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Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
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Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Después de volver de almorzar, Madeleine me comunicó que Britt había convocado una reunión urgente para las cinco de la tarde.
―¿Quién asistirá? ―pregunté temiéndome otra sesión de sexo desenfrenado que mi cuerpo no podría resistir. Aún seguía dolorida en algunas zonas y tenía el
estómago revuelto.
―Mellers, los del gabinete de marketing, algunos del equipo de publicidad, los abogados, tú, yo y ella. Al parecer hay un cliente que no está muy satisfecho con algo y ha puesto una demanda a la empresa.
―¿Cómo? ¿Qué cliente? ―exclamé levantándome de la silla a una velocidad tan vertiginosa que me mareé ligeramente.
―No lo sé. No ha querido decirme nada.
Empecé a sospechar lo que había podido ocurrir. El mes anterior había tenido que hacer algunos cambios en una cuenta a petición del cliente. No eran cambios
acostumbrados en la empresa porque implicaban el uso de publicidad sexista, lo cual estaba muy controlado por la Comisión de Comercio del Senado. Pero Mellers
aprobó la campaña, Madeleine también dio su visto bueno y los demás seguimos adelante.
A las cinco en punto entré en la sala de juntas donde se respiraba un ambiente tenso y misterioso. Miradas de desconfianza, cuchicheos entre el personal de
marketing, mal rollo en general. Britt no había llegado y Madeleine tampoco.
Me senté cerca de la puerta. Mi estómago volvía a hacer de las suyas y la pasta que me había tomado a mediodía danzaba dentro de mí, deseando hacer una bonita aparición.
Cuando Britt entró, seguido de una cabizbaja e irreconocible Madeleine, el silencio que se impuso en la sala fue solemne. Y es que, a primera vista, la presencia del
Director de Heartstone Pierce Publicity daba miedo. Pese a ser la mujer más guapa que jamás había visto, su ancha espalda, su altura y sus azules ojos amenazadores podían hacer temblar al más valiente.
No tomó asiento en la mesa, ni me miró cuando recorrió a cada uno de los presentes como pasando lista por si faltaba alguien. Ella sabía perfectamente que yo estaba allí, pero se negó a mirarme y eso no me produjo una buena sensación.
―Veamos ―dijo con su potente voz y con una tranquilidad fingida que todos conocíamos―, tenemos dos cuestiones que tratar de vital importancia para la empresa. La primera de ellas tiene que ver con la Comisión de Comercio del Senado que se encarga del seguimiento de aquellos expedientes que incurren en sexismo, xenofobia o racismo en la publicidad ―Cerré los ojos y tragué saliva. Me lo temía―. Su cuenta de publicidad, señorita Lopez ―dijo sin mirarme―, está siendo investigada por dicha comisión. Me consta que usted hizo una consulta a nuestro gabinete jurídico para realizar determinados cambios que fueron aprobados por el Director Comercial y la Directora de Cuentas, pero aun así, la comisión la está investigando y probablemente anulen la campaña, lo que nos traerá problemas con el cliente. Puesto que fue el cliente quien solicitó dichos cambios y lo hizo por escrito, estamos cubiertos. Pero no se admitirán más cambios de esta índole que no pasen antes por el comisionado que se encarga de estos temas. Si son profesionales, y espero que lo sean pues por ese motivo trabajan para mí, espero que conozcan al detalle todos y cada uno de los
pasos que deben dar a la hora de tratar este tipo de asuntos con los clientes. Ha sido un fallo de este equipo que, de un modo u otro, saldrá caro a HP y no estoy
dispuesto a consentirlo más. ¿Ha quedado claro? ―Asentí y en ese momento mi mirada se encontró con la suya. “Oh, Dios, ¿qué le pasa? Está furiosa”, pensé
frunciendo el ceño.
El tema era grave pero no era para tanto. Teníamos problemas de ese estilo cada día y no pasaba nada. Haríamos frente a la multa si llegaba el momento y punto.
“Hay algo más”, me dije convencida de que no era de mi embarazo de lo que íbamos a hablar, por suerte.
―Si has terminado, Britt, tengo que hacer…
―No he acabado ―sentenció rotundo fulminando con la mirada a Mellers, que ya se levantaba de la silla―. Siéntate, Drew. Aún hay algo más.
Se metió las manos en los bolsillos del pantalón y dio un par de pasos delante de la mesa, como si estuviera pensando cómo comenzar. Su cara no mostraba ninguna emoción, era de piedra, lo que me produjo un escalofrío por la espalda. Se aclaró la garganta un par de veces pero no empezó. Madeleine cerró los ojos y se cogió las manos entrecruzando los dedos. Estaba nerviosa. ¿Qué pasaba?
―El segundo tema a tratar en esta reunión es un poco más grave que el anterior. Es la primera vez que sucede un hecho así en esta empresa desde que mi abuelo la
fundó. Y voy a llegar al fondo de la cuestión antes o después, así que agradecería la sinceridad del culpable del problema, porque si tengo que ir tras él, o ella, que lo
haré, las consecuencias serán mucho peores.
―¿Podemos saber de qué se trata? ―preguntó Mellers, el único valiente con intenciones de hablar en aquella sala.
―Por supuesto que sí, Drew. Hace tres días nuestros amigos de Faradai Byte, nuestra competencia más directa ―dijo mirándome a mí, pues yo era la única que
desconocía la rivalidad entre las dos empresas―, lanzaron al mercado un producto con una muy aceptable campaña de ventas y comunicación. Casualmente, esa
campaña era la que se había diseñado desde HP para ese cliente en concreto, pero su Jefe de Marketing anuló la reunión antes incluso de conocer nuestra idea. ―Todos nos quedamos callados mirando a Britt con los ojos bien abiertos, pero aún había más sorpresas―. En la misma línea, hace dos días, Faradai Byte utilizó la idea que HP le había vendido a una conocida marca de refrescos para ilustrar la campaña de otra bebida diferente pero de similares características. Mismo argumento, mismo desarrollo, mismos diseños. Pero lo peor de todo es que ayer se lanzó en prensa y televisión la nueva campaña de Samsonite y adivinad cómo empiezan y acaban sus spots televisivos. Adivinad cómo es la imagen que aparece en los anuncios de prensa.
Se me descolgó la mandíbula igual que al resto. Ese mismo fin de semana se pondría en marcha la campaña publicitaria de Roncato, y si Samsonite se nos había adelantado con nuestra idea el desastre sería terrible.
―¿Os hacéis una idea de hasta dónde llega mi cabreo? Roncato ha decido demandar a HP, nos habían pagado mucho dinero por esa campaña, todo estaba preparado para su lanzamiento y con lo sucedido todo se ha ido a la mierda. ¿Alguien puede explicarme cómo ha pasado esto? ¿Cómo es posible que en tres días nos hayan robado tres putas ideas? ―gritó.
Uno de los chicos del gabinete de marketing le dijo algo a su compañero, sentado a su lado, y sonrieron. Britt se dirigió enfurecida hacia ellos y agarró a ambos de los
cuellos de las camisetas poniéndolos en pie como si fueran monigotes colgando de cuerdas invisibles.
―¿Os parece gracioso perder millones de dólares en tres días? ―les gritó en la cara. Nadie se movió, nadie pensó que aquello podría ser un abuso de poder―. No
estoy dispuesto a tolerar ni una sola tontería más ―dijo mirándonos a todos y soltando enfurecido a los dos chicos. Respiró hondo y recompuso su expresión
transformándola de nuevo en una máscara de piedra―. Veamos, ¿quién estaba a cargo de esas cuentas?
Aunque realizó la pregunta fulminándonos con la mirada a todos, fue Madeleine quien abrió una carpeta y respondió.
―La campaña de XML la llevaba Stephan Maxwell, la de Dr. Pepper, Noa Voucher, y Roncato era de Santana Lopez ―explicó Maddy tendiendo a Britt los
expedientes de las diferentes cuentas.
―Bien, ¿algo que explicar? ―nos preguntó.
Los tres publicistas nos miramos pero ninguno abrió la boca. Curiosamente yo había estado metida en las tres campañas. En algún momento esos expedientes habían pasado por mis manos, por lo que conocía lo que se iba a hacer en todo momento.
―El expediente de Dr. Pepper desapareció durante un día y medio cuando estábamos en la fase de creatividad. Los de producción dijeron que Santana lo tenía, pero ella no sabía nada. Luego resultó que sí lo tenía ella pero lo había olvidado ―dijo Noa Voucher con su vocecita repelente.
No me gustó nada la mirada de culpabilidad que me echó cuando acabó su intervención. La mosquita muerta se había quitado el marrón de encima de una forma completamente inocente.
―Fue la época del incendio en la academia de baile de mi amiga Rachel, tenía cientos de papeles para revisar pero falté algunos días. Alguien me pidió que le echara un vistazo a la campaña porque parecía que faltaba algo, pero lo olvidé, y cuando me preguntaron no sabía dónde estaba. Ni siquiera llegué a ver el expediente hasta que, cuando regresé, lo vi encima de la mesa. La idea no me pareció mal y se lo devolví a Noa tal cual lo había visto ―Britt me miraba como si no me conociera más que al resto de los presentes en la sala. La única que parecía respirar de alivio tras mi explicación era Madeleine.
―Con XML pasó algo parecido ―dijo Stephan Maxwell, un chico bastante bueno en lo que hacía pero con un afán competitivo que le llevaba a estar enemistado con
muchos de los compañeros de la empresa. Lo miré asombrada por su comentario. Él vino a mí pidiendo ayuda porque yo había tenido más experiencia en el campo de la electrónica y sus ideas estaban un poco pasadas de moda―. Me dijo que me ayudaría con la idea y no volví a saber nada del expediente hasta dos semanas después, cuando se lo pedí porque llegaba tarde en los plazos con el cliente. Luego fue cuando se canceló la cuenta porque se iban con Faradai Byte.
―¡Tú me pediste ayuda a mí porque estabas bloqueado! ―exclamé en un tono un poco más alto de lo normal. Me estaba poniendo a la defensiva y eso no era bueno
para mi imagen. Respiré intentando aplacar las náuseas que me vinieron de repente―. Tú viniste a mí y me pediste que te ayudara. Te dije que lo intentaría pero que andaba metida en muchas cosas y tendría que sacar tiempo. ¡No daba más de mí! Cuando pude revisé tu idea y le di otra perspectiva. Te dije que estaba bien y que solo le hacía falta un toque innovador. Yo no sabía que se iban a ir a la competencia sin haber escuchado tu propuesta. ―Me dolía terriblemente la cabeza y el estómago cada vez estaba más revuelto, pero me mantuve firme y todo lo serena que podía dadas las circunstancias.
―¿Y qué me dices de Roncato? ―preguntó Britt con la mirada fija en mí.
―He estado trabajando en la idea de Roncato día y noche ―”tú lo sabes mejor que nadie”, pensé, pero no podía decir aquello allí sin hacer pública nuestra
relación―. Ese expediente no ha tocado otras manos que las mías en el tiempo que llevo con él. Usted, señorita Pierce le pidió a Madeleine que me lo diera a mí y yo
he sido fiel al cliente y a HP dando lo mejor que tenía para ellos y para usted ―dije con doble intención―. No he hablado con nadie de la cuenta de Roncato salvo con
personal de Heartstone Pierce Publicity, por lo tanto, no entiendo cómo es posible que mi idea haya podido llegar a manos de otra empresa.
―Y tú, que has tenido contacto con las tres cuentas implicadas, no has sido ¿verdad? ―insinuó maliciosamente.
Contuve el aliento al escuchar las palabras de Britt. ¿De verdad había dado a entender que yo podía haber vendido las ideas? “Tranquilízate, Santana. No será
beneficioso para ti si te levantas y le arrancas la cabeza a este gilipollas”, dijo mi yo interior tratando de serenarme. Ella no se pondría de mi parte tan rápidamente, debía ser imparcial, pero el simple hecho de que sugiriera tal cosa era motivo más que suficiente para que me enfadara de verdad.
―La duda ofende, señorita. Si de verdad cree que ha sido cosa mía, no lucharé contra usted. Haga lo que crea conveniente. Yo tengo la conciencia bien limpia sabiendo que he dado todo de mí el tiempo que he estado en esta empresa. No sería ésta la primera vez que se pone en duda mi palabra y creo que no lo merezco. ―Me puse en pie con intenciones de salir de allí antes de vomitar en los lustrosos zapatos de Drew Mellers.
―¡Siéntese, Lopez ―gritó Britt.
Me quedé tan estupefacta con su alarido que no fui capaz de moverme. Me senté lentamente sin apartar la mirada de las chispas que despedían sus ojos azules y
esperé al golpe de gracia, pero éste no llegó. Britt le dijo algo a Madeleine y luego se volvió hacia los presentes.
―Se va a abrir una investigación sobre lo ocurrido con las tres cuentas. Les sugiero a todos que faciliten el trabajo de los investigadores o más de uno acabará este verano lavando coches en las esquinas de Queens. Pueden marcharse.
Todos salieron de allí silenciosamente. Britt hablaba con Madeleine y Mellers y ni se percató de cuando me marché, o eso pensé yo.
Eran las siete y media de la tarde cuando salí del edificio. La cabeza me iba a estallar y el estómago me rugía de hambre al mismo tiempo que se revolvía de angustia.
Pero a pesar de saber que el mejor sitio para curarme de aquellas molestias era en la bañera de mi casa, con agua caliente hasta el cuello, no tenía ganas de ir. Además, le había prometido a Britt que dormiría en su apartamento, pero después de lo ocurrido aquella tarde era mejor que no nos viéramos en unos días.
Necesitaba hablar con alguien de lo sucedido, alguien que me dijera que Brittany Heartstone Pierce se había comportado como una capullo, así que casi sin quererlo, me vi delante del bloque de apartamentos de Rachel.
―Qué sorpresa. ¿A qué se debe tan grata visita a estas horas?
La miré con ojos de corderito y las lágrimas vinieron a mí al instante. Le conté todo lo que había pasado ese día sin detenerme mucho en el encuentro en su despacho.
Vomité violentamente en el baño y continué con la narración mucho más tranquila. Pero cuando llegué a la parte de la reunión me puse furiosa y deseé tener delante a aquella malnacida para darle un puñetazo en su preciosa cara.
Como invocado por alguna fuerza extraña de la naturaleza, mi móvil comenzó a sonar. En la pantalla aparecía claramente su nombre y cuando lo vi estrellé el aparato contra el colchón de la cama de Rachel.
―Habla con Ella, San. A lo mejor solo estaba haciendo un papel delante de la gente. No puede tratarte de forma diferente a como lo haría con cualquier otro de la empresa que estuviera mezclado así en tres marrones de ese tipo.
―¡No quiero hablar con ella! ¡La odio! ―grité tapándome la cara con la almohada.
―Eso no es cierto, y lo sabes. San piensa que estás muy susceptible por las hormonas y toda esa parafernalia del embarazo. No eres objetiva con ella ―dijo Rachel intentando calmarme.
―Es que no sabes cómo me he sentido delante de la gente de la empresa. Me ha tratado como a una ladrona, me ha puesto en evidencia ayudado por los dos idiotas que yo creía compañeros míos. Vaya ilusa, tonta y ciega que soy ―El móvil volvió a sonar de nuevo pero no me hizo falta saber quién era. No respondí, directamente lo apagué.
―Harás que se preocupe.
―Que le den.
―Santana…
―Si quiere saber dónde estoy solo tiene que contactar con uno de sus gorilas y ellos se lo dirán. Me siguen a todas partes.
Pero aquella vez no había gorilas cuando salí del apartamento de Rachel. Miré a derecha e izquierda de la calle pero nada. Era ya tarde y últimamente no estaba
acostumbrada a andar sola aunque mi casa estuviera cerca.
―No seas tonta, Santana ―me dije intentando restarle importancia al tembleque de mis piernas y a la sensación de ser observada desde algún punto de la inmensa
avenida.
La sirena de una ambulancia comenzó a sonar de forma inesperada justo cuando doblaba la esquina y me encaminaba hacia mi apartamento. Respiré hondo para
reponerme del sobresalto y continué la marcha. No iba a pasar nada, seguro que los de seguridad me estaban observando aunque yo no los pudiera ver.
A dos manzanas de mi edificio comencé a escuchar pasos detrás de mí que se acercaban cada vez más. No quería mirar, estaba aterrada, y era incapaz de pararme y demostrarme a mí misma que aquella sensación era solo el eco de mis miedos y de los acontecimientos pasados. Aceleré más y más hasta que fui consciente de que estaba corriendo. En cuanto visualicé mi portería sentí tal alivio que creí desfallecer.
Apresurada y con manos temblorosas saqué las llaves del bolso y tanteé en la oscuridad la cerradura de la puerta.
―Tengo que decirle a alguien que ponga una puñetera bombilla en esta entrada ―susurré tras varios intentos fallidos de acertar con la llave.
De repente, una mano me tapó la boca con violencia y algo se apoyó en mi cuerpo, estampándome contra el cristal del portal y sacando todo el aire de mis pulmones
de forma brusca.
Eran dos. Grandes, fuertes. Mientras uno me sujetaba, el otro tiró de mi bolso y desparramó su contenido en el suelo. Tras examinar rápidamente mis pertenencias, resopló y le hizo algún tipo de seña al que me tenía contra la puerta.
―¿Dónde está tu portafolios? ―preguntó el tipo con voz rasposa, algo forzada, y un aliento que dejaría fuera de combate a un toro. Presionó más mi cuerpo contra
el cristal y clavó algo en mi costado, algo punzante ―. ¡Habla! ―susurró furioso en un intento por mantener la calma y no alzar la voz.
El terror impedía que mis palabras salieran de mi boca. No sabía de qué portafolios hablaban, pero lo que estaba claro era que esos dos no eran simples ladrones. Mi cartera con 150 dólares seguía intacta en la acera. Ni la habían mirado.
El tipo que me había quitado el bolso se acercó a mí y tomó el lugar del que me sujetaba. Me separó de la puerta agarrándome por el pelo.
―¿Dónde está esa maletita que siempre llevas contigo? ―preguntó acercando su cara a la mía. Su enorme puño cerrado dibujó un arco antes de ir a parar al costado de mi cintura. Dejé salir el aire junto a un gemido y mi cuerpo cedió al dolor. Si no fuera porque seguían manteniéndome contra la puerta, habría caído de rodillas, doblada en dos.
―No sé de qué me habláis ―dije con un hilo de voz.
Los faros de un coche iluminaron la calle. Los dos tipos susurraron algo que no alcancé a escuchar y se esfumaron del mismo modo que habían llegado.
Mi cuerpo quedó libre de sujeciones y se desplomó de inmediato. Un dolor punzante palpitaba en mi frente y en mi cintura, el aire no me llegaba a los pulmones, mis manos no dejaban de temblar y era incapaz de pensar con claridad.
―¡Eh! ¡Oiga! ¿Se encuentra bien? ―gritó la voz de un hombre desde la acera de enfrente. Lo miré deshecha en llanto y asentí. Me llevé la mano a la frente y palpé
con cuidado el pequeño chichón que me estaba saliendo.
―Gracias ―susurré.
―No hay por qué darlas, señora. ¿Qué le ha pasado?
―Había dos hombres. No sé qué querían. Yo… yo no sé qué querían ―me repetí empezando a llorar de nuevo.
―¿Quiere que la lleve a algún sitio? ¿Al hospital, tal vez?
―No, gracias. Yo… vivo aquí mismo.
―¿Quiere que avise a la policía o a alguien en particular? Su teléfono parece que se ha estropeado con el golpe ―dijo ofreciéndomelo amablemente.
Hice una mueca al cogerlo y ponerme en pie y me llevé la mano al costado. Me dolía mucho. Pensé en Brit y en lo enfadada que me había sentido aquella tarde tras sus acusaciones indirectas. Pero en aquel momento solo la necesitaba a ella.
―Gracias por su ayuda. Llamaré desde casa ―dije sin fuerzas cogiendo de sus manos el bolso con mis cosas―. Estaré bien en cuanto me tome un analgésico y
duerma un rato. Muchas gracias.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Capítulo 17
Cuando me sentí a salvo tras los muros de mi casa, probé a encender el teléfono móvil. Al instante, uno, dos, tres, cuatro pitidos anunciaron mensajes de texto dejados durante el tiempo que no estuvo conectado.
Mensaje 1: “¿Dónde estás? Vendrás esta noche ¿no?”
―¡No! ―respondí al borde de las lágrimas. Fui hasta la cocina, me serví un vaso de agua y puse algunos cubitos en un paño para aplicarlos después en la frente. Mensaje 2: “Necesito hablar contigo. ¿Puedes hacer el favor de coger el maldito teléfono?”
―¡No! ―repetí adivinando el modo furioso con que habría escrito el mensaje.
Mensaje 3: “San estoy perdiendo la paciencia. ¿Dónde estás? Scott tampoco sabe nada de ti. Si no quieres hablar conmigo llámalo a él, al menos”
―No quiero hablar contigo, ni con Scott, ni con nadie ahora mismo ―le chillé al teléfono como si ella estuviera al otro lado escuchando.
Mensaje 4: “Por favor, dime que estás bien. Solo dime si estás bien. Lo demás puede esperar”.
―Estoy bien ―dije dejándome caer en el sofá derrotada por la situación que acababa de vivir y el cansancio.
Sin darme cuenta puse mis manos encima de mi vientre y tracé círculos sobre él cariñosamente. ¿Estaría bien el bebé? El golpe que me había dado aquel hijo de puta en el costado podría haber hecho que me salieran las tripas por la boca. Me acurruqué en el sofá. Tenía sueño a todas horas, pero aquella noche más. En cuanto mi
cabeza tocó la almohada me quedé irremediablemente dormida.
Unos golpes y unas voces en la escalera me despertaron. Me incorporé y estiré los doloridos músculos de mis brazos y mi espalda. El dolor del costado ya era casi inexistente pero el chichón se había hinchado pese al hielo. Oí más voces e identifiqué la inconfundible voz de la señora Malcom. Preocupada, me asomé por la mirilla y observé la escena detenidamente: Britt, Scott y dos de mis gorilas estaban alrededor de la frágil anciana. Ella les señalaba acusadoramente con un dedo y se miraba el antiguo reloj de muñeca del que no se separaba nunca. La
escena era de lo más cómica, las caras de aquellos cuatro hombretones eran un poema.
―¿Qué pasa? ―pregunté mirando a Britt a través de una escasa rendija.
―¿Puedo pasar? ―preguntó suavemente ignorando la regañina de la señora Malcom. Scott y los demás se retiraron en silencio.
―No. No creo que sea una buena idea.
―Necesito hablar contigo. Tengo que… marcharme por un tiempo ―insistió buscando mis ojos con los suyos.
―¿Dónde vas? ―pregunté sabiendo que no podía decírmelo. Suspiré agotada y abrí la puerta. Existía la posibilidad de que no volviera y, por muy enfadada que estuviera, la idea de no volverla a ver me destrozaba por dentro.
Como era de esperar, la reacción de Britt cuando vio el chichón fue furibunda. Entró en el apartamento como un ciclón y preguntó una y otra vez qué había pasado, gritando, dando vueltas por el salón mientras yo la miraba moverse como una pantera enjaulada.
―Me caí ―mentí. Bajé los ojos y me inventé una historia sobre la falta de luz de la puerta de abajo y un tropezón. Como el moretón de la cintura no era visible, resultó un accidente menor bastante creíble.
Cuando insistió en que me viera un médico, le empujé hacia la puerta para que me dejara tranquila.
―He tenido un día de mierda y lo último que necesito es pasar la noche en una sala de urgencias por un rasguño en la frente. Estoy bien, ya te lo he dicho.
Se quedó mirándome fijamente, como si pudiera ver lo que había dentro de mi cabeza. No aparté mis ojos de los suyos, tan azules y profundos, tan intimidantes.
Con evidente irritación me explicó que no había habido vigilancia aquella noche, que me había buscado y llamado después de la reunión, que le habían comunicado sus nuevas órdenes esa misma tarde y que había esperado que fuera a su casa.
―Ni una llamada, ni un mensaje, ni una puta contestación ―continuó diciendo, gritando como una energúmena. Luego respiró hondo y se relajó. Justo en ese instante su teléfono comenzaba a vibrar―. Tengo que marcharme ―soltó en voz baja pasando sus manos por el pelo alborotado.
―¿Cuánto tiempo? ―Negó con la cabeza y suspiró agotado―. Ten cuidado, por favor.
***
La visita a la ginecóloga fue como cabía esperar. Lo que no me esperaba era estar tan avanzada en mi estado.
―¡¿Tres meses?! ¿Tanto? ―le pregunté alarmada.
―¿Te sorprende?
―Bueno, un poco, la verdad ―dije algo abatida y nerviosa. Ella lo notó.
―¿Estás siendo maltratada de nuevo, Santana? ―preguntó a bocajarro. El chichón en mi frente todavía era visible y la doctora lo interpretó a su manera.
―No, no es eso. Esto fue un accidente sin importancia ―dije intentando sonar convincente.
―Entonces ¿qué sucede? Te conozco desde hace tiempo, Santana. Te he visto llorar por la pérdida en tus dos primeros embarazos y no entiendo el porqué de esa duda que veo en tus ojos ―dijo suavemente.
―Mi vida es complicada en estos momentos. La madre de mi bebe no es de las que forman una familia. Ni siquiera vivimos juntas y no sé cómo acabará esto... Y tengo miedo, mucho miedo.
***
Llegué a la oficina, me encerré en mi despacho sin hablar con nadie y, sentada en el sillón de mi mesa, giré a un lado y a otro observando los panfletos de Planificación
Familiar y ayuda a madres solteras que me había dado la doctora. Tenía tantas dudas y estaba tan aterrada que era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera la reacción de ella. A Britt no le sentaría nada bien la llegada de un hijo en nuestra actual situación pero asumiría su responsabilidad. Estaba segura de ello. “ Debe asumirla
porque si no lo hace será lo último que sepa de ella”, me dije cerrando los ojos para no ponerme a llorar.
―Necesito usar tu ordenador, ¿tienes un minuto? ―preguntó Madeleine asomando la cabeza por la puerta.
Le hice un gesto para que pasara mientras acababa con la llamada que estaba haciendo a un cliente. Estaba más tranquila y relajada. Centrarme en otras cosas me había ayudado a dejar de pensar en el futuro. Me levanté de la silla llevándome el teléfono inalámbrico al sofá de piel.
Maddy se sentó en mi lugar y comenzó a teclear. Ni siquiera me di cuenta de que cogía el panfleto que me había proporcionado la ginecóloga. Terminó de hacer sus gestiones y se marchó antes de que yo finalizara la conversación con el cliente. No sabía que aquella visita iba a cambiar el curso de mi vida una vez más.
***
Entré en el apartamento cargada de bolsas. Después de pasar el día enfrascada en mi trabajo, veía las cosas desde otra perspectiva. Era una mujer sana, capaz, y contaba con el apoyo de mi amiga Rachel que no dudaría en echarme una mano en cualquier momento. Tendría este hijo porque era lo que había deseado siempre. Lo tendría pese a la opinión de Britt.
Aproveché el momento de dicha para ir al supermercado y llenar la despensa de comida sana: ensaladas, yogures, carne, verdura variada, zumos, pasta y algún capricho de chocolate. Hasta que no empecé a meter cosas en el carrito de la compra no me di cuenta de lo vacía que había estado siempre mi nevera. Llegué a la cocina haciendo malabarismos con las bolsas, el bolso y las llaves. Podría haber dejado algo en el suelo pero me reté, tontamente, a llegar a la cocina sin soltar nada. Riendo triunfal, lo dejé todo en la encimera y fui a cerrar la puerta.
Cuando me giré para volver a la cocina casi muero de un infarto. Me quedé paralizada en medio del salón con un grito sostenido en mi garganta.
Britt estaba sentada en el sofá, vestida con una camiseta verde de manga corta, pantalones de camuflaje y unas botas de caña alta. Tenía las piernas flexionadas y los codos apoyados sobre las rodillas. Sus dedos entrecruzados sujetaban su mentón. Y sus ojos despedían chispas. Coloqué las manos en el corazón lentamente intentando
controlar el desbocado latido, pensando que si me movía rápido aquella imagen desaparecería. Pero ella seguía allí, mirándome con furia, conteniendo las ganas de ponerse a dar gritos. Le temblaba la mandíbula, la vena del cuello estaba a punto de estallarle y tenía un pequeño tic en la sien.
―¿Cómo has entrado? ―dije superada la impresión inicial. El latido de mi corazón amenazaba con ahogarme pero me serené con un suspiro y continué mi camino a la cocina.
―Tengo mis medios ―contestó tensa. Se levantó sigilosamente y me siguió al acecho.
―Podrías haberme avisado de que habías vuelto. Ha sido rápido esta vez.
―No he vuelto. Teóricamente no estoy aquí ―dijo apoyándose en el marco de la puerta. Estaba demasiado cerca y volvió a sobresaltarme.
―¿Y entonces…?
―Basta ya, por favor ―siseó apretando los dientes. Me di la vuelta y la encaré arqueando las cejas―. ¡Basta ya! Explícame por qué estoy aquí, hazlo tú para ver si suena mejor. ¡Explícamelo!
―No me grites ―dije suavemente continuando con mi labor de guardar botes en los armarios. En mi fuero interno se estaba desatando una batalla de sentimientos que no sabía si lograría controlar.
―¡Te grito si me da la gana! No puedo tener ningún respeto contigo cuando tú no me respetas a mí. ¿Creías que no me iba a enterar? ―preguntó acercándose amenazadoramente.
―¿Enterarte de qué, Britt? ―pregunté sin hacer caso a su proximidad. Notaba su calor en mi espalda.
―¿De qué? ¿Cómo puedes preguntarme de qué? Eres increíble. ¡Deja de hacer cosas y mírame! ―gritó girándome bruscamente.
―¡Déjame en paz! ―exclamé soltándome ―. No me grites y apártate de mí ―le espeté nerviosa e inmóvil. Se sorprendió al ver mi reacción y notar la tensión de mi cuerpo, e inmediatamente dio un paso atrás y resopló.
―¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada? ―preguntó en voz baja pasándose las manos repetidas veces por el pelo.
―No es asunto tuyo ―contesté en el mismo tono.
―¿Cómo puedes decir eso? ―preguntó indignada. Luego su expresión cambió. Abrió mucho los ojos y añadió―: ¿No es mío?
La miré fijamente y vi la tormenta que se desataba en su interior. ¿Cómo podía ponerlo en duda? Yo no había estado con nadie más que con ella, y lo sabía perfectamente.
Respiré varias veces, intentando serenarme para no montar una escena.
―No sé cómo puedes pensar eso.
―¿Por qué no iba a pensarlo? ―me espetó con rabia.
Mi mano voló hacía su cara y se estrelló con fuerza contra su mejilla en un movimiento que le pilló por sorpresa. No iba permitir que nadie, ni siquiera la mujer a la que amaba, insinuara ese tipo de cosas.
―No vuelvas a hacer comentarios de ese tipo delante de mí, nunca. ¡Vete de mi casa! ―grité perdiendo los nervios.
Fui a mi habitación a cambiarme de zapatos. Necesitaba distancia para pensar, pero Britt me siguió por el pasillo gritando.
―¡No voy a marcharme hasta que me aclares lo que he venido a saber! ―decía fuera de sí―. ¡Si no es de otro entonces es asunto mío y merezco una explicación!
¡¿Por qué no me lo dijiste?! ¿Cómo coño puedes decir que no es asunto mío, si es mi hijo también? ¿Cómo has podido deshacerte de mi hijo sin consultarme antes, Santana? ¿Cómo?
Fue bajando el tono de voz hasta quedar completamente en silencio. Apoyó la frente contra el marco de la puerta mientras yo lo miraba, con los ojos como platos, sentada desde la cama. Respiraba agitado intentando controlarse.
―¿Por qué piensas que me he deshecho de él? ¿Quién te ha metido esa idea en la cabeza? ―le pregunté calmadamente intentando, sin ningún éxito, controlar las lágrimas.
Britt no se movió pero vi como cerraba los ojos y cogía aire para soltarlo lentamente. ¿Alivio o frustración? No lo sabía.
Regresé al salón y me senté en el sofá. Puse mis manos encima del vientre, cerré los ojos y esperé a que se reuniera conmigo. De pronto, todas las emociones que había estado evitando, todo el agotamiento psíquico del día y todo el peso de la responsabilidad que había aceptado se apoderaron de mí y los sollozos me sacudieron el
cuerpo. No quería abrir los ojos, me negaba a abrirlos y ver la cara de espanto de Britt, o de recelo, o de reproche, o de terror. Estaba muerta de miedo.
Sentí el peso de su cuerpo cuando se sentó en el sofá. Me cogió despacio con manos temblorosas y me abrazó suavemente mientras yo seguía con mi llanto desgarrador. Me sujetó contra ella y pude oler su característico aroma. Me encantaba su olor, pero en aquella ocasión no era suficiente para calmarme.
Empezó a pasarme las manos por la espalda, suaves pero firmes. Susurraba palabras de aliento en mi pelo. Me besaba la cabeza repetidas veces y me estrechaba con fuerza. Estuvimos callados durante un buen rato hasta que los espasmos de mi cuerpo se redujeron a leves estremecimientos, y luego a hipidos silenciosos.
―Lo pensé, pensé en hacerlo. Pero la sola idea… ―sollocé inconsolable.
Ella no dijo nada, seguía callada. Alcé un poco la vista para poder verle la cara y me sorprendió ver que tenía la mirada perdida y los ojos llenos de lágrimas. Le abracé fuerte por la cintura y lloré de nuevo.
Me quedé dormida abrazada a ella. No sé cuánto tiempo llevaba en esa posición cuando abrí los ojos y vi que me miraba. La dureza de su rostro había desaparecido y en su lugar había una expresión que no había visto nunca. ¿Ternura? ¿Amor?
―¿Qué hora es? ―pregunté desorientada, entumecida y algo dolorida.
―Las seis ―dijo de inmediato―. ¿Estás bien? ¿Te duele? ―preguntó señalando mi vientre cuando vio que me ponía las manos encima.
―Oh, no, no me duele ―respondí algo avergonzada.
―¿Puedo? ―dijo acercando su mano a las mías. La miré a los ojos y vi devoción en ellos, mezclada con miedo. Le cogí la mano y la puse entre las mías, directamente en contacto con la piel de mi vientre.
―No vas a notar nada, aún es muy pronto.
―¿Cuánto tiempo…?
―Doce semanas más o menos. Tres meses.
―Tres meses ―repitió embelesada―. ¿Para cuándo se supone que nacerá?
―Mediados de septiembre, creo.
―¿Y tú cómo estás? ―preguntó acariciando la barriga. Ese movimiento me produjo escalofríos.
―Asustada. Muerta de miedo ―susurré.
―Ven ―dijo de repente atrayéndome hacia sus brazos de nuevo.
Me besó, acariciando mis labios con los suyos con la suavidad de una pluma. Fue un beso lento, lleno de promesas, dulce y agradable, pero no había intención de encender pasiones, algo harto difícil entre dos personas que hacían saltar chispas con solo mirarse.
Cuando noté que mi cuerpo reaccionaba a su contacto me aparté lentamente dando por finalizado el beso.
―Tenemos que hablar ―dije intentando recuperar el ritmo normal de mi pulso. Brit pasó las manos por su pelo y asintió cansada―. Es importante que dejemos las cosas claras antes de que alguno de los dos se haga daño.
―Ninguno se hará daño, eso te lo aseguro ―dijo poniéndose en pie y alejándose un par de pasos.
―Me refiero a daño aquí ―le expliqué tocándome el corazón. Ella me miró pero no dijo nada―. Esto es una responsabilidad muy grande que he decidido asumir por mi cuenta. Te conozco, Britt. Tú no quieres una familia, no quieres tener hijos, pero yo sí, siempre he querido ser madre. Las otras veces no fue bien…
―¿Las otras veces? ―preguntó sorprendida. Su cara de preocupación se transformó en asombro y luego frunció el ceño.
―Da igual, es una historia muy larga...
―No da igual, Santana. ¿Crees que puedes decir eso y no contarme qué pasó? Quiero saberlo.
No estaba preparada para hablar de aquella historia. Nunca lo estaría pues, en lo más profundo de mí ser, continuaba doliendo. Cerré los ojos intentando recordar cómo empezaba la versión edulcorada que tantas veces le había contado a Britt en mi mente, pero no recordaba las palabras.
―Me casé con veintitrés años ―Britt abrió los ojos como platos pero no dijo nada―. Estaba enamorada, o eso creía. Tenía sueños preciosos en los que veía a una familia feliz con un montón de niños que correteaban por nuestra casa, pero no eran sueños de los que se cumplían.
El primer año y medio fue bien, pero después las cosas se complicaron. Mi marido tenía tendencias violentas, por decirlo suavemente. Empezó a pegarme, a maltratarme, a abusar de mí sexualmente ―Cerré los ojos buscando fuerzas para no ponerme a llorar. Britt se había puesto su máscara de piedra y su expresión era
indescifrable―. Me quedé embarazada al poco de comenzar las palizas, pero dos semanas después de enterarme, en una de nuestras peleas, me dio una patada en el estómago y tuve un aborto. Él no lo sabía y no le importó mucho cuando se lo dijeron en la clínica. Ocho meses después volví a quedarme embarazada y, después de la primera experiencia, estaba dispuesta a ocultárselo, a no acercarme a él. Intenté esquivarlo todo cuanto pude, pero no fue posible. ―Respiré hondo un par de veces―.Una noche, mientras me duchaba, me acorraló en el cuarto de baño y abusó de mí todo lo que quiso. Mi propio marido me violó y me pegó hasta que estuve tendida
inconsciente en el suelo de la ducha. Perdí a mi bebé por su culpa cuando estaba de dos meses, ―dije llorando. Pero después de unas cuantas lágrimas me recuperé y seguí hasta el final―. Esa segunda vez ni se enteró de que había estado embarazada. La doctora que me atendió la primera vez, lo hizo también la segunda, y en esta
ocasión le tuve que contar todo lo que no había podido decirle la vez anterior. Me recomendó que lo denunciara, que huyera de esa casa, que me fuera con algún familiar, con algún amigo. Pero mi madre estaba enferma y Rachel andaba ocupada con su recién estrenada academia de baile. No tenía a nadie y volví a mi infierno.
»Un día Rachel se presentó en la puerta de nuestra casa y amenazó a Sam con ir a la policía. Me molió a palos por haber permitido que mi amiga se enterara de su comportamiento, pero ella cumplió su promesa y lo arrestaron. Al día siguiente estaba en la calle, y esa misma noche Rachel aparecía medio muerta en la cuneta de una
carretera ― Britt contuvo la respiración claramente afectada. Intentó decir algo, pero se contuvo para que yo terminara mi historia―. En cuanto me enteré de que la habían atropellado no dudé ni un segundo de quién era el culpable. Como pude, porque apenas me podía mover, recogí mis cosas y me largué de aquella casa para siempre. Fui al hospital en el que estaba Rachel y me ingresaron a mí también con un par de costillas rotas y contusiones graves por todo el cuerpo. A ella por poco no la salvan. Se demostró que había sido él y lo acusaron de intento de asesinato con agravante. También encontraron que trapicheaba con drogas y estaba metido en cosas sucias, así que la condena fue mayor. Él se fue a la cárcel y Lina y yo empezamos una nueva vida. Mi madre vino a vivir conmigo, pero al poco tiempo tuve que ingresarla en una residencia. Luego me quedé sola y entonces te conocí a ti. El resto de la historia ya la conoces.
―¿Cómo se llama tu exmarido? ―preguntó con un tenebroso tono de voz que me dio miedo.
―¿Por qué?
―Quiero saberlo. Dime su nombre ―me ordenó.
― Evans, Samuel Evans ―murmuré temerosa de lo que Britt pudiera hacer. Levanté la vista para verle la cara y la vi cerrar los ojos y resoplar con pesar.
―¿Por qué no me lo habías contado antes? ―preguntó dolido después de un largo silencio.
―No es algo que le vaya contando a la gente en cafeterías ¿sabes? Tú y yo no hemos mantenido una relación el suficiente tiempo como para hacerte confesiones de este tipo. Ahora las circunstancias son diferentes y…
―No me he acostado con nadie desde aquella noche del bar, hace más de dos años. Con nadie, salvo contigo ―me interrumpió.
La confesión me dejó con la boca abierta y el corazón empezó a martillearme tan fuerte contra el pecho que pensé que se me saldría.
―No quería estar con nadie que no fueras tú porque desde el primer momento que te vi sentada en la barra de aquel bar, mirando sin disimulo a la gente, me pareciste la mujer más impresionante que había visto jamás. Supe que quería algo contigo en ese mismo instante, aunque me resistí a ello. Hasta mi hermano me animó a ir tras de ti al ver cómo te miraba cuando te ibas. Olvidé mis responsabilidades con él porque si te perdía de vista nunca lograría saber quién eras. Volví a aquel bar muchas noches en esos dos años, pero nunca más apareciste. Intenté averiguar tu nombre completo, dónde vivías o a qué te dedicabas, pero no había rastro de ti. El día que apareciste en HP… ―resopló―, en el mismo instante en el que te reconocí supe que nunca te dejaría marchar. ―Mis lágrimas bañaron mis mejillas y cayeron sin contención en mis manos―. No ha sido fácil tenerte tan cerca todo el día y no poder tocarte. Cada vez que me llegan órdenes para partir se me viene el mundo encima. ¿Y si cuando
vuelva tú estás con otro? ¿Y si te pasa algo? No puedo soportar que te pase algo. ―Le temblaban las manos. Aquella mujer, con toda su fortaleza y su capacidad para esquivar balas estaba abriendo su corazón y dejándolo expuesto para que yo hiciera con él lo que me viniera en gana―. Después de la reunión, cuando te marchaste,
pensé que irías a mi apartamento. Sabía que estabas enfadada, pero creí que vendrías al menos a gritarme ―Sonrió tímidamente―, que podría verte antes de irme. Me enviaron las órdenes justo antes de entrar en la sala de juntas. Pero tú no estabas en mi casa, ni contestabas a mis llamadas, ni mis hombres te habían visto desde que
saliste de HP, así que me imaginé lo peor. Quería decirte que no tenías de qué preocuparte en el trabajo, que sabía que tú no tenías nada que ver con lo que estaba pasando. Necesitaba verte, besarte, hacerte el amor, decirte que… que te quiero, pero no tuve oportunidad ―Bajó la mirada a sus manos. Sus dedos jugaban nerviosos con un trozo de papel que había sacado de un bolsillo―. Y luego Madeleine me llamó para decirme lo que había averiguado. Que estabas embarazada y que había encontrado esto encima de tu mesa ―dijo enseñándome el papel de Planificación Familiar donde, entre otras funciones, te informaban sobre la interrupción voluntaria del embarazo―. Me volví loca, Santana , iba de camino a algún lugar en medio de la nada y me volví loca pensando en ti deshaciéndote de nuestro hijo.
―¿Cómo sabía Madeleine dónde estabas? ―pregunté por primera vez desde que había empezado a hablar.
―Madeleine forma parte de mi... familia. Es mi tía, la hermana de mi madre. Yo… yo le había pedido que te vigilara, que no te dejara hacer nada raro. Debía mantenerte ocupada con la investigación de los expedientes. No me lo podía creer, así que llamé a tu amiga Rachel y ella, sin decir nada, me dio a entender que… ―Bufó
afectada, enfadada al recordar lo que había sentido―. Dios mío, Santana, estaba dispuesta a acabar contigo con mis propias manos. ¡Es mi hijo, maldita sea! ¡Quiero una familia contigo, quiero una vida contigo! Llegados a ese punto de su discurso las lágrimas ya no me dejaban ver nada. Llevaba tanto tiempo deseando oír lo que estaba diciendo que no me lo podía creer.Me levanté del sillón y me tiré en sus brazos sin cuidado. Ella me sujetó contra su cuerpo y nos besamos tan desesperadamente que a los pocos segundos jadeábamos,
hambrientos la una por la otra. Le quité la camiseta por la cabeza, fijándome por primera vez en las placas de identificación que llevaba colgadas del cuello. Mis manos volaron por su torso mientras las suyas me tocaban con delicadeza y adoración, sin prisas.
―Te quiero, Santana Lopez ―dijo cogiéndome la cabeza con ambas manos para que mis besos no silenciaran sus palabras―. Cásate conmigo. Asentí varias veces llorando de felicidad. Volvimos a besarnos y a acariciarnos con devoción, amándonos por primera vez con el corazón de ambos abierto por completo.
Hicimos el amor con lentitud, explorando todos y cada uno de los rincones de nuestros cuerpos. Ella iba con cuidado, poniendo especial énfasis en mis hinchados pechos, pasando lentamente la mano por mi vientre hasta posarla en mi monte de Venus y acariciar mi clítoris con un dedo maestro que hurgó entre unos húmedos rizos púbicos. Quería más. Necesitaba más. Su lengua lamía cadenciosamente mis labios. No me dejaba besarlo, estaba cerca de enloquecer por succionarle ese labio inferior tan suculento con mi boca.
Britt me cogió en brazos y me llevó al dormitorio. Con cuidado, me depositó sobre el colchón y se desabrochó el pantalón con la mirada fija en mis ojos. Se acercó a mi cara pero no me besó. Me estremecí cuando sus labios encontraron el punto débil de mi cuello. Su lengua se arrastraba a lo largo del contorno de la oreja hasta que
pudo usarla para guiar mi lóbulo en su boca. Mordió ligeramente y un estremecimiento de placer recorrió mi interior. Ya jadeaba cuando sentí la punta de su hinchado miembro pujando por entrar en mí. Abrí mis piernas y lo envolví al mismo tiempo que ella se adentraba lentamente en mi prieta vagina, contenta de acogerlo en toda su
plenitud. Se movió rítmicamente, ni muy despacio ni tan rápido como otras veces. Nuestros cuerpos entrechocaban, emitiendo sonidos excitantes que se mezclaban con nuestros gemidos.
Mientras empezaba a sentir la llegada del éxtasis, las manos de Britt se deslizaron por mis pechos. Me dolían los pezones, se estaban haciendo grandes y la aureolas eran de un color más oscuro, nada que ver con el color sonrosado que tenían anteriormente. Hizo círculos alrededor de ellos, excitándolos, hasta que se pusieron duros
como pequeñas piedras. Su lengua rozó brevemente uno de los picos y un ramalazo de placer me hizo arquear la espalda, buscando más. Britt rió sensualmente cuando vio mi reacción y repitió el proceso con el otro pezón. Los castigó con su lengua hasta que rogué por la liberación. Era tan vertiginoso el placer que sentía que empecé a
llorar, acercándome más y más al momento en el que estallara en pedazos.
Su manera de amarme aquella noche era especial. Miró con profundidad mis ojos mientras entraba y salía de mí, una y otra vez, con exquisita lentitud. Nuestras miradas eran una cadena que nos ataba más allá de lo físico, más allá de cualquier destino. Era imposible apartar la vista de aquellos espejos azules.
Sus manos exploraban cada centímetro de mi piel con suavidad, arrancándome gemidos y suspiros que lo excitaban más todavía. Su boca besó, lamió, succionó y mordió a placer, acelerando mi ascenso a la cumbre. Su dedo pulgar recorrió mis labios entreabiertos y presionó para introducirse dentro de mi boca. Mi lengua lo lamió
con ansia y eso le arrancó unos jadeos que se unieron a los míos. Me acercaba al clímax más impresionante que había experimentado nunca.
Lo agarré del pelo, desesperada por sentirlo más y más dentro, más y más rápido, y nuestras bocas se unieron de nuevo con un apetito voraz. Nuestros cuerpos pasaron de hipnóticos y sensuales movimientos o una frenética danza que convirtió el aire a nuestro alrededor en un huracán de placeres.
Lo envolví con mis piernas, atrayéndolo más dentro de mí, y grité su nombre una y otra vez mientras ella me devoraba la boca, como si absorber mis gritos saciara su inagotable sed.
Tras un par de embestidas más ambos alcanzamos juntos el mejor orgasmo que habíamos tenido nunca. No sé cuánto tiempo estuvimos jadeando, gimiendo y estremeciéndonos sobre la cresta de la ola, pero no dejamos de tocarnos y acariciarnos como si fuera la última vez para nosotros.
Cuando nuestros pulsos se tranquilizaron me di cuenta, con asombro, de que no estaba saciada. A pesar de estar dolorida y de sentir irritación en mis pechos, continuaba anhelante, no había tenido suficiente. La detuve cuando salió de mi interior dejándome vacía.
―Britt, necesito más, por favor ―susurré dándole un sugerente beso en el cuello.
―¿Revolución hormonal? ―preguntó riéndose abiertamente. No esperó a que le contestara siquiera. Su miembro ya estaba erecto cuando se puso encima de mí y se deslizó con delicadeza―. Dios, nena, me encanta estar dentro de ti.
―Aprovecha ahora porque en unos meses estaré gorda y enorme…
―Y preciosa. Estarás preciosa ―dijo haciéndome callar como mejor sabía.
Me desperté al escuchar un ruido en la habitación que me sobresaltó. Busqué a Britt a mi lado pero la cama estaba vacía y las sábanas frías. Cerré los ojos y contuve las ganas de llorar. No me creía que se hubiera ido sin decirme nada, otra vez. Miré el reloj digital de la mesilla. Marcaba las 23:24. Otro ruido procedente del cuarto de baño me puso tensa. Luego la puerta se abrió y apareció ella, cual venus, con el pelo mojado, envuelta en una toalla y otra colgando en su cuello. Gotas de agua se acumulaban en sus hombros y caían por su torso perfecto formando riachuelos. Me relajé ante tan magnifica visión y sonreí al ver el bulto que tenía en el frontal de la toalla.
―Deberías estar dormida ―dijo secándose un poco el pelo.
―Prefiero mirarte ―contesté contoneándome sobre las arrugadas sábanas. Abrí las piernas desnudas quedando expuesta a su mirada.
Britt dejó escapar el aire y se acercó a la cama con el gesto de alguien que tiene una mala noticia que dar.
―Tengo que marcharme. Se supone que estoy en algo importante, en otro lugar. No me puedo quedar ―dijo mirándome a los ojos y viendo mi dolor reflejado.
―¿Cuánto tiempo?
―No lo sé y…
―Sí, ya sé, no puedes decirme nada ―Cerré los ojos conteniendo sin éxito las lágrimas.
―Ehhh, no llores, por favor. Volveré ¿de acuerdo? Tú, pequeña, ahora debes cuidarte y pensar en tu bienestar y el de nuestro bebé ―dijo consolándome y poniendo una mano en mi vientre―. Esto que hay aquí, con todo lo pequeño que es, es lo más grande que he hecho nunca, y no me lo voy a perder por nada del mundo. En cuanto regrese hablaremos. Hasta entonces, nada de lágrimas.
―Más te vale volver pronto ―dije acariciándole la cara con amor―, no voy a soportar estar mucho tiempo sin ti.
Sonreí entre lágrimas y pasé mi mano ligeramente por encima de la toalla. Noté el movimiento de su miembro y me relamí.
―Viciosa ―bufó quitándose la toalla.
Cuando me sentí a salvo tras los muros de mi casa, probé a encender el teléfono móvil. Al instante, uno, dos, tres, cuatro pitidos anunciaron mensajes de texto dejados durante el tiempo que no estuvo conectado.
Mensaje 1: “¿Dónde estás? Vendrás esta noche ¿no?”
―¡No! ―respondí al borde de las lágrimas. Fui hasta la cocina, me serví un vaso de agua y puse algunos cubitos en un paño para aplicarlos después en la frente. Mensaje 2: “Necesito hablar contigo. ¿Puedes hacer el favor de coger el maldito teléfono?”
―¡No! ―repetí adivinando el modo furioso con que habría escrito el mensaje.
Mensaje 3: “San estoy perdiendo la paciencia. ¿Dónde estás? Scott tampoco sabe nada de ti. Si no quieres hablar conmigo llámalo a él, al menos”
―No quiero hablar contigo, ni con Scott, ni con nadie ahora mismo ―le chillé al teléfono como si ella estuviera al otro lado escuchando.
Mensaje 4: “Por favor, dime que estás bien. Solo dime si estás bien. Lo demás puede esperar”.
―Estoy bien ―dije dejándome caer en el sofá derrotada por la situación que acababa de vivir y el cansancio.
Sin darme cuenta puse mis manos encima de mi vientre y tracé círculos sobre él cariñosamente. ¿Estaría bien el bebé? El golpe que me había dado aquel hijo de puta en el costado podría haber hecho que me salieran las tripas por la boca. Me acurruqué en el sofá. Tenía sueño a todas horas, pero aquella noche más. En cuanto mi
cabeza tocó la almohada me quedé irremediablemente dormida.
Unos golpes y unas voces en la escalera me despertaron. Me incorporé y estiré los doloridos músculos de mis brazos y mi espalda. El dolor del costado ya era casi inexistente pero el chichón se había hinchado pese al hielo. Oí más voces e identifiqué la inconfundible voz de la señora Malcom. Preocupada, me asomé por la mirilla y observé la escena detenidamente: Britt, Scott y dos de mis gorilas estaban alrededor de la frágil anciana. Ella les señalaba acusadoramente con un dedo y se miraba el antiguo reloj de muñeca del que no se separaba nunca. La
escena era de lo más cómica, las caras de aquellos cuatro hombretones eran un poema.
―¿Qué pasa? ―pregunté mirando a Britt a través de una escasa rendija.
―¿Puedo pasar? ―preguntó suavemente ignorando la regañina de la señora Malcom. Scott y los demás se retiraron en silencio.
―No. No creo que sea una buena idea.
―Necesito hablar contigo. Tengo que… marcharme por un tiempo ―insistió buscando mis ojos con los suyos.
―¿Dónde vas? ―pregunté sabiendo que no podía decírmelo. Suspiré agotada y abrí la puerta. Existía la posibilidad de que no volviera y, por muy enfadada que estuviera, la idea de no volverla a ver me destrozaba por dentro.
Como era de esperar, la reacción de Britt cuando vio el chichón fue furibunda. Entró en el apartamento como un ciclón y preguntó una y otra vez qué había pasado, gritando, dando vueltas por el salón mientras yo la miraba moverse como una pantera enjaulada.
―Me caí ―mentí. Bajé los ojos y me inventé una historia sobre la falta de luz de la puerta de abajo y un tropezón. Como el moretón de la cintura no era visible, resultó un accidente menor bastante creíble.
Cuando insistió en que me viera un médico, le empujé hacia la puerta para que me dejara tranquila.
―He tenido un día de mierda y lo último que necesito es pasar la noche en una sala de urgencias por un rasguño en la frente. Estoy bien, ya te lo he dicho.
Se quedó mirándome fijamente, como si pudiera ver lo que había dentro de mi cabeza. No aparté mis ojos de los suyos, tan azules y profundos, tan intimidantes.
Con evidente irritación me explicó que no había habido vigilancia aquella noche, que me había buscado y llamado después de la reunión, que le habían comunicado sus nuevas órdenes esa misma tarde y que había esperado que fuera a su casa.
―Ni una llamada, ni un mensaje, ni una puta contestación ―continuó diciendo, gritando como una energúmena. Luego respiró hondo y se relajó. Justo en ese instante su teléfono comenzaba a vibrar―. Tengo que marcharme ―soltó en voz baja pasando sus manos por el pelo alborotado.
―¿Cuánto tiempo? ―Negó con la cabeza y suspiró agotado―. Ten cuidado, por favor.
***
La visita a la ginecóloga fue como cabía esperar. Lo que no me esperaba era estar tan avanzada en mi estado.
―¡¿Tres meses?! ¿Tanto? ―le pregunté alarmada.
―¿Te sorprende?
―Bueno, un poco, la verdad ―dije algo abatida y nerviosa. Ella lo notó.
―¿Estás siendo maltratada de nuevo, Santana? ―preguntó a bocajarro. El chichón en mi frente todavía era visible y la doctora lo interpretó a su manera.
―No, no es eso. Esto fue un accidente sin importancia ―dije intentando sonar convincente.
―Entonces ¿qué sucede? Te conozco desde hace tiempo, Santana. Te he visto llorar por la pérdida en tus dos primeros embarazos y no entiendo el porqué de esa duda que veo en tus ojos ―dijo suavemente.
―Mi vida es complicada en estos momentos. La madre de mi bebe no es de las que forman una familia. Ni siquiera vivimos juntas y no sé cómo acabará esto... Y tengo miedo, mucho miedo.
***
Llegué a la oficina, me encerré en mi despacho sin hablar con nadie y, sentada en el sillón de mi mesa, giré a un lado y a otro observando los panfletos de Planificación
Familiar y ayuda a madres solteras que me había dado la doctora. Tenía tantas dudas y estaba tan aterrada que era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera la reacción de ella. A Britt no le sentaría nada bien la llegada de un hijo en nuestra actual situación pero asumiría su responsabilidad. Estaba segura de ello. “ Debe asumirla
porque si no lo hace será lo último que sepa de ella”, me dije cerrando los ojos para no ponerme a llorar.
―Necesito usar tu ordenador, ¿tienes un minuto? ―preguntó Madeleine asomando la cabeza por la puerta.
Le hice un gesto para que pasara mientras acababa con la llamada que estaba haciendo a un cliente. Estaba más tranquila y relajada. Centrarme en otras cosas me había ayudado a dejar de pensar en el futuro. Me levanté de la silla llevándome el teléfono inalámbrico al sofá de piel.
Maddy se sentó en mi lugar y comenzó a teclear. Ni siquiera me di cuenta de que cogía el panfleto que me había proporcionado la ginecóloga. Terminó de hacer sus gestiones y se marchó antes de que yo finalizara la conversación con el cliente. No sabía que aquella visita iba a cambiar el curso de mi vida una vez más.
***
Entré en el apartamento cargada de bolsas. Después de pasar el día enfrascada en mi trabajo, veía las cosas desde otra perspectiva. Era una mujer sana, capaz, y contaba con el apoyo de mi amiga Rachel que no dudaría en echarme una mano en cualquier momento. Tendría este hijo porque era lo que había deseado siempre. Lo tendría pese a la opinión de Britt.
Aproveché el momento de dicha para ir al supermercado y llenar la despensa de comida sana: ensaladas, yogures, carne, verdura variada, zumos, pasta y algún capricho de chocolate. Hasta que no empecé a meter cosas en el carrito de la compra no me di cuenta de lo vacía que había estado siempre mi nevera. Llegué a la cocina haciendo malabarismos con las bolsas, el bolso y las llaves. Podría haber dejado algo en el suelo pero me reté, tontamente, a llegar a la cocina sin soltar nada. Riendo triunfal, lo dejé todo en la encimera y fui a cerrar la puerta.
Cuando me giré para volver a la cocina casi muero de un infarto. Me quedé paralizada en medio del salón con un grito sostenido en mi garganta.
Britt estaba sentada en el sofá, vestida con una camiseta verde de manga corta, pantalones de camuflaje y unas botas de caña alta. Tenía las piernas flexionadas y los codos apoyados sobre las rodillas. Sus dedos entrecruzados sujetaban su mentón. Y sus ojos despedían chispas. Coloqué las manos en el corazón lentamente intentando
controlar el desbocado latido, pensando que si me movía rápido aquella imagen desaparecería. Pero ella seguía allí, mirándome con furia, conteniendo las ganas de ponerse a dar gritos. Le temblaba la mandíbula, la vena del cuello estaba a punto de estallarle y tenía un pequeño tic en la sien.
―¿Cómo has entrado? ―dije superada la impresión inicial. El latido de mi corazón amenazaba con ahogarme pero me serené con un suspiro y continué mi camino a la cocina.
―Tengo mis medios ―contestó tensa. Se levantó sigilosamente y me siguió al acecho.
―Podrías haberme avisado de que habías vuelto. Ha sido rápido esta vez.
―No he vuelto. Teóricamente no estoy aquí ―dijo apoyándose en el marco de la puerta. Estaba demasiado cerca y volvió a sobresaltarme.
―¿Y entonces…?
―Basta ya, por favor ―siseó apretando los dientes. Me di la vuelta y la encaré arqueando las cejas―. ¡Basta ya! Explícame por qué estoy aquí, hazlo tú para ver si suena mejor. ¡Explícamelo!
―No me grites ―dije suavemente continuando con mi labor de guardar botes en los armarios. En mi fuero interno se estaba desatando una batalla de sentimientos que no sabía si lograría controlar.
―¡Te grito si me da la gana! No puedo tener ningún respeto contigo cuando tú no me respetas a mí. ¿Creías que no me iba a enterar? ―preguntó acercándose amenazadoramente.
―¿Enterarte de qué, Britt? ―pregunté sin hacer caso a su proximidad. Notaba su calor en mi espalda.
―¿De qué? ¿Cómo puedes preguntarme de qué? Eres increíble. ¡Deja de hacer cosas y mírame! ―gritó girándome bruscamente.
―¡Déjame en paz! ―exclamé soltándome ―. No me grites y apártate de mí ―le espeté nerviosa e inmóvil. Se sorprendió al ver mi reacción y notar la tensión de mi cuerpo, e inmediatamente dio un paso atrás y resopló.
―¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada? ―preguntó en voz baja pasándose las manos repetidas veces por el pelo.
―No es asunto tuyo ―contesté en el mismo tono.
―¿Cómo puedes decir eso? ―preguntó indignada. Luego su expresión cambió. Abrió mucho los ojos y añadió―: ¿No es mío?
La miré fijamente y vi la tormenta que se desataba en su interior. ¿Cómo podía ponerlo en duda? Yo no había estado con nadie más que con ella, y lo sabía perfectamente.
Respiré varias veces, intentando serenarme para no montar una escena.
―No sé cómo puedes pensar eso.
―¿Por qué no iba a pensarlo? ―me espetó con rabia.
Mi mano voló hacía su cara y se estrelló con fuerza contra su mejilla en un movimiento que le pilló por sorpresa. No iba permitir que nadie, ni siquiera la mujer a la que amaba, insinuara ese tipo de cosas.
―No vuelvas a hacer comentarios de ese tipo delante de mí, nunca. ¡Vete de mi casa! ―grité perdiendo los nervios.
Fui a mi habitación a cambiarme de zapatos. Necesitaba distancia para pensar, pero Britt me siguió por el pasillo gritando.
―¡No voy a marcharme hasta que me aclares lo que he venido a saber! ―decía fuera de sí―. ¡Si no es de otro entonces es asunto mío y merezco una explicación!
¡¿Por qué no me lo dijiste?! ¿Cómo coño puedes decir que no es asunto mío, si es mi hijo también? ¿Cómo has podido deshacerte de mi hijo sin consultarme antes, Santana? ¿Cómo?
Fue bajando el tono de voz hasta quedar completamente en silencio. Apoyó la frente contra el marco de la puerta mientras yo lo miraba, con los ojos como platos, sentada desde la cama. Respiraba agitado intentando controlarse.
―¿Por qué piensas que me he deshecho de él? ¿Quién te ha metido esa idea en la cabeza? ―le pregunté calmadamente intentando, sin ningún éxito, controlar las lágrimas.
Britt no se movió pero vi como cerraba los ojos y cogía aire para soltarlo lentamente. ¿Alivio o frustración? No lo sabía.
Regresé al salón y me senté en el sofá. Puse mis manos encima del vientre, cerré los ojos y esperé a que se reuniera conmigo. De pronto, todas las emociones que había estado evitando, todo el agotamiento psíquico del día y todo el peso de la responsabilidad que había aceptado se apoderaron de mí y los sollozos me sacudieron el
cuerpo. No quería abrir los ojos, me negaba a abrirlos y ver la cara de espanto de Britt, o de recelo, o de reproche, o de terror. Estaba muerta de miedo.
Sentí el peso de su cuerpo cuando se sentó en el sofá. Me cogió despacio con manos temblorosas y me abrazó suavemente mientras yo seguía con mi llanto desgarrador. Me sujetó contra ella y pude oler su característico aroma. Me encantaba su olor, pero en aquella ocasión no era suficiente para calmarme.
Empezó a pasarme las manos por la espalda, suaves pero firmes. Susurraba palabras de aliento en mi pelo. Me besaba la cabeza repetidas veces y me estrechaba con fuerza. Estuvimos callados durante un buen rato hasta que los espasmos de mi cuerpo se redujeron a leves estremecimientos, y luego a hipidos silenciosos.
―Lo pensé, pensé en hacerlo. Pero la sola idea… ―sollocé inconsolable.
Ella no dijo nada, seguía callada. Alcé un poco la vista para poder verle la cara y me sorprendió ver que tenía la mirada perdida y los ojos llenos de lágrimas. Le abracé fuerte por la cintura y lloré de nuevo.
Me quedé dormida abrazada a ella. No sé cuánto tiempo llevaba en esa posición cuando abrí los ojos y vi que me miraba. La dureza de su rostro había desaparecido y en su lugar había una expresión que no había visto nunca. ¿Ternura? ¿Amor?
―¿Qué hora es? ―pregunté desorientada, entumecida y algo dolorida.
