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BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN) Primer15
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Mensaje por dianna agron 16 Vie Dic 20, 2013 3:05 pm

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Prefacio



Todos nuestros intentos de huida habían sido infructuosos.

Con el corazón en un puño, observé cómo se aprestaba a defenderme. Su intensa concentración no mostraba ni rastro de duda, a pesar de que le superaban en número. Sabía que no cabía esperar ningún tipo de ayuda, ya que, en ese preciso momento, lo más probable era que los miembros de su familia luchasen por su vida del mismo modo que ella por las nuestras.

¿Llegaría a saber alguna vez el resultado de la otra pelea? ¿Averiguaría quiénes habían ganado y quiénes habían perdido? ¿Viviría lo suficiente para enterarme?

Las perspectivas de que eso sucediera no parecían muy halagüeñas.

El fiero deseo de cobrarse mi vida relucía en unos ojos negros que vigilaban estrechamente, a la espera de que se produjera el menor descuido por parte de mi protectora, y ése sería el instante en el que yo moriría con toda certeza.

Lejos, muy lejos, en algún lugar del frío bosque, aulló un lobo.



---


Ultimátum

Britt:
No sé por qué te empeñas en enviarle notas a Billy por medio de Charlie como si estuviéramos en el colegio. Si quisiera hablar contigo, habría contestado la
Ya tomaste tu decisión, ¿verdad? No puedes tenerlo todo cuando
¿Qué parte de “enemigos mortales” es la que te resulta tan complicada de mira, ya sé que me estoy comportando como un estúpido, pero es que no veo otra forma. No podemos ser amigos cuando te pasas todo el tiempo con esa panda de

Simplemente, lo paso peor cuando pienso en ti demasiado,a sí que no me escribas más
Bueno, yo también te echo de menos. Mucho. Aunque eso no cambia nada. Lo siento.
Sam

Deslicé los dedos por la página y sentí las marcas donde él había apretado con tanta fuerza el bolígrafo contra el papel que casi había llegado a romperlo. Podía imaginármelo mientras escribía, le veía garabateando aquellas palabras llenas de ira con su tosca letra, acuchillando una línea tras otra cuando sentía que las palabras empleadas no reflejaban su voluntad, quizá hasta partir el bolígrafo con esa manaza suya; esto explicaría las manchas de tinta. Me imaginaba su frustración, lo veía fruncir las cejas y arrugar el ceño. Si hubiera estado allí, casi me hubiera echado a reír. Te va a dar una hemorragia cerebral, Sam, le habría dicho. Simplemente, escúpelo.

Aunque lo último que me apetecía en esos momentos, al releer las palabras que ya casi había memorizado, era echarme a reír. No me sorprendió su respuesta a mi nota de súplica, que le había enviado con Billy, a través de Charlie, justo como hacíamos en el instituto, tal como él había señalado. Conocía en esencia el contenido de su réplica antes incluso de abrirla.

Lo que resultaba sorprendente era lo mucho que me hería cada una de las líneas tachadas, como si los extremos de las letras estuvieran rematados con cuchillos. Más aún, detrás de cada violento comienzo, se arrastraba un inmenso pozo de sufrimiento; la pena de Sam me dolía más que la mía propia.

Mientras reflexionaba acerca de todo aquello, capté el olor inconfundible de algo que se quemaba en la cocina. En cualquier otro hogar no hubiera resultado preocupante que cocinase alguien que no fuera yo.

Metí el papel arrugado en el bolsillo trasero de mis pantalones y eché a correr, bajando las escaleras en un tiempo récord.

El bote de salsa de espaguetis que Charlie había metido en el microondas apenas había dado una vuelta cuando tiré de la puerta y lo saqué.

—¿Qué es lo que he hecho mal? —inquirió Charlie.
—Se supone que debes quitarle la tapa primero, papá. El metal no va bien en los microondas.

La retiré precipitadamente mientras hablaba; vertí la mitad de la salsa en un cuenco para luego introducirlo en el microondas y devolví el bote al frigorífico; ajusté el tiempo y apreté el botón del encendido.

Charlie observó mis arreglos con los labios fruncidos.

—¿Puse bien los espaguetis, al menos?

Miré la cacerola en el fogón, el origen del olor que me había alertado.

—Estarían mejor si los hubieras movido —repuse con dulzura.

Encontré una cuchara e intenté despegar el pegote blandengue y chamuscado del fondo.

Charlie suspiró.

—Bueno, ¿se puede saber qué intentas? —le pregunté.

Cruzó los brazos sobre el pecho y miró la lluvia que caía a cántaros a través de las ventanas traseras.

—No sé de qué me hablas —gruñó.

Estaba perpleja. ¿Cómo era que papá se había puesto a cocinar? ¿Y a qué se debía esa actitud hosca? Santana todavía no había llegado. Por lo general, mi padre reservaba este tipo de actitud a beneficio de mi novia, haciendo cuanto estaba a su alcance para evidenciar con claridad la acusación de persona no grata con cada una de sus posturas y palabras. Los esfuerzos de Charlie eran del todo innecesarios, ya que Santana sabía con exactitud lo que mi padre pensaba sin necesidad de la puesta en escena.

Seguí rumiando el término «novia» con esa tensión habitual mientras removía la comida. No era la palabra correcta, en absoluto. Se necesitaba un término mucho más expresivo para el compromiso eterno, pero palabras como «destino» y «sino» sonaban muy mal cuando las introducías en una conversación corriente.

Santana tenía otra palabra en mente y ese vocablo era el origen de la tensión que yo sentía. Sólo pensarla me daba dentera.

Prometida. Ag. La simple idea me hacía estremecer.

—¿Me he perdido algo? ¿Desde cuándo eres tú el que hace la cena? —le pregunté a Charlie. El grumo de pasta burbujeaba en el agua hirviendo mientras intentaba desleírlo—. O más bien habría que decir, «intentar» hacer la cena.

Charlie se encogió de hombros.

—No hay ninguna ley que me prohiba cocinar en mi propia casa.
—Tú sabrás —le repliqué, haciendo una mueca mientras miraba la insignia prendida en su chaqueta de cuero.
—Ja. Esa ha sido buena.

Se desprendió de la chaqueta con un encogimiento de hombros porque mi mirada le había recordado que aún la llevaba puesta, y la colgó del perchero donde guardaba sus bártulos. El cinturón del arma ya estaba en su sitio, pues hacía unas cuantas semanas que no había tenido necesidad de llevarlo a comisaría. No se habían dado más desapariciones inquietantes que preocuparan a la pequeña ciudad de Forks, Washington, ni más avistamientos de esos gigantescos y misteriosos lobos en los bosques siempre húmedos a causa de la pertinaz lluvia...

Pinché los espaguetis en silencio, suponiendo que Charlie andaría de un lado para otro hasta que hablara, cuando le pareciera oportuno, de aquello que le tenía tan nervioso. Mi padre no era un hombre de muchas palabras y el esfuerzo de organizar una cena, con los manteles puestos y todo, me dejó bien claro que le rondaba por la cabeza un número poco frecuente de palabras.

Miré el reloj de forma rutinaria, algo que solía hacer a esas horas cada pocos minutos. Me quedaba menos de media hora para irme.

Las tardes eran la peor parte del día para mí. Desde que mi antiguo mejor amigo, y hombre lobo, Sam, se había chivado de que había estado montando en moto a escondidas ‑una traición que había ideado para conseguir que mi padre no me dejara salir y no pudiera estar con mi novia, y vampiro, Santana‑, sólo me permitían ver a esta última desde las siete hasta las nueve y media de la noche, siempre dentro de los límites de las paredes de mi casa y bajo la supervisión de la mirada indefectiblemente refunfuñona de mi padre.

En realidad, Charlie se había limitado a aumentar un castigo previo, algo menos estricto, que me había ganado por una desaparición sin explicación de tres días y un episodio de salto de acantilado.

De todos modos, seguía viendo a Santana en el instituto, porque no había nada que mi progenitor pudiera hacer al respecto. Y además, Santana pasaba casi todas las noches en mi habitación, aunque Charlie no tuviera conocimiento del hecho. Su habilidad para escalar con facilidad y silenciosamente hasta mi ventana en el segundo piso era casi tan útil como su capacidad de leer la mente de mi padre.

Por ello, sólo podía estar con mi novia por las tardes, y eso bastaba para tenerme inquieta y para que las horas pasaran despacio. Aguantaba mi castigo sin una sola queja, ya que, por una parte, me lo había ganado, y por otra, no soportaba la idea de hacerle daño a mi padre marchándome ahora que se avecinaba una separación mucho más permanente, de la que él no sabía nada, pero que estaba tan cercana en mi horizonte.

Mi padre se sentó en la mesa con un gruñido y desplegó el periódico húmedo que había allí; a los pocos segundos estaba chasqueando la lengua, disgustado.

—No sé para qué lees las noticias, papá. Lo único que consigues es fastidiarte.

Me ignoró, refunfuñándole al papel que sostenía en las manos.

—Éste es el motivo por el que todo el mundo quiere vivir en una ciudad pequeña. ¡Es temible!
—¿Y qué tienen ahora de malo las ciudades grandes?
—Seattle está echando una carrera a ver si se convierte en la capital del crimen del país. En las últimas dos semanas ha habido cinco homicidios sin resolver. ¿Te puedes imaginar lo que es vivir con eso?
—Creo que Phoenix se encuentra bastante más arriba en cuanto a listas de homicidios, papá, y yo sí he vivido con eso —y nunca había estado más cerca de convertirme en víctima de uno que cuando me mudé a esta pequeña ciudad, tan segura. De hecho, todavía tenía bastantes peligros acechándome a cada momento... La cuchara me tembló en las manos, agitando el agua.
—Bueno, pues no hay dinero que pague eso —comentó Charlie.

Dejé de intentar salvar la cena y me senté para servirla; tuve que usar el cuchillo de la carne para poder cortar una ración de espaguetis para Charlie y otra para mí, mientras él me miraba con expresión avergonzada. Mi padre cubrió su porción con salsa y comenzó a comer. Yo también disimulé aquel engrudo como pude y seguí su ejemplo sin mucho entusiasmo. Comimos en silencio unos instantes. Charlie todavía revisaba las noticias, así que tomé mi manoseado ejemplar de Cumbres borrascosas de donde lo había dejado en el desayuno e intenté perderme a mi vez en la Inglaterra del cambio de siglo, mientras esperaba que en algún momento él empezara a hablar.

Estaba justo en la parte del regreso de Heathcliff cuando Charlie se aclaró la garganta y arrojó el periódico al suelo.

—Tienes razón —admitió—. Tenía un motivo para hacer esto —movió su tenedor de un lado para otro entre la pasta gomosa—. Quería hablar contigo.

Deje el libro a un lado. Tenía las cubiertas tan vencidas que se quedo abierto sobre la mesa.

—Bastaba con que lo hubieras hecho.

El asintió y frunció las cejas.

—Si lo recordaré para la próxima vez. Creía que haciendo la cena por ti te ablandaría un poco.

Me eche a reír.

—Pues ha funcionado. Tus habilidades culinarias me han dejajado como la seda. ¿Qué quieres, papá?
—Bueno, tiene que ver con Sam.

Sentí cómo se endurecía la expresión de mi rostro.

—¿Qué es lo que pasa con él? —pregunté entre los labios apretados.
—Sé que aún estáis enfadados por lo que te hizo, pero actuó de modo correcto. Estaba siendo responsable.
—Responsable —repetí con tono mordaz mientras ponía los ojos en blanco—. Vale, bien, y ¿qué pasa con él?

Esa pregunta que había formulado de modo casual se repetía dentro de mi mente de forma menos trivial. ¿Qué pasaba con Sam? ¿Qué iba a hacer con él? Mi antiguo mejor amigo que ahora era... ¿qué? ¿Mi enemigo? Me iba a dar algo.

El rostro de Charlie se volvió súbitamente precavido.

—No te pongas furiosa conmigo, ¿de acuerdo?
—¿Furiosa?
—Bueno, también tiene que ver con Santana.

Se me empequeñecieron los ojos. La voz de Charlie se volvió brusca.

—Le he dejado entrar en casa, ¿no?
—Lo has hecho —admití—, pero por periodos de tiempo muy pequeños. Claro, también me has dejado salir a ratos de vez en cuando —continué, aunque en plan de broma; sabía que estaba encerrada hasta que se acabara el curso—. La verdad es que me he portado bastante bien últimamente.
—Bueno, pues ahí quería yo llegar, más o menos...

Y entonces la cara de Charlie se frunció con una sonrisa y un guiño de ojos inesperado; por unos instantes pareció veinte años más joven. Entreví una oscura y lejana posibilidad en aquella sonrisa, pero opté por no precipitarme.

—Me estoy liando, papá. ¿Estamos hablando de Sam, de Santana o de mi encierro?

La sonrisa flameó de nuevo.

—Un poco de las tres cosas.
—¿Y cómo se relacionan entre sí? —pregunté con cautela.
—Vale —suspiró mientras alzaba las manos simulando una rendición—. Creo que te mereces la libertad condicional por buen comportamiento. Te quejas sorprendentemente poco para ser una adolescente.

Alcé las cejas y el tono de voz al mismo tiempo.

—¿De verdad? ¿Puedo salir?

¿A qué venía todo esto? Me había resignado a estar bajo arresto domiciliario hasta que me mudara de forma definitiva y Santana no había detectado ningún cambio en los pensamientos de Charlie...

Mi padre levantó un dedo.

—Pero con una condición.

Mi entusiasmo se desvaneció.

—Fantástico —gruñí.
—Britt, esto es más una petición que una orden, ¿vale? Eres libre, pero espero que uses esta libertad de forma... juiciosa.
—¿Y qué significa eso?

Suspiró de nuevo.

—Sé que te basta con pasar todo tu tiempo en compañía de Santana…
—También veo a Rachel —le interrumpí. La hermana de Santana no tenía unas horas limitadas de visita, ya que iba y venía a su antojo. Charlie hacía lo que a ella le daba la gana.
—Es cierto —asintió—, pero tú también tienes otros amigos además de los Cullen, Britt. O al menos los tenías.

Nos miramos fijamente el uno al otro durante un largo intervalo de tiempo.

—¿Cuándo fue la última vez que viste a Tinna? —me increpó.
—El viernes a la hora de comer —le contesté de forma instantanea.

Antes del regreso de Santana, mis amigos se habían dividido en dos grupos. A mí me gustaba pensar en ello en términos de los buenos contra los malos. También en plan de «nosotros» y «ellos». Los buenos eran Tinna, su novio Mike y Artie; Todos me habían perdonado generosamente por haber enloquecido después de la marcha de Santana. Lauren era el núcleo de los malos, de «ellos», y casi todos los demás, incluyendo mi primera amiga en Forks, Sugar, parecían felices de llevar al día su agenda anti-Britt.

La línea divisoria se había vuelto incluso más nítida una vez que Santana regresó al instituto, un retorno que se había cobrado su tributo en la amistad de Artie, aunque Tinne continuaba inquebrantablemente leal y Mike seguía su estela.

A pesar de la aversión natural que la mayoría de los humanos sentía hacia los Cullen, Tinne se sentaba de manera diligente al lado de Rachel todos los días a la hora de comer. Después de unas cuantas semanas, Tinna incluso parecía encontrarse cómoda allí. Era difícil no caer bajo el embrujo de los Cullen, una vez que alguien les daba la oportunidad de ser encantadores.

—¿Fuera del colegio? —me preguntó Charlie, atrayendo de nuevo mi atención.
—No he podido ver a nadie fuera del colegio, papá. Estoy castigada, ¿te acuerdas? Y Tinna también tiene novio, siempre está con Mike. Si realmente llego a estar libre —añadí, acentuando mi escepticismo—, quizás podamos salir los cuatro.
—Vale, pero entonces... —dudó—. Sam y tú parecíais muy unidos, y ahora...

Le corté.

—¿Quieres ir al meollo de la cuestión, papá? ¿Cuál es tu condición, en realidad?
—No creo que debas deshacerte de todos tus amigos por tu novia, Britt —espetó con dureza—. No está bien y me da la impresión de que tu vida estaría mejor equilibrada si hubiera más gente en ella. Lo que ocurrió el pasado septiembre... —me estremecí—. Bien —continuó, a la defensiva—, aquello no habría sucedido si hubieras tenido una vida aparte de Santana.
—No fue exactamente así —murmuré.
—Quizá, a lo mejor no.
—¿Cuál es la condición? —le recordé.
—Que uses tu nueva libertad para verte también con otros amigos. Que mantengas el equilibrio.

Asentí con lentitud.

—El equilibrio es bueno, pero, entonces, ¿debo cubrir alguna cuota específica de tiempo con ellos?

Hizo una mueca, pero sacudió la cabeza.

—No quiero que esto se complique de modo innecesario. Simplemente, no olvides a tus amigos...

Éste era un dilema con el que yo ya había comenzado a luchar. Mis amigos. Gente a la que, por su propia seguridad, tendría que no volver a ver después de la graduación.

Así que, ¿cuál era el mejor curso de acción? ¿Pasar el tiempo con ellos mientras pudiera o comenzar ya la separación, para hacerla más gradual? Me echaba a temblar ante la segunda opción.

—...en especial, a Sam —añadió Charlie antes de que mis pensamientos avanzaran más.

Y éste era un dilema mayor aún que el anterior. Me llevó unos momentos encontrar las palabras adecuadas.

—Sam..., eso puede ser difícil.
—Los Evans prácticamente son nuestra familia, Britt —dijo, severo y paternal a la vez—. Y Sam ha sido muy, muy amigo tuyo.
—Ya lo sé.
—¿No le echas de menos ni un poco? —preguntó Charlie, frustrado.

Se me cerró la garganta de forma repentina; tuve que aclarármela un par de veces antes de contestar.

—Sí, claro que le echo de menos —admití, todavía con la vista baja—. Le echo mucho de menos.
—Entonces, ¿dónde está el problema?

Eso era algo que no le podía explicar. Iba contra las normas de la gente normal ‑normal como Charlie o yo misma‑ conocer el mundo clandestino lleno de criaturas míticas y monstruos que existían en secreto a nuestro alrededor. Yo sabía todo lo que había que saber sobre ese mundo, y ello me había causado no pocos problemas. No tenía la más mínima intención de poner a Charlie en el mismo brete.

—Con Sam hay... un inconveniente —contesté lentamente—. Tiene que ver con el mismo concepto de amistad. Quiero decir... La amistad no parece ser suficiente para Sam —eludí los detalles ciertos, pero insignificantes, apenas trascendentes comparados con el hecho de que la manada de licántropos de Sam odiaba fieramente a la familia de vampiros de Santana, y por extensión, a mí también, que estaba del todo decidida a pertenecer a ella. Esto no era algo que se pudiera tratar en una nota, y él no respondía a mis llamadas. Sin embargo, mi plan de verme con el hombre lobo en persona les había sentado fatal a los vampiros.
—¿Santana no está de acuerdo con un poco de sana competencia? —la voz de Charlie se había vuelto sarcástica ahora.

Le eché una mirada siniestra.

—No hay competencia de ningún tipo.
—Estás hiriendo los sentimientos de Sam al evitarle de este modo. Él preferiría que fuerais amigos mejor que nada.
—Ah, ¿soy yo la que le está rehuyendo? Estoy segura de que Sam no quiere que seamos amigos de ninguna manera —las palabras me quemaban la boca—. ¿De dónde te has sacado esa idea, entonces?

Charlie ahora parecía avergonzado.

—El asunto salió hoy a colación mientras hablaba con Billy...
—Billy y tú cotilleáis como abuelas —me quejé, enfadada, al tiempo que hundía el cuchillo en los espaguetis congelados de mi plato.
—Billy está preocupado por Sam —contestó Charlie—. Sam lo está pasando bastante mal... Parece deprimido.

Hice un gesto de dolor, pero continué con los ojos fijos en el engrudo.

—Y antes, tú solías mostrarte tan feliz después de haber pasado el día con Sam... —suspiró Charlie.
—Soy feliz ahora —gruñí ferozmente entre dientes.

El contraste entre mis palabras y el tono de mi voz rompió la tensión. Charlie se echó a reír a carcajadas y yo me uní a él.

—Vale, vale —asentí—. Equilibrio.
—Y Sam —insistió él.
—Lo intentaré.
—Bien. Encuentra ese equilibrio, Britt. Ah, y mira, tienes correo —dijo Charlie cerrando el asunto sin ninguna sutileza—. Está al lado de la cocina.

No me moví, pero mis pensamientos gruñían y se retorcían en torno al nombre de Sam. Seguramente sería correo basura; había recibido un paquete de mi madre el día anterior y no esperaba nada más.

Charlie retiró su silla y se estiró cuando se puso en pie. Tomó su plato y lo llevó al fregadero, pero antes de abrir el grifo del agua para enjuagarlo, me trajo un grueso sobre. La carta se deslizó por la mesa y me golpeó el codo.

—Ah, gracias —murmuré, sorprendida por su actitud avasalladora. Entonces vi el remite; la carta venía de la Universidad del Sudeste de Alaska—. Qué rápidos. Creí que se me había pasado el plazo de entrega de ésta también.

Charlie rió entre dientes.

Le di la vuelta al sobre y luego levanté la vista hacia él.

—Está abierto.
—Tenía curiosidad.
—Me ha dejado atónita, sheriff. Eso es un crimen federal.
—Venga ya, léela.

Saqué la carta y un formulario doblado con los cursos.

—Felicidades —dijo antes de que pudiera ojearla—. Tu primera aceptación.
—Gracias, papá.
—Hemos de hablar de la matrícula. Tengo un poco de dinero ahorrado...
—Eh, eh, nada de eso. No voy a tocar el capital de tu retiro, papá. Tengo mi fondo universitario.

Bueno, al menos lo que quedaba de él, que no era mucho. Charlie torció el gesto.

—Esos sitios son bastante caros, Britt. Quiero ayudarte. No tienes que irte hasta Alaska, tan lejos, sólo porque sea más barato.

Pero no era más barato, precisamente. La cuestión es que estaba bastante lejos y Juneau tenía una media de trescientos veintiún días de cielo cubierto al año. El primero era un requerimiento mío; el segundo, de Santana.

—Ya lo tengo resuelto. Además, hay montones de ayudas financieras por ahí. Es fácil conseguir créditos.

Esperé que mi farol no fuera demasiado obvio. Lo cierto es que aún no había investigado el asunto en absoluto.

—Así que... —comenzó Charlie, y luego apretó los labios y miró hacia otro lado.
—Así que, ¿qué?
—Nada. Sólo que... —frunció el ceño—. Sólo me preguntaba... cuáles serían los planes de Santana para el año que viene.
—Oh.
—¿Y bien?

Me salvaron tres golpes rápidos en la puerta. Charlie puso los ojos en blanco y yo salté de la silla.

—¡Entra! —grité, mientras Charlie murmuraba algo parecido a «lárgate». Le ignoré y fui a recibir a Santana.

Abrí la puerta de un tirón, con una precipitación ridicula, y allí estaba ella, mi milagro personal.

El tiempo no había conseguido inmunizarme contra la perfección de su rostro y estaba segura de que nunca sabría valorar lo suficiente todos sus aspectos. Mis ojos se deslizaron por sus pálidos rasgos: la dureza de su mandíbula, la suave curva de sus labios carnosos, torcidos ahora en una sonrisa, la línea recta de su nariz, el ángulo agudo de sus pómulos, la suavidad marmórea de su frente, oscurecida en parte por un mechón enredado de cabello, mojado por la lluvia...

Dejé sus ojos para lo último, sabiendo que perdería el hilo de mis pensamientos en cuanto me sumergiera en ellos. Eran grandes, cálidos, de un líquido color dorado, enmarcados por unas espesas pestañas negras. Asomarme a sus pupilas siempre me hacía sentir de un modo especial, como si mis huesos se volvieran esponjosos. También me noté ligeramente mareada, pero quizás eso se debió a que había olvidado seguir respirando. Otra vez.

Era un rostro por el que cualquier modelo del mundo hubiera entregado su alma; pero claro, sin duda ése sería precisamente el precio que habría de pagar: el alma.

No. No podía creer aquello. Me sentía culpable sólo por pensarlo y en ese momento me alegré de ser ‑a menudo me sucedía‑ la única persona cuyos pensamientos constituían un misterio para Santana.

Le tomé la mano y suspiré cuando sus dedos fríos se encontraron con los míos. Su tacto trajo consigo un extraño alivio, como si estuviera dolorida y el daño hubiera cesado de repente.

—Eh —sonreí un poco para compensarle de tan fría acogida. Ella levantó nuestros dedos entrelazados para acariciar mi mejilla con el dorso de su mano.
—¿Qué tal te ha ido la tarde?
—Lenta.
—Sí, también para mí.

Alzó mi muñeca hasta su rostro, con nuestras manos aún unidas. Cerró los ojos mientras su nariz se deslizaba por la piel de mi mano, y sonrió dulcemente sin abrirlos. Como alguna vez había comentado, disfrutando del aroma, pero sin probar el vino.

Sabía que el olor de mi sangre, más dulce para ella que el de ninguna otra persona, era realmente como si se le ofreciese vino en vez de agua a un alcohólico, y le causaba un dolor real por la sed ardiente que le provocaba; pero eso no parecía arredrarle ahora, como sí había ocurrido al principio. Apenas podía intuir el esfuerzo hercúleo que encubría ese gesto tan sencillo.

Me entristecía que se viera sometida a esta prueba tan dura. Me consolaba pensando que no le infligiría este dolor durante mucho más tiempo.

Oí acercarse a Charlie, haciendo ruido con las pisadas; era su forma habitual de expresar el desagrado que sentía hacia nuestra visitante. Los ojos de Santana se abrieron de golpe y dejó caer nuestras manos aunque las mantuvo unidas.

—Buenas tardes, Charlie —Santana se comportaba siempre con una educación sin mácula, pese a que papá no lo mereciera.

Mi padre le gruñó y después se quedó allí de pie, con los brazos cruzados en el pecho. Últimamente estaba llevando su idea de la supervisión paternal a extremos insospechados.

—He traído otro juego de formularios —me dijo Santana, enseñando un grueso sobre de papel manila en color crema. Llevaba un rollo de sellos como un anillo enroscado en su dedo meñique.

Gemí. Pero ¿es que quedaba aún alguna facultad que no me hubiera obligado a solicitar? ¿Y cómo es que conseguía encontrar todas esas lagunas legales en los plazos? El año estaba ya muy avanzado.

Sonrió como si realmente pudiera leer mis pensamientos, ya que éstos debían de mostrarse con igual claridad en mi rostro.

—Todavía nos quedan algunas fechas abiertas, y hay ciertos lugares que estarían encantados de hacer excepciones.

Podía imaginarme las motivaciones que habría detrás de tales excepciones. Y la cantidad de dólares involucrada, también.

Santana se echó a reír ante mi expresión.

—¿Vamos? —me preguntó mientras me empujaba hacia la mesa de la cocina.

Charlie se enfurruñó y nos siguió, aunque difícilmente podría quejarse de la actividad prevista en la agenda de aquella noche. Llevaba ya un montón de días fastidiándome para que tomara una decisión sobre la universidad.

Limpié rápidamente la mesa mientras Santana organizaba una pila impresionante de formularios. Enarcó una ceja cuando puse Cumbres borrascosas en la encimera. Sabía lo que estaba pensando, pero Charlie intervino antes de que pudiera hacer algún comentario.

—Hablando de solicitudes de universidades, muchacha —dijo con su tono más huraño; siempre intentaba evitar dirigirse a ella directamente a Santana, pero cuando lo hacía, le empeoraba el humor—. Britt y yo estábamos hablando del próximo año. ¿Has decidido ya dónde vas a continuar los estudios?
Santana le sonrió y su voz fue amable.
—Todavía no. He recibido unas cuantas cartas de aceptación, pero aún estoy valorando mis opciones.
—¿Dónde te han aceptado? —presionó él.
—Syracuse... Harvard... Dartmouth... y acabo de recibir hoy la de la Universidad del Sudeste de Alaska.

Santana giró levemente el rostro hacia un lado para guiñarme un ojo. Yo sofoqué una risita.

—¿Harvard? ¿Dartmouth? —preguntó Charlie, incapaz de ocultar el asombro—. Vaya, eso está muy bien, pero que muy bien. Ya, pero la Universidad de Alaska... realmente no la tendrás en cuenta cuando puedes acceder a estas estupendas universidades. Quiero decir que tu padre no querrá que tú...
—A William siempre le parecen bien mis decisiones sean las que sean —le contestó él con serenidad.
—Humpf.
—¿Sabes qué, Santy? —pregunté con voz alegre, siguiéndole el juego.
—¿Qué, Britt?

Señalé el sobre grueso que descansaba encima de la encimera.

—¡Yo también acabo de recibir mi aceptación de la Universidad de Alaska!
—¡Felicidades! —esbozó una gran sonrisa—. ¡Qué coincidencia!

Charlie entornó los ojos y paseó la mirada del uno al otro.

—Estupendo —murmuró al cabo de un minuto—. Me voy a ver el partido, Britt. Recuerda, a las nueve y media.

Ese era siempre su comentario final.

—Esto..., papá, ¿recuerdas la conversación que acabamos de tener sobre mi libertad...?

El suspiró.

—De acuerdo. Vale, a las diez y media. El toque de queda continúa en vigor las noches en que haya instituto al día siguiente.
—¿Britt ya no está castigada? —preguntó Santana. Aunque yo sabía que ella no estaba realmente sorprendida, no pude detectar ninguna nota falsa en el repentino entusiasmo de su voz.
—Con una condición —corrigió Charlie entre dientes—. ¿Y a ti qué más te da?

Le fruncí el ceño a mi padre, pero él no lo vio.

—Es bueno saberlo —repuso Santana—. Rachel está deseando contar con una compañera para ir de compras y estoy seguro de que a Britt le encantará un poco de ambiente urbano —me sonrió.

Pero Charlie gruñó «¡no!», y su rostro se tornó púrpura.

—¡Papá! Pero ¿qué problema hay?

El hizo un esfuerzo para despegar los dientes.

—No quiero que vayas a Seattle por ahora.
—¿Eh?
—Ya te conté aquella historia del periódico. Hay alguna especie de pandilla matando a todo lo que se les pone por delante en Scattle y quiero que te mantengas lejos, ¿vale?

Puse los ojos en blanco.

—Papá, hay más probabilidades de que me caiga encima un rayo. Para un día que voy a estar en Seattle no me...
—De acuerdo, Charlie —intervino Santana, interrumpiéndome—. En realidad, no me refería a Seattle, sino a Portland. No la llevaría a Seattle de ningún modo. Desde luego que no.

Le miré incrédula, pero tenía el periódico de Charlie en las manos y leía la página principal con sumo interés.

Quizás estaba intentando apaciguar a mi padre. La idea de estar en peligro incluso entre los más mortíferos de los humanos en compañía de Rachel o Santana era de lo más hilarante.

Funcionó. Charlie miró a Santana un instante más y después se encogió de hombros.

—De acuerdo.

Luego se marchó a zancadas hacia el salón, casi con prisa, quizá porque no quería estropear una salida teatral.

Esperé hasta que encendió la televisión, de modo que Charlie no pudiera oírme.

—Pero ¿qué...? —comencé a preguntar.
—Espera —dijo Santana, sin levantar la mirada del papel. Tenía los ojos aún pegados a la página cuando empujó el primer formulario en mi dirección—. Creo que puedes reciclar los otros escritos para éste. Tiene las mismas preguntas.

Quizá Charlie continuara a la escucha, por lo que suspiré y comencé a llenar la misma información de siempre: nombre, dirección, estado civil... Levanté los ojos después de unos minutos. Santana miraba a través de la ventana con gesto pensativo. Cuando volví a inclinar la cabeza sobre mi trabajo, me di cuenta de pronto del nombre de la facultad.

Resoplé y puse los papeles a un lado.

—¿Britt?
—Esto no es serio, Santana. ¿Dartmouth?

Santana cogió el formulario desechado y me lo puso delante otra vez con amabilidad.

—Creo que New Hampshire podría gustarte —comentó—. Hay un montón de cursos complementarios para mí por la noche y los bosques están apropiadamente cerca para un excursionista entusiasta, y llenos de fauna salvaje.

Compuso la sonrisa torcida que sabía que no podía resistir. Inspiré profundamente a través de la nariz.

—Te dejaré que me devuelvas el dinero, si eso te hace feliz —me prometió—. Si quieres, puedo hasta cargarte los intereses.
—Como si me fueran a admitir en alguna de esas universidades sin el pago de un tremendo soborno. ¿Entrará eso también como parte del préstamo? ¿La nueva ala Cullen de la biblioteca? Ag. ¿Por qué estamos teniendo otra vez esta discusión?
—Por favor, simplemente rellena el formulario, ¿vale, Britt? Hacer la solicitud no te causará ningún daño.

La mandíbula se me quedó floja.

—¿Cómo lo sabes? No pienso igual.

Alargué las manos para coger los papeles, pensando en arrugarlos de forma conveniente para tirarlos a la papelera, pero no estaban. Miré la mesa vacía un momento y después a Santana. No parecía que se hubiese movido, pero el formulario probablemente estaba ya guardado en su chaqueta.

—¿Qué estás haciendo? —requerí.
—Rubrico con tu firma casi mejor que tú, y ya has escrito los datos.
—Te estás pasando con esto, ¿sabes? —susurré, por si acaso Charlie no estaba totalmente concentrado en su partido—. No voy a escribir ninguna solicitud más. Me han aceptado en Alaska y casi puedo pagar la matrícula del primer semestre. Es una coartada tan buena como cualquier otra. No hay necesidad de tirar un montón de dinero, no importa cuánto sea.

Una expresión dolorida se extendió por su rostro.

—Britt…
—No empieces. Estoy de acuerdo en guardar las formas por el bien de Charlie, pero ambas sabemos que no voy a estar en condiciones de ir a la facultad el próximo otoño. Ni de estar en ningún lugar cerca de la gente.

Mi conocimiento sobre los primeros años de un vampiro era bastante superficial. Santana nunca se había explayado acerca de los detalles, ya que no era su tema favorito, pero me había hecho a la idea de que no era idílico precisamente. El autocontrol era, al parecer, una habilidad que se adquiría con el tiempo. Estaba fuera de cuestión cualquier otra relación que no fuera por correspondencia, a través del correo de la facultad.

—Creía que el momento todavía no estaba decidido —me recordó Santana con suavidad—. Puedes disfrutar de un semestre o dos de universidad. Hay un montón de experiencias humanas que aún no has vivido.
—Las tendré luego.
—Después ya no serán experiencias humanas. No hay una segunda oportunidad para ser humano, Britt.

Suspiré.

—Tienes que ser razonable respecto a la fecha, Santana. Es demasiado arriesgado para tomarlo a la ligera.
—Aún no hay ningún peligro —insistió ella.

Le fulminé con la mirada. ¿No había peligro? Segura. Sólo había un sádico vampiro intentando vengar la muerte de su compañero con la mía, preferiblemente utilizando algún método lento y tortuoso. ¿A quién le preocupaba Kurt? Y claro, también estaban los Vulturis, la familia real de los vampiros con su pequeño ejército de guerreros, que insistían en que mi corazón dejara de latir un día u otro en un futuro cercano, sólo porque no estaba permitido que los humanos supieran de su existencia. Estupendo. No había ninguna razón para dejarse llevar por el pánico.

Incluso con Rachel manteniendo la vigilancia ‑Santana confiaba en sus imprecisas visiones del futuro para concedernos un aviso con tiempo‑ era de locos correr el riesgo.

Además, ya había ganado antes esta discusión. La fecha para mi transformación, de forma provisional, se había situado para poco después de mi graduación en el instituto, apenas dentro de unas cuantas semanas.

Una fuerte punzada de malestar me atravesó el estómago cuando me di cuenta del poco tiempo que quedaba. Resultaba evidente lo necesario de estos cambios, sobre todo porque eran la clave para lo que yo quería más que nada en este mundo, pero era totalmente consciente de Charlie, sentado en la otra habitación, disfrutando de su partido, justo como cualquier otra noche. Y de mi madre Susan, allá lejos en la soleada Florida, que todavía me suplicaba que pasara el verano en la playa con ella y su nuevo marido. Y de Sam que, a diferencia de mis padres, sí sabría con exactitud lo que estaría ocurriendo cuando yo desapareciera en alguna universidad lejana. Incluso aunque ellos no concibieran sospechas durante mucho tiempo, o yo pudiera evitar las visitas con excusas sobre lo caro de los viajes, mis obligaciones con los estudios o alguna enfermedad, Sam sabría la verdad.

Durante un momento, la idea de la repulsión que inspiraría a Sam se sobrepuso a cualquier otra pena.

—Britt —murmuró Santana, con el rostro convulso al leer la aflicción en el mío—, no hay prisa. No dejaré que nadie te haga daño. Puedes tomarte todo el tiempo que quieras.
—Quiero darme prisa —susurré, sonriendo débilmente, e intentando hacer un chiste—. Yo también deseo ser un monstruo.

Apretó los dientes y habló a través de ellos.

—No tienes idea de lo que estás diciendo.

De golpe, puso el periódico húmedo sobre la mesa, entre nosotros. Su dedo señaló el encabezamiento de la página principal.

SE ELEVA EL NÚMERO DE
VÍCTIMAS MORTALES, LA
POLICÍA TEME LA IMPLICACIÓN
DE BANDAS CRIMINALES


—¿Y qué tiene esto que ver con lo que estamos hablando?
—Los monstruos no son cosa de risa, Britt.

Miré el título otra vez, y después volví la mirada a su expresión endurecida.

—¿Es un... vampiro quien ha hecho esto? —murmuré.

Ella sonrió sin un ápice de alegría. Su voz era ahora baja y fría.

—Te sorprenderías, Britt, de cuan a menudo los de mi especie somos el origen de los horrores que aparecen en tus noticias humanas. Son fáciles de reconocer cuando sabes dónde mirar. Esta información indica que un vampiro recién transformado anda suelto en Seattle. Sediento de sangre, salvaje y descontrolado, tal y como lo fuimos todos.

Refugié mi mirada en el periódico otra vez, evitando sus ojos.

—Hemos estado vigilando la situación desde hace unas semanas. Ahí están todos los signos, las desapariciones insólitas, siempre de noche, los pocos cadáveres recuperados, la falta de otras evidencias... Sí, un neófito. Y parece que nadie se está haciendo responsable de él —inspiró con fuerza—. Bien, no es nuestro problema. No podemos ni siquiera prestar atención a la situación hasta que no se nos acerque más a casa. Esto pasa siempre. La existencia de monstruos no deja de tener consecuencias monstruosas.

Intenté no fijarme en los nombres del periódico, pero resaltaban entre el resto de la letra impresa como si estuvieran en negrita. Cinco personas cuya vida había terminado y cuyas familias lloraban su muerte. Es diferente considerar el asesinato en abstracto que cuando tiene nombre y apellidos. Maureen Gardiner, Geoífrey Campbell, Grace Razi, Michelle O'Connell, Ronald Albrook. Gente que tenía padres, hijos, amigos, animales domésticos, trabajos, esperanzas, planes, recuerdos y un futuro...

—A mí no me sucederá lo mismo —murmuré, casi para mí misma—. Tú no dejarás que me comporte así. Viviremos en la Antártida.

Santana bufó, rompiendo la tensión.

—Pingüinos. Maravilloso.

Me eché a reír con una risa temblorosa y tiré el periódico fuera de la mesa, de modo que no tuviera que ver esos nombres; golpeó el linóleo con un ruido sordo. Sin duda, Santana habría tenido en cuenta las posibilidades de caza. Ella y su familia «vegetariana» ‑todos comprometidos con la protección de la vida humana‑ preferían el sabor de los grandes predadores para satisfacer las necesidades de su dieta.

—Alaska, entonces, tal como habíamos planeado. Sólo que nos vendría mejor algo mucho más lejano que Juneau, algún sitio con osos en abundancia.
—Mejor —consintió ella—. También hay osos polares. Son muy fieros. Y también abundan los lobos.

Se me quedó la boca abierta y expiré todo el aire de golpe, de forma violenta.

—¿Qué hay de malo? —me preguntó. Antes de que pudiera recuperarme, comprendió la confusión y todo su cuerpo pareció ponerse rígido—. Vaya, olvídate de los lobos, entonces, si la idea te repugna —su voz sonaba forzada, formal, y tenía los hombros rígidos.
—Era mi mejor amigo, Santana —susurré. Dolía usar el tiempo pasado—. Por supuesto que me desagrada la idea.
—Perdona mi falta de consideración —dijo, todavía de modo muy formal—. No debería haberlo sugerido.
—No te preocupes.

Me miré las manos, cerradas en dos puños sobre la mesa.

Nos sentamos en silencio durante un momento, y después su dedo frío se deslizó bajo mi barbilla, elevándome el rostro. Su expresión era ahora mucho más dulce.

—Lo siento. De verdad.
—Lo sé. Sé que no es lo mismo. No debería haber reaccionado de ese modo. Es sólo que..., bueno, estaba pensando justo en Sam antes de que vinieras —dudé. Sus ojos leonados parecían oscurecerse un poco siempre que escuchaba el nombre de Sam. Mi voz se tornó suplicante en respuesta—. Charlie dice que Sam lo está pasando mal. Se siente muy dolido y... es por mi culpa.
—Tú no has hecho nada malo, Britt.

Tomé un largo trago de aire.

—He de hacer las cosas mejor, Santana. Se lo debo. Y de todos modos, es una de las condiciones de Charlie...

Su rostro cambió mientras hablaba, endureciéndose de nuevo, volviéndose como el de una estatua.

—Ya sabes que está fuera de discusión que andes con un licántropo sin protección, Britt. Y el tratado se rompería si alguno de nosotros atravesáramos sus tierras. ¿Quieres que empecemos una guerra?
—¡Claro que no!
—Pues entonces no hay necesidad de discutir más sobre esto —dejó caer la mano y miró hacia otro lado, buscando cambiar de tema. Sus ojos se pararon en algún lugar detrás de mí y sonrió, aunque continuaron precavidos—. Me alegra que Charlie te deje salir. Tienes realmente necesidad de hacerle una visita a la librería. No me puedo creer que te estés leyendo otra vez Cumbres borrascosas. Pero ¿es que no te lo sabes de memoria ya?
—No todos tenemos memoria fotográfica —le contesté, en tono cortés.
—Memoria fotográfica o no, me cuesta entender que te guste. Los personajes son gente horrible que se dedica a arruinar la vida de los demás. No comprendo cómo se ha terminado poniendo a Heathcliff y Cathy a la altura de parejas como Romeo y Julieta o Elizabeth Bennet y Darcy. No es una historia de amor, sino de odio.
—Tú tienes serios problemas con los clásicos —le repliqué.
—Quizás es porque no me impresiona la antigüedad de las cosas —sonrió, evidentemente satisfecho al pensar que había conseguido distraerme—. Pero de verdad, en serio, ¿por qué lo lees una y otra vez? —sus ojos se llenaron de vitalidad, encendidos por un súbito interés, intentando, otra vez, desentrañar la intrincada forma de trabajar de mi mente. Se inclinó a lo largo de la mesa para acunar mi rostro en su mano—. ¿Qué es lo que tiene que te interesa tanto?

Su sincera curiosidad me desarmó.

—No estoy segura —le contesté, luchando por mantener la coherencia mientras su mirada, de forma involuntaria, dispersaba mis pensamientos—. Creo que tiene que ver con el concepto de lo inevitable. El hecho de que nada puede separarlos, ni el egoísmo de ella, ni la maldad de él, o incluso la muerte, al final...

Su rostro se volvió pensativo mientras sopesaba mis palabras. después de un momento sonrió con ganas de burla.

—Sigo pensando que sería una historia mejor si alguno de ellos poseyera alguna cualidad que lo redimiese. Espero que tú tengas más sentido común que eso, que enamorarte de algo tan... maligno.
—Es un poco tarde para mí el ponerme a considerar de quién enamorarme —le señalé—, pero incluso sin necesidad de la advertencia, creo que me he apañado bastante bien.

Se rió en silencio.

—Me alegra que pienses eso.
—Bien, y yo espero que seas lo suficientemente lista para mantenerte lejos de alguien tan egoísta. Catherine es realmente el origen de todo el problema, no Heathcliff.
—-Estaré en guardia —me prometió.

Suspiré. Se le daba muy bien distraerme.

Puse mi mano sobre la suya para sostenerla contra mi rostro.

—Necesito ver a Sam.

Cerró los ojos.

—No.
—En realidad, no es tan peligroso —le dije, en tono de súplica—. Solía pasarme antes el día en La Push, con todos ellos, y nunca me ocurrió nada.

Pero ahí cometí un desliz. La voz me falló al final cuando me di cuenta de que estaba diciendo una mentira. No era verdad que no hubiera pasado nada. Un recuerdo relampagueó en mi mente, el de un enorme lobo gris acuclillado para saltar, con sus dientes, afilados como dagas, dirigidos hacia mí..., y las palmas de mis manos comenzaron a sudar con el eco del pánico en mi memoria.

Santana oyó cómo se aceleraba mi corazón y asintió como si yo hubiera reconocido la mentira en voz alta.

—Los licántropos son inestables. Algunas veces, la gente que está cerca de ellos termina herida. Algunas otras veces, incluso muerta.

Quería negarlo, pero otra imagen detuvo mi refutación. Vi en mi mente de nuevo el que alguna vez fue el bello rostro de Emily, ahora marcado por un trío de cicatrices oscuras que arrancaban de la esquina de su ojo derecho y habían deformado su boca hasta convertirla para siempre en una mueca torcida.

Ella esperó, triunfante pero triste, a que yo recobrara la voz.

—No los conoces —murmuré.
—Los conozco mejor de lo que crees, Britt. Estuve aquí la última vez.
—¿La última vez?
—Llevamos cruzándonos con los hombres lobo desde hace setenta años. Nos acabábamos de establecer cerca de Hoquiam. Fue antes de que llegaran Rachel y Quinn. Los sobrepasábamos en número, pero eso no los hubiera frenado a la hora de luchar si no hubiera sido por William. Se las compuso para convencer a Ephraim Evans de que la coexistencia era posible y por ese motivo hicimos el pacto.

El nombre del tatarabuelo de Sam me sorprendió.

—Creíamos que su linaje había muerto con Ephraim —susurró Santana, y sonaba casi como si estuviera hablando consigo misma—, que la mutación genética que permitía la transformación había desaparecido con él —se interrumpió y me miró de forma acusadora—. Pero tu mala suerte parece que se acrecienta cada vez más. ¿Te das cuenta de que tu atracción insaciable por todo lo letal ha sido lo suficientemente fuerte como para hacer retornar de la extinción a una manada de cánidos mutantes? Desde luego, si pudiéramos embotellar tu mala fortuna, tendríamos entre manos un arma de destrucción masiva.

Pasé de sus ganas de tomarme el pelo, ya que me había llamado la atención su suposición: ¿lo decía en serio?

—Pero yo no les he hecho regresar, ¿no te das cuenta?
—¿Cuenta de qué?
—Mi pésima suerte no tiene nada que ver con eso. Los licántropos han regresado cuando lo han hecho los vampiros.

Santana me clavó la mirada, con el cuerpo inmovilizado por la sorpresa.

—Sam me dijo que la presencia de tu familia fue lo que precipitó todo. Pensé que estabas informado...

Entrecerró los ojos.

—¿Y eso es lo que piensan?
—Santana, atiende a los hechos. Vinisteis hace setenta años y aparecieron los licántropos; volvéis ahora y aparecen de nuevo. ¿No te das cuenta de que es más que una coincidencia?

Pestañeó y su mirada se relajó.

—Esa teoría le va a parecer a William muy interesante.
—Teoría —contesté con mala cara.

Se quedó en silencio un momento, mirando sin ver la lluvia, a través de la ventana. Supuse que estaría ponderando el hecho de que fuera la presencia de su familia la que estuviera convirtiendo a los locales en lobos gigantes.

—Interesante, aunque no cambia nada —murmuró tras un instante—. La situación continúa como está.

Traduje esto con bastante facilidad: nada de amigos licántropos.

Sabía que debía ser paciente con Santana. La cuestión no estaba en que fuera irrazonable, sino en que simplemente, no lo entendía. No tenía idea de cuánto era lo que le debía a Sam Evans, varias veces mi vida, y quizá también, mi cordura.

No quería hablar con nadie acerca de aquel tiempo yermo y estéril, y menos aún con ella, que con su marcha sólo había intentado defenderme, salvar mi alma. No podía considerarle culpable por todas aquellas estupideces que yo había cometido en su ausencia, o del dolor que había sufrido.

Pero ella sí.

Por ello tenía que poner mis ideas en palabras con muchísimo cuidado.

Me levanté y caminé alrededor de la mesa. Me abrió los brazos y yo me senté en el regazo de mi novia, acurrucándome dentro de su frío y pétreo abrazo. Le miré las manos mientras hablaba.

—Por favor, sólo escúchame un minuto. Esto es algo mucho más importante que el capricho de no querer desprenderse de un viejo amigo. Sam está sufriendo —mi voz tembló al pronunciar la palabra—. No puedo dejar de ayudarle ahora, justo cuando me necesita, simplemente porque no es humano todo el tiempo. Estuvo a mi lado cuando yo me había convertido también en... algo no del todo humano. No te haces una idea de cómo fue... —dudé, porque los brazos de Santana se habían puesto rígidos a mi alrededor, con los puños cerrados y los tendones resaltando—. Si Sam no me hubiera ayudado... No estoy segura de qué hubieras encontrado cuando volviste. Le debo mucho más de lo que crees, Santy.

Levanté el rostro con cautela para mirarle. Tenía los ojos cerrados y la mandíbula tensa.

—Nunca me perdonaré por haberte abandonado —susurró—, ni aunque viva cien mil años.

Presioné mi mano contra su rostro frío y esperé hasta que suspiró y abrió los ojos.

—Sólo pretendías hacer lo correcto. Y estoy segura de que habría funcionado con alguien menos chiflado que yo. Además, ahora estás aquí y eso es lo único que importa.
—Si no me hubiera ido no tendrías necesidad de arriesgar tu vida para consolar a un perro.

Me estremecí. Estaba acostumbrada a Sam y sus comentarios despectivos ‑chupasangre, sanguijuela, parásito‑, pero me sonó mucho más duro al oírlo en su voz aterciopelada.

—No sé cómo decirlo de forma adecuada —comentó Santana, y su tono era sombrío—. Supongo que incluso te sonará cruel, pero ya he estado muy cerca de perderte en el pasado. Ahora sé qué se siente en ese caso y no voy a tolerar que te expongas a ninguna clase de peligro.
—Tienes que confiar en mí en este asunto. Estaré bien.

El dolor volvió a aflorar en su rostro.

—Por favor, Britt —murmuró.

Fijé la mirada en sus ojos dorados, repentinamente llenos de fuego.

—¿Por favor, qué?
—Por favor, hazlo por mí. Por favor, haz un esfuerzo consciente por mantenerte a salvo. Yo hago todo lo que puedo, pero apreciaría un poco de ayuda.
—Me lo tomaré en serio —contesté en voz baja.
—¿Es que realmente no te das cuenta de lo importante que eres para mí? ¿Tienes alguna idea de cuánto te quiero?

Me apretó más fuerte contra su pecho duro acomodando mi cabeza bajo su barbilla. Presioné los labios contra su cuello frío como la nieve.

—Lo que sí sé es cuánto te quiero yo —repuse.
—Eso es comparar un árbol con todo un bosque.

Puse los ojos en blanco, pero ella no pudo verme.

—Imposible.

Me besó la parte superior de la cabeza y suspiró.

—Nada de hombres lobo.
—No voy a pasar por eso. Tengo que ver a Sam.
—Entonces tendré que detenerte.

Sonaba completamente confiado en que no sería un problema para ella.

Yo estaba convencida de que llevaba razón.

—Bueno, eso ya lo veremos —faroleé de todos modos—. Todavía es mi amigo.

Sentía la nota de Sam en mi bolsillo, como si de pronto pesara tres kilos. Podía oír sus palabras con su propia voz y parecía estar de acuerdo con Santana, algo que no iba a pasar nunca en la realidad.

«Eso no cambia nada. Lo siento».




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Espero les guste este nuevo capitulo. Besos.


Última edición por dianna agron 16 el Dom Ene 05, 2014 8:04 pm, editado 16 veces
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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por libe Vie Dic 20, 2013 6:16 pm

me encanto, esperando con ansias el siguiente.
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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por micky morales Vie Dic 20, 2013 10:40 pm

que fastidio con britt, parece enamorada de sam, si santana esta con ella ahora es logico que no quiera que se acerque a ese licantropo, que obstinacion!
micky morales
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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por dianna agron 16 Sáb Dic 21, 2013 12:42 am



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Evasión


Era extraño, pero me sentía optimista mientras caminaba desde la clase de Español a la cafetería, y no se debía sólo a que fuese cogida de la mano del ser más perfecto del planeta, aunque sin duda, esto también contaba.

Quizá se debía a que mi sentencia se había cumplido y volvía a ser una mujer libre otra vez.

O quizá no tenía que ver del todo conmigo. Más bien podía ser la atmósfera de libertad que se respiraba en todo el campus. Al instituto se le estaba acabando la cuerda, y en concreto para los veteranos, había una evidente emoción en el aire.

Teníamos la libertad tan cerca que casi podíamos tocarla, degustarla. Había signos por todas partes. Los pósters se apelotonaban en las paredes de la cafetería y las papeleras mostraban un colorido despliegue de folletos que rebosaban los bordes: notas para recordar comprar el anuario y tarjetas de graduación; plazos para encargar togas, sombreros y borlas; pliegos de argumentos en papel fluorescente de los de tercero haciendo campaña para delegados de clase; ominosos anuncios adornados con rosas para el baile de fin de curso de ese año. El gran baile era el fin de semana siguiente, pero le había hecho prometer a Santana firmemente que no me haría pasar por aquello otra vez. Después de todo, yo ya había tenido esa experiencia humana.

No, seguramente lo que me hacía sentirme tan ligera era mi reciente libertad personal. El final del curso no me resultaba tan placentero como parecía serlo para el resto de los estudiantes. En realidad, me ponía al borde de las náuseas cuando pensaba en ello. De todos modos, intentaba no hacerlo.

Pero era difícil escapar a un tema tan de actualidad como la graduación.

—¿Habéis enviado ya vuestras tarjetas? —preguntó Tinna cuando Santana y yo nos sentamos en nuestra mesa. Se había recogido el cabello en una improvisada coleta en vez de su habitual peinado liso, y había un brillo casi desquiciado en sus ojos.

Rachel y Mike estaban allí ya también, uno a cada lado de Tinna. Mike estaba concentrado leyendo un cómic. Alice escudriñó mi soso conjunto de téjanos y camiseta de manera que me hizo sentir cohibida. Probablemente estaba urdiendo ya otro cambio de imagen. Suspiré. Mi actitud indiferente ante la moda era una espina constante en su costado. Si la dejara, me vestiría a diario ‑puede que hasta varias veces al día‑ como si fuera una muñeca de papel en tres dimensiones y tamaño gigante.

—No —le contesté a Tinna—. No hay necesidad, la verdad. Susan ya sabe que me gradúo. ¿Y a quién más se lo voy a decir?
—¿Y tú qué, Rachel?

Ella sonrió.

—Ya está todo controlado.
—Qué suerte —suspiró Tinna—. Mi madre tiene primos a miles y espera que las manuscriba una por una. Me voy a quedar sin mano. No puedo retrasarlo más y sólo de pensarlo...
—Yo te ayudaré —me ofrecí—. Si no te importa mi mala caligrafía.

Seguro que a Charlie le gustaría esto. Vi sonreír a Santana por el rabillo del ojo. También a ella le gustaba la idea, seguro, de que yo cumpliera las condiciones de Charlie sin implicar a ningún hombre lobo. Tinna parecía aliviada.

—Eres un encanto. Me pasaré por tu casa cuando quieras.
—La verdad es que preferiría pasarme por la tuya si te va bien. Estoy harta de estar en la mía. Charlie me levantó el castigo anoche —sonreí ampliamente mientras anunciaba las buenas noticias.
—¿De verdad? —me preguntó Tinna, con sus siempre amables ojos castaños iluminados por una dulce excitación—. Creía que habías dicho que era para toda la vida.
—Me sorprende aún más que a ti. Estaba segura de que, al menos, tendría que terminar el instituto antes de que me liberara.
—¡Vaya, eso es estupendo, Britt! Hemos de salir por ahí para celebrarlo.
—No te puedes hacer idea de lo bien que me suena eso.
—¿Y qué podríamos hacer? —caviló Rachel, con su rostro iluminándose ante las distintas posibilidades. Las ideas de Rachel generalmente eran demasiado grandiosas para mí y leí en sus ojos justo eso, cómo entraba en acción su tendencia a llevar las cosas demasiado lejos.
—Sea lo que sea lo que estés pensando, Rach, dudo que pueda disfrutar de tanta libertad.
—Si estás libre, lo estás, ¿no? —insistió ella.
—Estoy segura de que aun así hay límites, como por ejemplo, las fronteras de los Estados Unidos.

Tinna y Mike se echaron a reír, pero Rachel hizo una mueca, realmente disgustada.

—Y entonces, ¿qué vamos a hacer esta noche? —insistió de nuevo.
—Nada. Mira, vamos a darle un par de días hasta que comprobemos que no va de guasa. Además, de todas formas, estamos entre semana.
—Entonces, lo celebraremos este fin de semana —el entusiasmo de Rachel era incontenible.
—Seguro —repuse, pensando aplacarla con eso. Yo sabía que no iba a hacer nada demasiado descabellado; resultaba más fiable tomarse las cosas con calma con Charlie. Darle la oportunidad de apreciar lo madura y digna de confianza que me había vuelto antes de pedirle ningún favor.

Tinna y Rachel empezaron a charlar evaluando las distintas posibilidades; Mike se unió a la conversación, apartando sus tebeos a un lado. Mi atención se dispersó. Me sorprendía darme cuenta de que el tema de mi libertad de pronto no me parecía, tan gratificante como se me antojaba hacía sólo unos minutos. Cuando empezaron a discutir sobre qué cosas podíamos hacer en Port Angeles o quizás en Hoquiam, empecé a sentirme contrariada.

No me llevó mucho tiempo descubrir de dónde procedía mi agitación.

Desde que me despedí de Sam Evans en el bosque contiguo a mi casa, me veía agobiada por la invasión persistente e incómoda de una imagen mental concreta. Se introducía en mis pensamientos de vez en cuando, como la irritante alarma de un reloj programado para sonar cada media hora, llenándome la cabeza con la imagen de Sam contraído por la pena. Éste era el último recuerdo que tenía de él.

Cuando la molesta visión me invadió otra vez, supe exactamente por qué no me sentía satisfecha con mi libertad. Porque era incompleta.

Sí, desde luego, yo podía ir a cualquier sitio que quisiera, excepto a La Push, para ver a Sam. Le fruncí el ceño a la mesa. Tenía que haber algún tipo de terreno intermedio.

—¿Rach? ¡Rachel!

La voz de Tina me sacó de mi ensueño. Sacudía enérgicamente mi mano frente al rostro de Rachel, inexpresivo y con la mirada en trance. Rachel tenía esa expresión que yo conocía tan bien, una expresión capaz de enviar un ramalazo de pánico a través de mi cuerpo. La mirada ausente de sus ojos me dijo que estaba viendo algo muy distinto, pero tanto o más real que la escena mundana que se desarrollaba en el comedor que nos rodeaba. Algo que estaba por venir, algo que ocurriría pronto. Sentí cómo la sangre abandonaba mi rostro.

Entonces Santana rió, un sonido relajado, muy natural. Tina y Mike se volvieron para mirarle, pero mis ojos estaban trabados en Rachel, que se sobresaltó de pronto, como si alguien le hubiera dado una patada por debajo de la mesa.

—¿Qué, te has echado un siestecita, Rachel? —se burló Santana.

Rachel volvió en sí misma.

—Lo siento, supongo que me he adormilado.
—Echarse un sueñecito es mejor que enfrentarse a dos horas más de clase —comentó Mike.

Rachel se sumergió de nuevo en la conversación mucho más animada que antes, tal vez en exceso; entonces, vi cómo sus ojos se clavaban en los de Santana, sólo por un momento, y cómo después volvían a fijarse en Tina antes de que nadie se diera cuenta. Santana parecía tranquila mientras jugueteaba absorta con uno de los mechones de mi pelo.

Esperé con ansiedad la oportunidad de preguntarle en qué consistía la visión de su hermana, pero la tarde transcurrió sin que estuviéramos ni un minuto a solas...
...lo cual me pareció raro, casi se me antojó deliberado. Tras el almuerzo, Santana acomodó su paso al de Mike para hablar de unos deberes que yo sabía que ya había terminado. Después, siempre nos encontrábamos con alguien entre clases, aunque lo normal hubiera sido que hubiéramos tenido unos minutos para nosotras, como solía ocurrir. Cuando sonó el último timbre, Santana eligió entablar conversación con Artie, de entre todos los que se encontraban por allí, acompasando su paso al de Artie mientras éste se dirigía al aparcamiento. Yo les seguía, dejando que ella me remolcase.

Escuché, llena de confusión, cómo Artie contestaba las inusualmente amables preguntas de Santana. Al parecer, Artie había tenido problemas con su coche.

—...así que lo único que hice fue cambiarle la batería —decía en este momento. Sus ojos iban y venían con cautela y rapidez del rostro de Santana al suelo. El pobre Artie estaba tan desconcertado como yo.
—¿Y no serán quizá los cables? —sugirió Santana.
—Podría ser. La verdad es que no tengo ni idea de coches —admitió Artie—. Necesito que alguien le eche una ojeada, pero no me puedo permitir llevarlo a Dowling.

Abrí la boca para sugerir a mi mecánico, pero la cerré de un golpe. Mi mecánico estaba muy ocupado esos días, andando por ahí en forma de lobo gigante.

—Yo sí tengo alguna idea. Puedo echarle una ojeada, si quieres —le ofreció Santana—. En cuanto deje a Rach y Britt en casa.

Artie y yo miramos a Santana con la boca abierta.

—Eh... gracias —murmuró Artie cuando se recobró—. Pero me tengo que ir a trabajar. A lo mejor algún otro día.
—Cuando quieras.
—Nos vemos —Artie se subió a su coche, sacudiendo la cabeza incrédulo.

El Volvo de Santana, con Rachel ya dentro, estaba sólo a dos coches del de Artie.

—¿De qué va todo esto? —barboté mientras Santana me abría la puerta del copiloto.
—Sólo intentaba ayudarle —repuso Santana.

Y en ese momento, Rachel, que esperaba en el asiento de atrás, comenzó a balbucear a toda velocidad.

—Realmente no eres tan buena mecánica, Santy. Sería mejor que permitieras a Kitty echarle una ojeada esta noche, por si quieres quedar bien con Artie; no vaya a darle por pedirte ayuda, ya sabes. Aunque lo que estaría divertido de verdad sería verle la cara si fuera Kitty la que se ofreciera... Bueno, tal vez no sería muy buena idea, teniendo en cuenta que se supone que está al otro lado del país, en la universidad. Cierto, sería una mala idea. De todas formas, supongo que podrás apañarte con el coche de Artie. total, lo único que te viene grande es la puesta a punto de un buen coche deportivo italiano, requiere más finura. Y hablando de Italia y de los deportivos que robé allí, todavía me debes un Porsche .amarillo. Y no sé si quiero esperar hasta Navidades para tenerlo...

Después de un minuto, dejé de escucharla, dejando que su voz rápida se convirtiera sólo en un zumbido de fondo mientras me armaba de paciencia.

Me daba la impresión de que Santana estaba intentando evitar mis preguntas. Estupendo. De todos modos, pronto estaríamos a solas. Nada más era cuestión de tiempo.

También ella parecía estar dándose cuenta del asunto. Dejó a Rachel al comienzo del acceso a la finca de los Cullen, aunque llegados a este punto, casi creí que la iba a llevar hasta la puerta y luego a acompañarla dentro.

Cuando salió, Rachel le dirigió una mirada perspicaz. Santana parecía completamente relajada.

—Luego nos vemos —le dijo; y después, aunque de forma muy ligera, asintió.

Rachel se volvió y desapareció entre los árboles.

Estaba tranquila cuando le dio la vuelta al coche y se encaminó hacia Forks. Yo esperé, preguntándome si sacaría el tema por sí misma. No lo hizo, y eso me puso tensa. ¿Qué era lo que había visto Rachel a la hora del almuerzo? Algo que no deseaba contarme, así que intenté pensar en un motivo por el que le gustaría mantener el secreto. Quizá sería mejor prepararme antes de preguntar. No quería perder los nervios y hacerle pensar que no podía manejarlo, fuera lo que fuera.

Así que continuamos en silencio hasta que llegamos a la parte trasera de la casa de Charlie.

—Esta noche no tienes muchos deberes —comentó ella.
—Aja —asentí.
—¿Crees que me permitirá entrar otra vez?
—No le ha dado ninguna pataleta cuando has venido a buscarme para ir al instituto.

Sin embargo, estaba segura de que Charlie se iba a poner de malas bien rápido en el momento en que llegara a casa y se encontrara con Santana allí. Quizá sería buena idea que preparara algo muy especial para la cena.

Una vez dentro, me encaminé hacia las escaleras seguida por Santana. Se recostó sobre mi cama, y miró sin ver por la ventana, completamente ajena a mi nerviosismo.

Guardé mi bolso y encendí el ordenador. Tenía pendiente un correo electrónico de mi madre y a ella le daba un ataque de pánico cuando tardaba mucho en contestarle. Tabaleé con los dedos sobre la mesa, mientras esperaba a que mi decrépito ordenador comenzara a encenderse resollando; golpeaba el tablero de forma entrecortada, mostrando mi ansiedad.

De pronto, sentí sus dedos sobre los míos, manteniéndolos quietos.

—Parece que estás algo nerviosa hoy, ¿no? —murmuró.

Levanté la mirada, intentando soltar una contestación sarcástica, pero su rostro estaba más cerca de lo que esperaba. Sus ojos pendían apasionados a pocos centímetros de los míos, y notaba su aliento frío contra mis labios abiertos. Podía sentir su sabor en mi lengua.

Ya no podía acordarme de la respuesta ingeniosa que había estado a punto de soltarle. Ni siquiera podía recordar mi nombre.

No me dio siquiera la oportunidad de recuperarme.

Si fuera por mí, me pasaría la mayor parte del tiempo besando a Santana. No había nada que yo hubiera experimentado en mi vida comparable a la sensación que me producían sus fríos labios, Eran duros como el mármol, pero siempre tan dulces al deslizarse sobre los míos.

Por lo general, no solía salirme con la mía.

Así que me sorprendió un poco cuando sus dedos se entrelazaron dentro de mi pelo, sujetando mi rostro contra el suyo. Tenía los brazos firmemente asidos a su cuello y hubiera deseado ser más fuerte para asegurarme de que podría mantenerla prisionera así para siempre. Una de sus manos se deslizó por mi espalda, presionándome contra su pecho con mayor fuerza aún. A pesar de su jersey, su piel era tan fría que me hizo temblar, aunque más bien era un estremecimiento de placer, de felicidad, razón por la cual sus manos me soltaron.

Ya sabía que tenía aproximadamente tres segundos antes de que suspirara y me apartara con destreza, diciendo que había arriesgado ya mi vida lo suficiente para una tarde. Intenté aprovechar al máximo mis últimos segundos y me aplasté contra ella, amoldándome a la forma de su cuerpo. Reseguí la forma de su labio inferior con la punta de la lengua; era tan perfecto y suave como si estuviera pulido y el sabor...

Apartó mi cara de la suya, rompiendo mi fiero abrazo con facilidad, probablemente, sin darse cuenta siquiera de que yo estaba empleando toda mi fuerza.

Se rió entre dientes una vez, con un sonido bajo y ronco. Tenía los ojos brillantes de excitación, esa fogosidad que era capaz de disciplinar con tanta rigidez.

—Ay, Britt —suspiró.
—Se supone que tendría que arrepentirme, pero no voy a hacerlo.
—Y a mí tendría que sentarme mal que no estuvieras arrepentida, pero tampoco puedo. Quizá sea mejor que vaya a sentarme a la cama.

Espiré, algo mareada.

—Si lo crees necesario...

Ella esbozó esa típica sonrisa torcida y se zafó de mi abrazo.

Sacudí la cabeza unas cuantas veces, intentando aclararme y me volví al ordenador. Se había calentado y ya había empezado a zumbar; bueno, más que zumbar, parecía que gruñía.

—Mándale recuerdos de mi parte a Susan.
—Sin problema.

Leí con rapidez el correo de Susan, sacudiendo la cabeza aquí y allá ante algunas de las chifladuras que había cometido. Estaba tan divertida como horrorizada, exactamente igual que cuando leí su primer correo. Era muy propio de mi madre olvidarse de lo mucho que le aterrorizaban las alturas hasta verse firmemente atada a un paracaídas y a un instructor de vuelo. Estaba un poco enfadada con Phil, con el que llevaba casada ya casi dos años, por permitirle esto. Yo habría cuidado mejor de ella, aunque sólo fuera porque la conocía mucho mejor.

Me recordé a mí misma que había que dejarles seguir su camino, darles su tiempo. Tienes que permitirles vivir su vida...

Habia pasado la mayor parte de mis años cuidando de Susan, intentando con paciencia disuadirla de sus planes más alocados, suportando con una sonrisa aquellos que no conseguía evitar. Siempre había sido comprensiva con mamá porque me divertía, e incluso había llegado a ser un poquito condescendiente con ella.Observaba sus muchos errores y me reía en mi fuero interno. La loca de Susan.

No me parecía en nada a mi madre. Más bien era introspectiva y cautelosa, una chica responsable y madura. Al menos así era como me veía a mí misma, ésa era la persona que yo conocía.

Con la sangre aún revuelta corriéndome por el cerebro por los besos de Santana, no podía evitar pensar en el más perdurable de los errores de mi madre. Tan tonta y romántica como para calarse apenas salida del instituto con un hombre al que no conocía apenas, y poco después, un año más tarde, trayéndome a mí al mundo. Ella siempre me aseguraba que no se había arrepentido en absoluto, que yo era el mejor regalo que la vida le había dado jamás. Y a pesar de todo, no paraba de insistirme una y otra vez que la gente lista se toma el matrimonio en serio. Que la gente madura va a la facultad y termina una carrera antes de implicarse profundamente en una relación. Susan sabía que yo no sería tan irreflexiva, atontada y cateta como ella había sido...

Apreté los dientes y me concentré en contestar su mensaje.

Volví a leer su despedida y recordé entonces por qué no había querido responderle antes.

«No me has contado nada de Sam desde hace bastante tiempo —había escrito—. ¿Por dónde anda ahora?».

