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[Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
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micky morales
marthagr81@yahoo.es
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[Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
NO LE RECLAMES AL AMOR.
Desde que dejó la universidad y empezó a trabajar como agente de pasaje en una línea aérea, el día a día de Brittany transcurre entre retrasos y cancelaciones. Los horarios intempestivos del aeropuerto la agotan, apenas tiene vida social, no llega a mileurista y vive colada por Artie, un piloto que no le hace ni caso… aun así, es feliz con su rutina.
Un día, tras un desagradable incidente con una pasajera que queda en lista de espera, su pequeño mundo se desmorona. Sin trabajo y sin expectativas de encontrar uno nuevo hace las maletas rumbo a la tierra de las oportunidades. Lo que no sabe es que lo peor está por llegar.
Santana, la encantadora y atractiva joven que se ha sentado a su lado en el avión, ¡no es otra que la grosera pasajera de lover booking!
Está dispuesta a olvidarse para siempre de ella y a empezar de cero su vida en Boston cuando su nuevo amigo, Kurt, la invita a la fiesta de Halloween y, entonces, sucede lo inevitable: empieza a mirarla con buenos ojos y donde antes había odio ahora hay ¿amor?
¿Será capaz Brittany de olvidar el incidente que cambió para siempre su vida?
¿Será capaz de perdonar a Santana?
PD. SI LA PAGINA CONTINUA ASI, ESTA SERA LA ULTIMA ADAPTACIÓN QUE SUBIRE.... AGRADECIENDO LA ATENCIÓN
Desde que dejó la universidad y empezó a trabajar como agente de pasaje en una línea aérea, el día a día de Brittany transcurre entre retrasos y cancelaciones. Los horarios intempestivos del aeropuerto la agotan, apenas tiene vida social, no llega a mileurista y vive colada por Artie, un piloto que no le hace ni caso… aun así, es feliz con su rutina.
Un día, tras un desagradable incidente con una pasajera que queda en lista de espera, su pequeño mundo se desmorona. Sin trabajo y sin expectativas de encontrar uno nuevo hace las maletas rumbo a la tierra de las oportunidades. Lo que no sabe es que lo peor está por llegar.
Santana, la encantadora y atractiva joven que se ha sentado a su lado en el avión, ¡no es otra que la grosera pasajera de lover booking!
Está dispuesta a olvidarse para siempre de ella y a empezar de cero su vida en Boston cuando su nuevo amigo, Kurt, la invita a la fiesta de Halloween y, entonces, sucede lo inevitable: empieza a mirarla con buenos ojos y donde antes había odio ahora hay ¿amor?
¿Será capaz Brittany de olvidar el incidente que cambió para siempre su vida?
¿Será capaz de perdonar a Santana?
PD. SI LA PAGINA CONTINUA ASI, ESTA SERA LA ULTIMA ADAPTACIÓN QUE SUBIRE.... AGRADECIENDO LA ATENCIÓN
Última edición por marthagr81@yahoo.es el Dom Ago 13, 2017 4:22 am, editado 10 veces
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Prólogo
Hoy ha sonado el despertador a las cuatro de la mañana. Sigo la rutina de todos los días. Gruño, me doy la vuelta, lo paro y lo atraso hasta las cuatro y diez. Finalmente lo apago y decido levantarme. Me ducho con ese gel de baño con aroma a vainilla que adoro. Creo que me están entrando ganas de desayunar de lo bien que huele. Me seco
y me peino con una perfecta cola de caballo y un ligero toque de laca.
Después, me pongo el uniforme —¡gracias a Dios no he de pensar en qué modelito ponerme!—, y, por último, me maquillo. A estas horas es extremadamente necesario, así que extiendo mis productos sobre el lavabo y me dispongo a aplicarme una buena base de Clinique y polvos traslúcidos, un toque de colorete de Nars, rímel de Helena Rubinstein, sombra de ojos suave y un poco de brillo en los labios.
Soy azafata. Pero yo no vuelo, no. Mi trabajo está en el aeropuerto; entre retrasos, cancelaciones, pérdidas de maletas, excesos de equipaje y overbooking. Llevo uniforme sí, pero mi trabajo no es nada sofisticado.
Pañuelo rojo o pañuelo azul. Unas vivimos rodeadas de pasajeros enfadados mientras las otras vuelan de aquí para allá, toman café con atractivos pilotos y coquetean con hombres de negocios. Los mismos hombres de negocios que a nosotras nos miran con cara de malas pulgas si les decimos que no quedan asientos en salida de emergencia o que el vuelo se retrasará unos minutos.
Aun así, adoro mi trabajo. Por eso, cojo el bolso, salgo de casa y me dirijo al coche. Un pequeño Fiat 500 descapotable de color blanco, el único capricho que me he concedido en los últimos años y que está aparcado en el garaje. Entro y enciendo la radio. Subo el volumen y canto con Duffy.
Esperemos que hoy sea un buen día.
Hoy ha sonado el despertador a las cuatro de la mañana. Sigo la rutina de todos los días. Gruño, me doy la vuelta, lo paro y lo atraso hasta las cuatro y diez. Finalmente lo apago y decido levantarme. Me ducho con ese gel de baño con aroma a vainilla que adoro. Creo que me están entrando ganas de desayunar de lo bien que huele. Me seco
y me peino con una perfecta cola de caballo y un ligero toque de laca.
Después, me pongo el uniforme —¡gracias a Dios no he de pensar en qué modelito ponerme!—, y, por último, me maquillo. A estas horas es extremadamente necesario, así que extiendo mis productos sobre el lavabo y me dispongo a aplicarme una buena base de Clinique y polvos traslúcidos, un toque de colorete de Nars, rímel de Helena Rubinstein, sombra de ojos suave y un poco de brillo en los labios.
Soy azafata. Pero yo no vuelo, no. Mi trabajo está en el aeropuerto; entre retrasos, cancelaciones, pérdidas de maletas, excesos de equipaje y overbooking. Llevo uniforme sí, pero mi trabajo no es nada sofisticado.
Pañuelo rojo o pañuelo azul. Unas vivimos rodeadas de pasajeros enfadados mientras las otras vuelan de aquí para allá, toman café con atractivos pilotos y coquetean con hombres de negocios. Los mismos hombres de negocios que a nosotras nos miran con cara de malas pulgas si les decimos que no quedan asientos en salida de emergencia o que el vuelo se retrasará unos minutos.
Aun así, adoro mi trabajo. Por eso, cojo el bolso, salgo de casa y me dirijo al coche. Un pequeño Fiat 500 descapotable de color blanco, el único capricho que me he concedido en los últimos años y que está aparcado en el garaje. Entro y enciendo la radio. Subo el volumen y canto con Duffy.
Esperemos que hoy sea un buen día.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Capítulo 1
Overbooking
—Buenas tardes Señorita, ¿adónde vuela? —pregunto amablemente sin levantar la vista del ordenador mientras cojo el DNI que la pasajera ha dejado sobre el mostrador.
Solo son las siete de la mañana y siento que ya llevo una eternidad en el aeropuerto. Desgraciadamente, la realidad es otra. Me quedan seis interminables horas antes de poder volver a casa y tumbarme a descansar en el sofá. Odio madrugar. Odio las colas. Y odio... Dejo de quejarme en silencio para fijarme en la bella pasajera que tengo frente a mí. Tiene el cabello de color negro, tirando a castaño oscuro, aunque sin llegar a ser castaña y ligeramente ondulado. Debe de ser la típica pasajera que vuela por negocios. Es más que obvio, porque va con un vestido a medida muy costoso y lleva el pelo muy arreglado, como si acabara de salir del salón. Aunque alguna empresa debe de irle mal, porque su expresión es bastante seria. ¡Puede que hasta vaya a despedir a alguien!
—A Madrid, en el vuelo de las ocho —dice secamente. Se gira impaciente hacia la pantalla de información de salidas—. Espero que no esté retrasado, tengo un compromiso al que no puedo faltar —añade.
Compruebo que el vuelo va puntual y así se lo comunico.
—El vuelo está en hora, señorita. Salvo que hubiera algún imprevisto no debería retrasarse.
—Ya —repiquetea con los dedos sobre el mostrador. Veo que está impaciente, mejor me doy prisa por despacharla.
—¿Va a facturar equipaje? —Los mostradores son tan altos que no veo si lleva algo.
—¿Es que ve alguna maleta a mi alrededor, señorita?—contesta impertinente.
—Disculpe. Enseguida le doy su tarjeta de embarque. —La tía es un impresentable. Guapa pero maleducada. Ahora sí estoy convencida de que va a Madrid para despedir a alguien. Me compadezco de sus empleados. Desgraciadamente tengo que ser educada y aguantar. Lo mejor será sonreír y callar.
Es en ese instante cuando la máquina me emite la tarjeta de embarque y lo veo. Dos letras bien grandes: SB.
¡Toma ya! Está en lista de espera: stand by en inglés. El vuelo va lleno y esta tipa es overbooking. De todas las personas a las que he facturado justo tenía que tocarle a la más agradable.
Tomo aire y me preparo para soltarle el discurso acerca de la sobreventa de billetes.
—Señorita, no sé si sabe lo que es el overbooking. Se trata de la venta legal de hasta el diez por ciento de las plazas... —me interrumpo al ver como se gira y fija su inquisidora mirada en mí.
Vuelvo a inspirar y continúo
—: Está usted en lista de espera... Debemos esperar al embarque y, si finalmente no tiene plaza en este vuelo, le asignaremos el siguiente y se le dará una compensación
económica.
Está completamente callada. Y no acierto a descifrar su expresión para saber si se lo va a tomar bien o mal. ¿Pero qué digo? ¡Pues claro que se lo va a tomar mal! Lo que pasa es que no tiene cara de cabreo, más bien parece angustiada.
—¿A qué hora sale el siguiente? —pregunta todo lo educadamente que puede. Se nota que se está conteniendo.
Lo compruebo en el ordenador. A las tres de la tarde. Dios. Ahora sí la va a montar. Ánimo Brittany, valor y a la bestia.
—No hay ningún otro vuelo hasta las tres de la...
—¿Qué? —vocifera. Ni siquiera me deja terminar la frase—. ¿Cómo que el próximo vuelo es a las tres de la tarde? Tengo que estar en Madrid a las diez. Es urgente. Tengo una cita a la que no puedo faltar. Llevo un billete en clase business y ya tenía asiento
asignado. Si estaba facturado... ¿cómo es posible que esté en overbooking?
¡Ja! No es cierto, no lo estaba. Si hubiera venido antes o se hubiera facturado por Internet ahora tendría su plaza...
—¿Me puede decir cómo puede ser tan inepta de darme una plaza en lista de espera cuando yo ya tenía número de asiento? —dice con sorna.
Esto es el colmo. Puedo soportar que se enfaden por no subir al vuelo, pero no consiento que me digan que no sé hacer mi trabajo.
Eso sí que no. Noto que estoy empezando a calentarme y tengo miedo de estallar y responderle. No puedo hacerlo aunque sea una maleducada, es una cliente. Y ya sabemos quién tiene siempre la razón...
—Señorita, mi compañera le confirmará en la puerta de embarque si tiene plaza o no. Si finalmente no sube al avión, pase por la ventanilla de venta de billetes para que le cambien el vuelo y le paguen la indemnización. Muchas gracias —le digo con firmeza
mientras le doy la tarjeta de embarque—. ¡Siguiente, por favor!
—¿Pretende dejarme con la palabra en la boca? ¿Esa es su manera de trabajar? No dude que pienso poner una reclamación tanto por la sobreventa como por su comportamiento. ¿Sabe que he pagado cuatrocientos euros por ese billete? —me grita acalorada—. No tiene ni idea de lo importante que es que llegue a tiempo a Madrid, no tiene ni idea...
La escucho pero no quiero ni mirarla. Levanto la vista y sonrío a los dos pasajeros que tengo frente a mí.
—Buenos días, ¿adónde vuelan?
Aunque se me hace un poco larga, la mañana finalmente va pasando y antes de que me dé cuenta ya es hora de irse a casa. Tengo sueño y me siento bastante cansada, por no hablar de mi estado de ánimo. He tenido una mañana de perros y una queja tras otra. Caso aparte el de la impresentable de la overbooking. La verdad es que me importa bien poco como haya terminado. Generalmente me sabe mal que a la gente le pasen estas cosas, no estoy a favor de que las compañías aérea puedan vender un diez por ciento más de billetes y se deje a gente en tierra, pero cuando lo pagan conmigo, como si fuera yo la que me quedo el dinero de su billete, y me chillan a mí, lo siento, pero se me acaba la pena.
Pena debería de darles yo, que no llego ni a mileurista, que me levanto a las tres y media de la mañana para ir a trabajar y que libro uno de cada tres fines de semana. Y de los días festivos mejor no hablamos. En los últimos años, creo que he pasado más Navidades en el aeropuerto que con mi familia. En fin, por lo que a hoy respecta, al
menos el turno ha terminado.
Abro la taquilla y cojo el bolso. Saco un pequeño espejito de maquillaje y me miro. Dios, ¿he estado atendiendo a la gente con estas pintas? Tengo el maquillaje lleno de brillos y los ojos rojos, por no hablar de la diferencia entre el tono de color de mi cara y el del cuello. ¡Y al colorete ni mentarlo! ¡Si parezco un payaso! Eso es lo que pasa cuando te maquillas a las tres y media de la mañana antes de haberte puesto las lentillas. Supongo que lo lógico es ponerse las lentillas primero, pero esta mañana tenía los ojos tan hinchados por el sueño que he pensado que cinco minutitos más les irían bien. Error.
Los ojos siguen igual de hinchados y rojos y ahora, encima, parezco una muñeca pepona que viene de darse rayos uva solamente en la cara. Puff, será mejor que me vaya ya a casa, no me apetece que nadie más me vea con estas pintas.
Estoy a punto de largarme cuando por la puerta entra Tina, una de mis compañeras de trabajo y, también, de mis mejores amigas. Nos conocimos cuando yo empecé como agente de pasaje en la compañía. Ella ya llevaba un par de años trabajando aquí y fue un gran apoyo para mí los primeros meses. No se molestaba si le preguntaba cosas obvias; obvias para ella, porque a mí, en aquel momento, me sonaban a chino. Además, siempre me ayudaba cuando tenía algún conflicto con un pasajero. Y es que, he de reconocer que, si bien ahora sé exactamente qué tengo que hacer en cada momento,
los primeros meses que pasé en el aeropuerto fueron un auténtico caos y hubo días en los que me fui a casa llorando a moco tendido.
Pero ella siempre estuvo ahí. Tina tiene más paciencia con las nuevas que el santo Job. Estoy convencida de que pronto la ascenderán a supervisora. La verdad es que con los horarios intempestivos que tenemos en este trabajo —¡hay días que entro a trabajar a las tres de la mañana o salgo de trabajar a las dos!— y currando los fines de semana, la vida social se desestabiliza un poco, por no decir que, literalmente, desaparece. Se esfuma.
La mayoría de la gente con la que habías tratado hasta entonces, como los amigos del colegio o de la universidad, sale los fines de semana pero cuando tú empiezas a trabajar sábados y domingos y a librar martes y miércoles, ¿con quién quedas para tomar algo? ¡Pues está claro! Con los compañeros del trabajo.
Al principio Tina y yo hablábamos de temas relacionados con el aeropuerto: si había habido un retraso, si algún pasajero se había enfadado o si una supervisora nos había echado la bronca... cosas así. Pero poco a poco fuimos charlando de otras cosas: qué película ir a ver, qué maquillaje comprar o, al cabo de unos pocos meses, qué chico nos gustaba o también chicas como en mi caso. En el caso de Tina, uno nuevo cada semana y en el mío, siempre el mismo. Nos hicimos inseparables. Hasta cambiábamos los turnos con otras compañeras para coincidir.
—Espérame y nos vamos juntas hacia el parking —me dice sonriendo.
La observo con detenimiento y me percato de que no está tan alegre como parece. Tiene los ojos rojos, como si hubiera llorado, y se nota que la sonrisa es forzada.
—¿Tina, te pasa algo? —pregunto inquieta. Es una persona muy alegre, de esas que nunca se preocupan por nada ni se toman las cosas en serio. Creo que no la he visto llorar en la vida, así que algo le pasa.
—No, no... estoy bien —dice intentando aparentar tranquilidad.
Como no quiero insistir, recogemos nuestras cosas en silencio y salimos del aeropuerto. Una vez que estamos en la calle lo intento otra vez porque no me quedo tranquila.
—En serio, ¿estás segura de que no te pasa nada?
—Bueno —dice poniendo una expresión que no creo haber visto nunca en su cara—, es por Mike...
—¿Qué pasa con él? —Mike es el nuevo novio de Tina, apenas llevan juntos un par de meses.
—Nada, que se ha ido esta mañana a Madrid y...
—¿A Madrid? —inquiero asombrada— ¡Vaya! ¿En uno de nuestros vuelos? ¡Pues eso habrá sido un milagro! Sí hoy iban todos llenos. ¡Y con overbooking! Que me lo digan a mí... no sabes la que me ha montado una pasajera.
—Pues sí, en un vuelo nuestro —afirma tajante—. Pero esa no es la cuestión, Brittany. ¿Qué importa ahora el overbooking? La cuestión es que se va a quedar unos días allí por temas de trabajo. Tenía que ir a preparar algunas cosas de la exposición que inaugura. Y, no sé por qué, de repente, al despedirlo, me he puesto un poco sentimental y me ha dado por llorar... quizá haya sido porque no ha querido que fuera
con él. Quiere sorprenderme cuando la inaugure.
La miro realmente sorprendida.
—¡No puedo creerlo! ¿Tú llorando porque vas a echar de menos a un tío? Pues sí que te ha dado fuerte esta vez...
Ninguna de las relaciones amorosas de Tina, al menos que yo recuerde, le ha durado más de tres meses y nunca la he visto deprimida por ello. Va saltando de chico en chico y suele ser ella quien se cansa de ellos. Es muy independiente y nunca ha sido lo que yo llamo una «novia lapa», de esas que quieren estar todo el día pegadas a su pareja... por eso me extraña este repentino ataque. Pero es verdad que parece que va en serio y puede que Mike sea para ella algo más que un simple ligue.
—Bueno, siempre hay una primera vez, ¿no? —responde recomponiéndose—. En fin, ¿para qué voy a amargarme? Para una vez que salgo con un tío como Dios manda no me voy a deprimir porque tenga que irse a trabajar unos pocos días a otra ciudad,
¿verdad?
—Tienes razón. No tienes derecho a quejarte, al menos tú sales con alguien. Yo no soy capaz ni de ligar una noche —suspiro.
—Claro, pero por una razón bastante simple: ¡no sales por las noches! —exclama Tina alzando los brazos al aire.
—Ni por las tardes, ni por las mañanas... ¿Y quién puede salir con los horarios de mierda que tenemos? —Al hacer esta pregunta sonrío porque ya sé la respuesta: Tina.
Ella es capaz de salir toda la noche aunque tenga turno de mañana al día siguiente
—. Vale, tú eres capaz de hacerlo. Pero sabes que yo necesito dormir ocho horas para
sentirme una persona normal. No quiero ni imaginar cuántas capas de maquillaje necesitaría yo si durmiera tan poco como tú.
—Pues creo que hoy ya te has puesto unas cuantas —bromea—. En serio, estarías estupenda. ¿No ves cómo tengo el cutis? No hace falta que te explique mi secreto ¿verdad? —Sonríe pícara—. De todas formas, qué más da, aunque salieras por ahí no
querrías hablar con nadie. A ti solo te interesa el piloto ese, el de lentes.
No sé qué responderle. Es cierto que no salgo mucho porque los cambios horarios y los madrugones me matan, pero no puedo negar que hace ya mucho tiempo que me gusta y que, por muchos chicos que conozca, ninguno llega a interesarme de verdad. Sí, lo asumo, estoy totalmente colgada por él.
Lo conocí al poco de empezar a trabajar en la compañía. Era el primer día que tenía turno de noches y estaba fuera, en la pista. No sé cómo, pero terminé coordinando las salidas de dos vuelos a la vez. Uno de los dos lo tenía controlado. Estaba en un parking cercano a nuestras oficinas y tenía todos los servicios a pie de avión: catering, cuba para repostar, rampa cargando maletas. No tenía de qué preocuparme, iba todo rodado. Pero el otro no me resultó tan fácil. Como decía, era mi primera noche en el aeropuerto y todavía no conocía bien la pista así que no sabía dónde estaba cada parking.
Empecé a dar vueltas con el coche por la plataforma, pero no había manera. ¡No encontraba el avión! Sé que parece increíble que una persona no pueda ver algo tan grande pero aquella noche, por más vueltas que daba, ¡no lo encontraba!
Si la escala del vuelo era de veinticinco minutos ¡yo ya me había comido la mitad del tiempo conduciendo por la pista! Estaba tan nerviosa que no sabía qué hacer. En ese momento escuché la voz de mi supervisora por el walkie. Aún recuerdo sus gritos cuando le dije que no encontraba el avión. Me puse roja como un tomate de pensar que todos los compañeros que estaban en la misma emisora la estaban escuchando. La vergüenza me hizo ponerme las pilas y, a los pocos segundos, vi unas plazas de parking hacia el fondo de la pista a las que yo ni me había acercado y en las que había un pequeño reactor con el logo de la compañía. Tenía el motor y las luces encendidas. Ese era el que yo estaba buscando. Me apresuré hasta el avión y subí por la escalerilla tan rápido que embestí al comandante. ¡Eso ya era lo último que me podía pasar!
Solamente me faltaba comerme una bronca de un prepotente. Pero no. Al levantar la mirada me encontré una sonrisa amable y al tío más guapo que había conocido en mi vida: alto, blanco, con unos labios carnosos y unos preciosos ojos verdes. Me quedé paralizada. Incapaz de pronunciar siquiera una disculpa.
Me dijo que no me agobiase, que el avión no se retrasaría. Y no sé cómo lo hizo, pero se las arregló para que el vuelo saliera en hora. Con una facilidad pasmosa, me fue dando instrucciones. Porque con los nervios que yo llevaba tenía la mente en blanco y era incapaz de pensar qué servicios pedir. Pero él fue repasándolo todo con calma y
yo fui solicitando todo lo necesario conforme me lo indicaba. Llamé al catering para que vinieran a cargar las comidas y a la cuba para poner gasolina. Él me autorizó a que embarcáramos con aviso a bomberos para que el pasaje fuera subiendo mientras se llenaba el depósito para ganar tiempo. Si repostas mientras sube la gente tienes que avisar a los bomberos del aeropuerto, por seguridad.
Cuando me quise dar cuenta, el pasaje estaba a bordo, el depósito lleno, el catering servido y las maletas cargadas. Se despidió de mí con una sonrisa seductora. Y yo, sonrojada y avergonzada bajé las escaleras del avión a toda prisa. Al llegar a la oficina y, ordenando los papeles que me había llevado de la cabina encontré algo escrito
que también me hizo sonreír a mí: Artie 687 542 987.
Como me niego a admitir que no hago más que pensar en él, todavía estoy pensando qué responderle a Tina cuando veo que ya hemos llegado al aparcamiento. Salvada por la campana.
—¿Bueno, nos vemos mañana? —le pregunto mientras abro mi coche.
—No, tengo turno de tarde. Creo que no volvemos a coincidir hasta después de mis días libres. Que te sea leve el madrugón —dice mientras entra en el suyo y se despide de mí con la mano.
—Gracias. —Me siento en el coche y suspiro. Ha sido una mañana larga y pesada. Ahora solo quiero ir a casa, comer y echarme una siesta bien larga. Arranco el motor.
Espero aguantar despierta hasta llegar.
Overbooking
—Buenas tardes Señorita, ¿adónde vuela? —pregunto amablemente sin levantar la vista del ordenador mientras cojo el DNI que la pasajera ha dejado sobre el mostrador.
Solo son las siete de la mañana y siento que ya llevo una eternidad en el aeropuerto. Desgraciadamente, la realidad es otra. Me quedan seis interminables horas antes de poder volver a casa y tumbarme a descansar en el sofá. Odio madrugar. Odio las colas. Y odio... Dejo de quejarme en silencio para fijarme en la bella pasajera que tengo frente a mí. Tiene el cabello de color negro, tirando a castaño oscuro, aunque sin llegar a ser castaña y ligeramente ondulado. Debe de ser la típica pasajera que vuela por negocios. Es más que obvio, porque va con un vestido a medida muy costoso y lleva el pelo muy arreglado, como si acabara de salir del salón. Aunque alguna empresa debe de irle mal, porque su expresión es bastante seria. ¡Puede que hasta vaya a despedir a alguien!
—A Madrid, en el vuelo de las ocho —dice secamente. Se gira impaciente hacia la pantalla de información de salidas—. Espero que no esté retrasado, tengo un compromiso al que no puedo faltar —añade.
Compruebo que el vuelo va puntual y así se lo comunico.
—El vuelo está en hora, señorita. Salvo que hubiera algún imprevisto no debería retrasarse.
—Ya —repiquetea con los dedos sobre el mostrador. Veo que está impaciente, mejor me doy prisa por despacharla.
—¿Va a facturar equipaje? —Los mostradores son tan altos que no veo si lleva algo.
—¿Es que ve alguna maleta a mi alrededor, señorita?—contesta impertinente.
—Disculpe. Enseguida le doy su tarjeta de embarque. —La tía es un impresentable. Guapa pero maleducada. Ahora sí estoy convencida de que va a Madrid para despedir a alguien. Me compadezco de sus empleados. Desgraciadamente tengo que ser educada y aguantar. Lo mejor será sonreír y callar.
Es en ese instante cuando la máquina me emite la tarjeta de embarque y lo veo. Dos letras bien grandes: SB.
¡Toma ya! Está en lista de espera: stand by en inglés. El vuelo va lleno y esta tipa es overbooking. De todas las personas a las que he facturado justo tenía que tocarle a la más agradable.
Tomo aire y me preparo para soltarle el discurso acerca de la sobreventa de billetes.
—Señorita, no sé si sabe lo que es el overbooking. Se trata de la venta legal de hasta el diez por ciento de las plazas... —me interrumpo al ver como se gira y fija su inquisidora mirada en mí.
Vuelvo a inspirar y continúo
—: Está usted en lista de espera... Debemos esperar al embarque y, si finalmente no tiene plaza en este vuelo, le asignaremos el siguiente y se le dará una compensación
económica.
Está completamente callada. Y no acierto a descifrar su expresión para saber si se lo va a tomar bien o mal. ¿Pero qué digo? ¡Pues claro que se lo va a tomar mal! Lo que pasa es que no tiene cara de cabreo, más bien parece angustiada.
—¿A qué hora sale el siguiente? —pregunta todo lo educadamente que puede. Se nota que se está conteniendo.
Lo compruebo en el ordenador. A las tres de la tarde. Dios. Ahora sí la va a montar. Ánimo Brittany, valor y a la bestia.
—No hay ningún otro vuelo hasta las tres de la...
—¿Qué? —vocifera. Ni siquiera me deja terminar la frase—. ¿Cómo que el próximo vuelo es a las tres de la tarde? Tengo que estar en Madrid a las diez. Es urgente. Tengo una cita a la que no puedo faltar. Llevo un billete en clase business y ya tenía asiento
asignado. Si estaba facturado... ¿cómo es posible que esté en overbooking?
¡Ja! No es cierto, no lo estaba. Si hubiera venido antes o se hubiera facturado por Internet ahora tendría su plaza...
—¿Me puede decir cómo puede ser tan inepta de darme una plaza en lista de espera cuando yo ya tenía número de asiento? —dice con sorna.
Esto es el colmo. Puedo soportar que se enfaden por no subir al vuelo, pero no consiento que me digan que no sé hacer mi trabajo.
Eso sí que no. Noto que estoy empezando a calentarme y tengo miedo de estallar y responderle. No puedo hacerlo aunque sea una maleducada, es una cliente. Y ya sabemos quién tiene siempre la razón...
—Señorita, mi compañera le confirmará en la puerta de embarque si tiene plaza o no. Si finalmente no sube al avión, pase por la ventanilla de venta de billetes para que le cambien el vuelo y le paguen la indemnización. Muchas gracias —le digo con firmeza
mientras le doy la tarjeta de embarque—. ¡Siguiente, por favor!
—¿Pretende dejarme con la palabra en la boca? ¿Esa es su manera de trabajar? No dude que pienso poner una reclamación tanto por la sobreventa como por su comportamiento. ¿Sabe que he pagado cuatrocientos euros por ese billete? —me grita acalorada—. No tiene ni idea de lo importante que es que llegue a tiempo a Madrid, no tiene ni idea...
La escucho pero no quiero ni mirarla. Levanto la vista y sonrío a los dos pasajeros que tengo frente a mí.
—Buenos días, ¿adónde vuelan?
Aunque se me hace un poco larga, la mañana finalmente va pasando y antes de que me dé cuenta ya es hora de irse a casa. Tengo sueño y me siento bastante cansada, por no hablar de mi estado de ánimo. He tenido una mañana de perros y una queja tras otra. Caso aparte el de la impresentable de la overbooking. La verdad es que me importa bien poco como haya terminado. Generalmente me sabe mal que a la gente le pasen estas cosas, no estoy a favor de que las compañías aérea puedan vender un diez por ciento más de billetes y se deje a gente en tierra, pero cuando lo pagan conmigo, como si fuera yo la que me quedo el dinero de su billete, y me chillan a mí, lo siento, pero se me acaba la pena.
