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[Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
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micky morales
marthagr81@yahoo.es
7 participantes
Página 2 de 3.
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
micky morales escribió:pienso lo mismo, por piedad no dejes de subir historias!!!!!! a ver que pasa en esa fiesta con ese tan esperado encuentro!!!!!
Hola Micky, tranquila no voy abandonar el grupo, voy a seguir hasta donde pueda. de verdad alguien me deberia pasar su correo cuando ya me quede sin poder hacer nada por lo menos para anunciiarlo. para todas aquellas que no lo sepan mi nombre de usuario es mi correo......
Ya subo el capitulo de la fiesta y uno mas....
Estare subiendo esta semana un poco mas lento por que, que creen??? su servidora esta de Aniversario de Natalicio, ya no digo cumpleaños,,, solo rememoro el dia de mi nacimiento en el que mi Amá me trajo a este mundo....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
3:) escribió:Ídem a los comen... Independientemente del formato y todo eso no dejes de subir las historias...
Jajajaja ane a kurt!!!! A ver como va la fiesta????
No se preocupen aún no las dejare tranquilas aqui estare dando guerra jajajja.
ya subo el cap. de la fiesta.... saludos las quiero un monton.... a todas
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
JVM escribió:Jajajaja doble personalidad San ... Y pues al menos le esta yendo bien en el trabajo, ya se mudo e hizo un amigo.
Ahora haber si la morena va a la fiesta y como se comporta esta vez jajaja y haber si se sabe que hizo para que despidieran a la rubia ...
sip, vamos a ver que tal,, si hay algo de quimica o Britt seguira poniendo trabas....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Capítulo 7
La noche de Halloween
Han pasado dos semanas desde que Kurt me soltó la bomba. A pesar de que he intentado mostrarme enfadada con él ha sido imposible: pasamos demasiado tiempo juntos y es mi único amigo de verdad en Boston. Además, ¡tenemos tanto que hacer!
La preparación de la fiesta nos trae de cabeza. El menú es lo que decidimos con mayor rapidez. Vamos a preparar una cena bufé italo-española: habrá fiambre, mozzarella, tortilla de patata —algo tenía que cocinar yo— y varios boles de pasta fresca todo regado con vino y refrescos. Lo mejor será el postre: el maravilloso tiramisú que prepara Kurt, receta de su abuela.
La encargada de la decoración soy yo. Quiero que la casa tenga un aspecto tétrico, pero estiloso así que la idea es llenar el techo con esas telarañas falsas que quedan tan graciosas y no utilizar las lámparas. He comprado velas blancas de todas las formas y tamaños y las colocaré estratégicamente por el salón. Neri me ha prestado un candelabro antiguo que llevaré en la mano cuando abra la puerta para recibir a la gente. Y, para no olvidarnos de las tradiciones, pondremos un par de calabazas sonrientes en la puerta.
Hemos invitado a los amigos de Kurt y a los compañeros de la librería. Ah, me olvidaba, también está Santana... Aunque, la verdad, como no hemos vuelto a saber nada de ella dudo que venga. ¿Para que querría venir a una fiesta en la que no conoce a nadie? Bueno, me conoce a mí, pero, ¿para qué querría ir alguien a casa de una persona con la que no se lleva bien? Desde luego, yo no.
Cada día que pasa me convenzo más a mí misma de que no vendrá y, al final, consigo relajarme y olvidarme de ella. Tras barajar otras opciones como por ejemplo, la Novia Cadáver, finalmente me he decido por un clásico como la familia Adams. Sé que en Estados Unidos no es necesario disfrazarse de personajes de este tipo, pero prefiero mantenerme fiel a mis costumbres.
Hace un par de días estuve charlando, ¡por fin!, con Tina y me preparó el conjunto: falda plisada negra, blusa blanca con lazo de raso negro al cuello,
medias blancas y bailarinas de lentejuelas negras. El pelo recogido en dos trenzas y maquillaje pálido con smokey eyes. Seré una Miércoles Adams con clase.
Tina estaba de muy buen humor.
—Ya verás, vas a estar divina —dijo risueña—. No sabes cuánto me alegro de que todo te vaya tan bien.
—Yo también —respiré aliviada porque, por su tono de voz, noté que estaba bien—. Los amigos de mis padres se han portado estupendamente conmigo, pero conocer a Kurt ha sido maravilloso.
Un soplo de aire fresco.
—Una pena que sea gay —se lamentó Tina—. Si me hubieras llamado y me hubieras contado que te habías echado un novio italiano me hubiera muerto de envidia...
—Perdona bonita, pero con un novio como Mike no tienes motivos para tener envidia de nadie —le dije, esperando que me aclarase cómo estaba su relación.
—Ay —suspiró—. Es cierto. Mike es maravilloso. Y últimamente pasamos mucho tiempo juntos. Hasta dentro de un par de semanas no tendrá que volver a Madrid, y será solo un día o dos. La inauguración de la exposición se retrasará un poco y, gracias a eso, no está tan estresado.
—Te echo de menos —le dije—. ¿Cuándo vas a venir a verme?
—Britt —replicó muy seria—, ahora que Mike no está continuamente yendo a Madrid no voy a marcharme yo de viaje...
¡Pues vaya! Me hubiera encantado que viniera de visita, con los billetes por ser empleada de línea aérea le hubiera salido muy barato. Estoy un poco decepcionada, pero no quiero presionarla ahora que parece que está bien, ya vendrá más adelante. La verdad es que no entiendo a ese chico, prefiere no ver a su novia durante semanas por mantener la sorpresa de su exposición cuando ella podría estar con él perfectamente. O llevársela a Madrid y que ella se fuera de tiendas mientras él trabaja. No lo veo tan extraño. Y tampoco la entiendo a ella. Tina era una de las personas más independientes que he visto en mi vida y, ahora, se ha vuelto completamente dependiente. Espero
que Mike merezca realmente la pena. Ahuyento todos estos pensamientos y me centro en la fiesta de esta noche. Kurt está trabajando y tiene que pasar por el supermercado a por algunas cosas de última hora antes de venir a casa, pero me quedan un par de horas con el baño para mí sola antes de que regrese. Aprovecho y me preparo para una sesión de spa casero. Cojo unas cuantas velas y las coloco sobre la repisa del lavabo y lleno la bañera de agua caliente. Me recojo el cabello en un moño alto y me aplico una mascarilla en la cara. Coloco el iPod en el altavoz, pongo un poco de música chill out y me meto en la bañera. Qué gustazo.
No han pasado ni cinco minutos cuando suena el timbre de casa.
¡Vaya fastidio! Kurt tiene por costumbre olvidarse las llaves de casa. Probablemente ha salido antes de la tienda y ha decidido pasar por casa antes de ir al supermercado. Salgo de la bañera, me enrollo con la toalla y salgo corriendo por el pasillo. Cuanto antes le abra la puerta, antes volveré a la bañera. No quiero que el agua se enfríe.
—¡Ya voy!
Abro la puerta de golpe, sin preguntar.
—Hola.
Santana. ¡Mierda, mierda, mierda! ¿Por qué me pasa todo a mí?
Se suponía que no iba a venir... Bueno, yo suponía que no iba a venir.
Y aunque viniera, ¿por qué tan pronto?
Va vestida de gánster y, como siempre, lleva el pelo muy arreglado. He de reconocer que, aun así, está muy guapa. De repente, me doy cuenta de que me está mirando de arriba abajo.
Sonríe. Joder, no llevo puesta más que una toalla. Mentira: una toalla y una mascarilla verde sobre la cara.
—¿Vas a disfrazarte de La Masa?
Definitivamente esta tipa es gilipollas.
—No, de Elphaba, del musical de Wicked —le espeto—. ¿Tú qué crees? Es una mascarilla, me estaba arreglando...
Estoy tentada de darle con la puerta en las narices. Me contengo porque la diferencia entre ella y yo es que yo tengo clase y ella no. Cojo aire.
—¿No crees que llegas un poco pronto? Los invitados no llegarán hasta las nueve... ¡son las seis! Kurt, que es quien te ha invitado —recalco—, no llegará hasta las ocho.
Me mira confusa.
—Pero él me dijo que...
—No sé lo que te dijo Kurt, pero es más que evidente que se equivocó... De hecho, se equivocó de pleno al invitarte a nuestra fiesta —le digo maliciosamente.
Su rostro se vuelve inexpresivo.
—Tienes razón. No sé por qué he venido. Pensé que quizá podíamos empezar de cero y ser amigas, pero está claro que la que se equivocaba era yo.
Se da la vuelta y se dispone a marcharse. De repente me siento mal conmigo misma.
Vamos, Britt, tú no eres así. ¿Realmente tenías que ser tan borde?
—Espera...
Se gira y me mira sin saber muy bien qué decir. Finalmente me tiende la mano y lo intenta de nuevo.
—¿Borrón y cuenta nueva?
Espero no tener que arrepentirme de esto.
—Borrón y cuenta nueva. —Le doy la mano. La mano con la que estaba sujetando la toalla.
—Por cierto... —me indica entre risas—, si este va a ser tu disfraz para esta noche, vas a ser el éxito de la velada.
La toalla está en el suelo. Me apresuro a recogerla y me tapo a toda prisa. En ese momento, aparece Kurt en la puerta. Nos mira a Santana y luego a mí.
—¡Britt! ¿Es que no piensas invitarla a entrar como hacen las señoritas educadas? —Lo miro furibunda, todo esto es culpa suya—. Por cierto, no sabía que ibas a disfrazarte de La Masa —dice entre risas.
Lo mato.
La llegada de Kurt a casa me ha salvado de pasar dos horas a solas con Santana. Los dejo en el salón, terminando de preparar la mesa del bufé, mientras yo voy a arreglarme. Vacío la bañera. Está claro que mi baño relajante se ha terminado. Me doy una ducha y me termino de preparar rápidamente. Cuando salgo al salón veo que ya está todo listo: las velas encendidas, la mesa puesta... están sentados en el chaise longue bebiendo vino. Se giran a la vez. Mis ojos se cruzan con los de Santana, pero no soy capaz de sostenerle la mirada así que dirijo la vista a Kurt.
—Cariño, para haberte disfrazado de un miembro de la familia Adams —dice mientras se levanta para observarme de cerca—, ¡estás divina! Realmente encantadora.
Suelto una risita.
—¿Eso crees?
—¿Cuándo te he engañado yo? —pregunta alborozado.
Prefiero no responder a eso. No es que pueda llamarse engaño, pero en todo el asunto de Santana creo que Kurt ha jugado sucio tratando de hacer de celestino. Me giro para mirarla. Está inmóvil, con la copa en la mano, mirándome fijamente sin decir nada. Kurt interrumpe mis pensamientos.
—¿Qué opinas, Santana? ¿Qué te parece el disfraz?
—Estás increíble —dice manteniendo sus ojos fijos en los míos—. Aunque... si quieres que te sea sincera, prefería el disfraz con el que me has recibido —dice con sorna.
Kurt ahoga una risita. ¡Será gilipollas! No la soporto. Me dirijo a la cocina y saco del armario otra copa de vino.
—¿Dónde está la botella? —pregunto como si no hubiera escuchado su comentario.
Señalan la nevera. La abro y me sirvo una copa bien fría. Doy un sorbo. Ahora me siento mejor. En ese momento me doy cuenta de que Kurt todavía no se ha disfrazado. No sé de qué personaje va a ir, se ha negado a contármelo, pero me ha prometido que me encantará.
Se levanta y se va a su habitación para cambiarse dejándome sola ante el peligro.
—Siento mucho haber llegado tan temprano —se disculpa Santana—. Debí de entender mal la hora...
—Sí, todavía falta un rato para que llegue la gente —sacudo la cabeza, tratando de quitarle importancia—. Es igual, no te preocupes. ¿Cómo es que te decidiste a venir?
—El día que conocí a Kurt había ido a la tienda a disculparme contigo. —La miro sorprendida, pero ella no se inmuta y sigue hablando—: Por la forma en la que te traté el otro día, cuando nos vimos...
Frunzo el ceño. ¿Solo el otro día?
—Sí —dice como si leyese mis pensamientos—, y especialmente por cómo me comporté el día del aeropuerto...
Eso ya está mejor. Por lo menos sabe que lo ha hecho mal.
—Tuve tan mala suerte que era tu día libre. Pero Kurt fue muy amable. Me dijo que hoy celebrabais una fiesta y que sería más fácil que aceptases mis disculpas.
Tomo nota mental de hablar con Kurt de esto. Al parecer se ha olvidado de mencionar algunos detalles importantes de la conversación que mantuvieron.
—Y, además, desde que llegué a Boston no hago más que trabajar. No he tenido la posibilidad de conocer a mucha gente y pensé que, incluso si no me perdonabas, sería una buena oportunidad de distraerme un rato.
Vale, Britt, acéptalo. No es tan malo. Y tampoco es que tú conozcas a tanta gente aquí. ¿Qué daño puede hacerte perdonarla?
Una amiga más nunca viene mal.
—Bueno, acepto tus disculpas. —Sonrío.
—Brindemos por ello —dice levantando su copa alegremente—. Por los nuevos comienzos.
—Por los nuevos comienzos... —musito tímidamente.
—¡Vaya, vaya, vaya! ¿Qué celebramos? —Kurt nos hace pegar un brinco del sofá.
Va disfrazado de Harry Potter. No le falta detalle: la capa y el uniforme con los colores y el escudo de Gryffindor, las gafas redondas, la varita y, no podía faltar, la cicatriz en la frente. Aun así, hay algo que no me cuadra...
—¡No puedo creer que prefieras a Harry antes que a Ron!—exclamo.
—¿Quién te ha dicho que lo prefiera?
Le hago un gesto con la cabeza, recordándole de quién se ha disfrazado.
—Bueno, si quería ser pelirrojo tenía dos opciones: teñirme o usar una peluca. La primera estaba completamente descartada por motivos obvios y en cuanto a la segunda... ¿tú sabes lo que pican las pelucass?
Santana y yo nos reímos. Bueno, dentro de poco empezará a llegar la gente. Casi estoy nerviosa. ¡Mi primer Halloween en Estados Unidos y lo celebro nada menos que con una fiesta en mi casa!
Apagamos las luces y nos preparamos para recibir a los invitados.
Los amigos italianos de Kurt llegan los primeros. A ellos los conozco del día de la excursión a Newport: están Daniele y su novia Chiara, que son una pareja encantadora y van disfrazados de Shrek y Fiona; luego están Antonella y Flavio, que se pasan el día discutiendo por tonterías y que van de todo un clásico: Grease; y por último está Renato, extremadamente atractivo e inexplicablemente soltero a pesar de que causa estragos entre las mujeres, disfrazado de Tom Cruise en Top Gun. ¡Hoy liga seguro! Han traído consigo algunos amigos más, con lo que, poco a poco, la casa va llenándose de gente.
Los compañeros de la tienda tampoco fallan, incluida nuestra encargada, la amable señora Rivers. Hoy representa un papel contrario a ella porque, a pesar de que ni es un demonio ni viste de Prada, está estupenda con su peluca rubia y gafas de sol, disfrazada de Anna Wintour. Ha venido acompañada por su marido, un atractivo cincuentón de cabello canoso que, también, va disfrazado de gángster. ¡Qué poco originales son algunos hombres!
Entre los invitados, Kurt vislumbra a un joven con una peluca naranja que, parece haber tenido casi la misma idea que él ya que va disfrazado de Ron. Se apresura a acercarse a él y, momentos después, los veo sentados en el sofá charlando y riendo.
La fiesta transcurre en armonía. Bebemos, comemos y bailamos sin parar. Y abrimos la puerta para darles caramelos y chocolatinas a los niños de nuestros vecinos que pasan por casa para hacer el tradicional truco o trato.
Desde la entrada, observo a Santana, que se ha integrado con la gente sin problemas. Charla animadamente con Daniele y Chiara y ¡hasta la he visto bailando en un par de ocasiones! Me pregunto cómo sería nuestra relación ahora si no la hubiera atendido yo aquel día en el aeropuerto. ¿La miraría con otros ojos? ¿Me gustaría? Entonces me doy cuenta de que, si yo no la hubiese atendido, nunca me habrían despedido. Nunca habría venido a Boston. Nunca habría conocido a Kurt. Nunca la habría conocido a ella.
A lo mejor tenía que pasar. Quizá ha sido cosa del destino. Necesitaba un cambio en mi vida y lo he tenido. Mi vida en Valencia estaba estancada y probablemente hubiera seguido así mucho tiempo. De repente, se da cuenta de que la estoy mirando y me sonríe. La verdad es que es muy atractiva. Se acerca a mí. ¿Cómo besará?
—¿Puedo interrumpir tus pensamientos?
Sí, por favor. Será mejor que lo hagas porque estoy empezando a pensar tonterías. ¿Se puede saber qué hago pensando en besos? Una cosa es que la haya perdonado y podamos llevarnos bien y otra muy distinta que empiece a gustarme.
—Lo estoy pasando muy bien —dice—, pero hace un poco de calor. ¿Te apetece salir y dar una vuelta?
—¿Así vestidas?
—Bueno, en una fecha como la de hoy no creo que a nadie le sorprenda mucho nuestro atuendo...
Levanto los brazos al aire.
—Está bien. Tú ganas —cojo las llaves de la repisa del recibidor y le hago un gesto a Kurt, que sigue charlando con Ron, para indicarle que salimos. Kurt me mira con los ojos como platos y una sonrisa de oreja a oreja mientras me despide con la mano. Luego, sigue a lo suyo.
Caminamos sin rumbo fijo y en silencio. Ya es tarde y las calles están desiertas. Excepto por un par de personas que, como nosotras, también van disfrazadas, no nos cruzamos a nadie. De repente, se me tuerce el tobillo izquierdo y me tropiezo. Estoy a punto de caerme al suelo, pero Santana se adelanta y me sujeta.
—Parece que tienes por costumbre esto de caerte —murmura, recordando nuestro encontronazo en el Prudential.
El comentario, aunque sé que no es más que una simple broma, hace que esté a punto de enfadarme de nuevo. Entonces caigo en la cuenta. Ella no sabe que me despidieron. Cree que he venido a Boston porque he querido. Si la hubiera conocido hoy, realmente me hubiera caído bien. Ella no tiene la culpa. Puedo culparla por cómo me trató, pero por nada más. Y, en cuanto a eso, ya se ha disculpado muchas veces. No puedo seguir enfadada eternamente.
—Sí, debe ser que haces que me flojeen las piernas —respondo en broma.
—Me alegro de haber aceptado la invitación de Kurt.
—Y yo de que la hayas aceptado.
Se gira hacia mí, gratamente sorprendida.
—Me alegro de oírlo. ¿Te apetece que vayamos hacia el muelle?
—Claro, ¿por qué no? —Me apetece escuchar el murmullo del mar. Me relaja.
Nos acercamos hasta donde salen los barcos para ver ballenas.
—¡Mira! —señalo los carteles que anuncian las excursiones—. Un día podíamos hacerla. La única ballena que he visto ha sido la beluga del Oceanográfico de Valencia.
—Yo creo que ni siquiera esa la he visto. El trabajo me dejaba poco tiempo para salir —suspira—. La verdad es que aquí tengo más tiempo para mí.
—¡Pues entonces hay que hacerla! —replico ilusionada—. Y también tienes que visitar alguno de los pueblecitos de la costa. Hace dos semanas estuve con Kurt y unos amigos en Newport. ¡Es precioso! Podemos ir a Cape Cod. O subir hasta Maine... Hay un pueblo con mucho encanto, donde es típica la pesca de langostas. Creo que se llama Kennebunkport. Y se puede hacer una ruta para ver todos los faros. O podemos...
—Podemos hacer muchas cosas...
Desde que me he tropezado, no le he soltado el brazo. Me atrae hacia ella y me acaricia la mejilla. La miro a los ojos, sabiendo exactamente lo que va a suceder a continuación. Y no me importa.
Quiero que lo haga...
Sus labios apenas han rozado los míos cuando, de repente, suena mi móvil y, sobresaltada, me aparto de ella.
—Disculpa... —musito avergonzada mientras busco el teléfono en el bolso. Lo saco y veo que tengo un mensaje en el whatsapp.
¡Hola Britt! ¿Qué tal por EE.UU.? Ha salido la programación de diciembre. ¿Adivinas quién va a volar a Boston a principios de mes? ¡Exacto! Tengo ganas de verte. Un beso.
Me quedo paralizada con el móvil en la mano. Todo lo que ha pasado en las últimas horas parece esfumarse por completo de mi mente. Solo puedo pensar en una cosa, mejor dicho, en una persona: Artie.
¡Artie va a venir a Boston! ¡Dentro de poco más de un mes voy a ver a Artie! Qué importa que no me haya escrito en todo este tiempo. Qué importa que no se despidiera de mí. Qué importa que estuviera besando a una azafata. ¡Dentro de un mes estaré paseando por estas mismas calles del brazo de Artie!
—¿Va todo bien? —pregunta Santana acercándose a mí—. ¿Ha pasado algo?
Estoy tan inmersa en mis pensamientos que ni la escucho.
—¿Qué decías?
—Que si estás bien —dice con preocupación—. ¿Has recibido malas noticias?
No puedo evitar sonreír.
—Al contrario.
—¿Y puedo preguntar de qué se trata? Las alegrías hay que compartirlas.
No estoy segura de que vaya compartir esta alegría conmigo, pero estoy demasiado emocionada como para no decirlo.
—Un amigo de la compañía aérea en la que trabajaba va a venir a Boston.
—¿Era compañero tuyo en el aeropuerto y viene de visita?
—No, no. Él es piloto —respondo dándole importancia—. Hace vuelos internacionales y dentro de un mes volará a Boston.
—Ah.
—Tengo tantas ganas de verlo... —Me sonrojo sin darme cuenta.
Santana permanece de pie, a mi lado. Inmóvil. Incapaz de continuar donde lo ha dejado porque sabe que el momento ha pasado.
Me alegro de que el mensaje nos haya interrumpido. Puede que, por un momento, me haya sentido atraída por ella, pero es Artie quien me gusta de verdad. Santana y yo podemos ser amigas.
—¿Te importa si volvemos a casa? —le pregunto súbitamente.
—Claro que no. Además es tarde y mañana tengo que mirar unas cosas del trabajo —dice restándole importancia a lo que ha pasado.
Acelero el paso. Quiero llegar a casa cuanto antes para contárselo a Kurt. ¡No se lo va a creer!
Santana me acompaña a casa y me deja en el portal con la promesa de volver a vernos pronto. De repente me percato de que no le he dado mi número. ¡Bah, qué importa! Ahora tengo cosas más importantes en las que pensar. Busco a Kurt con la mirada y lo encuentro en el mismo sitio donde lo he dejado. Me acerco y le doy unos golpecitos en el hombro.
—¿Puedo robártelo unos minutos? —le pregunto a Ron que asiente al instante—. Tengo que contarte algo —le susurro a Kurt mientras su nuevo amigo se levanta y se acerca a la mesa a por algo de comer.
La noticia no le entusiasma lo más mínimo. Es más, ¡hasta se enfada conmigo!
—¡No lo entiendo! ¿Qué diablos le ves a ese piloto?
No lo soporto. ¿Quién es él para decirme quien me tiene que gustar?
—¿Es que no has visto sus fotos? —pregunto molesta.
—Sí, vale, es guapo —a regañadientes añade—. Muy guapo. Y es piloto, pero ¿qué más tiene?
—¡Qué sabrás tú? ¡Ni siquiera lo conoces! ¡No le has dado ni una oportunidad!
—Puede que no lo conozca personalmente. Pero sé cómo son los tipos como él. No se despidió de ti cuando te fuiste y en todo este tiempo no has sabido nada de él. Deberías saber que lo único que va a querer de ti cuando venga es llevarte a la cama.
Lo miro furiosa.
—No me mires así. Sabes que es cierto. Te llevará a la cama y tú caerás rendida a sus pies. Luego volverá por donde ha venido y si te he visto no me acuerdo. Tendrás que dar gracias si vuelve a avisarte la próxima vez que venga a Boston.
—¿Es que no valgo lo suficiente? ¿Por eso a lo máximo que puedo aspirar es a un polvo de una noche? —pregunto furibunda
—Yo no he dicho eso.
—Pero lo has insinuado.
Kurt sacude la cabeza.
—Mira que eres cabezota. —No puedo evitar esbozar una ligera sonrisa—. Tú vales mucho. Si no fuera así no te habría elegido como compañera de piso.
Definitivamente no lo soporto. Soy incapaz de estar enfadada con él más de cinco minutos.
—¿Entonces a qué te refieres?
—Mira, estoy convencida de que ese tal Artie sabe que estás colada por él y, es posible que le gustes, pero no tanto como para empezar una relación seria contigo... —Antes de que pueda interrumpirlo añade—: Así que, mientras has vivido en Valencia ha mantenido las distancias y ha sido tu amigo, pero ahora que estás a nueve horas de vuelo de distancia, ¿qué le impide pasar una noche contigo y luego volver por donde ha venido?
Visto así puede que tenga algo de razón.
—Vives inmersa en tus fantasías, incapaz de valorar lo que tienes delante.
Alguien como Santana.
—Exacto, Santana. —Es como si Kurt pudiera leerme la mente—. ¿Es que no te gusta?
¿Que si me gusta? Decir que no me gusta sería mentir. Pero, ¿y decir que sí?
—Bueno...
—Dime que hoy no has sentido nada por ella y te dejaré en paz.
Vale, eso sí que sería mentir.
—¡Lo sabía, lo sabía!
—No he dicho nada. No he dicho que me guste.
—Eso ya lo veremos —replica con suficiencia.
Pongo los ojos en blanco. Cuando se le mete algo entre ceja y ceja no hay quien se lo saque. Sin más, se levanta y se va en busca de su nuevo amigo.
La noche de Halloween
Han pasado dos semanas desde que Kurt me soltó la bomba. A pesar de que he intentado mostrarme enfadada con él ha sido imposible: pasamos demasiado tiempo juntos y es mi único amigo de verdad en Boston. Además, ¡tenemos tanto que hacer!
La preparación de la fiesta nos trae de cabeza. El menú es lo que decidimos con mayor rapidez. Vamos a preparar una cena bufé italo-española: habrá fiambre, mozzarella, tortilla de patata —algo tenía que cocinar yo— y varios boles de pasta fresca todo regado con vino y refrescos. Lo mejor será el postre: el maravilloso tiramisú que prepara Kurt, receta de su abuela.
La encargada de la decoración soy yo. Quiero que la casa tenga un aspecto tétrico, pero estiloso así que la idea es llenar el techo con esas telarañas falsas que quedan tan graciosas y no utilizar las lámparas. He comprado velas blancas de todas las formas y tamaños y las colocaré estratégicamente por el salón. Neri me ha prestado un candelabro antiguo que llevaré en la mano cuando abra la puerta para recibir a la gente. Y, para no olvidarnos de las tradiciones, pondremos un par de calabazas sonrientes en la puerta.
Hemos invitado a los amigos de Kurt y a los compañeros de la librería. Ah, me olvidaba, también está Santana... Aunque, la verdad, como no hemos vuelto a saber nada de ella dudo que venga. ¿Para que querría venir a una fiesta en la que no conoce a nadie? Bueno, me conoce a mí, pero, ¿para qué querría ir alguien a casa de una persona con la que no se lleva bien? Desde luego, yo no.
Cada día que pasa me convenzo más a mí misma de que no vendrá y, al final, consigo relajarme y olvidarme de ella. Tras barajar otras opciones como por ejemplo, la Novia Cadáver, finalmente me he decido por un clásico como la familia Adams. Sé que en Estados Unidos no es necesario disfrazarse de personajes de este tipo, pero prefiero mantenerme fiel a mis costumbres.
Hace un par de días estuve charlando, ¡por fin!, con Tina y me preparó el conjunto: falda plisada negra, blusa blanca con lazo de raso negro al cuello,
medias blancas y bailarinas de lentejuelas negras. El pelo recogido en dos trenzas y maquillaje pálido con smokey eyes. Seré una Miércoles Adams con clase.
Tina estaba de muy buen humor.
—Ya verás, vas a estar divina —dijo risueña—. No sabes cuánto me alegro de que todo te vaya tan bien.
—Yo también —respiré aliviada porque, por su tono de voz, noté que estaba bien—. Los amigos de mis padres se han portado estupendamente conmigo, pero conocer a Kurt ha sido maravilloso.
Un soplo de aire fresco.
—Una pena que sea gay —se lamentó Tina—. Si me hubieras llamado y me hubieras contado que te habías echado un novio italiano me hubiera muerto de envidia...
—Perdona bonita, pero con un novio como Mike no tienes motivos para tener envidia de nadie —le dije, esperando que me aclarase cómo estaba su relación.
—Ay —suspiró—. Es cierto. Mike es maravilloso. Y últimamente pasamos mucho tiempo juntos. Hasta dentro de un par de semanas no tendrá que volver a Madrid, y será solo un día o dos. La inauguración de la exposición se retrasará un poco y, gracias a eso, no está tan estresado.
—Te echo de menos —le dije—. ¿Cuándo vas a venir a verme?
—Britt —replicó muy seria—, ahora que Mike no está continuamente yendo a Madrid no voy a marcharme yo de viaje...
¡Pues vaya! Me hubiera encantado que viniera de visita, con los billetes por ser empleada de línea aérea le hubiera salido muy barato. Estoy un poco decepcionada, pero no quiero presionarla ahora que parece que está bien, ya vendrá más adelante. La verdad es que no entiendo a ese chico, prefiere no ver a su novia durante semanas por mantener la sorpresa de su exposición cuando ella podría estar con él perfectamente. O llevársela a Madrid y que ella se fuera de tiendas mientras él trabaja. No lo veo tan extraño. Y tampoco la entiendo a ella. Tina era una de las personas más independientes que he visto en mi vida y, ahora, se ha vuelto completamente dependiente. Espero
que Mike merezca realmente la pena. Ahuyento todos estos pensamientos y me centro en la fiesta de esta noche. Kurt está trabajando y tiene que pasar por el supermercado a por algunas cosas de última hora antes de venir a casa, pero me quedan un par de horas con el baño para mí sola antes de que regrese. Aprovecho y me preparo para una sesión de spa casero. Cojo unas cuantas velas y las coloco sobre la repisa del lavabo y lleno la bañera de agua caliente. Me recojo el cabello en un moño alto y me aplico una mascarilla en la cara. Coloco el iPod en el altavoz, pongo un poco de música chill out y me meto en la bañera. Qué gustazo.
