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Mensaje por JVM Miér Sep 14, 2016 11:58 pm

Pues al final todo lo que tuvieron que pasar, las llevo hasta este momento, ambas más maduras, mas seguras de lo que quieren y como lo quieren.....
Y pues si Britt va con todo para recuperar a San, sin cometer los mismos errores, esta vez haciendo las cosas bien. Además de que su relación con Ryder ha avanzado mucho.
Y bueno haber en que momento San acepta esta nueva vida con Britt, que se esta haciendo desear jajajaja
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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Sep 15, 2016 11:35 am

HOLA CHICAS AL FIN HE LLEGADO A LA PARTE QUE DESEABA,  Y PARA QUE ENTIENDAN  EL POR QUE ELEGI ESTA HISTORIA, ME ENCANTAN LAS HISTORIAS  DE LOS AMORES REDIMIDOS, DE LAS PERSONAS QUE SE AMAN A PESAR DE SUS ERRORES.  Y ESO SUMADO A LAS BRITTANA HACEN EL MUNDO PARA MI AQUI CON LAS SIGUIENTES ACTUALIZACIONES. GRACIAS. ESTAMOS A POCOS CAPITULOS POR TERMINAR. GRACIAS POR ACOMPAÑARME EN ESTA ADAPTACION TAN SUBE Y BAJA.  BESOS.



XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX

CAPÍTULO 71
Brittany

 
Todo mi plan se ha ido al traste. No pienso detenerla por nada del mundo. Debería haber imaginado que me sería imposible llevarlo a cabo. La amo. La he amado desde lo que me parece toda la vida, y
echaba de menos estar con ella de este modo.
 
Echaba de menos los sonidos sexis que escapan de esos labios tan apetecibles. Echaba de menos su manera de menear sus generosas caderas con unos movimientos que me ponen y que en lo único que puedo pensar es en amarla, en demostrarle lo maravillosamente bien que me hace sentir, tanto emocional como físicamente.
 
—Te he echado de menos cada segundo de cada puto día —digo contra su boca abierta.
 
Su lengua lame la mía. La atrapo entre mis labios y la chupo de manera juguetona. Santana se queda sin aliento un instante. Me agarra del dobladillo de la camiseta y me la levanta hasta las axilas. Me incorporo sin apartar su cuerpo medio desnudo del mío para facilitarle la tarea de despojarme de la prenda.
 
—No tienes ni idea de cuántas veces he pensado en ti, cuántas veces me he tocado recordando la sensación de tus manos sobre mi, de tu boca caliente en mi.
 
—Dios...
Su gemido me incita a continuar:
 
—Tú también echabas de menos esto, ¿verdad? El modo en que mis palabras te hacen sentir y lo mojada que estás después de oírlas.
 
Ella asiente y gime de nuevo cuando mi lengua desciende por su cuello y besa y chupa lentamente su piel salada. Echaba tanto de menos esta sensación, el modo en que me domina por completo y me devuelve a la superficie con su tacto...
 
Le rodeo la cintura con los brazos y giro nuestros cuerpos para poder colocarla debajo de mí. Le desabrocho los pantalones y se los bajo hasta los tobillos en cuestión de segundos. Santana se
impacienta, sacude los pies y deja caer la prenda al suelo.
 
—Quítate los tuyos —me ordena.
 
Tiene las mejillas sonrojadas y sus manos tiemblan sobre mis lumbares. La amo, la amo de la hostia, y amo el hecho de que ella todavía me ame también después de todo este tiempo.
 
Somos algo absolutamente inevitable; ni siquiera el tiempo puede interponerse entre nosotras.
 
Obedezco, vuelvo a montarme encima de ella y le quito las bragas mientras arquea la espalda.
 
—Joder...
Contemplo embelesada el modo en que sus caderas se curvan y sus muslos parecen gritarme que los agarre con las manos.
Hago eso mismo, y ella me mira con esos putos ojos oscuros que me han llevado a aguantar horas y horas de rollos con el doctor Tran. Esos ojos, que incluso me han llevado a llamar a Vance
unas cuantas veces durante los últimos meses.
 
—Por favor, Brittany —suplica Santana, elevando el culo del colchón.
 
—Lo sé, nena.
 
Meto la mano entre sus muslos y le restriego su propia humedad con el dedo índice. Ella suspira deseando más alivio. Le meto un dedo y uso el pulgar para acariciarle el clítoris. Santana se retuerce debajo de mí y deja escapar el gemido más erótico que he oído en mi vida cuando le introduzco otro dedo más.
 
«Joder.
»Joder.»
 
—Qué gusto
Jadea mientras se aferra con fuerza a las espantosas sábanas con estampado floral de su minúscula cama.
 
—¿Sí?
Digo, y acelero los movimientos de mi pulgar sobre ese punto que la vuelve absolutamente loca.
 
Ella asiente con frenesí, me toca y empieza a acariciárme con un movimiento lento pero firme.
 
—Quería lamerte, porque hace mucho tiempo que no te saboreo, pero si no continuo ahora mismo me correré en tus sábanas.
 
Abre los ojos como platos y la masturbo unas cuantas veces más con los dedos antes de alinear mi cuerpo con el suyo. Santana sigue agarrándome. Guía mi cuerpo hacia ella y cierra los ojos mientras la penetro y junto nuestros centros.
 
—Te quiero. Joder, te quiero muchísimo
 
Le digo, y me apoyo sobre los codos mientras entro y salgo de ella una y otra vez.
Me clava las uñas en la espalda con una mano y enrosca los dedos de la otra en mi pelo. Tira de él cuando meneo las caderas y le separo más las piernas. Tras varios meses de mejorarme a mí misma, de ver el lado positivo de la vida y tal, estar con ella es una sensación absolutamente fantástica. Toda mi existencia gira en torno a esta chica, y puede que algunas personas digan que es poco sano, u obsesivo, incluso puede que una locura, pero ¿sabéis
qué? Me importa una puta mierda. La amo, y ella lo es todo para mí. Si alguien tiene algo que decir, por mí puede meterse por el culo sus juicios de valor, porque nadie es perfecto, y Santana consigue que yo sea todo lo perfecta que puedo llegar a ser.
 
—Te quiero, Brittany, siempre te he querido.
 
Sus palabras me obligan a detenerme, y otra parte de mí vuelve a pegarse en su sitio. Santana lo es todo para mí, y oírla decir esas cosas y ver la expresión de su rostro cuando la miro lo es todo para mí.
 
—Debes saber que siempre te amaré —replico—. Tú me has hecho... como soy, Santana, y nunca lo olvidaré.
 
La penetro de nuevo, esperando no echarme a llorar como una idiota mientras la llevo al orgasmo.
 
—Y tú me has hecho como soy también —coincide, sonriéndome como si estuviésemos en una novela romántica: dos amantes separadas durante meses para acabar reuniéndose de un modo
maravilloso en la gran ciudad. Sonrisas, risas y mucho sexo. Todos lo hemos leído ya.
 
—Muy típico de nosotras estar manteniendo esta conversación tan sentimental en un momento como éste —bromeo, y la beso en la frente—. Aunque, bien pensado, ¿qué mejor momento que éste
para expresar nuestros sentimientos?
 
Beso sus labios sonrientes y ella envuelve mi cintura con los muslos. No tardaré en llegar. Un cosquilleo recorre mi espalda y noto cómo mi orgasmo se acerca al tiempo que sus jadeos se vuelven más graves, más acelerados. Y entonces tensa los muslos.
 
—Vas a correrte —jadeo en su oreja. Sus dedos tiran de mi pelo y me llevan al límite—. Vas a correrte ahora mismo, conmigo, y voy a inundarte —le prometo, consciente de lo mucho que le gusta
mi boca sucia.
 
Puede que sea menos idiota ahora, pero siempre conservaré mis aires de chica mala. Santana grita mi nombre y se corre alrededor de mí. Yo hago lo propio, y es la sensación más absolutamente liberadora y mágica de este puto mundo. Nunca había estado tanto tiempo sin follar con nadie, y volvería a estar otro año entero esperándola si hiciera falta.
 
—¿Sabes qué? —empiezo a decir mientras me tumbo a su lado—. Al hacerme el amor, acabas de acceder a casarte conmigo.
 
—Shhh. —Arruga la nariz—. Estás arruinando el momento.
 
Me río.
 
—Después de este orgasmo tan intenso, dudo que haya nada que pueda arruinar tu momento.
 
—Nuestro momento
Se mofa de mí, sonriendo como una lunática, con los ojos cerrados con fuerza.
 
—Ahora en serio. Has accedido, así que ¿cuándo vas a comprarte el vestido? —insisto.
 
Se vuelve y me planta las tetas en toda la cara. Me cuesta un mundo no inclinarme y lamérselas. Y no podría reprochármelo: he estado sexualmente inactiva durante demasiado tiempo.
 
—Sigues estando tan loca como siempre. No pienso casarme contigo ahora.
 
—La terapia sólo funciona con mi ira, no con mi obsesión de tenerte para siempre.
 
Pone los ojos en blanco y levanta un brazo para taparse la cara.
 
—Es la verdad.
Me río y la arrastro de manera juguetona fuera de la cama.
 
—¡¿Qué haces?!
Chilla cuando me la coloco sobre uno de mis hombros.
 
—. ¡Te vas a hacer daño!
Intenta resistirse, pero yo le sujeto las piernas con más fuerza.
No sé si Ryder está aquí o no, de modo que grito una advertencia por si acaso. Lo último que necesito es que me vea llevando a Santana desnuda por el pasillo de esta caja de cerillas que tiene por apartamento.
 
—¡Ryder! ¡Si estás aquí, no salgas de tu puta habitación!
 
—¡Bájame! —exclama ella pataleando de nuevo.
 
—Necesitas una ducha.
Le doy una palmada en el culo y ella lanza un grito y me golpea el mío en respuesta.
 
—¡Puedo ir andando!
Ahora está riéndose y chillando como una niña, y me encanta. Me encanta ser capaz de hacerla reír todavía, y el hecho de que ella me regale sonidos tan preciosos.
 
Por fin la dejo, con mucho cuidado, en el suelo del cuarto de baño y abro el grifo de la ducha.
 
—Te he echado de menos.
 
Ella levanta la vista del suelo para mirarme. Se me encoge el alma. Joder, necesito pasar mi vida con esta mujer. Necesito contarle todo lo que he estado haciendo desde que me dejó, pero ahora no es el momento. Mañana. Se lo contaré mañana.
Esta noche disfrutaré de sus descaradas salidas, saborearé sus risas e intentaré ganarme tantas formas de afecto por su parte como me sea posible.
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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Sep 15, 2016 11:36 am

CAPÍTULO 72
Santana

 
Cuando me despierto el lunes por la mañana, Brittany no está en mi cama. Sé que tenía una especie de entrevista o una reunión, pero no me ha dicho de qué era exactamente ni en qué parte de la ciudad. No tengo ni idea de si habrá vuelto antes de que me vaya a trabajar.
 
Retozo en la cama, pego la nariz a las sábanas que todavía huelen a ella y la mejilla al colchón. Lo de anoche..., en fin, lo de anoche fue maravilloso. Brittany fue maravillosa; nosotras fuimos
maravillosas. La química, esa química tan explosiva que hay entre nosotras dos, sigue siendo tan indiscutible como siempre, y ahora por fin estamos en un momento de nuestras vidas en el que
podemos ver nuestros defectos, los defectos de la otra, y aceptarlos y trabajar en ellos como no pudimos hacerlo en el pasado.
 
Necesitábamos ese tiempo de separación. Necesitábamos ser capaces de mantenernos en pie solas para poder mantenernos en pie juntas, y estoy muy contenta de que hayamos conseguido salir de la oscuridad, de las peleas, del dolor, y de que lo hayamos hecho de la mano y más fuertes que nunca.
 
Amo a Brittany, Dios sabe que amo a esa chica. A pesar de las separaciones, a pesar de todo el caos, se ha colado en mi alma y la ha marcado como suya de un modo que resulta imposible de
olvidar. No podría haberlo hecho ni aunque lo hubiera intentado, y lo intenté. Me esforcé durante meses por pasar página, día tras día. Me mantuve ocupada tratando de apartar mi mente de ella.
Pero no funcionó, y los pensamientos sobre ella nunca se alejaron por mucho tiempo de mi cabeza. Ahora que he accedido a solucionar las cosas, a nuestra manera, por fin siento que todo puede salir bien. Podríamos ser lo que una vez deseé más que nada en el mundo.
 
«Debes saber que siempre te amaré. Tú me has hecho... como soy, Santana, y nunca lo olvidaré», me dijo mientras me penetraba.
Estaba jadeando y se comportaba de un modo dulce y apasionado. Yo me perdí en sus caricias y en la forma en la que sus dedos recorrían mi columna.
 
El sonido de la puerta de entrada al abrirse me saca de mi ensoñación y de mis recuerdos de la noche anterior. Salgo de la cama, recojo los shorts del suelo y me los subo por las piernas. Tengo el pelo hecho un desastre; dejar que se secara al aire después de la ducha con Brittany fue una idea pésima. Está todo enredado y encrespado, pero me peino con los dedos lo mejor que puedo y vuelvo a recogérmelo en una cola de caballo.
 
En el momento en que salgo al salón, encuentro a Brittany de pie con el teléfono pegado a la oreja. Viste su ropa negra de siempre, y su cabello largo está revuelto, como el mío, aunque a ella le queda
de maravilla.
 
—Sí, lo sé. Ben te informará de mi decisión —dice al tiempo que advierte mi presencia cerca del sofá—. Luego te llamo —añade en tono apremiante, casi impaciente, y corta la llamada.
 
Su expresión de enfado desaparece cuando empieza a aproximarse a mí.
 
—¿Va todo bien? —pregunto.
 
—Sí —asiente mirando su teléfono de nuevo.
Se pasa la mano por el pelo y yo la agarro de la muñeca.
 
—¿Estás segura?
 
No quiero ser pesada, pero parece enojada. El teléfono suena en su mano, y mira la pantalla.
 
—Tengo que contestar. —Suspira—. Ahora mismo vuelvo. —Me besa en la frente, sale al rellano y cierra la puerta.
 
Mis ojos reparan entonces en el archivador de cuero negro que hay sobre la mesa. Está abierto, y los bordes de un montón de papeles sobresalen por los lados. Es el que yo le compré, y sonrío al ver
que aún lo conserva. La curiosidad se apodera de mí y lo abro. En la primera página impresa, se lee:
 
AFTER, POR BRITTANY PIERCE
 
Paso a la segunda página.
 
«Caía el otoño cuando la conoció. La mayoría de la gente estaba obsesionada por el modo en que las hojas cambiaban de color y por el olor a madera quemada que siempre parece impregnar el aire durante esta época del año. Pero ella, no. A ella sólo le preocupaba una cosa: ella misma.»
 
«¿Cómo?» Rebusco entre las páginas una especie de explicación que calme mis caóticos pensamientos y mi confusión. Esto no puede ser lo que creo que es...
 
«Sus quejas le resultaban abrumadoras. No quería que le echaran en cara lo peor de sí misma. Quería que ella pensara que era perfecta, del mismo modo en que ella lo era para ella misma.»
 
Las lágrimas inundan mis ojos, y me encojo cuando algunos de los papeles caen al suelo.
 
«Con un gesto inspirado en Darcy, costeó el funeral de su padre, del mismo modo que él había cubierto la boda de Lydia. En este caso, ella estaba intentando ocultar la delicada situación económica familiar causada por un drogadicto, no el matrimonio espontáneo de una hermana menor de edad, pero el fin era el mismo. Si su vida se transformaba en una novela, su amable gesto traería a Elizabeth de vuelta a sus brazos.»
 
La habitación gira a mi alrededor. No tenía ni idea de que Brittany hubiera pagado el funeral de mi padre. En su día se me pasó la remota posibilidad por la cabeza, pero supuse que la iglesia de mi madre habría ayudado con los gastos.
 
«A pesar de que era incapaz de concebir hijos propios, no podía abandonar el sueño de tenerlos. Ella lo sabía, y aun así la amaba. Se esforzó al máximo por no ser egoísta, pero no podía dejar de pensar en las pequeñas versiones de sí misma que ella no podría darle. Su amor por ella era mayor que su amor propio, pero no podía evitar lamentar esta gran pérdida para ambas durante más noches de las que podía recordar.»
 
Justo cuando decido que no puedo seguir leyendo esto, la puerta se abre y Brittany entra. Su mirada se dirige directamente al lío de folios repletos de desagradables palabras impresas en negro,

y el teléfono se le cae al suelo para sumarse al caos.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Sep 15, 2016 11:37 am

CAPÍTULO 73
Brittany

 
Complicaciones.
La vida está llena de ellas; la mía propia parece estar repleta, tanto que rebosan y se derraman por el borde sin cesar. Olas y olas de complicaciones rompen contra los momentos y las cosas más
importantes de mi vida, pero precisamente en este momento no puedo permitirme ahogarme.
 
Si mantengo la calma, si mantengo la puta calma e intento explicarme, podré evitar el maremoto que amenaza con arrasar este pequeño salón en cualquier momento. Veo cómo se avecina tras esos ojos oscuros suyos, y veo cómo la confusión se agita y se
funde con la ira generando una fuerte tempestad, igual que el mar antes de los relámpagos y los truenos. Las aguas están mansas, serenas, encrespándose apenas en la superficie, pero la estoy viendo venir.
 
La hoja blanca de papel que agarra con mano temblorosa y la ominosa expresión de Santana me advierten del peligro que se avecina.
 
No tengo ni puta idea de qué decirle, por dónde empezar. Es una historia muy complicada, y a mí se me da como el culo resolver problemas. Tengo que tranquilizarme, tengo que hacer un esfuerzo
sobrehumano por adaptar y moldear mis palabras, por conformar una explicación que consiga evitar que ella salga huyendo de nuevo.
 