Pena debería de darles yo, que no llego ni a mileurista, que me levanto a las tres y media de la mañana para ir a trabajar y que libro uno de cada tres fines de semana. Y de los días festivos mejor no hablamos. En los últimos años, creo que he pasado más Navidades en el aeropuerto que con mi familia. En fin, por lo que a hoy respecta, al
menos el turno ha terminado.
Abro la taquilla y cojo el bolso. Saco un pequeño espejito de maquillaje y me miro. Dios, ¿he estado atendiendo a la gente con estas pintas? Tengo el maquillaje lleno de brillos y los ojos rojos, por no hablar de la diferencia entre el tono de color de mi cara y el del cuello. ¡Y al colorete ni mentarlo! ¡Si parezco un payaso! Eso es lo que pasa cuando te maquillas a las tres y media de la mañana antes de haberte puesto las lentillas. Supongo que lo lógico es ponerse las lentillas primero, pero esta mañana tenía los ojos tan hinchados por el sueño que he pensado que cinco minutitos más les irían bien. Error.
Los ojos siguen igual de hinchados y rojos y ahora, encima, parezco una muñeca pepona que viene de darse rayos uva solamente en la cara. Puff, será mejor que me vaya ya a casa, no me apetece que nadie más me vea con estas pintas.
Estoy a punto de largarme cuando por la puerta entra Tina, una de mis compañeras de trabajo y, también, de mis mejores amigas. Nos conocimos cuando yo empecé como agente de pasaje en la compañía. Ella ya llevaba un par de años trabajando aquí y fue un gran apoyo para mí los primeros meses. No se molestaba si le preguntaba cosas obvias; obvias para ella, porque a mí, en aquel momento, me sonaban a chino. Además, siempre me ayudaba cuando tenía algún conflicto con un pasajero. Y es que, he de reconocer que, si bien ahora sé exactamente qué tengo que hacer en cada momento,
los primeros meses que pasé en el aeropuerto fueron un auténtico caos y hubo días en los que me fui a casa llorando a moco tendido.
Pero ella siempre estuvo ahí. Tina tiene más paciencia con las nuevas que el santo Job. Estoy convencida de que pronto la ascenderán a supervisora. La verdad es que con los horarios intempestivos que tenemos en este trabajo —¡hay días que entro a trabajar a las tres de la mañana o salgo de trabajar a las dos!— y currando los fines de semana, la vida social se desestabiliza un poco, por no decir que, literalmente, desaparece. Se esfuma.
La mayoría de la gente con la que habías tratado hasta entonces, como los amigos del colegio o de la universidad, sale los fines de semana pero cuando tú empiezas a trabajar sábados y domingos y a librar martes y miércoles, ¿con quién quedas para tomar algo? ¡Pues está claro! Con los compañeros del trabajo.
Al principio Tina y yo hablábamos de temas relacionados con el aeropuerto: si había habido un retraso, si algún pasajero se había enfadado o si una supervisora nos había echado la bronca... cosas así. Pero poco a poco fuimos charlando de otras cosas: qué película ir a ver, qué maquillaje comprar o, al cabo de unos pocos meses, qué chico nos gustaba o también chicas como en mi caso. En el caso de Tina, uno nuevo cada semana y en el mío, siempre el mismo. Nos hicimos inseparables. Hasta cambiábamos los turnos con otras compañeras para coincidir.
—Espérame y nos vamos juntas hacia el parking —me dice sonriendo.
La observo con detenimiento y me percato de que no está tan alegre como parece. Tiene los ojos rojos, como si hubiera llorado, y se nota que la sonrisa es forzada.
—¿Tina, te pasa algo? —pregunto inquieta. Es una persona muy alegre, de esas que nunca se preocupan por nada ni se toman las cosas en serio. Creo que no la he visto llorar en la vida, así que algo le pasa.
—No, no... estoy bien —dice intentando aparentar tranquilidad.
Como no quiero insistir, recogemos nuestras cosas en silencio y salimos del aeropuerto. Una vez que estamos en la calle lo intento otra vez porque no me quedo tranquila.
—En serio, ¿estás segura de que no te pasa nada?
—Bueno —dice poniendo una expresión que no creo haber visto nunca en su cara—, es por Mike...
—¿Qué pasa con él? —Mike es el nuevo novio de Tina, apenas llevan juntos un par de meses.
—Nada, que se ha ido esta mañana a Madrid y...
—¿A Madrid? —inquiero asombrada— ¡Vaya! ¿En uno de nuestros vuelos? ¡Pues eso habrá sido un milagro! Sí hoy iban todos llenos. ¡Y con overbooking! Que me lo digan a mí... no sabes la que me ha montado una pasajera.
—Pues sí, en un vuelo nuestro —afirma tajante—. Pero esa no es la cuestión, Brittany. ¿Qué importa ahora el overbooking? La cuestión es que se va a quedar unos días allí por temas de trabajo. Tenía que ir a preparar algunas cosas de la exposición que inaugura. Y, no sé por qué, de repente, al despedirlo, me he puesto un poco sentimental y me ha dado por llorar... quizá haya sido porque no ha querido que fuera
con él. Quiere sorprenderme cuando la inaugure.
La miro realmente sorprendida.
—¡No puedo creerlo! ¿Tú llorando porque vas a echar de menos a un tío? Pues sí que te ha dado fuerte esta vez...
Ninguna de las relaciones amorosas de Tina, al menos que yo recuerde, le ha durado más de tres meses y nunca la he visto deprimida por ello. Va saltando de chico en chico y suele ser ella quien se cansa de ellos. Es muy independiente y nunca ha sido lo que yo llamo una «novia lapa», de esas que quieren estar todo el día pegadas a su pareja... por eso me extraña este repentino ataque. Pero es verdad que parece que va en serio y puede que Mike sea para ella algo más que un simple ligue.
—Bueno, siempre hay una primera vez, ¿no? —responde recomponiéndose—. En fin, ¿para qué voy a amargarme? Para una vez que salgo con un tío como Dios manda no me voy a deprimir porque tenga que irse a trabajar unos pocos días a otra ciudad,
¿verdad?
—Tienes razón. No tienes derecho a quejarte, al menos tú sales con alguien. Yo no soy capaz ni de ligar una noche —suspiro.
—Claro, pero por una razón bastante simple: ¡no sales por las noches! —exclama Tina alzando los brazos al aire.
—Ni por las tardes, ni por las mañanas... ¿Y quién puede salir con los horarios de mierda que tenemos? —Al hacer esta pregunta sonrío porque ya sé la respuesta: Tina.
Ella es capaz de salir toda la noche aunque tenga turno de mañana al día siguiente
—. Vale, tú eres capaz de hacerlo. Pero sabes que yo necesito dormir ocho horas para
sentirme una persona normal. No quiero ni imaginar cuántas capas de maquillaje necesitaría yo si durmiera tan poco como tú.
—Pues creo que hoy ya te has puesto unas cuantas —bromea—. En serio, estarías estupenda. ¿No ves cómo tengo el cutis? No hace falta que te explique mi secreto ¿verdad? —Sonríe pícara—. De todas formas, qué más da, aunque salieras por ahí no
querrías hablar con nadie. A ti solo te interesa el piloto ese, el de lentes.
No sé qué responderle. Es cierto que no salgo mucho porque los cambios horarios y los madrugones me matan, pero no puedo negar que hace ya mucho tiempo que me gusta y que, por muchos chicos que conozca, ninguno llega a interesarme de verdad. Sí, lo asumo, estoy totalmente colgada por él.
Lo conocí al poco de empezar a trabajar en la compañía. Era el primer día que tenía turno de noches y estaba fuera, en la pista. No sé cómo, pero terminé coordinando las salidas de dos vuelos a la vez. Uno de los dos lo tenía controlado. Estaba en un parking cercano a nuestras oficinas y tenía todos los servicios a pie de avión: catering, cuba para repostar, rampa cargando maletas. No tenía de qué preocuparme, iba todo rodado. Pero el otro no me resultó tan fácil. Como decía, era mi primera noche en el aeropuerto y todavía no conocía bien la pista así que no sabía dónde estaba cada parking.
Empecé a dar vueltas con el coche por la plataforma, pero no había manera. ¡No encontraba el avión! Sé que parece increíble que una persona no pueda ver algo tan grande pero aquella noche, por más vueltas que daba, ¡no lo encontraba!
Si la escala del vuelo era de veinticinco minutos ¡yo ya me había comido la mitad del tiempo conduciendo por la pista! Estaba tan nerviosa que no sabía qué hacer. En ese momento escuché la voz de mi supervisora por el walkie. Aún recuerdo sus gritos cuando le dije que no encontraba el avión. Me puse roja como un tomate de pensar que todos los compañeros que estaban en la misma emisora la estaban escuchando. La vergüenza me hizo ponerme las pilas y, a los pocos segundos, vi unas plazas de parking hacia el fondo de la pista a las que yo ni me había acercado y en las que había un pequeño reactor con el logo de la compañía. Tenía el motor y las luces encendidas. Ese era el que yo estaba buscando. Me apresuré hasta el avión y subí por la escalerilla tan rápido que embestí al comandante. ¡Eso ya era lo último que me podía pasar!
Solamente me faltaba comerme una bronca de un prepotente. Pero no. Al levantar la mirada me encontré una sonrisa amable y al tío más guapo que había conocido en mi vida: alto, blanco, con unos labios carnosos y unos preciosos ojos verdes. Me quedé paralizada. Incapaz de pronunciar siquiera una disculpa.
Me dijo que no me agobiase, que el avión no se retrasaría. Y no sé cómo lo hizo, pero se las arregló para que el vuelo saliera en hora. Con una facilidad pasmosa, me fue dando instrucciones. Porque con los nervios que yo llevaba tenía la mente en blanco y era incapaz de pensar qué servicios pedir. Pero él fue repasándolo todo con calma y
yo fui solicitando todo lo necesario conforme me lo indicaba. Llamé al catering para que vinieran a cargar las comidas y a la cuba para poner gasolina. Él me autorizó a que embarcáramos con aviso a bomberos para que el pasaje fuera subiendo mientras se llenaba el depósito para ganar tiempo. Si repostas mientras sube la gente tienes que avisar a los bomberos del aeropuerto, por seguridad.
Cuando me quise dar cuenta, el pasaje estaba a bordo, el depósito lleno, el catering servido y las maletas cargadas. Se despidió de mí con una sonrisa seductora. Y yo, sonrojada y avergonzada bajé las escaleras del avión a toda prisa. Al llegar a la oficina y, ordenando los papeles que me había llevado de la cabina encontré algo escrito
que también me hizo sonreír a mí: Artie 687 542 987.
Como me niego a admitir que no hago más que pensar en él, todavía estoy pensando qué responderle a Tina cuando veo que ya hemos llegado al aparcamiento. Salvada por la campana.
—¿Bueno, nos vemos mañana? —le pregunto mientras abro mi coche.
—No, tengo turno de tarde. Creo que no volvemos a coincidir hasta después de mis días libres. Que te sea leve el madrugón —dice mientras entra en el suyo y se despide de mí con la mano.
—Gracias. —Me siento en el coche y suspiro. Ha sido una mañana larga y pesada. Ahora solo quiero ir a casa, comer y echarme una siesta bien larga. Arranco el motor.
Espero aguantar despierta hasta llegar.
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Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Capítulo 2
El revés
Han pasado quince días desde mi altercado con la pasajera del overbooking y desde entonces mis mañanas —sí, excepto los cuatro días libres que he tenido, todos los demás me ha tocado madrugar— han sido bastante tranquilas. Ha habido algún retraso que otro, pero, en general, no he tenido grandes enfrentamientos con los pasajeros.
Es más, casi diría que he tenido suerte. El otro día, por ejemplo, facturé a un tipo bastante pijo que llevaba una botella de champán Mumm y, evidentemente, no pudo pasarla por el filtro de seguridad.
¡La gente todavía no tiene en cuenta que no se pueden llevar líquidos de más de cien mililitros! En fin, la cuestión es que fue de lo más agradable y, ya que él no podía llevársela, ¡me la regaló! Tengo que reconocer que soy bastante clásica y, en el fondo, pienso que no hay nada como un buen Moët, pero no soy de las que hacen ascos a los
regalos.
La tengo en casa, esperando que haya algún evento importante para abrirla. Aunque, para ser del todo sinceros, últimamente en mi vida hay pocos acontecimientos. Podríamos decir que mi vida es rutinaria. Sí, esa sería la palabra. De hecho, desde que terminé la universidad lo más impactante que he hecho ha sido independizarme e irme a vivir a sola. Eso sí, a un piso que es de mis padres y en el que me dejan vivir mientras pague todos los gastos porque, con lo que gano, no me llegaría para sobrevivir y pagar un alquiler... ¡Ah! Y empezar a trabajar en el aeropuerto. Por lo demás mi vida se resume en: NADA.
Madrugo, voy a trabajar, vuelvo a casa, duermo, madrugo, voy a trabajar, vuelvo a casa, duermo, madrugo... ¿Es necesario que siga? ¡Si hasta mis fines de semana siguen el mismo patrón! Mi vida social está al nivel de mi vida amorosa: o sea, bajo mínimos. La mayoría de mis amigas de la universidad ya se han casado y algunas de ellas ¡hasta tienen hijos! Las pocas que siguen solteras suelen querer salir los fines de semana o irse de vacaciones en verano. Dos cosas que, trabajando en una línea aérea, resultan bastante difíciles. Yo libro entre semana y suelo cogerme las vacaciones en temporada baja.
¡Tengo suerte si puedo cogerlas en junio o septiembre! Por eso la mayoría de ellas ya no me incluye en sus planes. Es una pérdida de tiempo llamar a alguien constantemente para salir y que siempre te diga que no, así que ahora ni siquiera me llaman.
Lo curioso es que yo me siento bastante feliz en esta monotonía. Me gusta mi trabajo y me llevo bien con mis compañeras. Somos como una pequeña familia y solemos quedar para salir a cenar, de copas o simplemente a tomar un café. Y es que si quieres salir a cenar un miércoles o irte de vacaciones en febrero lo mejor es hacerlo con alguien que tiene los mismos —y asquerosos— horarios que tú. Por eso no me quejo.
Estoy ensimismada, cuando suena el teléfono.
—¿Facturación? —respondo.
—¿Brittany? ¿Puedes venir un momento a mi despacho? —Es Lourdes, mi jefa, y su tono de voz es bastante serio. Me pregunto qué puedo haber hecho mal, si hoy ha ido todo como la seda...
—Claro, voy enseguida.
Me levanto, quito mi código del ordenador y le hago un gesto a la compañera del mostrador de al lado para que sepa que me ausento un momento. De camino al despacho le doy vueltas a lo que podrá querer comentarme Lourdes. Supongo que no debería darme buena espina eso de que te llamen al despacho de tu superior, pero en los cinco años que llevo trabajando en la compañía nunca he cometido un error grave.
Es más, creo que la opinión generalizada entre mis supervisoras y mi jefa es que trabajo rápido y bien, que tengo capacidad para solventar los problemas, que ayudo a las compañeras siempre que puedo y que, habitualmente, soy paciente con los pasajeros. O sea, que para ser del todo sincera no creo que vaya a reñirme. No, tiene que ser otra cosa. Es posible que vaya a preguntarme si puede cambiarme algún turno o si le puedo hacer el favor de venir a trabajar en alguno de mis días libres porque alguna compañera se haya puesto enferma. No sería la primera vez.
O pensándolo mejor, una de mis supervisoras, Almudena, está embarazada y creo que tiene intención de pedirse un año de excedencia por maternidad... ¡A lo mejor quiere hacerme supervisora! Siempre había pensado que la próxima supervisora sería Tina. Lleva más tiempo que yo en la empresa, pero a veces es un poco locuela así que si no la hacen a ella hasta podría ser yo... Claro, ¡tiene que ser eso! Eso sí sería un cambio en mi vida. ¡Y para bien! Especialmente, en mi cuenta bancaria que dejaría de estar en descubierto. Vaya, parece que al final sí voy a poder abrir esa botella de champán...
¿Cómo he podido pensar que en mi vida nunca pasa nada interesante?
Llamo a la puerta con decisión y paso al despacho. Sorprendida me doy cuenta de que Lourdes no está sola. El jefe de Relaciones Laborales también está en el despacho. Mierda, eso no es buena señal.
Dos horas después estoy sentada en el coche frente al chalet de mis padres y las lágrimas me caen por las mejillas. Me he pasado media hora llamando al timbre y no hay nadie. ¿Por qué se me ocurriría venir aquí sin llamar primero? Mis padres probablemente están el gimnasio, paseando o tomando café. A saber a qué hora piensan aparecer. Por si fuera poco, no son capaces de descolgarme el móvil. No me extraña, mi padre siente aversión por el teléfono y cuando suena, piensa que le van a dar malas noticias. Hoy no se habría equivocado.
Así que aquí estoy, con el motor apagado y la radio encendida. El colmo sería que se me quedara el coche sin batería, pero si apago la música me voy a quedar sola con mis pensamientos por lo que prefiero seguir escuchando los interminables anuncios de los 40 Principales. Aunque tenga que pasarme el día de guardia en la puerta, he decidido esperar hasta que vuelvan, tengo que hablar con ellos. Aún no puedo creerme lo que me ha pasado. No, no y no. No puedo creerlo. Por mucho que lo intente, no consigo asimilarlo.
De repente, noto unos golpecitos en la ventanilla. Entonces me giro y los veo, me observan sorprendidos desde fuera. Por su indumentaria deduzco que vienen de pasear por el bosque de La Vallesa. Los dos llevan puestas sus botas de montaña y van cargados con unos palos de senderismo. Mis padres son de esa clase de personas que tratan de disfrutar cada momento y que, cuando las cosas vienen mal, siempre saben ver el lado positivo y buscar una solución. Por eso he venido a verlos. A ver si se les ocurre alguna... Abro la puerta y salgo del coche.
—Mamá, papá, ¿qué tal? —Estoy haciendo esfuerzos por mantenerme tranquila y que no se me salten las lágrimas, pero tengo miedo de cogerme un berrinche antes de darles la noticia.
—Bien, hija, ¿y tú?
Mi madre sabe perfectamente que me pasa algo, pero me está dando tiempo para que se lo cuente. Es infalible para percatarse de mi estado de ánimo. Hasta por teléfono es capaz de saber si me pasa algo solo por mi tono de voz.
Mi padre abre la verja de casa y lo seguimos hasta el interior. Cinco minutos después los tres estamos sentados en el salón tomando un Nespresso. Mi padre necesita su Ristreto y su Ducados para charlar tranquilo.
Doy un pequeño sorbo y miro con detenimiento la taza. No sé si tomarme un cortado ha sido buena idea, ahora voy a ponerme más nerviosa. Si es eso posible. Pero teniendo en cuenta que mis padres no saben vivir sin momento de «café y cigarro», al menos ellos recibirán mejor la bomba.
—¿Os acordáis de la tipa aquella que os comenté que me dio overbooking en un vuelo a Madrid hará quince días? —pregunto para ponerlos en antecedentes—. Una que se cabreó a lo bestia.
Mi padre asiente y da un sorbo a su café, intuyendo que la historia que sigue no va a ser buena. Estoy a punto de contarles lo que ha pasado, cuando noto que las lágrimas me vienen a los ojos y me doy cuenta de que voy a ser incapaz de pronunciar ni una sola palabra. Así que, hago un esfuerzo, me levanto y voy a la cocina a buscar mi bolso y saco de él unos folios. Regreso al salón y se los doy a mi padre.
—Es la carta de despido —logro decir antes de ponerme a llorar.
Mi madre se levanta y se sienta a mi lado para consolarme al tiempo que mi padre la lee detenidamente. Mientras tanto, lo único que yo hago es llorar desconsoladamente. Puede que termine nadando en mis propias lágrimas, como en esa escena de Alicia en el País de las Maravillas. Puff, y encima mañana voy a tener los ojos hinchados como un sapo y no podré ponerme las lentillas... Vaya, los daños colaterales del despido están empezando a jorobarme de verdad, odio ponerme las gafas. Tengo la nariz muy pequeña y se me caen.
Mi padre levanta la vista e interrumpe mis —estúpidos— pensamientos.
—Si no lo he entendido mal —dice con calma—, aquí dice que te despiden por haber desfacturado a una pasajero que viajaba en clase business y que ya tenía el asiento asignado. Dice que, al desfacturarla, la pasajera dio overbooking y la empresa tuvo que
indemnizarla. ¿Es eso correcto?
Me apresuro a responder.
—A ver, eso es lo que dice la carta. Pero no es así, yo no la desfacturé, lo único que hice fue facturarla y dio overbooking, ¡no hice nada más! En serio. —Solo me faltaría que mis padres no me creyesen.
Mi madre me da un beso en la mejilla y me acaricia la espalda suavemente.
—No te pongas melodramática, hija, sabes que nosotros te creemos. —Lo dicho, es capaz de saber exactamente lo que pienso—. Pero no entendemos mucho de estas cosas y necesitamos que nos expliques cómo pueden llegar a pensar en la compañía que has sido tú quien la desfacturó si no lo hiciste.
Cojo aire y me dispongo a dar una charla sobre cómo facturamos.
—A ver, cada una de nosotras tiene un sign-in. Esto es como un código que utilizamos para entrar en el sistema y con el que quedan grabadas toooooodas las transacciones que realizamos. Cuando nos levantamos del ordenador debemos quitarlo, ya que cada una tenemos el nuestro. Si pasa algo o alguien hace una transacción incorrecta, es la forma de saber quién lo ha hecho, quién ha cometido el error. —Mis padres asienten—. Al parecer la pasajera fue desfacturada y vuelto facturar: ambas veces con mi código. Yo solo recuerdo haberla facturado.
—¿Nos quieres decir entonces que alguien desfacturó a la pasajera con tu código pero que no fuiste tú? —inquiere mi padre.
—¡Exacto! —respondo exaltada—. Recuerdo que esa mañana me levanté para ir al lavabo una o dos veces, debí dejar mi código puesto y alguna compañera debió desfacturar por error a la impresentable esa...
—Brittany, ella no tuvo la culpa, cuando te decía que estaba facturada te decía la verdad...
—¡Pero fue una maleducada! —interrumpo furiosa. Me detengo y me tranquilizo—. En cualquier caso, sí que fue un error por mi parte no percatarme de que había sido desfacturada previamente, eso me hubiera ahorrado muchos problemas y probablemente ahora no estaría a punto de engrosar las listas del paro. En tiempos de crisis cualquier motivo es bueno para quitarte un empleado de encima.
—¿Lo lógico no es que te hubieran puesto una sanción en vez de despedirte? —pregunta mi padre que, de estas cosas, sabe bastante—. No sé, un mes de empleo y sueldo o algo así.
—Yo qué sé. Sí. No sé. Supongo —digo recordando mi agradable charla con Lourdes y con Santiago Llorente, jefe de Relaciones Laborales—, pero como ahora la empresa no va bien, si pueden hacer un despido procedente, ¿por qué no van a hacerlo? Les ha venido de perlas. Una menos y encima sin costarles un duro.
—¿Y no es posible averiguar quién la desfacturó para que te devuelvan tu puesto? —pregunta mi madre tratando de dar con una solución.
Me quedo pensativa. No sé qué decir. Facturamos una veintena de vuelos cada mañana, cientos de pasajeros, y podemos llegar a realizar una transacción casi sin darnos cuenta. Aunque mis compañeras se acuerden de mi incidente con la pasajera no creo ni que recuerden cómo se llamaba. Yo solo la recuerdo porque lo pone en el informe. Santana Lopéz. Es imposible averiguarlo. Está claro que la que lo hizo ni siquiera se dio cuenta y, al utilizar mi código, es imposible saberlo. Si yo me hubiera dado cuenta ese día, quizá, pero ahora, es tarde.
—No, papá, desgraciadamente no creo que sea posible —respondo con pesar.
Aun con todas las pegas que tenía mi trabajo (madrugar, trabajar fines de semana, cobrar poco, aguantar a los pasajeros pesados) me encantaba y no creo que vaya a ser tan fácil encontrar otro y menos ahora, con la que está cayendo.
El revés
Han pasado quince días desde mi altercado con la pasajera del overbooking y desde entonces mis mañanas —sí, excepto los cuatro días libres que he tenido, todos los demás me ha tocado madrugar— han sido bastante tranquilas. Ha habido algún retraso que otro, pero, en general, no he tenido grandes enfrentamientos con los pasajeros.
Es más, casi diría que he tenido suerte. El otro día, por ejemplo, facturé a un tipo bastante pijo que llevaba una botella de champán Mumm y, evidentemente, no pudo pasarla por el filtro de seguridad.
¡La gente todavía no tiene en cuenta que no se pueden llevar líquidos de más de cien mililitros! En fin, la cuestión es que fue de lo más agradable y, ya que él no podía llevársela, ¡me la regaló! Tengo que reconocer que soy bastante clásica y, en el fondo, pienso que no hay nada como un buen Moët, pero no soy de las que hacen ascos a los
regalos.
La tengo en casa, esperando que haya algún evento importante para abrirla. Aunque, para ser del todo sinceros, últimamente en mi vida hay pocos acontecimientos. Podríamos decir que mi vida es rutinaria. Sí, esa sería la palabra. De hecho, desde que terminé la universidad lo más impactante que he hecho ha sido independizarme e irme a vivir a sola. Eso sí, a un piso que es de mis padres y en el que me dejan vivir mientras pague todos los gastos porque, con lo que gano, no me llegaría para sobrevivir y pagar un alquiler... ¡Ah! Y empezar a trabajar en el aeropuerto. Por lo demás mi vida se resume en: NADA.
Madrugo, voy a trabajar, vuelvo a casa, duermo, madrugo, voy a trabajar, vuelvo a casa, duermo, madrugo... ¿Es necesario que siga? ¡Si hasta mis fines de semana siguen el mismo patrón! Mi vida social está al nivel de mi vida amorosa: o sea, bajo mínimos. La mayoría de mis amigas de la universidad ya se han casado y algunas de ellas ¡hasta tienen hijos! Las pocas que siguen solteras suelen querer salir los fines de semana o irse de vacaciones en verano. Dos cosas que, trabajando en una línea aérea, resultan bastante difíciles. Yo libro entre semana y suelo cogerme las vacaciones en temporada baja.
¡Tengo suerte si puedo cogerlas en junio o septiembre! Por eso la mayoría de ellas ya no me incluye en sus planes. Es una pérdida de tiempo llamar a alguien constantemente para salir y que siempre te diga que no, así que ahora ni siquiera me llaman.
Lo curioso es que yo me siento bastante feliz en esta monotonía. Me gusta mi trabajo y me llevo bien con mis compañeras. Somos como una pequeña familia y solemos quedar para salir a cenar, de copas o simplemente a tomar un café. Y es que si quieres salir a cenar un miércoles o irte de vacaciones en febrero lo mejor es hacerlo con alguien que tiene los mismos —y asquerosos— horarios que tú. Por eso no me quejo.
Estoy ensimismada, cuando suena el teléfono.
—¿Facturación? —respondo.
—¿Brittany? ¿Puedes venir un momento a mi despacho? —Es Lourdes, mi jefa, y su tono de voz es bastante serio. Me pregunto qué puedo haber hecho mal, si hoy ha ido todo como la seda...
—Claro, voy enseguida.
Me levanto, quito mi código del ordenador y le hago un gesto a la compañera del mostrador de al lado para que sepa que me ausento un momento. De camino al despacho le doy vueltas a lo que podrá querer comentarme Lourdes. Supongo que no debería darme buena espina eso de que te llamen al despacho de tu superior, pero en los cinco años que llevo trabajando en la compañía nunca he cometido un error grave.
Es más, creo que la opinión generalizada entre mis supervisoras y mi jefa es que trabajo rápido y bien, que tengo capacidad para solventar los problemas, que ayudo a las compañeras siempre que puedo y que, habitualmente, soy paciente con los pasajeros. O sea, que para ser del todo sincera no creo que vaya a reñirme. No, tiene que ser otra cosa. Es posible que vaya a preguntarme si puede cambiarme algún turno o si le puedo hacer el favor de venir a trabajar en alguno de mis días libres porque alguna compañera se haya puesto enferma. No sería la primera vez.
O pensándolo mejor, una de mis supervisoras, Almudena, está embarazada y creo que tiene intención de pedirse un año de excedencia por maternidad... ¡A lo mejor quiere hacerme supervisora! Siempre había pensado que la próxima supervisora sería Tina. Lleva más tiempo que yo en la empresa, pero a veces es un poco locuela así que si no la hacen a ella hasta podría ser yo... Claro, ¡tiene que ser eso! Eso sí sería un cambio en mi vida. ¡Y para bien! Especialmente, en mi cuenta bancaria que dejaría de estar en descubierto. Vaya, parece que al final sí voy a poder abrir esa botella de champán...
¿Cómo he podido pensar que en mi vida nunca pasa nada interesante?
Llamo a la puerta con decisión y paso al despacho. Sorprendida me doy cuenta de que Lourdes no está sola. El jefe de Relaciones Laborales también está en el despacho. Mierda, eso no es buena señal.
Dos horas después estoy sentada en el coche frente al chalet de mis padres y las lágrimas me caen por las mejillas. Me he pasado media hora llamando al timbre y no hay nadie. ¿Por qué se me ocurriría venir aquí sin llamar primero? Mis padres probablemente están el gimnasio, paseando o tomando café. A saber a qué hora piensan aparecer. Por si fuera poco, no son capaces de descolgarme el móvil. No me extraña, mi padre siente aversión por el teléfono y cuando suena, piensa que le van a dar malas noticias. Hoy no se habría equivocado.