No han pasado ni cinco minutos cuando suena el timbre de casa.
¡Vaya fastidio! Kurt tiene por costumbre olvidarse las llaves de casa. Probablemente ha salido antes de la tienda y ha decidido pasar por casa antes de ir al supermercado. Salgo de la bañera, me enrollo con la toalla y salgo corriendo por el pasillo. Cuanto antes le abra la puerta, antes volveré a la bañera. No quiero que el agua se enfríe.
—¡Ya voy!
Abro la puerta de golpe, sin preguntar.
—Hola.
Santana. ¡Mierda, mierda, mierda! ¿Por qué me pasa todo a mí?
Se suponía que no iba a venir... Bueno, yo suponía que no iba a venir.
Y aunque viniera, ¿por qué tan pronto?
Va vestida de gánster y, como siempre, lleva el pelo muy arreglado. He de reconocer que, aun así, está muy guapa. De repente, me doy cuenta de que me está mirando de arriba abajo.
Sonríe. Joder, no llevo puesta más que una toalla. Mentira: una toalla y una mascarilla verde sobre la cara.
—¿Vas a disfrazarte de La Masa?
Definitivamente esta tipa es gilipollas.
—No, de Elphaba, del musical de Wicked —le espeto—. ¿Tú qué crees? Es una mascarilla, me estaba arreglando...
Estoy tentada de darle con la puerta en las narices. Me contengo porque la diferencia entre ella y yo es que yo tengo clase y ella no. Cojo aire.
—¿No crees que llegas un poco pronto? Los invitados no llegarán hasta las nueve... ¡son las seis! Kurt, que es quien te ha invitado —recalco—, no llegará hasta las ocho.
Me mira confusa.
—Pero él me dijo que...
—No sé lo que te dijo Kurt, pero es más que evidente que se equivocó... De hecho, se equivocó de pleno al invitarte a nuestra fiesta —le digo maliciosamente.
Su rostro se vuelve inexpresivo.
—Tienes razón. No sé por qué he venido. Pensé que quizá podíamos empezar de cero y ser amigas, pero está claro que la que se equivocaba era yo.
Se da la vuelta y se dispone a marcharse. De repente me siento mal conmigo misma.
Vamos, Britt, tú no eres así. ¿Realmente tenías que ser tan borde?
—Espera...
Se gira y me mira sin saber muy bien qué decir. Finalmente me tiende la mano y lo intenta de nuevo.
—¿Borrón y cuenta nueva?
Espero no tener que arrepentirme de esto.
—Borrón y cuenta nueva. —Le doy la mano. La mano con la que estaba sujetando la toalla.
—Por cierto... —me indica entre risas—, si este va a ser tu disfraz para esta noche, vas a ser el éxito de la velada.
La toalla está en el suelo. Me apresuro a recogerla y me tapo a toda prisa. En ese momento, aparece Kurt en la puerta. Nos mira a Santana y luego a mí.
—¡Britt! ¿Es que no piensas invitarla a entrar como hacen las señoritas educadas? —Lo miro furibunda, todo esto es culpa suya—. Por cierto, no sabía que ibas a disfrazarte de La Masa —dice entre risas.
Lo mato.
La llegada de Kurt a casa me ha salvado de pasar dos horas a solas con Santana. Los dejo en el salón, terminando de preparar la mesa del bufé, mientras yo voy a arreglarme. Vacío la bañera. Está claro que mi baño relajante se ha terminado. Me doy una ducha y me termino de preparar rápidamente. Cuando salgo al salón veo que ya está todo listo: las velas encendidas, la mesa puesta... están sentados en el chaise longue bebiendo vino. Se giran a la vez. Mis ojos se cruzan con los de Santana, pero no soy capaz de sostenerle la mirada así que dirijo la vista a Kurt.
—Cariño, para haberte disfrazado de un miembro de la familia Adams —dice mientras se levanta para observarme de cerca—, ¡estás divina! Realmente encantadora.
Suelto una risita.
—¿Eso crees?
—¿Cuándo te he engañado yo? —pregunta alborozado.
Prefiero no responder a eso. No es que pueda llamarse engaño, pero en todo el asunto de Santana creo que Kurt ha jugado sucio tratando de hacer de celestino. Me giro para mirarla. Está inmóvil, con la copa en la mano, mirándome fijamente sin decir nada. Kurt interrumpe mis pensamientos.
—¿Qué opinas, Santana? ¿Qué te parece el disfraz?
—Estás increíble —dice manteniendo sus ojos fijos en los míos—. Aunque... si quieres que te sea sincera, prefería el disfraz con el que me has recibido —dice con sorna.
Kurt ahoga una risita. ¡Será gilipollas! No la soporto. Me dirijo a la cocina y saco del armario otra copa de vino.
—¿Dónde está la botella? —pregunto como si no hubiera escuchado su comentario.
Señalan la nevera. La abro y me sirvo una copa bien fría. Doy un sorbo. Ahora me siento mejor. En ese momento me doy cuenta de que Kurt todavía no se ha disfrazado. No sé de qué personaje va a ir, se ha negado a contármelo, pero me ha prometido que me encantará.
Se levanta y se va a su habitación para cambiarse dejándome sola ante el peligro.
—Siento mucho haber llegado tan temprano —se disculpa Santana—. Debí de entender mal la hora...
—Sí, todavía falta un rato para que llegue la gente —sacudo la cabeza, tratando de quitarle importancia—. Es igual, no te preocupes. ¿Cómo es que te decidiste a venir?
—El día que conocí a Kurt había ido a la tienda a disculparme contigo. —La miro sorprendida, pero ella no se inmuta y sigue hablando—: Por la forma en la que te traté el otro día, cuando nos vimos...
Frunzo el ceño. ¿Solo el otro día?
—Sí —dice como si leyese mis pensamientos—, y especialmente por cómo me comporté el día del aeropuerto...
Eso ya está mejor. Por lo menos sabe que lo ha hecho mal.
—Tuve tan mala suerte que era tu día libre. Pero Kurt fue muy amable. Me dijo que hoy celebrabais una fiesta y que sería más fácil que aceptases mis disculpas.
Tomo nota mental de hablar con Kurt de esto. Al parecer se ha olvidado de mencionar algunos detalles importantes de la conversación que mantuvieron.
—Y, además, desde que llegué a Boston no hago más que trabajar. No he tenido la posibilidad de conocer a mucha gente y pensé que, incluso si no me perdonabas, sería una buena oportunidad de distraerme un rato.
Vale, Britt, acéptalo. No es tan malo. Y tampoco es que tú conozcas a tanta gente aquí. ¿Qué daño puede hacerte perdonarla?
Una amiga más nunca viene mal.
—Bueno, acepto tus disculpas. —Sonrío.
—Brindemos por ello —dice levantando su copa alegremente—. Por los nuevos comienzos.
—Por los nuevos comienzos... —musito tímidamente.
—¡Vaya, vaya, vaya! ¿Qué celebramos? —Kurt nos hace pegar un brinco del sofá.
Va disfrazado de Harry Potter. No le falta detalle: la capa y el uniforme con los colores y el escudo de Gryffindor, las gafas redondas, la varita y, no podía faltar, la cicatriz en la frente. Aun así, hay algo que no me cuadra...
—¡No puedo creer que prefieras a Harry antes que a Ron!—exclamo.
—¿Quién te ha dicho que lo prefiera?
Le hago un gesto con la cabeza, recordándole de quién se ha disfrazado.
—Bueno, si quería ser pelirrojo tenía dos opciones: teñirme o usar una peluca. La primera estaba completamente descartada por motivos obvios y en cuanto a la segunda... ¿tú sabes lo que pican las pelucass?
Santana y yo nos reímos. Bueno, dentro de poco empezará a llegar la gente. Casi estoy nerviosa. ¡Mi primer Halloween en Estados Unidos y lo celebro nada menos que con una fiesta en mi casa!
Apagamos las luces y nos preparamos para recibir a los invitados.
Los amigos italianos de Kurt llegan los primeros. A ellos los conozco del día de la excursión a Newport: están Daniele y su novia Chiara, que son una pareja encantadora y van disfrazados de Shrek y Fiona; luego están Antonella y Flavio, que se pasan el día discutiendo por tonterías y que van de todo un clásico: Grease; y por último está Renato, extremadamente atractivo e inexplicablemente soltero a pesar de que causa estragos entre las mujeres, disfrazado de Tom Cruise en Top Gun. ¡Hoy liga seguro! Han traído consigo algunos amigos más, con lo que, poco a poco, la casa va llenándose de gente.
Los compañeros de la tienda tampoco fallan, incluida nuestra encargada, la amable señora Rivers. Hoy representa un papel contrario a ella porque, a pesar de que ni es un demonio ni viste de Prada, está estupenda con su peluca rubia y gafas de sol, disfrazada de Anna Wintour. Ha venido acompañada por su marido, un atractivo cincuentón de cabello canoso que, también, va disfrazado de gángster. ¡Qué poco originales son algunos hombres!
Entre los invitados, Kurt vislumbra a un joven con una peluca naranja que, parece haber tenido casi la misma idea que él ya que va disfrazado de Ron. Se apresura a acercarse a él y, momentos después, los veo sentados en el sofá charlando y riendo.
La fiesta transcurre en armonía. Bebemos, comemos y bailamos sin parar. Y abrimos la puerta para darles caramelos y chocolatinas a los niños de nuestros vecinos que pasan por casa para hacer el tradicional truco o trato.
Desde la entrada, observo a Santana, que se ha integrado con la gente sin problemas. Charla animadamente con Daniele y Chiara y ¡hasta la he visto bailando en un par de ocasiones! Me pregunto cómo sería nuestra relación ahora si no la hubiera atendido yo aquel día en el aeropuerto. ¿La miraría con otros ojos? ¿Me gustaría? Entonces me doy cuenta de que, si yo no la hubiese atendido, nunca me habrían despedido. Nunca habría venido a Boston. Nunca habría conocido a Kurt. Nunca la habría conocido a ella.
A lo mejor tenía que pasar. Quizá ha sido cosa del destino. Necesitaba un cambio en mi vida y lo he tenido. Mi vida en Valencia estaba estancada y probablemente hubiera seguido así mucho tiempo. De repente, se da cuenta de que la estoy mirando y me sonríe. La verdad es que es muy atractiva. Se acerca a mí. ¿Cómo besará?
—¿Puedo interrumpir tus pensamientos?
Sí, por favor. Será mejor que lo hagas porque estoy empezando a pensar tonterías. ¿Se puede saber qué hago pensando en besos? Una cosa es que la haya perdonado y podamos llevarnos bien y otra muy distinta que empiece a gustarme.
—Lo estoy pasando muy bien —dice—, pero hace un poco de calor. ¿Te apetece salir y dar una vuelta?
—¿Así vestidas?
—Bueno, en una fecha como la de hoy no creo que a nadie le sorprenda mucho nuestro atuendo...
Levanto los brazos al aire.
—Está bien. Tú ganas —cojo las llaves de la repisa del recibidor y le hago un gesto a Kurt, que sigue charlando con Ron, para indicarle que salimos. Kurt me mira con los ojos como platos y una sonrisa de oreja a oreja mientras me despide con la mano. Luego, sigue a lo suyo.
Caminamos sin rumbo fijo y en silencio. Ya es tarde y las calles están desiertas. Excepto por un par de personas que, como nosotras, también van disfrazadas, no nos cruzamos a nadie. De repente, se me tuerce el tobillo izquierdo y me tropiezo. Estoy a punto de caerme al suelo, pero Santana se adelanta y me sujeta.
—Parece que tienes por costumbre esto de caerte —murmura, recordando nuestro encontronazo en el Prudential.
El comentario, aunque sé que no es más que una simple broma, hace que esté a punto de enfadarme de nuevo. Entonces caigo en la cuenta. Ella no sabe que me despidieron. Cree que he venido a Boston porque he querido. Si la hubiera conocido hoy, realmente me hubiera caído bien. Ella no tiene la culpa. Puedo culparla por cómo me trató, pero por nada más. Y, en cuanto a eso, ya se ha disculpado muchas veces. No puedo seguir enfadada eternamente.
—Sí, debe ser que haces que me flojeen las piernas —respondo en broma.
—Me alegro de haber aceptado la invitación de Kurt.
—Y yo de que la hayas aceptado.
Se gira hacia mí, gratamente sorprendida.
—Me alegro de oírlo. ¿Te apetece que vayamos hacia el muelle?
—Claro, ¿por qué no? —Me apetece escuchar el murmullo del mar. Me relaja.
Nos acercamos hasta donde salen los barcos para ver ballenas.
—¡Mira! —señalo los carteles que anuncian las excursiones—. Un día podíamos hacerla. La única ballena que he visto ha sido la beluga del Oceanográfico de Valencia.
—Yo creo que ni siquiera esa la he visto. El trabajo me dejaba poco tiempo para salir —suspira—. La verdad es que aquí tengo más tiempo para mí.
—¡Pues entonces hay que hacerla! —replico ilusionada—. Y también tienes que visitar alguno de los pueblecitos de la costa. Hace dos semanas estuve con Kurt y unos amigos en Newport. ¡Es precioso! Podemos ir a Cape Cod. O subir hasta Maine... Hay un pueblo con mucho encanto, donde es típica la pesca de langostas. Creo que se llama Kennebunkport. Y se puede hacer una ruta para ver todos los faros. O podemos...
—Podemos hacer muchas cosas...
Desde que me he tropezado, no le he soltado el brazo. Me atrae hacia ella y me acaricia la mejilla. La miro a los ojos, sabiendo exactamente lo que va a suceder a continuación. Y no me importa.
Quiero que lo haga...
Sus labios apenas han rozado los míos cuando, de repente, suena mi móvil y, sobresaltada, me aparto de ella.
—Disculpa... —musito avergonzada mientras busco el teléfono en el bolso. Lo saco y veo que tengo un mensaje en el whatsapp.
¡Hola Britt! ¿Qué tal por EE.UU.? Ha salido la programación de diciembre. ¿Adivinas quién va a volar a Boston a principios de mes? ¡Exacto! Tengo ganas de verte. Un beso.
Me quedo paralizada con el móvil en la mano. Todo lo que ha pasado en las últimas horas parece esfumarse por completo de mi mente. Solo puedo pensar en una cosa, mejor dicho, en una persona: Artie.
¡Artie va a venir a Boston! ¡Dentro de poco más de un mes voy a ver a Artie! Qué importa que no me haya escrito en todo este tiempo. Qué importa que no se despidiera de mí. Qué importa que estuviera besando a una azafata. ¡Dentro de un mes estaré paseando por estas mismas calles del brazo de Artie!
—¿Va todo bien? —pregunta Santana acercándose a mí—. ¿Ha pasado algo?
Estoy tan inmersa en mis pensamientos que ni la escucho.
—¿Qué decías?
—Que si estás bien —dice con preocupación—. ¿Has recibido malas noticias?
No puedo evitar sonreír.
—Al contrario.
—¿Y puedo preguntar de qué se trata? Las alegrías hay que compartirlas.
No estoy segura de que vaya compartir esta alegría conmigo, pero estoy demasiado emocionada como para no decirlo.
—Un amigo de la compañía aérea en la que trabajaba va a venir a Boston.
—¿Era compañero tuyo en el aeropuerto y viene de visita?
—No, no. Él es piloto —respondo dándole importancia—. Hace vuelos internacionales y dentro de un mes volará a Boston.
—Ah.
—Tengo tantas ganas de verlo... —Me sonrojo sin darme cuenta.
Santana permanece de pie, a mi lado. Inmóvil. Incapaz de continuar donde lo ha dejado porque sabe que el momento ha pasado.
Me alegro de que el mensaje nos haya interrumpido. Puede que, por un momento, me haya sentido atraída por ella, pero es Artie quien me gusta de verdad. Santana y yo podemos ser amigas.
—¿Te importa si volvemos a casa? —le pregunto súbitamente.
—Claro que no. Además es tarde y mañana tengo que mirar unas cosas del trabajo —dice restándole importancia a lo que ha pasado.
Acelero el paso. Quiero llegar a casa cuanto antes para contárselo a Kurt. ¡No se lo va a creer!
Santana me acompaña a casa y me deja en el portal con la promesa de volver a vernos pronto. De repente me percato de que no le he dado mi número. ¡Bah, qué importa! Ahora tengo cosas más importantes en las que pensar. Busco a Kurt con la mirada y lo encuentro en el mismo sitio donde lo he dejado. Me acerco y le doy unos golpecitos en el hombro.
—¿Puedo robártelo unos minutos? —le pregunto a Ron que asiente al instante—. Tengo que contarte algo —le susurro a Kurt mientras su nuevo amigo se levanta y se acerca a la mesa a por algo de comer.
La noticia no le entusiasma lo más mínimo. Es más, ¡hasta se enfada conmigo!
—¡No lo entiendo! ¿Qué diablos le ves a ese piloto?
No lo soporto. ¿Quién es él para decirme quien me tiene que gustar?
—¿Es que no has visto sus fotos? —pregunto molesta.
—Sí, vale, es guapo —a regañadientes añade—. Muy guapo. Y es piloto, pero ¿qué más tiene?
—¡Qué sabrás tú? ¡Ni siquiera lo conoces! ¡No le has dado ni una oportunidad!
—Puede que no lo conozca personalmente. Pero sé cómo son los tipos como él. No se despidió de ti cuando te fuiste y en todo este tiempo no has sabido nada de él. Deberías saber que lo único que va a querer de ti cuando venga es llevarte a la cama.
Lo miro furiosa.
—No me mires así. Sabes que es cierto. Te llevará a la cama y tú caerás rendida a sus pies. Luego volverá por donde ha venido y si te he visto no me acuerdo. Tendrás que dar gracias si vuelve a avisarte la próxima vez que venga a Boston.
—¿Es que no valgo lo suficiente? ¿Por eso a lo máximo que puedo aspirar es a un polvo de una noche? —pregunto furibunda
—Yo no he dicho eso.
—Pero lo has insinuado.
Kurt sacude la cabeza.
—Mira que eres cabezota. —No puedo evitar esbozar una ligera sonrisa—. Tú vales mucho. Si no fuera así no te habría elegido como compañera de piso.
Definitivamente no lo soporto. Soy incapaz de estar enfadada con él más de cinco minutos.
—¿Entonces a qué te refieres?
—Mira, estoy convencida de que ese tal Artie sabe que estás colada por él y, es posible que le gustes, pero no tanto como para empezar una relación seria contigo... —Antes de que pueda interrumpirlo añade—: Así que, mientras has vivido en Valencia ha mantenido las distancias y ha sido tu amigo, pero ahora que estás a nueve horas de vuelo de distancia, ¿qué le impide pasar una noche contigo y luego volver por donde ha venido?
Visto así puede que tenga algo de razón.
—Vives inmersa en tus fantasías, incapaz de valorar lo que tienes delante.
Alguien como Santana.
—Exacto, Santana. —Es como si Kurt pudiera leerme la mente—. ¿Es que no te gusta?
¿Que si me gusta? Decir que no me gusta sería mentir. Pero, ¿y decir que sí?
—Bueno...
—Dime que hoy no has sentido nada por ella y te dejaré en paz.
Vale, eso sí que sería mentir.
—¡Lo sabía, lo sabía!
—No he dicho nada. No he dicho que me guste.
—Eso ya lo veremos —replica con suficiencia.
Pongo los ojos en blanco. Cuando se le mete algo entre ceja y ceja no hay quien se lo saque. Sin más, se levanta y se va en busca de su nuevo amigo.
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Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Capítulo 8
Un encuentro inesperado
La mañana siguiente descubro que Ron —todavía no sé su verdadero nombre, aunque estoy segura de que pronto me hartaré de escucharlo— es rubio y que ha pasado la noche en casa.
Kurt descubre que se ha enamorado.
Parecen dos adolescentes. Sentados en los taburetes de la cocina se dan el uno al otro los restos de tiramisú mientras se miran embelesados. La imagen es demasiado empalagosa para mí, así que vuelvo al dormitorio. Sentada en la cama trato de decidir cómo pasar el día ya que está claro que hoy no puedo contar con Kurt.
No puedo ir a comer a casa de Neri y Piot porque hoy salían de excursión con unos amigos. Y, aunque podría hablar con mis padres un rato, eso no me va a solucionar la papeleta el resto del día. Me doy cuenta de que, sin contar a Kurt, prácticamente no he hecho amigos en Boston. Quedarme encerrada lamentándome no me va a hacer sentir mejor así que decido darme una ducha rápida y salir a dar una vuelta. Como mi intención es pasear todo lo que pueda y sin quedar con nadie, me visto lo más cómoda posible: vaqueros, zapatillas de deporte, una camiseta blanca, una sudadera nueva de
Abercrombie, una cola de caballo y apenas maquillaje. Me cuelgo del hombro una bandolera, me pongo las gafas de sol y salgo de casa.
De refilón, veo que siguen en la cocina, pero ni se inmutan al verme pasar. De hecho, es posible que ni me hayan visto. Cojo el ascensor y salgo del portal sin percatarme de que llevo una de las zapatillas desabrochada. Comienzo a bajar las escaleras, pero sucede lo inevitable. Tropiezo con el cordón y me caigo de culo.
En un abrir y cerrar de ojos, bajo todos los escalones golpeándome el
trasero una y otra vez.
—Ay... —murmuro dolorida—, ¡qué daño!
—La verdad es que ha sido un buen golpe —dice una voz detrás de mí.
¡Mierda! No puede ser ella. ¿Es que es omnipresente o qué? Me giro y la veo. Pues sí. Es ella. ¿A qué habrá venido? Lleva unos vaqueros desgatados, unas zapatillas de deporte y un polo de Ralph Lauren azul marino. Y es la primera vez que no lleva el pelo tan arreglado. Su aspecto es mucho más desenfadado y me gusta.
—Ya lo creo —digo mientras trato de ponerme en pie.
Se acerca y me ayuda a incorporarme.
—Veo que tienes por costumbre lo de tropezarte.
—Eso parece —replico.
Y tú, no sé cómo lo haces pero siempre andas cerca.
—Anoche me dejé olvidada la chaqueta en tu casa —explica—, como ya no volví a subir...
¡No, si la culpa aún será mía!
—Y como no tenía tu teléfono he pensado que lo mejor sería pasarme a por ella a primera hora. Veo que te pillo por los pelos.
—Iba a dar una vuelta.
—Bueno, no tardaremos más de cinco minutos en subir, cogerla y bajar. No quiero retrasarte.
—¿Retrasarme? —sacudo la cabeza —. Qué va. Lo que pasa es que tengo en casa a dos críos enamorados y he decidido dejársela para ellos. No me ha quedado otra que salir a la calle.
—¿Dos críos? ¿Te refieres a Kurt y su nuevo amigo?
—Los mismos.
Asiente comprensiva.
—¿Te importa recoger la chaqueta más tarde? —le pregunto—. No me apetece nada volver a subir...
—Está bien. ¿A qué hora te viene bien que me pase? No quiero trastocar tus planes.
—¿Mis planes? Mi único plan era dar un paseo, pero después del golpe que me acabo de dar creo que no me apetece mucho.
—¿Te apetece que hagamos algo las dos juntas? —se atreve a preguntar.
No sé... Si le digo que sí, a lo mejor piensa que tiene alguna posibilidad conmigo, pero, por otra parte, no me apetece pasarme el día sola. Y, además, con Santana no tendré que hablar todo el rato en inglés. Y me duele el culo. Mucho. Ya no quiero pasear.
—¿Por qué no? —respondo alegremente.
—¿En serio? —Parece sorprendida.
—Sí. Pero por favor, que sea algo tranquilo. Que estoy lesionada.
—¿Te apetece venir a mi casa?
Madre mía. No se anda con rodeos. ¿Qué clase de chica cree que soy?
—No pongas esa cara, mujer —dice entre risas—. No es lo que piensas.
Qué es lo que estoy pensando yo, ¿eh?
—Has dicho que querías un plan tranquilo, ¿no?
La miro dubitativa.
—¿Comida china, palomitas, helado y un maratón de cine es un plan lo suficientemente tranquilo para ti?
Vale, no puedo negarme a un plan como ese.
—¿El helado será de chocolate?
Suelta una carcajada.
La miro suspicaz.
—¿Eso es un sí?
—Claro, el helado será de lo que tú quieras —concede—. La peli la elijo yo.
Eso sí que no. No pienso tragarme la última de Bourne. Estoy a punto de protestar cuando interrumpe mis pensamientos.
—Dame una oportunidad por una vez, ¿quieres? Ni siquiera sabes cuál voy a escoger.
—Está bien, pero lo hago solo por el helado de chocolate.
—Por supuesto —dice mientras se echa a andar.
—¿Dónde vives? —inquiero mientras me froto el trasero, aún dolorido—. ¿Vamos andando?
Me mira y amaga una sonrisa. Avergonzada, me sonrojo y dejo de tocarme el culo.
—No está aquí al lado, pero teniendo en cuenta que las distancias no son exageradas podemos ir paseando tranquilamente...
Estoy a punto de protestar porque no quiero andar. Pero me callo. No quiero parecer una quejica. Aunque lo soy.
—Vale. Así voy haciendo hueco a la comida china y al helado.
—Te olvidas de las palomitas.
—Cierto. ¿Saladas o dulces?
—¡Saladas! —decimos al unísono.
Recorremos las calles de Boston durante media hora y, contra todo pronóstico, disfruto del paseo. Santana es muy divertida, le gusta hablar de muchas cosas y, además, descubrimos que tenemos algo en común: ¡pasión por el fútbol!
—No lo puedo creer —dice—, no tienes pinta de que te guste el fútbol.
—¿Ah, no? ¿Es que tengo que parecer una hooligan?
Se ríe.
—No, no es eso —replica—. Es solo que hasta ahora todas las chicas que he conocido y que han dicho que les gustaba el futbol en realidad querían decir que les gustaba Cristiano Ronaldo...
—¡Pero bueno! En serio, ¿por quién me tomas? ¿CR9? Yo soy más de tipos duros como Piqué... —Me mira sorprendida—. ¡Es broma! A mí me gusta el fútbol de verdad. Además, ¡yo soy del Valencia! Desde pequeña he ido con mi padre al campo del Mestalla.
—En realidad, con el genio que tienes —dice bromeando— ya te imagino insultando a los jugadores del equipo rival desde las gradas.
Me sonrojo porque es cierto. Pero no lo voy a admitir.
—¿Genia? —bufo—. Por favor, mira quien fue a hablar...
—Tienes razón —admite—. De todas formas, aquí lo tenemos un poco complicado para poder seguir bien la liga. No es un deporte con mucha afición.
—Ya...
—Oye —dice de repente como si se le hubiera ocurrido una brillante idea—, podemos ir algún día a ver un partido de béisbol. Creo que el equipo de los Red Sox es bastante bueno. Puede ser divertido, ¿no?
—Sí... —respondo dubitativa—. Mira, vamos a ver si somos capaces de terminar el día sin pelearnos y si es así podemos pensar en el próximo plan.
—¿Dices «plan» para no decir «cita»?
—Esto no es una cita...
—Lo que tú digas.
—Nos hemos encontrado por casualidad y hemos decidido hacer algo juntas. NO es una cita —replico tajante.
—Puede ser... —se queda pensativa—. Pero si volvemos a quedar sí será una cita.
Vale. Desisto, no voy a discutir por eso. Seguro que no volveremos a quedar... ¿O sí? Noto que me está mirando.
—¿Qué? —espeto bruscamente.
—Tu cara es un libro abierto.
—¿Ah, sí? A ver, ¿qué estaba pensando? —respondo molesta.
—Te irritas con una facilidad increíble, ¿sabes?
Ella me irrita con una facilidad increíble.
—Pero si vas a quedarte más tranquila... Lo que estabas pensando es que seguramente no volvamos a quedar.
La miro asombrada. Lo que me faltaba. Encima es capaz de leerme los pensamientos.
—Te equivocas —miento descaradamente—, estaba pensando que estoy cansada. ¿Falta mucho?
Suelta una carcajada.
—Te has puesto a la defensiva —indica—, así que he dado en el
clavo.
Pero mira que es pretenciosa. La observo irritada.
—No te enfades, ¿dónde está tu sentido del humor?
En casa, con tu chaqueta.
—Venga, no te enfurruñes que ya estamos llegando. Acuérdate del helado de chocolate al que te voy a invitar.
Mmmm, helado de chocolate, soy una golosa sin remedio.
—Más vale que sea de Häagen Dazs o esa cita de la que tanto hablas no llegará nunca —gruño.
—Si esa es tu única condición, por mí podemos ir fijando la fecha... —Le propino un codazo—. ¡Ay! Vale, vale, no insisto más.
Seguimos caminando y cinco minutos después llegamos a la calle Boylston y nos paramos en una de las fincas que hay frente al centro comercial Prudential. Centro comercial en el que yo trabajo.
—No me digas que vives aquí.
—Sí —abre la puerta y saluda al portero—, ¿vas a pasar o no?
Se nota que lleva poco viviendo tiempo allí porque, a diferencia del piso de Kurt, este no está abarrotado de cosas. Sin embargo, me encanta cómo está decorada. Un colorido aparador indio a la entrada de la casa y muebles de estilo colonial en el salón: robustos y de una cálida madera con reflejos caobas. Casi me recuerdan a ella. A su cabello. Las cortinas y las alfombras en tono crudo le aportan el toque de luminosidad necesario. Me gustaría ver el resto de la casa, pero no me atrevo a decírselo.
—¿Te gusta? —pregunta tímidamente.
—Me encanta —afirmo.
