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Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 Primer15
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Mensaje por Emma.snix Jue Jun 19, 2014 1:39 am

Capitulo: 10
Desde Dixie, con amor



Cuando me desperté, éramos un ovillo sobre el suelo del bosque, pero era imposible que me sintiera mejor. Estiré los brazos por encima de mi cabeza y me desperecé, disfrutando de la sensación de plácido adormecimiento. Habíamos dormido sin soñar, exhaustas, al pie de un viejo roble mientras una media luna nos vigilaba por entre las copas de los árboles.
Suspiré, somnolienta, y observé el cielo, que empezaba a teñirse de tonos rosados. Las colinas eran siluetas oscuras contra el cielo y todo estaba en silencio. Solamente se oía el canto ocasional de algún pájaro. Los seres humanos  que vivían en Oxford todavía estaban en la cama y, excepto por el lejano zumbido del tráfico, todo a nuestro alrededor parecía renovado. Me incorporé, apoyándome sobre los codos, y observé a Santana. De alguna forma, me pareció que tenía un aspecto distinto. Su rostro era incluso más hermoso mientras dormía, pues no mostraba ninguna preocupación ni alarma. Yo no estaba acostumbrada a verle esa expresión satisfecha, y deseé que ese momento durara para siempre.
—No me gusta que me miren mientras duermo —murmuró Santana, cambiando de postura. Todavía tenía los ojos cerrados, pero sus labios esbozaban una sonrisa.
—Mala suerte —repuse, acurrucándome a su lado—. Me gusta mirarte más si estas desnuda a mi lado. Además, tendremos que irnos pronto, antes de que la gente empiece a despertarse.
— ¿Por qué? —Santana me miró con ojos brillantes y traviesos—. Nadie sabe que estamos aquí.
Nos recostamos en el suelo, abandonando toda idea sensata. Esta vez Santana me besó con una urgencia desmedida yo solo sentía que mi cuerpo comenzaba a incendiarse. Los mismos sentimientos que sentí la noche anterior volvieron a invadirme, como si me sumergiera en una mar de coral lleno de vívidos colores y sensaciones cálidas, un lugar donde solamente existíamos nosotras dos, en una dimensión fantástica.
Cuando el sol empezó a levantar por el horizonte, su luz inundó el bosque con tanta fuerza que me dolieron los ojos. Santana y yo, aunque no nos apeteciera, teníamos que regresar al campus antes de que los demás empezaran a darse cuenta de que nos habíamos ido. Estaba segura de que ni Spencer ni Allison nos buscarían, pero sabía que Marissa me haría muchas preguntas si se enteraba.
A esa primera hora de la mañana el campus estaba vacío. En Fraternity Row solo los vasos de plástico rojo tirados por el suelo recordaban la fiesta de la noche anterior. Yo sabía que en cuanto los estudiantes se despertaran y hubieran desayunado un poco, la fiesta volvería a empezar y duraría hasta el inicio de las clases, el lunes siguiente. Cuando llegué al edificio donde se encontraba mi dormitorio, la mujer de recepción me miró con extrañeza. Observé mi reflejo y me di cuenta de que tenía el pelo lleno de pequeñas ramitas y hojas, así que me apresuré, sonrojada, y decidí subir por las escaleras para no tener que esperar el ascensor. Arriba, entré en mi habitación tan silenciosamente como pude…, pero no fue suficiente.
—Susan, ¿dónde has estado? —El tono de Marissa combinaba la curiosidad y la acusación. En cuanto cerré la puerta a mis espaldas, ella ya se había sentado en su cama—. ¡Te busqué por todas partes!
—Lo siento —dije—. ¿Llegaste bien con Missy y Erin?
—Sí —contestó, encogiéndose de hombros—. ¿Dónde estabas?
—Me encontré con unas amigas del instituto y nos quedamos un rato por ahí.
— ¿En serio? —Preguntó Marissa, animada—. ¿Quiénes son?
—Unas chicas de una sororidad —contesté, sin pensar. De inmediato, me arrepentí: me hubiera dado una bofetada.
Marissa abrió mucho los ojos, admirada.
— ¿Eres amiga de chicas de una sororidad? Pero se supone que no pueden hablar con estudiantes de primer año. ¿Qué sororidad? —preguntó, ansiosa por saberlo.
Había cavado mi propio hoyo, pero por suerte sabía cómo salir de él. Pensé en el día en que llegamos y vi con gran claridad mental las letras de las casas, así que dije las primeras que se me ocurrieron. Delta Gamma.
—Son de DG. —Me sorprendí de lo fácil que me estaba resultando mentir—. Te hubiera llamado para que vinieras con nosotras, pero no tengo tu número.
—Oh. —Marissa se mostró decepcionada—. Quizá la próxima vez. ¿Marie fue con vosotras?
— ¿Quién? —pregunté.
—Eh…, tu hermana —repuso Marissa frunciendo el ceño, como si quisiera darme un coscorrón en la cabeza.
Decir nuestros nombres nuevos en voz alta era como ponerse un vestido nuevo por primera vez: todavía está demasiado tieso y no resulta cómodo porque no se ha usado nunca. Yo creía que el hecho de ser otra persona quizá me diera una perspectiva de la vida completamente nueva. Pero en lugar de ello me sentía confundida: por dentro era una persona; por fuera, otra. Además me preocupaba la posibilidad de decir o hacer algo que destrozara el delicado equilibrio de nuestra actuación.
—Sí —respondí, soltando una carcajada forzada—. Lapso mental. No sé dónde estaba Marie, probablemente con alguna chica. Ella es así.
Marissa fijó la mirada en el vacío y me pareció que podía leer sus pensamientos: «Yo podría ser alguna chica».
— ¿Crees que nos podrías juntar? —preguntó mirándome con ojos de súplica.
Esa petición tan directa me dejó un poco sorprendida. De alguna forma, ya esperaba que ella acabara planteándomelo, pero creí que lo haría al cabo de unas semanas, cuando nos hubiéramos conocido un poco más. Pero se había lanzado de cabeza a ello.
— ¿A ti y a mi hermana? —pregunté.
—Sí —respondió—. Parece que conoce a mucha gente interesante, y es muy atractiva…, pero seguramente has oído esto muchas veces.
—Mira… —Me senté al borde de mi cama y fingí pensar un poco—. No me gustaría que lo pasaras mal. No creo que Marie esté buscando una relación seria.
—Mmmmm. —Marissa frunció el ceño y se recostó sobre las almohadas de su cama. Pero yo sabía que no iba a ceder con tanta facilidad—. Quizá podamos elaborar un plan —dijo.
—No sé —repuse, intentando esquivar el tema.
— ¿Y si tú le dijeras que ella y yo haríamos buena pareja? Ella te haría caso.
—Seguramente soy la última persona a quien ella haría caso.
—Ya. —Marissa clavó la mirada en la pared, pensativa—. Ya pensaré en algo.
— ¿Qué me dices de Spencer y de Allison? —Sugerí, intentando distraerla con otra propuesta—. Las dos parecen bastante enrolladas.
—Quizá —admitió Marissa, pensativa todavía, mientras cogía su ordenador portátil—. Voy a ver si las encuentro en Facebook.
Tuve que hacer un esfuerzo por contenerme. Hubiera querido decirle a Marissa que nunca podría estar con ella, porque era mía; pero, por supuesto, no podía hacerlo. Marissa empezaba a resultarme desagradable: era demasiado demandante e insistente. Pero luego me reprendí mentalmente por ser tan negativa: uno de los preceptos básicos del cristianismo es la tolerancia. Supuse que el hecho de que otra chica persiguiera a Santana había provocado que me pusiera a la defensiva.
Me metí en la cama y me cubrí hasta la cabeza con la colcha en un intento por no oír el ruido de las teclas del ordenador de Marissa. Intenté recordar algún verso de la Biblia, pero, de repente, pensé si no habría perdido el derecho a buscar guía y consejo en ella. No lo sabía, e intentarlo me hizo sentir culpable.
De repente, sentí pánico. ¿Era posible que las leyes de Dios ya no tuvieran nada que ver conmigo? Si no podía vivir en la ley de Dios, ¿cómo podría vivir? No deseaba servir a nadie más, no quería renunciar a Él. Solo quería estar con
Santana. Pero quizá no era posible tenerlos a los dos. Me di cuenta de que la respiración se me había acelerado, así que recité mentalmente las palabras que
Sam utilizaba conmigo cuando quería tranquilizarme: «Corazón de mi propio corazón, pase lo que pase, continúa siendo mi visión. Oh, Señor de todo».
Los siguientes días pasaron volando. Pronto me di cuenta de que la universidad no me dejaba ni un momento libre para pensar en nada. Las reuniones de dormitorios, ir a comprar ropa de deporte, recorrer las grandes superficies en busca de cosas para la habitación y conocer el campus eran actividades que me ocupaban hasta el último minuto. Las clases empezaron el lunes y yo tomé apuntes sin ser capaz de comprender nada. No podía dejar de observar los rostros de los estudiantes que entraban en las aulas, esperando ver en cualquier momento alguna señal del séptimo.
Marissa empezaba a agotar mi paciencia. Su interés en «Marie» pronto se convirtió en un enamoramiento y en una obsesión arrolladora. A las demás chicas las espantó, asegurando tener «derecho» sobre ella. Además, adoptó la costumbre de fisgonear por encima de mi hombro cada vez que yo leía algo o escribía un email.
Una vez que Santana vino de visita, al día siguiente de la primera noche que pasamos juntas, Marissa no nos dejó casi ni hablar. En cuanto ella asomó la cabeza por la puerta, ella casi me apartó de un empujón para llegar hasta ella. A pesar de que ese comportamiento debía de molestarle, Santana se mostró muy educada.
— ¡Marie! —Exclamó ella, agarrándola del brazo
Eh, Susan, ¿cómo va?
—Eh. —De repente me sentí incómoda al recordar las escenas de la noche anterior, así que aparté la mirada y me cubrí los labios para disimular la risa—.
Bien —repuse, alegre—. Ya sabes, por aquí.
—Ajá. ¿Te lo pasaste bien anoche?
Por suerte, Marissa estaba demasiado embobada para percibir el tono de intimidad en su voz.
—Bueno…, no fue como habría esperado —dije, despacio—. Fue mucho mejor.
—Pero si solo estuviste ahí cinco minutos —interrumpió Marissa, poco dispuesta a ser excluida de la conversación. Santana suspiró, y me di cuenta de que se sentía incómoda—. En cuanto a ti… —continuó, señalándolo acusadoramente con un dedo—. ¡Casi no te vi en toda la noche!
—Sí —repuso ella—. Estaba un poco preocupada.
— ¿Preocupada por qué? —preguntó ella sin respirar siquiera.
—Por esa chica de mi ciudad. Estuvimos poniéndonos al día.
Esa no era la respuesta que Marissa habría deseado oír. Se quedó en silencio un minuto y, al final, soltó una carcajada forzada.
— ¿Es una ex novia? ¡Curiosa!
—No —contestó Santana—. La verdad es que la conozco bastante bien.
— ¿Y estuvo bien ponerse al día? —pregunté, haciéndome la inocente.
Santana me miró a los ojos.
—Eso por descontado.
— ¿Vas a volver a verla? —preguntó Marissa, esforzándose por parecer desinteresada.
Santana dirigió sus ojos marrones hacia ella.
—Seguramente no —dijo—. No quiero nada serio.
No pude evitar sonreír al oírla.
—Estás demasiada ocupada con tu vida salvaje y libre, ¿verdad? —le solté.
—Exactamente, hermanita —repuso ella, guiñándome un ojo—. Me conoces muy bien.
Marissa empezaba a ponerse nerviosa y me di cuenta de que le habían salido unas ronchas rojas en el cuello y en el pecho. Por suerte, nuestras vecinas Erin y
Missy llamaron a la puerta, interrumpiendo la conversación.
Eran unas chicas muy agradables y parecía que Marissa les caía muy bien, pero, en un par de ocasiones, me di cuenta de que se miraban con exasperación cuando ella no se daba cuenta. Cuando no estaban comparando sus calificaciones de los chicos y chicas, pasaban el tiempo hablando de las sororidades. Por mi parte, intentaba mostrar cierto interés, pero solía aburrirme al cabo de pocos minutos y tenía que dirigir la atención hacia otro lado. Estaba demasiado ocupada absorbiendo el electrizado ambiente del campus y adaptándome a la nueva cultura. Y siempre me sentía apabullada por lo despreocupado que todo el mundo parecía sentirse. Esa era una triste muestra de lo difícil que había sido mi vida con Santana.
— ¡Estoy tan emocionada por la temporada de fútbol! —Me dijo Marissa una tarde, mientras nos dirigíamos al Grove—. Nunca ganamos, pero ¿a quién le importa?
— ¿Por qué no? —pregunté, un poco sorprendida por su actitud derrotista.
—Ole Miss nunca gana. —Se rio—. Todo el mundo lo sabe.
— ¡Pero estoy segura de que tenemos alguna oportunidad! —exclamé, sorprendentemente preocupada por la idea de que mi equipo recién adoptado perdiera.
—La verdad es que no. —Marissa volvió a encogerse de hombros—. Bama y
Auburn son los que te interesan si quieres ganar los partidos.
—Hum. Quizás este año nuestra suerte cambie.
— ¿Es que no lo sabes? —me dijo ella, sonriendo—. Quizá no ganemos el partido, pero nunca perdemos el juego.
Marissa y yo nos detuvimos en el Grove y allí encontramos a Santana con Allison,
Spencer y un grupo de chicas del equipo de Atletismo. Se encontraban discutiendo acaloradamente sobre los Rebels. Spencer levantó la mirada y nos saludó con la mano en cuanto nos vio. Marissa se dirigió directamente hacia Santana, y yo me acerqué a Spencer. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que
Spencer era muy atractiva, y que tenía un cabello muy lindo, y unos ojos oscuros y caídos.
— ¿Qué tal tu primer fin de semana? —preguntó.
—He sobrevivido —respondí—. Ha sido de locos.
—Sí, Fraternity Row estaba a punto de explotar de estudiantes de primero.
Mientras charlábamos, dos ardillas empezaron a perseguirse alrededor del tronco de un árbol. Corrían tanto que parecían máquinas. Estaba claro que una de ellas perseguía a la otra. No pude evitar sonreír y dije:
— ¿No la va a dejar en paz, verdad?
Spencer miró hacia el mismo lugar que yo estaba mirando y sonrió también.
—Quizás ella le esté dando señales contradictorias —contestó—. Él parece completamente confundido.
—No —dije, negando con la cabeza—. Creo que está muy claro que ella no está interesada.
La primera de las ardillas se detuvo al fin, abandonando la persecución, y la otra también se detuvo, confundida. Pero luego volvió a correr y pasó al lado de la otra, provocándola para que la volviera a perseguir.
—Ya ves, ella está jugando —dijo Spencer—. Bruja manipuladora.
Me eché a reír. Spencer empezaba a caerme bien: parecía muy natural. En ese momento, sentada en el Grove, casi me pareció que no existían unos soldados celestiales llamados séptimos y que todo lo que nos había sucedido hasta ese momento no era más que una pesadilla.
De repente, mi móvil sonó. Justo lo acababa de conectar y no había hecho ningún caso de la larga lista de mensajes y llamadas perdidas de mis conocidos, que querían saber dónde estaba. Pero no reconocí ese número.
Santana se puso tensa de inmediato, aunque nadie excepto yo se dio cuenta de ello. El teléfono se encontraba encima de la mesa de picnic, vibrando y girando en círculos. Al final Marissa me miró y dijo:
— ¿Es que no vas a cogerlo?
— ¿Sí? —respondí, notando que el corazón se me había acelerado.
— ¡Britt! —La chillona voz que oí me resultó muy familiar, lo que me alivió—.
Creí que no ibas a responder. ¡Hace días que te estoy llamando!
— ¿Rachel? —Pregunté, y me di cuenta de que Santana soltaba un suspiro de alivio—. ¿Eres tú? ¿Desde dónde me llamas?
—Claro que soy yo, tengo un teléfono nuevo —contestó—. Pero lo más importante es dónde has estado tú. Te fuiste de la ciudad y todos estábamos muy preocupados. Han sucedido cosas muy extrañas. Primero desapareciste tú, y luego el padre Will murió de repente. Dicen que fue un ataque al corazón. Fue terrible. Todos creímos que la señora López iba a sufrir una crisis de nervios.
—Ya lo sé, me he enterado —dije—. Y es horrible. Ojalá pudiera estar ahí, pero las cosas son demasiado complicadas ahora mismo.
— ¿Por qué? ¿Estás bien?
—Estoy bien —la tranquilicé—. Es difícil de explicar.
— ¡Bueno, pues será mejor que lo intentes! ¿Dónde estás?
—Tendrás que esperar un poco —contesté—. Sé que estás enfadada, pero prometo ir a verte y contártelo todo. ¿Qué tal va todo en Bama?
—No lo sé —replicó Rachel—. Lo he dejado.
— ¿Qué? ¿Lo has dejado?
Santana abrió los ojos con asombro, como preguntando: «¿En serio?».
—Sí, pasó algo… —Rachel se interrumpió—. Tuve que irme.
¿Por qué, de inmediato, di por sentado que eso tenía algo que ver con nosotras?
Aunque era posible, puesto que últimamente la mala suerte nos perseguía.
— ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Adónde has ido?
—A Ole Miss —me informó Rachel—. Voy a ser una Rebel.
—Oh, vaya… —dije, mirando a Santana.
— ¿Qué? —Preguntó Rachel—. ¿Hola?
— ¿Dónde estás ahora mismo? —quise saber.
—En el aparcamiento Crosby. Justo acabo de llegar.
—De acuerdo, no te muevas de ahí —le dije—. Llegaremos dentro de cinco minutos.
—Un momento, ¿estás…? —empezó a preguntar Rachel, pero le colgué el teléfono.
— ¿Qué ha sucedido? —preguntó Santana gesticulando con los labios pero sin emitir ningún sonido.
No pude más que sonreír con nerviosismo.
—Rachel está aquí —dije—. Tengo que ir a verla.
— ¿Quién es Rachel? —inquirió Marissa, que supuso que se trataba de otra antigua novia de Santana que quería reaparecer en su vida.
No me molesté en contestar; estaba demasiado nerviosa. Tenía que encontrar a
Rachel de inmediato y explicarle cuál era la situación antes de que viera a alguien y nos delatara sin querer.
—Voy contigo.
Santana se puso en pie y Marissa tiró de su brazo para que volviera a sentarse.
— ¿Por qué tienes que ir tú?
Santana se la sacó de encima como quien aparta a un niño mimado y me siguió de inmediato hasta el edificio donde se encontraba mi habitación. Yo tenía tanta prisa por encontrarme con Rachel que casi corría. ¿Por qué se había ido de Alabama? ¿Se habrían presentado allí los séptimos y habrían querido interrogarla? Envié un mensaje mental a Sam y a Quinn para que estuvieran cerca en caso de que necesitáramos su ayuda.
Los cuatro llegamos al mismo tiempo, y encontramos a Rachel de pie al lado de su coche. Sam y Quinn se pusieron a su lado, como protegiéndola. Rachel no había cambiado: los mismos ojos infantiles; la misma nariz respingona.
Solamente llevaba su móvil de color rosa y un bolsito a juego.
— ¡Rachel! —La abracé con fuerza—. ¡Me alegro tanto de que estés bien! Sea lo que sea lo que haya sucedido, lo siento, y ahora ya no tienes por qué tener miedo. Nos encargaremos de ello.
—Sí —asintió Sam, inquieto—. Nos aseguraremos de que estés protegida.
—Dinos qué es lo que ha sucedido y quién ha ido a buscarte —dijo Quinn.
— ¿Qué te han hecho? —Preguntó Sam—. ¿Qué dijeron?
Rachel se llevó las manos a la cintura y nos miró con atención.
— ¿De qué estáis hablando?
Entonces me di cuenta de que Rachel no parecía ni asustada ni nerviosa en absoluto.
— ¿Quieres decir que los séptimos no te han encontrado?
— ¿Quiénes? —Rachel me miró, perpleja—. Aparte de estar muy enfadada contigo, todo va bien.
—Rachel —dijo Sam, clavando sus ojos plateados en ella—, si todo va bien,
¿Qué demonios estás haciendo aquí?
—Tuve que marcharme —se limitó a responder.
Sam frunció el ceño con expresión preocupada.
— ¿Y podemos saber por qué? ¿Es que tuviste problemas?
—No —contestó ella—. Me enamoré.
Por un momento, el rostro de Sam se ensombreció, pues recordó el enamoramiento de Rachel del año pasado y la tensión que esa situación produjo.
Pero ella no estaba pensando en Sam en ese momento. Me di cuenta por la
manera en que lo miraba: era evidente que había conseguido dominar su antigua obsesión y ahora podía mirarlo de manera directa y generosa. Estaba claro que ya no tenía las mismas expectativas que antes.
— ¿Has cambiado de universidad por un chico? —exclamó Santana, que no percibió mi señal para que mostrara un poco más de tacto—. ¿Es que te has vuelto loca?
Pero Rachel estaba demasiado emocionada para ofenderse, y se limitó a soltar un suspiro de condescendencia dirigido a Santana.
—No por un chico, sino por «el chico».
— ¿Y quién es? —pregunté.
—Se llama Brody, y es un júnior. Va a ser médico, y el curso que se imparte aquí en Ole Miss es más especializado, o algo así.
— ¿Y te ha pedido que vinieras con él? —inquirió Santana.
Me daba cuenta de que estaba preocupada por el hecho de que Rachel hubiera
tomado una decisión tan seria sin pensarlo bien.
—No te preocupes. Él quiere que yo esté aquí. Cuando se lo dije, se emocionó mucho. Estoy impaciente por que lo conozcáis. Es el mejor.
—Nos alegramos por ti, Rachel —dijo Quinn.
Sam no dijo palabra, pero mantenía el ceño ligeramente fruncido.
—Gracias —dijo ella con una gran sonrisa.
— ¿Te puedo dar un consejo?
—preguntó mi hermana.
—Por supuesto.
—Tómate tiempo con ese chico.
El tono de voz de mi hermana expresaba un verdadero afecto. No quería que
Rachel volviera a sufrir.
—Oh, pienso hacerlo —repuso Rachel—. Soy yo quien le pone freno a él, ¿os lo podéis creer? ¡Él ya habla de tener niños y de todo lo demás! Es superrespetable, va a la iglesia y todo eso.
—Suena bien —dije yo, sonriendo.
—Es un chico muy serio. Dejó su fraternidad porque le quitaba tiempo de estudio, y no le gusta en absoluto salir de fiesta. Pero ya me estoy ocupando de esto último. Eh, ahora mismo he quedado con él en el Union. ¿Por qué no venís todos?
—Nosotros no podemos quedarnos —dijo Sam.
—Bueno. Britt, ¿tú vas a venir, verdad? Hace una eternidad que no nos vemos.
Rachel pareció reparar en que Santana también estaba allí y, dirigiéndole una rápida mirada, dijo:
—Puedes venir, si quieres.
Y rápidamente entrelazó su brazo con el mío acaparando toda mi atención.
—Eh…, Rachel, tengo que decirte unas cuantas cosas antes de que vayamos.
—Sí —asintió ella—. Por ejemplo, adónde fuiste durante la graduación y por qué no has contestado a ninguna de mis llamadas.
—Es complicado —respondí—. Nos hemos casado.
— ¡No puede ser! —Rachel soltó un chillido de emoción y yo la hice callar de inmediato—. ¡No lo hicisteis!
—Sí, lo hicimos —intervino Santana—. Pero ahora viene lo mejor: no se lo puedes contar a nadie de aquí porque todo el mundo cree que somos hermanas.
Rachel parpadeó repetidamente, confundida.
— ¿Cómo?
Le di unos golpecitos en el brazo y añadí:
—Es una historia muy larga. Te la explicaré por el camino.
— ¡Un momento! —Rachel meneó la cabeza, incrédula y se detuvo en seco—. ¿Os casasteis y no me invitasteis a la boda?
Santana volvió la cabeza para mirarla, y luego intercambió una mirada con mi hermano y mi hermana.
—Nos alegramos de tenerte de vuelta, Rachel —dijo por toda respuesta.
Me di la vuelta y vi que Sam aún estaba ante el coche de Rachel. Tenía las manos dentro de los bolsillos y, a pesar de que estaba un poco lejos, vi que todavía tenía el ceño fruncido. Nunca le había visto esa expresión a mi hermano, y no supe si la estaba interpretando bien. Quizás eran imaginaciones mías, pero me pareció que se sentía un poco perdido.
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Activo Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 10 Desde Dixie, con amor. Capitulo: 11 Hola, forastero