Así que aquí estoy, con el motor apagado y la radio encendida. El colmo sería que se me quedara el coche sin batería, pero si apago la música me voy a quedar sola con mis pensamientos por lo que prefiero seguir escuchando los interminables anuncios de los 40 Principales. Aunque tenga que pasarme el día de guardia en la puerta, he decidido esperar hasta que vuelvan, tengo que hablar con ellos. Aún no puedo creerme lo que me ha pasado. No, no y no. No puedo creerlo. Por mucho que lo intente, no consigo asimilarlo.
De repente, noto unos golpecitos en la ventanilla. Entonces me giro y los veo, me observan sorprendidos desde fuera. Por su indumentaria deduzco que vienen de pasear por el bosque de La Vallesa. Los dos llevan puestas sus botas de montaña y van cargados con unos palos de senderismo. Mis padres son de esa clase de personas que tratan de disfrutar cada momento y que, cuando las cosas vienen mal, siempre saben ver el lado positivo y buscar una solución. Por eso he venido a verlos. A ver si se les ocurre alguna... Abro la puerta y salgo del coche.
—Mamá, papá, ¿qué tal? —Estoy haciendo esfuerzos por mantenerme tranquila y que no se me salten las lágrimas, pero tengo miedo de cogerme un berrinche antes de darles la noticia.
—Bien, hija, ¿y tú?
Mi madre sabe perfectamente que me pasa algo, pero me está dando tiempo para que se lo cuente. Es infalible para percatarse de mi estado de ánimo. Hasta por teléfono es capaz de saber si me pasa algo solo por mi tono de voz.
Mi padre abre la verja de casa y lo seguimos hasta el interior. Cinco minutos después los tres estamos sentados en el salón tomando un Nespresso. Mi padre necesita su Ristreto y su Ducados para charlar tranquilo.
Doy un pequeño sorbo y miro con detenimiento la taza. No sé si tomarme un cortado ha sido buena idea, ahora voy a ponerme más nerviosa. Si es eso posible. Pero teniendo en cuenta que mis padres no saben vivir sin momento de «café y cigarro», al menos ellos recibirán mejor la bomba.
—¿Os acordáis de la tipa aquella que os comenté que me dio overbooking en un vuelo a Madrid hará quince días? —pregunto para ponerlos en antecedentes—. Una que se cabreó a lo bestia.
Mi padre asiente y da un sorbo a su café, intuyendo que la historia que sigue no va a ser buena. Estoy a punto de contarles lo que ha pasado, cuando noto que las lágrimas me vienen a los ojos y me doy cuenta de que voy a ser incapaz de pronunciar ni una sola palabra. Así que, hago un esfuerzo, me levanto y voy a la cocina a buscar mi bolso y saco de él unos folios. Regreso al salón y se los doy a mi padre.
—Es la carta de despido —logro decir antes de ponerme a llorar.
Mi madre se levanta y se sienta a mi lado para consolarme al tiempo que mi padre la lee detenidamente. Mientras tanto, lo único que yo hago es llorar desconsoladamente. Puede que termine nadando en mis propias lágrimas, como en esa escena de Alicia en el País de las Maravillas. Puff, y encima mañana voy a tener los ojos hinchados como un sapo y no podré ponerme las lentillas... Vaya, los daños colaterales del despido están empezando a jorobarme de verdad, odio ponerme las gafas. Tengo la nariz muy pequeña y se me caen.
Mi padre levanta la vista e interrumpe mis —estúpidos— pensamientos.
—Si no lo he entendido mal —dice con calma—, aquí dice que te despiden por haber desfacturado a una pasajero que viajaba en clase business y que ya tenía el asiento asignado. Dice que, al desfacturarla, la pasajera dio overbooking y la empresa tuvo que
indemnizarla. ¿Es eso correcto?
Me apresuro a responder.
—A ver, eso es lo que dice la carta. Pero no es así, yo no la desfacturé, lo único que hice fue facturarla y dio overbooking, ¡no hice nada más! En serio. —Solo me faltaría que mis padres no me creyesen.
Mi madre me da un beso en la mejilla y me acaricia la espalda suavemente.
—No te pongas melodramática, hija, sabes que nosotros te creemos. —Lo dicho, es capaz de saber exactamente lo que pienso—. Pero no entendemos mucho de estas cosas y necesitamos que nos expliques cómo pueden llegar a pensar en la compañía que has sido tú quien la desfacturó si no lo hiciste.
Cojo aire y me dispongo a dar una charla sobre cómo facturamos.
—A ver, cada una de nosotras tiene un sign-in. Esto es como un código que utilizamos para entrar en el sistema y con el que quedan grabadas toooooodas las transacciones que realizamos. Cuando nos levantamos del ordenador debemos quitarlo, ya que cada una tenemos el nuestro. Si pasa algo o alguien hace una transacción incorrecta, es la forma de saber quién lo ha hecho, quién ha cometido el error. —Mis padres asienten—. Al parecer la pasajera fue desfacturada y vuelto facturar: ambas veces con mi código. Yo solo recuerdo haberla facturado.
—¿Nos quieres decir entonces que alguien desfacturó a la pasajera con tu código pero que no fuiste tú? —inquiere mi padre.
—¡Exacto! —respondo exaltada—. Recuerdo que esa mañana me levanté para ir al lavabo una o dos veces, debí dejar mi código puesto y alguna compañera debió desfacturar por error a la impresentable esa...
—Brittany, ella no tuvo la culpa, cuando te decía que estaba facturada te decía la verdad...
—¡Pero fue una maleducada! —interrumpo furiosa. Me detengo y me tranquilizo—. En cualquier caso, sí que fue un error por mi parte no percatarme de que había sido desfacturada previamente, eso me hubiera ahorrado muchos problemas y probablemente ahora no estaría a punto de engrosar las listas del paro. En tiempos de crisis cualquier motivo es bueno para quitarte un empleado de encima.
—¿Lo lógico no es que te hubieran puesto una sanción en vez de despedirte? —pregunta mi padre que, de estas cosas, sabe bastante—. No sé, un mes de empleo y sueldo o algo así.
—Yo qué sé. Sí. No sé. Supongo —digo recordando mi agradable charla con Lourdes y con Santiago Llorente, jefe de Relaciones Laborales—, pero como ahora la empresa no va bien, si pueden hacer un despido procedente, ¿por qué no van a hacerlo? Les ha venido de perlas. Una menos y encima sin costarles un duro.
—¿Y no es posible averiguar quién la desfacturó para que te devuelvan tu puesto? —pregunta mi madre tratando de dar con una solución.
Me quedo pensativa. No sé qué decir. Facturamos una veintena de vuelos cada mañana, cientos de pasajeros, y podemos llegar a realizar una transacción casi sin darnos cuenta. Aunque mis compañeras se acuerden de mi incidente con la pasajera no creo ni que recuerden cómo se llamaba. Yo solo la recuerdo porque lo pone en el informe. Santana Lopéz. Es imposible averiguarlo. Está claro que la que lo hizo ni siquiera se dio cuenta y, al utilizar mi código, es imposible saberlo. Si yo me hubiera dado cuenta ese día, quizá, pero ahora, es tarde.
—No, papá, desgraciadamente no creo que sea posible —respondo con pesar.
Aun con todas las pegas que tenía mi trabajo (madrugar, trabajar fines de semana, cobrar poco, aguantar a los pasajeros pesados) me encantaba y no creo que vaya a ser tan fácil encontrar otro y menos ahora, con la que está cayendo.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
vaya debe haber alguna manera de que pdas seguir subiendo historias, seria una perdida muy lamentable cuando ya casi no actualiza nadie, este fic se ve bueno, pobre britt, a ver como siguen las cosas!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
No jodas que mal lo de britt....
A ver como le va en la vida de desempleada..
Pd: espero que puedas seguir subiendo historias...
A ver como le va en la vida de desempleada..
Pd: espero que puedas seguir subiendo historias...
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Edad : 33
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Que triste saber que ésta puede ser tu última adaptación martha. Ojala se arregle todo.
Que trabajo el de Britt, no la envidio. Y ppr culpa de Santana la despidieron.
Que trabajo el de Britt, no la envidio. Y ppr culpa de Santana la despidieron.
Tati.94******* - Mensajes : 442
Fecha de inscripción : 08/12/2016
Edad : 30
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Que triste pobre Britt ojala pueda arreglar las cosas.... Y esa morena bien malota jajaja no pudo dejar las cosas así y seguir en paz?
En fin, haber ahora que decide hacer la rubia...
Y espero que se arreglen las cosas en esta pagina y así puedas seguir subiendo historias, seria una pena que no lo hicieras, pues eres una de las escritoras que ha seguido y que actualiza constantemente. Espero no sea esta historia la última que lea de tu parte. Saludos
En fin, haber ahora que decide hacer la rubia...
Y espero que se arreglen las cosas en esta pagina y así puedas seguir subiendo historias, seria una pena que no lo hicieras, pues eres una de las escritoras que ha seguido y que actualiza constantemente. Espero no sea esta historia la última que lea de tu parte. Saludos
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
micky morales escribió:vaya debe haber alguna manera de que pdas seguir subiendo historias, seria una perdida muy lamentable cuando ya casi no actualiza nadie, este fic se ve bueno, pobre britt, a ver como siguen las cosas!!!!!
Si espero que pronto esto se solucione por que para mi es impresentable esto, por que siempre trato de darle algo al texto personalizarlo un poco partiendo de que es una adaptación... pero no se me incomoda como no tienes idea. tienes toda la razón a mi tampoco me gustaria salirme, pero me ausento 15 dias por cuestiones personales y boom!! ahora estoy a media pagina trabajando, tengo que hacer busqueda para poder encontrar mis historias.... por que yo actualizo desde mi Laptop, y antes salian las historias activas en orden de actualizacion y ahora ni eso, sumandole a lo del texto, los emojis que eran pocos pero igual hacia uso de ellos.... pero es bastante limitado y primitivo la verdad.
Gracias por leer, aunque los capitulos son un poco largos buscare como terminarla pronto....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
3:) escribió:No jodas que mal lo de britt....
A ver como le va en la vida de desempleada..
Pd: espero que puedas seguir subiendo historias...
Pues muy mal desempleada y por causa de Santana imaginate y luego el destino entra al juego..
PD. Espero lo mismo.....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Tati.94 escribió:Que triste saber que ésta puede ser tu última adaptación martha. Ojala se arregle todo.
Que trabajo el de Britt, no la envidio. Y ppr culpa de Santana la despidieron.
Hola, bueno es que mi pagina se muestra a medias y no se ni como ven ustedes el texto... y para hacer algo a medias mejor no la hago.... Solo comentame como lees tu el texto??
jajajaj el trabajo perdido de Britt queras decir.... si Santana la unica culpable
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
JVM escribió:Que triste pobre Britt ojala pueda arreglar las cosas.... Y esa morena bien malota jajaja no pudo dejar las cosas así y seguir en paz?
En fin, haber ahora que decide hacer la rubia...
Y espero que se arreglen las cosas en esta pagina y así puedas seguir subiendo historias, seria una pena que no lo hicieras, pues eres una de las escritoras que ha seguido y que actualiza constantemente. Espero no sea esta historia la última que lea de tu parte. Saludos
Que habrá hecho Santana para que despidieran a Britt ademas de lo obvio???
Gracias, llegare hasta donde se me permita llegar...espero lo mismo....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Capítulo 3
Yankilandia, ¡allá vamos!
Estoy en pijama, sentada frente al ordenador, con una taza de leche caliente con Cola Cao en una mano y el ratón en la otra. Junto al teclado tengo un plato lleno a rebosar de galletas Tina untadas con Nocilla. Dejo la taza para poder coger una y me relamo antes de dar un bocado. Ummmm. Creo que ya me siento mejor.
Han pasado unos días desde mi despido y creo que ya he llegado a la llamada fase de aceptación. Sí, evidentemente la primera fase fue la de la negación y el esto-no-me-puede-estar-pasando-a-mí que sentí cuando salí del despacho de Lourdes tras recibir la bomba.
La segunda fue la de ira, ya que durante un par de días estuve culpando a la impresentable del overbooking. De ahí pasé a la fase de negociación y, a la vista de que ese problema no tenía solución, llegué a la conclusión de que tenía que aceptar que estaba en el paro. Una vez asumido esto, llegó la etapa de depresión, pero no hay nada que una tarde de compras no pueda solucionar.
Ayer cogí el coche y me fui al Centro Comercial Arena, mi Visa aún arde, pero después de mi visita a Zara, Massimo Dutti y H&M, ente muchas otras, ya me he preparado el armario para el próximo otoño. Sí, estamos a finales de julio y, excepto la ropa de las rebajas, toda la nueva temporada ya es de de otoño. ¡El colmo! No puedo esperar a que llegue el frío para estrenarla. Porque la verdad es que antes, como siempre llevaba uniforme, no necesitaba mucha ropa pero ahora que he tenido que devolverlo necesitaba algo con lo que llenar mi armario.
Así que hoy, con la terapia de compras reciente, me siento bien. Estoy sentada en el ordenador buscando ofertas en Infojobs y mejorando mi cuenta en Linkedin, Jobandtalent y similares... bueno, también he estado ojeando el Facebook un rato, pero solamente porque los contactos son importantes para encontrar trabajo, ¿verdad?
No puede considerarse que haya estado perdiendo el tiempo. Estoy pensando en la cantidad de ropa que compré ayer y en cómo combinarla. Soy malísima para eso, encuentro blusas o zapatos que me gustan, pero luego nunca sé cómo combinarlos. No cómo Tina que, cuando quedamos fuera del trabajo, siempre va ideal, ¡y con cuatro pingos!
De pronto, suena el teléfono.
Es martes y son las once de la mañana, ¿quién llama a estas horas? La gente normal está trabajando... Ah, claro, será mi madre, probablemente quiere saber si estoy despierta. Es incapaz de entender que se duerma hasta tarde entre semana, y no me lo permite ni estando en el paro, siempre se le ocurre alguna tarea que darme.
Me levanto y busco el teléfono que, como suele ser habitual, nunca está en su sitio, sino escondido bajo un almohadón o una manta. Miro el número y suspiro antes de descolgar porque, efectivamente, es mi madre.
—Hola, mamá —la saludo.
—¿Estabas despierta? —pregunta suspicaz—. Ya son las once.
—Sí, mamá, estaba despierta —en pijama y desayunando, pero despierta—, estoy echando un vistazo a las páginas web de empleo y enviando curriculums a agencias de traducción, academias de inglés y a todo lo que se me ocurre —como mi madre permanece callada sigo hablando para que vea lo espabilada que estoy y crea que hace rato que me he levantado—, también he estado mirando becas para irme fuera, pero ya estoy fuera de plazo para todas. Los plazos terminaron en junio para las buenas —me lamento.
—¿Pero es que te gustaría irte una temporada fuera?
—Bueno, ya sabes que siempre he soñado con vivir en Estados Unidos —respondo soñadora—, pero no iba a dejar un trabajo fijo para irme a la aventura. Además, conseguir un visado de trabajo es muy complicado...
—Vete mirando en Internet cómo obtener el visado y todo lo que te hace falta —dice mi madre con un tono repentinamente alegre—. Se me acaba de ocurrir una idea.
—Mamá me das un poco de miedo —digo intrigada—. ¿De qué hablas?
—No seas impaciente, no te lo puedo decir hasta que no sepa si es posible. No sea que vaya a gafarse.
—¿A gafarse? ¿El qué?
No tengo ni idea de qué se le habrá ocurrido a mi madre, pero me da miedo. Puede ser cualquier cosa porque ella siempre piensa a lo grande. Cuando era pequeña trató de mandarme durante un año interna a los Colegios Unidos del Mundo y, cuando era adolescente, quería mandarme como voluntaria a reconstruir castillos en Alemania.
Eso sin contar el año que intentó hacerme participar en la Ruta Quetzal. Me hubiera encantado hacer alguna de estas cosas, pero o bien no fui seleccionada —mis notas eran buenas pero no tanto como para me dieran esa clase de becas— o bien me acobardé —no me imaginaba durante un mes recorriendo el Amazonas con botas de
montaña, untada de Afterbite y rodeada de animales y bichos todo el día
—. Ni siquiera me he ido de Erasmus. Al terminar la carrera, muchas de mis compañeras se fueron a trabajar al extranjero con distintas becas, pero yo encontré trabajo rápidamente, me hicieron fija y pensé que no debía arriesgarme a perderlo. Siempre he preferido la seguridad y la rutina.
Mi madre interrumpe mis pensamientos.
—Déjame que haga unas llamadas esta noche y mañana te cuento. Te recogeré sobre las diez, vamos a desayunar al centro y así lo hablamos más tranquilamente. ¿Te parece bien?
Es imposible decirle que no a mi madre. Cuando algo se le mete entre ceja y ceja no hay quien se lo saque. Es como cuando se empeñó en que me apuntase a step —esto fue el mes pasado— orque su último —o permanente— propósito es que adelgace. Me
llama todos los martes y jueves por la tarde para verificar si he ido o no. El día menos pensado me preguntará cómo ha sido la coreografía para comprobar que no miento.
—Vale. ¿Por qué no vamos a Belgravia?
—Al menos nos obsequiaremos con un buen brunch
—. Y mejor a las once, no me hagas madrugar ahora que no tengo que levantarme en medio de la noche —suplico.
—Está bien, pero no te retrases —añade puntillosa—, te estaré esperando con el coche en la puerta. Te quiero ver en el portal a las once en punto. Ah, y no te pases hoy con la comida si mañana quieres que tomemos el brunch.
Miro el plato de galletas y sonrío para mis adentros. Mi madre sabe que cuando estoy de bajón lo primero que hago es comer.
—De acuerdo, intentaré contenerme para mañana. ¡Comeré lechuga y pechuga! —respondo alegremente.
Estoy sentada en el asiento trasero del coche de mis padres rodeada de trastos. Hay dos maletones de Samsonite en el maletero y a mi lado llevo un trolley de mano de la misma marca y mi Andy de Carolina Herrera —regalo de mi padre por mi 25 cumpleaños— a punto de reventar. Esta vez mi madre se ha salido con la suya y ha conseguido sacarme de mi hábitat natural. Ya ha pasado un mes desde su llamada y ahora mismo estamos camino de Madrid: concretamente, Madrid-Barajas.
Abro el bolso y saco una funda azul celeste que contiene la documentación: mi pasaporte, el Documento de Autorización de Empleo en los Estados Unidos, más conocido como EAD, y la tarjeta de embarque. Suspiro. La verdad es que aunque por fin voy a vivir el american way of life, no puedo negar que estoy un poco asustada.
—Si el TomTom no se equivoca —anuncia mi padre—, en quince minutos estaremos en el aeropuerto.
Puff, noto que estoy empezando a temblar. Y se me están revolviendo las tripas. Durante este último mes he pasado de la tristeza y el agobio de haber perdido mi trabajo a la locura y el estrés de tener que preparar todo para mi partida. Solicitar el visado de trabajo —cosa que no ha sido sencilla en absoluto—, vaciar el piso para que mis padres puedan alquilarlo, preparar el equipaje... pero lo veía todo muy lejano. Y ahora, todo parece suceder demasiado deprisa. En quince minutos voy a facturar y en unas horas estaré volando hacia Boston.
Trago saliva. Cuesta asimilarlo.
La verdad es que la brillante idea de mi madre ha tomado forma con bastante rapidez. Mis padres tienen unos amigos que viven en Boston desde hace unos cuantos años, así que mi madre se conectó al Skype y, básicamente, les pidió que me acogiesen durante unos meses y me buscasen un trabajo. Ahí es na. Tardaron dos segundos en responder que sí. Neri y Piot no tienen hijos y siempre les han tenido mucho aprecio a mis padres así que no dudaron en acogerme como hija adoptiva.
Neri es española y conoce a mi familia de toda la vida. Sus padres y mis abuelos se conocieron en el viaje de novios y desde entonces han mantenido la amistad. Estoy convencida de que Neri estará feliz de tenerme allí un tiempo porque Piot, su marido, es un excelente físico nuclear que trabaja para el departamento de Oncología de uno de los hospitales más importantes de Boston y pasa muchas horas fuera de casa. Neri, en cambio, es freelance y trabaja desde casa. Es asistente social y se dedica a ayudar a familias con problemas.
Al ser española, muchas familias hispanas acuden a ella para no toparse con el impedimento del idioma. Por otra parte, gracias a los contactos de Piot, ¡ya tengo empleo! Y, además, uno que va a entusiasmarme. Al poco de que accedieran a
acogerme en su casa, Piot me pidió que le enviase mi currículum en inglés y se dispuso a encontrarme trabajo. No se puede ser más eficaz. Tardó una semana en hacerlo. En España hubieran pasado mis dos años de paro y, a pesar de tener una carrera, un master y varios idiomas seguiría buscando. No es que el puesto sea nada del otro mundo, pero yo sé que voy a disfrutar. Así que, ya ves, media España en paro y yo, ¡rumbo a Yankilandia!
Creo que lo que menos me va a gustar va a ser el frío, pero estoy emocionada. Además, podré estrenar toda la ropa de abrigo que compré en medio de mi depresión. Y por una vez, ¡voy a hacer realidad uno de mis sueños! Como decían en Sonrisas y lágrimas:
«Cuando Dios cierra una puerta, en otro sitio abre una ventana». Qué gran verdad.
Voy a echar mucho de menos a mis padres y a mis compañeras del aeropuerto, especialmente a Tina, pero gracias a las nuevas tecnologías podremos permanecer en contacto. Me he comprometido a llamar una vez a la semana por Skype a casa —yo llamaria más veces pero con la diferencia horaria, lo mejor es dejarlo para el fin de semana— y a colgar fotos de mi nueva vida en Facebook para que las amigas estén informadas. Y de paso, que les dé un poquitín de envidia.
Anoche, Tina vino a casa a ayudarme a recoger los últimos trastos antes de que me fuera con las maletas a casa de mis padres. Estuvo haciendo fotos a mi ropa con la cámara del iPhone y creándome conjuntos para cuando no sepa qué ponerme en Boston.
Ahora tengo un archivo de fotos con posibles combinaciones de toda la ropa que he traído. Si sigo sus indicaciones podría pasar un mes sin tener que perder el tiempo en pensar qué me voy a poner. ¡En la vida se me hubiera pasado por la cabeza hacer algo así! Con coger una foto cada mañana y ponerme ese atuendo será más que suficiente.
De hecho, ¡eso mismo es lo que he hecho esta mañana!
Llevo lo que Tina catalogó como el look para volar cómoda pero estilosa: unos baggy pants azul marino, camiseta blanca básica, una rebeca naranja —el toque alegre del conjunto—, un foulard estampado y bailarinas. Aunque en el bolso llevo un par de calcetines bien gruesos porque soy de las que sufre congelación a bordo de los aviones por culpa del aire acondicionado. ¿Realmente es necesario viajar durante nueve horas a temperaturas de la Antártida? He trabajado en una aerolínea durante dos años y sigo sin entenderlo.
La verdad es que estoy bastante satisfecha con el resultado del modelo. ¡No sé cómo no le pedí antes que me ayudase a conjuntar la ropa! Si lo llego a saber...
Una vez que hubimos terminado de preparar mi equipaje nos sentamos sobre la cama y el silencio se apoderó de la habitación.
—¿Estás segura de que quieres irte a Estados Unidos? —dijo Tina apenada—. Vas a estar tan sola... No conoces a nadie allí.
—Hija, menudos ánimos me das —respondí bufándole—. No te preocupes, ¿no ves que voy a vivir con los amigos de mis padres? Seguro que ellos me presentan gente. Y me han buscado un trabajo. Podré socializar con los compañeros, ¿no?
—Sí, ya lo sé —lloriqueó—, pero es que me da mucha pena que te vayas. El aeropuerto no es el mismo sin ti, pero pensar que encima vas a estar al otro lado del charco...
—¿Y tú eras las moderna? —le dije risueña—. ¿Para que está Internet? Y además, si todo me va bien y consigo tener mi propio apartamento podrás venir a visitarme dentro de unos meses. No me voy a las Antípodas.
Sonrió sutilmente.
—Eso estaría bien.
—Pues claro que sí, te volverás loca con las tiendas y los outlet. Y, venga, alégrate un poco por mí que, después de lo que me ha pasado, esto es una buena noticia. Además, tienes a Mike, ¿qué más quieres?
—Eso querría yo, pero últimamente pasa muchísimo tiempo en Madrid. Ya sabes que está preparando una exposición y no me deja acompañarlo hasta que no la inaugure. Para que sea sorpresa. ¿Tú te crees? ¡Y encima faltan aún tres meses! Casi pasa más tiempo en la capital que conmigo.
—¿O sea, que lo que vas a echar de menos es que te haga de paño de lágrimas? —dije pícara—, pues vaya morro que tienes. Espero que me mantengas al día por e-mail.
—Se te resecarán los ojos de tanto leer —replicó.
No sé por qué, pero tengo la intuición de que, por mucho que Tina me hace creer que está bien con Mike, las cosas no son lo que parecen. Presiento que este chico le va a dar más disgustos que alegrías. De hecho, con el tema de los viajecitos a Madrid no la tiene nada contenta.
Miré el reloj, era casi la hora de cenar. Cogí la maleta y la bajé al suelo.
—Bueno, hemos de irnos, mi padre vendrá a recogerme en cinco minutos para llevarme a casa, ya sabes que mañana salimos para Madrid temprano.
—Te voy a echar mucho de menos —dijo lánguida—. Aún no me creo que te despidieran por el overbooking de aquel vuelo... ¡Hay gente que ha hecho cosas mucho peores y sigue trabajando! La verdad, no sé por qué no has intentado hablar con Lourdes en todo este tiempo, quizá hubiera sido posible arreglarlo, ¿no?
—Tina, no le des más vueltas. Ahora no es el momento. Ya lo tengo asumido y estoy ilusionada con el viaje. Me apetece pasar un tiempo fuera y cambiar de aires, así que no te agobies. Estaré bien. Me hace falta salir de la rutina en la que he vivido los últimos años.
Me miró poco convencida.
—¿Estás segura?
—Segurísima.
La verdad es que no lo estaba. Tenía —y, ahora mismo sentada en el coche, todavía lo tengo— un poco de miedo y un nudo en el estómago. Pero vi tan compungida a mi amiga que me dije que, por una vez, tenía que ser yo la valiente.
Miro por la ventanilla y veo que nos estamos acercando al aeropuerto. Se me revuelven las tripas. Vamos hasta el parking, dejamos el coche y, entre los tres, cargamos con las maletas. Pesan un poco. Una vez dentro de Barajas, buscamos los mostradores de facturación de mi antigua compañía, Air Espania, ya que vuelo con ellos directa a Boston. No puedo evitar sentir nostalgia, aunque rápidamente ese sentimiento es reemplazado por la emoción del viaje.
Salgo a mediodía y llegaré allí por la tarde. Llevo todos los teléfonos de Neri y Piot bien apuntados porque se supone que han de venir a recogerme.
Al cabo de unos pocos minutos he facturado mis dos maletones y estoy de pie con mis padres frente al control de seguridad, preparada para pasar a la zona de embarque y esperar allí hasta la hora de salida. Llevo el bolso tan lleno que me duele el brazo del peso, así que no quiero alargar la despedida más de lo necesario, quiero pasar por el filtro, buscar la puerta desde la que sale mi vuelo y sentarme tranquilamente a esperar que se haga la hora.
Además, o nos despedimos rápido, o estoy convencida que voy a coger tal sofoco que soy capaz de volverme a Valencia con ellos. Mi padre me está abrazando y no dice una palabra. Se ha puesto sentimental y eso hace que me entren ganas de llorar. En cambio mi madre se ha puesto en plan, bueno, en plan madre.
—Llámanos en cuanto llegues para que nos quedemos tranquilos —me recuerda mientras aparta de un empujón a mi padre para abrazarme ella—. Y no comas mucha comida basura, o cuando vengas en diciembre no podrás comer polvorones. Lo digo en serio.
Volveré a casa en Navidad, como el del anuncio, así que la marcha no es tan dura porque en apenas cuatro meses estaré de vuelta. Mi madre se ha quedado con mi coche; de momento no voy a venderlo así que lo utilizará ella durante un tiempo. Está encantada. La miro y pienso en lo mucho que la voy a añorar.
—Ya verás que Neri y Piot te van a cuidar mucho. Por favor, no seas desastre y ten el cuarto ordenado, ¡que te conozco! Además, no les va a venir mal algo de compañía, creo que están un poco solos allí.... —se calla y me abraza otra vez—. Anda, ve a pasar ya el filtro o nos pasaremos así toda la mañana.
Voy a echar de menos hasta las regañinas de mi madre. Asiento con la cabeza y le doy un beso a cada uno mientras contengo las lágrimas.
—Os quiero mucho.
—Y nosotros a ti —responden a la vez.
Si no fuera porque son mis padres, me resultarían adorables. ¡Si hasta hablan a dúo! Minutos después he cruzado el arco de seguridad y estoy recogiendo el bolso y la maleta de mano. Levanto la cabeza y veo que mis padres siguen esperando para despedirse por última vez. Les devuelvo el saludo y me doy la vuelta para dirigirme a la puerta de embarque. Las lágrimas me vuelven a los ojos y soy incapaz de aguantarlas. Mi vida va a cambiar por completo en cuestión de horas. Una vez que, después de coger el tren que te lleva de la T4 a la T4 satélite, encuentro la puerta de embarque, me apoltrono en una silla y coloco el bolso a mi lado. Aún faltan casi dos horas para embarcar, así que saco mi Kindle y me pongo a leer.