—No te mentiré, no lo he decorado yo. —Ya me extrañaba a mí—. Las dos primeras semanas estuve viviendo en un hotel y contraté a un decorador para que se ocupase de amueblar la casa.
Pues el decorador ha tenido buen gusto.
—Pero fui yo la que le dijo lo que quería —añade—. No quería una de esas casas de muebles modernos y minimalistas sin personalidad.
¿He oído bien?
—Así que... —me aclaro la garganta—, ¿este es tu estilo?
—Sí.
Exactamente igual al mío. Odio esas casas en las que todo es blanco, recto y de acero. Son frías e impersonales. En cambio, esta casa es cálida y acogedora.
—¿Pedimos la comida? Me muero de hambre. —Será mejor cambiar de tema. Aunque la verdad es que tengo apetito...
—Claro. ¿Qué te apetece? —pregunta mientras saca un menú de un restaurante chino de un cajón y me lo da. Lo estudio con detenimiento.
—A ver... un rollito de primavera, arroz tres delicias y pato laqueado —digo relamiéndome.
—Acabas de leerme la mente. ¿Pedimos también una de pollo al limón?
—¡Vale!
Mientras esperamos a que traigan el pedido la sigo hasta la cocina y le ayudo a poner la mesa. La cocina, igual que el salón, me conquista al instante. Es amplia y muy luminosa. Y, curiosamente, está muy ordenada. Y limpia. Una vez más, es como si Santana leyese mis pensamientos.
—Probablemente te sorprenda lo aseada que está la casa —comenta—, pero la verdad es que como casi siempre en la oficina y por las noches llego muy tarde a casa.
Aun así está muy limpia. Impoluta, diría yo.
—Y vienen a limpiar un par de veces a la semana.
¡Ah! Ya decía yo. Abre un armario y saca un paquete de palomitas saladas para microondas. Antes de que pueda preguntarle por el helado abre el congelador y me muestra una tarrina de helado de Häagen Dazs de chocolate y otra de vainilla con nueces de Macadamia.
—No me estás dejando elección. Voy a tener que quejarme por la película...
—Las películas—puntualiza.
Enarco las cejas. Sale de la cocina y vuelve cargada con un montón de DVDs. Los coloca sobre la mesa de la cocina. Si se trata de la saga de Bourne, Rocky o Terminator que no cuente conmigo.
Esbozo una ligera sonrisa al ver las carátulas. Lo ha vuelto a hacer.
—¿He acertado? —pregunta esperanzado.
No puedo negarlo.
—Acabas de toparte con la mayor fan de Han Solo.
—Entonces, que la fuerza me acompañe —dice entre risas.
Quince minutos más tarde llega la comida china. Yo, que no he desayunado, estoy hambrienta y devoro el rollito de primavera para, a continuación, servirme una buena cantidad de pato laqueado, arroz tres delicias y pollo al limón.
—¿Tienes miedo de que te deje sin ración? —pregunta Santana enarcando las cejas—. Creo que eres la primera chica con la que salgo a la que veo comer tanto.
Avergonzada, dejo el tenedor sobre el plato. ¿Le habré parecido una glotona? Pero bueno, ¿qué hago sintiéndome culpable? ¿Por qué no he de comer si tengo hambre? Yo no soy de esas chicas que se alimentan a base de ensalada. ¡A mí me gusta disfrutar de la comida!
—¿En serio? Pero si esto no es nada. Creía que aun faltaban las palomitas y el helado —hago una pausa para meterme en la boca una cucharada de arroz antes de continuar—. Y te recuerdo que no estamos saliendo...
—Está bien. No te enfades. Además —añade mientras apura su Coca Cola light—, me encanta ver que disfrutas tanto como yo. Sería terrible que yo estuviese atiborrándome de comida china mientras tú apenas pruebas bocado.
—No creo que, en mi caso, eso fuera posible.
De repente noto que me está mirando fijamente los muslos.
—A mí no me gustan las chicas delgadas —dice distraída.
¡Esto es el colmo! ¿Me está llamando gorda? Puede que no gaste una talla 36 y reconozco que estaría mejor con un par de kilos menos, o cuatro en opinión de mi madre, pero no estoy gorda. Antes de que le responda se fija en la expresión de mi cara y se da cuenta de que me he molestado.
—Mira que eres susceptible. No he dicho que estés gorda.
¿Ah, no?
—¿Es que tienes que enfadarte por todo? Eres una mujer con curvas y eso me gusta. Nada más.
—¿Con curvas?
—Sí, como Jennifer López.
—Está bien, nunca me habían comparado con J. Lo, así que lo tomaré como un cumplido.
Sacude la cabeza, dándome por imposible. Recogemos la mesa y nos disponemos a empezar la sesión de cine. Abre el congelador y saca la tarrina de helado de chocolate y la de vainilla. Las agita en el aire para que elija. Sin dudar, señalo la de chocolate. De un armario saca dos boles de porcelana y sirve unas generosas raciones de helado. La sigo hasta el salón y me siento esperando que ponga la película.
Miro a mi alrededor y, pese a lo extraño que me resulta estar en casa de alguien a quien hasta ayer por la noche odiaba, no puedo evitar sentirme a gusto. Fuera está lloviendo y las gotas repiquetean sobre los amplios ventanales del salón. La verdad es que no podía haber elegido mejor plan. No hay nada como acurrucarse en un sofá tapada con una manta a ver una peli en una tarde lluviosa. Vaya, me falta la manta. Me giro y veo que hay una de lana escocesa en la otra punta del sofá. Alargo la mano, la cojo y me enrollo con ella. Santana se gira y sonríe al verme. Yo me ruborizo. Ni siquiera le he preguntado antes de coger la manta, pero no parece importarle. Enciende el
televisor y apaga las luces.
Se sienta junto a mí y pulsa el play. Minutos después estamos absortas en la película. No soy consciente de que me rodea con el brazo, ni de que yo apoyo la cabeza sobre su hombro, ni de que de vez en cuando me acaricia suavemente el pelo. Solo sé que me siento bien.
Cuando termina la película, tengo que incorporarme para que se levante a poner la siguiente de la saga. Avergonzada, me doy cuenta de lo que estábamos haciendo.
¿Qué estoy haciendo? Tendría que odiarla. La observo mientras guarda el DVD en su caja y coloca el siguiente. Pero no puedo. No es la misma persona que vi en el aeropuerto. Es amable y divertida. Y tremendamente atractiva.
Se dirige hacia mí, perfectamente consciente de que la estoy observando. Me mira fijamente y no consigo apartar la mirada. Tiene los ojos de un precioso color miel. No me había dado cuenta hasta ahora. Se sienta junto a mí sin decir una palabra, pero sin apartar sus ojos de los míos. Me está poniendo nerviosa. No tendría que ponerme nerviosa. Me acaricia la mejilla y se inclina sobre mí. Siempre sin dejar de mirarme.
Un escalofrío me recorre el cuerpo. Quiero rechazarla, pero no puedo. Trato de apartarme, pero Santana me sujeta y me lo impide.
—No te vayas.
No quiero irme. Pero tengo que hacerlo. No quiero besarla. No quiero besarla porque me gusta.
Sí, no olvido lo que hizo y tengo miedo de que me haga daño. Pero aun así me gusta. Quiero que me rodee con sus brazos. Quiero que me acaricie. Quiero sentir sus labios sobre los míos. Me dejo caer de nuevo en el sillón. Es posible que esté cometiendo un error y probablemente me arrepienta. Es posible que mañana esto no haya significado nada para ella. Es posible que...
—Me gustas de verdad —me susurra al oído—. No vuelvas a crear una barrera entre nosotras. Si pudiera retroceder en el tiempo lo haría...
No termina la frase porque me rindo. Me rindo y, esta vez, soy yo la que la besa. La abrazo y la atraigo hacia mí. Sus manos recorren mi cuerpo y sus besos son cálidos y apasionados. Consigue que me olvide te todo: del incidente del aeropuerto, de las discusiones, de Artie... Solo quiero sentirla a ella, así que me dejo llevar. Tengo calor, y me quito la sudadera. Santana me acaricia por encima de la camiseta. Estoy a punto de quitármela también cuando suena mi teléfono.
—Tengo que cogerlo —murmuro mientras me incorporo—. Podrían ser mis padres, hoy no he hablado con ellos por Skype y habíamos quedado en hacerlo.
Santana asiente. ¿Estará pensando en el mensaje de anoche? Me aparto el pelo de la cara. ¡Qué calor!
Rebusco en el bolso y consigo descolgar el teléfono de milagro antes de que cuelguen. Ni siquiera miro el identificador de llamada.
—¿Diga?
—¿¿Se puede saber dónde estás??
Kurt.
—Llevo todo el día preocupado por ti. Te has ido sin avisar.
Qué típico de él. Si ni siquiera me ha visto cuando he pasado por delante de sus narices. Ahora a ver qué le cuento.
—Bueno... Yo... Salí a dar un paseo y...
—¿Un paseo? ¡Pero si llueve a cántaros!
—Esta mañana no llovía.
—Ah. No lo sé. No he salido de casa en todo el día —replica.
Ya me lo imagino.
—¿Qué querías, Kurt? —pregunto tratando de no perder la paciencia. No se ha acordado de mí en todo el día, a buenas horas se ha preocupado.
—Eddie acaba de irse.
¿Eddie? ¿Eddie es Ron?
—Tengo mucho que contarte.
¿Ahora? ¿No tenía otro momento? ¿No podía esperar? Tapo el
auricular con la mano.
—Kurt quiere contarme su historia de amor —le susurro a Santana—, quiere que vaya a casa.
—¿Y tienes que contármelo precisamente ahora, Kurt? —digo puntillosa. No quiero irme, no quiero separarme de Santana. Quiero terminar lo que hemos empezado. No quiero romper el momento.
—¡Pues claro! ¿Qué demonios estás haciendo que me pones tantas pegas?
Santana se acerca a mí y me abraza por detrás.
—No te preocupes, yo te acerco a casa en coche —dice en voz baja mientras me besa el cuello—. Retomaremos esto en otro momento.
Yo no quiero retomarlo en otro momento. Quiero retomarlo ahora.
—Está bien, Kurt, en veinte minutos estoy en casa.
Vuelvo a guardar el móvil en el bolso y suspiro. Apoyo la cabeza sobre el pecho de Santana, que no me ha soltado. No quería volver a verle y ahora no quiero separarme de ella.
—Anda, será mejor que nos vayamos —digo con un bufido.
—No te enfades, gruñona —dice mientras recoge mi sudadera del suelo.
Me la pongo y vuelvo a hacerme la coleta. Estoy un poco confusa con todo esto, pero hacía tiempo que no me sentía tan bien.
Ha sido un día maravilloso y no quiero que termine.
—Por cierto —dice—, antes de que nos vayamos. ¿Qué tal si me das tu teléfono?
Sonrío y se lo apunto en un papel.
—¿Me llamarás?
Un encuentro inesperado
La mañana siguiente descubro que Ron —todavía no sé su verdadero nombre, aunque estoy segura de que pronto me hartaré de escucharlo— es rubio y que ha pasado la noche en casa.
Kurt descubre que se ha enamorado.
Parecen dos adolescentes. Sentados en los taburetes de la cocina se dan el uno al otro los restos de tiramisú mientras se miran embelesados. La imagen es demasiado empalagosa para mí, así que vuelvo al dormitorio. Sentada en la cama trato de decidir cómo pasar el día ya que está claro que hoy no puedo contar con Kurt.
No puedo ir a comer a casa de Neri y Piot porque hoy salían de excursión con unos amigos. Y, aunque podría hablar con mis padres un rato, eso no me va a solucionar la papeleta el resto del día. Me doy cuenta de que, sin contar a Kurt, prácticamente no he hecho amigos en Boston. Quedarme encerrada lamentándome no me va a hacer sentir mejor así que decido darme una ducha rápida y salir a dar una vuelta. Como mi intención es pasear todo lo que pueda y sin quedar con nadie, me visto lo más cómoda posible: vaqueros, zapatillas de deporte, una camiseta blanca, una sudadera nueva de
Abercrombie, una cola de caballo y apenas maquillaje. Me cuelgo del hombro una bandolera, me pongo las gafas de sol y salgo de casa.
De refilón, veo que siguen en la cocina, pero ni se inmutan al verme pasar. De hecho, es posible que ni me hayan visto. Cojo el ascensor y salgo del portal sin percatarme de que llevo una de las zapatillas desabrochada. Comienzo a bajar las escaleras, pero sucede lo inevitable. Tropiezo con el cordón y me caigo de culo.
En un abrir y cerrar de ojos, bajo todos los escalones golpeándome el
trasero una y otra vez.
—Ay... —murmuro dolorida—, ¡qué daño!
—La verdad es que ha sido un buen golpe —dice una voz detrás de mí.
¡Mierda! No puede ser ella. ¿Es que es omnipresente o qué? Me giro y la veo. Pues sí. Es ella. ¿A qué habrá venido? Lleva unos vaqueros desgatados, unas zapatillas de deporte y un polo de Ralph Lauren azul marino. Y es la primera vez que no lleva el pelo tan arreglado. Su aspecto es mucho más desenfadado y me gusta.
—Ya lo creo —digo mientras trato de ponerme en pie.
Se acerca y me ayuda a incorporarme.
—Veo que tienes por costumbre lo de tropezarte.
—Eso parece —replico.
Y tú, no sé cómo lo haces pero siempre andas cerca.
—Anoche me dejé olvidada la chaqueta en tu casa —explica—, como ya no volví a subir...
¡No, si la culpa aún será mía!
—Y como no tenía tu teléfono he pensado que lo mejor sería pasarme a por ella a primera hora. Veo que te pillo por los pelos.
—Iba a dar una vuelta.
—Bueno, no tardaremos más de cinco minutos en subir, cogerla y bajar. No quiero retrasarte.
—¿Retrasarme? —sacudo la cabeza —. Qué va. Lo que pasa es que tengo en casa a dos críos enamorados y he decidido dejársela para ellos. No me ha quedado otra que salir a la calle.
—¿Dos críos? ¿Te refieres a Kurt y su nuevo amigo?
—Los mismos.
Asiente comprensiva.
—¿Te importa recoger la chaqueta más tarde? —le pregunto—. No me apetece nada volver a subir...
—Está bien. ¿A qué hora te viene bien que me pase? No quiero trastocar tus planes.
—¿Mis planes? Mi único plan era dar un paseo, pero después del golpe que me acabo de dar creo que no me apetece mucho.
—¿Te apetece que hagamos algo las dos juntas? —se atreve a preguntar.
No sé... Si le digo que sí, a lo mejor piensa que tiene alguna posibilidad conmigo, pero, por otra parte, no me apetece pasarme el día sola. Y, además, con Santana no tendré que hablar todo el rato en inglés. Y me duele el culo. Mucho. Ya no quiero pasear.
—¿Por qué no? —respondo alegremente.
—¿En serio? —Parece sorprendida.
—Sí. Pero por favor, que sea algo tranquilo. Que estoy lesionada.
—¿Te apetece venir a mi casa?
Madre mía. No se anda con rodeos. ¿Qué clase de chica cree que soy?
—No pongas esa cara, mujer —dice entre risas—. No es lo que piensas.
Qué es lo que estoy pensando yo, ¿eh?
—Has dicho que querías un plan tranquilo, ¿no?
La miro dubitativa.
—¿Comida china, palomitas, helado y un maratón de cine es un plan lo suficientemente tranquilo para ti?
Vale, no puedo negarme a un plan como ese.
—¿El helado será de chocolate?
Suelta una carcajada.
La miro suspicaz.
—¿Eso es un sí?
—Claro, el helado será de lo que tú quieras —concede—. La peli la elijo yo.
Eso sí que no. No pienso tragarme la última de Bourne. Estoy a punto de protestar cuando interrumpe mis pensamientos.
—Dame una oportunidad por una vez, ¿quieres? Ni siquiera sabes cuál voy a escoger.
—Está bien, pero lo hago solo por el helado de chocolate.
—Por supuesto —dice mientras se echa a andar.
—¿Dónde vives? —inquiero mientras me froto el trasero, aún dolorido—. ¿Vamos andando?
Me mira y amaga una sonrisa. Avergonzada, me sonrojo y dejo de tocarme el culo.
—No está aquí al lado, pero teniendo en cuenta que las distancias no son exageradas podemos ir paseando tranquilamente...
Estoy a punto de protestar porque no quiero andar. Pero me callo. No quiero parecer una quejica. Aunque lo soy.
—Vale. Así voy haciendo hueco a la comida china y al helado.
—Te olvidas de las palomitas.
—Cierto. ¿Saladas o dulces?
—¡Saladas! —decimos al unísono.
Recorremos las calles de Boston durante media hora y, contra todo pronóstico, disfruto del paseo. Santana es muy divertida, le gusta hablar de muchas cosas y, además, descubrimos que tenemos algo en común: ¡pasión por el fútbol!
—No lo puedo creer —dice—, no tienes pinta de que te guste el fútbol.
—¿Ah, no? ¿Es que tengo que parecer una hooligan?
Se ríe.
—No, no es eso —replica—. Es solo que hasta ahora todas las chicas que he conocido y que han dicho que les gustaba el futbol en realidad querían decir que les gustaba Cristiano Ronaldo...
—¡Pero bueno! En serio, ¿por quién me tomas? ¿CR9? Yo soy más de tipos duros como Piqué... —Me mira sorprendida—. ¡Es broma! A mí me gusta el fútbol de verdad. Además, ¡yo soy del Valencia! Desde pequeña he ido con mi padre al campo del Mestalla.
—En realidad, con el genio que tienes —dice bromeando— ya te imagino insultando a los jugadores del equipo rival desde las gradas.
Me sonrojo porque es cierto. Pero no lo voy a admitir.
—¿Genia? —bufo—. Por favor, mira quien fue a hablar...
—Tienes razón —admite—. De todas formas, aquí lo tenemos un poco complicado para poder seguir bien la liga. No es un deporte con mucha afición.
—Ya...
—Oye —dice de repente como si se le hubiera ocurrido una brillante idea—, podemos ir algún día a ver un partido de béisbol. Creo que el equipo de los Red Sox es bastante bueno. Puede ser divertido, ¿no?
—Sí... —respondo dubitativa—. Mira, vamos a ver si somos capaces de terminar el día sin pelearnos y si es así podemos pensar en el próximo plan.
—¿Dices «plan» para no decir «cita»?
—Esto no es una cita...
—Lo que tú digas.
—Nos hemos encontrado por casualidad y hemos decidido hacer algo juntas. NO es una cita —replico tajante.
—Puede ser... —se queda pensativa—. Pero si volvemos a quedar sí será una cita.
Vale. Desisto, no voy a discutir por eso. Seguro que no volveremos a quedar... ¿O sí? Noto que me está mirando.
—¿Qué? —espeto bruscamente.
—Tu cara es un libro abierto.
—¿Ah, sí? A ver, ¿qué estaba pensando? —respondo molesta.
—Te irritas con una facilidad increíble, ¿sabes?
Ella me irrita con una facilidad increíble.
—Pero si vas a quedarte más tranquila... Lo que estabas pensando es que seguramente no volvamos a quedar.
La miro asombrada. Lo que me faltaba. Encima es capaz de leerme los pensamientos.
—Te equivocas —miento descaradamente—, estaba pensando que estoy cansada. ¿Falta mucho?
Suelta una carcajada.
—Te has puesto a la defensiva —indica—, así que he dado en el
clavo.
Pero mira que es pretenciosa. La observo irritada.
—No te enfades, ¿dónde está tu sentido del humor?
En casa, con tu chaqueta.
—Venga, no te enfurruñes que ya estamos llegando. Acuérdate del helado de chocolate al que te voy a invitar.
Mmmm, helado de chocolate, soy una golosa sin remedio.
—Más vale que sea de Häagen Dazs o esa cita de la que tanto hablas no llegará nunca —gruño.
—Si esa es tu única condición, por mí podemos ir fijando la fecha... —Le propino un codazo—. ¡Ay! Vale, vale, no insisto más.
Seguimos caminando y cinco minutos después llegamos a la calle Boylston y nos paramos en una de las fincas que hay frente al centro comercial Prudential. Centro comercial en el que yo trabajo.
—No me digas que vives aquí.
—Sí —abre la puerta y saluda al portero—, ¿vas a pasar o no?
Se nota que lleva poco viviendo tiempo allí porque, a diferencia del piso de Kurt, este no está abarrotado de cosas. Sin embargo, me encanta cómo está decorada. Un colorido aparador indio a la entrada de la casa y muebles de estilo colonial en el salón: robustos y de una cálida madera con reflejos caobas. Casi me recuerdan a ella. A su cabello. Las cortinas y las alfombras en tono crudo le aportan el toque de luminosidad necesario. Me gustaría ver el resto de la casa, pero no me atrevo a decírselo.
—¿Te gusta? —pregunta tímidamente.
—Me encanta —afirmo.
—No te mentiré, no lo he decorado yo. —Ya me extrañaba a mí—. Las dos primeras semanas estuve viviendo en un hotel y contraté a un decorador para que se ocupase de amueblar la casa.
Pues el decorador ha tenido buen gusto.
—Pero fui yo la que le dijo lo que quería —añade—. No quería una de esas casas de muebles modernos y minimalistas sin personalidad.
¿He oído bien?
—Así que... —me aclaro la garganta—, ¿este es tu estilo?
—Sí.
Exactamente igual al mío. Odio esas casas en las que todo es blanco, recto y de acero. Son frías e impersonales. En cambio, esta casa es cálida y acogedora.
—¿Pedimos la comida? Me muero de hambre. —Será mejor cambiar de tema. Aunque la verdad es que tengo apetito...
—Claro. ¿Qué te apetece? —pregunta mientras saca un menú de un restaurante chino de un cajón y me lo da. Lo estudio con detenimiento.
—A ver... un rollito de primavera, arroz tres delicias y pato laqueado —digo relamiéndome.
—Acabas de leerme la mente. ¿Pedimos también una de pollo al limón?
—¡Vale!
Mientras esperamos a que traigan el pedido la sigo hasta la cocina y le ayudo a poner la mesa. La cocina, igual que el salón, me conquista al instante. Es amplia y muy luminosa. Y, curiosamente, está muy ordenada. Y limpia. Una vez más, es como si Santana leyese mis pensamientos.
—Probablemente te sorprenda lo aseada que está la casa —comenta—, pero la verdad es que como casi siempre en la oficina y por las noches llego muy tarde a casa.
Aun así está muy limpia. Impoluta, diría yo.
—Y vienen a limpiar un par de veces a la semana.
¡Ah! Ya decía yo. Abre un armario y saca un paquete de palomitas saladas para microondas. Antes de que pueda preguntarle por el helado abre el congelador y me muestra una tarrina de helado de Häagen Dazs de chocolate y otra de vainilla con nueces de Macadamia.
—No me estás dejando elección. Voy a tener que quejarme por la película...
—Las películas—puntualiza.
Enarco las cejas. Sale de la cocina y vuelve cargada con un montón de DVDs. Los coloca sobre la mesa de la cocina. Si se trata de la saga de Bourne, Rocky o Terminator que no cuente conmigo.
Esbozo una ligera sonrisa al ver las carátulas. Lo ha vuelto a hacer.
—¿He acertado? —pregunta esperanzado.
No puedo negarlo.
—Acabas de toparte con la mayor fan de Han Solo.
—Entonces, que la fuerza me acompañe —dice entre risas.
Quince minutos más tarde llega la comida china. Yo, que no he desayunado, estoy hambrienta y devoro el rollito de primavera para, a continuación, servirme una buena cantidad de pato laqueado, arroz tres delicias y pollo al limón.
—¿Tienes miedo de que te deje sin ración? —pregunta Santana enarcando las cejas—. Creo que eres la primera chica con la que salgo a la que veo comer tanto.
Avergonzada, dejo el tenedor sobre el plato. ¿Le habré parecido una glotona? Pero bueno, ¿qué hago sintiéndome culpable? ¿Por qué no he de comer si tengo hambre? Yo no soy de esas chicas que se alimentan a base de ensalada. ¡A mí me gusta disfrutar de la comida!
—¿En serio? Pero si esto no es nada. Creía que aun faltaban las palomitas y el helado —hago una pausa para meterme en la boca una cucharada de arroz antes de continuar—. Y te recuerdo que no estamos saliendo...
—Está bien. No te enfades. Además —añade mientras apura su Coca Cola light—, me encanta ver que disfrutas tanto como yo. Sería terrible que yo estuviese atiborrándome de comida china mientras tú apenas pruebas bocado.
—No creo que, en mi caso, eso fuera posible.
De repente noto que me está mirando fijamente los muslos.
—A mí no me gustan las chicas delgadas —dice distraída.
¡Esto es el colmo! ¿Me está llamando gorda? Puede que no gaste una talla 36 y reconozco que estaría mejor con un par de kilos menos, o cuatro en opinión de mi madre, pero no estoy gorda. Antes de que le responda se fija en la expresión de mi cara y se da cuenta de que me he molestado.
—Mira que eres susceptible. No he dicho que estés gorda.
¿Ah, no?
—¿Es que tienes que enfadarte por todo? Eres una mujer con curvas y eso me gusta. Nada más.
—¿Con curvas?
—Sí, como Jennifer López.
—Está bien, nunca me habían comparado con J. Lo, así que lo tomaré como un cumplido.
Sacude la cabeza, dándome por imposible. Recogemos la mesa y nos disponemos a empezar la sesión de cine. Abre el congelador y saca la tarrina de helado de chocolate y la de vainilla. Las agita en el aire para que elija. Sin dudar, señalo la de chocolate. De un armario saca dos boles de porcelana y sirve unas generosas raciones de helado. La sigo hasta el salón y me siento esperando que ponga la película.
Miro a mi alrededor y, pese a lo extraño que me resulta estar en casa de alguien a quien hasta ayer por la noche odiaba, no puedo evitar sentirme a gusto. Fuera está lloviendo y las gotas repiquetean sobre los amplios ventanales del salón. La verdad es que no podía haber elegido mejor plan. No hay nada como acurrucarse en un sofá tapada con una manta a ver una peli en una tarde lluviosa. Vaya, me falta la manta. Me giro y veo que hay una de lana escocesa en la otra punta del sofá. Alargo la mano, la cojo y me enrollo con ella. Santana se gira y sonríe al verme. Yo me ruborizo. Ni siquiera le he preguntado antes de coger la manta, pero no parece importarle. Enciende el
televisor y apaga las luces.
Se sienta junto a mí y pulsa el play. Minutos después estamos absortas en la película. No soy consciente de que me rodea con el brazo, ni de que yo apoyo la cabeza sobre su hombro, ni de que de vez en cuando me acaricia suavemente el pelo. Solo sé que me siento bien.
Cuando termina la película, tengo que incorporarme para que se levante a poner la siguiente de la saga. Avergonzada, me doy cuenta de lo que estábamos haciendo.
¿Qué estoy haciendo? Tendría que odiarla. La observo mientras guarda el DVD en su caja y coloca el siguiente. Pero no puedo. No es la misma persona que vi en el aeropuerto. Es amable y divertida. Y tremendamente atractiva.
Se dirige hacia mí, perfectamente consciente de que la estoy observando. Me mira fijamente y no consigo apartar la mirada. Tiene los ojos de un precioso color miel. No me había dado cuenta hasta ahora. Se sienta junto a mí sin decir una palabra, pero sin apartar sus ojos de los míos. Me está poniendo nerviosa. No tendría que ponerme nerviosa. Me acaricia la mejilla y se inclina sobre mí. Siempre sin dejar de mirarme.
Un escalofrío me recorre el cuerpo. Quiero rechazarla, pero no puedo. Trato de apartarme, pero Santana me sujeta y me lo impide.
—No te vayas.
No quiero irme. Pero tengo que hacerlo. No quiero besarla. No quiero besarla porque me gusta.
Sí, no olvido lo que hizo y tengo miedo de que me haga daño. Pero aun así me gusta. Quiero que me rodee con sus brazos. Quiero que me acaricie. Quiero sentir sus labios sobre los míos. Me dejo caer de nuevo en el sillón. Es posible que esté cometiendo un error y probablemente me arrepienta. Es posible que mañana esto no haya significado nada para ella. Es posible que...
—Me gustas de verdad —me susurra al oído—. No vuelvas a crear una barrera entre nosotras. Si pudiera retroceder en el tiempo lo haría...
No termina la frase porque me rindo. Me rindo y, esta vez, soy yo la que la besa. La abrazo y la atraigo hacia mí. Sus manos recorren mi cuerpo y sus besos son cálidos y apasionados. Consigue que me olvide te todo: del incidente del aeropuerto, de las discusiones, de Artie... Solo quiero sentirla a ella, así que me dejo llevar. Tengo calor, y me quito la sudadera. Santana me acaricia por encima de la camiseta. Estoy a punto de quitármela también cuando suena mi teléfono.
—Tengo que cogerlo —murmuro mientras me incorporo—. Podrían ser mis padres, hoy no he hablado con ellos por Skype y habíamos quedado en hacerlo.
Santana asiente. ¿Estará pensando en el mensaje de anoche? Me aparto el pelo de la cara. ¡Qué calor!
Rebusco en el bolso y consigo descolgar el teléfono de milagro antes de que cuelguen. Ni siquiera miro el identificador de llamada.
—¿Diga?
—¿¿Se puede saber dónde estás??
Kurt.
—Llevo todo el día preocupado por ti. Te has ido sin avisar.
Qué típico de él. Si ni siquiera me ha visto cuando he pasado por delante de sus narices. Ahora a ver qué le cuento.
—Bueno... Yo... Salí a dar un paseo y...
—¿Un paseo? ¡Pero si llueve a cántaros!
—Esta mañana no llovía.
—Ah. No lo sé. No he salido de casa en todo el día —replica.
Ya me lo imagino.
—¿Qué querías, Kurt? —pregunto tratando de no perder la paciencia. No se ha acordado de mí en todo el día, a buenas horas se ha preocupado.
—Eddie acaba de irse.
¿Eddie? ¿Eddie es Ron?
