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AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
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marthagr81@yahoo.es
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
holap mar..
ammm al fin paso!!!
seria bueno que se balan a vivir juntas.. y alejarse de la u,..
a ver como siguen las cosas
nos vemos!!
PD; una consulta mar,.. vas a adaptar los 5 libros de after? o queda en amor infinito el 4???
ammm al fin paso!!!
seria bueno que se balan a vivir juntas.. y alejarse de la u,..
a ver como siguen las cosas
nos vemos!!
PD; una consulta mar,.. vas a adaptar los 5 libros de after? o queda en amor infinito el 4???
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
Micky Morales Hoy A Las 7:02 Am bueno ya san se entrego a britt y conociendola para ella es casi como un matrimonio, ojala acepte la idea de irse a vivir juntas, tal vez sera bueno para britt, aunque con ciertas normas, digo yo!!!!! escribió:
Hola, bueno vamos a ver que incensates cometen estas dos mas adelante
3:) Hoy A Las 1:49 Pm holap mar.. ammm al fin paso!!! seria bueno que se balan a vivir juntas.. y alejarse de la u,.. a ver como siguen las cosas nos vemos!! PD; una consulta mar,.. vas a adaptar los 5 libros de after? o queda en amor infinito el 4??? escribió:
ja ya leistes todas las historias, bueno vamos a ver, porque es cuestion del tiempo disponible que tenga. porque soy abogada y por el momento estoy con unos juicios activos, y pues no quisiera dejar nada inconcluso. pero tambien tengo algunas historias cortas que ya quiero subir. vamos a ver, aconsejen ustedes tambien mandan en mis adaptaciones son tanto suyas como mias.
saludos
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
Capítulo 80
Para cuando las dos estamos duchadas y en la cama, son casi las cuatro de la madrugada. —Tengo que levantarme dentro de una hora —refunfuño contra sus pecho. —Llegarías puntual aunque durmieras hasta las siete y media —me recuerda. No me apetece tener que arreglarme corriendo, pero necesito las horas de sueño. Por suerte he dormido la siesta, a ver si eso me ayuda a no quedarme dormida de pie durante mi primer día de verdad en Vance. —Mmm... —musito contra su piel. —Pondré la alarma.
Me escuecen los ojos por la falta de sueño mientras intento rizarme la maraña de pelo. Me pinto los ojos con un lápiz marrón y me pongo mi nuevo vestido rojo rubí. Tiene el escote cuadrado y lo
bastante bajo para realzar mi busto sin ser indecente. El dobladillo acaba justo en mis rodillas, y el cinturón estrecho en la cintura crea la ilusión de que me he pasado horas arreglándome. Sopeso si
debo ponerme colorete o no pero, gracias a mi noche con Britt, tengo las mejillas sonrosadas. Me pongo los zapatos nuevos y me inspecciono delante del espejo. El vestido es muy favorecedor, y
estoy más guapa de lo que imaginaba. Miro de reojo a Britt, que sigue envuelta en las mantas de mi minúscula cama. Se le salen los pies del colchón y sonrío. Espero hasta el último minuto para
despertarla. Me planteo si debo dejar que siga durmiendo, pero soy una egoísta y quiero darle un beso de despedida. —Tengo que irme —digo dándole pequeños empujones en el hombro. —Te quiero —musita, y me ofrece los labios sin abrir los ojos. —¿Vas a ir a clase? —le pregunto después de besarla. —No —contesta, y vuelve a dormirse. Le doy un beso en el hombro y cojo mi chaqueta y mi bolso. Me muero por volver a meterme en la cama con ella. «A lo mejor lo de vivir juntas no es mal plan. Al fin y al cabo, ya pasamos
casi todas las noches juntas.» Me quito la idea de la cabeza. No es un buen plan, es demasiado pronto. Demasiado pronto.
Aun así, me paso todo el trayecto imaginándome alquilando un
apartamento con Britt, escogiendo las cortinas y pintando las paredes. Para cuando subo al ascensor en Vance, ya hemos
comprado la cortina de la ducha y la alfombrilla de baño, pero cuando llego a la tercera planta un hombre joven con traje azul marino entra en el ascensor y pierdo la concentración.
—Hola —dice, y se acerca a la botonera. Como ve que ya está pulsada la tecla de la última planta, se apoya en la pared del fondo.
—¿Eres nueva? —pregunta. Huele a jabón y tiene los ojos azul eléctrico, que, junto con su pelo negro, forman un extraño contraste.
—Sólo soy una becaria —le digo. —¿Sólo una becaria? —Se ríe.
—Quiero decir que soy becaria aquí, no una empleada de verdad —me corrijo nerviosa. —Yo empecé de becario hace unos años y luego me contrataron a jornada completa. ¿Estudias en la WCU?
—Sí. ¿Tú estudiaste allí? —Sí. Me gradué el año pasado. Por fin. —Se ríe—. Te gustará trabajar aquí. —Gracias. De momento me encanta —digo saliendo del ascensor. Cuando me dispongo a doblar la esquina, añade: —No me has dicho tu nombre.
—Santana, Santana Lopez. Sonríe y se despide con la mano.
Detrás del mostrador está sentada la misma mujer de ayer, y esta vez se presenta y me dice que se llama Kimberly. Me sonríe, me desea buena suerte y señala una mesa llena de comida y café. Le
devuelvo la sonrisa y le doy las gracias. Cojo un donut con fideos de
chocolate y una taza de café y me meto en mi despacho. En mi mesa encuentro una gruesa pila de papel con una nota del señor
Vance, que dice que es mi primer manuscrito y me desea suerte. Me encanta la libertad con la que cuento en estas prácticas; tengo una suerte que no me la creo. Le doy un mordisco al donut, guardo la nota y me pongo a trabajar. El manuscrito es muy bueno y no puedo parar de leer. Llevo doscientas páginas cuando suena el
teléfono que hay sobre mi mesa. —¿Diga? —Me doy cuenta de que no tengo ni idea de qué botón tengo que pulsar para contestar.
Para intentar parecer más madura, añado—: Aquí Santana Lopez.
Me muerdo el labio y oigo una risita al otro lado.
—Señorita Lopez, tiene una visita. ¿La dejo pasar? —pregunta Kimberly. —Santana, llámame Santana, por favor —le digo.
Me parece poco considerado por mi parte pedirle que me llame «señorita Lopez» cuando ella tiene más años y más experiencia que yo. —Santana —dice, y me imagino su sonrisa franca—. ¿La dejo pasar? —Ah, sí. Espera..., ¿quién es? —No estoy segura..., una chica joven... Lleva tatuajes, muchos tatuajes — susurra, y me entra la risa. —Sí, dile que salgo a recibirla. —Cuelgo. Que Britt haya venido me emociona y me asusta al mismo tiempo. Espero que vaya todo bien. Salgo al vestíbulo, donde me espera de pie con las manos en los bolsillos. Kimberly está al teléfono. Tengo la impresión de que sólo finge hablar, pero no podría asegurarlo. Espero que el hecho de recibir visitas en mi segundo día de trabajo no dé la impresión de que me estoy aprovechando de la gran oportunidad que se me ha dado. —Hola, ¿va todo bien? —digo cuando ya lo tengo cerca. —Sí, sólo quería ver cómo te va el trabajo. —Sonríe y le da vueltas con los dedos al aro de la ceja. —Ah. Pues va muy bien, estoy... —empiezo a decir cuando el señor Vance se nos acerca a grandes zancadas. —Bueno, bueno, bueno... ¿Has venido a suplicarme que te devuelva tu empleo? —le dice a Britt con una gran sonrisa y una palmada en el hombro. —Eso quisieras tú, viejo zorro —dice Britt, riéndose, y me deja boquiabierta. El señor Vance se echa a reír y le da un puñetazo juguetón a Britt en las costillas. Deben de estar más unidos de lo que yo creía. —¿A qué debo el honor? ¿O sólo has venido a acosar a mi nueva becaria?
—Me mira. —Lo segundo. Acosar a las becarias es mi pasatiempo favorito. Miro a uno y a otra y no sé qué decir. Me encanta ver este lado bromista y juguetón de Britt. No lo saca muy a menudo.
—¿Tienes tiempo para salir a comer? Si es que no has comido ya... —me dice Britt. Miro el reloj que cuelga de la pared. Ya es mediodía. Se me ha pasado la mañana volando. Miro al señor Vance, que se encoge de hombros. —Tienes una hora para comer. ¡Una chica tiene que alimentarse! —Sonríe y se despide de
Britt antes de desaparecer por el pasillo. —Te he mandado varios mensajes de texto para asegurarme de que habías llegado a la oficina, pero no me has contestado —me dice Britt cuando subimos al ascensor. —No he mirado el teléfono en toda la mañana, estaba muy metida en una historia —respondo cogiéndola de la mano.
—Estás bien, ¿verdad? ¿Estamos bien? —pregunta mirándome fijamente. —Claro, ¿por qué no íbamos a estarlo? —No lo sé... Empezaba a preocuparme que no respondieras a mis mensajes. Pensaba que... que te estabas arrepintiendo de lo de anoche. —Agacha la cabeza. —¿Qué? Por supuesto que no. De verdad que no he mirado el móvil. No me arrepiento de lo de anoche. Ni un poquito. No puedo disimular la sonrisa que se me dibuja en la cara al recordarlo. —Bien. Es un gran alivio —dice, y deja escapar un suspiro. —¿Has venido hasta aquí porque pensabas que me había arrepentido? —le pregunto. Es un poco extremo, pero muy halagador. —Sí... Bueno, no sólo por eso. También quería invitarte a comer. —Sonríe y se lleva mi mano a los labios.
Salimos del ascensor y luego a la calle. Debería haber cogido la chaqueta. Tiemblo un poco y Britt me mira. —Tengo una chaqueta en el coche —dice—. Podemos ir a cogerla y luego a Brio, está a la vuelta de la esquina y se come muy bien. Caminamos hacia su coche y saca una cazadora negra de cuero del maletero. Me hace gracia. Creo que lleva toda la ropa en el maletero. Lleva sacando ropa de ahí dentro desde que la conozco. La chaqueta abriga mucho y huele a Britt. Me va enorme y tengo que arremangármela.
—Gracias. —Le doy un beso en la mandíbula. —Te queda muy bien, como un guante. Me coge de la mano y andamos por la acera. Los hombres y las mujeres vestidos de traje nos miran sin disimulo. A veces se me olvida lo distintas que parecemos vistas desde fuera. Somos polos opuestos en casi todo pero, no sé cómo, nos va bien así. Brio es un restaurante italiano pequeño y pintoresco. El suelo está cubierto de azulejos multicolores y el techo es un mural del cielo con querubines regordetes y sonrientes que esperan junto a unas puertas blancas y un par de ángeles, uno blanco y uno negro,
abrazándose. El ángel blanco está intentando llevar al negro al otro lado. —¿Santana? —dice Britt tirándome de la manga.
—Voy —musito, y vamos hacia nuestra mesa, que está al fondo.
Britt se sienta en la silla que hay a mi lado, no en la de enfrente, y apoya los codos sobre la mesa. Pide para las dos, pero no me importa porque ella ya ha comido antes aquí.
—¿Sois muy amigos el señor Vance y tú? —pregunto.
—Yo no diría tanto. Pero nos conocemos bastante. —Se encoge de
hombros. —Parece que os lleváis muy bien. Me gusta verte así.
Se le dibuja una pequeña sonrisa en los labios y me acaricia el muslo. —¿Ah, sí? —Sí. Me gusta verte feliz. Siento que no me lo está contando todo sobre su relación con el señor Vance pero, por ahora, voy a dejarlo estar. —Soy feliz. Más feliz de lo que creía que iba a serlo... nunca —añade. —¿Qué mosca te ha picado? ¡Te estás ablandando! —bromeo, y se ríe. —Si quieres puedo volcar unas cuantas mesas y romper un par de narices para refrescarte la
memoria —replica, y choco el hombro contra el suyo. —No, gracias. —Me río como una adolescente. Nos sirven la comida y le doy las gracias al camarero. Tiene todo muy buena pinta y me paro a
disfrutar de los aromas antes de dar el primer bocado. Britt ha pedido para las dos una especie de raviolis que están deliciosos.
—Está rico, ¿eh? —comenta muy satisfecha. Se llena la boca. Asiento y hago lo propio. Cuando terminamos, nos peleamos por la cuenta, pero al final gana ella. —Ya me lo pagarás luego —dice guiñándome un ojo cuando el camarero no mira. Volvemos a la editorial y Britt entra conmigo. —¿Vas a subir? —le pregunto.
—Sí. Quiero ver tu despacho. Te prometo que luego me iré.
—Trato hecho. Nos metemos en el ascensor; cuando llegamos a la última planta le devuelvo su cazadora. Se la pone y se me hace la boca agua al ver lo bien que le sienta el cuero. —Anda, hola otra vez —me saluda el chico de traje azul marino mientras caminamos por el pasillo. —Hola otra vez. —Sonrío. Mira a Britt, que se presenta. —Encantado de conocerte. Me llamo Trevor, trabajo en contabilidad. — Saluda con la mano—. En fin, ya nos veremos.
Y se marcha. Entramos en mi oficina, Britt me coge de la muñeca y me vuelve para mirarme a la cara. —¿Qué coño ha sido eso? —me espeta. «¿Está de broma?» Miro mi muñeca, que me sujeta con fuerza, y deduzco que no. No me hace daño pero tampoco me deja moverme. —¿Qué? —Ese tío. —¿Qué pasa con él? Lo he conocido esta mañana en el ascensor. Recupero mi muñeca de un tirón.
—No parecía que os acabarais de conocer. Estabais flirteando en mi cara. No puedo evitarlo. Suelto una carcajada que más bien parece un ladrido. —¿Qué? Estás mal de la cabeza si crees que eso era flirtear. Estaba siendo educada, igual que él. ¿Por qué iba a flirtear con él? Intento no subir la voz, no me conviene montar una escena. —Y ¿por qué no? Era majo y rollo pijo... Llevaba traje y todo —dice Britt. Me doy cuenta de que está más dolida que enfadada. Mi instinto me dice que le diga cuatro cosas y la mande a paseo, pero decido adoptar una estrategia distinta, igual que cuando se puso a romper cosas en casa de su padre. —¿Eso crees? ¿Que quiero a alguien como él, no como tú? —le pregunto con un tono de voz suave. Britt abre unos ojos enormes, perpleja. Sé que esperaba que estallara, pero este cambio en la dinámica la frena y tiene que pensar lo que va a decir a continuación. —Sí... Bueno, no lo sé. —Sus ojos encuentran los míos. —Pues, como de costumbre, te equivocas. —Sonrío. Necesito hablar con ella de esto más tarde, pero ahora mismo tengo más ganas de hacerle saber que
no tiene de qué preocuparse que de corregirla. —Lamento que hayas pensado que estaba flirteando con él. No es así. Yo no te haría eso —le aseguro. Su mirada se suaviza y le acaricio la mejilla. ¿Cómo puede una persona ser tan fuerte y tan frágil a la vez?
—Vale... —dice. Me echo a reír y sigo acariciándole la mejilla. Me encanta pillarla con la guardia baja. —¿Para qué lo quiero a él teniéndote a ti? Parpadea y, al final, sonríe. Me alivia estar aprendiendo a desactivar la bomba con patas que es Britt.
—Te quiero —me dice, y sus labios buscan los míos—. Perdona que haya saltado así. —Acepto tus disculpas. ¿Qué te parece si te enseño mi despacho? —digo con alegría. —No te merezco —añade en voz baja, demasiado baja.
Decido hacer como que no la he oído y mantengo mi actitud animosa. —¿Qué opinas? —Sonrío de oreja a oreja. Se echa a reír y presta mucha atención mientras le muestro cada detalle, cada libro de la estantería y el marco vacío que hay en la mesa.
—Estaba pensando en poner una foto nuestra aquí —le digo.
No nos hemos hecho ninguna foto juntas, y no se me había ocurrido hasta que coloqué el marco sobre la mesa. Britt no parece de la clase de personas que sonríen ante la cámara, ni siquiera ante la de un móvil. —Las fotos no son lo mío —dice confirmando mis sospechas. Sin embargo, cuando ve mi decepción, se esfuerza por añadir—: Quiero decir... que podríamos hacernos una. Pero solo una. —Luego lo pensamos. —Sonrío, y parece aliviada. —Ahora hablemos de lo sexi que estás con ese vestido. Me está volviendo
loca —dice en un tono más grave de lo habitual al tiempo que se acerca a mí. Mi cuerpo entra en calor al instante; sus palabras siempre tienen este efecto en mí. —Tienes suerte de que no abriera los ojos esta mañana —prosigue—. Si los hubiera abierto... — recorre con la punta de los dedos el escote del vestido—, no te habría dejado salir de la habitación. Con la otra mano sube el bajo del vestido y me acaricia el muslo. —Britt... —le advierto. Mi voz me traiciona y parece más un gemido que otra cosa. —¿Qué, nena?... ¿No quieres que haga esto? —Me levanta del suelo y me sienta en la mesa. —Es... —Con sus labios en el cuello no puedo pensar. Hundo los dedos en su pelo y me da pequeños mordiscos—. No podemos... Podría entrar alguien... o... algo. — Se me traba la lengua y no consigo decir nada que tenga sentido. Lleva ambas manos a mis muslos y me separa las piernas. —La puerta tiene un pestillo por algo... —replica—. Quiero hacértelo aquí, sobre la mesa. O puede que contra la ventana. Su boca continúa bajando hacia mi pecho. Su propuesta es como una descarga eléctrica. Sus dedos rozan el encaje de mis bragas y noto cómo cambia su respiración.
—Me estás matando —gruñe mirando entre mis piernas para ver el
conjunto de encaje blanco que me compré ayer. No me puedo creer que esté consintiendo esto, en mi mesa, en mi despacho nuevo, el segundo día de prácticas. La idea me excita y me aterra a partes iguales. —Cierra la... —empiezo a decir, pero me interrumpe el timbre del teléfono. Me sobresalto y contesto como puedo—: ¿Diga? Aquí Santana Lopez. —Señorita Lopez..., Santana —corrige rápidamente Kimberly—. El señor Vance ha terminado su
trabajo por hoy y va de camino a tu despacho —dice con una pizca de picardía en la voz. Debe de haberse dado cuenta de lo irresistible que puede ser Britt. Me ruborizo y le doy las gracias antes de bajarme de la mesa.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
Capítulo 81
Britt se marcha después de discutir un buen rato sobre fútbol americano con mi jefe. Me disculpo por tener visita, pero el señor Vance no le da ninguna importancia; me dice que Britt es como de la familia y que siempre será bienvenida. No puedo dejar de imaginarme a Britt haciéndome el amor encima de la mesa, y mi jefe tiene que repetirme lo que ha dicho sobre la siguiente nómina tres veces antes de que yo vuelva al mundo real. Sigo leyendo el manuscrito; estoy tan enfrascada que cuando levanto la vista son las cinco pasadas. Debería haber salido hace una hora y tengo una llamada perdida de Britt. La llamo en cuanto llego al coche, pero no lo coge. Hay algo de tráfico y, cuando llego a mi habitación, me
sorprende encontrar a Rachel en la cama. A veces se me olvida que ella también vive aquí. —¡Cuánto tiempo sin verte! —bromeo dejando caer el bolso y quitándome los tacones. —Sí... —dice sorbiendo por la nariz. —¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? —Me siento en su cama junto a ella. —Creo que Quinn y yo hemos roto. —Solloza. Es muy poco frecuente ver a Rachel llorar, normalmente es muy fuerte y tiene mucho carácter. —¿Por qué? Y ¿qué significa eso de creo? —le pregunto mientras le paso la mano por los hombros para consolarla. —Nos hemos peleado y he roto con ella, pero sin querer. No sé por qué lo he hecho. Me he enfadado porque estaba sentada con ésa, y sé muy bien cómo se las gasta. —¿Quién? —pregunto, aunque creo que ya lo sé. —Kitty. Deberías haber visto cómo coqueteaba con ella y se bebía sus palabras.
—Pero ella sabe que estáis juntas, ¿no es amiga tuya? —Eso a ella le da igual. Haría cualquier cosa con tal de que los hombres y mujeres le presten atención. Observo a Rachel llorar y secarse las lágrimas, y cada segundo que pasa detesto un poco más a la dichosa Kitty. —No creo que Quinn pique, he visto cómo te mira. Le importas de verdad. Creo que deberías llamarla y hablar del tema —le sugiero. —¿Y si está con ella? —No está con ella —le aseguro.
No veo a Quinn dejándose seducir por la serpiente de pelo rosa.
