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Mensaje por Maria Angeles Sáb Ene 02, 2016 11:13 am

15. Casino


Se pasó el resto del día buscando alguna excusa que justificara no ir a Londres a ver a su padre, y a primera hora de la tarde optó por preguntarle a Juan sí podía hablar con él. Primero había pensado en llamar a Brittany, pero no quería arriesgarse a correr el riesgo de despertarla, si por casualidad le había hecho caso y se había quedado en casa durmiendo.

Después de explicarle a Juan sus dos llamadas, su amigo le aconsejó que fuera. Le dijo que la muerte no tenía remedio y que por el trabajo no se preocupara, que él se encargaría de atender lo que quedaba por terminar. Los socios de Barcelona secundaron su ofrecimiento y le repitieron que se fuera tranquila.

Santana sabía que a su padre no le apetecía verla, de ahí que ni él ni su madre la hubieran llamado, pero Juan tenía razón, si sucedía lo peor, y era lo más probable, según el doctor Ross, a Harrison López no le quedaba demasiado tiempo de vida. Quizá valía la pena volver a intentar hacer las paces.

Ya en su despacho, llamó a la agencia que solía encargarse de sus viajes y le confirmaron que al día siguiente a primera hora salía un vuelo para Londres. Compró un billete. Una vocecita egoísta le susurró al oído que comprara dos y que volviera a pedirle a Brittany que la acompañara, pero no lo hizo; por un lado, todavía estaba un poco enferma y tenía que ponerse al día en la facultad, y, por otro, quería enfrentarse sola a su familia, en especial a su padre. Sencillamente, era algo que tenía que hacer. Con el billete confirmado, fue al despacho de Juan para decirle que al final había decidido seguir su consejo y que iba a ausentarse un par de días. Juan le repitió que podía irse tranquilo y le dijo incluso que lo llamara si tenía que alargar su visita a Londres.

—Cuando regreses —le dijo Juan—, quizá podríamos salir a cenar los cuatro, tú, Brittany, Teresa y yo.

—Me encantaría, te tomo la palabra. —Santana le estrechó la mano y dio el día por terminado. Si tenía que irse a Londres a primera hora de la mañana, quería pasar el máximo de tiempo que pudiera con Brittany.

Por desgracia, ella no salió de la facultad hasta tarde, así que cuando se reunió con Santana y ésta le contó todo lo sucedido era ya de noche. Como había previsto, Brittany se ofreció a acompañarla, pero ella insistió en que no era necesario, y le recordó que sólo iban a ser un par de días y que así ella podría recuperarse del primer viaje.

Brittany, a pesar de no conocer todavía todos los detalles de la relación entre Santana y su familia, sí sabía que a ésta iba a resultarle doloroso hablar con aquel hombre que tanto se había avergonzado de ella, y por eso quería estar a su lado, para recordarle que ninguna de aquellas barbaridades eran ciertas. Al final, tuvo que resignarse a quedarse en Barcelona, pero confió en que lo que habían compartido durante aquellos días le bastara a Santana para saber que ella la amaba y que estaba convencida de que era una mujer increíble.

Cenaron algo ligero en casa de ella y Brittany se quedó a dormir; ninguna de las dos dijo nada, Santana no le pidió que se quedara y ella no insinuó que quisiera hacerlo, pero ambas dieron por hecho que así iba a ser. Se durmieron abrazadas la una a la otra. Brittany llevaba una camiseta de ella a modo de improvisado pijama, y Santana decidió que la metería en la maleta. El despertador sonó muy temprano e hicieron el amor con ternura, lentitud y en silencio. No dejaron de besarse ni un instante, y Santana pensó que si la intensidad de sus encuentros seguía aumentando de aquel modo, no llegaría a envejecer.

Después, ella se fue a su casa para cambiarse e ir a la facultad y Santana hizo la maleta a toda velocidad y salió corriendo hacia el aeropuerto. No quería perder el avión, pero no se le ocurría mejor motivo para perderlo que haber estado con Brittany.


Brittany asistió a un par de clases e hizo un examen, pero tuvo que irse a mitad del mismo otra vez por culpa del estómago. Cuando salió del cuarto de baño, después de vomitar de un modo nada digno, auxiliada por una amabilísima señora de la limpieza de la universidad, fue al despacho del profesor de Castro para preguntarle si podía repetir el examen otro día. El muy cretino no tardó ni tres segundos en responderle que no, que lamentándolo mucho —seguro— no podía hacerlo. Pero que estuviera tranquila, añadió, que si no aprobaba, siempre le quedaba septiembre.


Brittany salió del despacho furiosa, y sintiendo de nuevo arcadas. Estaba convencida de que era imposible que con las respuestas que había tenido tiempo de completar antes de abandonar la clase pudiese aprobar, y, después de hablar con él, no contaba con que éste le mostrara ningún tipo de benevolencia. Resignada, de mal humor y preocupada por aquellos vómitos, regresó a su casa..


Santana no perdió el avión, y llegó a Londres en el horario previsto. Cogió un taxi y fue directo al hospital en el que estaba ingresado Harrison, pero le pidió al conductor que, de camino, se detuviera en su casa, para así dejar las maletas. Cuando bajó del coche, sacó el móvil y llamó a Sabina; si su hermana estaba por allí le gustaría tomarse un café con ella antes de subir y enfrentarse a sus padres.

Sabina respondió al instante y medio minuto más tarde aparecía por las puertas del ascensor. La abrazó nada más verlo y juntos fueron a una cafetería cercana con la esperanza de que el café fuera más decente que el del hospital.

—Se te ve muy bien, San —le dijo cuando se sentaron—. ¿Brittany ha podido acompañarte?

—No, está resfriada —le explicó—. Y la verdad es que he preferido venir sola —añadió—. No sé cómo reaccionará Harrison a mi visita.

En ese instante llegó el camarero con los cafés que habían pedido al entrar y Sabina dio un sorbo, incómoda.

—No sé, San. Cuando éramos pequeños jamás me cuestioné el comportamiento de mamá y papá, pero ahora que tengo a Harry, la verdad es que no consigo entenderlo.

—No lo intentes, Sabina. Yo he llegado a la conclusión de que no tiene explicación. ¿Cómo está Harry?
—Muy bien, me ha dicho que le gustaría mucho verte, si es que tienes tiempo, claro. He comprado aquellos libros que me recomendaste, y me están resultando muy útiles. Harry está decidido a ser uno de los mejores de la clase.

—Seguro que lo será. —Santana bebió un poco de café—. ¿Cómo ves a papá?

—El trasplante no ha ido bien, y ese tratamiento experimental creo que tampoco servirá de nada. No lo digo yo —se apresuró a puntualizar—, el doctor Ross nos ha explicado esta mañana que los resultados no son nada alentadores. Al parecer, la enfermedad está muy avanzada y el cuerpo de papá no responde.

—Y tú, ¿cómo estás? —le preguntó ella, cogiéndole la mano que tenía encima de la mesa.

—No estoy triste, y eso me preocupa. Sé que papá y mamá no me trataron mal, yo nunca tuve que pasar por nada similar a lo tuyo, pero... supongo que ninguno de los dos ganaría jamás el premio al padre o a la madre del año. Pero ¿sabes qué es lo peor? —Esperó a que su hermana negara con la cabeza antes de continuar—: Que si no tuviera a Harry, nunca me habría dado cuenta. No quiero que papá se muera, pero si soy sincera conmigo misma, tampoco lo echaré de menos. Seguro que ahora crees que soy una persona horrible.


—No, Sabina, no creo que seas una persona horrible. Yo, aunque me gustaría poder negarlo, creo que incluso sentí algo de satisfacción cuando me enteré de que estaba enfermo, así que, si una de las dos es mala persona, soy yo. —Sabina la miró a los ojos y Santana siguió hablando—: A lo largo de todos estos años he aprendido que querer a alguien exige mucha responsabilidad y dedicación, y supongo que Harrison y Maribel estaban demasiado ocupados consigo mismos como para preocuparse por nosotros. No creo que a estas alturas ni tú ni yo podamos hacerlos cambiar de manera de ser, pero eso no implica que seamos como ellos.

—Eso espero —contestó ella, pensativa.

—Y yo —añadió Santana, cogiendo el dinero para pagar—. ¿Vamos?

Sabina se levantó y los dos hermanos, que estaban empezando a convertirse en amigas, caminaron juntos hacia el hospital. Cruzaron el vestíbulo del mismo y entraron en el ascensor. Al llegar a la habitación de Harrison, ella se quedó fuera y dejó que Santana entrara sola.


—Santana, no esperaba volver a verte —dijo su padre áspero. Tenía mal aspecto, y era innegable que se iba apagando—. ¿Qué haces aquí?

—Hola, Harrison, he venido a verte. —Se acercó a él y se sentó en la silla que había junto a la cama—. ¿Y Maribel?

—Vendrá más tarde —se limitó a responder el hombre.

Se quedaron en silencio. Dos duelistas a la espera de que el primero desenfundara, y Santana comprendió entonces que no había ido allí para hacerle daño. Había ido porque necesitaba comprender por qué nunca nada de lo que había hecho había sido suficiente para que lo considerara su hija. Santana no se lo había contado a nadie, ni siquiera a Brittany, ni a Miriam Potts, pero a lo largo de los años, siempre que conseguía una meta importante se lo hacía saber a su padre. Cuando entró en la universidad, llamó a su despacho y se lo dijo a una de sus secretarias, que además era la amante de turno de Harrison. Cuando se graduó y entregó su proyecto de final de carrera, le mandó una invitación para la graduación y copia del mismo. Cuando encontró su primer trabajo como arquitecta, llamó y dejó recado en casa. Y así siempre, y nunca, ni una sola vez, recibió ningún tipo de respuesta.

—¿Cómo estás? —le dijo.

—Muriéndome.

—Lo sé.

—Santana, en serio, ¿a qué has venido? —volvió a preguntarle, como si no pudiera soportar que estuviera en la habitación—. Estoy convencido de que estás deseando salir por ahí a celebrarlo, así que ahórrate las cursilerías y lárgate de una vez.

—No voy a celebrar que te mueras.

—Ja, pues entonces eres más idiota de lo que yo creía.

—No soy idiota, soy disléxica, y a estas alturas ya deberías saber la diferencia, Harrison. —Volvieron a quedarse en silencio, pero ahora que su padre ya había dejado claro cuál iba a ser el tono del encuentro, Santana no veía motivos para morderse la lengua—. Mira, tengo que preguntártelo, ¿por qué te molesto tanto?

Su padre volvió levemente la cabeza para mirarlo. Harrison López había sido un hombre magnífico, al menos en lo que al aspecto físico se refería, fuerte, rubio y de ojos azules. De joven, lo habían comparado incluso con Paul Newman. También había sido famoso por su mirada intimidante, su ambición sin límite y, cómo no, por su prestigioso bufete. De pequeña, a Santana solían temblarle las piernas al verlo, y de mayor había sentido desde miedo hasta respeto por él, pero en aquellos momentos, sólo sentía lástima.

—Yo sólo quería tener dos hijos —empezó Harrison—. Con Frey y Sabina ya tenía más que suficiente, y cuando tu madre se quedó embarazada sospeché que alguno de sus jóvenes acompañantes había metido la pata. Le dije que abortara —continuó—, pero ella se hizo la ofendida y se negó a hacerlo. No porque te quisiera —puntualizó—, sino porque deseaba restregarme por la cara lo equivocado que estaba, y porque sabía que con tres hijos, si llegábamos a divorciarnos, tendría que pagarle una enorme cantidad de dinero. Maribel y yo sabíamos que nunca nos divorciaríamos; a ella le gusta demasiado ser la señora López y yo tengo que reconocer que tu madre ha sido una pieza importante en mi carrera profesional; nadie sabe hacerme quedar tan bien como ella. Los dos hemos tenido nuestras historias, pero siempre hemos sabido que terminaríamos nuestros días juntos.
«Sí —pensó Santana—, supongo que las arpías saben que sólo pueden emparejarse entre sí.»