—Tengo mucho que contarte.
¿Ahora? ¿No tenía otro momento? ¿No podía esperar? Tapo el
auricular con la mano.
—Kurt quiere contarme su historia de amor —le susurro a Santana—, quiere que vaya a casa.
—¿Y tienes que contármelo precisamente ahora, Kurt? —digo puntillosa. No quiero irme, no quiero separarme de Santana. Quiero terminar lo que hemos empezado. No quiero romper el momento.
—¡Pues claro! ¿Qué demonios estás haciendo que me pones tantas pegas?
Santana se acerca a mí y me abraza por detrás.
—No te preocupes, yo te acerco a casa en coche —dice en voz baja mientras me besa el cuello—. Retomaremos esto en otro momento.
Yo no quiero retomarlo en otro momento. Quiero retomarlo ahora.
—Está bien, Kurt, en veinte minutos estoy en casa.
Vuelvo a guardar el móvil en el bolso y suspiro. Apoyo la cabeza sobre el pecho de Santana, que no me ha soltado. No quería volver a verle y ahora no quiero separarme de ella.
—Anda, será mejor que nos vayamos —digo con un bufido.
—No te enfades, gruñona —dice mientras recoge mi sudadera del suelo.
Me la pongo y vuelvo a hacerme la coleta. Estoy un poco confusa con todo esto, pero hacía tiempo que no me sentía tan bien.
Ha sido un día maravilloso y no quiero que termine.
—Por cierto —dice—, antes de que nos vayamos. ¿Qué tal si me das tu teléfono?
Sonrío y se lo apunto en un papel.
—¿Me llamarás?
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
marthagr81@yahoo.es escribió:23l1 escribió:Hola, aquí estoy comentado (si, una vez a las miles, pero esk soy más de leer que de comentar =/ lo siento) Me gusta esta como las demás adaptaciones, que quede claro, pero no lo comento xD
Tmbn me gusto en la adaptación que colocaste algo así: "yo subo esta hisotira como ustedes suben las mias sin permiso" AJajajajaj morí! y bn dicho! ajajajajaj.
Otra cosa... espero que no dejes de subir historias solo por lo del formato =/
no es justo ¬¬.
Lo cual me lleva a preguntar si ya lo solucionaste o no¿?
xq igual puedes colocar al inicio de la historia y al final [justify] (al del final con un / antes del justify no lo coloco xq lo activaria y no saldria) y lsito ai estaria justificado! o me pides y te lo mando, pero espero q no dejes de subir historias y mantener el foro vivo. Eso xD Saludos =D
Hola un gusto leerte por estos lados.... no dejare de subir historias,, ya asimile las limitaciones a las que estoy sometida aqui y no solo me refiero a justificar el texto, sino a dar color a las letras o poner cursiva cuando son msj de texto de un movil, o poner en letras mas grandes y negrillas los titulos, subir videos hasta los emojis pues..... pero bueno espero que las lectoras comprendan y creo que asi lo hacen, las limitaciones que ahora existen, por lo tanto subire historias hasta donde se me permita....
Yo subi los contenidos desde mis computadora, nunca lo he hecho desde el telefono, pense que saliendome o cerrando sesión y luego volviendo se solucionaria pero nada..
Incluso para ver las historias activas, no puedo, cuando salen comentarios recientes que era una barra que se desplazaba de abajo hacia arriba, esta estancada, tengo que darle en busqueda para encontrar las adaptaciones que estoy llevando...
pero bueno como te dije ya lo asimile, acepto la limitacion y asi continuare.... ya que cuento con la comprensión de quienes nos leen.
Te agradezco enormemente que estuvieras al pendiente. eternamente agradecida por que eres muy atenta en esto del foro. mil gracias..saludos.... te mandaria alguna carita feliz pero no las tengo jajajajajajjaaj
Hola, mmmm que raro... y probaste eliminando el historia, cookies y esas cosas¿? quizás de ai viene el problema =/ Y si no es eso yo te puedo mandar lo q necesitas... X mientras (te lo voy a colocar así, xq si te lo mando como es se activa): en donde quieres colocar las cosas (inicio del texto) tienes que colocar:
-Justificar [justify]
-Curisva
-Negrita[b]
-Y el color me lo puedes pedir
Y para q se active tienes q colocar al final del texto [ + / + la palabra de lo que usaste + ]
Ejemplo: (te lo voy a colocar con palabras diferentes para q no se active)
*[justify]Hola, dijo la persona
Si no me explique bn te lo puedo mandar por comentarios separados XD no soy buena explicando XD jajaja.
De nada, tenemos q ayudarnos en lo q se pueda. Eso si, con lo de la barra q te avisa de las actualizaciones nose como poder ayudar =/ solo q vayas a fics a la parte de brittana =/. Pero insisto que quizas deberias borra historias y todo eso.
Espero sirva de algo y si no xD me avisas y te lo mando por comentarios separados. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Hola otra vez, ajajajaj se activo la "cursiva" ajajajajaaj xD pero es [i].
Y siguiendo por el ejemplo, sería:
*[justify]Hola, dijo la persona[/b]
Y siguiendo por el ejemplo, sería:
*[justify]Hola, dijo la persona[/b]
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
definitivamente avanzaron demasiado,..
y san dejo demasiado claro que va con todo por britt!!!
a ver como van las cosas???
y san dejo demasiado claro que va con todo por britt!!!
a ver como van las cosas???
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Jajajajajaja ese Kurt interrumpiendo -.-
Y pues me alegra que las cosas hayan mejorado entre ellas.... Y que continúen pronto sin interrupciones!!!
Y el tonto de Artie que ni venga !
Y pues me alegra que las cosas hayan mejorado entre ellas.... Y que continúen pronto sin interrupciones!!!
Y el tonto de Artie que ni venga !
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Que bien que recibiste ayuda, porsia este es mi correo micky_m1419@outlook.com va por muy buen camino la historia, ese artie para que viene????
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
23l1 escribió:marthagr81@yahoo.es escribió:23l1 escribió:Hola, aquí estoy comentado (si, una vez a las miles, pero esk soy más de leer que de comentar =/ lo siento) Me gusta esta como las demás adaptaciones, que quede claro, pero no lo comento xD
Tmbn me gusto en la adaptación que colocaste algo así: "yo subo esta hisotira como ustedes suben las mias sin permiso" AJajajajaj morí! y bn dicho! ajajajajaj.
Otra cosa... espero que no dejes de subir historias solo por lo del formato =/
no es justo ¬¬.
Lo cual me lleva a preguntar si ya lo solucionaste o no¿?
xq igual puedes colocar al inicio de la historia y al final [justify] (al del final con un / antes del justify no lo coloco xq lo activaria y no saldria) y lsito ai estaria justificado! o me pides y te lo mando, pero espero q no dejes de subir historias y mantener el foro vivo. Eso xD Saludos =D
Hola un gusto leerte por estos lados.... no dejare de subir historias,, ya asimile las limitaciones a las que estoy sometida aqui y no solo me refiero a justificar el texto, sino a dar color a las letras o poner cursiva cuando son msj de texto de un movil, o poner en letras mas grandes y negrillas los titulos, subir videos hasta los emojis pues..... pero bueno espero que las lectoras comprendan y creo que asi lo hacen, las limitaciones que ahora existen, por lo tanto subire historias hasta donde se me permita....
Yo subi los contenidos desde mis computadora, nunca lo he hecho desde el telefono, pense que saliendome o cerrando sesión y luego volviendo se solucionaria pero nada..
Incluso para ver las historias activas, no puedo, cuando salen comentarios recientes que era una barra que se desplazaba de abajo hacia arriba, esta estancada, tengo que darle en busqueda para encontrar las adaptaciones que estoy llevando...
pero bueno como te dije ya lo asimile, acepto la limitacion y asi continuare.... ya que cuento con la comprensión de quienes nos leen.
Te agradezco enormemente que estuvieras al pendiente. eternamente agradecida por que eres muy atenta en esto del foro. mil gracias..saludos.... te mandaria alguna carita feliz pero no las tengo jajajajajajjaaj
Hola, mmmm que raro... y probaste eliminando el historia, cookies y esas cosas¿? quizás de ai viene el problema =/ Y si no es eso yo te puedo mandar lo q necesitas... X mientras (te lo voy a colocar así, xq si te lo mando como es se activa): en donde quieres colocar las cosas (inicio del texto) tienes que colocar:
-Justificar [justify]
-Curisva
-Negrita[b]
-Y el color me lo puedes pedir
Y para q se active tienes q colocar al final del texto [ + / + la palabra de lo que usaste + ]
Ejemplo: (te lo voy a colocar con palabras diferentes para q no se active)
*[justify]Hola, dijo la persona
Si no me explique bn te lo puedo mandar por comentarios separados XD no soy buena explicando XD jajaja.
De nada, tenemos q ayudarnos en lo q se pueda. Eso si, con lo de la barra q te avisa de las actualizaciones nose como poder ayudar =/ solo q vayas a fics a la parte de brittana =/. Pero insisto que quizas deberias borra historias y todo eso.
Espero sirva de algo y si no xD me avisas y te lo mando por comentarios separados. Saludos =D
Hola, te estoy muy agradecida por estas notas, no te entendi mucho pero ya lo anote para que la proxima vez que actualice utilizare esto... te pediria me dijeras como poner el color azul.... y como siempre gracias gracias... no habia podido contestar por que tengo nuevo puesto de trabajo y recien empiezo y eso me ha tenido ocupada.... pero mil gracias por todo....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
23l1 escribió:Hola otra vez, ajajajaj se activo la "cursiva" ajajajajaaj xD pero es [i].
Y siguiendo por el ejemplo, sería:
*[justify]Hola, dijo la persona[/b]
no puedo expresar con palabras el agradecimiento por tu apoyo.... en verdad....
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
JVM escribió:Jajajajajaja ese Kurt interrumpiendo -.-
Y pues me alegra que las cosas hayan mejorado entre ellas.... Y que continúen pronto sin interrupciones!!!
Y el tonto de Artie que ni venga !
Oh yo pienso lo mismo no necesitamos a artie aqui menos en este momento
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
3:) escribió:definitivamente avanzaron demasiado,..
y san dejo demasiado claro que va con todo por britt!!!
a ver como van las cosas???
sip, solo necesitaban de verdad estar solas pero lamentablemente fueron interrumpidas...
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
micky morales escribió:Que bien que recibiste ayuda, porsia este es mi correo micky_m1419@outlook.com va por muy buen camino la historia, ese artie para que viene????
la verdad que si, esta chica es un angel es tan genial y siempre ha sido un gran apoyo para mi cuando se me ha presentado algun problema...... por eso mis respetos...
gracias por tu correo.....
Que Britt no caiga con Artie,,, si no seria un relajo...
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Hola, no de nada, para eso estamos. Mmmm sabía q no se entenderia del todo, no soy buena explicando cuando escribo y más si "activa" lo q kiero q se entienda jajajaajaja.
=O Trabajo jajaaj se lo q es, ojala y si te de el tiempo para poder actualizar. Q yo aki y más de un@ te espera jajaajaj.
Para el color tienes que colocar adelante del texto que kieras [color=#000099] y al final del texto que kieras con dicho color el [color] para activarlo. Acuerdate de que al final siempre tiene q ir el /
Aquí te dejo lo que tienes que colocar adelante del texto que kieres hacer:
justificado [justify]
cursiva [i]
negrita [b]
color (me lo pides y te lo mando) pero en este caso
Ya te mando como cerrarlo a ver si me explico mejor xD
=O Trabajo jajaaj se lo q es, ojala y si te de el tiempo para poder actualizar. Q yo aki y más de un@ te espera jajaajaj.
Para el color tienes que colocar adelante del texto que kieras [color=#000099] y al final del texto que kieras con dicho color el [color] para activarlo. Acuerdate de que al final siempre tiene q ir el /
Aquí te dejo lo que tienes que colocar adelante del texto que kieres hacer:
justificado [justify]
cursiva [i]
negrita [b]
color (me lo pides y te lo mando) pero en este caso
Ya te mando como cerrarlo a ver si me explico mejor xD
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Hola otra vez ajjajaajajaj se activo el azul y como no habia nada no se mando xD ajajajaj. Pero para "activar" el comando que se quiere (negrita, cursiva o justificado) tienes que colocar al final del texto (que quieras con dicha acción):
justificado [/justify]
cursiva [/i]
negrita [/b]
color [/color]
Si no se entiende me avisas y mmm ai vemos como me puedo explicar mejor jajaja.
Saludos =D
justificado [/justify]
cursiva [/i]
negrita [/b]
color [/color]
Si no se entiende me avisas y mmm ai vemos como me puedo explicar mejor jajaja.
Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Capítulo 9
La CITA
—Kurt, en serio, mañana tenemos que trabajar. Quisiera poder irme a dormir en algún momento... —digo cansada. Lleva parloteando sin cesar desde que he vuelto a casa. ¡Ni siquiera ha parado para dar un sorbo de agua!
—¿Cómo puedes ser tan cruel? Desde Blaine no había estado con otro. ¡Necesito contarte los detalles!
—¡Llevo dos horas escuchándote! ¿Qué más quieres contarme?
Se queda pensativo.
—¿Te he dicho que es dentista?
—Sí.
—De los mejores de Boston. Especialista en ortodoncia.
—Ya me lo has dicho dos veces.
—Por eso se fijó en mí —continúa sin escucharme—, por mi sonrisa. —No puede evitar soltar una risita—. Y porque íbamos disfrazados de Ron y Harry, por supuesto...
—Por supuesto —suspiro—, está claro que eso te ayudó...
No hace ni caso de mi expresión de agotamiento y sigue con su verborrea.
—¿Y te he dicho ya qué le gustan los deportes extremos?
—Sí, pero a ti no te gusta el deporte, ¿qué más te da?
—Es excitante.
Pongo los ojos en blanco.
—Pero, bueno, ¿se puede saber por qué te molesta tanto que haya conocido a alguien? Yo también tengo mi vida, ¿sabes?—exclama indignado—. Por cierto, ¿qué has hecho todo el día tú sola por ahí? ¿Dónde estabas cuando te he llamado?
«¿Yo? Estaba a punto de acostarme con Santana y me has interrumpido», pienso furiosa.
Kurt me estudia con la mirada. Es muy suspicaz, pero esta vez no parece darse cuenta de que no he estado sola.
—Pues yo...
De repente escucho que mi móvil está sonando. Me ha llegado un mensaje. ¡Vaya, siempre suena en los momentos más insospechados! Lo saco del bolso y observo la pantalla del iPhone.
Alguien me ha mandado un whatsapp.
He pasado un día maravilloso. Ya te echo de menos. Hasta mañana. Un beso. Santana.
Sonrío y me ruborizo. Kurt alza las manos al cielo.
—¿Otra vez el piloto? A ver qué te dice.
Antes de que pueda evitarlo me quita el móvil de las manos. Lee el mensaje rápidamente y se gira hacia mí.
—¡Lo sabía, lo sabía! —chilla alborozado—. ¡Sabía que te gustaba!
Se pone a dar brincos por la habitación, como si hubiera acertado el número de la lotería. Entonces cae en la cuenta y se para.
—Pero, ¿cómo es posible? Después de lo de anoche... ¡Tienes que contármelo todo!
Vale, está claro que hoy no me voy a ir a dormir temprano. Cojo aire y me preparo para contarle toda la historia a Kurt. Será mejor que prepare un poco de café, esto va a ir para largo. Una hora después me observa encantado de la vida.
—Y entonces —le digo—, llamaste tú y se acabó la historia.
—No, cariño, la historia no se ha acabado. Acaba de empezar.
Sonrío al plantearme esa posibilidad. Hoy he descubierto a la verdadera Santana y me gusta. Ha dicho que me llamará mañana. Espero que lo haga. No tengo muy buena experiencia con esta frase. La mayoría de las veces que me la han dicho, no lo han hecho. Pero espero que esta vez sea diferente. Santana no parece de esa clase de chicas.
Y no lo es. Al día siguiente llama como había prometido.
Los días se suceden y Santana está presente en todos ellos. No tiene mucho tiempo libre a lo largo de la semana porque entra temprano a trabajar y termina tarde. Pasa muchas horas metida en reuniones y visitando a clientes, pero, aun así, encuentra huecos para llamarme, mandarme mensajes y, un día, hasta viene a verme a la librería. Kurt se siente muy satisfecho de sí mismo por haber predicho esta relación, pero le digo que no se haga ilusiones. Ni siquiera sé si estamos juntas oficialmente y, si lo estamos, apenas llevamos una semana. Quiero ir poco a poco.
Por otra parte, Kurt ha decidido hacer exactamente lo contrario y su relación con Eddie avanza a un ritmo vertiginoso. Casi me asusta. Le ha contado a todo el mundo que sale con él y se pasa el día enviándole mensajes. Además, Eddie ha venido a cenar a casa en varias ocasiones y ha pasado la noche con él. Kurt está en una nube. Yo no tanto. Eddie no se parece en nada a Kurt y no puedo evitar preguntarme si, a la larga, serán compatibles. Sé que los polos opuestos se atraen, pero, a excepción de que eligieron el mismo disfraz para la fiesta, son completamente diferentes.
Sin embargo, en los temas más íntimos no parecen tener gustos tan dispares. O eso percibo por lo que escucho —desgraciadamente— desde mi habitación. Ahí parecen estar de acuerdo en todo. Y en eso sí que me dan envidia.
Yo todavía no he vuelto a estar a solas con Santana. Mañana por la noche hemos quedado. Al pensarlo, un hormigueo me recorre el estómago. Recuerdo su beso y me estremezco. Me arrepiento de haberme apartado de ella en el muelle. Me comporté como una cría. No he vuelto a saber nada de Artie, pero, por una vez, no me importa. Cuando venga y me llame —si es que lo hace— quedaremos para tomar algo y charlaremos como en los viejos tiempos.
Pensar en Artie me hace acordarme de Tina. ¡Tengo que contarle lo de Santana! Aunque quizá omita algo de información, como el hecho de que es la pasajera del incidente en el aeropuerto. No sé si comprendería que la haya perdonado y que, ¡para colmo!, me guste.
Me muerdo el labio, a ver cómo se lo explico... Mejor no lo hago. Con que le cuente que estoy saliendo con alguien es suficiente. Sí, eso es.
Le diré que la conocí en el avión y que nos hemos reencontrado de casualidad en la fiesta. No me gusta mentir, pero estoy segura de si se entera de quién es en realidad, no se alegrará tanto por mí.
Le mandaría un e-mail ahora mismo pero prefiero contárselo en persona. Así que le escribo:
Hola guapa, tengo novedades y quisiera contártelas en persona... ¿Cuándo tienes hueco para un Skype? Te echo de menos. Espero que vaya todo bien. Un besito.
Espero que encuentre ese hueco lo antes posible. Es verdad que la echo de menos. Hace mucho que no hablamos como Dios manda. Quiero saber si está bien con Mike, quiero saber cómo va todo por el aeropuerto, pero, sobre todo, quiero contarle que he conocido a alguien. ¡Le va a costar creerlo!
Esta noche he quedado con Santana.
Lo de hoy, aunque me cueste reconocerlo, sí es una cita. No ha querido decirme adónde vamos, así que no sé qué ponerme. ¿Elegante o informal? ¿Falda o pantalón? ¿Tacón o zapato plano?
Estoy hecha un lío. No sé a qué viene tanto misterio. Me siento sobre la cama y miro el desastre que he creado a mi alrededor. La habitación está cubierta de ropa: sobre la cama, en el sillón, en la cómoda. Creo que he vaciado medio armario. Buf, qué desorden. Encima luego tendré que recogerlo. De golpe, me acuerdo de los conjuntos que me hizo Tina antes de venir. Saco las hojas de un cajón y las estudio en busca de algo que me sirva. Tina es infalible. Hasta me ha preparado un conjunto para momentos como este. Un look que vale para todo: botas altas con tacón en tono beige, pantalón vaquero oscuro y una sencilla blusa blanca.
Me encierro en el baño. Espero que hoy nadie me moleste. Por suerte ni el timbre ni el teléfono interrumpen mis rituales de belleza y consigo arreglarme lo mejor que sé. El pelo es lo que menos me gusta, lo tengo fino y tan lacio que soy incapaz de darle algo de forma. Al final, desisto y me lo plancho, dejándolo lo mejor que sé. No está mal. Ahora el maquillaje. Esto, gracias a las normas de uniformidad del aeropuerto, lo llevo un poco mejor.
Contemplo mi imagen sobre el espejo. ¿Le gustaré a Santana?
Salgo al pasillo. A ver que opina mi crítico compañero de piso.
—¿Cómo estoy? —Giro sobre mí misma para que pueda admirar el conjunto.
—Divina, cariño, estás divina.
—¿En serio?
—¿Dudas de mi palabra? ¡Yo nunca te mentiría!
—No, Kurt, tú solo me ocultarías información si consideraras que es mejor que no la supiera...
—Puede que alguna vez me haya callado algo, pero no te diría que estás guapa si no fuera así.
Eso espero.
—¿Adónde te lleva?
Me encojo de hombros.
—No tengo ni idea. No ha querido decírmelo.
—Qué misteriosa...
Asiento con la cabeza.
—Y tú, ¿qué planes tienes?
—Ya sabes, lo habitual, Eddie vendrá a casa a cenar y...
—Sí, sí, sí. No necesito más detalles. Alguna vez podríais ir a la suya para variar. Al menos cuando yo estoy en casa. Él vive solo, ¿no?
—¿Qué más te da a ti que venga Eddie? —pregunta a la defensiva.
Estoy a punto de explicarle que si las paredes que separan nuestros dormitorios fueran muros de piedra no me importaría tanto cuando llaman al timbre del portal. Una vez más, salvada por la campana.
Cojo a toda prisa mi cartera de mano granate de Bimba y Lola y mi gabardina de Burberry, puede que haga frío, después de todo, ya estamos en noviembre. Me despido de Kurt con la mano mientras salgo corriendo por la puerta antes de darle tiempo a añadir algo más.
Mientras bajo por el ascensor, noto un cosquilleo en el estómago.
Estoy nerviosa. Salgo del portal y bajo con cuidado los escalones. No quiero repetir la escena del otro día. Santana me observa desde abajo, apoyada sobre su coche de empresa, un Ford Mustang... Lleva los vaqueros desgastados que tanto me gustaron el otro día, unos náuticos y una camisa de Abercrombie.
Una vez más, lleva el pelo sin tanto arreglo aunque todavía está húmedo de la ducha. Me gustaría pasarle la mano por el pelo. Está realmente atractiva.
Se acerca a las escaleras sin decir nada, pero sin apartar su mirada de mí. Me está poniendo más nerviosa de lo que ya estoy. Si sigue así voy a volver a tropezarme.
—¿Podrías dejar de hacer eso?
Saca la lengua, burlona.
—¿Por qué? ¿Te pone nerviosa?
Será engreída. Por supuesto que me pone nerviosa. Me tiemblan las piernas. Si sigue mirándome así voy a caerme por las escaleras de verdad...
—Claro que no.
No pienso admitirlo.
Me da la mano y me ayuda a bajar los últimos escalones.
—No quiero que vuelvas a tropezarte...
Pues no me mires así.
—Estás preciosa —me susurra al oído.
Le sonrío nerviosa. «¿Cómo se puede pasar de no soportar a alguien a que te guste tanto que no te tengas en pie?», pienso mientras me da un beso en la mejilla. Me abre la puerta del coche y me siento. Ahora que ya no tengo miedo de caerme, me noto un poco más tranquila.
—¿Adónde me llevas?
—Es una sorpresa.
—Ya lo sé, pero ahora que ya estoy en el coche podrás decírmelo, ¿no?
Niega con la cabeza.
—¿Sabes lo que me ha costado decidir qué ponerme porque no sabía adónde íbamos? —respondo enfurruñada.
Arranca el coche y yo me cruzo de brazos, ofendida. Me mira incrédula.
—¿Vas a enfadarte conmigo después de lo que he preparado?
—No sé lo que has preparado, así que...
Nos detenemos en un semáforo. Se acerca un poco a mí, me pasa la mano por el pelo y me mira fijamente a los ojos antes de callarme con un beso apasionado. El semáforo se pone en verde y arranca de nuevo.
—¿Crees que seguirás enfadada mucho rato? —pregunta risueña.
Vale, lo ha conseguido. Si vuelve a besarme así creo que ya no podré enfadarme nunca con ella. No sé adónde me lleva, pero ahora solamente me gustaría ir a un sitio con ella: a su cama.
—Britt...
Me observa confusa porque no le respondo, pero yo sigo a lo mío. Qué más da adónde me lleve. Lo que yo quiero es que mire como lo ha hecho antes. Con intensidad. Quiero ver el fuego en sus ojos. Quiero quitarle la camisa lentamente y acariciarle los pechos. Quiero que me...
—Britt, ¿en qué piensas?
¿Yo? En nada. En irme a la cama contigo.
—¿Eh? Nada, pensaba en... esto... pues... —balbuceo mientras sonrío como una tonta.
—¿Es que he vuelto a ponerte nerviosa?
¿Había dicho que no iba a volver a enfadarme con ella? Lo retiro.
¿Ponerme nerviosa? ¿A mí?
Minutos después aparcamos frente al estadio de los Red Sox. Menos mal que me he puesto los vaqueros, no es que este sea el plan más sofisticado del mundo.
—Sé que no es lo mismo que ver un partido del Valencia contra el Barça o el Real Madrid, pero hoy juegan contra los Yankees, sus mayores rivales, así que habrá buen ambiente.
Mis fantasías eróticas tendrán que esperar. ¡Los partidos de béisbol pueden durar horas! Aunque no puedo negar que mi vena hooligan está saliendo y ya me veo sentada en las gradas con un perrito caliente y una cerveza gritando: Go, Red Sox, Go. Aunque me encanta Nueva York, hay que animar al equipo local...
El campo de béisbol es enorme, pero las entradas de Santana son muy buenas y estamos muy cerca de los jugadores. El partido va a empezar y tengo hambre. A mí lado hay un niño comiéndose un perrito caliente. Me llega el olor de la mezcla de la salchicha con la cebolla, el kétchup y la mostaza. Qué rico.
—Santana...
—¿Sí?
—Es que... tengo hambre...
Qué vergüenza decir esto, tendría que aparentar ser una de esas chicas que come como un pajarito. Bah, después de lo de la comida china en su casa, ¿qué más da? Aunque aquello no era una cita...
—He reservado mesa para ir a cenar después.
Miro el perrito del niño con cara de pena. ¡Pues vaya! ¿Qué es un partido sin un perrito? Creo que voy a levantarme yo para ir a por uno.
—Pensándolo bien...
—¿Sí?
—El partido podría durar horas... nunca se sabe —se pone en pie—, y no quiero que te desmayes por mi culpa. Será mejor que vaya a por dos perritos calientes.
—¿Dos?
¿Pero qué concepto tiene de mí? Soy glotona, pero no tanto, de momento con uno me conformo. Eso creo.
—Sí. Uno para ti y otro para mí.
Ah. Era obvio, ¿o no?
Un par de minutos después regresa con un par de perritos y una cerveza tamaño XXL. Deja la cerveza en el suelo y me da uno de los perritos.
—Si hay que comportarse como auténticos yankees será mejor hacerlo a lo grande.
Sonrío y le doy un bocado al perrito. Me lo trago casi sin masticar.
—Pero vamos con los Red Sox, ¿eh?
Me devuelve la sonrisa y ella también da un bocado al suyo. Ah, estamos hecha la una para la otra, al menos en lo que a comida se refiere. El partido en sí nos resulta un poco aburrido porque se alarga mucho y estamos acostumbradas a los noventa minutos del fútbol, pero el ambientazo que hay en el campo me encanta. Es tal y como se ve en las películas. Vitoreamos al equipo cuando hace un home run y nos reímos un montón cuando, en el descanso, aparecen en la pantalla declaraciones de amor y hasta una petición de matrimonio en directo. ¡Dios! ¡Yo me moriría de vergüenza si me hicieran algo así!
Tres horas después termina el partido. Santana me coge de la mano, salimos del estadio en silencio y vamos hasta el coche. No irá a llevarme de vuelta a casa, ¿verdad? Me niego. Y más con los empalagosos —y ruidosos— Kurt y Eddie allí.
—¿Y ahora? ¿Qué hacemos?
—Mira que eres impaciente...
Empiezo fruncir el ceño.
—Bueno, como no quiero que te vuelvas a enfadar te diré que ahora vamos a cenar. Si es que tienes hambre después del aperitivo que nos hemos dado a base de perritos...
Uf, menos mal. Queda la cena... ¡Y luego el postre! Espero.
—Sí que tengo.
—Muy bien.
Veo que conducimos hacia la calle Boylston. ¿Vamos a su casa? ¿Es que quiere pasar directamente a los postres? Pues sí, vamos a su casa, de hecho estamos entrando en el aparcamiento de su finca.
Una vez más, interrumpe mis pensamientos antes de que abra la boca.
—No vamos a cenar en mi casa si eso es lo que estabas pensando.
No, estaba pensando en que íbamos a tomarnos el postre en tu casa...
—Ven, vamos al Prudential.
—¿A estas horas? Pero si estará todo cerrado.
—No.
—¿Pues adónde vamos?
—¿Tienes que protestar por todo?
La miro avergonzada. Mira que soy quejica, si ni siquiera sé adónde vamos.
—Lo siento...
Me coge de la mano y me arrastra por el centro comercial.
—Anda, ¿no te había dicho que había reservado mesa para cenar?
Nos acercamos al ascensor del SkyWalk Observatory. Desde allí las vistas de Boston son impresionantes. O eso dicen. Aún no he tenido oportunidad de subir. Veo que llama el ascensor.
—¿Vamos a subir?
Asiente. De repente me mira asustada.
—No tendrás vértigo, ¿verdad?
—No, no. En realidad he querido ver el observatorio desde que llegué a la ciudad, pero no había encontrado el momento.
—Vamos dos plantas más arriba, al restaurante. El Top of the Hub.
Me miro de arriba abajo, pensando en sí iré lo suficientemente arreglada para ese restaurante.