—¿Qué es esto?
 
Desvía la mirada hacia la página antes de lanzarla por los aires con una mano y arrugar los bordes del pequeño montón que aún tiene en la otra.
 
—Santana.
Avanzo con cautela hacia ella. Me observa. Su expresión es severa, recelosa de un modo al que no estoy acostumbrada, y sus
pies retroceden unos pasos.
 
—Necesito que me escuches
Le suplico, inspeccionando sus sombríos rasgos. Me siento como una mierda total y absoluta. Acabábamos de volver a ser lo que éramos. Por fin la había recuperado, y ahora esto, después de un plazo tan corto de tiempo juntas.
 
—Sí, te escucho atentamente
Me espeta con sarcasmo.
 
—No sé por dónde empezar; dame un minuto para que me explique.
 
Me paso los dedos por el pelo y me tiro de las raíces, deseando poder intercambiar su dolor por el mío y arrancarme el cabello de la cabeza. Sí, una imagen bastante desagradable.
 
Santana espera, con paciencia impaciente, ojeando página tras página. Enarca una ceja y la vuelve a bajar, y sus ojos se abren como platos.
 
—Deja de leerlo.
 
Me acerco y le quito el manuscrito de las manos. Las páginas caen al suelo y se unen a la que ya hay tirada a sus pies.
 
—Explícame esto ahora mismo
Me apremia con unos ojos fríos y tormentosos que me aterran.
 
—Vale, vale. —Me revuelvo en mis zapatos—. Verás, he estado escribiendo.
 
—¿Desde cuándo?
Avanza hacia mí. Me sorprende el modo en que mi cuerpo se retrae, como si tuviera miedo de ella.
 
—Desde hace mucho.
Evito decir la verdad.
 
—Dime cuánto tiempo exactamente.
 
—Santana...
 
—Déjate de tonterías, hija de... Ya no soy la misma cría que conociste hace un año. Contéstame ahora mismo o lárgate de aquí.
 
Pisa una hoja a propósito, y no encuentro el modo de culparla.
 
—.Bueno, yo no puedo echarte, porque ésta es la casa de Ryder, pero te dejaré si no me explicas esta mierda inmediatamente —añade, demostrando que, a pesar de su enfado, sigue siendo un encanto.
 
—He estado escribiendo desde hace mucho, desde el principio de nuestra relación, pero no tenía ninguna intención de hacer nada con ello. Sólo quería desahogarme en el papel para intentar
comprender qué cojones pasaba por mi cabeza, pero entonces se me ocurrió esto.
 
—¿Cuándo?
Me presiona el pecho con un dedo y cree hacerlo de manera contundente, aunque  no lo consigue y yo no voy a decírselo.
 
Empecé después de que nos besáramos.
 
—¿La primera vez?
Extiende las manos y me empuja el pecho, y yo atrapo sus muñecas con los dedos cuando vuelve a empujarme.
 
—. Estabas jugando conmigo.
Libera sus manos de las mías y las hunde, abiertas, en su largo cabello.
 
—¡No, no, no! ¡Eso no es verdad! —digo mientras intento no alzar la voz.
 
Me cuesta, pero consigo mantener un tono suave. Santana empieza a pasearse por el pequeño salón echando humo. Pone los brazos en jarras y vuelve a alzarlos al aire de nuevo.
 
—Tú y tus secretos..., demasiados secretos. Paso de esto.
 
—¿Que pasas de esto? —La miro boquiabierta.
Sigue caminando sin parar por el salón.
 
—Habla conmigo; dime cómo te sientes con respecto a esto.
—¿Que cómo me siento? —Sacude la cabeza y me mira con ojos feroces—. Siento que esto ha sido una voz de alarma, el hilo que me ha devuelto a la realidad, lejos de las estúpidas esperanzas de
los últimos días. Éstos sí somos nosotras.
 
Agita una mano entre ella y yo.
 
—. Siempre hay alguna bomba a punto de estallar, y no soy tan tonta como para esperar a que me destruyan. Ya no.
 
—Esto no es ninguna bomba, Santana. ¡Te comportas como si hubiera escrito esto para hacerte daño a propósito!
 
Abre la boca para decir algo, pero la cierra de nuevo, incapaz de encontrar las palabras. Cuando se recompone, dice:
 
—Y ¿cómo creías que iba a sentirme al ver esto? Sabías que acabaría descubriéndolo tarde o temprano, ¿por qué no me hablaste de ello? Odio esta sensación.
 
—¿Qué sensación? —pregunto con cautela.
 
—Ésta. Noto como si me ardiera el pecho cada vez que haces algo así, y lo odio. Hacía mucho tiempo que no sentía nada parecido, y no quería volver a sentirlo en la vida y, sin embargo, aquí
estamos.
 
En su voz se detecta claramente la derrota, y se me ponen los pelos de punta al ver que se aleja de mí.
 
—Ven aquí.
La cojo del brazo y tiro de ella en mi dirección, lo más cerca que me lo permite.
 
Cruza los brazos sobre el pecho cuando la aplasto contra mí.
No se resiste, pero no me devuelve el abrazo. Permanece inmóvil, y no estoy segura de que lo peor haya pasado.
 
—Dime cómo te sientes
Le pido con voz incómoda y directa.
 
—. Dime qué piensas.
Me empuja el pecho de nuevo, esta vez con menos fuerza, y la dejo ir. Se arrodilla y recoge una de las páginas.
 
Empecé a escribir esto como una forma de expresión y, sinceramente, porque me había quedado sin mierdas que leer. Me encontraba atrapada en los libros, y Santana, Santana López por aquel entonces, había comenzado a intrigarme. Empezó a cabrearme y a sacarme de quicio, y de repente me di cuenta de que no podía dejar de pensar en ella. Cuando estaba en mi cabeza, no parecía haber espacio para nada más. Se convirtió en una
obsesión, y yo me convencí a mí misma de que todo formaba parte del juego. No obstante, sabía que no era así, sólo que no estaba preparada para admitirlo todavía. Recuerdo cómo me sentí la primera vez que la vi, recuerdo sus labios carnosos, y lo espantosa que me parecía la ropa que llevaba.
 
La falda le llegaba hasta el suelo, y sus zapatos planos hacían que fuera arrastrándola. Miró al suelo cuando dijo su nombre por primera vez:
 
«Eh... Yo soy Santana», anunció, y recuerdo que pensé que tenía un nombre raro. No le presté mucha atención después de eso. Blaine fue amable con ella, y a mí me irritaba el modo en que me miraba, el modo en que me juzgaba con esos ojos oscuros.
Me crispaba a diario, incluso cuando no hablaba conmigo. Especialmente cuando no hablaba conmigo.
 
—¿Me estás escuchando?
Su voz interrumpe el recuerdo y yo la miro y veo que está furiosa
otra vez.
 
—Claro que... —vacilo.
 
—Ni siquiera me estabas escuchando —me acusa con toda la razón del mundo—. No puedo creer que hayas hecho esto. Esto era lo que hacías todas esas veces que yo llegaba a casa y apartabas el archivador. Esto fue lo que vi en el armario justo antes de encontrarme a mi padre...
 
—No pretendo que sirva de excusa, pero la mitad de lo que hay escrito ahí proviene de mi mente intoxicada.
 
—¿«Ordinaria»?
Sus ojos escrutan la página que tiene en la mano.
 
—. «No sabía beber. Iba tambaleándose por la habitación como se mueven las chicas ordinarias cuando beben demasiado para
impresionar a los demás.»
 
—Deja de leer esa mierda, esa parte no es sobre ti. Te lo juro y, además, lo sabes.
 
Le quito la página, pero ella me la arrebata de nuevo.
 
—¡No! ¡No tienes ningún derecho a escribir mi historia e impedirme que la lea! Todavía no me has dado ninguna explicación.
 
Se pasea por la habitación y recoge un zapato de la alfombra que está cerca de la puerta de entrada. Se calza los dos pies y se ajusta los shorts.
 
—¿Adónde vas?
 
Estoy dispuesta a seguirla.
 
—A dar un paseo. Necesito aire. Necesito salir de aquí.
 
Noto que se maldice a sí misma mentalmente por estar proporcionándome esa información.
 
—Voy contigo.
 
—No, de eso nada.
Coge las llaves. Después se recoge el pelo revuelto por encima de la cabeza, lo retuerce y vuelve a ponerse la goma.
 
—Vas casi desnuda —señalo.
Me fulmina con la mirada y, sin mediar palabra, sale del apartamento dando un portazo.
 
No he conseguido nada, no he solucionado nada. Mi plan de controlar las complicaciones ha acabado siendo un desastre, y ahora todo se ha complicado más aún. Me arrodillo frente a la puerta y me obligo a no seguirla. Me obligo a no salir tras ella, a no cargármela sobre el hombro mientras grita y patalea y a no encerrarla en su habitación hasta que esté dispuesta a dialogar conmigo. No, no puedo hacer eso. Eso sería echar por tierra todos mis «progresos». En lugar de hacerlo, recojo las páginas tiradas por el suelo y ojeo algunas de las palabras para recordarme a mí misma por qué decidí intentar hacer algo con toda esta mierda.
 
«—¿Qué es lo que estás intentando esconder? Blaine se inclinó para mirar, tan chismoso como de costumbre.
»—Nada, tío, métete en tus asuntos. —Brittany frunció el ceño y miró hacia el patio.
»No sabía cómo había empezado a sentarse allí todos los días, a esa misma hora. No tenía nada que ver con el hecho de que Santana y el insufrible Ryder se reunieran en la cafetería todas las mañanas. No tenía nada que ver con eso en absoluto.
 
»No quería ver a esa chica tan desagradable. De verdad que no.
»—Anoche os oí a Kitty y a ti en el pasillo, cabrona. —Blaine apagó su cigarrillo e hizo una mueca de asco.
 
»—Tío, por nada del mundo iba a meterla en mi habitación, y no aceptaba un no por respuesta. —Brittany se echó a reír, orgullosa de que la chica estuviera dispuesta a comerle el coño en cualquier momento, incluso en el pasillo, junto a su habitación.
 
»Lo que no les había dicho a sus amigos era que acabó rechazándola y machacándosela pensando en cierta morena.
 
»—Eres una idiota capullo. —Blaine sacudió la cabeza—. ¿No te lo parece? —le preguntó a Logan cuando éste se acercó a la deteriorada mesa de picnic.
 
»—Sí, lo es. —Logan extendió la mano para que Blaine le diera un cigarrillo, y Brittany intentó no mirar a la chica con un saco de patatas por falda que esperaba para cruzar la calle.
 
»—Uno de estos días te vas a enamorar, y yo me partiré el culo. Serás tú la que acabe comiéndole el coño a alguien en el pasillo, y ella no te dejará entrar en su cuarto. —Blaine disfrutaba de lo lindo mofándose de ella, pero Brittany apenas lo escuchaba.
»“¿Por qué viste así?”, se sorprendió preguntándose al ver que ella se remangaba su camisa de manga larga.
 
»Brittany observó, bolígrafo en mano, cómo se aproximaba, con los ojos fijos en la acera que tenía delante, y cómo se disculpaba demasiadas veces al tropezar con una chica esmirriada al que se le cayó un libro de las manos.
 
»Se agachó para ayudarla y le sonrió, y Brittany no pudo evitar recordar lo suaves que eran sus labios cuando se lanzó sobre ella la otra noche. Se había quedado pasmada. No la tenía por el tipo de chica que da el primer paso, y estaba convencida de que en su vida sólo había besado al soso de su novio. Sus jadeos y el modo en que sus manos parecían tan ansiosas por tocarla la dejaban bastante claro.
 
»—Bueno, ¿qué pasa con la apuesta? —preguntó Logan señalando a Santana con la cabeza mientras ella sonreía alegremente al ver a Ryder con su aspecto de empollón, mochila incluida.
 
»—Nada nuevo —respondió Brittany al instante tapando el papel con un brazo.
»¿Cómo iba a saber cómo iban las cosas con esa chica tan mal vestida y tan impertinente? Apenas le había hablado desde que la loca de su madre y el soso de su novio se presentaron y aporrearon la puerta el sábado por la mañana.
 
»¿Por qué estaba su nombre escrito en ese papel? Y ¿por qué sentía Brittany que iba a empezar a sudar la gota gorda si Logan no dejaba de mirarla como si supiera algo?
 
»—Esa tía es un incordio, pero creo que al menos le gusto más que Dani.
 
»—Está buena —dijeron los otros dos al mismo tiempo.
 
»—Si yo también fuese un cabrón, competiría contra los dos. Además, yo soy más guapo —bromeó Blaine, echándose unas risas con Logan.
 
»—Yo no quiero saber nada de esa mierda. Es una estupidez, en serio. No deberías haberte follado a su novia —reprendió Logan a Brittany.
 
»—Mereció la pena —dijo ésta riendo, y luego se volvió de nuevo hacia la acera, mirando al otro lado del patio.
 
»Ella había desaparecido, y Brittany cambió de tema y preguntó por la fiesta del próximo fin de semana.
 
»Mientras los dos discutían sobre cuántos barriles de cerveza comprar, Brittany se sorprendió escribiendo lo asustada que parecía Santana el viernes, cuando casi echó la puerta abajo a golpes para escapar de ese pervertido de Neil, que intentó aprovecharse de ella. Ese tío era un cerdo, y probablemente todavía estuviera cabreado con Brittany por haberle vaciado una botella de lejía sobre la cama el domingo por la mañana. No era que a Brittany le importara una mierda ella, pero las circunstancias la habían llevado a hacerlo.»
 
Después de eso, las palabras siguieron escribiéndose solas. Era algo que no podía controlar, y a cada interacción con ella surgían más cosas que contar. Por ejemplo, el modo en que arrugaba la
nariz con desagrado mientras me explicaba que odiaba el kétchup. En serio, ¿quién odia el kétchup? Con cada pequeño detalle que aprendía sobre ella, mis sentimientos aumentaban. Me negué a
aceptarlos hasta más adelante, pero estaban ahí.
 
Cuando vivíamos juntas me resultaba más difícil escribir. Lo hice con mucha menos frecuencia pero, cuando lo hacía, escondía mis últimas palabras en el armario, en una caja de zapatos. No tenía
ni idea de que Santana la hubiera encontrado hasta ahora, y aquí estoy, preguntándome cuándo voy a dejar de complicarme la puta vida.
 
Más recuerdos inundan mi mente, y ojalá pudiera simplemente conectarla a mi cabeza para que pudiese leerme los pensamientos y ver mis intenciones. Si estuviera en mi cabeza, podría ver la conversación que me llevó a Nueva York a reunirme con
varios editores. No es algo que pretendiera hacer; simplemente sucedió. Había anotado tantas situaciones, tantos momentos memorables entre nosotras... La primera vez que le dije que la quería; la segunda vez, la que no lo retiré. Pensar en todos esos recuerdos mientras recojo este desastre me resulta abrumador, y no puedo evitar que éstos se instalen en mi mente.
 
«Ella estaba apoyada contra la portería, borracha y magullada. ¿Por qué había empezado una pelea con esos tipos en medio de la estúpida hoguera? Ah, sí, porque Santana se había marchado con Dani, y ella le había colgado el teléfono a Brittany, dejándola sin nada más que un tono sarcástico y el conocimiento de que Santana estaba en su apartamento.
 
»Eso le afectó mucho más de lo que debería. Quería olvidarse de ello, bloquearlo y sentir dolor físico en lugar de la desagradable comezón de los celos. “¿Se acostaría con ella?”, se preguntaba sin cesar. “¿Ganaría ella?”
»Ya ni siquiera sabía si se trataba de ganar. Las líneas se habían difuminado en algún momento, y Brittany no habría sabido decir exactamente cuándo sucedió, pero era más o menos consciente de ello.
 
»Se había sentado en el césped y se hallaba limpiándose la sangre de la boca cuando Santana apareció. La vista de Brittany estaba ligeramente borrosa, pero recordaba haberla visto a ella claramente. Durante el trayecto de regreso a casa de Ken, ella estaba nerviosa, insegura, y actuaba como si ella fuera una especie de animal rabioso.
 
»Se centró en la carretera y le preguntó:
 
»—¿Me quieres?
 
»A Brittany eso la pilló de sorpresa. Joder, la pilló de puta sorpresa y no estaba preparada para responder a su pregunta. Ya había admitido su amor por ella, pero después lo había retirado, y ahí estaba ella, tan loca como siempre, preguntándole si la quería mientras su rostro estaba hinchado y magullado.
 
»Por supuesto que la quería, ¿a quién cojones quería engañar?
 
»Brittany evitó responder a su pregunta durante un tiempo, pero callárselo empezó a hacérsele insoportable, y de repente las palabras brotaron solas:
 
»—Tú eres la persona a la que más quiero en el mundo.
 
»Era verdad, por mucha vergüenza que le diese admitirlo. La amaba, y desde ese mismo momento supo que su vida jamás volvería a ser igual después de ella.
 
»Si ella la dejara, si se pasara el resto de su vida ausente de la suya, ella seguiría sin volver a ser la misma. Ella la había alterado, y ahí estaba ella, con los nudillos ensangrentados y demás, queriendo ser mejor por ella.»
 
Al día siguiente me encontré dándole al montón de páginas arrugadas y manchadas de café un nombre: After.
Yo todavía no estaba preparada ni tenía en mente publicarlo, hasta que cometí el error de comentarlo en una de mis sesiones de terapia de grupo hace unos meses. Luke sacó el archivador de
debajo de mi silla de plástico mientras yo le narraba la historia de cómo había incendiado la casa de mi madre hasta los cimientos. Me costó un mundo contarlo. Odio hablar de esa mierda, pero mantuve la mirada curiosa que me observaba y fingí que Santana estaba allí, en esa habitación, sonriendo y orgullosa de mí por haber compartido mi momento más oscuro con un grupo de extraños que estaban tan jodidos como yo... lo estaba.
Me agaché para recoger el archivador cuando el doctor Tran se despidió del grupo. Sentí un pánico instantáneo cuando me volví hacia Luke y lo descubrí en sus manos.
 
