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Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos Primer15
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Activo Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por Emma.snix Vie Ene 10, 2014 11:50 pm

Hola espero y me recuerden o recuerden esta historia, bueno la verdad es que le debo una gran disculpa por no actualizar pronto, pero es que con todo y mi graduación de la universidad y mi entrada al trabajo no eh tenido mucho tiempo la verdad termino muy agotada, pero prometo actualizar por lo menos dos o tres beses por semana...

saludos y hasta la próxima espero sus comentarios  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 1206646864 

Capitulo: 1
Hasta la muerte




Todo empezó a temblar. Me agarré al borde de la mesa y vi que mi anillo de compromiso caía sobre las baldosas del suelo del café Sweethearts. El temblor duró solamente unos segundos, pero la máquina de discos dejó de funcionar, y las camareras, asustadas, trastabillaron procurando mantener las bandejas en equilibrio.

Me di cuenta de que, fuera, el cielo había cambiado a un oscuro tono violáceo, y las copas de los árboles vibraban como si una mano invisible las estuviera sacudiendo. La expresión de felicidad había desaparecido del rostro de Santana, y ahora sus ojos comunicaban la dureza y el desafío que tantas veces les había visto en los últimos tiempos. Apreté su mano con fuerza y cerré los ojos, esperando que una cegadora luz apareciera de repente para devolverme a mi prisión en el Cielo.
Sin embargo, al cabo de unos momentos, la tierra se quedó quieta otra vez y a nuestro alrededor todo volvió a la normalidad. Todo el mundo había temido lo peor, y un suspiro de alivio nos relajó a todos, al darnos cuenta de que nada malo había sucedido. Empezaron a oírse risas y comentarios sobre lo impredecible que era la Madre Naturaleza, y las camareras se afanaban en limpiar las bebidas, que se habían derramado por todas partes. Nadie insistía en lo que acababa de suceder: probablemente sería motivo de conversación durante uno o dos días y, luego, todo el mundo lo olvidaría. Pero Santana y yo no nos dejábamos engañar tan fácilmente: algo malo estaba sucediendo en el Reino. Nos dábamos cuenta.
Por un momento pensé en decirle a Santana que, después de todo, lo que íbamos a hacer no era una buena idea, que debíamos devolver el anillo de su abuela y regresar a Bryce Hamilton para asistir a lo que quedara de la ceremonia. Si nos dábamos prisa, quizá llegáramos a tiempo de que ella pudiera ofrecer el discurso de inauguración. Pero al mirarla, me fallaron las fuerzas.
La parte responsable que había dentro de mí reconocía que lo adecuado era hacer caso de ese aviso, someterse a las reglas y no contravenir la voluntad de los Cielos. Pero, por otro lado, sentía otra parte mía, la rebelde, que me decía que era demasiado tarde para echarse atrás. Así que dejé a un lado a la chica tímida que había sido hasta ese momento, permití que se replegara en las sombras como una niña vergonzosa ante una pista de baile, y permití que la nueva Britt tomara el mando. Todavía no conocía muy bien esa parte de mí, pero, por algún motivo, sentía que había estado conmigo desde siempre, esperando entre bambalinas, como una suplente a la espera de que llegara su momento para mostrarse con toda su brillantez.
Fue esta parte de Britt la que se puso en pie y cogió el bolso. —Vámonos.
Santana dejó unos billetes encima de la mesa y me siguió hasta la calle. Al salir, levantó el rostro hacia el cielo, entrecerró los ojos ante la deslumbrante luz del sol recién reaparecida y soltó un largo suspiro. — ¿Crees que eso iba dirigido a nosotras?
—No lo sé —contesté—. Quizá le estemos dando demasiada importancia.
—Quizá —repuso Santana—. Pero he vivido aquí siempre y nunca había sucedido nada igual.
Miré a un lado y a otro de Main Street. La gente parecía ocupada en sus asuntos, como siempre. Vi que el sheriff había salido a la calle para tranquilizar a unos turistas que mostraban cierto nerviosismo. Su voz llegaba hasta nosotros.
—No hay motivo para alarmarse, señora. Los temblores no son habituales por aquí, pero no hay por qué preocuparse.
Los turistas parecieron calmarse con sus palabras, pero yo sabía que ese temblor de tierra no podía ser una simple coincidencia. Estaba claro que se trataba de una advertencia llegada desde arriba, una advertencia que no pretendía causar ningún daño, pero sí llamar nuestra atención. Y lo había conseguido. — ¿Britt? —Santana se mostraba indecisa—. ¿Qué hacemos ahora?
Miré hacia el Chevy, que se encontraba aparcado al otro lado de la calle. Solo tardaríamos cinco minutos en llegar a la orilla del agua, donde el padre Will nos estaba esperando, en la iglesia. Recordé que lo había visitado una vez con
Sam y Quinn, al principio, cuando llegamos a Venus Cove, y a pesar de que no se había hablado de ello abiertamente, él supo quiénes éramos. La expresión de su rostro lo había dicho todo. Se me ocurrió pensar que si un hombre tan piadoso como el padre Will había accedido a casar a dos chicas, debía creer en nuestra unión. Era un consuelo saber que, por lo menos, teníamos un aliado.
Durante un momento dudé. Entonces me fijé en una pareja mayor que se encontraba sentada en un banco de madera de la plaza. El hombre tenía la mano de la mujer en la suya y sonreía, disfrutando de la brisa, que le agitaba el cabello blanco, así como del sol, que le calentaba la nuca. Me pregunté cuánto debía de hacer que estaban juntos, cómo era el viaje vital que habían compartido. Era una tarde luminosa, y las hojas de los abedules del paseo brillaban bajo el sol.
Observé a un corredor que pasó por delante de nosotras, conectado a su iPod, y a un niño pequeño que ponía caras a los transeúntes desde detrás de la ventanilla de un coche. Yo no había nacido en ese mundo, pero tenía la certeza de que me había ganado el derecho de quedarme en él. Y no estaba dispuesta a renunciar a ese derecho tan fácilmente.
Tomé el rostro de Santana entre mis manos y le dije: —Si no recuerdo mal…, me acababas de pedir que me casara contigo.
Me miró un momento con expresión de incertidumbre, pero al final su rostro se iluminó con una sonrisa. Entonces me tomó la mano con un fervor renovado y corrimos al otro lado de la calle, hacia el Chevy. En el asiento de atrás todavía estaban los birretes y las togas que habíamos dejado allí, pero ninguna de las dos los vio en ese momento. No dijimos nada. Santana apretó el acelerador y el coche salió disparado en dirección a la orilla. Toda duda se había disipado. Pasara lo que pasara, continuábamos con nuestro plan.
Saint Mark era una capilla de basalto que había sido construida por los colonos europeos al terminar la guerra civil. Estaba rodeada por una verja de hierro forjado, y un camino de piedra flanqueado por campanillas conducía hasta la puerta, de roble y culminada con un arco de medio punto. Había sido la primera iglesia católica del condado, y en el jardín lateral se levantaba un muro conmemorativo en honor a los soldados confederados fallecidos. Saint Mark tenía un profundo significado para Santana y para su familia. Allí había estudiado la Biblia desde niña, y también había participado en todas las representaciones navideñas hasta que creció y empezó a darle vergüenza hacerlo. El padre Will conocía a todos los niños López y más a una en especial. Dentro de pocas semanas casaría a Alex, el hijo mayor, y Santana, en calidad de hermana, sería una de las madrinas de la novia.
En cuanto traspasamos el umbral de la puerta, todo el ruido del mundo exterior enmudeció. Nuestros pasos resonaron sobre el mármol rojizo del suelo de la capilla. A ambos lados, unas altas columnas de piedra se levantaban hasta el techo abovedado. Una estatua de Cristo en la cruz presidía la nave: el Cristo tenía la cabeza caída, pero sus ojos se levantaban hacia el Cielo. Desde el techo, unos santos mártires hechos con mosaico nos observaban. La capilla estaba inundada por la suave luz dorada que se reflejaba desde el sagrario de oro que guardaba el Santísimo Sacramento. Las paredes estaban cubiertas de unas pinturas con marcos muy trabajados que mostraban las diferentes etapas del vía crucis. Los bancos eran de pulida madera de secuoya, y el olor del incienso llenaba el ambiente. Tras el altar, unas coloridas cristaleras representaban a
Samuel, con la cabellera dorada, el rostro serio y una túnica roja, comunicando su mensaje a María, quien lo recibía de rodillas y con expresión de asombro. Me resultó extraño ver cómo un artista había representado a mi hermano, el arcángel.
El Samuel real era tan hermoso y formidable que no era posible captarlo. A pesar de todo, los colores de la cristalera eran vibrantes y conseguían que las figuras cobraran vida.
Santana y yo nos detuvimos en la entrada y mojamos los dedos en el agua bendita para persignarnos. Antes de ver al padre Will, oímos el suave roce de su sotana.
Apareció ante nosotras con el hábito completo, largo hasta el suelo, y el susurro de sus ropajes marcaba el ritmo de su paso al bajar los escalones alfombrados.
—Os esperaba —nos dijo, en tono animoso.
Entonces nos condujo hasta la parte frontal de la iglesia, y ambas nos arrodillamos ante el altar. Él observó nuestros rostros para asegurarse de nuestra sinceridad.
—El matrimonio es un compromiso muy serio —nos dijo—. Las dos sois muy jóvenes. ¿Habéis pensado detenidamente lo que estáis a punto de hacer?
—Sí, padre, lo hemos hecho —contestó Santana, con un tono que hubiera convencido a la persona más desconfiada del mundo—. ¿Nos ayudará?
—Hmmmm —murmuró el padre, con expresión de gravedad—. ¿Qué dicen vuestras familias de esto? Supongo que querrán estar presentes en una ocasión tan importante.
Al decirlo, el padre Will me miró a los ojos con gran seriedad.
—Esta decisión es nuestra —repuso Santana—. Desearía que pudieran estar aquí…, pero ellos no lo comprenderían.
El sacerdote asintió con la cabeza al oír las palabras de Santana.
—No se trata de un capricho de adolescentes —intervine, ansiosa por acabar de convencerlo—. Usted no sabe por todo lo que hemos pasado hasta poder llegar aquí. Por favor, no podríamos soportar un día más sin pertenecernos la una con la otra ante los ojos de Dios.
Me di cuenta de que al padre Will le costaba ignorar nuestra urgencia, pero también estaba claro que se creía en el deber de actuar con prudencia. Tendría que mostrar más convencimiento para conseguir que se decidiera.
—Es la voluntad de Dios —dije, de repente. El padre Will abrió los ojos con asombro—. Él nos ha unido por un motivo. Usted debe de saber que él tiene un plan para cada uno de nosotros, y este es el nuestro. No nos corresponde a nosotros cuestionar su voluntad, solamente queremos aceptar el sentimiento que él ha creado entre las dos.
Estas palabras consiguieron zanjar la cuestión. No podía negarse ante lo que parecía ser una orden directa desde lo alto. El padre Will hizo un ademán de consentimiento con las manos.
—Muy bien, pues. No serviría de nada haceros esperar más. —Hizo un gesto hacia alguien que se ocultaba en la penumbra—. Me he tomado la libertad de pedirle a la señora Álvarez que haga de testigo.
Miramos hacia atrás y vimos a una mujer que oraba en silencio sentada en el extremo de uno de los bancos. Cuando se levantó y se acercó al altar, me di cuenta de que era la gobernanta de la parroquia. La señora Álvarez se alisó la blusa: se la veía emocionada por tener un pequeño papel en lo que, a sus ojos, debía de ser una alocada y romántica aventura. Cuando habló, pareció que incluso le faltara un poco el aliento. —Tú eres la hija de Anabel, ¿verdad? —preguntó con un marcado acento hispano como el de santana. Santana asintió con la cabeza y bajó los ojos, esperando una reprimenda.
Pero la señora Álvarez se limitó a darle un apretón de complicidad en el brazo—.
No te preocupes. Muy pronto todo el mundo se alegrará por vosotras. ¿Empezamos? —preguntó el padre Will —Por favor…, un momento.
La señora Álvarez meneó la cabeza y me miró con cierta expresión de tristeza. De repente, se excusó y se fue. Esperamos, un tanto confundidas, hasta que ella regresó y nos  ofreció un ramillete de margaritas que acababa de cortar del jardín de la parroquia.
—Gracias.
Sonreímos, agradecidas. Con las prisas por llegar hasta allí, Santana y yo no habíamos prestado ninguna atención a los detalles. Todavía llevábamos nuestros inmaculados uniformes de la escuela.
—De nada —repuso ella con ojos chispeantes de emoción.
La luz que se filtraba a través de la cristalera bañaba a Santana con sus tonos oscuros. Aunque hubiera llevado puestos los pantalones cortos de gimnasia, no me hubiera importado, pues su mera presencia era deslumbrante. Por el rabillo del ojo me vi un mechón de cabello dorado, bañado de tonos amarillo. Parecía brillar por sí solo. Tímidamente deseé que esa imagen fuera una señal de que nuestra unión encontraría el favor del Cielo. Después de todo, la tierra había dejado de temblar y no parecía que el techo fuera a desplomarse. Quizá, solo quizá, el nuestro era un amor que incluso el Cielo tendría que aceptar.
Al mirar a Santana me di cuenta de que algo en mí había cambiado. No me sentía desbordada por la emoción, como era habitual. No me sentía desbordada por ese amor tan intenso que me hacía temer que mi cuerpo estallara, incapaz de contenerlo. Por el contrario, me sentía llena de paz, como si mi mundo se estuviera colocando exactamente en el lugar que le correspondía como siempre. A pesar de que conocía el rostro de Santana tan bien como la palma de mi mano, cada vez que le miraba el rostro me parecía verla por primera vez. Sus rasgos expresaban una gran profundidad y complejidad: la línea de sus labios gruesos se curvaba dibujando media sonrisa, sus mejillas se marcaban con elegancia haciendo resaltar sus hoyuelos, y sus ojos marrones tenían el mismo color que una noche plagadas de estrellas. Unos rayos de luz solar parecían bailar sobre su cabello azabache, haciéndolo brillar como un metal pulido. Su uniforme escolar, la chaqueta azul oscura con el escudo de Bryze bordado en la chaqueta, parecía adecuada para esa ocasión solemne. Santana se ajustó la falda rápidamente. Al verle hacer ese gesto no supe si se sentía nerviosa o no.
—Hoy tengo que tener mi mejor aspecto —me dijo, guiñándome un ojo con expresión juguetona.
El padre Will abrió los brazos y levantó ambas manos con expresión ceremoniosa.
—Os habéis reunido en esta iglesia para que el Señor consagre y selle vuestro amor en el santo matrimonio. Ambas tendréis que asumir los deberes del  matrimonio con respeto mutuo y fidelidad eterna. Y por ello, ante esta iglesia, os pido que declaréis vuestras intenciones. ¿Os amaréis y os honraréis la una con la otra como dos mujeres durante el resto de vuestras vidas?
Santana y yo levantamos los ojos al mismo tiempo, repentinamente conscientes de lo sagrado que era ese momento. Pero no dudamos ni un instante en contestar al mismo tiempo, como si nuestras voces individuales ya se hubieran hecho una.
—Lo haremos.
—Juntad vuestras manos derechas y declarad vuestro consentimiento ante Dios y su Iglesia. Santana, repite conmigo.
Santana pronunció cada una de las palabras con gran detenimiento, como si todas ellas fueran portadoras de un profundo significado y no pudieran ser dichas apresuradamente. Su voz era como música. Eso me produjo tanta emoción que sentí cierto mareo, y me sujeté con fuerza a su mano con miedo, como si pudiera empezar a flotar en el aire de un momento a otro. Santana no me soltó ni un instante mientras hablaba.
—Yo, Santana López, te tomo a ti, Brittany Pierce, como esposa, y te seré fiel a partir de este momento en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte nos separe.
Entonces llegó mi turno. Debía de estar nerviosa, porque noté que me temblaba la voz mientras pronunciaba el mismo juramento bajo la atenta mirada del padre
Will. La señora Álvarez se sacó un pañuelo con puntillas de la manga y se secó los ojos. No pude evitar que unas lágrimas me rodaran por las mejillas mientras pronunciaba cada palabra. En ese momento comprendí lo que era llorar de felicidad. Noté que Santana me acariciaba la palma de la mano con la yema del pulgar y sentí que me perdía en la profundidad de sus ojos. La voz del padre Will me hizo reaccionar:
—Ha llegado el momento de los anillos, que os entregaréis la una y la otra como símbolo de vuestro amor y fidelidad.
Santana me tomó la mano y me colocó el anillo de su abuela en el dedo anular. El anillo me encajó perfectamente, como si estuviera hecho para quedarse conmigo siempre. Deseé que hubiéramos tenido más tiempo para realizar los preparativos, pues yo solo podía ofrecer mi anillo de clase a Santana. Ambas estábamos tensas. Pero en cuanto oímos que la señora Álvarez se reía por lo bajo cubriéndose la boca, las dos nos relajamos.
—Que vuestra unión reciba la aprobación del Señor —terminó el padre Will—.
Que os aporte paz y armonía a vuestras vidas. Ahora os declaro  unidas en matrimonio
Y eso fue todo. La ceremonia había concluido: Santana y yo estamos casados.
Toda mi vida me había sentido una extraña, siempre había sido testigo de un mundo del cual nunca podría formar parte. En el Reino yo había existido, pero nunca había vivido de verdad. Conocer a Santana había hecho que todo eso cambiara. Ella me había acogido, me había amado y me había cuidado. Nunca le importó que yo fuera distinta, y su mera presencia había conseguido que mi mundo cobrara vida. Yo sabía que nos esperaban dificultades, pero mi alma ahora se encontraba unida a la suya, y nada, ni el Cielo ni el Infierno, nos podría separar.
Sin esperar instrucciones del padre Will, nos fundimos en un beso perfecto y exacto, puro y casto, excitante lujurioso, y en esa fusión se produjo algo completamente distinto a todo lo que habíamos experimentado hasta ese momento. Esta vez fue un acto sagrado. Noté que mis alas empezaban a vibrar bajo mi camisa, y sentí que la emoción recorría toda mi piel y llenaba mi cuerpo con una cálida luz. De repente, la luz que emanaba mi cuerpo se fundió con la luz del sol que se filtraba a través de las cristaleras de la ventana y, al hacerlo, se produjo un potente destello que nos rodeó a ambas en un brillante remolino luminoso. El padre Will y la señora Álvarez ahogaron una exclamación de sorpresa, pero al cabo de un segundo el sol se ocultó tras una nube y el destello se apagó.
La pobre mujer estaba tan desbordada por la emoción que prorrumpió en una sarta de felicitaciones en español y empezó a besarnos a las dos con gran energía, como si fuéramos unas parientes recién reencontradas. Solo se detuvo cuando el padre Will nos arrastró a un lado del altar para firmar el acta.
Justo acababa de dejar la pluma cuando oímos que las puertas de la parroquia se abrían con un estruendo tan potente que nos sobresaltó a todos.
Al mirar, vimos la silueta de un delgado adolescente de rostro afeminado, con un mechón rebelde en la cabeza. Llevaba puesta una capa negra con capucha y de su espalda se desplegaban tres pares de alas negras. Con gran formalidad, se inclinó haciendo una reverencia ante nosotras, pero sin apartar los ojos del padre
Will ni un momento. Luego se acercó al altar con un paso tan estudiado que parecía que estuviera desfilando por una pasarela. Acompañaba el paso con el balanceo de una guadaña. Enseguida supe quién era: se trataba de un ángel de la Muerte entrenado por la misma Muerte. La señora Álvarez empezó a chillar y corrió a refugiarse detrás del altar. Tradicionalmente, solo la persona a la que venía a buscar el ángel de la Muerte podía verlo, pero en este caso «se había saltado la normativa». Todos sus movimientos parecían deliberados, como para comunicarnos un claro mensaje. Teníamos la muerte sobre nuestras cabezas.
Sin pensarlo, tiré a Santana al suelo de un empujón y desplegué las alas por encima de ella para protegerla. Un ángel de la Muerte no podía llevarse ningún alma mientras su guardián se encontrara con ella. Pero pronto me di cuenta de que no era a Santana a quien ese joven ángel había venido a buscar.
Sus ojos continuaban clavados en el padre Will. Lo señaló con uno de sus delgados dedos. El sacerdote, confuso, parpadeaba de incredulidad y retrocedía hacia el altar.
—Solo quería ayudar. Solo quería ayudar —repetía una y otra vez.
—Tú intención es irrelevante —repuso con frialdad el ángel.
El padre Will se calló un instante y, luego, se enderezó.
—Recibí una llamada del Señor, y yo respondí. — ¿Sabes quién es ella? —Le preguntó el ángel de la Muerte—. No es una humana y la otra pues es…pero callo y el. Padre Will no pareció sorprenderse ante esa afirmación. Había sabido desde el principio que yo era diferente, aunque nunca me había hecho preguntas ni me había tratado como a una extraña.
—Los caminos del Señor son inescrutables —replicó con valentía.
El ángel de la Muerte asintió con la cabeza. —Desde luego que sí.
Entonces, levantó una mano y el padre Will se dobló sobre sí mismo mientras se apretaba el pecho con fuerza y caía al suelo luchando por respirar. — ¡Déjalo en paz! —gritó Santana, intentando desprenderse de mí.
Yo la sujetaba firmemente, con una fuerza que no sabía que tenía. El ángel de la
Muerte nos miró como si fuera la primera vez que nos veía y luego dirigió una lánguida mirada hacia Santana. Sonreía, pero el gesto de sus sensuales labios era casi insolente.
—El asunto que me ha traído aquí no tiene nada que ver con vosotras —afirmó, acercándose hacia el padre Will, que yacía postrado sobre el suelo de mármol.
—Britt, suéltame —suplicó Santana—. ¡El padre Will necesita ayuda!
—No podemos ayudarlo ahora. —Pero ¿qué te pasa? —preguntó, mirándome con una expresión extraña, como si no me reconociera.
—No puedes enfrentarte a un ángel de la Muerte —susurré—. Él sigue instrucciones. Si te interpones en su camino, también te llevará con él. No me conviertas en una viuda cuando hace solo unos minutos que soy tu esposa.
Aquello pareció llegarle al alma. Santana dejó de debatirse y se quedó en silencio, pero su mirada seguía reflejando la angustia que sentía por no poder ayudar al sacerdote y mentor de su infancia. El ángel de la Muerte se acercó a la cabeza del padre Will. Yo sabía lo que estaba esperando. De repente, una sombra gris como el humo salió por la boca abierta del sacerdote y se quedó flotando en el aire: era una réplica exacta del cuerpo sin vida que yacía en el suelo.
—Sígueme —ordenó el ángel de la Muerte con indiferencia. Parecía casi aburrido.
El alma del padre Will pareció sentirse perdida durante unos instantes, como si no supiera en qué dirección ir, pero luego obedeció. Juntos, el ángel y el alma mortal ascendieron hacia el techo abovedado de la parroquia. — ¿Adónde te lo llevas? —pregunté, temiendo que el padre Will tuviera que sufrir el Infierno por habernos ayudado.
—Sus motivos eran puros, así que su lugar en el Cielo se mantiene intacto — contestó el ángel de la Muerte sin mirar atrás y sin detenerse—. Pero sus días en la Tierra han terminado.