Seguro que Charlie le había insinuado algo.

Suspiré y tecleé con rapidez, situando la respuesta a su pregunta entre dos párrafos menos conflictivos.

Supongo que Sam está bien. Hace mucho que no le veo; ahora suele pasarse la mayor parte del tiempo con su pandilla de amigos de La Push.

Con una sonrisa irónica para mis adentros, añadí el saludo de Santana e hice clic en la pestaña de «Enviar».

No me había dado cuenta de que ella estaba de pie y en silencio detrás de mí hasta que apagué el ordenador y me aparté de la mesa. Iba a empezar a regañarle por haber estado leyendo sobre mi hombro, cuando me percaté de que no me prestaba atención. Estaba examinando una aplastada caja negra de la que sobresalían por una de sus esquinas varios alambres retorcidos, de un modo que no parecía favorecer mucho su buen funcionamiento, fuera lo que fuera. Después de un instante, reconocí el estéreo para el coche que Puck, Kitty y Quinn me habían regalado en mi último cumpleaños. Se me habían olvidado esos regalos, que se escondían tras una creciente capa de polvo en el suelo de mi armario.

—¿Qué fue lo que le hiciste? —preguntó, con la voz cargada de horror.
—No quería salir del salpicadero.
—¿Y por eso tuviste que torturarlo?
—Ya sabes lo mal que se me dan los cacharros. No le hice daño a conciencia.

Sacudió la cabeza, con el rostro oculto bajo una máscara de falsa tragedia.

—¡Lo asesinaste!

Me encogí de hombros.

—Si tú lo dices...
—Herirás sus sentimientos si llegan a verlo algún día —continuó—. Quizá haya sido una buena idea que no hayas podido salir de casa en todo este tiempo. He de reemplazarlo por otro antes de que se den cuenta.
—Gracias, pero no me hace falta un chisme tan pijo.
—No es por ti por lo que voy a instalar uno nuevo.

Suspiré.

—No es que disfrutaras mucho de tus regalos el año pasado —dijo con voz contrariada. De pronto, empezó a abanicarse con un rectángulo de papel rígido.

No contesté, temiendo que me temblara la voz. No me gustaba recordar mi desastroso dieciocho cumpleaños, con todas sus consecuencias a largo plazo, y me sorprendía que lo sacara a colación. Para ella, era un tema incluso más delicado que para mí.

—¿Te das cuenta de que están a punto de caducar? —me preguntó, enseñándome el papel que tenía en las manos. Era otro de los regalos, el vale para billetes de avión que Emma y william me habían regalado para que pudiera visitar a Susan en Florida.

Hice una inspiración profunda y le contesté con voz indiferente.

—No. La verdad es que me había olvidado de ellos por completo.

Su expresión mostraba un aspecto cuidadosamente alegre y positivo. No había en ella ninguna señal de emoción de ningún tipo cuando continuó.

—Bueno, todavía queda algo de tiempo. Ya que te han liberado y no tenemos planes para este fin de semana, porque no quieres que vayamos al baile de graduación... —sonrió abiertamente—, ¿por qué no celebramos de este modo tu libertad?

Tragué aire, sorprendida.

—¿Yendo a Florida?
—Dijiste algo respecto a que tenías permiso para moverte dentro del territorio de EEUU.

Le miré fijamente, con suspicacia, intentando ver adonde quería ir a parar.

—¿Y bien? —insistió—. ¿Nos vamos a ver a Susan o no?
—Charlie no me dejará jamás.
—No puede impedirte visitar a tu madre. Es ella quien tiene la custodia.
—Nadie tiene mi custodia. Ya soy adulta.

Su sonrisa relampagueó brillante.

—Exactamente.

Lo pensé durante un minuto antes de decidir que no valía la pena luchar por esto. Charlie se pondría furioso, no porque fuera a ver a Susan, sino porque Santana me acompañara. Charlie no me hablaría durante meses y probablemente terminaría encerrada otra vez. Era mucho más inteligente no intentarlo siquiera. Quizá dentro de varias semanas, en plan de regalo de graduación o algo así.

Pero la idea de volver a ver a mi madre ahora, y no dentro de unas semanas, era difícil de resistir. Había pasado mucho tiempo desde que la había visto, y mucho más aún desde que la había visto en una situación agradable. La última vez que había estado con ella en Phoenix, me había pasado todo el tiempo en una cama de hospital. Y la última vez que ella me había visitado yo estaba más o menos catatónica. No eran precisamente los mejores recuerdos míos que le podía dejar.

Y a lo mejor, si veía lo feliz que era con Santana, le diría a mi padre que se lo tomara con algo más de calma.

Santana inspeccionó mi rostro mientras deliberaba.

Suspiré.

—No podemos ir este fin de semana.
—¿Por qué no?
—No quiero tener otra pelea con Charlie. No tan pronto después de que me haya perdonado.

Alzó las cejas a la vez.

—Este fin de semana me parece perfecto —susurró.

Yo sacudí la cabeza.

—En otra ocasión.
—Tú no has sido la única que ha pasado todo este tiempo atrapada en esta casa, ¿sabes? —me frunció el ceño.

La sospecha volvió. No solía comportarse de ese modo. Ella nunca se ponía tan testaruda ni tan egoísta. Sabía que andaba detrás de algo.

—Tú puedes irte donde quieras —le señalé.
—El mundo exterior no me apetece sin ti —puse los ojos en blanco ante la evidente exageración—. Estoy hablando en serio insistió ella.
—Pues vamos a tomarnos el mundo exterior poco a poco, ¿vale? Por ejemplo, podemos empezar yéndonos a Port Angeles a ver una película...

Ella gruñó.

—No importa. Ya hablaremos del asunto más tarde.
—No hay nada de qué hablar.

Se encogió de hombros.

—Así que vale, tema nuevo —seguí yo. Casi se me había olvidado lo que me preocupaba desde el almuerzo. ¿Había sido ésa su intención?—. ¿Qué fue lo que Rachel vio esta mañana?

Mantuve la mirada fija en su rostro mientras hablaba, midiendo su reacción.

Su expresión apenas se alteró; sólo se aceraron ligeramente los ojos de color topacio.

—Vio a Quinn en un lugar extraño, en algún lugar del sudoeste, cree ella, cerca de su... antigua familia, pero ella no tenía intenciones conscientes de regresar —suspiró—. Eso la tiene preocupada.
—Oh —aquello no era lo que yo esperaba, para nada, pero claro, tenía sentido que Rachel estuviera vigilando el futuro de Quinn. Era su compañera del alma, su auténtica media naranja..., aunque su relación no iba ni la mitad de bien que la de Puck y Kitty—. ¿Y porqué no me lo has dicho antes?
—No era consciente de que te hubieras dado cuenta —contestó—. De cualquier modo, tiene poca importancia.

Advertí con tristeza que mi imaginación estaba en ese momento fuera de control. Había tomado una tarde perfectamente normal y la había retorcido hasta que pareciera que Santana estaba empeñada en ocultarme algo. Necesitaba terapia.

Bajamos las escaleras para hacer nuestras tareas, sólo por si acaso Charlie regresaba temprano. Santana acabó en pocos minutos, y a mí me costó un esfuerzo enorme hacer los de cálculo, hasta que decidí que había llegado el momento de preparar la cena de mi padre. Santana me ayudó, poniendo caras raras ante los alimentos crudos, ya que la comida humana le resultaba repulsiva. Hice filete Stroganoff con la receta de mi abuela paterna, porque quería hacerle la pelota. No era una de mis favoritas, pero seguro que a Charlie le iba a gustar...

Llegó a casa de buen humor. Incluso prescindió de su rutina de mostrarse grosero con Santana.

Ésta no quiso acompañarnos a la mesa, tal y como acostumbraba. Se oyó el sonido de las noticias del telediario nocturno desde el salón, aunque yo dudaba de que Santana les prestara atención de verdad.

Después de meterse entre pecho y espalda tres raciones, Charlie puso los pies sobre una silla desocupada y se palmeó satisfecho el estómago hinchado.

—Esto ha estado genial, Britt.
—Me alegro de que te haya gustado. ¿Qué tal el trabajo?

Había estado tan concentrado comiendo que no me había sido posible empezar antes la conversación.

—Bastante tranquilo. Bueno, en realidad, casi muerto de tranquilo. Mark y yo hemos estado jugando a las cartas buena parte de la larde —admitió con una sonrisa—. Le gané, diecinueve manos a siete. Y luego estuve hablando un rato por teléfono con Billy.

Intenté no variar mi expresión.

—¿Qué tal está?
—Bien, bien. Le molestan un poco las articulaciones.
—Oh. Qué faena.
—Así es. Nos ha invitado a visitarle este fin de semana. También había pensado en invitar a Finn, Emily, Sue, Joe y Marley. Una especie de fiesta de finales...
—Aja —ésa fue mi genial respuesta, pero, ¿qué otra cosa iba decir? Sabía que no se me permitiría asistir a una fiesta de licántropos, aun con vigilancia parental. Me pregunté si a Santana le preocuparía que Charlie se diera una vuelta por La Push. O quizá supondría que, como mi padre iba a pasar la mayor parte del tiempo con Billy, que era sólo humano, no estaría en peligro.

Me levanté y apilé los platos sin mirarle. Los coloqué en el seno y abrí el agua. Santana apareció silenciosamente y tomó un paño para secar.

Charlie suspiró y dejó el tema por el momento, aunque me imaginé que lo volvería a sacar de nuevo cuando estuviéramos a solas. Se levantó con esfuerzo y se dirigió camino de la televisión, exactamente igual que cualquier otra noche.

—Charlie —le apeló Santana, en tono de conversación.

Charlie se paró en mitad de la pequeña cocina.

—¿Sí?
—¿Te ha dicho Britt que mis padres le regalaron por su cumpleaños unos billetes de avión, para que pudiera ir a ver a Susan?

Se me cayó el plato que estaba fregando. Saltó de la encimera y se estampó ruidosamente contra el suelo. No se rompió, pero roció toda la habitación, y a nosotros tres, de agua jabonosa. Charlie ni siquiera pareció darse cuenta.

—¿Britt? —preguntó con asombro en la voz.

Mantuve los ojos fijos en el plato mientras lo recogía.

—Ah, si, es verdad.

Charlie tragó saliva ruidosamente y entonces sus ojos se entrecerraron y se volvieron hacia Santana.

—No, jamás lo mencionó.
—Ya —murmuró Santana.
—¿Hay alguna razón por la que hayas sacado el tema ahora? —preguntó Charlie con voz dura.

Santana se encogió de hombros.

—Están a punto de caducar. Creo que Emma podría sentirse herida si Britt no hace uso de su regalo..., aunque ella no ha dicho nada del tema.

Miré a Santana, incrédula.

Charlie pensó durante un minuto.

—Probablemente sea una buena idea que vayas a visitar a tu madre, Britt. A ella le va a encantar. Sin embargo, me sorprende que no me dijeras nada de esto.
—Se me olvidó —admití.

El frunció el ceño.

—¿Se te olvidó que te habían regalado unos billetes de avión?
—Aja —murmuré distraídamente, y me volví hacia el fregadero.
—Creo haberte oído decir que están a punto de caducar, Santana —continuó Charlie—. ¿Cuántos billetes le regalaron tus padres?
—Uno para ella..., y otro para mí.

El plato que se me cayó ahora aterrizó en el fregadero, por lo que no hizo mucho ruido. Escuché sin esfuerzo el sonoro resoplido de mi padre. La sangre se me agolpó en la cara, impulsada por la irritación y el disgusto. ¿Por qué hacía Santana esto? Muerta de pánico, miré con fijeza las burbujas en el fregadero.
—¡De eso ni hablar! —bramó Charlie palabra a palabra, en pleno ataque de ira.
—¿Por qué? —preguntó Santana, con la voz saturada de una inócente sorpresa—. Acabas de decir que sería una gran idea que fuera a ver a su madre.

Charlie le ignoró.

—¡No te vas a ir a ninguna parte con ella, señorita! —aulló. Yo me giré bruscamente en el momento en que alzaba un dedo amenazador.

La ira me inundó de forma automática, una reacción instintiva a su tono.

—No soy una niña, papá. Además, ya no estoy castigada, ¿recuerdas?
—Oh, ya lo creo que sí. Desde ahora mismo.
—Pero ¿por qué?
—Porque yo lo digo.
—¿Voy a tener que recordarte que ya tengo la mayoría de edad legal, Charlie?
—¡Mientras estés en mi casa, cumplirás mis normas!

Mi mirada se volvió helada.

—Si tú lo quieres así... ¿Deseas que me mude esta noche o me vas a dar algunos días para que pueda llevarme todas mis cosas?

El rostro de Charlie se puso de color rojo encendido. Me sentí mal por haber jugado la carta de marcharme de casa. Inspiré hondo e intenté poner un tono más razonable.

—Yo he asumido sin quejarme todos los errores que he cometido, papá, pero no voy a pagar por tus prejuicios.

Charlie farfulló, pero no consiguió decir nada coherente.

—Tú ya sabes que yo sé que tengo todo el derecho de ver a mamá este fin de semana. Dime con franqueza si tendrías alguna objeción al plan si me fuera con Rachel o Tina.
—No son tu novia —rugió, asintiendo.
—¿Te molestaría si me llevara a Sam?

Escogí a Sam sólo porque sabía que mi padre le prefería, pero rápidamente deseé no haberlo hecho; Santana apretó los dientes con un crujido audible.

Mi padre luchó para recomponerse antes de responder.

—Sí —me dijo con voz poco convencida—. También me molestaría.
—Eres un maldito mentiroso, papá.
—Britt...
—No es como si me fuera a Las Vegas para convertirme en corista o algo parecido. Sólo voy a ver a mamá —le recordé—. Ella tiene tanta autoridad sobre mí como tú —me lanzó una mirada fulminante—. ¿O es que cuestionas la capacidad de mamá para cuidar de mí? —Charlie se estremeció ante la amenaza implícita en mi pregunta—. Creo que preferirás que no le mencione esto —le dije.
—Ni se te ocurra —me advirtió—. Esta situación no me hace nada feliz, Britt.
—No tienes motivos para enfadarte.

El puso los ojos en blanco, pero parecía que la tormenta había pasado ya.

Me volví para quitarle el tapón al fregadero.

—He hecho las tareas, tu cena, he lavado los platos y no estoy castigada, así que me voy. Volveré antes de las diez y media.
—¿Adonde vas? —su rostro, que casi había vuelto a la normalidad, se puso otra vez de color rojo brillante.
—No estoy segura —admití—, aunque de todos modos estaremos en un radio de poco más de tres kilómetros, ¿vale?

Gruño algo que no sonó exactamente como su aprobación, pero salió a zancadas de la habitación. Como es lógico, la culpabilidad comenzó tan pronto como sentí que había ganado.

—¿Vamos a salir? —preguntó Santana, en voz baja, pero entusiasta.

Me volví y la fulminé con la mirada.

—Sí, quiero tener contigo unas palabritas a solas.

Ella no pareció muy aprensiva ante la idea, al menos no tanto como supuse que lo estaría.

Esperé hasta que nos encontramos a salvo en su coche.

—¿De qué va esto? —le exigí saber.
—Sé que quieres ir a ver a tu madre, Britt. Hablas de eso en sueños. Y además parece que con preocupación.
—¿Eso he hecho?

Ella asintió.

—Pero lo cierto es que te comportas de una forma muy cobarde con Charlie, así que he intervenido por tu bien.
—¿Intervenido? ¡Me has arrojado a los tiburones!

Puso los ojos en blanco.

—No creo que hayas estado en peligro en ningún momento.
—Ya te dije que no me apetecía enfrentarme a Charlie.
—Nadie ha dicho que debas hacerlo.

Le lancé otra mirada furibunda.

—No puedo evitarlo cuando se pone en plan mandón. Debe de ser que me sobrepasan mis instintos naturales de adolescente.

Ella se rió entre dientes.

—Bueno, pero eso no es culpa mía.

Me quedé mirándola fijamente, especulando. Ella no pareció darse cuenta, ya que su rostro estaba sereno mientras miraba por el cristal delantero. Había algo que no cuadraba, pero no conseguí advertirlo. O quizás era otra vez mi imaginación, que iba por libre del mismo modo que lo había hecho esa misma tarde.

—¿Tiene que ver esta necesidad urgente de ir a Florida con la fiesta de este fin de semana en casa de Billy?

Dejó caer la mandíbula.

—Nada en absoluto. No me importa si estás aquí o en cualquier otra parte del mundo; de todos modos, no irías a esa fiesta.

Se comportaba del mismo modo que Charlie lo había hecho antes, justo como si estuvieran tratando con un niño malcriado. Apreté los dientes con fuerza sólo para no empezar a gritar. No quería pelearme también con ella.

Suspiró y cuando habló de nuevo su tono de voz era cálido y aterciopelado.

—Bueno, ¿y qué quieres hacer esta noche? —me preguntó.
—¿Podemos ir a tu casa? Hace mucho tiempo que no veo a Emma.

Ella sonrió.

—A ella le va a encantar, sobre todo cuando sepa lo que vamos a hacer este fin de semana.

Gruñí al sentirme derrotada.

Tal y como había prometido, no nos quedamos hasta tarde. Y no me sorprendió ver las luces todavía encendidas cuando aparcamos frente a la casa. Imaginé que Charlie me estaría esperando para gritarme un poco más.

—Será mejor que no entres —le advertí a Santana—. Sólo conseguirás empeorar las cosas.
—Tiene la mente relativamente en calma —bromeó ella. Su expresión me hizo preguntarme si había alguna otra gracia adicional que me estaba perdiendo. Tenía las comisuras de la boca torcidas, luchando por no sonreír.
—Te veré luego —murmuré con desánimo.

Ella se carcajeó y me besó en la coronilla.

—Volveré cuando Charlie esté roncando.

La televisión estaba a todo volumen cuando entré. Por un momento consideré la idea de pasar a hurtadillas.

—¿Puedes venir, Britt? —me llamó Charlie, chafándome el plan.

Arrastré los pies los cinco pasos necesarios para entrar en el salón.

—¿Qué hay, papá?
—¿Te lo has pasado bien esta noche? —me preguntó. Se le veía comodo. Busqué un significado oculto en sus palabras antes de contestarle.
—Si —dije, no muy convencida.
—¿Qué habeís hecho?

Me encogí de hombros.

—Hemos salido con Rachel y Quinn. Santana desafió a Rachel al ajedrez y yo jugué con Quinn. Me hundió.

Sonreí. Ver jugar al ajedrez a Rachel y Santana era una de las cosas más divertidas que había visto en mi vida. Se sentaban allí, inmoviles, mirando fijamente el tablero, mientras Rachel intentaba preveer los movimientos que Santana iba a hacer, y a su vez ella intentando escoger aquellas jugadas que Rachel haría en respuesta sin que pasaran por su mente. El juego se desarrollaba la mayor parte del tiempo en sus mentes y creo que apenas habían movido dos peones cuando Rachel, de modo repentino, tumbó a su rey y se rindió. Todo el proceso transcurrió en poco más de tres minutos.

Charlie pulsó el botón de silencio en la tele, algo inusual.

—Mira, hay algo que necesito decirte.

Frunció el ceño y me pareció verdaderamente incómodo. Me senté y permanecí quieta, esperando. Nuestras miradas se encontraron un instante antes de que él clavara sus ojos en el suelo. No dijo nada más.

—Bueno, ¿y qué es, papá?

Suspiró.

—Esto no se me da nada bien. No sé ni por dónde empezar...

Esperé otra vez.

—Está bien, Britt. Este es el tema —se levantó del sofá y comenzó a andar de un lado para otro a través de la habitación, sin dejar de mirarse los pies todo el tiempo—. Parece que Santana y tú vais bastante en serio, y hay algunas cosas con las que debes tener cuidado. Ya sé que eres una adulta, pero todavía eres joven, Britt, y hay un montón de cosas importantes que tienes que saber cuando tú... bueno, cuando te ves implicada físicamente con...
—¡Oh no, por favor, por favor, no! —le supliqué, saltando del asiento—. Por favor, no me digas que vas a intentar tener una charla sobre sexo conmigo, Charlie.

El miró con fijeza al suelo.

—Soy tu padre y tengo mis responsabilidades. Y recuerda que yo me siento tan incómodo como tú en esta situación.
—No creo que eso sea humanamente posible. De todos modos, mamá te ha ganado por la mano desde hace lo menos diez años. Te has librado.
—Hace diez años tú no tenías una novia —murmuró a regañadientes. No me cabía duda de que estaba batallando con su deseo de dejar el tema. Ambos estábamos de pie, contemplándonos los zapatos para evitar tener que mirarnos a los ojos.
—No creo que lo esencial haya cambiado mucho —susurré, con la cara tan roja como la suya. Esto llegaba más allá del séptimo circulo del infierno; y lo hacía peor el hecho de que Santana sabia lo que me estaba esperando. Ahora, no me sorprendía que hubiera parecido tan pagada de sí misma en el coche.
—No te preocupes, papá, no es como tú piensas.
—No es que yo desconfie de ti, Britt; pero estoy seguro de que no me vas a contar nada sobre esto, y además sabes que en realidad yo tampoco quiero oírlo. De todas formas, intentaré tomárlo con actitud abierta, ya sé que los tiempos han cambiado.

Reí incómoda.

—Quizá los tiempos hayan cambiado, pero Santana es un poco chapada a la antigua. No tienes de qué preocuparte.

Charlie suspiró.

—Ya lo creo que sí —murmuró.
—Ugh —gruñí—. Realmente desearía que no me obligaras a decirte esto en voz alta, papá. De verdad. Pero bueno... Soy virgen aún y no tengo planes inmediatos para cambiar esta circunstancia.

Ambos nos moríamos de vergüenza, pero Charlie se tranquilizó. Pareció creerme.

—¿Me puedo ir ya a la cama? Por favor.
—Un minuto —añadió.
—¡Vale ya, por favor, papá! ¡Te lo suplico!
—La parte embarazosa ya ha pasado, te lo prometo —me aseguró.

Me aventuré a mirarle y me sentí agradecida al ver que parecía más relajado, y que su rostro había recuperado su tonalidad natural. Se hundió en el sofá, suspirando con alivio al ver que ya se había acabado la charla sobre sexo.

—¿Y ahora qué pasa?
—Sólo quería saber cómo iba la cosa del equilibrio.
—Oh. Bien, supongo. Hoy Tina y yo hemos hecho planes. Voy a ayudaría con sus tarjetas de graduación. Para chicas, nada más.
—Eso está bien. ¿Y qué pasa con Sam?

Suspiré.

—Todavía no he resuelto eso, papá.
—Pues sigue intentándolo, Britt. Sé que harás las cosas bien. Eres una buena persona.

Estupendo. Entonces, ¿era una mala persona si no conseguía arreglar las cosas con Sam? Eso era un golpe bajo.

—Vale, vale —me mostré de acuerdo. Esta respuesta automática casi me hizo sonreír, ya que era una réplica que se me había pegado de Sam. Incluso estaba empleando ese mismo tono condescendiente que él solía usar con su padre.

Charlie sonrió ampliamente y volvió a conectar el sonido del televisor. Se dejó caer sobre los cojines, complacido por el trabajo que había llevado a cabo esa noche. En un momento estuvo sumergido de nuevo en el partido.

—Buenas noches, Britt.
—¡Hasta mañana! —me despedí, y salté camino de las escaleras.

Santana ya hacía rato que se había ido y lo más probable es que estuviera de vuelta cuando mi padre se hubiera dormido. Seguramente, estaría de caza o haciendo lo que fuera para matar el rato, así que no tenía prisa por cambiarme de ropa y acostarme. No me sentía de humor para estar sola, pero desde luego no iba a bajar las escaleras dispuesta a pasar un rato en compañía mi padre, por si acaso había algún otro asunto relativo al tema de la educación sexual que se le hubiera olvidado tocar antes; me estremecí.

Así que gracias a Charlie me encontraba nerviosa y llena de ansiedad. Ya había hecho las tareas y no estaba tan sosegada como para ponerme a leer o simplemente a escuchar música. Estuve pensando en llamar a Susan para informarle de mi visita, pero entonces me di cuenta de que era tres horas más tarde en Florida y que ya estaría dormida.

Podía llamar a Tina, supuse.

Pero de pronto supe que no era con Tina con quien quería ni con quien necesitaba hablar.

Miré con fijeza hacia el oscuro rectángulo de la ventana, mordiéndome el labio. No sé cuánto tiempo permanecí allí considerando los pros y los contras; los pros: hacer las cosas bien con Sam, volviendo a ver otra vez a mi mejor amigo, comportándome como una buena persona; y los contras, provocar el enfado de Santana. Tardé unos diez minutos de reflexión en decidir que los pros eran más válidos que los contras. A Santana sólo le preocupaba mi seguridad y yo sabía que realmente no había ningún problema por ese lado.

El teléfono no sería de ninguna ayuda; Sam se había negado a contestar mis llamadas desde el regreso de Santana. Además, yo necesitaba verle, verle sonreír de nuevo de la manera en que solía hacerlo. Si quería conseguir alguna vez un poco de paz espiritual, debía reemplazar aquel horrible último recuerdo de su rostro deformado y retorcido por el dolor.

Disponía de una hora aproximadamente. Podía echar una carrera rápida a La Push y volver antes de que Santana se percatara de mi marcha. Ya se había pasado mi toque de queda, pero seguro que a Charlie no le iba a importar mientras no tuviera que ver con Santana. Sólo había una manera de comprobarlo.

Abarré la chaqueta y pasé los brazos por las mangas mientras corría escaleras abajo.

Charlie apartó la mirada del partido, suspicaz al instante.

—¿Te importa si voy a ver a Sam esta noche? —le pregunté casi sin aliento—. No tardaré mucho.

Tan pronto como mencioné el nombre de Sam, el rostro de Charlie se relajó de forma instantánea con una sonrisa petulante. No parecía sorprendido en absoluto de que su sermón hubiera surtido efecto tan pronto.

—Para nada, Britt. Sin problemas. Tarda todo lo que quieras.
—Gracias, papá —le dije mientras salía disparada por la puerta.

Como cualquier fugitivo, no pude evitar mirar varias veces por encima de mi hombro mientras me montaba en mi coche, pero la noche era tan oscura que realmente no hacía falta. Tuve que encontrar el camino siguiendo el lateral del coche hasta llegar a la manilla.

Mis ojos comenzaban apenas a ajustarse a la luz cuando introduje las llaves en el contacto. Las torcí con fuerza hacia la izquierda, pero en vez de empezar a rugir de forma ensordecedora, el motor sólo emitió un simple clic. Lo intenté de nuevo con los mismos resultados.

Y entonces, una pequeña porción de mi visión periférica me hizo dar un salto.

—¡¡Aahh!! —di un grito ahogado cuando vi que no estaba sola en la cabina.

Santana estaba sentada, muy quieta, un punto ligeramente brillante en la oscuridad, y sólo sus manos se movían mientras daba vueltas una y otra vez a un misterioso objeto negro. Lo miró mientras hablaba.

—Me llamó Rachel —susurró.

¡Rachel! Maldita sea. Se me había olvidado contemplarla en mis planes. Santana debía de haberla puesto a vigilarme.

—Se puso nerviosa cuando tu futuro desapareció de forma repentina hace cinco minutos.

Las pupilas, dilatadas ya por la sorpresa, se agrandaron más aún.

—Ella no puede visualizar a los licántropos, ya sabes —me explicó en el mismo murmullo bajo—. ¿Se te había olvidado? Cuando decides mezclar tu destino con el suyo, tú también desapareces. Supongo que no tenías por qué saberlo, pero creo que puedes entender por qué eso me hace sentirme un poco... ¿ansiosa? Rachel te vio desaparecer y ella no podía decirme si habías venido ya a casa o no. Tu futuro se perdió junto con ellos.
»Ignoramos por qué sucede esto. Tal vez sea alguna defensa natural innata —hablaba ahora como si lo hiciera consigo misma, todavía mirando la pieza del motor de mi coche mientras la hacia girar entre sus manos—. Esto no parece del todo creíble, máxime si se considera que yo no tengo problema alguno en leerles la mente a los hombres lobo. Al menos los de los Evans. La teoría de William es que esto sucede porque sus vidas están muy gobernadas por sus transformaciones. Son más una reacción involuntaria que una decisión. Son tan completamente impredecibles que hacen cambiar todo lo que les rodea. En el momento en que cambian de una forma a otra, en realidad, ni existen siquiera. El futuro no les puede afectar...

Atendí a sus cavilaciones sumida en un silencio sepulcral.

—Arreglaré tu coche a tiempo para ir al colegio en el caso de que quieras conducir tú misma —me aseguró al cabo de un minuto.

Con los labios apretados, saqué las llaves y salté rígidamente fuera del coche.

—Cierra la ventana si no quieres que entre esta noche. Lo entenderé —me susurró justo antes de que yo cerrara de un portazo.

Entré pisando fuerte en la casa, cerrando esta puerta también de un portazo.

—¿Pasa algo? —inquirió Charlie desde el sofá.
—El coche no arranca —mascullé.
—¿Quieres que le eche una ojeada?
—No, volveré a intentarlo mañana.
—¿Quieres llevarte mi coche?

Se suponía que yo no debía conducir el coche patrulla de la policía. Charlie debía de estar en verdad muy desesperado porque fuera a La Push. Probablemente tan desesperado como yo.

—No. Estoy cansada —gruñí—. Buenas noches.

Pateé mi camino escaleras arriba y me fui derecha a la ventana. Empujé el metal del marco con rudeza y se cerró de un golpe, haciendo que temblaran los cristales.

Miré con fijeza el trémulo y oscuro cristal durante largo rato, hasta que se quedó quieto. A continuación, suspiré y abrí la ventana lo máximo posible.
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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por dianna agron 16 Sáb Dic 21, 2013 1:39 am

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Razones


El sol estaba tan oculto entre las nubes que no había forma de decir si se había puesto o no. Me encontraba bastante desorientada después de un vuelo tan largo, como si fuéramos hacia el oeste, a la caza del sol, que a pesar de todo parecía inmóvil en el cielo; por extraño que pudiera parecer, el tiempo estaba inestable. Me tomó por sorpresa el momento en que el bosque cedió paso a los primeros edificios, señal de que ya estábamos cerca de casa.

—Llevas mucho tiempo callada —observó Santana—. ¿Te has mareado en el avión?
—No, me encuentro bien.
—¿Te ha entristecido la despedida?
—Creo que estoy más aliviada que triste.

Alzó una ceja. Sabía que era inútil e innecesario, por mucho que odiara admitirlo, pedirle que mantuviera los ojos fijos en la carretera.

—Susan es bastante más... perceptiva que Charlie en muchos sentidos. Me estaba poniendo nerviosa.

Santana se rió.

—Tu madre tiene una mente muy interesante: casi infantil, pero muy perspicaz. Ve las cosas de modo diferente a los demás.

Perspicaz. Era una buena definición de mi madre, al menos cuando prestaba atención a las cosas. La mayor parte del tiempo Susan estaba tan apabullada por lo que sucedía en su propia vida que apenas se daba cuenta de mucho más, pero este fin de semana me había dedicado toda su atención.

Phil estaba ocupado, ya que el equipo de béisbol del instituto que entrenaba había llegado a las rondas finales y el estar a solas con Santana y conmigo había intensificado el interés de Susan. Comenzó a observar tan pronto como nos abrazó y se pasaron los grititos de alegría; y mientras observaba, sus grandes ojos azules primero habían mostrado perplejidad, y luego interés.

Esa mañana nos habíamos ido a dar un paseo por la playa. Quería enseñarme todas las cosas bonitas del lugar donde se encontraba su nuevo hogar, aún con la esperanza de que el sol consiguiera atraerme fuera de Forks. También quería hablar conmigo a solas y esto le facilitaba las cosas. Santana se había inventado un trabajo del instituto para tener una excusa que le permitiera quedarse dentro de la casa durante el día.

Reviví la conversación en mi mente...

Susan y yo deambulamos por la acera, procurando mantenernos al amparo de las sombras de las escasas palmeras. Aunque era temprano el calor resultaba abrasador. El aire estaba tan impregnado de humedad que el simple hecho de inspirar y exhalar el aire estaba suponiendo un esfuerzo para mis pulmones.

—¿Britt? —me preguntó mi madre, mirando a lo lejos, sobre la arena, a las olas que rompían suavemente mientras hablaba.
—¿Qué pasa, mamá?

Ella suspiró al tiempo que evitaba mi mirada.

—Me preocupa...
—¿Qué es lo que va mal? —pregunté, repentinamente ansiosa—. ¿En qué puedo ayudarte?
—No soy yo —sacudió la cabeza—. Me preocupáis tú... y Santana.

Susan me miró por fin, con una expresión de disculpa en el rostro.

—Oh —susurré, fijando los ojos en una pareja que corría y que nos sobrepasó en ese momento, empapados en sudor.
—Vais mucho más en serio de lo que pensaba —continuó ella.

Fruncí el ceño, revisando con rapidez en mi mente los dos últimos días. Santana y yo apenas nos habíamos tocado, al menos delante de ella. Me pregunté si Susan también me iba soltar un sermón sobre la responsabilidad. No me importaba que fuera del mismo modo que con Charlie, porque no me avergonzaba hablar del tema con mi madre. Después de todo, había sido yo la que le había soltado a ella el mismo sermón una y otra vez durante los últimos diez años.

—Hay algo... extraño en cómo estáis juntas —murmuró ella, con la frente fruncida sobre sus ojos preocupados—. Te mira de una manera... tan... protectora. Es como si estuviera dispuesta a interponerse delante de una bala para salvarte o algo parecido.

Me reí, aunque aún no me sentía capaz de enfrentarme a su mirada.

—¿Y eso es algo malo?
—No —ella volvió a fruncir el ceño mientras luchaba para encontrar las palabras apropiadas—. Simplemente es diferente. Ella siente algo muy intenso por ti... y muy delicado. Me da la impresión de no comprender del todo vuestra relación. Es como si me perdiera algún secreto.
—Creo que estás imaginando cosas, mamá —respondí con rapidez, luchando por hablarle con total naturalidad a pesar de que se me había revuelto el estómago. Había olvidado cuántas cosas era capaz de ver mi madre. Había algo en su comprensión sencilla del mundo que prescindía de todo lo accesorio para ir directa a la verdad. Antes, esto no había sido nunca un problema.

Hasta ahora, no había existido jamás un secreto que no pudiera contarle.

—Y no es sólo ella —apretó los labios en un ademán defensivo—. Me gustaría que vieras la manera en que te mueves a su alrededor.
—¿Qué quieres decir?
—La manera en que andas, como si ella fuera el centro del mundo para ti y ni siquiera te dieras cuenta. Cuando ella se desplaza, aunque sea sólo un poco, tú ajustas automáticamente tu posición a la suya. Es como si fuerais imanes, o la fuerza de la gravedad. Eres su satélite... o algo así. Nunca había visto nada igual.

Cerró la boca y miró hacia el suelo.

—No me lo digas —le contesté en broma, forzando una sonrisa—. Estás leyendo novelas de misterio otra vez, ¿a que sí? ¿O es ciencia-ficción esta vez?

Susan enrojeció adquiriendo un delicado color rosado.

—Eso no tiene nada que ver.
—¿Has encontrado algún título bueno?
—Bueno, sí, había uno, pero eso no importa ahora. En realidad, estamos hablando de ti.
—No deberías salirte de la novela romántica, mamá. Ya sabes que enseguida te pones a flipar.

Las comisuras de sus labios se elevaron.

—Estoy diciendo tonterías, ¿verdad?

No pude contestarle durante menos de un segundo. Susan era tan influenciable. Algunas veces eso estaba bien, porque no todas sus ideas eran prácticas, pero me dolía ver lo rápidamente que se había visto arrastrada por mi contemporización, sobre todo teniendo en cuenta que esta vez tenía más razón que un santo.

Levantó la mirada y yo controlé mi expresión.

—Quizá no sean tonterías, tal vez sea porque soy madre —se echó a reír e hizo un gesto que abarcaba las arenas blancas y el agua azul—. ¿Y todo esto no basta para conseguir que vuelvas con la tonta de tu madre?

Me pasé la mano con dramatismo por la frente y después fingí retorcerme el pelo para escurrir el sudor.

—Terminas acostumbrándote a la humedad —me prometió.
—También a la lluvia —contraataqué.

Me dio un codazo juguetón y me cogió la mano mientras regresábamos a su coche.

Dejando a un lado su preocupación por mí, parecía bastante feliz. Contenta. Todavía miraba a Phil con ojos enamorados y eso me consolaba. Seguramente su vida era plena y satisfactoria. Seguramente no me echaba tanto de menos, incluso ahora...

Los dedos helados de Santana se deslizaron por mi mejilla. Le devolví la mirada, parpadeando de vuelta al presente. Se inclinó sobre mí y me besó la frente.

—Hemos llegado a casa, Britt. Hora de despertarse.

Nos habíamos parado delante de la casa de Charlie, que había aparcado el coche patrulla en la entrada y mantenía encendida la luz. del porche. Mientras observaba la entrada, vi cómo se alzaba la cortina en la ventana del salón, proyectando una línea de luz amarilla sobre el oscuro césped.

Suspiré. Sin duda, Charlie estaba esperando para abalanzarse sobre mí.

Santana debía de estar pensando lo mismo, porque su expresión se había vuelto rígida y sus ojos parecían lejanos cuando me abrió la puerta.

—¿Pinta mal la cosa?
—Charlie no se va a poner difícil —me prometió Santana con voz neutra, sin mostrar el más ligero atisbo de humor—. Te ha echado de menos.

Entorné los ojos, llenos de dudas. Si ése era el caso, ¿por qué Santana estaba en tensión, como si se aproximara una batalla?

Mi bolsa era pequeña, pero ella insistió en llevarla hasta dentro. Papá nos abrió la puerta.

—¡Bienvenida a casa, hija! —gritó Charlie como si realmente lo pensara—. ¿Qué tal te ha ido por Jacksonville?
—Húmedo. Y lleno de bichos.
—¿Y no te ha vendido Susan las excelencias de la Universidad de Florida?
—Lo ha intentado, pero francamente, prefiero beber agua antes que respirarla.

Los ojos de Charlie se deslizaron de hito en hito hacia Santana.

—¿Te lo has pasado bien?
—Sí —contestó con voz serena—. Susan ha sido muy hospitalaria.
—Esto..., hum, vale. Me alegro de que te divirtieras —Charlie apartó la mirada de Santana y me abrazó de forma inesperada.
—Impresionante —le susurré al oído.

Rompió a reír con una risa sorda.

—Realmente te he echado de menos, Britt. Cuando no estás, la comida es asquerosa.
—Ahora lo pillo —le contesté mientras soltaba su abrazo.
—¿Podrías llamar a Sam lo primero de todo? Lleva fastidiándome cada cinco minutos desde las seis de la mañana. Le he prometido que haría que le llamaras antes de que te pusieras a deshacer la maleta.

No tuve que mirar a Santana para advertir la rigidez de su postura o la frialdad de su expresión. Así que ésta era la causa de su tensión.

—¿Sam desea hablar conmigo?
—Con toda su alma, diría yo. No ha querido decirme de qué iba la cosa, sólo me ha dicho que es importante.

El teléfono volvió a sonar, estridente y acuciante.

—Será él otra vez, me apuesto la próxima paga —murmuró Charlie.
—Ya lo cojo yo —dije mientras me apresuraba hacia la cocina.

Santana me siguió mientras Charlie desaparecía en el salón.

Agarré el auricular en mitad de un pitido y me volví para permanecer de cara a la pared.

—¿Diga?
—Has regresado —dijo Sam.

Su áspera voz familiar me hizo sentir una intensa añoranza. Mil recuerdo asaltaron mi mente, mezclándose entre sí: una playa rocosa sembrada de maderas que flotaban a la deriva, un garaje fabricado con plásticos, refrescos calientes en una bolsa de papel, una habitación diminuta con un raído canapé, igualmente pequeño. El júbilo brillando en sus ojos hundidos, el calor febril de su mano grande en torno a la mía, el relampagueo de sus dientes blancos, su rostro distendiéndose en esa amplia sonrisa que había sido siempre como la llave de una puerta secreta, donde sólo tienen acceso los espíritus afines.

Sentí una especie de anhelo por la persona y el lugar que me habían protegido a lo largo de mi noche más oscura.

Me aclaré el nudo que tenía en la garganta.

—Sí —contesté.
—¿Por qué no me has llamado? —exigió Sam.

Su tono malhumorado me enfadó al instante.

—Porque llevo en casa exactamente cuatro segundos y tu llamada interrumpió el momento en que Charlie me estaba diciendo que habías telefoneado.
—Oh. Lo siento.
—Ya. Y dime, ¿por qué agobias a mi padre?
—Necesito hablar contigo.
—Seguro, pero eso ya lo tengo claro. Sigue.

Hubo una corta pausa.

—¿Vas a ir a clase mañana?

Torcí el gesto, incapaz de ver adonde quería ir a parar.

—Claro que iré, ¿por qué no iba a hacerlo?
—Ni idea. Sólo era curiosidad.

Otra pausa.

—¿Y de qué quieres hablar, Sam?

Él dudó.

—Supongo que de nada especial. Sólo... quería oír tu voz.
—Sí..., lo entiendo... Me alegra tanto que me hayas llamado, Sam. Yo... —pero no sabía qué más decir. Me gustaría haberle dicho que me iba de camino a La Push en ese momento, pero no podía.
—He de irme —soltó de pronto.
—¿Qué?
—Te llamaré pronto, ¿vale?
—Pero Sam…

Ya había colgado. Escuché el tono de escucha con incredulidad.

—Qué cortante —murmuré.
—¿Va todo bien? —preguntó Santana con voz baja y cautelosa.

Me volví lentamente para encararle. Su expresión era totalmente tranquila e inescrutable.

—No lo sé. Me pregunto de qué va esto —no tenía sentido que Sam hubiera estado incordiando a Charlie todo el día sólo para preguntarme si iba a ir a la escuela. Y si quería escuchar mi voz, ¿por qué había colgado tan pronto?
—Tú tienes más probabilidades de acertar en esto que yo —comentó Santana, con la sombra de una sonrisa tirando de la comisura de su labio.
—Aja —susurré. Era cierto. Conocía a Sam a fondo. Seguro que sus razones no serían tan complicadas de entender.

Con mis pensamientos a kilómetros de distancia ‑como a unos veintitrés kilómetros siguiendo la carretera hacia La Push‑, comencé a reunir los ingredientes necesarios en el frigorífico para prepararle la cena a Charlie. Santana se retrepó contra la encimera y yo era apenas consciente de cómo clavaba los ojos en mi rostro, pero estaba demasiado inquieta para preocuparme también por lo que pudiera ver en ellos.

Lo del instituto tenía pinta de ser la clave del asunto. Eso era en realidad lo único que Sam había preguntado. Y él debía de estar buscando una respuesta a algo, o no habría molestado a Charlie de forma tan persistente.

Sin embargo, ¿por qué le iba a preocupar mi asistencia a clase? Intenté abordar el tema de una manera lógica. Así que, si yo hubiera faltado al día siguiente al instituto, ¿qué problema hubiera supuesto eso desde el punto de vista de Sam? Charlie se había mostrado molesto porque yo perdiera un día de clase tan cerca de los finales, pero le había convencido de que un viernes no iba a suponer un estorbo en mis estudios. A Sam eso le daba exactamente igual. Mi cerebro no parecía estar dispuesto a colaborar con ninguna aportación especialmente brillante. Quizás era que pasaba por alto alguna pieza vital de información.

¿Qué podría haber ocurrido en los últimos tres días que fuera tan importante como para que Sam interrumpiera su negativa a contestar a mis llamadas y le hiciera ponerse en contacto conmigo? ¿Qué diferencia habían supuesto esos tres días?

Me quedé helada en mitad de la cocina. El paquete de hamburguesas congeladas que llevaba se deslizó entre mis manos aturdidas. Tardé un largo segundo en evitar el golpe que se hubieran dado contra el suelo.

Santana lo cogió y lo arrojó a la encimera. Sus brazos me rodearon rápidamente y pegó los labios a mi oído.

—¿Qué es lo que va mal?

Sacudí la cabeza., aturdida.

Tres días podrían cambiarlo todo.

¿No había estado yo pensando acerca de la imposibilidad de acudir al instituto por no poder estar cerca de la gente después de haber atravesado los dolorosos tres días de la conversión? Esos tres días me liberarían de la mortalidad, de modo que podría compartir la eternidad con Santana, una conversión que me haría prisionera definitivamente de mi propia sed.

¿Le había dicho Charlie a Billy que había desaparecido durante tres días? ¿Había Billy llegado por sí mismo a la conclusión evidente? ¿Lo que me había estado preguntando Sam realmente era si todavía continuaba siendo humana? ¿Estaba asegurándose, en realidad, de que el tratado con los hombres lobo no se hubiera roto, y de que ninguno de los Cullen se hubiera atrevido a morder a un humano...? Morder, no matar...

Pero ¿es que él creía honradamente que yo volvería a casa si ése fuera el caso?

Santana me sacudió.

—¿Britt? —me preguntó, ahora llena de auténtica ansiedad.
—Creo... creo que simplemente estaba haciendo una comprobación —mascullé entre dientes—. Quería asegurarse de que sigo siendo humana, a eso se refería.

Santana se puso rígida y un siseo ronco resonó en mi oído.

—Tendremos que irnos —susurré—. Antes. De ese modo no se romperá el tratado. Y nunca más podremos regresar.

Sus brazos se endurecieron a mi alrededor.

—Ya lo sé.
—Ejem —Charlie se aclaró la garganta ruidosamente a nuestras espaldas.

Yo pegué un salto y después me liberé de los brazos de Santana, enrojeciendo. Santana se reclinó contra la encimera. Tenía los ojos entornados y pude ver reflejada en ellos la preocupación y la ira.

—Si no quieres hacer la cena, puedo llamar y pedir una pizza —insinuó Charlie.
—No, está bien, ya he empezado.
—Vale —comentó él. Se acomodó contra el marco de la puerta con los brazos cruzados.

Suspiré y me puse a trabajar, intentando ignorar a mi audiencia.


--


—Si te pido que hagas algo, ¿confiarás en mí? —me preguntó Santana, con un deje afilado en su voz aterciopelada.

Casi habíamos llegado al instituto. Ella había estado relajada y bromeando hasta hacía apenas un momento; ahora, de pronto, tenía las manos aferradas al volante e intentaba controlar la fuerza para no romperlo en pedazos.

Clavé la mirada en su expresión llena de ansiedad, con los ojos distantes como si escuchara voces lejanas.

Mi pulso se desbocó en respuesta a su tensión, pero contesté con cuidado.

—Eso depende.

Metió el coche en el aparcamiento del instituto.

—Ya me temía que dirías eso.
—¿Qué deseas que haga, Santy?
—Quiero que te quedes en el coche —aparcó en su sitio habitual y apagó el motor mientras hablaba—. Quiero que esperes aquí hasta que regrese a por ti.
—Pero, ¿por qué?

Fue entonces cuando le vi. Habría sido difícil no distinguirle sobresaliendo como lo hacía sobre el resto de los estudiantes, incluso aunque no hubiera estado reclinado contra su moto negra, aparcada de forma ilegal en la acera.

—Oh.

El rostro de Sam era la máscara tranquila que yo conocía tan bien. Era la cara que solía poner cuando estaba decidido a mantener sus emociones bajo control. Le hacía parecerse a Finn, el mayor de los licántropos, el líder de la manada de los quileute, pero Sam nunca podría imitar la serenidad perfecta de Finn.

Había olvidado cuánto me molestaba ese rostro. Había llegado a conocer a Finn bastante bien antes de que regresaran los Cullen, incluso me gustaba, aunque nunca conseguía sacudirme el resentimiento que experimentaba cuando Sam imitaba la expresión de Finn. No era mi Sam cuando la llevaba puesta. Era la cara de un extraño.

—Anoche te precipitaste en llegar a una conclusión equivocada —murmuró Santana—. Te preguntó por el instituto porque sabía que yo estaría donde tú estuvieras. Buscaba un lugar seguro para hablar conmigo. Un escenario con testigos.

Así que yo había malinterpretado las razones de Sam para llamarme. El problema radicaba en la información faltante, por ejemplo por qué demonios querría Sam hablar con Santana.

—No me voy a quedar en el coche —repuse.

Santana gruñó bajo.

—Claro que no. Bien, acabemos con esto de una vez.

El rostro de Sam se endureció conforme avanzábamos hacia él, con las manos unidas.

Noté también otros rostros, los de mis compañeros de clase. Me di cuenta de cómo sus ojos se dilataban al posarse sobre los dos metros del corpachón de Sam, cuya complexión musculosa era impropia de un chico de poco más de diecisiete años. Vi cómo aquellos ojos recorrían su ajustada camiseta negra de manga corta aunque el día era frío a pesar de la estación, sus vaqueros rasgados y manchados de grasa y la moto lacada en negro sobre la que se apoyaba. Las miradas no se detenían en su rostro, ya que había algo en su expresión que les hacía retirarlas con rapidez. También constaté la distancia que mantenían con él, una burbuja de espacio que nadie se atrevía a cruzar.

Con cierta sorpresa, me di cuenta de que Sam les parecía peligroso. Qué raro.

Santana se detuvo a unos cuantos metros de Sam. Tenía bien claro lo incómodo que le resultaba tenerme tan cerca de un licantropo. Retrasó ligeramente la mano y me echó hacia atrás para ocultarme a medias con su cuerpo.

—Podrías habernos llamado —comenzó Santana con una voz dura como el acero.
—Lo siento —-contestó Sam, torciendo el gesto con desprecio—. No tengo sanguijuelas en mi agenda.
—También podríamos haber hablado cerca de casa de Britt —la mandíbula de Sam se contrajo y frunció el ceño sin contestar—. Este no es el sitio apropiado, Sam. ¿Podríamos discutirlo luego?
—Vale, vale. Me pasaré por tu cripta cuando terminen las clases —bufó Sam—. ¿Qué tiene de malo hablar ahora?

Santana miró alrededor con intención y posó la mirada en aquellos testigos que se hallaban a distancia suficiente como para escuchar la conversación. Unos pocos remoloneaban en la acera con los ojos brillantes de expectación, exactamente igual que si esperasen una pelea que aliviara el tedio de otro lunes por la mañana. Vi cómo Mike le daba un ligero codazo a Artie y ambos interrumpían su camino hacia el aula.

—Ya sé lo que has venido a decir —le recordó Santana a Sam en una voz tan baja que apenas pude oírle—-. Mensaje entregado. Considéranos advertidos.

Santana me miró durante un fugaz segundo con ojos preocupados.

—¿Avisados? —le pregunté sin comprender—. ¿De qué estás hablando?
—¿No se ló has dicho a ella? —inquirió Sam, con los ojos dilatados por la sorpresa—. ¿Qué?, ¿acaso temes que se ponga de nuestra parte?
—Por favor, déjalo ya, Sam —intervino Santana, con voz calmada.
—¿Por qué? —le desafió Sam.

Fruncí el ceño, confundida.

—¿Qué es lo que no sé, Santana?

Ella se limitó a seguir mirando a Sam como si no me hubiera escuchado.

—¿Sam?

Sam alzó una ceja en mi dirección.

—¿No te ha dicho que ese... hermano gigante que tiene cruzó la línea el sábado por la noche? —preguntó, con un tono lleno de sarcasmo. Entonces, fijó la vista en Santana—. Brody estaba totalmente en su derecho de...
—¡Era tierra de nadie! —masculló Santana.
—¡No es así!

Sam estaba claramente echando humo. Le temblaban las manos. Sacudió la cabeza, e hizo dos inspiraciones profundas de aire.

—¿Puck y Brody? —susurré. Brody era el camarada más inestable de la manada de Sam. Él fue quien perdió el control aquel día en el bosque y el recuerdo de ese lobo gris gruñendo revivió repentinamente en mi mente—. ¿Qué pasó? ¿Es que se han enfrentado? —mi voz se alzó con una nota de pánico—. ¿Por qué? ¿Está herido Brody?
—No hubo lucha —aclaró Santana con tranquilidad, sólo para mí—. Nadie salió herido. No te inquietes.

Sam nos miraba con gesto de incredulidad.

—No le has contado nada en absoluto, ¿a que no? ¿Ese es el modo en que la mantienes apartada? Por eso ella no sabe...
—Vete ya —Santana le cortó a mitad de la frase y su rostro se volvió de repente amedrentador, realmente terrorífico. Durante un segundo pareció una… una vampiro. Miró a Sam con una aversión abierta y sanguinaria.

Sam enarcó las cejas, pero no hizo ningún otro movimiento.

—¿Por qué no se lo has dicho?

Se enfrentaron el uno a la otra en silencio durante un buen rato comenzaron a reunirse más estudiantes con Mike y Artie.

En aquel silencio mortal, todos los detalles encajaron súbitamente en un ramalazo de intuición. Algo que Santana no quería que supiera. Algo que Sam no me hubiera ocultado. Algo que había hecho que los Cullen y los licántropos anduvieran juntos por los bosques en una proximidad peligrosa.

Algo que había hecho que Santana insistiera en que cruzara el país en avión.

Algo que Rachel había visto en una visión la semana pasada, una visión sobre la que Santana me había mentido. Algo que yo había estado esperando de todos modos. Algo que yo sabía que volvería a ocurrir, aunque deseara con todas mis fuerzas que no fuera así. ¿Es que nunca jamás se iba a terminar?

Escuché el rápido jadeo entrecortado del aire saliendo entre mis labios, pero no pude evitarlo. Parecía como si el edificio del instituto temblara, como si hubiera un terremoto, pero yo sabía que era sólo mi propio temblor el que causaba la ilusión.

—El ha vuelto a por mí —resollé con voz estrangulada.

Kurt nunca iba a rendirse hasta que yo estuviera muerta. Repetiría el mismo patrón una y otra vez ‑fintar y escapar, fintar y escapar‑ hasta que encontrara una brecha entre mis defensores.

Quizá tuviera suerte. Quizá los Vulturis vinieran primero a por mí, ya que ellos me matarían más rápido, por lo menos.

Santana me apretó contra su costado, posicionando su cuerpo de modo que ella seguía estando entre Sam y yo, y me acarició la cara con manos ansiosas.

—No pasa nada —me susurró—. No pasa nada. Nunca dejaré que se te acerque, no pasa nada.

Luego, se volvió y miró a Sam.

—¿Contesta esto a tu pregunta, chucho?
—¿No crees que Britt tiene derecho a saberlo? —le retó Sam—. Es su vida.

Santana mantuvo su voz muy baja. Incluso Mike, que intentaba acercarse paso a paso, fue incapaz de oírle.

—¿Por qué debe tener miedo si nunca ha estado en peligro?
—Mejor asustada que ignorante.

Intenté recobrar la compostura, pero mis ojos estaban anegados de lágrimas. Podía imaginarla detrás de mis párpados, podía ver el rostro de Kurt, sus labios retraídos sobre los dientes, sus ojos carmesíes brillando con la obsesión de la venganza; el responsabilizaba a Sntana de la muerte de su amor, Blaine, y no pararía hasta quitarle a Santana también el suyo.

Santana restañó las lágrimas de mi mejilla con las yemas de los dedos.

—¿Realmente crees que herirla es mejor que protegerla? —murmuró.
—Ella es más fuerte de lo que crees —repuso Sam—. Y lo ha pasado bastante peor.

De repente el rostro de Sam cambió y fijó la mirada en Santana una expresión extraña, calculadora. Entornó los ojos como si estuviera intentando resolver un difícil problema de matemáticas en su mente.

Sentí que Santana se encogía. Alcé los ojos para verle las faciones, que se crisparon con un sentimiento que sólo podía ser dolor. Por un momento espantoso, recordé una tarde en Italia, en aquella macabra habitación de la torre de los Vulturis, donde Jane había torturado a Santana con aquel maligno don que poseía, quemándole simplemente con el poder de su mente...

El recuerdo me ayudó a recuperarme de mi inminente ataque de histeria y puso las cosas en perspectiva, ya que prefería que Kurt me matase cien veces antes que verle sufrir de ese modo otra vez.

—Qué divertido —comentó Sam, carcajeándose mientras observaba el rostro de Santana...
...que hizo otro gesto de dolor, pero consiguió suavizar su expresión con un pequeño esfuerzo, aunque no podía ocultar la agonía de sus ojos.

Miré fijamente, con los ojos bien abiertos, primero la mueca de Santana y luego el aire despectivo de Sam.

—¿Qué le estás haciendo? —inquirí.
—No es nada, Britt —me aseguró Santana en voz baja—. Sólo que Sam tiene muy buena memoria, eso es todo.

El aludido esbozó una gran sonrisa y Santana se estremeció de nuevo.

—¡Para ya! Sea lo que sea que estés haciendo.
—Vale, si tú quieres —Sam se encogió de hombros—. Aunque es culpa suya si no le gustan mis recuerdos.

Le miré fijamente y él me devolvió una sonrisa despiadada, como un chiquillo pillado en falta haciendo algo que sabe que no debe hacer por alguien que sabe que no le castigará.

—El director viene de camino a echar a los merodeadores de la propiedad del instituto —me murmuró Santana—. Vete a clase de Lengua, Britt, no quiero que te veas implicada.
—Es un poco sobreprotectora, ¿a que sí? —comentó Sam, dirigiéndose sólo a mí—. Algo de agitación hace que la vida sea divertida. Déjame adivinar, ¿a que no tienes permiso para divertirte?

Santana le fulminó con la mirada y sus labios se retrajeron levemente sobre sus dientes.

—Cierra el pico, Sam —le dije.

El se echó a reír.

—Eso suena a negativa. Oye, si alguna vez quieres volver a vivir la vida, ven a verme. Todavía tengo tu moto en mi garaje.

Esta noticia me distrajo.

—Se supone que deberías haberla vendido. Le prometiste a Charlie que lo harías.

Le supliqué a mi padre que se vendiera en atención a Sam. Después de todo, él había invertido semanas de trabajo en ambas motos y merecía algún tipo de compensación, ya que si hubiera sido por Charlie, habría tirado la moto a un contenedor. Y probablemente después le habría prendido fuego.

—Ah, sí, claro. Como si yo pudiera hacer eso. Es tuya, no mía. De cualquier modo, la conservaré hasta que quieras que te la devuelva.

Un pequeño atisbo de la sonrisa que yo recordaba jugueteó con ligereza en las comisuras de sus labios.

—Sam...

Se inclinó hacia delante, con el rostro de repente lleno de interés, sin apenas sarcasmo.

—Creo que lo he estado haciendo mal hasta ahora, ya sabes, acerca de no volver a vernos como amigos. Quizá podríamos apañarnos, al menos por mi parte. Ven a visitarme algún día.

Me sentía plenamente consciente de Santana, con sus brazos todavia en torno a mi cuerpo, protegiéndome, e inmóvil como una piedra. Le lancé una mirada al rostro, que aún seguía tranquilo, paciente.

—Esto, yo... no sé, Samy.

Sam abandonó su fachada hostil por completo. Era casi como Inibiera olvidado de que Santana estaba allí, o al menos como estuviera decidido a actuar así.

—Te echo de menos todos los días, Britt. Las cosas no son lo mismo sin ti.
—Ya lo sé y lo siento, Sam, yo sólo...

Él sacudió la cabeza y suspiró.

—Lo sé. Después de todo, no importa, ¿verdad? Supongo que sobreviviré o lo que sea. ¿A quién le hacen falta amigos? —hizo una mueca de dolor, intentando disimularla bajo un ligero barniz bravucón.

EI sufrimiento de Sam siempre había disparado mi lado protector. No era racional del todo, ya que él difícilmente necesitaba el tipo de protección física que yo le pudiera proporcionar, pero mis brazos, atrapados con firmeza bajo los de Santana, ansiaban alcanzarle, para enredarse en torno a su cintura grande y cálida en una silenciosa promesa de aceptación y consuelo.

Los brazos protectores de Santana se habían convertido en un encierro.

—Venga, a clase —una voz severa resonó a nuestras espaldas—. Póngase en marcha.
—Vete al colegio, Sam —susurré, nerviosa, en el momento en que reconocí la voz del director. Sam iba a la escuela de los quileute, pero podría verse envuelto en problemas por allanamiento de propiedad o algo así.

Santana me soltó, aunque me cogió la mano y continuó interponiendo su cuerpo entre nosotros.

El señor Greene avanzó a través del círculo de espectadores, con las cejas protuberantes como nubes ominosas de tormenta sobre sus ojos pequeños.

—¡He dicho que ya! —amenazó—. Castigaré a todo el que me encuentre aquí mirando cuando me dé la vuelta.

La concurrencia se disolvió antes de que hubiera terminado la frase.

—Ah, señorita Cullen. ¿Qué ocurre aquí? ¿Algún problema?
—Ninguno, señor Greene. íbamos ya de camino a clase.
—Excelente. Creo que no conozco a su amigo —el director volvió su mirada fulminante a Sam—. ¿Es usted un estudiante del centro?

Los ojos del señor Greene examinaron a Sam y vi cómo llegaba a la misma conclusión que todo el mundo: peligroso. Un chaval problemático.

—No —repuso Sam, con una sonrisita de suficiencia en sus gruesos labios.
—Entonces le sugiero que se marche de la propiedad de la escuela rápido, jovencito, antes de que llame a la policía.

La sonrisita de Sam se convirtió en una sonrisa en toda regla y supe que se estaba imaginando a Charlie deteniéndole, pero su expresión era demasiado amarga, demasiado llena de burla para satisfacerme. Ésa no era la sonrisa que yo esperaba ver.

Sam respondió: «Sí, señor», y esbozó un saludo militar antes de montarse en su moto y patear el pedal de arranque en la misma acera. El motor rugió y luego las ruedas chirriaron cuando las hizo dar un giro cerrado. Sam se perdió de vista en cuestión de segundos.

El señor Greene rechinó los dientes mientras observaba la escena. Señorita Cullen, espero que hable con su amigo para que no vuelva a invadir la propiedad privada.

—No es amigo mío, señor Greene, pero le haré llegar la advertencia.

El señor Greene apretó los labios. El expediente académico intachable de Santana y su trayectoria impecable jugaban claramente a su favor en la valoración del director respecto al incidente.

—Ya veo. Si tiene algún problema, estaré encantado de...
—No hay de qué preocuparse, señor Greene. No hay ningún problema.
—Espero que sea así. Bien, entonces, a clase. Usted también, señorita Pierce.

Santana asintió y me empujó con rapidez hacia el edificio donde estaba el aula de Lengua.

—¿Te sientes bien como para ir a clase? —me susurró cuando dejamos atrás al director.
—Sí —murmuré en respuesta, aunque no estaba del todo segura de estar diciendo la verdad.

Aunque si me sentía o no bien, no era el tema más importante. Necesitaba hablar con Santana cuanto antes y la clase de Lengua no era el sitio ideal para la conversación que tenía en mente.

Pero no había muchas otras opciones mientras tuviéramos al señor Greene justo detrás de nosotros.

Llegamos al aula un poco tarde y nos sentamos rápidamente en nuestros sitios. El señor Berty estaba recitando un poema de Frost. Hizo caso omiso a nuestra entrada, con el fin de que no se rompiera el ritmo de la declamación.

Arranqué una página en blanco de mi libreta y comencé a escribir, con una caligrafía más ilegible de lo normal debido a mi nerviosismo.

¿Que es lo que ha pasado? Y no me vengas con el rollo protector, por favor.

Le pasé la nota a Santana. Ella suspiró y comenzó a escribir. Le llevó menos tiempo que a mí, aunque rellenó un párrafo entero con su caligrafía personal antes de deslizarme el papel de vuelta.

Rachel vio regresar a Kurt. Te saque de la ciudad como simple precaución, aunque nunca hubo oportunidad de que se acercara a ti de ningún modo. Puck y Quinn estuvieron a punto de atraparlo, pero el tiene un gran instinto para huír. Se escapó justo por la línea que marca la frontera con los licántropos de un modo tan preciso como si la hubiera visto en un mapa. Tampoco ayudó que las capacidades de Rachel se vieran anuladas por la implicación de los quileute. Para ser justa he de admitir que los quileute podían haberla atrapado también si no hubiéramos estado nosotros de por medio. El lobo gris grande pensó que Puck había traspasado la línea y se puso a la defensiva. Desde luego, Kitty entró en acción y todo el mundo abandonó la casa para defender a sus compañeros.
William y Quinn consiguieron calmar la situación antes de que se nos fuera de las manos. Pero para entonces, Kurt se había escapado. Eso es todo.





Fruncí el entrecejo ante lo que había escrito en la página. Todos ellos habían participado en el asutno, Puck, Quinn, Rachel, Kitty y Wiliam. Quizás incluso haste Emma, aunque ella no la había mencionado. Y además, Brody y el resto de la manda de los quileute. No hubiera sido difícil convertir aquello en una lucha encarnizada, que hubiera enfrentado a mi futura familia con mis viejos amigos. Y cualquiera de ellos podría haber salído herido. Supuse que los lobos habrían corrido más peligro, pero imaginarme a la pequeña Rachel al lado de alguno de aquellos gigantes licántropos, luchando...

Me estremecí.

Cuidadosamente, borré todo el párrafo con la goma y entonces escribí en la parte superior:

¿Y qué pasa con Charlie? Kurt podria haber ido a por él.

Santana estaba negando con la cabeza antes incluso de que terminara; resultaba obvio que intentaba quitar importancia al peligro que Charlie podría haber corrido. Levantó una mano, pero yo la ignoré y continué escribiendo:

No puedes saber qué pasa por la mente de Kurt, sencillamente porque no estabas aquí. Florida fue una mala idea.

Me arrebató el papel de las manos:

No iba a dejarte marchar sola. Con la suerte que tienes, no habrían encontrado ni la caja negra.

Eso no era lo que yo quería decir en absoluto. Ni siquiera se me había ocurrido irme sin ella. Me refería a que habría sido mejor que nos hubiéramos quedado aquí las dos. Pero su respuesta me distrajo y me molestó un poco. Como si yo no pudiera volar a través del país sin provocar un accidente de avión. Muy divertido, claro.

Digamos que mi mala suerte hiciera caer el avión. ¿Qué es exactamente lo que tú hubieras podido hacer al respecto?

¿Por qué tendría que estrellarse?

Ahora intentaba disimular una sonrisa.

Los pilotos podrían estar borrachos.

Facil. Pilotaría el avión.

Claro. Apreté los labios y lo intenté de nuevo.

Explotar los dos motores y caemos en una espiral mortal hacia el suelo.

Esperaría hasta que estuviéramos lo bastante cerca del suelo, te agarraría bien fuerte, le daría una patada a la pared y saltaría. Luego, correría de nuevo hacia la escena del accidente y nos tambalearíamos como las dos afortunadas supervivientes de la historia.


Le miré sin palabras.

—¿Qué? —susurró. Sacudí la cabeza, intimidada.
—Nada —articulé las palabras sin pronunciarlas en voz alta. Di por terminada la desconcertante conversación y escribí sólo una línea más.

La próxima vez me lo contarás.

Sabía que habría otra vez. El esquema se repetiría hasta que alguien perdiera.

Santana me miró a los ojos durante un largo rato. Me pregunté qué aspecto tendría mi cara, ya que la sentía fría, como si la sangre no hubiera regresado a mis mejillas. Todavía tenía las pestañas mojadas.

Suspiró y asintió sólo una vez.

Gracias.




El papel desapareció de mis manos. Levanté la mirada, parpadeando por la sorpresa, para encontrarme al señor Berty viniendo por el pasillo.

—¿Tiene algo ahí que tenga que darme, señorita Cullen?

Santana alzó una mirada inocente y puso la hoja de papel encima de su carpeta.

—¿Mis notas? —preguntó, con un tono lleno de confusión.

EI señor Berty observó las anotaciones: una perfecta trascripcion de su lección, sin duda, y se marchó con el ceño fruncido.


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Más tarde, en clase de Cálculo, la única en la que no estaba con Santana, escuché el cotilleo.

—Apuesto a favor del grandote —decía alguien.

Miré a hurtadillas y vi a Artie, Mike y amigos con las cabezas inclinadas y juntas, conversando muy interesados.

—Vale —susurró Artie— ¿Habéis visto el tamaño de ese chico, el tal Sam? Creo que hubiera lastimado a Santana —Artie parecía encantado con la idea.
—No lo creo —disintió Mike—. Santana tiene algo. Siempre está tan... segura de sí misma. Me da la sensación de que más vale cuidarse de ella. Aparte de lo sexy que es.
—Estoy con Mike —admitió otro chico—. Además, si alguien se metiera con Santana, ya sabéis que aparecerían esos hermanos enormes que tiene...
—¿Habéis ido por La Push últimamente? —preguntó Artie—. Lauren y yo fuimos a la playa hace un par de semanas y creedme, los amigos de Sam son todos tan descomunales como él.
—Uf —intervino Tyler—. Menos mal que esto ha terminado sin que la sangre llegara al río. Ojalá no averigüemos cómo podría haber acabado la cosa.
—Pues si hubiera leña, a mí no me importaría echar una ojeada —dijo Austin—. Quizá deberíamos ir a ver.

Artie esbozó una amplia sonrisa.

—¿Alguien está de humor para apostar?
—Diez por Sam —propuso Austin rápidamente.
—Diez a Santana —replicó Tyler.
—Diez a Santana —imitió Mike.
—Apuesto por Sam —intervino Artie.
—Bueno, chicos, ¿y alguien sabe de qué iba el asunto? —se preguntó Austin—. Eso podría afectar a las probabilidades.
—Puedo hacerme una idea —apuntó Artie, y entonces lanzó una mirada en mi dirección al mismo tiempo que Mike y Tyler.

Cogí de sus expresiones que ninguno se había dado cuenta de que estaba a una distancia en la que era fácil oírles. Todos apartaron la mirada con rapidez, removiendo los papeles en los pupitres.

—Mantengo mi apuesta por Sam —musitó Artie entre dientes.


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Última edición por dianna agron 16 el Sáb Dic 21, 2013 10:39 am, editado 1 vez
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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por micky morales Sáb Dic 21, 2013 7:10 am

quisiera no comentar nada pero no puedo dejar de decir una vez mas lo mucho que detesto a sam, britt parece estar mas enamorada de el que de santana, es verdad que fue un buen amigo pero ya no?
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Mensaje por dianna agron 16 Sáb Dic 21, 2013 10:40 am

micky morales escribió:quisiera no comentar nada pero no puedo dejar de decir una vez mas lo mucho que detesto a sam, britt parece estar mas enamorada de el que de santana, es verdad que fue un buen amigo pero ya no?


Creeme a mi también me empieza a irritar un poco Sam y la actitud de Brittany de cuidarlo. Besos.
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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por dianna agron 16 Sáb Dic 21, 2013 11:37 pm



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Naturalezas


Estaba siendo una semana horrible.

