Tha gradh agam dhuibh, Brittany
Macleod —le respondió en gaélico para
luego decírselo en inglés—. Te quiero,
Brittany.
Ella no le dejó decir nada más, en
medio de silbidos y aplausos la arrancó
del asiento y la besó sin importarle
nadie o nada más que ella.
—Por fin —murmuró nada más
romper el beso—. Pensé que tendría que
arrancártelo a besos.
Se echó a reír, no pudo evitarlo.
—Dejaré que lo intentes… después
—prometió apretándose contra ella,
haciéndose hueco entre sus piernas.
Ella asintió y le acarició el rostro.
—Por cierto —llamó su atención una
vez más—. Me dejaste intrigada con una
de las cosas que dejaste en esa maldita
carta.
Ella arqueó una ceja ante la forma en
que pronunció las palabras.
—Habría preferido que me dijeses
todo eso a la cara, si —aseguró con su
habitual franqueza.
Ella asintió.
—Ahora dime, ¿has resuelto el
enigma de la leyenda de Dunvegan?
Dejó escapar el aire al escuchar cuál
era el motivo de su intriga.
—Cuando me narraste esa leyenda,
había algo que no acababa de
comprender, algo que… creo que pudo
suceder de otra forma si ambos se
hubiesen empeñado.
Su ceño se hizo más profundo.
—¿El qué, mo caileagh?
Se lamió los labios y procedió a
hacerle partícipe de sus pensamientos.
—La princesa de las hadas fue una
tonta —aseguró con firmeza.
El gesto de risa contenida en su
rostro era un poema.
—¿Y eso por qué?
Le posó la mano sobre el corazón y
sintió como este latía con fuerza bajo la
palma.
—Porque si hubiese amado tanto al
laird Macleod, habría hecho hasta lo
imposible por volver con su marido y su
hijo, incluso si eso incluía desafiar a su
propio pueblo —comentó con un
levísimo encogimiento de hombros—.
Quizá si ella hubiese luchado… si no se
hubiese marchado en primer lugar… ella
no habría tenido que pasar el resto de su
vida solo.
Ella sonrió ante las palabras que
brotaron de su boca, le cogió la barbilla
y la obligó a encontrar su mirada.
—Bueno, mi pequeña hada, ahora
estás aquí, todavía casada conmigo y
soy yo la que no va a dejarte marchar —
le aseguró inclinándose sobre ella—. Te
quiero, Santana . Con botella y media de
whisky encima o totalmente sobria, te
quiero y vas a tener que oírmelo decir
muchas veces de aquí hasta que termine
el periodo de esponsales y renovemos
nuestros votos y frente a testigos y un
maldito juez de paz al que no puedas
poner en duda.
No pudo evitar poner los ojos en
blanco, pero terminó asintiendo entre
risas.
—Bienvenida de nuevo a casa,
esposa. —Una vez más enlazó los dedos
a los suyos y se los llevó a los labios
para finalmente envolverla con los
brazos.
Ella se estremeció de placer y se
acomodó contra su pecho.
—Me alegra estar de vuelta, Brittany
Macleod —suspiró. Entonces se
incorporó de nuevo para mirarle—.
Solo, procura no perderme de vista
tengo una maldita tendencia a salir
corriendo.
Ahora fue su turno de reír.
—No te preocupes mo gradh —la
abrazó apretándola contra ella—. Te
perseguiría hasta el fin del mundo,
después de todo eres mi última
tentación.


____________________________________________________________________________

Este es el final y perdon por la espera me equivoque al poner las fechas
awong_snix
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---
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Mensaje por 3:) Vie Mar 20, 2015 11:42 pm

holap,...

al fin san admitió todo o que sentía por britt,.. y dejo de escaparse jajaja
me encanto la historia,... me divertí mucho,..
gracias por la historia!!!

nos vemos!!!
3:)
3:)
-*-*-*
-*-*-*

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