No estoy concentrada y no puedo pasar de la primera página de la última novela de Sophie Kinsella. Me han dicho que es para partirse, pero no estoy de humor. De repente, me viene a la mente una persona a la que también voy a echar de menos.
Me he despedido de Tina, de mis padres, de muchos amigos y compañeros, pero hay alguien de quien no me he podido despedir en persona: de Artie. Nos hemos mandado un par de mensajes, y me ha dicho que cuando vuele a Boston vendrá a verme, pero en estos días no ha podido ni tomar un café conmigo. Supongo que ha tenido demasiadas rotaciones y no ha tenido tiempo. Ojalá pueda verlo cuando vuele a Boston, aunque no será lo mismo que cruzármelo día sí, día no por el aeropuerto.
De hecho, al no trabajar, este mes ni siquiera lo he visto, y me da pena. Más que pena, me da rabia. Sí, rabia, porque he estado colada por él desde el día en que lo conocí y nunca he sido capaz de decírselo. De todas formas, supongo que es mejor así. Al fin y al cabo, ¿por qué iba a fijarse en mí con tantas azafatas de vuelo revoloteando a su alrededor todo el día?
La verdad es que no sé qué pasa con el tema de las azafatas y los pilotos, suena a cliché, pero pasa. Si supierais la de pilotos que he visto divorciarse de sus mujeres para casarse con azafatas veinteañeras... Y Artie no es menos. Aunque él no se casa con
nadie. Ha habido algunas que lo han intentado, pero parece que ninguna es la mujer de su vida, o eso dice él. Ya me gustaría a mí ser esa mujer.
A pesar de que me dio su número porque quería ligar conmigo, yo nunca llegué a llamarlo por teléfono. No me atreví. Fingí que no había visto el número entre los papeles y él nunca lo mencionó. Con el paso del tiempo, nos hicimos amigos. Ese fue el momento en el que supe que nunca le diría lo que sentía por él. Porque todo el mundo
sabe que, una vez que entras en la zona de amigos, es casi imposible salir de ella. Y si había una pequeña posibilidad de salir, yo no tenía el valor para intentarlo.
Con la imagen de Artie en mi mente no logro concentrarme en la lectura. Decido guardar el ebook de nuevo en el bolso y me pongo a observar a la gente. La verdad es que en un aeropuerto se ve de todo: familias que se van de vacaciones, gente que viaja por negocios, parejas de novios que se van de luna de miel, inmigrantes que vuelven a sus países, grupos de amigos... eso sin contar la cantidad de azafatas y pilotos de diversas compañías. ¡Vaya! Y hablando de pilotos y azafatas que se lían... unas puertas de embarque más adelante hay unos que se están dando el lote a lo bestia. Y, además, son de mi antigua compañía. ¿Los conoceré? Me muero de curiosidad. Tengo que acercarme para ver quienes son y contárselo a Tina. El cotilleo le hará olvidar que Mike está esta semana, una vez más, en Madrid.
Me levanto como quien no quiere la cosa. Puedo hacer como si estuviera buscando la puerta de embarque o el baño. Así que me dirijo muy decidida hacia donde se encuentran. Tengo que ser discreta, pero si no me acerco más no los voy a distinguir... creo que tengo que volver a graduarme las lentillas.
Hasta que no estoy a tan solo unos metros de ellos no me percato de la gran sabiduría del refranero nacional. «La curiosidad mató al gato», pienso. No tengo ni idea de quién es ella, pero él es inconfundible, lo reconocería en cualquier parte. De repente, me siento furiosa. A lo largo de este mes no ha sido capaz de quedar conmigo a tomar ni un mísero café ni de llamarme para despedirse, ¡lo ha hecho por mensajes! Entiendo que prefiera morrearse con ella antes que conmigo, pero se suponía que éramos amigos.
Me despiden, me voy a vivir a otro continente, ¡al otro lado del charco! y no tiene ni cinco minutos de su tiempo para dedicarme...
Claro, ahora entiendo el motivo. Por lo visto desde la última vez que nos vimos se ha buscado una nueva amiguita que no le deja tiempo para las demás. Una nueva amiguita, pero igual a todas. Rubia, alta y extremadamente delgada. La típica tía buena.
Me aparto de ellos a toda prisa porque soy una cobarde. Lo soy porque no soy capaz de acercarme y decirle a la cara a Artie que me parece fatal que no haya tenido ni media hora para despedirse de mí como Dios manda. Porque soy incapaz de ponerle mala cara y haré como si nada. Pero él no tiene ninguna obligación conmigo así que,
¿qué le diría? ¿Que estoy enfadada porque me gustaría que me estuviera besando a mí en vez de a esa azafata? No puedo hacer eso así que, con paso rápido y muy cabreada conmigo misma, me alejo de allí.
¿Por qué todo me pasa a mí? No es que me sorprenda lo de Artie, no es la primera vez que lo hace, suele anteponer sus ligues a cualquier otra cosa, pero, teniendo en cuenta que voy a vivir a seis horas de diferencia horaria, ¿tanto le costaba quedar conmigo un día a tomar un café? ¿Llamarme al menos? No sé. Algo.
Menos mal que voy a empezar una nueva vida porque desde luego mi antigua vida vale bien poco. Bueno, lo primero que tengo que hacer es largarme de aquí, solamente faltaría que Artie me reconociera ahora mismo. Encima tendría que sonreír y fingir que me alegro de verlo. ¡Eso sí que no! Seré tonta pero no gilipollas. Miro el reloj y veo que aún falta algo más de una hora para que mi vuelo empiece a embarcar. Tengo que borrarme esa imagen de la cabeza. Y, ¿qué es lo mejor para olvidar? El alcohol. Mejor dicho, un gin-tonic.
Aunque pensándolo bien, son las once de la mañana y supongo que meterme un gin-tonic entre pecho y espalda sería demasiado, ¿o no? También podría tomarme una copita de vino tinto. Sí, una copita de vino con un pincho de tortilla estaría bien. Tortilla de patata y cebolla: un pequeño homenaje a la gastronomía española. Typical Spanish. Aunque me va a salir por un ojo de la cara porque los precios del aeropuerto son desorbitados...
Yankilandia, ¡allá vamos!
Estoy en pijama, sentada frente al ordenador, con una taza de leche caliente con Cola Cao en una mano y el ratón en la otra. Junto al teclado tengo un plato lleno a rebosar de galletas Tina untadas con Nocilla. Dejo la taza para poder coger una y me relamo antes de dar un bocado. Ummmm. Creo que ya me siento mejor.
Han pasado unos días desde mi despido y creo que ya he llegado a la llamada fase de aceptación. Sí, evidentemente la primera fase fue la de la negación y el esto-no-me-puede-estar-pasando-a-mí que sentí cuando salí del despacho de Lourdes tras recibir la bomba.
La segunda fue la de ira, ya que durante un par de días estuve culpando a la impresentable del overbooking. De ahí pasé a la fase de negociación y, a la vista de que ese problema no tenía solución, llegué a la conclusión de que tenía que aceptar que estaba en el paro. Una vez asumido esto, llegó la etapa de depresión, pero no hay nada que una tarde de compras no pueda solucionar.
Ayer cogí el coche y me fui al Centro Comercial Arena, mi Visa aún arde, pero después de mi visita a Zara, Massimo Dutti y H&M, ente muchas otras, ya me he preparado el armario para el próximo otoño. Sí, estamos a finales de julio y, excepto la ropa de las rebajas, toda la nueva temporada ya es de de otoño. ¡El colmo! No puedo esperar a que llegue el frío para estrenarla. Porque la verdad es que antes, como siempre llevaba uniforme, no necesitaba mucha ropa pero ahora que he tenido que devolverlo necesitaba algo con lo que llenar mi armario.
Así que hoy, con la terapia de compras reciente, me siento bien. Estoy sentada en el ordenador buscando ofertas en Infojobs y mejorando mi cuenta en Linkedin, Jobandtalent y similares... bueno, también he estado ojeando el Facebook un rato, pero solamente porque los contactos son importantes para encontrar trabajo, ¿verdad?
No puede considerarse que haya estado perdiendo el tiempo. Estoy pensando en la cantidad de ropa que compré ayer y en cómo combinarla. Soy malísima para eso, encuentro blusas o zapatos que me gustan, pero luego nunca sé cómo combinarlos. No cómo Tina que, cuando quedamos fuera del trabajo, siempre va ideal, ¡y con cuatro pingos!
De pronto, suena el teléfono.
Es martes y son las once de la mañana, ¿quién llama a estas horas? La gente normal está trabajando... Ah, claro, será mi madre, probablemente quiere saber si estoy despierta. Es incapaz de entender que se duerma hasta tarde entre semana, y no me lo permite ni estando en el paro, siempre se le ocurre alguna tarea que darme.
Me levanto y busco el teléfono que, como suele ser habitual, nunca está en su sitio, sino escondido bajo un almohadón o una manta. Miro el número y suspiro antes de descolgar porque, efectivamente, es mi madre.
—Hola, mamá —la saludo.
—¿Estabas despierta? —pregunta suspicaz—. Ya son las once.
—Sí, mamá, estaba despierta —en pijama y desayunando, pero despierta—, estoy echando un vistazo a las páginas web de empleo y enviando curriculums a agencias de traducción, academias de inglés y a todo lo que se me ocurre —como mi madre permanece callada sigo hablando para que vea lo espabilada que estoy y crea que hace rato que me he levantado—, también he estado mirando becas para irme fuera, pero ya estoy fuera de plazo para todas. Los plazos terminaron en junio para las buenas —me lamento.
—¿Pero es que te gustaría irte una temporada fuera?
—Bueno, ya sabes que siempre he soñado con vivir en Estados Unidos —respondo soñadora—, pero no iba a dejar un trabajo fijo para irme a la aventura. Además, conseguir un visado de trabajo es muy complicado...
—Vete mirando en Internet cómo obtener el visado y todo lo que te hace falta —dice mi madre con un tono repentinamente alegre—. Se me acaba de ocurrir una idea.
—Mamá me das un poco de miedo —digo intrigada—. ¿De qué hablas?
—No seas impaciente, no te lo puedo decir hasta que no sepa si es posible. No sea que vaya a gafarse.
—¿A gafarse? ¿El qué?
No tengo ni idea de qué se le habrá ocurrido a mi madre, pero me da miedo. Puede ser cualquier cosa porque ella siempre piensa a lo grande. Cuando era pequeña trató de mandarme durante un año interna a los Colegios Unidos del Mundo y, cuando era adolescente, quería mandarme como voluntaria a reconstruir castillos en Alemania.
Eso sin contar el año que intentó hacerme participar en la Ruta Quetzal. Me hubiera encantado hacer alguna de estas cosas, pero o bien no fui seleccionada —mis notas eran buenas pero no tanto como para me dieran esa clase de becas— o bien me acobardé —no me imaginaba durante un mes recorriendo el Amazonas con botas de
montaña, untada de Afterbite y rodeada de animales y bichos todo el día
—. Ni siquiera me he ido de Erasmus. Al terminar la carrera, muchas de mis compañeras se fueron a trabajar al extranjero con distintas becas, pero yo encontré trabajo rápidamente, me hicieron fija y pensé que no debía arriesgarme a perderlo. Siempre he preferido la seguridad y la rutina.
Mi madre interrumpe mis pensamientos.
—Déjame que haga unas llamadas esta noche y mañana te cuento. Te recogeré sobre las diez, vamos a desayunar al centro y así lo hablamos más tranquilamente. ¿Te parece bien?
Es imposible decirle que no a mi madre. Cuando algo se le mete entre ceja y ceja no hay quien se lo saque. Es como cuando se empeñó en que me apuntase a step —esto fue el mes pasado— orque su último —o permanente— propósito es que adelgace. Me
llama todos los martes y jueves por la tarde para verificar si he ido o no. El día menos pensado me preguntará cómo ha sido la coreografía para comprobar que no miento.
—Vale. ¿Por qué no vamos a Belgravia?
—Al menos nos obsequiaremos con un buen brunch
—. Y mejor a las once, no me hagas madrugar ahora que no tengo que levantarme en medio de la noche —suplico.
—Está bien, pero no te retrases —añade puntillosa—, te estaré esperando con el coche en la puerta. Te quiero ver en el portal a las once en punto. Ah, y no te pases hoy con la comida si mañana quieres que tomemos el brunch.
Miro el plato de galletas y sonrío para mis adentros. Mi madre sabe que cuando estoy de bajón lo primero que hago es comer.
—De acuerdo, intentaré contenerme para mañana. ¡Comeré lechuga y pechuga! —respondo alegremente.
Estoy sentada en el asiento trasero del coche de mis padres rodeada de trastos. Hay dos maletones de Samsonite en el maletero y a mi lado llevo un trolley de mano de la misma marca y mi Andy de Carolina Herrera —regalo de mi padre por mi 25 cumpleaños— a punto de reventar. Esta vez mi madre se ha salido con la suya y ha conseguido sacarme de mi hábitat natural. Ya ha pasado un mes desde su llamada y ahora mismo estamos camino de Madrid: concretamente, Madrid-Barajas.
Abro el bolso y saco una funda azul celeste que contiene la documentación: mi pasaporte, el Documento de Autorización de Empleo en los Estados Unidos, más conocido como EAD, y la tarjeta de embarque. Suspiro. La verdad es que aunque por fin voy a vivir el american way of life, no puedo negar que estoy un poco asustada.
—Si el TomTom no se equivoca —anuncia mi padre—, en quince minutos estaremos en el aeropuerto.
Puff, noto que estoy empezando a temblar. Y se me están revolviendo las tripas. Durante este último mes he pasado de la tristeza y el agobio de haber perdido mi trabajo a la locura y el estrés de tener que preparar todo para mi partida. Solicitar el visado de trabajo —cosa que no ha sido sencilla en absoluto—, vaciar el piso para que mis padres puedan alquilarlo, preparar el equipaje... pero lo veía todo muy lejano. Y ahora, todo parece suceder demasiado deprisa. En quince minutos voy a facturar y en unas horas estaré volando hacia Boston.
Trago saliva. Cuesta asimilarlo.
La verdad es que la brillante idea de mi madre ha tomado forma con bastante rapidez. Mis padres tienen unos amigos que viven en Boston desde hace unos cuantos años, así que mi madre se conectó al Skype y, básicamente, les pidió que me acogiesen durante unos meses y me buscasen un trabajo. Ahí es na. Tardaron dos segundos en responder que sí. Neri y Piot no tienen hijos y siempre les han tenido mucho aprecio a mis padres así que no dudaron en acogerme como hija adoptiva.
Neri es española y conoce a mi familia de toda la vida. Sus padres y mis abuelos se conocieron en el viaje de novios y desde entonces han mantenido la amistad. Estoy convencida de que Neri estará feliz de tenerme allí un tiempo porque Piot, su marido, es un excelente físico nuclear que trabaja para el departamento de Oncología de uno de los hospitales más importantes de Boston y pasa muchas horas fuera de casa. Neri, en cambio, es freelance y trabaja desde casa. Es asistente social y se dedica a ayudar a familias con problemas.
Al ser española, muchas familias hispanas acuden a ella para no toparse con el impedimento del idioma. Por otra parte, gracias a los contactos de Piot, ¡ya tengo empleo! Y, además, uno que va a entusiasmarme. Al poco de que accedieran a
acogerme en su casa, Piot me pidió que le enviase mi currículum en inglés y se dispuso a encontrarme trabajo. No se puede ser más eficaz. Tardó una semana en hacerlo. En España hubieran pasado mis dos años de paro y, a pesar de tener una carrera, un master y varios idiomas seguiría buscando. No es que el puesto sea nada del otro mundo, pero yo sé que voy a disfrutar. Así que, ya ves, media España en paro y yo, ¡rumbo a Yankilandia!
Creo que lo que menos me va a gustar va a ser el frío, pero estoy emocionada. Además, podré estrenar toda la ropa de abrigo que compré en medio de mi depresión. Y por una vez, ¡voy a hacer realidad uno de mis sueños! Como decían en Sonrisas y lágrimas:
«Cuando Dios cierra una puerta, en otro sitio abre una ventana». Qué gran verdad.
Voy a echar mucho de menos a mis padres y a mis compañeras del aeropuerto, especialmente a Tina, pero gracias a las nuevas tecnologías podremos permanecer en contacto. Me he comprometido a llamar una vez a la semana por Skype a casa —yo llamaria más veces pero con la diferencia horaria, lo mejor es dejarlo para el fin de semana— y a colgar fotos de mi nueva vida en Facebook para que las amigas estén informadas. Y de paso, que les dé un poquitín de envidia.
Anoche, Tina vino a casa a ayudarme a recoger los últimos trastos antes de que me fuera con las maletas a casa de mis padres. Estuvo haciendo fotos a mi ropa con la cámara del iPhone y creándome conjuntos para cuando no sepa qué ponerme en Boston.
Ahora tengo un archivo de fotos con posibles combinaciones de toda la ropa que he traído. Si sigo sus indicaciones podría pasar un mes sin tener que perder el tiempo en pensar qué me voy a poner. ¡En la vida se me hubiera pasado por la cabeza hacer algo así! Con coger una foto cada mañana y ponerme ese atuendo será más que suficiente.
De hecho, ¡eso mismo es lo que he hecho esta mañana!
Llevo lo que Tina catalogó como el look para volar cómoda pero estilosa: unos baggy pants azul marino, camiseta blanca básica, una rebeca naranja —el toque alegre del conjunto—, un foulard estampado y bailarinas. Aunque en el bolso llevo un par de calcetines bien gruesos porque soy de las que sufre congelación a bordo de los aviones por culpa del aire acondicionado. ¿Realmente es necesario viajar durante nueve horas a temperaturas de la Antártida? He trabajado en una aerolínea durante dos años y sigo sin entenderlo.
La verdad es que estoy bastante satisfecha con el resultado del modelo. ¡No sé cómo no le pedí antes que me ayudase a conjuntar la ropa! Si lo llego a saber...
Una vez que hubimos terminado de preparar mi equipaje nos sentamos sobre la cama y el silencio se apoderó de la habitación.
—¿Estás segura de que quieres irte a Estados Unidos? —dijo Tina apenada—. Vas a estar tan sola... No conoces a nadie allí.
—Hija, menudos ánimos me das —respondí bufándole—. No te preocupes, ¿no ves que voy a vivir con los amigos de mis padres? Seguro que ellos me presentan gente. Y me han buscado un trabajo. Podré socializar con los compañeros, ¿no?
—Sí, ya lo sé —lloriqueó—, pero es que me da mucha pena que te vayas. El aeropuerto no es el mismo sin ti, pero pensar que encima vas a estar al otro lado del charco...
—¿Y tú eras las moderna? —le dije risueña—. ¿Para que está Internet? Y además, si todo me va bien y consigo tener mi propio apartamento podrás venir a visitarme dentro de unos meses. No me voy a las Antípodas.
Sonrió sutilmente.
—Eso estaría bien.
—Pues claro que sí, te volverás loca con las tiendas y los outlet. Y, venga, alégrate un poco por mí que, después de lo que me ha pasado, esto es una buena noticia. Además, tienes a Mike, ¿qué más quieres?
—Eso querría yo, pero últimamente pasa muchísimo tiempo en Madrid. Ya sabes que está preparando una exposición y no me deja acompañarlo hasta que no la inaugure. Para que sea sorpresa. ¿Tú te crees? ¡Y encima faltan aún tres meses! Casi pasa más tiempo en la capital que conmigo.
—¿O sea, que lo que vas a echar de menos es que te haga de paño de lágrimas? —dije pícara—, pues vaya morro que tienes. Espero que me mantengas al día por e-mail.
—Se te resecarán los ojos de tanto leer —replicó.
No sé por qué, pero tengo la intuición de que, por mucho que Tina me hace creer que está bien con Mike, las cosas no son lo que parecen. Presiento que este chico le va a dar más disgustos que alegrías. De hecho, con el tema de los viajecitos a Madrid no la tiene nada contenta.
Miré el reloj, era casi la hora de cenar. Cogí la maleta y la bajé al suelo.
—Bueno, hemos de irnos, mi padre vendrá a recogerme en cinco minutos para llevarme a casa, ya sabes que mañana salimos para Madrid temprano.
—Te voy a echar mucho de menos —dijo lánguida—. Aún no me creo que te despidieran por el overbooking de aquel vuelo... ¡Hay gente que ha hecho cosas mucho peores y sigue trabajando! La verdad, no sé por qué no has intentado hablar con Lourdes en todo este tiempo, quizá hubiera sido posible arreglarlo, ¿no?
—Tina, no le des más vueltas. Ahora no es el momento. Ya lo tengo asumido y estoy ilusionada con el viaje. Me apetece pasar un tiempo fuera y cambiar de aires, así que no te agobies. Estaré bien. Me hace falta salir de la rutina en la que he vivido los últimos años.
Me miró poco convencida.
—¿Estás segura?
—Segurísima.
La verdad es que no lo estaba. Tenía —y, ahora mismo sentada en el coche, todavía lo tengo— un poco de miedo y un nudo en el estómago. Pero vi tan compungida a mi amiga que me dije que, por una vez, tenía que ser yo la valiente.
Miro por la ventanilla y veo que nos estamos acercando al aeropuerto. Se me revuelven las tripas. Vamos hasta el parking, dejamos el coche y, entre los tres, cargamos con las maletas. Pesan un poco. Una vez dentro de Barajas, buscamos los mostradores de facturación de mi antigua compañía, Air Espania, ya que vuelo con ellos directa a Boston. No puedo evitar sentir nostalgia, aunque rápidamente ese sentimiento es reemplazado por la emoción del viaje.
Salgo a mediodía y llegaré allí por la tarde. Llevo todos los teléfonos de Neri y Piot bien apuntados porque se supone que han de venir a recogerme.
Al cabo de unos pocos minutos he facturado mis dos maletones y estoy de pie con mis padres frente al control de seguridad, preparada para pasar a la zona de embarque y esperar allí hasta la hora de salida. Llevo el bolso tan lleno que me duele el brazo del peso, así que no quiero alargar la despedida más de lo necesario, quiero pasar por el filtro, buscar la puerta desde la que sale mi vuelo y sentarme tranquilamente a esperar que se haga la hora.
Además, o nos despedimos rápido, o estoy convencida que voy a coger tal sofoco que soy capaz de volverme a Valencia con ellos. Mi padre me está abrazando y no dice una palabra. Se ha puesto sentimental y eso hace que me entren ganas de llorar. En cambio mi madre se ha puesto en plan, bueno, en plan madre.
—Llámanos en cuanto llegues para que nos quedemos tranquilos —me recuerda mientras aparta de un empujón a mi padre para abrazarme ella—. Y no comas mucha comida basura, o cuando vengas en diciembre no podrás comer polvorones. Lo digo en serio.
Volveré a casa en Navidad, como el del anuncio, así que la marcha no es tan dura porque en apenas cuatro meses estaré de vuelta. Mi madre se ha quedado con mi coche; de momento no voy a venderlo así que lo utilizará ella durante un tiempo. Está encantada. La miro y pienso en lo mucho que la voy a añorar.
—Ya verás que Neri y Piot te van a cuidar mucho. Por favor, no seas desastre y ten el cuarto ordenado, ¡que te conozco! Además, no les va a venir mal algo de compañía, creo que están un poco solos allí.... —se calla y me abraza otra vez—. Anda, ve a pasar ya el filtro o nos pasaremos así toda la mañana.
Voy a echar de menos hasta las regañinas de mi madre. Asiento con la cabeza y le doy un beso a cada uno mientras contengo las lágrimas.
—Os quiero mucho.
—Y nosotros a ti —responden a la vez.
Si no fuera porque son mis padres, me resultarían adorables. ¡Si hasta hablan a dúo! Minutos después he cruzado el arco de seguridad y estoy recogiendo el bolso y la maleta de mano. Levanto la cabeza y veo que mis padres siguen esperando para despedirse por última vez. Les devuelvo el saludo y me doy la vuelta para dirigirme a la puerta de embarque. Las lágrimas me vuelven a los ojos y soy incapaz de aguantarlas. Mi vida va a cambiar por completo en cuestión de horas. Una vez que, después de coger el tren que te lleva de la T4 a la T4 satélite, encuentro la puerta de embarque, me apoltrono en una silla y coloco el bolso a mi lado. Aún faltan casi dos horas para embarcar, así que saco mi Kindle y me pongo a leer.
No estoy concentrada y no puedo pasar de la primera página de la última novela de Sophie Kinsella. Me han dicho que es para partirse, pero no estoy de humor. De repente, me viene a la mente una persona a la que también voy a echar de menos.
Me he despedido de Tina, de mis padres, de muchos amigos y compañeros, pero hay alguien de quien no me he podido despedir en persona: de Artie. Nos hemos mandado un par de mensajes, y me ha dicho que cuando vuele a Boston vendrá a verme, pero en estos días no ha podido ni tomar un café conmigo. Supongo que ha tenido demasiadas rotaciones y no ha tenido tiempo. Ojalá pueda verlo cuando vuele a Boston, aunque no será lo mismo que cruzármelo día sí, día no por el aeropuerto.
De hecho, al no trabajar, este mes ni siquiera lo he visto, y me da pena. Más que pena, me da rabia. Sí, rabia, porque he estado colada por él desde el día en que lo conocí y nunca he sido capaz de decírselo. De todas formas, supongo que es mejor así. Al fin y al cabo, ¿por qué iba a fijarse en mí con tantas azafatas de vuelo revoloteando a su alrededor todo el día?
La verdad es que no sé qué pasa con el tema de las azafatas y los pilotos, suena a cliché, pero pasa. Si supierais la de pilotos que he visto divorciarse de sus mujeres para casarse con azafatas veinteañeras... Y Artie no es menos. Aunque él no se casa con
nadie. Ha habido algunas que lo han intentado, pero parece que ninguna es la mujer de su vida, o eso dice él. Ya me gustaría a mí ser esa mujer.
A pesar de que me dio su número porque quería ligar conmigo, yo nunca llegué a llamarlo por teléfono. No me atreví. Fingí que no había visto el número entre los papeles y él nunca lo mencionó. Con el paso del tiempo, nos hicimos amigos. Ese fue el momento en el que supe que nunca le diría lo que sentía por él. Porque todo el mundo
sabe que, una vez que entras en la zona de amigos, es casi imposible salir de ella. Y si había una pequeña posibilidad de salir, yo no tenía el valor para intentarlo.
Con la imagen de Artie en mi mente no logro concentrarme en la lectura. Decido guardar el ebook de nuevo en el bolso y me pongo a observar a la gente. La verdad es que en un aeropuerto se ve de todo: familias que se van de vacaciones, gente que viaja por negocios, parejas de novios que se van de luna de miel, inmigrantes que vuelven a sus países, grupos de amigos... eso sin contar la cantidad de azafatas y pilotos de diversas compañías. ¡Vaya! Y hablando de pilotos y azafatas que se lían... unas puertas de embarque más adelante hay unos que se están dando el lote a lo bestia. Y, además, son de mi antigua compañía. ¿Los conoceré? Me muero de curiosidad. Tengo que acercarme para ver quienes son y contárselo a Tina. El cotilleo le hará olvidar que Mike está esta semana, una vez más, en Madrid.
Me levanto como quien no quiere la cosa. Puedo hacer como si estuviera buscando la puerta de embarque o el baño. Así que me dirijo muy decidida hacia donde se encuentran. Tengo que ser discreta, pero si no me acerco más no los voy a distinguir... creo que tengo que volver a graduarme las lentillas.
Hasta que no estoy a tan solo unos metros de ellos no me percato de la gran sabiduría del refranero nacional. «La curiosidad mató al gato», pienso. No tengo ni idea de quién es ella, pero él es inconfundible, lo reconocería en cualquier parte. De repente, me siento furiosa. A lo largo de este mes no ha sido capaz de quedar conmigo a tomar ni un mísero café ni de llamarme para despedirse, ¡lo ha hecho por mensajes! Entiendo que prefiera morrearse con ella antes que conmigo, pero se suponía que éramos amigos.
Me despiden, me voy a vivir a otro continente, ¡al otro lado del charco! y no tiene ni cinco minutos de su tiempo para dedicarme...
Claro, ahora entiendo el motivo. Por lo visto desde la última vez que nos vimos se ha buscado una nueva amiguita que no le deja tiempo para las demás. Una nueva amiguita, pero igual a todas. Rubia, alta y extremadamente delgada. La típica tía buena.
Me aparto de ellos a toda prisa porque soy una cobarde. Lo soy porque no soy capaz de acercarme y decirle a la cara a Artie que me parece fatal que no haya tenido ni media hora para despedirse de mí como Dios manda. Porque soy incapaz de ponerle mala cara y haré como si nada. Pero él no tiene ninguna obligación conmigo así que,
¿qué le diría? ¿Que estoy enfadada porque me gustaría que me estuviera besando a mí en vez de a esa azafata? No puedo hacer eso así que, con paso rápido y muy cabreada conmigo misma, me alejo de allí.
¿Por qué todo me pasa a mí? No es que me sorprenda lo de Artie, no es la primera vez que lo hace, suele anteponer sus ligues a cualquier otra cosa, pero, teniendo en cuenta que voy a vivir a seis horas de diferencia horaria, ¿tanto le costaba quedar conmigo un día a tomar un café? ¿Llamarme al menos? No sé. Algo.