—Naciste, y la verdad es que todo volvió pronto a la normalidad. Frey y Sabina iban al colegio y de ti se encargaba aquella dichosa mujer.

—La señora Potts —puntualizó Santana, ofendida porque ni siquiera se acordara de su nombre.

—Eso, la señora Potts. Pero cuando empezaste a darnos problemas, cuando vi que eras incapaz de aprender a leer como una persona normal...

—Soy una persona normal, y, aunque sé que no te importa, deja que te diga que sé leer. —Se levantó de la silla—. Sigue, sigue con tu historia.

—Para mí, todo eso fue la prueba definitiva de que no eras hija mía y decidí que, como no eras una López, no tenía que preocuparme por ti.

—Claro —dijo Santana, sarcástica.

—Pero tampoco podía gritar a los cuatro vientos que tu madre me había sido infiel y que me había endosado a una bastarda.

—Una bastarda que al final resultó no serlo —matizó ella—, porque, aunque me pese, sí soy hija tuya.

—Sí, lo eres —reconoció Harrison a regañadientes—. Mira, Santana, no sé qué esperas de mí, pero aunque me esté muriendo no voy a pedirte perdón por no haberte apoyado, ni voy a darte las gracias por aceptar someterte a un trasplante de médula. Al fin y al cabo, tampoco ha servido de nada.

—Y supongo que estás convencido de que es culpa mía —dijo Santana, y con la mirada que le lanzó su padre supo que había dado en el clavo.

—Si hubieras aceptado aquella propuesta que te hice cuando tenías dieciocho años, tal vez...

—¿Tal vez qué? Me ofreciste convertirme en un inútil. Si hubiera aceptado tu «generosa» oferta, ahora sería el chico de los recados mejor pagado de Londres, pero tú seguirías sin respetarme, y lo peor sería que yo tampoco me respetaría a mí misma.

—Vaya, esto sí que es una sorpresa —dijo su padre—, te pareces más a mí de lo que creía.

—Yo no me parezco a ti en absoluto —sentenció Santana, convencida de que aquella frase era un insulto.
—Pues claro que sí, al fin y al cabo eres una López, y a nosotros sólo nos importamos nosotros mismos. Vamos, ¿cuántos años tienes? Treinta y cuatro, ¿no? Y, por lo que sé, sólo te has dedicado a tu carrera, tu trabajo, a demostrarme que me había equivocado contigo. —Levantó las manos—. Y me parece bien. Estás haciendo exactamente lo mismo que habría hecho yo.

—Yo no me parezco a ti —repitió Santana, pero un sudor frío le resbaló por la nuca.

—Cuando te ofrecí que trabajaras en el bufete lo hice pensando en mí, lo reconozco, en los problemas que me ahorraría. Y esa tarde, en mi despacho, la tarde en que me pediste dinero, fue la primera vez que pensé que quizá harías algo bueno en la vida.

—¿Por qué me diste el dinero?

—Tenías dieciocho años, estabas furiosa conmigo y decidido a salirte con la tuya, y la verdad es que no me importaba lo más mínimo lo que sucediera contigo. En esa época, estaba convencido de que no eras hija mía, y el dinero terminé por recuperarlo, y no me refiero a los cheques que mandaste al bufete.

Cuando Santana encontró su primer trabajo, decidió mandar periódicamente un cheque a su padre para devolverle el dinero que le había dado. Nunca recibió ninguna respuesta, así que, aunque siguió mandándolos hasta alcanzar la cantidad exacta más unos intereses, Santana llegó a la conclusión de que Harrison quizá no lo supiera o, si lo sabía, no le importaba.

—Nunca te he importado —dijo ella—. Y quizá Frey y Sabina tampoco.

—Frey sabrá ocupar mi puesto cuando yo no esté, y el apellido López seguirá siendo sinónimo de profesionalidad y poder. Y Sabina podría haber llegado muy alto, su ex marido es uno de los hombres más ricos de Inglaterra, pero al parecer ha preferido jugar a ser la mamá perfecta.

—¿Cómo puedes ser así? —preguntó ella, asqueada.

—Me estoy muriendo, Santana, y no voy a convertirme ahora en un hipócrita, ni voy a pedir disculpas por mi vida. Todo lo que he hecho lo he hecho convencido, y no me arrepiento de nada. Sí, ahora eres arquitecta, genial, has conseguido superar tus dificultades, fantástico, pero eso no me importa lo más mínimo. Me molestabas y actué pensando en mí. Igual que todo el mundo, la única diferencia es que yo soy lo bastante sincero como para reconocerlo. Y cuando me diagnosticaron el cáncer y tuve que recurrir a ti, tuve la decencia de llamarte y decírtelo sin rodeos, ¿o acaso habrías preferido que llamara y fingiera ser alguien que no soy? ¿Habrías preferido que te llamara llorando, siguiendo un estúpido guión de telenovela, y terminara utilizándote?

—¿Sabes una cosa, Harrison? Lo que más me asusta es que en tu retorcido y ególatra cerebro todo esto que dices tiene sentido.

—Tú tampoco dudaste en utilizarme cuando tenías dieciocho años —le recordó su padre, mirándolo a los ojos.

—No es lo mismo.

—Quizá no, pero te pareces más a mí de lo que te gustaría. Eres igual de decidida y de egoísta y, créeme, de no haber sido por lo de tu dislexia, ahora estarías en el pasillo sacándole los ojos a Frey para ver quién se quedaba con el despacho.

—No —afirmó.

Los dos permanecieron en silencio mirándose a los ojos. Al parecer, el duelo había terminado sin ningún vencedor. Ambos habían perdido.

—Vete, estoy cansado —dijo el padre—. Diría que ha sido un placer, pero sería mentira.

—Lo mismo digo —contestó Santana y se dirigió hacia la puerta—. Adiós, Harrison. —Se dio media vuelta y lo miró por última vez, pues sabía que nunca más volvería a verlo con vida.


—Adiós, Santana —dijo su padre, consciente también de que se le estaba acabando el tiempo. Y quizá fuera eso lo que lo hizo volver a hablar, o quizá el miedo a enfrentarse a la muerte sin haberle dicho algo bueno a su hija menor—: Guardo tu título de arquitectura en el cajón de mi despacho. Lo digo sólo por si quieres recuperarlo cuando... Vamos, lárgate y déjame solo.

Santana salió y cerró la puerta despacio.


Eran las cuatro de la madrugada cuando sonó el móvil y, antes incluso de ver el número de su hermana en la pantalla, Santana supo que su padre había muerto. Atendió a Sabina, que le dijo que lo enterrarían al día siguiente, y luego colgó.

Estaba sentada en la cama, sujetándose la cabeza entre las manos cuando se dio cuenta de que no sentía nada. Nada en absoluto. Y eso lo asustó más que todo lo que le había dicho Harrison aquella mañana. Santana tenía miedo, un miedo atroz a que su padre tuviera razón y se pareciera más a él de lo que estaba dispuesto a reconocer. No supo cuánto tiempo pasó en esa postura, pero sin duda fue demasiado, pues cuando salió de aquel estado de ensimismamiento le dolía todo el cuerpo.


Se duchó como un autómata y se vistió, y el sonido del timbre del teléfono lo hizo reaccionar de nuevo. Era Miriam, al parecer, Sabina se había quedado lo bastante preocupada por ella como para llamar a su antigua niñera y contarle lo que había sucedido. La mujer le dijo que iba a coger el primer tren para Londres para estar a su lado y le preguntó tres o cuatro veces si necesitaba algo, lo que fuera. Santana la escuchó como si estuviera hablando con otra persona, como si ella estuviera fuera de su cuerpo, pero entonces, una pregunta lo hizo volver a la realidad.

—¿Has llamado a Britt?

—No.

—¿No crees que deberías hacerlo? —preguntó Miriam cautelosa.

—No lo sé —respondió, sincera y cansada.

—Llámala, San. Seguro que después de hablar con ella te encontrarás mucho mejor —añadió.

—Iré a buscarte a la estación.


Miriam comprendió sin problemas la poco sutil respuesta y se despidió de Santana. No iba a llamarla. Aquella chica, por mayor que se hiciera, siempre sería una niña para ella. Santana era una especialista en huir de los sentimientos y, al parecer, ahora había decidido huir de Brittany.

Después de colgar a Miriam Potts, Santana llamó a Sabina para preguntarle los detalles del funeral, y luego cogió uno de los cuadernos que se había llevado con ella a Londres y empezó a dibujar. Dibujó a Brittany, sus dedos sí reconocían lo que su mente se estaba empeñando en negar, y luego dibujó una casa. La casa de sus sueños, en la que viviría una familia feliz. Una familia que ella no tendría jamás, pues tanto Brittany como la casa se merecían una mujer con corazón, y ella no lo tenía. Una mujer con corazón lloraría la muerte de su padre, una mujer con corazón habría ido a preguntarle a su madre si necesitaba algo, una mujer con corazón no se habría planteado negarle su médula a su padre. Sí, Harrison López tenía razón, se parecía más a él de lo que estaba dispuesto a reconocer, pero ahora que lo había visto ya no podía seguir negándolo y, aunque no supiera cómo, se alejaría de Brittany y la dejaría sola para que encontrara a alguien mejor.


Ella la había llamado preocupada y le había dejado un cariñoso mensaje en el contestador. Santana se obligó a borrarlo y fue a servirse un whisky. Se lo bebió de un trago y la llamó.
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Finalizado Re: Fanfic Brittana. Dulce Locura (Adaptación)- Epígolo.

Mensaje por micky morales Sáb Ene 02, 2016 1:41 pm

que obstinacion con santana!!!!! hasta cuando se va a autocastigar por algo en lo que no tiene la culpa, ahi vamos, a dejar a britt otra vez, capaz ahora si la pierde, a menos que brittany no se lo permita!!!!!
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Mensaje por evean Lun Ene 04, 2016 4:32 am

Creó que esa llamada no me gustara nada :(
Que tengas excelente año un abrazo
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Mensaje por Maria Angeles Lun Ene 04, 2016 8:24 pm

Gracias por sus comentarios chicas.
Mientras más comenten yo sabré si debo continuar la historia o no.
Saludos Fanfic Brittana. Dulce Locura (Adaptación)- Epígolo. - Página 2 918367557

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16. Matrix

Brittany había contraído un fuerte virus. Pensaba contantemente en Santana. Ella no le había hablado de sus sentimientos, aunque Brittany creía que se lo demostraba con aquellos continuos besos que le daba cada vez que estaban juntas.

La había llamado antes, justo al salir de la facultad, pero ella no le cogió el teléfono y tuvo que conformarse con dejarle un mensaje. Estaba preocupada, sabía muy poco de Harrison López y del resto de la familia de Santana, exceptuando quizá a Sabina. No quería que volvieran a hacerle daño. En lo que se refería a Santana, Brittany no sólo la amaba, sino que se sentía como una amazona, como una guerrera; ella, que era famosa por su timidez y su discreción, se veía capaz de arrancarle la yugular a cualquiera que tratara de hacerle daño. Era una sensación extraña, maravillosa. Se imaginó a sí misma vestida toda de látex negro y apuntando con una pistola al tal Harrison, diciéndole que si le tocaba un pelo a su Santana lo aniquilaría sin ni siquiera parpadear.

Se rió. «Será la gripe», pensó, y se levantó del suelo. Kitty, su hermana, no estaba, le había dejado una nota diciendo que se quedaba a estudiar en casa de una amiga, y Britany supuso que era mejor así. Iba en pijama y se tumbó en la cama. Durmió hasta tarde, pero se despertó con un mal presentimiento, y lo primero que hizo fue mirar el móvil. Santana no la había llamado. «Qué raro», pensó, y descolgó para marcar el número, pero unas inoportunas arcadas le impidieron terminar. Ya que estaba en el cuarto de baño, decidió ducharse y, al salir, se vistió con algo cómodo. Había optado por quedarse en casa y poner orden a los apuntes que había recopilado. Además, quería poder hablar con tranquilidad con Santana. Estaba en la cocina, canturreando como una boba y preparándose un zumo de naranja, cuando por fin sonó el móvil. Vio el número y corrió a secarse las manos.

