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Brittana: Algo Contigo  (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN Primer15
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Finalizado Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ene 01, 2016 3:30 pm

.ALGO CONTIGO (ADAPTACION)

ESCRITO POR PATRICIA A. MILLER


Prólogo
Ni siquiera sabía por qué estaba allí.
No tenía ganas de bailar, ni de hablar con nadie, ni de emborracharme, como había creído que sucedería antes de salir de casa.
Un poco de maquillaje y ropa sexy no cambiaban lo que había en mi interior; no calmaban la rabia ni la angustia acumulada durante tantos años. Ni siquiera ahora que era libre del todo, ahora que nada me podía afectar como antes.

El local iba llenándose poco a poco conforme iban pasando los minutos en el reloj de Budweiser que había detrás de la barra. Ese enorme reloj del que yo no despegaba mis ojos, por si así el tiempo transcurría más rápido y llegaban las tres de la madrugada, hora en la que me debía marchar de allí si todo seguía como había
previsto.
—¿Ha llegado ya? —preguntó Rachel dando después un trago a su botellín de cerveza. Negué con la cabeza y miré alrededor con aire pensativo. Mi amiga soltó una carcajada y me dio un leve empujón en el hombro—. ¡Vamos, Britt, anímate! —gritó, provocando que una multitud de ojos se fijaran en mí.
Le hice un gesto con la mano descartando aquella idea y volvió a la pista de baile contoneándose al ritmo de la música. Una nube de hombres la envolvió de inmediato.
“¿Somos las dos únicas tías en todo el bar? ¿Estamos en un bar de gays? Por Dios…”
Me encantaba fijarme en las personas, ya fuera por la calle mientras iba hacia algún lugar, o cuando me sentaba en el parque a dejar pasar las horas, esperando la
inspiración. Me imaginaba cómo serían las vidas de esa gente que me rodeaba, qué estarían pensando o cuáles serían sus siguientes pasos en el futuro. Sus expresiones
me maravillaban: la niña enfadada con el ceño fruncido, que se deja arrastrar de la mano por su madre; el hombre que mira el reloj y se desespera por la tardanza del
autobús; los dos señores de traje que fuman en la puerta del trabajo y repasan con la mirada a las mujeres que pasan por delante; la pareja de novios adolescentes que se
miran avergonzados por ir cogidos de la mano; la señora bien vestida que cree comerse el mundo con sus aires de superioridad; los ancianos que se besan en los labios después de cincuenta años juntos. Todos ellos, más de una vez, han despertado en mí sentimientos muy variopintos. Pero, ante todo, todos ellos me han servido de musas cuando he necesitado ideas creativas. Lo que comenzó siendo una forma de encontrar inspiraciones para mis cuentas de trabajo, ha acabado convirtiéndose en una
costumbre que llena, en cualquier momento, vacíos amargos.

La puerta se abrió justo en un silencio entre canciones. Fue un breve espacio de menos de un segundo, pero el sonido oxidado de las bisagras de aquel bar cutre me  llamó la atención y me hizo girar la cabeza para ver quién entraba. El lugar no podía ser un bar de gays, no después de verla entrar. Pelo Rubio ojos azules como el cielo en los mejores dias, tez blanca casi una Blanca Nieves  con labios del color rojo mas intenso que he visto,  y un cuerpo fuerte de escándalo. Así la vi en mi sueño y así era en persona. Llevaba unos pantalones vaqueros gastados que le sentaban como un guante, una camiseta negra pegada al cuerpo y una chaqueta de cuero
llevada como al descuido.
Barrió el bar con la mirada y resopló con fuerza cuando encontró a quien estaba buscando, pero no se movió de la puerta. Un chico más joven que ella, con la mirada vidriosa del que lleva unas cervezas de más, se le acercó trotando alegremente y le dio un beso en la mejilla. “No puede ser hetero, no puede serlo”, pensé al instante algo
turbada mientras perseguía de reojo el trayecto de la desconocida hasta una mesa que se encontraba a mi espalda. Desde lo alto de mi taburete ya no podía verle a no ser que me girara en redondo.
—¡Joder, que mala suerte! —dije en voz lo suficientemente alta como para que Rachel, que se acercaba a mí, me oyera claramente.
—¿Es ella? —preguntó de nuevo. No dije nada y mi silencio le aclaró todo cuanto debía saber. No podía apartar los ojos de su imponente figura, tal y como sucedía en mi sueño—. Es ella… ¡y vaya con ella! —dijo, ganándose una mirada de advertencia—. Vaaaale, no te digo nada más. Habíamos quedado en que lo intentarías —protestó molesta.
—¡Y lo haré! —exclamé.
—¡No! ¡No lo harás! Te conozco y ya te estás arrepintiendo de haber venido. Pese a todo ni siquiera harás nada por saber quién es ―dijo exasperada.
―¿Estoy aquí, no? He venido. Ya te dije que no estaba preparada, pero aun así estoy aquí y lo estoy intentando. Tú no lo entiendes, no es fácil después de… ―En cuanto iba a comenzar con la retahíla de lamentaciones y malos recuerdos, que todos ya conocían, y en los que me escudaba una y otra vez, una voz me hizo enmudecer y girarme.
―Una cerveza, por favor —dijo ella apoyando ambos codos en la barra justo a mi lado. Su rostro reflejaba cansancio. Cerró los ojos y pasó sus dos grandes manos por el pelo, peinándoselo hacia atrás, como el que siente desesperación por algo. No se dio ni cuenta de que la camarera le servía la botella de cerveza justo frente a ella. Cuando la joven le repitió por segunda vez el precio de la consumición, confirmé mis sospechas. Era una mujer  guapísima  pero estaba agobiada y cansada, muy cansada.
Me volví para decirle a Rachel que me quedaría un rato más, pero ella ya se había ido a bailar de nuevo. Eché otro vistazo hacia la desconocida, que ya estaba dando un largo trago a su cerveza, y vi correr un hilillo del líquido ambarino desde la comisura de su boca hasta perderse por el cuello de su camiseta. Su pose despreocupada, aquellos músculos que se dibujaban bajo la ropa, su forma de beber, y saber que era una mujer con problemas, me hizo suspirar y estremecerme visiblemente.
―¿Estás bien? —me preguntó. Dios mío, me había quedado mirándola fijamente y no me había dado cuenta de que la botella volvía a estar en la barra y ella estaba observándome—. ¿Hola? —insistió pasando su mano por delante de mi cara, roja como un tomate.
—Ehhhh… sí, sí, perdona, estaba pensando en… mis cosas. Disculpa. ¿Qué decías? —balbuceé avergonzada.
—Nada, no decía nada. Solo que he visto que te estremecías mirándome y no sabía si estabas bien.
—Sí, estoy bien, gracias —contesté sin saber que más añadir. “ Eres la mujer  más guapa que he conocido nunca”, “¿Eres gay?”, “¿Quieres ser la madre de mis hijos?”.
—¡Eh, Brittany, vamos, siéntate conmigo y déjame que te cuente, tía! —gritó el joven desde aquella mesa al ver que su amigo se entretenía.
Ella hizo una mueca de disgusto que a mí me pareció graciosa y sonreí.
—Vaya, lo mejor de la noche —dijo pasando suavemente un dedo moreno, áspero y calloso por mi mandíbula. Y sin darme oportunidad de decir nada más dio media vuelta y se alejó hasta su mesa con unos andares que hicieron que suspirase de nuevo sin querer. Me había tocado. En mi sueño no había ningún tipo de contacto físico y aquel simple roce hizo que todo el vello de mi espalda se pusiera de punta al instante. ¡Y además se llamaba Brittany! Ese dato tampoco había quedado registrado en mi mente después de la horrible noche de sueños y pesadillas que había pasado.
La vi levantarse un par de veces, pero quise ser discreta y decidí no mirar hacia dónde se dirigía. Igualmente siempre se me acababa yendo la vista hacia ella lugar donde estaba sentada, comprobando, una vez tras otra, que efectivamente volvía de dondequiera que fuera.
Era la una y media de la madrugada y lo más entretenido de esa noche hasta el momento habían sido las palabras de Brittany. “Britt”, pensé de nuevo, “es un bonito nombre, rápido, fácil, sin complicaciones, "Britt”, divagué sin percatarme de que alguien ponía un preparado de color amarillento, en copa de Martini, delante de mí. ―Caipiriña ―dijo la camarera al ver cómo miraba la copa―. Cortesía la dama de aquella mesa ―añadió alzando la barbilla hacia donde se encontraba ella. Aquella
siempre había sido mi bebida favorita. “¿Una coincidencia?”.
El alcohol y yo no nos habíamos reconciliado aún desde mi última borrachera, así que me giré y brindé en dirección a Brittany, que levantó su cerveza correspondiendo a mi brindis. Luego retomé mi posición frente a la barra, donde deposité la copa sin probar ni un sorbo. ―Si no te gusta te pongo otra cosa ―comentó la camarera mientras ordenaba vasos recién sacados del lavavajillas.
―No, no, gracias. Esto… está bien.
Media hora más tarde ya había cubierto el cupo de espera sin sentido. ¿A qué estaba esperando? Ella solo aparecía en uno de mis sueños, no podía pretender que fuera lo que no podía ser. Ya había comprobado que era real, que mis sueños habían vuelto a ser algo más después de un largo periodo de pesadillas, pero ya está. Solo eran eso, sueños incomprensibles que terminaban de forma extraña y repentina. Para evitar que me hiciera sentir culpable por no permitirle averiguar lo que quería saber, me despedí de Rachel  desde la distancia y salí del bar en busca de un taxi.
La noche era fría, pero recibí encantada el gélido golpe de aire en la cara. Saqué el móvil y llamé al servicio de taxi comprobando que comunicaba. Esperé unos minutos en los que el frío dejó de resultarme tan agradable y volví a marcar. ―Llega tarde ―dijo Santana que se había materializado a mi lado sin darme cuenta. Corté la llamada antes de que la operadora respondiera y la miré como si no supiera en qué idioma estaba hablando.
―¿Perdón?
―Que llega tarde, digo. El hombre que tenga que recogerte se retrasa ―dijo cruzando los brazos con la chaqueta de cuero puesta y moviendo las piernas para calentarse un poco. Miraba al frente como si estuviéramos en la parada del autobús y aquello fuera una conversación sobre el frío de noviembre.
―¿Quién te dice que vaya a venir alguien a recogerme? ¿Y quién dice que sea un hombre? ―pregunté un poco a la defensiva―. Perdona, es que estoy cansada ―dije suspirando y relajando mi tono―. Estaba llamando a un taxi pero la línea comunica.
―¿Y por qué no llamas a tu marido, o a tu novio, para que venga a por ti? No creo que le haga mucha gracia que vuelvas sola a casa a estas horas.
―¿Sabes? Esa es una manera muy sutil de saber si tengo pareja ―contesté sonriendo y animándome un poco El contacto de su antebrazo con el mío me causó un grato cosquilleo por todo el cuerpo. Si no supiera que era imposible, diría que hasta notaba su calor en mi piel.
Brittany sonrió. Era una sonrisa de cine, perfecta, de dientes blancos y alineados. Una sonrisa cálida pero con un punto de picardía. Los ojos azul claros se le achinaban cuando sonreía y decenas de arruguitas se le marcaban alrededor de aquellos dos profundos lagos.
―Llevas una marca de anillo en el dedo anular de la mano derecha. Muchas mujeres se quitan las alianzas cuando salen a cazar los fines de semana ―.Instintivamente cerré la mano y la metí en el bolsillo.
―A cazar, hmmm. ¿Y me has visto cazando mucho? ―pregunté ironizando. Volví a ponerme tensa y algo parecido a la rabia empezó a bullir dentro de mí. No intenté contener el estallido emocional―. Oye, no sabes nada de mí, así que no hagas conjeturas, por favor―. Saqué de nuevo el móvil para llamar. Ya había tenido suficiente cara bonita  por esa noche.
―Sé que has venido con una amiga que solo ha parado de bailar para decirte que movieras el culo. Sé que llevas sentada en el bar desde que has entrado, que no has hablado con nadie más que con la camarera, con tu amiga y conmigo. También sé que no bebes alcohol, ni siquiera si es tu bebida favorita, y que no has dejado de mirarme a la mínima ocasión. No llevas anillo, pero no dejas de tocarte la marca blanca que tienes en el dedo, lo que me dice que, o te lo has quitado a propósito, o hace
poco que no lo llevas por algún motivo. No son conjeturas, lo que veo es evidente. Y no, no te he visto cazar mucho lo cual me intriga bastante pues, o sientes remordimientos por divertirte sin tu pareja, y por eso no te diviertes. O, por el contrario, no tienes pareja y te sucede algo extraño como que tienes dos pies izquierdos, por ejemplo.
Me ruboricé y solté una carcajada. Guardé de nuevo el móvil y me volví hacia ella. Me estaba mirando, fija e intensamente, con un brillo extraño en los ojos y una expresión seductora que no supe cómo interpretar. Esto no era lo que sucedía en mi sueño. ―Vaya, veo que esta noche has estado ocupada, Britt. Vi en sus ojos la sorpresa cuando pronuncié su nombre. No se lo esperaba, por supuesto. “¡Chúpate esa!”.
―Parece que tú también has estado atenta ―Sonrió―. Es justo que conozca tu nombre, ¿no crees?
―Es justo. Me llamo Santana  So….
―Sin apellidos ¿de acuerdo? ―Asentí―. Encantada de conocerte, Brittany  −Y extendió su mano hacia la mía.
Correspondí al saludo sin pensármelo dos veces descubriendo que retenía mi mano en la suya más tiempo del necesario, pero no me importó. Aquel brillo en los ojos regresó y me quedé absorta en su mirada por unos segundos. Cuando rompimos el contacto visual y me soltó la mano me sentí vacía y me estremecí delante de ella, por segunda vez en esa noche.
―¿Qué me dirías si te invito a un café, Santana? No me van mucho este tipo de bares con la música tan alta, pero tampoco me apetece irme a casa todavía. ¿Te apuntas? Hay una cafetería ahí en la esquina que cierra tarde y que prepara un cappuccino espectacular. Por unos instantes sopesé la situación evitando mirarle. Me gustaba, eso estaba claro. Y yo no le resultaba indiferente, eso también estaba claro. Por un lado mi cabeza decía que me largase a casa echando leches pues bastante complicada había sido ya mi vida como para andar ligando por los bares con una tía que había conocido gracias a un sueño. Pero mi otro yo, mi yo ansioso por vivir y recuperar el tiempo perdido, me decía que un café no había matado nunca a nadie y que, además, la chica era guapa y su charla era agradable. Solo sería un café.
―¿Cappuccino espectacular, dices? Eso suena bien.
―Entonces ¿vamos? ―preguntó extendiendo de nuevo su mano hacia mí.
―Vamos ―respondí colocando mi mano en la suya. Nada más volver a sentir su contacto, un calor muy agradable se extendió por mis extremidades y miles de mariposas revolotearon en mi estómago como si anunciaran la primavera. No. No era una Princesa o príncipe azul, y dadas mis circunstancias personales, no lo sería nunca. Pero para compartir un café no estaba nada mal.
Seis horas más tarde estaba sentada en la cama de un lujoso hotel, intentando poner en orden lo que había sucedido entre nosotras, y, lo más importante de todo, intentando averiguar dónde estaba Britt.
El final de mi sueño cobraba sentido en ese instante


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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ene 01, 2016 3:54 pm

Capítulo 1

Dos años después…

―¿Estás segura de que te dijo eso exactamente? No quiero llegar allí y ser el hazmerreír, Rachel. Por favor, llámalo.
Estaba tan desesperada por conseguir aquel trabajo en una de las mejores compañías de publicidad y marketing del país que obligué a Lina a llamar a su amigo Martín, un argentino con el que había tonteado varias veces, para que se asegurara de que me había conseguido aquella entrevista.
Resignada, Rachel llamó a su amigo y le preguntó, por tercera vez esa semana, si lo de la entrevista seguía adelante. Tras una pausa, ella asintió y levantó el pulgar en señal de que, efectivamente, todo estaba listo. Rachel era la persona más leal que conocía. Era mi secretaria en la agencia de publicidad donde trabajaba anteriormente. Sus raíces latinas la hacían ser incansable, siempre activa pese a las horas de trabajo sin parar. Pero todos en aquella oficina sabíamos que la verdadera vocación de Rachel era bailar salsa, así que a nadie le extrañó que se despidiera del trabajo un buen día para montar su propia academia de baile. Yo sabía que eso sucedería, pues así lo había vivido en mis sueños más profundos. Pero fue entonces cuando mi vida cambió. Comencé a darme cuenta de que algo no iba bien en mi matrimonio. Yo quería ir a bailar, a pasar el rato, quería ser capaz de ponerme una de aquellas minifaldas con vuelo y un top de licra ceñido, e ir a una de las maravillosas clases que Rachel impartía cada día de la semana. Pero a Sam Evans aquello no le gustó, y aunque al principio me sentía obligada a cumplir con las exigencias de mi marido y dejar de lado mis ganas de recibir alguna clase de salsa, poco a poco me fui dando cuenta de que él no tenía intención de ceder, hasta el punto que sus celos llegaron a límites que jamás hubiera imaginado. En poco tiempo mi vida se hizo pedazos, pero Rachel  siempre estuvo allí para consolarme, ayudarme, animarme, o hacerme ver que aquella situación no se podía consentir. Ella también tuvo que cargar con las consecuencias, pero nunca se movió de mi lado, ni siquiera después de que un coche la atropellara y la dejara medio muerta en la cuneta.
―Estás muy guapa y eso que, seguramente, no habrás dormido mucho esta noche ¿verdad? —. Asentí avergonzada mirándome de nuevo en el espejo—. Pues bien, chica guapa, como no dejes de contemplarte llegarás tarde.
Miré el reloj. “¡Mierda!”, pensé, “solo me falta retrasarme y cagarla”. Me había puesto un traje de pantalón y chaqueta en gris oscuro, con raya diplomática, que
hacía al menos dos años que no me ponía. La camisa, color gris perla, que llevaba debajo era de Rachel, al igual que los zapatos negros con tacones de vértigo. Valía la pena sufrir el dolor de pies por poder verme tan atractiva―. Martín dice que vayas a la recepción y que te identifiques. Te pedirán tu documentación, así que no la olvides en casa o no podrás subir a la agencia. Allí te esperará Reinaldo, el amigo supuestamente gay de Martín, que por cierto está buenísimo; tiene el culo prieto y los pectorales torneados, y dicen que baila que te mueres…
―¡Rachel! Al grano ―dije cortándola. Podría pasarse horas hablando de los atributos del tal Reinaldo.
―Sí, sí…, pues eso, allí te esperará Reinaldo. Si no está en la entrada de la agencia, pregunta por él a alguna de las rubias del mostrador y les dices que le avisen, ¿ok,mami? ―. Asentí decidida pero nerviosa―. Y no estés tensa, ya verás cómo les encantas. Serán idiotas si no te contratan.
***
―Lexington con la 52, aquí se decide mi futuro ―dije levantando la mirada, impresionada, siguiendo el contorno del imponente edificio.
Después de pasar el control reglamentario en la planta baja subí a la decimotercera donde se encontraba la Agencia Heartstone Publicity. Como no vi a nadie esperándome, me dirigí a una de las chicas que había tras el mostrador. Curiosamente todas eran rubias platino, como si fueran clones. ―Reinaldo ha tenido que salir pero ha dejado un recado para usted ―dijo una de las rubias tendiéndome un fino papel blanco doblado por la mitad.
Enseguida me giré, nerviosa, y leí la nota: “No te preocupes, si Rachel dice que eres buena es que eres la mejor. ¡Ojo! Cuidado con el corazón de piedra, ladra fuerte pero tú puedes morder más que él. Reinaldo”. Cerré la breve nota y suspiré más nerviosa aún. Pensé en marcharme de allí rápidamente, estaba acojonada. “¿Por qué debía tener cuidado con el corazón de piedra? ¿Qué era esto, un acertijo en una película de Indiana Jones?”¿Señorita Lo pez? ―preguntó alguien a mi espalda.
―López, es López ―respondí girándome para encontrar a una mujer morena de piernas perfectas y un estilo envidiable. No era una chica joven, pero llevaba
muy bien su edad. ―Bien, señorita López, soy Madeleine Curtis, Directora del Departamento de Cuentas y Gerente de Heartstone Publicity New York. Pase por aquí. Reinaldo nos ha dicho que es usted la persona que necesitamos.
Tragué saliva para deshacer el nudo que tenía en la boca del estómago. “¿Y si no cumplo sus expectativas? Quizás me esté equivocando de sitio, quizás no sea tan
buena como cree Rachel”, me martiricé hasta llegar a una gran sala de juntas donde me esperaban dos personas más. ―Srta. López, estos son Drew Mellers, Director Comercial, y Anthony Evans, Jefe de Personal ―. Ambos hombres se levantaron y me tendieron la mano ordenadamente. Yo se las estreché con firmeza, tal y como me habían enseñado en las clases de autoestima que había recibido unos meses atrás. Me indicaron que me sentara en una butaca de la gran mesa de juntas, al lado de la señora Curtis. ―¿Ha traído usted su currículum, señorita López ? ―preguntó seriamente el Jefe de Personal.
Asentí y abrí mi maletín para sacar la carpeta de mi vida laboral. Me temblaban las manos como a una adolescente en su primer día de clase en un colegio nuevo.
―También me he permitido traer una relación de mis mejores trabajos en publicidad para que puedan hacerse una idea de mi trayectoria profesional―me atreví a decir.
Saqué un dossier de información con artículos de prensa, imágenes, recortes, y mucho más papeleo que el Director Comercial me quitó de las manos enseguida. Vi a Madeleine levantar una ceja, sorprendida por el arrebato del señor Mellers, pero pronto volvió a poner su semblante serio y profesional.
Los dos hombres comentaban en voz baja, manteniendo al margen de sus observaciones a la Gerente, cosas que iban viendo tanto en el dossier como en el currículum.
Después de diez minutos de cuchicheos y miradas furtivas, ambos dejaron los papeles encima de la mesa y le hicieron un asentimiento a la señora Curtis, que se dirigió a mí:―Bien, señorita López. No sé si usted conoce el trabajo que hacemos en Heartstone Publicity, o si tiene idea de quiénes pueden llegar a ser nuestros clientes. Desconozco qué conocimientos tiene usted en marketing y publicidad, o qué cuentas importantes ha podido llevar en su vida. En esta empresa nuestros publicistas son los mejores y nuestras cuentas, las más importantes, y por supuesto, no hay cabida para la mediocridad. ―Tragué saliva y me sentí un poco indignada por aquel juicio sin valores, lo cual se me debió de notar en la cara, pues Madeleine levantó de nuevo su ceja y puntualizó―: Esto no es un juicio, señorita López, le estoy contando como va a funcionar su vida a partir de ahora si entra a trabajar con nosotros. No habrá vacaciones en periodos de vacaciones. Si un cliente quiere una nueva campaña y usted está de viaje de novios, tendrá que volver o no pisará más HP. Si está enferma y no puede salir de su domicilio, trabajará desde casa, pero trabajará. Si la campaña de promoción de un artículo exige que se tenga que marchar usted a la China a las cuatro de la madrugada, lo hará encantada y sonriente. No hay lugar para las debilidades, para los problemas personales, para las enfermedades ni para caprichos. Aquí se viene a trabajar y lo que salga de nuestras manos debe ser lo mejor porque así lo piden y lo pagan nuestros clientes, ¿está claro? ―. Asentí abrumada y ella continuó su oratoria―. Firmará usted un contrato de confidencialidad, de manera que si
una sola de sus ideas, en práctica o por desarrollar, llega a la competencia, acabará usted quitando grafitis de las paredes en los suburbios de la ciudad. Se le asignará un ayudante, una persona en prácticas, probablemente, de la cual usted será responsable. Aunque formarán un equipo, las decisiones las tomará usted. Las glorias serán compartidas pero los errores únicamente serán suyos, no lo olvide. »Si decide quedarse con nosotros, comenzará con una serie de cuentas menores y estará a prueba durante dos meses. En ese tiempo no deberá cometer ningún fallo,
señorita Lopéz…
―Puede llamarme Santana, si quiere, ―la interrumpí, recibiendo por ello una mirada asesina. Al parecer aquel discurso estaba más que preparado. Las interrupciones estaban fuera de lugar.
―Insisto, señorita Lopéz ―continuó ella sin hacer caso a mi sugerencia―, no podrá cometer ningún fallo en ese tiempo. Presentará sus cuentas a los clientes,
supervisada por alguno de nuestros publicistas más expertos, y ellos me informarán a mí directamente. Si consideramos que su trabajo ha sido bueno, pasará a formar parte del personal de HP. Si no ha dado la talla, cobrará usted lo que le corresponda y se marchará de esta empresa. ¿Ha quedado claro, señorita Lopéz? ―. Noté  como puntualizaba mi apellido.
―Ha quedado muy claro, señora Curtis.
―Bien, pues pasemos al aspecto económico. Seguro que esta parte le resulta mucho más atractiva.
―Pero, ¿esto quiere decir que el puesto es mío? ―pregunté sorprendida notando como algo dentro de mí daba saltos de alegría.
―No, esto quiere decir que le vamos a dar una oportunidad. Es decisión suya aprovecharla o dejarla pasar. Bien, y ahora sigamos. Evans le explicará la parte
económica, como le estaba diciendo, y después Mellers le pasará los dossiers con las dos cuentas menores que se le van a encomendar. Evans, cuando quieras.
Anthony Evans, Jefe de Personal de Heartstone Publicity, era un hombre bajo y regordete, con una característica nariz de boxeador que le confería aspecto de matón.
Pero sus ojos claros eran entrañables y acogedores, y la posición de su cuerpo me decía que ese hombre no era alguien duro o peligroso, sino todo lo contrario.
―Veamos ―dijo abriendo una carpeta que hasta entonces había estado encima de la mesa y yo no había reparado―. Su contrato de prueba, los dos primeros meses, a contar desde el próximo 1 de diciembre, fecha en la que deberá incorporarse a su puesto, tiene las siguientes características ―carraspeó y creí ver una leve sonrisa burlona en la comisura de sus labios, como si estuviera siendo más serio de lo que en realidad era―: Dispondrá usted de un despacho en esta misma planta y de una asistente compartida, es decir, que su secretaria será la misma que la de otras tres personas. Como ya le ha dicho la señora Curtis, una persona en prácticas será su ayudante y usted será responsable de sus actos. La empresa Heartstone Publicity pone a su disposición una plaza de garaje en la planta -3. Deberá pasarnos la matrícula de su vehículo, así como el modelo y el color para que le hagan la ficha correspondiente. ―No tengo coche ―dije abrumada por la concesión. ―No importa. En caso de que, más adelante, lo tuvieras, esa plaza es tuya. Mientras tanto, si necesitas desplazarte, la empresa tiene coches disponibles que podrías usar rellenando un simple formulario.
―Bueno, siempre me he movido en metro y en autobús pese a tener carnet de conducir, así que no creo que…―Señorita Lopéz ―me interrumpió Madeleine―, cuando uno de nuestros agentes en publicidad debe ir a visitar a un cliente, no esperamos que vaya en metro o en autobús. La empresa dispone de coches sin conductor y de un servicio de vehículos con conductor que le recomiendo utilice para llegar siempre puntual a sus citas.
―Está bien, lo usaré si es necesario.
Madeleine hizo una señal para que Evans continuase y ella retomó su exhaustiva exploración de la perfecta manicura de sus uñas.
―Bien, pasemos a hablar de su sueldo, señorita López. Durante los dos meses que se encuentre a prueba, usted percibirá el setenta y cinco por ciento del sueldo
acordado en el contrato de cualquier publicista en plantilla. Si, transcurrido el periodo de prueba sigue con nosotros, el veinticinco por ciento restantes se le hará
efectivo junto con la totalidad del sueldo acordado. Su sueldo, señorita López es el que se le indica en el papel que la señora Curtis acaba de dejar delante de usted.
Estaba tan pendiente de lo que Evans me decía que no vi a Madeleine poner ningún papel encima de la mesa, pero ahí estaba. Me temblaban las manos cuando levanté la hoja doblada en dos y abrí el papel. ―¡¿Cuatro mil dólares?! ¡Joder!―exclamé perpleja. La respiración se me quedó contenida en la garganta. Miré a las tres personas que me acompañaban y no supe descifrar sus expresiones. Desde luego, ellos tampoco supieron leer la mía y se hicieron una idea equivocada.
―¿Tiene usted alguna queja al respecto, Santana? ―preguntó Madeleine arqueando una ceja insolente, y llamándome por mi nombre por primera vez―. Si tiene usted algo que decir le sugiero que controle su vocabulario.
―Lo siento, de verdad, discúlpenme. Me ha cogido por sorpresa. Esto es…es…
―¿Un asco? ―intervino Mellers.
―¿Insuficiente? ―dijo Evans.
―¡Basta! ―intervino Madeleine enojada.
―¡No! Es maravilloso. Disculpen si no he sabido expresarme con claridad pero, créanme, es más de lo que me imaginaba ganar, de verdad ―”¡Wow! ¡Cuatro mil
dólares!”, pensé aun desconcertada.
―Recuerde que durante los dos primeros meses sus ingresos serán del setenta y cinco por ciento ―dijo la señora Curtis más relajada. Y encomió a Evans a continuar.
―Señorita López, en esta empresa la satisfacción de nuestros clientes es fundamental para nosotros. Un cliente contento y satisfecho con un buen trabajo, es un cliente generoso y agradecido, por lo que cuando una cuenta de publicidad se cierra positivamente, se genera una prima adicional para la empresa y una parte importante de ese dinero va a parar al agente o agentes que la hayan llevado de la mano. Esto quiere decir, señorita, que cuando usted cierre una cuenta, siempre que haya sido satisfactoria, recibirá, además de su sueldo, un plus de agradecimiento del cliente. Las cuantías varían en función de lo grande o pequeño que sea el cliente, pero suelen ser bastante sustanciosas. Ya lo comprobará. ¿Tiene alguna pregunta sobre las prestaciones y el tema económico que quiera comentar conmigo antes de que me marche?
―preguntó Evans una vez finalizada su exposición. Me había quedado tan alucinada que no me salían las palabras. Negué con la cabeza ofreciéndole una leve sonrisa de agradecimiento―. De todas formas, puede usted contactar conmigo cuando lo necesite en el despacho del fondo de este mismo pasillo. Estaré encantado de ayudarla en lo que le haga falta ¿de acuerdo?
―Muchas gracias, señor Evans, lo tendré en cuenta.
―Llámame Tony, aquí nadie me llama señor Evans ―dijo mirando a Madeleine y sonriendo como si compartieran una broma. Luego me guiñó graciosamente un ojo y se marchó de la sala.
―El señor Mellers te contará ahora cuáles van a ser las dos cuentas de las que te vas a encargar estos dos primeros meses ―me dijo ella formalmente―. Cuando
quieras, Drew. Drew Melleres era el Director Comercial más joven que había visto nunca. Pese a que no aparentaba más de treinta años, su presencia era seria y austera, y se escondía tras unas gafas de pasta bastante feas. Su aspecto delgado y enclenque le hacía parecer un hombre enfermizo, pero solo a primera vista. Sin duda, su juventud y su aspecto no eran más que una fachada ―Hola Santana. En primer lugar, puedes llamarme Drew si lo deseas, no hace falta que andemos con formalismos. Yo, si tú me lo permites, me dirigiré a ti siempre
como Santana, ¿te parece?
―Perfecto, me parece genial ―contesté entusiasmada.
―De acuerdo, pues vamos a ver que tenemos para ti. ―Abrió un maletín y sacó dos carpetas de diferentes colores, una roja y otra azul―. Después de haber visto
tus reseñas de cuentas, no creo que vayas a tener ningún problema con lo que te vamos a encomendar. Son dos clientes que están buscando una campaña de Navidad potente y llamativa, que realce un producto en concreto. Estas dos empresas llevan un tiempo trabajando con nosotros pero son de los que se duermen en los laureles. Cuando todo el mundo ya tiene su campaña de Navidad prevista, ellos aún están buscando el producto estrella. Por eso, pese a ser dos campañas fáciles, la importancia y la dificultad de ellas estriba en lo cerca que están las fiestas de Navidad. Deberás, no solo diseñar la campaña, sino también hacerte cargo de su difusión, ya sabes, prensa, radio, televisión, vallas publicitarias, etc. ―Asentí sin miedo al poco tiempo que tenía.
No era la primera vez que había trabajado contrarreloj y siempre se me había dado bien permanecer bajo presión. Habían pasado dos años desde que dejé mi anterior puesto, pero no había perdido la destreza.
Tony me tendió las dos carpetas, pero cuando fui a cogerlas Madeleine se me adelantó. ―Antes de nada, Santana, debes firmar el contrato y el documento de confidencialidad.


