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Fanfic Brittana-ST Ella Santana 50 sombras de Lopez #4
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Jane0_o
micky morales
monica.santander
Lucy LP
MAYLU
9 participantes
Página 1 de 3.
Página 1 de 3. • 1, 2, 3
Fanfic Brittana-ST Ella Santana 50 sombras de Lopez #4
Bueno este es mi primer fanfic es una adaptacion del ultimo libro #4 de 50 sombras pero desde la perspectiva de Santana del fic 50 sombras de Lopez ... espero les gustes gracias
Lunes, 9 de Mayo de 2011
Tengo tres autos. Van rápido por todo el piso. Muy rápido.
Uno es rojo. Otro es verde. Otro es amarillo. Me gusta el
verde. Es el mejor. A mami también le gustan. Me gusta
cuando mami juega conmigo y los autos. El rojo es el mejor para ella.
Hoy, está sentada en el sofá mirando a la pared. El auto verde vuela por
la alfombra. El rojo le sigue. Luego el Amarillo. ¡Crash! Pero mami no ve.
Lo hago de nuevo. ¡Crash! Pero Mami no ve. Señalo el auto verde a sus
pies. Pero el auto verde se va por debajo del sofá. No puedo alcanzarlo.
Mi mano es demasiado grande para el agujero. Mami no ve. Quiero mi
auto verde. Pero Mami se queda en el sofá mirando a la pared. Mami.
Mi auto. Ella no me escucha. Mami. Empujo su mano y ella se recuesta y
cierra los ojos. No ahora, Maggot. No ahora, dice. Mi auto verde
permanece bajo el sofá. Siempre está bajo el sofá. Puedo verlo. Pero no
puedo alcanzarlo. Mi auto verde está borroso. Cubierto de pelaje gris y
suciedad. Lo quiero de regreso. Pero no puedo alcanzarlo. Nunca
puedo alcanzarlo. Mi auto verde está perdido. Perdido. Y no puedo
jugar con él de nuevo nunca más.
Abro mis ojos y mi sueño se desvanece a la luz de la mañana.
¿De qué diablos iba eso? Agarro los fragmentos mientras se
desvanecen, pero fallo en atrapar cualquiera de ellos.
Descartándolo, como lo hago la mayoría de las mañanas, me
bajo de la cama y encuentro una sudadera recién lavada en mi
vestidor. Afuera, un cielo grisáceo promete lluvia y no estoy de humor
para recibirla durante mi carrera de hoy. Me dirijo arriba, al gimnasio,
enciendo el televisor para las noticias de negocios de la mañana y me
subo en la cinta.
Mis pensamientos divagan sobre el día. No tengo más que
reuniones, aunque veré a mi entrenador personal más tarde para una
rutina en mi oficina, Bastille siempre es un desafío bienvenido.
¿Quizá debería llamar a Elena?
Sí. Quizá. Podemos cenar en el transcurso de esta semana.
Detengo la cinta, sin aliento, y me dirijo hacia la ducha para
empezar otro monótono día.
—Mañana —murmuro, despachando a Claude Bastille cuando
está de pie en el umbral de mi oficina.
—¿López, jugamos golf esta semana? —Bastille sonríe con una
relajada arrogancia, sabiendo que su victoria en el campo de golf está
asegurada.
Le frunzo el ceño mientras se da vuelta y se va. Sus palabras de
despedida son como sal en mis heridas porque, a pesar de mis heroicos
intentos durante nuestra rutina de hoy, mi entrenador personal me ha
pateado el trasero. Bastille es el único que puede vencerme, y ahora
quiere otro pedazo de carne en el campo de golf. Detesto el golf, pero
muchos negocios se hacen en las calles, de modo que tengo que
padecer sus lecciones ahí también… y, aunque odio admitirlo, jugar
contra Bastille sí mejora mi juego.
Mientras miro por la ventana al horizonte de Seattle, el familiar
tedio se filtra sin permiso en mi subconsciente. Mi humor es tan plano y
gris como el clima. Mis días se están mezclando sin distinción y necesito
alguna clase de diversión. He trabajado todo el fin de semana y, ahora,
en los confines contiguos de mi oficina, estoy inquieta. No debería
sentirme así, no después de varios encuentros con Bastille. Pero así me
siento.
Frunzo el ceño. La aleccionadora verdad es que la única cosa
que ha capturado mi interés recientemente ha sido mi decisión de
enviar dos buques de carga a Sudán. Esto me recuerda que se supone
que Ros regresará a mí con números y logística. ¿Qué rayos la está
haciendo tardar? Reviso mi agenda y alcanzo el teléfono.
Maldita sea. Tengo que aguantar una entrevista con la
persistente señorita Fabray para la revista estudiantil de la
Universidad Estatal de Washington. ¿Por qué diablos accedí a eso?
Detesto las entrevistas… vanas preguntas de personas desinformadas y
envidiosas dirigidas a investigar sobre mi vida privada. Y ella es una
estudiante. El teléfono vibra.
—Sí —le grito a Andrea, como si pudiera culparla. Al menos
puedo hacer que esta entrevista sea corta.
—La señorita Brittany Pierce está aquí para verla, Sra. Lopez.
—¿ Pierce? Estaba esperando a Quinn Fabray.
—Es la señorita Pierce quien está aquí, señora.
Odio lo inesperado.
—Hágala pasar.
Bueno, bueno… la Señorita Fabray no está disponible.
Conozco a su padre, Eamon, el dueño de Fabray Media. Hemos
hecho negocios juntos y él parece un operador astuto y un ser humano
racional. Esta entrevista es un favor hacia él, una que pretendo cobrar
después, cuando me convenga. Y, tengo que admitir que estaba
vagamente curiosa por su hija, interesada en ver la manzana que ha
caído lejos del árbol.
Una conmoción en la puerta me hace ponerme de pie mientras
una maraña de largo cabello rubio, pálidas extremidades y botas
marrones se zambulle en mi oficina. Reprimiendo mi molestia natural por
tal torpeza, me apresuro hacia la chica que ha aterrizado sobre sus
manos y rodillas en el piso. Sujetando unos hombros delgados, la ayudo
a ponerse de pie.
Claros y avergonzados ojos encuentran los míos y detienen mis
movimientos. Son del color más extraordinario, azul pulverizado,
inocentes y, por un horrible momento, creo que puede ver a través de
mí y estoy… expuesta. El pensamiento es desconcertante, así que lo
descarto inmediatamente.
Ella tiene una pequeña y dulce cara que se está sonrojando
ahora, de un inocente rosa pálido. Me pregunto brevemente si toda su
piel es así de perfecta y cómo luciría rosa y cálida por el azote de una
vara.
Maldición.
Detengo mis caprichosos pensamientos, alarmada por su
dirección. ¿En qué demonios estás pensando, Lopez? Esta chica es
demasiado joven. Se queda boquiabierta y resisto la urgencia de poner
los ojos en blanco. Sí, sí, Bella, es solo un rostro y es solo piel. Necesito
dispersar esa mirada admirativa de aquellos ojos pero, ¡tengamos algo
de diversión en el proceso!
—Señorita Fabray. Soy Santana Lopez. ¿Está bien? ¿Quiere sentarse?
Ahí está ese sonrojo de nuevo. A cargo una vez más, la estudio.
Es bastante atractiva… ligera, pálida, con una melena de cabello
Rubio apenas contenido por un moño.
Una Rubia.
Sí, es atractiva. Extiendo mi mano mientras tartamudea el inicio
de una mortificada disculpa y pone su mano en la mía. Su piel es fría y
suave, pero su apretón es sorprendentemente firme.
—La señorita Fabray está indispuesta, así que me ha enviado
a mí. Espero que no le importe, señora Lopez. —Su voz es calmada con
una musicalidad dudosa y parpadea erráticamente, largas pestañas
agitándose.
Incapaz de evitar la diversión en mi voz mientras recuerdo su
entrada poco elegante a mi oficina, le pregunto quién es.
—Brittany Pierce. Estudio literatura inglesa con Quinn, digo…
Quinny… bueno… la Señorita Fabray, en la Estatal de Washington,
Campus Vancouver.
Lunes, 9 de Mayo de 2011
Tengo tres autos. Van rápido por todo el piso. Muy rápido.
Uno es rojo. Otro es verde. Otro es amarillo. Me gusta el
verde. Es el mejor. A mami también le gustan. Me gusta
cuando mami juega conmigo y los autos. El rojo es el mejor para ella.
Hoy, está sentada en el sofá mirando a la pared. El auto verde vuela por
la alfombra. El rojo le sigue. Luego el Amarillo. ¡Crash! Pero mami no ve.
Lo hago de nuevo. ¡Crash! Pero Mami no ve. Señalo el auto verde a sus
pies. Pero el auto verde se va por debajo del sofá. No puedo alcanzarlo.
Mi mano es demasiado grande para el agujero. Mami no ve. Quiero mi
auto verde. Pero Mami se queda en el sofá mirando a la pared. Mami.
Mi auto. Ella no me escucha. Mami. Empujo su mano y ella se recuesta y
cierra los ojos. No ahora, Maggot. No ahora, dice. Mi auto verde
permanece bajo el sofá. Siempre está bajo el sofá. Puedo verlo. Pero no
puedo alcanzarlo. Mi auto verde está borroso. Cubierto de pelaje gris y
suciedad. Lo quiero de regreso. Pero no puedo alcanzarlo. Nunca
puedo alcanzarlo. Mi auto verde está perdido. Perdido. Y no puedo
jugar con él de nuevo nunca más.
Abro mis ojos y mi sueño se desvanece a la luz de la mañana.
¿De qué diablos iba eso? Agarro los fragmentos mientras se
desvanecen, pero fallo en atrapar cualquiera de ellos.
Descartándolo, como lo hago la mayoría de las mañanas, me
bajo de la cama y encuentro una sudadera recién lavada en mi
vestidor. Afuera, un cielo grisáceo promete lluvia y no estoy de humor
para recibirla durante mi carrera de hoy. Me dirijo arriba, al gimnasio,
enciendo el televisor para las noticias de negocios de la mañana y me
subo en la cinta.
Mis pensamientos divagan sobre el día. No tengo más que
reuniones, aunque veré a mi entrenador personal más tarde para una
rutina en mi oficina, Bastille siempre es un desafío bienvenido.
¿Quizá debería llamar a Elena?
Sí. Quizá. Podemos cenar en el transcurso de esta semana.
Detengo la cinta, sin aliento, y me dirijo hacia la ducha para
empezar otro monótono día.
—Mañana —murmuro, despachando a Claude Bastille cuando
está de pie en el umbral de mi oficina.
—¿López, jugamos golf esta semana? —Bastille sonríe con una
relajada arrogancia, sabiendo que su victoria en el campo de golf está
asegurada.
Le frunzo el ceño mientras se da vuelta y se va. Sus palabras de
despedida son como sal en mis heridas porque, a pesar de mis heroicos
intentos durante nuestra rutina de hoy, mi entrenador personal me ha
pateado el trasero. Bastille es el único que puede vencerme, y ahora
quiere otro pedazo de carne en el campo de golf. Detesto el golf, pero
muchos negocios se hacen en las calles, de modo que tengo que
padecer sus lecciones ahí también… y, aunque odio admitirlo, jugar
contra Bastille sí mejora mi juego.
Mientras miro por la ventana al horizonte de Seattle, el familiar
tedio se filtra sin permiso en mi subconsciente. Mi humor es tan plano y
gris como el clima. Mis días se están mezclando sin distinción y necesito
alguna clase de diversión. He trabajado todo el fin de semana y, ahora,
en los confines contiguos de mi oficina, estoy inquieta. No debería
sentirme así, no después de varios encuentros con Bastille. Pero así me
siento.
Frunzo el ceño. La aleccionadora verdad es que la única cosa
que ha capturado mi interés recientemente ha sido mi decisión de
enviar dos buques de carga a Sudán. Esto me recuerda que se supone
que Ros regresará a mí con números y logística. ¿Qué rayos la está
haciendo tardar? Reviso mi agenda y alcanzo el teléfono.
Maldita sea. Tengo que aguantar una entrevista con la
persistente señorita Fabray para la revista estudiantil de la
Universidad Estatal de Washington. ¿Por qué diablos accedí a eso?
Detesto las entrevistas… vanas preguntas de personas desinformadas y
envidiosas dirigidas a investigar sobre mi vida privada. Y ella es una
estudiante. El teléfono vibra.
—Sí —le grito a Andrea, como si pudiera culparla. Al menos
puedo hacer que esta entrevista sea corta.
—La señorita Brittany Pierce está aquí para verla, Sra. Lopez.
—¿ Pierce? Estaba esperando a Quinn Fabray.
—Es la señorita Pierce quien está aquí, señora.
Odio lo inesperado.
—Hágala pasar.
Bueno, bueno… la Señorita Fabray no está disponible.
Conozco a su padre, Eamon, el dueño de Fabray Media. Hemos
hecho negocios juntos y él parece un operador astuto y un ser humano
racional. Esta entrevista es un favor hacia él, una que pretendo cobrar
después, cuando me convenga. Y, tengo que admitir que estaba
vagamente curiosa por su hija, interesada en ver la manzana que ha
caído lejos del árbol.
Una conmoción en la puerta me hace ponerme de pie mientras
una maraña de largo cabello rubio, pálidas extremidades y botas
marrones se zambulle en mi oficina. Reprimiendo mi molestia natural por
tal torpeza, me apresuro hacia la chica que ha aterrizado sobre sus
manos y rodillas en el piso. Sujetando unos hombros delgados, la ayudo
a ponerse de pie.
Claros y avergonzados ojos encuentran los míos y detienen mis
movimientos. Son del color más extraordinario, azul pulverizado,
inocentes y, por un horrible momento, creo que puede ver a través de
mí y estoy… expuesta. El pensamiento es desconcertante, así que lo
descarto inmediatamente.
Ella tiene una pequeña y dulce cara que se está sonrojando
ahora, de un inocente rosa pálido. Me pregunto brevemente si toda su
piel es así de perfecta y cómo luciría rosa y cálida por el azote de una
vara.
Maldición.
Detengo mis caprichosos pensamientos, alarmada por su
dirección. ¿En qué demonios estás pensando, Lopez? Esta chica es
demasiado joven. Se queda boquiabierta y resisto la urgencia de poner
los ojos en blanco. Sí, sí, Bella, es solo un rostro y es solo piel. Necesito
dispersar esa mirada admirativa de aquellos ojos pero, ¡tengamos algo
de diversión en el proceso!
—Señorita Fabray. Soy Santana Lopez. ¿Está bien? ¿Quiere sentarse?
Ahí está ese sonrojo de nuevo. A cargo una vez más, la estudio.
Es bastante atractiva… ligera, pálida, con una melena de cabello
Rubio apenas contenido por un moño.
Una Rubia.
Sí, es atractiva. Extiendo mi mano mientras tartamudea el inicio
de una mortificada disculpa y pone su mano en la mía. Su piel es fría y
suave, pero su apretón es sorprendentemente firme.
—La señorita Fabray está indispuesta, así que me ha enviado
a mí. Espero que no le importe, señora Lopez. —Su voz es calmada con
una musicalidad dudosa y parpadea erráticamente, largas pestañas
agitándose.
Incapaz de evitar la diversión en mi voz mientras recuerdo su
entrada poco elegante a mi oficina, le pregunto quién es.
—Brittany Pierce. Estudio literatura inglesa con Quinn, digo…
Quinny… bueno… la Señorita Fabray, en la Estatal de Washington,
Campus Vancouver.
MAYLU* - Mensajes : 41
Fecha de inscripción : 29/07/2015
Re: Fanfic Brittana-ST Ella Santana 50 sombras de Lopez #4
Es el del último libro de 50 sombras de grey ?? En versión Santana :) que bien me gusta!!!!
Lucy LP**** - Mensajes : 168
Fecha de inscripción : 01/07/2015
Re: Fanfic Brittana-ST Ella Santana 50 sombras de Lopez #4
Es genial que puedas adaptar este libro!!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Capitulo 2
Gracias por sus comentarios aquí les dejo otro capitulo mas espero les guste y si es del ultimo libro de 50 sombras desde la perspectiva de grey...
Capitulo 2
¿Del tipo tímida y estudiosa, eh? Lo parece: mal vestida, su ligera silueta escondida bajo un suéter sin forma, una falda acampanada color marrón y botas funcionales. ¿Tiene algún sentido del estilo? Mira nerviosamente alrededor de mi oficina, a cualquier parte menos a mí, noto, con divertida ironía.
¿Cómo puede ser periodista esa jovencita? No tiene una sola señal de asertividad en su cuerpo. Es nerviosa, dócil… sumisa. Desconcertada por mis pensamientos inapropiados, sacudo la cabeza y me pregunto si las primeras impresiones son confiables. Dejando de lado el cliché, le pido que se siente, luego noto su perspicaz mirada evaluando los cuadros de mi oficina. Antes de que pueda detenerme, me encuentro explicándolas:
—Un artista de aquí. Trouton.
—Son muy bonitos. Elevan lo cotidiano a extraordinario —dice soñadoramente, perdida en la exquisita y fina destreza del trabajo de Trouton. Su perfil es delicado, una nariz respingona y suaves y carnosos labios, y en sus palabras ha capturado mis sentimientos exactos. Elevan lo cotidiano a extraordinario. Es una astuta observación. La señorita Pierce es brillante.
Concuerdo y observo, fascinada, mientras el rubor trepa lentamente por su piel una vez más. Mientras me siento al otro lado de ella, intento frenar mis pensamientos. Saca algunas arrugadas hojas de papel y una grabadora digital de su gran bolso. Es torpe, dejando caer la maldita cosa dos veces en mi mesa para café Bauhaus. Es obvio que nunca ha hecho esto antes pero, por alguna razón que no puedo comprender, lo encuentro divertido. Bajo circunstancias normales, su torpeza me irritaría como el infierno pero, ahora, escondo una sonrisa bajo mi dedo índice y resisto la urgencia de acomodarla por mí misma.
Mientras hurga y se pone más y más nerviosa, se me ocurre que podría refinar sus habilidades motoras con la ayuda de una fusta. Expertamente manejada, puede controlar al más inquieto. El errante pensamiento me hace cambiar de posición en mi silla. Me mira y se muerde su carnoso labio superior.
¡Joder! ¿Cómo no me di cuenta de lo provocadora que es esa boca?
—Pe… perdón. No suelo utilizarla.
Puedo verlo, bella, pero justo ahora me importa un carajo porque no puedo apartar mis ojos de tu boca.
—Tómese todo el tiempo que necesite, señorita Pierce. —Necesito otro momento para poner en orden mis obstinados pensamientos.
Lopez… detén esto, ahora.
—¿Le importa que grabe sus respuestas? —pregunta, su rostro cándido y expectante.
Quiero reírme.
—¿Me lo pregunta ahora, después de lo que le ha costado preparar la grabadora?
Parpadea, sus ojos grandes y perdidos por un momento y soy derrotada por el poco familiar sentimiento de culpa.
Deja de ser una mierda, Lopez.
—No, no me importa. —No quiero ser responsable por esa mirada.
—¿Le explicó Quinn, digo, la señorita Fabray, para qué era la entrevista?
—Sí. Para el último número de este curso de la revista de la facultad, porque yo entregaré los títulos de la ceremonia de graduación de este año. —Por qué demonios he accedido a hacer eso, no lo sé. Ryder de Relaciones Publicas me ha dicho que el departamento de ciencias ambientales de la Estatal de Washington necesita la publicidad para poder atraer fondos adicionales que complementen lo que les he dado, y Ryder haría cualquier cosa por exposición ante la prensa.
La señorita Pierce parpadea una vez más, como si esto fuera una noticia para ella, y parece desaprobarla. ¿No ha hecho ningún estudio previo para esta entrevista? Debería saberlo. El pensamiento me hiela la sangre. Es… desagradable, no algo que espero de alguien que está aprovechándose de mi tiempo.
—Bien. Tengo algunas preguntas, Señora López. —Se pone un mechón de cabello tras la oreja, distrayéndome de mi molestia.
—Sí, creo que debería preguntarme algo —digo secamente. Hagámosla estremecerse. Juiciosamente, lo hace, luego se endereza y acomoda sus pequeños hombros. Está en modo profesional. Inclinándose hacia adelante, presiona el botón de inicio en la grabadora y frunce el ceño mientras mira sus arrugadas notas.
—Es usted muy joven para haber amasado este imperio. ¿A qué se debe su éxito?
Seguramente puede hacer algo mejor que esto. Qué pregunta tan tonta. Ni una pizca de originalidad. Es decepcionante. Lanzo mi respuesta usual sobre tener a personas excepcionales trabajando para mí. Personas en las que confío, si es que confío en alguien, y les pago bien, blablablá… pero, señorita Pierce, el simple hecho es que soy brillante en lo que hago. Para mí, es como desprender un tronco. Comprar descompuestas y mal dirigidas compañías y arreglarlas, conservando algunas o, si están realmente en quiebra, desarmando sus activos y vendiéndolos al mejor postor. Es simplemente una cuestión de saber la diferencia entre los dos e, invariablemente, se resume a las personas a cargo. Para tener éxito en los negocios, necesitas buenas personas y yo puedo juzgar a una persona mejor que la mayoría.
—Quizá solo ha tenido suerte —dice calladamente.
¿Suerte? Un escalofrío de molestia me atraviesa. ¿Suerte? ¿Cómo se atreve? Parece modesta y calmada, ¿pero esta pregunta? Nadie ha sugerido jamás que he tenido suerte. Trabajo duro, traigo personas conmigo, las vigilo de cerca y las estudio si necesito hacerlo y, si no son buenas para el trabajo, las descarto. Esto es lo que hago y lo hago bien. ¡No tiene nada que ver con la suerte! Bueno, al diablo con eso. Presumiendo mi erudición, cito las palabras de Andrew Carnegie, mi industrial favorito.
—El crecimiento y desarrollo de las personas es la labor más importante de los directivos.
—Parece una maniática del control —dice, y habla perfectamente en serio.
¿Qué demonios? Quizá ella sí puede ver a través de mí.
“Control” es mi segundo nombre, cariño.
La miro fijamente, esperando intimidarla.
—Oh, bueno, lo controlo todo, señorita Pierce. —Y me gustaría controlarla a usted, justo aquí y ahora.
Ese atractivo rubor atraviesa su rostro y se muerde aquel labio de nuevo. Divago, intentando distraerme de su boca.
—Además, decirte a ti misma, en tu fuero más íntimo, que has nacido para ejercer el control te concede un inmenso poder.
—¿Le parece a usted que su poder es inmenso? —pregunta con una suave y tranquilizadora voz, pero enarca una delicada ceja con una mirada que expresa su censura. ¿Está, deliberadamente, tratando de provocarme? ¿Son sus preguntas, su actitud o el hecho de que la encuentro atractiva, lo que me está molestando? Mi irritación crece.
—Tengo más de cuarenta mil empleados. Eso me otorga un cierto sentido de la responsabilidad… poder, si lo prefiere. Si decidiera que ya no me interesa el negocio de las telecomunicaciones y lo vendiera todo, veinte mil personas pasarían apuros para pagar la hipoteca en poco más de un mes.
Su boca se abre por mi respuesta. Eso es más como debe ser. Chúpate esa, Bella. Siento mi equilibrio retornar.
—¿No tiene que responder ante una junta directiva?
—Soy dueña de mi empresa. No tengo que responder ante ninguna junta directiva. —Debería saber esto.
—¿Y cuáles son sus intereses aparte del trabajo? —continúa apresuradamente, midiendo correctamente mi reacción. Sabe que estoy enojada y, por alguna inexplicable razón, esto me complace.
—Me interesan cosas muy diversas, señorita Pierce. Muy diversas. —Imágenes de ella en varias posiciones en mi cuarto de juegos destellan en mi mente: encadenada a la cruz, extendida en la cama con dosel, extendida en el banco de azotes. Y, miren, ahí está ese rubor de nuevo. Es como un mecanismo de defensa.
—Pero si trabaja tan duro, ¿qué hace para relajarse?
—¿Relajarme? —Esas palabras saliendo de su boca inteligente suenan raras, pero divertidas. Además, ¿cuándo tengo tiempo para relajarme? Ella no tiene idea de lo que hago. Pero me mira de nuevo con aquellos grandes e ingeniosos ojos y, para mi sorpresa, me encuentro considerando su pregunta. ¿Qué hago para relajarme? Navegar, volar, follar… probar los límites de atractivas Rubias como ella y hacerlas obedecer... el pensamiento me hace mover en mi silla, pero le respondo suavemente, omitiendo unos cuantos pasatiempos favoritos.
—Invierte en fabricación. ¿Por qué, específicamente?
—Me gusta construir. Me gusta saber cómo funcionan las cosas, cuál es su mecanismo, cómo se montan y se desmotan. Y me encantan los barcos. ¿Qué puedo decirle? —Transportan comida alrededor del planeta.
—Parece que el que habla es su corazón, no la lógica o los hechos.
¿Corazón? ¿Yo? Oh, no, bella.
Mi corazón fue destrozado sin poder ser reconocido hace mucho tiempo.
—Es posible. Aunque algunos dirían que no tengo corazón.
—¿Por qué dirían algo así?
—Porque me conocen bien. —Le muestro una irónica sonrisa. De hecho, nadie me conoce tan bien, excepto quizá Elena. Me pregunto qué haría ella con la pequeña señorita Pierce aquí. Esta chica es una masa de contradicciones: tímida, torpe, obviamente brillante y excitante como el infierno.
Sí, de acuerdo, lo admito. La encuentro seductora.
Ella recita la próxima pregunta por repetición.
—¿Dirían sus amigos que es fácil conocerla?
—Soy una persona muy reservada, señorita Pierce. Hago todo lo posible por proteger mi vida privada. No suelo ofrecer entrevistas. —Haciendo lo que hago, viviendo la vida que he elegido, necesito mi privacidad.
—¿Por qué aceptó esta?
—Porque soy mecenas de la universidad y, porque, por más que lo intenté, no podía sacarme de encima a la señorita Fabray. No dejaba de dar lata a mis relaciones públicas y admiro esa tenacidad. —Pero me alegra que fuera usted quien viniera y no ella.
—También invierte en tecnología agrícola. ¿Por qué le interesa este ámbito?
—El dinero no se come, señorita Pierce, y hay demasiada gente en el mundo que no tiene qué comer. —La miro fijamente, con cara de póker.
—Suena muy filantrópica. ¿Le apasiona la idea de alimentar a los pobres del mundo? —Me considera con una mirada perpleja y como si yo fuera un enigma, pero no hay manera de que la deje ver en mi oscura alma. Esta no es una zona de discusión abierta. Pasa la página, Lopez.
—Es un buen negocio —murmuro, fingiendo aburrimiento, e imagino follar esa boca para distraerme de todos los pensamientos de hambre. Sí, su boca necesita entrenamiento y la imagino sobre sus rodillas ante mí. Bien, ese pensamiento es interesante.
Ella recita la próxima pregunta, arrastrándome fuera de mi fantasía.
—¿Tiene una filosofía? Y si la tiene, ¿en qué consiste?
—No tengo una filosofía como tal. Quizá un principio que me guía… de Carnegie: ―Una persona que consigue adueñarse absolutamente de su mente, puede adueñarse de cualquier otra cosa para la que esté legalmente autorizada‖. Soy muy peculiar, muy tenaz. Me gusta el control… de mí misma y de los que me rodean.
—¿Entonces quiere poseer cosas?
Sí, bella. A ti, por ejemplo. Frunzo el ceño, sorprendida por el pensamiento.
—Quiero merecer poseerlas, pero sí, en el fondo es eso.
—Parece usted el paradigma del consumidor. —Su voz está teñida de desaprobación, irritándome de nuevo.
—Lo soy.
Suena como una niña rica que ha tenido todo lo que siempre ha deseado, pero cuando miro de cerca su ropa, está vestida con prendas de alguna tienda barata como Old Navy o H&M, así que sé que no es eso. Ella no ha crecido en un entorno pudiente.
Podría cuidar de ti.
¿De dónde diablos vino eso?
Aunque, ahora que lo considero, sí que necesito una nueva sumisa. ¿Han pasado qué, dos meses desde Susannah? Y aquí estoy, salivando por esta mujer. Intento mostrar una sonrisa agradable. No hay nada malo con el consumo, después de todo, conduce lo que queda de la economía americana.
—Fue una niña adoptada. ¿Hasta qué punto cree que ha influido en su manera de ser?
¿Qué tiene esto que ver con el precio del petróleo? Qué pregunta tan ridícula. Si me hubiera quedado con la perra drogadicta, probablemente estaría muerta. La descarto con una ―no respuesta‖, tratando de mantener el tono de mi voz, pero ella me presiona, demandando saber qué edad tenía cuando fui adoptada.
¡Cállala, Lopez!
Mi tono es frío.
—Todo el mundo lo sabe, señorita Pierce.
Debería saber esto también. Ahora parece contrita mientras se pone un mechón de cabello tras la oreja. Bien.
—Ha tenido que sacrificar su vida familiar por el trabajo.
—Eso no es una pregunta —espeto.
Se sorprende, claramente avergonzada, pero tiene la gracia de disculparse mientras reformula la pregunta.
—¿Ha tenido que sacrificar su vida familiar por el trabajo?
¿Qué quiero con una familia?
—Tengo familia. Un hermano, una hermana y unos padres que me quieren. Pero no me interesa seguir hablando mi familia.
—¿Es usted gay, señora López?
¡¿Qué demonios?!
¡No puedo creer que ella haya dicho eso en voz alta! Irónicamente, es una pregunta que incluso mi propia familia no haría bueno aunque ya lo saben yo misma se los dije. Pero ¡Cómo se atreve! Tengo una repentina urgencia de arrastrarla fuera del asiento, ponerla sobre mi rodilla, palmearla y luego follarla sobre mi escritorio con sus manos atadas tras su espalda. Eso respondería su estúpida pregunta. Tomo un profundo aliento para tranquilizarme. Para mi vengativo goce, ella parece mortificada por su propia pregunta.
—Sí, Brittany, soy gay. —Enarco las cejas, pero mantengo mi expresión impasible. Brittany. Es un nombre adorable. Me gusta la forma en que se enrolla mi lengua al pronunciarlo.
—Le pido disculpas. Está…. Bueno... Está aquí escrito. —Ella hace de nuevo aquella cosa con su cabello tras su oreja. Obviamente es un hábito nervioso.
¿No son estas sus preguntas? Le pregunto, y palidece. Maldita sea, es realmente atractiva, de una manera discreta.
—Bueno… no. Quinn… la señorita Fabray… me ha pasado una lista.
—¿Son compañeras de la revista de la facultad?
—No. Es mi compañera de piso.
No hay duda de por qué está tan nerviosa. Me rasco la barbilla, debatiéndome entre hacerla o no hacerla pasar un mal rato.
—¿Se ha ofrecido usted para hacer esta entrevista? —pregunto, y soy recompensada con su mirada sumisa: está nerviosa por mi reacción. Me gusta el efecto que tengo sobre ella.
—Me lo ha pedido ella. No se encuentra bien. —Su voz es suave.
—Esto explica muchas cosas.
Hay un golpe en la puerta y Andrea aparece.
—Señora López, perdone que lo interrumpa, pero su próxima reunión es dentro de dos minutos.
—No hemos terminado, Andrea. Cancele mi próxima reunión, por favor.
Andrea se queda boquiabierta por lo que he dicho, confundida. La miro fijamente. ¡Fuera! ¡Ahora! Estoy ocupada con la pequeña señorita Pierce aquí.
—Muy bien, señora López—dice, recuperándose con rapidez y girando sobre sus talones para dejarnos nuevamente a solas.
Vuelvo mi atención a la intrigante y frustrante criatura sobre mi sofá.
—¿Por dónde íbamos, señorita Pierce?
—No quisiera interrumpir sus obligaciones.
Oh, no, bella. Es mi turno ahora. Quiero saber si hay secretos que revelar bajo ese adorable rostro.
—Quiero saber de usted. Creo que es lo justo. —Mientras me recuesto y presiono mis dedos contra mis labios, sus ojos destellan hacia mi boca y traga saliva. Oh, sí, el efecto de siempre. Y es gratificante saber que no es completamente ajena a mis encantos.
—No hay mucho que saber —dice, su rubor regresando.
Estoy intimidándola.
—¿Qué planes tiene después de graduarse?
—No he hecho planes, señora López. Tengo que aprobar los exámenes finales.
—Aquí tenemos un excelente programa de prácticas.
¿Qué me ha poseído para decir esto? Es contra las reglas, López. Nunca folles al personal…. Pero no estás follando a esta chica.
Parece sorprendida y sus dientes saltan sobre aquel labio de nuevo. ¿Por qué es eso tan excitante?
—Oh, lo tendré en cuenta —responde—. Aunque no creo que encajara aquí.
—¿Por qué lo dice? —pregunto. ¿Qué hay de malo con mi empresa?
—Es obvio, ¿no?
—Para mí no. —Estoy confundida por su respuesta. Está nerviosa una vez más mientras alcanza la grabadora.
Mierda, se va. Mentalmente, reviso mi agenda para esta tarde. No hay nada que no pueda esperar.
—¿Le gustaría que le enseñara el edificio?
—Seguro que está muy ocupada, señora López, y yo tengo un largo camino.
—¿Vuelve en auto a Vancouver? —Miro por la venta. Es tremendo camino, y está lloviendo. Ella no debería estar conduciendo con este clima, pero no puedo prohibírselo. El pensamiento me irrita—. Bueno, conduzca con cuidado. —Mi voz es más severa de lo que pretendo. Ella se enreda con la grabadora. Quiere salir de mi oficina y, para mi sorpresa, no quiero que se vaya.
—¿Me ha preguntado todo lo que necesita? —le pregunto en un transparente esfuerzo de prologar su estadía.
—Sí, señora —dice tranquilamente. Su respuesta me deja pasmada, la forma en que aquellas palabras suenan saliendo de aquella boca inteligente, y por un momento imagino esa boca a mi entera disposición.
—Gracias por la entrevista, señora López.
—Ha sido un placer —respondo, muy en seria, porque no he estado así de fascinada por nadie en un tiempo. El pensamiento es desconcertante. Ella se pone de pie y yo extiendo la mano, ansiosa de tocarla.
—Hasta la próxima, señorita Pierce. —Mi voz es baja cuando pone su mano sobre la mía. Sí, quiero azotar y follar a esta chica en mi cuarto de juegos. Tenerla atada y necesitada… necesitándome, confiando en mí. Trago saliva.
No va a pasar, López.
—Señora López. —Asiente y retira su mano rápidamente, muy rápidamente.
No puedo dejarla ir así. Es obvio que está desesperada por partir. Es irritante, pero la inspiración me golpea cuando abro la puerta de mi oficina.
—Asegúrese de cruzar la puerta con buen pie, señorita Pierce —bromeo.
Sus labios forman una dura línea.
—Muy amable, señora Lopez —espeta.
¡La señorita Pierce es respondona! Sonrío detrás de ella cuando sale y la sigo afuera. Andrea y Olivia, ambas, levantan la mirada con sorpresa. Sí, sí. Solo veo salir a la chica.
—¿Ha traído abrigo? —pregunto.
—Chaqueta.
Le lanzo una mirada a Olivia e inmediatamente se levanta de un salto para recuperar una chaqueta azul marino, pasándomela con su usual expresión atontada. Cristo, Olivia es fastidiosa, soñando despierta conmigo todo el tiempo.
