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[Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
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3:)
micky morales
marthagr81@yahoo.es
7 participantes
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
micky morales escribió:Estoy casi segura de que esa chica no es quien britt piensa que es!!!
hola!!!!! creo que podrias tener razón...
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
3:) escribió:San merece derecho a replica... Y intento el orgullo de britt espero que no la haga perder a san...
Todos tenemos amigos al que abrazamos no???? No creo que sea mas que eso para san...
A ver como me sale la jugada a britt?
creo que ese derecho se le negara por el momento..... Brittany es a la que le toca meter la pata ahora...
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
JVM escribió:Uyyyyy... Pues San trato de decirle na verdad a Britt aunque la verdad no se esmero mucho y pues ahora Britt se hizo una historia en su cabeza. Solo espero que no la cague con Artie, debe escuchar a San antes ....
Y que le habrá pasado a la morena que tiene el miedo constante a que la abandonen?
Interesante tu logica, vamos a ver que pasa. tienes la razon Santana como que no le puso tanto tanto esfuerzo...
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
monica.santander escribió:Y ahi va Britt se va a mandar iba Buena cagada!!!! We va a arrepentir!!!!
Saludos
jajajaj esperemos que no..... saludos...
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Capítulo 13
Ya te lo dije
—¡No, no y no! —grita Kurt enfurecido.
Se le ha puesto la cara roja del enfado.
—¿Pero a ti qué te importa lo que yo haga?
—¡Eres mi amiga! ¿Cómo no me va importar? Dejas a Santana, que te quiere de verdad y vas y quedas con... ¡con ese!
—¡¿Y qué problema hay?!
Uf, no lo soporto cuando se pone así.
—¿Ah, qué no lo sabes? —exclama con suficiencia—. Yo te lo voy a explicar.
Eso sí que no. Me niego a escucharlo. Me doy media vuelta, salgo al rellano y cierro la puerta. Desde fuera lo escucho bramar pero no sé lo que dice. Llamo al ascensor pero antes de que llegue se abre la puerta de casa y Kurt sigue con su perorata.
—Te va a utilizar. Te dirá cuatro cosas bonitas, tú babearás por él, te arrastrará a su hotel, se acostará contigo y luego se olvidará de ti. Si te he visto no me acuerdo. Te dejará hecha un trapo y yo tendré que recoger los pedacitos. ¡Pues esta vez no cuentes conmigo! ¡Te estás metiendo tú sola en la boca del lobo!
—Es mi amigo, Kurt. Solo charlaremos y recordaremos viejos tiempos —digo llanamente.
—Eso ya lo veremos —sisea furioso antes de entrar en casa y pegar un portazo.
Al salir a la calle la fría brisa me golpea la cara. El invierno definitivamente ha llegado a Boston. Me apena porque ha sido un otoño precioso. Siempre había leído que la ciudad había que visitarla en esa época para ver el cambio de la hoja. Pero ha sido más bonito de lo que me esperaba y, aunque ahora la ciudad está completamente invadida por la decoración navideña, me da la sensación de que todo es blanco y frío cuando antes era rojizo y cálido. Espero que Artie le dé al día un poco de color.
Observo mi reflejo en el cristal del portal mientras me enrollo la bufanda a cuadros de Burberry al cuello. Estudio mi imagen con detenimiento: botas altas marrones, jeggins, una blusa blanca y una gruesa rebeca azul oscuro. Además, he estrenado un plumífero con capucha en tono beige, muy necesario para el frío que está haciendo. Supongo que podría haberme puesto más sexy pero hace demasiado frío para eso. Al fin y al cabo, si no ha pasado nada con Artie en todos estos años ¿a santo de qué tendría que pasar hoy?
No es que yo fuera a poner pegas, pero está claro que no soy su tipo. Solo somos amigos.
Tengo la cabeza embotada con tanto lío así que como todavía es pronto decido ir paseando. He quedado con Artie a las doce en la plaza Copley, tengo tiempo de sobra. Quizá así me despeje. Cuando llego a la plaza no solo no se me ha despejado la mente, sino que estoy helada. El día menos pensado nevará y desde
ese día hasta que vuelva la primavera me temo que tendré que transformarme en una ermitaña y salir a la calle solamente para llegar al metro y poder ir al trabajo.
Miro el reloj: las doce y Artie no está por ningún sitio. Como no llegue pronto voy a morir de congelación.
Diez minutos más tarde empiezo a preguntarme si no me habrá dado plantón. ¡No es posible! Puede que no quiera acostarse conmigo, pero me tiene el suficiente aprecio como para no dejarme tirada sin avisar siquiera, ¿verdad?
Estoy empezando a mosquearme cuando reconozco su silueta entre la gente. Me saluda con la mano y se acerca corriendo. Cuando lo tengo a unos metros de distancia noto un pequeño hormigueo en el estómago y lamento no haberme arreglado más.
Sus ojos verdes brillan al verme y sonríe.
—Britt, ¡no sabes las ganas que tenía de verte! —exclama mientras me abraza con fuerza.
Me sonrojo al sentir sus brazos. ¿Siempre ha sido tan guapo? Se separa de mí y se separa para observarme con detenimiento. De arriba abajo. Dios, ahora sí empiezo a ponerme nerviosa.
—Estás guapísima —dice con un gesto de aprobación—, mucho más que con el horroroso uniforme del trabajo.
—Ni que fuera la primera vez que me ves sin el uniforme.
—No, es cierto —admite—, pero hoy estás especialmente guapa. No sabes cuánto te he echado de menos —dice zalamero.
Vale, esto ya no me lo trago. Sé perfectamente que en todo este tiempo apenas ha pensado en mí, pero no me importa. Ahora está aquí conmigo y eso es lo que cuenta. ¿Qué más da si lo que dice no es cierto? Hoy va a pasar el día conmigo y, de repente, pienso que si surge la ocasión, no seré yo quien la rechace.
Si Santana se pasea por ahí con una chica que puede que hasta acabe de conocer, ¿qué me impide hacer lo mismo a mí? He estado colgada de Artie durante años, sé que lo que suceda hoy no pasará de aquí pero ¿por qué no darme el gustazo? Al fin y al cabo, soy humana y ¿qué mujer en su sano juicio se resistiría a un hombre como él?
Me agarra por la cintura y a mí casi se me sale el corazón.
—¿Adónde sugieres que vayamos?
¿A tu habitación?
—Podemos ir hacia la calle Newbury y comer por allí. Así podremos charlar tranquilamente y ponernos al día.
—¡Vaya! Veo que ya has abandonado el horario español.
—No del todo —reconozco—, en casa mantengo el horario habitual, pero si sales a comer fuera es mejor adaptarse.
Paseamos por la calle cogidos del brazo, como una de esas parejas que lleva toda la vida juntas. ¿Pensará la gente que es mi novio?
—¿Y dónde vives? ¿Qué es de tu vida? ¡Cuéntame!
—Pues vivo en el North End con un compañero de trabajo...
—¿Compañero? —enarca una ceja, incrédulo.
—Sí. Con Kurt. Es italiano. Y es gay —recalco.
—Si no lo hubiera sido seguro que no hubiera podido resistirse a tus encantos.
¿Está tonteando conmigo? No, no puede ser.
—Venga ya, Artie, muchos hombres se han resistido a mis encantos —digo haciéndome la tonta.
—¿Ah, sí?
Asiento con la cabeza.
—Tú, por ejemplo.
Río nerviosa por lo que acabo de decir.
—Puede ser... —murmura con voz ronca—. Pero no sé si resistiré mucho más tiempo.
Vale, hace mucho frío, pero yo estoy empezando a acalorarme. Me separo de él bruscamente porque si mantengo el contacto lo que no sé es cuánto resistiré yo.
—¿Te parece bien que comamos aquí? —señalo con la cabeza el restaurante La Voile.
—Claro, ¿por qué no?
Se trata de una brasserie francesa decorada con temas náuticos. De hecho, es tan francés que se trataba de un restaurante de Cannes que un americano trajo a Boston pieza a pieza. ¡Qué locura! Pero la comida es buena. Me gusta especialmente el menú de mediodía que se basa en ensaladas, sándwiches y terrinas. Y se me hace la boca agua al pensar en la tabla de quesos que sirven de
postre.
Cuando hace buen tiempo es ideal sentarse en su terraza, pero eso hoy es impensable así que nos acomodamos en una mesa del interior del restaurante. Estudiamos la carta un par de minutos y finalmente pedimos una ensalada de espinacas, queso de cabra, tomate cherry y vinagreta de mostaza al centro, y un croque Monsieur para cada uno. Todo regado con un buen vino rosado de la Provenza.
—Bueno, cuéntame tú. ¿Qué tal va todo por Valencia? ¿Y por la compañía? ¿Sigue todo igual?
Artie me pone al día y charlamos animadamente, recordando anécdotas del trabajo. El vino va haciendo mella en mí porque estoy siendo mucho más elocuente de lo que suelo serlo cuando estamos juntos. Siempre que estoy con Artie me retraigo y la parte más tímida de mi carácter sale a la luz. Con él, pocas veces soy yo misma y nunca hasta hoy me he sentido lo suficientemente cómoda como para hablar sin complejos.
Pero parece ser que, definitivamente, el vino está cumpliendo con su cometido, porque me siento bastante desinhibida. No recuerdo haber estado con él y haber bebido excepto, quizá, en alguna fiesta de Navidad de la compañía. Pero en esas contadas ocasiones siempre estaba rodeado por un ejército de azafatas de vuelo y, aunque me hubiera acercado para decirle algo, posiblemente ni me hubiera visto. Sin embargo, hoy solo estamos él y yo.
Sé que si sucediera algo entre nosotros dos, no pasaría de ahí; que yo solamente sería una más en su lista, pero lo he deseado durante tantos años... Al fin y al cabo, estoy soltera, ¿no?
Inmediatamente Santana me viene a la mente: sus ojos color miel, su pelo negro, sus bromas que me hacen enfadar, sus besos... la respiración se me acelera. Apenas escucho lo que dice Artie, pero asiento con la cabeza para que no se dé cuenta. Cuánto la echo de menos. Si no la hubiera visto con esa... si no la hubiera
visto con la rubia bohemia... quizá, hasta la habría perdonado.
Pero ahora ya da igual, está con otra. Y yo estoy aquí, sentada con uno de los tíos más atractivos que he conocido nunca y, ¿voy a dejar pasar la ocasión por alguien que me ha remplazado en una semana?
Ya me ha dejado sin trabajo y me ha roto el corazón; esto no lo va a estropear también.
Al instante decido que, aunque no hayamos llegado a decirlo con palabras está claro que Santana y yo hemos roto. No nos hablamos, ella sale con otra... así que sí, estoy soltera. Y si estoy soltera ¿por qué habría de rechazar a Artie?
Aparto a Santana de mi mente, me bebo de un sorbo el vino que queda en mi copa y sonrío a Artie.
—¿Pedimos otra? —digo señalando la botella vacía.
—¿Por qué no? Tenemos toda la tarde por delante...
—Y la noche —respondo atrevida.
Durante un breve instante, parece pensárselo, sin embargo, su expresión cambia y responde enseguida.
—Eso es muy cierto... —Me mira y se humedece los labios—. Tenemos toda la noche por delante. —Hace un gesto con la mano para atraer la atención del camarero y agita la botella de vino en el aire—. ¡Otra, por favor!
Copa tras copa, seguimos riendo y charlando.
—Por cierto —suelta de pronto—, llevo todo el día queriendo preguntártelo: ¿tu amiga Tina sigue saliendo con ese pintor?
¿A qué viene esa pregunta? ¿Es que quiere saber si está soltera para tirársela también? Hace un segundo estaba ligando conmigo, ¿no? Yo creo que sí.
Lo miro confusa.
—Sí, ese que iba a inaugurar una exposición de cuadros en Madrid. Lo he llevado varias veces en cabina. Un tío majete.
¿Majete? Esa no es la palabra que me viene a la mente para describirlo precisamente.
—Pues... —titubeo—, sí, siguen juntos. Tina no me ha dicho lo contrario, aunque teniendo en cuenta que desde que vine a Boston hemos ido hablando cada vez menos, quién sabe. Hace ya un tiempo que nuestra comunicación brilla por su ausencia.
—Ah. —Parece sorprendido.
—¿Te extraña?
—Bueno... he coincidido bastante con él en la línea a Madrid...
—No termina la frase.
—Es que él no quería que ella viese la exposición hasta el día de la inauguración. Quería que fuese una sorpresa.
Artie me mira incrédulo y, tras un instante, suelta una carcajada. Ahora sí que ya no entiendo nada. ¿Se puede saber que es lo que le hace tanta gracia?
—Disculpa —musita cuando consigue dejar de reír—. Ya sé que es tu amiga y es buena chica, pero...
—¿Pero qué?
—¡Pues que es la excusa más ridícula que he oído en mi vida!
Reconozco que siempre me ha parecido un tanto extraño que Mike pasase tanto tiempo en Madrid y no quisiese que Tina lo acompañase, pero como a veces los artistas son tan particulares con sus cosas... No sé, ahora las palabras de Artie me hacen pensar que hay algo más.
—Esto... —Uf, el vino se me está subiendo a la cabeza y no pienso con claridad, pero tengo que centrarme. Algo no va bien y tengo que saber lo que es—. ¿Qué quieres decir exactamente?
—Venga, Britt, no te hagas la tonta, ¿por qué crees que no quiere que vaya con él? No me irás a decir que tú te habías tragado la historia de la exposición, ¿verdad?
Puedo imaginarme por dónde van los tiros, pero me cuesta atar los cabos.
—A ver que me centre. Que iba a organizar una exposición en Madrid sí es cierto, ¿verdad?
Artie asiente.
—¿Entonces...?
—¿En serio necesitas que te lo diga?
Sé lo que me va a decir, pero hasta que no lo escuche no voy a creerlo. Artie apura su copa.
—Pues que está con otra. Por eso no se la lleva nunca a Madrid.
¿Mike le pone los cuernos a Tina? ¿Y por qué demonios está Artie tan seguro de eso? ¿Por qué eso es lo que él hace cuando sale con alguien? En que mala hora ha sacado esta conversación.
—¿Y cómo lo sabes? —inquiero un poco molesta.
—Eh, no te enfades conmigo —se defiende Artie—. Yo no tengo la culpa.
Cierto.
—Ya sé que no es culpa tuya —acepto—, pero voy a tener que contárselo a Tina y necesito saber si simplemente es una intuición tuya o si lo has visto.
—Lo he visto.
—¿Lo has visto?
—Sí. Y varias veces.
—¿Dónde?
—¡Dónde va a ser! En el aeropuerto. Casualidades de la vida, pero alguna de las veces que ha volado conmigo y he terminado la jornada en Madrid hemos salido juntos de la terminal —explica—, y siempre ha ido a recogerlo la misma chica.
No sé qué decir.
—Puedo asegurarte por cómo se besaban que no era su hermana. ¡Ya lo creo que no!
Dios, me estoy mareando. Y ya no sé si es por el vino o por la información recibida. Tengo que contarle todo esto a Tina. Y no sé cómo va a reaccionar cuando lo haga. Mañana sin falta voy a hablar con ella y, quiera o no, va a tener que escucharme. Voy a partirle el corazón, pero tiene que saber la verdad. No puedo ocultárselo.
Artie rellena las copas. La segunda botella de vino ya está vacía. Menos mal que hemos comido abundantemente...
—Anda —dice tendiéndome mi copa—, vamos a terminarnos este exquisito vino y a pensar en otras cosas.
En otras cosas, ¿eh? Se me ocurren algunas.
Minutos después, hemos pagado la cuenta —bueno, la ha pagado Artie pero para eso gana más que yo— y estamos en la puerta del restaurante. Me agarro de su brazo para no caerme.
Realmente estoy mareada. No tenía que haber bebido tanto. A Artie no parece afectarle el alcohol y se le ve mucho más sereno que a mí. Y además estoy empezando a ponerme nerviosa. ¿Qué va a pasar ahora?
Apoyo la cabeza en su hombro y cierro los ojos. Todo me da vueltas. Estoy mareada.
—Creo que necesitas descansar —murmura—. Vamos a mi hotel. Pediré un taxi.
Logro mantenerme despierta durante el breve trayecto hasta el hotel Fairmont, uno de los hoteles más lujosos y céntricos de Boston y, sin duda, un símbolo de la ciudad. De hecho, este año cumple un siglo de vida desde su inauguración. Una vez que entramos en la habitación, tengo el tiempo justo de apreciar los elegantes muebles antes de desplomarme sobre la cama. Los tonos en azul y gris claro son relajantes y me dan aún más sueño.
Necesito dormir. Artie se recuesta junto a mí y pega su cuerpo al mío.
—He deseado esto mucho tiempo —dice con voz agitada mientras me acaricia la espalda por debajo del jersey.
Me estremezco al sentir sus manos tocándome y me aparto ligeramente. La cabeza me da vueltas. Pero no parece dispuesto a dejarme descansar. Se sube a horcajadas sobre mí, se inclina y empieza a besarme el cuello. Estoy tan mareada que casi no soy consciente de lo que pasa.
—Desde aquella noche en que te tropezaste al subir al avión —gime con voz ronca—. Tan dulce y tan ingenua.
Artie se acerca más a mí y me besa con rudeza. Sus labios buscan los míos desesperadamente y yo... yo, que he deseado esto tanto tiempo, solo puedo sentir una cosa.
Angustia.
Lo aparto bruscamente, me pongo en pie de golpe y salgo corriendo hacia el baño. Cierro la puerta y me siento sobre el váter.
Respiro hondo. No voy a vomitar, no voy a vomitar, no voy a vomitar...
Me incorporo y levanto la tapa. Justo a tiempo.
Artie se acerca a la puerta.
—¿Estás bien?
—Sí —consigo murmurar entre una arcada y otra.
Escucho como se aleja. No es que quiera que me vea en este estado, pero ¿realmente piensa que estoy bien?
Cuando ya no me queda nada en el estómago, me levanto y me acerco al lavabo. Abro el grifo y me enjuago la boca. Cojo un tubo de Colgate de Artie y un cepillo de dientes de los que deja el hotel y me lavo la boca a conciencia. Luego me mojo las manos, la cara y la nuca con agua fría. Ya me siento un poco más despejada. Observo mi reflejo en el espejo.
¿Qué estoy haciendo? ¿Realmente quiero acostarme con Artie? Me paso las manos, todavía húmedas, una vez más por la nuca. Necesito pensar con claridad. Siempre me ha parecido extremadamente atractivo y encantador, pero es un mujeriego. De eso no hay duda. Si nos acostamos, sé que no puedo aspirar a más. Como mucho, a repetir la jugada cuando vuelva a volar Boston. A saber cuándo será eso.
