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ALGO CONTIGO - Brittana: Algo Contigo  (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN - Página 3 Primer15
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Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ene 22, 2016 7:11 am

Capítulo 33
Tras un tedioso día de espera sin noticias de Britt, subí a mi cuarto y me senté en la cama a llorar como una niña. Todos insistían en que debía comer y reír, pues ya había pasado lo malo, pero yo solo podría estar mejor en brazos de la mujer  a la que amaba con todo mi ser.
Necesitaba que me abrazara, que me transmitiera su fuerza. Llevábamos tanto tiempo sin tocarnos que echaba de menos su olor y su sabor. Un infierno había caído sobre nosotros desde la última vez que habíamos estado juntas amándonos, y mi cuerpo, exigente, anhelaba recibir sus atenciones a cada momento del día. Deseaba sus caricias, tiernas y sensibles, sus besos exigentes y posesivos, su cuerpo dominante sometiendo al mío y llevándolo al extremo más placentero que jamás había sentido.

Cerré los ojos complacida y me dejé llevar por el sueño.
“Aquellas grandes manos presionaron mis hombros con la fuerza justa para hacerme suspirar de placer. Estaba tensa y dolorida, pero ella sabía tocar los puntos exactos para relajarme.
―Oh, Dios, qué bien ―murmuré disfrutando de su tacto maestro en mi cuello.
Mientras una mano continuaba ejerciendo su hipnótico movimiento, la otra se aventuró hacia abajo por mi pecho hasta encontrar lo que andaba buscando. Asomando sobre el agua, como puntas de iceberg, estaban mis dos pezones erectos y necesitados de las caricias de aquellos  dedos.
Me humedecí los labios, anticipándome al maravilloso roce, y gemí cuando sentí el suave toque de la yema de su dedo índice. Un estallido de placer recorrió mi cuerpo y me incitó a arquear la espalda para sentir más fuerte su calor.
Ella rió divertida y jugueteó con el duro botón, tentándolo una y otra vez hasta hacerlo endurecer todavía más. Pellizcó levemente, haciéndolo rodar entre sus dedos y enviando miles de millones de señales eléctricas a todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo. Me arqueé de nuevo, más exigente. La mano que masajeaba mi cuello cesó el movimiento y siguió el camino de la otra llegando hasta el olvidado pezón de mi otro pecho. La tortura comenzó de nuevo y otra oleada de placenteras sensaciones viajó de los pies a la cabeza, dejándome laxa y floja pero deseosa de más, de mucho más.
―Por favor… ―rogué removiéndome en el agua de la bañera y derramándola por los costados.
El cálido aliento de su boca me rozaba la oreja y su lengua, juguetona, lamía el lóbulo excitando mis sentidos hasta hacerme enloquecer. ―Dime qué quieres que haga ahora ―me susurró sensualmente como solía hacer cuando hacíamos el amor salvajemente.
―Bésame ―le pedí, ávida de saborear su lengua en mi boca.
―No, aún no. Primero dime qué quieres que te haga. Sé lo que deseas pero quiero que me lo pidas.
―Tócame. Entre las piernas ―dije sofocada. La escuché gemir al recibir mi petición y de inmediato una de sus manos se encaminó por mi vientre hasta mi pubis, bajo el agua, que ya comenzaba a estar más templada que caliente.
Su mano alcanzó la maraña de rizos mojados entre las piernas y, sin necesidad de pedirlo, su dedo buscó mi hinchado clítoris deseoso de ser frotado y acariciado.
Alcé las caderas un poco más, provocando una nueva oleada de agua y las risas de mi amante, que no dudó en buscar a tientas el tapón y tirar de él para dejar salir el resto del agua.
―Necesito verte, quiero ver como retuerces las caderas cuando te lleve al cielo ―dijo con la voz enronquecida por el deseo. Luego introdujo dos dedos en mi coño embistiendo bruscamente y haciéndome gritar, pero antes de que pudiera empezar con mis caderas un ritmo placentero que me aliviara la quemazón que sentía por dentro, susurró algo que no entendí, su mano se detuvo y salió de mi cuerpo
―¡No! ―exclamé frustrada abriendo los ojos.”


Me sorprendí al ver la bañera vacía. Había estado soñando dentro del agua, pero esa última parte era cierta: el tapón ya no estaba y no quedaba agua.
Suspiré con pesar. Tendría que irme a la cama, excitada y sola. Me incorporé en la bañera, preparada para salir, cuando escuché un ruido en la habitación.
Rápidamente y con todo el silencio que me fue posible, me refugié en el albornoz y me escondí detrás de la puerta que se encontraba entreabierta. No tenía nada con lo que defenderme, por lo que mi única posibilidad era esperar a ver quién era y escapar cuando fuera el momento oportuno. “Como si yo supiera cuál es el momento oportuno”, me dije temblando, aterrada.
Escuché pisadas que se acercaban al baño y contuve el aire en mis pulmones. La puerta se abrió un poco más y una silueta con una toalla envuelta en la cintura entró.
―¿Santana? ―susurró aquella voz que había estado oyendo en mi sueño erótico hacía solo unos minutos. No podía ser cierto.
―¡Britt! ―grité saliendo de detrás de la puerta.
Me tiré en sus brazos antes de que ella pudiera reaccionar. Sentí como el peso de mi cuerpo la desequilibraba y sus pies resbalaban en el agua que había desparramada por el piso. Sus brazos me rodearon antes de caer al suelo y amortiguar la caída.
―¡Joder! ―exclamó al dar con el culo en la dura superficie y exhalar todo el aire de sus pulmones cuando el peso de mi cuerpo la aplastó irremediablemente―.
¡Mierda! ¡San! ¿Estás bien?
Me eché a reír entre lágrimas. Casi nos rompemos la cabeza en el suelo del cuarto de baño, pero a mí ya nada me importaba. Britt había regresado, me había dado un susto de muerte, pero estaba en casa y eso era lo más importante para mí.
Comenzó a reír ella también y cuanto más intentaba moverme, más resbalaba y más reíamos las dos.
―Vamos, apóyate en mí y ponte de pie ―logró decir por fin.
Cuando se incorporó, la toalla se deslizó a un lado y su grueso miembro quedó a la vista. Mis ojos se quedaron fijos en los suyos; ya no reíamos ninguno de los dos.
Otro sentimiento mucho más primitivo y necesario recorrió nuestras venas encendiendo una pasión para nada dormida.
― Te deseo ―dijo con la voz enronquecida. Se puso en pie y se acercó despacio a mí―. Ahora ―ordenó duramente, abriendo mi albornoz tras aquella palabra.
Me arrinconó contra los azulejos de la pared y el frío en la espalda me produjo un placer indescriptible. Levantó mis manos por encima de la cabeza y las mantuvo ahí mientras mordía mi hombro, mi mandíbula, mis labios y mi lengua, que lo buscaba salvaje. Tocó mi cuerpo desnudo con violencia, pellizcando mis pechos, arañando mis costillas, masajeando duramente mis nalgas.
Enrosqué mis piernas alrededor de su cintura y me penetró con fuerza en una única embestida. Eché la cabeza hacia atrás y gemí con los ojos cerrados, saboreando aquel maravilloso momento, sintiendo su grandeza dentro de mí, pulsante y desesperada.
―Mírame, Santana. Mírame, mírame ―musitó empezando a moverse lentamente, dentro y fuera, con una cadenciosa calma que me estaba poniendo de los nervios.
―Así no, más rápido, por favor ―susurré en su oído, mordiéndole el lóbulo de la oreja con fuerza. Necesitaba aquel desahogo que solo ella me podía proporcionar―.
Más rápido, Britt, más duro. Lo necesito, por favor.