—Hola —dijo al descolgar.

—Hola —respondió ella, y a Brittany le bastó para saber que algo iba mal.

—¿Qué pasa,San? ¿Estás bien? —añadió tras unos segundos de silencio.

—Sí —carraspeó—. Estoy bien. Ayer me llamaron de la central de Londres —empezó a mentir y ya no pudo parar. Tan convencida estaba de que eso era lo que tenía que hacer, que ni siquiera se cuestionó la coherencia de lo que le estaba diciendo—. Me preguntaron si podía quedarme aquí unos días.

—¿Unos días? —Brittany reconocía la voz de Santana, pero su tono, el modo en que pronunciaba cada palabra, era como si fuera el de otra persona.

—Sí, unos días. No sé cuándo regresaré, te llamaré cuando lo sepa.

—Me llamarás cuando lo sepas —repitió atónita—. ¿Y antes no?

—Estaré muy ocupada, y tú tienes que recuperarte de esa gripe estomacal y ponerte al día en la facultad.

Se hizo un silencio y Brittany temió que ella fuera a colgar. Quizá meses atrás se habría quedado callada, pero no entonces.

—Santana, ¿se puede saber qué está pasando?

—No pasa nada, ya te lo he dicho; me han pedido que me quede unos días, y creo que a las dos nos irá bien tomarnos un poco de tiempo para pensar en lo que estamos haciendo.

—Pero ¡qué estás diciendo! Santana, ¿qué diablos está pasando? —Silencio otra vez—. ¿Cómo está tu padre? —De repente, supo que, de algún modo, Harrison López era el responsable de aquella locura. Oyó cómo Santana respiraba y tomaba aire, y rezó para que estuviera dispuesta a contarle la verdad.

—Ya te he dicho que no pasa nada.

«No, no, no.» Brittany notó que los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Santana, ¿qué te pasa? Dímelo, por favor, tú sabes que puedes confiar en mí. Cuéntame lo que pasa y seguro —se le quebró la voz—, seguro que entre las dos lo solucionamos.

Ella sintió un nudo en la garganta. Sí, sabía que podía confiar en Brittany, sabía que si le contaba que su padre había muerto cogería el primer avión e iría a su lado. Que si le decía lo que Harrison le había dicho antes de morir haría todo lo posible por quitárselo de la cabeza. Y no podía permitírselo. Ella estaría mucho mejor con otro, con alguien sin sus defectos, sin sus miedos, alguien que no corriera el riesgo de convertirse en una desalmada egoísta sin corazón. Estaría mejor sin ella.

—Te llamaré dentro de unos días. Adiós, Brittany. —Y colgó antes de que pudiera arrepentirse.

Ella se quedó mirando el teléfono sin reaccionar. Notó que las mejillas iban quedándole bañadas en lágrimas, pero no hizo ningún esfuerzo por secárselas. Apoyó la espalda contra la pared y, poco a poco, fue resbalando hasta quedar sentada en el suelo. Una vez allí, hundió la cara entre las rodillas y lloró desconsolada. Santana no la llamaría hasta al cabo de unos días, y lo conocía lo suficiente como para saber que si la llamaba antes no le cogería el teléfono. Y se había despedido de ella.


Se quedó allí llorando, con el corazón hecho añicos, y pasados unos minutos, o unas horas, cuando su estómago se quejó hambriento se levantó y se reprendió a sí misma. Algo había sucedido en Londres y si tenía que esperar a que Santana volviera para averiguar qué era, esperaría, porque no iba a darse por vencida tan fácilmente. Santana era una mujer por la que valía la pena luchar, y ya era hora de que alguien se lo demostrara.


El optimismo le duró a Brittany tres días y medio. Por las noches, siempre le caían un par de lágrimas —un par de cientos, para ser exactos—, pero durante el día iba a la facultad y hacía planes para cuando Santana regresara. Hablarían, y cuando hubieran solucionado aquel horrible malentendido y volvieran a estar bien. Sin embargo ese día toda su ilusión se desvaneció con una nueva llamada de teléfono.

—¿Diga? —dijo Brittany al no identificar el número.

—¿Brittany? —preguntó una voz masculina.

—Sí, soy yo. ¿Con quién hablo?

—No nos conocemos, al menos no en persona. Mi nombre es Juan Alcázar y soy...

—Arquitecto, y compañero de trabajo de Santana, lo sé. Un placer saludarte, Juan.

—Lo mismo digo —respondió el hombre al instante—. Supongo que te preguntarás por qué te llamo.

—La verdad es que sí —contestó cautelosa y sincera.

—Es por Santana.

—¿Le ha sucedido algo?

—Espero que no. Llevo llamándola desde el funeral de su padre y, como no he conseguido hablar con ella, Teresa me ha sugerido que te llamara a ti. Espero que no te importe el atrevimiento. Santana te llamó un día desde el trabajo y en la centralita me han dado tu número.

—No, tranquilo, no pasa nada. ¿Has dicho «desde el funeral de su padre»? —Brittany tuvo que sentarse.

—Sí, fue hace dos días, ¿no?


—Sí —balbució ella, que ni siquiera sabía que Harrison López hubiera muerto. Tragó saliva y se obligó a no llorar. No quería ponerse en ridículo delante de aquel hombre amigo de Santana.

—Cuando hables con ella —prosiguió Juan, ajeno al drama de la joven—, ¿puedes decirle que me llame, por favor?

—Claro. —No tenía ni idea de lo que estaba diciendo, pero por suerte, sus buenos modales acudieron en su auxilio—. No te preocupes.

—Gracias. A ver si cuando Santana regrese la semana que viene podemos quedar los cuatro.

—Claro —repitió ella.

—Gracias de nuevo, Brittany. —Juan se despidió y colgó.

Brittany perdió el aplomo que la había ayudado a seguir adelante durante aquellos días. El padre de Santana había muerto y ella no se lo había dicho. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? La confusión que sintió el día que habló con ella reapareció en aquel instante multiplicada por mil, pero esta vez iba acompañada de rabia y dolor. No entendía nada, aunque un pensamiento sí resplandecía con claridad en su mente; si ella quería dejarla y no volver a verla más, lo mínimo que podía hacer era decírselo a la cara.


Pasado el funeral de su padre, Santana se quedó en Londres tres días más para resolver algunos asuntos. Miriam Potts no volvió a preguntarle por Brittany, ni siquiera cuando no la vio en la ceremonia. A sus amigos Kurt y Mercedes, a los que Santana les había pedido explícitamente que no le dijeran nada a Quinn acerca de la muerte de Harrison, les bastó con mencionar el nombre de ella una sola vez para saber que no tenían que volver a hacerlo.

Antes de regresar a su pueblo, Miriam lo acusó de ser una cobarde y trató de sonsacarle por última vez qué había sucedido entre ella y Harrison para que se pusiera de aquel modo. Pero no lo consiguió.

La noche antes de regresar a España, Santana estaba sentada en el sofá en el que casi le hizo el amor a Brittany por primera vez cuando cogió el teléfono y marcó su número. Le había prometido que lo haría antes de volver, y esa promesa sí podía cumplirla. El móvil de ella sonó y sonó, hasta que al final le salió el buzón de voz, pero fue incapaz de dejar un mensaje. ¿Qué podía decirle? ¿Que la echaba de menos pero que estaba mejor sin ella? Seguro que su Brittany se reiría y la reñiría. «Su Brittany.» Más le valía ir haciéndose a la idea de que no, de que ya no era suya y, a juzgar por la llamada que había quedado sin responder, iba a tener que asumirlo a marchas forzadas. A la mañana siguiente, se despertó y fue solo hacia el aeropuerto. Se pasó todo el vuelo con la nariz metida en su cuaderno, sin dibujar, pero mirando todos los retratos que había hecho de Brittany durante los pocos días que habían pasado juntas.

El avión aterrizó en El Prat veinte minutos más tarde de lo anunciado, pero como a Santana no iba a ir a buscarla nadie no se preocupó lo más mínimo. Recogió la maleta y conectó el móvil, éste tardó menos de un minuto en sonar. Descolgó sin mirar y recibió una bronca monumental.

—¿Se puede saber qué demonios te pasa, Santana?

—Tranquilo, Quinn, no me grites. —Dejó la maleta en el suelo y se frotó los ojos con la mano.

—¡Que no te grite! Tu padre ha muerto, mejor dicho, murió hace cuatro días, o no sé cuántos, y no me llamaste, así que, repito, ¿se puede saber qué demonios te pasa?

—¿Cómo lo has sabido?

—¿Que cómo lo he sabido? ¿Eso es lo único que tienes que decir? Joder, Santana creía que éramos amigas. Mierda, eres mi mejor amiga, tú y mi estúpido cuñado. —Soltó aire exasperada y añadió algo más calmada—: Me lo dijo Britt.

Santana notó que le daba un vuelco el estómago y que el corazón le dejaba de latir.

—¿Brittany?

—Sí, Brittany. Rach fue a verla porque estaba preocupada por ella, por lo del suspenso y por esa gripe estomacal que no termina de curársele.

Un sudor frío le corrió por la espalda. ¿Brittany seguía encontrándose mal y había suspendido una asignatura? Dios, qué ganas tenía de verla y abrazarla.

—Santana, ¿sigues ahí? —preguntó Quinn al no oír nada.

—Sí, sigo aquí.

—¿Y dónde diablos estás?

—Acabo de llegar a Barcelona. Mira, Quinn, siento no haberte llamado, pero... es complicado —se limitó a decir—. Te prometo que luego te telefonearé y te lo contaré todo, incluso dejaré que me insultes un par de veces, pero ahora tengo que colgar.

—Está bien —dijo la otra, pasados unos largos segundos—. Pero conste que sigo muy enfadada. Eres mi amiga, Santana, y sé lo difícil que es perder a un padre. Y no me vengas ahora con que en tu caso es distinto. Habría ido para estar contigo.

—Lo sé —contestó ella, emocionada—. Luego te llamo.

—De acuerdo, pero deja que te advierta que a Rach no la convencerás tan fácilmente.

Santana se despidió y colgó, y fue corriendo en busca de un taxi.


Brittany estaba sentada al escritorio, tratando de leer unos apuntes, cuando sonó el timbre. Alguien debía de haberse dejado abierto el portal de la calle, y su visita, fuera quien fuese, había decidido subir directamente. Miró por la mirilla y retrocedió al instante, como si la persona que había al otro lado de la puerta pudiera verla. El timbre sonó otra vez, y entonces abrió. De nada serviría eternizar aquella situación.

—Santana, ¿qué haces aquí?

—He vuelto.

—Ya veo.

—Te llamé anoche.

—Lo sé. No te cogí el teléfono.

Se quedaron mirándose la una a la otra; Santana se dio cuenta de que ella se aferraba al marco de la puerta con fuerza, y ella de que a Santana le temblaba ligeramente la mandíbula.

—¿Puedo entrar?

—No.

—Por favor —añadió, tras recuperar los latidos de su corazón.

—Está bien. —Brittany accedió y se dio media vuelta para dirigirse hacia el interior del apartamento.

Se dijo a sí misma que había accedido a su petición porque no quería organizar una escena en medio del rellano, pero la verdad era que necesitaba sentarse, así que fue directa al sofá. Santana la siguió, y, después de dejar la maleta apoyada contra la mesa, se sentó a su lado, a escasos centímetros de distancia.

—¿Cómo te encuentras? —fue lo primero que le preguntó.