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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por Dolomiti Dom Ene 12, 2014 10:12 pm

Hola! que tal yo leí el primer tomo de "Halo" y sigo en el segundo!! la verdad me gusta mucho la adaptación!
Saludos!
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por mary04 Lun Ene 13, 2014 7:51 pm

Hola es la primera vez que comento pero hace poco fue q lei el fic y me encantaaaaaaaaa espero q act rapido hace mucho q no leia algo q m gustara tanto y que me diera por comentar pero es una historia muy bonita y no la tipica historia de amor saludes y q este bn
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por 23l1 Sáb Feb 01, 2014 1:22 am

Hola! no soy mucho de comentar, pero SI de leer, pero leo este fic desde el principio y esperaba con ansias el 3 libro (adaptación) y quede mas que emocionada cuando xfin lo publicaste y dijiste que subirías seguido y TRAICION! que paso¿? xq ya no subes mas cap! que ultra metía xfaa vuelve!!!! =D
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Activo Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 2 Corre, cariño, corre

Mensaje por Emma.snix Dom Feb 09, 2014 7:35 pm

Hola,¿que tal se encuentran? me da mucha pena subir el capitulo hasta ahora, pero bueno la verdad eh estado demasiada ocupada con mi primer trabajo y les puedo decir que estoy muy feliz por ello, tratare de subir capítulos mas seguidos si, tal vez mas tarde suba el tercero.
muchas gracias por los comentarios y mil disculpas a todas las que me leen  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 2145353087 



Capitulo: 2
Corre, cariño, corre


Hasta que el ángel de la Muerte por fin desapareció no me sentí suficientemente segura para soltar a Santana. Ella corrió hasta el padre Will y cayó de rodillas al lado de su cuerpo inerte. El sacerdote todavía tenía los ojos abiertos, aunque estaban velados, sin vida.
La señora Álvarez, acongojada, salió de detrás del altar. Temblaba y todavía nos miraba con expresión de terror. Se detuvo en medio de la nave y agarró con manos temblorosas el crucifijo con piedras incrustadas que llevaba colgado del cuello. — ¡Santo Cielo! Que Dios se apiade de nosotros —exclamó, y salió precipitadamente de la iglesia. — ¡Espere! —grité—. ¡Señora Álvarez, por favor!
Pero ella no miró atrás: lo único que quería era alejarse lo antes posible de allí y perder de vista lo que acababa de suceder.
Cuando se hubo marchado, Santana  me miró con una expresión de dolor desgarradora.
—Britt, ¿qué hemos hecho? —murmuró—. Hemos matado a una persona.
—No, no lo hemos hecho. —Me arrodillé a su lado y la tomé de la mano .Escúchame, Santana, esto no ha sido culpa nuestra.
—Se lo han llevado como venganza —repuso ella en voz baja, volviendo la cabeza para ocultar su tristeza—. Por haber accedido a casarnos. Si no hubiera intentado ayudarnos, todavía estaría vivo.
—Nosotras no lo sabíamos. —La tomé de su rostro e hice que girara la cabeza hacia mí de nuevo, para mirarla a los ojos—. Nosotras no somos las asesinas.
Pasé la mano por encima de los ojos del padre Will para cerrárselos para siempre.
Notaba el pecho lleno de rabia ante la injusticia que acababa de producirse, pero sabía que esa rabia no nos ayudaría en nada. Recé en silencio para que el alma del padre Will encontrara reposo. Santana todavía miraba con desolación el cuerpo del sacerdote, tendido en el suelo.
—Es solamente su vida terrenal la que ha terminado —le dije—. Ahora se encuentra en paz. Lo sabes, ¿verdad?
Santana asintió con la cabeza e intentó reprimir las lágrimas que anegaban sus largas pestañas.
De repente oímos el chirrido de los frenos de un coche fuera, delante de la iglesia. Inmediatamente se oyeron las puertas al cerrarse y unos pasos decididos sobre la gravilla del camino.
Quinn y Sam entraron en Saint Marks y no tardaron ni un segundo en comprender lo que había sucedido. Cruzaron la nave de la iglesia a tal velocidad que solo se hicieron visibles al detenerse delante de nosotras. Sam se pasó una mano por el cabello con gesto de frustración; su hermoso rostro dejaba ver un gran dolor. Quinn, por el contrario, tenía su larga cabellera alborotada y su expresión era tan funesta como un cielo enfurecido.
—En nombre de Dios, ¿qué es lo que habéis hecho?
Quinn habló en un tono que nunca antes le había oído. Su voz se había vuelto varias octavas más grave y parecía brotarle directamente del pecho. Sam se limitaba a apretar la mandíbula sin decir nada.
—Hemos llegado demasiado tarde —dijo él.
Sus ojos se posaron sobre nuestros anillos de boda y se desviaron hacia el cuerpo que yacía en el suelo. Ni siquiera parpadeó. Era evidente que no se sentía sorprendido ante aquella primera baja causada por nuestro desafortunado amor.
—Esto es ridículo. —Quinn meneó la cabeza con exasperación—. Esta rebeldía no puede ser ignorada.
Sus ojos verdes y fríos habían adquirido una extraña tonalidad ámbar. Incluso me pareció ver que unas pequeñas llamas ardían en su iris.
—Ahora no —dijo Sam, haciendo un gesto en dirección a la salida—.Debemos irnos de aquí.
Sam y Quinn nos agarraron a las dos por los hombros y casi nos arrastraron por toda la nave de la iglesia. Santana y yo estábamos demasiadas perplejas para resistirnos. Un todoterreno negro nos esperaba fuera. Quinn abrió las puertas con un gesto excesivamente enérgico, y el coche se inclinó hacia la derecha.
—Entrad —ordenó—. Ahora.
—No —repliqué, apartándome de ellos—. ¡Estoy harta de que todo el mundo nos diga lo que tenemos que hacer!
—Brittany, hubieras debido consultarme antes —dijo Sam con un tono de profunda decepción—. Te hubiera podido ayudar a tomar la decisión adecuada.
—Esta es la decisión adecuada, Sam —afirmé, decidida.
—Has transgredido las leyes del Cielo y has provocado la muerte de un religioso —interrumpió mi hermana con severidad—. ¿Es que no te arrepientes? — ¡No sabíamos que sucedería esto!
—Por supuesto que no —repuso Quinn, y de repente comprendí lo que era que te fulminaran con la mirada—. ¿Es que esperas que te defendamos sin importar lo que hagas?
—No, es solo que me gustaría que pudierais ver las cosas desde nuestro punto de vista.
—Solamente queríamos estar juntas —intervino Santana—. Eso es todo.
Pero esa explicación no consiguió más que avivar el enojo de mi hermana.
— ¡Entrad en el coche! —gritó.
La brusquedad de Quinn nos tomó a todos por sorpresa. Ella nos dio la espalda y se apoyó en la puerta del acompañante. Tenía los hombros contraídos por la rabia.
—Iremos con vosotros —afirmé tranquila, en un intento de poner un poco de calma en medio de esa situación cada vez más tensa—. Pero decidnos adónde vamos.
—Tenéis que abandonar Venus Cove. Ahora mismo. No hay tiempo que perder —contestó Sam—. Os lo explicaremos por el camino.
De repente me di cuenta de que Sam tenía las venas del cuello hinchadas. Quinn no dejaba de retorcerse las manos y miraba a un lado y a otro de la calle con nerviosismo. ¿Qué estaba pasando? Podía comprender que se sintieran molestos por nuestra precipitada decisión de casarnos, pero era evidente que había algo más que eso. Si no los conociera bien, hubiera creído que estaban asustados.
—Sam, ¿qué sucede? —le pregunté, alarmada, poniéndole una mano en el hombro.
Nunca había visto esa expresión en el rostro de Sam. Era una expresión de derrota.
—Aquí ya no estáis a salvo. — ¿Qué? —Santana me pasó un brazo por encima de los hombros, en un gesto instintivo de protección—. ¿Por qué no?
—Sé que hemos complicado las cosas —dije—. Y nunca me perdonaré por lo que le ha sucedido al padre Will, ¡pero no lo comprendo! Esto solo debería tener que ver con nosotras. Solo queríamos casarnos. ¿Por qué está tan mal?
—Ante los ojos del Cielo, lo está —repuso Quinn, y sus ojos verdes me miraron con calma por primera vez.
—No es justo —protesté, notando que empezaban a brotarme lágrimas de los ojos.
Subí al asiento trasero del coche con una sensación de gran abatimiento: nuestra felicidad se había hecho añicos demasiado pronto.
Sam, en el asiento de delante, se dio la vuelta y miró a Santana con dureza.
—Escuchadme con atención.
Santana palideció y tragó saliva.
—No es solo que tengáis que marcharos —dijo Sam—. ¡Tenéis que huir!
Mi hermano puso en marcha el coche y salimos de la ciudad en dirección a las colinas a gran velocidad. Quinn se mordía el labio inferior mientras se sujetaba al salpicadero. A pesar de que habían prometido contarnos lo que sucedía, ninguno de los dos decía ni una palabra. Santana y yo nos habíamos abrazado e intentábamos no pensar en lo peor. Esa no era exactamente la luna de miel que yo había deseado. Solo esperaba que Santana no tuviera dudas sobre nuestro matrimonio.
Volví la cabeza y por el cristal trasero observé cómo se alejaba nuestra querida ciudad. Lo último que vi fueron las agujas de la torre del reloj de Bryce
Hamilton, que se elevaban por encima de las sinuosas colinas. Entonces mi hermano giró de repente y enfiló un deteriorado camino de tierra. Venus Cove desapareció definitivamente de la vista. ¡El único lugar que yo consideraba mi casa ya no existía! No sabía cuánto tiempo pasaría hasta poder verlo de nuevo, o si lo vería otra vez. La cabeza me daba vueltas solo de pensarlo.
De repente me di cuenta de por qué Sam tenía tanta prisa por alejarse de la carretera. Quería ocultarnos. Ni siquiera en el camino aminoró la velocidad.
Había un montón de baches, las piedras salían despedidas de debajo de las ruedas y las ramas de los árboles rascaban los laterales del coche. Incluso los árboles parecían conspirar contra nosotros. En el cielo, las nubes parecieron hacerse más elásticas, empezaron a retorcerse y a formar extrañas imágenes. Una densa masa de nubes se alargó hasta que cobró la forma de una mano cuyo dedo índice pareció señalarnos. Al cabo de un segundo, el dedo se convirtió en una masa de nubes otra vez. Fueran imaginaciones o no, sabía que eso era un símbolo de nuestro juicio. Así era como se consideraba mi matrimonio con Santana: un  acto de rebeldía, una traición al Cielo que podía ser castigada con leyes que yo era demasiado joven para comprender. Además, mis características humanas eran tan dominantes ahora que todas las leyes del Cielo me hubieran parecido extrañas. El conocer a Santana había hecho que cambiara mi lealtad: ya no sentía ningún vínculo con mi lugar de nacimiento.
Supe que empezábamos a ascender porque el aire que entraba por las ventanillas era cada vez más fresco. Me dediqué a contar los caballos que pastaban en los campos para evitar pensar en lo que nos esperaba. Deseé que mis hermanos dirigieran su ira contra mí y no contra Santana. Sabía que debía disculparme y aceptar que había cometido un error. Pero no me arrepentía de lo que había hecho. Por lo menos, todavía no.
Ese día, que unas horas antes había prometido ser tan perfecto, ahora se había arruinado. Estuvimos tanto tiempo en el coche que perdí la noción del tiempo.
Me preguntaba cuántas horas llevábamos allí. ¿Habíamos cruzado alguna frontera con algún estado? Tenía la sensación de que habíamos dejado el límite de Georgia atrás. El terreno había cambiado por completo: los árboles eran más robustos y más altos, y el aire más frío. Parecía que nos dirigíamos hacia el norte.
Se podía ver la brumosa y azulada silueta de unas montañas a lo lejos, pero no pregunté cuáles eran. Santana miraba por la ventanilla sin decir nada. Yo sabía que continuaba pensando en el padre Will, que no podía apartar la escena de su muerte de su cabeza y que se preguntaba si no podría haber hecho algo de manera diferente. Deseé poder consolarla, pero nada de lo que pudiera decirle serviría para hacer desaparecer el dolor y la culpa que lo llenaban.
Finalmente nos detuvimos delante de una cabaña que quedaba tan bien integrada en el paisaje que no la vi hasta que nos encontramos delante de la puerta verde de la entrada. — ¿Dónde estamos? —pregunté, respirando el olor de los pinos que nos rodeaban.
—En las Smoky Mountains. —Mi hermano habló en voz baja y grave—. En Carolina del Norte. No había tenido tiempo más que de oír el nombre de la cabaña, Cabaña del Sauce, y de ver las dos rústicas mecedoras del porche, cuando mi hermano ya había sacado unas llaves del bolsillo y nos había hecho entrar. El suelo era de madera de pino y en la sala había una chimenea de piedra con repisa.
Sabía que debía sentirme agradecida con Sam por haber venido a rescatarnos,
Pero en ese momento estaba cansada y su actitud me resultaba cada vez más irritante. Se comportaba como el Samuel de antes, nos miraba como si fuéramos criminales, nos reñía como si fuéramos niñas. Aunque yo fuera una de sus sirvientes legales, ¿qué derecho tenía él a dictaminar sobre la vida de Santana?
Santana era un ser humano y en su mundo nuestros actos eran legítimos, incluso loables. Y, ahora, ese mundo era el único que me importaba. Quizá Santana y yo habíamos actuado de forma precipitada e impulsiva, pero eso no justificaba que nos estuvieran mirando tan mal. ¿Qué derecho tenían mis hermanos a juzgarnos?
No teníamos por qué sentirnos avergonzadas.
Una vez dentro de la cabaña, fue Sam quien perdió la compostura. De repente, me sujetó por los hombros y me dio una brusca sacudida. — ¿Cuándo vas a madurar? —dijo—. ¿Cuándo vas a darte cuenta de que estás viviendo una vida que no es la tuya? ¡Tú no eres un ser humano, Brittany! ¿Por qué no te entra en la cabeza?
—Tranquilo, Sam —Santana había dado un paso hacia delante, a la defensiva—. Ella ya no es responsabilidad tuya. — ¿Ah, no? ¿Y de quién es responsabilidad? ¿Tuya? ¿Cómo piensas protegerla?
—Yo no soy responsabilidad de nadie —afirmé. Lo último que necesitaba era que se produjera un enfrentamiento entre mi hermano y mi esposa—. Yo he tomado una decisión, y estoy dispuesta a afrontar las consecuencias. Santana y yo nos queremos y no vamos a permitir que nadie nos impida estar juntas.
Decir esas palabras en voz alta me hizo sentir fuerte, pero Sam soltó un gruñido.
—Estás loca. —Yo no puedo vivir como vosotros —repliqué—. No puedo ocultar mis emociones y fingir que no las tengo.
—Tú no experimentas emociones, Brittany te regodeas en ellas, te dejas controlar por ellas, y todo lo que has hecho ha sido solamente en tu propio interés.

— ¡El hecho de que tú no seas capaz de comprender lo que es el amor no significa que esté mal!
—Esto ya no tiene que ver con el amor. Tiene que ver con la obediencia y la responsabilidad. Y estos son dos conceptos que no pareces comprender. — ¿Queréis tranquilizaros todos? —interrumpió Quinn. Parecía que siguieran turnos para expresar su frustración. Ahora que Sam perdía los nervios, Quinn se mostraba más calmada, como si quisiera contrarrestar el mal humor de él. —Discutir no nos va a conducir a ningún lado. Lo hecho hecho está. Ahora tenemos que encontrar la manera de ayudar a Britt y a Santana.
Su actitud impasible hizo que todos nos paráramos y prestáramos atención.
Sam la miró con ojos interrogadores y el ceño fruncido, y me di cuenta de que entre ellos se comunicaban, que compartían un secreto. Pero eso no duró más que un momento. Entonces Sam habló en un tono mucho más comedido.
—Quinn y yo nos tenemos que ir, pero volveremos pronto. Mientras, no os dejéis ver y, Britt, no te acerques a las ventanas. Tu presencia sería detectada muy pronto por… —Sam se interrumpió. — ¿Quién me busca? —pregunté.
—Luego. La brusca respuesta de Sam era un claro indicio de lo mal que estaban las cosas. Me di cuenta de hasta qué punto su preocupación era real. De repente sentí un aguijonazo de culpa. No podía culparle por estar irritado. Él siempre estaba resolviendo mis líos, siempre tenía que consultar con las altas autoridades y pedir disculpas por las faltas de otros. Nuestra decisión de escapar para casarnos había provocado una situación que no convenía a nadie en ese momento, justo cuando las cosas empezaban a ponerse de nuevo en su lugar.
—Y una última cosa —añadió Sam con la mano ya en el pomo de la puerta—. Si lo que te voy a pedir no se encuentra más allá de tu capacidad de control, te sugiero que reprimáis… todo contacto físico.
Lo dijo como si lo que nos pidiera fuera lo más natural del mundo, como si acabara de pedirnos que no olvidáramos apagar la luz. — ¿Qué? —Pregunté, con enojo—. ¿Podemos, por lo menos, saber por qué? Sam frunció el ceño y dudó un momento.
—Quizá recibas un trato más amable si el matrimonio no se consuma — respondió Quinn en su lugar.
—Quizá no sirva de nada —dijo Sam—. Pero la intuición me dice que sería prudente que Brittany y Santana enviaran un mensaje de… —Se interrumpió, como buscando la palabra adecuada.
Quinn terminó la frase: — ¿Arrepentimiento? —apuntó. Sam bajó la cabeza, indicando que había acertado. — ¡Pero eso sería una mentira! —Exclamé sin pensármelo dos veces—. No estamos arrepentidas. —Pero el recuerdo del padre Will me obligó a matizar—: Aunque en ningún momento queríamos hacer daño a nadie.
—Tienes que ser inteligente —me aconsejó Sam—. Se trata de un pequeño sacrificio.
Estaba claro que no quería discutir más el tema.
—No creo que estés en posición de hacer ningún comentario al respecto, ¿no te parece? —dijo Santana mirándola con desafío.
—Estamos intentando ayudarlas —intervino Quinn en tono cansado—. Necesitamos averiguar qué está pasando.
Aquel comentario me puso más nerviosa que todo lo que había sucedido hasta ese momento. — ¿Quieres decir que no lo sabéis?
Estaba asombrada. Sam y Quinn siempre conocían la voluntad del Cielo.
—Apenas existe precedente sobre esto —explicó mi hermana—. Solo ha pasado una vez antes, y de eso hace mucho tiempo.
Santana y yo estábamos desconcertadas. Si quería que comprendiéramos algo, Quinn tendría que explicarse mejor. Sam acudió en su ayuda.
—Quinn se refiere a los nefilim —explicó, directo al grano. — ¡Oh, vamos! —exclamé, exasperada—. Esto es totalmente distinto. — ¿Qué demonios son los nefilim? —intervino Santana.
—Fueron una generación muy antigua, hijos de unos «hijos de Dios» que bajaron del Cielo y se dejaron cautivar por la belleza de «las hijas de los hombres» — expliqué—. Se aparearon con ellas y crearon una raza de medios ángeles y medio
Hombres. — ¿En serio? — Exclamó Santana, arqueando las cejas por la sorpresa—. En la clase de Religión se saltaron ese capítulo.
—No es una doctrina aceptada, en general —repuso Santana con sequedad. — ¿Y qué tiene que ver todo esto con nosotras?
—Nada —afirmé enfáticamente—. Esto «no» es lo mismo. Esos ángeles que se aparearon con seres humanos habían perdido la gracia. Se habían rebelado contra Dios. No es posible que el Cielo considere lo nuestro una seria transgresión… ¿o sí?
—No lo sé —respondió Quinn con calma—. Tú te has vinculado con el mundo de los seres humanos igual que hicieron ellos.
Debía admitir que Quinn tenía razón. En ese momento mi lealtad estaba con el mundo de los mortales. Sam me observó mientras yo acariciaba el anillo que llevaba en la mano izquierda. El suave destello de los diamantes se mezclaba con la luz de fuera, que ya empezaba a disminuir. Ya lo sentía como una parte de mí, como si estuviera destinada a llevarlo siempre. Desde luego, no pensaba separarme de él, no sin luchar.
—Probablemente deberías guardarlo en un cajón —dijo Sam sin piedad. — ¿Perdona?
—Seguramente sea más prudente no mostrarlo. —Sam tenía una expresión impenetrable en el rostro.
—No pienso quitarme el anillo —afirmé con determinación—. No me importa que eso enfurezca al Reino entero.
Sam empezó a discutir, pero Quinn pasó por su lado y le murmuró algo al oído, algo que no pudimos oír. Solo pude descifrar lo último que dijo.
—Déjalo, Sam —dijo Quinn—. Que se quite el anillo no cambiará nada.
A pesar de mi bravata, noté que empezaba a temblar. Santana, que me había pasado un brazo por la cintura con gesto protector, también lo notó. — ¿Estás bien? —me preguntó, preocupada.
Ella no lo sabía, pero los ángeles responsables de haber creado a los nefilim habían encontrado un destino terrible. Acaba de recordarlo en ese momento. ¿Me había sentenciado a muerte…, nos había sentenciado a muerte a las dos? Mi hermano y mi hermana adivinaron lo que estaba pensando.
—No saques conclusiones de forma precipitada —dijo Sam, en un tono más amable esta vez—. Todavía no hay nada seguro.
—Solo tienes que ser paciente y esperar —afirmó Quinn—. Averiguaremos lo que podamos y os lo diremos todo en cuanto regresemos.
Quinn alargó la mano para coger las llaves del coche que estaban encima de la mesa, pero Sam puso su mano sobre la de ella.
—Dejémosles el coche. —Debió de haber leído los pensamientos de Santana, porque ambos se miraron con complicidad—. No os preocupéis: si tenéis algún problema, nos enteraremos. Si así sucede, marchaos deprisa. Os encontraremos.
—De acuerdo —asintió Santana, más dispuesta a aceptar órdenes que yo, mientras atravesaba la habitación y corría las cortinas.
—Volveremos en cuanto podamos —anunció Sam—. Recordadlo: no os acerquéis a las ventanas y cerrad las puertas por dentro cuando hayamos salido.
—Eh, esperad —dijo Santana; se le acababa de ocurrir algo—. ¿Qué se supone que tengo que hacer con mis padres? Deben de estar muy preocupados.
Sam bajó la vista al suelo un momento, y supe que pensaba con pesadumbre en la familia López. ¿Volverían a ver a su hija algún día?
—Ya me he ocupado de eso —respondió. — ¿Y cómo? —Santana dio un paso hacia delante, repentinamente molesta. Hasta ese momento su familia se había mantenido al margen de nuestros problemas, y yo sabía que ella quería que todo continuara igual—. Se trata de mi familia. ¿Qué has hecho?
—Lo único que saben es que la última vez que te vieron fue en Bryce Hamilton, antes de la graduación —repuso Sam, tenso—. Desapareciste, y no se conoce tu paradero. Dentro de veinticuatro horas, el Departamento del Sheriff emitirá un informe de desaparición. Dentro de dos semanas darán por supuesto que no quieres que te encuentren.
Santana lo interrumpió.
—Debes de estar bromeando… ¿Quieres que mis padres crean que me he escapado?
—Es lo mejor.
—De ninguna manera.
—Llámalos, si quieres —intervino Quinn, en un tono de indiferencia poco habitual en ella—. Pero si lo haces, los pondrás a todos en peligro. Cualquiera que sepa dónde os encontráis corre peligro. — ¿Corren peligro? —Santana abrió los ojos desorbitadamente, alarmada.
—No, mientras no sepan nada —respondió mi hermana—. Si se enteran de algo, serán útiles. ¿Comprendes? De momento, ellos no disponen de ninguna información valiosa.
Sam y Quinn hablaban como si fueran los personajes de una película de espionaje. Nada de eso parecía tener sentido. Pero, aunque Santana se sentía muy confusa, tragó saliva y no dijo nada. No le quedaba más alternativa que aceptarlo. Lo último que quería era poner en riesgo a su familia…, aunque eso significara que ellos tuvieran que preocuparse y llorar por una pérdida imaginaria.
—Los volverás a ver —murmuró Sam antes de salir.
Yo sabía cuánto me amaba Santana; pero hubiera deseado que no tuviera que pagar un precio tan alto por su amor. Se le veía tan desesperada que deseé hacer algo para que desapareciera su dolor, pero ella volvió la cabeza y dirigió la atención hacia el reloj que había encima de la repisa de la chimenea.
Supe que se había encerrado en la intimidad de su dolor.
Sentía curiosidad por saber adónde iban Quinn y Sam, y si tenían pensado levantar el vuelo a plena luz del día, así que me agaché delante de la puerta y miré por el ojo de la cerradura. Vi que mis hermanos, de la mano, desaparecían en una pequeña arboleda que rodeaba la cabaña. Entre los troncos de los árboles detecté un repentino destello, y dos rayos luminosos salieron disparados hacia el cielo y desaparecieron entre las apretadas nubes. Sam y Quinn ahora solo eran visibles por unos intermitentes chispazos de luz, como los que emiten las luciérnagas. Al cabo de un instante desaparecieron de la vista por completo. Me di la vuelta y me apoyé contra la puerta: lo único que deseaba era desaparecer.
Sin la protección de mis hermanos me sentía vulnerable, como si esa misma cabaña fuera un indicador luminoso que delatara nuestra presencia.
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por atercio Dom Feb 09, 2014 10:36 pm

hola, ok te demoraste muchoooooooooooooo ....pero bueno lo perdono porque realmente me gusta esta historia, estoy muy ansiosa por ver lo que pasa y la lucha que se va a desatar por las decisiones tomadas, me alegro que estés bien en tu nuevo trabajo te deseo lo mejor y espero en serio que no te demores tanto en actualizar...