—¿Qué es todo esto? —preguntó ojeando una página.
 
—Si me hubieses conocido hace un mes, ahora mismo te estarías tragando los putos dientes.
 
Lo fulminé con la mirada y le arranqué el archivador de un tirón.
 
—Perdona, se me dan fatal las convenciones sociales.
Sonrió algo apurado y, por alguna razón, el gesto hizo que sintiera que podía confiar en él.
 
—Salta a la vista.
 
Puse los ojos en blanco y volví a meter todas las páginas sueltas en los compartimentos. Él se echó a reír.
 
—¿Me dirás qué es si te invito a un refresco aquí al lado?
 
—Qué patéticos somos. Un par de alcohólicos en proceso de rehabilitación negociando sobre la lectura de una historia real.
 
Sacudí la cabeza, preguntándome cómo había llegado a esta situación a una edad tan temprana, pero dando gracias de que Santana apareciera en mi vida. De no ser por ella, seguiría ocultándome en la oscuridad, pudriéndome lentamente.
 
—Bueno, un refresco no hará que incendies ninguna casa, y tampoco hará que yo le diga cosas horribles a Kaci.
 
—Cierto. Los refrescos son inofensivos —repuse.
Sabía que Luke iba a ver al doctor Tran por algo más que para recibir consejos de pareja, pero decidí no ser una idiota redomada y no decirle nada al respecto. Fuimos hasta el restaurante de al lado. Yo pedí un montón de comida, a su costa, y acabé dejándole leer algunas páginas de mis confesiones.
 
Veinte minutos después, tuve que cortarlo. Lo habría leído todo si lo hubiese dejado.
 
—Esto es increíble, en serio. Es..., algunas cosas son horribles, pero te entiendo. No eras tú quien hablaba, sino los demonios.
 
—Los demonios, ¿eh? —dije, y bebí un largo trago hasta terminarme mi refresco.
 
—Sí, los demonios. Cuando estás borracha, estás llena de ellos.
Sonrió.
—. Sé que parte de lo que acabo de leer no lo escribiste tú.
 
Tuvieron que ser los demonios. Sacudí la cabeza. Él tenía razón, por supuesto, pero no podía dejar de imaginarme un diablillo
rojo sobre mi hombro, escribiendo las mierdas de algunas de esas páginas.
 
—Permitirás que ella lea esto cuando lo hayas terminado, ¿verdad?
 
Mojé un palito de queso en la salsa e intenté no insultarlo por fastidiarme mis divertidos pensamientos sobre pequeñas criaturas demoníacas.
 
—No. Jamás permitiré que lea esta mierda
 
Dije golpeteando el archivador de piel, y recordé la ilusión que le hacía a Santana que lo usara cuando me lo compró.
Yo rechazaba la idea, cómo no, pero me encantó esa tontería.
 
—Pues deberías. Bueno, mejor si quitas algunas de las cosas más retorcidas, sobre todo la parte que habla sobre su infertilidad. Es muy cruel.
 
—Lo sé.
 
No lo miré; miré la mesa y me encogí, preguntándome en qué cojones estaba pensando cuando escribí esa mierda.
 
—Deberías plantearte hacer algo con ello. No soy ningún experto en literatura ni en Heningsway, pero sé que lo que acabo de leer es muy pero que muy bueno.
 
Tragué saliva y decidí pasar por alto su error de pronunciación.
 
—¿Que lo publique? —me eché a reír—. Joder, ni hablar —dije zanjando la conversación.
 
Sin embargo, estaba absolutamente harta de acudir a innumerables entrevistas de trabajo, y salía de todas ellas sintiéndome aún menos motivada que con la anterior. No me imaginaba sentada en
ninguna de esas oficinas de mierda. Quería trabajar en el sector editorial, en serio, pero acabé releyendo página tras página de mis espantosos pensamientos y, cuanto más lo leía y recordaba, más
quería..., no, más necesitaba hacer algo con ello.
Me quedaba allí sentada, rogándome a mí misma que lo intentara al menos, y se me pasó por la cabeza que si ella lo leía, después de que hubiera eliminado las partes más duras, le encantaría. Se
convirtió en una obsesión, y me sorprendió ver el interés que la gente parecía tener en leer el camino hacia la recuperación de otra persona.
 
Por patético que parezca, la cosa cuajó. Envié una copia por correo electrónico a todas las editoriales que pudieran estar interesadas a través de un agente que conocía de mi época en Vance.
 
Al parecer, los días de presentarse con un tocho de páginas escritas mitad a mano mitad a máquina ya han pasado.
Pero con esto lo conseguiría, o al menos eso pensé. Estaba convencida de que este libro sería el gran gesto que ella necesitaba para readmitirme en su vida. Aunque, por supuesto, creía que sería
mucho más adelante, cuando se hubiera impreso y ella hubiera tenido más tiempo para hacer lo que cojones sea que esté haciendo aquí en Nueva York.
 
No puedo seguir aquí sentada. Mi recién hallada paciencia tiene un límite, y lo he alcanzado. Odio con todas mis fuerzas pensar que Santana deambula por esta inmensa ciudad sola, cabreada
conmigo. Ya hace mucho rato que se ha ido, y tengo muchas explicaciones que darle.
 
Cojo la última página del libro y me la meto en el bolsillo sin molestarme en doblarla. Después le envío un mensaje de texto a Ryder y le digo que no eche la llave de la puerta si vuelve o si sale y me marcho del apartamento para encontrarla.
 
Sin embargo, no necesito ir muy lejos. En cuanto pongo un pie fuera, me la encuentro sentada en la escalera delantera del edificio. Tiene la mirada perdida, fija y severa. Ni siquiera advierte mi
presencia cuando me aproximo a ella. Sólo cuando me siento a su lado levanta la vista, pero sus ojos siguen distantes. Observo detenidamente cómo se suavizan despacio.
 
—Tenemos que hablar —digo.

Ella asiente, aparta la mirada y espera a que le dé una explicación.
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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Sep 15, 2016 11:38 am

CAPÍTULO 74
Brittany

 
—Tenemos que hablar —repito.
La miro y me obligo a mantener las manos en mi propio regazo.
 
—Eso parece.
Fuerza una sonrisa.
Tiene las rodillas sucias y marcadas con arañazos rojos.
 
—¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien?
Mi plan de guardarme las manos para mí se va a la mierda
cuando le toco las piernas para examinarle las heridas.
Santana se aparta, con las mejillas y los ojos rojos.
 
—No es nada. Sólo he tropezado.
 
—Se suponía que no tenía que pasar nada de esto.
 
—Has escrito un libro sobre nosotras y se lo has ofrecido a las editoriales. ¿Cómo puedes decirme que no ha sido intencionado?
 
—No, me refería a todo esto. A ti y a mí, a todo.
 
Hay humedad, y me está costando más de lo  que esperaba expresarme.
 
—. Este año se me ha hecho eterno. He aprendido mucho sobre mí misma  y sobre la vida, y sobre cómo debería ser. Tenía una visión muy equivocada de todo. Me odiaba a mí misma y odiaba a todos los que me rodeaban.
 
Ella permanece en silencio, pero sé, por cómo le tiembla el labio inferior, que se está esforzando por mantener la compostura.
 
—Sé que no lo entiendes, poca gente lo hace, pero odiarse a uno mismo es la peor sensación del mundo, y a eso es a lo que yo tenía que enfrentarme a diario. Sin embargo, eso no excusa todas mis
cagadas. Jamás debería haberte tratado como lo hice, y tenías todo el derecho a dejarme. Sólo espero que leas el libro entero antes de tomar una decisión. No puedes juzgarlo sin haberlo leído de cabo a
rabo.
 
—Estoy intentando no juzgar, Brittany, de verdad que no lo hago, pero esto es demasiado. Había salido de este patrón, y no me esperaba esto, y aún sigo sin poder entenderlo.
 
Sacude la cabeza como si estuviera intentando aclarar los rápidos pensamientos que veo que se forman tras esos bonitos ojos.
 
—Lo sé, nena. Lo sé.
Cuando cubro su mano con la mía, se encoge. Giro con suavidad su mano para examinar los arañazos que cubren la piel de su palma.
 
—. ¿Estás bien?
Ella asiente y permite que recorra la herida con la yema de mi dedo.
 
—¿Quién iba a querer leerlo? —dice entonces—. No puedo creer que lo quieran tantas editoriales.
 
Aparta la mirada de mí y se centra en la ciudad, que parece moverse a nuestro alrededor, tan bulliciosa como siempre.
 
—Mucha gente —contesto, y me encojo de hombros porque es la verdad.
 
—¿Por qué? Es tan..., no es la típica historia de amor. Sólo he leído un poco, y ya me he dado cuenta de lo oscura que es.
 
—Incluso los condenados necesitan contar sus historias, Santana.
 
—Tú no estás condenada, Brittany —dice, a pesar de lo traicionada que debe de estar sintiéndose.
 
Suspiro y coincido ligeramente con ella.
 
—Con esperanzas de redención, quizá. Puede que no. Puede que algunas personas sólo quieran leer sobre felicidad y sobre historias de amor típicas, pero hay millones de personas, personas que
no son perfectas y que han pasado por situaciones complicadas en su vida, y tal vez ellos quieran conectar con ella. Tal vez se vean reflejados en mí y, joder —me rasco el cuello con una mano
temblorosa—, puede que alguien pueda aprender algo de mis errores, y de los tuyos.
 
Me observa mientras vomito las palabras sobre la escalera de hormigón. Sus ojos reflejan una clara vacilación, lo que provoca que siga hablando.
 
—Puede que a veces las cosas no sean blancas o negras, y puede que no todo el mundo sea perfecto. He hecho muchas cosas malas en mi vida, y a ti y a otras personas; cosas de las que me arrepiento y que jamás volvería a repetir o a justificar. Esto no trata de eso. Escribir este libro era mi manera de desahogarme. Era una especie de terapia para mí. Me daba un lugar en el que podía escribir lo que me diera la puta gana y lo que sintiera. Este libro somos yo y mi vida, y yo no soy la única persona ahí fuera que ha cometido errores, un libro entero de errores; si la gente me juzga por
el oscuro contenido de mi historia, allá ellos. No se puede contentar a todo el mundo, y sé que habrá más gente, gente como nosotras, Santana, que se sienta identificada con este libro y que quiera ver que alguien admite sus problemas y se enfrenta a ellos de una manera real.
 
Las comisuras de sus labios se curvan hacia arriba, y suspira y sacude la cabeza ligeramente.
 
—¿Y si a la gente no le gusta? ¿Y si ni siquiera se toman la molestia de leerlo pero nos odian por su contenido? No estoy preparada para ese tipo de atención. No quiero que los demás hablen de mi vida y me juzgue.
 
—Que nos odien cuanto quieran. ¿A quién le importa una mierda lo que piensen? Esa gente no va a leerlo de todos modos.
 
—Esto es... No sé cómo me siento al respecto. ¿Qué clase de historia de amor es ésta? —dice con voz temblorosa e insegura.
 
—Es la clase de historia de amor que se enfrenta a problemas reales. Es una historia sobre el perdón y el amor incondicional, y demuestra que una persona puede cambiar, cambiar de verdad, si
se esfuerza lo suficiente. Es la clase de historia que demuestra que todo es posible en lo que respecta a la autorrecuperación. Demuestra que, si tienes a alguien que te apoye, a alguien que te quiere y que no te da por perdida, puedes encontrar tu manera de salir de la oscuridad. Demuestra que no importa qué clase de padres tuvieras, o a qué adicciones te has enfrentado. Puedes superar cualquier cosa que se interponga en tu camino y convertirte en una persona mejor. Ésa es la clase de historia que es After.
 
—¿After? —Levanta la barbilla y se protege los ojos del sol con la mano.
 
—Así es como se llama. —Aparto la mirada, cohibida de repente por el nombre—. Es sobre mi viaje, después de conocerte.
 
—¿Qué porcentaje del contenido es malo? Joder, Brittany..., ¿por qué no me lo contaste?
 
—No lo sé —respondo con sinceridad—. No hay tantas cosas malas como puedas pensar. Has leído lo peor. Las páginas que no has visto, las que conforman la auténtica esencia de la historia,
tratan sobre lo mucho que te quiero, sobre el hecho de que me diste un propósito en la vida, y cuentan que conocerte fue lo mejor que me ha pasado jamás. Las páginas que no has leído narran nuestros momentos de risas, junto con mi lucha, nuestra lucha.
 
Se tapa la cara con las manos, frustrada.
 
—Deberías haberme dicho que estabas escribiendo esto. Había tantas pistas..., ¿cómo no me di cuenta?
 
Me recuesto contra los escalones.
 
—Sé que debería haberlo hecho —admito—, pero para cuando entré en razón y empecé a cambiar lo que estaba haciendo mal, quería que fuera perfecto antes de mostrártelo. Lo siento mucho,
Santana. Te quiero, y me parece mal que te hayas enterado de esta forma. No pretendía mentirte ni engañarte, y lamento muchísimo que hayas pensado que sí. Ya no soy la persona que era cuando me dejaste, y lo sabes.
 
Su voz es apenas un suspiro cuando responde:
 
—No sé qué decir.
 
—Tú léelo. Por favor, lee todo el libro antes de tomar una decisión. Es lo único que te pido: por favor, léelo.
 
Cierra los ojos y cambia de posición, rozándome el hombro con la rodilla.
 
—Está bien, lo leeré.
 
Una fracción de aire vuelve a llenar mis pulmones, parte del peso se eleva de mi pecho, y no podría describir el alivio que siento ni aunque lo intentara.
 
Se levanta y se sacude las rodillas arañadas.
 
—Iré a por algo para curarte eso —digo.
 
—Estoy bien.
 
—¿Cuándo dejarás de llevarme la contraria? —replico en un intento de relajar el ambiente.
 
Funciona, y Santana se esfuerza por reprimir una sonrisa.
 
—Nunca.
 
Empieza a subir los escalones, y me levanto para seguirla. Quiero volver al apartamento y sentarme a su lado mientras lee la novela entera, pero sé que no debería hacerlo. Uso el poco juicio
que tengo y decido irme a dar una vuelta por esta puta ciudad.
 
—¡Espera!
Grito tras ella cuando llega a lo alto de la escalera.
Me meto la mano en el bolsillo y saco una hoja de papel arrugada.
 
—Lee ésta, por favor. Es la última página.
 
Abre la mano y la extiende delante de ella. Subo rápidamente los escalones, de dos en dos, y dejo el papel en su palma.
 
—Por favor, no la leas antes de tiempo —le ruego.
 
—No lo haré. —Santana da media vuelta y se aleja de mí, y observo cómo vuelve la cabeza para sonreírme de nuevo.
 

Uno de mis mayores deseos en esta vida sería que ella fuera consciente, consciente de verdad, de lo excepcional que es. Es una de las pocas personas en este mundo que saben perdonar y, aunque muchos la tacharían de débil, es justo todo lo contrario. Es fuerte, muy fuerte para estar con una persona que se odiaba a sí misma. Muy fuerte para demostrarme que no estoy condenada, que yo también merezco ser amada, a pesar de haber crecido creyendo que no. Fue lo bastante fuerte como hará alejarse de mí cuando lo hizo, y es lo bastante fuerte como para amar de manera incondicional. Santana es más fuerte que la mayoría, y espero que sea consciente de ello. 
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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por JVM Jue Sep 15, 2016 2:16 pm

Bueno quedo demostrado que ni el tiempo, espacio y errores pueden hacer que el verdadero amor desaparezca.
Y bueno Britt quiere compartí su historia y como el conocer a la persona correcta cambio su vida.
Ahora falta ver como le parece a San al fin ella es la que originó todo :D
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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por 3:) Jue Sep 15, 2016 9:37 pm

el amor de ellas sobre pasa todo el tiempo y circunstancias que tuvieron en un año intenso...
san descubrió after!!! que dirá la ultima pagina???
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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 16, 2016 6:14 am

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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 16, 2016 6:15 am

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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 16, 2016 6:16 am

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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 16, 2016 6:19 am

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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 16, 2016 6:20 am

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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 16, 2016 6:24 am

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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 16, 2016 7:37 am

JVM escribió:Bueno quedo demostrado que ni el tiempo, espacio y errores pueden hacer que el verdadero amor desaparezca.
Y bueno Britt quiere compartí su historia y como el conocer a la persona correcta cambio su vida.
Ahora falta ver como le parece a San al fin ella es la que originó todo :D

Me encanta tu comentario es muy cierto. y pues si y pues para ya saber lo ultimo de las chicas dejo los ultimos cap. por la noche subire el epilogo.
Gracias por leer esta historia por tus comentarios, para mi son muy importantes que comenten los capitulos, la historia en fin, da mas energia para seguir...
Saludos
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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 16, 2016 7:40 am

3:) escribió:el amor de ellas sobre pasa todo el tiempo y circunstancias que tuvieron en un año intenso...
san descubrió after!!! que dirá la ultima pagina???

Yo tambien quiero saber que dice esa ultima pagina.....
Aca ya dejo los ultimos capitulos por la noche estare subiendo el epilogo y ahi esta el fin de la historia.

Te agradezco a ti por leer, por comentar,  por tu tiempo. Me hacen el dia cuando  comentan y eso me da mas ganas que querer compartir historias con ustedes. Asi como las otras chicas las comparten con nosotras.