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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ene 02, 2016 12:37 am

Como si hubiera estado preparado, en ese mismo instante apareció una chica con una bandeja plateada donde había un montón de papeles perfectamente dispuestos en varios montones. Madeleine le cogió la bandeja y la puso delante de mí muy solemnemente. ―¿Necesitas unos minutos para leer el contrato? ―me preguntó.―Sí, por favor. ―Cogí uno de los montones y lo ojeé meticulosamente. Mi madre me había enseñado a ser lista y no dejarme tomar el pelo. Siempre leía lo que firmaba.
Al cabo de unos minutos, el teléfono de Tony sonó y tuvo que abandonar la reunión. Cuando acabé, dejé el contrato en la bandeja, justo donde se encontraba
anteriormente, y esperé las indicaciones de Madeleine.
―Bien, debes firmar las tres copias del contrato. Luego iremos a mi despacho y firmarás el documento de confidencialidad. Normalmente es con el Director General, el señor Heartstone, con quien deberías firmarlo. A él le gusta recordar al nuevo personal cuales son las consecuencias de un desliz creativo, pero está de viaje y me ha dejado encomendada esta tarea.
Me imaginé al susodicho como un hombre mayor, de pelo cano, casi blanco, algo entrado en carnes y fumador de habanos traídos de Cuba. Testarudo, quizá un poco déspota, y férreo como una roca. Pero lo vestí con una apariencia entrañable, con su papada y sus bolsas caídas bajo los ojos. Un directivo chapado a la antigua. Me vi sentada en su imponente despacho cubierto de paneles de roble macizo y obras de arte en las paredes. Seguro que su mesa era más grande que mi cuarto de baño y los sillones más cómodos que mi cama. Detrás de su enorme silla de despacho habría un cuadro de él mismo con su perro de caza, y se encendería un puro mientras me hablaba sobre los riesgos de traicionar a su amada empresa, las cuentas legendarias con las que habían ganado premios, o las batallas publicitarias que se habían librado en aquellos despachos.
―Pareces pensativa. ¿Estás reconsiderando la firma del contrato? ―preguntó Madeleine sacándome de mi ensoñación.
―No, no, disculpe, señora Curtis ―. Y cogí la pluma que me tendía. Estampé las tres mejores firmas que había hecho en mi vida y de repente me sentí una
triunfadora. Iba a trabajar en una de las mejores empresas de publicidad del mundo. Desde allí salían los fantásticos anuncios de conocidas e importantes marcas de refrescos, ropa deportiva o coches, que mucha gente admiraba, y yo iba a formar parte de todo aquello. ―Bienvenida al equipo, Santana. Espero que tu estancia en Heartstone Publicity sea productiva.
―Muchas gracias, señora Curtis. No dude que lo será ―respondí devolviéndole la pluma y entrelazando los dedos de mis manos para que no se notase el temblor
que delataba mi nerviosismo.
―Y, por cierto, puedes llamarme Madeleine o Maddy, si lo prefieres. No me gusta que me llamen señora Curtis, me hace sentir excesivamente mayor ―comentó
como al descuido mientras se alejaba en dirección a la puerta―. Coge las carpetas que te ha dejado Tony y sígueme. Te enseñaré cuál es tu despacho y luego iremos al mío a firmar el documento de confidencialidad.
Mi despacho resultó ser una estancia amplia con dos mesas, una más grande para mí y otra de menor tamaño para mi ayudante, al que aún no conocía. Tenía unas vistas fabulosas a un bonito parque, donde ya me imaginé almorzando a media mañana y tomando el sol en mis ratos libres. Los muebles parecían nuevos, como si nadie se hubiera sentado nunca allí, y todo estaba bien dispuesto y ordenado en archivadores, bandejas o dispensadores. Olía a nuevo y a madera joven. Algunos cuadros abstractos decoraban las paredes, pero en su mayoría éstas estaban cubiertas de ventanas o de armarios. El despacho se encontraba situado al final de un pasillo, en un espacio dispuesto en círculo donde había tres puertas más. Justo en el centro, en una especie de tarima elevada, rodeada de armarios bajos, faxes, teléfonos y ordenadores, se encontraba Gillian, una cincuentona de pelo corto ensortijado y grandes ojos azules que hacía las
funciones de asistente de todos publicistas.
―Gillian siempre está al teléfono ―dijo Madeleine saludándola con un gesto de su mano. La mujer me miró y sonrió afable―. Luego la conocerás.
Continuamos el recorrido por un pasillo hasta su despacho. ¡Eso era otro cantar! Su impecable estilo estaba impreso en cada rincón de la estancia. Tenía un precioso
sofá blanco de piel en un rincón sobre una mullida alfombra negra y brillante. Todo estaba combinado en esos dos colores, blanco y negro, y bien iluminado por un
vertiginoso ventanal que iba del techo al suelo. Las vistas de Central Park eran, cuanto menos, espectaculares.
―Veamos, Santana. Siéntate ―dijo, más como una orden que como una sugerencia.
Tomé asiento en la silla que ella me indicaba, delante de su mesa. Abrió uno de los cajones y extrajo otro montón de papeles que revisó antes de tendérmelos para que los leyera detenidamente. Era el documento de confidencialidad del que tanto hablaban y que me dejaría en la ruina en caso de incumplirlo. No tenía intención de hacerlo pero la curiosidad me llevó a preguntar.
―¿Qué pasaría si lo incumplo?
Madeleine me fulminó con la mirada. Luego relajó el gesto al comprender que era mi curiosidad la que hablaba. ―Desde la cláusula 4.b a la 42.c se establece qué se considera violación de la confidencialidad. Las últimas siete hojas hablan de las represalias que conlleva la violación del documento. Estoy segura de que no te interesa leerte las veintitantas hojas así que te haré un breve resumen: Si hablas con alguien que no sea de esta empresa sobre alguna de tus ideas, en marcha o por desarrollar, no solo dejarás la empresa de forma inmediata, sino que en algunos casos tiene efecto retroactivo. Es decir, que deberás devolver lo que te hayas embolsado hasta la fecha. Además, en otros supuestos hasta puedes ir a la cárcel. ―La garganta se me había quedado seca y tragué saliva. Estaba claro que allí se tomaban muy en serio su trabajo―. Es muy importante que comprendas que esto no es más que una medida de seguridad. Ya ha habido, en la historia de esta empresa, algunas personas que han intentado robar las ideas del señor Heartstone y eso no le ha gustado nada. De ahí que se blinde a cada
uno de los empleados de manera que cuando se trabaja para HP, solo se trabaja para HP.
Lo tenía claro. Cogí firmemente el bolígrafo que había al lado y firmé el documento.
―Vamos a echarle un vistazo a las dos cuentas de las que te vas a encargar, ¿te parece? Todo iba un poco rápido. Aún no había asimilado que el trabajo era mío y ya estaba repasando las que iban a ser mis dos primeras cuentas. “¿Esto me está pasando a mí?”.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ene 02, 2016 3:57 am

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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ene 02, 2016 3:59 am

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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ene 02, 2016 4:34 am



La carpeta de color azul contenía información sobre una conocida marca de Ron Cubano. No había producto estrella, únicamente necesitaban la campaña de Navidad,“sin necesidad de ser navideña”, rezaba una nota en el anverso de la carpeta.

La carpeta roja, por el contrario, sí tenía un producto nuevo que había que lanzar en una semana para que entrara a competir en el mercado por Navidad. Eran unas bonitas tablets de diez pulgadas y tecnología punta, a precio más asequible que las que ya existían en las tiendas. Si en una semana no estaba el producto disponible, las pérdidas serían muy importantes para el cliente. Por lo tanto, vista la urgencia de una frente a la relativa importancia de la otra, me decliné por empezar con la cuenta de BMD Tecnología, lo que contó con la aprobación de Madeleine.“Tablets, tabletas, tabletas de chocolate, que se comen, que se derriten… ¡no! ¡Ahhhhhh! ¡Necesito una idea!”, decía mi cabeza después de horas y horas dándole vueltas al producto. Tenía la reunión inicial en unas horas y necesitaba la inspiración para poder plantear un boceto de la campaña al cliente. Algo cogido con hilos, pero que le llamara la atención. Sabía que iba por buen camino con los dulces porque era para Navidad, pero debía ser más sustancial que una tableta de chocolate que se derrite.

Era mi segundo día de trabajo y todavía no me habían asignado un ayudante, pero allí la gente era bastante amable por lo que podía respirar relativamente tranquila.
Por fin conocí al famoso Reinaldo, que se ofreció a ayudarme en lo que hiciera falta. Cuando le pregunté por la nota que me había dejado y por su significado
únicamente se rio y me dijo que ya lo comprobaría por mí misma.

La puerta de mi despacho se abrió sin previo aviso y Madeleine asomó la cabeza.
―Los de BMD Tecnología se han adelantado, están en la sala de juntas esperando. ¿Tienes algo? “¡Oh, Dios mío! Mi primera cuenta y estoy en blanco por completo ” ―Tengo algo ―mentí― pero no está muy desarrollado. Dame unos minutos y enseguida voy. ―Dos minutos ―sentenció ella cerrando la puerta y dejando en el despacho un halo de su magnífico perfume.

“En blanco como la nieve, fondo blanco, cielo gris, nieva, la claridad ciega los ojos. La imagen se aleja y… “ ―¡Lo tengo! ―exclamé levantándome del sillón de un salto. Era solo una idea, pero mi instinto me decía que les gustaría porque era clara, simple, pero contundente. Corrí en dirección a la sala de juntas y tropecé con un hombre que salía del servicio de caballeros. Me manoseó un poco más de la cuenta al agarrarme para que no cayera al suelo y se disculpó, pero yo no tenía tiempo para pararme así que continué a paso ligero por el pasillo hasta la puerta de cristal de la sala donde me esperaban tres hombres y Madeleine, que sonreía tensa.
―Señorita López ―Volvíamos a las formalidades delante de los clientes―, estos son los señores García, Ty y Bolder, directivos de la empresa BMD Tecnología

―. Los tres hombres asintieron firmemente en señal de saludo― Falta el hijo del señor García que… ¡ah! ¡Aquí está! ―dijo Maddy mirando hacia la puerta. El hombre con el que había chocado entró mirándome con unos ojos que no me gustaron nada. Un escalofrío me recorrió por la espalda y sentí una especie de desagrado por aquel tipo―. Ronald, esta es Santana López, la publicista que va a hacerse cargo de vuestra cuenta.

―Maravillosa elección, Madeleine. Señorita López, encantado de saludarla de nuevo ―. Vino hacia mí y me dio la mano. La tenía húmeda, flácida, y su tacto me

―Encantada, señor García. ¿Empezamos? ―pregunté mirando a Maddy que levantó una ceja.
―Por supuesto. Toma asiento, Ronald, seguro que la señorita López nos impresiona con sus ideas.
Respiré hondo un par de veces mientras me dirigía hacia la pizarra de papel. Me gustaba usarla cuando aún no tenía mis imágenes definidas y, dado que acaba de encontrar la idea perfecta para el producto, no había podido esbozar nada en absoluto en dos minutos.

Cuando acabé la exposición de mi idea, que fui reforzando sobre la marcha con cosas que iban viniendo a mi mente, me giré para ver las caras de los clientes. Era algo que siempre hacía en mi anterior trabajo para saber si, a primera vista, la idea había sido convincente. Los tres hombres más mayores asentían serios, como si estuvieran digiriendo el sentido de la campaña. El hijo del señor García, Ronald, estaba escribiendo en su móvil último modelo de pantalla extra grande, y ni siquiera había levantado la vista hacia la pizarra en toda mi exposición.

Esperé en silencio. Las siguientes palabras marcarían el éxito o el fracaso de mi idea.
―Madeleine, ―dijo uno de los ancianos, no recordaba ya quién era quién―, tengo que reconocer que en HP siempre habéis tenido gente muy creativa, pero esto es…, esto es sensacional. ―Dios mío, Dios mío…―. Señorita López, su idea nos parece, además de clara, por supuesto, brillante, llamativa, de una finura exquisita, y estamos seguros de que será la sensación de las Navidades. ―Solo me permití sonreír levemente pese a tener ganas de saltar, correr y abrazar a aquel hombre tan cumplidor. ― ¿Ronald? ¿Algo que añadir? ―preguntó el señor García a su hijo, que seguía mirando el móvil. Él levantó la cabeza y me miró con aquella mirada obscena y desagradable. Me repasó de arriba abajo con sus ojos entrecerrados y suspiró. Me estremecí de nuevo.

―Bien, está bien, puede funcionar ―dijo vagamente―. Esperemos a ver la idea desarrollada. Señorita López, en tres días la quiero ver en mi despacho con toda la artillería preparada para asaltar el mercado, o toda esa blancura y lucidez no servirán de nada, ¿está claro?

―Sí, señor. Tres días ―repetí pensando que iba a pasarme las próximas setenta y dos horas sin dormir. ―Encantadora y creativa. Buen fichaje, Madeleine. Trasmítele mi felicitación a Heartstone y dile que lo llamaré para arreglar cuentas. Aún me debe una partida de paddle que no pienso olvidar ―dijo otro de los hombres, el más joven de los tres ancianos.

―Lo haré, señor Ty, sin duda querrá conocer los halagos hacia nuestra nueva adquisición en HP, y le diré a su asistente que concierte una cita de paddle para la semana que viene si le parece bien ―dijo Maddy. El señor Ty asintió satisfecho.
―Bien, tenemos prisa ―dijo el señor Bolder mirando su reloj que debía costar más que mi sueldo de tres meses―. Madeleine me alegro mucho de haberte visto de nuevo. Estaremos en contacto. Se acercó a ella y estrechó su mano con firmeza. Luego se acercó a mi e hizo lo mismo, pero cuando me soltó me dio unas palmaditas en el brazo, como si ya nos conociéramos. Los señores Ty y García hicieron los mismo, sin palmaditas, y cuando llegó el turno de Ronald, sus manos frías y sudorosas cogieron las mías y se las llevó a la boca para dar un beso en cada una de ellas. Luego se acercó a mi oído.
―Tres días, señorita López. Nos vemos en tres días en mi terreno ―susurró. La piel se me erizó y mi reacción fue apartarme rápidamente y acercarme a Maddy,que lo miró con repugnancia. Luego todos salieron de la sala de juntas y ambas nos quedamos en silencio observando cómo se cerraba la puerta de cristal.

―Lo has hecho bien, me has sorprendido ―dijo sin desviar la vista de la puerta.
―Gracias ―contesté en un susurro.
―Lleva cuidado con Ronald ¿de acuerdo? No me gustaría que tuvieras problemas. Aunque parezca que no pinta nada, su padre no da un paso sin su aprobación.
―Llevaré cuidado, descuida.
―Bien, tienes tres días para exprimir esa idea y dejarlos pasmados. Ponte a trabajar.
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ene 02, 2016 4:57 am



Capítulo 2


Diseñar una campaña de imagen para televisión, prensa y radio, de un producto tecnológico, en plenas Navidades y partiendo de una idea lograda en dos minutos y desarrollada sobre la marcha, no era tarea fácil para alguien que se ha pasado los últimos dos años sin hacer nada productivo. Algunos de mis compañeros,
supuestamente alertados por Madeleine, se ofrecieron a echarme una mano con los contactos para contratar espacios publicitarios disponibles en máxima audiencia. Iba a ser complicado dadas las fechas, pero HP tenía mucho poder en el mundo de la publicidad y, si nuestra empresa iba a lanzar un nuevo producto a última hora para Navidad, muchos medios estaban dispuestos a relegar a otras franjas los ya existentes. Contacté con la agencia que debía poner a los modelos publicitarios, los creativos pusieron toda la carne en el asador para que la imagen quedara perfecta, la cuña de radio era ingeniosa y atractiva, todo estaba preparado para mi reunión. El spot para televisión se rodaría aquella misma tarde. Después del encuentro con el señor García junior, un coche me recogería para llevarme a New Haven, Vermont, donde ya estaría todo preparado para el rodaje del anuncio. Pero primero debía visitar la cueva del dragón y ver como se desarrollaba la reunión.
―¡Santana! ―exclamó Ronald García cuando su secretaria me acompañó al despacho―. Pasa, pasa, siéntate. Gracia, que no nos molesten, no me pases llamadas
―le dijo a su secretaria. A continuación recogió los papeles que tenía delante y colocó sus manos encima―. ¿Cómo estás, Santana? Espero que no te importe que te tutee, ¿verdad? Tú puedes llamarme Ronald, todo el mundo me llama así ―”Uff, nena, no te dejes llevar por el asco y sé amable. Acabemos con esto de una vez”, me dije convencida de que aquel hombre no era trigo limpio
―. Bien, antes de empezar ¿te apetece tomar algo? ¿Un té, un café, algo más fuerte? ―Si no fuera porque tenía esa expresión lasciva y desagradable en el rostro, quizá hubiera resultado encantador. Pero había tal aire de falsedad en sus palabras, que decidí seguir mi instinto y mantenerme alerta.
―No, gracias, no me apetece nada. ¿Podemos ver la campaña? Tengo que marcharme a Vermont para el rodaje del anuncio y aún no he podido visualizar la maqueta.
―Solo trabajo, nada de placer ¿verdad? Hay que ver cómo sois las mujeres modernas de hoy en día. Bien, veamos lo que me tienes que enseñar ―dijo recorriendo mi cuerpo con su asquerosa mirada. Me indicó que me sentara a su lado en la mesa de reuniones y apartó un poco más sus papeles, dejando sitio para las piezas de publicidad visual que yo le había traído. Él se sirvió un whisky y se pegó más a mí hasta que nuestras rodillas se rozaron. Su aliento me dijo que no era la primera copa que se tomaba aquella mañana y eso me produjo una terrible sensación de alarma. Mientras le contaba cuales habían sido los resultados de nuestras ideas en la fase creativa, él no apartaba los ojos del escote de mi blusa. En varias ocasiones sentí el roce de una mano sobre mi muslo y cuando le hablaba lo veía relamerse como si fuera el gato a punto de comerse al canario.
Cuando uno de mis mechones de pelo escapó del recogido que me había hecho y Ronald intentó cogerlo para pasarlo por detrás de mi oreja, me aparté como si me
hubiera quemado.
―Creo que ya está todo claro y… debería marcharme ya ―murmuré levantándome y recogiendo mis cosas.
Él se puso en pie a mi lado y me cogió del brazo apretándolo más de la cuenta.
―Pero Santana, si no has acabado tu exposición. Relájate y ven conmigo al sofá. Estarás más cómoda.
―No, señor García. Gracias pero debo partir hacia Vermont y no creo que…
De pronto, me atrajo fuertemente hacia él y me besó con la boca abierta y babeante. Me sujetaba el brazo con fuerza y me manoseaba la cadera con su mano libre buscando el bajo de mi falda para subírmela. Intenté apartarle de un empujón pero solo logré que él me mordiera el labio. Noté el sabor de mi sangre en la boca y el pánico se apoderó de mí. Esta situación me era demasiado familiar para tomarla a la ligera. Me armé de valor y le mordí el labio yo también.
―¡Maldita seas, zorra! Me has hecho sangre ―dijo con la respiración alterada.
Antes de que pudiera darme cuenta de sus intenciones me dio una bofetada que me hizo girar la cara. Luego me empujó y caí sobre el sofá. Al instante lo tenía encima manoseándome de nuevo, intentando meter una de sus rodillas entre mis piernas. Luché con todas mis fuerzas para apartarlo, pero era imposible, pesaba demasiado, era más grande, más fuerte y estaba decidido. Le arañé la cara y me cogió del cuello dejándome sin apenas respiración.
―Estate quieta, puta ―siseó visiblemente agitado― Si me dejas marcas en la cara te arrepentirás toda tu vida. Lo deseas, no sé por qué te resistes. Seguro que ese chochito está húmedo esperando que me lo folle duro ¿verdad?
Su mano se metió entre mis piernas y me arrancó las bragas de un tirón. Continuaba apretándome el cuello sin dejarme respirar y gimió excitado mientras alrededor de mí todo iba perdiendo el color.
“No te desmayes, Santana. Hará contigo lo que le venga en gana. ¡No te desmayes, joder!”. Recordé algunas de las lecciones que me habían dado en defensa personal hacía ya tiempo e intenté mantener la calma. Luego, mientras él me tocaba bruscamente, percibí que podía mover las piernas y cuando se apartó para desabrocharse el pantalón levanté la rodilla con todas mis fuerzas y di en la diana. Todavía fue capaz de darme un puñetazo en la cara mientras se retorcía de dolor y aullaba llevando su mano a sus partes. Pese a la falta de aire que me cerraba la garganta y la punzada que sentía en el ojo, fui capaz de volar hasta la mesa, barrer todo lo que había en ella hacia el interior del maletín y salir corriendo de aquella aterradora situación que creí no volver a vivir jamás en mi vida.
Llamé a Maddy en cuanto subí al coche.―Madeleine, no puedo ir a Vermont ―dije al borde de las lágrimas. Necesitaba mantener la compostura hasta llegar a casa.―No digas tonterías, te están esperando. Hasta que no llegues no pueden empezar, así que no te entretengas ―dijo ella ajena a lo que había sucedido.
―Maddy, por favor, no puedo…
―¡No hay excusas, recuérdalo! En una hora te quiero allí sin falta. Recuerda también que estás a prueba y que ésta es tu primera cuenta. Si fallas no habrá otra oportunidad. “¿Otra oportunidad? Al cuerno con las oportunidades”
―Señorita López, ¿quiere usted este trabajo? ―preguntó de repente con una gélida seriedad.
―Sí ―dije limpiándome con la mano las lágrimas que ya resbalaban por mi cara. Noté que estaba empezando a hincharse y me dolía.
―Pues no se hable más. Cuando regreses de Vermont me pones al día de la campaña ¿entendido?
―Entendido ―respondí con la voz estrangulada por el llanto. Y colgó.
Cuando el coche me dejó en mi apartamento y pude enfrentarme al espejo, la imagen que me devolvió no era nada nuevo. Una mejilla hinchada que adquiría ya un tono azulado, un labio inflamado con una herida que aún sangraba ligeramente, marcas rojas en el cuello y en el brazo que se volverían moradas en breve, unas medias rotas y unas bragas desgarradas. Me desnudé y corrí a la ducha deseando que el agua borrara cada una de las señales que aquel cerdo me había hecho. Sopesé mis posibilidades y, equivocadamente, descarté la denuncia por agresión. Llevaba menos de una semana en la empresa y ya tenía motivos para denunciar a uno de los clientes más antiguos, mi primer cliente.
Acabaría el trabajo de publicidad y hablaría con Madeleine para que le pasara la cuenta a otro. Sí, eso haría. “No has aprendido nada de la vez anterior, Santana. Sigues siendo una cobarde”.
―Ya lo sé ―me dije a mí misma en voz alta dejando que el agua se llevara los restos de mi sentido común
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ene 02, 2016 5:13 am

Capítulo 3



En invierno New Haven era un pueblo pequeño de unos mil setecientos habitantes, completamente blanco debido al color de las fachadas de sus casas y de la nieve, que no daba tregua en los meses de más frío. Era perfecto para el spot que había diseñado. Un poco de hielo, linimento y maquillaje habían hecho que mi aspecto volviera a la normalidad. Aunque la hinchazón de la cara no había desaparecido, no parecía que hubiera sufrido el ataque de un cerdo violador.
Me había puesto un grueso jersey de cuello de cisne para tapar los cardenales que ya eran visibles y un parche contra los herpes para disimular la herida en el labio.
Me dolía la cabeza y sentía como si el ojo me fuera a estallar. Llevaba unas enormes gafas de sol que había comprado Lina en el supermercado a principios de invierno y que tapaban gran parte de la hinchazón. Pero la herida dentro de mí, la que nadie veía, sangraba profusamente amenazando con llevarse los restos de mi cordura.
―Señorita López, tiene una llamada. Se la pasaré a su habitación ―dijo el recepcionista del hotel nada más registrarme.
―Está bien. Gracias.
El lugar era una planta baja rural, donde todo parecía ser de madera y las flores secas eran la decoración principal en cada puerta y en cada rincón. Una chica jovencita que no tendría más de diecisiete años, me acompañó con la llave hasta mi habitación. Dentro, olía a chimenea y a naftalina, pero era una habitación acogedora en un ambiente campechano y me sentí reconfortada.
Dejé mi mochila en el suelo justo cuando el teléfono de la mesilla de noche comenzaba a sonar.
―¿Qué coño ha pasado en BMD? ―preguntó Madeleine enfurecida. Me eché a temblar―. El señor García ha llamado al señor Heartstone Pierce para cancelar la cuenta de publicidad. Repito, Santana, ¿qué ha pasado en BMD?
―El hijo del señor García me agredió e intento abusar de mí ―murmuré avergonzada.
―Eso fue exactamente lo que Ronald le dijo a su padre que dirías… Santana ―dijo relajando un poco el tono de voz―, cuéntame qué ha sucedido. El señor García dice que su hijo tiene magulladuras en la cara y un labio partido de un puñetazo. Que le agrediste, que te pusiste como una loca cuando te dijo que no le gustaba tu idea.
Créeme, Santana, quiero creerte, pero si no me cuentas la verdad no podré hacer nada para que sigas en esta empresa. El señor Heartstone Pierce está esperando una explicación porque no va a tolerar que uno de sus amigos se marche de la empresa por una empleada en prácticas, así que, por favor, cuéntame la verdad.
―¿La verdad? ―pregunté hinchada de rabia y sin dar crédito a lo que me decía. Estaba harta de tener que justificarme ante las palizas, los abusos, y los hombres en general. Debía sacar a la Santana que mantenía escondida porque yo estaba antes que todos los trabajos del mundo, por buenos que fueran―. La verdad es que ese cerdo se tiró encima de mí, me manoseó todo el cuerpo, me clavó sus asquerosos dedos en el brazo, me mordió el labio después de babearme la boca, me pegó un puñetazo en la cara y me rompió las medias y las bragas para meterme mano mientras me sujetaba del cuello sin dejarme respirar. La verdad es que le arañé la cara, le mordí su asquerosa boca para que me dejara en paz y le propiné un rodillazo en las pelotas para quitármelo de encima y poder salir de su asqueroso despacho. ¡Esa es la verdad! ―le espeté sin aliento y con las lágrimas deslizándose sin parar por mis mejillas―. Y ahora, si me quieren despedir, ¡que lo hagan! Pienso denunciar a ese hijo de puta por agresor, maltratador y violador.
―Señorita Santana, vuelva aquí y recoja sus cosas. Está usted despedida ―dijo una profunda y heladora voz de Mujer. Seguidamente se cortó la llamada.
Cuatro horas más tarde estaba de regreso en HP. Al entrar en el ascensor no me molesté en quitarme las gafas de sol. No quería que nadie viera la hinchazón de mi  mejilla. Después de lo que había llorado, el maquillaje ya no escondía nada. El parche del labio estaba prácticamente despegado y las rojeces del cuello ya eran cardenales oscuros que asomaban por encima de la tela de mi jersey. Me dolía el cuerpo y la cabeza, y lo último que me apetecía era encontrarme con Madeleine, o peor, a Heartstone Pierce. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Reinaldo estaba hablando con una de las rubias de la recepción. Al verme, aquella rubia cambió su expresión y Reinaldo se giró.
―Pero Santana, ¿qué has hecho? Has revolucionado la empresa en cinco días que llevas aquí. Has hecho regresar a la mismísima Corazón de Piedra.
Ni siquiera me digné en contestarle. Pasé por su lado como si no nos conociéramos y enfilé hacia mi despacho sin mirar a nadie, aunque desde detrás de mis gafas negras podía ver las miradas que me echaban al pasar.
Recé para que Gillian estuviera ocupada y no pudiera avisar a Madeleine de mi llegada pero no tuve suerte. Nada más verme aparecer, cogió el teléfono. No la vi
mover los labios, pero sabía que había dado la voz de alarma. No les iba a dar el gusto de tenerme allí rogando por el puesto. “Se pueden meter el puesto donde más les duela”, pensé furiosa.
Cogí la única cosa que era mía, una bonita orquídea regalo de Rachel, que, por su color, hacia juego con la alfombra del despacho. Cuando ya estaba llegando a la zona de recepción, oí una puerta abrirse y a Madeleine decir mi nombre. No me moví, me quedé de espaldas a ella hasta que la sentí acercarse. Entonces me giré y me encontré cara a cara con ella.
―¿Brittany? ―. Ella  levantó una ceja sorprendida ante aquella familiaridad pero pronto su expresión se volvió dubitativa. Mi cara le era familiar, estaba segura.
―¿La conozco? ―preguntó levantando una ceja en actitud arrogante. Estaba segura de que sus ojos me habían reconocido. “Sabes quién soy, lo sé”
―Señorita Heartstone Pierce, ―intervino Madeleine― esta es la señorita López, señor.
La sangre abandonó mi rostro. “¡Joder, joder, joder! ¿Ella es Heartstone Pierce? No puede ser. No puedo tener tan mala suerte ”. Ya bajaba la cabeza, sumisa, cuando un pensamiento me golpeó de pleno: “Nada de ser cobarde,Santana ”. Levanté la mirada y la fijé en sus preciosos ojos azules.
Más me hubiera valido no haberlo hecho. La transformación que sufrió su cara cuando escuchó mi nombre convirtió el momento incómodo en uno de alta tensión. Su cuerpo se envaró, la mirada se le hizo dura y acusadora, y su ceño fruncido mostró una evidente actitud hostil.
―Con que la señorita López ―comentó en el tono más hosco que había escuchado jamás. Parecía que no me había reconocido como yo creía―. Creo que tiene algo que explicarme, ¿no le parece? Suspiré derrotada. La Brittany de mi sueño había desaparecido. La Brittany de aquel precioso encuentro, de aquella noche salvaje, de mis fantasías eróticas, de mis anhelos de cada noche. Aquel no era mi Brittany. Este era la Señorita Director de una empresa de publicidad que acababa de perder a uno de sus mejores clientes por culpa de una fulana
caprichosa que no sabía aceptar las críticas de los demás. O visto de otro modo, aquel era el cabrón gilipollas que me había echado a patadas sin ni siquiera confirmar que mi historia era verdadera y la de su cliente era una mierda.
―Yo ya no trabajo aquí, no tengo por qué explicar nada. Usted y su empresa ya me han juzgado y he sido declarada culpable. Solo he venido a recoger lo que es mío. Adiós. Me giré dignamente y eché a andar. No iba a consentir que me vieran llorar. Pero, de pronto, una mano me agarró por el brazo que tenía magullado y me hizo dar la vuelta para quedar de nuevo frente a ella. Solté un alarido de dolor que se escuchó en toda la planta y me retorcí dejando caer la orquídea al suelo, rompiéndose la maceta de cristal en mil pedazos.
Cuando vi la bonita flor con sus raíces verdes desparramadas, los diques que contenían todo el peso de mis lágrimas se rompieron y comencé a llorar. Caí de rodillas intentando coger los restos y clavándome algún que otro cristal. Las manos me temblaban tanto que era incapaz de sujetar nada. Las gafas de sol que aún llevaba puestas cayeron también y dejaron a la vista un pómulo hinchado y enrojecido en proceso de convertirse en un moretón en toda regla.
Madeleine contuvo la respiración y se llevó las manos a la boca. Ella se arrodilló delante de mí y bajó cuidadosamente el cuello del jersey descubriendo los cardenales morados y rojos que había debajo. ―Madeleine, llama a mis abogados. Diles que quiero una reunión urgente con ellos en una hora ―dijo sin apartar su mirada de las horribles marcas con forma de dedos. Luego cogió la orquídea con una de sus grandes manos y se la pasó a alguien que miraba el espectáculo―. Baja a Flowers&Co y diles que te mando yo. Que pongan la flor en una nueva maceta de cristal ―ordenó .
No me moví. No podía. Continuaba llorando de rodillas, delante de ella, con las manos suspendidas en el aire como si aún sostuviera la orquídea entre mis dedos. Mi cuerpo se estremecía con cada sollozo y ni siquiera noté que ella tiraba de mi mano para ponerme en pie.
Andamos hasta su despacho y una vez dentro, y con excesivo cuidado, me sentó en un sillón. Curó cuidadosamente las heridas que los cristales me habían hecho en las rodillas y las manos y me ofreció un poco de hielo para mi mejilla hinchada.
Pocos minutos después ya estaba más calmada. El aroma de su  perfume, la fresca fragancia a ropa limpia y su dulce esencia corporal se mezclaron en mi
cabeza, embriagándome.
Dos años atrás tuvo el mismo efecto en mí mientras tomábamos un café. Aquella noche me dejé llevar por sus palabras, por su sonrisa y por su olor, y ese camino me dejó, a la mañana siguiente, en la habitación de un hotel, sola, sin saber por qué había desaparecido, o si nos volveríamos a ver.
Inspiré, ya más calmada, y saqué mi mano de entre las suyas. Ni siquiera me había dado cuenta de que la sostenía. ―No es nada, no se preocupe ―dije esquivando su mirada, avergonzada. Me recoloqué el cuello del jersey que ella había apartado. Sentí un leve cosquilleo allí donde sus dedos habían rozado mi piel magullada. Aún no sabía exactamente si me había reconocido. No sabía si hablaba con Brittany o con la señorita Heartstone Pierce.
―Oí lo que le decías a Madeleine por teléfono desde New Haven ―dijo visiblemente afectada por mi estado―. Estaba aquí, en mi despacho, y la obligué a poner el altavoz. Cuando te he cogido y te has retorcido de dolor, por un momento he pensado que te había hecho daño yo. Pero luego se te han caído las gafas y he recordado tus palabras. ―Sentía la rabia en su voz. Vi sus puños apretados con los nudillos blancos.
―Dije la verdad.
―Ahora lo sé. Discúlpame, por favor ―dijo abatido, y añadió―: Y no creas que esto va a quedar así. Llevo mucho tiempo queriendo acabar con Ronald García y
ésta ha sido la gota que ha colmado el vaso.
―Da igual, no le pasará nada. Una reprimenda de papá, un tirón de orejas de los socios y de vuelta a la normalidad. No se preocupe, señorita Heartstone Pierce ―dije levantándome ya recuperada y deseando salir de allí lo antes posible―No presentaré cargos contra él, ni contra HP. Puede decirles a sus abogados que no habrá problemas por mi parte. Solo quiero volver a mi casa y que me dejen en paz.―No voy a consentir que ese impresentable intente aprovecharse de una de mis empleadas y se vaya con una sencilla reprimenda, por muy amigo mío que sea su padre. Los abogados no son por ti, son para ir contra él por acosar y maltratar a alguien de mi personal ―dijo indignado ante mi pasividad.
―Ya, pero es que hay un detalle que no ha tenido en cuenta, señorita Heartstone Pierce.
―¿Cuál? ¡Y deja de llamarme así, por Dios, Santana
―Que yo ya no trabajo en esta empresa ―dije, y salí de aquel despacho en el que me estaba asfixiando.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ene 02, 2016 5:35 am

Capítulo 4

Llamé a Rachel cuando entraba por la puerta de mi casa. No había parado de llorar desde que salí de HP y necesitaba hablar con alguien que supiera cómo me sentía realmente.
Rachel estaba en clase de baile. Le había dejado un recado urgente a uno de sus alumnos y no tardó ni media hora en presentarse en mi casa. Aún llevaba su ropa de trabajo y venía sudada y sin aliento. “La historia se repite” había sido mi mensaje.
Cuando le abrí la puerta y me vio la cara, se volvió loca.
―¿Qué ha pasado? ¿Ha sido él? ―preguntó cerrando la puerta.
―No, no, tranquila. Por lo que yo sé, ese aún está entre rejas. ―Rachel suspiró aliviada pero pronto volvió a ponerse en guardia.
―Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Tú te has visto? Estás… como antes.
―Cálmate, Rachel, por favor.
―¡Que me calme, dice! ―gritó fuera de sí― ¿Cómo quieres que me calme? ¡Mírate! ¡”La historia se repite”, me han dicho! Y casi me vuelvo loca. Esas cuatro palabras son nuestra clave. Y luego vengo y te encuentro como en tus peores tiempos. Estoy… estoy…
Cuando vi que estaba a punto de ponerse a llorar, comprendí el miedo que debía haber sentido cuando le dieron mi mensaje. Efectivamente, esas palabras eran una clave de alarma para cuando estuviéramos en peligro. Las dos habíamos vivido una traumática historia, yo por culpa de mi ex marido y ella por mi culpa. Y cuando las aguas volvieron a su cauce decidimos crear esa clave. “La historia se repite”.
―Ha sido un cliente. ―Respiré hondo y rememoré la escena en el despacho como me había enseñado la psicóloga. Luego le conté a Rachel lo que había pasado mientras ella me escuchaba silenciosa. Cuando llegué a la parte de Brittany abrió mucho los ojos sorprendida por mis palabras.
―¿La del sueño en el bar? ¿Aquella tía buenorra de hace, cuánto…, dos años?
―La misma, solo que ahora va con traje de Armani y es mi jefa… Bueno, era mi jefa, ya no lo es porque me han despedido, así que…
―¡Pero no te pueden despedir! Tú misma lo has dicho: al final ella ha sabido que decías la verdad, ¿no?
Sí, lo sabía, pero yo me fui de allí y no me detuvo, no me pidió que me quedara. Ya no sabía si quería trabajar en esa empresa siendo ella quien era. Desde que estuve con Brittany en aquel hotel no había vuelto a estar con ningún otro hombre o mujer. Tampoco había vuelto a soñar. Había salido con Rachel varias veces, pero no tenía intención de conocer a nadie más. Estar cerca de Brittany de nuevo me producía una ansiedad incomprensible. Algo dentro de mí pedía a gritos sus caricias, sentir sus manos, sus ojos y su aliento cerca de mi cuerpo. Pero yo no era la chica desarmada de entonces, había aprendido una lección de los hombres como mi ex marido, y otra más de las mujeres como Brittany.

Estar cerca de Brittany no iba a contribuir a mi bienestar mental.
Rachel se marchó dos horas después. Tenía una clase que no podía cancelar. Se aseguró de que no me faltaba de nada antes de salir por la puerta: analgésicos, hielo, pañuelos de papel, algo de comer, y agua, mucha agua. Ella misma me acomodó en el sofá y me dio el mando de la tele como si fuera el cetro del rey. Luego me dio unos cuantos besos y un abrazo y se marchó pesarosa de no poder quedarse a hacerme compañía.