Mensaje por Emma.snix Jue Jun 19, 2014 1:44 am

Capitulo: 11
Hola, forastero


Cuando llegamos al Union, Santana se separó un momento de nosotras y se fue a charlar con unas amigas que estaban sentadas alrededor de una de las mesas. Yo no las conocía, ni sabía cuándo las había conocido, pero ella siempre se comportaba de forma tan segura y confiada que la gente parecía gravitar a su alrededor y buscar siempre su compañía. Rachel y yo nos detuvimos ante el mostrador de las ensaladas.
—Así que… recién casadas y jugando a las hermanitas. Debe de ser divertido — bromeó.
—Es un rollo —confesé, sin hacer caso de su tono.
—Supongo que ni siquiera os podéis dar la mano.
—Eso no es lo peor. Lo peor son las demás chicas. Me doy cuenta de cómo la miran.
—Pero eso no es nada nuevo: Santana siempre ha hecho perder la cabeza a las chicas.
—Rachel, aquí hay muchas chicas.
—Sí —asintió Rachel—. Y las estudiantes de Ole Miss fueron las más votadas en el concurso de las más atractivas del país.
—Gracias por decírmelo —ironicé—. Me tranquiliza mucho.
—Vamos, no te preocupes por eso —me quiso animar Rachel—. Santana nunca ha mirado a otra. ¿Por qué tendría que hacerlo ahora?
—Bueno, algunas de ellas son, de verdad, guapas y «normales» —respondí—.
Seguramente Santana se habrá preguntado más de una vez si no habría sido más sencillo haber elegido a una de ellas en lugar de a mí.
—Ella no piensa eso. Estás paranoica.
—Me gustaría que no fueran tan descaradas, ¿sabes? ¡Es que le babean encima, y eso me pone furiosa! —exclamé, apretando los puños sin darme cuenta.
—Bueno, no puedes culparla a ella por eso, simplemente Santana es Sexi, linda, inteligente, elegante, hermosa, atenta, perfecta se podría decir, bueno solamente eso creo o se me olvida algo más. En cuanto empiece a mostrar interés en alguna de ellas, entonces te daré permiso para enojarte.
—Es verdad —asentí—. ¿Qué te ha hecho ser tan sabia de repente?
Rachel pareció repentinamente distante.
—Sé lo que es querer a alguien que no te quiere. Sé cómo mira Santana a esas chicas: simplemente no las ve.
— ¿Y cómo lo sabes?
—Porque una persona me miró exactamente de la misma manera una vez.
No necesité preguntarle a quién se refería. Todavía me dolía pensar en la tristeza que Rachel había sentido con respecto a mi hermano. Yo había intentado advertirla, pero no había escuchado mis consejos. Habían pasado meses, pero me di cuenta de que la herida todavía estaba sensible.
— ¿Y cómo estás ahora? —Pregunté, sin atreverme a pronunciar su nombre—.
Con respecto a Sam.
—Fue difícil superarlo —admitió Rachel, observando el mostrador de las ensaladas con un detenimiento exagerado—. Pero ahora estoy con Brody.
— ¿Qué ha cambiado?
—Un día me di cuenta de que me había convertido en una persona desesperada y patética —explicó Rachel—. No quiero ser así. La vida es demasiado corta para desperdiciarla amando a alguien que no te corresponde. Y cuando Brody apareció, supe que él sería una buena influencia para mí.
—Uau, pareces muy madura —apunté, tomándole un poco el pelo—. ¿Quién eres?
— ¿Me estás diciendo que antes era inmadura?
—No diría «inmadura», exactamente…, más bien alocada.
Rachel fingió escandalizarse.
—Bueno, pues ahora soy aburrida y estable.
—Eso está bien, pero ten cuidado, Rachel, por favor —repuse—. No te precipites
y hagas algo de lo que luego te vayas a arrepentir. Si este chico es tan bueno como dices, deberías poder tomarte tu tiempo.
—Oh, no tienes por qué preocuparte —afirmó Rachel, con ligereza—. Brody no es así…, ni siquiera cree en el sexo antes del matrimonio. Lo físico no es verdaderamente importante para él. Dice que todo eso puede esperar.
— ¿De verdad? —Mi sorpresa era auténtica. No parecía ser el tipo de chico por el que Rachel se pudiera sentir atraída. En realidad, parecía como…, bueno, como
Sam. Y deseé que Rachel no estuviera intentando encontrar un sustituto para mi hermano, simplemente—. ¿Y tú también lo crees? —pregunté.
—Creo que he cometido muchos errores —contestó Rachel—. Brody me ha estado enseñando en qué me he equivocado hasta ahora. Él me comprende de verdad.
— ¿Qué es lo que comprende?
—Todo —dijo Rachel soltando un suspiro—. Le he contado todo mi pasado, y él lo acepta. Entre nosotros no hay secretos.
—Supongo que no le hablaste de mí, ¿verdad?
No me gustó tener que hacerle esa pregunta, pero tenía que asegurarme de que
Rachel no había perdido tanto la cabeza por ese chico como para haber contado nuestro secreto de familia.
—No, ¿bromeas? No quiero que crea que estoy loca.
—Es un alivio.
En ese momento vi que dos chicas, con el pretexto de ir a buscar unas patatas fritas, se dirigían hacia donde se encontraba Santana. Una de ellas, al pasar por su lado para llegar hasta el mostrador, la rozó.
—Oh, oh —dijo Rachel—. Empieza la competición.
Mi amiga bromeaba, pero aquella situación me incomodaba; sencillamente, no lo soportaba. Y, para ser totalmente sincera, empezaba a sentirme insegura. Esas chicas eran impresionantes, con sus reflejos dorados y sus piernas largas y bronceadas. Ya las conocía. Eran el tipo de chicas que estaban bien relacionadas, que conducían un Lexus y que se iban a esquiar en invierno.
Ocupaban un lugar importante en Ole Miss, y me di cuenta de que no les costaba entablar conversación con Santana y las demás chicas. A pesar de la distancia a la que me encontraba, mi sensibilidad auditiva me permitía captar partes de la conversación: estaban hablando del primer partido de la temporada. Algunas de las referencias al tema me superaban, pero Santana parecía interesada. Hablaban el mismo idioma que ella, y supe de inmediato que nunca podría ser amiga suya.
Me hacían ser demasiado consciente de mis defectos. Rachel, al ver mi cara, se dirigió hacia Santana y le dio unos golpecitos en el hombro. Las chicas arquearon las cejas e intercambiaron miradas.
—Venga —le ordenó Rachel, apartándolo de allí—. Vámonos.
Rachel no dio ninguna explicación, y Santana tampoco se la pidió. Se limitó a encogerse de hombros y la siguió.
Al cabo de poco, apareció Brody. No era lo que yo había esperado. Llevaba el cabello estudiadamente revuelto, tenía los ojos claros y sonreía con malicia.
Vestía una camisa de cuadros azules y calzaba botas de piel. Por su aspecto se veía que le gustaba la actividad al aire libre, y Rachel, a su lado, parecía una princesa mimada. Me daban ganas de reír solo de imaginármela fingiendo disfrutar de una acampada con el único objeto de complacerlo.
—Te presento a Marie y a su hermana, Susan —dijo, pronunciando los nombres despacio para asegurarse de que no se equivocaba—. Son los mejores amigos que he tenido nunca.
— ¿Qué tal? —Brody nos dio la mano a las dos—. Encantado de conoceros.
—Lo mismo digo —respondió Santana.
—Eh, nena —dijo Brody—, ¿no ibas a presentarme a tus otras amigas que venían? Britt y… Santana, ¿verdad?
Rachel me miró con preocupación y supe que le había hablado de nosotros antes de enterarse de nuestro cambio de nombre.
—Cambiaron de opinión en el último momento —se apresuró a responder ella—.
Decidieron ir a estudiar a… Wyoming. Ya casi no hablo con ellos.
— ¿Por qué a Wyoming?
—preguntó Brody con expresión de desconcierto.
—No sé. —Rachel se encogió de hombros—. El aire puro y todo eso. De todas maneras, ¿qué importa?
— ¿No dijiste que ella era tu mejor amiga? —insistió Brody.
—Ahora estamos en la universidad —replicó Rachel con descaro—. Todo ha cambiado.
Brody no parecía convencido, pero Santana intervino discretamente para cambiar  de conversación.
—Bueno, nos han dicho que has cuidado bien de nuestra chica —apuntó, pasando un brazo por encima de los hombros de Rachel.
—He hecho todo lo que he podido —respondió Brody con seriedad, a pesar de que Santana estaba bromeando—. La he hecho asistir a mi iglesia y pronto iremos a visitar a unos sanadores en Tennesse.
— ¿A unos sanadores? —Preguntó Santana, mirando a Rachel—. ¿Estás enferma?
Rachel abrió la boca para hablar, pero Brody respondió por ella.
—No físicamente —dijo—. Pero desde un punto de vista espiritual tenemos algún trabajo que hacer. Pero no pasa nada. —Y, dirigiéndose a Rachel con una sonrisa tranquilizadora, añadió—: Yo estaré a su lado a cada paso del camino.
Rachel lo miró como si él fuera su salvador y se acurrucó bajo su brazo.
— ¿Qué clase de trabajo? —preguntó Santana, recelosa.
—Todos estamos enfermos, hermana —respondió Brody, seguro de sí mismo—.
Solamente Dios puede sanarnos. Creo que ahora Rachel puede comprenderlo.
—He aprendido muchísimo con Brody —afirmó Rachel con una amplia sonrisa—.
A partir de ahora todo va a ir bien.
Los días pasaban y yo me adapté a la rutina. No pasaba nada fuera de lo normal.
Ningún jinete sin rostro apareció por el Grove; el campo de fútbol no se vio invadido por ninguna nube de cenizas y humo; ni tampoco hubo ninguna aparición en el comedor Johnson. Mi principal preocupación era la relación de
Rachel con Brody. Sabía que ella creía que Brody la salvaría, y se mostraba más que dispuesta a seguir sus consejos. Rachel no era perfecta, pero yo no creía que pudiera encontrar a Dios siguiendo las metódicas instrucciones de Brody. Él la consideraba incompleta, como si fuera una damisela sufriente que necesitara ser rescatada. Recordé una cosa que Sam me había dicho una vez: «Algunas personas buscan a Cristo como una forma de conseguir sus propios fines. Pero
Cristo no puede ser utilizado. Hay que llegar a él con total humildad, con un deseo absoluto de aceptarlo en nuestro corazón, y dejar que reine en todos los aspectos de nuestra vida. Si uno intenta utilizarlo como una solución a sus problemas, no le funcionará. Hay que servir a Cristo para que él nos sirva. Estar en la iglesia durante una hora los domingos no convierte a nadie en un cristiano».
Ese era mi miedo: que Rachel buscara en Brody y en la religión un refugio, pero que en el fondo de su corazón no creyera. Si no tenía cuidado, le saldría el tiro por la culata. Rachel ya no hablaba de Sam, y yo me preguntaba si habría enterrado esos recuerdos en algún lugar donde no pudieran atormentarla.
Cuando conoció a Marissa, entre ambas estalló una mutua y tácita hostilidad.
En mi vida no había espacio para las dos, Rachel decidió que ella había llegado primero a la posición de amiga y confidente. Además, Marissa casi siempre hablaba de chicas, o, más concretamente, de Marie. Quería saber si ella había dicho algo acerca de ella, qué tipo de música escuchaba y cuál era su color preferido.
Poco le faltaba para pedirme un mechón de su cabello, para guardarlo debajo de la almohada. Incluso había conseguido su número de teléfono y le había mandado un mensaje preguntándole si quería pasarse por el Grove después de clase. Y al ver que no recibía respuesta, me bombardeó con preguntas.
— ¿Por qué no me responde? —Preguntó, poniéndome el móvil bajo la nariz—.
Mira, lee este mensaje. No parece tan desesperado, ¿no?
—No, está bien —repuse, dándole un manotazo para apartar el móvil y deseando que esa conversación terminara.
—Entonces, ¿por qué no me responde?
—No lo sé —dije, frunciendo el ceño—. Quizás esté ocupada.
— ¿Haciendo qué? Siempre lleva el móvil encima.
Nunca había conocido a alguien que se negara a captar las indirectas hasta ese punto. Estaba claro que Marie  no daba ninguna señal de interés por ella, y era evidente que yo no quería hablar del tema, pero ella continuaba insistiendo, a pesar de todo.
— ¿No te parece que quizá tenga miedo de involucrarse emocionalmente?
—Sí, tal vez —contesté con el tono más desinteresado que pude.
—Tienes que ayudarme, Susan —suplicó—. Tienes que hablar con ella.
—Escucha —dije, intentando no mostrar la irritación que sentía—. Yo procuro no meterme en la vida amorosa de mi hermana. Además, ninguna chica haría caso de su hermana en ese tema.
Intentaba pasar el menor tiempo posible en el dormitorio. Me resultaba demasiado cerrado y claustrofóbico, y a menudo encontrábamos los lavabos sucios de vómito. Después de haber vivido en Byron casi durante toda mi vida en la Tierra, esto era un duro encuentro con el mundo real de los adolescentes y con sus costumbres. Además, procuraba evitar a Marissa siempre que podía. Y las veces que me encontraba, me era imposible librarme de ella y, fuera cual fuera el tema de conversación, ella siempre encontraba la manera de hablar de Marie.
Marissa no era la única chica que me causaba problemas. Pronto me tuve que enfrentar a una situación peor.
A las tres semanas del primer semestre, Santana conoció a Danielle Wynn. era perfecta en todos los sentidos, y asistía a la misma clase de biología que
Santana. Procedía de una buena familia, era miembro de las Delta Gama, una devota cristiana, una estudiante sobresaliente y, de vez en cuando, complementaba sus ingresos trabajando como modelo para Abercrombie and
Fitch. Su currículo era impresionante, y se decía que era candidata al título de miss Ole Miss. Había recibido distinciones por su trabajo caritativo y por su participación en la vida del campus. Era la clase de chica con quien yo hubiera trabado amistad…, si no le hubiera pedido a Santana que la acompañara a una cena de gala.
Un viernes por la tarde, mientras estábamos sentadas en el Grove, Danielle se acercó a nosotras.
—Eh, Marie.
Santana, que había estado jugueteando conmigo con el pie por debajo de la mesa, dejó de hacerlo en cuanto oyó su voz. Las dos nos volvimos y la vimos allí, de pie, con la mochila colgando de su hombro cómodamente. Hasta el último de sus largos y rubios cabellos estaba en su sitio, y se la veía fresca como una rosa a pesar de la densa humedad del ambiente. No era justo: se suponía que no sudar era una ventaja mía.
—Eh —saludó Santana con calidez—. ¿Cómo te va?
Me di cuenta de que a ella le caía bien de verdad, que no se limitaba a tolerar su presencia como hacía con Marissa.
—Bien, gracias. —Danielle le dirigió una sonrisa perfecta—. Por fin se han acabado las clases por hoy.
—Preparada para el fin de semana, supongo —dijo Santana—. Por cierto, te presento a mi hermana, Susan, Danielle . Va a clase de Biología conmigo.
— ¡Hola! —Danielle me dio la mano—. ¿Vas a participar en la Semana Frenética?
—Todavía me lo estoy pensando —repuse.
—En una sororidad puedes conocer a tus mejores amigas —afirmó—. Por cierto, hablando de esto, me preguntaba si querías ir a la cena de gala conmigo, Marie.
Danielle se mostró completamente segura, sin la menor señal de nerviosismo o de duda. Santana pareció desconcertada.
—No sabía que hubiera ninguna cena tan pronto —repuso, incómoda.
—Sí, tendremos una antes de aceptar a los nuevos miembros. Será dentro de dos semanas.
—Ah —exclamó Santana, mirando brevemente hacia donde yo me encontraba—.
Guay.
Me di cuenta de que no sabía qué decir, lo cual no le sucedía a menudo: le acababan de pedir una cita delante mismo de su esposa.
—Bueno, ¿te apetece? —preguntó Danielle.
—Claro —respondió Santana, poniendo cara de cierta preocupación.
—Genial. ¿Cuál es tu número? Te mandaré un mensaje con los detalles.
Mientras Santana le daba el número de móvil, miré a Danielle. Solo yo notaba el tono de duda en la voz de Santana. Seguramente a Danielle le pareció que se trataba de nerviosismo. Estaba segura de que ella estaba acostumbrada a que los chicos de todo el campus se sintieran intimidados ante sus ojos claros de bebé y su sonrisa de reina de la belleza.
—Gracias —dijo Danielle, guardándose el móvil en el bolsillo trasero—. Nos vemos en clase. Encantada de conocerte, Susi.
—Me llamo Susan —la corregí, sin ningún humor.
Cuando Danielle se hubo marchado, me crucé de brazos y fulminé a Santana con la mirada. Ella soltó un gemido y apoyó la frente encima de la mesa.
— ¿Qué ha pasado? —pregunté.
—Ha sido muy «incómodo» —dijo ella.
— ¿En serio vas a salir con ella?
— ¿Qué se suponía que debía decir? —preguntó Santana con expresión desolada.
Me levanté y empecé a dar vueltas alrededor del banco donde estábamos sentados.
— ¿Qué tal «no, gracias»? —sugerí.
—Britt, no es tan fácil —respondió Santana—. Es de mala educación rechazar una invitación sin motivo.
—Es de mala educación pedir para salir a una chica casada —repliqué, hincando la punta del zapato en la tierra con gesto de frustración.
—Eso no es justo. Ella no sabe…
—Da igual. No me cae bien.
—Venga —dijo Santana—. Es una chica simpática; esto no es culpa suya.
— ¿No habrías podido ponerle una excusa? —insistí—. Podrías haberle dicho que estabas ocupada, o que estarías fuera. ¡Cualquier cosa!
—Me quedé en blanco. —Santana levantó ambas manos en un gesto de rendición—. Lo siento.
—Uf —bufé, sentándome a su lado con rigidez—. Esto no va bien.
—Ya sabes que yo nunca haría nada —dijo Santana—. Deberías confiar lo bastante en mí y saberlo.
—Yo confío en ti —dije—. Pero estás dando un mensaje equivocado.
—Lo sé —admitió Santana—. Y no sé cómo salir de esto.
Para empeorar las cosas, al final de ese día todo el mundo se había enterado de que Marie y Danielle irían a la cena de gala de otoño juntas. Marissa me mandó un mensaje devastador: «¡¡¡¿M. y Danielle van juntas a la cena?!!! ¿Cómo ha sido?
Me han dicho que puede ser una auténtica zorra cuando quiere. ¿Ella no podía decir que no?».
No hice caso. Aunque yo no es que fuera, precisamente, un miembro del club de fans de Danielle Wynn, tampoco me gustaba que Marissa necesitara hablar mal de ella para tranquilizar su ego. Por otro lado, sus amigas no dejaban de felicitar a
Santana.
—Bien hecho. —Spencer le dio unas palmadas en la espalda a Santana cuando regresó a su apartamento—. Es una chica fantástica.
No me gustaba que todo el mundo se comportara como si las dos fueran pareja.
—Esto también es bueno para ti, Susan —dijo Allison.
Tardé un momento en darme cuenta de que se refería a mí.
— ¿Y por qué? —pregunté con sequedad.
—Danielle puede echarte un cable para entrar en DG —dijo—. Y es una modelo fantástica.
—Eso es verdad —intervino el novio de Allison, de cuyo nombre no pude acordarme—. Danielle Wynn es todo lo que una quiere ser como mujer. Ella te tomará bajo su ala protectora.
—Genial —repliqué, esforzándome por no poner cara agria—. Estoy impaciente.