Pero termina esta y ya saben que ya subi UNA LIBRA DE CARNE, un nombre muy peculiar, pero espero que tambien la lean.

Gracias de nueva cuenta. Saludos...
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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 16, 2016 7:53 am

CAPÍTULO 75
Santana



Una vez en el apartamento, me tomo un instante para ordenar mis pensamientos, que son muy dispares. Cuando alcanzo el   archivador que descansa sobre la mesa veo que todas las páginas están desordenadas y embutidas dentro.


Cojo la primera y contengo la respiración mientras me preparo para leer. «¿Me harán cambiar de idea sus palabras? ¿Me harán daño?» Ni siquiera estoy segura de estar lista para averiguarlo, pero sé que necesito hacer esto. Necesito leer sus palabras y sus emociones para saber qué se le pasaba por
la cabeza todas esas veces en que yo era incapaz de leer su mente.


Y en ese momento lo supo. En ese momento supo que quería pasar su vida entera con ella; que su vida no tendría sentido y estaría vacía sin la luz que Santana arroja. Ella le daba esperanza. Ella le hacía sentir que tal vez, sólo tal vez, podía ser algo más que su pasado.


Dejo caer la página al suelo y empiezo con otra.


Vivía su vida para sí misma, y entonces todo cambió. Se convirtió en mucho más que en una rutina de despertarse y acostarse. Ella le daba todo lo que ella nunca supo que necesitaba. No podía creer la mierda que salía por su boca. Era despreciable. Hacía daño a la gente que la amaba y no podía parar. «¿Por qué me quieren? —se preguntaba constantemente—. ¿Por qué iba nadie a quererme? No me lo merezco.» Esos pensamientos inundaban su mente, la atormentaban por mucho que los ocultara; siempre volvían.
Quería secarle las lágrimas a besos, quería decirle que lo sentía y que era una mujer torturada, pero no podía. Era una cobarde; sus daños no tenían remedio, y el hecho de tratarla de ese modo hacía que se odiara todavía más a sí misma.
Su risa, su risa era el sonido que la sacaba de la oscuridad y la guiaba hacia la luz. Su risa la arrastraba, como si fuera una correa alrededor de su puto cuello, a través de la mierda que nublaba su mente y que infectaba sus pensamientos. Ella no era como su padre, y en ese instante, mientras se alejaba de ella, decidió que jamás dejaría que los errores de sus padres volvieran a controlar su vida.


Decidió en ese mismo momento que esa mujer merecía más de lo que una persona rota podía ofrecerle, de modo que hizo todo lo que estuvo en su mano para compensárselo.


Continúo leyendo, página tras página, confesión tras oscura confesión. Las lágrimas empapan mis mejillas, así como algunas páginas de esta hermosa pero retorcida historia.


Necesitaba decírselo, necesitaba decirle cuánto lo sentía por haber tenido la desfachatez de echarle lo de los hijos en cara. Era una egoísta que sólo pensaba en el modo de hacerle daño, y no estaba preparada para admitir lo que realmente quería de la vida con ella. No estaba preparada para decirle que sería una madre maravillosa, que no se parecería en nada a la mujer que la crio. No estaba preparada para decirle que pondría todo su empeño en ser lo bastante buena como para criar a un niño junto a ella. No estaba preparada para decirle que la aterraba cometer los mismos errores que su padre, como tampoco lo estaba para admitir que tenía miedo de fracasar. No encontraba las palabras para expresar que no deseaba volver a casa borracha, y no quería que sus hijos huyeran de ella como ella lo había hecho de su propio padre.


Quería casarse con ella, pasar la vida a su lado, disfrutando de su ternura y de su calor. No podía imaginar una vida sin ella, y estaba intentando encontrar la forma de decírselo, de demostrarle que realmente podía cambiar, y que podía ser digna de ella.


De alguna manera, el tiempo pasa y, pronto, cientos de páginas se acumulan en el suelo. No soy consciente de cuánto rato ha transcurrido, y sería incapaz de contar las lágrimas que han derramado mis ojos o los sollozos que han escapado de mis labios. Pero continúo; leo todas y cada una de las páginas, sin orden, al azar y desordenadas, aunque me aseguro de absorber confesión tras confesión de la mujer que amo, la única persona ademas de mi padre al que he querido jamás, y para cuando llego al final del montón de páginas, el  apartamento está casi a oscuras y el sol ha empezado a ponerse en el exterior.
Miro alrededor del desastre que he organizado e intento asimilarlo todo. Mis ojos observan el
suelo y reparan en la bola de papel arrugado que está sobre la mesa de la entrada. Brittany me ha dicho que era la última página, la última página de esta historia, nuestra historia, y trato de calmarme antes de ir a por ella.


La cojo con manos temblorosas, aliso el papel arrugado y leo las palabras que hay escritas en él.


Ella espera que ella lea esto algún día y entienda lo rota que estaba. No le pide piedad, ni perdón; sólo le pide que comprenda el inmenso impacto que ella ha tenido en su vida. Que ella, la preciosa extraña de corazón amable, apareció de repente y cambió su rumbo para convertirla en la persona  que es hoy. Espera que, con estas palabras, por muy duras que sean algunas de ellas, se sienta orgullosa de sí misma por haber sacado a rastras a una pecadora de las profundidades del infierno y por haberla guiado hasta el cielo,
concediéndole la redención y librándola de los demonios de su pasado.


Reza para que estas palabras le lleguen al corazón y para que, tal vez, sólo tal vez, ella siga amándola después de todo lo que han pasado juntas. Espera que sea capaz de recordar por qué la amaba, por qué luchó tanto por ella.


Y, por último, espera que, esté donde esté cuando encuentre este libro que escribió para ella, lo lea y se ponga en contacto con ella, incluso si estas palabras le llegan dentro de muchos años. Tiene que saber que ella no se ha dado por vencida. Santana tiene que saber que esta mujer siempre la amará, y que la estará esperando durante el resto de su vida, tanto si ella regresa como si no. Quiere que sepa que ella la salvó y que jamás podrá devolverle todo lo que ha hecho por ella.


 Quiere que sepa que la ama con toda su alma y que
nada conseguirá cambiar eso.


Quiere recordarle que sus almas son una sola, sin importar de qué estén hechas. Su novela favorita lo describió mejor.


Reúno las escasas fuerzas que me quedan y dejo las hojas desperdigadas por el suelo del

apartamento, con el último folio todavía en la mano.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 16, 2016 7:55 am

CAPÍTULO 76
Santana

 

Dos años después

 
—Estás absolutamente fantástica. Eres una novia preciosa —dice Karen con entusiasmo.
 
Coincido con ella y asiento. Me ajusto los tirantes de mi propio traje y vuelvo a mirarme en el espejo.
 
—Se va a quedar pasmado. Aún no puedo creer lo rápido que ha llegado este día. —Sonrío y le coloco una última horquilla en la densa mata de pelo recogido en tirabuzones que reluce bajo las intensas luces del cuarto trasero de la iglesia.
 
Puede que me haya pasado un poco a la hora de echarle purpurina con el espray.
 
—¿Y si me caigo? ¿Y si no se presenta en el altar?
 
La preciosa novia de Ryder habla con voz suave; está tan nerviosa que podría quebrársele en cualquier momento.
 
—Lo hará. Ken lo ha traído en coche hasta la iglesia esta mañana.
 
Karen se ríe, infundiéndonos confianza a ambas.
 
—. Si algo fuera mal, mi marido ya nos habría avisado a estas alturas.
 
—Ryder no faltaría por nada del mundo —le prometo.
 
Sé que no lo haría, porque le vi la cara y le sequé las lágrimas cuando me enseñó el anillo que había elegido para ella.
 
—Eso espero. Me cabrearía mucho.
 
Deja escapar una risotada nerviosa.
Su sonrisa es encantadora, incluso a pesar de la ansiedad que se oculta bajo la superficie de su belleza; está manteniendo la compostura bastante bien.
 
Peino con cuidado sus rizos oscuros con los dedos y le coloco el fino velo sobre la cabeza. Observo su bonito rostro en el espejo y levanto la mano para tocar su hombro desnudo. Sus ojos marrones se inundan de lágrimas y se muerde nerviosa el labio inferior.
 
—Todo irá bien, ya lo verás —le aseguro.
 
Mi vestido plateado reluce bajo la luz, y admiro la belleza de todos los detalles que hay detrás de esta boda.
 
—¿Es demasiado pronto? Sólo hace unos meses que volvimos a estar juntos. ¿A ti te parece demasiado pronto, Santana? me pregunta.


Nos hemos hecho íntimas durante los últimos dos años, y he notado su preocupación cuando sus dedos han empezado a temblar mientras me ayudaba a subirme la cremallera de mi traje de dama de honor.
Sonrío.
 
—No es demasiado pronto. Habéis vivido muchas cosas durante los últimos años. Le estás dando demasiadas vueltas a la cabeza sobre esto, y te lo dice alguien que sabe de lo que habla.
 
—¿Estás nerviosa por volver a verla?
pregunta mirándome a la cara.
 
«Sí. Estoy aterrada. Creo que incluso siento pánico.»
 
—No —digo en cambio—, sólo han pasado unos meses.
 
—Demasiado tiempo
replica la madre de Ryder para sus adentros.
 
Siento un inmenso pesar, y decido desechar el distante dolor que acompaña a cada pensamiento relacionado con ella. Me trago las palabras que podría y que quizá debería decir.
 
—¿Te puedes creer que tu hijo vaya a casarse hoy?
me apresuro a decir para cambiar de tema.
Mi táctica de distracción funciona, y Karen sonríe, deja escapar un gritito y empieza a llorar al mismo tiempo.
 
—Ay, se me va a arruinar el maquillaje.
 
Se da unos toquecitos con las puntas de los dedos debajo de los ojos y su pelo castaño claro se mueve cuando sacude la cabeza.
Unos golpes en la puerta nos hacen callar entonces a las tres.
 
—¿Cielo?
dice Ken con voz suave y cautelosa.
Acercarse a la habitación donde está vistiéndose la novia, llena de mujeres especialmente emocionadas, asustaría a cualquier hombre.
 
—Abby acaba de despertarse de la siesta.
informa Ken a su mujer mientras abre la puerta con su hija en brazos. Su pelo oscuro y sus brillantes ojos marrones resultan impresionantes e iluminan cualquier habitación en la que entre la pequeña.
 
—No encuentro la bolsa de los pañales.
 
—Está ahí, al lado de esa silla —dice Karen señalando con el dedo—. ¿Puedes darle de comer tú? Me da miedo que me manche el vestido.
Karen se echa a reír y extiende los brazos hacia Abby
 
—. Los terribles dos años han llegado un poco antes de la cuenta.
 
La niña sonríe y muestra una hilera completa de minúsculos dientes.
 
—Mamá
dice la pequeña regordeta mientras alarga sus diminutas manos para agarrar el tirante del vestido de Karen.
Se me cae la baba cada vez que oigo hablar a Abby.
 
—Hola, señorita Abby.
Hundo el dedo en su mejilla y la hago reír. Es un sonido encantador.
 
Decido pasar por alto el hecho de que Karen y la que en breve se convertirá en la esposa de Ryder me están mirando con compasión.
 
—Hola
me responde Abby enterrando el rostro en el hombro de su mamá.
 
—¿Os queda mucho? Sólo faltan unos diez minutos para que empiece a sonar la música, y Ryder está más nervioso a cada segundo que pasa. nos avisa Ken.
 
—Está bien, ¿verdad? ¿Todavía quiere casarse conmigo? pregunta la preocupada novia a su futuro suegro.


Ken sonríe y en las comisuras de sus ojos se forman unas pequeñas arrugas.
 
—Sí, querida, por supuesto que sí. Nunca había visto a Ryder tan nervioso, pero Brittany está ayudando a que lo esté.
Todas nosotras, incluida yo, nos reímos al pensarlo.
La novia pone los ojos en blanco, divertida, y luego sacude la cabeza.
 
—Si Brittany está «ayudando», más me vale ir cancelando la luna de miel.
 
—Bueno, nosotros nos vamos. Le daré a Abby algo rápido de comer para que aguante hasta el banquete.
 
Ken besa a su mujer en los labios, coge a su hijita de nuevo en brazos y sale de la habitación.
 
—Sí. Por favor, no os preocupéis por mí. Estoy bien —prometo a las dos mujeres.
 
Estoy bien. He estado bien con esta especie de relación a distancia con Brittany. La echo de menos constantemente, sí, pero el espacio nos ha venido bien. Lo peor de estar bien es que estar bien dista mucho de estar feliz. Estar bien es el espacio gris intermedio en el que puedes levantarte a diario y seguir con tu vida, e incluso reír y sonreír a menudo, sin embargo estar bien no significa estar dichosa. Estar bien tampoco es estar deseando que llegue cada segundo del día, y estar bien tampoco es sacarle el máximo partido a la vida. Estar bien es con lo que la mayoría de la gente se conforma, yo incluida, y todos nosotros fingimos que estar bien está bien, cuando en realidad lo odiamos y nos pasamos la mayor parte del tiempo deseando dejar de estar sólo bien.
 
Ella me enseñó lo maravillosa que puede ser la vida más allá del estar bien, y llevo añorándola desde entonces.
 
Llevo mucho tiempo bien, y ya no sé cómo salir de ese estado, pero espero que llegue el día en el que pueda decir que estoy genial en lugar de decir que estoy bien.
 
—¿Lista, señora Gibson? —digo sonriéndole a la afortunada mujer que tengo delante.
 

—No —responde—, pero estoy segura de que lo estaré en cuanto lo vea.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 16, 2016 7:56 am

CAPÍTULO 77
Brittany

 
—Última oportunidad para salir corriendo.
Le digo a Ryder mientras lo ayudo a ajustarse la corbata.
 
—Gracias, idiota
Me responde, y me aparta las manos para arreglársela él mismo.
 
Me he puesto cientos de corbatas en toda mi vida, pero ésta se niega a quedarse recta. Está nervioso, y lo compadezco. Más o menos.
 
—Sácatela, entonces.
 
—No puedo ir sin corbata. Voy a casarme.
 
Pone los ojos en blanco.
 
—Por eso mismo no tienes por qué llevarla. Es tu día, y eres tú quien se está gastando todo este dinero. Si no quieres llevar corbata, no la lleves, joder. Si fuera yo el que se casara hoy, tendrían suerte si me pusiera bragas.
 
Mi mejor amigo se echa a reír. Se desata el nudo de la corbata y tira de ella para quitársela.
 
—Pues me alegro de que no sea así. Yo no iría a ese espectáculo.
 
—Ambos sabemos que yo jamás me casaré.
 
Me quedo mirándome fijamente en el espejo.
 
—Es posible.
Ryder me mira a los ojos a través del reflejo.
 
—. ¿Estás bien? Está aquí. Tu padre la ha visto.
 
«Joder, no, no lo estoy.»
 
—Sí, estoy bien. Actúas como si no supiera que iba a venir o como si no la hubiera visto en los últimos dos años.
 
No la he visto lo suficiente, pero ella necesitaba distanciarse de mí.
 
—. Es tu mejor amiga y la dama de honor de tu novia. No es ninguna sorpresa.
 
Tomo un corbata y se la entrego.
 
—. Toma, en vista de que la tuya es una mierda, puedes ponértela.
 
—Tienes que ponerte una corbata, va con el esmoquin —replica.
 
—Sabes perfectamente que tienes suerte de que haya accedido a ponerme esto en primer lugar.
 
Tiro de la pesada tela que cubre mi cuerpo. Ryder cierra los ojos brevemente y suspira con una mezcla de alivio y frustración.
 
—Supongo que tienes razón. —Sonríe—. Gracias.
 
—Y de que lleve ropa en tu boda —añado.
 
—Cállate.
Pone los ojos en blanco y se sacude las mangas de su impoluto esmoquin negro.
 
—.¿Y si no se presenta en el altar?
 
—Lo hará.
 
—Pero ¿y si no lo hace? ¿Estoy loco por casarme tan rápido?
 
—Sí.
 
—Vale, gracias.
 
—Estar loco no siempre es malo.
 
Replico y me encojo de hombros. Se queda observándome, buscando en mi rostro alguna pista que es posible que revele en
cualquier momento.
 
—¿Vas a intentar hablar con ella?
 
—Obviamente, sí.
 
Intenté hablar con ella en el ensayo de la boda, pero Karen y la novia de Ryder estaban pegadas a ella como lapas. Que Santana se prestara a colaborar en la planificación de la boda supuso una sorpresa para mí; no sabía que le fueran este tipo de cosas, pero por lo visto se le da de la hostia.
 
—Ahora es feliz; no del todo, pero lo suficiente.
 
Su felicidad es lo más importante, y no sólo para mí; el mundo sencillamente no es lo mismo cuando Santana López no es feliz. Lo sé de buena tinta; me pasé un año entero absorbiéndole la vida al tiempo que la hacía brillar. Es una putada y no tiene sentido para el mundo exterior, pero a mí siempre me ha importado una mierda —y siempre lo hará— el mundo exterior en lo que respecta a esa mujer.
 
—Cinco minutos.
Dice Ken desde el otro lado de la puerta. Esta habitación es pequeña y huele a cuero viejo y a alcanfor, pero hoy se casa Ryder. Esperaré hasta después del banquete para quejarme al respecto.
Puede que le traslade mis quejas directamente a Ken. Sospecho que él es quien ha pagado toda esta mierda, dado el estado de los padres de la novia y demás.
 
—Bueno, loco cabrón, ¿estás preparado?
Le pregunto a Ryder por última vez.
 