El murmullo de un programa de televisión junto al cansancio acumulado en mi cuerpo, obró su magia y poco a poco fui cerrando los ojos hasta quedarme completamente dormida. Pero mi mente no descansaba en situaciones de estrés y los malos sueños vinieron a mi encuentro.
“Dormía cuando algo me despertó, algo suave y húmedo que se deslizaba por mi cuerpo, como una serpiente. Se sentía tan extrañamente bien que comencé a gemir cuando llegó al valle entre mis piernas. Abrí los ojos y miré. ¡Brittany ! Brittany me daba lo que necesitaba con su lengua, me hacía el amor con su boca. Cerré los ojos y se detuvo. ¡Nooo! Frustrada, busqué, pero no había nadie. Sentí unas manos en el pelo y me relajé. Brittany jugaba conmigo. Sabía lo que necesitaba. Pronto las caricias cambiaron a toscas, buscando hacerme daño. Y su voz… ¿Sam Evans?
Lloré y supliqué que me dejara en paz pero continuó manoseándome, apretando, mordiendo. ¡Ya basta! No podía respirar. Apretaba mi cuello más y más.
Un rostro diferente, su mirada lasciva. Ya no tenía fuerzas para luchar contra él, Ronald haría conmigo lo que quisiera. Grité, y continué gritando…”

―¡Santana! ¡Joder! ¡Abre los ojos, maldita sea! ―dijo una voz crispada.
Abrí los ojos y me encontré de vuelta en el sofá de mi apartamento. La tele seguía en marcha, ya era de noche y alguien había encendido la luz de la lámpara de pie.
De pronto, una cara se materializó delante de mí y creí que seguía soñando. Cerré las manos y comencé a dar puñetazos a diestro y siniestro, gritando.
―¡Ya está! Era una pesadilla, solo una pesadilla ―decía la voz de Mujer mientras me abrazaba. El calor de aquel cuerpo empezó a extenderse por mis agarrotados músculos, la presión de aquellos brazos me reconfortó como si fuera un baño caliente, y su olor… era maravilloso, era… ¡Era Brittany!
―¿Qué haces aquí? ―pregunté inmediatamente separándome de ella. Luego miré a mí alrededor para ver si había alguien más. ―¿Cómo coño has entrado en mi apartamento? ¿Y cómo sabes dónde vivo?
―Tranquilízate, Santana, por favor. Venía a traerte la orquídea ―. Señaló con la mano la bonita flor en su nueva maceta de cristal.

Al parecer no había sufrido muchos daños. Los ojos se me llenaron de lágrimas― La puerta de abajo estaba abierta y cuando llegué aquí, oí gritos que salían de tu apartamento. Tu vecina también los oyó y salió a ver qué pasaba. Me dijo que tenía una llave para emergencias. Yo abrí y ella fue a llamar a la Policía.
―¿A la Policía? ¿Por qué? ―. Me levanté de un salto y fui hacia la puerta. Mi cuerpo no tomó bien ese movimiento tan rápido y me fallaron las piernas, pero no me caí. Brittany me cogió de inmediato por la cintura―. ¿Señora Malcom? ¿Enrieta? ―llamé a mi vecina que asomó su pequeña cabecita por el marco de la puerta ―. No hace falta que llame a la Policía. Solo estaba teniendo una pesadilla. Ya sabe.

―¿Otra pesadilla? Querida, deberías ir al médico para que te dé algo, cada vez son más… ―Dejó de hablar de repente y abrió los ojos como platos. Se enderezó y vino hacia mí con un dedo acusador en alto. Apartó a Brittany de un empujón y me cogió la cara por la barbilla para ver mejor mi mejilla amoratada―. ¿Has vuelto con él?

No se te habrá ocurrido hacerlo, ¿verdad? Eres una jovencita muy fuerte y dura y no necesitas a ese mamarracho para nada ¿me oyes? ―De hecho, la oía toda la escalera. Si no la paraba, iba a tener que explicar muchas cosas que no tenía ganas que Brittany supiera.
―No he vuelto con nadie, señora Malcom. No se preocupe. Esto ha sido solo un accidente ―dije llevando del brazo a Enrieta hasta la puerta de su casa.
No se quedó muy satisfecha con mi penosa explicación, pero al menos conseguí que cerrara la puerta sin hacer más comentarios. Antes de volverme hacia Brittany respiré hondo y enderecé la espalda.
―Veo que no es la primera vez que te pasa esto ―dijo siguiéndome dentro del apartamento y cerrando la puerta.
―Y yo veo que mi orquídea ha quedado muy bien. Gracias. Ahora ya puede marcharse, señorita Heartstone Pierce―dije recuperando las formalidades. Necesitaba mantener una distancia con ella o acabaría muy mal.
―¿Quién te pegaba antes? ―preguntó algo enfurecida.
―Eso no le importa. Ya no hace nada usted aquí. Márchese.
―Tu campaña de marketing y comunicación para las Tablets BMD se estrenará finalmente en televisión, radio y prensa la semana que viene ―comentó como al descuido mientras miraba una fotografía de mi madre―. Madeleine dice que has hecho un excelente trabajo y están más que satisfechos con el resultado.
―Me importa bien poco la campaña, BMD o sus socios. Por si no se ha dado cuenta hoy no he tenido un buen día y me gustaría que se marchara.
―He hablado con García. No está muy contento con las acciones de su hijo y ha entendido perfectamente que le demande por acoso a una empleada de HP. Ha sido expulsado de la empresa por unanimidad de los socios. Pensé que querrías saberlo.
―No me importa.
―Santana…―Cuando decía mi nombre de esa forma un pedazo más de los muros que había construido en torno a ella, caía sin contención. “Brittany Heartstone Pierce no es bueno para tu salud, ni para tu moralidad, ni para tu vida”.
―¡No! Márchese. Fue un error entrar en su empresa a trabajar y ahora el error se ha solucionado. No me debe usted nada. ¡Lárguese!
Me miró con unos ojos indescriptibles. Si le había ofendido con mis palabras no lo demostró. Se acercó a mí quedándose a pocos centímetros. Su rostro estaba serio e imperturbable.
―Lo que te ha pasado no es nada que vaya a olvidar tan fácilmente ―dijo con una voz como salida de ultratumba. Su mirada fija me intimidó tanto que me hizo bajar la cabeza―. Tienes diez días. Dentro de diez días te quiero ver sentada en tu despacho ocupándote de la cuenta del ron cubano como si fuera lo único que hay en tu vida ¿me oyes? No quiero escuchar nada más. Tú trabajas para mí y yo protejo lo que es mío. Diez días ¿ha quedado claro? ―. Me miró buscando una reacción,
desafiándome con esos ojos azules que podían ver en lo más profundo de mi alma.
Le vi levantar la mano lentamente con intención de acariciarme, y cuando estaba a medio camino se paró, cerró el puño con fuerza y lo retiró. No me había tocado, pero sentí un vacío enorme al imaginarme esa caricia. Luego dio media vuelta y se marchó.


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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ene 02, 2016 6:00 am

Capítulo 5

Tres días después recibí un mensaje de texto: “Espero que esté usted mejor. Nos vemos en una semana. BHP”.
No iba a dejar que me olvidara de ella. Yo necesitaba el trabajo, me gustaba ese trabajo, pero no quería complicarme la vida y Brittany era una gran complicación, estaba segura.
Dos días más tarde, a las ocho de la mañana, llegó otro mensaje: “Ecuador de sus vacaciones. Espero que esté usted recuperada. BHP”. Esta mujer iba a volverme loca.
El día antes de mi supuesta reincorporación al trabajo, a media tarde, llegó un mensaje más: “¿Sabes hablar español? BHP”. Estuve tentada de contestarle que sí, pero apagué el móvil y salí a correr un rato para despejarme.
Había tomado una decisión firme. Volvería a mi trabajo. No por ella sino por mí, porque era buena y me había propuesto ser una triunfadora. No ganaría nada lamiéndome las heridas una vez curadas.
Cuando regresé, una hora más tarde, me di una buena ducha caliente y me apliqué una mascarilla de arcilla verde en la cara. Me serví una copa de vino blanco, frío, y, aún envuelta en la toalla, me senté en el sofá a pintarme las uñas de algún color transgresor. “¡Oh, sí, verde!”.
Un rato más tarde sonó el timbre de la puerta y pensé que era Rachel. Había comentado que se pasaría por casa si le daba tiempo. Pero la persona que estaba al otro lado de la puerta no era ella.
Brittany sonreía sosteniendo en alto dos bolsas de comida tailandesa. Se parecía mucho más a la Brittany que había conocido en aquel bar: pantalón vaquero, camiseta negra desgastada y chaqueta de cuero. Cuando vio mi cara de aquel color verduzco, bajó las bolsas de golpe y su sonrisa se convirtió en una mueca de asco que me resultó de
lo más graciosa. ―Disculpe señora Hulk, creo que me he equivocado de apartamento ―bromeó mientras hacía amago de marcharse.
―¿Qué quieres? ―le pregunté disimulando una sonrisa. Di un trago a mi copa de vino.
―¿Hay una para mí? ―dijo señalando la bonita copa de cristal tallado, herencia de mi abuela―. He traído comida tailandesa ―. Y sonrió de nuevo con esa espectacular sonrisa de dientes blancos y perfectos, salvo por uno que tenía ligeramente roto.
―No, no hay nada para ti y no me gusta la comida tailandesa.
―Mentirosa ―soltó―, una vez me dijiste que era tu preferida.
Me quedé mirando su bello rostro e intentando averiguar qué recordaba de aquella noche. Sin duda, yo había tenido razón: ella sabía quién era yo y, por supuesto, recordaría lo que sucedió.
―Ya está bien ―dije tranquilamente, pero ruborizada hasta las cejas―. Voy a vestirme. Luego te largas.
Unos minutos después me había puesto un chándal, la mascarilla había desaparecido de mi rostro y me había recogido el pelo mojado en una coleta. En el salón Brittany se había encargado de sacar las diferentes cajas de comida y esparcirlas por encima de la mesilla de café que había delante del sofá. La habitación entera olía a comida tailandesa y me rugieron las tripas.
―¡Aja! ¡Lo sabía! Tienes hambre ¿verdad? ―Incluso había encontrado otra copa similar a la mía y se había servido un poco de vino.
―No voy a cenar contigo. Te he dicho que te largues. ―le dije dejándome caer en el sillón más alejado.
―Está bien, pues yo cenaré mientras tú miras ―. Y se sentó en el sofá, ignorando mi forma directa de echarlo de mi casa y frotándose las manos ante tan copioso festín asiático. Optó por un par de palillos, abrió una caja y olisqueó su contenido. Luego, de forma magistral, extrajo una bola de tallarines con gambas que se llevó a la boca. Era todo un espectáculo de sensualidad verla degustar la comida con tanto placer. Mi pulso se aceleró cuando sacó su lengua y se relamió. “ Lo está haciendo a propósito.
Relájate ¿quieres?”.
― ¿Sabes? Este Pad Thai huele y se ve mejor de lo que sabe. No tiene nada que ver con el que hacen en Tailandia, por supuesto, pero está delicioso cuando hay hambre ―Volvió a llevarse los palillos llenos a la boca―. Uhmm, es una lástima que no quieras porque el segundo bocado es mejor que el primero…
―Cállate y déjame que me siente ―le dije riendo y empujándole para que me hiciera un hueco en el sofá―. ¿No me digas que después de tanta caja solo has traído
Pad Thai? ―fui a abrir las otras cajas de comida pero ella no me dejó.
―Ah, ah, ah, no, no, no, esta comida es para celebrar algo, pero primero tengo que saber si hay algo que celebrar ―dijo sonriendo mientras apartaba mis manos de la mesa. Luego se giró para quedar frente a mí y se puso más seria―. Siento mucho lo que has tenido que pasar estos días. No te creí cuando te oí por teléfono. No sabía quién eras y, aunque eso no es una excusa, te pido que me perdones. Cuando te vi en el pasillo y Madeleine dijo que eras tú, estaba tan enfadada que ni siquiera fui
capaz de ver que te habían lastimado. Y luego, cuando me di cuenta… ―Fue bajando la voz hasta que no le salió más que un susurro―, cuando me di cuenta solo quería matar a Ronald y pegarme un tiro por estar tan ciega. Créeme, Santana, lo siento, y no quiero que dejes la empresa. Entenderé que no quieras verme después de la poca
confianza que he demostrado, pero, por favor, quiero que vuelvas a trabajar. No ha sido justo que te despidiera y… ―Vale ―dije sin más.
―¿Vale? ¿Ya está? ―preguntó sorprendida
.―Sí, vale. Acepto tus disculpas y, además, mañana tenía pensado volver a trabajar. ¿Podemos cenar ya? Tengo que madrugar.
―Oh, sí, claro ―dijo sonriendo de esa forma que le hacía parecer una adolescente en la serie de moda―. De cenar tenemos Pad Thai ―Hizo un gesto de evidencia señalando la cajita―, Nam Prik Pao, Ped Dang, Kaeng Kari Kai y, de postre, flan de leche de coco.
―Vaya, has tirado la casa por la ventana ¿eh?
―Quiero que estés bien alimentada. Cebarte para luego comerte, ―dijo antes de darse cuenta del doble sentido de su frase―, como en Hansel y Gretel ―añadió.
Cenamos tranquilamente escuchando las viejas glorias de U2. Le pregunté si había viajado a Tailandia y contestó, con un movimiento de cabeza, que sí.

Me contó brevemente dónde había estado, lo que había degustado allí y cuáles eran los mejores sitios para visitar. Me habló de algunas playas y de las gentes del lugar. De cualquier cosa que no fuera demasiado personal.
Yo me moría de ganas de saber qué había sucedido la noche que nos conocimos en el bar. Desapareció sin dar explicaciones, sin despedidas, y después de mucho tiempo aún continuaba creyendo que me merecía una buena historia que justificara su forma de actuar.
―Britt… ―susurré suavemente. Leyó en mis ojos la pregunta y suspiró cansada.
―Esta noche no. Te lo contaré en algún otro momento, pero esta noche no ―dijo sabiendo que mi cambio de tono, mi forma de mirarla y mi cara pedía a gritos una buena explicación. Ni siquiera me miraba, su vista se concentró en el fondo de una de las cajas de comida tailandesa, ya vacía.
―Comprendes que esto es muy extraño para mí, ¿verdad? ―musité.
―Lo sé, pero esta noche prefiero no hablar del tema. Si quieres que me vaya lo entenderé.
―Puedes quedarte un rato más. No es necesario que te marches ya.
Para deshacer un poco la tensión que se había generado entre nosotras, serví un poco más de vino en las copas y di un largo trago de la mía. Ella hizo lo propio con la suya y comenzó a contarme cosas del último viaje de negocios que había realizado a Europa. De trabajo habló más bien poco y, en cuanto vio que pretendía insistir en el motivo de su viaje, cambió de tema.
―¿Qué hay de tu familia? ―preguntó señalando con la cabeza la foto de mi madre que había en el mueble, junto a la televisión.
―No hay mucho que contar. No tengo padre, ni hermanos. Solo una madre enferma de Alzheimer que está ingresada en una residencia en Seattle y que ya ni me reconoce cuando voy a verla ―dije como de pasada. Hablar de mi madre me ponía triste.
―Vaya, lo siento. ¿Y tus amigos? Además de la señora Malcom, habrá alguien más ¿no? ―. Sonreí ante la mención de Enrieta como mi amiga. En cierto sentido, sabía más de mí que algunas de las personas que me rodeaban.
―Bueno, está Rachel, que es mi mejor amiga. Realmente, es mi única amiga.
―¿La bailarina? ―preguntó mientras recogía las cajas vacías de comida para dejar lugar al postre― Esa que no dejó de moverse mientras estuviste sentada en el bar,
¿no?―
¡Oh! Ella te besaría si te oyera llamarla así ―dije riendo abiertamente.
―¿Y tú? ¿Qué tienes que oír para que me beses?
―Britt…―logré decir antes de que sus dos grandes manos enmarcaran mi cara y me acercaran a sus perfectos labios.
Al principio fue un beso dulce y cálido, que sirvió para remover las brasas que ya ardían dentro de mí. Luego se tornó más duro, más profundo. Sentí su lengua invadiendo mi boca con ese sabor a vino blanco tan agradable y dulce, y las pocas barreras que contenían mis ansias por él cayeron sin posibilidad de ser reparadas.

Me apoyé en sus hombros y me subí a horcajadas sobre sus piernas. No sabía bien qué demonios estaba haciendo, pero cuando sus manos recorrieron lentamente mi espalda, arriba y abajo, con aquel movimiento cadencioso, casi me vuelvo loca. Deseaba, con todo mi ser, sentir sus caricias sobre mis pechos. Mis pezones, tensos de excitación, se apretaban contra la tela de la camiseta esperando el momento de ser rozados, besados, acariciados y mimados. Noté su erección empujando contra la fina tela de mi chándal y empecé a desear mucho más que besos y caricias.
Ella pareció leerme el pensamiento y, lentamente, empezó a trazar círculos con los pulgares en los costados de mis pechos. Un gemido escapó de mi boca y su erección dio una sacudida. Sus manos bajaron por mi cintura hasta meterse debajo de la barrera de tela que impedía sus avances y mi placer. Despegamos nuestras bocas para que pudiera pasar la ropa por la cabeza y vi el deseo que ardía en sus ojos. Una mano quedó en mi cadera, ejerciendo una presión enloquecedora mientras la otra acariciaba
como una pluma mi pecho desnudo. Nos miramos mientras aquellos hábiles dedos descubrían el puntiagudo pezón tenso y listo para asaltar.

Britt fue consciente del placer que sentí cuando pellizcó suavemente el turgente botón. Me arrancó un gemido tras otro, e hizo que arqueara la espalda para que mi pecho quedara más aplastado contra su mano. Entre mis piernas el calor y el deseo eran insoportables y comencé a mover las caderas para encontrar el alivio necesario contra su erección. Cuando acabó de torturar un pezón comenzó con el otro. Para entonces la humedad ya había traspasado la fina tela del chándal y calaba sobre su
bragueta.
―Oh Dios, por favor… ―rogué intentando desabrochar el botón de sus pantalones que se me resistía.
―Shhhh, si sigues moviéndote harás que me corra antes de tiempo. Tranquila ―dijo, y sopló ligeramente sobre un pezón haciendo que se endureciera más.
Cuando ya pensaba que no podría llevarme más arriba sin correrme yo misma, metió uno de mis castigados pezones en su boca y succionó con fuerza. Un grito de placer se me escapó y volvió a repetir la operación succionando, lamiendo, jugando y mordiendo sin piedad hasta que no pude más y me dejé ir entre estremecimientos
y jadeos incontrolados. Ella sintió los espasmos y llevó una de sus manos hasta la húmeda tela. Comenzó a presionar hábilmente hasta que grité extasiada por completo.

Con manos temblorosas peleé con los botones de nuevo hasta ver aparecer su bien dotado miembro, erecto como una estaca, palpitante y caliente, muy caliente. Le rocé la punta con un dedo y Britt se estremeció. Acaricié toda la longitud de su sexo, lentamente, y cuando llegué a los testículos, gimió y dio una embestida.
―Vas a matarme ―gruñó cogiéndome de la nuca y besándome fieramente. No me importó que me magullara los labios con su ímpetu. Solo quería que sintiera lo mismo que yo había sentido hacía un momento.


De pronto, con un estudiado giro de caderas, me encontré boca arriba en el sofá con ella encima de mí. Mientras me bajaba los pantalones y las bragas, yo me llevé un dedo a la boca y saboreé una gota de su semen. Era salado y con un toque de almizcle. Aquello la enloqueció.
―Yo también quiero. ―Y hundió un dedo dentro de mí, provocándome un gemido. Luego lo sacó y se lo llevó a los labios, chupándolo sin apartar su mirada de la mía―. Es el mejor postre que he probado nunca ―dijo, y luego acercó su boca a la mía para recorrer con su lengua el contorno de mis hinchados labios―. Tengo que coger los condones ―dijo estirándose para alcanzar algo. Su mano acariciaba mi clítoris con maestría, con lentitud, haciéndome desear más rapidez, más fuerza. La quería dentro de mí y la quería ya.
―Si te sirve de algo, tomo anticonceptivos ―dije sin aliento.
Justo entonces, el aura erótica y desenfrenada que se estaba desarrollando en mi salón se vio interrumpida de pronto por una llamada de teléfono del móvil de Britt.

Noté la reacción en su cuerpo, el estridente sonido fue como la campanilla de la conciencia que te avisa de lo mal que estás haciendo las cosas cuando insistes en hacerlas de esa forma. Sus ojos perdieron la intensidad pasional de unos segundos antes y su cuerpo inició una fría retirada, dejándome pasmada ante aquella facilidad para recuperarse de lo que estábamos a punto de consumar. “ Si me dice que esto no debería estar pasando, la mato”, pensé frustrada pues, pese a dos maravillosos
orgasmos, me sentía vacía por completo.
Me resigné. No iba a darle más vueltas. “Es un error. Está mal. Más vale parar ahora. Respira. Respira. ¡No llores! ¡Es tu jefa!”.
Fue a la cocina a contestar mientras me ponía la camiseta y las bragas. Cuando regresó al salón me miró algo sorprendida, pero la máscara de la señorita Heartstone Pierce cayó de nuevo y la frialdad regresó al apartamento.
―Tengo que marcharme ―dijo abrochándose los pantalones.
―Ya.
―Mira, Santana, esto…
―No, por favor ―dije interrumpiendo sus estudiadas palabras―. Sin explicaciones. Ya sabes dónde está la puerta.
―De acuerdo ―dijo poniédose la chaqueta. Quiso acercarse a mí la vi en sus ojos, pero no se atrevió―. Mañana nos vemos, entonces.
―Sí. Hasta mañana ―susurré, y salió del apartamento

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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por lana66 Dom Ene 03, 2016 1:18 pm

Muy buenas tus adaptaciones, me haz enganchado una vez más, me he quedado intrigada con lo que oculta brittany y porque se qleja de Santana.

Saludos.
PD :sigo tuw adaptaciones aunque no siempre puedo comentar.
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ene 03, 2016 10:35 pm


Capítulo 6


En cuanto llegué al despacho me metí de lleno con el siguiente expediente de los dos que me habían asignado. No habían pasado ni cinco minutos cuando Gillian, cautelosa, asomó su cabeza por la puerta.
―Disculpe, señorita Santana ―dijo al verme parada con la mirada perdida―, la señorita Heartstone Pierce ha pedido que vaya a su despacho de inmediato.
De inmediato. Esa mujer no hacía nada pausado y tranquilo, no, todo tenía que ser de inmediato, urgente, deprisa, para ya. “Ahhhhh”.
Cogí mi libreta de apuntes y un boli y salí a paso lento hacia su despacho. La secretaria no estaba, así que toqué suavemente a la puerta y Madeleine la abrió. Los ojos de Brittany encontraron los míos y un escalofrío me recorrió la espalda, las piernas se me aflojaron y la respiración se me cortó un segundo. ¿Cómo me podía afectar tanto la visión de aquel hombre? Apreté la libreta contra el pecho y encerré el bolígrafo en un puño, estrujándolo hasta que mis nudillos se pusieron blanquecinos.
Detrás de su mesa la imagen era imponente, poderosa, casi salvaje. Se había quitado la chaqueta de su traje negro y aflojado la corbata azul oscuro. El primer botón de su camisa bien planchada y almidonada estaba desabrochado, y tenía cara de cansancio.
―Señorita Lopéz, tome asiento. Nos gustaría ver con usted algunos aspectos de la próxima cuenta que le han asignado. Estoy seguro de que ya ha podido echarle un vistazo al expediente y sabe de qué se trata ¿verdad? ―Asentí―. Bien. El Director General de Ron Legendario, el señor Jesús Sánchez, ha hecho algunas modificaciones a su petición inicial y en una conversación que mantuve con él ayer por la mañana, me pidió que nos reuniéramos en sus oficinas para ver los términos del contrato y las ideas creativas. Por lo tanto, le informo que mañana, a las veinte treinta horas, tiene usted una cena con el señor Sánchez y algunos miembros del
gabinete de publicidad y comunicación, en La Habana. ―Abrí los ojos como platos pero de mi boca no salió ni una palabra. “¿A Cuba? ¿Me voy a Cuba? ¡Oh, Dios!”. Continuó―: Por supuesto, y dado que aún no tiene asignado un ayudante, irá usted sola. Si eso le supone algún problema después de las circunstancias acontecidas en los últimos días, le diremos a algún otro publicista que la acompañe.―No es problema ―dije―, podré hacerlo. Si hubiera cualquier inconveniente avisaré a Madeleine y ella mandará a alguien.
―Bien, me alegro. Mi secretaria le está reservando ya el billete de avión y el hotel ―comentó sin levantar la mirada de los papeles que estaba firmando―. Madeleine le dará los detalles del viaje. Si no tiene nada que añadir, eso es todo. Buenos días.
“¿Eso es todo, buenos días? ¿Hola? ¿Dónde ha quedado el trato cordial y cercano? ¡Menudo gilipollas!”, pensé antes de salir del despacho.
***
Sospechaba que el maldito ron cubano me daría problemas nada más ojear en profundidad el expediente.
Me iba, ni más ni menos, que a Cuba. A La Habana. Sola. “¡Oh. Dios. Mío!”.
Sin darme cuenta de lo que estaba sucediendo, me vi metida en un avión a las seis de la mañana, rumbo al Aeropuerto Internacional de La Habana, donde, según los detalles que me habían pasado, me esperaría un coche para llevarme al hotel. Madeleine me había dicho que fuera preparada para todo tipo de eventos porque a estos cubanos en particular, les gustaba en exceso los buenos restaurantes, la buena comida y los negocios de servilleta, es decir, aquellos que se cerraban con un buen manjar
delante.
Rachel me ayudó a hacer las maletas y en menos de una hora habíamos barrido por completo todo su vestuario, seleccionando por el camino faldas, camisas, pantalones y un precioso vestido negro de noche que no dejaba nada a la imaginación. Unas sandalias vertiginosas, algunos zapatos, bolsos, ropa para salir a correr, un pijama, ropa
interior y un millón de prendas más. “Por si…, por si…, por si…”
Recogí mi equipaje y salí de la terminal. Un chofer uniformado me esperaba para llevarme al hotel Parque Central, en el mismísimo corazón de la ciudad.
La empresa me había reservado una suite muy espaciosa con románticas vistas al parque. Me sentí extremadamente sola, incapaz de dejar de pensar en aquellos ojos azules. En ese preciso momento el teléfono de la habitación sonó y me sacó de mis tristes divagaciones.
―¿Señorita López? ―preguntó una característica voz cubana. Me hizo sonreír.
―Sí, soy Santana López.
―Buenas tardes, señorita, mi nombre es Osmel Rodríguez, secretario personal del señor Sánchez. Bienvenida a Cuba.
―Gracias.
―El señor Sánchez me ha pedido que le comunique que un coche pasará a recogerla por su hotel a las veinte horas para llevarla al restaurante donde se servirá la cena de esta noche ―me explicó―. En unos minutos subirán un regalo de bienvenida para usted. El señor Sánchez le pide que lo acepte y que, si lo desea, puede estrenarlo esta noche en la cena.
―No era necesario pero gracias. Transmítale mi agradecimiento al señor Sánchez, por favor ―dije intrigada.
Tal y como había indicado el señor Rodríguez, un par de botones subieron dos cajas blancas con sendas lazadas color rojo. Tomé la más pequeña, del tamaño de una cuartilla, y quedé fascinada al ver el juego de pendientes, pulsera y gargantilla de oro blanco y piedras rojas. La nota en el interior rezaba un simple “gracias por su trabajo” y estaba firmada con dos iniciales, BP.
La otra caja, de dimensiones considerables, esperaba encima de la cama. Deshice el lazo, levanté la tapa y me quedé sin respiración al admirar el contenido.
―¡Oh, Dios mío, es un Valentino!
Pasaban cinco minutos de las ocho de la tarde cuando bajé al vestíbulo del hotel. No estaba acostumbrada a sentirme la Cenicienta en el baile y las miradas de los hombres que se encontraban allí me ruborizaron y me pusieron algo nerviosa.
El subdirector del hotel, un hombre alto y con cara de estirado, me interceptó a medio camino de la salida para decirme que mi coche estaba esperando. Me acompañó hasta que las puertas automáticas se abrieron y el calor, la música y los olores de la Cuba más tradicional me envolvieron. Sentí la magia de aquel lugar bullir dentro de mí, y eché de menos poder compartir el momento con mi amiga. Seguro que ella se iría a bailar salsa mientras yo estaba en una aburrida cena con gallifantes cubanos.
En la puerta del restaurante me abordó un amable señor vestido con esmoquin al que indiqué que me estaban esperando. Con excesiva formalidad, se cuadró de hombros y me precedió hasta las bonitas puertas de un reservado.
Me temblaron las piernas y sentí el martilleo acelerado de mi corazón retumbar en el pecho. Sabía bien cuál era mi trabajo, sabía qué quería el cliente pero no pude evitar sentirme insegura. “¿Qué hago aquí yo sola? ¿Y si me pasa lo mismo que la otra vez?”.
―¿Señorita López? ―preguntó alguien a mi espalda. Me giré y encontré a un chico de unos treinta años, moreno con el pelo castaño y ojos del mismo color, ataviado con traje pero sin corbata, bien peinado y perfumado― Es usted Santana López ¿verdad? ―Asentí con un único movimiento de cabeza, tensa como las cuerdas de una guitarra. Estaba un poco oscuro, era un restaurante muy íntimo, pero pude ver perfectamente la sonrisa de dientes blancos que me ofreció y el brillo
simpático de aquellos ojos. Me relajé de inmediato―. ¡Eso creía! Soy Osmel, hablamos por teléfono ¿sí?
―Ah, sí, Osmel. No había reconocido tu voz, disculpa.
―No se preocupe. ¿Entramos? Creo que ya están todos. ―Osmel me ofreció su brazo y no tardé en agarrarme a él como a un salvavidas. Abrió la puerta y un corro de hombres se giró al mismo tiempo.
La sala era espaciosa. Había otras mesas ocupadas por grupos de personas que hablaban en un tono discreto. Al fondo destacaba un pequeño escenario con un piano de cola precioso y algunos instrumentos. Todo a media luz, con unas bonitas lamparitas situadas en lugares estratégicos de paso que arrojaban un tenue resplandor
ambarino y le conferían al ambiente una intimidad abrumadora.
―Señores ―anunció Osmel―, les presento a la señorita Santana López , de Heartstone Publicity.
Por fin pude conocer a los dos socios mayoritarios de la empresa. El señor Merrier y el señor Sánchez, ambos hombres mayores, entrados en carnes y de aspecto entrañable y bonachón, tal y como me había imaginado a Heartstone Pierce.
―Encantada de conocerles, es un placer ―dije, y les ofrecí mi mano formalmente.
―Dejemos los apretones de manos para los hombres y denos usted dos besos como Dios manda ―dijo Sánchez dándome un afectuoso abrazo.
Cuando me soltó sonreí tímidamente y me pregunté si los cubanos trataban así a toda la gente con la que trabajaban, o era solo conmigo. No me dio tiempo a pensar mucho más pues Merrier se unió a Sánchez y me abrazó cariñosamente. Alabaron mi buen gusto vistiendo, lo cual me extrañó, pues ellos habían elegido el vestido, y recordé mis modales.
―Gracias por estos regalos tan preciosos. No se tenían que haber molestado.
―No hay por qué darlas, jovencita. Además, esos rubíes le quedan a usted mejor que a nosotros ¿verdad? ―bromeó, y todos soltaron una carcajada, menos yo, que al enterarme de que las piedras rojas eran auténticos rubíes casi me atraganto con mi propia saliva.
Sonreí educadamente mientras me presentaban al resto de las personas con las que iba a compartir mesa esa noche. Ocho en total. Todos me saludaron con dos besos y apretones cariñosos.
―A Heartstone Pierce no hace falta que se la presente, ¿verdad? ―preguntó Sánchez haciéndose a un lado y descubriendo a la persona que estaba sentada en la mesa.
“¡Mierda! ¿Brittany ? Es una broma, ¿no?”, pensé en cuanto escuché su nombre.
Hablaba por teléfono en voz baja, casi en un murmullo. La mirada de Brittany se encontró con la mía. Eran unos ojos candentes, brillantes, acariciantes y deseosos de algo. Su postura era relajada, pero yo sabía que era fingida. Su presencia no me amedrentó y, aunque me temblaban las piernas y parecía como si el aire se hubiera vuelto denso, di un paso y me puse delante de ella.
―Efectivamente, señor Sánchez. A la señorita Heartstone Pierce ya la conozco ―dije valiente y decidida, mirando en las profundidades de aquellos ojos del color del agua embravecida.
Brittany me repasó de arriba abajo con un gesto de aprobación e hizo algo que no me hubiera esperado. Colgó el teléfono, anduvo los pocos pasos que nos separaban y me abrazó. Me dio dos besos, pero no como lo habían hecho el resto de hombres. Su abrazo conllevaba un toque de deseo, su movimiento de brazos era sensual, y cuando sus preciosos labios rozaron mis mejillas, miles de sensaciones hicieron presión entre mis piernas. Fue un simple roce, pero el tiempo se paró y el latido de mi corazón amenazó con dejarse escuchar en la sala.
―¿Controlando al personal, señorita Heartstone Pierce? ―le susurré, mitad enojada, mitad excitada.
―Vigilando lo que es mío, señorita López ―contraatacó con una mirada penetrante. Me ruboricé de inmediato pensando que sus palabras iban dirigidas a mí, pero estaba equivocada―. No estoy dispuesta a perder más clientes. La fulminé con la mirada y la réplica murió en mis labios cuando Jesús Sánchez nos invitó a sentarnos.
―Señorita López, usted a mi lado, lejos de su jefa. ―Apartó la silla y me senté sin perder el contacto visual con Brittany que parecía algo furiosa después de nuestro saludo―. Merrier, siéntate al otro lado de la señorita Santana ¿Le importa que la llame por su nombre? ―me preguntó de repente.
―Hágalo, por favor.
Cenamos tranquilamente rodeados de un ambiente cálido y familiar. Jesús Sánchez y el resto de hombres sentados en la mesa nos entretuvieron con sus historias mientras Brittany fruncía el ceño constantemente cuando me veía sonreír y participar en las conversaciones. Les hablé de mi trabajo como publicista y me sentí halagada al ver que uno o dos de ellos recordaban algunas de mis campañas más exitosas. Cuando aseguré que
llevaba menos de un mes trabajando en HP y estaba a prueba, el señor Sánchez se echó a reír. ―Vamos, Brittany, ¿a prueba? No me digas que aún no has decidido quedártela para siempre. Hija, si esta chica viviera en Cuba se la rifarían. ―Me sonrojé, pero gracias a la tenue luz del ambiente pasé desapercibida. Lo que no pasó de largo fue la mirada encendida que me lanzó Brittany―. ¡Eso es! Posesión, lo que es de uno es de uno. ―Todos rieron abiertamente tras aquel comentario. Todos menos ella y yo.
―Te recuerdo, Sánchez, que estamos aquí por trabajo. La señorita López hace poco que entró en nuestra empresa, y aunque es una profesional debe pasar el periodo de prueba como todo el personal que contrato. No es correcto que…―Míralo cómo habla, “no es correcto” ―se burló Sánchez provocando las risas del resto de comensales―. Hace dos días eras una mocosa impertinente que no hacía más que meter las narices en los cajones de mi despacho y ahora, mírate, la señorita recta, intachable, la del corazón de piedra. ¡Vive un poco, Brittany! Esto es Cuba. ¡Viva
Cuba! ―gritó alzando su copa.
―¡Viva! ―corearon todos al unísono.
El piano comenzó a sonar para anunciar la actuación de esa noche. A pesar de la seriedad del lugar, el grupo que empezó a tocar animó el ambiente definitivamente.
El señor Sánchez, con esa papada tan característica, se levantó de pronto y me invitó a bailar. Me sentí cohibida al principio, pero un vistazo a la expresión enfadada de Brittany me animó. Había ido a alguna de las clases de salsa de Rachel y aquella música movía mis pies como cuando estábamos en el estudio de mi amiga. Acepté la invitación y aquel
gordinflón me llevó de la mano a la pista como si fuera una princesa. Pronto comprobé que la gordura no era un impedimento para demostrar cómo se mueve un cubano, y entre lo conocido que era Sánchez y el vestido que yo llevaba, la gente se fue apartando hasta que me vi metida en el centro de un corro que nos vitoreaba y aplaudía.
Luego bailé con Osmel y con un montón de hombres más que me piropearon y adularon hasta que mi cara alcanzó el tono del vestido.
Cuando el ritmo de la música se convirtió en una sensual cumbia, Osmel pidió su turno de nuevo y bailé con él. La letra de la canción, el erotismo de los movimientos y los dos mojitos que me había bebido, hacían que desviara constantemente mis ojos hacia la mesa en busca de Brittany, que conversaba con el resto.
Con el cambio de música Brittany levantó la mirada y no le gustó lo que vio. Lo noté en su manera de abrir y cerrar las manos, en lo apretado de su mandíbula, en el tamaño de sus pupilas. Me pasé la lengua por los labios y sonreí a algo que me había dicho Osmel. No sabía de qué estaba hablando, pero sí que cualquier gesto que hiciera encendería a Brittany como una tea. Así que, lentamente, retiré algunas gotas de sudor de mi pecho, me pasé la mano por el pelo, mordí la punta de la cañita de mi
tercer mojito y chupé deliberadamente un trozo de lima que sobresalía por el borde del vaso.
Brittany se levantó bruscamente, dijo algo a Sánchez y salió de la estancia. “Mierda, la has cagado, Santana”, me dije pensando que mis actos habían surtido el efecto contrario. Yo quería que ella saliera a bailar y dejara de mirarme. Veía en su mirada el deseo y las ganas de hacerme suya, pero al parecer lo estaba incomodando y se había marchado.
De pronto ya no tenía ganas de bailar, quería volver al hotel, meterme bajo las sábanas y llorar. “Estúpida, estúpida, estúpida. ¿Qué pretendías? ¡Es tu jefa!” . Le dije a Osmel que me quería marchar y enseguida me llevó hasta la mesa donde estaban los demás.
―El coche la está esperando en la misma puerta, señorita Santana ―dijo Sánchez cuando me vio recoger mis cosas.
―¿Habría posibilidad de volver dando un paseo? Me gustaría ver la ciudad de noche y solo son dos calles ―. Necesitaba aire.
―Por supuesto, pero Osmel la acompañará al hotel. Mañana por la mañana podrá usted disfrutar de un recorrido por la ciudad. Por la tarde tenemos una cena en un bonito restaurante con vistas a la bahía que seguro la fascinará. Vaya con cuidado, descanse y mañana nos veremos.
―Gracias. Ha sido una velada maravillosa ―dije, y me despedí de él con dos besos.
A continuación, agité la mano brevemente para despedirme del resto de comensales y nos marchamos.
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ene 03, 2016 10:35 pm