Estaba algo más delgada y tenía ojeras, pero para Santana seguía siendo la mujer más preciosa del mundo. Un mechón le caía por la frente, y ella sentía un cosquilleo en las yemas de los dedos de tantas ganas como tenía de apartárselo, aunque, a juzgar por la mirada de Brittany, corría el riesgo de perder la mano si lo intentaba. Además, ahora ya no tenía derecho a hacerlo.

—Bien —respondió lacónica—. ¿Y tú?

—Bien. —La recorrió con la mirada y luego volvió la cabeza para mirar el resto del piso. Había una mesa con apuntes y varios libros, y una taza de café al lado. Junto a la tele, vio una montaña de DVD, todos de películas en blanco y negro, y recordó que, meses atrás, ella le había prometido que miraría esos «rollos» que a Santana tanto le gustaban. Sintió un nudo en el estómago y en la garganta, pero se forzó a ignorarlos—. ¿Cómo te enteraste de lo de mi padre?

—Me lo dijo Juan, Juan Alcázar. Estaba preocupado porque no conseguía dar contigo, y me llamó creyendo que yo sabría algo más de ti.

Brittany se había imaginado esa escena miles de veces y, en casi todas, ella le gritaba y la insultaba, pero ahora que la tenía delante, lo único que quería hacer era preguntarle cuándo se habían perdido la una a la otra. Y como sabía que de nada serviría, quería que se fuera y la dejara sola. Al menos, así podría llorar y empezar a olvidarla.

—Ah, comprendo. ¿Qué le dijiste?

—Nada. ¿Qué vas a hacer, vas a quedarte en Barcelona? —Jugó nerviosa con el cojín que tenía en el regazo.

—Unos días. Después de la presentación del edificio Marítim regresaré a Londres.

—¿No te quedarás para la boda de Puck? —El hermano mayor de Brittany iba a casarse con Emma al cabo de poco. «Menos mal que algunas historias de amor sí terminan bien», pensó Brittany—. Los dos se enfadarán mucho si no estás, y por... —movió una mano entre los dos—... lo nuestro no tienes que preocuparte. Mis hermanos no saben nada.

Brittany estaba convencida de que los cinco tendrían sus teorías, pero no les había confirmado nada, y seguro que cuando vieran que ella y Santana apenas se hablaban dejarían de hacer cábalas.

—Asistiré a la boda de Puck y Emma —dijo. Ni siquiera se había planteado la posibilidad de no ir. En todo ese tiempo, Puck se había convertido para ella en un gran amigo—. ¿Nunca le has contado a nadie lo nuestro?—le preguntó ofendida.

Quizá se había equivocado con Brittany si para ella lo sucedido entre las dos no era lo bastante importante como para merecer algún tipo de comentario.

—¿Cuándo? ¿Para qué? —dijo en voz baja—. Tengo que estudiar —añadió entonces, desviando la vista hacia el escritorio.

—Por supuesto. —Santana iba a ponerse en pie, pero se lo pensó mejor—. Quinn me ha dicho que has suspendido un examen. Me ha llamado hace un rato —explicó—. Lo siento.


—¿El qué? ¿Que haya suspendido? —Lo fulminó con la mirada—. No es culpa tuya. Es culpa mía. —Estaba tan ofendida que se levantó de un salto. ¿Quién se había creído que era? Sería engreída...—. Sólo mía —repitió convencida. Ella era la única responsable de haberse dejado llevar y enamorarse.

—Será mejor que me vaya —dijo Santana, confusa, poniéndose ahora sí de pie—. Sólo quería ver cómo estabas.

—Pues ya ves que estoy bien. No hace falta que te preocupes por mí. —Caminó hacia la puerta y la abrió.

Santana cogió el asa de la maleta y la arrastró tras ella; ya no tenía ninguna excusa para quedarse. Lo único que podría conseguirlo sería decirle la verdad, y eso no estaba dispuesta a hacerlo. «Brittany estará mejor sin ti», se repitió, pero esa parte egoísta que todas las personas tienen dentro le susurró que quizá podría retener algo de ella. Quizá podría convencerla de que al menos fuera su amiga. Iba a decírselo, pero la miró a los ojos y no abrió la boca. Brittany había levantado un muro entre las dos, y ella le había dado las piedras para ello.

—Siento lo de tu padre —le dijo ella antes de que se fuera del apartamento.


Santana se detuvo en la puerta y la miró a los ojos, deseando que Brittany pudiera ver lo que se escondía en ellos.

—Yo no. —Y ésa era la terrible verdad. Ése era el motivo por el cual se estaba alejando de ella. Brittany era demasiado buena, demasiado preciosa, como para estar con una mujer que era incapaz de llorar la muerte de su padre.

Santana abandonó el edificio y caminó por las calles sin percatarse de nada de lo que sucedía a su alrededor. Llegó a su apartamento, un lugar que había empezado a considerar un hogar cuando Brittany se quedaba allí con ella, pero que ahora eran sólo cuatro paredes que se le caían encima. Estaba cansada, muy cansada, y decidió tumbarse en la cama. Cerró los ojos y trató de no soñar con Brittany.


Después de que Santana se fuera, Brittany volvió a llorar, aunque achacó la reacción a la fiebre y dolor de huesos por el que estaba pasando su cuerpo, y no a que lo hubiera visto y las cosas no se hubieran arreglado entre las dos. Una diminuta parte de ella había soñado con que cuando Santana regresara la cogería en brazos y la besaría hasta dejarla sin aliento, para luego decirle que la habían abducido unos extraterrestres y que por eso no la había llamado antes ni le había contado lo de la muerte de su padre. El estúpido e infantil sueño siempre terminaba con Santana de rodillas pidiéndole que lo perdonara y jurándole amor eterno.

Nada más lejos de la realidad. Ella sólo había ido a verla porque se sentía culpable por lo del suspenso y porque quería ver si ya no estaba enferma. No había habido ninguna declaración de amor, ningún beso apasionado. Santana apenas la había mirado a los ojos. Cuando dejaron de caerle las lágrimas, fue al baño para lavarse la cara y despejarse un poco, y después hizo lo que llevaba días deseando hacer: llamó a su madre y se lo contó todo.


Última edición por Maria Angeles el Lun Ene 04, 2016 8:25 pm, editado 1 vez (Razón : FanFic Brittana-Dulce Locura (adaptación)- Capitulo 16)
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Finalizado Re: Fanfic Brittana. Dulce Locura (Adaptación)- Epígolo.

Mensaje por evean Lun Ene 04, 2016 11:09 pm

Otro otro!!!!
Saludos niña
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Mensaje por lovebrittana95 Mar Ene 05, 2016 1:46 am

Hola me gusto mucho esta historia, espero que no la abandones por las personas que la leemos y cada capitulo se pone mas interesante, ahora a esperar que pasa con san y britt.
Saludos
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Mensaje por Maria Angeles Mar Ene 05, 2016 11:12 am

Me alegra saber que les gusta la historia, y les informo que ya casi llega a su fin :(

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17. Sed de mal
(Parte 1)


Hacía casi un mes que no la veía y, si era sincera consigo misma, tenía que reconocer que la echaba de menos. En la universidad las cosas habían terminado por ponerse en su sitio y Brittany volvía a tenerlo todo bajo control. Estudiaba mucho, como siempre, pero sin excesos, y cada día salía a pasear un rato, o leía un poco, o miraba una película de cine clásico.

La conversación con su madre había sido terapéutica. Susan había tardado unos minutos en reaccionar, le preguntó si el virus que contraía era grave o no, pero al escuchar una respuesta dudosa, lo segundo que hizo fue, coger el coche y plantarse en Barcelona en un tiempo récord, como seguro demostrarían las multas que tarde o temprano le llegarían. La madre de Brittany la riñó por no habérselo dicho antes; después esperó pacientemente a que le contara toda la historia con respecto a Santana. Brittany le pidió que de momento no le dijera nada ni a su padre ni a sus hermanos.

A juzgar por lo que Brittany le había contado, y según lo que ella misma sabía de la joven, en Londres le había sucedido algo muy grave y ni ella ni Brittany podrían seguir adelante con sus vidas hasta resolver las cosas definitivamente entre las dos.

Faltaban pocos días para la boda de Puck y Emma. Era viernes, y Brittany iba andando por la calle. Al pasar por delante de la Filmoteca vio que esa noche ponían Sed de mal. Era una de las películas preferidas de Santana, y ella lo interpretó como una señal, así que, armándose de valor, la llamó al móvil y le preguntó si le apetecía verla. Ella no pudo disimular lo sorprendida que estaba de escuchar su voz, pero accedió rápidamente a la invitación, y Brittany empezó a cuestionarse si había hecho bien en telefonear.


Habían quedado a las ocho delante del cine, pero Santana llegó un poco antes y compró las dos entradas; quería asegurarse de que Brittany se quedaba al menos a ver la película. Ella llegó puntual, unos minutos antes de la hora acordada, y lo saludó con un sencillo «hola». Santana le hubiera dado dos besos, pero se limitó a sonreír y a devolverle el saludo.

Entraron en la sala sin decir nada importante, intercambiando sólo preguntas de cortesía, igual que si fueran dos compañeras de trabajo o unas conocidas. Santana tuvo ganas de gritar, y ella sintió un dolor de cabeza que nada tenía que ver con la pesada gripe que no quería desaparecer. Por suerte, la película empezó en seguida y les proporcionó la excusa necesaria para dejar de fingir, aunque ni siquiera las intrigas de Orson Welles consiguieron que la una pensara en algo que no fuera la otra. Las luces volvieron a encenderse casi dos horas más tarde y ambas se levantaron de las butacas sin mirarse a los ojos; qué distintas habían sido las cosas antes, cuando iban al cine. Salieron Santana fue la primera en hablar:

—¿Te apetece ir a cenar? —le preguntó.

—No, la verdad es que no. No tengo hambre —añadió. Estaba tan nerviosa que si comía seguro que terminaría vomitando—. Prefiero irme a casa, ¿me acompañas?

—Si tenía que hablar con ella, prefería hacerlo en la tranquilidad de su apartamento.

—Claro.

Cruzaron en silencio unas cuantas calles, hasta que Brittany reinició la conversación:

—¿Cómo te va el trabajo? Supongo que estarás a punto de regresar a Londres, ¿no?
Ella se encogió de hombros.

—Mi intervención en el proyecto Marítim ha finalizado —se limitó a decir.

Tanto Santana como Juan habían recibido muchos elogios por su trabajo, tantos que a Santana le habían ofrecido un mejor puesto en la central de Londres. Ella lo había agradecido y les había dicho que regresaría pasada la boda de Puck.

Estaba convencida de su decisión, a pesar de que Juan le había dicho que era una idiota y que debería quedarse en España y dar a su relación con Brittany otra oportunidad. Su amigo no sabía por qué habían roto, pero no desaprovechaba ninguna oportunidad para recordarle que se estaba equivocando, poniéndose incluso a sí mismo como ejemplo.

Siguieron andando sin decir nada más, y, minutos más tarde, llegaron al portal del edificio donde vivía Brittany.

—¿Por qué no subes? —la invitó antes de perder el valor—. Tengo que contarte algo.

Santana se quedó mirándola y entonces se acordó de la famosa Hanna. Seguro que quería decirle que iría acompañada a la boda, o algo por el estilo.

—De acuerdo —dijo Santana con la garganta seca.

Subieron y, al entrar, ella se dirigió a la cocina para servirse un vaso de agua.
—¿Te apetece tomar algo? —le ofreció.

—Un poco de agua, si no te importa.

Segundos más tarde, salió de la pequeña cocina con dos vasos y le dio uno. Santana lo aceptó. Sus dedos se rozaron con el intercambio, y ambas disimularon.

Brittany se sentó en la butaca, en su lugar preferido, y respiró hondo.

—Tengo que contarte algo. Tarde o temprano ibas a enterarte, pero prefiero que lo sepas por mí —empezó, tratando de mirarla a los ojos, sin demasiado éxito.