No hizo falta que se lo repitiera dos veces. Sus embestidas delicadas se convirtieron en movimientos bruscos y acelerados. Grité una y otra vez mientras me follaba como una animal en celo. Arañé su espalda, pegándola a mí para que entrara más adentro. Agarró mis muslos clavando sus dedos y me abrió más las piernas, apoyando todo mi peso contra la pared. Le mordí el hombro con fiereza, dejándome llevar por el frenesí que sentía. Mis uñas rasgaron la piel de su espalda como si fuera una salvaje. Sus caderas empezaron a girar a un lado y a otro, ensanchándome más y más. Y cuando alcancé el orgasmo mi cuerpo se sacudió como si me hubiera poseído un demonio. Oleadas de placer fueron llegando al mismísimo centro de mi ser, haciéndome estremecer, arrancándome chillidos y lágrimas.
Nos devoramos la boca mientras íbamos hacia la cama andando cuidadosamente para no resbalar. Me arrinconaba en cada esquina de la enorme habitación, tocándome, acariciándome sensualmente, tentándome con sus dedos.
Me acostó de espaldas en la cama. Sus fosas nasales se abrieron y cerraron percibiendo el aroma de mi feminidad y del sexo, sus ojos azules brillaron más que nunca, poseídos por aquel primitivo sentimiento que nos dominaba cuando estábamos juntas.
―Eres una diosa ―dijo acariciándose lentamente su miembro bajo mi atenta mirada. Me excitaba tanto verla masturbarse que empecé a notar como los inicios de otro maravilloso orgasmo se encendían en lo más profundo de mi cuerpo.
Bajé mi mano hasta mi vulva y la acaricié lentamente, jugando con mi clítoris, recogiendo los vestigios de nuestro anterior encuentro con los dedos. Mis jugos se derramaban ya por mis muslos y Britt no dudó en recogerlos con su mano para llevárselos a la boca.
Dios mío, aquello era tan sexual, tan excitante, que no pude evitar dejarme ir en cuestión de segundos. Pero ella continuó con su mirada fija en mi mano, dándose placer y relamiendo sus labios.
―Te necesito. Ábrete para mí.
Hice lo que me pidió sintiendo la excitación palpitando en mi sexo. Con la espalda sobre el colchón, los pies al borde de la cama y las rodillas totalmente flexionadas, me abrí a ella. Estaba deseando sentir su glorioso grosor ensanchando las paredes de mi vagina. Pero antes de eso, Britt se dedicó a tentarme un rato.
―Me encanta cuando estás tan dispuesta como ahora ―dijo pasando un dedo suavemente desde el culo hasta el clítoris, donde hizo cadenciosos círculos que me enviaron miles de punzadas por todo el cuerpo.Cuando por fin se dejó caer a un lado de la cama, ambas resollábamos sudorosos. Me cubrió con la sábana y nos acurrucamos la una contra la otra, descansando mi cabeza contra el hueco de su hombro.
―¿Cuándo has vuelto? ―pregunté soñolienta.
―Hace unas horas. Subí y te encontré dormida en la bañera. No pude resistir la tentación de tocarte y pensé que estabas despierta cuando empezaste a gemir.
―Solo soñaba ―dije exhausta. Bostecé y me cobijé más contra ella.
―Te he echado tanto de menos ―murmuró con desesperación―. Creí que jamás podría volver decirte cuánto te amo.
―Shhhh, ahora ya ha pasado ―dije intentando sonar convincente. Había pasado tanto miedo, que controlarlo no estaba siendo fácil. Pero en aquellos momentos a britt le hacía falta mi fortaleza y no podía venirme abajo.

A la mañana siguiente cuando desperté, Britt salía desnuda del cuarto de baño. Su sola visión provocó un instantáneo humedecimiento entre mis piernas y un estremecimiento de excitación me barrió la espalda. Era la mujer más impresionante que había visto jamás.
―¿Ves algo que te guste? ―preguntó percatándose de mi lasciva mirada sobre sus atributos. Sacó unos bóxer de su bolsa y se los puso lentamente, contemplando mi sonrisa.
―Vuelve a la cama. Estoy harta de despertarme sola. Además, tenemos que hablar. ―Su mirada divertida se tornó seria de repente. Había muchas cosas que todavía debían ser explicadas. Yo quería saberlas todas. Y ella lo sabía―. ¿Cómo acabó todo? Quiero saberlo.
Britt pasó las manos por su pelo y suspiró derrotada. Revivir la historia no era lo que tenía pensado para aquella mañana, pero sabía que mi curiosidad era más fuerte que mi deseo en esos momentos y no aguantaría sin conocer algunas respuestas.
―Lo pillamos cuando intentaba escapar en un helicóptero. No fue agradable.
―¿Y Reinaldo?
―Scott lo encontró cuando regresaba de dejarte en el jeep. ―Omitía los detalles a propósito. No me contaría con pelos y señales todo cuanto ocurrió y, la verdad, tampoco quería saberlo.
―Quiero saber lo de Madeleine ―dije imperante, sabiendo que era un tema delicado. Hablábamos del asesinato de su padre a manos de su… ¿madre? Qué duro se me hacía pensar aquello. “Ella es su madre”.
―Ya me lo imaginaba ―dijo pasando su mano por mi mejilla cariñosamente―. Volví a la comisaría después de que te marcharas. Sabía que había cosas que no me había contado, pero no esperé que aquello fuera a salir de su boca. Envenenó a mi padre durante meses. Disolvía veneno en la licorera hasta que él consumió lo suficiente
una noche como para matarlo. Noa la pilló una noche y desde entonces la estaba chantajeando. En realidad, se chantajeaban mutuamente porque Madeleine sabía que Noa tenía las contraseñas de Baster y conocía cuál era su cometido. Ambas tenían un objetivo común: acabar con HP y conmigo.

Después de unos minutos de silencio, me instó a que preguntara más cosas que tuviera necesidad de saber.
―¿Quién dejó la bolsa de deporte en mi habitación?
―¿Qué bolsa?
―Alguien dejó una bolsa de loneta negra en mi habitación con un chaleco y una máscara anti gas. Había una nota que decía que me protegiera en el baño de inmediato.
Lo hice enseguida y entonces estalló el dormitorio. Cuando volví a salir había un agujero en la pared ―le expliqué ante su sorprendida mirada.
―Debieron ser los de la DEA. Mientras nosotros barríamos la casa, ellos recogieron todas las pruebas que necesitaban en el sótano, donde tenían un arsenal de armas y un pequeño laboratorio de drogas.
―¡Joder! ¿La DEA? ¿Y cómo sabía la DEA que yo estaba en esa habitación y que estaba en peligro? ―pregunté desconcertada por el giro de la historia.
―No lo sé, pero pronto tendré oportunidad de averiguarlo. En cuanto regresemos a casa.
―¿Y me lo contarás luego? ―Sabía que solo podría hacerlo si no violaba ninguna ley, cosa harto difícil tratándose de aquel tema. Asumí que no tendría respuestas
pronto.
―Hay una cosa que igual sí te interesa saber. Es en referencia a tu ex marido. ―Me miró esperando alguna reacción que no llegó. Levanté las cejas a la espera de la información―. Samuel tenía un listado de gente con la que ya no pretendía contar. El último nombre de ese listado era el de Sam. Estaba tachado, como los del resto,
todos muertos.
―¡Oh! No sé cómo sentirme ante esto… ―dije mirando al vacío, reviviendo algunos momentos de nuestra vida en común.
―No quiere decir que esté muerto, pero creemos que es posible. También hemos encontrado en el despacho pruebas que sugieren que el incendio de la academia de
Rachel estuvo orquestado por él. Buscaban los papeles, tenerlos o destruirlos.
―¡Hijos de puta! ―grité furiosa pensando en lo que podría haber sucedido de no haber llegado Britt a tiempo. Me llevé la almohada a la cara para gritar de
frustración.
―Pagarán por todo, te lo aseguro ―dijo acercándose más a mí.
Me puso en pie y me abrazó tan cálidamente, que sentí las lágrimas escociéndome los ojos. Luego nos besamos sin prisa, jugando con nuestras lenguas,
saboreándonos lentamente, avivando una llama que no dejaría de arder nunca.
―Yo te protegeré siempre, mi vida. Siempre.