—No, pero lo estaré en cuanto la vea.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 16, 2016 7:58 am

CAPÍTULO 78

Santana

 
—¿Dónde está Robert?
Dice Karen buscándolo con la mirada entre el pequeño grupo de invitados
—. Santana, ¿tú sabes dónde se ha metido?
Pregunta un poco asustada. Robert se ofreció a entretener a la pequeña mientras las mujeres se peinaban y se maquillaban.
Ahora que la boda está empezando, debería continuar con la tarea, pero lo cierto es que no está por ninguna parte, y Karen no puede tener a la niña en brazos mientras ayuda con la primera parte de la ceremonia.
 
—Voy a llamarlo otra vez.
 
Miro entre la multitud y lo busco. Abby patalea en los brazos de Karen y ella parece asustada de nuevo.
 
—¡Ay, espera! ¡Está ahí...!
 
Pero no oigo el resto de la frase de Karen. Me he quedado del todo absorta con el sonido de la voz de Brittany. Está saliendo del largo pasillo a mi izquierda. Está hablando con Ryder, y su boca se mueve tan despacio como siempre.
 
Tiene el pelo más largo de lo que parecía en las fotos que he visto de ella últimamente. No he podido evitar leer todas y cada una de sus entrevistas y todos y cada uno de los artículos que se han publicado sobre ella, más o menos ajustados a la realidad, y es posible que haya escrito algunas quejas acaloradas a algunos blogueros que han dicho cosas horribles sobre ella y su historia. Nuestra historia.
 
Me sorprendo al ver el aro de metal en su labio, aunque ya sabía que había reaparecido. Había olvidado lo bien que le sentaba. Me quedo absorta, totalmente consumida, al verla de nuevo. Me traslado de nuevo a un mundo en el que luché con todas mis fuerzas y perdí casi todas las batallas a las que me enfrenté, y al final acabé marchándome sin la única cosa por la que luchaba: ella.
 
—Alguien tiene que acompañar a Santana; su pareja no está
 
Dice una voz. Al oír la mención de mi nombre, Brittany se vuelve al instante; sus ojos buscan durante medio segundo antes de encontrarme. Al principio rompo el contacto visual y bajo la vista hasta mis tacones, que apenas asoman por debajo de mi vestido largo.
 
—¿Quién va a acompañar a la dama de honor?
Pregunta la hermana de la novia a todos los que se encuentran cerca.
 
—. Menudo lío
 
Exclama, y resopla mientras pasa por mi lado.
He participado más que ella en la organización de esta boda, pero su nivel de estrés haría que cualquiera pensara lo contrario.
 
—Yo
 
Dice Brittany levantando la mano. Está tan guapa, tan devastadoramente atractiva con ese esmoquin y sin corbata... La tinta negra asoma justo por encima del cuello blanco de su camisa, y siento un leve cosquilleo en mi brazo cuando me toca. Parpadeo unas cuantas veces, intentando no pensar en el hecho de que apenas hablamos anoche y de que no ensayamos la entrada como deberíamos haberlo hecho. Asiento, me aclaro la garganta y aparto los ojos de Brittany.
 
—Muy bien, pues vamos —dice la hermana de manera imperiosa—. El novio, al altar, por favor.
 
Da unas palmaditas, y entonces Ryder pasa corriendo por mi lado y me da un suave apretón en la mano de camino.
 
«Inspira. Espira...» Serán sólo unos minutos. Menos, de hecho. No es un concepto tan difícil. Somos amigas. Puedo hacer esto.
Por la boda de Ryder, claro. Por un momento, lucho en mi interior para obligarme a no pensar que estoy avanzando por este pasillo con ella para nuestro propio día especial.
 
Brittany está a mi lado, sin decir ni una palabra, y la música empieza a sonar. Me está mirando, lo sé, pero soy incapaz de levantar la vista para devolverle la mirada. Con estos zapatos mido casi lo mismo que ella, y está tan cerca que casi puedo oler la suave colonia que impregna su esmoquin.
 
La pequeña iglesia se ha transformado en un lugar bonito pero sencillo, y los invitados ya ocupan la mayor parte de los asientos. Unas bonitas flores de colores tan intensos que parecen de neón decoran los viejos bancos de madera, y una tela blanca une todas las filas.
 
—Es demasiado estridente, ¿no crees? A mí me parece que con unos lirios blancos y rojos habría bastado —dice Brittany para mi sorpresa.
 
Me coge del brazo y la estirada de la hermana nos hace un gesto para que empecemos a avanzar.
 
—Sí, los lirios habrían quedado muy bonitos. Pero esto también lo es, para ellos —dejo caer.
 
—Tu novio, el médico, está muy guapo.
Me provoca Brittany. La miro y veo que está sonriendo, y sus ojos azules brillan con picardía. La línea de su mandíbula está incluso más definida que antes, y sus ojos son más profundos, no tan cautelosos como solían serlo siempre.
 
—Está en la Facultad de Medicina, aún no es médico. Y sí, lo está. Pero sabes que no es mi novio, así que calla.
 
Durante los últimos años, he tenido la misma conversación con Brittany una y otra vez. Robert ha sido un amigo constante en mi vida, nada más. Intentamos salir una vez, alrededor de un año después de que encontrase el manuscrito de Brittany en mi apartamento de Nueva York, pero no funcionó. No deberíais salir con alguien si vuestro corazón pertenece a otra persona. No funciona, creedme.
 
—¿Cómo estáis? Ha pasado un año ya, ¿no?
 
Su voz traiciona la emoción que está intentando ocultar.
 
—¿Y vosotras? Tú y la rubia esa. ¿Cómo se llamaba?
El pasillo es mucho más largo de lo que parecía desde la entrada.
—. Ah, sí, Eliza, ¿verdad?
Suelta una risita.
 
—Ja. Ja.
Me gusta torturarla con una fan acosadora que tiene llamada Eliza. Sé que no se ha acostado con ella, pero me divierte tomarle el pelo con ello cuando la veo.
 
—Nena, la última y única chica  que tuve en mi cama fuiste tú.
 
Me dice y sonríe.
Me quedo parada, y Brittany me agarra del codo y me estabiliza antes de que me caiga de bruces contra la seda blanca que cubre el pasillo.
 
—¿En serio?
 
—Sí.
Mantiene la vista fija en el altar, donde está esperando Ryder.
 
—Has vuelto a ponerte ese aro en el labio.
 
Cambio de tema antes de ponerme en evidencia más todavía.
Pasamos por delante de mi madre, que está sentada en silencio al lado de su marido, David. Parece algo preocupada, pero se contiene y nos sonríe a Brittany y a mí cuando pasamos junto a ellos. David se inclina en su dirección y le susurra algo, y ella sonríe de nuevo, asintiendo.
 
—Parece mucho más feliz ahora —murmura Brittany.
 
Probablemente no deberíamos estar hablando mientras avanzamos por el pasillo, pero Brittany y yo somos famosas por hacer cosas que no deberíamos hacer.
 
La he echado de menos más de lo que demuestro. Sólo la he visto seis veces en los últimos dos años, y cada vez sólo hizo que la añorara aún más.
 
—Lo es. David ha tenido un efecto increíble en ella.
 
—Lo sé, me lo ha dicho.
 
Me detengo de nuevo. Esta vez Brittany sonríe mientras me ayuda a continuar por el interminable pasillo.
 
—¿Qué quieres decir?
 
—He hablado con tu madre de vez en cuando. Ya lo sabes.
 
No tengo ni idea de qué está diciendo.
 
—Vino a una firma de libros el mes pasado, cuando salió mi segunda novela.
 
«¿Qué?»
 
—Y ¿qué te dijo? —digo demasiado alto, por lo que algunos invitados se quedan mirando demasiado tiempo.
 
—Ya hablaremos de eso después. Le he prometido a Ryder que no iba a fastidiarle la boda.
 
Brittany me sonríe mientras llegamos al altar, y yo intento con todas mis fuerzas centrarme en la boda de mi mejor amigo.

Sin embargo, no puedo apartar los ojos y la mente de ella.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 16, 2016 8:04 am

CAPÍTULO 79
Brittany

 
El banquete de una boda es la parte más soportable. Todo el mundo es un poco menos estirado y está más relajado después de haber tomado unas cuantas copas y de haber disfrutado de una comida carísima.
 
La boda ha sido perfecta. El novio ha llorado más que la novia, y yo me siento orgullosa de haber mirado a Santana sólo durante el noventa y nueve por ciento del tiempo. He escuchado parte de los votos, lo juro. Pero eso es todo. A juzgar por el modo en que Ryder rodea la cintura de su ahora esposa con los brazos y por cómo se ríe ella de algo que él está diciéndole mientras bailan en la pista delante de todo el mundo, yo diría que la boda ha ido bien.
 
—Yo tomaré una soda, si tiene.
Le digo a la mujer que está detrás de la barra.
 
—¿Con vodka o con ginebra? —pregunta señalando la hilera de botellas de alcohol.
 
—Sola. Nada de alcohol.
 
Me observa durante un instante, asiente y me llena un vaso transparente con hielo y soda.
 
—Por fin te encuentro.
Dice una voz familiar, y una mano me toca el hombro.
 
Vance está detrás de mí, acompañado de su prometida embarazada.
 
—Me has estado buscando sin descanso, ¿verdad? —señalo yo sarcásticamente.
 
—No, no lo ha hecho.
Kimberly sonríe con la mano apoyada en su inmensa barriga.
 
—¿Estás bien? Parece que vayas a caerte de un momento a otro con esa cosa.
Miro sus pies hinchados y después, de nuevo, su amarga expresión.
 
—Esa cosa es mi bebé. Estoy de nueve meses, pero eso no impedirá que te pegue.
 
En fin, supongo que su descaro sigue intacto.
 
—Eso será si puedes alcanzar más allá de ese pedazo de panza, claro —la desafío.
 
Ella me demuestra que sí puede. Cómo no: una mujer embarazada me ha pegado en una boda. Me froto el brazo como si me hubiera hecho daño de verdad, y ella se ríe cuando Vance me llama idiota por provocar a su prometida.
 
—Se te veía bien avanzando por el pasillo con Santana.
 
Dice enarcando una ceja sugerente.
Me quedo sin respiración, me aclaro la garganta y oteo la oscura habitación buscando su pelo largo y oscuro y ese pecaminoso vestido de raso.
 
—Sí, no pretendía involucrarme más en la boda aparte de cumplir con mi papel de ser la dama de honor de Ryder, pero no ha estado tan mal.
 
—Ese otro tipo ya ha llegado —me informa Kim—. Pero en realidad no es su novio. No te lo habrás tragado, ¿verdad? Sale con él de vez en cuando, pero por su manera de actuar salta a la vista que no es nada serio. No como lo que tenéis vosotras.
 
—Lo que teníamos.
 
Kim me sonríe con malicia y me indica con la cabeza la mesa que está más cerca de la barra. Santana está allí sentada, y su vestido de raso reluce bajo las luces estroboscópicas. Me está mirando, o quizá esté mirando a Kimberly —no, me está mirando a mí—, y entonces aparta la vista rápidamente.
 
—¿Ves? Lo que yo decía. Lo que tenéis.
 
Engreída y embarazada, Kimberly se ríe a mi costa, y yo me bebo mi soda y tiro el vaso de plástico a la basura antes de pedirme un agua.
 
Siento retortijones en el estómago, y estoy actuando como una puta niña pequeña ahora mismo, ya que intento no mirar a la preciosa chica que me robó el corazón hace todos esos años.
 
Y no sólo me lo robó. Lo encontró; ella fue la que descubrió que tenía uno, y lo desenterró. Lucha tras lucha, nunca se rindió. Encontró mi corazón y lo mantuvo a salvo. Lo ocultó de la oscuridad. Y lo que es más importante, lo ocultó de mí, hasta que yo misma fui capaz de cuidar de él. Trató de devolvérmelo hace dos años, pero mi corazón se negó a marcharse de su lado. Nunca lo hará, nunca se marchará de su lado.
 
—Vosotras dos sois las personas más cabezotas que he conocido en la vida.
Dice Christian mientras pide un agua para Kimberly y una copa de vino para él
—. ¿Has visto a tu hermano?
 
Busco a Smith por la sala y lo encuentro sentado a unas mesas de Santana, solo. Señalo al niño, y Vance me pide que vaya a preguntarle si quiere algo de beber. El crío ya es mayorcito como para pedirse su puta bebida, pero no quiero sentarme con este par de engreídos, así que me acerco a la mesa vacía y me siento al lado de mi hermano pequeño.
 
—Tenías razón —dice Smith mirándome.
 
—¿Acerca de qué esta vez? —me reclino contra el respaldo de la silla ornamentada y me pregunto cómo pueden calificar Ryder y Santana a esta boda de «pequeña y sencilla», cuando tienen una especie de cortinas cubriendo todas y cada una de las sillas de este puto lugar.
 
—Acerca de que las bodas son aburridas. —Smith sonríe.
 
Le faltan algunos dientes, y uno de ellos es una paleta. Resulta bastante adorable para ser un cerebrito al que no le importa prácticamente nadie.
 
—Debería haberte obligado a apostar dinero.
 
Me río y fijo la vista de nuevo en Santana. Smith también la mira.
 
—Hoy está muy guapa —dice.
 
—Llevo años advirtiéndote que no te acerques a ella, enano; no hagas que salga un funeral de una boda.
 
Le doy un golpecito en el hombro y él sonríe con su boca mellada.
Quiero acercarme hasta su mesa y tirar a ese amigo suyo casi médico de la silla para poder sentarme a su lado. Quiero decirle lo guapa que está y lo orgullosa que estoy de que esté destacando tanto en la NYU. Quiero ver cómo supera sus nervios y quiero oír cómo se ríe, y observar cómo su sonrisa domina el salón entero. Me inclino hacia Smith.
 
—Hazme un favor —le digo.
 
—¿Qué clase de favor?
 
—Necesito que te acerques a Santana y hables con ella.
 
Se pone colorado y sacude la cabeza rápidamente.
 
—No.
 
—Venga, hazlo.
 
—No.
 
Qué crío tan cabezota.
 
—¿Recuerdas ese tren personalizado que querías y que tu padre no quiere comprarte?
 
—¿Sí? —He conseguido despertar su interés.
 
—Te lo compraré.
 
—¿Me estás sobornando para que hable con ella?
 
—Pues claro.
 
El niño me mira de reojo.
 
—¿Cuándo me lo comprarás?
 
—Si consigues que baile contigo, te lo compraré la semana que viene.
 
—No —negocia—. Si tengo que bailar, lo quiero mañana.
 
—Vale.
Joder, esto se le da demasiado bien. Mira hacia la mesa de Santana y después otra vez a mí.
 
—Hecho —dice mientras se levanta.
 
Vaya, después de todo, no ha sido tan difícil. Observo cómo se acerca hasta ella. La sonrisa que Santana le dedica, incluso desde dos mesas de distancia, me deja al instante sin aire en los pulmones. Le doy al niño unos treinta segundos antes de levantarme y acercarme a la mesa. Hago como que no veo al tipo sentado a su lado y me deleito en el modo en que el rostro de Santana se ilumina al verme junto a Smith.
 
—Aquí estás.
Apoyo las manos en los hombros del crío.
 
—¿Quieres bailar conmigo, Santana? —pregunta entonces mi hermanito.
 
Ella está sorprendida. Se ruboriza con timidez, pero la conozco y sé que no lo rechazará.
 
—Por supuesto.
Le sonríe al crío y como se llame se pone de pie y la ayuda a levantarse, el cabrón considerado de mierda.
 
Observo cómo Santana sigue a Smith hasta la pista de baile, y doy gracias por el amor de Ryder y su nueva esposa por las canciones lentas y cursis que están sonando. Smith lo está pasando fatal, y Santana parece nerviosa cuando empiezan a bailar.
 
—¿Qué tal te va?
Me pregunta el médico mientras ambos miramos a la misma mujer.
 
—Bien, ¿y a ti?
Debería ser amable con el tipo; está saliendo con la mujer a la que amaré toda mi vida.
 
—Bien, estoy en segundo año de Medicina.
 
—Y ¿cuántos te quedan? ¿Sólo diez más? —me río; soy lo más amable posible con un tipo que sé que está enamorado de Santana.
 
A continuación, me dirijo hacia Santana y Smith. Ella me ve primero y se queda inmóvil cuando nuestras miradas se encuentran.
 
—¿Puedo?
Pregunto, tirando de la espalda de la camisa de Smith antes de que alguno de los dos pueda negarse.
 
Dirijo las manos inmediatamente a su cintura y las apoyo en sus caderas. Tanto ella como yo nos quedamos heladas al sentir cómo mis dedos la tocan. Ha pasado mucho tiempo, demasiado, desde la última vez que la tuve entre mis brazos. Vino a Chicago hace unos meses para la boda de su amiga, pero no me invitó a que fuera su acompañante.
 
Fue sola, aunque quedamos después para cenar. Fue agradable; ella se tomó una copa de vino y ambas compartimos un helado inmenso cubierto de chocolate y muchísimo caramelo líquido. Luego me pidió que la acompañara a su hotel a tomar otra copa
 —vino para ella, soda para mí—, y ambas nos quedamos dormidas después de que le hiciese el amor en el suelo de su habitación.
 
—Quería librarte de bailar con él, es un poco bajito. Un terrible compañero de baile —digo por fin cuando consigo salir de mi absorción.
 
—Me ha dicho que lo has sobornado.
Me sonríe y sacude la cabeza.
 
—Pequeño granuja...
Fulmino con la mirada al traidor mientras él se sienta de nuevo a una mesa, otra vez solo.
 
—Os habéis hecho muy amigos, incluso desde la última vez que os vi —dice Santana con admiración, y no puedo evitar ponerme colorada como un tomate.
 
—Sí, supongo que sí.
Me encojo de hombros. Me aprieta los hombros con los dedos, y yo suspiro. Suspiro literalmente, y sé que me habrá oído.
 