Hmm. La chaqueta está usada y es barata. La señorita Brittany Pierce debería estar mejor vestida. La sostengo para ella mientras la acomodo en sus delgados hombros, toco su piel en la base del cuello. Ella se queda quieta por el contacto y palidece.
¡Sí! Está afectada por mí. El conocimiento es inmensamente placentero. Acercándome al ascensor, presiono el botón de llamada mientras ella se mueve nerviosamente a mi lado.
Oh, yo podría detener tus movimientos, bella.
Las puertas se abren y ella se escabulle, luego se da vuelta para enfrentarme. Es más que atractiva. Iría muy lejos en decir que es hermosa.
—Brittany —digo, a manera de despedida.
—Santana —responde, su voz suave. Y las puertas del ascensor se cierran, dejando mi nombre colgando en el aire entre nosotros, sonando raro y poco familiar, pero sensual como el infierno.
Necesito saber más sobre esta chica.
—Andrea —ladro mientras regreso a mi oficina—. Ponga a Welch en la línea ahora.
Capitulo 2
¿Del tipo tímida y estudiosa, eh? Lo parece: mal vestida, su ligera silueta escondida bajo un suéter sin forma, una falda acampanada color marrón y botas funcionales. ¿Tiene algún sentido del estilo? Mira nerviosamente alrededor de mi oficina, a cualquier parte menos a mí, noto, con divertida ironía.
¿Cómo puede ser periodista esa jovencita? No tiene una sola señal de asertividad en su cuerpo. Es nerviosa, dócil… sumisa. Desconcertada por mis pensamientos inapropiados, sacudo la cabeza y me pregunto si las primeras impresiones son confiables. Dejando de lado el cliché, le pido que se siente, luego noto su perspicaz mirada evaluando los cuadros de mi oficina. Antes de que pueda detenerme, me encuentro explicándolas:
—Un artista de aquí. Trouton.
—Son muy bonitos. Elevan lo cotidiano a extraordinario —dice soñadoramente, perdida en la exquisita y fina destreza del trabajo de Trouton. Su perfil es delicado, una nariz respingona y suaves y carnosos labios, y en sus palabras ha capturado mis sentimientos exactos. Elevan lo cotidiano a extraordinario. Es una astuta observación. La señorita Pierce es brillante.
Concuerdo y observo, fascinada, mientras el rubor trepa lentamente por su piel una vez más. Mientras me siento al otro lado de ella, intento frenar mis pensamientos. Saca algunas arrugadas hojas de papel y una grabadora digital de su gran bolso. Es torpe, dejando caer la maldita cosa dos veces en mi mesa para café Bauhaus. Es obvio que nunca ha hecho esto antes pero, por alguna razón que no puedo comprender, lo encuentro divertido. Bajo circunstancias normales, su torpeza me irritaría como el infierno pero, ahora, escondo una sonrisa bajo mi dedo índice y resisto la urgencia de acomodarla por mí misma.
Mientras hurga y se pone más y más nerviosa, se me ocurre que podría refinar sus habilidades motoras con la ayuda de una fusta. Expertamente manejada, puede controlar al más inquieto. El errante pensamiento me hace cambiar de posición en mi silla. Me mira y se muerde su carnoso labio superior.
¡Joder! ¿Cómo no me di cuenta de lo provocadora que es esa boca?
—Pe… perdón. No suelo utilizarla.
Puedo verlo, bella, pero justo ahora me importa un carajo porque no puedo apartar mis ojos de tu boca.
—Tómese todo el tiempo que necesite, señorita Pierce. —Necesito otro momento para poner en orden mis obstinados pensamientos.
Lopez… detén esto, ahora.
—¿Le importa que grabe sus respuestas? —pregunta, su rostro cándido y expectante.
Quiero reírme.
—¿Me lo pregunta ahora, después de lo que le ha costado preparar la grabadora?
Parpadea, sus ojos grandes y perdidos por un momento y soy derrotada por el poco familiar sentimiento de culpa.
Deja de ser una mierda, Lopez.
—No, no me importa. —No quiero ser responsable por esa mirada.
—¿Le explicó Quinn, digo, la señorita Fabray, para qué era la entrevista?
—Sí. Para el último número de este curso de la revista de la facultad, porque yo entregaré los títulos de la ceremonia de graduación de este año. —Por qué demonios he accedido a hacer eso, no lo sé. Ryder de Relaciones Publicas me ha dicho que el departamento de ciencias ambientales de la Estatal de Washington necesita la publicidad para poder atraer fondos adicionales que complementen lo que les he dado, y Ryder haría cualquier cosa por exposición ante la prensa.
La señorita Pierce parpadea una vez más, como si esto fuera una noticia para ella, y parece desaprobarla. ¿No ha hecho ningún estudio previo para esta entrevista? Debería saberlo. El pensamiento me hiela la sangre. Es… desagradable, no algo que espero de alguien que está aprovechándose de mi tiempo.
—Bien. Tengo algunas preguntas, Señora López. —Se pone un mechón de cabello tras la oreja, distrayéndome de mi molestia.
—Sí, creo que debería preguntarme algo —digo secamente. Hagámosla estremecerse. Juiciosamente, lo hace, luego se endereza y acomoda sus pequeños hombros. Está en modo profesional. Inclinándose hacia adelante, presiona el botón de inicio en la grabadora y frunce el ceño mientras mira sus arrugadas notas.
—Es usted muy joven para haber amasado este imperio. ¿A qué se debe su éxito?
Seguramente puede hacer algo mejor que esto. Qué pregunta tan tonta. Ni una pizca de originalidad. Es decepcionante. Lanzo mi respuesta usual sobre tener a personas excepcionales trabajando para mí. Personas en las que confío, si es que confío en alguien, y les pago bien, blablablá… pero, señorita Pierce, el simple hecho es que soy brillante en lo que hago. Para mí, es como desprender un tronco. Comprar descompuestas y mal dirigidas compañías y arreglarlas, conservando algunas o, si están realmente en quiebra, desarmando sus activos y vendiéndolos al mejor postor. Es simplemente una cuestión de saber la diferencia entre los dos e, invariablemente, se resume a las personas a cargo. Para tener éxito en los negocios, necesitas buenas personas y yo puedo juzgar a una persona mejor que la mayoría.
—Quizá solo ha tenido suerte —dice calladamente.
¿Suerte? Un escalofrío de molestia me atraviesa. ¿Suerte? ¿Cómo se atreve? Parece modesta y calmada, ¿pero esta pregunta? Nadie ha sugerido jamás que he tenido suerte. Trabajo duro, traigo personas conmigo, las vigilo de cerca y las estudio si necesito hacerlo y, si no son buenas para el trabajo, las descarto. Esto es lo que hago y lo hago bien. ¡No tiene nada que ver con la suerte! Bueno, al diablo con eso. Presumiendo mi erudición, cito las palabras de Andrew Carnegie, mi industrial favorito.
—El crecimiento y desarrollo de las personas es la labor más importante de los directivos.
—Parece una maniática del control —dice, y habla perfectamente en serio.
¿Qué demonios? Quizá ella sí puede ver a través de mí.
“Control” es mi segundo nombre, cariño.
La miro fijamente, esperando intimidarla.
—Oh, bueno, lo controlo todo, señorita Pierce. —Y me gustaría controlarla a usted, justo aquí y ahora.
Ese atractivo rubor atraviesa su rostro y se muerde aquel labio de nuevo. Divago, intentando distraerme de su boca.
—Además, decirte a ti misma, en tu fuero más íntimo, que has nacido para ejercer el control te concede un inmenso poder.
—¿Le parece a usted que su poder es inmenso? —pregunta con una suave y tranquilizadora voz, pero enarca una delicada ceja con una mirada que expresa su censura. ¿Está, deliberadamente, tratando de provocarme? ¿Son sus preguntas, su actitud o el hecho de que la encuentro atractiva, lo que me está molestando? Mi irritación crece.
—Tengo más de cuarenta mil empleados. Eso me otorga un cierto sentido de la responsabilidad… poder, si lo prefiere. Si decidiera que ya no me interesa el negocio de las telecomunicaciones y lo vendiera todo, veinte mil personas pasarían apuros para pagar la hipoteca en poco más de un mes.
Su boca se abre por mi respuesta. Eso es más como debe ser. Chúpate esa, Bella. Siento mi equilibrio retornar.
—¿No tiene que responder ante una junta directiva?
—Soy dueña de mi empresa. No tengo que responder ante ninguna junta directiva. —Debería saber esto.
—¿Y cuáles son sus intereses aparte del trabajo? —continúa apresuradamente, midiendo correctamente mi reacción. Sabe que estoy enojada y, por alguna inexplicable razón, esto me complace.
—Me interesan cosas muy diversas, señorita Pierce. Muy diversas. —Imágenes de ella en varias posiciones en mi cuarto de juegos destellan en mi mente: encadenada a la cruz, extendida en la cama con dosel, extendida en el banco de azotes. Y, miren, ahí está ese rubor de nuevo. Es como un mecanismo de defensa.
—Pero si trabaja tan duro, ¿qué hace para relajarse?
—¿Relajarme? —Esas palabras saliendo de su boca inteligente suenan raras, pero divertidas. Además, ¿cuándo tengo tiempo para relajarme? Ella no tiene idea de lo que hago. Pero me mira de nuevo con aquellos grandes e ingeniosos ojos y, para mi sorpresa, me encuentro considerando su pregunta. ¿Qué hago para relajarme? Navegar, volar, follar… probar los límites de atractivas Rubias como ella y hacerlas obedecer... el pensamiento me hace mover en mi silla, pero le respondo suavemente, omitiendo unos cuantos pasatiempos favoritos.
—Invierte en fabricación. ¿Por qué, específicamente?
—Me gusta construir. Me gusta saber cómo funcionan las cosas, cuál es su mecanismo, cómo se montan y se desmotan. Y me encantan los barcos. ¿Qué puedo decirle? —Transportan comida alrededor del planeta.
—Parece que el que habla es su corazón, no la lógica o los hechos.
¿Corazón? ¿Yo? Oh, no, bella.
Mi corazón fue destrozado sin poder ser reconocido hace mucho tiempo.
—Es posible. Aunque algunos dirían que no tengo corazón.
—¿Por qué dirían algo así?
—Porque me conocen bien. —Le muestro una irónica sonrisa. De hecho, nadie me conoce tan bien, excepto quizá Elena. Me pregunto qué haría ella con la pequeña señorita Pierce aquí. Esta chica es una masa de contradicciones: tímida, torpe, obviamente brillante y excitante como el infierno.
Sí, de acuerdo, lo admito. La encuentro seductora.
Ella recita la próxima pregunta por repetición.
—¿Dirían sus amigos que es fácil conocerla?
—Soy una persona muy reservada, señorita Pierce. Hago todo lo posible por proteger mi vida privada. No suelo ofrecer entrevistas. —Haciendo lo que hago, viviendo la vida que he elegido, necesito mi privacidad.
—¿Por qué aceptó esta?
—Porque soy mecenas de la universidad y, porque, por más que lo intenté, no podía sacarme de encima a la señorita Fabray. No dejaba de dar lata a mis relaciones públicas y admiro esa tenacidad. —Pero me alegra que fuera usted quien viniera y no ella.
—También invierte en tecnología agrícola. ¿Por qué le interesa este ámbito?
—El dinero no se come, señorita Pierce, y hay demasiada gente en el mundo que no tiene qué comer. —La miro fijamente, con cara de póker.
—Suena muy filantrópica. ¿Le apasiona la idea de alimentar a los pobres del mundo? —Me considera con una mirada perpleja y como si yo fuera un enigma, pero no hay manera de que la deje ver en mi oscura alma. Esta no es una zona de discusión abierta. Pasa la página, Lopez.
—Es un buen negocio —murmuro, fingiendo aburrimiento, e imagino follar esa boca para distraerme de todos los pensamientos de hambre. Sí, su boca necesita entrenamiento y la imagino sobre sus rodillas ante mí. Bien, ese pensamiento es interesante.
Ella recita la próxima pregunta, arrastrándome fuera de mi fantasía.
—¿Tiene una filosofía? Y si la tiene, ¿en qué consiste?
—No tengo una filosofía como tal. Quizá un principio que me guía… de Carnegie: ―Una persona que consigue adueñarse absolutamente de su mente, puede adueñarse de cualquier otra cosa para la que esté legalmente autorizada‖. Soy muy peculiar, muy tenaz. Me gusta el control… de mí misma y de los que me rodean.
—¿Entonces quiere poseer cosas?
Sí, bella. A ti, por ejemplo. Frunzo el ceño, sorprendida por el pensamiento.
—Quiero merecer poseerlas, pero sí, en el fondo es eso.
—Parece usted el paradigma del consumidor. —Su voz está teñida de desaprobación, irritándome de nuevo.
—Lo soy.
Suena como una niña rica que ha tenido todo lo que siempre ha deseado, pero cuando miro de cerca su ropa, está vestida con prendas de alguna tienda barata como Old Navy o H&M, así que sé que no es eso. Ella no ha crecido en un entorno pudiente.
Podría cuidar de ti.
¿De dónde diablos vino eso?
Aunque, ahora que lo considero, sí que necesito una nueva sumisa. ¿Han pasado qué, dos meses desde Susannah? Y aquí estoy, salivando por esta mujer. Intento mostrar una sonrisa agradable. No hay nada malo con el consumo, después de todo, conduce lo que queda de la economía americana.
—Fue una niña adoptada. ¿Hasta qué punto cree que ha influido en su manera de ser?
¿Qué tiene esto que ver con el precio del petróleo? Qué pregunta tan ridícula. Si me hubiera quedado con la perra drogadicta, probablemente estaría muerta. La descarto con una ―no respuesta‖, tratando de mantener el tono de mi voz, pero ella me presiona, demandando saber qué edad tenía cuando fui adoptada.
¡Cállala, Lopez!
Mi tono es frío.
—Todo el mundo lo sabe, señorita Pierce.
Debería saber esto también. Ahora parece contrita mientras se pone un mechón de cabello tras la oreja. Bien.
—Ha tenido que sacrificar su vida familiar por el trabajo.
—Eso no es una pregunta —espeto.
Se sorprende, claramente avergonzada, pero tiene la gracia de disculparse mientras reformula la pregunta.
—¿Ha tenido que sacrificar su vida familiar por el trabajo?
¿Qué quiero con una familia?
—Tengo familia. Un hermano, una hermana y unos padres que me quieren. Pero no me interesa seguir hablando mi familia.
—¿Es usted gay, señora López?
¡¿Qué demonios?!
¡No puedo creer que ella haya dicho eso en voz alta! Irónicamente, es una pregunta que incluso mi propia familia no haría bueno aunque ya lo saben yo misma se los dije. Pero ¡Cómo se atreve! Tengo una repentina urgencia de arrastrarla fuera del asiento, ponerla sobre mi rodilla, palmearla y luego follarla sobre mi escritorio con sus manos atadas tras su espalda. Eso respondería su estúpida pregunta. Tomo un profundo aliento para tranquilizarme. Para mi vengativo goce, ella parece mortificada por su propia pregunta.
—Sí, Brittany, soy gay. —Enarco las cejas, pero mantengo mi expresión impasible. Brittany. Es un nombre adorable. Me gusta la forma en que se enrolla mi lengua al pronunciarlo.
—Le pido disculpas. Está…. Bueno... Está aquí escrito. —Ella hace de nuevo aquella cosa con su cabello tras su oreja. Obviamente es un hábito nervioso.
¿No son estas sus preguntas? Le pregunto, y palidece. Maldita sea, es realmente atractiva, de una manera discreta.
—Bueno… no. Quinn… la señorita Fabray… me ha pasado una lista.
—¿Son compañeras de la revista de la facultad?
—No. Es mi compañera de piso.
No hay duda de por qué está tan nerviosa. Me rasco la barbilla, debatiéndome entre hacerla o no hacerla pasar un mal rato.
—¿Se ha ofrecido usted para hacer esta entrevista? —pregunto, y soy recompensada con su mirada sumisa: está nerviosa por mi reacción. Me gusta el efecto que tengo sobre ella.
—Me lo ha pedido ella. No se encuentra bien. —Su voz es suave.
—Esto explica muchas cosas.
Hay un golpe en la puerta y Andrea aparece.
—Señora López, perdone que lo interrumpa, pero su próxima reunión es dentro de dos minutos.
—No hemos terminado, Andrea. Cancele mi próxima reunión, por favor.
Andrea se queda boquiabierta por lo que he dicho, confundida. La miro fijamente. ¡Fuera! ¡Ahora! Estoy ocupada con la pequeña señorita Pierce aquí.
—Muy bien, señora López—dice, recuperándose con rapidez y girando sobre sus talones para dejarnos nuevamente a solas.
Vuelvo mi atención a la intrigante y frustrante criatura sobre mi sofá.
—¿Por dónde íbamos, señorita Pierce?
—No quisiera interrumpir sus obligaciones.
Oh, no, bella. Es mi turno ahora. Quiero saber si hay secretos que revelar bajo ese adorable rostro.
—Quiero saber de usted. Creo que es lo justo. —Mientras me recuesto y presiono mis dedos contra mis labios, sus ojos destellan hacia mi boca y traga saliva. Oh, sí, el efecto de siempre. Y es gratificante saber que no es completamente ajena a mis encantos.
—No hay mucho que saber —dice, su rubor regresando.
Estoy intimidándola.
—¿Qué planes tiene después de graduarse?
—No he hecho planes, señora López. Tengo que aprobar los exámenes finales.
—Aquí tenemos un excelente programa de prácticas.
¿Qué me ha poseído para decir esto? Es contra las reglas, López. Nunca folles al personal…. Pero no estás follando a esta chica.
Parece sorprendida y sus dientes saltan sobre aquel labio de nuevo. ¿Por qué es eso tan excitante?
—Oh, lo tendré en cuenta —responde—. Aunque no creo que encajara aquí.
—¿Por qué lo dice? —pregunto. ¿Qué hay de malo con mi empresa?
—Es obvio, ¿no?
—Para mí no. —Estoy confundida por su respuesta. Está nerviosa una vez más mientras alcanza la grabadora.
Mierda, se va. Mentalmente, reviso mi agenda para esta tarde. No hay nada que no pueda esperar.
—¿Le gustaría que le enseñara el edificio?
—Seguro que está muy ocupada, señora López, y yo tengo un largo camino.
—¿Vuelve en auto a Vancouver? —Miro por la venta. Es tremendo camino, y está lloviendo. Ella no debería estar conduciendo con este clima, pero no puedo prohibírselo. El pensamiento me irrita—. Bueno, conduzca con cuidado. —Mi voz es más severa de lo que pretendo. Ella se enreda con la grabadora. Quiere salir de mi oficina y, para mi sorpresa, no quiero que se vaya.
—¿Me ha preguntado todo lo que necesita? —le pregunto en un transparente esfuerzo de prologar su estadía.
—Sí, señora —dice tranquilamente. Su respuesta me deja pasmada, la forma en que aquellas palabras suenan saliendo de aquella boca inteligente, y por un momento imagino esa boca a mi entera disposición.
—Gracias por la entrevista, señora López.
—Ha sido un placer —respondo, muy en seria, porque no he estado así de fascinada por nadie en un tiempo. El pensamiento es desconcertante. Ella se pone de pie y yo extiendo la mano, ansiosa de tocarla.
—Hasta la próxima, señorita Pierce. —Mi voz es baja cuando pone su mano sobre la mía. Sí, quiero azotar y follar a esta chica en mi cuarto de juegos. Tenerla atada y necesitada… necesitándome, confiando en mí. Trago saliva.
No va a pasar, López.
—Señora López. —Asiente y retira su mano rápidamente, muy rápidamente.
No puedo dejarla ir así. Es obvio que está desesperada por partir. Es irritante, pero la inspiración me golpea cuando abro la puerta de mi oficina.
—Asegúrese de cruzar la puerta con buen pie, señorita Pierce —bromeo.
Sus labios forman una dura línea.
—Muy amable, señora Lopez —espeta.
¡La señorita Pierce es respondona! Sonrío detrás de ella cuando sale y la sigo afuera. Andrea y Olivia, ambas, levantan la mirada con sorpresa. Sí, sí. Solo veo salir a la chica.
—¿Ha traído abrigo? —pregunto.
—Chaqueta.
Le lanzo una mirada a Olivia e inmediatamente se levanta de un salto para recuperar una chaqueta azul marino, pasándomela con su usual expresión atontada. Cristo, Olivia es fastidiosa, soñando despierta conmigo todo el tiempo.
Hmm. La chaqueta está usada y es barata. La señorita Brittany Pierce debería estar mejor vestida. La sostengo para ella mientras la acomodo en sus delgados hombros, toco su piel en la base del cuello. Ella se queda quieta por el contacto y palidece.
¡Sí! Está afectada por mí. El conocimiento es inmensamente placentero. Acercándome al ascensor, presiono el botón de llamada mientras ella se mueve nerviosamente a mi lado.
Oh, yo podría detener tus movimientos, bella.
Las puertas se abren y ella se escabulle, luego se da vuelta para enfrentarme. Es más que atractiva. Iría muy lejos en decir que es hermosa.
—Brittany —digo, a manera de despedida.
—Santana —responde, su voz suave. Y las puertas del ascensor se cierran, dejando mi nombre colgando en el aire entre nosotros, sonando raro y poco familiar, pero sensual como el infierno.
Necesito saber más sobre esta chica.
—Andrea —ladro mientras regreso a mi oficina—. Ponga a Welch en la línea ahora.
MAYLU* - Mensajes : 41
Fecha de inscripción : 29/07/2015
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana-ST Ella Santana 50 sombras de Lopez #4
bienvenida y espero que lo termines, esta muy buena la adaptacion!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana-ST Ella Santana 50 sombras de Lopez #4
Más capítulos pofa esta interesante... Saludos
Lucy LP**** - Mensajes : 168
Fecha de inscripción : 01/07/2015
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Cap 3
Gracias por sus comentarios chicas y no se preocupen si terminare la historia saludos y dejen sus comentarios...
Mientras me siento en mi escritorio y espero la llamada, miro los cuadros en la pared de mi oficina y las palabras de la señorita Pierce regresan a mí. ―Elevan lo cotidiano a lo extraordinario‖. Ella podría haber estado describiéndose a sí misma, fácilmente.
Mi teléfono suena.
—Tengo al Sr. Welch en la línea para usted.
—Páselo.
—Sí, Señora.
—Welch, necesito un estudio de antecedentes
Sábado, 14 de mayo de 2011
Dirección: 1114 SW Green Street, apartamento 7, Haven Heights, Vancouver, WA 98888.
Teléfono celular: 360-959-4352
Número de seguro social: 987-65-4320
Banco: Wells Fargo Bank, Vancouver, Washington. Número de cuenta: 309361. Balance: $683.16
Ocupación: Estudiante universitaria del Vancouver Colegio de Artes y Ciencias de la Universidad Estatal de Washington, especialización en Inglés.
GPA: 4.0 Estudios anteriores: Montesano Jr. Sr. High School.
Puntuación SAT: 2150
Empleos: Ferretería Clayton’s, NW Vancouver Drive, Portland, contrato de medio tiempo. Padre: Franklin A. Lambert.
F Fecha de Nacimiento: 1 de septiembre de 1969, fallecido el 11 de septiembre de 1989.
Madre: Carla May Wilks Adams. Fecha de Nacimiento: 18 de julio de 1970. Casada con Frank Lambert el 1º de marzo de 1989, enviudó el 11 de septiembre de 1989. Casada con Raymond Pierce el 6 de junio de 1990, divorciada el 12 de julio de 2006. Casada con Stephen M. Morton el 16 de agosto de 2006, divorciada el 31 de enero de 2007. Casada con Bob Adams el 6 de abril de 2009.
Afiliación política: Ninguna encontrada
Afiliación religiosa: Ninguna encontrada
Orientación sexual: Desconocida
Relaciones: Ninguna indicada al momento.
(PD: GPA:Grade Point Average. Es el promedio de calificaciones de tus clases. SAT: Examen estandarizado para evaluar a los estudiantes interesados en inscribirse en la universidad.)
*******************************************************************************************************
Leo cuidadosamente el resumen ejecutivo por centésima vez desde que lo recibí dos días atrás, buscando alguna revelación de la enigmática señorita Brittany Susan Pierce. No puedo sacar a la maldita mujer de mi cabeza y está empezando a enojarme seriamente. Esta última semana, durante reuniones particularmente aburridas, me he encontrado reproduciendo la entrevista en mi cabeza. Sus torpes dedos en la grabadora, la manera en que metía su cabello detrás de su oreja, la mordedura de su labio. Sí. La mordedura de labio me enciende cada vez.
Y ahora aquí estoy, estacionada afuera de Clayton, una pequeña ferretería familiar en la periferia de Portland donde ella trabaja.
Eres una tonta, López. ¿Por qué estás aquí?
Sabía que se dirigiría a esto. Toda la semana… sabía que tenía que verla otra vez. Lo había sabido desde que pronunció mi nombre en el elevador. Había tratado de resistirme. Había esperado cinco días, cinco tediosos días, para ver si me olvidaba de ella.
Y yo no espero. Odio esperar… por lo que sea.
Nunca antes perseguí a una mujer. Las mujeres que he tenido entendían lo que esperaba de ellas. Mi miedo ahora es que la señorita Pierce es demasiado joven y no esté interesada en lo que tengo para ofrecerle. ¿Lo estará? ¿Siquiera será una buena sumisa? Sacudo mi cabeza. Así que aquí estoy, una imbécil, sentada en un estacionamiento suburbano en una deprimente parte de Portland.
Su revisión de antecedentes no produjo nada remarcable… excepto el último dato, el cual ha estado al frente en mi mente. Es la razón por la que estoy aquí. ¿Por qué sin novio o novia, señorita Pierce? Orientación sexual desconocida… quizás es hetero. Resoplo, pensando que es improbable. Recuerdo como me miraba durante la entrevista, su grave vergüenza, la manera en la que su piel se sonrojó de aun rosa pálido… he estado sufriendo de estos pensamientos lascivos desde que la conocí.
Ese es el por qué estás aquí.
Me muero de ganas de volver a verla… esos ojos azules me han atormentado, incluso en mis sueños. No se la he mencionado a Flynn, y me alegra, porque ahora me estoy comportando como una acosadora. Tal vez debería decirle. No. No quiero que me presione sobre su última mierda de solución basada en terapia. Simplemente necesito una distracción y, en este momento, la única distracción que quiero es la que está trabajando como vendedora en una ferretería.
Has venido todo este camino. Veamos si la pequeña señorita Pierce es tan atractiva como la recuerdas.
Hora del espectáculo, López.
Una campana repica una sosa nota electrónica mientras camino dentro de la tienda. Es más grande de lo que parece desde el exterior y, aunque casi es la hora del almuerzo, el lugar está tranquilo para ser un sábado. Hay pasillos y pasillos de la usual basura que esperarías. Había olvidado las posibilidades que una ferretería podría ofrecer a alguien como yo. Principalmente compro en línea mis necesidades, pero mientras esté aquí, quizás resurtiré unos cuantos artículos: velcro, anillas… Sí. Encontraré a la apetecible señorita Pierce y me divertiré.
Me toma tres segundos completos localizarla. Está encorvada sobre el mostrador, mirando atentamente la pantalla de la computadora y picoteando su almuerzo… una rosquilla. De manera ausente, limpia una migaja de la esquina de sus labios y la mete en su boca y chupa su dedo. Mi clítoris a se retuerce en respuesta.
¿Cuántos años tengo, catorce?
La reacción de mi cuerpo es irritante. Tal vez esto se detendrá si la amarro, follo y azoto… y no necesariamente en ese orden. Sí. Eso es lo que necesito.
Está completamente absorta en su tarea, lo que me da una oportunidad de estudiarla. Dejando de lado los pensamientos lascivos, es atractiva, verdaderamente atractiva. La he recordado bien.
Levanta la mirada y se congela. Es tan perturbador como la primera vez que la conocí. Me sujeta con una mirada perspicaz, estupefacta, creo, y no sé si eso es una buena respuesta o una mala respuesta.
—Señorita Pierce. Qué agradable sorpresa.
—Sra. López —dice, susurrante y aturdida. Ah, una buena respuesta.
—Pasaba por aquí. Necesito algunas cosas. Es un placer volver a verla. —Un verdadero placer. Está vestida con una ajustada camiseta y vaqueros, no la mierda sin forma que estaba usando antes esta semana. Es toda piernas largas, cintura estrecha y tetas perfectas. Sus labios aún están separados con sorpresa y tengo que resistir el impulso de sujetar su barbilla y cerrar su boca. He volado desde Seattle solo para verte y por la forma en que me miras justo ahora, ha valido realmente la pena el viaje.
—Britt. Mi nombre es Britt. ¿En qué puedo ayudarle, Sra. López? —Toma una profunda respiración, cuadra sus hombros como lo hizo en la entrevista y me da una falsa sonrisa que, estoy segura, reserva para los clientes.
Empieza el juego, señorita Pierce.
—Hay unas cuantas cosas que necesito. Para empezar, me gustarían algunas bridas para cables.
Mi solicitud la toma fuera de guardia; se ve pasmada.
Oh, esto va a ser divertido. Te asombrarías de lo que puedo hacer con unos pocos cables, bella.
—Tenemos de varias medidas. ¿Se las muestro? —dice, encontrando su voz.
—Por favor. Guíe el camino.
Sale de detrás del mostrador y señala hacia uno de los pasillos. Está usando chucks. Distraídamente, me pregunto cómo se vería en tacones altos. Louboutins… nada excepto Louboutins.
—Están con los artículos eléctricos, en el pasillo ocho. —Su voz titubea y se sonroja…
La afecto. La esperanza brota en mi pecho.
No es Hetero, entonces. Sonrío.
—Después de usted. —Extiendo mi mano para que dirija el camino. Dejarla caminar adelante me da el espacio y tiempo para admirar su fantástico culo. Su larga y abundante cola de caballo marca el tiempo como un metrónomo del suave balanceo de sus caderas. Realmente es el paquete completo: dulce, educada y hermosa, con todos los atributos físicos que valoro en una sumisa. Pero, la pregunta del millón de dólares es: ¿podría ser una sumisa? Probablemente no sabe nada del estilo de vida —mi estilo de vida—, pero en verdad quiero introducirla a ello. Te estás adelantando en este trato, Lopez.
—¿Está en Portland por negocios? —pregunta, interrumpiendo mis pensamientos. Su voz es alta; está fingiendo desinterés. Me dan ganas de reír. Las mujeres raramente me hacen reír.
—Estaba visitando el departamento de agricultura de la universidad, que está en Vancouver —miento. En realidad estoy aquí para verla, señorita Pierce.
Su cara se descompone y me siento como una mierda.
—En estos momentos financio una investigación sobre rotación de cultivo y ciencias del suelo.—Eso, al menos, es cierto.
—¿Forma parte de su plan para alimentar al mundo? —Arquea una ceja, divertida.
—Algo así —murmuro. ¿Se está riendo de mí? Oh, me encantaría ponerle alto a eso si se está riendo. Pero, ¿cómo empezar? Tal vez con una cena, en lugar de la entrevista usual… ahora, eso sería una novela: llevar a una posible sumisa a cenar.
Llegamos a las bridas para cables, las cuales están ordenadas en diversidad de medidas y colores. Distraídamente, mis dedos recorren los paquetes. Podría simplemente invitarla a cenar. Como…¿en una cita? ¿Aceptaría? Cuando le echo un vistazo, está examinando sus dedos entrelazados. No puede mirarme… esto es prometedor. Selecciono los cables más largos. Son más flexibles, después de todo, ya que pueden ajustar dos tobillos o dos muñecas al mismo tiempo.
—Estas estarán bien.
—¿Algo más? —dice rápidamente… o está siendo súper atenta o me quiere fuera de la tienda, no sé cuál.
—Quisiera cinta adhesiva.
—¿Está decorando su casa?
—No, no estoy decorándola. —Oh, si tan solo supieras…
—Por aquí —dice—. La cinta está en el pasillo de decoración.
Vamos, López. No tienes mucho tiempo. Engánchala en alguna conversación.
—¿Ha trabajado aquí durante mucho tiempo? —Por supuesto, ya conozco la respuesta. A diferencia de otras personas, hago mi investigación. Por alguna razón, está avergonzada. Cristo, esta chica es tímida. No tengo ni una esperanza en el infierno. Se da la vuelta rápidamente y camina por el pasillo hacia la sección etiquetada como ―decoración‖. La sigo con entusiasmo, como una cachorrita.
—Cuatro años —murmura mientras llegamos a la cinta adhesiva. Se inclina hacia abajo y agarra dos rollos, cada uno de diferente ancho.
—Me llevaré esta. —La cinta más ancha es mucho más efectiva como mordaza. Mientras me la pasa, las puntas de nuestros dedos se tocan, brevemente. Resuena en mi ingle. ¡Maldición!
Ella palidece.
—¿Algo más? —Su voz es suave y ronca.
Cristo, estoy teniendo el mismo efecto en ella que el que tiene en mí. Tal vez…
—Un poco de cuerda, creo.
—Por aquí. —Corre rápidamente por el pasillo, dándome otra oportunidad para apreciar su lindo culo.
—¿Qué tipo de cuerda busca? Tenemos de fibra sintética, de fibra natural, de cáñamo, de cable…
Mierda, detente. Gimo interiormente, tratando de ahuyentar la imagen de ella suspendida del techo en mi cuarto de juegos.
—Cinco metros de la de fibra natural, por favor. —Es más áspera y raspa más si luchas contra ella… mi cuerda de elección.
Un temblor corre por sus dedos, pero mide cinco metros como una profesional. Sacando una navaja multiuso de su bolsillo derecho, corta la cuerda con un rápido movimiento, la enrolla cuidadosamente y la ata con un nudo. Impresionante.
—¿Fue una chica scout?
—Las actividades en grupo no son lo mío, Sra. Lopez.
—¿Qué es lo suyo, Brittany? —Sus pupilas se dilatan mientras la miro.
¡Sí!
—Libros —responde.
—¿Qué tipo de libros?
—Oh, ya sabe. Lo usual. Los clásicos. Sobre todo literatura inglesa.
¿Literatura inglesa? Las Brontës y Austen, apuesto. Todos los del tipo romántico-y-de corazones-y-flores.
Eso no es bueno.
—¿Necesita algo más?
—No lo sé. ¿Qué más me recomendaría? —Quiero ver su reacción.
—¿De bricolaje? —pregunta, sorprendida.
Quiero reír a carcajadas. Oh, bella, en bricolaje no es lo mío. Asiento, sofocando mi risa. Sus ojos repasan mi cuerpo y me tenso. ¡Me está dando un repaso!
—Un mono de trabajo —deja escapar.
Es la cosa más inesperada que la he escuchado decir desde su pregunta ―¿Es usted gay?‖.
—No querrá que se le estropee la ropa. —Señala mi vestido crema.
No me puedo resistir.
—Siempre podría quitármela.
—Uhm. —Se sonroja mucho y mira hacia abajo.
La saco de su miseria.
—Me llevaré un mono de trabajo. No vaya a ser que se me estropee la ropa. —Sin una palabra, se gira y camina rápidamente por el pasillo y yo sigo sus seductores pasos.
—¿Necesita algo más? —dice, sonando jadeante mientras me pasa un par de overoles de trabajo azul. Está mortificada, los ojos aún echados hacia abajo. Cristo, me provoca cosas.
—¿Cómo va el artículo? —pregunto, con la esperanza de que pueda relajarse un poco.
Levanta la mirada y me da una breve sonrisa aliviada.
Finalmente.