***
Salimos a dar un paseo por el centro de La Habana para desintoxicarnos del ambiente enrarecido que había en la casa. Y mentiría si dijera que disfruté de él. El teléfono de Britt no dejó de sonar. Eran llamadas cortas, sin apenas conversación, que poco a poco fueron levantando un muro de piedra alrededor del bello rostro de mi futura esposa.
Su actitud no invitaba a preguntar y, conociéndola como lo conocía, mis preguntas caerían en saco roto y le encerrarían más en sí misma.


En casa no había nadie cuando regresamos. Nos mantuvimos en silencio durante el día y, al llegar la noche, Britt continuaba ausente y taciturna.
―¿Qué sucede? ―pregunté desesperada por saber.
Se quedó mirándome un rato, probablemente calibrando la magnitud de mi interés, la gravedad del problema y la capacidad de respuesta que tenía sabiendo que, cada vez más, podía mentirme menos.
―¿Por qué lo preguntas? ―dijo restándole importancia. Se sentó en la cama para ponerse los zapatos y eludió mi mirada fija en la suya.
―No creo que tenga que explicártelo. Estás enfadada, estoy segura de que algo no va bien y ni siquiera te has acercado a mí a pesar de estar solas en la casa.

―Voy a dejar el grupo de operaciones ―dijo en voz baja. Me miraba con los ojos brillantes, a la espera de que sus palabras entraran por mis oídos y se asentaran en el lóbulo del cerebro que debía procesarlas.
Cuando la información me llegó, me quedé en silencio, con la respiración trabajosa. No sabía si había escuchado bien.
―¿Qué?
―Voy a dejar el grupo de operaciones ―repitió en el mismo tono calmado, pero esta vez apartó la mirada―. Mi solicitud para dejar el grupo ha sido aprobada por el mando superior.
―Pero ¿tú quieres dejar el grupo? ―pregunté asombrada.
―¡No! ¡Claro que no! ―respondió pasándose las manos por el pelo, nerviosa, abatida, triste.
―Entonces ¿por qué lo haces? Yo no te lo he pedido. Nunca he insinuado que debieras hacerlo. Jamás te pediría algo así.
―Lo sé. Pero ya no puedo irme sin saber si volveré. Ahora hay cosas más importantes en mi vida que la seguridad de mi país. Podrían acusarme de anti patriotismo, pero es lo que siento. No estoy dispuesto a arriesgar mi vida y la de mi familia. Me duele tener que dejar todo lo que he sido, pero es peor el dolor cuando pienso en lo que ha sucedido estos días y lo que podría haber pasado. Te quiero, y quiero ser una madre para nuestros hijos ―dijo acercándose hasta quedar delante de mí. Puso sus manos en mi vientre y lo acarició con cariño―. Ahora sois lo más importante. ―La voz se le quebró y vi lágrimas asomando en sus ojos.
El pecho se me llenó de orgullo y amor por aquella mujer. Jamás amaría a nadie como lo amaba a ella.
―Todo saldrá bien.__
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ene 22, 2016 7:53 am

Capítulo 34
Britt se había negado en un primer momento a aceptar la invitación para cenar con Jesús Sánchez. Algo había pasado entre ellos dos, algo grave, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a contar nada. Y yo, dadas las circunstancias, prefería no insistir.
Saludamos a nuestros anfitriones cuando llegamos al restaurante. María estaba rejuvenecida, con un brillo en la mirada que transmitía felicidad. Por el contrario, su marido se mostraba sombrío y distante.
―¿A quién esperamos? ―dije cogiendo la mano de Britt cuando tomamos asiento. La mesa estaba servida para seis personas.
Los Sánchez se miraron entre ellos pero no dijeron nada. Levanté las cejas interrogante y María sonrió tímidamente.
―Llegarán enseguida ―contestó sin dejar de sonreír.
Una sensación de alarma se apoderó de mi pecho y, sin querer, apreté los dedos de Britt llamando su atención.
―¿Qué sucede? ―me susurró. Su mano acarició mi mejilla y cerré los ojos disfrutando de su tacto. Era embriagadora aquella forma suya de acariciarme―. ¿Estás bien? ―preguntó a escasos milímetros de mis labios. Asentí y sonreí levemente―. Te amo ―murmuró pasando su dedo pulgar por mis labios. Luego me besó tan pausadamente, con tanta dedicación, que deseé estar de vuelta en la habitación de casa de los Sánchez.
―¡Por Dios Santo, Britt! Si la sigues besando así la vas a consumir ―dijo la poderosa voz de Robert Preston a la vez que le daba una fuerte palmada en la espalda.
La mirada sonriente de Susan Alexandra se cruzó con la mía, avergonzada, y me guiñó un ojo.
―¡Mamá! ¡Preston! ¿Qué hacéis vosotros aquí? ―dijo Britt realmente sorprendida. No se mostró muy alegre con el reencuentro. De hecho, la mirada que le dirigió a Jesús Sánchez fue asesina.
―Jesús nos sugirió que viniéramos a pasar unos días a La Habana mientras estáis aquí y, bueno, aquí estamos. Además, estábamos preocupados ―dijo Susan.
―Estamos bien. Todo ha pasado ya ―intervine agradecida.
Cenamos en un ambiente distendido pero algo tenso por la relación entre Britt y Sánchez. A nadie le pasó inadvertida la creciente animadversión que había entre ellos, aunque todos decidimos ignorar los motivos. Cuando terminamos de cenar y la conversación perdió fuelle, Jesús miró a Britt fijamente y se dirigió a los Preston.
―Susan , Robert, creo que Britt debería contaros algunas cosas ―dijo enfureciendo a Britt.
―No es el momento ―musitó ésta apretando los dientes.
―Es tan bueno como cualquier otro.
―¡Pues díselo tú! ―exclamó Britt incapaz de aguantar más y llamando la atención de algunos comensales del restaurante―. ¡Hazlo! ¡Al menos así limpiarás tu conciencia!
―¡Britt! ―exclamé.
Un pesado silencio se extendió por el restaurante. Alexandra y Preston, con los ojos muy abiertos, miraban a unos y a otros buscando una explicación sensata a toda aquella tensión.
De pronto recordé fragmentos de conversaciones. María sabía quién era Sael. Había oído a su marido hablar sobre el tema hacía meses. ¿Cómo era posible? Yo viví el encuentro entre Britt y Samuel, vi la reacción de Britt y escuché la pulla que su hermano le lanzó. “Oh, vamos, Britt, pensé que Sánchez ya te lo habría contado”. Un fuerte dolor de cabeza empezó a fraguarse encima de mis ojos. Aquello no podía acabar bien.
―¿Qué sucede? ―preguntó Preston alarmado. El rostro blanco como la nieve de Susan perdió la felicidad que había traído consigo desde Londres.
―El tipo al que detuvimos… ―Britt hizo una pausa, cogiendo aire―, es Samuel.
Miradas de sorpresa precedieron a otras más incrédulas. La información tardó en ser asimilada, pero cuando lo hizo, golpeó tan fuerte que causó estragos.
―¡Samuel murió! ―exclamó Susa.
―No, madre, no murió. Eso fue lo que quiso que creyéramos ―dijo cogiendo la mano de Susan, que mantenía la vista fija en algún punto perdido en su regazo―. Te estoy diciendo la verdad.
―¿Desde cuándo lo sabes? ―preguntó fríamente, levantando la cabeza y mirándolo con algo muy parecido al odio.
Britt retó a Sánchez con su intensa mirada y lo obligó a desviar la suya, arrepentido de su equivocada decisión de ocultar algo tan valioso como aquella información.
―Eso es mejor que se lo preguntéis a él ―dijo haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Sánchez.
Todos quedamos de nuevo en silencio, esperando que el aludido dijera alguna cosa, pero él negó con la cabeza. Después de unos minutos Susan se puso en pie y se colocó la chaqueta.
―¿Dónde está? ―preguntó mirando a Jesús Sánchez. Preston se levantó como para ayudarla pero ella no dejó que la tocara.