―Las seis ―dijo de inmediato―. ¿Estás bien? ¿Te duele? ―preguntó señalando mi vientre cuando vio que me ponía las manos encima.
―Oh, no, no me duele ―respondí algo avergonzada.
―¿Puedo? ―dijo acercando su mano a las mías. La miré a los ojos y vi devoción en ellos, mezclada con miedo. Le cogí la mano y la puse entre las mías, directamente en contacto con la piel de mi vientre.
―No vas a notar nada, aún es muy pronto.
―¿Cuánto tiempo…?
―Doce semanas más o menos. Tres meses.
―Tres meses ―repitió embelesada―. ¿Para cuándo se supone que nacerá?
―Mediados de septiembre, creo.
―¿Y tú cómo estás? ―preguntó acariciando la barriga. Ese movimiento me produjo escalofríos.
―Asustada. Muerta de miedo ―susurré.
―Ven ―dijo de repente atrayéndome hacia sus brazos de nuevo.
Me besó, acariciando mis labios con los suyos con la suavidad de una pluma. Fue un beso lento, lleno de promesas, dulce y agradable, pero no había intención de encender pasiones, algo harto difícil entre dos personas que hacían saltar chispas con solo mirarse.
Cuando noté que mi cuerpo reaccionaba a su contacto me aparté lentamente dando por finalizado el beso.
―Tenemos que hablar ―dije intentando recuperar el ritmo normal de mi pulso. Brit pasó las manos por su pelo y asintió cansada―. Es importante que dejemos las cosas claras antes de que alguno de los dos se haga daño.
―Ninguno se hará daño, eso te lo aseguro ―dijo poniéndose en pie y alejándose un par de pasos.
―Me refiero a daño aquí ―le expliqué tocándome el corazón. Ella me miró pero no dijo nada―. Esto es una responsabilidad muy grande que he decidido asumir por mi cuenta. Te conozco, Britt. Tú no quieres una familia, no quieres tener hijos, pero yo sí, siempre he querido ser madre. Las otras veces no fue bien…
―¿Las otras veces? ―preguntó sorprendida. Su cara de preocupación se transformó en asombro y luego frunció el ceño.
―Da igual, es una historia muy larga...
―No da igual, Santana. ¿Crees que puedes decir eso y no contarme qué pasó? Quiero saberlo.
No estaba preparada para hablar de aquella historia. Nunca lo estaría pues, en lo más profundo de mí ser, continuaba doliendo. Cerré los ojos intentando recordar cómo empezaba la versión edulcorada que tantas veces le había contado a Britt en mi mente, pero no recordaba las palabras.
―Me casé con veintitrés años ―Britt abrió los ojos como platos pero no dijo nada―. Estaba enamorada, o eso creía. Tenía sueños preciosos en los que veía a una familia feliz con un montón de niños que correteaban por nuestra casa, pero no eran sueños de los que se cumplían.
El primer año y medio fue bien, pero después las cosas se complicaron. Mi marido tenía tendencias violentas, por decirlo suavemente. Empezó a pegarme, a maltratarme, a abusar de mí sexualmente ―Cerré los ojos buscando fuerzas para no ponerme a llorar. Britt se había puesto su máscara de piedra y su expresión era
indescifrable―. Me quedé embarazada al poco de comenzar las palizas, pero dos semanas después de enterarme, en una de nuestras peleas, me dio una patada en el estómago y tuve un aborto. Él no lo sabía y no le importó mucho cuando se lo dijeron en la clínica. Ocho meses después volví a quedarme embarazada y, después de la primera experiencia, estaba dispuesta a ocultárselo, a no acercarme a él. Intenté esquivarlo todo cuanto pude, pero no fue posible. ―Respiré hondo un par de veces―.Una noche, mientras me duchaba, me acorraló en el cuarto de baño y abusó de mí todo lo que quiso. Mi propio marido me violó y me pegó hasta que estuve tendida
inconsciente en el suelo de la ducha. Perdí a mi bebé por su culpa cuando estaba de dos meses, ―dije llorando. Pero después de unas cuantas lágrimas me recuperé y seguí hasta el final―. Esa segunda vez ni se enteró de que había estado embarazada. La doctora que me atendió la primera vez, lo hizo también la segunda, y en esta
ocasión le tuve que contar todo lo que no había podido decirle la vez anterior. Me recomendó que lo denunciara, que huyera de esa casa, que me fuera con algún familiar, con algún amigo. Pero mi madre estaba enferma y Rachel andaba ocupada con su recién estrenada academia de baile. No tenía a nadie y volví a mi infierno.
»Un día Rachel se presentó en la puerta de nuestra casa y amenazó a Sam con ir a la policía. Me molió a palos por haber permitido que mi amiga se enterara de su comportamiento, pero ella cumplió su promesa y lo arrestaron. Al día siguiente estaba en la calle, y esa misma noche Rachel aparecía medio muerta en la cuneta de una
carretera ― Britt contuvo la respiración claramente afectada. Intentó decir algo, pero se contuvo para que yo terminara mi historia―. En cuanto me enteré de que la habían atropellado no dudé ni un segundo de quién era el culpable. Como pude, porque apenas me podía mover, recogí mis cosas y me largué de aquella casa para siempre. Fui al hospital en el que estaba Rachel y me ingresaron a mí también con un par de costillas rotas y contusiones graves por todo el cuerpo. A ella por poco no la salvan. Se demostró que había sido él y lo acusaron de intento de asesinato con agravante. También encontraron que trapicheaba con drogas y estaba metido en cosas sucias, así que la condena fue mayor. Él se fue a la cárcel y Lina y yo empezamos una nueva vida. Mi madre vino a vivir conmigo, pero al poco tiempo tuve que ingresarla en una residencia. Luego me quedé sola y entonces te conocí a ti. El resto de la historia ya la conoces.
―¿Cómo se llama tu exmarido? ―preguntó con un tenebroso tono de voz que me dio miedo.
―¿Por qué?
―Quiero saberlo. Dime su nombre ―me ordenó.
― Evans, Samuel Evans ―murmuré temerosa de lo que Britt pudiera hacer. Levanté la vista para verle la cara y la vi cerrar los ojos y resoplar con pesar.
―¿Por qué no me lo habías contado antes? ―preguntó dolido después de un largo silencio.
―No es algo que le vaya contando a la gente en cafeterías ¿sabes? Tú y yo no hemos mantenido una relación el suficiente tiempo como para hacerte confesiones de este tipo. Ahora las circunstancias son diferentes y…
―No me he acostado con nadie desde aquella noche del bar, hace más de dos años. Con nadie, salvo contigo ―me interrumpió.
La confesión me dejó con la boca abierta y el corazón empezó a martillearme tan fuerte contra el pecho que pensé que se me saldría.
―No quería estar con nadie que no fueras tú porque desde el primer momento que te vi sentada en la barra de aquel bar, mirando sin disimulo a la gente, me pareciste la mujer más impresionante que había visto jamás. Supe que quería algo contigo en ese mismo instante, aunque me resistí a ello. Hasta mi hermano me animó a ir tras de ti al ver cómo te miraba cuando te ibas. Olvidé mis responsabilidades con él porque si te perdía de vista nunca lograría saber quién eras. Volví a aquel bar muchas noches en esos dos años, pero nunca más apareciste. Intenté averiguar tu nombre completo, dónde vivías o a qué te dedicabas, pero no había rastro de ti. El día que apareciste en HP… ―resopló―, en el mismo instante en el que te reconocí supe que nunca te dejaría marchar. ―Mis lágrimas bañaron mis mejillas y cayeron sin contención en mis manos―. No ha sido fácil tenerte tan cerca todo el día y no poder tocarte. Cada vez que me llegan órdenes para partir se me viene el mundo encima. ¿Y si cuando
vuelva tú estás con otro? ¿Y si te pasa algo? No puedo soportar que te pase algo. ―Le temblaban las manos. Aquella mujer, con toda su fortaleza y su capacidad para esquivar balas estaba abriendo su corazón y dejándolo expuesto para que yo hiciera con él lo que me viniera en gana―. Después de la reunión, cuando te marchaste,
pensé que irías a mi apartamento. Sabía que estabas enfadada, pero creí que vendrías al menos a gritarme ―Sonrió tímidamente―, que podría verte antes de irme. Me enviaron las órdenes justo antes de entrar en la sala de juntas. Pero tú no estabas en mi casa, ni contestabas a mis llamadas, ni mis hombres te habían visto desde que
saliste de HP, así que me imaginé lo peor. Quería decirte que no tenías de qué preocuparte en el trabajo, que sabía que tú no tenías nada que ver con lo que estaba pasando. Necesitaba verte, besarte, hacerte el amor, decirte que… que te quiero, pero no tuve oportunidad ―Bajó la mirada a sus manos. Sus dedos jugaban nerviosos con un trozo de papel que había sacado de un bolsillo―. Y luego Madeleine me llamó para decirme lo que había averiguado. Que estabas embarazada y que había encontrado esto encima de tu mesa ―dijo enseñándome el papel de Planificación Familiar donde, entre otras funciones, te informaban sobre la interrupción voluntaria del embarazo―. Me volví loca, Santana , iba de camino a algún lugar en medio de la nada y me volví loca pensando en ti deshaciéndote de nuestro hijo.
―¿Cómo sabía Madeleine dónde estabas? ―pregunté por primera vez desde que había empezado a hablar.
―Madeleine forma parte de mi... familia. Es mi tía, la hermana de mi madre. Yo… yo le había pedido que te vigilara, que no te dejara hacer nada raro. Debía mantenerte ocupada con la investigación de los expedientes. No me lo podía creer, así que llamé a tu amiga Rachel y ella, sin decir nada, me dio a entender que… ―Bufó
afectada, enfadada al recordar lo que había sentido―. Dios mío, Santana, estaba dispuesta a acabar contigo con mis propias manos. ¡Es mi hijo, maldita sea! ¡Quiero una familia contigo, quiero una vida contigo! Llegados a ese punto de su discurso las lágrimas ya no me dejaban ver nada. Llevaba tanto tiempo deseando oír lo que estaba diciendo que no me lo podía creer.Me levanté del sillón y me tiré en sus brazos sin cuidado. Ella me sujetó contra su cuerpo y nos besamos tan desesperadamente que a los pocos segundos jadeábamos,
hambrientos la una por la otra. Le quité la camiseta por la cabeza, fijándome por primera vez en las placas de identificación que llevaba colgadas del cuello. Mis manos volaron por su torso mientras las suyas me tocaban con delicadeza y adoración, sin prisas.
―Te quiero, Santana Lopez ―dijo cogiéndome la cabeza con ambas manos para que mis besos no silenciaran sus palabras―. Cásate conmigo. Asentí varias veces llorando de felicidad. Volvimos a besarnos y a acariciarnos con devoción, amándonos por primera vez con el corazón de ambos abierto por completo.
Hicimos el amor con lentitud, explorando todos y cada uno de los rincones de nuestros cuerpos. Ella iba con cuidado, poniendo especial énfasis en mis hinchados pechos, pasando lentamente la mano por mi vientre hasta posarla en mi monte de Venus y acariciar mi clítoris con un dedo maestro que hurgó entre unos húmedos rizos púbicos. Quería más. Necesitaba más. Su lengua lamía cadenciosamente mis labios. No me dejaba besarlo, estaba cerca de enloquecer por succionarle ese labio inferior tan suculento con mi boca.
Britt me cogió en brazos y me llevó al dormitorio. Con cuidado, me depositó sobre el colchón y se desabrochó el pantalón con la mirada fija en mis ojos. Se acercó a mi cara pero no me besó. Me estremecí cuando sus labios encontraron el punto débil de mi cuello. Su lengua se arrastraba a lo largo del contorno de la oreja hasta que
pudo usarla para guiar mi lóbulo en su boca. Mordió ligeramente y un estremecimiento de placer recorrió mi interior. Ya jadeaba cuando sentí la punta de su hinchado miembro pujando por entrar en mí. Abrí mis piernas y lo envolví al mismo tiempo que ella se adentraba lentamente en mi prieta vagina, contenta de acogerlo en toda su
plenitud. Se movió rítmicamente, ni muy despacio ni tan rápido como otras veces. Nuestros cuerpos entrechocaban, emitiendo sonidos excitantes que se mezclaban con nuestros gemidos.
Mientras empezaba a sentir la llegada del éxtasis, las manos de Britt se deslizaron por mis pechos. Me dolían los pezones, se estaban haciendo grandes y la aureolas eran de un color más oscuro, nada que ver con el color sonrosado que tenían anteriormente. Hizo círculos alrededor de ellos, excitándolos, hasta que se pusieron duros
como pequeñas piedras. Su lengua rozó brevemente uno de los picos y un ramalazo de placer me hizo arquear la espalda, buscando más. Britt rió sensualmente cuando vio mi reacción y repitió el proceso con el otro pezón. Los castigó con su lengua hasta que rogué por la liberación. Era tan vertiginoso el placer que sentía que empecé a
llorar, acercándome más y más al momento en el que estallara en pedazos.
Su manera de amarme aquella noche era especial. Miró con profundidad mis ojos mientras entraba y salía de mí, una y otra vez, con exquisita lentitud. Nuestras miradas eran una cadena que nos ataba más allá de lo físico, más allá de cualquier destino. Era imposible apartar la vista de aquellos espejos azules.
Sus manos exploraban cada centímetro de mi piel con suavidad, arrancándome gemidos y suspiros que lo excitaban más todavía. Su boca besó, lamió, succionó y mordió a placer, acelerando mi ascenso a la cumbre. Su dedo pulgar recorrió mis labios entreabiertos y presionó para introducirse dentro de mi boca. Mi lengua lo lamió
con ansia y eso le arrancó unos jadeos que se unieron a los míos. Me acercaba al clímax más impresionante que había experimentado nunca.
Lo agarré del pelo, desesperada por sentirlo más y más dentro, más y más rápido, y nuestras bocas se unieron de nuevo con un apetito voraz. Nuestros cuerpos pasaron de hipnóticos y sensuales movimientos o una frenética danza que convirtió el aire a nuestro alrededor en un huracán de placeres.
Lo envolví con mis piernas, atrayéndolo más dentro de mí, y grité su nombre una y otra vez mientras ella me devoraba la boca, como si absorber mis gritos saciara su inagotable sed.
Tras un par de embestidas más ambos alcanzamos juntos el mejor orgasmo que habíamos tenido nunca. No sé cuánto tiempo estuvimos jadeando, gimiendo y estremeciéndonos sobre la cresta de la ola, pero no dejamos de tocarnos y acariciarnos como si fuera la última vez para nosotros.
Cuando nuestros pulsos se tranquilizaron me di cuenta, con asombro, de que no estaba saciada. A pesar de estar dolorida y de sentir irritación en mis pechos, continuaba anhelante, no había tenido suficiente. La detuve cuando salió de mi interior dejándome vacía.
―Britt, necesito más, por favor ―susurré dándole un sugerente beso en el cuello.
―¿Revolución hormonal? ―preguntó riéndose abiertamente. No esperó a que le contestara siquiera. Su miembro ya estaba erecto cuando se puso encima de mí y se deslizó con delicadeza―. Dios, nena, me encanta estar dentro de ti.
―Aprovecha ahora porque en unos meses estaré gorda y enorme…
―Y preciosa. Estarás preciosa ―dijo haciéndome callar como mejor sabía.
Me desperté al escuchar un ruido en la habitación que me sobresaltó. Busqué a Britt a mi lado pero la cama estaba vacía y las sábanas frías. Cerré los ojos y contuve las ganas de llorar. No me creía que se hubiera ido sin decirme nada, otra vez. Miré el reloj digital de la mesilla. Marcaba las 23:24. Otro ruido procedente del cuarto de baño me puso tensa. Luego la puerta se abrió y apareció ella, cual venus, con el pelo mojado, envuelta en una toalla y otra colgando en su cuello. Gotas de agua se acumulaban en sus hombros y caían por su torso perfecto formando riachuelos. Me relajé ante tan magnifica visión y sonreí al ver el bulto que tenía en el frontal de la toalla.
―Deberías estar dormida ―dijo secándose un poco el pelo.
―Prefiero mirarte ―contesté contoneándome sobre las arrugadas sábanas. Abrí las piernas desnudas quedando expuesta a su mirada.
Britt dejó escapar el aire y se acercó a la cama con el gesto de alguien que tiene una mala noticia que dar.
―Tengo que marcharme. Se supone que estoy en algo importante, en otro lugar. No me puedo quedar ―dijo mirándome a los ojos y viendo mi dolor reflejado.
―¿Cuánto tiempo?
―No lo sé y…
―Sí, ya sé, no puedes decirme nada ―Cerré los ojos conteniendo sin éxito las lágrimas.
―Ehhh, no llores, por favor. Volveré ¿de acuerdo? Tú, pequeña, ahora debes cuidarte y pensar en tu bienestar y el de nuestro bebé ―dijo consolándome y poniendo una mano en mi vientre―. Esto que hay aquí, con todo lo pequeño que es, es lo más grande que he hecho nunca, y no me lo voy a perder por nada del mundo. En cuanto regrese hablaremos. Hasta entonces, nada de lágrimas.
―Más te vale volver pronto ―dije acariciándole la cara con amor―, no voy a soportar estar mucho tiempo sin ti.
Sonreí entre lágrimas y pasé mi mano ligeramente por encima de la toalla. Noté el movimiento de su miembro y me relamí.
―Viciosa ―bufó quitándose la toalla.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Edad : 43
Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Y comienza la siguiente ronda.
Al fin, britt supo que sera padre
Saludos
Al fin, britt supo que sera padre
Saludos
JanethValenciaaf********- - Mensajes : 659
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Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
JanethValenciaaf El Jue Ene 14, 2016 11:21 Pm Y comienza la siguiente ronda. Al fin, britt supo que sera padre Saludos escribió:
Sip ahora lo sabe pero viene algo interesante. gracias por comentar y seguir la historia Aqui dejo dos capitulos mas
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
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Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Capítulo 18
Los primeros días que anunciaron el mes de mayo lo hicieron con un calor sofocante que se agravaba con la explosión hormonal que estaba sucediendo en mi cuerpo.
Hice balance del estado de mi vida y me sorprendí viendo que, pese a las circunstancias, era feliz. Y no se podía decir que dichas circunstancias fueran muy ventajosas: alguien, que seguía suelto, me había atacado, amenazado y había intentado asesinar a mi mejor amiga; estaban investigando, uno a uno, a todos los empleados de HP y, pese a que contaba con la plena confianza de la jefa, no estaba exenta de las preguntas ni de la exhaustiva búsqueda de trapos sucios en la vida de los trabajadores. Tampoco era plato de buen gusto saber que Britt estaba perdido por algún lugar donde habría algún tipo de conflicto de guerra. Y, por último, estaba mi apresurada forma de engordar, las angustias, los vómitos, los calambres en las piernas y en los riñones, las ganas desorbitadas de comer a cualquier hora, las molestias al dormir… Mi vida no era un dechado de alegrías pero yo estaba contenta.
La mañana que fui a hacerme la ecografía de alta definición de las veinte semanas de embarazo, llegué al límite de mi paciencia con Madeleine.
Todavía no sabía nada de Britt. Hacía casi un mes que se había marchado y no tenía noticias suyas. Sin embargo, en mi fuero interno sabía que estaba bien. Tenía la sensación de que pronto volveríamos a estar juntos y eso me daba fuerzas para enfrentarme a cualquier adversidad que me asaltara en el camino. Quedaban apenas diez minutos para la reunión que tenía programada con un cliente. Llegué acalorada, contestando a las preguntas que Gillian me hacía sobre el sexo del bebé pero sin desvelar nada. Quería que Britt fuera la primera en saber lo que me habían dicho esa misma mañana.
―¿Me puedes pasar el informe que te pedí sobre mi cliente? No encuentro el maldito informe y tengo la reunión en diez minutos. ―¿Reunión? No tienes ninguna reunión. Madeleine la canceló a primera hora. Pensé que te lo había dicho ella misma.
Miré a Gillian sin decir ni media palabra. Mis ojos hablaban por sí solos mostrando la furia que bullía en mi interior. Salí del despacho apretando los puños y anduve
rápidamente hasta el despacho de aquella víbora. Me salté las normas de cortesía y abrí la puerta sin llamar. Allí estaba ella, sentada sobre su majestuoso sillón negro de piel, con sus perfectas piernas cruzadas, su perfecta apariencia sonriente y sus perfectas manos
sujetando el teléfono contra la oreja.
―¿Quién demonios te has creído que eres para cancelar la reunión con mi cliente? ―pregunté señalándola de forma amenazadora.
―La cuenta es de HP y la Directora de Cuentas soy yo. Si yo considero que se cancela una reunión, como si decido pasar el cliente a otro publicista, tú no tienes nada que decir ¿entendido? ―dijo con aquellos aires de suficiencia que me ponían enferma. Colgó el teléfono y se cruzó de brazos levantando una ceja.
―¡Y una mierda! No sé qué narices te pasa, pero estás siendo injusta conmigo y te aseguro que esto no quedará así.
―¿Ah, no? ¿Y qué harás? ¿Contárselo a Britt? ―gimoteó―. No te olvides que Britt te cree sospechosa de la venta de ideas a la competencia. Por mucho que lleves a
su hijo dentro, no dudará en pegarte una patada en el trasero ―dijo con una media sonrisa en la cara que le hubiera borrado de un guantazo.
Sorprendentemente, Britt no le había contado que sus sospechas sobre mí eran infundadas. ¿Por qué?
―¿Qué es lo que más te molesta de todo esto, Madeleine? ―pregunté sabiendo que entraba en terreno pantanoso―. Por si no te has dado cuenta, Britt me quiere y yo la quiero a ella, y ni tú ni nadie va a cambiar eso.
Madeleine sonrió de forma extraña. Había algo que no me estaba contando y me puso los pelos de punta el pensar que pudiera influir en nuestra relación ahora que al fin estábamos bien.
―Estás muy segura de todo, ¿verdad? Qué pena me das, Santana ―dijo girando lentamente en su cómodo sillón―. Por si no te has dado cuenta, Britt es una mujer de acción. Te ha dejado preñada, de acuerdo, y asumirá su responsabilidad como madre de la criatura, pero nada más. Si te ha dicho que te quiere es porque se siente presionada. Es una figura pública y el qué dirán también cuenta en los negocios que ella emprende. No hay tal amor. Antes o después, acabará esta fantasía que te has montado. Sentí como mis ojos se llenaban de lágrimas ante aquellas crueles palabras. Tuve que reconocer que hasta yo había pensado eso en alguna ocasión. Pero las ganas de llorar fueron reemplazadas por una rabia irracional cuando vi su mirada de superioridad y triunfo.
―No me gustas, Santana. Me parecías una persona con poca personalidad cuando entraste a trabajar aquí, pero hacías bien tu trabajo. Ahora que sé por qué estás en esta empresa, no pretendas que me comporte contigo como si fueras mi sobrina del alma. Pienso acabar contigo, estés embarazada o no.
Apreté los puños y me acerqué a su mesa. Compuse una expresión furibunda y, con un golpe, apoyé las manos sobre la fría y pulida madera.
―Eres una zorra ―exclamé―. ¿Qué es lo que te mueve a hacer esto? ¿Envidia? Pues que te jodan, Madeleine. Si eres una amargada que no ha pegado un polvo en su vida, no es culpa mía.
―Oh, Santana, ese lenguaje soez no te pega nada. ¿O es que acaso esa es tu verdadera cara? A Britt le gustará saber qué clase de mujer barriobajera eres ―dijo como si nada fuera con ella, mirándose la perfecta manicura de sus perfectas manos.
―Y a ti no te pega esa imagen de puta remilgada, ¿sabes? Estoy segura de que llegaste a esta empresa follándote a algún alto ejecutivo. ¿Quizás al padre de Britt?
―”¡¡Bingo!!”, pensé cuando le cambió la expresión.
Se puso de pie tan rápido que no me dio tiempo a esquivar la bofetada que me llegó. Descargó su ira contra mi cara tan fuerte, que si no llego a estar apoyada en la
mesa me hubiera tirado al suelo.
―¡Sal de aquí ahora mismo, maldita hija de puta! ¡Estás despedida! ¡Fuera! ―gritó señalando la puerta con una temblorosa mano.
―¿Qué demonios está pasando aquí? ―dijo la poderosa voz de Britt desde la misma puerta del despacho de Madeleine. Me giré rápidamente tapando la mejilla con
mi mano. Sentía la señal de sus cinco dedos latiendo en la cara.
―¡Britt! ―exclamó Madeleine alegremente mientras salía de detrás de la mesa para darle la bienvenida.
Yo seguía inmóvil, mirando la escena. Los ojos de Britt no se habían apartado de los míos. Su expresión era pétrea, la rigidez de su cuerpo era evidente.
Cuando Madeleine llegó a la puerta quiso abrazarlo, pero ella la sujetó por un brazo de forma brusca.
―He preguntado qué está pasando aquí, Madeleine, y espero una respuesta ―dijo con una voz capaz de hacer temblar al soldado más intratable.
―No ha pasado nada ―dijo con fingida tranquilidad―. Santana y yo hablábamos de una cuenta y nos hemos excedido un poco ¿no es cierto? ―me preguntó la muy
bruja con una sonrisa cómplice.
Britt volvió la mirada a mis ojos y pude ver cierto brillo de ternura en su expresión, pero solo duró unos segundos, luego volvió a transformase en una máscara de
piedra.
―¿Santana? ―preguntó esperando una explicación.
―No ha pasado nada, puedes estar tranquila ―dije hirviendo por dentro. No me pareció buena idea contarle la verdad. Aunque por su mirada, supe que no se lo
había creído―. Si me disculpáis, tengo que continuar con mi trabajo ―me excusé en voz baja poniéndome en marcha.
Al pasar por su lado me cogió de la mano y me hizo ponerme frente a ella.
―¿Estás bien? ―preguntó algo preocupado. Bajó sus ojos hasta mi barriga y lo vi tentado de poner su mano sobre ella.
―Estoy bien ―contesté brevemente sintiendo que las lágrimas corrían raudas hacia mis ojos.
Me apresuré por el pasillo para que nadie me viera desmoronarme. Gillian me preguntó algo que ni siquiera escuché con claridad. Crucé la puerta, la cerré, y me
apoyé en ella Luego me dejé caer hasta el suelo y rompí en llanto.
―Santana, déjame entrar ―ordenó la potente voz de Britt haciendo presión contra la puerta. Me levanté dolorida. No sabía cuánto tiempo llevaba allí sentada, llorando. ―¿Te encuentras bien? ―preguntó acercándose hasta tenerme delante. Me tapé la cara con las manos y un fuerte sollozo escapó de mis labios. Ella me envolvió con sus brazos, creando un lugar donde sabía que nadie me podría hacer daño nunca.
―Shhhh, no llores, pequeña ―dijo en voz baja, consolándome, y pasándome la mano por el pelo y por la espalda.
Pero yo no tenía consuelo. Mi mente y mi cuerpo habían resistido con estoicismo todas esas semanas sin verlo, pero ya no había motivos para no dar rienda suelta a
mis sentimientos y continué llorando durante largo rato mientras escuchaba aquellas palabras dulces y calmantes.
Cuando estuve un poco más tranquila, Britt me separó unos centímetros de su cuerpo y me alzó la cara para que lo mirase.
―No sabes las ganas que tenía de verte y besarte ―Acercó cariñosamente su boca y depositó un suave y sensual beso en mis labios, hinchados y calientes por el mismo llanto―. Pero esperaba verte feliz, esperaba que te alegraras de mi vuelta, y lo que me he encontrado cuando he llegado me ha dejado sin palabras. ―Apoyé la frente en su pecho y comencé a llorar de nuevo―. No llores, por favor. Voy a pensar que no te alegras de verme ―dijo con tal fingido aire de tristeza que me hizo sonreír entre lágrimas―. Eso es, ahí está mi chica. ¿Me has echado de menos? ―Asentí varias veces―. ¿Cuánto?
―Ni te lo imaginas ―respondí entre hipidos. Me pasé la lengua por los labios, resecos, y Britt contuvo el aliento―. ¿Cuándo has vuelto?
―Hace unas horas ―respondió con sus ojos fijos en mi boca―. Fui a tu apartamento pero ya te habías ido. Aproveché para ducharme y me vine a la oficina.
―Y cuando llegaste te encontraste con nuestra escena… ―dije bajando la mirada, pero ella no lo permitió. Pasó su dedo pulgar por mis labios en un sensual gesto que
me hizo estremecer.
―Me muero de ganas de hacerte el amor, Santana ―dijo con un brillo en los ojos que ya conocía―. Me muero por saborear cada centímetro de esta suave piel
―continuó deslizando un dedo por mi clavícula y bajando por el escote de mi blusa.
Mi corazón comenzó a bombear más rápido, un devastador hormigueo se inició entre mis piernas y un anhelo desenfrenado me recorrió el cuerpo de la cabeza a los
pies. Deseé que cumpliera sus palabras, que me desnudara, y que esas manos fuertes me hicieran delirar.
Me acerqué más a ella pudiendo sentir su gran erección. Bajé mi mano hasta la cremallera de su pantalón y rocé con mis dedos el bulto de su entrepierna.
―No hagas eso ―dijo silbando el aire entre los dientes―, no sé si podré contenerme mucho después de tanto tiempo, y no quiero parecer un quinceañero en su primera vez. Si he esperado estas semanas, puedo esperar unas horas más.
―Pero yo no puedo esperar ―dije sensualmente, incitándole.
Me miró sediento de sexo, resopló y echó un vistazo alrededor, como si se diera cuenta en ese momento de donde estábamos. Estaba calibrando la situación, las
opciones, las posibilidades.
―Ven aquí ―dijo llevándome con ella hasta el cómodo sofá frente a la cristalera. Me sentó delicadamente y luego fue a cerrar la puerta y a echar los estores de láminas
que nos darían algo de intimidad. Cuando se giró de nuevo, pese a la distancia que nos separaba, pude ver el brillo de sus ojos y la promesa de momentos inimaginables―. Me vas a volver loca ―Se arrodilló delante de mí―. No hay cerradura en tu puerta, así que, si entra alguien y nos pilla… ―dijo mientras deslizaba sus manos por mis piernas, por debajo de la falda, hasta llegar a las tiras laterales del tanga.
―Correremos ese riesgo, señorita Pierce ―susurré sintiendo ya los espasmos en los músculos de mi vagina.
―Ummm, ¿es correcto que las mujeres embarazadas lleven tanga, señorita Lopez?
―¿Por qué no, señorita Pierce? ―pregunté al tiempo que deslizaba la pequeña prenda íntima por mis piernas, lanzándola al otro lado del despacho.
Por un momento se quedó pensativa mirando hacia algún punto en el suelo. Me invadió una baldía sensación de pena que pronto quedó olvidada cuando sus manos
comenzaron a masajear mis muslos y mis pantorrillas. Jugaba con mi piel, acercándose cada vez más al punto entre mis piernas, poniéndome a cien con cada caricia de
sus dedos.
―Britt, por favor, no puedo más ―dije desesperada por sentirlo.
―Voy a darte lo que quieres, pero con calma. Llevo semanas imaginando tu cara cuando disfrutas de mis atenciones. He visto en mi mente miles de veces como tu lengua lame ese labio. He escuchado como gime tu boca una y otra vez en mi cabeza. Y ahora que te tengo aquí voy a afianzar esos recuerdos, pero con calma, para que duren toda mi vida.
―No, con calma no, te necesito ya. Por favor… ―supliqué desesperada.
―Créeme, mi amor, no te arrepentirás ―dijo justo cuando uno de sus dedos tocaba mis labios vaginales con una caricia que me hizo dar un respingo.
Mis caderas se adelantaron buscando otro toque más profundo, pero Britt se retiró el dedo para seguir con su tortura. Lloriqueé retorciéndome, pero no encontré alivio.
Britt era una jugadora maravilloso en el sexo, pero cruel cuando se lo proponía.
―Ten piedad de una mujer embarazada, por Dios…
Otro toque, más intenso, más certero. Su dedo recogió parte de mi humedad y se deslizó dentro de mí suavemente. No era suficiente, y ella lo sabía. Movió el dedo
dentro y fuera, trazando círculos, obligando a las paredes de mi estrecho canal a dilatarse para recibir la invasión de un segundo dedo.
―Oh, Dios… ―gemí inconsciente. El placer era tal, que le agarré la mano para que no cesara y le clavé las uñas sin piedad. Me estaba llevando al séptimo cielo.
Cuando estaba a punto de alcanzar el éxtasis tan deseado, Britt retiró los dedos y se los llevó a la boca. Me volvía loca cuando hacía eso, pero aquella vez lo hubiera
matado por dejarme a medias. Bufé con desesperación mientras observaba como se relamía los dedos. Cerré los ojos ante aquella erótica imagen.
―Britt…necesito…
―Lo sé, pequeña, y lo tendrás, pero no he acabado ahí abajo ―dijo sonriente con la mirada encendida de pasión.
Se acercó de nuevo al punto palpitante entre mis piernas y sopló suavemente sobre mis rizos mojados. Contuve el aliento cuando noté la suave y fría brisa, y gemí
cuando su lengua acarició mi hinchado clítoris, dando vueltas alrededor de él.
―Britt, estoy a punto de correrme…
―Aguanta un poco.
Jugó un poco más conmigo, tocándome lugares erógenos que no sabía que existiesen, hasta que succionó el pequeño botón y lo mordisqueó. Creí que moriría allí
mismo. Las olas de éxtasis comenzaron a llegar provocando un demoledor tsunami que me recorrió el cuerpo dejándome exhausta. Grité su nombre y mil cosas incoherentes más. Le cogí con fuerza del pelo y lo obligué a terminar lo que había empezado, temiendo que me fuera a dejar de nuevo a medias.
Pero esta vez Britt no se detuvo y chupó, lamió, succionó y mordisqueó a placer. Introdujo su rasposa lengua dentro de mí a la vez que los espasmos contraían el canal de mi vagina, alargando el orgasmo y llevándome a lo más alto. Mis jugos inundaron su boca y al escuchar cómo me saboreaba sentí una segunda marea de placer desenfrenado que me hizo poner los ojos en blanco y casi perder el sentido.
―¿Mejor ahora? ―preguntó sentándose a mi lado con la respiración entrecortada. Lo miré soñolienta y sonreí complacida, pero luego negué con la cabeza al ver su prominente bulto palpitante en la entrepierna.
Acerqué mi mano a su pene y lo noté brincar hacia delante deseando la liberación. No esperé a tener el consentimiento de su dueña para dejarlo salir. Erecto, caliente
y pulsante, salió disparado para caer en mis manos. Era tan suave que parecía que se rompería con la presión, pero yo sabía que no, que lo que necesitaba aquella
inmensa erección era una presión muy concreta.
―No aguantaré mucho ―dijo Britt con los dientes apretados.
―No importa, yo no seré tan cruel ―le respondí acomodándome para tenerlo a mi merced.
Después de un par de caricias a lo largo de su mástil, introduje su pene en mi boca y lamí con ganas. Oí su respiración contenida. Le acaricié los tensos testículos suavemente mientras succionaba su glande y extraía las primeras gotitas de su esencia. Gimió y se revolvió en el sofá, pero controló la situación y el momento alargando un poco más el estallido final que tanto deseaba experimentar.
Se incorporó un poco y bajó su mano por mi espalda, masajeándola, hasta llegar al bajo de mi falda. La subió y sus manos calientes pasearon por mi culo, pellizcándolo y dando alguna palmada que me puso a cien en un momento.
Masajeé de nuevo sus apretados testículos y succioné con fuerza sabiendo por sus temblores que aquello sería su perdición. Britt jadeó fuertemente y se agarró con
tal fuerza a la tapicería del sofá en cuanto le sobrevino el violento orgasmo, que creí que traspasaría el cuero con sus dedos.
Nos besamos fieramente mientras la tempestad pasaba y seguimos besándonos lentamente cuando la serenidad se apoderó por fin de nuestras terminaciones nerviosas. Me acarició el cuerpo sudoroso hasta posar su mano sobre mi vientre.
―No sabes cuánto te he echado de menos ―dijo cariñosamente.
―Nosotras también.
Sería una niña y ella sería la mejor madre del mundo para ella.
Los primeros días que anunciaron el mes de mayo lo hicieron con un calor sofocante que se agravaba con la explosión hormonal que estaba sucediendo en mi cuerpo.
Hice balance del estado de mi vida y me sorprendí viendo que, pese a las circunstancias, era feliz. Y no se podía decir que dichas circunstancias fueran muy ventajosas: alguien, que seguía suelto, me había atacado, amenazado y había intentado asesinar a mi mejor amiga; estaban investigando, uno a uno, a todos los empleados de HP y, pese a que contaba con la plena confianza de la jefa, no estaba exenta de las preguntas ni de la exhaustiva búsqueda de trapos sucios en la vida de los trabajadores. Tampoco era plato de buen gusto saber que Britt estaba perdido por algún lugar donde habría algún tipo de conflicto de guerra. Y, por último, estaba mi apresurada forma de engordar, las angustias, los vómitos, los calambres en las piernas y en los riñones, las ganas desorbitadas de comer a cualquier hora, las molestias al dormir… Mi vida no era un dechado de alegrías pero yo estaba contenta.
La mañana que fui a hacerme la ecografía de alta definición de las veinte semanas de embarazo, llegué al límite de mi paciencia con Madeleine.
Todavía no sabía nada de Britt. Hacía casi un mes que se había marchado y no tenía noticias suyas. Sin embargo, en mi fuero interno sabía que estaba bien. Tenía la sensación de que pronto volveríamos a estar juntos y eso me daba fuerzas para enfrentarme a cualquier adversidad que me asaltara en el camino. Quedaban apenas diez minutos para la reunión que tenía programada con un cliente. Llegué acalorada, contestando a las preguntas que Gillian me hacía sobre el sexo del bebé pero sin desvelar nada. Quería que Britt fuera la primera en saber lo que me habían dicho esa misma mañana.
―¿Me puedes pasar el informe que te pedí sobre mi cliente? No encuentro el maldito informe y tengo la reunión en diez minutos. ―¿Reunión? No tienes ninguna reunión. Madeleine la canceló a primera hora. Pensé que te lo había dicho ella misma.
Miré a Gillian sin decir ni media palabra. Mis ojos hablaban por sí solos mostrando la furia que bullía en mi interior. Salí del despacho apretando los puños y anduve
rápidamente hasta el despacho de aquella víbora. Me salté las normas de cortesía y abrí la puerta sin llamar. Allí estaba ella, sentada sobre su majestuoso sillón negro de piel, con sus perfectas piernas cruzadas, su perfecta apariencia sonriente y sus perfectas manos
sujetando el teléfono contra la oreja.
―¿Quién demonios te has creído que eres para cancelar la reunión con mi cliente? ―pregunté señalándola de forma amenazadora.
―La cuenta es de HP y la Directora de Cuentas soy yo. Si yo considero que se cancela una reunión, como si decido pasar el cliente a otro publicista, tú no tienes nada que decir ¿entendido? ―dijo con aquellos aires de suficiencia que me ponían enferma. Colgó el teléfono y se cruzó de brazos levantando una ceja.
―¡Y una mierda! No sé qué narices te pasa, pero estás siendo injusta conmigo y te aseguro que esto no quedará así.
―¿Ah, no? ¿Y qué harás? ¿Contárselo a Britt? ―gimoteó―. No te olvides que Britt te cree sospechosa de la venta de ideas a la competencia. Por mucho que lleves a
su hijo dentro, no dudará en pegarte una patada en el trasero ―dijo con una media sonrisa en la cara que le hubiera borrado de un guantazo.
Sorprendentemente, Britt no le había contado que sus sospechas sobre mí eran infundadas. ¿Por qué?
―¿Qué es lo que más te molesta de todo esto, Madeleine? ―pregunté sabiendo que entraba en terreno pantanoso―. Por si no te has dado cuenta, Britt me quiere y yo la quiero a ella, y ni tú ni nadie va a cambiar eso.
Madeleine sonrió de forma extraña. Había algo que no me estaba contando y me puso los pelos de punta el pensar que pudiera influir en nuestra relación ahora que al fin estábamos bien.
―Estás muy segura de todo, ¿verdad? Qué pena me das, Santana ―dijo girando lentamente en su cómodo sillón―. Por si no te has dado cuenta, Britt es una mujer de acción. Te ha dejado preñada, de acuerdo, y asumirá su responsabilidad como madre de la criatura, pero nada más. Si te ha dicho que te quiere es porque se siente presionada. Es una figura pública y el qué dirán también cuenta en los negocios que ella emprende. No hay tal amor. Antes o después, acabará esta fantasía que te has montado. Sentí como mis ojos se llenaban de lágrimas ante aquellas crueles palabras. Tuve que reconocer que hasta yo había pensado eso en alguna ocasión. Pero las ganas de llorar fueron reemplazadas por una rabia irracional cuando vi su mirada de superioridad y triunfo.
―No me gustas, Santana. Me parecías una persona con poca personalidad cuando entraste a trabajar aquí, pero hacías bien tu trabajo. Ahora que sé por qué estás en esta empresa, no pretendas que me comporte contigo como si fueras mi sobrina del alma. Pienso acabar contigo, estés embarazada o no.
Apreté los puños y me acerqué a su mesa. Compuse una expresión furibunda y, con un golpe, apoyé las manos sobre la fría y pulida madera.
―Eres una zorra ―exclamé―. ¿Qué es lo que te mueve a hacer esto? ¿Envidia? Pues que te jodan, Madeleine. Si eres una amargada que no ha pegado un polvo en su vida, no es culpa mía.
―Oh, Santana, ese lenguaje soez no te pega nada. ¿O es que acaso esa es tu verdadera cara? A Britt le gustará saber qué clase de mujer barriobajera eres ―dijo como si nada fuera con ella, mirándose la perfecta manicura de sus perfectas manos.
―Y a ti no te pega esa imagen de puta remilgada, ¿sabes? Estoy segura de que llegaste a esta empresa follándote a algún alto ejecutivo. ¿Quizás al padre de Britt?
―”¡¡Bingo!!”, pensé cuando le cambió la expresión.
Se puso de pie tan rápido que no me dio tiempo a esquivar la bofetada que me llegó. Descargó su ira contra mi cara tan fuerte, que si no llego a estar apoyada en la
mesa me hubiera tirado al suelo.
―¡Sal de aquí ahora mismo, maldita hija de puta! ¡Estás despedida! ¡Fuera! ―gritó señalando la puerta con una temblorosa mano.
―¿Qué demonios está pasando aquí? ―dijo la poderosa voz de Britt desde la misma puerta del despacho de Madeleine. Me giré rápidamente tapando la mejilla con
mi mano. Sentía la señal de sus cinco dedos latiendo en la cara.
―¡Britt! ―exclamó Madeleine alegremente mientras salía de detrás de la mesa para darle la bienvenida.
Yo seguía inmóvil, mirando la escena. Los ojos de Britt no se habían apartado de los míos. Su expresión era pétrea, la rigidez de su cuerpo era evidente.
Cuando Madeleine llegó a la puerta quiso abrazarlo, pero ella la sujetó por un brazo de forma brusca.
―He preguntado qué está pasando aquí, Madeleine, y espero una respuesta ―dijo con una voz capaz de hacer temblar al soldado más intratable.
―No ha pasado nada ―dijo con fingida tranquilidad―. Santana y yo hablábamos de una cuenta y nos hemos excedido un poco ¿no es cierto? ―me preguntó la muy
bruja con una sonrisa cómplice.
Britt volvió la mirada a mis ojos y pude ver cierto brillo de ternura en su expresión, pero solo duró unos segundos, luego volvió a transformase en una máscara de
piedra.
―¿Santana? ―preguntó esperando una explicación.
―No ha pasado nada, puedes estar tranquila ―dije hirviendo por dentro. No me pareció buena idea contarle la verdad. Aunque por su mirada, supe que no se lo
había creído―. Si me disculpáis, tengo que continuar con mi trabajo ―me excusé en voz baja poniéndome en marcha.
Al pasar por su lado me cogió de la mano y me hizo ponerme frente a ella.
―¿Estás bien? ―preguntó algo preocupado. Bajó sus ojos hasta mi barriga y lo vi tentado de poner su mano sobre ella.
―Estoy bien ―contesté brevemente sintiendo que las lágrimas corrían raudas hacia mis ojos.
Me apresuré por el pasillo para que nadie me viera desmoronarme. Gillian me preguntó algo que ni siquiera escuché con claridad. Crucé la puerta, la cerré, y me
apoyé en ella Luego me dejé caer hasta el suelo y rompí en llanto.
―Santana, déjame entrar ―ordenó la potente voz de Britt haciendo presión contra la puerta. Me levanté dolorida. No sabía cuánto tiempo llevaba allí sentada, llorando. ―¿Te encuentras bien? ―preguntó acercándose hasta tenerme delante. Me tapé la cara con las manos y un fuerte sollozo escapó de mis labios. Ella me envolvió con sus brazos, creando un lugar donde sabía que nadie me podría hacer daño nunca.
―Shhhh, no llores, pequeña ―dijo en voz baja, consolándome, y pasándome la mano por el pelo y por la espalda.
Pero yo no tenía consuelo. Mi mente y mi cuerpo habían resistido con estoicismo todas esas semanas sin verlo, pero ya no había motivos para no dar rienda suelta a
mis sentimientos y continué llorando durante largo rato mientras escuchaba aquellas palabras dulces y calmantes.
Cuando estuve un poco más tranquila, Britt me separó unos centímetros de su cuerpo y me alzó la cara para que lo mirase.
―No sabes las ganas que tenía de verte y besarte ―Acercó cariñosamente su boca y depositó un suave y sensual beso en mis labios, hinchados y calientes por el mismo llanto―. Pero esperaba verte feliz, esperaba que te alegraras de mi vuelta, y lo que me he encontrado cuando he llegado me ha dejado sin palabras. ―Apoyé la frente en su pecho y comencé a llorar de nuevo―. No llores, por favor. Voy a pensar que no te alegras de verme ―dijo con tal fingido aire de tristeza que me hizo sonreír entre lágrimas―. Eso es, ahí está mi chica. ¿Me has echado de menos? ―Asentí varias veces―. ¿Cuánto?
―Ni te lo imaginas ―respondí entre hipidos. Me pasé la lengua por los labios, resecos, y Britt contuvo el aliento―. ¿Cuándo has vuelto?
―Hace unas horas ―respondió con sus ojos fijos en mi boca―. Fui a tu apartamento pero ya te habías ido. Aproveché para ducharme y me vine a la oficina.
―Y cuando llegaste te encontraste con nuestra escena… ―dije bajando la mirada, pero ella no lo permitió. Pasó su dedo pulgar por mis labios en un sensual gesto que
me hizo estremecer.
―Me muero de ganas de hacerte el amor, Santana ―dijo con un brillo en los ojos que ya conocía―. Me muero por saborear cada centímetro de esta suave piel
―continuó deslizando un dedo por mi clavícula y bajando por el escote de mi blusa.
Mi corazón comenzó a bombear más rápido, un devastador hormigueo se inició entre mis piernas y un anhelo desenfrenado me recorrió el cuerpo de la cabeza a los
pies. Deseé que cumpliera sus palabras, que me desnudara, y que esas manos fuertes me hicieran delirar.
Me acerqué más a ella pudiendo sentir su gran erección. Bajé mi mano hasta la cremallera de su pantalón y rocé con mis dedos el bulto de su entrepierna.
―No hagas eso ―dijo silbando el aire entre los dientes―, no sé si podré contenerme mucho después de tanto tiempo, y no quiero parecer un quinceañero en su primera vez. Si he esperado estas semanas, puedo esperar unas horas más.
―Pero yo no puedo esperar ―dije sensualmente, incitándole.
Me miró sediento de sexo, resopló y echó un vistazo alrededor, como si se diera cuenta en ese momento de donde estábamos. Estaba calibrando la situación, las
opciones, las posibilidades.
―Ven aquí ―dijo llevándome con ella hasta el cómodo sofá frente a la cristalera. Me sentó delicadamente y luego fue a cerrar la puerta y a echar los estores de láminas
que nos darían algo de intimidad. Cuando se giró de nuevo, pese a la distancia que nos separaba, pude ver el brillo de sus ojos y la promesa de momentos inimaginables―. Me vas a volver loca ―Se arrodilló delante de mí―. No hay cerradura en tu puerta, así que, si entra alguien y nos pilla… ―dijo mientras deslizaba sus manos por mis piernas, por debajo de la falda, hasta llegar a las tiras laterales del tanga.
―Correremos ese riesgo, señorita Pierce ―susurré sintiendo ya los espasmos en los músculos de mi vagina.
―Ummm, ¿es correcto que las mujeres embarazadas lleven tanga, señorita Lopez?
―¿Por qué no, señorita Pierce? ―pregunté al tiempo que deslizaba la pequeña prenda íntima por mis piernas, lanzándola al otro lado del despacho.
Por un momento se quedó pensativa mirando hacia algún punto en el suelo. Me invadió una baldía sensación de pena que pronto quedó olvidada cuando sus manos
comenzaron a masajear mis muslos y mis pantorrillas. Jugaba con mi piel, acercándose cada vez más al punto entre mis piernas, poniéndome a cien con cada caricia de
sus dedos.
―Britt, por favor, no puedo más ―dije desesperada por sentirlo.
―Voy a darte lo que quieres, pero con calma. Llevo semanas imaginando tu cara cuando disfrutas de mis atenciones. He visto en mi mente miles de veces como tu lengua lame ese labio. He escuchado como gime tu boca una y otra vez en mi cabeza. Y ahora que te tengo aquí voy a afianzar esos recuerdos, pero con calma, para que duren toda mi vida.
―No, con calma no, te necesito ya. Por favor… ―supliqué desesperada.
―Créeme, mi amor, no te arrepentirás ―dijo justo cuando uno de sus dedos tocaba mis labios vaginales con una caricia que me hizo dar un respingo.
Mis caderas se adelantaron buscando otro toque más profundo, pero Britt se retiró el dedo para seguir con su tortura. Lloriqueé retorciéndome, pero no encontré alivio.
Britt era una jugadora maravilloso en el sexo, pero cruel cuando se lo proponía.
―Ten piedad de una mujer embarazada, por Dios…
Otro toque, más intenso, más certero. Su dedo recogió parte de mi humedad y se deslizó dentro de mí suavemente. No era suficiente, y ella lo sabía. Movió el dedo
dentro y fuera, trazando círculos, obligando a las paredes de mi estrecho canal a dilatarse para recibir la invasión de un segundo dedo.
―Oh, Dios… ―gemí inconsciente. El placer era tal, que le agarré la mano para que no cesara y le clavé las uñas sin piedad. Me estaba llevando al séptimo cielo.
Cuando estaba a punto de alcanzar el éxtasis tan deseado, Britt retiró los dedos y se los llevó a la boca. Me volvía loca cuando hacía eso, pero aquella vez lo hubiera
matado por dejarme a medias. Bufé con desesperación mientras observaba como se relamía los dedos. Cerré los ojos ante aquella erótica imagen.
―Britt…necesito…
―Lo sé, pequeña, y lo tendrás, pero no he acabado ahí abajo ―dijo sonriente con la mirada encendida de pasión.
Se acercó de nuevo al punto palpitante entre mis piernas y sopló suavemente sobre mis rizos mojados. Contuve el aliento cuando noté la suave y fría brisa, y gemí
cuando su lengua acarició mi hinchado clítoris, dando vueltas alrededor de él.
―Britt, estoy a punto de correrme…
―Aguanta un poco.
Jugó un poco más conmigo, tocándome lugares erógenos que no sabía que existiesen, hasta que succionó el pequeño botón y lo mordisqueó. Creí que moriría allí
mismo. Las olas de éxtasis comenzaron a llegar provocando un demoledor tsunami que me recorrió el cuerpo dejándome exhausta. Grité su nombre y mil cosas incoherentes más. Le cogí con fuerza del pelo y lo obligué a terminar lo que había empezado, temiendo que me fuera a dejar de nuevo a medias.
Pero esta vez Britt no se detuvo y chupó, lamió, succionó y mordisqueó a placer. Introdujo su rasposa lengua dentro de mí a la vez que los espasmos contraían el canal de mi vagina, alargando el orgasmo y llevándome a lo más alto. Mis jugos inundaron su boca y al escuchar cómo me saboreaba sentí una segunda marea de placer desenfrenado que me hizo poner los ojos en blanco y casi perder el sentido.
―¿Mejor ahora? ―preguntó sentándose a mi lado con la respiración entrecortada. Lo miré soñolienta y sonreí complacida, pero luego negué con la cabeza al ver su prominente bulto palpitante en la entrepierna.
Acerqué mi mano a su pene y lo noté brincar hacia delante deseando la liberación. No esperé a tener el consentimiento de su dueña para dejarlo salir. Erecto, caliente
y pulsante, salió disparado para caer en mis manos. Era tan suave que parecía que se rompería con la presión, pero yo sabía que no, que lo que necesitaba aquella
inmensa erección era una presión muy concreta.
―No aguantaré mucho ―dijo Britt con los dientes apretados.
―No importa, yo no seré tan cruel ―le respondí acomodándome para tenerlo a mi merced.
Después de un par de caricias a lo largo de su mástil, introduje su pene en mi boca y lamí con ganas. Oí su respiración contenida. Le acaricié los tensos testículos suavemente mientras succionaba su glande y extraía las primeras gotitas de su esencia. Gimió y se revolvió en el sofá, pero controló la situación y el momento alargando un poco más el estallido final que tanto deseaba experimentar.
Se incorporó un poco y bajó su mano por mi espalda, masajeándola, hasta llegar al bajo de mi falda. La subió y sus manos calientes pasearon por mi culo, pellizcándolo y dando alguna palmada que me puso a cien en un momento.
Masajeé de nuevo sus apretados testículos y succioné con fuerza sabiendo por sus temblores que aquello sería su perdición. Britt jadeó fuertemente y se agarró con
tal fuerza a la tapicería del sofá en cuanto le sobrevino el violento orgasmo, que creí que traspasaría el cuero con sus dedos.
Nos besamos fieramente mientras la tempestad pasaba y seguimos besándonos lentamente cuando la serenidad se apoderó por fin de nuestras terminaciones nerviosas. Me acarició el cuerpo sudoroso hasta posar su mano sobre mi vientre.
―No sabes cuánto te he echado de menos ―dijo cariñosamente.
―Nosotras también.
Sería una niña y ella sería la mejor madre del mundo para ella.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Capítulo 19
Cuando comenzó aquel caluroso mes de junio, en los pasillos de Heartstone Pierce Publicity solo se escuchaba hablar de la fiesta que la empresa iba a dar para celebrar la entrada del verano. Mientras los hombres recordaban sus hazañas y conquistas en fiestas pasadas, las mujeres preparaban con esmero los modelos que lucirían aquella noche, todo
rodeado del mayor secretismo posible.
―¿Qué te vas a poner? ―me preguntó Gillian desde la puerta en tono confidencial.
Levanté la vista y la vi esperando una respuesta. Soplé un mechón de pelo que me caía sobre los ojos y apoyé la cara sobre la mano con expresión cansada. No me
sentía con ganas de acudir a un evento así. Mi aspecto era, cuanto menos, grotesco, y bastantes comentarios circulaban ya sobre la misteriosa identidad del padre (mas no sabían que era madre). Me debería importar bien poco lo que dijeran de mí. Más de una caería fulminada si supiera que la niña que estaba gestando era la heredera del imperio H. Pierce.
Sin embargo, en mi estado todo me afectaba: no tenía ganas de ir, pero tampoco quería perderme la que todos calificaban como ‘La Mejor Fiesta Del Año’.
Finalmente, después de hablarlo con Britt y comprobar lo interesada que estaba en tenerme allí, decidí que sí asistiría, al menos durante un rato. Pero aquello me llevó a plantearme el siguiente dilema: “¿Qué me pongo?”. Rachel y yo pasamos la tarde anterior a la fiesta recorriendo tiendas con el fin de encontrar el vestido perfecto que no me hiciera parecer una carpa de circo. No era fácil embutirme en los preciosos trajes diseñados para mujeres delgadas, y aquellos creados para embarazadas eran tan extremadamente horrendos que me dieron ganas de llorar.
―Hay un tipo en la acera de enfrente que nos sigue ―dijo Rachel bajando la voz y mirando un punto detrás de mí. Nos habíamos detenido a tomar un refresco antes de
continuar con nuestra búsqueda. Me giré para observarlo y le resté importancia con un ademán.
―No te preocupes, será uno de los gorilas de Britt. Desde que estoy embarazada está más paranoico que antes ―. Hice un gesto al camarero para pedir la cuenta.
―Pues éste no tiene pinta de gorila como los otros.
―Olvídalo ―dije levantándome con esfuerzo―. Centrémonos, aún tenemos un vestido que comprar.
***
Aquella noche volví a soñar. Recordaba vagamente gente gritando y corriendo, aunque sentí como si hubiera estado viendo una película. Una cara conocida se filtró en
mi cabeza, pero al despertar no logré recordar quién era. La sensación de dolor físico era agobiante y luego reinaba el vacío. Eso era lo que más dolía, el vacío.
―Si crees que puede pasar algo en la fiesta, no vayas ―me dijo Rachel mientras me hacía un recogido en el pelo―. Aunque, por otro lado, nada indica que tenga que ver con esta noche.
―No lo sé ―dije pensativa―. No puedo dejar que mis sueños condicionen mi vida pero... ¡Qué demonios! Voy a ir a esa maldita fiesta y me lo voy a pasar en grande.
Cuando acabó conmigo y dejó que me mirase al espejo, me sorprendí viendo a una mujer deslumbrante. Rachel aplaudió con entusiasmo y me ayudó con el vestido.
Britt había dicho que mandaría un coche para llevarme a la fiesta y debía estar lista algo más temprano.
― ¡Estás espectacular! ―exclamó mi amiga cuando acabó de abrochar el elegante vestido color oro que habíamos comprado. Era muy escotado, resaltando mis
hinchados pechos, y me hacía parecer muy sexy―. Tu señorita Pierce caerá a tus pies, perdidamente enamorada.
El coche ya estaba en la puerta cuando llegó la hora. Un chofer uniformado me ayudó a entrar en el espacioso y elegante interior del vehículo. Me despedí de Rachel por
la ventanilla y le prometí contarle los detalles al día siguiente.
―Por aquí no se va a Heartstone Pierce Publicity, señor ―dije, alarmada, cuando vi que el conductor cogía un desvío que no correspondía. El sueño de la noche anterior me
tenía intranquila y nerviosa, y cuando vi la dirección que tomaba el coche me puse alerta y agarré con fuerza el móvil.
―Lo sé, señora. Tengo órdenes de la señorita Pierce de llevarla antes a otro lugar ―contestó sin apenas levantar la mirada de la carretera.
Aquello no me relajó lo más mínimo. De inmediato mandé un mensaje a Britt: “Voy en un coche de la empresa camino a no sé dónde. ¿Es cosa tuya o debo
preocuparme?”. “Doble check pero no hay respuesta”. Mi inquietud aumentó.
Diez minutos más tarde, entrábamos en una preciosa zona residencial de casas unifamiliares rodeadas de jardines en flor. Algunos niños correteaban por las aceras,
otros montaban con dificultad sus bicicletas supervisados por los adultos que se paraban a hablar amistosamente. La estampa me recordó inmediatamente a Mujeres Desesperadas.
El coche se detuvo delante de una enorme casa de color blanco, con su perfecto jardín. Un camino de piedras llevaba hasta un hermoso portón con aldaba dorada que
estaba medio abierto. El conductor me abrió la puerta y me animó a apearme del coche con un gracioso ademán.
―la señorita Pierce la espera dentro, señora.
Desconfiando, anduve lentamente hasta la opulenta entrada y llamé a Britt.
―Al fondo ―dijo su voz desde algún rincón escondido de la casa.
Continué con cuidado de no pisar nada que me hiciera tropezar y vislumbré una extraña luz al final del corredor. Entré en lo que parecía ser una enorme cocina y
traspasé una puerta doble de cristal biselado que daba a un fantástico jardín trasero. La extraña luz provenía de la iluminación nocturna de una asombrosa piscina. Y allí
de pie, perfecta, enfundada en un esmoquin, como si de un anuncio de perfume se tratase, estaba Britt sosteniendo dos copas de champagne.
―Hola, preciosa ―Me repasó de arriba abajo con aquellos profundos y brillantes ojos azules y un escalofrío de excitación me recorrió la columna―. Estás deslumbrante ―dijo dándome un estremecedor beso en el cuello.
―Tú tampoco estás mal. Pareces una versión femenina de James Bond americano. ―Rió abiertamente y me pasó una de las copas.
―Es zumo de uvas, sin alcohol.
―Qué detalle, señorita Pierce. ¿Qué hacemos aquí? ―pregunté aceptando la copa de sus manos y sorbiendo lentamente un pequeño trago de aquel fresco y maravilloso zumo. Estaba sedienta.
Britt miró a su alrededor y se pasó una mano por el pelo como hacía cuando estaba nerviosa.
―¿Qué pasa?
―Oh, no, no pasa nada. No tienes de qué preocuparte ―dijo rápidamente.
―Pero aún no me has dicho qué hacemos aquí. ¿De quién es la casa?
Sonrió con picardía y bebió de su copa sin apartar sus ojos de los míos.
―Nuestra ―dijo, haciendo que me atragantara con el zumo.
―¿Cómo que nuestra? ―pregunté con la voz ronca.
―Desde esta mañana.
―Pero ¿cómo? ―repetí más sorprendida que nunca―. ¿Tú y yo vamos a vivir aquí? ¿Juntos?
―¿Habías pensado que viviríamos separados toda nuestra vida? No sé tú, pero yo no tenía esa idea. Estoy harta de dormir sola.
Me giré lentamente y admiré, bajo el resplandor azulado de los focos de la piscina, los detalles de aquel jardín tan espléndido. La barbacoa con su suelo de losas ocre,
el piso de madera que rodeaba la piscina, la parte de césped con mobiliario de teca... Tenía hasta una casita para el perro.
―¿Te gusta? ―preguntó en voz baja cerca de mi oído. Se colocó detrás de mí y me abrazó tiernamente. Apoyó la cabeza en mi hombro y aspiró mi perfume de flores.
―Es preciosa, Britt, pero… es demasiado.
―Tonterías ―dijo girándome en sus brazos y mirándome fijamente a los ojos―. Voy a disfrutar amándote una y otra vez en cada rincón de este lugar ―susurró
incitante mientras deslizaba un dedo por mi espalda. Cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación de necesidad que me transmitía cuando me hablaba de esa forma―.
Me voy a deleitar oyendo tus gemidos y tus gritos, tus exigencias y deseos. Estoy deseando depositar un recuerdo imborrable en cada lugar de esta casa para que te
sonrojes cada vez que te venga a la mente…
―Por favor, ya basta… ―musité consciente del anhelo que sentía correr por mis venas―. Llegaremos tarde a la fiesta…
―La fiesta puede esperar, yo no ―dijo, y luego me besó de forma arrebatadora, introduciendo su lengua en mi boca, ansiosa y urgentemente.
―Britt, para, por favor. ―Me aparté suavemente, a desgana―. No hay nada que desee más que quedarme aquí contigo toda la noche, pero hoy no debes llegar tarde.
Ella suspiró sabiendo que tenía razón. Si dábamos rienda suelta a nuestras pasiones no llegaríamos jamás a la maldita fiesta.
―¡Ahhh! ―exclamó―. Odio cuando eres tan sensata y madura. Prométeme algo ¿quieres?
―Lo que quieras.
―No bailarás con nadie hoy, salvo conmigo. No sé si podré soportar que uno de esos hombre se acerque a ti esta noche.
―No bailaré con nadie que no sea mi jefa ―dije acercándome a sus labios y rozando mi boca con la suya en una suave y breve caricia íntima.
―Es usted una empleada ejemplar, señorita Lopez.
***
La planta 13 del edificio en Lexington con la 52 brillaba con luz propia aquella noche. La decoración era exquisita, la música suave y el ambiente muy festivo. Había
gente por todas partes que hablaba y reía abiertamente. Camareros vestidos de impoluto blanco se deslizaban graciosamente entre los invitados con grandes bandejas de
copas de champagne, vino y otros refrescos.
Vi acercarse a Madeleine, con sus perfectas formas enfundadas en un vestido de sirena negro, y un ramalazo de ira me traspasó inmediatamente. Sin embargo, le
sonreí cuando me preguntó por el paradero de Britt, detalle que la hizo enfurecer y resoplar vulgarmente.
Unos cantarines golpecitos contra una copa de cristal llamaron la atención de todos los invitados. Mis ojos siguieron la mirada de Madeleine para descubrir a Britt,
unos metros más allá, encima de la tarima de la música y con un micrófono en la mano.