Capítulo 7


Charlamos amigablemente mientras paseábamos de camino al hotel. Osmel comenzó contándome algunas curiosidades de La Habana y acabó hablando de su trabajo en la empresa. Era sobrino de los Sánchez y, desde bien pequeño, había vivido bajo su ala. Ellos costearon sus estudios y le abrieron un mar de posibilidades laborales , pero, pese a estar muy agradecido, tenía claro que no se quedaría en La Habana. Deseaba ir a Europa.
―Es usted una princesa, señorita Santana. Atenta, educada e inteligente. Estoy seguro de que mi tío se sentirá plenamente satisfecho con su trabajo ―comentó en la puerta del hotel.
Me despedí de él agradecida, ya que con su constante charla había conseguido que me quitara a Brittany de la cabeza.
De camino a los ascensores, al pasar por aquellas balconadas llenas de plantas que decoraban el interior del hotel, me fijé en un cartel que anunciaba una deslumbrante piscina.
―La piscina se encuentra en el ático y permanece abierta las veinticuatro horas, señora ―me dijeron cuando pregunté en la recepción.
―No he traído traje de baño. Es una pena ―lamenté en voz alta.
―Hay una tienda en el hotel en la que podrá conseguir uno. Sigue abierta todavía. ―El recepcionista debió leerme el pensamiento cuando recordé que no llevaba dinero en aquel momento―. Lo cargaremos a la cuenta de la habitación. Usted vaya y relájese ―dijo el chico atentamente.
“¡Que vivan los hoteles de lujo!”, grité para mí misma.
Me compré un minúsculo bikini en color azul turquesa, con unas cuentas de cristales de Swarovski que valían más de lo que me podía permitir. Pero no me importó; me sentía poderosa con ese trozo de tela pegado a mi cuerpo y me lo llevé sin remordimientos. Tras pasar por la habitación para cambiarme y coger el mullido albornoz de baño, me metí en el ascensor y subí a lo alto del edificio. Una preciosa piscina iluminada con luces bajo el agua destacaba contra el cielo negro y estrellado de aquella calurosa noche de invierno en La Habana. No había nadie en todo el recinto y me alegré por ello. Ya había tenido suficiente compañía por ese día.
Me zambullí de cabeza y agradecí el frescor del agua. Últimamente parecía una olla a presión a punto de explotar. En algunos momentos pensaba que tenía fiebre por lo acalorada que me sentía. Nadé unos largos tranquilamente, sin prisas, disfrutando de la soledad, de la frescura del agua y del silencio. Silencio que quedó roto por el
oportuno sonido de mi teléfono.
―¿Dónde coño estás? ―preguntó Brittany, claramente enfadada.
―Buenas noches, señorita Heartstone Pierce. Sí, yo también me alegro de hablar con usted, pero, lo siento, ahora mismo estoy ocupada y…
―¿Estás con él? ―me espetó con rabia cortando mi irónica respuesta. Abrí los ojos ante su pregunta.
―¿Con quién?
―¿Con quién va a ser? No te hagas la tonta, Santana. Sé que te has marchado con Osmel ―dijo enfurecida.
―¿Con Osmel? ―Solté una carcajada y casi se me cae el móvil al agua―. ¿Pero quién te has creído que soy? ―grité. “¡¿Y a ella que le importa?!”―. ¿Y quién te has creído que eres tú para preguntarme algo así?
―Entonces ¿dónde coño estás? ―Ignoró mis preguntas y volvió a insistir.
―Estoy en el hotel ―respondí suspirando, cansada.
―¡No se te ocurra mentirme tan descaradamente! Acabo de llamar a tu habitación y no hay nadie. En el vestíbulo no estás, ni en la cafetería. He estado miran…―Deberías subir a esta terraza, hay unas vistas espectaculares ―Le corté con un tono soñador y melancólico. Colgó de inmediato. Dejé el móvil y me volví a sumergir.
Dos minutos más tarde escuché pasos alrededor de la piscina.
―Si te ven así por el hotel te van a detener por exhibicionista ―dijo con ese tono despreocupado, como si no hubiera estado a punto de tirarse de los pelos cinco minutos antes.
―Pues me lo recomendaron en la tienda de abajo, así que tal vez deben de gustarles las mujeres que se exhiben como yo, ¿no?
Arrugó el ceño pero no dijo nada. Se quedó pensativa un momento y después preguntó:
―¿Por qué te has marchado del restaurante? ―Me miraba desde el borde, con las manos metidas en los bolsillos de su precioso traje de corte italiano
la camisa abierta, la mirada azul encendida y el rostro pétreo. Parecía una diosa salida del mismísimo Olimpo.
―Tú te fuiste primero, y sin despedirte. Eso está muy feo, señorita Heartstone Pierce―Me impulsé hacía atrás en el agua, salpicándole a cosa hecha. No se movió ni un milímetro.
―Tuve que atender una llamada ―dijo.
―Una llamada ¿eh? ―susurré para mí―. También está muy feo que se presente usted en una de mis cenas de trabajo sin previo aviso.
―No sabía si podría asistir. Tenía cosas pendientes y se solucionaron más rápido de lo que pensaba. Además, es mi empresa y trabajas para mí. Tengo derecho a saber qué hacen mis publicistas en su tiempo de trabajo. Y ahora, sal del agua.
―No ―dije decidida.
―Santana…
―Éste ya no es mi tiempo de trabajo, es mi tiempo de relax. Si quiere bañarse no se lo impediré. La piscina es de todos y no tengo intención de salir. Ya he tenido bastante de la señorita Heartstone Pierce por esta noche.
―¿Sabes? ―dijo poniéndose en cuclillas de forma amenazante―. Me he pasado la jodida noche queriendo arrancarte ese vestido, que, dicho sea de paso, ha sido regalo mío, no de Sánchez. ―“¿Qué?”―. Llevo toda la jodida velada viendo cómo te contoneabas con unos y con otros. ―“¿Cómo?”―. Has tenido la desfachatez de bailar pegada a Osmel, insinuándote y magreándote como una perra en celo. ―“¡Jódete!”―. Me has puesto a cien con tu movimiento de pelo, tus caricias y tu lengua, sabiendo que te estaba mirando y el efecto que tienes en mí. Y después vas y te largas con ese… ese… niñato, sin previo aviso, y sin saber si te estabas metiendo otra
vez en la boca del lobo. No me extraña que Ronald quisiera aprovecharse de…
―¡Hija de puta! ¿Qué coño insinúas? ―grité sacando la rabia contenida que aún me quedaba―. ¡Lárgate de aquí! No quiero volver a verte en mi vida. Lárgate, cabrona. ¡Lárgate! ―repetí echándome a llorar dentro del agua.
Después de que se marchara lloré durante quince largos minutos. No me podía creer lo crueles que habían sido sus palabras. ¿De verdad creía que me había insinuado a Ronald? Ese hombre había estado a punto de hacerme el amor en mi apartamento dos días atrás, ¡lo habíamos hecho dos años atrás! y ahora me acusaba de buscona.
―Hija de puta ―dije de nuevo con rabia, secándome con la mano las lágrimas que se mezclaban con el agua.
Me puse el albornoz y bajé a mi habitación. Eran las tres y media de la madrugada y estaba segura de que me hacía falta descanso para afrontar la jornada del día siguiente. Pero no podía dormir. Di vueltas a un lado y a otro de la cama hasta sacar las sábanas del sitio. Puse la tele para ver si con alguna película aburrida me quedaba dormida pero fue imposible; no paraba de pensar en lo que había sucedido. Leí una revista tras otra, de viajes, de ciencia, de belleza, el catálogo de servicios del hotel.
Hasta ojeé la Biblia que había en el cajón de la mesilla, pero nada.
Las cuatro y media. Había pasado una hora interminable. Intenté dormir de nuevo y cuando creí estar cogiendo el sueño sonó un mensaje en el móvil: “He sido una idiota, perdóname. B”. Empecé a llorar de nuevo y me dormí con el móvil en la mano.
Cuando el despertador sonó a las siete de la mañana del día siguiente, mi cabeza pidió a gritos un analgésico que calmara el dolor, y cafeína en grandes dosis. Las lágrimas derramadas durante la noche, lejos de borrar las crueles palabras de Brittany habían conseguido aquel constante martilleo en mis sienes.Sánchez había convocado una reunión para las diez. En la agenda también incluían un almuerzo y un recorrido por la ciudad. “Que me maten si me apetece algo de esto”, pensé bebiendo un espeso café negro y preparando algunos documentos para la reunión.
***
―Bien, veamos lo que tiene para nosotros, señorita López ―dijo Merrier sonriente.
Después de los saludos y los comentarios sobre lo divertido de la velada de la noche anterior, pasamos a la sala de reuniones y me preparé para hacer mi presentación. Brittany se mantenía seria y alejado de mí, aunque nuestras miradas se buscaban y se encontraban constantemente haciendo saltar chispas.
―Antes de empezar, caballeros, debo recordarles que la señorita López está en proceso de prueba en la empresa y sus ideas pueden no resultarles adecuadas ―explicó Brittany a todos los presentes con intención de ponerme en evidencia. “Será… ¡cabrona!” Luego habló mirando directamente a Sánchez―. Sabes que en HP somos muy flexibles con nuestros clientes, así que si hay algo que no te convence…
―Ya basta, Brittany ―le reprendió Sánchez, que había observado con la ceja levantada nuestro intercambio de miradas furiosas― Deja que al menos escuche su propuesta ¿quieres? Si hay algo que no convence, mi equipo os lo hará saber ―dijo molesto por aquella falta de respeto. A continuación sonrió e hizo un ademán señalándome―. Bien, puedes comenzar. Tras la reunión me quedé hablando con el equipo comercial mientras los jefes se marchaban a comer. Estaban francamente sorprendidos y complacidos con mis ideas.
La visita guiada por la ciudad se había suspendido debido a un imprevisto en la agenda de Sánchez y, agotada como estaba, decliné la oferta de ir a comer donde lo hacía el resto.
El coche enfilaba ya la calle del hotel cuando otra calle me llamó la atención. El conductor me informó que era el Bulevard San Rafael y recordé que Osmel me había contado algunas cosas interesantes sobre el lugar. Sin dudarlo, bajé allí mismo. Ya volvería al hotel andando.
Me senté en una terraza a tomar un tentempié y desde allí pude hacer lo que más me gustaba: observar a la gente que pasaba, intentar adivinar sus historias o inventarlas para ellos. Pero, después de un buen rato intentando distraerme, no pude evitar pensar en Brittany. Su mensaje de disculpa todavía resonaba en mi cabeza y fruncí el ceño.
―¿Que lo perdone? Vaya manera de querer mi perdón. ¡Capullo engreída!
Volví dando un paseo, cabreada conmigo misma por pensar en ella, por construir castillos en el aire que con tanta facilidad acababan desmoronándose. Brittany solo era la dueña de la empresa para la que yo trabajaba. No era mi príncipe azul, ni la mujer de mis sueños, ni mi futuro, ni mi presente. Brittany solo era una mujer más.
―Pensé que estabas descansando ―dijo la aludida a las puertas del hotel.
Me agarró con tal fuerza del brazo que me dio un susto de muerte. Mi corazón se saltó un par de latidos y comenzó a bombear rápido y sin tregua. La respiración se me hizo trabajosa, me solté bruscamente y me llevé las manos al pecho.
―¡No vuelvas a hacer eso jamás! ―le grité con los dientes y los puños apretados. Estuve tentada de darle un puñetazo, pero me contuve. Resoplé con fuerza y retomé mi camino hacia el interior.
―Lo siento, pensé que me habías visto llegar.
―Que te jodan, Brittany ―le dije adentrándome en el recibidor del hotel.
―¿Esas son formas de tratar a tu jefa? ―preguntó falsamente ofendida.
No le contesté. Continué con paso firme hasta los ascensores. Ella iba a mi lado esquivando los obstáculos que le iba poniendo al paso.
―No has venido a comer y Osmel dijo que te ibas al hotel porque estabas cansada. Te llamé, pero tienes el teléfono apagado y en el hotel dijeron que no habías llegado. Sánchez le preguntó al chófer y éste le dijo que te había dejado en el Boulevard de San Rafael, ¡en el Boulevard San Rafael! ¿Tú sabes lo peligroso que es eso? ¿Es que te has vuelto loca? ―se exaltó.
Yo seguí mi camino deteniéndome de vez en cuando en alguna tienda. La oía murmurar palabras inconexas y cada vez me ponía más furiosa.
―Vamos, Santana, no puedes dejar de hablarme. Lo siento. Siento lo que hice en la reunión, estaba cabreada y cansada. No he dormido mucho esta noche ¿sabes?
Levanté una ceja como hacía Maddy y a punto estuve de echarme a reír. Quizá pensaba que mi aspecto era debido a un dulce sueño reparador. Llegamos a los ascensores y me entretuve pulsando los botones de bajada.
―Por favor, soy una cretina, una gilipollas, una idiota y no merezco tu perdón. Pero, por favor, háblame, dime algo.
―Deje de rogar, señorita Heartstone Pierce. Los dos sabemos que se le da fatal. Usted es mi jefa y merece mi respeto siempre que usted me respete a mí como empleada, cosa que esta mañana no ha hecho. No somos amigas, no somos nada más que jefa y subordinada. Por lo tanto, no es necesario que se justifique. No tiene que preocuparse por mí, ni cuidarme, ni nada por el estilo. Soy mayorcita y sé cuidarme bien. Si quiere mi perdón para poder descansar en paz, está perdonada. Ya puede quedarse tranquila.
―¡No me hables así! ―gritó enfadada. Acto seguido apretó los dientes y bajó el tono de voz ―. Entre nosotras hay algo sin terminar y no voy a parar hasta conseguirlo.
En ese momento llegó el ascensor.
―¿Algo sin terminar? ―repetí indignada. ¿Quién coño se había creído esta tía que era yo? ¿Su juguete?― Si así vas a dejarme tranquila, de acuerdo; subimos, me follas, y terminamos lo que se quedó a medias. Porque te refieres a eso, ¿no? Así ya no podrás decir que tenemos algo a medias. Tus asuntos estarán finiquitados y tu conciencia al fin tranquila ―le espeté furiosa. ―Santana, por favor…
―¿Quiere sexo, señorita Heartstone Pierce? ―Ella negó con pesar―. Pues entonces asunto concluido. No va a conseguir usted nada más de mí que no sea estrictamente profesional ―. Entré en el ascensor y apreté el botón de mi planta. ―¿No? ¿Qué te apuestas? ―le oí murmurar mientras las puertas se cerraban.
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ene 03, 2016 10:37 pm


Capítulo 8


Me miré en el espejo un par de veces y la imagen que vi reflejada me pareció fabulosa. El vestido negro que me había prestado Rachel era sensacional, sexy, atrevido, perfecto. Y las sandalias, de tiras negras, tacón de infarto… ¡uff! Era una cena informal, pero no me importaba. Estaba espectacular. Esperé distraída el ascensor y cuando las puertas se abrieron un embriagador olor de gel de ducha invadió mis fosas nasales. El aspecto de la Mujer que iba dentro era, cuanto menos, impactante: pelo rubio mojado y algo despeinado, camisa azul claro ligeramente arremangada, pantalones gris oscuro, americana al hombro, y una mirada azulada tan penetrante que me hizo contener el aliento. La miré indecisa. Estar en un ascensor a solas con ella no era lo que tenía planeado en ese
momento. “No bajaré cinco pisos andando por las escaleras. ¡Me niego!”.
―Vamos, señorita López, no le voy a morder. ―Suspiré maldiciendo mi mala suerte―. Estás preciosa.
―Gracias.
―¿Has descansado?
―Sí, gracias.
―¿Vas a pasarte la noche sin hablarme?
―Probablemente, sí.
Ella soltó una sonora carcajada, y yo cerré los ojos y bufé de forma ordinaria. A la salida del ascensor me abordó una vez más el subdirector del hotel. Resultaba excesivamente agobiante con sus preguntas y sus adulaciones y, si bien al principio me pareció simpático, ya no creía que lo fuera tanto. Brittany dijo algo por lo bajo que no pude escuchar y cuando vio que el hombrecillo intentaba ganarle terreno para acercarse más a mí, se detuvo en actitud poco amigable.
―Disculpe señor, pero la señorita López yo llegamos tarde a una cena de negocios. Si no le importa… ―Luego posó una mano en el bajo de mi espalda y me empujó suavemente hacia la puerta.
―Eso no ha sido necesario ―dije molesta.
―Sí, lo ha sido. Intentaba mirarte las tetas por ese escote tan pronunciado que llevas esta noche. Es un moscón ―respondió ella con el ceño fruncido.
―Vaya, si de moscones se trata, debería mirarse más en el espejo, señorita Heartstone P.
―No me provoque, señorita López.
―Has sido muy borde ―le espeté rompiendo los fingidos formalismos.
―Y tú querías enfadarme.
―Aun así, has sido un borde.
―¡Venga va! Tú estabas tan harta de oír gilipolleces como yo. Agradécemelo y volvamos a lo que estábamos.
―No estábamos en nada. Fin de la conversación. ―Pero para mi sorpresa, Brittany volvió a carcajearse y me abrió la puerta del coche.
***
La velada transcurrió de forma muy agradable. Conocí a la mujer de Sánchez, María, una señora de aspecto anticuado pero con un espíritu afable y cariñoso. Me recordaba a mi propia madre y aquello hizo que congeniásemos de inmediato. También tuve el placer de conocer a Javier, un precioso ejemplar de macho cubano musculado que, para mi sorpresa, era la pareja de Osmel. El rostro de Brittany, que hasta la llegada de Javier se había mantenido con el ceño fruncido, cambió súbitamente, y una insolente sonrisa se instaló en sus labios. Era envidiable la relación abierta y de adoración mutua que sentían ambos hombres. Me reprendí en varias ocasiones durante la cena por quedarme fijamente mirando
sus carantoñas y sus confidencias al oído. Yo deseaba algo así, siempre lo había deseado. Y el simple hecho de pensar que no lo lograría me humedeció los ojos. Una profunda tristeza, que creía desaparecida, se apoderó de mí.
―Un brindis por la publicista más brillante de Nueva York ―coreó Sánchez poniéndose en pie, copa en alto.
Bebí un sorbo y agradecí la dedicatoria. Le resté importancia con un ademán y vacié el contenido de mi vaso de un trago antes de anunciar que debía ir al baño. La mirada de Brittany me estaba abrasando y yo, abrumada, solo quería huir. Algunos de los allí presentes nos animamos a seguir la fiesta después de la cena y Osmel propuso ir al club que regentaba Javier, La Luna. La idea fue bien recibida por todos, menos por Brittany, claro estaba, que arrugó el ceño cuando vio lo entusiasmada que estaba por ir a bailar.
―Baila conmigo, Santana ―dijo justo en el momento en que sonaba una cumbia con base tecno. Le agarré la mano, sonriente y animada, y me llevó a la pista de la que no volví a salir.
Javier cogió el relevo de Osmel cuando éste se disculpó para ir al servicio. Me sentí el centro de todas las miradas, pero también era cierto que había bebido más de la cuenta y mi percepción andaba algo desajustada.
Cuando los sensuales acordes y la profunda voz de Chico Novarro entonaron los primeros compases de su conocido tema “Algo Contigo”, busqué los ojos de Brittany y, sin pensarlo, le rogué con mi mirada que viniera a por mí.
La cruel realidad me golpeó en el centro del pecho y estalló haciendo de mi mundo, seguro y aburrido, un lugar devastado por los sentimientos. Yo, que me había prometido mantenerme al margen de zalamerías, que andaba esquivando romanticismos y relaciones pastelonas, que había sobrevivido a una relación aterradora que casi acaba conmigo, me veía reflejada en los cristales del club y solo encontraba la desesperación en la mirada de una mujer con sentimientos no correspondidos. Me había
enamorado de ella, de aquella con misterioso corazón de piedra, de una mujer tan extraña como el azul cambiante de su mirada. No había existido un instante, desde que volvimos a encontrarnos, en el que no hubiera pensado en esos ojos, en ese cuerpo…
Solté a Javier y enfilé hacia la puerta. Necesitaba salir de allí. Necesitaba respirar y desintoxicarme de aquel ambiente de sensualidad que tanto me estaba afectando a las neuronas. Las lágrimas llenaron mis ojos justo en el momento en que una mano me agarraba del brazo. Seguí caminando entre las parejas que inundaban la pista hasta que me acorraló contra una pared.
―¿Me permites? ―dijo la voz que tanto ansiaba escuchar.
Levanté la cabeza y la miré sorprendida. La música me empujó hacia ella y, sin decir ni una palabra, nuestros cuerpos comenzaron a moverse rítmicamente, sensualmente, removiendo peligrosos deseos que nos podían hacer mucho daño.
Sus ojos, a escasos centímetros de los míos, sus manos subiendo por mis caderas, arrastrando la tela de la falda. Su boca entreabierta deseando lo mismo que la mía.
Me puso de espaldas a ella y pasó sus fuertes manos por mi vientre. Nuestras caderas se movían perezosamente, siguiendo los compases de aquel precioso bolero.
Enredó las manos en mi pelo, húmedo de sudor, y acercó su boca a mi oreja para lamer lentamente el lóbulo. La urgente necesidad de sentirla dentro de mí me dejó sin fuerzas para resistirme a sus caricias.
―¿Hace falta que te diga que me muero por tener algo contigo? ―susurró acariciando con su voz mi alma.
Volvió a ponerme de cara a ella. Instintivamente me lamí el labio inferior y la oí gruñir.
Posó sus grandes manos en mis nalgas y me pegó más a su dura erección. Nuestras bocas quedaron a pocos milímetros y pude oler el aroma del whisky que acababa de beber. Me volvía loca de deseo sentirla así, tan cerca, tan excitada, respirando el mismo aire que exhalaban mis labios.
―Bésame ―le ordené con desesperación. La tortura estaba durando demasiado. Yo la deseaba, ella lo deseaba. Y no lo pensó ni un segundo.
Fuerte, violento, como si concentrara en ese beso las ganas contenidas. Su lengua entró en mi boca buscando mi sabor, buscando mi lengua para retorcerse juntas en un ensayo de lo que harían nuestros cuerpos más tarde. Sus manos estaban por todas partes, ya no oía la música, ni veía a la gente, solo podía sentir. Me agarré a su cuello, acercándome más a ella si era posible, profundizando un beso que no tenía intención de acabar nunca.
Alguien pasó por nuestro lado y nos empujó, haciéndonos regresar a la realidad. Separó su boca de la mía unos milímetros.
―No quisiera yo morirme sin tener algo contigo ―susurró de nuevo con una mirada extraña. ¿Qué era? ¿Dolor? ¿Tristeza?
―¿Por qué me dices eso? ―pregunté preocupada. Ya no era simplemente la letra de una canción. Sus palabras escondían algo más.
Pasé una mano por su rostro, tan cerca del mío, y ella cerró los ojos e inspiró aliviada. Cuando los abrió, el brillo feroz de su mirada me hizo desear mil noches de fantasías eróticas entre aquellos fuertes brazos.
―Si no te saco de aquí ahora mismo nos detendrán por escándalo público ―dijo con la voz enronquecida.
Volvió a besarme con más suavidad, más lento, provocándome más y más, y abandonamos el club enredados entre prometedoras caricias y abrasadores besos.
Durante el trayecto en el coche se comportó como una perfecta dama. Miraba por la ventanilla, pensativa, mientras acariciaba suavemente la palma de mi mano con su dedo pulgar, trazando rítmicos círculos que me producían un hormigueo desesperante entre las piernas. Acariciaba mi rodilla, subiendo poco a poco el vestido por el muslo. En varias ocasiones estuvimos a punto de perder el control cuando una de sus caricias rozó la suave y empapada tela del tanga que llevaba puesto, y gemí echando la cabeza hacia atrás para apoyarla en el asiento.
―Quítatelo ―me dijo en un susurro al tiempo que miraba algo en el móvil. No me hizo falta saber a qué se refería. Disimuladamente me quité el tanga y se lo guardó en el bolsillo del pantalón, no sin antes olerlo un par de veces, suspirando.
***
Subimos en el ascensor junto a una pareja de ancianos. Los saludamos cortésmente y ocupamos el espacio al fondo. Ella pegado a la pared y yo pegada a Ella. Noté como su mano subía suavemente por el muslo y recogía la falda por detrás. Tenía el culo desnudo pegado a su bragueta y podía notar sus embestidas involuntarias. “ No se atreverá”, pensé. Y no lo hizo. Pero en cuanto alcanzamos la primera de las cinco plantas, los ansiosos dedos de Brittany buscaron mi clítoris y empezaron a hacer círculos lentos sobre él.
La imposibilidad de hacer ningún tipo de movimiento, o de expresar lo que le sucedía a mi cuerpo con palabras y sonidos, aumentaba aún más la excitación. Iba a hacer que me corriera, en un ascensor, con una pareja de abuelos como ignorantes espectadores. “¡Oh, Dios, esto es maravilloso, joder!”.
El ascensor, con su ritmo lento y desesperante, llegó a la segunda planta donde la pareja que nos acompañaba debía bajar. Brittany sacó bruscamente su mano de debajo de mi falda y se despidió del anciano que nos miraba con cierta picardía en el rostro. La mujer salió con aire de indignación. ¿Sabrían qué había estado pasando detrás de ellos? “¿Qué más da?”, me dije. Estaba deseando volver a sentir la magia de sus dedos dentro de mí.
Antes de que las puertas quedaran cerradas, nuestras bocas se buscaron ansiosas. Entrelazamos los dedos de ambas manos y me levantó los brazos por encima de la cabeza. Su lengua juguetona recorrió mis labios, comprobando la distancia mínima que podía existir entre nuestras bocas sin que nos sintiéramos abocados a devorarnos.

En la puerta de su habitación escuchamos el fuerte trueno que anunciaba una tormenta en el exterior. Dentro, un portazo predecía el inminente huracán.
Me pegó a la puerta fuertemente y me besó con violencia. Sus dos manos se colaron por los laterales del vestido y cogieron mis pechos, apretando los dedos sobre ellos y pellizcando los pezones con agresividad, mientras yo intentaba desabrochar su cinturón y abrirle el botón y la cremallera.
Me miró con ansiedad y pude distinguir un atisbo de miedo en sus ojos.
―¿Estás segura? ―susurró reduciendo el ritmo de sus caricias a un simple roce contra mi piel.
―Lo deseo. Te deseo. Por favor ―le rogué desesperada para que no se detuviera jamás.
Una vez que tuve su polla en mis manos, no hubo tiempo para dudas. Me alzó para que enroscara las piernas alrededor de su cintura y se clavó en mí. La acogí con un grito de placer, ansiosa por llenar el vacío que sentía dentro desde que lo había visto en el ascensor. Lo sentí grande, hinchado y poderoso. Me llenaba por completo.
Me hacía vibrar con sus embestidas duras y rápidas. Aquello era sexo en estado puro, sin lindezas ni sensiblerías. Mi cuerpo chocaba contra la pared con cada empellón de su miembro. Le tiré del pelo, le mordí el hombro. Ella ocultó su cara en el hueco de mi cuello y succionó con fuerza debajo de la oreja, mordisqueó la sensible piel de mi clavícula y descendió hasta que agarró uno de mis pechos y se lo llevó a la boca. Tras varios lengüetazos cogió el pezón con los dientes y presionó. Grité de dolor y de
deleite y, sin poder retrasarlo más, llegué al orgasmo de forma violenta. Me puse rígida y sollocé extasiada. Le sentí a ella, que seguía entrando y saliendo mientras los músculos tensos de mi vagina la estrangulaban sin tregua.
Creí que me rompería en dos, que nunca jamás podría llegar tan alto como en ese momento, cuando Britt metió una mano entre nuestros cuerpos y buscó de nuevo mi clítoris para rozarlo, apretarlo, pellizcarlo. Volví a correrme violentamente, boqueando y jadeando en busca de aire. Pero ella todavía no había llegado al final.
Tal y como estábamos, ella empalada en mí, yo laxa y aferrada a ella, me llevó hasta la enorme cama de la suite y me sentó a horcajadas sobre su cuerpo. Hundió sus dedos en mi culo, me abrió más los cachetes y deslizó un dedo hasta rozar el pequeño agujero negro. Por un momento, sentí pánico y mi cuerpo se puso tenso.
―Shhhh, solo quiero acariciarte. Deja que toque todas y cada una de las partes de tu cuerpo ―dijo sin aliento, en un susurro erótico que me recorrió las entrañas.
Masajeó mi ano utilizando como lubricante mis fluidos vaginales que ya notaba deslizándose por los muslos. En cuanto me relajé, comencé a sentir los espasmos en mi vagina. Britt introdujo la punta de su dedo meñique y sentí un latigazo de placer. Su grueso miembro seguía dentro de mí, palpitante, y al notar su dedo tuve necesidad de moverme para que entrara más profundo, arrancándole un gemido gutural.
―Así, sí, despacio ―dijo, y me hizo jadear de desesperación―. Llevo mucho tiempo queriendo hacer esto y otras muchas cosas en ese culo que mueves tan bien cuando bailas.
Sus palabras me encendían cada vez más, su boca dejaba un rastro de fuego por donde pasaba, sus dedos… “Oh, Dios, sus dedos…”.
Britt lo introdujo un poco más. Aquello se sentía tan bien que empecé a buscar más profundidad. Su boca y su lengua absorbían mis gritos y cuando su dedo y su miembro empezaron a moverse al mismo ritmo desenfrenado, alcancé un tercer orgasmo, más devastador que los anteriores. Al límite de su cordura, ella dio dos enérgicas embestidas y gritó fuerte cuando se derramó dentro de mí vertiendo poderosos chorros de su simiente.
Diez minutos después seguíamos sin movernos, sintiendo los temblores que aún recorrían nuestros cuerpos. Echada encima de mí, con su miembro aún dentro, se apoyaba sobre los codos y me besaba suavemente, con breves toques de su lengua en mis labios hinchados por sus violentas acometidas. Me acariciaba el pelo con una mano y la mejilla con la otra.
―Eres preciosa ―dijo susurrándome al oído. Inhaló en mi cuello, absorbiendo el aroma de mi perfume y del sudor de mi cuerpo. Pasó la lengua por algunas gotas de transpiración que se habían acumulado en el hueco de mi clavícula―. Además, eres inteligente ―Me besó un pecho―, excitante ―Me chupó el pezón. Gemí―, ingeniosa ―Me dio un pequeño mordisco y volví a gemir más fuerte arqueando la espalda― e insaciable ―finalizó embistiendo brevemente con su pene nuevamente empalmado.
―Ahora quiero hacerte el amor lentamente ―dijo arremetiendo despacio con las caderas―, como si fuera la primera vez ―Recorrió mi costado suavemente con su mano―. Sin prisas, sin tensiones ―Metió la mano entre nuestros cuerpos y la posó sobre mi pubis, buscando ya con sus dedos mi sonrosado y castigado clítoris―.
Quiero que desees más a cada momento, en todo momento. No voy a darte tregua hasta que no grites mi nombre, Santana.
―Ya deseo más ―rogué adelantando mis caderas para hacer más fuerte la embestida.
Su mano pellizcando mi pezón, del mismo modo que lo hacía la otra con mi sensible carne, me produjo tal estallido de éxtasis que creí entrar en trance por un momento. Nos miramos fijamente a los ojos mientras entraba y salía de mí, lenta e intencionado. Todo su cuerpo siguió estimulando mis sentidos hasta que nuestros alientos alcanzaron juntos el cielo.
Cuando conseguimos controlar la respiración y el frenético latido de nuestro pulso, Britt salió de mí y me sentí algo vacía. Me abrazó cariñosamente, pasando un brazo por debajo de mi cabeza para que la apoyara en el hueco de su hombro. Era perfecto, encajábamos como dos piezas de puzle. ―Será mejor que durmamos un poco, o mañana no habrá quien nos despierte ―dije soñolienta.
―La reunión se ha pasado a la tarde, señorita Lopez. Tenemos hasta entonces para disfrutar de La Habana como más nos guste y, mi intención es quedarme a trabajar con cierta publicista todo el día entre estas cuatro paredes.
―Vaya, señorita Heartstone Pierce, veo que lo tiene todo planificado, ¿eh? ―Me besó apasionadamente, acariciándome la espalda, la cintura y las nalgas―. Vas a acabar conmigo ―ronroneé. Pero no pude evitar la reacción de mi piel a sus caricias. Volvía a tener una enorme erección que frotaba contra mi vientre.
Me penetró una vez más sin mucho esfuerzo y, al instante, subimos hasta un nuevo clímax que nos dejó, esta vez sí, exhaustas.
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ene 03, 2016 11:08 pm