ah por cierto chicas, se me estaba olvidando algo... el domingo actualizo por que actualizo se los prometo por que se los debo subiré cinco capítulos o mas hasta que se cansen de leerlos  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 2145353087 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 2145353087 

acerca de Santana y Danielle no hay nada de que preocuparse, pero si de los séptimos ehhh pasara algo que los dejara muy muy  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 2824147739 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 2824147739  y pronto se sabrá el verdadero origen de Santana por que no se han preguntado por que mi Santi están perfecta de algún modo???? Spoilers Spoilers, solamente les puedo decir que sobre esto Quinn esta muy muy involucrada ¿ Que sera ?

Hasta el domingo  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 918367557 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 918367557 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 918367557 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 918367557 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 918367557 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 918367557 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 918367557 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 918367557 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 918367557 
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por mary04 Jue Jun 19, 2014 10:51 pm

Holaaaaaa pense q no ibas a act de nuevo
que bien q me equivoque
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Mensaje por atercio Vie Jun 20, 2014 7:10 pm

uuuuuuuuuuu volviste que emocion, me alegro que las cosas por tu vida esten yendo muy bien, y sobre todo me alegro que tengas buenas vistas con tu jefa super sexy, espero la proxima vista
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Activo Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 12 Una hermana retorcida. Capitulo: 13 Ahí llega la novia. Capitulo: 14 Enfrentamiento. Capitulo: 15 Se acabó la clase

Mensaje por Emma.snix Dom Jun 22, 2014 1:51 am

Hey como estan??? me da mucho gusto de que todavía les este interesando esta historia maravillosa, siento que a partir de los próximos capítulos se viene lo mejor así que espero sus comentarios acerca de todo y que les parece.muchos abrazos grandes y besos sexis  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 918367557 