—Ya te he dicho que estás preciosa.
Yo no diría tanto, pero me gusta que ella lo piense.
—Gracias —susurro.
Llegamos a la planta cincuenta y dos del edificio y se abren las puertas para mostrarnos las vistas más espectaculares de Boston. Diminutas luces iluminan los edificios, y a través de los ventanales puede verse toda la ciudad, desde el río Charles hasta el mar. Hay una pequeña banda de jazz tocando y la melodía me envuelve. Todo
es perfecto. De repente, siento que no me merezco tanto, no después de cómo me he comportado con ella, y me pongo nerviosa. Parece notarlo porque me aprieta la mano y me da un suave y cariñoso beso en la frente.
Una camarera nos interrumpe para acompañarnos a la mesa. La seguimos y nos sentamos junto a las enormes cristaleras. Cuando abro la carta se me hace la boca agua, es cocina típica de Nueva Inglaterra y todos los platos parecen deliciosos. No sé qué pedir.
—¿Te importa que pida por ti?
¿Cómo se las apaña para saber siempre lo que estoy pensando? Minutos después nos traen la cena y la mesa se llena de apetitosos platos: clam chowder, que es una crema de marisco, ensalada y langosta. Tiene una pinta...
—Por nosotras —dice mientras levanta su copa de vino blanco y me mira fijamente a los ojos.
No puedo evitar sonrojarme.
—Por nosotras —murmuro tímidamente.
Nos servimos un poco de todo y saboreo cada bocado que doy. La comida realmente es deliciosa. Ahora mismo no me atrevo a hablar por miedo a estropear este momento perfecto. Santana no parece tan tranquila, se pasa la mano por el pelo y apenas come. Es como si estuviera preocupada por algo.
—Britt, hay algo que tengo que decirte...
Por su cara, no parecen nada bueno. ¿Qué ocurre? Estoy a punto de decirle algo, pero me interrumpe y sigue hablando.
—El día que me atendiste en el aeropuerto... yo... —se calla, incapaz de seguir.
Ahora lo entiendo. Todavía se siente mal por lo que pasó en el aeropuerto. Por sus modales. Fue una grosera, sí, pero hemos empezado de cero. No puede castigarse más por eso.
—Santana, no sigas.
Parece sorprendida.
—Ya no me importa. —La miro a los ojos—. Te he perdonado. De verdad. No tienes que darme más explicaciones de lo que pasó aquel día, en serio.
—Pero...
—Pero nada.
—No, Britt...
—Lo digo en serio, no hay peros que valgan —replico tajante.
Se queda seria y pensativa. Sé que quiere volver a disculparse por lo que pasó aquel día, pero no tiene que hacerlo. Ya está olvidado. Me alegro de que sucediera. Me alegro de haber venido a Boston. Y me alegro de haberla conocido. Además, tampoco yo me he comportado como debía con ella.
—¿Es que te crees que eres la única pasajera que ha sido maleducada conmigo? —añado exasperada.
—Pues supongo que no, pero...
Alzo las manos al cielo.
—¡Pues claro que no!
Parece aliviada.
—Eso sí, has sido la primera que ha intentado ligar conmigo...—añado pícara.
Abre los ojos, incrédula, y me devuelve la sonrisa.
—No te creo.
—Es posible que no seas la primera que lo intenta —hago una pequeña pausa para pensármelo—, pero sí que eres la primera que lo consigue.
Me mira satisfecha. Vaya, si lo llego a saber no se lo digo.
—No ha sido tarea fácil... —dice sin apartar la mirada de mí.
—Bueno, no vayas a creerte que está todo el trabajo hecho —replico con suficiencia.
—Por supuesto que no —se humedece los labios—, aún tenemos mucho por hacer...
Me revuelvo nerviosa en la silla. Deja los cubiertos en el plato y se limpia la boca con la servilleta y la coloca cuidadosamente sobre la mesa. En ese instante aparece la camarera para retirar nuestros platos y traernos la carta de los postres. La ojeo sin muchas ganas. Hemos cenado bastante y ya no tengo apetito. Al menos, no de esa
clase.
Santana levanta la vista y cierra la carta de golpe.
La miro sorprendida.
—Gracias, pero no tomaremos postre —le indica amablemente a la camarera mientras le devuelve las cartas—. Si puede traernos la cuenta, por favor...
Ella asiente y se retira.
—Prefiero tomarme el postre en casa —dice mientras me guiña un ojo—, ¿tú no?
Llevo toda la noche pensando en eso, pero el hecho de que ella lo diga en voz alta hace que me sonroje.
—Sí —musito tímidamente.
Enseguida traen la cuenta y Santana, como una perfecta dama, no permite que yo pague mi parte. Nos levantamos y salimos en silencio del restaurante. Minutos después estamos de nuevo en la calle. De repente, mientras esperamos a que el semáforo se ponga en verde para poder cruzar la calle, me coge por la cintura y me atrae hacia ella. Me levanta la barbilla para que la mire a los ojos.
—¿Estás segura de que quieres subir a casa? —pregunta nerviosa mientras me acaricia el pelo.
No digo nada, pero asiento con la cabeza. Es lo único que quiero desde que Kurt nos interrumpió.
—Puedo llevarte a casa si quieres... —insiste.
¿Es que quiere que me vaya? No lo entiendo. Frunzo el ceño y trato de apartarme de ella.
—Vale, vale, lo capto. Solo quería asegurarme. —Sonríe más tranquila—. Anda no te enfades.
El semáforo está en verde y quiero cruzar, pero Santana me abraza más fuerte impidiendo que me mueva. Forcejeo con ella tratando de soltarme, pero tiene más fuerza que yo. Eso me pasa por no ir al gimnasio.
Me observa con una sonrisita. No tiene gracia.
—Estás tan guapa cuando te enfadas que no puedo evitarlo—me susurra al oído.
Levanto la vista y le miro a los ojos.
—No tiene gracia.
Levanta la cabeza y acerca sus labios a los míos. Es un beso tierno y cálido. Suave al principio y luego más insistente. Cierro los ojos y me pierdo en ella.
—¿Y esto la tiene? —pregunta con voz ronca.
Apenas puedo responder y asiento ligeramente con la cabeza. Me coge de la mano y, ¡por fin!, cruzamos la calle para dirigirnos a su casa. Saludamos risueños al portero y llamamos al ascensor. El viaje hasta la decima planta se me hace eterno y, de repente, me revuelvo inquieta al asimilar lo que va a pasar. He estado deseándola toda la noche, pero, ahora que se acerca el momento, no estoy segura de poder afrontarlo.
Hace tanto tiempo que no lo hago. Hace tanto tiempo que no estoy con alguien que me gusta de verdad. Me siento como una adolescente. Tengo vergüenza y evito mirarla mientras subimos.
Es como si lo notase porque me sostiene la mano con firmeza. Como si quisiera asegurarse de que no voy a irme. Me suelta para sacar las llaves del bolsillo y abrir la puerta. Una vez dentro, el ambiente cálido y acogedor de su salón me hace sentir más tranquila.
Me siento en el sofá y acaricio la manta escocesa, recordando nuestro primer beso.
—¿Te apetece tomar algo? —pregunta Santana.
Niego con la cabeza. Es posible que el alcohol me ayudara a desinhibirme, pero no quiero retrasar más este momento. Santana se coloca a mi lado y me acaricia suavemente la mejilla.
—¿Y qué es lo que te apetece? —murmura.
No tengo tiempo de responderle porque me da justo lo que yo quiero. Lo que llevo deseando toda la noche. Me envuelve con sus brazos y sus labios buscan desesperadamente los míos. Me recuesto en el sofá y dejo que se ponga encima de mí mientras un hormigueo recorre mi cuerpo. Suspiro y me dejo llevar, perdiéndome en sus caricias y sus apasionados besos. Perdiéndome en ella.
Me despierto de pronto, sobresaltada. ¿Dónde estoy? Miro a mí alrededor, pero está muy oscuro y no veo nada. Creo que estoy en la cama, pero no en la mía... Intento levantarme, pero no puedo, un brazo me agarra por la cintura.
Santana me sostiene con fuerza y me atrae hacia ella.
—No te vayas —murmura somnolienta.
No puedo evitar sonreír al recordar donde estoy. Como no creo que Kurt se preocupe mucho si esta noche no duermo en casa, me acurruco entre sus brazos y cierro los ojos. Al instante caigo plácidamente dormida.
A la mañana siguiente abro los ojos muy temprano, nerviosa por estar en casa de Santana. Tengo miedo de que se arrepienta de lo nuestro. Tengo miedo de que a la luz del día esto no sea lo que yo había imaginado. Porque, aunque me cueste admitirlo, he descubierto que Santana es alguien muy especial y me gustaría que formara parte de mi vida. No solo por la atracción física que es evidente que hay entre nosotras, sino porque a su lado nunca me siento incómoda, puedo ser yo misma; hablamos, reímos y nos llevamos bien. Y aun así le gusto. O eso creo.
No puedo negar que quiero que esto sea algo más que una aventura de una noche. Me incorporo y me pongo las lentillas que —gracias a Dios— me acordé de quitarme anoche antes de dormirme. Doy un vistazo a la habitación. Es igual de cálida y acogedora que el resto de la casa. Un edredón en tonos crudos adorna la enorme y cómoda cama de madera. El suelo está cubierto por una enorme alfombra de rafia y las paredes pintadas en un color verde claro que resalta los ventanales blancos. En una esquina del dormitorio hay un galán de noche sobre el que cuelga su traje de chaqueta. El que lleva Santana en su otra faceta, la de mujer de negocios.
Miro el reloj y veo que ya son las diez. Estoy apunto de salir de la cama cuando me percato de que no llevo nada. Estoy completamente desnuda. Me vuelvo a tumbar y me tapo con la sábana.
Santana, que sigue medio dormida vuelve a abrazarme con fuerza. Pega su cuerpo al mío. Está desnuda. Abre los ojos despacio y me mira asustada, como si tuviese los mismos miedos que yo. Me acerco más a ella y me aprieto contra sus pechos. Ella me abraza con más fuerza todavía.
—No voy a irme a ningún sitio.
—Prefiero no correr riesgos —susurra antes de darme un beso.
Santana me acaricia el pelo y me besa.
—No tengas prisa por irte —murmura juguetona mientras se pone encima de mí—. Todavía podemos quedarnos un rato más en la cama.
Mis piernas rodean sus caderas y le devuelvo el beso. Al fin y al cabo, es sábado, y podemos remolonear...
—Odio tener que decir esto. —Esboza una gran sonrisa de satisfacción—. ¡Te lo dije! ¡Te lo dije!
Me sonrojo y no puedo evitar pensar en que tiene razón. Kurt se percató de mis sentimientos mucho antes de que yo lo hiciera. El rencor me estaba cegando. Ahora, veo las cosas con una nueva perspectiva y comprendo que muchas veces las cosas sí pasan por algo. Todos los cambios que he vivido en estos últimos meses me han despertado del letargo en el que estaba sumida.
—Vale, tenías razón —admito—. ¿Es eso lo que querías oír?
—No voy a negar que me encanta tener la razón, pero lo que más me gusta es verte tan feliz.
Kurt me abraza y no puedo evitar emocionarme. Hace poco que somos amigos, pero me siento tan unida a él... me conoce casi más que muchas de mis amigas de Valencia.
¡Ahora podremos salir los cuatro juntos! —grita alborozado.
¿Los cuatro juntos? Salir con Eddie no es lo que más me apetece en el mundo. Sé que no tengo motivos para que no me caiga bien, pero no puedo evitarlo. No congeniamos. Lo noto cuando hablo con él y sé que él siente lo mismo que yo. Simplemente no nos
soportamos.
—¡Claro! ¡Será genial! —chillo yo también intentado parecer igual de ilusionada que Kurt.
Dios, miento fatal, espero que no lo note porque no pienso ser yo la que le diga que no aguanto a su novio. Y menos cuando él adora a la mía.
La CITA
—Kurt, en serio, mañana tenemos que trabajar. Quisiera poder irme a dormir en algún momento... —digo cansada. Lleva parloteando sin cesar desde que he vuelto a casa. ¡Ni siquiera ha parado para dar un sorbo de agua!
—¿Cómo puedes ser tan cruel? Desde Blaine no había estado con otro. ¡Necesito contarte los detalles!
—¡Llevo dos horas escuchándote! ¿Qué más quieres contarme?
Se queda pensativo.
—¿Te he dicho que es dentista?
—Sí.
—De los mejores de Boston. Especialista en ortodoncia.
—Ya me lo has dicho dos veces.
—Por eso se fijó en mí —continúa sin escucharme—, por mi sonrisa. —No puede evitar soltar una risita—. Y porque íbamos disfrazados de Ron y Harry, por supuesto...
—Por supuesto —suspiro—, está claro que eso te ayudó...
No hace ni caso de mi expresión de agotamiento y sigue con su verborrea.
—¿Y te he dicho ya qué le gustan los deportes extremos?
—Sí, pero a ti no te gusta el deporte, ¿qué más te da?
—Es excitante.
Pongo los ojos en blanco.
—Pero, bueno, ¿se puede saber por qué te molesta tanto que haya conocido a alguien? Yo también tengo mi vida, ¿sabes?—exclama indignado—. Por cierto, ¿qué has hecho todo el día tú sola por ahí? ¿Dónde estabas cuando te he llamado?
«¿Yo? Estaba a punto de acostarme con Santana y me has interrumpido», pienso furiosa.
Kurt me estudia con la mirada. Es muy suspicaz, pero esta vez no parece darse cuenta de que no he estado sola.
—Pues yo...
De repente escucho que mi móvil está sonando. Me ha llegado un mensaje. ¡Vaya, siempre suena en los momentos más insospechados! Lo saco del bolso y observo la pantalla del iPhone.
Alguien me ha mandado un whatsapp.
He pasado un día maravilloso. Ya te echo de menos. Hasta mañana. Un beso. Santana.
Sonrío y me ruborizo. Kurt alza las manos al cielo.
—¿Otra vez el piloto? A ver qué te dice.
Antes de que pueda evitarlo me quita el móvil de las manos. Lee el mensaje rápidamente y se gira hacia mí.
—¡Lo sabía, lo sabía! —chilla alborozado—. ¡Sabía que te gustaba!
Se pone a dar brincos por la habitación, como si hubiera acertado el número de la lotería. Entonces cae en la cuenta y se para.
—Pero, ¿cómo es posible? Después de lo de anoche... ¡Tienes que contármelo todo!
Vale, está claro que hoy no me voy a ir a dormir temprano. Cojo aire y me preparo para contarle toda la historia a Kurt. Será mejor que prepare un poco de café, esto va a ir para largo. Una hora después me observa encantado de la vida.
—Y entonces —le digo—, llamaste tú y se acabó la historia.
—No, cariño, la historia no se ha acabado. Acaba de empezar.
Sonrío al plantearme esa posibilidad. Hoy he descubierto a la verdadera Santana y me gusta. Ha dicho que me llamará mañana. Espero que lo haga. No tengo muy buena experiencia con esta frase. La mayoría de las veces que me la han dicho, no lo han hecho. Pero espero que esta vez sea diferente. Santana no parece de esa clase de chicas.
Y no lo es. Al día siguiente llama como había prometido.
Los días se suceden y Santana está presente en todos ellos. No tiene mucho tiempo libre a lo largo de la semana porque entra temprano a trabajar y termina tarde. Pasa muchas horas metida en reuniones y visitando a clientes, pero, aun así, encuentra huecos para llamarme, mandarme mensajes y, un día, hasta viene a verme a la librería. Kurt se siente muy satisfecho de sí mismo por haber predicho esta relación, pero le digo que no se haga ilusiones. Ni siquiera sé si estamos juntas oficialmente y, si lo estamos, apenas llevamos una semana. Quiero ir poco a poco.
Por otra parte, Kurt ha decidido hacer exactamente lo contrario y su relación con Eddie avanza a un ritmo vertiginoso. Casi me asusta. Le ha contado a todo el mundo que sale con él y se pasa el día enviándole mensajes. Además, Eddie ha venido a cenar a casa en varias ocasiones y ha pasado la noche con él. Kurt está en una nube. Yo no tanto. Eddie no se parece en nada a Kurt y no puedo evitar preguntarme si, a la larga, serán compatibles. Sé que los polos opuestos se atraen, pero, a excepción de que eligieron el mismo disfraz para la fiesta, son completamente diferentes.
Sin embargo, en los temas más íntimos no parecen tener gustos tan dispares. O eso percibo por lo que escucho —desgraciadamente— desde mi habitación. Ahí parecen estar de acuerdo en todo. Y en eso sí que me dan envidia.
Yo todavía no he vuelto a estar a solas con Santana. Mañana por la noche hemos quedado. Al pensarlo, un hormigueo me recorre el estómago. Recuerdo su beso y me estremezco. Me arrepiento de haberme apartado de ella en el muelle. Me comporté como una cría. No he vuelto a saber nada de Artie, pero, por una vez, no me importa. Cuando venga y me llame —si es que lo hace— quedaremos para tomar algo y charlaremos como en los viejos tiempos.
Pensar en Artie me hace acordarme de Tina. ¡Tengo que contarle lo de Santana! Aunque quizá omita algo de información, como el hecho de que es la pasajera del incidente en el aeropuerto. No sé si comprendería que la haya perdonado y que, ¡para colmo!, me guste.
Me muerdo el labio, a ver cómo se lo explico... Mejor no lo hago. Con que le cuente que estoy saliendo con alguien es suficiente. Sí, eso es.
Le diré que la conocí en el avión y que nos hemos reencontrado de casualidad en la fiesta. No me gusta mentir, pero estoy segura de si se entera de quién es en realidad, no se alegrará tanto por mí.
Le mandaría un e-mail ahora mismo pero prefiero contárselo en persona. Así que le escribo:
Hola guapa, tengo novedades y quisiera contártelas en persona... ¿Cuándo tienes hueco para un Skype? Te echo de menos. Espero que vaya todo bien. Un besito.
Espero que encuentre ese hueco lo antes posible. Es verdad que la echo de menos. Hace mucho que no hablamos como Dios manda. Quiero saber si está bien con Mike, quiero saber cómo va todo por el aeropuerto, pero, sobre todo, quiero contarle que he conocido a alguien. ¡Le va a costar creerlo!
Esta noche he quedado con Santana.
Lo de hoy, aunque me cueste reconocerlo, sí es una cita. No ha querido decirme adónde vamos, así que no sé qué ponerme. ¿Elegante o informal? ¿Falda o pantalón? ¿Tacón o zapato plano?
Estoy hecha un lío. No sé a qué viene tanto misterio. Me siento sobre la cama y miro el desastre que he creado a mi alrededor. La habitación está cubierta de ropa: sobre la cama, en el sillón, en la cómoda. Creo que he vaciado medio armario. Buf, qué desorden. Encima luego tendré que recogerlo. De golpe, me acuerdo de los conjuntos que me hizo Tina antes de venir. Saco las hojas de un cajón y las estudio en busca de algo que me sirva. Tina es infalible. Hasta me ha preparado un conjunto para momentos como este. Un look que vale para todo: botas altas con tacón en tono beige, pantalón vaquero oscuro y una sencilla blusa blanca.
Me encierro en el baño. Espero que hoy nadie me moleste. Por suerte ni el timbre ni el teléfono interrumpen mis rituales de belleza y consigo arreglarme lo mejor que sé. El pelo es lo que menos me gusta, lo tengo fino y tan lacio que soy incapaz de darle algo de forma. Al final, desisto y me lo plancho, dejándolo lo mejor que sé. No está mal. Ahora el maquillaje. Esto, gracias a las normas de uniformidad del aeropuerto, lo llevo un poco mejor.
Contemplo mi imagen sobre el espejo. ¿Le gustaré a Santana?
Salgo al pasillo. A ver que opina mi crítico compañero de piso.
—¿Cómo estoy? —Giro sobre mí misma para que pueda admirar el conjunto.
—Divina, cariño, estás divina.
—¿En serio?
—¿Dudas de mi palabra? ¡Yo nunca te mentiría!
—No, Kurt, tú solo me ocultarías información si consideraras que es mejor que no la supiera...
—Puede que alguna vez me haya callado algo, pero no te diría que estás guapa si no fuera así.
Eso espero.
—¿Adónde te lleva?
Me encojo de hombros.
—No tengo ni idea. No ha querido decírmelo.
—Qué misteriosa...
Asiento con la cabeza.
—Y tú, ¿qué planes tienes?
—Ya sabes, lo habitual, Eddie vendrá a casa a cenar y...
—Sí, sí, sí. No necesito más detalles. Alguna vez podríais ir a la suya para variar. Al menos cuando yo estoy en casa. Él vive solo, ¿no?
—¿Qué más te da a ti que venga Eddie? —pregunta a la defensiva.
Estoy a punto de explicarle que si las paredes que separan nuestros dormitorios fueran muros de piedra no me importaría tanto cuando llaman al timbre del portal. Una vez más, salvada por la campana.
Cojo a toda prisa mi cartera de mano granate de Bimba y Lola y mi gabardina de Burberry, puede que haga frío, después de todo, ya estamos en noviembre. Me despido de Kurt con la mano mientras salgo corriendo por la puerta antes de darle tiempo a añadir algo más.
Mientras bajo por el ascensor, noto un cosquilleo en el estómago.
Estoy nerviosa. Salgo del portal y bajo con cuidado los escalones. No quiero repetir la escena del otro día. Santana me observa desde abajo, apoyada sobre su coche de empresa, un Ford Mustang... Lleva los vaqueros desgastados que tanto me gustaron el otro día, unos náuticos y una camisa de Abercrombie.
Una vez más, lleva el pelo sin tanto arreglo aunque todavía está húmedo de la ducha. Me gustaría pasarle la mano por el pelo. Está realmente atractiva.
Se acerca a las escaleras sin decir nada, pero sin apartar su mirada de mí. Me está poniendo más nerviosa de lo que ya estoy. Si sigue así voy a volver a tropezarme.
—¿Podrías dejar de hacer eso?
Saca la lengua, burlona.
—¿Por qué? ¿Te pone nerviosa?
Será engreída. Por supuesto que me pone nerviosa. Me tiemblan las piernas. Si sigue mirándome así voy a caerme por las escaleras de verdad...
—Claro que no.
No pienso admitirlo.
Me da la mano y me ayuda a bajar los últimos escalones.
—No quiero que vuelvas a tropezarte...
Pues no me mires así.
—Estás preciosa —me susurra al oído.
Le sonrío nerviosa. «¿Cómo se puede pasar de no soportar a alguien a que te guste tanto que no te tengas en pie?», pienso mientras me da un beso en la mejilla. Me abre la puerta del coche y me siento. Ahora que ya no tengo miedo de caerme, me noto un poco más tranquila.
—¿Adónde me llevas?
—Es una sorpresa.
—Ya lo sé, pero ahora que ya estoy en el coche podrás decírmelo, ¿no?
Niega con la cabeza.
—¿Sabes lo que me ha costado decidir qué ponerme porque no sabía adónde íbamos? —respondo enfurruñada.
Arranca el coche y yo me cruzo de brazos, ofendida. Me mira incrédula.
—¿Vas a enfadarte conmigo después de lo que he preparado?
—No sé lo que has preparado, así que...
Nos detenemos en un semáforo. Se acerca un poco a mí, me pasa la mano por el pelo y me mira fijamente a los ojos antes de callarme con un beso apasionado. El semáforo se pone en verde y arranca de nuevo.
—¿Crees que seguirás enfadada mucho rato? —pregunta risueña.
Vale, lo ha conseguido. Si vuelve a besarme así creo que ya no podré enfadarme nunca con ella. No sé adónde me lleva, pero ahora solamente me gustaría ir a un sitio con ella: a su cama.
—Britt...
Me observa confusa porque no le respondo, pero yo sigo a lo mío. Qué más da adónde me lleve. Lo que yo quiero es que mire como lo ha hecho antes. Con intensidad. Quiero ver el fuego en sus ojos. Quiero quitarle la camisa lentamente y acariciarle los pechos. Quiero que me...
—Britt, ¿en qué piensas?
¿Yo? En nada. En irme a la cama contigo.
—¿Eh? Nada, pensaba en... esto... pues... —balbuceo mientras sonrío como una tonta.
—¿Es que he vuelto a ponerte nerviosa?
¿Había dicho que no iba a volver a enfadarme con ella? Lo retiro.
¿Ponerme nerviosa? ¿A mí?
Minutos después aparcamos frente al estadio de los Red Sox. Menos mal que me he puesto los vaqueros, no es que este sea el plan más sofisticado del mundo.
—Sé que no es lo mismo que ver un partido del Valencia contra el Barça o el Real Madrid, pero hoy juegan contra los Yankees, sus mayores rivales, así que habrá buen ambiente.
Mis fantasías eróticas tendrán que esperar. ¡Los partidos de béisbol pueden durar horas! Aunque no puedo negar que mi vena hooligan está saliendo y ya me veo sentada en las gradas con un perrito caliente y una cerveza gritando: Go, Red Sox, Go. Aunque me encanta Nueva York, hay que animar al equipo local...
El campo de béisbol es enorme, pero las entradas de Santana son muy buenas y estamos muy cerca de los jugadores. El partido va a empezar y tengo hambre. A mí lado hay un niño comiéndose un perrito caliente. Me llega el olor de la mezcla de la salchicha con la cebolla, el kétchup y la mostaza. Qué rico.
—Santana...
—¿Sí?
—Es que... tengo hambre...
Qué vergüenza decir esto, tendría que aparentar ser una de esas chicas que come como un pajarito. Bah, después de lo de la comida china en su casa, ¿qué más da? Aunque aquello no era una cita...
—He reservado mesa para ir a cenar después.
Miro el perrito del niño con cara de pena. ¡Pues vaya! ¿Qué es un partido sin un perrito? Creo que voy a levantarme yo para ir a por uno.
—Pensándolo bien...
—¿Sí?
—El partido podría durar horas... nunca se sabe —se pone en pie—, y no quiero que te desmayes por mi culpa. Será mejor que vaya a por dos perritos calientes.
—¿Dos?
¿Pero qué concepto tiene de mí? Soy glotona, pero no tanto, de momento con uno me conformo. Eso creo.
—Sí. Uno para ti y otro para mí.
Ah. Era obvio, ¿o no?
Un par de minutos después regresa con un par de perritos y una cerveza tamaño XXL. Deja la cerveza en el suelo y me da uno de los perritos.
—Si hay que comportarse como auténticos yankees será mejor hacerlo a lo grande.
Sonrío y le doy un bocado al perrito. Me lo trago casi sin masticar.
—Pero vamos con los Red Sox, ¿eh?
Me devuelve la sonrisa y ella también da un bocado al suyo. Ah, estamos hecha la una para la otra, al menos en lo que a comida se refiere. El partido en sí nos resulta un poco aburrido porque se alarga mucho y estamos acostumbradas a los noventa minutos del fútbol, pero el ambientazo que hay en el campo me encanta. Es tal y como se ve en las películas. Vitoreamos al equipo cuando hace un home run y nos reímos un montón cuando, en el descanso, aparecen en la pantalla declaraciones de amor y hasta una petición de matrimonio en directo. ¡Dios! ¡Yo me moriría de vergüenza si me hicieran algo así!
Tres horas después termina el partido. Santana me coge de la mano, salimos del estadio en silencio y vamos hasta el coche. No irá a llevarme de vuelta a casa, ¿verdad? Me niego. Y más con los empalagosos —y ruidosos— Kurt y Eddie allí.
—¿Y ahora? ¿Qué hacemos?
—Mira que eres impaciente...
Empiezo fruncir el ceño.
—Bueno, como no quiero que te vuelvas a enfadar te diré que ahora vamos a cenar. Si es que tienes hambre después del aperitivo que nos hemos dado a base de perritos...
Uf, menos mal. Queda la cena... ¡Y luego el postre! Espero.
—Sí que tengo.
—Muy bien.
Veo que conducimos hacia la calle Boylston. ¿Vamos a su casa? ¿Es que quiere pasar directamente a los postres? Pues sí, vamos a su casa, de hecho estamos entrando en el aparcamiento de su finca.
Una vez más, interrumpe mis pensamientos antes de que abra la boca.
—No vamos a cenar en mi casa si eso es lo que estabas pensando.
No, estaba pensando en que íbamos a tomarnos el postre en tu casa...
—Ven, vamos al Prudential.
—¿A estas horas? Pero si estará todo cerrado.
—No.
—¿Pues adónde vamos?
—¿Tienes que protestar por todo?
La miro avergonzada. Mira que soy quejica, si ni siquiera sé adónde vamos.
—Lo siento...
Me coge de la mano y me arrastra por el centro comercial.
—Anda, ¿no te había dicho que había reservado mesa para cenar?
Nos acercamos al ascensor del SkyWalk Observatory. Desde allí las vistas de Boston son impresionantes. O eso dicen. Aún no he tenido oportunidad de subir. Veo que llama el ascensor.
—¿Vamos a subir?
Asiente. De repente me mira asustada.
—No tendrás vértigo, ¿verdad?
—No, no. En realidad he querido ver el observatorio desde que llegué a la ciudad, pero no había encontrado el momento.
—Vamos dos plantas más arriba, al restaurante. El Top of the Hub.
Me miro de arriba abajo, pensando en sí iré lo suficientemente arreglada para ese restaurante.
—Ya te he dicho que estás preciosa.
Yo no diría tanto, pero me gusta que ella lo piense.
—Gracias —susurro.
Llegamos a la planta cincuenta y dos del edificio y se abren las puertas para mostrarnos las vistas más espectaculares de Boston. Diminutas luces iluminan los edificios, y a través de los ventanales puede verse toda la ciudad, desde el río Charles hasta el mar. Hay una pequeña banda de jazz tocando y la melodía me envuelve. Todo
es perfecto. De repente, siento que no me merezco tanto, no después de cómo me he comportado con ella, y me pongo nerviosa. Parece notarlo porque me aprieta la mano y me da un suave y cariñoso beso en la frente.