Capitulo 9

No había dormido ni tres horas cuando me desperté sobresaltada por otro de mis sueños. En éste, Sam y Ronald me ataban y me hacían cosas horribles dejando huellas por todo mi cuerpo. Sacudí la cabeza intentando desechar aquella terrorífica imagen y me fijé en Britt, que dormía plácidamente y boca abajo, a mi lado.
Los músculos de su espalda formaban un dibujo simétrico a ambos lados. El color cetrino de su piel me maravillaba. Sus rasgos, relajados por el sueño, eran perfectos.
Esos labios dulces y apetitosos me provocaban instantáneamente unas mariposas en el estómago que no podía calmar. Era la mujer de mis sueños, pero yo no salía en
los suyos. Yo era una chica normal y corriente, bajita, delgada, con demasiado pecho para mi estatura, con un pasado tortuoso y cicatrices en el alma.
Mi vida había sido demasiado complicada como para creer que esta maravillosa mujer era para mí. Sin duda encajábamos, pero una cosa era la magia del sexo, el poder de la seducción y la atracción sexual, y otra, muy distinta, la vida diaria, el amor. Además, Britt era mi jefa y no debía haber relación entre los empleados de HP.
Y, por si eso no fuera poco, aún quedaba hablar de mis sueños. Si Britt se enteraba saldría corriendo pensando que estaba loca.
Me puse en pie sin hacer ruido. Tenía los músculos encogidos, necesitaba estirarme, respirar aire. Eran las seis de la mañana y correr una hora me haría mucho bien para poder analizar con claridad lo que estaba sucediendo. Necesitaba reponer las fuerzas necesarias para hacerle frente a la Brittany arrepentida de la mañana.
Una hora y diez kilómetros más tarde regresaba al hotel. Ansiaba una buena ducha y fui directa a mi habitación. Ella estaría dormida, y prefería meterme bajo el grifo
sin molestarla y con todas mis cosas a mano. Luego regresaría a su lado y plantaría cara a lo que el despertar trajera consigo.
Justo cuando cerraba la puerta sigilosamente una mano me cogió del brazo con brusquedad.
―¿Dónde estabas? ―preguntó enfadada, agresiva. Llevaba un pantalón de pijama de tela encima de los bóxer.
―Buenos días a ti también ―dije mirando con el ceño fruncido la mano que me sujetaba duramente. Me soltó de inmediato―. Salí a correr, pensé que aún estarías dormida y vine aquí a ducharme. ¿Qué haces en mi cuarto? ¿Cómo has entrado? ―le pregunté quitándome sin pudor el sujetador deportivo y los shorts empapados de sudor. Los ojos de Britt me recorrieron con detenimiento y vi cómo se endurecía su miembro rápidamente―. Vaya, hay alguien que se alegra de verme más que tú ―dije acercándome y pasando una mano por el frontal del ligero pantalón. Britt me cogió la muñeca con fuerza y me apartó la mano, más brusca de lo normal.
―No vuelvas a hacer eso, Santana. Me he despertado y no estabas en la cama, ni en la habitación, ni en tu habitación. Estaba a punto de bajar a recepción a denunciar
tu desaparición.
―¡Qué exagerada, por favor! ―exclamé. Su mirada se endureció―. ¡Lo siento! No era mi intención asustarte, de verdad. Ahora ya sabes cómo me sentí yo hace dos años ―dije contoneándome hasta el baño.
Abrí el grifo y esperé a que el agua saliera caliente. Justo cuando entraba en la enorme ducha, Britt me empujó contra la pared, estampando una de mis mejillas contra los azulejos. Estaba desnuda, empalmada y desesperada.
―No vuelvas a hacerlo ―dijo excitada y en un tono que sonó amenazador. Me mordió el cuello y supe que me dejaría marcas. Tiró de mi pelo hacia atrás para exponer mi boca mientras yo seguía con el cuerpo pegado al frío azulejo de la ducha―. Di que no lo volverás a hacer. ¡Dilo! ―Y tiró un poco más de mi pelo.
―Está bien ―respondí sin aliento, asustada. Aquella situación me traía malos recuerdos―. No lo volveré a hacer más.
Entonces se aseguró de que no pudiera mover la cabeza y me devoró la boca salvajemente mientras su erección empujaba mi trasero. Cuando me soltó, me volví con fiereza y le di una bofetada que la dejó pasmada.
―¡Y tú no vuelvas a hacer esto jamás! ¡No eres mi dueña, no tienes derecho a decirme lo que puedo o no puedo hacer! No se te ocurra nunca, ¡jamás!, volver a usar la fuerza para exigirme algo. ¡Jamás! ―Estaba enfurecida y excitada, pero era más la rabia por los recuerdos que había despertado. Trevor utilizaba aquellos momentos íntimos para hacerme mucho daño, físico y psicológico, y no iba a consentirle eso a ningún hombre o mujer, nunca más.
Britt vio lágrimas en mis ojos y yo vi el arrepentimiento en los suyos.
―Lo siento. No quería hacerte daño. Perdóname. Lo siento ―repetía una y otra vez mientras intentaba abrazarme debajo del agua caliente.
Estaba asustada y dolida. Estaba sorprendida por aquel arranque de superioridad y de control. Intenté rehuir sus brazos un par de veces pero al final me dejé abrazar.
Cuando mi respiración se normalizó y el pulso ya no parecía a punto de estallar, me soltó y cogió la esponja. Echó un poco de gel y se dedicó a enjabonarme el cuerpo poniendo especial cuidado entre mis piernas. Luego la enjaboné yo a ella, y cuando llegué a su miembro erecto me arrodillé y lo besé en la punta. No sé por qué hice aquello. Debería haber salido de allí echando leches después de la experiencia con mi ex marido, pero por alguna insensata razón no lo hice.
Britt cogió aire entre los dientes cuando sintió mis labios, cerró los ojos y se apoyó en la pared de pequeños cuadraditos azules. Lentamente fui lamiendo su largo miembro duro y caliente. Me metí su gruesa polla en la boca y succioné hasta que contuvo el aire. Luego saboreé hambrienta cada centímetro de esa tersa y suave piel surcada por gruesas venas palpitantes. Le toqué la base y dio un respingo. Le masajeé el escroto, también tenso, y ella apretó los dientes conteniéndose una vez más. Mi mano acompañaba a mi lengua, presionando lo justo para verlo estremecerse de placer, para llevarlo hasta el límite de su resistencia. Quiso apartarse un par de veces pero no se lo permití. Me cogió la cabeza con las manos y comenzó a embestir con sus caderas, poco a poco, hasta que se le hizo insoportable y gritó.
Britt explotó en mi boca soltando un chorro tras otro de semen caliente. Su sabor, salado y dulce a la vez. Su textura, viscosa pero agradable. Era la primera vez en mi vida que me detenía a saborear el semen y me encantó solo por ser el suyo. Luego, cuando se quedó flácido entre mis manos, me puse en pie y la besé para que probara su propia esencia.
―Cierra la ducha ―dijo con la voz tensa y la mirada encendida.
Hice lo que me pedía y me sacó del baño sin que mis pies, mojados y goteando, tocaran el suelo. Me dejó sentada en el borde de la cama y entonces fue ella quien se arrodilló delante de mí. Abrió mis rodillas con una urgencia destructora e hizo que apoyara las piernas sobre sus hombros dejando mi vulva a la altura de su boca. “ ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!”.
Su lengua comenzó a recorrer los pliegues húmedos de mi sexo. Daba ligeros toques a mi clítoris para luego chuparlo y morderlo hasta hacerme desfallecer. Sopló ligeramente antes de ntroducir su rasposa lengua dentro de mí, arrancándome gemidos de éxtasis Estaba tocando el cielo con la punta de mis dedos y no quería descender. Estaba segura que al volver a la realidad mi vida se complicaría y dolería.
***
―¿Por qué te fuiste sin decirme nada aquella noche? ―pregunté después, mientras yacíamos abrazadas y adormiladas.
Aquella cuestión rondaba mi cabeza desde entonces. A veces con más intensidad y otras casi ni lo recordaba, pero siempre estaba ahí y aquel era el momento perfecto para resolver mi duda.
Britt se movió inquieta en la cama. ―¿Qué importancia tiene ya? ―dijo.
―Para mí, mucha. Me sentí abandonada. Me sentí mal durante mucho tiempo. ¿Qué pasó? Cuéntamelo.
Me giré hacia ella, tapándome con la sábana. Britt seguía mirando al techo, con una mano trazando pequeños círculos sobre mi pierna y la otra detrás de la cabeza.
―Mi hermano murió esa noche. Mi hermano pequeño ―soltó tras un largo suspiro.
―¿Qué? ― exclamé horrorizada ―. Pero ¿cómo? ¿Tu hermano? ¿Qué pasó? ¿Por qué no me lo dijiste antes de marcharte? Lo hubiera entendido, Britt.
Aquella diatriba de preguntas la puso más tensa. Retiró su mano de mi pierna y se sentó al borde de la cama, dándome la espalda. Parecía cansada, lo que sería lógico
después de una noche como la que habíamos pasado. Pero su cansancio era diferente. Parecía llevar el peso del mundo en sus hombros. Pasó las manos por su pelo antes de continuar.
―Hay cosas de mí, Santana, que es mejor que no sepas. Será mejor que me vista. Se levantó despacio, quizás esperando una reacción por mi parte, pero yo no dije nada. La miré moverse por el cuarto, lentamente. Cuando dejó de ir de un lado a
otro sin motivo aparente se encaminó a la puerta de la suite.
―No te marches ―dije en un susurro― Por favor. Quédate, duerme conmigo. Cuando quieras contármelo aquí estaré, pero ahora, vuelve a la cama, por favor.
Me encontraba al borde de las lágrimas, pero no quería dejarme llevar por ese sentimiento de vacío que había sentido cuando la vi agarrar el pomo de la puerta para marcharse. Dudó durante unos segundos, parada, con la cabeza baja.
Me levanté despacio sin preocuparme de mi desnudez y me acerqué a su espalda. Si la tocaba era posible que me rechazara y se marchara, pero me tenía que arriesgar. Puse mis manos sobre su ancha y musculosa espalda y le besé el canal que quedaba entre los omóplatos. La noté estremecerse pero no se movió. Con la luz de la mañana entrando por la habitación vi algo que no había percibido por la noche. Britt tenía varias cicatrices en la espalda. Cinco en total. Parecían antiguas y apenas se notaban, pero de cerca eran perfectamente visibles. Pasé mis dedos suavemente por encima de cada una de ellas y volvió a estremecerse.
―Esto es un error, Santana. No debería…
―Por favor ―dije de nuevo en susurros―, nada de errores, vuelve a la cama conmigo, Britt ―La cogí de la mano y aunque se resistió un momento, finalmente conseguí que me siguiera.
Nos tumbamos, abrazadas, hasta quedarnos completamente dormidas.
***
Estaba teniendo un sueño maravilloso cuando la voz de Britt se coló en mi mente. Hablaba en susurros, nerviosa, y sus palabras eran serias y duras. Retazos de su conversación me llegaron claramente pese a la barrera que suponía la puerta del cuarto de baño.
―¿Britt? ―la llamé tocando con los nudillos en la puerta― ¿Britt, estás ahí?
―Buenos días, dormilona ―dijo abriendo de golpe.
Vestía con una camisa blanca y unos pantalones marrón claro. Iba descalza y tenía el pelo mojado. Me acerqué más a ella, me puse de puntillas y le di un dulce beso en los labios. Me cogió en brazos y me besó apasionadamente. No había rastro de la Britt insegura que había estado a punto de marcharse de la habitación horas antes.
Dejó un húmedo rastro de besos por todo mi cuello antes de mirarme con sus intensos ojos azules.
―¿Estás bien?
―Perfectamente ―contestó. Pero había algo en su afirmación que me decía que no era del todo cierto.
―¿Con quién hablabas? ―pregunté, como al descuido, mientras me servía un poco de café y la acompañaba con leche y un bizcocho.
―Con Madeleine ―mintió―. Han surgido unas complicaciones con una cuenta y quería saber mi opinión ―dijo restándole importancia con un ademán. No me convenció.
Esquivó mi mirada interrogante y anunció que me esperaría en la recepción del hotel. Asentí y, con una sonrisa lobuna, se acercó para darme un beso. Sus fuertes manos acariciaron mi espalda y deslizó hasta mis nalgas la sábana que me cubría. Un gemido incontrolado salió de su garganta e hizo eco dentro de mi cuerpo.
―Hazme el amor, Britt ―le rogué con aquella extraña voz velada de pasión. Estaba desesperada por volver a sentirla. Aunque, más que desesperada, era necesidad pura y dura.
No se lo pensó ni un segundo. Desabrochó su pantalón, agarró mis caderas y, sin delicadeza alguna, aplastó mi cuerpo con el suyo y me dio otra intensa sesión de sexo duro contra la pared.
―Y ahora, si ya has acabado de provocarme, termina el desayuno y dúchate, bruja. Hemos quedado a la una. ―Me dio un rápido beso en los labios y salió de la habitación.
Hablaba de nuevo por teléfono cuando llegué a la recepción. Me quedé detrás de ella, a unos pasos. Quería saber qué estaba pasando, con quién hablaba y por qué resoplaba visiblemente enfadada.
Al percibir mi movimiento relajó la expresión y suavizó la mirada. Luego me cogió la mano y la besó en la palma, haciéndome estremecer de placer. Tapó el auricular
y me susurró que la esperara en la puerta. Asentí y me encaminé hacia la entrada, pero antes de llegar oí que volvía a hablar con rabia.
―Haced lo que queráis, pero es mío y si la cagáis responderéis ante mí. ―Y sin más, colgó. Se quedó por unos instantes mirando el teléfono, ya apagado, y suspiró
al guardárselo en el bolsillo interior de la chaqueta. Luego levantó la vista y sonrió al verme. Se acercó, me dio un ligero beso en los labios, me cogió de la mano y salimos
a la calle donde nos esperaba el coche del señor Sánchez.
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Ene 04, 2016 6:10 am


CAPITULO 10


El día fue extraordinario. La reunión que teníamos con Sánchez duró menos de media hora. Los creativos de Legendario ya habían analizado mi propuesta de campaña y les había encantado, así que solo quedaba que Brittany llamara a Madeleine para que se pusieran a trabajar. Una vez solucionados los aspectos laborales, el resto de la mañana fue un sueño.
Además de disfrutar de lugares encantadores, Britt convirtió cada rincón de la ciudad en el escenario clandestino de nuestras pasiones más eróticas. Excitantes besos, miradas que prometían horas y horas de placer, caricias que me hacían estremecer, sonrisas sensuales, guiños y susurros se fueron sucediendo, llevándonos al límite de nuestra resistencia. Era capaz de provocarme un orgasmo con una intensa mirada de aquellos profundos ojos. A Sánchez y a su esposa no les pasó desapercibido nuestro comportamiento adolescente y contribuían a dejarnos solas sin que los demás miembros de la expedición se percataran de nuestras repetidas ausencias.
―Estás muy pensativa ―me susurró por detrás cuando visitábamos una de las exposiciones del Museo de la Revolución.
―Shhhh. Estoy prestando atención ―dije.
―He visto un cuarto oscuro en uno de los pasillos que quizás…
―Ya basta ―le regañé de broma―. Al final nos van a pillar, Britt. ¿Qué imagen voy a dar si todos saben que me acuesto con mi jefa?
―La imagen de una Venus que tiene a su jefa cogida por las…
―¡Britt! Por favor ―dije riendo.
―La imagen de una hechicera que me ha robado la voluntad ―insistió metiendo la nariz entre mi pelo y oliendo el perfume del champú―. Eres una droga, y quiero más.
―Cállate. La guía nos va a llamar la atención ―susurré.
―Mejor, así nos pedirá que abandonemos el grupo y yo podré llevarte por fin al hotel para follarte una y otra vez, sin descanso ―susurró excitada.
Yo también empecé a notar aquella excitación y pensé que no era un mal plan lo que me proponía
―Necesito sentirte pegada a mí, oírte jadear y gritar. Quiero tener mi dura polla dentro de ti y llevarte a la locura tantas veces como puedas aguantar. Ahora te tumbaría aquí mismo y te comería ese precioso coñito tuyo mientras la guía les explica a los demás la Revolución Cubana. Nunca esta revolución me pareció tan caliente.
―Britt, por favor… ―gemí tan mojada que temí manchar el vestido blanco. Notaba la erección dura pegada a mis nalgas.
Dispuesta a ser mala yo también, me separé ligeramente de élla y eché mi mano hacia atrás. Con mis nudillos rocé su miembro. Britt, que no se esperaba ese movimiento, dio un respingo y exhaló bruscamente. Pronto comenzó a mover las caderas, rozándose con más presión sobre mis dedos.
―Eres una bruja. Vámonos de aquí ―dijo siseando.
Despistados como estábamos intentando ponernos a cien el uno al otro, no nos dimos cuenta de que el señor Sánchez nos hacía señas.
―Britt ―llamó. Retiré la mano de su miembro abochornada―. El subdirector del hotel ha llamado. Ha habido un problema en la habitación de la señorita López y debéis ir allí de inmediato.
Britt se puso tensa de repente.
―¿Un problema? ¿Qué problema? ―pregunté alarmada.
―No me lo han podido decir exactamente, pero debéis ir cuanto antes ―dijo con cara de preocupación.
Britt no esperó oír más. Me cogió de la mano y me arrastró por todo el museo, corriendo. No había nada de valor en mis pertenencias salvo los rubíes que me había regalado el señor Sánchez. Sería una grave pérdida si no estaban donde los dejé.
Pese a que estaba un poco temerosa, no podía entender la actitud fría de Britt. Estaba tensa, su expresión era feroz, aterradora, y no me había hablado desde que Sánchez nos diera el recado.
―No pasa nada, seguro que no es nada, Britt ―dije para quitarle tensión al momento y para intentar tranquilizarnos a ambas. Pero Britt siguió sin mirarme y su única reacción fue sacar el móvil y llamar.
―¿Dónde está? ¿Lo tenéis? ―preguntó enfurecida. No le debió de satisfacer mucho la respuesta porque cerró el puño y lo estrelló contra la tapicería del asiento delantero―. ¿Cómo es posible? Os lo dije ―rugió.
―Britt, ¿qué pasa? ―pregunté asustada.
Ella percibió el miedo en mi voz y apartó los ojos de la ventanilla para fijarlos en los míos. Luego me cogió la mano y la apretó infundiéndome confianza, pero no me respondió. Seguía escuchando lo que la persona del otro lado del teléfono le estaba explicando.
―Si no hay cambios te llamaré mañana. Más vale que lo hayáis localizado, ¿me oyes? ―Colgó y lanzó el móvil con furia contra el asiento―. ¡Maldita sea! ―siseó.
―¿Se puede saber qué coño pasa? Me estoy asustando,Britt.
―No te preocupes, no pasa nada ―dijo sin convicción.
―¡Y una mierda!
―¡Ya basta! ―gritó encolerizada―. Bastantes problemas tengo ya como para que tú me compliques más la vida ―me espetó de golpe, y soltó mi mano con brusquedad.
Abrí los ojos y la boca, sorprendida por sus crueles palabras, pero no salió ni un solo sonido de mí. La mirada se me empañó de inmediato y sentí que mi maravilloso enamoramiento reventaba en miles de trizas.
Me separé un poco de ella en el asiento y fijé mis ojos en el cristal de la ventanilla. Las lágrimas se acumulaban queriendo salir silenciosas, las manos me temblaban y, si hubiera estado de pie, probablemente me hubiera caído al suelo, pero me negué a llorar. “No más lágrimas, Santana. Ya lloraste bastante. No lo vuelvas a permitir”. No pude evitar acordarme de la primera vez que Sam me había dado una bofetada. Habíamos salido a cenar con un compañero suyo de la facultad. Sam había
estudiado Derecho Internacional pero nunca llegó a acabar la carrera. Su padre le retiró los fondos que pagaban la cara Universidad cuando las finanzas familiares se fueron a pique tras una mala gestión en los negocios. También contribuyó el hecho de que lo pillaran trapicheando con drogas que pagaba con el dinero para sus estudios. Aquello convirtió a Sam en una persona rencorosa y violenta, pues se vio abocado a ganarse la vida con cualquier cosa que le reportara algún beneficio.
Cuando lo conocí era el encargado de mantenimiento de la piscina donde yo iba a nadar. Era atento y amable, me esperaba y me acompañaba a casa siempre que podía. Sonreía frecuentemente y alegraba los días que no habían sido muy buenos. Pronto comenzamos a vernos fuera de la piscina y a salir formalmente. Tuvimos un corto noviazgo y una boda exprés.
Aquella noche llegó algo más temprano de lo normal. Las cosas entre nosotros ya estaban tensas, habíamos tenido alguna pelea más subida de tono de lo normal, algún empujón sin mala intención, o relaciones sexuales algo más duras de lo que yo esperaba de un hombre cariñoso como él. Pero me resignaba a pensar que era una mala racha, que pasaría pronto y volveríamos a ser una pareja feliz. Me buscó por toda la casa, contento, y me dio un beso algo más baboso de lo normal. Dijo que había coincidido con un antiguo compañero de la facultad y que él y su esposa nos invitaban a cenar en su hotel. Estaba demasiado contento, demasiado ansioso, pero no me dijo por qué.
Me arreglé para la ocasión. Llevaba un recatado vestido marrón, por encima de la rodilla y con cuello de pico cruzado. Él se puso el único traje que tenía y una fea corbata que le había regalado alguien hacía mil años.
En el coche no dejó de alabar las virtudes de su amigo. El trabajo de su antiguo compañero era el mejor, el lugar donde vivía era lo más de lo más, sus ingresos anuales eran desorbitantes, y un sin fin de proezas más que cantaba como si le hubiera tocado a él mismo la lotería.
Cenamos en compañía de la pareja, en un ambiente cordial aunque algo tenso. Durante la cena, Sam y su amigo hablaron de los tiempos de la universidad, mientras su esposa y yo mirábamos a uno y a otro cohibidas y aburridas como ostras.
Tras el plato principal fuimos al servicio de señoras a refrescarnos un poco. Cuando regresamos a la mesa el ambiente había cambiado por completo. Era un ambiente
hostil y raro que se podía cortar con un cuchillo. La mirada de Sam estaba ensombrecida y la de su amigo era de incredulidad.
En cuanto nos sentamos, Sam anunció que nos marchábamos y yo, obediente, me levanté, me despedí con cordialidad y seguí a mi marido, que ya iba camino del coche.
Por aquel entonces aún no conocía bien el temperamento de la persona con la que me había casado e, ingenua de mí, creí poder calmarlo con palabras dulces y comprensivas.
―¿Qué ha sucedido? ¿Por qué te has enfadado tanto? ―le pregunté sin levantar la voz, con la dulzura característica de la antigua Santana López. Sam ni siquiera me miró. Arrancó el coche y salió como alma que lleva el diablo, derrapando ruedas como si le persiguiera la mismísima parca. Pregunté de nuevo y
le puse una mano en la pierna para reconfortarlo. Pero entonces, él paró en medio de la carretera y me dio una bofetada que me hizo girar la cara y estrellarme contra el
cristal de la ventanilla.
―¡Eres una puta! ―me gritó―. Si no fueras enseñando las piernas como una ramera yo tendría un trabajo de categoría en estos momentos ―Levantó la mano para volver a pegarme pero el claxon de un coche lo impidió. Bajó la mano y arrancó de nuevo. Justo antes de llegar a casa me cogió del pelo fuertemente y me dijo―: Todos mis problemas son por tu culpa, zorra. No vuelvas a ponerte ese vestido nunca más ¿me oyes? ―Y me soltó de un empellón, provocando que me diera en la frente con el salpicadero del coche.
―Lo siento. No quería decir eso ―dijo Britt arrepentida después de unos minutos. Intentó tocarme pero le rehuí con brusquedad.
Llegamos al hotel y bajé antes de que ella o el chofer me abrieran la puerta. Entré en la recepción y me dirigí al mostrador sin esperar su compañía.
―Señorita López, ya ha llegado. La policía quiere hablar con usted, señorita. Si es tan amable de acompañarme ―dijo nervioso el subdirector del hotel.
―Pero, ¿qué ha pasado? No entiendo…
―Han entrado a robar en su habitación, señorita. Han causado muchos destrozos y creemos que se han llevado algunas de sus cosas. Pero, por favor, pase por aquí y la Policía se lo explicará detenidamente.
***
―¿Sabe usted por qué motivo alguien querría rebuscar y destrozar las cosas de su habitación, señorita López? ―me preguntó un policía de paisano una vez tomé asiento en el despacho del subdirector. Negué con la cabeza.
Fuera, Britt hablaba con otros dos agentes. Ellos le explicaban la situación mientras ella asentía como si la Policía tuviera que rendirle cuentas. ¿Por qué le daban explicaciones a Britt?
Nuestras miradas se cruzaron unos segundos. Vi en sus ojos algo que me pareció nuevo, algo profesional y férreo que no había estado ahí en todo el tiempo que le conocía.
Estaba muy enfadada, decepcionada y rota por sus crueles palabras, pero ella seguía allí, a mi lado en todo momento.
―¿Ha tenido últimamente algún altercado con alguien que nos dé alguna pista de quién querría hacerle esto? ―me preguntaron de nuevo. Pensé inmediatamente en Ronald.
Levanté la cabeza dispuesta a contarle a la Policía mi episodio violento con aquel mamarracho cuando vi a Britt en el vano de la puerta, serio, con la mirada fija en mí.
Movió la cabeza negativamente para que no contara nada. Fue una especie de advertencia silenciosa que me heló la sangre. “¿Qué está pasando?”, quise preguntarle.
―No, señor. Nadie que yo sepa. ―Britt soltó el aire que había estado reteniendo y se giró para seguir la conversación de los otros policías.
―¿Cuándo tiene previsto regresar a los Estados Unidos, señorita? ―Iba a contestar cuando su voz intervino.
―Si fuera posible, esta noche. Si no, mañana ―respondió tensa y cansada.
―Está bien. Les dejaré mi tarjeta por si recuerdan algo fuera de lo normal que nos pueda ayudar en la investigación. Ahora, si les parece, vayamos a la habitación de la señorita López para que eche un vistazo a sus pertenencias por si faltase algo.
La preciosa suite del hotel había quedado destrozada por completo. Mesas y butacas estaban por los suelos, astilladas. La ropa había sido sacada de los cajones y la habían desgarrado. El colchón y la tapicería de los sillones estaban rajados. En el baño, mis cosméticos estaban desperdigados por el suelo, creando una composición de colores y texturas como si de un cuadro abstracto se tratase.
Busqué en el cajón de la mesilla. Allí había dejado las joyas que Sánchez me había regalado el primer día, pero solo encontré el estuche vacío.
―Falta la pulsera, el collar y los pendientes que me regaló el señor Sánchez ―dije para quien me quisiera oír.
―¿Eran de valor? ―preguntó el agente detrás de mí.
―Eran rubíes ―dijo Britt con aquel tono de voz intimidatorio.
El agente anotó algo en su libreta y continuó husmeando por la habitación.
***
Después de lo que a mí me parecieron horas, bajamos a la recepción. No me habían dejado llevarme nada, ni ropa, ni artículos de aseo. Me avisarían cuando pudiera pasar a recoger mi equipaje. Evidentemente, no me podía quedar allí a dormir y eso me puso en tensión.
El señor y la señora Sánchez permanecían en la entrada, preocupados. En cuanto me vio, ella se acercó rápidamente y me abrazó como si fuera mi pobre madre.
―Cielo, lamento mucho que tu estancia en Cuba vaya a terminar de forma tan desagradable. Esta noche vendrás a dormir a Villa María y mañana nuestro chófer personal te llevará al aeropuerto sana y salva ¿de acuerdo, querida? ―dijo María Sánchez con un tono de voz maternal y sensible, pero firme y decidida.
Asentí un par de veces, controlando que no se me escaparan las lágrimas que pujaban deseosas por salir a raudales.
―No hace falta, María ―dijo Britt―. Ya he llamado a otro hotel y pasaremos…
―¡Ni hablar! Vendréis a Villa María y os quedaréis allí. Y no se hable más. ―insistió el señor Sánchez dejando cerrada la conversación.
Britt suspiró y asintió como una buena chica después de una reprimenda. Nos encaminamos a la puerta todos en grupo. Cuando ya estábamos a punto de subir a los coches, la jovencita que había visto detrás del mostrador de recepción salió corriendo detrás de mí.
―¡Señorita, señorita, espere, disculpe! ―dijo recuperando el aliento―. Esta tarde un mensajero trajo algo para usted. Con todo el problema de la habitación lo había olvidado, discúlpeme.
Me dio un sobre y una cajita blanca con un lazo azul. Abrí la caja despacio y grité asqueada cuando vi lo que había dentro. Una enorme cucaracha roja, muerta, pinchada en el fondo de la caja con un alfiler de cabeza blanca. Britt sujetó el asqueroso regalo y, con manos temblorosas, abrí el sobre. “¿Te escondes como una cucaracha, Santana? Mira lo que les pasa a las que son como tú”, rezaba la nota.
Cogí aire rápidamente, una vez, dos, tres y después me desmayé.
***
Corría por el interior del parque como cada mañana. Hacía frío y ya casi no sentía los dedos de las manos a pesar de los guantes. La respiración se me hizo más trabajosa cuando me di cuenta de que no corría por placer. Alguien me perseguía. Era temprano pero estaba oscuro. Los ramajes de los árboles impedían que
pasaran los pocos rayos del sol de invierno que se despertaba perezoso. Cada vez más oscuro y más frío. Tropecé y caí al suelo. Noté a alguien encima de mí. Grité fuerte, muy fuerte, con los ojos cerrados, deseando que todo acabara de una vez y el peso se aligeró. Miré desesperada al hombre que me retenía y el terror me dejó sin aliento. ―Siempre te encontraré, cariño, siempre ―dijo blandiendo sobre mí un enorme alfiler de cabeza blanca.
―¡Santana! ¡Despierta, despierta!
Salí de aquella horrible pesadilla para encontrar los ojos de Britt cargados de preocupación. Me abrazó fuertemente y lloré hasta que los espasmos cesaron y la sensación de alivio me invadió. Solo había sido un mal sueño.
―Tranquila, ya está, era una pesadilla. Ya acabó ―susurraba mientras pasaba la mano por mi pelo en un movimiento hipnótico y relajante.
La puerta de la habitación en la que me encontraba estaba abierta. En el vano estaban María y el señor Sánchez expectantes y asustados por los gritos. Britt les dio las
gracias antes de marcharse y estos cerraron la puerta suavemente.
―No recuerdo haber llegado hasta aquí ―dije desorientada, mirando detenidamente alrededor.
―Hiperventilaste, y el susto hizo el resto. Has dormido mucho pero debes descansar más.
―¿Qué hora es?
―Las tres de la madrugada ―contestó afectada
―. ¿Te encuentras bien? Estaba… preocupada.
―¿Por qué? Soy un estorbo molesto para ti ―dije recordando y recuperando mi mal humor.
―Santana, por favor. No es momento. Duérmete, ya hablaremos mañana.
―No quiero dormir contigo. ¡Lárgate! ―dije señalándole la puerta. Luego me giré y me acosté de espaldas a ella.
―Ni lo sueñes ―sentenció―. No me voy a mover de aquí. O me dejas un hueco o… o te vas tú ―cogió una almohada y se tumbó a mi lado en la cama.
Se movía mucho, imaginé que para fastidiarme, pero yo estaba envalentonada e hice lo único que se me ocurrió. Me levanté, cogí la almohada y la sábana, y me encaminé hacia la puerta de la habitación.
No llegué a dar ni cinco pasos cuando ya la tenía pegada a la espalda, sujetándome los brazos, abrazándome fuerte. Su fragancia me envolvió. Ese olor me hacía olvidar todo lo que estaba pasando para centrarme solo en la mujer que me tenía cogida y al que tanto amaba.
―No te vayas ―me susurró―. Duerme conmigo, por favor. Necesito saber que estás bien. ―Sonaba triste y desesperada. Era miedo lo que percibí en su voz.
El final de nuestro corto romance estaba cerca. Lo sabía. Aún no me había separado de ella y ya lo echaba de menos, tanto, que me dolía el pecho de pensarlo. Decidí dejar de ser una cría y dar rienda suelta a lo que verdaderamente quería. La deseaba a ella, deseaba meterme dentro de la piel de aquella extraña mujer, hacerme tan indispensable en su vida que le fuera doloroso abandonarme cuando finalmente llegara el momento. Quería aquel corazón de piedra en mis manos.
Me giré despacio y le acaricié el pecho desnudo. Pasé las manos por su cuello y me puse de puntillas para darle un sensual beso en la boca. Luego pasé el camisón que llevaba puesto por mi cabeza y me quedé desnuda ante ella. Sus manos recorrieron con suavidad mis brazos, la cintura, el vientre, los pechos. Eran caricias muy leves, como un soplido cálido y embriagador. Mis labios se abrieron y exhalaron una serie de jadeos sensuales. Aquello era maravilloso y mi cuerpo ya pedía más. Hicimos el
amor con lentitud, saboreando cada momento, cada estremecimiento de nuestras almas. Sus movimientos lentos y rítmicos, sus besos cálidos y su mirada de adoración
me hicieron sentir que aquello era algo más que crudo deseo.
Era lo más parecido a una despedida.
“Su imagen se deshizo dejando únicamente un rastro de humo. Me froté los ojos esperando verla allí, sonriendo, pero el humo se llevó todo vestigio de la esencia de Britt. La cama estaba fría y ninguna de sus pertenencias, antes tiradas por el suelo, estaban donde habían estado la noche anterior.
―¿Dónde estás? ―pregunté un tanto desesperada, pero nadie contestó.
Si aquello era el final, al menos había pasado la noche en sus brazos. Me quedaría un recuerdo y un presente para el resto de mi vida”.
Desperté con los rayos de sol en la cara. Me estiré y sonreí antes de abrir los ojos. La noche, al final, había sido maravillosa, y seguía recordando las palabras y las
caricias de Britt hasta justo antes de dormirme. Toqué su lado de la cama pero lo encontré vacío y frío. Me incorporé para buscarlo por la habitación pero allí no había nadie. El sueño que acababa de tener volvió a mí y me golpeó violentamente.
―¡No!
Bajé las escaleras sin importarme mi atuendo. Iba con una camiseta y unos boxers de Britt. En la cocina, María preparaba algo con carne picada que olía divinamente.
Mis tripas me recordaron que llevaba desde la mañana del día anterior sin probar bocado y necesitaba comer algo antes de marcharnos al aeropuerto.
―¿Has descansado? ―dijo la mujer mirándome con lástima.
―¿Dónde está Britt? ―pregunté sin demora.
La cara de mi anfitriona me confirmó lo que en mi fuero interno ya sabía. Y mi expresión le dijo que ya sabía lo que sucedía. Se secó las manos en un paño de cocina colgado en la pared y cogió un papel bien doblado que había encima de la mesa.
―Ha dejado esto para ti. Se marchó esta mañana temprano.
Cogí la nota y volví a mi habitación. Me senté al borde de la cama mirando intensamente la nota. Después de lo que parecieron horas, la desplegué.
“La Habana ya nunca será lo mismo sin ti.
Yo ya nunca seré la misma sin ti.
Britt”.
Eso era todo. Dos míseras líneas.
Estrujé el papel hasta hacerme daño en la palma de la mano. Luego lo tiré a la papelera que había en la habitación, recogí mis cosas y me despedí de La Habana para siempre.
Era tiempo de curar las nuevas heridas.
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Ene 04, 2016 6:11 am