—No estoy escribiéndolo yo, sino Quinn. La señorita Fabray. Mi compañera de piso, ella es la escritora. Está muy contenta. Es la editora de la revista y quedó destrozada por no haber podido hacerle la entrevista personalmente.
Es la oración más larga que ha pronunciado desde que nos conocimos y está hablando de alguien más, no de ella misma. Interesante.
Antes de que pueda hacer un comentario, añade:
—Lo único que le preocupa es que no tiene ninguna foto original de usted.
La tenaz señorita Fabray quiere fotografías. Fotografías publicitarias, ¿eh? Puedo hacer eso. Me permitirá pasar tiempo con la apetecible señorita Pierce.
—¿Qué tipo de fotografías quiere?
Me mira fijamente por un momento, luego sacude su cabeza, perpleja, sin saber qué decir.
—Bueno, voy a estar por aquí. Quizá mañana… —Puedo quedarme en Portland. Trabajar desde un hotel. Una habitación en el Heathman, quizá. Necesitaré que Taylor venga, traiga mi computadora portátil y algo de ropa. O Sam… a menos que esté follando, lo cual es su modus operandi los fines de semana.
—¿Estaría dispuesta a hacer una sesión de fotos? —No puede contener su sorpresa.
Le doy un breve asentimiento. Sí, quiero pasar más tiempo contigo.
Quieta, Lopez.
—Quinn estará encantada… si encontramos un fotógrafo. —Sonríe y su cara se ilumina como un amanecer sin nubes. Es impresionante.
—Dígame algo mañana. —Saco la billetera de mi cartera —. Mi tarjeta. Está mi número de celular. Tendría que llamarme antes de las diez de la mañana. —Y si no lo hace, me dirigiré de vuelta a Seattle y me olvidaré acerca de esta estúpida aventura.
El pensamiento me deprime.
—Muy bien. —Continúa sonriendo.
—¡Britt! —Ambas nos giramos cuando una muchacha vestida de manera casual aparece en el extremo más lejano del pasillo. Sus ojos están todos sobre la señorita Brittany Pierce. ¿Quién demonios es esta idiota?
—Eh, discúlpeme un momento, Sra. López. —Camina hacia ella y la idiota la envuelve en un abrazo de gorila. Mi sangre se hiela. Es una respuesta primitiva.
Quítale tus jodidas garras de encima.
Empuño mis manos y soy solo ligeramente aplacada cuando ella no le devuelve el abrazo.
Caen en una conversación de susurros. Tal vez la información de Welch estaba equivocada. Tal vez esta tipa es su novia. Se ve de la edad adecuada y no puede quitarle de encima sus ambiciosos ojos. La sostiene por un momento a un brazo de distancia, examinándola, luego le pone un brazo sobre sus hombros. Parece un gesto casual, pero sé que está estableciendo un reclamo y diciéndome que me retire. Ella parece avergonzada, moviéndose de un pie a otro.
Mierda. Debería irme. He exagerado mi mano. Ella está con esta tipa. Luego ella le dice algo más y se aleja de su alcance, tocando su brazo, no su mano, encogiéndose de hombros para quitársela de encima. Está claro que no son cercanas.
Bien.
—Eh, Sugar, te presento a Santana López. Señora López, este es Sugar Clayton, la hermana del dueño de la tienda. —Me da una extraña mirada que no entiendo y continúa—: Conozco a Sugar desde que trabajo aquí, aunque no nos vemos muy a menudo. Ha vuelto de Princeton, donde estudia administración de empresas.—Está balbuceando, dándome una extensa explicación y diciéndome que no están juntas, creo. La hermana del jefe, no una novia. Estoy aliviada, pero la extensión del alivio que siento es inesperada y me hace fruncir el ceño. Esta mujer realmente se ha medito bajo mi piel.
—Sra. Clayton. —Mi tono es deliberadamente cortante.
—Sra. López. —Su apretón de manos es lánguido, como su cabello. Idiota—. Espera… ¿No será la famosa Santana López? ¿El de López Enterprises Holdings?
Sí, esa soy yo, imbécil.
En un latido, la veo transformarse de territorial a servil.
—Britt… ¿puedo ayudarle en algo?
—Brittany se ha ocupado, Sra. Clayton. Ha sido muy atenta. —Ahora vete a la mierda.
—Estupendo —borbotea, toda dientes blancos y respetuosa—. Nos vemos luego, Britt.
—Claro, Sugar —dice y camina sin prisa hacia la parte trasera de la tienda. La veo desaparecer.
—¿Algo más, Sra. López?
—Nada más —murmuro. Mierda, se me terminó el tiempo y aún no sé si voy a verla de nuevo. Tengo que saber si hay alguna mínima esperanza de que pudiera considerar lo que tengo en mente. ¿Cómo se lo puedo preguntar? ¿Estoy lista para hacerme cargo de una sumisa que no sabe nada? Va a necesitar considerable entrenamiento. Cerrando mis ojos, imagino las interesantes posibilidades que esto presenta… llegar ahí va a ser la mitad de la diversión. ¿Siquiera estará dispuesta a esto? ¿O estoy equivocada?
Camina hacia la caja registradora y marca mis compras, todo mientras mantiene sus ojos en la registradora.
¡Mírame, maldita sea! Quiero ver su cara otra vez y calibrar lo que está pensando.
Finalmente, levanta su cabeza.
—Serán cuarenta y tres dólares, por favor.
¿Eso es todo?
—¿Quiere una bolsa? —pregunta mientras le paso mi tarjeta de crédito American Express.
—Sí, gracias, Brittany. —Su nombre, un nombre hermoso para una chica hermosa, fluye suavemente sobre mi lengua.
Empaca los artículos rápidamente. Esto es todo. Me tengo que ir.
—Ya me llamará si quiere que haga la sesión de fotos.
Asiente mientras me devuelve mi tarjeta.
—Bien. Hasta mañana, quizá. —No puedo solamente irme. Tengo que hacerle saber que estoy interesada—. Ah, una cosa, Brittany… Me alegro de que la Señorita Fabray no pudiera hacerme la entrevista. —Se ve sorprendida y alagada.
Esto es bueno.
Deslizo la bolsa sobre mi hombro y salgo de la tienda.
Sí, en contra de mi mejor juicio, la deseo. Ahora tengo que esperar… jodidamente esperar… otra vez. Utilizando una fuerza de voluntad que enorgullecería a Elena, mantengo mis ojos al frente mientras saco mi celular de mi bolsillo y me subo al auto rentado. Estoy evitando deliberadamente mirar hacia ella. No lo voy a hacer. No lo voy a hacer. Mis ojos giran rápidamente hacia el espejo retrovisor, donde puedo ver la puerta de la tienda, pero todo lo que veo es el pintoresco frente de la tienda. Ella no está en la ventana, mirando hacia mí.
Es decepcionante.
Presiono el 1 en el marcado rápido y Taylor contesta antes de que el teléfono tenga la oportunidad de sonar. —Sra. López —dice. —Haz reservaciones en el Heathman; voy a quedarme en Portland este fin de semana y, ¿podrías traer la todoterreno, mi computadora y el papeleo debajo de ella y uno o dos cambios de ropa? —Sí, señora. ¿Y Charlie Tango?
—Que Joe lo lleve a PDX (Aeropuerto Internacional de Portland)
—Yo me encargo, señora. Estaré con usted en aproximadamente tres horas y media.
Cuelgo y enciendo el auto. Así que tengo unas cuantas horas en Portland mientras espero para ver si esta chica está interesada en mí. ¿Qué hago? Tiempo de una caminata, creo. Tal vez de esta manera pueda sacar de mi sistema esta extraña hambre.
******************************************************************************************************
Han pasado cinco horas sin una llamada telefónica de la apetecible señorita Pierce. ¿En qué demonios estaba pensando? Veo la calle desde la ventana de mi habitación en el Heathman. Aborrezco esperar. Siempre lo he hecho. El clima, ahora nublado, se mantuvo durante mi caminata por Forest Park, pero la caminata no hizo nada por curar mi agitación. Estoy molesta con ella por no llamar, pero más que nada estoy molesta conmigo. Soy una tonta por estar aquí. Qué pérdida de tiempo ha sido perseguir a esta mujer. ¿Cuándo, alguna vez, he perseguido a una mujer? López, cálmate.
Suspirando, reviso mi teléfono otra vez con la esperanza de simplemente haber perdido su llamada, pero no hay nada. Al menos Taylor ha llegado y tengo toda mi mierda. Tengo el reporte de Barney sobre las pruebas de grafeno de su departamento para leer y puedo trabajar en paz.
¿Paz? No he conocido la paz desde que la señorita Pierce cayó dentro de mi oficina
Cuando levanto la mirada, el crepúsculo ha cubierto mi habitación con sombras grises. La perspectiva de otra noche solo es deprimente. Mientras contemplo qué hacer, mi teléfono vibra contra la madera pulida del escritorio y un desconocido pero vagamente familiar número con código de área de Washington parpadea en la pantalla. De repente, mi corazón está latiendo como si hubiera corrido dieciséis kilómetros.
¿Es ella?
Respondo.
—¿Se… Señora López? Soy Brittany Pierce.
Mi cara estalla en una sonrisa come mierda. Bueno, bueno. Una señorita Pierce susurrante, nerviosa y de voz suave. Mi noche está mejorando.
—Señorita Pierce. Un placer tener noticias suyas. —Escucho que su respiración se entrecorta y el sonido viaja directamente a mi clítoris.
Genial. La estoy afectando. Al igual que ella me está afectando.
—Bueno… Nos gustaría hacer la sesión fotográfica para el artículo. Mañana, si no tiene problema. ¿Dónde le iría bien?
En mi habitación. Solo tú, yo y las bridas para cables.
—Me alojo en el Heathman de Portland. ¿Le parece bien a las nueve y media de la mañana?
—Muy bien, nos vemos allí —balbucea, incapaz de esconder el alivio y deleite en su voz.
—Lo estoy deseando, señorita Pierce. —Cuelgo antes de que sienta mi entusiasmo y lo complacida que estoy. Inclinándome en mi silla, contemplo el oscurecido horizonte y paso mis dos manos por mi cabello.
¿Cómo demonios voy a cerrar este trato?
Mientras me siento en mi escritorio y espero la llamada, miro los cuadros en la pared de mi oficina y las palabras de la señorita Pierce regresan a mí. ―Elevan lo cotidiano a lo extraordinario‖. Ella podría haber estado describiéndose a sí misma, fácilmente.
Mi teléfono suena.
—Tengo al Sr. Welch en la línea para usted.
—Páselo.
—Sí, Señora.
—Welch, necesito un estudio de antecedentes
Sábado, 14 de mayo de 2011
BRITTANY SUSAN PIERCE
Fecha de nacimiento: 10 de septiembre de 1989, Montesano, Washington. Dirección: 1114 SW Green Street, apartamento 7, Haven Heights, Vancouver, WA 98888.
Teléfono celular: 360-959-4352
Número de seguro social: 987-65-4320
Banco: Wells Fargo Bank, Vancouver, Washington. Número de cuenta: 309361. Balance: $683.16
Ocupación: Estudiante universitaria del Vancouver Colegio de Artes y Ciencias de la Universidad Estatal de Washington, especialización en Inglés.
GPA: 4.0 Estudios anteriores: Montesano Jr. Sr. High School.
Puntuación SAT: 2150
Empleos: Ferretería Clayton’s, NW Vancouver Drive, Portland, contrato de medio tiempo. Padre: Franklin A. Lambert.
F Fecha de Nacimiento: 1 de septiembre de 1969, fallecido el 11 de septiembre de 1989.
Madre: Carla May Wilks Adams. Fecha de Nacimiento: 18 de julio de 1970. Casada con Frank Lambert el 1º de marzo de 1989, enviudó el 11 de septiembre de 1989. Casada con Raymond Pierce el 6 de junio de 1990, divorciada el 12 de julio de 2006. Casada con Stephen M. Morton el 16 de agosto de 2006, divorciada el 31 de enero de 2007. Casada con Bob Adams el 6 de abril de 2009.
Afiliación política: Ninguna encontrada
Afiliación religiosa: Ninguna encontrada
Orientación sexual: Desconocida
Relaciones: Ninguna indicada al momento.
(PD: GPA:Grade Point Average. Es el promedio de calificaciones de tus clases. SAT: Examen estandarizado para evaluar a los estudiantes interesados en inscribirse en la universidad.)
*******************************************************************************************************
Leo cuidadosamente el resumen ejecutivo por centésima vez desde que lo recibí dos días atrás, buscando alguna revelación de la enigmática señorita Brittany Susan Pierce. No puedo sacar a la maldita mujer de mi cabeza y está empezando a enojarme seriamente. Esta última semana, durante reuniones particularmente aburridas, me he encontrado reproduciendo la entrevista en mi cabeza. Sus torpes dedos en la grabadora, la manera en que metía su cabello detrás de su oreja, la mordedura de su labio. Sí. La mordedura de labio me enciende cada vez.
Y ahora aquí estoy, estacionada afuera de Clayton, una pequeña ferretería familiar en la periferia de Portland donde ella trabaja.
Eres una tonta, López. ¿Por qué estás aquí?
Sabía que se dirigiría a esto. Toda la semana… sabía que tenía que verla otra vez. Lo había sabido desde que pronunció mi nombre en el elevador. Había tratado de resistirme. Había esperado cinco días, cinco tediosos días, para ver si me olvidaba de ella.
Y yo no espero. Odio esperar… por lo que sea.
Nunca antes perseguí a una mujer. Las mujeres que he tenido entendían lo que esperaba de ellas. Mi miedo ahora es que la señorita Pierce es demasiado joven y no esté interesada en lo que tengo para ofrecerle. ¿Lo estará? ¿Siquiera será una buena sumisa? Sacudo mi cabeza. Así que aquí estoy, una imbécil, sentada en un estacionamiento suburbano en una deprimente parte de Portland.
Su revisión de antecedentes no produjo nada remarcable… excepto el último dato, el cual ha estado al frente en mi mente. Es la razón por la que estoy aquí. ¿Por qué sin novio o novia, señorita Pierce? Orientación sexual desconocida… quizás es hetero. Resoplo, pensando que es improbable. Recuerdo como me miraba durante la entrevista, su grave vergüenza, la manera en la que su piel se sonrojó de aun rosa pálido… he estado sufriendo de estos pensamientos lascivos desde que la conocí.
Ese es el por qué estás aquí.
Me muero de ganas de volver a verla… esos ojos azules me han atormentado, incluso en mis sueños. No se la he mencionado a Flynn, y me alegra, porque ahora me estoy comportando como una acosadora. Tal vez debería decirle. No. No quiero que me presione sobre su última mierda de solución basada en terapia. Simplemente necesito una distracción y, en este momento, la única distracción que quiero es la que está trabajando como vendedora en una ferretería.
Has venido todo este camino. Veamos si la pequeña señorita Pierce es tan atractiva como la recuerdas.
Hora del espectáculo, López.
Una campana repica una sosa nota electrónica mientras camino dentro de la tienda. Es más grande de lo que parece desde el exterior y, aunque casi es la hora del almuerzo, el lugar está tranquilo para ser un sábado. Hay pasillos y pasillos de la usual basura que esperarías. Había olvidado las posibilidades que una ferretería podría ofrecer a alguien como yo. Principalmente compro en línea mis necesidades, pero mientras esté aquí, quizás resurtiré unos cuantos artículos: velcro, anillas… Sí. Encontraré a la apetecible señorita Pierce y me divertiré.
Me toma tres segundos completos localizarla. Está encorvada sobre el mostrador, mirando atentamente la pantalla de la computadora y picoteando su almuerzo… una rosquilla. De manera ausente, limpia una migaja de la esquina de sus labios y la mete en su boca y chupa su dedo. Mi clítoris a se retuerce en respuesta.
¿Cuántos años tengo, catorce?
La reacción de mi cuerpo es irritante. Tal vez esto se detendrá si la amarro, follo y azoto… y no necesariamente en ese orden. Sí. Eso es lo que necesito.
Está completamente absorta en su tarea, lo que me da una oportunidad de estudiarla. Dejando de lado los pensamientos lascivos, es atractiva, verdaderamente atractiva. La he recordado bien.
Levanta la mirada y se congela. Es tan perturbador como la primera vez que la conocí. Me sujeta con una mirada perspicaz, estupefacta, creo, y no sé si eso es una buena respuesta o una mala respuesta.
—Señorita Pierce. Qué agradable sorpresa.
—Sra. López —dice, susurrante y aturdida. Ah, una buena respuesta.
—Pasaba por aquí. Necesito algunas cosas. Es un placer volver a verla. —Un verdadero placer. Está vestida con una ajustada camiseta y vaqueros, no la mierda sin forma que estaba usando antes esta semana. Es toda piernas largas, cintura estrecha y tetas perfectas. Sus labios aún están separados con sorpresa y tengo que resistir el impulso de sujetar su barbilla y cerrar su boca. He volado desde Seattle solo para verte y por la forma en que me miras justo ahora, ha valido realmente la pena el viaje.
—Britt. Mi nombre es Britt. ¿En qué puedo ayudarle, Sra. López? —Toma una profunda respiración, cuadra sus hombros como lo hizo en la entrevista y me da una falsa sonrisa que, estoy segura, reserva para los clientes.
Empieza el juego, señorita Pierce.
—Hay unas cuantas cosas que necesito. Para empezar, me gustarían algunas bridas para cables.
Mi solicitud la toma fuera de guardia; se ve pasmada.
Oh, esto va a ser divertido. Te asombrarías de lo que puedo hacer con unos pocos cables, bella.
—Tenemos de varias medidas. ¿Se las muestro? —dice, encontrando su voz.
—Por favor. Guíe el camino.
Sale de detrás del mostrador y señala hacia uno de los pasillos. Está usando chucks. Distraídamente, me pregunto cómo se vería en tacones altos. Louboutins… nada excepto Louboutins.
—Están con los artículos eléctricos, en el pasillo ocho. —Su voz titubea y se sonroja…
La afecto. La esperanza brota en mi pecho.
No es Hetero, entonces. Sonrío.
—Después de usted. —Extiendo mi mano para que dirija el camino. Dejarla caminar adelante me da el espacio y tiempo para admirar su fantástico culo. Su larga y abundante cola de caballo marca el tiempo como un metrónomo del suave balanceo de sus caderas. Realmente es el paquete completo: dulce, educada y hermosa, con todos los atributos físicos que valoro en una sumisa. Pero, la pregunta del millón de dólares es: ¿podría ser una sumisa? Probablemente no sabe nada del estilo de vida —mi estilo de vida—, pero en verdad quiero introducirla a ello. Te estás adelantando en este trato, Lopez.
—¿Está en Portland por negocios? —pregunta, interrumpiendo mis pensamientos. Su voz es alta; está fingiendo desinterés. Me dan ganas de reír. Las mujeres raramente me hacen reír.
—Estaba visitando el departamento de agricultura de la universidad, que está en Vancouver —miento. En realidad estoy aquí para verla, señorita Pierce.
Su cara se descompone y me siento como una mierda.
—En estos momentos financio una investigación sobre rotación de cultivo y ciencias del suelo.—Eso, al menos, es cierto.
—¿Forma parte de su plan para alimentar al mundo? —Arquea una ceja, divertida.
—Algo así —murmuro. ¿Se está riendo de mí? Oh, me encantaría ponerle alto a eso si se está riendo. Pero, ¿cómo empezar? Tal vez con una cena, en lugar de la entrevista usual… ahora, eso sería una novela: llevar a una posible sumisa a cenar.
Llegamos a las bridas para cables, las cuales están ordenadas en diversidad de medidas y colores. Distraídamente, mis dedos recorren los paquetes. Podría simplemente invitarla a cenar. Como…¿en una cita? ¿Aceptaría? Cuando le echo un vistazo, está examinando sus dedos entrelazados. No puede mirarme… esto es prometedor. Selecciono los cables más largos. Son más flexibles, después de todo, ya que pueden ajustar dos tobillos o dos muñecas al mismo tiempo.
—Estas estarán bien.
—¿Algo más? —dice rápidamente… o está siendo súper atenta o me quiere fuera de la tienda, no sé cuál.
—Quisiera cinta adhesiva.
—¿Está decorando su casa?
—No, no estoy decorándola. —Oh, si tan solo supieras…
—Por aquí —dice—. La cinta está en el pasillo de decoración.
Vamos, López. No tienes mucho tiempo. Engánchala en alguna conversación.
—¿Ha trabajado aquí durante mucho tiempo? —Por supuesto, ya conozco la respuesta. A diferencia de otras personas, hago mi investigación. Por alguna razón, está avergonzada. Cristo, esta chica es tímida. No tengo ni una esperanza en el infierno. Se da la vuelta rápidamente y camina por el pasillo hacia la sección etiquetada como ―decoración‖. La sigo con entusiasmo, como una cachorrita.
—Cuatro años —murmura mientras llegamos a la cinta adhesiva. Se inclina hacia abajo y agarra dos rollos, cada uno de diferente ancho.
—Me llevaré esta. —La cinta más ancha es mucho más efectiva como mordaza. Mientras me la pasa, las puntas de nuestros dedos se tocan, brevemente. Resuena en mi ingle. ¡Maldición!
Ella palidece.
—¿Algo más? —Su voz es suave y ronca.
Cristo, estoy teniendo el mismo efecto en ella que el que tiene en mí. Tal vez…
—Un poco de cuerda, creo.
—Por aquí. —Corre rápidamente por el pasillo, dándome otra oportunidad para apreciar su lindo culo.
—¿Qué tipo de cuerda busca? Tenemos de fibra sintética, de fibra natural, de cáñamo, de cable…
Mierda, detente. Gimo interiormente, tratando de ahuyentar la imagen de ella suspendida del techo en mi cuarto de juegos.
—Cinco metros de la de fibra natural, por favor. —Es más áspera y raspa más si luchas contra ella… mi cuerda de elección.
Un temblor corre por sus dedos, pero mide cinco metros como una profesional. Sacando una navaja multiuso de su bolsillo derecho, corta la cuerda con un rápido movimiento, la enrolla cuidadosamente y la ata con un nudo. Impresionante.
—¿Fue una chica scout?
—Las actividades en grupo no son lo mío, Sra. Lopez.
—¿Qué es lo suyo, Brittany? —Sus pupilas se dilatan mientras la miro.
¡Sí!
—Libros —responde.
—¿Qué tipo de libros?
—Oh, ya sabe. Lo usual. Los clásicos. Sobre todo literatura inglesa.
¿Literatura inglesa? Las Brontës y Austen, apuesto. Todos los del tipo romántico-y-de corazones-y-flores.
Eso no es bueno.
—¿Necesita algo más?
—No lo sé. ¿Qué más me recomendaría? —Quiero ver su reacción.
—¿De bricolaje? —pregunta, sorprendida.
Quiero reír a carcajadas. Oh, bella, en bricolaje no es lo mío. Asiento, sofocando mi risa. Sus ojos repasan mi cuerpo y me tenso. ¡Me está dando un repaso!
—Un mono de trabajo —deja escapar.
Es la cosa más inesperada que la he escuchado decir desde su pregunta ―¿Es usted gay?‖.
—No querrá que se le estropee la ropa. —Señala mi vestido crema.
No me puedo resistir.
—Siempre podría quitármela.
—Uhm. —Se sonroja mucho y mira hacia abajo.
La saco de su miseria.
—Me llevaré un mono de trabajo. No vaya a ser que se me estropee la ropa. —Sin una palabra, se gira y camina rápidamente por el pasillo y yo sigo sus seductores pasos.
—¿Necesita algo más? —dice, sonando jadeante mientras me pasa un par de overoles de trabajo azul. Está mortificada, los ojos aún echados hacia abajo. Cristo, me provoca cosas.
—¿Cómo va el artículo? —pregunto, con la esperanza de que pueda relajarse un poco.
Levanta la mirada y me da una breve sonrisa aliviada.
Finalmente.
—No estoy escribiéndolo yo, sino Quinn. La señorita Fabray. Mi compañera de piso, ella es la escritora. Está muy contenta. Es la editora de la revista y quedó destrozada por no haber podido hacerle la entrevista personalmente.
Es la oración más larga que ha pronunciado desde que nos conocimos y está hablando de alguien más, no de ella misma. Interesante.
Antes de que pueda hacer un comentario, añade:
—Lo único que le preocupa es que no tiene ninguna foto original de usted.
La tenaz señorita Fabray quiere fotografías. Fotografías publicitarias, ¿eh? Puedo hacer eso. Me permitirá pasar tiempo con la apetecible señorita Pierce.
—¿Qué tipo de fotografías quiere?
Me mira fijamente por un momento, luego sacude su cabeza, perpleja, sin saber qué decir.
—Bueno, voy a estar por aquí. Quizá mañana… —Puedo quedarme en Portland. Trabajar desde un hotel. Una habitación en el Heathman, quizá. Necesitaré que Taylor venga, traiga mi computadora portátil y algo de ropa. O Sam… a menos que esté follando, lo cual es su modus operandi los fines de semana.
—¿Estaría dispuesta a hacer una sesión de fotos? —No puede contener su sorpresa.
Le doy un breve asentimiento. Sí, quiero pasar más tiempo contigo.
Quieta, Lopez.
—Quinn estará encantada… si encontramos un fotógrafo. —Sonríe y su cara se ilumina como un amanecer sin nubes. Es impresionante.
—Dígame algo mañana. —Saco la billetera de mi cartera —. Mi tarjeta. Está mi número de celular. Tendría que llamarme antes de las diez de la mañana. —Y si no lo hace, me dirigiré de vuelta a Seattle y me olvidaré acerca de esta estúpida aventura.
El pensamiento me deprime.
—Muy bien. —Continúa sonriendo.
—¡Britt! —Ambas nos giramos cuando una muchacha vestida de manera casual aparece en el extremo más lejano del pasillo. Sus ojos están todos sobre la señorita Brittany Pierce. ¿Quién demonios es esta idiota?
—Eh, discúlpeme un momento, Sra. López. —Camina hacia ella y la idiota la envuelve en un abrazo de gorila. Mi sangre se hiela. Es una respuesta primitiva.
Quítale tus jodidas garras de encima.
Empuño mis manos y soy solo ligeramente aplacada cuando ella no le devuelve el abrazo.
Caen en una conversación de susurros. Tal vez la información de Welch estaba equivocada. Tal vez esta tipa es su novia. Se ve de la edad adecuada y no puede quitarle de encima sus ambiciosos ojos. La sostiene por un momento a un brazo de distancia, examinándola, luego le pone un brazo sobre sus hombros. Parece un gesto casual, pero sé que está estableciendo un reclamo y diciéndome que me retire. Ella parece avergonzada, moviéndose de un pie a otro.
Mierda. Debería irme. He exagerado mi mano. Ella está con esta tipa. Luego ella le dice algo más y se aleja de su alcance, tocando su brazo, no su mano, encogiéndose de hombros para quitársela de encima. Está claro que no son cercanas.
Bien.
—Eh, Sugar, te presento a Santana López. Señora López, este es Sugar Clayton, la hermana del dueño de la tienda. —Me da una extraña mirada que no entiendo y continúa—: Conozco a Sugar desde que trabajo aquí, aunque no nos vemos muy a menudo. Ha vuelto de Princeton, donde estudia administración de empresas.—Está balbuceando, dándome una extensa explicación y diciéndome que no están juntas, creo. La hermana del jefe, no una novia. Estoy aliviada, pero la extensión del alivio que siento es inesperada y me hace fruncir el ceño. Esta mujer realmente se ha medito bajo mi piel.
—Sra. Clayton. —Mi tono es deliberadamente cortante.
—Sra. López. —Su apretón de manos es lánguido, como su cabello. Idiota—. Espera… ¿No será la famosa Santana López? ¿El de López Enterprises Holdings?
Sí, esa soy yo, imbécil.
En un latido, la veo transformarse de territorial a servil.
—Britt… ¿puedo ayudarle en algo?
—Brittany se ha ocupado, Sra. Clayton. Ha sido muy atenta. —Ahora vete a la mierda.
—Estupendo —borbotea, toda dientes blancos y respetuosa—. Nos vemos luego, Britt.
—Claro, Sugar —dice y camina sin prisa hacia la parte trasera de la tienda. La veo desaparecer.
—¿Algo más, Sra. López?
—Nada más —murmuro. Mierda, se me terminó el tiempo y aún no sé si voy a verla de nuevo. Tengo que saber si hay alguna mínima esperanza de que pudiera considerar lo que tengo en mente. ¿Cómo se lo puedo preguntar? ¿Estoy lista para hacerme cargo de una sumisa que no sabe nada? Va a necesitar considerable entrenamiento. Cerrando mis ojos, imagino las interesantes posibilidades que esto presenta… llegar ahí va a ser la mitad de la diversión. ¿Siquiera estará dispuesta a esto? ¿O estoy equivocada?
Camina hacia la caja registradora y marca mis compras, todo mientras mantiene sus ojos en la registradora.
¡Mírame, maldita sea! Quiero ver su cara otra vez y calibrar lo que está pensando.
Finalmente, levanta su cabeza.
—Serán cuarenta y tres dólares, por favor.
¿Eso es todo?
—¿Quiere una bolsa? —pregunta mientras le paso mi tarjeta de crédito American Express.
—Sí, gracias, Brittany. —Su nombre, un nombre hermoso para una chica hermosa, fluye suavemente sobre mi lengua.
Empaca los artículos rápidamente. Esto es todo. Me tengo que ir.
—Ya me llamará si quiere que haga la sesión de fotos.
Asiente mientras me devuelve mi tarjeta.
—Bien. Hasta mañana, quizá. —No puedo solamente irme. Tengo que hacerle saber que estoy interesada—. Ah, una cosa, Brittany… Me alegro de que la Señorita Fabray no pudiera hacerme la entrevista. —Se ve sorprendida y alagada.
Esto es bueno.
Deslizo la bolsa sobre mi hombro y salgo de la tienda.
Sí, en contra de mi mejor juicio, la deseo. Ahora tengo que esperar… jodidamente esperar… otra vez. Utilizando una fuerza de voluntad que enorgullecería a Elena, mantengo mis ojos al frente mientras saco mi celular de mi bolsillo y me subo al auto rentado. Estoy evitando deliberadamente mirar hacia ella. No lo voy a hacer. No lo voy a hacer. Mis ojos giran rápidamente hacia el espejo retrovisor, donde puedo ver la puerta de la tienda, pero todo lo que veo es el pintoresco frente de la tienda. Ella no está en la ventana, mirando hacia mí.
Es decepcionante.
Presiono el 1 en el marcado rápido y Taylor contesta antes de que el teléfono tenga la oportunidad de sonar. —Sra. López —dice. —Haz reservaciones en el Heathman; voy a quedarme en Portland este fin de semana y, ¿podrías traer la todoterreno, mi computadora y el papeleo debajo de ella y uno o dos cambios de ropa? —Sí, señora. ¿Y Charlie Tango?
—Que Joe lo lleve a PDX (Aeropuerto Internacional de Portland)
—Yo me encargo, señora. Estaré con usted en aproximadamente tres horas y media.
Cuelgo y enciendo el auto. Así que tengo unas cuantas horas en Portland mientras espero para ver si esta chica está interesada en mí. ¿Qué hago? Tiempo de una caminata, creo. Tal vez de esta manera pueda sacar de mi sistema esta extraña hambre.
******************************************************************************************************
Han pasado cinco horas sin una llamada telefónica de la apetecible señorita Pierce. ¿En qué demonios estaba pensando? Veo la calle desde la ventana de mi habitación en el Heathman. Aborrezco esperar. Siempre lo he hecho. El clima, ahora nublado, se mantuvo durante mi caminata por Forest Park, pero la caminata no hizo nada por curar mi agitación. Estoy molesta con ella por no llamar, pero más que nada estoy molesta conmigo. Soy una tonta por estar aquí. Qué pérdida de tiempo ha sido perseguir a esta mujer. ¿Cuándo, alguna vez, he perseguido a una mujer? López, cálmate.
Suspirando, reviso mi teléfono otra vez con la esperanza de simplemente haber perdido su llamada, pero no hay nada. Al menos Taylor ha llegado y tengo toda mi mierda. Tengo el reporte de Barney sobre las pruebas de grafeno de su departamento para leer y puedo trabajar en paz.
¿Paz? No he conocido la paz desde que la señorita Pierce cayó dentro de mi oficina
Cuando levanto la mirada, el crepúsculo ha cubierto mi habitación con sombras grises. La perspectiva de otra noche solo es deprimente. Mientras contemplo qué hacer, mi teléfono vibra contra la madera pulida del escritorio y un desconocido pero vagamente familiar número con código de área de Washington parpadea en la pantalla. De repente, mi corazón está latiendo como si hubiera corrido dieciséis kilómetros.
¿Es ella?
Respondo.
—¿Se… Señora López? Soy Brittany Pierce.
Mi cara estalla en una sonrisa come mierda. Bueno, bueno. Una señorita Pierce susurrante, nerviosa y de voz suave. Mi noche está mejorando.
—Señorita Pierce. Un placer tener noticias suyas. —Escucho que su respiración se entrecorta y el sonido viaja directamente a mi clítoris.
Genial. La estoy afectando. Al igual que ella me está afectando.
—Bueno… Nos gustaría hacer la sesión fotográfica para el artículo. Mañana, si no tiene problema. ¿Dónde le iría bien?
En mi habitación. Solo tú, yo y las bridas para cables.
—Me alojo en el Heathman de Portland. ¿Le parece bien a las nueve y media de la mañana?
—Muy bien, nos vemos allí —balbucea, incapaz de esconder el alivio y deleite en su voz.
—Lo estoy deseando, señorita Pierce. —Cuelgo antes de que sienta mi entusiasmo y lo complacida que estoy. Inclinándome en mi silla, contemplo el oscurecido horizonte y paso mis dos manos por mi cabello.
¿Cómo demonios voy a cerrar este trato?
MAYLU* - Mensajes : 41
Fecha de inscripción : 29/07/2015
Re: Fanfic Brittana-ST Ella Santana 50 sombras de Lopez #4
I Like !!! Me gusta la historia...
Lucy LP**** - Mensajes : 168
Fecha de inscripción : 01/07/2015
Re: Fanfic Brittana-ST Ella Santana 50 sombras de Lopez #4
es muy interesante esta historia bajo la perpectiva de santana!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Cap 4
Gracias por sus comentarios aquí les dejo otro capitulo mas para que se distraigan jejejeje... saludos
Domingo, 15 de Mayo de 2011
Con Moby explotando en mis oídos, bajo a toda velocidad por la calle Southwest Salmon hacia el río Willamette. Son las seis y media de la mañana y estoy tratando de aclarar mi mente. Anoche soñé con ella. Ojos azules, voz entrecortada… sus frases terminando con "señora" mientras se arrodilla delante de mí. Desde que la conocí, mis sueños han sido un bienvenido cambio de la ocasional pesadilla. Me pregunto qué interpretaría Flynn de eso. El pensamiento es desconcertante, así que lo ignoro y me concentro en empujar mi cuerpo a sus límites a lo largo de la orilla del Willamette. Mientras mis pies resuenan en el camino, el sol traspasa a través de las nubes y eso me da esperanza.
Dos horas más tarde, mientras corro de vuelta al hotel, paso por una cafetería. Tal vez debería llevarla a tomar un café.
¿Cómo una cita?