―En La Villa2
, hasta que lo juzguen ―respondió Sánchez.
―Estoy segura de que mañana podrás arreglarlo para que pueda verlo a primera hora. Si es mi hijo, es justo que le diga algunas cosas.
―No sé si será posible… ―contestó el aludido.
―Haz que lo sea.
***
Los gritos llegaban hasta nuestra habitación y se colaron en mis sueños interrumpiéndolos de manera estrepitosa. Levanté la cabeza intentando escuchar con más
claridad de dónde salían y vi que Britt no estaba en la cama a mi lado.
Reconocí su voz al instante y, temiéndome lo peor, me puse una bata por encima y salí al pasillo.
―Por favor, querida, ve y detenlos. Yo no soy capaz ―dijo María desde la puerta de su habitación. Temblaba y estaba muy asustada y nerviosa.
―¿Pero qué sucede? ―pregunté.
―Están discutiendo. Ya sabes por qué. No dejes que continúen ―suplicó llorando―. Mi Jesús no está bien del corazón. Se pondrá enfermo y lo perderé. Haz algo,hija, por Dios.
Bajé las escaleras de la casa corriendo. Escuchaba a Britt gritar como una energúmena y a Sánchez defenderse en el mismo tono. El escándalo era grotesco.
―¡Basta ya! ¿Os habéis vuelto locos? ―grité cuando abrí la puerta del despacho sin previo aviso. Ambos se sobresaltaron y me miraron con sus respiraciones alteradas y sudoración en la piel. Era la primera vez que veía a Britt fuera de control. Había perdido los estribos por completo―. ¡Dejad de pelearos, maldita sea! Sois dos completos idiotas ¡los dos! Acabad con esto… ¡Ahora mismo! ―grité nerviosa al ver las miradas de odio que se profesaban.
Jesús Sánchez apartó su mirada de la de Britt para fijarla en la mía, dura e implacable, tal y como había aprendido de mi futura mujer.
―María está muy inquieta, debería subir a tranquilizarla para que deje de preocuparse.
El hombre salió del despacho con la cabeza gacha y una expresión de desolación tan grande que me dieron ganas de abrazarlo y decirle que todo pasaría.
Luego me fijé en Britt, tan grande, tan enfurecida, abría y cerraba los puños como si se preparara para estrellarlos contra la superficie de la mesa.
―No sé qué coño pretendes con esto, Britt, y no espero que me lo cuentes, pero lo que sí espero, desde ya, es que cambies esa actitud en esta casa. Fuera cual fuera el motivo por el que Sánchez hizo lo que hizo, ésta no es forma de solucionarlo. Tú mejor que nadie sabes que de haber conocido esa información habrías estado jodida.
Estoy segura de que no te lo dijo para protegerte y para que pudieras acabar el trabajo que tanto tiempo te ha llevado. Estás dolida, lo sé, pero es hora de que lo superes porque Sánchez está enfermo y no va a vivir siempre...
―¿Quién te ha dicho eso? ―preguntó atónita. En su cara se veía la incredulidad y la sorpresa.
―María ―respondí.
―¡Maldita sea! ―dijo saliendo por la puerta a paso firme. Y se marchó de la casa.
A la mañana siguiente coincidí en la cocina con mi anfitrión. Su rostro, lustroso y siempre sonriente, en esos momentos era un conjunto de facciones demacradas,carentes del esplendor que tanto me llamó la atención cuando lo conocí.
―Lamento el espectáculo de ayer, Santana. No debió pasar y no volverá a suceder ―dijo Jesús en tono fatigoso.
―¿María se encuentra bien?
―Está cansada y el médico tendrá que venir luego, pero se pondrá bien.
―Está enferma ¿verdad? Ambos lo están.
―Tiene cáncer. De páncreas. La operaron hace algunos años y desde entonces todo ha ido muy bien. Pero la última revisión no ha sido positiva.
―Oh, Dios mío, no ―murmuré abatida. Los ojos del anciano se humedecieron y un nudo me cerró la garganta impidiéndome continuar.
Cuando me sentí con fuerzas para seguir hablando, le cogí de la mano y se la apreté.
―Espero que el médico también venga a verle a usted. No tiene buen aspecto ―dije mirándole a los ojos.
Se apartó un poco molesto por recordarle sus dolencias y suspiró.
―No me gusta perder el tiempo con matasanos. Al final uno se muere y ya está…
―¿Y qué pasa con los que nos quedamos?
Él negó con la cabeza y bajó la mirada, desarmado, incapaz de ocultar la tristeza que había en su maltrecho corazón.
―¿Qué pasó anoche? Cuéntemelo. Se lo preguntaría a Britt, pero ella todavía no se ha levantado de la cama.
Se quedó en silencio durante tanto tiempo que pensé que no me contestaría. Tenía la mirada perdida en algún punto al otro lado de la ventana de la cocina. La lluvia continuaba cayendo con fuerza y su sonido sedante me dejó también a mí algo pensativa.
―Piensa que le tendí una trampa al ocultarle información, pero no es cierto. Lo hice por su bien.
―Lo sé. Y ella también lo sabe. Pero entienda que fue muy duro enterarse de quién era el tipo al que andaba persiguiendo desde hacía tanto tiempo. Samuel se lo escupió a la cara, le dijo que usted lo sabía, que pensaba que se lo habría contado. Fue terrible ―intenté explicarle.
―Todos hemos vivido engañados por Samuel desde siempre ―dijo abatido―. Cuando teóricamente murió, Susan culpó al resto del mundo de no haber protegido tanto a su hijo pequeño como a la mayor, una hija mayor que ni siquiera era suya. Pero Samuel no era como Britt. Era ruin y se movía por intereses. Sus actividades a este lado del país llegaron a mis oídos e intenté hacer todo lo posible por protegerlo, por llevarlo por el buen camino. Pero no hubo forma.
―Britt me lo contó. Ella también hizo todo lo posible, pero no lo consiguió.
―Yo solo quería proteger lo único bueno que quedaba en esa familia. No quería que el odio cegara a Britt en sus decisiones y, sin embargo ¿de qué me ha servido?
La he perdido a ella también ―murmuró con lágrimas resbalando por sus pálidas y hundidas mejillas.
―Britt es muy temperamental, ya lo sabe, pero acabará entendiendo que obraste como lo habría hecho un buen padre.
Tras la conversación con Sánchez subí a la habitación y descorrí las cortinas para que la fría luz de aquella lluviosa mañana entrara e iluminara la cueva en la que estaba hundida Britt.
La convencí para que, al menos, se levantara de la cama y se diera una ducha. Poco a poco fui haciéndole ver que su actitud, aunque justificada, no le llevaría a ningún sitio. Le hablé del arrepentimiento de Sánchez, de sus intenciones al ocultar aquella valiosa información, de su preocupación por haber perdido al que era como su hijo,
y lo acicateé para que cambiara el semblante y pasara página de una vez.
Finalmente, después de describirle su actitud como infantil, egoísta y desdeñosa durante una larga hora, logré que reaccionara con furia y dejara salir lo que la atormentaba tanto. Se sentía engañada por alguien que había sido como su padre y eso le dolía como si le estrujaran las entrañas. Era comprensible y se lo dije, pero no era el fin del mundo.
Accedió a acompañar a su madre y a Sánchez a la cárcel, en la que se encontraba recluido Samuel. Era algo que debía hacer por ella, pues enfrentarse sola a una visita de esas características podría dejarla marcada de por vida. Su hijo, el que había muerto hacía casi tres años, era un traficante de drogas y armas, cabeza de un conocido cártel, que intentaba, a toda cosa, destruir a su hermanastra y a toda su familia. Era un argumento de peso para que una madre se volviera completamente loca, y, dado
los antecedentes depresivos que supe había tenido Susan, era mi obligación hostigar a Britt para que la protegiera y le prestara el apoyo debido.