CAPITULO 11


Faltaba apenas una semana para Navidad y Nueva York estaba preciosa con sus luces y sus adornos. Algunas calles mostraban un aspecto empalagoso con tanto bastón de caramelo colgado y tanto árbol decorado. La ciudad era más impresionante aún en aquellas fechas, pero había que tener espíritu muy navideño para soportarla. Yo lo solía tener. Desde que había llegado de Cuba no había parado de trabajar. Madeleine me agobiaba constantemente con nimiedades que me retrasaban en lo que yo consideraba realmente importante.
Britt había desaparecido. Aquella nota fue lo último que supe de ella y, aunque me moría de ganas de preguntarle a Maddy qué era aquello que la tenía tan ocupada como para desaparecer durante tanto tiempo, no quise ceder a la tentación para no desvelar mis sentimientos. Si Britt no se había puesto en contacto conmigo, no sería yo la que fuera tras ella.
Una tarde de ventisca en la que todos en la oficina celebraban su particular llegada de las vacaciones, yo me encontraba en mi despacho acabando unos dibujos cuando entró Reinaldo como un huracán.
―¡Pon la tele, corre! Canal 4.
Cogí el mando a distancia y la encendí. Enseguida vi que en las noticias hablaban de una detención. Alguien relacionado con el tráfico de armas y drogas en Oriente Próximo y Sudamérica. Miré a Reinaldo y levanté una ceja interrogante.
―¿Y bien? ―pregunté impaciente.
―Mira quien sale, querida.
Observé el televisor de nuevo y mis ojos se abrieron como platos.
―¡Ay, mi madre! ¡Si es Ronald! ¿Han detenido a Ronald? ―pregunté estupefacta, sin acabar de creer lo que estaba viendo. Reinaldo subió el volumen.
―”… llevaban detrás de él varios años. Por fin han conseguido las pruebas que necesitaban para poder juzgarlo por tráfico de armas. Ronald García, cuyo padre es uno de los socios mayoritarios de BMD Tecnología, ha sido detenido por la policía esta mañana en su domicilio cuando se disponía a salir del país ” ―informaba la reportera.
―Hijo de puta ―musité llena de ira y, en parte, satisfacción. Aquel desgraciado tenía lo que se merecía, aunque no fuera por el motivo que me hubiera gustado escuchar.
―¿Qué harás para Navidad y Año Nuevo? ―me preguntó Reinaldo sacándome de mis pensamientos.
―Mañana, si no hay novedad, me voy a Seattle a ver a mi madre ―dije. Era la primera vez que hablaba de mi madre en el trabajo.
―Wow, Seattle en diciembre. Llévate paraguas, querida, allí solo hay lluvias. ―Su forma de expresarse siempre me hacía sonreír. De hecho, me animó bastante hablar con él.
―No solo hay lluvias, no seas malo. Hay buenos restaurantes y muchos lugares entretenidos que visitar.
―Sí, bajo la lluvia ―dijo riendo―. ¿Y para Fin de Año? Mis amigos y yo, ya sabes, Martín y demás, vamos a organizar una pequeña fiesta con mucha comida de la buena y mucho alcohol. Rachel ha dicho que vendría. ¿Por qué no te apuntas?
―No sé. No me apetece mucho. Lo pensaré ¿vale? Si decido ir, se lo diré a Rachel. Gracias por ser tan considerado conmigo.
Y, efectivamente, en Seattle llovía. No era nada nuevo pero no pude evitar deprimirme nada más bajar del avión.
Mi madre estaba ingresada en una residencia especial para personas con Alzheimer y en fechas tan señaladas como éstas los familiares eran bienvenidos en la residencia. Durante la mañana de Navidad, celebraban una pequeña fiesta y repartían regalos.
A mi madre le encantaba aquella ciudad. Pasó su infancia en un pueblo cercano deseando poder vivir algún día en una gran urbe como aquella, y cuando mis abuelos la llevaban a ver los grandes edificios y los enormes parques, ella se volvía loca de contenta. A los pocos meses de que le diagnosticaran la enfermedad de Alzheimer retrocedió en el tiempo hasta una época ya pasada de vestidos con encajes, coletas con lazos
y zapatitos de loneta. Así era como la vestía mi abuela cuando iban a pasear y así se veía ella sesenta años después.
Cuando cuidar de ella se hizo imposible en casa, los médicos aconsejaron una de las residencias estatales para enfermos mentales, pero yo había indagado en Internet y sabía que mi madre no tardaría en morirse de pena en un lugar como aquel.
No tardé en oír hablar de este sitio. Un remanso de paz a las afueras de Seattle desde donde se podía contemplar todo el perfil de la ciudad. Había animales de granja, talleres de cerámica, un cine, y hasta un lago. Era un lugar caro, pero para mi madre el dinero nunca había sido un problema, pues mis abuelos la dejaron bien acomodada antes de morir.
Al principio pensé en establecer mi residencia cerca de ella. Mi sentencia de divorcio se había hecho firme hacía menos de un mes y yo aún estaba temerosa de lo que aquel hombre pudiera hacerme pese a estar en la cárcel. Seattle estaba lejos de Nueva York y mantenerme alejada de los recuerdos de mi ex marido por un tiempo hubiera sido una idea muy buena. Pero al recordar el atropello de Rachel, me di cuenta de que ella me necesitaba más aún que mi madre. El hecho de pensar en que mi mejor amiga casi se muere por mi culpa, me llevó de vuelta a la realidad. En Seattle no había nada para mí. La residencia de mi madre venía provista con toda la ayuda que ella necesitaba y las visitas estaban bastante restringidas para mantener el bienestar de los enfermos.
Los médicos me pasaban partes trimestrales sobre su estado y, en caso de producirse algún cambio significativo, para mejor o para peor, me llamaban de inmediato. Yo amaba Nueva York y Rachel necesitaría mi ayuda durante muchos meses, por lo que la decisión que tomé fue firme.
La noche antes de viajar a Seattle soñé con ella. En realidad era un recuerdo de mi infancia, de los pocos felices que me quedaban. Había pasado un mal día en el colegio y llegué a casa sucia, triste y malhumorada. Solo tenía siete años, pero aquella manía de observar a la gente, que ahora consideraba una virtud, me había metido en más de un lio.
Había visto a Matt Cunnis, un niño dos años mayor que yo, pegarle a otro chico en el recreo. Él también me vio a mí y le dije que me chivaría, pero antes de que yo se lo contara a mi profesora él le contó a su hermana que yo me comía los mocos en el patio y, en pocos minutos, Antonella Cunnis, que iba a mi clase, se lo había contado a todo el mundo. Era mentira, pero los niños y niñas de siete años eran muy crueles y yo muy impulsiva, así que Antonella y yo acabamos revolcándonos por
la arena del patio en una pelea de niñas.
Creí que al llegar a casa mamá me reñiría y me castigaría por mi comportamiento, pero cuando me vio, sonrió. No dijo nada. Me limpió una mancha de tierra que tenía en la mejilla y luego se puso la chaqueta. Salimos de casa sin decir ni una palabra y llegamos hasta el parque donde solíamos pasear los domingos. Se acercó al puesto de helados y compró dos iguales, nuestros favoritos, de chocolate y vainilla con doble ración de sirope de caramelo. Nos sentamos en un banco y disfrutamos de los
deliciosos helados en silencio, como si fuera un día cualquiera en el que, como siempre, no teníamos nada en especial que decirnos. Después ella me preguntó con mucha dulzura qué había sucedido. Al borde del llanto le expliqué lo que Matt y Antonella andaban diciendo sobre mí en el colegio. Le conté que todos los niños y niñas de mi clase se habían reído de mí y que Antonella y yo nos habíamos peleado.
―Sabes que eso está muy mal, ¿verdad? ―me preguntó con cariño limpiando una mancha de chocolate cerca de mi boca. Yo asentí y bajé la mirada pues me esperaba una buena reprimenda, pero lo que hizo me dejó sin palabras. Me dio un beso en la coronilla y me abrazó fuerte―. Eres una niña muy buena, Santana. No debes darle importancia a las cosas que no la tienen ―añadió poniendo el punto final a sus palabras.
Luego me cogió de la mano y tiró de mí hasta llegar al precioso tiovivo del parque. Montamos una y otra vez en los caballitos, riendo y disfrutando como nunca lo habíamos hecho, hasta que anocheció. Cuando me fui a dormir aquella noche era la niña más feliz del mundo por tener una madre tan comprensiva, al menos por una vez en su vida.
***
Toqué ligeramente con los nudillos en la puerta de la habitación y entré. Mi madre estaba sentada en una mecedora de madera que parecía bastante cómoda, y se mecía tranquilamente mirando por la ventana. Estaba más delgada, casi en los huesos; había envejecido tanto que parecía una anciana de cien años. Sus ojos tenían una mirada vacía y vidriosa, desenfocada. Aquellas bonitas manos que se empeñaban en enseñarme a tocar el piano cuando era pequeña se habían convertido en esqueletos nudosos con gruesas venas azules y flácidas. Tragué el nudo que se me formó en la garganta y me senté en una silla, a su lado, esperando a que se diera cuenta de que
tenía compañía. Pero su mirada seguía puesta en algún punto lejano de la ciudad de Seattle.
―Háblele ―dijo suavemente una de las enfermeras―. Está muy débil, pero ahora más que nunca necesita compañía.
―Mamá ―dije susurrando―. Mamá, soy yo, Santana. ―Nada, ni pestañeó al oír mi voz. La enfermera me animó a seguir intentándolo antes de marcharse, y continué hablando―. Mamá, ¿me oyes? Tengo tantas cosas que contarte. ―Hice una pausa poniendo en orden todo lo que se me amontonaba en la cabeza, pero solo una de ellas me hacía sentir lo suficientemente desdichada como para hablarle de ella a mi madre―. He conocido a una mujer ―dije.
Durante mi matrimonio no había podido contar con su consuelo o sus sabias palabras. Su enfermedad estaba ya algo avanzada y sus consejos muchas veces carecían de sentido. Pero yo sabía que ella sufría en silencio mi situación, sufría porque no podía hacer nada.
―No es como Sam―le aclaré―Ese dejó de ser un hombre el día que me puso la mano encima. Britt es diferente. Es atenta, servicial, cariñosa. Es muy guapa ¿sabes? Tiene un estilo a lo James Dean que te encantaría. Pero esconde algo que no me quiere contar y eso me preocupa. ―Pensé durante un rato en la situación que estaba viviendo con Britt, en parte cómica, en parte dramática, y tentada estuve de echarme a llorar como una niña. Traté de cambiar de tema aunque no lo conseguí
―.Estoy trabajando mucho, mamá. Estarías orgullosa de mí porque lo hago muy bien, como tú me enseñaste. Siempre adelante, restándole importancia a las cosas que no la tienen. Valiente y decidida, como tú. Ay, mamá, que difícil es la vida ―me lamenté pensando de nuevo en la mujer que ocupaba hasta el último recoveco de mi corazón. Toqué la mano de mi madre y noté que reaccionaba al contacto―. Me encantaría que la conocieras porque sé que sería dulce y amable contigo ―sollocé―.
Pero es tan extraño, todo es tan extraño últimamente. Y entre nosotros hay una gran atracción y yo la amo, mamá, pero ella... no sé nada de ella. No sé qué hacer, mamá, no lo sé ―dije echándome definitivamente a llorar.
Apoyé la cabeza en el brazo de la mecedora donde tenía ella posada su mano y lloré desgarradoramente como hacía días que quería haber hecho. Una caricia, como una pluma, me recorrió el pelo lentamente. Alcé los ojos empañados en lágrimas y vi a mi madre mirándome con atención, con la pena reflejada en
su arrugado rostro. Solo había girado la cara para verme y había movido la mano para acariciarme y, sin embargo, para mí eso era más que un fuerte abrazo de consuelo.
Y cuando ya creía que no podía sorprenderme más, bajó la mano y dijo: ―Quien bien te quiere te hará llorar, pequeña.
Me quedé esperando alguna palabra más pero, como si aquella frase le hubiera costado un esfuerzo colosal, mi madre cerró los ojos justo después. Por un segundo creí que había cerrado los ojos para siempre, que ya nunca más podría hablar con ella. Me asusté y sentí pánico, hasta que ella se movió en la mecedora y susurró alguna palabra. Solo estaba dormida. Aliviada, acaricié su envejecida mano y la besé varias veces antes de marcharme. Volvería a la mañana siguiente para darle sus regalos y luego me marcharía a mi apartamento donde pensaba encerrarme y dormir el resto de las fiestas. Conduje el coche de alquiler bajo la lluvia, enfrascada en mis pensamientos, tal y como solía hacer cuando estaba triste. Necesitaba saber dónde estaba Brit. Era la víspera de Navidad y me preguntaba constantemente si estaría sola o con alguna otra mujer. Si pensaría en mí o si ya me consideraba agua pasada. “ Llamaré a Madeleine y le preguntaré dónde está”, pensé engañada. Sabía que no tendría agallas para hacerlo. Ya había llegado a la ciudad, estaba parada en un semáforo cuando mi teléfono móvil sonó. La cara se me iluminó pensando que, a lo mejor, era Britt que se había
acordado de mí.
―¿Diga? ―pregunté con una naturalidad fingida. Los nervios me producían angustia y ganas de vomitar.
―Hola, Santana ―dijo una voz masculina al otro lado. No era Britt.
―¿Quién es?
―Tu querida madre me ha dado un mensaje para ti, Santana ¿quieres oírlo? ―dijo la voz ignorando mis preguntas.
―¿Mi madre? ¿Quién eres? ―Los coches empezaron a pitar al ver que no me movía cuando el semáforo se puso en verde. Respiré hondo e intenté tranquilizarme.
La voz siguió hablando.
―Tu madre dice que las niñas malas necesitan un castigo que las haga aprender. Es una lástima que la mujer haya decidido dejarnos para siempre, era una mujer muy sabia. ¿No te parece?
―¿Qué? ―exclamé asustada― ¿Qué ha dicho? Mi madre está perfectamente…
―Ya no, zorra ―me interrumpió cambiando de repente el tono de voz. Sonaba agresivo, terrorífico―. Tu madre está muerta, como lo estarás tú muy pronto ―y se cortó la comunicación.
Miré el móvil con manos temblorosas, y las lágrimas se deslizaron por mi cara. Estaba aterrada, paralizada, no sabía qué hacer, no podía apartar los ojos de la pantalla del teléfono. Sonó de nuevo y grité sobresaltada. En la pantalla había un número, “antes no lo había”, recordé. Descolgué.
―¿Señorita López? ¿Santana López? ―preguntó una mujer con una seriedad que me estremeció.
―Sí, soy yo. ¿Quién es?
―Señorita Lopez, soy Angelika Traub, de la Residencia Sol Naciente.
―Sí, sí, dígame ¿Ha pasado algo? ¿Está bien mi madre? ―pregunté desesperada por saber si lo que me había dicho aquel hombre era cierto.
―Señorita, siento comunicarle que su madre ha fallecido mientras dormía la siesta, justo después de que usted se marchara de aquí.
No pude escuchar nada más. Me puse a gritar como una loca, de rabia, de dolor, de miedo, de pena. Algo me estaba estrangulando por dentro, como un puño que se hubiera aferrado a mis entrañas y apretara más y más, sin compasión alguna. Una patrulla de policía se paró a mi lado y uno de los agentes me dijo algo que no pude escuchar. Lloraba y gritaba sin consuelo, rota por dentro y por fuera.
No recuerdo cómo salí del coche, ni cómo llegue hasta la comisaría. Allí, entre llantos, logré contarle a un agente lo que había sucedido, la llamada del desconocido y la confirmación de la muerte de mi madre. Ellos llamaron a la residencia para asegurarse de que mi historia era cierta. Luego me preguntaron si quería hablar con algún familiar o amigo para que viniera a hacerme compañía. “A Britt”, pensé, “que llamen a Britt”, pero no pronuncié su nombre.
Llamé a Rachel cuando iba en el coche patrulla de regreso a la residencia. Insistió en coger un avión y llegar hasta Seattle cuanto antes, pero le dije que no era necesario, que al terminar con el papeleo de la residencia y del funeral, volvería a casa.
Así pues, a la mañana siguiente, cuando todo el papeleo con el seguro estuvo resuelto y la cuenta de la residencia saldada, el párroco que oficiaba las misas hizo lo propio con el ataúd de mi madre y nos fuimos al crematorio. Era su voluntad ser incinerada; así lo habíamos acordado en alguno de sus momentos de lucidez.
Me llevaría las cenizas de mi madre a Nueva York y viviríamos juntas, como antes.
―Feliz Navidad, mamá ―dije mirando al cielo al recordar qué día era. Ya nunca volvería a ser lo mismo. Estaba sola en el mundo
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Ene 04, 2016 6:12 am


CAPITULO 12

En cuanto puse un pie en el apartamento, Rachel y mi vecina, la señora Malcom, se hicieron cargo de mí. Les agradecí repetidas veces sus atenciones, pero insistí en que lo único que necesitaba era descansar y estar sola. Había apagado el móvil y descolgado el teléfono de casa. Solo deseaba estar sola. Necesitaba un poco de paz a mí alrededor porque mi mente se encontraba al borde del colapso y una depresión en aquellos momentos de mi vida no sería nada bueno. Resurgiría como el ave fénix, pero eso sería otro día.
El olor de la sopa de pollo que me prepararon me produjo arcadas. Intentaban, por mi bien, que comiera algo. Querían que me viera un médico, que fuera al hospital.
―No pienso ir a ningún sitio, Rachel. Solo en lo que va de mes me han intentado violar, me han agredido, abandonado, amenazado, y mi madre ha muerto. Creo que me merezco estar deprimida por unos días, llorar cuanto desee y sentirme una mierda, sin que ningún matasanos me dé pastillas o me diga qué debo hacer con mi vida.
―Está bien, de acuerdo. Pero si sigues sin comer te pondrás enferma y entonces te recordaré que yo era la que quería llevarte al médico, ¿está claro?
***
La última mañana del año amaneció soleada pero con tres grados bajo cero. Había nevado toda la noche y en algunos lugares la nieve se alzaba un metro y medio por encima del suelo. Las máquinas quita nieves trabajaban sin descanso para devolver a la ciudad la funcionalidad necesaria antes de que las calles se llenaran de su habitual bullicio.
Salí a correr, como cada día, y después me preparé para ir a la oficina. Debía dejar resueltas algunas cuestiones necesarias para primeros de año. No me sorprendió encontrar a Madeleine allí, pero ella sí lo hizo cuando me vio. Durante los pocos segundos en los que estuvimos hablando, no salió de sus labios ni una sola palabra de condolencia por la muerte de mi madre. No las necesitaba, pero sentí una rabia irracional creciendo dentro de mi pecho. ―Tengo una reunión el día tres de enero con unos clientes y he venido a preparar algunas cosas ―le expliqué―. Estaré en mi despacho.
Tragó saliva y sonrió, pero no había sinceridad en sus gestos, ni en sus palabras. “No me interesa saber qué sucede”, me dije.
―¡Madeleine! ―llamó una voz desde uno de los despachos. Me giré justo a tiempo de ver su mirada apurada. “¡Oh, mierda! Sí me interesa”.
―¿Es Brittany? ―pregunté con el corazón acelerado.
Madeleine me miró sopesando mi reacción y no respondió a mi pregunta. No hacía falta. Su silencio era toda la respuesta que necesitaba. Me debatí entre irrumpir como una amante despechada y decirle a aquella mal nacida lo que pensaba de sus notas de despedida, o mantenerme al margen e ignorar que ella estaba allí. Ni siquiera se había dignado a preguntar cómo me encontraba. Mientras mi corazón machacado clamaba venganza y sangre, mi mente, reflexiva y más madura, me condujo hacia el pasillo, alejándome de aquella tentación.
***
Había comprado dos tarrinas gigantes de Haagen Dazs para pasar la noche de Fin de Año. Me había puesto mi pijama de felpa y las zapatillas de conejitos que la señora Malcom me había regalado por Navidad, y allí estaba yo, haciendo un recorrido por los canales de la tele hasta que llegué a uno donde los ricos y famosos paseaban sus trajes y joyas en las fiestas de aquella noche. “Ni una puñetera famosa gorda”, pensé metiéndome una cucharada de helado en la boca. No debía quejarme, yo no había sido gorda en mi vida, pero odiaba el esfuerzo que suponía perder los kilos de más cuando me excedía, como aquella noche.
Otra enorme cucharada de helado. Las imágenes de la fiesta eran preciosas. Un gran árbol de Navidad decorado de forma exquisita en un precioso ático de Manhattan.
Camareros de esmoquin con grandes bandejas cargadas de copas repletas de burbujas doradas. Todo parecía teñido con una pátina de oro y escarcha.
Una rubia espectacular se paró delante de la cámara a saludar al periodista. Era una famosa mujer de negocios de alguna empresa, aunque bien podría haber sido la modelo de lencería del último número de Victoria Secret.
―Cuerpo perfecto, sonrisa perfecta, la perfecta acompañante ―dije con otra fría cucharada dentro de la boca. Seguro que colgaba del brazo de algún gordo ricachón o de algún adonis con perspectivas gays.
Pero la cámara amplió la imagen para dar la bienvenida a una mujer con traje negro que cogía posesivamente a la chica de la cintura. Se acercaba a la cara y le daba un suave beso en la mejilla, con una mirada que prometía sexo del bueno. Una mirada como la que me había lanzado a mí en tantas ocasiones.
Cerré los ojos y recé para que me hubiera confundido. Quizás el exceso de azúcar y de frío en el cerebro, junto con mi subconsciente, me estaban gastando una mala pasada. Pero no. Abrí los ojos y ahí estaba Britt, con su brazo abarcando aquella pequeña cintura, con sus ojos clavados en los perfectos labios de la mujer, y su preciosa sonrisa dedicada a otra.
―Aquí tenemos a una de las empresarias solteras más codiciadas del momento ―dijo el periodista―. Díganos, Heartstone Pierce, ¿sonarán campanas de boda el próximo
año? ―La mujer sonrió cómplice, con un brillo de triunfo en los ojos que decía más que cualquier palabra.
―¡Zorra! ―grité sin pensar. Britt miró a la chica con ojos brillantes y se acercó a su oído para susurrarle algo que nadie más pudo oír. Luego miró a la cámara fijamente y sonrió.
―Tendrás que esperar al año próximo para saberlo ¿no crees? ―respondió con simpatía, dejando al periodista sin palabras.
―¡Hija de puta! ―volví a gritar lanzando a la tele el mega vaso de cartón ya vacío.
Me levanté con rabia, limpié las gotas que habían salpicado el mueble y recogí el vaso para tirarlo con brusquedad a la basura.
Cuando iba camino de mi habitación tuve que hacer un alto en el cuarto de baño para vomitar. Tanto helado no podía ser bueno. “¡Genial! Acabar el año echando el resto y sin beber ni una gota de alcohol. Esto sí es un planazo, Santana”.
Ya había conseguido coger el sueño que tanto me hacía falta, después de algunas lágrimas derramadas y otra visita al cuarto de baño, cuando sonó el teléfono.
―Feliz año nuevo ―susurró una voz.
―¿Quién es? ―pregunté adormilada. Encendí la luz de la mesilla y miré el reloj. Las cuatro de la mañana. Me asusté de inmediato. La última llamada de un desconocido no había resultado nada agradable.
―Soy yo, Santana.
―¿Britt? ―dije suspirando aliviada―. Estaba dormida.
―Lo siento. Necesitaba escucharte. ―Había bebido. Su voz sonaba pastosa.
―¿Qué pasa? ¿Estás bien? ―pregunté pasándome la mano por la cara para despejarme.
―No, no estoy bien. Te echo de menos.
―Sí, eso mismo he pensado yo al verte por la tele esta noche con aquella rubia. Se notaba cuánto me echabas de menos ―ironicé empezando a cabrearme.
―Es cierto. No he podido pensar en nada desde que te dejé en La Habana. Te lo juro.
―Vete a la mierda, Britt. No insultes mi inteligencia. ―dije furiosa. Y colgué. Me hubiera gustado decirle mil cosas, insultarla, gritarle, enfadarme, y que ella se defendiera diciendo esas cosas tan bonitas que decía cuando sabía que estaba irritada, pero le colgué, apagué la luz e, inexplicablemente, me volví a dormir.
Cuando el día 4 de enero entré por la puerta de HP, el ambiente continuaba siendo festivo. “ Vomitivo”, me dije. Los tres primeros días del año me había dedicado a trabajar desde casa hasta caer rendida para no encontrarme con ella. Pero era necesario que pasara por HP en algún momento, por lo que me arreglé con esmero, me calcé unos tacones de ocho centímetros para sentirme más a la altura y, mentalizada, me adentré en la boca del lobo. Con suerte, ni siquiera nos veríamos. “¿Con suerte? ¿Cuándo he tenido yo suerte?”.
Saludé a mis compañeros en general e indiqué con un dedo a Gillian que me siguiera al despacho.
―Necesito que convoques una reunión con la gente de Mellers, de Comercial, y con Creatividad. Es para hoy y es urgente ―dije fríamente, sin apenas mirar a la mujer. Gillian salió y yo aproveché para hacer una llamada al Departamento de Personal. Habían cometido un error en mi primera nómina. Pero Toni, el Jefe de la Sección, me explicó amablemente que no había error alguno.
―Me dieron órdenes expresas de considerar tu nómina como la de cualquier otro publicista ―dijo con su característico tono risueño―. De hecho, necesito que te pases por aquí para firmar el nuevo contrato. Todavía faltan por ingresarte las comisiones. En un par de días más deberían estar en tu cuenta.
―Vaya, esto es… ¡uff! ¿A cuánto ascienden las comisiones? ―pregunté abrumada.
Un silbido y una carcajada precedieron una cifra tan elevada que casi caigo del sillón al escucharla. “¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡No me lo puedo creer! Renovaré todo mi vestuario. Me compraré un coche, rojo, descapotable…”.
―Santana, la reunión confirmada para las tres de hoy ―informó Gillian asomando la cabeza por una rendija de la puerta y sacándome de mis enriquecidos y divertidos pensamientos.
De pronto, la puerta se abrió de golpe chocando contra la pared y una enfurecida señorita Heartstone Pierce entró apartando a Gillian de malas formas.
―Cancele esa reunión, señora McGowan, ¡ya!
―¡No! ―grite más alto que de costumbre, plantándole cara―Esa reunión es urgente.
Seguramente en diez minutos la oficina entera sabría que yo, la última en llegar, le había hecho un desplante a la Jefa Suprema, cosa que me importaba bien poco.
Respiré hondo, controlé mi impulsividad y le hablé a Gillian con calma:
―Mantén la reunión, Gillian, estoy segura de que a la señorita Heartstone Pierce le sobra con tres horas para decir lo que haya venido a decir.
Me gané una dura mirada que decía algo así como “no olvides que, ante todo, soy tu jefa”. La pobre secretaria, más alucinada que asustada, salió del despacho y cerró discretamente la puerta. Britt daba vueltas como una leona enjaulada ―¿Por qué no me dijiste que te habían amenazado cuando murió tu madre? ¿Por qué no me llamaste? ―gritó fuera de sí.
―Ah, vaya, pero si yo pensaba que no te habías enterado de la muerte de mi madre. Tal vez podrías haber llamado tú, ¿no crees? ―le dije usando aquel tonillo irónico que le sacaba de quicio―. Es gracioso que me llamaras en Fin de Año para decirme que me echabas de menos, pero que no te acordaras de que mi madre había muerto en Navidad. Eso está muy mal por su parte, señorita H. Pierce―dije intentando mantener a raya las ganas de lanzarle el pisapapeles de piedra. Continué sentada en mi mesa, sin hacer caso a las feroces miradas, mientras revisaba algunos papeles con fingida tranquilidad.
―¡Maldita sea, deja eso! ―rugió la leona, dando un manotazo sobre la mesa. Y barrió la carpeta que tenía abierta delante de mí. Las hojas se esparcieron por el suelo formando un revuelo―. ¿Dónde te habías metido? Llevas tres días sin aparecer por la oficina.
―Estaba trabajando, en mi casa. ¿Algo más? ―le pregunté sin apenas levantar la vista. Sentí que se encendía. Plantó sus manos amenazadoramente sobre la mesa y me gritó enfurecida:
― ¡Mírame! ¡Te estoy hablando!
― ¡Déjame en paz! ―grité yo también, levantándome―. Estoy harta de ti, de tus secretos, de tus apariciones para poner mi vida patas arriba. No tengo por qué contarte nada. Tú solo eres mi jefa, nada más. No quiero volver a tener nada contigo que no sea estrictamente profesional. Si quieres despedirme, ¡adelante! Pero si no, dé-ja-me-en-paz, Britt H. Pierce
A continuación me volví a sentar, más tranquila en apariencia, y continué preparando los dossiers de la reunión de las tres. Solo yo sabía la tormenta que se desataba en mi interior.
***
La policía de Seattle me dijo que habían pasado el caso a los federales. “¿Los federales? ¿Qué pintan los federales en esto?”, me pregunté extrañada y con la sensación de que no iban a encontrar a ese tipo jamás.
Me llevé una grata sorpresa cuando a finales de enero un agente llamado Scott Ridley se presentó en mi casa. Me enseñó el informe que había enviado la policía cubana sobre el asalto a mi habitación y el robo de las joyas. Tenían un par de huellas a las que les estaban siguiendo la pista. En cuanto a la amenaza de Seattle, los médicos confirmaron que mi madre murió de forma natural. Una enfermera estaba con ella cuando ocurrió. Era posible que el tipo que llamó rondara cerca, aprovechara
la ocasión y usara aquella trágica noticia para asustarme. La policía de Seattle no veía relación entre lo ocurrido en Cuba y la amenaza, pero el agente Ridley no lo veía tan claro, no estaba convencido. Mientras todo aquel lío se esclarecía yo seguía adelante con mi vida.
Me apunté a las clases de salsa de Rachel. Era increíble cómo se movía cuando bailaba. No podía creer la fuerza de voluntad que había tenido para recuperarse de aquel atropello donde casi pierde una pierna. Siempre que la veía mover las caderas me acordaba y no podía evitar sentirme culpable en parte.
Yo llevaba un año y medio soportando los malos tratos de Sam cuando Rachel se dio cuenta de la situación. Ella era una latina temperamental que había sido mi secretaria hasta que decidió abandonar su trabajo para hacer lo que más deseaba en el mundo: bailar. Con sus ahorros montó una academia de ritmos latinos e invitó a toda la oficina a probar. Muchos de ellos siguieron apuntados después de la primera experiencia. Yo, sin embargo, y pese a que deseaba ir, sentía miedo de la reacción de mi marido si se enteraba, y siempre tenía una excusa que ofrecerle a Rachel.
La primera vez que decidí desobedecer a Sam y lanzarme a la aventura en una de aquellas maravillosas clases, estuve más de una semana sin poder ir a trabajar.
Después de aquello, las palizas fueron más frecuentes y más bruscas. Tenía un miedo atroz de que Sam perdiera el control y pasara a algo más grave. Mi marido dijo que, si era capaz de vestirme como una puta y salir a la calle a mover el culo, él tendría que tratarme como a una de ellas, y a partir de entonces
comenzaron las violaciones, el control de mi propio dinero y la vida denigrante que ninguna mujer debería vivir nunca.
En un año y medio estuve embarazada dos veces, aunque, por suerte, también tuve dos abortos naturales. Sí, por suerte, porque yo jamás hubiera querido traer al mundo a un hijo con semejante padre. Una inocente criatura sin culpa de haber nacido en una familia así. Alguien del trabajo que frecuentaba las clases de baile le contó a Rachel lo que todos veían pero nadie era capaz de denunciar. Ya no era tan creativa como antes, me pasaba el día mirando al vacío, y me vestía de manera que pudiera esconder las señales que él me dejaba en el cuerpo.
Con su conocido carácter explosivo, Rachel se presentó una noche en mi casa para comprobar si era cierto lo que se rumoreaba sobre mi situación. Sam la recibió y se comportó como el perfecto marido, atento, amable, cariñoso, hasta que ella se fijó mejor en mis ojeras, en algunas marcas amarillentas en mis brazos y en la mueca que hacía cuando él me apretaba la cintura. Me excusé una vez más, contándole lo típico en esas situaciones: que me había caído, que era muy torpe, etcétera. Pero ella supo la verdad en cuanto me miró a los ojos y no tuvo que pensárselo mucho. Arremetió contra él, lo insultó, le dijo que iba a ir a la cárcel, y aquello fue el detonante para que
la verdadera personalidad de mi marido saliera a la luz. Intentó agredirla, cogerla del pelo, pero Lina era muy rápida y pudo marcharse, apremiándome, desesperada, a irme con ella. Ella escapó pero yo no, y antes de darme cuenta estaba recibiendo tantos golpes que deseé estar muerta.
Rachel cumplió su amenaza y fue a poner una denuncia. La policía se llevó a Sam a comisaría y cuarenta y ocho horas después mi amiga aparecía agonizante en la cuneta de una carretera. Le habían dado una paliza de muerte y la habían atropellado. Un pómulo, la clavícula y la cadera rotas, un corte profundo en la cintura por el que perdió mucha sangre, una contusión craneal de gravedad y, lo peor, una pierna hecha añicos por varios sitios, prácticamente irrecuperable.
No recuerdo quien fue el que me avisó de lo ocurrido. Estaba aterrada, apenas me podía mover, ni ver, ni hablar, pero conseguí recoger algunas ropas, documentación, dinero, y llegar al coche antes de que regresara Sam. Me largué de aquella casa deseando no volver a entrar nunca. Y jamás volví a pisarla.
Rachel tardó casi un día entero en despertar tras la operación, y cuando lo hizo allí estaba yo, deshecha en lágrimas, cogiéndole la mano, acompañándola sin descanso, pese a las advertencias de los médicos por mi delicado estado de salud. No me importaba si yo vivía o moría, porque no iba a permitir que mi amiga perdiera su vida por mí. En pocos días mejoró visiblemente. Le dolía la cara, el cuello, el cuerpo entero, y debía tomar calmantes que la dejaban adormecida. Pero era fuerte y cabezota, y se negaba a que me ocupara de ella cuando mis heridas eran mucho más graves, no por fuera, sino por dentro.
Le conté a la policía que llevaba más de un año recibiendo malos tratos de mi marido y lo denuncié formalmente. También les conté el episodio de la visita de Rachel y mis sospechas sobre el autor del atropello. Lo detuvieron y encontraron pruebas suficientes como para meterlo en la cárcel. Además, descubrieron que Sam andaba metido en sucios negocios de drogas y armas, y parte de la organización para la que trabajaba fue desmantelada tras el registro de nuestro piso, agravando así su condena. Pedí el divorcio en cuanto me vi con fuerzas de soportar el proceso. Rachel regresó recuperada a su apartamento y yo volví a mi piso de soltera, acompañada de una
madre que empezaba a necesitar cuidados a todas horas. Cuando aquella situación se hizo insostenible y la enfermedad de mi madre se agravó, ingresó en aquella bonita residencia en Seattle. Poco después conocí a Britt en aquel bar, y yo, que pensaba que una parte de mi vida comenzaba a recuperar el color, me desperté una mañana con el mundo patas arriba.
***
“Arden,… también arden. Me cuesta respirar, no puedo respirar. ¿Qué demonios pasa pasa? No puedo respirar, no puedo respirar. ¡Por favor! Me estoy ahogando.”
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por lana66 Miér Ene 06, 2016 10:09 pm

No me dejes así!!!,apenas me pude poner al corriente con la historia,pobre Santana nunca le va bien y brittany solamente juega con ella.