―Amigos y compañeros de Heartstone Pierce Publicity, me siento feliz esta noche por teneros aquí de nuevo en esta fabulosa fiesta, y en un ambiente más distendido e
informal que de costumbre. ―Sonaron aplausos que ella pronto aplacó―. Quiero dar la bienvenida especialmente a nuestros clientes y promotores, pues ellos hacen que
HP sea la empresa de publicidad mejor valorada de Nueva York y de la Costa Este. ―La gente aplaudió de nuevo y sonaron algunos silbidos de satisfacción―. Ha sido
un año muy importante para HP, hemos superado con creces nuestras expectativas y seguimos creciendo, como empresa y como personas, gracias a todos vosotros.
Pero, si hay un motivo para montar esta preciosa fiesta, año tras año, es porque me siento orgullosa del equipo que tengo, porque sois los mejores y eso se ve en
vuestro trabajo diario. Insisto en lo que siempre digo: compañeros y compañeras, sin vuestro trabajo, estos fabulosos clientes estarían en la competencia, por lo que
cuidadlos, mimadlos y, esta noche en concreto, dadles mucho de beber para que suelten todo su dinero en la subasta benéfica que tendrá lugar más tarde ―bromeó.
Todos rieron abiertamente y aplaudieron con efusividad. Britt bebió un trago de su copa y me buscó con la mirada brillante. Guiñó un ojo cuando me encontró y prosiguió:
―Pero hoy, señoras y señores, tengo un motivo más para sentirme feliz. Tras mucho tiempo negándome a mí misma a que algo así me fuera a suceder, ha sucedido: fue toda una sorpresa darme cuenta de que estaba incompleto hasta que ella llegó a mi vida ―Sonaron risas y suspiros al descubrirse de qué estaba hablando―. Sí, es así, y no me avergüenza admitir delante de todos que me he enamorado perdidamente de una mujer.
Pese al bullicio que se generó entre la gente, pude escuchar el resoplido de Madeleine. Britt bajó de la tarima y anduvo lentamente hasta quedar a medio metro de mí.
Su cara estaba seria pero sus ojos sonreían con placer.
―Es la mujer más maravillosa del mundo, decidida, atenta, sensible, cariñosa. Y lo más asombroso de todo es que me quiere pese a saber quién soy y cómo soy. Es la
persona que necesito para que mi vida, mi caótica vida, esté completa. ―Me cogió de la mano y me llevó con ella de vuelta hasta la tarima bajo la atenta mirada y las
bocas abiertas de los allí presentes―. He pasado mis treinta y cinco años pensando que el amor era perder el tiempo, que yo no estaba hecho para amar y respetar a
una mujer durante toda mi vida. Pero eso cambió en el mismo momento en que te conocí, Santana Lopez. Por ello, como creo que aún estoy a tiempo de hacerlo ―Se
sacó algo del bolsillo interno de su perfecta chaqueta negra y se arrodilló delante de mí sin soltarme la mano― Santana, ¿me harías el gran honor de ser mi esposa?
Abrió la pequeña cajita de terciopelo azul y un enorme diamante resplandeció haciendo la competencia a los miles de cristales y espejos de la decoración.
―Sí, sabes que sí ―dije sonriendo entre lágrimas y abrazándole.
Después de escuchar aplausos, exclamaciones y más silbidos de alegría, Britt me separó un poco de ella y me puso el anillo en el dedo. Encajaba a la perfección. Luego
nos besamos apasionadamente ajenos a las decenas de personas que nos vitoreaban.
―Por cierto ―dijo Britt cortando inesperadamente el beso―, por si a alguien le cabía alguna duda sobre el estado de Santana, esperamos una niña para finales de septiembre ―anunció feliz y llena de euforia. Me miró de nuevo y acercó su boca a la mía―. Estaba harto de tener que esconderme y quiero que la gente sepa que eres mía. Te quiero, preciosa ―dijo antes de retomar su apasionado y devastador beso.
Anduvimos toda la noche de un lado a otro, saludando a la gente y recibiendo felicitaciones. Mientras algunas de las chicas de la empresa me rodeaban para admirar el
anillo de compromiso, Britt se rodeó de hombres a los que no había visto jamás. A excepción de uno.
Estaba un poco más apartado de los demás y enseguida me llamó la atención. Era algo enclenque y sujetaba una copa llena de la que no había bebido ni un sorbo en el
tiempo en que lo estuve mirando. Parecía preocupado, esperando algo o a alguien. Consultaba su reloj de pulsera y luego sus ojos se desviaban hacia los ascensores.
Repitió aquellas dos acciones tres o cuatro veces en diez minutos. De pronto, como si hubiera sentido mi mirada, se giró y nuestros ojos coincidieron por unos
segundos. “Es el hombre de la terraza del que Rachel sospechaba”, me dije reconociéndolo claramente. “¿También ha puesto Britt aquí seguridad?”. Cuando volví a
mirar en aquella dirección el hombre había desaparecido. Seguidamente Britt se personó delante de mí y olvidé el tema por completo.
Fui fiel a mi palabra y con la única con quien compartí la pista de baile fue con mi futura esposa hasta que, después de varias horas de pie, el dolor de piernas se hizo insoportable.
Me tiré de cualquier forma en el cómodo sofá del despacho de Britt, me desabroché las sandalias y se las lancé a ella, que ya se acercaba prometiendo descomunales
placeres con la mirada.
―Ven y masajéame los pies, los tengo destrozados por tu culpa.
―¿Por mi culpa? No he sido yo quien te ha puesto estos andamios. Esto no debe ser seguro ―refunfuñó mientras se acomodaba en el sillón.
―Y hablando de seguridad, ¿no crees que es pasarse un poco poner gorilas esta noche en la fiesta?
―¿Gorilas? ―preguntó levantando una ceja.
―Sí, no te hagas el tonto, Britt. El hombre que nos sigue a todas partes está esta noche en la fiesta.
―¿Qué hombre? Santana la seguridad de calle se retiró hace semanas. No hay “gorilas” siguiéndote ―dijo poniéndose en pie de inmediato y andando hasta la mesa
de su despacho. Se había puesto la máscara del Britt Delta―. Dime quien es, ven.
Me asusté. Si aquel tipo no estaba allí por Britt, ¿quién era y qué quería?
Britt introdujo una contraseña en su ordenador y de pronto en la pantalla aparecieron diferentes imágenes de la fiesta, que en aquellos instantes estaba en pleno
apogeo. Eran las cámaras de seguridad de la empresa. Miramos durante largo rato pero no logré ver al hombre. Cuando ya estábamos por desistir de la búsqueda, lo vi.
―¡Ahí! El de la americana cruzada.
―No te muevas de aquí ¿me oyes? ―Se desabrochó la chaqueta, sacó una llave del bolsillo interior y la introdujo en una de las cerraduras de su mesa―. No quiero
que salgas de este despacho hasta que yo no haya vuelto ¿entendido? ―dijo sacando de un cajón una pistola negra.
―Quédate conmigo, por favor, no te vayas ―rogué nerviosa y al borde del llanto―. He soñado con esto, Britt, lo soñé anoche y no recuerdo bien qué sucedía, pero
sé que no es nada bueno. No quiero que vayas, por favor. No quiero quedarme aquí sola. Vámonos a casa, Britt, por favor.
―No me va a pasar nada. Quiero que te quedes aquí y que te tumbes en el sofá. Descansa un poco ¿de acuerdo? Yo vuelvo enseguida ―. Me besó dulcemente y
luego se marchó. Antes de que cerrara la puerta alcancé a verle sacar el teléfono y hablar con alguien. Corrí desesperada a su mesa para ver por las cámaras lo que no iba a poder ver en directo. Britt andaba decidido hacia el punto donde habíamos visto a aquel hombre,
pero el tipo ya no estaba allí. Yo podía verlo en otro lugar, cerca de la escalera de emergencia, pero no tenía forma de avisarlo.
De repente las puertas de los ascensores se abrieron y el tipo sonrió de una forma que me heló la sangre. Dos hombres aparecieron con pistolas en la mano, y detrás
de ellos entró la última persona que jamás hubiera esperado volver a ver: Mi ex marido Sam Evans. “¡¡Sal de aquí, sal de aquí ya!!”, me repetí una y otra vez
mentalmente.
Quise avisar a Britt, pero cuando llegué a la puerta del despacho ya era tarde. Una estridente ráfaga de disparos se escuchó al instante provocando un ensordecedor
griterío y un estruendo de cristales. La gente corría de un lado a otro, histérica, buscando una salida o un lugar donde esconderse.
Alguien pasó por mi lado y me empujó sin miramientos estampándome contra la pared. La barriga fue lo primero que recibió el impacto, pero después de un instante
de pánico comprobé que me encontraba bien.
Más disparos. ¿Dónde estaba Britt?
Un movimiento en el pasillo me llamó la atención. Agazapado detrás de uno de los maceteros de la recepción pude ver a Scott que, pistola en mano, no perdía detalle
de la situación. Apuntaba con su arma pero nunca llegaba a disparar. ¿Cómo había llegado Scott tan rápido a HP? Entonces oí la voz de Britt por el walkie que el fornido
rubio llevaba en la cintura.
―La planta está vacía, chaval. Toquemos un rock and roll para esta gente.
―Oído cocina ―respondió Scott. Hizo un par de señas y de pronto vi aparecer a otros dos hombres que no conocía de nada. Se movían con una ligereza y un silencio imposible para lo grandes que eran.
Las balas empezaron a silbar a mí alrededor antes de darme cuenta de que me encontraba casi metida entre los buenos y los malos.
―¡Échate al suelo, ahora, échate al suelo, por Dios! ―me gritó Scott fuera de sí. Me senté y escondí la cabeza entre las piernas. Recé todo lo que sabía, rogué a Dios
que acabara con aquella pesadilla. No podía creer lo que estaba sucediendo.
―¡Britt, tenemos un problema y de los grandes! ―oí que decía Scott a voz en grito.
―¿Cómo de grande? ―preguntó Britt desde algún punto de la terraza.
―No te va a gustar, compañera ―dijo para sí mismo.
Levanté la cabeza y miré hacia donde estaba agachado Scott. Me estaba mirando fijamente, conteniendo el aliento. Exhaló el aire bruscamente, enfadado, pero en su
cara había alivio. Creyó que estaba herida.
―Scott ¿cómo de grande? ―volvió a preguntar Britt, impaciente.
―Del tamaño de Texas, tía ―respondió.
―¿Tiene solución? ―gritó de nuevo.
―Afirmativo.
Sonaron más disparos y escuché a Britt maldecir. Scott me indicó por señas que me acostara boca abajo en el suelo, pero la barriga me impedía hacerlo. Me puse en
posición fetal y protegí la tripa con mis brazos. Vi moverse a los dos hombres que acompañaban a Scott y de repente comenzó el caos. Las balas venían de todas
partes, los cristales se rompían, Scott y sus hombres corrían de un lado a otro protegiéndose con cualquier cosa que les impidiera ser alcanzados por algún proyectil.
Los momentos de calma eran cada vez más cortos. Escuchaba pisadas seguidas de más disparos. Noté un dolor sordo en el costado que pasó rápidamente. Mi nivel
de adrenalina era tan alto, que no me percaté de lo que acababa de suceder.
Después del último estallido de disparos, escuché a Britt más cerca de mí.
―¡Despejado! ―exclamó ―¿Scott, Eddie, Marc?
―¡Aquí! ―respondió el primero―. Tenemos a dos. El tercero está herido y no se puede mover. Uno de ellos ha volado.
―Bien ―dijo― ¿Y el problema del tamaño de Texas?
―Pasillo dos, jefa.
Cuando comenzó aquel caluroso mes de junio, en los pasillos de Heartstone Pierce Publicity solo se escuchaba hablar de la fiesta que la empresa iba a dar para celebrar la entrada del verano. Mientras los hombres recordaban sus hazañas y conquistas en fiestas pasadas, las mujeres preparaban con esmero los modelos que lucirían aquella noche, todo
rodeado del mayor secretismo posible.
―¿Qué te vas a poner? ―me preguntó Gillian desde la puerta en tono confidencial.
Levanté la vista y la vi esperando una respuesta. Soplé un mechón de pelo que me caía sobre los ojos y apoyé la cara sobre la mano con expresión cansada. No me
sentía con ganas de acudir a un evento así. Mi aspecto era, cuanto menos, grotesco, y bastantes comentarios circulaban ya sobre la misteriosa identidad del padre (mas no sabían que era madre). Me debería importar bien poco lo que dijeran de mí. Más de una caería fulminada si supiera que la niña que estaba gestando era la heredera del imperio H. Pierce.
Sin embargo, en mi estado todo me afectaba: no tenía ganas de ir, pero tampoco quería perderme la que todos calificaban como ‘La Mejor Fiesta Del Año’.
Finalmente, después de hablarlo con Britt y comprobar lo interesada que estaba en tenerme allí, decidí que sí asistiría, al menos durante un rato. Pero aquello me llevó a plantearme el siguiente dilema: “¿Qué me pongo?”. Rachel y yo pasamos la tarde anterior a la fiesta recorriendo tiendas con el fin de encontrar el vestido perfecto que no me hiciera parecer una carpa de circo. No era fácil embutirme en los preciosos trajes diseñados para mujeres delgadas, y aquellos creados para embarazadas eran tan extremadamente horrendos que me dieron ganas de llorar.
―Hay un tipo en la acera de enfrente que nos sigue ―dijo Rachel bajando la voz y mirando un punto detrás de mí. Nos habíamos detenido a tomar un refresco antes de
continuar con nuestra búsqueda. Me giré para observarlo y le resté importancia con un ademán.
―No te preocupes, será uno de los gorilas de Britt. Desde que estoy embarazada está más paranoico que antes ―. Hice un gesto al camarero para pedir la cuenta.
―Pues éste no tiene pinta de gorila como los otros.
―Olvídalo ―dije levantándome con esfuerzo―. Centrémonos, aún tenemos un vestido que comprar.
***
Aquella noche volví a soñar. Recordaba vagamente gente gritando y corriendo, aunque sentí como si hubiera estado viendo una película. Una cara conocida se filtró en
mi cabeza, pero al despertar no logré recordar quién era. La sensación de dolor físico era agobiante y luego reinaba el vacío. Eso era lo que más dolía, el vacío.
―Si crees que puede pasar algo en la fiesta, no vayas ―me dijo Rachel mientras me hacía un recogido en el pelo―. Aunque, por otro lado, nada indica que tenga que ver con esta noche.
―No lo sé ―dije pensativa―. No puedo dejar que mis sueños condicionen mi vida pero... ¡Qué demonios! Voy a ir a esa maldita fiesta y me lo voy a pasar en grande.
Cuando acabó conmigo y dejó que me mirase al espejo, me sorprendí viendo a una mujer deslumbrante. Rachel aplaudió con entusiasmo y me ayudó con el vestido.
Britt había dicho que mandaría un coche para llevarme a la fiesta y debía estar lista algo más temprano.
― ¡Estás espectacular! ―exclamó mi amiga cuando acabó de abrochar el elegante vestido color oro que habíamos comprado. Era muy escotado, resaltando mis
hinchados pechos, y me hacía parecer muy sexy―. Tu señorita Pierce caerá a tus pies, perdidamente enamorada.
El coche ya estaba en la puerta cuando llegó la hora. Un chofer uniformado me ayudó a entrar en el espacioso y elegante interior del vehículo. Me despedí de Rachel por
la ventanilla y le prometí contarle los detalles al día siguiente.
―Por aquí no se va a Heartstone Pierce Publicity, señor ―dije, alarmada, cuando vi que el conductor cogía un desvío que no correspondía. El sueño de la noche anterior me
tenía intranquila y nerviosa, y cuando vi la dirección que tomaba el coche me puse alerta y agarré con fuerza el móvil.
―Lo sé, señora. Tengo órdenes de la señorita Pierce de llevarla antes a otro lugar ―contestó sin apenas levantar la mirada de la carretera.
Aquello no me relajó lo más mínimo. De inmediato mandé un mensaje a Britt: “Voy en un coche de la empresa camino a no sé dónde. ¿Es cosa tuya o debo
preocuparme?”. “Doble check pero no hay respuesta”. Mi inquietud aumentó.
Diez minutos más tarde, entrábamos en una preciosa zona residencial de casas unifamiliares rodeadas de jardines en flor. Algunos niños correteaban por las aceras,
otros montaban con dificultad sus bicicletas supervisados por los adultos que se paraban a hablar amistosamente. La estampa me recordó inmediatamente a Mujeres Desesperadas.
El coche se detuvo delante de una enorme casa de color blanco, con su perfecto jardín. Un camino de piedras llevaba hasta un hermoso portón con aldaba dorada que
estaba medio abierto. El conductor me abrió la puerta y me animó a apearme del coche con un gracioso ademán.
―la señorita Pierce la espera dentro, señora.
Desconfiando, anduve lentamente hasta la opulenta entrada y llamé a Britt.
―Al fondo ―dijo su voz desde algún rincón escondido de la casa.
Continué con cuidado de no pisar nada que me hiciera tropezar y vislumbré una extraña luz al final del corredor. Entré en lo que parecía ser una enorme cocina y
traspasé una puerta doble de cristal biselado que daba a un fantástico jardín trasero. La extraña luz provenía de la iluminación nocturna de una asombrosa piscina. Y allí
de pie, perfecta, enfundada en un esmoquin, como si de un anuncio de perfume se tratase, estaba Britt sosteniendo dos copas de champagne.
―Hola, preciosa ―Me repasó de arriba abajo con aquellos profundos y brillantes ojos azules y un escalofrío de excitación me recorrió la columna―. Estás deslumbrante ―dijo dándome un estremecedor beso en el cuello.
―Tú tampoco estás mal. Pareces una versión femenina de James Bond americano. ―Rió abiertamente y me pasó una de las copas.
―Es zumo de uvas, sin alcohol.
―Qué detalle, señorita Pierce. ¿Qué hacemos aquí? ―pregunté aceptando la copa de sus manos y sorbiendo lentamente un pequeño trago de aquel fresco y maravilloso zumo. Estaba sedienta.
Britt miró a su alrededor y se pasó una mano por el pelo como hacía cuando estaba nerviosa.
―¿Qué pasa?
―Oh, no, no pasa nada. No tienes de qué preocuparte ―dijo rápidamente.
―Pero aún no me has dicho qué hacemos aquí. ¿De quién es la casa?
Sonrió con picardía y bebió de su copa sin apartar sus ojos de los míos.
―Nuestra ―dijo, haciendo que me atragantara con el zumo.
―¿Cómo que nuestra? ―pregunté con la voz ronca.
―Desde esta mañana.
―Pero ¿cómo? ―repetí más sorprendida que nunca―. ¿Tú y yo vamos a vivir aquí? ¿Juntos?
―¿Habías pensado que viviríamos separados toda nuestra vida? No sé tú, pero yo no tenía esa idea. Estoy harta de dormir sola.
Me giré lentamente y admiré, bajo el resplandor azulado de los focos de la piscina, los detalles de aquel jardín tan espléndido. La barbacoa con su suelo de losas ocre,
el piso de madera que rodeaba la piscina, la parte de césped con mobiliario de teca... Tenía hasta una casita para el perro.
―¿Te gusta? ―preguntó en voz baja cerca de mi oído. Se colocó detrás de mí y me abrazó tiernamente. Apoyó la cabeza en mi hombro y aspiró mi perfume de flores.
―Es preciosa, Britt, pero… es demasiado.
―Tonterías ―dijo girándome en sus brazos y mirándome fijamente a los ojos―. Voy a disfrutar amándote una y otra vez en cada rincón de este lugar ―susurró
incitante mientras deslizaba un dedo por mi espalda. Cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación de necesidad que me transmitía cuando me hablaba de esa forma―.
Me voy a deleitar oyendo tus gemidos y tus gritos, tus exigencias y deseos. Estoy deseando depositar un recuerdo imborrable en cada lugar de esta casa para que te
sonrojes cada vez que te venga a la mente…
―Por favor, ya basta… ―musité consciente del anhelo que sentía correr por mis venas―. Llegaremos tarde a la fiesta…
―La fiesta puede esperar, yo no ―dijo, y luego me besó de forma arrebatadora, introduciendo su lengua en mi boca, ansiosa y urgentemente.
―Britt, para, por favor. ―Me aparté suavemente, a desgana―. No hay nada que desee más que quedarme aquí contigo toda la noche, pero hoy no debes llegar tarde.
Ella suspiró sabiendo que tenía razón. Si dábamos rienda suelta a nuestras pasiones no llegaríamos jamás a la maldita fiesta.
―¡Ahhh! ―exclamó―. Odio cuando eres tan sensata y madura. Prométeme algo ¿quieres?
―Lo que quieras.
―No bailarás con nadie hoy, salvo conmigo. No sé si podré soportar que uno de esos hombre se acerque a ti esta noche.
―No bailaré con nadie que no sea mi jefa ―dije acercándome a sus labios y rozando mi boca con la suya en una suave y breve caricia íntima.
―Es usted una empleada ejemplar, señorita Lopez.
***
La planta 13 del edificio en Lexington con la 52 brillaba con luz propia aquella noche. La decoración era exquisita, la música suave y el ambiente muy festivo. Había
gente por todas partes que hablaba y reía abiertamente. Camareros vestidos de impoluto blanco se deslizaban graciosamente entre los invitados con grandes bandejas de
copas de champagne, vino y otros refrescos.
Vi acercarse a Madeleine, con sus perfectas formas enfundadas en un vestido de sirena negro, y un ramalazo de ira me traspasó inmediatamente. Sin embargo, le
sonreí cuando me preguntó por el paradero de Britt, detalle que la hizo enfurecer y resoplar vulgarmente.
Unos cantarines golpecitos contra una copa de cristal llamaron la atención de todos los invitados. Mis ojos siguieron la mirada de Madeleine para descubrir a Britt,
unos metros más allá, encima de la tarima de la música y con un micrófono en la mano.
―Amigos y compañeros de Heartstone Pierce Publicity, me siento feliz esta noche por teneros aquí de nuevo en esta fabulosa fiesta, y en un ambiente más distendido e
informal que de costumbre. ―Sonaron aplausos que ella pronto aplacó―. Quiero dar la bienvenida especialmente a nuestros clientes y promotores, pues ellos hacen que
HP sea la empresa de publicidad mejor valorada de Nueva York y de la Costa Este. ―La gente aplaudió de nuevo y sonaron algunos silbidos de satisfacción―. Ha sido
un año muy importante para HP, hemos superado con creces nuestras expectativas y seguimos creciendo, como empresa y como personas, gracias a todos vosotros.
Pero, si hay un motivo para montar esta preciosa fiesta, año tras año, es porque me siento orgullosa del equipo que tengo, porque sois los mejores y eso se ve en
vuestro trabajo diario. Insisto en lo que siempre digo: compañeros y compañeras, sin vuestro trabajo, estos fabulosos clientes estarían en la competencia, por lo que
cuidadlos, mimadlos y, esta noche en concreto, dadles mucho de beber para que suelten todo su dinero en la subasta benéfica que tendrá lugar más tarde ―bromeó.
Todos rieron abiertamente y aplaudieron con efusividad. Britt bebió un trago de su copa y me buscó con la mirada brillante. Guiñó un ojo cuando me encontró y prosiguió:
―Pero hoy, señoras y señores, tengo un motivo más para sentirme feliz. Tras mucho tiempo negándome a mí misma a que algo así me fuera a suceder, ha sucedido: fue toda una sorpresa darme cuenta de que estaba incompleto hasta que ella llegó a mi vida ―Sonaron risas y suspiros al descubrirse de qué estaba hablando―. Sí, es así, y no me avergüenza admitir delante de todos que me he enamorado perdidamente de una mujer.
Pese al bullicio que se generó entre la gente, pude escuchar el resoplido de Madeleine. Britt bajó de la tarima y anduvo lentamente hasta quedar a medio metro de mí.
Su cara estaba seria pero sus ojos sonreían con placer.
―Es la mujer más maravillosa del mundo, decidida, atenta, sensible, cariñosa. Y lo más asombroso de todo es que me quiere pese a saber quién soy y cómo soy. Es la
persona que necesito para que mi vida, mi caótica vida, esté completa. ―Me cogió de la mano y me llevó con ella de vuelta hasta la tarima bajo la atenta mirada y las
bocas abiertas de los allí presentes―. He pasado mis treinta y cinco años pensando que el amor era perder el tiempo, que yo no estaba hecho para amar y respetar a
una mujer durante toda mi vida. Pero eso cambió en el mismo momento en que te conocí, Santana Lopez. Por ello, como creo que aún estoy a tiempo de hacerlo ―Se
sacó algo del bolsillo interno de su perfecta chaqueta negra y se arrodilló delante de mí sin soltarme la mano― Santana, ¿me harías el gran honor de ser mi esposa?
Abrió la pequeña cajita de terciopelo azul y un enorme diamante resplandeció haciendo la competencia a los miles de cristales y espejos de la decoración.
―Sí, sabes que sí ―dije sonriendo entre lágrimas y abrazándole.
Después de escuchar aplausos, exclamaciones y más silbidos de alegría, Britt me separó un poco de ella y me puso el anillo en el dedo. Encajaba a la perfección. Luego
nos besamos apasionadamente ajenos a las decenas de personas que nos vitoreaban.
―Por cierto ―dijo Britt cortando inesperadamente el beso―, por si a alguien le cabía alguna duda sobre el estado de Santana, esperamos una niña para finales de septiembre ―anunció feliz y llena de euforia. Me miró de nuevo y acercó su boca a la mía―. Estaba harto de tener que esconderme y quiero que la gente sepa que eres mía. Te quiero, preciosa ―dijo antes de retomar su apasionado y devastador beso.
Anduvimos toda la noche de un lado a otro, saludando a la gente y recibiendo felicitaciones. Mientras algunas de las chicas de la empresa me rodeaban para admirar el
anillo de compromiso, Britt se rodeó de hombres a los que no había visto jamás. A excepción de uno.
Estaba un poco más apartado de los demás y enseguida me llamó la atención. Era algo enclenque y sujetaba una copa llena de la que no había bebido ni un sorbo en el
tiempo en que lo estuve mirando. Parecía preocupado, esperando algo o a alguien. Consultaba su reloj de pulsera y luego sus ojos se desviaban hacia los ascensores.
Repitió aquellas dos acciones tres o cuatro veces en diez minutos. De pronto, como si hubiera sentido mi mirada, se giró y nuestros ojos coincidieron por unos
segundos. “Es el hombre de la terraza del que Rachel sospechaba”, me dije reconociéndolo claramente. “¿También ha puesto Britt aquí seguridad?”. Cuando volví a
mirar en aquella dirección el hombre había desaparecido. Seguidamente Britt se personó delante de mí y olvidé el tema por completo.
Fui fiel a mi palabra y con la única con quien compartí la pista de baile fue con mi futura esposa hasta que, después de varias horas de pie, el dolor de piernas se hizo insoportable.
Me tiré de cualquier forma en el cómodo sofá del despacho de Britt, me desabroché las sandalias y se las lancé a ella, que ya se acercaba prometiendo descomunales
placeres con la mirada.
―Ven y masajéame los pies, los tengo destrozados por tu culpa.
―¿Por mi culpa? No he sido yo quien te ha puesto estos andamios. Esto no debe ser seguro ―refunfuñó mientras se acomodaba en el sillón.
―Y hablando de seguridad, ¿no crees que es pasarse un poco poner gorilas esta noche en la fiesta?
―¿Gorilas? ―preguntó levantando una ceja.
―Sí, no te hagas el tonto, Britt. El hombre que nos sigue a todas partes está esta noche en la fiesta.
―¿Qué hombre? Santana la seguridad de calle se retiró hace semanas. No hay “gorilas” siguiéndote ―dijo poniéndose en pie de inmediato y andando hasta la mesa
de su despacho. Se había puesto la máscara del Britt Delta―. Dime quien es, ven.
Me asusté. Si aquel tipo no estaba allí por Britt, ¿quién era y qué quería?
Britt introdujo una contraseña en su ordenador y de pronto en la pantalla aparecieron diferentes imágenes de la fiesta, que en aquellos instantes estaba en pleno
apogeo. Eran las cámaras de seguridad de la empresa. Miramos durante largo rato pero no logré ver al hombre. Cuando ya estábamos por desistir de la búsqueda, lo vi.
―¡Ahí! El de la americana cruzada.
―No te muevas de aquí ¿me oyes? ―Se desabrochó la chaqueta, sacó una llave del bolsillo interior y la introdujo en una de las cerraduras de su mesa―. No quiero
que salgas de este despacho hasta que yo no haya vuelto ¿entendido? ―dijo sacando de un cajón una pistola negra.
―Quédate conmigo, por favor, no te vayas ―rogué nerviosa y al borde del llanto―. He soñado con esto, Britt, lo soñé anoche y no recuerdo bien qué sucedía, pero
sé que no es nada bueno. No quiero que vayas, por favor. No quiero quedarme aquí sola. Vámonos a casa, Britt, por favor.
―No me va a pasar nada. Quiero que te quedes aquí y que te tumbes en el sofá. Descansa un poco ¿de acuerdo? Yo vuelvo enseguida ―. Me besó dulcemente y
luego se marchó. Antes de que cerrara la puerta alcancé a verle sacar el teléfono y hablar con alguien. Corrí desesperada a su mesa para ver por las cámaras lo que no iba a poder ver en directo. Britt andaba decidido hacia el punto donde habíamos visto a aquel hombre,
pero el tipo ya no estaba allí. Yo podía verlo en otro lugar, cerca de la escalera de emergencia, pero no tenía forma de avisarlo.
De repente las puertas de los ascensores se abrieron y el tipo sonrió de una forma que me heló la sangre. Dos hombres aparecieron con pistolas en la mano, y detrás
de ellos entró la última persona que jamás hubiera esperado volver a ver: Mi ex marido Sam Evans. “¡¡Sal de aquí, sal de aquí ya!!”, me repetí una y otra vez
mentalmente.
Quise avisar a Britt, pero cuando llegué a la puerta del despacho ya era tarde. Una estridente ráfaga de disparos se escuchó al instante provocando un ensordecedor
griterío y un estruendo de cristales. La gente corría de un lado a otro, histérica, buscando una salida o un lugar donde esconderse.
Alguien pasó por mi lado y me empujó sin miramientos estampándome contra la pared. La barriga fue lo primero que recibió el impacto, pero después de un instante
de pánico comprobé que me encontraba bien.
Más disparos. ¿Dónde estaba Britt?
Un movimiento en el pasillo me llamó la atención. Agazapado detrás de uno de los maceteros de la recepción pude ver a Scott que, pistola en mano, no perdía detalle
de la situación. Apuntaba con su arma pero nunca llegaba a disparar. ¿Cómo había llegado Scott tan rápido a HP? Entonces oí la voz de Britt por el walkie que el fornido
rubio llevaba en la cintura.
―La planta está vacía, chaval. Toquemos un rock and roll para esta gente.
―Oído cocina ―respondió Scott. Hizo un par de señas y de pronto vi aparecer a otros dos hombres que no conocía de nada. Se movían con una ligereza y un silencio imposible para lo grandes que eran.
Las balas empezaron a silbar a mí alrededor antes de darme cuenta de que me encontraba casi metida entre los buenos y los malos.
―¡Échate al suelo, ahora, échate al suelo, por Dios! ―me gritó Scott fuera de sí. Me senté y escondí la cabeza entre las piernas. Recé todo lo que sabía, rogué a Dios
que acabara con aquella pesadilla. No podía creer lo que estaba sucediendo.
―¡Britt, tenemos un problema y de los grandes! ―oí que decía Scott a voz en grito.
―¿Cómo de grande? ―preguntó Britt desde algún punto de la terraza.
―No te va a gustar, compañera ―dijo para sí mismo.
Levanté la cabeza y miré hacia donde estaba agachado Scott. Me estaba mirando fijamente, conteniendo el aliento. Exhaló el aire bruscamente, enfadado, pero en su
cara había alivio. Creyó que estaba herida.
―Scott ¿cómo de grande? ―volvió a preguntar Britt, impaciente.
―Del tamaño de Texas, tía ―respondió.
―¿Tiene solución? ―gritó de nuevo.
―Afirmativo.
Sonaron más disparos y escuché a Britt maldecir. Scott me indicó por señas que me acostara boca abajo en el suelo, pero la barriga me impedía hacerlo. Me puse en
posición fetal y protegí la tripa con mis brazos. Vi moverse a los dos hombres que acompañaban a Scott y de repente comenzó el caos. Las balas venían de todas
partes, los cristales se rompían, Scott y sus hombres corrían de un lado a otro protegiéndose con cualquier cosa que les impidiera ser alcanzados por algún proyectil.
Los momentos de calma eran cada vez más cortos. Escuchaba pisadas seguidas de más disparos. Noté un dolor sordo en el costado que pasó rápidamente. Mi nivel
de adrenalina era tan alto, que no me percaté de lo que acababa de suceder.
Después del último estallido de disparos, escuché a Britt más cerca de mí.
―¡Despejado! ―exclamó ―¿Scott, Eddie, Marc?
―¡Aquí! ―respondió el primero―. Tenemos a dos. El tercero está herido y no se puede mover. Uno de ellos ha volado.
―Bien ―dijo― ¿Y el problema del tamaño de Texas?
―Pasillo dos, jefa.
Última edición por marthagr81@yahoo.es el Lun Ene 18, 2016 6:17 am, editado 1 vez
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Capítulo 20
―Márchate a casa, ya me quedo yo.
―Ni hablar. Quiero estar aquí por si de despierta. Vete a descansar, Rachel, voy a necesitarte bien despierta dentro de unas horas.
―De eso nada, Pierce. No tengo intención de moverme de su lado.
―Creo que hay suficiente confianza como para que me llames Britt ¿no crees? Deja de llamarme por mi apellido.
―Y tú, Britt, deja de decirme lo que tengo que hacer.
―¿Podéis dejar de discutir un momento? ―pregunté casi sin fuerzas. Me había sentido feliz al escuchar a mi lado a las dos personas que más quería en el mundo, pero su constante riña me daba dolor de cabeza.
En cuanto abrí la boca ambos se abalanzaron sobre mí para saber cómo me encontraba.
―¿Qué ha pasado? ―pregunte aturdida. Quise enderezarme pero un fuerte dolor me lo impidió. Britt se dio cuenta y me ayudó subiendo la cama un poco para que no tuviera que moverme.
Los miré con atención. Los dos tenían grandes ojeras, caras cansadas y llevaban puestas las mismas ropas que cuando los vi por última vez.
―¿Cómo te encuentras? ―preguntó Rachel besándome la frente.
―No lo sé, me siento extraña. ¿Por qué estamos aquí? ―me alarmé. Luego recordé lo que había sucedido y miré a Britt con los ojos muy abiertos―. ¿Estás herida? ¿Estás bien?
―Estoy bien, pequeña.
―Iré a avisar al médico ―dijo Rachel encaminándose hacia la puerta. Antes de salir, se paró y le habló a Britt―: Tardaré un poco. Contrólate.
―¿Qué pasa? ¿Seguro que estás bien? ―pregunté en cuanto mi amiga abandonó la habitación. “¿Contrólate? ¿Qué sucede?”.
―Estoy bien. ―Hizo una pausa y pasó sus manos por el pelo. Tenía los ojos hinchados como si hubiera estado llorando, y cuando le toqué el brazo, temblaba. Bajó la cabeza y respiró profundo varias veces controlando las emociones que se le agolpaban en el pecho―. ¿Por qué no te quedaste en el despacho como te dije?
―preguntó en voz baja, visiblemente afectada. Enseguida supe de qué me hablaba.
―Quería avisarte. Mi ex marido estaba allí. Pero de repente me vi rodeada de gente que gritaba, cristales que se rompían y balas que volaban por el aire. Yo solo quería llegar hasta donde estabas tú ―me expliqué al borde de las lágrimas. Notaba como aumentaba su enfado conforme salían mis palabras.
―¡Maldita sea, Santana, te pedí expresamente que te quedaras en el despacho! ¡No tenías que haber salido! ―gritó. Se puso en pie y caminó enfurecida por la habitación como una leona enjaulada.
―¿Por qué? ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan enfadada?
―¡Te dispararon! Estás viva por poco ―dijo apretándose las sienes y cerrando fuertemente los ojos. Parecía a punto de ponerse a llorar.
―Ehhh, está bien. Ven aquí ―le dije haciendo un hueco en la cama con esfuerzo y dolor. Cuando estuvo echado a mi lado le acaricié la cabeza suavemente. Sus ojos seguían llenos de lágrimas no derramadas―. Estoy bien ¿vale? Ya pasó. Estamos bien, mi amor, deja de preocuparte…
―Santana ―me interrumpió levantando la cabeza de la almohada y mirándome fijamente a los ojos―, ya no hay bebé.
De repente, el dolor del sueño, ese que me aplastaba el pecho y no me dejaba respirar, me llenó por dentro como una ola en la playa, cubriendo hasta la última fibra de mi ser. Ahora todo aquello cobraba sentido.
Tras el estallido inicial de llanto, gritos desgarradores y furia, me fui calmando poco a poco entrando en un estado catatónico en el que no me importaba nada de lo que sucedía a mí alrededor.
Britt vio en mi cara la batalla que se libraba dentro de mi cabeza. Intentó que mis oscuros pensamientos no se anclaran en mi interior pero no tuvo éxito. Su seguridad y su protección no podían llegar al lugar donde me encontraba hundida en ese momento. El mismo vacío que sentía en mis entrañas se instaló en mis ojos y, aquel día, en aquel momento, creí haber muerto para siempre.
Lidiar con mis remordimientos era algo a lo que no estaba acostumbrada. Había cometido un error, uno muy grave, y mi mundo se había hecho añicos en cuanto fui consciente. No solo había perdido a mi hija, también perdería a Britt y, poco a poco, ese pensamiento fue minando la escasa fortaleza que me quedaba, sumiéndome en la más desesperante de las tristezas y haciéndome adoptar una actitud completamente pasiva, casi vegetal.
―Me estás escuchando, lo sé ―dijo Rachel una mañana, sentada a mi lado en la cama―. Y creo que no eres justa, ni contigo, ni conmigo, ni con ella. No eres la única que ha perdido algo, ¿sabes? No voy a consentir que esta situación dure mucho más. Sabes que cuando me lo propongo no hay quien me frene, así que ve saliendo del lugar ese en el que te has escondido porque ya es hora de que te enfrentes a la vida con lo bueno y con lo malo.
Abrí los ojos cuando se marchó y sentí unas terribles náuseas. Apoyándome en los escasos muebles de la habitación llegué hasta allí y encendí la luz. La cara de la mujer que me devolvió la mirada al otro lado del espejo me dejó sin respiración. Aquella no podía ser yo, demacrada, enfermiza, sin vida en los ojos.
Odiaba aquella situación, odiaba tener aquellos malditos sueños. Si no hubiera soñado, si me hubiera quedado dentro del despacho, ahora yo estaría bien, mi hija estaría bien, Britt y Rachel estarían bien.
Las compuertas que habían estado cerradas los últimos dos días se abrieron y dejaron salir todo el llanto acumulado. Desgarradores gemidos se me concentraban en la garganta pujando por hacerse escuchar. Grité, cerré los puños y pegué fuerte contra la pared. No sentí nada, solo el dolor del pecho asfixiándome.
Alguien me recogió del suelo como si fuera un desperdicio y me abrazó con fuerza contra su pecho. Le agarré de la camisa y grité pegada a su hombro, retorciéndome, golpeando, ciega de desesperación, pero ella no se inmutó. Sabía que era Britt, su olor era inconfundible para mí, pero eso no bastó para calmarme. Sus palabras
susurradas de forma anestésica fueron obrando milagros en mi mente, relajando mis músculos tensos y doloridos. Después de un largo rato, el cansancio me dejó exhausta y dejé de moverme. La cabeza me daba vueltas, sentía los ojos hinchados y un dolor pulsante en la barriga, la garganta irritada, los labios resecos. Me acomodé en el regazo de Britt que, en algún momento, se había sentado en el sillón. Respiré su olor, busqué su calor corporal con mi cuerpo y, finalmente, me quedé dormida.
***
―Sé que estás despierta. ¿Olvidas que me encanta verte dormir y sé cuándo no lo haces? ―dijo Britt suavemente, pasando una mano por mi espalda con la presión justa. Aquel movimiento era delicioso después de haber dormido sobre su regazo durante horas―. Si tienes hambre, hay una bandeja de comida ahí encima que lleva tu nombre. ―Negué con la cabeza. Todavía no me había atrevido a mirarlo a los ojos. Me daba miedo ver odio, reproche o decepción―. Bebe agua, San. Ya habrá tiempo para la comida, pero no has bebido nada desde hace horas. ―Cogió una botella de agua con una cañita que había en la mesa auxiliar, a su lado, y me la puso en las manos.
El descenso del líquido transparente por mi garganta, lejos de aliviar la sequedad que sentía, me hizo daño. Apreté los ojos para tragar una segunda vez, y me sentí mucho mejor.
―Saldremos de ésta, ¿de acuerdo? ―dijo cogiendo firmemente mi mano y apretándola con la suya. Un repentino sollozo escapó de mis labios. Britt me estrechó contra ella y me acunó cariñosamente―. Shhhh, no llores más, por favor.
―Ya no tienes que sentirte responsable de mí ahora que no hay bebé… ―logré decir en susurros antes de sentir cómo la tristeza me cerraba la garganta.
―¡Escúchame! ―dijo firmemente. Agarró con decisión mi cabeza poniendo sus grandes manos en mis mejillas y me forzó a mirarla―. Mírame, San. ¿Responsable de ti? ¿Crees que como ya no hay bebé ya no te quiero? Has puesto mi vida patas arriba desde aquel maldito momento en que nos conocimos. No he dejado de quererte ni un solo día de mi complicada vida y no voy a dejar de hacerlo por esto. Pero necesito que vuelva la mujer valiente y decidida, cabezota y
descarada. Te necesito, y no voy a dejar que te hundas ¿me has oído? ―preguntó buscando mis ojos con los suyos. Luego me abrazó con fuerza, envolviéndome con su cuerpo, arropándome con su calor. Me besó la cabeza con dulzura y suspiró.
Al cabo de media hora me separé de ella un poco.
―Tengo hambre ―dije tímidamente. Me levantó la cara con una mano y, sin previo aviso, me besó. Fue un beso suave, como una caricia, y dulce como el azúcar.
Luego apoyó los labios en mi frente y lo sentí relajarse.
―Hola, mi vida. Bienvenida a casa ―murmuró cansada pero satisfecha.
***
―Es un lugar precioso ¿verdad? ―comenté mirando pasar las casas de nuestro nuevo vecindario.
―Tú eres preciosa, el lugar no está mal ―puntualizó apretándome una mano cariñosamente. Le sonreí y cerré los ojos―. Algún día, dentro de unos años, habrá muchos pequeños Pierce Lopez corriendo por estas calles, y nosotros, viejas y cansadas, tendremos que correr detrás de ellos para que no se metan en líos.
―¿Me lo prometes? ―pregunté enjugándome una lágrima y girando la cara para mirarlo a los ojos.
―Por supuesto que te lo prometo. No me cabe la menor duda ―respondió poniendo una gran mano en mi nuca y acercándome a ella para darme un suave beso, como queriendo sellar con el la promesa que acababa de hacerme.
***
Aquel 12 de junio el cielo lucía de un precioso tono azul. No había rastro de las nubes que habían estado descargando agua los días anteriores mientras me encontraba en el hospital. Daba la impresión de que mi ángel se había esforzado para limpiar de malos elementos el paisaje con motivo de mi llegada a casa. A casa, aquella preciosa mansión era nuestra casa. Nuestro hogar. Después de un detallado recorrido por la vasta extensión de la propiedad empecé a resentirme de la herida en el costado. Britt estaba tan entusiasmada con sus explicaciones que me supo fatal interrumpirlas, pero en cuanto notó que me iba apagando fue ella mismo quien puso fin al tour.
―Dejemos el resto de la casa para otro día, estás cansada. Ven, vamos ―dijo abrazándome amorosamente y llevándome con ella al interior a través de una cristalera escondida por algunos setos.
―Este lugar es increíble. No acabo de admirar un rincón pensando que es el más bonito que he visto y ya estamos entrando en otro más espectacular aún ―dije emocionada cuando accedimos al dormitorio principal.
Me miré en el espejo y me vi triste y decaída. “Demasiadas emociones, respira un poco”, me dije insuflándome algo de ánimo.
―¿Te he dicho lo preciosa que estás hoy? ―preguntó Britt apareciendo tras de mí en el reflejo.
―¿Solo hoy? ―dije sintiéndome falsamente decepcionada. Ella sonrió.
―Hoy especialmente ―respondió abrazándome con suavidad―. Esta casa hace que quiera tocarte y besarte a todas horas.
El brillo de sus ojos reflejado en el espejo me pareció sobrehumano. Un acaloramiento comenzó en mi vientre y resbaló hacia abajo como cera caliente. Me ruboricé como una colegiala y Britt soltó una carcajada. Me giró en sus brazos y buscó mi boca con desesperación. Sin ningún tipo de pensamiento o vacilación, me dejé llevar
cuando la pasión explotó entre nosotros. La lengua de Britt se adentró en mí y la recibí con atrevidas e insistentes caricias que extrajeron un gemido desde lo más profundo de su garganta.
Mis brazos le rodearon el cuello, mientras ella estrechaba fuertemente mi cintura. La presión me recordó que tenía una herida muy reciente y que los excesos podrían ser peor a la larga. Pero sus maravillosas manos no dejaban de deslizarse lentamente arriba y abajo, acercándome más a ella y haciéndome olvidar cualquier dolor, físico o psicológico.
Me recosté sobre su cuerpo aplastando mis pechos contra sus músculos pectorales mientras me arrastraba con ella hacia la preciosa cama de la habitación y me tumbaba amorosamente sobre las sábanas.
Se inclinó sobre mí con lentitud y se apoderó de la pequeña rigidez de mi pezón que se apretaba contra el sujetador y la fina tela de la camiseta que llevaba puesta ese día. Succionó levemente y me tensé, empujándome contra ella, ofreciéndole más. Su respiración jadeante, junto con mis desesperados gemidos, llenaron el ambiente, y mis
caderas comenzaron a moverse con un ritmo que mostró la creciente necesidad que me embargaba, haciendo que ella deslizara la mano por mi torso hasta llegar a mis muslos ligeramente abiertos.
Deseaba aquello, la deseaba a ella, pero en aquel momento una punzada de tristeza nubló la pasión que sentía. Britt lo notó, sintió la rigidez momentánea que se hacía más presente e interrumpió su tarea.
―¿Quieres que paremos? ―preguntó buscando mi mirada. Negué con la cabeza, pero las lágrimas ya nublaban mis ojos―. No es necesario que hagamos nada. Es más importante que primero te recuperes. Tenemos mucho tiempo por delante para estas cosas. ―Sus palabras me reconfortaron, pero la presión que sentía mi cuerpo en determinada zona y el bulto que se perfilaba debajo de sus pantalones me animaron a continuar.
No dije nada, solo cogí su mano y la posé sobre uno de mis pechos, rogándole con la mirada que me acariciara como lo había estado haciendo unos minutos antes. Sus ojos se anclaron a los míos y tanteó de nuevo mi pezón con el pulgar. Cuando vio que me humedecía los labios con la lengua soltó el aire que había estado conteniendo y me besó de forma erótica y embriagadora. Perdida en el sensual fuego y buscando el orgasmo que rápidamente se formaba en mi interior, me abrí a ella. Lentamente me liberó de la camiseta dejando al descubierto la herida tapada que había en el costado de mi vientre. Vi un atisbo de duda en sus ojos y temí que fuera a detenerse de nuevo, pero no lo hizo. Un gemido animal
reverberó en mi garganta cuando su mano comenzó una firme y acariciante fricción, que provocó una creciente oleada de calor. Me arqueé contra ella, jadeando cuando liberó mi pezón con un punzante pellizco. Una vez más colocó la boca contra mi garganta, utilizando los labios y la lengua de tal manera que me hicieron temblar. Con un movimiento que hizo que mi estómago se tensase y vibrase de necesidad, lamió el sensible hueco bajo mi oído antes de ejercer una suave succión. Mi espalda se arqueó.
—Eres deliciosa y la mujer más excitante que jamás he conocido. —el enronquecido tono de su voz envió vibraciones a través de mis terminaciones nerviosas—. Voy a extender estos deliciosos muslos y hundir mi miembro profundamente en tu interior. Directamente aquí. —Britt acentuó sus palabras aumentando la presión entre mis piernas—. Hasta que grites.
Su voz, el momento, mi necesidad y la suya me enardecieron con una intensidad insoportable. Con un gemido me corrí; mis caderas se cimbrearon con una serie de movimientos entre lentos y rápidos, que extrajeron cada gramo de placer, gracias al continuo toque de sus magistrales dedos. Toda la tensión que se había acumulado en
mi cuerpo durante los días pasados desapareció mientras me recostaba sobre ella, descendiendo lentamente del pináculo al que había escalado. Exhalé profundas y estremecidas inspiraciones que, tras unos minutos, volvieron a la normalidad.
―Por ahora es suficiente ―dijo respondiendo a mi mirada interrogante. Ella seguía enormemente excitada, notaba el calor que su miembro producía a través de sus pantalones.
―¿No crees que eso debería decidirlo yo también? ―pregunté rozando el bulto de su entrepierna con mis nudillos. Lo vi contener el aire y cerrar los ojos con fuerza.
―No quiero que te sientas presionada, Santana ―dijo sujetándome las manos y llevándoselas a los labios para besarlas―. Acabas de salir del hospital, hemos sufrido una gran pérdida, no creo que estés preparada para…
―Cállate, Britt ―le corté el discurso. Lentamente me senté a horcajadas sobre ella y le acaricié el rostro―. Lo superaré, lo haré. Eres la mujer ,más maravillosa del mundo, y te quiero, pero déjame tomar mis propias decisiones ―le besé suavemente sacando la punta de mi lengua para lamer sus labios cerrados―. Te necesito ―volví a besarla, presionando con un dedo sobre su boca para que se animara a chuparlo. Lo hizo, lo succionó con tal énfasis que me provocó un agudo cosquilleo en el interior, empezando a sentir de nuevo la humedad deslizándose por mi sexo―. Me haces sentir tan bien ―gemí largamente restregándome contra su erección y provocándole un primitivo gruñido que escapó de su garganta, feroz y voraz.
Bajé mis manos hasta el botón de sus pantalones y se los abrí de un tirón. Luego hice lo propio con los míos, tomando la iniciativa. Cuando hice el amago de separarme de ella sus manos me engancharon de la cintura y giramos en la cama hasta que se colocó a horcajadas sobre mí.
Gruñí al sentir una punzada de dolor en el costado y Britt detuvo sus movimientos mirándome acusadoramente.
―No debemos ―dijo levantado el peso de su cuerpo.
―No te detengas ―dije al borde de la desesperación.
―No te encuentras bien.
―¿Y de quién es la culpa? ―pregunté levantando una ceja.
―No me refiero a eso, y lo sabes.
―Britt, lo necesito. Te juro que como no cambies esa actitud…
―¿Qué? ¿Qué harás? ―Su enfado era ya considerable.
Me quedé pensando las opciones que tenía. Mi grado de excitación había disminuido pero seguía sintiendo el cosquilleo entre las piernas y ella continuaba con aquella enorme erección.
―¡Me lo haré yo sola! ―exclamé empezando a bajarme los pantalones y las bragas.
Aquello no se lo esperaba. Lo pude comprobar en sus ojos cuando vio que uno de mis dedos hurgaba entre mis rizos púbicos.
―Estás loca ―dijo con su sonrisa cargada de sensuales promesas.
Terminó de bajar mis pantalones lentamente por las caderas, incitando con sus dedos la sensible piel de mis piernas. Le arañé la espalda con fuerza mientras me
besaba con tanta sensualidad que estuve a punto de correrme solo con el roce constante de su lengua sobre la mía.
Nos abrazamos mientras su miembro rozaba mi entrada. Le mordí en el cuello y luego le pasé la lengua por las marcas que mis dientes le hicieron. Y, por fin, se permitió deslizarse hacia dentro con un gruñido salvaje. Sentí algo de dolor, mentiría si dijera lo contrario, pero la sensación de plenitud cuando estuvo completamente
empalada fue como estar de regreso en casa después de tanto tiempo. Nos movimos lentamente al principio, buscando con nuestras manos tocar más profundo, uniendo nuestros cuerpos en una cadenciosa melodía de gemidos y
entrechocar de carnes. Nos besamos absorbiendo los gritos que producíamos, dando pequeños mordiscos incitadores, saboreando nuestro éxtasis con un continuo batir de lenguas. Y cuando los movimientos se tornaron rápidos inicié un vertiginoso ascenso, grité sin control y me agarré a sus hombros para alcanzar finalmente el orgasmo.
—San... Se le tensó la mandíbula y se corrió violentamente, derramándose dentro de mí, exhalando todo el aire que retenían sus pulmones. Luego me cogió por la nuca y la cintura, sujetándome firmemente, empujando hacia arriba... una y otra vez... penetrándome con nuevas y enérgicas embestidas.
—Oh, Dios mío, Dios mío, Britt —grité tan excitada que el simple roce de su piel contra la mía me provocaba oleadas de extremo placer.
—Te amo, mi vida —susurró tiernamente, todavía dentro de mí, mientras nuestros corazones amenazaban con estallar en mil pedazos.
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Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Capítulo 21
Desperté con el sol de la tarde acariciando mi rostro. Hacía calor, pero una fresca brisa entraba por la cristalera haciendo ondear la fina cortina blanca. Como era de esperar, Britt no estaba. Sin embargo, su lado de la cama seguía caliente y podía adivinar su silueta aún visible en el colchón.
—Ya te has despertado —dijo saliendo del cuarto de baño. Llevaba una toalla enrollada a la cintura y varias gotas resbalaban por su torso. Era tan perfecta que las mariposas revoloteando en mi estómago amenazaron con ahogarme.
—Podías haberme despertado. Me hubiera dado una ducha contigo.
—Necesitas descansar un poco, ya oíste al médico —dijo recostándose en la cama. Me acerqué y posé la cabeza en su pecho.—¿Qué te parece el 14 de septiembre como fecha para nuestra boda? —preguntó como al descuido dejándome tan sorprendida por traer a colación de esa manera el tema que, durante unos minutos, no supe
qué decir. Me miró con la ceja levantada esperando una respuesta—. Habrá que ir pensando en ponernos a ello ¿no?
—Creí que… Bueno, pensé que no querrías… de momento… —balbuceé confundida. Después de la fiesta había dado por hecho que la propuesta de matrimonio quedaría en el aire.
—¿Por qué? —preguntó incómoda. Se incorporó y me miró fijamente, escrutando mis pensamientos—. Ya te dije en el hospital que no te pedí que te casaras conmigo por tu embarazo. Lo hice porque te quiero —Se giró y sacó algo del cajón de la mesilla—. Te di esto —dijo enseñándome el anillo de compromiso. Me miré la mano y me di cuenta en ese momento que no lo llevaba puesto—. Me dijiste que sí. —Me puso el anillo suavemente y apretó mis dedos con su mano—. Cásate
conmigo.
La boda sería el 14 de septiembre. Faltaban tan solo tres meses y había cientos de cosas que organizar, para lo cual Britt no dudó en pedir la colaboración de Rachel, pero también sugirió que incluyéramos a Madeleine en nuestros planes, lo cual no fue bien recibido desde el principio. Era evidente que mi relación con aquella mujer era más que tensa y, después de la primera reunión entre las tres, Rachel le cogió manía al instante.
Transcurrido el primer mes, la tensión se hizo insoportable y los problemas entre nosotros empezaron a aparecer.
Llegué a casa derrotada tras un agotador día de recorrer tiendas y más tiendas. Rachel y Madeleine se habían pasado la tarde discutiendo por todo, y yo, que había decidido mantenerme al margen para no entrar en conflicto con aquella víbora, me vi desbordada de emociones cuando, después de un día de mierda, comprobé que me había bajado la regla.
—¡Joder, joder, joder! —murmuré una y otra vez conteniendo las ganas de gritar.
Era mi primer periodo después de perder a mi hija, algo significativo para mí. Los médicos habían insistido en que me quedara embarazada cuanto antes para suplir la terrible pérdida, y, secretamente, mantenía la esperanza de que fuera muy pronto. Había puesto un gran empeño en que sucediera durante ese primer mes. Pero cuando
vi aquella mancha roja, el dolor en el pecho regresó.
—¿Santana? ¿Estás aquí? —preguntó Britt entrando por la puerta del dormitorio.
—En el baño —dije—. Enseguida salgo.
La encontré sentada en el jardín disfrutando de un refrescante gyn tonic. Aún llevaba la corbata puesta pero aflojada, y la camisa semi abierta, con los tres primeros botones desabrochados.
—¿Qué tal el día? —preguntó bebiendo del vaso.
—Estresante, agobiante, demoledor, horrible… ¿sigo? —respondí pesarosa. Me senté en sus rodillas y le di un beso en la frente.
—No deberías estresarte tanto, no es bueno para ti, ya lo sabes.
—Lo sé, lo sé, pero es que Madeleine y Rachel discuten constantemente…
—Deberías decirle a Rachel que se relaje un poco con Maddy. Estáis siendo injustas con ella. Solo pretende ayudar.
La miré con los ojos muy abiertos, intentando asimilar sus palabras sin enfurecerme. “¿Injustas? ¿Nosotras?”.
—Creo que te estás equivocando. ¡No tiene ni idea de preparar una boda y me va a volver loca! —grité.
—Quizás no tenga ni idea de preparar una boda, pero sus ideas son originales y se cotizan muy alto en publicidad. Deberías escucharla un poco más y dejarte de amiguismos infantiles.
—¿Perdona? —exclamé, levantándome de su regazo y colocándome frente a ella con los puños cerrados apoyados en las caderas—. ¿Amiguismos infantiles? ¡Ja! Sus ideas cotizarán muy caras, pero no sirven ni para limpiarse el culo.
—¡Ahhh, San! No soporto cuando usas ese lenguaje. ¿No se puede hablar contigo de Madeleine sin que te sientas atacada? —preguntó levantándose enfadada.
Se dirigió a la cocina y lo seguí echando humo.
—Yo no me siento atacada por esa tipeja ¿me oyes?
—¡Te oye todo el vecindario! —exclamó furiosa—. Y te recuerdo, por si te interesa, que esa ‘tipeja’, como la has llamado, es mi tía, y es importante para mí que le guardes un respeto. —Era la primera vez que veía a Britt de esa manera, tan protector con su tía, cuando nunca le había importado mucho—. Está claro que has tenido un mal día. Yo también, así que no quiero discutir contigo de tonterías de niñitas. Estaré en el estudio.
—Vete a la mierda, Britt. Es lo mejor que puedo decirte en mi lenguaje vulgar sin ofenderte gravemente de muerte.
Aquella fue la primera noche que dormimos separados desde que salí del hospital.
A la mañana siguiente, después de haber pasado una noche infernal, me convencí a mí misma de que solo había sido una riña sin importancia. Yo estaba muy susceptible y ella, con toda seguridad, había pagado su mal día conmigo. Pero no había ni rastro de Britt en la casa y un tremendo nudo se me instaló en la boca del estómago.
Marqué su número de teléfono y esperé mordiéndome las uñas. Al tercer tono, descolgó, pero me quedé callada cuando preguntó quién era. “¿Ni siquiera sabe quién soy? Soy tu futura mujer, pedazo de gilipollas”.
—¿Sí? ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —insistió.
—Britt, cielo, cuelga y ven aquí, no hemos terminado —escuché de fondo. Era una sensual voz femenina que no conocía y que desató a la celosa que llevaba dentro.
Colgué y luego estampé el teléfono contra la pared de la cocina.
—¡Cabrona, desgraciada, hijo de puta! —grité, negándome a creer que después de nuestra primera pelea ya me la estuviera pegando con otra. ‘Otra’ que lo llamaba ‘cielo’.
Utilicé el teléfono fijo para llamar a un taxi. Tiré al suelo el portafotos que había en la mesita, rompiendo el cristal que cubría una imagen nuestra abrazados en la piscina. Luego, dejándome llevar por unos irracionales celos metí varias prendas de ropa en una mochila y me fui de aquella casa dando un fuerte portazo. Las llaves quedaron dentro, olvidadas, y mi corazón tan roto como mi móvil o el cristal de la fotografía.
***
Rachel me hizo pasar a la sala de descanso de la academia en cuanto me vio aparecer deshecha en lágrimas e hipando como una niña. —Anoche nos peleamos —solté sin esperar sus preguntas.
—¡Ay, joder! Vaya susto me has dado, pensé que era algo grave. ¿Qué pasó?
—¡Es grave! —exclamé—. Le dije que estaba harta de Madeleine y no sabes cómo se puso. Le dije que sus ideas no servían ni para limpiarse el culo… —Rachel soltó una carcajada y asintió dándome la razón, pero cuando vio que yo no me reía se calló de golpe.
—Perdona, continua. ¿Qué te dijo ella?
—Que no me soportaba cuando hablaba así y que siempre me sentía atacada cuando se hablaba de esa odiosa mujer. ¡Atacada, me dijo! La defendió y me llamó niñita y yo lo mandé a la mierda. No durmió conmigo y esta mañana ya no estaba cuando me desperté —dije con la voz estrangulada.
—Se le pasará. Dale un poco de tiempo. Es una mujer dura, no puedes pretender que entienda las cosas a la primera —comentó seria pero con una mirada divertida.
—¡Es una cabrona! Lo he llamado y estaba con otra ¡Con otra! ¿Te lo puedes creer? ¡Se supone que nos vamos a casar!
—¿Una clienta? —preguntó Rachel con cara de estar buscando el motivo más razonable para el comportamiento de Britt.
—¡Y una mierda una clienta! Una clienta no llama ‘cielo’ a la Directora de una empresa, ni le dice “aún no hemos acabado”, en tono sensual —imité la voz de aquella
mujer—. No sabes lo estúpida que me he sentido —sollocé llevándome las manos a la cara.
—San, por favor. Sé razonable. Seguro que te llama en cuanto pueda.
—Ahora ya da igual, mi móvil se ha roto —dije avergonzada.
—¿Qué ha pasado? No lo habrás…
—Estampado, contra la pared, sí… ¿Qué? —le pregunté enfadada cuando me miró con aquella cara suya de madre a punto de soltar una regañina—. Estaba furiosa y era lo único que tenía en la mano. También he roto el cristal de un marco con una foto nuestra.
—Oh, por favor, ¿qué voy a hacer contigo? —se preguntó abrazándome, sabiendo exactamente lo desconfiada que era para el amor.
—¿Puedo quedarme en tu casa esta noche? —pregunté con la mirada baja.
—Claro que puedes. Pero deberías plantearte volver a tu preciosa casa y esperar a esa capullo para pedirle explicaciones. Sabes que yo siempre estaré de tu lado, pero todo el mundo debe tener la oportunidad de contar su versión.
—No puedo volver a la casa. Las llaves se han quedado dentro.
***
Los calambres provocados por el periodo me tuvieron echada en el sofá del apartamento de Rachel el resto del día. Britt no había dado señales de vida, pero claro, tampoco es que yo estuviera localizable. Cuando a las nueve de la noche entró Rachel por la puerta, hablaba por teléfono con tal enfado que me senté alarmada por si había sucedido algo grave.
—¡No me grites! Si no te tranquilizas te cuelgo, ¿me oyes? —decía mientras se quedaba parada en medio del salón y me miraba fijamente. Su interlocutor dijo algo y ella bufó poniendo los ojos en blanco—. Sí, está aquí. Y sí, lo ha estado todo el día. ¿Contento?
—¿Britt? —pregunté en voz baja señalando con el dedo el teléfono. Una chispa de esperanza se encendió entre los retazos de corazón que me ocupaban el pecho.
—Toma —dijo Rachel poniendo el móvil en mis manos bruscamente—. Habla con ella. No sé cómo os soportáis. —Luego se metió en el cuarto de baño y oí como ponía en marcha el grifo de la ducha. Me puse el teléfono en la oreja y aguanté la respiración.
—¿Qué quieres?
—¿Qué quiero? Pero ¿es que te has vuelto loca? Me has dado un susto de muerte. Te he llamado cien veces durante el día, llego a casa y tu móvil está hecho pedazos
en el suelo, hay cristales rotos, tus llaves están encima de la mesa y tú no estás por ningún lado. ¿Qué coño quieres que piense, San? ¿En qué cojones estabas pensando? Ahora mismo salgo para allá y…
—¡No! No quiero que vengas —dije envalentonándome después de su tono de voz. No había arrepentimiento en sus palabras, sino reproche.
—San, no me toques las…
—Adiós, Britt —y colgué el teléfono. “No use ese lenguaje soez conmigo, señorita Pierce”.
Vendría. Estaba en la naturaleza de Britt hacer ese tipo de cosas. Pero cuando a media noche aún no había dado señales de vida, comencé a arrepentirme de no estar en casa.
Ya entrada la madrugada, el timbre del apartamento sonó provocando un escándalo en el silencio de la noche.
—¡Oh, Dios mío! ¡Britt! —exclamó Lina horrorizada cuando acudió a abrir la puerta.