A la salida de la cárcel, un par de horas más tarde, Britt me llamó por teléfono para que me reuniera con ella a la salida de la finca de los Sánchez. Su voz sonaba extraña,
pero había perdido el matiz hostil que la había acompañado desde la noche anterior.
―¿Qué sucede? ―pregunté intrigada cuando subí al coche de cristales ahumados.
Britt hizo una seña al conductor para que emprendiera la marcha justo cuando el coche de Jesús llegaba a la casa. Lo miré esperando una respuesta, pero sus ojos estaban clavados en el cristal.
―¡Eh! ¿Se puede saber qué pasa? Me estás asustando.
―No pasa nada. Solo quería salir a pasear antes de la comida ―dijo cogiéndome la mano y mirando mis ojos con intensidad.
―¿Ha ido bien? ―pregunté. Me moría de curiosidad por conocer los detalles de la visita, la reacción de Susan y la de Samuel, por supuesto.
―Ha ido bien, tranquila. Mi madre es una señora, por encima de todo. Aunque a punto ha estado de perder los papeles y abofetearlo como si fuera un adolescente
maleducado ―me explicó con una media sonrisa en los labios. Cuando hacía ese gesto me volvía loca.
―¿Y tú? ¿Estás bien?
―Estoy bien, pequeña. No podría estar mejor ―respondió llevándose mis dedos a los labios. Contuve el aliento cuando su lengua rozó la yema de mi dedo índice.
Un fuego interior ardió espontáneamente contra mi pecho y entre mis piernas y, sin quererlo, un gemido escapó entre mis labios.
Su mirada se hizo más profunda, su mano recorrió mi brazo hasta el cuello y ejerció una deliciosa presión que me hizo cerrar los ojos. Cuando volví a abrirlos estaba más cerca de mí, casi encima y me sorprendí cuando la mampara negra que nos separaba del conductor comenzó a subir, aislándonos en el coche.
―¿Hace falta… ―Hizo una pausa y me desabrochó los botones de la chaqueta― …que te diga… ―Otra pausa para sentarme sobre sus piernas― …que me muero… ―Su mano subía lentamente por el interior de mi pierna, perdiéndose bajo la falda― …por tener… ―Lentamente llegó hasta mi tanga y me acarició por
encima de la tela, algo húmeda ya― …algo contigo? ―Con la yema de sus dedos rozó mi clítoris palpitante haciéndome jadear.
De un tirón, arrancó el fino encaje y lo tiró a un lado. Luego, con un movimiento rápido y desconcertante, me colocó a horcajadas sobre sus piernas dejándome expuesta bajo la falda de tela negra.
―Britt, ¿te has vuelto loca? Nos van a ver ―dije sofocada.
―No nos ve nadie. Ven aquí ―. Me atrajo hasta que nuestras bocas se unieron en un hambriento beso. La tela de su pantalón rozaba la tierna carne de mi sexo húmedo volviéndome loca con sus caricias.
―Estás loca ―jadeé incrédula ante el orgasmo que se anunciaba sin que me hubiera tocado aún.
―Sí, Cuba tiene este efecto en mí. Me vuelvo loca por besarte, por saborearte, por devorar cada centímetro de tu cuerpo ―dijo al tiempo que rozaba mis labios
vaginales con sus dedos.
―Nada de preliminares hoy, por favor. Te necesito ya ―le ordené excitada, al borde de la desesperación.
Le desabroché el cinturón del pantalón Estaba caliente y palpitante. La fina piel estaba tensa y algo húmeda.
―Eres única para encontrar el momento menos adecuado ―dije acomodando la cabeza de su verga en la entrada de mi sexo.
―Soy única para ti, para todo. Ahora y siempre. Dímelo.
―Ahora y siempre ―dije complacida al notar como su grueso pene entraba en mí, centímetro a centímetro, llenándome por completo. Con una rápida embestida de sus caderas completó la penetración, que me supo a gloria bendita. Un gemido escapó de sus labios cuando dejé caer del todo mi cuerpo
sobre ella, introduciéndolo más.
―Oh, Dios ―jadeó comenzando a bombear dentro de mí tan frenéticamente que no pude evitar gritar, mientras el movimiento de mis caderas llevaba sus acometidas
más y más dentro.
Arqueé la espalda ofreciéndome a su boca. Sus manos calientes se posaron alrededor de mis turgentes pechos y los masajearon con dedicación. Estaban hinchados y sensibles, y el simple roce de sus dedos sobre mis pezones me provocó un latigazo de placer.
Su lengua lamió con intensidad la rosada aureola y sus dientes rozaron un pezón, castigándolo, para luego repetir la operación con el otro. Cuando comenzó a succionar ávidamente, me dejé ir embriagada por aquella erótica imagen.
El orgasmo fue sensacional, nuestras bocas se buscaron y se amaron con intensidad cuando las oleadas del éxtasis fueron reduciéndose poco a poco. Y cuando, por fin, nuestras respiraciones se hicieron pausadas y acompasadas, Britt indicó al conductor que nos llevara de vuelta a la casa.
***
―¡Por fin! ―exclamó Preston cuando nos vio entrar de la mano por la puerta del restaurante―. Susana se ha negado a contar nada hasta que no estuvierais aquí.
―No hacía falta que esperarais ―dijo Britt acercándose a ella y dándole un cariñoso beso en la mejilla.
Según relató la mujer, Samuel se había quedado de piedra al verla. Tanto Susan como Britt le habían hecho preguntas que éste se negó a responder, pero cuando ella le preguntó por qué había hecho todo aquello, por qué había fingido su propia muerte y les había hecho creer que había desaparecido, con todo el sufrimiento que eso les había traído a todos, Samuel se rió a carcajadas.
―No te tortures, madre ―intervino Britt pasándole un brazo por los hombros cariñosamente―. A mí me acusó de lo mismo. Yo también intenté ayudarle y tampoco pude. Me tomó el pelo como a todos, me engañó. Samuel no quería que lo ayudásemos; si hubiera buscado ayuda, la habría encontrado y ahora no estaría
donde está. volvimos a Nueva York.
Susan y Preston se quedaron unos días más en La Habana, poniéndose al día con los Sánchez y planificando el próximo encuentro con motivo de nuestra boda.
En casa nos esperaba una desesperada e impaciente Rachel, que me abrazó y me besó tanto, que tentada estuve de mandarla de vuelta a su casa sin piedad.
Nos quedaban algunos detalles importantes por resolver para que todo estuviera preparado para la boda, y me imbuí de lleno en ellos antes de que se hiciera demasiado tarde y algo fallase.
Britt, por su parte, pasaba los días en el despacho de la empresa. Había perdido algunos clientes importantes que se habían marchado a la competencia y se había creado un vacío de poder que muchos de los empleados más antiguos querían ostentar. La marcha de Madeleine, la renuncia de Bill Baster y la falta de Reinaldo y de Noa habían hecho mella en la gestión de la empresa. Todo eso sumado a la puesta en funcionamiento de la sucursal en Londres para la que no tenía gerente, traía a Britt de cabeza y lo llenaba de constantes preocupaciones.
Sabiendo lo necesitada que estaba de ayuda, unos días después de haber regresado decidí pasar por HP y echar un cable a mi futura esposa para que no llegara al día de nuestra boda estresada y consumida.
El coro de rubias me dio la bienvenida alabando mi perfecto estado de salud, mi sensacional peinado y mi traje blanco, que disimulaba el embarazo gracias al maravilloso corte de la chaqueta.
―Puedes avisar a la señorita Pierce, por favor ―dije a la rubia que le pasaba los recados a Britt al despacho. Ella me miró con cara de culpabilidad e hizo un mohín―¿Está ocupada? ―pregunté.
―Sí, señorita Lopez. Está reunido en estos momentos y ha pedido que no se le moleste.
―¿Puedo saber con quién está reunido? ―pregunté extrañada. Había consultado su agenda del ordenador, como me había pedido que hiciera un millón de veces cuando le preguntaba que había hecho durante el día, y no había ninguna cita apuntada.
La rubia dudó unos instantes y luego consultó, sin necesidad, la agenda de Britt.