—¿Cómo lo sabes? A veces uno cree que conoce a las personas, pero no es así —dice, y me mira a los ojos—. Brit... —Hola —dice Britt entrando en la habitación como Pedro por su casa. Luego procesa el cuadro que tiene delante—. Uy..., ¿mejor vuelvo dentro de un rato? Se revuelve, incómoda. Britt no es de las que consuelan a una chica llorosa, por muy amiga suya que sea. —No, voy a ver si encuentro a Quinn y hacemos las paces —dice ella poniéndose en pie—. Muchas gracias, Santana. Me abraza y mira a Britt. Intercambian unas miradas muy raras antes de que Rachel salga de la habitación. Ella se vuelve y me da un beso. —¿Tienes hambre?
—Sí, la verdad es que sí —le digo. Tengo que ponerme con los deberes, pero voy bastante adelantada. No tengo ni idea de cómo ni
cuándo saca tiempo Britt para estudiar y trabajar. —Estaba pensando que, después de cenar algo, podrías llamar a Karen o a
Ryder y preguntarles qué debo ponerme para..., ya sabes, la boda.
Cuando menciona el nombre de Ryder me remuerde la conciencia. Hace días que no hablo con él, y lo echo de menos. Quiero hablarle de las prácticas y puede que incluso le cuente cómo me va
con Britt. Esto último no lo tengo claro pero, aun así, quiero hablar con él. —Sí, llamaré a Ryder. ¡Una boda, qué emocionante! —digo, y entonces pienso en que yo también tengo que comprarme ropa para el gran día. —Sí, una pasada. Estoy que no quepo en mí de gozo —replica poniendo los ojos en blanco, y yo me echo a reír.
—Bueno, me alegro de que al menos vayas a ir. Significa mucho para Karen y para tu padre. Menea la cabeza, pero ha cambiado mucho desde que la conocí, y de eso no hace tanto.
—Ya, ya... Vamos a cenar —refunfuña y coge mi chaqueta de la silla. —Espera, voy a cambiarme primero —protesto. Siento sus ojos fijos en mí mientras me desnudo, saco unos vaqueros y una
sudadera de la WCU del armario y me los pongo rápidamente.
—Estás adorable. Ejecutiva sexi de día y dulce estudiante de noche —me pincha. Tengo mariposas en el estómago. Me pongo de puntillas y le doy un beso en la mejilla. Decidimos ir al centro comercial a cenar para poder ir de compras a continuación. Llamo a Ryder en cuanto nos sentamos y me dice que le preguntará a su madre qué debería ponerse Britt y que me llamará en cuanto lo averigüe. —¿Y si compramos lo tuyo primero? —sugiere.
—Yo tampoco sé qué ponerme —digo con una carcajada.
—Bueno, tienes la suerte de que estarás preciosa te pongas lo que te pongas. —Eso no es verdad. Tú llevas como nadie el estilo ese de «Me importa una mierda mi aspecto pero siempre voy perfecta».
Me mira con suficiencia y se reclina en la silla. —¿Tú también te has dado cuenta? Pongo los ojos en blanco y noto que me vibra el móvil. —Es Ryder. —Hola —dice—, mi madre me ha dicho que le gustaría que tú fueras de blanco. Sé que no es lo habitual, pero eso es lo que ella quiere. E intenta que Britt se ponga vestido de encaje de igual color, aunque, si te soy sincero, no creo que esperen gran cosa de ella —Vale, haré lo que pueda para que se ponga vestido. —Miro a Britt, que frunce el ceño con gesto divertido. —Buena suerte. ¿Qué tal las prácticas? —Bien, de hecho, fenomenal. Son un sueño hecho realidad. Es increíble: tengo mi propio despacho y básicamente me pagan por leer. Es perfecto. ¿Y las clases?
Echo de menos literatura. Britt tiene el ceño fruncido y se ha puesto seria. Sigo la dirección de su mirada hacia el centro de la zona de restauración. Dany, Blaine y un tío al que no había visto en la
vida se acercan a nosotras. Dany me saluda con la mano y le sonrío sin pensar. Britt me lanza una mirada asesina y se levanta.
—Vuelvo enseguida —dice, y va a su encuentro. Intento seguir hablando con Ryder y observar a Britt al mismo tiempo, pero no sé qué hacer. —Sí, no es lo mismo sin ti, pero me alegro de que te vaya bien. Al menos Britt no aparece por clase, así que no tengo que verla —dice Ryder. —¿Cómo que no aparece por clase? ¿Hoy o más días? Ayer fue a clase, ¿no? —No. Pensé que la había dejado porque tú ya no ibas, y es obvio que no puede estar más de
cinco minutos sin ti —se burla, y mi corazón se alegra a pesar de que me preocupa que esté faltando a clase. Miro en dirección a Britt, que está de espaldas a mí, pero por la postura de los hombros sé que está tensa. El tío al que no conozco luce una sonrisa repugnante y Dany menea la cabeza. Blaine no parece muy interesado, prefiere mirar a un grupo de chicas que tiene cerca.
Britt da un paso hacia el tío y no sé si están de broma o no.
—Perdona, Ryder. Ahora te llamo —digo, y cuelgo.
Dejo las bandejas sobre la mesa y me acerco a ellos. Espero que nadie toque nuestra comida. —Hola, Santana, ¿cómo estás? —pregunta Dany, y se adelanta para abrazarme. Me sonrojo y le devuelvo el abrazo por educación. Sé que lo mejor será que no mire a Britt en un rato. Dany lleva el pelo liso y despeinado hacia adelante y está para comérsela. Va todo de negro y lleva puesta una chaqueta de cuero llena de parches por delante y por
detrás. —Britt, ¿no vas a presentarme a tu amiga? —dice el extraño. Sonríe y se me ponen los pelos como escarpias. Sé que no es buena persona. —Sí —dice Britt señalando a uno y a otro—. Ésta es mi amiga Santana; Santana, te presento a Jace.
¿Amiga? Me siento como si me hubieran dado una patada en el estómago. Hago lo que puedo por ocultar mi humillación y sonreír.
—¿Estudias en la WCU? —pregunto. Mi voz suena mucho más entera de lo que me siento. —No, por Dios. Yo paso de la universidad. —Se ríe como si fuera lo más —. Pero si todas las
universitarias son tan guapas como tú, voy a tener que replanteármelo. Trago saliva y espero a que Britt diga algo. Ah, no, si sólo soy su amiga. ¿Por qué iba a decir nada? Permanezco en silencio. ¿Por qué no me habré quedado en la mesa?
—Vamos a ir a los muelles esta noche. Deberíais pasaros —dice Dany. —No podemos. La próxima vez será —contesta Britt.
Me planteo interrumpir y decir que yo sí que puedo, pero estoy demasiado ofendida para hablar. —¿Por qué no? —pregunta Jace.
—Mañana trabaja. Supongo que yo podría pasarme más tarde. Solo — añade él. —Qué lástima. —Jace me sonríe. El pelo rubio de color arena le cae sobre los ojos y se lo aparta con un movimiento de la cabeza. Britt aprieta la mandíbula y lo mira. Me he perdido algo. Y ¿quién es este tío? —Ya. Bueno, os llamo cuando esté de camino —dice Britt, y yo echo a andar. Oigo sus botas a mi espalda pero sigo andando. No me llama porque no quiere que sus amigos se
imaginen cosas, pero viene detrás de mí. Acelero el paso, me meto en Macy’s y doblo la esquina con la esperanza de despistarla. No hay suerte. Me coge del codo y me vuelve para que la mire.
—¿Qué te pasa? —Es obvio que está molesta. —¡Ah, pues no sé, Britt! —grito. Una anciana se me queda mirando y le sonrío a modo de disculpa. —¡Yo tampoco! ¡Tú eres la que ha abrazado a Dany! —me chilla. Empezamos a tener público, pero estoy que echo humo, así que ahora mismo me da igual. —¿Es que te avergüenzas de mí? Vamos, que lo entiendo, no soy precisamente la chica más
molona, pero pensé que... —¿Qué? ¡No! Por supuesto que no me avergüenzo de ti. ¿Estás loca? — resopla. Ahora mismo sí que siento que he enloquecido.
—¿Por qué me has presentado como si fuera una amiga? No te cansas de repetirme que nos vayamos a vivir juntas... ¿y luego vas y les dices que somos amigas? ¿Qué intentas hacer?, ¿ocultarme? No seré el secreto de nadie. Si no soy lo bastante buena para
que tus amigos sepan que estamos juntas, puede que no me apetezca seguir contigo. Doy media vuelta y me alejo para poner punto y final a mi pequeño discurso. —¡Santana! Maldita sea... —dice, y me sigue por la tienda. Llego a los probadores y los miro de
reojo. —Me meteré contigo —dice leyéndome el pensamiento.
Y es capaz de hacerlo. Me vuelvo hacia la salida más cercana.
—Llévame a casa —le ordeno. No digo nada más y voy por lo menos diez metros por delante de Britt. Salimos del centro
comercial y llegamos a su coche. Intenta abrirme la puerta pero se echa atrás cuando la fulmino con la mirada. Si yo fuera ella, guardaría las distancias. Miro por la ventanilla y pienso en todas las cosas terribles que podría decirle pero permanezco en silencio. Me avergüenza que sienta que no puede contarle a la gente que estamos juntas. Sé que no soy como sus amigos y que probablemente piensen que soy una perdedora, o que no soy popular, pero eso a ella no debería importarle. Me pregunto si Dany ocultaría nuestra relación a sus amigos, y no puedo evitar pensar que no lo haría. Ahora que lo pienso, Britt nunca se ha referido a mí como su novia. Debería haber esperado a que me confirmara que estamos saliendo antes de acostarme con ella. —¿Se te ha pasado la pataleta? —me pregunta cuando nos metemos en la autopista.
—¿La pataleta? ¿Me tomas el pelo? —Mis gritos llenan el pequeño coche. —No sé por qué le das tanta importancia a que haya dicho que eras mi amiga. Sabes que no era eso lo que quería decir. Sólo es que me han pillado por sorpresa —miente. Sé que miente por cómo desvía la mirada. —Si te avergüenzas de mí, creo que no quiero volver a verte —digo. Me clavo las uñas en la pierna para no echarme a llorar. —No me digas eso. —Se pasa las manos por el pelo y respira hondo—. Santana, ¿por qué supones que me avergüenzo de ti? Eso es absurdo —ruge. —Que te diviertas esta noche en la fiesta. —Por favor, no voy a ir. Sólo lo he dicho para librarme de Jace. Sé que no es buena idea decir lo que voy a decir, pero tengo que demostrarle una cosa. —Si no te avergüenzas de mí, llévame a la fiesta. —Eso sí que no —masculla.
—Lo que yo decía —salto.
—No voy a llevarte porque, para empezar, Jace es un gilipollas. Además, no deberías ir a esa clase de sitios. —¿Por qué no? Soy mayorcita. —Jace y sus amigos son demasiado para ti, Santana. Joder, son demasiado hasta para mí. Unos porretas y unos desechos humanos. —Entonces ¿por qué eres amiga suyo? —Pongo los ojos en blanco. —Hay una gran diferencia entre ser cordial y ser amigos. —Vale, entonces ¿cómo es que Dany sale con ellos? —No lo sé. Jace no es la clase de tío al que uno puede decirle que no — explica. —Vamos, que le tienes miedo. Por eso no le has dicho nada cuando se ha puesto baboso conmigo —recalco.
Jace debe de ser muy malo para que Britt le tenga miedo. Me sorprende echándose a reír. —No le tengo miedo, pero no quiero provocarlo. Le gusta jugar y, si lo provoco contigo, lo convertirá en un juego. —Agarra el volante con tanta fuerza que los nudillos se le ponen blancos. —Entonces es una suerte que sólo seamos amigas —replico, y miro por la ventanilla las maravillosas vistas de la ciudad. No soy perfecta y sé que me estoy comportando como una cría, pero no puedo evitarlo. Sé que Jace es lo peor y entiendo por qué Britt ha hecho lo que ha hecho, pero no por eso duele menos.
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
Capítulo 82
Cuando llegamos a la residencia me desplomo sobre la cama. Sigo
enfadada con Britt, aunque no tanto como antes. No quiero que Jace me preste más atención que la justa y necesaria, pero conocerlo no ha servido sino para hacer que mi mente plantee más preguntas que sé que Britt no quiere siquiera oír. —De verdad que lo siento. No pretendía herir tus sentimientos —dice. No la miro porque sé que me ablandaré al instante. Debe saber que no voy
a consentir que me haga cosas como ésta. —¿Todavía... todavía quieres estar conmigo? —pregunta con voz temblorosa.
Cuando la miro, veo su vulnerabilidad. Suspiro. Sé que no puedo seguir enfadada cuando hay tanta preocupación en sus ojos.
—Sí, claro que quiero estar contigo. Ven aquí —le digo dándole un par de golpecitos al colchón. Mi fuerza de voluntad se desvanece con esta mujer. »¿Me consideras tu novia? —le pregunto cuando se sienta. —Sí, aunque me parece un poco tonto llamarte así —dice.
—¿Tonto? —Me muerdo las uñas. Es un mal hábito del que tengo que deshacerme. —Para mí significas mucho más que un calificativo adolescente. Me coge la cara entre las manos. Su respuesta me conmueve del mejor modo posible. No puedo
evitar sonreír como una idiota. Sus hombros se relajan al instante.
—No me gusta que no quieras que la gente sepa lo nuestro. ¿Cómo vamos a vivir juntas si ni siquiera eres capaz de hablarles de mí a tus amigos? —No es eso. ¿Quieres que llame a Dany y se lo cuente ahora mismo? Si acaso, deberías sentirte tú avergonzada de mí. Sé cómo nos mira la gente cuando nos ve juntas — dice. «Así que ha notado cómo nos miran.» —Sólo nos miran porque somos distintas y el problema lo tienen ellos. Nunca me avergonzaría de ti. Nunca, Britt. —Me tenías preocupada. Creía que ibas a tirar la toalla conmigo. —¿A tirar la toalla? —Eres la única constante en mi vida, lo sabes, ¿verdad? No sé qué haría si me dejaras.
—No voy a dejarte a menos que me des motivos —le aseguro.
Sin embargo, no se me ocurre nada que me hiciera dejarla. Estoy
demasiado loca por ella. Sólo de pensar en dejarla me duele tanto el cuerpo que no puedo soportarlo. Sería mi fin. La quiero aunque
discutamos a diario. —No te los daré —dice. Aparta la mirada un segundo y luego nuestros ojos vuelven a encontrarse—. Me gusta quién soy cuando estoy contigo. Aprieto la mejilla contra su mano.
—A mí también. La quiero, la quiero entero. En todas sus versiones. Sobre todo, me gusta en quién me he convertido a su lado. Nos hemos cambiado para mejor la una a la otra. De algún modo he conseguido que se abra y la he hecho feliz, y ella me ha enseñado a vivir y a no preocuparme hasta por el más nimio de los detalles.
—Sé que a veces te saco de quicio..., bueno, casi siempre, y Dios sabe que me vuelves loca — dice. —¿Gracias?... —Sólo digo que el hecho de que discutamos no significa que no debamos estar juntas. Todo el mundo se pelea. —Sonríe—. Lo que pasa es que nosotras reñimos más que el resto de la gente. Tú y yo somos muy diferentes, así que tenemos que aprender a entender a la otra.
Será más fácil con el tiempo —me asegura. Le devuelvo la sonrisa y le paso los dedos por el pelo rubio. —Todavía no tenemos nada que ponernos para la boda —señalo. —Uy, qué pena, me parece que no vamos a poder ir. Pone la cara de preocupación más falsa que he visto en mi vida y me da un beso en la nariz. —Qué más quisieras. Sólo estamos a martes. Tenemos toda la semana. —O podríamos pasar del tema e irnos el fin de semana a Seattle —repone
enarcando una ceja. —¿Qué? —Me incorporo—. ¡No! Vamos a ir a la boda. Pero puedes llevarme a Seattle el fin de semana siguiente.
—No, la oferta sólo es válida por un tiempo limitado —me pincha, y me sienta en su regazo. —Bien, pues entonces tendré que buscarme a alguien que me lleve a Seattle. Aprieta los dientes y le acaricio con la punta de los dedos la parte de su cara que le cubre las mejillas y la mandíbula. —No te atreverás. —No parece que vaya a poder contener la risa. —Claro que me atreveré. Seattle es mi ciudad favorita. ¿Tu ciudad favorita? —Sí —aseguro—. La verdad es que nunca he estado en ningún otro sitio. —¿Cuál es el lugar más lejano que has visitado? Apoyo la cabeza en su pecho y ella se reclina contra la cabecera y me rodea con los brazos.
—Seattle. Nunca he salido de Washington. —¿Nunca? —exclama.
—No, nunca. —¿Por qué no? —No lo sé. No podíamos permitírnoslo después de que mi padre nos abandonara. Mi madre
siempre estaba trabajando y yo estaba tan ocupada estudiando para poder salir del pueblo que no pensaba en nada más, sólo en trabajar. —¿Adónde te gustaría ir? —pregunta mientras sus dedos suben y bajan por mi brazo. —Chawton. Quiero ver la granja de Jane Austen. O a París, me encantaría ver los sitios en los
que se hospedó Hemingway cuando estuvo allí. —Sabía que ibas a decir esos lugares. Yo podría llevarte —dice muy seria.
—De momento, empecemos con Seattle —replico, y me río como una adolescente. —Lo digo en serio, Santana. Puedo llevarte a cualquier sitio que quieras visitar. Sobre todo a Inglaterra. Al fin y al cabo, me crie allí. Podrías conocer a mi madre y al resto de mi familia. —Hum... —No tengo nada que decir. Esta chica es muy rara. Hace un rato me presenta a sus amigos como «una amiga», y ahora quiere llevarme a Inglaterra a conocer a su madre. —De momento, empecemos por Seattle —me río. —Vale, pero sé que te encantaría conducir por la campiña inglesa, ver la casa en la que creció Jane Austen... No me puedo ni imaginar la reacción de mi madre si le dijera que voy a salir del país con Britt. Probablemente me encerraría en el desván para siempre. No he vuelto a hablar con ella desde que se fue echando pestes de mi habitación después de haberme amenazado para obligarme a dejar de ver a Britt. Quiero evitar esa discusión el mayor tiempo posible.
—¿Qué te pasa? —me pregunta pegando la cara a la mía.
—Nada, perdona. Estaba pensando en mi madre.
—Ah... Ya se le pasará, nena. —Parece estar muy convencida de lo que dice, pero yo la conozco muy bien. —No lo creo. En fin, hablemos de otra cosa. Empezamos a hablar de la boda, pero el móvil de Britt comienza a vibrar en su bolsillo. Me aparto para que pueda sacarlo pero no mueve un dedo. —Sea quien sea, que espere —dice, y eso me hace muy feliz. —¿Nos quedaremos a dormir en casa de tu padre el sábado después de la boda? —pregunto. Necesito dejar de pensar en mi madre. —¿Es eso lo que quieres hacer? —Sí, me gusta esa casa. Esta cama es enana. —Arrugo la nariz y se ríe. —Podríamos quedarnos en mi casa más a menudo. ¿Por ejemplo esta noche? —Tengo las prácticas por la mañana. —¿Y? Te traes las cosas y te arreglas en un baño de verdad. Hace tiempo que no paso por mi habitación. Seguro que ya están intentando alquilarla —bromea—. ¿No quieres poder ducharte sin que haya otras treinta personas en el baño? —Adjudicado. —Sonrío y me levanto de la cama. Britt me ayuda a preparar una bolsa con las cosas para mañana y empieza a hacerme ilusión ir
a la fraternidad. Odiaba esa casa, sigo odiándola, pero la idea de poder ducharme en un cuarto de baño de verdad y la cama de matrimonio de Britt son demasiado buenas como para dejarlas
escapar. Saca de la cómoda el conjunto rojo de lencería y me lo pasa mientras asiente efusivamente. Me ruborizo y lo guardo en la bolsa. Meto una de mis faldas negras de toda la vida y una blusa
blanca. Quiero estrenar la ropa nueva poco a poco. —¿Sujetador rojo y blusa blanca? —apunta Britt. Saco la blusa blanca y
meto una azul. —Deberías traerte más ropa, así la próxima vez no necesitarás coger tantas cosas —me sugiere. Quiere que deje ropa en su casa. Me encanta que dé por hecho que vamos a pasar siempre la noche juntas. —Imagino que sí —asiento, y cojo mi nuevo vestido blanco y un par de cosas más.
—¿Sabes cómo sería todo mucho más fácil? —me pregunta echándose la bolsa al hombro. —¿Cómo? —Ya sé lo que va a decir.
—Yéndonos a vivir juntas. —Sonríe—. No tendríamos que decidir si
dormimos en tu casa o en la mía, y no te haría falta hacer tanta maleta. Podrías ducharte a solas todos los días... Bueno, sola
del todo tampoco. —Me guiña el ojo, juguetona. Y justo cuando creo que ha terminado, cuando llegamos a su coche y me abre la puerta, añade—: Podrías despertarte en tu cama y preparar café en nuestra cocina y arreglarte con calma, y luego nos veríamos todas las
noches en nuestra propia casa. Sin rollos de fraternidad ni de residencia de estudiantes. Cada vez que dice nuestro siento mariposas en el estómago. Cuanto más lo pienso, mejor suena.