Se apartó para dejar entrar a una maltrecho Britt, con señales evidentes de haber recibido una paliza. Me llevé las manos a la boca y reprimí un grito de horror. Había sangre en su labio y su nariz. Uno de sus ojos comenzaba a ponerse negro y casi no podía abrirlo. Su camisa estaba desgarrada y manchada de sangre y barro. Y olía fuertemente a alcohol.
Tambaleante, avanzó un par de pasos hasta el sofá cama y se dejó caer a plomo. Rachel trajo un poco de desinfectante para curarle las heridas y, entre las dos, le quitamos la ropa y lo metimos bajo las sábanas. Ella ni se inmutó, estaba tan borracha que se durmió en cuanto puso su cabeza en la almohada.
—No sé lo que le dolerá más cuando se despierte, la cabeza por la resaca o el cuerpo por la paliza —comentó Rachel dejando a mi lado una enorme camiseta de manga corta para Britt.
—Se lo merece. ¿A qué cabeza hueca se le ocurre emborracharse así?
Lo miré fijamente, allí dormida, hecho un asco, y mi corazón se saltó un latido. Amaba tanto a esa mujer que me veía capaz de perdonarle cualquier cosa. Pero de inmediato ese pensamiento me puso la carne de gallina, pues ya creí amar a otro en su día y desde entonces me prometí no consentir nunca más a nadie un dominio tan intenso de mis emociones. Debía encontrar la armonía entre los pensamientos de mi cabeza y los sentimientos de mi corazón. Pero eso sería otro día.
—Ahora, descansemos, señorita Corazón de Piedra.
***
―San, despierta ―dijo la voz de Britt sacándome de una terrible pesadilla.
―¿San? ―llamó Rachel apareciendo por el pasillo.
Miré a ambas desorientada y comprendí que era yo la que los había despertado.
―Lo siento―me disculpé frotándome los ojos e intentando recordar de qué se trataba esta vez.
—¿Estás bien? —preguntó Britt preocupada. Cerró los ojos con fuerza cuando Rachel encendió la luz del salón.
―Sí, estoy bien. Solo fue un mal sueño ―dije mirándolos un tanto avergonzada.
Después de un trago de agua fría y unas cuantas respiraciones, me despedí de Rachel con un ademán y apagué la luz. Sin embargo, volver a conciliar el sueño fue una tarea harto difícil.
―¿No duermes? ―preguntó Britt al cabo de unos minutos.
―Tengo calambres ―respondí. Y me removí incómoda.
―¿Qué te pasa? ―se alarmó.
―Nada, tengo la regla y me encuentro mal. Duérmete.
Pasó su brazo por encima de mí y me acercó a su cuerpo acoplándose a mis formas. El calor que desprendía su pecho me relajó y ablandó mi enfado hasta hacerlo desaparecer. Posó su mano sobre mi vientre y las lágrimas se me escaparon. Aquella era una caricia tan íntima que me rozó el alma. Los calambres cesaron a los pocos
minutos.
―No más peleas ¿vale? ―murmuró.
—Eso debería decírtelo yo a ti. No te has visto la cara aún. ¿Qué ha pasado?
—Me pasé un poco en el bar y me invitaron a salir de una forma un tanto peculiar. Los otros quedaron peor, te lo aseguro.
—Fanfarrona.
—Bruja. No soporto dormir lejos de ti ni pasar el día sabiendo que estás triste y enfadada.
―¿Quién era la mujer con la que estabas esta mañana? ―pregunté a bocajarro. Si no lo hacía en aquel momento ya no tendría oportunidad de expresarle por qué había estado tan disgustada con ella.
―¿Qué mujer? ―preguntó levantando la cabeza para mirarme en la oscuridad.
―La mujer que habló cuando te llamé esta mañana. ¿Dónde estabas?
―¿Me llamaste esta mañana? No he recibido ninguna llamada tuya, Santana. He estado reunido toda la mañana ―dijo sinceramente. Luego se quedó pensativa y bufó con pesar―. Esta mañana desvié las llamadas al teléfono del despacho porque estaba sin batería y no funciona el identificador. Lo siento.
―Eso no contesta a mi pregunta ―le dije después de un largo minuto en silencio―. ¿Quién era la mujer con la que estabas?
―Era una de las abogadas de Faradai Byte, la nieta del dueño. Pero ¿qué importa eso? Jaimmie no tiene nada que ver con…
―¿Jaimmie? Qué familiaridad para tratarse de una de las abogadas de la competencia. Y lo que es peor, que ella te llame ‘cielo’ en una reunión de abogados no habla muy bien de la seriedad de la reunión ¿no crees? ―le espeté enfureciéndome por momentos. Traté de quitármela de encima pero no me dejó moverme.
―Ella no significa nada ¿me oyes? Nos conocemos desde hace muchos años. Somos amigos. Ella tiene esa forma de hablar, San, pero no significa nada.
―Ya ―dije poco convencida consiguiendo apartar su mano de mi cadera.
―¿De verdad hace falta que te demuestre lo poco que significa esa mujer para mí? ―preguntó poniéndome de espaldas contra el colchón, buscando mi mirada, desesperada―. Te amo, San. No sé cómo demostrarte de una vez por todas que eres la única mujer en mi vida.
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Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Capítulo 22
La casa seguía tal y como la dejé cuando me marché la mañana anterior. Nadie había recogido los cristales ni los pedazos de mi teléfono que estaban desparramados por la cocina y el salón.
Ver aquel pequeño caos me recordó que tenía muchas incógnitas en la cabeza que no había tenido oportunidad de despejar y aquel momento se me antojó tan bueno como cualquier otro.
―Tenemos que hablar ―dije con mi tono de voz más serio.
―¿Qué sucede? ―Se acercó lentamente hasta poner sus manos en mis hombros y masajearlos diestramente relajando parte de la tensión que contenían.
―Tengo algunas preguntas que hacerte y necesito que las respuestas sean sinceras.
―Contestaré lo que pueda, te lo prometo ―dijo con solemnidad sentándose en el sillón―. Dispara.
Pensé bien como plantear mis cuestiones de una forma coherente. Había estado esperando aquel momento desde la noche del tiroteo pero no me había planteado la forma más adecuada de preguntar. No debería ser tan difícil.
―¿Por qué estaba Sam en la fiesta de HP?
―No lo sé ―contestó rápido y de forma poco convincente.
―Britt…Dime qué sabes de mi ex marido. Sé que lo has investigado. No te quedarías de brazos cruzados sabiendo lo que ya te he contado de él.
―Es un don nadie que se fue a juntar con lo peor de cada casa. Estaba metido en tráfico de drogas y de armas con mafias de Europa del Este. En la cárcel hizo amistad con gente influyente y consiguió un trato hace poco. Está en libertad vigilada desde hace dos semanas.
―Hay algo que no me estás contando.
―Hay cosas que no te puedo contar. Entiéndelo. Siguiente pregunta.
Pensé muy bien cómo formular la siguiente cuestión sin volver a estamparme contra el secreto profesional.
―La noche de la fiesta en HP, no recuerdo haber visto a Scott y a los otros dos durante la fiesta. No sabía que estuvieran invitados ―comenté como al descuido, ganándome una feroz sonrisa de Britt.
―Eres muy lista, Santana. Ahora querrás que te diga lo que hacían allí ¿verdad? ―dijo acertadamente. Se acercó a mí y con una gran mano me cogió por la nuca para atraerme hacia su boca―. No puedo contarte eso tampoco. Solo te diré, si te sirve de algo, que Scott, Eddie y Marc estaban invitados a la fiesta pero no de smoking.
―¿Esperabas que pasara algo en la fiesta? ―dije horrorizada apartándome de ella. Britt borró su estúpida sonrisa de los labios y se colocó la máscara de señorita corazón de piedra―. Si sabías que pasaría algo en la fiesta ¿por qué seguiste adelante? ¡Podría haber muerto gente, Britt ¡Nuestra hija murió en aquella fiesta! ―grité al borde
de las lágrimas.
―¡Yo no sabía que pasaría algo en la fiesta! ―exclamó conmocionada por mis palabras―. Solo estaba preparado por si algo pasaba.
―¿Por qué?
―Eso es algo que no te puedo contar, San.
―Eso es algo que no te puedo contar, San ―la imité―. ¡Estoy harta de escuchar eso!
El teléfono móvil de Britt empezó a sonar. Miró la pantalla e inmediatamente se levantó y fue hasta su despacho a llamar por teléfono.
―¡No hemos acabado! ―le grité cuando ya cerraba la puerta.
Diez minutos más tarde comencé a impacientarme. Me acerqué sigilosamente a la puerta y apoyé la oreja en la fría madera oscura. No se oía absolutamente nada.
Toqué suavemente con los nudillos pero ninguna voz me invitó a pasar. Lo intenté de nuevo, un poco más fuerte y seguidamente abrí la puerta.
Britt estaba de espaldas a mí, sentado en el sillón del despacho, sujetando el teléfono de la mesa con el hombro y tecleando cosas en un portátil que yo jamás había visto.
―Ridley es bueno en eso, señor, pero le sugiero que le ponga otro compañero. Si yo no voy a estar con él, quiero que tenga las espaldas cubiertas hasta que yo llegue ―decía Jack. “¿Hablan de una misión?”―. Sí, señor. Las coordenadas están claras. Hemos observado movimiento en los alrededores pero nada confirmado. Si la confesión del pájaro es correcta, pronto podremos llegar al final de todo esto. Yo también empiezo a estar cansada ―oí que decía. Me sentí mal por estar espiándole de esa forma, pero no pude dejar de escuchar sus siguientes palabras―. No sabe nada, puede estar tranquilo. Hace preguntas y está nerviosa, pero desconoce lo que sucede.
“Pero ¿de qué están hablando? ¿Hablan de mí?”. ―Los papeles estaban en su despacho. Habían estado allí desde el principio, por eso en La Habana no los encontraron. ―Mis rodillas crujieron cuando pasé el peso
de una pierna a la otra, alertando a Britt. Lo vi ponerse tenso y agudizar el oído, pero no se movió―. Sí, señor. Está todo dispuesto. Esta vez no fallaremos ―Una pausa―. Entendido, señor. Usted también ―dijo a modo de despedida, y luego colgó.
―Ven aquí, anda ―dijo unos segundos después sin apenas mirar hacia la puerta.
Me presenté delante de ella sin mirarle a la cara. Estaba tan avergonzada, pero al mismo tiempo, tan enfadada con ella, que no me di cuenta de que reía cuando me cogió y me sentó en sus rodillas.
―¿Desde cuándo llevas escuchando, pequeña espía?
―No soy una espía. Solo quería saber por qué no venías y toqué a la puerta. Pero como no decías nada...
―Bien, ¿y qué oíste? ―preguntó de nuevo un poco más serio. Al ver que no tenía intención de contestar me miró enfadada―. Tu seguridad y mi tranquilidad van de la mano, cada vez más juntas. Si has escuchado algo que te pueda poner en peligro…
Entonces, sin saber por qué, me puse a llorar. Me cogí a su cuello y enterré la cara en su hombro, mojando sin remedio la camiseta que llevaba puesta. Sé que, al principio, quedó algo desconcertada, pero conforme pasaban los minutos y continuaba mi llanto, se relajó y me masajeó la espalda con suavidad, calmándome como siempre hacía.
Cuando mis lágrimas fueron un triste recuerdo en mis ojos, me acomodé en su regazo y le conté, entrecortadamente, lo que había escuchado. La intensidad de su mirada era tal, que me sentí en pleno interrogatorio policial, pero cuando acabé con mi confesión estaba tranquila y había comprensión en sus ojos.
―Sé que tienes un millón de preguntas rondando esa preciosa cabecita, pero tendrán que esperar un poco más para ser contestadas ―dijo mirándome cariñosamente―. Me tengo que marchar unos días, pocos días, te lo prometo. Y cuando vuelva, tú y yo, querida señorita Lopez, hablaremos largo y tendido de todo eso que has escuchado. Hasta entonces, San, quiero que me prestes atención: Te quedarás en esta casa día y noche. ―Fui a replicar, pero ella me tapó la boca con una mano y continuó―. Sin discusión, día y noche. Puedes decirle a Rachel que venga a pasar unos días aquí, si así te sientes menos sola. Te daré un teléfono nuevo cuyo número solo conoceré yo. Cualquier llamada que recibas a ese teléfono deberás rechazarla. Yo te diré cuáles serán mis franjas de horario para llamarte. Si te pasa algo
grave y necesitas ayuda de la policía, llamarás a un número que te dejaré grabado en la memoria del teléfono.
―Me estás asustando, Britt. ¿Qué pasa?
―Te lo contaré cuando regrese, ¿de acuerdo? ―dijo buscando mi mirada con la suya. Asentí una sola vez casi imperceptiblemente. Luego acercó su boca a la mía y me besó larga y profundamente, poniendo en ese acto toda su alma a mi disposición. Le quité la camiseta rápidamente y paseé mis manos blancas por su perfecto torso desnudo, remarcando cada abdominal, apreciando las cicatrices que los años le habían dejado sobre sus pechos. La miré con adoración cuando mis dedos rozaron sus pequeñas tetas y se estremeció. Si aquella iba a ser otra posible última noche en nuestras vidas, quería que fuera especial entre nosotras.
Me levanté de su regazo, la cogí dulcemente de la mano y lo llevé hasta nuestro cuarto, cerrando la puerta al mundo exterior hasta que fuera hora de marcharse.
***
La lista de condiciones y de medidas de seguridad que dejó la noche antes de su partida era interminable e incomprensible. Personas autorizadas, palabras de acceso, control de mercancías y un largo etcétera que desató las carcajadas de Rachel cuando se la mostré. Podríamos continuar organizando la boda sin los comentarios fuera de tono de Madeleine, tendríamos oportunidad de disfrutar del sol en la piscina, relajarnos en el
jacuzzi, ver películas hasta altas horas de la madrugada y descansar sin riesgo a invasiones, intrusos, o sustos innecesarios. Me portaría bien, cumpliría sus normas y esperaría su regreso.
Cada noche, a la misma hora, y puntual como un reloj suizo, llegaba su llamada. Hablábamos durante algunos minutos sobre cosas banales, sin importancia, hasta que ponía fin a la conversación con un breve “te quiero, preciosa”. Sin preguntas comprometedoras, sin respuestas relevantes.
Seis días después de la marcha de Britt, un mensajero trajo un paquete para mí. Yo me encontraba en la ducha en esos momentos y fue Rachel la que, ignorando las absurdas normas de Britt, cogió el paquete como si fuera lo más normal del mundo.
―Han traído un paquete para ti. Está en la cocina ―dijo como al descuido cuando me reuní con ella en el jardín.
―¿Ah, sí? ¿De quién? ―pregunté extrañada. A Britt no le gustaban ese tipo de sorpresas y no me daría una así estando retenida en casa. Fui a la cocina y cogí la tarjeta que había pegada al bonito lazo rojo. “Eres la flor más bella”, decía únicamente la tarjetita escrita a máquina. “¿De Britt?”, me pregunté levantando una ceja.
Abrí la caja fácilmente y media docena de rosas rojas muertas se mostraron ante mis ojos. “Pero hasta la flor más bella muere”, rezaba la pintada que había en el interior.
―¡Joder! ¿Quién te ha mandado eso? ―preguntó Rachel apareciendo por mi espalda.
―¡¿Quién ha traído la caja?! ¡¿Lo viste?! ¿Estaba en la lista de seguridad? ―grité histérica, temblando.
―No lo sé, un mensajero, uno corriente, como todos. No creí que la seguridad de Britt…
―¡La seguridad de Britt evita estas cosas, Rachel ! ―le espeté frenética.
Corrí a la habitación a por el teléfono y llamé al número que Britt había indicado para emergencias. Después de un único pitido la llamada se cortó. Lo intenté un par de veces más pero siempre con la misma suerte.
―¡Mierda, mierda, mierda!
Media hora después el timbre de la puerta comenzó a sonar insistentemente. Ambas nos miramos asustadas y, juntas, fuimos hasta la puerta.
―¿Señorita Lopez? ―preguntó un hombre de edad avanzada vestido con traje gris claro. Sudaba exageradamente y parecía que le faltaba la respiración―. Soy el detective Donald, de la policía de Nueva York, y amigo de la señorita Pierce. ¿Está usted bien?
Un segundo hombre, un poco más joven, y con cara de alelado, lo acompañaba mientras hablaba por teléfono.
De pronto, el móvil que me había dado Britt comenzó a sonar en mis manos.
―¡San! ¿Estás bien? ―Suspiré aliviada al oír su voz.
―¿Dónde estás? ―le pregunté poniéndome a llorar―. Alguien ha traído un paquete con una nota…
―¿Quién ha llevado ese paquete?
―No lo sé ―murmuré desconsolada
―¡Joder, San! No sé para qué mierda me molesto en ponerte a salvo si tú te empeñas en saltarte mis normas a la primera de cambio.
―Lo siento ―dije. Estaba asumiendo la culpa de Rachel. Sabía que con ella no hubiera sido tan benevolente.
―Abre la puerta. La policía está esperando.
Descorrí el cerrojo y los dos hombres saludaron cordialmente. Cuando fui a preguntarle a Britt qué debía hacer a continuación, me había colgado.
Una hora más tarde seguíamos sentadas en el salón mientras los dos detectives inspeccionaban la casa y preguntaban todo acerca de la extraña entrega. Recogieron las cintas de la cámara de seguridad e hicieron algunas fotos. Cuando creyeron tener material suficiente, se despidieron con cortesía y se marcharon, dejándonos sumidas en
el más intenso silencio.
***
―Eres una niña mala y te mereces un castigo ejemplar ―susurraron en mi oído. El día había sido agotador, los ánimos en la casa estaban algo tensos y se respiraba un ambiente de crispación fruto de los acontecimientos y de tantos días encerradas allí―. Voy a hacerte gritar, Santana, voy a hacerte suplicar como he suplicado yo para volver a tu lado ―continuó la voz.
Me quedé quieta, nerviosa, creyendo que si lo hacía, las manos que me recorrían la espalda y las nalgas con posesión desaparecerían, el peso que sentía sobre mis piernas, inmovilizándome, se difuminaría y la tranquilidad volvería de nuevo. Pero por mucho ejercicio de relajación que hiciera, cuando aquella mano se colocó entre mis piernas no pude soportarlo y empecé a patalear, lanzar golpes a ciegas y gritar.
―San, ya basta ¡escúchame! ¡San!
Abrí los ojos de repente con la respiración entrecortada, jadeante. Las luces de la habitación estaban apagadas, todo seguía igual que cuando me acosté. Parecía haber sido otra pesadilla, pero aún podía sentir el peso de aquel cuerpo sobre el mío.
Me senté en la cama y solté el aire despacio varias veces, intentando controlar mi respiración y los latidos de mi pulso que iban a mil por hora. Sin duda alguna, el sobresalto era fruto del miedo que me atenazaba la garganta desde la llegada de las flores.
Justo en el momento en que me levantaba para ir al baño una gran sombra se materializó desde el suelo, arrancándome un atronador grito.
―¡San! ¡Soy yo! ―dijo la voz de Britt, agarrándome con fuerza de los hombros y sacudiéndome violentamente para que dejara de gritar―. Lo siento ―repitió por tercera vez en escasos minutos―. No me di cuenta de que te habías levantado. No quería asustarte.
―No pasa nada. Estoy tensa y… tengo miedo, Britt. No sé por qué me está pasando esto y tengo mucho miedo ―confesé temblorosa, controlando las lágrimas.
Britt me envolvió entre sus brazos y susurró palabras de consuelo contra mi pelo.Ella también estaba tensa y odiaba aquella situación porque no podía ponerle fin. Mi vida estaba en peligro, alguien se había propuesto asustarme y, pese a que hasta ese momento no le había dado mucha importancia, ahora tenía claro que la seguridad de
Britt no era suficiente. Cualquiera podría atacarme en la calle, podrían entrar en mi casa, en el trabajo, hacer daño a Rachel , o cosas peores. Yo no me merecía vivir así.
A la mañana siguiente cuando desperté, ella estaba a mi lado mirándome con una sonrisa enloquecedora.
―¿Te ríes porque estaba roncando? ―pregunté con la voz enronquecida por el sueño.
―Sonrío porque eres la imagen perfecta que quiero ver cada mañana cuando me despierte cada día del resto de mi vida ―dijo visiblemente emocionada.
―Oh, vaya. Te diría lo mismo pero resulta que cuando me despierto tú nunca estás. Me es imposible observarte de la misma forma. Tendrás que dejarme probar un día.―Cuando quieras, preciosa. Te he echado de menos ―susurró pasando un calloso dedo por el contorno de mi mandíbula.
―Y yo a ti. Ha sido terrible ―Le besé la yema del dedo cuando pasó por mis labios y cerré los ojos intentando eliminar de mi mente el recuerdo de los días pasados.
―Bueno, eso ya pasó ―dijo depositando unos cuantos besos en mi cuello―. Cuéntame que has hecho mientras no estaba aquí ―me susurró al oído eróticamente,
despertando el anhelo que dormía entre mis piernas y acelerando mi pulso un doscientos por cien―. Estoy deseando escuchar de tus jugosos labios aquello que insinuabas por teléfono.
Con la cara escondida en su hombro, reí avergonzada. No pensé que fuera a hacerme aquello. Relatarle mis momentos íntimos no entraba en mis planes. Sin embargo, sus caricias en mi brazo y mi espalda me ayudaron a relajarme y a desinhibirme, y pronto comencé a sentirme más excitada de lo que podía imaginar.
Le conté en un susurro cómo me había acariciado delicadamente los pechos y cómo había jugado con mis pezones hasta sentir las maravillosas punzadas de placer entre mis piernas. Relaté el camino que siguieron mis manos ansiosas cuando se dirigían a acariciar mis pliegues, siempre pensando que era ella, que eran sus poderosas manos las que me daban aquel placer desenfrenado.
Tuve que apretar mis muslos cuando le hablé de cómo mis dedos resbaladizos habían jugado con mi clítoris y habían entrado y salido de mi cuerpo, provocando las placenteras oleadas que preceden al orgasmo. Y al final, cuando mi boca le susurró al oído lo que había sentido al correrme, Britt jadeó y aceleró las caricias que su mano daba sobre su miembro desde hacía rato. Noté como se tensaba, y sobre su garganta mis labios sintieron el gruñido que se le acumulaba, pujando por salir como su semen. Aparté su mano y bajé mi cara hasta la punta de su glande para hacerle el amor con mi boca. Sus testículos estaban tensos y la piel de su pene tan tersa que parecía a punto de romperse. Las gruesas venas
azules que surcaban toda su longitud palpitaban notablemente. Britt agarraba fuertemente la sábana entre sus dedos, y con su otra mano acariciaba mi cabeza pidiéndome más profundidad y más presión.
―No puedo aguantar más ―jadeó intentando apartarse de mí, pero se lo impedí y acabó derramándose con intensos chorros y profundos gemidos que llenaron el silencio de la habitación.
Cuando los espasmos de su cuerpo llegaron a su fin yo estaba al borde de la desesperación. Necesitaba que me tocara, que me follara salvajemente, como solo ella sabía hacer.
―Ahora, querida señorita López, va a saber lo que es un castigo como Dios manda cuando se desobedece a la jefa ―dijo pellizcando un pezón con más fuerza de la acostumbrada. Grité de dolor, pero también de expectación y deseo. Gruñí cuando repitió la operación con el otro―. Puedes dar gracias de que no te pongo sobre mis rodillas y te doy una buena cantidad de azotes en el culo.
La miré excitada pero la broma había desaparecido de sus ojos. Ahora hablaba en serio.
―Te saltaste mis normas, las normas para tu seguridad. Has puesto en peligro tu vida y has puesto en peligro mi concentración. Te mereces un castigo ejemplar que pretendo darte ahora mismo ―dijo.
Se acercó a mi pezón para morderlo en la punta, donde más sensibles son, y gemí de placer. Me retorcía bajo su peso y cada vez que lo hacía su verga crecía más.
―Fóllame, Britt.
―No, eso sería muy fácil. Voy a llevarte al borde de la locura una y otra vez, pero no te correrás hasta que yo lo permita, hasta que esté segura de que me obedecerás siempre.
―Te obedeceré siempre, mi amor. Por favor, por favor… ―supliqué, pero me tuve que interrumpir cuando vi lo que se proponía.
De algún lugar que no alcancé a ver, extrajo unas esposas con las que me ató a la barra decorativa del cabezal de la cama.
―Britt, no me gustan estos juegos ―dije poniéndome seria.
―Y a mí no me gusta que me desobedezcan ―replicó comprobando que no podría soltarme de mis ataduras―. Ahora vamos a comprobar si eres capaz de hacer caso de una vez.
La tortura estaba resultando deliciosa salvo por un pequeño detalle: la intensidad de mi éxtasis iba en aumento y no había forma de encontrar el alivio que necesitaba.
Empecé a sentirme frustrada cuando ella continuó jugando, riendo cuando mis gritos le exigían que acabara conmigo. Hasta que llegó un momento en el que la piel de mi cuello escocía por culpa de los roces de su quijada y el sudor de nuestros cuerpos. El dolor en las muñecas ya no era placentero y con cada tirón que daba para soltarme,
mi embriaguez sexual disminuía y mis temores aumentaban.
Aquel juego se tornó más brusco, más violento, y, pese a que confiaba en ella, me sentí extremadamente vulnerable e indefensa, como cuando estaba con Sam. Deseé estar en cualquier otro lugar. Mi cuerpo continuaba excitado, a punto de explotar, pero mi mente ya había empezado a interpretar señales conocidas.
Vi la cara furiosa y ávida de deseo de mi ex marido en las facciones de Britt. Sentía sus caricias como golpes sobre mi piel y sus besos como los mordiscos de un animal hambriento. Mi realidad quedó totalmente desvirtuada y el placer se convirtió en la tortura sexual que había vivido durante años en mi propia casa.
―¡Para! ¡Quiero que pares! ―grité desgarradoramente.
Britt se detuvo y miró mis lágrimas resbalar sin contención. Soltó mis manos y me hice un ovillo a un lado de la cama, huyendo de sus caricias y su preocupación.
―¿Santana? ¿Estás bien? ―preguntó acercándose lentamente.
Tardé unos segundos en darme cuenta de que me estaba hablando. Levanté la cabeza con la mirada cargada de odio y, sacando fuerzas de mi turbado interior, la abofeteé dejando mis dedos marcados en la piel de su mejilla.
―No vuelvas a tocarme jamás. ¡Nunca más! ¡Fuera de aquí
La casa seguía tal y como la dejé cuando me marché la mañana anterior. Nadie había recogido los cristales ni los pedazos de mi teléfono que estaban desparramados por la cocina y el salón.
Ver aquel pequeño caos me recordó que tenía muchas incógnitas en la cabeza que no había tenido oportunidad de despejar y aquel momento se me antojó tan bueno como cualquier otro.
―Tenemos que hablar ―dije con mi tono de voz más serio.
―¿Qué sucede? ―Se acercó lentamente hasta poner sus manos en mis hombros y masajearlos diestramente relajando parte de la tensión que contenían.
―Tengo algunas preguntas que hacerte y necesito que las respuestas sean sinceras.
―Contestaré lo que pueda, te lo prometo ―dijo con solemnidad sentándose en el sillón―. Dispara.
Pensé bien como plantear mis cuestiones de una forma coherente. Había estado esperando aquel momento desde la noche del tiroteo pero no me había planteado la forma más adecuada de preguntar. No debería ser tan difícil.
―¿Por qué estaba Sam en la fiesta de HP?
―No lo sé ―contestó rápido y de forma poco convincente.
―Britt…Dime qué sabes de mi ex marido. Sé que lo has investigado. No te quedarías de brazos cruzados sabiendo lo que ya te he contado de él.
―Es un don nadie que se fue a juntar con lo peor de cada casa. Estaba metido en tráfico de drogas y de armas con mafias de Europa del Este. En la cárcel hizo amistad con gente influyente y consiguió un trato hace poco. Está en libertad vigilada desde hace dos semanas.
―Hay algo que no me estás contando.
―Hay cosas que no te puedo contar. Entiéndelo. Siguiente pregunta.
Pensé muy bien cómo formular la siguiente cuestión sin volver a estamparme contra el secreto profesional.
―La noche de la fiesta en HP, no recuerdo haber visto a Scott y a los otros dos durante la fiesta. No sabía que estuvieran invitados ―comenté como al descuido, ganándome una feroz sonrisa de Britt.
―Eres muy lista, Santana. Ahora querrás que te diga lo que hacían allí ¿verdad? ―dijo acertadamente. Se acercó a mí y con una gran mano me cogió por la nuca para atraerme hacia su boca―. No puedo contarte eso tampoco. Solo te diré, si te sirve de algo, que Scott, Eddie y Marc estaban invitados a la fiesta pero no de smoking.
―¿Esperabas que pasara algo en la fiesta? ―dije horrorizada apartándome de ella. Britt borró su estúpida sonrisa de los labios y se colocó la máscara de señorita corazón de piedra―. Si sabías que pasaría algo en la fiesta ¿por qué seguiste adelante? ¡Podría haber muerto gente, Britt ¡Nuestra hija murió en aquella fiesta! ―grité al borde
de las lágrimas.
―¡Yo no sabía que pasaría algo en la fiesta! ―exclamó conmocionada por mis palabras―. Solo estaba preparado por si algo pasaba.
―¿Por qué?
―Eso es algo que no te puedo contar, San.
―Eso es algo que no te puedo contar, San ―la imité―. ¡Estoy harta de escuchar eso!
El teléfono móvil de Britt empezó a sonar. Miró la pantalla e inmediatamente se levantó y fue hasta su despacho a llamar por teléfono.
―¡No hemos acabado! ―le grité cuando ya cerraba la puerta.
Diez minutos más tarde comencé a impacientarme. Me acerqué sigilosamente a la puerta y apoyé la oreja en la fría madera oscura. No se oía absolutamente nada.
Toqué suavemente con los nudillos pero ninguna voz me invitó a pasar. Lo intenté de nuevo, un poco más fuerte y seguidamente abrí la puerta.
Britt estaba de espaldas a mí, sentado en el sillón del despacho, sujetando el teléfono de la mesa con el hombro y tecleando cosas en un portátil que yo jamás había visto.
―Ridley es bueno en eso, señor, pero le sugiero que le ponga otro compañero. Si yo no voy a estar con él, quiero que tenga las espaldas cubiertas hasta que yo llegue ―decía Jack. “¿Hablan de una misión?”―. Sí, señor. Las coordenadas están claras. Hemos observado movimiento en los alrededores pero nada confirmado. Si la confesión del pájaro es correcta, pronto podremos llegar al final de todo esto. Yo también empiezo a estar cansada ―oí que decía. Me sentí mal por estar espiándole de esa forma, pero no pude dejar de escuchar sus siguientes palabras―. No sabe nada, puede estar tranquilo. Hace preguntas y está nerviosa, pero desconoce lo que sucede.
“Pero ¿de qué están hablando? ¿Hablan de mí?”. ―Los papeles estaban en su despacho. Habían estado allí desde el principio, por eso en La Habana no los encontraron. ―Mis rodillas crujieron cuando pasé el peso
de una pierna a la otra, alertando a Britt. Lo vi ponerse tenso y agudizar el oído, pero no se movió―. Sí, señor. Está todo dispuesto. Esta vez no fallaremos ―Una pausa―. Entendido, señor. Usted también ―dijo a modo de despedida, y luego colgó.
―Ven aquí, anda ―dijo unos segundos después sin apenas mirar hacia la puerta.
Me presenté delante de ella sin mirarle a la cara. Estaba tan avergonzada, pero al mismo tiempo, tan enfadada con ella, que no me di cuenta de que reía cuando me cogió y me sentó en sus rodillas.
―¿Desde cuándo llevas escuchando, pequeña espía?
―No soy una espía. Solo quería saber por qué no venías y toqué a la puerta. Pero como no decías nada...
―Bien, ¿y qué oíste? ―preguntó de nuevo un poco más serio. Al ver que no tenía intención de contestar me miró enfadada―. Tu seguridad y mi tranquilidad van de la mano, cada vez más juntas. Si has escuchado algo que te pueda poner en peligro…
Entonces, sin saber por qué, me puse a llorar. Me cogí a su cuello y enterré la cara en su hombro, mojando sin remedio la camiseta que llevaba puesta. Sé que, al principio, quedó algo desconcertada, pero conforme pasaban los minutos y continuaba mi llanto, se relajó y me masajeó la espalda con suavidad, calmándome como siempre hacía.
Cuando mis lágrimas fueron un triste recuerdo en mis ojos, me acomodé en su regazo y le conté, entrecortadamente, lo que había escuchado. La intensidad de su mirada era tal, que me sentí en pleno interrogatorio policial, pero cuando acabé con mi confesión estaba tranquila y había comprensión en sus ojos.
―Sé que tienes un millón de preguntas rondando esa preciosa cabecita, pero tendrán que esperar un poco más para ser contestadas ―dijo mirándome cariñosamente―. Me tengo que marchar unos días, pocos días, te lo prometo. Y cuando vuelva, tú y yo, querida señorita Lopez, hablaremos largo y tendido de todo eso que has escuchado. Hasta entonces, San, quiero que me prestes atención: Te quedarás en esta casa día y noche. ―Fui a replicar, pero ella me tapó la boca con una mano y continuó―. Sin discusión, día y noche. Puedes decirle a Rachel que venga a pasar unos días aquí, si así te sientes menos sola. Te daré un teléfono nuevo cuyo número solo conoceré yo. Cualquier llamada que recibas a ese teléfono deberás rechazarla. Yo te diré cuáles serán mis franjas de horario para llamarte. Si te pasa algo
grave y necesitas ayuda de la policía, llamarás a un número que te dejaré grabado en la memoria del teléfono.
―Me estás asustando, Britt. ¿Qué pasa?
―Te lo contaré cuando regrese, ¿de acuerdo? ―dijo buscando mi mirada con la suya. Asentí una sola vez casi imperceptiblemente. Luego acercó su boca a la mía y me besó larga y profundamente, poniendo en ese acto toda su alma a mi disposición. Le quité la camiseta rápidamente y paseé mis manos blancas por su perfecto torso desnudo, remarcando cada abdominal, apreciando las cicatrices que los años le habían dejado sobre sus pechos. La miré con adoración cuando mis dedos rozaron sus pequeñas tetas y se estremeció. Si aquella iba a ser otra posible última noche en nuestras vidas, quería que fuera especial entre nosotras.
Me levanté de su regazo, la cogí dulcemente de la mano y lo llevé hasta nuestro cuarto, cerrando la puerta al mundo exterior hasta que fuera hora de marcharse.
***
La lista de condiciones y de medidas de seguridad que dejó la noche antes de su partida era interminable e incomprensible. Personas autorizadas, palabras de acceso, control de mercancías y un largo etcétera que desató las carcajadas de Rachel cuando se la mostré. Podríamos continuar organizando la boda sin los comentarios fuera de tono de Madeleine, tendríamos oportunidad de disfrutar del sol en la piscina, relajarnos en el
jacuzzi, ver películas hasta altas horas de la madrugada y descansar sin riesgo a invasiones, intrusos, o sustos innecesarios. Me portaría bien, cumpliría sus normas y esperaría su regreso.
Cada noche, a la misma hora, y puntual como un reloj suizo, llegaba su llamada. Hablábamos durante algunos minutos sobre cosas banales, sin importancia, hasta que ponía fin a la conversación con un breve “te quiero, preciosa”. Sin preguntas comprometedoras, sin respuestas relevantes.
Seis días después de la marcha de Britt, un mensajero trajo un paquete para mí. Yo me encontraba en la ducha en esos momentos y fue Rachel la que, ignorando las absurdas normas de Britt, cogió el paquete como si fuera lo más normal del mundo.
―Han traído un paquete para ti. Está en la cocina ―dijo como al descuido cuando me reuní con ella en el jardín.
―¿Ah, sí? ¿De quién? ―pregunté extrañada. A Britt no le gustaban ese tipo de sorpresas y no me daría una así estando retenida en casa. Fui a la cocina y cogí la tarjeta que había pegada al bonito lazo rojo. “Eres la flor más bella”, decía únicamente la tarjetita escrita a máquina. “¿De Britt?”, me pregunté levantando una ceja.
Abrí la caja fácilmente y media docena de rosas rojas muertas se mostraron ante mis ojos. “Pero hasta la flor más bella muere”, rezaba la pintada que había en el interior.
―¡Joder! ¿Quién te ha mandado eso? ―preguntó Rachel apareciendo por mi espalda.
―¡¿Quién ha traído la caja?! ¡¿Lo viste?! ¿Estaba en la lista de seguridad? ―grité histérica, temblando.
―No lo sé, un mensajero, uno corriente, como todos. No creí que la seguridad de Britt…
―¡La seguridad de Britt evita estas cosas, Rachel ! ―le espeté frenética.
Corrí a la habitación a por el teléfono y llamé al número que Britt había indicado para emergencias. Después de un único pitido la llamada se cortó. Lo intenté un par de veces más pero siempre con la misma suerte.
―¡Mierda, mierda, mierda!
Media hora después el timbre de la puerta comenzó a sonar insistentemente. Ambas nos miramos asustadas y, juntas, fuimos hasta la puerta.
―¿Señorita Lopez? ―preguntó un hombre de edad avanzada vestido con traje gris claro. Sudaba exageradamente y parecía que le faltaba la respiración―. Soy el detective Donald, de la policía de Nueva York, y amigo de la señorita Pierce. ¿Está usted bien?
Un segundo hombre, un poco más joven, y con cara de alelado, lo acompañaba mientras hablaba por teléfono.
De pronto, el móvil que me había dado Britt comenzó a sonar en mis manos.
―¡San! ¿Estás bien? ―Suspiré aliviada al oír su voz.
―¿Dónde estás? ―le pregunté poniéndome a llorar―. Alguien ha traído un paquete con una nota…
―¿Quién ha llevado ese paquete?
―No lo sé ―murmuré desconsolada
―¡Joder, San! No sé para qué mierda me molesto en ponerte a salvo si tú te empeñas en saltarte mis normas a la primera de cambio.
―Lo siento ―dije. Estaba asumiendo la culpa de Rachel. Sabía que con ella no hubiera sido tan benevolente.
―Abre la puerta. La policía está esperando.
Descorrí el cerrojo y los dos hombres saludaron cordialmente. Cuando fui a preguntarle a Britt qué debía hacer a continuación, me había colgado.
Una hora más tarde seguíamos sentadas en el salón mientras los dos detectives inspeccionaban la casa y preguntaban todo acerca de la extraña entrega. Recogieron las cintas de la cámara de seguridad e hicieron algunas fotos. Cuando creyeron tener material suficiente, se despidieron con cortesía y se marcharon, dejándonos sumidas en
el más intenso silencio.
***
―Eres una niña mala y te mereces un castigo ejemplar ―susurraron en mi oído. El día había sido agotador, los ánimos en la casa estaban algo tensos y se respiraba un ambiente de crispación fruto de los acontecimientos y de tantos días encerradas allí―. Voy a hacerte gritar, Santana, voy a hacerte suplicar como he suplicado yo para volver a tu lado ―continuó la voz.
Me quedé quieta, nerviosa, creyendo que si lo hacía, las manos que me recorrían la espalda y las nalgas con posesión desaparecerían, el peso que sentía sobre mis piernas, inmovilizándome, se difuminaría y la tranquilidad volvería de nuevo. Pero por mucho ejercicio de relajación que hiciera, cuando aquella mano se colocó entre mis piernas no pude soportarlo y empecé a patalear, lanzar golpes a ciegas y gritar.
―San, ya basta ¡escúchame! ¡San!
Abrí los ojos de repente con la respiración entrecortada, jadeante. Las luces de la habitación estaban apagadas, todo seguía igual que cuando me acosté. Parecía haber sido otra pesadilla, pero aún podía sentir el peso de aquel cuerpo sobre el mío.
Me senté en la cama y solté el aire despacio varias veces, intentando controlar mi respiración y los latidos de mi pulso que iban a mil por hora. Sin duda alguna, el sobresalto era fruto del miedo que me atenazaba la garganta desde la llegada de las flores.
Justo en el momento en que me levantaba para ir al baño una gran sombra se materializó desde el suelo, arrancándome un atronador grito.
―¡San! ¡Soy yo! ―dijo la voz de Britt, agarrándome con fuerza de los hombros y sacudiéndome violentamente para que dejara de gritar―. Lo siento ―repitió por tercera vez en escasos minutos―. No me di cuenta de que te habías levantado. No quería asustarte.
―No pasa nada. Estoy tensa y… tengo miedo, Britt. No sé por qué me está pasando esto y tengo mucho miedo ―confesé temblorosa, controlando las lágrimas.
Britt me envolvió entre sus brazos y susurró palabras de consuelo contra mi pelo.Ella también estaba tensa y odiaba aquella situación porque no podía ponerle fin. Mi vida estaba en peligro, alguien se había propuesto asustarme y, pese a que hasta ese momento no le había dado mucha importancia, ahora tenía claro que la seguridad de
Britt no era suficiente. Cualquiera podría atacarme en la calle, podrían entrar en mi casa, en el trabajo, hacer daño a Rachel , o cosas peores. Yo no me merecía vivir así.
A la mañana siguiente cuando desperté, ella estaba a mi lado mirándome con una sonrisa enloquecedora.
―¿Te ríes porque estaba roncando? ―pregunté con la voz enronquecida por el sueño.
―Sonrío porque eres la imagen perfecta que quiero ver cada mañana cuando me despierte cada día del resto de mi vida ―dijo visiblemente emocionada.
―Oh, vaya. Te diría lo mismo pero resulta que cuando me despierto tú nunca estás. Me es imposible observarte de la misma forma. Tendrás que dejarme probar un día.―Cuando quieras, preciosa. Te he echado de menos ―susurró pasando un calloso dedo por el contorno de mi mandíbula.
―Y yo a ti. Ha sido terrible ―Le besé la yema del dedo cuando pasó por mis labios y cerré los ojos intentando eliminar de mi mente el recuerdo de los días pasados.
―Bueno, eso ya pasó ―dijo depositando unos cuantos besos en mi cuello―. Cuéntame que has hecho mientras no estaba aquí ―me susurró al oído eróticamente,
despertando el anhelo que dormía entre mis piernas y acelerando mi pulso un doscientos por cien―. Estoy deseando escuchar de tus jugosos labios aquello que insinuabas por teléfono.
Con la cara escondida en su hombro, reí avergonzada. No pensé que fuera a hacerme aquello. Relatarle mis momentos íntimos no entraba en mis planes. Sin embargo, sus caricias en mi brazo y mi espalda me ayudaron a relajarme y a desinhibirme, y pronto comencé a sentirme más excitada de lo que podía imaginar.
Le conté en un susurro cómo me había acariciado delicadamente los pechos y cómo había jugado con mis pezones hasta sentir las maravillosas punzadas de placer entre mis piernas. Relaté el camino que siguieron mis manos ansiosas cuando se dirigían a acariciar mis pliegues, siempre pensando que era ella, que eran sus poderosas manos las que me daban aquel placer desenfrenado.
Tuve que apretar mis muslos cuando le hablé de cómo mis dedos resbaladizos habían jugado con mi clítoris y habían entrado y salido de mi cuerpo, provocando las placenteras oleadas que preceden al orgasmo. Y al final, cuando mi boca le susurró al oído lo que había sentido al correrme, Britt jadeó y aceleró las caricias que su mano daba sobre su miembro desde hacía rato. Noté como se tensaba, y sobre su garganta mis labios sintieron el gruñido que se le acumulaba, pujando por salir como su semen. Aparté su mano y bajé mi cara hasta la punta de su glande para hacerle el amor con mi boca. Sus testículos estaban tensos y la piel de su pene tan tersa que parecía a punto de romperse. Las gruesas venas
azules que surcaban toda su longitud palpitaban notablemente. Britt agarraba fuertemente la sábana entre sus dedos, y con su otra mano acariciaba mi cabeza pidiéndome más profundidad y más presión.
―No puedo aguantar más ―jadeó intentando apartarse de mí, pero se lo impedí y acabó derramándose con intensos chorros y profundos gemidos que llenaron el silencio de la habitación.
Cuando los espasmos de su cuerpo llegaron a su fin yo estaba al borde de la desesperación. Necesitaba que me tocara, que me follara salvajemente, como solo ella sabía hacer.
―Ahora, querida señorita López, va a saber lo que es un castigo como Dios manda cuando se desobedece a la jefa ―dijo pellizcando un pezón con más fuerza de la acostumbrada. Grité de dolor, pero también de expectación y deseo. Gruñí cuando repitió la operación con el otro―. Puedes dar gracias de que no te pongo sobre mis rodillas y te doy una buena cantidad de azotes en el culo.
La miré excitada pero la broma había desaparecido de sus ojos. Ahora hablaba en serio.
―Te saltaste mis normas, las normas para tu seguridad. Has puesto en peligro tu vida y has puesto en peligro mi concentración. Te mereces un castigo ejemplar que pretendo darte ahora mismo ―dijo.
Se acercó a mi pezón para morderlo en la punta, donde más sensibles son, y gemí de placer. Me retorcía bajo su peso y cada vez que lo hacía su verga crecía más.
―Fóllame, Britt.
―No, eso sería muy fácil. Voy a llevarte al borde de la locura una y otra vez, pero no te correrás hasta que yo lo permita, hasta que esté segura de que me obedecerás siempre.
―Te obedeceré siempre, mi amor. Por favor, por favor… ―supliqué, pero me tuve que interrumpir cuando vi lo que se proponía.
De algún lugar que no alcancé a ver, extrajo unas esposas con las que me ató a la barra decorativa del cabezal de la cama.
―Britt, no me gustan estos juegos ―dije poniéndome seria.
―Y a mí no me gusta que me desobedezcan ―replicó comprobando que no podría soltarme de mis ataduras―. Ahora vamos a comprobar si eres capaz de hacer caso de una vez.
La tortura estaba resultando deliciosa salvo por un pequeño detalle: la intensidad de mi éxtasis iba en aumento y no había forma de encontrar el alivio que necesitaba.
Empecé a sentirme frustrada cuando ella continuó jugando, riendo cuando mis gritos le exigían que acabara conmigo. Hasta que llegó un momento en el que la piel de mi cuello escocía por culpa de los roces de su quijada y el sudor de nuestros cuerpos. El dolor en las muñecas ya no era placentero y con cada tirón que daba para soltarme,
mi embriaguez sexual disminuía y mis temores aumentaban.
Aquel juego se tornó más brusco, más violento, y, pese a que confiaba en ella, me sentí extremadamente vulnerable e indefensa, como cuando estaba con Sam. Deseé estar en cualquier otro lugar. Mi cuerpo continuaba excitado, a punto de explotar, pero mi mente ya había empezado a interpretar señales conocidas.
Vi la cara furiosa y ávida de deseo de mi ex marido en las facciones de Britt. Sentía sus caricias como golpes sobre mi piel y sus besos como los mordiscos de un animal hambriento. Mi realidad quedó totalmente desvirtuada y el placer se convirtió en la tortura sexual que había vivido durante años en mi propia casa.
―¡Para! ¡Quiero que pares! ―grité desgarradoramente.
Britt se detuvo y miró mis lágrimas resbalar sin contención. Soltó mis manos y me hice un ovillo a un lado de la cama, huyendo de sus caricias y su preocupación.
―¿Santana? ¿Estás bien? ―preguntó acercándose lentamente.
Tardé unos segundos en darme cuenta de que me estaba hablando. Levanté la cabeza con la mirada cargada de odio y, sacando fuerzas de mi turbado interior, la abofeteé dejando mis dedos marcados en la piel de su mejilla.
―No vuelvas a tocarme jamás. ¡Nunca más! ¡Fuera de aquí
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Manden a santana a un psicólogo, luego pondrá a brittany loca
Se pone mas interesante este fics
Saludos
Se pone mas interesante este fics
Saludos
JanethValenciaaf********- - Mensajes : 659
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Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
JanethValenciaaf El Sáb Ene 16, 2016 7:34 Pm Manden a santana a un psicólogo, luego pondrá a brittany loca Se pone mas interesante este fics Saludos escribió:
Hola jajaj sip tienes todas la razon, pero en mi opinion las dos ya estan locas pero creo que la traumada es santana por tanta desgracia quiero para ella un final feliz.
Gracias por Apoyar la historia aqui dejo otros capitulos
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Capítulo 23
Britt salió de la habitación tan confundida como alterada. No había sido consciente de lo que suponía aquel juego de sometimiento para una persona como yo, y yo no fui capaz de detectar las señales antes de llegar a aquel extremo.
―Que se quede en la casa, prefiero que esté allí. No quiero que vuelva a su apartamento ―le dijo Britt a Rachel por teléfono.
Su voz estaba afectada pero sonaba dura e implacable. Rachel me miró con cara interrogante intentando entender qué había sucedido. Cerré los ojos y dejé escapar las lágrimas mientras la conversación entre ellas continuaba a través del manos libres del aparato.
―No tengo intención de largarme. Si necesita espacio y tiempo lo entiendo, pero dile que si piensa que esto ha acabado está muy equivocada.
―Entonces ¿por qué no hablas con ella y dejas de soltarme todo este sermón a mí? ―preguntó Rachel con la mirada fija en mis vidriosos ojos.
―Tú se lo contarás, estoy seguro. Cuida de ella.
***
Volver al edificio donde había ocurrido todo un mes y medio después no estaba siendo tan fácil. Respiré hondo antes de que las puertas del ascensor se abrieran, pues sabía que las sensaciones de lo que pasó me golpearían sin compasión. Sin embargo, el coro de rubias me dio la bienvenida y una tras otra se abalanzaron a preguntarme cómo me encontraba.
―No la esperábamos por aquí tan pronto, señorita López ―dijo una de ellas mirando entre los montones de recados y tendiéndome los míos con su delicada mano de manicura perfecta.
―Algún día había que volver al trabajo, ¿no?
―Sí, claro, pero como su prometida, la señorita Pierce ―dijo intencionadamente. A nadie le había pasado por alto mi nueva situación de “novia” de la jefa―, dijo que usted tardaría en incorporarse, pensamos que pasaría el verano descansando en su nueva casa.
“Las noticias corren rápido”, pensé.
No me quedé a dar explicaciones. Solo quería llegar a mi despacho y centrarme en algo que me hiciera olvidar los sucesos del último mes y medio de mi vida.
Gillian sonrió al verme, colgó su teléfono y se lanzó a abrazarme como si fuera mi propia madre después de estar años sin vernos. Me sentí reconfortada por lo entrañable de aquel momento y me emocioné, logrando con esfuerzo controlar las lágrimas. Después de unos minutos hablando me informó que Pierce había establecido la norma de pasar a ver a Madeleine antes de comenzar a trabajar. Ella era la Directora de Cuentas y era su trabajo asignarme el mío. Por lo tanto, no me quedaba más remedio que darle el gusto de regodearse un poco.
―Vaya, vaya, la hija pródiga ha vuelto. ¿Qué tal te encuentras, Santana?
―Perfectamente, gracias por preguntar. Necesito una cuenta para empezar a trabajar ―dije sin dilación.
―Oh, querida, siéntate ―dijo con fingida amabilidad. Sus ojos estaban brillantes y su ceja se levantaba en actitud desafiante con cada palabra que salía de su boca―.
Por aquí todos sienten tanto la pérdida de tu bebé..., algo que, claramente, ha afectado a vuestra relación de pareja ¿verdad? Pobre Brittany, lleva dos noches durmiendo en el despacho. No tiene bastante la pobrecita con arriesgar su vida por su país que, encima, cuando llega a su casa, su futura mujercita no lo quiere a su lado.
Respiré profundo antes de abrir la boca. Analicé la provocación de Madeleine y llegué a la conclusión de que lo único que deseaba de mí era que explotara. Así podría ir a Britt a venderle el cuento. “Madura, Santana. No vale la pena un enfrentamiento así”.
―Gracias por preocuparte, Madeleine, es un detalle. Y ahora, si eres tan amable, me gustaría volver al trabajo. ¿Puedes pasarme una cuenta tú, o debo ir a hablar primero con Pierce?
Su reacción me complació enormemente. La actitud condescendiente de Madeleine cambió y su habitual expresión de víbora malvada regresó a su rostro. Ya no me daba miedo.
―Debo hablar con Britt antes de que te incorpores. Es la norma que ha establecido ella mismo con todos los empleados. Y tú, señorita López, prometida o no, eres una vulgar empleada más de esta agencia. Te comunicaré la decisión de la Directora en cuanto la tenga. Buenos días.
Regresé a mi despacho y ocupé el tiempo revisando las pocas carpetas que quedaban en el cajón de mi mesa. La investigación de la policía por el supuesto topo de la empresa estaba a punto de finalizar, pero todo el material continuaba en manos de los agentes que se habían hecho cargo del caso. No había mucho con lo que entretenerse.
Gillian interrumpió mis pensamientos asomando la cabeza por la puerta. Me traía un café con leche como a mí me gustaba y unas galletas de canela que había hecho ella misma. Le indiqué que pasara y se sentara a hacerme un rato de compañía.
―Dime, ¿falta alguien por incorporarse al trabajo o soy la última en volver?
―Creo que solo falta Reinaldo. Sus compañeros dicen que salió de aquí conmocionado y nadie sabe nada de él ―me explicó con un aire de misterio que me hizo sonreír por primera vez aquel día.
Unas horas después, cuando ya me debatía entre irme a comer o marcharme a casa y volver al día siguiente, sonaron unos golpes en mi puerta.
―Adelante ―dije intentando disimular el abominable aburrimiento que me rodeaba y que me hacía bostezar una y otra vez.
La puerta se abrió lentamente y la figura de Britt se personó en la entrada. Pasó al interior con cierto aire de superioridad, pero en sus movimientos podía ver duda e incertidumbre. Llevaba puesta su máscara de piedra y estaba tensa como la cuerda de un arpa. En las manos llevaba dos carpetas que dejó encima de la mesa.
―Hola ―saludé deseando ser un poco más locuaz en aquellas situaciones.
―No tenías que volver tan pronto ―dijo, siempre pensando en el bienestar de los demás.
―Lo sé, pero me aburría en casa ―”En casa”, me repetí sabiendo que esas palabras no tenían sentido si ella no estaba conmigo―. Espero que no te importe, pero he ido a ver a Madeleine para que me asigne alguna cuenta.
―Sí, me ha dicho que estabas aquí. Se quedó parada delante de mi mesa mirándome a los ojos sin pestañear. Era una situación extraña, pues hacía dos días que no nos veíamos y me sentí francamente incómoda, y triste, todo sea dicho. Cuando el tiempo se alargó lo suficiente como para que empezara a resultar violento, instintivamente levanté una ceja y ella reaccionó.
―Dos cuentas ―dijo empujando las carpetas que llevaba en la mano hacia mí―. Una de cereales y otra de café. No son gran cosa pero quizás tengas que viajar.
―Gracias ―dije mirando sus cansados ojos azules. Había pasado mucho tiempo y muchas cosas desde la primera vez que me fijé en ellos, pero nunca dejarían de maravillarme.
―¿Qué va a pasar con nosotros? ―soltó de repente, sorprendiéndome―. Me refiero a la boda, la casa, nuestros planes…
―No lo sé…, no creo que sea el momento… ―respondí cerrando los ojos e intentando controlar mis emociones. Cuando estaba cerca de ella no podía pensar con claridad.
―Sí, tienes razón, no es el momento ―susurró desviando su mirada. Sonó triste y abatida y, por un momento, me sentí una mala persona―. Voy a esperar, Santana. No me importa si es un día, una semana, o un año, pero cuando el momento de poner las cartas sobre la mesa llegue, quiero que sepas que deberás ser tú la que me busque.
―Lo sé.
―Bien, ponte a trabajar. Si necesitas cualquier cosa ya sabes donde puedes encontrarme ¿de acuerdo? ―dijo recuperando su entereza de jefa.
―De acuerdo ―respondí. Pero, antes de que se marchara, pregunté―: Britt, ¿estás durmiendo en el despacho?
―Eso es algo que, en estos momentos, no te incumbe, Santana. Ponte a trabajar.
***
Me centré plenamente en el trabajo que me habían asignado. Ambas cuentas, muy parecidas, requerían de algún elemento innovador que las posicionase en el mercado como productos estrella.
Intentaba pasar la mayor parte de mi tiempo libre ocupada para no pensar en lo que estaba dejando enfriar unas puertas más allá de mi despacho, pero era casi imposible no hacerlo. Cada día, al llegar, al salir a comer, o en alguna reunión, me encontraba con ella, y aquellas simples acciones, una sonrisa, algunas palabras cordiales, o un suave roce de nuestras manos que se sucedían en momentos determinados, se repetían en mi mente el resto del día.
Pocas veces nos veíamos a solas. Creo que intentaba evitar esa situación. Britt era una mujer de fuertes impulsos y noté que se contenía para no perder el control conmigo.
A veces, en reuniones con el personal, discutíamos por motivos de trabajo y siempre acababa sus argumentos con una mirada que me encendía la sangre. Cuando salía enfurecida de la sala, podía ver cómo se controlaba para no seguirme hasta el despacho y encerrarse conmigo hasta que no pudiera pensar más que en ella. Otras veces, si había tenido que ser muy dura conmigo y mis opiniones, me enviaba notas o mensajes de disculpa. Ella seguía siendo la jefa, al menos dentro de los muros de aquella empresa.
***
―El cliente del “Café Apestoso” ―dijo Gillian llamando a la cuenta por el nombre que secretamente le habíamos puesto después del asco que me producía el olor― quiere una reunión en su terreno. ¿Te miro los vuelos? Habrá que hacer combinaciones para que llegues con tiempo de quitarte el jet lag.
―¿Dónde quieren la reunión? ¿En Australia? ―pregunté sorprendida.
―En Roma. Tienen las oficinas centrales en Roma, Italia.
―¡Joder! ¿Y para cuando quieren la reunión?
―Para la semana que viene ―dijo Gillian con pena, al ver mi cara de agotamiento. Suspiré resignada y con un ademán le indiqué que continuara con su trabajo.
―Bien, mira a ver qué puedes hacer con los vuelos y el hotel, ¿ok?
A la mañana siguiente me quedé durmiendo. El despertador sonó, pero había pasado una mala noche de pesadillas y cuando lo apagué, me di media vuelta y continué descansando plácidamente.
Por la tarde, cuando llegué a la oficina, lo primero que hice fue prepararme un gran vaso de té helado para afrontar la ola de calor sofocante que sufría Nueva York.
En el office me encontré con Britt que, sorprendentemente, iba en mangas de camisa y sin corbata.
―Hola ―dije al entrar dándole un pequeño susto.
―Hola, no te había oído. ¿Qué tal estás? ―preguntó cortésmente.
―Oh, bien, con mucho calor pero bien. Gracias. ¿Y tú?
Me recorrió con la mirada haciéndome sentir algo incómoda. Luego soltó el aire bruscamente y continuó preparándose un café sin responder a mi cortés pregunta.
Cuando ya creí que no lo haría, apoyó el peso de su cuerpo en la encimera de mármol e hizo un gesto de exasperación.
―¡No estoy bien, maldita sea! No puedo estar bien cuando te echo de menos a cada instante. ¿Contesta eso a tu pregunta?
Levanté la mirada sorprendida y vi su cara de cansancio y sus ojeras. Sentí ganas de echarme en sus brazos y besarla, pero justo en ese instante escuché risas femeninas y una sensual voz que lo llamaba con urgencia. Cerró los ojos y suspiró sabiendo que el momento había pasado y se había perdido la oportunidad.
Furiosa, recorrí los escasos metros que me separaban de mi despacho, pasando por delante del suyo. Al mirar, no pude evitar detenerme y observar a la rubia de piernas largas que descansaba como al descuido en el sillón de Britt.
―¿Desea algo, señorita? ―dijo ésta deteniendo el balanceo de su pie.
Madeleine me miró en ese momento y sonrió despiadadamente.
―No te preocupes, es la concubina de la reina ―dijo como al descuido, riendo malévolamente y haciendo que a la mujer se le quedara la boca abierta. Bullía por dentro, rabiosa. Aquella tarde mi creatividad había quedado reducida a cero y la única buena idea que me venía a la cabeza, una y otra vez, era la cabeza de Madeleine en una bandeja dentro del horno.
Durante un buen rato tuve que contener las ganas de irrumpir violentamente en el despacho y besar a Britt pasionalmente. Así, a las dos zorras aquellas no les quedaría ninguna duda de cuáles eran nuestros sentimientos. Pero con cada segundo que pasaba me iba sintiendo más y más patética hasta que abandoné la idea y me marché a casa derrotada.
Hacer algo de deporte por la mañana temprano se había convertido de nuevo en una prioridad. También lo era centrarme en el trabajo y olvidar, en la medida de lo posible, el recuerdo de aquellos ojos azules. Debía dejar preparada la cuenta del café para mi presentación en Roma, y ya que corría menos riesgos trabajando desde casa, hice que me pasaran la información a mi portátil y desaparecí de HP por unos días.
Pero, tal y como dictaban las normas de la empresa en el caso de que se solicitara desde las altas esferas, todo nuestro trabajo debía pasar por las manos de la Directora de Cuentas antes de ser expuesto al cliente. Y, por supuesto, tal y como esperaba, Madeleine no tardó en recordarme su superioridad sobre mí y convocó una reunión justo el día antes de marcharme a Europa.
―Jueves por la tarde, a las siete ―me dijo Gillian.
Eso me dejaba el tiempo necesario para contrastar algunos datos con los chicos de Marketing el jueves por la mañana. O eso creí, hasta que un mensaje de Gillian me indicó que la Bruja del Norte había pasado la reunión a las diez de la mañana. “¡Hija de… A la mierda mis planes!”, bufé, asumiendo que tendría que hacer yo el trabajo
correspondiente a Marketing si la presentación tenía que estar lista para esa hora.
Una vez leí en un libro de autoestima que la mejor forma de crear emociones positivas es teniendo emociones positivas. La mañana del jueves, pese a tener un terrible dolor de cabeza, una indigestión en toda regla y la ligera sensación de que quedarme trabajando sobre la toalla, después de un refrescante baño, me había causado una infección de orina, decidí ser positiva como recurso preventivo al día que me esperaba. También me tomé un par de analgésicos después de vomitar parte de la cena y me bebí un zumo de naranja para reducir un poco los calambres de la cistitis.
Cada vez que pasaba por un espejo sonreía y me decía a mí misma que ese día iba a ser un buen día. Pero los astros se habían alineado para que estuviera equivocada.
―Santana, espera ―me llamó Gillian cuando ya iba camino a la sala de juntas. Me giré y la vi llegar corriendo con un papel en la mano―. Madeleine ha vuelto a cambiar la hora de la reunión. Será a las siete de nuevo ―me tendió el papel con el recado.
―Hija de puta ―susurré apretando los dientes. “Emociones positivas, Santana, emociones positivas”, me recordé como un mantra.
Cuando llegué a la reunión, un par de minutos antes de la hora acordada, Madeleine y dos tipos de Marketing de la empresa ya estaban esperando con caras de pocos amigos.
“¿Qué coño hacen aquí estos dos idiotas?”, me pregunté observando las caras de los dos reconocidos lameculos de HP.
―Buenas tardes, López. Llegas tarde ―dijo uno de los tipos del que no recordaba el nombre.
―¿Perdona? La reunión era a las siete ―contesté sacando las uñas ya desde el primer momento. “Menudo baboso gilipollas”
―Bien, veamos lo que nos traes, Santana ―intervino Madeleine con su delicada ceja levantada. “Como me gustaría tener un pedazo de cera ardiendo para depilarte esa insolente ceja, zorra”, dijo mi yo más salvaje. Sonreí.
Hice mi exposición como si ellos fueran mis clientes. No les dejé replicar, añadir o quitar nada de cuanto salió de mi boca. Me sentía como si fuera mi examen de final de carrera. Tres rostros sin expresión alguna susurraban entre ellos y anotaban cosas que me traían sin cuidado. Lo que ellos no sabían era que no pensaba cambiar ni
una sola coma del trabajo que había hecho.
Cuando finalicé, recogí los papeles que había ido dejando sobre la mesa y sin prestar atención a los que me observaban sin disimulo, me encaminé a la puerta.
―¿Adónde vas? ―preguntó Madeleine sorprendida.
―A preparar las maletas, mañana debo salir de viaje ―contesté falsamente relajada. Sabía que no me dejaría irme así como así.
―Hay algunas cosas, señorita Lopez, que deberíamos discutir antes de que se marche, ¿no cree? ―dijo uno de los lameculos revisando las anotaciones que había hecho durante mi exposición.
―Pues no veo qué cosas quieren discutir. Disculpe, no recuerdo su nombre ―”Chúpate esa, gilipollas”
―Blirt, Howard Blirt, de Marketing ―dijo sonriendo, el muy tonto.