Sí, hoy quiere acostarse conmigo, pero ¿y mañana? ¿Con quién querrá acostarse mañana?
Tapo la pasta de dientes y la dejo en su sitio. El reflejo de algo dorado que hay bajo el lavabo capta mi atención. Me agacho y lo recojo.
Al reconocer el objeto me siento estúpida y las palabras de Kurt resuenan en mi mente: «Te lo dije, te lo dije, te lo dije». Sí, hoy quiere acostarse conmigo, mañana no sé con quién querrá hacerlo, pero ¿y ayer?
Ayer quería acostarse con Sofía, mejor dicho: ayer se acostó con Sofía.
El objeto dorado que acabo de recoger, la prueba del delito, no es otra cosa que una chapa identificativa de una azafata de la compañía: la de la tal Sofía.
Pensaba que, después de haber sido amigos estos años, al menos tendría un poco más de respeto por mí. Pero veo que no. Podía entender que hoy se acostara conmigo y que la cosa no pasara de ahí. Pero que, sabiendo que hoy íbamos a quedar, ayer se tirara a una azafata ¡me parece el colmo!
En un abrir y cerrar de ojos se me cae la venda y lo veo como realmente es y no como yo lo había idealizado. Vuelvo a tener náuseas, pero ahora sé qué no es culpa del alcohol.
No.
Es Artie que me da asco.
Abro la puerta y salgo del baño. Voy directa a coger el plumífero.
No tengo ganas ni de discutir. Solo quiero irme a casa. Irme a casa, meterme en la cama y no salir de ella.
Artie se percata de lo que estoy haciendo y se acerca a mí y me coge por la cintura.
—Eh, ¿no pensarás dejarme así? —dice juguetón mientras trata de besarme en el cuello.
Lo aparto de un empujón.
—Me voy a casa, Artie —replico—. Ya no tengo ganas.
Se vuelve a acercar a mí y me coge de la muñeca.
—¿Cómo que no tienes ganas?
Me atrae hacia él y me intenta besar, pero aparto la cara
—Lo deseas desde el día en que me conociste —me susurra al oído—, no te hagas ahora la estrecha.
—Suéltame. Lo digo en serio —siseo.
—Britt, no te pongas así... —insiste, pero me suelta y se aparta un poco.
Me pongo el abrigo y no puedo evitar que una lágrima me ruede por la mejilla.
—Pensaba que éramos amigos —murmuro—, pero está claro que solo te interesa una cosa.
—Venga, ¿de qué te sorprendes? Sabes de sobra cómo soy.
—Tienes razón, no sé de qué me sorprendo —suspiro.
Lanzo la chapa sobre la cama.
—Me voy a casa —digo tranquilamente mientras me dirijo a la puerta.
Artie me mira sin saber qué decir.
—Ah —señalo su más que evidente erección—, ¿por qué no llamas a Sofía para que te ayude con eso?
Ya te lo dije
—¡No, no y no! —grita Kurt enfurecido.
Se le ha puesto la cara roja del enfado.
—¿Pero a ti qué te importa lo que yo haga?
—¡Eres mi amiga! ¿Cómo no me va importar? Dejas a Santana, que te quiere de verdad y vas y quedas con... ¡con ese!
—¡¿Y qué problema hay?!
Uf, no lo soporto cuando se pone así.
—¿Ah, qué no lo sabes? —exclama con suficiencia—. Yo te lo voy a explicar.
Eso sí que no. Me niego a escucharlo. Me doy media vuelta, salgo al rellano y cierro la puerta. Desde fuera lo escucho bramar pero no sé lo que dice. Llamo al ascensor pero antes de que llegue se abre la puerta de casa y Kurt sigue con su perorata.
—Te va a utilizar. Te dirá cuatro cosas bonitas, tú babearás por él, te arrastrará a su hotel, se acostará contigo y luego se olvidará de ti. Si te he visto no me acuerdo. Te dejará hecha un trapo y yo tendré que recoger los pedacitos. ¡Pues esta vez no cuentes conmigo! ¡Te estás metiendo tú sola en la boca del lobo!
—Es mi amigo, Kurt. Solo charlaremos y recordaremos viejos tiempos —digo llanamente.
—Eso ya lo veremos —sisea furioso antes de entrar en casa y pegar un portazo.
Al salir a la calle la fría brisa me golpea la cara. El invierno definitivamente ha llegado a Boston. Me apena porque ha sido un otoño precioso. Siempre había leído que la ciudad había que visitarla en esa época para ver el cambio de la hoja. Pero ha sido más bonito de lo que me esperaba y, aunque ahora la ciudad está completamente invadida por la decoración navideña, me da la sensación de que todo es blanco y frío cuando antes era rojizo y cálido. Espero que Artie le dé al día un poco de color.
Observo mi reflejo en el cristal del portal mientras me enrollo la bufanda a cuadros de Burberry al cuello. Estudio mi imagen con detenimiento: botas altas marrones, jeggins, una blusa blanca y una gruesa rebeca azul oscuro. Además, he estrenado un plumífero con capucha en tono beige, muy necesario para el frío que está haciendo. Supongo que podría haberme puesto más sexy pero hace demasiado frío para eso. Al fin y al cabo, si no ha pasado nada con Artie en todos estos años ¿a santo de qué tendría que pasar hoy?
No es que yo fuera a poner pegas, pero está claro que no soy su tipo. Solo somos amigos.
Tengo la cabeza embotada con tanto lío así que como todavía es pronto decido ir paseando. He quedado con Artie a las doce en la plaza Copley, tengo tiempo de sobra. Quizá así me despeje. Cuando llego a la plaza no solo no se me ha despejado la mente, sino que estoy helada. El día menos pensado nevará y desde
ese día hasta que vuelva la primavera me temo que tendré que transformarme en una ermitaña y salir a la calle solamente para llegar al metro y poder ir al trabajo.
Miro el reloj: las doce y Artie no está por ningún sitio. Como no llegue pronto voy a morir de congelación.
Diez minutos más tarde empiezo a preguntarme si no me habrá dado plantón. ¡No es posible! Puede que no quiera acostarse conmigo, pero me tiene el suficiente aprecio como para no dejarme tirada sin avisar siquiera, ¿verdad?
Estoy empezando a mosquearme cuando reconozco su silueta entre la gente. Me saluda con la mano y se acerca corriendo. Cuando lo tengo a unos metros de distancia noto un pequeño hormigueo en el estómago y lamento no haberme arreglado más.
Sus ojos verdes brillan al verme y sonríe.
—Britt, ¡no sabes las ganas que tenía de verte! —exclama mientras me abraza con fuerza.
Me sonrojo al sentir sus brazos. ¿Siempre ha sido tan guapo? Se separa de mí y se separa para observarme con detenimiento. De arriba abajo. Dios, ahora sí empiezo a ponerme nerviosa.
—Estás guapísima —dice con un gesto de aprobación—, mucho más que con el horroroso uniforme del trabajo.
—Ni que fuera la primera vez que me ves sin el uniforme.
—No, es cierto —admite—, pero hoy estás especialmente guapa. No sabes cuánto te he echado de menos —dice zalamero.
Vale, esto ya no me lo trago. Sé perfectamente que en todo este tiempo apenas ha pensado en mí, pero no me importa. Ahora está aquí conmigo y eso es lo que cuenta. ¿Qué más da si lo que dice no es cierto? Hoy va a pasar el día conmigo y, de repente, pienso que si surge la ocasión, no seré yo quien la rechace.
Si Santana se pasea por ahí con una chica que puede que hasta acabe de conocer, ¿qué me impide hacer lo mismo a mí? He estado colgada de Artie durante años, sé que lo que suceda hoy no pasará de aquí pero ¿por qué no darme el gustazo? Al fin y al cabo, soy humana y ¿qué mujer en su sano juicio se resistiría a un hombre como él?
Me agarra por la cintura y a mí casi se me sale el corazón.
—¿Adónde sugieres que vayamos?
¿A tu habitación?
—Podemos ir hacia la calle Newbury y comer por allí. Así podremos charlar tranquilamente y ponernos al día.
—¡Vaya! Veo que ya has abandonado el horario español.
—No del todo —reconozco—, en casa mantengo el horario habitual, pero si sales a comer fuera es mejor adaptarse.
Paseamos por la calle cogidos del brazo, como una de esas parejas que lleva toda la vida juntas. ¿Pensará la gente que es mi novio?
—¿Y dónde vives? ¿Qué es de tu vida? ¡Cuéntame!
—Pues vivo en el North End con un compañero de trabajo...
—¿Compañero? —enarca una ceja, incrédulo.
—Sí. Con Kurt. Es italiano. Y es gay —recalco.
—Si no lo hubiera sido seguro que no hubiera podido resistirse a tus encantos.
¿Está tonteando conmigo? No, no puede ser.
—Venga ya, Artie, muchos hombres se han resistido a mis encantos —digo haciéndome la tonta.
—¿Ah, sí?
Asiento con la cabeza.
—Tú, por ejemplo.
Río nerviosa por lo que acabo de decir.
—Puede ser... —murmura con voz ronca—. Pero no sé si resistiré mucho más tiempo.
Vale, hace mucho frío, pero yo estoy empezando a acalorarme. Me separo de él bruscamente porque si mantengo el contacto lo que no sé es cuánto resistiré yo.
—¿Te parece bien que comamos aquí? —señalo con la cabeza el restaurante La Voile.
—Claro, ¿por qué no?
Se trata de una brasserie francesa decorada con temas náuticos. De hecho, es tan francés que se trataba de un restaurante de Cannes que un americano trajo a Boston pieza a pieza. ¡Qué locura! Pero la comida es buena. Me gusta especialmente el menú de mediodía que se basa en ensaladas, sándwiches y terrinas. Y se me hace la boca agua al pensar en la tabla de quesos que sirven de
postre.
Cuando hace buen tiempo es ideal sentarse en su terraza, pero eso hoy es impensable así que nos acomodamos en una mesa del interior del restaurante. Estudiamos la carta un par de minutos y finalmente pedimos una ensalada de espinacas, queso de cabra, tomate cherry y vinagreta de mostaza al centro, y un croque Monsieur para cada uno. Todo regado con un buen vino rosado de la Provenza.
—Bueno, cuéntame tú. ¿Qué tal va todo por Valencia? ¿Y por la compañía? ¿Sigue todo igual?
Artie me pone al día y charlamos animadamente, recordando anécdotas del trabajo. El vino va haciendo mella en mí porque estoy siendo mucho más elocuente de lo que suelo serlo cuando estamos juntos. Siempre que estoy con Artie me retraigo y la parte más tímida de mi carácter sale a la luz. Con él, pocas veces soy yo misma y nunca hasta hoy me he sentido lo suficientemente cómoda como para hablar sin complejos.
Pero parece ser que, definitivamente, el vino está cumpliendo con su cometido, porque me siento bastante desinhibida. No recuerdo haber estado con él y haber bebido excepto, quizá, en alguna fiesta de Navidad de la compañía. Pero en esas contadas ocasiones siempre estaba rodeado por un ejército de azafatas de vuelo y, aunque me hubiera acercado para decirle algo, posiblemente ni me hubiera visto. Sin embargo, hoy solo estamos él y yo.
Sé que si sucediera algo entre nosotros dos, no pasaría de ahí; que yo solamente sería una más en su lista, pero lo he deseado durante tantos años... Al fin y al cabo, estoy soltera, ¿no?
Inmediatamente Santana me viene a la mente: sus ojos color miel, su pelo negro, sus bromas que me hacen enfadar, sus besos... la respiración se me acelera. Apenas escucho lo que dice Artie, pero asiento con la cabeza para que no se dé cuenta. Cuánto la echo de menos. Si no la hubiera visto con esa... si no la hubiera
visto con la rubia bohemia... quizá, hasta la habría perdonado.
Pero ahora ya da igual, está con otra. Y yo estoy aquí, sentada con uno de los tíos más atractivos que he conocido nunca y, ¿voy a dejar pasar la ocasión por alguien que me ha remplazado en una semana?
Ya me ha dejado sin trabajo y me ha roto el corazón; esto no lo va a estropear también.
Al instante decido que, aunque no hayamos llegado a decirlo con palabras está claro que Santana y yo hemos roto. No nos hablamos, ella sale con otra... así que sí, estoy soltera. Y si estoy soltera ¿por qué habría de rechazar a Artie?
Aparto a Santana de mi mente, me bebo de un sorbo el vino que queda en mi copa y sonrío a Artie.
—¿Pedimos otra? —digo señalando la botella vacía.
—¿Por qué no? Tenemos toda la tarde por delante...
—Y la noche —respondo atrevida.
Durante un breve instante, parece pensárselo, sin embargo, su expresión cambia y responde enseguida.
—Eso es muy cierto... —Me mira y se humedece los labios—. Tenemos toda la noche por delante. —Hace un gesto con la mano para atraer la atención del camarero y agita la botella de vino en el aire—. ¡Otra, por favor!
Copa tras copa, seguimos riendo y charlando.
—Por cierto —suelta de pronto—, llevo todo el día queriendo preguntártelo: ¿tu amiga Tina sigue saliendo con ese pintor?
¿A qué viene esa pregunta? ¿Es que quiere saber si está soltera para tirársela también? Hace un segundo estaba ligando conmigo, ¿no? Yo creo que sí.
Lo miro confusa.
—Sí, ese que iba a inaugurar una exposición de cuadros en Madrid. Lo he llevado varias veces en cabina. Un tío majete.
¿Majete? Esa no es la palabra que me viene a la mente para describirlo precisamente.
—Pues... —titubeo—, sí, siguen juntos. Tina no me ha dicho lo contrario, aunque teniendo en cuenta que desde que vine a Boston hemos ido hablando cada vez menos, quién sabe. Hace ya un tiempo que nuestra comunicación brilla por su ausencia.
—Ah. —Parece sorprendido.
—¿Te extraña?
—Bueno... he coincidido bastante con él en la línea a Madrid...
—No termina la frase.
—Es que él no quería que ella viese la exposición hasta el día de la inauguración. Quería que fuese una sorpresa.
Artie me mira incrédulo y, tras un instante, suelta una carcajada. Ahora sí que ya no entiendo nada. ¿Se puede saber que es lo que le hace tanta gracia?
—Disculpa —musita cuando consigue dejar de reír—. Ya sé que es tu amiga y es buena chica, pero...
—¿Pero qué?
—¡Pues que es la excusa más ridícula que he oído en mi vida!
Reconozco que siempre me ha parecido un tanto extraño que Mike pasase tanto tiempo en Madrid y no quisiese que Tina lo acompañase, pero como a veces los artistas son tan particulares con sus cosas... No sé, ahora las palabras de Artie me hacen pensar que hay algo más.
—Esto... —Uf, el vino se me está subiendo a la cabeza y no pienso con claridad, pero tengo que centrarme. Algo no va bien y tengo que saber lo que es—. ¿Qué quieres decir exactamente?
—Venga, Britt, no te hagas la tonta, ¿por qué crees que no quiere que vaya con él? No me irás a decir que tú te habías tragado la historia de la exposición, ¿verdad?
Puedo imaginarme por dónde van los tiros, pero me cuesta atar los cabos.
—A ver que me centre. Que iba a organizar una exposición en Madrid sí es cierto, ¿verdad?
Artie asiente.
—¿Entonces...?
—¿En serio necesitas que te lo diga?
Sé lo que me va a decir, pero hasta que no lo escuche no voy a creerlo. Artie apura su copa.
—Pues que está con otra. Por eso no se la lleva nunca a Madrid.
¿Mike le pone los cuernos a Tina? ¿Y por qué demonios está Artie tan seguro de eso? ¿Por qué eso es lo que él hace cuando sale con alguien? En que mala hora ha sacado esta conversación.
—¿Y cómo lo sabes? —inquiero un poco molesta.
—Eh, no te enfades conmigo —se defiende Artie—. Yo no tengo la culpa.
Cierto.
—Ya sé que no es culpa tuya —acepto—, pero voy a tener que contárselo a Tina y necesito saber si simplemente es una intuición tuya o si lo has visto.
—Lo he visto.
—¿Lo has visto?
—Sí. Y varias veces.
—¿Dónde?
—¡Dónde va a ser! En el aeropuerto. Casualidades de la vida, pero alguna de las veces que ha volado conmigo y he terminado la jornada en Madrid hemos salido juntos de la terminal —explica—, y siempre ha ido a recogerlo la misma chica.
No sé qué decir.
—Puedo asegurarte por cómo se besaban que no era su hermana. ¡Ya lo creo que no!
Dios, me estoy mareando. Y ya no sé si es por el vino o por la información recibida. Tengo que contarle todo esto a Tina. Y no sé cómo va a reaccionar cuando lo haga. Mañana sin falta voy a hablar con ella y, quiera o no, va a tener que escucharme. Voy a partirle el corazón, pero tiene que saber la verdad. No puedo ocultárselo.
Artie rellena las copas. La segunda botella de vino ya está vacía. Menos mal que hemos comido abundantemente...
—Anda —dice tendiéndome mi copa—, vamos a terminarnos este exquisito vino y a pensar en otras cosas.
En otras cosas, ¿eh? Se me ocurren algunas.
Minutos después, hemos pagado la cuenta —bueno, la ha pagado Artie pero para eso gana más que yo— y estamos en la puerta del restaurante. Me agarro de su brazo para no caerme.
Realmente estoy mareada. No tenía que haber bebido tanto. A Artie no parece afectarle el alcohol y se le ve mucho más sereno que a mí. Y además estoy empezando a ponerme nerviosa. ¿Qué va a pasar ahora?
Apoyo la cabeza en su hombro y cierro los ojos. Todo me da vueltas. Estoy mareada.
—Creo que necesitas descansar —murmura—. Vamos a mi hotel. Pediré un taxi.
Logro mantenerme despierta durante el breve trayecto hasta el hotel Fairmont, uno de los hoteles más lujosos y céntricos de Boston y, sin duda, un símbolo de la ciudad. De hecho, este año cumple un siglo de vida desde su inauguración. Una vez que entramos en la habitación, tengo el tiempo justo de apreciar los elegantes muebles antes de desplomarme sobre la cama. Los tonos en azul y gris claro son relajantes y me dan aún más sueño.
Necesito dormir. Artie se recuesta junto a mí y pega su cuerpo al mío.
—He deseado esto mucho tiempo —dice con voz agitada mientras me acaricia la espalda por debajo del jersey.