Bueno. No. No una cita. Me río ante la ridícula idea. Solo una charla… un tipo de entrevista. Entonces puedo averiguar un poco más acerca de esta enigmática mujer y si está interesada o si estoy en una inútil persecución. Estoy solo en el ascensor mientras me estiro. Terminando mis estiramientos en mi suite del hotel, estoy centrada y tranquila por primera vez desde que llegué a Portland. El desayuno ha sido entregado y estoy hambrienta. No es un sentimiento que tolere, nunca. Sentándome a desayunar en mi ropa de deporte, decido comer antes de ducharme.
Hay un enérgico toque en la puerta. La abro y Taylor se encuentra en el umbral.
—Buenos días, Sra. Lopez.
—Buenos días. ¿Están listos para mí?
—Sí, señora. Están ubicados en la habitación 601.
—Ya bajo. —Cierro la puerta y meto mi camisa en mis pantalones grises. Mi cabello está mojado por la ducha, pero me importa una mierda. Una mirada al jodido sombrío en el espejo y salgo para seguir a Taylor hasta el ascensor.
La habitación 601 está llena de gente, luces y cámaras profesionales, pero la encuentro inmediatamente. Ella está de pie a un lado. Su cabello está suelto: una exuberante melena brillante que cae por debajo de sus pechos. Está usando jeans ajustados y converse con una chaqueta azul marino de manga corta y debajo una camiseta blanca. ¿Los jeans y converse son su firma en cuanto a forma de vestir? Aunque no es muy conveniente, favorecen sus bien torneadas piernas. Sus ojos, encantadores como siempre, se ensanchan mientras me acerco.
—Señorita Pierce, volvemos a vernos.—Ella toma mi mano extendida y por un momento quiero apretar la suya y alzarla hasta mis labios.
No seas absurda, López.
Vuelve a ruborizarse deliciosamente y señala en dirección a su amiga, que está de pie demasiado cerca, esperando mi atención.
—Sra. López, le presento a Quinn Fabray —dice. De mala gana la libero y me giro hacia la persistente señorita Fabray. Es alta, llamativa y meticulosamente pulcra como su padre, pero tiene los ojos de su madre y tengo que agradecerle por presentarme a la encantadora señorita Pierce. Ese pensamiento me hace sentir un poco más benévola con ella.
—La tenaz señorita Fabray. ¿Qué tal está? Espero que se encuentre mejor. Brittany dijo que la semana pasada estuvo enferma.
—Estoy bien, gracias, Sra. López.
Tiene un firme y confiado apretón de manos y dudo que alguna vez se enfrentara a un día de dificultades en su privilegiada vida. Me pregunto por qué son amigas estas mujeres. No tienen nada en común.
—Gracias por haber encontrado un momento para la sesión—dice Quinn.
—Es un placer —le respondo y echo un vistazo a Brittany, quien me recompensa con su delator rubor.
¿Soy solo yo quien la hace ruborizarse? La idea me complace.
—Este es Noah Puckerman, nuestro fotógrafo —dice Brittany y su rostro se ilumina mientras me lo presenta.
Mierda. ¿Este es el novio?
Puckerman florece bajo la dulce sonrisa de Ana.
¿Están follando?
—Señora López. — Puckerman me da una mirada oscura mientras nos damos la mano. Es una advertencia. Me está diciendo que retroceda. Ella le gusta. Le gusta mucho.
Bueno, que empiece el juego, niño.
—Sr. Puckerman, ¿dónde quiere que me coloque? —Mi tono es un desafío y él lo escucha, pero Quinn interviene y me indica una silla. Oh. Le gusta estar a cargo. El pensamiento me divierte mientras me siento. Otra joven que parece estar trabajando con Puckerman enciende las luces y, por un momento, soy cegada.
¡Demonios!
A medida que el deslumbramiento desaparece, busco a la encantadora señorita Pierce. Está de pie al fondo de la habitación, observando el procedimiento. ¿Siempre rehúye de esta manera? Tal vez por eso son amigas ella y Fabray; ella está contenta con estar en el fondo y dejar que Quinn tome el centro del escenario.
Mmm… una sumisa natural.
El fotógrafo parece suficientemente profesional y absorbido en el trabajo que se le ha asignado. Observo a la señorita Pierce mientras nos observa a los dos. Nuestros ojos se encuentran; los suyos son honestos e inocentes, y por un momento reconsidero mi plan. Pero entonces se muerde el labio y mi aliento se atrapa en mi garganta.
Retrocede, Brittany. Le ordeno que deje de mirar y, como si me pudiera oír, es la primera en apartar la mirada.
Buena chica.
Quinn me pide que me ponga de pie mientras Rodríguez sigue tomando fotografías. Entonces, hemos terminado y esta es mi oportunidad.
—Gracias de nuevo, Sra. López. —Quinn avanza hacia adelante y me estrecha la mano, seguida por el fotógrafo, que me mira con mal y disimulada desaprobación. Su antagonismo me hace sonreír.
Ah, hombre… no tienes ni idea.
—Estoy ansiosa por leer su artículo, señorita Fabray —digo, dándole un breve asentimiento educado. Es con Britt con quien quiero hablar—. ¿Vendría conmigo, señorita Pierce?—pregunto, cuando la alcanzo en la puerta.
—Claro —dice con sorpresa.
Aprovecha el día, López.
Murmuro alguna trivialidad a aquellos que siguen en la habitación y la hago pasar por la puerta, queriendo poner algo de distancia entre ella y Puckerman. En el pasillo, se detiene jugando con su cabello, luego sus dedos, mientras Taylor me sigue afuera.
—En seguida le aviso, Taylor —le digo y, cuando está casi fuera del alcance del oído, le pido a Britt que me acompañe por un café, mi aliento contenido por su respuesta.
Sus largas pestañas parpadean sobre sus ojos.
—Tengo que llevar a todos a casa —dice con consternación.
—Taylor —grito en su dirección, haciéndola saltar. Debo ponerla nerviosa y no sé si esto es bueno o malo. Y ella no puede dejar de estar inquieta. Pensar en todas las formas en que podría hacerla detenerse es una distracción.
—¿Van a la universidad? —Ella asiente y le pido a Taylor que lleve a sus amigos a casa.
—Arreglado. ¿Puede ahora venir conmigo a tomar un café?
—Verá… Sra. López… esto… la verdad… —Se detiene.
Mierda. Es un "no". Voy a perder esta cita. Me mira directamente, con los ojos brillantes.
—Mire, no es necesario que Taylor los lleve a casa. Puedo intercambiar vehículos con Quinn, si me espera un momento.
Mi alivio es tangible y sonrío.
¡Tengo una cita!
Abriendo la puerta, la dejo volver a la habitación mientras Taylor oculta su mirada perpleja.
—¿Puedes tomar mi chaqueta, Taylor?
—Ciertamente, señora.
Se gira sobre sus talones, con los labios curvándose mientras se dirige por el pasillo. Lo observo con los ojos entrecerrados mientras desaparece en el ascensor mientras me apoyo contra la pared y espero a la señorita Pierce.
¿Qué demonios voy a decirle?
“¿Qué tanto te gustaría ser mi sumisa?”
No. Tranquilízate, López. Tomemos esto una etapa a la vez.
Taylor está de vuelta en un par de minutos sosteniendo mi chaqueta.
—¿Eso será todo, señora?
—Sí. Gracias.
Me la da y me deja como una idiota de pie en el pasillo.
¿Cuánto tiempo más le va a tomar a Brittany? Reviso mi reloj. Debe estar negociando el cambio de auto con Quinn. O está hablando con Puckerman, explicándole que solo va a tomar un café conmigo para aplacarme y mantenerme dulce para el artículo. Mis pensamientos se oscurecen. Tal vez le está dando un beso de despedida.
Maldición.
Emerge un momento después y estoy complacida. No se ve como si acabara de ser besada.
—Está bien —dice con decisión—. Vamos por el café. —Pero sus mejillas enrojecidas socavan algo de su esfuerzo por lucir confiada.
—Después de usted, señorita Pierce. —Oculto mi deleite mientras ella da un paso delante de mí. Mientras la alcanzo, despierta mi curiosidad sobre su relación con Quinn, específicamente su compatibilidad. Le pregunto por cuánto tiempo se han conocido.
—Desde nuestro primer año. Es una buena amiga. —Su voz está llena de calidez. Britt es claramente devota. Hizo todo el camino a Seattle para hacerme una entrevista cuando Quinn estuvo enferma y me encuentro esperando que la señorita Fabray la trate con la misma lealtad y respeto.
En los ascensores, presiono el botón de llamada y casi de inmediato las puertas se abren. Una pareja en un apasionado abrazo se separa a toda prisa, avergonzados por ser atrapados. Ignorándolos, entramos en el ascensor, pero atrapó la sonrisa pícara de Brittany.
Mientras viajamos a la primera planta, la atmósfera está espesa de deseo sin cumplir. Y no sé si es que emana de la pareja detrás de nosotros o de mí.
Sí. La deseo ¿Querrá lo que tengo para ofrecer?
Me siento aliviada cuando las puertas se abren de nuevo y tomo su mano, que está fresca y no pegajosa como esperaba. Tal vez no la afecto tanto como me gustaría. El pensamiento es desalentador.
En nuestro camino, escuchamos la risa avergonzada de la pareja.
—¿Qué pasa con los ascensores? —murmuro. Y tengo que admitir que hay algo sano e ingenuo acerca de sus risitas que es totalmente encantador. La señorita Pierce parece tan inocente, al igual que ellos, y mientras caminamos hacia la calle me cuestiono mis motivos de nuevo.
Es demasiado joven. Demasiado inexperta, pero, maldita sea, me gusta la sensación de su mano en la mía.
En la cafetería la dirijo para encontrar una mesa y le pregunto qué quiere beber. Tartamudea a través de su orden: Té negro… agua caliente, con la bolsita al lado. Eso es nuevo para mí.
—¿No quiere un café?
—No me gusta demasiado el café.
—Bien, té negro. ¿Azúcar?
—No, gracias —dice, mirando hacia abajo a sus dedos.
—¿Algo para comer?
—No, gracias. —Niega con la cabeza y sacude su cabello sobre su hombro, destacando destellos de color dorado.
Tengo que esperar en la fila mientras las dos mujeres detrás de la barra intercambian estúpidas bromas con todos sus clientes. Es frustrante y me apartan de mi objetivo: Brittany.
—Hola, guapa, ¿qué puedo hacer por ti? —pregunta la mujer mayor con un brillo en sus ojos. Es solo una cara bonita, cariño.
—Quiero un café con leche evaporada. Té negro. La bolsita de té a un lado. Y una magdalena de arándanos.
Brittany podría cambiar de opinión y comer.
—¿Estás visitando Portland?
—Sí.
—¿El fin de semana?
—Sí.
—El clima seguro ha mejorado hoy.
—Sí.
—Espero que salga a disfrutar de un poco de sol.
Por favor, deja de hablarme y date prisa de una jodida vez.
—Sí —siseo entre dientes y echo un vistazo a Britt, quien rápidamente mira hacia otro lado.
Me está mirando. ¿Me está comprobando?
Una burbuja de esperanza se hincha en mi pecho.
—Aquí tienes. —La mujer me da un guiño y coloca las bebidas en mi bandeja—. Paga en la caja, cariño, y que tengas un buen día.
Me las arreglo para dar una respuesta cordial.
—Gracias.
En la mesa, Brittany está mirando fijamente sus dedos, reflexionando en quien sabe qué demonios.
¿Sobre mí?
—¿Un dólar por sus pensamientos? —pregunto.
Salta y se pone roja mientras dejo el té y el café. Está sentada muda y mortificada. ¿Por qué? ¿Realmente no quiere estar aquí?
—¿Sus pensamientos? —pregunto de nuevo y mueve en exceso la bolsa de té.
—Este es mi té favorito —dice y tomo nota mental de que es el Twinings English Breakfast el té que le gusta. La veo meter la bolsita de té en la tetera. Es un elaborado y desordenado espectáculo. La saca casi de inmediato y coloca la bolsita de té usada en su platillo. Mi boca está torciéndose con mi diversión. Mientras me dice que le gusta flojo su té negro, por un momento creo que está describiendo lo que le gusta en una persona.
Contrólate, López. Está hablando de té.
Basta ya de este preámbulo; es el momento para un poco de rapidez en este asunto.
—¿Es su novio?
Sus cejas se juntan, formando una pequeña v por encima de su nariz.
—¿Quién?
Esta es una buena respuesta.
—El fotógrafo. Noah Puckerman.
Ella se ríe. De mí.
¡De mí!
Y no sé si es de alivio o si piensa que soy graciosa. Es molesto. No puedo conseguir medirla. ¿Le gusto o no? Me dice que es solo un amigo.
Oh, cariño, quiere ser más que un amigo.
—¿Por qué pensó que era mi novio? —pregunta.
—Por la forma en que le sonrió y él a usted. —No tienes ni idea, ¿verdad? El chico está herido.
—Es más como de la familia —dice.
De acuerdo, entonces la lujuria es unilateral y por un momento me pregunto si se da cuenta de lo hermosa que es. Mira la magdalena de arándanos mientras le quito el papel y por un momento la imagino sobre sus rodillas a mi lado mientras la alimento, un bocado a la vez. El pensamiento es divertido… y excitante.
—¿Quiere un poco? —pregunto.
Niega con la cabeza.
—No, gracias. —Su voz es vacilante y mira una vez más sus manos. ¿Por qué está tan nerviosa? ¿Tal vez por mi culpa?
—Y la chica la que me presentó ayer, en la tienda. ¿No es su novia?
—No. Sugar es solo una amiga. Se lo dije ayer. —Frunce el ceño de nuevo como si estuviera confundida y se cruza de brazos en defensa. No le gusta ser interrogada acerca de estos chicos. Recuerdo lo incómoda que parecía cuando la chica en la tienda puso su brazo alrededor de ella, reclamándola—. ¿Por qué me lo pregunta? —añade.
—Parece nerviosa cuando está con ellos.
Sus ojos se ensanchan. Realmente son hermosos, del color del océano en Cabo, el más azul de los mares azules. Debería llevarla allí.
¿Qué? ¿De dónde vino eso?
—Usted me resulta intimidante —dice y baja la mirada, contemplando una vez más sus dedos. Por un lado es tan sumisa, pero por el otro es… desafiante.
—Debería resultarle intimidante.
Sí. Debería. No hay muchas personas lo suficientemente valientes como para decirme que los intimido. Ella es honesta, y así se lo digo… pero cuando aparta la mirada, no sé lo que está pensando. Es frustrante. ¿Le gusto? ¿O está tolerando este encuentro para mantener en camino la entrevista de Fabray? ¿Cuál es?
—Es un misterio, señorita Pierce.
—No hay nada misterioso en mí.
—Creo que es muy contenida. —Como cualquier buena sumisa—. Menos cuando se ruboriza, claro, cosa que hace menudo. Me gustaría saber por qué se ha ruborizado. —Ahí. Eso provocará una respuesta suya. Lanzando un pequeño trozo de la magdalena de arándanos en mi boca, espero su respuesta.
—¿Siempre hace comentarios tan personales?
Eso no es tan personal, ¿verdad?
—No me había dado cuenta de que fuera personal. ¿La he ofendido?
—No.
—Bien.
—Pero es usted un poco arrogante.
—Suelo hacer las cosas a mi manera, Brittany. En todo.
—No lo dudo —murmura y entonces quiere saber por qué no le he pedido que me llame por mi nombre de pila.
¿Qué?
Y la recuerdo saliendo de mi oficina en el ascensor… y cómo sonó mi nombre saliendo de su boca inteligente. ¿Ha visto a través de mí? ¿Está siendo deliberadamente antagonista conmigo? Le digo que nadie me llama Santana, excepto mi familia…
Ni siquiera sé si ese es mi verdadero nombre.
No vayas allí, López.
Cambio el tema. Quiero saber acerca de ella.
—¿Es usted hija única?
Sus pestañas revolotean varias veces antes de que me diga que lo es.
—Hábleme de sus padres.
Pone los ojos en blanco y tengo que luchar contra la compulsión de regañarla.
—Mi madre vive en Georgia con su nuevo marido, Bob. Mi padrastro vive en Montesano.
Por supuesto que sé todo esto por la verificación de antecedentes de Welch, pero es importante escucharlo de ella. Sus labios se suavizan con una sonrisa afectuosa cuando menciona a su padrastro.
—¿Y su padre?
—Mi padre murió cuando yo era una niña.
Por un momento soy catapultada a mis pesadillas, mirando un cuerpo postrado en un piso sucio.
—Lo siento —murmuro.
—No me acuerdo de él —dice, arrastrándome de vuelta al ahora. Su expresión es clara y brillante y sé que Raymond Pierce ha sido un buen padre para esta chica. Su relación con su madre, por otra parte… aún está por verse.
—¿Y su madre volvió a casarse?
Su risa es amarga.
—Ni que lo jure.—Pero no entra en detalles. Es una de las pocas mujeres que he conocido que pueden sentarse en silencio. Lo que es genial, pero no lo que quiero en este momento.
—No cuenta demasiado de su vida, ¿verdad?
—Usted tampoco —esquiva.
Oh, señorita Pierce. El juego ha comenzado.
Y es con gran placer y una sonrisa que le recuerdo que ya me ha entrevistado.
—Recuerdo algunas preguntas bastante personales.
Sí. Me preguntaste si era gay.
Mi declaración tiene el efecto deseado y está avergonzada. Comienza a balbucear sobre sí misma y algunos detalles dan en el punto. Su madre es una romántica empedernida. Supongo que alguien en su cuarto matrimonio está abrazando la esperanza sobre la experiencia. ¿Es como su madre? No me atrevo a preguntarle. Si dice que lo es… entonces no tengo ninguna esperanza. Y no quiero que esta entrevista termine. Me estoy divirtiendo demasiado.
Pregunto por su padrastro y confirma mi corazonada. Es obvio que lo ama. Su rostro se ilumina cuando habla de él: su trabajo (es un carpintero), sus aficiones (le gusta el fútbol europeo y la pesca). Prefirió vivir con él cuando su madre se casó por tercera vez.
Interesante.
Endereza sus hombros.
—Cuénteme cosas sobre sus padres —exige en un intento de desviar la conversación de su familia. No me gusta hablar de la mía, así que le doy detalles vagos.
—Mi padre es abogado y mi madre pediatra. Viven en Seattle.
—¿A qué se dedican sus hermanos?
¿Quiere ir allí? Le doy la respuesta corta, que Sam trabaja en la construcción y Rachel está en la escuela de cocina en París.
Ella escucha, embelesada.
—Me han dicho que París es preciosa —dice con una expresión soñadora.
—Es bonita. ¿Ha estado ahí?
—Nunca he salido de Estados Unidos.—La cadencia de su voz cae, teñida de pesar. Podría llevarla allí.
—¿Le gustaría ir?
¿Primero Cabo, ahora París? Contrólate, López.
—¿A París? Por supuesto. Pero adonde de verdad me gustaría ir es a Inglaterra.
Su rostro se ilumina con entusiasmo. La señorita Pierce quiere viajar. Pero, ¿por qué Inglaterra?,le pregunto.
—Porque allí nacieron Shakespeare, Austen, las hermanas Brontë, Thomas Hardy… Me gustaría ver los lugares que los inspiraron para escribir libros tan maravillosos.
Libros.
Lo dijo ayer en Clayton’s. Eso significa que estoy compitiendo con Darcy, Rochester y Angel Clare: imposibles héroes románticos. Aquí está la prueba que necesitaba. Es una romántica empedernida, como su madre… y esto no va a funcionar. Para colmo de males, ella mira su reloj. Ha terminado.
He estropeado este acuerdo.
—Será mejor que me vaya. Tengo que estudiar —dice.
Ofrezco acompañarla de regreso al auto de su amiga, lo que significa que tendré que caminar de regreso al hotel para hacer mi maleta.
Pero,¿debería hacerlo?
—Gracias por el té, señora López —dice.
—No hay de qué, Anastasia. Es un placer. —Mientras digo las palabras me doy cuenta que los últimos veinte minutos han sido… agradables. Dándole mi sonrisa más deslumbrante, garantizada para desarmar, le ofrezco mi mano—. Vamos —le digo. Toma mi mano y, mientras caminamos de regreso al Heathman, no puedo sacudirme cuán agradable se siente su mano en la mía.
Tal vez esto podría funcionar.
—¿Siempre lleva jeans? —pregunto.
—Casi siempre —dice y es el segundo golpe en su contra: romántica empedernida, que solo usa jeans… me gustan las faldas en mis mujeres. Me gustan accesibles.
—¿Tiene novia? —pregunta de la nada y es el tercer golpe. Estoy fuera de este acuerdo en ciernes. Quiere romance y yo no puedo ofrecerle eso.
—No, Brittany. Yo no tengo novias.
Afligida con el ceño fruncido, se vuelve bruscamente y tropieza en la carretera.
—¡Mierda, Britt! —grito, tirando de ella hacia mí para detener su caída en el camino de un ciclista idiota que pasa volando por el lado equivocado de la calle. De repente, está en mis brazos, mirándome. Sus ojos están asustados y por primera vez noto un anillo azul más oscuro que circunda sus irises; son hermosos, más hermosos de cerca. Sus pupilas se dilatan y sé que podría caer dentro de esa mirada y no regresar jamás. Toma una respiración profunda.
—¿Está bien? —Mi voz suena extraña y distante y me doy cuenta que me está tocando y no me importa. Mis dedos acarician su mejilla. Su piel es suave y lisa y, mientras cepillo mi pulgar contra su labio inferior, se me corta la respiración. Su cuerpo está presionado contra el mío y la sensación de sus pechos y su calor a través de mi camisa es excitante. Tiene una fragancia fresca y sana que me recuerda al huerto de manzanas de mi abuelo. Cerrando mis ojos, inhalo, grabando su aroma en mi memoria. Cuando los abro, ella todavía está mirándome, suplicándome, rogándome, sus ojos en mi boca.
Mierda. Quiere que la bese.
Y quiero hacerlo. Solo una vez. Sus labios están separados, listos, esperando. Su boca sintiéndose acogedora debajo de mi pulgar.
No. No. No. No hagas esto, Lopez.
Ella no es el tipo de chica para ti.
Ella quiere corazones y flores y tú no haces esa mierda.
Cierro mis ojos para no verla y luchar contra la tentación, y cuando los abro de nuevo, mi decisión está tomada.
—Brittany —le susurro—, deberías mantenerte alejada de mí. No soy una buena mujer para ti.
La pequeña v se forma entre sus cejas y creo que ha dejado de respirar.
—Respira, Brittany, respira. —Tengo que dejarla ir antes de que haga algo estúpido, pero estoy sorprendida por mi reticencia. Quiero sostenerla por más tiempo—. Voy a ayudarte a ponerte en pie y a dejarte marchar. —Doy un paso atrás y ella libera su agarre sobre mí, pero extrañamente, no siento ningún alivio. Deslizo mis manos sobre sus hombros para asegurarme que puede estar de pie. Su expresión se nubla con humillación. Está mortificada por mi rechazo.
Demonios. No quise hacerte daño.
—Ya estoy bien —dice, la decepción zumbando en su tono cortante. Ella es formal y distante, pero no se mueve fuera de mi agarre—. Gracias —añade.
—¿Por qué?
—Por salvarme.
Y quiero decirle que la estoy salvando de mí… que es un gesto noble, pero eso no es lo que quiere oír.
—Ese idiota iba contra dirección. Me alegro de haber estado aquí. Me dan escalofríos solo de pensar lo que podría haberte pasado. —Ahora soy yo la que está balbuceando, y todavía no puedo dejarla ir. Me ofrezco a sentarme con ella en el hotel, sabiendo que es una estratagema para prolongar mi tiempo con ella y solo entonces liberarla.
Niega con su cabeza, la espalda tiesa y envuelve sus brazos a su alrededor en un gesto protector. Un momento después, huye al otro lado de la calle y tengo que darme prisa para mantenerme a su ritmo.
Cuando llegamos al hotel, se da la vuelta y me enfrenta, una vez más, serena.
—Gracias por el té y por la sesión de fotos. —Me mira desapasionadamente y el arrepentimiento se enciende en mis entrañas.
—Brittany… Yo…—No puedo pensar en qué decir, excepto que lo siento.
—¿Qué, Santana? —pregunta bruscamente,
Caray. Está enojada conmigo, vertiendo todo el desprecio que puede en cada sílaba de mi nombre. Es insólito. Y se está yendo. Y no quiero que se vaya.
—Buena suerte en los exámenes.
Sus ojos parpadean con dolor e indignación.
—Gracias —murmura, el desdén en su voz—. Adiós, Sra. Lopez. —Se da la vuelta y da zancadas por la calle hacia el garaje subterráneo. La observo irse con la esperanza de que me vaya a dar una segunda mirada, pero no lo hace. Desaparece en el edificio, dejando a su paso un rastro de arrepentimiento, el recuerdo de sus hermosos ojos azules y el aroma de un huerto de manzanas en el otoño.
MAYLU* - Mensajes : 41
Fecha de inscripción : 29/07/2015
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana-ST Ella Santana 50 sombras de Lopez #4
me encanta desde el punto de santana
hahha deberias hacer un maraton :S
hahha deberias hacer un maraton :S
itzel7** - Mensajes : 70
Fecha de inscripción : 10/03/2013
Re: Fanfic Brittana-ST Ella Santana 50 sombras de Lopez #4
Me gusto este capítulo y yo también apoyo la maratón jejeje saludos..
Lucy LP**** - Mensajes : 168
Fecha de inscripción : 01/07/2015
Re: Fanfic Brittana-ST Ella Santana 50 sombras de Lopez #4
Tengo una pregunta
¿Este libro es prespectiva de santana solo del primer libro o de los tres?:
Saludos
¿Este libro es prespectiva de santana solo del primer libro o de los tres?:
Saludos
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Cap 5
Hola Gracias por su comentarios y bueno maratón no creo que pueda hacerla hoy o mañana pero les aseguro que el domingo si aunque de todas maneras el día de hoy les dejare dos capítulos y respondiendo a tu pregunta Jane0_o bueno la adapatacion que estoy haciendo solo es del primer libro ya que la ultima publicación de 50 sombras de grey desde las perspectiva del mismo solo es del primer libro.. Saludos
Jueves 19 de Mayo de 2011
¡No! Mi grito rebota en las paredes de la habitación y me despierta de mi pesadilla. Estoy cubierta de sudor, con hedor a cerveza rancia, cigarros y pobreza en mis fosas nasales y un persistente temor a la violencia en estado de ebriedad. Sentada, pongo mi cabeza en mis manos mientras intento calmar mi intenso ritmo cardíaco y respiración errática. Ha sido lo mismo durante las últimas cuatro noches. Mirando el reloj, veo que son las tres de la mañana.
Tengo dos reuniones importantes mañana… hoy… y necesito la mente despejada y dormir un poco. Maldición, lo que daría por una buena noche de sueño. Y tengo un jodido partido de golf con Bastille. Debería cancelar el golf; la idea de jugar y perder oscurece mí ya sombrío humor.
Trepando fuera de la cama, deambulo por el pasillo y me dirijo a la cocina. Allí, llenó un vaso con agua y me miro, vestida con tan solo pantalones de pijama, reflejada en la pared de vidrio al otro lado de la habitación. Me alejo con asco.
Tú la rechazaste.
Ella te quería.
Y la rechazaste.
Fue por su propio bien.
Esto me ha fastidiado por días. Su hermoso rostro aparece en mi mente sin advertencia, burlándose de mí. Si mi psiquiatra hubiera regresado de sus vacaciones en Inglaterra, podría llamarlo. Su jodida psicología barata me detendría de sentirme así de pésima.
López, era solo una chica bonita.
Quizás necesito una distracción; una nueva sumisa, tal vez. Ha pasado demasiado tiempo desde Susannah. Contemplo llamar a Elena en la mañana. Ella siempre encuentra candidatas adecuadas para mí. Pero la verdad es que no quiero a nadie nuevo.
Quiero a Britt. Su decepción, su herido despecho y su desprecio permanecen conmigo. Se alejó sin mirar atrás. Tal vez elevé sus esperanzas al invitarla a tomar un café, solo para decepcionarle. Tal vez debería encontrar alguna forma de disculparme, entonces puedo olvidarme de todo este lamentable episodio y sacar a la chica de mi cabeza. Dejando el vaso en el fregadero para que mi ama de llaves lo lave, me dirijo penosamente a la cama.
La alarma de la radio se sacude a la vida a las seis menos cuarto de la mañana mientras estoy mirando el techo. No he dormido y estoy agotada. ¡Joder! Esto es ridículo. El programa en la radio es una distracción bienvenida hasta la segunda noticia. Es sobre la venta de un raro manuscrito: una novela inconclusa de Jane Austen llamada Los Watson que está siendo subastada en Londres. “Libros”, dijo ella.
Cristo. Incluso las noticias me recuerdan a la pequeña señorita ratón de biblioteca.
Es una romántica incurable que ama los clásicos ingleses. Pero yo también, aunque por razones diferentes. No tengo ninguna primera edición de Jane Austen, ni de las Brontë, para el caso… pero sí tengo dos de Thomas Hardy. ¡Por supuesto! ¡Eso es! Esto es lo que puedo hacer. Momentos más tarde, estoy en la biblioteca con Jude el Oscuro y un set de Tess la de los d’Urberville en sus tres volúmenes tendidos sobre la mesa de billar frente a mí. Ambos son libros sombríos, con temáticas trágicas. Hardy tenía un alma oscura y retorcida. Al igual que yo.
Aparto el pensamiento y examino los libros. Aunque Jude está en mejores condiciones, no es competencia. En Jude no hay redención, así que le enviaré Tess, con una cita adecuada. Sé que no es el libro más romántico, considerando los males que le acontecen a la heroína, pero tiene una breve muestra de amor romántico en el idilio bucólico que es el campo inglés. Y Tess se venga del hombre que la agravió.
Pero ese no es el punto. Britt mencionó a Hardy como uno de sus favoritos y estoy segura de que nunca ha visto, muchos menos poseído, una primera edición.
—Parece usted el paradigma del consumidor.—Su crítica réplica de la entrevista vuelve a mí para atormentarme. Sí. Me gusta poseer cosas, cosas que aumentarán su valor, como las primeras ediciones.
Sintiéndome más calmada y más serena, y un poco satisfecha conmigo misma, me dirijo a mi armario y me cambio en mi traje.
En el asiento trasero de mi auto, hojeo el primer libro de la primera edición de Tess, buscando una cita, y al mismo tiempo me pregunto cuándo será el último examen de Britt. Leí el libro muchos años atrás y tengo un recuerdo borroso de la trama. La ficción era mi santuario cuando era un adolescente. Mi madre siempre se maravilló de que leyera; Sam no tanto. Ansiaba el escape que me proveía la ficción. Él no necesitaba un escape.
—Señora López —interrumpe Taylor—. Estamos aquí, señora. —Sale del auto y abre mi puerta—. Estaré fuera a las dos para llevarla a su partido de golf.
Asiento y entro a la López House, los libros bajo mi brazo. La joven recepcionista me saluda con un coqueto gesto.
Cada día… Como una canción cursi en repetición.
Ignorándola, me dirijo hacia el ascensor que me llevará directamente a mi oficina.
—Buenos días, Sra. López —me saluda Barry de seguridad mientras presiona el botón para llamar al ascensor.
—¿Cómo está su hijo, Barry?
—Mejor, señora.
—Me alegro de oír eso.
Entro al ascensor y se dispara hasta el piso veinte. Andrea está disponible para saludarme.
—Buenos días, Sra. López. Ros quiere verla para discutir el proyecto Darfur. Barney quisiera unos minutos…
Levanto mi mano para callarla.
—Olvide esos, por ahora. Póngame a Welch en la línea y averigüe cuándo vuelve Flynn de sus vacaciones. Una vez que haya hablado con Welch, podemos retomar la agenda del día.
—Sí, señora.
—Y necesito un expreso doble. Consiga que Olivia me lo prepare.
Pero, mirando alrededor, noto que Olivia está ausente. Es un alivio. La chica siempre está soñando despierta conmigo y es jodidamente irritante.
—¿Lo quiere con leche, señora? —pregunta Andrea.
Buena chica. Le sonrío.
—Hoy no. —Me gusta mantenerlas adivinando cómo tomo mi café.
—Muy bien, Sra. López. —Luce complacida consigo misma, lo cual debería estar. Es la mejor asistente personal que he tenido.
Tres minutos después, tiene a Welch en la línea.
—¿Welch?
—Sra. López.
—La verificación de antecedentes que hizo para mí la semana pasada. Brittany Pierce. Estudiante en la Estatal de Washington.
—Sí, señora. Lo recuerdo.
—Me gustaría saber cuándo tiene lugar su último examen final y hágamelo saber con carácter de prioridad.
—Muy bien, señora. ¿Algo más?
—No, eso será todo. —Cuelgo y miró los libros en mi escritorio. Necesito encontrar una cita.
Ros, mi número dos y mi jefe de operaciones, está muy enérgica.
—Vamos a recibir el visto bueno de las autoridades sudanesas para poner los envíos en el puerto de Sudán. Pero nuestros contactos en el terreno tienen dudas sobre el viaje por carretera a Darfur. Están haciendo una evaluación de riesgos para ver cuán viable es. —La logística debe ser difícil; su normal carácter alegre está ausente.
—Siempre podemos enviar por aire.
—Santana, los costos de un envío aéreo…
—Lo sé. Veamos con qué vuelven nuestros amigos de la ONG.
—Está bien —dice y suspira—. También estoy esperando la alerta de que esté todo despejado del Departamento de Estado.
Pongo mis ojos en blanco. Jodida burocracia.
—Si tenemos que sobornar a alguien, o hacer que el senador Blandino intervenga, házmelo saber.
—Así que el próximo tema es dónde ubicar la nueva planta. Sabes que los recortes de impuestos en Detroit son enormes. Te envié un resumen.
—Lo sé. Pero, Dios, ¿tiene que ser en Detroit?
—No sé qué problema tienes con el lugar. Cumple con nuestros criterios.
—Está bien, haz que Bill investigue potenciales sitios industriales abandonados. Y hagamos otra búsqueda de campo para ver si alguna otra municipalidad ofrecería condiciones más favorables.
—Bill ya ha enviado a Ruth allí para reunirse con la Autoridad de Reurbanización de Detroit Brownfield, quien no podría ser más atento, pero le pediré a Bill que haga una verificación final.
Mi teléfono vibra.
—Sí —le gruño a Andrea… sabe que odio ser interrumpida en una reunión.
—Tengo a Welch para usted.
Mi reloj dice las once y media. Eso fue rápido.
—Póngalo en línea.
Le hago una seña a Ros para que se quede.
—¿Sra. López?
—Welch. ¿Qué novedades?
—El último examen de la señorita Pierce es mañana, veinte de mayo.
Maldición. No tengo mucho tiempo.
—Genial. Eso es todo lo que necesito saber. —Cuelgo—. Ros, aguárdame un momento.
Agarro el teléfono. Andrea responde inmediatamente.
—Andrea, necesito una tarjeta de notas en blanco para escribir un mensaje, en una hora —digo y cuelgo—. Bien, Ros, ¿dónde estábamos?
A las doce y media, Olivia entra a mi oficina arrastrando los pies con el almuerzo. Es una chica alta y esbelta con una cara bonita. Lamentablemente, siempre es mal dirigida hacia mí con anhelo. Está llevando una bandeja con lo que espero sea algo comestible. Después de una mañana ocupada, estoy hambrienta. Tiembla mientras la coloca sobre mi escritorio.
Ensalada de atún. Está bien. No la ha jodido por una vez.
También coloca tres cartas blancas diferentes, todas de tamaños diferentes, con sus correspondientes sobres en mi escritorio.