Capitulo: 12
Una hermana retorcida



A partir de ese momento, por las noches dormía de forma intermitente. Soñé con la boda de Danielle y Santana, llena de invitados felices y de ramos de flores, tal como debía ser una boda, y no como la nuestra, con anillos improvisados y un cura muerto. Toda la familia de Santana había acudido a la celebración, y el padre de Danielle acompañó a su hija hasta el altar. Marissa también se encontraba allí, y no dejaba de tirar de mi manga ni de llorar porque Santana no reconocía su presencia. Luego, el sueño cambió y Brody pidió a Rachel en matrimonio. Ella aceptó sin vacilar, y él la condujo hasta una pista de baile. Rachel bailaba encima de los pies de él, y el chico la conducía como si fuera una muñeca de trapo. Los movimientos de mi amiga no eran los suyos propios, y su cabeza se bamboleaba como el de una marioneta rellena de paja. Rachel me miró con ojos vacíos, como si me atravesara con la mirada.
Durante todo el sueño sentí un picor peculiar en la nuca, como si me hubiera salido un sarpullido, una reacción alérgica a causa de algo o de alguien que había en la habitación. Empecé a dar vueltas en círculos, buscando esos ojos que parecían esconderse en la oscuridad, pero solo pude vislumbrar brevemente una figura que desapareció al instante. Eso fue un momento antes de despertar y verlo. Era un séptimo, pero no era como los demás. Llevaba puesta una máscara de acero que le cubría el rostro, y unos guantes de piel sin dedos. La máscara tenía una hendidura a la altura de la boca y dos agujeros en los ojos, pero a través de ellos solo vi negrura. Me pareció oír su respiración áspera, a pesar de que me encontraba a cierta distancia de él. Y tuve la extraña sensación de que ya lo conocía.
El sueño me dejó inquieta, y durante todo el día no pude evitar mirar hacia atrás todo el tiempo, temerosa.
Mientras Santana estaba en clase, Quinn y Sam vinieron a darme noticias. Por suerte, Marissa había ido a la biblioteca y en ese momento no se encontraba en la habitación. No hubiera sido bueno que se encontrara con Sam. No sé cómo habría reaccionado, y no podíamos desperdiciar el tiempo en detener su constante flirteo.
—He soñado con ellos —le dije a Sam.
Mi hermano se había apoyado en los pies de la cama; su rostro estaba serio.
Empezó a martillear la estructura metálica con los dedos, haciendo ruido con el anillo de su anular contra el metal. La luz del día que entraba por la ventana parecía diluirse en el color Azul de los ojos de Sam y les otorgaba unos maravillosos reflejos plateados. Sus ojos eran tan profundos y claros que a veces me parecía que podía verle el alma a través de ellos. Pero yo sabía que él no tenía alma. Esa es una característica exclusiva de los seres mortales; los ángeles solamente tienen esencia.
—Están intentando averiguar dónde estáis a través de tus sueños —dijo.
—Entonces, si sueño con Ole Miss, ¿sabrán que estoy aquí? —pregunté, alarmada.
—Los sueños no suelen ser muy concretos —me tranquilizó Quinn, dándome unas palmaditas en la espalda—. Si sueñas con un dormitorio universitario…, bueno, puede pertenecer a cualquiera de las universidades que hay en todo el país.
—Supongo que sí —Repuse, inquieta—. Pero si sueño con la mascota del Ole Miss Rebels, se acabó. Todo estará perdido.
—Tranquilízate —dijo Quinn—. Tu inconsciente está ocupado en otras cosas.
—Espero que tengas razón —apunté, sin estar convencida del todo—. Bueno, ¿Qué hay de nuevo? ¿Os habéis enterado de algo más?
—Por lo que sabemos, los séptimos continúan buscando.
—Bueno, eso está bien —dije, cerrando sin darme cuenta las polvorientas contraventanas de la habitación—. ¿Estáis seguros de que no los buscarán a ustedes?
Odiaba pensar que mi hermano y mi hermana pudieran sufrir algún daño por mi culpa.
—Somos demasiado listos —repuso Quinn—. Saben que presentaríamos batalla.
—Pero podrías vencerlos, ¿verdad? —pregunté, desconfiada.
No dudaba de su fuerza. Los esbeltos brazos de Quinn eran fuertes como el acero y podían hacer más fuerza que un camión a toda velocidad, pero no me gustaba pensar que tuvieran que enfrentarse a un ejército. La realidad era que se verían superados en número.
—No lo sé —respondió mi hermana con gesto grave—. Si nos atacaran en masa, tendríamos problemas. Pero no se arriesgarán, sufrirían demasiadas bajas.
— ¿Así que continuamos igual? —pregunté, aliviada de no tener que empaquetar de nuevo nuestras escasas pertenencias personales y salir huyendo tan pronto.
—De momento, sí —contestó Sam—. Hemos intentado ponernos en contacto con el Cónclave para informarlos de lo que están haciendo los príncipes. Quizá puedan detenerlos o, por lo menos, limitar sus poderes.
— ¿Y nuestro padre? ¿Dónde está? —pregunté, sin aliento.
—Atareado —dijo Quinn, mirando a Sam con nerviosismo—. En este momento tiene las manos ocupadas.
— ¿A qué te refieres? —Su respuesta me había dejado confundida.
Sam soltó un suspiro y achicó los ojos un instante.
—Supongo que, al final, te enterarás —dijo—. El Infierno se ha sublevado, los demonios han iniciado una revuelta.
— ¿Qué? —susurré
Mi corazón pareció hacerse de plomo.
—Su influencia se ha extendido, y su número se ha triplicado durante las últimas semanas —explicó Sam—. El mundo se encuentra ante un grave problema.
Mi hermana asintió con la cabeza, seria, confirmando las palabras de mi hermano.
—La muerte de un original ha provocado un levantamiento. Lucifer va a mandar a sus ángeles como si fueran una plaga.
Sentí un nudo en el estómago. ¿Era culpa mía? ¿La gente estaba muriendo por mi causa, porque yo había sido tan estúpida de haber hecho enojar a Lucifer? Me cubrí la boca con las manos, y Sam pareció leerme el pensamiento.
—Tú no eres responsable de los actos del inframundo, Brittany —dijo—. Ellos no necesitan tener ninguna excusa para causar dolor y sufrimiento.
Me tumbé en la cama boca abajo, enterrando el rostro en la almohada. Deseaba poder esconderme hasta que todo hubiera terminado. No me moví hasta que noté que Sam me tocaba el hombro con suavidad.
—Recuerda, no fue tu mano la que mató a Jake —me dijo—. Fue la mía.
Pero sus palabras no me consolaron mucho. No importaba quién hubiera dado el golpe fatal, pues todavía había gente que sufría a causa de nosotros. Los demonios eran malignos y sádicos aunque no tuvieran sed de venganza. No podía ni imaginarme el sufrimiento que debían de estar infligiendo a personas inocentes por rencor hacia nosotros. Y si nuestro padre no tenía tiempo, las cosas debían de estar mal.
—Esto es un desastre —murmuré.
—Sí —admitió mi hermano—. Pero no debemos perder la esperanza. Quizás en el Cielo estén ocupados ahora, pero él responderá a nuestras plegarias.
— ¿Y los demonios? —pregunté—. ¿También ellos nos están buscando?
—No estoy seguro —respondió Sam—. Ahora mismo no hemos visto una pauta clara en sus ataques, parecen estar haciendo cualquier cosa. Pero… —
Dudó un momento, como si fuera incapaz de continuar hablando.
—Estoy segura de que no se han olvidado de nosotros —dije yo, terminando su frase.
—Lo dudo —asintió mi hermano con gesto adusto—. Pero vayamos por pasos, una batalla detrás de otra.
Cuando Quinn y Sam se hubieron marchado, quise encontrar a Santana de inmediato, pero primero tuve que escapar del acoso de Marissa, que había regresado al dormitorio y se mostraba tan efervescente y dramática como siempre.
— ¿Adónde vas? —preguntó, saltando de la cama y pegándose a mí.
—A ver a una amiga —dije, alerta.
— ¡Oh, fantástico! —Cogió su bolso y añadió—: Deja que me retoque el maquillaje.
Me esforcé por no dejar traslucir la exasperación que sentía. A Marissa, a veces, le faltaba delicadeza. Hablé en un tono que dejaba claro que no deseaba su compañía, lo cual resultaba evidente por el hecho de que no la había invitado a ir conmigo.
—Bueno —dije, incómoda—, voy a ver a Rachel y ella tiene problemas. No creo que le apetezca ver a nadie más.
—Pero yo soy buena dando consejos sobre relaciones —dijo Marissa.
Me pregunté si se mostraba tan obtusa de forma deliberada.
—Ya, pero Rachel no se siente muy cómoda con gente nueva —insistí.
—Pero…
— ¡Lo siento! Nos vemos luego.
Salí de la habitación sin darle tiempo a continuar protestando. Sabía que, seguramente, me había mostrado ruda con ella y que la había herido, pero también estaba tan ansiosa por ver a Santana que no podía preocuparme por eso.
Decidí que ya lo solucionaría más tarde.
Casi corrí hasta el campo de tenis, pues sabía que ella estaría allí practicando con las chicas de su fraternidad. Cuando llegué, el espacio estaba vacío, pero Santana me estaba esperando dentro. Detestaba tener que encontrarme con ella en secreto. Solo podíamos ser nosotras mismas durante unos cuantos minutos cada día; el resto del tiempo teníamos que vivir nuestra otra vida como Marie y Susan
Grey. A veces deseaba poder ser de verdad de esas personas que llevaban una vida normal. Me preguntaba cómo me sentiría si solo tuviera que preocuparme por las notas y por no sufrir una derrota demasiado humillante en el campo de fútbol, en lugar de preocuparme por la ira del Cielo o por Lucifer en pie de guerra.
Me escabullí con rapidez hasta los vestuarios, deseando que nadie me viera.
Santana estaba sentada en uno de los bancos con una camiseta blanca de manga corta. Se estaba pasando los dedos por el cabello, húmedo por la ducha. En cuanto entré, levantó la vista y sonrió con esa sonrisa que siempre me dejaba sin respiración.
—Eh, Britt —murmuró en tono cariñoso.
Me acerqué, me senté sobre su regazo y apreté la nariz en su cuello para respirar su limpio olor. Noté la suavidad de su piel en la yema de los dedos.
—Hueles bien —le dije, deslizando los brazos alrededor de su torso, fuerte y seguro—. Como a frutas.
—Gracias —repuso Santana, con expresión divertida—. Eso me hace sentir muy limpia.
Reí, pero rápidamente volví a mostrarme pensativa.
—Este lugar es como estar en casa, ¿verdad? Me gustaría que estuviéramos aquí en circunstancias distintas.
—Lo sé —dijo ella—. Pero las cosas nunca van a ser normales para nosotras.
Supongo que eso hace que apreciemos más lo que tenemos.
—Tenemos que hacer piña. A pesar de que las cosas se pongan peor antes de ir mejor.
—Por supuesto —asintió Santana—. Yo estoy en esto para siempre. Aunque el mundo se desmorone bajo nuestros pies, nunca te dejaré, Britt.
—Bien —dije—. Porque acabo de hablar con Quinn y Sam…, y lo que me han dicho no te va a gustar.
Santana me acarició la mejilla suavemente y luego pasó el dedo sobre mis labios.
En otro momento, un comentario como el que yo acababa de hacer la hubiera puesto en alerta. Hubiera querido enterarse de los detalles, saber exactamente lo que se había dicho y lo que había que hacer a partir de ese momento. Pero ahora notaba que estaba cansada, que se resistía a continuar luchando.
— ¿Se trata de un problema por el que Marie y Susan deban preocuparse?
Fruncí el ceño.
—No.
—Entonces puede esperar —repuso—. Ya no te veo sonreír nunca. Lo echo de menos.
Asentí con la cabeza y la levanté para mirar sus brillantes ojos color marron, que siempre estaban chispeantes, como si se estuviera riendo de un chiste privado que no quisiera contar a nadie más. Pero ahora tenía una expresión de cansancio.
—Ahora mismo no quiero que seamos Marie y Susan —dije—. ¿Y si intentamos ser nosotras mismas? Volvamos a ser como éramos al principio, antes de que nada de esto sucediera. Regresemos a esa noche en la playa, en Venus Cove, la noche de la hoguera.
Santana y yo recordábamos esa noche claramente. Fue cuando yo salté del acantilado y desplegué las alas en el aire. A pesar de que esa fue la confesión que más me asustaba hacer en el mundo, ambas nos sentimos completamente cómodas después. Nos habíamos tumbado una alado de la otra y habíamos permanecido sobre la arena horas enteras. Al final de ese día ambas sabíamos que estábamos hechas para estar juntas. Ni siquiera el enojo de mi hermano y de mi hermana habían conseguido acabar con el cálido sentimiento que me invadió esa noche. Y a pesar de que Santana ya me resultaba alguien muy familiar, todavía la admiraba; era mi princesa encantada que había salido de las páginas de un cuento de hadas y que había llenado mi mundo de color. Cada vez que cerraba los ojos y sentía el calor de sus manos en mi piel, veía fuegos artificiales y estrellas fugaces que dejaban una estela de polvo cósmico en mi mente.
Levanté la cabeza y froté la nariz contra su rostro. Ella se inclinó hacia mí y el contacto de sus labios en mi oreja me hizo cosquillas y me provocó escalofríos de placer en toda la espalda. Deseaba ver en ella ala despreocupada chica de dieciocho años otra vez, y no ala mujer apesadumbrada por las calamidades del mundo.
Deslicé las manos hacia arriba y entrelacé los dedos sobre su nuca. El calor de su cuerpo me inundó. Nuestros labios se unieron y sentí una conocida corriente de energía embriagadora. Mi campo de visión se llenó de fuegos artificiales. Esas sensaciones siempre eran muy intensas, sin importar cuántas veces la besara.
Santana me rodeó la cintura con los brazos y me atrajo hacia sí. Luego tomó mi rostro entre sus manos y las dos nos perdimos en ese mundo en el cual solamente existíamos ella y yo, un mundo que estaba fuera del tiempo y del espacio.
Estábamos tan concentradas que no oímos los pasos procedentes de fuera hasta que fue demasiado tarde.
De repente oímos una exclamación ahogada, y la magia se rompió. Me aparté de Santana y vi a Marissa de pie en la puerta, cubriéndose la boca con ambas manos y una expresión de conmoción en el rostro. Me apresuré a distanciarme de Santana, pero ella ya lo había visto todo. Probablemente, había sospechado algo y me había seguido.
—Te lo puedo explicar —dije, de un modo apresurado, al tiempo que me daba un doloroso golpe con una de las taquillas.
El metal de la puerta me arañó la espalda, pero no le presté atención. Acababa de decir una terrible frase hecha, pero no fui capaz de pensar en nada más.
Además, era mentira. No lo podía explicar. No creía que la excusa de «En realidad es mi esposa y nos estamos escondiendo» resultara de gran ayuda.
—No te creo —replicó ella, apartándose de nosotros como si pudiéramos contagiarle algo—. ¡Esto es asqueroso! ¡Estás enferma! ¡Es tu hermana! ¿Cómo puedes hacer eso?
—No es mi hermana —intentó razonar Santana—. Es mi esposa.
— ¡Os habéis casado! —Marissa se apretó el pecho con las manos, como si estuviera a punto de sufrir un ataque al corazón, en un gesto que me pareció exageradamente dramático. De repente, achicó los ojos y dijo—: Así que por eso nunca me contestaste el mensaje y jamás respondías a mis señales. ¡¿Creí que yo era demasiado sutil?!
— ¿Demasiado sutil? —Preguntó Santana con incredulidad, y un tanto enfadada ya—. ¡Eres tan sutil como un toro enfurecido!
—Bueno, lamento no poder competir con tu «hermana» —exclamó Marissa.
—¡Cállate un momento! —estallé, exasperada—. No hemos hecho nada malo.
—Quizá tú lo creas —afirmó Marissa en tono de triunfo—. ¡Pero esta comunidad no estará de acuerdo contigo!
—Ella y yo no somos parientes —afirmé con energía—. Te hemos mentido. Hemos mentido a todo el mundo.
—Escucha —dijo Marissa, levantando ambas manos—. Entiendo que creáis que esto está bien, pero eso es porque no estáis bien de la cabeza. Tengo que hablar con alguien de esto…, por vuestro bien. Luego me daréis las gracias.
— ¡Marissa, espera! —gritó Santana, pero ella ya había salido de los vestuarios.
Santana se cubrió el rostro con las manos, pero yo ya iba hacia la puerta, dispuesta a alcanzar a Marissa
—Tenemos que ir a por ella —dije, obligando a Santana a levantarse.
— ¿Por qué? —Me miró con expresión vacía—. No nos escuchará.
—Santana, piensa un momento —insistí—. Estamos hablando de Marissa…
Se lo va a contar a todo el mundo.
—Pues que lo haga. —Se encogió de hombros—. No tiene pruebas. Es su palabra contra la nuestra.
—No importa —dije, cogiéndolo de la mano—. Nadie podría ignorar una acusación como esa. Aunque lo neguemos, eso va a llamar mucho la atención.
Desde que estamos aquí, nos hemos esforzado por pasar inadvertidos. Si dejamos que Marissa llame la atención sobre nosotras…
—Nos encontrarán —concluyó Santana con voz ahogada.
— ¡Exacto! —Le apreté la mano—. Vamos.
Mientras nos apresurábamos a cruzar los campos de tenis, pensé que lo que nos estaba sucediendo no era justo. Ole Miss, para nosotras, significaba algo más que un escondite. Representaba todo aquello que deseábamos pero que no podíamos tener: un futuro juntas en la Tierra. Yo no quería irme y no estaba dispuesta a que Marissa nos obligara a marcharnos. Aceleré el paso y empecé a correr tan deprisa que no sentía el contacto de los pies en el suelo. Avanzaba a una velocidad que nunca hubiera creído posible en mí. Lo único que pensaba era que no podía permitir que alguien que conocía tan poco nuestra historia personal, alguien como aquella chica, nos pusiera en peligro. Cualquiera que pasara por allí en ese momento solamente hubiera visto una mancha borrosa en el aire. Pronto dejé atrás a Santana y alcancé a Marissa en el Grove.
— ¡Suéltame!
— ¡No! —La obligué a darse media vuelta y a mirarme a la cara—. No hasta que me hayas escuchado.
Pero Marissa era incapaz de escuchar.
— ¡Socorro! —chilló—. ¡Necesito ayuda!

En ese momento sentí que algo se encendía en mi interior. No iba a permitirlo.
Santana y yo ya habíamos sufrido bastante, y no tenía ninguna intención de que una frívola estudiante de primero nos impidiera estar en el único lugar que todavía era seguro para nosotras. Así que apunté a los labios de Marissa con el dedo índice y, al cabo de un segundo, una gruesa capa de piel empezó a cubrírselos, cerrándolos completamente. Marissa abrió los ojos con espanto y se llevó las manos a la boca intentando arrancarse la piel, pero se dio cuenta de que se haría daño y se detuvo. Temblando, me miró a los ojos, llena de miedo. Yo no estaba acostumbrada a que nadie me mirara con esa expresión, pero en ese momento no tenía tiempo de preocuparme al respecto. Lo único importante era que había conseguido que se callara.
Notaba que una gran fuerza me recorría el cuerpo, como encendiendo con fuego mis brazos y mis piernas. Sentí que todo mi cuerpo se erguía, vivificado con esa energía que me recorría. Levanté la mano, que en ese momento brillaba, y la coloqué sobre la cabeza de Marissa. Ella cayó de rodillas a mis pies. Empecé a sentir sus pensamientos y sus recuerdos arremolinarse bajo la palma de mi mano. Cerré los ojos y empecé a verlos, casi a saborearlos, como si me encontrara en esas situaciones justo en ese momento. Vi a Marissa en su fiesta de celebración de su sexto cumpleaños, vestida como una princesa de Disney, y pensé que había ido demasiado atrás en el tiempo. Me resultaba difícil moverme entre tantos recuerdos, pues había muchísimos. En realidad, cada momento de la vida de una persona constituye un recuerdo, así que tuve que abrirme camino por entre oleadas enteras de recuerdos hasta encontrar el único que quería borrar.
Eso era lo que Sam hacía, pero él había conseguido hacer de ello un arte. Yo era nueva en esa práctica, y mi técnica no era tan refinada. Conseguí localizar la semana que comprendía nuestro encuentro en el campo de tenis, y pensé que tenía que apañarme con eso. Noté que los recuerdos de Marissa salían de su cuerpo y penetraban las yemas de mis dedos. Me aseguré de que todo quedara eliminado, incluso hasta el último minuto en el Grove. Luego aparté la mano de su cabeza al tiempo que le retiraba el sello de los labios. Justo en ese momento, Santana llegó corriendo hasta nosotras.
Marissa, libre ya, cayó al suelo sobre las manos y las rodillas.
— ¡Eh! —dije, agachándome para ayudarla—. ¿Te encuentras bien?
Marissa se puso en pie, temblorosa y con una gran expresión de desorientación en el rostro.
— ¿Cómo he llegado hasta aquí? —preguntó—. Estaba en el dormitorio. Creí que era por la mañana…
Me di cuenta de que el último recuerdo que conservaba era el de haberse levantado por la mañana para ir a clase. Santana me miró, preocupada. Yo no le hice caso y puse mi mano sobre la frente de Marissa.
—Creo que has pillado algo. Será mejor que te llevemos de vuelta a la habitación.
— ¿Qué estáis haciendo las dos aquí? —preguntó, aunque todavía estaba un poco mareada.
—Estábamos dando un paseo y te hemos encontrado —expliqué—. No deberías ir por ahí, sola, a estas horas de la noche.
—Pero yo no…
Santana la sujetó para ayudarla a caminar, y Marissa pareció olvidarse de lo que estaba pensando en ese momento.
—Vamos —dijo Santana—. Te llevaremos a la habitación. Seguro que mañana te encontrarás mucho mejor.
—No me encuentro bien —dijo Marissa de repente, como si Santana no hubiera dicho nada.
Sam me había dicho una vez que intervenir en los recuerdos de una persona les provocaba dolor de cabeza o náuseas.
—Lo sé —repuso Santana—. Susan tiene razón. Seguramente has pillado algo.
Mañana por la mañana te llevaremos al centro de salud.
—De acuerdo, gracias.
Marissa dio unos inseguros pasos en dirección a los dormitorios, pero enseguida cayó de rodillas y vomitó al pie de un viejo roble. Santana la cogió a tiempo de que no se hiciera daño, y yo le recogí el pelo para que no se ensuciara.
Marissa emitió un gemido. Debía de resultar inquietante encontrarse de repente vagando sola en la oscuridad y no tener ni idea de cómo había llegado hasta allí.
—Todo va a ir bien —dijo Santana, que le había puesto una mano en la espalda para reconfortarla, y otra en la barriga para evitar que cayera hacia delante. Pero me miró con ojos acusadores—. ¿Era necesario? —me susurró al oído mientras ayudaba a Marissa a ponerse en pie.
En otras circunstancias, me habría sentido culpable por lo que había hecho, pero, en ese momento, al ver la cara de alarma de Marissa y sus ojos temerosos, no sentí nada. «Sí, era necesario —pensé—. He hecho lo que era necesario para protegernos.» Ya empezaba a pensar como mis hermanos, que se preocupaban menos por las personas que por las situaciones en general. Si Marissa hubiera continuado gritando y hubiera contado lo que había visto, Santana y yo hubiéramos tenido serios problemas. Miré a Santana a los ojos con expresión decidida y contesté:
—Sobrevivirá.
Eso fue lo único que me limité a decir.
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por Emma.snix Dom Jun 22, 2014 1:52 am