—Estás bastante bien.
 
Mira mi boca. Decidí volver a ponerme el piercing unos días después de verla en Chicago.
 
—¿«Bastante bien»? No sé si eso es algo positivo.
La acerco más a mí y ella me lo permite.
 
—Muy bien, muy guapa. Muy buena.
 
Las últimas palabras escapan de sus labios carnosos por accidente. Lo sé por el modo en que sus ojos se abren como platos y luego se muerde el labio inferior.
 
—Tú eres la mujer más sexi de toda la sala; siempre lo has sido.
 
Agacha la cabeza intentando ocultar su rostro entre los largos rizos oscuros.
 
—No te escondas de mí —digo en voz baja.
 
Me invade la nostalgia al pronunciar esas palabras tan familiares, y sé por su expresión que ella siente exactamente lo mismo que yo.
Se apresura a cambiar de tema.
 
—¿Cuándo se publica tu siguiente libro?
 
—El mes que viene. ¿Lo has leído? Te envié una de las primeras copias.
 
—Sí, lo he leído.
Aprovecho la ocasión para estrecharla contra mi pecho.
 
—. Los he leído todos, ¿recuerdas?
 
—Y ¿qué opinas?
 
La canción termina y comienza otra. Una voz femenina inunda la sala, y nos quedamos mirándonos a los ojos.
 
—Vaya
Dice Santana riéndose suavemente.
 
—. ¿Cómo no iban a poner esta canción?
Le aparto un mechón rebelde de los ojos y ella traga saliva y parpadea despacio.
 
—Brittany, me alegro tanto por ti... Eres una autora increíble, una gran activista de la superación a la adicción al alcohol. Vi la entrevista que hiciste para The Times sobre el maltrato infantil.
 
Sus ojos se inundan, y estoy convencida de que, como derrame esas lágrimas, perderé completamente la compostura.
 
—No es para tanto.
 
Digo quitándole importancia. Me encanta que se sienta orgullosa de mí, pero me siento culpable por lo que le causó a ella.
 
—. No esperaba nada de esto, y lo sabes. No pretendía avergonzarte públicamente escribiendo ese libro.
 
Le he dicho esto una infinidad de veces, y siempre tiene la misma respuesta positiva que darme.
 
—No te preocupes. —Me sonríe—. No fue para tanto, y has ayudado a mucha gente; a muchas personas les encantan tus libros, yo incluida.
 
Santana se ruboriza, y yo también.
 
—Ésta debería ser nuestra boda.
 
Las palabras salen solas de mi boca. Sus pies dejan de moverse, y parte del brillo desaparece de su hermosa piel.
 
—Brittany.
Me fulmina con la mirada.
 
—Santana.
 La provoco. No estoy de broma, y ella lo sabe.
 
—Creía que esa última página te haría cambiar de idea. En serio que lo pensaba.
 
—¿Podéis prestarme atención, por favor? —dice entonces la hermana de la novia a través del micrófono.
 
Esa mujer es irritante de cojones. Está en el escenario, en el centro de la sala, pero apenas puedo verla por encima de la mesa que tiene delante de lo bajita que es.
 
—Tengo que prepararme para mi discurso —refunfuño, y me paso la mano por el pelo.
 
—¿Vas a dar un discurso?
 
Santana me sigue hasta la mesa que me han asignado para el banquete. Debe de haberse olvidado del médico, y he de decir que no me importa lo más mínimo. De hecho, me encanta que así sea.
 
—Sí —asiento—. Soy la dama de honor o sea el padrino en versión femenina, ¿recuerdas?
 
—Lo sé.
 
Me da un empujoncito en el hombro y yo la agarro de la muñeca. Pienso en llevármela a la boca y plantarle un beso allí, pero me detengo sorprendida al ver un pequeño círculo negro tatuado en ella.
 
—¿Qué coño es esto?
Acerco su muñeca más a mi cara.
 
—Perdí una apuesta el día en que cumplí veintiún años.
Se ríe.
 
—¿En serio te has tatuado una cara sonriente? Pero ¿qué coño...?
 
No puedo evitar echarme a reír. La minúscula cara sonriente es tan ridícula y está tan mal hecha que resulta graciosa. Sin embargo, me habría gustado estar ahí para ver cómo se lo hacía, y por su cumpleaños.
 
—Por supuesto
Asiente con orgullo y se pasa el dedo índice por la tinta.
 
—¿Tienes algún otro?
Espero que no.
 
—Ni hablar. Sólo éste.
 
—¡Brittany!
La mujer bajita me llama y yo cumplo mi deseo de besar la muñeca de Santana. Ella la aparta, no disgustada, sino sorprendida, espero, y a continuación me dirijo al escenario.
 
Ryder y su mujer están sentados a la mesa principal. Él rodea su espalda con el brazo, y las manos de ella descansan sobre una de las de él. Ay, los recién casados. Estoy deseando verlos dispuestos a arrancarse la cabeza el uno a la otra dentro de un año. Aunque puede que ellos sean diferentes.
 
Acepto el micrófono que me entrega la malhumorada mujer y me aclaro la garganta.
 
—Hola.
Mi voz suena rara de cojones, y la expresión de Ryder me indica que va a disfrutar de lo lindo con esto.
 
—. Normalmente no me gusta nada hablar delante de mucha gente. Joder, ni siquiera me gusta estar rodeado de gente, así que seré breve —prometo al salón lleno de invitados—. De todos modos, la mayoría de vosotros seguramente estaréis borrachos o mortalmente aburridos, así que sentíos libres de no hacerme ni caso.
 
—Ve al grano.
La novia se ríe y levanta su copa de champán.
Ryder asiente y yo les saco el dedo a ambos delante de todo el mundo. Santana, en la primera fila, se ríe y se tapa la boca.
 
—Veréis, he escrito esto porque no quería olvidarme de lo que tenía que decir —prosigo. Me saco una servilleta arrugada del bolsillo y la despliego—. El día que conocí a Ryder, lo odié al instante.
 
Todo el mundo se ríe como si estuviera de broma, pero no lo estoy. Lo odiaba, pero sólo porque me odiaba a mí misma.
 
—. Él tenía todo lo que yo deseaba en la vida: una familia, una novia, un plan de futuro... —Cuando miro a Ryder, veo que sonríe y tiene las mejillas ligeramente sonrojadas. Culparé de eso al champán—. Pero, en fin, con el paso de los años lo he ido conociendo mejor, nos hemos hecho amigos, incluso somos familia, y él me ha enseñado mucho sobre lo que significa ser una persona, especialmente en los últimos dos años, con las dificultades que estos dos han tenido que superar.
 
Sonrío a Ryder y a su esposa. No quiero ponerme demasiado deprimente.
 
»Enseguida termino con esta mierda. Básicamente lo que quería decir es: gracias, Ryder, por ser un hombre honesto y por darme por saco cuando necesitaba que lo hicieras. De un modo extraño, eres mi ejemplo a seguir, y quiero que sepas que mereces ser feliz y estar casado con el amor de tu vida, por muy rápido que lo hayáis montado todo.
 
La gente se ríe de nuevo.
 
—Una no sabe lo afortunada que es de poder pasar la vida con la otra mitad de su alma hasta que se ve obligada a pasar la vida sin ella.
 
Bajo el micrófono y lo dejo sobre la mesa justo cuando veo un reflejo dorado abriéndose paso rápidamente entre la multitud, y me apresuro a abandonar el escenario para seguir a mi chica mientras los demás brindan por mi discurso.
 
Cuando por fin alcanzo a Santana, está empujando la puerta del cuarto de baño de mujeres. Entra en él y ni siquiera me molesto en mirar a mi alrededor antes de seguirla. Cuando llego hasta ella, está inclinada sobre el mueble de baño, con las palmas apoyadas a ambos lados del lavabo de mármol. Levanta la vista hacia el espejo, con los ojos rojos y las mejillas cubiertas de lágrimas, y se
vuelve para mirarme al ver que la he seguido.
 
—No tienes ningún derecho a hablar de nosotras así. De nuestras almas.
Termina la frase con un sollozo.
 
—¿Por qué no?
 
—Porque...
No parece encontrar ninguna buena respuesta.
 
—¿Porque sabes que tengo razón? —la espoleo.
 
—Porque no puedes decir esas cosas en público así como así. No paras de hacerlo en tus entrevistas también.
Pone los brazos en jarras.
 
—He estado intentando captar tu atención.
Replico aproximándome a ella. Sus aletas nasales ondean y, por un momento, creo que va a dar una patada en el suelo.
 
—Me sacas de quicio.
Su voz se suaviza, y no puedo pasar por alto el modo en que me está mirando en este momento.
 
—Claro, claro.
Alargo los brazos hacia ella.
 
—. Ven aquí —le suplico.
 
Ella obedece. Viene directa a mí, y la abrazo. Tenerla en mis brazos así me satisface más que cualquier sesión de sexo que pudiéramos mantener. El simple hecho de tenerla de este modo, todavía unida a mí de una forma que sólo nosotras dos entendemos, me convierte en la cabrona más feliz del mundo.
 
—Te he echado mucho de menos —digo contra su pelo.
 
Sus manos ascienden hasta mis hombros. Me despoja de mi pesada chaqueta y deja caer la costosa prenda al suelo.
 
—¿Estás segura?
Sostengo su precioso rostro entre mis manos.
 
—Contigo siempre estoy segura.
 
Noto su vulnerabilidad y el dulce alivio que siente al pegar la boca a la mía. Siento sus labios temblorosos y su respiración lenta y profunda. Demasiado pronto, me aparto y sus manos abandonan mi cinturón.
 
—Sólo voy a bloquear la puerta.
 
Doy gracias por el hecho de que siempre haya sillas en los lugares en los que nos reunimos las mujeres, y coloco dos de ellas contra la puerta para que nadie entre.
 
—¿En serio vamos a hacer esto? —pregunta Santana, y yo me agacho para subirle el vestido largo hasta la cintura.
 
—¿Te sorprende? —me río mientras le doy otro beso.
 
Su boca me sabe a hogar, y llevo demasiado tiempo alejado de él y viviendo sola en Chicago. Tan sólo se me han concedido pequeñas dosis de ella durante los últimos años.
 
—No —responde.
 
Sus dedos se apresuran a bajarme la cremallera de los pantalones, y sofoco un grito cuando me agarra la polla el coño por encima de las bragas. Ha pasado mucho tiempo, demasiado.
 
—¿Cuándo fue la última vez que...?
 
—Contigo en Chicago —contesto—. ¿Y tú?
 
—Yo igual.
 
Me aparto, la miro a los ojos y sólo veo la verdad.
 
—¿En serio? —pregunto, aunque puedo leer en su rostro como si fuese un libro abierto.
 
—Sí, no hay nadie más. Sólo tú.
 
Me baja las bragas y yo la levanto, la siento sobre la superficie de mármol y le separo los muslos con las dos manos.
 
—Joder.
Me muerdo la lengua al ver que no lleva bragas. Ella agacha la cabeza aturdida.
 
—Es que se me marcaban en el vestido.
 
—Vas a acabar conmigo, mujer.
 
Estoy excitada como nunca antes y es peor cuando me acaricia. Sus pequeñas manos ascienden y descienden por mi.
 
—Tenemos que darnos prisa —gimotea desesperada y empapada cuando deslizo el dedo por su clítoris.
 
Jadea e inclina la cabeza hacia atrás, contra el espejo, y separa las piernas más todavía.
 
Al ver que no responde, le meto un dedo y acaricio su lengua con la mía. Cada beso sostiene una confesión: «Te quiero» (intento demostrárselo); «Te necesito» (le chupo el labio inferior); «No puedo volver a perderte» (Le meto dos dedos y gimo con ella mientras la penetro).
 
—Estás muy prieta —jadeo.
 
Voy a hacer el ridículo corriéndome en cuestión de segundos, pero no se trata de satisfacerme sexualmente a mí, sino de  demostrarnos a ambas que somos algo inevitable. Somos una fuerza imbatible, por mucho que lo intentemos o que lo intenten los demás. Nuestro sitio está junto a la otra, y ésa es la pura verdad.
 
—Joder.
Me clava las uñas en la espalda mientras yo entro en su calidez y vuelvo a penetrarla, esta vez hasta el fondo.


Santana me envuelve y su cuerpo se amolda a mí como siempre ha hecho.
 
—Brittany —gime contra mi cuello.
 
Siento sus dientes contra mi piel y un orgasmo asciende entonces por mi columna vertebral. Deslizo mi otra  mano hasta su espalda, la atraigo más cerca de mí y la elevo ligeramente para alcanzar un ángulo más profundo en su interior, luego la uso  para masajear sus generosas tetas. Se desbordan de su vestido, y yo succiono su piel y tiro de sus duros pezones con los labios, jadeando y gimiendo su nombre mientras me corro junto a su coño.
 
Ella pronuncia el mío en rápidos jadeos cuando acaricio su clítoris mientras la penetro. El sonido de sus muslos al impactar contra mí y el lavabo de mármol me pone tan cachonda que se me despierta mi hambre por ella y estoy lista para otro orgasmo. Ha pasado tanto tiempo, y ella se acopla tan bien a mí... Su cuerpo reclama el mío, y me posee por completo.
 
—Te quiero
Dice mientras se corre con los dientes apretados, y se pierde conmigo, permitiéndome encontrarla.
 
El orgasmo de Santana parece interminable, y, joder, me encanta. Su cuerpo se queda inerte, inclinado hacia mí, y apoya la cabeza sobre mi pecho mientras recupera el aliento.
 
—He oído eso, ¿sabes? —Beso su frente húmeda de sudor y ella esboza una sonrisa delirante.
 
—Somos un desastre —susurra, y levanta la cabeza para mirarme a los ojos.
 
—Un desastre perfectamente caótico e innegable.
 
—No vayas de superescritora conmigo —bromea sin aliento.
 
—No te alejes de mí. Sé que tú también me has echado de menos.
 
—Sí...
Me rodea la cintura con los brazos y yo le aparto el pelo de la frente. Me siento feliz. Estoy que no quepo en mí de gozo de ver que está aquí conmigo, después de todo este tiempo, en mis brazos, sonriendo, bromeando y riendo, y no pienso arruinar este momento. He aprendido a las malas que la vida no tiene por qué ser una batalla. A veces simplemente naces con una mala estrella, y otras veces la vas cagando por el camino, pero siempre hay esperanza.
 
Siempre hay otro día después, siempre hay un modo de compensar las mierdas que has hecho y de recompensar a la gente a la que has herido, y siempre hay alguien que te quiere, incluso cuando te sientes completamente sola y estás flotando a la deriva, esperando la siguiente decepción. Siempre hay algo mejor que está por venir.
 
Cuesta verlo, pero está ahí. Santana estaba ahí, bajo mis idioteces y mi odio hacia mí misma. Santana estaba ahí bajo mi adicción, Santana estaba ahí bajo mi autocompasión y mis malas decisiones.
Estaba ahí cuando salí de todo ello con mucho esfuerzo; me cogió de la mano durante todo el puto camino, e incluso después de dejarme seguía estando ahí, ayudándome a superarlo.
 
Nunca perdí la esperanza porque Santana es mi esperanza. Siempre lo ha sido y siempre lo será.
 
—¿Te quedas conmigo esta noche? Podemos irnos ya. Por favor, quédate conmigo —le ruego.
 
Ella se incorpora y se recoloca el pecho en su vestido mientras me mira. Se le ha corrido el maquillaje y tiene las mejillas coloradas.
 
—¿Puedo decir algo? —repone.
 
—¿Desde cuándo tienes que preguntar?
Toco la punta de su nariz con la yema de mi dedo índice.
 
—Cierto.
Sonríe
 
—. Odio que no te esforzaras más.
 
—Lo hice, pero...
 
Levanta un dedo para hacerme callar.
 
—Odio que no te esforzaras más, pero es injusto por mi parte incluso que lo diga, porque ambas sabemos que yo me alejé de ti. Seguí presionando y presionando, esperando demasiado de ti. Estaba enfadada por lo del libro y por toda esa atención que no quería, y dejé que eso dominara mi mente. Sentía que no podía perdonarte por lo que pudieran llegar a opinar los demás, pero ahora estoy furiosa conmigo misma por haber escuchado siquiera sus opiniones. Me da igual lo que la gente diga de nosotras, o de mí. Sólo me importa lo que opinen las personas que quiero, y ellos me quieren y me apoyan. Lo único que quería decir es que siento haber escuchado las voces que no tenían lugar en mi cabeza.
 
Me coloco delante del lavabo, callada. Santana sigue sentada delante de mí. No me esperaba esto. No esperaba este giro radical. He venido a esta boda confiada en que al menos me regalara una
sonrisa.
 
—No sé qué decir.
 
—¿Que me perdonas? —susurra nerviosa.
 
—Por supuesto que te perdono.
Me río de ella. ¿Está loca? Por supuesto que la perdono.
 
—.¿Me perdonas tú a mí? ¿Por todo? ¿O por casi todo?
 
—Sí —asiente, y me coge de la mano.
 
—La verdad es que no sé qué decir.
Me paso la mano por el pelo.
 
—¿Qué tal si me dices que aún quieres casarte conmigo?
 
Tiene los ojos abiertos como platos, y los míos parecen estar a punto de salirse de las órbitas.
 
—¿Qué?
Se sonroja.
 
—Ya me has oído.
 
—¿Que me case contigo? ¡Si me odiabas hace tan sólo diez minutos!
 
Esta mujer me va a matar.
 
—En realidad, hace diez minutos estábamos haciéndolo sobre este mismo lavabo.
 
—¿Lo dices en serio? ¿Quieres casarte conmigo?
 
No puedo creer que me esté diciendo esto.
Es imposible que lo esté diciendo.
 