—Genial —murmuro. Ahora, vete. Se escabulle fuera.
Tomo un bocado de atún para calmar mi hambre, luego agarro mi bolígrafo. He elegido una cita. Una advertencia. Tomé la decisión correcta, alejándome de ella. No todos los personas son héroes románticos. Sacaré la palabra ―personas.
Ella entenderá:
¿Por qué no me dijiste que era peligrosa? ¿Porque no me lo advertiste? Las mujeres saben de lo que tienen que protegerse.
Porque leen novelas que les cuentan cómo hacerlo…
Deslizo la tarjeta dentro del sobre y en éste escribo la dirección de Britt, la cual está arraigada en mi memoria, por la verificación de antecedentes de Welch. Llamo a Andrea.
—Sí, Sra. López.
—¿Puede venir, por favor?
—Sí, señora.
Aparece en mi puerta un momento después.
—¿Sra. López?
—Agarre estos, empaquételos, y envíeselos a Brittany Pierce, la chica que me entrevistó la semana pasada. Aquí está su dirección.
—Ahora mismo, Sra. López.
—Tienen que llegar a más tardar mañana.
—Sí, señora. ¿Eso será todo?
—No. Encuéntrame un set sustituto.
—¿Para estos libros?
—Sí. Primeras ediciones. Consiga que Olivia lo haga.
—¿Qué libros son estos?
—Tess la de los d’Urberville.
—Sí, señora. —Me ofrece una rara sonrisa y sale de mi oficina.
¿Por qué está sonriendo?
Ella nunca sonríe. Descartando la idea, me pregunto si esta será la última vez que vea los libros y tengo que reconocer que, en el fondo, espero que no.
Jueves 19 de Mayo de 2011
¡No! Mi grito rebota en las paredes de la habitación y me despierta de mi pesadilla. Estoy cubierta de sudor, con hedor a cerveza rancia, cigarros y pobreza en mis fosas nasales y un persistente temor a la violencia en estado de ebriedad. Sentada, pongo mi cabeza en mis manos mientras intento calmar mi intenso ritmo cardíaco y respiración errática. Ha sido lo mismo durante las últimas cuatro noches. Mirando el reloj, veo que son las tres de la mañana.
Tengo dos reuniones importantes mañana… hoy… y necesito la mente despejada y dormir un poco. Maldición, lo que daría por una buena noche de sueño. Y tengo un jodido partido de golf con Bastille. Debería cancelar el golf; la idea de jugar y perder oscurece mí ya sombrío humor.
Trepando fuera de la cama, deambulo por el pasillo y me dirijo a la cocina. Allí, llenó un vaso con agua y me miro, vestida con tan solo pantalones de pijama, reflejada en la pared de vidrio al otro lado de la habitación. Me alejo con asco.
Tú la rechazaste.
Ella te quería.
Y la rechazaste.
Fue por su propio bien.
Esto me ha fastidiado por días. Su hermoso rostro aparece en mi mente sin advertencia, burlándose de mí. Si mi psiquiatra hubiera regresado de sus vacaciones en Inglaterra, podría llamarlo. Su jodida psicología barata me detendría de sentirme así de pésima.
López, era solo una chica bonita.
Quizás necesito una distracción; una nueva sumisa, tal vez. Ha pasado demasiado tiempo desde Susannah. Contemplo llamar a Elena en la mañana. Ella siempre encuentra candidatas adecuadas para mí. Pero la verdad es que no quiero a nadie nuevo.
Quiero a Britt. Su decepción, su herido despecho y su desprecio permanecen conmigo. Se alejó sin mirar atrás. Tal vez elevé sus esperanzas al invitarla a tomar un café, solo para decepcionarle. Tal vez debería encontrar alguna forma de disculparme, entonces puedo olvidarme de todo este lamentable episodio y sacar a la chica de mi cabeza. Dejando el vaso en el fregadero para que mi ama de llaves lo lave, me dirijo penosamente a la cama.
La alarma de la radio se sacude a la vida a las seis menos cuarto de la mañana mientras estoy mirando el techo. No he dormido y estoy agotada. ¡Joder! Esto es ridículo. El programa en la radio es una distracción bienvenida hasta la segunda noticia. Es sobre la venta de un raro manuscrito: una novela inconclusa de Jane Austen llamada Los Watson que está siendo subastada en Londres. “Libros”, dijo ella.
Cristo. Incluso las noticias me recuerdan a la pequeña señorita ratón de biblioteca.
Es una romántica incurable que ama los clásicos ingleses. Pero yo también, aunque por razones diferentes. No tengo ninguna primera edición de Jane Austen, ni de las Brontë, para el caso… pero sí tengo dos de Thomas Hardy. ¡Por supuesto! ¡Eso es! Esto es lo que puedo hacer. Momentos más tarde, estoy en la biblioteca con Jude el Oscuro y un set de Tess la de los d’Urberville en sus tres volúmenes tendidos sobre la mesa de billar frente a mí. Ambos son libros sombríos, con temáticas trágicas. Hardy tenía un alma oscura y retorcida. Al igual que yo.
Aparto el pensamiento y examino los libros. Aunque Jude está en mejores condiciones, no es competencia. En Jude no hay redención, así que le enviaré Tess, con una cita adecuada. Sé que no es el libro más romántico, considerando los males que le acontecen a la heroína, pero tiene una breve muestra de amor romántico en el idilio bucólico que es el campo inglés. Y Tess se venga del hombre que la agravió.
Pero ese no es el punto. Britt mencionó a Hardy como uno de sus favoritos y estoy segura de que nunca ha visto, muchos menos poseído, una primera edición.
—Parece usted el paradigma del consumidor.—Su crítica réplica de la entrevista vuelve a mí para atormentarme. Sí. Me gusta poseer cosas, cosas que aumentarán su valor, como las primeras ediciones.
Sintiéndome más calmada y más serena, y un poco satisfecha conmigo misma, me dirijo a mi armario y me cambio en mi traje.
En el asiento trasero de mi auto, hojeo el primer libro de la primera edición de Tess, buscando una cita, y al mismo tiempo me pregunto cuándo será el último examen de Britt. Leí el libro muchos años atrás y tengo un recuerdo borroso de la trama. La ficción era mi santuario cuando era un adolescente. Mi madre siempre se maravilló de que leyera; Sam no tanto. Ansiaba el escape que me proveía la ficción. Él no necesitaba un escape.
—Señora López —interrumpe Taylor—. Estamos aquí, señora. —Sale del auto y abre mi puerta—. Estaré fuera a las dos para llevarla a su partido de golf.
Asiento y entro a la López House, los libros bajo mi brazo. La joven recepcionista me saluda con un coqueto gesto.
Cada día… Como una canción cursi en repetición.
Ignorándola, me dirijo hacia el ascensor que me llevará directamente a mi oficina.
—Buenos días, Sra. López —me saluda Barry de seguridad mientras presiona el botón para llamar al ascensor.
—¿Cómo está su hijo, Barry?
—Mejor, señora.
—Me alegro de oír eso.
Entro al ascensor y se dispara hasta el piso veinte. Andrea está disponible para saludarme.
—Buenos días, Sra. López. Ros quiere verla para discutir el proyecto Darfur. Barney quisiera unos minutos…
Levanto mi mano para callarla.
—Olvide esos, por ahora. Póngame a Welch en la línea y averigüe cuándo vuelve Flynn de sus vacaciones. Una vez que haya hablado con Welch, podemos retomar la agenda del día.
—Sí, señora.
—Y necesito un expreso doble. Consiga que Olivia me lo prepare.
Pero, mirando alrededor, noto que Olivia está ausente. Es un alivio. La chica siempre está soñando despierta conmigo y es jodidamente irritante.
—¿Lo quiere con leche, señora? —pregunta Andrea.
Buena chica. Le sonrío.
—Hoy no. —Me gusta mantenerlas adivinando cómo tomo mi café.
—Muy bien, Sra. López. —Luce complacida consigo misma, lo cual debería estar. Es la mejor asistente personal que he tenido.
Tres minutos después, tiene a Welch en la línea.
—¿Welch?
—Sra. López.
—La verificación de antecedentes que hizo para mí la semana pasada. Brittany Pierce. Estudiante en la Estatal de Washington.
—Sí, señora. Lo recuerdo.
—Me gustaría saber cuándo tiene lugar su último examen final y hágamelo saber con carácter de prioridad.
—Muy bien, señora. ¿Algo más?
—No, eso será todo. —Cuelgo y miró los libros en mi escritorio. Necesito encontrar una cita.
Ros, mi número dos y mi jefe de operaciones, está muy enérgica.
—Vamos a recibir el visto bueno de las autoridades sudanesas para poner los envíos en el puerto de Sudán. Pero nuestros contactos en el terreno tienen dudas sobre el viaje por carretera a Darfur. Están haciendo una evaluación de riesgos para ver cuán viable es. —La logística debe ser difícil; su normal carácter alegre está ausente.
—Siempre podemos enviar por aire.
—Santana, los costos de un envío aéreo…
—Lo sé. Veamos con qué vuelven nuestros amigos de la ONG.
—Está bien —dice y suspira—. También estoy esperando la alerta de que esté todo despejado del Departamento de Estado.
Pongo mis ojos en blanco. Jodida burocracia.
—Si tenemos que sobornar a alguien, o hacer que el senador Blandino intervenga, házmelo saber.
—Así que el próximo tema es dónde ubicar la nueva planta. Sabes que los recortes de impuestos en Detroit son enormes. Te envié un resumen.
—Lo sé. Pero, Dios, ¿tiene que ser en Detroit?
—No sé qué problema tienes con el lugar. Cumple con nuestros criterios.
—Está bien, haz que Bill investigue potenciales sitios industriales abandonados. Y hagamos otra búsqueda de campo para ver si alguna otra municipalidad ofrecería condiciones más favorables.
—Bill ya ha enviado a Ruth allí para reunirse con la Autoridad de Reurbanización de Detroit Brownfield, quien no podría ser más atento, pero le pediré a Bill que haga una verificación final.
Mi teléfono vibra.
—Sí —le gruño a Andrea… sabe que odio ser interrumpida en una reunión.
—Tengo a Welch para usted.
Mi reloj dice las once y media. Eso fue rápido.
—Póngalo en línea.
Le hago una seña a Ros para que se quede.
—¿Sra. López?
—Welch. ¿Qué novedades?
—El último examen de la señorita Pierce es mañana, veinte de mayo.
Maldición. No tengo mucho tiempo.
—Genial. Eso es todo lo que necesito saber. —Cuelgo—. Ros, aguárdame un momento.
Agarro el teléfono. Andrea responde inmediatamente.
—Andrea, necesito una tarjeta de notas en blanco para escribir un mensaje, en una hora —digo y cuelgo—. Bien, Ros, ¿dónde estábamos?
A las doce y media, Olivia entra a mi oficina arrastrando los pies con el almuerzo. Es una chica alta y esbelta con una cara bonita. Lamentablemente, siempre es mal dirigida hacia mí con anhelo. Está llevando una bandeja con lo que espero sea algo comestible. Después de una mañana ocupada, estoy hambrienta. Tiembla mientras la coloca sobre mi escritorio.
Ensalada de atún. Está bien. No la ha jodido por una vez.
También coloca tres cartas blancas diferentes, todas de tamaños diferentes, con sus correspondientes sobres en mi escritorio.
—Genial —murmuro. Ahora, vete. Se escabulle fuera.
Tomo un bocado de atún para calmar mi hambre, luego agarro mi bolígrafo. He elegido una cita. Una advertencia. Tomé la decisión correcta, alejándome de ella. No todos los personas son héroes románticos. Sacaré la palabra ―personas.
Ella entenderá:
¿Por qué no me dijiste que era peligrosa? ¿Porque no me lo advertiste? Las mujeres saben de lo que tienen que protegerse.
Porque leen novelas que les cuentan cómo hacerlo…
Deslizo la tarjeta dentro del sobre y en éste escribo la dirección de Britt, la cual está arraigada en mi memoria, por la verificación de antecedentes de Welch. Llamo a Andrea.
—Sí, Sra. López.
—¿Puede venir, por favor?
—Sí, señora.
Aparece en mi puerta un momento después.
—¿Sra. López?
—Agarre estos, empaquételos, y envíeselos a Brittany Pierce, la chica que me entrevistó la semana pasada. Aquí está su dirección.
—Ahora mismo, Sra. López.
—Tienen que llegar a más tardar mañana.
—Sí, señora. ¿Eso será todo?
—No. Encuéntrame un set sustituto.
—¿Para estos libros?
—Sí. Primeras ediciones. Consiga que Olivia lo haga.
—¿Qué libros son estos?
—Tess la de los d’Urberville.
—Sí, señora. —Me ofrece una rara sonrisa y sale de mi oficina.
¿Por qué está sonriendo?
Ella nunca sonríe. Descartando la idea, me pregunto si esta será la última vez que vea los libros y tengo que reconocer que, en el fondo, espero que no.
MAYLU* - Mensajes : 41
Fecha de inscripción : 29/07/2015
Cap 6
Viernes, 20 de Mayo de 2011
He dormido bien por primera vez en cinco días. Tal vez estoy sintiendo el cierre por el que había esperado, ahora que le he enviado esos libros a Brittany. Mientras me depilo, la cabróna en el espejo me regresa la mirada con fríos ojos oscuros.
Mentirosa.
Joder.
De acuerdo. De acuerdo. Estoy esperando que llame. Ella tiene mi número.
La señora Jones levanta la vista cuando entro en la cocina.
—Buenos días, Señora López.
—Buenos días, Gail.
—¿Qué le gustaría desayunar?
—Un omelette. Gracias. —Me siento a la mesa de la cocina mientras prepara mi comida y hojeo a través del Wall Street Journal y el New York Times, luego leo cuidadosamente The Seattle Times. Mientras estoy perdida en los periódicos, mi teléfono vibra.
Es Sam. ¿Qué demonios querrá mi hermano mayor?
—¿Sam?
—Amiga. Necesito salir de Seattle este fin de semana. Esta chica está toda embelesada con mis genitales y tengo que escaparme.
—¿Tus genitales?
—Sí. Lo sabrías si tuvieras algunos.
Ignoro su burla, y luego un retorcido pensamiento se me ocurre.
—¿Qué tal hacer senderismo alrededor de Portland? Podríamos ir esta tarde. Quedarnos ahí. Volver el domingo.
—Suena genial. ¿En helicóptero, o quieres conducir?
—Es un helicóptero, Sam, y nos llevaré en auto. Ven a la oficina a la hora del almuerzo y saldremos.
—Gracias, hermana. Te lo debo. —Sam cuelga.
Sam siempre ha tenido problemas para contenerse. Como también lo tienen las mujeres con las que se asocia: quien quiera que sea esta desafortunada chica, es solo una más en una larga, larga línea de sus encuentros casuales.
—Señora López ¿Qué le gustaría que le preparara de comida para este fin de semana?
—Solo prepare algo ligero y déjelo en el refrigerador. Tal vez volveré el domingo.
O tal vez no.
Ella no te dio un segundo vistazo, López.
Habiendo gastado una gran parte de mi vida profesional dirigiendo las expectativas de otros, debería ser mejor en dirigir las mías.
Sam duerme la mayoría del camino hacia Portland. El pobre hijo de puta debe estar frito. Trabajar y follar: esa es la razón de ser de Sam. Se desparrama en el asiento del pasajero y ronca.
Vaya compañía que será.
Serán más de las tres cuando lleguemos a Portland, así que llamo a Andrea por el manos libres.
—Señora López —contesta al segundo timbre.
—¿Puede hacer que entreguen dos bicicletas en el Heathman?
—¿Para qué hora, señora?
—A las tres.
—¿Las bicicletas son para usted y su hermano?
—Sí.
—¿Su hermano es como de 1,85mt?
—Sí.
—Me pongo en ello de inmediato.
—Excelente. —Cuelgo, luego llamo a Taylor.
—Señora López —responde al primer timbre.
—¿A qué hora estarás aquí?
—Me registraré alrededor de las nueve en punto esta noche.
—¿Traerás el R8?
—Será un placer, señora. —Taylor también es un fanático de los autos.
—Bien. —Termino la llamada y enciendo la música. Vamos a ver si Sam puede dormir con The Verve.
Mientras cruzamos la quinta interestatal, mi emoción incrementa.
¿Ya han sido entregados los libros? Estoy tentada a volver a llamar a Andrea, pero sé que la dejé con una tonelada de trabajo. Además, no quiero darle a mi personal una excusa para chismear. Normalmente no hago este tipo de mierda.
¿Entonces por qué se los enviaste en primer lugar?
Porque quiero verla otra vez.
Pasamos la salida hacia Vancouver y me pregunto si terminó su examen.
—Oye, Santy, ¿en dónde estamos? —deja escapar Sam.
—Mirad, él despierta —murmuro—. Casi estamos ahí. Vamos a hacer bicicleta de montaña.
—¿Vamos?
—Sí.
—Genial. ¿Recuerdas que papá solía llevarnos?
—Sí. —Sacudo mi cabeza ante el recuerdo. Mi padre es un erudito, un verdadero hombre renacentista: académico, deportista, cómodo en la ciudad, más cómodo en el buen aire libre. Había recibido con los brazos abiertos tres niños adoptados… y yo soy la que no estuvo a la altura de sus expectativas.
Pero, antes de que llegara a la adolescencia, teníamos un vínculo. Él había sido mi héroe. Solía amar llevarnos de campamento y hacer todas las actividades al aire libre que yo ahora disfruto: navegar, piragüismo, ciclismo, lo hicimos todo.
La pubertad arruinó todo eso para mí.
—Supuse que si llegábamos a media tarde, no tendríamos el tiempo para una excursión.
—Bien pensado.
—Así que, ¿de quién te estás escapando?
—Santy, soy del tipo ámalas y déjalas. Lo sabes. Sin ataduras. No lo sé, las chicas se enteran de que diriges tu propio negocio y empiezan a tener ideas locas. —Me da una mirada de reojo—. Has tenido la idea correcta al mantener tu Vagina para ti misma.
—No creo que estemos discutiendo sobre mi Vagina, estamos discutiendo sobre tu polla, y quién ha tenido en el afilado final dentro de sí recientemente.
Sam suelta una risita.
—He perdido la cuenta. De cualquier manera, suficiente de mí. ¿Cómo está el estimulante mundo del comercio y las altas finanzas?
—¿En verdad quieres saber? —Le echo un vistazo.
—Nop —deja salir y me rio ante su apática falta de elocuencia.
—¿Cómo está el negocio? —pregunto.
—¿Estás revisando tus inversiones?
—Siempre. —Es mi trabajo.
—Bueno, rompimos esquemas en el proyecto Spokani Eden la semana pasada y está dentro del plazo, pero bueno, ha pasado solo una semana. —Se encoge de hombros. Debajo de su, en cierto modo, casual exterior, mi hermano es un eco-guerrero. Su pasión por la vida sustentable da lugar a algunas intensas conversaciones en las cenas dominicales con la familia, y su último proyecto es un eco-amigable desarrollo de viviendas de bajo costo al norte de Seattle.
—Estoy esperando instalar ese nuevo sistema de aguas grises del que te estaba hablando. Esto significaría que todos los hogares reducirán su gasto de agua y sus facturas un veinticinco por ciento.
—Impresionante.
—Eso espero.
Conducimos en silencio hacia el centro de Portland y justo mientras nos estacionamos dentro del garaje subterráneo en el Heathman —el último lugar donde la vi—, Sam murmura:
—Sabes que nos vamos a perder el juego de los Mariners esta noche.
—Tal vez puedas tener una noche en frente de la TV. Dale a tu polla un descanso y mira el béisbol.
—Suena como un plan.
Conservar el ritmo con Sam es un reto. Destroza el camino con la misma jodida temeridad que aplica a la mayoría de las situaciones. Sam no conoce el miedo, por eso lo admiro. Pero, pedaleando a este ritmo, no tengo oportunidad de apreciar nuestros alrededores. Estoy vagamente consiente de la exuberante vegetación que me pasa parpadeando, pero mis ojos están en el camino, tratando de evadir los baches.
Para el final de la pedaleada, ambos estamos sucios y exhaustos.
—Esa fue la mayor diversión que he tenido con mi ropas puestas en un tiempo —dice Sam mientras le entregamos nuestras bicicletas al botones en el Heathman.
—Sí —murmuro, y entonces recuerdo sostener a Brittany cuando la salvé del ciclista. Su calidez, sus pechos presionados contra mí, su esencia invadiendo mis sentidos.
Tenía mi ropa puesta entonces…
—Sí — murmuro de nuevo.
Revisamos nuestros teléfonos en el ascensor mientras nos dirigimos hacia el último piso.
Tengo correos, un par de textos de Elena preguntando qué haré este fin de semana, pero ninguna llamada perdida de Brittany. Es justo antes de las siete de la tarde; ya debe haber recibido los libros para este momento. El pensamiento me deprime: he venido todo el camino hacia Portland en una persecución imposible, otra vez.
—Santy, esa chica me ha llamado cinco veces y me ha enviado cuatro textos. ¿No se da cuenta de lo desesperada que parece? —lloriquea Sam.
—Tal vez está embarazada.
Sam palidece y yo rio.
—No es gracioso, pez gordo —refunfuña—. Además, no le conocido tanto tiempo. O tan seguido.
Después de una rápida ducha, me uno a Sam en su habitación y nos sentamos a ver el resto del juego de los Mariners contra los Padres de San Diego. Ordenamos filete, ensalada, papas fritas y un par de cervezas, y me siento y disfruto el juego en la relajada compañía de Sam. Me he resignado al hecho de que Brittany no va a llamar. Los Mariners están a la cabeza y parece que podría ser una paliza.
Decepcionantemente, no lo es, aunque los Mariners ganan 4 a 1.
¡Vamos Mariners! Sam y yo chocamos las botellas de cerveza.
Mientras el análisis del post juego suena, mi teléfono vibra y el número de la Señorita Pierce parpadea en la pantalla.
Es ella.
—¿Brittany? —No escondo mi sorpresa o mi placer. El fondo es ruidoso y se escucha como que está de fiesta en un bar. Sam me da un vistazo, así que me levanto del sofá y me alejo del alcance de su oído.
—¿Por qué me has mandado esos libros? —Está arrastrando sus palabras, y una ola de aprensión se propaga por mi columna vertebral.
— Brittany, ¿estás bien? Tienes una voz rara.
—La rara no soy yo, sino tú. —Su tono es acusador.
— Brittany, ¿has bebido?
Infiernos.¿Con quién está? ¿El fotógrafo? ¿Dónde está su amiga Quinn?
—¿A ti que te importa? —Suena malhumorada y beligerante, y sé que está ebria, pero también necesito saber que está bien.
—Tengo curiosidad… ¿dónde estás?
—En un bar.
—¿En qué bar? —Dime. La ansiedad brota en mis entrañas. Es una mujer joven, ebria, en algún lugar de Portland. No está segura.
—Un bar de Portland.
—¿Cómo vas a volver a casa? —Presiono el puente de mi nariz con la vana esperanza de que la acción me distraiga de mi temperamento combatiente.
—Ya me las arreglaré.
¿Qué demonios? ¿Conducirá? Le preguntó otra vez en cuál bar está y ella ignora la pregunta.
—¿Por qué me has mandado esos libros, Santana?
—Brittany ¿dónde estás? Dímelo ahora mismo.
¿Cómo va a llegar a casa?
—Eres tan… dominante. —Suelta una risita. En cualquier otra situación, encontraría esto encantador. Pero, justo ahora… quiero mostrarle lo dominante que puedo ser. Me está volviendo loca.
—Britt, contéstame, ¿dónde mierda estás?
Suelta una risita de nuevo. ¡Mierda, se está riendo de mí!
¡Otra vez!
—En Portland… bastante lejos de Seattle.
—¿Dónde exactamente?
—Buenas noches, Santana. —La línea muere.
—¡Britt!
¡Me colgó! Me quedo viendo al teléfono con incredulidad. Nunca nadie me ha colgado. ¡Qué mierda!
—¿Cuál es el problema? —me pregunta Sam desde el sofá.
—He recibido una ―llamada en estado de ebriedad‖. —Lo miro de cerca y su boca cae abierta por la sorpresa.
—¿Tú?
—Sip. —Presiono el botón de devolución de llamada, tratando de contener mi temperamento, y mi ansiedad.
—Hola —dice ella, toda jadeante y tímida, y está en alrededores más tranquilos.
—Voy a buscarte. —Mi voz es ártica mientras lucho con mi enojo y estampo mi teléfono.
—Tengo que ir por esta chica y llevarla a casa. ¿Quieres venir?
Sam se me queda viendo como si me hubieran crecido tres cabezas.
—¿Tú? ¿Con una chica? Buena sabia que te gustaban las chicas pero esto lo tengo que ver. —Sam agarra sus sneakers y comienza a ponérselos.
—Solo tengo que hacer una llamada. —Deambulo por su habitación mientras decido si debería llamar a Barney o a Welch. Barney es el mayor ingeniero en jefe en la división de telecomunicaciones de mi empresa. Es un genio de la tecnología. Pero lo que quiero no es estrictamente legal.
Lo mejor será mantener esto lejos de mi empresa.
Llamo con el marcado rápido a Welch y, dentro de segundos, su áspera voz responde.
—¿Señora López?
—En verdad me gustaría saber dónde está Brittany en este momento.
—Ya veo. —Se detiene por un momento—. Déjemelo a mí, Señora López.
Sé que esto está fuera de la ley, pero ella podría estar metiéndose en problemas.
—Gracias.
—Volveré con usted en unos minutos.
Sam está frotando sus manos con regodeo, con una estúpida mueca en su cara cuando regreso a la sala de estar.
Oh, por el jodido amor de Dios.
—No me perdería esto por nada en el mundo—dice, alardeando.
—Solo voy a buscar las llaves del auto. Te veré en el garaje en cinco —gruño, ignorando su cara petulante.
El bar está abarrotado, lleno de estudiantes determinados a pasarla bien. Hay algo de basura indie sonando a través del sistema de sonido y la pista de baile está atestada con cuerpos jadeantes.
Me hace sentir vieja.
Ella está aquí en algún lugar.
Sam me ha seguido a través de la puerta de entrada.
—¿La ves? —grita por encima del ruido. Escaneando la habitación, localizo a Quinn Fabray. Está con un grupo de amigos, todos ellos hombres, sentados en un reservado. No hay señal de Britt, pero la mesa está hasta el borde con vasos de chupitos y envases de cerveza.
Bueno, vamos a ver si la Señorita Fabray es tan leal a su amiga como Britt lo es con ella.
Me mira con sorpresa cuando llegamos a su mesa.
—Quinn —digo a manera de saludo, y ella me interrumpe antes de que pueda preguntarle por el paradero de Britt.
—Santana, que sorpresa verte aquí —grita por arriba del ruido. Los tres tipos en la mesa nos contemplan a Sam y a mí con recelo hostil.
—Estaba en el vecindario.
—¿Y quién es este? —Sonríe bastante más brillantemente a Sam, interrumpiéndome otra vez. Qué mujer tan exasperante.
—Este es mi hermano Sam. Sam, Quinn Fabray. ¿Dónde está Britt?
Su sonrisa se amplía hacia Sam, y estoy sorprendida por la sonrisa que él le da en respuesta.
—Creo que salió por algo de aire fresco —responde Fabray, pero no me ve. Solo tiene ojos para el señor ―ámalas y déjalas‖. Bueno, es su funeral.
—¿Afuera? ¿Por dónde? —grito.
—Oh. Por ahí. —Apunta hacia unas puertas dobles en el extremo del bar.
Empujando a través del gentío, hago mi camino hacia la puerta, dejando a tres hombres disgustados y a Fabray y a Sam envueltos en una sonrisa.
Al otro lado de las puertas dobles, hay una fila para el tocador de damas, y más allá de eso una puerta que da hacia el exterior. Es la parte trasera del bar. Irónicamente, se dirige hacia el estacionamiento donde Sam y yo acabamos de estar.
Caminando hacia afuera, me encuentro a mí mismo en un espacio de reunión adyacente al estacionamiento, un lugar flanqueado por arriates elevados, donde unas cuantas personas están fumando, bebiendo y platicando. Liándose. La localizo.
¡Infiernos! Está con el fotógrafo, creo, aunque es difícil de decir a la débil luz. Está en sus brazos, pero parece estar retorciéndose lejos de él. Él le murmura algo, lo cual no escucho, y la besa, a lo largo de su mandíbula.
—Noah, no —dice ella, y luego está claro. Está tratando de empujarlo.
Ella no quiere esto.
Por un momento quiero arrancarle su cabeza. Con mis manos empuñadas a mis costados, marcho hacia ellos.
—Creo que la señorita ha dicho que no. —Mi voz está cargada, fría y siniestra, en relativa calma, mientras lucho para contener mi ira.
Él libera a Britt y ella me entorna los ojos con una expresión aturdida y borracha.
—López—dice él, su voz brusca, y toma cada onza de mi autocontrol no destrozar la decepción de su cara.
A Britt le dan arcadas, luego se dobla y vomita en el suelo.
¡Oh, mierda!
—Uf, ¡Dios mío, Britt! —Noah salta fuera del camino con disgusto.
Pendejo idiota.
Ignorándolo, agarro su cabello y lo sostengo fuera del camino mientras continúa vomitando todo lo que ha tomado esta noche. Es con algo de molestia que noto que, al parecer, ella no ha comido. Con mi brazo alrededor de sus hombros la guío lejos de los curiosos mirones hacia los arriates.
—Si vas a volver a vomitar, hazlo aquí. Yo te agarro. —Es más oscuro aquí. Puede vomitar en paz. Ella vomita una y otra vez, sus manos en los ladrillos. Es lamentable. Una vez que su estómago está vacío, continúa con arcadas, largas y secas arcadas.
Chica, lo tiene mal.
Finalmente, su cuerpo se relaja y creo que ha terminado. Liberándola, le doy mi pañuelo, el cual tengo por algún milagro dentro del bolsillo de mi chaqueta.
Gracias, Señora Jones.
Limpiando su boca, se gira y descansa contra los ladrillos, evitando hacer contacto visual porque está avergonzada y apenada. Y aun así, estoy complacida de verla. Se ha ido mi furia hacia el fotógrafo. Estoy deleitado de estar aquíparada en el estacionamiento de un bar para estudiantes en Portland con la Señorita Brittany Pierce.
Pone su cabeza entre sus manos, se encoge, luego me da un vistazo, todavía mortificada. Girando hacia la puerta, mira con furia sobre mi hombro. Asumo que es hacia su ―amigo.‖
—Bueno… nos vemos adentro —dice Noah, pero no me giro a sostenerle la mirada y, para mi placer, ella lo ignora también, regresando sus ojos a los míos.
—Lo siento —dice finalmente, mientras sus dedos retuercen el suave lino.
De acuerdo, vamos a divertirnos.
—¿Qué sientes, Brittany?
—Sobre todo haberte llamado. Estar mareada. Uf, la lista es interminable —murmura.
—A todos nos ha pasado alguna vez, quizá no de manera tan dramática como a ti. —¿Por qué es tan divertido molestar a esta mujer?—. Es cuestión de saber cuáles son tus límites, Brittany. Bueno, a mí me gusta traspasar los límites, pero la verdad es que esto es demasiado. ¿Sueles comportarte así?
Quizá tiene un problema con el alcohol. El pensamiento es preocupante, y considero si debería llamar a mi madre para que me recomiende una clínica de desintoxicación.
Britt frunce el ceño por un momento, como si estuviera enojada, esa pequeña ―v‖ se forma entre sus cejas, y suprimo la urgencia de besarla. Pero cuando habla, se escucha contrita.
—No —dice—. Nunca me había emborrachado, y ahora mismo no me apetece nada que se repita. —Levanta la mirada hacia mí, sus ojos desenfocados, y se balancea un poco. Podría desmayarse así que, sin pensarlo, la levanto en mis brazos.
Es sorprendentemente ligera. Demasiado ligera. El pensamiento me irrita. No hay duda de por qué está ebria.
—Vamos, te llevaré a casa.
—Tengo que decírselo a Quinn—dice, mientras su cabeza descansa en mi hombro.
—Puede decírselo mi hermano.
—¿Qué?
—Mi hermano Sam está hablando con la señorita Fabray.
—¿Cómo?
—Estaba conmigo cuando me llamaste.
—¿En Seattle?
—No, estoy en el Heathman.
Y mi persecución imposible ha valido la pena.
—¿Cómo me encontraste?
—Rastreé tu teléfono celular, Brittany. —Me dirijo hacia el auto. Quiero llevarla a casa—. ¿Has traído chaqueta o bolso?
—Este… sí, las dos cosas. Santana, por favor, tengo que decírselo a Quinn. Se preocupará.
Me detengo y muerdo mi lengua. Fabray no estaba preocupada porque ella estuviera aquí afuera con el excesivamente amoroso fotógrafo. Puckerman. Ese es su nombre. ¿Qué clase de amiga es ella? Las luces del bar iluminan su cara ansiosa.
Por mucho que me duele, la bajo y accedo a llevarla adentro. Tomadas de la mano, caminamos de vuelta hacia el bar, deteniéndonos en la mesa de Quinn. Uno de los muchachos todavía está sentado ahí, viéndose molesto y abandonado.
—¿Dónde está Quinn? —grita Britt por encima del ruido.
—Bailando —dice el tipo, sus ojos oscuros viendo hacia la pista de baile. Britt recoge su chaqueta y bolso y, estirándose, inesperadamente agarra mi brazo.
Me congelo.
Mierda.
Mi ritmo cardíaco se dispara a toda marcha mientras la oscuridad surge, estirándose y tensando sus garras alrededor de mi garganta.
—Está en la pista de baile —grita, sus palabras haciendo cosquillas a mi oreja, distrayéndome de mi miedo. Y de repente la oscuridad desaparece y el martilleo en mi corazón se detiene.
¿Qué?
Pongo los ojos en blanco para esconder mi confusión y la llevo hacia la barra, ordeno un vaso grande de agua, y se lo paso.
—Bebe.
Viéndome por encima del vaso, toma un vacilante sorbo.
—Bébetela toda —ordeno. Estoy esperando que esto sea suficiente control de daños para evitar un infierno de resaca por la mañana.
¿Qué le pudo haber pasado si yo no hubiera intervenido? Mi humor se hunde.
Y pienso en lo que acaba de sucederme.
Su toque. Mi reacción.
Mi humor se desploma aún más.
Britt se balancea un poco mientras bebe, así que la equilibro con una mano en su hombro. Me gusta la conexión, de mí tocándola. Ella es aceite en mis turbulentas y profundas aguas oscuras.
Hmm… florida, López.
Termina su bebida y, recuperando el vaso, lo coloco en la barra.
De acuerdo. Quiere hablar con su supuesta amiga. Inspecciono la abarrotada pista de baile, incómoda ante el pensamiento de todos esos cuerpos presionándose contra mí mientras forcejeamos para pasar.
Endureciéndome, agarro su mano y la dirijo hacia la pista de baile. Ella duda, pero si quiere hablar con su amiga, solo hay una manera; va a tener que bailar conmigo. Una vez que Sam se pone en onda, no hay manera de detenerlo; vaya que tendrá una noche tranquila.
Con un tirón, ella está en mis brazos.
Esto lo puedo manejar. Cuando sé que va a tocarme, está bien. Puedo lidiar con ello, especialmente porque estoy usando mi chaqueta. Nos balanceo a través de la multitud hacia donde Sam y Quinn están haciendo un espectáculo de ellos mismos.