Menos mal que voy a empezar una nueva vida porque desde luego mi antigua vida vale bien poco. Bueno, lo primero que tengo que hacer es largarme de aquí, solamente faltaría que Artie me reconociera ahora mismo. Encima tendría que sonreír y fingir que me alegro de verlo. ¡Eso sí que no! Seré tonta pero no gilipollas. Miro el reloj y veo que aún falta algo más de una hora para que mi vuelo empiece a embarcar. Tengo que borrarme esa imagen de la cabeza. Y, ¿qué es lo mejor para olvidar? El alcohol. Mejor dicho, un gin-tonic.
Aunque pensándolo bien, son las once de la mañana y supongo que meterme un gin-tonic entre pecho y espalda sería demasiado, ¿o no? También podría tomarme una copita de vino tinto. Sí, una copita de vino con un pincho de tortilla estaría bien. Tortilla de patata y cebolla: un pequeño homenaje a la gastronomía española. Typical Spanish. Aunque me va a salir por un ojo de la cara porque los precios del aeropuerto son desorbitados...
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Capítulo 4
Business class
Al cabo de treinta minutos reposan sobre mi mesa tres copas de vino vacías y dos platos que, en algún momento, han contenido un pincho de tortilla y un bocata de jamón serrano con tomate restregado. Esto ya no es solo por el despido, ni por haber visto a Artie besando a una azafata —cosa que, pensándolo bien, no debería haberme sorprendido porque él solamente sale con azafatas de vuelo y, cuando no está con una, está con otra—, es porque acabo de darme cuenta de que a) la comida del avión es asquerosa y no quiero morir de hambre y b) quien sabe cuánto tiempo va a pasar hasta que me vuelva a zampar un bocata de jamón. Así que ha sido dinero bien empleado. Una inversión con un valor seguro.
Lo único es que no estoy muy acostumbrada a beber vino y creo que se me está subiendo a la cabeza. Tendré que dormir la mona en el avión, al menos tengo un asiento en ventanilla y podré recostar la cabeza para pegar alguna cabezadita. Ya me está entrando bastante sueño y estoy a punto de dar cabezazos sobre la mesa. Lo mejor será volver a la puerta de embarque, queda poco para que den las voces de megafonía.
En cuanto me pongo en pie me doy cuenta de que lo de las copas de vino ha sido un error. Ahora no solo estoy jodida por haber visto a Artie besando a una azafata, sino que también estoy mareada. Por suerte, he ingerido bastante comida y eso palía un poco los efectos del alcohol. Miro la pantalla y veo que en mi vuelo ya indica EMBARCANDO así que cojo el bolso y la maleta y corro hacia la puerta. Menos mal que no se me ha ocurrido ponerme tacones. Aliviada, al llegar a la puerta compruebo que turista todavía no ha empezado a embarcar y que solamente han llamado a los pasajeros de clase business.
Pacientemente espero a que los afortunados pasajeros que han podido pagar el carísimo billete de primera suban a bordo y me coloco en la fila. Saco el pasaporte y la tarjeta de embarque del bolso. Poco a poco la cola avanza, veo que me queda poco para pasar así que saco el móvil y le mando un último whatsapp a mi madre antes de
desconectar el 3G y apagar el móvil.
Por fin llego al mostrador y le doy la tarjeta de embarque a la compañera sin poder evitar pensar que ¡hace poco yo era una de ellas! Ya casi estoy entrando en el finger cuando escucho un pitido y me doy cuenta de que es mi tarjeta la que ha pitado. Buf, lo que me faltaba, seguro que es porque me han cambiado el asiento. ¿Qué te apuestas a que mi nuevo asiento está en la fila central y en el medio? Probablemente a mi lado se van a sentar dos señoras gordas y no podré moverme en todo el vuelo ni para ir a mear. Ni recostar la cabeza para dormir la mona. Con la buena suerte que tengo últimamente no me extrañaría nada. Resignada, doy la vuelta antes incluso de que la chica tenga tiempo de llamarme.
—Disculpa, veo que te ha pitado mi tarjeta —digo cordial aunque estoy mosqueada—, supongo que es porque me habéis cambiado el asiento...
La chica revisa la pantalla del ordenador.
—Vaya, está de enhorabuena. Tenemos overbooking en turista y, como es usted usuaria de nuestra tarjeta de fidelidad la han cambiado a primera —me indica amablemente.
La miro con los ojos abiertos como platos. Bueno, como soy desafortunada en amores al menos tenía que tener suerte en el juego. Por primera vez en mi vida me alegro de que hayan vendido más plazas de las que tiene un avión. Nunca he volado en business y, teniendo en cuenta que me esperan casi nueve horas de vuelo, no creo que hubiera podido darme mejor noticia. Mi padre hizo bien en sacarme la tarjeta de fidelidad de la compañía cuando me compró el billete. Yo no la tenía, porque al ser empleada utilizaba otro tipo de billetes, pero ahora no hay motivo para no tenerla. Eso sí, no tengo intención de volar en exceso con mi ex compañía, resulta un poco raro pensar que yo era antes una de ellos. Aunque, por esta vez, no tengo queja alguna, no solo voy a conseguir millas con este vuelo, sino que ¡va a ser una muy grata experiencia!
La azafata me indica el nuevo número de asiento. No puedo creerlo, no puedo creerlo. Hasta hace un minuto pensaba que iba a estar apretujada en el pasillo central sin poder mover las piernas y ahora resulta que ¡voy a poder tirarme todo el viaje durmiendo!
Cruzo el finger dando saltitos de alegría, pero mi coordinación no es muy buena y el vino no ayuda mucho. Cuando llego a la puerta del avión me he atizado ya tres golpes en la pierna con la maleta de mano. Me va a salir un buen moratón. Pero qué más da ¡estoy en business! La sonrisa no me cabe en la cara. Parezco un gato de Cheshire.
Solo de ver los asientos ya me hacen chiribitas los ojos. Y me da la sensación de que encima el asiento de al lado mío va a estar vacío... el resto de business está lleno y ya está embarcando turista, así que con un poco de suerte el contiguo al mío no lo ocupará nadie.
Aprovecho para dejar mi bolso sobre él y una azafata me ayuda a subir mi trolley al rack —ya sabéis, ese armarito que está sobre nuestras cabezas y en el que solemos dejar la maleta, la mochila y todo lo que quepa—. Me siento y, como aún faltan unos minutos para el despegue, empiezo a inspeccionar, sintiéndome como Tom Hanks cuando sube a la limusina en la peli de Big. Primero abro el neceser, no está nada mal: loción corporal, bálsamo labial, pasta de dientes Colgate, pastillas Smint de menta, un cepillo de dientes, un antifaz para dormir, calcetines, Kleenex, tapones para los oídos... ¡Vaya! Qué cantidad de productos. Aunque yo he venido preparada con prácticamente todas estas cosas me encanta que me las den. Es como cuando te llevas los geles de un hotel a casa, a mí se me acumulan en las estanterías porque luego nunca los utilizo, pero esos botecitos son tan monos que no puedo evitar llevármelos siempre.
Me decido a acomodarme para el vuelo. Guardo las bailarinas dentro de su bolsita correspondiente y las meto dentro del bolso. Me coloco mis gruesos calcetines y me pongo un poco de crema hidratante en la cara y bálsamo en los labios. Mi plan es el siguiente: leer un poco hasta que nos saquen la comida y luego ver una peli —depende de las que pongan en el sistema de entretenimiento a bordo— y dormir un rato hasta que nos vuelvan a sacar más comida.
Me abrocho el cinturón y espero a que nos movamos. Unos minutos después estamos rodando por la pista. Estoy pasando bastante del tema de la mascarilla, el chaleco y las salidas de emergencia. No debería, pero lo he visto tantas veces que igual sería capaz de recitarlo si me dejaran. Así que saco la Cuore del bolso y me pongo a ojear a las mejor y peor vestidas para distraerme. Odio el momento del despegue. Es, junto con las turbulencias, lo que más miedo me da de un vuelo. Normalmente permanezco con las uñas clavadas en el apoyabrazos hasta que la señal luminosa del cinturón de seguridad se apaga. Odio que la gente se levante inmediatamente después para ir al lavabo. ¿Después de haber pasado tantas horas en el aeropuerto no han tenido tiempo de ir? ¿O es que no pueden aguantar quince minutos seguidos sin mear? No me gusta que se levanten cuando acabamos de estabilizarnos, me asusta.
Intento distraerme del despegue con los «Argggg» pero es imposible. Me agarro al asiento y rezo en silencio. No es que yo sea de rezar mucho pero, en estos casos, un Padre Nuestro me tranquiliza. El avión empieza a rodar por la pista, poco a poco va
cogiendo velocidad hasta que noto como las ruedas se separan del suelo. Este es el peor momento. Por suerte, el despegue ha sido muy suave y, casi sin darme cuenta, ya hemos cogido altura y la señal de cinturones se apaga. Aunque yo me lo dejo abrochado. Por si las moscas.
Todavía estoy algo mareada por el vino y no hay manera de que me concentre en la lectura así que me quito las lentillas, las guardo en una cajita con líquido y reclino la butaca. Es increíble lo cómodos que son estos asientos. Con lo anchos que son y teniendo en cuenta que se reclinan hasta quedar casi en posición horizontal creo que podría echarme una buena siesta. Me tapo bien con la manta. Voy a dormir hasta que traigan la comida. Me pongo el antifaz para que no me moleste la luz y desconecto del mundo.
—Disculpe señorita.
Buf, la gente podría hablar más bajo. Así, no hay quien duerma. Seguro que es una pesada llamando a la azafata. ¿No saben que hay un botoncito para hacer eso? Me doy la vuelta y trato de volver a conciliar el sueño.
—Disculpe señorita.
Tenía que haberme puesto los tapones. Esta chica es insistente.
—Señorita, disculpe que la despierte, pero es que...
¡Vaya! ¿Me están llamando a mí? Me giro y me quito el antifaz.
Delante de mí tengo a una pasajera cargado con todas sus pertenencias, aunque la veo borrosa porque me he quitado las lentillas y llevo las gafas en el bolso.
—¿Sí? —pregunto somnolienta—. ¿Qué ocurre?
—Verá, es que mi asiento se ha atascado y no se reclina. Así que la azafata me ha dicho que podía ocupar este de aquí. —Señala el asiento contiguo al mío y que está abarrotado de trastos. Los míos.
—Ah, claro, claro.
Avergonzada, me apresuro a recoger todas mis cosas. A saber cuánto rato llevaba de pie llamándome. Enseguida lo tengo todo debajo del asiento delantero y la pasajera se acomoda junto a mí.
—Siento haberla despertado —se disculpa—, pero es que no quería mover las cosas sin su consentimiento.
¡Qué educada!
—No se preocupe —respondo sonriente.
—Bueno, pues no la molesto más —dice amablemente—. La dejo que siga durmiendo.
Pues vaya, con lo maja que era... Y ahora que la tenía más cerca, parecía hasta mona, aunque sin las lentillas es difícil estar segura de esto. Veo que saca un portátil y se pone a trabajar. Bueno, quedan muchas horas de vuelo, ya charlaré con ella más tarde. Puede que hasta viva en Boston. Me pongo el antifaz de nuevo, me doy la vuelta y caigo rendida al instante.
Una hora después noto que alguien me toca suavemente el hombro.
—Disculpe señorita —me dice de nuevo educadamente mi compañera de viaje mientras yo me incorporo, me quito el antifaz y abro el bolso para sacar las gafas—, es que van a traer la comida.
—Muchas gracias —me giro y le sonrío—. Soy capaz de pasarme todo el vuelo durmiendo y luego me hubiera arrepentido de no probar la comida de clase business.
Me pongo las gafas para verla bien. Debe de tener más o menos mi edad, unos veintitantos o treinta y pocos. Tiene una sonrisa blanca impecable. Y el pelo de color castaño tirando a negro. Lo único que no me gusta es que lo lleva demasiado arreglado. Igual que las estiradas mujeres de negocios a las que solía atender en el aeropuerto. Igual que aquella tipa del overbooking. Sí, lo lleva repeinado igual que ella.
La miro con detenimiento y no tardo más que unos segundos en darme cuenta. ¡Es la pasajera del overbooking! ¡¡Mierda, mierda, mierda!!
Mientras observo como coge la bandeja que le entrega la azafata me doy cuenta de que solamente tengo dos opciones: decirle quien soy o seguirle el rollo.
Queda claro que ella no tiene ni idea de quién soy yo ya que, de momento, se ha mostrado educada. Si le digo quien soy, las ocho horas de vuelo que quedan pueden ser tensas, muy tensas. Si no se lo digo, aunque voy a tener que morderme la lengua y fingir, al menos el viaje transcurrirá en paz. El motivo de mi partida era empezar de
cero... así que no tendría sentido empezar la experiencia con mal pie.
Decidido: voy a hacer como si no la hubiera visto en mi vida.
La azafata interrumpe mis pensamientos al traerme la comida. Qué buena pinta, no se parece en nada al tipo de comida que sirven en turista y de la que no soy capaz de comer más que el pan, la mantequilla y el quesito que ponen. Observo la bandeja y me relamo.
El hecho de que la vajilla sea de loza me encanta, odio las de plástico. Y, aunque sé que después del bocata y la tortilla no debería tener hambre, delante de mí tengo una bandeja con un plato que contiene hamburguesa de ternera con manzana caramelizada y berenjena salteada, una taza de consomé, una ensalada fresca y una selección de quesos; todo regado con otra copita de vino tinto, ¡Ribera del Duero, ni más ni menos!
—Qué buena pinta tiene —no puedo evitar decir—. Muchas gracias —le digo sonriente a la azafata.
—La verdad es que no está mal —replica mi compañera de viaje mientras da un mordisco a un trozo de queso.
—¿Qué no está mal? Debería ver lo que sirven allí detrás —digo señalando con la cabeza la zona de turista.
—En eso tiene toda la razón —asiente—, lo que les sirven es absolutamente incomestible. Pero por favor, háblame de tu.
La miro y no sé qué responder. Sin darme cuenta he entablado una amigable conversación con ella, pero yo sigo viéndola como la pasajera del overbooking, la culpable de que yo esté ahora mismo sentada en este avión, y no sé si quiero seguir charlando.
Doy un sorbo a la copa de vino y, sin querer, le sonrío. Avergonzada, giro la cara y doy un mordisco a un trozo de queso.
Ella me mira divertida.
—Mujer, si debemos de tener la misma edad. Me llamo Santana, ¿y tú? —me ofrece la mano en vez de darme dos besos.
¿Cómo olvidarla? Santana Lopéz. Vale, puede que no vaya a decirle que soy la chica que la facturó en el aeropuerto, pero si no quiero parecer una maleducada en toda regla tendré que responder.
—Soy Brittany —replico mientras le tiendo la mano—, aunque todo el mundo me llama Britt.
¿Esto era necesario que se lo dijera? ¿Qué le importa a ella como me llamen? Solamente quiero ser amable, pasar el mal trago y olvidarme de ella para siempre. Puede que sea guapa, pero fue una maleducada de cuidado. Aparto la mano y cojo los cubiertos.
—Encantada, Brittany —al decir esto me ofrece su copa para que brindemos. ¡Lo que faltaba! Esto es absurdo. Abrumada por la situación, brindo con ella
—. ¿Y puedo preguntarte cuál es el motivo de tu viaje a Boston o es una indiscreción?
A ver, déjame que lo piense... ah, sí, pues que me despidieron por culpa de una pija que volaba en business y dio overbooking en el vuelo.
—Un cambio de aires —respondo inexpresiva—, voy a trabajar una temporada allí, vivir el sueño americano, ya sabes...
—Qué casualidad, yo también —da un bocado a su comida y prosigue—, bueno, lo del sueño americano no tanto, no sé si a mí me va ir mucho el tipo de vida estadounidense, ya veremos qué tal lo llevo.
Asiento, pero como no digo nada, sigue hablando.
—La multinacional para la que trabajo me ofreció un puesto directivo en Boston —¿Directiva en una multinacional en el extranjero? ¿Con mi edad? Debe de tener un buen enchufe—, voy a echar mucho de menos a mi familia, pero no podía rechazarlo. Mis padres son de un pueblo de la Safor, gente humilde, ¿sabes? Han gastado todos sus
ahorros en pagarme una buena educación, incluso en mandarme al extranjero para aprender idiomas, así que cuando me ofrecieron el puesto en Boston, lo acepté sin pensar.
Suspira.
—Voy a echar de menos a la familia —intuyo que ya siente añoranza—, pero sé que esto es lo que siempre han querido para mí. No podía rechazarlo. Al fin y al cabo, tampoco puedo quejarme, ¿no?—aparta la bandeja y da un último sorbo a su vino.
La miro confusa. Ahora ya no sé que pensar de ella. El día del aeropuerto me pareció una completa impresentable, hoy me había parecido una pija enchufada y al final va a resultar que es una tipa realmente encantadora. Lo de su familia me ha enternecido. No puedo negarlo.
Miro la apetitosa comida que hay sobre la bandeja. De repente se me ha quitado el hambre. Ella me sonríe.
—Bueno, ¿y qué vas a hacer tú exactamente?
A regañadientes le respondo.
—Voy a vivir en casa de unos familiares y a trabajar en una librería. Nada del otro mundo. No es comparable a lo tuyo.
Esta conversación no nos lleva a ninguna parte. Su vida es fabulosa, la mía un desastre. Y para colmo ¡me resulta simpática! Veo que se acerca la azafata y le entrego mi bandeja prácticamente intacta. Agobiada, empiezo a buscar una película en el servicio de entretenimiento a bordo. Esto me dará un par de horas de silencio y algo de tiempo para pensar.
—Voy a ver una peli —le digo secamente mientras me pongo los cascos.
—Está bien, yo tengo que ojear algunas cosas del trabajo —responde lacónica.
Me da la sensación de que se ha quedado aturdida, de que le apetecía charlar conmigo. A lo mejor he sido muy cortante con ella, pero es lo mejor. Está claro que, aunque vayamos a vivir en la misma ciudad, no vamos a ser amigas. Nuestras vidas son totalmente opuestas así que, cuanto menos nos conozcamos, mejor.
Reclino un poco más mi asiento y me pongo una comedia romántica que todavía no han estrenado en España. Veo que ella saca el portátil y se dispone a trabajar. Me siento un poco culpable. La vuelvo a mirar y, de repente, la recuerdo chillándome detrás del mostrador. No, definitivamente yo no tengo la culpa de nada.
Gracias a las ventajas de volar en primera, el vuelo se me ha hecho extremadamente corto. En aproximadamente hora y media estaremos aterrizando. No estoy excesivamente cansada porque me he echado una buena siesta y ahora estoy esperando que traigan la cena. Santana está guardando su portátil y sé que de aquí a que aterricemos no voy a poder librarme de mantener una conversación con ella. Se gira hacia mí y ve que ya me he despertado. Sonríe de nuevo.
En ese mismo instante me doy cuenta de que no he vuelto a ponerme las lentillas y, alarmada, me llevo la mano al pelo que, con toda seguridad está hecho un revoltijo. Por no mencionar que debo tener la piel más seca que la de un lagarto.
—Voy al lavabo —musito mientras cojo discretamente el neceser.
A los pocos minutos vuelvo en un estado mucho más presentable que hace que me sienta de mejor humor. Veo que ya nos han servido la cena.
—Como no volvías —dice tímidamente—, y había que pedir la bebida te he pedido lo mismo que yo.
Me fijo y veo que me ha pedido Coca Cola light. Justo lo que yo hubiera pedido. Levanto la vista y la miro de nuevo.
—Disculpa si te ha molestado. No sabía qué querías y he pensado que como, seguramente, aguantes hoy despierta hasta la hora de dormir, por lo del jet lag y todo eso, la cafeína te iría bien... por eso la he pedido yo —se explica—. Aunque igual no tenía que haberla pedido light, a lo mejor prefieres la normal.
Me siento y abro la lata.
—Que va —respondo amablemente—, solamente me gusta la Coca Cola light y por hoy ya he bebido demasiado vino así que has acertado.
—En ese caso me alegro —dice mientras se dispone a hincarle el diente a una rebanada de pan con queso de untar y salmón.
—Lo siento si antes he estado un poco seca —las palabras salen de mi boca antes de que mi mente llegue a procesarlas—. Es que estoy un poco nerviosa con todos estos cambios.
—Disculpas aceptadas —dice alegre—. La verdad es que te comprendo. Son muchas cosas en poco tiempo. Y tanto que son muchas. Hasta que no pasen un par de días no
sabré dónde me he metido.
—¿Y cómo es que vas a trabajar en una librería? —inquiere curiosa.
—Bueno, la verdad es que me quedé sin trabajo —esta es la única explicación que le pienso dar—, y como siempre he querido vivir en Estados Unidos contacté —ni se me pasa por la cabeza decirle que la que contactó fue mi madre— con unos familiares y pasaré una temporada con ellos hasta que pueda vivir por mi cuenta. Yo soy licenciada en Filología Inglesa y me encanta leer, de hecho mi sueño siempre ha sido poder tener mi propia librería, al estilo de la de Meg Ryan en Tienes un e-mail, ¿sabes? Pero ni es un negocio rentable ni tengo dinero para montarlo, así que voy a conformarme, de momento, con trabajar en Barnes & Noble como dependienta.
Asiente.
—No está mal, teniendo en cuenta que, tal y como están las cosas en España, te hubiera costado bastante encontrar un empleo. Es un buen comienzo y nunca sabes hasta dónde puedes llegar. Imagino que debes tener un nivel muy alto de inglés por lo que podrás optar a otros puestos mejores en un futuro. Seguro que te va bien, ya lo verás.
Sonrío irónica.
—Claro, y eso me lo dice la que vuela en primera, va a trabajar en un puesto directivo y segura que le han puesto hasta un piso. ¿Me equivoco?
—La verdad es que no —responde un tanto avergonzada.
Me siento mal. ¿Qué culpa tiene ella de que las cosas le vayan bien?
—Bueno, pues esa suerte que tienes —le digo sonriente para compensar mi bordería. Recuerdo lo que me ha comentado de sus padres antes y añado—: Seguro que tu familia está muy orgullosa.
Tarda un segundo en responder.
—Eso es cierto —dice pensativa—, pero trabajar tanto a veces hace que no puedas estar con ellos en momentos importantes.
No sé por dónde van los tiros, pero noto que se ha puesto seria. Prefiero no meterme en terrenos pantanosos. Tampoco es que quiera ser su amiga ¿o sí?
Antes de que pueda darme cuenta, estamos aterrizando y, una vez más, me agarró con fuerza al asiento. Veo que Santana me mira de reojo pero lo estoy pasando tan mal que soy incapaz de soltarle una fresca, ¡y no por falta de ganas! Por suerte, el aterrizaje es suave y antes de que cante un gallo noto como las ruedas se deslizan por la pista y respiro.
Al haber podido dormir me encuentro bastante despejada y el hecho de estar al principio del avión implica que ahora no tengo que estar media hora esperando para poder salir de él. Tanto Santana como yo nos recomponemos, cogemos nuestros trastos y, después de darles las gracias a las azafatas por las atenciones que han tenido a lo largo de todo el vuelo, salimos del avión.
Ahora que ya estoy aquí siento un poco de nostalgia y empiezo asustarme por el cambio que todo esto va a suponer en mi vida. Tardamos diez minutos en recorrer pasillos y pasillos hasta llegar a inmigración y veinte minutos más en que se acabe la cola de gente y nos atiendan.
Cuando por fin llegamos a las cintas de recogida de equipaje Santana me mira fijamente y me dice:
—Has sido muy amable, y eso que sé que sabes perfectamente quién soy.
Abro los ojos y la observo incrédula. No es posible que me haya reconocido. NO ES POSIBLE.
Asiente.
—Sí. Eres la chica que me atendió en el aeropuerto el día que di overbooking. Te recuerdo perfectamente. ¿Sabes que eres mejor persona que yo? Espero que todo te vaya bien en Estados Unidos, te lo mereces de verdad. —Se acerca a mí y me da un beso en la mejilla—. Me alegro mucho de haberte conocido.
No sé qué responder. Entonces, antes de que pueda reaccionar, empieza a salir el equipaje por la cinta. Sin decir nada, se da la vuelta, recoge su maleta y se aleja, sin despedirse.
¡Esto es el colmo!
Business class
Al cabo de treinta minutos reposan sobre mi mesa tres copas de vino vacías y dos platos que, en algún momento, han contenido un pincho de tortilla y un bocata de jamón serrano con tomate restregado. Esto ya no es solo por el despido, ni por haber visto a Artie besando a una azafata —cosa que, pensándolo bien, no debería haberme sorprendido porque él solamente sale con azafatas de vuelo y, cuando no está con una, está con otra—, es porque acabo de darme cuenta de que a) la comida del avión es asquerosa y no quiero morir de hambre y b) quien sabe cuánto tiempo va a pasar hasta que me vuelva a zampar un bocata de jamón. Así que ha sido dinero bien empleado. Una inversión con un valor seguro.
Lo único es que no estoy muy acostumbrada a beber vino y creo que se me está subiendo a la cabeza. Tendré que dormir la mona en el avión, al menos tengo un asiento en ventanilla y podré recostar la cabeza para pegar alguna cabezadita. Ya me está entrando bastante sueño y estoy a punto de dar cabezazos sobre la mesa. Lo mejor será volver a la puerta de embarque, queda poco para que den las voces de megafonía.
En cuanto me pongo en pie me doy cuenta de que lo de las copas de vino ha sido un error. Ahora no solo estoy jodida por haber visto a Artie besando a una azafata, sino que también estoy mareada. Por suerte, he ingerido bastante comida y eso palía un poco los efectos del alcohol. Miro la pantalla y veo que en mi vuelo ya indica EMBARCANDO así que cojo el bolso y la maleta y corro hacia la puerta. Menos mal que no se me ha ocurrido ponerme tacones. Aliviada, al llegar a la puerta compruebo que turista todavía no ha empezado a embarcar y que solamente han llamado a los pasajeros de clase business.
Pacientemente espero a que los afortunados pasajeros que han podido pagar el carísimo billete de primera suban a bordo y me coloco en la fila. Saco el pasaporte y la tarjeta de embarque del bolso. Poco a poco la cola avanza, veo que me queda poco para pasar así que saco el móvil y le mando un último whatsapp a mi madre antes de
desconectar el 3G y apagar el móvil.
Por fin llego al mostrador y le doy la tarjeta de embarque a la compañera sin poder evitar pensar que ¡hace poco yo era una de ellas! Ya casi estoy entrando en el finger cuando escucho un pitido y me doy cuenta de que es mi tarjeta la que ha pitado. Buf, lo que me faltaba, seguro que es porque me han cambiado el asiento. ¿Qué te apuestas a que mi nuevo asiento está en la fila central y en el medio? Probablemente a mi lado se van a sentar dos señoras gordas y no podré moverme en todo el vuelo ni para ir a mear. Ni recostar la cabeza para dormir la mona. Con la buena suerte que tengo últimamente no me extrañaría nada. Resignada, doy la vuelta antes incluso de que la chica tenga tiempo de llamarme.
—Disculpa, veo que te ha pitado mi tarjeta —digo cordial aunque estoy mosqueada—, supongo que es porque me habéis cambiado el asiento...
La chica revisa la pantalla del ordenador.
—Vaya, está de enhorabuena. Tenemos overbooking en turista y, como es usted usuaria de nuestra tarjeta de fidelidad la han cambiado a primera —me indica amablemente.
La miro con los ojos abiertos como platos. Bueno, como soy desafortunada en amores al menos tenía que tener suerte en el juego. Por primera vez en mi vida me alegro de que hayan vendido más plazas de las que tiene un avión. Nunca he volado en business y, teniendo en cuenta que me esperan casi nueve horas de vuelo, no creo que hubiera podido darme mejor noticia. Mi padre hizo bien en sacarme la tarjeta de fidelidad de la compañía cuando me compró el billete. Yo no la tenía, porque al ser empleada utilizaba otro tipo de billetes, pero ahora no hay motivo para no tenerla. Eso sí, no tengo intención de volar en exceso con mi ex compañía, resulta un poco raro pensar que yo era antes una de ellos. Aunque, por esta vez, no tengo queja alguna, no solo voy a conseguir millas con este vuelo, sino que ¡va a ser una muy grata experiencia!
La azafata me indica el nuevo número de asiento. No puedo creerlo, no puedo creerlo. Hasta hace un minuto pensaba que iba a estar apretujada en el pasillo central sin poder mover las piernas y ahora resulta que ¡voy a poder tirarme todo el viaje durmiendo!
Cruzo el finger dando saltitos de alegría, pero mi coordinación no es muy buena y el vino no ayuda mucho. Cuando llego a la puerta del avión me he atizado ya tres golpes en la pierna con la maleta de mano. Me va a salir un buen moratón. Pero qué más da ¡estoy en business! La sonrisa no me cabe en la cara. Parezco un gato de Cheshire.
Solo de ver los asientos ya me hacen chiribitas los ojos. Y me da la sensación de que encima el asiento de al lado mío va a estar vacío... el resto de business está lleno y ya está embarcando turista, así que con un poco de suerte el contiguo al mío no lo ocupará nadie.