―Pues bien, señor Blirt, a estas alturas no tengo intención de cambiar nada de la campaña porque, como ustedes comprenderán, desde hoy a las… ―Miré el reloj― ocho y media de la tarde, a mañana a las doce, en que sale mi avión, no me queda mucho margen de maniobra para los cambios o indicaciones que ustedes quieran hacer.
Y ahora, si me disculpan…
―Esta cuenta no puede presentarse al cliente porque no tiene la aprobación del departamento ―dijo el otro idiota mirando a Madeleine de reojo.
―¿No? ¿Usted cree? Pues va a tener que ir a decírselo a la señorita Pierce usted mismo. Y recuérdele, de paso, que quien la ha elaborado ha sido su prometida.
Cuando regrese de Roma ya me cuenta qué le dijo la señorita Pierce ―dije jugando sucio. No quería utilizar la carta de la prometida pero me sentí poderosa haciéndolo. Juego sucio. Vi la indignación crecer en los ojos de los dos hombres. También me fijé en que ambos buscaban con la mirada a Madeleine, que se había mantenido en silencio sin
quitarme los ojos de encima.
―¿Quién ha hecho el trabajo que corresponde a su departamento? ―preguntó ella, al fin, señalando a los dos hombres con un leve gesto de la cabeza.
―¿Quién crees que lo ha hecho? Tenía la cita cerrada con Marketing para esta mañana, pero al cambiar la hora de esta reunión y pasarla a las diez, tuve que hacer yo el trabajo. Luego resulta que la reunión ha vuelto a su hora original, pero ya no había nadie disponible en el departamento para que revisaran mi estrategia antes de las siete. Yo ya he hecho este trabajo en otras cuentas y a nadie pareció importarle que les quitara faena. La estrategia es perfecta y no he oído aún de vuestras bocas nada que me indique lo contrario, por lo tanto, no veo qué sentido tiene si cuenta o no con su aprobación. Y lo que es más importante, no veo qué sentido tiene que me hagáis
perder el tiempo de esta forma.
Britt salió de la habitación tan confundida como alterada. No había sido consciente de lo que suponía aquel juego de sometimiento para una persona como yo, y yo no fui capaz de detectar las señales antes de llegar a aquel extremo.
―Que se quede en la casa, prefiero que esté allí. No quiero que vuelva a su apartamento ―le dijo Britt a Rachel por teléfono.
Su voz estaba afectada pero sonaba dura e implacable. Rachel me miró con cara interrogante intentando entender qué había sucedido. Cerré los ojos y dejé escapar las lágrimas mientras la conversación entre ellas continuaba a través del manos libres del aparato.
―No tengo intención de largarme. Si necesita espacio y tiempo lo entiendo, pero dile que si piensa que esto ha acabado está muy equivocada.
―Entonces ¿por qué no hablas con ella y dejas de soltarme todo este sermón a mí? ―preguntó Rachel con la mirada fija en mis vidriosos ojos.
―Tú se lo contarás, estoy seguro. Cuida de ella.
***
Volver al edificio donde había ocurrido todo un mes y medio después no estaba siendo tan fácil. Respiré hondo antes de que las puertas del ascensor se abrieran, pues sabía que las sensaciones de lo que pasó me golpearían sin compasión. Sin embargo, el coro de rubias me dio la bienvenida y una tras otra se abalanzaron a preguntarme cómo me encontraba.
―No la esperábamos por aquí tan pronto, señorita López ―dijo una de ellas mirando entre los montones de recados y tendiéndome los míos con su delicada mano de manicura perfecta.
―Algún día había que volver al trabajo, ¿no?
―Sí, claro, pero como su prometida, la señorita Pierce ―dijo intencionadamente. A nadie le había pasado por alto mi nueva situación de “novia” de la jefa―, dijo que usted tardaría en incorporarse, pensamos que pasaría el verano descansando en su nueva casa.
“Las noticias corren rápido”, pensé.
No me quedé a dar explicaciones. Solo quería llegar a mi despacho y centrarme en algo que me hiciera olvidar los sucesos del último mes y medio de mi vida.
Gillian sonrió al verme, colgó su teléfono y se lanzó a abrazarme como si fuera mi propia madre después de estar años sin vernos. Me sentí reconfortada por lo entrañable de aquel momento y me emocioné, logrando con esfuerzo controlar las lágrimas. Después de unos minutos hablando me informó que Pierce había establecido la norma de pasar a ver a Madeleine antes de comenzar a trabajar. Ella era la Directora de Cuentas y era su trabajo asignarme el mío. Por lo tanto, no me quedaba más remedio que darle el gusto de regodearse un poco.
―Vaya, vaya, la hija pródiga ha vuelto. ¿Qué tal te encuentras, Santana?
―Perfectamente, gracias por preguntar. Necesito una cuenta para empezar a trabajar ―dije sin dilación.
―Oh, querida, siéntate ―dijo con fingida amabilidad. Sus ojos estaban brillantes y su ceja se levantaba en actitud desafiante con cada palabra que salía de su boca―.
Por aquí todos sienten tanto la pérdida de tu bebé..., algo que, claramente, ha afectado a vuestra relación de pareja ¿verdad? Pobre Brittany, lleva dos noches durmiendo en el despacho. No tiene bastante la pobrecita con arriesgar su vida por su país que, encima, cuando llega a su casa, su futura mujercita no lo quiere a su lado.
Respiré profundo antes de abrir la boca. Analicé la provocación de Madeleine y llegué a la conclusión de que lo único que deseaba de mí era que explotara. Así podría ir a Britt a venderle el cuento. “Madura, Santana. No vale la pena un enfrentamiento así”.
―Gracias por preocuparte, Madeleine, es un detalle. Y ahora, si eres tan amable, me gustaría volver al trabajo. ¿Puedes pasarme una cuenta tú, o debo ir a hablar primero con Pierce?
Su reacción me complació enormemente. La actitud condescendiente de Madeleine cambió y su habitual expresión de víbora malvada regresó a su rostro. Ya no me daba miedo.
―Debo hablar con Britt antes de que te incorpores. Es la norma que ha establecido ella mismo con todos los empleados. Y tú, señorita López, prometida o no, eres una vulgar empleada más de esta agencia. Te comunicaré la decisión de la Directora en cuanto la tenga. Buenos días.
Regresé a mi despacho y ocupé el tiempo revisando las pocas carpetas que quedaban en el cajón de mi mesa. La investigación de la policía por el supuesto topo de la empresa estaba a punto de finalizar, pero todo el material continuaba en manos de los agentes que se habían hecho cargo del caso. No había mucho con lo que entretenerse.
Gillian interrumpió mis pensamientos asomando la cabeza por la puerta. Me traía un café con leche como a mí me gustaba y unas galletas de canela que había hecho ella misma. Le indiqué que pasara y se sentara a hacerme un rato de compañía.
―Dime, ¿falta alguien por incorporarse al trabajo o soy la última en volver?
―Creo que solo falta Reinaldo. Sus compañeros dicen que salió de aquí conmocionado y nadie sabe nada de él ―me explicó con un aire de misterio que me hizo sonreír por primera vez aquel día.
Unas horas después, cuando ya me debatía entre irme a comer o marcharme a casa y volver al día siguiente, sonaron unos golpes en mi puerta.
―Adelante ―dije intentando disimular el abominable aburrimiento que me rodeaba y que me hacía bostezar una y otra vez.
La puerta se abrió lentamente y la figura de Britt se personó en la entrada. Pasó al interior con cierto aire de superioridad, pero en sus movimientos podía ver duda e incertidumbre. Llevaba puesta su máscara de piedra y estaba tensa como la cuerda de un arpa. En las manos llevaba dos carpetas que dejó encima de la mesa.
―Hola ―saludé deseando ser un poco más locuaz en aquellas situaciones.
―No tenías que volver tan pronto ―dijo, siempre pensando en el bienestar de los demás.
―Lo sé, pero me aburría en casa ―”En casa”, me repetí sabiendo que esas palabras no tenían sentido si ella no estaba conmigo―. Espero que no te importe, pero he ido a ver a Madeleine para que me asigne alguna cuenta.
―Sí, me ha dicho que estabas aquí. Se quedó parada delante de mi mesa mirándome a los ojos sin pestañear. Era una situación extraña, pues hacía dos días que no nos veíamos y me sentí francamente incómoda, y triste, todo sea dicho. Cuando el tiempo se alargó lo suficiente como para que empezara a resultar violento, instintivamente levanté una ceja y ella reaccionó.
―Dos cuentas ―dijo empujando las carpetas que llevaba en la mano hacia mí―. Una de cereales y otra de café. No son gran cosa pero quizás tengas que viajar.
―Gracias ―dije mirando sus cansados ojos azules. Había pasado mucho tiempo y muchas cosas desde la primera vez que me fijé en ellos, pero nunca dejarían de maravillarme.
―¿Qué va a pasar con nosotros? ―soltó de repente, sorprendiéndome―. Me refiero a la boda, la casa, nuestros planes…
―No lo sé…, no creo que sea el momento… ―respondí cerrando los ojos e intentando controlar mis emociones. Cuando estaba cerca de ella no podía pensar con claridad.
―Sí, tienes razón, no es el momento ―susurró desviando su mirada. Sonó triste y abatida y, por un momento, me sentí una mala persona―. Voy a esperar, Santana. No me importa si es un día, una semana, o un año, pero cuando el momento de poner las cartas sobre la mesa llegue, quiero que sepas que deberás ser tú la que me busque.
―Lo sé.
―Bien, ponte a trabajar. Si necesitas cualquier cosa ya sabes donde puedes encontrarme ¿de acuerdo? ―dijo recuperando su entereza de jefa.
―De acuerdo ―respondí. Pero, antes de que se marchara, pregunté―: Britt, ¿estás durmiendo en el despacho?
―Eso es algo que, en estos momentos, no te incumbe, Santana. Ponte a trabajar.
***
Me centré plenamente en el trabajo que me habían asignado. Ambas cuentas, muy parecidas, requerían de algún elemento innovador que las posicionase en el mercado como productos estrella.
Intentaba pasar la mayor parte de mi tiempo libre ocupada para no pensar en lo que estaba dejando enfriar unas puertas más allá de mi despacho, pero era casi imposible no hacerlo. Cada día, al llegar, al salir a comer, o en alguna reunión, me encontraba con ella, y aquellas simples acciones, una sonrisa, algunas palabras cordiales, o un suave roce de nuestras manos que se sucedían en momentos determinados, se repetían en mi mente el resto del día.
Pocas veces nos veíamos a solas. Creo que intentaba evitar esa situación. Britt era una mujer de fuertes impulsos y noté que se contenía para no perder el control conmigo.
A veces, en reuniones con el personal, discutíamos por motivos de trabajo y siempre acababa sus argumentos con una mirada que me encendía la sangre. Cuando salía enfurecida de la sala, podía ver cómo se controlaba para no seguirme hasta el despacho y encerrarse conmigo hasta que no pudiera pensar más que en ella. Otras veces, si había tenido que ser muy dura conmigo y mis opiniones, me enviaba notas o mensajes de disculpa. Ella seguía siendo la jefa, al menos dentro de los muros de aquella empresa.
***
―El cliente del “Café Apestoso” ―dijo Gillian llamando a la cuenta por el nombre que secretamente le habíamos puesto después del asco que me producía el olor― quiere una reunión en su terreno. ¿Te miro los vuelos? Habrá que hacer combinaciones para que llegues con tiempo de quitarte el jet lag.
―¿Dónde quieren la reunión? ¿En Australia? ―pregunté sorprendida.
―En Roma. Tienen las oficinas centrales en Roma, Italia.
―¡Joder! ¿Y para cuando quieren la reunión?
―Para la semana que viene ―dijo Gillian con pena, al ver mi cara de agotamiento. Suspiré resignada y con un ademán le indiqué que continuara con su trabajo.
―Bien, mira a ver qué puedes hacer con los vuelos y el hotel, ¿ok?
A la mañana siguiente me quedé durmiendo. El despertador sonó, pero había pasado una mala noche de pesadillas y cuando lo apagué, me di media vuelta y continué descansando plácidamente.
Por la tarde, cuando llegué a la oficina, lo primero que hice fue prepararme un gran vaso de té helado para afrontar la ola de calor sofocante que sufría Nueva York.
En el office me encontré con Britt que, sorprendentemente, iba en mangas de camisa y sin corbata.
―Hola ―dije al entrar dándole un pequeño susto.
―Hola, no te había oído. ¿Qué tal estás? ―preguntó cortésmente.
―Oh, bien, con mucho calor pero bien. Gracias. ¿Y tú?
Me recorrió con la mirada haciéndome sentir algo incómoda. Luego soltó el aire bruscamente y continuó preparándose un café sin responder a mi cortés pregunta.
Cuando ya creí que no lo haría, apoyó el peso de su cuerpo en la encimera de mármol e hizo un gesto de exasperación.
―¡No estoy bien, maldita sea! No puedo estar bien cuando te echo de menos a cada instante. ¿Contesta eso a tu pregunta?
Levanté la mirada sorprendida y vi su cara de cansancio y sus ojeras. Sentí ganas de echarme en sus brazos y besarla, pero justo en ese instante escuché risas femeninas y una sensual voz que lo llamaba con urgencia. Cerró los ojos y suspiró sabiendo que el momento había pasado y se había perdido la oportunidad.
Furiosa, recorrí los escasos metros que me separaban de mi despacho, pasando por delante del suyo. Al mirar, no pude evitar detenerme y observar a la rubia de piernas largas que descansaba como al descuido en el sillón de Britt.
―¿Desea algo, señorita? ―dijo ésta deteniendo el balanceo de su pie.
Madeleine me miró en ese momento y sonrió despiadadamente.
―No te preocupes, es la concubina de la reina ―dijo como al descuido, riendo malévolamente y haciendo que a la mujer se le quedara la boca abierta. Bullía por dentro, rabiosa. Aquella tarde mi creatividad había quedado reducida a cero y la única buena idea que me venía a la cabeza, una y otra vez, era la cabeza de Madeleine en una bandeja dentro del horno.
Durante un buen rato tuve que contener las ganas de irrumpir violentamente en el despacho y besar a Britt pasionalmente. Así, a las dos zorras aquellas no les quedaría ninguna duda de cuáles eran nuestros sentimientos. Pero con cada segundo que pasaba me iba sintiendo más y más patética hasta que abandoné la idea y me marché a casa derrotada.
Hacer algo de deporte por la mañana temprano se había convertido de nuevo en una prioridad. También lo era centrarme en el trabajo y olvidar, en la medida de lo posible, el recuerdo de aquellos ojos azules. Debía dejar preparada la cuenta del café para mi presentación en Roma, y ya que corría menos riesgos trabajando desde casa, hice que me pasaran la información a mi portátil y desaparecí de HP por unos días.
Pero, tal y como dictaban las normas de la empresa en el caso de que se solicitara desde las altas esferas, todo nuestro trabajo debía pasar por las manos de la Directora de Cuentas antes de ser expuesto al cliente. Y, por supuesto, tal y como esperaba, Madeleine no tardó en recordarme su superioridad sobre mí y convocó una reunión justo el día antes de marcharme a Europa.
―Jueves por la tarde, a las siete ―me dijo Gillian.
Eso me dejaba el tiempo necesario para contrastar algunos datos con los chicos de Marketing el jueves por la mañana. O eso creí, hasta que un mensaje de Gillian me indicó que la Bruja del Norte había pasado la reunión a las diez de la mañana. “¡Hija de… A la mierda mis planes!”, bufé, asumiendo que tendría que hacer yo el trabajo
correspondiente a Marketing si la presentación tenía que estar lista para esa hora.
Una vez leí en un libro de autoestima que la mejor forma de crear emociones positivas es teniendo emociones positivas. La mañana del jueves, pese a tener un terrible dolor de cabeza, una indigestión en toda regla y la ligera sensación de que quedarme trabajando sobre la toalla, después de un refrescante baño, me había causado una infección de orina, decidí ser positiva como recurso preventivo al día que me esperaba. También me tomé un par de analgésicos después de vomitar parte de la cena y me bebí un zumo de naranja para reducir un poco los calambres de la cistitis.
Cada vez que pasaba por un espejo sonreía y me decía a mí misma que ese día iba a ser un buen día. Pero los astros se habían alineado para que estuviera equivocada.
―Santana, espera ―me llamó Gillian cuando ya iba camino a la sala de juntas. Me giré y la vi llegar corriendo con un papel en la mano―. Madeleine ha vuelto a cambiar la hora de la reunión. Será a las siete de nuevo ―me tendió el papel con el recado.
―Hija de puta ―susurré apretando los dientes. “Emociones positivas, Santana, emociones positivas”, me recordé como un mantra.
Cuando llegué a la reunión, un par de minutos antes de la hora acordada, Madeleine y dos tipos de Marketing de la empresa ya estaban esperando con caras de pocos amigos.
“¿Qué coño hacen aquí estos dos idiotas?”, me pregunté observando las caras de los dos reconocidos lameculos de HP.
―Buenas tardes, López. Llegas tarde ―dijo uno de los tipos del que no recordaba el nombre.
―¿Perdona? La reunión era a las siete ―contesté sacando las uñas ya desde el primer momento. “Menudo baboso gilipollas”
―Bien, veamos lo que nos traes, Santana ―intervino Madeleine con su delicada ceja levantada. “Como me gustaría tener un pedazo de cera ardiendo para depilarte esa insolente ceja, zorra”, dijo mi yo más salvaje. Sonreí.
Hice mi exposición como si ellos fueran mis clientes. No les dejé replicar, añadir o quitar nada de cuanto salió de mi boca. Me sentía como si fuera mi examen de final de carrera. Tres rostros sin expresión alguna susurraban entre ellos y anotaban cosas que me traían sin cuidado. Lo que ellos no sabían era que no pensaba cambiar ni
una sola coma del trabajo que había hecho.
Cuando finalicé, recogí los papeles que había ido dejando sobre la mesa y sin prestar atención a los que me observaban sin disimulo, me encaminé a la puerta.
―¿Adónde vas? ―preguntó Madeleine sorprendida.
―A preparar las maletas, mañana debo salir de viaje ―contesté falsamente relajada. Sabía que no me dejaría irme así como así.
―Hay algunas cosas, señorita Lopez, que deberíamos discutir antes de que se marche, ¿no cree? ―dijo uno de los lameculos revisando las anotaciones que había hecho durante mi exposición.
―Pues no veo qué cosas quieren discutir. Disculpe, no recuerdo su nombre ―”Chúpate esa, gilipollas”
―Blirt, Howard Blirt, de Marketing ―dijo sonriendo, el muy tonto.
―Pues bien, señor Blirt, a estas alturas no tengo intención de cambiar nada de la campaña porque, como ustedes comprenderán, desde hoy a las… ―Miré el reloj― ocho y media de la tarde, a mañana a las doce, en que sale mi avión, no me queda mucho margen de maniobra para los cambios o indicaciones que ustedes quieran hacer.
Y ahora, si me disculpan…
―Esta cuenta no puede presentarse al cliente porque no tiene la aprobación del departamento ―dijo el otro idiota mirando a Madeleine de reojo.
―¿No? ¿Usted cree? Pues va a tener que ir a decírselo a la señorita Pierce usted mismo. Y recuérdele, de paso, que quien la ha elaborado ha sido su prometida.
Cuando regrese de Roma ya me cuenta qué le dijo la señorita Pierce ―dije jugando sucio. No quería utilizar la carta de la prometida pero me sentí poderosa haciéndolo. Juego sucio. Vi la indignación crecer en los ojos de los dos hombres. También me fijé en que ambos buscaban con la mirada a Madeleine, que se había mantenido en silencio sin
quitarme los ojos de encima.
―¿Quién ha hecho el trabajo que corresponde a su departamento? ―preguntó ella, al fin, señalando a los dos hombres con un leve gesto de la cabeza.
―¿Quién crees que lo ha hecho? Tenía la cita cerrada con Marketing para esta mañana, pero al cambiar la hora de esta reunión y pasarla a las diez, tuve que hacer yo el trabajo. Luego resulta que la reunión ha vuelto a su hora original, pero ya no había nadie disponible en el departamento para que revisaran mi estrategia antes de las siete. Yo ya he hecho este trabajo en otras cuentas y a nadie pareció importarle que les quitara faena. La estrategia es perfecta y no he oído aún de vuestras bocas nada que me indique lo contrario, por lo tanto, no veo qué sentido tiene si cuenta o no con su aprobación. Y lo que es más importante, no veo qué sentido tiene que me hagáis
perder el tiempo de esta forma.
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Edad : 43
Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Capítulo 24
―Una más y nos vamos, que mañana hay que trabajar, chicos ―dijo una de las ayudantes de la academia de baile señalando la puerta de un bar. Dispuesta a olvidar aquella odiosa reunión, me uní a la salida de los jueves de Rachel y sus amigos. Al menos ocuparía mi cabeza en otros menesteres.
―¡Eh! Mira ―dijo Rachel levantando un dedo hacia el cartel del bar.
Dirigí mis ojos hacia el punto donde señalaba y la miré interrogante. Pero al volver la vista, me fijé en la cafetería de la esquina y, de repente, un millón de recuerdos se me agolparon en la mente. La puerta de aquel bar, el frío que hacía, Britt sonriendo, una invitación, un cappuccino, roces, caricias, besos, sexo, mucho sexo.
―¡Joder! ¡Qué casualidad!
El lugar estaba igual que aquella vez. Había mucha gente en la pista bailando y unas pocas mesas libres. En la barra no cabía ni un alfiler. Di un rápido repaso al local y pedí una cerveza cuando la camarera se acercó sonriente al reconocer a algunos de los rostros del grupo. Sin duda, gente asidua.
Bailamos un par de canciones y cuando las bebidas llegaron a nuestra mesa fuimos a sentarnos.
―Su cerveza, señorita. Y esta caipiriña, cortesía del guapo de la barra ―dijo señalando vagamente un punto detrás de ella. Cogí la copa y miré al hombre sentado a unos metros. Unos preciosos ojos azules me recorrieron de arriba abajo. Era ella. El vello del cuerpo se me erizó y le mantuve la mirada mientras me bebía el amargo contenido de golpe. Luego cogí la cerveza y me encaminé hacia ella.
―Hola ―saludé distendida―. Gracias por la copa.
―De nada ―contestó ella con su mirada fija en mis ojos.
―¿Vienes mucho por aquí? ―pregunté insinuante.
―No tanto como quisiera. ¿Y tú?
―No ―contesté dejando caer mi peso en el taburete que quedó libre a su lado―. La verdad es que es la segunda vez que vengo.
―¿Y qué tal? ―. Bebió de su copa, parecía whisky.
―La primera vez que vine cambió mi vida. A lo mejor esta vez vuelve a pasar. ¿Quién sabe? ―Sonreí tentadora a un rostro que no mostraba ningún signo de estar pasándolo bien. Luego bebí un largo trago de mi cerveza y me puse de pie decidida a dar por terminada aquella aburrida conversación.
―Me voy a bailar ¿vienes?
―No ―respondió seca y malhumorada.
―Pues tú te lo pierdes. ―Y me giré rápidamente antes de que pudiera ver la desilusión en mis ojos.
Odiaba el efecto devastador que tenía su mirada en mi cuerpo, el cosquilleo que me producía su voz cuando hablaba y lo que sentía mi corazón cuando no había espacio para nada más entre nosotros. Odiaba lo que me hacía sentir su sola presencia, porque hasta la última fibra de mi ser deseaba ser tocada, besada, y amaba por aquella mujer. Aquella tarde tras la reunión había tomado una decisión cuando escuchar de mis propios labios aquello de “su prometida” sin estar con ellaa había sonado hueco. Después de volver de Roma, retomaría la relación, pediría disculpas y admitiría, de una vez por todas, que era suya y solo suya. No había esperado encontrarla en aquel bar.
―¿Qué hace aquí Britt? ―preguntó Rachel cuando vio de dónde venía.
―No lo sé.
―Pero, has hablado con ella, ¿no?
―Sí, pero como si no lo hubiera hecho. Da igual, bailemos. ¡Vamos! ―dije fingidamente animada.
―Ve tú. Yo iba a pedirme algo de beber.
―Pídeme otra cerveza ¿quieres?
―¿No has bebido ya bastante? ―me preguntó algo enfadada―. Mañana te vas de viaje y…
―Vamos, Rachel, estamos de juerga, por favor. Sé buena y pídeme otra. Y no tardes ―añadí cuando ya iba hacia la pista.
―¡Santana! ―me llamó enfadada―. Creo que deberías salir y hablar con ella.
Vi a Britt entrar en la cafetería donde estuvimos aquella vez. Suspiré resignada y lo seguí, haciendo sonar la campanilla de la puerta cuando entré. No había nadie a esas horas, tan solo una pareja conversado en un reservado. Fui hasta el rincón, donde aguardaba con un café en las manos. El mismo sitio en el que comenzó todo.
Me senté delante de ella y le indiqué a la camarera que me preparase un cappuccino con extra de crema y un bollo relleno de chocolate.
―Tengo hambre ―dije ante la mirada interrogante de Britt.
―Es muy poco propio de ti ―dijo con sus ojos azules clavados en los míos.
―¿Qué? ¿Comer a estas horas?
―No, salir a estas horas.
―También es muy extraño verte a ti por aquí.
―Vengo aquí cada vez que necesito aclarar o decidir algo ―dijo como al descuido.
―¿Y qué tienes que aclarar o decidir hoy? ―pregunté recibiendo con una sonrisa mi pedido de manos de la camarera.
―Tengo que decidir si quiero continuar esperándote, o no.
Dejé de remover el cappuccino en la taza. La sonrisa se me esfumó de los labios y, por dentro, algo estalló en mil pedazos. Bajé la cabeza para que no pudiera ver cuánto me habían afectado sus palabras y concentré todas mis fuerzas en no echarme a llorar.
Reanudé el remover de la cucharilla y respiré hondo.
―¿Y bien? ¿Has decidido ya? ―pregunté sin levantar los ojos de la espuma de la taza.
―No. Todavía no ―dijo agotada, pasándose las manos por el pelo―. Vengo aquí porque fue aquí donde nos conocimos. Cuando tenemos problemas vengo a este lugar porque me recuerda cómo me sentí cuando te perdí. No quiero volver a sentirme así nunca, Santana. Pero hemos llegado un punto en el que no sé qué hacer. Te quiero, y me muero por estar contigo. Pero tú pareces tener muy claro para qué me necesitas en la vida. Hoy eres la prometida de la jefa y mañana no quieres ni cruzarte conmigo en el pasillo. Hoy utilizas tu estatus conmigo para quitarte los problemas de encima y mañana no quieres saber nada de mí. Así no funcionan las cosas.
―Veo que las noticias vuelan. Tienes una buena fuente de información ―dije refiriéndome a Madeleine―. Ha sido algo excepcional, nunca había ocurrido antes y no volverá a pasar jamás, te lo prometo. Me disculpo si te ha podido causar algún problema con el personal ―dije formalmente intentando controlar el nudo que se me estaba formando en el estómago.
―Por supuesto que tengo mis fuentes. ¡Es mi empresa! Si no supiera lo que sucede en ella sería un jefe pésimo. Y ya sé que ha sido algo excepcional, pero no me ha gustado oírlo de labios de Maddy. Me has hecho quedar como un pelele delante de dos de mis empleados por no decir la opinión que se ha formado mi tía de ti.
―La opinión que Madeleine tiene de mí no es algo que me preocupe. Tengo otros problemas ―le espeté disgustada por su alusión a su querida tía.
―Sí, los tienes. Pero no entiendes que estás en peligro. Crees que puedes continuar con tu vida como si tal cosa, pero no es así. Intento protegerte, pero tú me desafías constantemente, y no puedo hacerlo si te saltas las normas. Cuando debo marcharme lo hago pensando que eres vulnerable a todos los peligros del mundo porque no haces caso nunca de mis palabras. Vivo esperando que alguien me llame para decirme que te han hecho daño o algo peor. Y eso me hace débil porque no estoy centrada, no razono como debería, no me siento capaz de pensar en nada que no seas tú ―dijo desesperada. Luego bajó el tono de voz y me pareció como si envejeciera veinte años de golpe―. Pongo en peligro mi trabajo y a mis hombres, y si algo les llegara a pasar por mi culpa no me lo perdonaría nunca. Ni a ti tampoco te lo
perdonaría.
Intenté apartar a manotazos las lágrimas que me caían, pero fue imposible. Britt me cogió una mano con suavidad, deteniendo mis frenéticos movimientos, y la acunó entre las suyas, reconfortándome.
―Dios mío, eres tan preciosa ―dijo embelesada―. Siento lo que sucedió la otra noche en nuestra habitación, no volverá a pasar nunca. Eres lo más importante en mi vida y por nada del mundo querría hacerte daño. Sé muy poco de tu vida pasada, pero lo suficiente para jurarte que yo jamás te haré daño deliberadamente. Créeme.
―Te creo ―susurré.
―Entonces, dime, ¿qué hacemos, Santana? Dímelo.
Cerré los ojos unos segundos para escapar de su brillante y dolida mirada azul. No era capaz de imaginar, de ninguna manera, una vida sin ella. Yo le necesitaba, y ella también me necesitaba a mí, más de lo que creía.
―¿Qué hacemos? ―preguntó de nuevo con un hilo de voz. Ya tenía una decisión tomada antes de aquello. No había motivo para postergarlo más.
―Vámonos a casa.
***
―Es como empezar de cero ¿no crees? Pero sin los innecesarios preliminares ―dijo mientras avanzábamos en su coche en dirección a casa.
―A mí me gustan los preliminares, son románticos.
―¿Quieres preliminares? ―preguntó sorprendida―. Mañana mismo tendremos nuestra primera cita en condiciones.
―Mañana me marcho a Roma, tengo una reunión el lunes con un cliente ―dije recordándolo en ese momento.
―Oh, vaya. Bueno, cuando vuelvas quizás…
―Sí, cuando vuelva.
El silencio reinó de nuevo en el interior del coche. El ambiente era tenso, la situación era forzada, como si no nos conociéramos, como si no tuviéramos nada que decirnos. Y sentí miedo, sentí que habíamos perdido algo fundamental en nuestra relación, la confianza.
Aquella rigidez se mantuvo incluso cuando llegamos a casa. Ella anunció que tenía que revisar algunas cosas en el estudio y yo debía hacer la maleta para el día siguiente. Cuando acabé, Britt continuaba encerrado con sus cosas.
―Me voy a dormir ―le anuncié temerosa. Me moría de ganas de tenerla a mi lado.
―Enseguida voy. ―Fue toda la respuesta que recibí.
***
Alguien me cogió por detrás y me sujetó con fuerza. Estaba llorando cuando me di cuenta de que Britt estaba tumbada ¿ a mi espalda y me tenía cogida por la cintura.
Una oleada de náuseas me invadió el estómago y, como pude, me deshice de su abrazo y salí corriendo hasta el cuarto de baño, justo a tiempo de echar la primera papilla dignamente sin mancharlo todo.
―¿Otra pesadilla? ―dijo Britt, que se había personado a mi lado al instante. Con cara de preocupación me tendía una toalla húmeda y fría mientras seguía sentada en el oscuro suelo de plaqueta.
Asentí asustada por la magnitud de mi sueño y sollocé maldiciendo a todos aquellos que provocaban las reacciones de mi subconsciente.
―¿Quieres contármela? ―preguntó ayudándome a levantarme del suelo.
Lo seguí de la mano hasta la cama. Una vez allí me arropó con la suave y fresca sábana blanca de algodón y se tumbó a mi lado paciente. Le relaté brevemente qué sucedía mientras su mano, como un bálsamo, acariciaba mi espalda. Cuando acabé, al borde del llanto, ella besó mi frente y me atrajo hacia su fuerte cuerpo para que
descansara sobre ella.
―Bueno, ya está. Fue solo un sueño ―me consoló.
A pesar de la tranquilidad con la que me quedé dormida entre sus brazos, mi mente continuó soñando retazos del futuro.
“Es su madre. Es su hermano.”.
Desperté a la mañana siguiente y, para variar, Britt ya no estaba en la cama. Me puse una bata encima del camisón de verano y seguí el sonido de la televisión hasta la cocina donde lo encontré desayunando y leyendo el periódico.
―Buenos días ―dijo nada más verme. Se puso de pie y se acercó a mí. Estaba mojado, llevaba una toalla alrededor de la cintura y olía a cloro.
―Has estado nadando ―afirmé cuando mis manos se enredaron en su pelo húmedo. Lo atraje hacia mi boca y pude oler el café que ya se había tomado. La conexión entre nosotros se reestablecía.
―Sí, necesitaba desentumecerme, estaba demasiado tensa ―Me besó lentamente dejándome saborear su lengua―. Tienes café recién hecho en la cafetera y hay bollos con chocolate ahí mismo ―dijo señalando una bolsa de papel que había encima de la mesa.
―Oh, qué bien ―suspiré de placer― Tengo hambre.
―No sé dónde habrás estado comiendo y cenando estas dos semanas, pero la nevera tenía telarañas dentro ―dijo volviendo a su lectura mientras yo me preparaba un buen vaso de leche con café y sacaba los bollos de la bolsa para ponerlos en un plato.
―No sé cocinar ―dije riendo, y sorprendiéndolo―. Además, aunque veo que no te has dado cuenta, he pasado bastante tiempo en el trabajo espiando a hurtadillas a la guapo de mi jefa ―Bromeaba con ella por primera vez desde hacía mucho tiempo.
―¿Y lo conseguiste? Lo de tu jefa, digo.
―Oh, no, qué va. Siempre estaba reunido con alguna rubia despampanante contra las que no tengo nada que hacer. Es una mujer demasiado guapa para fijarse en una simple empleada.
Britt bajó el periódico, lo dobló y lo depositó lentamente encima de la mesa. Luego se acercó a mi taburete y lo giró hasta quedar delante de ella. Me retiró un salvaje mechón de pelo y lo colocó detrás de mi oreja, rozándola a propósito.
―Esa jefa tuya es un completo gilipollas ¿sabes? Tú no deberías andar mendigando miradas de nadie, nunca ―dijo memorizando cada rasgo de mi rostro con sus ojos y con sus manos―. No hay ninguna rubia, ni morena, ni pelirroja en la faz de la tierra que pueda compararse a ti.
―Eso deberías decírselo a mi jefa ―susurré mirándole los labios sin disimulo. Me moría por uno de sus besos y me relamí de anticipación.
―Olvídate de esa idiota. Te quiero toda para mí ahora mismo. Eres mía y no pienso compartirte con nadie. ―Y entonces me besó como había estado deseando. Con pasión, con fuerza, prometiendo mucho más que un intercambio de mordiscos y magreos de lenguas desenfrenadas.
Abrí las piernas en el taburete y lo dejé acercarse más a mí.
La toalla que llevaba estaba a punto de caer cuando sonó su teléfono móvil.
―Déjalo que suene ―dije sin apartar ni un centímetro mi boca de la suya.
―Es el móvil de trabajo ―dijo ella separando un poco sus labios y mirando de reojo el aparato. La bata ya andaba formando un charco de raso en el suelo a los pies de ambos.
―Déjalo que suene ―insistí poniendo mis manos en su rostro y forzando que su boca coincidiera con la mía de nuevo.
―Puede ser importante ―susurró mientras sus caricias se hacían más insistentes y su lengua lamía mis labios con urgencia.
Suspiré abatida, le empujé por los hombros y, muy a mi pesar, le dije:
―Cógelo.
―¿Qué pasa? ―respondió al teléfono de mal humor. De inmediato sus ojos volaron a los míos. Puso la mano en la parte baja del aparato para que no le oyeran y me preguntó―: ¿Dónde está tu teléfono? Te han cambiado el vuelo y debes coger uno anterior. Corrí por toda la casa metiendo en la maleta las cosas que me faltaban sin ningún miramiento.
―¿Cuándo vuelves? ―preguntó.
―Deberías saberlo. Tú eres la jefa, ¿no?
―Touché, pequeña, pero es que no lo sé ―dijo apenada.
―Son solo cinco días. ―La abracé y le di un rápido beso.
―Los babosos italianos querrán comerte viva en cuanto vean tu cuerpo, tus labios carnosos y esos ojos oscuros que a mí me ponen cardíaca. ¿Te portarás bien?
―¡Por supuesto! ¿No te fías de mí? ―pregunté levantando una ceja al estilo de Madeleine.
―No me fio de ellos.
―Repíteme eso de que te portará bien en Roma y que será prudente, por favor ―dijo Britt de camino al aeropuerto.
―No tienes de qué preocuparte, ¿ale? No voy a Roma a divertirme, además, no me apetece divertirme con nadie que no seas tú―Lo miré con ojos tiernos y le hice algún puchero― ¿de verdad que no puedes venir conmigo?
―No hay nada que me apetezca más en estos momentos que irme contigo, pequeña. Pero tengo que dirigir una empresa.
Una llamada en mi móvil aflojó un poco el ambiente. Era Gillian.
―Hola, Gillian. Está en el manos libres del coche ―dije.
―Ah, hola. Solo llamaba para decirte que al final la escala del vuelo es en Madrid y no en Dublí como estaba previsto al principio. Un coche te recogeráen el aeropuerto Leonardo da Vinci cuando aterrices. El chóer te llevará al hotel. El trayecto es de una hora y media, aproximadamente. Los clientes se reunirá contigo el lunes en una de las salas del hotel. No tienes que preocuparte por nada, está todo hablado con ellos y lo tienes anotado en tu agenda.
―Gracias, Gillian, no séqué harí sin ti.
―Espera, aún hay más. A las catorce horas tienes una comida con los clientes en un restaurante frente al Vaticano. Tienes el coche a tu disposición durante todo el viaje, por lo que te sugiero que lo utilices, a ser posible en exclusividad. Son ódenes directas de la Jefa Suprema, ya sabes ―dijo ignorando por completo que Britt estaba
escuchando.
―Gracias, Sra. McGowan, me alegra saber que alguien sigue mis instrucciones al pie de la letra ―comentó Britt sonriendo abiertamente. Era la mujer mas hermosa del mundo cuando sonreí.
―Oh, hola señorita Pierce, no sabí que estaba usted ahí Disculpe ―susurró Gillian avergonzada.
―Descuide, señora McGowan.
Después de un par de indicaciones más llegamos al aeropuerto. Gillian había anotado todo cuanto debí saber en mi agenda electrónica y podrí consultarla en cualquier lugar y a cualquier hora a través de mi teléfono.
―¿algo más?
No, señorita Lopez, eso es todo. Que tenga un buen viaje y descanse cuando llegue.
―Lo haré descuida. Y, ¿Gillian?
―Si me vuelves a llamar señorita Lopez hablaré con la jefa para que te despida, ¿entendido?
―Entendido, Santana. Buen viaje.
―Gracias. Eres un sol. ¡Ciao!
La conexió se cortó y miréa Britt sonriente.
―Es la mejor persona que he conocido en HP. No séqué harí sin ella, de verdad ―le dije, algo melancóica.
―Es muy buena en su trabajo, estoy de acuerdo. ¿sabías que empezó siendo la secretaria particular de Madeleine?
―¿qué me dices? ―pregunté atónita. Gillian nunca me había contado nada de eso.
Por lo visto el marido de Gillian había fallecido en un accidente de tráfico. Ella tardó algún tiempo en incorporarse al trabajo después del funeral y Madeleine tuvo que buscar un sustituto del que no quiso deshacerse cuando Gillian regresó La gente de mi departamento llevaba tiempo pidiendo a alguien que les tomara los recados,
concertara las citas y ayudara con el papeleo, y Britt le propuso hacerse cargo de ese puesto. Ella quedó satisfecha y ya habían pasado más de cinco años sin una sola falta en su expediente laboral.
“Francamente, ha salido ganando. Hubiera sido un desperdicio de talento estando a las ódenes de esa bruja”.
Llegamos al aeropuerto unos minutos antes de que cerraran el check in.
―Llámame cuando llegues a Madrid, ¿de acuerdo? ―dijo señaládome con un dedo acusador. Asentí como una niña buena y sonreí con picardía, pero de inmediato me puse seria―. Te voy a echar de menos, pequeña ―dijo acariciándome el pelo con su mano.
“Solo son cinco días”, me dije concentrádome para no llorar.
―Te quiero ―le susurré apoyando la mejilla sobre su camiseta. ¡buéno bien olí!
―Te quiero ―repitió con un apasionado beso de despedida que me supo a gloria.
Nos soltamos acariciádonos la cara y nos dijimos adiós con la mano.
“Gasta una moneda y pide un deseo en la Fontana por mí Te quiero. B”, rezaba el mensaje que me llegó nada más sentarme en el avión.
Le contesté de inmediato: “Mi deseo se queda en tierra dirigiendo una empresa. Yo tb te quiero. S”. Unos segundos después la azafata nos pidió que desconectáramos los teléfonos para el despegue y finalizó mi conexión con tierra.
__
―Una más y nos vamos, que mañana hay que trabajar, chicos ―dijo una de las ayudantes de la academia de baile señalando la puerta de un bar. Dispuesta a olvidar aquella odiosa reunión, me uní a la salida de los jueves de Rachel y sus amigos. Al menos ocuparía mi cabeza en otros menesteres.
―¡Eh! Mira ―dijo Rachel levantando un dedo hacia el cartel del bar.
Dirigí mis ojos hacia el punto donde señalaba y la miré interrogante. Pero al volver la vista, me fijé en la cafetería de la esquina y, de repente, un millón de recuerdos se me agolparon en la mente. La puerta de aquel bar, el frío que hacía, Britt sonriendo, una invitación, un cappuccino, roces, caricias, besos, sexo, mucho sexo.
―¡Joder! ¡Qué casualidad!
El lugar estaba igual que aquella vez. Había mucha gente en la pista bailando y unas pocas mesas libres. En la barra no cabía ni un alfiler. Di un rápido repaso al local y pedí una cerveza cuando la camarera se acercó sonriente al reconocer a algunos de los rostros del grupo. Sin duda, gente asidua.
Bailamos un par de canciones y cuando las bebidas llegaron a nuestra mesa fuimos a sentarnos.
―Su cerveza, señorita. Y esta caipiriña, cortesía del guapo de la barra ―dijo señalando vagamente un punto detrás de ella. Cogí la copa y miré al hombre sentado a unos metros. Unos preciosos ojos azules me recorrieron de arriba abajo. Era ella. El vello del cuerpo se me erizó y le mantuve la mirada mientras me bebía el amargo contenido de golpe. Luego cogí la cerveza y me encaminé hacia ella.
―Hola ―saludé distendida―. Gracias por la copa.
―De nada ―contestó ella con su mirada fija en mis ojos.
―¿Vienes mucho por aquí? ―pregunté insinuante.
―No tanto como quisiera. ¿Y tú?
―No ―contesté dejando caer mi peso en el taburete que quedó libre a su lado―. La verdad es que es la segunda vez que vengo.
―¿Y qué tal? ―. Bebió de su copa, parecía whisky.
―La primera vez que vine cambió mi vida. A lo mejor esta vez vuelve a pasar. ¿Quién sabe? ―Sonreí tentadora a un rostro que no mostraba ningún signo de estar pasándolo bien. Luego bebí un largo trago de mi cerveza y me puse de pie decidida a dar por terminada aquella aburrida conversación.
―Me voy a bailar ¿vienes?
―No ―respondió seca y malhumorada.
―Pues tú te lo pierdes. ―Y me giré rápidamente antes de que pudiera ver la desilusión en mis ojos.
Odiaba el efecto devastador que tenía su mirada en mi cuerpo, el cosquilleo que me producía su voz cuando hablaba y lo que sentía mi corazón cuando no había espacio para nada más entre nosotros. Odiaba lo que me hacía sentir su sola presencia, porque hasta la última fibra de mi ser deseaba ser tocada, besada, y amaba por aquella mujer. Aquella tarde tras la reunión había tomado una decisión cuando escuchar de mis propios labios aquello de “su prometida” sin estar con ellaa había sonado hueco. Después de volver de Roma, retomaría la relación, pediría disculpas y admitiría, de una vez por todas, que era suya y solo suya. No había esperado encontrarla en aquel bar.
―¿Qué hace aquí Britt? ―preguntó Rachel cuando vio de dónde venía.
―No lo sé.
―Pero, has hablado con ella, ¿no?
―Sí, pero como si no lo hubiera hecho. Da igual, bailemos. ¡Vamos! ―dije fingidamente animada.
―Ve tú. Yo iba a pedirme algo de beber.
―Pídeme otra cerveza ¿quieres?
―¿No has bebido ya bastante? ―me preguntó algo enfadada―. Mañana te vas de viaje y…
―Vamos, Rachel, estamos de juerga, por favor. Sé buena y pídeme otra. Y no tardes ―añadí cuando ya iba hacia la pista.
―¡Santana! ―me llamó enfadada―. Creo que deberías salir y hablar con ella.
Vi a Britt entrar en la cafetería donde estuvimos aquella vez. Suspiré resignada y lo seguí, haciendo sonar la campanilla de la puerta cuando entré. No había nadie a esas horas, tan solo una pareja conversado en un reservado. Fui hasta el rincón, donde aguardaba con un café en las manos. El mismo sitio en el que comenzó todo.
Me senté delante de ella y le indiqué a la camarera que me preparase un cappuccino con extra de crema y un bollo relleno de chocolate.
―Tengo hambre ―dije ante la mirada interrogante de Britt.
―Es muy poco propio de ti ―dijo con sus ojos azules clavados en los míos.
―¿Qué? ¿Comer a estas horas?
―No, salir a estas horas.
―También es muy extraño verte a ti por aquí.
―Vengo aquí cada vez que necesito aclarar o decidir algo ―dijo como al descuido.
―¿Y qué tienes que aclarar o decidir hoy? ―pregunté recibiendo con una sonrisa mi pedido de manos de la camarera.
―Tengo que decidir si quiero continuar esperándote, o no.
Dejé de remover el cappuccino en la taza. La sonrisa se me esfumó de los labios y, por dentro, algo estalló en mil pedazos. Bajé la cabeza para que no pudiera ver cuánto me habían afectado sus palabras y concentré todas mis fuerzas en no echarme a llorar.
Reanudé el remover de la cucharilla y respiré hondo.
―¿Y bien? ¿Has decidido ya? ―pregunté sin levantar los ojos de la espuma de la taza.
―No. Todavía no ―dijo agotada, pasándose las manos por el pelo―. Vengo aquí porque fue aquí donde nos conocimos. Cuando tenemos problemas vengo a este lugar porque me recuerda cómo me sentí cuando te perdí. No quiero volver a sentirme así nunca, Santana. Pero hemos llegado un punto en el que no sé qué hacer. Te quiero, y me muero por estar contigo. Pero tú pareces tener muy claro para qué me necesitas en la vida. Hoy eres la prometida de la jefa y mañana no quieres ni cruzarte conmigo en el pasillo. Hoy utilizas tu estatus conmigo para quitarte los problemas de encima y mañana no quieres saber nada de mí. Así no funcionan las cosas.
―Veo que las noticias vuelan. Tienes una buena fuente de información ―dije refiriéndome a Madeleine―. Ha sido algo excepcional, nunca había ocurrido antes y no volverá a pasar jamás, te lo prometo. Me disculpo si te ha podido causar algún problema con el personal ―dije formalmente intentando controlar el nudo que se me estaba formando en el estómago.
―Por supuesto que tengo mis fuentes. ¡Es mi empresa! Si no supiera lo que sucede en ella sería un jefe pésimo. Y ya sé que ha sido algo excepcional, pero no me ha gustado oírlo de labios de Maddy. Me has hecho quedar como un pelele delante de dos de mis empleados por no decir la opinión que se ha formado mi tía de ti.
―La opinión que Madeleine tiene de mí no es algo que me preocupe. Tengo otros problemas ―le espeté disgustada por su alusión a su querida tía.
―Sí, los tienes. Pero no entiendes que estás en peligro. Crees que puedes continuar con tu vida como si tal cosa, pero no es así. Intento protegerte, pero tú me desafías constantemente, y no puedo hacerlo si te saltas las normas. Cuando debo marcharme lo hago pensando que eres vulnerable a todos los peligros del mundo porque no haces caso nunca de mis palabras. Vivo esperando que alguien me llame para decirme que te han hecho daño o algo peor. Y eso me hace débil porque no estoy centrada, no razono como debería, no me siento capaz de pensar en nada que no seas tú ―dijo desesperada. Luego bajó el tono de voz y me pareció como si envejeciera veinte años de golpe―. Pongo en peligro mi trabajo y a mis hombres, y si algo les llegara a pasar por mi culpa no me lo perdonaría nunca. Ni a ti tampoco te lo
perdonaría.
Intenté apartar a manotazos las lágrimas que me caían, pero fue imposible. Britt me cogió una mano con suavidad, deteniendo mis frenéticos movimientos, y la acunó entre las suyas, reconfortándome.
―Dios mío, eres tan preciosa ―dijo embelesada―. Siento lo que sucedió la otra noche en nuestra habitación, no volverá a pasar nunca. Eres lo más importante en mi vida y por nada del mundo querría hacerte daño. Sé muy poco de tu vida pasada, pero lo suficiente para jurarte que yo jamás te haré daño deliberadamente. Créeme.
―Te creo ―susurré.
―Entonces, dime, ¿qué hacemos, Santana? Dímelo.
Cerré los ojos unos segundos para escapar de su brillante y dolida mirada azul. No era capaz de imaginar, de ninguna manera, una vida sin ella. Yo le necesitaba, y ella también me necesitaba a mí, más de lo que creía.
―¿Qué hacemos? ―preguntó de nuevo con un hilo de voz. Ya tenía una decisión tomada antes de aquello. No había motivo para postergarlo más.
―Vámonos a casa.
***
―Es como empezar de cero ¿no crees? Pero sin los innecesarios preliminares ―dijo mientras avanzábamos en su coche en dirección a casa.
―A mí me gustan los preliminares, son románticos.
―¿Quieres preliminares? ―preguntó sorprendida―. Mañana mismo tendremos nuestra primera cita en condiciones.
―Mañana me marcho a Roma, tengo una reunión el lunes con un cliente ―dije recordándolo en ese momento.
―Oh, vaya. Bueno, cuando vuelvas quizás…
―Sí, cuando vuelva.
El silencio reinó de nuevo en el interior del coche. El ambiente era tenso, la situación era forzada, como si no nos conociéramos, como si no tuviéramos nada que decirnos. Y sentí miedo, sentí que habíamos perdido algo fundamental en nuestra relación, la confianza.
Aquella rigidez se mantuvo incluso cuando llegamos a casa. Ella anunció que tenía que revisar algunas cosas en el estudio y yo debía hacer la maleta para el día siguiente. Cuando acabé, Britt continuaba encerrado con sus cosas.
―Me voy a dormir ―le anuncié temerosa. Me moría de ganas de tenerla a mi lado.
―Enseguida voy. ―Fue toda la respuesta que recibí.
***
Alguien me cogió por detrás y me sujetó con fuerza. Estaba llorando cuando me di cuenta de que Britt estaba tumbada ¿ a mi espalda y me tenía cogida por la cintura.
Una oleada de náuseas me invadió el estómago y, como pude, me deshice de su abrazo y salí corriendo hasta el cuarto de baño, justo a tiempo de echar la primera papilla dignamente sin mancharlo todo.
―¿Otra pesadilla? ―dijo Britt, que se había personado a mi lado al instante. Con cara de preocupación me tendía una toalla húmeda y fría mientras seguía sentada en el oscuro suelo de plaqueta.
Asentí asustada por la magnitud de mi sueño y sollocé maldiciendo a todos aquellos que provocaban las reacciones de mi subconsciente.
―¿Quieres contármela? ―preguntó ayudándome a levantarme del suelo.
Lo seguí de la mano hasta la cama. Una vez allí me arropó con la suave y fresca sábana blanca de algodón y se tumbó a mi lado paciente. Le relaté brevemente qué sucedía mientras su mano, como un bálsamo, acariciaba mi espalda. Cuando acabé, al borde del llanto, ella besó mi frente y me atrajo hacia su fuerte cuerpo para que
descansara sobre ella.
―Bueno, ya está. Fue solo un sueño ―me consoló.
A pesar de la tranquilidad con la que me quedé dormida entre sus brazos, mi mente continuó soñando retazos del futuro.
“Es su madre. Es su hermano.”.
Desperté a la mañana siguiente y, para variar, Britt ya no estaba en la cama. Me puse una bata encima del camisón de verano y seguí el sonido de la televisión hasta la cocina donde lo encontré desayunando y leyendo el periódico.
―Buenos días ―dijo nada más verme. Se puso de pie y se acercó a mí. Estaba mojado, llevaba una toalla alrededor de la cintura y olía a cloro.
―Has estado nadando ―afirmé cuando mis manos se enredaron en su pelo húmedo. Lo atraje hacia mi boca y pude oler el café que ya se había tomado. La conexión entre nosotros se reestablecía.
―Sí, necesitaba desentumecerme, estaba demasiado tensa ―Me besó lentamente dejándome saborear su lengua―. Tienes café recién hecho en la cafetera y hay bollos con chocolate ahí mismo ―dijo señalando una bolsa de papel que había encima de la mesa.
―Oh, qué bien ―suspiré de placer― Tengo hambre.
―No sé dónde habrás estado comiendo y cenando estas dos semanas, pero la nevera tenía telarañas dentro ―dijo volviendo a su lectura mientras yo me preparaba un buen vaso de leche con café y sacaba los bollos de la bolsa para ponerlos en un plato.
―No sé cocinar ―dije riendo, y sorprendiéndolo―. Además, aunque veo que no te has dado cuenta, he pasado bastante tiempo en el trabajo espiando a hurtadillas a la guapo de mi jefa ―Bromeaba con ella por primera vez desde hacía mucho tiempo.
―¿Y lo conseguiste? Lo de tu jefa, digo.
―Oh, no, qué va. Siempre estaba reunido con alguna rubia despampanante contra las que no tengo nada que hacer. Es una mujer demasiado guapa para fijarse en una simple empleada.
Britt bajó el periódico, lo dobló y lo depositó lentamente encima de la mesa. Luego se acercó a mi taburete y lo giró hasta quedar delante de ella. Me retiró un salvaje mechón de pelo y lo colocó detrás de mi oreja, rozándola a propósito.
―Esa jefa tuya es un completo gilipollas ¿sabes? Tú no deberías andar mendigando miradas de nadie, nunca ―dijo memorizando cada rasgo de mi rostro con sus ojos y con sus manos―. No hay ninguna rubia, ni morena, ni pelirroja en la faz de la tierra que pueda compararse a ti.
―Eso deberías decírselo a mi jefa ―susurré mirándole los labios sin disimulo. Me moría por uno de sus besos y me relamí de anticipación.
―Olvídate de esa idiota. Te quiero toda para mí ahora mismo. Eres mía y no pienso compartirte con nadie. ―Y entonces me besó como había estado deseando. Con pasión, con fuerza, prometiendo mucho más que un intercambio de mordiscos y magreos de lenguas desenfrenadas.
Abrí las piernas en el taburete y lo dejé acercarse más a mí.
La toalla que llevaba estaba a punto de caer cuando sonó su teléfono móvil.
―Déjalo que suene ―dije sin apartar ni un centímetro mi boca de la suya.
―Es el móvil de trabajo ―dijo ella separando un poco sus labios y mirando de reojo el aparato. La bata ya andaba formando un charco de raso en el suelo a los pies de ambos.
―Déjalo que suene ―insistí poniendo mis manos en su rostro y forzando que su boca coincidiera con la mía de nuevo.
―Puede ser importante ―susurró mientras sus caricias se hacían más insistentes y su lengua lamía mis labios con urgencia.
Suspiré abatida, le empujé por los hombros y, muy a mi pesar, le dije:
―Cógelo.
―¿Qué pasa? ―respondió al teléfono de mal humor. De inmediato sus ojos volaron a los míos. Puso la mano en la parte baja del aparato para que no le oyeran y me preguntó―: ¿Dónde está tu teléfono? Te han cambiado el vuelo y debes coger uno anterior. Corrí por toda la casa metiendo en la maleta las cosas que me faltaban sin ningún miramiento.
―¿Cuándo vuelves? ―preguntó.
―Deberías saberlo. Tú eres la jefa, ¿no?
―Touché, pequeña, pero es que no lo sé ―dijo apenada.
―Son solo cinco días. ―La abracé y le di un rápido beso.
―Los babosos italianos querrán comerte viva en cuanto vean tu cuerpo, tus labios carnosos y esos ojos oscuros que a mí me ponen cardíaca. ¿Te portarás bien?
―¡Por supuesto! ¿No te fías de mí? ―pregunté levantando una ceja al estilo de Madeleine.
―No me fio de ellos.
―Repíteme eso de que te portará bien en Roma y que será prudente, por favor ―dijo Britt de camino al aeropuerto.
―No tienes de qué preocuparte, ¿ale? No voy a Roma a divertirme, además, no me apetece divertirme con nadie que no seas tú―Lo miré con ojos tiernos y le hice algún puchero― ¿de verdad que no puedes venir conmigo?
―No hay nada que me apetezca más en estos momentos que irme contigo, pequeña. Pero tengo que dirigir una empresa.
Una llamada en mi móvil aflojó un poco el ambiente. Era Gillian.
―Hola, Gillian. Está en el manos libres del coche ―dije.
―Ah, hola. Solo llamaba para decirte que al final la escala del vuelo es en Madrid y no en Dublí como estaba previsto al principio. Un coche te recogeráen el aeropuerto Leonardo da Vinci cuando aterrices. El chóer te llevará al hotel. El trayecto es de una hora y media, aproximadamente. Los clientes se reunirá contigo el lunes en una de las salas del hotel. No tienes que preocuparte por nada, está todo hablado con ellos y lo tienes anotado en tu agenda.
―Gracias, Gillian, no séqué harí sin ti.
―Espera, aún hay más. A las catorce horas tienes una comida con los clientes en un restaurante frente al Vaticano. Tienes el coche a tu disposición durante todo el viaje, por lo que te sugiero que lo utilices, a ser posible en exclusividad. Son ódenes directas de la Jefa Suprema, ya sabes ―dijo ignorando por completo que Britt estaba
escuchando.
―Gracias, Sra. McGowan, me alegra saber que alguien sigue mis instrucciones al pie de la letra ―comentó Britt sonriendo abiertamente. Era la mujer mas hermosa del mundo cuando sonreí.
―Oh, hola señorita Pierce, no sabí que estaba usted ahí Disculpe ―susurró Gillian avergonzada.
―Descuide, señora McGowan.
Después de un par de indicaciones más llegamos al aeropuerto. Gillian había anotado todo cuanto debí saber en mi agenda electrónica y podrí consultarla en cualquier lugar y a cualquier hora a través de mi teléfono.
―¿algo más?
No, señorita Lopez, eso es todo. Que tenga un buen viaje y descanse cuando llegue.
―Lo haré descuida. Y, ¿Gillian?
―Si me vuelves a llamar señorita Lopez hablaré con la jefa para que te despida, ¿entendido?
―Entendido, Santana. Buen viaje.
―Gracias. Eres un sol. ¡Ciao!
La conexió se cortó y miréa Britt sonriente.
―Es la mejor persona que he conocido en HP. No séqué harí sin ella, de verdad ―le dije, algo melancóica.
―Es muy buena en su trabajo, estoy de acuerdo. ¿sabías que empezó siendo la secretaria particular de Madeleine?
―¿qué me dices? ―pregunté atónita. Gillian nunca me había contado nada de eso.
Por lo visto el marido de Gillian había fallecido en un accidente de tráfico. Ella tardó algún tiempo en incorporarse al trabajo después del funeral y Madeleine tuvo que buscar un sustituto del que no quiso deshacerse cuando Gillian regresó La gente de mi departamento llevaba tiempo pidiendo a alguien que les tomara los recados,
concertara las citas y ayudara con el papeleo, y Britt le propuso hacerse cargo de ese puesto. Ella quedó satisfecha y ya habían pasado más de cinco años sin una sola falta en su expediente laboral.
“Francamente, ha salido ganando. Hubiera sido un desperdicio de talento estando a las ódenes de esa bruja”.
Llegamos al aeropuerto unos minutos antes de que cerraran el check in.
―Llámame cuando llegues a Madrid, ¿de acuerdo? ―dijo señaládome con un dedo acusador. Asentí como una niña buena y sonreí con picardía, pero de inmediato me puse seria―. Te voy a echar de menos, pequeña ―dijo acariciándome el pelo con su mano.
“Solo son cinco días”, me dije concentrádome para no llorar.
―Te quiero ―le susurré apoyando la mejilla sobre su camiseta. ¡buéno bien olí!
―Te quiero ―repitió con un apasionado beso de despedida que me supo a gloria.
Nos soltamos acariciádonos la cara y nos dijimos adiós con la mano.
“Gasta una moneda y pide un deseo en la Fontana por mí Te quiero. B”, rezaba el mensaje que me llegó nada más sentarme en el avión.
Le contesté de inmediato: “Mi deseo se queda en tierra dirigiendo una empresa. Yo tb te quiero. S”. Unos segundos después la azafata nos pidió que desconectáramos los teléfonos para el despegue y finalizó mi conexión con tierra.
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marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Capítulo 25
La reunión del lunes por la mañana fue una auténtica pesadilla. Todo cuanto yo les planteaba era insuficiente, poco apropiado o falto de interés. Incluso llegué a sospechar que alguien les había alertado de mis movimientos y les había pedido que fueran implacables.
El chasco fue monumental. La fuente estaba en obras. Los turistas se apretaban los unos a los otros, refunfuñando e intentando sacarse una foto para el recuerdo.
Marco me había ofrecido tres monedas de cinco céntimos para que hiciera los honores y pidiera mi deseo, así que, pese a lo incómodo de la situación, yo también me
apretujé, lancé a Neptuno las tres piezas de cobre y formulé mi deseo con los ojos cerrados. Luego pedí a una señora que me sacara una foto con el móvil.
“Deseé que vinieras. Lo cumplirás? S”. Fue el mensaje que le mandé a Britt con la foto, pero no hubo respuesta.
***
Puesto que prácticamente no había comido nada a mediodía, tenía un hambre voraz. Entré en el comedor del hotel dispuesta a darme un festín de lujo. Una preciosa
mesa, una elección de platos recomendada y cuando me disponía a dar buena cuenta del delicioso antipasto que me había pedido, un camarero se acercó con un teléfono
inalámbrico diciendo que había una llamada para mí.
―¿Para mí? ―pregunté cogiendo el aparato, temerosa. Lo miré con extrañeza y me lo acerqué lentamente a la oreja―. Ciao?
―Me encanta cuando te oigo hablar italiano, suena tan sensual en tus labios.
―¿Britt? ¡Britt! ¿Dónde estás? ―pregunté emocionada girándome en la silla como si al hacerlo me lo fuera a encontrar detrás de mí.
―¿Qué tal estás, princesa? ¿Te gusta el hotel?
―Oh, Britt, es precioso. Pero me siento tan sola… ¡Odio cenar así! La reunión ha sido horrible. La Fontana estaba en obras y no me gusta nada…
―Vale, vale, fierecilla ―me cortó antes de que empezara con lamentos y quejas―. ¿Qué harás mañana?
―Uff, tengo un recorrido por la planta de café, que está bastante lejos de Roma. No me apetece nada ir a ver un montón de máquinas y de empleados.
―¿Y por qué no les dices que no vas? No es necesario que acompañes a los clientes en sus excursiones ―me sugirió.
―Bien, bien. Oye… creo que se te va a enfriar el risotto si seguimos hablando ―dijo justo cuando el camarero me ponía el plato delante y me llenaba de nuevo la copa de vino―. ¿Qué te parece si cenas tranquila, te bebes ese delicioso Vega Sicilia y hablamos cuando acabes?
―Puedo hablar contigo mientras me como el… Ehhh, ¿y tú cómo sabes…? ―Me giré en la silla y lo busqué con la mirada por el comedor―. ¿Dónde estás? ¿Britt?
―Estoy mirando a la mujer más bella del planeta ―susurró sensualmente ante mi asombro.
Vi al camarero sonreír y desviar fugazmente la mirada hacia una parte del comedor oculta tras unas plantas. Me incorporé un poco en la silla y miré por encima de las hojas de una enorme areca. Y allí, sonriendo como una niña, con ojos brillantes, encontré a la mujer de mi vida.
Corrí hacia ella con lágrimas en los ojos sin importarme las expresiones de asombro de los huéspedes que disfrutaban de sus respectivas cenas en el salón. Lo abracé tan fuerte que casi caemos al suelo los dos. Lo besé con ansia, como si llevara meses sin verlo. Lo toqué con manos temblorosas, por si aquello era producto de mi imaginación y me estaba volviendo loca de remate.
Britt reía complacido, correspondiendo a mis besos y mis caricias, calmando mis lágrimas de felicidad con palabras de cariño, demostrándome que ella también podía hacer realidad mis deseos.
Britt estaba deseando recuperar el tiempo perdido.
―Considéralo una Luna de Miel adelantada ―dijo con ese tono sensual que me hacía revolverme en la silla.