Todavía bailando,Sam se inclina hacia mí en un semi contoneo cuando estamos junto a él y nos estudia con una mirada de incredulidad.
—Voy a llevar a Britt a casa. Díselo a Quinn —grito en su oído.
Él asiente y hala a Fabray hacia sus brazos.
Correcto. Déjame llevar a la ebria Señorita Ratón de Biblioteca a casa pero, por alguna razón, parece reacia a irse. Está observando a Fabray con preocupación. Cuando salimos de la pista de baile, mira de vuelta hacia Quin, luego hacia mí, balanceándose y un poco aturdida.
—¡Joder! —Por algún milagro, la atrapo mientras se desmaya en medio del bar. Estoy tentada a tirarla sobre mi hombro, pero sería demasiado sospechoso, así que la levanto otra vez, acunándola contra mi pecho, y la llevo afuera hacia el auto.
—Cristo —murmuro mientras pesco las llaves fuera de mis jeans y al mismo tiempo la sostengo. Extraordinariamente, consigo meterla en el asiento de enfrente y le abrocho el cinturón.
—Britt. —Le doy una pequeña sacudida, porque está preocupantemente tranquila—. ¡Britt!
Murmura algo incoherente y sé que aún está consciente. Sé que debería llevarla a casa, pero es un largo viaje hasta Vancouver, y no sé si va a enfermarse de nuevo. No me emociona la idea de que mi Audi apeste a vómito. El olor emanando de su ropa ya es evidente.
Me dirijo hacia el Heathman, diciéndome que lo estoy haciendo por su bien.
Sí, síguete diciendo eso, López.
Duerme en mis brazos mientras viajamos en el ascensor desde el garaje. Necesito sacarla de sus jeans y zapatos. La pestilencia viciada de vómito invade el espacio. En serio quisiera darle un baño, pero eso sería pasarse de los límites del decoro.
¿Y esto no lo es?
En mi habitación, dejo su bolso en el sofá, luego la cargo hacia el dormitorio y la acuesto en la cama. Murmura otra vez, pero no se despierta.
Rápidamente, remuevo sus zapatos y calcetines y los pongo en la bolsa de plástico de lavandería proveída por el hotel. Luego, desabrocho sus vaqueros y se los quito, revisando sus bolsillos antes de meter los jeans en la bolsa de lavandería. Se cae de vuelta en la cama, desparramada como una estrella de mar, toda brazos y piernas pálidos, y por un momento imagino esas piernas envueltas alrededor de mi cintura mientras sus muñecas están atadas a mi cruz de San Andrés. Hay un raspón desvanecido en su rodilla y me pregunto si es de la caída que se dio en mi oficina.
Ella ha estado marcada desde entonces… como yo.
La siento y abre sus ojos.
—Hola, Britt —susurro, mientras le quito su chaqueta lentamente sin nada de cooperación de su parte.
—López. Labios —murmura.
—Sí, cariño. —La acomodo sobre la cama. Cierra sus ojos otra vez y gira hacia su costado, pero esta vez se hace bolita, viéndose pequeña y vulnerable. Jalo las cobijas sobre ella y planto un beso en su cabello. Ahora que su ropa sucia se ha ido, un rastro de su esencia ha reaparecido. Manzanas, otoño, frescura, delicioso… Britt. Sus labios están separados, pestañas abanicando sobre sus pálidas mejillas, y su piel se ve impecable. Un toque más es todo lo que me permito mientras acaricio su mejilla con el dorso de mi dedo índice.
—Duerme bien —murmuro, y luego me dirijo hacia la sala para completar la lista de la lavandería. Cuando está hecha, coloco la ofensiva bolsa fuera de mi habitación para que el contenido sea recolectado y lavado.
Antes de revisar mi correo electrónico, le envío un texto a Welch, pidiéndole ver si Noah Puckerman tiene algún antecedente penal. Estoy curiosa. Quiero saber si caza muchachas ebrias. Luego, abordo el problema de la ropa para la Señorita Pierce: envío un rápido correo electrónico a Taylor.
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De: Santana López.
Asunto: Señorita Brittany Pierce.
Fecha: 20 de mayo de 2011 23:46
Para: J B Taylor
Buenos días,
¿Puedes, por favor, encontrar los siguientes artículos para la Señorita Pierce y enviarlos a mi habitación habitual antes de las diez de la mañana?
Jeans: mezclilla azul. Talla 4
Blusa: azul. Bonita. Talla 4
Converse: negros talla 7
Calcetines: talla 7
Lencería: ropa interior, talla pequeña. Brasier estimado 34C.
Gracias.
Santana López
Presidenta de López y Enterprises Holdings, Inc.
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Una vez que ha desaparecido de mi buzón de salida, le envío un texto a Sam.
Britt está conmigo. Si todavía estás con Quinn, dile.
Él me manda un texto de vuelta.
Lo haré. Espero que eches un polvo.
En seeeeeeeerio lo necesitas. ;)
Su respuesta me hace resoplar.
Yo también lo espero, Sam. Yo también.
Abro mi correo electrónico del trabajo y empiezo a leer.
He dormido bien por primera vez en cinco días. Tal vez estoy sintiendo el cierre por el que había esperado, ahora que le he enviado esos libros a Brittany. Mientras me depilo, la cabróna en el espejo me regresa la mirada con fríos ojos oscuros.
Mentirosa.
Joder.
De acuerdo. De acuerdo. Estoy esperando que llame. Ella tiene mi número.
La señora Jones levanta la vista cuando entro en la cocina.
—Buenos días, Señora López.
—Buenos días, Gail.
—¿Qué le gustaría desayunar?
—Un omelette. Gracias. —Me siento a la mesa de la cocina mientras prepara mi comida y hojeo a través del Wall Street Journal y el New York Times, luego leo cuidadosamente The Seattle Times. Mientras estoy perdida en los periódicos, mi teléfono vibra.
Es Sam. ¿Qué demonios querrá mi hermano mayor?
—¿Sam?
—Amiga. Necesito salir de Seattle este fin de semana. Esta chica está toda embelesada con mis genitales y tengo que escaparme.
—¿Tus genitales?
—Sí. Lo sabrías si tuvieras algunos.
Ignoro su burla, y luego un retorcido pensamiento se me ocurre.
—¿Qué tal hacer senderismo alrededor de Portland? Podríamos ir esta tarde. Quedarnos ahí. Volver el domingo.
—Suena genial. ¿En helicóptero, o quieres conducir?
—Es un helicóptero, Sam, y nos llevaré en auto. Ven a la oficina a la hora del almuerzo y saldremos.
—Gracias, hermana. Te lo debo. —Sam cuelga.
Sam siempre ha tenido problemas para contenerse. Como también lo tienen las mujeres con las que se asocia: quien quiera que sea esta desafortunada chica, es solo una más en una larga, larga línea de sus encuentros casuales.
—Señora López ¿Qué le gustaría que le preparara de comida para este fin de semana?
—Solo prepare algo ligero y déjelo en el refrigerador. Tal vez volveré el domingo.
O tal vez no.
Ella no te dio un segundo vistazo, López.
Habiendo gastado una gran parte de mi vida profesional dirigiendo las expectativas de otros, debería ser mejor en dirigir las mías.
Sam duerme la mayoría del camino hacia Portland. El pobre hijo de puta debe estar frito. Trabajar y follar: esa es la razón de ser de Sam. Se desparrama en el asiento del pasajero y ronca.
Vaya compañía que será.
Serán más de las tres cuando lleguemos a Portland, así que llamo a Andrea por el manos libres.
—Señora López —contesta al segundo timbre.
—¿Puede hacer que entreguen dos bicicletas en el Heathman?
—¿Para qué hora, señora?
—A las tres.
—¿Las bicicletas son para usted y su hermano?
—Sí.
—¿Su hermano es como de 1,85mt?
—Sí.
—Me pongo en ello de inmediato.
—Excelente. —Cuelgo, luego llamo a Taylor.
—Señora López —responde al primer timbre.
—¿A qué hora estarás aquí?
—Me registraré alrededor de las nueve en punto esta noche.
—¿Traerás el R8?
—Será un placer, señora. —Taylor también es un fanático de los autos.
—Bien. —Termino la llamada y enciendo la música. Vamos a ver si Sam puede dormir con The Verve.
Mientras cruzamos la quinta interestatal, mi emoción incrementa.
¿Ya han sido entregados los libros? Estoy tentada a volver a llamar a Andrea, pero sé que la dejé con una tonelada de trabajo. Además, no quiero darle a mi personal una excusa para chismear. Normalmente no hago este tipo de mierda.
¿Entonces por qué se los enviaste en primer lugar?
Porque quiero verla otra vez.
Pasamos la salida hacia Vancouver y me pregunto si terminó su examen.
—Oye, Santy, ¿en dónde estamos? —deja escapar Sam.
—Mirad, él despierta —murmuro—. Casi estamos ahí. Vamos a hacer bicicleta de montaña.
—¿Vamos?
—Sí.
—Genial. ¿Recuerdas que papá solía llevarnos?
—Sí. —Sacudo mi cabeza ante el recuerdo. Mi padre es un erudito, un verdadero hombre renacentista: académico, deportista, cómodo en la ciudad, más cómodo en el buen aire libre. Había recibido con los brazos abiertos tres niños adoptados… y yo soy la que no estuvo a la altura de sus expectativas.
Pero, antes de que llegara a la adolescencia, teníamos un vínculo. Él había sido mi héroe. Solía amar llevarnos de campamento y hacer todas las actividades al aire libre que yo ahora disfruto: navegar, piragüismo, ciclismo, lo hicimos todo.
La pubertad arruinó todo eso para mí.
—Supuse que si llegábamos a media tarde, no tendríamos el tiempo para una excursión.
—Bien pensado.
—Así que, ¿de quién te estás escapando?
—Santy, soy del tipo ámalas y déjalas. Lo sabes. Sin ataduras. No lo sé, las chicas se enteran de que diriges tu propio negocio y empiezan a tener ideas locas. —Me da una mirada de reojo—. Has tenido la idea correcta al mantener tu Vagina para ti misma.
—No creo que estemos discutiendo sobre mi Vagina, estamos discutiendo sobre tu polla, y quién ha tenido en el afilado final dentro de sí recientemente.
Sam suelta una risita.
—He perdido la cuenta. De cualquier manera, suficiente de mí. ¿Cómo está el estimulante mundo del comercio y las altas finanzas?
—¿En verdad quieres saber? —Le echo un vistazo.
—Nop —deja salir y me rio ante su apática falta de elocuencia.
—¿Cómo está el negocio? —pregunto.
—¿Estás revisando tus inversiones?
—Siempre. —Es mi trabajo.
—Bueno, rompimos esquemas en el proyecto Spokani Eden la semana pasada y está dentro del plazo, pero bueno, ha pasado solo una semana. —Se encoge de hombros. Debajo de su, en cierto modo, casual exterior, mi hermano es un eco-guerrero. Su pasión por la vida sustentable da lugar a algunas intensas conversaciones en las cenas dominicales con la familia, y su último proyecto es un eco-amigable desarrollo de viviendas de bajo costo al norte de Seattle.
—Estoy esperando instalar ese nuevo sistema de aguas grises del que te estaba hablando. Esto significaría que todos los hogares reducirán su gasto de agua y sus facturas un veinticinco por ciento.
—Impresionante.
—Eso espero.
Conducimos en silencio hacia el centro de Portland y justo mientras nos estacionamos dentro del garaje subterráneo en el Heathman —el último lugar donde la vi—, Sam murmura:
—Sabes que nos vamos a perder el juego de los Mariners esta noche.
—Tal vez puedas tener una noche en frente de la TV. Dale a tu polla un descanso y mira el béisbol.
—Suena como un plan.
Conservar el ritmo con Sam es un reto. Destroza el camino con la misma jodida temeridad que aplica a la mayoría de las situaciones. Sam no conoce el miedo, por eso lo admiro. Pero, pedaleando a este ritmo, no tengo oportunidad de apreciar nuestros alrededores. Estoy vagamente consiente de la exuberante vegetación que me pasa parpadeando, pero mis ojos están en el camino, tratando de evadir los baches.
Para el final de la pedaleada, ambos estamos sucios y exhaustos.
—Esa fue la mayor diversión que he tenido con mi ropas puestas en un tiempo —dice Sam mientras le entregamos nuestras bicicletas al botones en el Heathman.
—Sí —murmuro, y entonces recuerdo sostener a Brittany cuando la salvé del ciclista. Su calidez, sus pechos presionados contra mí, su esencia invadiendo mis sentidos.
Tenía mi ropa puesta entonces…
—Sí — murmuro de nuevo.
Revisamos nuestros teléfonos en el ascensor mientras nos dirigimos hacia el último piso.
Tengo correos, un par de textos de Elena preguntando qué haré este fin de semana, pero ninguna llamada perdida de Brittany. Es justo antes de las siete de la tarde; ya debe haber recibido los libros para este momento. El pensamiento me deprime: he venido todo el camino hacia Portland en una persecución imposible, otra vez.
—Santy, esa chica me ha llamado cinco veces y me ha enviado cuatro textos. ¿No se da cuenta de lo desesperada que parece? —lloriquea Sam.
—Tal vez está embarazada.
Sam palidece y yo rio.
—No es gracioso, pez gordo —refunfuña—. Además, no le conocido tanto tiempo. O tan seguido.
Después de una rápida ducha, me uno a Sam en su habitación y nos sentamos a ver el resto del juego de los Mariners contra los Padres de San Diego. Ordenamos filete, ensalada, papas fritas y un par de cervezas, y me siento y disfruto el juego en la relajada compañía de Sam. Me he resignado al hecho de que Brittany no va a llamar. Los Mariners están a la cabeza y parece que podría ser una paliza.
Decepcionantemente, no lo es, aunque los Mariners ganan 4 a 1.
¡Vamos Mariners! Sam y yo chocamos las botellas de cerveza.
Mientras el análisis del post juego suena, mi teléfono vibra y el número de la Señorita Pierce parpadea en la pantalla.
Es ella.
—¿Brittany? —No escondo mi sorpresa o mi placer. El fondo es ruidoso y se escucha como que está de fiesta en un bar. Sam me da un vistazo, así que me levanto del sofá y me alejo del alcance de su oído.
—¿Por qué me has mandado esos libros? —Está arrastrando sus palabras, y una ola de aprensión se propaga por mi columna vertebral.
— Brittany, ¿estás bien? Tienes una voz rara.
—La rara no soy yo, sino tú. —Su tono es acusador.
— Brittany, ¿has bebido?
Infiernos.¿Con quién está? ¿El fotógrafo? ¿Dónde está su amiga Quinn?
—¿A ti que te importa? —Suena malhumorada y beligerante, y sé que está ebria, pero también necesito saber que está bien.
—Tengo curiosidad… ¿dónde estás?
—En un bar.
—¿En qué bar? —Dime. La ansiedad brota en mis entrañas. Es una mujer joven, ebria, en algún lugar de Portland. No está segura.
—Un bar de Portland.
—¿Cómo vas a volver a casa? —Presiono el puente de mi nariz con la vana esperanza de que la acción me distraiga de mi temperamento combatiente.
—Ya me las arreglaré.
¿Qué demonios? ¿Conducirá? Le preguntó otra vez en cuál bar está y ella ignora la pregunta.
—¿Por qué me has mandado esos libros, Santana?
—Brittany ¿dónde estás? Dímelo ahora mismo.
¿Cómo va a llegar a casa?
—Eres tan… dominante. —Suelta una risita. En cualquier otra situación, encontraría esto encantador. Pero, justo ahora… quiero mostrarle lo dominante que puedo ser. Me está volviendo loca.
—Britt, contéstame, ¿dónde mierda estás?
Suelta una risita de nuevo. ¡Mierda, se está riendo de mí!
¡Otra vez!
—En Portland… bastante lejos de Seattle.
—¿Dónde exactamente?
—Buenas noches, Santana. —La línea muere.
—¡Britt!
¡Me colgó! Me quedo viendo al teléfono con incredulidad. Nunca nadie me ha colgado. ¡Qué mierda!
—¿Cuál es el problema? —me pregunta Sam desde el sofá.
—He recibido una ―llamada en estado de ebriedad‖. —Lo miro de cerca y su boca cae abierta por la sorpresa.
—¿Tú?
—Sip. —Presiono el botón de devolución de llamada, tratando de contener mi temperamento, y mi ansiedad.
—Hola —dice ella, toda jadeante y tímida, y está en alrededores más tranquilos.
—Voy a buscarte. —Mi voz es ártica mientras lucho con mi enojo y estampo mi teléfono.
—Tengo que ir por esta chica y llevarla a casa. ¿Quieres venir?
Sam se me queda viendo como si me hubieran crecido tres cabezas.
—¿Tú? ¿Con una chica? Buena sabia que te gustaban las chicas pero esto lo tengo que ver. —Sam agarra sus sneakers y comienza a ponérselos.
—Solo tengo que hacer una llamada. —Deambulo por su habitación mientras decido si debería llamar a Barney o a Welch. Barney es el mayor ingeniero en jefe en la división de telecomunicaciones de mi empresa. Es un genio de la tecnología. Pero lo que quiero no es estrictamente legal.
Lo mejor será mantener esto lejos de mi empresa.
Llamo con el marcado rápido a Welch y, dentro de segundos, su áspera voz responde.
—¿Señora López?
—En verdad me gustaría saber dónde está Brittany en este momento.
—Ya veo. —Se detiene por un momento—. Déjemelo a mí, Señora López.
Sé que esto está fuera de la ley, pero ella podría estar metiéndose en problemas.
—Gracias.
—Volveré con usted en unos minutos.
Sam está frotando sus manos con regodeo, con una estúpida mueca en su cara cuando regreso a la sala de estar.
Oh, por el jodido amor de Dios.
—No me perdería esto por nada en el mundo—dice, alardeando.
—Solo voy a buscar las llaves del auto. Te veré en el garaje en cinco —gruño, ignorando su cara petulante.
El bar está abarrotado, lleno de estudiantes determinados a pasarla bien. Hay algo de basura indie sonando a través del sistema de sonido y la pista de baile está atestada con cuerpos jadeantes.
Me hace sentir vieja.
Ella está aquí en algún lugar.
Sam me ha seguido a través de la puerta de entrada.
—¿La ves? —grita por encima del ruido. Escaneando la habitación, localizo a Quinn Fabray. Está con un grupo de amigos, todos ellos hombres, sentados en un reservado. No hay señal de Britt, pero la mesa está hasta el borde con vasos de chupitos y envases de cerveza.
Bueno, vamos a ver si la Señorita Fabray es tan leal a su amiga como Britt lo es con ella.
Me mira con sorpresa cuando llegamos a su mesa.
—Quinn —digo a manera de saludo, y ella me interrumpe antes de que pueda preguntarle por el paradero de Britt.
—Santana, que sorpresa verte aquí —grita por arriba del ruido. Los tres tipos en la mesa nos contemplan a Sam y a mí con recelo hostil.
—Estaba en el vecindario.
—¿Y quién es este? —Sonríe bastante más brillantemente a Sam, interrumpiéndome otra vez. Qué mujer tan exasperante.
—Este es mi hermano Sam. Sam, Quinn Fabray. ¿Dónde está Britt?
Su sonrisa se amplía hacia Sam, y estoy sorprendida por la sonrisa que él le da en respuesta.
—Creo que salió por algo de aire fresco —responde Fabray, pero no me ve. Solo tiene ojos para el señor ―ámalas y déjalas‖. Bueno, es su funeral.
—¿Afuera? ¿Por dónde? —grito.
—Oh. Por ahí. —Apunta hacia unas puertas dobles en el extremo del bar.
Empujando a través del gentío, hago mi camino hacia la puerta, dejando a tres hombres disgustados y a Fabray y a Sam envueltos en una sonrisa.
Al otro lado de las puertas dobles, hay una fila para el tocador de damas, y más allá de eso una puerta que da hacia el exterior. Es la parte trasera del bar. Irónicamente, se dirige hacia el estacionamiento donde Sam y yo acabamos de estar.
Caminando hacia afuera, me encuentro a mí mismo en un espacio de reunión adyacente al estacionamiento, un lugar flanqueado por arriates elevados, donde unas cuantas personas están fumando, bebiendo y platicando. Liándose. La localizo.
¡Infiernos! Está con el fotógrafo, creo, aunque es difícil de decir a la débil luz. Está en sus brazos, pero parece estar retorciéndose lejos de él. Él le murmura algo, lo cual no escucho, y la besa, a lo largo de su mandíbula.
—Noah, no —dice ella, y luego está claro. Está tratando de empujarlo.
Ella no quiere esto.
Por un momento quiero arrancarle su cabeza. Con mis manos empuñadas a mis costados, marcho hacia ellos.
—Creo que la señorita ha dicho que no. —Mi voz está cargada, fría y siniestra, en relativa calma, mientras lucho para contener mi ira.
Él libera a Britt y ella me entorna los ojos con una expresión aturdida y borracha.
—López—dice él, su voz brusca, y toma cada onza de mi autocontrol no destrozar la decepción de su cara.
A Britt le dan arcadas, luego se dobla y vomita en el suelo.
¡Oh, mierda!
—Uf, ¡Dios mío, Britt! —Noah salta fuera del camino con disgusto.
Pendejo idiota.
Ignorándolo, agarro su cabello y lo sostengo fuera del camino mientras continúa vomitando todo lo que ha tomado esta noche. Es con algo de molestia que noto que, al parecer, ella no ha comido. Con mi brazo alrededor de sus hombros la guío lejos de los curiosos mirones hacia los arriates.
—Si vas a volver a vomitar, hazlo aquí. Yo te agarro. —Es más oscuro aquí. Puede vomitar en paz. Ella vomita una y otra vez, sus manos en los ladrillos. Es lamentable. Una vez que su estómago está vacío, continúa con arcadas, largas y secas arcadas.
Chica, lo tiene mal.
Finalmente, su cuerpo se relaja y creo que ha terminado. Liberándola, le doy mi pañuelo, el cual tengo por algún milagro dentro del bolsillo de mi chaqueta.
Gracias, Señora Jones.
Limpiando su boca, se gira y descansa contra los ladrillos, evitando hacer contacto visual porque está avergonzada y apenada. Y aun así, estoy complacida de verla. Se ha ido mi furia hacia el fotógrafo. Estoy deleitado de estar aquíparada en el estacionamiento de un bar para estudiantes en Portland con la Señorita Brittany Pierce.
Pone su cabeza entre sus manos, se encoge, luego me da un vistazo, todavía mortificada. Girando hacia la puerta, mira con furia sobre mi hombro. Asumo que es hacia su ―amigo.‖
—Bueno… nos vemos adentro —dice Noah, pero no me giro a sostenerle la mirada y, para mi placer, ella lo ignora también, regresando sus ojos a los míos.
—Lo siento —dice finalmente, mientras sus dedos retuercen el suave lino.
De acuerdo, vamos a divertirnos.
—¿Qué sientes, Brittany?
—Sobre todo haberte llamado. Estar mareada. Uf, la lista es interminable —murmura.
—A todos nos ha pasado alguna vez, quizá no de manera tan dramática como a ti. —¿Por qué es tan divertido molestar a esta mujer?—. Es cuestión de saber cuáles son tus límites, Brittany. Bueno, a mí me gusta traspasar los límites, pero la verdad es que esto es demasiado. ¿Sueles comportarte así?
Quizá tiene un problema con el alcohol. El pensamiento es preocupante, y considero si debería llamar a mi madre para que me recomiende una clínica de desintoxicación.
Britt frunce el ceño por un momento, como si estuviera enojada, esa pequeña ―v‖ se forma entre sus cejas, y suprimo la urgencia de besarla. Pero cuando habla, se escucha contrita.
—No —dice—. Nunca me había emborrachado, y ahora mismo no me apetece nada que se repita. —Levanta la mirada hacia mí, sus ojos desenfocados, y se balancea un poco. Podría desmayarse así que, sin pensarlo, la levanto en mis brazos.
Es sorprendentemente ligera. Demasiado ligera. El pensamiento me irrita. No hay duda de por qué está ebria.
—Vamos, te llevaré a casa.
—Tengo que decírselo a Quinn—dice, mientras su cabeza descansa en mi hombro.
—Puede decírselo mi hermano.
—¿Qué?
—Mi hermano Sam está hablando con la señorita Fabray.
—¿Cómo?
—Estaba conmigo cuando me llamaste.
—¿En Seattle?
—No, estoy en el Heathman.
Y mi persecución imposible ha valido la pena.
—¿Cómo me encontraste?
—Rastreé tu teléfono celular, Brittany. —Me dirijo hacia el auto. Quiero llevarla a casa—. ¿Has traído chaqueta o bolso?
—Este… sí, las dos cosas. Santana, por favor, tengo que decírselo a Quinn. Se preocupará.
Me detengo y muerdo mi lengua. Fabray no estaba preocupada porque ella estuviera aquí afuera con el excesivamente amoroso fotógrafo. Puckerman. Ese es su nombre. ¿Qué clase de amiga es ella? Las luces del bar iluminan su cara ansiosa.
Por mucho que me duele, la bajo y accedo a llevarla adentro. Tomadas de la mano, caminamos de vuelta hacia el bar, deteniéndonos en la mesa de Quinn. Uno de los muchachos todavía está sentado ahí, viéndose molesto y abandonado.
—¿Dónde está Quinn? —grita Britt por encima del ruido.
—Bailando —dice el tipo, sus ojos oscuros viendo hacia la pista de baile. Britt recoge su chaqueta y bolso y, estirándose, inesperadamente agarra mi brazo.
Me congelo.
Mierda.
Mi ritmo cardíaco se dispara a toda marcha mientras la oscuridad surge, estirándose y tensando sus garras alrededor de mi garganta.
—Está en la pista de baile —grita, sus palabras haciendo cosquillas a mi oreja, distrayéndome de mi miedo. Y de repente la oscuridad desaparece y el martilleo en mi corazón se detiene.
¿Qué?
Pongo los ojos en blanco para esconder mi confusión y la llevo hacia la barra, ordeno un vaso grande de agua, y se lo paso.
—Bebe.
Viéndome por encima del vaso, toma un vacilante sorbo.
—Bébetela toda —ordeno. Estoy esperando que esto sea suficiente control de daños para evitar un infierno de resaca por la mañana.
¿Qué le pudo haber pasado si yo no hubiera intervenido? Mi humor se hunde.
Y pienso en lo que acaba de sucederme.
Su toque. Mi reacción.
Mi humor se desploma aún más.
Britt se balancea un poco mientras bebe, así que la equilibro con una mano en su hombro. Me gusta la conexión, de mí tocándola. Ella es aceite en mis turbulentas y profundas aguas oscuras.
Hmm… florida, López.
Termina su bebida y, recuperando el vaso, lo coloco en la barra.
De acuerdo. Quiere hablar con su supuesta amiga. Inspecciono la abarrotada pista de baile, incómoda ante el pensamiento de todos esos cuerpos presionándose contra mí mientras forcejeamos para pasar.
Endureciéndome, agarro su mano y la dirijo hacia la pista de baile. Ella duda, pero si quiere hablar con su amiga, solo hay una manera; va a tener que bailar conmigo. Una vez que Sam se pone en onda, no hay manera de detenerlo; vaya que tendrá una noche tranquila.
Con un tirón, ella está en mis brazos.
Esto lo puedo manejar. Cuando sé que va a tocarme, está bien. Puedo lidiar con ello, especialmente porque estoy usando mi chaqueta. Nos balanceo a través de la multitud hacia donde Sam y Quinn están haciendo un espectáculo de ellos mismos.
Todavía bailando,Sam se inclina hacia mí en un semi contoneo cuando estamos junto a él y nos estudia con una mirada de incredulidad.
—Voy a llevar a Britt a casa. Díselo a Quinn —grito en su oído.
Él asiente y hala a Fabray hacia sus brazos.
Correcto. Déjame llevar a la ebria Señorita Ratón de Biblioteca a casa pero, por alguna razón, parece reacia a irse. Está observando a Fabray con preocupación. Cuando salimos de la pista de baile, mira de vuelta hacia Quin, luego hacia mí, balanceándose y un poco aturdida.
—¡Joder! —Por algún milagro, la atrapo mientras se desmaya en medio del bar. Estoy tentada a tirarla sobre mi hombro, pero sería demasiado sospechoso, así que la levanto otra vez, acunándola contra mi pecho, y la llevo afuera hacia el auto.
—Cristo —murmuro mientras pesco las llaves fuera de mis jeans y al mismo tiempo la sostengo. Extraordinariamente, consigo meterla en el asiento de enfrente y le abrocho el cinturón.
—Britt. —Le doy una pequeña sacudida, porque está preocupantemente tranquila—. ¡Britt!
Murmura algo incoherente y sé que aún está consciente. Sé que debería llevarla a casa, pero es un largo viaje hasta Vancouver, y no sé si va a enfermarse de nuevo. No me emociona la idea de que mi Audi apeste a vómito. El olor emanando de su ropa ya es evidente.
Me dirijo hacia el Heathman, diciéndome que lo estoy haciendo por su bien.
Sí, síguete diciendo eso, López.
Duerme en mis brazos mientras viajamos en el ascensor desde el garaje. Necesito sacarla de sus jeans y zapatos. La pestilencia viciada de vómito invade el espacio. En serio quisiera darle un baño, pero eso sería pasarse de los límites del decoro.
¿Y esto no lo es?
En mi habitación, dejo su bolso en el sofá, luego la cargo hacia el dormitorio y la acuesto en la cama. Murmura otra vez, pero no se despierta.
Rápidamente, remuevo sus zapatos y calcetines y los pongo en la bolsa de plástico de lavandería proveída por el hotel. Luego, desabrocho sus vaqueros y se los quito, revisando sus bolsillos antes de meter los jeans en la bolsa de lavandería. Se cae de vuelta en la cama, desparramada como una estrella de mar, toda brazos y piernas pálidos, y por un momento imagino esas piernas envueltas alrededor de mi cintura mientras sus muñecas están atadas a mi cruz de San Andrés. Hay un raspón desvanecido en su rodilla y me pregunto si es de la caída que se dio en mi oficina.
Ella ha estado marcada desde entonces… como yo.
La siento y abre sus ojos.
—Hola, Britt —susurro, mientras le quito su chaqueta lentamente sin nada de cooperación de su parte.
—López. Labios —murmura.
—Sí, cariño. —La acomodo sobre la cama. Cierra sus ojos otra vez y gira hacia su costado, pero esta vez se hace bolita, viéndose pequeña y vulnerable. Jalo las cobijas sobre ella y planto un beso en su cabello. Ahora que su ropa sucia se ha ido, un rastro de su esencia ha reaparecido. Manzanas, otoño, frescura, delicioso… Britt. Sus labios están separados, pestañas abanicando sobre sus pálidas mejillas, y su piel se ve impecable. Un toque más es todo lo que me permito mientras acaricio su mejilla con el dorso de mi dedo índice.
—Duerme bien —murmuro, y luego me dirijo hacia la sala para completar la lista de la lavandería. Cuando está hecha, coloco la ofensiva bolsa fuera de mi habitación para que el contenido sea recolectado y lavado.
Antes de revisar mi correo electrónico, le envío un texto a Welch, pidiéndole ver si Noah Puckerman tiene algún antecedente penal. Estoy curiosa. Quiero saber si caza muchachas ebrias. Luego, abordo el problema de la ropa para la Señorita Pierce: envío un rápido correo electrónico a Taylor.
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De: Santana López.
Asunto: Señorita Brittany Pierce.
Fecha: 20 de mayo de 2011 23:46
Para: J B Taylor
Buenos días,
¿Puedes, por favor, encontrar los siguientes artículos para la Señorita Pierce y enviarlos a mi habitación habitual antes de las diez de la mañana?
Jeans: mezclilla azul. Talla 4
Blusa: azul. Bonita. Talla 4
Converse: negros talla 7
Calcetines: talla 7
Lencería: ropa interior, talla pequeña. Brasier estimado 34C.
Gracias.
Santana López
Presidenta de López y Enterprises Holdings, Inc.
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Una vez que ha desaparecido de mi buzón de salida, le envío un texto a Sam.
Britt está conmigo. Si todavía estás con Quinn, dile.
Él me manda un texto de vuelta.
Lo haré. Espero que eches un polvo.
En seeeeeeeerio lo necesitas. ;)
Su respuesta me hace resoplar.
Yo también lo espero, Sam. Yo también.
Abro mi correo electrónico del trabajo y empiezo a leer.
MAYLU* - Mensajes : 41
Fecha de inscripción : 29/07/2015
Re: Fanfic Brittana-ST Ella Santana 50 sombras de Lopez #4
holap,...
nueva lectora,..
me gusta que adap el libro,...
me encanta todo desde la perspectiva de san,...
nos vemos!!!
nueva lectora,..
me gusta que adap el libro,...
me encanta todo desde la perspectiva de san,...
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Fanfic Brittana-ST Ella Santana 50 sombras de Lopez #4
Jajaja me encanto!!!
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana-ST Ella Santana 50 sombras de Lopez #4
Muy pero que muy enganchada a este fic no lo dejes porfa!
Wanky...❤** - Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 24/06/2014
Re: Fanfic Brittana-ST Ella Santana 50 sombras de Lopez #4
Muy buenos capítulos no te olvides mañana maratón... Jejeje saludos
Lucy LP**** - Mensajes : 168
Fecha de inscripción : 01/07/2015
Cap 7
Gracias por sus comentarios y si no olvidare que mañana haré maratón saludos y besos ciberneticos...
Sábado, 21 de Mayo de 2011
Casi dos horas más tarde, llego a la cama. Es solo poco más de la una cuarenta y cinco de la madrugada. Ella está profundamente dormida y no se ha movido de donde la dejé. Me desnudo, me pongo mis pantalones del pijama y un Brasier, y subo a su lado. Ella está en coma; es poco probable que vaya a retorcerse y tocarme. Dudo por un momento mientras la oscuridad aumenta dentro de mí, pero no sale a la superficie y sé que es porque estoy viendo la hipnótica subida y bajada de su pecho y estoy respirando en sintonía con ella. Inhalo. Exhalo. Inhalo. Exhalo. Inhalo. Exhalo. Por segundos, minutos, horas, no lo sé, la observo. Y mientras ella duerme, contemplo cada hermoso centímetro de su hermoso rostro. Sus oscuras pestañas revoloteando mientras duerme, sus labios entreabiertos por lo que incluso vislumbro sus blancos dientes. Murmura algo ininteligible y su lengua sale y lame sus labios. Es excitante, muy excitante. Finalmente caigo en un sueño profundo y sin sueños.
Está silencioso cuando abro los ojos, y estoy momentáneamente desorientada. Oh, sí. Estoy en el Heathman. El reloj junto a mi cama marca las siete cuarenta y tres de la mañana.
¿Cuándo fue la última vez que dormí hasta tan tarde?
Britt.
Poco a poco vuelvo la cabeza, y ella está dormida, frente a mí. Su hermoso rostro tranquilo en reposo.
Nunca he dormido con una mujer. He follado a muchas, pero despertarme al lado de una mujer joven y atractiva es una experiencia nueva y estimulante. Mi Vagina está de acuerdo.
Esto no va a funcionar.
De mala gana, me bajo de la cama y me cambio a mi ropa de correr. Tengo que quemar este... exceso de energía. Mientras me cambio a mi ropa deportiva no puedo recordar la última vez que he dormido tan bien.
En el salón, enciendo mi computadora portátil, reviso mi correo electrónico, y respondo a dos de Ros y otro de Andrea. Me toma un poco más de lo habitual, ya que estoy distraída sabiendo que Britt está dormida en la habitación contigua. Me pregunto cómo se sentirá cuando se despierte.