Yo sabía que no había cambiado nada sustancial. Vale, Kurt no se había rendido, pero ¿acaso había esperado yo alguna vez que fuera de otro modo? Su reaparición sólo había confirmado lo que ya sabía, No tenía motivo para asustarme como si fuera algo nuevo.

Eso en teoría. Porque no sentir pánico es algo más fácil de decir que de hacer.

Solo quedaban unas pocas semanas para la graduación, pero me preguntaba si no era un poco estúpido quedarme sentada, débil y apetecible, esperando el próximo desastre. Parecía demasiado peligroso continuar siendo humana, como si estuviera atrayendo conscientemente peligro. Una persona con mi suerte debía ser un poquito menos vulnerable.

Pero nadie me escucharía.

William había dicho:

—Somos siete, Britt, y con Rachel de nuestro lado, dudo que Kurt nos pueda sorprender con la guardia baja. Pienso que es importante, por el bien de Charlie, que nos atengamos al plan original.

Emma había apostillado:

—No dejaremos nunca que te pase nada malo, cielo. Ya lo sabes. Por favor, no te pongas nerviosa —y luego me había besado en la frente.

Puck había continuado:

—Estoy muy contento de que santana no te haya matado. Todo es mucho más divertido contigo por aquí.

Kitty le había mirado con cara de pocos amigos.

Rachel había puesto los ojos en blanco para luego agregar:

—Me siento ofendida. ¿Verdad que no estás preocupada por esto? ¿a que no?
—Si no era para tanto, entonces, ¿por qué me llevó Santana a Florida? —inquirí.
—Pero ¿no te has dado cuenta todavía, Britt, de que Santana es un poquito dada a reaccionar de forma exagerada?

Quinn, silenciosamente, había borrado todo el pánico y la tensión de mi cuerpo con su curiosa habilidad para controlar las atmósferas emocionales. Me sentí más tranquila y los dejé convencerme de lo innecesario de mi desesperada petición.

Pero claro, toda esa calma desapareció en el momento en que Santana y yo salimos de la habitación.

Así que el acuerdo consistía en que lo mejor que podía hacer era olvidarme de que un vampiro desquiciado quería cazarme para matarme. Y ocuparme de mis asuntos.

Y lo intenté. Y de modo sorprendente, había otras cosas casi tan estresantes en las que concentrarse como mi rango dentro de la lista de especies amenazadas...

Porque la respuesta de Santana había sido la más frustrante de todas.

—Eso es algo entre tú y William —había dicho—. Claro, que yo estaría encantada de que fuera algo entre tú y yo en cualquier momento que quisieras, pero ya conoces mi condición —y sonrió angelicalmente.

Agh. Claro que sabía en qué consistía su condición. Santana me había prometido que sería ella misma quien me convirtiera cuando yo quisiera... siempre que me casara con ella primero.

Algunas veces me preguntaba si sólo simulaba la incapacidad de leerme la mente. ¿Cómo había llegado a encontrar la única condición que tendría problemas en aceptar? El requisito preciso que me obligaría a tomarme las cosas con más calma.

Habia sido una semana malísima en su conjunto, y aquel día, el pero de todos

Siempre eran días malos cuando se ausentaba Santana. Rachel no habia visto nada fuera de lo habitual ese fin de semana, por lo que insistí en que aprovechara la oportunidad para irse con sus hermanos de cacería. Sabía cuánto le aburría cazar las presas cercanas, tan fáciles.

—Ve y diviértete —le insté—. Caza unos cuantos pumas por mí.

Jamas admitiría en su presencia lo mal que sobrellevaba la separación, ya que de nuevo volvían las pesadillas de la época del abandono. Si Santana lo hubiera sabido, le habría hecho sentirse fatal y le hubiera dado miedo dejarme, incluso aunque fuera por la más necesaria de las razones. Así había sido al principio, cuando represamos de Italia. Sus ojos dorados se habían tornado negros y sufría por culpa de la sed más de lo normal. Por eso, ponía cara de valiente y hacía de todo, salvo sacarle a patadas de la casa, cada vez que Puck y Quinn querían marcharse.

Sin embargo, a veces me daba la sensación de que veía dentro de mí. Al menos un poco. Esa mañana había encontrado una nota en mi almohada.

Volveré tan pronto que no tendrás tiempo de echarme de menos. Cuida de mi corazón… lo he dejado contigo.

Así que ahora tenía todo un sábado entero sin nada que hacer salvo mi turno de la mañana en la tienda de ropa Abram's Olympie para distraerme. Y claro, esa promesa tan reconfortante de Rachel.

—Cazaré cerca de aquí. Si me necesitas, estoy sólo a quince minutos. Estaré pendiente por si hay problemas.

Traducción: no intentes nada divertido sólo porque no esté Santana.

Ciertamente, Rachel era tan capaz de fastidiarme el coche como Santana.

Intenté mirarlo por el lado positivo. Después del trabajo, había hecho planes con Tina para ayudarle con sus tarjetas de graduación, de modo que estaría distraída. Y Charlie estaba de un humor excelente debido a la ausencia de mi novia, así que convenía disfrutar de esto mientras durara. Rachel pasaría la noche conmigo si yo me sentía tan patética como para pedírselo, y mañana Santana ya estaría de vuelta. Sobreviviría.

No quería llegar a trabajar ridiculamente temprano, y me tomé el desayuno masticando muy despacio cada cucharada de cereales Cheerio. Entonces, una vez que hube lavado los platos, coloqué los imanes del frigorífico en una línea perfecta. Quizás estuviera desarrollando un trastorno obsesivo-compulsivo.

Los últimos dos imanes, un par de utilitarias piezas redondas y negras, que eran mis favoritas porque podían sujetar diez hojas de papel en el frigorífico, no querían cooperar con mi fijación. Tenían polaridades inversas; cada vez que intentaba ponerlas en fila, al colocar la última, la otra saltaba fuera de su sitio.

Por algún motivo ‑una manía en ciernes, quizá‑, eso me sacaba de quicio. ¿Por qué no podían comportarse como es debido? De una forma tan estúpida como terca, continué alineándolas como si esperase una repentina rendición. Podría haber puesto una más arriba, pero sentía que eso equivalía a perder. Finalmente, más desesperada por mi comportamiento que por los imanes, los cogí del frigorífico y los sostuve juntos, uno en cada mano. Me costó un poco, ya que eran lo bastante fuertes como para presentar batalla, pero conseguí que coexistieran uno al lado del otro.

—Ya veis —esto de hablarle a los objetos inanimados no podía ser síntoma de nada bueno—. Tampoco es tan malo, ¿a que no?

Permanecí allí quieta durante un segundo, incapaz de admitir que no estaba teniendo ningún éxito a largo plazo contra los principios científicos. Entonces, con un suspiro, volví a colocar los imanes en el frigorífico, a un palmo de distancia.

—No hay necesidad de ser tan inflexible —murmuré.

Todavía era muy temprano, pero decidí que lo mejor sería salir de la casa antes de que los objetos inanimados comenzaran a contestarme.

Cuando llegué a Abram's Olympic, Artie pasaba la mofa de forma metódica por los pasillos mientras su madre acondicionaba un nuevo escaparate en el mostrador. Los pillé en mitad de una disputa, aunque no se dieron cuenta de mi llegada.

—Pero es el único momento en que Tyler puede ir —se quejaba Artie—. Dijiste que después de la graduación...
—Pues vais a tener que esperar —repuso la señora Abrams con brusquedad—. Tyler y tú ya podéis empezar a pensar en otra cosa. No vas a ir a Seattle hasta que la policía solucione lo que esta pasando, sea lo que sea. Ya sé que Betty le ha dicho lo mismo a Tyler, así que no me vengas con que yo soy la mala de la película. Oh, buenos días, Britt —me dijo cuando se dio cuenta de que había entrado, alegrando su tono rápidamente—. Has llegado temprano.

Karen Abrams era la última persona que podrías imaginar trabajando en un establecimiento de prendas deportivas al aire libre. Llevaba su pelo rubio perfectamente mechado y recogido en un elegante moño bajo a la altura de la nuca, las uñas de las manos pintadas por un profesional, lo mismo que las de los pies, visibles a través de sus altos tacones de tiras que no se parecían en nada a lo que los Abrams ofrecían en el largo estante de las botas de montaña.

—Apenas había tráfico —bromeé mientras cogía la horrible camiseta naranja fluorescente de debajo del mostrador. Me sorprendía que la señora Abrams estuviera tan preocupada por lo de Seattle como Charlie. Pensé que era sólo él quien se lo había tomado a la tremenda.
—Esto... eh...

La señora Abrams dudó por un momento, jugueteando incómoda con el paquete de folletos publicitarios que estaba colocando al lado de la caja registradora.

Ya tenía una mano sobre la camiseta pero me detuve. Conocía esa mirada.

Cuando les hice saber a los Abrams que no trabajaría allí ese verano, dejándolos de este modo plantados en la estación con más trabajo, comenzaron a enseñar a Katie, para que ocupara mi lugar. Realmente no podían permitirse mantener los sueldos de las dos a la vez, así que cuando se veía que iba a ser un día tranquilo...

—Te iba a llamar —continuó la señora Abrams—. No creo que vayamos a tener hoy mucho trabajo. Creo que podremos apañarnos entre Artie y yo. Siento que te hayas tenido que levantar y conducir hasta aquí.

En un día normal, este giro de los acontecimientos me habría hecho entrar en éxtasis, pero hoy... no tanto.

—Vale —suspiré. Se me hundieron los hombros. ¿Qué iba a hacer ahora?
—Eso no está bien, mamá —repuso Artie—. Si Britt quiere trabajar...
—No, no pasa nada, señora Abrams. De verdad, Artie. Tengo examenes finales para los que debo estudiar y otras cosas... —no quería ser una fuente de discordia familiar cuando ya les había sorprendido discutiendo.
—Gracias, Britt. Artie, te has saltado el pasillo cuatro. Esto, Britt ¿no te importaría tirar estos folletos en un contenedor cuando te vayas? Le dije a la chica que los dejó aquí que los pondría en el mostrador, pero la verdad es que no tengo espacio.
—Vale, sin problemas.

Guardé la camiseta y me puse los folletos debajo del brazo, para salir de nuevo al exterior, donde lloviznaba. EI contenedor estaba al otro lado de Abrams' Olympic, cerca de donde se suponía que aparcábamos los empleados. Caminé sin dirección precisa hacia allá, enfurruñada, dándole patadas a las piedras. Estaba a punto de tirar el paquete de brillantes papeles amarillos a la basura cuando captó mi interés el título impreso en negrita en la parte superior. Fue una palabra en especial la que me IIamó la atención.

Cogí los papeles entre las dos manos mientras miraba la imagen bajo el título. Se me hizo un nudo en la garganta.


SALVEMOS AL LOBO DE LA PENÍNSULA OLYMPIC

Bajo las palabra había un dibujo detallado de un lobo frente a un abeto, con la cabeza echada hacia atrás aullándole a la luna. Era una imagen desconcertante; algo en la postura quejosa del lobo le hacía parecer desamparado. Como si estuviera aullando de pena.

Y luego eché a correr hacia mi coche, con los folletos aún sucios con firmeza en la mano.

Quince minutos, eso era cuanto tenía, pero bastaría. Sólo había quince minutos hasta La Push y seguramente cruzaría la frontera unos cuantos minutos antes de llegar al pueblo.

El coche arrancó sin ninguna dificultad.

Rachel no podría estar viéndome hacer esto porque no lo había planeado. Una decisión repentina, ¡ésa era la clave!, y podría sacarle provecho si conseguía moverme con suficiente rapidez.

Con la prisa, arrojé los papeles húmedos al asiento del pasajero, donde se desparramaron en un brillante desorden, cien títulos en negrita, cien lobos negros aullándole a la luna, recortados contra el fondo amarillo.

Iba a toda pastilla por la autopista mojada, con los limpiaparabrisas a tope y sin hacerle caso al rugido del viejo motor. Lo máximo que podía sacarle a mi coche eran unos noventa por hora y recé para que fuera suficiente.

No tenía idea de dónde estaba la frontera, pero empecé a sentirme más segura cuando pasé las primeras casas en las afueras de La Push. Seguro que esto era lo más lejos que se le permitía llegar a Rachel.

La telefonearía cuando llegara a casa de Tina por la tarde, me dije para mis adentros, para hacerle saber que me encontraba bien. No había motivo para que se preocupara. No necesitaba enfadarse conmigo, porque Santana ya estaría suficientemente furiosa por las dos a su regreso.

Mi coche iba ya resollando cuando chirriaron los frenos al parar frente a la familiar casa de color rojo desvaído. Se me volvió a hacer un nudo en la garganta al mirar aquel pequeño lugar que una vez había sido mi refugio. Había pasado tanto tiempo desde que había estado aquí.

Antes de que pudiera parar el motor, Sam ya estaba en la puerta, con el rostro demudado por la sorpresa.

En el silencio repentino que se hizo después de que el rugido del motor se detuviera, oí su respiración entrecortada.

—¿Britt?
—¡Hola, Samy!
—¡Britt! —gritó en respuesta y la sonrisa que había estado esperando atravesó su rostro como el sol en un día nublado. Los dientes relampaguearon contra su piel—. ¡No me lo puedo creer!

Corrió hacia el coche, me sacó casi en volandas a través de la puerta abierta, y nos pusimos a saltar como niños.

—¿Cómo has llegado hasta aquí?
—¡Me he escapado!
—¡Impresionante!
—¡Hola, Britt! —Billy impulsó su silla hacia la entrada para ver a qué se debía toda aquella conmoción.
—¡Hola, Bill...!

Y en ese momento me quedé sin aire. Sam me había sepultado en un abrazo gigante, tan fuerte, que no podía respirar y me daba vueltas en círculo.

—¡Guau, es estupendo tenerte aquí!
—No puedo... respirar —jadeé.

Él se rió y me puso en el suelo.

—Bienvenida de nuevo, Britt —me dijo con una sonrisa.

Y el modo en que lo dijo me sonó como «bienvenida a casa».

Empezamos a andar, demasiado nerviosos ante la perspectiva de quedarnos sentados dentro de la casa. Samy iba prácticamente saltando mientras andaba y le tuve que recordar unas cuantas veces que yo no tenía piernas de tres metros.

Mientras caminábamos, sentí cómo me transformaba en otra versión de mí misma, la que era cuando estaba con Sam. Algo más joven, y también algo más irresponsable. Alguien que haría, en alguna ocasión, algo realmente estúpido sin motivo aparente.

Nuestra euforia duró los primeros temas de conversación que abordamos: qué estábamos haciendo, qué queríamos hacer, cuánto tiempo tenía y qué me había traído hasta allí. Cuando le conté lo del folleto del lobo, de forma vacilante, su risa ruidosa hizo eco entre los árboles.

Pero entonces, cuando paseábamos detrás de la tienda y atravesamos los matorrales espesos que bordeaban el extremo más lejano de la playa Primera, llegamos a las partes más difíciles de la conversación. Desde muy pronto tuvimos que hablar de las razones de nuestra larga separación y observé cómo el rostro de mi amigo se endurecía hasta formar la máscara amarga que ya me resultaba tan familiar.

—Bueno, ¿y de qué va esto en realidad? —me preguntó Sam, pateando un trozo de madera de deriva fuera de su camino con una fuerza excesiva. Saltó sobre la arena y luego se estampó contra las rocas—. O sea, que desde la última vez que... bueno, antes, ya sabes... —luchó para encontrar las palabras. Aspiró un buen trago de aire y lo intentó de nuevo—. Lo que quiero decir es que... ¿simplemente todo ha vuelto al mismo lugar que antes de que ella se fuera? ¿Se lo has perdonado todo?

Yo también inspiré con fuerza.

—No había nada que disculpar.

Me habría gustado saltarme toda esta parte, las traiciones y las acusaciones, pero sabía que teníamos que hablar de todo esto antes de que fuéramos capaces de llegar a algún otro lado.

El rostro de Sam se crispó como si acabara de chupar un limón.

—Desearía que Finn te hubiera tomado una foto cuando te encontramos aquella noche de septiembre. Sería la prueba A.
—No estamos juzgando a nadie.
—Pues quizá deberíamos hacerlo.
—Ni siquiera tú la culparías por marcharse, si conocieras sus motivos.

Me miró fijamente durante unos instantes.

—Está bien —me retó con amargura—. Sorpréndeme.

Su hostilidad me caía encima, quemándome en carne viva. Me dolía que estuviera enfadado conmigo. Me recordó aquella tarde gris y deprimente, hacía mucho ya, cuando, cumpliendo órdenes de Finn, me dijo que no podíamos seguir siendo amigos. Me llevó un momento recobrar la compostura.

—Santana me dejó el pasado otoño porque pensaba que yo no debía salir con una vampiro. Pensó que sería mejor para mí si ella se marchaba.

Sam tardó en reaccionar. Luchó consigo mismo durante unos minutos. Lo que fuera que tenía planeado decir, claramente, había dejado de tener sentido. Me alegraba de que no supiera lo que había precipitado la decisión de Santana. Me podía imaginar qué habría pensado de haber sabido que Quinn intentó matarme.

—Pero volvió, ¿no? —susurró Sam—. Parece que le cuesta atenerse a sus propias decisiones.
—Si recuerdas bien, fui yo la que corrió tras ella y le trajo de vuelta.

Sam me miró con fijeza durante un momento y después me dio la espalda. Relajó el rostro y su voz se había vuelto más tranquila cuando volvió a hablar.

—Eso es cierto, pero nunca supe la historia. ¿Qué fue lo que pasó?

Yo dudaba y me mordí el labio.

—¿Es un secreto? —su voz se tornó burlona— ¿No me lo puedes contar?
—No —contesté con brusquedad—. Además, es una historia realmente larga.

El sonrió con arrogancia, se giró y echó a caminar por la playa, esperando que le siguiera.

No tenía nada de gracioso estar con él si se iba a comportar de ese modo. Le seguí de manera automática, sin saber si no sería mejor dar media vuelta y dejarle. Aunque tendría que enfrentarme con Rachel cuando regresara a casa... Así que pensándolo bien, en realidad no tenía tanta prisa.

Sam llegó hasta un enorme y familiar tronco de madera, un árbol entero con sus raíces y todo, blanqueado y profundamente hundido en la arena; de algún modo, era nuestro árbol.

Se sentó en aquel banco natural y dio unas palmaditas en el sitio que había a su lado.

—No me importa que las historias sean largas. ¿Hay algo de acción?

Puse los ojos en blanco mientras me sentaba a su lado.

—La hay —concedí.
—No puede haber miedo de verdad si no hay un poco de acción.
—¡Miedo! —me burlé—. ¿Vas a escuchar o te vas a pasar todo el rato interrumpiéndome para hacer comentarios groseros sobre mis amigos?

Hizo como que se cerraba los labios con llave y luego como que tiraba la llave invisible sobre su hombro. Intenté no sonreír, pero no lo conseguí.

—Tengo que empezar con cosas que pasaron cuando tú estabas —decidí mientras intentaba organizar las historias en mi mente antes de comenzar.

Sam alzó una mano.

—Adelante. Eso está bien —añadió él—. No entendí la mayor parte de lo que pasó entonces.
—Ah, vale, estupendo; es un poco complicado, así que presta atención. ¿Sabes ya que Rachel tiene visiones?

Interpreté que su ceño fruncido era una respuesta afirmativa, ya que a los hombres lobo no les impresionaba que fuera verdad la leyenda de los poderes sobrenaturales de los vampiros, así que procedí con el relato de mi carrera a través de Italia para rescatar a Santana.

Intenté resumir lo más posible, sin dejarme nada esencial. Al mismo tiempo, me esforcé en interpretar las reacciones de Sam, pero su rostro era inescrutable mientras le explicaba que Rachel había visto los planes de Santana para suicidarse cuando escuchó que yo había muerto. Algunas veces Sam parecía ensimismarse en sus pensamientos, tanto que ni siquiera estaba segura de que me estuviera escuchando. Sólo me interrumpió una vez.

—¿La adivina chupasangres no puede vernos? —repitió, en su rostro una expresión feroz y llena de alegría—. ¿En serio? ¡Eso es magnífico!

Apreté los dientes y nos quedamos sentados en silencio, con su cara expectante mientras esperaba que continuase. Le miré fijamente hasta que se dio cuenta de su error.

—¡Oops! —exclamó—. Lo siento —y cerró la boca otra vez.

Su respuesta fue más fácil de comprender cuando llegamos a la parte de los Vulturis. Apretó los dientes, se le pusieron los brazos con carne de gallina y se le agitaron las aletas de la nariz. No entré en detalles, pero le conté que Santana nos había sacado del problema, sin revelar la promesa que habíamos tenido que hacer ni la visita que estábamos esperando. Sam no necesitaba participar de mis pesadillas.

—Ahora ya conoces toda la historia —concluí—. Es tu turno para hablar. ¿Qué ha ocurrido mientras yo pasaba este fin de semana con mi madre?

Sabía que Sam me proporcionaría más detalles que Santana. No temía asustarme. Se inclinó hacia delante, animado al momento.

—Ryder, Jake y yo estábamos de patrulla el sábado por la noche, sólo algo rutinario, cuando allí estaba, saliendo de ninguna parte, ¡bum!, una pista fresca, que no tenía ni quince minutos —alzó los brazos y remedó una explosión—. Finn quería que le esperásemos, pero yo ignoraba que tú te habías ido y no sabía si tus chupasangres estaban vigilando o no. Así que salimos en su persecución a toda velocidad, pero cruzó la línea del tratado antes de que pudiéramos cogerla. Nos dispersamos por la línea esperando que volviera a cruzarla. Fue frustrante, te lo juro —movió la cabeza y el pelo, que ya le había crecido desde que se lo había rapado tan corto cuando se unió a la manada, le cayó sobre los ojos—. Nos fuimos demasiado hacia el sur y los Cullen la persiguieron hacia nuestro sitio, pero sólo a unos cuantos kilómetros al norte de nuestra posición. Habría sido la emboscada perfecta si hubiéramos sabido dónde esperar.

Sacudió la cabeza, haciendo ahora una mueca.

—Entonces fue cuando la cosa se puso peligrosa. Finn y los otros le cogieron el rastro antes de que llegáramos, pero Kurt iba de un lado a otro de la línea y el aquelarre en pleno estaba al otro lado. El grande, ¿cómo se llama...?
—Puck.
—Ese, bueno, pues él arremetió contra el, pero ¡qué rápida es ese chupansangre! Voló detrás de el y casi se estrella contra Brody. Y ya sabes, Brody... bueno, ya le conoces.
—Sí.
—Se le fue la olla. No puedo decir que le culpe, tenía al chupasangres grandote justo encima de él. Así que saltó... Eh, no me mires así. El vampiro estaba en nuestro territorio.

Intenté recomponer mi expresión para que continuara con su relato. Tenía las uñas clavadas en las palmas de las manos con la tensión de la historia, incluso sabiendo que había terminado bien.

—De cualquier modo, Brody falló y el grandullón regresó a su sitio, pero entonces, esto, la, eh, bien, la rubia...

La expresión de Sam era una mezcla cómica de disgusto y reacia admiración mientras intentaba encontrar una palabra para describir a la hermana de Santana.
—Kitty.
—Como quieras. Se había vuelto realmente territorial, así que Finn y yo nos retrasamos para cubrir los flancos de Brody. Entonces su líder y la otra hembra rubia...
—William y Quinn.

Me miró algo exasperado.

—Ya sabes que me da igual cómo se llamen. Como sea, William habló con Finn en un intento de calmar las cosas. Y fue bastante extraño porque la verdad es que todo el mundo se tranquilizó muy rápido. Creo que fue esa otra que dices, que nos hizo algo raro en la cabeza, pero aunque sabíamos lo que estaba haciendo, no podíamos dejar de estar tranquilos.
—Ah, sí, ya sé cómo se siente uno.
—Realmente cabreado, así es como se siente uno. Sólo que no estás enfadado del todo, al final —sacudió la cabeza, confundido—. Así que Finn y el vampiro líder acordaron que la prioridad era Kurt y volvimos a la caza otra vez. William nos dio la pista de modo que pudimos seguir el rastro correcto, pero entonces tomó el camino de los acantilados justo al norte del territorio de los makah, donde la frontera discurre pegada a la costa durante unos cuantos kilómetros. Así que se metió en el agua otra vez. El grandullón y la rubia nos pidieron permiso para cruzar la frontera y perseguirlo, pero se lo denegamos, como es lógico.
—Estupendo. Quiero decir que vuestro comportamiento me parece estúpido, pero estoy contenta. Puck nunca tiene la suficiente prudencia. Podría haber salido herido.

Sam resopló.

—Así que tu vampira te dijo que los atacamos sin razón y que su aquelarre, totalmente inocente...
—No —le interrumpí—. Santana me contó la misma historia, sólo que sin tantos detalles.
—Ah —dijo Sam entre dientes y se inclinó para coger una piedra entre los millones de guijarros que teníamos a los pies. Con un giro casual, la mandó volando sus buenos cien metros hacia las aguas de la bahía—. Bueno, el regresará, supongo. Y volveremos a tenerlo a tiro.

Me encogí de hombros; ya lo creo que volvería, pero ¿de veras me lo contaría Santana la próxima vez? No estaba segura. Debía mantener vigilada a Rachel en busca de los síntomas indicadores de que el patrón de comportamiento volvía a repetirse...

Sam no pareció darse cuenta de mi reacción. Estaba sumido en la contemplación de las olas con los gruesos labios apretados y una expresión pensativa en la cara.

—¿En qué estás pensando? —le pregunté después de un buen rato en silencio.
—Le doy vueltas a lo que me has dicho hace un rato. En cuando la adivina te vio saltando del acantilado y pensó que querías suicidarte, y en cómo a partir de aquello todo se descontroló... ¿Te das cuenta de que, si te hubieras limitado a esperarme, como se supone que tenías que hacer, entonces la chup... Rachel no habría podido verte saltar? Nada habría cambiado. Probablemente, los dos estaríamos ahora en mi garaje, como cualquier otro sábado. No habría ningún vampiro en Forks y tú y yo... —dejó que su voz se apagara, perdido en sus pensamientos.

Era desconcertante su forma de ver la situación, como si fuera algo bueno que no hubiera vampiros en Forks. Mi corazón comenzó a latir arrítmicamente ante el vacío que sugería la imagen.

—Santana hubiera regresado de todos modos.
—¿Estás segura de eso? —me preguntó otra vez, volviendo a su aptitud beligerante en cuanto mencioné el nombre de Santana.
—Estar separadas… no nos va bien a ninguna de las dos.

Comenzó a decir algo, algo violento a juzgar por su expresión, pero enmudeció de pronto, tomó aliento y empezó de nuevo.

—¿Sabías que Finn está muy enfadado contigo?
—¿Conmigo? —me llevó entenderlo un segundo—. Ah, ya. Cree que se habrían mantenido apartados si yo no estuviera aquí.
—No. No es por eso.
—¿Cuál es el problema entonces?

Sam se inclinó para tomar otra roca. Le dio vueltas una y otra vez, entre los dedos. No le quitaba ojo a la piedra negra mientras hablaba en voz baja.

—Cuando Finn vio... en qué estado estabas al principio, cuando Billy les contó lo preocupado que estaba Charlie porque no mejorabas y entonces, cuando empezaste a saltar de los acantilados...

Puse mala cara. Nadie iba a dejar nunca que me olvidara de eso.

Los ojos de Sam me miraron de hito en hito.

—Pensamos que tú eras la única persona en el mundo que tenía tanta razón para odiar a los Cullen como él. Finn se siente... traicionado porque los volvieras a dejar entrar en tu vida, como si jamás te hubieran hecho daño.

No me creí ni por un segundo que Finn fuera el único que se sintiera de ese modo, y por tanto, el tono ácido de mi respuesta iba dirigido a ambos.

—Puedes decirle a Finn que se vaya a...
—Mira eso —Sam me interrumpió señalándome a un águila en el momento en que se lanzaba en picado hacia el océano desde una altura increíble. Recuperó el control en el último minuto, y sólo sus garras rozaron la superficie de las olas, apenas durante un instante. Después volvió a aletear, con las alas tensas por el esfuerzo de cargar con el peso del pescado enorme que acababa de pescar—. Lo ves por todas partes —dijo con voz repentinamente distante—. La naturaleza sigue su curso, cazador y presa, el círculo infinito de la vida y la muerte.

No entendía el sentido del sermón de la naturaleza; supuse que sólo quería cambiar el tema de la conversación, pero entonces se volvió a mirarme con un negro humor en los ojos.

—Y desde luego, no verás al pez intentando besar al águila. Jamás verás eso —sonrió con una mueca burlona.

Le devolví la sonrisa, una sonrisa tirante, porque aún tenía un sabor ácido en la boca.

—Quizás el pez lo está intentando —le sugerí—. Es difícil saber lo que piensa un pez. Las águilas son unos pájaros bastante atractivos, ya sabes.
—¿A eso es a lo que se reduce todo? —su voz se volvió aguda—. ¿A tener un buen aspecto?
—No seas estúpido, Sam.
—Entonces, ¿es por el dinero? —insistió.
—Estupendo —murmuré, levantándome del árbol—. Me halaga que pienses eso de mí —le di la espalda y me marché.
—Oh, venga, no te pongas así —estaba justo detrás de mí; me cogió de la cintura y me dio una vuelta—. ¡Lo digo en serio!, intento entenderte y me estoy quedando en blanco.

Frunció el ceño enfadado y sus ojos se oscurecieron enquistados entre sombras.

—-La amo. ¡Y no porque sea guapa o rica! —le escupí las palabras a la cara—. Preferiría que no fuera ni lo uno ni lo otro. Incluso te diría que eso podría ser un motivo para abrir una brecha entre nosotras, pero no es así, porque siempre es la persona más encantadora, generosa, brillante y decente que me he encontrado jamás. Claro que la amo. ¿Por qué te resulta tan difícil de entender?
—Es imposible de comprender.
—Por favor, ilumíname, entonces, Sam —dejé que el sarcasmo fluyera denso—. ¿Cuál es la razón válida para amar a alguien? Como dices que lo estoy haciendo mal...
—Creo que el mejor lugar para empezar sería mirando dentro de tu propia especie. Eso suele funcionar.
—¡Eso es... asqueroso! —le respondí con brusquedad—. Supongo que debería estar loca por Artie Abrams después de todo.

Sam se estremeció y se mordió el labio. Pude ver que mis palabras le habían herido, pero yo estaba demasiado enfadada para sentirme mal por ello.

Me soltó la muñeca y cruzó los brazos sobre el pecho, volviéndose para mirar hacia el océano.

—Yo soy humano —susurró, con voz casi inaudible.
—No eres tan humano como Artie —continué sin piedad—. ¿Sigues pensando que es la consideración más importante?
—No es lo mismo —Sam no apartó los ojos de las olas grises—. Yo no he escogido esto.

Me eché a reír incrédula.

—¿Y crees que Santana sí? Ella no sabía lo que le estaba ocurriendo más que tú. Ella no eligió esto.

Sam cabeceó de atrás adelante con un movimiento rápido y corto.

—¿Sabes, Sam?, es terrible por tu parte que pretendas sentirte moralmente superior, considerando que tú eres un licántropo.
—No es lo mismo —repitió él, mirándome con el ceño fruncido.
—No veo por qué no. Podrías ser un poquito más comprensivo con los Cullen. No tienes idea de lo buenos que son, pero buenos de verdad, Sam.

Frunció el ceño más profundamente.

—No deberían existir. Su existencia va contra la naturaleza.

Le miré con fijeza durante un largo rato, con una ceja alzada, llena de incredulidad. Pasó un tiempo hasta que se dio cuenta.

—¿Qué?
—Hablando de algo antinatural... —insinué.
—Britt —me dijo, con la voz baja, y algo diferente. Envejecida. Me di cuenta de que, de repente, sonaba mucho mayor que yo, como un padre o un profesor—. Lo que yo soy ha nacido conmigo. Es parte de mi naturaleza, de mi familia, de lo que todos somos como tribu, es la razón por la cual todavía estamos aquí. Aparte de eso —bajó la vista para mirarme, con sus ojos oscuros inescrutables—, sigo siendo humano.

Me cogió la mano y la presionó contra su pecho ardiente como la fiebre. A través de su camiseta, pude sentir el rápido latido de su corazón contra mi mano.

—Los humanos normales no arrojan motos por ahí, como haces tú.

Él sonrió ligeramente, con una media sonrisa.

—Los humanos normales huyen de los monstruos, Britt. Y nunca he proclamado ser normal. Sólo humano.

Continuar enfadada con Sam resultaba muy cansado. Empecé a sonreír mientras retiraba la mano de su pecho.

—La verdad es que me pareces humano del todo —concedí—. Al menos de momento.
—Me siento humano.

Miró a lo lejos, y volvió el rostro. Le tembló el labio inferior y se lo mordió con fuerza.

—Oh, Sam —murmuré al tiempo que buscaba su mano.

Esa era la razón por la que estaba aquí. Ésa era la razón por la que no me importaba quedarme, fuera cual fuera la recepción que me esperase al regresar. Porque bajo toda esa ira y ese sarcasmo, Sam sufría. Justo ahora, lo estaba viendo en sus ojos. No sabía ayudarle, pero sabía que tenía que intentarlo. No era por todo lo que le debía, sino porque su pena me dolía a mí también.

Sam se había convertido en parte de mí y no había nada que pudiera cambiar eso.


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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por dianna agron 16 Dom Dic 22, 2013 2:48 am



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Imprimación


—¿Te encuentras bien, Samy? Charlie dijo que lo habías pasado mal. ¿No has mejorado nada?
—No estoy tan mal —contestó.

Rodeó mi mano con la suya, pero evitó mi mirada. Anduvo despacio de vuelta a la plataforma de madera flotante sin apartar la vista de los colores cristalinos del arco iris, empujándome suavemente para mantenerme a su lado. Me senté de nuevo en nuestro árbol, pero él se repantigó sobre el húmedo suelo rocoso en vez de acomodarse junto a mí. Me pregunté si lo haría para poder hurtar el rostro a mis ojos con más facilidad. No me soltó la mano.

Comencé a parlotear para llenar el silencio.

—Ha pasado mucho tiempo desde que estuve aquí. Probablemente, me habré perdido un montón de cosas. ¿Cómo están Finn y Emily? ¿Y Ryder? ¿Cómo se tomó Jake...?

Me interrumpí a mitad de frase al recordar que el amigo de Sam era un tema espinoso.

—Ah, Jake —Sam suspiró.

Entonces, había sucedido: Jake debía de haberse incorporado a la manada.

—Lo siento —me disculpé entre dientes.
—No se te ocurra decirle eso a él —gruñó Sam, para mi sorpresa.
—¿Qué quieres decir?
—Jake no busca compasión, más bien todo lo contrario. Está que no cabe en sí de gozo. Es feliz.

No vi sentido alguno a aquello. Todos los demás licántropos se habían entristecido ante la perspectiva de que sus amigos compartieran su destino.

—¿Qué?

Sam ladeó la cabeza y la echó hacia atrás para mirarme. Esbozó una sonrisa y puso los ojos en blanco.

—Él considera que esto es lo más guay que le ha pasado nunca. En parte se debe a que al fin sabe de qué va la película, pero tambien le entusiasma haber recuperado a sus amigos y estar en la onda —Sam bufó—. Supongo que no debería sorprenderme, es muy propio de él.
—¿Le gusta?
—¿La verdad...? A casi todos les gusta —admitió Sam con voz pausada—. No hay duda de que tiene ciertas ventajas: la velocidad, la libertad, la fuerza, el sentido de... familia. Finn y yo somos los únicos que sentimos una verdadera amargura, y él hizo el transito hace mucho, por lo que ahora soy el único «quejica».

Mi amigo se rió de sí mismo.

—¿Por qué Finn y tú sois diferentes? En todo caso, ¿qué le ocurre a Finn? ¿Cuál es su problema?

Eran demasiadas las cosas que yo quería saber y formulé las preguntas demasiado seguidas, sin darle espacio para que las respondiera. Sam volvió a reírse.

—Es una larga historia.
—Yo te he contado otra bastante larga. Además, no tengo ninguna prisa en regresar —le contesté al tiempo que hacía una mueca cuando pensé en el lío en que me iba a meter cuando volviera.

Él alzó los ojos de inmediato al percatarse del doble sentido de mis palabras.

—¿Se va a enfadar contigo?
—Sí —admití—. No soporta que haga cosas que considera... arriesgadas.
—¿Como andar por ahí con licántropos?
—Exacto.

Sam se encogió de hombros.

—No vuelvas entonces. Quédate y dormiré en el sofá.
—¡Qué gran idea! —rezongué con ironía—. En tal caso, vendrá a buscarme.

Mi amigo se envaró y esbozó una sonrisa torva.

—¿Lo haría?
—Si temiera encontrarme herida o algo similar..., probablemente.
—La perspectiva de que te quedes cada vez me gusta más.
—Sam, por favor, sabes que eso me recarcome de verdad.
—¿El qué?
—¡Que os podáis matar el uno al otro! —protesté—. Me vuelve loca. ¿Por qué no podéis comportaros de forma civilizada?
—¿Está dispuesta a matarme? —preguntó él con gesto huraño, haciendo caso omiso a mi ira.
—No tanto como pareces estarlo tú —me percaté de que le estaba chillando—. Al menos, ella es capaz de comportarse como una adulta en este tema. Sabe que me lastima a mí al herirte a ti, por lo que nunca lo haría. ¡Eso no parece preocuparte en absoluto!
—Claro, por supuesto —musitó él—. Estoy convencido de que es toda una pacifista.
—¡Vale!

Di un tirón para retirar mi mano de la suya y aparté su cabeza de mi lado. Luego, recogí las piernas contra el pecho y las abarqué con los brazos lo más fuerte posible.

Lancé una mirada fulminante al horizonte. Echaba chispas.

Sam permaneció inmóvil durante unos minutos y al final se levantó del suelo para sentarse a mi lado y me pasó el brazo por los hombros.

—Lo siento —se disculpó con un hilo de voz—. Intentaré comportarme.

No le respondí.

—¿Aún quieres saber lo de Finn? —me propuso.

Me encogí de hombros.

—Es una larga historia, como te dije, y también muy extraña. Esta nueva vida tiene demasiadas cosas raras y no he dispuesto de tiempo para contarte ni la mitad; la relativa a Finn..., bueno, no se siquiera si voy a poder explicarlo correctamente.

Sus palabras me picaron la curiosidad a pesar de mi enfado.

—Te escucho —repuse con frialdad.

Atisbé de reojo su boca; al sonreír, curvó hacia arriba la comisura de sus labios.

—Fue mucho más duro para Finn que para los demás, ya que al ser el primero, estaba solo, y no había nadie que le explicara lo que sucedía. Su abuelo murió antes de que él naciera y su padre siempre estaba ausente, por lo que no había persona alguna capaz de reconocer los síntomas. La primera vez que se transformó llegó a pensar que había enloquecido. Pasaron dos semanas antes de que se calmara lo suficiente para volver a su estado anterior.
»No puedes acordarte de esto porque acaeció antes de que vinieras a Forks. La madre de Finn y Marley movilizaron a los guardabosques y a la policía para la búsqueda. Se pensaba que había sufrido un accidente o algo por el estilo...
—¿Marley? —inquirí, sorprendida. Marley era la hija de Harry y la mención de su nombre me abrumó de piedad. Harry, el amigo de toda la vida de Charlie, había muerto de un ataque al corazón la primavera pasada.

La voz de mi amigo cambió, se endureció.

—Sí. Ella y fin fueron novios en el colegio. Empezaron a salir cuando él era un novato. Marley se puso como una loca cuando él desapareció.
—Pero él y Emily...
—Ya llegaremos a eso... Forma parte de la historia —me atajó. Inspiró muy despacio y luego espiró de golpe.

Suponía que era estúpido por mi parte pensar que Finn no había amado a otra mujer que no fuera Emily. La mayoría de la gente se enamora muchas veces a lo largo de la vida. Era sólo que, tras verlos juntos, no podía imaginármelos con otra persona. La forma en que él la miraba, bueno, me recordaba a las pupilas de Santana cuando me observaba.

—Finn volvió después de su transformación —prosiguió—, pero no podía revelar a nadie su paradero durante aquella ausencia y se dispararon los rumores, la mayoría decía que no había estado en ningún sitio bueno. Una tarde, Finn entró corriendo en casa y se encontró por casualidad al Viejo Jake, el abuelo de Jake, que había ido a visitar a la señora Hudson. Al anciano estuvo a punto de darle una apoplejía cuando Finn le estrechó la mano.

Mi amigo interrumpió la historia y se echó a reír.

—¿Por qué?

Sam puso la mano en mi mejilla y me giró el rostro para que le mirase. Se había inclinado sobre mí y tenía el semblante a escasos centímetros del mío. La palma de su mano me quemaba la piel, como cuando tenía fiebre.

—De acuerdo —repuse. Resultaba incómodo tener su cara a tan escasa distancia y su mano sobre mi piel—. A Finn le había subido la temperatura.

Sam rió una vez más.

Tocar la mano de Finn era como ponerla encima de un radiador.

Le tenía tan cerca de mí que podía sentir el roce de su aliento. Alcé el rostro con tranquilidad y aparté su mano, pero ensortijé mis dedos entre los suyos a fin de no herir sus sentimientos.

Sonrió y se echó hacia atrás, desalentado por mi pretendida despreocupación.

—Entonces, el viejo Jake acudió enseguida a los ancianos —continuo Sam—, pues eran los únicos que aún recordaban, los que sabían. De hecho, el señor el viejo, Billy y Harry habían visto transformarse a sus abuelos. Cuando el Viejo Jake habló con ellos, los ancianos se reunieron en secreto con Finn y se lo explicaron todo.
»Resultó más fácil cuando lo comprendió y al fin dejó de estar solo. Ellos eran conscientes de que, aunque ningún otro joven era lo bastante mayor, él no iba a ser el único en verse afectado por el regreso de los Cullen —Sam pronunció el apellido de sus enemigos con involuntario resentimiento—. De ese modo, Finn esperó hasta que los demás nos uniéramos a él...
—Los Cullen no tenían ni idea —repuse en un susurro—. Ni siquiera creían que aún hubiera hombres lobo en la zona. Ignoraban que su llegada os iba a cambiar.
—Eso no altera el hecho de que lo hicieran.
—Recuérdame que no te tome ojeriza.
—¿Crees que puedo mostrar la misma indulgencia que tú? No todos podemos ser santos ni mártires.
—Crece, Sam.
—Qué más quisiera yo —masculló en voz baja.

Le estudié con la mirada mientras intentaba descubrir el significado de su respuesta.

—¿Qué?

Él se rió entre dientes.

—Es una de las peculiaridades que te comenté...
—No... ¿No puedes crecer...? —le miré, aún sin comprender—. ¿Es eso? ¿No envejeces...? ¿Es un chiste?
—No —frunció los labios al pronunciar la o.

Sentí que la sangre me huía del rostro y se me llenaron los ojos de lágrimas de rabia. Apreté los dientes, que rechinaron de forma ostensible.

—¿Qué he dicho, Britt?

Volví a ponerme de pie con los puños apretados y el cuerpo tembloroso.

—Tú... no... envejeces —mascullé entre dientes.

Sam me puso la mano en el hombro y me atrajo con delicadeza en un intento de hacerme sentar.

—Ninguno de nosotros se avejenta. ¿Qué rayos te pasa?
—¿Es que soy la única que se va a convertir en una vieja? —estaba hablando a gritos mientras manoteaba en el aire. Una minúscula parte de mí era consciente de que hacía el ridículo, pero mi lado racional se veía ampliamente superado por el irracional—. ¡Maldita sea! ¿En qué clase de mundo vivimos? ¡No es justo!
—Tranquilízate, Britt.
—Cierra la boca, Sam. Tú, ¡cierra la boca! ¡Esto es muy injusto!
—¿De verdad pegas patadas en el suelo? Creía que eso sólo lo hacían las chicas en la tele.

Emití un gruñido patético.

—No es tan malo como te crees. Siéntate y te lo explico.
—Prefiero quedarme de pie.

Puso los ojos en blanco.

—Vale, como gustes, pero atiende... Envejeceré... algún día.
—Aclárame eso.

El palmeó el árbol. Le fulminé con la mirada durante unos segundos, pero luego me senté. Mi malhumor se desvaneció con la misma rapidez con la que había llegado y me calmé lo bastante para comprender que yo misma me estaba poniendo en ridículo.

—Cuando obtengamos el suficiente control para dejarlo... —empezó Sam—. Volveremos a envejecer cuando dejemos de transformarnos durante un largo periodo. No va a ser fácil —sacudió la cabeza, repentinamente dubitativo—. Vamos a necesitar mucho tiempo para obtener semejante dominio, o eso creo. Ni siquiera Finn lo tiene aún. Por supuesto, la presencia de un enorme aquelarre de vampiros ahí arriba, al otro lado de la ladera, no es de mucha ayuda. Ni se nos pasa por la cabeza la búsqueda de ese autodominio cuando la tribu necesita protectores, pero no hace falta que te preocupes sin necesidad porque, físicamente al menos, ya soy mayor que tú.
—¿A qué te refieres?
—Mírame, Britt. ¿Aparento dieciséis años?

Contemplé su colosal cuerpo de arriba abajo con plena objetifidad y admití:

—No exactamente.
—No del todo... aún. Nos habremos desarrollado por completo dentro de pocos meses, cuando se activen nuestros genes de licantropos. Voy a pegar un buen estirón —torció el gesto—. Fínicamente, voy a aparentar alrededor de unos veinticinco, o algo asi... Ya no vas a poder ponerte histérica por ser mayor que yo durante al menos otros siete años.
«Unos veinticinco, o algo así». Me armé un lío ante esa perspectiva, pero yo recordaba el estirón anterior de mi amigo, recordaba haberle visto crecer y adquirir corpulencia. Me acordaba de que cada día tenía un aspecto diferente al anterior. Meneé la cabeza, presa del vértigo.
—Bueno, ¿quieres oír la historia de Finn o prefieres seguir pegando gritos por cosas que no comprendo?

Respiré hondo.

—Disculpa. No me gustan los comentarios relativos a la edad. Es como poner el dedo en la llaga.

Sam entrecerró los ojos. Tenía el aspecto de quien piensa el modo de contar algo.

Dado que no deseaba hablar del asunto verdaderamente delicado, mis planes para el futuro, ni de los tratados que esos planes podrían romper, le apunté para ayudarle a empezar con la historia.

—Dijiste que a Finn todo le resultó más fácil una vez que comprendió su situación tras su encuentro con Billy, Harry y el señor viejo Jake. También me has contado que la licantropía tiene sus cosas buenas... —vacilé durante unos instantes—. Entonces, ¿por qué Finn las aborrece tanto? ¿Por qué le gustaría que yo las detestara?

Sam suspiró.

—Eso es lo más extraño.
—Bueno, yo estoy a favor de lo raro.
—Sí, lo sé —me dedicó una sonrisa burlona—. Bueno, tienes razón, una vez que Finn estuvo al tanto de lo que ocurría, todo recuperó casi la normalidad y su vida volvió a ser la de siempre, bueno, quizá no llevó una existencia normal, pero sí mejor —la expresión de Sam se tensó como si tuviera que abordar la narración de algún momento doloroso—. Finn no podía decírselo a Marley. Se supone que no debemos revelárselo a nadie inadecuado y él se ponía en peligro al permanecer cerca de su amada. Por eso la engañaba, como hice yo contigo. Marley se enfadaba cuando él no le contaba dónde había estado ni adonde iba de noche ni por qué estaba tan fatigado, pero a su manera se entendieron, lo intentaron. Se amaban de verdad.
—¿Ella lo descubrió? ¿Fue eso lo que ocurrió?

Él negó con la cabeza.

—No, ése no fue el problema. Un fin de semana, Emily vino de la reserva de los makah para visitar a su prima Marley.
—¿Emily es prima de Marley? —pregunté con voz entrecortada.
—Son primas segundas, aunque cercanas. De pequeñas, parecian hermanas.
—Es... espantoso... ¿Cómo pudo Finn...? —mi voz se fue apagando mientras continuaba sacudiendo la cabeza.
—No le juzgues aún. ¿Te ha hablado alguien de...? ¿Has oído hablar de la imprimación?
—¿Imprimación? —repetí esa expresión tan poco familiar—. lo, ¿qué significa?
—Es una de esas cosas singulares con las que nos las tenemos que ver, aunque no le suceden a todo el mundo. De hecho, es la excepción, no la regla. Por aquel entonces, Finn ya había oído todas las historias que solíamos tomar como leyendas y sabía en qué consistía, pero ni en sueños...
—¿Qué es? —le azucé.

La mirada de Sam se ensimismó en la inmensidad del océano.

—Finn amaba a Marley, pero no le importó nada en cuanto vio a Emily. A veces, sin que sepamos exactamente la razón, encontramos de ese modo a nuestras parejas —sus ojos volvieron a mirarme de forma fugaz mientras se ponía colorado—. Me refiero a nuestras almas gemelas.
—¿De qué modo? ¿Amor a primera vista? —me burlé.

Él no sonreía y en sus ojos oscuros leí una crítica a mi reacción.

—Es un poquito más fuerte que eso. Más... contundente.
—Perdón —murmuré—. Lo dices en serio, ¿verdad?
—Así es.
—¿Amor a primera vista pero con mayor fuerza? —había aún una nota de incredulidad en mi voz, y él podía percibirla.
—No es fácil de explicar. De todos modos, tampoco importa —se encogió de hombros—. Querías saber qué sucedió para que Finn odiara a los vampiros porque su presencia le transformó e hizo que se detestara a sí mismo. Pues eso fue lo que le sucedió, que le rompió el corazón a Marley. Quebrantó todas las promesas que le había hecho. Finn ha de ver la acusación en los ojos de Marley todos los días con la certeza de que ella tiene razón.

Enmudeció de forma abrupta, como si hubiera hablado más de la cuenta.

—¿Cómo maneja Emily esa situación estando como estaba tan cercana a Marley...?
—Finn y Emily estaban hechos el uno para el otro, eran dos piezas perfectamente compenetradas, formadas para encajar la una en la otra. Aun así, ¿cómo lograba Emily superar el hecho de que su amado hubiera pertenecido a otra, una mujer que había sido casi su hermana?
—Se enfadó mucho en un primer momento, pero es difícil resistirse a ese nivel de compromiso y adoración —Sam suspiró—. Entonces, Finn pudo contárselo todo. Ninguna regla te ata cuando encuentras a tu media naranja. ¿Sabes cómo resultó herida Emily?
—Sí.

La historia oficial en Forks era que la había atacado y herido un oso, pero yo estaba al tanto del secreto.

«Los licántropos son inestables», había dicho Santana. «La gente que está cerca de ellos termina herida.»

—Bueno, por extraño que pueda parecer, fue la solución a todos los problemas. Finn estaba tan horrorizado y sentía tanto desprecio hacia sí mismo, tanto odio por lo que había hecho, que se habría lanzado bajo las ruedas de un autobús si eso le hubiera hecho sentir mejor. Y lo podía haber hecho sólo para escapar de sus actos. Estaba desolado... Entonces, sin saber muy bien cómo, ella le reconfortó a él, y después de eso...

Sam no verbalizó el hilo de sus pensamientos, pero sentí que la historia tenía un cariz demasiado personal como para compartirlo.

—Pobre Emily —dije en cuchicheos—. Pobre Finn. Pobre Marley…
—Sí, Marley fue la peor parada —coincidió él—. Le echa valor. Va a ser la dama de honor.

Contemplé con fijeza la silueta recortada de las rocas que emergian del océano como dedos en los bordes del malecón sur; entretanto, intentaba encontrarle sentido a todo aquello sin que él apartara los ojos de mi rostro, a la espera de que yo dijera algo.

—¿Te ha pasado a ti eso del amor a primera vista? —inquirí al fin, sin desviar la vista del horizonte.
—No —replicó con viveza—. Sólo les ha sucedido a Finn y David.
—Um —contesté mientras fingía un interés muy pequeño, deterrminado por la cortesía; pero me quedé aliviada.

Intenté explicar semejante reacción en mi fuero interno. Resolví que me alegraba de que Sam no afirmara la existencia de alguna mística conexión lobezna entre nosotros dos. Nuestra relación ya era bastante confusa en su estado actual. No necesitaba ningún otro elemento sobrenatural añadido a los que ya debía atender.

Él permanecía callado, y el silencio resultaba un poco incómodo. La intuición me decía que no quería oír lo que estaba pensando, y para romper su mutismo, pregunté:

—¿Qué tal le fue a David?
—Sin nada digno de mención. Se trataba de su compañera de pupitre. Se había sentado a su lado un año y no la había mirado dos veces. Entonces, de pronto, él cambió, la volvió a mirar y ya no apartó los ojos. Kim quedó encantada, ya que estaba loca por él. En su diario, había enlazado el apellido de David al de ella por todas partes.

Se carcajeó con sorna.

—¿Te lo dijo David? No debió hacerlo.

Sam se mordió el labio.

—Supongo que no debería reírme, aunque es divertido.
—Menuda alma gemela.

El suspiró.

—David no me comentó nada de eso a sabiendas. Ya te lo he explicado, ¿te acuerdas?
—Ah, sí, sois capaces de oír los pensamientos de los demás miembros de la manada, pero sólo cuando sois lobos, ¿no es así?
—Exacto. Igual que tu chupasangres —torció el gesto.
—Santana —le corregí.
—Vale, vale. Por eso es por lo que sé tanto acerca de los sentimientos de Finn. No es igual que si él nos lo hubiera contado todo de haber podido elegir. De hecho, es algo que todos odiamos —de pronto, su voz se cargó de amargura—. No tener privacidad ni secretos es atroz. Todo lo que te avergüenza queda expuesto para que todos lo vean.

Se encogió de hombros.

—Tiene pinta de ser algo espantoso —murmuré.
—Resulta útil cuando hemos de coordinarnos —repuso a regañadientes—, una vez de higos a brevas. Lo de Sebastian fue divertido. Y si los Cullen no se hubieran interpuesto en nuestro camino este último sábado... ¡Ay! —refunfuñó—. ¡Podíamos haberlo alcanzado!

Apretó los puños con rabia.

Me estremecí. Por mucho que me preocupara que Quinn o Puck resultasen heridos, no era nada en comparación con el pánico que me entró sólo de pensar en que Sam se lanzase contra Kurt. Puck y Quinn eran lo más cercano que yo podía imaginar a dos seres indestructibles, Puck era grande para mí, un ser invencible y Quinn a pesar de verse frágil podía tirar un bosque entero por sí sola, pero Sam seguía siendo una criatura de sangre caliente y en comparación, aún era un humano, un mortal. La idea de que Sam se enfrentara a Kurt, con su destellante melena alborotada alrededor de aquel rostro extrañamente felino, me hizo estremecer.

Sam alzó los ojos y me estudió con gesto de curiosidad.

—Pero, de todos modos, ¿no te sucede eso todo el tiempo? ¿No te lee Santana el pensamiento?
—Oh, no, nunca entra en mi mente. Aunque ya le gustaría.

La expresión de su rostro reflejó perplejidad.

—No puede leerme la mente —le expliqué con una pequeña mitad de petulancia en la voz, fruto de la costumbre—. Soy la única excepción, pero ignoramos el motivo.
—¡Qué raro! —comentó Sam.
—Sí —la suficiencia desapareció—. Probablemente, eso significa que me falta algún que otro tornillo —admití.
—Siempre supe que no andabas bien de la cabeza —murmuró él.
—Gracias.

De pronto, los rayos del sol se abrieron paso entre las nubes y tuve que entornar los ojos para no quedar cegada por el resplandor del mar. Todo cambió de color: las aguas pasaron del gris al azul; los árboles de un apagado verde oliva a un chispeante tono jade; los guijarros relucían como joyas con todos los colores del arco iris.

Parpadeamos durante unos instantes para ganar tiempo hasta que nuestras pupilas se habituaran al aumento de luminosidad. Sólo se escuchaba el apagado rugir de las olas, que retumbaban por los cuatro lados del malecón, el suave crujido de las rocas al entrechocar entre sí bajo el empuje del océano y los chillidos de las gaviotas en el cielo. Era muy tranquilo.

Sam se acomodó más cerca de mí, tanto que se apoyó contra mi brazo y, como estaba ardiendo, al minuto siguiente tuve que mover los hombros para quitarme la chaqueta impermeable. Profirió un ronroneo gutural de satisfacción y apoyó la mejilla sobre mi coronilla. El sol me calentaba la piel, aunque no tanto como Jacob. Me pregunté con despreocupación cuánto iba a tardar en salir ardiendo.

—¿En qué piensas? —susurró.
—En el sol.
—Um. Es agradable.
—¿Y en qué piensas tú?
—Recordaba aquella película que me llevaste a ver —rió entre dientes—. Y a Artie Abrams vomitando por todas partes.

Yo también me desternillé, sorprendido por cómo el tiempo altera los recuerdos. Aquél solía ser uno de los de mayor estrés y confusión, pues fue mucho lo que cambió esa noche, y ahora era capaz de reírme. Aquélla fue la última velada que Sam y yo pasamos juntos antes de que él supiera la verdad sobre su linaje. Allí terminaba su memoria humana. Ahora, por extraño que pudiera parecer, se había convertido en un recuerdo agradable.

—Echo de menos la facilidad con que sucedía todo... la sencillez —reconoció—. Me alegra tener una buena capacidad de recordar.

Suspiró.

Sus palabras activaron mis propios recuerdos y me envaré, presa de una repentina tensión. El se percató y preguntó:

—¿Qué pasa?
—Acerca de esa excelente memoria tuya... —me aparté para poder leer la expresión de su rostro e inquirí—: ¿Te importaría decirme qué pensabas el lunes por la mañana? Tus reflexiones molestaron a Santana —el verbo «molestar» no era precisamente el adecuado, pero deseaba obtener una respuesta, por lo que que era mejor no empezar con demasiada dureza.

El rostro de Sam se animó al comprender y se carcajeó.

—Estaba pensando en ti. A ella no le gustó ni pizca, ¿verdad?
—¿En mi? ¿En qué exactamente?

Sam se volvió a reír a carcajadas, pero en esta ocasión con una nota de mayor dureza.

—Recordaba tu aspecto la noche en que Finn te halló. Es como si hubiera estado allí, ya que lo he visto en su mente. Ese recuerdo es el que siempre acecha a Finn, ya sabes, y luego recordé tu imagen la primera vez que viniste de visita a casa. Apuesto a que no tienes ni idea de lo confusa que estabas, Britt. Tardaste varias semanas en volver a tener una apariencia humana. Siempre recuerdo que te abrazabas el cuerpo como si estuviera hecho añicos y quisieras mantenerlo unido con los brazos —se le crisparon las facciones y sacudió la cabeza—. Me resulta duro recordar tu tristeza de entonces, pero no es culpa mía. Imagino que para ella debe ser aún más duro y pensé que Santana debía echar un vistazo a lo que había hecho.

Le pegué un manotazo en el hombro con tal fuerza que me hice daño.

—¡No vuelvas a hacerlo jamás, Sam Evans! Promételo.
—Ni hablar. Hacía meses que no me lo pasaba tan bien.
—A mi costa, Sam...
—Vamos, Britt, contrólate. ¿Cuándo volveré a verle? No le des vueltas.

Me puse en pie. Él me tomó la mano cuando intenté alejarme. Di un tirón para soltarme.

—Me largo, Sam.
—No, no te vayas aún —protestó; la presión de su mano en torno a la mía aumentó—. Disculpa, y... Vale. No volveré a hacerlo. Te lo prometo.

Suspiré.

—Gracias, Sam.
—Vamos, regresemos a mi casa —dijo con impaciencia.
—En realidad, creo que debería marcharme. Tina me está esperando y sé que Rachel está preocupada. No quiero inquietarla demasiado.
—¡Pero si acabas de llegar!
—Eso es lo que parece —admití.

Alcé la vista a lo alto para mirar el sol, sin saber que ya lo tenía exactamente encima de mi cabeza. ¿Cómo podía haber transcurrido el tiempo tan deprisa?

Sus cejas se hundieron sobre los ojos.

—No sé cuándo volveré a verte —añadió con voz herida.
—Regresaré la próxima vez que ella se vaya —le prometí de forma impulsiva.
—¿Irse? —Sam puso los ojos en blanco—. Es un buen eufemismo para describir su conducta. Malditas garrapatas.
—¡No vendré jamás si eres incapaz de ser agradable! —le amenacé mientras daba tirones para liberar la mano. Se negó a dejarme ir.
—No te enfades, va —repuso mientras esbozaba un gesto burlón—. Ha sido una reacción instintiva.
—Vas a tener que meterte algo en la cabeza, si quieres que vuelva, ¿vale? —él esperó—. Mira, no me preocupa quién es un vampiro ni quién un licántropo —le expliqué—. Es irrelevante. Tú eres Sam, ella es Santana y yo, Britt. Todo lo demás no importa.

Entornó levemente los ojos.

—Pero yo soy un licántropo —repuso de mala gana—, y ella, un vampiro —agregó con obstinada repugnancia.
—¡Y yo soy virgo! —grité, exasperada.

Enmarcó las cejas y sopesó mi expresión con ojos llenos de curiosidad. Al final se encogió de hombros.

—Si en verdad eres capaz de verlo así...
—Puedo hacerlo.
—De acuerdo. Britt y Sam. Nada de extrañas virgos por aquí.

Me dedicó una sonrisa, el cálido gesto de siempre que tanto habia añorado. Sentí que otra sonrisa de respuesta se extendía por mi cara.

—Te he echado mucho de menos, Samy —admití, sin pensármelo.
—Yo también —su sonrisa se ensanchó. Claramente, había felicidad en sus ojos, por una vez sin atisbo de ira ni amargura—. Más de lo que supones. ¿Volveré a verte pronto? l—En cuanto pueda —le prometí.


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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por dianna agron 16 Dom Dic 22, 2013 2:50 am



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Suiza


Mientras conducía de vuelta a casa, no prestaba mucha atención a la superficie mojada de la carretera, que resplandecía al sol. Reflexionaba acerca del torrente de información que Sam había compartido conmigo en un intento de sacar algo en claro y lograr que todo tuviera sentido. Me sentía más ligera a pesar del agobio. No es que ver sonreír de nuevo a Sam y haber discutido sobre todos los secretos hubiera arreglado algo, pero facilitaba las cosas. Había hecho bien en ir. Sam me necesitaba y, obviamente, no había peligro, pensé mientras entrecerraba los párpados para no quedarme cegada.

El coche apareció de la nada. Un instante antes, en el espejo retrovisor no había más que una calzada reluciente y después, de repente, tenía pegado un Volvo plateado centelleante bajo el sol.

—Ay, mierda —me quejé.

Consideré la posibilidad de acercarme al arcén y parar, pero era demasiado cobarde para hacerle frente en ese mismo momento. Había contado con disponer de algún tiempo de preparación y tener cerca a Charlie como carabina. Eso, al menos, le obligaría a no alzar la voz.

El Volvo continuó a escasos centímetros detrás de mí. Mantuve la vista fija en la carretera.

Conduje hasta la casa de Tina completamente aterrada; no permití que mis ojos se encontraran con los suyos, que parecían haber abierto un boquete al rojo vivo en mi retrovisor.

Me siguió hasta que pisé el freno en frente de la casa de los Chang. Ella no se detuvo y yo no alcé la mirada cuando pasó a mi lado para evitar ver la expresión de su rostro, y en cuanto desapareció, salvé lo más deprisa posible el corto trecho que mediaba hasta la puerta de Tina.

Mike la abrió antes de que yo dejara de llamar con los nudillos.

Daba la impresión de que estaba justo detrás.

—¡Hola, Britt! —exclamó, sorprendido.
—Hola, Mike. Eh... ¿Está Tina?

Me pregunté si mi amiga se había olvidado de nuestros planes y me achanté ante la perspectiva de volver temprano a casa.

—Claro —repuso Mike justo antes de que ella apareciera en lo alto de las escaleras y me llamara:
—¡Britt!

Mike echó un vistazo a mi alrededor cuando oímos el sonido de un coche en la carretera, pero este ruido no me asustó al no parecerse en nada al suave ronroneo del Volvo. El vehículo fue dando trompicones hasta detenerse en medio de un fuerte petardeo del tubo de escape. Ésa debía de ser la visita que Mike estaba esperando.

—Ya viene Austin —anunció Mike cuando Tina llegó a su lado.

El sonido de un bocinazo resonó en la calle.

—Te veo luego —le prometió Mike—. Ya te echo de menos.

Él pasó el brazo alrededor del cuello de Tina y la atrajo para ponerla a su altura y poderla besar con entusiasmo. Un segundo después, Austin hizo sonar el claxon otra vez.

—¡Adiós, Tina, te quiero! —gritó Mike mientras pasaba corriendo junto a mí.

Tina se balanceó con el rostro levemente enrojecido, pero luego se recuperó y le despidió con la mano hasta que los perdimos de vista. Entonces se volvió hacia mí y me sonrió con arrepentimiento.

—Te agradezco con toda mi alma este favor, Britt —dijo—. No sólo evitas que mis manos sufran heridas irreparables, sino que además me ahorras dos horas de una película de artes marciales sin argumento y mal doblada.
—Me encanta ser de ayuda.

Tuve menos miedo y fui capaz de respirar con más regularidad. Allí todo era muy corriente y, por extraño que parezca, los sencillos problemas humanos de Tina resultaban tranquilizadores. Era magnífico saber que la vida es normal en algún lado.

—¿Dónde está tu familia?
—Mis padres han llevado a los gemelos a un cumpleaños en Port Angeles. Aún no me creo que vayas a ayudarme en esto. Mike ha simulado una tendinitis.

Hizo una mueca.

—No me importa en absoluto —le aseguré hasta que entré en su cuarto y vi las pilas de sobres que nos esperaban—. Uf —exclamé, asombrada.

Tina se dio la vuelta para mirarme con la disculpa grabada en los ojos. Ahora entendía por qué lo había estado posponiendo y por qué Mike se había escabullido.

—Pensé que exagerabas —admití.
—¡Qué más quisiera! ¿Estás segura de querer hacerlo?
—Ponme a trabajar. Dispongo de todo el día.

Tina dividió en dos un montón y colocó la agenda de direcciones sobre el escritorio, en medio de nosotras dos. Nos concentramos en el trabajo durante un buen rato durante el que sólo se oyó el sordo rasguñar de nuestras plumas sobre el papel.

—¿Qué hace Santana esta noche? —me preguntó al cabo de unos minutos.

La punta de mi pluma se hundió en el reverso del sobre.

—Pasa el fin de semana en casa de Puck. Se supone que van a salir de excursión.
—Lo dices como si no estuvieras segura.

Me encogí de hombros.

—Eres afortunada. Santana tiene hermanos para todo eso de las acampadas y las caminatas. No sé qué haría si Mike no tuviera a Austin para todas esas cosas.
—Sí. Las actividades al aire libre no son lo mío, la verdad, y no hay forma de que yo pueda seguirle el ritmo.

Tina se rió.

—Yo también prefiero quedarme en casa.

Ella se concentró en el montón de sobres durante un minuto y yo escribí otras cuatro direcciones. Con Tina nunca sentia el apremio de tener que llenar una pausa con chachara insulsa. Al igual que Charlie, ella se sentía a gusto con el silencio, pero al igual que mi padre, en ocasiones también era demasiado observadora.

—¿Algo va mal? —inquirió, ahora en voz baja—. Pareces... ansiosa.

Sonreí avergonzada.

—¿Es tan evidente?
—En realidad, no.

Lo más probable es que estuviera mintiendo para hacerme sentir mejor.

—No tienes por qué hablar de ello a menos que te apetezca —me aseguró—. Te escucharé si crees que eso te puede ayudar.

Estuve a punto de decir: «Gracias, gracias, pero no». Después de todo, había muchos secretos que debía ocultar. Lo cierto es que yo no podía hablar de mis problemas con ningún ser humano.

Iba contra las reglas.

Y aun así, sentía el deseo repentino e irrefrenable de hacer precisamente eso. Quería hablar con una amiga normal, humana. Me apetecía quejarme un poco, como cualquier otra adolescente. Anhelaba que mis problemas fueran más sencillos. Sería estupendo contar con alguien ajeno a todo aquel embrollo de vampiros y hombres lobo para poner las cosas en su justa perspectiva. Alguien imparcial.

—Me ocuparé de mis asuntos —me prometió Tina; sonrió y volvió la mirada hacia las señas que estaba escribiendo en ese momento.
—No —repuse—, tienes razón, estoy preocupada. Se trata de... Santana.
—¿Qué ocurre?

¡Qué fácil resultaba hablar con ella! Cuando formulaba una pregunta como ésa, yo estaba segura de que no le movía la curiosidad o la búsqueda de un cotilleo, como hubiera ocurrido en el caso de Sugar. A ella le interesaba la razón de mi inquietud.

—Se ha enfadado conmigo.
—Resulta difícil de imaginar —me contestó—. ¿Por qué se ha enojado?

Suspiré.

—¿Te acuerdas de Sam Evans?
—Ah —se limitó a decir.
—Exacto.
—Está celosa.
—No, celosa no... —debería haber mantenido la boca cerrada. No había modo alguno de explicarle aquello correctamente, pero, de todos modos, quería seguir hablando. No me había percatado de lo mucho que deseaba mantener una conversación humana—. Supongo que Santana cree que Sam es… una mala influencia para mí. Algo... peligroso. Ya sabes cuántos problemas ha tenido en estos últimos meses... Aunque todo esto es ridiculo…

Me sorprendió ver que Tina negaba con la cabeza.

—¿Qué? —quise saber.
—Britt, he visto cómo te mira Sam. Apostaría a que el problema de fondo son los celos.
—No es ésa la relación que tengo con Sam.
—Por tu parte, quizá, pero por la suya...

Fruncí el ceño.

—Él conoce mis sentimientos. Se lo he contado todo.
—Santana sólo es un ser humano, Britt, y va a reaccionar como cualquier otra chica.

Hice una mueca. No debía responder a eso. Tina me palmeó la mano.

—Lo superará.
—Eso espero. Samy está pasando momentos difíciles y me necesita.
—Tú y él sois muy amigos, ¿verdad?
—Como si fuéramos familia —admití.
—Y a Santana no le gusta él... Debe de ser duro. Me pregunto cómo manejaría Mike esa situación —se dijo en voz alta.

Esbocé una media sonrisa.

—Probablemente, como cualquier otro chico.

Ella sonrió franca.

—Probablemente.

Entonces, ella cambió de tema. Tina no era una entrometida y pareció percatarse de que yo no iba ‑ni podía‑ añadir nada más.

—Ayer me asignaron un colegio mayor. Es el más alejado del campus, por supuesto.
—¿Sabe Mike ya cuál le ha tocado?
—En el más cercano. Toda la suerte es para él. ¿Qué hay de ti? ¿Has decidido adonde vas a ir?