Me aterra estar yendo demasiado deprisa con Britt. No sé si me va a
explotar en la cara. Conducimos hacia la casa, me pone la mano en el muslo y vuelve a decirme: —No le des tantas vueltas.
Su móvil vibra de nuevo pero lo ignora. Esta vez no puedo evitar pensar por qué no lo coge, pero procuro no hacerlo.
—¿De qué tienes miedo? —me pregunta al ver que no digo nada.
—No lo sé. ¿Y si las prácticas se tuercen y no puedo permitírmelo? ¿Y si nos va mal? Frunce el ceño pero se recupera rápido.
—Nena, ya te he dicho que el alquiler corre de mi cuenta. Ha sido idea mía y yo gano más que tú. Así que dame el gusto.
—Me da igual lo que ganes. No me gusta la idea de que tú lo pagues todo. —Vale, pues paga tú la tele por cable. —Se ríe muy satisfecha. —La tele por cable y la compra —negocio. No sé si estoy hablando hipotéticamente o no. —Trato hecho. La compra... Suena bien, ¿verdad? Podrías tener la cena preparada todas las
noches para cuando yo vuelva a casa. —¿Cómo dices? Más bien será al revés. —Me echo a reír. —¿Podríamos turnarnos?
—Trato hecho. —Entonces ¿te vas a venir a vivir conmigo? —Creo que nunca había visto una sonrisa como ésa en su cara perfecta.
—Yo no he dicho eso, sólo estaba... —Sabes que siempre cuidaré de ti, ¿verdad? Siempre —me promete. Quiero decirle que no deseo que me cuide. Que prefiero ganarme las cosas y pagar mi parte de
los gastos, pero tengo la impresión de que no está hablando sólo de dinero. —Me da miedo que sea demasiado bueno para ser verdad —confieso. Hasta ahora no se lo había dicho a Britt, porque lo cierto es que tampoco quería reconocérmelo a mí misma. Me sorprende al decir: —A mí también. —¿De verdad? —Es un gran alivio saber que siente lo mismo. —Sí, es algo en lo que pienso a menudo. Eres demasiado buena para mí y vivo con el miedo a que te des cuenta y la esperanza de que no lo hagas —dice sin apartar la vista de la carretera. —Eso no va a pasar —le aseguro. No responde.
—Está bien —rompo el silencio. —¿El qué? —Está bien, me iré a vivir contigo. —Sonrío. Deja escapar un suspiro tan profundo que parece que lleve horas conteniendo la respiración.
—¿De verdad? —Aparecen las pecas, menea la cabeza y me regala una sonrisa. —Sí. —No sabes lo mucho que eso significa para mí, Santana Marie Lopez. —Me coge la mano y la estrecha.
Gira para entrar en su calle y mi cabeza se acelera. Vamos a hacerlo, nos vamos a ir a vivir juntas. Britt y yo. Solas. Todo el tiempo. En nuestra casa. Nuestra cama. Nuestro todo. Me da un
miedo atroz, pero el entusiasmo puede más que los nervios, al menos de momento. No me llames por mi nombre completo o cambiaré de opinión —bromeo. —Dijiste que sólo la familia y los amigos pueden llamarte así. Creo que me lo he ganado.
¿Cómo es que se acuerda de eso? Creo que lo dije nada más conocerla. Sonrío. —En eso tienes razón. Llámame como quieras.
—Ay, nena, yo no diría eso si fuera tú. Tengo preparada una larga lista de guarradas que me encantaría llamarte. Su sonrisa es de lo más descarada y, para ser sincera, me muero por oír sus cochinadas. Aun así, me contengo, no pregunto y junto las piernas. Creo que lo ha notado porque sonríe de oreja a oreja. Justo cuando se me ocurre una frase sobre lo pervertida que es, me quedo
sin palabras. Al acercarnos a la fraternidad vemos que el jardín está lleno de gente y en la calle no caben más coches. —Mierda, no sabía que hubiera una fiesta esta noche. Si estamos a martes.
¿Ves? Éstos son los rollos a los que... —No pasa nada. Podemos meternos directamente en tu habitación —la interrumpo para intentar aplacar su ira. —Vale —suspira. Entramos en la casa. No cabe un alfiler. Britt y yo vamos derechos a la escalera y, cuando
empiezo a pensar que lo hemos conseguido sin tropezarnos con nadie, veo una mata de pelo rubio de color arena en lo alto de la escalera. Jace.
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
Capítulo 83
Britt ve a Jace al mismo tiempo que yo y se vuelve a mirarme a mí,
luego mira otra vez a Jace y se tensa al instante. Durante un segundo parece que va a dar media vuelta para sacarnos de aquí, pero no hay duda de que Jace nos ha visto, y sé que Britt no va a arriesgarse a hacerle el feo de darle la espalda y largarse. A nuestro alrededor la fiesta no para, pero yo sólo veo la risa maquiavélica de
Jace, que me pone los pelos como escarpias. Llegamos a lo alto de la escalera, Jace hace un gesto teatral de sorpresa y dice:
—No pensaba encontraras aquí. Como no ibais a poder veniros a los muelles y todo eso... —Sí, sólo hemos venido a... —empieza a decir Britt. —No, si ya sé por qué habéis venido. —Jace sonríe y le da una palmada en el hombro. Me muero de vergüenza cuando mira hacia mí—. Es todo un placer volver a verte, Santana —dice con frialdad. Miro a Britt pero ella sólo tiene ojos para Jace.
—Igualmente —consigo responder. —Menos mal que no habéis ido a los muelles. Ha llegado la pasma y nos ha aguado la fiesta, así
que la hemos trasladado aquí. Lo que significa que los amigos babosos de Jace también rondan por la casa. Genial, más gente
que a Britt no le cae bien. Ojalá nos hubiéramos quedado en mi cuarto. Por la cara que pone, sé que ella está pensando lo mismo.
—Qué mal, tío —dice, e intenta avanzar por el pasillo.
Entonces Jace coge a Britt por el brazo.
—Deberíais bajar a tomar una copa con nosotros.
—Ella no bebe —responde Britt en tono molesto.
Por desgracia, lo único que consigue es alentar a Jace.
—Ah, no pasa nada. Bajad de todas maneras a pasar un buen rato. Insisto —dice. Britt se vuelve hacia mí y la miro fijamente con los ojos muy abiertos, como intentando decirle que no telepáticamente. Pero entonces asiente. «¿Por qué?» Ahora bajo. Dame un minuto para que... la deje instalada —masculla. Acto seguido me tira de la muñeca para que echemos a andar hacia su habitación antes de que Jace pueda decir esta boca es mía. Abre la puerta, me mete dentro a toda prisa y cierra. —No quiero bajar —le digo cuando deja mi bolsa en el suelo. —No vas a bajar. —Y ¿tú sí? —Sí, pero sólo cinco minutos. No tardaré. —Se pasa la mano por la nuca. —¿Por qué no le has dicho que no y punto? —pregunto. Britt afirma que no le tiene miedo a Jace, pero la veo bastante acobardada. —Ya te he dicho que es difícil decirle que no. —¿Es que te hace chantaje o algo? —¿Qué? —Se sonroja—. No... Sólo es un capullo y no quiero follones, y menos estando tú aquí —dice acercándose—. No tardaré en subir, pero lo conozco y, si no me tomo una copa con él, vendrá
a darnos la lata y no lo quiero cerca de ti —explica, y me besa en la
mejilla. —Está bien —suspiro. —Necesito que me esperes aquí. Sé que no es lo ideal, con todo el jaleo y la música de la fiesta,
pero tampoco quiero arriesgarme a bajar, aunque sea para marcharnos. —Está bien —repito.
No me apetece en absoluto tener que bajar. Odio estas fiestas y no quiero ver a Kitty ni en pintura. —Lo digo en serio, ¿vale? —me ordena con voz dulce. —He dicho que está bien. Pero no me dejes mucho rato aquí sola —le suplico. —No tardaré. Deberíamos ir mañana mismo a firmar el contrato del apartamento, en cuanto
salgas de Vance. No quiero tener que preocuparme más de estas mierdas. Yo tampoco quiero tener que soportar estas fiestas ni seguir en mi habitación compartida en la residencia de estudiantes. Quiero comer en una cocina, no en un comedor de estudiantes, y quiero tener la libertad de ser adulta. Vivir y estudiar en el campus no hace más que recordarme lo jóvenes que somos.
—Vale, vuelvo enseguida. Cierra la puerta cuando me vaya y no la abras. Yo tengo llave. —Me da un beso rápido y se aleja.
—Jesús, actúas como si alguien fuera a venir a asesinarme —bromeo para quitarle hierro al asunto, aunque ella no se ríe antes de salir del cuarto. Pongo los ojos en blanco pero cierro de todas maneras; lo último que quiero es tener que echar de aquí a algún borracho en busca del cuarto de baño. Enciendo el televisor, esperando que amortigüe el jaleo de abajo, pero no dejo de pensar qué estará pasando. ¿Por qué a Britt la intimida tanto Jace? ¿Por qué Jace da tanta grima? ¿Estarán jugando otra vez al estúpido jueguecito para críos de Verdad o desafío? ¿Y si retan a Britt a que
bese a Kitty? ¿Y si está sentada encima de Britt como en la última
fiesta? Odio tenerle tantos celos, me vuelve loca. Sé que Britt se ha acostado y ha estado liada con un montón de chicas, entre
ellas Rachel, pero por alguna razón Kitty me pone mala. Puede que sea porque sé que no le caigo bien e intenta fastidiarme recordándome que ha estado con Britt. «Y porque la pillaste sentada a horcajadas encima de ella y metiéndole la lengua hasta las
amígdalas la primera vez que la viste», me recuerda mi subconsciente. Al final no puedo soportarlo más. Sé que debería esperarla aquí con la puerta cerrada a cal y canto, pero mis pies tienen otros planes y, antes de darme cuenta, ya estoy bajando los escalones de dos en dos, en busca de Britt. Cuando llego abajo veo el horrendo pelo rosa de Kitty y y su vestido cinturón. Respiro aliviada cuando no encuentro a Britt por ningún sitio.
—Pero bueno... —dice una voz a mis espaldas. Me vuelvo y veo a Jace a menos de un metro de mí—. Britt nos ha dicho que no te encontrabas bien. Le va a crecer la nariz... Se ríe y se saca un mechero del bolsillo. Le quita la tapa con el pulgar, lo
enciende y se lo lleva al bajo de los vaqueros para quemar los flecos. Decido no dejar mal a Britt. —He bajado porque me encontraba mejor —le digo. —Qué rapidez. —Se ríe. Está claro que le parece divertidísimo. La habitación se ve ahora mucho más pequeña y la fiesta mucho más grande. Asiento e inspecciono el salón, intentando desesperadamente encontrar a Britt. —Ven, quiero que conozcas a mis amigos —dice Jace. Cada vez que habla
me entran escalofríos. —Es que... creo que debería buscar a Britt —tartamudeo. —Venga, mujer. Britt estará con ellos —dice, e intenta pasarme el brazo por los hombros. Doy un paso para fingir que no me he dado cuenta de lo que iba a hacer. Pienso en si debería
volver arriba para que Britt no se entere de que he bajado, pero estoy segura de que Jace me seguiría o se lo contaría a ella. O las dos cosas. —Vale —asiento dando mi brazo a torcer.
Sigo a Jace entre la multitud y me lleva al jardín trasero. Está oscuro, iluminado únicamente por las luces del porche. Empieza a preocuparme lo de seguir a este tipo afuera, pero sólo hasta que mis ojos encuentran los de Britt. Los abre como platos, primero de sorpresa y luego de enfado, y hace amago de levantarse pero al final se queda sentada. —Mira a quién he encontrado vagando en solitario —dice Jace señalándome. —Ya lo veo —masculla Britt. Está cabreada. Estoy frente a un pequeño círculo de caras que no conozco, sentadas alrededor de lo que parece el foso de una hoguera hecho con pedruscos, sólo que no hay ningún fuego
encendido. Hay algunas chicas, pero casi todo son tíos con pinta de duros. —Ven —dice Britt haciéndose a un lado para que me siente en la misma piedra que ella. Me instalo junto a ella y me lanza una mirada de esas que dicen que, de no ser porque estamos
rodeados de gente, me gritaría hasta desgañitarse. Jace le dice algo al oído a un tío que tiene el pelo negro y lleva una camiseta blanca rota. —¿Por qué no estás en mi habitación? —me dice Britt esforzándose por hablarme en voz baja. —No lo sé... Pensé que Kitty... —En cuanto empiezo a decirlo me doy cuenta de lo tonto que
suena. —No lo dirás en serio —replica con un toque de exasperación en la voz mientras se pasa la mano por el pelo.
Todo el mundo nos mira cuando el tío de pelo negro me pasa una botella de vodka.
—Ella no bebe —dice Britt quitándomela de las manos.
—Joder, Pierce, la chica tiene boca —repone otro tío. Tiene una bonita sonrisa y no da tanta grima como Jace o el tipo del pelo negro. Britt se ríe, aunque sé que la risa es falsa.
—Nadie te ha dado vela en este entierro, Ronnie —dice en tono de broma. —¿Y si jugamos a algo? —pregunta Jace.
Miro a Britt. —Por favor, decidme que vosotros no jugáis a la tontería esa de Verdad o desafío en las fiestas
—refunfuño—. De verdad, no le veo la gracia a tanto jueguecito.
—Me cae bien. Tiene un par —comenta Ronnie, y me río.
—¿Qué tiene de malo jugar un poco de vez en cuando? —replica Jace arrastrando las palabras, y Britt se pone tensa a mi lado.
—En realidad, estábamos pensando en el strip póquer —dice otro tío. —Ni de coña —contesto. —¿Y si jugamos a chupar y soplar? —dice Jace, y me entra el miedo y me ruborizo. No sé qué es eso, pero no suena a algo a lo que me apetezca jugar con esta
panda. —No sé lo que es, pero no, gracias —digo. Veo a Britt sonreír con el rabillo del ojo. —Es un juego muy divertido, sobre todo con un par de copas encima — explica alguien por detrás
de mí. Me planteo quitarle la botella a Britt y echarle un trago, pero mañana tengo que madrugar y no quiero tener resaca.
—Nos faltan chicas para el chupar y soplar —dice Ronnie.
—Voy a por unas cuantas —decide Jace, y desaparece en la casa antes de que nadie pueda protestar. —Vuelve arriba, por favor —me dice Britt en voz baja para que nadie más pueda oírla. —Si te vienes conmigo —respondo. —Vale, vámonos. Pero en cuanto nos ponemos en pie, el círculo nos abuchea. —¿Adónde vas, Pierce? —pregunta uno de los tíos. —Arriba. —Venga, tío, hace meses que no te vemos el pelo. Quédate un rato más. Britt me mira y me encojo de hombros. —Bueno, vale —cede ella conduciéndome de vuelta a la piedra—. Enseguida vuelvo —me dice—. Y esta vez no te muevas de aquí. Va en serio. Pongo los ojos en blanco. Es irónico que me deje sola con los que en teoría son los más macarras
de toda la fiesta. —¿Adónde vas? —pregunto antes de que se marche. —A por una copa. Es probable que tú necesites una también. Sonríe y entra en la casa. Me quedo mirando el cielo y el foso para el fuego e intento evitar conversaciones incómodas. No
da resultado. —Entonces ¿desde cuándo conoces a Britt? —me pregunta Ronnie echándose un trago al gaznate.
—Desde hace unos meses —respondo educadamente.
Ronnie tiene algo que me tranquiliza; no me pone en alerta roja como Jace. —Vamos, que no hace mucho —dice. —No, supongo que no. No mucho. ¿Cuánto hace que la conoces tú? — pregunto.
Voy a aprovechar la ocasión para reunir toda la información que pueda sobre Britt. —Desde el año pasado. —¿Dónde os conocisteis? —añado, aunque intento no parecer demasiado
interesada. —En una fiesta. Bueno, en muchas fiestas —se ríe.
—Entonces ¿sois amigos? —Pero qué curiosona eres —interviene el tío del pelo negro. —Mucho —respondo, y se echa a reír.
Bueno, al fin y al cabo, tampoco parecen tan terribles como decía Britt. Por cierto, ¿dónde demonios se habrá metida?
Regresa al poco con Jace y tres chicas detrás. Pero ¿a qué viene esto? Jace y Britt están hablando, a lo suyo. Jace le da entonces una palmada en la espalda y los dos se echan a reír. Britt lleva dos vasos de plástico rojos, uno en cada mano. Es un alivio
que Kitty no esté en el grupo de chicas que caminan detrás. Se sienta a mi lado y me dedica una mirada juguetona. Al menos
parece estar un poco más relajada que antes. —Toma —me dice, y me da uno de los vasos. La miro un instante antes de aceptarlo. Una copa no va a hacerme daño. Reconozco el sabor al
instante. Es lo que estuvimos bebiendo la noche en que Dani y yo nos besamos. Britt se me queda mirando y me relamo para recoger hasta la última gota de bebida. —Ahora ya tenemos suficientes chicas —dice Jace señalando a las recién llegadas.
Las miro y tengo que contenerme para no juzgarlas. Llevan unas faldas minúsculas y unas camisetas idénticas, salvo por los colores. La de la camiseta rosa me sonríe, así que decido que es la
que mejor me cae. —Tú no juegas —me susurra Britt al oído.
Quiero decirle que haré lo que me dé la gana, pero se me acerca y me rodea la cintura con el brazo. Levanto la vista sorprendida pero ella se limita a sonreír. —Te quiero —me susurra. Tiene los labios fríos, y me estremezco. —Vale, ya sabéis todos cómo va esto —dice Jace—. Tenemos que juntarnos en un círculo un poco más pequeño. Pero primero, que empiece la fiesta. Se ríe muy satisfecho y se saca algo blanco del bolsillo. También vuelve a hacer acto de
presencia el mechero, con el que enciende el pequeño canuto blanco. —Es hierba —me dice Britt en voz baja.
Me lo había imaginado, aunque nunca antes había visto marihuana. Asiento y observo a Jace llevarse el porro a los labios y darle una buena calada antes de pasárselo a Britt. Ella niega con la
cabeza rechazándolo. Ronnie lo coge, inhala con todas sus fuerzas y se pone a toser. —¿Santana? —dice luego ofreciéndomelo.
—No, gracias —respondo acurrucándome contra Britt.
—Hora de jugar —anuncia una de las chicas, y saca algo del bolso
mientras todos mueven las piedras en las que estaban sentados y forman un círculo más pequeño en el césped.
—¡Venga, Britt! —gruñe Jace, pero ella niega con la cabeza.
—Estoy bien así, tío —contesta. —Nos falta una chica, a menos que prefieras arriesgarte a que Dan te meta la lengua hasta la
campanilla —dice Ronnie entre risas. Dan debe de ser el tío del pelo negro. Un pelirrojo calladito con una barba muy densa le pega una
calada al porro y se lo devuelve a Jace. Me termino mi copa y voy a por la de Britt. Ella levanta una ceja pero deja que la coja.
—Voy a buscar a Kitty. Se apunta fijo —dice la chica de la camiseta rosa. Nada más oír su nombre, el odio que siento hacia ella supera mi sentido común y espeto: —Ya juego yo. —¿De verdad? —pregunta Jace. —¿Se lo tienes permitido? —dice Dan en tono de burla mirando a Britt. —Soy libre de hacer lo que me plazca, gracias —replico con mi sonrisa más inocente a pesar de mi tono borde.
Más me vale no mirar a Britt. Ya me ha dicho que no jugara, pero no he podido mantener cerrada mi bocaza. Me bebo su copa y me siento junto a la chica de la camiseta rosa. —Tienes que sentarte entre dos chicos —me dice. —Ah, vale —asiento, y vuelvo a levantarme. —Yo también juego —masculla Britt sentándose.
A pesar y en conra de lo dicho por Jace Me siento a su lado por instinto, pero sigo apartando la mirada. Jace se sienta junto a mí.
—Creo que Britt debería sentarse aquí para que el juego fuera más
interesante —dice Dan, y el pelirrojo asiente. Britt pone los ojos en blanco y se sienta enfrente de mí. No entiendo el objetivo de la
distribución de asientos. ¿Qué más da quién se siente con quién? Cuando Dan se acerca para colocarse a mi lado, me pongo nerviosa. Estar sentada entre Jace y ella es terriblemente incómodo.
—¿Empezamos ya? —gimotea la chica de la camiseta verde. Está sentada entre Britt y el pelirrojo. Una de las chicas le da a Jace lo que parece ser un trozo de papel y éste lo sujeta entre los labios.