la mejor de las vibras.
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por micky morales Dom Feb 09, 2014 11:17 pm

te confieso que llegue a pensar que no lo continuarias, pero celebro que lo hagas, suerte con tu nuevo trabajo y espero de verdad que este te permita el tiempo para continuar con tan increible historia, gracias!
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por mary04 Dom Feb 09, 2014 11:43 pm

Holaaaaaaaaa me gusto mucho el cap pense q no ibas a actualizar mas y vamos a ver q pasa hasta la prox
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Activo Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 3 Hombres de negro

Mensaje por Emma.snix Lun Feb 10, 2014 12:30 am

Capitulo: 3
Hombres de negro


Sentí un repentino mareo, y me derrumbé en un sillón que había delante de la chimenea. Estaba en un estado de gran nerviosismo, y me pareció que iba a vomitar. Me castañeteaban los dientes, y no podía dejar de temblar de forma descontrolada. Debí de hacer algún ruido, porque Santana se dio la vuelta y me miró como si acabara de recordar que yo también me encontraba allí.
Rápidamente se arrodilló a mi lado. — ¿Estás bien?
—Estoy bien.
—Pues no lo parece. —Santana me observaba con atención.
—Todo irá bien —dije, y lo repetí mentalmente para mí misma, como si fuera un mantra.
—Ya sabes cómo son Quinn y Sam —señaló, esforzándose por mostrarse optimista—. Siempre pintan el peor de los escenarios.
De repente, un crujido de hojas fuera de la cabaña me sobresaltó. Incluso el tictac del reloj en la repisa me parecía un sonido fatídico.
—Britt. —Santana me había puesto el dorso de la mano en la frente—. Tienes que tranquilizarte… o te pondrás enferma.
—No lo puedo evitar —repuse—. Todo está saliendo tan terriblemente mal…
Ahora mismo deberíamos estar de luna de miel, pero aquí estamos, encerradas en medio de la nada, y alguien… o algo nos está buscando.
—Lo sé. Ven. —Santana se sentó en el borde del sillón y me abrazó. Yo apoyé la cabeza en su pecho—. Cariño… ¿no estás olvidando algo? Has estado en el
Infierno y has regresado. Has sobrevivido. Has visto morir a tus amigos y tú misma has estado a punto de morir varias veces. Ahora ya nada debería darte miedo. ¿Es que no sabes lo fuerte que eres…, lo fuertes que somos?
Tragué saliva y apreté el rostro contra el reconfortante tejido de su camisa. Oír el latido de su corazón y sentir su familiar olor me tranquilizaba. Funcionó: noté que iba recuperando el valor. Mis emociones eran como una montaña rusa: subían y bajaban sin previo aviso.
—Te amo tanto, Santana —susurré—. Y no me importa que el universo entero se ponga contra nosotras.
Juntas, sentadas en el interior de la cabaña, contemplamos cómo la luz que se filtraba por una grieta de la puerta se hacía cada vez más débil. Desde fuera, la cabaña debía de parecer un lago de tranquilidad, pero dentro nosotros nos preparábamos para enfrentarnos a otra batalla, otro combate para defender lo que era nuestro.
Esa parecía ser la historia de nuestra vida. ¿Es que el destino nunca nos trataría con amabilidad, aunque solo fuera por un día?
Los pocos días que pasamos en la Cabaña del Sauce fueron de los más difíciles de mi vida. Las horas pasaban y los días se sucedían mientras nosotras permanecíamos cautivas en esa pequeña cabaña. En condiciones normales, hubiera sido el lugar soñado para estar a solas con Santana: habríamos preparado chocolate caliente, nos habríamos acurrucado delante de la chimenea y nos habría parecido que el resto del mundo no existía. Pero ahora no queríamos más que regresar a la civilización y escapar a ese encierro absurdo. Había demasiadas preguntas sin respuesta para nosotras, así que no podíamos disfrutar de ese entorno maravilloso.
La Cabaña del Sauce se encontraba protegida por una cortina de árboles, tenía un tejado con grandes aleros y un porche muy acogedor. Unas cortinas estampadas y onduladas cubrían las ventanas de la fachada. En el salón había unos cómodos sofás y un cesto lleno de un ordenado montón de madera. Los muebles de la cocina eran de pino, y varios cazos de cobre colgaban de unos ganchos sobre la encimera. En el baño destacaba una bañera de hierro forjado y  las paredes estaban recubiertas de un papel pintado de margaritas. Una pequeña escalera subía hasta el altillo donde se encontraba una gran cama con dosel y un cubrecama estampado. En esa pequeña habitación, una única ventana se abría sobre las neblinosas copas de los árboles.
Pero eso no significaba nada para nosotras. En otras circunstancias, ese hubiera sido el refugio más romántico del mundo. Pero en ese momento parecía más bien una prisión. Santana y yo estábamos abrazadas en uno de los grandes sillones. Adivinaba lo que ella estaba pensando: que nos habíamos metido en ese lío por culpa de su poco sentido común. Me miró a los ojos y me sonrió ligeramente, como si me pidiera perdón. Pero no tenía por qué preocuparse: yo no me arrepentía de nada.
—Para ya —le dije, muy seria—. Deja de culparte a ti misma.
—Fue idea mía —contestó con tristeza.
—La idea fue nuestra —la corregí—. Y nada va a conseguir que me arrepienta de haberme convertido en tu esposa. Si tenemos que luchar, lo haremos.
—Vaya, te estás convirtiendo en un pequeño soldado, ¿eh? —dijo Santana.
—Eras tú quien decía «o te atreves, o te vas a casa».
—Me refería al Lacrosse —repuso ella—. Pero supongo que también vale aquí.
—Podemos pensar en esto como si fuera un partido —dije—. Ganarnos el derecho a estar junta, ese es nuestro objetivo, y lo único es que estamos jugando contra un equipo que nos lo pone especialmente difícil.
Santana no pudo evitar sonreír ante esa analogía.
— ¿Crees que podemos vencerlo? —murmuró, mientras me colocaba un mechón tras la oreja.
Sentir el tacto de sus dedos me reconfortó y me hizo olvidar mi miedo. Cerré los ojos, concentrada en el contacto de sus dedos.
—Por supuesto —dije—. No tienen ninguna posibilidad.
Nuestros cuerpos se apretaron la una con la otra, y Santana me acarició los labios con el dedo pulgar. Noté que estos se me abrían de forma involuntaria. La situación estaba a punto de cambiar, teníamos la necesidad de pertenecernos como debiera ser, como esposas que éramos ya pero las dos nos dimos cuenta, así que nos separamos un poco. Santana se agachó en el suelo, poniendo una distancia de seguridad entre ambas. «No hay nada que despierte tanto el deseo como el miedo
—pensé—. Especialmente cuando el miedo consiste en que tu amada sufra algún daño.»
—Esto es horrible —exclamé—. Sam no debería habernos pedido esto.
—Podemos hacerlo —repuso Santana.
—Tienes tanto autocontrol que creo que tú deberías ser el ángel.
—No, gracias —contestó ella—. No me gustan las alturas.
— ¿En serio? Nunca me lo habías dicho.
—Intentaba impresionarte. Tenía que guardar algún secreto.
— ¿Y ahora ya no me tienes que impresionar? Es un poco pronto para tanta relajación. Solo hace unos días que nos hemos casado.
—Para lo mejor y para lo peor, ¿recuerdas?
—No esperaba que lo peor apareciera tan pronto.
Santana me acarició la cabeza para apaciguarme un poco, pero solo consiguió despertar otras emociones.
—Quiero besarte —dije entonces—. Quiero besar a mi esposa.
—Creo que necesitas distraerte —suspiró Santana.
—Estoy totalmente de acuerdo…
—No me refiero a esa clase de distracción.
Se puso en pie y empezó a mirar los armarios de ambos lados de la chimenea.
Estaban llenos de números antiguos del National Geographic y del Reader’s
Digest; también había un viejo trenecito de madera.
—Por aquí tiene que haber algo que sirva —murmuró. Pronto encontró un par de viejos tableros de juegos de mesa y me los mostró con expresión de triunfo—.
¿Trivial Pursuit o Monopoly? —preguntó, satisfecha.
—Trivial Pursuit —contesté, triste.
—Oh, no es justo —protestó Santana—. Tú eres como una enciclopedia andante.
—Tus hermanos dicen que siempre haces trampas en el Monopoly.
—Hipotecar propiedades cuando uno se queda sin liquidez no es hacer trampas.
Es que mis hermanos detestan perder.
Fuera, empezó a caer una lluvia muy fina; de vez en cuando, se oía el eco distante de un trueno. No podíamos ver la lluvia, pero sí la oíamos caer sobre los escalones de la entrada. Cambié de postura en el sofá y empecé a juguetear con los flecos de los cojines.
—Ni siquiera sabemos quién nos está buscando —susurré.
—No importa —repuso Santana con firmeza—. No nos encontrarán. Y si lo hacen, huiremos.
—Lo sé —contesté—. Pero me gustaría saber qué es lo que está pasando exactamente. Nadie nos dice nada. Y no soporto pensar que alguien intente separarnos de nuevo…
—No pensemos en eso ahora —cortó Santana antes de que nuestro humor se ensombreciera aún más.
—Tienes razón. Juguemos.
Santana asintió con la cabeza y, en silencio, empezó a desplegar el tablero del
Monopoly. Durante un rato conseguimos dirigir la atención hacia el juego, pero me daba cuenta de que las dos lo hacíamos de forma mecánica. Nos sobresaltábamos cada vez que se oía el más ligero roce de una hoja o el chasquido de una ramita. Al cabo de un rato, Santana cogió el móvil y vio que tenía doce llamadas perdidas y varios mensajes frenéticos de sus padres y de su hermana. El mensaje de Alex decía: «San, no sé dónde estás, pero tienes que  llamarnos en cuanto recibas esto». El mensaje de Nicolás, por otro lado, era un fiel reflejo de su carácter batallador: «¿Dónde co…? ¿Dónde estás? Mamá está histérica. Llámala». Frustrada, Santana lanzó el móvil contra el sofá, y el aparato se metió entre dos de los cojines. Yo sabía lo difícil que le resultaba no hacer caso a su familia, cuando unas simples palabras habrían evitado su sufrimiento.
No sabía qué decirle, así que no pronuncié palabra. Me limité a lanzar los dados
y moví mi ficha hasta Trafalgar Square.
Hasta que oímos el todoterreno no nos dimos cuenta del frío y el hambre que teníamos. Por suerte, Quinn y Sam habían traído provisiones.
—Esto está helado. ¿Por qué no habéis encendido el fuego? —preguntó Quinn.
Me encogí de hombros. No podía decirle que toda nuestra energía se había concentrado en distraernos para no consumar nuestro matrimonio y, así, no provocar una mayor ira del Cielo.
Sam hizo un ademán ante la chimenea y una llama prendió de inmediato. Me acerqué y me froté los brazos: tenía la piel de gallina. Mis hermanos habían traído comida china, y nos la comimos directamente de las cajas de cartón acompañándola con sidra. Si alguien nos hubiera espiado por la ventana, sin percibir la sombría expresión de nuestros rostros, hubiera creído que éramos un grupo de amigos disfrutando de una escapada de fin de semana. Todos sabíamos que había una conversación pendiente, pero ninguno de nosotros quería abordar el tema.
Debería haber adivinado que sería Quinn quien rompería el silencio.
—La Séptima Orden ha tomado el control —anunció, apoyando las palmas de las manos sobre sus muslos en busca de autorrefuerzo—. ¡Siempre están metiendo las narices en lo que no les importa!
Sabía más o menos a qué se refería. La Séptima Orden era una facción de ángeles que había sido creada para que actuaran como guardianes sobre las naciones del mundo. Pero todavía no comprendía qué tenían que ver con nosotras.
— ¡No puedo creer que esto esté sucediendo! —exclamé, sin dirigirme a nadie en especial.
Sam se volvió para mirarme.
— ¿Qué esperabas? ¿Una suite de luna de miel en el Four Seasons?
—No, pero es difícil imaginar que vayan a venir aquí. Por nuestra culpa.
—No van a venir —dijo Quinn en tono grave—. «Ya están» aquí.
— ¿Qué quieren? —Preguntó Santana, yendo directo a la cuestión—. Sean quienes sean, no permitiré que se acerquen a Britt.
—Siempre tan valiente —dijo Sam, mirando el fuego.
Quinn continuó sin hacerle caso.
—Las dos tenéis que ser discretas y continuar escondidas. Se dice que ya han iniciado la caza.
— ¿Caza? —Repitió Santana—. Estamos hablando de ángeles, ¿no es así?
—Pero primero y ante todo son soldados —respondió Quinn—. Solo tienen un único objetivo…: encontrar a los renegados.
Tardé un segundo en darme cuenta de que yo era la renegada.
Me concentré en recordar lo que sabía sobre los séptimos. Ese era el mote que nosotros, los guardianes, les habíamos puesto. Formalmente eran conocidos como los principados —o, a veces, los príncipes— a causa de su estatus. Después de pasar unos años como guardianes, se permitía que un ángel solicitara ser admitido como séptimo, pero eso no lo podían hacer todos. Era como el servicio militar en el Cielo: una existencia de riguroso entrenamiento con poca o ninguna interacción con las almas humanas…, así que su atractivo era limitado.
Hablar de ellos me hizo recordar algo de mucho tiempo atrás. No había vuelto a pensar en Zach desde que había regresado a la Tierra, pero en el Reino él había sido amigo mío. Zach había sido un guardián de grandes dotes. En broma lo llamábamos el flautista de Hamelín, porque siempre lo seguía un ejército de  almas de niños. Por motivos que nunca nos contó, pronto se decepcionó con su papel y dirigió sus ambiciones hacia miras más altas. Quizá fuera el deseo de obtener prestigio lo que lo indujo a unirse a los séptimos. Nunca me lo dijo. Y nunca lo volví a ver después de eso. No pude evitar pensar en la gran pérdida que los nuestros habían sufrido cuando Zach se marchó. Hizo que la transición desde la existencia mortal hasta la existencia celestial pareciera un mero juego, y los niños confiaban en él plenamente. No muchos guardianes podían decir lo mismo. Y a pesar de todo, eso no había sido suficiente para que se sintiera satisfecho. No me podía imaginar a Zach como soldado, así que no sabía qué aspecto tendría ahora.
De repente, la voz de Sam me hizo volver a la realidad.
—La única oportunidad de que disponemos consiste en confundirlos —estaba diciendo—. Continuar moviéndonos, cambiar de sitio.
— ¿Esa es tu solución? —pregunté, sin poder creérmelo.
—De momento —respondió mi hermano con frialdad—. ¿Es que tienes una idea mejor?
Yo conocía bien a Santana y sabía que no se iba a dar por satisfecha con aquello.
Ella siempre necesitaba conocer todos los datos, y parecía que mis hermanos nos estaban ocultando algo.
—No acabo de comprenderlo —insistió Santana, esforzándose por que su voz no traicionara la frustración que sentía—. Mira, ya sé que no pedimos permiso arriba para hacer lo que hicimos, pero ellos una vez nos dieron luz verde para que estuviéramos juntas. Lo único que hemos hecho ha sido dar el siguiente paso.
—Sí, pero no erais vosotras quienes debíais decidir darlo —dijo Quinn. Yo casi no la reconocía. Hablaba como un serafín, no como mi hermana—. Vuestra relación se toleraba. No deberíais haber dado ese pasó sin recibir autorización.
—El compromiso que Britt ha contraído es una transgresión muy grave —añadió
Sam, por si no lo habíamos entendido del todo—. El matrimonio es una  alianza indisoluble entre un hombre y una mujer y ustedes son dos chicas, mejor dicho una chica y un ángel. Esta vez, habéis tentado demasiado a la suerte, os habéis pasado de la raya. Así que preparaos para la reacción del Cielo. Y no creo que sea muy agradable.


Aquí les dejo otro capitulo espero y lo disfruten
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por mary04 Lun Feb 10, 2014 10:50 pm

Holaaaaaa pobre santana :( le hace falta la familia y ahora q les hara el cielo... espero el sgte cap
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Activo Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 4 Ha cubierto bajo los árboles

Mensaje por Emma.snix Dom Feb 16, 2014 1:35 am

Hola que tal, pues aquí les dejo un capitulo mas, espero y lo disfruten muchas gracias por comentar se les agradece en cerio muchos saludos y besos para todas,prometo mañana subir un nuevo capitulo  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 918367557 