Aparté la vista mientras me concentraba en los torpes trazos de mi letra. La idea de que Mike y Tina estuvieran en la Universidad de Washington me despistó durante unos instantes. Se marcharían a Seattle en cuestión de pocos meses. ¿Sería seguro? ¿Amenazaría Santana con instalarse en otra parte? ¿Habría para entonces un nuevo lugar, otra ciudad que se estremeciera ante unos titulares de prensa propios de una película de terror?

¿Serían culpa mía algunas de esas noticias?

Intenté desterrar de mi mente esa preocupación y respondí a su pregunta un poco tarde.

—Creo que a la Universidad de Alaska, en Juneau.
—¿Alaska? ¿De veras? —percibí la nota de sorpresa en su voz—. Quiero decir... ¡Es estupendo!, sólo que imaginaba que ibas a elegir otro destino más... cálido.

Reí un poco sin apartar los ojos del sobre.

—Sí. Lo cierto es que la estancia en Forks ha cambiado mi perspectiva de la vida.
—¿Y Santana?

La mención de su nombre provocó un cosquilleo en mi estómago, pero alcé la vista y le sonreí.

—Alaska tampoco es demasiado frío para Santana.

Ella me devolvió la sonrisa.

—Por supuesto que no —luego, suspiró—. Está muy lejos. No vas a poder venir a menudo. Te echaré de menos. ¿Me escribirás algún correo?

Me abrumó una ola de contenida tristeza. Quizás era un error intimar de más con Tina ahora, pero, ¿no sería aún más triste perderse estas últimas oportunidades? Me libré de tan lúgubres pensamientos y pude responderle con malicia:

—Si es que puedo volver a escribir después de esto...

Señalé con la cabeza el montón de sobres que ya había prepado.

Nos reímos las dos, y a partir de ese momento fue más fácil cotorrear despreocupadamente sobre clases y asignaturas. Todo lo que debía hacer era no pensar en ello. De todos modos, había cosas más urgentes de las que preocuparse aquel día.

Le ayudé también a poner los sellos, pues me asustaba tener que irme.

—¿Cómo va esa mano? —inquirió.

Flexioné los dedos.

—Creo que se recuperará... algún día.

Alguien cerró de golpe la puerta de la entrada en el piso inferior. Ambas levantamos la vista del trabajo.

—¿Tina? —llamó Mike.

Traté de sonreír, pero me temblaron los labios.

—Supongo que eso da el pie a mi salida del escenario.
—No tienes por qué irte, aunque probablemente me va a describir la película con todo lujo de detalles.
—Da igual, Charlie va a preguntarse por mi paradero.
—Gracias por ayudarme.
—Lo cierto es que me lo he pasado bien. Deberíamos hacer algo parecido de vez en cuando. Es muy agradable tener un tiempo sólo para chicas.
—Sin lugar a dudas.

Sonó un leve golpeteo en la puerta del dormitorio.

—Entra, Mike —invitó Tina.

Me incorporé y me estiré.

—Hola, Britt. ¡Has sobrevivido! —me saludó Mike de pasada mientras acudía a ocupar mi lugar junto a Tina. Observó nuestra tarea—. Buen trabajo. Es una pena que no quede nada que hacer, yo habría... —dejó en suspenso la frase y el hilo de sus pensamientos para retomarlo con entusiasmo—. ¡No puedo creer que te hayas perdido esta película! Era estupenda. La secuencia final de la pelea tenía una coreografía alucinante. El tipo ese, bueno, tendrías que ir a verla para saber a qué me refiero...

Tina me miró, exasperada.

—Te veo en el instituto —me despedí, y solté una risita nerviosa.

Ella suspiró y dijo:

—Nos vemos allí.

Estaba nerviosa mientras recorría la distancia que me separaba hasta mi vehículo, pero la calle se hallaba vacía. Pasé todo el trayecto mirando con inquietud por todos los espejos sin que se viera rastro alguno del coche plateado.

Su vehículo tampoco estaba en frente de la casa, aunque eso no significaba demasiado.

—¿Britt? —me llamó Charlie en cuanto abrí la puerta de la entrada.
—Hola, papá.

Le encontré en el cuarto de estar, sentado delante de la televisión.

—Bueno, ¿qué tal ha ido el día?
—Bien —le respondí. Se lo podía contar todo, ya que enseguida iba a enterarse a través de Billy. Además, iba a hacerle feliz—. No me necesitaban en el trabajo, por lo que me he acercado a La Push.

Su rostro no reflejó sorpresa alguna. Billy y él habían estado hablando.

—¿Cómo está Sam? —preguntó Charlie, fingiendo indiferencia.
—Perfectamente —contesté, con aire despreocupado.
—¿Has ido a casa de los Chang?
—Sí. Hemos terminado de escribir todas las direcciones en los sobres.
—Eso está bien —respondió Charlie con una ancha sonrisa. Estaba sorprendentemente concentrado, máxime si se consideraba que había un partido en juego—. Me alegro de que hoy hayas pasado unas horas con tus amigos.
—También yo.

Me fui sin prisa a la cocina en busca de un trabajo con el que sentirme ocupada. Por desgracia, Charlie ya había limpiado los platos del almuerzo. Me demoré allí durante unos minutos, contempando el brillante recuadro de luz que los rayos del sol dibujaban en el suelo, pero sabía que no podía aplazarlo de forma indefinida.

—Me subo a estudiar —anuncié con desánimo mientras me dirigia a las escaleras.
—Te veo luego —se despidió Charlie a mis espaldas.

Si sobrevivo, pensé para mis adentros.

Cerré la puerta de mi dormitorio con cuidado antes de volver mi rostro hacia el interior del dormitorio.

Ella estaba allí, por supuesto, junto a la ventana, reclinada sobre la pared más alejada de mí, guarecida en las sombras. Su rostro era severo y mantenía una postura tensa. Me contempló sin despegar los labios.

Me acobardé a la espera de una diatriba verbal que no se produjo. Ella se limitó a seguir mirándome, es posible que demasiado enfadado para articular palabra.

—Hola —saludó al fin.

Su rostro parecía cincelado en piedra. Conté mentalmente hasta cien, pero no se produjo cambio alguno.

—Esto... Bueno, sigo viva —comencé. Brotó un bramido de su pecho, pero su expresión no se alteró—. No he sufrido ningún daño —insistí con encogimiento de hombros.

Se movió. Cerró los ojos y apretó el puente de la nariz entre los dedos de la mano derecha.

—Britt —murmuró—, ¿te haces la menor idea de lo cerca que he estado de cruzar hoy la línea y romper el tratado para ir a por ti? ¿Sabes lo que eso significa?

Proferí un grito ahogado y ella abrió los párpados, dejando al descubierto unos ojos duros y fríos como la noche.

—¡No puedes hacerlo! —repliqué en voz demasiado alta. Me esforcé en controlar el volumen de mi voz a fin de que no me oyera Charlie, pero ardía en deseos de gritar cada palabra—. Lo usarían como pretexto para una lucha, estarían encantados, Santana. ¡Jamás debes romper las reglas!
—Quizá no sean los únicos que disfrutarían con el enfrentamiento.
—No empieces —le atajé bruscamente—. Alcanzasteis un acuerdo para respetarlo.
—Si él te hubiera hecho daño...
—¡Vale ya! —le corté—. No hay de qué preocuparse. Sam no es peligroso.
—Britt... —puso los ojos en blanco—. Tú no eres precisamente la persona más adecuada para juzgar lo que es o no pernicioso.
—Sé que no he de preocuparme por Sam, ni tú tampoco.

Apretó la mandíbula con un rechinar de dientes al tiempo que los puños crispados colgaban a cada lado. Permanecía recostada contra la pared. Odié el espacio que nos separaba, por lo que...
... respiré hondo y crucé la habitación. No reaccionó cuando le rodeé con los brazos. Su piel resultaba especialmente helada en comparación con el calor de los estertores del sol vespertino que se colaba a chorros por la ventana. Ella también parecía glacial, gélida a su manera.

—Siento haberte preocupado —dije entre dientes.

Suspiró y se relajó un poco mientras rodeaba mi cintura con los brazos.

—«Preocupado» es quedarse corta —murmuró—. Ha sido un día muy largo.
—Se suponía que no ibas a enterarte —le recordé—. Pensé que la caza te iba a llevar más tiempo.

Alcé la vista para contemplar sus pupilas, a la defensiva, y entonces vi que estaban demasiado oscuras, algo de lo que no me había percatado con la tensión del momento. Los círculos alrededor de los ojos eran de color morado oscuro.

Fruncí el ceño con gesto de desaprobación.

—Regresé cuando Rachel te vio desaparecer —me explicó.
—No deberías haberlo hecho —arrugué aún más el ceño—. Ahora vas a tener que irte otra vez.
—Puedo esperar.
—Eso es ridículo, es decir, sé que ella no puede verme con Sam, pero tú deberías haber sabido...
—Pero no lo sé —me interrumpió—, y no puedes esperar de mí que te deje...
—Oh, sí, claro que puedo —le detuve—. Eso es exactamente lo que espero...
—No volverá a suceder.
—¡Eso es verdad! La próxima vez no vas a reaccionar de forma exagerada...
—...porque no va a haber próxima vez...
—Comprendo tus ausencias, aunque no sean de mi agrado.
—No es lo mismo. Yo no arriesgo mi vida.
—Tampoco yo.
—Los hombres lobo suponen un riesgo.
—Discrepo.
—No estoy negociando, Britt.
—Yo tampoco.

Volvió a cerrar las manos. Sentí sus puños en la espalda.

—¿De verdad que todo esto es por mi seguridad? —las palabras se me escaparon sin pensar.
—¿A qué te refieres? —inquirió.
—Tú no estás... —ahora, la teoría de Tina parecía más estúpida. Me resultaba difícil concluir la frase—. Quiero decir, me conoces lo bastante bien para no tener celos, ¿a que sí?

Enarqué una ceja.

—¿Debería tenerlos?
—No te lo tomes a broma.
—Eso es fácil. No hay nada remotamente gracioso en todo este lío.

Fruncí el ceño con recelo.

—¿O hay algo más? No sé, alguna de esas tonterías del tipo «los vampiros y los licántropos son siempre enemigos». Si esto es fruto de una tontería...

Sus ojos flamearon.

—Esto es sólo por ti. No me preocupa más que tu seguridad.

No dudé al ver las ascuas de sus ojos.

—De acuerdo —suspiré—. Lo creo, pero quiero que sepas algo. Me quedaré fuera cuando se produzcan situaciones ridiculas en lo referido a vuestra enemistad. Soy un país neutral. Soy Suiza. Me niego a verme afectada por disputas territoriales entre criaturas míticas. Sam es familia mía. Tú eres... Bueno, no exactamente el amor de mi vida, porque espero poder quererte por mucho más tiempo que eso... El amor de mi existencia. Me da igual quién es una vampiro y quién un hombre lobo. Si Tina se convirtiera en una bruja, ella también formaría parte del grupo...

Me miró con ojos entrecerrados.

—Suiza —repetí de nuevo con énfasis.

Me hizo una mueca, pero luego suspiró.

—Britt... —comenzó, pero se detuvo y torció la nariz con desagrado.
—¿Qué pasa ahora?
—Bueno, no te ofendas, pero hueles como un perro... —me dijo.

Luego, esbozó una de esas sonrisas torcidas tan propias de ella, por lo que supe que la pelea se había terminado. Por el momento.

Santana tuvo que recuperar la expedición de caza que se había saltado, por lo que se ausentó el viernes por la noche con Quinn, Puck y Kitty a una reserva en el norte de California que tenía problemas con un puma.

No habíamos llegado a ningún acuerdo en el asunto de los hombres lobo, pero no sentí ningún remordimiento por telefonear a Sam durante el breve intervalo en el que Santana llevaba el Volvo a casa, antes de regresar a mi cuarto por la ventana, para decirle que iba a pasarme por allí de nuevo el sábado. No pensaba marcharme a hurtadillas. Santana conocía mi forma de pensar y haría que Sam me recogiera si ella volvía a estropearme el coche. Forks era neutral, como Suiza y como yo.

Por eso, no sospeché cuando Rachel, en vez Santana, me esperaba en el Volvo a la salida del trabajo. La puerta del copiloto estaba abierta y una música desconocida para mí sacudía el marco cada vez que sonaban los contrabajos.

—Hola, Rach —grité para hacerme oír mientras entraba—. ¿Dónde está tu hermana?

Ella coreaba la canción una octava más alta que la melodía con la que se entretejía hasta lograr una intrincada armonía. Me hizo un asentimiento, ignorando mi pregunta mientras se concentraba en la música.

Cerré la puerta de un portazo y me puse las manos sobre los oídos. Ella me sonrió y redujo el volumen hasta limitarlo al nivel de la música ambiente. Echó los seguros y metió gas al coche al mismo tiempo.

—¿Qué es lo que pasa? —pregunté; empezaba a sentirme inquieta—. ¿Dónde está Santana?

Se encogió de hombros.

—Se marcharon a primera hora.
—Vaya.

Intenté controlar el absurdo sentimiento de decepción. Si ha salido temprano, antes volverá, me obligué a recordar.

—Todos los chicos se han ido, así que ¡tendremos una fiesta de pijamas! —anunció con voz cantarína.
—¿Una fiesta de pijamas? —repetí.

La sospecha finalmente cobró forma.

—¿No te hace ilusión? —gorjeó.

Mis ojos se encontraron con los suyos, muy animados, durante un largo instante.

—Me estás raptando, ¿verdad?

Ella se echó a reír y asintió.

—Hasta el sábado. Emma lo arregló con Charlie. Vas a quedarte conmigo dos noches. Mañana yo te llevaré y te recogeré del colegio.

Me volví hacia la ventanilla con un rechinar de dientes.

—Lo siento —se disculpó Rachel sin el menor asomo de arrepentimiento—. Me pagó.
—¿Con qué?
—El Porsche. Es exactamente igual al que robé en Italia —suspiró satisfecha—. No puedo conducirlo por Forks, pero ¿qué te parece si comprobamos cuánto tiempo tarda en llegar a Los Ángeles. Apuesto a que podemos estar de vuelta a medianoche.

Suspiré hondo.

—Me parece que paso.

Suspiré al tiempo que reprimía un estremecimiento.

Aunque siempre más deprisa de la cuenta, fuimos reduciendo paulatinamente la velocidad. Rachel dio la vuelta al garaje. Eché un vistazo rápido a los coches. Allí estaba el enorme Jeep de Puck a su lado el Porsche de brillante color amarillo, como el plumaje de un canario, entre aquél y el descapotable rojo de Kitty.

Rachel salió de un grácil brinco y se acercó para acariciar con la mano cuan largo era su soborno.

—Es demasiado, ¿a que sí?
—Demasiado se queda corto —refunfuñé, incrédula—.. ¿Te lo ha regalado por retenerme dos días como rehén? —Rachel hizo un mohín. Un segundo después lo comprendí todo y jadeé a causa del pánico—. Es por todas las veces que Sanatana se ausente, ¿verdad?

Ella asintió.

Cerré de un portazo y me dirigí pisando fuerte hacia la casa. Ella danzó a mi lado, aún sin dar muestras de remordimiento.

—¿No te parece que se está pasando de controlador? ¿No es quizás incluso un poquito psicótica?
—La verdad es que no —hizo un gesto desdeñoso—. No pareces entender hasta qué punto puede ser peligroso un hombre lobo joven. Sobre todo cuando yo no los puedo ver y Santana no tiene forma de saber si estás a salvo. No deberías ser tan imprudente.
—Sí —repuse con mordacidad—, ya que una fiesta de pijamas con vampiros es el colmo de un comportamiento consciente y seguro.

Rachel se echó a reír.

—Te haré la pedicura y todo —me prometió.

No estaba tan mal, excepto por el hecho de que me retenían contra mi voluntad. Emma compró comida italiana de la buena ‑traída directamente de Port Angeles‑ y Rachel preparó mis películas favoritas. Estaba allí incluso Kitty, callada y en un segundo plano. Rachel insistió en lo de arreglarme los pies hasta el punto de que me pregunté si no estaría trabajando conforme a una lista de tareas confeccionada a partir de la visión de las horribles comedias de la tele.

—¿Hasta qué hora quieres quedarte levantada? —me preguntó cuando las uñas de mis pies estuvieron de un reluciente color rojo sangre. Mi mal humor no afectó a su entusiasmo.
—No quiero quedarme levantada. Mañana tenemos instituto.

Ella hizo un mohín.

—De todos modos, ¿dónde voy a dormir? —evalué el sofá con la mirada. Era algo pequeño—. ¿No podéis limitaros a mantenerme vigilada en mi casa?
—En tal caso, ¿qué clase de fiesta de pijamas iba a ser? —Rachel sacudió la cabeza con exasperación—. Vas a acostarte en la habitación de Santana.

Suspiré. Su sofá de cuero negro era más grande que aquél. De hecho, lo más probable era que la alfombra dorada de su dormitorio tuviera el grosor suficiente para convertirse en un lecho excelente.

—¿No puedo ir al menos a casa a recoger mis cosas?

Ella sonrió.

—Ya nos hemos ocupado de eso.
—¿Tengo permiso para llamar por teléfono?
—Charlie sabe dónde estás.
—No voy a telefonearle a él —torcí el gesto—. Al parecer, he de cancelar ciertos planes.
—Ah —ella caviló al respecto—. No estoy del todo segura...
—¡Rachel! —me quejé a voz en grito—. ¡Vamos!
—Vale, vale —accedió mientras revoloteaba por la estancia. Regresó en menos de medio segundo con un móvil en la mano—. Ella no me lo ha prohibido específicamente... —murmuró para sí mientras me entregaba el teléfono.

Marqué el número de Sam con la esperanza de que no hubiera salido con sus amigos aquella noche. Estuve de suerte y fue él quien respondió.

—¿Diga?
—Hola, Samy, soy yo.

Rachel me observó con ojos inexpresivos durante un segundo antes de darse la vuelta e ir a sentarse en el sofá entre Kitty y Emma.

—Hola, Britt —respondió, súbitamente alerta—. ¿Qué ocurre?
—Nada bueno. Después de todo, no voy a poder ir el sábado—Sam permaneció en silencio durante un minuto.— Estúpida chupasangres —murmuró al final—. Pensé que se había ido. ¿No puedes vivir tu vida durante sus ausencias o es que te ha encerrado en un ataúd? —me carcajeé—. A mí no me parece divertido.
—Me reía porque no le falta mucho —le aclaré—, pero estará aquí el sábado, por lo que eso no importa.
—Entonces, ¿va a alimentarse aquí, en Forks? —inquirió Sam de forma cortante.
—No —no le dejé ver lo enfadada que estaba con Santana, y mi enojo no era menor al de Sam—. Salió de madrugada.
—Ah. Bueno, ¡eh!, entonces, pásate por casa —repuso con repentino entusiasmo—. Aún no es tarde, o yo me pasaré por la de Charlie.
—Me gustaría, pero no estoy allí —le expliqué con acritud—. Soy una especie de prisionera.

Permaneció callado mientras lo asimilaba; luego, gruñó.

—Iremos a por ti —me prometió con voz monocorde, pasando automáticamente al plural.

Un escalofrío corrió por mi espalda, pero respondí con tono ligero y bromista.

—Um. Es... tentador. Que sepas que me han torturado... Rachel me ha pintado las uñas.
—Hablo en serio.
—No lo hagas. Sólo pretenden mantenerme a salvo.

Volvió a gruñir.

—Sé que es una necedad, pero son buena gente.
—¿Buena gente? —se mofó.
—Lamento lo del sábado —me disculpé—. Bueno, he de irme a la cama —el sofá, rectifiqué en mi fuero interno—. Pero volveré a llamarte pronto.
—¿Estás segura de que te van a dejar salir? —me preguntó mordaz.
—No del todo —suspiré—. Buenas noches, Samy.
—Ya nos veremos por ahí.

De pronto, Rachel estaba a mi lado y tendía la mano para recuperar el móvil, pero yo ya estaba marcando otro número. Ella lo identificó y me avisó:

—Dudo que lleve el teléfono encima.
—Voy a dejarle un mensaje.

El teléfono sonó cuatro veces, seguidas de un pitido. No le saludé.

—Estás metida en un lío —dije despacio, enfatizando cada palabra—, en uno bien grande. La próxima vez, los osos pardos enfadados te van a parecer oseznos domados en comparación con lo que te espera en casa.

Cerré la tapa del móvil y lo deposité en la mano tendida de Rachel.

—He terminado.

Ella sonrió burlona.

—Esto del secuestro es divertido.
—Ahora me voy a dormir —anuncié mientras me dirigía a las escaleras.

Rachel se pegó a mis pasos. Suspiré.

—Rachel, no voy a fisgar ni a escabullirme. Si estuviera planeando eso, tú lo sabrías y me atraparías en el caso de que lo intentara.
—Sólo voy a enseñarte dónde está cada cosa —repuso con aire inocente.

La habitación de Santana se hallaba en el extremo más alejado del pasillo del tercer piso y resultaba difícil perderse incluso aunque hubiera estado menos familiarizada con la casa, pero me detuve confusa cuando encendí la luz. ¿Me había equivocado de puerta?

Rachel soltó una risita.

Enseguida comprendí que se trataba de la misma habitación, sólo habían reubicado el mobiliario. El sofá se hallaba en la pared norte y habían corrido levemente el estéreo hacia los estantes repletos de CDs para hacer espacio a la colosal cama que ahora dominaba el espacio central.

La pared sur de vidrio reflejaba la escena de detrás como si fuera un espejo, haciendo que todo pareciera doblemente peor.

Encajaba. El cobertor era de un dorado apagado, apenas más claro que las paredes. El bastidor era negro, hecho de hierro forjado y con un intrincado diseño. Mi pijama estaba cuidadosamente doblado al pie de la cama y a un lado descansaba el neceser con mis artículos de aseo.

—¿Qué rayos es esto? —farfullé.
—No ibas a creer de veras que te iba a hacer dormir en un sofa, ¿verdad?

Mascullé de forma ininteligible mientras me adelantaba para tomar mis cosas de la cama.

—Te daré un poco de intimidad —Rachel se rió—. Te veré mañana.

Después de cepillarme los dientes y ponerme el pijama, aferré una hinchada almohada de plumas y la saqué del lecho para luego arrastrar el cobertor dorado hasta el sofá. Sabía que me estaba comportando como una tonta, pero no me preocupaba. Eso de Porsches como sobornos y camas de matrimonio en casas donde nadie dormía se pasaba de castaño oscuro. Apagué las luces y me aovillé en el sofá, preguntándome si no estaría demasiado enfadada como para conciliar el sueño.

En la oscuridad, la pared de vidrio dejó de ser un espejo negro que producía la sensación de duplicar el tamaño de la habitación En el exterior, la luz de luna iluminó las nubes. Cuando mis ojos se acostumbraron, vi la difusa luminosidad que remarcaba las copas de los árboles y arrancaba reflejos a un meandro del río. Observé la luz plateada a la espera de que me pesaran los párpados

Hubo un leve golpeteo de nudillos en la puerta.

—¿Qué pasa, Rachel? —bisbiseé.

Estaba a la defensiva, pues ya imaginaba su diversión en cuanto viera mi improvisado camastro.

—Soy yo —susurró Kitty mientras entreabría la puerta lo su ficiente para que pudiera ver su rostro perfecto a la luz del resplandor plateado—. ¿Puedo pasar?


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El mundo de Brittany

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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por dianna agron 16 Lun Dic 23, 2013 2:46 am



Antes que nada quisiera decir que este capitulo en especial me gusta por muchas razones, la primordial es que uno de los personajes deja su lado frivolo y nos enseña la verdadera razon por la cual es así, lo siguiente es que por este motivo la pelicula adaptada a este best seller no me termina de ocnvencer, si son bastante entretenidas y amo con todo mi corazon a Taylor Lautner, pero le falto mostrar las historias, mostrar esta historia y las demás a fondo les hubiera dado algo mejor a mi punto de vista claro esta, solo no me maten jajaja. Bueno ya les dejo el capitulo y espero que les guste y lo disfruten. Besos.




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Desenlace desafortunado


Kitty vaciló en la entrada con la indecisión escrita en aquellos rasgos arrebatadores.

—Por supuesto —repliqué. Mi voz fue una octava más alta de la cuenta a causa de la sorpresa—. Entra.

Me incorporé y me deslicé a un extremo del sofá para hacerle sitio. Sentí un retortijón en el estómago cuando el único miembro de la familia Cullen al que no le gustaba se acercó en silencio para sentarse en el espacio libre que le había dejado. Intenté imaginar la razón por la que quería verme, pero no tenía la menor idea.

—¿Te importa que hablemos un par de minutos? —me premunió—. No te habré despertado ni nada por el estilo, ¿verdad? — Su mirada fue de la cama, despojada del cobertor y la almohada, a mi sofá.
—No, estaba despierta. Claro que podemos hablar —me pregunté si sería capaz de advertir la nota de alarma de mi voz con la misma claridad que yo.

Rió con despreocupación. Sus carcajadas repicaron como un coro de campanas.

—Santana no suele dejarte sola —dijo—, y he pensado que haria bien en aprovechar la ocasión.

¿Qué querría contarme para que no pudiera decirlo delante de su hermana? Enrosqué y desenrosqué las manos en el extremo del cobertor.

—Por favor, no pienses que interfiero por crueldad —imploró ella con voz gentil. Cruzó los brazos sobre su regazo y clavó la vista en el suelo mientras hablaba—. Estoy segura de haber herido bastante tus sentimientos en el pasado, y no quiero hacerlo de nuevo.
—No te preocupes, Kitty. Soy fuerte. ¿Qué pasa?

Ella rió una vez más; parecía extrañamente avergonzada.

—Pretendo explicarte las razones por las que, en mi opinión, deberías conservar tu condición humana, y por qué yo intentaria seguir siéndolo si estuviera en tu lugar.
—Ah.

Sonrió ante mi sorpresa; luego, suspiró.

—¿Te contó Santana qué fue lo que me condujo a esto? —pregunto al tiempo que señalaba su glorioso cuerpo inmortal con un gesto.

Hice un lento asentimiento. De pronto, me sentí triste.

—Me dijo que se pareció a lo que estuvo a punto de sucederme aquella vez en Port Angeles, sólo que no había nadie para salvarte —me estremecí al recordarlo.
—¿De veras es eso lo que te contó? —inquirió.
—Sí —contesté perpleja y confusa—. ¿Hay más?

Alzó la mirada y me sonrió con una expresión dura y amarga, y apabullante a pesar de todo.

—Sí, sí lo hay —respondió.

Aguardé mientras contemplaba el exterior a través de la ventana. Parecía intentar calmarse.

—¿Te gustaría oír mi historia, Britt? No tiene un final feliz, pero ¿cuál de nuestras existencias lo tiene? Estaríamos debajo de una lápida si hubiéramos tenido un desenlace afortunado.

Asentí, aunque me aterró el tono amenazante de su voz.

—Yo vivía en un mundo diferente al tuyo, Britt. Mi sociedad era más sencilla. En 1933, yo tenía dieciocho años, era guapa y mi vida, perfecta.

Contemplo las nubles plateadas a través de la ventana con expresión ausente.

—Mi familia era de clase media. Mi padre tenía un empleo estable en un banco. Ahora comprendo que estaba muy pagado de si mismo, ya que consideraba su prosperidad como resultado de su talento y el trabajo duro en vez de admitir el papel desempeñado por la fortuna. Yo lo tenía todo garantizado en aquel entonces y en mi casa parecía como si la Gran Depresión no fuera más que un rumor molesto. Veía a los menesterosos, por supuesto, a los que no eran tan afortunados, pero me dejaron crecer con la sensación de que ellos mismos se habían buscado sus problemas.
»La tarea de mi madre consistía en atender las labores del hogar, a mí misma y a mis dos hermanos pequeños por ese mismo orden. Resultaba evidente que yo era tanto su prioridad como la favorita. En aquel entonces no lo comprendía del todo, pero siempre tuve la vaga noción de que mis padres no estaban satisfechos con lo que tenían, incluso aunque poseyeran mucho más que los demás. Deseaban más y tenían aspiraciones sociales... Supongo que podía considerárseles unos arribistas. Estimaban mi belleza como un regalo en el que veían un potencial mucho mayor que yo.
»Ellos no estaban satisfechos, pero yo sí. Me encantaba ser Kitty y me complacía que los hombres me miraran a donde quiera que fuera desde que cumplí los doce años. Me encantaba que mis amigas suspiraran de envidia cada vez que tocaban mi cabello. Que mi madre se enorgulleciera de mí y a mi padre le gustaba comprarme vestidos nuevos me hacía feliz.
»Sabía qué quería de la vida y no parecía existir obstáculo alguno que me impidiera obtenerlo. Deseaba ser amada, adorada, celebrar una boda por todo lo alto, con la iglesia llena de flores y caminar por el pasillo central del brazo de mi padre. Estaba segura de ser la criatura más hermosa del mundo. Necesitaba despertar admiración tanto o más que respirar, Britt. Era tonta y frivola, pero estaba satisfecha —sonrió, divertida por su propia afirmación—. La influencia de mis padres había sido tal que también anhelaba las cosas materiales de la vida.
»Quería una gran casa llena de muebles elegantes cuya limpieza estuviera a cargo de otros y una cocina moderna donde guisaran los demás. Como te he dicho, era una chica frivola, joven y superficial. Y no veía razón alguna por la que no debiera conseguir esas cosas.
»De todo cuanto quería, tenía pocas cosas de verdadera valía pero había una en particular que sí lo era: mi mejor amiga, una chica llamada Vera, que se casó a los diecisiete años con un hombre que mis padres jamás habrían considerado digno de mí: un carpintero. Al año siguiente tuvo un hijo, un hermoso bebé con hoyuelos y pelo ensortijado. Fue la primera vez en toda mi vida que sentí verdaderos celos de alguien.

Me lanzó una mirada insondable.

—Era una época diferente. Yo tenía los mismos años que tú ahora, pero ya me hallaba lista para todo eso. Me moría de ganas por tener un hijo propio. Quería mi propio hogar y un marido que me besara al volver del trabajo, igual que Vera, sólo que yo tenía en mente otro tipo de casa muy distinta.

Me resultaba difícil imaginar el mundo que Kitty había conocido. Su relato me parecía más propio de un cuento de hadas que de una historia real. Me sorprendí al percatarme de que ese mundo estaba muy cerca del de Santana cuando ésta era humana, que era la sociedad en que había crecido. Mientras Kitty permanecía sentada en silencio, me pregunté si mi siglo le parecía a Santana tan desconcertante como a mí el de Kitty.

Mi acompañante suspiró y continuó hablando, pero esta vez lo hizo con una voz diferente, sin rastro alguno de nostalgia.

—En Rochester había una familia regia, apellidada, no sin cierta ironia, King. Royce King era el propietario del banco en el que trabajaba mi padre y de casi todos los demás negocios realmente rentables del pueblo. Así fue como me vio por vez primera su hiijo, Royce King II — frunció los labios al pronunciar el nombre, como si lo soltara entre dientes—. Iba a hacerse cargo del banco, por lo que comenzó a supervisar los diferentes puestos de trabajo. Dos días después, a mi madre se le olvidó de modo muy oportuno darle a mi padre el almuerzo. Recuerdo mi confusión cuando insistió en que llevara mi vestido blanco de organza y me alisó el cabello sólo para ir al banco.

Kitty se rió sin alegría.

—Como todo el mundo me miraba, no me había fijado especialmente en él, pero esa noche me envió la primera rosa. Me mandó un ramo de rosas todas las noches de nuestro noviazgo hasta el punto de que mi cuarto terminó abarrotado de ramilletes y yo olía a rosas cuando salía de casa.
»Royce era apuesto, tenía el cabello más rubio que el mío y ojos de color azul claro. Decía que los míos eran como las violetas, y luego empezó ese show de las rosas y todo lo demás.
»Mis padres aprobaron esa relación con gusto, y me quedo corta todo lo que ellos habían soñado y Royce parecía ser todo lo que yo había soñado. El príncipe de los cuentos de hadas habia venido para convertirme en una princesa. Era cuanto quería, y no menos de lo que esperaba. Nos comprometimos antes de que transcurrieran dos meses de habernos conocido.
»No pasábamos mucho tiempo a solas el uno con el otro. Royce me explicó que tenía muchas responsabilidades en el trabajo y cuando estábamos juntos le complacía ser visto conmigo del brazo, lo cual también me gustaba a mí. Hubo vestidos preciosos y muchas fiestas y bailes, ya que todas las puertas estaban abiertas y todas las alfombras rojas se desenrollaban para recibirte cuando eras un King.
»No fue un noviazgo largo, pues se adelantaron los planes para la más fastuosa de las bodas, que iba a ser todo cuanto yo había querido siempre, lo cual me hacía enormemente dichosa. Ya no me sentía celosa cuando llamaba a Vera. Me imaginaba a mis hijos, unos niños de pelo rubio, jugando por los enormes prados de la finca de los King y la compadecía.

Kitty enmudeció de pronto y apretó los dientes, lo cual me sacó de la historia y me indicó que la parte espantosa estaba cerca. No había final feliz, tal y como ella me había anunciado. Me pregunté si ésa era la razón por la que había mucha más amargura en ella que en los demás miembros de su familia, porque ella había tenido al alcance de la mano todo cuanto quería cuando se truncó su vida humana.

—Esa noche yo estaba en el hogar de Vera —susurró Kitty. Su rostro parecía liso como el mármol, e igual de duro—. El pequeño Henry era realmente adorable, todo sonrisas y hoyuelos... Empezaba a andar por su propia cuenta. Al marcharme, Vera que llevaba al niño en brazos, y su esposo me acompañaron hasta la puerta. El rodeó su cintura con el brazo y la besó en la mejilla cuando pensó que yo no estaba mirando. Eso me molestó. No se parecía al modo en que Royce me besaba, él no se mostraba tan dulce. Descarté ese pensamiento. Royce era mi príncipe y algún día yo sería la reina.

Resultaba arduo percibirlo a la luz de la luna, pero el rostro de Kitty, blanco como el hueso, me pareció aún más pálido.

—Las farolas ya estaban encendidas, pues las calles estaban a oscuras. No me había dado cuenta de lo tarde que era —prosiguió un un susurro apenas audible—. También hacía mucho, mucho frío a pesar de ser finales de abril. Faltaba una semana para la ceremonia y me preocupaba el tiempo mientras volvía apresuradamente a casa... Me acuerdo con toda claridad. Recuerdo cada uno de los detalles de esa noche. Me aferré a ellos... al principio, para no pensar en nada más. Y ahora también, para tener algo a lo que agarrarme cuando tantos recuerdos agradables han desaparecido por completo... —suspiró y retomó el hilo en susurros—. Si, me preocupaba la meteorología porque no quería celebrar la ceremonia bajo techo.
»Los oí cuando me hallaba a pocas calles de mi casa. Se trataba de un grupo de hombres situados debajo de una farola rota que soltaban fuertes risotadas. Estaban ebrios. Me asaltó el deseo de llamar a mi padre para que me acompañara a casa, pero me pareció una tontería al encontrarme tan cerca. Entonces, él gritó mi nombre.
»—¡Kitty! —dijo.
»Los demás echaron a reír como idiotas.
»No me había dado cuenta de que los borrachos iban tan bien vestidos. Eran Royce y varios de sus amigos, hijos de otros adinerados.
»—¡Aquí está mi Kitty! —gritó mi prometido al tiempo que se carcajeaba con los demás, y parecía igual de necio—. Llegas tarde. Estamos helados, nos has tenido esperándote demasiado tiempo.
«Nunca antes le había visto borracho. Había bebido de vez en cuando en los brindis de las fiestas. Me había comentado que no le gustaba el champán. No había comprendido que prefería las bebidas mucho más fuertes.
«Tenía un nuevo amigo, el amigo de un amigo, un tipo llegado desde Atlanta.
»—¿Qué te dije, John? —se pavoneó al tiempo que me aferraba por el brazo y me acercaba a ellos—. ¿No es más adorable que todas tus beldades de Georgia?
»El tal John era un hombre moreno de cabellos negros. Me estudió con la mirada como si yo fuera un caballo que fuera a comprar.
»—Resulta difícil decirlo —contestó arrastrando las palabras—. Está totalmente tapada.
»Se rieron, y Royce con ellos.
»De pronto, Royce me tomó de los hombros y rasgó la chaqueta, que era un regalo suyo, haciendo saltar los botones de latón. Se desparramaron todos sobre la acera.
»—¡Muéstrale tu aspecto, Kitty!
»Se desternilló otra vez y me quitó el sombrero de la cabeza. Los alfileres estaban sujetos a mi cabello desde las raíces, por lo que grité de dolor, un sonido que pareció del agrado de todos.

Kitty me miró de pronto, sorprendida, como si se hubiera olvidado de mi presencia. Yo estaba segura de que las dos teníamos el rostro igual de pálido, a menos que yo me hubiera puesto verde de puro mareo.

—No voy a obligarte a escuchar el resto —continuó bajito—. Quedé tirada en la calle y se marcharon dando tumbos entre carcajadas. Me dieron por muerta. Bromeaban con Royce, diciéndole que iba a tener que encontrar otra novia. Él se rió y contestó que antes debía aprender a ser paciente.
«Aguardé la muerte en la calle. Era tanto el dolor que me sorprendió que me importunara el frío de la noche. Comenzó a nevar y me pregunté por qué no me moría. Aguardaba este hecho con impaciencia, para así acabar con el dolor, pero tardaba demasiado...
»William me encontró en ese momento. Olfateó la sangre y acudió a investigar. Recuerdo vagamente haberme enfadado con él cuando noté cómo trabajaba con mi cuerpo en su intento de salvarme la vida. Nunca me habían gustado el doctor Cullen, ni su esposa, ni la hermana de ésta, pues por tal se hacía pasar Santana en aquella época. Me disgustaba que los tres fueran más apuestos que yo, sobre todo las chicas, pero ellos no hacían vida social, por lo que sólo los había visto en un par de ocasiones.
»Pensé que iba a morir cuando me alzó del suelo y me llevó en volandas. Íbamos tan deprisa que me dio la impresión de que volábamos. Me horrorizó que el suplicio no terminara...
»Entonces, me hallé en una habitación luminosa y caldeada. Me dejé llevar y agradecí que el dolor empezara a calmarse, pero de inmediato algo punzante me cortó en la garganta, las muñecas y los tobillos. Aullé de sorpresa, creyendo que el doctor me traía a la vida para hacerme sufrir más. Luego, una quemazón recorrió mi cuerpo y ya no me preocupé de nada más. Imploré a William que me matara e hice lo mismo cuando Emma y Santana regresaron a la casa. William se sentó a mi lado, me tomó la mano y me dijo que lo sentía mientras prometía que aquello iba a terminar. Me lo contó todo; a veces, le escuchaba. Me dijo qué era él y en qué me iba a convertir yo. No le creí. Se disculpó cada vez que yo chillaba.
»A Santana no le hizo ninguna gracia. Recuerdo haberles escuchado discutir sobre mí. A veces, dejaba de gritar, ya que no me hacia ningún bien.
»—¿En qué estabas pensando, William? —espetó Santana—. Kitty?

Kitty imitó a la perfección el tono irritado de Santana.

—No me gustó la forma en que pronunció mi nombre, como si hubiera algo malo en mí.
»—No podía dejarla morir —replicó William en voz baja—. Era demasiado... horrible, un desperdicio enorme...
»—Lo sé —respondió.
»Pensé que le quitaba importancia. Eso me enfadó. Por aquel entonces, yo no sabía que ella era capaz de ver lo que William estaba contemplado.
»—Era una pérdida enorme. No podía dejarla allí —repitió William en voz baja.
»—Por supuesto que no —aceptó Emma.
»—Todos los días muere gente —le recordó Santana con acritud—, y ¿no crees que es demasiado fácil reconocerla? La familia King va a organizar una gran búsqueda para que nadie sospeche de ese desalmado —refunfuñó.
»Me complació que estuvieran al tanto de la culpabilidad de Royce.
»No me percaté de que casi había terminado, de que cobraba nuevas fuerzas y de que por eso era capaz de concentrarme en su conversación. El dolor empezaba a desaparecer de mis dedos.
»—¿Qué vamos a hacer con ella? —inquirió Santana con repulsión, o al menos ésa fue mi impresión.
»William suspiró.
»—Eso depende de ella, por supuesto. Quizá prefiera seguir su propio camino.
»Yo había entendido de sus explicaciones lo suficiente para saber que mi vida había terminado y que no la iba a recuperar. No soportaba la perspectiva de quedarme sola.
»El dolor pasó al fin y ellos volvieron a explicarme qué era. En esta ocasión les creí. Experimenté la sed y noté la dureza de mi piel. Vi mis brillantes ojos rojos.
«Frivola como era, me sentí mejor al mirarme en el espejo por primera vez. A pesar de las pupilas, yo era la cosa más hermosa que había visto en la vida —Kitty se rió de sí misma por un instante—. Tuvo que pasar algún tiempo antes de que comenzara a inculpar de mis males a la belleza, una maldición, y desear haber sido... bueno, fea no, pero sí normal, como Vera. En tal caso, me podría haber casado con alguien que me amara de verdad y haber criado hijos hermosos, pues eso era lo que, en realidad, quería desde el principio. Sigo pensando que no es pedir demasiado.

Permaneció meditativa durante un momento. Creí que se habia vuelto a olvidar de mi presencia, pero entonces me sonrió con expresión súbitamente triunfal.

—¿Sabes? Mi expediente está casi tan limpio como el de William —me dijo—. Es mejor que el de Emma y mil veces superior al de Santana. Nunca he probado la sangre humana —anunció con orgullo.

Comprendió la perplejidad de mi expresión cuando le pregunte por qué su expediente estaba «casi tan» limpio.

—Maté a cinco hombres —admitió, complacida de sí misma— si es que merecen tal nombre, pero tuve buen cuidado de no derramar su sangre, sabedora de que no sería capaz de resistirlo. No quería nada de ellos dentro mí, ya ves.
«Reservé a Royce para el final. Esperaba que se hubiera enterado de las muertes de sus amigos y comprendiera lo que se le avecinaba. Confiaba en que el miedo empeorara su muerte. Me parece que dio resultado. Cuando le capturé, se escondía dentro de una habitación sin ventanas, detrás de una puerta tan gruesa como una cámara acorazada, custodiada en el exterior por un par de hombres armados. ¡Uy...! Fueron siete homicidios... —se corrigió a sí misma—. Me había olvidado de los guardias. Sólo necesité un segundo para deshacerme de ellos.
»Fue demasiado teatral y lo cierto es que también un poco infantil. Yo lucía un vestido de novia robado para la ocasión. Chilló al verme. Esa noche gritó mucho. Dejarle para el final resultó una medida acertada, ya que me facilitó un mayor autocontrol y pude hacer que su muerte fuera más lenta.

Dejó de hablar de repente y clavó sus ojos en mí.

—Lo siento —se disculpó con una nota de disgusto en la voz—. Te he asustado, ¿verdad?
—Estoy bien —le mentí.
—Me he dejado llevar.
—No te preocupes.
—Me sorprende que Santana no te contara nada a este respecto.
—Le disgusta hablar de las historias de otras personas. Le parece estar traicionando su confianza, ya que ella se entera de más cosas de las que pretende cuando «escucha» a los demás.

Ella sonrió y sacudió la cabeza.

—Probablemente voy a tener que darle más crédito. Es bastante decente, ¿verdad?
—Eso me parece.
—Te lo puedo asegurar —luego, suspiró—. Tampoco he sido muy justa contigo, Britt. ¿Te lo ha contado o también ha sido reservado?
—Me dijo que tu actitud se debía a que yo era humana. Me explicó que te resultaba más difícil que al resto aceptar que alguien de fuera estuviera al tanto de vuestro secreto.

La musical risa de Kitty me interrumpió.

—Ahora me siento en verdad culpable. Se ha mostrado mucho, mucho más cortés de lo que me merezco —parecía más cariñosa cuando se reía, como si hubiera bajado una guardia que hubiera mantenido en mi presencia hasta ese instante—. ¡Qué trolera es esta chica!

Se carcajeó una vez más.

—¿Me ha mentido? —inquirí, súbitamente recelosa.
—Bueno, eso quizá resulte exagerado. No te lo ha contado todo. Lo que te dijo es cierto, más cierto ahora de lo que lo fue antes. Sin embargo, en su momento... —enmudeció y rió entre dientes, algo nerviosa—. Es violento. Ya ves, al principio, yo estaba celosa porque ella te quería a ti y no a mí.

Un estremecimiento de pánico recorrió mi cuerpo al oír sus palabras. Ahí sentada, bañada por una luz plateada, era más hermosa que cualquier otra cosa que yo pudiera imaginar. Yo no podía competir con Kitty.

—Pero tú amas a Puck... —farfullé.

Ella cabeceó adelante y atrás, divertida por la ocurrencia.

—No amo a Santana de ese modo, Britt, no lo he hecho nunca. Soy heterosexual si eso es lo que te preocupa. Le he querido como a una hermana, pero me ha irritado desde el primer momento en que le oí hablar, aunque has de entenderlo... Yo estaba acostumbrada a que la gente me quisiera y ella no se interesaba por mí ni una pizquita. Al principio, me frustró e incluso me ofendió, pero no tardó mucho en dejar de molestarme al ver que Santana nunca amaba a nadie. No mostró la menor preferencia ni siquiera la primera vez que nos encontramos con todas esas mujeres del clan de Tanya en Denali. Y entonces te conoció a ti.

Me miró con turbación. Yo sólo le prestaba atención a medias. Pensaba en Santana, en Tanya y en «todas esas mujeres» y fruncí los labios hasta que formaron un trazo grueso.

—No es que no seas guapa, Britt —añadió, malinterpretando mi expresión—, pero te encontró más hermosa que a mí... Soy más vanidosa de lo que pensaba.
—Pero tú has dicho «al principio». Ahora ya no te molesta, ¿no? quiero decir, las dos sabemos que tú eres la más agraciada del planeta.

Me reí al tener que decirlo. Después de Santana me recordé a mi misma , era imposible alguien mas hermosa que la mujer de la que yo estaba enamorada y la que estaba enamorada mi. ¡Era tan obvio...! Resultaba extraño que Kitty necesitase esas palabras de confirmación. Ella también se unió a mis risas.

—Gracias, Britt, y no, la verdad es que ya no me molesta. Santana siempre ha sido un poquito rara —volvió a reírse.
—Pero aún sigo sin gustarte —susurré.

Su sonrisa se desvaneció.

—Lo lamento.

Permanecimos allí sentadas, en silencio, y ella parecía poco predispuesta a continuar hablando.

—¿Vas a decirme la razón? ¿He hecho algo...?

¿Estaba enfadada por poner en peligro una y otra vez a su familia, a Puck? Primero Blaine; ahora, Kurt...

—No, no has hecho nada —murmuró—. Aún no.

La miré, perpleja.

—¿No lo entiendes, Britt? —de pronto, su voz se volvió más apasionada que antes, incluso que cuando relataba su desdichada historia—. Tú ya lo tienes todo. Te aguarda una vida por delante..., todo lo que yo quería, y vas a desperdiciarla. ¿No te das cuenta de que yo daría cualquier cosa por estar en tu lugar? Tú has efectuado la elección que yo no pude hacer, ¡y has elegido mal!

Me estremecí y retrocedí ante la ferocidad de su expresión. Apreté los labios con fuerza cuando me percaté de que me había quedado boquiabierta.

Ella me contempló fijamente durante un buen rato y el fulgor de sus ojos disminuyó. De pronto, se avergonzó.

—¡Y yo que estaba segura de poder hacer esto con calma! —sacudió la cabeza. El torrente de emociones parecía haberla dejado confusa—. Supongo que sólo es porque ahora resulta más duro que antes, cuando era una pura cuestión de vanidad.

Contempló la luna en silencio. Al cabo de unos instantes me atreví a romper su ensimismamiento.

—¿Te caería mejor si eligiera continuar siendo humana?

Ella se volvió hacia mí con los labios curvados en un amago de sonrisa.

—Quizá.
—En todo caso, tu historia sí tiene algo de final feliz —le recorrdé—. Tienes a Puck.
—Le tengo a medias —sonrió—. Sabes que salvé a Puck de un oso que le había atacado y herido, y le arrastré hasta el hogar de William, pero ¿te imaginas por qué impedí que el oso le devorara? —negué con la cabeza—. Su cabello negro y los hoyuelos, visibles incluso a pesar de la mueca de dolor, conferian a sus facciones una extraña inocencia fuera de lugar en un varón adulto... Me recordaba a Henry, el pequeño de Vera. No quería que muriera, a pesar de lo mucho que odiaba esta vida. Fuí lo bastante egoísta para pedirle a William que le convirtiera para mí.
»Tuve más suerte de la que me merecía. Puck es todo lo que habría pedido si me hubiera conocido lo bastante bien como para saber de mis carencias. Él es exactamente la clase de persona adecuada para alguien como yo y, por extraño que pueda parecer, también él me necesitaba. Esa parte funciona mejor de lo que cabía esperar, pero sólo vamos a estar nosotros dos, no va a haber nadie más. Jamás me voy a sentar en el porche, con él a mi lado, y ya con canas, rodeada de mis nietos.

Ahora su sonrisa fue amable.

—Quizá te parezca un poco estrambótico, ¿a que sí? En cierto sentido, tú eres mucho más madura que yo a los dieciocho, pero por otra parte, hay muchas cosas que no te has detenido a considerar con detenimiento. Eres demasiado joven para saber qué vas a desear dentro de diez o quince años, y lo bastante inexperta como para darlo todo sin pensártelo. No te precipites con aquello que es irreversible, Britt.

Me palmeó la cabeza, pero el gesto no era de condescendencia. Suspiré.

—Tú sólo piénsatelo un poco. No se puede deshacer una vez que esté hecho. Emma va tirando porque nos usa a nosotros como sucedáneo de los hijos que no tiene y Rachel no recuerda nada de su existencia humana, por lo que no la echa de menos. Sin embargo, tú sí vas a recordarla. Es mucho a lo que renuncias.

Pero obtengo más a cambio, pensé, aunque me callé.

—Gracias, Kitty. Me alegra conocerte más para comprenderte mejor.
—Te pido disculpas por haberme portado como un monstruo —esbozó una ancha sonrisa—. Intentaré comportarme mejor de ahora en adelante.

Le devolví la sonrisa.

Aún no éramos amigas, pero estaba segura de que no me iba a odiar tanto.

—Ahora voy a dejarte para que duermas —lanzó una mirada a la cama y torció la boca—. Sé que estás descontenta porque te mantenga encerrada de esta manera, pero no le hagas pasar un mal rato cuando regrese. Te ama más de lo que piensas. Le aterra alejarse de ti —se levantó sin hacer ruido y se dirigió hacia la puerta sigilosa como un espectro—. Buenas noches, Britt —susurró mientras la cerraba al salir.
—Buenas noches, Kitty —murmuré un segundo tarde.

Después de eso, me costó mucho conciliar el sueño...
... y tuve una pesadilla cuando me dormí. Recorría muy despacio las frías y oscuras baldosas de una calle desconocida bajo una suave cortina de nieve. Dejaba un leve rastro sanguinolento detrás de mí mientras un misterioso ángel de largas vestiduras blancas vigilaba mi avance con gesto resentido.




Rachel me llevó al colegio a la mañana siguiente mientras yo, malhumorada, miraba fijamente por el parabrisas. Estaba falta de sueño y eso sólo aumentaba la irritación que me provocaba mi encierro.

—Esta noche saldremos a Olympia o algo así —me prometio—. Será divertido, ¿te parece...?
—¿Por qué no me encierras en el sótano y te dejas de paños calientes? —le sugerí.

Rachel torció el gesto.

—Va a pedirme que le devuelva el Porsche por no hacer un buen trabajo. Se suponía que debías pasártelo bien.
—No es culpa tuya —murmuré; en mi fuero interno, no podía creer que me sintiera culpable—. Te veré en el almuerzo.

Anduve penosamente hasta clase de Lengua. Tenía garantizado que el día iba a ser insoportable sin la compañía de Santana. Permanecí enfurruñada durante la primera clase, bien consciente de que mi actitud no ayudaba en nada.

Cuando sonó la campana, me levanté sin mucho entusiasmo. Artie me esperaba a la salida, el tiempo que mantenía abierta la puerta.

—¿Se va Santana de excursión este fin de semana? —me preguntó con afabilidad mientras caminábamos bajo un fino chirimiri.
—Sí.
—¿Te apetece hacer algo esta noche?

¿Cómo era posible que aún albergara esperanzas?

—Imposible, tengo una fiesta de pijamas —refunfuñé. Me dedicó una mirada extraña mientras ponderaba mi estado de ánimo.
—¿Quiénes vais a...?

Detrás de nosotros, un motor bramó con fuerza en algún punto del aparcamiento. Todos cuantos estaban en la acera se volvieron para observar con incredulidad cómo una estruendosa moto negra llegaba hasta el límite de la zona asfaltada sin aminorar el runrún del motor.

Sam me urgió con los brazos.

—¡Corre, Britt! —gritó por encima del rugido del motor.

Me quedé allí clavada durante un instante antes de comprender.

Miré a Artie de inmediato y supe que sólo tenía unos segundos.

¿Hasta dónde sería capaz de ir Rachel para refrenarme en público?

—Di que me he sentido mal repentinamente y me he ido a casa, ¿de acuerdo? —le dije a Artie, con la voz llena de repentino entusiasmo.
—Vale —murmuró él.

Le pellizqué la mejilla y le dije a voz en grito mientras me alejaba a la carrera:

—Gracias, Artie. ¡Te debo una!

Sam aceleró la moto sin dejar de sonreír. Salté a la parte posterior del asiento, rodeé su cintura con los brazos y me aferré con fuerza.

Atisbé de refilón a Rachel, petrificada en la entrada de la cafetería, con los ojos chispeando de furia y los labios fruncidos, dejando entrever los dientes.

Le dirigí una mirada de súplica.

A continuación salimos disparados sobre el asfalto tan deprísa que tuve la impresión de que me dejaba atrás el estómago.

—¡Agárrate fuerte! —gritó Sam.

Escondí el rostro en su espalda mientras él dirigía la moto hacia la carretera. Sabía que aminoraría la velocidad en cuanto llegásemos a la orilla del territorio quileute. Lo único que debía hacer hasta ese momento era no soltarme. Rogué en silencio para que Rachel no nos siguiera y que a Charlie no se le ocurriera pasar a verme...

Fue muy evidente el momento en que llegamos a zona segura. La motocicleta redujo la velocidad y Sam se enderezó y aulló entre risas. Abrí los ojos.

—Lo logramos —gritó—. Como fuga de la cárcel no está mal, ¿A qué no?
—Bien pensado, Samy.
—Me acordé de tus palabras. Esa sanguijuela psíquica era incapaz de predecir lo que yo iba a hacer. Me alegra que no pensara esto o de lo contrario no te hubiera dejado venir al instituto.
—No se me pasó por la cabeza.

Lanzó una carcajada triunfal.

—;Qué quieres hacer hoy?

Respondí con otra risa.

¡Cualquier cosa!

¡Qué estupendo era ser libre!
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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por dianna agron 16 Lun Dic 23, 2013 3:24 am

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Genlo


Terminamos yendo una vez más a la playa, donde vagabundeamos sin rumbo fijo. Sam no cabía en sí de satisfacción por haber urdido mi fuga.

—¿Crees que vendrán a buscarte? —preguntó. Parecía esperanzado.
—No —estaba segura de eso—. Aunque esta noche se van a poner como fieras.

El eligió una piedra y la lanzó. El canto rebotó sobre la cresta de las olas.

—En ese caso no regreses —sugirió de nuevo.
—A Charlie le encantaría —repuse con sarcasmo.
—Apuesto a que no le importaría.

No contesté. Lo más probable es que Sam estuviera en lo cierto y eso me hizo apretar los dientes con rabia. La manifiesta preferencia de Charlie por mis amigos quileute era improcedente. Me pregunté si opinaría lo mismo en caso de saber que la elección era en realidad entre vampiros y hombres lobo.

—Bueno, ¿y cuál es el último escándalo de la manada? —pregunté con desenfado.

Sam resbaló al detenerse en seco y me miró fijamente con asombro hasta hacerme desviar la vista.

—¿Qué pasa? Sólo era una broma.
—Ah.

Miró hacia otro lado. Esperé a que reanudara la caminata, pero parecía ensimismado en sus pensamientos.

—¿Hay algún escándalo? —quise saber. Mi amigo rió entre dientes de nuevo.

A veces se me olvida cómo es el no tener a todo el mundo metido en mi cabeza la mayoría del tiempo y poder reservar en ella un lugar privado y tranquilo para mí.

Caminamos en silencio a lo largo de la rocosa playa durante unos minutos hasta que al final pregunté:

—Bueno, ¿de qué se trata eso que saben cuantos tienes a tu alrededor?

Él vaciló un segundo, como si no estuviera seguro de cuánto iba a contarme. Luego, suspiró y dijo:

—Jake está imprimado, y ya es el tercero, por lo que los demás empezamos a estar preocupados. Quizá sea un fenómeno más común de lo que dicen las historias.

Puso cara de pocos amigos y se volvió hacia mí para observarme. Me miró fijamente a los ojos, sin hablar, con las cejas fruncidas en gesto de concentración.

—¿Qué miras? —pregunté, cohibida.

Él suspiró.

—Nada.

Sam echó a andar de nuevo y, como quien no quiere la cosa, alargó el brazo y me tomó de la mano. Caminamos callados entre las rocas.

Pensé en la imagen que debíamos de tener al caminar juntos de la mano, la de una pareja, sin duda, y me pregunté si no tendría que oponerme, pero siempre había sido así entre nosotros y no existia razón alguna por la que cambiarlo ahora.

—¿Por qué es un escándalo la imprimación de Jake? —pregunté cuando tuve la impresión de que no iba a contarme nada más—. ¿Acaso porque es el miembro más joven de la manada?
—Eso no tiene nada que ver.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Es otra de nuestras leyendas. Me pregunto cuándo dejar de sorprendernos que todas sean ciertas.
—¿Me lo vas a contar o he de adivinarlo?
—No lo acertarías jamás. Verás, como sabes, Jake no se ha incorporado a la manada hasta hace poco tiempo, por lo que no había pasado por el hogar de Emily.
—¿Jake también está imprimado de Emily? —pregunté jadeando.
—¡No! Te digo que no lo vas a adivinar. Emily tenía dos sobrinas que estaban de visita y... Jake conoció a Bree.
—¿Y Emily no quiere que su sobrina salga con un licántropo? ¡Menuda hipocresía! —solté.

Pese a todo, comprendía por qué ella de entre toda su gente era de ese parecer. Volví a pensar en las enormes cicatrices que le afeaban el rostro y se extendían brazo derecho abajo. Finn había perdido el control una sola vez mientras estaba demasiado cerca de ella, pero no hizo falta más. Yo había visto el dolor en los ojos de Finn cada vez que miraba las heridas inflingidas a Emily. Me resultaba perfectamente comprensible que ella deseara proteger a su sobrina de ese peligro.

—¿Quieres hacer el favor de no intentar adivinarlo? Vas desencaminada. A ella no le preocupa esa parte, es sólo que, bueno, es un poco pronto.
—¿Qué quieres decir con «un poco pronto»?

Sam entrecerró los ojos y me evaluó con la mirada.

—Procura no erigirte en juez, ¿vale?

Asentí con cautela.

—Bree tiene dos años —me dijo Sam.

Comenzó a chispear. Parpadeé con fuerza cuando las gotas de lluvia me golpetearon en el rostro.

Sam aguardó en silencio. No llevaba chaqueta, como de costumbre, y el chaparrón dejó un reguero de motas oscuras en su camiseta negra y su pelo enmarañado empezó a gotear. Mantuvo el gesto inexpresivo mientras me miraba.

—Jake está imprimado... ¿con... una niña... de dos años? repuse cuando al fin fui capaz de hablar.
—Sucede —se encogió de hombros. Luego se agachó para tomar otra roca y lanzarla con fuerza a las aguas de la bahía—. O eso dicen las leyendas.
—Pero es un bebé —protesté. Me miró con gesto de sombrío regocijo.
—Jake no va a envejecer más —me recordó con un tono algo mordaz—. Sólo ha de ser paciente durante unas décadas.
—Yo... No sé qué decir.

Intenté no ser crítica con todas mis fuerzas, pero lo cierto es que estaba aterrada. Hasta ahora, nada de lo relacionado con los licántropos me había molestado desde que averigüé que no tenían nada que ver con los crímenes que yo les achacaba.

—Estás haciendo juicios de valor —me acusó—. Lo leo en tu cara.
—Perdón —repuse entre dientes—, pero me parece absolutamente repulsivo.
—No es así. Te equivocas de cabo a rabo —de pronto, Sam salió en defensa de su amigo con vehemencia—. He visto lo que siente a través de sus ojos. No hay nada romántico en todo esto, no para Jake, aún no —respiró hondo, frustrado—. ¡Qué difícil es describirlo! La verdad es que no se parece al amor a primera vista, sino que más bien tiene que ver con movimientos gravitatorios. Cuando tú la ves, ya no es la tierra quien te sostiene, sino ella, que pasa a ser lo único que importa. Harías y serías cualquier cosa por ella, te convertirías en lo que ella necesitara, ya sea su protector, su amante, su amigo o su hermano.
»Jake será el mejor y más tierno de los hermanos mayores que haya tenido un niño. No habrá criatura en este mundo más protegida que esa niñita. Luego, cuando crezca, ella necesitará un amigo. El será un camarada más comprensivo, digno de confianza y responsable que cualquier otro que ella pueda conocer. Después, cuando sea adulta, serán tan felices como Emily y Finn.

Una extraña nota de amargura aceró su voz al final, cuando habló de Finn.

—¿Y Bree no tiene alternativa?
—Por supuesto, pero, a fin de cuentas, ¿por qué no iba a elegirle a él? Jake va a ser su compañero perfecto, y es como si lo hubieran creado sólo para ella.

Anduvimos callados durante un momento hasta que me detuve para arrojar una piedra al océano, pero me quedé muy corta, faltaron varios metros para que cayera en las aguas. Sam se burló de mí.

—No todos podemos tener una fuerza sobrenatural —mascullé.

Él suspiró.

—¿Cuándo crees que te va a suceder a ti? —pregunté bajito.
—Jamás —replicó de inmediato con voz monocorde.
—No es algo que esté bajo tu control, ¿verdad?

Se mantuvo callado durante unos minutos. Sin darnos cuenta, ambos paseamos más despacio, sin apenas avanzar.

—Y tú crees que si aún no la has visto es que no existe, ¿verdad? —le pregunté con escepticismo—. Sam, apenas has visto mundo, incluso menos que yo.
—Cierto —repuso en voz baja; observó mi rostro con ojos penetrantes—, pero no voy a ver a nadie, Britt, salvo a ti, incluso cuando cierro los ojos e intento concentrarme en otra persona. Pregúntale a Jake o a Ryder. Eso les vuelve locos.

Miré rápidamente a las rocas.

Ya no deambulábamos por la playa. No se oía nada más que el batir de las olas en la orilla, cuyo rugido ahogaba incluso el soniquete de la lluvia.

—Quizá convenga que vuelva a casa —susurré.
—¡No! —protestó, sorprendido por aquel final.

Alcé los ojos para mirarle. Los suyos estaban llenos de ansiedad. Tienes todo el día libre, ¿no? La chupasangres aún no va a volver a casa.

Le fulminé con la mirada.

—No pretendía ofender —se apresuró a añadir.
—Sí, tengo todo el día, pero Sam...

Me tomó una mano y se disculpó:

—Disculpa. No volveré a comportarme así. Seré sólo Sam.

Suspiré.

—Pero si es eso lo que piensas...
—No te preocupes por mí —insistió mientras sonreía con una alegría excesiva y premeditada—. Sé lo que me traigo entre manos. Sólo dime si te ofendo...
—No sé...
—Venga, Britt. Regresemos a casa y cojamos las motos. Tienes que montar con regularidad para mantenerte a tono.
—En realidad, me parece que me lo han prohibido...
—¿Quién? ¿Charlie o la chupa... ella?
—Los dos.

Sam esbozó una enorme sonrisa, mi sonrisa, y de pronto apareció el Sam que tanto echaba en falta, risueño y afectuoso.

No pude evitar devolverle la sonrisa.

La llovizna aminoró hasta convertirse en niebla.

—No se lo voy a decir a nadie —me prometió.
—Excepto a todos y cada uno de tus amigos.

Negó solemnemente con la cabeza y alzó la mano derecha.

—Prometo no pensar en ello.

Me eché a reír.

—Diremos que me he tropezado si me hago daño, ¿vale?
—Como tú digas.

Condujimos las motos a los caminos de la parte posterior de La Push hasta que la lluvia los hizo impracticables y Sam insistió en que iba a cambiar de fase como no comiera algo pronto. Billy me recibió con absoluta normalidad cuando llegamos a la casa, como si mi repentina aparición no implicara nada más que mi deseo de pasar el día con un amigo. Nos fuimos al garaje después de comer los bocadillos que preparó Sam y le ayudé a limpiar las motos. No había estado allí en meses, desde el regreso de Santana, pero no parecía importar. Sólo era otra tarde en la cochera.

—Me encanta —comenté mientras él sacaba un par de refrescos calientes de la bolsa de comestibles—. Echaba de menos este sitio.

Él sonrió al tiempo que miraba las junturas de las planchas de plástico del tejado.

—Sí, te entiendo perfectamente. Tiene toda la magnificencia del Taj Mahal sin los inconvenientes ni los gastos de viajar a la India.
—Por el pequeño Taj Mahal de Washington —brindé, sosteniendo en alto mi lata.

Él entrechocó la suya con la mía.

—¿Recuerdas el pasado San Valentín? Creo que fue la última vez que estuviste aquí, la última vez, cuando las cosas aún eran... normales.

Me carcajeé.

Por supuesto que me acuerdo. Cambié toda una vida de servidumbre por una caja de dulces de San Valentín. No es algo que pudiera olvidar fácilmente. Sus risas se unieron a las mías.

—Eso está bien. Um. Servidumbre. Tendré que pensar en algo bueno —luego, suspiró—. Parece que han pasado años. Otra era. Una más feliz.

No pude mostrarme de acuerdo, ya que ahora vivía un momento muy dulce, pero me sorprendía comprender cuántas cosas echaba de menos de mis días de oscuridad. Miré fijamente el bosque oscuro a través de la abertura. Llovía de nuevo, pero sentada junto a Sam en el garaje se estaba bien. Me acarició la mano con los dedos y dijo:

—Las cosas han cambiado de verdad.
—Sí —admití; entonces, alargué la mano y palmeé la rueda trasera de mi moto—. Antes Charlie y yo nos llevábamos mejor —me mordí el labio—. Espero que Billy no le diga nada de lo de hoy...
—No lo hará. No se pone de los nervios, como le ocurre a Charlie. Eh, no me he disculpado oficialmente por haberme chivado y haberle dicho a tu padre lo de la moto. Desearía no haberlo hecho.

Puse los ojos en blanco.

—También yo.
—Lo siento mucho, de veras.

Me miró expectante. La maraña de cabelo húmedo se pegaba a su rostro suplicante y lo cubría por todas partes.

—Bueno, vale, te perdono.
—¡Gracias, Britt!

Nos sonreímos el uno al otro durante un instante, y luego su expresión volvió a ensombrecerse.

—¿Sabes?, ese día, cuando te llevé la moto, quería preguntarle algo —dijo hablando muy despacio—, pero al mismo tiempo, tampoco me apetecía hacerlo.

Permanecí inmóvil, una medida preventiva, un hábito adquirído de Santana.

—¿Mostrabas esa resolución porque estabas enfadada conmigo o ibas totalmente en serio? —preguntó con un hilo de voz.

Aunque estaba segura de saber a qué se refería, le contesté, igualmente en susurros.

—¿Sobre qué?

Él me miró con fijeza.

—Ya sabes. Cuando dijiste que no era de mi incumbencia si ella te mordía —se encogió de forma visible al pronunciar el final de la frase.
—Samy...

Se me hizo un nudo en la garganta y fui incapaz de terminar siquiera. Él cerró los ojos y respiró hondo.

—¿Hablabas en serio?

Tembló levemente. Permaneció con los párpados cerrados.

—Sí —susurré.

Sam espiró muy despacio.

—Supongo que ya lo sabía.

Le miré a la cara, a la espera de que abriera los ojos.

—¿Eres consciente de lo que eso va a significar? —inquirió de pronto—. Lo comprendes, ¿verdad? ¿Sabes qué va a ocurrir si rompen el tratado?
—Nos iremos antes —repuse con voz queda.

Vi en lo más hondo de sus ojos la ira y el dolor cuando abrió los párpados.

—No hay un límite geográfico para el tratado, Britt. Nuestros tatarabuelos sólo acordaron mantener la paz porque los Cullen juraron que eran diferentes, que no ponían en peligro a los humanos. El tratado no tiene sentido y ellos son igual al resto de los vampiros si vuelven a sus costumbres. Una vez establecido esto, y cuando volvamos a encontrarlos...
—Pero ¿no habéis roto ya el tratado? —pregunté, agarrándome a un clavo ardiendo—. ¿No formaba parte del acuerdo que no le diríais a la gente lo de los vampiros? Tú me lo revelaste. ¿No es eso quebrantar el tratado?

A Sam no le gustó que se lo recordase. El dolor de sus ojos se recrudeció hasta convertirse en animosidad.

—Sí, no respeté el tratado cuando no creía en él, y estoy seguro de que los has puesto al tanto, pero eso no les concede una ventaja ni nada parecido. Un error no justifica otro. Si no les gusta mi conducta, sólo les queda una opción, la misma que tendremos nosotros cuando ellos rompan el acuerdo: atacar, comenzar la guerra.

Lo presentaba de un modo tal que el enfrentamiento parecía inevitable. Me estremecí.

—No tiene por qué terminar así, Sam.
—Va a ser así.

Rechinó los dientes.

El silencio subsiguiente a esa afirmación fue ostensible.

—¿No me perdonarás nunca, Sam? —susurré. Deseé haberle mordido la lengua en cuanto solté la frase. No quería oír la repuesta.
—Tú dejarás de ser Britt —me contestó—. Mi amiga no va a estar. No habrá nadie a quien perdonar.
—Eso parece un «no» —susurré.

Nos encaramos el uno con el otro durante un momento interminable.

—Entonces, ¿es esto una despedida, Sam?

Él parpadeó a toda velocidad y la sorpresa consumió la fiereza de su expresión.