«¿Qué...?» —¿Lista? —me pregunta Jace. —No sé cómo se juega —confieso, y una de las chicas se desternilla. —Pones los labios en el otro lado del papel y succionas —me explica—. El objetivo del juego es que el papel no se caiga. Si se te cae, besas a la otra persona. «No. No, no, no...» Miro a Britt, pero sólo tiene ojos para Jace. —Empieza por este lado para que pueda ver cómo se hace —dice la chica que está sentada al otro lado de Jace. No me gusta este juego. Ni pizca. Espero que se acabe antes de que me
toque a mí. O a Britt. Además, parecen mayorcitos para estar jugando a estas chorradas. ¿Qué les pasa a los universitarios,
que están deseando besar a cualquiera a la menor oportunidad? Observo cómo el papel pasa de los labios de Jace a los de la chica. No se cae. Contengo la respiración cuando Britt lo coge de los
labios de una chica y se lo pasa a otra. Si besa a una de las dos... Respiro aliviada cuando veo que el papel no se les cae. Se cae entre el pelirrojo y la chica de la camiseta amarilla y sus labios se
encuentran. Ella abre la boca y se besan con lengua. Aparto la mirada con una mueca. Quiero levantarme y dejar el círculo, pero mi cuerpo no se mueve. Soy la siguiente. «Mierda... Me toca.»
Trago saliva y Dan se vuelve hacia mí con el papel en los labios. Sigo sin estar muy segura de lo que tengo que hacer, así que cierro los ojos, pego la boca al otro lado y succiono. Noto el aire tibio
que atraviesa el papel cuando Dan sopla para soltarlo. Ha soplado con demasiada fuerza y es imposible que el papel no se caiga. Apenas lo noto aterrizar sobre mi pierna que ya tengo el aliento
de Dan en la cara y su boca se acerca a la mía. En cuanto sus labios rozan los míos, se aparta de inmediato. Abro los ojos pero, para cuando mi mente se percata de lo sucedido, Britt
ya está encima de Dan, agarrándolo del cuello.
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
queeee como lo dejas ahi, no es justo porque, porque!!!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
holap mar,..
mmmm definitivamente ninguna sabe obedecer jajaj
esas fiestas son para que una pierda la cabeza jajaja
nos vemos!!!
mmmm definitivamente ninguna sabe obedecer jajaj
esas fiestas son para que una pierda la cabeza jajaja
nos vemos!!!
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
jajajja Micky ten piedad, aqui dejo dos cap. mas, estoy llena de cafe y bebidas energeticas. pero el cansancio esta sobrevalorado verdad.jajajajja adoro que lean y lean y les pase las mia con esta historia.
Hola,,, si y esa desobediencia tiene precio. si esas fiestas son la perdicion, necesito una de esas urgente jajajajajaj
Aqui dos cap. mas
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
Capítulo 84
Me echo hacia atrás apoyándome en las manos mientras Britt levanta la cabeza de Dan, al que tiene cogido del cuello, y la golpea contra el césped. Por un segundo me pregunto si habría hecho lo mismo si estuviéramos en el porche, que tiene el suelo de cemento, o cerca de las piedras del foso. La respuesta llega cuando levanta el puño y lo estrella contra la mandíbula de Dan. —¡Britt! —grito poniéndome en pie.
Los demás se limitan a mirar. Jace parece que se lo está pasando en grande, y Ronnie también lo encuentra divertido. —¡Detenedla! —les suplico, pero Jace menea la cabeza mientras el puño
de Britt destroza un poco más la cara sanguinolenta de Dan.
—Hacía tiempo que esto se veía venir. Deja que lo resuelvan —me
contesta sonriente—. ¿Una copa? —¿Qué? ¡No, no quiero una copa! Pero ¡¿es que estás mal de la cabeza?! —le grito.
Hay un corrillo de gente mirando y unos cuantos se dedican a animar. Todavía no he visto a Dan pegarle a Britt, cosa de la que me alegro, pero quiero que Britt deje de pegarle a él. Me da
miedo intentar separarlos yo sola, así que cuando Dani aparece, la llamo a gritos. Sus ojos me encuentran y se acerca al trote.
—¡Detenla, por favor! —grito. Todo el mundo lo encuentra muy
emocionante menos yo. Si Britt sigue dándole de palos, lo va a matar. Lo sé. Dani asiente y se acerca a Britt. La coge de la camisa y tira de ella. Pilla a Britt por sorpresa, por lo que consigue separarla del cuerpo tendido de Dan con facilidad. Furiosa, Britt intenta
pegarle a Dani, pero ella esquiva el puñetazo y la sujeta por los hombros. Le dice algo que no consigo oír y asiente en dirección a mí. A Britt le saltan chispas por los ojos, tiene los nudillos
ensangrentados, y Dani le ha roto la camiseta al tirar de ella. Su pecho sube y baja a gran velocidad, como si fuera una animal salvaje después de la caza. No me acerco a ella, sé que está muy cabreada conmigo. La noto. No le tengo tanto miedo como debería. A pesar de que acabo de verla perder los papeles de la peor manera posible, sé que nunca me pondría la mano encima.
La emoción se disipa y casi todo el mundo emprende el camino de vuelta a la casa. El cuerpo maltrecho de Dan sigue tendido en el suelo, y Jace se agacha a ayudarlo. Se levanta tambaleante y se
limpia la cara bañada en sangre con el bajo de la camisa. Escupe una mezcla de sangre y saliva que me hace apartar la vista.
Britt se vuelve hacia Dan e intenta dar un paso en su dirección, pero Dani la sujeta con fuerza. —¡Que te jodan, Pierce! —grita Dan. Jace se interpone entre ambos. Ah, parece que ahora quiere hacer algo—. ¡Tú espera a que tu pequeña...! —grita Dan. —Cierra el pico —le espeta Jace, y el otro obedece. Entonces me mira y doy un paso atrás. Me pregunto a qué se refería Jace cuando ha dicho eso de que hacía tiempo que se veía venir. Britt y Dan parecían tan amigos hace cinco minutos. —¡Vete adentro! —grita Britt, y de inmediato sé que me lo está diciendo a mí. Decido obedecer, por una vez; doy media vuelta y corro a la casa. Sé que todo el mundo me está mirando pero me da igual. Me abro paso entre la multitud del vestíbulo y subo a toda prisa hacia la habitación de Britt. Se me ha olvidado cerrarla con llave al salir y, para empeorar las cosas, hay una enorme mancha roja en la moqueta. Habrá entrado alguien por accidente y se le ha caído la bebida en la moqueta de color tostado. Genial. Voy rápidamente al baño, cojo una toalla y abro el
grifo del lavabo. Cierro la puerta de Britt en cuanto entro y froto la
mancha con furia, pero el agua sólo consigue que la mancha se extienda. Entonces oigo la puerta, que se abre, e intento ponerme de pie antes de que Britt entre. —¿Qué coño estás haciendo? —Mira primero la toalla que llevo en la mano y luego mira la
mancha que hay en el suelo. —Alguien... He olvidado cerrar la puerta con llave antes de bajar —digo. La miro. Sus aletas
nasales se agitan y respira hondo—. Lo siento —añado.
Está que echa humo, y ni siquiera puedo enfadarme con ella porque todo esto es culpa mía. Si le hubiera hecho caso y me hubiera quedado en la habitación, nada de esto habría ocurrido.
Se pasa las manos por la cara, frustrada, y me acerco a ella. Tiene los dedos magullados y sanguinolentos, me recuerda a cuando se peleó en el estadio. Para mi sorpresa, me quita la toalla de
las manos y, por instinto, doy un paso atrás. En sus ojos brilla la confusión, ladea la cabeza un poco y usa la parte seca de la toalla para limpiarse los nudillos. Esperaba que entrara cargando por la puerta y empezara a gritarme y a romper cosas, no este
silencio. Esto es mucho peor. —¿No vas a decir nada? —suplico.
Las palabras brotan de su boca más despacio que de costumbre.
—Ahora mismo es mejor que no diga nada, Santana.
—No lo creo —le digo. No soporto su silencio iracundo.
—Pues créetelo —ruge. —¡No! Necesito que me hables, que me expliques lo que ha pasado. — Gesticulo con las manos
en dirección hacia la ventana y veo que aprieta los puños.
—¡Maldita sea, Santana! ¡Siempre tienes que presionar más y más! ¡Te he dicho mil veces que te quedaras en mi habitación! Y ¿qué coño has hecho tú? ¡No hacerme ni caso, como siempre! ¡¿Por qué
te resulta tan difícil hacer lo que te pido?! —chilla, y empotra el puño
contra un lateral de la cómoda. La madera se agrieta.
—¡Porque no eres nadie para decirme lo que puedo o no puedo hacer, Britt! —le grito. —No es eso lo que intentaba hacer. Estaba tratando de mantenerte lejos de mierdas como la que acaba de pasar. Ya te advertí que no eran buena gente, ¡y aun así apareces
contoneándote con Jace y luego vas y te ofreces voluntaria para jugar a ese puto juego! ¿A santo de qué? Las venas de su cuello están tan tensas contra su piel que me da miedo que le reviente alguna. —¡No sabía en qué consistía el juego! —Sabías que no quería que jugaras, y la única razón por la que te has empeñado en hacerlo es porque alguien ha mencionado a Kitty. ¡Y tú estás obsesionada con ella! —¿Perdona? ¿Que yo estoy obsesionada? ¡Probablemente porque no me gusta que mi novia soliera acostarse con ella! Me arden las mejillas. Los celos y la tirria que le tengo a Kitty son de locos, pero Britt casi estrangula a un tipo sólo porque ha estado a punto de besarme. —Pues siento decirte que, si vas a cogerles manía a todas las chicas con las que me he acostado,
deberías ir pensando en cambiarte de universidad —exclama, y la
mandíbula me llega al suelo—. No he visto que les pusieras tantas pegas a las chicas de antes —añade, y el corazón se me sale del
pecho. —¿Qué chicas? —Me falta el aire—. ¿Las que estaban jugando con nosotros? —Sí, y prácticamente todas las que han venido a la fiesta. —Me taladra con la mirada, pero su voz no muestra ni pizca de emoción. Intento pensar en algo que decir, pero me he quedado sin palabras. El hecho de que Britt se haya acostado con esas chicas, con las tres, y básicamente con toda la
población femenina de la WCU me revuelve el estómago, y lo peor es que me lo acaba de restregar por las narices. Debo de
parecer una imbécil, colgada de Britt, cuando todo el mundo sabe que no debo de ser más que otra de las muchas a las que se ha tirado. Sabía que se enfadaría, pero esto es demasiado, incluso
tratándose de ella. Siento que hemos vuelto hacia atrás en el tiempo, a la época en que la conocí y me hacía llorar a propósito prácticamente a diario. —¿Qué? ¿Sorprendida? Pues no deberías —dice. —No —replico. De verdad que no me sorprende, ni un poco. Estoy dolida. No por su pasado, sino por cómo acaba de tratarme por puro enfado. Lo ha dicho de esa manera sólo para hacerme daño. Parpadeo rápidamente para impedir que se me salten las lágrimas pero, como no da resultado, me vuelvo para secarme los ojos.
—Vete —me dice dirigiéndose hacia la puerta. —¿Qué? —le pregunto volviéndome para mirarla a la cara. —Que te vayas, Santana. —¿Adónde? Ni siquiera me mira. —Vuelve a la residencia... Qué sé yo... Pero aquí no puedes quedarte.
Esto no es lo que yo esperaba. El dolor en el pecho aumenta con cada segundo de silencio. Una parte de mí quiere suplicarle que me deje quedarme y discutir con ella hasta que me diga por qué ha
reaccionado de esa manera con Dan, pero una parte aún mayor se siente dolida y avergonzada por la frialdad con la que acaba de mandarme a paseo. Cojo mi bolsa de la cama y me la echo al hombro. Cuando llego a la puerta, miro atrás, a Britt, con la esperanza de que me pida disculpas o cambie de opinión, pero ella se vuelve hacia la ventana y me ignora por completo. No tengo ni idea de cómo voy a volver a la residencia. Hemos venido en su coche, y tenía la intención de pasar la noche aquí con ella. No recuerdo la última vez que dormí sola en mi habitación, y me
entra angustia sólo de pensarlo. El trayecto a su casa parece que fue hace días, no hace apenas unas horas. Cuando llego al pie de la escalera, alguien me tira de la sudadera y contengo la respiración
mientras me vuelvo, rezando para que no sea ni Jace ni Dan.
Es Britt. —Vuelve arriba —me dice con los ojos rojos y voz de desesperación. —¿Por qué? Creía que querías que me fuera. —Miro a la pared que tiene detrás. Suspira, me coge la bolsa y empieza a subir la escalera. Me planteo dejar que se quede con la
bolsa y marcharme igualmente, pero mi cabezonería es la que me ha metido en este embrollo. Resoplo y la sigo de vuelta a su cuarto. Cuando la puerta se cierra, da media vuelta y me acorrala contra ella. Me mira a los ojos. —Lo siento —dice. Sus labios cubren mi boca y apoya una mano contra la puerta, a la altura de mi cabeza, para que no pueda moverme. —Yo también —susurro.
—Yo... A veces pierdo el control. No me he acostado con esas chicas. Bueno, no con las tres. Me siento un poco aliviada. Pero sólo un poco. —Cuando me enfado, mi primera reacción es golpear más fuerte, herir a la otra persona todo lo que pueda. Pero no quiero que te vayas, y siento que te asustaras al verme pegarle a Dan la paliza de su vida. Estoy intentando cambiar por ti... Para ser lo que te mereces, pero para mí es muy duro. Sobre todo cuando haces cosas a propósito para cabrearme —dice. Me acaricia la mejilla con la mano y me seca las lágrimas que quedan. —No me has dado miedo —repongo. —¿Por qué no? Parecías aterrorizada cuando te he quitado la toalla. —No... Bueno, en ese momento sí, pero por la mancha del suelo. Durante la pelea con Dan, en realidad temía por ti. —¿Por mí? —Se endereza y presume—: Ni siquiera me ha rozado. Pongo los ojos en blanco. —Quiero decir que me daba miedo que lo mataras o algo así. Podrías haberte metido en un buen
lío al abalanzarte sobre él de ese modo —le explico. Britt se ríe a carcajadas. —A ver si lo entiendo: ¿te daban miedo las repercusiones legales de la pelea? —No te rías. Sigo enfadada contigo —le recuerdo, y me cruzo de brazos. No estoy muy segura de por qué estoy enfadada exactamente, además de porque me haya pedido que me marche. —Ya, yo también sigo enfadada contigo, pero es que tienes mucha gracia. —Apoya la frente en la
mía—. Me vuelves loca —asegura. —Lo sé. Nunca me haces caso y siempre me lo discutes todo. Eres una cabezota y rozas lo insoportable. —Lo sé —repito. —Me provocas y me estresas lo indecible sin necesidad, por no mencionar que has estado a
punto de darte el lote con Dan delante de mis narices. —Sus labios rozan mi mejilla y me estremezco. —Dices cosas horribles y te comportas como una cría cuando te enfadas. A pesar de que me está insultando y de que se queja de cosas que, en el fondo, sé que le encantan de mí, siento mariposas en el estómago cuando me besa la piel y continúa con su ataque verbal. Presiona las caderas contra las mías, esta vez con más fuerza. —Y dicho esto... También estoy locamente enamorada de ti —añade, y succiona sin piedad la
piel sensible de debajo de mi oreja. Le paso las manos por el pelo. Britt gime, me coge de la cintura y me atrae hacia sí. Sé que
queda mucho por decir, muchos problemas por resolver, pero ahora mismo todo lo que quiero es perderme en ella y olvidar esta noche.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
HOY POR ESTA NOCHE SUBO ESTOS DOS CAP SOLAMENTE PORQ ESTOY CANSADISIMA Y PARA COLMO HAY SISMOS EN MI PAIS.
---------------------------------------------------------Capítulo 85
En lo que parece un intento desesperado por estar aún más pegadas mientras nos besamos, Britt me coge con una mano por la nuca. Siento cómo toda su ira y su frustración se transforman en deseo y en cariño. Su boca está hambrienta y sus besos son húmedos mientras camina hacia atrás sin separar nuestras bocas. Me lleva a donde quiere con una mano en la cadera y la otra en mi nuca, pero tropiezo con sus pies y trastabillo justo cuando sus piernas llegan al borde de la cama y ambas caemos sobre ella. Intento arrebatarle el control, me encaramo a su torso y me quito la sudadera y la camiseta de tirantes al mismo tiempo y me quedo en sujetador de encaje. Se le dilatan las pupilas e intenta bajarme para que la bese, pero tengo otros planes. Me llevo las manos a la espalda y con dedos atolondrados me desabrocho los corchetes del
sujetador antes de bajarme los tirantes por los hombros y dejarlo caer en la cama, detrás de mí. Britt tiene las manos calientes y cubre con ellas mis pechos y los masajea sin miramientos. La cojo
de las muñecas, le aparto las manos y meneo la cabeza. Ella ladea la suya confusa. Entonces desciendo por su cuerpo y le desabrocho los pantalones. Me ayuda a que se los baje hasta la rodilla, junto con las bragas. De inmediato mis dedos se cierran sobre su vagina. Traga saliva y cuando la miro compruebo que tiene los ojos cerrados. Empiezo a acariciarla a lo largo muy despacio
y, con mucho valor, saco mi lengua usando solo la punta de esta sobre su clítoris. Intento recordar las instrucciones que me dio la última vez y repetir las cosas que me dijo que le gustaron.
—Joder..., Santana —jadea al tiempo que hunde las manos en mi pelo. Nunca había estado callada tanto tiempo durante ninguna de nuestras sesiones de sexo y, para mi asombro, echo de menos que me diga guarradas. Me recoloco sin dejar de chupárla y acabo entre sus rodillas. Se incorpora y me observa. —No sabes lo sexi que estás así, con mi coño en esa boca de sabelotodo que tienes —dice, y me agarra del pelo con más fuerza. Siento cómo aumenta la temperatura entre mis piernas y empiezo a chupar más deprisa. Quiero oírla gemir mi nombre. Trazo círculos con la lengua en la punta del clitoris y levanta las caderas para metérmela hasta en la boca. Empiezan a llorarme los ojos y me cuesta respirar, pero
oírla pronunciar mi nombre una y otra vez hace que no sea tan terrible. Al cabo de pocos segundos, suelta mi pelo y me coge la cara para que deje de moverme. El aroma metálico de sus nudillos
ensangrentados me inunda la nariz, pero no hago caso de mi instinto y no me aparto. —Voy a correrme... —me dice—. Así que, si quieres... si quieres hacer algo más antes, deberías dejar de chupármela. No quiero hablar, ni que sepa que me muero porque me haga el amor. Me levanto, me bajo los pantalones vaqueros y me los quito. Cuando empiezo a quitarme las bragas, su mano me detiene. —Quiero que te las dejes puestas... por ahora —ronronea. Asiento y trago saliva. La anticipación me consume—. Ven aquí.
Se quita la camiseta, se recoloca en el borde de la cama y me atrae hacia sí. Nuestro ferviente intercambio inicial pierde ímpetu, y la tensión y el enfado que había entre nosotras ha amainado. El pecho de Britt sube y baja, y tiene la mirada salvaje. La sensación de
estar sentada en su regazo, con ella completamente desnuda y yo sólo con las bragas puestas, es maravillosa. Me sujeta por la cintura con una mano que me mantiene en mi sitio mientras sus labios
acarician los míos de nuevo. —Te quiero —susurra en mi boca mientras sus dedos apartan mis bragas a un lado—. Te... quiero...
La intrusión me produce un placer inmediato. Mueve los dedos despacio, demasiado despacio, y de manera instintiva meneo las caderas hacia adelante y hacia atrás para acelerar el ritmo.
—Eso es, nena... Joder... Siempre estás a punto para recibirme —dice con voz ronca, y yo continúo restregándome contra su mano.
Se me acelera la respiración y gimo con fuerza. Todavía me sorprende lo rápido que mi cuerpo le responde. Sabe justo lo que tiene que decirme y hacerme. —A partir de ahora vas a hacerme caso, ¿de acuerdo? —pregunta mordisqueándome suavemente
el cuello. «¿Qué?» —Dime que vas a hacerme caso o no dejaré que te corras. «Está de broma.» —Britt... —le suplico intentando moverme más deprisa. Me detiene. —Vale... Vale... Pero, por favor... —le suplico, y sonríe satisfecha. Quiero abofetearla por hacerme esto. Está usando mi momento de mayor vulnerabilidad en mi contra, pero no consigo encontrar ni un ápice de enfado; ahora mismo sólo la quiero a ella. Soy demasiado consciente del roce de su piel desnuda. Mis bragas son lo único que se interpone entre
nosotras. —Por favor —repito. Asiente. —Buena chica —me susurra al oído, y ayuda a que mis caderas intensifiquen el ritmo mientras su
dedos se deslizan dentro y fuera de mí. En un abrir y cerrar de ojos, me tiene justo ahí. Britt me susurra guarradas al oído, palabras
desconocidas que me alientan a seguir de un modo que no puedo describir. Son de lo más atrevidas pero me encantan, y tengo que agarrarme a sus brazos para no caerme de la cama cuando me deshago con sus caricias. —Abre los ojos. Quiero ver lo que sólo yo puedo hacerte —me ordena, y hago lo que puedo por mantenerlos abiertos mientras el orgasmo se apodera de mí.