Me estremezco al sentir sus manos tocándome y me aparto ligeramente. La cabeza me da vueltas. Pero no parece dispuesto a dejarme descansar. Se sube a horcajadas sobre mí, se inclina y empieza a besarme el cuello. Estoy tan mareada que casi no soy consciente de lo que pasa.
—Desde aquella noche en que te tropezaste al subir al avión —gime con voz ronca—. Tan dulce y tan ingenua.
Artie se acerca más a mí y me besa con rudeza. Sus labios buscan los míos desesperadamente y yo... yo, que he deseado esto tanto tiempo, solo puedo sentir una cosa.
Angustia.
Lo aparto bruscamente, me pongo en pie de golpe y salgo corriendo hacia el baño. Cierro la puerta y me siento sobre el váter.
Respiro hondo. No voy a vomitar, no voy a vomitar, no voy a vomitar...
Me incorporo y levanto la tapa. Justo a tiempo.
Artie se acerca a la puerta.
—¿Estás bien?
—Sí —consigo murmurar entre una arcada y otra.
Escucho como se aleja. No es que quiera que me vea en este estado, pero ¿realmente piensa que estoy bien?
Cuando ya no me queda nada en el estómago, me levanto y me acerco al lavabo. Abro el grifo y me enjuago la boca. Cojo un tubo de Colgate de Artie y un cepillo de dientes de los que deja el hotel y me lavo la boca a conciencia. Luego me mojo las manos, la cara y la nuca con agua fría. Ya me siento un poco más despejada. Observo mi reflejo en el espejo.
¿Qué estoy haciendo? ¿Realmente quiero acostarme con Artie? Me paso las manos, todavía húmedas, una vez más por la nuca. Necesito pensar con claridad. Siempre me ha parecido extremadamente atractivo y encantador, pero es un mujeriego. De eso no hay duda. Si nos acostamos, sé que no puedo aspirar a más. Como mucho, a repetir la jugada cuando vuelva a volar Boston. A saber cuándo será eso.
Sí, hoy quiere acostarse conmigo, pero ¿y mañana? ¿Con quién querrá acostarse mañana?
Tapo la pasta de dientes y la dejo en su sitio. El reflejo de algo dorado que hay bajo el lavabo capta mi atención. Me agacho y lo recojo.
Al reconocer el objeto me siento estúpida y las palabras de Kurt resuenan en mi mente: «Te lo dije, te lo dije, te lo dije». Sí, hoy quiere acostarse conmigo, mañana no sé con quién querrá hacerlo, pero ¿y ayer?
Ayer quería acostarse con Sofía, mejor dicho: ayer se acostó con Sofía.
El objeto dorado que acabo de recoger, la prueba del delito, no es otra cosa que una chapa identificativa de una azafata de la compañía: la de la tal Sofía.
Pensaba que, después de haber sido amigos estos años, al menos tendría un poco más de respeto por mí. Pero veo que no. Podía entender que hoy se acostara conmigo y que la cosa no pasara de ahí. Pero que, sabiendo que hoy íbamos a quedar, ayer se tirara a una azafata ¡me parece el colmo!
En un abrir y cerrar de ojos se me cae la venda y lo veo como realmente es y no como yo lo había idealizado. Vuelvo a tener náuseas, pero ahora sé qué no es culpa del alcohol.
No.
Es Artie que me da asco.
Abro la puerta y salgo del baño. Voy directa a coger el plumífero.
No tengo ganas ni de discutir. Solo quiero irme a casa. Irme a casa, meterme en la cama y no salir de ella.
Artie se percata de lo que estoy haciendo y se acerca a mí y me coge por la cintura.
—Eh, ¿no pensarás dejarme así? —dice juguetón mientras trata de besarme en el cuello.
Lo aparto de un empujón.
—Me voy a casa, Artie —replico—. Ya no tengo ganas.
Se vuelve a acercar a mí y me coge de la muñeca.
—¿Cómo que no tienes ganas?
Me atrae hacia él y me intenta besar, pero aparto la cara
—Lo deseas desde el día en que me conociste —me susurra al oído—, no te hagas ahora la estrecha.
—Suéltame. Lo digo en serio —siseo.
—Britt, no te pongas así... —insiste, pero me suelta y se aparta un poco.
Me pongo el abrigo y no puedo evitar que una lágrima me ruede por la mejilla.
—Pensaba que éramos amigos —murmuro—, pero está claro que solo te interesa una cosa.
—Venga, ¿de qué te sorprendes? Sabes de sobra cómo soy.
—Tienes razón, no sé de qué me sorprendo —suspiro.
Lanzo la chapa sobre la cama.
—Me voy a casa —digo tranquilamente mientras me dirijo a la puerta.
Artie me mira sin saber qué decir.
—Ah —señalo su más que evidente erección—, ¿por qué no llamas a Sofía para que te ayude con eso?
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Capítulo 14
Encajando las piezas del puzzle
El paseo a casa desde el Fairmont —me sentía incapaz de meterme en un vagón abarrotado de gente y asarme de calor en el metro— me sienta de maravilla. Necesitaba sentir el aire helado en la cara para pensar con claridad y despejar la mente. Todavía no ha nevado en Boston pero las bajas temperaturas anuncian que el invierno ya está aquí.
Al llegar a casa, me he puesto mi nuevo pijama de cuadros escoceses de Victoria’s Secret, me he tomado un ibuprofeno y me he apoltronado en el sofá con una botella de agua mineral en la mano. Mañana es domingo y por suerte podré descansar porque la resaca que voy a tener será monumental.
Kurt y Eddie —que sigue en casa desde ayer— han decidido aplazar sus juegos amatorios para más tarde y escuchan atentamente mi historia como si fuera una radionovela. ¡Oye, que solo les falta un bol de palomitas! Están callados, prestando atención a todos los detalles y Kurt me hace muecas de vez en cuando.
Aún no hadicho nada pero sé que está esperando el momento. El momento de
decirme: «Te lo dije». Lo peor de todo es que tiene razón. Todas y cada una de sus palabras han sido ciertas.
—Y eso es todo —digo para zanjar el tema. Casi no he pronunciado estas últimas palabras cuando Kurt abre la boca
—.Tú, chitón, que ya sé lo que me vas a decir. Y tienes razón. Pero ahora no estoy para sermones.
Eddie asiente.
—Tiene razón, Kurt. Lo que Britt necesita es un poco de apoyo moral, ¿sabes?
Lo miro agradecida. ¿Es posible que hace un par de días me cayese mal? ¡Si este chico es un encanto! Sonrío satisfecha.
Kurt frunce el ceño pero cede.
—¡Está bien, está bien! Tenéis razón —admite.
Tengo la boca seca. Cojo la botella y me bebo casi la mitad de golpe, necesito rehidratar mi cuerpo.
—¡Por cierto! —exclama Kurt de pronto—, ¿qué vas a hacer con lo de Tina?
¡Uy! Estaba tan inmersa en mis propios problemas que por poco me olvido de que Mike le está poniendo los cuernos. Menudo papelón tengo yo ahora... como si no hubiera tenido ya bastante por hoy.
—Voy a decírselo, ¿qué otra cosa puedo hacer?
—Fácil: no decírselo —responde Kurt tan pancho.
—¡Anda ya! ¿Es que a ti te gustaría que yo te mintiera si Eddie —me giro hacia él y le hago un gesto de disculpa— te estuviera engañando con otro?
Se lo piensa por un instante, pero permanece firme en su convicción.
—Omitir una información no es mentir —sentencia.
Eddie y yo nos miramos, incrédulos.
—Es verdad —insiste—. Y, además, ¿no me has dicho que desde que llegaste a Boston cada vez has tenido menos y menos contacto con ella?
Asiento.
—¿Qué quieres? ¿Cargarte del todo vuestra amistad?
—¿Es que tú te enfadarías conmigo si te contara que Eddie te está poniendo los cuernos?
—¡Pues claro!
—Pero, ¿qué dices? —No entiendo nada. ¿Serán los efectos del alcohol que aún corre por mis venas?—. ¿Y qué culpa tendría yo?
—Ninguna. Pero si tu amiguita Tina se parece en algo a mí y está tan colgada del tal Mike como yo de Eddie —se miran acaramelados y se besan. ¡Puaj! Los odio cuando se ponen empalagosos—, estoy segura de que no querrá creérselo. Al menos al principio.
Desde que llegué a Boston, me da la sensación de que Tina se ha distanciado a propósito de mí y no entiendo el motivo. Solo faltaría que se enfadara por esto.
—Pues es lo que hay. No voy a ocultárselo y dejar que siga saliendo con un capullo.
—¿Y no sería mejor decírselo en persona cuando vayas a casa en Navidad? —sugiere Eddie.
—¿Y mientras que siga con él? Ni hablar.
—Tú misma —zanja Kurt—. ¡Pero luego no digas que no te lo dije!
Los tres soltamos una carcajada. ¡Si Kurt no lo dice, revienta! Un par de horas más tarde me encierro en la habitación. En España son las tres de la tarde. Teniendo en cuenta que es sábado y que por las tardes salen muy pocos vuelos desde Manises tengo alguna esperanza de que Tina esté en casa, así que conecto el Skype. Veo que el usuario Tina_CC está conectado. Le doy al botón.
Llamando.
Nada. Que no descuelga. Igual no está delante del ordenador y no lo oye.
Segundo intento.
Llamando.
Y seguimos igual. O no lo oye o no lo quiere oír. Pues voy a mandarle un whatsapp para que sepa que la estoy llamando.
Te estoy llamando por el Skype. ¿Estás en casa? Es importante.
Doble check. Y sin respuesta. Espero un minuto. Su estado es «en línea». ¿Por qué no contesta?
Lo intento de nuevo.
Tina, en serio. Tenemos que hablar. Dime si estás en casa y te llamo.
Que no hay manera. Uf, estoy empezando a cabrearme. ¿Qué demonios le pasa? ¿Desde cuándo no quiere hablar conmigo? Con su mejor amiga. Al menos eso era antes. Esto es el colmo, voy a lanzarle un ultimátum.
MÁS TE VALE DAR SEÑALES DE VIDA.
El efecto es inmediato. Tina_CC me está llamando.
Descuelgo y, al cabo de un par de segundos, su imagen aparece en mi pantalla. Impecablemente maquillada y peinada, como siempre, pero hay algo raro en su expresión. Le pasa algo.
Respiro hondo antes de hablar porque lo que menos deseo en este momento es iniciar una discusión, lo que tengo que decirle es mucho más importante.
—¡Hola! Estaba en el comedor y no había escuchado las llamadas —se disculpa.
Ya. Y yo voy y me lo creo. En fin, dejaremos eso para otro momento.
—No pasa nada. Te he echado de menos —no puedo evitar añadir.
Y es cierto. Kurt es un gran amigo y soy feliz viviendo con él pero estos últimos días me hubiera gustado poder contar con Tina. Hemos sido amigas tantos años... no quiero que dejemos de ser amigas solo porque hay una diferencia horaria de seis horas y un océano de por medio. No. Yo quiero saber de ella, que me cuente sus cosas, poder ayudarla con sus problemas... Buf, ahora mismo estoy a punto de crearle uno. Y bien gordo. Espero que no reaccione como Kurt ha predicho.
—Yo también —admite—. Es que he ido muy liada.
No respondo. No puedo evitarlo, es que no me lo creo. Y antes que soltar una bordería prefiero mantener la boquita cerrada.
—Y, ¿cómo va todo? —dice en un tono alegre y absolutamente falso—. ¿Qué tal con esa chica que me contaste? ¿Sigues saliendo con ella?
—Eh... no, lo hemos dejado —titubeo—. Ya te contaré. En realidad, te llamaba por otra cosa.
—Te escucho —responde secamente.
—Pues... esto... verás... —A ver por dónde empiezo. Será mejor que lo suelte todo de carrerilla. Así, sin pensar—. Artie tenía ayer línea a Boston. Hoy hemos comido juntos y hemos estado charlando. Y resulta que...
—¿No me digas que por fin te lo has hecho con él? —está vez su tono de alegría es auténtico.
Uf, eso es otra historia. Mejor no desviarnos del tema.
—No... bueno... ya te contaré
—Britt, al grano
—. Resulta que me ha preguntado por ti y...
—¿Por qué cuesta tanto decirlo?
—¿Y qué? —pregunta impaciente.
Cojo aire.
—Que Mike te está poniendo los cuernos.
Ya está. Ya lo he dicho.
—¿¿Perdona??
—Lo que has oído, Tina. Parece ser que lo ha visto varias veces en Barajas con otra.
Al otro lado de la red solo hay silencio. ¿Se habrá colgado el Skype? No, no es posible porque veo como Tina se mueve. Lo que pasa es que no reacciona. Ya sabía yo que se iba a liar.
—Y... ¿y no puede ser que haya imaginado algo que no es? —titubea de súbito. Está a punto de ponerse a llorar. Se está conteniendo, lo veo—. ¿Que solo fuera una amiga?
—No.
Ojalá pudiera estar ahora con ella, poder darle un abrazo y consolarla. Verla a través de una pantalla después de haberle soltado esta bomba es de lo más cruel
—. No, Tina, lo siento mucho. Ojalá fuera así, pero los ha visto juntos varias veces. Besándose.
No responde.
—Por eso no quería que fueras a Madrid —añado—. No es porque no quisiera que vieras la exposición, es porque cada vez que iba allí a prepararla aprovechaba para verse con ella.
Sigue sin decir nada, así que yo sigo parloteando.
—No vale la pena que te amargues por alguien como él...
Sé que esto no es más que un cliché, que es inevitable que se disguste, pero, ¿qué puede decirse en un caso así?
—. No te lo mereces.
—Ah, claro, yo no me merecía estar con alguien como él, ¿verdad? —dice irónica.
Eh, no. Quiero responderle que más bien todo lo contrario, pero no me escucha y sigue con su discurso.
—Y como no me lo merecía —dice con furia—, no ha de extrañarme de que me haya engañado.
¿De qué va esto? ¿Va a enfadarse conmigo? No lo pillo.
—Yo no he dicho eso. No te entiendo, Tina... —protesto.
Las lágrimas le caen por las mejillas.
—¡Claro que no lo entiendes! No tienes ni idea de lo que he llegado a hacer por él —dice desconsolada—. Qué un tío como él se hubiera fijado en alguien como yo... sabía que era cuestión de tiempo que esto pasara... que se fijaría en otras... por eso hice todo lo que me pidió... para retenerlo... para que no me dejara...
—¡No puedes pensar eso! ¡Tú vales muchísimo!
—No, Britt, yo no valgo nada... —se tapa la cara con las manos.
Avergonzada. Algo va mal. Esto no es solo por Mike. No es solo porque la haya engañado con otra. A Tina le pasa algo más, no es propio de ella infravalorarse así.
—¿Qué te pasa Tina? —digo calmadamente—. ¿Por qué dices eso?
—Britt, hice algo horrible —solloza—. Todo por él y, ¿para qué?
—Venga Tina, seguro que lo que hiciste no fue tan malo...
—Sí que lo fue.
—Aunque lo fuera —respondo tratando de quitarle importancia—, ya es pasado. Olvídalo.
—No puedo.
—¿Se puede saber que es eso tan horrible que hiciste? —le espeto exasperada.
Tina me mira sin decir nada.
—Pero bueno, ¿se puede saber qué es lo que has hecho? ¿Tan grave es que no me lo puedes contar ni siquiera a mí?
Se pasa la mano por el pelo, nerviosa.
—Mira, ya sé que desde que vine a Boston no hemos hablado mucho —y no ha sido precisamente por mi culpa—, pero somos amigas. Puedes contarme cualquier cosa.
—Cuando te lo cuente ya no seremos amigas.
Ahora me he perdido.
—¿De qué va esto? —estoy empezando a mosquearme—. ¿Qué pinto yo en esta historia?
—Verás, Britt, es que —su voz es apenas un susurro—, fue culpa mía que te despidiesen.
—¿¿¿QUÉ???
—Yo desfacturé a la pasajera del overbooking.
No. No puede ser verdad.
—Sí, es cierto, fui yo. Mike tenía que estar en Madrid urgentemente antes de las diez, tenía una reunión importante por lo de la exposición, pero el vuelo iba lleno. Viajaba con un billete de empleado, sin plaza confirmada y yo le había asegurado que el vuelo iba bien de plazas y que subiría sin problemas...
Recuerdo que Mike sí que subió en el vuelo. Y recuerdo lo mucho que me extrañó en aquel momento.
—Así que cuando llegó al aeropuerto —continúa—, me senté en el mostrador que habías dejado libre para ir al lavabo, desfacturé a una pasajera al azar y, rápidamente lo facturé a él.
No puedo creerlo.
—Por lo visto, tú no quitaste tu código y yo, con las prisas, no teclee el mío. Sabía que había hecho algo malo... por eso estaba tan disgustada ese día, tenía miedo de que me pillaran. No sabía que lo había hecho con tu código. Lo siento.
No sé qué decirle. Estoy furiosa.
—Cuando te despidieron me di cuenta de lo que había pasado, pero no me atreví a decir la verdad.
—¿Cómo pudiste dejar que me despidieran sabiendo que yo no había hecho nada? ¡Que era culpa tuya! —grito enfadada.
—Sé que es terrible, pero, al fin y al cabo, tú tienes a tus padres que te apoyan, vivías en un piso suyo —se excusa—. Yo estoy sola, tenía que pagar el alquiler... Tú podías apañártelas.
Pero éramos amigas. Yo confiaba en ella.
—Sé que no tengo perdón. Que no podrás volver a confiar en mí...
—¿Confiar en ti? —exclamo—. ¿Cómo no diste la cara por mí? ¿Sabes por todo lo que he pasado por tu culpa?
—Lo siento mucho, Britt, de verdad que lo siento. No hay día que pase que no me arrepienta de lo que hice.
—¿Y por qué no me lo contaste?
—Cuanto más tiempo pasaba, más difícil se hacía... Por eso me distancié de ti. Me sentía tan mal por lo que había hecho que no me atrevía a confesarte la verdad —admite.
La cabeza me da vueltas y solo puedo pensar en una cosa:
Santana.
—¿Sabes el daño que me has hecho, Tina? —digo conteniéndome.
—Lo sé, de verdad...
—¡¡Por tu culpa he perdido a Santana!! —estallo.
—¿Quién es Santana?
—Santana, es la chica con la que estaba saliendo, es la pasajera del overbooking, coincidimos en el vuelo hacia Boston y nos gustamos. La quería, ¿sabes? ¡Y ella me quería a mí! —grito furibunda—. Vi la reclamación que escribió el día del altercado y me enfadé. Pensaba que ella tenía la culpa de lo que me había pasado. Pero ya sé que ella no fue el culpable —siseo—: fuiste tú.