Capitulo: 13
Ahí llega la novia


Al día siguiente, Marissa se despertó tarde. Yo estaba a su lado, con una taza de café caliente y un rollito de beicon. Me sentía mal por haberle provocado ese trauma, a pesar de que sabía que ella no recordaría nada.
Al abrir los ojos, emitió un gemido y enterró la cabeza bajo la almohada.
— ¿Qué hora es? —preguntó con voz ronca.
—Casi mediodía —respondí, dejándole el desayuno encima de la mesa—.
¿Cómo te encuentras?
—Como si me hubiera atropellado un autobús —contestó, dramática, mientras se cubría los ojos de la luz—. ¿Qué pasó?
—Vomitaste —dije, procurando ofrecer la mínima información para evitar preguntas que no podría contestar.
Me sentía como si hubiera realizado una operación quirúrgica y como si me hubiera salido mal.
— ¿Estuve bebiendo? —preguntó Marissa mientras se frotaba las sienes.
Observé sus ojos hundidos y rojizos, sus labios secos y su pelo revuelto. El alcohol parecía ofrecer una buena explicación a su estado. Era lo único que hubiera podido empujarla a vagar por Ole Miss de forma descontrolada y casi inconsciente.
—Sí —respondí—. Eso creo.
Pensé que últimamente me costaba muy poco mentir. Ya no tartamudeaba ni delataba mis verdaderos sentimientos con mi lenguaje corporal. Empezaba a acostumbrarme a tejer esa red de engaño por todas partes. Pero no era momento de sentirme mal por ello: primero tenía que asegurarme de que ella no descubriera nada.
—Vaya, debí de colocarme mucho —dijo Marissa—. No recuerdo absolutamente nada.
—Habías ido muy lejos cuando te encontramos —le conté, sin entrar en más detalles—. Pero lo único que importa es que estás en casa y bien.
—Susan… —dijo Marissa mirándome con ojos suplicantes—. ¿Puedo pedirte un favor?
—Claro —contesté, soltando un suspiro. Me parecía justo compensarla de alguna manera.
—Por favor, no se lo cuentes a nadie. Si la gente se entera, mi reputación quedará destruida.
Eso me tomó por sorpresa, pero asentí de inmediato. Pensé que Marissa contaría su historia por todo el campus, que su tendencia a dramatizarlo todo la llevaría a relatar a todo el mundo su tragedia y a asegurar que casi no sale viva de ella. Pero su propuesta era mucho mejor. En realidad, el miedo que sentía Marissa ante las chicas de la sororidad era el primer golpe de suerte que teníamos en muchos días.
Cuando estuve segura de que podía dejarla sola sin peligro, fui a ver a Santana a su apartamento. Spencer me abrió la puerta. Dentro, vi a Allison tumbada sobre el sofá, con su mano manoseado libro de biología abierto sobre el pecho.
—Hola, pequeña Grey —saludó Spencer con una sonrisa calida—.
Bienvenida al escondite de las chicas súper poderosas.
—Gracias. Supongo.
Sonreí y di un paso hacia dentro. El apartamento de Santana, con cuatro chicas viviendo en él, era más como un altar dedicado a la vida de fraternidad que una vivienda de verdad. Santana era bastante ordenada, pero ese salón era un desastre: estaba lleno de cajas de maquillajes, libros y de otras cosas todos los muebles hacían juego con otro, todas se habían metido allí por el mero hecho de cumplir alguna función. Allí cada objeto era funcional, y culaquiera pretendía ofrecer la más mínima decoración. En una de las paredes colgaba la bandera del estado de Misisipi, al lado del escudo de Sigma Chi y una talla de madera de la mascota del equipo, el Coronel Reb.
—Esta habitación huele muy rico —dije, y Spencer se rio.
— ¿Estás diciendo que somos demasiadas ordenadas?
—No —contesté—. Solo que tiene un olor… muy agradable.
—Somos muy lindas —asintió Allison—. Tu hermana está en la ducha, pero no mientas…; has venido a vernos a nosotras.
—Me has pillado —respondí—. No podía estar lejos de vosotras.
—Ya, sí, claro. —Spencer me guiñó un ojo para hacerme saber que estaba bromeando—. Bueno, ¿te has enterado? Anoche Marie no quiso venir con nosotras. Creemos que tiene una mujer secreta en su vida.
—Oh, no —exclamé, fingiendo seriedad—. Esa chica necesita que le recuerden cuáles son sus prioridades.
—Exacto —afirmó Spencer meneando la cabeza—. Será mejor que hables con ella al respecto. Imagínate, poner a una chica antes que a tus hermanas de fraternidad.
—Es un desastre —añadí, sentándome en el sofá para esperar a Santana.
Al cabo de unos momentos, salió del baño. Tenía el pelo mojado y solamente llevaba una toalla enrollada alrededor su cuerpo. Verla así, de repente, me pilló por sorpresa durante un segundo y tuve que obligarme a no mirar. Hacía bastante tiempo que no la veía sin ropa, y su cuerpo Sexy y bien dibujado me impresionaba. Me sentí como al principio de estar con ella, cuando empezábamos a salir y yo tenía que hacer grandes esfuerzos para que mis sentimientos no se me notaran. Ahora tuve que apartar la mirada de sus perfectos pechos antes de que las demás se dieran cuenta.
—Eh —saludó Santana—. Me pareció oír tu voz.
—Estaría bien que te vistieras —le dije.
—Sí, tía, ¿qué espectáculo crees que es esto? —preguntó Spencer.
—Ninguna que no hayáis visto antes.
Santana se encogió de hombros, pero cogió una camiseta de manga corta de Ole Miss de un montón de ropa limpia y desapareció en su habitación para vestirse.
Cuando regresó, me dio la mano y me hizo levantar del sofá.
—Vamos, hermanita, te invito a comer —dijo.
Yo sabía que era una excusa para salir del apartamento y poder pasar un rato a solas.
—A nosotras nunca nos invitas —se quejó Spencer—. ¿Por qué?
—No me caéis bien —dijo Santana mientras salíamos de la habitación, sin volverse.
Spencer le lanzó un cojín, pero desaparecimos a tiempo por la puerta.
Cuando llegamos a la camioneta de Santana, me arrellané con comodidad, aliviada por poder ser yo misma durante un rato. Ella puso el motor en marcha y, de inmediato, sonaron los acordes de Brad Paisley en el equipo. Empecé a seguir el ritmo con los pies.
— ¿Te has dado cuenta de en qué me ha convertido Ole Miss? —Dijo Santana—.
Sintonicé una emisora de música country por voluntad propia.
Empezó a tamborilear con los dedos sobre el volante mientras cantaba:
«Listenin’ to old Alabama, drivin’ through Tennessee…».
—En el fondo, eres una chica country —dije riendo—. Acéptalo.
Santana, tirando de mi ancha camisa a cuadros, repuso, bromeando:
—Me parece que aquí solo hay una campesina.
— ¿Sabes?, las chicas creen que tienes una novia secreta —dije, cogiéndole la mano y jugueteando con sus dedos. Echaba de menos poder tocarla, estuviéramos donde estuviéramos, y quería aprovechar que en ese momento estábamos solas.
— ¿Quiénes, ellas? —Preguntó, señalando hacia el apartamento con la otra mano—. ¿Qué importa? Les costará adivinar con quién.
— ¿No desearías, a veces, contárselo a todo el mundo? —suspiré—. Lo nuestro.
—Sí —respondió Santana—. En especial desde que Spencer les habló a sus amigos chicos de la otra fraternidad de mi hermanita pequeña.
— ¡No! —No pude evitar reír. Spencer era un personaje.
—Oh, sí. Ahora todos quieren conocerte. —Y, negando con la cabeza, añadió—:
No lo van a conseguir.
—Bueno. Lo mío es peor. Las chicas están obsesionadas contigo.
—Eso es ridículo —dijo Santana, mofándose—. Ni siquiera me conocen.
—Saben cuál es tu signo del zodíaco, los deportes que prácticas, dónde trabajaste el verano pasado y con quién fuiste de acampada —afirmé.
— ¿Qué? —Santana me miró, desconcertada—. ¿Cómo?
—No subestimes Facebook como herramienta de investigación.
—Es horrible —rio Santana.
En ese momento mi móvil vibró y vi que Rachel acababa de enviarme un mensaje en el que me preguntaba qué estaba haciendo.
—Ya empieza —gruñó Santana—. ¿No puedes decirle que estás estudiando?
—Dice que tiene noticias…
—Seguramente serán del último culebrón —se burló Santana.
Decidimos que iríamos a comer y que ya nos preocuparíamos de Rachel después.
Encontramos un tranquilo reservado en el fondo de una cafetería y nos acomodamos en él. Pasé las manos por encima del rayado vinilo borgoña de la mesa y observé las lámparas redondas y de colores que teníamos encima de la cabeza. Era un lugar oscuro y ruidoso, y me pareció que estábamos realmente escondidas del mundo. Las paredes estaban cubiertas de polvorientas fotografías enmarcadas y de banderas.
—Es fantástico —dije—. Me encanta estar en la universidad.
—Sí. —Santana se desperezó y se recostó en su asiento—. La época más despreocupada de nuestra vida.
— ¿Cuánto tiempo crees que durará? —pregunté, esforzándome por no mostrarme abatida.
—No importa —repuso Santana—. Lo importante es que aquí estamos juntas.
Tanto si dura un año como si lo hace una semana más, por lo menos tendremos la experiencia de haberlo vivido. Y, ¿quién sabe?, quizá regresemos algún día.
— ¿Qué harías si no me hubieras conocido? —Pregunté, de repente—. Quiero decir, ¿qué estarías haciendo?
Santana no dudó en responder:
—Sería Santana Lopez, estudiaría Medicina, sería una fan secreto de Bama, y Hered ro de la tradición de Sigma Chi— ¡Estoy hablando en serio! —lareprendí.
— ¿Y qué clase de pregunta es esa? —Repuso Santana—. Todo sería distinto si no te hubiera conocido.
—Sí, pero ¿en qué? —insistí.
—Bueno, para empezar, no habría vivido todo lo que he vivido, lo que significa que no valoraría tanto lo que tengo. Probablemente todavía seguiría buscando a la chica adecuada, y casi seguro acabaría trabajando en alguna oficina, viviendo en un barrio acomodado y tendría una buena familia.
—No suena tan mal —murmuré.
—He dicho «buena» —recalcó Santana—. No «extraordinaria». No sería como lo que hay entre tú y yo.
—Supongo que no —dije, un tanto descorazonada.
No podía dejar de pensar en la familia que ella podría tener si yo no estuviera a su lado para trastocar su vida. No era porque no pudiera darles hijos; era que no podía ofrecer el ambiente de estabilidad necesario para criarlos. Por lo menos no de momento, y quizá nunca. Esa imagen de vida perfecta era lo único que yo deseaba, y Santana la estaba echando a perder sin pensarlo. ¿Quizás ella menospreciara el valor que tenía? No podía permitir que lo hiciera.
Santana me cogió la mano por encima de la mesa.
— ¿Quieres saber cuál es la mayor diferencia? —preguntó con voz tierna.
Levanté la mirada. Casi podía sentir el calor que desprendían sus ojos Marrones.
—Todavía continuaría cuestionándome mi fe. Estaría batallando como todos los demás, intentando darle un sentido al mundo. Gracias a ti tengo una convicción que nunca creí posible tener. He visto el poder del Cielo; sé lo que los ángeles pueden hacer. Gracias a ti, el Infierno no es solamente un lugar conocido por las referencias de la Biblia: es una realidad. Gracias a ti sé que hay un dios ahí arriba. Y sé que él vigila cada paso de mi camino. Gracias a ti ahora creo que existe el Cielo y que un día llegaremos allí… juntas.
—El lugar blanco —susurré, y sentí que su mano apretaba la mía con suavidad—. ¿Sabes?, cuando te miro, siento esa presencia…, como si nuestro padre tuviera unos planes especiales para ti.
Era verdad. La energía de Santana la irradiaba todo a su alrededor, y era imposible sentirse infeliz en su presencia. A veces me parecía que podía saborearla, y su sabor era como el del sol. Como el del amor.
—Yo ya no siento que seamos dos personas separadas —dijo Santana, sonriendo con expresión soñadora mientras se acercaba la taza a los labios—. Es como si yo viviera dentro de ti, y tú, dentro de mí. Somos casi la misma persona.
—Así es como nuestro padre pretendía que los hombres vivieran y amaran —respondí—. Como una réplica de la Trinidad, en unidad el uno con el otro.
Entonces me di cuenta de que una chica que había en la mesa de al lado nos estaba mirando, y aparté la mano con un gesto brusco. Era difícil recordar en todo momento que Santana y yo ya no podíamos mantener ese intenso contacto físico en público. Ella tosió un poco y sacudió ligeramente la cabeza, como si acabara de salir de un sueño.
—Bueno —dijo, en el tono de mayor despreocupación de que fue capaz—.
¿Vamos a ver qué quería Rachel?
Las dos sabíamos que era mucho más seguro ir por ahí con Rachel que arriesgarnos a estar a solas. La tentación de perdernos la una con la otra era demasiado fuerte. Le mandé un mensaje de texto en el que le decía que viniera a la cafetería. Al cabo de quince minutos apareció, alegre como siempre, con una camiseta blanca que ponía «Harvard del Sur» y con un llamativo pantalón corto de color rosa. Se sentó en el reservado y nos miró con una sonrisa de oreja a oreja.
— ¿A que no sabéis qué?
— ¿Qué?
Santana puso una cara como si ya se hubiera arrepentido de haberla llamado.
—Tengo noticias.
—Ya lo vemos.
—Grandes noticias —insistió Rachel—. Noticias de las que cambian la vida.
—Venga —reí—. Dínoslo.
Rachel levantó la mano con un gesto gracioso y la colocó abierta encima de la mesa con expresión decidida. Hubiera sido imposible no ver el brillante anillo de compromiso en su dedo anular. Me quedé boquiabierta, y ella me dirigió una gran sonrisa.
—Saludad a la futura señora de Brody.
—Oh, Señor… —Santana no sabía qué decir.
—Sí, ¿verdad? —exclamó Rachel, abrazándome—. ¿No es fabuloso?
—Bueno…, sí —respondí, procurando mostrar entusiasmo—. Pero ¿estás segura de que estás preparada? Solamente tienes dieciocho años.
—Tú también, y te has casado con Santana —protestó Rachel.
—Sí, pero yo… Eso fue… Supongo que tienes razón.
No sabía cómo decirle que Santana y yo éramos distintas sin parecer engreída.
Pero era cierto, nosotras estábamos en una situación muy distinta. Habíamos vivido muchas cosas juntas, nuestra relación había sido puesta a prueba a fondo.
No habíamos tomado ninguna decisión precipitada. Me sentí mal al pensarlo, pero ese súbito compromiso de Rachel me parecía el equivalente a un matrimonio en las Vegas durante una borrachera. ¿De verdad sabían en lo que se estaban metiendo?
—Rachel… —empezó a decir Santana, inclinándose hacia delante y hablando con tono de hermana mayor—, ¿estás segura de que te lo has pensado bien? ¿De verdad conoces a Brody tanto?
—Hablas como mi padre —replicó Rachel.
— ¿Se lo has contado?
—No, pero apuesto a que esto es lo que él diría. Se supone que los padres critican, y se supone que las «amigas» se alegran por una.
Rachel nos miró a las dos con enojo. Estaba claro que nuestra reacción la había decepcionado.
— ¡Nos alegramos por ti! —Dije, mirando a Santana—. Es solo que nos ha pillado por sorpresa, eso es todo.
La expresión en el rostro de Rachel se suavizó. —Bueno,Brody también me sorprendió a mí. —Se enrolló un mechón de pelo en el dedo, como si fuera una niña—. ¡Va a ser tan romántico! Ya veréis. Brody y yo vamos a ser tan felices como vosotras.
No le dije que nuestra felicidad tenía un precio. Desde fuera podía parecer que éramos una pareja perfecta y enamorada, pero yo había ido al Infierno y había regresado luchando, literalmente, por el derecho a estar con ella. Eso era amor.
Eso era el matrimonio. Y no estaba segura de que Rachel estuviera en esa situación.
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por Emma.snix Dom Jun 22, 2014 1:53 am