—Lo sé, Brittany.

—¿Lo sabes?

—Sí, y me alegro por ti. Te aseguro que no me importa.

—¿Te alegras por mí?

—Sí, por supuesto, y puedes estar tranquila. No me entrometeré en tu vida.

—No te entrometerás en mi vida —repitió ella, atónita—. ¿Cómo te has enterado?

—Me lo dijo tu hermano.

—¿Mi hermano? —Iba a matar a su madre—. ¿Puck?

—Sí, Puck. —¿Por qué le parecía tan raro? Ella y Puck se veían muy a menudo—. Me dijo que habías empezado a salir con alguien. —Eso no había sido exactamente lo que su amigo había dicho, pero Santana aprovechó para sacar el tema y ver si Brittany lo confirmaba.

—No estoy saliendo con nadie —dijo con media sonrisa.

Santana tardó varios segundos en reaccionar.

—¿No estás saliendo con nadie? —El corazón empezó a latirle descontrolado y la determinación que la había mantenido alejado de ella durante todos aquellos días se fue desvaneciendo.

—No, por supuesto que no —añadió, antes de darse cuenta de que era un error.

Todo sucedió tan rápido que, al terminar, ninguna de las dos recordaba quién había sido la primero en besar la otra, pero cuando sus labios se tocaron, ambas supieron que iban a hacer el amor. Cualquier otra cosa era inconcebible. Santana la besó sujetándole la cabeza para que Brittany no se apartara, y cuando se sació de sus labios descendió por su cuello y su escote. La desnudó en cuestión de segundos, los mismos que tardó Brittany en hacerlo con ella, y se hundió en su interior sin poderlo evitar, respondiendo a una necesidad tan antigua como el tiempo.

Brittany le recorrió la espalda con las manos, de aquel modo que a ella le hacía perder el control, y, aunque una vocecita le decía que aquello era un error, lo había echado tanto de menos que no le importaba. Igual que las otras veces, Santana la abrazó con desesperación, y siguió besándola incluso después de que ambas sucumbieran al placer. Pero de repente sucedió algo, qué, Brittany nunca lo supo, pero ella se puso tensa y empezó a apartarse.

—Lo siento —fue lo primero que Santana dijo.

Ella se sonrojó y se sentó despacio en el sofá.

—Yo no. —Estaba harta de fingir que aquel distanciamiento que se había producido entre las dos le parecía bien—. No lo siento, y sé que tú tampoco —se atrevió a añadir.

Ella suspiró abatida y empezó a vestirse, incapaz de sostenerle la mirada.

—Me tengo que ir. —Estaba asustada, se sentía perdida y no quería arrastrar a Brittany tras sí—. Será mejor que no volvamos a vernos.

Ella habría hecho cualquier cosa por Santana, cualquier cosa excepto contarle lo de su anemia y que se quedara con ella por lástima, o por cumplir con algún estúpido código de honor propio de siglos pasados.

—Santana —la detuvo con voz firme—, si te vas ahora sin contarme qué demonios sucedió en Londres, y sin decirme qué diablos te pasa —hizo un pausa y esperó a que la mirara a los ojos—, no hace falta que regreses.

Nunca más volvería a ver a una mujer tan bella y decidida como Brittany en aquel instante, y al ser consciente de ello sintió un nudo en el estómago y en el alma, pero terminó de abrocharse la camisa.

—No volveré. —Caminó hacia la puerta y se detuvo—. Es mejor así, créeme. —Salió sin mirarla y secándose con el dorso de la mano una lágrima que le resbaló por la mejilla.

Ella lanzó un bol que tenía encima de la mesa contra la puerta y lloró al ver que se hacía añicos, igual que su corazón.
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Finalizado Re: Fanfic Brittana. Dulce Locura (Adaptación)- Epígolo.

Mensaje por Maria Angeles Mar Ene 05, 2016 11:24 am

17. Parte 2


Un par de días más tarde, llamó a su madre y le contó el fiasco de la cita con Santana. Susan la escuchó con atención, sintiendo en el alma que la relación entre ellas dos no tuviera un final feliz.

La boda fue preciosa. Emma y Puck pronunciaron sus votos matrimoniales frente a cuarenta invitados. Al terminar la ceremonia, que consistió sólo en un par de lecturas elegidas por los novios, se fueron a celebrarlo a un pequeño restaurante con vistas al mar que había en un pueblo cercano al de la familia Pierce.

Había cuatro músicos tocando suaves melodías de jazz, regalo de Santana, y todo el mundo parecía estar casi tan contento como los recién casados. Incluso los padres de Emma, los doctores, como los llamaba ella, sonrieron en un par de ocasiones. Puck aprovechó que Emma estaba hablando con Raquel para acercarse a Santana quien, aunque había participado animadamente en toda la celebración, parecía estar triste. Su amiga estaba apoyado en una pared, con un whisky en la mano, observando la improvisada pista de baile en la que Brittany formaba pareja con Eduard, su flamante y orgulloso padre.

—Me prometí a mí mismo que iba a darte algo de tiempo —le dijo Puck apoyándose en la pared junto a ella—. Y creo que tres meses son más que suficiente. ¿Puede saberse por qué diablos no estás bailando con ella? Y no se te ocurra volver a soltarme ese rollo acerca de que la decepcionarás.

—Caray, Puck, creo que el matrimonio empieza a afectarte.

—Ríete si quieres, pero no pienso darme por vencido. —Dio un sorbo a la copa que también él sujetaba en la mano—. ¿Te acuerdas de cuando Emma estaba en Nueva York y yo creía que nunca volveríamos a estar juntos?

—Claro que me acuerdo. —Santana bebió un poco sin apartar la vista de Brittany. Estaba preciosa con aquel vestido de seda y aquella sonrisa.

—En esa época conocí a una chica. Lucía, la chica de la inmobiliaria que me encontró el despacho.

—Me acuerdo de ella.

—Pues bien, Lucía era muy agradable, guapa y simpática. Y seguro que habría podido llegar a ser relativamente feliz con ella, pero jamás habría sido como con Emma. ¿Sabes lo difícil que es encontrar a la única persona del mundo que llena todos y cada uno de los rincones de tu alma?

Santana miró a su amigo a los ojos.

—No la dejes escapar, San. —Y, con esa frase, Puck la dejó allí sola y fue a buscar a Emma, pues sentía la imperiosa necesidad de darle un beso a su esposa.

Ella se quedó allí de pie, meditando sus palabras. «Los rincones de tu alma», pensó. Sí, eso era aquel vacío que llevaba días sintiendo, el vacío que amenazaba con engullirla y no dejarla escapar.

Brittany había salido de su vida, mejor dicho, ella la había echado, y ahora se sentía sola, sin rumbo y sin sentido, e incapaz incluso de respirar. Después de la muerte de su padre llegó a convencerse de que Brittany estaría mejor sin ella, pero ¿y si se equivocaba? ¿Y si lo único que sucedía era que tenía miedo? ¿Y si había cometido el peor error de su vida y ya no podía hacer nada para arreglarlo? Dejó la copa en el suelo y fue a buscarla.


—Brittany, ¿puedo hablar contigo un segundo? —Santana la siguió hasta el pasillo—. No puedes evitarme durante toda la boda.

—La verdad es que sí puedo, lo único que necesito es que tú colabores un poco —contestó ella sin darse la vuelta.

—No tengo intención de hacerlo. —La cogió por la muñeca—. No puedo seguir haciéndolo. Te echo de menos.

Esa confesión, hecha con voz temblorosa, consiguió que Brittany se detuviera y bajara la vista. Santana estaba casi pegada a su espalda, y ella inclinó la cabeza para mirar cómo sus dedos la rodeaban. Santana miró a su alrededor y vio que el pasillo en el que estaban se dividía en dos; hacia la derecha, para ir a los servicios, y hacia la izquierda, en dirección a lo que parecían ser unos despachos. Se decantó por ése y tiró de Brittany. Cuando creyó que gozaban de la suficiente intimidad, se detuvo y, despacio, la apoyó contra la pared. El pasillo estaba a oscuras, y la única luz provenía de una enorme ventana que había al fondo. Era de noche, pero la luna de invierno ofrecía la suficiente claridad como para poder verle la cara. Y los ojos, aquellos ojos con los que tantas noches había soñado.

—Tenemos que hablar, Britt —le repitió, apoyando las manos a ambos lados de su cabeza.

—No —insistió ella, diciéndose a sí misma que Santana le había roto el corazón tantas veces que ahora apenas le quedaba el suficiente como para seguir viviendo. Aunque una voz en su interior no dejaba de repetirle que nunca antes lo había visto tan afectada como en aquellos instantes—. No tenemos nada de qué hablar.

—¿Cómo que no tenemos nada de qué hablar? —A Santana le tembló la mandíbula—. ¿Acaso te has olvidado de lo que sucedió entre nosotras?

Brittany se negó a responder. Nunca se le había dado bien mentir, así que decidió levantar la barbilla y mantenerse impasible.

—Ya te he dicho que no quiero hablar.

—No quieres hablar —repitió ella—. Y tampoco quieres verme. Y, por lo que se ve, tampoco estás dispuesta a escucharme. —La miró a los ojos.

—Deja que me vaya, Santana —susurró ella, que empezaba a notar que se le llenaban los ojos de lágrimas—. Tú misma dijiste que era mejor así.


Ella se quedó inmóvil, recordando todo lo que había sucedido entre las dos, las palabras de Brittany, las de ella... y lo que le había dicho Puck acerca de encontrar a la única persona capaz de llenar los vacíos de su alma. Brittany era esa persona, y, si la perdía, jamás podría ser feliz.

—No puedo, cielo. No puedo —le dijo con voz ronca.

Santana movió la mano derecha y la hundió en la melena de ella. Le acarició la nuca con los dedos, deleitándose al sentir que a Brittany se le ponía la piel de gallina. Despacio, inclinó la cabeza en busca de su boca, dándole una última oportunidad de apartarse. Ella no lo hizo, sino que abrió un poquito los labios y se le aceleró la respiración. A Santana le bastó ese gesto para perder el control y conquistó su boca con desesperación. La besó sin la delicadeza que se suponía que tenía, sin la destreza de una mujer de su edad. Lo hizo con el corazón, con el alma, y con el miedo que comporta saber que sin esa persona nunca estaría completa. El beso siguió y siguió. Pegó su cuerpo al de ella y, cuando sintió que las manos de Brittany se aferraban al cierre de su vestido, una avalancha de sentimientos le inundaron con un solo beso. Quizá su corazón y su cerebro por fin habían comprendido que estaba enamorada de aquella mujer, y que sí valía la pena correr el riesgo.


—No, no —susurró ella, a pesar de que apenas unos instantes atrás la estaba besando con pasión—. Suéltame.

Santana la sintió temblar entre sus brazos y la soltó.

—¿Qué pasa? —le preguntó, preocupada de verdad—. ¿Te he hecho daño?

—Ahora no —contestó, segura de que ella comprendía a qué se refería.

—Brittany —pronunció su nombre emocionada—, no puedo seguir así. Tengo que contarte lo que me ha pasado. Necesito contártelo todo y que tú me digas que no pasa nada, que todo va a salir bien. —Santana sabía que se estaba derrumbando, pero ni su alma ni su corazón estaban dispuestos a darle tregua.

Ella se quedó mirándola, y no se dio cuenta de que estaba llorando hasta que Santana le secó una lágrima con el pulgar. El gesto la hizo reaccionar y dio un paso atrás.

—Sí que pasa, Santana, y no, todo no va a salir bien.

—No digas eso, por favor. —Trató de cogerle de nuevo la muñeca, pero Brittany volvió a apartarse y ella dejó de intentarlo.

—No, Santana. No puedo volver a pasar por esto.

—Sé que te he hecho daño, y sé que me he comportado como una imbécil y una cobarde, pero déjame que te lo explique. Cuando murió mi padre...