Capitulo: 4
Ha cubierto bajo los árboles


A pesar de la dureza de sus palabras, los ojos de Sam dejaban entrever su tristeza. Yo tenía la impresión de que, en el fondo, se culpaba por mis actos. Recordé la mirada interrogadora que me había dirigido hacía tan solo unos días en el campo de Bryce Hamilton, cuando Santana y yo nos empezamos a alejar de los estudiantes que, vestidos con sus capas y sus birretes, se habían reunido. Pero justo en ese momento, uno de sus jóvenes alumnos del coro lo distrajo con una pregunta y él tuvo que adoptar su papel de profesor de música y desviar por un momento su atención de nosotras. Cuando volvió a buscarnos con la mirada, ya habíamos desaparecido. A Sam le gustaba sentirse infalible. El error que había cometido al no ver lo que estaba pasando ante sus ojos debía de dolerle profundamente.
Santana miró a mi hermano con exasperación.
—Estoy harta de todo esto —dijo, al final.
—No eres la única —replicó Sam en tono frío—. Pero Brittany no pertenece a este mundo, tal como tú insistes en olvidar.
—Oh, no lo he olvidado.
La manera en que Santana lo dijo me preocupó. ¿Era que ya se estaba arrepintiendo de la decisión que habíamos tomado?
—Si hubierais tenido la sensatez de acudir a mí al principio, hubiéramos encontrado otra manera de hacer las cosas —reflexionó mi hermano.
—No somos niñas —dijo Santana enfáticamente—. Podemos tomar nuestras propias decisiones.
—Bueno, pues no lo hacéis muy bien —lo cortó Sam—. ¿Por qué no os lo pensáis mejor la próxima vez?
— ¿Por qué no dejas de meterte en nuestra vida?
—Lo haría con gusto, si vuestras decisiones no tuvieran consecuencias para todos los que os rodean.
—Por favor —intervino Quinn—. Aquí estamos todos en el mismo bando. Tenemos que dejar de acusarnos mutuamente, y concentrarnos en encontrar la mejor manera de manejar todo esto.
—Tienes razón. Lo siento —se disculpó Santana. Y, dirigiendo la atención hacia
Sam, añadió—: Supongo que la pregunta importante es: ¿podrías vencer a uno de esos séptimo si tuvieras que enfrentarte a él?
Yo recordaba que los séptimos se consideraban a sí mismos un grupo de élite.
Recogían información y se coordinaban perfectamente hasta que conseguían dar caza a su presa. Sabía que no podíamos esquivarlos de forma indefinida. Al final nos atraparían. Pero tenía la esperanza de que Sam estuviera elaborando un plan a largo plazo.
—Si me enfrentara a ellos de uno en uno, mis poderes serían superiores — respondió Sam—. Pero lo más probable es que me superen en número. Hay decenas de ellos, y son guerreros muy bien entrenados.
—Genial.
— ¿Y, exactamente, qué sucederá si nos encuentran? —pregunté.
—Esa es una buena pregunta —respondió Quinn. Por su expresión supe que no tenía la respuesta.
— ¡No puedes pensar que nos quedaremos sentados esperando a que aparezcan!
—dije.
—No podréis quedaros aquí mucho más. Solo estamos ganando tiempo hasta que decidamos qué hacer —repuso Sam—. Mientras tanto, lo único que podéis hacer es permanecer alerta.
Me daba cuenta de que Santana no dejaba de calcular mentalmente las posibilidades que teníamos. — ¿Puedes decirnos, por lo menos, qué aspecto tienen esos séptimos? — preguntó—. ¿Cómo podríamos distinguirlos?
—Tiempo atrás aparecían con túnicas y fajas —explicó Quinn.
—Vaya facha —ironizó Santana.
Mi hermana soltó un suspiro de impaciencia.
—Ahora se han adaptado a los tiempos. Hoy en día aparecen vestidos de negro. — ¿Así que no podemos hacer nada para estar preparadas? —insistió Santana.
—Normalmente, su aparición se ve precedida de ciertos signos —continuó Quinn con expresión adusta—. Estad atentos a la luna llena del equinoccio de otoño, o a si veis el fantasma de un caballo blanco.
— ¿Una luna llena y un caballo blanco? —Preguntó Santana, incrédula—. ¿De verdad? — ¿Es que pones en duda que sea verdad? —repuso Sam, ofendido.
—No pretendía ser poco respetuosa, Sam, pero no es posible que creas que yo permitiría que un tipo montado en un caballo blanco se llevara a mi Britt, ¿no?
Sam dejó escapar un quejido de exasperación. Estaba a punto de decir algo cuando Quinn levantó una mano y nos hizo callar a todos. Mirando a Santana con seriedad, dijo:
—Tu valor es admirable. Pero prométenos una cosa: si ves a uno de ellos, no intentes enfrentarte a él. Solo llévate a Britt lo más lejos que puedas.
—De acuerdo. —La mirada de Santana también expresaba una seriedad mortal—.
Lo prometo.
Al cabo de unos minutos, Sam y Quinn se marcharon de nuevo. Dijeron que iban a procurar averiguar alguna información que pudiera resultar de ayuda. Pero la verdad era que no teníamos ni idea de a dónde iban ni de qué planes tenían.
Santana y yo éramos como niñas que seguían las órdenes de los adultos sin recibir explicaciones. Yo sabía que eso era así por nuestro bien, pero a pesar de ello resultaba doloroso.
Esa noche, Santana y yo subimos las escaleras hasta el dormitorio con el ánimo decaído. Nos sentamos en el sofá de terciopelo verde que había frente a la ventana y contemplamos las temblorosas y plateadas copas de los árboles del bosque. Se había levantado un viento inquietante que hacía que las ramas rascaran el tejado de la cabaña y hacía crujir las que colgaban sobre la pálida verja del porche.
—Me parece que esta noche no vamos a dormir mucho —dije.
—Lo dudo —repuso Santana, que me dio un beso en la cabeza.
Me erguí en el sofá y observé la oscura silueta de los árboles, al otro lado de la ventana. Bajo la fría y azulada luz de la luna, el rostro de Santana se veía pálido, casi irreal, y el color de su ojos muy vívido. Ella me miró y dijo:
—Sé que lo último que necesitabas era algo así. Sobre todo después de lo que sucedió el pasado Halloween.
—No se puede hacer nada —contesté—. Las cosas malas nunca llegan en buen momento.
—Ojalá existiera algún lugar donde pudiera llevarte —dijo, mirando hacia el techo con cara de frustración—. Un lugar donde supiera que estarías a salvo.
—No debes preocuparte por mí —la tranquilicé—. Ya he vivido mucho. No soy tan frágil, ya.
—Lo sé. —Me cubrió los hombros con una manta que había en el sofá—. No hemos hablado de ello, ya lo sabes —continuó, dubitativa, como si no se atreviera a hablar—. Del tiempo que pasaste en… —Se interrumpió. Pero yo no tenía miedo de decirlo.
— ¿En el Infierno? No hay mucho que contar. Es tal como dicen que es
—Algunas personas afirman que a veces uno no recuerda las experiencias traumáticas —apuntó Santana—. Dicen que el inconsciente bloquea el recuerdo.
Tenía cierta esperanza en que te hubiera sucedido a ti.
Negué con la cabeza, triste.
—Lo recuerdo —afirmé—. Lo recuerdo todo. — ¿Quieres hablar de ello?
—No sabría por dónde empezar. —Cambié de postura y me enrosqué con su cuerpo, encajando con ella como en la pieza de un puzle. El calor que desprendía me dio valor para continuar—. Lo peor de todo fue que tuve que dejar a mis amigos…, a Hanna y a Puck. Resulta difícil creer que se puedan hacer amigos en el Infierno, ¿verdad? Pero ellos eran como mi familia allí abajo. Hanna era la chica más cariñosa que he conocido, y Puck fue quien me enseñó a proyectarme para que pudiera venir a visitarte.
—Me gustaría poder darle las gracias —dijo Santana.
—Es horrible pensar en lo que les han hecho —señalé, haciendo una mueca de dolor sin querer—. Cuando se enfadan, son capaces de cualquier cosa.
Santana tragó saliva con fuerza.
— ¿Te…, te hicieron algo a ti?
—Quisieron quemarme en una pira.
— ¿Qué? —Santana se quedó completamente rígida. Su expresión cambió de repente. Supe que mis palabras debían de haberle suscitado dolorosos recuerdos: pocos años atrás, Emily, su antigua novia, había muerto en un incendio causado por los demonios.
—No pasa nada. —Le cogí el brazo con suavidad para que volviera a dirigir la atención hacia mí—. Las llamas no me tocaron. Creo que algo me protegía, algo de arriba.
—Vaya. —Santana dejó escapar un fuerte suspiro—. No es fácil imaginar algo así.
—Lo sé. Pero eso no fue lo peor.
— ¿Quieres decir que hay algo peor que ser quemado en una pira?
—Vi el foso.
— ¿El foso? —repitió Santana con los ojos muy abiertos—. Te refieres a una especie de foso de fuego medieval donde…
—Donde se tortura a las almas.
—Terminé la frase por él.
—Britt, lo siento tanto…
—No tienes por qué —la interrumpí—. No fue culpa tuya, y no era un problema que pudieras solucionar por mí. Solamente es algo que sucedió, y yo tengo que aprender a vivir con ello.
Santana me miró y en el fondo de sus ojos percibí una expresión extraña.
—Eres mucho más fuerte de lo que la gente cree.
Sonreí débilmente.
—Si algo aprendí durante el tiempo que estuve ahí abajo es que nada es permanente. Todas las cosas y todas las personas que uno conoce pueden cambiar en cualquier momento. Así es como ahora veo las cosas…, excepto a ti.
Tú eres lo único constante en mi vida.
—Sabes que nunca cambiaré, ¿verdad? Siempre estaré aquí. —Santana apretó su frente contra la mía—. Puedes apostar lo que quieras. Además, después de todo lo que has pasado, espantar a esos séptimos será coser y cantar.
Pensé en eso durante unos segundos y decidí que tenía razón. ¿Qué podía ser peor que ser arrastrada hasta el Infierno y quedar atrapada en un mundo subterráneo donde mis seres queridos no podían encontrarme? Seguro que había un ejército de séptimos buscándonos por todas partes, pero Santana y yo todavía estábamos juntas. Y contábamos con Sam y Quinn, que ahora estaban buscando todas las posibilidades imaginables para hallar una solución.
—Deberíamos intentar dormir un poco —sugirió Santana.
Fuimos hasta la cama, nos quitamos los zapatos y nos enroscamos sobre ella.
Después de lo que Sam había dicho, ninguna de las dos nos sentíamos cómodas como para meternos dentro de la cama. Cerré los ojos, pero tenía la cabeza demasiado llena de cosas. No podía detener los pensamientos. Ese pequeño dormitorio me resultaba asfixiante y me hubiera gustado abrir un poco la ventana para dejar que el aire de la noche entrara, pero no podía arriesgarme.
¿Podrían los séptimos detectar nuestro olor? ¿Serían capaces de oler el miedo y la incertidumbre que desprendíamos? No lo sabía, pero no estaba dispuesta a arriesgarme. Cuando, finalmente, llegó el amanecer, no sabía si había conseguido dormir o no, pero resultó un descanso no tener que continuar esforzándome por dormir. Además, la oscuridad aumentaba mi sensación de claustrofobia. No podíamos saber quién podía haber ahí fuera… esperándonos.
Los dos días y noches siguientes transcurrieron de la misma manera. Perdimos la noción del tiempo. Ese constante estado de alerta nos hacía estar ansiosas y agitadas, pero, al mismo tiempo, nos invadía una mortal sensación de letargo. Por la noche, nuestro sueño era irregular. Lo que necesitábamos —un sueño auténtico y reparador— continuaba sin suceder, lo cual no era de extrañar, ya que nos pasábamos el día tumbadas en el interior de la cabaña sin nada que hacer, excepto esperar noticias de Quinn y Sam. Mis hermanos acostumbraban a aparecer a media tarde con provisiones, pero con pocas noticias. Yo empezaba a impacientarme, y la afirmación de Sam según la cual «no tener noticias es una buena noticia » no consiguió tranquilizarme. Santana, que durante casi toda su vida había hecho algún tipo de deporte, empezaba a volverse loca a causa de la inactividad.
Además, estar encerrada me suscitaba recuerdos dolorosos. En los escasos momentos en que me quedaba dormida, me despertaba bañada en lágrimas en medio de una terrible pesadilla. Soñaba con que la cabaña se encontraba enterrada y que nos quedábamos sin aire. Si intentaba abrir la ventana, una avalancha de tierra se precipitaba en el interior y amenazaba con sepultarnos vivas. Al mismo tiempo, yo sabía que escapar no servía de nada, porque lo que nos esperaba arriba no era mejor. Mis sollozos me despertaban siempre primero a mí y luego a Santana, que se giraba y me tranquilizaba acariciándome el cabello hasta que volvía a dormirme.
A la tercera noche el sueño cambió. Ejércitos de séptimos sin rostro galopaban cruzando el cielo, empuñando espadas de fuego. Los caballos tenían los ojos desorbitados; el sonido de sus cascos resonaba en el aire. Los jinetes, encapuchados, los conducían hasta nuestra cabaña y, cuando llegaban, se detenían formando largas hileras, como filas de dominó. Había tantos que era imposible contarlos. Y entonces, cuando cargaban contra nosotras, me desperté.
Me agarré a la manga de Santana, que se despertó. Su brazo, que ya estaba sobre mis hombros, hizo más fuerte su abrazo. Sentir ese peso sobre la espalda me hacía sentir protegida, así que me acurruqué contra ella.
El temor a las pesadillas hacía difícil que me pudiera relajar y, a la cuarta noche, no paraba de dar vueltas y de cambiar de postura en la cama sin conseguir sentirme cómoda.
—Sé que es difícil, pero intenta relajarte —me aconsejó Santana—. Todo va a ir bien, Britt.
A pesar de la escasa luz de la luna que se filtraba por la ventana, podía distinguir sus ojos marrones. La firmeza de su mirada me hizo recordar que estaba dispuesta a seguirle hasta el fin del mundo.
— ¿Y si sucede algo mientras estamos durmiendo?
—Nadie va a encontrar este lugar en medio de la noche.
—Quizá no un ser humano…, pero ¿un ángel soldado?
—Debemos confiar en que Sam se haya asegurado de que no sea así. Si tenemos cuidado, todo irá bien.
Yo deseaba creerle, pero ¿y si esta vez Sam no había acertado? ¿Y si el mero hecho de tener cuidado no era ninguna garantía de que todo fuera a salir bien?
La verdad era que yo no sabía lo que iba a suceder de un día a otro. Entonces decidí dirigir mi atención a nuestro futuro, en lugar de preocuparme por cosas que estaban más allá de nuestro control. Me obligué a imaginar qué tipo de conversación estaríamos teniendo Santana y yo si nos encontráramos en circunstancias normales:
—Santana. —Me acurruqué más contra ella y apreté la mejilla en su hombro suave y cálido—. ¿Estás durmiendo?
—Lo intento.
—Te amo —le dije.
—Yo también te amo.
Todo parecía ir mejor siempre después de oír esas palabras.
—Santana.
— ¿Sí? —respondió con voz dormida.
— ¿Cuántos hijos quieres tener?
Con cualquier otro adolescente, ese tipo de pregunta hubiera disparado todas las alarmas. Pero, como siempre, Santana permaneció imperturbable.
—Probablemente no más de doce.
—Responde en serio.
—De acuerdo. En serio, ¿de verdad es un buen momento para hablar de esto?
—Solo tengo curiosidad —respondí—. Además, eso me impide pensar en otras cosas.
—Vale. Creo que tres es un buen número.
—Yo también. Me encanta cuando estamos en la misma onda.
—Eso está bien.
— ¿Crees que hay posibilidades de que suceda? Somos dos chicas y por lo general dos chicas no pueden tener hijos
— Britt todo es posible, la verdad yo no sé, aunque un hijo no necesariamente tiene que venir de ti o de mí, podemos adoptar.
¿Sabes? María concibió a Jesús sin un hombre y bueno…
Britt fue el espíritu santo quien lo hizo fue una obra divina por así decirlo, y no creo que se repita
— ¿Podemos llamar a nuestro primer hijo Waylon, si es un niño?
—No.
— ¿Por qué?
—Porque no pararán de burlarse de él, por eso.
—Vale, ¿qué nombres te gustan?
—Nombres normales, como Josh o Jake.
—De acuerdo, pero yo pondré el nombre de las chicas.
—Solo si lo haces a partir de un lista que hayamos acordado.
—Creo que me gustaría que mis hijas tuvieran nombres fuertes…, fuertes pero bonitos, ¿sabes?
—Suena bien. ¿Podemos dormir ahora?
Santana se dio la vuelta y me abrazó. Noté que su respiración se hacía más lenta, pero yo todavía estaba completamente despierta. Sabía que debía dejarla dormir,
Pero no podía separarme de ella todavía.
—Si te doy algunos ejemplos de nombres de chicas, ¿puedes decirme si los incluimos en la lista?
—Si insistes… —Santana parpadeó con fuerza y se apoyó sobre un codo, de cara a mí, intentando tomarse en serio ese juego.
— ¿Caroline?
—Sí.
— ¿Billie?
—Nunca, no se sabe si es de chico o de chica.
— ¿Isadora?
— ¿Es que es de la Tierra Media?
—Vale. ¿Y Dakota?
—Los nombres de lugares no entran.
—Eso no es justo —protesté—. Casi todos mis nombres favoritos son de lugares.
—Entonces tengo derecho a proponer algunos yo también.
— ¿Por ejemplo? —Pregunté con curiosidad. — ¿Qué te parece Ohio?
—Preguntó Santana—. O, mejor, Milwaukee.
Tuve que reírme.
—De acuerdo, no aceptamos nombres de lugares.
—Gracias.
Santana bostezó con fuerza y se tumbó de espaldas. Yo fingí indignarme.
— ¿Acabas de bostezar? ¿Es que tus hijos te aburren?
—No, es solo que me dan sueño.
—De acuerdo —repuse riendo—. Ya paro. Buenas noches.
—Buenas noches, señora López.
Eso me hizo recordar que ya era la señora López. La esposa de Santana. Sentí un irrefrenable impulso de abrazarla con todo mi cuerpo, de absorber todo su calor y encontrar consuelo en su contacto. Pero me contuve, pues sabía que era demasiado arriesgado. No quería complicar aún más las cosas. Así que me di la vuelta y me abracé a la almohada. Ya había hecho muchos sacrificios. ¿Cuánto tiempo más podríamos pasar viviendo como si fuéramos hermanas?
Antes de cerrar los ojos, no puede evitar echar un vistazo por la ventana y mirar el cielo nocturno. Unos destellos de luz iluminaban las nubes. Me pregunté si habría una tormenta a lo lejos. Entonces vi un rayo de luz que no parecía un rayo. Pensé en despertar a Santana, pero ella ya dormía tan profundamente que no me pareció justo hacerlo.
El rayo de luz recorría poco a poco las copas de los árboles… buscando algo.
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por macuca Dom Feb 16, 2014 3:40 am

Gracias a Dios que volviste!! :D y que volves mañana! no te desaparezcas tanto, amo esta historia!
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por Melany Gleek Dom Feb 16, 2014 6:25 pm

Has vuelto y la verdad que esta historia me gusta y es bueno tu regreso Lo celebro y espero las demas actualizaciones Saludos :*
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Mensaje por micky morales Dom Feb 16, 2014 7:22 pm

Bueno, por lo menos en momentos asi Britt refresca las cosas hablando sobre los nombres para sus hijos pero Waylon? de donde sacaron eso? en fin..... esperemos que aparescan los seres esos y a ver que pasa!
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Activo Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 5 Caminar sobre las aguas

Mensaje por Emma.snix Dom Feb 16, 2014 10:42 pm

Hey chicas como les había prometido aquí les dejo un capitulo mas, si puedo al rato cuelgo el siguiente... muchas gracias por sus comentarios me agradan mucho  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 918367557  saludos  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 2145353087 