Me mira apenada.
—Britt, yo...
—¿Tú qué? ¿Que lo sientes? —bufo.
—Sí.
—Más lo siento yo —dicho esto, corto la conexión y apago el ordenador. Me recuesto en la cama y, en la soledad de mi cuarto, me derrumbo.
Encajando las piezas del puzzle
El paseo a casa desde el Fairmont —me sentía incapaz de meterme en un vagón abarrotado de gente y asarme de calor en el metro— me sienta de maravilla. Necesitaba sentir el aire helado en la cara para pensar con claridad y despejar la mente. Todavía no ha nevado en Boston pero las bajas temperaturas anuncian que el invierno ya está aquí.
Al llegar a casa, me he puesto mi nuevo pijama de cuadros escoceses de Victoria’s Secret, me he tomado un ibuprofeno y me he apoltronado en el sofá con una botella de agua mineral en la mano. Mañana es domingo y por suerte podré descansar porque la resaca que voy a tener será monumental.
Kurt y Eddie —que sigue en casa desde ayer— han decidido aplazar sus juegos amatorios para más tarde y escuchan atentamente mi historia como si fuera una radionovela. ¡Oye, que solo les falta un bol de palomitas! Están callados, prestando atención a todos los detalles y Kurt me hace muecas de vez en cuando.
Aún no hadicho nada pero sé que está esperando el momento. El momento de
decirme: «Te lo dije». Lo peor de todo es que tiene razón. Todas y cada una de sus palabras han sido ciertas.
—Y eso es todo —digo para zanjar el tema. Casi no he pronunciado estas últimas palabras cuando Kurt abre la boca
—.Tú, chitón, que ya sé lo que me vas a decir. Y tienes razón. Pero ahora no estoy para sermones.
Eddie asiente.
—Tiene razón, Kurt. Lo que Britt necesita es un poco de apoyo moral, ¿sabes?
Lo miro agradecida. ¿Es posible que hace un par de días me cayese mal? ¡Si este chico es un encanto! Sonrío satisfecha.
Kurt frunce el ceño pero cede.
—¡Está bien, está bien! Tenéis razón —admite.
Tengo la boca seca. Cojo la botella y me bebo casi la mitad de golpe, necesito rehidratar mi cuerpo.
—¡Por cierto! —exclama Kurt de pronto—, ¿qué vas a hacer con lo de Tina?
¡Uy! Estaba tan inmersa en mis propios problemas que por poco me olvido de que Mike le está poniendo los cuernos. Menudo papelón tengo yo ahora... como si no hubiera tenido ya bastante por hoy.
—Voy a decírselo, ¿qué otra cosa puedo hacer?
—Fácil: no decírselo —responde Kurt tan pancho.
—¡Anda ya! ¿Es que a ti te gustaría que yo te mintiera si Eddie —me giro hacia él y le hago un gesto de disculpa— te estuviera engañando con otro?
Se lo piensa por un instante, pero permanece firme en su convicción.
—Omitir una información no es mentir —sentencia.
Eddie y yo nos miramos, incrédulos.
—Es verdad —insiste—. Y, además, ¿no me has dicho que desde que llegaste a Boston cada vez has tenido menos y menos contacto con ella?
Asiento.
—¿Qué quieres? ¿Cargarte del todo vuestra amistad?
—¿Es que tú te enfadarías conmigo si te contara que Eddie te está poniendo los cuernos?
—¡Pues claro!
—Pero, ¿qué dices? —No entiendo nada. ¿Serán los efectos del alcohol que aún corre por mis venas?—. ¿Y qué culpa tendría yo?
—Ninguna. Pero si tu amiguita Tina se parece en algo a mí y está tan colgada del tal Mike como yo de Eddie —se miran acaramelados y se besan. ¡Puaj! Los odio cuando se ponen empalagosos—, estoy segura de que no querrá creérselo. Al menos al principio.
Desde que llegué a Boston, me da la sensación de que Tina se ha distanciado a propósito de mí y no entiendo el motivo. Solo faltaría que se enfadara por esto.
—Pues es lo que hay. No voy a ocultárselo y dejar que siga saliendo con un capullo.
—¿Y no sería mejor decírselo en persona cuando vayas a casa en Navidad? —sugiere Eddie.
—¿Y mientras que siga con él? Ni hablar.
—Tú misma —zanja Kurt—. ¡Pero luego no digas que no te lo dije!
Los tres soltamos una carcajada. ¡Si Kurt no lo dice, revienta! Un par de horas más tarde me encierro en la habitación. En España son las tres de la tarde. Teniendo en cuenta que es sábado y que por las tardes salen muy pocos vuelos desde Manises tengo alguna esperanza de que Tina esté en casa, así que conecto el Skype. Veo que el usuario Tina_CC está conectado. Le doy al botón.
Llamando.
Nada. Que no descuelga. Igual no está delante del ordenador y no lo oye.
Segundo intento.
Llamando.
Y seguimos igual. O no lo oye o no lo quiere oír. Pues voy a mandarle un whatsapp para que sepa que la estoy llamando.
Te estoy llamando por el Skype. ¿Estás en casa? Es importante.
Doble check. Y sin respuesta. Espero un minuto. Su estado es «en línea». ¿Por qué no contesta?
Lo intento de nuevo.
Tina, en serio. Tenemos que hablar. Dime si estás en casa y te llamo.
Que no hay manera. Uf, estoy empezando a cabrearme. ¿Qué demonios le pasa? ¿Desde cuándo no quiere hablar conmigo? Con su mejor amiga. Al menos eso era antes. Esto es el colmo, voy a lanzarle un ultimátum.
MÁS TE VALE DAR SEÑALES DE VIDA.
El efecto es inmediato. Tina_CC me está llamando.
Descuelgo y, al cabo de un par de segundos, su imagen aparece en mi pantalla. Impecablemente maquillada y peinada, como siempre, pero hay algo raro en su expresión. Le pasa algo.
Respiro hondo antes de hablar porque lo que menos deseo en este momento es iniciar una discusión, lo que tengo que decirle es mucho más importante.
—¡Hola! Estaba en el comedor y no había escuchado las llamadas —se disculpa.
Ya. Y yo voy y me lo creo. En fin, dejaremos eso para otro momento.
—No pasa nada. Te he echado de menos —no puedo evitar añadir.
Y es cierto. Kurt es un gran amigo y soy feliz viviendo con él pero estos últimos días me hubiera gustado poder contar con Tina. Hemos sido amigas tantos años... no quiero que dejemos de ser amigas solo porque hay una diferencia horaria de seis horas y un océano de por medio. No. Yo quiero saber de ella, que me cuente sus cosas, poder ayudarla con sus problemas... Buf, ahora mismo estoy a punto de crearle uno. Y bien gordo. Espero que no reaccione como Kurt ha predicho.
—Yo también —admite—. Es que he ido muy liada.
No respondo. No puedo evitarlo, es que no me lo creo. Y antes que soltar una bordería prefiero mantener la boquita cerrada.
—Y, ¿cómo va todo? —dice en un tono alegre y absolutamente falso—. ¿Qué tal con esa chica que me contaste? ¿Sigues saliendo con ella?
—Eh... no, lo hemos dejado —titubeo—. Ya te contaré. En realidad, te llamaba por otra cosa.
—Te escucho —responde secamente.
—Pues... esto... verás... —A ver por dónde empiezo. Será mejor que lo suelte todo de carrerilla. Así, sin pensar—. Artie tenía ayer línea a Boston. Hoy hemos comido juntos y hemos estado charlando. Y resulta que...
—¿No me digas que por fin te lo has hecho con él? —está vez su tono de alegría es auténtico.
Uf, eso es otra historia. Mejor no desviarnos del tema.
—No... bueno... ya te contaré
—Britt, al grano
—. Resulta que me ha preguntado por ti y...
—¿Por qué cuesta tanto decirlo?
—¿Y qué? —pregunta impaciente.
Cojo aire.
—Que Mike te está poniendo los cuernos.
Ya está. Ya lo he dicho.
—¿¿Perdona??
—Lo que has oído, Tina. Parece ser que lo ha visto varias veces en Barajas con otra.
Al otro lado de la red solo hay silencio. ¿Se habrá colgado el Skype? No, no es posible porque veo como Tina se mueve. Lo que pasa es que no reacciona. Ya sabía yo que se iba a liar.
—Y... ¿y no puede ser que haya imaginado algo que no es? —titubea de súbito. Está a punto de ponerse a llorar. Se está conteniendo, lo veo—. ¿Que solo fuera una amiga?
—No.
Ojalá pudiera estar ahora con ella, poder darle un abrazo y consolarla. Verla a través de una pantalla después de haberle soltado esta bomba es de lo más cruel
—. No, Tina, lo siento mucho. Ojalá fuera así, pero los ha visto juntos varias veces. Besándose.
No responde.
—Por eso no quería que fueras a Madrid —añado—. No es porque no quisiera que vieras la exposición, es porque cada vez que iba allí a prepararla aprovechaba para verse con ella.
Sigue sin decir nada, así que yo sigo parloteando.
—No vale la pena que te amargues por alguien como él...
Sé que esto no es más que un cliché, que es inevitable que se disguste, pero, ¿qué puede decirse en un caso así?
—. No te lo mereces.
—Ah, claro, yo no me merecía estar con alguien como él, ¿verdad? —dice irónica.
Eh, no. Quiero responderle que más bien todo lo contrario, pero no me escucha y sigue con su discurso.
—Y como no me lo merecía —dice con furia—, no ha de extrañarme de que me haya engañado.
¿De qué va esto? ¿Va a enfadarse conmigo? No lo pillo.
—Yo no he dicho eso. No te entiendo, Tina... —protesto.
Las lágrimas le caen por las mejillas.
—¡Claro que no lo entiendes! No tienes ni idea de lo que he llegado a hacer por él —dice desconsolada—. Qué un tío como él se hubiera fijado en alguien como yo... sabía que era cuestión de tiempo que esto pasara... que se fijaría en otras... por eso hice todo lo que me pidió... para retenerlo... para que no me dejara...
—¡No puedes pensar eso! ¡Tú vales muchísimo!
—No, Britt, yo no valgo nada... —se tapa la cara con las manos.
Avergonzada. Algo va mal. Esto no es solo por Mike. No es solo porque la haya engañado con otra. A Tina le pasa algo más, no es propio de ella infravalorarse así.
—¿Qué te pasa Tina? —digo calmadamente—. ¿Por qué dices eso?
—Britt, hice algo horrible —solloza—. Todo por él y, ¿para qué?
—Venga Tina, seguro que lo que hiciste no fue tan malo...
—Sí que lo fue.
—Aunque lo fuera —respondo tratando de quitarle importancia—, ya es pasado. Olvídalo.
—No puedo.
—¿Se puede saber que es eso tan horrible que hiciste? —le espeto exasperada.
Tina me mira sin decir nada.
—Pero bueno, ¿se puede saber qué es lo que has hecho? ¿Tan grave es que no me lo puedes contar ni siquiera a mí?
Se pasa la mano por el pelo, nerviosa.
—Mira, ya sé que desde que vine a Boston no hemos hablado mucho —y no ha sido precisamente por mi culpa—, pero somos amigas. Puedes contarme cualquier cosa.
—Cuando te lo cuente ya no seremos amigas.
Ahora me he perdido.
—¿De qué va esto? —estoy empezando a mosquearme—. ¿Qué pinto yo en esta historia?
—Verás, Britt, es que —su voz es apenas un susurro—, fue culpa mía que te despidiesen.
—¿¿¿QUÉ???
—Yo desfacturé a la pasajera del overbooking.
No. No puede ser verdad.
—Sí, es cierto, fui yo. Mike tenía que estar en Madrid urgentemente antes de las diez, tenía una reunión importante por lo de la exposición, pero el vuelo iba lleno. Viajaba con un billete de empleado, sin plaza confirmada y yo le había asegurado que el vuelo iba bien de plazas y que subiría sin problemas...
Recuerdo que Mike sí que subió en el vuelo. Y recuerdo lo mucho que me extrañó en aquel momento.
—Así que cuando llegó al aeropuerto —continúa—, me senté en el mostrador que habías dejado libre para ir al lavabo, desfacturé a una pasajera al azar y, rápidamente lo facturé a él.
No puedo creerlo.
—Por lo visto, tú no quitaste tu código y yo, con las prisas, no teclee el mío. Sabía que había hecho algo malo... por eso estaba tan disgustada ese día, tenía miedo de que me pillaran. No sabía que lo había hecho con tu código. Lo siento.
No sé qué decirle. Estoy furiosa.
—Cuando te despidieron me di cuenta de lo que había pasado, pero no me atreví a decir la verdad.
—¿Cómo pudiste dejar que me despidieran sabiendo que yo no había hecho nada? ¡Que era culpa tuya! —grito enfadada.
—Sé que es terrible, pero, al fin y al cabo, tú tienes a tus padres que te apoyan, vivías en un piso suyo —se excusa—. Yo estoy sola, tenía que pagar el alquiler... Tú podías apañártelas.
Pero éramos amigas. Yo confiaba en ella.
—Sé que no tengo perdón. Que no podrás volver a confiar en mí...
—¿Confiar en ti? —exclamo—. ¿Cómo no diste la cara por mí? ¿Sabes por todo lo que he pasado por tu culpa?
—Lo siento mucho, Britt, de verdad que lo siento. No hay día que pase que no me arrepienta de lo que hice.
—¿Y por qué no me lo contaste?
—Cuanto más tiempo pasaba, más difícil se hacía... Por eso me distancié de ti. Me sentía tan mal por lo que había hecho que no me atrevía a confesarte la verdad —admite.
La cabeza me da vueltas y solo puedo pensar en una cosa:
Santana.
—¿Sabes el daño que me has hecho, Tina? —digo conteniéndome.
—Lo sé, de verdad...
—¡¡Por tu culpa he perdido a Santana!! —estallo.
—¿Quién es Santana?
—Santana, es la chica con la que estaba saliendo, es la pasajera del overbooking, coincidimos en el vuelo hacia Boston y nos gustamos. La quería, ¿sabes? ¡Y ella me quería a mí! —grito furibunda—. Vi la reclamación que escribió el día del altercado y me enfadé. Pensaba que ella tenía la culpa de lo que me había pasado. Pero ya sé que ella no fue el culpable —siseo—: fuiste tú.
Me mira apenada.
—Britt, yo...
—¿Tú qué? ¿Que lo sientes? —bufo.
—Sí.
—Más lo siento yo —dicho esto, corto la conexión y apago el ordenador. Me recuesto en la cama y, en la soledad de mi cuarto, me derrumbo.
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Capítulo 15
Ahora es tarde
El domingo amanece tan gris como mi estado de ánimo. Las nubes cubren el cielo, el mar está embravecido y las temperaturas han bajado tanto que, incluso con la calefacción encendida, apenas siento los pies. Vago por la casa como un alma en pena, sin rumbo fijo, del sofá a la cama y de la cama al sofá. Sorprendentemente, ni siquiera tengo ganas de comer.
Además, estoy sola porque Kurt ha ido a pasar el día con la familia de Eddie. Hoy es su presentación oficial. Esta mañana ha salido de casa hecho un manojo de nervios y le he deseado suerte, pero sé que no la necesita, van a adorarlo, igual que yo.
Eddie, que definitivamente ha salido de mi lista negra, ha tenido la deferencia de invitarme a mí también, pero lo cierto es que no me apetecía. Tengo tanto en que pensar que necesitaba un poco de tranquilidad para reflexionar sobre lo acontecido en estos últimos meses.
Intento poner en orden mis pensamientos, pero no sé por donde empezar. ¡Hay tantas piezas por encajar! Santana y el overbooking en el vuelo a Madrid, el despido, el viaje a Boston y el trabajo en la librería, Kurt y mi traslado a su piso, el rencuentro con Santana y nuestra incipiente relación, la ruptura al descubrir la reclamación, la cita con Artie, los cuernos de Mike a Tina y la revelación de que ella es la culpable de esta serie de catastróficas desdichas.
Exacto. Tina es el desencadenante de todo. Si ella nunca hubiera desfacturado a Santana, nada de esto habría pasado. Y si, al menos, hubiera confesado la verdad, también se podría haber evitado. Si no hubiera cometido esa infracción...
Si no hubiera cometido esa infracción, no viviría en Estados Unidos, algo que siempre soñé, no habría hecho buenos amigos y no habría estado con Santana.
De todo lo que ha pasado en estos meses, hay una cosa que lamento por encima de todas, y de la que no sé si me recuperaré. No sé si voy a superar el haber perdido a Santana. Lo demás es absolutamente secundario. Pero perderla a ella...
La echo tanto de menos: sus besos, sus caricias, sus bromas... ¡Todo! Y, lo peor, es que siento que es culpa mía. No quise escucharle. Ignoré sus explicaciones y no quise ponerme en su lugar. ¡Si ni siquiera sé qué era eso tan importante que tenía que hacer aquel día en Madrid! Y ahora es tarde, demasiado tarde.
Ahora, está con otra.
Me recuesto en el sofá y enciendo la tele, están haciendo los nuevos capítulos de Big Bang Theory, pero ni Sheldon hablando en Klingon consigue arrancarme una sonrisa.
Empiezo a hacer zapping y me detengo al encontrarme con la repetición del último Capítulo de Sexo en Nueva York. Lo he visto miles de veces, pero no deja de emocionarme: Carrie está en París con su ruso y, Mr. Big, a pesar de todo lo que ha hecho a lo largo de los años y de que ella está con otro, va a buscarla.
Porque ella es la única.
Entonces, algo se enciende en mi interior y, de pronto, tengo clarísimo, lo que he de hacer.
Me visto en un abrir y cerrar de ojos y, casi sin pensar, salgo corriendo de casa. Bajo los escalones del portal de dos en dos. En la calle hace frío pero yo no lo noto. El corazón me late con fuerza al pensar que estas últimas semanas pueden quedar atrás. Que no hayan sido nada más que un mal sueño. Acelero el paso y me dirijo al metro. «No hay tiempo que perder», me digo ilusionada.
Toda mi energía y positividad desaparecen en cuanto llego a su portal. Me detengo en la puerta y, por un segundo, el miedo me paraliza, pero esta vez no me voy a acobardar. Por una vez en la vida voy a pelear por algo que quiero. Empujo la puerta y avanzo con paso firme hacia el interior. Veo que Gary, el adorable abuelito que trabaja como portero, me hace señas, pero ahora no puedo pararme a hablar.
Lo saludo con la mano y me meto en el ascensor.