―Está con la señorita Faradai, de Faradai Byte.
―Sí, sé de dónde es la señorita Faradai ―dije un poco más brusca de lo necesario―. Bien, estaré en mi despacho. Cuando termine la reunión, por favor, avisad a Gillian para que me lo diga.
―Pero es que su despacho ahora está ocupado y la señora McGowan ya no trabaja aquí, señorita Lopez.
―¿Cómo? ―exclamé incrédula. No podía dar crédito a lo que estaba escuchando.
Una irracional ira acabó con el poco raciocinio que me quedaba después de saber con quién estaba Britt reunida, y sin esperar a una explicación por parte de la rubia en cuestión, salí disparada hacia el despacho ignorando las protestas que sonaban tras de mí―. Al cuerno con los dictados de la señorita Pierce.
Recorrí el pasillo que llevaba al despacho de Britt y abrí la puerta justo cuando la refinada ejecutiva, con el cutis perfecto y su pulcro recogido italiano, se sentaba en la mesa delante de mi futura esposa, la cual la observaba repantingado en su sillón. Solo le faltaba relamerse y frotarse las manos antes de comerse el trozo de pastel.
―¿Se puede saber dónde coño está Gillian? ¿Y qué demonios has hecho con mi despacho? ―grité como una vulgar dependienta de mercadillo ante la estupefacción de la perfectísima señorita Faradai.
―Santana, te presento a Jaimmie Faradai, abogada de Faradai Byte. ―La miré un segundo y volví a fijar mis furiosos ojos en el rostro divertido de Britt, que sonreía como un niñata malcriada.
―No me has contestado. Dime por qué Gillian ya no trabaja para nosotros y por qué has convertido mi despacho en… ¡en lo que sea! Yo aún trabajo aquí y tú no tienes…
―Santana, por favor. Si te sientas y te comportas como las personas civilizadas contestaré a tus preguntas y te lo explicaré todo. Si no eres capaz de comportarte como una persona, te sugiero que te esperes en el pasillo hasta que se te pase el berrinche.
―Yo me marcho ya, Britt. Ha sido un placer volver a verte. Es una pena todo lo que ha sucedido con Madeleine, pero si es para mejor, me alegro. Si te parece bien, te confirmo si puedo o no puedo ir a lo que hemos hablado antes ¿vale? Gracias por todo, cielo ―dijo levantándose de la mesa de forma insinuante y dándole un cariñoso, demasiado cariñoso, beso en la mejilla antes de coger sus cosas y salir por la puerta sin mirar en mi dirección.
―¿Qué es lo que te tiene que confirmar, cielo? ―pregunté enfurecida, poniendo el énfasis en la última palabra, la que ella había pronunciado con cierto aire de superioridad.
―No soporto que hagas eso, Santana ―dijo volviéndose en su silla para mirar por el enorme ventanal del despacho.
―¿El qué? ¿Que te espante a las mosconas que revolotean a tu alrededor? ¿Que te pregunte a qué coño se refería la señorita Faradai cuando ha dicho que te confirmaría algo otro día? ¿O que te llame ‘cielo’, cielo? No te ha importado cuando lo ha hecho ella.
―Estás haciendo el ridículo más grande de tu vida. Haz el favor de parar ya, o lárgate de mi despacho. Tengo un montón de cosas por resolver y lo último que necesito es una novia celosa ―dijo volviendo a sus asuntos entre el montón de carpetas que le inundaban la mesa.
―Respóndeme a lo que te he preguntado y me largaré para dejarte en paz tanto tiempo como te dé la gana, así podrás dedicarte a las conversaciones cariñosas con la competencia ―le espeté.
―Santana, ven aquí ―me ordenó con el semblante serio. Yo negué con la cabeza y me crucé de brazos en medio del despacho ―. Ven aquí, te he dicho.
―Contéstame a lo que te he preguntado.
Britt pasó las manos por su cabeza, desesperada, y soltó el aire visiblemente cansada.
―¿Qué quieres que te conteste?
―¿Dónde está Gillian y por qué ha desaparecido mi despacho? ―le recalqué de nuevo, hablando lentamente de forma intencionada. Sabía que eso lo sacaba de sus casillas.
―Tu despacho ahora es el archivo del Departamento de Cuentas. Necesitaban un lugar donde almacenar todo el material. En cuanto a Gillian, le ofrecí un puesto mejor y lo aceptó. ¿Contenta?
―¿Un puesto mejor? Entonces ¿no ha abandonado la empresa? ―pregunté algo confundida con los cambios.
―No, no ha abandonado la empresa. Gillian es la nueva gerente de HP en Londres. Necesitábamos una persona responsable que supiera cómo funcionamos aquí y que tuviera la confianza de mi Directora de Cuentas, y no se me ocurrió nadie mejor que ella.
―No me lo habías dicho ―dije avergonzada.
―He estado algo ocupada, por si no te habías dado cuenta.
―Sí, con rubias de piernas largas ―le espeté.
―¿Quieres hacer el favor de dejar ya esa actitud celosa y tonta y venir a sentarte aquí conmigo? ―dijo dándose unas cuantas palmadas sobre las rodillas.
Me acerqué y me senté encima de sus piernas sintiendo, al instante, como sus manos rodeaban mi cintura con suavidad y me acercaban a ella hasta quedar pegados por completo.
―Dime qué hacía Jaimme Faradai aquí ―dije entrecerrando los ojos.
―Es mi amiga desde hace mucho tiempo. ―”¡Y una mierda!”, pensé, transmitiéndole mi incredulidad con la mirada. Suspiró cansada y cerró los ojos cediendo a mis insistencias―. ¡Está bien! Hubo algo entre nosotros pero de eso hace más de quince años. Ya no hay nada entre Jaimme y yo, Santana, ni lo habrá jamás.
―¿Y qué demonios hacía aquí?
―Se enteró de lo de Madeleine y vino a conocer la historia de primera mano, solo estaba aquí por eso. Fin de la historia.
―No, fin de la historia no. Ella sigue pillada por ti, se nota a la legua, y esas visitas que te hace no me gustan nada. Tengo un sexto sentido para estas cosas, créeme
―insistí.
―Pues, perdona que te diga, querida, pero tu sexto sentido está atrofiado del todo.
―Y una mier…
―No le gustan las mujeres ―me interrumpió antes de que acabara―. Jaimmie es hetero, cielo. Le gustan los hombres y tiene una pareja con la que vive desde hace algunos años. Los he invitado a la boda, así que, si acceden a venir, quizás puedas mostrarte un poco más amable.
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ene 22, 2016 8:16 am

Capítulo 35
La noche antes de la boda, agobiados por los preparativos que tenían lugar en la casa,Britt me llevó al hotel donde se celebraría el banquete y pidió una habitación.
Lejos de lo que yo había pensado en un principio que haríamos allí, me dormí escuchando sus conversaciones de teléfono, que no había parado de sonar desde que pusiéramos un pie en la suite. Ni siquiera escuché cuando se metía en la cama.
Sin embargo, a la mañana siguiente, lo primero que vi cuando desperté fueron aquellos maravillosos ojos azul oscuro que me miraban repletos de felicidad, y una inmensa emoción me llenó el pecho al darme cuenta de lo enamorada que estaba y de la suerte que tenía.
―¿Aún aquí? ―pregunté a propósito.
―Siempre estaré aquí. No hay cosa que me guste más que ver como abres los ojos por las mañanas. Estás preciosa ―dijo subiendo su mano por mi muslo desnudo.
No recordaba qué había sido del pijama que llevaba puesto.
―Me alegra escuchar eso ―dije complacida y excitada.
El rugido de mis tripas rompió la magia del momento. Britt, entretenida como estaba ya debajo de las sábanas, paró en seco y asomó la cabeza con cara de niña triste.
―¿Desayunamos mejor? ―Asentí con una gran sonrisa en los labios y le di un enorme beso antes de apartarla y salir risueña de la cama.
Cogí el albornoz del suelo y me senté delante del teléfono con la carta del servicio de habitaciones.