—¿Por qué? Aún nos quedan unos pocos años. ¿No podemos ser amigos hasta que se acabe el tiempo?
—¿Años? No, Sam, nada de años —sacudí la cabeza y solté una carcajada forzada—. Sería más apropiado hablar de semanas.

No previ su reacción.

Se puso en pie de repente y resonó un fuerte reventón cuando la lata del refresco estalló en su mano. El líquido salió volando por todas partes, poniéndome perdida, como si me hubieran rociado con una manguera.

—¡Sam! —empecé a quejarme, pero guardé silencio en cuanto me di cuenta de que todo su cuerpo se estremecía de ira.

Me lanzó una mirada enloquecida al tiempo que resonaba un gruñido en su pecho. Me quedé allí petrificada, demasiado atónita para ser capaz de moverme.

Todo su cuerpo se convulsionaba más y más deprisa hasta que dio la impresión de que vibraba. El contorno de su figura se desdibujó...
...y entonces, Sam apretó los dientes y cesó el gruñido. Cerró los ojos con fuerza para concentrarse y el temblor aminoró hasta que sólo le temblaron las manos.

—Semanas —repitió él con voz apagada.

Era incapaz de responderle. Continuaba inmóvil.

Abrió los ojos, en los que se leía más que rabia.

—¡Te va a convertir en una mugrienta chupasangres en cuestión de unas pocas semanas! —habló entre dientes.

Estaba demasiado aturdida para sentirme ofendida por sus palabras, de modo que me limité a asentir en silencio. Su tez adquirió un tinte verdoso por debajo de su habitual tono dorado.

Por supuesto que sí, Sam —susurré después de un largo minuto de silencio—. Ella tiene diecisiete y cada día me acerco más a los diecinueve. Además, ¿qué sentido tiene esperar? Ella es todo cuanto amo. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

Yo lo había planteado como una cuestión puramente retórica.

— Cualquier cosa, cualquier otra cosa —sus palabras chasquearon como las colas de un látigo—. Sería mejor que murieras. Yo lo preferiría.

Retrocedí como si me hubiera abofeteado. De hecho, dolía más que si así hubiera sido. Entonces, cuando la aflicción me traspasó de parte a parte, estalló en llamas mi propio genio.

—Quizá tengas suerte —repliqué sombría mientras me alejabaI dando tumbos—. Quizá me atropelle un camión de vuelta a casa.

Agarré la moto y la empujé al exterior, bajo la lluvia. Sam no se movió cuando pasé a su lado. Me subí al ciclomotor en cuanto llegué al sendero enlodado y lo encendí de una patada. La rueda trasera lanzó un surtidor de barro hacia el garaje. Deseé que le diera.

Me calé hasta los huesos mientras conducía a toda prisa sobre la resbaladiza carretera hacia la casa de los Cullen. Sentía como si el viento congelara las gotas de lluvia sobre mi piel y antes de que hubiera recorrido la mitad del camino estaba castañeteando los dientes.

Las motos eran poco prácticas para Washington. Iba a vender aquel trasto a la primera oportunidad.

Empujé el ciclomotor al interior del enorme garaje de los Cullen, donde no me sorprendió encontrar a Rachel esperándome encaramada al capó de su Porsche. Rachel acarició la reluciente pintura amarilla.

—Aún no he tenido ocasión de conducirlo.

Suspiró.

—Perdona —conseguí soltar entre el castafieo de dientes.
—Me parece que te vendría bien una ducha caliente —dijo de forma brusca mientras se incorporaba de un pequeño salto.
—Sí.

Ella frunció la boca y estudió mi rostro con cuidado.

—¿Quieres hablar de ello?
—No.

Ella cabeceó en señal de asentimiento, pero sus ojos relucían de curiosidad.

—¿Te apetece ir a Olympia esta noche?
—La verdad es que no. ¿Puedo marcharme a casa? —reaccionó con una mueca—. No importa, Rachel. Me quedaré si eso va a facilitarte las cosas.
—Gracias.

Ese día me acosté temprano y volví a acurrucarme en el sofá de Santana.

Aún era de noche cuando me desperté. Estaba grogui, pero sabía que todavía no había amanecido. Cerré los ojos y me estiré, rodando de lado. Necesité unos momentos antes de comprender que habría debido caerme de bruces con aquel movimiento, y que, por el contrario, estaba mucho más cómoda.

Retrocedí en un intento de ver a mi alrededor. La oscuridad era mayor que la del día anterior. Las nubes eran demasiado espesa para que la luna las traspasara.

—Lo siento —murmuró ella tan bajito que su voz parecía formar parte de las sombras—. No pretendía despertarte.

Me tensé a la espera de un estallido de furia por su parte y por la mía, pero no hubo más que la paz y la quietud de la oscuridad de su habitación. Casi podía deleitarme con la dulzura del reencuentro en el aire, una fragancia diferente a la del aroma de su aliento. El vacío de nuestra separación dejaba su propio regusto amargo, algo de lo que no me percataba hasta que se había alejado.

No saltaron chispas en el espacio que nos separaba. La quietud era pacífica, no como la calma previa a la tempestad, sino como una noche clara a la que no le había alcanzado el menor atisbo la tormenta.

Me daba igual que debiera estar enfadada con ella. No me preocuba que tuviera que estar enojada con todos. Extendí los brazos hacia delante, hallé sus manos en la penumbra y me acerqué a Santana, cuyos brazos me rodearon y me acunaron contra su pecho. Mis labios buscaron a tientas los suyos por la garganta y el mentón hasta alcanzar al fin su objetivo.

Me besó con dulzura durante unos segundos y luego rió.

—Venía preparada para soportar una ira que empequeñecería a la de los osos pardos, y ¿con qué me encuentro? Debería haber hacerte rabiar más a menudo.
—Dame un minuto a que me prepare —bromeé mientras le besaba de nuevo.
—Esperaré todo lo que quieras —susurraron sus labios mientras, rozaban los míos y hundía sus dedos en mi cabello. Mi respiración se fue haciendo cada vez más irregular.
— Quizá por la mañana.
—Lo que tú digas.
—Bienvenida a casa —le dije mientras sus fríos labios me besaban debajo de la mandíbula—. Me alegra que hayas vuelto.
—Eso es estupendo.
—Um —coincidí mientras apretaba los brazos alrededor de su cuello.

Su mano descubrió una curva alrededor de mi codo y descendió despacio por mi brazo y las costillas para luego recorrer mi cintura y avanzar por mi pierna hasta la rodilla, donde se detuvo, y enroscó la mano en torno a mi pantorrilla.

Contuve el aliento. Santana jamás se permitía llegar tan lejos. A pesar de la gelidez de sus manos, me sentí repentinamente acálorada. Su boca se acercó al hueco de la base de mi cuello.

—No es por atraer tu cólera antes de tiempo —murmuró—-, pero ¿te importaría decirme qué tiene de malo esta cama para que la rechaces?

Antes de que pudiera responder, antes incluso de que fuera capaz, de concentrarme lo suficiente para encontrarle sentido a sus palabras, Santana rodó hacia un lado y me puso encima de ella. Sostuvo mi rostro con las manos y lo orientó hacia arriba de modo que mi cuello quedara al alcance de su boca. Mi respiración aumentó de volumen de un modo casi embarazoso, pero no me preocupaba avergonzarme,

—¿Qué le pasa a la cama? —volvió a preguntar—. Me parece estupenda.
—Es innecesaria —me las arreglé para contestar.

Mis labios perfilaron el contorno de su boca antes de que retirase mi rostro del suyo y rodara sobre sí misma, esta vez más despacio, para luego cernirse sobre mí, y lo hizo con cuidado para evitar que yo no tuviera que soportar ni un gramo de su peso, pero podía sentir la presión de su frío cuerpo marmóreo contra el mío. El corazón me latía con tal fuerza que apenas oí su amortiguada risa.

—Eso es una cuestión discutible —discrepó—. Sería difícil hacer esto encima de un sofá.

Recorrió el reborde de mis labios con su lengua, fría como el hielo.

La cabeza me daba vueltas y mi respiración se volvía entrecortada y poco profunda.

—¿Has cambiado de idea? —pregunté jadeando.

Tal vez había reconsiderado todas sus medidas de precaución. Quizás aquella cama tenía más significados de los que yo había previsto. El corazón me dolía con cada palpitación mientras aguardaba su réplica.

Santana suspiró al tiempo que giraba sobre un lado; las dos nos quedamos descansando sobre nuestros costados.

—No seas ridicula, Britt —repuso con fuerte tono de desaprobación. Era obvio que había comprendido a qué me refería—. Sólo intentaba ilustrarte acerca de los beneficios de una cama que tan poco parece gustarte. No te dejes llevar.
—Demasiado tarde —murmuré—, y me encanta la cama —agregué.
—Bien —distinguí una nota de alegría mientras me besaba la frente—. También a mí.
—Pero me parece innecesaria —proseguí—. ¿Qué sentido tiene si no vamos a llegar hasta el final?

Suspiró de nuevo.

—Por enésima vez, Britt, es demasiado arriesgado.
—Me gusta el peligro —insistí.
—Lo sé.

Habia un punto de hosquedad en su voz y comprendí que debía de haber visto la moto en el garaje.

—Yo diré qué es peligroso —me apresuré a decir antes de que pudiera abordar otro tema de discusión—; un día de estos voy a sufrir una combustión espontánea y la culpa vas a tenerla sólo tú.

Comenzó a empujarme hasta que me alejó.

—¿Qué haces? —protesté mientras me aferraba a ella.
—Protegerte de la combustión espontánea. Si no puedes soportarlo...
—Sabré manejarlo —insistí. Permitió que me arrastrara hasta el círculo de sus brazos.
—Lamento haberte dado la impresión equivocada —dijo No pretendo hacerte desdichada. Eso no está bien.
—En realidad, esto está fenomenal.

Respiró hondo.

—¿No estás cansada? Debería dejarte para que duermas.
—No, no lo estoy. No me importa que me vuelvas a dar la impresión equivocada.
—Puede que sea una mala idea. No eres la única que puede dejarse llevar.
—Sí lo soy —me quejé.

Santana rió entre dientes.

—No tienes ni idea, Britt. Tampoco ayuda mucho que estés tan ávida de socavar mi autocontrol.
—No voy a pedirte perdón por eso.
—¿Puedo disculparme yo?
—¿Por qué?
—Estabas enfadada conmigo, ¿no te acuerdas?
—Ah, eso.
—Lo siento. Me equivoqué. Resulta más fácil tener una perspectiva adecuada cuando te tengo a salvo aquí —aumentó la presión de sus brazos sobre mi cuerpo—. Me salgo un poco de mis casillas cuando te dejo. No creo que vuelva a irme tan lejos. No merece la pena.

Sonreí.

—¿No localizaste a ningún puma?
—De hecho, sí, pero aun así, la ansiedad no compensa. Lamento que Rachel te haya retenido como rehén. Fue una mala idea.
—Sí —coincidí.
—No lo volveré a hacer.
—De acuerdo —acepté su disculpa sin problemas, pues ya le había perdonado—, pero las fiestas de pijamas tienen sus ventajas… —me aovillé más cerca de ella y besé la hendidura de su clavicula—. Tú puedes raptarme siempre que quieras.
—Um —suspiró—. Quizá te tome la palabra.
—Entonces, ¿ahora me toca a mí?
—¿A tí? —inquirió, confuso.
—Mi turno para disculparme.
—¿Por qué tienes que excusarte?
—¿No estás enfadada conmigo? —pregunté sin comprender.
—No.

Parecia que lo decía en serio.

Fruncí las cejas.

—¿No has hablado con Rachel al venir a casa?
—Sí, ¿por qué...?
—¿Vas a quitarle el Porsche?
—Claro que no. Era un regalo.

Me habría gustado verle las facciones. A juzgar por el sonido de su voz, parecía que le había insultado.

—¿No quieres saber qué hice? —le pregunté mientras empezaba a quedarme desconcertada por su aparente falta de preocupación.

Noté su encogimiento de hombros.

—Siempre me interesa todo cuanto haces, pero no tienes por que contármelo a menos que lo desees.
—Pero fui a La Push.
—Estoy al tanto.
—Y me escape del instituto.
—También lo sé.

Miré hacia el lugar de procedencia de su voz mientras recorría sus rasgos con las yemas de los dedos en un intento de comprender su estado de ánimo.

—¿De dónde sale tanta tolerancia? —inquirí.

Santana suspiró.

—He decidido que tienes razón. Antes, mi problema tenía más que ver con mi... prejuicio contra los licántropos que con cualquier otra cosa. Voy a intentar ser más razonable y confiar en tu sensatez. Si tú dices que es seguro, entonces te creeré.
—¡Vaya!
—Y lo más importante..., no estoy dispuesta a que esto sea un obstáculo entre nosotras.

Apoyé la cabeza en su pecho y cerré los ojos, plenamente satisfecha.

—Bueno —murmuró como quien no quería la cosa—, ¿tenías planes para volver pronto a La Push?

No le contesté. La pregunta trajo a mi recuerdo las palabras Sam y sentí una tirantez en la garganta. El malinterpretó mi silencio y la rigidez de mi cuerpo.

—Es sólo para que yo pueda hacer mis propios planes —se apresuró a añadir—. No quiero que te sientas obligada a anticipar tu regreso porque estoy aquí sentada, esperándote.
—No —contesté con una voz que me resultó extraña—, no tengo previsto volver.
—Ah. Por mí no lo hagas.
—Me da la sensación de que he dejado de ser bienvenida allí —susurré.
—¿Has atropellado a algún gato? —preguntó medio en broma. Sabía que no quería sonsacarme, pero noté una gran curiosidad en sus palabras.
—No —tomé aliento y murmuré atropelladamente la explicación—: Pensé que Sam había comprendido... No creí que le sorprendiera —Santana aguardó callada mientras yo vacilaba—. El no esperaba que sucediera... tan pronto.
—Ah, ya —repuso Santana en voz baja.
—Dijo que prefería verme muerta —se me quebró la voz al decir la última palabra.

Santana se mantuvo inmóvil durante unos instantes hasta consolar su reacción; fuera cual fuera, no quería que yo la viera.

Luego, me apretó suavemente contra su pecho.

—Cuánto lo siento.
—Pensé que te alegrarías —murmuré.
—¿Alegrarme de que alguien te haya herido? —susurró con los labios cerca de mi pelo—. No creo que eso vaya a alegrarme nunca, Britt.

Suspiré y me relajé al tiempo que me acomodaba a su figura de piedra, pero ella estaba inmóvil, tensa.

—¿Qué ocurre? —inquirí.
—Nada.
—Puedes decírmelo.

Se mantuvo callada durante cerca de un minuto.

—Quizá te enfades.
—Aun así, quiero saberlo.

Suspiró.

—Podría matarle, y lo digo en serio, por haberte dicho eso. Quiero hacerlo.

Reí con poco entusiasmo.

—Es estupendo que tengas tanto dominio de ti misma.
—Podría fallar —su tono era pensativo.
—Si tu fuerza de voluntad va a flaquear, se me ocurre otro objetivo mejor —me estiré e intenté levantarme para besarle. Sus brazos me sujetaron con más fuerza y me frenaron. Suspiró.
—¿He de ser siempre yo la única sensata?

Sonreí en la oscuridad.

—No. Deja a mi cargo el tema de la responsabilidad durante unos minutos, o mejor, unas horas.
—Buenas noches, Britt.
—Espera, deseo preguntarte una cosa más.
—¿De qué se trata?
—Hablé con Kitty ayer por la noche...

Ella volvió a envararse.

—Sí, ella pensaba en eso a mi llegada. Te dio mucho en que pensar, ¿a que sí?

Su voz reflejaba ansiedad. Comprendí que ella creía que yo quería hablar acerca de las razones que Kitty me había dado para continuar siendo humana. Sin embargo, a mí me interesaba hablar de algo mucho más apremiante.

—Me habló un poco del tiempo en que tu familia vivió en Denali.

Se produjo un breve receso. Aquel comienzo le pilló desprevenida.

—¿Ah, sí?
—Mencionó algo sobre un grupo de vampiresas... y tú —Santana no me contestó a pesar de que esperé un buen rato—. No te preocupes —proseguí cuando el silencio se hizo insoportable—, ella me aseguró que no habías demostrado preferencia por ninguna, pero, ya sabes, me preguntaba si alguna de ellas lo hizo, o sea, si manifestó alguna preferencia hacia ti —ella siguió callada—. ¿Quién fue? —pregunté; intentando mantener un tono despreocupado, pero sin lograrlo de todo—. ¿O hubo más de una?

No se produjo respuesta alguna. Me habría gustado verle la cara para intentar averiguar el significado de aquel mutismo.

—Rachel me lo dirá —afirmé—. Voy a preguntárselo ahora mismo.

Me sujetó con más fuerza y fui incapaz de moverme ni un centímetro.

—Es tarde —dijo. Había una nota nueva en su voz, quizás un poco de nervios y también algo de vergüenza—. Además, creo que Rachel ha salido...
—Es algo malo —aventuré—, algo realmente malo, ¿verdad? Comencé a aterrarme. Mi corazón se aceleró cuando me imaginé a la guapísima rival inmortal que nunca antes había imaginado tener.
—Cálmate, Britt —me pidió mientras me besaba la punta de nariz—. No seas ridicula.
—¿Lo soy? Entonces, ¿por qué no me dices nada?
—Porque no hay nada que decir. Lo estás sacando todo de quicio.
—¿Cuál de ellas fue? —insistí.

Ella suspiró.

—Tanya expresó un pequeño interés y yo le hice saber de modo muy cortés y educado que no le correspondía. Fin de la historía.
—Dime una cosa... —intenté mantener la voz lo más sosegada posible—, ¿qué aspecto tiene?
—Como el resto de nosotros: tez clara, ojos dorados... —se apresuró a responder.
—...y, por supuesto, es extraordinariamente guapa. Noté cómo se encogía de hombros.
—Supongo que sí, a ojos de los mortales —contestó con apatía—, aunque, ¿sabes qué?
—¿Qué? —pregunté enfurruñada.

Acercó los labios a mi oído y exhaló su frío aliento antes de contestar.

—Las prefiero rubias.
—Eso significa que ella es morena.
—No del todo tiene el cabello de un color castaño rojizo. No es mi tipo para nada.

Le estuve dando vueltas durante un rato. Intenté concentrarme mientras recorría mi cuello con los labios una y otra vez. Durante el tercer trayecto, por fin, hablé.

—Supongo que entonces está bien —decidí.
—Um —susurró cerca mi piel—. Eres aún más adorable cuando te pones celosa. Es sorprendentemente agradable.

Torcí el gesto en la oscuridad.

—Es tarde —repitió. Su murmullo parecía casi un canturreo. Su voz era suave como la seda—. Duerme, Britt mía. Que tengas dulces sueños. Tú eres la única que me ha llegado al corazón. Siempre seré tuya. Duerme, mi único amor.

Comenzó a tararear mi nana y supe que era cuestión de tiempo que sucumbiera, por lo que cerré los ojos y me acurruqué junto a su pecho.


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Hasta la proxima actualizacion, espero les guste. Besos.
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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por micky morales Lun Dic 23, 2013 9:30 pm

Bueno, al principio queria amarrar a sam por esa boca de trucha con un alambre y colgarlo de un arbol pero si santana. esta tranquila, pues yo tambien, espero que en algun momento a brittany se le pase esa idiotez con ese licantropo y mas si la prefiere muerta antes que convertida en vampiro !
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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por dianna agron 16 Miér Dic 25, 2013 2:16 pm

antes que nada

FELIZ NAVIDAD!!!!



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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por dianna agron 16 Miér Dic 25, 2013 2:22 pm


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Objetivo


Rachel me dejó en casa a la mañana siguiente para seguir con la farsa de la fiesta de pijamas. No iba a pasar mucho tiempo antes de que apareciera Santana, que oficialmente regresaba de su excursión. Empezaba a estar hasta el gorro de tantos fingimientos. No iba a echar de menos aquella parte de mi vida humana.

Charlie echó un vistazo a través de la ventana de la fachada cuando me oyó cerrar con fuerza la puerta del coche. Saludó con los brazos a Rachel y luego se dirigió a la entrada para recibirme.

—¿Te has divertido? —inquirió mi padre.
—Sí, ha estado bien, ha sido... muy de chicas. Metí mis cosas dentro de la casa y las dejé todas al pie de la escalera para dirigirme a la cocina en busca de un tentempié.
—Tienes un mensaje —me avisó Charlie, detrás de mí.

El bloc de notas del teléfono estaba sobre la encimera de la cocina, apoyado en una cacerola a fin de que se viera fácilmente.

«Te ha telefoneado Sam», había escrito Charlie.

Me contó que no pretendía decir lo que dijo y que lo lamentaba mucho. Quiere que le llames. Sé amable y dale un respiro. Parecía alterado.

Hice un mohín. Era infrecuente que mi padre expresara su opinión acerca de mis mensajes.

Sam podía estar agitado, pero saldría adelante. No quería hablar con él. Lo último que había sabido es que las llamadas del otro lado no eran bien recibidas. Si Sam me quería muerta, sería mejor que se fuera acostumbrando al silencio.

Perdí el apetito, di media vuelta y me fui a guardar mis bártulos.

—¿No vas a llamar a Sam? —inquinó Charlie, que me observaba recogerlos apoyado en la pared del cuarto de estar.
—No.

Empecé a subir las escaleras.

—Esa no es forma de comportarse, Britt —me sermoneó—. El perdón es sagrado.
—Métete en tus asuntos —murmuré lo bastante bajo para que no pudiera oírme.

Sabía que se estaba amontonando la ropa sucia, por lo que después de cepillarme los dientes y guardar la pasta dentífrica, eché mis prendas al cesto de la ropa y deshice la cama de mi padre. Amontoné sus sábanas en lo alto de las escaleras y fui a por las mías.

Me detuve junto a la cama y ladeé la cabeza.

¿Dónde estaba mi almohada? Me giré en círculo, recorriendo la estancia con la vista, sin descubrir ni rastro de ella. Fue entonces cuando me percaté del excesivo orden que reinaba en mi habitación. ¿Acaso no estaba mi sudadera gris arrugada al pie de cama? Y habría jurado que había dejado un par de calcetines sucios detrás de la mecedora, junto a la blusa roja que me había probado hacía dos días antes de decidir que era demasiado elegante para ir al instituto y dejarla encima del brazo de la mecedora. Di otra vuelta alrededor. El cesto de la ropa no estaba vacío, pero tampoco lleno a rebosar, tal y como yo creía.

¿Habría lavado la ropa Charlie? No le pegaba nada.

—¿Has empezado a hacer la colada?
—Esto…, no —contestó a voz en grito. Parecía avergonzado—. ¿Querías que la hiciera?
—No, me encargo yo. ¿Has buscado algo en mi cuarto?
—No, ¿por qué?
—No encuentro... una camiseta...
—N i siquiera he entrado.

Entonces caí en la cuenta de que Rachel había entrado en busca de mi pijama. No me había dado cuenta de que se había llevado mi almohada, probablemente porque había evitado la cama. Daba impresión de que había ido limpiando mientras pasaba. Me avergoncé de mi desorden.

Esa blusa roja no estaba sucia, de modo que me encaminé al cesto de la ropa para sacarla.

Esperaba encontrarla en la parte de arriba del montón, pero no se hallaba allí. Rebusqué toda la pila sin localizarla. Sabía que me estaba poniendo paranoica, pero todo apuntaba a que había perdido una prenda, quizás incluso más de una. En el cesto no habia ni la mitad de la ropa que tendría que haber.

Deshice la cama, tomé las sábanas y me dirigí al armario del lavadero, cogiendo las de Charlie al pasar. La lavadora estaba vacía. Revisé la secadora, aún con la esperanza de encontrar una carga de ropa lavada por obra y gracia de Rachel. No había nada. Puse cara de pocos amigos, perpleja.

—¿Has encontrado lo que estabas buscando? —preguntó mi padre a gritos.
—Todavía no.

Volví escaleras arriba para registrar debajo de la cama, donde no había más que pelusas. Comencé a rebuscar en mi tocador. Quizá lo había dejado allí y luego lo había olvidado.

—Llaman a la puerta —me informó Charlie desde el sofá cuando pasé dando saltitos.
—Voy, no te vayas a herniar, papá.

Abrí la puerta con una gran sonrisa en mi cara.

Santana tenía dilatados sus dorados ojos, bufaba por la nariz fruncía los labios, dejando los dientes al descubierto.

—¿Santy? —mi voz se agudizó a causa de la sorpresa cuando entendí el significado de su expresión—. ¿Qué pa... ?
—Concédeme dos segundos —puso un dedo en mis labios y agregó en voz baja—: No te muevas.

Permanecí inmóvil en el umbral y ella... desapareció. Se movió a tal velocidad que mi padre ni siquiera le vio pasar.

Estuvo de vuelta antes de que lograra recobrar la compostura y contar hasta dos. Me rodeó la cintura con el brazo y me condujo enseguida a la cocina. Recorrió la habitación rápidamente con la mirada y me sostuvo contra su cuerpo como si me estuviera protegiendo de algo. Eché un vistazo al sofá. Charlie nos ignoraba de forma intencionada.

—Alguien ha estado aquí —me dijo al oído después de haberme conducido al fondo de la cocina. Hablaba con voz forzada. Era difícil oírle por encima del centrifugado de la lavadora.
—Te juro que ningún licántropo... —empecé a decir.
—No es uno de ellos —me interrumpió de inmediato al tiempo que negaba con la cabeza—, sino uno de los nuestros

El tono de su voz dejaba claro que no se refería a un miembro de su familia.

La sangre me huyó del rostro.

—¿Kurt? —inquirí con voz entrecortada.
—No reconozco el aroma.
—Uno de los Vulturis —aventuré.
—Es muy probable.
—¿Cuándo?
—No hace mucho, esta mañana de madrugada, mientras Charlie dormía. Por ese motivo creo que deben de ser ellos, y quienquiera que sea no le ha tocado, por lo que debían perseguir otro fin.
—Buscarme.

No me contestó, mas su cuerpo estaba inmóvil como una estatua.

—¿Qué estáis cuchicheando vosotras dos ahí dentro? —preguntó mi padre con recelo mientras doblaba la esquina llevando un cuenco vacío de palomitas.

Sentí un mareo. Un vampiro había venido a buscarme dentro de la casa mientras dormía allí mi padre. El pánico me abrumó hasta el punto de dejarme sin habla. Fui incapaz de responder. Sólo pude mirarle horrorizada.

La expresión de Charlie cambió y de pronto esbozó una sonrisa.

—Si estáis teniendo una pelea..., bueno, no os voy a interrumpir.

Sin dejar de sonreír, depositó el cuenco en el fregadero y se marchó de la estancia con aire despreocupado.

—Vamonos —me instó Santana con determinación.
—Pero..., ¿y Charlie?

El miedo me atenazaba el pecho, dificultándome aún más la respiración.

Ella caviló durante unos segundos, y luego sacó el móvil.

—Puck —dijo entre dientes. Comenzó a hablar tan deprisa que no pude distinguir las palabras. Terminó de hablar al medio minuto; luego, comenzó a arrastrarme hacia la salida.
—Puck y Quinn están de camino —me informó al sentir mi resistencia—. Van a peinar los bosques. Tu padre estará a salvo.

Entonces, demasiado aterrada para pensar con claridad, le dejé que me arrastrara junto a ella.

El gesto de suficiencia de Charlie se convirtió en una mueca de confusión cuando se encontraron nuestras miradas, pero Santana me sacó por la puerta antes de que papá lograra articular una palabra.

—¿Adonde vamos? —no era capaz de hablar en voz alta ni aun cuando entramos en el coche.
—Vamos a hablar con Rachel —me contestó con su volumen de voz normal, pero con un tono sombrío.
—¿Crees que ha podido ver algo?

Entrecerró los ojos y mantuvo la vista fija en la carretera.

—Quizá.

Nos estaban aguardando, alertados por la llamada de Santana. Andar por la casa era como caminar por un museo donde todos estaban quietos como estatuas en diferentes poses que reflejaban la tensión.

—¿Qué sucede? —quiso saber Santana en cuanto traspasamos la puerta.

Me sorprendió verle con los puños cerrados de ira. Fulminó con la mirada a Rachel, que permaneció con los brazos cruzados fuertemente sujetos contra el pecho. Sólo movió los labios al responder:

—No tengo la menor idea. No vi nada.
—¿Cómo es eso posible? —bufó ella.
—Santy —le llamé, en señal de reprobación. No me gustaba que se dirigiera a Rachel de ese modo.

William intervino con ademán tranquilizador.

—Su don no es una ciencia exacta, Santana.
—Estaba en la habitación de Britt. Quizá aún esté ahí, Rachel, esperándola.
—Eso lo habría visto.

Santana alzó los brazos, exasperada.

—¿De veras? ¿Estás segura?
—Ya me tienes vigilando las decisiones de los Vulturis, el regreso de Kurt y todos y cada uno de los pasos de Britt —respondió Rachel con frialdad—, ¿quieres añadir otra cosa? ¿Quieres que vele por Charlie? ¿O también he de atender la habitación de Britt, y la casa, y por qué no toda la calle? Santana, enseguida se me va escapar algo, se crearán fisuras si intento abarcarlo todo.
—Da la impresión de que eso ya ha sucedido —le espetó Santana.
—No había nada que ver porque ella jamás ha estado en peligro
—Si estabas vigilando lo que ocurre en Italia, ¿por qué no les has visto enviar...?
—Dudo que sean ellos —porfió Rachel—. Lo habría visto.
—¿Quién más habría dejado vivo a Charlie? Me estremecí.
—No lo sé —admitió Rachel.
—Muy útil.
—Para ya, Santana —le pedí con un hilo de voz.

Se volvió hacia mí con el rostro aún lívido y los dientes apretados. Me lanzó una mirada envenenada, y luego, de pronto, espiró. Abrió los ojos y relajó la mandíbula.

—Tienes razón, Britt. Lo siento —miró a Rachel—. Perdóname. No está bien que haya descargado mi frustración en ti.
—Lo entiendo —le aseguró—. A mí tampoco me hace feliz esta situación.

Santana respiró hondo.

—Vale, examinemos esto desde un punto de vista lógico. ¿Cuáles son las alternativas?

Todos parecieron relajarse al mismo tiempo. Rachel se calmó y se reclinó contra el respaldo del sofá. William se acercó a ella con paso lento y la mirada ausente. Emma se sentó en el sofá y flexionó las piernas para ponerlas encima. Sólo Kitty permaneció inmóvil y de espaldas a nosotros mientras miraba por el muro de cristal.

Santana me arrastró hacia el sofá, donde me senté junto a Emma, que cambió de postura para rodearme con un brazo. Me apretó una mano con fuerza entre las suyas.

—¿Puede ser Kurt? —inquirió William.
—No. No conozco ese efluvio —Santana sacudió la cabeza—. Quizá sea un enviado de los Vulturis, alguien a quien no conocemos...

Ahora fue Rachel quien meneó la cabeza.

—Aro aún no le ha pedido a nadie que la busque. Eso sí lo veré. Lo estoy esperando.

Santana volvió la cabeza de inmediato.

—Vigilas una orden oficial.
—¿Crees que se trata de alguien actuando por cuenta propia? ¿Por qué?
—Quizá sea una idea de Cayo —sugirió Santana, con el rostro tenso de nuevo.
—O de Jane —apostilló Rachel—. Ambos disponen de recursos para enviar a un desconocido...
—... y la motivación —Santana torció el gesto.
—Aun así, carece de sentido —repuso Emma—. Rachel habría visto a quienquiera que sea si pretendiera ir a por Britt. Él, o ella, no tiene intención de herirla; ni a ella ni a Charlie, de hecho.

Me encogí al oír el nombre de mi padre.

—Todo va a acabar bien, Britt —me aseguró Emma mientras me alisaba el cabello.
—Entonces, ¿qué propósito persigue? —meditó William en voz alta.
—¿Verificar si aún soy humana? —aventuré.
—Es una opción —repuso Carlisle.

Kitty profirió un suspiro lo bastante fuerte como para que yo lo oyera. Continuaba inmóvil y con el rostro vuelto hacia la cocina con expectación. Por su parte, Santana parecía desanimada.

En ese momento, Puck atravesó la puerta de la cocina con Quinn pisándole los talones.

—Se marchó hace varias horas, demasiadas —anunció Puck, decepcionado—. El rastro conducía al este y luego al sur. Desaparecía en un arcén donde le esperaba un coche.
—¡Qué mala suerte! —murmuró Santana—. Habría sido estupendo que se hubiera dirigido al oeste. Esos perros habrían sido útiles por una vez.

Emma me frotó el hombro al notar mis temblores.

Quinn miró a William.

—Ninguno de nosotros le identificamos, pero toma —le tendió algo verde y arrugado que William sostuvo delante de su cara. Mientras cambiaba de manos, vi que se trataba de una fronda de helécho—. Quizá conozcas el olor.
—No, no me resulta familiar —repuso el interpelado—. No es nadie que yo recuerde.
—Quizá nos equivoquemos y se trate de una simple coincidencia... —empezó Emma, pero se detuvo cuando vio las expresiones de incredulidad en los rostros de todos los demás—. No pretendo decir que sea casualidad el hecho de que un forastero elija visitar la casa de Britt al azar, pero sí que tal vez sea solamente un curioso. El lugar está impregnado por nuestras fragancias. ¿No se pudo preguntar qué nos arrastraba hasta allí?
—En tal caso, si sólo era un fisgón, ¿por qué no se limitó a venir aquí? —inquirió Puck.
—Tú lo harías —repuso Emms con una sonrisa de afecto—. La mayoría de nosotros no siempre actúa de forma directa. Nuestra familia es muy grande, él o ella podría asustarse, pero Charlie no ha resultado herido. No tiene por qué ser un enemigo.

Un simple curioso. ¿Igual que Blaine o Kurt? Al principio, sólo fueron unos cotillas. El simple recuerdo de Kurt me hizo estremecer, aunque en lo único que coincidían todos era en que no se trataba de el. No en esta ocasión. Kurt se aferraba a su modelo obsesivo. Este invitado seguía otro patrón diferente; era otro, un forastero.

De forma paulatina empezaba a darme cuenta de la mayor implicación de los vampiros en este mundo, superior a lo que había llegado a pensar. ¿Cuántas veces se cruzaban sus caminos con los de los ciudadanos normales, totalmente ajenos a la realidad? ¿Cuántas muertes, calificadas como crímenes y accidentes, se debían a su sed? ¿Estaría muy concurrido aquel nuevo mundo cuando, al final, yo pasara a formar parte de él?

La perspectiva de mi nebuloso futuro me provocó un escalofrío en la espalda.

Los Cullen ponderaron las palabras de Emma con diferentes expresiones. Tuve claro que Santana no aceptaba esa teoría y que William quería aceptarla a toda costa.

—No lo veo así —Rachel frunció los labios—. La sincronización fue demasiado precisa... El visitante se esforzó en no establecer contacto, casi como si supiera lo que yo iba a ver...
—Pudo tener otros motivos para evitar la comunicación —le recordó Emma.
—¿Importa quién sea en realidad? —pregunté—. ¿No basta la posibilidad de que alguien me esté buscando? No deberíamos esperar a la graduación.
—No, Britt —saltó Santana—. La cosa no pinta tan mal. Nos enteraremos si llegas a estar en verdadero peligro.
—Piensa en Charlie —me recordó William—. Imagina lo mucho que le afectaría tu desaparición.
—¡Estoy pensando en él! ¡Él es quien me preocupa! ¿Qué habría sucedido si mi huésped de la pasada noche hubiera tenido sed? En cuanto estoy cerca de mi padre, él también se convierte en un objetivo. Si algo le ocurre, la culpa será mía y sólo mía.
—Ni mucho menos, Britt—intervino Emma, acariciándome el brazo de nuevo—. Y nada le va a suceder a Charlie. Debemos proceder con más cuidado, sólo eso.
—¿Con más cuidado? —repliqué, incrédula.
—Todo va a acabar bien —me aseguró Rachel.

Santana me estrechó la mano con fuerza. Al estudiar todos aquellos hermosos semblantes, uno por uno, supe que nada de lo que yo dijera iba a hacerles cambiar de idea.


Hicimos en silencio el trayecto de vuelta a casa. Estaba frustrada. Continuaba siendo humana a pesar de que yo sabía que eso era un error.

—No vas a estar sola ni un segundo —me prometió Santana mientras me conducía al hogar de Charlie—. Siempre habrá alguien cerca, Puck, Rachel, Quinn...

Suspiré.

—Eso es ridículo. Van a aburrirse tanto que tendrán que matarme ellos mismos, aunque sólo sea por hacer algo.

Ella me dedicó una mirada envenenada.

—¡Qué graciosa, Britt!

Cuando regresamos, Charlie se puso de un humor excelente al ver, y malinterpretar, la tensión existente entre nosotras dos. Me vio improvisar cualquier cosa para darle de cenar muy pagado de sí mismo. Santana se había disculpado durante unos minutos para lo que supuse que sería alguna tarea de vigilancia, pero Charlie espero su regreso para entregarme los mensajes.

—Sam ha vuelto a llamar —dijo mi padre en cuanto Santana entró de la estancia. Mantuve el gesto inexpresivo mientras depositaba el plato delante de él.
—¿De verdad?

Charlie frunció el ceño.

—Sé un poco comprensiva, Britt. Parecía bastante deprimido.
—¿Te paga Sam para que seas su relaciones públicas o te has presentado voluntario?

Mi padre refunfuñó de forma incoherente hasta que la comida silenció sus ininteligibles quejas, pero aunque no se diera cuenta, había dado en el blanco.

En aquel preciso momento, yo tenía la sensación de que mi vida era como una partida de dados. ¿En qué tirada me saldrían un par de unos? ¿Qué pasaría si me ocurriera algo a mí? Eso parecía peor que la falta leve de dejar a Sam sintiendo remordimientos por sus palabras.

En todo caso, no quería hablar con él mientras Charlie merodeara por allí cerca para vigilar cada una de mis palabras con el fin de que no cometiera ningún desliz. Pensar en esto me hizo envidiar la relación existente entre Sam y Billy. ¡Qué fácil debe de ser no tener secretos para la persona con la que vives!

Por todo ello, iba a esperar al día siguiente. Al fin y al cabo, era poco probable que fuera a morirme esa noche y otras doce horas de culpabilidad no le iban a venir nada mal. Quizás incluso le convinieran.

Cuando Santana se marchó oficialmente por la noche, me pregunté quién estaría montando guardia bajo la tromba de agua que caía, vigilándonos a Charlie y a mí. Me sentí culpable por Rachel o quienquiera que fuera, pero aun así sentí cierto consuelo. Debía admitir lo agradable que era saber que no estaba sola, y Santana regresó a hurtadillas en un tiempo récord.

Volvió a canturrear hasta que concilié el sueño y, consciente de su presencia incluso en la inconsciencia, dormí sin pesadillas.


A la mañana siguiente, mi padre salió a pescar con Mark, su ayudante en la comisaría, antes de que me hubiera levantado. Resolví pasar ese tiempo de libertad para ponerme guapa.

—Voy a perdonar a Sam —avisé a Santana después del desayuno.
—Estaba segura de que lo harías —contestó con una sonrisa fácil—. Guardarle rencor a alguien no figura entre tus muchos tálenlos.

Puse los ojos en blanco, pero estaba encantada de comprobar que realmente había dado por concluida toda la campaña contra los hombres lobo.

No miré la hora en el reloj hasta después de marcar el número, era temprano para llamar y me preocupó la posibilidad de despertar a Billy y a Sam, pero alguien descolgó antes del segundo pitido, por lo que no podía estar demasiado lejos del teléfono.

—¿Diga? —contestó una voz apagada.
—¿Sam?
—¡Britt, oh, Britt, cuánto lo siento! —exclamó a tanta velocidad que se trabucaba de la prisa que tenía por hablar—. Te juro que no quería decir eso. Me comporté como un necio. Estaba enfadado, pero eso no es excusa. Es lo más estúpido que he dicho en mi vida, y lo siento mucho. No te enfades conmigo, ¿vale? Por favor. Estoy dispuesto a una vida de servidumbre, a hacer todo lo que quieras, a cambio de tu perdón.
—No estoy enfadada. Te perdono.
—Gracias —resopló—. No puedo creerme que cometiera semejante estupidez.
—No te preocupes por eso. Estoy acostumbrada.

El se rió a carcajadas, eufórico de alivio.

—Baja a verme —imploró—. Quiero compensarte.

Torcí el gesto.

—¿Cómo?
—Como tú quieras. Podemos hacer salto de acantilado —sugirió mientras reía de nuevo.
—Vaya, qué idea tan brillante.
—Te mantendré a salvo —prometió—. No me importa lo que quieras hacer.

Un vistazo al rostro de Santana me bastó para saber que no era el momento adecuado, a pesar de la calma de su expresión.

—Ahora mismo, no.
—A ella no le caigo muy bien, ¿verdad? —por una vez, su voz reflejaba más bochorno que resquemor.
—Ese no es el problema. Hay... Bueno, en este momento, tengo otro problema más preocupante que un exasperante licántropo adolescente.

Intenté mantener un tono jocoso, pero no le engañé, ya que inquirió:

—¿Qué ocurre?
—Esto...

No estaba segura de si debía decírselo. Santana alargó la mano para tomar el auricular. Estudié su rostro con cuidado. Parecía bastante tranquila.

—¿Britt? —me preguntó Sam.

Santana suspiró y acercó aún más la mano tendida.

—¿Te importaría conversar con Santana? —le pregunté con cierta aprehensión—. Quiere hablar contigo.

Se produjo una larga pausa.

—De acuerdo —aceptó Sam al final del intervalo—. Esto promete ser interesante.

Le entregué el teléfono a Santana con la esperanza de que interpretara correctamente mi mirada de advertencia.

—Hola, Sam —empezó ella con impecable amabilidad. Se hizo el silencio. Me mordí el labio, intentando adivinar la posible contestación de Sam—. Alguien ha estado aquí, alguien cuyo olor desconozco —le explicó Santana— ¿Se ha encontrado tu manada con algo nuevo?

Hubo otra pausa mientras Santana asentía para sí misma, sin sorprenderse.

—He ahí el quid de la cuestión, Sam. No voy a perder de vista a Britt hasta que no me haya ocupado de esto. No es nada personal…

Entonces, Sam le interrumpió. Pude oír el zumbido de su voz a través del receptor. Fueran cuales fueran sus palabras, era más intensa que antes. Intenté descifrarlas sin éxito.

—Quizás estés en lo cierto —comenzó Santana, pero Sam siguió expresando su punto de vista. Al menos, ninguno de los dos parecia enfadado.
—Es una sugerencia interesante y estamos bien predispuestos a negociar si Finn se hace responsable.

Sam bajó el volumen de la voz. Empecé a morderme el pulgar mientras pretendía descifrar la expresión de Santana, cuya contestación fue:

—Gracias.

Entonces, Sam añadió algo más que provocó un gesto de sorpresa en el rostro de Santana, quien respondió a la inesperada propuesta.

—De hecho, había planeado ir sola y dejarla con los demás.

Mi amigo alzó un punto la voz. Me dio la impresión de que intentaba ser persuasivo.

—Voy a considerarlo con objetividad —le aseguró Santana—, con toda la objetividad.de la que sea capaz.

Esta vez el intervalo de mutismo fue más breve.

—Eso no es ninguna mala idea. ¿Cuándo...? No, está bien. De todos modos, me gustaría tener la ocasión de rastrear la pista personalmente. Diez minutos... Pues claro —contestó Santana antes de ofrecerme el auricular—. ¿Britt?

Tomé el teléfono despacio, sintiéndome algo confusa.

—¿De qué va todo esto? —le pregunté a Sam, un poco picada. Sabía que era una niñería, pero me sentía excluida.
—Creo que es una tregua. Eh, hazme un favor —me propuso Sam—, procura convencer a tu chupasangres de que el lugar más seguro para ti, sobre todo en sus ausencias, es la reserva. Nosotros seremos capaces de enfrentarnos a cualquier cosa.
—¿Vas a intentar venderle esa moto?
—Sí. Tiene sentido. Además, lo mejor sería que Charlie estuviera fuera de allí también tanto como pueda.
—Mete también a Billy en esa cuenta —admití. Odiaba poner a mi padre en el punto de mira que siempre había parecido centrado en mí—. ¿Qué más?
—Hemos hablado de un simple reajuste de fronteras para poder atrapar a cualquiera que merodee demasiado cerca de Forks. No sé si Finn tragará, pero hasta que esté por aquí, me mantendré ojo avizor.
—¿Qué quieres decir con eso de que vas a estar «ojo avizor»?
—Que no dispares si ves a un lobo rondar cerca de tu casa.
—Por descontado que no, aunque tú no vas a hacer nada... arriesgado...

Resopló.

—No seas tonta. Sé cuidar de mí mismo.

Suspiré.

—También he intentado convencerle de que te deje visitarme. Tiene prejuicios. No dejes que te suelte ninguna chorrada sobre la seguridad. Sabes igual que yo que aquí vas a estar a salvo.
—Lo tendré en cuenta.
—Nos vemos en breve —repuso Sam.
—¿Vas a subir hasta aquí?
—Aja. Voy a intentar percibir el olor de vuestro visitante para poderle rastrear por si acaso regresase.
—Samy, no me agrada nada la perspectiva de que te pongas a seguir la pista de...
—Vamos, Britt, por favor —me interrumpió. Sam se rió y luego colgó.



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Espero que les guste y mis mejores para todas, ojala que la hallan pasado muy bien en navidad. Besos
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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por dianna agron 16 Jue Dic 26, 2013 12:39 am



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El olor

Todo era de lo más infantil. ¿Por qué demonios se había dejado Santana convencer por Sam para que viniera hasta casa? ¿No estábamos ya un poco creciditos para esa clase de niñerías?

—No es que sienta ningún tipo de antagonismo hacia él, Britt, es que de este modo resulta más sencillo para los dos —me dijo Santana en la puerta—. Yo permaneceré cerca y tú estarás a salvo.
—No es eso lo que me preocupa.

Ella sonrió y un brillo picaro se abrió paso en sus ojos. Me abrazó con fuerza y enterró el rostro en mi cabello. Sentí cómo su aliento frío se extendía por los mechones de mi pelo cuando exhaló el aire; la piel del cuello se me puso de gallina.

—Regresaré pronto —me aseguró.

A continuación, se echó a reír en voz alta como si le hubiera contado un buen chiste.

—¿Qué es tan divertido?

Pero ella se limitó a sonreír y corrió hacia los árboles sin responderme.

Me dirigí a limpiar la cocina sin dejar de refunfuñar para mis adentros, pero el timbre de la puerta sonó incluso antes de que hubiera llenado de agua el fregadero. Resultaba difícil acostumbrarse a lo deprisa que llegaba Sam sin su coche, y a que todo el mundo se moviera mucho más rápido que yo...

—¡Entra, Samy! —grité.

Estaba tan concentrada apilando los platos en el agua jabonosa Que se me había olvidado que Sam solía moverse con el sigilo de un fantasma. Me llevé un buen susto cuando de pronto oí su voz a mis espaldas.

—¿Es necesario que dejes la puerta abierta de ese modo? —debido al sobresalto, me manché con el agua del fregadero—. Oh, lo siento.
—No me preocupa la gente a la que puede detener una puerta cerrada —le contesté mientras me secaba la parte delantera de la falda con el trapo de la cocina.
—Apúntate una —asintió. Me volví para mirarle con un cierto aire crítico.
—¿Es que te resulta imposible ponerte ropa, Sam? —inquirí. Una vez más Sam llevaba el pecho desnudo y no vestía más que unos viejos vaqueros cortados. En lo más profundo me preguntaba si no era porque se sentía tan orgulloso de sus nuevos músculos que no podía soportar cubrirlos. Tenía que admitir que eran impresionantes, pero nunca pensé que él fuera tan vanidoso—. Quiero decir, ya sé que no te vas a enfriar, pero aun así...

Se pasó la mano por el pelo mojado, que le caía sobre los ojos.

—Es más sencillo —me explicó.
—¿Qué es más sencillo?

Sonrió con condescendencia.

—Ya es bastante molesto acarrear unos pantalones cortos a todas partes, no digamos entonces toda la ropa. ¿Qué te parece que si soy, una mula de carga?

Fruncí el ceño.

—¿De qué estás hablando, Sam?

Tenía una expresión de superioridad en la cara, como si yo no viese algo obvio.

—Mis ropas no aparecen y desaparecen por ensalmo cuando me transformo. Debo llevarlas conmigo cuando corro. Perdona que evite llevar sobrecarga.

Me cambió el color de la cara.

—Supongo que no se me había ocurrido nunca pensar en eso —murmuré.

El se echó a reír y señaló una tira de cuero negro, fina como un hilo, que llevaba atada con tres vueltas a la pantorrilla, como una tobillera. No me había dado cuenta hasta ese instante de que también iba descalzo.

—No tiene nada que ver con la moda, es que es una guarrería llevar los pantalones en la boca.

No supe qué responder a esto y él me dedicó una ancha sonrisa.

—¿Te molesta que vaya medio desnudo?
—No.

Sam se echó a reír otra vez y le di la espalda para concentrarme en los platos. Esperé que atribuyera mi sonrojo a la vergüenza por mi propia estupidez y no a algo relacionado con su pregunta.

—Bien, se supone que debo ponerme a trabajar —suspiró—. No quiero darle ningún motivo para que me acuse de hacer el vago.
—Sam, esto no es cosa tuya...

Alzó una mano para detenerme.

—Estoy aquí haciendo un trabajo voluntario. Ahora, dime, ¿dónde se nota más el olor del intruso?
—En mi dormitorio, creo.

Entornó los ojos. La noticia le había gustado tan poco como a Santana.

—Tardaré un minuto.

Froté metódicamente el plato que sostenía en las manos. No se oía otro sonido que el raspar de las cerdas de plástico del cepillo contra la porcelana. Agucé el oído a ver si escuchaba algo arriba, el crujido de una tabla del piso, el clic de una puerta. Nada. Me di cuenta de que llevaba fregando el mismo plato más tiempo del necesario e intenté prestar atención a mi tarea.

—¡Bu!

Sam estaba a unos centímetros de mi espalda, pegándome otro susto.

—¡Ya vale, Sam, para!
—Lo siento. Dame —Sam cogió el paño y secó lo que me había mojado de nuevo—. Deja que te ayude. Tú lavas; yo enjuago y seco.
—Bien —le di el plato.
—Bueno, el rastro era fácil de seguir. En realidad, tu habitación apesta.
—Compraré algún ambientador.

Mi amigo se echó a reír. Yo lavé y él secó en un agradable silencio durante unos cuantos minutos.

—¿Puedo preguntarte algo?

Le di otro plato.

—Eso depende de lo que quieras saber.
—No pretendo ser indiscreto ni nada de eso. Es simple curiosidad —me aseguró Sam.
—Vale. Adelante.

Hizo una pausa de unos segundos.

—¿Qué se siente al tener una novia vampira?

Puse los ojos en blanco.

—Es de lo más.
—Hablo en serio. ¿No te molesta la idea ni te pone los pelos de punta?
—Nunca.

Se quedó absorto mientras cogía el bol de mis manos. Le mire de reojo. Tenía el ceño fruncido, con el labio inferior sobresaliente.

—¿Algo más? —inquirí.

Arrugó la nariz de nuevo.

—Bien... me preguntaba... tú... ya sabes... ¿Le besas?

Me eché a reír.

—Claro.

Se estremeció.

—Ugh.

—A cada uno lo suyo —susurré.
—¿No te preocupan los colmillos?

Le di un manotazo, salpicándole con el agua de los platos.

—¡Cierra el pico, Sam! ¡Ya sabes que no tiene colmillos!
—Pues es algo bastante parecido —murmuró él.

Apreté los dientes y froté un cuchillo de deshuesar con más fuerza de la necesaria.

—¿Puedo preguntarte otra cosa? —inquirió con voz queda mientras le pasaba el cuchillo—. Es curiosidad, nada más.
—Vale —repuse con brusquedad.

Le dio vueltas y vueltas al cuchillo bajo el agua del grifo. Cuando habló sólo se oyó un susurro.

—Hablaste de unas semanas, pero ¿cuándo exactamente.... —no pudo terminar la pregunta.
—Después de la graduación —respondí en un murmullo mientras observaba su rostro con cansancio.
—¡Qué pronto!

Respiró hondo y cerró los ojos. La exclamación no había sonado como una pregunta, sino más bien como un lamento. Tenía rígidos los hombros y se le endurecieron los músculos de los brazos.

¿Otra vez iba a explotar por la misma noticia?

—¡Aauu! —gritó.

Se había hecho un silencio tan profundo en la habitación que pegue un brinco ante su exabrupto. Había cerrado el puño con fuerza en torno a la hoja del cuchillo, que chocó contra la encimera cuando cayó de su mano, y en su palma había un tajo alargado y fino. La sangre chorreó de sus dedos y goteó en el suelo.

—¡Maldita sea! ¡Ay! —se quejó.

La cabeza empezó a darme vueltas y se me revolvió el estómago cuando olí la sangre. Me sujeté al mueble de la cocina con la mano e inhalé una gran bocanada de aire; luego, conseguí controlarme para poder auxiliarle.

—¡Oh no, Sam! ¡Oh, cielos! Toma, ¡envuélvete la mano con esto —le alargué el paño de secar mientras intentaba apoderarme de su mano. Se encogió y se alejó de mí.
—No pasa nada, Britt, no te preocupes.

La habitación empezó a ponerse un poco borrosa por los bordes. Volví a inspirar profundamente.

—¡¿Que no me preocupe?! ¡Pero si te has abierto la palma!

Ignoró el paño que le tendía, colocó la mano debajo del grifo y dejó que el agua corriera sobre la herida. El líquido enrojeció volvió a darme vueltas la cabeza.

—Britt —dijo.

Aparté la mirada de la herida y la alcé hasta su rostro. Tenía el ceño fruncido, pero su expresión era serena.

—¿Qué?
—Tienes pinta de irte a desmayar y te vas a hacer sangre en el labio si sigues mordiéndote con tanta fuerza. Para ya. Relájate. Respira. Estoy bien.

Inhalé aire a través de la boca y retiré los dientes de mi labio inferior.

—No te hagas el valiente —puso los ojos en blanco ante mi palabras—. Vamonos. Te llevaré a urgencias.

Estaba segura de que iba a ser capaz de conducir. Las paredes parecían más estables ahora.

—No es necesario —Sam cerró el grifo, tomó el paño y se lo enrolló flojo alrededor de la mano.
—Espera —protesté—. Déjame echarle una ojeada —me aferré a la encimera con más fuerza para mantenerme derecha si me volvía a marear al ver la herida.
—¿Es que tienes un título médico del que nunca me has hablado?
—Sólo dame la oportunidad de que decida si me tiene que dar un ataque para obligarte a ir al hospital.

Puso cara de horror, pero en son de burla.

—¡Por favor, un ataque, no!
—Pues es lo que va a ocurrir como no me dejes ver esa mano.

Inspiró profundamente y después exhaló el aire poco a poco.

—Vale.

Desenrolló el paño y puso su mano sobre la mía cuando extendí los brazos hacia él. Tardé unos segundos en darme cuenta. Le di la vuelta a la mano para asegurarme, a pesar de estar convencida de que era la palma lo que se había cortado. La volví de nuevo hacia arriba, hasta advertir que el único vestigio de la herida era aquella línea arrugada de un feo color rosa.

—Pero... estabas sangrando... tanto.

Apartó la mano y fijó sus ojos sombríos en los míos.

—Me curo rápido.
—Ya me doy cuenta —articulé con los labios.

Yo había visto el corte con toda claridad, y también borbotar la sangre por el fregadero. Había estado a punto de desmayarme por culpa de su olor a óxido y sal. En condiciones normales, tendrían que haberle puesto puntos y habría necesitado muchos días hasta haber cicatrizado; después, habría tardado semanas en convertirse en la línea rosa brillante que marcaba ahora su piel.

Una media sonrisa recorrió su boca cuando se golpeó una vez el pecho con el puño.

—Soy un hombre lobo, ¿recuerdas?

Sus ojos sostuvieron los míos durante un momento larguísimo.

—De acuerdo —repuse al fin.

Se rió ante mi expresión.

—Ya te lo había dicho. Viste la cicatriz de Brody.

Sacudí la cabeza para aclarar las ideas.

—Resulta un poco distinto cuando lo ves de primera mano.

Me arrodillé y saqué la lejía del armario de debajo del fregadero. Vertí unas gotitas sobre un trapo viejo del polvo y comencé a limpiar el suelo. El olor fuerte de la lejía despejó los resabios del mareo que todavía me nublaba la mente.

—Déjame que lo limpie yo.
—Toma esto. Echa el paño en la lavadora, ¿quieres?

Cuando estuve segura de que el suelo sólo olía a desinfectante, me levanté y limpié también el lado derecho del fregadero con lejía. Me acerqué entonces al mueble de la limpieza que estaba al lado de la despensa y vertí un vaso lleno de detergente en la lavadora antes de encenderla. Sam me miraba con gesto de desaprobación.

—¿Tienes algún trastorno obsesivo-compulsivo? —me preguntó cuando terminé.
—Uf. Quizá, pero al menos esta vez contaba con una buena excusa.
—Somos un poco sensibles al olor de la sangre por aquí. Estoy segura de que lo entiendes.
—Ah —arrugó la nariz otra vez.
—¿Por qué no voy a facilitárselo al máximo? Lo que hace ya es bastante duro para ella.
—Vale, vale. ¿Por qué no?

Quité el tapón y el agua sucia comenzó a bajar por el desagüe del fregadero.

—¿Puedo preguntarte algo, Britt?

Suspiré.

—¿Qué se siente al tener un hombre lobo como tu mejor amigo? —espetó. La pregunta me pilló con la guardia baja. Me reí con todas mis ganas—. ¿No te pone el vello de punta? —presionó antes de que pudiera contestarle.
—No. Si el licántropo se porta bien —maticé—, es de lo más.

Desplegó una gran sonrisa, con los dientes brillantes sobre su piel.

—Gracias, Britt —añadió, y entonces me cogió la mano y casi me dislocó con otro de esos abrazos suyos que te hacían crujir los huesos.

Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, dejó caer los brazos y dio un paso atrás.

—Uf —dijo, arrugando la nariz—. El pelo apesta más que tu habitación.
—Lo siento —murmuré.

De pronto comprendí de qué se había reído Santana después de haber mezclado su aliento en mi pelo.

—Ésa es una de las muchas desventajas de salir con vampiros —comentó Sam, encogiéndose de hombros—. Hace que huelas fatal. Aunque bien pensado, es un mal menor.

Le miré fijamente.

—Sólo huelo mal para ti, Sam.

Mostró su más amplia sonrisa.

—Mira a tu alrededor, Britt.
—¿Te vas ya?
—Está esperando a que me vaya. Puedo oírle ahí fuera.
—Oh.
—Saldré por la puerta trasera —comentó; luego, hizo una pausa. — Espera un minuto. Oye, ¿podrías venir a La Push esta noche? Tenemos un picnic nocturno junto a las hogueras. Estará Emily y podrás ver a Bree… Y seguro que Jake también quiere verte. Le fastidia bastante que te enterases antes que él.

Sonreí ante eso. Podía imaginarme lo irritado que estaría Jake, pequeño colega humano de Sam al haber estado yendo con hombres lobo, andando con ellos de un lado a otro, sin saber en realidad lo que pasaba. Y entonces suspiré.

—Vale, Sam, la verdad es que no sé si podrá ser. Mira, las cosas están un poco tensas ahora...
—Venga ya, ¿tú crees que alguien se va a atrever con nosotros seis, con unos...?

Hubo una extraña pausa cuando vaciló al final de la pregunta. le pregunté si tenía algún problema al decir la palabra «licántropo» en voz alta, igual que a menudo me costaba pronunciar la palabra «vampiro».

Sus grandes ojos negros estaban llenos de una súplica sin reparos.

—Preguntaré —le contesté, dudosa.

Hizo un ruido en el fondo de su garganta.

—¿Acaso ahora también es tu guardián? Ya sabes, vi esa historia en las noticias de la semana pasada sobre relaciones con adolescentes, por parte de gente controladora y abusiva y...
—¡Ya vale! —le corté y después le cogí del brazo—. ¡Ha llegado la hora de que el hombre lobo se largue!

Él sonrió con ganas.

—Adiós, Britt. Asegúrate de pedir permiso.

Salió deprisa por la puerta de atrás antes de que pudiera encontrar algo que arrojarle. Gruñí una sarta de incoherencias a la habitación vacía.

Segundos después de que se hubiera ido, Santana caminó lentamente dentro de la cocina, con gotas de lluvia brillando como diamantes en su melena negra. Tenía una mirada cautelosa.

—¿Os habéis peleado? —preguntó.
—¡Santy! —canté, arrojándome a sus brazos.
—Hola, tranquila —soltó una risotada y deslizó sus brazos a mi alrededor—. ¿Estás intentando distraerme? Funciona.
—No, no me he peleado con Sam. Al menos no mucho. ¿Por qué?
—Me estaba preguntando por qué le habrías apuñalado —señaló con la barbilla el cuchillo sobre la encimera—. No es que tenga nada en contra.
—¡Maldita sea! Creí que lo había limpiado todo.

Me aparté de ella y corrí a poner el cuchillo en el fregadero antes de empaparlo en lejía.

—No le apuñalé —le expliqué mientras trabajaba—. Se le olvidó que sostenía un cuchillo en la mano.

Santana se rió entre dientes.

—Eso no tiene ni la mitad de gracia de lo que había imaginado.
—Sé buena chica.

Cogió un sobre grande del bolsillo de su chaqueta y lo puso sobre la encimera.

—He recogido tu correo.
—¿Hay algo bueno?
—Eso creo.

Entorné los ojos con recelo al oír aquel tono de voz y fui a investigar. Había doblado un sobre de tamaño legal por la mitad.

Lo desplegué, sorprendida por el peso del papel caro y leí el remitente.

—¿Dartmouth? ¿Esto es una broma?
—Estoy segura de que te han aceptado. Tiene la misma pinta que el mío.
—Santo cielo, Santana, pero ¿qué es lo que has hecho?
—Envié tu formulario, eso es todo.
—Yo no soy del tipo de gente que buscan en Dartmouth, y tampoco soy lo bastante estúpida como para creerme eso.
—Pues en Dartmouth sí parecen pensar que eres su tipo.

Respiré hondo y conté lentamente hasta diez.

—Es muy generoso por su parte —dije al final—. Sin embargo, me hayan aceptado o no, todavía queda esa cuestión menor de la matrícula. No puedo permitírmelo y no admitiré que pierdas un montón de dinero sólo para que yo aparente ir a Dartmouth el año próximo. Lo necesitas para comprarte otro deportivo.
—No necesito otro coche, y tú no tienes que aparentar nada —murmuró—. Un año de facultad no te va a matar. Quizás incluso te guste. Sólo piénsalo, Britt. Imagínate qué contentos se van a poner Charlie y Susan...

Su voz aterciopelada pintó una imagen en mi mente antes de que pudiera bloquearla. Charlie explotaría de orgullo, sin duda, y nadie en la ciudad de Forks escaparía a la lluvia radiactiva de su alegría. Y Susan se pondría histérica de alegría por mi triunfo, aunque luego jurara que no le había sorprendido en absoluto...

Intenté borrar la imagen de mi mente.

—Sólo me planteo sobrevivir a mi graduación, Santy, y no me preocupa ni este verano ni el próximo otoño. Sus brazos me envolvieron de nuevo.
—Nadie te va a hacer daño. Tienes todo el tiempo del mundo.

Suspiré.

—Mañana voy a enviar el contenido de mi cuenta corriente a Alaska. Es toda la coartada que necesito. Es más que comprensible que Charlie no espere una visita como muy pronto hasta Navidades. Y estoy segura de que encontraré alguna excusa para ese momento. Ya sabes —bromeé con desgana—, todo este secreto y darles una decepción es también algo parecido al dolor.

La expresión de Santana se hizo más grave.

—Es más fácil de lo que crees. Después de unas cuantas décadas toda la gente que conoces habrá muerto. Problema resuello —me encogí ante sus palabras—. Lo siento, he sido demasiado dura.

Miré fijamente el sobre blanco y grande, sin verlo realmente.

—Pero sin embargo, sincera.
—Una vez que hayamos resuelto todo esto, sea lo que sea con lo que estemos tratando, por favor, ¿considerarías retrasar el momentó?
—No.
—Siempre tan terca.
—Sí.

La lavadora golpeteó y luego tartamudeó hasta pararse.

—Maldito cachivache viejo —murmuré apartándome de ella. Moví el único trapo pequeño que había dentro y que había desequilibrado la máquina vacía y la puse en marcha otra vez—. Esto me recuerda algo —le comenté—. ¿Podrías preguntarle a Rachel qué hizo con mis cosas cuando limpió mi habitación? No las encuentro por ninguna parte.

Me miró con la confusión escrita en las pupilas.

—¿Rachel limpió tu habitación?
—Sí, claro, supongo que eso fue lo que hizo cuando vino a recoger mi almohada y mi pijama para tomarme como rehén —le fulminé con la mirada con verdaderas ganas—. Recogió todo lo que estaba tirado por alrededor, mis camisetas, mis calcetines y no sé dónde los ha puesto.

Santana siguió pareciendo perpleja durante un rato y de pronto se puso rígida.

—¿Cuándo te diste cuenta de las cosas que faltaban?
—Cuando volví de la falsa fiesta de pijamas, ¿por qué?
—Dudo que Rachel cogiera tus ropas ni tu almohada. Las prendas, que se llevaron, ¿eran cosas que te ponías... tocabas... o dormias con ellas?
—Sí. ¿Qué pasa, Santy?

Su expresión se volvió tensa.

—Llevaban tu olor... ¡Oh!

Nos miramos a los ojos durante un buen rato.

—Mi visitante —susurré.
—Estaba reuniendo rastros... evidencias... ¿para probar que te había encontrado?
—¿Por qué? —murmuré.
—No lo sé. Pero, Britt, te juro que lo averiguaré. Lo haré.
—Ya sé que lo harás —le contesté mientras reclinaba mi cabeza contra su pecho. Mientras estaba allí recostada, sentí que vibraba su móvil en el bolsillo.

Lo cogió y miró el número.

—Justo la persona con la que quería hablar —masculló, y lo abrió—. William, yo... —se interrumpió y escuchó, con el rostro tenso durante unos minutos—. Lo comprobaré. Escucha...

Le explicó lo de las prendas que me faltaban, pero al oírle contestar, me pareció que William no tenía más idea que nosotras.

—Quizá debería ir... —contestó Santana, y la voz se le fue apagando mientras sus ojos vagaban cerca de mí—. A lo mejor no. No dejes que Puck vaya solo, ya sabes cómo se las gasta. Almenos dile a Rachel que mantenga un ojo en el tema. Ya resolveremos esto más tarde.

Cerró el móvil con un chasquido.

—¿Dónde está el periódico? —me preguntó.
—Um, no estoy segura, ¿por qué?
—Quiero ver algo. ¿Lo tiró Charlie?
—Quizá...

Santana desapareció.

Estuvo de vuelta en medio segundo, con más diamantes en el pelo y un periódico mojado en las manos. Lo extendió en la mesa, y sus ojos se deslizaron con rapidez entre los títulos. Se inclinó, interesado por algo que estaba leyendo, con un dedo marcando los párrafos que le interesaban más.

—William lleva razón. Sí..., muy descuidado. ¿Joven o enloquecido? ¿O con deseos de morir? —murmuró para sí misma.

Miré por encima de su hombro.

El titular del Seattle Times rezaba: «La epidemia de asesinatos continúa. La policía no tiene nuevas pistas».

Era casi la misma historia de la que Charlie se había estado quejando hacía unas semanas: la violencia propia de la gran ciudad había hecho subir la posición de Seattle en el ranking del crimen nacional. Sin embargo, no era exactamente la misma historia. Los números se habían incrementado.

—Está empeorando —murmuré.

Frunció el ceño.

—Están del todo descontrolados. Esto no puede ser trabajo de un solo vampiro neonato. ¿Qué está pasando? Es como si nunca hubieran oído hablar de los Vulturis. Supongo que podría ser posible. Nadie les ha explicado las reglas... así que... ¿Quién los está creando?
—¿Los Vulturis? —inquirí, estremeciéndome.
—Ésta es la clase de cosas de la que ellos se hacen cargo de forma rutinaria, de aquellos inmortales que amenazan con exponernos a todos. Sé que hace poco, unos cuantos años, habrían limpiado un lío como éste en Atlanta, y no había llegado a ponerse ni la mitad de candente. Intervendrán pronto, muy pronto, a menos que encontremos alguna manera de calmar la situación. La verdad es que preferiría que no se dejaran caer ahora por Seattle. Quizá les apetezca venir a echarte una ojeada si están tan cerca.

Me estremecí de nuevo.

—¿Qué podemos hacer?
—Necesitamos saber más antes de adoptar ninguna decisión. Quizá si lográramos hablar con esos jovencitos, explicarles las reglas, a lo mejor se podría resolver esto de forma pacífica —frunció el ceño, como si las perspectivas de que esto se cumpliera no fueran buenas—. Esperaremos hasta que Rachel se forme una idea de lo que pasa. No conviene dar un paso si no es absolutamente necesario. Después de todo, no es nuestra responsabilidad. Pero es bueno que tengamos a Quinn —añadió, casi para sí misma—. Servirá de gran ayuda si estamos tratando con neófitos.
—¿Quinn? ¿Por qué?

Santana sonrió de modo misterioso.

—Quinn es una especie de experta en vampiros recientes.
—¿Qué quieres decir con lo de «una experta»?
—Tendrías que preguntárselo a ella. Hay toda una historia detrás.
—Qué desastre —mascullé entre dientes.
—Eso parece, ¿a que sí? Nos cae de todo por todos lados —suspiró—. ¿Nunca se te ha ocurrido pensar que tu vida sería más sencilla si no te hubieras enamorado de mí?
—Quizá, aunque sería una existencia vacía, sin valor.
—Para mí —me corrigió con suavidad—. Y ahora, supongo —continuó con un gesto irónico— que hay algo que quieres preguntarme.

Le miré sin comprender.

—¿Ah, sí?
—O quizá no —sonrió con ganas—. Tenía la sensación de que habías prometido pedirme permiso para ir a cierta fiesta de lobos esta noche.
—¿Me has escuchado a escondidas?

Hizo un mohín.

—Sólo un poquito, al final.
—Pues bien, no iba pedírtelo de todos modos. Me imaginaba que ya tenías bastante con toda esta tensión.

Me puso la mano bajo la barbilla y me sostuvo el rostro hasta que pudo leer mis ojos.