Con resaca. Oh.
En el mini bar, encuentro una botella de zumo de naranja y vacío el contenido en un vaso. Todavía está dormida cuando entro, su cabello un derroche caoba esparcido en su almohada, y las colchas se han deslizado por debajo de su cintura. Su camiseta se ha subido, dejando al descubierto su vientre y ombligo. La vista agita mi cuerpo una vez más.
Deja de estar parada aquí comiéndote con los ojos a la chica, por el amor de Dios, López.
Tengo que salir de aquí antes de que haga algo de lo que me arrepentiré. Colocando el vaso en la mesita de noche, entro al baño, encuentro dos Advil en mi kit de viaje, y las dejo junto al vaso de zumo de naranja.
Con una última mirada persistente en Brittany Pierce, la primera mujer con la que he dormido en toda mi vida, salgo a correr.
Cuando regreso de mi ejercicio, hay una bolsa en la sala de estar de una tienda que no reconozco. Doy un vistazo y veo que contiene ropa para Britt. Por lo que puedo ver, Taylor lo ha hecho bien… y todo antes de las nueve de la mañana.
El hombre es una maravilla.
Su bolso está en el sofá, donde lo dejé caer anoche, y la puerta de la habitación está cerrada, así que supongo que no se ha ido y todavía está dormida.
Es un alivio. Estudiando detenidamente el menú del servicio de habitaciones, decido pedir comida. Va a tener hambre cuando despierte, pero no tengo ni idea de lo que va a comer, por lo que en un raro momento de indulgencia ordeno un poco de todo del menú de desayuno. Me informan que tomará media hora.
Hora de despertar a la deliciosa señorita Pierce; ha dormido suficiente.
Agarrando mi toalla de entrenamiento y la bolsa de compras, llamo a la puerta y entro. Para mi deleite, está sentada en la cama. Las pastillas se han ido y también el zumo.
Buena chica.
Ella palidece mientras entro en la habitación.
Mantenlo casual López. No quieres ser acusada de secuestro.
Cierra los ojos, y supongo que es porque está avergonzada.
—Buenos días, Brittany. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor de lo que merezco —murmura, mientras pongo la bolsa en la silla. Cuando vuelve su mirada hacia mí sus ojos son increíblemente grandes y azules, y aunque su cabello es un enredado desastre… se ve impresionante.
—¿Cómo llegué hasta aquí? —pregunta, como si tuviera miedo de la respuesta.
Tranquilízala, López.
Me siento en el borde de la cama y me apego a los hechos.
—Después de que te desmayaras, no quise poner en peligro la tapicería de piel de mi auto llevándote a tu casa, así que te traje aquí.
—¿Tú me metiste en la cama?
—Sí.
—¿Volví a vomitar?
—No. —Gracias a Dios.
—¿Me quitaste la ropa?
—Sí. —¿Quién más te la habría quitado?
Se ruboriza, y al fin ella tiene un poco de color en las mejillas. Dientes perfectos muerden su labio. Suprimo un gemido.
—¿No habremos…? —susurra, mirando sus manos.
Cristo, ¿qué tipo de animal cree que soy?
—Brittany, estabas casi en coma. La necrofilia no es lo mío. —Mi tono es seco
—. Me gusta que mis mujeres estén conscientes y sean receptivas.
Se relaja con alivio, lo que hace que me pregunte si esto le ha ocurrido antes, que se haya desmayado y despertado en la cama de un extraño u extraña y descubierto que la han follado sin su consentimiento. Tal vez ese es el modus operandi del fotógrafo. El pensamiento es inquietante. Pero recuerdo su confesión de anoche… que nunca antes había estado borracha. Gracias a Dios que no ha hecho un hábito de esto.
—Lo siento mucho —dice, su voz llena de vergüenza.
Demonios. Tal vez debería tomarlo con calma con ella.
—Fue una noche muy divertida. Tardaré en olvidarla. —Espero que suene conciliador, pero su frente se frunce.
—No tenías por qué seguirme la pista con algún artilugio a lo James Bond versión femenina que estés desarrollando para vendérselo al mejor postor.
¡Caray! Ahora está molesta. ¿Por qué?
—En primer lugar, la tecnología para rastrear teléfonos celulares está disponible a través de Internet.
Bueno, la Internet Invisible…
—En segundo lugar, mi empresa no invierte en ningún aparato de vigilancia, ni los fabrica.
Mi temperamento está crispándose, pero tengo que terminar.
—Y en tercer lugar, si no hubiera ido a buscarte, seguramente te habrías despertado en la cama del fotógrafo y, si no recuerdo mal, no estabas muy entusiasmada con sus métodos para cortejarte.
Parpadea un par de veces, entonces comienza a reírse.
Se está riendo de mí otra vez.
—¿De qué crónica medieval te has escapado? Pareces una dama andante.
Ella es seductora. Me está llamando... otra vez, y su irreverencia es refrescante, muy refrescante. Sin embargo, no estoy bajo ninguna ilusión de que soy una dama de brillante armadura.
Chica, tiene una idea equivocada.
Y aunque puede que no sea a mi favor, estoy obligada a advertirle que no hay nada cortés de mí.
—No lo creo, Brittany. Una dama oscura, quizá.
Si solo ella supiera…¿y por qué estamos hablando de mí?
Cambio de tema
—. ¿Cenaste anoche?
Niega con la cabeza.
¡Lo sabía!
—Tienes que comer. Por eso te pusiste tan mal. De verdad, es la primera norma cuando bebes.
—¿Vas a seguir riñéndome?
—¿Es lo que estoy haciendo?
—Creo que sí.
—Tienes suerte de que solo te riña.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, si fueras mía, después del numerito que montaste ayer no podrías sentarte en una semana. No cenaste, te emborrachaste y te pusiste en peligro.
El miedo en mis entrañas me sorprende; tal conducta irresponsable y de riesgo
—. No quiero ni pensar en lo que podría haberte pasado.
Frunce el ceño.
—Hubiera estado bien. Estaba con Quinn.
¡Necesitaba un poco de ayuda!
—¿Y el fotógrafo? —replico.
—Noah simplemente se pasó de la raya
dice, rechazando mi preocupación y sacudiendo su enredado cabello por encima de su hombro.
—Bueno, la próxima vez que se pase de la raya, quizá alguien debería enseñarle modales.
—Eres muy partidaria de la disciplina —dice entre dientes.
—Oh, Brittany, no sabes cuánto.
Una imagen de ella encadenada a mi banca, una raíz de jengibre pelada insertada en su culo para que no pueda apretar sus nalgas, viene a mi mente, seguida por el juicioso uso de un cinturón o correa. Sí... Eso le enseñaría a no ser tan irresponsable. El pensamiento es enormemente atractivo.
Me está mirando con los ojos abiertos y aturdidos, y eso me pone incómoda. ¿Puede leer mi mente? ¿O está simplemente mirando una cara bonita?
—Voy a ducharme. ¿Sino prefieres hacerlo primero? —le digo, pero sigue boquiabierta.
Incluso con la boca abierta es bastante bonita. Es difícil resistirse a ella, y me concedo permiso para tocarla, trazando la línea de su mejilla con mi pulgar. Su respiración se queda atrapada en su garganta mientras acaricio su suave labio inferior.
—Respira, Brittany —murmuro, antes de levantarme e informarle que el desayuno estará aquí dentro de quince minutos. No dice nada, su boca inteligente en silencio por una vez.
En el baño tomo una respiración profunda, me desvisto, y salto a la ducha. Estoy medio tentada a masturbarme, pero el familiar miedo del descubrimiento y revelación, de una época anterior en mi vida, me detiene.
Elena no estaría contenta.
Los viejos hábitos.
Mientras el agua cae como cascada sobre mi cabeza pienso en mi última interacción con la desafiante señorita Pierce. Ella todavía está aquí, en mi cama, así que no puede encontrarme totalmente repulsiva. Me di cuenta por la forma en que su aliento se quedó atrapado en su garganta, y cómo su mirada me siguió alrededor de la habitación.
Sí. Hay esperanza.
¿Pero sería una buena sumisa?
Es obvio que no sabe nada de ese estilo de vida. Ni siquiera podría decir "follar" o "sexo" o lo que sea que los estudiantes universitarios librescos utilizan como eufemismo para follar en estos días. Es bastante inocente. Probablemente ha estado sometida a un par de torpes encuentros con chicas o chicos como el fotógrafo.
El pensamiento de su torpeza con alguien más me molesta.
Podría solo preguntarle si está interesada.
No. Tengo que mostrarle lo que estaría tomando en caso de que estuviera de acuerdo en una relación conmigo.
Vamos a ver cómo nos va, para bien o para mal, durante el desayuno.
Enjaguándome el jabón, estoy por debajo del agua caliente y me mantengo enfocada para la segunda ronda con Brittany Pierce. Cierro el agua y, saliendo de la ducha, agarro una toalla. Una revisión rápida en el espejo manchado de vapor y decido saltarme el depilado hoy. El desayuno estará aquí dentro de poco, y tengo hambre. Rápidamente me lavo los dientes.
Cuando abro la puerta del baño, ella está fuera de la cama y buscando sus jeans. Levanta la vista como el arquetipo de un cervatillo asustado, toda piernas largas y ojos grandes.
—Si estás buscando tus jeans, los he mandado a la lavandería. —Ella realmente tiene unas lindas piernas. No debería ocultarlas con pantalones. Sus ojos se entrecierran y creo que va a discutir conmigo, así que le digo por qué—. Estaban salpicados de vómito.
—Ah —dice.
Sí. "Ah." Ahora, ¿qué tienes que decir a eso, señorita Pierce?
—He mandado a Taylor a comprar otros y unas zapatillas de deporte. Están en esa bolsa.—Asiento con la cabeza hacia la bolsa de la compra.
Ella levanta las cejas… con sorpresa, creo.
—Bueno… Voy a ducharme—murmura, y luego en el último momento, añade—: Gracias.
Agarrando la bolsa, me esquiva, disparada hacia el baño, y cierra la puerta.
Hmm... No podía entrar en el baño lo suficientemente rápido.
Lejos de mí.
Tal vez estoy siendo demasiado optimista.
Descorazonada, me seco enérgicamente y me visto. En la sala de estar, verifico mi correo electrónico, pero no hay nada urgente. Soy interrumpida por un golpe en la puerta. Dos jovencitas han llegado con el servicio de habitaciones.
—¿Dónde quiere el desayuno, señora?
—Pónganlo sobre la mesa del comedor.
Caminando de regreso a la habitación, atrapo sus miradas furtivas, pero las ignoro y reprimo el sentimiento de culpa que siento sobre la cantidad de comida que he ordenado. Nunca nos comeremos todo.
—El desayuno está aquí —le digo y toco la puerta del baño.
—De a…acuerdo. —La voz de Britt suena un poco apagada.
De vuelta en la sala de estar, el desayuno está en la mesa. Una de las mujeres, que tiene ojos oscuros, muy oscuros, me entrega la cuenta para firmarla, y de mi cartera saco un par de billetes de veinte para ellas.
—Gracias, señoras.
—Solo tiene que llamar al servicio de habitación cuando deseé que limpiemos la mesa, señora —dice la señorita Ojos Oscuros con una mirada coqueta, como si estuviera ofreciendo más.
Mi fría sonrisa le advierte que se detenga.
Sentada a la mesa con el periódico, me sirvo un café y comienzo con mí tortilla. Mi teléfono zumba… un texto de Sam.
Quin quiere saber si Britt sigue viva.
Me río, algo apaciguada con que la llamada amiga de Britt esté pensando en ella. Es obvio que Sam no le ha dado a su polla un descanso después de todas sus protestas de ayer. Le contesto en respuesta.
Vivita y coleando ;)
Britt aparece unos momentos más tarde: el cabello mojado, con la bonita blusa azul que coincide con sus ojos. Taylor lo ha hecho bien; se ve hermosa. Escaneando la habitación, ve su bolso.
—¡Mierda, Quinn! —exclama.
—Sabe que estás aquí y que sigues viva. Le he mandado un mensaje a Sam.
Ella me da una sonrisa insegura mientras camina hacia la mesa.
—Siéntate —le digo, señalando el lugar que se ha colocado para ella. Frunce el ceño ante la cantidad de comida en la mesa, lo que solo acentúa mi culpa.
—No sabía qué te gustaba, así que pedí un poco de todo del menú de desayuno —murmuro a modo de disculpa.
—Eso es muy despilfarrador de tu parte —dice.
—Sí, lo es. —Mi culpa florece. Pero a medida que se decanta por las tortitas, sirope de arce, huevos revueltos y tocino, me perdono a mí misma. Es bueno verla comer.
—¿Té? —pregunto.
—Sí, por favor —dice entre bocado y bocado. Obviamente está hambrienta. Le paso la pequeña tetera de agua. Me da una dulce sonrisa cuando ve el té Twinings English Breakfast.
Tengo que contener el aliento ante su expresión. Y eso me pone incómoda.
Me da esperanza.
—Tu cabello está muy húmedo —observo.
—No pude encontrar el secador de cabello —dice, avergonzada.
Se va a enfermar.
—Gracias por la ropa —añade.
—Es un placer, Brittany. Este color te sienta muy bien.
Ella mira hacia abajo a sus dedos.
—¿Sabes?, realmente deberías aprender a tomar un cumplido.
Tal vez ella no consigue muchos... pero ¿por qué? Es hermosa de una manera discreta.
—Debería darte algo de dinero por la ropa.
¿Qué?
Le doy un vistazo y ella continúa rápidamente
—Ya me has regalado los libros, que no puedo aceptar, por supuesto. Pero la ropa… Por favor, déjame que te la pague.
Dulzura.
—Brittany, confía en mí, me lo puedo permitir.
—No se trata de eso. ¿Por qué tendrías que comprarme esta ropa?
—Porque puedo.—Soy un Mujer muy rica, Britt.
Sus ojos despiden un destello malicioso.
—El hecho de que puedas no implica que debas. —Su voz es suave, pero de repente me pregunto si miró a través de mí y ha visto mis deseos más oscuros—. ¿Por qué me mandaste los libros, Santana?
Porque quería verte de nuevo, y aquí estás...
—Bueno, cuando casi te atropelló el ciclista… y yo te sujetaba entre mis brazos y me mirabas diciéndome: ―Bésame, bésame, Santana…
Me detengo, recordando ese momento, su cuerpo presionado contra el mío. Mierda. Rápidamente hago caso omiso del recuerdo.
—. Bueno, creí que te debía una disculpa y una advertencia. Brittany, no soy una mujer de flores y corazones. No me interesan las historias de amor. Mis gustos son muy peculiares. Deberías mantenerte alejada de mí. Pero sin embargo hay algo en ti que me impide apartarme. Supongo que ya lo habías imaginado.
—Pues no te apartes —susurra.
¿Qué?
—No sabes lo que estás diciendo.
—Ilumíname, entonces.
Sus palabras viajan directamente a mi clítoris.
Joder.
—¿No eres célibe? —pregunta.
—No, Brittany, no soy célibe. —Y si me dejaras atarte lo probaría justo ahora.
Sus ojos se abren y sus mejillas se ruborizan.
Ah, Britt.
Tengo que mostrárselo. Es la única manera en que lo sabré.
—¿Qué planes tienes para los próximos días? —pegunto.
—Hoy trabajo, a partir del mediodía. ¿Qué hora es? —exclama asustada.
—Poco más de las diez. Tienes tiempo de sobra. ¿Y mañana?
—Quinn y yo vamos a empezar a empacar. Nos mudamos a Seattle el próximo fin de semana, y yo trabajo en Clayton’s toda esta semana.
—¿Ya tienen casa en Seattle?
—Sí.
—¿Dónde?
—No recuerdo la dirección. En el distrito de Pike Market.
—No está lejos de mi casa
¡Bien!
—. ¿Y en qué vas a trabajar en Seattle?
—He mandado solicitudes a varios sitios para hacer prácticas. Aún tienen que responderme.
—¿Y has mandado solicitud a mi compañía, como te sugerí?
—Bueno… no.
—¿Qué tiene de malo mi compañía?
—¿Tu compañía o tu compañía? —Arquea una ceja.
—¿Está riéndose de mí, señorita Pierce?—No puedo ocultar mi diversión.
Oh, sería un placer entrenar... a esta desafiante y enloquecedora mujer.
Examina su plato, mordiendo su labio.
—Me gustaría morder ese labio —susurro, porque es verdad.
Su rostro vuela al mío y se remueve en su asiento. Inclina la barbilla hacia mí, con los ojos llenos de confianza.
—¿Por qué no lo haces? —dice en voz baja.
Oh. No me tientes, bella. No puedo. Todavía no.
—Porque no voy a tocarte, Brittany… no hasta que tenga tu consentimiento por escrito.
—¿Qué significa eso? —pregunta.
—Exactamente lo que he dicho. Tengo que mostrártelo, Brittany. —
Así ya sabes en qué te estás metiendo
—. ¿A qué hora sales del trabajo esta tarde?
—A las ocho.
—Bien, podríamos ir a cenar a mi casa de Seattle esta noche o el sábado que viene, y entonces te lo explicaría para que te familiarices con los hechos. Tú decides.
—¿Por qué no puedes decírmelo ahora?
—Porque estoy disfrutando de mi desayuno y de tu compañía. Cuando lo sepas, seguramente no querrás volver a verme.
Frunce el ceño mientras procesa lo que he dicho.
—Esta noche —dice.
Caray. No tomó mucho tiempo.
—Como Eva, quieres probar cuanto antes del árbol del fruto prohibido —me burlo de ella.
—¿Está riéndose de mí, señora López? —pregunta.
La miro con los ojos entrecerrados.
Está bien, bella, tú lo pediste.
Agarro mi teléfono y pulso el número de Taylor sobre la marcación rápida. Responde casi inmediatamente.
—Sra. López.
—Taylor, voy a necesitar el Charlie Tango.
Me mira de cerca mientras hago los arreglos para traer a mi EC135 a Portland.
Voy a mostrarle lo que tengo en mente... y el resto dependerá de ella. Es posible que quiera volver a casa una vez que lo sepa. Necesitaré que Stephan, mi piloto, esté disponible para que pueda llevarla de vuelta a Portland si decide no tener nada más que ver conmigo. Espero que ese no sea el caso.
Y me doy cuenta de que estoy emocionada de que pueda llevarla a Seattle en Charlie Tango.
Será una primera vez.
—Piloto disponible desde las diez y media —confirmo con Taylor y cuelgo.
—¿La gente siempre hace lo que les dices?—pregunta, y la desaprobación en su voz es obvia. ¿Me está riñendo ahora? Su desafío es molesto.
—Suelen hacerlo si no quieren perder su trabajo. —No cuestiones cómo trato a mi personal.
—¿Y si no trabajan para ti?—añade.
—Bueno, puedo ser muy convincente, Brittany. Deberías terminarte el desayuno. Luego te llevaré a casa. Pasaré a buscarte por Clayton’s a las ocho, cuando salgas. Volaremos a Seattle.
—¿Volaremos?
—Sí. Tengo un helicóptero.
Su boca se abre, formando una pequeña o. Es un momento agradable.
—¿Iremos a Seattle en helicóptero?—susurra.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque puedo. —Sonrío. A veces es solo jodidamente genial ser yo—. Termina tu desayuno.
Parece aturdida.
—¡Come! —Mi voz es más contundente—. Brittany, no soporto tirar la comida. Come.
—No puedo comerme todo esto. —Estudia toda la comida en la mesa y me siento culpable una vez más. Sí, hay demasiada comida aquí.
—Cómete lo que hay en tu plato. Si ayer hubieras comido como es debido, no estarías aquí y yo no tendría que mostrar mis cartas tan pronto.
Demonios. Esto podría ser un gran error.
Me da una mirada de reojo mientras persigue su comida alrededor del plato con un tenedor, y su boca hace una mueca.
—¿Qué te hace tanta gracia?
Niega con la cabeza y mete el último pedazo de tortita en su boca, y trato de no reírme. Como siempre, me sorprende. Es torpe, inesperada, y encantadora. Realmente me hace querer reír, y lo que es más, de mí mismo.
—Buena chica —le digo—. Te llevaré a casa en cuanto te hayas secado el cabello. No quiero que te pongas enferma.
Necesitarás todas tus fuerzas para esta noche, para lo que tengo que mostrarte. De repente, se levanta de la mesa y tengo que detenerme para no decirle que no tiene permiso. Ella no es tu sumisa... aún, López. En el camino de regreso a la habitación, se detiene junto al sofá.
—¿Dónde dormiste anoche?—pregunta.
—En mi cama.
—Contigo.
—Oh. —Sí, para mí también ha sido toda una novedad.
—No tener… sexo. Dijo la palabra con s... y aparece el revelador sonrojo en sus mejillas.
—No.
¿Cómo puedo decirle esto, sin que suene raro? Simplemente díselo, López.
—Dormir con alguien.
Despreocupadamente, dirijo mi atención a la sección de deportes y la descripción del partido de anoche, y luego veo como desaparece en el dormitorio. No, eso no sonó extraño en absoluto. Bueno, tengo otra cita con la señorita Pierce. No, no es una cita. Necesita saber acerca de mí. Dejo escapar un largo suspiro y bebo lo que queda de mi zumo de naranja. Esto se perfila a ser un día muy interesante. Estoy contenta cuando escucho el zumbido del secador de cabello y sorprendida de que esté haciendo lo que se le ha dicho.
Mientras la espero, llamo por teléfono alvalet para que saque mi auto del garaje y compruebo su dirección una vez más en Google Maps. A continuación, le envío un texto a Andrea para que me envíe un ADC (Acuerdo de Confidencialidad) por correo electrónico; si Britt quiere que la ilumine, necesitará mantener la boca cerrada. Mi teléfono vibra. Es Ros. Mientras estoy al teléfono, Britt emerge de la habitación y agarra su bolso. Ros está hablando sobre Darfur, pero mi atención está en la señorita Pierce. Rebusca en su bolso y está contenta cuando encuentra una liga para cabello. Su cabello es hermoso. Rubio. Largo. Grueso. Ociosamente, me pregunto cómo sería trenzado. Se lo ata hacia atrás y se pone su chaqueta, luego se sienta en el sofá, esperando a que termine mi llamada.
—De acuerdo, adelante. Mantenme informada de cómo van las cosas. —Concluyo mi conversación con Ros.
Ella ha estado haciendo milagros y parece que nuestro envío de alimentos a Darfur sucederá.
—¿Estás lista?
le pregunto a Britt. Ella asiente. Agarro mi chaqueta y las llaves del agua y la sigo a la salida. Me mira a través de unas largas pestañas mientras caminamos hacia el ascensor y sus labios se curvan en una tímida sonrisa. Mis labios se retuercen en respuesta. ¿Qué diablos me está haciendo? El ascensor llega y le permito entrar primera. Presiona el botón del primer piso y las puertas se cierran. En los confines del ascensor, estoy completamente consiente de ella. Un rastro de su dulce fragancia invade mis sentidos… su respiración cambia, acelerándose un poco y ella me muestra una brillante miradita. Mierda. Se muerde el labio.
Está haciendo esto a propósito. Y por un segundo, estoy perdida en su sensual y fascinante mirada. No retrocede.
Estoy húmeda.
Instantáneamente. . .
La deseo.
Aquí.
Ahora.
En el ascensor.
—A la mierda el papeleo. —Las palabras salen de la nada y por instinto la agarro y la empujo contra la pared. Agarrando ambas manos, las sujeto por encima de su cabeza para que no pueda tocarme y, una vez que está asegurada, retuerzo mi otra mano en su cabello mientras mis labios buscan y encuentran los suyos.
Ella gime en mi boca como el llamado de una sirena y finalmente puedo saborearla: menta, té y suaves cerezas. Sabe tan bien como se ve. Me recuerda a una época de abundancia. Dios mío. Estoy anhelándola. Agarro su barbilla, profundizando el beso, y su lengua toca tentativamente la mía… explorando. Considerando. Sintiendo. Besándome de vuelta.
Oh, Dios de los cielos.
—Eres… tan… dulce —murmuro contra sus labios, completamente intoxicada, embriagada por su sabor y aroma.
El ascensor se detiene y las puertas empiezan a abrirse.
Maldita sea, tranquilízate, López.
Me aparto de ella y me alejo de su alcance.
Está respirando con dificultad.
Igual que yo.
¿Cuándo fue la última vez que perdí el control?
Tres hombres con trajes de negocios nos muestran miradas cómplices mientras se nos unen.
Y yo miro fijamente el cartel que está por encima de los botones del ascensor, advirtiendo sobre un sensual fin de semana en el Heathman. Miro a Britt y exhalo.
Ella sonríe.
Y mis labios se retuercen una vez más.
¿Qué mierda me ha hecho?
El ascensor se detiene en el segundo piso y los tipos salen, dejándome solo con la señorita Pierce.
—Te has lavado los dientes —observo con irónica diversión.
—utilicé tu cepillo —dice, sus ojos brillando.
Por supuesto que sí… y, por alguna razón, encuentro esto placentero, demasiado placentero. Reprimo mi sonrisa.
—Ay, Brittany Pierce, ¿qué voy a hacer contigo? —Tomo su mano cuando las puertas del ascensor se abren en el primer piso y murmuro bajo mi aliento—. ¿Qué tendrán los ascensores? —Ella me muestra una cómplice sonrisa mientras caminamos por el pulido mármol del vestíbulo.
El auto está esperando en una de las bahías frente al hotel; el valet está caminando impacientemente. Le doy una obscena propina y abro la puerta del pasajero para Britt, quien está callada y pensativa.
Pero no ha huido.
Incluso aunque me lancé sobre ella en el ascensor.
Debería decir algo sobre lo que pasó ahí pero, ¿qué?
¿Lo siento?
¿Cómo estuvo para ti?
¿Qué diablos estás haciendo conmigo?
Enciendo el auto y decido que entre menos diga, mejor. El sonido tranquilizador del ―Dúo de las flores‖ de Delibes llena el auto y empiezo a relajarme.
—¿Qué es lo que suena? —pregunta Britt mientras yo giro hacia la calle Jefferson Southwest. Le digo y le pregunto si le gusta.
—Santana, es precioso.
Escuchar mi nombre en sus labios es un placer extraño. Lo ha dicho cerca de media docena de veces ya y cada vez es diferente. Hoy, es con maravilla, por la música. Es genial que le guste la canción: es una de mis favoritas. Me encuentro a mí misma sonriendo; obviamente me ha disculpado por el ataque en el ascensor.
—¿Puedes volver a ponerlo?
—Claro. —Presiono la pantalla táctil para repetir la música.
—¿Te gusta la música clásica? —pregunta mientras cruzamos el Puente Freemont, y caemos en una relajada conversación sobre mis gustos musicales. Mientras hablamos, recibo una llamada por el manos libres.
—López —respondo.
—Sra. López, soy Welch. Tengo la información que pidió. —Oh, sí, detalles sobre el fotógrafo.
—Bien. Mándemela por correo electrónico. ¿Algo más?
—Nada más, señora.
Presiono el botón y la música regresa. Ambas escuchamos, ahora perdidas en el crudo sonido de Kings of Leon. Pero no dura mucho, nuestro placer de escucha es trastornado una vez más por el manos libres.
¿Qué demonios?
—López —espeto.
—Le han mandado por correo electrónico el acuerdo de confidencialidad, Sra. López.
—Bien. Eso es todo, Andrea.
—Que tenga un buen día, señora.
Disparo una mirada a Britt, para ver si ha prestado atención a esa conversación, pero está estudiando el escenario de Portland. Sospecho que está siendo cortés. Es difícil mantener mis ojos sobre el camino. Quiero mirarla a ella. A pesar de su torpeza, tiene un hermoso cuello, uno que quiero besar desde la parte baja de su oreja hacia su hombro.
Infiernos. Me muevo en mi asiento. Espero que esté de acuerdo en firmar el acuerdo de confidencialidad y aceptar lo que tengo para ofrecer.
Cuando llegamos a la quinta interestatal, recibo otra llamada.
Es Sam.
—Hola, Santana. ¿Has echado un polvo?
Oh… genial, amigo, genial.
—Hola, Sam… estoy con el manos libres y no voy sola en el auto.
—¿Quién va contigo?
—Brittany Pierce.
—¡Hola, Britt!
—Hola, Sam —dice, animada.
—Me han hablado mucho de ti —dice Sam.
Mierda. ¿Qué le han dicho?
—No te creas una palabra de lo que te cuente Quinn —responde ella con naturalidad.
Sam se ríe.
—Estoy llevando a Brittany a su casa. ¿Quieres que te recoja? —interrumpo.
No hay duda de que Sam querrá hacer una salida rápida.
—Claro.
—Hasta ahora. —Cuelgo.
—¿Por qué te empeñas en llamarme Brittany? —pregunta.
—Porque es tu nombre.
—Prefiero Britt.
—¿De verdad?
”Britt” es demasiado común y ordinario para ella. Y demasiado familiar. Aquellas tres palabras tienen el poder de herir…
Y, en ese momento, sé que su rechazo, cuando llegue, será difícil de soportar. Ha sucedido antes, pero nunca me he sentido tan... empeñada. Ni siquiera conozco a esta chica, pero quiero conocerla, a toda ella. Tal vez es porque nunca he estado tras una mujer.
López, contrólate y sigue las reglas, de lo contrario todo esto se irá a la mierda.
—Brittany —digo, ignorando su mirada desaprobadora—. Lo que ha pasado en el ascensor… no volverá a pasar. Bueno, a menos que sea premeditado.
Eso la mantiene quieta mientras estaciono fuera de su apartamento. Antes de que pueda responderme, me bajo del auto, lo rodeo y le abro la puerta.
Mientras pone un pie en la acera, me muestra una fugaz mirada.
—A mí me ha gustado lo que ha pasado en el ascensor —dice.
¿De verdad? Su confesión me detiene en seco. Estoy placenteramente sorprendida de nuevo por la pequeña señorita Pierce. Mientras sube los escalones hacia la puerta principal, tengo apresurarme para alcanzarla.
Sam y Quinn levantan la mirada cuando entramos. Están sentados en la mesa del comedor en una habitación escasamente amoblada, adecuada para un par de estudiantes. Hay unas cuantas cajas de empacar junto a un estante. Sam parece relajado y sin prisa por irse, lo que me sorprende.
Fabray salta y me muestra nuevamente una crítica mirada mientras abraza a Britt.
¿Qué imaginó que le iba a hacer a la chica?
Sé lo que me gustaría hacerle…
Mientras Fabray la sostiene con un brazo, estoy apaciguada; quizá sí se preocupa por Britt también.
—Buenos días, Santana —dice ella, su tono frío y condescendiente.
—Señorita Fabray. —Y lo que quiero decir es algo sarcástico sobre cómo finalmente está mostrando algo de interés en su amiga, pero reprimo mi lengua.
—Santana, se llama Quinn —dice Sam con ligera irritación.
—Quinn —murmuro, para ser cortés. Sam abraza a Britt, sosteniéndola por un momento demasiado largo.
—Hola, Britt —dice, sonriendo como un idiota.
—Hola, Sam. —Ella sonríe ampliamente.
De acuerdo, esto se está volviendo insoportable.
—Sam, tenemos que irnos.
Y aparta tus manos de ella.
—Claro —dice, liberando a Britt, pero agarrando a Fabray y haciendo un indecoroso espectáculo al besarla.
Oh, por el amor de Dios.
Britt está incomoda al observarlos. No la culpo, pero, cuando se gira hacia mí, tiene una especulativa mirada entrecerrando sus ojos.
¿Qué está pensando?
—Nos vemos luego, nena —murmura Sam, babeando por Fabray.
Amigo, muestra algo de dignidad, por el amor de Dios.
Los ojos reprochadores de Britt están sobre mí y, por un momento, no sé si es por el lascivo despliegue de Sam y Quinn o…
¡¡Infiernos!! Esto es lo que ella quiere. Ser cortejada y enamorada.
Yo no soy romántica, cariño.
Un mechón de su cabello ha quedado libre y, sin pensarlo, lo pongo tras su oreja. Ella inclina su cabeza hacia mis dedos, el tierno gesto sorprendiéndome. Mi pulgar roza su suave labio inferior, que me gustaría besar de nuevo. Pero, no puedo. No hasta que tenga su consentimiento.
—Nos vemos luego, nena —susurro, y su rostro se suaviza con una sonrisa—. Pasaré a buscarte a las ocho. —Sin ganas, me doy vuelta y abro la puerta, Sam viene detrás de mí.
—Santy, necesito dormir un poco —dice Sam, tan pronto como estamos en el auto
—. Esa mujer es voraz.
—De verdad… —Mi voz gotea sarcasmo. La última cosa que quiero es un reporte paso a paso de su asignación.
—¿Qué hay de ti, pez gordo? ¿Te quitó la virginidad?
La muestro una mirada de ―jódete de reojo.
Sam se ríe.
—Santy, eres una hija de perra muy estirada. —Se pone su gorra de los Sounders sobre la cara y se acomoda en su asiento para tomar una siesta.
Subo el volumen de la música.
¡Duerme con eso, Samuel!
Sí. Envidio a mi hermano: su facilidad con las mujeres, su habilidad para dormir… y el hecho de que no es el hijo de una perra.
Sábado, 21 de Mayo de 2011
Casi dos horas más tarde, llego a la cama. Es solo poco más de la una cuarenta y cinco de la madrugada. Ella está profundamente dormida y no se ha movido de donde la dejé. Me desnudo, me pongo mis pantalones del pijama y un Brasier, y subo a su lado. Ella está en coma; es poco probable que vaya a retorcerse y tocarme. Dudo por un momento mientras la oscuridad aumenta dentro de mí, pero no sale a la superficie y sé que es porque estoy viendo la hipnótica subida y bajada de su pecho y estoy respirando en sintonía con ella. Inhalo. Exhalo. Inhalo. Exhalo. Inhalo. Exhalo. Por segundos, minutos, horas, no lo sé, la observo. Y mientras ella duerme, contemplo cada hermoso centímetro de su hermoso rostro. Sus oscuras pestañas revoloteando mientras duerme, sus labios entreabiertos por lo que incluso vislumbro sus blancos dientes. Murmura algo ininteligible y su lengua sale y lame sus labios. Es excitante, muy excitante. Finalmente caigo en un sueño profundo y sin sueños.
Está silencioso cuando abro los ojos, y estoy momentáneamente desorientada. Oh, sí. Estoy en el Heathman. El reloj junto a mi cama marca las siete cuarenta y tres de la mañana.
¿Cuándo fue la última vez que dormí hasta tan tarde?
Britt.
Poco a poco vuelvo la cabeza, y ella está dormida, frente a mí. Su hermoso rostro tranquilo en reposo.
Nunca he dormido con una mujer. He follado a muchas, pero despertarme al lado de una mujer joven y atractiva es una experiencia nueva y estimulante. Mi Vagina está de acuerdo.
Esto no va a funcionar.
De mala gana, me bajo de la cama y me cambio a mi ropa de correr. Tengo que quemar este... exceso de energía. Mientras me cambio a mi ropa deportiva no puedo recordar la última vez que he dormido tan bien.
En el salón, enciendo mi computadora portátil, reviso mi correo electrónico, y respondo a dos de Ros y otro de Andrea. Me toma un poco más de lo habitual, ya que estoy distraída sabiendo que Britt está dormida en la habitación contigua. Me pregunto cómo se sentirá cuando se despierte.
Con resaca. Oh.