Luego dejo caer la cabeza sobre sus pechos y le paso los brazos por debajo de las axilas para abrazarla con fuerza mientras intento recobrar el aliento. —No puedo creer que hayas intentado... —empiezo a decir, pero me hace callar acariciándome con la lengua el labio inferior. Suelto bocanadas irregulares de aire, todavía estoy tratando de recuperarme del torbellino. Bajo la mano y se le cojo el coño. Hace una mueca, me muerde el labio y me lo chupa
con delicadeza. Decido adoptar una de las tácticas del manual de sexo de Britt S. Pierce y aprieto un poco.
—Pide perdón y te daré lo que quieres —le susurro al oído con voz
seductora. —¿Qué? —La cara que se le ha quedado no tiene precio. —Ya me has oído. Intento poner cara de póquer mientras la masturbo con una mano y me deslizo los dedos por encima de las bragas empapadas con la otra. Gime mientras me restriego contra ella. —Lo siento —balbucea con las mejillas encarnadas—. Déjame follarte..., por favor —suplica. Yo me echo a reír, aunque se me cortan las carcajadas cuando No pierde un segundo en colocarse sobre mi uniendo nuestros sexos y uniendo nuestros labios para volver a besarme. —No sé si estás lista para hacerlo en esta postura, encima de mí. Si es demasiado, avisa. ¿Vale, nena?
De repente vuelve a ser la Britt dulce y cariñosa.
—Vale —respondo. Me levanta un poco y siento el roce de sus dedos y luego cómo me va llenando a medida que me baja.
—Hostia —digo cerrando los ojos. —¿Estás bien?
—Sí..., sólo es... diferente —tartamudeo. Duele. No tanto como la otra vez, pero sigue siendo extraño y desagradable. Sin abrir los ojos, muevo un poco las caderas para tratar de aliviar la presión.
—¿Diferente en el buen o en el mal sentido? —dice con la voz ronca y la vena de la frente hinchada.
—Calla..., no hables más —contesto moviéndome de nuevo.
Gime y se disculpa. Me promete que me va a dar un minuto para que me acostumbre. No tengo ni idea de cuánto tiempo pasa hasta que muevo otra vez las caderas. Cuanto más me muevo, menos
desagradable me resulta y, en un momento dado, Britt me rodea con un brazo y me estrecha contra sí mientras empieza a moverse y a hacer chocar sus caderas con las mías. Mucho mejor ahora
que me abraza y nos movemos juntas. Tengo una de las manos apoyada en su pecho para sostenerme y se me están cansando las piernas. Intento ignorar las protestas de mis músculos y sigo montándole los dedos chocando con su coño, como una amazona. Trato de mantener los ojos abiertos para ver a Britt. Una gota de sudor desciende por su frente. Verla así, mordiéndose el labio inferior y mirándome tan fijamente que noto cómo sus ojos me queman la piel, es la sensación más alucinante del mundo.
—Lo eres todo para mí. No puedo perderte —dice mientras mis labios se deslizan por su cuello y su hombro. Tiene la piel salada, húmeda y perfecta—. Estoy a punto, nena. Me falta un pelo. Lo
estás haciendo muy bien, nena —gime, y me acaricia la espalda mientras yo intento coger velocidad. Entrelaza los dedos con los míos y me derrito con ese gesto tan íntimo. Me encanta cómo me
alienta, me encanta todo en ella. Se me tensa el vientre cuando Britt me agarra de la nuca con una mano. Sigue susurrando lo mucho que le importo y su cuerpo se torna de acero. La observo,
consumida por sus palabras y por el modo en que me roza el clítoris con el pulgar y me hace estallar en un instante. Nuestros gemidos y
nuestros cuerpos se entrelazan cuando las dos terminamos. Ella se deja caer hacia atrás en la cama y me tumba consigo. Cuando vuelvo en mí, apenas la noto limpiarse —Me alegro de que hayas venido a buscarme cuando he bajado la escalera —digo al fin tras un silencio largo pero placentero. Tengo la cabeza apoyada entre sus pechos y oigo cómo se calma el latir desbocado de su corazón.
—Yo también —responde—. No iba a hacerlo, pero no he podido evitarlo. Siento haberte dicho que te fueras. A veces soy un poco perra. Levanto la cabeza y la miro. —¿A veces? —Sonrío.
Levanta una de las manos que tiene en mi cintura y me pellizca la nariz. Me río. —No he oído que te quejaras de nada hace cinco minutos —recalca. Meneo la cabeza y la dejo caer otra vez en su piel bañada en sudor. Con los dedos, dibujo el contorno del tatuaje en forma de corazón que lleva en el hombro y veo que
se le pone la carne de gallina. No se me escapa que el corazón está pintado con tinta negra como la noche. —Eso es porque se te da mejor eso que salir con alguien —lo pincho. —No voy a discutírtelo.
Se ríe y me aparta el pelo de la cara. Me encanta cuando me acaricia la mejilla, es de lo que más me gusta. Sus dedos son ásperos pero, de algún modo, muy suaves en contacto con mi piel.
—¿Qué es lo que ha pasado entre Dan y tú? Quiero decir antes de esta noche —pregunto. Probablemente no debería, pero tengo que saberlo. —¿Qué? ¿Quién te ha dicho que haya pasado nada entre Dan y yo? — inquiere al tiempo que me levanta la barbilla para verme la cara. —Jace. Sólo que no me ha contado qué exactamente. Sólo ha dicho que se veía venir. ¿A qué se
refería? —A una mierda del año pasado. No es nada de lo que tengas que preocuparte, te lo prometo — dice y sonríe, pero sus ojos no. Será mejor que la deje estar. Estoy contenta de que hayamos hablado del problema, por una vez, y que empecemos a llevar mejor lo de la comunicación. —¿Quedamos mañana cuando termines en Vance? No quiero que nos quiten el apartamento.
—No tenemos muebles —le recuerdo. —Está amueblado. Pero podemos añadir cosas o quitarlas cuando ya estemos viviendo allí.
—¿Cuánto cuesta? —pregunto, aunque sé que no quiero oír la respuesta. Debe de ser carísimo si viene amueblado.
—No te preocupes de eso. Tú sólo piensa en el recibo de la tele por cable. —Sonríe y me besa en la frente—. ¿Qué me dices? ¿Te sigue gustando la idea? —Y la compra —añado, y ella frunce el ceño—. Pero sí, me gusta la idea. —¿Vas a decírselo a tu madre?
—No lo sé. En algún momento se lo tendré que contar, aunque ya sé cuál será su respuesta. Creo que primero debería dejar que se acostumbre a la idea de que estamos saliendo. Somos muy jóvenes
y, si se entera de que ya nos vamos a ir a vivir juntas, acabará con una camisa de fuerza. Se me escapa una carcajada a pesar del dolor que siento en el pecho. Ojalá las cosas con mi madre no fueran tan complicadas y pudiera alegrarse por mí. No obstante,
sé que eso no es posible. —Siento que estéis así. Sé que es culpa mía, pero soy demasiado egoísta para alejarme de ti.
—No es culpa tuya. Es que mi madre es... como es —le digo, y la beso en el pecho. —Tienes que dormir, nena. Mañana tienes que madrugar y ya es casi medianoche. —¿Medianoche? Creía que era mucho más tarde —digo separándome de ella y acostándome en la
cama. —Bueno, es que si no estuvieras tan prieta habría aguantado un poco más —me susurra al oído. —¡Buenas noches! —gruño muerta de la vergüenza. Se echa a reír y me besa en la nuca antes de apagar la luz.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
ya todos saben que no deben acercarse mucho a la chica de pierce!!!!!!
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
hola mar,..
en mi punto de vista es una relación entre la adición una por la otra y la esperanza de que todo cambie,..
se quieren,... pero son parte de la misma moneda la "locura" de britt,..
ya quedo claro no,... san es solamente de britt!!!
nos vemos!!!
en mi punto de vista es una relación entre la adición una por la otra y la esperanza de que todo cambie,..
se quieren,... pero son parte de la misma moneda la "locura" de britt,..
ya quedo claro no,... san es solamente de britt!!!
nos vemos!!!
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
Capítulo 86
A la mañana siguiente, bien temprano, vago por la habitación de Britt cogiendo lo que necesito para ir a darme una ducha.
—Voy contigo —gruñe, pero me río. —No, no vienes conmigo. ¿Eres consciente de que sólo son las seis? ¿Qué ha sido de tu regla de las siete y media? —le digo medio en broma cogiendo mi bolsa de aseo. —Te acompaño. Me encanta su voz ronca por las mañanas. —¿Adónde? ¿Al cuarto de baño? —resoplo, y se arrastra fuera de la cama —. Soy una mujer hecha y derecha, puedo cruzar el pasillo yo sola. —Ya veo el caso que me haces.
Pone los ojos en blanco pero sé que le ha hecho gracia.
—Vale, mamita, llévame al baño —protesto en tono de burla. No tengo intención de hacerle caso, pero decido seguirle la corriente por ahora. Britt arquea las cejas y sonríe. —No vuelvas a llamarme así o volveré a meterte en la cama. Me guiña el ojo y me apresuro a salir de la habitación antes de caer en la tentación.
Viene detrás de mí y se sienta en la taza del váter mientras me ducho. —Vas a tener que llevarte mi coche —dice, cosa que me sorprende lo indecible—. Ya buscaré yo a alguien que me lleve al campus y allí cogeré el tuyo para ir al apartamento.
No pensé en nada de eso anoche, cosa que aún me sorprende más.
Normalmente lo tengo todo planeado. —¿Vas a dejarme conducir tu coche? —La mandíbula me llega al suelo. —Sí. Aunque como le hagas un arañazo más te vale que no te encuentre — dice.
Parte de mí sabe que lo dice medio en serio, pero me río y contesto:
—¡Lo que me preocupa es que me destroces mi coche!
Intenta abrir la cortina pero la cierro con fuerza y la oigo reír.
—Nena, piensa que a partir de mañana podrás ducharte todos los días en tu propio cuarto de baño —dice mientras me aclaro el champú de la cabeza. —No creo que sea consciente hasta que de verdad estemos viviendo allí. —Espera a verlo. Te va a encantar —asegura. —¿Le has contado a alguien que vas a alquilar un apartamento? — pregunto, aunque ya sé la respuesta.
—No, ¿por qué tienen que saberlo?
—No tienen por qué. Sólo era curiosidad. El grifo chirría cuando lo cierro. Britt sostiene una toalla y, cuando salgo de la ducha, me
envuelve con ella el cuerpo empapado. —Te conozco, sé que crees que les estoy ocultando a mis amigos que vamos a irnos a vivir juntas —dice. No anda desencaminada. —Bueno, es que me parece muy raro que vayas a mudarte y que nadie lo sepa —replico.
—No es por ti, es porque no quiero aguantar rollos sobre abandonar la fraternidad. Pienso contárselo a todos, incluida Kitty, una vez estemos instaladas. —Sonríe y me pasa los brazos por los hombros. —Quiero ser yo quien se lo cuente a Kitty. —Me echo a reír y le devuelvo el abrazo. —Hecho. Tras múltiples intentos de quitarme a Britt de encima mientras me arreglo, me pasa las llaves
de su coche y me voy. En cuanto estoy en el coche, me vibra el móvil. Es un mensaje: Ten cuidado. Te quiero. Lo tendré. Cuídame el coche Te quiero. Bss. Me muero por volver a verte. Quedamos a las cinco. Tu mierda de coche estará bien. Sonrío para mis adentros en cuanto le envío la respuesta: Cuidado con lo que dices, o es posible que choque contra un poste al aparcar el tuyo. Deja de darme la tabarra y vete a trabajar antes de que baje y te arranque el
vestido. Por muy tentador que sea, dejo el móvil en el asiento del acompañante y arranco el coche. El motor ronronea al volver a la vida, nada que ver con el rugido del mío. Para ser un coche clásico, la conducción es mucho más suave que la de mi coche. Se nota que está muy bien cuidado. En cuanto entro en la autopista, suena el móvil. —No puedes estar ni veinte minutos sin mí, ¿eh? —me río al aparato. —¿Santana? —dice una voz masculina. «Sam...»
Me aparto el teléfono del oído y miro el nombre en la pantalla para
confirmarlo. Horror. —Ostras..., perdona... Creía que... —balbuceo.
—Creías que era ella... Lo sé —dice. Suena triste, no resentido.
—Perdona. —No lo niego.
—No pasa nada.
—¿Qué tal...? —No sé muy bien qué decir.
—Ayer vi a tu madre.
—Ah.
El dolor en la voz de Sam y el recuerdo del odio que mi madre me
demostró hacen que me duela el corazón.
—Sí... Está muy cabreada contigo.
—Lo sé... Amenazó con dejar de ayudarme a pagar la universidad.
—Se le pasará. Sólo está dolida.
—¿Que está dolida? Me tomas el pelo, ¿no? —Resoplo. No es posible que la esté defendiendo.
—No, no; sé que no lo ha enfocado bien, pero sólo está enfadada porque estás..., ya sabes..., con ella. —El asco que siente es más que evidente.
—Ya, pero no le corresponde a ella decirme con quién puedo o no estar. ¿Para eso me has llamado? ¿Para decirme que no debo seguir con ella?
—No, no, Santana. No es eso. Sólo quería ver si estabas bien. Nunca habíamos estado tanto tiempo sin hablarnos desde que teníamos diez años —dice. Me imagino perfectamente que tiene el ceño fruncido.
—Ah... Perdóname por saltar así. Es que tengo muchas cosas entre manos ahora mismo, y pensaba que sólo me llamabas para...
—Que no estemos juntos no significa que no vaya a estar ahí para ti — dice, y se me parte el corazón. Lo echo de menos. No nuestra relación, sino a él, porque ha sido parte de mi vida desde que era
pequeña y es difícil dejar todo eso atrás. Ha estado conmigo a las duras y a las maduras, y yo le he hecho daño y ni siquiera he sido capaz de llamarlo para darle explicaciones o pedirle perdón. Me
siento fatal por cómo quedaron las cosas entre nosotros, y se me llenan los ojos de lágrimas.
—Perdóname, Sam. Por todo —digo en voz baja. Suspiro.
—Todo irá bien —me contesta también en voz baja. Pero entonces, como si necesitara cambiar de tema, dice—: He oído que estás haciendo prácticas. Y así seguimos charlando hasta que llego a Vance. Cuando cuelgo, me promete que hablará con mi madre sobre cómo se está comportando conmigo, y siento como si me hubieran quitado un gran peso de encima. Sam es el
único que siempre se las apaña para calmarla cuando se pone insoportable. El resto del día transcurre sin contratiempos. Me lo paso terminando el primer manuscrito y redactando notas para el señor Vance. Britt y yo nos escribimos de vez en cuando para ver dónde y a qué hora quedamos, y mi jornada laboral termina sin darme cuenta. Cuando llego a la dirección que me ha dado Britt, me sorprende que esté justo entre el campus y la editorial. Sólo tardaría veinte minutos en coche en llegar si viviera aquí. Parece una idea
abstracta, Britt y yo viviendo juntas. No veo mi coche cuando llego al aparcamiento. Llamo a Britt y me salta el buzón de voz.
«¿Y si ha cambiado de opinión? Me lo habría dicho, ¿no?»
Empieza a entrarme el pánico pero justo en ese momento aparece Britt y aparca el coche a mi lado. Bueno, parece mi coche, aunque está distinto. La pintura plateada está impecable, y se ve nuevo
y reluciente. —¿Qué le has hecho a mi coche? —digo en cuanto se baja. —Yo también me alegro de verte. —Sonríe y me besa en la mejilla. —Va en serio: ¿qué le has hecho? —Cruzo los brazos.
—Lo he llevado a pintar. Por Dios, podrías darme las gracias. —Pone los ojos en blanco. Me muerdo la lengua sólo porque estamos donde estamos y venimos a lo que venimos. Además,
el coche está estupendo. Lo único que no me gusta es que Britt se gaste dinero en mí, y que te pinten el coche no es barato.
—Gracias. —Sonrío y entrelazo la mano con la suya.
—De nada. Ahora entremos. —Atravesamos juntas el aparcamiento—. Te sienta bien mi coche, sobre todo con ese vestido. No he podido dejar de pensar en él en todo el día. Ojalá me hubieras enviado las fotos desnuda que te he pedido —me dice, y le pego un codazo —. No te costaba nada. Las clases habrían sido mucho más interesantes. —¿Has ido a clase y todo? —digo sin poder parar de reír. Se encoge de hombros y me abre la puerta del edificio. —Ya hemos llegado. Sonrío ante el gesto galante, tan poco propio de ella, y entro. El vestíbulo no es para nada lo que
esperaba. Es todo blanco: suelo blanco, paredes blancas y limpias, sillones blancos, sofás blancos, alfombras blancas y lámparas blancas en mesas transparentes. Es elegante pero intimida un poco. Un hombre bajo y calvo vestido de traje nos da la bienvenida y le estrecha la mano a Britt. Parece nervioso. O puede que Britt lo ponga nervioso. —Tú debes de ser Santana. —Sonríe. Tiene los dientes tan blancos como las paredes.
—Santana —sonrío mientras Britt disimula una sonrisa.
—Encantado de conocerte. ¿Firmamos?
—No, quiere verlo primero —replica Britt en tono cortante—. ¿Por qué iba a firmar sin haberlo visto? El pobre hombre traga saliva y asiente. —Faltaría más. Acompañadme —dice señalando el pasillo.
—Pórtate bien —le susurro a Britt mientras los tres nos dirigimos hacia el ascensor. —No. —Sonríe y me aprieta la mano.
La miro y su sonrisa llena de pecas se hace más amplia. El hombre me habla de lo bonitas que son las vistas, y dice que éste es uno de los mejores edificios de apartamentos que hay en la zona y también de los más diversos. Asiento educadamente y Britt permanece
en silencio mientras bajamos del ascensor. Me sorprende el contraste entre el vestíbulo y el pasillo. Es como si
estuviéramos en otro edificio... En otra época. —Es aquí —dice el hombre abriendo la primera puerta—. En esta planta
sólo hay cinco apartamentos, por lo que tendréis mucha intimidad.
Hace un gesto para que pasemos, pero aparta la vista cuando Britt lo mira. No hay duda: Britt lo intimida. No lo culpo, pero es divertido verla. Me oigo a mí misma ahogar una exclamación de sorpresa. El suelo es de hormigón impreso, a excepción de un enorme cuadrado de madera que imagino que será la sala de estar. Las paredes son
de ladrillo, preciosas; antiguas y estropeadas, pero perfectas. Las ventanas son gigantes y el mobiliario es antiguo pero está limpio. Si pudiera diseñar el apartamento perfecto, diseñaría uno igual que éste. Es como un recuerdo del pasado pero absolutamente
moderno. Britt me observa con atención mientras yo lo miro todo y entro en las otras habitaciones. La cocina es pequeña y tiene unos azulejos multicolores encima del fregadero que le dan un aire
divertido y alternativo. Me gusta todo de este apartamento. El vestíbulo me tenía asustada y creía que iba a odiar este lugar. Pensé que iba a ser un apartamento recargado y carísimo, y me encanta que no lo sea. El baño es pequeño pero lo bastante grande para las dos, y el dormitorio es tan perfecto como el resto. Tres de las paredes son de ladrillo rojo antiguo, y la cuarta es una librería que va del suelo al techo. Tiene una escalera y todo, y no puedo evitar echarme a reír porque siempre imaginé que tendría un apartamento igual que éste cuando terminara la facultad. No
pensé que lo encontraría tan pronto. —Vamos a llenar la estantería. Yo tengo muchos libros —musita Britt nerviosa. —Pues... yo... —empiezo a decir. —No te gusta, ¿verdad? Pensé que te gustaría. Parecía perfecto para ti. ¡Joder! —exclama al tiempo que se pasa la mano por el pelo con el ceño fruncido.
—No... Yo...
—Venga, vámonos. Enséñenos otros —le dice Britt al hombre.
—¡Britt! ¡Déjame acabar! Iba a decir que me encanta.
El hombre parece tan aliviado como ella. Su ceño fruncido se transforma en una gran sonrisa.
—¿De verdad?
—Sí, me daba miedo que fuera un apartamento pijo y frío, pero es perfecto —le digo, y es la verdad.