De Roma volaríamos a París “¡¡París!!”, y de la capital francesa a Londres, donde pasaríamos unos días antes de regresar a Nueva York. Estaba deseando visitar ambas ciudades.
―Y yo estoy deseando estar a solas contigo ―susurró pasando su dedo pulgar por mis labios. Se acercó a mi boca y la rozó con la suya en una leve caricia que me hizo cerrar los ojos y exhalar el aire. Su mano acarició mi rostro y mi cuello mientras sus labios jugaban con los míos, despertando placeres tan sensuales que era incapaz
de pensar en otra cosa que no fuera en nuestros cuerpos desnudos retozando en la enorme cama de la habitación del Rome Cavalieri Waldorf Astoria.
―Dios mío, cómo te deseo. Déjame que pase la noche demostrándote cuánto te he echado de menos ―suplicó con la voz enronquecida por la pasión.
―Soy toda tuya.
Con una urgencia devastadora, se abrió el botón y la cremallera del pantalón, enroscó mis piernas alrededor de su cintura y apartó a un lado mis bragas para penetrarme profundamente, de una sola estocada, haciéndome gritar de placer.
Se quedó unos instantes quieta, jadeando, susurrando palabras incomprensibles, hasta que empezó a moverse, primero lentamente, controlando cada embestida, luego con más urgencia, con embates cortos y fuertes que provocaban que su vello genital raspase mi sensible clítoris, aumentando así el placer y la sensación arrolladora que
empezaba a formarse dentro de mí.
La campanilla del ascensor anunció que habíamos llegado a la planta deseada, pero Britt continuó a la suya. La puerta se abrió y nuestros cuerpos quedaron expuestos para aquellos que fueran a bajar. Por suerte para nosotros, nadie esperaba en el pasillo.
―Britt, tenemos que salir ―dije entrecortadamente, resistiendo las ganas de correrme.
―No puedo, tengo que acabar, lo necesito ―dijo embistiendo de nuevo más fuerte.
Moví las caderas a su mismo ritmo para facilitarle el acceso. Quise gritar y gemir con fuerza en cuanto empecé a sentir lo que me arrasaba el interior. Oleadas de éxtasis en estado puro me recorrieron desde la cabeza a los dedos
de los pies. Mi cuerpo se cernía alrededor Britt, apretándolo y exprimiendo hasta la última gota de su simiente.
El orgasmo de Britt fue igual de violento. Enterró su cara en mi cuello y continuó moviendo sus caderas con evidente esfuerzo. Sus manos abarcaban mis nalgas desnudas, tanteando con sus dedos la unión de nuestros cuerpos. Aquellos roces me excitaron de nuevo y volví a experimentar otro voraz orgasmo que me dejó temblando sin fuerzas.
Cuando nuestros cuerpos se tranquilizaron y nuestras respiraciones volvieron a ser acompasadas me sacó del ascensor.
Britt fue directo a la habitación y en poco segundos me encontré tumbada de espaldas con el maravilloso peso de su cuerpo encima de mí.
―Dime qué es lo que quieres ―dijo ella desprendiéndose bruscamente de la camisa. Luego me quitó el vestido por la cabeza. Miró con devoción mi cuerpo ardiente y sudoroso y repitió sus palabras―: Dime qué es lo que quieres.
―Lo quiero todo ―contesté pasando la lengua por mis labios magullados.
―¿Confías en mí? ―Asentí―. Jamás te haré daño.
―Lo sé.
―Entonces dime por dónde quieres que empiece ―exigió saber una vez más.
Me miró con ojos pícaros cuando se colocó de rodillas sobre la cama. Pasó sus manos por mis piernas y se regodeó ante mi imagen, abandonada a ella, con las piernas abiertas. Lamió la sensible piel de detrás de mis rodillas mientras su pelo rozaba el interior de mis muslos en una enloquecedora caricia.
Agarré una de sus manos y chupé sus dedos con lascivia, mordisqueando las yemas, jugando con mi lengua entre ellos Bitt besó la tierna carne cercana a mi sexo y se deleitó con mis jadeos cuando su lengua rozó mis labios vaginales. Tanteó mi interior repetidas veces y subió sus manos para jugar con mis pezones que reclamaban sus
esmeros. Los movimientos de su diestra lengua comenzaron desiguales y se tornaron rítmicos conforme exploraba cada centímetro de mi vulva. Jugó con mi clítoris dando pequeños toques del mismo modo que sus dedos lo hacían más arriba con mis picos rosados. Dulces pellizcos y mordiscos al mismo tiempo, que me llevaron a
arquear el cuerpo y correrme violentamente cuando me sobrevino el orgasmo.
Se introdujo en mí justo cuando el segundo me arrastraba a la cumbre del placer más exquisito. El tiempo pareció detenerse mientras cabalgábamos una ola tras otra, enlazando nuestros dedos con fuerza, sin separar nuestros cuerpos, ni nuestras bocas, ni nuestras almas.
Lentamente fuimos acompasando los latidos de nuestros corazones y nuestras respiraciones se hicieron menos sonoras, más pausadas. Enredados de brazos y piernas, nos acariciamos el cuerpo sudado con admiración, intentando calmar la excitación de nuestros cuerpos y el alboroto de nuestras mentes, hasta quedar
plácidamente dormidos.
Extrañamente, a la mañana siguiente, Britt seguía a mi lado, dormida. Me incorporé sobre un brazo y sonreí feliz. Ofrecía una imagen tan vulnerable y apacible cuando estaba dormido que no parecía ella.
―Es tan raro verte así, dormida por las mañanas. Nunca estás cuando me despierto ―dije acariciando su rostro cuando abrió los ojos y enfocó su mirada soñolienta.
―Lo sé. Es una mala costumbre. Son secuelas.
―. ¿Qué le apetece hacer a la señora esta última mañana en Roma? ―preguntó con un brillo de excitación en los ojos.
La miré deseosa de sus caricias, pero el estómago me rugió y me puse a reír.
―Quiero un desayuno de lujo ―contesté restregando mis caderas contra su ya poderosa excitación.
. Besos, susurros y caricias se fueron sucediendo durante todo el día. Y cuando llegó la noche volvimos a hacer el amor
intensamente, descubriéndonos una vez más a nosotras mismas, tal como éramos, amándonos hasta tocar nuestras almas.
A la mañana siguiente, después de desayunar, hacer las maletas y pagar la cuenta en el hotel, partimos hacia el aeropuerto, y de allí a París.
***
Era una ingenua en las artes del romance. Nunca había vivido una aventura apasionada y tórrida hasta
que conocí a Britt.
Volvía a tener un poco de infección de orina y había tenido que pasar por la farmacia del aeropuerto de Roma antes de embarcar. Me habían dado antibiótico y ya me sentía mejor, pero aun así estaba exhausta. Además, había algo que me rondaba la cabeza. Me habían preguntado si cabía la posibilidad de que estuviera embarazada.
Contesté que no de inmediato, pero… ¡no lo sabía! Cierto era que había estado vomitando, que comía como una cerda y que dormía hasta de pie. Pero ya no vomitaba casi nada y había estado tan estresada y cansada que era lógico que me quedara durmiendo en cualquier lugar a cualquier hora, así que la pregunta era… ¿estaba embarazada o no?
***
El hotel Champs Elysees Plaza, ubicado en el centro de París, era de una exquisitez típica parisina. Monsieur Doubel, el director, era una antiguo conocido de Britt que se sorprendió gratamente cuando lo vio aparecer. De inmediato ordenaron llevar a nuestra habitación el mejor champagne francés y una preciosa cesta de frutas.
―¿Qué te apetece hacer? Es pronto para ir a comer ―. Se acercó a mí por detrás mientras miraba por la ventana las impresionantes vistas que, desde la habitación, teníamos de la ciudad. Me abrazó por la cintura y apoyó su mentón en mi hombro.―¿Lo que yo quiera? ―pregunté arrancándole una carcajada.
―Me das miedo cuando preguntas eso. Dispara.
―Quiero ir de compras por París.
―Tus deseos son órdenes, princesa.
***
París, París, París, maravilloso París. ¿Qué tendrán esas calles que te embriagan y se cuelan en los huesos hasta lo más profundo de tu alma?
Fiel a su palabra, Britt me llevó de compras por las tiendas más exclusivas de la ciudad de la moda. Las colecciones que se presentaban en la pasarela de moda de París marcaban la tendencia que debía seguir el resto del mundo al año siguiente.
Ella insistía en comprar todo aquello que quisiera, pero era absurdo. Yo no era así.
Me hubiera gustado serlo, sobre todo cuando pasamos por delante de un escaparate y vi un deslumbrante vestido negro que me dejó con la boca abierta. Levanté la cabeza para ver dónde estábamos y sonreí cuando leí el nombre de la boutique: Dior.
―¿Ves algo que te guste? ―dijo Britt a mi espalda.
―Oh, ya lo creo, pero queda fuera de mis dominios ―dije señalándole el vestido que tanto había llamado mi atención.
―¿Fuera de tus dominios? ¿Por qué?―preguntó extrañada.
Reí complacida por su inocencia y su simplicidad y tiré de su mano para continuar con nuestro paseo.
Para colmo, Britt pasó la tarde pegada al teléfono hablando con sus superiores.
Me levanté del sofá de la salita de estar de la suite decidida a poner fin a aquel malestar continuo. Entré descalza en la habitación donde Britt conversaba frente a la ventana y, sin intención de molestar, me coloqué uno de los conjuntos de lencería que habíamos comprado. Era de color azul eléctrico y no dejaba mucho a la imaginación.
Luego me situé detrás de ella y lo abracé sensualmente, acariciándole el torso, desabrochando algún botón de su camisa y pasando mis manos por su suave vientre.
Enredé mi pierna en la suya y giró bruscamente cuando vio que no llevaba nada más que las diminutas braguitas de encaje y el sujetador a juego en el que se trasparentaban mis sonrosados pezones. Su mirada pasó de sorpresa a interés, y de interés a deseo en cuestión de segundos.
Con el teléfono aún pegado a su oreja, se repantingó en un sillón al lado de la ventana y me hizo una seña para que me sentara con ella. Negué con la cabeza y me metí un dedo en la boca para lamerlo con
suavidad me puse a cuatro patas sobre la moqueta y fui hasta ella moviendo mis caderas y mi culo hasta colocarme de rodillas entre sus piernas. Era una auténtica gata en celo.
Britt seguía sin soltar el teléfono. De vez en cuando contestaba alguna palabra, fruncía el ceño con regularidad y desviaba su atención de mí para centrarse en las palabras de su interlocutor. “Esto no puede ser. ¡Actúa!”, me reprendí.
Me acerqué a su otro oído y metí mi lengua en él. Inmediatamente se estremeció y su mano libre resbaló por mi espalda suavemente, acariciándome como al descuido.
Continué pasando la lengua por su garganta mientras le desabrochaba los botones que quedaban de su camisa hasta dejarle el pecho al aire. El encaje de mi sujetador rozaba con sus pezones, poniéndolos tan duros como los míos.
Bajé una mano hasta su pantalón y froté su hinchado miembro por encima de la ropa. Al mismo tiempo, mi lengua rozaba sus labios tentándolo pecaminosamente.
Mi boca descendió por su pecho hasta los pezones y luego hasta el ombligo donde me recreé unos segundos
―Oh, Dios, Santana. Vas a matarme ―siseó cerrando los ojos y apretando los dientes fuertemente.
Empecé a sentir que su cuerpo se tensaba cuando me afanaba en una nueva acometida dentro de mi boca. Su mano me agarró la cabeza por el pelo impidiendo que lo dejara a medias en ese momento y cuando los primeros chorros de semen aparecieron, colgó el teléfono, lo tiró a un lado y gritó con todas sus fuerzas, dando rienda
suelta al deseo contenido durante mi actuación.
―Ven aquí ―dijo con voz ronca y autoritaria haciéndome estremecer. Me subió en su regazo y pronto su miembro recobró su posición firme descansando contra mi pubis―El tipo que estaba al otro lado del teléfono era mi superior ―me explicó quitándome los tirantes del sujetador y bajando las copas hasta que mi pecho rebosó
sobre sus manos. Pellizcó levemente los pezones, arqueé la espalda y cerré los ojos conteniendo un gemido―. Cuando vuelva a llamar, que lo hará, estoy seguro, tendré que explicarle que la llamada se ha cortado gracias a las habilidades que mi futura mujer ha desarrollado haciéndome mamadas de improvisto, vestida con lencería fina
―Sus dedos ya rozaban mi clítoris trazando círculos alrededor de él. Abrí más las piernas para darle mejor acceso y ella sonrió complacida―. También tendré que explicarle a mi mando superior que tengo una mujercita demasiado impaciente para aguardar a que finalice una llamada que ya duraba demasiado ―Metió dos dedos
dentro de mi vagina y los movió rítmicamente llevándome a la más pura cima de la locura. Se metió un pezón en la boca y lo succionó arrancándome un grito desde lo más profundo.
Luego, sin más palabras, sacó sus dedos, se los llevó a la boca y los chupó como si fuera el dulce más delicioso. Al mismo tiempo me hacía levantar las caderas para penetrarme de una sola estocada y provocarme un maravilloso orgasmo que se alargó gracias a sus expertas caricias.
Nos volvimos locas la uno a la otra mientras yo llevaba las riendas desde mi posición. Sentirlo dentro, tan inflamado, tan caliente y tan placentero fue el detonante para explotar en otro maravilloso clímax arrastrándola a ella conmigo definitivamente.
El teléfono sonó cuando todavía nos estremecíamos abrazados en el sillón. Ni siquiera se movió para ver quién era. Estaba segura de que el esfuerzo realizado lo había dejado tan extenuado como a mí.
―No más llamadas en vacaciones ¿de acuerdo? ―dije mordiéndole el lóbulo de la oreja.
―No más llamadas, entendido.
***
La reunión del lunes por la mañana fue una auténtica pesadilla. Todo cuanto yo les planteaba era insuficiente, poco apropiado o falto de interés. Incluso llegué a sospechar que alguien les había alertado de mis movimientos y les había pedido que fueran implacables.
El chasco fue monumental. La fuente estaba en obras. Los turistas se apretaban los unos a los otros, refunfuñando e intentando sacarse una foto para el recuerdo.
Marco me había ofrecido tres monedas de cinco céntimos para que hiciera los honores y pidiera mi deseo, así que, pese a lo incómodo de la situación, yo también me
apretujé, lancé a Neptuno las tres piezas de cobre y formulé mi deseo con los ojos cerrados. Luego pedí a una señora que me sacara una foto con el móvil.
“Deseé que vinieras. Lo cumplirás? S”. Fue el mensaje que le mandé a Britt con la foto, pero no hubo respuesta.
***
Puesto que prácticamente no había comido nada a mediodía, tenía un hambre voraz. Entré en el comedor del hotel dispuesta a darme un festín de lujo. Una preciosa
mesa, una elección de platos recomendada y cuando me disponía a dar buena cuenta del delicioso antipasto que me había pedido, un camarero se acercó con un teléfono
inalámbrico diciendo que había una llamada para mí.
―¿Para mí? ―pregunté cogiendo el aparato, temerosa. Lo miré con extrañeza y me lo acerqué lentamente a la oreja―. Ciao?
―Me encanta cuando te oigo hablar italiano, suena tan sensual en tus labios.
―¿Britt? ¡Britt! ¿Dónde estás? ―pregunté emocionada girándome en la silla como si al hacerlo me lo fuera a encontrar detrás de mí.
―¿Qué tal estás, princesa? ¿Te gusta el hotel?
―Oh, Britt, es precioso. Pero me siento tan sola… ¡Odio cenar así! La reunión ha sido horrible. La Fontana estaba en obras y no me gusta nada…
―Vale, vale, fierecilla ―me cortó antes de que empezara con lamentos y quejas―. ¿Qué harás mañana?
―Uff, tengo un recorrido por la planta de café, que está bastante lejos de Roma. No me apetece nada ir a ver un montón de máquinas y de empleados.
―¿Y por qué no les dices que no vas? No es necesario que acompañes a los clientes en sus excursiones ―me sugirió.
―Bien, bien. Oye… creo que se te va a enfriar el risotto si seguimos hablando ―dijo justo cuando el camarero me ponía el plato delante y me llenaba de nuevo la copa de vino―. ¿Qué te parece si cenas tranquila, te bebes ese delicioso Vega Sicilia y hablamos cuando acabes?
―Puedo hablar contigo mientras me como el… Ehhh, ¿y tú cómo sabes…? ―Me giré en la silla y lo busqué con la mirada por el comedor―. ¿Dónde estás? ¿Britt?
―Estoy mirando a la mujer más bella del planeta ―susurró sensualmente ante mi asombro.
Vi al camarero sonreír y desviar fugazmente la mirada hacia una parte del comedor oculta tras unas plantas. Me incorporé un poco en la silla y miré por encima de las hojas de una enorme areca. Y allí, sonriendo como una niña, con ojos brillantes, encontré a la mujer de mi vida.
Corrí hacia ella con lágrimas en los ojos sin importarme las expresiones de asombro de los huéspedes que disfrutaban de sus respectivas cenas en el salón. Lo abracé tan fuerte que casi caemos al suelo los dos. Lo besé con ansia, como si llevara meses sin verlo. Lo toqué con manos temblorosas, por si aquello era producto de mi imaginación y me estaba volviendo loca de remate.
Britt reía complacido, correspondiendo a mis besos y mis caricias, calmando mis lágrimas de felicidad con palabras de cariño, demostrándome que ella también podía hacer realidad mis deseos.
Britt estaba deseando recuperar el tiempo perdido.
―Considéralo una Luna de Miel adelantada ―dijo con ese tono sensual que me hacía revolverme en la silla.
De Roma volaríamos a París “¡¡París!!”, y de la capital francesa a Londres, donde pasaríamos unos días antes de regresar a Nueva York. Estaba deseando visitar ambas ciudades.
―Y yo estoy deseando estar a solas contigo ―susurró pasando su dedo pulgar por mis labios. Se acercó a mi boca y la rozó con la suya en una leve caricia que me hizo cerrar los ojos y exhalar el aire. Su mano acarició mi rostro y mi cuello mientras sus labios jugaban con los míos, despertando placeres tan sensuales que era incapaz
de pensar en otra cosa que no fuera en nuestros cuerpos desnudos retozando en la enorme cama de la habitación del Rome Cavalieri Waldorf Astoria.
―Dios mío, cómo te deseo. Déjame que pase la noche demostrándote cuánto te he echado de menos ―suplicó con la voz enronquecida por la pasión.
―Soy toda tuya.
Con una urgencia devastadora, se abrió el botón y la cremallera del pantalón, enroscó mis piernas alrededor de su cintura y apartó a un lado mis bragas para penetrarme profundamente, de una sola estocada, haciéndome gritar de placer.
Se quedó unos instantes quieta, jadeando, susurrando palabras incomprensibles, hasta que empezó a moverse, primero lentamente, controlando cada embestida, luego con más urgencia, con embates cortos y fuertes que provocaban que su vello genital raspase mi sensible clítoris, aumentando así el placer y la sensación arrolladora que
empezaba a formarse dentro de mí.
La campanilla del ascensor anunció que habíamos llegado a la planta deseada, pero Britt continuó a la suya. La puerta se abrió y nuestros cuerpos quedaron expuestos para aquellos que fueran a bajar. Por suerte para nosotros, nadie esperaba en el pasillo.
―Britt, tenemos que salir ―dije entrecortadamente, resistiendo las ganas de correrme.
―No puedo, tengo que acabar, lo necesito ―dijo embistiendo de nuevo más fuerte.
Moví las caderas a su mismo ritmo para facilitarle el acceso. Quise gritar y gemir con fuerza en cuanto empecé a sentir lo que me arrasaba el interior. Oleadas de éxtasis en estado puro me recorrieron desde la cabeza a los dedos
de los pies. Mi cuerpo se cernía alrededor Britt, apretándolo y exprimiendo hasta la última gota de su simiente.
El orgasmo de Britt fue igual de violento. Enterró su cara en mi cuello y continuó moviendo sus caderas con evidente esfuerzo. Sus manos abarcaban mis nalgas desnudas, tanteando con sus dedos la unión de nuestros cuerpos. Aquellos roces me excitaron de nuevo y volví a experimentar otro voraz orgasmo que me dejó temblando sin fuerzas.
Cuando nuestros cuerpos se tranquilizaron y nuestras respiraciones volvieron a ser acompasadas me sacó del ascensor.
Britt fue directo a la habitación y en poco segundos me encontré tumbada de espaldas con el maravilloso peso de su cuerpo encima de mí.
―Dime qué es lo que quieres ―dijo ella desprendiéndose bruscamente de la camisa. Luego me quitó el vestido por la cabeza. Miró con devoción mi cuerpo ardiente y sudoroso y repitió sus palabras―: Dime qué es lo que quieres.
―Lo quiero todo ―contesté pasando la lengua por mis labios magullados.
―¿Confías en mí? ―Asentí―. Jamás te haré daño.
―Lo sé.
―Entonces dime por dónde quieres que empiece ―exigió saber una vez más.
Me miró con ojos pícaros cuando se colocó de rodillas sobre la cama. Pasó sus manos por mis piernas y se regodeó ante mi imagen, abandonada a ella, con las piernas abiertas. Lamió la sensible piel de detrás de mis rodillas mientras su pelo rozaba el interior de mis muslos en una enloquecedora caricia.
Agarré una de sus manos y chupé sus dedos con lascivia, mordisqueando las yemas, jugando con mi lengua entre ellos Bitt besó la tierna carne cercana a mi sexo y se deleitó con mis jadeos cuando su lengua rozó mis labios vaginales. Tanteó mi interior repetidas veces y subió sus manos para jugar con mis pezones que reclamaban sus
esmeros. Los movimientos de su diestra lengua comenzaron desiguales y se tornaron rítmicos conforme exploraba cada centímetro de mi vulva. Jugó con mi clítoris dando pequeños toques del mismo modo que sus dedos lo hacían más arriba con mis picos rosados. Dulces pellizcos y mordiscos al mismo tiempo, que me llevaron a
arquear el cuerpo y correrme violentamente cuando me sobrevino el orgasmo.
Se introdujo en mí justo cuando el segundo me arrastraba a la cumbre del placer más exquisito. El tiempo pareció detenerse mientras cabalgábamos una ola tras otra, enlazando nuestros dedos con fuerza, sin separar nuestros cuerpos, ni nuestras bocas, ni nuestras almas.
Lentamente fuimos acompasando los latidos de nuestros corazones y nuestras respiraciones se hicieron menos sonoras, más pausadas. Enredados de brazos y piernas, nos acariciamos el cuerpo sudado con admiración, intentando calmar la excitación de nuestros cuerpos y el alboroto de nuestras mentes, hasta quedar
plácidamente dormidos.
Extrañamente, a la mañana siguiente, Britt seguía a mi lado, dormida. Me incorporé sobre un brazo y sonreí feliz. Ofrecía una imagen tan vulnerable y apacible cuando estaba dormido que no parecía ella.
―Es tan raro verte así, dormida por las mañanas. Nunca estás cuando me despierto ―dije acariciando su rostro cuando abrió los ojos y enfocó su mirada soñolienta.
―Lo sé. Es una mala costumbre. Son secuelas.
―. ¿Qué le apetece hacer a la señora esta última mañana en Roma? ―preguntó con un brillo de excitación en los ojos.
La miré deseosa de sus caricias, pero el estómago me rugió y me puse a reír.
―Quiero un desayuno de lujo ―contesté restregando mis caderas contra su ya poderosa excitación.
. Besos, susurros y caricias se fueron sucediendo durante todo el día. Y cuando llegó la noche volvimos a hacer el amor
intensamente, descubriéndonos una vez más a nosotras mismas, tal como éramos, amándonos hasta tocar nuestras almas.
A la mañana siguiente, después de desayunar, hacer las maletas y pagar la cuenta en el hotel, partimos hacia el aeropuerto, y de allí a París.
***
Era una ingenua en las artes del romance. Nunca había vivido una aventura apasionada y tórrida hasta
que conocí a Britt.
Volvía a tener un poco de infección de orina y había tenido que pasar por la farmacia del aeropuerto de Roma antes de embarcar. Me habían dado antibiótico y ya me sentía mejor, pero aun así estaba exhausta. Además, había algo que me rondaba la cabeza. Me habían preguntado si cabía la posibilidad de que estuviera embarazada.
Contesté que no de inmediato, pero… ¡no lo sabía! Cierto era que había estado vomitando, que comía como una cerda y que dormía hasta de pie. Pero ya no vomitaba casi nada y había estado tan estresada y cansada que era lógico que me quedara durmiendo en cualquier lugar a cualquier hora, así que la pregunta era… ¿estaba embarazada o no?
***
El hotel Champs Elysees Plaza, ubicado en el centro de París, era de una exquisitez típica parisina. Monsieur Doubel, el director, era una antiguo conocido de Britt que se sorprendió gratamente cuando lo vio aparecer. De inmediato ordenaron llevar a nuestra habitación el mejor champagne francés y una preciosa cesta de frutas.
―¿Qué te apetece hacer? Es pronto para ir a comer ―. Se acercó a mí por detrás mientras miraba por la ventana las impresionantes vistas que, desde la habitación, teníamos de la ciudad. Me abrazó por la cintura y apoyó su mentón en mi hombro.―¿Lo que yo quiera? ―pregunté arrancándole una carcajada.
―Me das miedo cuando preguntas eso. Dispara.
―Quiero ir de compras por París.
―Tus deseos son órdenes, princesa.
***
París, París, París, maravilloso París. ¿Qué tendrán esas calles que te embriagan y se cuelan en los huesos hasta lo más profundo de tu alma?
Fiel a su palabra, Britt me llevó de compras por las tiendas más exclusivas de la ciudad de la moda. Las colecciones que se presentaban en la pasarela de moda de París marcaban la tendencia que debía seguir el resto del mundo al año siguiente.
Ella insistía en comprar todo aquello que quisiera, pero era absurdo. Yo no era así.
Me hubiera gustado serlo, sobre todo cuando pasamos por delante de un escaparate y vi un deslumbrante vestido negro que me dejó con la boca abierta. Levanté la cabeza para ver dónde estábamos y sonreí cuando leí el nombre de la boutique: Dior.
―¿Ves algo que te guste? ―dijo Britt a mi espalda.
―Oh, ya lo creo, pero queda fuera de mis dominios ―dije señalándole el vestido que tanto había llamado mi atención.
―¿Fuera de tus dominios? ¿Por qué?―preguntó extrañada.
Reí complacida por su inocencia y su simplicidad y tiré de su mano para continuar con nuestro paseo.
Para colmo, Britt pasó la tarde pegada al teléfono hablando con sus superiores.
Me levanté del sofá de la salita de estar de la suite decidida a poner fin a aquel malestar continuo. Entré descalza en la habitación donde Britt conversaba frente a la ventana y, sin intención de molestar, me coloqué uno de los conjuntos de lencería que habíamos comprado. Era de color azul eléctrico y no dejaba mucho a la imaginación.
Luego me situé detrás de ella y lo abracé sensualmente, acariciándole el torso, desabrochando algún botón de su camisa y pasando mis manos por su suave vientre.
Enredé mi pierna en la suya y giró bruscamente cuando vio que no llevaba nada más que las diminutas braguitas de encaje y el sujetador a juego en el que se trasparentaban mis sonrosados pezones. Su mirada pasó de sorpresa a interés, y de interés a deseo en cuestión de segundos.
Con el teléfono aún pegado a su oreja, se repantingó en un sillón al lado de la ventana y me hizo una seña para que me sentara con ella. Negué con la cabeza y me metí un dedo en la boca para lamerlo con
suavidad me puse a cuatro patas sobre la moqueta y fui hasta ella moviendo mis caderas y mi culo hasta colocarme de rodillas entre sus piernas. Era una auténtica gata en celo.
Britt seguía sin soltar el teléfono. De vez en cuando contestaba alguna palabra, fruncía el ceño con regularidad y desviaba su atención de mí para centrarse en las palabras de su interlocutor. “Esto no puede ser. ¡Actúa!”, me reprendí.
Me acerqué a su otro oído y metí mi lengua en él. Inmediatamente se estremeció y su mano libre resbaló por mi espalda suavemente, acariciándome como al descuido.
Continué pasando la lengua por su garganta mientras le desabrochaba los botones que quedaban de su camisa hasta dejarle el pecho al aire. El encaje de mi sujetador rozaba con sus pezones, poniéndolos tan duros como los míos.
Bajé una mano hasta su pantalón y froté su hinchado miembro por encima de la ropa. Al mismo tiempo, mi lengua rozaba sus labios tentándolo pecaminosamente.
Mi boca descendió por su pecho hasta los pezones y luego hasta el ombligo donde me recreé unos segundos
―Oh, Dios, Santana. Vas a matarme ―siseó cerrando los ojos y apretando los dientes fuertemente.
Empecé a sentir que su cuerpo se tensaba cuando me afanaba en una nueva acometida dentro de mi boca. Su mano me agarró la cabeza por el pelo impidiendo que lo dejara a medias en ese momento y cuando los primeros chorros de semen aparecieron, colgó el teléfono, lo tiró a un lado y gritó con todas sus fuerzas, dando rienda
suelta al deseo contenido durante mi actuación.
―Ven aquí ―dijo con voz ronca y autoritaria haciéndome estremecer. Me subió en su regazo y pronto su miembro recobró su posición firme descansando contra mi pubis―El tipo que estaba al otro lado del teléfono era mi superior ―me explicó quitándome los tirantes del sujetador y bajando las copas hasta que mi pecho rebosó
sobre sus manos. Pellizcó levemente los pezones, arqueé la espalda y cerré los ojos conteniendo un gemido―. Cuando vuelva a llamar, que lo hará, estoy seguro, tendré que explicarle que la llamada se ha cortado gracias a las habilidades que mi futura mujer ha desarrollado haciéndome mamadas de improvisto, vestida con lencería fina
―Sus dedos ya rozaban mi clítoris trazando círculos alrededor de él. Abrí más las piernas para darle mejor acceso y ella sonrió complacida―. También tendré que explicarle a mi mando superior que tengo una mujercita demasiado impaciente para aguardar a que finalice una llamada que ya duraba demasiado ―Metió dos dedos
dentro de mi vagina y los movió rítmicamente llevándome a la más pura cima de la locura. Se metió un pezón en la boca y lo succionó arrancándome un grito desde lo más profundo.
Luego, sin más palabras, sacó sus dedos, se los llevó a la boca y los chupó como si fuera el dulce más delicioso. Al mismo tiempo me hacía levantar las caderas para penetrarme de una sola estocada y provocarme un maravilloso orgasmo que se alargó gracias a sus expertas caricias.
Nos volvimos locas la uno a la otra mientras yo llevaba las riendas desde mi posición. Sentirlo dentro, tan inflamado, tan caliente y tan placentero fue el detonante para explotar en otro maravilloso clímax arrastrándola a ella conmigo definitivamente.
El teléfono sonó cuando todavía nos estremecíamos abrazados en el sillón. Ni siquiera se movió para ver quién era. Estaba segura de que el esfuerzo realizado lo había dejado tan extenuado como a mí.
―No más llamadas en vacaciones ¿de acuerdo? ―dije mordiéndole el lóbulo de la oreja.
―No más llamadas, entendido.
***
Última edición por marthagr81@yahoo.es el Lun Ene 18, 2016 6:16 am, editado 1 vez
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Capítulo 26
―¡San, despierta! Nos hemos dormido, nena. No podemos perder el avión a Londres, tengo una reunión esta tarde a la que no puedo faltar.
Me desperté de golpe, sentándome en la cama, desorientada, intentando comprender las palabras de Britt que daba vueltas por la habitación recogiendo ropa y metiendo cosas en las maletas.
―Bueno, tranquila. ¿Cuánto tiempo tenemos?
―El avión sale dentro de dos horas y media ―contestó reanudando de nuevo su frenética actividad.
―¡Mierda! ―Me puse de pie de un salto, mareándome ligeramente en el intento. Britt me sujetó por los hombros y me dio un beso rápido en la nariz.
―¿Te encuentras bien? Estás pálida ―preguntó con verdadera preocupación. Y la verdad era que tenía nauseas, lo que me recordó la ínfima posibilidad de volver a estar en estado. Tendría que hacer algo en cuanto llegáramos a Londres.
***
Llegamos a Londres más cansadas de lo que creíamos. A pesar de mis ganas de conocer la ciudad, tan nueva para mí como las otras dos anteriores, prevalecía el sentimiento de añoranza por volver a nuestra casa. Los hoteles de lujo, los servicios de habitaciones, los caros restaurantes y el desorbitado gasto que todo ello implicaba, estaba muy bien para unos días, pero, teniendo en cuenta que me encontraba realmente agotada y que las posibilidades de estar embarazada iban en aumento, mi deseo por recorrer Londres menguó considerablemente una vez allí.
En cuanto estuve segura de que Britt se había marchado a su reunión bajé a la farmacia del hotel. Compré un test de embarazo y regresé a la habitación con tal temblor en las manos que tardé varios minutos en romper el plástico que cubría la caja. Me concentré en no ponerme nerviosa y seguí los pasos que marcaba el prospecto.
Luego esperé, esperé, y esperé un poco más.
Transcurrido el tiempo marcado, miré el palito y, allí estaba. “Bonito color”, bromeé para mí, feliz pese a todo.
Solicité los servicios del médico del hotel para que me tratara la infección de orina que persistía. Me recetó una serie de medicamentos y me prohibió algunas cosas, como las relaciones sexuales con penetración de cualquier tipo. “Es una sacrificio que bien vale la pena”, pensé con una tonta sonrisa en los labios. Estaba deseando
contárselo a Britt.
***
―¿Ha ido bien? ―pregunté expectante cuando me llamó al finalizar su reunión.
―Ha ido genial, princesa ―respondió. No podía verlo pero sabía que llevaría puesta su mejor sonrisa y aún estaría algo nervioso. Seguro que se estaba pasando las
manos por el pelo―. Estoy deseando estar ahí para celebrarlo contigo, mi amor.
―Si te parece, nos vemos en el bar del hotel ¿quieres?
―Bien. Dame media hora y paso a recogerte. Ponte algo sexy, cielo.
Con un precioso vestido de coctel de Chanel, color marfil, y unos adecuados complementos en negro y oro, me presenté en el bar del hotel a la hora acordada. Me senté a esperar en la barra y pedí un zumo de naranja que me sirvieron de inmediato. Britt llegó cinco minutos después. No saludó, ni dijo nada. Se acercó con la mirada brillante y media sonrisa en los labios, me cogió por la cintura con uno de sus brazos y me besó apasionadamente durante tanto tiempo que los demás parroquianos del bar comenzaron a carraspear incómodos.
―Vayamos a la habitación antes de ir a cenar ―dijo de forma sugerente. Solté una risilla tímida al darme cuenta de que había gente escuchando y escondí mi sofoco en su hombro.
―No podemos. Será mejor que vayamos a cenar. Tengo hambre ―dije recatada y sonrojada de pies a cabeza.
―Vengo todo el camino pensando en tu cuerpo acostado en la cama, expuesto solo para mí. No sabes cómo me he puesto cuando te he visto aquí sentada, con las piernas cruzadas y la copa en los labios. Eres la mujer más sexy del mundo y me vas a volver loca ―dijo susurrándome al oído.
―No puedo tener relaciones por unos días ―solté un poco avergonzada. No era fácil frenar el bombeo de un corazón de piedra cuando latía tan fuerte como el suyo―. La infección de orina ha vuelto y he ido al médico esta tarde…
―¿Cómo? ¿Por qué no me has avisado? ¿Qué te ha dicho el médico? Joder, Santana, cuando te he llamado por teléfono me lo tenías que haber dicho. Hubiera venido volando. ¿Estás bien? ¿Quieres que nos quedemos en la habitación? Puedo pedir que nos suban algo de cenar si no te encuentras bien. No es necesario que salgamos…
―Shhh, calla ―dije poniéndole un dedo en los labios para que dejara de hablar―. Estoy bien. Esta noche tenemos mucho que celebrar, así que, mi dama por favor, ¿sería tan amable de llevarme a comer algo decente en esta ciudad? Me muero de hambre ―Sonreí, y con un dedo le alisé su entrecejo arrugado por la preocupación.
Luego me ayudó a bajar despacio del taburete donde estaba sentada y, cogidos de la mano, salimos del hotel.
En la puerta del restaurante había una larga cola de gente bien vestida que esperaba mesa, pero nosotros entramos directamente. El maître del restaurante, conocido de Britt, se acercó a saludarla y nos acompañó hasta nuestra reserva.
―Tengo que ir al servicio. Pídeme un refresco mientras, por favor ―. Le di un beso en los labios antes de marcharme y creí oírlo gemir desesperada. Le guiñé un ojo.
Una señora mayor, con aspecto de cuidarse muy bien y de haber pasado un par de veces por el quirófano, entró al mismo tiempo que yo en los servicios. Me sonrió amablemente cuando la dejé pasar primero y me recordó a alguien conocido que no supe identificar.
Cuando me lavaba las manos en el tocador, la señora se puso en el lavabo de mi derecha y me sonrió en el espejo.
―Querida, llevas un vestido divino. Es precioso. Es un Chanel, ¿verdad? ―dedujo con verdadera admiración.
―Oh, sí, pero es de hace dos temporadas ―contesté humildemente.
―No importa, querida. Ese vestido hace que la chica con la que has entrado te coma con los ojos ―se atrevió a decir―. Dime, ¿quién es? ¿Tu esposa, quizás?
―Mi prometida. Nos casamos en septiembre ―confesé tontamente.
―Oh, qué alegría. ¡Enhorabuena, querida! ―dijo, y me dio un afectuoso abrazo que me dejó envuelta en una nube de caro perfume. Luego, como si hubiera dicho algo ofensivo, la mujer salió volando del cuarto de baño.
Regresé a la mesa pensando cual sería el mejor momento para decirle a Britt que estaba embarazada, que íbamos a ser madres y que no quería quedarme más en Londres. Ella hablaba por teléfono cuando me senté, pero antes de que pudiera decirle algo sobre las llamadas y lo que habíamos acordado, colgó y me dedicó una amplia
sonrisa.
―Tengo que contarte una cosa ―dije dando un pequeño trago a mi refresco sin apartar la mirada de sus azules ojos.
―Yo también ―dijo ella sonriente.
―Vale. Tú primero ―le concedí de inmediato―. ¡Pero espera, no empieces! Me he encontrado a una mujer muy extraña en el baño y ahora mismo viene hacia aquí
sonriente ―Britt hizo amago de volverse pero lo detuve antes―. ¡No mires!
Pero no me hizo caso y de pronto, su rostro adquirió un aire macilento, su cuerpo se quedó rígido, sus manos se apretaron en dos puños y maldijo en voz baja ante mi mirada estupefacta.
La mujer se acercó a nuestra mesa con una sonrisa estática en los labios.
―Vaya, querida. No he podido evitar acercarme a felicitar a tu futura esposa ―dijo mirando a Britt de una forma un tanto especial―. Os he visto entrar y no he podido dejar de pensar “que pareja tan formidable hacen esas dos jóvenes” ―continuó diciendo en tono extraño, siempre mirando a Britt. Ella ni siquiera la miraba―.
Debe ser precioso que la hija de una se case con una maravillosa mujer. Es un acontecimiento único en la vida.
―Sí, debe de ser fabuloso ―dije intentando comprender qué estaba sucediendo allí. Britt levantó la cabeza y me miró con una mezcla de rabia y culpa. Soltó parte del aire que había estado conteniendo y me cogió la mano ante mi interrogante mirada.
―Claro que sí. Que agradable eres, querida. Eres la nuera que cualquier madre querría para su retoño…
―¡Ya basta! ―exclamó Britt conteniendo su furia
Santana, te presento a Susan Alexandra Pierce Curtis, mi madre.
―¡San, despierta! Nos hemos dormido, nena. No podemos perder el avión a Londres, tengo una reunión esta tarde a la que no puedo faltar.
Me desperté de golpe, sentándome en la cama, desorientada, intentando comprender las palabras de Britt que daba vueltas por la habitación recogiendo ropa y metiendo cosas en las maletas.
―Bueno, tranquila. ¿Cuánto tiempo tenemos?
―El avión sale dentro de dos horas y media ―contestó reanudando de nuevo su frenética actividad.
―¡Mierda! ―Me puse de pie de un salto, mareándome ligeramente en el intento. Britt me sujetó por los hombros y me dio un beso rápido en la nariz.
―¿Te encuentras bien? Estás pálida ―preguntó con verdadera preocupación. Y la verdad era que tenía nauseas, lo que me recordó la ínfima posibilidad de volver a estar en estado. Tendría que hacer algo en cuanto llegáramos a Londres.
***
Llegamos a Londres más cansadas de lo que creíamos. A pesar de mis ganas de conocer la ciudad, tan nueva para mí como las otras dos anteriores, prevalecía el sentimiento de añoranza por volver a nuestra casa. Los hoteles de lujo, los servicios de habitaciones, los caros restaurantes y el desorbitado gasto que todo ello implicaba, estaba muy bien para unos días, pero, teniendo en cuenta que me encontraba realmente agotada y que las posibilidades de estar embarazada iban en aumento, mi deseo por recorrer Londres menguó considerablemente una vez allí.
En cuanto estuve segura de que Britt se había marchado a su reunión bajé a la farmacia del hotel. Compré un test de embarazo y regresé a la habitación con tal temblor en las manos que tardé varios minutos en romper el plástico que cubría la caja. Me concentré en no ponerme nerviosa y seguí los pasos que marcaba el prospecto.
Luego esperé, esperé, y esperé un poco más.
Transcurrido el tiempo marcado, miré el palito y, allí estaba. “Bonito color”, bromeé para mí, feliz pese a todo.
Solicité los servicios del médico del hotel para que me tratara la infección de orina que persistía. Me recetó una serie de medicamentos y me prohibió algunas cosas, como las relaciones sexuales con penetración de cualquier tipo. “Es una sacrificio que bien vale la pena”, pensé con una tonta sonrisa en los labios. Estaba deseando
contárselo a Britt.
***
―¿Ha ido bien? ―pregunté expectante cuando me llamó al finalizar su reunión.
―Ha ido genial, princesa ―respondió. No podía verlo pero sabía que llevaría puesta su mejor sonrisa y aún estaría algo nervioso. Seguro que se estaba pasando las
manos por el pelo―. Estoy deseando estar ahí para celebrarlo contigo, mi amor.
―Si te parece, nos vemos en el bar del hotel ¿quieres?
―Bien. Dame media hora y paso a recogerte. Ponte algo sexy, cielo.
Con un precioso vestido de coctel de Chanel, color marfil, y unos adecuados complementos en negro y oro, me presenté en el bar del hotel a la hora acordada. Me senté a esperar en la barra y pedí un zumo de naranja que me sirvieron de inmediato. Britt llegó cinco minutos después. No saludó, ni dijo nada. Se acercó con la mirada brillante y media sonrisa en los labios, me cogió por la cintura con uno de sus brazos y me besó apasionadamente durante tanto tiempo que los demás parroquianos del bar comenzaron a carraspear incómodos.
―Vayamos a la habitación antes de ir a cenar ―dijo de forma sugerente. Solté una risilla tímida al darme cuenta de que había gente escuchando y escondí mi sofoco en su hombro.
―No podemos. Será mejor que vayamos a cenar. Tengo hambre ―dije recatada y sonrojada de pies a cabeza.
―Vengo todo el camino pensando en tu cuerpo acostado en la cama, expuesto solo para mí. No sabes cómo me he puesto cuando te he visto aquí sentada, con las piernas cruzadas y la copa en los labios. Eres la mujer más sexy del mundo y me vas a volver loca ―dijo susurrándome al oído.
―No puedo tener relaciones por unos días ―solté un poco avergonzada. No era fácil frenar el bombeo de un corazón de piedra cuando latía tan fuerte como el suyo―. La infección de orina ha vuelto y he ido al médico esta tarde…
―¿Cómo? ¿Por qué no me has avisado? ¿Qué te ha dicho el médico? Joder, Santana, cuando te he llamado por teléfono me lo tenías que haber dicho. Hubiera venido volando. ¿Estás bien? ¿Quieres que nos quedemos en la habitación? Puedo pedir que nos suban algo de cenar si no te encuentras bien. No es necesario que salgamos…
―Shhh, calla ―dije poniéndole un dedo en los labios para que dejara de hablar―. Estoy bien. Esta noche tenemos mucho que celebrar, así que, mi dama por favor, ¿sería tan amable de llevarme a comer algo decente en esta ciudad? Me muero de hambre ―Sonreí, y con un dedo le alisé su entrecejo arrugado por la preocupación.
Luego me ayudó a bajar despacio del taburete donde estaba sentada y, cogidos de la mano, salimos del hotel.
En la puerta del restaurante había una larga cola de gente bien vestida que esperaba mesa, pero nosotros entramos directamente. El maître del restaurante, conocido de Britt, se acercó a saludarla y nos acompañó hasta nuestra reserva.
―Tengo que ir al servicio. Pídeme un refresco mientras, por favor ―. Le di un beso en los labios antes de marcharme y creí oírlo gemir desesperada. Le guiñé un ojo.
Una señora mayor, con aspecto de cuidarse muy bien y de haber pasado un par de veces por el quirófano, entró al mismo tiempo que yo en los servicios. Me sonrió amablemente cuando la dejé pasar primero y me recordó a alguien conocido que no supe identificar.
Cuando me lavaba las manos en el tocador, la señora se puso en el lavabo de mi derecha y me sonrió en el espejo.
―Querida, llevas un vestido divino. Es precioso. Es un Chanel, ¿verdad? ―dedujo con verdadera admiración.
―Oh, sí, pero es de hace dos temporadas ―contesté humildemente.
―No importa, querida. Ese vestido hace que la chica con la que has entrado te coma con los ojos ―se atrevió a decir―. Dime, ¿quién es? ¿Tu esposa, quizás?
―Mi prometida. Nos casamos en septiembre ―confesé tontamente.
―Oh, qué alegría. ¡Enhorabuena, querida! ―dijo, y me dio un afectuoso abrazo que me dejó envuelta en una nube de caro perfume. Luego, como si hubiera dicho algo ofensivo, la mujer salió volando del cuarto de baño.
Regresé a la mesa pensando cual sería el mejor momento para decirle a Britt que estaba embarazada, que íbamos a ser madres y que no quería quedarme más en Londres. Ella hablaba por teléfono cuando me senté, pero antes de que pudiera decirle algo sobre las llamadas y lo que habíamos acordado, colgó y me dedicó una amplia
sonrisa.
―Tengo que contarte una cosa ―dije dando un pequeño trago a mi refresco sin apartar la mirada de sus azules ojos.
―Yo también ―dijo ella sonriente.
―Vale. Tú primero ―le concedí de inmediato―. ¡Pero espera, no empieces! Me he encontrado a una mujer muy extraña en el baño y ahora mismo viene hacia aquí
sonriente ―Britt hizo amago de volverse pero lo detuve antes―. ¡No mires!
Pero no me hizo caso y de pronto, su rostro adquirió un aire macilento, su cuerpo se quedó rígido, sus manos se apretaron en dos puños y maldijo en voz baja ante mi mirada estupefacta.
La mujer se acercó a nuestra mesa con una sonrisa estática en los labios.
―Vaya, querida. No he podido evitar acercarme a felicitar a tu futura esposa ―dijo mirando a Britt de una forma un tanto especial―. Os he visto entrar y no he podido dejar de pensar “que pareja tan formidable hacen esas dos jóvenes” ―continuó diciendo en tono extraño, siempre mirando a Britt. Ella ni siquiera la miraba―.
Debe ser precioso que la hija de una se case con una maravillosa mujer. Es un acontecimiento único en la vida.
―Sí, debe de ser fabuloso ―dije intentando comprender qué estaba sucediendo allí. Britt levantó la cabeza y me miró con una mezcla de rabia y culpa. Soltó parte del aire que había estado conteniendo y me cogió la mano ante mi interrogante mirada.
―Claro que sí. Que agradable eres, querida. Eres la nuera que cualquier madre querría para su retoño…
―¡Ya basta! ―exclamó Britt conteniendo su furia
Santana, te presento a Susan Alexandra Pierce Curtis, mi madre.
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Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Capítulo 27
“¿Cómo? ¿Su madre?”.
Miré a la mujer y a Britt varias veces y sin disimulo. No había mucho parecido entre ellas, pero sin embargo ahora sabía a quién me recordaba aquella mujer. A Madeleine.
―Oh, cielo, no intentes encontrar parecido entre nosotras. Brittany es digna hija de su difunto padre. Los genes de mi familia, por desgracia, murieron con mi hijo Samuel ―comentó con verdadero pesar.
―¿Dónde te has dejado a Preston, madre? ―preguntó Britt seria y con cierto malestar.
―Casi tres años sin vernos y lo único que se te ocurre preguntarme es dónde está Preston ―dijo fingidamente molesta. Luego se volvió hacia mí dándole la espalda a Britt―. ¿Te puedes creer esto? Hija mía, cría cuervos y te sacarán los ojos ―comentó teatralmente.
―¿Tres años? ―pregunté mirándolo fijamente. Britt tragó saliva y pasó sus manos por el pelo, como hacía cuando estaba nerviosa.
―He tenido mis razones, desde luego ―se defendió―. Tú tampoco has hecho mucho por ponerte en contacto conmigo, madre. No sé a qué viene ahora este drama.
―Nada de dramas, querida, sabes que nunca me han gustado. Ahora que estáis aquí me gustaría que alguna noche cenaseis con nosotros en nuestra casa. Me muero de ganas de conocerte, querida ―dijo mirándome con emoción―. Si has decidido casarte con mi hija, me gustaría saber todo sobre cómo os conocisteis, cuándo y por qué.―
No tenemos tiempo, volvemos a Nueva York dentro de dos días.
―Britt, es tu madre y llevas tres años sin verla ―le reprendí como a una niña―. Por supuesto que iremos, señora Pierce, será un placer.
―Oh, querida, no me llames así. Todo el mundo me llama Alexandra o Alexa. Lo de señora Pierce es demasiado formal. ¿En qué hotel os alojáis?
―Estamos en el Royal Garden ―contesté con la mirada de Britt clavada en mis ojos. Mi expresión se endureció a modo de reprimenda.
―Que buena elección. Os mandaré recado para la cena. ¿Mañana os viene bien? ―preguntó mirándonos a ambos.
―Nos viene muy bien, gracias ―dije yo amablemente.
Después de aquel encuentro tan sorprendente el humor entre nosotras cambió por completo. La mujer risueña y animada con la que había llegado al restaurante se tornó malhumorada y ceñuda, y a los pocos minutos de despedirnos de Alexandra, pagamos la cuenta sin haber probado bocado y regresamos al hotel.
―Voy al bar ―anunció hoscamente con palabras que no acompañaban una invitación.
***
―¿Estás dormida? ―susurró―. ¿Santana? ¿Me oyes? Te he traído algo de comer.
Abrí los ojos y comprobé en el reloj de la mesilla que habían pasado tres horas desde que nos separáramos en el vestíbulo del hotel.
―¿Qué pasa? ―pregunté soñolienta. De pronto recordé el enfado que habíamos tenido―. ¿Estás borracho? No estoy de humor para gilipolleces, te lo advierto.
―Lo siento, cielo. He sido una idiota. Perdóname, por favor. Te he traído algo de comer ―dijo visiblemente arrepentida.
No había cenado y tenía tanta hambre que mis tripas rugieron en cuanto mi mirada se posó en la bandeja de comida repleta de panecillos y pasteles. Había leche y zumo y tarrinas de mantequilla…
Sin decir ni una palabra, me levanté y cogí un pastelito de crema. Tenía una pinta deliciosa y me lo llevé a la boca de forma sensual y provocativa. Si pensaba que lo iba a perdonar fácilmente, estaba muy equivocada. Con el segundo pastelito lo vi tragar saliva costosamente. El tercero lo puso en pie y se acercó.
―Ni se te ocurra acercarte. Esta noche te mereces dormir en el sofá. Has sido una capullo y no pienso consentir que me vuelvas a tratar así nunca más. ―Paró en seco su avance y me miró con ojos de cachorrillo perdida. Me dieron ganas de abrazarlo y consolarla, pero me mantuve firme. No me iba a dejar vencer tan pronto.
―Lo siento ―dijo volviendo sobre sus pasos y sentándose en el borde de la cama―, pero no voy a dormir en el sofá. Si no quieres hablarme, me aguantaré porque me lo merezco, pero de dormir en el sofá ni hablar.
Se levantó y fue al cuarto de baño
―¡¡Santana!! ―exclamó tras la puerta del cuarto de baño, que de repente se abrió chocando contra la pared.
Britt salió corriendo hacia mí con algo apretado en la mano. No me dio tiempo a reaccionar. Me cogió en brazos y me besó con tal intensidad que cuando se separó de mí me temblaban las piernas.
La miré confundida, alzando una ceja.
―Esto estaba en el baño ―dijo mostrándome el test de embarazo que había olvidado guardar antes de ir a cenar―. A no ser que sea de la camarera de piso, creo que significa algo bueno ¿no?
La miré seriamente al principio, pero no pude retener la sonrisa en mis labios por mucho tiempo.
―Iba a decírtelo esta noche en la cena ―comenté intentando parecer enfada aún.
―Soy una estúpida, una tonto estúpidaa. Lo siento, mi amor, lo siento tanto ―Se arrodilló delante de mí y apoyó la cabeza en mi vientre dando besos más arriba del ombligo―. Soy tu tonta y estúpida mama ―murmuró con la boca pegada a mi camisón.
Aquel gesto me emocionó tanto que no pude contener las lágrimas. Le acaricié el pelo con suavidad y me puse de rodillas para besarle en los labios.
―Te quiero, princesa.
La abracé emocionada y lloré sobre su hombro hasta que me ayudó a ponerme de pie. Luego nos metimos en la cama y nos abrazamos amorosamente.
―¿De cuánto estás? ―preguntó un poco cohibida.
―De pocas semanas, creo que de cuatro o cinco ―respondí.
―¿Y cómo lo has sabido?
―Demasiados vómitos, cócteles de hormonas que me estaban volviendo loca y pechos un poco más hinchados de lo normal ―Britt me los tocó con suavidad y un sinfín de sensaciones placenteras se despertaron y bulleron anhelantes entre mis piernas.
―Yo los encuentro perfectos, preciosos y tentadores ―comentó masajeándolos con ambas manos, estimulando mis pezones con los pulgares.
―Para, Britt. Si empiezas así no querré que pares y mañana por la mañana estaré peor de la infección. Por favor.
Detuvo sus movimientos y con un suave beso sobre mis pechos los dejó estar. Luego, colocó sus manos alrededor de mi cintura y me abrazó con devoción.
La madre de Jack y su marido, el magnate de la seguridad privada, Sir Robert Preston, vivían en el exclusivo barrio de Kensington, en una lujosa y enorme mansión victoriana de color caramelo.
Un mayordomo, al más puro estilo inglés, nos recibió en la puerta y se hizo cargo de nuestros paraguas porque, pese a estar en el mes de agosto, Londres continuaba siendo una ciudad lluviosa y algo gris.
Esperamos la llegada de los anfitriones al vestíbulo cogidos de la mano, sin la menor intención de soltarnos. Ambos estábamos un tanto nerviosos, yo por estar en casa de mi futura suegra, de la que no conocía su existencia hasta la noche anterior; ella, supuse, por encontrarse en el hogar de una madre de la que no sabía nada desde
hacía tres largos años.
―Y dime, Brittany , ¿qué tal va HP por Nueva York? ―preguntó Preston decidido a romper el hielo.
―Bien, bien, estamos progresando a pasos agigantados. Hemos hecho algunas incorporaciones nuevas al equipo que están atrayendo a los clientes como moscas a la
miel ―dijo mirándome fijamente y sonriendo con orgullo.
―¿Alguien conocido? ―preguntó Alexandra tras limpiarse finamente la boca con la servilleta de hilo.
―Pues verás, ahora mismo tenemos con nosotros a la persona más capaz y más creativa que he conocido en mucho tiempo, y, curiosamente, se encuentra sentada en esta misma mesa ―dijo alargando la mano para coger la mía entre los platos.
―Fabuloso. De modo que, no solo le has robado el corazón de piedra a esta joven engreída, sino que, además, eres capaz de crear esas fantásticas campañas que hace HP para sus clientes, ¿no? ―me aduló Preston haciendo que me sonrojara de nuevo―.
La conversación fue fluida y amena durante toda la cena. Alexandra no soportaba que en la mesa se hablara ni de política ni de violencia, por lo que la mayor parte del tiempo estuvimos conversando sobre publicidad, seguridad y moda. Britt se relajó un poco después de la primera media hora, y cuando la cena finalizó daba la impresión que nunca se hubiera alejado de su madre. Pero la calma no duró mucho.
―Y dime, querida, ¿cómo le va a la buena de Maddy? ―La expresión de Britt se tornó dura y tensa. Apretó las manos en dos puños y cogió aire lentamente.
―Alexa, habíamos quedado que no hablaríamos de eso ―la reprendió Preston.
―Pero es lógico. También me intereso por mi querida hermana. ¿Tú tienes hermanos, Santana?
―No, soy hija única ―contesté.
―Yo hubiera querido ser hija única, me habría evitado muchos problemas en la vida ―dijo suspirando teatralmente.
―¡Mamá! Creo que no es momento para esta charla.
―Claro que no, nunca es el momento.
―Está bien, cielo. Vamos a pasar al salón para el café.
La actitud de Alexandra cambió tras aquel momento tenso en la cena. A partir de ahí se empezó a mostrar más ausente, y menos alegre y participativa.
Alexandra y yo conversamos sobre la boda, los preparativos, mi vestido de novia y del sinfín de detalles que envuelven a este tipo de celebraciones.
―Será una boda preciosa, querida. Estoy segura de que lo pasareis en grande ―dijo.
―Preston y yo estuvimos hablando anoche y creemos justo que os hagamos un regalo. Como imaginamos que, dada la proximidad de la fecha, ya lo tendréis todo más o menos visto, queremos regalaros algo que recordéis con cariño. ―Alexandra cogió una de las dos cajas que había en la bandeja y la puso en mis manos―. Lo que
hay dentro perteneció a mi madre, y a su madre antes que a ella. Es lo que podemos llamar una joya familiar que ha resistido estoica a los malos tiempos, siempre a salvo en las manos femeninas de una de nosotras. Tiene un significado muy valioso para las mujeres de mi familia y espero que ahora, contigo, lo siga teniendo.
Esperamos que te guste, cariño.
Con manos temblorosas, quité la cinta negra de terciopelo que aseguraba la apertura y levanté la tapa lentamente. Al instante, miles de destellos salieron disparados en todas direcciones. Un millón de diamantes engarzados en una magnifica gargantilla tomaron la luz de las lámparas del salón y la convirtieron en lanzas luminosas que
atravesaban mis ojos. Cogí la fina gargantilla en mis manos y la observé de cerca.
Miré a Britt, cuya expresión había quedado congelada cuando su madre habló de la herencia familiar que ahora me pertenecía. Luego me acerqué a Alexandra y a Preston y los abracé con cariño a ambos.
―Es un gran detalle por tu parte, madre. Pensaba que ese collar lo habían robado después de tu última mudanza ―dijo Britt admirando con fingida dureza la joya en mis manos.
―Muchísimas gracias, Alexandra. Es una gargantilla preciosa y te prometo que la cuidaré como si hubiera sido de mi propia familia. Seguidamente, Preston cogió la caja que quedaba en la bandeja y se la dio a Britt.
―Déjame adivinar, Preston… ¿una gargantilla, herencia de tu familia? ―preguntó Britt bromeando. Aquel gesto hizo que desapareciera, en parte, la tensión que había en el ambiente.
―Oh, no, mi familia no guardaba tales tesoros. En este caso, tendrás que conformarte con algo completamente nuevo. ¿Quién sabe? Igual se convierte en la joya que tú pasarás a tus hijos y estos a los suyos, ¿no te parece?
Britt abrió la caja y un imponente reloj de oro macizo con incrustaciones de diamantes en la esfera apareció ante nuestros ojos. Era una elegante pieza de un valor incalculable.
―Lleva una inscripción en la parte de detrás ―dijo Alexandra.
―”No dejes pasar el tiempo para olvidar, aprovéchalo para crear los recuerdos que no olvidarás nunca. R&A” ―leyó Britt en voz baja. Cuando levantó la cabeza había un brillo especial en sus ojos, uno que no había visto jamás―. Muchas gracias. Es un buen consejo.
―Son unos regalos maravillosos ―dije emocionada, cogiendo a Britt de la mano para sentirme un poco más cerca de él. Hubiera pagado por saber qué pasaba por su mente en esos momentos.
Miré con amor aquellos preciosos ojos azules y vi un gesto interrogante en su mirada. Sabía qué me estaba preguntando. Esa misma noche habíamos estado
discutiendo en el coche sobre la posibilidad de invitar a su madre y a Preston a la boda. Yo insistía en hacerlo, pero él no lo tenía tan claro. Después de haber compartido con ellos la cena, parecía estar más de acuerdo con mi opinión. Asentí solo una vez con la cabeza y luego esperé a que ella hiciera los honores, formalizando así la debida invitación.
―¡Esto se merece un brindis! ―exclamó alegre Preston, haciendo entrar con sus palabras al mayordomo con otra bandeja.
Sirvieron cuatro copas pero yo no cogí la mía. Alexandra, que para aquellas cosas tenía un sexto sentido, bebió un sorbo de su champagne y me miró fijamente alzando una ceja como solía hacer Madeleine.
―¿Querida? ¿Hay algo que queráis contarnos?―dijo sonriendo, y haciendo que me sonrojase hasta la raíz del cabello.
Agarré con fuerza el brazo de Jack y me pegué a él con una sonrisa en los labios.
―Bueno... ―dudé. Ella asintió― Quizás aún es un poco pronto pero, si todo va bien, dentro de ocho meses seremos madres. Una explosión de sincera felicidad invadió el salón. Alexandra me abrazó con lágrimas en los ojos mientras Preston daba a Britt palmadas de felicitación en la espalda.
Fue muy emocionante ver como aquella mujer abrazaba a su hija con intensidad, pese a que la postura de ella era envarada y de una rigidez extrema. Si no fuera porque la expresión de sus ojos era cálida y brillante, habría pensado que Brittany Pierce no tenía un corazón de piedra, sino de hielo.
Era ya tarde cuando regresamos al hotel. Alexandra y Preston habían insistido en que volviéramos a comer al día siguiente antes de marcharnos y, aunque a Britt no le hizo mucha gracia, yo acepté su invitación por los dos. Por la tarde tendríamos que hacer las maletas pues habíamos decidido adelantar nuestro vuelo de regreso a Nueva
York, que salía a la mañana siguiente temprano.
Cuando ya estábamos metidos en la cama, abrazados, le pregunté por la relación entre su madre y su tía.
―Es bastante complicado. Mi madre es la mayor de las dos. Ella se casó muy joven con mi padre mientras mi tía se quedaba a cuidar a mi abuela enferma y mi abuelo borracho. Mi madre se desentendió de ellos para vivir una vida de lujos, pero no tuvo suficiente y durante algún tiempo mantuvo una relación con otro hombre.
―¿Preston? ―pregunté intrigada. Britt asintió.
―En ese tiempo, mis abuelos fallecieron y Madeleine fue amparada por mi padre en la empresa. Hay una parte de la historia que desconozco porque cada versión dice una cosa distinta, pero, el resumen es que cuando mi madre quedó embarazada de mí, mi tía y ella se vinieron a Europa donde yo nací. Luego vino Samuel y,
después de muchos años de distanciamiento con mi padre, decidió abandonarlo, aunque no formalmente. Mi madre se desentendió de nosotros para estar con su amante y, cuando mi padre murió, ella se marchó y Madeleine se quedó. Luego mi hermano murió y desde su funeral que no la había vuelto a ver hasta ayer.
―¡Caray! Vaya historia ―dije alucinada. Le di un beso en el pecho y le abracé más fuerte―. No parece una mala mujer. Independientemente de los errores que cometiera en el pasado, te quiere, y seguro que a tu hermano también lo quería. Sé que puede resultar duro perdonar algunas cosas en la vida, pero tú, esta noche, has dado
un paso muy importante, y, por si te sirve de algo, yo me siento muy orgullosa de ti, mi amor.
―Esa frase, la que han grabado en el reloj... Yo le dije a Alexandra en una ocasión que no perdería el tiempo pensando en ella, que lo emplearía en crear recuerdos que me hicieran olvidar todo el daño que me había hecho. Le dije que ella nunca volvería a estar en mi memoria. Pero, ya ves que me equivoqué.
En ese momento me vino a la cabeza una preciosa frase del poeta francés Jean de la Fontaine: “a menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo”.
“¿Cómo? ¿Su madre?”.
Miré a la mujer y a Britt varias veces y sin disimulo. No había mucho parecido entre ellas, pero sin embargo ahora sabía a quién me recordaba aquella mujer. A Madeleine.