—¿Quieres ir?
—No es nada del otro mundo. No te preocupes.
—No tienes que pedirme permiso, Britt. No soy tu madre, y doy gracias al cielo por eso, aunque quizá deberías preguntarle a Charlie.
—Pero ya sabes que Charlie dirá que sí.
—Tengo más idea que cualquier otra persona sobre cuál podría ser su respuesta, eso es cierto.

Me limité a mirarle fijamente mientras procuraba comprender qué era lo que ella quería que hiciese, al mismo tiempo que intentaba apartar de mi mente el anhelo de ir a La Push para no verme arrastrada por mis propios deseos. Era estúpido querer salir con una pandilla de enormes chicos lobo idiotas justo ahora, cuando rondaban tantas cosas temibles e incomprensibles por ahí. Aunque claro, ésos eran los motivos por los que deseaba ir. Escapar de las amenazas de muerte, aunque sólo fuera por unas cuantas horas y ser, por poco rato, la inmadura, la irresponsable Britt que podía echar unas risas con Sam. Pero eso no importaba.

—Briit —me dijo Santana—. Te prometí ser razonable y confiar en tu juicio. Lo decía de verdad. Si tú te fías de los licántropos, yo no voy a preocuparme por ellos.
—Guau —respondí, tal y como hice la pasada noche.
—Y Sam tiene razón, al menos en esto; una manada de hombres lobo deben ser capaces de proteger a alguien una noche, aunque- ese alguien seas tú.
—¿Estás segura?
—Claro. Lo único...

Me preparé para lo que fuera a decir.

—Espero que no te importe tomar algunas precauciones. Una, que me dejes acercarte a la frontera. Y otra, llevarte un móvil, de modo que puedas decirme cuándo puedo ir a recogerte.
—Eso suena... muy razonable.
—Excelente.

Me sonrió y no logré atisbar ni rastro de aprehensión en sus ojos parecidos a joyas.

Como era de esperar, Charlie no vio ningún problema en que asistiera a un picnic nocturno en La Push. Sam dio un alarido de manifiesto júbilo cuando le telefoneé para darle la noticia y tenía tantas ganas que no le importó aceptar las medidas de seguridad de Santana. Prometió encontrarse con nosotros en la frontera entre ambos territorios a las seis.

Había decidido no vender mi moto, tras un breve debate conmigo misma. La devolvería a La Push, donde pertenecía, y ya que no la iba a necesitar más... Bueno, entonces, insistiría en que Sam se la quedase para recompensarle de algún modo por su trabajo. Podría venderla o dársela a un amigo. No me importaba.

Esa noche me pareció una ocasión estupenda para devolver la moto al garaje de Sam. Teniendo en cuenta el modo tan negativo en que consideraba las cosas en esos tiempos, veía en cada día una última oportunidad para todo. No tenía tiempo de dejar nada para mañana, por poco importante que fuera.

Santana simplemente asintió cuando le expliqué lo que quería, pero creí ver una chispa de consternación en sus ojos, y comprendí que a ella no le hacía más feliz la idea de verme montada en una moto que a Charlie.

Le seguí de vuelta a su casa, al garaje donde la había dejado. No fue hasta que aparqué el coche y salí cuando me di cuenta de que la consternación podía no deberse por completo a mi seguridad, al menos esta vez.

Al lado de mi vieja motocicleta, eclipsándola por completo, había otro vehículo. Llamar a este otro vehículo una moto parecía poco apropiado, ya que difícilmente podríamos decir que perteneciera a la misma familia. A su lado, de repente, la mía tenía el aspecto de algo venido a menos.

Era grande, de líneas elegantes, plateada y aunque estaba inmóvil por completo, prometía ser un bólido.

—¿Qué es eso?
—Nada —murmuró Santana.
—Pues nada no es exactamente lo que parece.

La expresión de Santana era indiferente y parecía realmente decidida a hacer caso omiso del tema.

—Bien, no sabía si ibas a perdonar a tu amigo o él a ti, y me pregunté si alguna vez querrías volver a montar en moto. Como parecía ser algo que te hacía disfrutar, pensé que podría ir contigo... si tú quisieras.

Se encogió de hombros.

Examiné aquella hermosa máquina. A su lado, mi moto parecía un triciclo roto. Me asaltó una repentina sensación de tristza cuando pensé que no era una mala comparación si nos fijábamos en el aspecto que yo tenía al lado de mi novia.

—No creo que pueda seguirte el ritmo —murmuré.

Santana puso la mano debajo de mi mentón y me hizo volver el rostro de modo que pudo mirarme de frente. Con un dedo, intentó subirme la comisura de un lado de la boca.

—Seré yo quien me mantenga al tuyo, Britt.
—No te vas a divertir nada.
—Claro que sí, siempre que vayamos juntas.

Me mordí el labio y lo imaginé por un momento.

—Santy, si pensaras que voy demasiado rápido o que pierdo el control de la moto o algo por el estilo, ¿qué harías?

Le vi vacilar. Evidentemente, pretendía dar con la respuesta adecuada, pero yo sabía la verdad: ella se las arreglaría para hallar alguna forma de salvarme antes de que me empotrara contra cualquier obstáculo.

Entonces me sonrió, pareció que lo hacía sin esfuerzo, excepto por el ligero estrechamiento a la defensiva de sus ojos.

—Esto es algo que tiene que ver con Sam. Ahora lo veo.
—Es sólo que, bueno, yo no le hago ir más lento, al menos no mucho, ya sabes. Puedo intentarlo, supongo...

Miré la moto plateada con gesto de duda.

—No te preocupes por eso —contestó Santana y entonces se rió para quitarle hierro al asunto—. Vi cómo la admiraba Quinn. Quizá ha llegado la hora de que descubra una nueva forma de viajar. Después de todo, Rachel ya tiene su Porsche.
—Santy, yo...

Me interrumpió con un beso rápido.

—Te he dicho que no te preocupes, pero ¿harías algo por mí?
—Lo que quieras —le prometí con mucha rapidez.

Me soltó las mejillas y se inclinó sobre el lado más alejado de la gran moto para recoger unos objetos ocultos con los que regresó; uno era negro e informe y otro rojo, fácil de identificar.

—¿Por favor? —me pidió, lanzando aquella sonrisa torcida que siempre destruía mi resistencia.

Cogí el casco rojo, sopesándolo en las manos.

—Voy a tener un aspecto estúpido.
—Qué va, vas a estar estupenda. Tan estupenda como para que no te hagas daño —arrojó la cosa negra, lo que fuera, sobre su brazo y entonces me cogió la cabeza—. Hay cosas entre mis manos en este momento sin las cuales no puedo vivir. Me gustaría que las cuidaras.
—Vale, de acuerdo. ¿Y cuál es la otra cosa? —inquirí con suspicacia.

Se rió y sacudió una especie de chaquetón enguatado.

—Es una cazadora de motorista. Tengo entendido que el azote del aire en la carretera es bastante incómodo, aunque no me hago del todo a la idea.

Me lo tendió. Con un suspiro profundo, recogí el pelo hacia atrás y me ajusté el casco en la cabeza. Después, pasé los brazos por las mangas de la cazadora. Me cerró la cremallera mientras una sonrisa le jugueteaba en las comisuras de los labios y dio un paso hacia atrás.

Me sentí gorda.

—Sé honesta, ¿a que estoy horrible?

Dio otro paso hacia atrás y frunció los labios.

—¿Tan mal? —cuchicheé.
—No, no, Britt. La verdad es que... —parecía buscar la palabra correcta—. Estás... sexy.
—Vale.
—Muy sexy, en realidad.
—Lo estás diciendo de un modo que me lo voy a tener que poner más veces —comenté—, pero no está mal. Llevas razón, queda bien.

Me envolvió con sus brazos y me apretó contra su pecho.

—Eres tonta. Supongo que es parte de tu encanto. Aunque, he de admitirlo, este casco tiene sus desventajas. Y me lo quitó para poder besarme.


Me di cuenta poco después, mientras Santana me llevaba en coche a La Push. La situación me resultaba extrañamente familiar a pesar de que dicha escena jamás se había producido. Tuve que devanarme los sesos antes de poder precisar la fuente del déjá vu.

—¿Sabes a qué me recuerda esto? A cuando Susan me llevaba a casa de Charlie para pasar el verano. Me siento como si tuviere siete años.

Santana se echó a reír.

Preferí no decirlo en voz alta, pero la principal diferencia entre las dos situaciones era que Susan y Charlie estaban en mejores términos.

Al doblar una curva a medio camino de La Push encontramos a Sam reclinado contra un lateral del Volkswagen rojo que se había fabricado con chatarra y piezas sobrantes. Su expresión, cuidadosamente neutra, se disolvió en una sonrisa cuando le saludé desde el asiento delantero del copiloto.

Santana aparcó el Volvo a poco más de veinticinco metros y me dijo:

—Llámame cuando quieras regresar a casa y vendré.
—No tardaré mucho —le prometí.

Ella sacó la moto y mi nueva vestimenta del maletero de su coche. Me había impresionado mucho que cupiera todo, pero claro, las cosas no eran tan difíciles de manejar cuando eres lo bastante fuerte para hacer juegos malabares con una caravana, así que no digamos, con una pequeña motocicleta.

Sam observaba, sin hacer ningún movimiento de acercamiento. Había perdido la sonrisa y la expresión de sus ojos oscuros era inescrutable.

Me puse el casco debajo del brazo y la cazadora sobre el asiento.

—¿Lo tienes todo? —me preguntó.
—Sin problemas —le aseguré.

Suspiró y se inclinó sobre mí. Volví el rostro para recibir un besito de despedida en la mejilla, pero Santana me cogió por sorpresa y apretando los brazos a mi alrededor con fuerza me besó con el mismo ardor con que lo había hecho en el garaje. Enseguida empecé a jadear en busca de aire.

Santana se rió entre dientes por algo y luego me soltó.

—Adiós —se despidió—. ¡Cómo me gusta esa cazadora!

Cuando me volví para irme, creí distinguir un chispazo en sus ojos, algo que se suponía que no debía haber visto. No podría haber dicho con seguridad qué era exactamente. Preocupación, quizá. Por un momento pensé que era pánico, pero lo más seguro es que fueran imaginaciones mías, como, por otro lado, solía ser habitual.

Sentí sus ojos clavados en mi espalda mientras yo empujaba la moto hacia la divisoria invisible del tratado entre vampiros y licántropos hasta llegar a donde me esperaba Sam.

—¿Qué es todo esto? —exigió Sam, con la voz precavida, inspeccionando la moto con una expresión enigmática.
—Pensé que debía devolverla a donde pertenece —le contesté.

Mi anfitrión lo sopesó durante un segundo; después, una gran sonrisa se extendió por su rostro. Supe el momento exacto en que entré en territorio licántropo porque Sam se apartó de su coche y trotó rápidamente hacia mí, cruzando la distancia en tres largas zancadas. Me cogió la moto, apoyó en su pie y después me envolvió en otro abrazo muy estrecho.

Escuché rugir el motor del Volvo y luché por desprenderme él.

—¡Para ya, Sam! —respiré de forma entrecortada, casi sin aire.

Él se echó a reír y me puso de pie. Me volví para despedirme, pero el coche plateado ya casi había desaparecido en la curva de la carretera.

—Estupendo —comenté, dejando que mi voz destilara ácido.

Sus pupilas se dilataron con una expresión de falsa inocencia.

—¿Qué?
—Se ha portado bastante bien con todo esto, no hacía falta forzar la suerte.

Soltó otra risotada más aguda que la anterior. Parecía encontrar muy divertido mi comentario. Intenté verle la gracia mientras él daba la vuelta al Golf para abrirme la puerta.

—Britt —repuso finalmente, todavía riendo entre dientes, mientras la cerraba—, no puedes forzar lo que no tienes.


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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por dianna agron 16 Jue Dic 26, 2013 12:42 am



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Leyendas


—¿Te vas a comer ese perrito caliente? —le preguntó Brody a Sam, con los ojos fijos en el último bocado de la gran pila de alimentos que habían engullido los lobos.

El interpelado se echó hacia atrás, apoyó la espalda en mis rodillas y jugueteó con el perrito ensartado en un gancho de alambre estirado. Las llamas del borde de la hoguera lamían la piel cubierta de ampollas de la salchicha. Lanzó un suspiro y se palmeó el estómago. Yo no sabía cómo aún parecía plano, pues había perdido la cuenta de los perritos calientes devorados a partir del décimo, y eso sin mencionar la bolsa extra grande de patatas ni la botella de dos litros de cerveza sin alcohol.

—Supongo —contestó Sam perezosamente—; tengo el estómago tan lleno que estoy a punto de vomitar, pero creo que podré tragármelo —suspiró otra vez con tristeza—. Sin embargo, no lo voy a disfrutar.

A pesar de que Brody había comido tanto como Sam, le fulminó con la mirada y apretó los puños.

—Tranquilo —Sam rió—. Era broma, Brody. Allá va.

Lanzó el pincho casero a través del círculo de la fogata. Yo esperé que el perrito aterrizara primero en la arena, pero Brody lo cogió con suma destreza por el lado correcto sin dificultad alguna.

Iba a acomplejarme como siguiera saliendo sólo con gente tan hábil y diestra.

—Gracias, tío —repuso Brody, a quien ya se le había pasado su amago de ataque de genio.

El fuego chasqueó y la leña se hundió un poco más sobre la arena. Las chispas saltaron en una repentina explosión de brillante color naranja contra el cielo oscuro. Qué cosa más divertida, no me había dado cuenta de que se había puesto el sol. Me pregunté por primera vez si no se me estaría haciendo demasiado tarde. Habia perdido la noción del tiempo por completo.

Estar en compañía de mis amigos quileute había sido mucho más fácil de lo previsto.

Mi irrupción en la fiesta junto a Sam empezó a preocuparme mientras llevábamos la moto al garaje. Él admitía que lo del casco había sido una gran idea y, arrepentido, sostenía que se le debía haber ocurrido a él. ¿Me considerarían una traidora los hombres lobo? ¿Se enfadarían con mi amigo por llevarme? ¿Estropearía la fiesta?

Pero cuando Sam me condujo por el bosque hacia el punto de encuentro en lo alto de una colina, donde el fuego chisporroteaba más brillante que el cielo oscurecido por las nubes, todo sucedió de la forma más alegre y natural.

—¡Hola, chica vampira! —me saludó Ryder a voces.

Jake dio un salto para chocar los cinco conmigo y besarme en la mejilla. Emily me apretó la mano con fuerza cuando me sentó al lado de Finn y de ella en el suelo de fría piedra.

Aparte de algunas quejas en broma, la mayoría por parte de Brody, sobre que no me pusiera a favor del viento para no inundar todo con la peste a vampiro, me trataron como quien acude a donde pertenece.

No sólo asistían los chicos. Billy también estaba allí, con la silla de ruedas situada en lo que parecía ser el lugar principal del círculo. A su lado, en un asiento plegable, se hallaba el Viejo Jake,, un anciano de aspecto frágil y cabello blanco. Sue, la viuda del amigo de Charlie, Harry, se sentaba en una silla al otro lado; sus dos hijos, Marley y Joe, también se encontraban allí, acomodados en el suelo como todos los demás. Se veía claramente que los tres estaban al tanto del secreto, lo cual me sorprendió. Me dio la impresión de que Sue había ocupado el lugar de su marido en el Consejo por el modo en que le hablaban Billy y el Viejo Jake. ¿Se habrían convertido también sus hijos en miembros de la sociedad más secreta de La Push?

Pensé lo terrible que debía de resultar para Marley sentarse en el círculo junto a Finn y Emily. Su rostro encantador no delataba ningún tipo de emoción, pero no se apartó en ningún momento de las llamas. Al mirar los rasgos perfectos del rostro de Marley, era imposible no compararlos con la cara destrozada de Emily. ¿Qué pensaría Marley de las cicatrices de Emily, ahora que sabía la verdad que se escondía detrás de ellas? ¿Las consideraría alguna especie de justicia?

En el pequeño Joe apenas quedaban ya vestigios de la infancia. Me recordaba mucho a un Sam más joven, con su gran sonrisa de felicidad y su constitución desgarbada y larguirucha. El parecido me hizo sonreír y luego suspirar. ¿Estaba también Joe condenado a sufrir un cambio en su vida tan drástico como el resto de estos chicos? ¿Era éste el motivo por el cual se les había permitido acudir a él y a su familia?

Estaba la manada al completo: Finn con Emily, Brody, Ryder, Jake, y David con Kim, la chica a la que había imprimado.

Kim me causó una excelente impresión. Era estupenda, algo tímida y poco agraciada. Tenía una cara grande, donde destacaban unos pómulos marcados, pero sus ojos eran demasiado pequeños para equilibrar las facciones. La nariz y la boca eran excesivamente grandes para ser considerados bonitos dentro de los cánones convecionales. Su pelo liso y negro se veía fino y ralo al viento que nunca parecía amainar allí, en lo alto del acantilado.

Ésta fue mi primera impresión, pero no volví a encontrar nada feo en ella después de observar durante varias horas el modo en que David la contemplaba.

¡Y cómo la miraba!

Parecía un ciego que viera el sol por primera vez; un coleccionista que acabara de descubrir un nuevo Da Vinci; la madre que ve por primera vez el rostro de su hijo recién nacido.

Sus ojos inquisitivos me hicieron advertir en ella nuevos detalles: su piel reluciente como seda a la luz del fuego, la doble curva de sus labios, el destello de sus dientes blancos en contraste con la negritud de la noche y la longitud de sus pestañas cuando bajaba la mirada al suelo.

Su tez enrojecía algunas veces cuando se encontraba con la mirada emocionada de David e inclinaba los ojos como si se avergonzara, y ella intentaba por todos los medios mantenerlos apartados de él durante el mayor tiempo posible.

Al mirarlos a ambos, sentí que comprendía mejor lo que Sam me había explicado acerca de la imprimación: «Es difícil resistirse a ese nivel de compromiso y adoración».

Kim se estaba quedando dormida apoyada en el pecho de David ya rodeada por sus brazos. Supuse que allí iba a encontrarse muy calentita.

—Se me está haciendo tarde —le cuchicheé a Sam.
—No empieces ya con eso —me replicó él con un hilo de voz, aunque lo cierto es que la mitad de los allí presentes tenía el oído lo bastante agudo como para escucharnos sin problemas—. Ahora viene lo mejor.
—¿Qué va a suceder ahora? ¿Te vas a tragar una vaca entera tú solo?

Sam se rió entre dientes con su risa baja y ronca.

—No. Ése es el número final. No sólo nos hemos reunido para zamparnos lo de una semana entera. Técnicamente, ésta es una reunión del Consejo. Es la primera a la que asiste Jake y él aún no ha oído las historias. Bueno, sí que las ha oído, pero ésta es la primera vez que lo hace sabiendo que son verdad. Eso hará que preste más atención. También es la primera vez de Kim, Joe y Marley.
—¿Historias?

Sam saltó a mi lado donde se acomodó en un pequeño borde rocoso. Me pasó el brazo por el hombro y me habló al oído un poco más bajito.

—Las historias que siempre habíamos considerado leyendas —repuso—. La crónica de cómo hemos llegado a ser lo que somos. La primera es la historia de los espíritus guerreros.

El susurro de Sam fue casi como la introducción. La atmósfera cambió de forma abrupta alrededor de los rescoldos del fuego. Brody y Ryder se enderezaron. David sacudió a Kim con suavidad y la ayudó a erguirse.

Emily sacó un cuaderno de espiral y un bolígrafo. Adquirió el aspecto atento de un estudiante ante una lección magistral. Finn se giró ligeramente a su lado, para quedar frente al Viejo Jake, que estaba al otro lado. De pronto, me di cuenta de que los ancianos del Consejo no eran tres, sino cuatro.

El rostro de Marley era aún una máscara hermosa e inexpresiva, cerró los ojos, y no a causa de la fatiga, sino para concentrarse mejor. Su hermano se inclinó hacia delante para escuchar a sus mayores con interés.

El fuego chasqueó, lanzando otra explosión de chispas brillantes hacia la noche.

Billy se aclaró la garganta y, con voz rica y profunda, comenzó la historia de los espíritus guerreros sin otra presentación que el susurro de su hijo. Las palabras fluyeron con precisión, como si o las supiera de memoria, aunque sin perder por eso ni el sentimiento ni un cierto ritmo sutil, como el de una poesía recitada por su propio autor.

—Los quileute han sido pocos desde el principio —comenzó Billy—. No hemos llegado a desaparecer a pesar de lo escaso de nuestro número porque siempre ha corrido magia por nuestras venas. No siempre fue la magia de la transformación, eso acaeció después, sino que al principio, fue la de los espíritus guerreros.

Nunca antes había sido consciente del tono de majestad que había en la voz de Billy, aunque en ese momento comprendí que esa autoridad siempre había estado allí.

El bolígrafo de Emily corría por las páginas de papel procurando mantener su ritmo.

—En los primeros tiempos, la tribu se estableció en este fondeadero y adquirió gran destreza en la pesca y en la construcción de canoas. El puerto era muy rico en peces y el grupo, pequeño; por ello, pronto hubo quienes codiciaron nuestra tierra, pues éramos pocos para contenerlos. Tuvimos que embarcarnos en las canoas y huir cuando nos atacó una tribu más grande.
»Kaheleha no fue el primer espíritu guerrero, pero no han llegado hasta nosotros las historias acaecidas con anterioridad. No recordamos quién fue el que descubrió este poder ni cómo se usó antes de esta situación crítica. Kaheleha fue el primer Espíritu Jefé de nuestra historia. Él se sirvió de la magia para defender nuestra tierra en aquel trance.
»Él y todos los guerreros dejaron las canoas; no en carne y hueso, pero sí en espíritu. Las mujeres se ocuparon de los cuerpos y las olas y los hombres volvieron a tierra en espíritu.
»No podían tocar físicamente a la tribu enemiga, pero disponían de otras formas de lucha. La tradición detalla que hicieron soplar fuertes vientos sobre el campamento enemigo; el viento aulló de tal modo que los aterrorizó. Las historias también nos dicen que los animales podían ver a los espíritus guerreros y comunicarse con ellos, de modo que ellos los usaron a su antojo.
»Kaheleha desbarató la invasión con su ejército de espíritus. La tribu invasora traía manadas de enormes perros de pelaje espeso que utilizaban para tirar de sus trineos en el helado norte. Los espíritus guerreros volvieron a los canes contra sus amos y luego atrajeron a una inmensa plaga de murciélagos desde las cuevas de los acantilados. También usaron el aullido del viento para ayudar a los perros a causar confusión entre los hombres. Al final, los perros y los murciélagos vencieron. Los invasores supervivientes se dispersaron y consideraron el fondeadero como un lugar maldito a partir de entonces. Los perros se volvieron salvajes cuando fueron liberados por los espíritus guerreros. Los quileute volvieron a sus cuerpos y con sus mujeres, victoriosos.
»Las otras tribus vecinas, la de los hoh y los makah, sellaron tratados de paz con los quileute, porque no querían tenérselas que ver con nuestra magia. Vivimos en paz con ellos. Cuando un enemigo nos atacaba, los espíritus guerreros lo dispersaban.
»Pasaron muchas generaciones hasta la llegada del último Espíritu Jefe, Taha Aki, conocido por su sabiduría y su talante pacífico. La gente vivía dichosa y feliz bajo su cuidado.
»Pero había un hombre insatisfecho: Utlapa.

Un siseo bajo recorrió el círculo alrededor del fuego. Reaccioné tarde y no logré detectar su procedencia. Billy hizo caso omiso al mismo y continuó con la narración.

—Utlapa era uno de los espíritus guerreros más fuertes del jefe Taha Aki, un gran guerrero, pero también un hombre codicioso. Opinaba que nuestra gente debía usar la magia para extender sus territorios, someter a los hoh y los makah y erigir un imperio.
»Empero, los guerreros compartían los pensamientos cuando eran espíritus, por lo que Taha Aki tuvo conocimiento de la ambición de Utlapa, se encolerizó con él, le desterró y le ordenó no convertirse en espíritu otra vez. Utlapa era fuerte, pero los guerreros del jefe le superaban en número, así que no le quedó otro remedio que irse. El exiliado, furioso, se escondió en el bosque cercano a la espera de una oportunidad para vengarse del jefe.
»El Espíritu Jefe estaba alerta para proteger a su gente incluso en tiempos de paz. Con tal propósito, frecuentaba un recóndito lugar sagrado en las montañas en el que abandonaba su cuerpo para recorrer los bosques y la costa y así cerciorarse de que no había ningún peligro.
»Un día, Utlapa le siguió cuando Taha Aki se marchó a cumplir con su deber. Al principio, sólo planeaba matarle, pero aquello tenía desventajas. Lo más probable sería que los espíritus guerreros le buscaran para acabar con él y le alcanzaran antes de que lograra escapar. Mientras se escondía entre las rocas observando cómo se preparaba el jefe para abandonar su cuerpo, se le ocurrió otro plan.
»Taha Aki abandonó su cuerpo en el lugar sagrado y voló con el viento para cuidar de su pueblo. Utlapa esperó hasta asegurarse de que el espíritu del jefe se había alejado una cierta distancia.
»Taha Aki supo el momento exacto en que Utlapa se le unió en el mundo de los espíritus y también se percató de sus propósitos homicidas. Volvió a toda velocidad hacia el lugar sagrado, pero incluso los vientos fueron incapaces de ir lo bastante rápido para salvarle. A su regreso, su cuerpo se había marchado ya y el de Utlapa yacía abandonado, pero su enemigo no le había dejado ninguna vía de escape, porque había cortado su propia garganta con las manos de Taha Aki.
»El Espíritu Jefe siguió a su cuerpo mientras bajaba la montaña e increpó a Utlapa, pero éste le ignoró como si no fuera más que viento.
»Taha Aki presenció con desesperación cómo Utlapa usurpaba su puesto como jefe de los quileute. Lo único que hizo el traidor durante las primeras semanas fue cerciorarse de que nadie descubría su impostura. Luego, empezaron los cambios, porque el primer edicto de Utlapa consistió en prohibir a todos los guerreros entrar en el mundo de los espíritus. Alegó que había tenido la visión de un peligro, pero lo cierto era que estaba asustado. Sabía que Taha Aki estaría esperando el momento de contar su historia. Utlapa también temía entrar en el mundo de los espíritus, sabiendo que en ese caso, Taha Aki reclamaría su cuerpo rápidamente. Así pues, sus sueños de conquista con un ejército de espíritus guerreros eran imposibles, por lo que se contentó con gobernar la tribu. Se convirtió en un estorbo, siempre a la búsqueda de privilegios que Taha Aki jamás había reclamado, rehusando trabajar codo a codo con los demás guerreros, y tomando otra esposa joven, la segunda, y después una tercera, a pesar de que la primer esposa de Taha Aki aún vivía, algo que nunca se había visto en la tribu. El Espíritu Jefe lo observaba todo con rabia e impotencia.
»Hubo un momento en que incluso Taha Aki quiso matar su propio cuerpo para salvar a la tribu de los excesos de Utlapa. Hizo bajar a un lobo fiero de las montañas, pero el usurpador se escondió detrás de sus guerreros. Cuando el lobo mató a un joven que estaba protegiendo al falso jefe, Taha Aki sintió una pena terrible, y por eso, ordenó al lobo que se marchara.
»Todas las historias nos dicen que no era fácil ser un espíritu guerrero. Liberarse del propio cuerpo resultaba más aterrador que excitante y ése es el motivo por el que reservaban el uso de la magia para los tiempos de necesidad. Los solitarios viajes de vigilia del jefe habían sido siempren una molestia y un sacrificio, ya que estar sin cuerpo desorientaba y era una experiencia horrible e incómoda. Taha Aki llevaba ya tanto tiempo fuera de su cuerpo que llegó a estar al borde de la agonía. Se sentía maldito y creía que, atrapado para siempre en el martirio de esa nada, jamás podría cruzar a la tierra del más allá, donde le esperaban los ancestros.
»El gran lobo siguió al espíritu del jefe a través de los bosques mientras se retorcía y se contorsionaba en su sufrimiento. Era un animal muy grande y bello entre los de su especie. De pronto, el jefe sintió celos del estúpido lobo que, al menos, tenía un cuerpo y una vida. Incluso una existencia como animal sería mejor que esa horrible conciencia de la nada.
»Y entonces, Taha Aki tuvo la idea que nos hizo cambiar a todos. Le rogó al gran lobo que le hiciera sitio en su interior para compartir su cuerpo y éste se lo concedió. Taha Aki entró en el cuerpo de la criatura con alivio y gratitud. No era su cuerpo humano, pero resultaba mejor que la incorporeidad del mundo de los espíritus.
»El hombre y el lobo regresaron al poblado del puerto formando un solo ser. La gente huyó despavorida y reclamó a gritos la presencia de los guerreros, que acudieron a enfrentarse a la bestia con sus lanzas. Utlapa, por supuesto, permaneció escondido y a salvo.
»Taha Aki no atacó a sus guerreros. Retrocedió lentamente ante ellos, hablándoles con los ojos e intentando aullar las canciones de su gente. Los guerreros comenzaron a darse cuenta de que no era un animal corriente y que lo poseía un espíritu. Un viejo luchador, de nombre Yut, decidió desobedecer la orden del falso jefe e intentó comunicarse con el lobo.
»Tan pronto como Yut cruzó al mundo de los espíritus, Taha Aki dejó al lobo, el animal esperó obedientemente su regreso, para hablar con él. Yut comprendió la verdad al instante y dio la bienvenida al verdadero jefe a su casa.
»En este momento, Utlapa apareció para ver si habían derrotado al carnívoro. Cuando descubrió que Yut yacía sin vida en el suelo, rodeado por los guerreros que le protegían, se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Sacó su cuchillo y corrió a matar a Yut antes de que pudiera regresar a su cuerpo.
»—¡Traidor! —exclamó, y los guerreros no supieron qué hacer. El jefe había prohibido los viajes astrales y a él correspondía administrar el castigo a quienes desobedecían.
»Yut saltó dentro de su cuerpo, pero Utlapa tenía ya el cuchillo en su garganta y le había cubierto la boca con una mano. El cuerpo de Taha Aki era fuerte y Yut estaba debilitado por la edad, así que no pudo decir ni una palabra para avisar a los otros antes de que Utlapa lo silenciara para siempre.
»Taha Aki observó cómo el espíritu de Yut se deslizaba hacia las tierras del más allá, que le estaban vedadas por toda la eternidad. Le abrumó una ira superior a cualquier otro sentimiento que había experimentado hasta ese momento. Volvió al cuerpo del gran lobo con la intención de desgarrar la garganta de Utlapa pero, en cuanto se unió a la bestia, acaeció un gran acontecimiento mágico.
»La ira de Taha Aki era la de un hombre, el amor que profesaba por su gente y el odio por su opresor fueron emociones demasiado humanas, demasiado grandes para el cuerpo del animal, así que éste se estremeció y Utlapa se transformó en un hombre ante los ojos de los sorprendidos guerreros.
»El nuevo hombre no tenía el mismo aspecto que el cuerpo de Taha Aki, sino que era mucho más glorioso: la interpretación en carne del espíritu de Taha Aki. Los guerreros le reconocieron al momento, porque ellos habían volado con el espíritu de Taha Aki.
«Utlapa intentó huir, pero el nuevo Taha Aki tenía la fuerza de un lobo, por lo que capturó al suplantador y aplastó el espíritu dentro de él antes de que pudiera salir del cuerpo robado.
»La gente se alegró al comprender lo ocurrido. Taha Aki rápidamente puso todas las cosas en su sitio, trabajando otra vez con su gente y devolviendo de nuevo a las esposas con sus familias. El único cambio que mantuvo fue el fin de los viajes espirituales, sabedor de su peligro ahora que ya existía la idea de robar vidas con ellos. No hubo más espíritus guerreros.
»Desde entonces en adelante, Taha Aki fue más que un lobo o un hombre. Le llamaron Taha Aki, el Gran Lobo, o Taha Aki, el Hombre Espíritu. Lideró la tribu durante muchos, muchos años, porque no envejecía. Cuando amenazaba algún peligro, volvía a adoptar su forma de lobo para luchar o asustar al enemigo, y así la tribu vivió en paz. Taha Aki tuvo una prolífica descendencia y muchos de sus hijos, al llegar la edad de convertirse en hombres, también se convertían en lobos. Todos los lobos eran diferentes entre sí, porque eran espíritus lobo y reflejaban al hombre que llevaban dentro.

—Por eso Finn es negro del todo —murmuró Jake entre dientes, sonriendo—. Corazón negro, pelaje negro.

Yo estaba tan inmersa en la historia que fue un shock regresar a la realidad, al círculo en torno a las llamas agonizantes. Con sorpresa, me di cuenta de que el círculo se componía de los tataranietos de los tataranietos de los tataranietos de Taha Aki. O más aún. A saber cuántas generaciones habrían pasado.

El fuego arrojó una lluvia de chispas al cielo, donde temblaron y bailaron, adquiriendo formas casi indescifrables.

—¿Y qué es lo que refleja tu pelambrera de color chocolate? —respondió Finn a Jake entre susurros—. ¿Lo dulce que eres?

Billy ignoró sus bromas.

—Algunos de sus hijos se convirtieron en los guerreros de Taha Aki y tampoco envejecieron. Otros se negaron a unirse a la manada de hombres lobo porque les disgustaban las transformaciones, y éstos sí envejecían. Con los años, la tribu descubrió que los licántropos podían hacerse ancianos como cualquiera si abandonaban sus espíritus lobo. Taha Aki vivió el mismo periodo de tiempo que tres hombres. Se casó con una tercera mujer después de que murieran otras dos y encontró en ella la verdadera compañera de su espíritu, y aunque también amó a las otras dos, con ésta experimentó un sentimiento más intenso. Así que decidió abandonar a su espíritu lobo para poder morir con ella.
»Y así fue como llegó a nosotros la magia, aunque no es el final de la historia...

Miró al anciano Jake, que cambió de postura en su silla y estiró sus frágiles hombros. Billy bebió de una botella de agua y se secó la frente. El bolígrafo de Emily no paró y continuó garabateando furiosamente en el papel.

—Esa fue la historia de los espíritus guerreros —comenzó el Viejo Jake con su aguda voz de tenor—. Y ésta es la historia del sacrificio de la tercera esposa.
«Muchos años después de que Taha Aki abandonara su espíritu lobo, cuando había alcanzado la edad provecta, estallaron problemas en el norte con los makah a causa de la desaparición de varias jóvenes de su tribu. Los makah culpaban de ello a los lobos vecinos, a los que temían y de los que desconfiaban. Los hombres lobo podían acceder al pensamiento de los demás mientras estaban en forma lupina, del mismo modo que sus ancestros cuando adquirían su forma de espíritu, por lo que sabían que ninguno de ellos estaba involucrado. Taha Aki intentó tranquilizar al jefe de los makah, pero había demasiado miedo. Él no quería arriesgarse a una lucha, pues ya no era un guerrero en condiciones de llevar a la tribu al combate. Por eso, encomendó a su hijo lobo Taha Wi, el mayor, la tarea de descubrir al verdadero culpable antes de que se desataran las hostilidades.
»Taha Wi emprendió una búsqueda por las montañas con cinco lobos de su manada en pos de cualquier evidencia de las desaparecidas. Hallaron algo totalmente novedoso: un extraño olor dulzón en el bosque que les quemaba la nariz hasta el punto de hacerles daño.

Me encogí un poco al lado de Sam. Vi cómo una de las comisuras de sus labios se torcía en un gesto de sonrisa y su brazo se tensó a mi alrededor.

—No conocían a ninguna criatura que dejara semejante hedor, pero lo rastrearon igualmente —continuó el Viejo Jake. Su voz temblorosa no tenía la majestad de la de Billy, pero sí un extraño tono afilado, urgente, feroz. Se me aceleró el pulso conforme sus palabras adquirieron velocidad—. Encontraron débiles vestigios de fragancia y sangre humanas a lo largo del rastro. Estaban convencidos de seguir al enemigo adecuado.
»El viaje les llevó tan al norte que Taha Wi envió de vuelta al puerto a la mitad de la manada, a los más jóvenes, para informar a Taha Aki.
»Taha Wi y sus dos hermanos nunca regresaron.
»Los más jóvenes buscaron a sus hermanos mayores, pero sólo hallaron silencio. Taha Aki lloró a sus hijos y deseó vengar su muerte, pero ya era un anciano. Vistió sus ropas de duelo y acudió en busca del jefe de los makah para contarle lo acaecido. El jefe makah creyó en la sinceridad de su dolor y desaparecieron las tensiones entre las dos tribus.
»Un año más tarde, desaparecieron de sus casas dos jóvenes doncellas makah en la misma noche. Los makah llamaron a los lobos quileute rápidamente, que descubrieron el mismo olor dulzón por todo el pueblo. Los lobos salieron de caza de nuevo.
»Sólo uno regresó. Era Yaha Uta, el hijo mayor de la tercera esposa de Taha Aki, y el más joven de la manada. Se trajo con él algo que los quileute jamás habían visto antes, un extraño cadáver pétreo y frío despedazado. Todos los que tenían sangre de Taha Aki, incluso aquellos que nunca se habían transformado en lobos, aspiraron el olor penetrante de la criatura muerta. Este era el enemigo de los makah.
»Yaha Uta contó su aventura: sus hermanos y él encontraron a la criatura con apariencia de un hombre, pero duro como el granito, con las dos chicas makah. Una ya estaba muerta en el suelo, pálida y desangrada. La otra estaba en los brazos de la criatura, que mantenía la boca pegada a su garganta. Quizá aún vivía cuando llegaron a la espantosa escena, pero aquel ser rápidamente le partió el cuello y tiró el cuerpo sin vida al suelo mientras ellos se aproximaban. Tenía los labios blancos cubiertos de sangre y los ojos le brillaban rojos.
»Yaha Uta describió la fuerza y la velocidad de la criatura. Uno de sus hermanos se convirtió muy pronto en otra víctima al subestimar ese vigor. La criatura le destrozó como a un muñeco. Yaha Uta y su otro hermano fueron más cautos y atacaron en equipo, mostrando una mayor astucia al acosar a la criatura desde dos lados distintos. Tuvieron que llegar a los límites extremos de su velocidad y fuerza lobuna, algo que no habían tenido que probar hasta ese momento. Aquel ser era duro como la piedra y frío como el hielo. Se dieron cuenta de que sólo le hacían daño sus dientes, por lo que en el curso de la lucha fueron arrancándole trozos de carne a mordiscos.
»Pero la criatura aprendía rápido y pronto empezó a responder a sus maniobras. Consiguió ponerle las manos encima al hermano de Yaha Uta y éste encontró un punto indefenso en la garanta del ser de hielo, y lo atacó a fondo. Sus dientes le arrancaron la cabeza, pero las manos del enemigo continuaron destripando a su hermano.
»Yaha Uta despedazó a la criatura en trozos irreconocibles y los arrojó a su alrededor en un intento desesperado de salvar a su hermano. Fue demasiado tarde, aunque al final logró destruirla.
»O eso pensó al menos. Yaha Uta llevó los restos que quedaron para que fueran examinados por los ancianos. Una mano cortada estaba al lado de un trozo del brazo granítico de la criatura. Las dos piezas entraron en contacto cuando los ancianos las movieron con palos y la mano se arrastró hacia el brazo, intentando unirse de nuevo.
»Horrorizados, los ancianos incineraron los restos. El aire se contaminó con una gran nube de humo asfixiante y repulsiva. Cuando sólo quedaron cenizas, las dividieron en pequeñas bolsitas y las esparcieron muy lejos y separadas unas de otras, algunas en el océano, otras en el bosque, el resto en las cavernas del acantilado. Taha Aki anudó una bolsita alrededor de su cuello, con la finalidad de poder dar la alarma en caso de que la criatura intentara rehacerse de nuevo.

El Viejo Jake hizo una pausa y miró a Billy, que alzó una cuerda de cuero anudada a su cuello de cuyo extremo pendía una bolsita renegrida por el paso del tiempo. Varios oyentes jadearon. Probablemente yo fui una de ellas.

—Le llamaron el Frío, el bebedor de sangre, y vivieron con el miedo de que no estuviera solo pues la tribu contaba únicamente con un lobo protector, el joven Yaha Uta.
»Enseguida salieron de dudas. La criatura tenía una compañera, otra bebedora de sangre, que vino a las tierras de los quileute clamando venganza.
»Las historias sostienen que la Mujer Fría era la criatura más hermosa que habían visto los ojos humanos. Parecía una diosa del amanecer cuando entró en el pueblo aquella mañana; el sol brilló de pronto e hizo resplandecer su piel blanca y el cabello dorado que flotaba hasta sus rodillas. Tenía una belleza mágica, con los ojos negros y el rostro pálido. Algunos cayeron de rodillas y la adoraron.
»Pidió algo en una voz alta y penetrante, en un idioma que nadie había escuchado antes. La gente se quedó atónita sin saber qué contestarle. No había nadie del linaje de Taha Aki entre los testigos, salvo un niño pequeño. Este se colgó de su madre y gritó que el olor de la aparición le quemaba la nariz. Uno de los ancianos, que iba de camino hacia el Consejo, escuchó al muchacho y se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Ordenó la huida a voz en grito. Ella le mató a él en primer lugar.
»Sólo sobrevivieron dos de los veinte testigos de la llegada de la Mujer Fría, y ello gracias a que la sangre la distrajo e hizo una pausa en la matanza para saciar su sed. Esos dos supervivientes corrieron hacia donde estaba Taha Aki, sentado en el Consejo con los otros ancianos, sus hijos y su tercera esposa.
»Yaha Uta se transformó en lobo en cuanto oyó las noticias y se fue solo para destruir a la bebedora de sangre. Taha Aki, su tercera esposa, sus hijos y los ancianos le siguieron.
»Al principio no encontraron a la criatura, sólo los restos de su ataque: cuerpos rotos, desangrados, tirados en el camino por el que había llegado. Entonces, oyeron los gritos y corrieron hacia el puerto.
»Un puñado de quileutes había corrido hacia las canoas en busca de refugio. Ella nadó hacia ellos como un tiburón y rompió la proa de la embarcación con su fuerza prodigiosa. Cuando la canoa se fue a pique, atrapó a quienes intentaban apartarse a nado y los mató también.
»Se olvidó de los nadadores que se daban a la fuga cuando atisbo al gran lobo en la playa. Nadó tan deprisa que se convirtió en un borrón y llegó, mojada y gloriosa, a enfrentarse con Yaha Uta. Le señaló con un dedo blanco y le preguntó algo incomprensible. Yaha Uta esperó.
»Fue una lucha igualada. Ella no era un guerrero como su compañero, pero Yaha Uta estaba solo y nadie pudo distraerla de la furia que concentró en él.
«Cuando Yaha Uta fue vencido, Taha Aki gritó desafiante. Calló hacia delante y se transformó en un lobo anciano, de hocico blanco. Estaba viejo, pero era Taha Aki, el Hombre Espíritu, y la ira le hizo fuerte. La lucha comenzó de nuevo.
»La tercera esposa de Taha Aki acababa de ver morir a su hijo. Ahora era su marido el que luchaba y ella había perdido la esperanza de que venciera. Había escuchado en el Consejo cada palabra pronunciada por los testigos de la matanza. Había oído la historia de la primera victoria de Yaha Uta y sabía que su difunto hijo triunfó en aquella ocasión gracias a la distracción causada por su hermano.
»La tercera esposa tomó un cuchillo del cinturón de uno de los hijos que estaban a su lado. Todos eran jóvenes, aún no eran hombres, y ella sabía que morirían cuando su padre perdiera.
»Corrió hacia la Mujer Fría con la daga en alto. Ésta sonrió, sin distraerse apenas de la lucha con el viejo lobo. No temía ni a la débil humana ni al cuchillo, que apenas le arañaría la piel. Estaba dispuesta ya a descargar el golpe de gracia sobre Taha Aki.
»Y entonces la tercera esposa hizo algo inesperado. Cayó de rodillas ante la bebedora de sangre y se clavó el cuchillo en el corazón.
»La sangre borbotó entre los dedos de la tercera esposa y salpicó a la Mujer Fría, que no pudo resistir el cebo de la sangre fresca que abandonaba el cuerpo de la mujer agonizante, y de modo instintivo, se volvió hacia ella, totalmente consumida durante un segundo por la sed.
»Los dientes de Taha Aki se cerraron en torno a su cuello.
»Ese no fue el final de la lucha, ya que ahora Taha Aki no estaba solo. Al ver morir a su madre, dos de sus jóvenes hijos sintieron tal ira que brotaron de ellos sus espíritus lobo, aunque todavía no eran hombres. Consiguieron acabar con la criatura, junto con su padre.
»Taha Aki jamás volvió a reunirse con la tribu. Nunca volvió a convertirse en hombre. Permaneció echado todo un día al lado del cuerpo de la tercera esposa, gruñendo cada vez que alguien intentaba acercársele, y después se fue al bosque para no regresar jamás.
»Apenas hubo problemas con los fríos a partir de aquel momento. Los hijos de Taha Aki protegieron a la tribu hasta que sus propios hijos alcanzaron la edad necesaria para ocupar su lugar. Nunca hubo más de tres lobos a la vez, porque ese número era suficiente. Algún bebedor de sangre aparecía por estas tierras de vez en cuando, pero caían víctimas de la sorpresa, ya que no esperaban a los lobos. Alguna vez moría algún protector, pero nunca fueron diezmados como la primera vez, pues habían aprendido a luchar contra los fríos y se transmitieron el conocimiento de unos a otros, de mente a mente, de espíritu a espíritu, de padre a hijo.
»El tiempo pasó y los descendientes de Taha Aki no volvieron a convertirse en lobos cuando alcanzaban la hombría. Los lobos sólo regresaban en momentos esporádicos, cuando un frío aparecía cerca. Los fríos venían de uno en uno o en parejas y la manada continuó siendo pequeña.
«Entonces, apareció un gran aquelarre y nuestros propios tatarabuelos se prepararon para luchar contra ellos. Sin embargo, el líder habló con Ephraim Evans como si fuera un hombre y le prometió no hacer daño a los quileute. Sus extraños ojos amarillos eran la prueba de que ellos no eran iguales a los otros bebedores de sangre. Superaban en número a los lobos, así que no había necesidad de que los fríos ofrecieran un tratado cuando podían haber ganado la lucha. Ephraim aceptó. Permanecieron fieles al pacto, aunque su presencia sirvió de atracción para que vinieran otros.
»El aumento del aquelarre forzó a que la manada fuera la mayor que la tribu había visto jamás —continuó el Viejo Jake y durante un momento sus ojos negros, casi enterrados entre las arrugas de la piel que los rodeaban, parecieron pararse en mí—, excepto, claro, en los tiempos de Taha Aki —luego, suspiró—. Y así los hijos de la tribu otra vez cargan con la responsabilidad y comparten el sacrificio que sus padres soportaron antes que ellos.

Se hizo un profundo silencio que se alargó un rato. Los descendientes vivos de la magia y la leyenda se miraron unos a otros a través del fuego con los ojos llenos de tristeza. Todos menos uno.

—Responsabilidad —resopló en voz baja—. A mí me parece guay —el grueso labio inferior de Jake sobresalía un poco.

Al otro lado del fuego, Joe, cuyos ojos estaban dilatados por el halago de pertenecer a la hermandad de protectores de la tribu, asintió, plenamente de acuerdo.

Billy rió entre dientes durante unos momentos y la magia pareció desvanecerse entre las brasas resplandecientes. De pronto, sólo había un círculo de amigos y nada más. David le tiró una piedrecilla a Jake y todo el mundo se rió cuando éste se sobresaltó. El murmullo de las conversaciones en voz baja se extendió alrededor, lleno de bromas y con naturalidad.

Marley mantuvo los ojos cerrados. Me pareció ver brillar en su mejilla algo parecido a una lágrima, pero ya no había nada cuando volví a mirarla un momento después.

Ni Sam ni yo hablamos. Él permanecía absolutamente inmóvil a mi lado; su respiración era tan profunda y regular que creí que estaba a punto de dormirse.

Mi mente estaba a miles de años de allí. No pensaba en Yaha Uta ni en los otros lobos ni en la hermosa Mujer Fría, ya que podía imaginármela con mucha claridad. No, mi mente buscaba algo totalmente alejado de la magia. Estaba intentando imaginarme el rostro de la mujer sin nombre, la que había salvado a toda la tribu, la tercera esposa.

Se trataba de una simple mortal sin poderes especiales ni ningún otro don. Era más débil que cualquiera de los otros monstruos que poblaban la historia, pero ella había sido la clave, la solución. Había salvado a su marido, a sus hijos, a la tribu.

Me hubiera gustado que recordaran su nombre...

Alguien me sacudió el brazo.

—Eh, vamos, Brit —me dijo Sam al oído—. Regresa.

Parpadeé y busqué el fuego, que parecía haber desaparecido. Miré hacia la inesperada oscuridad, intentando ver a mi alrededor. Tardé casi un minuto en darme cuenta de que ya no estábamos en los acantilados. Sam y yo nos hallábamos solos. Todavía estaba reclinada contra su hombro, pero no en el suelo.

¿Cómo había llegado al coche de Sam?

—Ay, cielos —respiré entrecortadamente cuando me di cuenta de que me había quedado dormida—. ¿Qué hora es? Maldita sea, ¿dónde he guardado ese estúpido móvil?

Palmeé mis bolsillos, frenética, y no había nada en ellos.

—Calma, aún no es medianoche y ya le he llamado yo. Mira, te está esperando.
—¿Medianoche? —repetí de manera estúpida, todavía desorientada. Miré hacia la oscuridad y se me aceleró el pulso cuando entrevi la forma del Volvo, a unos veintitantos metros. Alcé la mano hacia la manilla.
—Toma —dijo Sam mientras depositaba un objeto pequeño en la palma de mi otra mano. Era el móvil.
—¿Has llamado a Santana en mi lugar?

Mis ojos ya se habían acostumbrado lo suficiente a la oscuridad para ver el repentino relumbrar de la sonrisa de mi amigo.

—Supuse que podría pasar un rato más contigo si jugaba bien mis cartas.
—Gracias, Sam —repuse, emocionada—. Te lo agradezco de verdad, y también por haberme invitado esta noche. Ha sido... —me faltaban palabras—. Guau, ha sido algo realmente especial.
—Y eso que no te has quedado para ver cómo me tragaba una vaca entera —se echó a reír—. Sí, me alegro de que te haya gustado. Ha sido... estupendo para mí. El tenerte aquí, me refiero.

Atisbé un movimiento en la lejanía, donde parecía pasear una especie de espectro cuya blancura se recortaba contra los árboles oscuros.

—Vaya, no es tan paciente, ¿a que no? —comentó Sam, notando mi distracción—. Vete ya, pero vuelve pronto, ¿vale?
—Seguro, Samy —le prometí, abriendo el coche. El aire frío me recorrió las piernas y me hizo temblar.
—Duerme bien, Britt. No te preocupes por nada. Estaré vigilándote toda la noche. Me paré, con un pie ya en el suelo.
—No, samy. Descansa un poco. Estaré bien.
—Vale, vale —repuso, pero sonó más paternal que otra cosa.
—Buenas noches, Sam. Gracias.
—Buenas noches, Britt —me susurró, mientras yo me apresuraba a través de la oscuridad.

Santana me recogió en la divisoria.

—Britt —había un considerable alivio en su voz cuando sus brazos me ciñeron apretadamente.
—Hola. Siento llegar tan tarde. Me quedé dormida y...
—Lo se. Sam me lo explicó —avanzó hacia el coche y yo me tambalee rígidamente a su lado— ¿Estas cansada? Puedo llevarte en brazos.
—Estoy bien.
—Voy a llevarte a casa para acostarte. ¿Te lo has pasado bien?
—Si ha sido sorprendente, Santy. Me habría gustado que huvieras venido. No encuentro palabras para explicarlo. El padre de Sam nos contó las viejas leyendas y fue algo… algo mágico.
—Ya me lo contaras, pero después de que hayas dormido.
—No me acordaré de todo —le contesté; bostecé abriendo mucho la boca.

Santana se rió entre dientes. Me abrió la puerta, me sentó en el asento y me puso el cinturón de seguridad.

Unas brillantes luces se encendieron de súbito y nos barrieron. Saludé hacia las luces delanteras del coche, pero no supe si sam había visto mis gestos.


Mi padre causó menos problemas de los esperados gracias a que Sam también le había telefoneado. Tras desearle buenas noches a Charlie, me apoyé junto a la ventana mientras esperaba a Santana. La noche era sorprendentemente fría, casi invernal. No me había dado cuenta de esto en los acantilados ventosos; supongo que tuvo más que ver con estar sentada al lado de Sam que con el fuego.

Me salpicaron gotitas heladas en la cara cuando empezó a caer la lluvia.

Estaba demasiado oscuro para distinguir otra cosa que los conos oscuros de los abetos inclinándose y meciéndose al ritmo de los hostigos del viento, pero de todos modos forcé la vista en busca de otras formas en la tormenta. Una silueta pálida, que se movía como un fantasma en la oscuridad... o quizás el contorno borroso de un enorme lobo, pero mis ojos eran demasiado débiles.

Entonces, hubo un repentino movimiento en la noche, justo a mi lado. Santana se deslizó a través de la ventana abierta. Tenía las manos más frías que la lluvia.

—¿Está Sam ahí fuera? —le pregunté, temblando cuando Sam me acercó al abrigo de sus brazos.
—Sí, en alguna parte. Y Emma va de camino a casa.

Suspiré.

—Hace mucho frío y caen chuzos de punta. Esto es una tontería.

Me estremecí de nuevo y ella se rió entre dientes.

—Sólo tú tienes frío, Britt.

Esa noche también hizo frío en mis sueños, quizá porque dormí en los brazos de Santana, pero soñé que estaba a la intemperie, bajo la tormenta, el viento me sacudía el pelo contra la cara hasta cegarme. Permanecía en la costa en forma de media luna de la playa Primera, intentando distinguir las formas que se movían con tal rapidez que apenas podía verlas en la oscuridad y desde la orilla. Al principio, no apreciaba más que los destellos de relámpagos negros y blancos que se lanzaba unos contra otros, como en una danza, hasta que entonces, como si la luna hubiera aparecido súbitamente entre las nubes, pude verlo todo.

Kitty, con dorada melena empapada y colgando hasta la parte de atrás de sus rodillas, arremetía contra un lobo enorme, de hocico plateado, que instintivamente reconocí como perteneciente a Billy Evans.

Eché a correr, pero lo único que conseguí fue ese frustrante movimiento lento y pausado tan propio de los sueños. Intenté gritarles, decirles que se detuvieran, pero el viento me privó de la voz y no logré proferir ningún sonido. Sacudí los brazos en alto, esperando captar su atención. Algo relampagueó a mi lado y me di cuenta por primera vez de que mi mano derecha no estaba vacía.

Llevaba un afilado cuchillo largo, antiguo y de color plateado, con manchas de sangre seca y ennegrecida.

Solté el cuchillo y abrí los ojos de golpe en la tranquila oscuridad de mi dormitorio. Lo primero de lo que me percaté era que no estaba sola y me volví para enterrar el rostro en el pecho de Santana, sabiendo que el dulce olor de su piel sería el mejor remedio contra la pesadilla.

—¿Te he despertado? —murmuró ella. Hubo un sonido de papel, el de páginas de un libro abierto y luego un ligero golpe sordo como si algo se hubiera caído al suelo de parqué.
—No —cuchicheé, suspirando contenta cuando sus brazos se apretaron a mi alrededor—. He tenido un mal sueño.
—¿Quieres contármelo?

Sacudí la cabeza.

—Estoy muy cansada. Quizá mañana por la mañana..., si me acuerdo.

Le sentí estremecerse con una risa silenciosa.

—Por la mañana —asintió.
—¿Qué estás leyendo? —pregunté, aún adormilada.
—Cumbres borrascosas —contestó ella.

Fruncí el ceño medio en sueños.

—Creía que no te gustaba ese libro.
—Lo has dejado aquí olvidado —susurró ella; su dulce voz me acunaba, llevándome de nuevo a la inconsciencia—. Además, cuanto más tiempo paso contigo, mejor comprendo las emociones humanas. Estoy descubriendo que simpatizo con Heathcliff de un modo que antes no creí posible.
—Aja —farfullé.

Dijo algo más, algo en voz baja, pero ya estaba dormida.

La mañana siguiente amaneció de color gris perla y muy tranquila. Santana me preguntó por mi sueño, pero no podía precisarlo con exactitud. Sólo recordaba el frío y mi alegría de tenerle allí cuando me desperté. Me besó durante mucho rato, tanto que se me disparó el pulso, antes de irse a casa para cambiarse de ropa y recoger el coche.

Me vestí con rapidez, aunque no tenía mucho donde elegir. Quienquiera que hubiera saqueado mi cesta de la ropa, había dejado mi vestuario bastante perjudicado. Estaría muy enfadada si el hecho no fuera tan aterrador.

Estaba a punto de bajar a desayunar cuando noté mi baqueteado volumen de Cumbres borrascosas abierto en el suelo, donde Santana lo había dejado caer por la noche manteniéndose abierto por el sitio donde se había quedado leyendo, ya que la encuadernación había cedido.

Lo recogí con curiosidad mientras procuraba recordar sus palabras sobre la simpatía que sentía por Heathcliff por encima de los demás personajes. Se me antojaba imposible; quizá lo había soñado.

Habia tres palabras que captaron mi atención en la página por la que estaba abierto el volumen e incliné la cabeza para leer el párrafo con más atención. Hablaba Heathcliff y conocía bien el pasaje.


Y ahí es donde se puede ver la diferencia entre nuestros sentimientos: si él estuviera en mi lugar y yo en el suyo, aunque le aborreciera con un odio que convirtiera mi vida en hiél, nunca habría levantado la mano contra él. ¡Puedes poner cara de incredulidad si quieres! Yo nunca podría haberle apartado de ella, al menos mientras ella lo hubiera querido así. Mas en el momento en que perdiera su estima, ¡le habría arrancado el corazón y me habría bebido su sangre! Sin embargo, hasta entonces, y si no me crees es que no me conoces, hasta entonces, ¡preferiría morir con certeza antes que tocarle un solo pelo de la cabeza!


Las tres palabras que captaron mi atención fueron «beber su sangre».

Me estremecí.

Sí, seguramente había soñado que Santana había dicho algo positivo sobre Heathcliff. Y lo más probable es que esta página no fuera la que había estado leyendo. El libro podría haber caído abierto por cualquier hoja.


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dianna agron 16
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El mundo de Brittany

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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por dianna agron 16 Jue Dic 26, 2013 3:07 am

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Tiempo


—He visto... —Rachel comenzó en tono ominoso. Santana le dio un codazo en las costillas que ella esquivó limpiamente.
—Vale —refunfuñó—. Es Santana la que quiere que lo haga, pero intuyo que te encontrarás en más dificultades si soy yo quien te da la sorpresa.

Caminábamos hacia el coche después de clase y yo no tenía la menor idea de a qué se refería.

—¿Y por qué no me lo dices en cristiano? —requerí.
—No te comportes como una niña. Sin rabietas, ¿eh?
—Creo que me estás asustando.
—Tú..., bueno, todos nosotros, vamos a tener una fiesta de graduación. Nada del otro mundo ni que deba preocuparte lo más mínimo, pero he visto que te iba a dar un ataque si intentaba hacer una fiesta sorpresa —ella bailoteó de un lado a otro mientras Santana intentaba atraparla para despeinarla—. Y Santy ha dicho que te lo debía decir, pero no será nada, te lo prometo.

Suspiré profundamente.

—¿Serviría de algo que intentara discutir?
—En absoluto.
—De acuerdo, Rach. Iré, y odiaré cada minuto que esté allí, lo prometo.
—¡Así me gusta! A propósito, a mí me encanta mi regalo. No debías haberte molestado.
—¡Rachel, pero si no lo tengo!
—Oh, ya lo sé, pero lo tendrás.

Espoleada por el pánico, me devané los sesos e intenté recordar si había decidido alguna vez comprarle algo para la graduación. Debía de haber sido así para que ella lo hubiera podido ver.

—Sorprendente —intervino Santana—. ¿Cómo algo tan pequeño puede ser tan insoportable?

Rachel se echó a reír.

—Es un talento natural.
—¿No podrías haber esperado unas cuantas semanas para decírmelo? —pregunté enfurruñada—. Ahora estaré preocupada mucho más tiempo.

Rachel me frunció el ceño.

—Britt —dijo con lentitud—, ¿tú sabes qué día es hoy?
—¿Lunes?

Puso los ojos en blanco.

—Sí, lunes... Estamos a día cuatro.

Me tomó del codo, me hizo dar media vuelta y me dejó frente a un gran póster amarillo pegado en la puerta del gimnasio. Allí, en marcadas letras negras, estaba la fecha de la graduación. Faltaba una semana exacta a contar desde ese día.

—¿Estamos a cuatro? ¿A cuatro de junio? ¿Estás segura?

Nadie contestó. Rachel sacudió la cabeza con pesar, simulando decepción, y Santana enarcó las cejas.

—¡No puede ser! Pero ¿cómo es posible?

Intenté contar hacia atrás los días en mi cabeza, pero era incapaz de comprender cómo habían transcurrido tan deprisa.

De pronto, no sentí las piernas. Parecía que alguien me las hubiera cortado. Sin saber cómo, en la vorágine de aquellas semanas de tensión y ansiedad, en medio de toda mi obsesión por el tiempo…, el tiempo había desaparecido. Había perdido mi momento para revisarlo todo y hacer planes. Se me había pasado el tiempo.

Y no estaba preparada.

No sabía cómo hacer frente a todo aquello. No sabía cómo despedirme de Charlie y de Susan, de Sam. No sabía cómo afrontar el hecho de dejar de ser humana.

Sabía exactamente lo que quería, pero de repente, me daba terror conseguirlo.

En teoría, ansiaba, a veces con entusiasmo, que llegara la ocasión de cambiar la mortalidad por la inmortalidad. Después de todo, era la clave para permanecer con Santana para siempre. Por mi parte, estaba el hecho de que enemigos conocidos y desconocidos pretendían darme caza. Convenía que no me quedara mirando, indefensa y deliciosa, a la espera de que me capturase cualquiera de ellos.

En teoría, todo esto tenía sentido...
... pero en la práctica, ser humana era toda la experiencia que yo tenía. El futuro que se extendía a partir del cambio se me antojaba como un enorme abismo oscuro del cual no sabría nada hasta que saltara dentro de él.

Esté simple dato, la fecha de ese día, tan obvia que probablemente había estado reprimiéndola de forma inconsciente, se había convertido en el momento límite que había estado esperando con impaciencia, pero a la vez, era una cita con el escuadrón de fusilamiento.

De un modo lejano, percibí cómo Santana me abría la puerta del coche, cómo Rachel parloteaba desde el asiento trasero y cómo golpeteaba la lluvia contra el cristal delantero. El pareció darse cuenta de que sólo estaba allí en cuerpo y no intentó hacerme salir de mi abstracción. O quizá lo hizo y yo no me di cuenta.

Terminamos en casa al final del trayecto. Santana me condujo al sofá y se sentó junto a mí mientras yo contemplaba por la ventana la tarde gris de llovizna e intentaba descubrir cuándo se había esfumado mi resolución. ¿Por qué sentía tanto pánico? Sabía que la fecha final se acercaba, ¿por qué me asustaba ahora que ya había llegado?

No sé cuánto tiempo me dejó mirar hacia la ventana en silencio, pero la lluvia desaparecía en la oscuridad cuando al final la situación le superó, puso sus manos frías sobre mis mejillas y fijó sus ojos dorados en los míos.

—¿Quieres hacer el favor de decirme lo que estás pensando antes de que me vuelva loca? —¿qué le podía decir, que era una cobarde? Busqué las palabras adecuadas. Ella insistió—: Tienes los labios blancos, habla de una vez, Britt.

Exhalé una gran cantidad de aire. ¿Cuánto tiempo había estado conteniendo la respiración?

—La fecha me ha pillado con la guardia baja —susurré—. Eso es todo.

Ella esperó, con la cara llena de preocupación y escepticismo.

Intenté explicarme.

—No estoy segura de qué hacer ni de qué le voy a decir a Charie ni qué... ni cómo... —la voz se me quebró.
—Entonces, ¿todo esto no es por la fiesta?

Torcí el rostro.

—No, pero gracias por recordármelo.

La lluvia repiqueteaba con más fuerza en el tejado mientras ella intentaba leer mi rostro.

—No estás preparada —murmuró.
—Sí lo estoy —mentí de manera automática, una reacción refleja. Estaba segura de que ella sabría lo que ocultaba, así que inspiré profundamente y le dije la verdad—. Debo estarlo.
—No debes estar de ninguna manera.

Sentí cómo el pánico ascendía a la superficie de mis ojos mientras musitaba los motivos.

—Kurt, Jane, Cayo, quienquiera que hubiera estado en mi habitación...
—Razón de más para esperar.
—¡Eso no tiene sentido, Santana!

Apretó las manos con más fuerza contra mi rostro y habló con deliberada lentitud.

—Britt. Ninguno de nosotros tuvo ninguna oportunidad. Ya has visto lo que ocurrió..., especialmente a Kitty. Todos hemos luchado para reconciliarnos con algo que no podemos controlar. No voy a dejar que suceda del mismo modo en tu caso. Tú has de tener tu oportunidad de escoger.
—Yo ya he efectuado mi elección.
—Tú crees que has de pasar por todo esto porque pende una espada sobre tu cabeza. Ya nos ocuparemos de los problemas y yo cuidaré de ti —juró—. Cuando haya pasado todo y no exista nadie que te obligue a hacerlo, entonces podrás decidir si quieres unirte a mí, si aún lo deseas, pero no por miedo. No permitiré que nada te fuerce a hacerlo.
—William me lo prometió —cuchicheé, llevándole la contraria por costumbre—. Después de la graduación.
—No hasta que estés preparada —repuso con voz segura—. Y desde luego, no mientras te sientas amenazada.

No contesté. No tenía fuerzas para discutirle; en ese momento, no parecía encontrar por ningún lado mi resolución.

—Venga, venga —me besó la frente—. No hay de qué preocuparse.

Me eché a reír con una risa temblorosa.

—Nada salvo una sentencia inminente.
—Confía en mí.
—Ya lo hago.

Siguió observando mi cara, esperando que me tranquilizara.

—¿Puedo preguntarte algo?
—Lo que quieras.

Me mordí el labio mientras me lo pensaba y luego le pregunté algo distinto de lo que me preocupaba.

—¿Qué le voy a regalar a Rachel para su graduación?

Se rió por lo bajo.

—Según Rachel, parece como si fueses a comprar entradas para un concierto para nosotras dos.
—¡Eso era! —me sentí tan aliviada que casi sonreí—. El concierto de Tacoma. Vi un anuncio en el periódico la semana pasada y pensé que sería algo que le gustaría, ya que dijiste que era un buen cd.
—Es una gran idea. Gracias.
—Espero que no estén agotadas.
—Es la intención lo que cuenta. Debía de saberlo.

Suspiré.

—Había algo más que querías preguntarme —continuó ella.

Fruncí el ceño.

—Pues sí que hilas fino tú.
—Tengo un montón de práctica leyendo tus expresiones. Pregúntame.

Cerré los ojos y me recliné contra ella, escondiendo mi rostro contra su pecho.

—Tú no quieres que yo sea vampira.
—No, no quiero —repuso con suavidad, y entonces esperó un poco—, pero ésa no es la cuestión —apuntó después de un momento.
—Bueno, me preocupaba saber... cómo te sentías respecto a ese asunto.
—¿Estás preocupada? —resaltó la palabra con sorpresa.
—¿Me dirás la verdad? La verdad completa, sin tener en cuenta mis sentimientos. — Ella dudó durante un minuto.
—Si respondo a tu pregunta, ¿me explicarás entonces por qué lo preguntas?

Asentí, con el rostro aún escondido. Inspiró profundamente antes de responder.

—Podrías hacerlo mucho mejor, Britt. Ya sé que tú crees que tengo alma, pero yo no estoy del todo convencida, y arriesgar la tuya... —sacudió la cabeza muy despacio—. Para mí, permitir eso, dejar que te conviertas en lo que yo soy, simplemente para no perderte nunca, es el acto más egoísta que puedo imaginar. En lo que a mí se refiere, es lo que más deseo en el mundo, pero deseo mucho más para ti. Rendirme a eso me hace sentirme como una criminal. Es la cosa más egoísta que haré nunca, incluso si vivo para siempre.
»Es más, si hubiera alguna forma de convertirme en humana para estar contigo, no importa su precio, lo pagaría feliz.

Me quedé sentada allí, muy quieta, absorbiendo todo eso.

Santana pensaba que estaba siendo egoísta.

Sentí cómo la sonrisa se extendía lentamente por mi rostro.

—Así que... no es que temas que no te guste lo mismo cuando sea diferente, es decir, cuando no sea suave, cálida y no huela igual. ¿Realmente querrás quedarte conmigo sin importarte en lo que me convierta?

Ella soltó el aire de un golpe.

—¿Lo que te preocupa es que no me gustaras luego? —inquirió. Entonces, antes de que pudiera contestar, empezó a reír—. Britt, para ser una persona bastante intuitiva, a veces puedes resultar de un obtuso...

Sabía que ella pensaría que era una tontería, pero yo me sentí aliviada. Si ella realmente me quería podría soportar cualquier cosa... de algún modo. De pronto, la palabra «egoísta» me pareció una palabra hermosa.

—No creo que te des cuenta de lo fácil que sería para mí, Britt —me dijo con un cierto eco de humor aún en su voz—, sobre todo porque no tendría que estar concentrada todo el tiempo para no matarte. Desde luego, habrá cosas que echaré de menos. Ésta, por ejemplo...

Me miró a los ojos mientras me acariciaba la mejilla y sentí cómo la sangre se apresuraba a colorear mi piel. Se rió amablemente.

—Y el latido de tu corazón —continuó, más seria pero aún sonriendo un poco—. Lo considero el sonido más maravilloso del mundo. Estoy tan sintonizada con él, que juraría que puedo oírlo desde kilómetros de distancia. Pero nada de eso importa. Esto —dijo, tomando mi rostro entre sus manos—. Tú. Eso es lo que yo quiero. Siempre serás mi Britt, sólo que un poquito más duradera.

Suspiré y dejé que mis ojos se cerraran satisfechos, descansando allí, entre sus manos.

—Y ahora, ¿me contestarás una pregunta tú a mí? ¿La verdad completa, sin tener en cuenta mis sentimientos? —preguntó.
—Claro —le contesté sin dudar, con los ojos bien abiertos por la sorpresa. ¿Qué querría saber ahora?

Ella recitó las palabras muy despacio.

—No quieres ser mi esposa.

De pronto, mi corazón se detuvo; después, rompió a latir desaforadamente. Sentí un sudor frío en la parte de atrás del cuello y las manos se me quedaron heladas.