CAPITULO: 5
Caminar sobre las aguas


Por la mañana, me desperté en medio de un coro de cantos de pájaros y en un ambiente perfumado por el aroma de los pinos. Medio dormida, tanteé a mi lado en busca de Santana; al no encontrarla allí, me asusté. Pero inmediatamente el sonido de la tetera me indicó que había bajado y estaba preparando el desayuno.
Santana había encendido una vieja radio de baquelita y sonaba una emisora de rock clásico.
—Buenos días —dije.
Tuve que sonreír al verla batir los huevos al ritmo de Blue Suede Shoes. Llevaba unos pantalones cortos y una blusa blanca. Todavía tenía el pelo revuelto de haber dormido. El hecho de haber vivido esos últimos días bajo el mismo techo que Santana me había permitido ver una parte de ella que, antes, solamente había percibido en contadas ocasiones. Desde que la conocí y hasta que se vio involucrada en nuestros problemas sobrenaturales, había llevado una vida llena de más actividades de las que podía realizar. Pero ahora me daba cuenta de que, en el fondo, era una persona hogareña.
—Espero que tengas hambre.
A pesar de que llevaba puesto un enorme pijama de franela, estaba temblando.
Cogí una manta que había encima del sofá y me cubrí los hombros con ella antes de sentarme en una de las sillas de la cocina. Santana me sirvió una taza de té; yo la cogí para calentarme los dedos.
— ¿Cómo es posible que no tengas frío?
—Ha llegado la hora de que sepas la verdad: soy una mujer lobo —bromeó, hundiendo la espalda y achinando los ojos.
—Una mujer lobo muy hogareña —me burlé—. ¿Por qué no me has despertado?
—Pensé que te iría bien dormir. Hemos pasado un par de días difíciles. ¿Cómo te sientes?
—Bien.
Santana me observó con detenimiento.
—Te sentirás mejor cuando hayas comido algo.
—No tengo mucha hambre —dije, esperando no parecer poco agradecida.
— ¿Pasas del famoso desayuno López?
—repuso ella.
No podía frustrar su entusiasmo. Además, hacía mucho tiempo que no veía a
Santana tan despreocupada, y no quería que el humor le cambiara.
—No me atrevería. —Sonreí—. ¿Puedo ayudarte en algo?
Miré a mi alrededor y vi que el beicon ya se estaba friendo en la sartén. La mesa estaba preparada con unos platos rústicos y unos cubiertos de plata.
—No, señora. Siéntese y disfrute del servicio.
—No sabía que te gustaba cocinar.
—Claro que sí —repuso ella—. Y cocinar para mi mujer lo hace más divertido.
Santana cascó un huevo y lo dejó caer en la sartén.
—Una buena esposa no haría huevos fritos si a su mujer le gustan los huevos revueltos —dije, bromeando, mientras hacía tamborilear los dedos sobre la encimera.
Santana levantó los ojos y me miró con expresión divertida.
—Y una buena esposa sabría apreciar la especialidad de su otra esposa y no se quejaría.
Sonreí y me recosté en la silla. Deseaba abrir las ventanas para que el aire fresco de la mañana entrara en la cabaña. El ambiente empezaba a estar verdaderamente cargado.
—Anoche me llamaste señora López —dije de repente, al recordar la conversación que habíamos tenido.
— ¿Sí? —Santana me miró—. ¿Y?
—Todavía no me he acostumbrado —respondí—. Me resulta difícil pensar que ahora lo soy.
—No tienes que adoptar mi nombre si no quieres. Eso es decisión tuya.
— ¿Estás de broma? —contesté—. Por supuesto que quiero. Tampoco es que haga tanto tiempo que soy Brittany Pierce. Además, he cambiado tanto que a
Brittany Pierce ya no la conozco.
—Bueno, pues yo sí —dijo Santana—. Es la chica con quien me he casado. Y aunque tú la pierdas de vista, yo nunca lo haré.
El fuego no había conseguido templar el ambiente, así que fui al salón para calentarme. No me sentía capaz de pasar otro día en el sofá sin hacer nada.
— ¿Podemos ir a la ciudad en coche, hoy?
—pregunté levantando la voz e intentando parecer despreocupada.
Santana vino hasta el salón. Tenía el ceño fruncido.
— ¡Britt, no puedes hablar en serio! Es demasiado peligroso que nos vean en público. Ya lo sabes.
—Ni siquiera tenemos que salir del coche. Me pondré una sábana sobre la cabeza, si quieres.
—Imposible. Es demasiado arriesgado. Además, Sam se saldrá de sus casillas si se entera.
—Quizá le siente bien —rezongué, y el rostro de Santana se iluminó.
—Aunque eso pueda ser verdad, no creo que debamos tentar a la suerte. No te preocupes, ya encontraremos algo para hacer aquí.
— ¿Cómo qué?
— ¿Por qué no echas un vistazo mientras termino de preparar el desayuno?
De repente me di cuenta de que debía parecer una irresponsable.
—De acuerdo.
—Esa es mi chica.
Me daba cuenta de que Santana soportaba mejor que yo aquella inactividad. Yo no podía dejar de quejarme por el hecho de estar encerrada. Pero no debería notar la pérdida de una vida «normal», ni siquiera me pertenecía una vida normal.
Pero el aislamiento en que nos encontrábamos me desconcertaba. Desde que había venido a la Tierra, siempre había tenido gente a mi alrededor: gente que caminaba por la plaza del pueblo, que paseaba a sus perros, que comía helados en el embarcadero o que saludaba con la mano a algún conocido mientras continuaba cortando el césped de su casa. Y ahora la ausencia de gente cerca me resultaba incómoda. Deseaba con desesperación oír el murmullo de voces humanas, o ver personas a lo lejos, aunque no pudiera hablar con ellas. Pero las órdenes de Sam habían sido claras: no dejarse ver.
Me resultaba odioso que, después de todo lo que habíamos pasado, Santana y yo todavía no pudiéramos ser una pareja normal. Eso era lo único que queríamos.
Intenté decirme a mí misma que, por difíciles que estuvieran las cosas, por lo menos ahora estábamos juntas. Cuando Sam y Quinn nos habían encontrado en la iglesia, estaba casi segura de que nos separarían. Y no me encontraba en situación de discutir con ellos, así que sentí un gran alivio al ver que no era así.
Seguramente, mis hermanos se habían dado cuenta de que ni Santana ni yo podríamos soportar estar separadas.
Decidí seguir el consejo de Santana y buscar algo que nos ayudara a pasar las horas y que, por lo menos, nos hiciera creer que vivíamos con cierta normalidad.
Busqué entre el montón de revistas que había encima de la repisa de la chimenea, pero la mayoría eran números antiguos y solo sobre decoración.
Entonces me fijé en un viejo arcón que había en el salón y que hacía la función de mesita de centro. Hasta ese momento no se me había ocurrido abrirlo, y al hacerlo encontré unos cuantos DVD debajo de un montón de amarillentos periódicos. La mayoría de ellos eran películas de Walt Disney, así que supuse que la familia propietaria de la cabaña debía de tener niños. Intenté imaginarlos sentados en esa misma sala, tomando chocolate caliente y mirando sus películas favoritas.
—Eh, San, he encontrado algo —anuncié.
Ella sacó la cabeza por la puerta y luego vino a ver mi hallazgo.
—No está mal.
—No, ¿verdad? ¿Cómo nos podemos aburrir con una película de…? —Cogí uno de los DVD con curiosidad—: ¿Peces?
—No te cargues Buscando a Nemo —se burló Santana, cogiéndome el DVD—. Es un clásico moderno.
— ¿De verdad va de peces?
—Sí, pero son peces que molan mucho.
— ¿Y qué me dices de esta? —Pregunté, mostrándole una vieja copia de La bella y la bestia—. Parece romántica.
Santana arrugó la nariz.
—Disney… No creo.
— ¿Por qué no?
—Porque si alguien se entera, no lo soportaré.
—No se lo diré a nadie si tú tampoco lo haces —supliqué, y ella meneó la cabeza con gesto de derrota.
—Qué cosas hago por ti —dijo, soltando un exagerado suspiro.
Después de desayunar conseguimos poner en marcha el reproductor de DVD, al encontrar el cable que nos faltaba. Yo interrumpía constantemente con preguntas que Santana iba contestando con una paciencia infinita.
— ¿Qué edad se supone que tiene Bella?
—No lo sé. Probablemente la nuestra.
—Creo que la Bestia es muy tierna, ¿no te parece?
— ¿Tengo que contestar a eso?
— ¿Cómo es posible que la vajilla hable?
—Porque, en realidad, se trata de los sirvientes del príncipe, bajo el hechizo de una mendiga. —De repente Santana frunció el ceño y se mostró exasperada—: No puedo creerme que yo sepa todo esto.
A pesar de que aquella mágica historia me había cautivado y de que no paraba de cantar mentalmente Qué festín, en cuanto la película terminó volví a sentirme inquieta. Me levanté y empecé a dar vueltas por la habitación como un pájaro enjaulado. Al igual que Bella, yo quería salir al mundo y vivir mi vida. Además,
Quinn y Sam todavía no habían venido, así que ni siquiera teníamos noticias sobre cómo iban sus «negociaciones». Yo sabía que ellos estaban trabajando tanto como podían para conseguir algún tipo de salvación para mí, y yo estaba muy agradecida por todo lo que estaban haciendo, pero deseaba saber qué iba a suceder un día u otro. Por lo menos, si supiera cuál debía ser mi destino, podría prepararme para afrontarlo.
—Me gustaría que mi vida se pareciera más a una película de Disney —dije con pesadumbre.
—No te preocupes. Ya se parece. ¿Es que no has visto por todo lo que han tenido que pasar esos dos antes de poder estar juntos?
—Eso es verdad. —Sonreí—. Y siempre hay un final feliz, ¿verdad?
Santana me miró con ojos brillantes.
—Britt, cuanto todo esto acabe, tú y yo vamos a vivir un montón de aventuras. Te lo prometo.
—Eso espero —contesté, intentando mostrarme más optimista de lo que me sentía.
En ese instante, un rayo de luz atravesó las cortinas y se posó sobre la mesa de la cocina. Parecía estar tentándome, seduciéndome para que saliera de la cabaña.
—Santana, mira, fuera hace sol —dije, incitándola.
—Ajá. —Se mostró indiferente, pero yo sabía que no le gustaba verme infeliz.
—De verdad que necesito salir de aquí.
—Britt, ya hemos hablado de esto.
—Solo quiero dar un paseo. Es algo muy sencillo.
—Pero es que nuestras vidas no son sencillas. Por lo menos, ahora no.
—Eso es ridículo. ¿No podemos salir fuera solo unos minutos?
—No creo que sea una buena idea —respondió Santana.
Pero me di cuenta de que le faltaba convicción: deseaba tanto como yo ser capaz de tomar una decisión y ejercer cierto control sobre su vida.
— ¿Quién nos va a ver aquí? —insistí.
—Supongo que nadie, pero ese no es el tema. Sam y Quinn fueron muy claros al respecto.
—Solo iremos hasta el patio y volveremos —dije.
La idea de disponer de un poco de libertad, por efímera que esta fuera, me había animado tanto que Santana no pudo negarse.
—De acuerdo —asintió, soltando un profundo suspiro—. Pero te cubrirás para asegurarnos de que no te puedan reconocer.
— ¿Quién? —Pregunté con sarcasmo—. ¿Los paparazzi?
—Britt… —dijo Santana en tono de reproche.
— ¡Vale! ¡Vale! ¿Qué me puedo poner?
No me respondió, sino que salió de la habitación y oí que rebuscaba en la habitación de arriba. Al volver, me mostró una cazadora militar muy grande para mí y una gorra de cazador.
—Ponte esto. —La miré, incrédula—. Y no discutas.
Yo sabía que Santana actuaba por precaución, pero hasta ese momento no había sucedido nada extraño. Sí, es cierto que había visto esas misteriosas luces en el cielo, pero yo no le había dicho nada a Santana sobre ellas. Ella ya estaba bastante tensa sin saberlo y, además, lo más seguro era que no fuera nada importante. No habíamos visto ningún caballo blanco y ningún visitante había llamado por sorpresa a nuestra puerta. La verdad era que los últimos días habían sido tan aburridos que resultaba difícil creer que estuviéramos en peligro. Incluso había empezado a preguntarme si mis hermanos no se habrían equivocado. Quizá no tenían tan buena sintonía con el Cielo como creían.
Pero debería haber sabido que, en nuestras vidas, un periodo de calma siempre precedía a la tempestad.
Recorrimos el camino hasta el descuidado patio que había en la parte trasera de la cabaña, donde encontramos una tina llena de malas hierbas que crecían en desorden en su interior, así como una cuerda que colgaba de la gruesa rama de un roble. Un destartalado puente cubierto de musgo conducía hasta el lago que cerraba la parte posterior de la parcela.
Respiré profundamente y sentí que todo el cuerpo me vibraba, lleno de renovada energía. Nos agachamos en la orilla, que estaba cubierta de tréboles, y nos mojamos las manos en la límpida agua helada, tan transparente que se veían las pulidas piedrecillas del fondo. Se oía el fuerte zumbido de las abejas y una brisa suave nos envolvía. El sol calentaba nuestros rostros y, después de estar tantos días encerrados, la luz nos parecía tan brillante que casi nos dañaba la vista.
Caminamos sin prisas. En ese momento parecía difícil creer que alguien nos estuviera persiguiendo. Pensar que yo era un ángel a cuya cabeza habían puesto precio resultaba casi absurdo. Ambas mirábamos a nuestro alrededor como si estuviéramos viendo el mundo por primera vez. Entonces, Santana cogió unas piedrecillas del suelo para probar cuán lejos podía lanzarlas en el lago. Al ver
que había conseguido hacer rebotar una de ellas varias veces sobre la superficie del agua, intenté imitarle. Pero mi piedra tocó la superficie y se hundió al momento.
No tenía ninguna duda de que cambiaría mi inmortalidad por la posibilidad de hacerme vieja con Santana. Deseaba que Quinn y Sam lo comprendieran. Por supuesto, no tenía ninguna esperanza de que los séptimos lo hicieran. Nunca podría explicárselo. Me los imaginaba como una manada de lobos hambrientos en busca de su presa. Aquel que consiguiera capturarme y llevarme hasta el castigo que me esperaba sería considerado un héroe en el Reino. A pesar de que todos los ángeles habían sido creados sin ego, los séptimos eran la excepción que confirmaba la regla. Se decía que actuaban por la necesidad que tenían de ser reconocidos. Al pensar en cuánto había cambiado Zack justo antes de su promoción, me di cuenta de que esa teoría era posible. Yo sabía que las jerarquías que existían en la Tierra tenían su reflejo en el Cielo, y también sabía hasta dónde podían llegar algunos —tanto ángeles como seres humanos— para alcanzar el poder. Me había enfrentado a demonios y había ganado. Las motivaciones de estos seres eran claras: manipular a los humanos y llevarlos por el mal camino. Pero un ambicioso ejército de ángeles motivados por la sed de justicia sería mucho más difícil de manejar.
No debíamos de llevar más de diez minutos caminando cuando me di cuenta de que Santana echaba un vistazo al reloj. Había notado que, en esa parte del mundo, el sol salía temprano y se ponía pronto. De repente también me di cuenta de que la luz empezaba a disminuir.
—Vamos, Britt. Será mejor que regresemos.
— ¿Ya?
—Sí. Hemos estado fuera demasiado tiempo.
—De acuerdo, ya voy.
Aunque sabía que Santana me estaba esperando un poco más adelante, quise
demorarme unos segundos más para disfrutar de lo que tenía alrededor antes de regresar a la prisión de la cabaña. El denso bosque que nos rodeaba tenía un aire mágico, y deseaba explorarlo. Los rayos del sol atravesaban las finas nubes y caían sobre el agua. Eché un último vistazo a mi alrededor: ¿quién sabía cuándo podría volver a disfrutar del esplendor de la naturaleza? Si Sam se enteraba de nuestra escapada, quizá decidiría no dejarnos solas nunca más.
Di la espalda a esa escena idílica y me dirigí hacia donde Santana me estaba esperando. Ella alargó una mano para ayudarme a trepar la empinada orilla del río.
Cuando llegué arriba, me ajustó la gorra, que me había caído sobre los ojos.
— ¿Crees que puedo quitarme el gorro ya? —pregunté en tono juguetón.
Santana no respondió. Al principio creí que era porque se oponía a lo que acababa de sugerirle, pero entonces me di cuenta de que palidecía y de que apretaba la mandíbula. Tenía la vista clavada al otro lado del lago. Entonces, casi sin mover los labios, dijo:
—No te des la vuelta.
— ¿Qué? ¿Por qué? —Noté una oleada de pánico y me agarré a su mano.
—Hay alguien al otro lado del lago.
— ¿Un vecino? —susurré, esperanzada.
—No creo.
Me dejé caer sobre mis rodillas, como si estuviera buscando algo que se me hubiera caído al suelo. Al incorporarme, giré la cabeza un instante y eché un rápido vistazo al otro lado del lago. A cierta distancia de donde nos encontrábamos, entre dos grandes árboles, había un caballo blanco. Tenía el pelaje y la crin de un color plateado que parecía sobrenatural, y pateaba el suelo con sus cascos dorados.
—Un caballo blanco.
Las palabras parecieron brotar de mis labios, que sentía helados por el terror.
— ¿Dónde? —preguntó Santana incrédula mientras escudriñaba el bosque.
Ella no había visto el caballo porque se había concentrado solo en el jinete. Este, de una imagen inmaculada, iba vestido como si asistiera a un funeral. A pesar de que tenía las cuencas de los ojos vacías, sentí que me miraba directamente.
Nunca había visto un séptimo, pero supe que ese ser que me observaba era uno de ellos. No tuve ninguna duda al respecto.
Lo que me había dicho a mí misma que nunca sucedería acababa de ocurrir.
Finalmente me encontraba frente a un miembro de la Séptima Orden, unos seres que, hasta ese momento, solo conocía de oídas.
El séptimo estaba de pie al otro lado del lago, por la parte más ancha. Recordé las palabras de Quinn y supe que debía escapar, pero no era capaz de moverme. Me sentía inmovilizada. El séptimo tenía las blanquísimas manos entrecruzadas, en un gesto de calma, y nos observaba. De repente, sin previo aviso, empezó a acercarse. Hacía un instante que se encontraba de pie al otro lado del agua, pero ahora ya avanzaba hacia nosotras rápidamente; sus pies parecían rozar con suavidad la superficie del agua.
—Britt, ¿estoy soñando o está…?
Santana se interrumpió y retrocedió unos pasos, tirando de mí para que lo siguiera.
—No estás soñando —susurré—. Está caminando sobre el agua.
Emma.snix
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por atercio Dom Feb 16, 2014 11:07 pm

oooooo!!! wow no puedes dejarlo ahi ....espero una pronta actualización y espero que te este yendo muy bien en todo
atercio
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Activo anfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 6 Tenemos que hablar

Mensaje por Emma.snix Lun Feb 17, 2014 1:02 am

Aquí les dejo un capitulo mas espero y disfruten

Capitulo: 6
Tenemos que hablar


El séptimo se dirigía directamente hacia nosotras. Yo me sentía como en un sueño: hacía un segundo que se encontraba al otro lado del río, pero en ese momento estaba a pocos metros de nosotras. A lo lejos, su caballo blanco relinchó y agitó la cabeza, pero su jinete no le prestó ninguna atención.
Recordé lo que Sam nos había dicho: los séptimos eran cazadores, estaban entrenados para rastrear a sus presas. Pero este no parecía preocupado por el hecho de que lo estuviéramos viendo. Se limitaba a avanzar con calma. Era como si supiera que no tenía ninguna necesidad de apresurarse porque nosotras no podíamos eludirlo de ninguna manera. Esa actitud me hubiera alarmado mucho de no haber estado tan ocupada en encontrar una forma de huir de allí. El séptimo se detuvo un instante y ladeó la cabeza ligeramente, como si quisiera confirmar mi identidad. Su movimiento era un tanto mecánico, como el de una máquina en funcionamiento. Imaginé que su cerebro estaba programado para registrar cualquier cosa que tuviera el tamaño de mi cráneo o el olor de mi piel.
No había nada humano en él. Pero tampoco había en él nada angelical.
Al igual que otros de su naturaleza, no tenía rostro. Sus labios y su nariz se difuminaban de forma tan imperceptible que era casi imposible distinguir lo uno de lo otro. No tenía ojos, solo se le veían las cuencas recubiertas por una lechosa membrana de piel. El perfecto contorno de su rostro me recordó al de los maniquís que se ven en los escaparates de las tiendas.
De repente noté que mis pensamientos se mezclaban, se confundían los unos con los otros. Intenté aclarar mi mente, pero no lo conseguí. Parecía que el séptimo me tenía atrapada en una garra invisible. Por suerte, no podía ejercer ese mismo poder en Santana, y ella pronto se dio cuenta de lo que sucedía. Sin intentar sacarme de mi trance, me cogió de la mano arrastrándome junto a ella y arrancó a correr. Al cabo de unos instantes noté que el poder que el séptimo ejercía sobre mí se había debilitado. Impulsadas por la adrenalina, corrimos juntas sin volver la cabeza para ver a nuestro perseguidor.
Mis hermanos y yo podíamos comunicarnos telepáticamente, y siempre intentábamos mantenernos receptivos a las necesidades mutuas, así que pedí ayuda a mi hermano en silencio. «¡Gabriel! Están aquí. ¡Nos han encontrado!»
No recibí ninguna respuesta.
En cuanto llegamos al camino de gravilla de delante de la cabaña, Santana se detuvo y metió la mano en el bolsillo para sacar su móvil. Buscó torpemente en su lista de contactos con los dedos temblorosos por el estrés. Estaba a punto de pulsar el botón de llamada cuando nos detuvimos en seco. Yo ya había empezado
a subir los escalones del porche y, al detenerme, choqué con Santana. El teléfono se le cayó de las manos y, antes de que pudiéramos recogerlo, la puerta delantera se abrió. El séptimo ya estaba allí, esperándonos.
Miré a mi alrededor, frenética, buscando algún sitio donde escondernos, pero no vi nada que nos sirviera.
— ¡Déjanos en paz! —grité, apartándome de esa pulcra e inmaculada figura.
Por toda respuesta, el séptimo dio un único paso hacia delante, como para recordarme que no recibía órdenes de nadie. Un tablón crujió bajo sus pies y el sonido me resultó increíblemente fuerte en el silencio de la tarde.
¿Dónde estaban Quinn y Sam? ¿No habían oído mi llamada de socorro? ¿O quizás había sido interceptada? Sentí un escalofrío por todo el cuerpo y pensé en cómo podían cambiar las cosas en cuestión de segundos. Lo único que podíamos hacer era mantener la calma. Supliqué mentalmente que Santana no hiciera nada precipitado en un intento de protegerme, pues el séptimo podía arrebatarle la vida en un segundo. Las húmedas membranas que le cubrían las cuencas de los ojos impedían saber qué, o a quién, estaba mirando. De repente y de forma inesperada, el séptimo me ofreció la mano.
—Tenemos que hablar —me dijo. Su voz era atonal, una sorda vibración en el aire—. ¿Quieres entrar, por favor?
Dio un paso a un lado, dejándome espacio para entrar. La faz de su rostro era tan suave que debía de estar hecha de yeso. Su olor me resultó extraño: era una mezcla de colonia barata mezclada con el olor de la gasolina. Ese olor me quemaba en las fosas nasales.
—Piénsalo bien, amigo —intervino Santana—. Britt no va a ir a ninguna parte contigo.
—Santana, por favor —susurré—, deja que yo me ocupe de esto.
El séptimo ni siquiera pareció darse cuenta de que Santana había hablado. Yo, a
pesar de que nunca me había cruzado con ninguno de ellos, me daba cuenta de cuán peligroso sería enfrentarme a él abiertamente.
—No tardaremos —continuó el séptimo con fingida educación.
Ambos sabíamos que si lo seguía dentro de la cabaña nunca volvería a salir. Di un paso adelante, dudando; los pies me pesaban como si fueran de cemento.
— ¡Britt, espera! —Santana me cogió el brazo y me miró. Sus profundos ojos marrones estaban llenos de terror—. No pensarás de verdad entrar ahí con este… bicho raro, ¿no?
El rostro del séptimo no delató para nada sentirse ofendido. Su expresión se mantuvo perfectamente inexpresiva, como si fuera una fotografía digital.
—No hagas esto más difícil de lo necesario —advirtió.
Tenía el rostro vuelto hacia mí. Yo debía pensar deprisa. Tenía que hacer algo para detenerlo, para pillarlo con la guardia baja. No dejaba de preguntarme:
« ¿Qué diría Sam?». Pero sabía que él no tendría que pensárselo. Tal vez esa fuera la clave.
—Te estás volviendo contra los de tu propia especie —le dije, de repente—. Lo sabes, ¿verdad?
Me pregunté cuán astuto sería. ¿Se daría cuenta de cuál era mi estrategia? Si conseguía retrasar mi charla con él, aunque fuera durante unos pocos minutos, quizá Sam y Quinn pudieran llegar a tiempo.
—Lo siento, señorita Pierce. No soy yo quien se ha vuelto contra los de su propia especie.
Su tono desprendía un autoritarismo tan frío que mi confianza se resquebrajó.
Pero no estaba dispuesta a permitir que se diera cuenta.
—La verdad es que ahora soy la señora López —le dije con atrevimiento.
Sus labios parecieron esbozar una ligera sonrisa, su primera muestra de emoción hasta ese momento. ¿Se estaba burlando de mí?
—Le aconsejo, «señora López», que acepte mi petición, y se pueda evitar un baño de sangre —respondió, mirando rápidamente hacia donde se encontraba
Santana.
Yo sabía que detrás de esa actitud cortés y profesional se encontraba un soldado cuyo único objetivo era cumplir su misión… al precio que fuera. Otra vez volví a notar que mis pensamientos se confundían.
—Por supuesto —respondí mecánicamente—. Lo comprendo.
Santana me cogió de la mano.
—No voy a permitir que vayas.
—No pasa nada —mentí—. Solo vamos a hablar.
No parecía convencida, pero antes de que pudiera reaccionar, me solté de su mano y me acerqué al séptimo. Sabía que Santana no podía protegerme. Ahora me tocaba a mí protegerla a ella. Si no me quedaba más remedio que ascender con el séptimo, tendría que asegurarme de que Santana se quedaba en tierra sana y a salvo. Pero mi mujer no estaba dispuesta a correr ningún riesgo con respecto a mi vida: de repente, corrió hacia delante, me dio un empujón y se colocó delante del séptimo.
—Si quieres hablar con alguien, hazlo conmigo.
El séptimo se vio obligado a dirigirse a ella.
—Chica, ¿qué te hace pensar que podrás oponerte a la voluntad del Cielo?
—Pura arrogancia, supongo.
—Apártate. No es asunto tuyo.
—Los asuntos de Britt son los míos.
El séptimo soltó un suspiro de impaciencia. ¿O era de aburrimiento?
—No digas que no te he advertido.
— ¡No le hagas daño, haré lo que digas! —grité, pero ya era demasiado tarde.
El séptimo levantó una mano y un rayo de luz surgió de su palma. Era un rayo muy fino, pero yo sabía que era tan fuerte como el acero. El rayo se enroscó alrededor de la garganta de Santana. Con los ojos casi desorbitados, se llevó las manos hasta su garganta, pero fue en vano. Se estaba ahogando. No podía ganar esa pelea. Santana cayó de rodillas al suelo y, rápidamente, su cuerpo se debilitó. Había perdido la conciencia.
—Nadie puede resistirse a la voluntad del Cielo —dijo el séptimo.
Mientras observaba esa escena, la confusión mental que había sentido desapareció. En su lugar, me invadió un sentimiento mucho más poderoso: la rabia. Era una rabia que me recorría todo el cuerpo, rechazando todo obstáculo interno; parecía una crecida después de una lluvia torrencial, capaz de rebasar todo límite.
—Te he dicho que no le hagas daño.
No levanté la voz, pero el tono era envenenado. Algo en mi interior había cambiado.
A menudo la rabia distorsiona la percepción de la realidad, pero en ese momento yo veía las cosas más claras que nunca. Esa rabia me había liberado del poder que el séptimo estaba ejerciendo sobre mí. Era capaz casi de percibir mis propios mecanismos mentales, y por un instante me pareció ver el mundo a través de unas gafas de rayos X. Percibía la composición molecular de la cabaña, podía
decir cuáles eran sus partes débiles, y notaba los puntos por donde la humedad penetraba en sus paredes. En ese momento supe cosas que nadie en el mundo podía saber, como, por ejemplo, dónde había caído la última gota de una lluvia de verano.
Continuaba mirando al séptimo, pero ahora mi visión lo penetraba. Todo lo que había de humano a mi alrededor desapareció de mi percepción y me sentí unida al universo entero: yo era aire, roca, madera, tierra. Supe lo que debía hacer, lo que era capaz de hacer.
Rápida como un rayo, me agaché y cogí uno de los ladrillos que se guardaban al final de las escaleras y lo lancé como si fuera un frisbee, con tal rapidez que impactó en el cuello del séptimo antes de que él se diera cuenta de lo que sucedía. Sus rápidos y finos reflejos deberían haberle permitido coger el ladrillo al vuelo y devolvérmelo con fuerza suficiente para acabar conmigo. Si hubiera sido capaz de expresar algún sentimiento, me hubiera mirado con sorpresa. Pero el séptimo no pudo responder: mi ataque lo había pillado desguarnecido. Su cuello pareció doblarse hacia atrás; dio un par de pasos hacia el interior de la casa. Sin perder un instante, alargué la mano y cerré la puerta tras él. Entonces noté un fuerte cosquilleo en la punta de los dedos y, de inmediato, el techo de la cabaña empezó a desprender humo. Lo que sucedió a partir de ese momento escapó por completo a mi control. El fuego prendió ante mis ojos, envolviendo el porche y haciendo estallar las ventanas. En cuestión de segundos, la Cabaña del
Sauce se vio engullida por las llamas. Mientras las paredes se derrumbaban, vi que el séptimo permanecía de pie, envuelto en un traje de llamas. El fuego no podía matarlo…, seguramente ni siquiera le dejaría una marca. Pero sí lo había detenido, por el momento. No sabía por cuánto tiempo, y no tenía intención de quedarme allí para averiguarlo.
Solo tenía una idea en la cabeza: llevar a Santana a un lugar seguro. Si el séptimo nos atrapaba ahora, probablemente la mataría solo por venganza. Corrí hasta
Santana, que continuaba inconsciente, pero que todavía respiraba. No pude hacer que volviera en sí, y llevarla a rastras no era posible. Entonces vi que el séptimo
ya se dirigía hacia la puerta, envuelto en llamas.
Desplegué las alas con un sonoro chasquido que resonó en todo el bosque y que provocó que los pájaros huyeran de las copas de los árboles. Abracé a Santana por la espalda y levanté el vuelo. Mis alas eran tan fuertes que ni siquiera notaba su peso en mis brazos. Me dirigí hacia la carretera en un vuelo muy bajo para evitar ser vista: los pies de Santana rozaban las copas de los árboles.
No tenía las ideas muy claras, pero tenía pensado aterrizar en algún lugar y hacer que algún coche se detuviera. Pero, de repente, mi corazón palpitó de alegría al ver el familiar todoterreno negro por el polvoriento camino que llevaba a las montañas. Mi hermano y mi hermana me vieron en el mismo momento en que yo los vi a ellos. El coche se detuvo en seco y Sam vino de inmediato hasta mí.
Cogió a Santana y la dejó con cuidado en el asiento de atrás.
— ¿Dónde estabais? —exclamé, con el rostro sucio de cenizas cubierto por las lágrimas.
—Hemos venido en cuanto hemos podido —respondió Quinn, que parecía estar sin resuello.
Señalando a Santana, pregunté:
— ¿Puedes ayudarla?
Quinn colocó una de sus frías manos sobre la frente de mi mujer y, al cabo de un
momento, recobró la conciencia. Con un gemido, se llevó la mano a la cabeza.
—Estás bien —le aseguré—. Ambas estamos bien.
Santana, al recordar lo que había sucedido, se puso en tensión y se incorporó en el asiento.
— ¿Adónde ha ido? —preguntó—. ¿Dónde estamos?
—Quinn y Sam están con nosotras —respondí—. Hemos escapado.
— ¿Cómo? —Preguntó Santana—. El séptimo se te iba a llevar…
—Creo… —repuse, dudando—. Creo que le prendí fuego.
— ¡No puede ser! —Santana se mostró perpleja un segundo, pero no pudo reprimir una carcajada—. Es increíble. La verdad es que se lo merecía.
Pero Quinn tuvo una reacción un tanto diferente:
— ¿Es que has perdido la cabeza? —Sus ojos plateados adquirieron un brillo metálico a causa de la sorpresa—. No se puede utilizar ese tipo de poderes con un séptimo. Es una traición al Reino.
—No tenía intención de hacerlo —protesté—. ¡Intentaba matar a Santana! Y yo simplemente quería protegerla y de repente el fuego apareció no sé por qué, pero sentía que alguien me lo brindaba, alquilen cerca de mi.
—Bueno, ahora que le has prendido fuego, estoy seguro de que estamos en el camino de la reconciliación —replicó Sam, irónico.
Entonces se oyó el susurro de las copas de los árboles empujadas por el viento y recordé que el séptimo debía de estar por allí, en algún lado.
— ¿Creéis que intentará seguirnos?
—No, ahora ha perdido el rastro. Tiene que empezar de nuevo. Pero, de todas maneras, debemos irnos.
Sam puso en marcha el motor del coche y dio media vuelta.
Yo no podía evitar sentirme un tanto orgullosa: había conseguido frustrar los planes de uno de los más poderosos agentes del Cielo. Pero Sam pareció leer mis pensamientos:
—No te confíes demasiado: has conseguido rechazar a uno, nada más. Hay ejércitos enteros. No podemos luchar contra todos ellos.
— ¿Y cómo vamos a hacerlo?
—Nos hemos reunido con los serafines y el Coro Angélico —anunció Sam—.
Por eso hemos llegado tarde a la cabaña.
— ¿Y? ¿Cuál es el veredicto?
Al ver que Sam guardaba silencio, supe que eran malas noticias.
—Los séptimos solo quieren sangre. No quieren llegar a un acuerdo —repuso Quinn—. Quieren que vuestro matrimonio se anule.
—Creí que los ángeles eran justos y buenos —dijo Santana—. ¿Desde cuándo van por ahí matando gente? ¿Y desde cuándo el Cielo lo aprueba?
— ¿Qué te hace pensar que el Cielo lo aprueba? —preguntó Sam con dureza.
Pero San no pensaba echarse atrás.
—No están haciendo gran cosa para detenerlos.
—Lo que debes saber de los séptimos es que fueron creados como perros guardianes, fueron diseñados para mantener el orden. No comprenden el comportamiento humano, así que es fácil que su poder escape de su control.
— ¿Los estás defendiendo? —Santana se mostró escandalizada.
Yo no podía culparla por eso: todo lo que le habían enseñado sobre el Cielo y sobre sus habitantes se estaba derrumbando.
—No los estoy defendiendo —respondió Sam—. Solo intento explicar cómo trabajan. Lo único que tienen en su cabeza es cumplir con su trabajo.
—Bueno, pues alguien debería despedirlos.
—El Cónclave está buscando maneras de limitar su poder.
—Y mientras tanto, ¿están fuera de control? —pregunté yo, sin poder creerlo.
—Sí —respondió Quinn—. Su visión de la justicia se ha pervertido. Cuando se encuentran en una misión, no tienen en cuenta nada más.
—Pues yo diría que tienen cosas mejores que hacer —rezongó Santana—.
Preocuparse por la paz mundial o algo parecido.
—Exacto —la apoyé—. ¿Por qué nuestro matrimonio es tan importante para ellos?
—No lo sé —se limitó a responder Quinn.
Pero yo tuve la clara sensación de que nos estaban ocultando algo. Quinn cruzó los largos dedos de sus manos y fijó la mirada en el asiento que tenía delante.
Sam estaba concentrado en la carretera. Su expresión era tensa, como si estuviera librando una batalla interna. Me acerqué a los asientos delanteros y le miré a la cara.
Al fin, él apartó los ojos de la carretera y me devolvió la mirada. Al ver la expresión de su rostro, adiviné de inmediato lo que no quería decirme.
—Te han pedido que nos entregues, ¿verdad?
Sam frunció el ceño y cerró los ojos un instante. Yo le hubiera dicho que se limitara a mirar la carretera, pero sabía que era capaz de conducir con los ojos vendados.
—Sí —admitió, apretando los labios—. Eso es exactamente lo que me han pedido.
— ¡Cómo se atreven!
Me sentía indignada por él.
—Alegan que cualquier fiel sirviente del Reino no dudaría al respecto.
— ¿Así que ahora ponen en cuestión tu fidelidad?
—Nos han dicho que entregarte es la única opción que tenemos.
—No puedo creer que te hayan puesto en esa situación —afirmé, enojada.
—Un momento. —Santana levantó ambas manos y, en tono insegura, preguntó—:
Sam, ¿qué les has respondido?
Mi hermano guardó silencio.
— ¿Sam? —repitió Santana, ahora con aprensión.
Finalmente, Gabriel contestó con pesar:
—Les dije que lo haría.
Se hizo un silencio mortal.
— ¿Les dijiste qué? —pregunté en voz baja.
—Ahora mismo nos están esperando. Piensan que te he venido a buscar para llevarte hasta ellos.
El pánico me invadió al momento.
— ¡No! —grité—. ¿Cómo has podido?
En ese instante me di cuenta de que las puertas del coche se habían cerrado automáticamente. No había forma de salir, a no ser que intentáramos romper la ventanilla.
—Brittany, por favor —dijo mi hermano con gran calma—. Tú no puedes ser mi prisionera.
Giró la cabeza, y en cuanto vi su rostro me ruboricé de vergüenza por haber dudado de él. Me sentí llena de culpa.
—Quieres decir que no… —no pude continuar.
—No te voy a entregar al Cónclave. No te he traicionado.
—Un momento. —Me cubrí los labios con la mano, sorprendida—. ¿Eso significa que les has mentido?
Esa posibilidad resultaba imposible de creer, pues contradecía todo lo que sabía sobre mi hermano. No podía creer que se hubiera colocado de forma voluntaria en esa difícil posición.
—No tuve otra alternativa.
El sacrificio que había hecho me había dejado impresionada.
—Pero te pueden echar por esto. No puedo permitir que lo hagas.
—Ya está hecho.
Mi hermano hablaba en un tono muy grave, como si alguien acabara de morir…, quizás una parte de él mismo. Nunca había visto una expresión de vacío como esa en sus ojos. Desde tiempos inmemoriales, Samuel había sido uno de los arcángeles más sensibles y sinceros del Reino. Su fidelidad se remontaba a miles de años. Muchos sucesos habían puesto a prueba su carácter, pero él siempre había sido honesto. Él y Miguel eran los dos pilares sobre los cuales se apoyaba el Coro Angélico. ¿De verdad iba Sam a dar la espalda a todo solo para protegerme?
¿Cómo podría nunca compensarle por ello?
—Así que piensas renunciar al Coro —pregunté en un susurro, horrorizada.
No podía imaginar qué futuro esperaba a mi hermano si perdía su identidad angélica. No quería ni pensarlo.
—No —repuso Sam—. Pero ellos me echarán en cuanto se den cuenta de que no he cumplido con mi deber.
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por micky morales Miér Feb 19, 2014 12:09 am