—¡Lo sabía! Bueno, me tenías algo nerviosa, pero en cuanto vi este sitio pensé en ti. Te imaginé ahí... —señala el banco adosado al ventanal—, leyendo un libro. Fue entonces cuando supe que
quería que vivieras aquí conmigo. Sonrío y siento mariposas en el estómago al oírla decir eso en público, aunque sólo sea delante
de un agente inmobiliario. —¿Estamos listos para firmar? —dice el hombre incómodo. Britt me mira y yo asiento. No me puedo creer lo que vamos a hacer. Hago caso omiso de la vocecita que me recuerda que es demasiado pronto, que soy demasiado joven, y sigo a Britt a la cocina.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
hola mar,...
pronto,.. ja es poco super demasiado pronto,..
pero tiene su lado positivo si salen del campus,..
nos vemos!!
pronto,.. ja es poco super demasiado pronto,..
pero tiene su lado positivo si salen del campus,..
nos vemos!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
si, es algo pronto, pero con ellas, ya!!!!! es mejor que cualquier cosa!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
Ay ! Haber como siguen las cosas,es obvio que Britt le esconde algo,pero también la relación va avanzando poco a poco y bueno vivir juntas es un gran paso
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
Capítulo 87
Britt firma al pie de lo que parece una página infinita antes de pasármela a mí. Cojo el bolígrafo y firmo antes de darle demasiadas vueltas. «Estamos listas para dar este paso. Estoy lista para hacer
esto», me repito. Sí, somos jóvenes y no hace mucho que nos conocemos, pero sé que la quiero más que a nada y que ella me quiere a mí. Mientras eso no cambie, lo demás irá bien.
—Muy bien. Aquí tenéis las llaves. Robert, que así es como se llama el hombre porque eso dicen todos los papeles que acabamos de
firmar, nos entrega dos juegos de llaves, se despide de nosotras y se va. —Pues... ¿Bienvenida a casa? —dice Britt en cuanto estamos solas. Me echo a reír y me acerco a ella para que pueda abrazarme. —Es increíble que ahora vivamos aquí. No parece de verdad. —Mis ojos examinan la sala de estar.
—Si alguien me hubiera dicho que iba a vivir contigo, o a salir contigo, hace dos meses, me habría partido de risa en su cara... O se la habría partido de una hostia... Cualquiera de las dos cosas.
Sonríe y me coge la cara entre las manos.
—Eres un amor —la pincho, y la abrazo—. Aunque es un gran alivio tener un sitio sólo para nosotras. No más fiestas, ni compañeros de habitación, ni duchas comunitarias. —Y nuestra propia cama —añade con ojos brillantes—. Tendremos que comprar cosas como
platos y demás. Le pongo la mano en la frente.
—¿Te encuentras bien? —Sonrío—. Hoy estás de lo más colaboradora. Me aparta la mano y me la besa. —Sólo quiero estar segura de que estás contenta aquí. Quiero que te sientas como en casa... conmigo.
—Y ¿qué hay de ti? ¿Te sientes en casa?
—Para mi sorpresa, sí —responde asintiendo con la cabeza y mirando alrededor. —Deberíamos ir a por mis cosas —digo—. No tengo mucho, sólo algunos libros y mi ropa. Mueve la mano como si hubiera hecho un truco de magia. —Ya está hecho.
—¿Qué? —pregunto. —Te he traído tus cosas de tu habitación. Está todo en el maletero de tu coche —me explica.
—¿Cómo sabías que iba a firmar? ¿Y si no me hubiera gustado el
apartamento? —Sonrío. Me habría gustado poder despedirme de Rachel y de la habitación que ha sido mi hogar durante los
últimos meses, pero a Rachel volveré a verla pronto.
—Si éste no te hubiera gustado, habría buscado otro —dice muy segura de sí misma. —Vale... —asiento—. Y ¿qué hay de tus cosas? —Podemos ir a recogerlas mañana. Tengo ropa en el maletero. —Y ¿eso por qué? —Siempre lleva un montón de ropa en el coche. —La verdad es que no lo sé. Pero uno nunca sabe cuándo va a necesitar ropa. —Se encoge de hombros—. Vayamos a comprar lo que nos hace falta para la cocina y comida.
—Vale. —Tengo mariposas en el estómago desde que puse el pie en el apartamento—. ¿Puedo conducir yo? —pregunto cuando bajamos al vestíbulo. —No lo sé... —Sonríe. —Me has pintado el coche sin mi permiso. Creo que me lo he ganado. Tiendo la mano en su dirección para que me dé las llaves y pone los ojos
en blanco pero me las da.
—¿Te ha gustado mi coche? ¿A que va como la seda?
La miro haciéndome la interesante.
—No está mal. No es cierto. Ese coche es una maravilla.
Nuestro edificio no podría tener mejor ubicación. Estamos cerca de un montón de tiendas y cafeterías. Incluso de un parque. Acabamos en Target y el coche no tarda en estar lleno de platos, ollas, sartenes, tazas y cosas que no sé si vamos a necesitar pero que
parecen útiles. Como vamos tan cargados, decidimos hacer la compra otro día. Me ofrezco voluntaria para ir a por provisiones
mañana, al salir de las prácticas, si Britt me hace una lista de cosas que le guste comer. Por ahora, lo mejor de vivir juntas son todos los pequeños detalles que de otro modo nunca podría haber sabido
sobre ella. Es muy rácana con la información, y se agradece poder conseguir algo sin tener que pelear. A pesar de que dormimos juntas casi todas las noches, sólo comprando cosas para el apartamento he descubierto, por ejemplo, que le gustan los cereales pero se los toma sin leche; que la idea de juntar tazas de juegos distintos la pone de los nervios; que usa dos clases diferentes de pasta de dientes (una por la mañana y otra por la noche), aunque no sabe por qué, simplemente es así. También prefiere fregar el suelo cien veces antes que tener que llenar el lavavajillas. Hemos acordado que yo me encargaré de los platos siempre y cuando ella limpie el suelo. Montamos un interesante tira y afloja delante de la cajera cuando llega la hora de pagar. Sé que ella se ha hecho cargo de la fianza del apartamento, así que quiero pagar yo nuestra incursión en Target, pero se niega a dejarme pagar nada que no sea la comida o la televisión por cable. Al principio me dijo que yo podía pagar el recibo de la luz, aunque se le olvidó mencionar
que ya estaba incluida en el alquiler, como demuestra el contrato. El contrato... Tengo un contrato de alquiler con una mujer con la que me voy a ir a vivir en mi primer año de universidad. No estoy
loca, ¿verdad? Britt le lanza una mirada asesina a la cajera cuando ella finalmente acepta mi tarjeta de débito. Yo la aplaudo por pasarla por la máquina sin hacer ni caso de Britt y su actitud. Quiero reírme
victoriosa, pero ella está molesta y no quiero estropear la velada.
Sigue de morros hasta que volvemos al apartamento, y yo permanezco en silencio porque la encuentro muy divertida.
—Creo que tendremos que hacer dos viajes para poder subirlo todo —le digo. —Ésa es otra cosa más: prefiero cargar mil bolsas a tener que hacer dos viajes —replica, y por fin sonríe.
Aun así, tenemos que hacer dos viajes porque los platos pesan mucho. Britt se pone de peor humor, pero a mí cada vez me resulta todo más divertido. Colocamos todos los platos en los armarios y Britt pide una pizza. Como soy una persona educada, no puedo evitar ofrecerme a pagarla, aunque lo único que me
gano es una mirada asesina y un corte de mangas. Me echo a reír y recojo toda la basura en la caja en la que venían los platos. No
era broma lo de que el apartamento estaba amueblado: tiene todo lo que necesitamos, cubo de la basura e incluso cortina en la ducha.
—La pizza llegará dentro de media hora. Voy a bajar a por tus cosas — dice. —Te acompaño —añado, y la sigo. Ha metido todas mis cosas en dos cajas y una bolsa de basura. No me emociona, pero no digo nada.
Coge un puñado de camisetas y un par de vaqueros de su maletero y los mete en la bolsa de basura junto con mi ropa.
—Menos mal que tenemos plancha —digo al fin. Al mirar en su maletero, algo me llama la atención—. ¿No has tirado las sábanas?
—Ah..., eso. No... Iba a tirarlas, pero se me olvidó —dice mirando hacia otra parte. —Ah... —Su reacción me da mala espina.
Cargamos un montón de cosas en el ascensor y, nada más entrar en el apartamento, el repartidor de pizza toca el timbre. Britt le abre la puerta y vuelve con una caja que huele a gloria bendita. No
me había dado cuenta del hambre que tengo. Comemos en la mesa de la cocina. Se me hace raro pero muy agradable cenar con ella en nuestra propia casa. Permanecemos en silencio mientras devoramos la deliciosa pizza, aunque es un silencio
de los buenos. De esa clase de silencios que me dice que estamos en casa. —Te quiero —dice mientras meto los platos en el lavavajillas. —Te quiero —le contesto justo cuando mi móvil empieza a vibrar sobre la mesa de madera. Un mensaje. Britt lo mira y toca la pantalla. —¿Quién es? —le pregunto.
—¿Sam? —inquiere. —Ah. —Esto va a acabar mal.
—Dice que ha sido muy agradable charlar hoy contigo. —Se le tensa la mandíbula. Me acerco y prácticamente tengo que arrancarle el móvil de las manos. Juraría que su intención
era hacerlo añicos. —Sí, me ha llamado hoy —le digo con una seguridad que no siento. Iba a contárselo, sólo que no
he encontrado el momento adecuado.
—¿Y? —Enarca una ceja. —Me ha contado que ha visto a mi madre y quería saber si estaba bien. —¿Por qué? —No lo sé... Querría saber si todo iba bien. —Me encojo de hombros y me
siento a su lado. —No tiene por qué saber cómo te va —espeta.
—No es para tanto, Britt. Lo conozco de toda la vida. Su mirada es gélida. —Me importa una mierda. —No seas ridícula. ¿Acabamos de mudarnos a vivir juntas y te preocupa una llamada de Sam?
—replico. —No tienes por qué hablar con él. Seguro que cree que, como le has cogido el móvil, quieres volver con él. —Se pasa las manos por el pelo. —No, no cree nada de eso. Sabe que estoy contigo. —Intento controlar mi pronto. Britt señala el móvil de mala manera. —Pues entonces llámalo ahora mismo y dile que no te llame nunca más. —¿Qué? ¡No! De eso nada. Sam no ha hecho nada malo, y ya le he hecho bastante daño. Corrijo:
ya le hemos hecho bastante daño. No. No voy a decirle semejante cosa. No hay nada de malo en que seamos amigos. —Claro que sí —dice levantando la voz—. Se cree mejor que yo, Santana, e
intentará recuperarte. ¡No soy imbécil! Tu madre también quiere que vuelvas con él. ¡Y no les permitiré que me quiten lo que es mío!
Doy un paso atrás y la miro con unos ojos como platos. No salgo de mi asombro. —Pero ¿tú te has oído? ¡Pareces una loca! ¡No pienso odiarla sólo porque tú estés tan chalada como para creer que soy de tu propiedad! —Salgo de la cocina echando chispas.
—¡No te vayas y me dejes con la palabra en la boca! —ruge mientras me sigue a la sala de estar. Sólo Britt es capaz de empezar una pelea después del día tan genial que hemos pasado. Pero no voy a dar mi brazo a torcer. —¡Pues deja de comportarte como si fueras mi dueña! Trataré de hacerte algo más de caso del
que te hago ahora, pero no en lo que respecta a Sam. Si intenta cualquier cosa rara o me hace algún comentario inapropiado, dejaré de hablar con él al instante, pero de momento no lo ha hecho.
Además, es evidente que vas a tener que confiar en mí.
Britt se me queda mirando y me pregunto si su furia se está disipando cuando por fin se limita a decir:
—No me cae bien. —Vale, lo entiendo, pero has de ser razonable. No está tramando el modo de apartarme de ti, él no es así. Es la primera vez que ha intentado contactar conmigo desde que
rompí con él. —¡Y será la última! —salta. Pongo los ojos en blanco y me meto en el pequeño cuarto de baño. —¿Adónde vas? —pregunta. —Voy a darme una ducha y, para cuando haya terminado, espero que hayas acabado de comportarte como una cría —le digo.
Estoy orgullosa del modo en que le estoy plantando cara, pero no puedo evitar sentirme un poco mal por ella. Sé que sólo tiene miedo de que vuelva con Sam, siente unos celos terribles de nuestro
pasado juntos. Sobre el papel, Sam es mejor para mí, y ella lo sabe. Pero yo no amo a Sam. Amo a Britt. Me sigue al baño pero, en cuanto empiezo a desnudarme, da media vuelta y se marcha cerrando de un portazo. Me doy una ducha rápida y, para cuando salgo, está acostada en la cama y sólo lleva su ropa interior . No digo nada mientras busco un pijama entre mis cosas.
—¿No vas a ponerte mi camiseta? —dice en voz baja.
—Pues... —He visto que la ha doblado y la ha dejado en la mesilla que hay junto a la cama—. Gracias. La cojo y me la pongo. La fragancia fresca casi me hace olvidar que debería estar enfadada con ella. Pero cuando la miro y veo su ceño fruncido, la recuerdo a la perfección. —Ha sido una velada encantadora —resoplo llevando mi toalla de vuelta al cuarto de baño. —Ven aquí —me dice cuando regreso. Me acerco a ella de mala gana. Se sienta en el borde de la cama y tira de mí para que me coloque entre sus piernas.
—Perdona. —Me mira. —¿Por...? —Por comportarme como una troglodita —dice, y no puedo evitar echarme a reír—. Y por haber
estropeado nuestra primera noche juntas —añade.
—Gracias. Estas cosas tenemos que hablarlas, no hace falta que explotes como un polvorín. —Le retuerzo el mechón de la nuca entre los dedos. —Lo sé —dice con una media sonrisa—. ¿Podemos hablar de que no vuelvas a hablar con él?
—Esta noche, no —contesto con un suspiro. Tendré que llegar a un acuerdo con ella, pero no pienso dejar de hablar con una persona a la que conozco de toda la vida cuando estoy en mi derecho de hacerlo. —Fíjate, aquí estamos, resolviendo nuestros problemas —dice, y suelta una risotada que resuena entre las cuatro paredes de la habitación. —Espero que nuestros vecinos no echen de menos sus veladas tranquilas. —Bueno, habríamos hecho ruido de un modo u otro. —Su sonrisa despliega todo el poder de sus
pecas, pero decido ignorar su comentario de pervertido—. De verdad que no era mi intención fastidiar la noche —repite.
—Lo sé, y no has estropeado nada: sólo son las ocho. —Sonrío.
—Pero yo quería quitarte el vestido —dice, y su mirada cambia de nuevo. —Siempre puedo volver a ponérmelo —replico tratando de sonar sexi. Sin mediar palabra, se levanta y me carga al hombro. Grito e intento liberarme a patadas. —Pero ¿qué estás haciendo?
—Voy a por ese vestido —ríe mientras hace un amago de dirigirse al cesto de la ropa sucia.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
Capítulo 88
—Qué pena que nos hayamos perdido la parte en la que te quito el vestido —me susurra Britt al oído mientras me lleva de vuelta a la cama. En cuanto me quito su camiseta, me derriba sobre el colchón
—Mmm... —es lo único que consigo decir mientras entra y sale de mí. Es la primera vez que, cuando hacemos el amor, no siento nada de dolor, sólo placer. —Dios, nena... Qué gusto me das —gime empujando con las caderas contra las mías. Es una sensación indescriptible. Su cuerpo fibroso encaja perfectamente entre mis piernas, y es una delicia notar su piel ardiente contra la mía. Me planteo responderle, soltarle una guarrada como las que ella me dice a mí, pero estoy perdida en ella y en el placer que me
atraviesa mientras continúa con su dulce asalto.
Me aferro a su espalda y le clavo las uñas. Pone los ojos en blanco. Me encanta verla de este modo, fuera de sí, tan salvaje. Me levanta el muslo y se lo engancha a la cintura para que nuestros cuerpos estén más juntos. Sólo de verla estoy a punto de... Estiro los pies y
se me tensa la pierna que tengo en su cintura mientras gimo su nombre una y otra vez. —Eso es, nena... Córrete para mí, que yo te vea... Joder... Que vea lo bien que te hago sentir — dice a trompicones, y noto cómo palpita en mi interior.
Aunque termina unos segundos antes que yo, sus movimientos perfectos continúan hasta que me deja incapaz de moverme y felizmente agotada. A continuación se deja caer encima de mí. Yacemos en silencio, disfrutando de la sensación de estar tan cerca la una de la otra, y al cabo de unos minutos ya está roncando.
El tiempo aquí pasa volando. Es lo que tiene ser libre por primera vez en la vida. Sigue siendo un poco raro tener mi propia casa, con mi propia ducha, y prepararme mi café en mi cocina. No
obstante, compartir todo eso con Britt hace que sea mucho mejor. Decido ponerme el vestido azul marino de batista perforada y los tacones blancos. Empiezo a caminar mejor con ellos pero, por si
acaso, sigo llevando mis fieles y cómodas Toms en el bolso. Me rizo el pelo y me lo recojo con horquillas, e incluso me aplico un poco de lápiz de ojos. Me está gustando lo de tener mi propia casa.
Britt se niega a levantarse y sólo se incorpora el tiempo justo y necesario para darme un beso de despedida. Una vez más, me pregunto cómo se las apaña para trabajar y hacer todos los deberes, porque yo todavía no la he visto hacer ni lo uno ni lo otro. En un acto de osadía, cojo las llaves de su coche y me lo llevo a Vance. Si no va a ir a clase, no creo que lo eche de menos. Se me olvida que ahora vivo mucho más cerca de la editorial, y tomo nota mental de que tengo que darle a Britt las gracias por haberlo previsto, aunque a ella ahora el campus le queda un poco más lejos que antes. El hecho de no tener que conducir cuarenta y cinco minutos me alegra el día. Cuando llego a la planta superior de Vance, Kimberly está colocando unos donuts en filas perfectas en la sala de reuniones. —¡Caray, Santana! ¡Mírate! —exclama, y me silba con picardía. Me ruborizo y se echa a reír—. Es obvio que el azul marino es tu color. Me observa otra vez de arriba abajo. Me siento un poco incómoda, pero su amplia sonrisa me calma los nervios. Últimamente me siento más sexi y segura de mí misma,
gracias a Britt. Gracias, Kimberly. —Le devuelvo la sonrisa y cojo un donut y una taza de café. Entonces suena el teléfono de su mesa y ella se apresura a cogerlo. Cuando llego a mi despacho, tengo un correo electrónico de Christian Vance alabando mis notas
sobre el primer manuscrito e informándome de que, aunque no lo van a publicar, espera mi evaluación del siguiente. Me pongo manos a la obra. —¿Es bueno? —la voz de Britt me devuelve a la realidad. Levanto la vista sorprendida y me sonríe—. Debe de ser una pasada, porque ni siquiera te has dado cuenta de que estaba aquí.
Tiene un aspecto increíble. Lleva el pelo levantado por delante, como siempre, pero con menos volumen en los costados, y se ha puesto una camiseta blanca lisa con el cuello de pico. Es algo más
ajustada que de costumbre y se le transparentan los tatuajes. Está muy buena, y es toda mía.
—¿Qué tal el coche? —pregunta con una sonrisa satisfecha.
—Una maravilla —digo riendo como una adolescente.
—Así que crees que puedes cogerme el coche sin mi permiso, ¿eh? —Su tono es grave, y no sé si lo está diciendo en serio o no.
—Yo... Eeehhh... —tartamudeo. No dice nada, sólo se acerca a la mesa y aparta mi silla. Sus ojos viajan de mis zapatos a mi cara
y tira de mí para que me levante. —Hoy estás muy sexi —dice con la boca en mi cuello antes de darme un pequeño beso.
Me estremezco. —¿Qué... qué haces aquí? —¿No te alegras de verme? —Sonríe y me sienta encima de la mesa.
«Ah.» —Sí... Claro que me alegro —le digo. Siempre me alegro de verla. —Es posible que tenga que replantearme lo de volver a trabajar aquí, aunque sólo sea para poder hacer esto todos los días —dice poniéndome las manos en los muslos. —Podría entrar alguien. —Intento sonar serena, pero me tiembla la voz.
—No. Vance estará reunido toda la tarde, y Kimberly me ha dicho que te llamará si te necesita. Que Britt le haya dado a entender a Kimberly lo que vamos a estar haciendo aquí hace que se
me enciendan las mejillas, pero mis hormonas han tomado el control. Miro la puerta de reojo. —He cerrado con el pestillo —responde con chulería. Sin pensar, la atraigo hacia mí y le cojo coño con la mano. Gruñe, se desabrocha los vaqueros y se los baja junto con las bragas —Va a ser más rápido que de costumbre, ¿vale, nena? —dice bajándome las bragas. Asiento, a la espera, y me relamo. Se ríe y tira de mis caderas hasta que están justo en el borde de la mesa. Mis labios atacan su cuello. —Menudo cambio... Hace apenas unos meses te ruborizabas en cuanto alguien hablaba de sexo, y ahora vas a dejar que te folle en la mesa de tu despacho —me susurra al oído, y de un solo empujón entra en mí.