―Oh, cielo, no intentes encontrar parecido entre nosotras. Brittany es digna hija de su difunto padre. Los genes de mi familia, por desgracia, murieron con mi hijo Samuel ―comentó con verdadero pesar.
―¿Dónde te has dejado a Preston, madre? ―preguntó Britt seria y con cierto malestar.
―Casi tres años sin vernos y lo único que se te ocurre preguntarme es dónde está Preston ―dijo fingidamente molesta. Luego se volvió hacia mí dándole la espalda a Britt―. ¿Te puedes creer esto? Hija mía, cría cuervos y te sacarán los ojos ―comentó teatralmente.
―¿Tres años? ―pregunté mirándolo fijamente. Britt tragó saliva y pasó sus manos por el pelo, como hacía cuando estaba nerviosa.
―He tenido mis razones, desde luego ―se defendió―. Tú tampoco has hecho mucho por ponerte en contacto conmigo, madre. No sé a qué viene ahora este drama.
―Nada de dramas, querida, sabes que nunca me han gustado. Ahora que estáis aquí me gustaría que alguna noche cenaseis con nosotros en nuestra casa. Me muero de ganas de conocerte, querida ―dijo mirándome con emoción―. Si has decidido casarte con mi hija, me gustaría saber todo sobre cómo os conocisteis, cuándo y por qué.―
No tenemos tiempo, volvemos a Nueva York dentro de dos días.
―Britt, es tu madre y llevas tres años sin verla ―le reprendí como a una niña―. Por supuesto que iremos, señora Pierce, será un placer.
―Oh, querida, no me llames así. Todo el mundo me llama Alexandra o Alexa. Lo de señora Pierce es demasiado formal. ¿En qué hotel os alojáis?
―Estamos en el Royal Garden ―contesté con la mirada de Britt clavada en mis ojos. Mi expresión se endureció a modo de reprimenda.
―Que buena elección. Os mandaré recado para la cena. ¿Mañana os viene bien? ―preguntó mirándonos a ambos.
―Nos viene muy bien, gracias ―dije yo amablemente.
Después de aquel encuentro tan sorprendente el humor entre nosotras cambió por completo. La mujer risueña y animada con la que había llegado al restaurante se tornó malhumorada y ceñuda, y a los pocos minutos de despedirnos de Alexandra, pagamos la cuenta sin haber probado bocado y regresamos al hotel.
―Voy al bar ―anunció hoscamente con palabras que no acompañaban una invitación.
***
―¿Estás dormida? ―susurró―. ¿Santana? ¿Me oyes? Te he traído algo de comer.
Abrí los ojos y comprobé en el reloj de la mesilla que habían pasado tres horas desde que nos separáramos en el vestíbulo del hotel.
―¿Qué pasa? ―pregunté soñolienta. De pronto recordé el enfado que habíamos tenido―. ¿Estás borracho? No estoy de humor para gilipolleces, te lo advierto.
―Lo siento, cielo. He sido una idiota. Perdóname, por favor. Te he traído algo de comer ―dijo visiblemente arrepentida.
No había cenado y tenía tanta hambre que mis tripas rugieron en cuanto mi mirada se posó en la bandeja de comida repleta de panecillos y pasteles. Había leche y zumo y tarrinas de mantequilla…
Sin decir ni una palabra, me levanté y cogí un pastelito de crema. Tenía una pinta deliciosa y me lo llevé a la boca de forma sensual y provocativa. Si pensaba que lo iba a perdonar fácilmente, estaba muy equivocada. Con el segundo pastelito lo vi tragar saliva costosamente. El tercero lo puso en pie y se acercó.
―Ni se te ocurra acercarte. Esta noche te mereces dormir en el sofá. Has sido una capullo y no pienso consentir que me vuelvas a tratar así nunca más. ―Paró en seco su avance y me miró con ojos de cachorrillo perdida. Me dieron ganas de abrazarlo y consolarla, pero me mantuve firme. No me iba a dejar vencer tan pronto.
―Lo siento ―dijo volviendo sobre sus pasos y sentándose en el borde de la cama―, pero no voy a dormir en el sofá. Si no quieres hablarme, me aguantaré porque me lo merezco, pero de dormir en el sofá ni hablar.
Se levantó y fue al cuarto de baño
―¡¡Santana!! ―exclamó tras la puerta del cuarto de baño, que de repente se abrió chocando contra la pared.
Britt salió corriendo hacia mí con algo apretado en la mano. No me dio tiempo a reaccionar. Me cogió en brazos y me besó con tal intensidad que cuando se separó de mí me temblaban las piernas.
La miré confundida, alzando una ceja.
―Esto estaba en el baño ―dijo mostrándome el test de embarazo que había olvidado guardar antes de ir a cenar―. A no ser que sea de la camarera de piso, creo que significa algo bueno ¿no?
La miré seriamente al principio, pero no pude retener la sonrisa en mis labios por mucho tiempo.
―Iba a decírtelo esta noche en la cena ―comenté intentando parecer enfada aún.
―Soy una estúpida, una tonto estúpidaa. Lo siento, mi amor, lo siento tanto ―Se arrodilló delante de mí y apoyó la cabeza en mi vientre dando besos más arriba del ombligo―. Soy tu tonta y estúpida mama ―murmuró con la boca pegada a mi camisón.
Aquel gesto me emocionó tanto que no pude contener las lágrimas. Le acaricié el pelo con suavidad y me puse de rodillas para besarle en los labios.
―Te quiero, princesa.
La abracé emocionada y lloré sobre su hombro hasta que me ayudó a ponerme de pie. Luego nos metimos en la cama y nos abrazamos amorosamente.
―¿De cuánto estás? ―preguntó un poco cohibida.
―De pocas semanas, creo que de cuatro o cinco ―respondí.
―¿Y cómo lo has sabido?
―Demasiados vómitos, cócteles de hormonas que me estaban volviendo loca y pechos un poco más hinchados de lo normal ―Britt me los tocó con suavidad y un sinfín de sensaciones placenteras se despertaron y bulleron anhelantes entre mis piernas.
―Yo los encuentro perfectos, preciosos y tentadores ―comentó masajeándolos con ambas manos, estimulando mis pezones con los pulgares.
―Para, Britt. Si empiezas así no querré que pares y mañana por la mañana estaré peor de la infección. Por favor.
Detuvo sus movimientos y con un suave beso sobre mis pechos los dejó estar. Luego, colocó sus manos alrededor de mi cintura y me abrazó con devoción.
La madre de Jack y su marido, el magnate de la seguridad privada, Sir Robert Preston, vivían en el exclusivo barrio de Kensington, en una lujosa y enorme mansión victoriana de color caramelo.
Un mayordomo, al más puro estilo inglés, nos recibió en la puerta y se hizo cargo de nuestros paraguas porque, pese a estar en el mes de agosto, Londres continuaba siendo una ciudad lluviosa y algo gris.
Esperamos la llegada de los anfitriones al vestíbulo cogidos de la mano, sin la menor intención de soltarnos. Ambos estábamos un tanto nerviosos, yo por estar en casa de mi futura suegra, de la que no conocía su existencia hasta la noche anterior; ella, supuse, por encontrarse en el hogar de una madre de la que no sabía nada desde
hacía tres largos años.
―Y dime, Brittany , ¿qué tal va HP por Nueva York? ―preguntó Preston decidido a romper el hielo.
―Bien, bien, estamos progresando a pasos agigantados. Hemos hecho algunas incorporaciones nuevas al equipo que están atrayendo a los clientes como moscas a la
miel ―dijo mirándome fijamente y sonriendo con orgullo.
―¿Alguien conocido? ―preguntó Alexandra tras limpiarse finamente la boca con la servilleta de hilo.
―Pues verás, ahora mismo tenemos con nosotros a la persona más capaz y más creativa que he conocido en mucho tiempo, y, curiosamente, se encuentra sentada en esta misma mesa ―dijo alargando la mano para coger la mía entre los platos.
―Fabuloso. De modo que, no solo le has robado el corazón de piedra a esta joven engreída, sino que, además, eres capaz de crear esas fantásticas campañas que hace HP para sus clientes, ¿no? ―me aduló Preston haciendo que me sonrojara de nuevo―.
La conversación fue fluida y amena durante toda la cena. Alexandra no soportaba que en la mesa se hablara ni de política ni de violencia, por lo que la mayor parte del tiempo estuvimos conversando sobre publicidad, seguridad y moda. Britt se relajó un poco después de la primera media hora, y cuando la cena finalizó daba la impresión que nunca se hubiera alejado de su madre. Pero la calma no duró mucho.
―Y dime, querida, ¿cómo le va a la buena de Maddy? ―La expresión de Britt se tornó dura y tensa. Apretó las manos en dos puños y cogió aire lentamente.
―Alexa, habíamos quedado que no hablaríamos de eso ―la reprendió Preston.
―Pero es lógico. También me intereso por mi querida hermana. ¿Tú tienes hermanos, Santana?
―No, soy hija única ―contesté.
―Yo hubiera querido ser hija única, me habría evitado muchos problemas en la vida ―dijo suspirando teatralmente.
―¡Mamá! Creo que no es momento para esta charla.
―Claro que no, nunca es el momento.
―Está bien, cielo. Vamos a pasar al salón para el café.
La actitud de Alexandra cambió tras aquel momento tenso en la cena. A partir de ahí se empezó a mostrar más ausente, y menos alegre y participativa.
Alexandra y yo conversamos sobre la boda, los preparativos, mi vestido de novia y del sinfín de detalles que envuelven a este tipo de celebraciones.
―Será una boda preciosa, querida. Estoy segura de que lo pasareis en grande ―dijo.
―Preston y yo estuvimos hablando anoche y creemos justo que os hagamos un regalo. Como imaginamos que, dada la proximidad de la fecha, ya lo tendréis todo más o menos visto, queremos regalaros algo que recordéis con cariño. ―Alexandra cogió una de las dos cajas que había en la bandeja y la puso en mis manos―. Lo que
hay dentro perteneció a mi madre, y a su madre antes que a ella. Es lo que podemos llamar una joya familiar que ha resistido estoica a los malos tiempos, siempre a salvo en las manos femeninas de una de nosotras. Tiene un significado muy valioso para las mujeres de mi familia y espero que ahora, contigo, lo siga teniendo.
Esperamos que te guste, cariño.
Con manos temblorosas, quité la cinta negra de terciopelo que aseguraba la apertura y levanté la tapa lentamente. Al instante, miles de destellos salieron disparados en todas direcciones. Un millón de diamantes engarzados en una magnifica gargantilla tomaron la luz de las lámparas del salón y la convirtieron en lanzas luminosas que
atravesaban mis ojos. Cogí la fina gargantilla en mis manos y la observé de cerca.
Miré a Britt, cuya expresión había quedado congelada cuando su madre habló de la herencia familiar que ahora me pertenecía. Luego me acerqué a Alexandra y a Preston y los abracé con cariño a ambos.
―Es un gran detalle por tu parte, madre. Pensaba que ese collar lo habían robado después de tu última mudanza ―dijo Britt admirando con fingida dureza la joya en mis manos.
―Muchísimas gracias, Alexandra. Es una gargantilla preciosa y te prometo que la cuidaré como si hubiera sido de mi propia familia. Seguidamente, Preston cogió la caja que quedaba en la bandeja y se la dio a Britt.
―Déjame adivinar, Preston… ¿una gargantilla, herencia de tu familia? ―preguntó Britt bromeando. Aquel gesto hizo que desapareciera, en parte, la tensión que había en el ambiente.
―Oh, no, mi familia no guardaba tales tesoros. En este caso, tendrás que conformarte con algo completamente nuevo. ¿Quién sabe? Igual se convierte en la joya que tú pasarás a tus hijos y estos a los suyos, ¿no te parece?
Britt abrió la caja y un imponente reloj de oro macizo con incrustaciones de diamantes en la esfera apareció ante nuestros ojos. Era una elegante pieza de un valor incalculable.
―Lleva una inscripción en la parte de detrás ―dijo Alexandra.
―”No dejes pasar el tiempo para olvidar, aprovéchalo para crear los recuerdos que no olvidarás nunca. R&A” ―leyó Britt en voz baja. Cuando levantó la cabeza había un brillo especial en sus ojos, uno que no había visto jamás―. Muchas gracias. Es un buen consejo.
―Son unos regalos maravillosos ―dije emocionada, cogiendo a Britt de la mano para sentirme un poco más cerca de él. Hubiera pagado por saber qué pasaba por su mente en esos momentos.
Miré con amor aquellos preciosos ojos azules y vi un gesto interrogante en su mirada. Sabía qué me estaba preguntando. Esa misma noche habíamos estado
discutiendo en el coche sobre la posibilidad de invitar a su madre y a Preston a la boda. Yo insistía en hacerlo, pero él no lo tenía tan claro. Después de haber compartido con ellos la cena, parecía estar más de acuerdo con mi opinión. Asentí solo una vez con la cabeza y luego esperé a que ella hiciera los honores, formalizando así la debida invitación.
―¡Esto se merece un brindis! ―exclamó alegre Preston, haciendo entrar con sus palabras al mayordomo con otra bandeja.
Sirvieron cuatro copas pero yo no cogí la mía. Alexandra, que para aquellas cosas tenía un sexto sentido, bebió un sorbo de su champagne y me miró fijamente alzando una ceja como solía hacer Madeleine.
―¿Querida? ¿Hay algo que queráis contarnos?―dijo sonriendo, y haciendo que me sonrojase hasta la raíz del cabello.
Agarré con fuerza el brazo de Jack y me pegué a él con una sonrisa en los labios.
―Bueno... ―dudé. Ella asintió― Quizás aún es un poco pronto pero, si todo va bien, dentro de ocho meses seremos madres. Una explosión de sincera felicidad invadió el salón. Alexandra me abrazó con lágrimas en los ojos mientras Preston daba a Britt palmadas de felicitación en la espalda.
Fue muy emocionante ver como aquella mujer abrazaba a su hija con intensidad, pese a que la postura de ella era envarada y de una rigidez extrema. Si no fuera porque la expresión de sus ojos era cálida y brillante, habría pensado que Brittany Pierce no tenía un corazón de piedra, sino de hielo.
Era ya tarde cuando regresamos al hotel. Alexandra y Preston habían insistido en que volviéramos a comer al día siguiente antes de marcharnos y, aunque a Britt no le hizo mucha gracia, yo acepté su invitación por los dos. Por la tarde tendríamos que hacer las maletas pues habíamos decidido adelantar nuestro vuelo de regreso a Nueva
York, que salía a la mañana siguiente temprano.
Cuando ya estábamos metidos en la cama, abrazados, le pregunté por la relación entre su madre y su tía.
―Es bastante complicado. Mi madre es la mayor de las dos. Ella se casó muy joven con mi padre mientras mi tía se quedaba a cuidar a mi abuela enferma y mi abuelo borracho. Mi madre se desentendió de ellos para vivir una vida de lujos, pero no tuvo suficiente y durante algún tiempo mantuvo una relación con otro hombre.
―¿Preston? ―pregunté intrigada. Britt asintió.
―En ese tiempo, mis abuelos fallecieron y Madeleine fue amparada por mi padre en la empresa. Hay una parte de la historia que desconozco porque cada versión dice una cosa distinta, pero, el resumen es que cuando mi madre quedó embarazada de mí, mi tía y ella se vinieron a Europa donde yo nací. Luego vino Samuel y,
después de muchos años de distanciamiento con mi padre, decidió abandonarlo, aunque no formalmente. Mi madre se desentendió de nosotros para estar con su amante y, cuando mi padre murió, ella se marchó y Madeleine se quedó. Luego mi hermano murió y desde su funeral que no la había vuelto a ver hasta ayer.
―¡Caray! Vaya historia ―dije alucinada. Le di un beso en el pecho y le abracé más fuerte―. No parece una mala mujer. Independientemente de los errores que cometiera en el pasado, te quiere, y seguro que a tu hermano también lo quería. Sé que puede resultar duro perdonar algunas cosas en la vida, pero tú, esta noche, has dado
un paso muy importante, y, por si te sirve de algo, yo me siento muy orgullosa de ti, mi amor.
―Esa frase, la que han grabado en el reloj... Yo le dije a Alexandra en una ocasión que no perdería el tiempo pensando en ella, que lo emplearía en crear recuerdos que me hicieran olvidar todo el daño que me había hecho. Le dije que ella nunca volvería a estar en mi memoria. Pero, ya ves que me equivoqué.
En ese momento me vino a la cabeza una preciosa frase del poeta francés Jean de la Fontaine: “a menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo”.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Me bonito encuentro. Por ejemplo mi madre biológica, me abandono junto a mi hermano, al quedar embarazada de un hombre feo, sin dinero.
A ella no la perdonare.
Por ello, dios me mando una señora que nos adora como sus hijos propios (nunca tuvo hijos, por eso) y es la mejor mama que tuve en mi vida.
A la biológica, nunca la conocí.
Me encanto, aunque llore cuando alexa le da a santana la joya familiar.
A ella no la perdonare.
Por ello, dios me mando una señora que nos adora como sus hijos propios (nunca tuvo hijos, por eso) y es la mejor mama que tuve en mi vida.
A la biológica, nunca la conocí.
Me encanto, aunque llore cuando alexa le da a santana la joya familiar.
JanethValenciaaf********- - Mensajes : 659
Fecha de inscripción : 20/01/2015
Edad : 25
Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
JanethValenciaaf Ayer A Las 10:12 Pm Me bonito encuentro. Por ejemplo mi madre biológica, me abandono junto a mi hermano, al quedar embarazada de un hombre feo, sin dinero. A ella no la perdonare. Por ello, dios me mando una señora que nos adora como sus hijos propios (nunca tuvo hijos, por eso) y es la mejor mama que tuve en mi vida. A la biológica, nunca la conocí. Me encanto, aunque llore cuando alexa le da a santana la joya familiar. escribió:
Gracias por compartir conmigo eso, lo valoro mucho, y sabes tengo tanto cariño por esta historia, que si es cierto que subo vario capitulos de un tiron pero es por que creo que quien lo lea le pasara como a mi no basta solo uno. y no se que hare cuando lo termine. sentire algun tipo de vacio por la excelente historia.
Te agradezco de corazon, por que encontre a alguien que aprecia esta historia tanto como yo y para mi es invaluable tu opinion, Gracias, Gracias, por comentar, es un aliento para continuar. hasta pronto. saludos
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Capítulo 29
―Estás preciosa cuando duermes ―dijo cuando comencé a despertar. No tenía ni idea de qué hora era pero me sentía muy bien después de haber dormido
tranquilamente a su lado.
―No es cierto ―dije con voz ronca, desperezándome.
―Sí, lo es. Eres preciosa cuando duermes pero cuando despiertas lo eres más.
―No me adules, por favor. Aún estoy enfadada contigo.
―También estás preciosa cuando te enfadas ―Lo miré crispada y ella soltó una carcajada―. Vale, vale, tranquila. No se me ha olvidado la conversación que tuvimos
ayer. Te dije que lo pensaría cuando llegásemos a casa.
―Espera, déjame que adivine... Mujer. Embarazada. Poco tiempo en la empresa. Se tira a la jefa… La respuesta sigue siendo… ¿un no?
―Cielo, a veces puedes resultar de lo más insolente, ¿sabes? ―dijo retirándome el pelo de la cara con la mano abierta―. Por suerte para ti, he dormido muy bien y me siento extremadamente generosa, así que te comunico que, a partir del mes de noviembre, usted, futura señora Pierce López, será la nueva Directora de Cuentas de
Heartstone Pierce Publicity Nueva York.
Me quedé mirándola fijamente sin saber qué hacer, ni qué decir. Me había pillado por sorpresa y después de haberle dicho todo lo que pensaba de sus decisiones me sentía avergonzada.
―¿Me has llamado insolente? ―le pregunté con la ceja levantada, fingiendo un enfado que ya no sentía en absoluto. Aquello la descoloco.
―¡Por Dios, Santana! Espero que sean tus hormonas las que hablan porque te juro que no te entiendo ―dijo desesperada pasándose las manos por el pelo. Cuando hizo amago de levantarse salté sobre ella y lo abracé con fuerza.
―¡Gracias, gracias, gracias! Estoy muy feliz ―Sonreí de oreja a oreja. Tenía los ojos empañados y me moría por besarla por toda la cara, pero primero pasé un dedo por su ceño fruncido y le alisé la frente con dulzura―. Eres la mejor persona que he conocido, además de guapa, generosa y…
―…un gilipollas injusta y cabezota ¿no?
―Pero no lo decía en serio, Britt. Estaba enfadada contigo y ahora ya no.
Me besó profundamente y me tumbó de espaldas sobre la cama.
―¿Sellamos el acuerdo entonces? ―preguntó subiendo lentamente mi camisón.
―Por supuesto, señorita Pierce.
***
La visita a la ginecóloga de aquella tarde iba a ser la primera en la vida de Britt. No solo se mostraba nerviosa y algo torpe, también podía percibir el agobio que le producía aquella situación mientras esperábamos a que nos llamaran.
―Quizás hasta puedas oír el latido de su corazón ―le dije, sabiendo que aumentaría su nerviosismo con mis palabras. Me regocijé y solté una carcajada cuando su mirada me dijo lo impactada que estaba.
Una vez dentro de la consulta, Britt se mostró más silencioso todavía y miraba a la doctora Perkins con una especie de admiración y miedo. Mientras ella y yo hablábamos y cumplimentábamos la ficha con los nuevos datos del embarazo, ella no dejó de observarlo todo a su alrededor.
―Y usted, señorita Pierce, ¿qué me cuenta? ¿Cómo se siente?
Britt miró a la doctora y luego me miró a mí como si no hubiera entendido la pregunta. Le apreté la mano y le sonreí infundiéndole confianza y valor, porque era evidente que estaba intimidada.
―¿Se encuentra bien, señorita Pierce? ¿Quiere que llame a una enfermera para que le traiga alguna cosa? ¿Agua, quizás? ―se preocupó la Doctora.
―Oh, no, no se preocupe, se me pasará enseguida ―Carraspeó varias veces intentando tragar saliva hasta que lo consiguió. El color que había abandonado su rostro
por unos momentos regresó poco a poco―. Me preguntaba cómo me siento… Uff, ¿usted qué cree? Estoy habituada a vivir situaciones de alto riesgo y le aseguro que esto da más miedo que todo lo que he pasado en mi vida.
La doctora sonrió satisfecha con la respuesta de Britt. Luego se puso en pie y ojeó algunos papeles.
―Según tú, estás de una falta. Si te parece vamos a hacerte una exploración y lo vemos, ¿quieres? ―Asentí y cogí a Britt de la mano para que me acompañara. El gesto de horror que hizo me provocó una carcajada. ¿Dónde creía que iba? ¿Al paredón?
―Póngase aquí, señorita ―le indicó la enfermera, colocándola detrás de mí cuando me acosté en la camilla.
La Doctora entró en la sala poniéndose unos guantes de látex y nos sonrió con confianza.
―Vamos a ver que tenemos aquí.
Al principio reservó la imagen de la pantalla para ella misma. Apuntaba cosas concentrada en el monitor. Miré a Britt y le apreté la mano. Seguía nerviosa pero ya no parecía a punto de desmayarse. Ella también miraba a la doctora a la espera de sus palabras. Tras varios minutos de silencio, Corelia arrugó el ceño y negó con la cabeza. Britt me cogió la mano con fuerza y yo contuve el aliento.
―¿Todo va bien? ―preguntó incapaz de estar callada por más tiempo.
―Un momento, enseguida os digo ―respondió sin apenas levantar la vista.
Transcurrieron unos desesperantes minutos más hasta que hizo un amago de sonrisa y giró la pantalla hacia nosotros.
―Vamos a ver, pareja. Tengo dos noticias que daros. Una buena y otra que puede ser buena o regular, según lo veáis vosotros.
―Empecemos por la buena ―dije sin poder esperar más. Britt asintió conforme.
―Bien, la buena noticia es que vuestro bebé está en perfectas condiciones, según lo que he podido ver. La placenta está bien desarrollada para el tiempo del feto.
Estás de casi seis semanas y el transcurso del embarazo es normal.
―¿Y la otra noticia? ―pregunté esperando algo realmente malo.
―La otra noticia es que vuestro bebé se encuentra bien…, también ―dijo con la mirada brillante y un asomo de sonrisa en los labios.
―Eso ya lo ha dicho. El bebé está bien ―soltó Britt.
―No, señorita Pierce. Su otro bebé ―Giró la pantalla un poco más y amplió un fragmento de la imagen borrosa ―. ¿Ven esos dos puntos que se mueven ahí?
―señaló con el boli. Efectivamente, había dos diminutos puntos que parpadeaban todo el rato a un ritmo un tanto rápido―. Pues esos dos puntos son los corazones de sus retoños.
***
―¡No sé qué ponerme para la fiesta de mañana! ―exclamé esa misma noche, desesperada.
―No me imagino la cara de mi madre y de Preston cuando se enteren ―dijo Britt mirando la imagen de la ecografía que no había dejado de observar desde que habíamos salido de la consulta.
―Cuando se enteren ¿de qué? ¿De qué no tengo vestido? ―pregunté algo confundida.
―Cuando les cuente que son dos.
―¡Britt! ¡No me estás escuchando! ―grité.
Me senté a su lado y le arrebaté la ecografía. Ahora mismo no serían más grandes que una lenteja. Pero aun así, eran los dos puntos más preciosos del mundo.
―Estarás preciosa con lo que te pongas. Aunque a mí me gustas más sin ropa ―dijo bajando un tirante de mi camiseta y dejando al descubierto un pezón rosado―.
Pronto tendré que pelearme por uno de estos ―dijo rozándolo levemente con su dedo índice. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.
―Hazte a la idea de que cuando nazcan los bebés ésta será su comida cada día y no dejaré que te acerques a ellos ni en broma. ―Le ofrecí un pecho para que lo succionara. Ya me sentía húmeda entre las piernas.
―Disfrutaré viendo como ellos comen de la fuente que a mí me da tanto placer. Me encantan tus pechos, son tan apetecibles ―dijo mordiendo la punta de uno, poniéndolo duro como una roca al instante.
Dejé escapar un largo gemido cuando me pellizcó el duro pico mientras jugaba con su lengua en el otro. Mordió, chupó, lamió y succionó con fuerza hasta que le rogué algo más.
Recorrió mis brazos con sus manos hasta que nuestros dedos se enredaron en un nudo imposible y levanté las caderas en evidente insinuación de lo que deseaba con urgencia. Pero ella se tomó su tiempo dejando ligeros besos sobre la tierna piel de mis pechos y fue subiendo mis manos hasta que las retuvo encima de mi cabeza.
Aquella posición hacía que arqueara mucho más la espalda, ofreciéndole mis pezones.
―Ven conmigo ―murmuró en mi oído mientras lamía el contorno, provocándome un escalofrío. Me cogió en brazos sin dejar de besar mi cuello.
―¿Dónde vamos? ―pregunté velada por la pasión.
―Me apetece una buena ducha y algo especial ―me susurró sensualmente. “Algo especial suena muy bien”, pensé excitada y un gemido salió de mi boca haciéndola sonreír.
Ni siquiera nos quitamos la ropa. Abrió el grifo de la ducha y cuando el agua salía más caliente, nos metimos de lleno debajo, jugueteando, hasta que nos deshicimos
de las prendas mojadas.
―Esta parte de tu cuerpo es desconocida para mí, y me gustaría… ―susurró introduciendo la punta de un dedo por el oscuro agujero entre mis glúteos. Me tensé de inmediato―. Solo si tú lo deseas...
Lo miré a los ojos y supe que podía confiar en él. Asentí y enredé mis manos alrededor de su cuello y mis piernas se adhirieron a su cintura. Unos segundos después
el dedo de Britt trazaba lentos círculos en mi interior reportándome un placer extraordinario. Gemí cuando profundizó más.
―Iremos poco a poco. Lentamente, ¿de acuerdo?
Sacó el dedo de mi interior y cogió una pequeña botella que había junto al champú. Vertió una generosa cantidad del espeso fluido en su mano y se las frotó sin apartar su intensa mirada de mis ojos.
―¿Qué es eso? ―pregunté curiosa.
―Algo que te hará enloquecer, cariño. Confía en mí. ―Me puso de cara a la pared, con las manos apoyadas en el banco de piedra de la ducha y las piernas separadas, dejando mi culo expuesto.
Comenzó pasando sus manos por mi espalda con caricias lentas pero consistentes. Abarcaba mis costados sin llegar a tocar mis pechos, que colgaban hacia el suelo siguiendo los principios de la gravedad. Masajeó mis glúteos con sus pulgares, llegando hasta la unión de estos, impregnando el oscuro canal con la sustancia viscosa que
había sacado de la botella. Su mano, abierta por completo, frotó mi vulva, haciéndome gemir por la necesidad. Luego, lentamente, puso su glande en la entrada de mi ano y presionó abriéndose camino poco a poco.
―Tranquila, tienes que relajarte un poco más ―dijo frotando con sus dedos mi clítoris. Ejerció más presión y sentí un ramalazo de dolor que se confundía con el placer. Sus dedos seguían torturando mi vulva y mi hinchado botón mientras penetraba perezosamente. Hacía pequeñas paradas en su trayecto para que las paredes del
oscuro pasadizo se acostumbraran a su grosor y cuando notaba la laxitud de los músculos que lo rodeaban, continuaba su camino hasta que estuvo completamente dentro.
―Eso es, ya está, pequeña. Ahora empieza lo bueno, te lo aseguro.
Me enderezó la espalda un poco y movió sus caderas en un pequeño círculo. “Oh, Dios mío”, pensé al sentir el primer espasmo de mi cuerpo. Britt salió un poco y volvió a entrar de nuevo con más facilidad. Repitió la operación varias veces hasta que comencé a sentir un calor interno que no era normal.
―¿Qué es… eso? ―pregunté alarmada.
―¿El calor? ¿Lo sientes? Es el lubricante. Relájate. Cuando se frota tiene un efecto devastador ―dijo conteniendo el aliento cuando salió y volvió a entrar con languidez.
―Ohhh, por favor… ―gemí extasiada. Su mano seguía acariciando mi sexo lentamente mientras su verga entraba y salía de mí.
Llegó un momento en el que necesité más. Su ritmo lento me dejaba insatisfecha con cada embestida y, por voluntad propia, mi cuerpo comenzó a chocar contra su
miembro cada vez que se adentraba en una nueva penetración.
―Te gusta ¿verdad? ―preguntó sobre mi oído. Aprovechó para dame un mordisco en el hombro y embestir más fuerte. Ella también lo necesitaba―. Dime si te gusta, San .
―Oh, Dios, claro que me gusta. Pero necesito… ―supliqué en busca de un desencadenante final.
Me acercaba vertiginosamente al final del túnel cuando dos de sus dedos me penetraron por delante ejerciendo una deliciosa presión dentro.
―Me inflamas por dentro cuando te siento tan desinhibida. No puedo dejar de pensar en cómo darte placer para poder admirar tu dulce rostro ruborizado, tus labios entreabiertos dejando asomar esa deliciosa lengua perversa. Adoro tus ojos cuando están velados por el éxtasis y me muero por escuchar tu sensual voz pidiendo más.
¿Quieres más, San? Dímelo ―susurraba mientras daba ligeros mordiscos en mi espalda y los hombros.
Sus palabras me enardecieron. Las escuchaba como a lo lejos mientras toda la sangre de mi cuerpo se concentraba en un mismo punto empujada por el significado de sus eróticos murmullos.
―Dame más, por favor, más… ―boqueé en el momento en que mis piernas empezaron a flaquear y el orgasmo me arrollaba como un tren sin frenos.
Grité su nombre cuando sentí que me partiría en dos. Aquella posición, el contacto con su mano, su miembro entrando y saliendo, sus gemidos y jadeos acompañando a mis gritos… Todo aquello me sobrepasó y me corrí violentamente arrastrándola a ella también. Se tensó y derramó su simiente caliente en mi interior profiriendo un brutal rugido de satisfacción.
Después de unos largos minutos apoyados en la pared de la ducha intentando recuperar el ritmo normal de nuestras respiraciones, Britt me cogió en brazos y me llevo a la cama con un cuidado embriagador. Luego volvió al baño y regresó a mi lado con la botella de lubricante.
Lo miré con una ceja levantada mientras me ponía boca abajo en la cama, acariciando la sensible piel de mi cintura. Luego se untó la mano entera con lubricante y, muy delicadamente, masajeó la unión entre mis nalgas, mi espalda, el cuello, los brazos y mis muñecas. Ronroneé cuando hizo lo mismo en el interior de mis muslos,
encendiendo mi necesidad. Al pasar sus dedos delicadamente por mi vagina, ahogué un grito contra la almohada y me moví buscando de nuevo la liberación.
―No habrá más por hoy, señorita Lopez ―dijo insistiendo hasta que un pequeño eco del gran orgasmo que había sentido me recorrió de pies a cabeza―. Ya estábien, viciosa.
―¡Pues deja de torturarme!
A la mañana siguiente, cuando desperté, no había nadie en la casa.
―Será una gran madre si es que está algún día en casa ―dije levantándome feliz para ir a desayunar.
Pero no había dado ni dos pasos cuando reparé en la caja plateada de enormes dimensiones que había sobre la mesa de la habitación. Me acerqué insegura y leí la nota que reposaba encima: “Me muero por tener algo contigo”, decía la característica letra de Britt, en color rojo.
Abrí la caja sin perder tiempo y, entre capas y capas de papel de seda negro, apareció el precioso vestido que tanto había admirado en el escaparate de Dior, en París.
―Estás preciosa cuando duermes ―dijo cuando comencé a despertar. No tenía ni idea de qué hora era pero me sentía muy bien después de haber dormido
tranquilamente a su lado.
―No es cierto ―dije con voz ronca, desperezándome.
―Sí, lo es. Eres preciosa cuando duermes pero cuando despiertas lo eres más.
―No me adules, por favor. Aún estoy enfadada contigo.
―También estás preciosa cuando te enfadas ―Lo miré crispada y ella soltó una carcajada―. Vale, vale, tranquila. No se me ha olvidado la conversación que tuvimos
ayer. Te dije que lo pensaría cuando llegásemos a casa.
―Espera, déjame que adivine... Mujer. Embarazada. Poco tiempo en la empresa. Se tira a la jefa… La respuesta sigue siendo… ¿un no?
―Cielo, a veces puedes resultar de lo más insolente, ¿sabes? ―dijo retirándome el pelo de la cara con la mano abierta―. Por suerte para ti, he dormido muy bien y me siento extremadamente generosa, así que te comunico que, a partir del mes de noviembre, usted, futura señora Pierce López, será la nueva Directora de Cuentas de
Heartstone Pierce Publicity Nueva York.
Me quedé mirándola fijamente sin saber qué hacer, ni qué decir. Me había pillado por sorpresa y después de haberle dicho todo lo que pensaba de sus decisiones me sentía avergonzada.
―¿Me has llamado insolente? ―le pregunté con la ceja levantada, fingiendo un enfado que ya no sentía en absoluto. Aquello la descoloco.
―¡Por Dios, Santana! Espero que sean tus hormonas las que hablan porque te juro que no te entiendo ―dijo desesperada pasándose las manos por el pelo. Cuando hizo amago de levantarse salté sobre ella y lo abracé con fuerza.
―¡Gracias, gracias, gracias! Estoy muy feliz ―Sonreí de oreja a oreja. Tenía los ojos empañados y me moría por besarla por toda la cara, pero primero pasé un dedo por su ceño fruncido y le alisé la frente con dulzura―. Eres la mejor persona que he conocido, además de guapa, generosa y…
―…un gilipollas injusta y cabezota ¿no?
―Pero no lo decía en serio, Britt. Estaba enfadada contigo y ahora ya no.
Me besó profundamente y me tumbó de espaldas sobre la cama.
―¿Sellamos el acuerdo entonces? ―preguntó subiendo lentamente mi camisón.
―Por supuesto, señorita Pierce.
***
La visita a la ginecóloga de aquella tarde iba a ser la primera en la vida de Britt. No solo se mostraba nerviosa y algo torpe, también podía percibir el agobio que le producía aquella situación mientras esperábamos a que nos llamaran.
―Quizás hasta puedas oír el latido de su corazón ―le dije, sabiendo que aumentaría su nerviosismo con mis palabras. Me regocijé y solté una carcajada cuando su mirada me dijo lo impactada que estaba.
Una vez dentro de la consulta, Britt se mostró más silencioso todavía y miraba a la doctora Perkins con una especie de admiración y miedo. Mientras ella y yo hablábamos y cumplimentábamos la ficha con los nuevos datos del embarazo, ella no dejó de observarlo todo a su alrededor.
―Y usted, señorita Pierce, ¿qué me cuenta? ¿Cómo se siente?
Britt miró a la doctora y luego me miró a mí como si no hubiera entendido la pregunta. Le apreté la mano y le sonreí infundiéndole confianza y valor, porque era evidente que estaba intimidada.
―¿Se encuentra bien, señorita Pierce? ¿Quiere que llame a una enfermera para que le traiga alguna cosa? ¿Agua, quizás? ―se preocupó la Doctora.
―Oh, no, no se preocupe, se me pasará enseguida ―Carraspeó varias veces intentando tragar saliva hasta que lo consiguió. El color que había abandonado su rostro
por unos momentos regresó poco a poco―. Me preguntaba cómo me siento… Uff, ¿usted qué cree? Estoy habituada a vivir situaciones de alto riesgo y le aseguro que esto da más miedo que todo lo que he pasado en mi vida.
La doctora sonrió satisfecha con la respuesta de Britt. Luego se puso en pie y ojeó algunos papeles.
―Según tú, estás de una falta. Si te parece vamos a hacerte una exploración y lo vemos, ¿quieres? ―Asentí y cogí a Britt de la mano para que me acompañara. El gesto de horror que hizo me provocó una carcajada. ¿Dónde creía que iba? ¿Al paredón?
―Póngase aquí, señorita ―le indicó la enfermera, colocándola detrás de mí cuando me acosté en la camilla.
La Doctora entró en la sala poniéndose unos guantes de látex y nos sonrió con confianza.
―Vamos a ver que tenemos aquí.
Al principio reservó la imagen de la pantalla para ella misma. Apuntaba cosas concentrada en el monitor. Miré a Britt y le apreté la mano. Seguía nerviosa pero ya no parecía a punto de desmayarse. Ella también miraba a la doctora a la espera de sus palabras. Tras varios minutos de silencio, Corelia arrugó el ceño y negó con la cabeza. Britt me cogió la mano con fuerza y yo contuve el aliento.
―¿Todo va bien? ―preguntó incapaz de estar callada por más tiempo.
―Un momento, enseguida os digo ―respondió sin apenas levantar la vista.
Transcurrieron unos desesperantes minutos más hasta que hizo un amago de sonrisa y giró la pantalla hacia nosotros.
―Vamos a ver, pareja. Tengo dos noticias que daros. Una buena y otra que puede ser buena o regular, según lo veáis vosotros.
―Empecemos por la buena ―dije sin poder esperar más. Britt asintió conforme.
―Bien, la buena noticia es que vuestro bebé está en perfectas condiciones, según lo que he podido ver. La placenta está bien desarrollada para el tiempo del feto.
Estás de casi seis semanas y el transcurso del embarazo es normal.
―¿Y la otra noticia? ―pregunté esperando algo realmente malo.
―La otra noticia es que vuestro bebé se encuentra bien…, también ―dijo con la mirada brillante y un asomo de sonrisa en los labios.
―Eso ya lo ha dicho. El bebé está bien ―soltó Britt.
―No, señorita Pierce. Su otro bebé ―Giró la pantalla un poco más y amplió un fragmento de la imagen borrosa ―. ¿Ven esos dos puntos que se mueven ahí?
―señaló con el boli. Efectivamente, había dos diminutos puntos que parpadeaban todo el rato a un ritmo un tanto rápido―. Pues esos dos puntos son los corazones de sus retoños.
***
―¡No sé qué ponerme para la fiesta de mañana! ―exclamé esa misma noche, desesperada.
―No me imagino la cara de mi madre y de Preston cuando se enteren ―dijo Britt mirando la imagen de la ecografía que no había dejado de observar desde que habíamos salido de la consulta.
―Cuando se enteren ¿de qué? ¿De qué no tengo vestido? ―pregunté algo confundida.
―Cuando les cuente que son dos.
―¡Britt! ¡No me estás escuchando! ―grité.
Me senté a su lado y le arrebaté la ecografía. Ahora mismo no serían más grandes que una lenteja. Pero aun así, eran los dos puntos más preciosos del mundo.
―Estarás preciosa con lo que te pongas. Aunque a mí me gustas más sin ropa ―dijo bajando un tirante de mi camiseta y dejando al descubierto un pezón rosado―.
Pronto tendré que pelearme por uno de estos ―dijo rozándolo levemente con su dedo índice. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.
―Hazte a la idea de que cuando nazcan los bebés ésta será su comida cada día y no dejaré que te acerques a ellos ni en broma. ―Le ofrecí un pecho para que lo succionara. Ya me sentía húmeda entre las piernas.
―Disfrutaré viendo como ellos comen de la fuente que a mí me da tanto placer. Me encantan tus pechos, son tan apetecibles ―dijo mordiendo la punta de uno, poniéndolo duro como una roca al instante.
Dejé escapar un largo gemido cuando me pellizcó el duro pico mientras jugaba con su lengua en el otro. Mordió, chupó, lamió y succionó con fuerza hasta que le rogué algo más.
Recorrió mis brazos con sus manos hasta que nuestros dedos se enredaron en un nudo imposible y levanté las caderas en evidente insinuación de lo que deseaba con urgencia. Pero ella se tomó su tiempo dejando ligeros besos sobre la tierna piel de mis pechos y fue subiendo mis manos hasta que las retuvo encima de mi cabeza.
Aquella posición hacía que arqueara mucho más la espalda, ofreciéndole mis pezones.
―Ven conmigo ―murmuró en mi oído mientras lamía el contorno, provocándome un escalofrío. Me cogió en brazos sin dejar de besar mi cuello.
―¿Dónde vamos? ―pregunté velada por la pasión.
―Me apetece una buena ducha y algo especial ―me susurró sensualmente. “Algo especial suena muy bien”, pensé excitada y un gemido salió de mi boca haciéndola sonreír.
Ni siquiera nos quitamos la ropa. Abrió el grifo de la ducha y cuando el agua salía más caliente, nos metimos de lleno debajo, jugueteando, hasta que nos deshicimos
de las prendas mojadas.
―Esta parte de tu cuerpo es desconocida para mí, y me gustaría… ―susurró introduciendo la punta de un dedo por el oscuro agujero entre mis glúteos. Me tensé de inmediato―. Solo si tú lo deseas...
Lo miré a los ojos y supe que podía confiar en él. Asentí y enredé mis manos alrededor de su cuello y mis piernas se adhirieron a su cintura. Unos segundos después
el dedo de Britt trazaba lentos círculos en mi interior reportándome un placer extraordinario. Gemí cuando profundizó más.
―Iremos poco a poco. Lentamente, ¿de acuerdo?
Sacó el dedo de mi interior y cogió una pequeña botella que había junto al champú. Vertió una generosa cantidad del espeso fluido en su mano y se las frotó sin apartar su intensa mirada de mis ojos.
―¿Qué es eso? ―pregunté curiosa.
―Algo que te hará enloquecer, cariño. Confía en mí. ―Me puso de cara a la pared, con las manos apoyadas en el banco de piedra de la ducha y las piernas separadas, dejando mi culo expuesto.
Comenzó pasando sus manos por mi espalda con caricias lentas pero consistentes. Abarcaba mis costados sin llegar a tocar mis pechos, que colgaban hacia el suelo siguiendo los principios de la gravedad. Masajeó mis glúteos con sus pulgares, llegando hasta la unión de estos, impregnando el oscuro canal con la sustancia viscosa que
había sacado de la botella. Su mano, abierta por completo, frotó mi vulva, haciéndome gemir por la necesidad. Luego, lentamente, puso su glande en la entrada de mi ano y presionó abriéndose camino poco a poco.
―Tranquila, tienes que relajarte un poco más ―dijo frotando con sus dedos mi clítoris. Ejerció más presión y sentí un ramalazo de dolor que se confundía con el placer. Sus dedos seguían torturando mi vulva y mi hinchado botón mientras penetraba perezosamente. Hacía pequeñas paradas en su trayecto para que las paredes del
oscuro pasadizo se acostumbraran a su grosor y cuando notaba la laxitud de los músculos que lo rodeaban, continuaba su camino hasta que estuvo completamente dentro.
―Eso es, ya está, pequeña. Ahora empieza lo bueno, te lo aseguro.
Me enderezó la espalda un poco y movió sus caderas en un pequeño círculo. “Oh, Dios mío”, pensé al sentir el primer espasmo de mi cuerpo. Britt salió un poco y volvió a entrar de nuevo con más facilidad. Repitió la operación varias veces hasta que comencé a sentir un calor interno que no era normal.
―¿Qué es… eso? ―pregunté alarmada.
―¿El calor? ¿Lo sientes? Es el lubricante. Relájate. Cuando se frota tiene un efecto devastador ―dijo conteniendo el aliento cuando salió y volvió a entrar con languidez.
―Ohhh, por favor… ―gemí extasiada. Su mano seguía acariciando mi sexo lentamente mientras su verga entraba y salía de mí.
Llegó un momento en el que necesité más. Su ritmo lento me dejaba insatisfecha con cada embestida y, por voluntad propia, mi cuerpo comenzó a chocar contra su
miembro cada vez que se adentraba en una nueva penetración.
―Te gusta ¿verdad? ―preguntó sobre mi oído. Aprovechó para dame un mordisco en el hombro y embestir más fuerte. Ella también lo necesitaba―. Dime si te gusta, San .
―Oh, Dios, claro que me gusta. Pero necesito… ―supliqué en busca de un desencadenante final.
Me acercaba vertiginosamente al final del túnel cuando dos de sus dedos me penetraron por delante ejerciendo una deliciosa presión dentro.
―Me inflamas por dentro cuando te siento tan desinhibida. No puedo dejar de pensar en cómo darte placer para poder admirar tu dulce rostro ruborizado, tus labios entreabiertos dejando asomar esa deliciosa lengua perversa. Adoro tus ojos cuando están velados por el éxtasis y me muero por escuchar tu sensual voz pidiendo más.
¿Quieres más, San? Dímelo ―susurraba mientras daba ligeros mordiscos en mi espalda y los hombros.
Sus palabras me enardecieron. Las escuchaba como a lo lejos mientras toda la sangre de mi cuerpo se concentraba en un mismo punto empujada por el significado de sus eróticos murmullos.
―Dame más, por favor, más… ―boqueé en el momento en que mis piernas empezaron a flaquear y el orgasmo me arrollaba como un tren sin frenos.
Grité su nombre cuando sentí que me partiría en dos. Aquella posición, el contacto con su mano, su miembro entrando y saliendo, sus gemidos y jadeos acompañando a mis gritos… Todo aquello me sobrepasó y me corrí violentamente arrastrándola a ella también. Se tensó y derramó su simiente caliente en mi interior profiriendo un brutal rugido de satisfacción.
Después de unos largos minutos apoyados en la pared de la ducha intentando recuperar el ritmo normal de nuestras respiraciones, Britt me cogió en brazos y me llevo a la cama con un cuidado embriagador. Luego volvió al baño y regresó a mi lado con la botella de lubricante.
Lo miré con una ceja levantada mientras me ponía boca abajo en la cama, acariciando la sensible piel de mi cintura. Luego se untó la mano entera con lubricante y, muy delicadamente, masajeó la unión entre mis nalgas, mi espalda, el cuello, los brazos y mis muñecas. Ronroneé cuando hizo lo mismo en el interior de mis muslos,
encendiendo mi necesidad. Al pasar sus dedos delicadamente por mi vagina, ahogué un grito contra la almohada y me moví buscando de nuevo la liberación.
―No habrá más por hoy, señorita Lopez ―dijo insistiendo hasta que un pequeño eco del gran orgasmo que había sentido me recorrió de pies a cabeza―. Ya estábien, viciosa.
―¡Pues deja de torturarme!
A la mañana siguiente, cuando desperté, no había nadie en la casa.
―Será una gran madre si es que está algún día en casa ―dije levantándome feliz para ir a desayunar.
Pero no había dado ni dos pasos cuando reparé en la caja plateada de enormes dimensiones que había sobre la mesa de la habitación. Me acerqué insegura y leí la nota que reposaba encima: “Me muero por tener algo contigo”, decía la característica letra de Britt, en color rojo.
Abrí la caja sin perder tiempo y, entre capas y capas de papel de seda negro, apareció el precioso vestido que tanto había admirado en el escaparate de Dior, en París.
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Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Capítulo 30
Salí de la habitación con paso tembloroso y me encaminé hacia ella, que miraba embelesado las luces de la piscina. Se giró justo cuando estaba a escasos metros, pudiendo admirar así el conjunto entero que formaba el extraordinario vestido de Dior combinado con la gargantilla de su familia. La pulsera y los pendientes de Cartier
habían sido un regalo de Jesús Sánchez y María que enviaron para excusarse por no poder asistir aquella noche.
Me sentí una auténtica princesa cuando me besó dulcemente y volvió a mirarme con devoción.
Una limusina blanca nos llevó al lugar de la celebración. La seguridad en la zona era exagerada, digna de la mismísima entrega de los Óscar de la Academia. Fotógrafos, prensa y curiosos se agolpaban mientras un hombre vestido de riguroso negro nos abría la puerta para salir. Los flashes me deslumbraron pero me encantó aquella
sensación.
―Démosles algo que publicar ¿quieres? ―Sonreí maléficamente y asentí.
Britt me cogió de la cintura y de la nuca y me acercó a su boca para darme el beso más romántico de la historia de Nueva York. La gente aplaudió y vitoreó, y las cámaras grabaron y captaron las instantáneas que pudieron antes de que nos separáramos con la respiración entrecortada.
―¿Vamos? ―preguntó guiñándome un ojo travieso.
No me sorprendió ver que la fiesta se desarrollaría en un jardín, pero sí lo hice cuando vi la decoración y supe que había sido Rachel la que se había encargado de todo aquello.
Todo, desde los árboles hasta las mesas, parecía del más fino cristal. Grandes lámparas con miles de lágrimas iluminaban apenas el recinto, pero aquella penumbra era parte de una decoración que recordaba a épocas pasadas, de miriñaques y pelucas empolvadas.
Un camarero se acercó a nosotros y nos ofreció dos copas de champagne burbujeante.
―Es zumo de uva, sin alcohol, princesa ―susurró Britt dándome un beso en la mejilla. Le acepté la copa encantada y la levanté para brindar con los trescientos invitados de la fiesta.
―Esto es precioso, es mágico ―dije en voz baja, sin salir del asombro.
―No, tú eres preciosa. Esto solo es una decoración. ¿Sabes por qué no hay apenas iluminación? ―preguntó acercando sus labios a los míos. Negué lentamente― Quería que fueras lo único que brillara esta noche en este lugar. Quería que todos pudieran ver que eres la única luz que logrará llevarme siempre por el buen camino. Ya
no me hace falta nada más que tú para vivir. Te amo, mi vida. Siempre.
―te comportas como todo un galan Britt me siento muy halagada ―dije emocionada mirando sus intensos ojos azules. Coloqué mis manos en sus mejillas y olvidé que gran parte de la sociedad de Nueva York observaba indiscretamente―. No sé qué hubiera sido de mí si no te llego a encontrar en aquel bar, aquella noche. O si no hubiera encontrado el trabajo que tengo, porque allí volvimos a tropezar. Eres mi heroína mi mujer maravilla, mi apoyo, mi seguridad y mi más ferviente deseo, y te amo, desde el primer momento y hasta mi último día ―pronuncié dándome cuenta que aquellas palabras, dichas de aquella forma tan íntima, no eran otra cosa que nuestros votos matrimoniales.
Nos besamos apasionadamente transmitiéndonos todas las promesas que quedaban por decir entre nosotros. Nuestros lazos se afianzaban cada día más, nuestras vidas estaban más unidas a cada minuto que pasaba, y nuestros corazones habían latido al mismo compás desde la noche que nos vimos por primera vez. Ellos se habían buscado y nos habían unido, y esa unión no se rompería nunca.
Continué saludando a gente y apareció Madeleine enfundada en un escandaloso vestido que dejaba muy poco a
la imaginación. El silencio se fue apoderando del recinto gradualmente hasta que no se escuchó más que el roce de algún cubierto sobre los platos. Su mirada, fija en mi cuello desde el mismo momento en que me vio, era glaciar, amenazante y terriblemente grosera.
―Qué preciosa joya luces al cuello, Santana. Mi familia tenía una pieza de una similitud abrumadora. Lástima que aquella gargantilla se perdiera hace años, si no diría que es la misma que ha pasado de generación a generación en las mujeres Curtis.
Me llevé la mano al cuello y me sentí violenta.
―Siéntate, Madeleine ―le ordenó Britt enfurecida, apretando las mandíbulas―. Ya es bastante descortesía llegar tarde.
El semblante de piedra de la mujer enrojeció. Sus ojos echaron chispas en mi dirección y con un altivo gesto de su cabeza, fue a sentarse donde le correspondía.
Rachel me acompañó al cuarto de baño antes de que comenzara el baile. Estuvimos bromeando sobre algunos invitados hasta que ella recordó que había quedado en atender a unos amigos de Britt que querían una fiesta de este estilo para sus bodas de plata. Terminé de refrescarme y retocar mi maquillaje unos minutos más tarde y
cuando salí Madeleine me esperaba en evidente actitud hostil.
―Así que has conocido a mi querida hermana. Veo que te sabes ganar los favores de los miembros de mi familia muy fácilmente.
Decidí no entrar en su juego. La miré sin mucho interés e intenté pasar por su lado para regresar a la fiesta, pero ella no estaba por la labor de dejar las cosas tal cual estaban y me cogió del brazo, clavándome sus dedos en la carne.
―¡Suéltame! ―le espeté entre dientes. Intenté zafarme de su garra pero fue inútil. Con la otra mano probé a defenderme, pero mis intentos fueron en vano.
―Podría aplastarte como a un gusano con un solo dedo. Estoy harta de verte siempre cerca de ella, de escuchar lo buena que eres, lo maravillosa que eres, y lo buena esposa que serás para ella. ¡Harta! ―dijo con rabia, apretando un poco más mi brazo con cada palabra.
―Madeleine, me haces daño ¡Suéltame!
―¡Suéltala! ―se oyó la voz de Britt, firme y atronadora―. Pero, ¿es que te has vuelto loca? No te reconozco, Madeleine. No sé quién eres en realidad.
―¿No sabes quién soy, querida? Yo creo que sí lo sabes. Se me hace extraño pensar que hayas estado en tan buenos términos con tu madre y no te haya dicho nada ―dijo misteriosa.
Britt se tensó.
―No creo que éste sea el mejor momento…
―Oh, yo creo que sí. Ya es hora de que la señorita Lopez sepa la verdad ¿no? ¿Por qué no se lo cuentas? Seguro que le encantará conocer una pequeña parte de la historia de la familia.
―¡Madeleine, ya basta! ―rugió Britt―. ¡Márchate de aquí!
―No tenemos por qué quedarnos escuchándola ―dije intentando que no se estropeara la noche. Tiré de Britt hacia el jardín mientras ésta mantenía la mirada en un pulso con su tía. Cuando al fin logré que caminara a mi lado, Madeleine profirió una escalofriante carcajada.
―Dile que te lo cuente, Santana. Dile que te cuente que mi querida hermana no es su verdadera madre. No es su hijo. ¡Su madre… soy yo!
Me detuve en seco. “No has oído bien, Santana. No has podido oír bien. No puede ser, no es cierto”. Giré la cara hacia ella y su expresión me dijo más que las palabras.
―¿Es eso cierto? ―pregunté en un susurro.
―Claro que es cierto, tonta− dijo Madeleine− ¿Crees que yo me aventuraría a decir algo semejante?
―¿Britt?
―Es cierto ―reconoció por fin.
―Pero ¿cómo…
―¿Cómo es posible? ―acabó Madeleine―. Oh, cielo, el milagro de la vida. Déjame que te ilustre.
Escuché con estupor el terrible relato de su vida. Cómo entró en HP y cómo fue acosada y violada por su propio cuñado. Quedó embarazada y ambas hermanas
fueron a Europa, obligadas a la fuerza por Douglas, para que Britt naciera allí. Regresaron con la canción aprendida: la hija sería a todas luces de Alexandra y así debía ser si no querían quedar completamente desahuciadas. Las infidelidades de la señora Pierce habían desatado al monstruo que vivía dentro del magnate de la publicidad y, convencido de que así mantendría las apariencias delante de la sociedad, jugó con las hermanas Curtis a su antojo.
Más tarde, el intento de recuperar su matrimonio trajo consigo una nueva alegría en la familia, Samuel, pero la felicidad de Alexandra estaba fuera de esa relación y tomó la decisión más importante y más difícil de su vida: renunciaría a todo por el amor de Preston. Sin embargo, Madeleine se mantuvo al lado de Britt, como su tía,
soportando vejaciones a cambio de ver crecer a su hijo.
―Él te enseñó a odiarme y tú le seguiste como un perro fiel.
―Eso no es cierto. Yo confiaba en ti, me apoyé en ti durante muchos años. Y tú me engañaste y no dejaste que ella me lo contara. ¿Por qué?
―Tú vendiste las ideas a Faradai Byte, ¿verdad? ―preguntó Britt atando cabos de pronto.
En aquel punto de la historia yo ya había sacado la conclusión de que Madeleine no estaba en su sano juicio.
Scott y Rachel aparecieron por un lateral, sonrientes y acaramelados, hasta que se fijaron en la escena que representábamos y se detuvieron alarmados. Madeleine no podía verlos desde su posición.
―Pensaste que si me echaban a mí la culpa del robo de ideas, ella me dejaría, ¿no es eso? ―pregunté de improvisto. Britt me miró como si me viera por primera vez.
―¿Sabes qué, pequeña zorra? Fue una pena que la bala que acabó con tu hija no terminara contigo también ―soltó con una tranquilidad escalofriante. Luego, lentamente, introdujo la mano por el corte del vestido, sacó una pequeña pistola y me apuntó―. Pero eso lo vamos a solucionar esta noche.
―Madeleine, ¿qué haces? ―preguntó Britt horrorizada―. Dame el arma, por favor. Santana no tiene la culpa de lo que ha pasado en nuestras vidas. Suelta el arma.
―Tiene toda la culpa, ¿no te das cuentas, Brittany? Nosotros estábamos bien sin ella, y luego llegó y trajo consigo a su ex marido, a Ronald, a Alexandra, todos ellos mala gente como esa puta amiga suya. Nosotros estábamos bien sin ella, ¿verdad?
. ―Madeleine, dame el arma y hablemos tranquilamente, por favor. Tú y yo, solos.
Santana aquí ya no pinta nada ―intentó convencerla Britt, sin mucho éxito.
―No pinta nada pero se queda. Ella es la culpable de todo ―repitió―, y debe pagar por lo que ha hecho. ―Levantó un poco más el arma y, sin esperarlo, apretó el gatillo.
No supe que había pasado hasta que abrí los ojos y me encontré en el suelo tirada entre las capas del vestido. Britt estaba a mi lado con el rostro blanco como el papel, los ojos cerrados y no respiraba.
―¡Oh, Dios, no! ¡Britt ! ¡Britt, no! ―grité cuando vi la sangre esparcirse por el suelo― ¡No! ¡No! ¡Scott! ―grité más fuerte― ¡Scott, rápido!
Salí de la habitación con paso tembloroso y me encaminé hacia ella, que miraba embelesado las luces de la piscina. Se giró justo cuando estaba a escasos metros, pudiendo admirar así el conjunto entero que formaba el extraordinario vestido de Dior combinado con la gargantilla de su familia. La pulsera y los pendientes de Cartier
habían sido un regalo de Jesús Sánchez y María que enviaron para excusarse por no poder asistir aquella noche.
Me sentí una auténtica princesa cuando me besó dulcemente y volvió a mirarme con devoción.
Una limusina blanca nos llevó al lugar de la celebración. La seguridad en la zona era exagerada, digna de la mismísima entrega de los Óscar de la Academia. Fotógrafos, prensa y curiosos se agolpaban mientras un hombre vestido de riguroso negro nos abría la puerta para salir. Los flashes me deslumbraron pero me encantó aquella
sensación.
―Démosles algo que publicar ¿quieres? ―Sonreí maléficamente y asentí.
Britt me cogió de la cintura y de la nuca y me acercó a su boca para darme el beso más romántico de la historia de Nueva York. La gente aplaudió y vitoreó, y las cámaras grabaron y captaron las instantáneas que pudieron antes de que nos separáramos con la respiración entrecortada.
―¿Vamos? ―preguntó guiñándome un ojo travieso.
No me sorprendió ver que la fiesta se desarrollaría en un jardín, pero sí lo hice cuando vi la decoración y supe que había sido Rachel la que se había encargado de todo aquello.
Todo, desde los árboles hasta las mesas, parecía del más fino cristal. Grandes lámparas con miles de lágrimas iluminaban apenas el recinto, pero aquella penumbra era parte de una decoración que recordaba a épocas pasadas, de miriñaques y pelucas empolvadas.
Un camarero se acercó a nosotros y nos ofreció dos copas de champagne burbujeante.
―Es zumo de uva, sin alcohol, princesa ―susurró Britt dándome un beso en la mejilla. Le acepté la copa encantada y la levanté para brindar con los trescientos invitados de la fiesta.
―Esto es precioso, es mágico ―dije en voz baja, sin salir del asombro.
―No, tú eres preciosa. Esto solo es una decoración. ¿Sabes por qué no hay apenas iluminación? ―preguntó acercando sus labios a los míos. Negué lentamente― Quería que fueras lo único que brillara esta noche en este lugar. Quería que todos pudieran ver que eres la única luz que logrará llevarme siempre por el buen camino. Ya
no me hace falta nada más que tú para vivir. Te amo, mi vida. Siempre.
―te comportas como todo un galan Britt me siento muy halagada ―dije emocionada mirando sus intensos ojos azules. Coloqué mis manos en sus mejillas y olvidé que gran parte de la sociedad de Nueva York observaba indiscretamente―. No sé qué hubiera sido de mí si no te llego a encontrar en aquel bar, aquella noche. O si no hubiera encontrado el trabajo que tengo, porque allí volvimos a tropezar. Eres mi heroína mi mujer maravilla, mi apoyo, mi seguridad y mi más ferviente deseo, y te amo, desde el primer momento y hasta mi último día ―pronuncié dándome cuenta que aquellas palabras, dichas de aquella forma tan íntima, no eran otra cosa que nuestros votos matrimoniales.
Nos besamos apasionadamente transmitiéndonos todas las promesas que quedaban por decir entre nosotros. Nuestros lazos se afianzaban cada día más, nuestras vidas estaban más unidas a cada minuto que pasaba, y nuestros corazones habían latido al mismo compás desde la noche que nos vimos por primera vez. Ellos se habían buscado y nos habían unido, y esa unión no se rompería nunca.
Continué saludando a gente y apareció Madeleine enfundada en un escandaloso vestido que dejaba muy poco a
la imaginación. El silencio se fue apoderando del recinto gradualmente hasta que no se escuchó más que el roce de algún cubierto sobre los platos. Su mirada, fija en mi cuello desde el mismo momento en que me vio, era glaciar, amenazante y terriblemente grosera.
―Qué preciosa joya luces al cuello, Santana. Mi familia tenía una pieza de una similitud abrumadora. Lástima que aquella gargantilla se perdiera hace años, si no diría que es la misma que ha pasado de generación a generación en las mujeres Curtis.
Me llevé la mano al cuello y me sentí violenta.
―Siéntate, Madeleine ―le ordenó Britt enfurecida, apretando las mandíbulas―. Ya es bastante descortesía llegar tarde.
El semblante de piedra de la mujer enrojeció. Sus ojos echaron chispas en mi dirección y con un altivo gesto de su cabeza, fue a sentarse donde le correspondía.
Rachel me acompañó al cuarto de baño antes de que comenzara el baile. Estuvimos bromeando sobre algunos invitados hasta que ella recordó que había quedado en atender a unos amigos de Britt que querían una fiesta de este estilo para sus bodas de plata. Terminé de refrescarme y retocar mi maquillaje unos minutos más tarde y
cuando salí Madeleine me esperaba en evidente actitud hostil.
―Así que has conocido a mi querida hermana. Veo que te sabes ganar los favores de los miembros de mi familia muy fácilmente.
Decidí no entrar en su juego. La miré sin mucho interés e intenté pasar por su lado para regresar a la fiesta, pero ella no estaba por la labor de dejar las cosas tal cual estaban y me cogió del brazo, clavándome sus dedos en la carne.
―¡Suéltame! ―le espeté entre dientes. Intenté zafarme de su garra pero fue inútil. Con la otra mano probé a defenderme, pero mis intentos fueron en vano.