Llamo al timbre sin pensar. Al cabo de unos minutos y, al ver que no contesta, llamo de nuevo. Nada. Pego la oreja a la puerta para ver si escucho algo. Puede que esté en el baño y no lo haya oído. Llamo una vez más. Pasados unos minutos me doy cuenta de que no hay nadie, pero eso no impide que, desesperada, me ponga a llamar como una loca una y otra vez al timbre.
No sirve de nada. Está claro que no hay nadie. Me derrumbo y me siento sobre el frío suelo de mármol. Esperaré lo que haga falta. Quince minutos más tarde no lo soporto y decido llamarla.
No llega a dar ni un tono y me salta el contestador. ¡Ah, no!, no es un contestador... no entiendo muy bien el mensaje en inglés, pero me da la sensación de que dice que el número al que llamo no está operativo.
No lo entiendo.
Entonces me doy cuenta de que el ascensor está subiendo.
Rápidamente me pongo de pie y me recoloco el pelo. El ascensor se detiene. De repente me noto la boca seca. No sé qué voy a decirle cuando la tenga frente a mí. Cuando se abren las puertas, observo boquiabierta a la persona que hay en su interior y que no es Santana.
—¿Gary?
—Buenas tardes, señorita —dice amablemente—. Como veía que no bajaba me he decidido a venir a buscarla.
—Ya... bueno... solo estoy esperando a... —señalo la puerta de Santana con la mano.
—Lo sé. Por eso mismo.
—¡Por Dios! Me conoce de sobra. Me ha visto venir a su casa en varias ocasiones, ¿qué hay de malo en que le espere aquí?
Me mira apenado.
—No hay nada de malo.
—¿Entonces? ¿Cuál es el problema? —exclamo exasperada.
No entiendo nada.
—Verá... la señorita López se ha marchado.
—Ya. Eso ya lo veo. Por eso lo estoy esperando. ¿Sabe cuándo volverá? Pienso esperarla lo que haga falta.
Ahora no voy a echarme atrás. No me importa cuantas horas tenga que pasar en este maldito rellano.
Gary juguetea con los dedos, nervioso.
—Eso es lo que subía a decirle... no creo que vuelva hoy.
¿De qué habla?
—Se ha marchado. A España. Hace dos horas que se fue al aeropuerto.
Estoy apunto de desplomarme en el suelo cuando lo escucho decir eso. Pero Gary, a pesar de su avanzada edad, se las arregla para sostenerme. No decimos nada. Gary me acaricia suavemente la espalda, tratando de reconfortarme, pero es inútil. Me acompaña hasta el ascensor y bajamos en silencio. Una vez que llegamos al portal me despido de él con un beso en la mejilla y, aguantando las lágrimas, salgo a la calle.
Miro al cielo y veo que está empezando a nevar. Observo extasiada cómo caen los primeros copos. La primera nevada del año.
¿Y si fuera a buscarla al aeropuerto? No, es inútil, cuando llegue su vuelo ya habrá salido. Y si la nieve sigue cayendo el tráfico colapsará las carreteras. Esta vez, sí que he llegado tarde de verdad.
Tengo un nudo en la garganta, pero me niego a llorar. Cierro los ojos y me abandono al frío que me envuelve. Cojo aire y lo suelto lentamente, tratando de relajarme para pensar con claridad. No puedo darme por vencida, tiene que haber alguna manera... Pero no, no la hay. Salvo que... ¡claro! ¿Cómo no se me había ocurrido?
Sonrío al pensar que vuelvo a tener algo a lo que aferrarme.
Abro el bolso y saco el móvil. Esta llamada internacional va a costarme una fortuna, pero, si obtengo lo que quiero, habrá valido la pena.
—¿Diga?
—Tina, no hay tiempo que perder, necesito que me hagas un favor.
—¡Britt! ¡Creí que no querrías volver a saber nada de mí! —chilla alborozada—. Oh, no sabes lo mal que...
—Tina —la interrumpo—, esto es en serio, no hay tiempo.
—Pero...
—Calla y escucha. Necesito que me hagas un favor —replico solemnemente
—¡Lo que sea, Britt! Sabes que haría cualquier cosa y aun más después de lo que te hice... —se lamenta.
—Pues tienes que volver a hacerlo.
—¿Volver a hacer el qué?
—Volver a desfacturar a Santana —digo impaciente—, pero esta vez, evidentemente, lo harás con tu código.
—¿Qué?
—¡Lo que has oído! La única compañía con vuelos directos es la nuestra, así que mira a ver cual es el próximo de Boston a Madrid y hazlo —digo tajante—. Espero que estés en el aeropuerto trabajando porque si no vas a tener que conseguir a alguien que esté allí para que lo haga por ti ¡y rápido!
—No lo entiendo, Britt. ¿Para qué?
—He ido a buscar a Santana a su casa para intentar arreglar las cosas. Ya no estaba. Me ha dicho el portero que se ha marchado. Está en el aeropuerto. Se vuelve a Valencia —suelto de carrerilla casi sin respirar—. Voy a buscarla pero no sé si llegaré a tiempo, así que necesito que te asegures de que no sube a ese avión, ¿entiendes?
No responde.
—Es mi última oportunidad. Ha dado de baja su móvil. No tengo manera de contactar con ella. Si vuelve a Valencia quizá no vuelva a verla.
—Pero... ¿y si el vuelo no tiene overbooking? ¿Y si con desfacturarla no es suficiente? ¿Cómo voy a retenerla en tierra?
—¡Joder, Tina no lo sé! —grito histérica—. Por Dios, dime que estás en el aeropuerto y que vas a intentarlo al menos...
—Sí, por suerte estoy aquí. Estoy en la ventanilla de venta de billetes y no hay nadie comprando ahora mismo, así que al menos podré hacerlo con tranquilidad y sin que nadie me vea.
—¡¡Pues venga!! ¿A qué esperas?
—Ya voy, ya voy...
Paro un taxi que pasa por la calle.
—Al aeropuerto Logan, por favor —le digo educadamente al conductor:
—¿A qué terminal, señorita? —pregunta amablemente mientras arranca.
—Tina, ¿cuál es la terminal de los vuelos de Air Espania en Boston? —Me giro hacia el taxista—: Un segundo y le digo.
—Espera que lo mire —la escucho teclear—, ah, sí, ¡la B!
—A la terminal B, por favor...
El conductor acelera. Por favor, por favor, por favor, tengo que llegar a tiempo. No puede ser demasiado tarde.
—Britt...
—¿Sí? —digo esperanzada.
—¡¡Tiene overbooking!! —Gracias, gracias, gracias—. Hay una lista de espera que te mueres.
—¿De verdad?
—Ajá. —Casi puedo imaginármela sonriendo.
—¿Sabes que te la estas jugando? Si pone otra reclamación podrían despedirte a ti esta vez.
—Sí, pero te mereces que me la juegue por ti. Siento mucho todo lo que ha pasado.
—Lo sé.
—Mike no merecía lo que hice por él, pero tú sí lo mereces. ¿Me perdonas?
—Ya hemos llegado. Son treinta dólares —me comunica el conductor mientras para junto a la entrada de la terminal.
—Te perdono —digo mientras saco el dinero del bolso y pago apresuradamente—, de corazón.
Suspira aliviada.
—Ahora tengo que dejarte, ¡tengo una misión que cumplir!
—Asegúrate de que esta vez no pone ninguna reclamación. ¡Tengo que pagar el alquiler! —la escucho decir antes de colgar y no puedo evitar sonreír al pensar que quizá haya recuperado a mi amiga.
Ahora es tarde
El domingo amanece tan gris como mi estado de ánimo. Las nubes cubren el cielo, el mar está embravecido y las temperaturas han bajado tanto que, incluso con la calefacción encendida, apenas siento los pies. Vago por la casa como un alma en pena, sin rumbo fijo, del sofá a la cama y de la cama al sofá. Sorprendentemente, ni siquiera tengo ganas de comer.
Además, estoy sola porque Kurt ha ido a pasar el día con la familia de Eddie. Hoy es su presentación oficial. Esta mañana ha salido de casa hecho un manojo de nervios y le he deseado suerte, pero sé que no la necesita, van a adorarlo, igual que yo.
Eddie, que definitivamente ha salido de mi lista negra, ha tenido la deferencia de invitarme a mí también, pero lo cierto es que no me apetecía. Tengo tanto en que pensar que necesitaba un poco de tranquilidad para reflexionar sobre lo acontecido en estos últimos meses.
Intento poner en orden mis pensamientos, pero no sé por donde empezar. ¡Hay tantas piezas por encajar! Santana y el overbooking en el vuelo a Madrid, el despido, el viaje a Boston y el trabajo en la librería, Kurt y mi traslado a su piso, el rencuentro con Santana y nuestra incipiente relación, la ruptura al descubrir la reclamación, la cita con Artie, los cuernos de Mike a Tina y la revelación de que ella es la culpable de esta serie de catastróficas desdichas.
Exacto. Tina es el desencadenante de todo. Si ella nunca hubiera desfacturado a Santana, nada de esto habría pasado. Y si, al menos, hubiera confesado la verdad, también se podría haber evitado. Si no hubiera cometido esa infracción...
Si no hubiera cometido esa infracción, no viviría en Estados Unidos, algo que siempre soñé, no habría hecho buenos amigos y no habría estado con Santana.
De todo lo que ha pasado en estos meses, hay una cosa que lamento por encima de todas, y de la que no sé si me recuperaré. No sé si voy a superar el haber perdido a Santana. Lo demás es absolutamente secundario. Pero perderla a ella...
La echo tanto de menos: sus besos, sus caricias, sus bromas... ¡Todo! Y, lo peor, es que siento que es culpa mía. No quise escucharle. Ignoré sus explicaciones y no quise ponerme en su lugar. ¡Si ni siquiera sé qué era eso tan importante que tenía que hacer aquel día en Madrid! Y ahora es tarde, demasiado tarde.
Ahora, está con otra.
Me recuesto en el sofá y enciendo la tele, están haciendo los nuevos capítulos de Big Bang Theory, pero ni Sheldon hablando en Klingon consigue arrancarme una sonrisa.
Empiezo a hacer zapping y me detengo al encontrarme con la repetición del último Capítulo de Sexo en Nueva York. Lo he visto miles de veces, pero no deja de emocionarme: Carrie está en París con su ruso y, Mr. Big, a pesar de todo lo que ha hecho a lo largo de los años y de que ella está con otro, va a buscarla.
Porque ella es la única.
Entonces, algo se enciende en mi interior y, de pronto, tengo clarísimo, lo que he de hacer.
Me visto en un abrir y cerrar de ojos y, casi sin pensar, salgo corriendo de casa. Bajo los escalones del portal de dos en dos. En la calle hace frío pero yo no lo noto. El corazón me late con fuerza al pensar que estas últimas semanas pueden quedar atrás. Que no hayan sido nada más que un mal sueño. Acelero el paso y me dirijo al metro. «No hay tiempo que perder», me digo ilusionada.
Toda mi energía y positividad desaparecen en cuanto llego a su portal. Me detengo en la puerta y, por un segundo, el miedo me paraliza, pero esta vez no me voy a acobardar. Por una vez en la vida voy a pelear por algo que quiero. Empujo la puerta y avanzo con paso firme hacia el interior. Veo que Gary, el adorable abuelito que trabaja como portero, me hace señas, pero ahora no puedo pararme a hablar.
Lo saludo con la mano y me meto en el ascensor.
Llamo al timbre sin pensar. Al cabo de unos minutos y, al ver que no contesta, llamo de nuevo. Nada. Pego la oreja a la puerta para ver si escucho algo. Puede que esté en el baño y no lo haya oído. Llamo una vez más. Pasados unos minutos me doy cuenta de que no hay nadie, pero eso no impide que, desesperada, me ponga a llamar como una loca una y otra vez al timbre.
No sirve de nada. Está claro que no hay nadie. Me derrumbo y me siento sobre el frío suelo de mármol. Esperaré lo que haga falta. Quince minutos más tarde no lo soporto y decido llamarla.
No llega a dar ni un tono y me salta el contestador. ¡Ah, no!, no es un contestador... no entiendo muy bien el mensaje en inglés, pero me da la sensación de que dice que el número al que llamo no está operativo.
No lo entiendo.
Entonces me doy cuenta de que el ascensor está subiendo.
Rápidamente me pongo de pie y me recoloco el pelo. El ascensor se detiene. De repente me noto la boca seca. No sé qué voy a decirle cuando la tenga frente a mí. Cuando se abren las puertas, observo boquiabierta a la persona que hay en su interior y que no es Santana.
—¿Gary?
—Buenas tardes, señorita —dice amablemente—. Como veía que no bajaba me he decidido a venir a buscarla.
—Ya... bueno... solo estoy esperando a... —señalo la puerta de Santana con la mano.
—Lo sé. Por eso mismo.
—¡Por Dios! Me conoce de sobra. Me ha visto venir a su casa en varias ocasiones, ¿qué hay de malo en que le espere aquí?
Me mira apenado.
—No hay nada de malo.
—¿Entonces? ¿Cuál es el problema? —exclamo exasperada.
No entiendo nada.
—Verá... la señorita López se ha marchado.
—Ya. Eso ya lo veo. Por eso lo estoy esperando. ¿Sabe cuándo volverá? Pienso esperarla lo que haga falta.
Ahora no voy a echarme atrás. No me importa cuantas horas tenga que pasar en este maldito rellano.
Gary juguetea con los dedos, nervioso.
—Eso es lo que subía a decirle... no creo que vuelva hoy.
¿De qué habla?
—Se ha marchado. A España. Hace dos horas que se fue al aeropuerto.
Estoy apunto de desplomarme en el suelo cuando lo escucho decir eso. Pero Gary, a pesar de su avanzada edad, se las arregla para sostenerme. No decimos nada. Gary me acaricia suavemente la espalda, tratando de reconfortarme, pero es inútil. Me acompaña hasta el ascensor y bajamos en silencio. Una vez que llegamos al portal me despido de él con un beso en la mejilla y, aguantando las lágrimas, salgo a la calle.
Miro al cielo y veo que está empezando a nevar. Observo extasiada cómo caen los primeros copos. La primera nevada del año.
¿Y si fuera a buscarla al aeropuerto? No, es inútil, cuando llegue su vuelo ya habrá salido. Y si la nieve sigue cayendo el tráfico colapsará las carreteras. Esta vez, sí que he llegado tarde de verdad.
Tengo un nudo en la garganta, pero me niego a llorar. Cierro los ojos y me abandono al frío que me envuelve. Cojo aire y lo suelto lentamente, tratando de relajarme para pensar con claridad. No puedo darme por vencida, tiene que haber alguna manera... Pero no, no la hay. Salvo que... ¡claro! ¿Cómo no se me había ocurrido?
Sonrío al pensar que vuelvo a tener algo a lo que aferrarme.
Abro el bolso y saco el móvil. Esta llamada internacional va a costarme una fortuna, pero, si obtengo lo que quiero, habrá valido la pena.
—¿Diga?
—Tina, no hay tiempo que perder, necesito que me hagas un favor.
—¡Britt! ¡Creí que no querrías volver a saber nada de mí! —chilla alborozada—. Oh, no sabes lo mal que...
—Tina —la interrumpo—, esto es en serio, no hay tiempo.
—Pero...
—Calla y escucha. Necesito que me hagas un favor —replico solemnemente
—¡Lo que sea, Britt! Sabes que haría cualquier cosa y aun más después de lo que te hice... —se lamenta.
—Pues tienes que volver a hacerlo.
—¿Volver a hacer el qué?
—Volver a desfacturar a Santana —digo impaciente—, pero esta vez, evidentemente, lo harás con tu código.
—¿Qué?
—¡Lo que has oído! La única compañía con vuelos directos es la nuestra, así que mira a ver cual es el próximo de Boston a Madrid y hazlo —digo tajante—. Espero que estés en el aeropuerto trabajando porque si no vas a tener que conseguir a alguien que esté allí para que lo haga por ti ¡y rápido!
—No lo entiendo, Britt. ¿Para qué?
—He ido a buscar a Santana a su casa para intentar arreglar las cosas. Ya no estaba. Me ha dicho el portero que se ha marchado. Está en el aeropuerto. Se vuelve a Valencia —suelto de carrerilla casi sin respirar—. Voy a buscarla pero no sé si llegaré a tiempo, así que necesito que te asegures de que no sube a ese avión, ¿entiendes?
No responde.
—Es mi última oportunidad. Ha dado de baja su móvil. No tengo manera de contactar con ella. Si vuelve a Valencia quizá no vuelva a verla.
—Pero... ¿y si el vuelo no tiene overbooking? ¿Y si con desfacturarla no es suficiente? ¿Cómo voy a retenerla en tierra?
—¡Joder, Tina no lo sé! —grito histérica—. Por Dios, dime que estás en el aeropuerto y que vas a intentarlo al menos...
—Sí, por suerte estoy aquí. Estoy en la ventanilla de venta de billetes y no hay nadie comprando ahora mismo, así que al menos podré hacerlo con tranquilidad y sin que nadie me vea.
—¡¡Pues venga!! ¿A qué esperas?
—Ya voy, ya voy...
Paro un taxi que pasa por la calle.
—Al aeropuerto Logan, por favor —le digo educadamente al conductor:
—¿A qué terminal, señorita? —pregunta amablemente mientras arranca.
—Tina, ¿cuál es la terminal de los vuelos de Air Espania en Boston? —Me giro hacia el taxista—: Un segundo y le digo.
—Espera que lo mire —la escucho teclear—, ah, sí, ¡la B!
—A la terminal B, por favor...
El conductor acelera. Por favor, por favor, por favor, tengo que llegar a tiempo. No puede ser demasiado tarde.
—Britt...
—¿Sí? —digo esperanzada.
—¡¡Tiene overbooking!! —Gracias, gracias, gracias—. Hay una lista de espera que te mueres.
—¿De verdad?
—Ajá. —Casi puedo imaginármela sonriendo.
—¿Sabes que te la estas jugando? Si pone otra reclamación podrían despedirte a ti esta vez.
—Sí, pero te mereces que me la juegue por ti. Siento mucho todo lo que ha pasado.
—Lo sé.
—Mike no merecía lo que hice por él, pero tú sí lo mereces. ¿Me perdonas?
—Ya hemos llegado. Son treinta dólares —me comunica el conductor mientras para junto a la entrada de la terminal.
—Te perdono —digo mientras saco el dinero del bolso y pago apresuradamente—, de corazón.
Suspira aliviada.
—Ahora tengo que dejarte, ¡tengo una misión que cumplir!
—Asegúrate de que esta vez no pone ninguna reclamación. ¡Tengo que pagar el alquiler! —la escucho decir antes de colgar y no puedo evitar sonreír al pensar que quizá haya recuperado a mi amiga.