Capitulo: 14
Enfrentamiento



Te acompaño a clase —se ofreció Santana.
Yo llevaba puesta su camiseta de manga corta de Sigma Chi, que me llegaba hasta las rodillas. Tenía que estar levantándomela todo el rato para que se viera que, debajo, llevaba pantalón corto.
—No tienes por qué hacerlo.
—Me viene de camino.
Una de las pocas ventajas de mantener nuestra relación en secreto era que Santana había vuelto a cortejarme: me acompañaba a clase y me venía a buscar a la habitación para que pudiéramos salir o ir a comer juntas. Todo el mundo daba por sentado que éramos dos hermanas muy unidas.
— ¿Podemos ir a la plaza a comer? —pregunté.
—Claro. ¿Por qué no llamas a Rachel?
— ¿En serio? ¿De verdad quieres que venga?
Santana nunca había sugerido que llevara a Rachel a ninguna parte.
—No —suspiró—, pero no podemos estar siempre las dos solas. Debemos tenerlo en cuenta.
—Pero ya no pasamos ratos a solas —refunfuñé.
—Pronto lo haremos. Este fin de semana muchos de los estudiantes se van.
— ¿Por qué?
—Hay partido fuera.
La miré, sin comprender.
—Significa que los Rebs van a jugar a otro campo.
— ¿Cómo es posible que el fútbol decida todo lo que sucede aquí? —pregunté.
Santana me miró como si hubiera dicho algo profundamente ofensivo.
—Britt, aquí el fútbol es como una religión.
—Bueno, pues no lo entiendo.
—Te llevaré al próximo partido y lo comprenderás.
—Ya sabes que no me gustan las multitudes —me quejé.
—No te preocupes…, solamente serán unas sesenta mil personas —bromeó.
Me quedé boquiabierta, y Santana me apretó el hombro con gesto fraternal.
—Oh, Susan, tienes mucho que aprender.
Pasamos por delante de la imponente fachada del Lyceum, el principal edificio de la universidad, y observé sus altas columnas blancas. Había leído que, durante la guerra civil, ese edificio había sido un hospital. Los lechos de flores que lo rodeaban, llenos de narcisos y de pensamientos violetas, estallaban de color. Me maravillé ante el inmaculado aspecto del jardín, consciente del gran esfuerzo que costaba mantenerlo.
Llegamos a la sala de conferencias, con sus filas de asientos de madera y los pulidos suelos de linóleo gris. La sala ya hervía de estudiantes que sacaban los portátiles de las mochilas y que charlaban despreocupadamente mientras esperaban la llegada del profesor de literatura inglesa. Entonces me di cuenta de que Santana no tenía ninguna prisa por marcharse.
—Bueno, ¿voy a buscarte cuando termine? —propuse.
—Creo que me quedaré por aquí, si te parece bien. Quiero ver cómo es esta clase.
— ¿Ahora no tienes grupo de estudio?
—Estoy segura de que se apañarán sin mí.
— ¿Sucede algo? —pregunté, extrañada.
—No, es solo que no tengo ganas de dejarte ahora.
No discutí. Sabía lo que quería decir. Después de la conversación que habíamos mantenido con Sam y Quinn, yo también quería estar a su lado. Si algo tenía que suceder, quería que nos enfrentáramos juntas a ello.
Nos abrimos paso entre los estudiantes, que formaban grupos por todas partes, y llegamos a la última fila. Quizás esa fuera una actitud poco sociable, pero yo quería evitar cualquier pregunta acerca de qué estábamos haciendo allí juntas.
De todas formas, estaba casi segura de que allí nadie me conocía lo bastante y de que no me prestarían mucha atención.
Ese día, sin saber por qué, me sentía nerviosa. Algo había cambiado. En algunos momentos me había parecido detectar un olor nauseabundo en el ambiente. Me acomodé en el asiento con la espalda erguida, casi sin tocar el incómodo respaldo. Santana se había sentado con las piernas estiradas y cruzadas: al contrario que yo, parecía muy bien colocada en su asiento.
El profesor Walker llegó —con su mata de pelo plateado totalmente tiesa, como si fuera la cresta de un gallo— sin ninguna nota en la mano. Solo tenía un manoseado libro bajo el brazo, la Antología Norton de literatura. Nos dirigió una expresión cansada, mirando por encima de la montura de sus gafas, que se le habían deslizado hasta casi la punta de la nariz. En cuanto se hizo el silencio, nos dijo que abriéramos el libro por la página de la «Oda sobre una urna griega», de Keats. Oí que Santana soltaba un gemido, y dos chicas que teníamos delante se dieron la vuelta y rieron con complicidad.
— ¿Poesía? ¿Por qué no me has avisado?
—Ha sido idea tuya, recuérdalo.
— ¿Es demasiado tarde para huir?
—Sí. Ahora tienes que quedarte. Además, quizás aprendas algo.
—Espero que no sea verdad que habla de una urna —dijo, frunciendo el ceño.
Le hinqué el lápiz en el brazo para hacer que se callara. Santana se hundió todavía más en el asiento y apoyó la cara en ambas manos, como si quisiera volverse invisible. Sus ojos marrones y penetrantes me miraron como si la hubiera traicionado, y yo le respondí con una sonrisa de satisfacción. Aunque la lección del profesor Walker fuera muy aburrida, yo estaba contenta de que Santana se quedara a mi lado durante una hora más.
Pero se demostró que la clase de ese día no sería tan aburrida como Santana había esperado.
El hecho de que los séptimos eligieran un espacio público para lanzar su ataque contra nosotros confirmó lo poco que valoraban la vida humana; no nos dejó ninguna duda al respecto. Más tarde, cuando lo recordaba, me di cuenta de que sus acciones iban en contra de todo aquello para lo que fueron creados. Se suponía que ellos debían mantener la armonía en la Tierra, en lugar de causar estragos. Pero fue como si un puñado de vidas humanas fuera un pequeño precio por pagar para capturar a un ángel descarriado. Después de ese día, empecé a albergar serias dudas sobre el compromiso del Creador en lo que ocurrió. Ese día fue como si una patrulla o facción rebelde del Cielo hubiera actuado por voluntad propia.
La primera cosa concreta que me alertó de que podían surgir problemas fue un fuerte estruendo en el cielo, algo que todo el mundo interpretó como un trueno.
Solo yo recordé que el cielo había estado totalmente despejado unos minutos antes. Ese estruendo fue seguido por un casi imperceptible zumbido que meparecía vagamente conocido. Me inquietó tanto que me esforcé por escucharlo, a pesar de la voz del profesor. Pero deseaba tanto creer que se debía a algún problema del sistema de aire acondicionado que cuando vi algo, la sangre se me heló en las venas. Al levantar la vista hacia el techo abovedado de la sala, observé que el yeso se había vuelto dúctil como el barro. El techo entero parecía temblar como si fuera de gelatina, como si la habitación entera fuera una estructura maleable.
Fue entonces cuando se abrió la puerta de la sala y lo vi: un caballo blanco y dorado que bufaba y pateaba el suelo. Apareció como un dibujo mal esbozado que no hubiera sido terminado. De inmediato me agarré a Santana y aplasté mi mano contra la suya, sobre la mesa. Cuando el animal agitó la cabeza y apartó la crin blanca de la grupa, vi que la silla llevaba joyas engastadas. En otras circunstancias, habría sido una visión bonita. Pero en ese momento era una señal de alarma que anunciaba la llegada de sus dueños. Los otros estudiantes miraban hacia la puerta con curiosidad, sin hacer caso de su presencia. Los caballos solamente eran visibles para quienes comprendían su significado.
—Han vuelto —susurré—. Santana…, son ellos.
No había terminado de pronunciar esas palabras cuando varias figuras enmascaradas aparecieron, como fantasmas, en la sala de conferencias.
Ocultaban las manos y los pies debajo de anchas túnicas negras. Y el rostro, si es que poseían un rostro, se encontraba oculto bajo máscaras de yeso blanco que parecían pegadas a la cabeza. En ellas, las aberturas a la altura de los ojos solo dejaban ver las cuencas vacías detrás. Ni siquiera había otro agujero por el cual pudieran respirar, puesto que al no ser de este mundo no tenían necesidad de hacerlo. La única parte visible de su cuerpo eran sus manos callosas, de un color agrisado, como el de la carne podrida, medio cubiertas por unos mitones. Eran los séptimos de mi pesadilla, pero en ella yo solo había visto a uno de ellos.
Ahora había, por lo menos, una docena.
Noté que Santana, a mi lado, se ponía tensa. Los demás estudiantes se incorporaron y miraban con atención, algunos preocupados; otros, intrigados.
Incluso algunos reían al creer que se trataba de alguna elaboradísima broma de los creativos chicos de las fraternidades. Ninguno de ellos podía saber la gran amenaza a la que se estaban enfrentando.
Santana se lanzó al suelo inmediatamente y tiró de mí para que hiciera lo mismo y me ocultara. No me resistí, y me agaché a su lado debajo de las butacas plegables, entre las barras metálicas que se me clavaban en los omoplatos, con el corazón desbocado. Estaban muy cerca. ¿Era posible que no me hubieran visto?
Pero no era posible que su entrada en la sala fuera una coincidencia. Tenían que saber que yo me encontraba allí. Aunque, si todavía no me habían visto, quizás aún tuviéramos alguna oportunidad de salir con vida.
Desde debajo del asiento casi no podía ver lo que pasaba. Oí que Santana se ocupaba de apremiar a la gente para que se moviera.
— ¡Salid! —gritó—. Aquí hay peligro. ¡Corred!
Cada uno reaccionó de manera distinta. Algunos se negaban a seguir su consejo, decididos a ver con sus propios ojos de qué iba el espectáculo. El profesor
Walker había dejado de hablar y estaba de pie, boquiabierto. La gruesa antología que había estado leyendo se le había caído al suelo. Los séptimos bloqueaban las salidas; con esas voluminosas túnicas, se los veía impresionantes e inamovibles.
El sonido de su respiración, ronca e interrumpida, llenaba la habitación. Las capuchas negras que ocultaban sus rostros se mecían bajo un viento invisible que las hacía ondear sobre sus mejillas.
Algunas de las chicas, histéricas, miraron a Santana buscando con desesperación una figura de autoridad que les diera instrucciones, puesto que todo el mundo estaba sin saber qué hacer.
— ¿Qué hacemos? —gritaron, agarrándose las unas a las otras—. ¿Qué está pasando?
Santana se dio cuenta de inmediato de que no había forma de salir de la sala de conferencias. Puso una mano sobre el hombro de la chica que parecía menos histérica y la miró directamente a los ojos.
—Túmbate y no te muevas —le dijo. Miró a las otras dos, cuyos rostros estaban cubiertos de lágrimas y sucios por el rímel, y añadió—: Cuídalas, te necesitan.
La chica asintió con la cabeza y tragó saliva. Hizo que las otras dos, todavía sollozando, se tumbaran al suelo, y las tres se arrastraron a gatas hasta debajo de una de las mesas en busca de protección. Muchos chicos y chicas todavía estaban intentando recoger rápidamente sus pertenencias, guardándolas en las mochilas.
Al oír la voz de Santana, los séptimos reaccionaron con rapidez y empezaron a avanzar en nuestra dirección. No podían vernos, de eso estaba segura, pues eran como animales ciegos que para cazar dependían de sus agudos sentidos. Cada vez que giraban la cabeza de un lugar a otro se oían unos desagradables crujidos.
¿Qué utilizaban para detectarnos? ¿Se trataba del olfato, o de un sistema de reconocimiento de voz, o quizá podían percibir la vibración de nuestras almas para saber instintivamente quiénes éramos? Fuera como fuera, Santana tenía que alejarse de allí. Alargué una mano y le cogí el tobillo. Ella estuvo a punto de chillar, pero se contuvo a tiempo al ver mi cara, que la miraba desde el suelo. Sin hacer ruido consiguió arrastrarse hasta debajo de un escritorio que se encontraba a mi lado. Las dos permanecíamos tan quietas como era posible, aguantando la respiración y sin atrevernos a mover ni un músculo.
Los séptimos sacaron unas largas y brillantes varas de metal de debajo de sus voluminosas capas. Me di cuenta de inmediato de que se trataba de espadas. Sus manos enguantadas las sujetaban por sus empuñaduras con joyas engastadas.
Entonces vi, en las paredes blancas de la sala de conferencias, la sombra de unas alas oscuras y rotas, casi esqueléticas. Sus plumas parecían desprenderse de ellas, dejándolas desnudas. Solamente se veía la estructura y algunos restos colgando de ellas.
Al ver las espadas, la curiosidad que algunos todavía sentían se vio sustituida por el instinto de supervivencia. Los estudiantes entraron en pánico y empezaron a correr en todas direcciones mientras se cubrían la cabeza con los libros. Las espadas de los séptimos parecían cortar el aire y emitían un poderoso calor.
Pronto el ambiente de la sala empezó a parecerse al de una sauna.
Los séptimos empezaron a recorrer los pasillos de un lado a otro. Uno de ellos pasó al lado del escritorio debajo del cual Santana y yo nos habíamos escondido: pasó tan cerca que percibí el olor a humedad y a hojas podridas que emanaba de su túnica. Sujetaba la espada por la empuñadura, a la altura del techo, apuntando hacia el suelo. El calor que irradiaba ese metal era claramente perceptible: parecía que hubiera estado expuesto al fuego vivo. Un delgado rayo como de láser se proyectaba en la punta y parecía que buscaba algo. De repente, sin tener tiempo de moverme, el rayo pasó por encima de mi mano, todavía extendida hacia Santana, y sentí el dolor profundo de la piel y el músculo quemados. El rayo pasó, y la mano, quemada, me humeaba. Tuve que morderme con fuerza el labio para no gritar, pero los ojos se me llenaron de lágrimas. La quemadura se extendía desde la muñeca hasta los dedos de la mano, y aparté los ojos para no ver la piel quemada y el músculo al descubierto. El séptimo se detuvo un instante, y me pareció oír que husmeaba en el aire como un lobo.
¿Podía oler la herida, mi miedo, o ambas cosas? Poco a poco, y con gran dificultad, giré la mano y la apreté contra la moqueta con la esperanza de que eso impidiera que el séptimo detectara nada. Apreté los dientes para soportar el contacto de las fibras de la moqueta con la carne quemada. Al cabo de un momento, el séptimo continuó avanzando y el rayo de la espada se alejó…, pero se dirigía hacia el tobillo de Santana. Ella se quedó congelada, esperando enfrentarse al dolor, pero no sucedió nada. El rayo pasó por encima de ella sin hacerle ningún daño, y me di cuenta de que esas espadas estaban diseñadas para mí, para hacerme salir de mi escondite. Si una de ellas entraba en contacto con mi cuerpo, las heridas me obligarían a chillar y delatarme.
Las criaturas enmascaradas continuaban observando los rostros de la multitud con sus ojos ciegos. Oí la respiración de uno de ellos a mi lado, entrecortada, como si sufriera un enfisema en estado avanzado. Me sorprendía lo fácil que les resultaba ignorar los gritos y el terror de los estudiantes humanos que había a su alrededor, y me pregunté si podían oírlos por debajo de esas máscaras de yeso.
En medio de la confusión, una figura emergió y empezó a avanzar hacia la tarima. Al principio, lo único que pude ver de él fueron sus pesadas botas negras.
A cada paso que daba golpeaban el suelo con tanta fuerza que parecían de piedra. Apreté la cara contra el suelo para intentar ver el rostro de ese misterioso recién llegado. Era alto, y de constitución ancha y sólida como una roca. Su piel era de un color negro profundo y brillante, y unas enredadas rastas le colgaban hasta la espalda. No llevaba máscara: no tenía motivo para hacerlo, y yo lo sabía, pues no tenía duda de su identidad. Se trataba de Hamiel, el líder de los séptimos y el profeta del cataclismo. Allá dónde iba llevaba el sufrimiento.
Hamiel barrió la sala de conferencias con la mirada, sonriendo ligeramente —Sal. Sal de donde estés —dijo con una voz profunda y atronadora que, al mismo tiempo, parecía tener una cualidad musical—. No puedes esconderte para siempre.
Santana puso su mano encima de la mía con gesto protector, y yo volví la cabeza un poco para mirarla. Hablar no era posible, pero sus ojos marrones, brillantes y eléctricos lo decían todo sin palabras. Apretó su mano sobre la mía y supe que me decía: «No te atrevas. Ni se te ocurra entregarte».
Miré desesperadamente hacia las botas de Hamiel, y luego a Santana otra vez.
Hamiel no sería paciente durante mucho tiempo. Si no me entregaba, no había duda de que acabaría con todas las personas que había en la sala hasta que me encontrara.
La mirada negra de Hamiel cayó sobre una chica que se escondía no muy lejos de él. Se acercó a ella, imponente, y la chica soltó un chillido de miedo. La agarró por el pescuezo y la levantó del suelo, como si fuera un perro. Yo no sabía cómo se llamaba esa chica, pero reconocí su pelo rojo y su piel blanca: la había visto en los dormitorios. ¿Era Susie? ¿O Sally? No conseguía recordarlo, pero no importaba. Lo único importante era que moriría si yo no me entregaba. Hamiel lanzó a la chica al suelo y dibujó un arco en el aire con la espada hasta dejar la brillante punta, plana, en contacto con el cuello de ella. Hamiel jugaba con nosotros. Lo único que tenía que hacer era girar un poco el ángulo de la espada y la chica moriría al instante.
Había llegado el momento de actuar. Aparté la mano de la de Santana y me acerqué a ella silenciosamente para darle un beso en la mejilla. No era la despedida que me hubiera gustado ofrecerle, pero no tenía otra alternativa. No iba a permitir que una pobre chica muriera en mi lugar. Quizá yo fuera una desgracia para el Cielo, pero continuaba siendo un ángel, y mi trabajo era proteger la vida de los seres humanos. Eso no lo había olvidado.
No podía hablarle a Santana y arriesgarme a delatarlo a ella también, así que la miré intentando comunicarle una parte de todo lo que sentía por ella. Me resultaba difícil separarme, era como si intentara abandonar mi propio cuerpo. Pero la mirada petrificada de la chica pelirroja me impulsaba a actuar. El dolor de tener que abandonar a Santana me invadía el pecho, pero ya tendría tiempo de llorar.
En ese momento debía ser fuerte. Salí de debajo del escritorio, me puse en pie y, cruzando los brazos sobre el pecho, dije:
— ¡Eh! ¿Me buscas a mí?
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por Emma.snix Dom Jun 22, 2014 1:54 am