Aprovecho para dejar mi bolso sobre él y una azafata me ayuda a subir mi trolley al rack —ya sabéis, ese armarito que está sobre nuestras cabezas y en el que solemos dejar la maleta, la mochila y todo lo que quepa—. Me siento y, como aún faltan unos minutos para el despegue, empiezo a inspeccionar, sintiéndome como Tom Hanks cuando sube a la limusina en la peli de Big. Primero abro el neceser, no está nada mal: loción corporal, bálsamo labial, pasta de dientes Colgate, pastillas Smint de menta, un cepillo de dientes, un antifaz para dormir, calcetines, Kleenex, tapones para los oídos... ¡Vaya! Qué cantidad de productos. Aunque yo he venido preparada con prácticamente todas estas cosas me encanta que me las den. Es como cuando te llevas los geles de un hotel a casa, a mí se me acumulan en las estanterías porque luego nunca los utilizo, pero esos botecitos son tan monos que no puedo evitar llevármelos siempre.
Me decido a acomodarme para el vuelo. Guardo las bailarinas dentro de su bolsita correspondiente y las meto dentro del bolso. Me coloco mis gruesos calcetines y me pongo un poco de crema hidratante en la cara y bálsamo en los labios. Mi plan es el siguiente: leer un poco hasta que nos saquen la comida y luego ver una peli —depende de las que pongan en el sistema de entretenimiento a bordo— y dormir un rato hasta que nos vuelvan a sacar más comida.
Me abrocho el cinturón y espero a que nos movamos. Unos minutos después estamos rodando por la pista. Estoy pasando bastante del tema de la mascarilla, el chaleco y las salidas de emergencia. No debería, pero lo he visto tantas veces que igual sería capaz de recitarlo si me dejaran. Así que saco la Cuore del bolso y me pongo a ojear a las mejor y peor vestidas para distraerme. Odio el momento del despegue. Es, junto con las turbulencias, lo que más miedo me da de un vuelo. Normalmente permanezco con las uñas clavadas en el apoyabrazos hasta que la señal luminosa del cinturón de seguridad se apaga. Odio que la gente se levante inmediatamente después para ir al lavabo. ¿Después de haber pasado tantas horas en el aeropuerto no han tenido tiempo de ir? ¿O es que no pueden aguantar quince minutos seguidos sin mear? No me gusta que se levanten cuando acabamos de estabilizarnos, me asusta.
Intento distraerme del despegue con los «Argggg» pero es imposible. Me agarro al asiento y rezo en silencio. No es que yo sea de rezar mucho pero, en estos casos, un Padre Nuestro me tranquiliza. El avión empieza a rodar por la pista, poco a poco va
cogiendo velocidad hasta que noto como las ruedas se separan del suelo. Este es el peor momento. Por suerte, el despegue ha sido muy suave y, casi sin darme cuenta, ya hemos cogido altura y la señal de cinturones se apaga. Aunque yo me lo dejo abrochado. Por si las moscas.
Todavía estoy algo mareada por el vino y no hay manera de que me concentre en la lectura así que me quito las lentillas, las guardo en una cajita con líquido y reclino la butaca. Es increíble lo cómodos que son estos asientos. Con lo anchos que son y teniendo en cuenta que se reclinan hasta quedar casi en posición horizontal creo que podría echarme una buena siesta. Me tapo bien con la manta. Voy a dormir hasta que traigan la comida. Me pongo el antifaz para que no me moleste la luz y desconecto del mundo.
—Disculpe señorita.
Buf, la gente podría hablar más bajo. Así, no hay quien duerma. Seguro que es una pesada llamando a la azafata. ¿No saben que hay un botoncito para hacer eso? Me doy la vuelta y trato de volver a conciliar el sueño.
—Disculpe señorita.
Tenía que haberme puesto los tapones. Esta chica es insistente.
—Señorita, disculpe que la despierte, pero es que...
¡Vaya! ¿Me están llamando a mí? Me giro y me quito el antifaz.
Delante de mí tengo a una pasajera cargado con todas sus pertenencias, aunque la veo borrosa porque me he quitado las lentillas y llevo las gafas en el bolso.
—¿Sí? —pregunto somnolienta—. ¿Qué ocurre?
—Verá, es que mi asiento se ha atascado y no se reclina. Así que la azafata me ha dicho que podía ocupar este de aquí. —Señala el asiento contiguo al mío y que está abarrotado de trastos. Los míos.
—Ah, claro, claro.
Avergonzada, me apresuro a recoger todas mis cosas. A saber cuánto rato llevaba de pie llamándome. Enseguida lo tengo todo debajo del asiento delantero y la pasajera se acomoda junto a mí.
—Siento haberla despertado —se disculpa—, pero es que no quería mover las cosas sin su consentimiento.
¡Qué educada!
—No se preocupe —respondo sonriente.
—Bueno, pues no la molesto más —dice amablemente—. La dejo que siga durmiendo.
Pues vaya, con lo maja que era... Y ahora que la tenía más cerca, parecía hasta mona, aunque sin las lentillas es difícil estar segura de esto. Veo que saca un portátil y se pone a trabajar. Bueno, quedan muchas horas de vuelo, ya charlaré con ella más tarde. Puede que hasta viva en Boston. Me pongo el antifaz de nuevo, me doy la vuelta y caigo rendida al instante.
Una hora después noto que alguien me toca suavemente el hombro.
—Disculpe señorita —me dice de nuevo educadamente mi compañera de viaje mientras yo me incorporo, me quito el antifaz y abro el bolso para sacar las gafas—, es que van a traer la comida.
—Muchas gracias —me giro y le sonrío—. Soy capaz de pasarme todo el vuelo durmiendo y luego me hubiera arrepentido de no probar la comida de clase business.
Me pongo las gafas para verla bien. Debe de tener más o menos mi edad, unos veintitantos o treinta y pocos. Tiene una sonrisa blanca impecable. Y el pelo de color castaño tirando a negro. Lo único que no me gusta es que lo lleva demasiado arreglado. Igual que las estiradas mujeres de negocios a las que solía atender en el aeropuerto. Igual que aquella tipa del overbooking. Sí, lo lleva repeinado igual que ella.
La miro con detenimiento y no tardo más que unos segundos en darme cuenta. ¡Es la pasajera del overbooking! ¡¡Mierda, mierda, mierda!!
Mientras observo como coge la bandeja que le entrega la azafata me doy cuenta de que solamente tengo dos opciones: decirle quien soy o seguirle el rollo.
Queda claro que ella no tiene ni idea de quién soy yo ya que, de momento, se ha mostrado educada. Si le digo quien soy, las ocho horas de vuelo que quedan pueden ser tensas, muy tensas. Si no se lo digo, aunque voy a tener que morderme la lengua y fingir, al menos el viaje transcurrirá en paz. El motivo de mi partida era empezar de
cero... así que no tendría sentido empezar la experiencia con mal pie.
Decidido: voy a hacer como si no la hubiera visto en mi vida.
La azafata interrumpe mis pensamientos al traerme la comida. Qué buena pinta, no se parece en nada al tipo de comida que sirven en turista y de la que no soy capaz de comer más que el pan, la mantequilla y el quesito que ponen. Observo la bandeja y me relamo.
El hecho de que la vajilla sea de loza me encanta, odio las de plástico. Y, aunque sé que después del bocata y la tortilla no debería tener hambre, delante de mí tengo una bandeja con un plato que contiene hamburguesa de ternera con manzana caramelizada y berenjena salteada, una taza de consomé, una ensalada fresca y una selección de quesos; todo regado con otra copita de vino tinto, ¡Ribera del Duero, ni más ni menos!
—Qué buena pinta tiene —no puedo evitar decir—. Muchas gracias —le digo sonriente a la azafata.
—La verdad es que no está mal —replica mi compañera de viaje mientras da un mordisco a un trozo de queso.
—¿Qué no está mal? Debería ver lo que sirven allí detrás —digo señalando con la cabeza la zona de turista.
—En eso tiene toda la razón —asiente—, lo que les sirven es absolutamente incomestible. Pero por favor, háblame de tu.
La miro y no sé qué responder. Sin darme cuenta he entablado una amigable conversación con ella, pero yo sigo viéndola como la pasajera del overbooking, la culpable de que yo esté ahora mismo sentada en este avión, y no sé si quiero seguir charlando.
Doy un sorbo a la copa de vino y, sin querer, le sonrío. Avergonzada, giro la cara y doy un mordisco a un trozo de queso.
Ella me mira divertida.
—Mujer, si debemos de tener la misma edad. Me llamo Santana, ¿y tú? —me ofrece la mano en vez de darme dos besos.
¿Cómo olvidarla? Santana Lopéz. Vale, puede que no vaya a decirle que soy la chica que la facturó en el aeropuerto, pero si no quiero parecer una maleducada en toda regla tendré que responder.
—Soy Brittany —replico mientras le tiendo la mano—, aunque todo el mundo me llama Britt.
¿Esto era necesario que se lo dijera? ¿Qué le importa a ella como me llamen? Solamente quiero ser amable, pasar el mal trago y olvidarme de ella para siempre. Puede que sea guapa, pero fue una maleducada de cuidado. Aparto la mano y cojo los cubiertos.
—Encantada, Brittany —al decir esto me ofrece su copa para que brindemos. ¡Lo que faltaba! Esto es absurdo. Abrumada por la situación, brindo con ella
—. ¿Y puedo preguntarte cuál es el motivo de tu viaje a Boston o es una indiscreción?
A ver, déjame que lo piense... ah, sí, pues que me despidieron por culpa de una pija que volaba en business y dio overbooking en el vuelo.
—Un cambio de aires —respondo inexpresiva—, voy a trabajar una temporada allí, vivir el sueño americano, ya sabes...
—Qué casualidad, yo también —da un bocado a su comida y prosigue—, bueno, lo del sueño americano no tanto, no sé si a mí me va ir mucho el tipo de vida estadounidense, ya veremos qué tal lo llevo.
Asiento, pero como no digo nada, sigue hablando.
—La multinacional para la que trabajo me ofreció un puesto directivo en Boston —¿Directiva en una multinacional en el extranjero? ¿Con mi edad? Debe de tener un buen enchufe—, voy a echar mucho de menos a mi familia, pero no podía rechazarlo. Mis padres son de un pueblo de la Safor, gente humilde, ¿sabes? Han gastado todos sus
ahorros en pagarme una buena educación, incluso en mandarme al extranjero para aprender idiomas, así que cuando me ofrecieron el puesto en Boston, lo acepté sin pensar.
Suspira.
—Voy a echar de menos a la familia —intuyo que ya siente añoranza—, pero sé que esto es lo que siempre han querido para mí. No podía rechazarlo. Al fin y al cabo, tampoco puedo quejarme, ¿no?—aparta la bandeja y da un último sorbo a su vino.
La miro confusa. Ahora ya no sé que pensar de ella. El día del aeropuerto me pareció una completa impresentable, hoy me había parecido una pija enchufada y al final va a resultar que es una tipa realmente encantadora. Lo de su familia me ha enternecido. No puedo negarlo.
Miro la apetitosa comida que hay sobre la bandeja. De repente se me ha quitado el hambre. Ella me sonríe.
—Bueno, ¿y qué vas a hacer tú exactamente?
A regañadientes le respondo.
—Voy a vivir en casa de unos familiares y a trabajar en una librería. Nada del otro mundo. No es comparable a lo tuyo.
Esta conversación no nos lleva a ninguna parte. Su vida es fabulosa, la mía un desastre. Y para colmo ¡me resulta simpática! Veo que se acerca la azafata y le entrego mi bandeja prácticamente intacta. Agobiada, empiezo a buscar una película en el servicio de entretenimiento a bordo. Esto me dará un par de horas de silencio y algo de tiempo para pensar.
—Voy a ver una peli —le digo secamente mientras me pongo los cascos.
—Está bien, yo tengo que ojear algunas cosas del trabajo —responde lacónica.
Me da la sensación de que se ha quedado aturdida, de que le apetecía charlar conmigo. A lo mejor he sido muy cortante con ella, pero es lo mejor. Está claro que, aunque vayamos a vivir en la misma ciudad, no vamos a ser amigas. Nuestras vidas son totalmente opuestas así que, cuanto menos nos conozcamos, mejor.
Reclino un poco más mi asiento y me pongo una comedia romántica que todavía no han estrenado en España. Veo que ella saca el portátil y se dispone a trabajar. Me siento un poco culpable. La vuelvo a mirar y, de repente, la recuerdo chillándome detrás del mostrador. No, definitivamente yo no tengo la culpa de nada.
Gracias a las ventajas de volar en primera, el vuelo se me ha hecho extremadamente corto. En aproximadamente hora y media estaremos aterrizando. No estoy excesivamente cansada porque me he echado una buena siesta y ahora estoy esperando que traigan la cena. Santana está guardando su portátil y sé que de aquí a que aterricemos no voy a poder librarme de mantener una conversación con ella. Se gira hacia mí y ve que ya me he despertado. Sonríe de nuevo.
En ese mismo instante me doy cuenta de que no he vuelto a ponerme las lentillas y, alarmada, me llevo la mano al pelo que, con toda seguridad está hecho un revoltijo. Por no mencionar que debo tener la piel más seca que la de un lagarto.
—Voy al lavabo —musito mientras cojo discretamente el neceser.
A los pocos minutos vuelvo en un estado mucho más presentable que hace que me sienta de mejor humor. Veo que ya nos han servido la cena.
—Como no volvías —dice tímidamente—, y había que pedir la bebida te he pedido lo mismo que yo.
Me fijo y veo que me ha pedido Coca Cola light. Justo lo que yo hubiera pedido. Levanto la vista y la miro de nuevo.
—Disculpa si te ha molestado. No sabía qué querías y he pensado que como, seguramente, aguantes hoy despierta hasta la hora de dormir, por lo del jet lag y todo eso, la cafeína te iría bien... por eso la he pedido yo —se explica—. Aunque igual no tenía que haberla pedido light, a lo mejor prefieres la normal.
Me siento y abro la lata.
—Que va —respondo amablemente—, solamente me gusta la Coca Cola light y por hoy ya he bebido demasiado vino así que has acertado.
—En ese caso me alegro —dice mientras se dispone a hincarle el diente a una rebanada de pan con queso de untar y salmón.
—Lo siento si antes he estado un poco seca —las palabras salen de mi boca antes de que mi mente llegue a procesarlas—. Es que estoy un poco nerviosa con todos estos cambios.
—Disculpas aceptadas —dice alegre—. La verdad es que te comprendo. Son muchas cosas en poco tiempo. Y tanto que son muchas. Hasta que no pasen un par de días no
sabré dónde me he metido.
—¿Y cómo es que vas a trabajar en una librería? —inquiere curiosa.
—Bueno, la verdad es que me quedé sin trabajo —esta es la única explicación que le pienso dar—, y como siempre he querido vivir en Estados Unidos contacté —ni se me pasa por la cabeza decirle que la que contactó fue mi madre— con unos familiares y pasaré una temporada con ellos hasta que pueda vivir por mi cuenta. Yo soy licenciada en Filología Inglesa y me encanta leer, de hecho mi sueño siempre ha sido poder tener mi propia librería, al estilo de la de Meg Ryan en Tienes un e-mail, ¿sabes? Pero ni es un negocio rentable ni tengo dinero para montarlo, así que voy a conformarme, de momento, con trabajar en Barnes & Noble como dependienta.
Asiente.
—No está mal, teniendo en cuenta que, tal y como están las cosas en España, te hubiera costado bastante encontrar un empleo. Es un buen comienzo y nunca sabes hasta dónde puedes llegar. Imagino que debes tener un nivel muy alto de inglés por lo que podrás optar a otros puestos mejores en un futuro. Seguro que te va bien, ya lo verás.
Sonrío irónica.
—Claro, y eso me lo dice la que vuela en primera, va a trabajar en un puesto directivo y segura que le han puesto hasta un piso. ¿Me equivoco?
—La verdad es que no —responde un tanto avergonzada.
Me siento mal. ¿Qué culpa tiene ella de que las cosas le vayan bien?
—Bueno, pues esa suerte que tienes —le digo sonriente para compensar mi bordería. Recuerdo lo que me ha comentado de sus padres antes y añado—: Seguro que tu familia está muy orgullosa.
Tarda un segundo en responder.
—Eso es cierto —dice pensativa—, pero trabajar tanto a veces hace que no puedas estar con ellos en momentos importantes.
No sé por dónde van los tiros, pero noto que se ha puesto seria. Prefiero no meterme en terrenos pantanosos. Tampoco es que quiera ser su amiga ¿o sí?
Antes de que pueda darme cuenta, estamos aterrizando y, una vez más, me agarró con fuerza al asiento. Veo que Santana me mira de reojo pero lo estoy pasando tan mal que soy incapaz de soltarle una fresca, ¡y no por falta de ganas! Por suerte, el aterrizaje es suave y antes de que cante un gallo noto como las ruedas se deslizan por la pista y respiro.
Al haber podido dormir me encuentro bastante despejada y el hecho de estar al principio del avión implica que ahora no tengo que estar media hora esperando para poder salir de él. Tanto Santana como yo nos recomponemos, cogemos nuestros trastos y, después de darles las gracias a las azafatas por las atenciones que han tenido a lo largo de todo el vuelo, salimos del avión.
Ahora que ya estoy aquí siento un poco de nostalgia y empiezo asustarme por el cambio que todo esto va a suponer en mi vida. Tardamos diez minutos en recorrer pasillos y pasillos hasta llegar a inmigración y veinte minutos más en que se acabe la cola de gente y nos atiendan.
Cuando por fin llegamos a las cintas de recogida de equipaje Santana me mira fijamente y me dice:
—Has sido muy amable, y eso que sé que sabes perfectamente quién soy.
Abro los ojos y la observo incrédula. No es posible que me haya reconocido. NO ES POSIBLE.
Asiente.
—Sí. Eres la chica que me atendió en el aeropuerto el día que di overbooking. Te recuerdo perfectamente. ¿Sabes que eres mejor persona que yo? Espero que todo te vaya bien en Estados Unidos, te lo mereces de verdad. —Se acerca a mí y me da un beso en la mejilla—. Me alegro mucho de haberte conocido.
No sé qué responder. Entonces, antes de que pueda reaccionar, empieza a salir el equipaje por la cinta. Sin decir nada, se da la vuelta, recoge su maleta y se aleja, sin despedirse.
¡Esto es el colmo!
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
si santana dijo eso es porque si tuvo algo que ver con que despidieran a brittany!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Jaja jajajaja... San se pasa!!!! Pero bueno lo hecho... Hecho esta!!!
Una nueva oportunidad para britt y su nuevo futuro!,..
Una nueva oportunidad para britt y su nuevo futuro!,..
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
micky morales escribió:si santana dijo eso es porque si tuvo algo que ver con que despidieran a brittany!!!!
Creo que tienes la razón, pero a Britt no le dijeron nada de eso, pero Santana se disculpo asi que puede que mas adelante podamos saber algo de eso...
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
3:) escribió:Jaja jajajaja... San se pasa!!!! Pero bueno lo hecho... Hecho esta!!!
Una nueva oportunidad para britt y su nuevo futuro!,..
Veremos que hay en el futuro de Britt, y si en ese futuro esta Santana...
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Capítulo 5
Mi nueva vida bostoniana
Neri y Piot son una pareja encantadora y, a pesar de que son polos opuestos, se compenetran a la perfección. Él es un hombre tranquilo y callado mientras que ella es todo lo contrario, nerviosa y muy habladora. Desde el momento en el que me recoge en el aeropuerto sufro un interrogatorio por su parte en el que me pregunta por todo y por todos. Me cuesta un poco mantener la conversación, aún me siento un poco aturdida por el jet lag y las palabras de Santana, pero me las arreglo para responder con naturalidad fingida a todas las preguntas que me hace y hasta para parecer ilusionada.
—Vaya, pues si que has traído equipaje, hija —comenta Neri—, ni que en Estados Unidos no tuviésemos tiendas.
No le explico que me entró un ataque de compras compulsivas poco antes de organizar mi partida.
—Bueno, y cuéntame. ¿Qué tal ha ido el viaje? ¿Has podido dormir? Pareces cansada.
¡Toma, cómo para no estarlo! Me han subido a primera, se me ha sentado una chica buena al lado, resulta que era la misma a la que facturé en overbooking, me he hecho la olvidadiza y me he puesto a charlar con ella y, para colmo, resulta que ella sabía desde el principio quién era yo. Aún no lo he asimilado.
—He dormido un rato —respondo—, pero el cambio horario y tantas horas sentadas siempre te dejan reventada.
—Tranquila, ahora cuando llegue Piot a casa cenaremos y luego puedes irte a dormir, pero no demasiado pronto o no te acostumbrarás al nuevo horario.
Asiento con la cabeza. No paro de revivir mentalmente todo lo que ha pasado. Sabía desde el principio quién era yo. Y no ha dicho nada. Yo tampoco lo he dicho pero... al fin y al cabo, la impresentable fue ella.
Intento borrar de mi cabeza la imagen de Santana dándome un beso en la mejilla y me centro en la conversación.
—¿Qué cenaremos? —pregunto, tratando de parecer alegre.
—Ah, te va a encantar. —Neri pone cara pícara—. En realidad estoy a dieta pero, estos primeros días, me he propuesto que degustes la gastronomía estadounidense y de la costa Este. Tengo los menús de las cenas preparados para toda la semana: costillas con puré de patatas, jamón glaseado con boniato...
Se me está haciendo la boca agua.
—¡Y para los desayunos, he comprado de todo! Tienes donuts, de los de Dunkin Donuts, ¿eh?, cookies, bagels...
Si mi madre la estuviese escuchando me agarraba de una oreja y me llevaba de vuelta a casa a rastras.
—Al final tendré que ir de tiendas —le digo divertida—. ¡Con tanta comida la ropa no me va a caber!
—No te preocupes. Piot es muy deportista y sale los fines de semana a correr, a ir en bici... puedes acompañarle y compensar las calorías. Eso es justo lo que hago yo —afirma convencida.
La miro y tengo que ahogar una risita porque es evidente que no lo hace. Mejor dicho, que no lo ha hecho en su vida.
—Bueno, no sabes lo que me alegré de recibir la llamada de tu madre. Quiero que me pongas al día de todo. Ya verás que, dentro de poco, te habrás habituado a la vida americana y, en cuánto empieces a trabajar, conocerás a un montón de gente. Pero lo primero es lo primero, cuéntame cómo están tus padres. ¿Tu madre sigue tan delgaducha como siempre?
Ay, si la estuviera escuchando, la que le iba a caer. Suspiro, porque voy a echarla de menos, pero ¡y la de donuts que me voy a comer sin remordimientos! Sonrío sin poder evitarlo. Un poco más alegre, me acomodo en el asiento y me dispongo a narrarle a Neri mis últimas aventuras —y desventuras— en España.
Lo cierto es que, al cabo de una semana, me siento realmente emocionada de estar aquí. Tengo tanto que ver y hacer que me olvido por completo de Santana, de Artie y de mi despido del aeropuerto.
Los primeros días los dedico a hacer un poco de turismo y a conocer la ciudad. Camino siguiendo la senda histórica del Freedom Trail y me imagino la vida de los primeros colonos; paseo por el verde parque del Boston Common; recorro las estilosas tiendas de la calle Newbury; me siento a leer en las elegantes salas de la biblioteca frente a la plaza Copley, subo las cuestas de Beacon Hill y me maravillo con las antiguas farolas de gas que aún iluminan sus calles, disfruto en Quincy Market, un mercado lleno de artistas callejeros, puestos de comida y modernas tiendas; y cruzo el río Charles para visitar la Universidad de Harvard en la vecina Cambridge y sentirme una estudiante más.
Cámara en mano, cual turista japonesa, inmortalizo todos esos lugares y, por primera vez en muchos meses, me siento bien. La vida con Neri es muy agradable. Su casa es igual a las que se suelen ver en series y películas. Es la típica casa de madera en medio de una urbanización donde los jardines no tienen verjas y las ardillas campan a sus anchas. Tengo un dormitorio y un baño para mí sola, así que no puedo pedir más. Por las mañanas desayuno con ella antes de que se ponga a trabajar —aunque no se va muy lejos porque tiene el despacho en el sótano— y a Piot no suelo verlo hasta la hora
de la cena porque se marcha muy temprano al hospital.
Hoy no es mi primer día de trabajo, pero estoy un poco nerviosa porque he quedado con la encargada de la tienda para conocerla y que me explique un poco las cosas. No tengo problemas con el idioma, pero sí tengo miedo de no arreglármelas con la caja registradora o de no encontrar lo que me pidan los clientes. Bueno, supongo que es normal cuando se tiene un nuevo trabajo.
En la librería llevan uniforme, así que no tendré que preocuparme de qué ropa ponerme. Igual que en el aeropuerto, me encanta levantarme y no tener que pensar en el modelito. Como hoy no he tenido esa suerte, he utilizado uno de los conjuntos que me preparó Tina. Llevo pantalones pitillo blancos, bailarinas en tono coral, una blusa blanca con gruesos botones dorados y una fina rebeca en un tono coral algo más claro. Arreglada pero informal.
Estoy sentada en la mesa con Neri pero estoy más centrada en mis pensamientos que en la comida. Intento dar un bocado a las cookies de chocolate, pero no me entra nada. Doy un sorbo al café y decido que es mejor dejarlo, no sea que de camino, en medio del autobús, me dé por tirarlo todo...
—¿No piensas desayunar? —me pregunta Neri en plan madre.
—Estoy un poco nerviosa, no me apetece. —Ya sé que el desayuno es la comida más importante del día y bla, bla, bla, pero tengo el estómago cerrado. Y no es que yo no tenga reservas en mis carnes...
Neri se levanta, se dirige a la cocina y vuelve al instante con un paquetito.
—Es un bagel con queso de untar y salmón para que, cuando estés más tranquila, almuerces. Y acuérdate, hoy comemos juntas, no te vayas a quedar de compras por el centro y te olvides de mí, ¿eh?
Sonrío.
—Gracias, no me olvidaré. —Neri me trata como si fuera su hija y se agradece. Me pongo en pie—. Bueno, será mejor que me vaya. No vaya a ser que llegue tarde...
—Suerte —me dice—, aunque sé que no la necesitas.
«Eso espero», pienso mientras cruzo la puerta y salgo al jardín. La tienda de Barnes & Noble se encuentra dentro del centro comercial del Edificio Prudential, el segundo rascacielos más alto de la ciudad. Está en plena zona comercial, en la calle Boylston, y frente a la Apple Store. Por suerte para mí, hay varias paradas de metro cercanas y que me vienen bien con lo que, con un simple viaje en autobús y un transbordo en metro, podré venir a trabajar sin problemas y sin necesidad de agenciarme un coche. La verdad, no creo que sea fácil aparcar en Boston y tampoco creo que me resultara sencillo conducir un coche automático en una ciudad que no conozco así que prefiero utilizar el transporte público. ¡Pero cómo echo de menos conducir mi Fiat 500!
He quedado con la encargada de la tienda a las diez y media. Como he llegado temprano y veo que aún tengo media hora aprovecho para comerme el bagel y relajarme dando una vuelta por las tiendas mientras anoto mentalmente todas las que me gustan para visitarlas con tranquilidad en los próximos días, aunque por desgracia, una de mis tiendas favoritas, Abercrombie, queda un poco lejos del trabajo, en la otra punta de la ciudad, en Quincy Market.
Aun así, recorro tiendas como la estilosa Vineyard Vines, la encantadora Yankee Candle y Sephora, esta última no puede faltar nunca en una mañana de compras. Hay un montón de locales y restaurantes y eso que aún no he cruzado al Copley Center, que está unido a este, y tiene una amplia selección de tiendas de ropa. Me froto las manos pensando en las compras que podré hacer.
Cuando faltan cinco minutos decido dirigirme ya a la librería, no sea que al final, de tanto hacer tiempo, me retrase. Empiezo a andar por un pasillo y voy siguiendo el plano del centro comercial para llegar, pero, sin darme cuenta, me pierdo y aparezco en el Centro de Convenciones Hynes que se encuentra en el mismo edificio. ¡Mierda!
¿Será posible que después de haber llegado temprano acabe llegando tarde por haber querido cotillear las tiendas? Joder, joder, joder... Camino por los pasillos, buscando la tienda, pero es en vano, no la encuentro. Y encima estoy sudando como un pollo. Vamos, que voy a llegar hecha un cuadro. Vuelvo a mirar el plano y, desesperada, decido volver por donde he venido y preguntar en Información. Echo a correr y voy esquivando a la gente mientras farfullo apresuradas disculpas por los posibles codazos o empujones. Levanto la vista y, a lo lejos, veo el mostrador de Atención al Cliente. Mantengo la vista fija en él y sigo corriendo todo lo rápido que puedo porque, como soy bastante sedentaria, no estoy acostumbrada a darme este tipo de carreras. Creo que me va a entrar flato. A pesar del cansancio, avanzo a toda velocidad por el pasillo central cuando de repente algo se interpone en mi camino.
Lo siguiente que sé es que estoy en el suelo.
Me he dado un buen trompazo y me duele la cabeza. ¡Ay! Me incorporo como puedo y me froto la cabeza dolorida. Me va a salir un buen chichón. Entonces me giro y la veo. Abro los ojos como platos:
Santana. Ha sido ella quien se ha interpuesto en mi camino. Sentada en el suelo, la miro boquiabierta. Después de nuestro último encuentro ya había asumido que no volvería a verla. Está arrodillada recogiendo un montón de papeles que, al parecer, han salido despedidos de su carpeta en el momento del choque. Se gira hacia mí enfadada y empieza a gritar. Hay que ver el mal genio que se gasta.