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Fecha de inscripción : 26/09/2013
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Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Capítulo 16
Como en las películas
Mi sonrisa se esfuma tan pronto entro en la terminal y la encuentro abarrotada. Con la Navidad tan cerca los vuelos van llenos. Mucha gente regresa a su país natal a pasar las fiestas con la familia, pero también hay mucho turismo. Hay demasiada gente, y hace calor.
La calefacción está muy fuerte y me reseca los ojos. Me los froto, pero lo único que consigo es empeorar la situación y que una lentilla se me mueva del sitio y me moleste.
Empiezo a pensar que toda esta historia de venir a buscarla ha sido una soberana estupidez. ¿Creía que nada más entrar al aeropuerto la encontraría y se arrojaría en mis brazos?
¡Qué ingenua soy! Ni siquiera en todas las comedias románticas lo consiguen.
No sé por dónde empezar. Supongo que lo mejor será que me acerque a los mostradores de facturación de Air Espania. Al llegar allí veo que ya no están abiertos. Una chica está cerrando el mostrador de clase business y cuando me ve aproximarme me indica que no los abrirán hasta dentro de un par de horas para facturar el próximo vuelo a Madrid.
Me gustaría preguntarle por Santana. Si ha subido al avión finalmente o si la han cambiado para el próximo vuelo aunque sé que, le diga lo que le diga, no puede decirme nada.
Ley de Protección de Datos. Contra eso no puedo luchar. Podría llamar a Tina y que me lo dijera... Entonces caigo en la cuenta.
Me doy un golpe en la frente al percatarme.
—¡Seré imbécil!
Toda esta historia de desfacturarla para que no subiera al avión y yo la encontrase... ¿cómo no he caído en un pequeño e insignificante detalle que hace que aunque esté en lista de espera no la vaya a encontrar? Yo estoy en la zona de facturación y ella, le hayan dado plaza para este vuelo o para el próximo, estará en la zona de embarque.
¡Y yo no puedo entrar!
Noto que me empiezan a sudar las manos. Acabo de poner en peligro el trabajo de Tina. ¡Le he pedido que cometa una infracción grave y no va a servirme de nada! Sé que ella lo ha hecho sin dudar, que lo volvería a hacer si se lo pidiese. Sabe que hizo mal y haría cualquier cosa por arreglarlo. Pero no voy a encontrarla. Y aunque lo he pasado muy mal por culpa de lo que hizo, no quiero que ella pase por lo mismo.
¿Qué puedo hacer? Sé que está dentro, pero no quiero darme por vencida, así que recorro la terminal de arriba abajo una y otra vez hasta que, agotada, me siento y me echo a llorar. Al menos, las lágrimas conseguirán hidratar mis resecos ojos.
«Piensa, Britt, piensa», me repito una y otra vez. Tiene que haber alguna manera. Si ella está dentro y yo estoy fuera...
¡Eso es!
Vale, la única manera de que pueda entrar a buscarla es que compre un billete. Pienso en mi cuenta bancaria. He ahorrado algo estos meses, pensaba gastarlo en mi billete de vuelta a casa y en los regalos navideños, pero no podrá ser. Un billete de última hora puede ser caro. Da igual, compraré el billete más barato que tengan, sin importar el destino y listo. Total, no voy a gastarlo, el destino no importa, yo solo lo voy a utilizar para llegar hasta la zona de embarque.
Al llegar al mostrador veo que no hay mucha cola. Tan solo un matrimonio mayor delante de mí. Espero que no tarden mucho. Pero parece que la ley de Murphy se cumple a rajatabla conmigo.
Diez minutos después estoy desesperada porque no tienen pinta de ir a acabar pronto. Gruño impaciente y doy unos golpecitos en el suelo. Que se note que hay alguien esperando. Que se den un poco de prisa, que no tengo todo el día. No se dan por aludidos. Comparan precios y horarios de mil y un billetes y no se deciden. La compañera del mostrador también se lo toma con calma y los atiende pacientemente.
—Disculpen, ¿van a tardar mucho? —exclamo en mal tono quince minutos más tarde.
Estoy desesperada.
Los señores ni se inmutan y siguen a lo suyo. ¿Es que no se dan cuenta de que hay gente esperando?
—Y usted —espeto malhumorada dirigiéndome, esta vez, a la chica del mostrador—, ¿no puede darse un poco de prisa?
Sé que yo, menos que nadie, debería hablarle así a una empleada de una
línea aérea, pero ya no lo soporto más
—. ¿Es que no ve la cola que se está haciendo?
Al decir esto, me giro para mostrarle la cola que hay a mis espaldas, y la veo. Unas Panama Jack, vaqueros azul claro y un grueso jersey azul marino de Abercrombie. Va cargada con el chaquetón, una maleta grande de Samsonite y una bolsa de deporte al hombro. No puedo evitar percatarme de que la maleta lleva la etiqueta del equipaje facturado.
—¿No crees que deberías ser un poco más amable? —dice con voz seria—. Esa chica solo está tratando de hacer su trabajo.
—Yo... Es que... —las palabras no me salen de la boca—. Era urgente... Tenía prisa...
Se acerca a mí.
—Ah, pero ese no es motivo para ser maleducada.
Abro la boca pero la vuelvo a cerrar. Me coge del brazo y me saca de la cola. Simplemente el hecho de sentir su mano tocándome, tenerla tan cerca... Me estremezco.
—De todas formas —me susurra al oído—, si no estás contenta con el trato que te están dando siempre puedes poner una reclamación, ¿sabes?
No sonríe, pero puedo ver el brillo de sus ojos. No está enfadada. Sin soltarme ni un segundo, me lleva hacia un pequeño Dunkin Donuts que hay en medio del pasillo.
La observo en silencio: no puedo creer que esté aquí. Conmigo. Pide un par de cafés con leche y nos sentamos en una mesa. Cojo mi taza, le pongo dos sobres de azúcar y, a pesar del calor asfixiante que hace en el aeropuerto, la rodeo con
mis manos. Querría decir algo, pero no me siento capaz. ¿Por qué está aquí fuera y no en la zona de embarque esperando al próximo vuelo?
—¿Ibas a comprar el billete para volver a casa en Navidades?
—No... —me sonrojo al pensar en lo que iba a hacer.
—¿No? —pregunta extrañada—. ¿Y qué ibas a hacer entonces?
Me gusta verla así, con ese aspecto desenfadado y ese tono bromista. Pensaba que estaría molesta, disgustada por el overbooking. Me armo de valor para soltar todo lo que he venido a decirle.
—Iba a comprar un billete... uno cualquiera.
Enarca las cejas.
—Iba a comprar un billete para poder entrar en la zona de embarque —cojo aire—, y buscarte.
Me mira expectante, como esperando que siga, así que no me detengo.
—Cometí un error. Nunca debí marcharme de tu casa así, sin escucharte siquiera. No me he dado cuenta hasta hoy, pero cuando he ido a buscarte... —noto que, una vez más, tengo los ojos llorosos así que agacho la cabeza—, cuando he ido a buscarte... —una lágrima me cae por la mejilla—, ya no estabas. Te habías marchado. ¿Pensabas marcharte sin despedirte?
Santana se acerca a mí para abrazarme, pero me aparto instintivamente.
—No creí que quisieras despedirte —responde molesta por mi cambio de actitud.
Vale, ya he vuelto a fastidiarlo todo. Se suponía que había venido a recuperarla.
—Lo siento. He sido una estúpida... Yo...
—Vamos, no llores —esta vez no me aparto cuando me abraza, necesito volver a sentir sus brazos rodeándome. Aunque sea por última vez—. Yo también tengo parte de culpa.
—Entonces, ¿vas a marcharte? —inquiero mientras me seco las lágrimas de las mejillas—. ¿Has dejado tu trabajo en Boston? ¿Te vuelves a Valencia?
Santana se separa un poco de mí y me levanta la barbilla con la mano, obligándome a mirarla a los ojos.
—¿Tú quieres que me marche?
Niego con la cabeza y ella sonríe aliviada.
—En realidad, aún no lo había decidido —explica—. Pero como últimamente me he sentido algo sola —no lo parecía el día que la vi con esa—, había decidido adelantarme a las vacaciones navideñas y volver a casa unos días antes. Para pensar.
Doy un pequeño sorbo al café. Su calor y el sabor dulce me reconfortan al instante.
—Nos hemos encontrado de milagro, de hecho, mi vuelo ya habrá despegado. No lo creerás, pero —suelta una carcajada—,¡estaba otra vez en overbooking! ¿Qué te parece?
—¿En serio? ¿Otra vez? —respondo haciéndome la sorprendida. Dios, miento fatal, seguro que lo ha notado—. Pues sí que ha sido un milagro, sí.
Me mira confusa y entonces cae en la cuenta.
—¿Tú no habrás tenido nada que ver?
¿Yo? Por favor, ¿cómo puede insinuar eso?
—Britt... —dice seductora.
—Vale, vale, ¡está bien! Ha sido cosa mía...
Sonríe y, parece muy satisfecha con la respuesta.
—Bueno, si quieres que te lo explique vas a tener que pedir un par de donuts para acompañar los cafés, es una larga historia...
Se pone en pie y se acerca a la barra. La estudio con la mirada mientras pide los donuts y paga. No se parece en nada a la mujer maleducada y repeinada que conocí en Manises; es atractiva, dulce y no puedo parar de mirarla. ¿Cómo he podido pensar siquiera en dejarla escapar? La rubia bohemia con la que la vi paseando me viene a la mente y siento una repentina y dolorosa punzada de celos.
Quedan muchas cosas por decirnos, y esa será una de ellas, pero antes le debo una explicación.
Santana vuelve a la mesa con un par de donuts de chocolate. Mis favoritos. Antes de sentarse, me pasa la mano por el pelo y me da un casto beso en la frente. Luego me acaricia suavemente la mejilla y se sienta mientras yo cierro los ojos tratando de retener la sensación que me ha producido el contacto de su piel con la mía.
—Britt, ¿te encuentras bien?
Abro los ojos y me doy cuenta de que lo que me han parecido unas milésimas de segundo han debido de ser, por lo menos, un par de minutos por la expresión de preocupación de Santana.
Me recompongo y doy otro sorbito de café antes de dar un bocado al donut.
—Sí, sí, disculpa.
—Bueno, estoy esperando...
—Claro, claro. —Me trago el donut de golpe y trato de ordenar las ideas en mi mente antes de empezar a explicárselo todo—. Pues verás...
Santana me escucha en silencio mientras le relato la historia. Me remonto al día en que vino al aeropuerto y le explico por qué dio overbooking y lo que hizo Tina. Escucha horrorizada cuando se da cuenta de que me despidieron por algo que yo no había hecho, pero también se percata de que ella tenía razón, estaba facturada para ese vuelo y no le di la plaza. Me coge de la mano. Sonríe cuando le cuento
que la vi con la rubia bohemia y estoy a punto de cabrearme y largarme, pero me aprieta la mano con fuerza así que me resigno y sigo con la historia. Cuando llego al Capítulo en el que aparece Artie su sonrisa se esfuma y sus ojos se vuelven fríos e inexpresivos. Me está sujetando la mano con tanta fuerza que casi me hace daño, así que me suelto.
—¡Ay! —digo frotándomela.
—Mierda, Britt, lo siento —se disculpa, pero me mira furiosa—. Es que el simple hecho de imaginarte con otro...
¿Soy imbécil? Tendría que haberme saltado esta parte. Aunque por otro lado, he venido para arreglar las cosas con ella y no quiero tener secretos.
—No debió haber pasado —la miro arrepentida—, y no pasará nunca más.
—Venga, sigue —replica secamente.
Si ella está molesta por lo de Artie, yo también tengo motivos para estar enfadada, así que me guardo ese as en la manga para más tarde y sigo con la historia.
—Y no podía llamarte, ¡has dado de baja el número! —exclamo indignada—. Dices que solo habías adelantado tu vuelta por las vacaciones, pero si no fueras a irte de verdad no habrías dado de baja el número...
—Si hubieras cogido el teléfono alguna de las muchas veces que te he llamado —dice pacientemente—, o hubieras leído alguno de los mensajes que te envié te habrías enterado de que mi empresa iba a cambiar de operador. Han dado de baja los antiguos teléfonos —me muestra su recién estrenado iPhone 5—. ¡Te mandé mi nuevo número!
La miro perpleja.
—¿No leíste ningún mensaje de los que te envíe?
Niego con la cabeza.
—Los borré...
Me mira como si no lo comprendiera.
—¿Por qué?
—¿Por qué? No lo sé. Porque estaba enfadada y dolida. Habíamos roto...—No sé que decir.
—¿¿Qué habíamos qué?? —da un golpe a la mesa y las tazas de café se tambalean aunque por suerte no llegan a volcarse.
Me percato de que su donut está intacto, ni lo ha tocado. Trago saliva y repito lo que acabo de decir. ¿Qué es lo que le extraña tanto?
—Britt, no rompimos... —dice con mucha calma—. Tú te enfadaste y te largaste —en eso tiene razón—, pero yo nunca he renunciado a ti.
—¿Ah, no? —ahora la que está enfadada soy yo—. ¿Y cómo esperabas arreglar las cosas marchándote?
—Bueno, no es que en España vivamos muy lejos la una de la otra, ¿no? Puede que tú no tuvieras mi número pero yo sí tengo el tuyo. Creí que si te dejaba unos días en paz y trataba de verte en Valencia, una vez que hubieses estado con tu familia y con tus amigos, no sé, que estarías un poco más receptiva a hablar conmigo.
¿Se supone que he de tragarme esto? ¿Y qué hay de la rubia?
—Si estabas dándome un poco de tiempo —siseo—, ¿qué hacías con esa?
Sonríe y me vuelve a coger de la mano.
—Britt, la «rubia bohemia», ¿es así como la has llamado?
—Asiento
—. La rubia bohemia es mi hermana.
¿¿Hermana?? Nunca la ha mencionado. Estoy segura. Ni siquiera cuando me habló de sus padres en el vuelo de ida a Boston.
—No sabía que tuvieras una —murmuro.
—Yo también tengo algunas cosas que contarte. Si lo hubiera hecho antes probablemente nos habríamos ahorrado muchos problemas —Se pone en pie—. ¿Por qué no vamos a casa? Hablaremos mucho más tranquilamente.
—Ni hablar —respondo tajante—. Nos quedamos aquí. Así, si cuando terminemos de hablar sigues queriendo marcharte quizá llegues a coger el siguiente vuelo.
—Mira que eres terca, ¿es que no ves que no me voy a ir a ningún sitio sin ti?
Se vuelve a sentar y se bebe el café, ya frío, de un trago.
— Julia, mi hermana pequeña, estudió Publicidad y, al terminar la carrera, se fue a vivir a Madrid. Como podrás imaginar allí hay muchas más posibilidades en ese mundillo. Este verano, le detectaron un bulto en el pecho. No sabían si era benigno o no y Julia estaba muy asustada. Mi padre había sufrido un infarto un par de meses antes así que no estaba en condiciones de moverse de casa. Y mi madre quería estar con ella, pero le daba miedo dejar a mi padre solo, así que le dije que no se preocupase, que yo acompañaría a Julia a las pruebas médicas.
La escucho en silencio.
—La idea era ir la noche de antes para poder estar con ella y tranquilizarla, pero me surgió una reunión muy importante y decidí comprar un billete de avión para la mañana siguiente. Estaba muy preocupada, pero pensé que saliendo a primera hora sería suficiente.
¡Qué idiota fui!
Cierra los ojos al recordarlo y aprieta los puños con rabia. Me percato de que los nudillos se le ponen blancos.
—Al fin y al cabo, ya tenía mi plaza en el vuelo, no se me ocurrió pensar que pudiese surgir cualquier imprevisto. Es cierto que estaba facturada y no debí quedar en lista de espera, pero el vuelo podría haberse retrasado o podría haber pillado un atasco desde Barajas al hospital e impedirme llegar a tiempo. La culpa fue mía. ¡Joder, ella debió haber sido lo primero y no la maldita reunión! Por eso me comporté así. Estaba preocupada. Asustada. Y me sentía culpable. Mucho. —Suspira—. Siento lo que puse en la reclamación, pero estaba desquiciada.
No me extraña que se comportara como lo hizo. Para ella, lo más importante es su familia y, por culpa del trabajo, los dejó en un segundo plano. Se sentía culpable. Es normal que se enfadase tanto.
—Santana, soy yo la que lo siente. —Aunque he visto a su hermana y me pareció que tenía buen aspecto me asusto al pensar que pueda estar enferma—. ¿Ella está bien? ¿Tenía...?
No me atrevo ni a pronunciar esa palabra.
—No, no era cáncer, pero lo pasó mal en las pruebas médicas y yo no estuve allí para acompañarla —se lamenta.
Respiro aliviada al saber que, aunque fue un duro trago, todo quedó en un susto. Me siento fatal. Soy una celosa compulsiva.
—¿Y tu padre? ¿Está recuperado?
—Sí, está mucho mejor. Ha dejado de fumar y ahora tiene que cuidar la alimentación, pero mi madre se ocupa de eso. ¡Es un sargento! —dice con sonrisa nostálgica—. Yo no quería venir a Boston, tenía miedo de que pasara algo en mi ausencia, pero sé que hicieron un gran esfuerzo económico para darme una buena educación y no quería decepcionarlos. Además, no tendría un salario como el que me pagan aquí en España y no quiero que les falte de nada.
Acerco mi silla un poco más a la suya y le paso los brazos por el cuello. Sus ojos se iluminan cuando me mira.
—Entonces, ¿me has desfacturado del vuelo a propósito? ¿Para verme? ¿Para arreglar las cosas? —pregunta esperanzada.
Asiento con la cabeza, emocionada.
—Bueno, pues será mejor que vaya a cambiar mi billete por uno para la semana que viene, ¿no crees? Espero que no haya ningún incidente esta vez.
—Prometo ser buena y no desfacturarte —digo entre risas—. Por cierto, ¿no habrás puesto ninguna reclamación, ¿verdad? Tina se la ha jugado por mí...
—¿Tú que crees? Estoy curada de espanto. ¡No volveré a reclamar en mi vida!
Todo parece tan sencillo ahora cuando hace unos días, hace unas horas me sentía tan mal. Como si nada tuviera solución. La miro embobada mientras nos acercamos a la ventanilla.
—Procura comportarte —me indica, como si fuera una niña, y yo no puedo evitar soltar una carcajada.
—Buenas tardes, señorita —dice con su más flamante sonrisa—, querría comprar dos billetes para Valencia, para el día 22 de diciembre.