Una camarera nos interrumpe para acompañarnos a la mesa. La seguimos y nos sentamos junto a las enormes cristaleras. Cuando abro la carta se me hace la boca agua, es cocina típica de Nueva Inglaterra y todos los platos parecen deliciosos. No sé qué pedir.
—¿Te importa que pida por ti?
¿Cómo se las apaña para saber siempre lo que estoy pensando? Minutos después nos traen la cena y la mesa se llena de apetitosos platos: clam chowder, que es una crema de marisco, ensalada y langosta. Tiene una pinta...
—Por nosotras —dice mientras levanta su copa de vino blanco y me mira fijamente a los ojos.
No puedo evitar sonrojarme.
—Por nosotras —murmuro tímidamente.
Nos servimos un poco de todo y saboreo cada bocado que doy. La comida realmente es deliciosa. Ahora mismo no me atrevo a hablar por miedo a estropear este momento perfecto. Santana no parece tan tranquila, se pasa la mano por el pelo y apenas come. Es como si estuviera preocupada por algo.
—Britt, hay algo que tengo que decirte...
Por su cara, no parecen nada bueno. ¿Qué ocurre? Estoy a punto de decirle algo, pero me interrumpe y sigue hablando.
—El día que me atendiste en el aeropuerto... yo... —se calla, incapaz de seguir.
Ahora lo entiendo. Todavía se siente mal por lo que pasó en el aeropuerto. Por sus modales. Fue una grosera, sí, pero hemos empezado de cero. No puede castigarse más por eso.
—Santana, no sigas.
Parece sorprendida.
—Ya no me importa. —La miro a los ojos—. Te he perdonado. De verdad. No tienes que darme más explicaciones de lo que pasó aquel día, en serio.
—Pero...
—Pero nada.
—No, Britt...
—Lo digo en serio, no hay peros que valgan —replico tajante.
Se queda seria y pensativa. Sé que quiere volver a disculparse por lo que pasó aquel día, pero no tiene que hacerlo. Ya está olvidado. Me alegro de que sucediera. Me alegro de haber venido a Boston. Y me alegro de haberla conocido. Además, tampoco yo me he comportado como debía con ella.
—¿Es que te crees que eres la única pasajera que ha sido maleducada conmigo? —añado exasperada.
—Pues supongo que no, pero...
Alzo las manos al cielo.
—¡Pues claro que no!
Parece aliviada.
—Eso sí, has sido la primera que ha intentado ligar conmigo...—añado pícara.
Abre los ojos, incrédula, y me devuelve la sonrisa.
—No te creo.
—Es posible que no seas la primera que lo intenta —hago una pequeña pausa para pensármelo—, pero sí que eres la primera que lo consigue.
Me mira satisfecha. Vaya, si lo llego a saber no se lo digo.
—No ha sido tarea fácil... —dice sin apartar la mirada de mí.
—Bueno, no vayas a creerte que está todo el trabajo hecho —replico con suficiencia.
—Por supuesto que no —se humedece los labios—, aún tenemos mucho por hacer...
Me revuelvo nerviosa en la silla. Deja los cubiertos en el plato y se limpia la boca con la servilleta y la coloca cuidadosamente sobre la mesa. En ese instante aparece la camarera para retirar nuestros platos y traernos la carta de los postres. La ojeo sin muchas ganas. Hemos cenado bastante y ya no tengo apetito. Al menos, no de esa
clase.
Santana levanta la vista y cierra la carta de golpe.
La miro sorprendida.
—Gracias, pero no tomaremos postre —le indica amablemente a la camarera mientras le devuelve las cartas—. Si puede traernos la cuenta, por favor...
Ella asiente y se retira.
—Prefiero tomarme el postre en casa —dice mientras me guiña un ojo—, ¿tú no?
Llevo toda la noche pensando en eso, pero el hecho de que ella lo diga en voz alta hace que me sonroje.
—Sí —musito tímidamente.
Enseguida traen la cuenta y Santana, como una perfecta dama, no permite que yo pague mi parte. Nos levantamos y salimos en silencio del restaurante. Minutos después estamos de nuevo en la calle. De repente, mientras esperamos a que el semáforo se ponga en verde para poder cruzar la calle, me coge por la cintura y me atrae hacia ella. Me levanta la barbilla para que la mire a los ojos.
—¿Estás segura de que quieres subir a casa? —pregunta nerviosa mientras me acaricia el pelo.
No digo nada, pero asiento con la cabeza. Es lo único que quiero desde que Kurt nos interrumpió.
—Puedo llevarte a casa si quieres... —insiste.
¿Es que quiere que me vaya? No lo entiendo. Frunzo el ceño y trato de apartarme de ella.
—Vale, vale, lo capto. Solo quería asegurarme. —Sonríe más tranquila—. Anda no te enfades.
El semáforo está en verde y quiero cruzar, pero Santana me abraza más fuerte impidiendo que me mueva. Forcejeo con ella tratando de soltarme, pero tiene más fuerza que yo. Eso me pasa por no ir al gimnasio.
Me observa con una sonrisita. No tiene gracia.
—Estás tan guapa cuando te enfadas que no puedo evitarlo—me susurra al oído.
Levanto la vista y le miro a los ojos.
—No tiene gracia.
Levanta la cabeza y acerca sus labios a los míos. Es un beso tierno y cálido. Suave al principio y luego más insistente. Cierro los ojos y me pierdo en ella.
—¿Y esto la tiene? —pregunta con voz ronca.
Apenas puedo responder y asiento ligeramente con la cabeza. Me coge de la mano y, ¡por fin!, cruzamos la calle para dirigirnos a su casa. Saludamos risueños al portero y llamamos al ascensor. El viaje hasta la decima planta se me hace eterno y, de repente, me revuelvo inquieta al asimilar lo que va a pasar. He estado deseándola toda la noche, pero, ahora que se acerca el momento, no estoy segura de poder afrontarlo.
Hace tanto tiempo que no lo hago. Hace tanto tiempo que no estoy con alguien que me gusta de verdad. Me siento como una adolescente. Tengo vergüenza y evito mirarla mientras subimos.
Es como si lo notase porque me sostiene la mano con firmeza. Como si quisiera asegurarse de que no voy a irme. Me suelta para sacar las llaves del bolsillo y abrir la puerta. Una vez dentro, el ambiente cálido y acogedor de su salón me hace sentir más tranquila.
Me siento en el sofá y acaricio la manta escocesa, recordando nuestro primer beso.
—¿Te apetece tomar algo? —pregunta Santana.
Niego con la cabeza. Es posible que el alcohol me ayudara a desinhibirme, pero no quiero retrasar más este momento. Santana se coloca a mi lado y me acaricia suavemente la mejilla.
—¿Y qué es lo que te apetece? —murmura.
No tengo tiempo de responderle porque me da justo lo que yo quiero. Lo que llevo deseando toda la noche. Me envuelve con sus brazos y sus labios buscan desesperadamente los míos. Me recuesto en el sofá y dejo que se ponga encima de mí mientras un hormigueo recorre mi cuerpo. Suspiro y me dejo llevar, perdiéndome en sus caricias y sus apasionados besos. Perdiéndome en ella.
Me despierto de pronto, sobresaltada. ¿Dónde estoy? Miro a mí alrededor, pero está muy oscuro y no veo nada. Creo que estoy en la cama, pero no en la mía... Intento levantarme, pero no puedo, un brazo me agarra por la cintura.
Santana me sostiene con fuerza y me atrae hacia ella.
—No te vayas —murmura somnolienta.
No puedo evitar sonreír al recordar donde estoy. Como no creo que Kurt se preocupe mucho si esta noche no duermo en casa, me acurruco entre sus brazos y cierro los ojos. Al instante caigo plácidamente dormida.
A la mañana siguiente abro los ojos muy temprano, nerviosa por estar en casa de Santana. Tengo miedo de que se arrepienta de lo nuestro. Tengo miedo de que a la luz del día esto no sea lo que yo había imaginado. Porque, aunque me cueste admitirlo, he descubierto que Santana es alguien muy especial y me gustaría que formara parte de mi vida. No solo por la atracción física que es evidente que hay entre nosotras, sino porque a su lado nunca me siento incómoda, puedo ser yo misma; hablamos, reímos y nos llevamos bien. Y aun así le gusto. O eso creo.
No puedo negar que quiero que esto sea algo más que una aventura de una noche. Me incorporo y me pongo las lentillas que —gracias a Dios— me acordé de quitarme anoche antes de dormirme. Doy un vistazo a la habitación. Es igual de cálida y acogedora que el resto de la casa. Un edredón en tonos crudos adorna la enorme y cómoda cama de madera. El suelo está cubierto por una enorme alfombra de rafia y las paredes pintadas en un color verde claro que resalta los ventanales blancos. En una esquina del dormitorio hay un galán de noche sobre el que cuelga su traje de chaqueta. El que lleva Santana en su otra faceta, la de mujer de negocios.
Miro el reloj y veo que ya son las diez. Estoy apunto de salir de la cama cuando me percato de que no llevo nada. Estoy completamente desnuda. Me vuelvo a tumbar y me tapo con la sábana.
Santana, que sigue medio dormida vuelve a abrazarme con fuerza. Pega su cuerpo al mío. Está desnuda. Abre los ojos despacio y me mira asustada, como si tuviese los mismos miedos que yo. Me acerco más a ella y me aprieto contra sus pechos. Ella me abraza con más fuerza todavía.
—No voy a irme a ningún sitio.
—Prefiero no correr riesgos —susurra antes de darme un beso.
Santana me acaricia el pelo y me besa.
—No tengas prisa por irte —murmura juguetona mientras se pone encima de mí—. Todavía podemos quedarnos un rato más en la cama.
Mis piernas rodean sus caderas y le devuelvo el beso. Al fin y al cabo, es sábado, y podemos remolonear...
—Odio tener que decir esto. —Esboza una gran sonrisa de satisfacción—. ¡Te lo dije! ¡Te lo dije!
Me sonrojo y no puedo evitar pensar en que tiene razón. Kurt se percató de mis sentimientos mucho antes de que yo lo hiciera. El rencor me estaba cegando. Ahora, veo las cosas con una nueva perspectiva y comprendo que muchas veces las cosas sí pasan por algo. Todos los cambios que he vivido en estos últimos meses me han despertado del letargo en el que estaba sumida.
—Vale, tenías razón —admito—. ¿Es eso lo que querías oír?
—No voy a negar que me encanta tener la razón, pero lo que más me gusta es verte tan feliz.
Kurt me abraza y no puedo evitar emocionarme. Hace poco que somos amigos, pero me siento tan unida a él... me conoce casi más que muchas de mis amigas de Valencia.
¡Ahora podremos salir los cuatro juntos! —grita alborozado.
¿Los cuatro juntos? Salir con Eddie no es lo que más me apetece en el mundo. Sé que no tengo motivos para que no me caiga bien, pero no puedo evitarlo. No congeniamos. Lo noto cuando hablo con él y sé que él siente lo mismo que yo. Simplemente no nos
soportamos.
—¡Claro! ¡Será genial! —chillo yo también intentado parecer igual de ilusionada que Kurt.
Dios, miento fatal, espero que no lo note porque no pienso ser yo la que le diga que no aguanto a su novio. Y menos cuando él adora a la mía.
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Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Capítulo 10
Acción de Gracias
Los días pasan veloces y el frío llega a Boston para no dejarnos. Durante los próximos meses la lluvia, las bajas temperaturas y, dentro de poco la nieve, serán mis compañeras. Pero no me importa. Disfruto de la lluvia estrenando mis Hunter nuevas, paso los días fríos encerrada en el apartamento de Santana viendo películas y tomando chocolate caliente y estoy deseosa de que caigan los primeros copos para hacer muñecos y guerras de bolas de nieve.
Últimamente pocas cosas afectan a mi estado de ánimo y me siento extrañamente feliz. Digo extrañamente porque nunca en mi vida había sentido lo que siento ahora. Estoy ilusionada con el trabajo y más motivada que nunca. La señora Rivers ha organizado varios talleres de escritura en la librería y he participado en todos ellos, disfrutando como hacía tiempo no lo hacía. Tengo ilusiones que no tenía desde que era niña. Y, a pesar de que sigue sin caerme bien, consigo soportar a Eddie sin que la sonrisa se esfume de mi cara.
Sí, las cosas van muy bien. Y la única culpable de todo esto es Santana. A su lado soy yo misma. Incluso creo, que saca a la luz una versión mejorada de mí misma. Cuando estoy con ella no tengo que fingir quien soy. Me comprende, me apoya y está ahí siempre que la necesito.
Solamente hay algo que ensombrece mi felicidad. Hace semanas que no sé nada de Tina. He intentado hablar con ella por Skype, pero no hay manera de cuadrar nuestros horarios. Sigo escribiéndole largos e-mails a los que no obtengo respuesta y cuando le escribo mensajes al whatsapp recibo escuetas respuestas del tipo:
ahora no puedo, voy muy liada, lo siento mucho, te prometo que de esta semana no pasa.
No he podido ni comentar con ella lo de Santana porque su única respuesta al e-mail en el que se lo conté fue:
Me alegro mucho por ti. Te lo mereces.
Una línea.
Después de todos estos años en los que nunca he salido con nadie en serio cuando voy y encuentro a alguien que de verdad me gusta, su respuesta cabe en una línea. Ni una llamada, ni mensajes interrogándome para saber cómo es ella, nada. Ni un puñetero smiley.
Joder, no sé qué hacer con ella. Ya no sé si lo de Mike es el único problema o le pasa algo más. No lo entiendo. Éramos íntimas cuando trabajábamos juntas. Sabía que con un océano de por medio no sería lo mismo, pero tenía la esperanza de que nos escribiésemos y hasta de que viniera a verme.
Aparto a Tina de mis pensamientos una vez más. Sé que debería insistir para que me contara lo que le pasa, pero estoy un poco enfadada. Le he insistido muchísimo y no dejo de escribirle. ¡Si necesita algo que me lo diga ella! Al fin y al cabo, fui yo la que se
quedó sin trabajo y ha tenido que buscarse la vida en una ciudad lejos de familia y amigos.
Ya está. Decidido. Mientras ella no escriba, yo no pienso volver a dar señales de vida. De pronto escucho el sonido de unas llaves abriendo la puerta de casa seguidas de un portazo que interrumpe mis pensamientos. Son las ocho de la tarde y estoy sola en casa; Santana tenía reuniones esta tarde y no podía quedar. Supongo que es Kurt, pero me extraña mucho que esté en casa porque al salir de la tienda se ha ido directo a la clínica de Eddie para salir a cenar con él. Camina hasta la cocina dando bufidos y ni me mira. Abre de golpe la puerta del congelador y mira en su interior.
—¿No queda helado?
—Hola, Kurt, ¿qué pasa? —pregunto con suavidad. Tengo miedo de que si está enfadado, la tome conmigo.
—Primero el helado —dice como si fuera un niño de cinco años.
Me levanto y me acerco al congelador, rebusco entre las bolsas de congelados y encuentro una tarrina de helado de vainilla y chocolate. Espero que quede suficiente ración como para que Kurt se calme. La abro despacito y suspiro aliviada al ver que está casi sin empezar.
Kurt saca una cuchara del cajón y me arrebata el bote de las manos. Antes de que pueda protestar veo que está comiendo directamente del bote. Alzo las manos al cielo y lo doy por perdido. Me siento en el sofá. Quizá cuando esté empachado me diga qué ocurre.
Tres minutos y medio tarro de helado más tarde se sienta a mi lado. Parece un poco más tranquilo pero igual de enfadado.
—¿Vas a decirme lo que te pasa o no?
—Tres palabras —responde con la boca llena—. Eddie. Congreso. Brasil.
Lo miro sin comprender a qué se refiere.
Kurt pone los ojos en blanco y lo intenta de nuevo.
—Eddie se va a un congreso de odontología a Brasil, concretamente a Sao Paulo.
Bueno, es odontólogo, no lo veo tan raro.
—¿Y qué problema hay?
Me mira escandalizado.
—¿Que qué problema hay? —sacude la cabeza—. Cielo, mi anterior novio me dejó por un noruego. Me niego a que este me deje por un brasileño.
—¿Quién dice que vaya a dejarte por un brasileño?
—Bueno, no me negarás que no va a tener tentaciones...
—Kurt —respondo tratando de tranquilizarle—, hay gente monógama, ¿sabes? Puede que haya mucho brasileño tío bueno, pero Eddie te quiere. No tiene por qué pasarte lo mismo que con Blaine.
—Ya lo sé, pero...
—Entiendo que los viejos fantasmas te estén poniendo nervioso, en serio, pero —sonrío pensando en lo próximo que le voy a decir—, os he oído. No creo que tengas nada que envidiarles a los brasileños.
Por fin, veo que Kurt ríe y se relaja.
—Sí, es verdad. Yo también estoy bueno, ¿no?
Se levanta y me hace un pequeño pase de modelos. Suelto una carcajada.
—Sí, buenísimo.
Se sienta de nuevo a mi lado un poco más tranquilo.
—Se marcha la semana que viene. Me había invitado a ir con él, ¿sabes?
Estoy a punto de estrangularlo.
—¿Te ha invitado al congreso y tú estás aquí haciendo un drama de todo esto porque crees que va a liarse con otro?
Dios, si Kurt saliera con Mike no habría en el mundo tarrinas de helado suficientes para él. Al final Eddie no va a ser tan malo.
—Bueno, ya sabes que estaba guardando los días que me quedan de vacaciones para volver a casa por Navidad. Si los gasto ahora en irme con Eddie a Brasil a mi mamma le dará un infarto.
Me río al pensar en la mía y en lo que pasaría si le dijese que no vuelvo a casa para las fiestas. Lo cual me recuerda que tengo que comprar el billete o me costará un ojo de la cara. El plan es que el día veintidós de diciembre, el gordo de Navidad y yo hagamos nuestra entrada triunfal en España.
—Lo único que no sé es... —se queda callado.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—Iba a pasar el día de Acción de Gracias con él y su familia. Iba a presentarme como su pareja oficialmente.
¡Vaya con Eddie!
—¿Y ahora no tienes con quien celebrarlo? —pregunto.
Asiente con la cabeza.
—¿Y dónde ves tú el problema? Sabes que Santana y yo vamos a comer con Neri y Piot. Te adoran. Vente con nosotros, cuantos más seamos mejor lo pasaremos.
Kurt se abalanza sobre mí y me abraza.
—Mira que estás sensible, ¿eh?
Es mi primer día de Acción de Gracias y Kurt, y yo hemos estado siguiendo el desfile de Macy’s en Nueva York por la tele emocionados como dos chiquillos. Hace apenas un cuarto de hora, Santana ha venido con el coche a recogernos para ir a casa de Neri.
La boca se me hace agua en cuanto cruzo la puerta y veo los platos sobre la mesa. No falta nada. Pavo al horno acompañado de pan de maíz y salsa de arándanos además de un montón de guarniciones distintas. Así, a primera vista, detecto judías verdes, boniato y puré de patata. Me asomo a la cocina y veo que hay varios pasteles sobre la bancada.
—¿De qué son, Neri?
Está emocionada de tenernos a todos en casa y ha querido darnos un día lo más tradicional posible.
—Pastel de calabaza, el más popular, pero me parecía poca cosa.
No puede parecerle poca cosa, teniendo en cuenta la cantidad de comida que hay sobre la mesa.
—Así que he preparado también un pastel de manzanaza y otro de chocolate. Este no es tan típico —me guiña un ojo—, ¡pero sé que os encanta!
Kurt está ya sentado a la mesa relamiéndose ante los apetitosos platos. Santana y Piot se sientan también, y Piot abre el magnífico Cabernet Sauvignon del Valle de Napa que ha traído Santana.
Piot nos obsequia con un pequeño ritual y amago una sonrisa mientras veo cómo inclina la copa para observar el vino, luego lo remueve, lo huele y lo saborea.
—Exquisito —sentencia.
Neri y yo los miramos atónitas desde la puerta sin poder evitar reírnos.
—Piot no tiene ni idea de vinos —dice en voz baja—, pero no lo admitirá nunca delante de una entendida como Santana.
—¿Entendida? —ahora soy yo la que me río.
A Santana le gusta el buen vino, sí, pero no es una entendida ni mucho menos. Sabe exactamente lo mismo que yo. Es decir, lo que nos dijo ayer la encargada de Williams & Sonoma cuando fuimos a comprar la botella.
Neri asiente con admiración.
—Por cierto, ¿ya lo conoce tu madre?
¿Mi madre? Por Dios, si solamente llevamos juntas, ¿cuánto? ¡Un mes!
—No, Neri, no la conoce aún —respondo—. Le he mencionado algo acerca de una chica, y que es española —eso le ha gustado mucho— pero no, no las he puesto a hablar por el Skype. Llevamos muy poco tiempo y sería incomodísimo, al menos para ella y para mí.
—¿Así que la he conocido yo primero? —pregunta alborozada
Asiento con la cabeza. En cierto modo, estoy presentando oficialmente a Santana a mi familia. Al menos a mi familia «americana».
—Prefiero que la conozcan en persona cuando vayamos a casa por Navidad. ¡Al fin y al cabo está a la vuelta de la esquina!
Me entristezco al pensar en la Navidad y en mi vuelta a casa porque lo primero que me viene a la mente es Tina. Espero que las cosas mejoren cuando esté allí y nos veamos en persona.
Decido desterrarla de mis pensamientos, al menos por el momento. Estoy rodeada de personas que me quieren y de un montón de apetitosos platos que me están pidiendo a gritos que me los coma.
Tomo nota mentalmente de dejar un compartimento libre en mi estómago para poder catar todas y cada una de las tartas que reposan en la cocina.
Me acerco a la mesa y veo como Santana se levanta para, como una perfecta dama, ayudarme a acomodarme en la silla. Luego me acaricia suavemente los hombros y me da un suave beso en la mejilla.
—¿Te había dicho que hoy estás preciosa? —me susurra al oído.
Vuelve a sentarse en su sitio y yo la miro sonrojada. ¿Es posible que un simple comentario y un beso en la mejilla me estén dando ganas de...? ¡Esto es el colmo! Parezco una cría. Llevamos un mes juntas. Tendría que ser un poco más inmune a sus encantos. Por lo visto no lo soy. Me observa divertida e intuyo que una vez más es
capaz de leerme la mente. Me guiña un ojo y continúa su conversación con Piot y Kurt como si nada. ¿Qué le vamos a hacer? Hoy es un día para pasar en familia, tendré que saciar mis ganas con la comida.
Cosa que tampoco es que me desagrade, para qué lo vamos a negar...
Unas cuantas horas y bastantes alimentos ingeridos después nos despedimos de Neri y Piot. Ha sido una velada muy agradable y sé que ellos están especialmente agradecidos. Casi parecíamos una familia.
Santana se detiene frente a nuestra casa y se gira hacia Kurt antes de que este se baje del coche.
—¿Te importa si te la robo esta noche? —le pregunta con una sonrisa pícara.
¿Perdona? ¿No tendrías que preguntarme a mí adónde quiero dormir?
—Toda tuya —responde Kurt tocándose la barriga—, estoy tan lleno que me siento incapaz hasta de mantener una conversación. Solo quiero tomarme una manzanilla e irme a la cama.
Dicho esto sale del vehículo, se despide de mí con la mano y sube las escaleras del portal.
Me giro hacia Santana con el ceño fruncido.
—¡Venga ya! —exclama riéndose—. No puedo creerme que te hayas enfadado. ¿Qué es lo que he hecho ahora?
—¿No crees que deberías haberme preguntado a mí sí quería quedarme a dormir en tu casa? —respondo haciéndome la indignada.
Se acerca un poco hacía mí y me acaricia delicadamente los muslos por debajo de mi suave falda rosa de seda. ¡Vale, ahora ya no puedo pensar! Me coge por la barbilla y me besa con firmeza. Cuando consigo reaccionar y volver a abrir los ojos me observa y esboza una sonrisa.
—¿En serio piensas que tenía que preguntártelo? —me besa una vez más—. Yo creo que ya me has respondido.
¡Bah! Así es imposible discutir, eso es hacer trampas.
—No juegas limpio, ¿sabes? —digo irritada.
—Es posible —murmura mientras pone el coche en marcha—. Pero no me negarás que te encanta que lo haga.
Me niego a responder. Sabe perfectamente que me encanta y sabe que llevo toda la noche deseándola. ¿Qué necesidad tengo de discutir? Ah, soy quejica por naturaleza.
Una vez que llegamos a su casa, Santana no se anda con rodeos. Antes de que pueda protestar ni una sola vez me coge en brazos y me lleva hasta su dormitorio. Estoy a punto de renegar cuando me deja caer sobre su cama, se tumba delicadamente sobre mí y me besa. Al instante, decido que no tengo queja alguna y, una vez más, me dejo llevar.
En algún momento en medio de la noche me despierto. Tengo sed. Bastante lógico teniendo en cuenta que he comido hasta reventar. A tientas, busco el móvil en la mesita de noche para iluminarme, pero no lo encuentro. Tampoco encuentro las gafas.
Seguro que mi bolso se quedó ayer tirado en cualquier parte y lo dejé todo dentro.
Palpo la pared buscando el interruptor de la luz, pero tampoco doy con él. Bueno, tendré que ir a oscuras. Me levanto y camino despacio para no despertar a Santana. Un
paso y luego otro. Apoyo las manos en la pared para no chocarme con nada. Bien. Sigo avanzando con cuidado.
—¡Ayyyyyyyy! ¡Ay, ay, ay!
¡Mierda! Acabo de chocar con algo. Acabo de darme un golpe tremendo en el pie izquierdo. Como no podía ser de otra forma, voy descalza. Me siento en el suelo y me froto dolorida el empeine. De repente se enciende la luz. Y miro sorprendida a mí alrededor. ¡Vaya!, he tirado al galán de noche al suelo. Santana me observa desde la cama sin saber muy bien lo que pasa.
—Britt, ¿qué haces? —pregunta frotándose los ojos—.¿Pensabas irte sin avisar?
Por favor, solamente quería beber un poco pero es que hasta eso lo hago difícil.
—Iba a por un vaso de agua —digo lentamente—, tenía mucha sed. Hemos cenado mucho.
Me mira aliviada. ¿En serio pensaba que iba a irme? Llevamos un mes juntas, si estoy con ella es por algo. ¿Cómo voy a irme en medio de la noche sin avisar?
Se incorpora y se acerca a mí. Me da la mano y me levanta. La abrazo con fuerza y la miro a los ojos. No quiero que piense ni por un segundo siquiera que puedo ser capaz de marcharme.
—No voy a ir a ningún sitio —murmuro—. Quiero estar contigo.
Parece como si tuviera miedo de que me fuera. Me acaricia el pelo y me ayuda a llegar hasta la cama. El golpe no es nada del otro mundo, pero probablemente mañana me saldrá un buen moratón.
—No te muevas de ahí. Ahora te traigo el agua.
Unos minutos después ya he aplacado mi sed y las luces vuelven a estar apagadas. Me acurruco de lado en la cama intentando volver a dormirme, Santana se tumba junto a mí y me toma entre sus brazos. Ya estoy casi dormida cuando la escucho decir algo.
—Te quiero, Britt.
Apenas ha sido un susurro. Pero las palabras están ahí.
Flotando en el aire. ¡Santana me quiere! Si no estuviera tan cansada y no me doliese tanto el pie probablemente me pondría a dar brincos por la habitación. Con una sonrisa de felicidad en la cara, caigo rendida al instante.
Acción de Gracias
Los días pasan veloces y el frío llega a Boston para no dejarnos. Durante los próximos meses la lluvia, las bajas temperaturas y, dentro de poco la nieve, serán mis compañeras. Pero no me importa. Disfruto de la lluvia estrenando mis Hunter nuevas, paso los días fríos encerrada en el apartamento de Santana viendo películas y tomando chocolate caliente y estoy deseosa de que caigan los primeros copos para hacer muñecos y guerras de bolas de nieve.
Últimamente pocas cosas afectan a mi estado de ánimo y me siento extrañamente feliz. Digo extrañamente porque nunca en mi vida había sentido lo que siento ahora. Estoy ilusionada con el trabajo y más motivada que nunca. La señora Rivers ha organizado varios talleres de escritura en la librería y he participado en todos ellos, disfrutando como hacía tiempo no lo hacía. Tengo ilusiones que no tenía desde que era niña. Y, a pesar de que sigue sin caerme bien, consigo soportar a Eddie sin que la sonrisa se esfume de mi cara.
Sí, las cosas van muy bien. Y la única culpable de todo esto es Santana. A su lado soy yo misma. Incluso creo, que saca a la luz una versión mejorada de mí misma. Cuando estoy con ella no tengo que fingir quien soy. Me comprende, me apoya y está ahí siempre que la necesito.
Solamente hay algo que ensombrece mi felicidad. Hace semanas que no sé nada de Tina. He intentado hablar con ella por Skype, pero no hay manera de cuadrar nuestros horarios. Sigo escribiéndole largos e-mails a los que no obtengo respuesta y cuando le escribo mensajes al whatsapp recibo escuetas respuestas del tipo:
ahora no puedo, voy muy liada, lo siento mucho, te prometo que de esta semana no pasa.
No he podido ni comentar con ella lo de Santana porque su única respuesta al e-mail en el que se lo conté fue:
Me alegro mucho por ti. Te lo mereces.
Una línea.
Después de todos estos años en los que nunca he salido con nadie en serio cuando voy y encuentro a alguien que de verdad me gusta, su respuesta cabe en una línea. Ni una llamada, ni mensajes interrogándome para saber cómo es ella, nada. Ni un puñetero smiley.
Joder, no sé qué hacer con ella. Ya no sé si lo de Mike es el único problema o le pasa algo más. No lo entiendo. Éramos íntimas cuando trabajábamos juntas. Sabía que con un océano de por medio no sería lo mismo, pero tenía la esperanza de que nos escribiésemos y hasta de que viniera a verme.