En el mini bar, encuentro una botella de zumo de naranja y vacío el contenido en un vaso. Todavía está dormida cuando entro, su cabello un derroche caoba esparcido en su almohada, y las colchas se han deslizado por debajo de su cintura. Su camiseta se ha subido, dejando al descubierto su vientre y ombligo. La vista agita mi cuerpo una vez más.
Deja de estar parada aquí comiéndote con los ojos a la chica, por el amor de Dios, López.
Tengo que salir de aquí antes de que haga algo de lo que me arrepentiré. Colocando el vaso en la mesita de noche, entro al baño, encuentro dos Advil en mi kit de viaje, y las dejo junto al vaso de zumo de naranja.
Con una última mirada persistente en Brittany Pierce, la primera mujer con la que he dormido en toda mi vida, salgo a correr.
Cuando regreso de mi ejercicio, hay una bolsa en la sala de estar de una tienda que no reconozco. Doy un vistazo y veo que contiene ropa para Britt. Por lo que puedo ver, Taylor lo ha hecho bien… y todo antes de las nueve de la mañana.
El hombre es una maravilla.
Su bolso está en el sofá, donde lo dejé caer anoche, y la puerta de la habitación está cerrada, así que supongo que no se ha ido y todavía está dormida.
Es un alivio. Estudiando detenidamente el menú del servicio de habitaciones, decido pedir comida. Va a tener hambre cuando despierte, pero no tengo ni idea de lo que va a comer, por lo que en un raro momento de indulgencia ordeno un poco de todo del menú de desayuno. Me informan que tomará media hora.
Hora de despertar a la deliciosa señorita Pierce; ha dormido suficiente.
Agarrando mi toalla de entrenamiento y la bolsa de compras, llamo a la puerta y entro. Para mi deleite, está sentada en la cama. Las pastillas se han ido y también el zumo.
Buena chica.
Ella palidece mientras entro en la habitación.
Mantenlo casual López. No quieres ser acusada de secuestro.
Cierra los ojos, y supongo que es porque está avergonzada.
—Buenos días, Brittany. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor de lo que merezco —murmura, mientras pongo la bolsa en la silla. Cuando vuelve su mirada hacia mí sus ojos son increíblemente grandes y azules, y aunque su cabello es un enredado desastre… se ve impresionante.
—¿Cómo llegué hasta aquí? —pregunta, como si tuviera miedo de la respuesta.
Tranquilízala, López.
Me siento en el borde de la cama y me apego a los hechos.
—Después de que te desmayaras, no quise poner en peligro la tapicería de piel de mi auto llevándote a tu casa, así que te traje aquí.
—¿Tú me metiste en la cama?
—Sí.
—¿Volví a vomitar?
—No. —Gracias a Dios.
—¿Me quitaste la ropa?
—Sí. —¿Quién más te la habría quitado?
Se ruboriza, y al fin ella tiene un poco de color en las mejillas. Dientes perfectos muerden su labio. Suprimo un gemido.
—¿No habremos…? —susurra, mirando sus manos.
Cristo, ¿qué tipo de animal cree que soy?
—Brittany, estabas casi en coma. La necrofilia no es lo mío. —Mi tono es seco
—. Me gusta que mis mujeres estén conscientes y sean receptivas.
Se relaja con alivio, lo que hace que me pregunte si esto le ha ocurrido antes, que se haya desmayado y despertado en la cama de un extraño u extraña y descubierto que la han follado sin su consentimiento. Tal vez ese es el modus operandi del fotógrafo. El pensamiento es inquietante. Pero recuerdo su confesión de anoche… que nunca antes había estado borracha. Gracias a Dios que no ha hecho un hábito de esto.
—Lo siento mucho —dice, su voz llena de vergüenza.
Demonios. Tal vez debería tomarlo con calma con ella.
—Fue una noche muy divertida. Tardaré en olvidarla. —Espero que suene conciliador, pero su frente se frunce.
—No tenías por qué seguirme la pista con algún artilugio a lo James Bond versión femenina que estés desarrollando para vendérselo al mejor postor.
¡Caray! Ahora está molesta. ¿Por qué?
—En primer lugar, la tecnología para rastrear teléfonos celulares está disponible a través de Internet.
Bueno, la Internet Invisible…
—En segundo lugar, mi empresa no invierte en ningún aparato de vigilancia, ni los fabrica.
Mi temperamento está crispándose, pero tengo que terminar.
—Y en tercer lugar, si no hubiera ido a buscarte, seguramente te habrías despertado en la cama del fotógrafo y, si no recuerdo mal, no estabas muy entusiasmada con sus métodos para cortejarte.
Parpadea un par de veces, entonces comienza a reírse.
Se está riendo de mí otra vez.
—¿De qué crónica medieval te has escapado? Pareces una dama andante.
Ella es seductora. Me está llamando... otra vez, y su irreverencia es refrescante, muy refrescante. Sin embargo, no estoy bajo ninguna ilusión de que soy una dama de brillante armadura.
Chica, tiene una idea equivocada.
Y aunque puede que no sea a mi favor, estoy obligada a advertirle que no hay nada cortés de mí.
—No lo creo, Brittany. Una dama oscura, quizá.
Si solo ella supiera…¿y por qué estamos hablando de mí?
Cambio de tema
—. ¿Cenaste anoche?
Niega con la cabeza.
¡Lo sabía!
—Tienes que comer. Por eso te pusiste tan mal. De verdad, es la primera norma cuando bebes.
—¿Vas a seguir riñéndome?
—¿Es lo que estoy haciendo?
—Creo que sí.
—Tienes suerte de que solo te riña.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, si fueras mía, después del numerito que montaste ayer no podrías sentarte en una semana. No cenaste, te emborrachaste y te pusiste en peligro.
El miedo en mis entrañas me sorprende; tal conducta irresponsable y de riesgo
—. No quiero ni pensar en lo que podría haberte pasado.
Frunce el ceño.
—Hubiera estado bien. Estaba con Quinn.
¡Necesitaba un poco de ayuda!
—¿Y el fotógrafo? —replico.
—Noah simplemente se pasó de la raya
dice, rechazando mi preocupación y sacudiendo su enredado cabello por encima de su hombro.
—Bueno, la próxima vez que se pase de la raya, quizá alguien debería enseñarle modales.
—Eres muy partidaria de la disciplina —dice entre dientes.
—Oh, Brittany, no sabes cuánto.
Una imagen de ella encadenada a mi banca, una raíz de jengibre pelada insertada en su culo para que no pueda apretar sus nalgas, viene a mi mente, seguida por el juicioso uso de un cinturón o correa. Sí... Eso le enseñaría a no ser tan irresponsable. El pensamiento es enormemente atractivo.
Me está mirando con los ojos abiertos y aturdidos, y eso me pone incómoda. ¿Puede leer mi mente? ¿O está simplemente mirando una cara bonita?
—Voy a ducharme. ¿Sino prefieres hacerlo primero? —le digo, pero sigue boquiabierta.
Incluso con la boca abierta es bastante bonita. Es difícil resistirse a ella, y me concedo permiso para tocarla, trazando la línea de su mejilla con mi pulgar. Su respiración se queda atrapada en su garganta mientras acaricio su suave labio inferior.
—Respira, Brittany —murmuro, antes de levantarme e informarle que el desayuno estará aquí dentro de quince minutos. No dice nada, su boca inteligente en silencio por una vez.
En el baño tomo una respiración profunda, me desvisto, y salto a la ducha. Estoy medio tentada a masturbarme, pero el familiar miedo del descubrimiento y revelación, de una época anterior en mi vida, me detiene.
Elena no estaría contenta.
Los viejos hábitos.
Mientras el agua cae como cascada sobre mi cabeza pienso en mi última interacción con la desafiante señorita Pierce. Ella todavía está aquí, en mi cama, así que no puede encontrarme totalmente repulsiva. Me di cuenta por la forma en que su aliento se quedó atrapado en su garganta, y cómo su mirada me siguió alrededor de la habitación.
Sí. Hay esperanza.
¿Pero sería una buena sumisa?
Es obvio que no sabe nada de ese estilo de vida. Ni siquiera podría decir "follar" o "sexo" o lo que sea que los estudiantes universitarios librescos utilizan como eufemismo para follar en estos días. Es bastante inocente. Probablemente ha estado sometida a un par de torpes encuentros con chicas o chicos como el fotógrafo.
El pensamiento de su torpeza con alguien más me molesta.
Podría solo preguntarle si está interesada.
No. Tengo que mostrarle lo que estaría tomando en caso de que estuviera de acuerdo en una relación conmigo.
Vamos a ver cómo nos va, para bien o para mal, durante el desayuno.
Enjaguándome el jabón, estoy por debajo del agua caliente y me mantengo enfocada para la segunda ronda con Brittany Pierce. Cierro el agua y, saliendo de la ducha, agarro una toalla. Una revisión rápida en el espejo manchado de vapor y decido saltarme el depilado hoy. El desayuno estará aquí dentro de poco, y tengo hambre. Rápidamente me lavo los dientes.
Cuando abro la puerta del baño, ella está fuera de la cama y buscando sus jeans. Levanta la vista como el arquetipo de un cervatillo asustado, toda piernas largas y ojos grandes.
—Si estás buscando tus jeans, los he mandado a la lavandería. —Ella realmente tiene unas lindas piernas. No debería ocultarlas con pantalones. Sus ojos se entrecierran y creo que va a discutir conmigo, así que le digo por qué—. Estaban salpicados de vómito.
—Ah —dice.
Sí. "Ah." Ahora, ¿qué tienes que decir a eso, señorita Pierce?
—He mandado a Taylor a comprar otros y unas zapatillas de deporte. Están en esa bolsa.—Asiento con la cabeza hacia la bolsa de la compra.
Ella levanta las cejas… con sorpresa, creo.
—Bueno… Voy a ducharme—murmura, y luego en el último momento, añade—: Gracias.
Agarrando la bolsa, me esquiva, disparada hacia el baño, y cierra la puerta.
Hmm... No podía entrar en el baño lo suficientemente rápido.
Lejos de mí.
Tal vez estoy siendo demasiado optimista.
Descorazonada, me seco enérgicamente y me visto. En la sala de estar, verifico mi correo electrónico, pero no hay nada urgente. Soy interrumpida por un golpe en la puerta. Dos jovencitas han llegado con el servicio de habitaciones.
—¿Dónde quiere el desayuno, señora?
—Pónganlo sobre la mesa del comedor.
Caminando de regreso a la habitación, atrapo sus miradas furtivas, pero las ignoro y reprimo el sentimiento de culpa que siento sobre la cantidad de comida que he ordenado. Nunca nos comeremos todo.
—El desayuno está aquí —le digo y toco la puerta del baño.
—De a…acuerdo. —La voz de Britt suena un poco apagada.
De vuelta en la sala de estar, el desayuno está en la mesa. Una de las mujeres, que tiene ojos oscuros, muy oscuros, me entrega la cuenta para firmarla, y de mi cartera saco un par de billetes de veinte para ellas.
—Gracias, señoras.
—Solo tiene que llamar al servicio de habitación cuando deseé que limpiemos la mesa, señora —dice la señorita Ojos Oscuros con una mirada coqueta, como si estuviera ofreciendo más.
Mi fría sonrisa le advierte que se detenga.
Sentada a la mesa con el periódico, me sirvo un café y comienzo con mí tortilla. Mi teléfono zumba… un texto de Sam.
Quin quiere saber si Britt sigue viva.
Me río, algo apaciguada con que la llamada amiga de Britt esté pensando en ella. Es obvio que Sam no le ha dado a su polla un descanso después de todas sus protestas de ayer. Le contesto en respuesta.
Vivita y coleando ;)
Britt aparece unos momentos más tarde: el cabello mojado, con la bonita blusa azul que coincide con sus ojos. Taylor lo ha hecho bien; se ve hermosa. Escaneando la habitación, ve su bolso.
—¡Mierda, Quinn! —exclama.
—Sabe que estás aquí y que sigues viva. Le he mandado un mensaje a Sam.
Ella me da una sonrisa insegura mientras camina hacia la mesa.
—Siéntate —le digo, señalando el lugar que se ha colocado para ella. Frunce el ceño ante la cantidad de comida en la mesa, lo que solo acentúa mi culpa.
—No sabía qué te gustaba, así que pedí un poco de todo del menú de desayuno —murmuro a modo de disculpa.
—Eso es muy despilfarrador de tu parte —dice.
—Sí, lo es. —Mi culpa florece. Pero a medida que se decanta por las tortitas, sirope de arce, huevos revueltos y tocino, me perdono a mí misma. Es bueno verla comer.
—¿Té? —pregunto.
—Sí, por favor —dice entre bocado y bocado. Obviamente está hambrienta. Le paso la pequeña tetera de agua. Me da una dulce sonrisa cuando ve el té Twinings English Breakfast.
Tengo que contener el aliento ante su expresión. Y eso me pone incómoda.
Me da esperanza.
—Tu cabello está muy húmedo —observo.
—No pude encontrar el secador de cabello —dice, avergonzada.
Se va a enfermar.
—Gracias por la ropa —añade.
—Es un placer, Brittany. Este color te sienta muy bien.
Ella mira hacia abajo a sus dedos.
—¿Sabes?, realmente deberías aprender a tomar un cumplido.
Tal vez ella no consigue muchos... pero ¿por qué? Es hermosa de una manera discreta.
—Debería darte algo de dinero por la ropa.
¿Qué?
Le doy un vistazo y ella continúa rápidamente
—Ya me has regalado los libros, que no puedo aceptar, por supuesto. Pero la ropa… Por favor, déjame que te la pague.
Dulzura.
—Brittany, confía en mí, me lo puedo permitir.
—No se trata de eso. ¿Por qué tendrías que comprarme esta ropa?
—Porque puedo.—Soy un Mujer muy rica, Britt.
Sus ojos despiden un destello malicioso.
—El hecho de que puedas no implica que debas. —Su voz es suave, pero de repente me pregunto si miró a través de mí y ha visto mis deseos más oscuros—. ¿Por qué me mandaste los libros, Santana?
Porque quería verte de nuevo, y aquí estás...
—Bueno, cuando casi te atropelló el ciclista… y yo te sujetaba entre mis brazos y me mirabas diciéndome: ―Bésame, bésame, Santana…
Me detengo, recordando ese momento, su cuerpo presionado contra el mío. Mierda. Rápidamente hago caso omiso del recuerdo.
—. Bueno, creí que te debía una disculpa y una advertencia. Brittany, no soy una mujer de flores y corazones. No me interesan las historias de amor. Mis gustos son muy peculiares. Deberías mantenerte alejada de mí. Pero sin embargo hay algo en ti que me impide apartarme. Supongo que ya lo habías imaginado.
—Pues no te apartes —susurra.
¿Qué?
—No sabes lo que estás diciendo.
—Ilumíname, entonces.
Sus palabras viajan directamente a mi clítoris.
Joder.
—¿No eres célibe? —pregunta.
—No, Brittany, no soy célibe. —Y si me dejaras atarte lo probaría justo ahora.
Sus ojos se abren y sus mejillas se ruborizan.
Ah, Britt.
Tengo que mostrárselo. Es la única manera en que lo sabré.
—¿Qué planes tienes para los próximos días? —pegunto.
—Hoy trabajo, a partir del mediodía. ¿Qué hora es? —exclama asustada.
—Poco más de las diez. Tienes tiempo de sobra. ¿Y mañana?
—Quinn y yo vamos a empezar a empacar. Nos mudamos a Seattle el próximo fin de semana, y yo trabajo en Clayton’s toda esta semana.
—¿Ya tienen casa en Seattle?
—Sí.
—¿Dónde?
—No recuerdo la dirección. En el distrito de Pike Market.
—No está lejos de mi casa
¡Bien!
—. ¿Y en qué vas a trabajar en Seattle?
—He mandado solicitudes a varios sitios para hacer prácticas. Aún tienen que responderme.
—¿Y has mandado solicitud a mi compañía, como te sugerí?
—Bueno… no.
—¿Qué tiene de malo mi compañía?
—¿Tu compañía o tu compañía? —Arquea una ceja.
—¿Está riéndose de mí, señorita Pierce?—No puedo ocultar mi diversión.
Oh, sería un placer entrenar... a esta desafiante y enloquecedora mujer.
Examina su plato, mordiendo su labio.
—Me gustaría morder ese labio —susurro, porque es verdad.
Su rostro vuela al mío y se remueve en su asiento. Inclina la barbilla hacia mí, con los ojos llenos de confianza.
—¿Por qué no lo haces? —dice en voz baja.
Oh. No me tientes, bella. No puedo. Todavía no.
—Porque no voy a tocarte, Brittany… no hasta que tenga tu consentimiento por escrito.
—¿Qué significa eso? —pregunta.
—Exactamente lo que he dicho. Tengo que mostrártelo, Brittany. —
Así ya sabes en qué te estás metiendo
—. ¿A qué hora sales del trabajo esta tarde?
—A las ocho.
—Bien, podríamos ir a cenar a mi casa de Seattle esta noche o el sábado que viene, y entonces te lo explicaría para que te familiarices con los hechos. Tú decides.
—¿Por qué no puedes decírmelo ahora?
—Porque estoy disfrutando de mi desayuno y de tu compañía. Cuando lo sepas, seguramente no querrás volver a verme.
Frunce el ceño mientras procesa lo que he dicho.
—Esta noche —dice.
Caray. No tomó mucho tiempo.
—Como Eva, quieres probar cuanto antes del árbol del fruto prohibido —me burlo de ella.
—¿Está riéndose de mí, señora López? —pregunta.
La miro con los ojos entrecerrados.
Está bien, bella, tú lo pediste.
Agarro mi teléfono y pulso el número de Taylor sobre la marcación rápida. Responde casi inmediatamente.
—Sra. López.
—Taylor, voy a necesitar el Charlie Tango.
Me mira de cerca mientras hago los arreglos para traer a mi EC135 a Portland.
Voy a mostrarle lo que tengo en mente... y el resto dependerá de ella. Es posible que quiera volver a casa una vez que lo sepa. Necesitaré que Stephan, mi piloto, esté disponible para que pueda llevarla de vuelta a Portland si decide no tener nada más que ver conmigo. Espero que ese no sea el caso.
Y me doy cuenta de que estoy emocionada de que pueda llevarla a Seattle en Charlie Tango.
Será una primera vez.
—Piloto disponible desde las diez y media —confirmo con Taylor y cuelgo.
—¿La gente siempre hace lo que les dices?—pregunta, y la desaprobación en su voz es obvia. ¿Me está riñendo ahora? Su desafío es molesto.
—Suelen hacerlo si no quieren perder su trabajo. —No cuestiones cómo trato a mi personal.
—¿Y si no trabajan para ti?—añade.
—Bueno, puedo ser muy convincente, Brittany. Deberías terminarte el desayuno. Luego te llevaré a casa. Pasaré a buscarte por Clayton’s a las ocho, cuando salgas. Volaremos a Seattle.
—¿Volaremos?
—Sí. Tengo un helicóptero.
Su boca se abre, formando una pequeña o. Es un momento agradable.
—¿Iremos a Seattle en helicóptero?—susurra.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque puedo. —Sonrío. A veces es solo jodidamente genial ser yo—. Termina tu desayuno.
Parece aturdida.
—¡Come! —Mi voz es más contundente—. Brittany, no soporto tirar la comida. Come.
—No puedo comerme todo esto. —Estudia toda la comida en la mesa y me siento culpable una vez más. Sí, hay demasiada comida aquí.
—Cómete lo que hay en tu plato. Si ayer hubieras comido como es debido, no estarías aquí y yo no tendría que mostrar mis cartas tan pronto.
Demonios. Esto podría ser un gran error.
Me da una mirada de reojo mientras persigue su comida alrededor del plato con un tenedor, y su boca hace una mueca.
—¿Qué te hace tanta gracia?
Niega con la cabeza y mete el último pedazo de tortita en su boca, y trato de no reírme. Como siempre, me sorprende. Es torpe, inesperada, y encantadora. Realmente me hace querer reír, y lo que es más, de mí mismo.
—Buena chica —le digo—. Te llevaré a casa en cuanto te hayas secado el cabello. No quiero que te pongas enferma.
Necesitarás todas tus fuerzas para esta noche, para lo que tengo que mostrarte. De repente, se levanta de la mesa y tengo que detenerme para no decirle que no tiene permiso. Ella no es tu sumisa... aún, López. En el camino de regreso a la habitación, se detiene junto al sofá.
—¿Dónde dormiste anoche?—pregunta.
—En mi cama.
—Contigo.
—Oh. —Sí, para mí también ha sido toda una novedad.
—No tener… sexo. Dijo la palabra con s... y aparece el revelador sonrojo en sus mejillas.
—No.
¿Cómo puedo decirle esto, sin que suene raro? Simplemente díselo, López.
—Dormir con alguien.
Despreocupadamente, dirijo mi atención a la sección de deportes y la descripción del partido de anoche, y luego veo como desaparece en el dormitorio. No, eso no sonó extraño en absoluto. Bueno, tengo otra cita con la señorita Pierce. No, no es una cita. Necesita saber acerca de mí. Dejo escapar un largo suspiro y bebo lo que queda de mi zumo de naranja. Esto se perfila a ser un día muy interesante. Estoy contenta cuando escucho el zumbido del secador de cabello y sorprendida de que esté haciendo lo que se le ha dicho.
Mientras la espero, llamo por teléfono alvalet para que saque mi auto del garaje y compruebo su dirección una vez más en Google Maps. A continuación, le envío un texto a Andrea para que me envíe un ADC (Acuerdo de Confidencialidad) por correo electrónico; si Britt quiere que la ilumine, necesitará mantener la boca cerrada. Mi teléfono vibra. Es Ros. Mientras estoy al teléfono, Britt emerge de la habitación y agarra su bolso. Ros está hablando sobre Darfur, pero mi atención está en la señorita Pierce. Rebusca en su bolso y está contenta cuando encuentra una liga para cabello. Su cabello es hermoso. Rubio. Largo. Grueso. Ociosamente, me pregunto cómo sería trenzado. Se lo ata hacia atrás y se pone su chaqueta, luego se sienta en el sofá, esperando a que termine mi llamada.
—De acuerdo, adelante. Mantenme informada de cómo van las cosas. —Concluyo mi conversación con Ros.
Ella ha estado haciendo milagros y parece que nuestro envío de alimentos a Darfur sucederá.
—¿Estás lista?
le pregunto a Britt. Ella asiente. Agarro mi chaqueta y las llaves del agua y la sigo a la salida. Me mira a través de unas largas pestañas mientras caminamos hacia el ascensor y sus labios se curvan en una tímida sonrisa. Mis labios se retuercen en respuesta. ¿Qué diablos me está haciendo? El ascensor llega y le permito entrar primera. Presiona el botón del primer piso y las puertas se cierran. En los confines del ascensor, estoy completamente consiente de ella. Un rastro de su dulce fragancia invade mis sentidos… su respiración cambia, acelerándose un poco y ella me muestra una brillante miradita. Mierda. Se muerde el labio.
Está haciendo esto a propósito. Y por un segundo, estoy perdida en su sensual y fascinante mirada. No retrocede.
Estoy húmeda.
Instantáneamente. . .
La deseo.
Aquí.
Ahora.
En el ascensor.
—A la mierda el papeleo. —Las palabras salen de la nada y por instinto la agarro y la empujo contra la pared. Agarrando ambas manos, las sujeto por encima de su cabeza para que no pueda tocarme y, una vez que está asegurada, retuerzo mi otra mano en su cabello mientras mis labios buscan y encuentran los suyos.
Ella gime en mi boca como el llamado de una sirena y finalmente puedo saborearla: menta, té y suaves cerezas. Sabe tan bien como se ve. Me recuerda a una época de abundancia. Dios mío. Estoy anhelándola. Agarro su barbilla, profundizando el beso, y su lengua toca tentativamente la mía… explorando. Considerando. Sintiendo. Besándome de vuelta.
Oh, Dios de los cielos.
—Eres… tan… dulce —murmuro contra sus labios, completamente intoxicada, embriagada por su sabor y aroma.
El ascensor se detiene y las puertas empiezan a abrirse.
Maldita sea, tranquilízate, López.
Me aparto de ella y me alejo de su alcance.
Está respirando con dificultad.
Igual que yo.
¿Cuándo fue la última vez que perdí el control?
Tres hombres con trajes de negocios nos muestran miradas cómplices mientras se nos unen.
Y yo miro fijamente el cartel que está por encima de los botones del ascensor, advirtiendo sobre un sensual fin de semana en el Heathman. Miro a Britt y exhalo.
Ella sonríe.
Y mis labios se retuercen una vez más.
¿Qué mierda me ha hecho?
El ascensor se detiene en el segundo piso y los tipos salen, dejándome solo con la señorita Pierce.
—Te has lavado los dientes —observo con irónica diversión.
—utilicé tu cepillo —dice, sus ojos brillando.
Por supuesto que sí… y, por alguna razón, encuentro esto placentero, demasiado placentero. Reprimo mi sonrisa.
—Ay, Brittany Pierce, ¿qué voy a hacer contigo? —Tomo su mano cuando las puertas del ascensor se abren en el primer piso y murmuro bajo mi aliento—. ¿Qué tendrán los ascensores? —Ella me muestra una cómplice sonrisa mientras caminamos por el pulido mármol del vestíbulo.
El auto está esperando en una de las bahías frente al hotel; el valet está caminando impacientemente. Le doy una obscena propina y abro la puerta del pasajero para Britt, quien está callada y pensativa.
Pero no ha huido.
Incluso aunque me lancé sobre ella en el ascensor.
Debería decir algo sobre lo que pasó ahí pero, ¿qué?
¿Lo siento?
¿Cómo estuvo para ti?
¿Qué diablos estás haciendo conmigo?
Enciendo el auto y decido que entre menos diga, mejor. El sonido tranquilizador del ―Dúo de las flores‖ de Delibes llena el auto y empiezo a relajarme.
—¿Qué es lo que suena? —pregunta Britt mientras yo giro hacia la calle Jefferson Southwest. Le digo y le pregunto si le gusta.
—Santana, es precioso.
Escuchar mi nombre en sus labios es un placer extraño. Lo ha dicho cerca de media docena de veces ya y cada vez es diferente. Hoy, es con maravilla, por la música. Es genial que le guste la canción: es una de mis favoritas. Me encuentro a mí misma sonriendo; obviamente me ha disculpado por el ataque en el ascensor.
—¿Puedes volver a ponerlo?
—Claro. —Presiono la pantalla táctil para repetir la música.
—¿Te gusta la música clásica? —pregunta mientras cruzamos el Puente Freemont, y caemos en una relajada conversación sobre mis gustos musicales. Mientras hablamos, recibo una llamada por el manos libres.
—López —respondo.
—Sra. López, soy Welch. Tengo la información que pidió. —Oh, sí, detalles sobre el fotógrafo.
—Bien. Mándemela por correo electrónico. ¿Algo más?
—Nada más, señora.
Presiono el botón y la música regresa. Ambas escuchamos, ahora perdidas en el crudo sonido de Kings of Leon. Pero no dura mucho, nuestro placer de escucha es trastornado una vez más por el manos libres.
¿Qué demonios?
—López —espeto.
—Le han mandado por correo electrónico el acuerdo de confidencialidad, Sra. López.
—Bien. Eso es todo, Andrea.
—Que tenga un buen día, señora.
Disparo una mirada a Britt, para ver si ha prestado atención a esa conversación, pero está estudiando el escenario de Portland. Sospecho que está siendo cortés. Es difícil mantener mis ojos sobre el camino. Quiero mirarla a ella. A pesar de su torpeza, tiene un hermoso cuello, uno que quiero besar desde la parte baja de su oreja hacia su hombro.
Infiernos. Me muevo en mi asiento. Espero que esté de acuerdo en firmar el acuerdo de confidencialidad y aceptar lo que tengo para ofrecer.
Cuando llegamos a la quinta interestatal, recibo otra llamada.
Es Sam.
—Hola, Santana. ¿Has echado un polvo?
Oh… genial, amigo, genial.
—Hola, Sam… estoy con el manos libres y no voy sola en el auto.
—¿Quién va contigo?
—Brittany Pierce.
—¡Hola, Britt!
—Hola, Sam —dice, animada.
—Me han hablado mucho de ti —dice Sam.
Mierda. ¿Qué le han dicho?
—No te creas una palabra de lo que te cuente Quinn —responde ella con naturalidad.
Sam se ríe.
—Estoy llevando a Brittany a su casa. ¿Quieres que te recoja? —interrumpo.
No hay duda de que Sam querrá hacer una salida rápida.
—Claro.
—Hasta ahora. —Cuelgo.
—¿Por qué te empeñas en llamarme Brittany? —pregunta.
—Porque es tu nombre.
—Prefiero Britt.
—¿De verdad?
”Britt” es demasiado común y ordinario para ella. Y demasiado familiar. Aquellas tres palabras tienen el poder de herir…
Y, en ese momento, sé que su rechazo, cuando llegue, será difícil de soportar. Ha sucedido antes, pero nunca me he sentido tan... empeñada. Ni siquiera conozco a esta chica, pero quiero conocerla, a toda ella. Tal vez es porque nunca he estado tras una mujer.
López, contrólate y sigue las reglas, de lo contrario todo esto se irá a la mierda.
—Brittany —digo, ignorando su mirada desaprobadora—. Lo que ha pasado en el ascensor… no volverá a pasar. Bueno, a menos que sea premeditado.
Eso la mantiene quieta mientras estaciono fuera de su apartamento. Antes de que pueda responderme, me bajo del auto, lo rodeo y le abro la puerta.
Mientras pone un pie en la acera, me muestra una fugaz mirada.
—A mí me ha gustado lo que ha pasado en el ascensor —dice.
¿De verdad? Su confesión me detiene en seco. Estoy placenteramente sorprendida de nuevo por la pequeña señorita Pierce. Mientras sube los escalones hacia la puerta principal, tengo apresurarme para alcanzarla.
Sam y Quinn levantan la mirada cuando entramos. Están sentados en la mesa del comedor en una habitación escasamente amoblada, adecuada para un par de estudiantes. Hay unas cuantas cajas de empacar junto a un estante. Sam parece relajado y sin prisa por irse, lo que me sorprende.
Fabray salta y me muestra nuevamente una crítica mirada mientras abraza a Britt.
¿Qué imaginó que le iba a hacer a la chica?
Sé lo que me gustaría hacerle…
Mientras Fabray la sostiene con un brazo, estoy apaciguada; quizá sí se preocupa por Britt también.
—Buenos días, Santana —dice ella, su tono frío y condescendiente.
—Señorita Fabray. —Y lo que quiero decir es algo sarcástico sobre cómo finalmente está mostrando algo de interés en su amiga, pero reprimo mi lengua.
—Santana, se llama Quinn —dice Sam con ligera irritación.
—Quinn —murmuro, para ser cortés. Sam abraza a Britt, sosteniéndola por un momento demasiado largo.
—Hola, Britt —dice, sonriendo como un idiota.
—Hola, Sam. —Ella sonríe ampliamente.
De acuerdo, esto se está volviendo insoportable.
—Sam, tenemos que irnos.
Y aparta tus manos de ella.
—Claro —dice, liberando a Britt, pero agarrando a Fabray y haciendo un indecoroso espectáculo al besarla.
Oh, por el amor de Dios.
Britt está incomoda al observarlos. No la culpo, pero, cuando se gira hacia mí, tiene una especulativa mirada entrecerrando sus ojos.
¿Qué está pensando?
—Nos vemos luego, nena —murmura Sam, babeando por Fabray.
Amigo, muestra algo de dignidad, por el amor de Dios.
Los ojos reprochadores de Britt están sobre mí y, por un momento, no sé si es por el lascivo despliegue de Sam y Quinn o…
¡¡Infiernos!! Esto es lo que ella quiere. Ser cortejada y enamorada.
Yo no soy romántica, cariño.
Un mechón de su cabello ha quedado libre y, sin pensarlo, lo pongo tras su oreja. Ella inclina su cabeza hacia mis dedos, el tierno gesto sorprendiéndome. Mi pulgar roza su suave labio inferior, que me gustaría besar de nuevo. Pero, no puedo. No hasta que tenga su consentimiento.
—Nos vemos luego, nena —susurro, y su rostro se suaviza con una sonrisa—. Pasaré a buscarte a las ocho. —Sin ganas, me doy vuelta y abro la puerta, Sam viene detrás de mí.
—Santy, necesito dormir un poco —dice Sam, tan pronto como estamos en el auto
—. Esa mujer es voraz.
—De verdad… —Mi voz gotea sarcasmo. La última cosa que quiero es un reporte paso a paso de su asignación.
—¿Qué hay de ti, pez gordo? ¿Te quitó la virginidad?
La muestro una mirada de ―jódete de reojo.
Sam se ríe.
—Santy, eres una hija de perra muy estirada. —Se pone su gorra de los Sounders sobre la cara y se acomoda en su asiento para tomar una siesta.
Subo el volumen de la música.
¡Duerme con eso, Samuel!
Sí. Envidio a mi hermano: su facilidad con las mujeres, su habilidad para dormir… y el hecho de que no es el hijo de una perra.
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Lun Mar 14, 2022 3:20 pm por Laidy T
» Busco fanfic brittana
Lun Feb 28, 2022 10:01 pm por lana66
» Busco fanfic
Sáb Nov 21, 2020 2:14 pm por LaChicken
» [Resuelto]Brittana: (Adaptación) El Oscuro Juego de SATANÁS... (Gp Santana) Cap. 7 Cont. Cap. 8
Jue Sep 17, 2020 12:07 am por gaby1604
» [Resuelto]FanFic Brittana: La Esposa del Vecino (Adaptada) Epílogo
Mar Sep 08, 2020 9:19 am por Isabella28
» Brittana: Destino o Accidente (GP Santana) Actualizado 17-07-2017
Dom Sep 06, 2020 10:27 am por Isabella28
» [Resuelto]Mándame al Infierno pero Besame (adaptación) Gp Santana Cap. 18 y Epilogo
Vie Sep 04, 2020 12:54 am por gaby1604
» Fic Brittana----Más aya de lo normal----(segunda parte)
Mar Ago 25, 2020 7:50 pm por atrizz1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Wallbanger 3 Last Call (Adaptada) Epílogo
Lun Ago 03, 2020 5:10 pm por marthagr81@yahoo.es
» Que pasó con Naya?
Miér Jul 22, 2020 6:54 pm por marthagr81@yahoo.es
» [Resuelto]FanFic Brittana: Medianoche V (Adaptada) Cap 31
Jue Jul 16, 2020 7:16 am por marthagr81@yahoo.es
» No abandonen
Miér Jun 17, 2020 3:17 pm por Faith2303
» FanFic Brittana: " Glimpse " Epilogo
Vie Abr 17, 2020 12:26 am por Faith2303
» FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Lun Ene 20, 2020 1:47 pm por thalia danyeli
» Brittana, cafe para dos- Capitulo 16
Dom Oct 06, 2019 8:40 am por mystic
» brittana. amor y hierro capitulo 10
Miér Sep 25, 2019 9:29 am por mystic
» holaaa,he vuelto
Jue Ago 08, 2019 4:33 am por monica.santander
» [Resuelto]FanFic Brittana: Wallbanger 3 Last Call (Adaptada) Epílogo
Miér Mayo 08, 2019 9:25 pm por 23l1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Comportamiento (Adaptada) Epílogo
Miér Abr 10, 2019 9:29 pm por 23l1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Justicia V (Adaptada) Epílogo
Lun Abr 08, 2019 8:29 pm por 23l1