No escucho la respuesta, pero sí la oigo a ella decir:
—En clase business, por favor.
¿Dos billetes? ¿No iba a cambiar su billete?
—Sí, un segundo —rebusca en su bolsillo y saca el pasaporte—. Britt, ¿llevas el tuyo contigo?
Pues sí, lo llevo, pero, ¿para qué?
—Sí —lo saco del bolso—. Ten, ¿para qué lo...?
Se gira y me pellizca la nariz.
—Con lo lista que eres para algunas cosas... ¡Para emitir tu billete!
La miro sorprendida
—. ¿Crees que voy a dejarte volver a Valencia sola? No pienso correr el riesgo y permitir que se te acerque ningún piloto más. Te quiero solo para mí.
Casi no puedo creer lo que escucho, pero me espero a que pague antes decir nada.
—¿Vamos a volver en business?
—Por supuesto. Como el día que nos conocimos.
Ese no fue el día que nos conocimos, pero entiendo a qué se refiere.
—Y esta vez te cogeré la mano cuando despeguemos.
La miro atónita. ¿Cómo sabe que paso miedo en el despegue y en aterrizaje? Me conoce más de lo que yo creía.
—Recuerdo que te agarraste con fuerza al asiento cuando el vuelo aterrizaba, ¿creíste que no lo notaría?
No sé qué decir.
—Si no podía quitarte los ojos de encima, igual que hoy.
Me miro de arriba abajo. ¡Estoy horrible! Tenía tanta prisa por ir a buscarla que me he puesto lo primero que he pillado por casa: unos vaqueros, zapatillas de deporte y un grueso suéter verde. Lo único bonito es mi plumífero beige. Llevo el pelo recogido en una cola de caballo y no me he maquillado. Ni siquiera me he puesto un poco de antiojeras. Y mira que hoy lo necesitaba...
Como siempre, Santana parece leer mis pensamientos.
—Estás preciosa.
Salimos a la calle para coger un taxi.
—¿Podemos ir ya a mi casa? ¿O hay algo más que tengas que decirme?
—Hay una cosa más que aún no te había dicho... —respondo tímidamente.
Estamos plantadas en medio de la acera, con gente yendo y viniendo que de vez en cuando nos empuja sin querer, con el traqueteo de las maletas y el ruido del tráfico de fondo, pero no soy consciente de nada. Solo veo a Santana. Me abrazo a ella con fuerza y la miro a los ojos.
—Te quiero —susurro.
Ella me sujeta con firmeza y me atrae hacia ella todavía más.
Acerca su boca a la mía y sus labios rozan brevemente los míos en un beso fugaz. Yo me aprieto contra ella, mis manos acarician su espalda y dejo que mi boca se encuentre con la suya. Esta vez soy yo la que la besa. Es un beso cálido y apasionado. Cierro los ojos y me dejo llevar.
Cuando conseguimos separarnos, apoyo la cabeza contra su pecho mientras me acaricia el cabello. Y entonces, por segunda vez, lo dice. En esta ocasión su voz es alta y clara. Para que no haya un resquicio de duda.
—Te quiero, Britt. Te quiero más que a nada en esta vida.
Como en las películas
Mi sonrisa se esfuma tan pronto entro en la terminal y la encuentro abarrotada. Con la Navidad tan cerca los vuelos van llenos. Mucha gente regresa a su país natal a pasar las fiestas con la familia, pero también hay mucho turismo. Hay demasiada gente, y hace calor.
La calefacción está muy fuerte y me reseca los ojos. Me los froto, pero lo único que consigo es empeorar la situación y que una lentilla se me mueva del sitio y me moleste.
Empiezo a pensar que toda esta historia de venir a buscarla ha sido una soberana estupidez. ¿Creía que nada más entrar al aeropuerto la encontraría y se arrojaría en mis brazos?
¡Qué ingenua soy! Ni siquiera en todas las comedias románticas lo consiguen.
No sé por dónde empezar. Supongo que lo mejor será que me acerque a los mostradores de facturación de Air Espania. Al llegar allí veo que ya no están abiertos. Una chica está cerrando el mostrador de clase business y cuando me ve aproximarme me indica que no los abrirán hasta dentro de un par de horas para facturar el próximo vuelo a Madrid.
Me gustaría preguntarle por Santana. Si ha subido al avión finalmente o si la han cambiado para el próximo vuelo aunque sé que, le diga lo que le diga, no puede decirme nada.
Ley de Protección de Datos. Contra eso no puedo luchar. Podría llamar a Tina y que me lo dijera... Entonces caigo en la cuenta.
Me doy un golpe en la frente al percatarme.
—¡Seré imbécil!
Toda esta historia de desfacturarla para que no subiera al avión y yo la encontrase... ¿cómo no he caído en un pequeño e insignificante detalle que hace que aunque esté en lista de espera no la vaya a encontrar? Yo estoy en la zona de facturación y ella, le hayan dado plaza para este vuelo o para el próximo, estará en la zona de embarque.
¡Y yo no puedo entrar!
Noto que me empiezan a sudar las manos. Acabo de poner en peligro el trabajo de Tina. ¡Le he pedido que cometa una infracción grave y no va a servirme de nada! Sé que ella lo ha hecho sin dudar, que lo volvería a hacer si se lo pidiese. Sabe que hizo mal y haría cualquier cosa por arreglarlo. Pero no voy a encontrarla. Y aunque lo he pasado muy mal por culpa de lo que hizo, no quiero que ella pase por lo mismo.
¿Qué puedo hacer? Sé que está dentro, pero no quiero darme por vencida, así que recorro la terminal de arriba abajo una y otra vez hasta que, agotada, me siento y me echo a llorar. Al menos, las lágrimas conseguirán hidratar mis resecos ojos.
«Piensa, Britt, piensa», me repito una y otra vez. Tiene que haber alguna manera. Si ella está dentro y yo estoy fuera...
¡Eso es!
Vale, la única manera de que pueda entrar a buscarla es que compre un billete. Pienso en mi cuenta bancaria. He ahorrado algo estos meses, pensaba gastarlo en mi billete de vuelta a casa y en los regalos navideños, pero no podrá ser. Un billete de última hora puede ser caro. Da igual, compraré el billete más barato que tengan, sin importar el destino y listo. Total, no voy a gastarlo, el destino no importa, yo solo lo voy a utilizar para llegar hasta la zona de embarque.
Al llegar al mostrador veo que no hay mucha cola. Tan solo un matrimonio mayor delante de mí. Espero que no tarden mucho. Pero parece que la ley de Murphy se cumple a rajatabla conmigo.
Diez minutos después estoy desesperada porque no tienen pinta de ir a acabar pronto. Gruño impaciente y doy unos golpecitos en el suelo. Que se note que hay alguien esperando. Que se den un poco de prisa, que no tengo todo el día. No se dan por aludidos. Comparan precios y horarios de mil y un billetes y no se deciden. La compañera del mostrador también se lo toma con calma y los atiende pacientemente.
—Disculpen, ¿van a tardar mucho? —exclamo en mal tono quince minutos más tarde.
Estoy desesperada.
Los señores ni se inmutan y siguen a lo suyo. ¿Es que no se dan cuenta de que hay gente esperando?
—Y usted —espeto malhumorada dirigiéndome, esta vez, a la chica del mostrador—, ¿no puede darse un poco de prisa?
Sé que yo, menos que nadie, debería hablarle así a una empleada de una
línea aérea, pero ya no lo soporto más
—. ¿Es que no ve la cola que se está haciendo?
Al decir esto, me giro para mostrarle la cola que hay a mis espaldas, y la veo. Unas Panama Jack, vaqueros azul claro y un grueso jersey azul marino de Abercrombie. Va cargada con el chaquetón, una maleta grande de Samsonite y una bolsa de deporte al hombro. No puedo evitar percatarme de que la maleta lleva la etiqueta del equipaje facturado.
—¿No crees que deberías ser un poco más amable? —dice con voz seria—. Esa chica solo está tratando de hacer su trabajo.
—Yo... Es que... —las palabras no me salen de la boca—. Era urgente... Tenía prisa...
Se acerca a mí.
—Ah, pero ese no es motivo para ser maleducada.
Abro la boca pero la vuelvo a cerrar. Me coge del brazo y me saca de la cola. Simplemente el hecho de sentir su mano tocándome, tenerla tan cerca... Me estremezco.
—De todas formas —me susurra al oído—, si no estás contenta con el trato que te están dando siempre puedes poner una reclamación, ¿sabes?
No sonríe, pero puedo ver el brillo de sus ojos. No está enfadada. Sin soltarme ni un segundo, me lleva hacia un pequeño Dunkin Donuts que hay en medio del pasillo.
La observo en silencio: no puedo creer que esté aquí. Conmigo. Pide un par de cafés con leche y nos sentamos en una mesa. Cojo mi taza, le pongo dos sobres de azúcar y, a pesar del calor asfixiante que hace en el aeropuerto, la rodeo con
mis manos. Querría decir algo, pero no me siento capaz. ¿Por qué está aquí fuera y no en la zona de embarque esperando al próximo vuelo?
—¿Ibas a comprar el billete para volver a casa en Navidades?
—No... —me sonrojo al pensar en lo que iba a hacer.
—¿No? —pregunta extrañada—. ¿Y qué ibas a hacer entonces?
Me gusta verla así, con ese aspecto desenfadado y ese tono bromista. Pensaba que estaría molesta, disgustada por el overbooking. Me armo de valor para soltar todo lo que he venido a decirle.
—Iba a comprar un billete... uno cualquiera.
Enarca las cejas.
—Iba a comprar un billete para poder entrar en la zona de embarque —cojo aire—, y buscarte.
Me mira expectante, como esperando que siga, así que no me detengo.
—Cometí un error. Nunca debí marcharme de tu casa así, sin escucharte siquiera. No me he dado cuenta hasta hoy, pero cuando he ido a buscarte... —noto que, una vez más, tengo los ojos llorosos así que agacho la cabeza—, cuando he ido a buscarte... —una lágrima me cae por la mejilla—, ya no estabas. Te habías marchado. ¿Pensabas marcharte sin despedirte?
Santana se acerca a mí para abrazarme, pero me aparto instintivamente.
—No creí que quisieras despedirte —responde molesta por mi cambio de actitud.
Vale, ya he vuelto a fastidiarlo todo. Se suponía que había venido a recuperarla.
—Lo siento. He sido una estúpida... Yo...
—Vamos, no llores —esta vez no me aparto cuando me abraza, necesito volver a sentir sus brazos rodeándome. Aunque sea por última vez—. Yo también tengo parte de culpa.
—Entonces, ¿vas a marcharte? —inquiero mientras me seco las lágrimas de las mejillas—. ¿Has dejado tu trabajo en Boston? ¿Te vuelves a Valencia?
Santana se separa un poco de mí y me levanta la barbilla con la mano, obligándome a mirarla a los ojos.
—¿Tú quieres que me marche?
Niego con la cabeza y ella sonríe aliviada.
—En realidad, aún no lo había decidido —explica—. Pero como últimamente me he sentido algo sola —no lo parecía el día que la vi con esa—, había decidido adelantarme a las vacaciones navideñas y volver a casa unos días antes. Para pensar.
Doy un pequeño sorbo al café. Su calor y el sabor dulce me reconfortan al instante.
—Nos hemos encontrado de milagro, de hecho, mi vuelo ya habrá despegado. No lo creerás, pero —suelta una carcajada—,¡estaba otra vez en overbooking! ¿Qué te parece?
—¿En serio? ¿Otra vez? —respondo haciéndome la sorprendida. Dios, miento fatal, seguro que lo ha notado—. Pues sí que ha sido un milagro, sí.
Me mira confusa y entonces cae en la cuenta.
—¿Tú no habrás tenido nada que ver?
¿Yo? Por favor, ¿cómo puede insinuar eso?
—Britt... —dice seductora.
—Vale, vale, ¡está bien! Ha sido cosa mía...
Sonríe y, parece muy satisfecha con la respuesta.
—Bueno, si quieres que te lo explique vas a tener que pedir un par de donuts para acompañar los cafés, es una larga historia...
Se pone en pie y se acerca a la barra. La estudio con la mirada mientras pide los donuts y paga. No se parece en nada a la mujer maleducada y repeinada que conocí en Manises; es atractiva, dulce y no puedo parar de mirarla. ¿Cómo he podido pensar siquiera en dejarla escapar? La rubia bohemia con la que la vi paseando me viene a la mente y siento una repentina y dolorosa punzada de celos.
Quedan muchas cosas por decirnos, y esa será una de ellas, pero antes le debo una explicación.
Santana vuelve a la mesa con un par de donuts de chocolate. Mis favoritos. Antes de sentarse, me pasa la mano por el pelo y me da un casto beso en la frente. Luego me acaricia suavemente la mejilla y se sienta mientras yo cierro los ojos tratando de retener la sensación que me ha producido el contacto de su piel con la mía.
—Britt, ¿te encuentras bien?
Abro los ojos y me doy cuenta de que lo que me han parecido unas milésimas de segundo han debido de ser, por lo menos, un par de minutos por la expresión de preocupación de Santana.
Me recompongo y doy otro sorbito de café antes de dar un bocado al donut.
—Sí, sí, disculpa.
—Bueno, estoy esperando...
—Claro, claro. —Me trago el donut de golpe y trato de ordenar las ideas en mi mente antes de empezar a explicárselo todo—. Pues verás...
Santana me escucha en silencio mientras le relato la historia. Me remonto al día en que vino al aeropuerto y le explico por qué dio overbooking y lo que hizo Tina. Escucha horrorizada cuando se da cuenta de que me despidieron por algo que yo no había hecho, pero también se percata de que ella tenía razón, estaba facturada para ese vuelo y no le di la plaza. Me coge de la mano. Sonríe cuando le cuento
que la vi con la rubia bohemia y estoy a punto de cabrearme y largarme, pero me aprieta la mano con fuerza así que me resigno y sigo con la historia. Cuando llego al Capítulo en el que aparece Artie su sonrisa se esfuma y sus ojos se vuelven fríos e inexpresivos. Me está sujetando la mano con tanta fuerza que casi me hace daño, así que me suelto.
—¡Ay! —digo frotándomela.
—Mierda, Britt, lo siento —se disculpa, pero me mira furiosa—. Es que el simple hecho de imaginarte con otro...
¿Soy imbécil? Tendría que haberme saltado esta parte. Aunque por otro lado, he venido para arreglar las cosas con ella y no quiero tener secretos.
—No debió haber pasado —la miro arrepentida—, y no pasará nunca más.
—Venga, sigue —replica secamente.
Si ella está molesta por lo de Artie, yo también tengo motivos para estar enfadada, así que me guardo ese as en la manga para más tarde y sigo con la historia.
—Y no podía llamarte, ¡has dado de baja el número! —exclamo indignada—. Dices que solo habías adelantado tu vuelta por las vacaciones, pero si no fueras a irte de verdad no habrías dado de baja el número...
—Si hubieras cogido el teléfono alguna de las muchas veces que te he llamado —dice pacientemente—, o hubieras leído alguno de los mensajes que te envié te habrías enterado de que mi empresa iba a cambiar de operador. Han dado de baja los antiguos teléfonos —me muestra su recién estrenado iPhone 5—. ¡Te mandé mi nuevo número!
La miro perpleja.
—¿No leíste ningún mensaje de los que te envíe?
Niego con la cabeza.
—Los borré...
Me mira como si no lo comprendiera.
—¿Por qué?
—¿Por qué? No lo sé. Porque estaba enfadada y dolida. Habíamos roto...—No sé que decir.
—¿¿Qué habíamos qué?? —da un golpe a la mesa y las tazas de café se tambalean aunque por suerte no llegan a volcarse.
Me percato de que su donut está intacto, ni lo ha tocado. Trago saliva y repito lo que acabo de decir. ¿Qué es lo que le extraña tanto?
—Britt, no rompimos... —dice con mucha calma—. Tú te enfadaste y te largaste —en eso tiene razón—, pero yo nunca he renunciado a ti.
—¿Ah, no? —ahora la que está enfadada soy yo—. ¿Y cómo esperabas arreglar las cosas marchándote?
—Bueno, no es que en España vivamos muy lejos la una de la otra, ¿no? Puede que tú no tuvieras mi número pero yo sí tengo el tuyo. Creí que si te dejaba unos días en paz y trataba de verte en Valencia, una vez que hubieses estado con tu familia y con tus amigos, no sé, que estarías un poco más receptiva a hablar conmigo.
¿Se supone que he de tragarme esto? ¿Y qué hay de la rubia?
—Si estabas dándome un poco de tiempo —siseo—, ¿qué hacías con esa?
Sonríe y me vuelve a coger de la mano.
—Britt, la «rubia bohemia», ¿es así como la has llamado?
—Asiento
—. La rubia bohemia es mi hermana.
¿¿Hermana?? Nunca la ha mencionado. Estoy segura. Ni siquiera cuando me habló de sus padres en el vuelo de ida a Boston.
—No sabía que tuvieras una —murmuro.
—Yo también tengo algunas cosas que contarte. Si lo hubiera hecho antes probablemente nos habríamos ahorrado muchos problemas —Se pone en pie—. ¿Por qué no vamos a casa? Hablaremos mucho más tranquilamente.
—Ni hablar —respondo tajante—. Nos quedamos aquí. Así, si cuando terminemos de hablar sigues queriendo marcharte quizá llegues a coger el siguiente vuelo.
—Mira que eres terca, ¿es que no ves que no me voy a ir a ningún sitio sin ti?
Se vuelve a sentar y se bebe el café, ya frío, de un trago.
— Julia, mi hermana pequeña, estudió Publicidad y, al terminar la carrera, se fue a vivir a Madrid. Como podrás imaginar allí hay muchas más posibilidades en ese mundillo. Este verano, le detectaron un bulto en el pecho. No sabían si era benigno o no y Julia estaba muy asustada. Mi padre había sufrido un infarto un par de meses antes así que no estaba en condiciones de moverse de casa. Y mi madre quería estar con ella, pero le daba miedo dejar a mi padre solo, así que le dije que no se preocupase, que yo acompañaría a Julia a las pruebas médicas.
La escucho en silencio.
—La idea era ir la noche de antes para poder estar con ella y tranquilizarla, pero me surgió una reunión muy importante y decidí comprar un billete de avión para la mañana siguiente. Estaba muy preocupada, pero pensé que saliendo a primera hora sería suficiente.
¡Qué idiota fui!
Cierra los ojos al recordarlo y aprieta los puños con rabia. Me percato de que los nudillos se le ponen blancos.