Aparto a Tina de mis pensamientos una vez más. Sé que debería insistir para que me contara lo que le pasa, pero estoy un poco enfadada. Le he insistido muchísimo y no dejo de escribirle. ¡Si necesita algo que me lo diga ella! Al fin y al cabo, fui yo la que se
quedó sin trabajo y ha tenido que buscarse la vida en una ciudad lejos de familia y amigos.
Ya está. Decidido. Mientras ella no escriba, yo no pienso volver a dar señales de vida. De pronto escucho el sonido de unas llaves abriendo la puerta de casa seguidas de un portazo que interrumpe mis pensamientos. Son las ocho de la tarde y estoy sola en casa; Santana tenía reuniones esta tarde y no podía quedar. Supongo que es Kurt, pero me extraña mucho que esté en casa porque al salir de la tienda se ha ido directo a la clínica de Eddie para salir a cenar con él. Camina hasta la cocina dando bufidos y ni me mira. Abre de golpe la puerta del congelador y mira en su interior.
—¿No queda helado?
—Hola, Kurt, ¿qué pasa? —pregunto con suavidad. Tengo miedo de que si está enfadado, la tome conmigo.
—Primero el helado —dice como si fuera un niño de cinco años.
Me levanto y me acerco al congelador, rebusco entre las bolsas de congelados y encuentro una tarrina de helado de vainilla y chocolate. Espero que quede suficiente ración como para que Kurt se calme. La abro despacito y suspiro aliviada al ver que está casi sin empezar.
Kurt saca una cuchara del cajón y me arrebata el bote de las manos. Antes de que pueda protestar veo que está comiendo directamente del bote. Alzo las manos al cielo y lo doy por perdido. Me siento en el sofá. Quizá cuando esté empachado me diga qué ocurre.
Tres minutos y medio tarro de helado más tarde se sienta a mi lado. Parece un poco más tranquilo pero igual de enfadado.
—¿Vas a decirme lo que te pasa o no?
—Tres palabras —responde con la boca llena—. Eddie. Congreso. Brasil.
Lo miro sin comprender a qué se refiere.
Kurt pone los ojos en blanco y lo intenta de nuevo.
—Eddie se va a un congreso de odontología a Brasil, concretamente a Sao Paulo.
Bueno, es odontólogo, no lo veo tan raro.
—¿Y qué problema hay?
Me mira escandalizado.
—¿Que qué problema hay? —sacude la cabeza—. Cielo, mi anterior novio me dejó por un noruego. Me niego a que este me deje por un brasileño.
—¿Quién dice que vaya a dejarte por un brasileño?
—Bueno, no me negarás que no va a tener tentaciones...
—Kurt —respondo tratando de tranquilizarle—, hay gente monógama, ¿sabes? Puede que haya mucho brasileño tío bueno, pero Eddie te quiere. No tiene por qué pasarte lo mismo que con Blaine.
—Ya lo sé, pero...
—Entiendo que los viejos fantasmas te estén poniendo nervioso, en serio, pero —sonrío pensando en lo próximo que le voy a decir—, os he oído. No creo que tengas nada que envidiarles a los brasileños.
Por fin, veo que Kurt ríe y se relaja.
—Sí, es verdad. Yo también estoy bueno, ¿no?
Se levanta y me hace un pequeño pase de modelos. Suelto una carcajada.
—Sí, buenísimo.
Se sienta de nuevo a mi lado un poco más tranquilo.
—Se marcha la semana que viene. Me había invitado a ir con él, ¿sabes?
Estoy a punto de estrangularlo.
—¿Te ha invitado al congreso y tú estás aquí haciendo un drama de todo esto porque crees que va a liarse con otro?
Dios, si Kurt saliera con Mike no habría en el mundo tarrinas de helado suficientes para él. Al final Eddie no va a ser tan malo.
—Bueno, ya sabes que estaba guardando los días que me quedan de vacaciones para volver a casa por Navidad. Si los gasto ahora en irme con Eddie a Brasil a mi mamma le dará un infarto.
Me río al pensar en la mía y en lo que pasaría si le dijese que no vuelvo a casa para las fiestas. Lo cual me recuerda que tengo que comprar el billete o me costará un ojo de la cara. El plan es que el día veintidós de diciembre, el gordo de Navidad y yo hagamos nuestra entrada triunfal en España.
—Lo único que no sé es... —se queda callado.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—Iba a pasar el día de Acción de Gracias con él y su familia. Iba a presentarme como su pareja oficialmente.
¡Vaya con Eddie!
—¿Y ahora no tienes con quien celebrarlo? —pregunto.
Asiente con la cabeza.
—¿Y dónde ves tú el problema? Sabes que Santana y yo vamos a comer con Neri y Piot. Te adoran. Vente con nosotros, cuantos más seamos mejor lo pasaremos.
Kurt se abalanza sobre mí y me abraza.
—Mira que estás sensible, ¿eh?
Es mi primer día de Acción de Gracias y Kurt, y yo hemos estado siguiendo el desfile de Macy’s en Nueva York por la tele emocionados como dos chiquillos. Hace apenas un cuarto de hora, Santana ha venido con el coche a recogernos para ir a casa de Neri.
La boca se me hace agua en cuanto cruzo la puerta y veo los platos sobre la mesa. No falta nada. Pavo al horno acompañado de pan de maíz y salsa de arándanos además de un montón de guarniciones distintas. Así, a primera vista, detecto judías verdes, boniato y puré de patata. Me asomo a la cocina y veo que hay varios pasteles sobre la bancada.
—¿De qué son, Neri?
Está emocionada de tenernos a todos en casa y ha querido darnos un día lo más tradicional posible.
—Pastel de calabaza, el más popular, pero me parecía poca cosa.
No puede parecerle poca cosa, teniendo en cuenta la cantidad de comida que hay sobre la mesa.
—Así que he preparado también un pastel de manzanaza y otro de chocolate. Este no es tan típico —me guiña un ojo—, ¡pero sé que os encanta!
Kurt está ya sentado a la mesa relamiéndose ante los apetitosos platos. Santana y Piot se sientan también, y Piot abre el magnífico Cabernet Sauvignon del Valle de Napa que ha traído Santana.
Piot nos obsequia con un pequeño ritual y amago una sonrisa mientras veo cómo inclina la copa para observar el vino, luego lo remueve, lo huele y lo saborea.
—Exquisito —sentencia.
Neri y yo los miramos atónitas desde la puerta sin poder evitar reírnos.
—Piot no tiene ni idea de vinos —dice en voz baja—, pero no lo admitirá nunca delante de una entendida como Santana.
—¿Entendida? —ahora soy yo la que me río.
A Santana le gusta el buen vino, sí, pero no es una entendida ni mucho menos. Sabe exactamente lo mismo que yo. Es decir, lo que nos dijo ayer la encargada de Williams & Sonoma cuando fuimos a comprar la botella.
Neri asiente con admiración.
—Por cierto, ¿ya lo conoce tu madre?
¿Mi madre? Por Dios, si solamente llevamos juntas, ¿cuánto? ¡Un mes!
—No, Neri, no la conoce aún —respondo—. Le he mencionado algo acerca de una chica, y que es española —eso le ha gustado mucho— pero no, no las he puesto a hablar por el Skype. Llevamos muy poco tiempo y sería incomodísimo, al menos para ella y para mí.
—¿Así que la he conocido yo primero? —pregunta alborozada
Asiento con la cabeza. En cierto modo, estoy presentando oficialmente a Santana a mi familia. Al menos a mi familia «americana».
—Prefiero que la conozcan en persona cuando vayamos a casa por Navidad. ¡Al fin y al cabo está a la vuelta de la esquina!
Me entristezco al pensar en la Navidad y en mi vuelta a casa porque lo primero que me viene a la mente es Tina. Espero que las cosas mejoren cuando esté allí y nos veamos en persona.
Decido desterrarla de mis pensamientos, al menos por el momento. Estoy rodeada de personas que me quieren y de un montón de apetitosos platos que me están pidiendo a gritos que me los coma.
Tomo nota mentalmente de dejar un compartimento libre en mi estómago para poder catar todas y cada una de las tartas que reposan en la cocina.
Me acerco a la mesa y veo como Santana se levanta para, como una perfecta dama, ayudarme a acomodarme en la silla. Luego me acaricia suavemente los hombros y me da un suave beso en la mejilla.
—¿Te había dicho que hoy estás preciosa? —me susurra al oído.
Vuelve a sentarse en su sitio y yo la miro sonrojada. ¿Es posible que un simple comentario y un beso en la mejilla me estén dando ganas de...? ¡Esto es el colmo! Parezco una cría. Llevamos un mes juntas. Tendría que ser un poco más inmune a sus encantos. Por lo visto no lo soy. Me observa divertida e intuyo que una vez más es
capaz de leerme la mente. Me guiña un ojo y continúa su conversación con Piot y Kurt como si nada. ¿Qué le vamos a hacer? Hoy es un día para pasar en familia, tendré que saciar mis ganas con la comida.
Cosa que tampoco es que me desagrade, para qué lo vamos a negar...
Unas cuantas horas y bastantes alimentos ingeridos después nos despedimos de Neri y Piot. Ha sido una velada muy agradable y sé que ellos están especialmente agradecidos. Casi parecíamos una familia.
Santana se detiene frente a nuestra casa y se gira hacia Kurt antes de que este se baje del coche.
—¿Te importa si te la robo esta noche? —le pregunta con una sonrisa pícara.
¿Perdona? ¿No tendrías que preguntarme a mí adónde quiero dormir?
—Toda tuya —responde Kurt tocándose la barriga—, estoy tan lleno que me siento incapaz hasta de mantener una conversación. Solo quiero tomarme una manzanilla e irme a la cama.
Dicho esto sale del vehículo, se despide de mí con la mano y sube las escaleras del portal.
Me giro hacia Santana con el ceño fruncido.
—¡Venga ya! —exclama riéndose—. No puedo creerme que te hayas enfadado. ¿Qué es lo que he hecho ahora?
—¿No crees que deberías haberme preguntado a mí sí quería quedarme a dormir en tu casa? —respondo haciéndome la indignada.
Se acerca un poco hacía mí y me acaricia delicadamente los muslos por debajo de mi suave falda rosa de seda. ¡Vale, ahora ya no puedo pensar! Me coge por la barbilla y me besa con firmeza. Cuando consigo reaccionar y volver a abrir los ojos me observa y esboza una sonrisa.
—¿En serio piensas que tenía que preguntártelo? —me besa una vez más—. Yo creo que ya me has respondido.
¡Bah! Así es imposible discutir, eso es hacer trampas.
—No juegas limpio, ¿sabes? —digo irritada.
—Es posible —murmura mientras pone el coche en marcha—. Pero no me negarás que te encanta que lo haga.
Me niego a responder. Sabe perfectamente que me encanta y sabe que llevo toda la noche deseándola. ¿Qué necesidad tengo de discutir? Ah, soy quejica por naturaleza.
Una vez que llegamos a su casa, Santana no se anda con rodeos. Antes de que pueda protestar ni una sola vez me coge en brazos y me lleva hasta su dormitorio. Estoy a punto de renegar cuando me deja caer sobre su cama, se tumba delicadamente sobre mí y me besa. Al instante, decido que no tengo queja alguna y, una vez más, me dejo llevar.
En algún momento en medio de la noche me despierto. Tengo sed. Bastante lógico teniendo en cuenta que he comido hasta reventar. A tientas, busco el móvil en la mesita de noche para iluminarme, pero no lo encuentro. Tampoco encuentro las gafas.
Seguro que mi bolso se quedó ayer tirado en cualquier parte y lo dejé todo dentro.
Palpo la pared buscando el interruptor de la luz, pero tampoco doy con él. Bueno, tendré que ir a oscuras. Me levanto y camino despacio para no despertar a Santana. Un
paso y luego otro. Apoyo las manos en la pared para no chocarme con nada. Bien. Sigo avanzando con cuidado.
—¡Ayyyyyyyy! ¡Ay, ay, ay!
¡Mierda! Acabo de chocar con algo. Acabo de darme un golpe tremendo en el pie izquierdo. Como no podía ser de otra forma, voy descalza. Me siento en el suelo y me froto dolorida el empeine. De repente se enciende la luz. Y miro sorprendida a mí alrededor. ¡Vaya!, he tirado al galán de noche al suelo. Santana me observa desde la cama sin saber muy bien lo que pasa.
—Britt, ¿qué haces? —pregunta frotándose los ojos—.¿Pensabas irte sin avisar?
Por favor, solamente quería beber un poco pero es que hasta eso lo hago difícil.
—Iba a por un vaso de agua —digo lentamente—, tenía mucha sed. Hemos cenado mucho.
Me mira aliviada. ¿En serio pensaba que iba a irme? Llevamos un mes juntas, si estoy con ella es por algo. ¿Cómo voy a irme en medio de la noche sin avisar?
Se incorpora y se acerca a mí. Me da la mano y me levanta. La abrazo con fuerza y la miro a los ojos. No quiero que piense ni por un segundo siquiera que puedo ser capaz de marcharme.
—No voy a ir a ningún sitio —murmuro—. Quiero estar contigo.
Parece como si tuviera miedo de que me fuera. Me acaricia el pelo y me ayuda a llegar hasta la cama. El golpe no es nada del otro mundo, pero probablemente mañana me saldrá un buen moratón.
—No te muevas de ahí. Ahora te traigo el agua.
Unos minutos después ya he aplacado mi sed y las luces vuelven a estar apagadas. Me acurruco de lado en la cama intentando volver a dormirme, Santana se tumba junto a mí y me toma entre sus brazos. Ya estoy casi dormida cuando la escucho decir algo.
—Te quiero, Britt.
Apenas ha sido un susurro. Pero las palabras están ahí.
Flotando en el aire. ¡Santana me quiere! Si no estuviera tan cansada y no me doliese tanto el pie probablemente me pondría a dar brincos por la habitación. Con una sonrisa de felicidad en la cara, caigo rendida al instante.
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Capítulo 11
La reclamación
Me despierto del golpe al escuchar una melodía del iPhone que me es familiar. La alarma. Miro mi teléfono, pero yo no he puesto el despertador. Son solo las siete de la mañana. Y hoy no he de ir a trabajar. Odio despertarme temprano cuando no he de hacerlo. ¿Qué pasa?
—Tengo un par de reuniones a primera hora —dice Santana somnolienta mientras se incorpora—, pero terminaré pronto. ¿Por qué no te quedas aquí en casa descansando y comemos juntas?
Musito un sí por respuesta y continúo durmiendo. Oigo el sonido de la ducha y, unos instantes más tarde, Santana se acerca la cama para despedirse de mí. Me da un beso en la frente y yo abro los ojos.
Va vestida con un elegante vestido. Lleva el pelo arreglado. Está guapa, pero no me
gusta. Me recuerda a su otro yo. Ese yo antipática y preocupada por el trabajo.
—¿Acaso te obligan a arreglarte el pelo? —gruño.
Santana me mira sorprendida.
—Pues no —titubea—, pero voy mucho más arreglada así y... tengo dos reuniones.
—Sí, eso ya me lo has dicho —pongo cara de disgusto—. Me gusta cuando no te pones nada en el pelo y yo puedo pasarte la mano y acariciártelo.
—Si eso es todo lo que te preocupa, cuando vuelva a casa me lo lavare, y listo al natural.
Sonrío. Eso está mejor.
—Anda, duerme un rato más. Aprovecha tú que no trabajas.
Me acurruco de nuevo y cierro los ojos. Santana me da un beso más, esta vez en los labios y un hormigueo recorre mi cuerpo.
—¡Volveré sobra la una! —grita desde la puerta.
Ummmm, eso me deja unas cuantas horas para seguir durmiendo. De todas formas, será mejor que yo también me ponga una alarma no sea que cuando venga me pille todavía en la cama.
A las once suena la alarma y me despierto de un brinco. ¡Hay que despertarse con energía! Tengo dos horas para arreglarme. A pesar de que soy lenta es tiempo más que suficiente. Por desgracia no podré cambiarme de ropa porque no se me ocurrió subir a casa a coger ropa para hoy.
Veo que Santana se ha preparado café esta mañana así que me sirvo los restos junto con un poco de leche en una taza y la caliento en el microondas. Necesito un poco de cafeína para despejarme. Me doy una ducha rápida y me visto. Miro el reloj: las doce. Santana no llegará como pronto hasta la una. Eso, si sus reuniones no se alargan, y no
me apetece estar encerrada en casa. Me asomo por la ventana y veo que hace buen día así que decido que lo mejor será salir a dar una vuelta. Encuentro un bloc de notas pegado a la nevera y me dispongo a escribirle una nota. Por si llega antes que yo. Lo que no veo por la cocina es ningún boli. Debe haber alguno por algún cajón. Aunque sé
que no se debe cotillear me pongo a abrir uno tras otro los cajones de la cocina. Pero nada, que no hay manera de encontrar un bolígrafo.
Así que empiezo a rebuscar en los del salón.
Es al abrir el cajón que hay bajo el mueble del televisor cuando lo encuentro. No el bolígrafo precisamente. Es una hoja de papel que me resulta extrañamente familiar. Una hoja de reclamación de mi compañía aérea. Sin poder evitarlo la leo.
Sostengo el papel entre mis manos y lo miro incrédula una y otra vez. ¡No, no y no! No puede ser posible. Lo que acabo de leer no puede ser verdad.
Las lágrimas me caen por la cara.
Tengo que irme de aquí. Tengo que salir de esta casa. No puedo mirarla a la cara. No después de lo que acabo de descubrir.
Estoy a punto de largarme cuando me lo pienso mejor. Yo no soy una cobarde. Y menos después de todo por lo que he pasado. Es hora de empezar a afrontar las cosas. Leo con detenimiento la reclamación. La efectúa la pasajera del vuelo Valencia-Madrid de las ocho de la mañana Santana López.
Me cuesta asimilar las palabras y releo las líneas una y otra vez.
El texto lo deja muy claro. Ella estaba facturada en el vuelo y, sin embargo, yo le di una tarjeta de embarque en lista de espera. Está claro que alguien cometió un error al hacer su trabajo y Santana exige que despidan al responsable.
Trago saliva. Me tiemblan las manos. Sé que no me despidieron porque ella lo escribiera en una reclamación, pero es cierto que hubo una irregularidad. Una irregularidad que se hizo con mi clave. Una irregularidad que alguna de mis supervisoras debió detectar y que, claro está, llegó a oídos de Lourdes, mi jefa.
Pero yo siempre he trabajado bien. No tenían ninguna queja de mí. Estoy segura de que si esta reclamación no hubiera llegado a manos del departamento de Servicio al Cliente... Bueno, probablemente me hubieran echado una bronca y punto. No creo ni
que hubieran llegado siquiera a sancionarme.
Lo peor de todo es que yo había confiado en ella, la había perdonado... Me repugna. Y pienso decírselo. A la cara. Esta vez no voy a huir.
Me desplomo sobre el sofá y dejo caer el papel al suelo. Miro el reloj de nuevo. Bien. Ya son las doce y media. Santana llegará pronto. Mientras espero a que regrese a casa soy incapaz de parar de darle vueltas a la cabeza. Revivo todos nuestros encuentros una y otra vez. Recuerdo sus besos, sus caricias, sus palabras... y todo eso hace que sea más difícil de asimilar lo que pone en ese papel. Sabía que aquel día se había enfadado, sabía que estaba disgustada y me parece lógico que pusiese una reclamación. Hasta yo
lo habría hecho. Podía esperarme que se quejase de que hubiera una sobreventa de billetes, que pidiese alguna compensación económica más, ¡no lo sé! Pero nunca me hubiera imaginado que exigiría el despido de una empleada.
Aunque no puedo creerlo, así es, Santana pidió que me despidiesen. Desconsolada, me derrumbo y me hecho a llorar. Cojo tal berrinche que no escucho el ascensor, ni las llaves al abrir la puerta, ni los pasos que avanzan por el salón. Santana se sienta a mi lado y me abraza.
—¿Qué ocurre, cariño? —Como no respondo, me sujeta con más fuerza y me coge de la barbilla para obligarme a mirarla a la cara—. ¿Ha pasado algo?
La aparto de un manotazo y me incorporo. De repente, me siento incapaz de decirle todo lo que pasa por mi mente. Cuando la miro, no puedo evitar recordar nuestros últimos momentos juntas anoche, en su cama. Anoche, cuando me dijo que me quería.
Me seco las lágrimas de la cara, recojo la reclamación de suelo y le tiendo la hoja. Ella la mira confusa. Le cambia la expresión al darse cuenta de lo que es. Se pone de pie y, temerosa, se acerca a mí.
—Britt... yo... —parece abatida—. No sé qué decir.
Trata de abrazarme. Pero no quiero ni que me roce.
—No me toques —susurro furiosa—, no quiero volver a tener nada que ver contigo.
Se queda paralizada.
—No, escucha —implora—, tienes que dejar que te lo explique.
—¿¿Que me lo expliques?? —grito—. ¿Qué es lo que me tienes que explicar? ¿Que por tu culpa perdí mi trabajo? ¿Que por tu culpa tengo que vivir lejos de mi familia y de mis amigos?
—Hiciste algo mal en tu trabajo y yo puse una reclamación. ¡De acuerdo! Pero yo no soy la culpable de lo que pasó, no es justo que lo insinúes.
—Lo que no es justo es que en todo este tiempo hayas sido incapaz de contarme lo que habías hecho —siseo.
—Lo intenté...
—¿De verdad? ¿Cuándo? ¿Aquella noche en el Top of the Hub? —inquiero—. Por favor, ahora no me vengas con que no sabías cómo decírmelo.
—Pero es que no sabía cómo decírtelo —insiste—. Sabía que no lo entenderías, sabía que pasaría esto. No quería estropear lo que teníamos.
—¿Y qué esperabas? ¿Que te diera las gracias? —pregunto sarcástica.
—No, no esperaba que me dieras las gracias, pero pensaba que ya que habíamos empezado de cero, podrías perdonarme. Creía que había algo entre nosotras.
La miro furiosa.
—Tú lo has dicho: había.
Santana se acerca a mí, me mira a los ojos y me habla con toda la calma que es capaz.
—¿Estás segura de que quieres tirar esto por la borda, Britt?
Una vez más, las lágrimas me vienen a los ojos.
—Has sido tú quién lo ha estropeado todo.
Santana me mira, pero permanece callada. Ya no lo soporto más. Sin decir una palabra, cojo mis cosas y salgo de su apartamento sin volverme a mirarla.
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Capítulo 12
Cena entre amigos
Estoy sentada en el sofá de mi casa, viendo Sexo en Nueva York y esperando que llegue Kurt. No sale hasta las ocho. Más le vale darse prisa porque en lo que va de día ya me he comido una pizza, una caja de donuts, un tarro de helado, ganchitos, un paquete de Chips Ahoy y ¡no sé qué más! Básicamente todo lo que he ido encontrando por la cocina. Ahora estoy planteándome atacar los paquetes de patatas fritas o los cacahuetes con miel. Tendría que dejar de comer, pero es inevitable hacerlo cuando estoy deprimida. Me levanto del sofá y empiezo a rebuscar por los armarios de la cocina. Los cacahuetes no están por ningún sitio. Recuerdo que fui yo quien hizo la compra la semana pasada. Traje varios paquetes. Es imposible que Kurt se los haya zampado todos. Meto la cabeza dentro de la despensa con la esperanza de localizarlos.
La puerta de casa se abre de golpe y, del susto, me choco contra el armario. Esto ya es el colmo. Llevo un moratón en el pie y ahora también voy a llevar un chichón en la cabeza. ¿Qué más me puede pasar? Bueno, no creo que me pase nada peor que lo que me acaba de pasar con mi novia, o ¿tendría que calificarla ya como ex novia?
—¡Mamma mia! —exclama Kurt al entrar en casa y presenciar el caos en el que estoy sumida.
—Hola —musito mientras me froto la cabeza.
—¿Se puede saber qué demonios ha pasado aquí? —dice sin apartar la vista del desastre en el que he transformado la cocina y salón. Cuencos de helado, platos y vasos sucios apilados en la pila y, a mi alrededor, paquetes de patatas, envoltorios de chocolatinas y clínex arrugados. Frunce el ceño.
—¿Tú no estabas en casa de Santana?
—Estaba —respondo sentándome de nuevo en el sofá y fijando mi mirada a la tele. Carrie está a punto de romper su compromiso con Aidan. Igual que yo acabo de romper con Santana.
—Eso ya lo veo. —Lo ignoro y subo el volumen—. Lo que quiero saber es por qué no sigues allí.
—¿Te supone algún problema que esté en casa? ¿Querías quedarte a solas con Eddie?
—¡Qué bobadas dices!
—Sí, es verdad, es una bobada. Teniendo en cuenta que no vais a hacer nada que yo no haya oído ya, no creo que os moleste mucho mi presencia —respondo irónica.
Kurt se acerca al televisor y lo apaga bruscamente.
—¡Eh! Lo estaba viendo...
—Tú lo has dicho: estabas viéndolo. Y ahora, deja de tratarme como si yo fuera el causante de todos tus males y cuéntame de una vez qué narices ha pasado.
Estoy a punto de abrir la boca cuando me interrumpe.
—¡Y no me vengas con que no te pasa nada porque no me lo trago!
—Es por Santana.
—Sí. Eso era obvio.
—Puso una reclamación. Por el overbooking —añado.
—Bueno, eso también era obvio, ¿no? —dice tanteándome—. Quiero decir que, con lo que se enfadó cuando no pudo subir a su vuelo, tiene lógica.
—Supongo.
—Venga, Britt. Me contaste que se puso hecha una furia aquel día, ¿de qué te extrañas ahora? No es para tanto.
No respondo.
—¿Qué más te da que pusiera una reclamación?
Cojo aire.
—Pidió que me despidiesen. —Kurt se queda petrificado—. Venga, di algo, ¿eso también es normal?
Tras pensárselo un poco me responde.
—¡Vale! No es lo mejor que pudo haber hecho, ¿y qué? Probablemente te hubieran despedido igualmente.
—Eso no lo sabemos.
—No, no lo sabemos —admite—, pero el mal ya está hecho. ¿Qué explicación te ha dado Santana?
—Ninguna.
—¿¿Cómo que ninguna?? —me mira sorprendido—. No lo entiendo.
—Es que no le he dejado que me explicase nada.
Kurt se deja caer en el sofá y suspira.
—¿Siempre tienes que ser tan orgullosa?
—¿Orgullosa?
—Sí, orgullosa. Si yo no la hubiera invitado en Halloween ni siquiera la hubieras perdonado. Es una chica encantadora y estás dispuesta a perderla.
—No es culpa mía.
Kurt alza los brazos al cielo.
—¡Claro que sí! No le has dejado ni abrir la boca y le gustas de verdad, ¡lleváis un mes saliendo! ¿No crees que deberías dejar que se explique?
Noto un nudo en la garganta.
—No. Si no hubiera escrito esa reclamación ahora mismo estaría en Valencia.
—¡Exacto! Tendrías que darle las gracias.
Lo miro extrañada
—Si no fuera por ella no estarías aquí, no hubieras cambiado de vida. ¡No nos hubiéramos conocido!
Estoy tan furiosa que ni las emotivas palabras de Kurt me hacen ver el lado positivo. Me seco las lágrimas con la mano y me sueno la nariz.
—Britt, te estás equivocando con Santana —me advierte—. Al menos tendrías que hablarlo con ella. Cuando te des cuenta de lo que has perdido, te arrepentirás. Te quiere de verdad.
Me levanto para encender la televisión y subo el volumen una vez más para no escuchar mis pensamientos. Las palabras de Santana resuenan en mi mente una y otra vez: «Te quiero, Britt».
Desde que descubrí la reclamación no he vuelto a hablar con Santana. Me llama todos los días, pero no descuelgo y me envía mensajes pero los borro sin leerlos siquiera. No me interesa lo que tenga que decirme. Sus palabras no van a arreglar lo que hizo.
Desgraciadamente, esto no hace que me sienta mejor. De hecho, me siento peor. Me siento peor porque la echo de menos. No puedo negar la realidad.
Tengo la esperanza de ir a mejor conforme pasen los días pero, de momento, no es así. No hablo apenas con mis padres porque estoy segura de que notarán que estoy mal y ya he rechazado dos invitaciones de Neri para ir a comer a su casa. ¿Qué iba a decirles
cuando me preguntasen por Santana? Y Kurt... Bueno, aunque lo tengo siempre que lo necesito, está demasiado ocupado con Eddie ahora que ha regresado del congreso y, últimamente, pasa más tiempo en su casa. No es que me moleste, yo era la primera que me quejaba por tenerlos aquí a todas horas, pero no voy a negar que sin él me siento un poco sola.
Solamente disfruto y desconecto cuando estoy en la librería. Necesito tener la mente ocupada y, por eso, cuando la señora Rivers decide montar sesiones de cuentacuentos yo me presto voluntaria para organizarlas. Cuanto más tiempo pase en el trabajo, menos pasaré pensando.
No quiero pensar en nada, no quiero pensar en el despido, no quiero pensar en la vida que tenía y, sobre todo, no quiero pensar más en ella. Por desgracia, hoy es viernes y mañana no me toca cubrir el turno del sábado en la tienda, lo que significa que hasta el lunes por la mañana tengo un largo fin de semana ante mí.
Después de cuadrar la caja, me despido de mis compañeros y decido volver a casa paseando en vez de en metro. Puede que el aire fresco me siente bien y me despeje la mente. Por desgracia, cuando salgo del Prudential Center no puedo evitar mirar de reojo hacia el portal de Santana. Entonces las veo.
Ella le rodea la cintura con el brazo y ella se lo pasa por encima de los hombros. Ella es menuda y luce un perfecto corte bob en su pelo rubio ceniza. Lleva unos vaqueros azul claro acampanados, una sencilla camiseta blanca cubierta por una gruesa rebeca de punto color marrón y una palestina multicolor al cuello. Tiene cierto aire bohemio. No pegan nada. Ella lleva su elegante vestido y abrigo gris y el pelo arreglado. Me recuerda al día que la conocí. Solo que hoy no parece amargada, de hecho, parece bastante feliz...