—No —lo interrumpió ella—. No quiero saberlo. Ya no. Si te escucho, seguro que terminarás por convencerme de que volvamos a estar juntas, y yo —se le quebró la voz—, yo no podría soportar que te alejaras de mí una tercera vez. Mi salud esta muy mal en este momento si no me cuido lo suficiente podría… podría tener leucemia.

—El día que fuimos al cine... —dijo para sí misma.

—Sí, eso era lo que iba a decirte. —Tragó saliva y se mordió el labio inferior para mantener a raya las lágrimas.

A Santana le flaquearon las piernas y tuvo que apoyarse en la pared para no caerse. Brittany salió corriendo. Estuvo media hora buscándola, y, al final, Emma se compadeció de ella y le dijo que Marc, otro de los hermanos de Brittany, la había llevado a casa. Emma debió de leerle la mente, cosa nada difícil, pues seguro que su rostro la delataba, y añadió sin ninguna sutileza que no fuera a buscarla, que Brittany no quería verla. Santana sintió como sí la hubieran golpeado en el esternón, pero aceptó resignada su decisión. Abatida, se despidió de sus amigos y se fue. Se veía incapaz de estar rodeada de tanta gente feliz.
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Finalizado Re: Fanfic Brittana. Dulce Locura (Adaptación)- Epígolo.

Mensaje por Maria Angeles Mar Ene 05, 2016 11:53 am

18. Up


Santana la llamó al móvil ocho veces seguidas hasta darse por vencida, y Brittany borró los mensajes sin escucharlos. Antes le había dicho la verdad, no quería saber qué le había pasado, no después de ver que le resultaba tan fácil alejarse de ella. Ya había pasado por ello en dos ocasiones, tres, si contaba la noche en que fueron al cine, y no se veía capaz de sobrevivir a una cuarta. La primera vez, cuando Santana dejó de verla después de que ella se atreviera a besarla le costó un poco superarlo, pero estuvo a punto de conseguirlo. La segunda fue cuando, después de estar con ella en Londres, se limitó a llamarla un día y a decirle que lo mejor sería que se tomaran un tiempo. Esa vez fue sin duda la peor de todas; su padre había muerto y ella no se lo había contado. «De hecho —pensó Brittany—, me necesitaba tan poco que ni siquiera quiso que estuviera a su lado.» Y el día que fueron al cine, el día en que ella le habría contado lo de su enfermedad y que había hablado con su casi suegra sobre su relación, cuando Santana le hizo el amor y luego la dejó sin darle otra explicación que aquella tontería de que iba a estar mejor sin ella.

Ahora estaba dispuesta a contárselo, genial, pero ahora ella no quería escucharla. Tenía miedo de creerle, de darle otra oportunidad para que luego, en el futuro, volviera a desaparecer.
Le dolían los pies, y, al desviar la vista hacia abajo, vio que todavía llevaba el vestido de boda y los zapatos de tacón. Con razón estaba tan cansada. Había sido un día muy emotivo, y el encuentro con Santana había sido demoledor. Se desnudó y se puso el pijama. No sabía qué hora era, pero tenía que descansar. Al día siguiente sería un gran día; empezaba el resto de su vida.


Santana se planteó varias posibilidades, que iban desde plantarse frente al piso de Brittany y echar la puerta abajo, hasta regresar a Londres y tratar de olvidarla. La segunda la descartó al instante, la primera iba adquiriendo fuerza por segundos. Necesitaba hablar con alguien; había estado a punto de decirle a una vecina que se había encontrado en la escalera que había encontrado el amor de su vida y que la estaba perdiendo. Cogió el móvil y llamó a Miriam Potts.

—San—respondió la señora asustada—, ¿sucede algo, sabes qué hora es?

—Brittany esta enferma y creo que la estoy perdiendo —soltó, y al decirlo en voz alta se le quebró la voz.

—¡Por Dios, cariño! —exclamó la mujer—. ¿Qué es lo que tiene?.

—Dijo que estaba muy enferma, que podía recaer en una leucemia. —Y era verdad—.Estoy muy asustado.

—Imagino que tiene una fuerte anemia, cariño es normal pensar eso, pero no tienes nada de que preocuparte, seguro que todo saldrá bien. Lo único que tienes que hacer es cuidar de Brittany, no dejar que haga tanto esfuerzo y dile que se alimente muy bien, en un par de días estará mejor.

Santana sujetaba el móvil con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.

—San, ¿sigues ahí? —preguntó Miriam—. Pásame a Britt.

—Brittany no está aquí —contestó avergonzada.

—¿Y dónde está? —La conocía tanto que había detectado su dolor en la respuesta.

—En su casa. Yo... nos peleamos. Después de lo de mi padre, creí que estaría mejor sin mí y la dejé —confesó, y al oírlo le pareció el razonamiento más absurdo que hubiera escuchado jamás.

—Bueno, ¿y a qué esperas para arreglarlo?

—No sé qué hacer.

—No me vengas con excusas, Santana. Una mujer que consiguió aprender a leer a base de fichas de colores es capaz de reconquistar a la mujer que ama. Piensa en algo.

—Gracias, Miriam —dijo con sinceridad.

—De nada, cariño. Y ahora, acuéstate, mañana tienes mucho que hacer.

Se despertó a las seis de la madrugada y fue corriendo a su ordenador. Necesitaba mucho rato para escribir todo lo que tenía en la cabeza.

Brittany no abrió los ojos hasta las doce del mediodía, era domingo y, normalmente, ella y su hermana Kitty desayunaban juntas en pijama y luego se iban a Arenys a comer con sus padres y el resto de sus hermanos. Pero dado que el día anterior había sido la boda de Puck y Emma, habían decidido cambiar de planes. Kitty estaba durmiendo en un hotel, cerca del lugar donde se celebró la fiesta, el mismo en el que ella se habría quedado si no hubiera sucedido lo de Santana.

Seguro que toda su familia seguía durmiendo, pensó, mientras se preparaba un zumo; los llamaría más tarde y se reuniría con ellos para comer y contarles lo sucedido. Desayunó sola y, al terminar, decidió conectar el ordenador y ver si así se distraía un poco. Fue al programa de correo y se quedó helada. ¡Tendría cara, la muy cretina! En la bandeja de entrada había un correo de Santana y el título era: «No me leas si no quieres, pero no me borres. Por favor». Brittany tenía seleccionada la casilla de eliminar, pero no fue capaz de apretar, aunque tampoco lo leyó. Se quedó mirando la pantalla sin saber qué hacer, con el corazón y la cabeza hechos un lío. Por suerte, en aquel instante llamó su hermana Rachel y le dijo que todos la estaban esperando en el hotel. Sonrió y fue a vestirse.


Santana le escribió un correo electrónico cada semana. Brittany nunca los leía, pero siempre los guardaba en una carpeta. Los recibía los sábados por la mañana, alrededor de las diez, y si eran las once y el ordenador no parpadeaba, se ponía muy nerviosa. Llevaban así casi dos meses, siete semanas para ser exactos, y ninguno de las dos parecía estar dispuesto a dar un paso adelante y terminar su relación.

Brittany sabía que Santana había regresado a Inglaterra, y que seguía trabajando como arquitecto para el mismo despacho. Quinn se lo había contado, sin ni siquiera tratar de disfrazar los motivos por los que lo hacía.
Ella hubiera preferido quedarse en Barcelona, pero después de hablar con Quinn y con Puck comprendió que Brittany necesitaba espacio, que necesitaba estar sola para aclararse las ideas y organizar su vida, y para recuperarse del dolor que ella le había causado. Si se hubiera quedado, habría terminado por seguirla a todas partes hasta conseguir hablar con ella, y quizá entonces la perdería para siempre. Y Puck y Quinn tenían razón, Brittany le había aguantado muchas cosas, ya iba siendo hora de que ella tuviera la misma paciencia. Lo único que tenía que hacer era ser constante y esperar, y confiar en que ella la amara lo suficiente como para darle otra oportunidad. Esa última parte era la que le resultaba más difícil. Pero cada noche, cuando se iba a dormir y veía el vacío que había a su lado y en su corazón, se repetía que tenía que seguir luchando, que tarde o temprano Brittany la escucharía... o la llamaría para decirle que dejara de escribirle.


Kitty entró en el apartamento, y, como cada día, fue recibida por la imagen de su hermana sentada en el sofá, con el portátil sobre el regazo y la mirada fija en la pantalla. Aquello no podía seguir así, no era bueno para ninguna de las partes implicadas, y, dado que al parecer tanto Brittany como Santana eran incapaces de dar un paso en ningún sentido, y ni Quinn ni Puck se atrevían a tomar cartas en el asunto, ella y Rachel habían decidido entrar en acción.

Rachel la había llamado aquella misma mañana para decirle que fuera a verla, que tenía que hablar con ella. Kitty, que nunca había podido resistir un misterio, salió corriendo hacia casa de su hermana mayor. Esta le contó que a Quinn se le «habían escapado» varios comentarios acerca de lo abatida y desesperada que estaba Santana. Los justos para despertar su curiosidad:

—Cuando piqué y le pedí que desembuchara —le explicó Rachel con una taza de té en la mano—, mi queridísima esposa tardó menos de un segundo en empezar a cantar.

—¿Y? —Kitty estaba en ascuas.

—Y ¡es tan romántico! —suspiró Rachel—. Resulta que Santana es disléxica...

—¡Disléxica, pero si es arquitecta! —la interrumpió Kitty.

—No seas boba, una cosa no tiene nada que ver con la otra. Déjame continuar; Santana es disléxica y sus padres nunca la apoyaron, es más, de pequeña la trataron como si fuera idiota y llegaron incluso a esconderla de las visitas.

—Vaya par de cretinos, realmente, hay gente que no se merece tener hijos —sentenció su hermana indignada.

—Pues va a peor. Gracias a la ayuda de su niñera, una señora que creo que se llama Miriam, Santana consiguió terminar la escuela, pero cuando quiso ir a la universidad su padre se negó a ayudarla.

—¿Cuándo te has enterado de todo esto? —Era imposible que Rachel lo hubiera sabido y no se lo hubiera contado antes.

—Ayer por la noche. Nunca había sospechado que Santana fuera disléxica, pero la verdad es que ahora entiendo muchas cosas.

—¿Como cuáles?

—Como que nunca mirara las cartas de los restaurantes —le explicó—. Cuando vuelva a verla, tendrá que darme explicaciones, ¡mira que pensar que sus amigos no íbamos a estar a su lado! En fin, deja que termine de contarte lo de Britt.

—Claro, sigue. —Kitty bebió un sorbo de té y tardó varios segundos en darse cuenta de que no le había echado azúcar.

—Santana le pidió a su padre que le pagara la universidad, pero al parecer, el hombre volvió a negarse, así que Santana lo amenazó con provocar un escándalo si no le daba el dinero.

—¿En serio?

—No sé todos los detalles, pero el padre de Santana terminó por pagar y ella perdió el contacto con su familia. Ni sus padres ni sus hermanos quisieron saber nada más de ella.

—Vaya —dijo sorprendida Kitty, en su familia nunca había sucedido nada tan dramático.

—Todavía no he terminado. —Su hermana levantó las cejas y entonces prosiguió—: Hace unos meses, el padre de Santana la llamó para decirle que estaba enfermo de leucemia y exigirle, no te lo pierdas, exigirle que le donara médula ósea para ver si así se curaba.

—Es como un culebrón.

—Igual. —Rachel cogió en brazos a María, que había empezado a llorar; por lo visto, quería participar en la conversación—. Quinn me dijo que se le escaparon muchos detalles, y que había tardado semanas en sonsacarle toda esa información a Santana, pero la cuestión es que al final su padre murió y por eso Santana dejó a Brittany. Según Quinn, la muy idiota llegó a la conclusión de que estaría mejor sin ella.

—¿Y por qué no ha tratado de hacer las paces?