—. ¿Has estado bebiendo?
Intento recordar si he notado el sabor del alcohol en su lengua.
 
—No. Me he tomado una copa de champán hace más de una hora. No estoy borracha. Sólo estoy cansada de luchar contra esto. Somos algo inevitable, ¿recuerdas?
 
Se mofa, usando un horrible acento británico. La beso en la boca para silenciarla.
 
—Somos la pareja menos romántica del universo; lo sabes, ¿no?
 
Acaricio sus suaves labios con la lengua.
 
—«El romanticismo está sobrevalorado, ahora lo que se lleva es el realismo» —dice citando una frase que había leído en mi última novela.
 
La amo. Joder, amo a esta mujer con todas mis fuerzas.
 
—¿De verdad te casarás conmigo?
 
—Ni hoy ni nada de eso, pero sí, claro, lo pensaré —dice. Baja del mueble del lavabo y se arregla el vestido.
 
—Sé que lo harás.
Sonrío.
 
Me arreglo a mi vez el esmoquin e intento entender lo que acaba de suceder en estos aseos. Santana está, en cierto modo, accediendo a casarse conmigo. «¡Joder!» Se encoge de hombros juguetona.
 
—En Las Vegas —digo—. Vayámonos a Las Vegas ahora mismo. Rebusco en un bolsillo y saco mis llaves.
 
—Ni hablar; no pienso casarme en Las Vegas. Estás completamente loca.
 
—Ambas lo estamos; venga, ¿qué más da?
 
—Ni hablar, Brittany.
 
—¿Por qué no? —suplico, y atrapo su rostro entre las palmas de mis manos.
 
—Las Vegas está a quince horas en coche.
Me mira y después mira su propio reflejo en el espejo.
 
—Y ¿no te parece tiempo suficiente como para pensarlo?
 
Bromeo, y aparto las sillas de la puerta.
Entonces Santana me sorprende cuando ladea la cabeza y reconoce:
 

—Sí, supongo que sí lo es.
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El mundo de Brittany

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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 16, 2016 9:01 am

EPÍLOGO
Brittany

 
El trayecto a Las Vegas fue toda una aventura. Las primeras dos horas las pasamos imaginándonos la boda perfecta al estilo de esa ciudad. Santana estuvo retorciéndose las puntas de su pelo rizado, mirándome con las mejillas sonrosadas y una sonrisa de felicidad que hacía mucho que no veía.
 
—Me pregunto si de verdad será fácil casarse en Las Vegas así, de improviso. Como Rachel y Ross, de «Friends».
Se preguntaba sin dejar de mirar la pantalla de su móvil.
 
—Lo estás mirando en Google, ¿no?
Inquirí. Le puse la mano en el regazo y bajé la ventanilla del coche de alquiler.
 
En algún punto a las afueras de Boise, Idaho, paramos a repostar y a comprar algo de comer. Santana estaba durmiéndose, tenía la cabeza echada hacia adelante y se le cerraban los párpados. Paré el motor en el área de servicio llena de camiones y la sacudí con suavidad de un hombro para despertarla.
 
—¿Ya estamos en Las Vegas? —preguntó medio en broma, sabiendo que apenas si habíamos recorrido la mitad del camino.
 
Salimos del coche y la seguí al baño. Siempre me han gustado este tipo de gasolineras. Están bien iluminadas y tienen buenos  aparcamientos. Es difícil que a uno lo asesinen o algo peor.
Cuando salí del baño, Santana estaba de pie en uno de los pasillos de bollería y aperitivos, con los brazos llenos de comida basura: bolsas de patatas fritas, chocolatinas y tantas bebidas energéticas que parecía que se le iban a caer. Me quedé atrás un momento, contemplando a la mujer que tenía delante. La mujer que iba a
convertirse en mi esposa dentro de unas pocas horas. Mi esposa.
 
Después de todo por lo que habíamos pasado, después de lo mucho que habíamos peleado por un matrimonio que, para ser sinceras, ninguna de las dos creía posible, estábamos de camino a Las Vegas para hacerlo legal en una pequeña capilla. A los veintitrés años, iba a convertirme en la esposa de alguien, en la esposa de Santana, y no era capaz de imaginar nada que pudiera hacerme más feliz. A pesar de que era una cabróna, iba a tener un final feliz con ella. Me sonreiría, con los ojos llenos de lágrimas, y yo haría algún comentario mordaz sobre el doble de Elvis que iba a oficiar la ceremonia.
 
—Mira todo esto, Brittany.
Santana señaló con un codo la montaña de chucherías.
Llevaba puestos esos pantalones, sí, justo ésos. Esos pantalones de hacer yoga y una sudadera con cremallera de la NYU; eso era lo que iba a llevar puesto el día de su boda. Aunque tenía pensado cambiarse cuando llegáramos al hotel, no iba a llevar un vestido de novia como el que yo siempre había imaginado.
 
—¿No te importa no tener vestido de novia? —le pregunté de sopetón.
 
Abrió los ojos sorprendida, sonrió y negó con la cabeza.
 
—¿Y eso a qué viene?
 
—Curiosidad. Estaba pensando que no vas a tener la boda con la que sueñan todas las mujeres. No habrá flores ni nada.
 
Me dio una bolsa de palomitas dulces naranja chillón. Un viejo pasó entonces junto a nosotras y le sonrió a Santana. Sus ojos se encontraron con los míos y apartó la vista rápidamente.
 
—¿Flores? ¿En serio? —me preguntó ella poniendo los ojos en blanco mientras echaba a andar, ignorándome al ver que yo también los ponía.
 
La seguí y estuve a punto de tropezar con un niño de paso vacilante con unas deportivas con luces que iba de la mano de su madre.
 
—¿Qué hay de Ryder? ¿Y de tu madre y David? —insistí—. ¿No quieres que estén presentes?
 
Se volvió hacia mí y pude ver que Santana pensaba que sería diferente. Durante el trayecto, nos cegaba tanto la emoción de haber decidido casarnos en Las Vegas que las dos nos olvidamos de la realidad.
 
—Ay...
suspiró y se me quedó mirando fijamente mientras me acercaba.


Al llegar a la caja registradora supe lo que estaba pensando: Ryder y su madre tenían que estar presentes en su boda. Eran  imprescindibles. Y Karen, a Karen se le partiría el corazón si se quedara sin ver cómo Santana se convertía en mi mujer.
 
Pagamos la comida basura y la cafeína. Bueno, de hecho, ella insistió en pagar y yo la dejé.
 
—¿Todavía quieres hacerlo?
Dime la verdad, nena. Podemos esperar
 
Le aseguré mientras me abrochaba el cinturón de seguridad.


Abrió la bolsa de palomitas de maíz naranja chillón y se echó una a la boca.
 
—Sí, quiero —insistió.
 
Pero no me parecía bien. Sabía que deseaba casarse conmigo y sabía que yo deseaba pasar el resto de mi vida con ella, pero no quería que empezara así. Quería que nuestras familias estuvieran allí. Quería que mi hermano y la pequeña Abby formaran parte de ese momento, que caminaran hacia el altar lanzando flores y arroz y haciendo todas las chorradas que la gente les hace hacer a los más pequeños en las bodas. Vi el modo en que se le iluminaba la cara mientras me contaba orgullosa cómo ayudó a organizar la boda de Ryder.
 
Quería que todo fuera perfecto para mi Santana, así que cuando, media hora después, se quedó dormida, di media vuelta y deshice el camino hacia la casa de Ken. Cuando se despertó, sorprendida pero sin poner el grito en el cielo, se desabrochó el cinturón, se encaramó en mi regazo y me besó mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas.
 
—Dios, cuánto te quiero, Brittany.
Me dijo pegada a mi cuello. Permanecimos una hora en el coche, con ella sentada en mi regazo. Cuando le dije que quería que Smith tirara arroz en nuestra boda, se echó a reír y comentó que seguramente lo haría con mucha precisión, grano a grano.
 

Dos años después
Santana

 
El día de mi graduación estaba muy orgullosa de mí misma. Estaba feliz con todos los aspectos de mi vida, salvo que ya no quería trabajar en el sector editorial. Sí, Santana López, la que tenía planificado hasta el más mínimo detalle de su futuro, había cambiado de opinión a mitad de carrera.
 
Todo empezó cuando la prometida de Ryder se negó a pagarle a un organizador de bodas.
 
Estaba empeñada en no contratar uno, a pesar de que no sabía ni por dónde empezar. Ryder la ayudó, fue el novio perfecto. Se quedaba hasta las tantas mirando revistas, faltaba a clase para
probar diez tipos distintos de tarta dos veces. Me encantó la sensación de estar al mando de un día que es tan importante para tanta gente. Era mi especialidad: organizar y hacer algo para los demás.
 
Durante la ceremonia no paraba de pensar que me gustaría poder hacer algo así más a menudo, por afición, pero pasaron los meses y me encontré yendo a exposiciones sobre bodas y, casi sin darme cuenta, estaba organizando también la de Kimberly y Christian.
 
Conservé mi trabajo en Vance en Nueva York porque necesitaba el dinero. Brittany se vino a vivir conmigo y me negué a que me mantuviera mientras decidía qué iba a hacer con mi vida porque, aunque me sentía muy orgullosa de mis estudios, ya no quería trabajar en ese campo. Siempre me gustará leer, los libros ocupan un lugar muy especial en mi corazón, pero había cambiado de opinión. Así de sencillo.
 
Brittany disfrutó de lo lindo restregándomelo. Siempre había estado segura de a qué quería dedicarme. Pero con el paso de los años, a medida que iba madurando, me di cuenta de que no sabía quién era en el momento en que me había matriculado en la WCU. ¿Cómo se le puede pedir a alguien que escoja lo que quiere hacer el resto de su vida cuando apenas está empezando a vivir?
 
Ryder ya tenía trabajo esperándolo: maestro de primaria en un colegio público de Brooklyn.
 
Brittany, una autora superventas del New York Times a la tierna edad de veinticinco años, ya tenía cuatro libros publicados, y yo..., en fin, todavía estaba intentando encontrar mi camino, pero eso no me preocupaba. No sentía la prisa y el agobio de siempre. Quería tomarme mi tiempo y asegurarme de que todas mis decisiones iban a hacerme feliz. Por primera vez en mi vida, estaba anteponiendo mi felicidad a la de los demás, y era una sensación fantástica.
 
Contemplé mi imagen en el espejo. Me había preguntado muchas veces, durante los últimos cuatro años, si iba a terminar la universidad. Y, mira, ya era una graduada universitaria. Brittany me aplaudía y mi madre lloraba. Incluso se sentaron juntas.
 
Mi madre entró en el baño y se colocó a mi lado.
 
—Estoy muy orgullosa de ti, Santana —me dijo.
Llevaba un vestido de noche que no era precisamente apropiado para una ceremonia de graduación, pero quería impresionar al personal, como siempre. Llevaba el pelo  rizado y con la cantidad de laca justa, y las uñas pintadas a juego con mi toga y mi birrete. Se había pasado un poco pero estaba orgullosa de mí, y ¿quién era yo para aguarle la fiesta? Me había criado para que tuviera éxito en la vida y para que fuera todo lo que ella no había podido ser, y ahora que era adulta lo entendía.
 
—Gracias —le contesté mientras me daba su brillo de labios.
 
Lo acepté gustosa a pesar de que ni quería ni necesitaba retocarme el maquillaje. Parecía complacida de que no ofreciera resistencia.
 
—¿Brittany sigue ahí fuera? —le pregunté. El brillo de labios era demasiado oscuro y demasiado pegajoso para mi gusto, pero sonreí de todos modos.
 
—Está charlando con David.
Ella también sonreía y mi corazón se alegró un poco más. Mi madre se pasó los dedos por las puntas de sus rizos.
 
—. Lo ha invitado a esa gala en la que va a participar.
 
—Estaría bien que vinierais —repuse.
 
Brittany y mi madre ya no se llevaban tan mal como antes. Ella nunca sería su nuera favorita, pero en los últimos años había llegado a respetarla de un modo que jamás creía posible.
 
Yo también he llegado a respetar mucho a Brittany Pierce. Duele pensar en los últimos cuatro años de mi vida y recordar cómo era.
 
Yo tampoco era perfecta, pero ella se aferraba a su pasado con tanta insistencia que me destrozó por el camino. Cometió errores, errores terribles y devastadores, pero le pasaron factura. Nunca sería la mujer  más paciente, tierna y cariñosa del mundo, pero era mía.
Siempre lo ha sido.
Aun así, tuve que distanciarme de ella después de trasladarme a Nueva York con Ryder. Nos estuvimos viendo sin que fuera «nada serio», o lo menos serio que podíamos, tratándose de nosotras.
 
No me presionó para que me fuera a vivir a Chicago y yo no le supliqué que se viniera a vivir a Nueva York. No se trasladó aquí hasta un año después de la boda de Ryder, pero conseguimos hacer que funcionara a base de visitarnos siempre que podíamos. Brittany venía a verme más a mí que yo a ella. Sospechaba de sus repentinos «viajes de negocios» a la ciudad, pero siempre me alegraba mucho de verla y me entristecía cuando se marchaba.
 
Nuestro apartamento en Brooklyn no estaba mal. Aunque ella ganaba mucho dinero, estaba dispuesta a vivir en un sitio que yo pudiera permitirme. Seguí trabajando en el restaurante mientras organizaba bodas e iba a clase, y ella sólo se quejaba un poco.
 
Seguíamos sin casarnos, cosa que la volvía loca. Yo no paraba de darle vueltas al asunto sin llegar a decidirme. Sí, quería ser su esposa, pero estaba cansada de tener que ponerle etiquetas a todo. No necesitaba esa etiqueta tal y como creía necesitarla de pequeña.
 
Como si mi madre pudiera leerme el pensamiento, se acercó y me arregló el collar.
 
—¿Ya tenéis fecha?
me preguntó por tercera vez esa semana. Me encantaba que mi madre, David y su hija vinieran a visitarnos, pero me sacaba de mis
casillas su nueva obsesión: mi boda con Brittany o, más bien, que no hubiera boda a la vista.
 
—Mamá —le advertí.
 
Podía tolerar que me arreglara, incluso había dejado que esa mañana eligiera qué complementos iba a ponerme, pero no iba a aguantar que me sacara el tema de nuevo.
 
Levantó las manos en gesto de paz y sonrió.
 
—Está bien.
 
Aceptó la derrota con facilidad y supe que tramaba algo cuando me besó en la mejilla. La seguí fuera del servicio y el enfado se me pasó en cuanto vi a Brittany apoyada contra la pared. Se estaba apartando el pelo de la cara, y se recogía hacia atrás los largos mechones con una goma. Me encantaba que llevara el pelo largo. Mi madre arrugó la nariz al verla hacerse un moño y yo me eché a reír como una niña traviesa.
 
—Le estaba preguntando a Santana si ya teníais fecha para la posible boda.
Dijo mi madre mientras ella me rodeaba la cintura con el brazo y hundía la cara en mi cuello. Sentí su aliento contra mi piel mientras se reía.
 
—Eso querría saber yo también
Le dijo levantando la cabeza.
 
—. Pero ya sabes lo cabezota que es tu hija.
Mi madre asintió, y yo me sentí orgullosa y a la vez molesta porque se estaban aliando en mi contra.
 
—Lo sé. Se le ha pegado de ti —la acusó ella.
 
David le cogió entonces la mano y se la llevó a los labios.
 
—Dejadla en paz —intervino—. Acaba de graduarse, vamos a darle tiempo.
 
Le sonreí agradecida y él me guiñó un ojo y volvió a besarle la mano a mi madre. Era muy cariñoso con ella, cosa que yo apreciaba mucho.
 

Dos años después
Brittany

 
Llevábamos más de un año intentando quedarnos embarazadas. Santana era consciente de que las probabilidades estaban en nuestra contra, como siempre, pero no perdíamos la esperanza. No la perdimos con los tratamientos de fertilidad ni el calendario de ovulaciones.
 
Follábamos y follábamos y hacíamos el amor sin parar cada vez que teníamos ocasión como si fuese a funcionar de esa manera para nosotras.
 
 Santana probó los remedios más absurdos, y me hizo beber una pócima dulce y amarga que decía que le había funcionado al marido de una amiga.
 
Ryder y su mujer iban a tener un bebé dentro de tres meses e íbamos a ser los padrinos de la pequeña Addelyn Rose. Le enjugué las lágrimas a Santana mientras preparaba la fiesta prenatal para su mejor amigo y fingí que no nos daba ninguna pena mientras ayudábamos a pintar la habitación de Addy.
 
Fue una mañana normal y corriente. Acababa de hablar por teléfono con Christian. Estábamos preparando un viaje para que Smith viniera a pasar unas semanas con nosotras en verano. O ésa era la excusa, puesto que en realidad quería convencerme para que publicara otro libro con Vance. La idea me gustaba pero fingía que me daba pereza. Quería jugar un poco con él y le daba a entender que estaba esperando una oferta mejor.
 
Santana entró como un torbellino por la puerta, sudando. Tenía las mejillas sonrosadas por el aire frío de marzo y el pelo enmarañado por el viento. Volvía de su paseo habitual a casa de Ryder pero parecía alterada, incluso asustada, y se me encogió el pecho.
 
—¡Brittany! —exclamó mientras cruzaba el comedor y entraba en la cocina.
 
Tenía los ojos inyectados en sangre y el alma se me cayó al suelo.
Me puse en pie y ella levantó una mano para indicarme que esperara un momento.
—¡Mira! —me dijo rebuscando en el bolsillo de su chaqueta.
 
 Esperé impaciente, en silencio, a que abriera la mano.
Era un test de embarazo. Nos habíamos hecho demasiadas ilusiones en el último año, pero le temblaba la mano y la voz se le quebraba cada vez que intentaba hablar. Entonces lo supe.
 