Ella esperó, observando y evaluando mi reacción.

—Eso no es una pregunta —susurré al final.

Ella bajó la mirada, y sus pestañas proyectaron largas sombras sobre sus pómulos. Dejó caer las manos de mi rostro para cogerme la helada mano izquierda. Jugó con mis dedos mientras hablaba.

—Me preocupa cómo te sientes al respecto.

Intenté tragar saliva.

—De todas formas, no es una pregunta —insistí.
—Por favor, Britt.
—¿La verdad? —inquirí formando las palabras con los labios.
—Claro. Podré soportarla, sea lo que sea.

Inspiré muy hondo.

—Te vas a reír de mí.

Sus ojos llamearon en mi dirección, sorprendidos.

—¿Reírme? No puedo imaginar por qué.
—Verás —murmuré, y después suspiré. Mi cara pasó del blanco al escarlata, ardiendo repentinamente del disgusto—. ¡Vale, está bien! Estoy segura de que esto te va a sonar como una especie de chiste, pero ¡es la verdad! Es sólo que... me da... tanta vergüenza —le confesé y escondí el rostro en su pecho otra vez.

Se hizo una gran pausa.

—No te sigo.

Eché la cabeza hacia atrás y le miré. El pudor me hizo lanzarme, ponerme beligerante.

—No quiero ser una de esas chicas, Santy. ¡De esas que se casan justo al acabar el instituto, como una paleta de pueblo que se queda alucinada por su novio! — Ella alzo una ceja — Claro en mi caso novia, ¿Sabes lo que van a pensar los demás? ¿Te das cuenta de en qué siglo estamos? ¡La gente ya no se casa a los dieciocho! ¡Al menos no la gente lista, responsable y madura! ¡No quiero ser una chica de esas! Yo no soy así... —la voz se me apagó y fue perdiendo fuerza.

El rostro de Santana era imposible de leer mientras pensaba enI mi respuesta.

—¿Eso es todo? —preguntó finalmente.

Yo parpadeé.

—¿Es que te parece poco?
—¿No es que estés más entusiasmada por ser... inmortal que por mí?

Y entonces, aunque había predicho que ella se reiría de mí, fui; la que tuvo el ataque de risa histérica.

—¡Santana! —jadeé entre paroxismos de risitas—. ¡Anda! ¡Yo siempre... pensé... que tú eras mucho más... lista que yo!

Me cogió entre sus brazos y sentí que se estaba riendo conmigo.

—Santy —repetí, haciendo un pequeño esfuerzo para hablar con absoluta claridad—. No tengo ningún interés en vivir para siempre si no es contigo. No querría ni siquiera vivir un día más si no es contigo.
—Bueno, es un alivio —comentó.
—Aunque... eso no cambia nada.
—Ya, pero es estupendo saberlo, de todos modos. Y ahora veo tu punto de vista, Britt, ya lo creo que sí, pero me gustaría mucho que intentaras ver las cosas desde el mío.

Ya estaba más tranquila, así que asentí y luché por no fruncir el ceño.

Sus ojos dorados se volvieron hipnóticos al clavarse en los míos.

—Ya ves, Britt, yo siempre he sido una chica «de esas»; ya que una chica en mi mundo tenia que esperar a que un hombre se interesará por mí, no me mires así, digo un hombre porque en ese tiempo se me hubiera acusado de estar loca si mostraba mi interés por alguna chica, pero si yo hubiera encontrado... —efectuó una pausa y ladeó la cabeza—. Iba a decir que si hubiera encontrado a alguien, pero eso no sería cierto, si te hubiera encontrado a ti, no tengo ninguna duda de lo que hubiera hecho. Yo hubiera dicho quién era y hubiera peleado por estar a tu lado, yo era de esa clase de chicas que tan pronto como hubiera descubierto que tú eras lo que yo buscaba me habría arrodillado ante ti, sin importarme lo que pensara la gente de mí, en realidad sin importarme mi familia siquiera y habría intentado por todos los medios asegurarme tu mano. Te hubiera querido para toda la eternidad, incluso aunque la palabra no tuviera entonces las mismas connotaciones que ahora.

Me dedicó de nuevo su sonrisa torcida.

Le miré con los ojos abiertos de par en par hasta que se me secarón.

—Respira, Britt.

Me recordó, sonriente; y yo tomé aire.

—¿No lo ves, aunque sea un poquito, desde mi lado?

Y durante un segundo, pude. Me vi a mí misma con una falda larga y una blusa de cuello alto anudada con un gran lazo, y el pelo recogido sobre la cabeza. Vi a Santana vestida de forma muy semejante a la mía, sentada a mi lado en el balancín de un porche, sin importar lo que la gente dijera.

Sacudí la cabeza y tragué. Estaba sufriendo un flash-back al estilo de Ana de las Tejas Verdes.

—La cosa es, Santy —repuse con voz temblorosa, eludiendo la pregunta—, que en mi mente, matrimonio y eternidad no son conceptos mutuamente exclusivos ni inclusivos. Y ya que por el momento estamos viviendo en mi mundo, quizá sea mejor que vayamos con los tiempos, no sé si sabes lo que quiero decir.
—Pero por otro lado —contraatacó ella—, pronto habrás dejado atras estos tiempos. Así que, ¿por qué deben afectar tanto en tu decisión lo que, al fin y al cabo, son sólo las costumbres transitorias de una cultura local?

Apreté los labios.

—¿Te refieres a Roma?

Se rió de mí.

—No tienes que decir sí o no hoy, Britt, pero es bueno entender las dos posturas, ¿no crees?
—¿Así que tu condición...?
—Sigue en pie. Yo comprendo tu punto de vista, Britt, pero si quieres que sea yo quien te transforme...
—Chan cha cha chan, chan cha cha chan...

Tarareé la marcha nupcial entre dientes, aunque a mí me parecía más bien una especie de canto fúnebre.


El tiempo fluyó mucho más deprisa de lo previsto.

Pasé en blanco aquella noche, y de pronto había amanecido y la graduación me miraba a la cara de tú a tú. Se me había acumulado un montón de material pendiente para los exámenes finales y sabía que no me daría tiempo de hacer ni la mitad en los días restantes.

Charlie ya se había ido cuando bajé a desayunar. Se había dejado el periódico en la mesa, lo cual me recordó que debía hacer algunas compras. Esperé que el anuncio del concierto todavía estuviera; necesitaba el número de teléfono para conseguir aquellas estúpidas entradas. No parecía un regalo fuera de lo común ahora que ya sabían que iba a hacérselo, aunque claro, intentar sorprender a Rachel no había sido una idea brillante.

Quería pasar las hojas para irme directamente a la sección de espectáculos, pero un titular en gruesos caracteres negros captó mi atención. Sentí un estremecimiento de miedo conforme me inclinaba para leer la historia de primera página.



SEATTLE ATERRORIZADA POR LOS
ASESINATOS


Ha pasado menos de una década desde que la ciudad de Seattle fuera el territorio de caza del asesino en serie más prolífico de la historia de los Estados Unidos, Gary Ridgway, el Asesino de Río Verde, condenado por la muerte de 48 mujeres.
Ahora, una atribulada Seattle debe enfrentarse a la posibilidad de que podría estar albergando a un monstruo aún peor.
La policía no considera la reciente racha de crímenes y desapariciones como obra de un asesino en serie. Al menos, no todavía. Se muestran reacios a creer que semejante carnicería sea obra de un solo individuo. Este asesino ‑si es, de hecho, una sola persona‑ podría ser responsable de 39 homicidios y desapariciones sólo en los últimos tres meses. En comparación, la orgía de los 48 asesinatos perpetrados por Ridgway se dispersó en un periodo de 21 años. Si estas muertes fueran atribuidas a un solo hombre, entonces estaríamos hablando de la más violenta escalada de asesinatos en serie en la historia de América.
La policía se inclina por la teoría de que se trata de bandas criminales dado el gran número de víctimas y el hecho de que no parece haber un patrón reconocible en la elección de las mismas.
Desde Jack el Destripador a Ted Bundy, los objetivos de los asesinos en serie siempre han estado conectados entre sí por similitudes en edad, género, raza o una combinación de los tres elementos. Las víctimas de esta ola de crímenes van desde los 15 años de la brillante estudiante Amanda Reed, a los 67 del cartero retirado Ornar Jenks. Las muertes relacionadas incluyen a casi 18 mujeres y 21 hombres. Las víctimas pertenecen a razas diversas: caucasianos, afroamericanos, hispanos y asiáticos.
La selección parece efectuada al azar y el motivo no parece otro que el mismo asesinato en sí.

Entonces, ¿por qué no se descarta aún la idea del asesino en serie?

Hay suficientes similitudes en el modus operandi de los crímenes como para crear fundadas sospechas. Cada una de las víctimas fue quemada hasta el punto de ser necesario un examen dental para realizar las identificaciones. En este tipo de incendios suele utilizarse algún tipo de sustancia para acelerar el proceso, como gasolina o alcohol; sin embargo, no se han encontrado restos de ninguna de estas sustancias en el lugar de los hechos. Además, parece que todos los cuerpos han sido desechados de cualquier modo, sin intentar ocultarlos.
Aún más horripilante es el hecho de que, la mayoría de las víctimas, muestran evidencias de una violencia brutal. Lo más destacable es la aparición de huesos aplastados, al parecer como resultado de la aplicación de una presión tremenda. Según los forenses, dicha violencia fue ejercida antes del momento de la muerte, aunque es difícil estar seguro de estas conclusiones, considerando el estado de los restos.
Existe otra similitud que apunta a la posibilidad de un asesino en serie: no ha sido posible hallar ninguna pista en la investigación de los crímenes. Aparte de los restos en sí mismos, no se ha encontrado ni una huella ni la marca de un neumático ni un cabello extraño. No hay testigos ni ningún tipo de sospechoso en las desapariciones.
Además, también son dignas de análisis las desapariciones en sí mismas. Ninguna de las víctimas es lo que se podría haber considerado un objetivo fácil. No eran vagabundos sin techo, que se desvanecen con facilidad y de los que raramente se denuncian sus desapariciones. Las víctimas se han esfumado de sus hogares,
Desde la cuarta planta de un edificio de apartamentos e incluso desde un gimnasio y una celebración de boda. El caso más sorprendente es el del boxeador aficionado de 30 años Robert Walsh, que entró en el cine para ver una película con la chica con la que se habia citado; pasados unos cuantos minutos de la sesión, la mujer se dio cuenta de que no se encontraba en su asiento. Su cuerpo se halló apenas tres horas más tarde, cuando los bomberos acudieron para apagar un incendio producido dentro de un contenedor de basuras, a unos treinta kilómetros de distancia de la sala cinematográfica.
Otro rasgo común en la serie de asesinatos: todas las víctimas desaparecieron durante la noche.
¿Y cuál es la característica más alarmante? La progresión. Seis de los homicidios se cometieron en el primer mes, once en el segundo. Sólo en los últimos diez días se han producido ya veintidós asesinatos. Y la policía no se encuentra más cerca de descubrir al responsable ahora, de lo que lo estaba cuando se halló el primer cuerpo carbonizado.
Las evidencias son contradictorias, los hechos espantosos. ¿Se trata de una nueva banda criminal o de un asesino en serie en estado de actividad salvaje? ¿O quizás es algo más que la policía no se atreve a imaginar?
Sólo hay un hecho irrefutable: algo terrible acecha en Seattle.


Me llevó tres intentos leer la última frase y me di cuenta de que el problema eran mis manos, que temblaban.

—¿Britt?

Tan concentrada como estaba, la voz de Santana, aunque tranquila y no del todo inesperada, me hizo jadear y darme la vuelta.

Permanecía apoyado en el marco de la puerta, con las cejas alzadas. Y de pronto estaba ya a mi lado, cogiéndome la mano.

—¿Te he sobresaltado? Lo siento, tendría que haber llamado.
—No, no —me apresuré a responder—. ¿Has visto esto? —le señalé el periódico.

Una arruga le cruzó la frente.

—Todavía no he leído las noticias de hoy, pero sé que se está poniendo cada vez peor. Vamos a tener que hacer algo... enseguida.

Aquello no me gustó ni un pelo. Odiaba que ninguno de ellos asumiera riesgos, y quien o lo que fuera que se encontraba en Seattle estaba empezando a aterrorizarme de verdad. Aunque la idea de la llegada de los Vulturis me asustaba casi lo mismo.

—¿Qué dice Rachel?
—Ése es el problema —su ceño se acentuó—. No puede ver nada..., aunque hemos estado tomando decisiones una media docena de veces para ver qué pasa. Está perdiendo la confianza. Siente que se le escapan demasiadas cosas en estos días, que algo va mal, que quizás esté perdiendo el don de la visión.

Abrí los ojos de golpe.

—¿Y eso puede suceder?
—¿Quién sabe? Nadie ha hecho jamás un estudio, pero la verdad es qué lo dudo. Estas cosas tienden a intensificarse con el tiempo. Mira a Aro y Jane.
—Entonces, ¿qué es lo que va mal?
—Creo que la profecía que se cumple por sí misma. Estamos esperando que Rachel vea algo para actuar, y ella no visualiza nada porque no lo haremos en realidad hasta que ella vea algo. Ése es el motivo por el que no nos ve. Quizá debamos actuar a ciegas.

Me estremecí.

—No.
—¿Tienes muchas ganas hoy de ir a clase? Sólo nos quedan un par de días para los exámenes finales y dudo que nos vayan a dar nada nuevo.
—Creo que puedo vivir un día sin el instituto. ¿Qué vamos a hacer?
—Vamos a hablar con Quinn.

Otra vez Quinn. Era extraña. En la familia Cullen, Quinn estaba siempre en el límite, participaba en las cosas sin ser nunca el centro de ellas. Había asumido sin palabras que en realidad estaba allí sólo por Rachel. Tenía la intuición de que seguiría a Rachel a donde fuera, pero que este estilo de vida no había sido decisión suya. El hecho de que estuviera menos comprometida con ello que los demás era probablemente la razón por la cual le costaba más asumirlo.

De cualquier modo, nunca había visto a Santana sentirse dependiente de Quimm. Me pregunté otra vez qué quería decir cuando se refería a su «pericia». Realmente no es que supiera mucho sobre la historia de Quinn, salvo que venía de algún lugar del sur antes de que Rachel le encontrara. Por alguna razón, Santana solía evitar cualquier pregunta sobre su hermana más reciente, y a mí siempre me había intimidado esa alta vampiro rubia, que tenía el aspecto perturbador de una estrella de cine, como para preguntarle directamente.

Cuando llegamos a casa de los Cullen, nos encontramos con William, Emma y Quinn viendo las noticias con mucho interés, aunque el sonido era tan bajo que me pareció casi ininteligible. Rachel estaba sentada en el último escalón de las enormes escaleras, con el rostro entre las manos y aspecto desanimado. Mientras entrábamos, Puck asomó por la puerta de la cocina, con un aspecto totalmente relajado. Nada alteraba jamás a Puck.

—Hola, Santana. ¿Qué? ¿Escapandote, Britt? —me dedicó su ancha sonrisa.
—Hemos sido las dos —le recordó Santana.

Puck se echó a reír.

—Ya, pero ella es la primera vez que va al instituto. Quizá se pierda algo.

Santana puso los ojos en blanco, pero, por lo demás, ignoró a su hermano favorito. Le entregó el periódico a William.

—¿Has visto que ahora están hablando de un asesino en serie? —preguntó.

William suspiró.

—Dos especialistas han debatido esa posibilidad en la CNN durante toda la mañana.
—No podemos dejar que esto continúe así.
—Pues vamos ya —intervino Puck, lleno de entusiasmo repentino—. Me muero de aburrimiento.

Un siseo bajó las escaleras desde el piso de arriba.

—Ella siempre tan pesimista —murmuró Puck para sí mismo.

Santana estuvo de acuerdo con él.

—Tendremos que ir en algún momento.

Kitty apareció por la parte superior de las escaleras y bajó despacio. Tenía una expresión serena, indiferente.

William sacudía la cabeza.

—Esto me preocupa. Nunca nos hemos visto envueltos en este tipo de cosas. No es asunto nuestro, no somos los Vulturis.
—No quiero que los Vulturis deban aparecer por aquí —comentó Santana—. Eso nos concede mucho menos tiempo para actuar.
—Y todos esos pobres inocentes humanos de Seattle... —susurró Emma—. No está bien dejarlos morir de ese modo.
—Ya lo sé —William suspiró.
—Oh —intervino Santana de repente, volviendo ligeramente la cabeza para mirar a Quinn—. No lo había pensado. Claro, tienes razón, ha de ser eso. Bueno, eso lo cambia todo.

No fui la única que le miró confundida, pero debí de ser la única que no le miró algo enojada.

—Creo que es mejor que se lo expliques a los demás —le dijo Santana a Quinn—. ¿Cuál podría ser el propósito de todo esto? —Santana comenzó a pasearse de un lado a otro, mirando el suelo y perdida en sus pensamientos.

Yo no la había visto levantarse, pero Rachel estaba allí, a mi lado.

—¿De qué habla? —le preguntó a Quinn—. ¿En qué estás pensando?

Quinn no pareció contenta de convertirse en el centro de atención. Dudó, intentando interpretar cada uno de los rostros que había en el salón, ya que todo el mundo se había movido para escuchar lo que tuviera que decir y entonces sus ojos se detuvieron en mí.

—Pareces confusa —me dijo, con su voz profunda y muy tranquila.

No era una pregunta. Quinn sabía lo que yo sentía al igual que sabía lo que sentían todos los demás.

—Todos estamos confusos —gruñó Puck.
—Podrías darte el lujo de ser un poco más paciente —le contestó Quinn—. Ella también debe entenderlo. Ahora es una de nosotros.

Sus palabras me tomaron por sorpresa. Especialmente por el poco contacto que había tenido con ella a partir de que intentara matarme el día de mi cumpleaños. No me había dado cuenta de que pensara en mí de este modo.

—¿Cuánto es lo que sabes sobre mí, Britt? —inquirió.

Puck suspiró teatralmente y se dejó caer sobre el sofá para esperar con impaciencia exagerada.

—No mucho —admití.

Quinn miró a Santana que levantó la mirada para encontrarse con la suya.

—No —respondió Santana a sus pensamientos—. Estoy segura de que entiendes por qué no le he contado esa historia, pero supongo que debería escucharla ahora.

Quinn asintió pensativa y después empezó a enrollarse la manga de su blusa de color marfil sobre el brazo.

Le observé, curiosa y confusa, intentando entender el significado de sus actos. Sostuvo la muñeca bajo la lámpara que tenía al lado, muy cerca de la luz de la bombilla y pasó el dedo por una marca en relieve en forma de luna creciente que tenía sobre la piel pálida.

Me llevó un minuto comprender por qué la forma me resultaba tan familiar.

—Oh —exclamé, respirando hondo cuando me di cuenta—. Quinn, tienes una cicatriz exactamente igual que la mía.

Alcé la mano, con la marca en forma de media luna más nítida contra mi piel de color crema que contra la suya, más parecida al alabastro.

Quinn sonrió de forma imperceptible.

—Tengo un montón de cicatrices como la tuya, Britt.

El rostro de Quinn era impenetrable cuando se arremangó la fina manga de su blusa. Al principio, mis ojos no pudieron entender el sentido de la textura que tenía la piel allí. Había un montón de medias lunas curvadas que se atravesaban unas con otras formando un patrón, como si se tratara de plumas, que sólo eran visibles, al ser todas blancas, gracias a que el brillante resplandor de la lámpara hacía que destacaran ligeramente al proyectar pequeñas sombras delineando los contornos. Entonces comprendí que el diseño estaba formado por medias lunas individuales como la de mi muñeca.

Miré de nuevo mi pequeña cicatriz solitaria y recordé cómo habia sufrido. Vi de nuevo la forma de los dientes de Blaine, grabada para siempre en mi piel.

Entonces, tragué con dificultad el aire, y le miré.

—Quinn, ¿qué fue lo que te pasó?


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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por micky morales Jue Dic 26, 2013 12:32 pm

Esto esta cada vez mejor, me encanta santana pero aunque se que supuestamente carece de emociones, salvo las demostradas para britt, me gustaria que sintiera celos en algun momento y lo demostrara, pq britt no quiere casarse? teme que eso le afecte a su otro novio labios de almohada en cuerpo de lobo?
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Mensaje por dianna agron 16 Vie Dic 27, 2013 12:27 am



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Neófito

—Lo mismo que te ocurrió a ti en la mano —contestó Quinn con voz serena—, sólo que mil veces más —soltó una risotada amarga y se frotó el brazo—. La ponzoña de vampiro es lo único capaz de dejar cicatrices como las mías.
—¿Por qué? —jadeé horrorizada.

Me sentía grosera, pero era incapaz de apartar la mirada de su piel, de un aspecto tan sutil y a la vez tan devastador.

—Yo no he tenido la misma... crianza que mis hermanos de adopción. Mis comienzos fueron completamente distintos —su voz se tornó dura cuando terminó de hablar. Me quedé boquiabierta, apabullada—. Antes de que te cuente mi historia —continuó Quinn—, debes entender que hay lugares en nuestro mundo, Britt, donde el ciclo vital de los que nunca envejecen se cuenta por semanas, y no por siglos.

Los otros ya habían oído antes la historia, por lo que se desentendieron de la misma. William y Puck centraron su atención en la televisión. Rachel se movió con sigilo para sentarse a los pies de Emma.

Santana permaneció tan absorta como yo; sólo que podía sentir el escrutinio de sus ojos en mi rostro, leyendo cada estremecimiento provocado por la emoción.

—Si quieres entender la razón, has de cambiar tu concepción del mundo e imaginarlo desde la óptica de los poderosos, de los voraces... o de aquellos cuya sed jamás se sacia.
»Como sabes, algunos lugares del mundo resultan especialmente deseables para nosotros porque en ellos podemos pasar desapercibidos sin necesidad de demasiadas restricciones.
»Hazte una idea, por ejemplo, del mapa del hemisferio occidental. Imagina un punto rojo simbolizando cada vida humana. Cuanto mayor es el número de puntos rojos, más sencillo será alimentarse sin llamar la atención, es decir, para quienes vivimos de este modo.

Me estremecí ante la imagen en mi mente y ante la palabra «alimentarse», pero Quinn no parecía interesada en asustarme ni se mostraba demasiado protectora, como solía hacer siempre Santana. Continuó sin hacer ninguna pausa.

—A los aquelarres sureños apenas les preocupa ser o no descubiertos por los humanos. Son los Vulturis quienes los meten en vereda. No temen a nadie más. Ya nos habrían sacado a la luz de no ser por ellos.

Fruncí el ceño por el modo en que pronunciaba el nombre, con respeto, casi con gratitud. Me resultaba muy difícil aceptar la idea de los Vulturis como los buenos de la película, fuera en el sentido que fuera.

—En comparación, el norte es mucho más civilizado. Fundamentalmente, aquí somos nómadas que disfrutamos del día tanto como de la noche, lo que nos permite interactuar con los humanos sin levantar sospecha alguna. El anonimato es importante para todos nosotros.
»El sur es un mundo diferente. Allí, los inmortales pasan el día planeando su siguiente movimiento o anticipando el de sus enemigos, y sólo salen de noche; y es que allí ha habido guerra constante durante siglos, sin un solo momento de tregua. Ios aquelarres apenas son conscientes de la existencia de los humanos, o lo son igual que los soldados cuando ven una manada de vacas en el camino. El hombre nada más es comida disponible, de la que se ocultan exclusivamente por temor a los Vulturis.
—Pero ¿por qué luchan? —pregunté.

Quinn sonrió.

—¿Recuerdas el mapa con los puntos rojos? —esperó a que asintiera—. Luchan por controlar las áreas donde se acumulan más puntos rojos.
»Verás, en algún momento, a alguien se le ocurrió que si fuera el único vampiro de la zona, digamos, por ejemplo, México Distrito Federal, entonces podría alimentarse cada noche dos o tres veces sin que nadie se diera cuenta, por lo que planearon formas de deshacerse de la competencia.
»Los demás no tardaron en imitarlos, unos con tácticas más efectívas que otros.
»Pero la estrategia más efectiva fue la que puso en marcha un vampiro bastante joven, llamado Benito. La primera vez que so oyó hablar de él apareció desde algún lugar al norte de Dallas y masacró los dos pequeños aquelarres que compartían el área cercana a Houston. Dos noches más tarde, atacó a un clan mucho más grande de aliados que reclamaban Monterrey, al norte de México, y volvió a ganar.
—¿Y cómo lo consiguió? —pregunté con curiosidad y cautela.
—Benito había creado un ejército de vampiros neófitos. Fue el primero en pensarlo y al principio, esto hizo de él y los suyos una fuerza imparable. Los vampiros muy jóvenes son inestables, salvajes y casi imposibles de controlar. A un neófito se le puede enseñar a que se controle, razonando con él, pero diez o quince neófitos juntos son una pesadilla. Se vuelven unos contra otros con tanta rapidez como contra el enemigo. Benito debía estar creando continuamente otros nuevos conforme aumentaban los enfrentamientos entre ellos y también porque los aquelarres derrotaos solían diezmar al menos la mitad de sus fuerzas antes de sucumbir.
"Ya ves, aunque los conversos son peligrosos, hay todavía posibilidad de derrotarlos si sabes lo que haces. Tienen un increíble poder físico, al menos durante el primer año y si se les deja utilizar la fuerza, pueden aplastar a un vampiro más viejo con facilidad, pero son esclavos de sus instintos, y además, predecidles. Por lo general, no tienen habilidad para el combate, sólo músculo y ferocidad. Y en este caso, la fuerza del número.
»Los vampiros del sur de México previeron lo que se les venía encima e hicieron lo único que se les ocurrió para contrarrestar Benito, es decir, crearon ejércitos de neófitos por su cuenta...
»Y entonces se desató el infierno, y lo digo de un modo más literal de lo que a ti pueda parecerte. Nosotros, los inmortales, también tenemos nuestras historias, y esta guerra en particular no debería ser olvidada nunca. Sin duda, no era un buen momento para ser humano en México.

Me estremecí.

—Cuando el recuento de cuerpos alcanzó proporciones epidémicas, la historia oficial habló de una enfermedad que había afectado a la población más pobre, y entonces fue cuando intervinieron los Vulturis. Se reunió toda la guardia y peinó el sur de Norteamérica. Benito se había afianzado en Puebla, donde había erigido de forma acelerada un ejército dispuesto a la conquista del verdadero premio: la ciudad de México. Los Vulturis comenzaron por él, pero aniquilaron a todos los demás.
»Ejecutaron sumariamente a cualquier vampiro que tuviera neófitos, y como casi todo el mundo los había utilizado en su intento de protegerse de Benito, México quedó libre de vampiros durante un tiempo.
»Los Vulturis invirtieron casi un año en dejar limpia la casa. Es otro capítulo de nuestra historia que no debemos olvidar a pesar de los pocos testigos que quedaron para describir lo ocurrido. Hablé con uno que había contemplado de lejos lo que sucedió cuando cayeron sobre Culiacán.

Quinn se estremeció. Entonces caí en la cuenta de que nunca antes le había visto temerosa ni horrorizada; aquélla era la primera vez.

—Bastó para que la fiebre de la conquista sureña no se extendiera y el resto del mundo permaneció a salvo. Debemos a los Vulturis nuestra actual forma de vida.
»Los supervivientes no tardaron en reafirmar sus derechos en el sur en cuanto los Vulturis regresaron a Italia.
»No transcurrió mucho tiempo antes de que los aquelarres se enzarzaran en nuevas disputas. Abundaba la mala sangre, si se me permite la expresión, y la vendetta era moneda corriente. La táctica de los neófitos estaba ahí y algunos cedieron a la tentación de usarla, aunque los aquelarres meridionales no habían olvidado a los Vulturis, por lo que actuaron con más cuidado en esta ocasión: seleccionaron a los humanos y luego los entrenaron y usaron con más cuidado, por lo que la mayor parte de las veces pasaron desapercibidos. Sus creadores no dieron motivos para el regreso de los Vulturis.
»Las reyertas continuaron, pero a menor escala. De vez en cuando, algunos se pasaban de la raya y daban pie a las especulaciones de la prensa de los humanos; entonces, los Vulturis reaparecían para exterminarlos, pero quedaban los demás, los precavidos...

Quinn se quedó mirando a las musarañas.

—Fueron esos quienes te convirtieron —conjeturé con un hilo de voz.
—En efecto —admitió—. Vivía en Houston, Texas, cuando era mortal. Tenía casi diecisiete años cuando me uní al ejército confederado en 1861. Mentí a los reclutadores acerca de mi sexo y mi edad, para salvar a mi padre de su reclutamiento, les dije que había cumplido los veinte y se lo tragaron, pues era lo bastante alta como para que colara.
»Mi carrera militar fue efímera, pero muy prometedora. Caía bien a la gente y siempre escuchaban lo que tenía que decir. Mi padre decía que yo tenía carisma. Por supuesto, ahora sé que había algo más, pero, fuera cual fuera la razón, me ascendieron rápidamente por encima de hombres, de mayor edad y experiencia. Además por otra parte, el ejército confederado era nuevo y se organizaba como podía, lo cual daba mayores oportunidades. En la primera batalla de Galveston, que bueno, en realidad, fue más una escaramuza que una batalla propiamente dicha, fui la mayor más joven de Texas, y eso sin que se supiera mi sexo y verdadera edad.
»Estaba al frente de la evacuación de las mujeres y los niños de la ciudad cuando los morteros de los barcos de la Union llegaron al puerto. Necesité un día para acondicionarlos antes de enviarlos con la primera columna de civiles que conducíamos a Houston.
»Recuerdo perfectamente esa noche
»Había anochecido cuando alcanzamos la ciudad. Me demoré lo suficiente para asegurarme de que todo el grupo quedaba a salvo; me procuré una montura de refresco en cuanto concluí mi cometido y galopé de vuelta a Galveston. No había tiempo para descansar.
»Me encontré con tres mujeres a pie a kilómetro y medio de la ciudad. Di por hecho que se trataba de rezagadas y eché pie a tierra para ofrecerles mi ayuda, pero me quedé petrificada cuando contemplé sus rostros a la tenue luz de la luna. Sin lugar a dudas, eran las tres damas más hermosas que había visto en mi vida.
»Recuerdo lo mucho que me maravilló la extrema palidez de su piel, ya que incluso la muchacha de pelo negro y de facciones marcadamente mexicanas tenía un rostro de porcelana bajo la luz lunar. Todas ellas parecían lo bastante jóvenes para ser consideradas muchachas. Sabía que no eran miembros extraviados de mi grupo, pues no habría olvidado a esas tres damas si las hubiera visto antes.
»—Se ha quedado sin habla —observó la primera. Hablaba con una voz delicada y atiplada, como las melodías de las campanas de viento. Tenía la cabellera rubia y la piel nivea.
»La otra era aún más rubia, pero su tez era de un blanco calcáreo. Tenía rostro de ángel. Se inclinó hacia mí con ojos entornados e inhaló hondo.
»—¡Um! —dio un suspiro—. Embriagador.
»La más pequeña, la morena menudita, le aferró por el brazo y habló apresuradamente. Su voz era demasiado tenue y musical como para que sonara cortante, pero ése parecía ser su propósito.
»—Céntrate, Nettie —la instó.
«Siempre he tenido intuición a la hora de detectar la jerarquía entre las personas y me quedó muy claro que era la morena quien llevaba la voz cantante. Si ellas hubieran estado dentro de un ejército, yo habría dicho que estaba por encima de las otras dos.
»—Es bien parecida, joven, fuerte, una oficial... —la morena hizo una pausa que intenté aprovechar para hablar, pero fue en vano, se dio cuenta que yo era una chica y el chico que aparentaba ser ante las demás personas—, y hay algo más... ¿Lo percibís? —preguntó a sus compañeras—. Es... persuasiva.
»—Sí, sí —aceptó rápidamente Nettie mientras se inclinaba de nuevo hacia mí.
»—Contente —le previno la morena—. Deseo conservarla.
»Nettie frunció el ceño. Parecía irritada.
»—Haces bien si crees que puede servirte, María —dijo la rubia más alta—. Yo suelo matar al doble de los que me quedo.
»—Eso haré —coincidió María—. Ésta me gusta de veras. Aparta a Nettie, ¿vale? No me apetece estar protegiéndome las espaldas mientras me concentro.
»El vello de la nuca se me puso como escarpias a pesar de que no comprendía ni una sola de las palabras de aquellas hermosas criaturas. El instinto me decía que me hallaba en grave peligro y que el ángel no bromeaba al hablar de matar, pero se impuso el discernimiento al instinto.
»—Vamos de caza —aceptó Nettie con entusiasmo mientras alargaba la mano para tomar la de la otra muchacha.
»Dieron la vuelta con una gracilidad asombrosa y echaron a correr hacia la ciudad. Parecían volar e iban tan deprisa que los cabellos flameaban detrás de sus figuras como si fueran alas. Parpadeé sorprendida mientras las veía desaparecer.
»Me volví para observar a María, que me estudiaba con curiosidad.
»Nunca había sido supersticiosa y hasta ese momento no había creído en fantasmas ni en ninguna otra tontería sobrenatural. De pronto, me sentí insegura.
»—¿Cómo te llamas, chica? —inquirió María.
»—Quinn, Quinn Fabray, señorita —balbuceé, incapaz de ser grosera aunque fuera un fantasma.
»—Espero que sobrevivas, de veras, Quinny —aseguró con voz suave—. Tengo un buen presentimiento en lo que a ti se refiere.
»Se acercó un paso más e inclinó la cabeza como si fuera a besarme. Me quedé allí clavada a pesar de que todos mis instintos clamaban para que huyera.

Quinn hizo una pausa y permaneció con gesto pensativo hasta que al final agregó:

—A los pocos días me iniciaron en mi nueva vida.

No supe si había eliminado de la historia la parte de su conversión como deferencia a mí o en reacción a la tensión que emanaba de Santana, tan manifiesta que hasta yo podía sentirla.

—Se llamaban María, Nettie y Lucy y no llevaban juntas mucho tiempo. María había reunido a las otras dos, las tres eran supervivientes de una derrota reciente. María deseaba vengarse y recuperar sus territorios mientras que las otras dos estaban ansiosas de aumentar lo que podríamos llamar sus «apriscos». Estaban reuniendo una tropa, pero lo hacían con más cuidado del habitual. Fue idea de María. Ella quería una fuerza de combate superior, por lo que buscaba hombres específicos, con potencial, y luego nos prestaba más atención y entrenamiento del que antes se le hubiera ocurrido a nadie. Nos adiestró en el combate y nos enseñó a pasar desapercibidos para los humanos. Nos recompensaba cuando lo hacíamos bien...

Hizo una pausa para saltarse otra parte.

—Pero María tenía prisa, sabedora de que la fuerza descomunal de los neófitos declinaba tras el primer año a contar desde la conversión y pretendía actuar mientras aún conserváramos esa energía.
»Éramos seis cuando me incorporé al grupo de María y se nos unieron otros cuatro en el transcurso de dos semanas. Todas éramos chicas, pues ella quería fieles adeptas, lo cual dificultaba aún más que no estallaran peleas entre nosotras. Tuve mis primeras rivalidades con mis nuevas compañeras de armas, pero yo era más rápida y mejor luchadora, por lo que ella estaba muy complacida conmigo a pesar de lo mucho que le molestaba tener que reemplazar a mis víctimas. Me recompensaba a menudo, por lo cual gané en fortaleza.
»Ella juzgaba bien a las personas y no tardó en ponerme al frente de su ejercito, como si me hubiera ascendido, lo cual encajaba a la perfección con mi naturaleza. Las bajas descendieron drásticamente y nuestro número subió hasta rondar la veintena...
»...una cifra considerable para los tiempos difíciles que nos tocaba vivir. Mi don para controlar la atmósfera emocional circundante, a pesar de no estar aún definido, resultó de una efectividad vital. Pronto, los neófitos comenzamos a trabajar juntos como no se había hecho antes hasta la fecha. Incluso María, Nettie y Lucy fueron capaces de cooperar con mayor armonía.
»María se encariñó conmigo y comenzó a confiar más y más en mí. En cierto modo, yo adoraba el suelo que pisaba. No sabía que existia otra forma de vida. Ella nos dijo que así era como funcionaban las cosas y nosotros la creímos.
»Me pidió que la avisara cuando mis hermanos y yo estuviéramos preparados para la lucha y yo ardía en deseos de probarme. Al final, conseguí que trabajaran codo con codo veintitrés vampiros neófitos increíblemente fuertes, disciplinados y de una destreza sin parangón. María estaba eufórica.
»Nos acercamos con sigilo a Monterrey, el antiguo hogar de María, donde nos lanzó contra sus enemigos, que nada más contaba con nueve neófitos en aquel momento y un par de vampiros veteranos para controlarlos. María apenas podía creer la facilidad con la que acabamos con ellos, sólo cuatro bajas en el transcurso del ataque, una victoria sin precedentes.
»Todos estábamos bien entrenados y realizamos el golpe de mano con la máxima discreción, de tal modo que la ciudad cambió de dueños sin que los humanos se dieran cuenta.
»El éxito la volvió avariciosa y no transcurrió mucho tiempo antes de que María fijara los ojos en otras ciudades. Ese primer año extendió su control hasta Texas y el norte de México. Entonces, otros vinieron desde el sur para expulsarla.

Quinn recorrió con dos dedos el imperceptible contorno de las cicatrices de un brazo.

—Los combates fueron muy intensos y a muchos les preocupó el probable regreso de los Vulturis. Tras dieciocho meses, fui la única superviviente de los veintitrés primeros. Ganamos tantas batallas como perdimos y Nettie y Lucy se revolvieron contra María, que fue la que prevaleció al final.
»Ella y yo fuimos capaces de conservar Monterrey. La cosa se calmó un poco, aunque las guerras no cesaron. Se desvaneció la idea de la conquista y quedó más bien la de la venganza y las rencillas, pues fueron muchos quienes perdieron a sus compañeros y eso no es algo que se perdone entre nosotros.
»María y yo mantuvimos en activo alrededor de una docena de neófitos. Significaban muy poco para nosotros. Eran títeres, material desechable del que nos deshacíamos cuando sobrepasaba su tiempo de utilidad. Mi vida continuó por el mismo sendero, de violencia y de esa guisa pasaron los años. Yo estaba hastiada de aquello mucho antes de que todo cambiara.
»Unas décadas después, trabé cierta amistad con un neófito que, contra todo pronóstico, había sobrevivido a los tres primeros años y seguía siendo útil. Se llamaba Peter, me caía bien, era... «civilizado»; sí, supongo que ésa es la palabra adecuada. Le disgustaba la lucha a pesar de que se le daba bien.
»Estaba a cargo de los neófitos, venía a ser algo así como su canguro. Era un trabajo a tiempo completo.
»Al final, llegó el momento de efectuar una nueva purga. Era necesario reemplazar a los neófitos cada vez que superaban el momento de máximo rendimiento. Se suponía que Peter me ayudaba a deshacerme de ellos. Los separábamos individualmente. Siempre se nos hacía la noche muy larga. Aquella vez intentó convencerme de que algunos de ellos tenían potencial, pero me negué porque María me había dado órdenes de que me librara de todos.
»Habíamos realizado la mitad de la tarea cuando me percaté de la gran agitación que embargaba a Peter. Meditaba la posibilidad de pedirle que se fuera y rematar el trabajo yo solo mientras llamaba a la siguiente víctima. Para mi sorpresa, Peter se puso arisco y furioso. Confiaba en ser capaz de dominar cualquier cambio de humor por su parte... Era un buen luchador, pero jamás fue rival para mí.
»La neófita a la que había convocado era una mujer llamada Charlotte que acababa de cumplir su año. Los sentimientos de Peter cambiaron y se descubrieron cuando ella apareció. Él le ordenó a gritos que se fuera y salió disparado detrás de ella. Pude haberlos perseguido, pero no lo hice. Me disgustaba la idea de matarle.
»María se enfadó mucho conmigo por aquello... Peter regresó a hurtadillas cinco años después, y eligió un buen día para llegar.
»María estaba perpleja por el continuo deterioro de mi estado de ánimo. Ella jamás se sentía abatida y se preguntaba por qué yo era diferente. Comencé a notar un cambio en sus emociones cuando estaba cerca de mí; a veces era miedo; otras, malicia. Fueron los mismos sentimientos que me habían alertado sobre la traición de Nettie y Lucy. Peter regresó cuando me estaba preparando para destruir a mi única aliada y el núcleo de toda mi existencia.
»Me habló de su nueva vida con Charlotte y de un abanico de opciones con las que jamás había soñado. No habían luchado ni una sola vez en cinco años a pesar de que se habían encontrado con otros muchos de nuestra especie en el norte; con ellos era posible una existencia pacífica.
»Me convenció con una sola conversación. Estaba lista para irme y, en cierto modo, aliviada por no tener que matar a María. Había sido su compañera durante los mismos años que William y Santana estuvieron juntos, aunque el vínculo entre nosotras no fuera ni por asomo tan fuerte. Cuando se vive para la sangre y el combate, las relaciones son tenues y se rompen con facilidad. Me marché sin mirar atrás.
»Viajé en compañía de Peter y Charlotte durante algunos años mientras le tomaba el pulso a aquel mundo nuevo y pacífico, pero la tristeza no desaparecía. No comprendía qué me sucedía hasta que Peter se dio cuenta de que empeoraba después de cada caza.
»Medité a ese respecto. Había perdido casi toda mi humanidad después de años de matanzas y carnicerías. Yo era una pesadilla, un monstruo de la peor especie, sin lugar a dudas, pero cada vez que me abalanzaba sobre otra víctima humana tenía un atisbo de aquella otra vida. Mientras las presas abrían los ojos, maravillados por mi hermosura, recordaba a María y a sus compañeras, y lo que me habían parecido la última noche que fui Quinn Fabray. Este recuerdo era más fuerte que todo lo demás, ya que yo era capaz de saber todo lo que sentía mi presa y vivía sus emociones mientras la mataba.
»Has sentido cómo he manipulado las emociones de quienes me rodean, Britt, pero me pregunto si alguna vez has comprendido cómo me afectan los sentimientos que circulan por una habitación. Viví en un mundo sediento de venganza y el odio fue mi continuo compañero durante mi primer siglo de vida. Todo eso disminuyó cuando abandoné a María, pero aún sentía el pánico y el temor de mi presa.
«Empezó a resultar insoportable.
»El abatimiento empeoró y vagabundeé lejos de Peter y Charlotte. Ambos eran civilizados, pero no sentían la misma aversión que yo. A ellos les bastaba con librarse de la batalla, mas yo estaba harta de matar, de matar a cualquiera, incluso a simples humanos.
»Aun así, debía seguir haciéndolo. ¿Qué otra opción me quedaba? Intenté disminuir la frecuencia de la caza, pero al final sentía demasiada sed y me rendía. Descubrí que la autodisciplina era todo un desafío después de un siglo de gratificaciones inmediatas… Todavía no la he perfeccionado.

Quinn se hallaba sumida en la historia, al igual que yo. Me sorprendió que su expresión desolada se suavizara hasta convertirse en una sonrisa pacífica.

—Me hallaba en Filadelfia y había tormenta. Estaba en el exterior y era de día, una práctica con la que aún no me encuentro cómodo del todo. Sabía que llamaría la atención si me quedaba bajo la lluvia, por lo que me escondí en una cafetería semivacía. Tenía los ojos lo bastante oscuros como para que nadie me descubriera, pero eso significaba también que tenía sed, lo cual me preocupaba un poco.
»Ella estaba sentada en un taburete de la barra. Me esperaba, por supuesto —rió entre dientes una vez—. Se bajó de un salto en cuanto entré y vino directamente hacia mí.
»Eso me sorprendió. No estaba segura de si pretendía atacarme, esa era la única interpretación que se me ocurría a tenor de mi pasado, pero me sonreía y las emociones que emanaban de ella no se parecían a nada que hubiera experimentado antes.
»—Me has hecho esperar mucho tiempo —dijo.

No me había percatado de que Rachel había vuelto para quedarse detrás de mí otra vez.

—Y tú agachaste la cabeza, como una buena dama, y respondiste: «Lo siento, señorita» —Rachel rompió a reír al recordarlo.

Quinn le devolvió la sonrisa.

—Tú me tendiste la mano y yo la tomé sin detenerme a buscarle un significado a mis actos, pero sentí esperanza por primera vez en casi un siglo.

Quinn tomó la mano de Rachel mientras hablaba y ella esbozó una gran sonrisa.

—Sólo estaba aliviada. Pensé que no ibas a aparecer jamás.

Se sonrieron la una a la otra durante un buen rato después del cual Quinn volvió a mirarme sin perder la expresión relajada.

—Rachel me habló de sus visiones acerca de la familia de Willliam. Apenas di crédito a que existiera esa posibilidad, pero ella me insufló optimismo y fuimos a su encuentro.
—Casi nos da algo del susto —intervino Sanatana, que puso los ojos en blanco antes de que Quinn pudiera explicarme nada más—. Puck y yo nos habíamos alejado para cazar y de pronto aparece Quinn, cubierta de cicatrices de combate, llevando detrás a este monstruito —Santana propinó un codazo muy suave a Rachel—, que saludaba a cada uno por su nombre, lo sabía todo y quería averiguar en qué habitación podía instalarse.

Rachel y Quinn echaron a reír en armonía, como un dúo de soprano y bajo.

—Cuando llegué a casa, todas mis cosas estaban en el garaje.

Rachel se encogió de hombros.

—Tu habitación tenía las mejores vistas.

Ahora las tres rieron juntas.

—Es una historia preciosa —comenté. Tres pares de ojos me miraron como si estuviera loca—. Me refiero a la última parte —me defendí—, al final feliz con Rachel.
—Ella marca la diferencia —coincidió Quinn—. Y sigo disfrutando de la situación.

Pero no podía durar la momentánea pausa en la tensión del momento.

—Una tropa... —susurró Rachel—, ¿por qué no me lo dijiste?

Todos nos concentramos de nuevo en el asunto. Todas las miradas se clavaron en Quinn.

—Creí que había interpretado incorrectamente las señales. ¿Y por qué? ¿Quién iba a crear un ejército en Seattle? En el norte no hay precedentes ni se estila la vendetta. La perspectiva de la conquista tampoco tiene sentido, ya que nadie reclama nada. Los nómadas cruzan las tierras y nadie lucha por ellas ni las defiende.
—Pero he visto esto antes y no hay otra explicación. Han organizado una tropa de neófitos en Seattle. Supongo que no llegan a veinte. La parte ardua es su escasa capacitación. Quienquiera que los haya creado se limita a dejarlos sueltos. La situación sólo puede empeorar y los Vulturis van a aparecer por aquí a no tardar mucho. De hecho, me sorprende que lo hayan dejado llegar tan lejos.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó William.
—Destruir a los neófitos, y además hacerlo pronto, si queremos evitar que se involucren los Vulturis —el rostro de Quinn era severo. Suponía lo mucho que le perturbaba aquella decisión ahora que conocía su historia—. Os puedo enseñar cómo hacerlo, aunque no va a ser fácil en una ciudad. Los jóvenes no se preocupan de mantener la discreción, pero nosotros debemos hacerlo. Eso nos va a limitar en cierto modo, y a ellos no. Quizá podamos atraerlos para que salgan de allí.
—Quizá no sea necesario —repuso Santana, huraña—. ¿A nadie se le ha ocurrido pensar que la única posible amenaza para la creación de un ejército en esta zona somos... nosotros?

Quinn entornó los ojos mientras que William los abrió, sorprendido.

—El grupo de Tanya también está cerca —contestó Emma, poco dispuesta a aceptar las palabras de Santana.
—Los neófitos no están arrasando Anchorage, Emma. Me parece que deberíamos sopesar la posibilidad de que seamos el objetivo.
—Ellos no vienen a por nosotros —insistió Rachel. Hizo una pausa—, o al menos... no lo saben, todavía no.
—¿Qué ocurre? —quiso saber Santana, curiosa y nerviosa al mismo tiempo—. ¿De qué te has acordado?
—Destellos —contestó Rachel—. No obtengo una imagen nítida cuando intento ver qué ocurre, nunca es nada concreto, pero sí he atisbado esos extraños fogonazos. No bastan para poderlos interpretar. Parece como si alguien les hiciera cambiar de opinión y los llevara de un curso de acción a otro muy deprisa para que yo no pueda obtener una visión adecuada.
—¿Crees que están indecisos? —preguntó Quinn con incredulidad.
—No lo sé...
—Indecisión, no —masculló Santana—. Conocimiento. Se trata de alguien que sabe que no vas a poder ver nada hasta que se tome la decisión, alguien que se oculta de nosotros y juega con los límites de tu presciencia.
—¿Quién podría saberlo? —susurró Rachel.

Los ojos de Santana fueron duros como el hielo cuando respondió:

—Aro te conoce mejor que tú misma.
—Pero me habría enterado si hubieran decidido venir...
—A menos que no quieran ensuciarse las manos...
—Tal vez se trate de un favor —sugirió Kitty, que no había despegado los labios hasta ese momento—. Quizá sea alguien del sur, alguien que ha tenido problemas con las reglas, alguien al que le han ofrecido una segunda oportunidad: no le destruyen a cambio de hacerse cargo de un pequeño problema... Eso explicaría la pasividad de los Vulturis.
—¿Por qué? —preguntó William, aún atónito—. No hay razón para que ellos...
—La hay —discrepó Santana en voz baja—. Me sorprende que haya salido tan pronto a la luz, ya que los demás pensamientos eran más fuertes cuando estuve con ellos. Aro nos quiere a Rachel y a mí, cada uno a su lado. El presente y el futuro, la omnisciencia total. El poder de la idea le embriaga, pero yo había creído que le iba a costar mucho más tiempo concebir ese plan para lograr lo que tanto ansia. Y también hay algo sobre ti, Wiliam, sobre tu familia, próspera y en aumento. Son los celos y el miedo. No tienes más que él, pero sí posees cosas de su agrado. Procuró no pensar en ello, pero no lo consiguió ocultar del todo. La idea de erradicar una posible competencia estaba ahí. Además, después del suyo, nuestro aquelarre es el mayor de cuantos han conocido jamás...

Contemplé aterrorizada el rostro de Santana. Jamás me había dicho nada de aquello, aunque suponía la razón. Ahora me imaginaba el sueño de Aro: Santana y Rachel llevando vestiduras negras a su lado, con ojos fríos e inyectados en sangre...

William interrumpió mi creciente pesadilla.

—Hay que tener en cuenta también que se han consagrado a su misión y no quebrantarían sus propias reglas. Esto iría en contra de todo aquello por lo que luchan.
—Siempre pueden limpiarlo todo después —refutó Santana con tono siniestro—. Cometen una doble traición y aquí no ha pasado nada.

Quinn se inclinó hacia delante sin dejar de sacudir la cabeza.

—No, William está en lo cierto. Los Vulturis jamás rompen las reglas. Además, todo esto es demasiado chapucero. Este... tipo, esta amenaza es... No tienen ni idea de lo que se traen entre manos. Juraría que es obra de un primerizo. No me creo que estén involucrados los Vulturis, pero lo estarán. Vendrán.

Nos miramos todos unos a otros, petrificados por la incertidumbre del momento.

—En ese caso, vayamos... —rugió Puck—. ¿A qué estamos esperando?

William y Santana intercambiaron una larga mirada de entendimiento. Santana asintió una vez.

—Vamos a necesitar que nos enseñes a destruirles, Quinn —expuso William al fin con gesto endurecido, pero podía ver la pena en sus ojos mientras pronunciaba esas palabras. Nadie odiaba la violencia más que él.

Había algo que me turbaba y no conseguía averiguar de qué se trataba. Estaba petrificada de miedo, horrorizada, aterrada, y aun así, por debajo de todo eso, tenía la sensación de que se me escapaba algo importante, algo que tenía sentido dentro del caos, algo que aportaría una explicación.

—Vamos a necesitar ayuda —anunció Quinn—. ¿Crees que el aquelarre de Tanya estaría dispuesto...? Otros cinco vampiros maduros supondrían una diferencia enorme y sería una gran ventaja contar con Kate y Eleazar a nuestro lado. Con su ayuda, incluso sería fácil.
—Se lo pediremos —contestó William.

Quinn le tendió un móvil.

—Tenemos prisa.

Nunca había visto resquebrajarse la calma innata de William. Tomó el teléfono y se dirigió hacia las ventanas. Marcó el número, se llevó el móvil al oído y apoyó la otra mano sobre el cristal. Permaneció contemplando la neblinosa mañana con una expresión afligida y ambigua.

Santana me tomó de la mano y me llevó hasta un sofá. Me senté a su lado sin perder de vista su rostro mientras ella miraba fijamente a William, que hablaba bajito y muy deprisa, por lo cual era difícil entenderle. Le escuché saludar a Tanya y luego se adentró en describir con rapidez la situación, demasiado rápido para comprender casi nada, aunque deduje que el aquelarre de Alaska no ignoraba lo que pasaba en Seattle.

Entonces se produjo un cambio en la voz de William.

—Vaya —dijo con voz un poco más aguda a causa de la sorpresa—. No nos habíamos dado cuenta de que Irina lo veía de ese modo.

Santana refunfuñó a mi lado y cerró los ojos.

—Maldito, maldito sea Sebastian, que se pudra en el más profundo abismo del infierno al que pertenece...
—¿Sebastian? —susurré.

La sangre huyó de mi rostro, pero Santana no me contestó, centrado en leerle los pensamientos a William.

No había olvidado ni por un momento mi encuentro con Sebastian a principios de primavera. No se había borrado de mi mente una sola de las palabras que pronunció antes de que la manada de Sam irrumpiera.

«De hecho, he venido aquí para hacerle un favor a Kurt».

Kurt. Sebastian había sido su primer movimiento. Le había enviado a observar y averiguar si era difícil capturarme. No envió ningún informe gracias a que los lobos acabaron con él.

Aunque había mantenido los viejos lazos con Kurt a la muerte de Blaine, también había entablado nuevos vínculos y relaciones, pues había ido a vivir con la familia de Tanya en Alaska. Tanya, la de la melena de color marrón rojizo, y sus compañeros eran los mejores amigos que los Cullen tenían en el mundo vampírico, prácticamente eran familia. Sebastian había pasado entre ellos casi un año entero antes de su muerte.

William continuó hablando, pero su voz había perdido esa nota de súplica para fluctuar entre lo persuasivo y lo amenazador. Entonces, de pronto, triunfó lo segundo sobre lo primero.

—Eso está fuera de cuestión —respondió William con voz grave—. Tenemos un trato. Ni ellos lo han quebrantado ni nosotros vamos a romperlo. Lamento oír eso... Por supuesto, haremos cuanto esté en nuestras manos... Solos.

Cerró el móvil de golpe sin esperar respuesta y continuó contemplando la niebla.

—¿Qué problema hay? —inquirió Puck a Santana en voz baja.
—El vínculo de Irina con nuestro amigo Sebastian era más fuerte de lo que pensábamos. Ella les guarda bastante ojeriza a los lobos por haberle matado para salvar a Britt. Ella quiere... —hizo una pausa y bajó la mirada en busca de mi rostro.
—Sigue —le insté con toda la calma que pude aparentar.
—Pretende vengarse. Quiere aplastar a toda la manada. Nos prestarían su ayuda a cambio de nuestro permiso.
—¡No! —exclamé con voz entrecortada.
—No te preocupes —me tranquilizó con voz monocorde—. William jamás aceptaría eso —vaciló y luego suspiró—. Ni yo tampoco. Sebastian tuvo lo que se merecía —continuó, casi con un gruñido— y sigo en deuda con los lobos por eso.
—Esto pinta mal —dijo Quinn—. Son demasiados incluso para un solo enfrentamiento. Les ganamos por la mano en habilidad, pero no en número. Triunfaríamos, sí, pero ¿a qué precio?

Dirigió la vista al rostro de Rachel y la apartó enseguida. Quise gritar cuando entendí a qué se refería Quinn.

Venceríamos en caso de que hubiera lucha, pero no sin tener bajas. Algunos no sobrevivirían.

Recorrí la vista por la habitación y contemplé las facciones de Quinn, Rachel, Puck, Kitty, Emma, William, Santana, los rostros de mi familia.

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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por dianna agron 16 Vie Dic 27, 2013 12:30 am




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Declaración


—No puedes hablar en serio —dije el miércoles por la tarde—. ¡A ti se te ha ido la olla! ¡Te has vuelto loca!
—Puedes ponerme a caldo —replicó Rachel—, pero no se suspende la fiesta.

La miré fijamente, con ojos tan desorbitados por la incredulidad que pensé que se me salían de las cuencas y caían sobre la bandeja de la comida.

—¡Venga, Britt, tranquila! No hay razón para no celebrarla. Además, ya están enviadas las invitaciones.
—Tú... estás... tocada... del... ala... como... una cabra —farfullé.
—Encima, ya te he comprado mi regalo —me recordó—. Basta con abrirlo.

Hice un esfuerzo para conservar la calma.

—Una fiesta es lo menos apropiado del mundo con la que se nos viene encima.
—Lo más inmediato es la graduación, y dar una fiesta es tan apropiado que casi parece pasado de moda.
—¡Rachel!

Ella suspiró e intentó ponerse seria.

—Nos va a llevar un poco de tiempo poner en orden las cosas pendientes. Podemos aprovechar el compás de espera para celebrarlo. Vas a graduarte en el instituto por primera y única vez en la vida. No volverás a ser humana, Britt. Esta oportunidad es irrepetible.

Santana, que había permanecido en silencio durante nuestra pequeña discusión, le lanzó a su hermana una mirada de advertencia y ella le sacó la lengua. Su tenue voz jamás se había dejado oír por encima del murmullo de voces de la cafetería y en cualquier caso, nadie comprendería el significado oculto detrás de sus palabras.

—¿Qué es lo que hemos de poner en orden? —pregunté, negándome a cambiar de tema.
—Quinn cree que un poco de ayuda nos vendría bien —respondió Santana en voz baja—. La familia de Tanya no es nuestra única alternativa. William está intentando averiguar el paradero de algunos viejos amigos y Quinn ha ido a visitar a Peter y Charlotte. Ha sopesado incluso la posibilidad de hablar con María, pero a nadie le apetece involucrar a los sureños —Rachel se estremeció levemente—. No iba a sernos difícil convencerlos de que echaran una mano —prosiguió—, pero ninguno queremos recibir visitas desde Italia.
—Pero esos amigos... Esos amigos no son «vegetarianos», ¿verdad? —protesté, utilizando en tono de burla el apodo con el que los Cullen se designaban a sí mismos.
—No —contestó Santana, súbitamente inexpresiva.
—¿Los vais a traer a Forks?
—Son amigos —me aseguró Rachel—. Todo va a salir bien, no te preocupes. Luego, Quinn debe enseñarnos unas cuantas formas de eliminar neófitos...

Al oír eso, una sonrisilla iluminó el rostro de Santana y los ojos le centellearon. Sentí una punzada en el estómago, que parecía repleto de esquirlas de hielo.

—¿Cuándo os marcháis? —pregunté con voz apagada.

La idea de que alguno no regresara me resultaba insoportable. ¿Qué pasaba si era Puck, tan valeroso e inconsciente que jamás tomaba la menor precaución? ¿Y si era Emma, tan dulce y maternal que ni siquiera la imaginaba luchando? ¿Y si caía Rachel, tan minúscula y de apariencia tan frágil? ¿Y si...? No podía pensar su nombre ni sopesar la posibilidad.

—Dentro de una semana —replicó Santana con indiferencia.

Los fragmentos de hielo se agitaron de forma muy molesta en mi estómago y de repente sentí náuseas.

—Te has puesto verde, Britt —comentó Rachel.

Santana me rodeó con el brazo y me estrechó con fuerza contra su costado.

—Va a ir bien, Britt. Confía en mí, tranquila.

¡Y un cuerno!, pensé en mi fuero interno. Confiaba en ella, pero era yo quien se iba a quedar sentada en la retaguardia, preguntándome si la razón de mi existencia iba o no a regresar.

Fue entonces cuando se me ocurrió que quizá no fuera necesario que me sentara a esperar. Una semana era más que de sobra.

—Estáis buscando ayuda —anuncié despacio.
—Sí.

Rachel ladeó la cabeza al percibir un cambio de tono en mi voz. La miré sólo a ella cuando hice mi sugerencia con un hilo de voz poco más audible que un susurro.

—Yo puedo ayudar.

De repente, Santana se envaró y me sujetó con más fuerza. Espiró con un siseo, pero fue Rachel quien respondió sin perder la calma.

—En realidad, eso sería de poca utilidad.
—¿Por qué? —repliqué. Detecté una nota de desesperación en mi voz—. Ocho es mejor que siete y da tiempo de sobra.
—No hay suficientes días para que puedas ayudarnos —repuso ella con aplomo—. ¿Recuerdas la descripción de los jóvenes que hizo Quinn? No serías buena en una pelea. No podrías controlar tus instintos y eso te convertiría en un blanco fácil, y Santana resultaría herida al intentar protegerte.

Rachel se cruzó de brazos, satisfecha de su irrefutable lógica. Estaba en lo cierto. Siempre se ponía así cuando tenía razón. Me hundi en el asiento cuando se vino abajo mi fugaz ilusión. Santana, que estaba a mi lado, se relajó y me habló al oído.

—No mientras tengas miedo —me recordó.
—Ah —comentó Rachel con rostro carente de expresión, pero luego se volvió hosca—: Odio las cancelaciones en el último minuto, y ésta rebaja la lista de asistentes a la fiesta a sesenta y cinco.
—¡Sesenta y cinco! —los ojos se me salieron de las órbitas otra vez. Yo no tenía tantos amigos, es más, ¿conocía a tanta gente?
—¿Quién ha cancelado su asistencia? —preguntó Santana, ignorándome.
—Susan.
—¿Qué? —exclamé con voz entrecortada.
—Iba a acudir a tu fiesta de graduación para darte una sorpresa, pero algo ha salido mal. Encontrarás un mensaje suyo en el contestador cuando llegues a casa.

Me limité a disfrutar de la sensación de alivio durante unos instantes. Ignoraba qué le había salido mal a mi madre, pero fuera lo que fuera, le guardaba gratitud eterna. Si ella hubiera venido a Forks ahora..., no quería ni imaginarlo, me hubiera estallado la cabeza.


La luz del contestador parpadeaba cuando regresé a casa. Mi sensación de alivio volvió a aumentar cuando oí describir a mi madre el accidente de Phil en el campo de béisbol. Se enredó con el receptor mientras hacía una demostración de deslizamiento y se rompió el fémur, por lo que dependía de ella por completo y no le podía dejar solo. Mi madre seguía disculpándose cuando se acabó el tiempo del mensaje.

—Bueno, ahí va una —suspiré.
—¿Una? ¿Una qué? —inquirió Santana.
—Una persona menos por la que preocuparse de que la maten la semana próxima —puso los ojos en blanco—. ¿Por qué Rachel y tú no os tomáis en serio este asunto? —exigí saber—. Es grave.

Ella sonrió.

—Confianza.
—Genial —refunfuñé.

Descolgué el auricular y marqué el número de Susan a sabiendas de que me aguardaba una larga conversación, pero también preveía que no iba a tener que participar mucho.

Me limité a escuchar y asegurarle cada vez que me dejaba meter baza que no estaba decepcionada ni enfadada ni dolida. Ella debía centrarse en ayudar a la recuperación de Phil, con quien me puso para que le dijera «que te mejores», y prometí llamarla para cualquier nuevo detalle de la graduación del instituto. Al final, para lograr que colgara, me vi obligada a apelar a mi necesidad de estudiar para los exámenes finales.

El temple de Santana era infinito. Esperó con paciencia durante toda la conversación, jugueteando con mi pelo y sonriendo cada vez que yo alzaba los ojos. Probablemente, era superficial fijarse en ese tipo de cosas mientras tenía tantos asuntos importantes en los que pensar, pero su sonrisa aún me dejaba sin aliento. Era tan hermosa que en ocasiones me resultaba extremadamente difícil pensar en otra cosa, como las tribulaciones de Phil, las disculpas de Susan o la tropa enemiga de vampiros. La carne es débil.

Me puse de puntillas para besarle en cuanto colgué. Me rodeó la cintura con los brazos y me llevó en volandas hasta la encimera de la cocina, ya que yo no hubiera podido llegar tan lejos. Eso jugó a mi favor, ya que enlacé mis brazos alrededor de su cuello y me fundí con su frío pecho.

Ella me apartó demasiado pronto, como de costumbre.

Hice un mohín de contrariedad. Santana se rió de mi expresión una vez que se hubo zafado de mis brazos y mis piernas. Se inclinó sobre la encimera a mi lado y me rozó los hombros con el brazo.

—Sé que me consideras capaz de un autocontrol perfecto y persistente, pero lo cierto es que no es así.
—Qué más quisiera yo.

Suspiré; Ella hizo lo mismo y luego cambió de tema.

—Mañana después del instituto voy a ir de caza con William, Emma y Kitty —anunció—. Serán sólo unas horas y vamos a estar cerca. Rachel, Quinn y Puck se las arreglarían para mantenerte a salvo si fuera necesario.
—¡Puaj! —refunfuñé. Mañana era el primer día de los exámenes finales y el instituto cerraba por la tarde. Tenía exámenes de Cálculo e Historia, los dos puntos débiles a la hora de conseguir la graduación, por lo que iba a estar casi todo el día sin ella ni otra cosa que hacer que preocuparme—. Me repatea que me cuiden.
—Es provisional —me prometió.
—Quinn va a aburrirse y Puck se burlará de mí.
—Van a portarse mejor que nunca.
—Vale —rezongué. Entonces se me ocurrió que tenía otra alternativa distinta a los canguros—. Sabes..., no he estado en La Push desde el día de las hogueras —observé con cuidado su rostro en busca del menor gesto, pero sólo los ojos se tensaron levemente—. Allí estaría a salvo —le recordé.

Lo consideró durante unos instantes.

—Es probable que tengas razón.

Mantuvo el rostro en calma, quizá estuviera demasiado impermeable para ser sincera. Estuve a punto de preguntarle si prefería que me quedara en casa, pero luego imaginé a Puck tomándome el pelo a diestro y siniestro, razón por la que cambié de tema.

—¿Ya tienes sed? —pregunté mientras estiraba la mano para acariciar la leve sombra de debajo de sus ojos. Su mirada seguía siendo de un dorado intenso.
—En realidad, no.

Parecía reacía a responder, y eso me sorprendió. Aguardé una explicación que me dio a regañadientes.

—Queremos estar lo más fuertes posible. Quizá volvamos a cazar durante el camino de cara al gran juego.
—¿Eso os dará más fuerza?

Estudió mi rostro, pero sólo halló curiosidad.

—Sí —contestó al final—. La sangre humana es la que más vitalidad nos proporciona, aunque sea levemente. Quinn ha estado dándole vueltas a la idea de hacer trampas. Es una persona realista aunque la idea no le agrade, pero no la va a proponer. Conoce cuál sería la respuesta de William.
—¿Eso os ayudaría? —pregunté en voz baja.
—Eso no importa. No vamos a cambiar nuestra forma de ser.

Puse mala cara. Si había algo que aumentara las posibilidades... Estaba favorablemente predispuesta a aceptar la muerte de un desconocido para protegerle a ella. Me aborrecí por ello, pero tampoco era capaz de rechazar la posibilidad.

Ella volvió a cambiar de tema.

—He ahí la razón por la que son tan fuertes. Los neófitos están llenos de sangre humana, su sangre, que reacciona a la transformación. Hace crecer los tejidos, los fortalece. Sus cuerpos consumen de forma lenta esa energía y, como dijo Quinn, la vitalidad comienza a disminuir pasado el primer año.
—¿Cuánta fuerza tendré?

Sonrió.

—Más que yo.
—¿Y más que Puck?

La sonrisa se hizo aún mayor.

—Sí. Hazme el favor de echarle un pulso. Le conviene una cura de humildad.

Me eché a reír. Sonaba tan ridícula la idea.

Luego, suspiré y me dejé caer de la encimera. No podía aplazarlo por más tiempo. Debía empollar, y empollar de verdad. Por fortuna, contaba con la ayuda de Santana, que era una tutora excelente y lo sabía absolutamente todo. Suponía que mi mayor problema iba a ser concentrarme durante los propios exámenes. Si no me controlaba, iba a ser capaz de terminar escribiendo un ensayo sobre la historia de las guerras de los vampiros en el sur.

Me tomé un respiro para telefonear a Sam. Santana pareció tan cómoda como cuando llamé a Susan y volvió a juguetear con mi pelo.

Mi telefonazo despertó a Sam a pesar de que era bien entrada la tarde. Acogió con júbilo la posibilidad de una visita al día siguiente. La escuela de los quileute ya había concedido las vacaciones de verano, por lo que podía recogerme tan pronto como me conviniera. Me complacía mucho tener una alternativa a la de los canguros. Pasar el día en compañía de un amigo era un poquito más decoroso...
...pero una parte de esa dignidad se perdió cuando Santana insistió en dejarme en la misma divisoria, como una niña que se confía a la custodia de sus tutores.

—Bueno, ¿cómo te han ido los exámenes? —me preguntó Santana durante el camino para darme conversación.
—El de Historia era fácil, pero el de Cálculo, no sé, no sé. Me parece que tenía sentido, lo cual quiere decir que lo más probable es que me haya equivocado.

Ella se carcajeó.

—Estoy convencido de que lo has hecho bien, pero puedo sobornar al señor Varner para que te ponga sobresaliente si estás tan preocupada.
—Gracias, gracias, pero no.

Se echó a reír de nuevo, pero las carcajadas se detuvieron en cuanto doblamos la última curva y vio estacionado el coche rojo.

Suspiró pesadamente.

—¿Pasa algo? —inquirí, ya con la mano en la puerta.

Sacudió la cabeza.

—Nada.

Entornó los ojos y clavó la mirada en el otro coche a través del parabrisas. Ya conocía esa mirada.

—No leas la mente de Sam, ¿vale? —le acusé.
—Resulta difícil ignorar a alguien que va pegando voces.
—Ah —cavilé durante unos segundos—. ¿Y qué es lo que grita? —inquirí en un susurro.
—Estoy absolutamente segura de que va a contártelo él mismo —repuso Santana con tono irónico.

Le habría presionado sobre el tema, pero Sam se puso a tocar el claxon. Sonaron dos rápidos bocinazos de impaciencia.

—Es un comportamiento descortés —refunfuñó Santana.
—Es Sam.

Suspiré y me apresuré a salir del coche antes de que hiciera algo que sacara de sus casillas a Santana.

Me despedí de ella con la mano antes de entrar en Volkswagen Golf y desde lejos me pareció que los bocinazos o los pensamientos de Sam le habían alterado de verdad, pero tampoco es que yo tuviera una vista de lince y cometía errores todo el tiempo.