Saludos
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ene 07, 2016 3:31 am

CAPITULO 13


El mes de enero había pasado rápidamente entre el trabajo y mi nueva afición por los bailes latinos. Dos noches a la semana, después de las clases de salsa, íbamos a algún bar cerca de la academia con los amigos de Rachel. Una de esas noches, Rachel comentó que no podría venir a cenar porque tenía una clase particular. No era nada extraño, sucedía en algunas ocasiones, así que el resto del grupo fuimos a comer unos burritos a pocas manzanas de allí.
―¡Cuánto loco anda suelto por el mundo! ―exclamó el joven ayudante de la academia sentándose tras responder a una llamada en su móvil.
―¿Qué pasa? ―preguntó una de las chicas.
―Un tío me llama y dice que las putas también arden, y va y cuelga. Vaya gilipollas ―dijo restándole importancia con un ademán despreocupado. Escuché sus palabras y mi mente se bloqueó. Todo el vello de mi cuerpo se puso de punta y una sensación aterradora comenzó a trepar hasta mi cabeza, como si me sacudiera para hacerme ver el significado real de aquella llamada sin sentido. “Las putas también arden”, recordé, “no puedo respirar, no puedo respirar”.
―¡No! ―grité inmediatamente poniéndome en pie. Di grandes bocanadas de aire llenado los pulmones al máximo. Ese mensaje, sin duda, era para mí―. ¡No, no, no, no, por favor! ―seguí gritando ante la estupefacción de mis compañeros de mesa. Rebusqué en mi bolso hasta encontrar el móvil. Sin batería. “No puedo respirar”.
―¡Que alguien llame a Rachel, por favor! ―les dije mientras, con manos temblorosas, buscaba en la cartera la tarjeta del agente Ridley.
―No lo coge, San ―dijo el chico tímido, algo asustado―, está en una clase. El teléfono de la academia está desviado a mi móvil. ¿Qué sucede?
―¡No! Llamad a su teléfono. Déjame el móvil ―le pedí arrancándole el aparato con espantosos temblores en las manos. Llamé al agente Ridley para contarle lo que había sucedido. Intentó tranquilizarme, sin éxito, mientras corría hacia la academia de baile. Me pidió que no me quedara sola, que esperara al informe de la patrulla que había enviado, pero no me detuve. Supe qué estaba pasando antes incluso de ver las llamas. El olor a humo, el olor de mi sueño, se hacía más intenso cuanto más corría. El edificio ardía como una gran tea. Los bomberos acababan de llegar y desplegaban sus mangueras por el suelo. Dos ambulancias atendían a los vecinos del inmueble que habían inhalado humo. Había gente por todas partes pero Rachel no estaba. Un coche negro derrapó y paró a escasos metros del de los bomberos. El agente Ridley salió de él y corrió directo hacia uno de los agentes de uniforme. Me acerqué desesperada a la baliza y grité su nombre. Se giró al oírme y su cara expresó un monumental cabreo.
―¿Qué coño hace usted aquí? Joder, Santana, le dije que esperara acompañada ―gritó fuera de sí. Me cogió del brazo y me hizo pasar por debajo de la cinta. Luego llamó a dos agentes de uniforme que contemplaban el espectáculo, embobados, y les pidió que me metieran en un coche patrulla y no me dejaran salir hasta nueva
orden―. H. Piercer me va a matar, joder ―susurró a nadie en particular.
―Busca a Rachel, por favor, ella está ahí dentro. Ridley, por favor ―le chillé cuando ya se marchaba. Él se volvió ligeramente y asintió con la cabeza antes de continuar. Luego todo pasó muy rápido. Una enorme cristalera en el primer piso explotó y la lluvia de cristales llegó hasta los policías que aguardaban abajo. Era la academia. Alguien gritó algo a los bomberos y empezaron a moverse rápidamente. Una parte del edificio se derrumbó con un estruendo ensordecedor. Más agentes de paisano se reunieron alrededor de un coche donde había alguien dando órdenes. Miraban al edificio expectantes, como a la espera de ver algo surgir entre las llamas. Cerré los ojos y recé. No lo hacía muy a menudo, pero en aquel momento recurrir a fuerzas divinas era lo único que se me ocurría hacer. Volvieron a sonar estallidos de cristales y abrí los ojos justo en el momento en el que un bombero salía de entre las llamas con un cuerpo en los brazos. Unos cuantos compañeros se abalanzaron sobre él con mantas, apagando algunas brasas encendidas en su hombro, pero él continuó hasta llegar a la ambulancia y dejar el cuerpo ennegrecido encima de una camilla que esperaba preparada. Los sanitarios se pusieron manos a la obra de inmediato colocándole una mascarilla, retirando algunos restos negros de algo que se había pegado a la carne. Le pusieron una vía y ataron las correas de la camilla antes de subir a la ambulancia.
Yo miraba atentamente cómo atendían a aquella pobre persona cuando algo en su muñeca me llamó la atención. Un destello muy breve, un movimiento en la mano. Eran estrellas plateadas escondidas tras una capa de hollín. Eran las estrellas de la pulsera que yo le había regalado a Rachel por Navidad.
―¡Rachel! ¡Rachel! ―grité aferrada a la pequeña rendija que quedaba abierta en la ventanilla. Intenté abrir la puerta del coche patrulla sin éxito―. ¡Es mi amiga! ¡Por favor! ¡Rachelllll! ¡Quiero ir con ella, por favor! ¡Déjenme ir con ella! El bombero se dio la vuelta y habló algo con el enfermero sin apartar los ojos del coche donde yo estaba encerrada. Luego hizo un gesto restando importancia a su hombro cuando el sanitario quiso mirárselo. Ayudó a cerrar las puertas de la ambulancia y dio una palmada en una de ellas para que se pusieran en marcha. Continué gritando y pataleando como un animal enjaulado, observando cómo se alejaba la ambulancia sin que pudiera hacer nada. El Bombero que había rescatado el maltrecho cuerpo de Rachel anduvo hasta el coche patrulla recibiendo miradas y palabras de aprobación por su hazaña. Cuando estuvo delante de la ventanilla, dijo algo a los policías que me custodiaban y estos se marcharon. Luego se quitó el casco y abrió la puerta del coche. Debajo de todo aquel hollín negro encontré una conocida mirada azul llena de cólera y de preocupación.
―¡Britt, por aquí te buscan! ―llamó una voz desde uno de los puestos de mando. Yo aún no sabía si estaba soñando, si era una de mis pesadillas o si, en verdad, Britt estaba allí, vestido de bombero, mirándome fijamente, con el rostro descompuesto.
―No te muevas de aquí ¿me has oído? ―dijo amenazante pero con un tinte de compasión. Luego dio media vuelta, se quitó la chaqueta y la tiró a un lado del coche de bomberos―. ¡Ridley! ―bramó dando rienda suelta a su rabia. El agente Ridley llegó corriendo desde el otro lado de la calle donde había estado hablando con más policías. Britt le gritaba abiertamente mientras el pobre chico bajaba la cabeza y murmuraba algunas palabras que no gustaron a Britt. Otro agente tuvo que intervenir cuando Britt agarró a Ridley de la camisa.
Un hombre grueso, entrado en años, con evidente responsabilidad entre los policías, cogió a Britt del hombro y ésta hizo una mueca de dolor. Se había quemado, yo había visto como otros bomberos le apagaban algunas llamas en ese mismo sitio, pero ella había rechazado la ayuda de los enfermeros. Ahora, sin la chaqueta, se veía un trozo de su camiseta pegado a la piel y una enorme mancha rojiza y negra en el lugar en el que faltaba la tela. Después de hablar algunos minutos con aquel hombre gordo, revisar algunos papeles que le enseñaban y hacer algunas llamadas, regresó a mi lado con la misma cara de disgusto y preocupación con la que se había marchado.
―Vamos ―dijo quitándome la manta que alguien, en algún momento, me había puesto sobre los hombros.
―¿Al hospital? ―pregunté aceptando el brazo que me pasaba por la cintura.
―No, a casa ―respondió sin lugar a réplica.
Intenté zafarme de ella sin éxito. Yo no quería ir a casa. Debía ir al hospital y averiguar cómo estaba Rachel. Le rogué y le supliqué pero se mantuvo firme en su decisión. Solo cuando sintió que me derrumbaba, que rompía en un llanto inconsolable y me sumía en la más oscura desesperación, entonces me abrazó con infinita ternura y
susurró lo que yo necesitaba escuchar.
***
―¿Quién eres? ―le pregunté una vez en el coche de camino al hospital. Lo miraba una y otra vez intentando entender quién era el hombre que iba sentado al volante de aquel coche. La persona que yo conocía, el Brittany H. Pierce cuya imagen vivía mi cabeza y mi corazón, no se correspondía con la tipa que en esos momentos conducía.
―Es complicado, Santana. No es fácil de entender ―contestó sabiendo que aquel momento llegaría tarde o temprano.
―¿Qué eres? ―Miraba su ennegrecida cara fijamente, buscándola.
―¿Sabes que es el JSOC ? ―preguntó suspirando. La miré con cara de no saberlo y negué lentamente―. ¿Delta Force? ―dijo levantando una ceja. Ahogué un gemido entre las manos al taparme la boca. La miré incrédula. Era imposible que se me hubiera pasado algo así de la vida de Britt. No podía apartar mi mirada de ella, mi asustada y desconfiada mirada.
―Di algo, por favor.
¿Y qué podía decir yo ante aquella confesión? Los Delta Force eran la élite en la sombra. Parecían civiles normales y corrientes hasta que llegaba el momento de agruparse y resolver algún tipo de entuerto en algún lugar perdido en el mundo. Luchaban contra terroristas, insurgentes, efectuaban rescates de rehenes y cosas por el
estilo.
―Las Fuerzas Especiales ―susurré petrificada.
―Sí, las Fuerzas Especiales.
―¿Ridley también? ―pregunté tontamente. Ya sabía que sí.
―Sí, Ridley también. No es un federal.
―Ya ―dije completamente confundida.
―Y Heartstone Publicity, ¿qué es? ¿Una tapadera?
―No, no es una tapadera, es real. Fue de mi abuelo, luego de mi padre, y ahora es mía ―respondió con orgullo.
Dejé que el silencio se apoderara del interior del coche para ver si así me concentraba y era capaz de entender algo de lo que había sucedido esa noche. Pero no comprendía nada. Era imposible atar cabos sin todas las piezas.
―Explícame qué está pasando.
―Necesitaría mucho tiempo para contarte lo que sucede, y ahora no dispongo de ese tiempo. Confía en mí ¿vale?
―¡¿Qué confíe en ti?! ―exclamé alterada―. Después de esto mi nivel de confianza en ti está por debajo de cero. No me pidas comprensión, Britt. Hoy no soy nada comprensiva. ¡Debiste contármelo!
―¡No podía, San! ¿Crees que para mí ha sido fácil? ¿Crees que me gusta andar escondiéndome de ti? ― voceó incómodo―. ¿No te has preguntado qué hacía yo esta noche allí? ―preguntó visiblemente agobiado sin esperar mi respuesta―. Me habían dicho que tenías clase y fui a verte, necesitaba verte. Pero allí se había
desatado un infierno en pocos segundos y entré a buscarte. ¡Creía que estabas dentro, maldita sea! Pensé que… ¡Oh, Dios, no sé por qué te estoy contando esto! ―dijo desesperada. Habíamos llegado al hospital. Estábamos parados en una plaza de aparcamiento. Britt paró el coche y se aferró tan fuerte al volante que los nudillos se le pusieron blancos.
―¿Qué pensaste? Cuéntamelo.
Me miró con los ojos muy abiertos. Llenos de lágrimas. Pasó las manos por el pelo y la cara repetidas veces hasta que logró despejar un poco su mente. Luego apoyó la cabeza sobre el volante, abatido.
―Había alguien que intentó dispararme. La cristalera estalló y una parte se derrumbó, y eso lo hizo huir. Iba a seguirlo cuando vi un cuerpo en el suelo. Pensé que eras tú, San. ―Hizo una pausa. Cerró los ojos con fuerza, apretando los párpados, y dos lágrimas se deslizaron por aquellas ennegrecidas mejillas―. Creí que eras
tú, que estabas muerta, y casi me vuelvo loca ―dijo soportando el nudo que le estrangulaba la garganta.
Pasé una mano por su espalda sintiendo cómo se estremecía. Luego me acerqué a su hombro sano y lo besé, dejando que mis labios reposaran sobre la ahumada camiseta más tiempo de lo normal. Cerré los ojos y las lágrimas rodaron sin contención.
―Estoy bien, ¿de acuerdo? ―le dije acariciando su pelo, introduciendo mis dedos entre su espeso cabello y tirando suavemente de él para que me mirase a los ojos
―Te quiero ―susurré de repente, sorprendiéndola― No te soporto a veces ―Sonreí de forma fugaz― y te odio por cómo me haces sentir, pero te quiero.
No dijo nada. Sentadas como estábamos una al lado de la otra dentro de su coche, miró fijamente mis labios y, acto seguido, me besó profundamente hasta que comencé a jadear.
***
―Tiene feas quemaduras en algunas partes del cuerpo, pero eso no es lo peor. Le dieron una paliza, Britt, una de las buenas. Ese cabrón se ensañó con ella.
Probablemente ya estaba inconsciente cuando se inició el fuego ―le decía Ridley, que ya estaba allí cuando llegamos nosotros―. Los médicos han dicho que tenía lesiones anteriores de similares características, el hueso maxilar, alguna costilla y algo más.
Britt se giró y me lanzó una mirada interrogante. Negué con la cabeza para que no preguntara. “Ahora no”, pensé.
―Lo que más les preocupa es que una costilla le ha perforado el pulmón y la recuperación será lenta. Permanecerá con respiración asistida hasta que comprueben que puede hacerlo por sí misma. En fin ―concluyó Ridley―, esta chica ha pasado lo suyo.
La sangre había abandonado mi cara conforme iba escuchando las lesiones de Rachel. Me apoyé en la pared de la sala de espera y resbalé hasta el suelo para no caerme allí mismo. Tenía que ser valiente, se lo debía, pero todo aquello estaba minando las pocas fuerzas que me quedaban.
―¿Se recuperará? ¿Qué dicen los médicos? ―preguntó Britt leyéndome el pensamiento.
―Bueno, todos dicen lo mismo. Es pronto para saber cómo evolucionará de las lesiones. Si no despierta, es posible que deba permanecer en la UCI bastante tiempo, pero la doctora que la ha atendido es optimista al respecto.
―¿Puedo verla? ―pregunté con un hilo de voz.
―Lo siento. No dejan pasar a nadie que no sea familiar directo. Estará bien. Hay un policía haciendo guardia en su puerta por si las moscas, y los médicos nos
avisarán de cualquier cambio enseguida ―dijo Ridley.
―Pero yo soy la única familia que tiene ―insistí desesperada.
―Habla con el médico, Ridley. Haz que sea posible ―ordenó Britt con firmeza.
***
―Soy una idiota, una idiota ―susurré mientras seguí sentada en el suelo de la sala de espera aguardando el regreso de Ridley―. Se lo tení que haber contado y no lo hice. Y casi se muere otra vez por mi culpa.
―¿qué dices? No ha sido culpa tuya. Tú no podías saber lo que sucederí…
―¡sí podía! ¡lo soñe! Una y otra vez, noche tras noche, durante días, lo soñe y no se lo conté―grité enfurecida conmigo misma.
―Eso no significa nada. No ha sido culpa tuya, San. No te tortures así
―Tú no lo entiendes ―dije abatida. No quería que ella supiera lo que pasaba cuando soñaba pero, por otro lado, necesitaba contáselo―. A veces sueño cosas que luego se hacen realidad.
―¿qué cosas? ―preguntó sentádose a mi lado y cogiendo mi mano entre las suyas.
―Soñe que te ibas la noche que pasamos en Villa María.
―Eso fue solo una coincidencia. Estabas asustada y no querías quedarte sola ―intentó razonaré.
―No, Britt. Hace mucho tiempo que sucede. No es nada preciso, solo fragmentos que cobran sentido en situaciones concretas. ―En aquel punto de mi explicación, la historia había despertado su interés y me miraba con los ojos muy abiertos, no sabía si por lo fascinante de mi declaración o por la incredulidad―. Ya sé que suena como si estuviera loca. Al principio pensaba que eran coincidencias, pero luego, de repente, sucedí, y poco a poco fui siendo consciente de que aquello no era algo aislado. Durante un tiempo dejé de soñar, tenía otras cosas de las que preocuparme, pero luego volvieron los sueños y volvieron las pesadillas.
―¿me está diciendo que tienes un don paranormal que te permite anticiparte al futuro?
―Dicho así suena a película de ciencia ficción barata, pero sí se puede decir que es una especie de don ―dije mirando sus ojos. Había duda en ellos―. No pretendo que lo entiendas, solo quería que lo supieras.
Intenté levantarme del suelo para estirarme e ir a ver por qué Ridley tardaba tanto, pero ella me lo impidió
―Scott tardará un poco
―No puedo quedarme aquí sentada. Debo hacer algo ―dije estrujádome las manos.
―¿qué puedo hacer para distraerte? ―preguntó llamando mi atención. Lo miré intensamente. Para mí era una mujer completamente nueva, diferente, una extraña.
―No lo sé―respondí apoyando la cabeza en la pared y cerrando los ojos. Estaba tan cansada…―. Cuéntame cómo entraste en los Delta Force.
Britt hizo un rápido recorrido por su vida hasta llegar a la parte interesante. Mencionó a su hermano Samuel con dolor y remordimientos y, finalmente, relató cómo de duras habían sido las pruebas de acceso al cuerpo de élite. Ya estaba más relajada cuando Ridley apareció
―H. Pierce ―llamó desde la puerta―, puede pasar. Solo dos minutos.
No pude reprimir las lágrimas desde el mismo momento en que vi el cuerpo de Rachel postrado en aquella cama, rodeada de aparatos y completamente apagada. Lentamente, con miedo a despertarla, le rocé la mejilla y me senté en la butaca a su lado. Lloré y me enfadé con ella irracionalmente por ignorarme. Le conté que Britt
la había salvado. Le conté esa historia, la de su otra vida, y también que yo le había hablado de los sueños y le había dicho que la quería. La amaba pese a que era una extraña.


CAPITULO 14




Su apartamento en Manhattan no me sorprendió. Era un precioso y amplio loft de techos altos decorados con vigas de madera oscura y grandes ventanales que debían ofrecer mucha luminosidad durante el día. Las vistas eran espectaculares, pues se podía ver toda la isla desde aquel punto.
Los escasos muebles tenían aspecto de ser realmente caros, pero cómodos y funcionales. La decoración era sencilla, nada ostentosa, y la chimenea, encastrada en la pared, era un detalle que le daba al lujoso apartamento una calidez entrañable. No habíamos dicho nada durante el trayecto en coche. Yo continuaba impresionada por el estado tan desastroso en el que se encontraba Rachel; ella tenía sus propios problemas, conmigo, con su trabajo, con el tipo que intentaba hacerme daño. Me dolía la cabeza y estaba angustiada, pero sabía que mi dolor no era comparable al que sentía Britt en el hombro. Había rechazado los calmantes que le habían intentado dar en el hospital porque era una cabezota, y ahora estaba pagando las consecuencias. Cerró con pasmosa lentitud la puerta de su apartamento y en cuanto escuché el clic de la cerradura me eché a llorar. Estaba muy asustada y darle vueltas en silencio a
la situación que estaba viviendo no me había ayudado en absoluto.
Sus manos masajearon la rigidez de mis hombros y su cuerpo me abrazó por la espalda, reconfortándome.
―No sé qué hubiera hecho si te llega a pasar algo.
―Tiene gracia que digas eso. ¿Y yo, Britt? ¿Cómo crees que me hubiera quedado yo si te llega a pasar algo a ti? ―le dije enfurecida, apartando las lágrimas a manotazos. Las palabras se me cortaban, pero en ese momento decidí que tenía que decirlo todo o no habría otra ocasión. Me giré para verle la cara y me deshice de su abrazo
muy a mi pesar, pues no podía pensar con claridad cuando ella me tocaba.
―Tú, señorita Delta Force ―Le di un par de toques en el pecho con un dedo. Estaba enfurecida―, ¿cómo crees que me hubiera sentido si un día me dicen que ya no vas a volver más? Has estado jugando conmigo, tomándome y dejándome a tu antojo, sabiendo que tu vida pende de un hilo a cada momento. No es justo para mí.
―No, no ha sido justo, lo reconozco ―admitió―. No soy la persona que tú crees, San. No puedo darte lo que quieres.
―No puedes estar conmigo pero tampoco sin mí ¿no es eso?
―No. No puedo estar sin ti pese a ir en contra de mis principios ―confesó.
―Pues tus principios son los que mandan, y no quiero ser la culpable de romper tus normas. Si me dices donde puedo acostarme, me iré a dormir. Estoy cansada y me duele la cabeza. ―“Y el corazón”, pensé a punto de empezar a llorar de nuevo.
―San, ven aquí ―me ordenó con su dura voz.
Yo no me moví. Continuaba de pie, en medio del salón, mirando sus feroces ojos cansados y algo tristes. Negué con la cabeza. Si me acercaba y ella me tocaba caerían mis defensas como si fueran de papel. Era más fuerte cuando me mantenía alejada.
―Ven aquí, por favor ―repitió, más amablemente, dejándose caer en uno de los taburetes de piel negra y estructura de acero de la barra de la cocina. Seguí sin moverme. Mi cabeza decía que permaneciera quieta, mi corazón me empujaba hacia ella como el polo opuesto de un imán, mis pies estaban anclados al suelo a la espera de un consenso entre ambas partes. Al final, el corazón ganó la batalla y me acerqué despacio, con lágrimas cayendo por mi cara.
Me paré delante de ella, entre sus largas piernas abiertas, impaciente por saber cuál sería su siguiente paso.
―Ven aquí ―repitió de nuevo cogiéndome de improvisto y abrazándome tan fuerte que me costaba respirar.
Lloré mojándole la gasa que cubría su herida en el hombro. Mi cuerpo temblaba mientras la mano de Britt me acariciaba la espalda. Su otra mano me cogió de la nuca y me separó para mirarme a la cara.
―Tú no has roto ninguna de mis normas, las he roto yo porque he querido, ¿de acuerdo? ―dijo afectada por mis lágrimas. No contesté―. ¿De acuerdo? ―insistió con más contundencia. Me sacudió ligeramente para que dijera algo. La miré sorprendida dejando de llorar por un instante. Luego asentí suavemente y me envolvió de
nuevo en un fuerte abrazo.
Pude darme una reparadora ducha que se llevó los restos de hollín y humo de mi cuerpo, pero no el dolor y la preocupación por lo que estaba sucediendo en mi vida, a mí alrededor y entre nosotros.
―¿Necesitas algo más? ―preguntó al ver mi mirada perdida.
―No. Solo necesito dormir ―respondí esquivando sus ojos.
Se acercó y besó dulcemente mis labios posando una mano en mi nuca y presionando para profundizar. Fue un beso perfecto, precioso, delicado y sensual que me hizo desear, más que nunca, su compañía en la cama. Pero así como empezó, finalizó. Se apartó lentamente y acarició mi mejilla, mirándome con ternura. Acomodé la cara en su mano y busqué la palma con mis labios para besársela. Lo deseaba tanto… Todo lo que necesitaba en ese momento era que me amara. Pero, muy a pesar de la tormenta que se desató en sus ojos tras aquel
simple gesto, se apartó.
―Tengo que solucionar algunas cosas y llamar a un par de personas ―dijo pasándose las manos por el pelo―. Mis superiores querrán saber qué ha ocurrido esta noche.
―Ah, claro, tus superiores ―murmuré―. Se me hace raro no verte como la jefa ―comenté soñolienta.
―Tú nunca me has visto como la jefa, San―dijo con una seductora sonrisa―. Duérmete, anda. Te hace falta. Pero el sueño reparador que necesitaba no llegó.
Sonaron sirenas a mi alrededor, ensordecedoras sirenas que llegaban y se marchaban trayendo y llevando el dolor y la desesperación que podía sentir en mi piel. La imagen borrosa de un hombre se coló en mi campo de visión pero por mucho que intentara fijar la mirada en él, las lágrimas me nublaban los ojos.
Alguien había provocado todo aquello y yo era la culpable por no haber avisado de lo que estaba pasando, de lo que pasaría.
Britt moriría. Ardía, se tambaleaba y yo no podía con ella. Se moriría y no podría hacer nada porque no se lo había contado a nadie.
―¡Britt! ¡Despierta, Britt!
Me senté en la cama de repente justo cuando la puerta doble de cristal de la habitación se abría con fuerza y chocaba contra la pared. Britt, con la cara desencajada de terror, subió de un salto a la cama y me acogió entre sus brazos, acunándome, abrazándome, diciéndome palabras tranquilizantes para que dejara de gritar.
―¡Te perdía, Dios mío! ¡Te perdía! ―chillaba una y otra vez, sin darme cuenta de que ya estaba despierta.
―No, San, mírame, estoy aquí. Maldita sea ¡mírame! ―Me sacudió fuertemente por los brazos un par de veces para que reaccionara, logrando que fijara la atención en ella. Luego, sin pensar, me besó firmemente con un hambre voraz y se apartó.
Mis ojos le dieron el permiso que necesitaba para continuar y cuando nuestras bocas volvieron a juntarse, el resto del mundo, pesadilla incluida, quedó relegado a un segundo plano.
Sus movimientos eran posesivos y ambiciosos. Nuestras lenguas jugaron a enredarse y saborearse robándonos el aliento. Sus manos recorrieron mi cuerpo con urgencia, como queriendo memorizar cada una de mis curvas olvidadas después de tanto tiempo sin tocarnos. Rodamos por la cama un par de veces hasta que quedó encima de mí, a horcajadas. Le quité la camiseta con cuidado de no dañarle el hombro, deseando deslizar mis dedos entre sus pechos y se perdía bajo la línea del pantalón. Olía a humo y a sudor, aún tenía restos del incendio en la cara y el pelo, pero no me importaba lo más mínimo. La camiseta que ella me había prestado siguió el mismo camino que la suya. Siseó cuando vio como mis pezones se endurecían al entrar en contacto con el aire y no pudo evitar una leve sonrisa de triunfo. Jugueteó unos segundos con ellos, rozándolos con sus pulgares, acumulando así más tensión entre mis piernas. Gemí con los labios entreabiertos y los ojos cerrados, sintiendo las embestidas que su miembro daba contra el pantalón. Britt capturó un pezón entre los dientes y lo mordió mientras pellizcaba el otro con el pulgar y el índice. Millones de punzadas de placer recorrieron mi cuerpo hasta mi sexo, húmedo ya de deseo.
―Por favor, Britt… ―gemí excitada hasta lo indecible.
Le abrí el pantalón con manos temblorosas y su gruesa y palpitante verga me dio la bienvenida cayendo directamente sobre mis dedos. Estaba caliente, dura como una roca y deseosa de ser chupada y acariciada. Capturé con un dedo una gotita de semen que asomaba ya por la punta y me la llevé a la boca.
―Me vuelve loc que hagas eso ―dijo pellizcando más fuerte mis doloridos pezones―. Esta noche eres toda mía.
Solté una risilla y me removí inquieta cuando me hizo cosquillas en los costados. Luego se deslizó más abajo y arrastró los pantalones cortos lentamente, haciéndome estremecer, desatando la urgencia que había estado conteniendo. Sus grandes manos abrieron mis muslos exponiéndome a sus preciosos ojos embravecidos. Me sentí deseada y excitada, y gemí y me retorcí antes de que ella me hubiera tocado.
―Shhh, tranquila. Voy a hacer que se acaben por esta noche todas esas pesadillas que te inquietan. Voy a darte algo con lo que soñar el resto de tu vida ―susurró.
Se acercó relamiéndose y sopló entre mis rizos púbicos antes de besar los pliegues de mi sexo. Su lengua lamió delicadamente mis labios vaginales y grité desesperada sintiendo un abismo de placer arremolinarse entorno a mis sentidos. Sus dedos me abrieron un poco más para tener un mejor acceso y, excitada al máximo, me penetró
con la lengua, provocándome en el acto un orgasmo devastador que no pude contener Su dedo índice encontró mi clítoris y lo presionó con la fuerza apropiada mientras los músculos de mi vagina se contraían contra su lengua invasora, provocando una segunda ola de placer tan increíble que creí estar tocando las estrellas. Bebió de mí
hasta que los espasmos dejaron paso a la languidez.
―No me cansaré nunca de oírte gritar mi nombre cuando te corres. Es un regalo para mis oídos ―dijo colocándose encima de mí y penetrándome con su duro miembro de una sola estocada. Al instante mis terminaciones nerviosas se pusieron de nuevo en funcionamiento y un nuevo momento de éxtasis se desencadenó. Cogió mis muñecas y con una sola de sus manos me las sujetó por encima de la cabeza. Luego inició una danza de movimientos y embestidas, lentas primero, fuertes a continuación, y de nuevo lentas, que me llevaron al borde del precipicio. Alcé las caderas y lo rodeé con mis piernas para sentirle más dentro de mí. Entraba y salía con el sonido de nuestros cuerpos entrechocando y de nuestros gemidos, como una banda sonora propia, llegando más adentro cada vez.
La mano que tenía libre acarició el punto donde su cuerpo se unía al mío. Sentir sus dedos alrededor de su miembro rozando mi clítoris, mientras mis fluidos lubricaban y hacían más intensa la fricción, fue lo más erótico que había experimentado hasta el momento.
Sus dientes se clavaron en el costado de mi pecho y aquello me hizo estallar de nuevo, mi cuerpo se tensó y un nuevo éxtasis me recorrió abrasándome a su paso. Estaba sudada y tan excitada que supe que jamás lograría saciar mi hambre de ella. Una embestida más, dos, tres, y el cuerpo de Britt se quedó rígido. Gritó entre dientes mientras chorros calientes de su semen me bañaban por dentro. Su dedo dio un par de vueltas más alrededor de mi clítoris, y cuando ya creía que había acabado todo, pellizcó maliciosamente sobre él y volví a subir al cielo en busca de aire para mis pulmones. Nos quedamos los dos en silencio, jadeantes, disfrutando de aquellos momentos, cuando aún sentíamos las corrientes más débiles circulando por nuestros cuerpos. Me soltó las manos algo doloridas y se apoyó en los codos para liberarme de su peso. Me besó deliciosamente, recreándose en cada rincón de mi boca, saboreando la dulzura de mi lengua, mordisqueando suavemente mis labios. Se separaba de mí unos pocos centímetros para mirarme a los ojos con una expresión incrédula, como si no fuera posible estar allí conmigo. Me apartaba el pelo húmedo de la cara y volvía a besarme apasionadamente. Y así, con la boca de Britt bebiendo mis besos, con su pene todavía dentro de mí, logré dormir profundamente hasta la mañana siguiente.
No me sorprendí cuando desperté y no la encontré a mi lado. El recuerdo de la noche anterior me hizo sonreír como una boba y anhelé tenerlo allí para empezar el día del mismo modo. Pero Britt siempre desaparecía cuando menos te lo esperabas y ahora sí sabía por qué. Un ruido de sillas llegó desde la terraza. Me envolví en el nórdico, sin nada debajo, y salí a la fría mañana que, aunque despejada y con el cielo azul, mantenía una temperatura por debajo de los diez grados. Britt estaba sentada en una tumbona con una taza humeante calentándole las manos. Llevaba unos pantalones largos de deporte, zapatillas y una gruesa sudadera de los New York Knicks. Tenía el pelo mojado y su olor a crema, junto con el de un buen café, me llegó de inmediato. Lo observé mirar el paisaje y me conmovió
la tristeza que vi en sus ojos. Dio un sorbo a la taza y, sin desviar la mirada, sonrió.
―¿Vas a quedarte ahí toda la mañana? ―preguntó girando la cabeza para lanzarme una de sus miradas sexys que tan loca me volvían.
―Es usted muy guapa, señorita Pierce pero acabará congelada ―dije acercándome todo lo sensual que se podía ser yendo ataviada con un edredón de plumas del tamaño de Wisconsin. Se hizo a un lado en la hamaca y me senté pegada a ella. Me ofreció su café y bebí gustosa el líquido caliente. Hacía frío allí fuera pero el cuerpo de Britt estaba
ardiendo. Me pasó un fuerte brazo por los hombros y me acercó más a Ella. De pronto, recordé mi sueño de la noche anterior y cerré los ojos.
―Anoche soñé que te perdía ―susurré un tanto avergonzada―. Oía ambulancias. Tú te tambaleabas y yo no podía sujetarte. Y lo peor es que te perdía por no contarle a nadie que había soñado eso ―le expliqué calmadamente, respirando su aroma.
―Bueno, ahora ya me lo has contado. No te preocupes. Sigo aquí ¿no? ―dijo abrazándome más.
Después de unos minutos en silencio le pregunté por su hermano Samuel. Britt se puso tensa al principio pero, tras un suspiro, se relajó. Cuando ya pensaba que no saldría ni una sola palabra de su boca, empezó a hablar.
―Mi hermano tenía doce años menos que yo. Desde bien pequeño fue la oveja negra de la familia, siempre metido en líos, siempre mintiendo para conseguir lo que quería. Mi madre nunca ejerció de madre, mi padre estaba muy ocupado levantando una empresa que se hundía por las deudas de mi abuelo y yo pasé mucho tiempo en
casa de los Sánchez, en La Habana. Luego crecí, estudié y me alisté, y a Samuel no le quedó otra opción que quedarse solo con nuestro ocupado padre. Imagínate el caso que le hicieron después de que me fuera. Aquello dio alas a un chaval cuya imaginación ya era, de por sí, un peligro.
»Las pocas veces que podía llamar a casa de día y lo encontraba allí, todo eran quejas y problemas: el trabajo que mi padre le había dado en la empresa no era digno del hijo del director, en la casa no tenía intimidad, todo el mundo quería controlarlo, no ganaba suficiente dinero y un montón de gilipolleces por estilo. Al parecer, no entendía que tenía quince años y que no podía hacer la vida que le diese la gana. Yo intentaba razonar con él, pero estando tan lejos de casa no podía hacer mucho más por él. Hasta que, una noche, mi padre llamó desesperado diciendo que hacía tres días que Samuel había desaparecido. ¡Tres días! ―exclamó aún enfadado después de
tanto tiempo―. Tuve que pedir un permiso especial para ausentarme y cuando llegué Samuel apareció borracho, pasado de drogas y lleno de magulladuras. Mi padre casi acaba con él de una paliza, pero a él no le importó y aquellas escapadas se siguieron repitiendo una y otra vez ―Se quedó callado, como si estuviera rememorando aquellos tiempos con dolor. Estaba sudando y se le notaba cansada, pero cuando iba a sugerirle dejarlo para otro momento, continuó―: A los dieciocho años, por alguna estúpida razón, decidió seguir mis pasos y se alistó en las Fuerzas Armadas. Sabía que no duraría más que unas pocas semanas, pero me equivoqué y se fue enderezando. O eso creí. Uno de mis superiores de los Boinas Verdes me comentó que su nombre había aparecido en unos informes; que en las escuchas de una operación que estaban desarrollando contra terroristas en Centro América, pronunciaban su nombre repetidas veces. Intenté por todos los medios hablar con él pero cuando no estaba de maniobras, estaba de permiso y no me contestaba a las llamadas. Cuando logré localizarlo me aseguró que formaba parte de una operación
encubierta y que mis jefes estaban metiendo la pata. ¡Todo putas mentiras! Lo pillaron, y si no llega a ser por la mano de algunos amigos, le hubieran hecho un consejo de guerra. Hicieron un trato con él: se libraría de la cárcel y lo licenciarían con deshonor, claro está, pero debía dar los nombres y las localizaciones de lo que estaban buscando mis jefes. Aceptó y entonces alguien se fue de la lengua y la gente para la que hacía trabajitos empezó a buscarlo.
»La noche que te conocí había quedado con él en aquel bar. Llevaba días escondiéndose y huyendo de los que querían matarlo y estaba cansado ya. Le habían ofrecido protección del Gobierno, un refugio hasta que llegara el juicio y pudiera declarar, pero era un completo imbécil, y prefería esconderse por sus medios. Cuando vio que lo
estaban acechando demasiado, me pidió ayuda. Esa noche se había tomado unas copas y algo más. Lo reconoció. Le dije que viniera conmigo a casa, que estaría a salvo pero dijo que solo necesitaba dinero y que tenía intención de huir a Europa hasta que lo avisaran para declarar. No aceptó mis consejos, me insultó y me dijo que dejara de comportarme como mi padre, que me avisaría cuando estuviera hospedado en algún sitio para que pudiéramos dar con él llegado el momento. ¡Dios, incluso me animó a irme contigo cuando te marchaste! ―dijo resignado―. Lo vi tan seguro y con las cosas tan controladas que le creí una vez más ¡Estaba borracho y colocado, y
le creí! Lo dejé solo ―susurró con la culpabilidad aún reflejada en sus palabras. Hubo un largo silencio y luego suspiró―. Lo que pasó después ya lo sabes ―Me dio un distraído beso en la cabeza―. Por la mañana, temprano, mientras dormías, recibí un mensaje de texto de mi superior informándome de que se había encontrado el coche de mi hermano calcinado en un barranco. Él estaba dentro. ¿Te imaginas cómo me sentí? Lo había dejado solo en aquel estado y me había ido con una chica a la que acababa de conocer en un bar. Había cambiado la complicada vida de mi hermano por un polvo de una noche ―Sus palabras me dolieron, pero entendí por qué las
decía― Me sentí tan culpable que no fui capaz de despertarte, porque hacerlo hubiera supuesto dar unas explicaciones que aún no sabía si podía dar.
―No fue tu culpa ―dije pronunciando las primeras palabras desde que había empezado la historia.
―Fui un irresponsable y Samuel murió. Sí, fue mi culpa. Si lo hubiera obligado a venir conmigo ahora estaría bien ―dijo muy afectado.
―No lo sabes, Britt. Tú mismo has dicho en varias ocasiones que mentía y que se metía en muchos líos. No puedes saber si hubiera acabado de forma diferente.
―Era mi hermano pequeño, San, era mi responsabilidad.
―¿Qué sucedió exactamente? ―pregunté intentado que olvidara el sentimiento de culpa.
―¿La versión oficial o la mía? ―preguntó. Me encogí de hombros―. La versión oficial dice que se despeñó por el barranco al quedarse dormido y perdió el sentido tras el impacto. El coche estaba empotrado en una enorme roca que rompió el motor y el depósito de gasolina. Alguna chispa saltó y se incendió antes de que él
recuperara el conocimiento. Quedó tan calcinado que ni las pruebas de ADN pudieron confirmar si era él. Pero llevaba las placas del ejército al cuello y el anillo que yo le regalé cuando entró en la Academia. Era él. ―Se sacudió el recuerdo de encima con un escalofrío y prosiguió con más contundencia―. Pero mi versión es algo
diferente. Yo creo que lo sacaron de la carretera, había gente que estaba intentando silenciarlo para que no declarara en el juicio. El caso de Samuel se cerró de inmediato pero la investigación en la que estaba metido todavía sigue abierta. Espero poder saber la verdad algún día.
―Estoy segura de ello ―le dije incorporándome un poco para darle un beso en la mejilla. Estaba ardiendo y le brillaban los ojos. Le puse una mano en la frente y quemaba.
―Britt, cielo, tienes fiebre, deberíamos entrar y llamar al médico ―le sugerí alarmada. Ella me miró y asintió. Se levantó lentamente apoyando su peso en mi hombro, pero no era suficiente. Britt era un mujer muy grande y yo fui incapaz de aguantar todo su peso.
―No me encuentro muy bien ―dijo tambaleándose. Luego perdió el conocimiento.
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Mensaje por lana66 Jue Ene 07, 2016 11:11 am

Pobre Rachel es a la que peor le va y hasta que por fin le dijo la verdada brittany.