—Al fin y al cabo, ya tenía mi plaza en el vuelo, no se me ocurrió pensar que pudiese surgir cualquier imprevisto. Es cierto que estaba facturada y no debí quedar en lista de espera, pero el vuelo podría haberse retrasado o podría haber pillado un atasco desde Barajas al hospital e impedirme llegar a tiempo. La culpa fue mía. ¡Joder, ella debió haber sido lo primero y no la maldita reunión! Por eso me comporté así. Estaba preocupada. Asustada. Y me sentía culpable. Mucho. —Suspira—. Siento lo que puse en la reclamación, pero estaba desquiciada.
No me extraña que se comportara como lo hizo. Para ella, lo más importante es su familia y, por culpa del trabajo, los dejó en un segundo plano. Se sentía culpable. Es normal que se enfadase tanto.
—Santana, soy yo la que lo siente. —Aunque he visto a su hermana y me pareció que tenía buen aspecto me asusto al pensar que pueda estar enferma—. ¿Ella está bien? ¿Tenía...?
No me atrevo ni a pronunciar esa palabra.
—No, no era cáncer, pero lo pasó mal en las pruebas médicas y yo no estuve allí para acompañarla —se lamenta.
Respiro aliviada al saber que, aunque fue un duro trago, todo quedó en un susto. Me siento fatal. Soy una celosa compulsiva.
—¿Y tu padre? ¿Está recuperado?
—Sí, está mucho mejor. Ha dejado de fumar y ahora tiene que cuidar la alimentación, pero mi madre se ocupa de eso. ¡Es un sargento! —dice con sonrisa nostálgica—. Yo no quería venir a Boston, tenía miedo de que pasara algo en mi ausencia, pero sé que hicieron un gran esfuerzo económico para darme una buena educación y no quería decepcionarlos. Además, no tendría un salario como el que me pagan aquí en España y no quiero que les falte de nada.
Acerco mi silla un poco más a la suya y le paso los brazos por el cuello. Sus ojos se iluminan cuando me mira.
—Entonces, ¿me has desfacturado del vuelo a propósito? ¿Para verme? ¿Para arreglar las cosas? —pregunta esperanzada.
Asiento con la cabeza, emocionada.
—Bueno, pues será mejor que vaya a cambiar mi billete por uno para la semana que viene, ¿no crees? Espero que no haya ningún incidente esta vez.
—Prometo ser buena y no desfacturarte —digo entre risas—. Por cierto, ¿no habrás puesto ninguna reclamación, ¿verdad? Tina se la ha jugado por mí...
—¿Tú que crees? Estoy curada de espanto. ¡No volveré a reclamar en mi vida!
Todo parece tan sencillo ahora cuando hace unos días, hace unas horas me sentía tan mal. Como si nada tuviera solución. La miro embobada mientras nos acercamos a la ventanilla.
—Procura comportarte —me indica, como si fuera una niña, y yo no puedo evitar soltar una carcajada.
—Buenas tardes, señorita —dice con su más flamante sonrisa—, querría comprar dos billetes para Valencia, para el día 22 de diciembre.
No escucho la respuesta, pero sí la oigo a ella decir:
—En clase business, por favor.
¿Dos billetes? ¿No iba a cambiar su billete?
—Sí, un segundo —rebusca en su bolsillo y saca el pasaporte—. Britt, ¿llevas el tuyo contigo?
Pues sí, lo llevo, pero, ¿para qué?
—Sí —lo saco del bolso—. Ten, ¿para qué lo...?
Se gira y me pellizca la nariz.
—Con lo lista que eres para algunas cosas... ¡Para emitir tu billete!
La miro sorprendida
—. ¿Crees que voy a dejarte volver a Valencia sola? No pienso correr el riesgo y permitir que se te acerque ningún piloto más. Te quiero solo para mí.
Casi no puedo creer lo que escucho, pero me espero a que pague antes decir nada.
—¿Vamos a volver en business?
—Por supuesto. Como el día que nos conocimos.
Ese no fue el día que nos conocimos, pero entiendo a qué se refiere.
—Y esta vez te cogeré la mano cuando despeguemos.
La miro atónita. ¿Cómo sabe que paso miedo en el despegue y en aterrizaje? Me conoce más de lo que yo creía.
—Recuerdo que te agarraste con fuerza al asiento cuando el vuelo aterrizaba, ¿creíste que no lo notaría?
No sé qué decir.
—Si no podía quitarte los ojos de encima, igual que hoy.
Me miro de arriba abajo. ¡Estoy horrible! Tenía tanta prisa por ir a buscarla que me he puesto lo primero que he pillado por casa: unos vaqueros, zapatillas de deporte y un grueso suéter verde. Lo único bonito es mi plumífero beige. Llevo el pelo recogido en una cola de caballo y no me he maquillado. Ni siquiera me he puesto un poco de antiojeras. Y mira que hoy lo necesitaba...
Como siempre, Santana parece leer mis pensamientos.
—Estás preciosa.
Salimos a la calle para coger un taxi.
—¿Podemos ir ya a mi casa? ¿O hay algo más que tengas que decirme?
—Hay una cosa más que aún no te había dicho... —respondo tímidamente.
Estamos plantadas en medio de la acera, con gente yendo y viniendo que de vez en cuando nos empuja sin querer, con el traqueteo de las maletas y el ruido del tráfico de fondo, pero no soy consciente de nada. Solo veo a Santana. Me abrazo a ella con fuerza y la miro a los ojos.
—Te quiero —susurro.
Ella me sujeta con firmeza y me atrae hacia ella todavía más.
Acerca su boca a la mía y sus labios rozan brevemente los míos en un beso fugaz. Yo me aprieto contra ella, mis manos acarician su espalda y dejo que mi boca se encuentre con la suya. Esta vez soy yo la que la besa. Es un beso cálido y apasionado. Cierro los ojos y me dejo llevar.
Cuando conseguimos separarnos, apoyo la cabeza contra su pecho mientras me acaricia el cabello. Y entonces, por segunda vez, lo dice. En esta ocasión su voz es alta y clara. Para que no haya un resquicio de duda.
—Te quiero, Britt. Te quiero más que a nada en esta vida.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
vaya que increible, al fin pudieron aclararlo todo, a ver como va esa relacion ahora!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Biennnnn con comunicacion todo se arregla!!
Que historias!!!
Saludos
Que historias!!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Una imagen vale masque mil palabras no.... Pero a la larga se necesita!!!
Y sobretodo que ahora tina dijo la verdad....
Me gusta que se hayan arreglado!
Y sobretodo que ahora tina dijo la verdad....
Me gusta que se hayan arreglado!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Epílogo
Santana y yo paseamos tranquilamente cogidas de la mano por la calle Newbury sin rumbo fijo. O, al menos, eso creo yo. El tiempo todavía es cálido y la ciudad resplandece bajo el cielo azul. Hace ya un año que vine a vivir a Boston y no puedo creer todo lo que ha pasado desde entonces. Ya no soy la misma que era. ¡Han sucedido tantas cosas!
Mientras curioseo los escaparates de las tiendas repaso mentalmente los acontecimientos de los últimos meses, como las Navidades en Valencia tras mis primeros tres meses en Estados Unidos. Cuando mis padres conocieron a Santana, no podían creerse que fuera la pasajera del overbooking. Tras el shock inicial tuvieron que reconocer que los había cautivado. También yo pude conocer a la familia de Santana. Sus padres me trataron como si fuera una hija más y Julia, que vino de Madrid para pasar las fiestas con los suyos, es la hermana pequeña que nunca tuve. ¡Congeniamos al instante!
En cuanto a Tina, nos reconciliamos de verdad durante mi visita. Estaba hecha polvo por la ruptura con Mike y por el sentimiento de culpa con el que había cargado durante tantos meses. Le sugerí que cambiara de aires y ¡vaya si lo hizo! Siguiendo mi consejo se presentó a una entrevista de trabajo para Fly Emirates y la seleccionaron. Ahora es azafata de vuelo y vive en Dubai, aunque tengo que seguir sus pasos por el Facebook porque cada semana está en un país diferente —y con un chico diferente—. Su nueva vida y la diferencia horaria nos dejan aún menos tiempo para hablar, pero
estamos mucho más unidas que antes y nos escribimos largos e-mails todas las semanas.
Tampoco puedo olvidarme de la emotiva boda de Kurt y Eddie. ¡Quién lo hubiera dicho! Desde luego, yo no. Pero he de admitir que me alegré mucho por ellos. Se casaron a principios de junio en la biblioteca pública de Boston en un pequeño homenaje a su pasión por la literatura y, como no, a Carrie Bradshaw. Aunque en el caso de Kurt, el novio sí se presentó.
Después de su luna de miel en St. Martin se fueron a vivir a casa de Eddie y, desde entonces, yo vivo sola. Es cierto que paso mucho tiempo en casa de Santana, sobre todo los fines de semana, pero aun no hemos dado el paso de ir a vivir juntas. Kurt me presiona para que le diga algo, pero no quiero agobiarla. Tengo miedo de que piense que vamos muy rápido.
Ensimismada como estoy con mis pensamientos no me doy cuenta de que nos detenemos delante de una casa de tres plantas que parece un poco abandonada. Aun así, tiene su encanto, con las paredes de ladrillo y unos amplios ventanales blancos.
—¿Pasa algo? —pregunto extrañada por el hecho de que nos hayamos detenido delante de una finca en la que no tengo ningún escaparate que ver.
Santana me mira nerviosa.
—¿Así que crees que no hay nada que ver?
—Pues no sé. No hay ninguna tienda, ningún restaurante....¿Qué quieres que mire?
Señala con el dedo el cartel que hay delante de la puerta:
«Vendida».
Me llevo las manos a la boca y la miro incrédula al percatarme de a qué se refiere.
—¿La has...? ¿La has comprado? —consigo decir.
Asiente con la cabeza.
—Pero, ¿por qué?
No lo entiendo. Tiene un apartamento increíble y aunque la casa tiene muchas posibilidades es demasiado grande para una sola persona. A menos que...
Santana sonríe. Como siempre, sabe exactamente todo lo que pasa por mi cabeza.
—Porque quiero que vivamos juntas —responde mientras se saca unas llaves del bolso y se acerca a abrir la puerta principal.
Contengo la respiración.
—¿En serio?
—Estoy muy sola por las noches... —replica pícara.
No sé qué decir. No puedo creerlo. Sigo a Santana por la casa y recorremos todas las estancias. Es verdad que necesitará alguna reforma, pero es preciosa. Y no puede tener mejor ubicación. ¡En Newbury! Aunque es muy grande. Si tenemos en cuenta la planta baja, no sé que haremos con tantos metros...
—¡Podré ir a trabajar andando! —exclamo emocionada.
—En realidad, no creo que tengas que salir de casa...
—¿Cómo no voy a salir de casa para ir hasta el Prudential?—pregunto extrañada mientras analizo la cara de Santana.
—Porque ya no tendrás que ir a Barnes & Noble. Trabajarás aquí.
Ahora sí que no entiendo nada.
—¿Ah, sí? Y de qué supones que voy a hacer, ¿ser ama de casa? —bufo molesta.
Si cree que porque vaya a vivir con ella voy a dejar de trabajar lo lleva claro.
—Mira que eres susceptible —se acerca a mí y me abraza—. Yo había pensado en un trabajo más tipo Meg Ryan en Tienes un e-mail.
Ahogo un chillido.
—Tendrás tu propia librería.
—Pero montar una librería cuesta mucho dinero y yo...
Yo no tengo un duro. Mi sueldo da para vivir, pero no para ahorrar.
—Es un regalo.
Levanto la mirada y se me escapa una lágrima de emoción.
—No es mi cumpleaños y aún falta mucho para Navidad.
Santana mete la mano en el bolo y saca una pequeña caja de Tiffany & Co. ¡Esto sí que no puede ser verdad! La observo boquiabierta a la espera de ver el contenido. Como sea lo que estoy pensando...
—En realidad esperaba que fuera un regalo de boda.
Me siento incapaz de pronunciar una sola palabra mientras abre la caja que contiene un precioso anillo de oro blanco con un diamante en el centro.
—Brittany, ¿quieres casarte conmigo?
Asiento con la cabeza. Nerviosa. Tengo un nudo en la garganta y no me sale la voz.
—¿He de entender que eso es un sí, cariño? —murmura mientras acerca sus labios a los míos para besarme.
La abrazo con fuerza y, antes de perderme en sus besos, soy capaz de pronunciar esas dos palabras que tanto desea escuchar….
FINMientras curioseo los escaparates de las tiendas repaso mentalmente los acontecimientos de los últimos meses, como las Navidades en Valencia tras mis primeros tres meses en Estados Unidos. Cuando mis padres conocieron a Santana, no podían creerse que fuera la pasajera del overbooking. Tras el shock inicial tuvieron que reconocer que los había cautivado. También yo pude conocer a la familia de Santana. Sus padres me trataron como si fuera una hija más y Julia, que vino de Madrid para pasar las fiestas con los suyos, es la hermana pequeña que nunca tuve. ¡Congeniamos al instante!
En cuanto a Tina, nos reconciliamos de verdad durante mi visita. Estaba hecha polvo por la ruptura con Mike y por el sentimiento de culpa con el que había cargado durante tantos meses. Le sugerí que cambiara de aires y ¡vaya si lo hizo! Siguiendo mi consejo se presentó a una entrevista de trabajo para Fly Emirates y la seleccionaron. Ahora es azafata de vuelo y vive en Dubai, aunque tengo que seguir sus pasos por el Facebook porque cada semana está en un país diferente —y con un chico diferente—. Su nueva vida y la diferencia horaria nos dejan aún menos tiempo para hablar, pero
estamos mucho más unidas que antes y nos escribimos largos e-mails todas las semanas.
Tampoco puedo olvidarme de la emotiva boda de Kurt y Eddie. ¡Quién lo hubiera dicho! Desde luego, yo no. Pero he de admitir que me alegré mucho por ellos. Se casaron a principios de junio en la biblioteca pública de Boston en un pequeño homenaje a su pasión por la literatura y, como no, a Carrie Bradshaw. Aunque en el caso de Kurt, el novio sí se presentó.
Después de su luna de miel en St. Martin se fueron a vivir a casa de Eddie y, desde entonces, yo vivo sola. Es cierto que paso mucho tiempo en casa de Santana, sobre todo los fines de semana, pero aun no hemos dado el paso de ir a vivir juntas. Kurt me presiona para que le diga algo, pero no quiero agobiarla. Tengo miedo de que piense que vamos muy rápido.
Ensimismada como estoy con mis pensamientos no me doy cuenta de que nos detenemos delante de una casa de tres plantas que parece un poco abandonada. Aun así, tiene su encanto, con las paredes de ladrillo y unos amplios ventanales blancos.
—¿Pasa algo? —pregunto extrañada por el hecho de que nos hayamos detenido delante de una finca en la que no tengo ningún escaparate que ver.
Santana me mira nerviosa.
—¿Así que crees que no hay nada que ver?
—Pues no sé. No hay ninguna tienda, ningún restaurante....¿Qué quieres que mire?
Señala con el dedo el cartel que hay delante de la puerta:
«Vendida».
Me llevo las manos a la boca y la miro incrédula al percatarme de a qué se refiere.
—¿La has...? ¿La has comprado? —consigo decir.
Asiente con la cabeza.
—Pero, ¿por qué?
No lo entiendo. Tiene un apartamento increíble y aunque la casa tiene muchas posibilidades es demasiado grande para una sola persona. A menos que...
Santana sonríe. Como siempre, sabe exactamente todo lo que pasa por mi cabeza.
—Porque quiero que vivamos juntas —responde mientras se saca unas llaves del bolso y se acerca a abrir la puerta principal.
Contengo la respiración.
—¿En serio?
—Estoy muy sola por las noches... —replica pícara.
No sé qué decir. No puedo creerlo. Sigo a Santana por la casa y recorremos todas las estancias. Es verdad que necesitará alguna reforma, pero es preciosa. Y no puede tener mejor ubicación. ¡En Newbury! Aunque es muy grande. Si tenemos en cuenta la planta baja, no sé que haremos con tantos metros...
—¡Podré ir a trabajar andando! —exclamo emocionada.
—En realidad, no creo que tengas que salir de casa...
—¿Cómo no voy a salir de casa para ir hasta el Prudential?—pregunto extrañada mientras analizo la cara de Santana.
—Porque ya no tendrás que ir a Barnes & Noble. Trabajarás aquí.
Ahora sí que no entiendo nada.
—¿Ah, sí? Y de qué supones que voy a hacer, ¿ser ama de casa? —bufo molesta.
Si cree que porque vaya a vivir con ella voy a dejar de trabajar lo lleva claro.
—Mira que eres susceptible —se acerca a mí y me abraza—. Yo había pensado en un trabajo más tipo Meg Ryan en Tienes un e-mail.
Ahogo un chillido.
—Tendrás tu propia librería.
—Pero montar una librería cuesta mucho dinero y yo...
Yo no tengo un duro. Mi sueldo da para vivir, pero no para ahorrar.
—Es un regalo.
Levanto la mirada y se me escapa una lágrima de emoción.
—No es mi cumpleaños y aún falta mucho para Navidad.
Santana mete la mano en el bolo y saca una pequeña caja de Tiffany & Co. ¡Esto sí que no puede ser verdad! La observo boquiabierta a la espera de ver el contenido. Como sea lo que estoy pensando...
—En realidad esperaba que fuera un regalo de boda.
Me siento incapaz de pronunciar una sola palabra mientras abre la caja que contiene un precioso anillo de oro blanco con un diamante en el centro.
—Brittany, ¿quieres casarte conmigo?
Asiento con la cabeza. Nerviosa. Tengo un nudo en la garganta y no me sale la voz.
—¿He de entender que eso es un sí, cariño? —murmura mientras acerca sus labios a los míos para besarme.
La abrazo con fuerza y, antes de perderme en sus besos, soy capaz de pronunciar esas dos palabras que tanto desea escuchar….
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
El mejor final....
Si que sabe hacer las cosas en grande san ajaja...
Me gusto mucho la historia...!
Si que sabe hacer las cosas en grande san ajaja...
Me gusto mucho la historia...!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Quien no quiere una Santana en su Vida?? ? Jajaja
Hermosa historia y gracias por seguir!!!!
Saludos
Hermosa historia y gracias por seguir!!!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Vaya quien pensaría que la culpable de todo fue Tina.... Aunque gracias a eso se conocieron las chicas y ahora están juntas.
Bonita historia, gracias!
Bonita historia, gracias!
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto]BRITTANA: NO LE RECLAMES AL AMOR. Epilogo
Gracias tina, excelente final!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Página 3 de 3. • 1, 2, 3
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