¡No puedo creerlo! ¡Solo ha pasado una semana desde que discutimos y ya sale con otras! Las observo con detenimiento. Se sonríen con complicidad y charlan animadamente. Siento una punzada de celos. ¿Quién demonios es esa chica? ¿De dónde ha salido?
No debería importarme. Soy yo la que no quiere saber nada de ella. No me merezco estar con alguien así. Me merezco algo mejor. Me repito estas palabras a mí misma una y otra vez. Puede que de tanto decirlas al final me las crea. Entran en el portal y, cuando las pierdo de vista, no puedo evitar preguntarme a mí misma si no estaré
cometiendo un error.
Al llegar a casa he desechado ese pensamiento. Sé que estoy siendo rencorosa, pero no puedo evitarlo, ni siquiera ahora, después del dolor que he sentido al verla con otra. No puedo perdonarla.
Abro la puerta y me encuentro a Kurt y a Eddie en la cocina. Está todo hecho un desastre: hay restos de harina y huevo por todas partes. En el horno hay enganchados unos palitos de madera de los que cuelgan miles de espaguetis. Están haciendo pasta casera. No me escuchan entrar porque están demasiado ocupados preparando las albóndigas de ternera. Me froto las manos para entrar en calor, he venido paseando y se nota que ya estamos en diciembre. He de ponerme ropa más abrigada, el día menos pensado caerá la primera nevada. Unos guantes no me hubieran venido nada mal.
Sin embargo, aquí el ambiente es cálido y hogareño, huele a salsa boloñesa y el iPod de Kurt resuena por los altavoces Bose. La voz de Cher invade la casa. También las de Kurt y Eddie.
—Do you believe in love after loveeeeeeeeeeeeeeeeee.
Los dos canturrean a dúo mientras enharinan las pelotas de carne picada. A pesar de lo disgustada que estoy, no puedo evitar esbozar una sonrisa.
Hay una botella de vino tinto abierta y, de vez en cuando, se detienen a dar un sorbo, se dan un beso y siguen a lo suyo. Llevo un rato observándolos en silencio y, al verlos tan felices, me pregunto si no me habré equivocado con Eddie.
El timbre interrumpe mis pensamientos.
—Cazzo, ya están aquí —masculla Kurt—, y la cena sin terminar.
Lo miro divertida y, súbitamente, se percata de mi presencia.
—¿Cuánto rato llevas ahí? —pregunta suspicaz.
—El suficiente —río—. ¿A quién esperáis? —inquiero señalando la puerta.
Kurt abre la puerta sin preguntar siquiera y me encuentro con que nuestros visitantes no son otros que Daniele, Chiara, Antonella, Flavio y Renato. ¡Qué alegría!
—Le conté a Eddie que estabas un poco deprimida —susurra Kurt mientras los invita a entrar—, y pensó que sería una buena idea organizar una cena con amigos. Ya sabes, para distraerte un poco.
Me quedo sin palabras. No sé qué decir. ¿Todo este despliegue es por mí? Y además, ¿ha sido idea de Eddie? Eso sí que no lo esperaba. Si no me soporta. Miro extrañada a Kurt quien asiente sonriente.
No me queda otra que darle las gracias. No quiero parecer maleducada. A regañadientes me arrastro hasta la cocina donde está terminando de preparar la pasta mientras dejo a Kurt acomodando a nuestros invitados a la mesa.
—¿Necesitas ayuda? —pregunto como quien no quiere la cosa.
Eddie está removiendo la pasta con una gruesa cuchara de madera. Huele de maravilla. Pasta casera. Levanta la cabeza y sonríe.
—Tienen buena pinta, ¿verdad? —No puedo negarlo—.Tranquila, Britt, ve a sentarte con los demás.
—Vale. Esto... ¿Eddie?
—¿Sí?
—Gracias. —Me mira extrañado y yo señalo a Kurt y a los demás—. Por la cena, por querer animarme.
—No hay de qué, mujer —responde quitándole importancia.
Pero yo sé que sí la tiene. La hay porque sé que no nos hemos llevado especialmente bien y porque no me he mostrado amable con él en ningún momento. Más bien lo contrario. Si se ha preocupado por mí ha sido por Kurt, porque soy su amiga. Y eso dice aún más de él. Ha pensado en Kurt en vez de en él mismo y eso no puede significar más que una cosa: que lo quiere de verdad.
Ya me cae un poquito mejor.
Nos sentamos a la mesa frente a unos abundantes platos de espagueti boloñesa, pan de ajo, ensalada de tomate y mozzarella y copas rebosantes de vino. Hablamos todos a la vez y a voz en grito. Dios, no hay como juntar en una mesa a un montón de italianos y una española. Eddie, al ver que es imposible que bajemos el tono de voz, se une al jaleo.
—Flavio, ¡no te comas mis albóndigas! —dice Antonella dándole un manotazo y haciendo que la albóndiga salte por los aires.
—Pero, Anto, si tú no vas a comértelas todas. —Pone cara de pena, pero ella lo mira enfurruñada y todos reímos. Siempre están igual.
—Un brindis por Flavio y Antonella —propone Daniele—. ¡Y por sus interminables discusiones!
Alzamos nuestras copas y brindamos. Ellos se besan apasionadamente mientras los vitoreamos.
—Ah, discutimos mucho, pero también nos reconciliamos
Flavio nos guiña un ojo.
—En cambio nosotros... —replica Daniele mientras agarra a Chiara por la cintura—, apenas discutimos. Pero no tengo queja alguna sobre las... ejem... reconciliaciones.
Chiara se sonroja y brindamos de nuevo. De pronto, Eddie se pone en pie y todos lo observamos expectantes.
—Yo también quiero proponer un brindis.
Qué bonito, va a brindar por él y por Kurt. Por su relación. No es tan malo como yo pensaba.
—Por Renato —dice alzando su copa.
¿¿Perdona?? ¿Cómo que por Renato? ¿A qué viene eso? ¡Tu novio es Kurt! Lo miro malhumorada. ¿Qué clase de broma pesada es esta? Sin embargo, me percato de que Kurt no está para nada alterado y de que se pone en pie, besa suavemente a Eddie y alza también su copa.
—Por Renato.
Bueno, esto sí que no lo entiendo. ¿De qué va esta historia? Los demás no parecen tan sorprendidos como yo, así que está claro que me he perdido algo.
—Porque gracias a él —continúa Eddie—, he conocido a mi media naranja.
—Disculpad—interrumpo—. Me parece que no lo pillo. ¿Qué tiene que ver Renato en todo esto?
—¡Estás tan metida en tus historias que no te enteras de nada, Britt! —Kurt entorna los ojos—. ¿Se puede saber en qué estabas pensando cuando te conté todo lo de Eddie?
Me sonrojo al darme cuenta de que me pasé el tiempo pensando en Santana, en lo que había estado a punto de suceder ¡y en que Kurt nos había interrumpido!
—Si no me hubieses interrumpido con tu llamada yo no habría tenido la mente en otra parte y te habría prestado atención.
—Ahora la culpa de que no me escuches será mía...
—No discutáis —interrumpe Renato diplomáticamente—. Yo se lo explicaré.
Renato da un largo sorbo a su copa de vino y se dispone a narrar la historia. Yo espero intrigada. ¿Qué puede tener que ver un tío bueno como Renato con Eddie y Kurt?
Estoy tumbada sobre el sofá. Los italianos ya se han ido, hemos recogido la mesa y Kurt, Eddie y yo charlamos animadamente. No paro de darle vueltas a la cabeza. Estoy en shock.
¡¡Renato es gay!! Y yo sin saberlo. ¡Qué fuerte! Nadie me lo había dicho, pero, claro, supongo que dieron por hecho que yo lo sabía. Después de escuchar a Renato me he dado cuenta de que vivo en Babia. No me entero de nada. Y es justo por lo que Kurt me ha dicho que siempre estoy pensando en mis rollos.
Resulta que, la noche de Halloween, Renato trajo con él a su dentista —¡Eddie!— a la fiesta que dimos en casa y el flechazo fue instantáneo. Pero no con Renato. Al ver a Kurt se quedó prendado de él. Por suerte, Renato se lo tomó bien y no se enfadó. Ya puede dar gracias Kurt de haberle robado el ligue a Renato y no a mí. Estoy segura de que yo seguiría enfadada con él.
Estoy imaginando el numerito que le hubiese montado cuando suena el móvil. Un whatsapp. ¿Quién será?
Miro la parpadeante pantalla.
¡Vaya! Puede que todos los astros no estén en mi contra y pienso darle a Santana de su propia medicina. Sonrío maliciosamente y Kurt se percata.
—¿Y ahora qué? —bufa.
Escondo el móvil bajo el cojín.
—Nada.
—No te creo. Cuéntanoslo o te quitaré el móvil y lo leeré yo mismo —amenaza.
—¡No vas a cogerme el teléfono!
—¿Y por qué no? Al fin y al cabo, somos dos contra uno.
Suspiro. Es imposible llevarle la contraria.
—Es Artie. Acaba de aterrizar en Boston. Quiere verme. —La cara de horror de Kurt es de risa—. Mañana.
—¡NI HABLAR!
—¿¿Cómo que ni hablar??
—Lo que oyes señorita. No voy a permitir que quedes con ese piloto de tres al cuarto.
—¡No es un piloto de tres...!
—Me da igual —me interrumpe—. He dicho que no.
—No vas a terminar de destrozar tu relación con Santana por un tío que solo quiere una cosa —sentencia.
—¿Qué cosa?
—¡SEXO!
—Por Dios, que somos amigos desde hace años. Nunca ha pasado nada y no pasará mañana. —Una pequeña parte de mí desea que eso cambie. Si Santana ya sale con otras, ¿por qué no voy a poder hacer lo mismo?
—Caerás al tercer piropo. Lo veo venir.
Pongo los ojos en blanco.
—Sí. Y luego vendrás llorando a pedirme que te consuele.
—¡No te soporto! ¿Crees que voy a dejar de quedar con él solamente porque tú lo digas?
Eddie, que se ha mantenido callado a lo largo de toda la discusión, dice:
—Britt, no quiero meterme donde no me llaman, pero, ¿estás segura de que todo ha terminado con Santana?
—Segurísima.
—¿No crees que deberías darle otra oportunidad?
Se me hace un nudo en el estomago al pesar en ella y esa rubia bohemia.
—No creo que la quisiera. Hoy la he visto por la calle. Con otra. Y muy acarameladas.
Kurt y Eddie intercambian una mirada de preocupación. Esto no se lo esperaban. Queda zanjada la conversación. Me levanto y, sin decir una palabra más, me voy al dormitorio.
Me asomo a la ventana, nerviosa. Miro el cielo. Hoy está nublado y apenas hay estrellas. Tengo sentimientos encontrados. Estoy emocionada por ver a Artie, pero la imagen de Santana con esa chica empaña toda mi alegría.
Cena entre amigos
Estoy sentada en el sofá de mi casa, viendo Sexo en Nueva York y esperando que llegue Kurt. No sale hasta las ocho. Más le vale darse prisa porque en lo que va de día ya me he comido una pizza, una caja de donuts, un tarro de helado, ganchitos, un paquete de Chips Ahoy y ¡no sé qué más! Básicamente todo lo que he ido encontrando por la cocina. Ahora estoy planteándome atacar los paquetes de patatas fritas o los cacahuetes con miel. Tendría que dejar de comer, pero es inevitable hacerlo cuando estoy deprimida. Me levanto del sofá y empiezo a rebuscar por los armarios de la cocina. Los cacahuetes no están por ningún sitio. Recuerdo que fui yo quien hizo la compra la semana pasada. Traje varios paquetes. Es imposible que Kurt se los haya zampado todos. Meto la cabeza dentro de la despensa con la esperanza de localizarlos.
La puerta de casa se abre de golpe y, del susto, me choco contra el armario. Esto ya es el colmo. Llevo un moratón en el pie y ahora también voy a llevar un chichón en la cabeza. ¿Qué más me puede pasar? Bueno, no creo que me pase nada peor que lo que me acaba de pasar con mi novia, o ¿tendría que calificarla ya como ex novia?
—¡Mamma mia! —exclama Kurt al entrar en casa y presenciar el caos en el que estoy sumida.
—Hola —musito mientras me froto la cabeza.
—¿Se puede saber qué demonios ha pasado aquí? —dice sin apartar la vista del desastre en el que he transformado la cocina y salón. Cuencos de helado, platos y vasos sucios apilados en la pila y, a mi alrededor, paquetes de patatas, envoltorios de chocolatinas y clínex arrugados. Frunce el ceño.
—¿Tú no estabas en casa de Santana?
—Estaba —respondo sentándome de nuevo en el sofá y fijando mi mirada a la tele. Carrie está a punto de romper su compromiso con Aidan. Igual que yo acabo de romper con Santana.
—Eso ya lo veo. —Lo ignoro y subo el volumen—. Lo que quiero saber es por qué no sigues allí.
—¿Te supone algún problema que esté en casa? ¿Querías quedarte a solas con Eddie?
—¡Qué bobadas dices!
—Sí, es verdad, es una bobada. Teniendo en cuenta que no vais a hacer nada que yo no haya oído ya, no creo que os moleste mucho mi presencia —respondo irónica.
Kurt se acerca al televisor y lo apaga bruscamente.
—¡Eh! Lo estaba viendo...
—Tú lo has dicho: estabas viéndolo. Y ahora, deja de tratarme como si yo fuera el causante de todos tus males y cuéntame de una vez qué narices ha pasado.
Estoy a punto de abrir la boca cuando me interrumpe.
—¡Y no me vengas con que no te pasa nada porque no me lo trago!
—Es por Santana.
—Sí. Eso era obvio.
—Puso una reclamación. Por el overbooking —añado.
—Bueno, eso también era obvio, ¿no? —dice tanteándome—. Quiero decir que, con lo que se enfadó cuando no pudo subir a su vuelo, tiene lógica.
—Supongo.
—Venga, Britt. Me contaste que se puso hecha una furia aquel día, ¿de qué te extrañas ahora? No es para tanto.
No respondo.
—¿Qué más te da que pusiera una reclamación?
Cojo aire.
—Pidió que me despidiesen. —Kurt se queda petrificado—. Venga, di algo, ¿eso también es normal?
Tras pensárselo un poco me responde.
—¡Vale! No es lo mejor que pudo haber hecho, ¿y qué? Probablemente te hubieran despedido igualmente.
—Eso no lo sabemos.
—No, no lo sabemos —admite—, pero el mal ya está hecho. ¿Qué explicación te ha dado Santana?
—Ninguna.
—¿¿Cómo que ninguna?? —me mira sorprendido—. No lo entiendo.
—Es que no le he dejado que me explicase nada.
Kurt se deja caer en el sofá y suspira.
—¿Siempre tienes que ser tan orgullosa?
—¿Orgullosa?
—Sí, orgullosa. Si yo no la hubiera invitado en Halloween ni siquiera la hubieras perdonado. Es una chica encantadora y estás dispuesta a perderla.
—No es culpa mía.
Kurt alza los brazos al cielo.
—¡Claro que sí! No le has dejado ni abrir la boca y le gustas de verdad, ¡lleváis un mes saliendo! ¿No crees que deberías dejar que se explique?
Noto un nudo en la garganta.
—No. Si no hubiera escrito esa reclamación ahora mismo estaría en Valencia.
—¡Exacto! Tendrías que darle las gracias.
Lo miro extrañada
—Si no fuera por ella no estarías aquí, no hubieras cambiado de vida. ¡No nos hubiéramos conocido!
Estoy tan furiosa que ni las emotivas palabras de Kurt me hacen ver el lado positivo. Me seco las lágrimas con la mano y me sueno la nariz.
—Britt, te estás equivocando con Santana —me advierte—. Al menos tendrías que hablarlo con ella. Cuando te des cuenta de lo que has perdido, te arrepentirás. Te quiere de verdad.
Me levanto para encender la televisión y subo el volumen una vez más para no escuchar mis pensamientos. Las palabras de Santana resuenan en mi mente una y otra vez: «Te quiero, Britt».
Desde que descubrí la reclamación no he vuelto a hablar con Santana. Me llama todos los días, pero no descuelgo y me envía mensajes pero los borro sin leerlos siquiera. No me interesa lo que tenga que decirme. Sus palabras no van a arreglar lo que hizo.
Desgraciadamente, esto no hace que me sienta mejor. De hecho, me siento peor. Me siento peor porque la echo de menos. No puedo negar la realidad.
Tengo la esperanza de ir a mejor conforme pasen los días pero, de momento, no es así. No hablo apenas con mis padres porque estoy segura de que notarán que estoy mal y ya he rechazado dos invitaciones de Neri para ir a comer a su casa. ¿Qué iba a decirles
cuando me preguntasen por Santana? Y Kurt... Bueno, aunque lo tengo siempre que lo necesito, está demasiado ocupado con Eddie ahora que ha regresado del congreso y, últimamente, pasa más tiempo en su casa. No es que me moleste, yo era la primera que me quejaba por tenerlos aquí a todas horas, pero no voy a negar que sin él me siento un poco sola.
Solamente disfruto y desconecto cuando estoy en la librería. Necesito tener la mente ocupada y, por eso, cuando la señora Rivers decide montar sesiones de cuentacuentos yo me presto voluntaria para organizarlas. Cuanto más tiempo pase en el trabajo, menos pasaré pensando.
No quiero pensar en nada, no quiero pensar en el despido, no quiero pensar en la vida que tenía y, sobre todo, no quiero pensar más en ella. Por desgracia, hoy es viernes y mañana no me toca cubrir el turno del sábado en la tienda, lo que significa que hasta el lunes por la mañana tengo un largo fin de semana ante mí.
Después de cuadrar la caja, me despido de mis compañeros y decido volver a casa paseando en vez de en metro. Puede que el aire fresco me siente bien y me despeje la mente. Por desgracia, cuando salgo del Prudential Center no puedo evitar mirar de reojo hacia el portal de Santana. Entonces las veo.
Ella le rodea la cintura con el brazo y ella se lo pasa por encima de los hombros. Ella es menuda y luce un perfecto corte bob en su pelo rubio ceniza. Lleva unos vaqueros azul claro acampanados, una sencilla camiseta blanca cubierta por una gruesa rebeca de punto color marrón y una palestina multicolor al cuello. Tiene cierto aire bohemio. No pegan nada. Ella lleva su elegante vestido y abrigo gris y el pelo arreglado. Me recuerda al día que la conocí. Solo que hoy no parece amargada, de hecho, parece bastante feliz...
¡No puedo creerlo! ¡Solo ha pasado una semana desde que discutimos y ya sale con otras! Las observo con detenimiento. Se sonríen con complicidad y charlan animadamente. Siento una punzada de celos. ¿Quién demonios es esa chica? ¿De dónde ha salido?
No debería importarme. Soy yo la que no quiere saber nada de ella. No me merezco estar con alguien así. Me merezco algo mejor. Me repito estas palabras a mí misma una y otra vez. Puede que de tanto decirlas al final me las crea. Entran en el portal y, cuando las pierdo de vista, no puedo evitar preguntarme a mí misma si no estaré
cometiendo un error.
Al llegar a casa he desechado ese pensamiento. Sé que estoy siendo rencorosa, pero no puedo evitarlo, ni siquiera ahora, después del dolor que he sentido al verla con otra. No puedo perdonarla.
Abro la puerta y me encuentro a Kurt y a Eddie en la cocina. Está todo hecho un desastre: hay restos de harina y huevo por todas partes. En el horno hay enganchados unos palitos de madera de los que cuelgan miles de espaguetis. Están haciendo pasta casera. No me escuchan entrar porque están demasiado ocupados preparando las albóndigas de ternera. Me froto las manos para entrar en calor, he venido paseando y se nota que ya estamos en diciembre. He de ponerme ropa más abrigada, el día menos pensado caerá la primera nevada. Unos guantes no me hubieran venido nada mal.
Sin embargo, aquí el ambiente es cálido y hogareño, huele a salsa boloñesa y el iPod de Kurt resuena por los altavoces Bose. La voz de Cher invade la casa. También las de Kurt y Eddie.
—Do you believe in love after loveeeeeeeeeeeeeeeeee.
Los dos canturrean a dúo mientras enharinan las pelotas de carne picada. A pesar de lo disgustada que estoy, no puedo evitar esbozar una sonrisa.
Hay una botella de vino tinto abierta y, de vez en cuando, se detienen a dar un sorbo, se dan un beso y siguen a lo suyo. Llevo un rato observándolos en silencio y, al verlos tan felices, me pregunto si no me habré equivocado con Eddie.
El timbre interrumpe mis pensamientos.
—Cazzo, ya están aquí —masculla Kurt—, y la cena sin terminar.
Lo miro divertida y, súbitamente, se percata de mi presencia.
—¿Cuánto rato llevas ahí? —pregunta suspicaz.
—El suficiente —río—. ¿A quién esperáis? —inquiero señalando la puerta.
Kurt abre la puerta sin preguntar siquiera y me encuentro con que nuestros visitantes no son otros que Daniele, Chiara, Antonella, Flavio y Renato. ¡Qué alegría!
—Le conté a Eddie que estabas un poco deprimida —susurra Kurt mientras los invita a entrar—, y pensó que sería una buena idea organizar una cena con amigos. Ya sabes, para distraerte un poco.
Me quedo sin palabras. No sé qué decir. ¿Todo este despliegue es por mí? Y además, ¿ha sido idea de Eddie? Eso sí que no lo esperaba. Si no me soporta. Miro extrañada a Kurt quien asiente sonriente.
No me queda otra que darle las gracias. No quiero parecer maleducada. A regañadientes me arrastro hasta la cocina donde está terminando de preparar la pasta mientras dejo a Kurt acomodando a nuestros invitados a la mesa.
—¿Necesitas ayuda? —pregunto como quien no quiere la cosa.
Eddie está removiendo la pasta con una gruesa cuchara de madera. Huele de maravilla. Pasta casera. Levanta la cabeza y sonríe.
—Tienen buena pinta, ¿verdad? —No puedo negarlo—.Tranquila, Britt, ve a sentarte con los demás.
—Vale. Esto... ¿Eddie?
—¿Sí?
—Gracias. —Me mira extrañado y yo señalo a Kurt y a los demás—. Por la cena, por querer animarme.
—No hay de qué, mujer —responde quitándole importancia.
Pero yo sé que sí la tiene. La hay porque sé que no nos hemos llevado especialmente bien y porque no me he mostrado amable con él en ningún momento. Más bien lo contrario. Si se ha preocupado por mí ha sido por Kurt, porque soy su amiga. Y eso dice aún más de él. Ha pensado en Kurt en vez de en él mismo y eso no puede significar más que una cosa: que lo quiere de verdad.
Ya me cae un poquito mejor.
Nos sentamos a la mesa frente a unos abundantes platos de espagueti boloñesa, pan de ajo, ensalada de tomate y mozzarella y copas rebosantes de vino. Hablamos todos a la vez y a voz en grito. Dios, no hay como juntar en una mesa a un montón de italianos y una española. Eddie, al ver que es imposible que bajemos el tono de voz, se une al jaleo.
—Flavio, ¡no te comas mis albóndigas! —dice Antonella dándole un manotazo y haciendo que la albóndiga salte por los aires.
—Pero, Anto, si tú no vas a comértelas todas. —Pone cara de pena, pero ella lo mira enfurruñada y todos reímos. Siempre están igual.
—Un brindis por Flavio y Antonella —propone Daniele—. ¡Y por sus interminables discusiones!
Alzamos nuestras copas y brindamos. Ellos se besan apasionadamente mientras los vitoreamos.
—Ah, discutimos mucho, pero también nos reconciliamos
Flavio nos guiña un ojo.
—En cambio nosotros... —replica Daniele mientras agarra a Chiara por la cintura—, apenas discutimos. Pero no tengo queja alguna sobre las... ejem... reconciliaciones.
Chiara se sonroja y brindamos de nuevo. De pronto, Eddie se pone en pie y todos lo observamos expectantes.
—Yo también quiero proponer un brindis.
Qué bonito, va a brindar por él y por Kurt. Por su relación. No es tan malo como yo pensaba.
—Por Renato —dice alzando su copa.
¿¿Perdona?? ¿Cómo que por Renato? ¿A qué viene eso? ¡Tu novio es Kurt! Lo miro malhumorada. ¿Qué clase de broma pesada es esta? Sin embargo, me percato de que Kurt no está para nada alterado y de que se pone en pie, besa suavemente a Eddie y alza también su copa.
—Por Renato.
Bueno, esto sí que no lo entiendo. ¿De qué va esta historia? Los demás no parecen tan sorprendidos como yo, así que está claro que me he perdido algo.
—Porque gracias a él —continúa Eddie—, he conocido a mi media naranja.
—Disculpad—interrumpo—. Me parece que no lo pillo. ¿Qué tiene que ver Renato en todo esto?
—¡Estás tan metida en tus historias que no te enteras de nada, Britt! —Kurt entorna los ojos—. ¿Se puede saber en qué estabas pensando cuando te conté todo lo de Eddie?
Me sonrojo al darme cuenta de que me pasé el tiempo pensando en Santana, en lo que había estado a punto de suceder ¡y en que Kurt nos había interrumpido!
—Si no me hubieses interrumpido con tu llamada yo no habría tenido la mente en otra parte y te habría prestado atención.
—Ahora la culpa de que no me escuches será mía...
—No discutáis —interrumpe Renato diplomáticamente—. Yo se lo explicaré.
Renato da un largo sorbo a su copa de vino y se dispone a narrar la historia. Yo espero intrigada. ¿Qué puede tener que ver un tío bueno como Renato con Eddie y Kurt?
Estoy tumbada sobre el sofá. Los italianos ya se han ido, hemos recogido la mesa y Kurt, Eddie y yo charlamos animadamente. No paro de darle vueltas a la cabeza. Estoy en shock.
¡¡Renato es gay!! Y yo sin saberlo. ¡Qué fuerte! Nadie me lo había dicho, pero, claro, supongo que dieron por hecho que yo lo sabía. Después de escuchar a Renato me he dado cuenta de que vivo en Babia. No me entero de nada. Y es justo por lo que Kurt me ha dicho que siempre estoy pensando en mis rollos.
Resulta que, la noche de Halloween, Renato trajo con él a su dentista —¡Eddie!— a la fiesta que dimos en casa y el flechazo fue instantáneo. Pero no con Renato. Al ver a Kurt se quedó prendado de él. Por suerte, Renato se lo tomó bien y no se enfadó. Ya puede dar gracias Kurt de haberle robado el ligue a Renato y no a mí. Estoy segura de que yo seguiría enfadada con él.
Estoy imaginando el numerito que le hubiese montado cuando suena el móvil. Un whatsapp. ¿Quién será?
Miro la parpadeante pantalla.
¡Vaya! Puede que todos los astros no estén en mi contra y pienso darle a Santana de su propia medicina. Sonrío maliciosamente y Kurt se percata.
—¿Y ahora qué? —bufa.
Escondo el móvil bajo el cojín.
—Nada.
—No te creo. Cuéntanoslo o te quitaré el móvil y lo leeré yo mismo —amenaza.
—¡No vas a cogerme el teléfono!
—¿Y por qué no? Al fin y al cabo, somos dos contra uno.
Suspiro. Es imposible llevarle la contraria.
—Es Artie. Acaba de aterrizar en Boston. Quiere verme. —La cara de horror de Kurt es de risa—. Mañana.
—¡NI HABLAR!
—¿¿Cómo que ni hablar??
—Lo que oyes señorita. No voy a permitir que quedes con ese piloto de tres al cuarto.
—¡No es un piloto de tres...!
—Me da igual —me interrumpe—. He dicho que no.
—No vas a terminar de destrozar tu relación con Santana por un tío que solo quiere una cosa —sentencia.
—¿Qué cosa?
—¡SEXO!
—Por Dios, que somos amigos desde hace años. Nunca ha pasado nada y no pasará mañana. —Una pequeña parte de mí desea que eso cambie. Si Santana ya sale con otras, ¿por qué no voy a poder hacer lo mismo?
—Caerás al tercer piropo. Lo veo venir.
Pongo los ojos en blanco.
—Sí. Y luego vendrás llorando a pedirme que te consuele.
—¡No te soporto! ¿Crees que voy a dejar de quedar con él solamente porque tú lo digas?
Eddie, que se ha mantenido callado a lo largo de toda la discusión, dice:
—Britt, no quiero meterme donde no me llaman, pero, ¿estás segura de que todo ha terminado con Santana?
—Segurísima.
—¿No crees que deberías darle otra oportunidad?
Se me hace un nudo en el estomago al pesar en ella y esa rubia bohemia.
—No creo que la quisiera. Hoy la he visto por la calle. Con otra. Y muy acarameladas.
Kurt y Eddie intercambian una mirada de preocupación. Esto no se lo esperaban. Queda zanjada la conversación. Me levanto y, sin decir una palabra más, me voy al dormitorio.
Me asomo a la ventana, nerviosa. Miro el cielo. Hoy está nublado y apenas hay estrellas. Tengo sentimientos encontrados. Estoy emocionada por ver a Artie, pero la imagen de Santana con esa chica empaña toda mi alegría.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Estoy casi segura de que esa chica no es quien britt piensa que es!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
San merece derecho a replica... Y intento el orgullo de britt espero que no la haga perder a san...
Todos tenemos amigos al que abrazamos no???? No creo que sea mas que eso para san...
A ver como me sale la jugada a britt?
Todos tenemos amigos al que abrazamos no???? No creo que sea mas que eso para san...
A ver como me sale la jugada a britt?
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Uyyyyy... Pues San trato de decirle na verdad a Britt aunque la verdad no se esmero mucho y pues ahora Britt se hizo una historia en su cabeza. Solo espero que no la cague con Artie, debe escuchar a San antes ....
Y que le habrá pasado a la morena que tiene el miedo constante a que la abandonen?
Y que le habrá pasado a la morena que tiene el miedo constante a que la abandonen?
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Y ahi va Britt se va a mandar iba Buena cagada!!!! We va a arrepentir!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
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