Me tapa la boca con la mano y se muerde el labio inferior. No me puedo creer que vaya a dejar que me lo haga encima de una mesa, de mi mesa, en mi lugar de trabajo, con Kimberly a menos de
treinta metros. Por mucho que odie admitirlo, la idea me vuelve loca... En el buen sentido.
—Tienes... que estar... callada... —dice moviéndose aún más rápido. Asiento y jadeo. Me aferro a sus bíceps para que sus embestidas no me tiren de la mesa. —Te gusta que te lo haga así, ¿verdad? Duro y rápido —masculla. Me tapo la boca con la mano y me muerdo la palma para no gritar. —Contéstame o paro —amenaza. La miro y asiento con la cabeza. Esto es demasiado como para poder articular palabra. —Ya lo sabía yo —dice, y me da la vuelta para que mi estómago quede pegado a la mesa.
«Joder...» Vuelve a entrar en mí y se mueve lentamente antes de cogerme del pelo y tirar de él para poder besarme en el cuello. La tensión en mi vientre aumenta y sus movimientos son más torpes. Las dos estamos a punto. Con un último envite, me besa el hombro, sale de mí y me ayuda a levantarme de la mesa.
—Ha sido... —intento decir, pero me acalla con un beso.
—Sí..., lo ha sido —dice terminando mi frase mientras se sube los
pantalones. Me peino con los dedos y me seco los ojos para asegurarme de que mi maquillaje sigue en su sitio antes de mirar el reloj. Son casi las tres. Otra vez se me ha pasado el día sin enterarme. —¿Estás lista? —me pregunta. —¿Qué? Si sólo son las tres —digo señalando el reloj. —Christian me ha dicho que podías salir pronto. He hablado con él hace una hora. —¡Britt! No puedes ir y preguntarle a mi jefe si me deja salir antes de hora. Estas prácticas son muy importantes para mí. —Nena, relájate. Me ha dicho que estaría reunido todo el día, y ha sido él quien ha sugerido que salieras un poco antes. —No quiero que piense que me estoy aprovechando. —Nadie lo piensa. Tu nota media y tu trabajo hablan por sí mismos. —Espera... Entonces ¿por qué no me has llamado para decirme que podía volver a casa? —La miro con una ceja enarcada. —Porque llevo queriendo hacerlo sobre esa mesa desde tu primer día de prácticas. —Me sonríe muy satisfecha y recoge mi chaqueta. Quiero decirle que está como una regadera por venir hasta aquí sólo para hacérmelo encima de la mesa, pero no puedo negar que me ha encantado. Con esa camiseta ajustada y esos músculos llenos de tatuajes no podría negarle nada. Caminamos hacia nuestros coches. Britt entorna los ojos por el sol y dice:
—Estaba pensando que deberíamos ir a comprar lo que sea que vayamos a ponernos para la boda de marras. —Buena idea —convengo—. Llevaré tu coche de vuelta a casa, tú me sigues con el mío, lo dejamos allí y luego nos vamos de compras. Me meto en su coche antes de que pueda protestar. Menea la cabeza y sonríe.
Después de dejar mi coche, nos dirigimos al centro comercial. Britt
lloriquea y protesta como una chiquilla todo el tiempo, y finalmente tengo que sobornarla con promesas de favores sexuales para
que se compre un vestido blanco con encajes. Acaba con un vestido tal cual con un escote en V en la parte de la espalda que la deja de infarto todo sencillo pero perfecto para ella. Se niega a probarse nada, así que espero que le siente bien. Cualquier excusa es buena para no ir a la boda, pero no pienso dejar que eso suceda. En cuanto paguemos lo suyo, iremos a por lo mío. —El blanco —dice señalando el vestido blanco corto que llevo en la mano.
La alternativa es un vestido negro más largo. Karen dijo que la paleta de colores era el blanco y el negro, así que vamos a atenernos a eso. A Britt parece que le gustó mucho el vestido blanco que me puse ayer, y decido hacerle caso. Para mi exasperación, antes de que me dé cuenta ha pasado de
sujetarme el vestido y los zapatos a pagarlos. Cuando protesto, la cajera se encoge de hombros como diciendo: «Y ¿qué quieres que haga yo?». —Esta noche tengo que trabajar, así que no iré a casa a cenar —me dice Britt cuando salimos del centro comercial.
—Ah, creía que trabajabas desde casa. —Sí, pero necesito ir a la biblioteca —me explica—. No volveré tarde.
—Aprovecharé para hacer la compra —le digo, y asiente.
—Ten cuidado y no esperes a que se haga de noche —añade.
Me hace una lista con las cosas que le gustan y se marcha en cuanto volvemos al apartamento. Me pongo unos vaqueros y una sudadera y voy a la tienda que hay al final de la calle.
Cuando vuelvo, lo guardo todo en su sitio, me pongo al día con los deberes y me preparo algo de cenar. Le envío un mensaje a Britt. No contesta, así que le dejo un plato de comida en el microondas para que se lo caliente al volver y me tumbo en el sofá a ver la
tele.
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
Capítulo 89
Cuando me despierto, tardo unos momentos en darme cuenta de que sigo en el sofá. —¿Britt? Me desenrosco de la manta y voy al dormitorio para ver si está allí. Está vacío. «¿Dónde diablos
se habrá metido?» Vuelvo a la sala de estar y cojo el móvil de detrás del sofá. No tengo ningún mensaje y son las siete de la mañana. La llamo pero salta el buzón de voz. Cuelgo. Corro a la
cocina y pongo en marcha la cafetera antes de ir al baño a darme una ducha. Es una suerte que me haya despertado a tiempo porque se me olvidó poner la alarma. Nunca se me olvida poner la
alarma. —¿Dónde te has metido? —pregunto en voz alta metiéndome en la ducha. Mientras me seco el pelo busco posibles explicaciones para su ausencia. Anoche creía que simplemente se había liado con el trabajo porque tenía mucho pendiente.
También es posible que se haya encontrado con un conocido y haya perdido la noción del tiempo. ¿En la biblioteca? Las bibliotecas cierran temprano, y hasta los bares cierran por la noche. Lo más
probable es que se haya ido de fiesta. De algún modo sé que eso es lo que ha pasado, aunque a una pequeña parte de mí le preocupa que haya tenido un accidente. No quiero ni pensarlo. No obstante,
busque la excusa o la explicación que busque, sé que está haciendo algo que no debería. Todo iba muy bien ayer, ¿y ahora coge y se larga y no aparece en toda la noche? No estoy de humor para ponerme un vestido. Cojo una de mis viejas faldas lápiz negras y una blusa rosa pálido. El cielo está encapotado durante todo el trayecto y, para cuando llego a Vance, estoy de un humor
tan negro como los nubarrones. «¿Quién demonios se cree que es para pasarse por ahí toda la noche sin avisarme siquiera?»
Kimberly levanta una ceja al verme pasar junto a la mesa de los donuts sin coger uno, pero le dedico mi mejor sonrisa falsa y me meto en mi despacho. Me paso la mañana ofuscada. Leo y releo
las mismas páginas una y otra vez sin comprender ni una palabra.
Llaman a la puerta y se me para el corazón. Deseo con todas mis fuerzas que sea Britt, a pesar de lo cabreada que estoy con ella.
Es Kimberly. —¿Te apetece que comamos juntas? —me pregunta con dulzura. Estoy a punto de rechazar su ofrecimiento, pero quedarme aquí obsesionándome con el paradero de mi novia no me va a ayudar en lo más mínimo. —Claro. —Sonrío.
Doblamos la esquina y entramos en una especie de cantina mexicana. Estamos temblando de frío, y Kimberly pide que nos den una mesa junto a una estufa. Es una mesa pequeña pero está justo bajo uno de los calefactores, y ambas levantamos las manos para que el aire tibio nos las caliente. —Este tiempo no tiene clemencia —dice mi compañera, y se queja del frío y de lo mucho que
echa de menos el verano. —Ya casi había olvidado el frío que hace en invierno —convengo. Las estaciones se han fundido
unas con otras y apenas me he dado cuenta de que se estaba acabando el otoño. —Bueno... ¿Cómo va todo con la chica mala? —me pregunta con una carcajada. El camarero nos trae nachos y salsa y me rugen las tripas. No pienso volver a saltarme mi donut
matutino. —Pues... Me planteo si debo contarle mi vida personal. No tengo muchas amigas. En realidad, ninguna, excepto Rachel, a la que ya no veo nunca. Kimberly es por lo menos diez años mayor que yo, y es posible que entienda mejor cómo funciona nuestra mente , mejor de la que yo no tengo ni idea. Miro al techo, que está cubierto de luces en forma de botellín de cerveza.
Respiro hondo. —La verdad es que en este momento no estoy muy segura de cómo van las cosas —me sincero—. Ayer todo iba bien, pero anoche no vino a dormir. Era nuestra segunda noche en el apartamento y no apareció por casa. —Espera..., espera... Rebobina. A ver si lo entiendo: ¿estáis viviendo juntas?
La he dejado boquiabierta. —Sí... Desde hace pocos días. —Intento sonreír. —Vale. ¿Y anoche no apareció por casa?
—No. Me dijo que tenía que trabajar y que se iba a la biblioteca, pero luego no ha vuelto a casa. —Y no le habrá pasado algo o habrá tenido un accidente, ¿no? —No, creo que no.
Tengo la impresión de que, si le hubiera pasado algo terrible, lo sabría, como si nos uniera un vínculo invisible que me informara de inmediato de que está herida. —¿Y no te ha llamado?
—No. Ni tampoco me ha enviado ningún mensaje. —Frunzo el ceño. —Yo le cortaba las tetas. Es un comportamiento inaceptable —exclama ella. En ese instante, el camarero se aproxima a nuestra mesa. —Su comida estará lista dentro de un momento —dice, y me llena el vaso de agua. Doy las gracias por su breve interrupción, así tengo la oportunidad de pensar en las duras palabras de Kimberly.
Cuando se va, ella sigue y sigue, y me doy cuenta de que no me juzga, sino que está de mi parte, y me siento mejor.
—Vamos, que tienes que dejarle claro que no puede comportarse así, de lo contrario te lo hará una y otra vez. El problema de las mujeres y los hombres es que son animales de costumbres y, si dejas que se acostumbre a hacer eso, te lo volverá a hacer y no podrás impedírselo. Necesita saber desde el principio que no lo vas a consentir. Tiene suerte de tenerte, y necesita aclararse las ideas.
Hay algo en sus palabras de aliento que me hace sentirme más segura. Debería estar furiosa. Debería cortarle las tetas, como ha dicho Kimberly. —Y ¿cómo hago eso? —pregunto, y se ríe.
—Cántale las cuarenta. A menos que tenga una excusa muy buena, que ya te digo que se la está inventando mientras hablamos, le cantas las cuarenta en cuanto entre por la puerta. Te mereces que te respete y, si no te respeta, o la obligas o lo mandas a tomar viento. —Haces que parezca muy fácil. —Me río. —De fácil no tiene nada. —Ella se ríe a su vez y luego se pone muy seria
—. Pero hay que hacerlo. El resto de la comida lo paso escuchándola hablar de sus tiempos en la universidad y de que ha
tenido ya una larga lista de relaciones horribles. Su melena corta y rubia se mueve hacia adelante y hacia atrás cada vez que menea la cabeza, cosa que hace constantemente mientras habla. Me río tan a
gusto que tengo que enjugarme las lágrimas. La comida está deliciosa, y me alegro de haber salido a comer con Kimberly en vez de quedarme toda mustia en mi despacho. De vuelta en la oficina, Trevor me ve desde la puerta del servicio y se me acerca sonriente.
—Hola, Santana. —Hola, ¿qué tal? —pregunto educadamente.
—Bien. Hace un frío que pela —dice, y asiento—. Hoy estás preciosa — añade desviando la mirada. Tengo la impresión de que estaba pensando en voz alta. Sonrío y le doy las gracias antes de que se meta en el baño avergonzado. Para cuando es la hora de salir, no he conseguido dar palo al agua en todo el día, así que me
llevo el manuscrito a casa con la esperanza de compensar mi falta de motivación de hoy. No hay ni rastro del coche de Britt en el aparcamiento. El cabreo reaparece y la llamo y la
maldigo en el buzón de voz. Sorprendentemente, eso me hace sentir mejor. Me preparo una cena rápida y las cosas para mañana.
No me puedo creer que falte tan poco para la boda. ¿Y si para entonces no ha vuelto? Volverá, ¿verdad? Miro a mi alrededor. Por muy bonito que sea el apartamento, parece haber perdido parte de
su encanto en ausencia de Britt. De algún modo consigo adelantar bastante trabajo, y estoy a punto de terminar cuando la puerta se
abre. Britt entra tambaleándose en la sala de estar y sigue hacia el
dormitorio sin mediar palabra. La oigo quitarse las botas y maldecir, imagino que porque se ha caído. Repaso lo que Kimberly me
ha dicho durante la comida, ordeno mis ideas y doy rienda suelta a mi cabreo. —¡¿Dónde diablos te habías metido?! —grito al entrar en la habitación. Britt se ha quitado la camiseta y se está bajando los pantalones. —Yo también me alegro de verte —dice arrastrando las palabras. —¿Estás borracha? —La mandíbula me llega al suelo.
—Puede —contesta, y tira los pantalones al suelo.
Bufo, los recojo y se los lanzo a la cara. —Tenemos un cesto de la ropa sucia para algo. Le dirijo una mirada asesina y se ríe.
Se está riendo. Se está riendo de mí. —¡Los tienes cuadrados, Britt! Te pasas toda la noche y casi todo el día por ahí sin molestarte
siquiera en llamarme y luego apareces tambaleándote, borracha como una cuba. ¡¿Y encima te ríes de mí?! —le grito.
—Deja de chillar. Tengo un dolor de cabeza espantoso —protesta, y se echa en la cama. —¿Te parece divertido? ¿Es otro de tus jueguecitos? Si no pensabas tomarte nuestra relación en
serio, ¿por qué me pediste que me viniera a vivir contigo?
—No quiero hablar de eso ahora. Estás exagerando. Ven a la cama y deja que te haga feliz. Tiene los ojos inyectados en sangre de tanto que ha bebido. Extiende los brazos hacia mí con una
sonrisa estúpida de borracha que estropea sus facciones perfectas.
—No, Britt —digo muy seria—. No es broma: no puedes pasarte la
noche por ahí sin darme al menos una explicación.
—Por Dios, ¿quieres calmarte de una puta vez? No eres mi madre. Deja de pelear conmigo y ven a la cama —repite.
—Largo —salto.
—¿Perdona? —Se incorpora. Ahora sí que me presta atención.
—Ya me has oído. No voy a ser la chica que se queda en casa aguardando toda la noche a que vuelva su novia. Esperaba que al menos tuvieras una buena excusa. ¡Pero es que ni siquiera has
intentado inventarte una! No pienso callarme esta vez, Britt. Siempre te perdono con demasiada facilidad. Esta vez, no. O te explicas, o te largas. —Me cruzo de brazos; estoy orgullosa de mí misma
por no haber cedido. —No sé si se te ha olvidado que la que paga las facturas soy yo, así que si alguien tiene que largarse, eres tú —me dice tan pancha. Le miro las manos. Las tiene apoyadas en las rodillas, los nudillos magullados y cubiertos de sangre seca.
Todavía estoy intentando pensar en una respuesta cuando le pregunto: —¿Has vuelto a meterte en una pelea?
—Y ¿eso qué importa? —¡Me importa, Britt! Es importante. ¿Es eso lo que has estado haciendo toda la noche? ¿Pelearte con alguien? o tenías que ir a trabajar, ¿verdad? ¿O acaso tu trabajo consiste en apalear gente? —¿Qué? No, ése no es mi trabajo. Ya sabes cuál es mi trabajo. Estuve trabajando y luego me distraje —dice pasándose la mano por la cara. —¿Con qué? —Con nada. Jesús —gruñe—. Siempre me estás buscando las cosquillas. —¿Que siempre te estoy buscando las cosquillas? Y ¿qué esperabas? ¿Qué
creías que iba a pasar cuando has entrado aquí dando tumbos después de desaparecer toda la noche y todo el día? Necesito
respuestas, Britt. Estoy harta de que no me digas nada. —Me ignora y se pone una camiseta limpia —. He estado preocupada por ti durante todo el día. Al menos podrías haberme llamado. Me he
pasado el día hecha una pena mientras tú andabas por ahí bebiendo y haciendo sólo Dios sabe qué. Estás interfiriendo con mis prácticas, y eso no puede ser. —¿Tus prácticas? ¿Esas que te consiguió mi padre? —me suelta. —Esto es increíble.
—Es la verdad. —Se encoge de hombros. ¿Cómo es posible que ésta sea la misma persona que hace unos días me susurraba lo mucho que me quería al oído pensando que estaba dormida?
—No voy a contestar a eso porque sé que es justo lo que quieres. Quieres pelea y yo no voy a dártela. —Cojo una de mis camisetas y salgo de la habitación. Antes de cerrar, me vuelvo y le digo
—: Pero que te quede bien claro: si no empiezas a comportarte, a partir de ya, yo me voy.
Me acuesto en el sofá y doy las gracias por estar en otra habitación. Dejo que se me escapen unas pocas lágrimas antes de enjugarme la cara y coger el ejemplar antiguo de Cumbres borrascosas de
Britt. Por mucho que me muera de ganas de volver al dormitorio y
obligarla a que me lo explique todo, dónde ha estado, con quién y por qué se ha metido en una pelea y con quién, me fuerzo a
permanecer en el sofá porque sé que eso es lo que más puede fastidiarle. Aunque ni la mitad de lo mucho que me fastidia a mí el control que tiene sobre ciertos aspectos de mi vida.
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
hola mar,...
y yo diciendo que no aya fricciones,..
se van siempre a las costillas,..
ahora por que toma britt!! y que estuvo haciendo??
nos vemos!!!
y yo diciendo que no aya fricciones,..
se van siempre a las costillas,..
ahora por que toma britt!! y que estuvo haciendo??
nos vemos!!!
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
3:) Hoy A Las 7:07 Pm
hola mar,...
y yo diciendo que no aya fricciones,..
se van siempre a las costillas,..
ahora por que toma britt!! y que estuvo haciendo??
nos vemos!!!
Santana debe estar encabronada por q de la nada Britt es ahora alcoholica y se desaparece toda la noche sin decir donde y con quien demonios esta.
Sabes hay un chiste malisimo en mi pais, que cuando alguien te dice o te escribe NOS VEMOS!!!! nosotros respondemos DONDE??????
y pues tu siempre te despides asi y me causa mucha gracia,si se que es malisimo pero a mi me causa gracia
Aqui les dejo dos cap. mas
hola mar,...
y yo diciendo que no aya fricciones,..
se van siempre a las costillas,..
ahora por que toma britt!! y que estuvo haciendo??
nos vemos!!!
Santana debe estar encabronada por q de la nada Britt es ahora alcoholica y se desaparece toda la noche sin decir donde y con quien demonios esta.
Sabes hay un chiste malisimo en mi pais, que cuando alguien te dice o te escribe NOS VEMOS!!!! nosotros respondemos DONDE??????
y pues tu siempre te despides asi y me causa mucha gracia,si se que es malisimo pero a mi me causa gracia
Aqui les dejo dos cap. mas
Última edición por marthagr81@yahoo.es el Lun Jun 13, 2016 9:07 pm, editado 2 veces
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
Capítulo 90
Dejo el libro y miro la hora en el móvil. Es pasada la medianoche. Debería intentar dormir un poco. Ya ha venido a pedirme que vaya a la cama con ella, que no puede dormir sin mí, pero no he dado mi
brazo a torcer y la he ignorado hasta que se ha marchado.
Estoy quedándome dormida cuando oigo a Britt gritar:
—¡No!
Me levanto del sofá de un brinco y corro al dormitorio. Está pataleando debajo de la gruesa manta, bañada en sudor.
—Britt, despierta —le digo en voz baja agarrándola del hombro. Con la otra mano le aparto un mechón empapado de la frente.
Abre los ojos. Son puro terror.
—Tranquila... No pasa nada... Sólo era una pesadilla.
Hago lo que puedo para tranquilizarla. Mis dedos juegan con su pelo y luego le acaricio la mejilla. Está temblando. Me meto en la cama y la abrazo por detrás. Siento que se relaja cuando apoyo la cara en su piel pegajosa. —Quédate conmigo, por favor —suplica. Suspiro y permanezco en silencio. La abrazo con fuerza —. Gracias —susurra, y al cabo de unos minutos vuelve a dormirse.