pobre sam pero britt es su hermana, que esperaban?
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Activo Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 7 Universitarias

Mensaje por Emma.snix Jue Feb 20, 2014 11:27 pm

Hola que tal, espero y se encuentren muy bien  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 2145353087 bueno aqui kes dejo un capitulo mas, tratare de actualizar el sábado  o el domingo o ambos  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 3750214905  gracias por sus comentarios muchos saludos besos... Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 918367557 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 918367557 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 918367557 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 918367557 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 918367557 

Capitulo: 7
Universitarias



No puedo creer que esté sucediendo todo esto —exclamé—. No puedo creer que Dios esté tan enfadado con nosotras que haya enviado a todos los principados a capturarnos. —Esa idea no me cabía en la cabeza.
—Brittany —dijo Quinn con su ovalado rostro lleno de tristeza—. Esto no es obra de Dios. Supongo que lo sabes.
— ¿Cómo puedo saberlo? —pregunté, confundida—. Todo lo que sucede es por su voluntad.
—Eso es cierto en la Tierra —respondió mi hermana—. Pero las jerarquías celestiales tienen sus propias disputas; ellos no han pedido su consejo en esto.
—Los séptimos —intervino Sam— son una facción rebelde. El Cónclave no sabe cómo controlarlos.
— ¿Estás diciendo que Dios no tiene ni idea de lo que está ocurriendo? — preguntó  Santana.
—No puedo saberlo —respondió Sam—. Pero no debéis culparlo a él por vuestros problemas. Son los séptimos quienes buscan venganza.
Sam se inclinó hacia delante, sobre el volante, y se masajeó las sienes, apartándose los mechones de cabello rubio que le caían sobre el rostro, de facciones tan bien esculpidas. Quinn tenía la misma expresión de desolación que él.
Yo sabía que a ella le preocupaba el futuro de Sam. Ninguno de los dos había querido nunca encontrarse en tal situación.
—No tienes que hacer esto, Sam —afirmé con sinceridad—. Sé lo que os va a costar a ambos.
—Tú eres mi familia, Brittany —replicó Sam—. No voy a entregarte para que sufras un destino incierto.
—Gracias —repuse, sintiéndome insignificante—. Nunca lo olvidaré. Eres el mejor hermano que alguien puede tener, sea ángel o humano.
Sam se mostró inseguro sobre cómo responder a ese reconocimiento, pero vi que sus labios esbozaban una ligera sonrisa.
— ¿Y ahora qué? —preguntó Santana, llevando la conversación hacia un terreno más práctico.
—Supongo que continuaremos huyendo —contestó Sam.
Esa respuesta no era propia de mi hermano. ¿Desde cuándo Sam «suponía» las cosas? Era a él a quien yo acudía en busca de respuestas cuando me quedaba sin ninguna. La vida era un rompecabezas constante para los seres humanos, pero Sam conocía la razón oculta detrás de cada suceso. Y entre los ángeles, su sabiduría era incuestionable. Por tanto, esa muestra de inseguridad aumentó mis miedos más profundos. Los séptimos iban a intentar separarnos a Santana y a mí, y hasta ese momento todo indicaba que, al final, lo conseguirían. No se podía huir para siempre, los escondites no eran infinitos. Yo sabía que si se me llevaban no regresaría al lado de Santana hasta que su alma, al fin, ascendiera al
Cielo. Y eso contando con que pudiera encontrarlo… El Cielo era inmenso. Y si lo lograba, quizá yo no fuera más que un borroso recuerdo para él.
Sabía que debía sentirme destrozada, pero lo único que sentía era cansancio.
Estaba cansada de huir, de pelear y de ser testigo de mi vida.
—Entonces, si no nos llevas al Cónclave…, adónde vamos, exactamente — continuó Santana, en un intento por ahuyentar el denso silencio que se había impuesto en el coche.
—Tenéis que esconderos de nuevo —dijo Quinn.
—Oh, no —gruñí.
—Pero esta vez será en un lugar que les resultará más difícil de encontrar.
Santana se mostró escéptica:
— ¿Es que existe un lugar así?
—Todavía no estoy segura —contestó Quinn.
—No me importa adónde vayamos, siempre y cuando Britt no tenga que estar encerrada. No lo lleva muy bien.
Ese comentario provocó que a Quinn se le ocurriera una idea. Sus ojos brillaron.
—Quizá debamos hacer justo lo contrario —murmuró, enigmática.
— ¿Lo contrario? —repetí, asombrada—. ¿Qué estás pensando, Quinn?
—Los séptimos esperan que te escondas en algún lugar remoto. Será ahí donde buscarán primero. Quizá sea mejor perderse entre la multitud.
—Podría funcionar —asintió Sam, que había comprendido a Quinn mucho antes que Santana y yo lo hiciéramos—. Los séptimos disponen de finos sensores que captan las señales eléctricas que los seres angelicales emiten. Cuantos más seres humanos haya a tu alrededor, más débiles serán esas señales.
—Entonces, ¿adónde pensáis llevarnos? ¿A China? —preguntó Santana.
—La verdad es que a un lugar que está más cerca de casa.
—No lo pillo —dije, frunciendo el ceño.
—Piensa un poco —me animó Sam—. Si ahora mismo la situación fuera normal, ¿adónde iríais?
— ¿A casa? —inquirí.
—Piensa un poco más —insistió Sam—. ¿Adónde piensa ir Rachel este otoño?
— ¿Cómo podemos saberlo? —se quejó Santana, irritada por tener que descifrar el enigma.
De repente lo supe. Cogí la mano de Santana y dije:
—Un momento. Rachel va a Bama…, a la universidad.
— ¿Estáis bromeando, verdad? —Santana se puso muy recta en el asiento, como si esa idea le hubiera encendido un dispositivo interno—. ¿Queréis que vayamos a la universidad?
—Los séptimos no se esperarán una cosa así —dijo Quinn—. Os tendrán delante de sus narices y ni siquiera se enterarán.
— ¿Estáis seguros de esto? —cuestionó Santana con el ceño fruncido.
—No utilizaréis vuestros nombres verdaderos —matizó Sam—. Así no os podrán identificar en las listas.
—Esto podría ser como empezar una nueva vida —dije. Ya empezaba a sentir una gran emoción—. Podremos ser quienes queramos ser.
—Y yo que pensé que tendríamos que esperar un tiempo para ir a la universidad
—apuntó Santana, como si le hubieran devuelto un trozo de vida.
—Bueno, no os emocionéis demasiado. Quién sabe cuánto tiempo podréis quedaros.
—Supongo que tendremos que vivir día a día —asintió Santana.
— ¿Es importante adónde vayamos? —preguntó Quinn.
Me había leído el pensamiento.
— ¿Y por qué no ir adónde pensabais ir antes de fastidiarlo todo?
Ir a la universidad todavía era una fantasía para mí. Me lo imaginaba como un mundo perfecto dentro de una burbuja que siempre me sería inasequible. Para mí significaba todo aquello que había de bueno en el mundo de los humanos, y nunca creí que tendría la suerte de vivirlo en persona.
—Bueno —dije—. Supongo que nos dirigimos a Oxford, pues.
Abrí la ventanilla y respiré profundamente mientras sentía el viento revolviéndome el cabello. Me estaba preparando para enfrentarme a los retos próximos de nuestras impredecibles vidas.
Por la noche, nos detuvimos un momento en Venus Cove, para organizarnos. Esa parada resultó más dura de lo que esperábamos. Vi a Phantom de nuevo y me di cuenta de que lo echaba de menos. Santana tuvo que enfrentarse a la frustración de estar cerca de su familia y de no poderles decir nada. No dejaba de dar vueltas por la sala y de apretar los puños con rabia.
—Siento que las cosas hayan ido de esta manera —dije, procurando consolarla un poco.
—Son mis padres —repuso ella—. No puedo apartarlos de mí así, simplemente, y fingir que los últimos dieciocho años de mi vida no han existido. Y mis hermanos: quiero estar a su lado, quiero ver crecer a John y a Michael.
—Lo harás —me obligué a decir—. Algún día regresarás, lo sé.
—Sí, y para ellos no seré más que la hija y la hermana que los abandonó.
—Ellos te quieren hagas lo que hagas. Y quizás algún día puedas decirles la verdad.
Santana se rio sin ganas.
—No sé por qué, pero lo dudo.
—Ya sé lo difícil que está siendo para ti —dije, cogiéndole una mano, pero
Santana me soltó.
Eso no era algo que sucediera a menudo, y me tomó por sorpresa. Si no era capaz de consolarla, algo iba verdaderamente mal.
— ¿Cómo puedes saberlo? —preguntó—. Tú no has tenido padres.
Me quedé callada un momento y pensé en lo que me acababa de decir. Santana se llevó las manos a la cabeza.
—Britt, lo siento. No quería decir eso
—No pasa nada —la tranquilicé, mientras me sentaba en el borde de la mesita de centro.
Me daba cuenta de que la rabia que expresaban sus ojos y su tono de voz no iba dirigido contra mí. Santana miraba por la ventana, como si en cualquier lugar de ahí fuera pudiera encontrarse nuestro invisible enemigo.
—Tienes razón —le dije—. Yo nunca he tenido unos padres como los tuyos, y no sé lo que es formar parte de una familia humana. Pero sí tengo un padre, y justo ahora él está seriamente enojado conmigo. Todo lo que hago lo decepciona, y lo único que deseo es hacerlo feliz. No sé si mi padre va a perdonarme alguna vez.
En realidad, quizá me eche de mi casa…, pero el tuyo nunca haría eso; estoy segura. Tu padre siempre te querrá. —Sonreí para mí y añadí—: En realidad, mi padre también te querrá siempre. Tú también eres su hija.
Santana me miró.
— ¿Y tú no?
—Yo tengo una relación un poco distinta con él —dije, fingiendo frivolidad—.
Los de tu especie fueron creados para amar, y los de mi especie fueron creados para servir. Él siempre ha amado a los humanos por encima de todo. Sacrificó a su único hijo, ¿recuerdas? ¿Te das cuenta? Él te protegerá.
Santana me pasó un brazo por encima de los hombros.
—Entonces supongo que yo tendré que protegerte a ti.
Al final, Santana decidió escribir una carta a sus padres. A pesar de que no me la leyó, no pregunté qué les decía en ella. Por otro lado, no creía que Quinn y Sam decidieran que podía enviársela, pero pensé que para ella era importante escribirla.
Quinn tomó la iniciativa rápidamente y empezó a organizar y a empaquetar todo lo que creyó necesario para la vida universitaria. Por supuesto, tuvimos que limitarnos a las cosas imprescindibles: no había tiempo de llevarse edredones ni pósteres para las paredes como hacían todas las estudiantes de primer año.
Además, pensé que una vez allí podría conseguir todo lo que nos hiciera falta.
Era consciente de que nuestra experiencia en la universidad sería completamente distinta a la de los demás. Nuestros padres no vendrían con nosotros para despedirnos y no tendríamos tiempo de estresarnos por las cartas de recomendación ni por matricularnos en las asignaturas. A pesar de todo, estaba nerviosa. Por otro lado, Santana se había estado preparando para la universidad durante toda su vida. Su Madre y su abuela habían sido miembros de
Sigma Chi, y en su familia era tradición formar parte del equipo de natación de la universidad. Yo, por el contrario, no tenía ninguna experiencia ni ninguna historia familiar que pudiera servirme de orientación. Justo acababa de encontrar mi lugar en el instituto y, ahora, la idea de adaptarme a un mundo nuevo y más misterioso me inquietaba un poco. Sabía que contaba con Santana para que me guiara, pero necesitaba ponerme al día por mí misma si quería ser autónoma.
— ¿Qué es exactamente una sororidad? —pregunté, mientras Santana cargaba las maletas en el maletero del coche.
—Es como una asociación de chicas —dijo—. Tienen casas en el campus y llevan a cabo la mayoría de sus actividades allí.
— ¿Hay que apuntarse?
—No exactamente. Ellas deben elegirte, y tú tienes que elegirlas a ellas.
— ¿Y qué sucede si una chica elige una sororidad que no la acepta?
—Pues que no entra a formar parte de ella —explicó Santana—. Hay que saber elegir.
— ¿Y cómo se sabe cómo son cada una de ellas?
—Eso se hace durante la Semana Frenética —respondió Santana—. Durante siete días, todos los estudiantes de primero visitan las sororidades o las fraternidades.
Se hacen una especie de entrevistas. Luego recibirás una carta en la que se te comunicará a cuáles se te ha invitado. Entonces debes ponerlas en orden de preferencia y conseguir un ofrecimiento.
—Pero ¿no hay cientos de estudiantes? —pregunté—. ¿Cómo es posible que sepan a cuáles quieren?
—Comprueban a todas las chicas antes de admitirlas —repuso Santana.
— ¿Cómo esperas que aprenda algo si no te tomas en serio mis preguntas?
—No estoy bromeando. Eso es lo que hacen.
— ¿Y no es ir un poco lejos hacer todo eso para conseguir miembros?
—Bueno, así es como funciona. Es una tradición muy antigua. Por ejemplo, digamos que hay una chica de Alabama que quiere entrar en Ole Miss. Las Tri Delts de Ole Miss se ponen en contacto con las Tri Delts de Alabama, quienes conocerán a alguien que haya ido al instituto con ella. Desde luego, si buscan referencias tuyas, no encontrarán gran cosa.
—Me alegro, porque me parece un sistema bastante mezquino.
—También hacen muchas cosas buenas: ofrecen apoyo a organizaciones caritativas y trabajan para la comunidad. De todas formas, no debes preocuparte.
Dudo que tengamos nada que ver con ellos.
No sabía nada de ese sistema de hermandades. Solamente le había oído hablar
de ello a mi mejor amiga, Rachel, que se pasó casi todo el último año hablando de la sororidad a la que quería pertenecer. Hablaba tanto de ella que kitty le había dicho que dejara de hacerlo si no quería ahuyentar a todas las demás sororidades. En esa época yo no le hacía mucho caso, me parecía que hablaba en un idioma extranjero. Pero ahora me resultaba curioso pensar cómo la memoria me traía un recuerdo insignificante como ese, justo en este momento.
— ¿Quién te escribirá la carta de recomendación para Chi O?
—le había preguntado Kitty a Rachel
—La madre de Finn. Ella estaba en Chi O, en Duke.
— ¿Y es tu principal preferencia?
—Es mi única preferencia —había dicho Rachel—. Es la única sororidad que merece la pena.
—Eso es decir mucho —se burló Kitty—. Hay muchísimas más.
—No para mí.
— ¿Sabes que Chi O exige la nota media más alta, verdad?
— ¿Me estás diciendo que mi nota media será baja?
—No, solo quiero decir que quizá no debas ir contando eso por ahí. Si no te aceptan en Chi O, ninguna otra sororidad te querrá.
—No seas tonta. No me rechazarán.
Yo no había hecho ningún caso de esa conversación, pero ahora me hubiera gustado haber formulado unas cuantas preguntas.
Santana, a pesar de la emoción inicial, se mostró taciturna durante todo el viaje.
Como no había podido ir a su casa, se había visto obligada a dejar allí su querido
Chevy. Yo sabía que eso lo entristecía, a pesar de que, a modo de compensación, tendría un coche nuevo en cuanto llegásemos. Lo único que ella quería era recuperar su antigua vida. Yo, por mi parte, habría querido llevarme a Phantom, y lloré al tener que dejarlo atrás, a pesar de que Quinn me había asegurado que
Dolly Henderson cuidaría de él mientras estuviéramos fuera. Confié en que Dolly no encontrara tiempo para pasearlo entre sus sesiones de bronceado y sus reuniones de cotilleo.
Echaría de menos a Rachel en la universidad. Estar con ella me habría hecho más fácil habituarme a la nueva situación. Entonces se me ocurrió algo:
—Eh, Sam, ¿no habrá estudiantes de Bryce Hamilton en Ole Miss este otoño?
Seguro que nos reconocerán.
—La mayoría van a ir a Alabama y a Vanderbilt —respondió mi hermano—.
Había uno o dos de Venus Cove, pero ya nos hemos encargado de ellos.
—Oh, Dios mío, ¿no habréis…?
—balbucí, pero Sam me fulminó con la mirada.
—No seas ridícula. Nos encargamos de que recibieran unas becas que no pudieran rechazar.
—Oh —exclamé, impresionada—. Qué buenos sois.
El viaje hasta Misisipi fue tranquilo, excepto por la discusión que mantuvimos sobre la música. Sam tenía la costumbre de cantar himnos en cualquier situación, mientras que Santana siempre escuchaba rock clásico en su Chevy. Yo voté por el country, pero Quinn afirmó que prefería el silencio. Así que Sam buscó un punto medio, que, según él, consistía en sintonizar una emisora de góspel sureño. A mí, aunque no dije nada, me gustó bastante.
El resplandeciente paisaje verde que se veía a ambos lados de la autopista me asombró: parecía un mar ondulado. Había rebaños pastando, las ardillas trepaban ágilmente a los árboles y los campos de algodón temblaban bajo la brisa. Incluso de vez en cuando distinguía algún ciervo que se ocultaba entre los árboles.
Cuando tomamos la desviación hacia Oxford, mi estado de ánimo mejoró e incluso me pareció sentir cierta excitación. Nunca había visto esa ciudad, pero sabía que era la ciudad natal de William Faulkner y que allí residía el equipo
Ole Miss Rebels. Abrí la ventanilla del coche y el interior se inundó de la dulce brisa del sur, fragante y húmeda. De inmediato supe que mi nuevo hogar me gustaría.
La plaza principal de la ciudad era tan bonita que parecía de postal. Me pareció que habíamos dado un salto atrás en el tiempo. Allí todo estaba perfectamente conservado, no había nada herrumbroso ni destartalado. Todos los edificios parecían recién construidos. Me sorprendió ver las cuidadas y acogedoras tiendecillas que se abrían a la plaza. Oxford me recordó un poco Venus Cove.
Los bares y las calles estaban llenas de animados estudiantes de primer año, acompañados por sus orgullosos padres. Cuando detuvimos el coche en la universidad, miré hacia Fraternity Row y sentí admiración al ver las columnatas de las casas y las doradas letras del alfabeto griego que las remataban, como insignias honoríficas. Jóvenes vestidos con polos se agrupaban en los porches de las casas, charlando y riendo entre ellos. Eso era un oasis para los preuniversitarios de la élite sureña, era como un pequeño mundo aislado y bien organizado en el cual nada parecía real. Me enamoré de él casi de inmediato: me gustaba la sensación de tranquilidad que imperaba allí y que impedía hacer nada con prisas. En cuanto salí del coche noté la humedad del ambiente en la piel, pero el aire era tan limpio que no me molestó en absoluto.
Antes de ir a buscar un aparcamiento y dejarnos allí, Sam y Quinn nos dieron una carpeta marrón a cada uno.
—Ahí están vuestras nuevas identidades —dijo Quinn—. Todo lo que necesitéis lo encontraréis aquí: certificados de nacimiento, carnés de estudiante, notas de instituto.
Hojeé los papeles que Quinn nos acababa de dar y dije:
—Adiós, Brittany Pierce y Santana López. Hola, Marie y Susan  Grey.
—Un momento —dijo Santana—. ¿Tenemos el mismo apellido? ¿En serio?
—Aquí seréis hermanas —explicó Sam, con una expresión en el rostro que parecía pedir disculpas—. Pensamos que sería adecuado, puesto que vais a pasar mucho tiempo juntas.
—Genial —rezongó Santana, pero ni siquiera somos parecidas.
—Bueno, no es lo ideal —admitió Quinn—, pero es lo mejor que hemos podido
Hacer.
—De acuerdo —asintió Santana, acercándose a mí para mostrarme nuestros datos—. Somos de Jackson, Misisipi. Tú eres una estudiante honorífica que acabas de salir del instituto, y yo soy una universitaria de primer año de Bama, en
Sigma Chi.
—Se interrumpió y, mirando a Sam, exclamó—: ¡Te has acordado!
Sigma Chi era la fraternidad a la que habían pertenecido la madre y la abuela de
Santana. Me sorprendió el detalle que mi hermano había tenido. Sam se limitó a asentir con la cabeza como diciendo: «De nada».
—Una estudiante de primer año, ¿eh? —comenté—. ¿Eso significa que tienes unos veinte años?
—Veintiuno —se pavoneó Santana—. Como puedes ver, soy mayor que tú y, por tanto, mucho más sabía. Será mejor que muestres respeto.
—Nos hemos encargado de todo —interrumpió Quinn—. Lo único que tenéis que hacer es recoger vuestras llaves y vuestros libros.
—Gracias —le dije—. No sabes cuánto significa esto para nosotros. —Yo sabía perfectamente que Quinn habría podido darnos la espalda en esa situación, pero había decidido estar de nuestro lado. Y yo no me tomaba eso a la ligera—. Te estás arriesgando mucho al ayudarnos. Estar aquí nos servirá para poder pensar un poco en cómo proceder a partir de ahora. Pero tanto si esto dura unos meses como solamente un día, quiero que sepas que no lo olvidaré.
Quinn asintió con la cabeza.
—Si nos necesitáis, ya sabéis qué hacer.
— ¿Así que soy tu hermana? —Preguntó Santana mientras arrastrábamos nuestras maletas hacia los dormitorios—. Eso se me hace muy extraño. ¿Cómo se les habrá ocurrido?
—Supongo que ha sido por precaución.
—Hubieran podido hacernos pasar por primas.
— ¿Y eso sería muy distinto? No te preocupes, cuando estemos a solas, podremos ser nosotras mismas.
— ¿Y cuánto tiempo podremos estar a solas en la universidad? —preguntó
Santana, desconfiada.
—Nos acostumbraremos —repuse, sin darle la menor importancia.
— ¿Crees que te acostumbrarás a que yo sea una chica soltera de una de esas fraternidades? —Preguntó Santana, traviesa—. Porque eso puede traer problemas.
—Eres una chica fugitiva —le recordé—. Yo intentaría pasar desapercibida.
Pero en cuanto llegamos a los dormitorios me di cuenta de que yo no pasaba exactamente desapercibida. Y no se debía a mi aire angelical, sino a que iba vestida de forma inadecuada. Llevaba un vestido de verano floreado y con un ribete ondulado que estaba completamente fuera de lugar entre los pantalones cortos Nike y las camisetas de talla gigante de las demás chicas. Todo el mundo me miraba de soslayo. Si el objetivo era confundirnos entre la multitud, no había empezado muy bien. Cuando hubimos descubierto dónde se encontraba mi habitación, sostuve la puerta del ascensor a una mujer que llevaba una gran caja de cartón llena de almohadas y de fotografías enmarcadas.
—Oh, ya me espero —me dijo—. Vas tan elegante y fina que no quiero mancharte.
Santana disimuló una sonrisa y las puertas del ascensor se cerraron a nuestras espaldas. Ella, vestida con su blusa blanca y su pantalón ceñido de color negro, estaba como pez en el agua. Moviendo la cabeza, me miró.
—Nadie me dijo que había que vestir de una forma especial, ¿no es vedad? — gruñí.
—No estás preparada para la universidad —se burló ella.
—No puede ser peor que el instituto —repliqué.
Santana apretó el botón del noveno piso, donde se encontraba mi dormitorio.
—A ver si es verdad. Defíneme esta expresión: «novata de siete».
—Bueno —respondí, indignada—. Supongo que se refiere a un grupo de siete estudiantes que tienen un interés especial, o…
—No —me contestó ella con una sonrisa—. Ni siquiera te acercas.
— ¿Qué es, entonces?
—Se refiere a los siete kilos que todo novato engorda con la dieta de pollo frito y cerveza.
Sonreí.
— ¿Debo entender que eso significa que la comida va a ser un problema?
—La comida siempre es un problema en la universidad, pero, no te preocupes, te encontraremos algo sano para comer.
En ese momento me di cuenta de que no habíamos hablado de los séptimos ni de nuestra situación desde que habíamos llegado a Ole Miss. Era un descanso poder dejar todo eso a un lado durante un rato. Santana había vuelto a contar chistes y se preocupaba por cosas normales, como averiguar dónde se encontraba la piscina del campus.
Yo no podía evitar albergar la esperanza de que haber venido a Oxford significara el inicio de un nuevo episodio en nuestras vidas. Por supuesto, sabía que, en realidad, nada había cambiado. Todavía éramos fugitivos, aunque el hecho de estar rodeados de estudiantes nos permitía tener la ilusión de que habíamos recuperado nuestras vidas. Aparte de tener que fingir que éramos hermanas, todo lo demás me resultaba de una normalidad sorprendente, y me di cuenta de que absorbía con placer todos los detalles: después de haber estado escondidas en la cabaña, el mundo de Ole Miss cobraba vida ante mis ojos como si se tratara de un dibujo en blanco y negro que se llenara de color.
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por micky morales Sáb Feb 22, 2014 10:50 pm