Capitulo: 15
Se acabó la clase


Una sonrisa distorsionó el rostro de Hamiel y mostró sus blancos dientes, brillantes al lado de su oscura piel. Su expresión no era de diversión, solo de victoria. Había ganado, me había hecho salir de mi escondite y me tenía en sus garras. Hamiel dio una palmada con ambas manos y todos los séptimos se quedaron inmóviles, mirándolo, a la espera de instrucciones. Eran como perros entrenados que actuaban a ciegas siguiendo las órdenes de su amo.
Si Hamiel pronunciaba una sola palabra, acabarían conmigo.
Noté un movimiento a mis espaldas, y vi que Santana se erguía a mi lado. Al ver que ella, protectora, se unía a mí, casi se me rompió el corazón. Lo que más quería en el mundo era que estuviera a salvo. Pero debería haber sabido que nunca me dejaría enfrentarme sola al peligro. Mi condena era su condena. Ahora ya no nos podían separar. Quise llorar, pero no quería mostrar ningún tipo de debilidad delante de Hamiel, así que cogí la mano de Santana y las dos entrelazamos los dedos con fuerza. Santana, al igual que yo, se negaba a dejarse intimidar. Se apoyó en el escritorio y tamborileó en ella con los dedos de la otra mano.
—Chicos, necesitáis salir un poco más —dijo—. ¿Y qué son esas máscaras?
Venga, esto no es Scream.
Yo decidí sonreír con expresión de desafío. Fueran cuales fueran los horrores que nos esperaban, lo único que se podía hacer era demostrar que no podían con nosotros por completo.
Hamiel achicó los ojos y nos miró. Estaba claro que no había esperado esa reacción y, aunque su rostro permaneció impasible, vi un brillo de rabia en sus ojos.
— ¿Quién te crees que eres, chica
Santana se encogió de hombros y respondió:
—Estoy con ella.
—Eso me han dicho —repuso Hamiel, dirigiendo sus ojos hacia mí.
— ¿Y qué piensas hacer al respecto? —pregunté, casi provocándolo.
De repente la sala se sumió en la oscuridad, y los estudiantes —de los cuales ya nos habíamos olvidado— empezaron a chillar de terror. Santana y yo nos cogimos de las manos, dispuestas a enfrentarnos a lo que viniera, fuera lo que fuera.
Estábamos preparadas para soportar el dolor, el vacío e, incluso, la muerte, siempre y cuando pudiéramos hacerlo juntas. A pesar de que pareciéramos estar desarmadas, nuestras mejores armas éramos nosotras mismas.
Las luces volvieron a encenderse y me di cuenta de que algo no iba bien. Hamiel parecía enfadado, incluso confundido. No había sido él quien había provocado esa oscuridad. Fue entonces cuando vi a Sam de pie, descalzo, en el pasillo central. Su cabello dorado caía a sus espaldas como una bandera ondeando al viento. Debería haber llevado puesta la túnica blanca que simbolizaba su jerarquía celestial, pero mi hermano había ignorado la etiqueta: solamente vestía un pantalón vaquero deslucido. La luz que su piel emitía caía sobre los estudiantes que estaban cerca de él, y estos tenían que apartar la vista para no ser cegados. La camiseta de manga corta de Sam brillaba con tanta fuerza que parecía una armadura blanca.
Se hizo un gran silencio y todo el mundo observaba al recién llegado. Los estudiantes se dieron cuenta de inmediato de que había llegado ayuda. Solo con mirar a Sam estaba claro de qué lado estaba. En él no había ni el más mínimo atisbo de oscuridad, y la expresión de su rostro mostraba un fiero instinto de protección: se encontraba allí para ayudar a las víctimas. Los chillidos dieron paso a los gemidos, rotos de vez en cuando por súplicas y murmullos de socorro.
De repente, Hamiel levantó un dedo. El gran techo abovedado se elevó y, con un profundo crujido, se arrancó de las paredes dejando solo un gran agujero. La parte desprendida empezó a caer sobre Sam, pero mi hermano solamente tuvo que levantar un brazo para detener la caída y lanzarlo contra un ángulo de la sala donde no pudiera hacer daño a nadie. Pasaron unos largos minutos durante los cuales no sucedió nada: Sam y Hamiel se miraban fijamente, y el polvo del yeso se fue depositando en el suelo, a su alrededor. Los séptimos, que todavía esperaban órdenes, permanecían quietos como estatuas.
Los dos guerreros celestiales se estuvieron mirando durante un tiempo que pareció eterno. Cada uno intentaba adivinar cuál sería el siguiente movimiento del otro. Yo sabía lo delicada que era la situación. En ese momento, las fuerzas de poder estaban equilibradas, pero, si se decantaban, aunque fuera ligeramente, en cualquiera de las dos direcciones, podía suceder un desastre. Sam también sabía que si la situación iba a peor, el poder de los dos provocaría el derrumbe del edificio sobre nuestras cabezas. No se arriesgaría a que eso sucediera.
Observé a los estudiantes, que ya no sabían qué pensar y que solamente esperaban a que ese cataclismo cesara. Algunos de los chicos se esforzaban por consolar a las chicas sollozantes, protegiéndolas con sus cuerpos, mientras que otros se cobijaban inútilmente debajo de los asientos y se cubrían el rostro con las manos. No podía culparlos: debía de parecerles el fin del mundo.
—No tienes ninguna autoridad para invadir este lugar —dijo Sam en un tono duro como el acero—. Tu presencia aquí es injustificada.
—Igual que la tuya, hermano —repuso Hamiel—. Dime, ¿qué piensa el Cielo de los traidores hoy en día?
—Proteger a los inocentes no me convierte en un traidor —replicó Sam con tono de mofa—. Dime, ¿bajo las órdenes de quién actúas?
—Nosotros trabajamos al servicio del Reino —afirmó Hamiel con orgullo.
—No me mientas —bramó Sam. Con un gesto que abarcaba toda la sala, dijo—: Él no va a pasar esto por alto.
Hamiel me señaló con el dedo y sentenció:
—Ese ángel ha quebrantado la ley. Sus actos no serán perdonados.
—Tampoco lo serán los tuyos —repuso Sam.
—Hubieras podido evitar este juego del escondite —dijo Hamiel, riendo con satisfacción—. ¿Cuánto tiempo creíste que podías mantenernos lejos?
—Lo que te interesa es salvar las apariencias, ¿verdad? —lo acusó Sam con expresión disgustada—. El orgullo es una cosa peligrosa, hermano. Todos nosotros deberíamos saberlo.
—Se trata de justicia.
—Entonces, ¿por qué no te retiras? —Sugirió Sam—. Deja que Dios haga con ellos lo que crea conveniente. Te aseguro que no será nada parecido a esto.
—No —se opuso Hamiel con arrogancia—. Él no puede ponerse al teléfono en estos momentos. El castigo es cosa nuestra.
El hilo de la conversación daba vueltas en el mismo círculo. Hamiel era hábil esquivando las preguntas de Sam sobre nuestro padre. Yo sabía que los séptimos estaban ejecutando su personal y desquiciada idea de lo que era la justicia, y me pregunté hasta qué punto los ejércitos que se ocupaban de mantener la paz en la Tierra no se habrían convertido en fuerzas rebeldes a las que había que temer en lugar de respetar.
Entonces Sam desplegó sus alas lentamente, y los estudiantes ahogaron una exclamación.
—No serás tú quien los juzgue —afirmó.
—Tú no tienes autoridad aquí, arcángel —replicó Hamiel.
—Sabes que puedo destruirte —se burló Sam.
—Sin duda, pero no sin provocar la pérdida de vidas humanas. Y sé lo mucho que eso te importa.
Y, por si no hubiera hablado bastante claro, Hamiel señaló a los indefensos adolescentes que estaban tumbados en el suelo.
—Entonces abre las puertas y que queden aquí solamente los implicados —dijo
Sam.
Pero apelar al sentido de justicia del séptimo no pareció una buena estrategia:
—Demasiado tarde —contestó Hamiel—. Todos deben perecer.
Algunos de los estudiantes empezaron a gritar con más fuerza y a suplicar perdón. Otros cerraban los ojos con fuerza, deseando creer que todo eso no era más que una terrible pesadilla.
—Esta gente es inocente.
Pero la voz de Sam había perdido autoridad. Ahora parecía tan solo asombrado ante la indiferencia de Hamiel por las vidas humanas.
—El apego que sientes por estas criaturas de barro te debilita —dijo Hamiel—.
Te aconsejo que dejes de pensar en ellos y que te preocupes por tu propio futuro.
Además, no son inocentes. Llevan la culpa del pecado de Adán.
— ¿Y por qué crees que Cristo fue enviado? —tronó Sam—. Él pagó sus deudas, sus culpas fueron lavadas por su sangre. ¿Por qué manipulas la verdad?
— ¿Realmente vas a intentar detenerme? —dijo Hamiel, desafiante.
—Por supuesto —replicó mi hermano—. Esto lo vas a lamentar.
Mientras hablaba apareció una luz ámbar, a su lado, en el aire, que empezó a cobrar forma. Supe que era de Quinn antes de ver su mata de cabello rubio y sus ojos del color de olivos. Pertenecía a la más alta de las órdenes angélicas y era capaz de transformarse en una esfera brillante y viajar a grandes distancias en cuestión de segundos. Hamiel, al verla, dio un paso hacia atrás muy asustado. Quinn levantó una mano y unos rayos de luz emergieron de su palma y atravesaron el aire hasta cada uno de los séptimos, prendiendo sus negras túnicas en llamas. Los séptimos se batieron rápidamente en retirada: levantaron el vuelo y, uno a uno, desaparecieron por el agujero que había en el techo. Solo Hamiel permaneció en su sitio, abandonado: él era el líder, y no se dejaba intimidar tan fácilmente.
—Te destruiré —rugió.
Quinn arqueó una de sus delicadas cejas doradas.
¿Con qué ejército?
Hamiel apretó los dientes y se agachó con la espalda encorvada como un animal a punto de atacar. Pero, en lugar de ello, introdujo la mano bajo su túnica y sacó un cetro. Fue tan rápido que Quinn no tuvo tiempo de actuar. Hamiel sabía que no podía tocar ni a Sam ni a Quinn, pero podía castigarlos de otra forma. Apuntó con el cetro a una chica que se encontraba tumbada delante de nosotras; ella intentó cubrirse el rostro. Entonces, del cetro emergió un rayo de energía que hizo temblar toda la sala. La chica que se encontraba al lado de la otra chica intentó cubrirla con su propio cuerpo para protegerla, y el rayo de energía le dio en un costado. Se oyó un sonido parecido al de la carne al cocerse en la barbacoa. Tuve que ahogar un grito de horror al ver que sus brazos caían, inertes, a ambos costados de su cuerpo y que sus piernas quedaban completamente carbonizadas.
La chica cayó al suelo, y vi que tenía el rostro ennegrecido y cubierto de quemaduras. Era Spencer. Lo único que había quedado intacto era su mata de pelo castaño y sus ojos. Los tenía abiertos y sin vida, clavados en el techo. En su rostro no había ni rastro de miedo, solamente una expresión de gran convicción.
Santana miraba, asombrada, el cuerpo de su hermana de fraternidad.
— ¡No! ¡Maldito seas! —gritó con la voz ahogada por la emoción.
Spencer había sido su compañera de habitación, su aliada, su amiga. Y ahora ella también había muerto por nuestra culpa. Santana dio un titubeante paso hacia atrás y se apoyó en un escritorio. Yo no estaba segura de si sería capaz de soportar alguna muerte más. En ese momento me pareció que la fuerza de luchar me abandonaba.
Me di cuenta de que la furia de Sam amenazaba con derrumbar el techo entero de la sala. Quinn parecía haberse encerrado en sí misma un momento; pero cuando abrió los ojos, lanzó rayos de fuego hacia Hamiel. El séptimo dio un gran salto en el aire y esquivó el ataque con agilidad, a pesar de su gran tamaño.
Sam se concentró en proteger a los demás estudiantes: alrededor de cada uno de ellos empezó a formarse una red de luz azulada que parecía frágil, pero que, en realidad, era fuerte como una caja de acero. Pero Hamiel ya no tenía ningún interés en ellos. Ahora nos miraba a nosotras.
Yo deseaba con desesperación volver a reunir la fuerza que debía de estar dormida en algún lugar dentro de mí, pero me sentía tan aturdida por lo que acababa de presenciar que era incapaz de hacerlo. Hamiel alargó los brazos para cogerme y solamente fui capaz de levantar las manos en un intento de protegerme. Él me cogió las muñecas con sus enormes manos y las dobló hacia atrás, rompiéndolas como si fueran ramitas secas. El chasquido se oyó con toda claridad. De repente, salí disparada por el aire como una muñeca de trapo y rodé por encima de los escritorios, golpeándome la cabeza varias veces. Al final aterricé sobre las muñecas rotas y el profundo dolor que sentí me provocó arcadas.
Sam me rodeó con sus brazos de inmediato. Yo tenía la mente nublada, pero todavía era capaz de recordar lo que era importante.
—Santana —susurré, esforzándome por incorporarme.
Pero el agudo dolor que sentía en las muñecas me recordó que ya no era capaz de ayudarle. Santana había quedado desprotegida.
— ¡Britt!
Santana había olvidado por completo la presencia de Hamiel. Lo único que le preocupaba era mi seguridad, pero se encontraba al otro lado de la sala de conferencias y no podía llegar hasta mí. Cada vez que yo estaba en peligro, se olvidaba de todo y se concentraba solamente en mí. Yo, desde donde me encontraba, podía ver todo lo que sucedía. Vi que la amenazadora figura de
Hamiel, con una expresión ávida en el rostro, aparecía detrás de Santana. La victoria había llegado antes y con mayor facilidad de lo que había esperado. De repente, quise hacer muchas cosas: suplicar, rogar, gritar a Santana que huyera, que luchara. Pero al abrir la boca solo fui capaz de emitir un débil gemido, porque todo aquello que para mí tenía significado en este mundo estaba a punto de serme arrebatado. Hamiel apartó sus oscuros ojos de mí y, con una sonrisa de satisfacción, apuntó el cetro hacia Santana; un rayo de energía la hirió en la espalda.
Santana se llevó una mano al corazón y se quedó inmóvil. Con una expresión de confusión en el rostro, cayó de rodillas lentamente hasta el suelo. Todavía me miraba fijamente a los ojos, y en su mirada vi primero la conmoción, luego el dolor, y al final, la aceptación. Al cabo de un instante, sus párpados se cerraron y cayó al suelo.
Al ver que Santana se desmoronaba delante de mí, grité con tanta fuerza que me dolieron los pulmones. Todo había sucedido tan deprisa que casi no había tenido tiempo de comprenderlo, pero su corazón dejó de latir; sus ojos habían perdido la luz de la vida. Quinn miró a Hamiel con una fiera expresión de ira, pero el líder de la orden de los séptimos se agachó un instante para darse impulso y saltar. Al momento, se elevó en el aire y desapareció por el agujero del techo. Lo último que vi de él fue su túnica arremolinada alrededor de su cuerpo y una expresión de triunfo en el rostro. A nuestro alrededor cayó una lluvia de trozos de yeso que nos envolvió en una polvorienta nube blanca.
Sam todavía me sujetaba. Desplegué las alas con tanta fuerza que lo tumbé de espaldas al suelo y volé hasta Santana. Enseguida coloqué mis manos sobre su pecho para sacudirla, sin prestar atención al dolor que sentía. Noté que Quinn y Sam llegaban a mi lado y oí que hablaban rápidamente entre ellos, pero no comprendí sus palabras. Me sentía como si me encontrara lejos, muy lejos, y tenía un pitido tan fuerte en los oídos que todos los demás sonidos me resultaban inaudibles. Mi mente se negaba a comprender lo que acababa de suceder. Me sentía engullida en una niebla que me llenaba la cabeza, y lo único que sentía era un terrible agujero en mi interior.
Sam colocó una mano sobre el cuello de Santana para tomarle el pulso. Al cabo de un segundo levantó la mirada hacia Quinn y negó con la cabeza casi imperceptiblemente. A mí me pareció que nada de eso era posible, pero en lo más profundo de mí ser sabía que lo era.
Santana estaba tumbada de espaldas; su rostro era hermoso y perfecto a pesar de que tenía la inmovilidad de la piedra. Esos ojos marrones que yo tanto amaba miraban hacia el techo sin ver nada. Toqué su mano, todavía caliente, y nuestros anillos sonaron al chocar. La agité con fuerza, pero no respondió. La llamé una y otra vez, pero no obtuve respuesta. Y me di cuenta de que ya no podía llegar hasta ella. Hamiel la había matado deliberadamente y sin piedad delante de mis ojos.
Santana se había ido.
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por mary04 Dom Jun 22, 2014 8:16 am

Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 304001509  que paso con santana ??
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Activo Re: Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por micky morales Dom Jun 22, 2014 10:02 am

no pdo creer esto si santana esta muerta me niego a continuar leyendo aunque me muera de la curiosidad!!!!!!
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Activo Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos

Mensaje por Emma.snix Dom Jun 22, 2014 10:30 pm

Aquí les dejo un solo capitulo. Mañana prometo subir unos cuantos si  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 2145353087 y no se preocupen por Sant...i se pondrá muy interesante lo que sigue Gracias por los comentarios eso me alegra mucho. Saludos y besos  Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 918367557 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 918367557 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 918367557 Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos - Página 2 918367557 


Capitulo: 16
Los durmientes y los muertos



Quinn y Sam levantaron a Santana del suelo y la trasladaron hasta una oficina vacía que había al lado de la sala de conferencias. Una vez allí, lo depositaron suavemente encima de un gastado sofá de piel. Sam regresó a la sala para cuidar de los estudiantes que todavía permanecían en ella. Por la expresión de su rostro supe qué hacía un gran esfuerzo al enfrentarse a la tarea que lo esperaba. Sam tenía la capacidad de borrar la memoria colectivamente.
Yo no tenía ni idea de cómo explicaría el desastre de la sala ni el cuerpo abrasado de Spencer, pero en ese momento no me parecía importante, pues no podía apartar los ojos de Santana. Su cuerpo, inerte, sobre el sofá, tenía el brazo caído; la mano rozaba el suelo.
El corazón de Santana ya se había detenido, pero quizás esos preciosos segundos en que su alma tardaría en abandonar su cuerpo nos ofrecieran tiempo de hacer algo…, cualquier cosa. Alargué mis muñecas rotas hacia Quinn y con un único toque de su mano volví a tenerlas en su sitio; los huesos se recolocaron y se soldaron de inmediato. Sin perder tiempo me puse a trabajar con Santana: arranqué los botones de su camisa y le coloqué las manos sobre el pecho desnudo y suave. Pero temblaba tanto que no me podía concentrar. Me esforcé por emitir las corrientes sanadoras que podrían hacer revivir el corazón de Santana, pero mi propio corazón latía tan deprisa que no conseguía concentrarme.
Frenética, miré a Quinn, que se había arrodillado a mi lado. A pesar de que ya había recobrado su cuerpo terrenal, del cabello todavía le goteaban brillantes perlas de luz que se disolvían al tocar el suelo. ¿A qué esperaba? Quinn era una sanadora, y yo sabía que ella era la única que podía salvar a Santana en ese momento. A fin de que tuviera sitio para trabajar, me senté en el sofá con la cabeza de Santana en el regazo. Le aparté los mechones de pelo que le caían sobre los ojos y observé que sus hermosos rasgos empezaban a adquirir la palidez de la muerte. Miré a mi hermana con ojos suplicantes:
— ¡Haz algo! —rogué. Quinn me miró con desconcierto.
—No sé qué hacer. Ya se ha ido.
— ¿Qué? —Yo casi chillaba—. ¡Ya lo has hecho en otras ocasiones, has hecho regresar a otras personas! ¡Te he visto hacerlo!
—Sí, pero eran personas que se encontraban cerca de la muerte —repuso mi hermana, asintiendo con la cabeza con insistencia—. A punto de morir. Pero ella… ya ha pasado esa frontera ahora.
— ¡No! —chillé, mientras empezaba a presionar el pecho de Santana vigorosamente con ambas manos. Las lágrimas, calientes, rodaban por mis mejillas y caían sobre su pecho inmóvil—. Tenemos que salvarla. No puedo dejar que muera.
—Brittany… —empezó a decir Quinn, mirándonos a las dos como una madre miraría a sus hijos heridos.
La aceptación que vi en la mirada de mi hermana me aterrorizó.
—No… —negué—. Si ella muere, yo muero.
Esas palabras parecieron sacar a mi hermana de un sueño y devolverla al presente.
—De acuerdo.
Se apresuró a recogerse el pelo en un moño en la parte baja de la cabeza. Yo había visto muchas veces a Quinn sanar a otras personas, pero nunca la había visto esforzarse tanto. Mantuvo los ojos cerrados; la tensión de su rostro era cada vez más evidente. Murmuraba en silencio una invocación en latín de la cual solamente pude comprender las palabras «spiritus Sanctum». Cada vez la repetía con mayor fervor hasta que, al final, se detuvo para tomar aire.
—No está funcionando —dijo, sorprendida por el fracaso.
Mi hermana se mostraba dueña de sí comparada conmigo, pues mi corazón parecía querer salir de mi cuerpo.
— ¿Por qué? —pregunté, sin fuerzas.
—O bien mi energía se está perdiendo, o bien Santna se está resistiendo.
— ¡Inténtalo con más fuerza!
¿Era posible que el alma de Santana se estuviera resistiendo? Quizás había pensado que ofrecer su vida para salvar la mía era un buen acuerdo. Quizá había creído que la ira de los séptimos se sentiría satisfecha de esa forma. Imaginé lo que ella hubiera dicho: «No parecía un trato tan malo». Quizás incluso muerta continuaba intentando protegerme. Quizá fuera lógico pensar que si uno de nosotras dos moría, nuestra separación sería completa y la misión de los séptimos se vería cumplida. ¿Había sabido Santana desde el principio que Hamiel la mataría? ¿Era posible que se hubiera ofrecido como si fuera un cordero destinado al sacrificio? Pero yo no pensaba aceptarlo: ella había perdido el derecho a actuar por su cuenta desde el momento en que el padre Will nos había casado.
De repente fui consciente de que en la habitación había otra presencia. Me di la vuelta y vi que se trataba del mismo ángel de la Muerte que había aparecido al final de nuestra boda. Se apoyaba en el quicio de la puerta; su afeminado rostro nos miraba con la misma impertinencia y aburrimiento que en la otra ocasión.
Agitó la cabeza un momento y empezó a golpear el suelo con la punta del pie, como impaciente por que le llegara el momento de poder hablar. Sus alas negras se movían lentamente y levantaban una ligera brisa que, en el interior de la oficina, olía como un aceite perfumado.
—Lo siento, ¿llego en mal momento? —preguntó—. ¿Vuelvo más tarde?
Yo no tenía tiempo para sus sarcasmos. Santana se estaba escapando de mí y cada segundo era precioso.
— ¡Ni te acerques a ella! —le advertí mientras a Quinn le temblaba todo el cuerpo a causa del esfuerzo por hacerla revivir.
Rogué para que mi hermana no perdiera la fuerza y no desistiera en su empeño por impedir que se fuera al Cielo. Una luz dorada, del mismo color que el maíz, rodeaba las manos de Quinn, posadas sobre el pecho de Santana; pero era una luz intermitente. Yo sabía que ella necesitaba tiempo para recuperar su poder de sanación, pero Santana no tenía tiempo. De repente supe que la poca energía que todavía le quedaba no sería suficiente para lograr que superara ese momento de crisis.
—No servirá de nada —dijo el ángel, como si nos hiciera ver una obviedad—.
¿No os dais cuenta? Su alma ya ha salido.
—Devuélvenosla —grité—. ¡Apártate de ella!
—Siempre soy el chico malo —suspiró el ángel.
—Por favor, no te la lleves —supliqué—. Dile que la necesito, dile…
— ¿Por qué no se lo dices tú misma? —repuso el ángel, y vi que dirigía la mirada hacia el otro extremo del sofá.
Miré hacia allí y me quedé boquiabierta por la conmoción.
Solo se veía una silueta borrosa, pero no cabía duda de que Santana estaba allí, de pie, delante de mí. La imagen tenía poca densidad y, para verla, tenía que concentrarme. El espíritu de Santana estaba de pie en uno de los extremos del sofá. Parecía perdida, como si estuviera buscando el camino. Ahogué una exclamación. Quinn, al oírme, dio un respingo y el ángel de la Muerte nos miró con expresión burlona.
Quinn se dirigió hacia el espíritu de Santana, que permanecía muy quieta.
—Santana, ¿me oyes? Tienes que volver con nosotros. Tu hora no ha llegado.
El espíritu de Santana la miró con expresión de no comprender, y luego giró la cabeza para mirar al ángel de la muerte.
— ¿Seguro que no prefieres venir conmigo? —preguntó el ángel, invitándola—.
No te preocupes, puedes confiar en mí. Soy un profesional.
Quinn le dirigió una mirada de furia.
—Eh —protestó el ángel, bromeando—, este trabajo ya me aburre. ¿Por qué no me dejas que me divierta un poco?
El espíritu de Santana continuaba sin moverse, y parecía no comprender lo que estaba sucediendo. Yo sabía que se encontraba atrapada entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Era una transición difícil, y para eso estaban los ángeles de la Muerte y los ángeles guardianes: para conducir a las personas desde este mundo hasta el del más allá. Pero ahora teníamos que conseguir que
Santana volviera, y eso no era fácil.
—Mírame —le dijo Quinn, alargando la mano hacia ella—. Me conoces, sabes que puedes confiar en mí. Te llevaré de regreso a la vida que conoces.
Los dedos de Quinn tocaron los fantasmales y pálidos dedos de Santana, y esta, asustada, dio un paso hacia atrás.
—Ese discurso es patético —dijo el ángel de la Muerte.
Se giró hacia Santana y, ladeando la cabeza y sonriendo con expresión dramática, dijo:
—Yo puedo hacer que el dolor desaparezca. Ya te puedes olvidar de todas las preocupaciones que te han estado acosando hasta ahora. Te llevaré a un lugar donde no te tendrás que preocupar nunca más. No habrá más muerte, ni más destrucción, ni más sufrimiento. Lo único que tienes que hacer es seguirme.
El ángel miró a Quinn con expresión de triunfo, como impresionado por su propia actuación. El espíritu de Santana ladeó la cabeza ligeramente, como si las palabras del ángel de la Muerte la sedujeran, y se alejó un poco de nosotras. Su movimiento provocó una casi imperceptible vibración en el aire. Miré a mí alrededor en busca de mi hermano: estaba acostumbrada a que Sam viniera en nuestro rescate y resolviera todos nuestros problemas. Pero ese día él tenía sus propios problemas. ¿Qué podía hacer yo? No podía coger a un fantasma, y el cuerpo de Santana permanecía inerte y vacío. Además, no se podía matar a un ángel de la Muerte. No era posible matar a la misma Muerte.
El espíritu de Santana me miró con expresión confundida, y luego lo hizo a su alrededor, como si estuviera decidiendo hacia dónde ir. El ángel sonrió afectadamente.
— ¿Buscas la salida? Ven conmigo. Te la mostraré —dijo, invitando a Santana.
— ¡No le hagas caso!
El espíritu de Santana nos miró a todos, uno a uno; no sabía en quién confiar. Yo sabía que en ese momento era muy vulnerable, que era muy influenciable.
—No debes ir con él —insistí—. Nunca podrás regresar. Te necesitamos aquí.
—Está mintiendo —dijo el ángel—. Solo quiere que te quedes con ella porque no quiere estar sola. Ven conmigo y nada volverá a preocuparte nunca más.
La situación se había convertido en una competición entre el ángel de la Muerte y yo, y Santana se encontraba en medio de los dos. Pero yo no tenía ninguna intención de permitir que el ángel la apartara de mí.
—Dame la mano —apremié—. Te mostraré lo fácil que es.
Pero la estrategia no funcionaba. Santana parecía cada vez más desorientada y confundida. Yo sabía que podía perderla en cualquier momento, y que en ese caso se iría para siempre.
En ese momento Quinn se acercó a mí y me susurró al oído:
—Solamente tú puedes ayudarla ahora. ¡Hazlo!
«Pero, ¿cómo?», deseé gritar. Yo no tenía ni su fuerza ni su poder; en comparación con mis hermanos era débil. Pero en ese momento no había tiempo de pensar en eso, así que corrí hacia delante y me interpuse con firmeza entre el espíritu de Santana y el ángel de la Muerte. Me llevé las manos a la cintura y la miré. Al cabo de un instante, pareció que Santana me reconocía.