―¿Qué te apetece desayunar? ―le pregunté recorriendo con el dedo todos y cada uno de los nombres de platos que había escritos en el trozo de cartón perfectamente doblado.
―A ti ―dijo mirándome desde la cama.
―De eso no hay en la carta, de momento. ¿Alguna cosa más?
Gruñó insatisfecha y se levantó.
―No sé. Seguro que lo que pidas está bien.
Encargué un poco de todo mientras Britt se enjabonaba la cara, como hacía cada mañana. Entré en el cuarto de baño para contemplarla
―Ponte algo y deja de provocarme, bruja ―dijo mirando mis pechos a través del espejo.
―No tengo ropa para ponerme ―dije insinuante, frotando mi cuerpo contra el suyo.
―Tranquila. La caballería llegará en una hora con todo lo necesario. ―Se giró me besó apasionadamente hasta que ambos jadeamos excitados―. En cuanto llegue mi madre, me sacará de aquí a patadas. Ya sabes las tonterías que dicen de los novios y las novias el día de la boda
―comentó pasando sus grandes manos por mi cintura desnuda.
―¿Que no deben practicar sexo hasta la noche de bodas? ―pregunté acercando mi cuerpo al calor del suyo, envuelto tan solo con una toalla en la cintura.
Britt rió de buena gana por mi ocurrencia pero negó con la cabeza.
―Eso también, pero me refería a lo de que la novia o sea yo no puede ver a la novia o sea tu con el vestido hasta el momento de casarse. Da mala suerte ―dijo besándome suavemente
el cuello y acariciándome las nalgas. Cuando sus manos pasaron sobre mi vientre, las piernas se me abrieron de forma automática y empecé a desear que nada nos interrumpiera.
―Después de la mala suerte que hemos tenido, un poco más no importa, ¿no crees? ―pregunté dándole acceso a mi cuello para que lo besara. Ronroneé cuando lo
hizo―. Te deseo ―le susurré, pero un repetido repiqueteo en la puerta de la suite rompió el febril ambiente que se había creado en el cuarto de baño.
―¡Ahhhhhh, joder! ―exclamó desesperada, y me abrazó con fuerza. Solté una carcajada―. Te prometo que esta noche no habrá interrupción alguna que impida que tú y yo…


***
Desde que era pequeña siempre había soñado con un vestido de novia como el de una princesa de cuento. Recordaba a la Cenicienta con su precioso vestido azul, subiendo en la calabaza convertida en carroza y luciendo maravillosa. Las niñas olvidaban aquellos sueños infantiles cuando se hacían mayores y se emocionaban con las imágenes que los espejos les devolvían el día de su boda. Sin embargo, yo no lo había olvidado, y la primera vez que me vi vestida de novia no me reconocí, no era lo que
esperaba ver.
Aquel nuevo día, no sabía qué encontraría reflejado cuando finalmente pudiera mirarme en el espejo, pero no me importó. Era feliz, era tremendamente feliz, y princesa o no, atesoraría mi imagen en el espejo el resto de mi vida.
La sorpresa llegó cuando mis ojos recorrieron a la mujer que se postraba ante mí, vestida de radiante novia. Era yo, era la cara que veía cuando cerraba los ojos y pensaba en aquella princesa de cuento, la princesa de mis sueños con la que soñaba noche tras noche a tan temprana edad. “Yo soy la mujer de mis sueños”.
―Toda mi infancia creyendo que solo eran los sueños de una niña, y hoy se hace realidad el mayor de ellos, el que llenaba mis noches y deseaba durante día ―me dije en voz alta, ignorando las personas que rondaban a mí alrededor.
―Bueno, no me equivoco si te digo que éste es el que más me gusta de todos los que se han cumplido. Si soñaste este momento cuando eras una niña, creo que ya iba siendo hora de que se hiciera realidad ¿no? ―dijo Rachel colocándose a mi lado en el espejo.
Asentí todavía sorprendida por aquella revelación.
―¿Estás lista? ―me preguntó suavemente.
―He estado lista desde que la conocí.
***
Muero por quitarte ese vestido que llevas puesto y contemplarte desnuda…
―¿No te ha gustado mi vestido? ―pregunté con fingida indignación.
―Me gusta más lo que hay debajo de tanta tela ―susurró apretando mi cintura entre sus manos y acercando su boca a la mía―. Si por mí fuera, te desnudaría aquí mismo y…
―¡Ya basta, Brittany Pierce! Esos comentarios a tu reciente esposa no son muy educados―la reprendió Susan que había escuchado por casualidad las palabras de su hija.
Britt puso los ojos en blanco y giró conmigo entre sus brazos para alejarse de la mirada de reproche de su madre y de las carcajadas de Preston.
Era feliz, realmente feliz. La mujer de mis sueños de mis sueños me tenía agarrada de la cintura mientras con sus dedos hacía círculos en la palma de mi mano. La música nos envolvía en un manto de dicha que se reflejaba en nuestras miradas, en nuestros susurros y en el latir de nuestros corazones. Me sentía flotando entre sus brazos, segura y satisfecha, complacida al ver que después de una vida de sufrimientos había llegado el momento de mi recompensa. Y mi recompensa era ella.
―Te amo ―le susurré al oído pegando mi cuerpo sinuosamente al suyo―. Y no hay cosa que desee más ahora mismo que estar a solas contigo. Salgamos de aquí.
Britt sonrió abiertamente y me besó con tal pasión y excitación, que la gente se apartó a nuestro alrededor y comenzó a aplaudir y a silbar. Sonaron algunas bromas
picantes que nos hicieron reír sin despegar nuestras bocas, sin apartar nuestros ojos.
Pero el momento de felicidad se vio truncado por una voz que nos dejó paralizados y faltos de aliento.
―¡Brittny! ―gritó el hombre que nos apuntaba con una pistola desde un extremo del salón.
La gente comenzó a gritar y a dispersarse hasta que solo quedamos nosotros en el centro de la pista de baile. Britt se puso delante de mí, protegiendo mi cuerpo con el
suyo y miró fijamente a Sam Evans, que se acercó lentamente hasta quedar a pocos metros.
―Tienes mucho valor viniendo aquí ―dijo Britt en un tono tan frío que se me helaron las manos.
La sangre no circulaba por mis venas, paralizada, esperando su siguiente paso.
―¡Me has jodido la vida, maldita hija de puta! Y ahora voy a joderte yo la tuya ―gritó levantando la pistola con una mano temblorosa. Sudaba copiosamente y sus ojos se veían crispados por el odio y la desesperación.
―Baja el arma, Evans. Así no vas a lograr nada ―dijo Britt tranquila, controlando la situación.
―¡Y una mierda, Pierce! Acabaste con mi fuente de ingresos y ahora yo acabaré contigo. Ya no tengo nada que perder y mucho que ganar si por fin veo tu cara, y la de esa zorra, agonizando.
―Puedo ofrecerte dinero, si es lo que quieres. Podrás largarte del país, empezar una nueva vida…
―¡Cállate! Todo son mentiras. Una mujer de honor como tú, condecorada, fiel a los Estados Unidos… ¿crees que no sé que me detendrán en cuanto salga de aquí?
Claro que lo sé ―dijo pasando una mano por su pelo húmedo de traspiración―. No he venido a por dinero, he venido a saldar una cuenta. ―Levantó la pistola un poco más y apuntó a Britt―. Despídete de tu esposita, cariño.
Todo sucedió tan rápido que cuando quise darme cuenta estaba echada en el suelo. Un ruido ensordecedor me impedía escuchar lo que pasaba a mí alrededor y tardé varios segundos en asimilar que el ruido eran mis gritos de terror. Hubo un disparo. Luego otro más. Dos en total. Abrí los ojos, que había mantenido fuertemente apretados, y lo vi caer como a cámara lenta. El impacto le dio en el hombro, el segundo en el mismísimo corazón. Ya no fui capaz de soportar tan grotesco espectáculo,
aquello sobrepasaba mis fuerzas y cuando cerré los ojos de nuevo, dejé de escuchar y de sentir.