—¿Es que nadie te ha enseñado a no correr por los pasillos? —vocifera de malos modos.
Yo, impasible, la observo a la espera de que se dé cuenta de quién soy. Tengo curiosidad por ver su reacción, aún más teniendo en cuenta lo que pasó en el aeropuerto. La verdad es que yo no sé qué pensar de ella.
—¡Mira lo que has...! —no puede ni terminar la frase cuando se percata de que soy yo—. ¡Britt! Yo, lo siento mucho... No pretendía...
Me mira sin saber que hacer, apurada. Se incorpora y se acerca hasta mí, que sigo inmóvil, sentada en el suelo. Me tiende la mano para levantarme.
—Gracias, pero puedo solita —respondo bruscamente mientras me pongo en pie.
—Lo siento, no he debido ponerme así —se disculpa—, pero es que es peligroso ir corriendo a lo loco. Podrías haberte hecho daño, ¿sabes?
—Tu preocupación me conmueve —digo irónica—, pero creo que estabas más preocupada por tus papeles del trabajo que por mí. Hasta que no te has dado cuenta de quién era yo has sido una completa maleducada.
Me mira sin saber qué decir. Incapaz de responder.
—Exactamente igual que el día en el que nos conocimos—continúo desafiante.
Abre la boca para contestar, pero de ella no sale ni una sola palabra.
—Tranquila, no hace falta que digas nada.
Ya lo estoy diciendo yo todo.
Me mira apenada, pero a mí no me da ninguna lástima. En cierto modo, estoy aquí por su culpa. Sí, es verdad que en el avión me pareció una tipa encantadora, pero está claro que no fue más que un espejismo. Es una impresentable. No merece que pierda ni un minuto más con ella. Al decir esto, recuerdo por qué iba corriendo. Llego tarde.
—¡Mierda!
—¿Puedo ayudarte en algo? —pregunta.
—No lo creo —murmuro. ¿Acaso le importa?—. Me he perdido en este maldito centro comercial y se me ha hecho tarde. Por eso iba corriendo.
—Anda, dime adónde ibas, a lo mejor puedo ayudarte. ¿No buscarías esa librería en la que ibas a trabajar? ¿Hoy es tu primer día?
Está intentando ser amable con todas sus fuerzas, pero no cuela.
—Demasiadas preguntas que no te incumben, pero casi aciertas. Sí, busco la librería y no, no es mi primer día, pero he quedado con la encargada para conocerla y voy con retraso—respondo enfurruñada.
—Por una vez creo que puedo ayudarte, déjame que te acompañe, está aquí al lado, he pasado por delante hace un momento —dice solícita.
Suspiro. No me queda otra si quiero llegar a una hora medianamente decente.
—¡Pues venga, que no tengo todo el día!
Echamos a andar y tres minutos después estoy en la puerta.
—Gracias —le digo secamente mientras me dispongo a entrar en la tienda—, ya nos veremos. O no.
—Espera —dice mientras me coge del brazo—, siento mucho haberte gritado, no era mi intención...
—No te preocupes, que ya estoy acostumbrada a tus malos modos. Y ahora, será mejor que me sueltes, no quiero retrasarme más.
Dicho esto, sacudo bruscamente el brazo para soltarme y, sin volverme, cruzo la puerta.
Una vez dentro, me giro discretamente para mirarla, pero Santana ya no está. Vale, es verdad que soy yo la que la ha embestido y la ha tirado al suelo, pero es que parece el doctor Jekyll y Mr. Hyde. O es una grosera de cuidado o la tipa más encantadora del mundo. Menuda genia. Tiene un pronto muy malo y da la sensación de que solamente le preocupa el trabajo.
Unos golpecitos en el hombro y un marcado acento italiano interrumpen mis pensamientos.
—¿Puedo ayudarla en algo?
Se trata de uno de los empleados de la tienda. Es alto y delgado, bastante moreno de piel y cabello, y tiene una sonrisa Profident. Unas gafas de pasta enmarcan unos bonitos ojos negros. Parece un tipo simpático.
—Pues sí —digo tímidamente—. La semana que viene empiezo a trabajar aquí y había quedado con la encargada, pero creo que he llegado un poco tarde —añado mirando el reloj que ya marca las once menos diez.
Me sonríe.
—Ragazza, eres afortunada —dice alegremente—. Nuestra querida encargada, la señora Rivers, odia a los tardones, entre los que me incluyo, pero parece que hoy la suerte está de tu lado.
—¿Y eso por qué?
—Esta mañana ha telefoneado. No se encontraba bien y se ha quedado en casa. Me ha encomendado a mí la ardua tarea de atender a la novata —añade riendo—. Me llamo Kurt, encantado.
Le tiendo la mano.
—Britt, lo mismo digo.
—Bueno, bueno, pues lo primero será dar la vuelta de reconocimiento para que conozcas la librería. Mis géneros favoritos son los de ciencia ficción y literatura fantástica. Las biografías también me van y la romántica también. ¡Ah, y la erótica! ¿Cuáles son los tuyos? —pregunta curioso mientras avanzamos por las distintas secciones.
—Ummm, déjame pensar. La novela romántica también, la histórica, de aventuras, me encanta la literatura infantil y juvenil, y, al igual que a ti, el género fantástico.
—¿Y no te gustan?
—No me gusta la novela negra y los libros que escriben los personajes de la tele, los famosillos, para que me entiendas.
—Intuyo que vamos a llevarnos muy bien —sentencia.
Al cabo de dos horas hemos recorrido la librería palmo a palmo, hemos charlado de todo tipo de libros y he conocido al resto de compañeros que, aunque mucho menos entusiastas de la literatura que nosotros, son muy agradables. Sentados sobre unas pequeñas sillas de madera en medio de la zona infantil y con una humeante taza de café del Starbucks en la mano, Kurt y yo continuamos la conversación. Sé que nos vamos a llevar bien. De repente veo el reloj y me doy cuenta de lo tarde que es, tengo que volver a casa, le he prometido a Neri que comería con ella y ya es la una.
—Kurt, tengo que irme ya, he quedado para comer y...
—Y se te hace tarde, otra vez, pareces el conejo blanco. —Se ríe de su propio chiste—. Vete ya y coge fuerzas el fin de semana, el lunes te enseñaré a hacer pedidos, a cobrar en la caja, a hacer el inventario... Y recuerda: ¡sé puntual!
Mi nueva vida bostoniana
Neri y Piot son una pareja encantadora y, a pesar de que son polos opuestos, se compenetran a la perfección. Él es un hombre tranquilo y callado mientras que ella es todo lo contrario, nerviosa y muy habladora. Desde el momento en el que me recoge en el aeropuerto sufro un interrogatorio por su parte en el que me pregunta por todo y por todos. Me cuesta un poco mantener la conversación, aún me siento un poco aturdida por el jet lag y las palabras de Santana, pero me las arreglo para responder con naturalidad fingida a todas las preguntas que me hace y hasta para parecer ilusionada.
—Vaya, pues si que has traído equipaje, hija —comenta Neri—, ni que en Estados Unidos no tuviésemos tiendas.
No le explico que me entró un ataque de compras compulsivas poco antes de organizar mi partida.
—Bueno, y cuéntame. ¿Qué tal ha ido el viaje? ¿Has podido dormir? Pareces cansada.
¡Toma, cómo para no estarlo! Me han subido a primera, se me ha sentado una chica buena al lado, resulta que era la misma a la que facturé en overbooking, me he hecho la olvidadiza y me he puesto a charlar con ella y, para colmo, resulta que ella sabía desde el principio quién era yo. Aún no lo he asimilado.
—He dormido un rato —respondo—, pero el cambio horario y tantas horas sentadas siempre te dejan reventada.
—Tranquila, ahora cuando llegue Piot a casa cenaremos y luego puedes irte a dormir, pero no demasiado pronto o no te acostumbrarás al nuevo horario.
Asiento con la cabeza. No paro de revivir mentalmente todo lo que ha pasado. Sabía desde el principio quién era yo. Y no ha dicho nada. Yo tampoco lo he dicho pero... al fin y al cabo, la impresentable fue ella.
Intento borrar de mi cabeza la imagen de Santana dándome un beso en la mejilla y me centro en la conversación.
—¿Qué cenaremos? —pregunto, tratando de parecer alegre.
—Ah, te va a encantar. —Neri pone cara pícara—. En realidad estoy a dieta pero, estos primeros días, me he propuesto que degustes la gastronomía estadounidense y de la costa Este. Tengo los menús de las cenas preparados para toda la semana: costillas con puré de patatas, jamón glaseado con boniato...
Se me está haciendo la boca agua.
—¡Y para los desayunos, he comprado de todo! Tienes donuts, de los de Dunkin Donuts, ¿eh?, cookies, bagels...
Si mi madre la estuviese escuchando me agarraba de una oreja y me llevaba de vuelta a casa a rastras.
—Al final tendré que ir de tiendas —le digo divertida—. ¡Con tanta comida la ropa no me va a caber!
—No te preocupes. Piot es muy deportista y sale los fines de semana a correr, a ir en bici... puedes acompañarle y compensar las calorías. Eso es justo lo que hago yo —afirma convencida.
La miro y tengo que ahogar una risita porque es evidente que no lo hace. Mejor dicho, que no lo ha hecho en su vida.
—Bueno, no sabes lo que me alegré de recibir la llamada de tu madre. Quiero que me pongas al día de todo. Ya verás que, dentro de poco, te habrás habituado a la vida americana y, en cuánto empieces a trabajar, conocerás a un montón de gente. Pero lo primero es lo primero, cuéntame cómo están tus padres. ¿Tu madre sigue tan delgaducha como siempre?
Ay, si la estuviera escuchando, la que le iba a caer. Suspiro, porque voy a echarla de menos, pero ¡y la de donuts que me voy a comer sin remordimientos! Sonrío sin poder evitarlo. Un poco más alegre, me acomodo en el asiento y me dispongo a narrarle a Neri mis últimas aventuras —y desventuras— en España.
Lo cierto es que, al cabo de una semana, me siento realmente emocionada de estar aquí. Tengo tanto que ver y hacer que me olvido por completo de Santana, de Artie y de mi despido del aeropuerto.
Los primeros días los dedico a hacer un poco de turismo y a conocer la ciudad. Camino siguiendo la senda histórica del Freedom Trail y me imagino la vida de los primeros colonos; paseo por el verde parque del Boston Common; recorro las estilosas tiendas de la calle Newbury; me siento a leer en las elegantes salas de la biblioteca frente a la plaza Copley, subo las cuestas de Beacon Hill y me maravillo con las antiguas farolas de gas que aún iluminan sus calles, disfruto en Quincy Market, un mercado lleno de artistas callejeros, puestos de comida y modernas tiendas; y cruzo el río Charles para visitar la Universidad de Harvard en la vecina Cambridge y sentirme una estudiante más.
Cámara en mano, cual turista japonesa, inmortalizo todos esos lugares y, por primera vez en muchos meses, me siento bien. La vida con Neri es muy agradable. Su casa es igual a las que se suelen ver en series y películas. Es la típica casa de madera en medio de una urbanización donde los jardines no tienen verjas y las ardillas campan a sus anchas. Tengo un dormitorio y un baño para mí sola, así que no puedo pedir más. Por las mañanas desayuno con ella antes de que se ponga a trabajar —aunque no se va muy lejos porque tiene el despacho en el sótano— y a Piot no suelo verlo hasta la hora
de la cena porque se marcha muy temprano al hospital.
Hoy no es mi primer día de trabajo, pero estoy un poco nerviosa porque he quedado con la encargada de la tienda para conocerla y que me explique un poco las cosas. No tengo problemas con el idioma, pero sí tengo miedo de no arreglármelas con la caja registradora o de no encontrar lo que me pidan los clientes. Bueno, supongo que es normal cuando se tiene un nuevo trabajo.
En la librería llevan uniforme, así que no tendré que preocuparme de qué ropa ponerme. Igual que en el aeropuerto, me encanta levantarme y no tener que pensar en el modelito. Como hoy no he tenido esa suerte, he utilizado uno de los conjuntos que me preparó Tina. Llevo pantalones pitillo blancos, bailarinas en tono coral, una blusa blanca con gruesos botones dorados y una fina rebeca en un tono coral algo más claro. Arreglada pero informal.
Estoy sentada en la mesa con Neri pero estoy más centrada en mis pensamientos que en la comida. Intento dar un bocado a las cookies de chocolate, pero no me entra nada. Doy un sorbo al café y decido que es mejor dejarlo, no sea que de camino, en medio del autobús, me dé por tirarlo todo...
—¿No piensas desayunar? —me pregunta Neri en plan madre.
—Estoy un poco nerviosa, no me apetece. —Ya sé que el desayuno es la comida más importante del día y bla, bla, bla, pero tengo el estómago cerrado. Y no es que yo no tenga reservas en mis carnes...
Neri se levanta, se dirige a la cocina y vuelve al instante con un paquetito.
—Es un bagel con queso de untar y salmón para que, cuando estés más tranquila, almuerces. Y acuérdate, hoy comemos juntas, no te vayas a quedar de compras por el centro y te olvides de mí, ¿eh?
Sonrío.
—Gracias, no me olvidaré. —Neri me trata como si fuera su hija y se agradece. Me pongo en pie—. Bueno, será mejor que me vaya. No vaya a ser que llegue tarde...
—Suerte —me dice—, aunque sé que no la necesitas.
«Eso espero», pienso mientras cruzo la puerta y salgo al jardín. La tienda de Barnes & Noble se encuentra dentro del centro comercial del Edificio Prudential, el segundo rascacielos más alto de la ciudad. Está en plena zona comercial, en la calle Boylston, y frente a la Apple Store. Por suerte para mí, hay varias paradas de metro cercanas y que me vienen bien con lo que, con un simple viaje en autobús y un transbordo en metro, podré venir a trabajar sin problemas y sin necesidad de agenciarme un coche. La verdad, no creo que sea fácil aparcar en Boston y tampoco creo que me resultara sencillo conducir un coche automático en una ciudad que no conozco así que prefiero utilizar el transporte público. ¡Pero cómo echo de menos conducir mi Fiat 500!
He quedado con la encargada de la tienda a las diez y media. Como he llegado temprano y veo que aún tengo media hora aprovecho para comerme el bagel y relajarme dando una vuelta por las tiendas mientras anoto mentalmente todas las que me gustan para visitarlas con tranquilidad en los próximos días, aunque por desgracia, una de mis tiendas favoritas, Abercrombie, queda un poco lejos del trabajo, en la otra punta de la ciudad, en Quincy Market.
Aun así, recorro tiendas como la estilosa Vineyard Vines, la encantadora Yankee Candle y Sephora, esta última no puede faltar nunca en una mañana de compras. Hay un montón de locales y restaurantes y eso que aún no he cruzado al Copley Center, que está unido a este, y tiene una amplia selección de tiendas de ropa. Me froto las manos pensando en las compras que podré hacer.
Cuando faltan cinco minutos decido dirigirme ya a la librería, no sea que al final, de tanto hacer tiempo, me retrase. Empiezo a andar por un pasillo y voy siguiendo el plano del centro comercial para llegar, pero, sin darme cuenta, me pierdo y aparezco en el Centro de Convenciones Hynes que se encuentra en el mismo edificio. ¡Mierda!
¿Será posible que después de haber llegado temprano acabe llegando tarde por haber querido cotillear las tiendas? Joder, joder, joder... Camino por los pasillos, buscando la tienda, pero es en vano, no la encuentro. Y encima estoy sudando como un pollo. Vamos, que voy a llegar hecha un cuadro. Vuelvo a mirar el plano y, desesperada, decido volver por donde he venido y preguntar en Información. Echo a correr y voy esquivando a la gente mientras farfullo apresuradas disculpas por los posibles codazos o empujones. Levanto la vista y, a lo lejos, veo el mostrador de Atención al Cliente. Mantengo la vista fija en él y sigo corriendo todo lo rápido que puedo porque, como soy bastante sedentaria, no estoy acostumbrada a darme este tipo de carreras. Creo que me va a entrar flato. A pesar del cansancio, avanzo a toda velocidad por el pasillo central cuando de repente algo se interpone en mi camino.
Lo siguiente que sé es que estoy en el suelo.
Me he dado un buen trompazo y me duele la cabeza. ¡Ay! Me incorporo como puedo y me froto la cabeza dolorida. Me va a salir un buen chichón. Entonces me giro y la veo. Abro los ojos como platos:
Santana. Ha sido ella quien se ha interpuesto en mi camino. Sentada en el suelo, la miro boquiabierta. Después de nuestro último encuentro ya había asumido que no volvería a verla. Está arrodillada recogiendo un montón de papeles que, al parecer, han salido despedidos de su carpeta en el momento del choque. Se gira hacia mí enfadada y empieza a gritar. Hay que ver el mal genio que se gasta.
—¿Es que nadie te ha enseñado a no correr por los pasillos? —vocifera de malos modos.
Yo, impasible, la observo a la espera de que se dé cuenta de quién soy. Tengo curiosidad por ver su reacción, aún más teniendo en cuenta lo que pasó en el aeropuerto. La verdad es que yo no sé qué pensar de ella.
—¡Mira lo que has...! —no puede ni terminar la frase cuando se percata de que soy yo—. ¡Britt! Yo, lo siento mucho... No pretendía...
Me mira sin saber que hacer, apurada. Se incorpora y se acerca hasta mí, que sigo inmóvil, sentada en el suelo. Me tiende la mano para levantarme.
—Gracias, pero puedo solita —respondo bruscamente mientras me pongo en pie.
—Lo siento, no he debido ponerme así —se disculpa—, pero es que es peligroso ir corriendo a lo loco. Podrías haberte hecho daño, ¿sabes?
—Tu preocupación me conmueve —digo irónica—, pero creo que estabas más preocupada por tus papeles del trabajo que por mí. Hasta que no te has dado cuenta de quién era yo has sido una completa maleducada.
Me mira sin saber qué decir. Incapaz de responder.
—Exactamente igual que el día en el que nos conocimos—continúo desafiante.
Abre la boca para contestar, pero de ella no sale ni una sola palabra.
—Tranquila, no hace falta que digas nada.
Ya lo estoy diciendo yo todo.
Me mira apenada, pero a mí no me da ninguna lástima. En cierto modo, estoy aquí por su culpa. Sí, es verdad que en el avión me pareció una tipa encantadora, pero está claro que no fue más que un espejismo. Es una impresentable. No merece que pierda ni un minuto más con ella. Al decir esto, recuerdo por qué iba corriendo. Llego tarde.
—¡Mierda!
—¿Puedo ayudarte en algo? —pregunta.
—No lo creo —murmuro. ¿Acaso le importa?—. Me he perdido en este maldito centro comercial y se me ha hecho tarde. Por eso iba corriendo.
—Anda, dime adónde ibas, a lo mejor puedo ayudarte. ¿No buscarías esa librería en la que ibas a trabajar? ¿Hoy es tu primer día?
Está intentando ser amable con todas sus fuerzas, pero no cuela.
—Demasiadas preguntas que no te incumben, pero casi aciertas. Sí, busco la librería y no, no es mi primer día, pero he quedado con la encargada para conocerla y voy con retraso—respondo enfurruñada.
—Por una vez creo que puedo ayudarte, déjame que te acompañe, está aquí al lado, he pasado por delante hace un momento —dice solícita.
Suspiro. No me queda otra si quiero llegar a una hora medianamente decente.
—¡Pues venga, que no tengo todo el día!
Echamos a andar y tres minutos después estoy en la puerta.
—Gracias —le digo secamente mientras me dispongo a entrar en la tienda—, ya nos veremos. O no.
—Espera —dice mientras me coge del brazo—, siento mucho haberte gritado, no era mi intención...
—No te preocupes, que ya estoy acostumbrada a tus malos modos. Y ahora, será mejor que me sueltes, no quiero retrasarme más.
Dicho esto, sacudo bruscamente el brazo para soltarme y, sin volverme, cruzo la puerta.
Una vez dentro, me giro discretamente para mirarla, pero Santana ya no está. Vale, es verdad que soy yo la que la ha embestido y la ha tirado al suelo, pero es que parece el doctor Jekyll y Mr. Hyde. O es una grosera de cuidado o la tipa más encantadora del mundo. Menuda genia. Tiene un pronto muy malo y da la sensación de que solamente le preocupa el trabajo.
Unos golpecitos en el hombro y un marcado acento italiano interrumpen mis pensamientos.
—¿Puedo ayudarla en algo?
Se trata de uno de los empleados de la tienda. Es alto y delgado, bastante moreno de piel y cabello, y tiene una sonrisa Profident. Unas gafas de pasta enmarcan unos bonitos ojos negros. Parece un tipo simpático.
—Pues sí —digo tímidamente—. La semana que viene empiezo a trabajar aquí y había quedado con la encargada, pero creo que he llegado un poco tarde —añado mirando el reloj que ya marca las once menos diez.
Me sonríe.
—Ragazza, eres afortunada —dice alegremente—. Nuestra querida encargada, la señora Rivers, odia a los tardones, entre los que me incluyo, pero parece que hoy la suerte está de tu lado.
—¿Y eso por qué?
—Esta mañana ha telefoneado. No se encontraba bien y se ha quedado en casa. Me ha encomendado a mí la ardua tarea de atender a la novata —añade riendo—. Me llamo Kurt, encantado.
Le tiendo la mano.
—Britt, lo mismo digo.
—Bueno, bueno, pues lo primero será dar la vuelta de reconocimiento para que conozcas la librería. Mis géneros favoritos son los de ciencia ficción y literatura fantástica. Las biografías también me van y la romántica también. ¡Ah, y la erótica! ¿Cuáles son los tuyos? —pregunta curioso mientras avanzamos por las distintas secciones.
—Ummm, déjame pensar. La novela romántica también, la histórica, de aventuras, me encanta la literatura infantil y juvenil, y, al igual que a ti, el género fantástico.
—¿Y no te gustan?
—No me gusta la novela negra y los libros que escriben los personajes de la tele, los famosillos, para que me entiendas.
—Intuyo que vamos a llevarnos muy bien —sentencia.
Al cabo de dos horas hemos recorrido la librería palmo a palmo, hemos charlado de todo tipo de libros y he conocido al resto de compañeros que, aunque mucho menos entusiastas de la literatura que nosotros, son muy agradables. Sentados sobre unas pequeñas sillas de madera en medio de la zona infantil y con una humeante taza de café del Starbucks en la mano, Kurt y yo continuamos la conversación. Sé que nos vamos a llevar bien. De repente veo el reloj y me doy cuenta de lo tarde que es, tengo que volver a casa, le he prometido a Neri que comería con ella y ya es la una.
—Kurt, tengo que irme ya, he quedado para comer y...
—Y se te hace tarde, otra vez, pareces el conejo blanco. —Se ríe de su propio chiste—. Vete ya y coge fuerzas el fin de semana, el lunes te enseñaré a hacer pedidos, a cobrar en la caja, a hacer el inventario... Y recuerda: ¡sé puntual!
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Capítulo 6
El doctor Jekyll y Mr. Hyde
Tengo una nueva rutina en la que me siento bien. Por las mañanas, desayuno con Neri hasta que ambas nos vamos a trabajar. Luego, cojo el autobús y el metro, y voy a la librería. A mediodía, Kurt y yo comemos juntos. Cuando termino de trabajar, vuelvo a casa para cenar con Neri y Piot. Así, día tras día. Y como los días pasan rápido, se convierten en semanas y, antes de darme cuenta, ya llevo un mes en Boston.
Kurt y yo tenemos muchas cosas en común: nos gusta leer, odiamos hacer deporte, nos encanta ir de tiendas y somos adictos a los realities de la MTV y a todo tipo de series de televisión: desde Anatomía de Grey o House a Mujeres Desesperadas, Gossip Girl o Juego de Tronos. En un abrir y cerrar de ojos nos volvemos inseparables y, de no ser porque es gay, estoy convencida de que
sería mi media naranja.
Kurt lleva casi dos años viviendo en Boston. Vino a la ciudad porque a Blaine, su pareja, le ofrecieron un trabajo como profesor de música en el Berklee College. Él dejó su trabajo en una escuela de Milán donde trabajaba como profesor de literatura para acompañarlo a Estados Unidos. Como tenía un buen nivel de inglés y estudios literarios enseguida encontró trabajo en Barnes & Noble. No es lo mismo trabajar como dependiente que como profesor, pero estaba contento. Contento y enamorado. Vivían juntos en un moderno apartamento en la zona del North End y todo marchaba bien. O eso
pensaba él. Hace cuatro meses le dejó por un violinista noruego.
—¡Si hasta me lo presentó en un concierto que organizaron! —me explica—. Era alto, rubio y de ojos azules. Reconozco que estaba realmente bueno. Un autentico bombón noruego... —Sonríe al pensar en él.
Me asombra que se lo tome con humor. Yo estaría hundida. En un país que no es el tuyo, sin conocer a nadie... ¿Pero acaso no estoy yo igual? Y, al fin y al cabo, tampoco lo llevo tan mal.
—¿Por qué no volviste a Italia?
—¿Cómo puedes hacerme esa pregunta? ¿Por qué estás tú aquí? Por lo mismo que yo —afirma rotundamente—. Si volviera a Milán no encontraría un trabajo decente y aquí ya tenía el permiso de trabajo.
Asiento con la cabeza.
—Además, la librería no está tan mal y la ciudad me gusta. Es cierto que ahora vivo solo en un apartamento del que casi no puedo pagar el alquiler, que mi familia y amigos no están aquí, pero no me quejo.
—Ya, yo tampoco —digo pensando que en Valencia posiblemente no hubiera encontrado trabajo ni en un Burger King.
—Quizá, cuando lleves ya un tiempo en la ciudad podrías mudarte a mi piso, venirte a vivir conmigo —dice como quien no quiere la cosa.
Lo miro, sorprendida y agradecida al mismo tiempo por la invitación. Me siento cómoda con Neri y Piot, pero el apartamento de Kurt está a tan solo unas paradas de metro de distancia del trabajo, está cerca de Quincy Market y del mar... Eso y que somos de la misma edad. Ya nos imagino por las noches: pidiendo comida para llevar, tratando de emular a los bailarines de America’s Best Dance Crew y viendo los últimos capítulos de nuestras series favoritas.
—¿Lo dices en serio?
—¡Toma, pues claro! —exclama—. Necesito una compañera de piso y tú eres casi mi alma gemela. Lo pasaríamos en grande.
Le miro alborozada.
—Además, no debería aprovecharme de la hospitalidad de Neri y Piot durante mucho más tiempo, han sido muy amables de acogerme en su casa, pero tengo que empezar a aprender a sacarme las castañas del fuego.
—Exacto, jovencita. Es hora de que abandones el nido.
Me río.
—Está bien, me mudaré a tu piso pero... —digo pensativa.
—¿Pero qué? ¿Qué no deje la tapa del váter levantada?
—No. Es algo más importante que eso.
—¿Es que hay algo peor para una tía que dejemos la tapa del váter levantada? —pregunta incrédulo.
—No, no creo que haya nada peor —afirmo—. Es solo que, si vamos a vivir juntos...
—¡Suéltalo ya!
—Pues que espero que seas de Blair y no de Serena... —respondo entre risas
—Cariño, si hay una auténtica reina del Upper East Side esa es Blair Waldorf. ¿Cómo has podido dudarlo siquiera? —dice escandalizado.
—¿Sabes que si no fueras gay podría enamorarme de ti?
Me mira y sacude la cabeza.
—Menos mal que lo soy. No sé si estaría a la altura de competir con ese piloto tan atractivo y del que tanto me has hablado. Aunque quizá sí podría superar a la tipa que te acompañó el primer día a la tienda... Por cierto, ¿quién era?
No puedo creerlo, apenas estuvo unos segundos conmigo en la entrada, ¿cómo pudo fijarse?
—Será mejor que vayas al Starbucks a por dos cafés. Esta historia es más larga que la del piloto.
Kurt echa a correr como si le fuera la vida en ello. No hay nada que le guste más que un buen cotilleo.
Al principio, Neri se lleva un buen disgusto cuando le digo que me mudo —por no hablar de mi madre, que está escandalizada de que me vaya a vivir con alguien a quien tan solo hace un mes que conozco—, pero tras invitar a comer a Kurt un domingo a casa tiene que admitir que voy a estar mejor con él y que es normal que quiera ser yo quien pague mi alojamiento y mis gastos. Eso sí, nos hace jurar que vendremos los domingos a comer con ellos.
Kurt, que es un glotón, lo hace satisfecho. Y a mí, no me queda más remedio que aceptarlo, se han portado muy bien conmigo y no puedo hacerles ese feo.
Como Neri da su consentimiento, a mi madre no le queda otra que aguantarse y, tras presentarle a mi nuevo compañero de piso en una conversación por el Skype nos da su bendición. Después de los cafés, recogemos mis cosas, Piot las carga en su coche y nos acerca al apartamento. Mi nueva habitación es algo más pequeña que la de casa de Neri y tengo que compartir el baño con Kurt, pero el salón es precioso. Tiene unos ventanales que dan al mar y una cocina americana totalmente nueva. Las paredes están
llenas de estanterías lacadas en blanco que rebosan libros, revistas y DVDs y frente al elegante chaise longue de color crudo hay una enorme televisión de plasma colgada en una pared de ladrillo.
Los días siguientes los pasamos redecorando mi habitación: la pintamos de blanco, compramos cortinas y un edredón nuevo en tonos azules, un par de cuadros, una alfombra y hasta un pequeño sillón de ratán que coloco junto a la ventana.