—Ahora viene lo más romántico: la llamó un montón de veces, pero ella no le cogió el teléfono, y también se plantó en su casa, pero ya conoces a Britt.

—No le abrió —acertó Kitty.

—Entonces Santana decidió que le escribiría un e—mail cada semana y que en ella le iría contando todo lo que había sucedido antes de conocerla, con la esperanza de que así Brittany llegara a comprender que el error tan grande que había cometido era en realidad fruto de sus miedos

—¡OOOOHHHH!

—Lo sé, a mí me pasó igual.

Las dos hermanas sonrieron como bobas durante unos segundos.

—Un momento —dijo Kitty—. San y Britt todavía no han hecho las paces. De hecho, Brittany se niega a hablar de ella y se pasa todo el día pegada al ordenador.

—Pues no será para leer sus e—mails. Según Quinn, Santana está convencida de que Brittany los ha borrado o, si los conserva, no los ha leído o no la han hecho cambiar de opinión.

Kitty golpeó la mesa de la cocina con los dedos.

—Tenemos que hacer algo —dijo de repente.

—Esperaba que dijeras eso —respondió Rachel.


Al final, ambas hermanas decidieron que lo mejor sería ser directas, así que Kitty fue al piso que compartía con Britt dispuesta a interrogar, pero jamás habría creído que su hermana fuera a ponérselo tan fácil. El hecho de pillarla allí, con la mirada clavada en el ordenador, le dio la excusa perfecta:

—¿Se puede saber por qué no has leído los e—mails de Santana?
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Finalizado Re: Fanfic Brittana. Dulce Locura (Adaptación)- Epígolo.

Mensaje por micky morales Mar Ene 05, 2016 12:01 pm

vaya creo que brittany ha sido un poco dura sabiendo el pasado de santana, pero si es lo que quiere, es mejor asi, que santana se aleje para siempre y ya!!!!!
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Mensaje por Maria Angeles Mar Ene 05, 2016 12:24 pm

19. Encadenadas


—¿Se puede saber por qué no has leído los e—mails de Santana? —repitió Kitty.

Brittany, aunque se sobresaltó un poco al oír la voz de su hermana, tardó unos segundos en comprender lo que le estaba preguntando.

—¿Cómo sabes que no los he leído?

Kitty se le acercó y se sentó a su lado en el sofá.

—Mírate, Britt. —Le señaló la cara con las manos, insinuándole que tenía ojeras—. Si los hubieras leído, ya habríais solucionado lo vuestro, en un sentido u otro. No podéis seguir así, no es bueno para ninguno de las dos, ¿Por qué no lo has hecho?

—Hoy he recibido éste. —Giró el ordenador y le mostró la pantalla.

En ella se veía el programa de correo y en la bandeja de entrada había uno que llevaba por título: MI ULTIMA CARTA.

—¿Lo has leído? —le preguntó Kitty, apartándole un mechón de pelo de la frente.


—No. No he leído ninguno. —Tomó aire y volvió a colocar bien el ordenador—. Al principio, estaba tan enfadada con ella que no quería escuchar, o leer, sus excusas, pero luego...

—Luego te diste cuenta de que le quieres. —añadió, al ver que ella la miraba sorprendida—. ¿No crees que al menos deberías leerlos? Quizá en este último te diga que ha conocido a otra persona. —No esperó a que su hermana dijera nada, sino que se levantó, le dio un beso en la frente y se dirigió hacia la puerta—. Estaré fuera un par de horas. Si me necesitas, llámame.

Brittany no se despidió de ella, sabía que su hermana había dicho esa frase para provocarla. Una especie de reto que sabía que no iba a poder resistir. Quizá Kitty tuviera razón, no podían seguir así. «Quizá Santana haya encontrado a otra», le repitió una voz en su cabeza. Movió el ratón por la pantalla y abrió la carpeta en la que guardaba todos y cada uno de los correos que le había mandado Santana. Le dio al primero y no pudo parar de leer...

«Gracias por no haberlo borrado.» Quizá sea tarde para recuperarte, si pudiera viajar en el tiempo y hacerlo todo de otro modo, lo haría, pero no puedo. Sé que debería habértelo explicado todo antes, desde el principio, y quiero que sepas que sé, sin ninguna duda, que habrías estado conmigo. Y tenía miedo de que lo hicieras por pena, tenía miedo de que terminaras dejándome. Y tenía miedo de convertirme en una mujer cruel y egoísta como mi padre. Y tenía miedo de... de tantas cosas.
»Llevo tantos años teniendo miedo que ya no sé si seré capaz de arriesgarme. Pero contigo quiero hacerlo, necesito hacerlo, y si al terminar de conocerme no quieres volver a saber nada de mí, lo entenderé.
»Si no me dices lo contrario, te escribiré cada semana, y esperaré tu respuesta durante todo el tiempo que sea necesario.
»Santana.»

Brittany abrió el segundo correo al instante.

«Ayer vi a Quinn y a Rach, y, si las miradas matasen, yo estaría muerta y tu hermana en la cárcel. Comprendo perfectamente su reacción, así que les dije que si lo preferían no volvería a visitarlos. Por suerte para mí, los dos han accedido a seguir siendo mis amigos, no tengo tantos como para poder permitirme el lujo de perder a los mejores. Espero que no te importe. Te prometo que no les preguntaré por ti; no quisiera incomodarlos, y a ti tampoco. Cualquier cosa que quieras que sepa puedes decírmela tú misma.
»Aunque te vi en persona, me enseñaron unas cuantas fotos de la boda de Puck y Emma. Estabas preciosa.
»Te prometí que te contaría quién soy, así que más vale que empiece. No leí mi primer cuento de un tirón hasta los catorce años. Cuando me di cuenta de que no aprendía a la misma velocidad que los otros niños del colegio traté de ocultarlo, pero no pensé que era tonta hasta que mi padre me lo dijo a la cara. De no haber sido por Miriam, no sé si habría sido capaz de terminar la escuela; ella me leía los cuentos y me hacía hacer dibujos para que los recordara. Yo dibujaba una escena y ella escribía debajo una frase que la resumía. Creo que mi cerebro empezó a asociar ciertas palabras con ciertas imágenes, aunque en realidad al final lo que sucedió fue que me aprendí los cuentos de memoria.
»Ayer le conté a Quinn lo de la dislexia. Miriam tiene razón, es como una hermana para mí, y no me ha defraudado; se ha puesto furiosa porque se lo hubiera ocultado, y luego ha hecho algo muy típico de ella: le ha quitado importancia y ha hecho como si nada. Debería haber confiado en ella antes.
»Me he quedado una de las fotos. Te echo de menos,
»Santana.»

Abrió el tercero, y, en ella, Santana le relataba cómo había aprendido a memorizar listas enteras y lo mal que lo pasaba rellenando los cuadernos de caligrafía; la frustración que sentía y las pesadillas que tenía casi cada noche, con números y letras que la asaltaban.

El cuarto volvía a ser más íntimo:

«Regreso a Londres, a una parte de mí le gustaría quedarse, cada día salgo a la calle con la esperanza de cruzarme contigo, y sé que si me marcho eso no sucederá, pero otra, muy pequeña, pero que al parecer tiene más sentido común y ha decidido escuchar a tu hermano Puck y a tu cuñada, me obliga a marcharme.
»Me han ascendido, y cuando vuelva a Londres seré jefe de proyectos. Juan, el arquitecto que ha trabajado conmigo en Barcelona durante todo este tiempo, me ha dicho que podría quedarme, que a su equipo le iría bien, y está convencido de que los de la central lo autorizarían. Pero le he dicho que no, que prefiero regresar, al menos por ahora.
»He tratado de dibujarte, pero no puedo, siempre que lo intento me quedo atrapado en tus ojos, y en lo tristes que estaban la última vez que te vi. »Sé que diciéndote todo esto corro el riesgo de que borres este correo y de que no leas los próximos, pero necesito hacerlo. Necesito creer que aún existe una conexión entre nosotros.
»Te escribiré desde Londres.
»Santana.»

Brittany notó que tenía las mejillas húmedas y se dio cuenta de que estaba llorando.

«Una vez escuché una canción que decía que en Londres siempre brilla el sol, el problema es que las nubes se empeñan en taparlo. Me gustó la idea, aunque sin ti a mi lado no creo que el sol vuelva a brillar nunca más.
»En el trabajo dicen que me han echado de menos, y quizá sea cierto, a juzgar por el montón de carpetas que me he encontrado encima de la que fue mi mesa, y que he recuperado ahora.
»Recuerdo perfectamente el día en que decidí que quería ser arquitecta y también recuerdo la rabia que sentí cuando mi padre me dijo que no pensaba permitir que fuera a la universidad y lo dejara en ridículo. Horas antes de que muriera, estuve hablando con Harrison, le pregunté directamente por qué no me quería, y me dijo que, en realidad, jamás le había importado. Habló de mí como si fuera un mueble, un objeto que al final había terminado por estorbarle. Creo que aguanté los insultos bastante bien, pero antes de que me fuera me dijo que en realidad yo era como él; una mujer egoísta que sólo se preocupaba por sí misma y su prestigio. Me echó en cara que le hubiera exigido que me diera dinero para ir a la universidad y me dijo que lo único que me había motivado a superar las dificultades de la dislexia era mi orgullo. Un orgullo que me había llevado a no confesarles nunca a mis amigos mi problema. Salí convencido de que él tenía razón. Todo parecía indicarlo, y decidí que tenía que alejarme de ti, que tú te merecías a alguien mucho mejor que yo; alguien sin dislexia y con corazón.
»Sé que cometí un error, un gravísimo error... Sigo creyendo que te mereces a alguien mucho mejor que yo, pero no me corresponde a mí decidirlo. Debería haberte contado lo de mi padre y debería haberte confesado todas mis neuras para que fueras tú quien tomara la decisión.
»E1 apartamento está vacío sin ti.
»Besos,
»Santana.»

«La muy idiota», pensó Brittany, secándose otra lágrima. Debió de pasarlo muy mal, y seguro que no se lo contó a nadie.

«Durante el primer año de carrera, los ordenadores me daban terror. Si no hubiera sido por el profesor Hopper jamás lo habría superado. Este profesor también es disléxico, tiene casi el mismo grado de dislexia que yo, y en seguida detectó mi problema. El fue el primero que me dijo que lo que me pasaba tenía un nombre y que lo padecía mucha más gente de lo que yo creía. Una tarde, me llamó a su despacho y me recomendó varios centros a los que acudir en busca de ayuda e información, y también me comunicó que había hablado con el resto de los profesores y que todos habían accedido a que grabara las clases en cintas de casete.
»Sin la ayuda de un programa informático especializado, hubiera tardado horas en escribir una página: las letras bailaban delante de mis ojos y no lograba comprenderlas, o, cuando lo hacía, mi cerebro era incapaz de retener la información el tiempo suficiente como para formular una frase. Me aprendí de memoria la posición de las letras en el teclado, y luego una voz me leía lo que había escrito.
»Charlar con el profesor Hopper me ayudó mucho, y el médico que me presentó también. Me inventé una especie de lenguaje de símbolos para tomar apuntes y, al terminar cada clase, las escuchaba varias veces, y luego me ofrecía voluntario para explicarla a cualquiera que estuviera interesado. No faltaba nunca a clase, no podía permitírmelo, y, a partir de tercero, mis repeticiones de las clases eran tan populares que las hacía en la cafetería, y a menudo acudían más de veinte personas.
»Hoy he comprado un cuaderno nuevo. Trataré de dibujar algo que te guste. Ojalá estuvieras aquí.
»Besos,
»Santana.»

Leía tan rápido que apenas asimilaba todo lo que ella le estaba contando. Santana había dicho en serio eso de que iba a contárselo todo, y con cada palabra que leía más cerca estaba de comprender que se hubiera asustado.