Gracias por los capítulos y en espera de la actualización
Saludos!
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Mensaje por JanethValenciaaf Sáb Ene 09, 2016 10:37 pm

Espero que despierte rachel.
Pobre de brittany, se nos va a enfermar
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Ene 12, 2016 11:41 pm

CAPITULO 15
―¡Britt! ¡Britt, despierta! ¡No me hagas esto, Britt, por favor! ―le decía histérica dándole palmaditas en la cara una y otra vez. Debía tranquilizarme, respirar y pensar con la cabeza. No iba a permitir que mi sueño se hiciera realidad. No podía perderla. Necesitaba ayuda cuanto antes.
***
―¿Septicemia? ¿Cómo que septicemia? Hace menos de veinticuatro horas que hemos salido de aquí ¿y me estás diciendo que tiene septicemia? ¡No es posible! Ridley ya estaba allí cuando la ambulancia llegó a urgencias. Lo había llamado, alarmada, cuando vi que Britt no se despertaba y la fiebre no bajaba.
―Tranquila ¿vale? Estuvo bastante tiempo con la quemadura expuesta. Le tienen que limpiar la herida en el quirófano para eliminar los restos de tejido quemado.
Hay que esperar a ver qué dice el cirujano cuando salga de quirófano ―Vio mi cara de desesperación y añadió―: Se pondrá bien. Britt es la tia más fuerte que he conocido. No va a poder con ella una infección, confía en ella. Los médicos hablaron con nosotros algunas horas más tarde. Podría haber sido peor, dijeron, pero se pondría bien pronto.
Cuando Britt abrió los ojos ya era noche avanzada. La miré detenidamente mientras ella asimilaba dónde estaba.
―¿Cómo te encuentras? ―pregunté dudando de mi capacidad para mantenerme sentada en el sillón y no tirarme a sus brazos y besarla.
―¿Qué hacemos aquí? ―preguntó confundida.
―¿No recuerdas qué pasó? Te desmayaste ―le expliqué―. Una ambulancia tuvo que venir a por ti. Nos diste un buen susto, Britt.
―¿Nos? ―preguntó levantando una ceja. Me levanté despacio y me acerqué a la cama donde ella ya intentaba sentarse.
―A Ridley y a mí. Tuve que llamarlo, yo… yo estaba muerta de miedo―dije avergonzada.
―Ven aquí ―Me acerqué más hasta quedar justo frente a ella―. No me gusta que estés muerta de miedo por nada, San ―dijo besándome lentamente con sus labios resecos. En breves segundos profundizó el beso y me acercó a ella hasta que, sin darme cuenta, puse las manos en sus hombros y ella aulló de dolor. ―Lo siento, Britt. ¡Oh Dios! Lo siento, de verdad ―dije apartándome de la cama unos pasos.
El camisón que llevaba puesto estaba levantado por la parte de su entrepierna. Me fijé en aquel punto y sonreí disimuladamente. Pero Britt se dio cuenta y pensó que me burlaba de ella.
― ¿Se puede saber que te hace tanta gracia? ―preguntó malhumorada. Amaba a aquella mujer, estuviera vestida de traje, de sport o de camisón, sana o enferma, enfadada o risueña.
―Tú ―dije sin más―, tú me haces sonreír como una boba. Tú haces que me lata el corazón a mil por hora cuando te veo. Tú me erizas la piel cuando sonríes y haces que me vuelva loca cuando me miras. Tú, Britt.
―Vaya ―dijo sonrojándose y rascándose la nuca con una mano ―, así da gusto despertar en cualquier sitio ―añadió cogiéndome de la mano y atrayéndome hasta ella con decisión.
Me besó apasionadamente, mordiendo mis labios, bebiendo de mi boca, desesperada, ansiosa, queriendo algo más que no iba a lograr mientras estuviera allí. Se separó unos centímetros para mirar con detenimiento mi cara. Me besó los pómulos, los ojos, la frente, el cuello por debajo de las orejas y el mentón hasta volver a las
comisuras de mi boca.
― Me alegro de que hayas sido lo primero que he visto al despertar. Eres preciosa.
Inició otra tanda de húmedos besos por mi cara y mi pecho. Sus manos ya luchaban por meterse debajo de mi ropa y poder tocar mi piel, que ardía por sus caricias, pero las retiró bruscamente cuando las bisagras de la puerta de la habitación chirriaron y entró la enfermera. Traía un carrito con un montón de apósitos, ampollas,
pinzas, tijeras y otros artilugios que no supe identificar.
Vi como había quedado la quemadura después de pasar por el quirófano para limpiarla en profundidad. Por el ceño fruncido y la tensión de su mandíbula debía de doler bastante, pero no soltó ni un solo gruñido cuando le curaron aquella masacre. Pareció aliviada al sentir el frío y viscoso líquido que vertió la enfermera ayudándose
de una jeringuilla. A continuación extendió una crema de color blanco por toda la superficie de la herida y la tapó con gasas estériles y tiras de esparadrapo. A la mañana siguiente pasaría el médico y volverían a curar la herida. Para cuando la enfermera salió de la habitación empujando el carrito de curas, Britt estaba agotada, su prominente erección había desaparecido y sus ojos se cerraron buscando descanso.
***
―Buenos días, señorita Pierce ¿Cómo se encuentra esta mañana? ―preguntó un jovencísimo doctor mientras abría la carpeta donde estaba el historial de Britt. No esperó respuesta, Britt todavía estaba asimilando que aquel chico de aspecto jovial era el médico que le había atendido―. Nos dio usted un buen susto ayer, señorita. Si no
es por su esposa y su compañero, no sabría bien decirle dónde estaría usted ahora ―añadió cerrando la carpeta y mirando por primera vez a Britt que tenía el entrecejo fruncido―. Veamos esa herida. ―Se acercó a ella y, cuidadosamente, retiró las tiras adhesivas que sujetaban el apósito.
Britt dio un respingo de dolor cuando el joven médico despegó una de las gasas que se le había quedado adherida en carne viva. El doctor ojeó el área con mirada experta y luego indicó a una enfermera, que aguardaba en la puerta sin decir nada, que tapara la herida de nuevo usando el mismo procedimiento. Una vez acabado el trabajo, la jovencita salió de la habitación y el médico se sentó a los pies de la cama de Britt.
― Verá, la situación es la siguiente: su quemadura se infectó más de lo que cabía esperar y las curas que le realizaron no fueron suficientes. La infección pasó a la sangre y eso le produjo una leve septicemia que estamos controlando con la medicación que le hemos administrado. Pero debemos continuar observando su evolución. Si
dentro de tres o cuatro días está ya estable, y la herida no supura ni presenta un aspecto extraño, podrá usted marcharse a casa siguiendo unas directrices que le daré para las curas ¿de acuerdo?
―Ni hablar ―dijo Britt de repente con la mirada fija en la cara del doctor, el cual ya se ponía en pie para marcharse.
Me vi tentada de acercarme a ella y pegarle un tirón de orejas, pero me contuve. La mirada de Britt no admitía réplicas ni comentarios al respecto y debía ser el médico quien se hiciera cargo de la situación.
―Señorita Pierce ―dijo con un tono serio que me dejó sorprendida. Ya no parecía un chaval―, ha estado usted a punto de sufrir una irreparable infección en la sangre. No creo que quiera saber cuál hubiera sido la consecuencia final de todo esto si no llegamos a cogerle a tiempo. Tres o cuatro días aquí no van a acabar con usted,
pero una nueva infección fuera del hospital probablemente sí. Así que, señorita, a no ser que desee usted firmar el alta voluntaria y marcharse bajo su responsabilidad, le sugiero que se ponga cómoda y disfrute de las ventajas de nuestro hospital universitario. Usted decide. Ya es mayorcita para saber lo que le conviene y lo que no ―Se
dirigió con paso firme a la puerta y antes de salir añadió―: Hágale saber a nuestras enfermeras cuál es su decisión cuando la haya tomado. Le sugiero que hable con su esposa antes de tomarse la libertad de escoger. Buenos días. ―Inclinó la cabeza en mi dirección para despedirse y salió.
Yo continué callada unos segundos con la mirada fija en algún punto del suelo, esperando la reacción de Britt, pero no dijo nada. Se limitó a recostarse en la cama y cerrar los ojos.
Después de tres días más de quejas, gruñidos, malas contestaciones y miradas furiosas, abandonamos el hospital y volvimos al apartamento de Manhattan.
Estaba enfadada con Britt, había aguantado su mal humor porque no tenía a nadie más que se pudiera ocupar de sus recados, de sus órdenes y de entretenerla, pero yo estaba deseando volver a mi vida rutinaria, al despacho, a mis cuentas de publicidad, a mis momentos de concentración, a mis ideas creativas. Sin embargo, Britt no quiso
ni oír hablar del tema cuando se lo expliqué.
―¿Al despacho? Ni lo sueñes ―dijo apretando los dientes cuando se pasó la camiseta por los hombros para meterse en la ducha―. Te recuerdo que hay alguien que te ha estado amenazando y no voy a consentir que te metas en más líos. Eres una inconsciente. La situación es lo bastante grave como para que te escondas y no salgas
de aquí hasta que esté todo solucionado. Pero no, tú, señorita “necesito trabajar”, solo piensas en ti y en tus necesidades. No te puedo proteger estando así ¿es que no te das cuenta? No lo voy a permitir, Santana, no estoy dispuesta a…
―¿A qué, Britt? No estás dispuesta ¿a qué? ―exploté dejando salir toda la rabia que había ido acumulando los últimos días―. Te comportas como una niña malcriada y caprichosa, gruñendo a cada instante, poniéndomelo difícil cuando intento hacer las cosas bien. He estado tres días soportando tu cara agria, tus modales de capullo y
tu insoportable humor para que me lo agradezcas ¿cómo? ¿Así? Tú no puedes protegerme siempre. No puedo vivir aquí, en tu casa, mientras tú quieras. Necesito mi vida, Britt, necesito volver a trabajar, ver a otra gente, salir de los hospitales He pasado más tiempo en hospitales desde que tengo algo contigo que en toda mi vida.
¡Estoy harta de hospitales! ¡Estoy harta de ti! ―le grité fuera de mí.
―¡Bien, pues lárgate, Santana! ¿A qué esperas? ¡Lárgate! Tú y tu valentía podéis salir por esa puerta ya mismo. ¡¡Fuera!! ―Se metió en el cuarto de baño y cerró con un portazo que me hizo castañear los dientes.
Cuando salí del apartamento le demostré con creces que yo también sabía jugar duro. Esa misma noche, Ridley vino a verme a mi casa. Me informó que habían puesto vigilancia en los alrededores y dos agentes me acompañarían siempre y aunque yo no los viera. Para mi seguridad, debía pasarle una relación de las cosas que solía hacer, como salir a correr, ir a la compra, ir al trabajo, etc. El trabajo ya no sería un problema, cegada por la ira había decidido presentar mi renuncia, y así se lo dije, pero él negó con la cabeza y me dijo claramente que me estaba equivocando.
***
Iba pensando en la mejor forma de comunicar mi renuncia cuando las rubias de recepción me dieron la bienvenida a coro y un montón de recados de los días pasados.
En la puerta de mi despacho, Gillian me recibió con una sonrisa y más recados pendientes. Le pedí que pasara un minuto pero ella negó con la cabeza misteriosamente y se fue detrás de su mesa a contestar al teléfono que, casualmente, sonaba en ese momento.
Dejé mis cosas en el armario como de costumbre y me apoyé en él para respirar hondo e intentar que las náuseas no me hicieran salir corriendo en cualquier momento.
―¿Qué te sucede? ―preguntó la voz de Britt, que estaba sentado en mi sillón observándome a cierta distancia. Di la vuelta tan rápidamente que me tuve que sujetar a la estantería de libros para no perder el equilibrio.
Allí estaba ella, con una pierna cruzada sobre la otra, con su traje negro, su corbata azul y sus ojos mirándome acusadoramente. Levantó una ceja cuando vio que no contestaba.
―¿No me has oído? ―insistió insolente.
―¿Qué coño haces tú aquí? ―dije poniéndome a su altura.
―Yo pregunté primero. Contesta.
―Que te den, Britt ―dije y suspiré. No quería comenzar una guerra con ella. Solo quería recoger algunas cosas y salir de allí cuanto antes―. No quiero hablar contigo.
Solo he venido a recoger unas cosas y me marcho de tu empresa.
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Ene 13, 2016 5:38 pm

Tuve que hacer un esfuerzo para no ponerme a llorar delante de ella. Su rostro, pétreo e indescifrable, se transformó. Cerró los ojos como si estuviera realmente cansada, se levantó haciendo un gran esfuerzo y salió del despacho sin decir ni una sola palabra más.
Unos minutos más tarde entró Madeleine cargada de carpetas.
―Esto es todo lo que tenemos sobre el gigante de las maletas. Gracias, Santana. Ha sido todo un detalle que quieras ocuparte…
―Espera ¿qué es esto? ―pregunté sin entender qué sucedía.
―Brittany me ha dicho hace dos minutos que te pasara la cuenta a ti porque tenías tiempo. Cogí el montón de carpetas de las manos de Madeleine y me encaminé furiosa al despacho de Britt. La puerta estaba medio abierta y ella hablaba por teléfono en voz baja pero perfectamente audible.
―Últimamente te acercas mucho y no me gusta nada. Limítate a hacer tu trabajo, Scott. Santana no es una mujer que nos convenga, ni a ti ni a mí. Ahí tenía la prueba que necesitaba: ella no me quería y no se podía decir más claro.
Un nuevo e inoportuno ataque de náuseas me subió por la garganta. Salí corriendo y vomité justo cuando levantaba la tapa del váter, en el preciso momento en que Madeleine salía del cubículo contiguo.
Volví al despacho derrotada. Mi estómago, últimamente, no soportaba la presión. Me dolía la cabeza y la barriga y tenía tantas ganas de llorar que no podía frenar las lágrimas. Cerré la puerta y me senté en el pequeño sofá de cuero. Cubrí la cabeza entre mis manos, deseando ser un avestruz que esconde la suya bajo tierra para así olvidarme de los problemas con ese simple gesto.
―¿Te encuentras bien? ―preguntó Britt desde la puerta. No lo había oído entrar y me asusté. El corazón se me aceleró al ver su cara de preocupación.
―No se pueden tener secretos en esta empresa ¿verdad? ―dije molesta.
―Oí ruido en el pasillo, me asomé y te vi salir corriendo. Me imaginé que no te encontrabas bien. ¿Qué te pasa?
―Nada. Vete.
―Santana, dime qué te pasa.
―¿Por qué no dejas de darme ordenes como si fuera uno de tus malditos soldados? ―le grité levantándome envalentonada.
―¡Contéstame! ―insistió apretando los dientes.
―¡No me da la gana! ¡Vete a la mierda, Britt! ―No sabía por qué estaba más cabreada, si por las palabras que le acababa de oír decir al teléfono o por no ser capaz de largarme de allí sin mirar atrás―. Estoy cansada de que te comportes como una auténtica capullo y estoy cansada de toda esta montaña rusa que es tu vida. ¿Crees que
soy tu puta? ¿Que puedes controlarme cómo y cuándo quieras? ¡Te odio! ¡Lárgate! ―Estaba fuera de mis casillas.
Britt se acercó lentamente y cuando estuvo suficientemente cerca me agarró por las muñecas y me espetó con furia:
―No olvide, señorita López, que aún trabaja para mí. No le voy a consentir…
―¿Pero es que no has oído lo que te he dicho antes? ―le pregunté soltando una carcajada incrédula. Forcejeé para soltarme pero fue en vano―. Yo ya no trabajo aquí, me largo. Puedes meterte tu querida empresa y tu juego de patriotas por el mismísimo…
No me dejó acabar la frase. Antes de que pudiera continuar me besó con ira. Me resistí violentamente, tornando el beso más duro, haciéndonos daño en la boca con los dientes, sintiendo su sangre y la mía en la lengua, pero ella continuó sujetándome hasta que mi cuerpo, traidor, deseoso de sus caricias, se rindió y dejó de forcejear.
Me pegó más a su cuerpo y pude notar lo excitada que ya se encontraba. Me acarició la espalda posesivamente y todas mis terminaciones nerviosas se pusieron alerta.
―No he podido dormir en toda la noche pensando en si estarías bien. Odio discutir contigo, Santana. Me odio a mí misma cuando quiero protegerte y no sé cómo hacerlo ―dijo separando su boca y pegando su frente a la mía. Cerró los ojos y suspiró.
―Tú no quieres estar conmigo. No te veas obligada a decir cosas que no sientes, no importa. No hace falta que digas nada más ―dije al borde de las lágrimas.
―Shhhh, calla. ―Me puso un dedo en los labios con suavidad exquisita―. Nunca nadie me ha obligado a decir algo que no desee decir, San. Tú haces que me sienta vulnerable, haces que me vea como un ser inútil con un punto débil. Tú eres mi punto débil. ¿No te has dado cuenta de lo importante que eres para mí? Estoy
loca por ti, Santana Lopez ―dijo mirándome a los ojos fijamente. Supe al instante que decía la verdad, pero no lo podía creer después de la conversación que había escuchado.
―Acabas de decirle a Scott Ridley que no te convengo en absoluto. ¿Crees que eso se me va a olvidar con palabras bonitas? ―pregunté volviendo a la realidad. Intenté soltarme pero ella no lo permitió. Se quedó mirándome a los ojos fijamente.
―A Scott le gustas y eso no me gusta a mí. Si se acerca a ti más de lo estrictamente profesional me lo cargaré de un plumazo, ¿entendido? ¿Qué quieres que le diga a un tío que me está preguntando si tiene el campo libre con mi mujer?
Quise sonreír al escuchar aquello, pero no podía hacerlo teniendo en cuenta cuál era la situación.
―Yo no soy tu mujer, Britt. Tú no quieres una mujer como yo. Tu vida es demasiado complicada para tener una responsabilidad de más ―dije mirando al suelo, haciéndome daño a mí misma por mi bien y por el suyo.
―Cierto, yo no quiero una mujer como tú ―dijo poniendo un dedo bajo mi mentón y alzándome la cara hasta que nuestros ojos volvieron a coincidir―. Yo te quiero a ti, única y exclusivamente. Deja que yo me preocupe de las complicaciones de mi vida. Las responsabilidades a las que me comprometo, las respeto y las cumplo. Tú
no eres una responsabilidad, San, tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
Acepté sus palabras aun conociendo cómo era su vida. Sabía que un día desaparecería y no podría ni siquiera preguntarle a dónde iba. Sabía que el contacto con ella en ese tiempo sería nulo, que en caso de sucederle algo nadie me diría nada. Así era su vida, nada que ver con la ejecutiva de publicidad que yo creía que era, pero aun así, la
amaba más que a mí misma.
―Bien, aclarado este punto del orden del día, señorita López, lo siguiente es esa estupidez que se dice por ahí sobre su dimisión. No voy a permitir que se marche tan fácilmente ¿me ha oído? ―La miré extasiada. No me cansaría nunca de ver sus ojos y de oler su aroma. El tiempo se podría detener en ese momento que yo ya tenía
suficiente estando en sus brazos.
Asentí de nuevo en señal de haber entendido lo que me estaba diciendo pero solo deseaba que callara y me besara.
Me había dicho que le importaba, que estaba loca por mí. No era una declaración de amor en toda regla pero me servía. Debió de ver mi mirada brillante deseando su contacto porque volvió a pasar sus manos por mi espalda subiéndolas después por los costados hasta posarlas a los lados de mis pechos. Mis pezones se morían por
ser rozados y acariciados y sus dedos hicieron realidad mi deseo. Lentamente sus pulgares me rozaron los dos picos rosados y duros por encima de la camisa y un leve gemido escapó de mis labios entreabiertos. Era delicioso sentir aquella sensación de excitación y deseo. Su boca se acercó a la mía y con la lengua me acarició el labio
inferior y luego el superior. Me moría por estar desnuda con ella, por sentirme llena de ella. Pero después de un perfecto beso incitador que prometía el cielo, retrocedió un poco y me pasó las manos por las mejillas.
―Señorita Lopez ―susurró contra mi boca incapaz de apartarse―, dado que su renuncia no ha sido aceptada, le sugiero que deje usted de entretener a la jefa con sus contoneos y su dulce boca ―Me besó metiendo la lengua hasta lo más profundo, haciéndome gemir de nuevo, pero luego continuó con su fingida reprimenda―, y
se ponga a trabajar cuanto antes ―Volvió a besarme hasta que, sin aliento, se apartó y se pasó las manos por el pelo con la mirada cargada de promesas. Antes de salir del despacho se volvió y preguntó―: ¿Quieres comida tailandesa para cenar o prefieres algo diferente? Podemos cenar en mi terraza si te parece.
―Hace un poco de frío ¿no? ―pregunté poniéndome bien la ropa.
―Tengo un remedio para eso que no te dejará insatisfecha ―respondió con media sonrisa sexy que me hizo desear encerrarla en mi despacho para siempre.
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Finalizado Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Ene 13, 2016 6:02 pm

Capítulo 16


Rachel mejoraba notablemente cada día. Por las mañanas, después de mi carrera matutina, pasaba por su casa para charlar un rato con ella. Estaba acabando el mes de marzo, los colores de la primavera impregnaban cada parque y jardín. La nieve se había derretido hacía tiempo, convirtiendo aquel invierno en el menos frío desde que podía recordar.
No tardarían en darle el alta definitiva. Disfrutaríamos de un verano en condiciones siempre que siguiera los consejos de los médicos, cosa harto difícil en ella.
―Si no te relajas nunca te dejarán salir a la calle ―dije ofreciéndole un poco del bollo con crema que me estaba comiendo tan a gusto.
―Y tú, si no dejas de comer esas porquerías te vas a poner como una vaca. ¿Te has visto las tetas últimamente? ―replicó haciendo amago de tocarme un pecho―.
Estás diferente. Tienes un algo raro. ¿Estás bien?
―Estoy feliz ¿Tan raro es? Me siento bien, la vida es maravillosa, Britt es maravillosa, mi trabajo es…
―Maravilloso, sí ―me interrumpió con una mueca burlona, como si fuera a vomitar― Pareces un anuncio de compresas, Santana. Lo que me recuerda que me tiene que bajar la regla ¡mierda!
De repente, el último trozo de bollo con crema se me quedó parado a medio camino de la boca. ¿La regla? ¿Desde cuándo no me bajaba la regla? “Oh, Dios, oh, Dios,
no, no, no, por favor”, pensé a punto de desmayarme.
―¿Qué pasa? ―preguntó Rachel inmediatamente― Estás blanca como la pared. Siéntate, por favor.
“La última vez que tuve el periodo fue…¡¡antes del viaje a Cuba!!”, me dije desesperada. Tiré el bollo a la papelera y salí de la habitación en dirección a la farmacia que había dos esquinas más abajo del edificio.
Media hora después, en la habitación de Rachel, un problema más se sumaba a mi lista. Estaba embarazada.
―¿Cómo has podido descuidarte? ―me reprendió mi amiga sin ánimo de ofender. Bastante preocupada estaba yo y ella lo sabía―. Creí que tomabas la píldora hace
tiempo ―Se sentó frente a mí en una silla y me cogió las manos que me temblaban tanto que era incapaz de sacar un pañuelo de papel del bolsillo.
―Bueno, es posible que me haya saltado alguna…
―¡Santana!
―¡¿Qué?! Entraron a robar en la habitación de mi hotel, te intentaron matar, fueron situaciones bastante extremas, Rachel. ¡Me olvidé! ―dije desesperada, intentando averiguar cuándo había pasado exactamente.
―¿Y qué vas a hacer?
―No lo sé ―suspiré resignada―, ni siquiera sé de cuánto estoy.
―¿Y eso importa?
Pensé detenidamente la pregunta y, lo más importante, la respuesta. Siempre había soñado con tener un bebé, y si encima era de la mujer de la que estaba locamente enamorada, mejor. Pero a Britt no le haría ninguna gracia. No había sitio en su vida para un bebé, “ casi no hay sitio para mí”, me recordé. La cuestión era si, a pesar de desearlo y de haber estado embarazada ya en dos ocasiones, estaba preparada para asumir esa responsabilidad de por vida. Mi trabajo, el que me gustaba de verdad, era demasiado absorbente y el de Britt… ¡Uff!
Las lágrimas se me agolparon en los ojos y cayeron sin remedio.
―¿Y ella?
―Ella no quiere una familia. Le gusta su vida tal y como está.
―Eso no lo sabes, San. Deberías contárselo ―me aconsejó. Pero yo no quise escucharla.
Me despedí de Rachel, prometiéndole que la mantendría informada sobre mi complicada situación. Volví a mi apartamento, me duché, y tras un breve asalto a las sobras que quedaban en la nevera, me fui a la oficina.
El coro de rubias me dio los buenos días, Reinaldo me abordó enseguida para tratar una duda sobre una cuenta, Mellers necesitaba que le echara un vistazo a unos papeles que le recogí con la promesa de decirle algo pronto, Madeleine me pasó una pila de carpetas para revisar, y Gillian, que pasaba por allí, me dio algunos recados urgentes. Y todo eso en la misma entrada de las oficinas.
Haciendo malabarismos con todo el papeleo y un té que, amablemente, me había traído Gillian mientras hablaba con Maddy, me dispuse a llegar a mi despacho. Pero al pasar por la puerta de Britt su voz me detuvo en seco.
―¡Santana! ―grito con evidente mal humor. “Pfff, lo que me faltaba”.
Asomé la cabeza por la puerta pero no la vi. Entré un poco más, despacio, temerosa en parte por el motivo de su cabreo, y al instante un par de fuertes manos me cogieron de un brazo y tiraron de mí hacia un lado del enorme despacho. Algunas hojas cayeron al suelo y el té se desparramó en la entrada, pero ya nada importaba salvo estar en los brazos de aquella mujer y sentir sus labios suaves y perfectos sobre los míos.
―Buenos días ―dije a escasos milímetros de su boca.
―Buenos días, preciosa ―respondió sin dejar de manosearme. Me levantó la blusa y me besó un pezón por encima del sujetador de encaje blanco. Siempre
conseguí que se me olvidaran todas mis preocupaciones.
Aquella mañana cuando regresé a casa después de visitar a Rachel me había mirado en el espejo unas cien veces para ver si se notaba algún cambio en mi cuerpo. Los pechos y las caderas parecían más grandes, pero ni rastro de curvas en el vientre. Britt continuó su minuciosa exploración de mi cuerpo bajando por mi espalda con pequeñas y suaves mordiscos. La piel se me erizó y comencé a sentir una excitación ya conocida. Resopló cuando llegó a la barrera del encaje de mis braguitas y sin demora las bajó y me las quitó hábilmente. No le gustaba encontrar impedimentos cuando se proponía alguna tarea importante.
―Te eché de menos anoche ―le dije con el aliento entrecortado al sentir uno de sus dedos tocar la suave carne de mi interior.
―Yo también, créeme, pero tengo intención de recuperar ahora mismo el tiempo perdido ―dijo metiendo un segundo dedo en mi interior e iniciando un ritmo
cadencioso y exquisito que me hizo moverme para buscar más―. Está tan mojada ya… ummmm, me vuelves loca.
Se arrodilló delante de mí y continuó con su exploración mientras daba suaves besos como plumas en mi monte de Venus. Su lengua rozó con un breve toque mi
clítoris y creí estallar en mil pedazos. Me apoyé en la pared cuando las piernas empezaron a flaquearme y le cogí la cabeza para que presionara con más fuerza, para que fuera más rápido, para que me diera cuanto antes la droga que necesitaba. Era increíble lo exigente que me había vuelto con el sexo y lo rápido que últimamente llegaba al orgasmo. Grité su nombre cuando alcancé el pico más alto de mi placer y no cesó en su cometido hasta que me quedé laxa y sin fuerzas para mantenerme en pie. Entonces me cogió en brazos y me llevó delante de su enorme mesa llena papeles. ―Siempre he deseado hacer esto ―dijo apoyando mis manos en la mesa, situándose detrás de mí y abriéndose el pantalón―. Haces que quiera follarte a todas horas, hasta cuando estoy en una reunión y te oigo hablar, o huelo tu perfume, se me pone dura. A veces creo que sería capaz de sacarte de esos lugares y follarte hasta caer muertos las dos. O hacerlo mientras nos miran los demás. ―Gemí una y otra vez mientras me hablaba en susurros al oído. Me encantaba cuando me decía esas cosas, me volvían loca sus palabras y me excitaban hasta el punto de correrme.
Embistió fuerte y me penetró de una estocada arrancándome un placentero grito. Una mano encontró mi botón sensible y comenzó a acariciarlo haciendo círculos
alrededor y dando algún toque encima. La otra mano me agarraba un pecho y jugaba del mismo modo con mi pezón endurecido. Me pellizcaba ambos puntos sensibles con el índice y el pulgar y me hacía revolverme buscando la liberación una vez má.
―Tranquila, pequeña. Dime qué es lo que quieres ―susurró relajando el ritmo de sus embestidas hasta casi quedarse quieta. Gemí frustrada y lloriqueé pidiendo
má, pero ella siguió quieta, sus manos suspendidas sobre mi clítoris y mi pezón, su gruesa polla a punto de salir de mí―. Dime lo que quieres o no seguiré, Santana.
―Por favor, Britt… por favor, sigue.
―No hasta que no me digas lo que deseas ―insistió.
―¡Por favor! Te necesito dentro, Britt. ¡Ahora! Por favor, fóllame, Britt ―grité desesperada.
Y así lo hizo. Con embestidas que me dejaban sin respiración me penetró una y otra vez, salvajemente, como yo necesitaba, como ella quería. Sus manos se pusieron en movimiento y acariciaron, tocaron y pellizcaron mis partes más sensibles. Y cuando ya creía que no era posible subir más, mi cuerpo alcanzó un punto inimaginable.
Grité y sacudí la cabeza una y otra vez, estremecida por las oleadas de placer que el orgasmo me estaba produciendo y sentí el momento en el que Britt se corría dentro de mí, dejando su semilla, inconsciente de que ya llevaba a su hijo dentro.
Un terrible sentimiento de culpa me asoló en aquel momento en que recordé que estaba embarazada y me estaba planteando la opción de deshacerme del problema, sin decirle nada, sin darle la opción de decidir juntas sobre nuestro futuro. Ella notó que me sucedía algo, pero lo interpretó como una consecuencia de la sesión de sexo que acabábamos de tener en su despacho. Lentamente salió de mí y me abrazó con cariño. Me giró como a una muñeca en sus brazos y me besó con dulzura, con una delicadeza que me produjo ganas de llorar, ganas de contarle lo que realmente le estaba pasando a mi cuerpo. Pero antes de que no hubiera vuelta atrás, me retiré y me bajé la falda.
―Tengo que ponerme a trabajar ―dije sin mirarle a la cara. Sus ojos me estaban repasando de arriba abajo. No soportaría su mirada ardiente o interrogante.
―¿Estás bien? ―preguntó dándose cuenta de que había algo extraño.
―Sí, estoy bien, solo es que estos encuentros así no me parecen una buena idea. La gente empezará a hablar y si ya sospechaban algo, esto se lo confirmará y no
quiero que digan que…
―Eh, ¿por eso estás así? ―preguntó acercándose y poniéndose a mi altura para poder mirarme directamente a los ojos―. Cariño, me importa bien poco lo que la
gente de mi empresa diga de mí. Y a ti te debería suceder lo mismo ―dijo con suficiencia―. Aquí mando yo, ¿me oyes? Y si yo quiero que vengas todas las mañanas para ver qué tipo de bragas te has puesto, vienes y punto.
Ese comentario tan desacertado se ganó una mirada furiosa por mi parte.
―Eres una cerda ―le espeté soltándome de su agarre.
―Y tú estás más guapa cuando te enfadas que cuando estás triste.
Sonrió sexy y se me iluminó la cara. A veces decía esas cosas para provocarme y que me olvidara de mis preocupaciones pero, pese a que lo consiguió una vez más,
la preocupación que tenía en mente no se iba a marchar con palabras soeces y sexo desenfrenado.
―Ven a dormir esta noche a mi casa ―dijo antes de que llegara a la puerta del despacho, cargada de nuevo con los papeles que traía. Cuando me vio dudar, añadió―:
Por favor. Necesito estar contigo esta noche. Di que sí.
Después de nuestras últimas peleas y desavenencias habíamos acordado que cada uno viviría y dormiría en su casa. Britt creía que estaba en peligro, que debía
protegerme, pues aún no habían dado con el tipo que quemó la academia de Rachel. Ella había hecho una descripción bastante buena del agresor hasta donde recordaba, pero no había sido suficiente y seguían buscando pistas de un hombre que parecía haber desaparecido de la faz de la tierra. A pesar de eso, Britt decía que se sentía mejor si podía controlarme, pero yo no estaba dispuesta a someterme a su continuo acecho y su incansable manía de no dejarme hacer nada de lo que hacía de forma habitual. Después de varias broncas por el mismo tema, y gracias a una sugerencia formal de sus superiores para que mantuviera las distancias conmigo, Britt cedió a mis insistencias y consintió que viviera en mi apartamento. Además, hasta que se solucionara el entuerto en el que estaba metida, era aconsejable que no nos viéramos, salvo en el trabajo. Este punto del acuerdo tampoco fue del agrado de Britt, pero era una exigencia del alto mando que no podía ignorar. Ella era una soldado de las Fuerzas Especiales y los vínculos de larga duración con civiles, sin compromisos de por medio, no estaban bien vistos, según me había explicado Scott. Nuestra relación era algo extraño que no tenía ni pies ni cabeza, que no apuntaba a llegar a ningún sitio, pero no podía dejar de verlo. Cuando estaba con Britt mi vida era más fácil, más divertida,
más profunda y más excitante. “Y más preocupante”.
―Está bien, iré.
Regresé a mi despacho dolorida. Me senté y busqué en mi cartera la tarjeta de la clínica ginecológica a la que había acudido cuando tuve mi primer embarazo. La
ginecóloga, una mujer de mediana edad muy agradable, en una de mis primeras visitas después del primer aborto, detectó tejido cicatrizado y me preguntó qué había sucedido. Por aquella época yo era una persona nula, con miedo a todo, así que no le conté la terrible relación que mantenía con mi marido. Pero cuando regresé por el segundo embarazo y posterior aborto, la situación se hizo insostenible y le relaté el infierno que estaba viviendo. Se enfureció conmigo por no tomar cartas en el asunto, por permitir las vejaciones y los maltratos de ese animal, por haber estado aguantando tanto tiempo sin hacer nada.
Poco tiempo después sucedió el atropello de Rachel y la entrada en prisión de Sam y volví para contarle que todo había terminado. Se alegró inmensamente y, dada
mi juventud, deseó volver a verme con mejores noticias. Pues bien, su deseo se iba a cumplir.
marthagr81@yahoo.es
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El mundo de Brittany

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