―Podría aplastarte como a un gusano con un solo dedo. Estoy harta de verte siempre cerca de ella, de escuchar lo buena que eres, lo maravillosa que eres, y lo buena esposa que serás para ella. ¡Harta! ―dijo con rabia, apretando un poco más mi brazo con cada palabra.
―Madeleine, me haces daño ¡Suéltame!
―¡Suéltala! ―se oyó la voz de Britt, firme y atronadora―. Pero, ¿es que te has vuelto loca? No te reconozco, Madeleine. No sé quién eres en realidad.
―¿No sabes quién soy, querida? Yo creo que sí lo sabes. Se me hace extraño pensar que hayas estado en tan buenos términos con tu madre y no te haya dicho nada ―dijo misteriosa.
Britt se tensó.
―No creo que éste sea el mejor momento…
―Oh, yo creo que sí. Ya es hora de que la señorita Lopez sepa la verdad ¿no? ¿Por qué no se lo cuentas? Seguro que le encantará conocer una pequeña parte de la historia de la familia.
―¡Madeleine, ya basta! ―rugió Britt―. ¡Márchate de aquí!
―No tenemos por qué quedarnos escuchándola ―dije intentando que no se estropeara la noche. Tiré de Britt hacia el jardín mientras ésta mantenía la mirada en un pulso con su tía. Cuando al fin logré que caminara a mi lado, Madeleine profirió una escalofriante carcajada.
―Dile que te lo cuente, Santana. Dile que te cuente que mi querida hermana no es su verdadera madre. No es su hijo. ¡Su madre… soy yo!
Me detuve en seco. “No has oído bien, Santana. No has podido oír bien. No puede ser, no es cierto”. Giré la cara hacia ella y su expresión me dijo más que las palabras.
―¿Es eso cierto? ―pregunté en un susurro.
―Claro que es cierto, tonta− dijo Madeleine− ¿Crees que yo me aventuraría a decir algo semejante?
―¿Britt?
―Es cierto ―reconoció por fin.
―Pero ¿cómo…
―¿Cómo es posible? ―acabó Madeleine―. Oh, cielo, el milagro de la vida. Déjame que te ilustre.
Escuché con estupor el terrible relato de su vida. Cómo entró en HP y cómo fue acosada y violada por su propio cuñado. Quedó embarazada y ambas hermanas
fueron a Europa, obligadas a la fuerza por Douglas, para que Britt naciera allí. Regresaron con la canción aprendida: la hija sería a todas luces de Alexandra y así debía ser si no querían quedar completamente desahuciadas. Las infidelidades de la señora Pierce habían desatado al monstruo que vivía dentro del magnate de la publicidad y, convencido de que así mantendría las apariencias delante de la sociedad, jugó con las hermanas Curtis a su antojo.
Más tarde, el intento de recuperar su matrimonio trajo consigo una nueva alegría en la familia, Samuel, pero la felicidad de Alexandra estaba fuera de esa relación y tomó la decisión más importante y más difícil de su vida: renunciaría a todo por el amor de Preston. Sin embargo, Madeleine se mantuvo al lado de Britt, como su tía,
soportando vejaciones a cambio de ver crecer a su hijo.
―Él te enseñó a odiarme y tú le seguiste como un perro fiel.
―Eso no es cierto. Yo confiaba en ti, me apoyé en ti durante muchos años. Y tú me engañaste y no dejaste que ella me lo contara. ¿Por qué?
―Tú vendiste las ideas a Faradai Byte, ¿verdad? ―preguntó Britt atando cabos de pronto.
En aquel punto de la historia yo ya había sacado la conclusión de que Madeleine no estaba en su sano juicio.
Scott y Rachel aparecieron por un lateral, sonrientes y acaramelados, hasta que se fijaron en la escena que representábamos y se detuvieron alarmados. Madeleine no podía verlos desde su posición.
―Pensaste que si me echaban a mí la culpa del robo de ideas, ella me dejaría, ¿no es eso? ―pregunté de improvisto. Britt me miró como si me viera por primera vez.
―¿Sabes qué, pequeña zorra? Fue una pena que la bala que acabó con tu hija no terminara contigo también ―soltó con una tranquilidad escalofriante. Luego, lentamente, introdujo la mano por el corte del vestido, sacó una pequeña pistola y me apuntó―. Pero eso lo vamos a solucionar esta noche.
―Madeleine, ¿qué haces? ―preguntó Britt horrorizada―. Dame el arma, por favor. Santana no tiene la culpa de lo que ha pasado en nuestras vidas. Suelta el arma.
―Tiene toda la culpa, ¿no te das cuentas, Brittany? Nosotros estábamos bien sin ella, y luego llegó y trajo consigo a su ex marido, a Ronald, a Alexandra, todos ellos mala gente como esa puta amiga suya. Nosotros estábamos bien sin ella, ¿verdad?
. ―Madeleine, dame el arma y hablemos tranquilamente, por favor. Tú y yo, solos.
Santana aquí ya no pinta nada ―intentó convencerla Britt, sin mucho éxito.
―No pinta nada pero se queda. Ella es la culpable de todo ―repitió―, y debe pagar por lo que ha hecho. ―Levantó un poco más el arma y, sin esperarlo, apretó el gatillo.
No supe que había pasado hasta que abrí los ojos y me encontré en el suelo tirada entre las capas del vestido. Britt estaba a mi lado con el rostro blanco como el papel, los ojos cerrados y no respiraba.
―¡Oh, Dios, no! ¡Britt ! ¡Britt, no! ―grité cuando vi la sangre esparcirse por el suelo― ¡No! ¡No! ¡Scott! ―grité más fuerte― ¡Scott, rápido!
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Capítulo 31
Volver a casa con Britt herida y nuestras ropas manchadas de sangre no era el final que había deseado para aquella noche. Sin embargo, estaba tranquila. La bala solo había rozado su hombro al tratar de apartarme; Madeleine había sido arrestada por el detective Donald, que estaba invitado a la fiesta, y el incidente no causó ningún revuelo entre los asistentes. Prácticamente nadie se enteró de lo sucedido.
***
―Es una herida sin importancia, señor. En unos días estaré en condiciones de incorporarme al servicio activo ―decía Britt al teléfono. Se giró en cuanto entré en la habitación. Sus ojos expresaban arrepentimiento.
Apagó el teléfono y lo dejó encima de la mesa. Luego enderezó los hombros, respiró profundamente y se acercó a mí con paso lento y dubitativo.
―¿Podemos hablar?
Me estaba aplicando crema hidratante en los brazos cuando se puso detrás de mí y me cogió por los hombros, ejerciendo una leve presión que me reconfortó.
―Lo siento ―dijo con la voz estrangulada―, no debí ocultártelo. No podía imaginar lo que pasaría.
―Deberías llevar el brazo en cabestrillo ―dije con demasiada serenidad, ignorando sus palabras de disculpa.
―Santana, por favor…
―Mañana, Britt. Ahora vamos a dormir. Necesito descansar.
***
Fuimos a comisaría a la mañana siguiente. Los agentes que se habían hecho cargo de la investigación en HP estaban allí también. Tras la confesión de Madeleine,algunas incógnitas se habían despejado.
―Después de analizar a fondo la actividad en su empresa, hemos notado que hay una cantidad insignificante de dinero que se queda sin justificar cada final de mes. Pensamos que eran gastos personales suyos, señorita Pierce, pero en los dos últimos meses, esa pequeña cantidad se ha hecho más importante. Los registros de sus gastos están detallados al milímetro y esto no nos encajaba por ningún sitio.
Salimos de la comisaria en silencio. Britt andaba a paso rápido como si llegara tarde a algún lugar que yo desconocía. Sabía que estaba enfadada, no habíamos hablado
aún de lo sucedido la noche anterior y el aire entre nosotros se hacía irrespirable.
El coche que nos había llevado hasta allí esperaba en la puerta nuestro regreso, pero Britt ni siquiera se acercó a él.
―Vuelve a casa ―dijo levantando la voz cuando vio que lo seguía a un paso de ella, confundida.
―¿Y tú? ―pregunté con ganas de llorar. Paró en seco y respiró profundamente. Los hombros se le hundieron y giró sobre sus pies, quedando frente a mí.
―Necesito pensar, cariño. Por favor, regresa a casa ―dijo más tranquila. Me colocó una mano en el cuello y con su pulgar me acarició la mejilla―. No te preocupes,
¿vale? Solo voy a dar una vuelta y compraré algo de comida para almorzar. ¿Qué te apetece? ¿Italiano?
―Italiano estará bien ―dije afligida por su tristeza.
***
Perdida en mis pensamientos dejé de mirar por la ventanilla y me centré en el camino de vuelta. Había algo extraño en los lugares por los que pasábamos, no me resultaban familiares.
―Este no es el camino habitual ―dije. “Ni este tío es el conductor habitual”, pensé alarmada cuando le vi parte del rostro por el espejo retrovisor delantero. “Mantén
la calma, Santana”―. ¿Quién es usted? ―pregunté, pero no obtuve respuesta.
Nos metimos por una serie de calles, evitando las avenidas y los lugares más concurridos de la hora punta. Perdí mi sentido de la orientación en cuanto empezamos a callejear.
―¿A dónde me lleva? ―pregunté lo más tranquila que me permitió el cuerpo, pues un nudo aterrador cerraba mi garganta y mantener la calma se me hacía harto
difícil en aquella situación.
Metí la mano en el bolso y busqué el móvil a la desesperada. Si conseguía llamar a Britt o Rachel, aunque no pudiera hablar con ellos, les diría de forma indirecta qué estaba sucediendo.
―No lo intente ―dijo el hombre hablando por primera vez―. Hay conectado un inhibidor de señal dentro del coche, no funcionará.
“¡Joder!”, pensé. Estaba metida en un buen lío.
―No sé de qué va todo esto pero se ha equivocado usted de persona. ―A través del retrovisor, reflejado en los ojos de aquel hombre, vi un matiz de duda que me animó a continuar―. No entiendo qué ha sucedido, yo solo pretendo volver a casa a descansar. Estoy embarazada de gemelos…
―Descanse aquí. Pronto llegaremos.
Cuando me soltaron quise comenzar a chillar, pero inmediatamente empecé a sentir como el mundo giraba a mi alrededor y las ganas de cerrar los ojos me recorrieron, sucumbiendo a ellas sin ofrecer resistencia.
Desperté lentamente ignorando por un segundo los sucesos acontecidos unas horas antes. La habitación estaba oscura y la cama era confortable, pero el aire era algo rancio y me sentía extraña.
―¿Britt? ―llamé, tanteando con la mano en busca de la mesilla de noche.
Pronto recordé lo que había sucedido y el latido de mi corazón se aceleró al instante. Me hice un ovillo contra el cabezal de la cama e intenté distinguir algo en la espesa oscuridad.
Algo se movió cerca y ahogué un grito. Había alguien en la habitación conmigo.
―¿Quién hay ahí? ―pregunté.
―Espera, encenderé una luz. No pensé que estuvieras despierta tan pronto. Un momento.
Unos segundos después, aquel hombre encendió una pequeña lamparilla que me deslumbró. Parpadeé repetidas veces, intentando enfocar mi mirada en el rostro de mi anónimo secuestrador, y cuando por fin lo logré, pude ver que no era tan desconocido como creía.
―¿Reinaldo? ―pregunté sorprendida. Por un momento me sentí de nuevo a salvo y me relajé soltando un suspiro, pero en cuanto mi cabeza asimiló su presencia allí, mi cuerpo se tensó―. ¡Eres uno de ellos! ―grité. Su cara de pesar me lo confirmó.
―Santana, escúchame, por favor ―dijo angustiado.
―¡No! ¡Quiero salir de aquí! ―grité histérica―. Quiero irme a mi casa ―Y rompí a llorar, abatida.
―Eso no va a poder ser por el momento. Primero debes colaborar, Santana. No quiero que te pase nada ¿me oyes? ―dijo sentándose a mi lado en la cama. Intentó cogerme una mano pero las aparté. No podía soportar el contacto de aquel traidor.
***
―Britt, ¿dónde estás? ―repetí una y otra vez, después de que Reinaldo se marchara. Pensar en cómo habría reaccionado al enterarse de mi secuestro me ponía enferma y tan triste, que las lágrimas rodaron sin control durante todo el tiempo que estuve allí encerrada.
¿Por qué me pasaban estas cosas? Yo solo quería una vida sencilla. Me gustaba mi trabajo, adoraba a mis amigos y amaba a Britt por encima de todas las cosas. ¿Tan difícil era lograr una vida tranquila, sin balas, ni secuestros, ni amenazas constantes?
.
―Buenas noches, señorita Lopez. Espero que la hayan tratado con hospitalidad ―dijo acercándose lentamente―. Suéltale las manos, Noa ―ordenó―. Estoy seguro de que no irá a ninguna parte. ―Noa se acercó y me liberó con más brusquedad de la requerida―. Bien, Santana. Mi nombre, por si todavía nadie te lo ha dicho,es Sael, más conocido como el Camaleón.
―Me imagino que te preguntarás por qué estás aquí, ¿no? ―Asentí, frotándome las muñecas doloridas y magulladas―. Es muy sencillo. Podríamos decir que eres una especie de efecto colateral, pero en realidad, Santana, eres el detonante de mis problemas, porque nos iba realmente bien hasta que apareciste y me robaste algo muy valioso.
―Yo no le he robado nada ―dije manteniendo mi mirada fija en sus oscuros ojos.
―Oh, querida, ya lo creo que lo hiciste. Es probable que fuera por error, pero los papeles que te llevaste fueron a parar a manos de las personas equivocadas, y eso no ha estado nada bien. Ahora necesito tu dinero.
―Yo no tengo dinero.
―Tú, no, cierto. Pero tu prometido es una mina de oro.
―Britt no le dará nada.
―¿Tú crees?
A una señal suya, Reinaldo salió de la habitación. Luego se acercó a Noa y le susurró algo al oído. A ella se le encendió la mirada, asintió y tras un repugnante beso con lengua, se marchó.
.
―Vamos a jugar a un juego, Santana ―dijo Sael paseándose delante de mí con el teléfono que Reinaldo, ya de vuelta, le había puesto en las manos―. Nosotros te damos un mensaje y tú se lo comunicas a Pierce. Simple ¿verdad? Si lo haces bien y ella cumple, te marchas. Si lo haces bien y ella no cumple… ―Hizo un gesto negativo con la cabeza y su dedo índice me encañonó. Abrí los ojos desmesuradamente y exhalé el aliento, asustada. “¡Oh, Dios mío! ¿Está hablando de matarme?”―.
No te preocupes, seguro que ella lo hace muy bien, querida ―añadió con ironía―. La tercera opción es que tú no lo hagas bien. Entonces no solo morirás tú, también lo hará tu querida amiga Rachel.
―¡Nooo! Ella no tiene nada que ver en esto ―grité exaltada. Intenté ponerme de pie, pero la mano de Reinaldo en el hombro me detuvo en seco.
―Ya lo sé ―dijo como hablándole a una niña―. Pero como te he dicho antes, ambas sois solo efectos colaterales. Tú procura hacerlo bien y reza para que Pierce lo haga también.
Me explicó qué debía decir y cómo lo tenía que hacer. Nada de palabras fuera del texto que me pasaron. Quería veinte millones de dólares, eso era lo que valía mi cabeza.
Escuchar la voz de Britt era algo para lo que no me había preparado. Nada más oír su primera palabra me eché a llorar incapaz de pronunciar nada de lo que debía leer.
Sael me cogió del pelo bruscamente y me amenazó con su mirada. Aquello me bastó para recordar que mi vida, la de Britt y la de Rachel estaban en serio peligro si no obedecía. Tragué saliva varias veces y le dije lo que me habían indicado.
Se mantuvo callado, escuchando mientras yo le hablaba. No preguntó, ni dijo absolutamente nada, como si estuviera a la espera de algo y a una señal me quitaron el teléfono y cortaron la llamada sin poder despedirme siquiera.
***
Tres días con sus tres noches pasé encerrada en aquella habitación en la que apenas entraba un rayo de sol a primera hora de la mañana. Tres días y tres noches pensando en lo que estaba sucediendo, en la trama que se había montado en las mismas narices de Britt, por culpa de Madeleine, por culpa de Reinaldo, y por mi culpa.
Esa misma noche, debían ser las nueve o las diez, dos guardias vinieron a buscarme. Volvimos a la misma sala donde ya había estado y me ataron a una silla. Luego
desaparecieron.
Unas voces se acercaron y se detuvieron en la puerta de entrada.
―Dijiste que solo era una amenaza ―susurró Reinaldo.
―No puedo dejar que se vaya. Me ha visto… ―sentenció Sael.
―¡Pero no sabe quién eres!
―¡Debe morir! Todos deben morir.
Contuve la respiración y un pitido agudo me dejó aturdida. Escuché el bombeo de mi corazón, el burbujeo de mi sangre, el pánico en mi mente. Iban a matarme. Iba a morir. Comencé a llorar, primero en silencio, luego más fuerte, profiriendo gritos desgarradores que alertaron a los dos hombres que hablaban fuera de la sala.
―¿Qué sucede? ―preguntó Sael entrando en la habitación, seguido de Reinaldo.
―¿Santana, estás bien? ¿Son los bebés?
―¿Qué bebés? ―preguntó Sael confundido―. ¿Está embarazada?
―De gemelos, de pocas semanas ―contestó Reinaldo.
La expresión de Sael cambió como si le hubieran asestado un mazazo en las costillas. Se apartó lentamente, sujetándose la cabeza como si le fuera a estallar de un momento a otro y se pasó las manos por el pelo, tal y como hacía Jack cuando estaba agobiado.
―Necesito pensar ―dijo―. Llevadla de vuelta a su cuarto.
En ese momento, dos hombres llegaron corriendo reclamando la atención del Camaleón.
―Señor, hemos detenido a una mujer. Va desarmado y dice que viene a hablar con el dueño de la casa.
Reinaldo y Sael se miraron de forma significativa. Ambos sabían de quién se trataba y una chispa de esperanza se encendió en mi pecho.
―¿Va sola? ¿Habéis mirado en los alrededores?
―Tenemos cuatro hombres inspeccionando la zona.
Sael me miró intensamente.
―Crees que es ella, ¿verdad? Yo también lo creo y vamos a salir de dudas enseguida. ¡Traedlo aquí! ―gritó. Luego se retiró por una puerta lateral.
Cuatro hombres entraron escoltando a la persona que se había colado en su sistema de seguridad hasta llegar a la misma puerta de la casa. No logré ver quién era hasta que lo pusieron delante de Reinaldo.
―Señorita Pierce qué inesperada sorpresa ―dijo enmascarando de nuevo su verdadera personalidad tras un velo de frialdad.
―No esperaba que fueras tú el cerebro de la trama. Me desilusionas, Reinaldo. Creí que detrás de todo esto habría alguien más inteligente ―le espetó Britt. Si estaba sorprendida de verlo allí, no lo demostró.
―Oh, señor Pierce, no se equivoque. A mí me pagan para ejecutar, no para pensar. Eso lo dejo para gente más inteligente, como bien ha dicho. No es a mí a quien busca ―contestó Reinaldo saliendo airoso de la ofensa.
―No. Es a mí ―dijo Sael apareciendo por la puerta por la que se había marchado minutos antes. Se había cambiado la camisa y se había peinado. Incluso parecía más joven.
Todos los presentes giraron la cabeza para verle aparecer. Llevaba una pistola en la mano, como al descuido, y señaló con ella a los hombres que custodiaban a Britt para que se apartaran. Sonreía abiertamente, como si verlo le produjera una gran satisfacción.
Britt, por el contrario, mantenía los ojos abiertos sin pestañear, había perdido el color de su rostro y su respiración era trabajosa.
―Caramba, Pierce, parece que hayas visto a un fantasma ―dijo Sael riendo. ¿Qué le pasaba a Britt?
―¿Y no es así? ―logró decir en un lúgubre murmullo.
―Oh, vamos, Britt, pensé que Sánchez ya te lo habría contado. ¡Vamos! No te quedes como un pasmarote y ven a darme un abrazo, hermano.
Volver a casa con Britt herida y nuestras ropas manchadas de sangre no era el final que había deseado para aquella noche. Sin embargo, estaba tranquila. La bala solo había rozado su hombro al tratar de apartarme; Madeleine había sido arrestada por el detective Donald, que estaba invitado a la fiesta, y el incidente no causó ningún revuelo entre los asistentes. Prácticamente nadie se enteró de lo sucedido.
***
―Es una herida sin importancia, señor. En unos días estaré en condiciones de incorporarme al servicio activo ―decía Britt al teléfono. Se giró en cuanto entré en la habitación. Sus ojos expresaban arrepentimiento.
Apagó el teléfono y lo dejó encima de la mesa. Luego enderezó los hombros, respiró profundamente y se acercó a mí con paso lento y dubitativo.
―¿Podemos hablar?
Me estaba aplicando crema hidratante en los brazos cuando se puso detrás de mí y me cogió por los hombros, ejerciendo una leve presión que me reconfortó.
―Lo siento ―dijo con la voz estrangulada―, no debí ocultártelo. No podía imaginar lo que pasaría.
―Deberías llevar el brazo en cabestrillo ―dije con demasiada serenidad, ignorando sus palabras de disculpa.
―Santana, por favor…
―Mañana, Britt. Ahora vamos a dormir. Necesito descansar.
***
Fuimos a comisaría a la mañana siguiente. Los agentes que se habían hecho cargo de la investigación en HP estaban allí también. Tras la confesión de Madeleine,algunas incógnitas se habían despejado.
―Después de analizar a fondo la actividad en su empresa, hemos notado que hay una cantidad insignificante de dinero que se queda sin justificar cada final de mes. Pensamos que eran gastos personales suyos, señorita Pierce, pero en los dos últimos meses, esa pequeña cantidad se ha hecho más importante. Los registros de sus gastos están detallados al milímetro y esto no nos encajaba por ningún sitio.
Salimos de la comisaria en silencio. Britt andaba a paso rápido como si llegara tarde a algún lugar que yo desconocía. Sabía que estaba enfadada, no habíamos hablado
aún de lo sucedido la noche anterior y el aire entre nosotros se hacía irrespirable.
El coche que nos había llevado hasta allí esperaba en la puerta nuestro regreso, pero Britt ni siquiera se acercó a él.
―Vuelve a casa ―dijo levantando la voz cuando vio que lo seguía a un paso de ella, confundida.
―¿Y tú? ―pregunté con ganas de llorar. Paró en seco y respiró profundamente. Los hombros se le hundieron y giró sobre sus pies, quedando frente a mí.
―Necesito pensar, cariño. Por favor, regresa a casa ―dijo más tranquila. Me colocó una mano en el cuello y con su pulgar me acarició la mejilla―. No te preocupes,
¿vale? Solo voy a dar una vuelta y compraré algo de comida para almorzar. ¿Qué te apetece? ¿Italiano?
―Italiano estará bien ―dije afligida por su tristeza.
***
Perdida en mis pensamientos dejé de mirar por la ventanilla y me centré en el camino de vuelta. Había algo extraño en los lugares por los que pasábamos, no me resultaban familiares.
―Este no es el camino habitual ―dije. “Ni este tío es el conductor habitual”, pensé alarmada cuando le vi parte del rostro por el espejo retrovisor delantero. “Mantén
la calma, Santana”―. ¿Quién es usted? ―pregunté, pero no obtuve respuesta.
Nos metimos por una serie de calles, evitando las avenidas y los lugares más concurridos de la hora punta. Perdí mi sentido de la orientación en cuanto empezamos a callejear.
―¿A dónde me lleva? ―pregunté lo más tranquila que me permitió el cuerpo, pues un nudo aterrador cerraba mi garganta y mantener la calma se me hacía harto
difícil en aquella situación.
Metí la mano en el bolso y busqué el móvil a la desesperada. Si conseguía llamar a Britt o Rachel, aunque no pudiera hablar con ellos, les diría de forma indirecta qué estaba sucediendo.
―No lo intente ―dijo el hombre hablando por primera vez―. Hay conectado un inhibidor de señal dentro del coche, no funcionará.
“¡Joder!”, pensé. Estaba metida en un buen lío.
―No sé de qué va todo esto pero se ha equivocado usted de persona. ―A través del retrovisor, reflejado en los ojos de aquel hombre, vi un matiz de duda que me animó a continuar―. No entiendo qué ha sucedido, yo solo pretendo volver a casa a descansar. Estoy embarazada de gemelos…
―Descanse aquí. Pronto llegaremos.
Cuando me soltaron quise comenzar a chillar, pero inmediatamente empecé a sentir como el mundo giraba a mi alrededor y las ganas de cerrar los ojos me recorrieron, sucumbiendo a ellas sin ofrecer resistencia.
Desperté lentamente ignorando por un segundo los sucesos acontecidos unas horas antes. La habitación estaba oscura y la cama era confortable, pero el aire era algo rancio y me sentía extraña.
―¿Britt? ―llamé, tanteando con la mano en busca de la mesilla de noche.
Pronto recordé lo que había sucedido y el latido de mi corazón se aceleró al instante. Me hice un ovillo contra el cabezal de la cama e intenté distinguir algo en la espesa oscuridad.
Algo se movió cerca y ahogué un grito. Había alguien en la habitación conmigo.
―¿Quién hay ahí? ―pregunté.
―Espera, encenderé una luz. No pensé que estuvieras despierta tan pronto. Un momento.
Unos segundos después, aquel hombre encendió una pequeña lamparilla que me deslumbró. Parpadeé repetidas veces, intentando enfocar mi mirada en el rostro de mi anónimo secuestrador, y cuando por fin lo logré, pude ver que no era tan desconocido como creía.
―¿Reinaldo? ―pregunté sorprendida. Por un momento me sentí de nuevo a salvo y me relajé soltando un suspiro, pero en cuanto mi cabeza asimiló su presencia allí, mi cuerpo se tensó―. ¡Eres uno de ellos! ―grité. Su cara de pesar me lo confirmó.
―Santana, escúchame, por favor ―dijo angustiado.
―¡No! ¡Quiero salir de aquí! ―grité histérica―. Quiero irme a mi casa ―Y rompí a llorar, abatida.
―Eso no va a poder ser por el momento. Primero debes colaborar, Santana. No quiero que te pase nada ¿me oyes? ―dijo sentándose a mi lado en la cama. Intentó cogerme una mano pero las aparté. No podía soportar el contacto de aquel traidor.
***
―Britt, ¿dónde estás? ―repetí una y otra vez, después de que Reinaldo se marchara. Pensar en cómo habría reaccionado al enterarse de mi secuestro me ponía enferma y tan triste, que las lágrimas rodaron sin control durante todo el tiempo que estuve allí encerrada.
¿Por qué me pasaban estas cosas? Yo solo quería una vida sencilla. Me gustaba mi trabajo, adoraba a mis amigos y amaba a Britt por encima de todas las cosas. ¿Tan difícil era lograr una vida tranquila, sin balas, ni secuestros, ni amenazas constantes?
.
―Buenas noches, señorita Lopez. Espero que la hayan tratado con hospitalidad ―dijo acercándose lentamente―. Suéltale las manos, Noa ―ordenó―. Estoy seguro de que no irá a ninguna parte. ―Noa se acercó y me liberó con más brusquedad de la requerida―. Bien, Santana. Mi nombre, por si todavía nadie te lo ha dicho,es Sael, más conocido como el Camaleón.
―Me imagino que te preguntarás por qué estás aquí, ¿no? ―Asentí, frotándome las muñecas doloridas y magulladas―. Es muy sencillo. Podríamos decir que eres una especie de efecto colateral, pero en realidad, Santana, eres el detonante de mis problemas, porque nos iba realmente bien hasta que apareciste y me robaste algo muy valioso.
―Yo no le he robado nada ―dije manteniendo mi mirada fija en sus oscuros ojos.
―Oh, querida, ya lo creo que lo hiciste. Es probable que fuera por error, pero los papeles que te llevaste fueron a parar a manos de las personas equivocadas, y eso no ha estado nada bien. Ahora necesito tu dinero.
―Yo no tengo dinero.
―Tú, no, cierto. Pero tu prometido es una mina de oro.
―Britt no le dará nada.
―¿Tú crees?
A una señal suya, Reinaldo salió de la habitación. Luego se acercó a Noa y le susurró algo al oído. A ella se le encendió la mirada, asintió y tras un repugnante beso con lengua, se marchó.
.
―Vamos a jugar a un juego, Santana ―dijo Sael paseándose delante de mí con el teléfono que Reinaldo, ya de vuelta, le había puesto en las manos―. Nosotros te damos un mensaje y tú se lo comunicas a Pierce. Simple ¿verdad? Si lo haces bien y ella cumple, te marchas. Si lo haces bien y ella no cumple… ―Hizo un gesto negativo con la cabeza y su dedo índice me encañonó. Abrí los ojos desmesuradamente y exhalé el aliento, asustada. “¡Oh, Dios mío! ¿Está hablando de matarme?”―.
No te preocupes, seguro que ella lo hace muy bien, querida ―añadió con ironía―. La tercera opción es que tú no lo hagas bien. Entonces no solo morirás tú, también lo hará tu querida amiga Rachel.
―¡Nooo! Ella no tiene nada que ver en esto ―grité exaltada. Intenté ponerme de pie, pero la mano de Reinaldo en el hombro me detuvo en seco.
―Ya lo sé ―dijo como hablándole a una niña―. Pero como te he dicho antes, ambas sois solo efectos colaterales. Tú procura hacerlo bien y reza para que Pierce lo haga también.
Me explicó qué debía decir y cómo lo tenía que hacer. Nada de palabras fuera del texto que me pasaron. Quería veinte millones de dólares, eso era lo que valía mi cabeza.
Escuchar la voz de Britt era algo para lo que no me había preparado. Nada más oír su primera palabra me eché a llorar incapaz de pronunciar nada de lo que debía leer.
Sael me cogió del pelo bruscamente y me amenazó con su mirada. Aquello me bastó para recordar que mi vida, la de Britt y la de Rachel estaban en serio peligro si no obedecía. Tragué saliva varias veces y le dije lo que me habían indicado.
Se mantuvo callado, escuchando mientras yo le hablaba. No preguntó, ni dijo absolutamente nada, como si estuviera a la espera de algo y a una señal me quitaron el teléfono y cortaron la llamada sin poder despedirme siquiera.
***
Tres días con sus tres noches pasé encerrada en aquella habitación en la que apenas entraba un rayo de sol a primera hora de la mañana. Tres días y tres noches pensando en lo que estaba sucediendo, en la trama que se había montado en las mismas narices de Britt, por culpa de Madeleine, por culpa de Reinaldo, y por mi culpa.
Esa misma noche, debían ser las nueve o las diez, dos guardias vinieron a buscarme. Volvimos a la misma sala donde ya había estado y me ataron a una silla. Luego
desaparecieron.
Unas voces se acercaron y se detuvieron en la puerta de entrada.
―Dijiste que solo era una amenaza ―susurró Reinaldo.
―No puedo dejar que se vaya. Me ha visto… ―sentenció Sael.
―¡Pero no sabe quién eres!
―¡Debe morir! Todos deben morir.
Contuve la respiración y un pitido agudo me dejó aturdida. Escuché el bombeo de mi corazón, el burbujeo de mi sangre, el pánico en mi mente. Iban a matarme. Iba a morir. Comencé a llorar, primero en silencio, luego más fuerte, profiriendo gritos desgarradores que alertaron a los dos hombres que hablaban fuera de la sala.
―¿Qué sucede? ―preguntó Sael entrando en la habitación, seguido de Reinaldo.
―¿Santana, estás bien? ¿Son los bebés?
―¿Qué bebés? ―preguntó Sael confundido―. ¿Está embarazada?
―De gemelos, de pocas semanas ―contestó Reinaldo.
La expresión de Sael cambió como si le hubieran asestado un mazazo en las costillas. Se apartó lentamente, sujetándose la cabeza como si le fuera a estallar de un momento a otro y se pasó las manos por el pelo, tal y como hacía Jack cuando estaba agobiado.
―Necesito pensar ―dijo―. Llevadla de vuelta a su cuarto.
En ese momento, dos hombres llegaron corriendo reclamando la atención del Camaleón.
―Señor, hemos detenido a una mujer. Va desarmado y dice que viene a hablar con el dueño de la casa.
Reinaldo y Sael se miraron de forma significativa. Ambos sabían de quién se trataba y una chispa de esperanza se encendió en mi pecho.
―¿Va sola? ¿Habéis mirado en los alrededores?
―Tenemos cuatro hombres inspeccionando la zona.
Sael me miró intensamente.
―Crees que es ella, ¿verdad? Yo también lo creo y vamos a salir de dudas enseguida. ¡Traedlo aquí! ―gritó. Luego se retiró por una puerta lateral.
Cuatro hombres entraron escoltando a la persona que se había colado en su sistema de seguridad hasta llegar a la misma puerta de la casa. No logré ver quién era hasta que lo pusieron delante de Reinaldo.
―Señorita Pierce qué inesperada sorpresa ―dijo enmascarando de nuevo su verdadera personalidad tras un velo de frialdad.
―No esperaba que fueras tú el cerebro de la trama. Me desilusionas, Reinaldo. Creí que detrás de todo esto habría alguien más inteligente ―le espetó Britt. Si estaba sorprendida de verlo allí, no lo demostró.
―Oh, señor Pierce, no se equivoque. A mí me pagan para ejecutar, no para pensar. Eso lo dejo para gente más inteligente, como bien ha dicho. No es a mí a quien busca ―contestó Reinaldo saliendo airoso de la ofensa.
―No. Es a mí ―dijo Sael apareciendo por la puerta por la que se había marchado minutos antes. Se había cambiado la camisa y se había peinado. Incluso parecía más joven.
Todos los presentes giraron la cabeza para verle aparecer. Llevaba una pistola en la mano, como al descuido, y señaló con ella a los hombres que custodiaban a Britt para que se apartaran. Sonreía abiertamente, como si verlo le produjera una gran satisfacción.
Britt, por el contrario, mantenía los ojos abiertos sin pestañear, había perdido el color de su rostro y su respiración era trabajosa.
―Caramba, Pierce, parece que hayas visto a un fantasma ―dijo Sael riendo. ¿Qué le pasaba a Britt?
―¿Y no es así? ―logró decir en un lúgubre murmullo.
―Oh, vamos, Britt, pensé que Sánchez ya te lo habría contado. ¡Vamos! No te quedes como un pasmarote y ven a darme un abrazo, hermano.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Capítulo 32
Ahogué un grito cuando el rostro de Britt dio sentido a aquella palabra que se había filtrado en mi mente sin encontrar su lugar en la historia. “Hermano”, había dicho Sael y las piernas de Britt temblaron amenazando con dejar de sostenerla.
El silencio era atronador y los segundos del reloj de pared de la sala eran el único sonido que turbaba el tenso ambiente.
―¿No le has contado a tu prometida que tienes un hermano?
Se acercó andando hasta mí y se colocó detrás poniendo su mano sobre mi hombro. Empezó a masajearlo bajo la atenta mirada de Britt, que cada vez se encendía más.
―Mi nombre, querida cuñada, es Samuel H. Pierce, hijo de Douglas J. Heartstone Pierce y Alexandra Curtis. Hermanastro de Britt, aunque creo que ella lo ha descubierto hace poco ¿no?
―Pero tú tuviste un accidente… ―murmuré mirando fijamente a Britt, que no apartaba la vista de hombre que tenía a mi espalda.
―¡Oh, querida! Me encantaría contarte la historia pero te aburrirías y, además, ahora ya no tiene importancia. Esta es mi vida ―dijo señalando con la pistola la sala en la que nos encontrábamos―, y debo resolver algunos asuntos con mi hermano, ¿no es así?
―Todo este tiempo creyendo que habías muerto, tres años buscando culpables, motivos, cualquier cosa que dejara descansar mi alma y tú… ―Hizo una pausa y cogió aire lentamente. El brillo de sus ojos no auguraba nada bueno. Estaba al límite―. Hijo de puta. ¿A esto lo llamas tú vida? ¡Esto es una basura! ―exclamó Britt
dejando salir la rabia que había acumulado.
―¡No te atrevas a juzgarme, insensata! Yo no tuve un padre que me lo dio todo para construir una vida perfecta. ―Avanzó a grandes pasos hasta colocarse cara a cara con su hermana
―Tu vida de mierda fue obra tuya, no me culpes a mí.
―¡Oh, sí, claro! Claro que te culpo. Tú eras perfecta para nuestro padre. la heredero perfecto. Qué lástima que por aquel entonces no supiera que eras una maldita bastarda. Yo era el hijo legítimo de Douglas J. Heartstone. Hubiera sido su heredero...
―Déjala que se vaya. Ella no pinta nada aquí ―dijo Britt de repente.
―No lo entiendes, ¿verdad? ―Samuel cerró los ojos y suspiró teatralmente. Luego se acercó con paso acelerado hasta la silla donde yo estaba sentada, me agarró de un brazo con fuerza y me arrastró hasta ponerme delante de Britt.
―¡Tú has sido la que la ha metido en esto y ahora ella debe morir! ¡Es tu culpa, hermana! ―escupió―. Y pagarás viendo cómo cae antes que tú.
―¡No! ―grité revolviéndome.
Cerré el puño clavando mis uñas en la palma de la mano y lo estampé contra su mandíbula. No supe bien si el crujido que escuché fueron mis nudillos al contacto con los huesos de su rostro, o su mentón desencajándose por el fuerte golpe.
Grité de dolor cuando Reinaldo me cogió del pelo y me cruzó la cara con una sonora bofetada que me dejó desorientada. Britt reaccionó levantando las manos para agarrar a Reinaldo, pero la pistola de Sael se clavó en su frente al instante.
―¡Llévate a esta zorra de aquí! ―ordenó Samuel moviendo la mandíbula con dolor mientras miraba fijamente los azules y enfurecidos ojos de Britt.
―Te quiero ―musité entre lágrimas antes de que me llevaran a rastras.
Ella no contestó. Fijó sus encolerizados ojos en Reinaldo y estaba segura de que se habría tirado a su cuello si no fuera por el cañón que le presionaba la frente.
―Si le vuelves a poner una mano encima a mi mujer, te juro que no vivirás ni un solo día más para contarlo.
***
Encima de la cama de la habitación había una bolsa de deporte negra que no había estado ahí anteriormente. Una nota apareció en el momento en que descorrí la cremallera y miré dentro. “Protégete en el cuarto de baño. ¡Ya!”. Un chaleco anti balas y una máscara anti gas fueron las dos únicas prendas que encontré en el interior.
Corrí al aseo asustada y allí me puse el chaleco. Luego me metí en la bañera y me hice un ovillo. No sabía quién me había dejado aquello ni por qué, pero no esperé a averiguarlo. La nota era muy clara y transmitía una urgencia que no fui capaz de cuestionar. “Ya es ya, Santana”.
De pronto, un ruido ensordecedor procedente de la habitación hizo temblar los cimientos de la casa. El humo se colaba por las ranuras de la puerta y me coloqué la máscara de inmediato. No podía escuchar nada desde la posición en la que estaba, pero sentía pisadas y movimientos al otro lado de la pared.
Después de una eternidad esperando, temblando y sollozando como una niña perdida, salí de la bañera y eché un vistazo a la habitación. Había quedado reducida a escombros. Un gran agujero se abría donde antes había estado la ventana y parecía que hubiera pasado por allí una manada de elefantes africanos.
Salí al pasillo y miré a un lado y a otro. No se oía nada y eso me ponía más nerviosa. “Si al menos pudiera encontrar a Britt”, pensé.
Anduve por el largo corredor, sorteando trozos de escayola desprendida de las molduras de los techos. Quería llegar hasta las escaleras, pero cuando ya divisaba la barandilla y estaba a punto de echar a correr, un sonido cercano a mi oreja me frenó en seco.
―Ni se te ocurra moverte, y mucho menos gritar, zorra ―me amenazó Noa a mi espalda. Me apuntaba con el cañón de una pistola directamente en la cabeza.
Anduvimos largo rato por la casa buscando a Sael, pero donde antes se había movido un ejército de hombres, ahora ya no quedaba nadie. Noa, cada vez más frustrada, apretaba su pistola contra mi espalda, descargando su rabia y su desesperación con golpes secos que me dejarían señales durante mucho tiempo.
En el preciso momento en que entrábamos en la sala de estar, un grupo de hombres armados hasta los dientes entraron en tromba y nos rodearon.
―¡Quietos o la mato! ―gritó Noa con la voz temblorosa. Por su reacción era evidente que no pertenecían al pequeño ejército de Sael.
―¡Suéltala! ―ordenó la voz de un hombre al que reconocí de inmediato.
―¡Britt! ―exclamé cuando se quitó el casco y dejó a la vista su magullada cara.
―Noa, tú y yo sabemos que esto es el final. No vas a salir con vida a no ser que la sueltes y tires el arma. Sael y Reinaldo van a caer y tú también…
―¡Y una mierda, Pierce
! ¿Crees que soy estúpida? Sael no caerá tan fácilmente, y yo no pienso rendirme sin pelear. Tu preciosa Santana se viene conmigo, y si dais un solo paso le meteré un tiro en su preciosa cabecita ¿me has entendido?
Dicho esto Noa comenzó a andar llevándome a mí por delante como si fuera su escudo. Pretendía salir del círculo formado por los hombres de Jack y cruzar la
habitación hasta la otra punta.
Miré a Jack al pasar cerca de él. Ya se había puesto el casco y se encontraba en posición de alerta. Desvió sus ojos al hombre de su derecha y pude ver la mirada de Scott tras la visera del casco. Eddie y Marc también estaban en el grupo de ocho hombres que controlaban la situación y vigilaban el perímetro por si aparecían los soldados de Sael. Absurdamente, me alegré de tenerlos a los cuatro allí aunque no me fuera a servir de mucho.
―¿Eddie? ―preguntó Britt de pronto sin apartar la vista de la pistola de Noa.
―Listo, jefa.
―Noa, esta es tu última oportunidad. Baja el arma y suelta a Santana ―dijo Britt con tono de ultimátum.
―¡Ella morirá! ¡Os lo juro que morirá! ―gritó histérica al verse acorralada.
Britt hizo un gesto con la cabeza, casi imperceptible por el casco pero lo suficientemente claro para sus hombres.
Solo tuve tiempo de escuchar el sonido de un disparo y luego sentí el peso de Noa cayendo sobre mi cuerpo a plomo. Comencé a gritar al ver la sangre que me cubría las manos y me dejé caer al suelo incapaz de sostenerme en pie por más tiempo.
―Estás bien, respira. Respira tranquila, Santana ―dijo Britt a escasos centímetros de mi cara―. Has sido muy valiente y todo esto va a pasar pronto. Solo te pido un poco más de fuerza, mi amor, solo un poco más ¿de acuerdo?
―¡Tenemos compañía! ―gritó el hombre que controlaba la puerta principal de la sala.
―¡Scott, sácala de aquí! ―gritó Britt poniéndose de pie de un salto y colocándose de nuevo el casco―. ¡Ya, Scott!
Salíamos por una de las puertas del salón cuando comenzaron los disparos dentro. Ridley me llevaba pegada a él, cogida de la mano mientras con la otra sujetaba su arma.
Dejamos la casa atrás rápidamente y salimos, después de unos metros, a un camino donde esperaba un jeep. El conductor del vehículo le hizo una señal, Scott asintió brevemente y, sin mediar palabra, abrió la puerta, me metió dentro de un empujón y cerró. Antes de que pudiera agradecerle lo que hacía por mí, desapareció y el coche derrapó ruedas y
salió disparado.
***
―Hola, pequeña. ¿Cómo te encuentras? ―preguntó una dulce y cálida voz.
Me incorporé rápidamente y busqué con la mirada alrededor. “¿Dónde estoy?”, pensé de inmediato incapaz de reconocer la figura que estaba sentada a mi lado. Aquel olor a limpio, la suavidad de las sábanas, esos ojos que me miraban con una mezcla de compasión, tristeza y alegría, el tacto de su mano en la mía como si fuera la de una madre preocupada por su hija. Todo aquello me superó y mis emociones, que eran un caos desde hacía mucho tiempo, se desbordaron.
No sé cuánto tiempo estuve llorando abrazada a María Sánchez como si fuera mi paño de lágrimas. Solo cuando me sentí cansada hasta para seguir llorando, me separé de sus brazos y pude ver su sonrisa.
―¿Mejor? ―preguntó, pasándome su suave mano por el pelo húmedo de la frente. Asentí avergonzada y bajé la mirada.
―¿Y Britt? ―Un gran miedo reapareció en mi interior retorciéndome las entrañas.
―No lo sabemos aún. Pero volverá, no debes preocuparte por ella, cariño. ―Sus palabras no eliminaron aquel terror interno que me atenazaba―. ¿Qué te parece si te dejo algo de ropa y bajamos a comer algo? Son casi las nueve de la noche, llevas durmiendo todo el día, y debes de estar hambrienta.
***
Me desperté gradualmente asimilando poco a poco dónde me encontraba. El olor de tostadas y café recién hecho hizo rugir mis tripas y sonreí. “Los bebés tienen hambre”, pensé satisfecha. Pero luego recordé la pesadilla que había tenido por la noche y me eché a llorar. En ella, Britt no regresaba nunca a mi lado. Nadie volvió a saber nada de ella y aunque mis esfuerzos por encontrarla no cesaban, cada vez era más difícil encontrar la siguiente pista.
Negándome a que mis sueños siguieran controlando mi destino, me vestí y bajé a la cocina en busca de María.
―Buenos días ―dije cautelosa cuando entré en la cocina, desierta―. ¿Hola? ¿María?
Salí de allí y recorrí un ancho pasillo perfectamente iluminado por la luz de los ventanales que daban al jardín de la casa. En una mesa de forja del exterior, sentada junto a su marido, estaba María. Al parecer, Jesús Sánchez había vuelto.
Me acerqué prudentemente para no interrumpir ninguna conversación entre el matrimonio, pero cuando estuve a pocos metro me di cuenta de que María estaba llorando desconsoladamente.
Mi mundo se empezó a resquebrajar pensando que la tristeza de aquella mujer se debía a la pérdida del hombre al que yo tanto esperaba. La sangre me abandonó el rostro y me llevé las manos a la boca, incapaz de hacerlas dejar de temblar.
―¿Qué… qué sucede? ―balbuceé con un hilo de voz.
― Santana ! Ven, acércate y siéntate con nosotros ―dijo el señor Sánchez sorprendido. Se levantó y llegó hasta donde yo seguía plantada, incapaz de dar un paso sin desmayarme―. No te preocupes, pequeña. María está un poco sentimental hoy, no se lo tengas en cuenta. Ven, querida, por favor. ―Me cogió del codo con suavidad
y me instó a dar un primer paso y luego otro.
―Pero, ¿qué pasa? ¿Es Britt? ―pregunté asustada.
―Oh, no, pequeña, no es eso. Tranquila. ¿Has desayunado? ―preguntó María queriendo cambiar de tema. Se limpió las lágrimas con un pañuelito que llevaba en la mano y compuso una sonrisa afectuosa―. Te dejé una bandeja preparada en la cocina. Pensaba subírtela en un rato. No sabía que estabas ya despierta. Jesús, ―dijo
girándose hacia su marido, que se encontraba a su espalda con las manos en sus hombros―, ¿puedes ir tú a traer la bandeja del desayuno de esta niña? Si no le damos de comer, esos bebés morirán de hambre.
El señor Sánchez sonrió ante la mención de los bebés y salió disparado hacia la cocina.
―¿Por qué lloras? ¿Ha sucedido algo? Por favor, si le ha pasado algo a Britt quiero saberlo. No soportaría que me ocultaseis algo así. ¿Qué ha pasado? ―insistí al borde de las lágrimas.
―No te preocupes, querida. Britt estará aquí mañana por la noche, como muy tarde. Todo ha terminado, pero antes debía informar a sus superiores de lo que ha pasado. Jesús te lo contará todo mejor que yo.
El señor Sánchez apareció en ese momento con la bandeja de comida. Tenía tanta hambre, que no me pareció excesivo comerme todo lo que había preparado María mientras Sánchez, como si de un cuento se tratase, me relataba cómo había acabado la historia de Sael.
―Entonces, ¿no ha muerto? ¿Sigue vivo? ―pregunté al saber que había sobrevivido al asalto.
―Sí, está vivo. En la cárcel, pero vivo.
―¿Y los demás? ¿Y Reinaldo?
―Bueno, según Britt, solo ha habido que lamentar una baja: una mujer. No sé quién es ese Reinaldo, pero sin duda sigue vivo. Seguramente estará detenido como
todos los demás ―me explicó Jesús dejándome mucho más tranquila.
―¿Y qué va a pasar ahora con Samuel? ―pregunté.
La expresión de aquel hombre se tornó sombría y en sus ojos apareció la tristeza en el estado más puro. María estaba completamente afligida.
―Lo juzgarán. De un modo o de otro, le espera una buena temporada a la sombra ―Se quedó pensativo unos minutos como haciendo balance de sus palabras y lo que significaban. Aquel matrimonio había querido a Britt y a Samuel como si fueran sus propios hijos y lamentaban lo que había sucedido con el más pequeño de los Heartstone, tanto o más que cuando asistieron a su funeral.
Ahogué un grito cuando el rostro de Britt dio sentido a aquella palabra que se había filtrado en mi mente sin encontrar su lugar en la historia. “Hermano”, había dicho Sael y las piernas de Britt temblaron amenazando con dejar de sostenerla.
El silencio era atronador y los segundos del reloj de pared de la sala eran el único sonido que turbaba el tenso ambiente.
―¿No le has contado a tu prometida que tienes un hermano?
Se acercó andando hasta mí y se colocó detrás poniendo su mano sobre mi hombro. Empezó a masajearlo bajo la atenta mirada de Britt, que cada vez se encendía más.
―Mi nombre, querida cuñada, es Samuel H. Pierce, hijo de Douglas J. Heartstone Pierce y Alexandra Curtis. Hermanastro de Britt, aunque creo que ella lo ha descubierto hace poco ¿no?
―Pero tú tuviste un accidente… ―murmuré mirando fijamente a Britt, que no apartaba la vista de hombre que tenía a mi espalda.
―¡Oh, querida! Me encantaría contarte la historia pero te aburrirías y, además, ahora ya no tiene importancia. Esta es mi vida ―dijo señalando con la pistola la sala en la que nos encontrábamos―, y debo resolver algunos asuntos con mi hermano, ¿no es así?
―Todo este tiempo creyendo que habías muerto, tres años buscando culpables, motivos, cualquier cosa que dejara descansar mi alma y tú… ―Hizo una pausa y cogió aire lentamente. El brillo de sus ojos no auguraba nada bueno. Estaba al límite―. Hijo de puta. ¿A esto lo llamas tú vida? ¡Esto es una basura! ―exclamó Britt
dejando salir la rabia que había acumulado.
―¡No te atrevas a juzgarme, insensata! Yo no tuve un padre que me lo dio todo para construir una vida perfecta. ―Avanzó a grandes pasos hasta colocarse cara a cara con su hermana
―Tu vida de mierda fue obra tuya, no me culpes a mí.
―¡Oh, sí, claro! Claro que te culpo. Tú eras perfecta para nuestro padre. la heredero perfecto. Qué lástima que por aquel entonces no supiera que eras una maldita bastarda. Yo era el hijo legítimo de Douglas J. Heartstone. Hubiera sido su heredero...
―Déjala que se vaya. Ella no pinta nada aquí ―dijo Britt de repente.
―No lo entiendes, ¿verdad? ―Samuel cerró los ojos y suspiró teatralmente. Luego se acercó con paso acelerado hasta la silla donde yo estaba sentada, me agarró de un brazo con fuerza y me arrastró hasta ponerme delante de Britt.
―¡Tú has sido la que la ha metido en esto y ahora ella debe morir! ¡Es tu culpa, hermana! ―escupió―. Y pagarás viendo cómo cae antes que tú.
―¡No! ―grité revolviéndome.
Cerré el puño clavando mis uñas en la palma de la mano y lo estampé contra su mandíbula. No supe bien si el crujido que escuché fueron mis nudillos al contacto con los huesos de su rostro, o su mentón desencajándose por el fuerte golpe.
Grité de dolor cuando Reinaldo me cogió del pelo y me cruzó la cara con una sonora bofetada que me dejó desorientada. Britt reaccionó levantando las manos para agarrar a Reinaldo, pero la pistola de Sael se clavó en su frente al instante.
―¡Llévate a esta zorra de aquí! ―ordenó Samuel moviendo la mandíbula con dolor mientras miraba fijamente los azules y enfurecidos ojos de Britt.
―Te quiero ―musité entre lágrimas antes de que me llevaran a rastras.
Ella no contestó. Fijó sus encolerizados ojos en Reinaldo y estaba segura de que se habría tirado a su cuello si no fuera por el cañón que le presionaba la frente.
―Si le vuelves a poner una mano encima a mi mujer, te juro que no vivirás ni un solo día más para contarlo.
***
Encima de la cama de la habitación había una bolsa de deporte negra que no había estado ahí anteriormente. Una nota apareció en el momento en que descorrí la cremallera y miré dentro. “Protégete en el cuarto de baño. ¡Ya!”. Un chaleco anti balas y una máscara anti gas fueron las dos únicas prendas que encontré en el interior.
Corrí al aseo asustada y allí me puse el chaleco. Luego me metí en la bañera y me hice un ovillo. No sabía quién me había dejado aquello ni por qué, pero no esperé a averiguarlo. La nota era muy clara y transmitía una urgencia que no fui capaz de cuestionar. “Ya es ya, Santana”.
De pronto, un ruido ensordecedor procedente de la habitación hizo temblar los cimientos de la casa. El humo se colaba por las ranuras de la puerta y me coloqué la máscara de inmediato. No podía escuchar nada desde la posición en la que estaba, pero sentía pisadas y movimientos al otro lado de la pared.
Después de una eternidad esperando, temblando y sollozando como una niña perdida, salí de la bañera y eché un vistazo a la habitación. Había quedado reducida a escombros. Un gran agujero se abría donde antes había estado la ventana y parecía que hubiera pasado por allí una manada de elefantes africanos.
Salí al pasillo y miré a un lado y a otro. No se oía nada y eso me ponía más nerviosa. “Si al menos pudiera encontrar a Britt”, pensé.
Anduve por el largo corredor, sorteando trozos de escayola desprendida de las molduras de los techos. Quería llegar hasta las escaleras, pero cuando ya divisaba la barandilla y estaba a punto de echar a correr, un sonido cercano a mi oreja me frenó en seco.
―Ni se te ocurra moverte, y mucho menos gritar, zorra ―me amenazó Noa a mi espalda. Me apuntaba con el cañón de una pistola directamente en la cabeza.
Anduvimos largo rato por la casa buscando a Sael, pero donde antes se había movido un ejército de hombres, ahora ya no quedaba nadie. Noa, cada vez más frustrada, apretaba su pistola contra mi espalda, descargando su rabia y su desesperación con golpes secos que me dejarían señales durante mucho tiempo.
En el preciso momento en que entrábamos en la sala de estar, un grupo de hombres armados hasta los dientes entraron en tromba y nos rodearon.
―¡Quietos o la mato! ―gritó Noa con la voz temblorosa. Por su reacción era evidente que no pertenecían al pequeño ejército de Sael.
―¡Suéltala! ―ordenó la voz de un hombre al que reconocí de inmediato.
―¡Britt! ―exclamé cuando se quitó el casco y dejó a la vista su magullada cara.
―Noa, tú y yo sabemos que esto es el final. No vas a salir con vida a no ser que la sueltes y tires el arma. Sael y Reinaldo van a caer y tú también…
―¡Y una mierda, Pierce
! ¿Crees que soy estúpida? Sael no caerá tan fácilmente, y yo no pienso rendirme sin pelear. Tu preciosa Santana se viene conmigo, y si dais un solo paso le meteré un tiro en su preciosa cabecita ¿me has entendido?
Dicho esto Noa comenzó a andar llevándome a mí por delante como si fuera su escudo. Pretendía salir del círculo formado por los hombres de Jack y cruzar la
habitación hasta la otra punta.
Miré a Jack al pasar cerca de él. Ya se había puesto el casco y se encontraba en posición de alerta. Desvió sus ojos al hombre de su derecha y pude ver la mirada de Scott tras la visera del casco. Eddie y Marc también estaban en el grupo de ocho hombres que controlaban la situación y vigilaban el perímetro por si aparecían los soldados de Sael. Absurdamente, me alegré de tenerlos a los cuatro allí aunque no me fuera a servir de mucho.
―¿Eddie? ―preguntó Britt de pronto sin apartar la vista de la pistola de Noa.
―Listo, jefa.
―Noa, esta es tu última oportunidad. Baja el arma y suelta a Santana ―dijo Britt con tono de ultimátum.
―¡Ella morirá! ¡Os lo juro que morirá! ―gritó histérica al verse acorralada.
Britt hizo un gesto con la cabeza, casi imperceptible por el casco pero lo suficientemente claro para sus hombres.
Solo tuve tiempo de escuchar el sonido de un disparo y luego sentí el peso de Noa cayendo sobre mi cuerpo a plomo. Comencé a gritar al ver la sangre que me cubría las manos y me dejé caer al suelo incapaz de sostenerme en pie por más tiempo.
―Estás bien, respira. Respira tranquila, Santana ―dijo Britt a escasos centímetros de mi cara―. Has sido muy valiente y todo esto va a pasar pronto. Solo te pido un poco más de fuerza, mi amor, solo un poco más ¿de acuerdo?
―¡Tenemos compañía! ―gritó el hombre que controlaba la puerta principal de la sala.
―¡Scott, sácala de aquí! ―gritó Britt poniéndose de pie de un salto y colocándose de nuevo el casco―. ¡Ya, Scott!
Salíamos por una de las puertas del salón cuando comenzaron los disparos dentro. Ridley me llevaba pegada a él, cogida de la mano mientras con la otra sujetaba su arma.
Dejamos la casa atrás rápidamente y salimos, después de unos metros, a un camino donde esperaba un jeep. El conductor del vehículo le hizo una señal, Scott asintió brevemente y, sin mediar palabra, abrió la puerta, me metió dentro de un empujón y cerró. Antes de que pudiera agradecerle lo que hacía por mí, desapareció y el coche derrapó ruedas y
salió disparado.
***
―Hola, pequeña. ¿Cómo te encuentras? ―preguntó una dulce y cálida voz.
Me incorporé rápidamente y busqué con la mirada alrededor. “¿Dónde estoy?”, pensé de inmediato incapaz de reconocer la figura que estaba sentada a mi lado. Aquel olor a limpio, la suavidad de las sábanas, esos ojos que me miraban con una mezcla de compasión, tristeza y alegría, el tacto de su mano en la mía como si fuera la de una madre preocupada por su hija. Todo aquello me superó y mis emociones, que eran un caos desde hacía mucho tiempo, se desbordaron.
No sé cuánto tiempo estuve llorando abrazada a María Sánchez como si fuera mi paño de lágrimas. Solo cuando me sentí cansada hasta para seguir llorando, me separé de sus brazos y pude ver su sonrisa.
―¿Mejor? ―preguntó, pasándome su suave mano por el pelo húmedo de la frente. Asentí avergonzada y bajé la mirada.
―¿Y Britt? ―Un gran miedo reapareció en mi interior retorciéndome las entrañas.
―No lo sabemos aún. Pero volverá, no debes preocuparte por ella, cariño. ―Sus palabras no eliminaron aquel terror interno que me atenazaba―. ¿Qué te parece si te dejo algo de ropa y bajamos a comer algo? Son casi las nueve de la noche, llevas durmiendo todo el día, y debes de estar hambrienta.
***
Me desperté gradualmente asimilando poco a poco dónde me encontraba. El olor de tostadas y café recién hecho hizo rugir mis tripas y sonreí. “Los bebés tienen hambre”, pensé satisfecha. Pero luego recordé la pesadilla que había tenido por la noche y me eché a llorar. En ella, Britt no regresaba nunca a mi lado. Nadie volvió a saber nada de ella y aunque mis esfuerzos por encontrarla no cesaban, cada vez era más difícil encontrar la siguiente pista.
Negándome a que mis sueños siguieran controlando mi destino, me vestí y bajé a la cocina en busca de María.
―Buenos días ―dije cautelosa cuando entré en la cocina, desierta―. ¿Hola? ¿María?
Salí de allí y recorrí un ancho pasillo perfectamente iluminado por la luz de los ventanales que daban al jardín de la casa. En una mesa de forja del exterior, sentada junto a su marido, estaba María. Al parecer, Jesús Sánchez había vuelto.
Me acerqué prudentemente para no interrumpir ninguna conversación entre el matrimonio, pero cuando estuve a pocos metro me di cuenta de que María estaba llorando desconsoladamente.
Mi mundo se empezó a resquebrajar pensando que la tristeza de aquella mujer se debía a la pérdida del hombre al que yo tanto esperaba. La sangre me abandonó el rostro y me llevé las manos a la boca, incapaz de hacerlas dejar de temblar.
―¿Qué… qué sucede? ―balbuceé con un hilo de voz.
― Santana ! Ven, acércate y siéntate con nosotros ―dijo el señor Sánchez sorprendido. Se levantó y llegó hasta donde yo seguía plantada, incapaz de dar un paso sin desmayarme―. No te preocupes, pequeña. María está un poco sentimental hoy, no se lo tengas en cuenta. Ven, querida, por favor. ―Me cogió del codo con suavidad
y me instó a dar un primer paso y luego otro.
―Pero, ¿qué pasa? ¿Es Britt? ―pregunté asustada.
―Oh, no, pequeña, no es eso. Tranquila. ¿Has desayunado? ―preguntó María queriendo cambiar de tema. Se limpió las lágrimas con un pañuelito que llevaba en la mano y compuso una sonrisa afectuosa―. Te dejé una bandeja preparada en la cocina. Pensaba subírtela en un rato. No sabía que estabas ya despierta. Jesús, ―dijo
girándose hacia su marido, que se encontraba a su espalda con las manos en sus hombros―, ¿puedes ir tú a traer la bandeja del desayuno de esta niña? Si no le damos de comer, esos bebés morirán de hambre.
El señor Sánchez sonrió ante la mención de los bebés y salió disparado hacia la cocina.
―¿Por qué lloras? ¿Ha sucedido algo? Por favor, si le ha pasado algo a Britt quiero saberlo. No soportaría que me ocultaseis algo así. ¿Qué ha pasado? ―insistí al borde de las lágrimas.
―No te preocupes, querida. Britt estará aquí mañana por la noche, como muy tarde. Todo ha terminado, pero antes debía informar a sus superiores de lo que ha pasado. Jesús te lo contará todo mejor que yo.
El señor Sánchez apareció en ese momento con la bandeja de comida. Tenía tanta hambre, que no me pareció excesivo comerme todo lo que había preparado María mientras Sánchez, como si de un cuento se tratase, me relataba cómo había acabado la historia de Sael.
―Entonces, ¿no ha muerto? ¿Sigue vivo? ―pregunté al saber que había sobrevivido al asalto.
―Sí, está vivo. En la cárcel, pero vivo.
―¿Y los demás? ¿Y Reinaldo?
―Bueno, según Britt, solo ha habido que lamentar una baja: una mujer. No sé quién es ese Reinaldo, pero sin duda sigue vivo. Seguramente estará detenido como
todos los demás ―me explicó Jesús dejándome mucho más tranquila.
―¿Y qué va a pasar ahora con Samuel? ―pregunté.
La expresión de aquel hombre se tornó sombría y en sus ojos apareció la tristeza en el estado más puro. María estaba completamente afligida.
―Lo juzgarán. De un modo o de otro, le espera una buena temporada a la sombra ―Se quedó pensativo unos minutos como haciendo balance de sus palabras y lo que significaban. Aquel matrimonio había querido a Britt y a Samuel como si fueran sus propios hijos y lamentaban lo que había sucedido con el más pequeño de los Heartstone, tanto o más que cuando asistieron a su funeral.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Continualo porfavor,quiero saber como termina
Gracias y saludos
Gracias y saludos
lana66** - Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 07/06/2015
Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
Maldito samuel, quería matar a su futura cuñada...
Dos bebes, que alegria .
Espero más señorita, de esta historia,
Saludos.
Dos bebes, que alegria .
Espero más señorita, de esta historia,
Saludos.
JanethValenciaaf********- - Mensajes : 659
Fecha de inscripción : 20/01/2015
Edad : 25
Re: Brittana: Algo Contigo (ADAPTACION) cap 33,34 y 35 FIN
ACTUALIZARE MAÑANA Y ESPERO TERMINAR CON LA HISTORIA ESTE FIN DE SEMANA HARE TODO LO POSIBLE, PERO EL TRABAJO Y PROBLEMAS DE SALUD DE MI ABUELITA Y DE MI MAMA ME HAN IMPEDIDO CENTRARME EN ACTUALIZAR PERO SI PROMETO MAÑANA CUMPLIRLES CON ACTUALIZAR . GRACIAS POR APOYAR LA HISTOORIA CON SUS COMENTARIOS
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
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