El agua no sale lo bastante caliente para relajar mis músculos tensos. Estoy agotada por la falta de sueño de anoche y por la frustración de lidiar con Britt. Estaba dormida cuando me he metido en la ducha, y rezo para que siga durmiendo hasta que me haya ido a las prácticas. Por desgracia, nadie escucha mis plegarias. Britt está levantada, junto a la encimera de la cocina, cuando salgo del cuarto de baño. —Estás preciosa —dice con calma.
Pongo los ojos en blanco y paso junto a ella para servirme una taza de café antes de salir. —¿Ahora no me hablas?
—No, ahora mismo, no. Tengo que irme a trabajar y no tengo fuerzas para esto —salto.
—Pero... Anoche viniste a la cama conmigo —protesta.
—Sí, sólo porque estabas gritando y temblando —replico—. Eso no
significa que te haya perdonado. Quiero una explicación, de todo. Todos los secretos, las peleas... Incluso las pesadillas.
O eso, o hemos terminado. No sé cuál de las dos se ha quedado más sorprendida, si ella o yo. Gruñe y se pasa la mano por el pelo.
—Santana... No es tan sencillo. —Sí, lo es. He confiado en ti lo suficiente como para renunciar a mi relación con mi madre y
venirme a vivir contigo tan pronto. Deberías confiar en mí lo suficiente para contarme qué está pasando.
—No lo entenderías. Sé que no lo entenderías —dice.
—Inténtalo. —No... No puedo —balbucea.
—Pues entonces no puedo seguir contigo. Lo siento, pero te he dado muchas oportunidades y tú continúas... —empiezo a decir.
—No lo digas. No te atrevas a intentar dejarme. —Su tono es de enfado, pero veo mucho dolor en sus ojos.
—Entonces dame respuestas. ¿Qué es eso que no crees que sea capaz de entender? ¿Tus pesadillas? —inquiero.
—Dime que no vas a dejarme —me ruega.
Mantenerme en mis trece con Britt es mucho más difícil de lo que
imaginaba, sobre todo cuando parece estar tan destrozada.
—He de irme, ya llego tarde —le digo, y me voy al dormitorio para
vestirme lo más rápido que pueda. Una parte de mí se alegra de que no me haya seguido, pero la otra desearía que lo hubiera hecho. Sigue sentada en la cocina, sin camiseta, sujetando la taza de café con los nudillos blancos y magullados, para cuando salgo por la puerta. Por el camino voy rumiando todo lo que me ha dicho. ¿Qué será eso que no voy a ser capaz de entender? Jamás la juzgaría por lo que sea que le provoca las pesadillas. Espero que estuviera hablando de eso, pero no puedo ignorar la sensación de que se me escapa algo, algo muy obvio. Me siento culpable y estoy tensa todo el día, pero Kimberly me manda enlaces a un montón de
vídeos tronchantes de YouTube y se me pasa el mal humor. Al mediodía, ya casi se me han olvidado mis problemas domésticos.
Britt me manda un mensaje mientras Kimberly y yo nos comemos una magdalena de una cestavque alguien le ha enviado a Christian Vance. Siento mucho todo lo ocurrido. Ven a casa cuando salgas de trabajar, por favor. —¿Es ella? —pregunta mi compañera.
—Sí... Debería plantarle cara, pero me siento fatal. Sé que tengo razón, pero deberías haber visto cómo estaba esta mañana.
—Me alegro. Espero que aprenda la lección. ¿Te ha contado dónde estuvo? —pregunta. —No, ése es el problema —rezongo, y me como otra magdalena. Entonces recibo otro mensaje:
Santana, contéstame, por favor. Te quiero.
—Anda, contéstale a la pobre —sonríe Kimberly. Asiento y le respondo: Iré a casa. ¿Por qué me cuesta tanto mantenerme en mis trece con ella? El señor Vance nos da a todos permiso para irnos pasadas las tres, así que decido parar en un salón de belleza para
que me corten el pelo y me hagan la manicura para mañana. Espero que Britt y yo podamos arreglar las cosas antes de la boda, porque lo último que quiero es llevar a una Britt cabreada a la boda
de su padre. Para cuando llego a casa son casi las seis, y tengo infinidad de mensajes suyos que no pienso leer. Respiro hondo antes de abrir la puerta, preparándome para lo que me
espera. O acabamos a gritos, y una de las dos se larga, o lo hablamos y lo solucionamos. Britt está dando vueltas de un
lado para otro por el suelo de hormigón cuando entro. Alza la vista hacia mí en cuanto cruzo el umbral. Parece muy aliviada.
—Creía que no ibas a volver —dice acercándose a mí.
—Y ¿adónde iba a ir? —respondo, y la dejo atrás de camino al dormitorio. —Yo... Te he hecho la cena —dice.
Está irreconocible. El pelo le cae por la frente, no lo lleva peinado hacia arriba y hacia atrás como siempre. Lleva una sudadera gris con capucha y unos pantalones de chándal negros, y parece
nerviosa, preocupada y casi... ¿asustada? —¿Y eso... por qué? —No puedo evitar preguntarlo. Me pongo mi ropa de estar por casa y a Britt se le cae el alma a los pies al ver que no me pongo la camiseta que ha dejado preparada para mí. —Porque soy una imbécil —contesta. —Sí, eso es verdad —asiento yendo a la cocina.
La cena tiene un aspecto mucho más apetecible del que imaginaba, y eso que no sé muy bien lo que es. Pasta con pollo, creo.
—Es pollo a la florentina —dice como si me leyera el pensamiento.
—Mmm. —No tienes por qué... —dice con un hilo de voz.
Esto no se parece en nada a lo de siempre y, por primera vez desde que la conozco, siento que soy yo la que tiene la sartén por el mango. —No, si tiene muy buen aspecto —repongo—. Sólo es que me ha sorprendido. Pruebo un bocado. Sabe mucho mejor de lo que parece. —Me gusta tu pelo —dice. Me acuerdo de la última vez que me corté el pelo y Britt fue la única persona que lo notó. —Necesito respuestas —le recuerdo. Respira hondo. —Lo sé, y te las voy a dar. Pruebo otro bocado para ocultar lo satisfecha que estoy conmigo misma por no haber cedido esta vez.
—Primero, quiero que sepas que nadie, y quiero decir nadie salvo mi madre y mi padre, lo saben —dice rascándose las costras de los nudillos. Asiento y me llevo otro bocado a la boca. —Vale... Allá va —dice nerviosa antes de continuar—. Una noche, cuando
yo tenía unos siete años, mi padre estaba en el bar que había enfrente de casa. Iba allí casi todas las noches y todo el
mundo lo conocía, por eso era muy mala idea cabrear a los parroquianos. Aquella noche fue precisamente eso lo que hizo. Empezó una pelea con unos soldados que iban tan borrachos como él y acabó rompiendo un botellín de cerveza en la cabeza de uno de ellos. No tengo ni idea de adónde quiere ir a parar con esto, pero sé que acabará mal. —Sigue comiendo, por favor... —me suplica, y asiento e intento no mirarla fijamente mientras habla.
—Mi padre se fue del bar y los soldados cruzaron la calle y vinieron a casa para darle su merecido por haberle destrozado la cara al tipo, imagino. El problema es que mi padre no había vuelto a casa, como ellos creían, y mi madre estaba durmiendo en el sofá,
esperando a mi padre. — Sus ojos verdes encuentran los míos—. Más o menos igual que tú anoche. —Britt... —suspiro, y le cojo la mano. —Cuando encontraron a mi madre... —Se para y se queda mirando la pared durante lo que se me antoja una eternidad—. Bajé la escalera al oírla chillar e intenté quitárselos de encima. Tenía el
camisón roto y no paraba de gritarme que me marchara... Estaba intentando protegerme para que no viera lo que le estaban haciendo, pero yo no podía marcharme, ¿sabes? Parpadea para contener una lágrima y se me parte el corazón de pensar en
la niña de siete años que tuvo que presenciar cómo le ocurría algo tan espantoso a su madre. Me siento en su regazo y escondo la cara en su cuello. —Resumiendo, intenté defenderla pero no sirvió de nada. Para cuando mi padre entró tambaleándose por la puerta, yo le había repartido una caja entera de tiritas por todo el cuerpo,
tratando de..., qué sé yo..., curarla o algo así. Qué tonta, ¿verdad? — pregunta con la boca hundida en mi pelo.
Alzo la vista y frunce el ceño. —No llores... —susurra, pero no puedo evitarlo. Nunca me imaginé que la causa de sus
pesadillas fuera tan horrible. —Perdona que te haya hecho contármelo —sollozo.
—No..., nena, no pasa nada. Sienta bien contárselo a alguien —me asegura —. Dentro de lo que cabe. Me acaricia el pelo y se enrosca un mechón entre los dedos, enfrascada en sus pensamientos.
—Después de aquello, yo sólo dormía abajo, en el sofá. Así, si alguien entraba... me encontraría a mí primero. Luego empezaron las pesadillas... Y ahí se quedaron. Fui a un par de terapeutas cuando mi padre se marchó, pero nada funcionó hasta que te conocí. —Me dedica una débil sonrisa—. Perdona que pasara toda la noche fuera. No quiero ser esa persona. No quiero ser como él —dice abrazándome con fuerza. Ahora que tengo unas cuantas piezas más del rompecabezas de Britt, la entiendo un poco
mejor. Mi humor acaba de cambiar drásticamente, igual que la opinión que tenía de Ken. Sé que la gente cambia, y salta a la vista que ha mejorado mucho con respecto al hombre que era, pero no
puedo evitar que la rabia bulla en mi interior. Britt es como es por su
padre, por su alcoholismo, por su negligencia y por la terrible noche en que provocó que agredieran tan brutalmente a su esposa
y a su hija, y encima no estuvo allí para protegerlas. No tengo todas las respuestas que quería, pero sí mucho más de lo que esperaba.
—No volveré a hacerlo... Te lo juro... Por favor, sólo dime que no vas a dejarme... —musita. Toda la rabia y la indignación que sentía han desaparecido ya. Y como me mira con cara de que necesita oírmelo decir, se lo repito un par de veces: —No voy a dejarte, Britt. No voy a dejarte. —Te quiero, Santana, más que a nada —dice enjugándome las lágrimas.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
Capítulo 91
Llevamos por lo menos media hora sin movernos cuando por fin Britt levanta la cabeza de mi pecho y dice: —¿Cenamos?
—Sí.
Le sonrío débilmente y empiezo a bajarme de su regazo, pero me estrecha contra su pecho. —No he dicho que tuvieras que moverte. Sólo pásame mi plato —me dice, y sonríe a su vez. Le alcanzo el plato y extiendo el brazo para coger el mío del otro lado de la
pequeña mesa. Aún estoy recuperándome de la impresión, y no me siento del todo bien por tener que ir mañana a la boda.
Sé que Britt no quiere hablar más de lo que acaba de contarme. Tomo otro bocado de mi plato y digo:
—Cocinas mejor de lo que imaginaba. Ahora que lo sé, espero que me prepares la cena más a menudo. —Ya veremos —replica con la boca llena, y terminamos de cenar en un cómodo silencio.
Más tarde, cuando estoy metiendo los platos en el lavavajillas, se me acerca por detrás y me pregunta:
—¿Sigues enfadada?
—No exactamente —le contesto—. No me hace ninguna gracia que te pasaras la noche por ahí, y quiero saber con quién te peleaste y por qué razón. —Abre la boca para hablar, pero la detengo—:
Pero esta noche no. No creo que ninguno de las dos pudiera soportarlo. —Vale —dice con voz dulce.
La preocupación brilla en sus ojos, pero decido no insistir.
—Ah, y tampoco me hizo ninguna gracia que me restregaras lo de las prácticas por la cara. Eso me dolió de verdad. —Lo sé, y por eso lo dije —responde con demasiada sinceridad para mi gusto.
—Lo sé, y por eso precisamente no me gusta. —Lo siento.
—No vuelvas a hacerlo, ¿vale? —le digo, y asiente—. Estoy agotada — refunfuño en un débil intento por cambiar de tema.
—Yo también. Vamos a pasarnos la velada panza arriba. Ya nos han puesto la tele por cable. —Se supone que de eso tenía que encargarme yo —la regaño. Pone los ojos en blanco y, ya en la habitación, se sienta en la cama a mi lado. —Ya me darás luego el dinero... Miro la pared. —¿A qué hora tenemos que salir mañana para la boda? —Cuando nos dé la gana. —Empieza a las tres. Creo que deberíamos estar allí sobre las dos —digo. —¿Una hora antes? —protesta, y asiento—. No sé por qué te empeñas en...
—dice, pero la interrumpe el tono de mi móvil. Britt se demuda cuando se inclina para cogerlo y me dice quién es el que
llama. —Pero ¿por qué te llama? —resopla.
—No lo sé, pero creo que debería responder —digo.
Le quito el teléfono de la mano. —¿Sam? —contesto en voz baja y temblorosa mientras Britt echa chispas por los ojos.
—Hola, Santana. Perdona que te llame tan tarde pero... —Parece asustado. —¿Qué? —Le meto prisa porque siempre tarda más de lo necesario en explicar situaciones estresantes. Britt gesticula para que conecte el manos libres. Le lanzo una mirada que expresa mi negativa, pero al final pongo a Sam por el altavoz para que
Britt pueda escuchar la conversación. —Tu madre ha recibido una llamada del supervisor de la residencia para decirle que ya está
pagado el último recibo, así que sabe que te has mudado. Le he dicho que no tengo ni idea de dónde vives ahora, lo cual es verdad, pero no me cree. Va hacia allá. —¿Al campus? —Sí, eso creo. No lo sé seguro, pero dijo que iba a ir a buscarte, y no está siendo nada
razonable. Está furiosa. Sólo quería avisarte de que va a ir hacia allá. —¡Esa mujer es increíble! —grito.
Luego le doy las gracias a Sam y cuelgo. Me tumbo en la cama.
—Genial... Qué forma más maravillosa de pasar la velada.
Britt se apoya en un codo a mi lado. —No podrá encontrarte. Nadie sabe que vivimos aquí —me asegura, y me aparta un mechón de
la frente. —Puede que no me encuentre, pero le va a hacer un tercer grado a Rachel y acribillará a preguntas a todo el que vea por la residencia y a montar un numerito que no veas. — Me tapo la cara con las manos—. Debería ir a la residencia. —O podrías llamarla, darle nuestra dirección y dejar que venga aquí. Estarás en tu territorio, lo cual es una ventaja —sugiere.
—¿Te parece bien? —Me destapo un poco la cara.
—Por supuesto. Es tu madre, Santana.
Le lanzo una mirada inquisitiva, dado lo mal que se lleva ella con su padre. Pero cuando comprendo que lo dice en serio, recuerdo que está dispuesta a intentar arreglar las cosas con sus padres. Yo también debería ser valiente. —Voy a llamarla —digo.
Me quedo un rato mirando el móvil antes de respirar hondo y marcar su número. Está tensa y habla muy deprisa. Sé que se está conteniendo para cuando me tenga cara a cara. No le doy detalles
del apartamento ni le cuento que vivo aquí. Sólo le digo que me encontrará en esta dirección y cuelgo todo lo deprisa que puedo.
Instintivamente, salto de la cama y me pongo a ordenar la casa.
—El apartamento está limpio. Apenas hemos tocado nada —dice Britt. —Lo sé —contesto—. Pero así me siento mejor.
Después de doblar y guardar la ropa que había en el suelo, enciendo una vela en la sala de estar y espero a que aparezca mi madre sentada a la mesa con Britt. No debería estar tan nerviosa, soy una adulta y tomo mis propias decisiones, pero la conozco y sé que le va a dar algo. Ya tengo las emociones a flor de piel gracias a la breve visita al pasado de Britt de hace una hora, y no sé si
estoy en condiciones de enzarzarme en una batalla campal con mi madre esta noche. Miro el reloj. Ya son las ocho. Con suerte no se quedará mucho, y Britt y yo podremos acostarnos pronto y
abrazarnos mientras ambas intentamos lidiar con la familia que nos ha tocado en suerte. —¿Quieres que me quede o prefieres que os dé tiempo para hablar de vuestras cosas? —me pregunta al cabo de un rato. —Creo que deberíamos estar un tiempo a solas —le respondo. Por mucho que yo quiera tenerla a mi lado, sé que mi madre se pondrá hecha un basilisco si la ve.
—Espera... —digo—. Acabo de acordarme de algo que ha dicho Sam. Me ha comentado que el último recibo de la residencia ya estaba pagado. —Miro a Britt con una ceja enarcada.
—Sí, ¿y? —¡No me digas que lo has pagado tú! —exclamo. No estoy cabreada, sólo molesta y sorprendida.
—¿Y? —Se encoge de hombros. —Britt, tienes que dejar de gastarte el dinero en mí. Me hace sentir incómoda.
—No veo dónde está el problema. Tampoco era tanto —me discute.
—¿Es que eres rica o algo así? ¿Traficas con drogas?
—No, sólo es que tenía mucho dinero ahorrado que no me gastaba en nada. El año pasado no gasté en alojamiento, con lo que las pagas se iban acumulando. Nunca había tenido nada en lo que
gastarme el dinero... Ahora ya lo tengo. —Me sonríe la mar de contenta—. Y me gusta gastármelo en ti. No discutamos por eso.
—Tienes suerte de que mi madre esté al caer y sólo me queden fuerzas para pelearme con una de las dos —bromeo, y Britt suelta una carcajada muy larga que se va apagando hasta que
simplemente permanecemos esperando, cogidas de la mano y en silencio. A los pocos minutos llaman a la puerta... Bueno, más bien aporrean la puerta. Britt se levanta. —Estaré en la otra habitación. Te quiero —dice, y me da un beso rápido antes de esfumarse.
Cojo aire y abro la puerta. Mi madre está tan perfecta que asusta, como siempre. No se le ha corrido ni un poco el lápiz de ojos del que suele abusar, y lleva los labios pintados de rojo, sedosos
y perfectos, y el pelo rubio recogido y en su sitio; casi parece un halo alrededor de su cabeza. —Pero ¡¿qué demonios te crees que estás haciendo? ¿Cómo se te ocurre marcharte de la residencia sin decirme nada?! —grita sin miramientos, y me aparta de un
empellón para entrar en el apartamento. —No me dejaste elección —contraataco, y me concentro en respirar y en permanecer todo lo
calmada que me sea posible. Ella se vuelve como si tuviera un resorte y me lanza una mirada asesina. —¿Perdona? ¿Cómo que no te dejé elección? —Amenazaste con no ayudarme a pagar la residencia —le recuerdo cruzándome de brazos.
—Entonces sí que te dejé elección, sólo que has elegido mal —me espeta. —No, tú eres la que está obrando mal.
—¡Pero ¿tú te has oído?! ¡¿Y te has visto?! No eres la misma Santana que traje a la universidad hace apenas tres meses. —Mueve los brazos arriba y abajo señalando mi cuerpo—. Me estás
desafiando. ¡Me estás gritando! ¡Tienes mucho valor, jovencita! Lo he hecho todo por ti, y ahora... Lo estás tirando todo por la borda.
—¡No estoy tirando nada! Estoy haciendo unas prácticas estupendas y muy bien pagadas. Tengo un coche y una media de matrícula de honor. ¡¿Qué más quieres que haga?! —le devuelvo el grito. La he desafiado y le brillan los ojos. Su voz es puro veneno cuando me dice: —Para empezar, al menos podrías haberte cambiado de ropa antes de que yo llegara. De verdad,
Santana, estás horrible. —Bajo la vista para mirar mi pijama y ella pasa a criticar el siguiente punto—. Y ¿qué es eso que llevas en la cara?... ¿Ahora te maquillas? ¿Tú quién eres? Tú no eres mi Santana, eso seguro. Mi Santana no pasaría el rato en pijama en el apartamento de una adoradora de Satán un sábado por la noche.
—No hables así de ella —mascullo—. Ya te lo he advertido.
Mi madre entorna los ojos y rompe a reír. Echa la cabeza hacia atrás riendo y tengo que contenerme para no cruzarle la cara perfectamente maquillada. De inmediato me avergüenzo de mis
pensamientos violentos, pero es que me está llevando al límite.
—Una cosa más —digo muy despacio, con calma, asegurándome de pronunciarlo correctamente —. El apartamento no es sólo suyo: es nuestro. Y con eso consigo que deje de reír en el acto.__
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Re: AFTER (BRITTANA) cap 92 -93 y 94-95-96 (97FIN)
LOS 5 CAP. DE HOY LOS DEDICO A LAS VICTIMAS DE ORLANDO. PARA QUE LOS CRIMENES DE ODIO ACABEN, Y POR QUE SOMOS LIBRE DE AMAR A QUIEN QUERAMOS.
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