El cambio de casa me sienta estupendamente, Kurt es el hermano que nunca he tenido y, con él, los días dejan de ser rutinarios y aburridos: pasamos noches tranquilas en casa viendo la tele, salimos a correr juntos por las tardes —aunque con nuestra forma física podría decirse que, más bien, paseamos—, vamos de compras, visitamos museos y exposiciones... También comemos pasta en todos los restaurantes italianos de la ciudad y buscamos un restaurante español decente sin éxito, lo que me obliga a cocinar, si podemos llamarlo así, todos los platos de la gastronomía española que Kurt
quiere probar. Obviamente, decidimos que la tortilla de patatas es el único que soy capaz de preparar decentemente.
La tortilla supone la organización de una excursión hasta Newport con picnic incluido y conocer a los amigos de Kurt que, como no podía ser de otra forma, me resultan simpatiquíKurts. Paseamos por el puerto que albergó la America’s Cup y no puedo evitar sentir nostalgia de mi tierra, curioseamos sus pintorescas tiendas y recorremos las majestuosas mansiones que nos hacen sentirnos como aquellos protagonistas de The OC.
Poco a poco, siento que el cambio de aires me está beneficiando. Me siento bien porque, aunque dedico muchas horas al trabajo, también hago otras cosas. Siento que he despertado de un largo sueño, que he salido del letargo en el que estaba sumida y que empiezo a disfrutar de la vida. Hablo con mis padres con frecuencia y, exceptuando las broncas de mi madre que prácticamente exige saber cuantos kilómetros he corrido y cuantas calorías he ingerido cada semana, están contentos porque ven que yo lo estoy. Lo de Tina, es otra historia.
Me resulta muy difícil hablar con ella por el Skype porque entre sus turnos en el aeropuerto y la diferencia horaria es casi imposible coincidir. Echo de menos nuestras conversaciones, así que le envío largos e-mails contándole, con todo tipo de detalles, mi nueva vida, pero solamente recibo de ella breves respuestas en las que me dice lo mucho que se alegra por mí. Me siento culpable. Ella siempre me ha apoyado y ahora que me necesita yo no estoy ahí. No puedo dejar de pensar que Mike tiene mucho que ver en su estado de ánimo a pesar de que diga lo contrario. Me apuesto lo que quieras a que la dichosa exposición de Madrid es la culpable. Tomo nota de poner una fecha para hablar con ella y que me cuente qué le pasa.
Estamos ya en octubre y Halloween se acerca. La señora Rivers decide que Kurt y yo somos los más creativos, así que nos encarga la tarea de decorar la tienda y de cambiar un poco los escaparates y poner libros acordes a la festividad. Tras sacar del almacén una barbaridad de cajas, inundamos la tienda de telarañas, calabazas sonrientes, brujas y murciélagos que cuelgan del techo, y todo tipo de muñecos horripilantes. Después, nos disponemos a preparar el escaparate con las mejores historias de terror de todos los tiempos. Los dos nos sentamos en el suelo, con un montón de libros alrededor tratando de decidir cuales seleccionar.
—Bueno... —digo pensativa—, no soy ninguna experta en este género, pero creo que no deberían de faltar los clásicos. Ya sabes, Edgar Allan Poe o Bram Stocker, por ejemplo.
—Cierto, los clásicos nunca fallan. No te dejes a Mary Shelley y a Robert Louis Stevenson...
—El doctor Jekyll y Mr. Hyde, ¿eh? ¿Es una indirecta? —Lo primero que me viene a la mente al pensar en ese título es Santana.
—Eres tú la que ha sugerido los clásicos y no yo, cariño —responde Kurt—. Si te lo tomas como una indirecta es porque esa chica, por desagradable que sea, te interesa...
Lo miro incrédula. ¿Interesarme? Puede que por un breve lapso de tiempo llegara a engañarme con su falsa amabilidad, pero ya la he calado y no me interesa lo más mínimo. Además, desde el día del encontronazo no he vuelto a saber nada de ella.
—Céntrate en lo que estamos haciendo, ¿quieres? —respondo desviando la conversación—. Tampoco puede faltar algo de Stephen King.
Kurt asiente.
—¿Y qué me dices de Crepúsculo? —Apila las cuatro novelas de la saga y las coloca en un lugar preferente del escaparate—. No son vampiros ni hombres lobo al uso, pero encantan a las adolescentes —se justifica.
—Solo a las adolescentes...
—Bueno, a mí también me gustan un poquito —replica— pero solamente desde que vi a Jacob en la gran pantalla.
De repente se gira hacia mí con una mirada inquisidora.
—Espero que seas de Jacob y no de Edward.
—¿Por quién me tomas? ¿Crees que puedo preferir al pálido y lánguido Edward antes que al musculado y viril Jacob?
Suspira aliviado.
—Menos mal. Pero es que en cuestión de hombres no me parece que vayas muy bien encaminada. —Levanto la cabeza sorprendida por esa afirmación—. No me mires así, sé perfectamente lo que digo. He visto las fotos de tu amado piloto. Ese que no te ha escrito ni un e-mail desde que llegaste.
Lamentablemente eso es cierto
—. Y vi con mis propios ojos a la doctora Jekyll, dice refiriéndose a Santana. Por cierto... —De repente se calla, dudando si hablar o no.
—¿Qué? —pregunto exasperada por el rumbo que está tomando la conversación.
—Nada, es solo que... hace un par de días pasó por aquí.
—¿Quién?
—¿Quién va a ser? La doctora Jekyll. O quizá era Mr. Hyde. Eso no lo tengo claro. Pero fue muy agradable.
Vaya, qué sorpresa.
—Y preguntó por ti.
Retiro lo dicho. Esto sí es una sorpresa.
—¿Por mí?
—Ajá.
—¿Podrías dejar de ser tan misterioso? —lo increpo—. ¿Y se puede saber por qué no habías mencionado esto antes?
—Pues, porque pensé que no te interesaba —dice con aires de suficiencia—, pero después de escucharte nombrarla ya no estoy tan segura.
¿Cuántas veces tendré que repetírselo?
—No me interesa.
Me mira y pone los ojos en blanco.
—Claro, lo que tú digas.
No soporto cuando se pone en ese plan. ¿Qué sabrá ella?
—¿En algún momento piensas contarme lo que te dijo?
—Vale, vale. En realidad, la cosa no es para tanto.
—Kurt...
—Fue en tu día libre. La vi entrar por la puerta y me acerqué para atenderla... —Ya me imagino a Kurt abalanzándose sobre para ella sacarle información—. Se llevó una guía de Boston, de esas pequeñitas que llevan un plano. Y un par de libretas, poca cosa. Estuvimos charlando un poco.
Probablemente la frase adecuada sería: «Estuve interrogándola un poco».
—Me comentó que llevaba poco tiempo en la ciudad y que hasta ahora el trabajo no le había dejado mucho tiempo para hacer turismo. La mandé subirse a uno de los Ducks, ya sabes, esos vehículos que te dan una vuelta por la ciudad y se meten en el río...
No puedo evitar soltar una carcajada al imaginarme a Santana, con su impecable traje de negocios y su pelo estilizado, subida a uno de esos trastos rodeado de guiris obsesionados con fotografiarlo absolutamente todo, niños gritones que no le dejan estar a uno tranquilo y estrafalarios conductores que creen que son graciosos.
—¿Cómo se te ocurre sugerirle algo tan... tan de turista a una chica como ella?
—A mí me encantan los Ducks. Esos vehículos de la Segunda Guerra Mundial me parecen encantadores...
—Vale, la verdad es que son monos. Pero no creo que sean su estilo... ¿Qué más le dijiste?
—Bueno, le pregunté si ya conocía gente. Me dijo que, a excepción de sus nuevos compañeros de trabajo, todos casados y con hijos, no conocía nadie.
—¿Cómo que no conoce a nadie? ¿Y yo qué soy?
—Después de cómo la has tratado no creo que te considere una amiga precisamente... —replica Kurt.
—¿Amiga? Por supuesto que no soy su amiga —respondo irritada—, pero después de nuestros últimos encuentros, no creo que deba decir que no me conoce.
—¡Oh! No te preocupes por eso. Ya se lo dije yo.
—¿¿¿Qué???
—Tranquila, fui muy sutil.
Claro, como si esa fuera una de sus cualidades.
—Le insinué que me sonaba su cara, que si había venido antes a la tienda. Pareció un poco sorprendida, pero me dijo que sí, que hacía más o menos un mes que había pasado por aquí. Que había conocido en el vuelo hacia Boston —creo recordar que ya os conocíais de antes— a una chica que iba a trabajar aquí. Entonces me preguntó si yo te conocía.
—Solo falta que me digas que te dio recuerdos para mí...
—Creo que le hubiera gustado, pero no se atrevió.
Sí, eso sería.
—Por cierto, Britt...
—¿Qué, Kurt? ¿Hay algo más que no me hayas contado?
Este es capaz de haberle dicho cualquier cosa.
—Pues...
Me estoy asustando.
—La vi tan sola que me dio un poco de pena. Parecía triste.
—Al grano.
Ahora estoy empezando a cabrearme.
Kurt traga saliva y, finalmente, lo suelta.
—Le dije que ahora compartías piso conmigo y que estábamos pensando dar una fiesta de Halloween en casa, así que, la invité.
Cierro los ojos e intento mantenerme tranquila. ¿Cómo demonios se le ha ocurrido? No puedo creerlo. Lo que me faltaba.
El doctor Jekyll y Mr. Hyde
Tengo una nueva rutina en la que me siento bien. Por las mañanas, desayuno con Neri hasta que ambas nos vamos a trabajar. Luego, cojo el autobús y el metro, y voy a la librería. A mediodía, Kurt y yo comemos juntos. Cuando termino de trabajar, vuelvo a casa para cenar con Neri y Piot. Así, día tras día. Y como los días pasan rápido, se convierten en semanas y, antes de darme cuenta, ya llevo un mes en Boston.
Kurt y yo tenemos muchas cosas en común: nos gusta leer, odiamos hacer deporte, nos encanta ir de tiendas y somos adictos a los realities de la MTV y a todo tipo de series de televisión: desde Anatomía de Grey o House a Mujeres Desesperadas, Gossip Girl o Juego de Tronos. En un abrir y cerrar de ojos nos volvemos inseparables y, de no ser porque es gay, estoy convencida de que
sería mi media naranja.
Kurt lleva casi dos años viviendo en Boston. Vino a la ciudad porque a Blaine, su pareja, le ofrecieron un trabajo como profesor de música en el Berklee College. Él dejó su trabajo en una escuela de Milán donde trabajaba como profesor de literatura para acompañarlo a Estados Unidos. Como tenía un buen nivel de inglés y estudios literarios enseguida encontró trabajo en Barnes & Noble. No es lo mismo trabajar como dependiente que como profesor, pero estaba contento. Contento y enamorado. Vivían juntos en un moderno apartamento en la zona del North End y todo marchaba bien. O eso
pensaba él. Hace cuatro meses le dejó por un violinista noruego.
—¡Si hasta me lo presentó en un concierto que organizaron! —me explica—. Era alto, rubio y de ojos azules. Reconozco que estaba realmente bueno. Un autentico bombón noruego... —Sonríe al pensar en él.
Me asombra que se lo tome con humor. Yo estaría hundida. En un país que no es el tuyo, sin conocer a nadie... ¿Pero acaso no estoy yo igual? Y, al fin y al cabo, tampoco lo llevo tan mal.
—¿Por qué no volviste a Italia?
—¿Cómo puedes hacerme esa pregunta? ¿Por qué estás tú aquí? Por lo mismo que yo —afirma rotundamente—. Si volviera a Milán no encontraría un trabajo decente y aquí ya tenía el permiso de trabajo.
Asiento con la cabeza.
—Además, la librería no está tan mal y la ciudad me gusta. Es cierto que ahora vivo solo en un apartamento del que casi no puedo pagar el alquiler, que mi familia y amigos no están aquí, pero no me quejo.
—Ya, yo tampoco —digo pensando que en Valencia posiblemente no hubiera encontrado trabajo ni en un Burger King.
—Quizá, cuando lleves ya un tiempo en la ciudad podrías mudarte a mi piso, venirte a vivir conmigo —dice como quien no quiere la cosa.
Lo miro, sorprendida y agradecida al mismo tiempo por la invitación. Me siento cómoda con Neri y Piot, pero el apartamento de Kurt está a tan solo unas paradas de metro de distancia del trabajo, está cerca de Quincy Market y del mar... Eso y que somos de la misma edad. Ya nos imagino por las noches: pidiendo comida para llevar, tratando de emular a los bailarines de America’s Best Dance Crew y viendo los últimos capítulos de nuestras series favoritas.
—¿Lo dices en serio?
—¡Toma, pues claro! —exclama—. Necesito una compañera de piso y tú eres casi mi alma gemela. Lo pasaríamos en grande.
Le miro alborozada.
—Además, no debería aprovecharme de la hospitalidad de Neri y Piot durante mucho más tiempo, han sido muy amables de acogerme en su casa, pero tengo que empezar a aprender a sacarme las castañas del fuego.
—Exacto, jovencita. Es hora de que abandones el nido.
Me río.
—Está bien, me mudaré a tu piso pero... —digo pensativa.
—¿Pero qué? ¿Qué no deje la tapa del váter levantada?
—No. Es algo más importante que eso.
—¿Es que hay algo peor para una tía que dejemos la tapa del váter levantada? —pregunta incrédulo.
—No, no creo que haya nada peor —afirmo—. Es solo que, si vamos a vivir juntos...
—¡Suéltalo ya!
—Pues que espero que seas de Blair y no de Serena... —respondo entre risas
—Cariño, si hay una auténtica reina del Upper East Side esa es Blair Waldorf. ¿Cómo has podido dudarlo siquiera? —dice escandalizado.
—¿Sabes que si no fueras gay podría enamorarme de ti?
Me mira y sacude la cabeza.
—Menos mal que lo soy. No sé si estaría a la altura de competir con ese piloto tan atractivo y del que tanto me has hablado. Aunque quizá sí podría superar a la tipa que te acompañó el primer día a la tienda... Por cierto, ¿quién era?
No puedo creerlo, apenas estuvo unos segundos conmigo en la entrada, ¿cómo pudo fijarse?
—Será mejor que vayas al Starbucks a por dos cafés. Esta historia es más larga que la del piloto.
Kurt echa a correr como si le fuera la vida en ello. No hay nada que le guste más que un buen cotilleo.
Al principio, Neri se lleva un buen disgusto cuando le digo que me mudo —por no hablar de mi madre, que está escandalizada de que me vaya a vivir con alguien a quien tan solo hace un mes que conozco—, pero tras invitar a comer a Kurt un domingo a casa tiene que admitir que voy a estar mejor con él y que es normal que quiera ser yo quien pague mi alojamiento y mis gastos. Eso sí, nos hace jurar que vendremos los domingos a comer con ellos.
Kurt, que es un glotón, lo hace satisfecho. Y a mí, no me queda más remedio que aceptarlo, se han portado muy bien conmigo y no puedo hacerles ese feo.
Como Neri da su consentimiento, a mi madre no le queda otra que aguantarse y, tras presentarle a mi nuevo compañero de piso en una conversación por el Skype nos da su bendición. Después de los cafés, recogemos mis cosas, Piot las carga en su coche y nos acerca al apartamento. Mi nueva habitación es algo más pequeña que la de casa de Neri y tengo que compartir el baño con Kurt, pero el salón es precioso. Tiene unos ventanales que dan al mar y una cocina americana totalmente nueva. Las paredes están
llenas de estanterías lacadas en blanco que rebosan libros, revistas y DVDs y frente al elegante chaise longue de color crudo hay una enorme televisión de plasma colgada en una pared de ladrillo.
Los días siguientes los pasamos redecorando mi habitación: la pintamos de blanco, compramos cortinas y un edredón nuevo en tonos azules, un par de cuadros, una alfombra y hasta un pequeño sillón de ratán que coloco junto a la ventana.
El cambio de casa me sienta estupendamente, Kurt es el hermano que nunca he tenido y, con él, los días dejan de ser rutinarios y aburridos: pasamos noches tranquilas en casa viendo la tele, salimos a correr juntos por las tardes —aunque con nuestra forma física podría decirse que, más bien, paseamos—, vamos de compras, visitamos museos y exposiciones... También comemos pasta en todos los restaurantes italianos de la ciudad y buscamos un restaurante español decente sin éxito, lo que me obliga a cocinar, si podemos llamarlo así, todos los platos de la gastronomía española que Kurt
quiere probar. Obviamente, decidimos que la tortilla de patatas es el único que soy capaz de preparar decentemente.
La tortilla supone la organización de una excursión hasta Newport con picnic incluido y conocer a los amigos de Kurt que, como no podía ser de otra forma, me resultan simpatiquíKurts. Paseamos por el puerto que albergó la America’s Cup y no puedo evitar sentir nostalgia de mi tierra, curioseamos sus pintorescas tiendas y recorremos las majestuosas mansiones que nos hacen sentirnos como aquellos protagonistas de The OC.
Poco a poco, siento que el cambio de aires me está beneficiando. Me siento bien porque, aunque dedico muchas horas al trabajo, también hago otras cosas. Siento que he despertado de un largo sueño, que he salido del letargo en el que estaba sumida y que empiezo a disfrutar de la vida. Hablo con mis padres con frecuencia y, exceptuando las broncas de mi madre que prácticamente exige saber cuantos kilómetros he corrido y cuantas calorías he ingerido cada semana, están contentos porque ven que yo lo estoy. Lo de Tina, es otra historia.
Me resulta muy difícil hablar con ella por el Skype porque entre sus turnos en el aeropuerto y la diferencia horaria es casi imposible coincidir. Echo de menos nuestras conversaciones, así que le envío largos e-mails contándole, con todo tipo de detalles, mi nueva vida, pero solamente recibo de ella breves respuestas en las que me dice lo mucho que se alegra por mí. Me siento culpable. Ella siempre me ha apoyado y ahora que me necesita yo no estoy ahí. No puedo dejar de pensar que Mike tiene mucho que ver en su estado de ánimo a pesar de que diga lo contrario. Me apuesto lo que quieras a que la dichosa exposición de Madrid es la culpable. Tomo nota de poner una fecha para hablar con ella y que me cuente qué le pasa.
Estamos ya en octubre y Halloween se acerca. La señora Rivers decide que Kurt y yo somos los más creativos, así que nos encarga la tarea de decorar la tienda y de cambiar un poco los escaparates y poner libros acordes a la festividad. Tras sacar del almacén una barbaridad de cajas, inundamos la tienda de telarañas, calabazas sonrientes, brujas y murciélagos que cuelgan del techo, y todo tipo de muñecos horripilantes. Después, nos disponemos a preparar el escaparate con las mejores historias de terror de todos los tiempos. Los dos nos sentamos en el suelo, con un montón de libros alrededor tratando de decidir cuales seleccionar.
—Bueno... —digo pensativa—, no soy ninguna experta en este género, pero creo que no deberían de faltar los clásicos. Ya sabes, Edgar Allan Poe o Bram Stocker, por ejemplo.
—Cierto, los clásicos nunca fallan. No te dejes a Mary Shelley y a Robert Louis Stevenson...
—El doctor Jekyll y Mr. Hyde, ¿eh? ¿Es una indirecta? —Lo primero que me viene a la mente al pensar en ese título es Santana.
—Eres tú la que ha sugerido los clásicos y no yo, cariño —responde Kurt—. Si te lo tomas como una indirecta es porque esa chica, por desagradable que sea, te interesa...
Lo miro incrédula. ¿Interesarme? Puede que por un breve lapso de tiempo llegara a engañarme con su falsa amabilidad, pero ya la he calado y no me interesa lo más mínimo. Además, desde el día del encontronazo no he vuelto a saber nada de ella.
—Céntrate en lo que estamos haciendo, ¿quieres? —respondo desviando la conversación—. Tampoco puede faltar algo de Stephen King.
Kurt asiente.
—¿Y qué me dices de Crepúsculo? —Apila las cuatro novelas de la saga y las coloca en un lugar preferente del escaparate—. No son vampiros ni hombres lobo al uso, pero encantan a las adolescentes —se justifica.
—Solo a las adolescentes...
—Bueno, a mí también me gustan un poquito —replica— pero solamente desde que vi a Jacob en la gran pantalla.
De repente se gira hacia mí con una mirada inquisidora.
—Espero que seas de Jacob y no de Edward.
—¿Por quién me tomas? ¿Crees que puedo preferir al pálido y lánguido Edward antes que al musculado y viril Jacob?
Suspira aliviado.
—Menos mal. Pero es que en cuestión de hombres no me parece que vayas muy bien encaminada. —Levanto la cabeza sorprendida por esa afirmación—. No me mires así, sé perfectamente lo que digo. He visto las fotos de tu amado piloto. Ese que no te ha escrito ni un e-mail desde que llegaste.
Lamentablemente eso es cierto
—. Y vi con mis propios ojos a la doctora Jekyll, dice refiriéndose a Santana. Por cierto... —De repente se calla, dudando si hablar o no.
—¿Qué? —pregunto exasperada por el rumbo que está tomando la conversación.
—Nada, es solo que... hace un par de días pasó por aquí.
—¿Quién?
—¿Quién va a ser? La doctora Jekyll. O quizá era Mr. Hyde. Eso no lo tengo claro. Pero fue muy agradable.
Vaya, qué sorpresa.
—Y preguntó por ti.
Retiro lo dicho. Esto sí es una sorpresa.
—¿Por mí?
—Ajá.
—¿Podrías dejar de ser tan misterioso? —lo increpo—. ¿Y se puede saber por qué no habías mencionado esto antes?
—Pues, porque pensé que no te interesaba —dice con aires de suficiencia—, pero después de escucharte nombrarla ya no estoy tan segura.
¿Cuántas veces tendré que repetírselo?
—No me interesa.
Me mira y pone los ojos en blanco.
—Claro, lo que tú digas.
No soporto cuando se pone en ese plan. ¿Qué sabrá ella?
—¿En algún momento piensas contarme lo que te dijo?
—Vale, vale. En realidad, la cosa no es para tanto.
—Kurt...
—Fue en tu día libre. La vi entrar por la puerta y me acerqué para atenderla... —Ya me imagino a Kurt abalanzándose sobre para ella sacarle información—. Se llevó una guía de Boston, de esas pequeñitas que llevan un plano. Y un par de libretas, poca cosa. Estuvimos charlando un poco.
Probablemente la frase adecuada sería: «Estuve interrogándola un poco».
—Me comentó que llevaba poco tiempo en la ciudad y que hasta ahora el trabajo no le había dejado mucho tiempo para hacer turismo. La mandé subirse a uno de los Ducks, ya sabes, esos vehículos que te dan una vuelta por la ciudad y se meten en el río...
No puedo evitar soltar una carcajada al imaginarme a Santana, con su impecable traje de negocios y su pelo estilizado, subida a uno de esos trastos rodeado de guiris obsesionados con fotografiarlo absolutamente todo, niños gritones que no le dejan estar a uno tranquilo y estrafalarios conductores que creen que son graciosos.
—¿Cómo se te ocurre sugerirle algo tan... tan de turista a una chica como ella?
—A mí me encantan los Ducks. Esos vehículos de la Segunda Guerra Mundial me parecen encantadores...
—Vale, la verdad es que son monos. Pero no creo que sean su estilo... ¿Qué más le dijiste?
—Bueno, le pregunté si ya conocía gente. Me dijo que, a excepción de sus nuevos compañeros de trabajo, todos casados y con hijos, no conocía nadie.
—¿Cómo que no conoce a nadie? ¿Y yo qué soy?
—Después de cómo la has tratado no creo que te considere una amiga precisamente... —replica Kurt.
—¿Amiga? Por supuesto que no soy su amiga —respondo irritada—, pero después de nuestros últimos encuentros, no creo que deba decir que no me conoce.
—¡Oh! No te preocupes por eso. Ya se lo dije yo.
—¿¿¿Qué???
—Tranquila, fui muy sutil.
Claro, como si esa fuera una de sus cualidades.
—Le insinué que me sonaba su cara, que si había venido antes a la tienda. Pareció un poco sorprendida, pero me dijo que sí, que hacía más o menos un mes que había pasado por aquí. Que había conocido en el vuelo hacia Boston —creo recordar que ya os conocíais de antes— a una chica que iba a trabajar aquí. Entonces me preguntó si yo te conocía.
—Solo falta que me digas que te dio recuerdos para mí...
—Creo que le hubiera gustado, pero no se atrevió.
Sí, eso sería.
—Por cierto, Britt...
—¿Qué, Kurt? ¿Hay algo más que no me hayas contado?
Este es capaz de haberle dicho cualquier cosa.
—Pues...
Me estoy asustando.
—La vi tan sola que me dio un poco de pena. Parecía triste.
—Al grano.
Ahora estoy empezando a cabrearme.
Kurt traga saliva y, finalmente, lo suelta.
—Le dije que ahora compartías piso conmigo y que estábamos pensando dar una fiesta de Halloween en casa, así que, la invité.
Cierro los ojos e intento mantenerme tranquila. ¿Cómo demonios se le ha ocurrido? No puedo creerlo. Lo que me faltaba.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Hola, aquí estoy comentado (si, una vez a las miles, pero esk soy más de leer que de comentar =/ lo siento) Me gusta esta como las demás adaptaciones, que quede claro, pero no lo comento xD
Tmbn me gusto en la adaptación que colocaste algo así: "yo subo esta hisotira como ustedes suben las mias sin permiso" AJajajajaj morí! y bn dicho! ajajajajaj.
Otra cosa... espero que no dejes de subir historias solo por lo del formato =/
no es justo ¬¬.
Lo cual me lleva a preguntar si ya lo solucionaste o no¿?
xq igual puedes colocar al inicio de la historia y al final [justify] (al del final con un / antes del justify no lo coloco xq lo activaria y no saldria) y lsito ai estaria justificado! o me pides y te lo mando, pero espero q no dejes de subir historias y mantener el foro vivo. Eso xD Saludos =D
Tmbn me gusto en la adaptación que colocaste algo así: "yo subo esta hisotira como ustedes suben las mias sin permiso" AJajajajaj morí! y bn dicho! ajajajajaj.
Otra cosa... espero que no dejes de subir historias solo por lo del formato =/
no es justo ¬¬.
Lo cual me lleva a preguntar si ya lo solucionaste o no¿?
xq igual puedes colocar al inicio de la historia y al final [justify] (al del final con un / antes del justify no lo coloco xq lo activaria y no saldria) y lsito ai estaria justificado! o me pides y te lo mando, pero espero q no dejes de subir historias y mantener el foro vivo. Eso xD Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
pienso lo mismo, por piedad no dejes de subir historias!!!!!! a ver que pasa en esa fiesta con ese tan esperado encuentro!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Ídem a los comen... Independientemente del formato y todo eso no dejes de subir las historias...
Jajajaja ane a kurt!!!! A ver como va la fiesta????
Jajajaja ane a kurt!!!! A ver como va la fiesta????
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Jajajaja doble personalidad San ... Y pues al menos le esta yendo bien en el trabajo, ya se mudo e hizo un amigo.
Ahora haber si la morena va a la fiesta y como se comporta esta vez jajaja y haber si se sabe que hizo para que despidieran a la rubia ...
Ahora haber si la morena va a la fiesta y como se comporta esta vez jajaja y haber si se sabe que hizo para que despidieran a la rubia ...
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
23l1 escribió:Hola, aquí estoy comentado (si, una vez a las miles, pero esk soy más de leer que de comentar =/ lo siento) Me gusta esta como las demás adaptaciones, que quede claro, pero no lo comento xD
Tmbn me gusto en la adaptación que colocaste algo así: "yo subo esta hisotira como ustedes suben las mias sin permiso" AJajajajaj morí! y bn dicho! ajajajajaj.
Otra cosa... espero que no dejes de subir historias solo por lo del formato =/
no es justo ¬¬.
Lo cual me lleva a preguntar si ya lo solucionaste o no¿?
xq igual puedes colocar al inicio de la historia y al final [justify] (al del final con un / antes del justify no lo coloco xq lo activaria y no saldria) y lsito ai estaria justificado! o me pides y te lo mando, pero espero q no dejes de subir historias y mantener el foro vivo. Eso xD Saludos =D
Hola un gusto leerte por estos lados.... no dejare de subir historias,, ya asimile las limitaciones a las que estoy sometida aqui y no solo me refiero a justificar el texto, sino a dar color a las letras o poner cursiva cuando son msj de texto de un movil, o poner en letras mas grandes y negrillas los titulos, subir videos hasta los emojis pues..... pero bueno espero que las lectoras comprendan y creo que asi lo hacen, las limitaciones que ahora existen, por lo tanto subire historias hasta donde se me permita....
Yo subi los contenidos desde mis computadora, nunca lo he hecho desde el telefono, pense que saliendome o cerrando sesión y luego volviendo se solucionaria pero nada..
Incluso para ver las historias activas, no puedo, cuando salen comentarios recientes que era una barra que se desplazaba de abajo hacia arriba, esta estancada, tengo que darle en busqueda para encontrar las adaptaciones que estoy llevando...
pero bueno como te dije ya lo asimile, acepto la limitacion y asi continuare.... ya que cuento con la comprensión de quienes nos leen.
Te agradezco enormemente que estuvieras al pendiente. eternamente agradecida por que eres muy atenta en esto del foro. mil gracias..saludos.... te mandaria alguna carita feliz pero no las tengo jajajajajajjaaj
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
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