«Unas semanas antes de graduarme le mandé una invitación de la ceremonia a mi padre. No vinieron, ni él ni mi madre. Cuando lo vi en el hospital la mañana antes de su muerte, le pregunté por qué, y me dijo que no le importaba, pero antes de que me fuera confesó que tenía la copia del título que le mandé guardada en su escritorio. Era un hombre muy retorcido, y no sé si con esa frase pretendía hacer las paces conmigo o infligirme más dolor, pero ahora ya no me importa.
»E1 día que hablé con Miriam me dijo que Harrison y Maribel López no eran mis padres, no en el sentido que de verdad importa. Por desgracia, biológicamente sí que soy hijo suyo. Miriam me dijo que la gente que me quería era mi familia, y que ellos siempre habían estado a mi lado. Y de repente vi que era verdad; ella siempre me ha apoyado en todo, a diferencia de Maribel, y Quinn ha sido más una hermana que una amiga. Pero ahora ya no me conformo con ellos, quiero que tú seas mi familia.
»No puedo dormir en la cama sin ti, ni en la de invitados —huele a ti—, y tampoco en el sofá. A veces pienso que jamás te recuperaré, que jamás volveremos a estar juntas, pero entonces me digo que tengo que confiar en ti, en nosotras. Lo siento, hoy no puedo escribir más.
»Besos,
»Santana.»

En los siguientes correos le contaba varias anécdotas relacionadas con su primer trabajo y le hablaba también de sus amigos Kurt y Mercedes y de lo mucho que la estaban ayudando esos días. Había algún que otro comentario personal, alguna referencia íntima a lo que había sucedido entre las dos, pero en líneas generales Santana mantenía su promesa de contarle sólo cosas sobre ella, sin abrumarla en ningún sentido.
Le quedaba un correo: el último. Y tenía un miedo atroz a abrirlo. Sólo contenía una línea:

«Te amo. Dame otra oportunidad. Por favor».

Ni siquiera lo había firmado.

Santana nunca se lo había dicho, y tampoco lo había escrito en ninguno de los correos, pero en el fondo de su corazón Brittany supo que era verdad.


—¿Cuándo te vas? —le preguntó su hermana desde la puerta. Kitty llevaba allí un par de minutos, pero Brittany había estado tan absorta que no la había oído entrar.

—¿Qué? —le preguntó, secándose las lágrimas con la manga de la camiseta.

—¿Cuándo te vas a Londres? —repitió con media sonrisa.

—Ahora mismo —contestó, poniéndose en pie.

—Vamos, te ayudo a hacer la maleta. —Kitty la abrazó—. Pero como se te ocurra quedarte a vivir allí, te arranco la cabeza.


Gracias a los puntos que Puck tenía acumulados en una tarjeta de una compañía aérea, gentileza de su anterior trabajo, Brittany consiguió plaza en un vuelo que salía hacia Londres a primera hora de la mañana. Después de que el avión aterrizara, cogió la maleta, en la que sólo llevaba ropa para dos días, y fue en busca de un taxi. Ella se acordaba perfectamente de la dirección del apartamento de Santana, pero Quinn había insistido en apuntársela en mil sitios, así como los teléfonos de todos sus amigos de Londres. Sólo le había faltado apuntar el de la guardia del palacio de Buckingham.

Llegó sin ningún problema y llamó al timbre, pero nadie le abrió. Era domingo, así que Santana no estaba en el trabajo, aunque podía estar en cualquier parte. «Quizá debería llamarla», pensó, pero no lo hizo. Dejó la maleta apoyada contra la pared y, justo cuando iba a sentarse a esperar en el portal, oyó que a alguien se le caía un vaso a rebosar de líquido. El ruido fue seguido de su nombre pronunciado a media voz.

Se volvió despacio y allí estaba Anthony, con los pantalones manchados de café y la mirada fija en ella.

—¿Helena?

—He vuelto —susurró.

Ella eliminó la distancia que los separaba y se detuvo frente a ella. Levantó una mano, sin poder ocultar que estaba temblando, y la acercó a su mejilla. No la tocó.

—Tengo miedo de que si te toco desaparezcas —confesó con los ojos cerrados.
Brittany le sujetó la muñeca y le llevó la palma hasta su rostro.

—Estoy aquí.

Ella soltó la respiración que retenía.

—Siento...

Ella le tapó los labios con dos dedos, y Santana inclinó la cabeza hasta apoyar la frente contra la suya.

—No pasa nada.

Estaban en silencio, todavía no se habían besado, pero apenas el aliento separaba sus labios.
—¿Quieres entrar en casa? —le preguntó ella.
La estaba sujetando por los hombros y seguro que Brittany podía sentir la desesperación corriendo por sus venas. Estaba dispuesta a retenerla si ella le decía que no.

—Claro —respondió Brittany, y poco a poco le deslizó la mano derecha por el brazo hasta entrelazar los dedos con los suyos.

Santana le soltó los hombros, pero se aferró a aquellos dedos como si su vida dependiera de ello. Porque en realidad así era.

Subieron la escalera en silencio. Santana cogió la maleta y, después de abrir, la dejó en medio del recibidor. No le importaba lo más mínimo adonde fuera a parar, su cuerpo y su corazón sólo sabían que necesitaban besar a Brittany cuanto antes. Cerró la puerta e igual que en las películas en blanco y negro que tanto le gustaban, le sujetó la cara y la besó. Durante menos de lo que dura el latido de un corazón, Santana tuvo miedo de que ella la apartara, pero cuando notó que entreabría los labios debajo de los suyos comprendió que no iba a hacer tal cosa. La besó con tanta pasión que el dolor que había acumulado durante toda su vida fue derritiéndose. Brittany estaba entre sus brazos, besándola, abrazándola. Le recorrió el interior de los labios con la lengua y se apartó de ella. Esperó a que abriera los ojos, y cuando la vio sonreír le dijo:

—Te amo. —No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que ella atrapó la lágrima que le resbalaba por la mejilla—. Te amo —repitió—. Jamás se lo había dicho a nadie. Jamás creí ser capaz de sentirlo por nadie.

Brittany le acarició la nuca y se puso de puntillas para ver si con sus besos conseguía hacer que dejara de temblar. Santana le devolvió todos y cada uno de los besos y los multiplicó por dos, o por mil, y con las manos fue recorriéndole la espalda hasta llegar a la cintura. Allí se detuvo y, despacio, muy, muy, muy despacio, las dirigió hacia su vientre.

—Te amo —repitió ella—. Nunca me cansaré de decírtelo. —Le dio un beso—. Ni de sentirlo. —Iba a darle otro, pero ella la detuvo.

Esperó a que la mirara de nuevo a los ojos.

—Yo también te amo.

Santana sintió que le flaqueaban las rodillas y, como por fin había comprendido que con Brittany no tenía nada que temer, se arrodilló delante de ella y se abrazó a su cintura, levantó de nuevo la vista, orgullosa de sí misma por haber superado sus miedos, y consciente de que sin Brittany nunca habría llegado a sentir nada parecido al amor—, te amo.

—Y yo a ti. —Le pasó la mano por el pelo y se quedó mirándola—. Te amo, Santana.

Ella volvió a cerrar los ojos y respiró profundamente. Ahora que tenía todo lo que necesitaba entre los brazos, lo demás carecía de importancia.
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Finalizado Re: Fanfic Brittana. Dulce Locura (Adaptación)- Epígolo.

Mensaje por Maria Angeles Mar Ene 05, 2016 12:25 pm

Epílogo. La vida es bella



Barcelona, unos meses más tarde...


Brittany fue la primera en despertarse y se quedó mirando a la mujer que dormía a su lado. Santana siempre había sido muy atractiva, pero a lo largo de los últimos meses había ganado una paz que la hacía irresistible. Ahora ya no ocultaba nunca sus problemas, y le contaba todo lo que le pasaba por la mente. Seguro que se había acostado tarde, pensó ella. Últimamente no paraba de dibujar, y había hecho tantos esbozos de la niña, que todavía no había nacido, y de todas las habitaciones, casas y palacios que iba a construirle, que la pobre tendría que vivir como mínimo diez vidas para poder estar en todas.

Meses después de Brittany haber viajado a Londres, y ya reconciliada con Santana. Decidieron empezar a tener su familia. Y Brittany decidió inseminarse.

Salió de la cama y fue hacia la cocina para preparar el desayuno. Quizá pudiesen desayunar en la cama, pero con la barriga que tenía no se veía capaz de llevar la bandeja hasta allí sin derramar nada. Regresó al dormitorio y vio que ella seguía durmiendo. Estaba tumbada boca abajo y no llevaba la parte de arriba del pijama, y Brittany jamás había sido capaz de resistir aquella espalda. De repente recordó algo y fue a la habitación que Santana había convertido en su estudio. Luego, sin hacer ruido, se sentó a su lado y abrió el tintero.

Ella tembló al notar el pincel sobre la piel desnuda.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó medio dormida y sin moverse.

—Escribiendo —respondió Brittany—. Estáte quieta. —Volvió a mojar el pincel y trazó otra línea.

—¿Qué escribes? —Santana había pasado de estar medio dormida a medio despierta y completamente excitada.

—Ya lo verás. —Ella notó que a Santana se le aceleraba el pulso y le alegró ver que no era la única.

—Dímelo.

—¿Qué me escribiste tú? —Otro trazo.

—Tú primero.


—Está bien. —Tenía tantas ganas de besarla que se dio por vencida—. «Mía.» He escrito «mía».

Santana tragó saliva. Llevaban algunos meses viviendo juntos, y Brittany le decía a menudo que la amaba, y se lo demostraba a diario, pero ella siempre se emocionaba.

—El símbolo que yo te dibujé —empezó, pero tuvo que parar cuando ella le besó el cuello—... suele traducirse por «eternidad».

—Eternidad.

—Sí —dijo Santana, y, a pesar de que le encantaba que Brittany le besara la espalda, se puso de lado para poder mirarla—. Ése era exactamente el tiempo que quería pasar contigo.

—¿Era? —preguntó medio en broma—. ¿Ahora ya no?

—No, ahora no creo que me baste con eso —respondió muy en serio.

—Estás loca —susurró, pues ella empezó a quitarle el camisón.


—Seguramente, pero no se me ocurre nada mejor que estar loca por mi esposa. —Se incorporó un poco más y le dio un beso en la barriga, para luego recorrer el camino hacia arriba. Iba a besarle los pechos cuando ella la detuvo otra vez.

—¿Esposa?

Santana la miró a los ojos y le abrió su corazón.

—Es así como pienso en ti. —Entrelazó los dedos de una de sus manos con los suyos.

—¿Ah, sí? —Brittany sonrió con ternura, aunque también notó que se le llenaban los ojos de lágrimas.

—Sí. ¿Crees que podría convencerte de que te casaras conmigo?

—Creo que sí. —Le temblaron la voz y el corazón al responder.

Santana la tumbó con cuidado en la cama y le dio uno de aquellos besos increíbles; demoledor y lleno de amor al mismo tiempo.


-¿Qué haces? —le preguntó Brittany al ver que cogía el tintero y la pluma.

—Asegurarme de que no te olvidas —le explicó, mientras le dibujaba a toda velocidad un símbolo oriental sobre el pecho izquierdo. Al terminar, volvió a mojar la pluma de tinta y repitió el símbolo justo en el lugar que ocupaba su corazón—. Ya está.

—¿Qué significa?

—Para siempre.

Santana y Brittany hicieron el amor y desayunaron en la cama y, aunque los símbolos se borraron, estuvieron de verdad juntas para siempre.
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Mensaje por micky morales Mar Ene 05, 2016 12:48 pm

en este momento no logro encontrar un final mas lindo que este en mi mente asi que muchas gracias de verdad!!!!!!!
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Mensaje por evean Mar Ene 05, 2016 7:46 pm

Que bien la adaptaste con eso de la leucemia, yo me leí el original, muy linda la historia... Gracias por compartir
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