Deseé que Santana se acercara, que ambos salieran de los coches y se estrecharan las manos como amigos, que fueran Santana y Sam en vez de vampira y licántropo. Tenía la sensación de tener en las manos dos imanes obstinados y estar intentando acercarlos para obligarlos a actuar contra los dictados de la naturaleza.

Suspiré y entré en el coche de Sam.

—Hola, Britt.

El tono de Sam era normal, pero hablaba arrastrando las sílabas. Estudié su rostro mientras comenzaba a descender por la carretera de regreso a La Push, conduciendo algo más deprisa que yo, pero bastante más lento que Sam.

Sam parecía diferente, quizás incluso enfermo. Se le cerraban los párpados y tenía el rostro demacrado. Llevaba el pelo desgreñado, con los mechones disparados en todas direcciones, hasta casi el punto de llegarle a la barbilla en algunos sitios.

—¿Te encuentras bien, Sam?
—Sólo un poco cansado —consiguió decir antes de verse desbordado por un descomunal bostezo. Cuando acabó, preguntó—: ¿Qué quieres hacer hoy?

Le contemplé durante un instante.

—Por ahora —sugerí—, vamos a dejarnos caer por tu casa —no tenía aspecto de tener cuerpo para mucho más que eso—. Ya montaremos en moto más tarde.
—Vale, vale —dijo.

Y bostezó de nuevo.

Me sentí extraña al no encontrar a nadie en la casa. Entonces comprendí que consideraba a Billy como parte del mobiliario, siempre presente.

—¿Dónde está tu padre?
—Con los Sue. Suele pasar mucho rato allí desde la muerte de Harry. Sue se siente un poco sola.

Sam se sentó en el viejo sofá, no mucho más grande que un canapé, y se arrastró dando tumbos para hacerme sitio.

—Ah, bien hecho. Pobre Sue.
—Sí... Ella está teniendo... —vaciló—. Tiene problemas con los chicos.
—Normal. Debe de ser muy duro para Joe y Marley haber perdido a su padre.
—Ajajá —coincidió él con la mente sumida en sus pensamientos.

Echó mano al mando a distancia y empezó a hacer zapping sin prestar la menor atención. Bostezó de nuevo.

—¿Qué te ocurre? Pareces un zombi, Samy.
—Esta noche no he dormido más de dos horas, y la anterior, sólo cuatro —me dijo. Estiró sus largos brazos lentamente y pude oír chasquear las articulaciones mientras se flexionaba. Dejó caer el brazo izquierdo sobre el respaldo del sofá, detrás de mí, y reclinó la cabeza contra la pared.
—Estoy reventado.
—¿Por qué no duermes? —le pregunté.

Hizo un mohín.

—Finn tiene problemas. No confía en tus chupasangres y en lo que yo hablé con Santana. He hecho turnos dobles durante las dos últimas semanas sin que nadie me haya ayudado, aun así, él no lo tiene en cuenta. Así que de momento voy por libre.
—¿Turnos dobles? ¿Y lo haces para vigilar mi casa? Sam, eso es una equivocación. Necesitas dormir. Estaré bien.
—Sí, claro... —de pronto, abrió un poco los ojos, más alerta—. Eh, ¿habéis averiguado quién estuvo en tu habitación? ¿Hay alguna novedad?

Ignoré la segunda pregunta.

—No, aún no sabemos nada de mi... visitante.
—Entonces, seguiré rondando por ahí —insistió mientras se le cerraban los párpados.
—Sam... —comencé a quejarme.
—Eh, es lo menos que puedo hacer... Te ofrecí servidumbre eterna, recuerda, ser tu esclavo de por vida.
—¡No quiero un esclavo!

No abrió los ojos.

—Entonces, ¿qué quieres, Britt?
—Quiero a mi amigo Sam..., y no me apetece verle medio muerto, haciéndose daño por culpa de alguna insensatez...
—Míralo de este modo —me atajó—. Estoy esperando la oportunidad de rastrear a un vampiro al que se me permite matar, ¿vale?

No le contesté. Entonces, me miró, estudiando mi reacción.

—Estoy de broma, Britt.

No aparté la vista del televisor.

—Bueno, ¿y tienes algún plan especial para la próxima semana? Vas a graduarte. Guau, qué bien —hablaba con voz apagada y su rostro, ya demacrado, estaba ojeroso cuando cerró los ojos, aunque en esta ocasión no era a causa de la fatiga, sino del rechazo. Comprendí que esa graduación tenía un significado especial para él, aunque ahora mis intenciones se habían trastocado.
—No tengo ningún plan «especial» —respondí cuidadosamente con la esperanza de que mis palabras le tranquilizaran sin necesidad de ninguna explicación más detallada. No quería abordar eso en aquel momento. Por un lado, él no tenía aspecto de poder sobrellevar conversaciones difíciles; y por otra, iba a percatarse de mis muchos reparos—. Bueno, debo asistir a una fiesta de graduación. La mía —hice un sonido de disgusto—. A Rachel le encantan las fiestas y esa noche ha invitado a todo el pueblo a su casa. Va a ser horrible.

Abrió los ojos mientras yo hablaba y una sonrisa de alivio atenuó su aspecto cansado.

—No he recibido ninguna invitación. Me siento ofendido —bromeó.
—Considérate invitado. Se supone que es mi fiesta, por lo que estoy en condiciones de invitar a quien quiera.
—Gracias —contestó con sarcasmo mientras cerraba los ojos una vez más.
—Me gustaría que vinieras —repuse sin ninguna esperanza—. Sería más divertido, para mí, quiero decir.
—Vale, vale... —murmuró—. Sería de lo más... prudente.

Se puso a roncar pocos segundos después.

Pobre Sam. Estudié su rostro mientras dormía y me gustó lo que vi, pues no estaba a la defensiva y había desaparecido todo atisbo de amargura. De pronto, apareció el chico que había sido mi mejor amigo antes de que toda esa estupidez de la licantropía se hubiera interpuesto en el camino. Parecía mucho más joven. Parecía mi Sam.

Me acomodé en el sofá para esperar a que se despertara, con la esperanza de que durmiera durante un buen rato y recuperase el sueño atrasado. Fui cambiando de canal, pero no echaban nada potable, así que lo dejé en un programa culinario, sabedora de que yo nunca sería capaz de emular semejante despliegue en la cocina de Charlie. Mi amigo siguió roncando cada vez más fuerte, por lo que subí un poco el volumen de la tele.

Estaba sorprendentemente relajada, incluso soñolienta también. Me sentía más segura en aquella casa que en la mía, puede que porque nadie había acudido a buscarme a ese lugar. Me aovillé en el sofá y pensé en echar un sueñecito yo también. Quizá lo habría logrado, pero era imposible conciliar el sueño con los ronquidos de Sam. Por eso, dejé vagar mi mente en lugar de dormir.

Había terminado los exámenes finales. La mayoría estaban tirados con la excepción de Cálculo, en el que aprobar o suspender estaba ahí, ahí, por los pelos. Mi educación en el instituto había concluido y no sabía cómo sentirme en realidad. Era incapaz de contemplarlo con objetividad al estar ligada al fin de mi existencia como mortal.

Me pregunté cuánto tiempo pensaba Santana usar su pretexto «no mientras tengas miedo». Iba a tener que ponerme firme alguna vez.

Pensándolo desde un punto de vista práctico, sabía que tenía más sentido pedirle a William que me transformara en el momento de recibir la graduación. Forks estaba a punto de convertirse en un pueblo tan peligroso como si fuera zona de guerra. No. Forks era ya zona de guerra, sin mencionar que sería una excusa perfecta para perderme la fiesta de graduación. Sonreí para mis adentros cuando pensé en la más trivial de las razones para la conversión, estúpida, sí, pero aun así, convincente.

Pero Santana tenía razón. Todavía no estaba preparada.

No deseaba ser práctica. Quería que fuera ella quien me transformara. No era un deseo racional, de eso no tenía duda. Dos segundos después de que cualquiera me mordiera y la ponzoña corriera por mis venas dejaría de preocuparme quién lo hubiera hecho, por lo que no habría diferencia alguna.

Resultaba difícil explicar en palabras, incluso a mí misma, por qué tenía tanta importancia. Guardaba relación con el hecho de que ella hiciera la elección. Si me quería lo bastante para conservarme como era, también debería impedir que me transformara otra persona. Era una chiquillada, pero quería que sus labios fueran el último placer que sintiera; aún más ‑y más embarazoso, algo que no diría en voz alta‑, deseaba que fuera su veneno el que emponzoñara mi cuerpo. Eso haría que le perteneciera de un modo tangible y cuantificable.

Pero sabía que se iba a aferrar al plan de la boda como una garrapata. Estaba segura de que buscaba forzar una demora y se afanaba en conseguirla. Intenté imaginarme anunciando a mis padres que me casaba ese verano, y también a Tinna, Mike, Artie. No podía. No se me ocurría qué decir. Resultaría más sencillo explicarles que iba a convertirme en vampiro. Y estaba segura de que al menos mi madre, sobre todo si era capaz de contarle todos los detalles de la historia, iba a oponerse con más denuedo a mi matrimonio que a mi vampirización. Hice una mueca en mi fuero interno al imaginar la expresión horrorizada de Susan.

Entonces, tuve por un segundo otra visión: Santana y yo, con ropas de otra época, en una hamaca de un porche. Un mundo donde a nadie le sorprendería que yo llevase un anillo en el dedo, un lugar más sencillo donde el amor se encauzaba de forma simple, donde uno más uno sumaban dos.

Sam roncó y rodó de costado. Su brazo cayó desde lo alto del respaldo del sofá y me fijó contra su cuerpo.

¡Toma ya, cuánto pesaba! Y calentaba. Resultó sofocante al cabo de unos momentos.

Intenté salir de debajo de su brazo sin despertarle, pero me vi en la necesidad de empujarle un poquito y abrió los ojos bruscamente. Se levantó de un salto y miró a su alrededor con ansiedad.

—¿Qué? ¿Qué? —preguntó, desorientado.
—Sólo soy yo, Sam. Lamento haberte despertado.

Se giró para mirarme, parpadeando confuso.

—¿Britt?
—Hola, dormilón.
—¡Jo, tío! ¿Me he dormido? Lo siento. ¿Cuánto tiempo he estado grogui?
—Unas cuantas horas por lo menos. He perdido la cuenta.

Se dejó caer en el sofá, a mi lado.

—¡Vaya! Cuánto lo siento, Britt.

Le atusé ligeramente la melena en un intento de alisar un poco aquel lío.

—No lo lamentes. Estoy contenta de que hayas dormido algo.

Bostezó y se desperezó.

—Últimamente, soy un negado. No me extraña que Billy se pase el día fuera. Estoy hecho un muermo.
—Tienes buen aspecto —le aseguré.
—Puaj, vamos fuera. Necesito dar un paseo por ahí o voy a quedarme frito otra vez.
—Vuelve a dormir, Sam. Estoy bien. Llamaré a Santana para que venga a recogerme —palmeé mis bolsillos mientras hablaba y descubrí que los tenía vacíos—. ¡Mecachis! Voy a tener que pedirte prestado el teléfono. Creo que me he dejado el mío en el coche.

Comencé a enderezarme.

—¡No! —insistió Sam al tiempo que me aferraba la mano—. No, quédate. No puedo creerme que haya desperdiciado tanto tiempo.

Tiró de mí para levantarme del sofá mientras hablaba y abrió camino hacia el exterior, agachando la cabeza al llegar a la altura del marco de la puerta. Había refrescado de modo notable durante su sueño. El aire era anormalmente frío para aquella época del año. Debía de haber una tormenta en ciernes, pues parecíamos estar en febrero en lugar de mayo.

El viento helado pareció ponerle más alerta. Caminaba de un lado para otro delante de la casa, llevándome a rastras con él.

—¿Qué te pasa? Sólo te has quedado dormido —me encogí de hombros.
—Quería hablar contigo. No me lo puedo creer...
—Pues habla ahora.

Sam buscó mis ojos durante un segundo y luego desvió la mirada deprisa hacia los árboles. Casi daba la impresión de haber enrojecido, pero resultaba difícil de asegurarlo ya que tenia el rostro agachado.

De pronto, recordé lo que me había dicho Santana cuando vino a dejarme, que Sam me diría lo que estaba gritando en su mente. Empecé a morderme el labio.

—Mira, planeaba hacer esto de un modo algo diferente —soltó una risotada, y pareció que se reía de sí mismo—. De un modo más sencillo —añadió—, preparando el terreno, pero... —miró a las nubes—. No tengo tiempo para preparativos...

Volvió a reírse, nervioso, aún caminábamos, pero más despacio.

—¿De qué me hablas? —inquirí.

Respiró hondo.

—Quiero decirte algo que ya sabes, pero creo que, de todos modos, debo decirlo en voz alta para que jamás haya confusión en este tema.

Me planté y él tuvo que detenerse. Le solté de la mano y crucé los brazos sobre el pecho. De repente, estuve segura de lo que iba a decir y no quería saber lo que estaba preparando.

Sam frunció el ceño de modo que las cejas casi se tocaron, proyectando una profunda sombra sobre los ojos, oscuros como boca de lobo cuando perforaron los míos con la mirada.

—Estoy enamorado de ti, Britt —dijo con voz firme y decidida—. Te quiero, y deseo que me elijas a mí en vez de a ella. Sé que tú no sientes lo mismo que yo, pero necesito soltar la verdad para que sepas cuáles son tus opciones. No me gustaría que la falta de comunicación se interpusiera en nuestro camino.


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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por dianna agron 16 Vie Dic 27, 2013 12:31 am

micky morales escribió:Esto esta cada vez mejor, me encanta santana pero aunque se que supuestamente carece de emociones, salvo las demostradas para britt, me gustaria que sintiera celos en algun momento y lo demostrara, pq britt no quiere casarse? teme que eso le afecte a su otro novio labios de almohada en cuerpo de lobo?


Querias una escena de celos de Santana creo que este capitulo te va a gustar sobre todo porque vas a querer que le arranque la cabeza a Sam jajaja
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Mensaje por dianna agron 16 Vie Dic 27, 2013 12:33 am




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Apuesta


Clavé los ojos en él durante más de un minuto sin saber qué decir. No se me ocurría nada.

La seriedad abandonó su cara cuando vio mi expresión de estupefacción.

—Vale —dijo mientras sonreía—. Eso es todo.
—Sam, yo... —sentí como si algo se me pegara a la garganta. Intenté aclarármela—. Yo no puedo... Quiero decir, yo no... Debo irme.

Me volví, pero él me aferró por los hombros y me hizo girar.

—No, espera. Eso ya lo sé, Britt, pero mira... Respóndeme a esto, ¿vale? ¿Quieres que me vaya y no volver a verme? Contesta con sinceridad.

Era difícil concentrarse en esa pregunta, así que me tomé un minuto antes de responder.

—No, no quiero eso —admití al fin.

Sam esbozó otra gran sonrisa.

—Pero yo no te quiero cerca de mí por la misma razón que tú a mí —objeté.
—En tal caso, dime exactamente por qué me quieres a tu alrededor.

Me lo pensé con cuidado.

—Te echo de menos cuando no estás. Cuando tú eres feliz —puntualicé—, me haces feliz, pero podría decir lo mismo de Charlie. Eres como de la familia, y te quiero, pero no estoy enamorada de ti.

El asintió sin inmutarse.

—Pero deseas que no me vaya de tu vida.
—Así es.

Suspiré. Era inasequible al desaliento.

—Entonces, me quedaré por ahí.
—Lo tuyo es masoquismo —refunfuñé.
—Sí

Acarició mi mejilla derecha con las yemas de los dedos. Aparté su mano de un manotazo.

—¿Crees que podrías comportarte por lo menos un poquito mejor? —pregunté, irritada.
—No. Tú decides, Britt. Puedes tenerme como soy, con mi mala conducta incluida, o nada...

Le miré fijamente, frustrada.

—Eres mezquino.
—Y tú también.

Eso me detuvo un poco y retrocedí un paso sin querer. Él tenía razón. Si yo no fuera mezquina ni egoísta, le diría que no quería que fuéramos amigos y que se alejara. Me equivocaba al intentar mantener la amistad cuando eso iba a herirle. No sabía qué hacía allí, pero de pronto estuve segura de que mi presencia no era conveniente.

—Tienes razón —susurré.

Él se rió.

—Te perdono. Intenta no enfadarte mucho conmigo. En los últimos tiempos, he decidido que no voy a arrojar la toalla. Lo cierto es que esto de las causas perdidas tiene algo irresistible.
—Sam, la amo —miré fijamente a sus ojos en un intento de que me tomara en serio—. Ella es mi vida.
—También me quieres a mí —me recordó. Alzó la mano cuando empecé a protestar—. Sé que no de la misma manera, pero ella no es toda tu vida, ya no. Quizá lo fue una vez, pero se marchó, y ahora tiene que enfrentarse a la consecuencia de esa elección: yo.

Sacudí la cabeza.

—Eres imposible.

De pronto, se puso serio y situó su mano debajo de mi barbilla. La sujetó con firmeza para que no pudiera evitar su resuelta mirada.

—Estaré aquí, luchando por ti, hasta que tu corazón deje de latir, Britt —me aseguró—. No olvides que tienes otras opciones.
—Pero yo no las quiero —disentí mientras procuraba, sin éxito alguno, liberar mi barbilla—, y los latidos de mi corazón están contados, Sam. El tiempo casi se ha acabado.

Entornó los ojos.

—Razón de más para luchar, y luchar duro ahora que aún puedo —susurró.

Todavía sostuvo con fuerza mi mentón, apretaba con tanta fuerza que me hacía daño. Entonces, de repente, vi la resolución en sus ojos y quise oponerme, pero ya era demasiado tarde.

—N...

Estampó sus labios sobre los míos, silenciando mi protesta, mientras me sujetaba la nuca con la mano libre, imposibilitando cualquier conato de fuga. Me besó con ira y violencia. Empujé contra su pecho sin que él pareciera notarlo. A pesar de la rabia, sus labios eran dulces y se amoldaron a los míos con una nueva calidez.

Le agarré por la cara para apartarle, pero fue en vano otra vez. En esta ocasión sí pareció darse cuenta de mi rechazo, y le exasperó. Sus labios consiguieron abrirse paso entre los míos y pude sentir su aliento abrasador en la boca.

Actué por instinto. Dejé caer los brazos a los costados y me quedé inmóvil, con los ojos abiertos, sin luchar ni sentir, a la espera de que se detuviera.

Funcionó. Se esfumó la cólera y él se echó hacia atrás para mirarme. Presionó dulcemente sus labios contra los míos de nuevo, una, dos, tres veces. Fingí ser una estatua y esperé.

Al final, soltó mi rostro y se alejó.

—¿Ya has terminado? —le pregunté con voz inexpresiva.
—Sí.

Suspiró y cerró los ojos.

Eché el brazo hacia atrás y tomé impulso para propinarle un puñetazo en la boca con toda la fuerza de la que era capaz.

Se oyó un crujido.

—Ay, ay, ay —chillé mientras saltaba como una posesa con la mano pegada al pecho.

Estaba segura de que me la había roto.

Sam me miró atónito.

—¿Estás bien?
—No, caray... ¡Me has roto la mano!
—Britt, tú te has roto la mano. Ahora, deja de bailotear por ahí y permíteme echar un vistazo.
—¡No me toques! ¡Me voy a casa ahora mismo!
—Iré a por el coche —repuso con calma. Ni siquiera tenía colorada la mandíbula, como ocurre en las películas. Qué triste.
—No, gracias —siseé—. Prefiero ir a pie.

Me volví hacia el camino. Estaba a pocos kilómetros de la divisoria. Rachel me vería en cuanto me alejara de él y enviaría a alguien a recogerme.

—Déjame llevarte a casa —insistió Sam.

Increíblemente, tuvo el descaro dé pasarme el brazo por la cintura.

Me alejé con brusquedad de él y gruñí:

—Vale, hazlo. Ardo en deseos de ver qué te hace Santana. Espero que te parta el cuello, chucho imbécil, prepotente y avasallador.

Sam puso los ojos en blanco y caminó conmigo hasta el lado del copiloto para ayudarme a entrar. Se había puesto a silbar cuando entró por la puerta del conductor.

—Pero... ¿no te he hecho nada de daño? —inquirí, furiosa y sorprendida.
—¿Estás de guasa? Jamás habría pensado que me habías dado un puñetazo si no te hubieras puesto a gritar. Quizá no sea de piedra, pero no soy tan blando.
—Te odio, Sam evans.
—Eso es bueno. El odio es un sentimiento ardiente.
—Yo te voy a dar ardor —repuse con un hilo de voz—. Asesinato, la última pasión del crimen.
—Venga, vamos —contestó, todo jubiloso y como si estuviera a punto de ponerse a silbar de nuevo—. Ha tenido que ser mejor que besar a una piedra.
—Ni a eso se ha parecido —repuse con frialdad.

Frunció los labios.

—Eso dices tú.
—Lo que es.

Eso pareció molestarle durante unos instantes, pero enseguida se animó.

—Lo que pasa es que estás enfadada. No tengo ninguna experiencia en esta clase de cosas, pero a mí me ha parecido increíble.
—Puaj —me quejé.
—Esta noche te vas a acordar. Cuando ella crea que duermes, tú vas a estar sopesando tus opciones.
—Si me acuerdo de ti esta noche, será sólo porque tenga una pesadilla.

Redujo la velocidad del coche a un paso de tortuga y se volvió a mirarme con ojos abiertos y ávidos.

—Piensa en cómo sería, Britt, sólo eso —me instó con voz dulce y entusiasta—. No tendrías que cambiar en nada por mi causa, sabes que a Charlie le haría feliz que me eligieras a mí y yo podría protegerte tan bien como tu vampiro, quizás incluso mejor... Además, yo te haría feliz, Britt. Hay muchas cosas que ella no puede darte y yo sí. Apuesto a que ella ni siquiera puede besar igual que yo por miedo a herirte, y yo nunca, nunca lo haría, Britt.

Alcé mi mano rota.

Él suspiró.

—Eso no es culpa mía. Deberías haberlo sabido mejor.
—No puedo ser feliz sin ella, Sam.
—Jamás lo has intentado —refutó él—. Cuando te dejó, te aferraste a su ausencia en cuerpo y alma. Podrías ser feliz si lo dejaras. Lo serías conmigo.
—No quiero ser feliz con nadie que no sea ella —insistí.
—Nunca podrás estar tan segura de ella como de mí. Te abandonó una vez y quizá lo haga de nuevo.
—No lo hará —repuse entre dientes. El dolor del recuerdo me mordió como un latigazo y me llevó a querer devolver el golpe—. Tú me dejaste una vez —le recordé con voz fría. Me refería a las semanas en que se ocultó de mí y en las palabras que me dijo en los bosques cercanos a su casa.
—No fué así —replicó con vehemencia—. Ellos me dijeron que no podía decírtelo, que no era seguro para ti que estuviéramos juntos, pero ¡jamás te dejé, jamás! Solía merodear por tu casa de noche, igual que ahora, para asegurarme de que estabas bien.

No estaba dispuesta a permitir que me hiciera sentir mal por eso en aquel momento.

—Llévame a casa. Me duele la mano.

Suspiró y volvió a conducir a velocidad normal, sin perder de vista la carretera.

—Tú sólo piensa en ello, Britt.
—No —repuse con obstinación.
—Lo harás esta noche, y yo estaré pensando en ti igual que tú en mí.
—Como te dije, sólo si sufro una pesadilla.

Me sonrió abiertamente.

—Me devolviste el beso.

Respiré de forma entrecortada, cerré los puños sin pensar y la mano herida me hizo reaccionar con un siseo de dolor.

—¿Te encuentras bien? —preguntó.
—No te devolví el beso.
—Creo que soy capaz de establecer la diferencia.
—Es obvio que no. No te devolví el beso, intenté que me soltaras de una maldita vez, idiota.

Soltó una risotada gutural.

—¡Qué susceptible! Yo diría que estás demasiado a la defensiva.

Respiré hondo. No tenía sentido discutir con él. Iba a deformar mis palabras. Me concentré en la mano e intenté estirar los dedos a fin de determinar dónde estaba la rotura. Sentí en los nudillos fuertes punzadas de dolor. Gemí.

—Lamento de verdad lo de tu mano —dijo Sam; casi parecía sincero—. Usa un bate de béisbol o una palanca de hierro la próxima vez que quieras pegarme, ¿vale?
—No creas que se me va a olvidar —murmuré.

No comprendí adonde íbamos hasta que estuvimos en mi calle.

—¿Por qué me traes aquí?

Me miró sin comprender.

—Creí que me habías dicho que te trajera a casa.
—Puaj. Supongo que no puedes llevarme a casa de Santana, ¿verdad? —le reproché mientras rechinaba los dientes con frustración.

El dolor le crispó las facciones. Vi que le afectaba más que cualquier otra cosa que pudiera decir.

—Ésta es tu casa, Britt —repuso en voz baja.
—Ya, pero ¿vive aquí algún doctor? —pregunté mientras alzaba la mano otra vez.
—Ah —se quedó pensando casi un minuto antes de añadir—: Te llevaré al hospital, o lo puede hacer Charlie.
—No quiero ir al hospital. Es embarazoso e innecesario.

Dejó que el vehículo avanzara al ralentí enfrente de la casa sin dejar de pensar, con gesto de indecisión. El coche patrulla de Charlie estaba aparcado en la entrada.

Suspiré.

—Vete a casa, Sam.

Me bajé torpemente del Volkswagen para dirigirme a la casa. Detrás de mí, el motor se apagó y estaba menos sorprendida que enojada cuando descubrí a Sam otra vez a mi lado.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó.
—Ponerme un poco en hielo en la mano, telefonear a Santana para pedirle que venga a recogerme y me lleve a casa de William para que me cure la mano. Luego, si sigues aquí, iré en busca de una palanca.

No contestó. Abrió la puerta de la entrada y la mantuvo abierta para permitirme pasar.

Caminamos en silencio mientras pasábamos delante del cuarto de estar, donde Charlie estaba repantigado en el sofá.

—Hola, chicos —saludó, inclinándose hacia delante—. Cuánto me alegra verte por aquí, Sam.
—Hola, Charlie —le contestó Sam con tranquilidad y desparpajo.

Caminé sin decir ni mu hacia la cocina.

—¿Qué tripa se le ha roto? —quiso saber mi padre. Escuché cómo Sam le contestaba:
—Cree que se ha roto la mano.

Me dirigí al congelador y saqué una cubitera.

—¿Cómo se lo ha hecho?

Pensé que Charlie debería divertirse menos y preocuparse más como padre.

Sam se rió.

—Me pegó.

Charlie también se carcajeó. Torcí el gesto mientras golpeaba la cubitera contra el borde del fregadero. Los cubitos de hielo se desparramaron dentro de la pila. Agarré un puñado con la mano sana, los puse sobre la encimera y los envolví con un paño de cocina.

—¿Por qué te pegó?
—Por besarla —admitió Sam sin avergonzarse.
—Bien hecho, chaval —le felicitó Charlie.

Apreté los dientes, me dirigí al teléfono fijo y llamé al móvil de Santana.

—¿Britt? —respondió a la primera llamada. Parecía más que aliviada, estaba encantada. Oí de fondo el motor del Volvo, lo cual significaba que ya estaba en el coche. Estupendo—. Te dejaste aquí el móvil. Lo siento. ¿Te ha llevado Sam a casa?
—Sí —refunfuñé—. ¿Puedes venir a buscarme, por favor?
—Voy de camino —respondió ella de inmediato—. ¿Qué ocurre?
—Quiero que William me examine la mano. Creo que me la he roto.

Se hizo el silencio en la habitación contigua. Me pregunté cuánto tardaría Sam en salir por pies. Sonreí torvamente al imaginar su inquietud.

—¿Qué ha ocurrido? —inquirió Santana con voz apagada.
—Aticé a Sam —admití.
—Bien —dijo Santana con voz siniestra—, aunque lamento que te hayas hecho daño.

Solté una risotada. Ella sonaba tan complacido como lo había estado Charlie hacía unos instantes.

—Desearía haberle causado algún daño —suspiré, frustrada—. No le hice ni pizca.
—Eso tiene arreglo —sugirió.
—Esperaba que contestaras eso.

Hubo una leve pausa y ella, ahora con más precaución, continuó:

—No es propio de ti. ¿Qué te ha hecho?
—Me besó —gruñí.

Al otro lado de la línea sólo se oyó el sonido de un motor al acelerar.

Charlie volvió a hablar en la otra habitación.

—Quizá deberías irte, Sam —sugirió.
—Creo que voy a quedarme por aquí si no te importa.
—Allá tú —murmuró mi padre.

Finalmente, Santana habló de nuevo.

—¿Sigue ahí ese perro?
—Sí.
—Voy a doblar la esquina —anunció, amenazador, y colgó.

Escuché el sonido de su coche acelerando por la carretera mientras estaba colgando el teléfono, sonriente. Los frenos chirriaron con estrépito cuando apareció de sopetón delante de la casa. Fui hacia la puerta.

—¿Cómo está tu mano? —preguntó Charlie cuando pasé por delante. Parecía muy violento, pero Sam, apoltronado a su lado en el sofá, se hallaba muy a gusto.

Alcé el paquete con hielo para mostrárselo.

—Se está hinchando.
—Quizá deberías elegir rivales de tu propio tamaño —sugirió mi padre.
—Quizá —admití.

Me acerqué para abrir la puerta. Santana me estaba esperando.

—Déjame ver —murmuró.

Examinó mi mano con tanta delicadeza y cuidado que no me causó daño alguno. Tenía las manos tan frías como el hielo, y mi piel agradecía ese tacto gélido.

—Me parece que tienes razón en lo de la fractura —comentó—. Estoy orgullosa de ti. Debes de haber pegado con mucha fuerza.
—Le eché los restos, pero no parece haber bastado.

Suspiré.

Me besó la mano con suavidad.

—Yo me haré cargo —prometió.
—Sam —llamó Santana con voz sosegada y tranquila.
—Vamos, vamos —avisó Charlie, a quien oí levantarse del sofá.

Sam llegó antes al vestíbulo y mucho más silenciosamente, pero Charlie no le anduvo a la zaga. Y lo hizo con expresión atenta y ansiosa.

—No quiero ninguna pelea, ¿entendido? —habló mirando sólo a Santana—. Puedo ponerme la placa si eso consigue hacer que mi petición sea más oficial.
—Eso no va a ser necesario —replicó Santana con tono contenido.
—¿Por qué no me arrestas, papá? —sugerí—. Soy yo la que anda dando puñetazos.

Charlie enarcó la ceja.

—¿Quieres presentar cargos, Sam?
—No —Sam esbozó una ancha sonrisa. Era incorregible—. Ya me lo cobraré en otro momento.

Santana hizo una mueca.

—¿En qué lugar de tu cuarto tienes el bate de béisbol, papá? Voy a tomarlo prestado un minuto.

Charlie me miró sin alterarse.

—Basta, Britt.
—Vamos a ver a William para que le eche un vistazo a tu mano antes de que acabes en el calabozo —dijo Santana.

Me rodeó con el brazo y me condujo hacia la puerta.

—Vale —contesté.

Ahora que ella me acompañaba ya no estaba enfadada. Me sentí confortada y la mano me molestaba menos. Caminábamos por la acera cuando oí susurrar a Charlie detrás de mí.

—¿Qué haces? ¿Estás loco?
—Dame un minuto, Charlie —respondió Sam—. No te preocupes, enseguida vuelvo.

Volví la vista atrás para descubrir que Sam hacía ademán de seguirnos. Se detuvo lo justo para cerrar la puerta en las narices a mi padre, que estaba inquieto y sorprendido.

Al principio, Santana le ignoró mientras me llevaba hasta el coche. Me ayudó a entrar, cerró la puerta y después se encaró con Sam en la acera.

Me incliné para sacar el cuerpo por la ventanilla abierta. La diferencia de estatura era notoria ya que Sam era mas alto que Santana. Podía ver a mi padre mirando a hurtadillas a través de las cortinas del salón.

La postura de Sam era despreocupada, con los brazos cruzados sobre el pecho, pero apretaba la mandíbula con fuerza.

Santana habló con voz tan pacífica y amable que confería a sus palabras un tono extrañamente amenazador.

—No voy a matarte ahora. Eso disgustaría a Britt.
—Um —rezongué.

Santana se giró con ligereza para dedicarme una fugaz sonrisa. Conservaba la calma.

—Mañana te preocuparía —dijo mientras me acariciaba la mejilla con los dedos; luego, se volvió hacia Sam—. Pero si alguna vez Britt vuelve con el menor daño, y no importa de quién sea la culpa, da lo mismo que ella se tropiece y caiga o que del cielo surja un meteorito y le acierte en la cabeza, vas a tener que correr el resto de tus días a tres patas. ¿Lo has entendido, chucho?

Sam puso los ojos en blanco.

—¿Quién va a regresar? —musité.

Santana continuó como si no me hubiera oído.

—Te romperé la mandíbula si vuelves a besarla —prometió con voz suave, aterciopelada y muy seria.
—¿Y qué pasa si es ella quien quiere besarme? —inquirió Sam arrastrando las palabras con deje arrogante.
—¡Ja! —bufé.
—En tal caso, si es eso lo que quiere, no objetaré nada —Santana se encogió de hombros, imperturbable—. Quizá convendría que esperaras a que ella lo dijera en vez de confiar en tu interpretación del lenguaje corporal, pero… tú mismo, es tu cara.

Sam esbozó una sonrisa burlona.

—Lo está deseando —refunfuñé.
—Sí, así es —murmuró Santana.
—Bueno, ¿y por qué no te encargas de su mano en vez de estar hurgando en mi cabeza? —espetó Sam con irritación.
—Una cosa más —dijo Santana, hablando despacio—. Yo también voy a luchar por ella. Deberías saberlo. No doy nada por sentado y pelearé con doble intensidad que tú.
—Bien —gruñó—, no es bueno batir a alguien que se tumba a la bartola.
—Ella es mía —afirmó Santana en voz baja, repentinamente sombría, no tan contenida como antes—, y no dije que fuera a jugar limpio.
—Yo tampoco.
—Mucha suerte.

Sam asintió.

—Sí, tal vez gane el mejor.
—Eso suena bien, aunque yo diría que gane la mejor cachorrito.

Sam hizo una mueca durante unos instantes, pero enseguida recompuso el gesto y se inclinó esquivando a Santana para sonreírme. Yo le devolví una mirada llena de ira.

—Espero que te mejores pronto de la mano. Lamento de veras que estés herida.

De manera pueril, aparté el rostro.

No volví a alzar la mirada mientras Santana daba la vuelta al coche y se subía por el lado del conductor, por lo que no supe si Sam volvía a la casa o continuaba allí plantado, mirándome.

—¿Cómo estás? —preguntó mi novia mientras nos alejábamos.
—Irritada.

Rió entre dientes.

—Me refería a la mano.

Me encogí de hombros.

—La he tenido peor.
—Cierto —admitió, y frunció el ceño.

Santana rodeó la casa para entrar en el garaje, donde estaban Puck y Kitty, cuyas piernas perfectas, inconfundibles a pesar de estar ocultas por unos vaqueros, sobresalían de debajo del enorme Jeep de Puck. Él se sentaba a su lado con un brazo extendido bajo el coche para orientarlo hacia ella. Necesité un momento para comprender que él desempeñaba las funciones de un gato hidráulico.

Puck nos observó con curiosidad cuando Santana me ayudo a salir del coche con mucho cuidado y concentró la mirada en la mano que yo acunaba contra el pecho. Esbozó una gran sonrisa

—¿Te has vuelto a caer, Britt?

Le fulminé con la mirada.

—No, Puck, le aticé un puñetazo en la cara a un hombre lobo.

El interpelado parpadeó y luego estalló en una sonora carcajada Santana me guió, pero cuando pasamos al lado de ambos, Kitty habló desde debajo del vehículo.

—Quinn va a ganar la apuesta —anunció con petulancia.

La risa de Puck cesó en el acto y me estudió con ojos calculadores.

—¿Qué apuesta? —quise saber mientras me detenía.
—Deja que te lleve junto a William —me urgió Santana mientras clavaba los ojos en Puck y sacudía la cabeza de forma imperceptible.
—¿Qué apuesta? —me empeciné mientras me encaraba con Santana.
—Gracias, Kitty —murmuró mientras me sujetaba con más fuerza alrededor de la cintura y me conducía hacia la casa.
—Santy... —me quejé.
—Es infantil —se escabulló—. Puck y Quinn siempre están apostando.
—Puck me lo dirá.

Intenté darme la vuelta, pero me sujetó con brazo de hierro.

Suspiré.

—Han apostado sobre el número de veces que la pifias a lo largo del primer año.
—Vaya —hice un mohín que intentó ocultar mi repentino pánico al comprender el significado de la apuesta—. ¿Han apostado para ver a cuántas personas voy a matar?
—Sí —admitió él a regañadientes—. Kitty cree que tu temperamento da más posibilidades a Quinn.

Me sentí un poco mejor.

—Quinn apuesta fuerte.
—Se sentirá mejor si te cuesta habituarte. Está harto de ser el eslabón débil de la cadena.
—Claro, por supuesto que sí. Supongo que podría cometer unos pocos homicidios adicionales para que Quinn se sintiera mejor. ¿Por qué no? —farfullé con voz inexpresiva y monótona. En mi mente ya podía ver los titulares de la prensa y las listas de nombres.

Me dio un apretón.

—No tienes que preocuparte de eso ahora. De hecho, no tienes que preocuparte de eso jamás si así lo deseas.

Proferí un gemido y Santana, impelido por la creencia de que era el dolor de la mano lo que me molestaba, me llevó más deprisa hacia la casa.

Tenía la mano rota, pero la fractura no era seria, sino una diminuta fisura en un nudillo. No quería que me enyesaran la mano y William dijo que bastaría un cabestrillo si prometía no quitármelo. Y así lo hice.

Santana llegó a creer que estaba inconsciente mientras William me ajustaba el cabestrillo a la mano con todo cuidado y expresó su preocupación en voz alta las pocas veces que sentí dolor, pero yo le aseguré que no se trataba de eso.

Como si no tuviera que preocuparme por una cosa más después de todo lo que llevaba encima.

Las historias acerca de vampiros recién convertidos que Quinn nos había contado al narrarnos su pasado habían calado en mi mente y ahora arrojaban nueva luz con las noticias de la apuesta de Puck. Por curiosidad, me detuve a preguntarme qué se habrían apostado. ¿Qué premio puede interesar a quien ya lo tiene todo?

Siempre supe que iba a ser diferente. Albergaba la esperanza de convertirme en alguien fuerte, tal y como me decía Santana. Fuerte, rápida y, por encima de todo, guapa. Alguien capaz de estar junto a ella sin desentonar.

Había procurado no pensar demasiado en las restantes características que iba a tener. Salvaje. Sedienta de sangre. Quizá no sería capaz de contenerme a la hora de no matar gente, desconocidos que jamás me habían hecho daño alguno, como el creciente número de víctimas de Seattle, personas con familia, amigos y un futuro, personas con vidas. Y quizá yo fuera el monstruo que iba a arrebatárselas.

Pero podía arreglármelas con esa parte, la verdad, pues confiaba en Santana, confiaba en ella ciegamente, estaba segura de que no me dejaría hacer nada de lo que tuviera que arrepentirme. Sabía que ella me llevaría a cazar pingüinos a la Antártida si yo se lo pedía y que yo haría cualquier cosa para seguir siendo una buena persona, una «vampira buena». Me hubiera echado a reír como una tonta de no ser por aquella nueva preocupación.

¿Podía convertirme yo en algo parecido a los neófitos, a aquellas imágenes de pesadilla que Quinn había dibujado en mi mente? ¿Y qué sería de todos a cuantos amaba si lo único que quería era matar gente?

Santana estaba demasiado obsesionada con que no me perdiera nada mientras era humana. Aquello solía resultarme bastante estúpido. No me preocupaba desaprovechar experiencias propias de los hombres. Mientras estuviera con ella, ¿qué más podía pedir?

Contemplé fijamente su rostro mientras ella vigilaba cómo William me sujetaba el cabestrillo. No había en este mundo nada a quien yo amara más que a ella. ¿Podía eso cambiar?

¿Había alguna experiencia humana a la que no estuviera dispuesta a renunciar?


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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por dianna agron 16 Vie Dic 27, 2013 11:44 pm




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Hito

—¡No tengo nada que ponerme! —me quejé, hablando sola.

Había extendido toda mi ropa sobre la cama tras vaciar los cajones y los armarios. Contemplé los huecos desocupados con la esperanza de que apareciera alguna prenda apropiada.

Mi falda caqui yacía sobre el respaldo de la mecedora, a la espera de que descubriera algo con lo que conjuntara bien, una prenda que me hiciera parecer guapa y adulta, una capaz de transmitir la sensación de «ocasión especial». Me había quedado sin opciones.

Era ya hora de irme y aún llevaba puestos mis calcetines usados favoritos. Iba a tener que asistir a la graduación con ellos a menos que encontrara algo mejor, y no había demasiadas posibilidades.

Torcí el gesto delante de la montaña de ropa apilada en la cama.

Lo peor era que sabía exactamente qué habría llevado si aún la tuviera a mano, la blusa roja robada. Pegué un puñetazo a la pared con la mano buena.

—¡Maldito vampiro ladrón! —grité.
—¿Qué he hecho? —inquirió Rachel, que permanecía apoyada con gesto informal junto a la ventana abierta como si hubiera estado allí todo el tiempo. Luego, añadió con una sonrisa—: Toc, toc.
—¿De veras resulta tan duro esperarme que no puedes usar la puerta?
—Yo sólo pasaba por aquí —dejó caer sobre el lecho una caja aplanada de color blanco—. Se me ocurrió que quizá necesitaras algo de ropa para la ocasión.

Observé el gran paquete que descansaba en lo alto de mi decepcionante vestuario e hice una mueca.

—Admítelo —dijo Rachel—, soy tu salvación.
—Eres mi salvación —farfullé—. Gracias.
—Bueno, es agradable hacer algo bien para variar. No sabes lo irritante que resulta pasar cosas por alto, como hago últimamente. Me siento tan inútil, tan... normal —se encogió aterrada ante esa palabra.
—¿Que no puedo imaginarme lo espantoso que resulta ser normal? Vamos, anda.

Ella se rió.

—Bueno, al menos esto repara el robo de tu maldito ladrón, por lo que ahora sólo me falta por descubrir qué pasa en Seattle, que aún no lo veo...

Todo encajó cuando ella relacionó ambas situaciones en una sola frase. De pronto, tuve clara cuál era la interrelación que no lograba establecer y la esquiva sensación que me había importunado durante varios días. Me quedé mirándola abstraída mientras en el rostro se me congelaba el gesto que había esbozado.

—¿No vas a abrirla? —preguntó. Suspiró cuando no me moví de inmediato y levantó la tapa de la caja ella misma. Sacó una prenda y la sostuvo en alto, pero no lograba concentrarme en ella—. Es preciosa, ¿no crees? He elegido el color azul porque sé que es el color que a Santana más le gusta que lleves.

No le presté atención alguna.

—Es la misma —murmuré.
—¿Qué? —inquirió—. No posees nada similar y a juzgar por lo que estabas gritando, sólo tienes una falda.
—No, Rach, olvídate de las ropas y escucha.
—¿No te gusta?

Una nube de desencanto nubló el rostro de Rachel.

—Escúchame, ¿no lo ves? La irrupción en mi casa y el robo de mis cosas van emparejados a la creación de neófitos en Seattle.

La prenda se le escapó de entre los dedos y volvió a caer dentro de la caja.

Rachel se concentró ahora, con voz súbitamente aguda.

—¿Qué te hace pensar eso?
—¿Recuerdas lo que dijo Santana sobre usar las lagunas de tu presciencia para mantener fuera de tu vista a los neófitos? Y luego está lo que explicaste en su momento sobre una sincronización demasiado perfecta y el cuidado que había puesto el ladrón en no dejar pistas, como si supiera lo que eres capaz de ver. Creo que él usó esas lagunas. ¿Qué posibilidades hay de que actúen exactamente al mismo tiempo dos personas que saben lo bastante sobre ti para comportarse de ese modo? Ninguna. Es una persona. Es la misma persona. El organizador de ese ejército robó mi aroma.

Rachel no estaba habituada a que la sorprendieran. Se quedó allí clavada e inmóvil durante tanto tiempo que comencé a contar los segundos en mi mente mientras esperaba. No se movió durante dos minutos; luego, volvió a mirarme y repuso con voz ahogada:

—Tienes razón, claro que sí, y cuando se considera de ese modo...
—Santana se equivocó —dije con un hilo de voz—. Era una prueba para saber si funcionaba. Aunque tú estuvieras vigilando, si era capaz de entrar y salir sin peligro, podría hacer lo que se le antojara, como, por ejemplo, intentar matarme... No se llevó mis cosas para demostrar que me había encontrado, las robó para tener mi efluvio y posibilitar que otros pudieran encontrarme.

Me miró sorprendida. Yo estaba en lo cierto y leí en sus ojos que ella lo sabía.

—Ay, no —dijo articulando para que le leyera los labios.

Había esperado tanto tiempo a que mis presentimientos tuvieran sentido que sentí un espasmo de alivio a pesar de estar todavía asimilando el hecho de que alguien había creado una tropa de vampiros ‑la misma que había acabado truculentamente con la vida de docenas de personas en Seattle‑ con el propósito expreso de matarme.

En parte, ese alivio se debía a que eso ponía fin a aquella irritante sensación de estar pasando por alto una información sustancial...
...la parte de mayor importancia era de otra índole.

—Bueno —musité—, ya nos podemos relajar todos. Después de todo, nadie intenta exterminar a los Cullen.
—Te equivocas de medio a medio si crees que ha cambiado algo —refutó Rachel entre dientes—. Si buscan a uno de los nuestros, van a tener que pasar por encima de nuestros cadáveres para conseguirlo.
—Gracias, Rach, pero al menos ya sabemos cuál es el verdadero objetivo. Eso tiene que ayudar.
—Quizá —murmuró mientras paseaba de un lado a otro de mi habitación.

Pom, pom, pom.

Un puño aporreó la puerta de mi cuarto.

Yo di un salto, pero mi acompañante no pareció oírlo.

—¿Todavía no estás lista? ¡Vamos a llegar tarde! —se quejó Charlie, que parecía estar con los nervios a flor de piel. Había tenido muchos problemas para ponerse elegante.
—Casi estoy. Dame un minuto —pedí con voz quebrada.

Mi padre permaneció en silencio durante una fracción de segundo.

—¿Estás llorando?
—No. Estoy nerviosa. Vete.

Oí cómo sus pasos pesados se alejaban escaleras abajo.

—He de irme —susurró Rach.
—¿Por qué?
—Santana viene hacia aquí, y si se entera de esto...
—¡Vete, vete! —la urgí de inmediato.

Santana iba a ponerse como loca si se enteraba. No podría ocultárselo durante demasiado tiempo, pero la ceremonia de graduación no era el mejor momento para que pillara un rebote.

—Póntelo —me ordenó Rachel antes de irse a la chita callando por la ventana.

Hice lo que me pidió, vestirme sin pensar, pues estaba en las nubes.

Había planeado hacerme un peinado sofisticado, pero ya no tenía tiempo, por lo que lo alisé y lo atusé como cualquier otro día. No importaba. Más aún, ni siquiera me molesté en mirarme al espejo, ya que no tenía ni idea de si conjuntarían la falda y el jersey de Rachel. Tampoco eso importaba. Me eché al brazo la espantosa toga amarilla de poliéster para la graduación y bajé las escaleras a todo correr.

—Estás muy guapa —dijo Charlie con cierta brusquedad, fruto de la emoción reprimida—. ¿Y ese jersey? ¿Es nuevo?
—Sí —murmuré mientras me intentaba concentrar—, me lo regaló Rachel. Gracias.

Santana llegó a los pocos minutos de que se marchara su hermana. No había pasado suficiente tiempo para que yo recompusiera una imagen de calma, pero no tuvo ocasión de preguntarme qué ocurría, pues acudimos a la graduación en el coche patrulla.

Charlie no había dado su brazo a torcer a lo largo de la semana anterior y había insistido en llevarme él cuando se enteró de que tenía intención de ir a la ceremonia en el coche de Santana. Comprendí su punto de vista: los padres tienen ciertos privilegios el día de la graduación. Yo accedí de buen grado y Santana lo aceptó de buen humor, llegando a sugerir que fuéramos todos juntos, a lo cual no se opusieron ni William ni Emma, por lo que mi padre no logró urdir ninguna objeción convincente y tuvo que aceptarle a regañadientes. Por eso, ahora Santana viajaba en el asiento trasero del coche patrulla de mi padre, detrás de la mampara de fibra de vidrio. Mostraba un gesto burlón, probablemente como réplica a la expresión socarrona de Charlie, y una sonrisa cada vez más amplia. Papá le dirigió una mirada a hurtadillas por el espejo retrovisor. Lo más probable es que eso significara que se le habían ocurrido un par de lindezas, y que le traerían problemas conmigo si las decía en voz alta.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Santana mientras me ayudaba a salir del asiento de delante en el aparcamiento del instituto.
—Estoy nerviosa —contesté, y no le mentía.
—Estás preciosa.

Parecía a punto de añadir algo más, pero Charlie, en una maniobra que pretendía ser sutil, se metió entre nosotras y me pasó el brazo por los hombros.

—¿No estás entusiasmada? —me preguntó.
—La verdad es que no —admití.
—Britt, éste es un momento importante. Vas a graduarte en el instituto y ahora te espera el gran mundo... Vas a vivir por tu cuenta... Has dejado de ser mi niña pequeña —se le hizo un nudo en la garganta.
—Papá —protesté—, no vayas a ponerte lacrimógeno...
—¿Quién se pone lacrimógeno? —refunfuñó—. Ahora bien, ¿por qué no te alegras?
—No lo sé, papá. Supongo que aún no noto la emoción, o algo así.
—Me alegro de que Rachel haya organizado esa fiesta. Necesitas algo que te anime.
—Claro, para fiestas estoy yo.

Se rió al oír el tono de mi voz y me estrechó por los hombros mientras Santana contemplaba las nubes con gesto pensativo. Charlie nos dejó en la puerta trasera del gimnasio y dio una vuelta alrededor del mismo para acudir a la entrada principal con el resto de los padres.

Se armó un cirio de cuidado cuando la señora Cope, de la oficina principal del colegio, y el señor Varner, el profesor de Cálculo, intentaron ordenarnos a todos alfabéticamente.

—Cullen, a las filas de delante —le ordenó a Santana el señor Varner.
—Hola, Britt.

Alcé la vista para ver a Sugar Motta saludándome con la mano desde el final de la fila. Sonreía.

Santana me dio un beso fugaz, espiró y fue a ocupar su lugar entre los alumnos cuyo apellido empezaba por "C". Rachel no estaba allí. ¿Qué estaría haciendo? ¿Iba a perderse la graduación? En menudo momento se me había ocurrido averiguar de qué iba el percal. Debería haber esperado a que hubiera terminado todo.

— ¡Aquí, Britt, aquí! —me volvió a llamar Sugar.

Retrocedí hasta el final de la cola para ocupar un lugar detrás de ella. Decir que sentía curiosidad por saber por qué se mostraba tan amistosa era quedarse corta. Al acercarme, vi a Tinna, que observaba a Sugar con la misma curiosidad.

Sugar empezó a farfullar incluso antes de que estuviera lo bastante cerca como para oírla.

—...alucinante. Quiero decir, que parece que fue ayer cuando nos conocimos y ahora vamos a graduarnos juntas —barboteó—. ¿Puedes creerte que todo esto haya acabado? Tengo ganas de chillar.
—Me pasa lo mismo —murmuré.
—Todo parece increíble. ¿Recuerdas tu primer día en el instituto? Nos hicimos amigas enseguida, en cuanto nos vimos. Flipa. Te voy a echar mucho de menos ahora que me voy a California y tú a Alaska. ¡Tienes que prometerme que nos veremos! Me alegra mucho que des una fiesta. Es perfecto, porque no vamos a pasar mucho tiempo juntas en una buena temporada, y como todos nos vamos a marchar...

Y no callaba ni debajo del agua. Estaba segura de que la repentina recuperación de nuestra amistad se debía a la nostalgia de la graduación y a la gratitud de haberla convidado a mi fiesta, una invitación en la que yo no había tenido arte ni parte. Le preste la mayor atención posible mientras me ponía la toga y me descubría feliz de haber terminado a buenas con Sugar.

Aquello era un punto y final. No importaba lo que dijera Mike, el número uno de la promoción, sobre que la ceremonia de entrega de diplomas era un nuevo «comienzo» y todas las demás perogrulladas. Quizás eso fuera más aplicable a mí que al resto, pero aquel día todos dejábamos algo atrás.

Todo se desarrollaba con tal celeridad que tenía la sensación de mantener apretado el botón «avance rápido» del vídeo. ¿Esperaba de nosotros que fuéramos a esa misma velocidad? Impelido por los nervios, Mike hablaba con tal precipitación que las palabras y las frases se atrepellaban unas a otras y dejaron de tener sentido. El director Greene comenzó a llamarnos uno por uno sin apenas pausa entre un nombre y otro. La primera fila del gimnasio se apresuró para recoger el diploma. La pobre señora Cope se mostraba muy torpe a la hora de pasarle al director el diploma correcto para que se lo entregara al estudiante correspondiente.

Observé cómo Rachel, que había aparecido de pronto, recorría el estrado con sus andares de bailarina para recoger el suyo con un rostro de máxima concentración. Santana acudió justo detrás, con expresión confundida, pero no alterada. Sólo ellas dos eran capaces de lucir aquel amarillo espantoso y tener un aspecto tan estupendo. Su gracia ultraterrena las diferenciaba del resto del gentío. Me pregunté cómo era posible que me hubiera creído alguna vez su farsa. Un par de ángeles con las alas desplegadas llamarían menos la atención.

Me levanté del asiento en cuanto oí al señor Greene pronunciar mi nombre, a la espera de que avanzara la fila que tenía delante de mí. Me percaté de los vítores que se levantaron en la parte posterior del gimnasio y miré a mi alrededor hasta ver a Sam y Charlie que, de pie, lanzaban gritos de ánimo. Atisbé la cabeza de Billy a la altura del codo de Sam. Conseguí dedicarles algo muy parecido a una sonrisa.

El señor Greene terminó de pronunciar la lista de nombres y pasó a repartir los diplomas con una sonrisa tímida.

—Felicidades, señorita Motta —farfulló cuando Sugar tomó el suyo.
—Felicidades, señorita Pierce —masculló mientras depositaba el diploma en mi mano buena.
—Gracias —murmuré.

Y eso fue todo.

Avancé junto a Sugar para ponerme con el resto de los graduados. Ella tenía los ojos rojos y la cara llena de churretes que se secaba con la manga de la toga. Necesité unos instantes para comprender que estaba llorando.

El director dijo algo que no llegué a oír, pero todo el mundo a mi alrededor gritó y chilló. Todos lanzaron al aire los birretes amarillos. Me quité el mío demasiado tarde, por lo que me limité a dejarlo caer al suelo.

—Ay, Britt —lloriqueó sugar por encima del súbito estruendo de conversaciones—. No puedo creer que se haya acabado.
—A mí me da que no se ha terminado —murmuré.

Pasó los brazos por mis hombros y me dijo:

—Tienes que prometerme que estaremos en contacto.

Le devolví el abrazo. Me sentí un poco incómoda mientras eludía su petición.

—Cuánto me alegra haberte conocido, Sugar. Han sido dos años estupendos.
—Lo fueron.

Suspiró, se sorbió la nariz y dejó caer los brazos.

—¡Lauren! —chilló mientras los agitaba por encima de la cabeza y se abría paso entre la masa de ropas amarillas. Los familiares empezaron a reunirse con los graduados, por lo que todos estuvimos más apretados.

Logré atisbar a Tinna y a Mike, ya rodeados por sus respectivas familias. Los felicitaría más tarde. Ladeé la cabeza en busca de Rachel.

—Felicidades —me susurró Santana al oído mientras sus brazos se enroscaban a mi cintura. Habló con voz contenida. Ella no había tenido ninguna prisa en que yo alcanzara aquel hito en particular.

—Eh, gracias.
—Parece que aún no has superado los nervios —observó.
—Aún no.
—¿Qué es lo que aún te preocupa? ¿La fiesta? No va a ser tan horrible.
—Es probable que tengas razón.
—¿A quién estás buscando?

Mi búsqueda no había sido tan sutil como me pensaba.

—A Rach... ¿Dónde está?
—Salió pitando en cuanto recogió el diploma.

Su voz adquirió otro tono diferente. Alcé los ojos para ver su expresión anonadada mientras miraba hacia la salida trasera del gimnasio. Tomé una decisión impulsiva, la clase de cosas que debería pensarme dos veces, aunque rara vez lo hacía.

—¿Estás preocupada por Rachel?
—Eh...

No quería responder a eso.

—De todos modos, ¿en qué está pensando? Quiero decir... ¿En qué piensa para mantenerte fuera de su mente?

Clavó los ojos en mí de inmediato y los entrecerró con recelo.

—Lo cierto es que está traduciendo al árabe El himno de batalla de la República. Cuando termine con eso, se propone hacer lo mismo con la lengua de signos coreana.

Solté una risita nerviosa.

—Supongo que eso debería ocupar toda su mente.
—Tú sabes qué le preocupa —me acusó.
—Claro —esbocé un conato de sonrisa—. Se me ocurrió a mí.

Ella esperó, confusa.

Miré a mi alrededor. Mi padre debía de estar abriéndose camino entre la gente.

—Conociendo a Rachel —susurré a toda prisa—, intentará ocultártelo hasta después de la fiesta, pero dado que yo estaba a favor de cancelarla... Bueno, no te enfades y actúa como si tal cosa, ¿vale? Por lo menos, ahora conocemos sus intenciones. Siempre es mejor saber lo máximo posible. No sé cómo, pero ha de ayudar.
—¿De qué me hablas?

Vi aparecer la cabeza de Charlie por encima de otras mientras me buscaba. Me localizó y me saludó con la mano.

—Tú tranquila, ¿vale?

Ella asintió una vez y frunció los labios con gesto severo.

Le expliqué mi razonamiento en apresurados cuchicheos.

—Creo que te equivocabas por completo en cuanto a lo que nos va a caer encima. Todo tiene un mismo origen y creo que, en realidad, vienen a por mí. Es una única persona la que ha interferido en las visiones de Kurt. El desconocido de mi habitación hizo una prueba para verificar si podía buscarle las vueltas. Va a resultar que quien hace cambiar de opinión a los neófitos y el ladrón de mi ropa es la misma persona. Todo encaja. Mi aroma es para ellos —Santana empalideció de tal modo que me resultó difícil continuar hablando—. Pero, ¿no lo ves? Nadie viene a por vosotros. Es estupendo... Nadie quiere hacer daño a Emma ni a Rach ni a William.

Abrió los ojos con desmesura y pánico. Estaba aturdida y horrorizada. Al igual que Rachel en su momento, veía que mi deducción era acertada.

Puse una mano en su mejilla.

—¡Ten calma! —le supliqué.
—¡Britt! —gorjeó Charlie mientras se abría paso a empellones entre las familias estrechamente arracimadas que nos rodeaban.
—¡Felicidades, pequeña!

Mi padre no dejó de gritar ni siquiera cuando se acercó lo suficiente para poder hablarme al oído. Me rodeó con sus brazos de tal modo que obligó a Santana a hacerse a un lado.

—Gracias —contesté en un murmullo, preocupada por la expresión del rostro de Santana, que...
...no había recuperado el control de sus emociones. Aún tenía las manos extendidas hacia mí, como si pretendiera agarrarme y echar a correr. Su control era un poquito superior al mío. Escaparnos no me parecía ninguna mala idea.
—Sam y Billy tenían que irse... ¿Los has visto? —preguntó Charlie.

Mi padre retrocedió un paso sin soltar mis hombros. Se mantenía de espaldas a Santana, probablemente, en un esfuerzo por excluirle, aunque en ese preciso momento aquello incluso nos convenía, pues ella seguía boquiabierta y con los ojos desorbitados a causa del miedo.

—Oh, sí —le aseguré a mi padre en un intento de prestarle atención—, y también los he oído.
—Aparecer por aquí ha sido un bonito detalle por su parte —dijo Charlie.
—Ajajá.

Vale. Decírselo a Santana había sido una idea calamitosa. Rachel había acertado al crear una nube de humo tras la que ocultar sus pensamientos y yo tenía que haber esperado a que nos quedáramos solos en algún lugar, quizá cuando estuviéramos con el resto de la familia, y sin nada frágil a mano, cosas como ventanas, coches o escuelas.

Verle así me estaba haciendo revivir todos mis miedos y algunos más. Su expresión ya había superado el pánico y ahora sus facciones reflejaban pura y simple rabia.

—Bueno, ¿adonde quieres ir a cenar? —preguntó Charlie—. El cielo es el límite.
—Puedo cocinar.
—No seas tonta. ¿Quieres ir al Lodge?—preguntó casi con avidez.

No me gustaba ni una pizca la comida del restaurante favorito de Charlie, pero, ¿qué importaba eso cuando, de todos modos, no iba a ser capaz de tragar ni un bocado?

—Claro, vamos allí, estupendo.

La sonrisa de Charlie se ensanchó más; luego, suspiró y volvió un poco la cabeza hacia Santana sin mirarle en realidad.

—¿Vienes, Santana?

Miré a mi novia con ojos de súplica y ella recompuso la expresión antes de que Charlie se volviera del todo para ver por qué no le respondía.

—No, gracias —contestó un poco envarada, con el rostro severo y frío.
—¿Has quedado con tus padres? —preguntó Charlie, con tono molesto. Santana siempre era mucho más amable de lo que mi padre se merecía y aquella súbita hostilidad le sorprendía.
—Exacto, si me disculpáis...

Santana se dio media vuelta de forma brusca y se alejó entre el gentío, cada vez más escaso. Quizá se desplazó un poquito más deprisa de la cuenta para mantener su farsa, habitualmente perfecta.

—¿Qué he dicho? —preguntó Charlie con expresión de culpabilidad.
—No te preocupes, papá —le aseguré—. No tiene nada que ver contigo.
—¿Os habéis vuelto a pelear?
—Nadie ha discutido. No es asunto tuyo.
—Tú lo eres.

Puse los ojos en blanco.

—Vamonos a cenar.

El Lodge estaba hasta los topes. A mi juicio, el local resultaba chabacano y sus precios, excesivos, pero era lo más parecido a un restaurante de verdad que teníamos en el pueblo, por lo que la gente lo frecuentaba cuando celebraba acontecimientos. Melancólica, mantuve la vista fija en una cabeza de alce de aspecto más bien tristón mientras mi padre se zampaba unas costillas de primera calidad y conversaba por encima del respaldo con los padres de Matt. Había mucho ruido. Todo el mundo había acudido allí después de la graduación y la mayoría conversaba entre los pasillos de separación de las mesas y por encima de los bancos corridos, como mi padre.

Estaba de espaldas a las ventanas de la calle. Resistí el impulso de girarme y buscar a quien pudiera estar mirándome. Sabía que iba a ser incapaz de ver nada. Estaba tan segura de eso como de que Santana no iba a dejarme desprotegida ni un segundo, no después de esto.

La cena se alargó. Charlie estaba muy ocupado departiendo a diestro y siniestro, por lo que comió demasiado despacio. Yo cortaba trocitos de mi hamburguesa y los ocultaba entre los pliegues de la servilleta cuando estaba segura de que mi padre centraba su atención en otra cosa. Todo parecía requerir mucho tiempo, pero cada vez que miraba el reloj, lo cual hacía con más frecuencia de la necesaria, apenas se habían movido las manecillas.

Me puse en pie cuando al fin el camarero le dio el cambio y papá dejó una propina en la mesa.

—¿Tienes prisa? —me preguntó.
—Me gustaría ayudar a Rachel con lo de la fiesta —mentí.
—De acuerdo.

Se volvió para despedirse de todos los allí presentes. Yo atravese la puerta del local para aguardarle junto al coche patrulla. Me apoyé sobre la puerta del copiloto a la espera de que Charlie lograra salir de la improvisada tertulia. El aparcamiento permanecía casi a oscuras. La nubosidad era tan densa que resultaba difícil determinar si se había puesto o no el sol. La atmósfera resultaba pesada, como cuando está a punto de llover.

Algo se movió entre las sombras.

Mi respiración entrecortada se convirtió en un suspiro de alivio, cuando Santana irrumpió de entre la penumbra.

Me estrechó con fuerza contra su pecho sin pronunciar ni una palabra. Fijó una de sus frías manos en mi barbilla y me obligó a alzar el rostro para poder posar sus duros labios contra los míos. Sentí la tensión de su mentón.

—¿Cómo estás? —pregunté en cuanto me dio un respiro.
—No muy bien —murmuró—, pero he logrado controlarme. Lamento haber perdido los papeles antes.
—Es culpa mía. Tendría que haber esperado para contártelo.
—No —disintió—. Era algo que debía saber. ¡No puedo creer que no haya sido capaz de verlo!
—Tienes muchas cosas en la cabeza.
—¿Y tú no?

De pronto, volvió a besarme sin darme opción a contestar. Se retiró al cabo de un instante.

—Charlie viene hacia aquí.
—Voy a tener que dejarle que me lleve a tu casa.
—Os seguiré hasta allí.
—No es realmente necesario —intenté decir, pero ya se había ido.
—¿Britt? —me llamó Charlie desde la entrada del restaurante mientras escudriñaba las sombras.
—Estoy aquí fuera.

Mi padre salió hacia el coche andando despacio sin dejar de murmurar contra el vicio de la impaciencia.

—Bueno, ¿qué tal lo llevas? —me preguntó mientras conducía por la autovía en dirección norte—. Ha sido un gran día.
—Estoy bien —mentí.

Me caló enseguida y se echó a reír.

—Supongo que andas preocupada por la fiesta, ¿no?
—Sí —volví a mentir.

Esta vez no se dio cuenta.

—No eres de las que les van las fiestas.
—No sé de quién habré heredado eso —susurré.

Charlie rió entre dientes.

—Bueno, estás realmente guapa. Me gustaría pensar que algo he aportado... Perdona.
—No seas tonto, papá.
—No es ninguna tontería. Siempre me siento como si no hubiera hecho por ti nada de lo que debería.
—Eso es una ridiculez. Lo has hecho estupendamente. Eres el mejor padre del mundo, y... —no resultaba fácil hablar de sentimientos con Charlie, pero perseveré después de aclararme la garganta—. Me alegra haber venido a vivir contigo, papá. Es la mejor idea que he tenido jamás. Así que no te preocupes, sólo estoy experimentando un ataque de pesimismo postgraduación.

Bufó.

—Quizá, pero tengo la sensación de haber metido la pata en algunos puntos. Quiero decir... ¡Mira tu mano! —me miré las manos sin comprender. La izquierda descansaba sobre el cabestrillo negro con tanta comodidad que apenas me daba cuenta. El nudillo roto casi no me dolía ya—. Jamás se me ocurrió que tuviera que enseñarte cómo propinar un puñetazo. Supongo que me equivoqué en eso.
—Pero ¿tú no estás de parte de Sam?
—No importa a favor de quién esté. Si alguien te besa sin tu permiso, tienes que ser capaz de dejar claros tus sentimientos sin resultar herida. No metiste el pulgar dentro del puño, ¿a que no?
—No, papá. Eso está muy bien por tu parte, aunque resulte raro decirlo, pero no creo que unas lecciones hubieran servido de mucho. Sam tiene la cara como el hormigón.

Charlie soltó una carcajada.

—Pégale en las tripas la próxima vez.
—¿La próxima vez? —pregunté con incredulidad.
—Ah, no seas demasiado dura con el crío. Es muy joven.
—Es odioso.
—Continúa siendo tu amigo.
—Lo sé —suspiré—. La verdad es que no estaba segura de lo que correspondía hacer, papá.

Charlie cabeceó despacio.

—Ya. Lo correcto nunca resulta obvio. Lo que es válido para unos no se puede aplicar a otros. Así que..., buena suerte a la hora de averiguarlo.
—Gracias —le solté en voz baja.

Se rió de nuevo, pero luego torció el gesto.

—Si esa fiesta se desmadra más de la cuenta... —comenzó.
—No te preocupes, papá. William y Emma van a estar presentes. Estoy segura de que también tú puedes venir, si quieres.

Mi padre hizo una mueca de disgusto y entornó los ojos para mirar la noche a través del parabrisas. Le gustaban las fiestas tan poco como a mí.

—¿Dónde está la próxima salida? —preguntó—. Deberían señalizar mejor el camino hasta la casa... Es imposible encontrarlo de noche.
—Justo detrás de la próxima curva, creo —fruncí los labios—. ¿Sabes qué? Tienes razón... Es imposible encontrarlo. Rachel me dijo que iba a incluir un mapa en la invitación, pero aun así, lo más probable es que se pierdan todos los invitados.

Me animé un poco ante esa perspectiva.

—Quizá —dijo Charlie cuando el camino se curvó hacia el este—, o quizá no.

La suave y oscura gasa de la noche cesaba donde debía de estar el camino de los Cullen. Alguien había colocado luces parpadeantes en los árboles que flanqueaban la entrada. Era imposible perderse.

—Rachel —dije con acritud.
—Guau —comentó Charlie mientras girábamos hacia el camino.

Los dos árboles del comienzo no eran los únicos iluminados. Cada seis metros aproximadamente había una baliza que nos guiaba durante los cinco kilómetros de trayecto hasta llegar a la gran casa blanca.

—Ella no es de las que dejan las cosas a medias, ¿eh? —murmuró mi padre con respeto.
—¿Seguro que no quieres entrar?
—Absolutamente seguro. Que te diviertas, hija.
—Muchísimas gracias, papá.

Estaba riéndose cuando salí del coche y cerré la puerta. Vi cómo seguía sonriendo mientras se alejaba. Después de suspirar, subí las escaleras para soportar mi propia fiesta.


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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

Mensaje por Linda23 Sáb Dic 28, 2013 7:29 am

Hola

No he comentado antes pero me encanta este fic aunque tengo que confesar que me gusta el primer libro y el último, los otros dos no xq la protagonista parece más enamorada del lobo que de mi vampira hermosa en este caso, en el libro original siempre odie a ese lobo entrometido y ahora que es Sam mi odio es doble. El resto de los personajes me encanta sobretodo mis Brittana estás haciendo un trabajo excelente con está adaptación.

Aunque no comete te leo siempre desde que comenzaste, actualiza pronto nunca tengo demasiado de está historia.
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Finalizado Re: BRITTANA - CREPUSCULO - ECLIPSE - CAPITULO 28 EPÍLOGO (ELECCIÓN)

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