—¿Sí? —Fue todo lo que pude decir.
 
—Sí —asintió con la cabeza y en voz baja, pero con seguridad.
 
La miré y me cogió la cara con las manos. Ni me di cuenta de que se me caían las lágrimas hasta que ella empezó a secármelas.
 
—¿Estás segura? —pregunté como una idiota.
 
—Sí, evidentemente. —Intentó reírse pero se echó a llorar de alegría, igual que yo.
 
La abracé y la senté en la encimera. Apoyé la cabeza en su vientre y le prometí al bebé que sería mucho mejor madre de lo que nunca  fue la mia. La mejor madre de la historia.
 
Santana se estaba arreglando para nuestra cita doble con Ryder y su mujer, y yo estaba mirando una de las muchas revistas de novias que Santana tenía por el apartamento cuando lo oí. Un sonido casi inhumano.
 
Procedía del baño del dormitorio. Me puse en pie de un salto y corrí hacia la puerta.
 
—¡Brittany! —repitió ella.
 
 Esta vez ya estaba en la puerta, y la angustia era mayor que en el grito anterior. Abrí la puerta y me la encontré sentada en el suelo, junto a la taza del váter.
 
—¡Algo va mal! —gritó sujetándose la barriga con las manos. Sus bragas estaban en el suelo, manchadas de sangre, y sentí náuseas. No podía hablar.
 
En un instante estaba a su lado en el suelo, sujetándole la cara entre las manos.
 
—Todo irá bien.
Le mentí buscando el móvil en el bolsillo. Por el tono de voz del médico al otro lado del aparato y la mirada de Santana, supe que mi peor pesadilla se había hecho realidad.
 
Llevé a mi prometida al coche en brazos y, con cada uno de sus sollozos, yo me moría un poco. Fue un viaje muy muy largo al hospital. Media hora más tarde, nos lo confirmaron. Nos dieron la noticia con delicadeza: Santana había perdido el bebé. No obstante, cada vez que veía su mirada desolada, me atravesaba un dolor insoportable.
 
—Perdóname. Lo siento mucho —lloraba escondida en mi pecho cuando la enfermera nos dejó a solas.
 
Le levanté la barbilla con la mano y la obligué a mirarme.
 
—No, nena. Tú no has hecho nada que tenga que perdonarte —le repetí una y otra vez.
 
Le aparté el pelo de la cara con ternura e hice todo lo que pude para no pensar que habíamos perdido lo que más nos importaba.
Cuando llegamos a casa esa noche, le recordé a Santana lo mucho que la quería, la madre tan fantástica que iba a ser algún día, mientras lloraba en mis brazos hasta quedarse dormida.
 
En cuanto estuve segura de que no iba a despertarla, empecé a dar vueltas por el pasillo. Abrí la puerta del cuarto para el bebé e hinqué las rodillas en el suelo. Había ocurrido demasiado pronto y no llegamos a saber el sexo de nuestro bebé, aunque yo llevaba tres meses preparando cosas para su llegada. Las tenía guardadas en bolsas y cajas y necesitaba verlas una última vez antes de tirarlas. No podía dejar que Santana las encontrara. Quería protegerla de los pequeños zapatitos amarillos que Karen nos había enviado por correo. Me desharía de todo y desmontaría la cuna antes de que ella se levantara.
 
A la mañana siguiente, Santana me despertó con un abrazo. Yo estaba en el suelo del cuarto vacío del bebé. No preguntó por los muebles que faltaban ni por el armario vacío. Se sentó en el suelo, conmigo, con la cabeza en mi hombro, y comenzó a acariciarme los tatuajes de los brazos.
 
Al cabo de diez minutos, sonó mi móvil. Leí el mensaje, no muy segura de cómo le sentaría a Santana la noticia. Alzó la vista y miró la pantalla.
 
«Ya viene Addy», leyó en voz alta. La abracé fuerte y sonrió, era una sonrisa triste, y se deshizo de mi abrazo para enderezarse.
La miré durante una eternidad, o eso me pareció a mí, y las dos pensamos lo mismo. Nos levantamos del suelo de la que iba a ser la habitación del bebé y nos plantamos una sonrisa en la cara para poder estar en un momento tan importante con nuestros mejores amigos.
 
—Algún día seremos madres.
Le prometí a mi chica mientras conducíamos hacia el hospital para darle a nuestra ahijada la bienvenida al mundo.
 

Un año después
Brittany

 
Habíamos decidido dejar de intentarlo. Era invierno, recuerdo claramente que Santana entró contoneándose en la cocina. Llevaba el pelo recogido en un moño muy elegante y un vestido de encaje rosa claro. No sabía si era el maquillaje o qué, pero noté algo distinto en ella. Estaba resplandeciente cuando se me acercó y yo aparté el taburete de la barra de desayuno para que se sentara en mi regazo. Se apoyó en mí. El pelo le olía a vainilla y a menta y yo sentía su cuerpo suave contra el mío. La besé en el cuello y suspiró con las manos relajadas en mis rodillas.
 
—Hola, nena —le susurré a flor de piel.
 
—Hola, mami —respondió.
 
Levanté una ceja. El modo en que dijo esa palabra hizo que mi coño se mojara, y sus manos ascendieron lentamente por mis muslos.
 
—¿mami? —dije con voz grave, y Santana se echó a reír nerviosa, una risa tonta fuera de lugar.
 
—No esa clase de mami. Pervertida.
Me pasó la mano por la entrepierna y le di la vuelta para poder verle la cara.
 
Estaba sonriente, con una sonrisa resplandeciente, y no era capaz de hacerla encajar con lo que me estaba diciendo.
 
—¿Lo ves?
Se metió la mano en el bolsillo del vestido y sacó algo. Un papel.
Yo no entendía nada, pero tengo fama de no pillar las cosas importantes a la primera. Lo desdobló y me lo puso en la mano.
 
—¿Qué es? —pregunté mirando el texto borroso.
 
—Estás estropeando el momento —me regañó.
 
Me eché a reír y me acerqué el papel a la cara.
«Análisis de orina positivo», decía.
—¡Mierda! —dije con un grito quedo y sujetando el papel con más fuerza.
 
—¿Mierda? —Se echó a reír, con sus ojos  cargados de emoción.
 
—. Me da miedo ilusionarme demasiado —confesó rápidamente.
Le cogí la mano con el papel arrugado entre nosotras.
 
—No tengas miedo. —Le di un beso en la frente—. No sabemos lo que va a pasar, así que vamos a ilusionarnos todo lo que nos dé la gana —dije, y volví a besarla.
 
—Necesitamos un milagro —asintió ella, intentando bromear, pero parecía muy seria.
 
Siete meses después, tuvimos un pequeño milagro llamado Emery.
 

Seis años después
Santana

 
Me encontraba sentada a la mesa de la cocina de nuestro nuevo apartamento tecleando en el ordenador. Estaba organizando tres bodas a la vez y estaba embarazada de nuestro segundo hijo. Un chico. Íbamos a llamarlo Auden. Auden iba a ser un chico grande. Tenía una barriga enorme y la piel estirada de nuevo por el embarazo. Estaba muy cansada, pero decidida a seguir trabajando. Faltaba una semana para una de las tres bodas y, si digo que estaba ocupada, me quedo corta. Mis pies se habían hinchado y Brittany me regañaba por trabajar tanto, pero sabía cuándo dejarlo estar. Había conseguido obtener al fin unos ingresos decentes y me estaba haciendo un nombre. En Nueva York no es fácil abrirse camino en el mundo de las bodas, pero yo lo había conseguido. Gracias a la ayuda de una amiga, mi negocio estaba floreciendo y tenía el buzón de voz y el correo electrónico llenos de consultas.
A una de las novias le estaba entrando el pánico. En el último momento, su madre había decidido invitar a su nuevo marido a la boda y ahora teníamos que reorganizar las mesas. Pan comido.
Se abrió la puerta principal y Emery pasó corriendo junto a mí, pasillo abajo. Ya tenía seis años.
 
Su pelo era aún más rubio que el de Brittany y lo llevaba recogido en un moño despeinado. Esa mañana la había peinado Brittany antes de ir al colegio para que yo pudiera ir al médico.
 
—¿Emery? —la llamé al oírla dar un portazo en su habitación.
 
El hecho de que Ryder trabajara en el colegio al que iban Addy y Emery me hacía la vida mucho más fácil, sobre todo cuando tenía tanta faena.
 
—¡Déjame en paz! —me gritó.
 
Me levanté y, al hacerlo, mi barriga tropezó con la encimera. Brittany salió de nuestro dormitorio con la camisa por fuera y los vaqueros negros colgándole de las caderas.
 
—¿Qué le pasa? —preguntó.
 
Me encogí de hombros. Nuestra pequeña Emery tenía el aspecto dulce de su madre pero la actitud de su mami. Era una combinación que hacía nuestras vidas muy interesantes.
 
Brittany se echó a reír suavemente al oír gritar a la niña:
 
—¡Os estoy oyendo!
Con seis años ya era un torbellino.
 
—Hablaré con ella —dijo echando a andar de nuevo hacia el dormitorio.
 
Volvió con una camiseta negra en la mano. Ver cómo se la ponía me hizo recordar a la chica que había conocido en mi primer año de universidad. Cuando llamó a la puerta del cuarto de Emery, ella refunfuñó y protestó, pero Brittany entró de todas maneras.
 
Cerró la puerta tras de sí y me acerqué y pegué la oreja.
 
—¿Qué te pasa, pequeña? —resonó la voz de ella en la habitación.
 
Emery era peleona pero adoraba a Brittany, y a mí me encantaba verlas juntas. Era una madre  muy paciente y divertida.
 
Me llevé la mano al vientre y me lo acaricié mientras le susurraba al pequeñín que llevaba dentro:
 
—Vas a quererme más a mí que a tu mami.
 
Brittany ya tenía a Emery. Auden era mío. Se lo decía a Brittany a menudo, pero ella se limitaba a reírse y a decirme que agobiaba demasiado a Emery y que por eso la prefería a ella.
 
—Addy es tonta.
Resopló mi pequeña Brittany en miniatura. Me la imaginaba dando vueltas por la habitación, apartándose el pelo rubio de la frente, igual que su mami.
 
—¿Ah, sí? ¿Y eso?
Brittany lo decía con sarcasmo, pero no creo que Emery lo pillara.
 
—Porque lo es. Ya no quiero ser su amiga.
 
—Bueno, nena, es de la familia. No tienes más remedio que quererla.
 
Seguro que Brittany estaba sonriendo, disfrutando del mundo de emociones de una niña de seis años.
 
—¿No puedo tener otra familia?
 
—No.
Soltó una carcajada y tuve que taparme la boca para que no me oyeran reírme a mí.
 
—Yo también quería otra familia cuando era más joven, pero las cosas no son así. Deberías intentar ser feliz con la familia que te ha tocado. Si tuvieras otra, tendrías una mamá y una mami distintas y...
 
—¡No!
A Emery le gustaba tan poco la idea que no la dejó ni terminar.
 
—¿Ves? —dijo Brittany—. Tienes que aprender a aceptar a Addy, aunque a veces sea una tonta, igual que mamá acepta que mami a veces sea tonta.
 
—¿Tú también eres tonta? —preguntó su pequeña vocecita.
 
No me cabía el corazón en el pecho.
«Joder, si lo es», quise decir.
 
—Joder, si lo soy —contestó por mí. Puse los ojos en blanco y tomé nota mentalmente de que debía advertirle acerca de que no dijera tacos delante de la niña. Ya no lo hacía tanto como antes, pero a veces se le escapaban.
 
Emery empezó a contarle que Addy le había dicho que ya no eran mejores amigas y Brittany, como es una gran mami, la escuchó de cabo a rabo y comentó cada frase. Para cuando terminaron, yo había vuelto a enamorarme de mi chica malcarada.
 
Estaba apoyada en la pared en el momento en que ella salió de la habitación y cerró la puerta.
Sonrió al verme.
 
—La vida en primer curso es muy dura —dijo entre risas, y la abracé por la cintura.
 
—Sabes cómo tratarla.
Me acerqué a ella todo cuanto mi barriga me lo permitía.
Me puso de lado y me besó en los labios.
 

Diez años después
Brittany

 
—¿Va en serio, mami?
Emery me lanzaba miradas asesinas desde el otro lado de la isleta de la cocina. Tamborileaba con las uñas sobre la superficie de granito y ponía los ojos en blanco, igual que su madre.
 
—Sí, muy en serio. Ya te lo he dicho: eres demasiado joven para eso.
 
Me destapé un poco el vendaje del brazo. La noche anterior me había retocado algunos de los tatuajes del brazo. Era alucinante cómo se habían estropeado con los años.
 
—Tengo diecisiete años. Es el viaje de fin de curso. ¡El año pasado, el tío Ryder dejó que Addy fuera! —gritó mi preciosa hija.
 
Tenía el pelo liso y rubio y le colgaba por los hombros. Se movía cuando hablaba. Sus ojos azules eran intensos y seguía defendiendo su causa y diciendo que soy la peor madre del mundo, blabla-bla.
 
—¡No es justo! ¡Tengo una media de sobresaliente, y dijiste...!
 
—Ya basta, cariño.
Le pasé el desayuno por encima de la isleta y se quedó mirando los huevos como si ellos también tuvieran la culpa de que yo le estuviera arruinando la vida.
 
—. Lo siento, pero no vas a ir. A menos que accedas a que te acompañe de carabina.
 
—No, de eso ni hablar.
Meneó la cabeza con decisión.
 
—. Ni lo sueñes.
 
—Entonces olvídate del viaje.
Se fue dando zancadas y a los pocos segundos Santana vino hacia mí, con Emery detrás.
«Maldita sea.»
 
—Brittany, ya lo hemos hablado. Se va de viaje. Ya se lo hemos pagado.
 
Me recordó Santana delante de nuestra hija. Sabía que era su manera de enseñarme quién mandaba. Teníamos una regla, sólo una regla en nuestra casa: nada de peleas delante de los niños. Mis hijos nunca iban a verme levantándole la voz a su madre. Nunca.
 
Lo que no significaba que Santana no me sacara de mis casillas. Era cabezota e insolente, unos rasgos encantadores que no habían hecho más que acentuarse con la edad.
 
Auden entró entonces en la cocina con la mochila a cuestas y los auriculares puestos. Estaba obsesionado con la música y el arte, y eso me encantaba.
 
—Ahí está mi hijo favorito —dije.
 
Santana y Emery resoplaron indignadas y me lanzaban miradas asesinas. Me eché a reír y Auden asintió con la cabeza, el saludo oficial de todo adolescente que se precie. ¿Qué puedo decir? Había empezado muy pronto con el sarcasmo, exactamente igual que yo.
Auden besó a su madre en la mejilla y a continuación cogió una manzana del frutero. Santana sonrió y se le dulcificó la mirada.
 
Auden era muy cariñoso, mientras que Emery a todas horas soltaba impertinencias. Él siempre se mostraba paciente y nunca decía una palabra más alta que otra, mientras que Emery era testaruda y tenía una opinión para todo. Ninguno de los dos era mejor que el otro, simplemente eran diferentes del mejor modo posible. Sorprendentemente, se llevaban muy bien.
 
Emery pasaba buena parte de su tiempo libre con su hermano pequeño, lo llevaba a los ensayos del grupo e iba a sus exposiciones.
 
—Decidido. ¡Me lo voy a pasar bomba!
Emery comenzó a dar palmas y se fue brincando hacia la puerta principal. Auden se despidió de nosotros y siguió a su hermana para ir al colegio.
 
—¿Cómo nos hemos convertido en las madres de unos hijos así? Me preguntó Santana meneando la cabeza.
 
—No tengo ni puta idea.
Me eché a reír y abrí los brazos para recibirla.
 
—. Ven aquí.
Mi chica preciosa se acercó a mí y se recostó en mis brazos.
 
—Ha sido un largo camino.
Suspiró, y le puse las manos en los hombros para darle un masaje.


Noté que se relajaba al instante. Se volvió hacia mí, con sus ojos  todavía rebosantes de amor, tras todos estos años.
 
Después de todo, lo conseguimos.
 
No sé de qué demonios están hechas las almas, pero la suya y la mía son una sola.
 
FIN
 

BRITTANA FOREVER

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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por 3:) Vie Sep 16, 2016 11:32 am

Definitivamente nada convencional la historia..
Hal fin tuvieron su final feliz tan deceado!!! Y pudieron tener dos hijos...
Si que pasaron demaciadas cosas.... y al final no es color de rosas el amlr a lo largo de una relaccion pero al final tiene el final feliz....
Gracias por una historia mas.... nos leemas en la otra!!!
3:)
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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por JVM Sáb Sep 17, 2016 12:13 am

Bueno aún tardaron en estar juntas realmente pero valió la pena.....lograron formar la familia que tanto deseaban aunque les costo trabajo y fue difícil.
Amabas lograron su felicidad tanto en el trabajo, como en su relación y con sus familias.
Y bueno sus pequeños hijos representaciones en miniatura de ellas.
Gracias por la historia, la ameee!
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Mensaje por monica.santander Sáb Sep 17, 2016 4:40 am

Después de todo lo que pasaron era lo mínimo que se merecían!!!!
Hermoso final!!!!
Saludos
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Mensaje por micky morales Lun Sep 19, 2016 5:49 pm

No lo pdo creer, al fin pude leer el final de esta historia con la que pase alegrias, rabias, tristezas, en fin..... gracias, de verdad gracias, nunca una adaptacion me stresso mas que esta, pero en el buen sentido, me encanto el final y solo espero tener la suerte de leer una proxima lo mas pronto posible. HASTA PRONTO!!!!!!
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