—Escúchame, Santana López —grité intentando cogerla por los hombros, pero mis manos la atravesaron limpiamente, así que bajé los brazos otra vez—. ¡Ni se te ocurra pensar en dejarme atrás! ¿Qué ha pasado con eso de «estamos juntas en esto»? Teníamos un pacto: «Adonde tú vayas, yo voy». Si ahora te mueres, tendré que encontrar la manera de seguirte. ¿Es que intentas matarme? Si no regresas conmigo ahora mismo, nunca te lo perdonaré. ¿Me oyes? ¡No puedes dejarme aquí sola!
Aquellas palabras eran tan íntimas que me di cuenta de que Quinn sentía que estaba invadiendo nuestro espacio. Incluso el ángel de la Muerte miraba al techo, como esperando a que yo terminara. El espíritu de Santana me miró un instante y luego alargó una mano hacia mí.
—Vamos —susurré—. Regresa.
Mis dedos entraron en contacto con los de Santana, ahora sólidos, y pude cogerlo con firmeza. Sabía que eso no duraría mucho tiempo, pero no podía apremiarlo más. Poco a poco, la fui alejando del ángel de la Muerte y llevándola hacia el sofá donde todavía yacía su cuerpo sin vida. Al llegar, Santana se quedó de pie ante su propio cuerpo inerte, observándolo, y entonces Quinn intervino. Mi hermana elevó sus pálidas manos y las colocó a ambos lados de las sienes de Santana.
Alrededor de su cabeza se formó un Halo de luz, y esa luz empezó a descender y a extenderse por todo su cuerpo como si fuera una fina neblina. Luego continuó hasta que llegó hasta su espíritu, la rodeó y la penetró. De repente, Quinn cayó sobre sus rodillas y levantó los brazos. Hubo un fuerte destello, y la neblina luminosa se convirtió en una luz cegadora que se desvaneció de inmediato llevándose al espíritu con ella.
Santana, en el sofá, inhaló aire con fuerza, como si acabara de emerger de las profundidades del agua. Abrió los ojos y soltó un gemido. Yo, sollozando, me lancé sobre ella y rodeé su cuello con mis brazos, deseando no soltarlo nunca más.
De reojo, vi que el ángel de la Muerte nos miraba con expresión de fastidio.
—Has ganado —dijo, inclinando la cabeza levemente en una corta reverencia.
Luego se dio la vuelta y desapareció murmurando que ser un ángel de la Muerte ya no era tan divertido como antes.
Santana todavía parecía desorientada, así que Quinn me obligó a apartarme de ella.
—Todo irá bien, Britt —me dijo mi hermana, ofreciéndome algunos pañuelos de papel. Yo tenía el rostro lleno de lágrimas y no dejaba de sorber por la nariz.
Lloraba con tanta fuerza que noté que se me hinchaban los ojos—. Todo va a ir bien —repitió con tono tranquilizador.
Tenía la mirada fija en el pecho de Santana, que subía y bajaba al ritmo de su respiración, como si no creyera lo que estaba viendo y no acabara de confiar en las palabras de Quinn.
— ¿Britt? —preguntó Santana, todavía medio inconsciente y esforzándose por enfocar la mirada.
—Estoy aquí —le dije, rompiendo a llorar otra vez.
— ¿Estás bien? ¿No estás herida?
—Estoy bien ahora que estás aquí —dije, tumbándome a su lado—. ¿Cómo te encuentras?
—Noto el cuerpo extraño —repuso, y me quise apartar de su lado.
—Tranquilízate —dijo Quinn—. Es completamente normal. Solo necesita descansar.
Santana murmuró algo incoherente antes de cerrar los ojos y caer en un sueño profundo. La abracé con fuerza, disfrutando del calor de su cuerpo, y me hice una promesa: mientras estuviera viva, y fuera al precio que fuera, nunca volvería a permitir que nadie le hiciera daño.
Ahora que sabía que Santana estaba bien, no me importaba que pudiera dormir durante un mes entero.
Sam volvió a entrar en la habitación. Tenía las alas plegadas, y se detuvo un momento para sacudirse el polvo de la túnica y los trozos de yeso del pelo. Al ver a Santana, sonrió.
— ¿Cómo le va a la nueva Lázaro? —preguntó.
—Pronto estará bien —contestó Quinn, poniéndose de pie. Se la veía agotada—. No ha sido fácil.
—Estoy seguro de que no.
Sam observó mi rostro surcado de lágrimas y mis ojos enrojecidos por el llanto. Me di cuenta de que él también parecía exhausto.
— ¿Cómo ha ido? —pregunté.
—Ya está hecho —contestó mi hermano—. Los estudiantes culpan a la Madre Naturaleza y los servicios de emergencia vienen de camino.
— ¿Y qué ha pasado con Spencer? —pregunté. Al recordar la última mirada que habíamos intercambiado, los ojos volvieron a llenárseme de lágrimas.
—Nunca estuvo aquí.
La brevedad de la respuesta me hizo comprender que no era aconsejable pedirle más explicaciones. No sabía qué había hecho con el cuerpo de Spencer, pero seguro que debía de haberle sido difícil. Alterar los estados mentales y borrar la memoria era lo que más le costaba a mi hermano, así que solamente lo hacía cuando no quedaba otra alternativa. Debía de sentirse muy incómodo. Por suerte, Quinn dirigió la conversación hacia temas más prácticos.
—Será mejor que nos vayamos —dijo—. Antes de que alguien empiece a mirar por estas habitaciones.
Por lo menos, y de momento, la crisis había pasado, y los cuatro habíamos salido de ella relativamente indemnes. Yo no sabía si los séptimos obedecían la ley de
Dios o no, pero elevé una plegaria en silencio: «Gracias, Padre, por arrancar a Santana de las garras de la Muerte y por devolvérnosla sana y a salvo. Protégela de todo mal y yo haré todo lo que me pidas».
Nos encontrábamos sentadas en la habitación de un hotel de una localidad a las afueras de la ciudad. Habíamos puesto una distancia de seguridad entre nosotros y el campus, donde los séptimos habían lanzado su ataque. No estábamos preocupados por una posible venganza, pues sabíamos que todavía tardarían cierto tiempo en reagruparse.
—Apártate de la bestia.
Santana abrió los ojos y los tres vimos de inmediato que estaba muy nerviosa.
—Bienvenido —dijo Sam, desconcertado.
Santana levantó la mirada hacia él, pero no pareció reconocerle. Sus ojos parecían vidriosos, como si tuviera fiebre. Le toqué la frente y noté que quemaba.
—La bestia está emergiendo del mar —dijo Santana.
Empezó a moverse agitadamente en la cama, y no dejaba de mirar hacia la puerta, a pesar de que estaba cerrada.
— ¿Qué está pasando? —pregunté.
—No estoy seguro —contestó Sam—. Está citando el Libro de las
Revelaciones.
—Todo va bien, Santana —dije, creyendo que debía de estar sufriendo una especie de estrés postraumático—. No hay ninguna bestia. Aquí estás a salvo.
Ella se dejó caer sobre las almohadas, pero apretaba las mandíbulas como si estuviera sufriendo algún dolor. Vi que tenía el cuerpo cubierto de sudor.
—Britt, no. —Alargó la mano y me cogió la mía con una fuerza descomunal—.
Tienes que irte. ¡Vete, ahora! ¡Prométeme que lo harás!
—Los séptimos se han marchado —le dije, con calma—. Sam y Quinn se han encargado de ellos. Tardarán en regresar.
— ¿Por qué no lo comprendes? —Se sentó de repente, con la espalda muy recta y una expresión de alarma en los ojos—. Nadie está a salvo. Él está aquí.
—Quinn, ¿de qué está hablando? —pregunté, mirando a mi hermana. Nada de lo que decía tenía ningún sentido—. ¿Qué le sucede?
Cálmate, Britt. Dale un minuto. Creo que solo está desorientada. Estaba muerta, ¿recuerdas?
Santana intentó ponerse en pie, y su rostro se puso completamente lívido.
Trastabilló peligrosamente y tuvo que sujetarse a la cama para no caer.
—Despacio —dijo Sam con una clara expresión de preocupación en el rostro—. No hay ninguna prisa.
Santana nos miró a cada uno de nosotros, completamente confundida. Y entonces, de repente, su expresión cambió.
—Bueno, ha sido divertido. ¿Podremos volver a hacerlo pronto?
Al principio no supe de dónde procedía esa voz tan mordaz. Ya había oído a Santana hablando con sarcasmo en otras ocasiones, pero ni siquiera parecía que fuera ella quien hablara. Alargué una mano hacia ella, pero la retiré de inmediato.
Nada había cambiado, pero era diferente. Su rostro había perdido toda su dulzura, como si alguien le hubiera remodelado las facciones y le hubiera conferido un aspecto duro y frío. Sus mejillas estaban más hundidas, y sus ojos se habían achicado con una expresión de burla que yo nunca le había visto. Sam y Quinn se miraron, incómodos.
— ¿Qué? ¿Qué está pasando?
Los miré, pero fuera lo que fuera lo que pensaran, estaba claro que habían decidido no contármelo.
— ¿Te encuentras bien? —preguntó Sam en tono amable.
Me pareció que mi hermano tenía cierta idea de lo que estaba sucediendo, pero que quería asegurarse por completo. Quizá no estaba preparado para aceptarlo.
— ¡Nunca me he encontrado mejor!
Santana sonrió, complacida. Se apartó de la cama y se dejó caer en el sofá sin apartar la mirada de mi hermano.
— ¿Santana?
Ella me miró y su sonrisa desapareció de su rostro. Por un momento quise acercarme a ella y darle una buena sacudida para obligarla a volver en sí, hacerle saber que podíamos superar ese trance si volvía a ser la misma. Pero tenía la sensación de que mis palabras caerían en saco roto en ese momento, y que cualquier gesto de afecto no sería bien recibido.
—Me iría muy bien ir a correr un poco.
Santana se había levantado y caminaba de un lado a otro, flexionando los brazos y dando patadas a las paredes. Nunca había sido hiperactiva; yo ya no la reconocía: se movía como un tigre enjaulado.
—Quizá deberías tumbarte un poco —dije, dando un paso hacia ella.
—Britt, no —me advirtió mi hermano.
—No, no quiero «tumbarme» —repuso Santana.
Había hablado en un tono agudo que imitaba el mío, como si se burlara, y con una frialdad pasmosa. Di un paso hacia ella y noté que me sujetaba por el hombro.
La miré a los ojos y dije, protestando:
—Santana nunca me haría daño.
—No —repuso Sam—. «Santana» no.
Capté algo en su tono de voz que no me gustó.
—Solo está agotada, eso es todo —dije en voz alta, negándome a aceptar ninguna otra alternativa.
Ya había llegado a mi límite emocional al ver que Santana moría ante mis ojos. No sabía cuánto más sería capaz de soportar.
Todo eso debía de ser una reacción normal ante un exceso de estrés. Después de todo, los humanos, a diferencia de los ángeles, no tenían una reserva de energía ilimitada. Santana había tenido que soportar tantas cosas durante las últimas semanas que era un milagro que no se hubiera derrumbado antes. Pero todo el mundo tenía un límite, y ella había llegado al suyo. Recordé que había leído sobre eso en libros de psicología. Si se ejercía suficiente presión en alguien, llegaba un momento en que la persona empezaba a ceder y comenzaba a actuar de forma extraña. Pero no creía que Santana pudiera tener ninguna reacción de rabia contra mí. ¿Qué le estaba sucediendo? La hostilidad que notaba en su tono de voz era mucho peor que la picadura de un escorpión. Era difícil ignorar cómo me miraba, como si fuera mi peor enemigo.
—Debe de haber algo que pueda hacer —susurré para detener las lágrimas que ya empezaban a deslizarse por mi rostro. En ese momento, tenía que ser fuerte, por las dos.
—La verdad es que sí lo hay.
Santana nunca me hablaba con tanta formalidad. ¿Se habría golpeado la cabeza al caer al suelo? La miré, expectante, dispuesta a aceptar cualquier petición que pudiera hacerme. Me dirigí hacia el sofá, detrás del cual permanecía de pie, distante de nosotras. Ladeó la cabeza y me sujetó el rostro con ambas manos, observándome como si me viera por primera vez.
—Dime qué es lo que puedo hacer —repetí.
Santana acercó sus labios a mi oído y susurró en voz baja:
—Puedes mantenerte lo más lejos de mí que puedas, pequeña zorra llorona.
Y entonces lo supe. La voz que me hablaba desde el cuerpo de Santana no era la suya. La reconocí al instante. No había cambiado desde la última vez que la había oído, en un lugar que deseaba olvidar desesperadamente.
La voz de Lucifer continuaba teniendo esa mezcla de suavidad y dureza, como el azúcar y el aguardiente.
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Mensaje por mary04 Dom Jun 22, 2014 11:45 pm

y donde esta santana ?
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Mensaje por micky morales Lun Jun 23, 2014 2:31 am

ahora si se subio la gata a la batea, ya no es santana sino lucifer!!!!!
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Mensaje por 23l1 Miér Ago 13, 2014 11:44 pm

cuando un nuevo capitulo¿? =(
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Mensaje por cvlbrittana Sáb Dic 27, 2014 12:46 am

Fanfic cerrado por 6 meses o más de inactividad, si el autor desea reabrirlo solo tiene que hacer una solicitud vía MP con el link del fic, a un moderador, administradora y de inmediato el fan fic será reabierto
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