eso de estar en una universidad no me convence mucho, y hermanas! menos, a ver que pasa.
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Activo Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 8 La compañera de habitación

Mensaje por Emma.snix Dom Mar 09, 2014 10:16 pm

Hola chicas, siento el retraso de los capítulos, no tengo muchas escusas  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 2824147739 , pero aquí les dejo uno mas... el próximo capitulo que seria el nueve viene una sorpresa ¿adivinan? ok, espero y disfruten este capitulo saludos  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 3750214905 

Capitulo: 8
La compañera de habitación



El dormitorio no estaba tan mal como había imaginado. No estaba muy segura de cómo llevaría el tema de las duchas comunes, pero sabía que me las apañarías de algún modo. Las chicas de primer año no dejaban de dirigir miradas de admiración a Santana mientras ella, con mi pesada bolsa colgada del hombro, caminaba con paso elegante y resuelto por los pasillos. Me alegré de tener su ayuda. Su paso seguro y su actitud confiada contrastaban con las miradas nerviosas y las insistentes preguntas que nos hacían por todas partes.
También me alegraba de que hubiéramos tenido la oportunidad de ir a la universidad juntas. Había muchas chicas perdidas que parecían aturdidas por ello y que miraban con expresión de súplica a todo aquel que pasaba por su lado.
—Eh, hola —decía Santana a su paso, levantando un poco la mano.
Ellas le sonreían con timidez, apartaban la mirada y jugueteaban, nerviosas, con un mechón de cabello.
Conseguimos llegar hasta una de las habitaciones del final del pasillo. Santana me dijo que esas siempre eran un poco más grandes, y me pregunté si Quinn habría tenido algo que ver con el hecho de que me hubieran asignado una de ellas. Pero tan pronto como hubimos entrado supe que su influencia angelical no me iba a servir de ninguna ayuda. Miré a mi alrededor con abatimiento: el dormitorio, desde el suelo de linóleo hasta las polvorientas ventanas venecianas, era simple,por decir lo mínimo. Las camas no eran más que dos manchados colchones de color azul pálido tirados encima de un desvencijado somier de madera. Las paredes, desnudas, eran de ladrillo pintado, y el techo, empapelado a rayas, daba la sensación de estar en una prisión.
Mis hermanos llegaron y observaron en silencio la habitación. Quinn fue a sentarse a una de las sillas de plástico que había frente al escritorio fijado a la pared, pero luego cambió de opinión y permaneció de pie.
—Sé que tú podrías arreglar esto solo con chasquear los dedos —le dije a
Sam, pensando en la facilidad con que él era capaz de transformar esa habitación penitenciaria en un dormitorio de hotel.
—Podría —afirmó mi hermano, con una sonrisa de orgullo—. Pero eso impediría que se cumpliera el objetivo.
— ¿Y en qué consiste el objetivo?
—En que tengas una experiencia universitaria auténtica.
Sonreí con desgana y fui a inspeccionar una de las manchas de origen desconocido del colchón.
—Voy a necesitar unas toallitas desinfectantes.
Santana estalló en risas y me estampó un beso en la cabeza.
—Un momento —dijo Santana, mientras empezaba a arrastrar las camas y a colocarlas contra las paredes para ofrecer una sensación de mayor espacio—.
¿Qué te parece? ¿Mejor?
—Yo lo veo igual —respondí, encogiéndome de hombros—. No se puede hacer gran cosa en un lugar como este.
—Te sorprendería —repuso Santana—. Algunas chicas se esfuerzan al máximo.
Levantan las camas, enmoquetan el suelo…, incluso contratan a un decorador.
— ¡No es posible! Eso es de locos.
—Es la universidad.
—Vaya —suspiré—. Quizá no esté preparada para esto.
—Bienvenida al mundo de una estudiante de primer curso —dijo Sam—.
Buena suerte.
—Espera, ¿ya os marcháis? —pregunté, sorprendida.
—No podemos estar aquí mucho tiempo —dijo Quinn—. Nuestra presencia es muy fácil de detectar.
— ¿Y la mía no lo es?
—Tú te camuflas en el mundo de los humanos.
— ¿De verdad?
—Claro —respondió Sam—. Actúas como una humana, piensas como una humana, incluso sientes como una humana. Ese nivel de interacción te ayuda a mezclarte con ellos.
—Pero… —No me sentía preparada para permitir que se marcharan—. Os necesitamos.
—No te preocupes, no estaremos lejos.
Quinn se dio la vuelta con intención de salir, pero Sam se demoró un poco. Se mordía el labio inferior, como si quisiera decir algo más pero no supiera encontrar la frase correcta para expresarlo.
— ¿Estás bien? —pregunté.
Sam no me hizo caso, pero miró a mi hermana. Ambos cruzaron una mirada de complicidad y, sin que dijera una palabra, Quinn supo de inmediato lo que Sam estaba pensando. Mi hermano parecía sentirse intensamente incómodo, pero al final suspiró y lo soltó:
— ¿Recuerdas el consejo que os di hace unos cuantos días?
¿Sam se estaba mostrando críptico de modo deliberado?
—No —respondí—. Tú das muchos consejos.
—Sobre vuestra abstinencia —repuso Sam suspirando con fuerza.
—Ah, eso. ¿Qué pasa?
—Podéis ignorarlo cuando queráis.
Sam y yo lo miramos con perplejidad, pero él se limitó a encogerse de hombros.
— ¿A qué viene ese cambio de opinión?
—Ya no me parece útil. Es demasiado tarde para apaciguar al Cielo. Ha llegado el momento de que sigamos nuestras propias reglas.
— ¿Y qué hay de la estrategia de «no añadir leña al fuego»? —le recordó Santana.
—He terminado con las estrategias. Si no pueden jugar limpio, tampoco lo haremos nosotros. Santana y yo nos quedamos boquiabiertas. Sam dio media vuelta y se alejó por el pasillo; se perdió de vista al cabo de un instante.
Cuando mis hermanos se hubieron marchado, el ambiente entre Santana y yo se enrareció de inmediato. Ella estaba sentada, muy tensa, en los pies de la cama y tenía las manos encima de las rodillas. Me dirigí directamente al armario y me concentré en colgar mis prendas de ropa para evitar hablar del tema. Me sentía como si acabáramos de finalizar una huelga de hambre, pero como si ambos tuviéramos miedo de dar el primer bocado. No se trataba de que estuviéramos atrapadas por la tentación, sino que ese tema había sido un tabú durante tanto tiempo que ninguna de las dos sabía cómo hablar abiertamente de él. Para mi alivio, fue Santana quien se atrevió a abordar el tema primero.
— ¿Es cosa mía o eso ha sido muy extraño?
—No es cosa tuya —respondí, mientras me sentaba a su lado con las piernas cruzadas.
— ¿Qué le ha dado a Sam?
—No lo sé —repuse frunciendo el ceño—. Pero supongo que debe de estar bastante enojado con alguien.
— ¿Crees que hablaba en serio? —Santana hizo una pausa —. Ya sabes… sobre nosotras.
—Hablaba en serio —dije—. Sam no sabe hablar de otra forma.
—Vale. —Santana se mostraba pensativa—. ¿Así que, según él, no pasa nada?
—No necesariamente —reflexioné—. Supongo que quiso decir que ya tenemos tantos problemas que eso ya no tiene tanta importancia.
— ¿Y tú crees que deberíamos hacerlo?
— ¿Y tú?
Santana suspiró profundamente y miró al techo.
—Nos hemos estado controlando durante tanto tiempo que ya no estoy segura de poder hacer otra cosa —dijo.
—Sí, supongo que es así —respondí, probablemente un tanto descorazonada.
—Pero podríamos intentarlo —continuó ella—, y ver qué sucede. Es decir, si es que tú quieres.
—Sí quiero —afirmé—. Creo que ya hemos esperado demasiado.
Santana echó un vistazo a la habitación con expresión desolada: miró las luces fluorescentes y las desconchadas paredes de color mostaza. Desde luego, no era un entorno muy romántico.
—Aquí no —dije, riendo—. Todavía quiero que sea perfecto.
Al oírme, Santana pareció enormemente aliviada.
—Yo también.
— ¡Eh, hola a todos! ¡Me llamo Marissa von Bleickhen , y me alegro mucho de conocerlas!
Santana y yo levantamos la mirada al tiempo y vimos a una chica ante la puerta de la habitación. Era alta, tenía el cabello liso y pelirrojo, y unos ojos grandes y verdes. Era muy blanca y tenía un cuerpo atlético. Iba vestida con los mismos pantalones cortos Nike y la misma camiseta súper grande que se veían por todas partes.
— ¿Eres mi compañera de habitación? —continuó la chica. Permaneció en silencio un instante y, luego, nos dirigió una amplia sonrisa—. ¡Me moría de ganas de conocerte! ¿De dónde eres? ¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu instituto?
Antes de que tuviera tiempo de contestar, empezaron a aparecer cabezas por la puerta. Aquella chica, a diferencia de nosotras, había llegado cargada con todas sus pertenencias y con un equipo de ayudantes completo para echarle una mano.
—Me llamo Marissa —repitió—. ¿Ya lo había dicho? Y estos son papá y mamá, mi hermana Johana y mis primas gemelas, Jay y Jessica.
Su gran familiaridad y tal cantidad de información me dejaron desconcertada, y me quedé sin saber qué decir. Fue Santana quien tomó la iniciativa y rompió el silencio.
—Hola —dijo—. Me alegro de conoceros a todos. Me llamo Marie, y esta es mi hermana Susan. La estoy ayudando a instalarse.
Me alegré de que hubiera sido ella quien hablara primero, pues ya había olvidado nuestros nombres falsos y me hubiera presentado con nuestros nombres reales, lo que habría significado delatarnos antes de que transcurriera una hora de nuestra estancia en Oxford.
—Ah, bueno, no os preocupéis —dijo la madre de Marissa—. Haremos que este sitio parezca un hogar en un santiamén.
Resultó que tenían un montón de ideas para dar algunos toques acogedores a ese triste dormitorio. Habían traído una mullida alfombra de color rosa, un pequeño refrigerador que también hacía la función de pizarra, unas cortinas de topos para la ventana, unas papeleras a juego. Marissa había hecho unos collages con sus cientos de amigos y los había enmarcado; cuando los colgó, ocuparon casi toda la pared.
—Espero haberte dejado suficiente espacio —dijo, a modo de disculpa.
—La verdad es que no necesito mucho —contesté—. Pon todo lo que tú quieras.
— ¿Ves, cariño? —Dijo su madre—. Ya te dije que encontrarías a una buena chica para compartir la habitación.
Marissa se mostró muy aliviada. Seguramente había creído que su compañera de dormitorio rechazaría su decoración y sería aficionada a escuchar heavy metal hasta altas horas de la madrugada.
—Soy de Germantown —apuntó Marissa—. ¿Y ustedes?
—Jackson —respondió Santana, encogiéndose de hombros y dirigiéndole una media sonrisa encantadora—. Igual que la mitad de la población de Ole Miss. Yo era estudiante de primero en Bama, pero decidí cambiar.
Me sorprendió la facilidad con que Santana había adoptado su papel y la naturalidad con que exhibía su nueva identidad. Pero entonces recordé que
Bama y Ole Miss habían formado parte de su vida antes de que yo apareciera y lo trastocara todo.
Marissa miraba a Santana con ojos soñadores mientras la escuchaba.
—Me alegro de que lo hicieras —dijo con voz aguda y aflautada.
Me sentí fastidiada: ya empezaba lo de siempre. La atención femenina que
Santana siempre suscitaba pronto me atacaría los nervios, especialmente ahora que no podía cogerla de la mano ni hacer nada para mostrar cuál era nuestra relación.
—Sí, hermanita. —Santana me pasó un brazo sobre los hombros—. ¿Verdad que te alegras de tenerme aquí?
Marissa soltó una risita y la miró entrecerrando los ojos.
—No mucho —respondí, sacándome su brazo de encima—. ¿Cómo se supone que voy a conocer chicos contigo al lado?
—Oh, no vas a conocer muchos chicas o chicos —repuso Santana—. No dejaré que nadie se acerque a mi hermanita.
—Estoy contigo, —exclamó Johana mientras ayudaba a su madre a descargar un fardo de ropa de Marissa. Resultaba muy atractiva con su visera y su camiseta de color azul oscuro. Tenía los mismos ojos grandes y verdes que su hermana—. Los chicos de primero solo buscan una cosa.
Johana observó con detenimiento uno de los vestidos de Marissa, que llevaba en el colgador que tenía en la mano. Era un vestido muy corto y sin tirantes, confeccionado con un tejido elástico, y tenía una única cremallera que lo recorría de arriba a abajo: con un gesto inteligente, el vestido caía al suelo en un segundo.
— ¿Qué es esto? —preguntó, levantándolo para enseñárselo. La verdad es que era más un top que un vestido. Vi que Santana se cubría los labios con una mano para disimular una sonrisa—. No vas a ir a ninguna parte con esto.
—Hablas como la abuelita —se quejó Marissa mientras su hermana se colocaba el vestido bajo el brazo—. ¿Y qué me voy a poner para ir a Fraternity
Row?
—Queda confiscado —repuso su hermana. Y lanzándole una camiseta de talla grande y un ancho pantalón de chándal, añadió—: Puedes ponerte esto para la fiesta.
Marissa cruzó la habitación, enojada, cogió un espejo que tenía sobre el escritorio y empezó a retocarse el cabello con vigor. Luego sacó una botella de una de sus bolsas y, al cabo de un instante, una densa nube de laca para el pelo la envolvió. Miré a Santana con expresión interrogadora.
—Bonito pelo —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Creo que es típico de
Misisipi.
—Bueno —empezó a decir la madre de Marissa mientras se apoyaba en la cama y dirigía a Santana una mirada inquisitiva—. Como eres un estudiante de primero en Bama, seguro que conoces a Melissa y a Spencer; son de
Madison.
Santana fingió hacer un esfuerzo por recordar.
—Mmmmm. No me suenan.
— ¿Ah, no? —La madre de Marissa parecía confusa—. ¡Pero si todo el mundo las conoce! En realidad soy su madrina, y su tía está casada con el mejor amigo de mi hermana. ¡Y Spencer sale con un chico que se llama Darren, cuya madre es de mi misma ciudad!
—Preguntaré a algunos amigos. —Santana le dirigió una de sus seductoras sonrisas—. Estoy seguro de que alguna de ellas las conocerá. —Y, mientras se inclinaba a mi lado para subir mi maleta a la cama, disimuladamente me rozó la oreja con los labios.
—Aquí todo el mundo se conoce.
— ¿Eso también es típico de Misisipi? —pregunté.
—Aprendes deprisa —repuso Santana guiñándome un ojo—. Esto es como una gran familia.
Yo sabía que las interconexiones entre todas esas personas no se limitaban a
Misisipi, sino que era una cosa propia del sur. Pensé en Dolly Henderson, que vivía en la casa de al lado de la nuestra, en Venus Cove. Fueras quien fueras y
vinieras de donde vinieras, ella conseguía encontrar siempre alguna conexión distante. Conocía a todo el mundo y sabía a qué se dedicaban cada uno de ellos.
A mí me gustaba que la gente de la ciudad tuviera esos vínculos. Un secreto no podía mantenerse por mucho tiempo, pero en las cosas importantes se podía confiar en esas personas. Deseaba enormemente formar parte de una comunidad como esa, y ser Laurie McGraw, de Jackson, me ofrecía la oportunidad de intentarlo…, a pesar de que fuera a costa de vivir una vida que no era la mía. Yo sabía que, al final, nuestro pasado nos atraparía y que tendríamos que marcharnos otra vez; seguramente ni siquiera tendríamos la oportunidad de despedirnos ni de dar las gracias a toda esa gente que habría formado parte de nuestra vida, aunque fuera brevemente.
—Este va a ser un fin de semana salvaje. —La voz de Marissa interrumpió mis pensamientos—. Habrá una celebración en el Lyric y el Leeve, y casi todas las fraternidades van a dar una fiesta.
Su hermana la fulminó con la mirada.
—Creo que sería mucho más inteligente que te fueras a dormir pronto.
—Lo que tú digas, Johana. —Marissa puso cara de exasperación y luego se volvió hacia mí—. Supongo que empezaremos en Sigma Nu y que, luego, seguiremos a la gente.
—De acuerdo —respondí, procurando mostrarme igual de entusiasmada que ella—. Suena genial.
— ¡Pero debemos tener mucho cuidado!
— ¿Ah, sí? ¿Por qué? —pregunté, poniéndome en alerta de inmediato.
—Las sororidades se enterarán de todo lo que hagamos. Así que mejor no nos acerquemos a nadie que no sea un estudiante de primer año. Que un chico afirme estar libre no significa que diga la verdad, y si está saliendo con una chica de alguna sororidad, estamos listas. Ah, y me he enterado de que Pike ha conseguido alcohol «cargado» de Carolina del Norte, así que será mejor que vigilemos.
—De acuerdo —asentí, con aire responsable—. Lo tendré en cuenta.
Tanto Santana como Johana ponían mala cara ante la perspectiva de que sus
«Hermanitas» pudieran estar en manos de los ebrios chicos de las fraternidades.
Marissa se limitó a juguetear con un mechón de su cabello y clavó los ojos en
Santana.
—Bueno, Marie, ¿estarás ahí esta noche?
—Seguro que sí.
—Uf. Fingí mostrarme irritada, pero, en realidad, me sentía profundamente aliviada.
Así Santana no me dejaría sola con esas chicas: hablaban un idioma desconocido y necesitaba que ella me lo tradujera. Las chicas de Ole Miss se habían estado preparando durante años para ir a la universidad. Santana y yo habíamos hecho nuestras listas de preselección cuando estábamos en Bryce Hamilton, pero, a pesar de ello, yo no sabía casi nada sobre lo que me esperaba en la universidad.
Mientras las otras chicas se habían informado de lo que era la vida de las sororidades y de las notas requeridas, yo no me había preocupado de nada de eso. Ahora, aunque solo llevaba unas cuantas horas en Oxford, ya me daba cuenta de lo distinta que era en todos los aspectos. No porque no fuera capaz de encajar ahí, sino porque mi situación, simplemente, me lo impedía. ¿Cómo podía sentirme intimidada por esas chicas después de las cosas que me habían sucedido? ¿Cómo podía importarme que mis compañeras me juzgaran, si el Cielo y el Infierno ya lo habían hecho?
— ¿Estás emocionada? —Preguntó Marissa, y soltó un breve chillido de excitación—. Nuestras vidas empiezan ahora.
Pensé que mi vida ya había empezado antes: no necesitaba embarcarme en ningún viaje de autodescubrimiento. Pero reflexioné y me di cuenta de que quizá la universidad me ayudara: después de todo, ni siquiera estaba segura de quién era yo.
Salí al pasillo a buscar unos colgadores más para el armario y, por el camino, vi un cartel que ponía «Rebels, os amamos». Me detuve y me quedé pensativa un instante. Quizá podría adaptarme a la universidad, porque yo me había convertido justamente en eso, en una fugitiva, una rebelde. Y no sin causa.
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por micky morales Mar Mar 11, 2014 10:21 pm