***
―Ya vuelve en sí ―escuché que decía la voz de Scott.
Abrí los ojos lentamente y pestañeé varias veces para aclarar la vista. Rachel me miraba con lágrimas en los ojos mientras se llevaba mi mano a los labios. Scott la sujetaba por los hombros. A su lado estaban Susan y María, que sonreían con cierto grado de angustia.
De pronto recordé lo que había pasado y me incorporé en el sofá donde permanecía acostada. ¿Dónde estaba? ¿Y dónde estaba Britt?
La puerta de aquel despacho se abrió en ese momento y mi recién estrenada esposa entró como un torbellino pidiendo al resto que salieran de allí sin ninguna delicadeza. Se había quitado la chaqueta , las mangas de la camisa subidas y su pelo parecía salido de un lavado automático. Y estaba tan sexy…
Se arrodilló a mi lado y me abrazó desesperada. Durante largos minutos sus manos recorrieron mi espalda, palmo a palmo, hasta llegar a mi cuello y subir a mi cabeza, tocándome con ímpetu para asegurarse de que todo estaba bien en mí. Sonreí cuando sus ojos preguntaron lo que sus palabras no podían decir por la emoción y le respondí silenciosamente que me encontraba a la perfección ahora que sabía que ella también estaba bien. Vi lágrimas en sus ojos, que rodaron sin contención por sus mejillas, y no pude evitar besar sus labios, calientes y sensuales, para que borrara aquella imagen de angustia que estaba apretando el nudo de mi garganta.
―Ejem… ¿Piece? ―llamó una voz desde la puerta.
Miré vagamente al intruso que interrumpía el beso más enternecedor de cuantos nos habíamos dado en nuestra vida y, aterrada por segunda vez aquella noche, me encogí en el sofá, llevándome las piernas al pecho, temblando como una hoja.
Britt me abrazó y me susurró que estuviera tranquila, que no pasaba nada, pero yo no podía apartar mis despavoridos ojos del hombre que se apoyaba relajado en el marco de la puerta.
―Cielo, déjame que te presente a John R., agente de la Administración para el Control de Drogas.
―La R es de Reinaldo ―dijo éste un tanto incómodo. Me miró esperando mi reacción.
―¿La DEA? ―pregunté estupefacta, incorporándome. Mi mirada osciló entre ambos.
―Agente encubierto ―dijo Britt con cierto tono cómico―. No lo supe hasta esta mañana.
Noté como un estremecedor sentimiento de rabia y violencia me bullía en las venas, calentando mi sangre hasta hacerla hervir.
―Serás... ¡Cabrón! ¡Malnacido! ¡Desgraciado, hijo de puta! ―estallé recordando el trato que me había dado durante mi secuestro. Intenté levantarme batallando con las capas de tela del vestido y apartando las manos de Britt, que pretendía tranquilizarme. Quería estampar mi puño en aquel insolente rostro que me miraba con una sonrisa en los labios―. ¡Me pegaste!
―Lo siento, de verdad ―dijo retrocediendo un par de pasos―. No podía decir nada, no podía poner en peligro todo por lo que había trabajado durante tanto tiempo.
Entiéndelo ―se explicó―. Por cierto ―añadió moviéndose la mandíbula de un lado a otro, dolorido―, tu esposa ya se ha encargado de recordarme que me pasé de la raya. Mis disculpas, Santana.
Miré a Britt y la vi sonreír de medio lado, orgullosa de su hazaña. Su mirada era cómica. Sin duda, se reía de él.
―Te dije que no es una gatita mansa. Tiene garras ―se carcajeó.
―¡Y tú! ¡Has tenido todo el día para decírmelo! ―grité a Britt, dándole un manotazo en el pecho para que borrara esa estúpida sonrisa de la cara―. ¿También sabías lo de Sam?
―Ayer me dijeron que lo habían localizado y lo estaban siguiendo, pero algo falló. Y esta mañana, cuando he llamado para ver si se sabía algo más, me han contado su historia ―dijo haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Reinaldo―. Hemos tenido una larga charla y ha insistido en que supieras cuál era su relación en el caso.
No quería que fuera aquí, pero ahora me alegro. Si no llega a ser por su puntería, quizás no estaríamos tan felices.
Miré al hombre que continuaba de pie en la puerta y asentí en agradecimiento. Él había disparado las dos balas que habían acabado con Sam. De pronto, un recuerdo vino a mi mente.
―Tú dejaste la bolsa y la nota en el cuarto de la casa, ¿verdad?
No contestó. Sonrió avergonzado y me guiñó un ojo. Luego levantó la mano a modo de despedida y salió de la habitación, y de nuestras vidas.
***
Eran las dos de la madrugada cuando el último policía se marchó del salón. Esperamos hasta que todo estuvo resuelto y, antes de marcharnos, Britt pidió que nos pusieran nuestra canción.
Bailamos “Algo Contigo” en la penumbra de un sala vacía, solos, sin más luz que la que despedían nuestros ojos cuando se miraban con deseo.
Giré en sus brazos y suspiré en cuanto noté sus labios en el hueco del cuello. Un suave y húmedo beso tras otro aflojó mis piernas, y estos hicieron que me recostara en ella y echara la cabeza hacia atrás.
―Vámonos a casa ―dijo pasando las manos por mi cintura hasta el vientre―. Esta noche no quiero que pienses en otra cosa que no sea el placer que voy a darte.
No dejamos de besarnos durante el tiempo que estuvimos en el coche, camino a nuestro hogar. Britt gruñó frustrada un par de veces cuando, con sus manos, intentó acceder de manera ansiosa al vértice entre mis piernas. Las capas de tela se lo impedían una y otra vez, convirtiendo sus movimientos en desesperados intentos de asaltar mi cuerpo a toda costa.
Una vez en casa, eliminar las barreras que separaban nuestras pieles no fue ningún problema. El vestido cayó a mis pies formando un charco de seda marfil y dejando al descubierto el sensual conjunto de lencería blanco que me había puesto para la ocasión.
―¿Piensas quedarte ahí toda la noche? ―le pregunté mirándola por encima del hombro cuando me dirigía hacía el jacuzzi del jardín moviendo las caderas provocativamente. Tenía la mandíbula desencajada.
―Si llego a saber qué escondías debajo de ese vestido, hace horas que estaríamos disfrutando la una de la otra. Viéndote así, mi cabeza no deja de imaginar lo que desea
hacer con tu cuerpo esta noche.
―Lo sé ―dije sensualmente, contoneándome―. ¿No crees que ha valido la pena esperar? Este es tu regalo de cumpleaños, mi amor. Espero que te guste.
―Mi cumpleaños ―dijo mirándome fijamente. Sonrió de una forma tan sensual que no pude evitar jadear―. Me encantan los regalos de cumpleaños.

Cuando sus manos entraron en contacto con mi piel, ya no hubo nada ocupando nuestras mentes que no fuera sentirnos la una a la otra, como habíamos deseado hacer desde la noche anterior. Sus dedos recorrieron cada centímetro de mi cuerpo, provocando que mi vello corporal se elevase electrificado con el ir y venir de sus deliciosas caricias. Britt era una maestra en las artes de la seducción y el erotismo, y su profunda mirada azul, tan intensa y devastadora, anunciaba que aquella noche la maestra iba a llegar a la cúspide de sus enseñanzas con la alumna.


FIN.
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por JanethValenciaaf Sáb Ene 23, 2016 5:32 pm

Que bueno que mataron a sam evans.
Este fics siempre estará en mi cabe cita, sera un recuerdo
Saludos,como esta tu abuelita
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ene 24, 2016 1:18 am

Hola gracias por leer y comentar,,, gracias tambien por tus palabras, y en cuanto a mi abuelita esta delicadita de su ojito creemos que va a perderlo, por mala practica medica, parece que en vez de ir al doctor fue a donde un carnicero. pero bueno hay que ser fuerte.
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