me parece que santana esta demasiado a gusto y que tal vez descuide a su esposa! a ver que pasa ahora!
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por mary04 Lun Mar 24, 2014 6:47 pm

Holaaa m encanta esta adaptacion es de mis favoritas espero q regreses
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Mensaje por atercio Mar Jun 17, 2014 12:33 am

hola!!!!!! sabes espero que estes bien y que sea cuestion de tiempo y ocupacion que no hayas continuado espero que actualices, ya q esta historia es una de mis favoritas....
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Activo Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 9 Una noche muy, muy estrellada

Mensaje por Emma.snix Jue Jun 19, 2014 1:07 am

Hola a todos, antes que nada quiero ofrecer una gran disculpa por haber abandonado este fic la verdad,simplemente no había tenido mucho tiempo para atenderlo como debiera y bueno es que el trabajo me tenia un poquito ocupada, pero ya estoy aquí y espero que aun les siga gustando esta historia, la verdad vale la pena mucho terminar de leer esta adaptación.
Que les puedo decir de mi estoy super feliz en mi trabajo, ¡¡ Les cuento algo !! me fascina lo que hago, estoy en el ámbito de diseño, osea aporto ideas de como deben ir diseñadas tiendas, plazas y centros comerciales y ha veces co-diseñamos planos ademas estuve en el montaje de un centro comerciallll siii estoy super mega feliz, bueno ayuda también de que tengo a una super jefa muy sexy y guapa  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 918367557  creo que me gusta y mucho  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 2145353087  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 2145353087  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 2145353087 
bueno después les cuento que onda con mi jefa acá alias la super sexy y guapa  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos 3750214905 

Les dejo un capitulo y espero y lo disfruten ... al ratito subo dos mas siiii


Capitulo: 9
Una noche muy, muy estrellada


Pronto anocheció, y al final Santana tuvo que dejarme para ir a ver a sus compañeras de habitación. Como era nueva, tenía que vivir en un apartamento fuera del campus, pero sabía que no estaría muy lejos de donde me encontraba yo. Después del aislamiento que habíamos vivido en la cabaña, me resultaba extraño oír el movimiento y la vida de los adolescentes por los pasillos. Salí a
inspeccionar los baños y descubrí que no estaban tan mal como había imaginado, a pesar de que no tenían nada que ver con los cromados dorados y las decoraciones de mármol a las que me había acostumbrado en Byron, mi casa en
Venus Cove. Pero conseguí no dejarme invadir por lo que me rodeaba y dirigí mi atención hacia mi interior: el Hades me había enseñado a hacerlo.
Mientras llenaba de agua caliente la pila para lavarme la cara, me miré en el espejo, que era tan grande como la pared. Pensé que podía hacerme pasar por una universitaria si conseguía revolverme el pelo y ponerme un poco de bronceado en crema en el rostro. La única cosa que no encajaba era la expresión de mis ojos, una expresión que parecía decir: «Yo sé algo que tú no sabes». Era un gesto sutil, y me hacía parecer un tanto ajena a todo. Seguramente, alguien podría malinterpretarla como aburrimiento, mientras que otros podrían pensar que yo era, sin más, una soñadora. A pesar de mis vínculos terrenales, en realidad todavía me sentía ligada a mi vida sobrenatural, y mi alma —mi esencia— no era humana. Y eso era imposible de ocultar.
Cuando regresé al dormitorio descubrí que Marissa no había perdido el tiempo y ya había invitado a nuestras vecinas a la habitación para que nos conociésemos. Las chicas, Missy y Erin, eran del mismo pueblo, situado cerca de
Fort Worth, Texas. También sentían un gran entusiasmo por empezar la vida en la universidad y se mostraban ansiosas por ofrecer una buena impresión. Missy era vivaracha, amante de los Rebels, sonreía todo el tiempo y, según Erin, el único motivo por el que estaba en la universidad era encontrar marido. Marissa decidió en ese momento que íbamos a ser las mejores amigas del mundo y, de inmediato, adoptó la costumbre de entrar en el dormitorio sin llamar a la puerta.
Resultó que yo no tenía ningún vestido adecuado para asistir a una fiesta de fraternidades, así que me vi obligada a tomar prestadas algunas cosas de Marissa. Si, en la universidad, las chicas iban vestidas de cualquier manera
Durante el día, por la noche se acicalaban concienzudamente: calzaban tacones altísimos y faldas muy cortas. Marissa me prestó un vestido azul oscuro y unos zapatos altos con tiras de satén. El vestido era muy suelto, y me hacía parecer muy alta y esbelta. El cabello me caía sobre la espalda y mi cabello dorado—Estáis guapísimas —dijo Erín—. Conseguiremos que esta primera noche sea memorable.
Las chicas pasaron mucho tiempo frente al espejo, arreglándose, y no conseguimos salir hasta después de las diez de la noche. Para entonces yo ya estaba cansada y con ganas de irme a la cama, pero no estaba dispuesta a admitirlo. Así que me dediqué a retocarme el cabello y volver a pintarme los labios mientras me unía a sus quejas sobre el aspecto.
—Con este vestido se me ven unos muslos muy grandes.
—Por lo menos no estás tan blanca como yo, que parezco brillar en la oscuridad.
— ¿Habéis visto mi foto del carné? ¡Y tendré que llevarla durante todo el año!
—No consigo evitar que el cabello se quede en un solo lugar —me quejé yo.
Las chicas asintieron con complicidad, y Marissa me atacó de inmediato con un bote de laca.
Cuando por fin llegamos a Fraternity Row, vi que las casas eran muy bonitas.
Nos detuvimos ante una elegante casa blanca de arquitectura sureña que tenía las letras doradas ΣN en, su parte superior. En el porche, unas chicas junto con unos chicos bebían cerveza sentados en unas mecedoras. Dentro de la casa, una enorme mesa de roble ocupaba el salón y una ancha escalera conducía a los dormitorios y a la sala común. Había universitarios por todas partes: tumbados en los sofás, charlando en el pasillo, tirados en las camas y en el porche trasero.
Debajo de la mesa de billar había un barril de cerveza y unos cuantos vasos de plástico tirados por el suelo, que ya estaba manchado por la cerveza.
Resultaba fácil distinguir a las chicas de primer año. Se las veía aterrorizadas, de pie, formando círculos, temerosas de beber e incluso de hablar por miedo a molestar a las temidas chicas de las sororidades. Solamente charlaban entre ellas, y cuando un chico pasaba por su lado, enderezaban el cuerpo y se retocaban el peinado. Esas cosas, que para mí eran insustanciales, eran problemas vitales para ellas. Por un momento me hubiera gustado estar en su lugar: que la vida fuera así de sencilla.
—Señoritas, ¿qué tal están?
Los chicos del porche se habían dirigido a nosotras con sonrisas encantadoras, y las chicas empezaron a soltar nerviosas risitas mientras se acercaban a ellos.
Cuando Santana llegó, parecía una persona completamente distinta. Me había acostumbrado a verla con su actitud defensiva, enfrentándose a los problemas del universo. Pero en ese breve espacio de unas cuantas horas, Santana había cambiado y yo me di cuenta de que se encontraba en su elemento. Llegó con un grupo de Chicas, todas muy elegantes con sus vestidos caros y joyas muy brillantes. Estaba claro que esas chicas no tenían miedo, que sabían quiénes eran, adónde iban, y que tenían una clara sensación de pertenecer a ese mundo. A su paso, los demás dejaban de hablar y las observaban. Ellas iban saludando a sus amigos, como si llevaran allí años, en lugar de unas cuantas horas.
—Oh, Señor —murmuró Marissa, apretándome con fuerza el brazo—. Son las de primero. Tienes que conseguir que tu hermana nos las presente.
— ¿Cuál es tu hermana?
Missy y Erin estiraban el cuello, ansiosas para distinguirla
—La que va de blanco…, la de pelo oscuro.
Marissa frunció las cejas con expresión traviesa.
—No. ¿Esa es tu hermana?
Missy ahogó una exclamación.
—Uau.
—Sí —dijo Marissa —. Y es una Sigma Chi.
Santana nos saludó con la mano y se dirigió hacia nosotras con paso tranquilo.
—Hola, hermanita —me saludó, dándome un leve golpe con el codo en las costillas mientras sonreía a las demás—. ¿Qué tal os estáis instalando? Estas son mis compañeras de habitación, Allison y Spencer.
—No veo ningún parecido —comentó Spencer, observándome con detenimiento.
—Siempre hemos sospechado que fue adoptada —bromeó Santana.
Las chicas estallaron en risas, como si ella hubiera contado el chiste del siglo. En ese momento, una chica que llevaba unas copas pasó por delante de nosotras y se detuvo para charlar con las chicas.
— ¿Queréis algo?
—preguntó.
—No, gracias, no bebo —respondí.
Missy y Erin aceptaron unas cervezas, pero quisieron verterlas en los vasos para que las chicas de las sororidades creyeran que bebían soda.
Tuvimos que esperar un poco, pero, al final, Santana y yo encontramos el momento de escaparnos de la fiesta sin que nadie se diera cuenta. Mientras nos acercábamos a una gran camioneta de color negro, ella sacó unas llaves de su
Chaqueta.
—Vaya… ¿es que vas a robar un coche? —pregunté.
—Sí —repuso Santana—. La universidad ya me ha convertido en toda una criminal.
— ¡Santana!
—Relájate, Britt —dijo riéndose—. Es mío. Quinn y Sam lo dejaron para mí.
— ¿Ah, sí?
—Sí. Se sentían mal por el hecho de que hubiera tenido que dejar mi Chevy. Y si tenemos que salir corriendo, no podemos fiarnos mucho de que los Rebels nos ayuden.
— ¿De qué nos ayuden?
—No importa. Vámonos de aquí.
Santana arrancó la camioneta y salimos del campus por una carretera de frondosos márgenes. Cuando estuvimos seguras de que ya no nos podían ver, Santana aparcó en un camino polvoriento, apagó los faros inmediatamente y se aseguró de que la camioneta quedara oculta bajo la sombra de los árboles. Atenta como siempre era, saltó de su asiento y fue a abrirme la puerta del copiloto.
— ¿Adónde vamos? —pregunté.
—No lo sé —dijo Santana—. A algún lugar donde nadie nos pueda encontrar.
Era una noche cálida y oscura. Los árboles eran frondosos y nuestros pasos se ahogaban sobre el suelo cubierto de musgo. De vez en cuando se veía el destello de unos faros de coche por entre los troncos de los árboles, y yo no podía disimular una sonrisa al pensar que nadie podía saber que nos encontrábamos allí. Me alegraba de haber escapado del ruido y del sofoco de la fiesta.
— ¿Te está gustando ser Marie Grey? —le pregunté. —No está mal. —Santana se puso detrás de mí y me acarició los hombros. La tensión que había sentido se disolvió en un momento—. Pero creo que ser Santana López me otorga más privilegios.
— ¿Como cuáles?
Santana me acarició el cuello con sus labios.
—Como este…
—Este comportamiento no es propio de una hermana —le dije, mientras enredaba los dedos en su cabello.
Noté que la respiración se me hacía más profunda en cuanto nuestros cuerpos se ciñeron la una con la otra y Santana deslizaba las manos hacia mi cintura.
— ¿Estás segura de que podemos hacer esto? Espero que no nos estemos pasando de la raya.
—Ya no me importa —murmuró Santana a mi oído, lo cual me provocó un escalofrío en toda la espalda—. Quiero demostrarle a mi mujer cuánto la amo.
Entonces Santana se detuvo un instante y me hizo dar la vuelta. Luego tomó mi rostro entre sus manos. Sus ojos color Marron mostraban una emoción tan intensa que casi me parecía imposible soportarla.
— ¿Cómo me has llamado?
—Mi esposa —repitió ella en voz baja.
Santana me bajó uno de los finos tirantes del vestido. El contacto de sus dedos, habitualmente tan familiar, me sobresaltó. Era como si me tocara por primera vez, y eso me hizo dar cuenta de lo precavidas que habíamos sido hasta entonces.
Habíamos conseguido evitar todo contacto íntimo. Pero esa noche, mientras nuestros cuerpos se abrazaban, fui consciente de lo fácil que hubiera sido ceder.
No sabía cómo habíamos conseguido evitarlo durante tanto tiempo, cómo habíamos demostrado ser capaces de tanto control. ¿Cómo habíamos podido ignorar la chispa que nacía a cada contacto entre nosotras? ¿Cómo había podido yo fingir que el fuego que sentía en el vientre no existía? Resultaba extraño sentir esa electricidad en el aire y saber que, esta vez, no teníamos que ignorarla.
Cogí la mano de Santana y la puse encima de mi pecho para que notara los latidos de mi corazón. Ella cerró los ojos, y me pareció que la expresión de su rostro era casi de dolor.
A nuestro alrededor, unos majestuosos robles se levantaban hacia el cielo y el delicado perfume del ambiente parecía abrazarnos. Sentir la brisa sobre mi piel enfebrecida era muy agradable y, por un momento, la emoción fue tan intensa que creí que iba a desmayarme en sus brazos.
—No pasa nada —susurró ella—. El cielo no va a descargar ninguna lluvia de fuego sobre nosotras.
Ahora nuestros pechos se tocaban, y yo sentía latir su corazón y el mío. Santana enterró el rostro en mi cuello e inspiró profundamente. Me pareció que mi cuerpo desfallecía, y ella me sujetó entre sus brazos e hizo que me tumbara en el suelo cubierto de musgo. Era tan mullido que pensé que unas sábanas de seda no habrían sido tan suaves. Se puso encima de mí con suavidad y nuestros cuerpos encajaron como si fueran piezas de un puzle. Entonces supe que nunca más me sentiría como un ser aislado. Por primera vez en mi existencia, tanto angelical como humana, me sentí verdaderamente completa una mujer.
La atraje hacia mí, buscando sus labios; no quería que ese momento mágico se disolviera. Todo había sido tan perfecto hasta entonces. Pero las cosas ya empezaban a cambiar. Santana se alejó por un momento.
—Britt, no podemos olvidarlo; tu eres un Ángel y tienes la divinidad de concebir tenemos que ser responsables.
Suspiré profundamente y me senté en el suelo. Había estado bajo los efectos de
Un hechizo tan fuerte que mi mente había quedado en blanco. Odié la forma en que esa noche tan perfecta acababa de hacerse pedazos.
— ¿De verdad tiene importancia? —Pregunté.
— ¡Por supuesto que la tiene! ¿De verdad quieres quedarte embarazada ahora?
¿No te parece que tenemos que resolver algunos temas antes, como por ejemplo como evitar esto?
—Santana, probablemente no me pueda quedar embarazada ni tu tampoco.
—Tu eres un Ángel, Britt —me contradijo—. Hay una gran posibilidad de que suceda.
—De acuerdo —asentí—. Tienes razón. —Hice una pausa, pues se me había ocurrido algo más preocupante—: Siempre y cuando no haya otro motivo…
— ¿A qué te refieres? ¿Qué otro motivo puede haber?
—Bueno, hace tanto tiempo que estamos evitando esto que… ¿Todavía…, todavía me ves de esa forma?
Santana soltó un gruñido.
— ¿Estás loca? Por supuesto que te veo de esa forma. He tenido que esforzarme mucho para no verte de esa forma.
Levanté la cabeza y la miré directamente a los ojos.
—Quiero que me lo demuestres.
—Britt, por favor… —empezó a decir Santana, pero le puse un dedo sobre los labios para hacerla callar.
—No —dije—. Sin excusas. Ahora soy tu esposa, ¿recuerdas? Y te pido que me demuestres cuánto me quieres.
Ella me miró a los ojos unos instantes y, luego, con un ágil movimiento, me izó y me puso encima de su cuerpo. Esta vez su beso fue profundo y directo. A pesar de que, técnicamente, yo no tenía alma, me pareció que las nuestras se fundían.
Cada vez que me tocaba sentía un cosquilleo en la piel. Notaba sus músculos tensos y su respiración acelerada. Ese beso pareció durar una eternidad. Nos apretábamos la una contra la otra mientras el tiempo parecía detenerse. Al final nos separamos. Santana deslizó sus labios por la curva de mi cuello dándome pequeños besos.
— ¿Todavía te queda alguna duda? —murmuró.
Negué con la cabeza y mis labios buscaron otra vez los suyos, cálidos, llenos y perfectos. Me besó con suavidad y provocación y, como siempre, yo quise más. El tiempo y el espacio parecieron disolverse mientras nos perdíamos la una en la otra. Me pareció que la intensidad de nuestra pasión nos envolvía y hacía desaparecer todo el mundo y sus problemas.
—No quiero que pares —murmuré con mis labios junto a su cuello.
—Yo tampoco quiero parar.
Se apartó un poco y me miró. Sus ojos marrones brillaban, hermosos. Esta vez me pareció decididamente absurdo resistir un impulso tan fuerte.
—Pero… ¿y si…?
No quise terminar la frase por miedo a que Santana volviera a mostrarse tan prudente. Estaba tan excitada que casi no podía pensar de forma coherente.
Santana me observó y, al cabo de un momento, dijo:
—Tendré mucho cuidado para no lastimarte y te juro Britt que será perfecto.
Nuestra primera noche como esposas fue como explorar un mágico mundo subacuático en el cual únicamente existiéramos ella y yo, era la cosa más perfecta y única que dios hubiera creado. Yo solo percibía su cálida piel en las yemas de mis dedos y el contacto de sus labios mientras exploraban mi cuerpo esos roces que solo me hacían vibrar a través de su cuerpo desnudo y perfecto. El bosque se convirtió en nuestro reino privado, un lugar donde nadie podía entrar. Esa noche todo cobró vida ante mis ojos, esa noche Santana me proclamo como suya y yo la proclame únicamente mía, solo mía. Esa noche supe que era hacer el amor, que se sentía ser una misma con otra persona y más si esa persona era tu vida. Los troncos cubiertos de musgo y los helechos que cubrían el suelo del bosque brillaban con destellos plateados bajo la luz de la luna. Santana fue delicada, pero envuelta con una pasión desmedida, con una intensidad que hacía que mi corazón humano se dé tuviera, Dios que perfecta es ella.El aire parecía estar vivo y bailar a nuestro alrededor ofreciéndonos el dulce aroma de la tierra.
Después, cuando abrí los ojos, vi un enorme manto de estrellas que cubría el cielo. Al pensar en esa noche, más tarde, recordaba imágenes sueltas y felices, nunca una secuencia de sucesos. Recordé mi brazo pálido como la piedra apoyado sobre el suelo de musgo. Recordé los dedos de Santana entrando en mí, recorriendo todo mi cuerpo que palpaban el sobrenatural pálpito de mis venas. Recordé la ropa de Santana arrugada en el suelo, y mis manos sobre su suave pecho. Recordé haberme sentido llena como un enorme globo a punto de explotar. Y, por encima de todo, recordé que no habría podido saber dónde terminaba la piel de Santana y dónde empezaba la mía.
Cuando un dique se rompe, ¿qué se puede hacer para detener el torrente de agua? Quizás el agua se pueda redirigir, pero nunca podrá volver atrás. Así es como me sentí entonces…, como si el Cielo me hubiera quitado un peso de encima, unida a Santana por unos vínculos que ni la muerte podría romper o eso creía.
Emma.snix
Emma.snix
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

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