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FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
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FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 20
Capitulo 20
—Tina, voy a contarte algo que no debes decirle a nadie. ¿Me lo prometes? —Brittany hizo su visita habitual a la cafetería, y Tina C. Chang le preparó el pedido mientras charlaban un rato. Cuando se quedaron solas, Brittany decidió aprovechar la ocasión.
Tina la miró como si tuviese que decidir algo. Sus ojos transmitían mucha más edad de la que tenía en realidad.
—Lo prometo.
Brittany sabía que era sincera.
—Pronto voy a dejar el trabajo. Algunas de las personas que trabajan allí están haciendo cosas ilegales y engañan a mis dientas. ¿Sabías que yo estaba prometida con el director ejecutivo de la empresa? Pero rompí el compromiso hace poco, porque..., bueno, no tiene importancia. Digamos que no es un hombre honrado.
Tina asintió, dando a entender que había notado cambios en Brittany, aunque nunca lo había mencionado.
Brittany continuó:
—Quiero proteger a mis dientas. Necesito entrar en un despacho concreto cuando no haya nadie. Tu madre limpia esos pisos por la noche y tiene la tarjeta magnética para entrar. —Se fijó en el miedo que reflejaban los ojos de Tina—. A tu madre no le ocurrirá nada. Puede limpiar mientras yo trabajo en el ordenador y, luego, desaparezco. Nadie lo sabrá.
—¿No se enterarán de que el ordenador ha sido manipulado y descubrirán a qué hora?
—Sé borrar los rastros. Tu madre no se verá involucrada. Le pagaré por dejarme entrar.
—Hablaré con mi madre cuando llegue —dijo Tina, tras dudar unos instantes—. La decisión es suya. Pásate a la hora de comer. ¿Cuándo tienes que hacerlo?
—Lo antes posible. Esta noche o mañana. Seguiré el consejo de tu madre sobre la hora. —Brittany sabía que tenía que actuar rápidamente, antes de pensarlo mucho.
En aquel momento entraron varios clientes en la cafetería con aspecto de necesitar una buena dosis de cafeína. Tina limpió el mostrador.
—De acuerdo. Me informaré y te comunicaré algo a mediodía.
Brittany le dio las gracias con un gesto.
—Hasta luego.
Cruzó la calle para dirigirse al edificio de oficinas y saludó al guardia antes de entrar en el ascensor. Cuando las puertas se cerraron, se apoyó en la pared del fondo. “Mierda. El guardia. Hay que llamar al timbre para entrar de noche. Y firmar al entrar y al salir. Eso significa que no puedo marcharme. Es más complicado de lo que pensaba.” La mañana transcurrió lentamente. Brittany era un manojo de nervios, aunque procuró comportarse con normalidad. Tras hablar con San, comprendió que seguramente la estaban desvinculando del trabajo de Sam. Ya no tenía acceso a las reuniones de alto nivel y Sam apenas le hablaba, el muy cabrón. Rachel se había dado cuenta del cambio y Brittany sabía que le molestaba, pero necesitaba el trabajo. Había aceptado trabajar para otros dos asociados, además de para ella. Brittany se había centrado tanto en su otra vida que no había notado que ya no formaba parte del núcleo “duro” de la empresa. La gente la evitaba. Cuando se dio cuenta, no le importó. Mentalmente ya había abandonado la empresa. “Sólo me queda una cosa por hacer. ¿Qué hora es?” Las once y cuarto. Seguro que Tina ya había hablado con su madre. “Iré antes de la avalancha del mediodía.” Brittany decidió que, si la madre de Tina consentía en ayudarla, ya buscaría la forma de entrar y salir del edificio por su cuenta. Y, si no, el plan B. No había plan B. Entró en la cafetería cuando Tina estaba acabando de atender a una de las jaurías habituales. Brittany, que no quería mirar a Tina a los ojos, estudió unos paquetes de galletas. Se preguntaba qué le daba más miedo: que rechazase su petición o que la aceptase. “Bueno, ya está.” Tina le sonrió con expectación. “Petición aceptada.”
—¿Qué ha dicho tu madre?
—No le sorprende que esas personas no sean honradas. Te ayudará. Pero no queremos tu dinero.
Así de fácil “Dios mío, soy una espía.”
—¿Cuándo? —Tuvo que reprimir la necesidad de dar saltitos.
—Esta noche. Dice que la verás en tu piso a las dos de la madrugada. Ella limpiará la oficina mientras tú trabajas. ¿Puedes salir del edificio sin que te vean? Mamá cree que no pasarás por limpiadora. Eres demasiado blanca.
Las dos reconocieron que aquella observación racista era cierta.
—Entraré y saldré.
—Te deseo buena suerte.
De pronto Tina ya no era la adolescente ingenua con la que Brittany hablaba todas las mañanas. Sin duda, entendía los riesgos que tanto su madre como Brittany iban a correr. Al cruzar la calle, Brittany se preguntó cuánto habría tenido que soportar aquella familia tan trabajadora para llegar a Estados Unidos. Lo que ella iba a hacer no era nada en comparación. Durante la comida, Brittany fue a su apartamento y metió una muda, zapatillas deportivas y maquillaje en su bolsa de gimnasia. Añadió unas cuantas barritas energéticas y una botella de agua, además de un chándal ligero y una camiseta. “Lista.”
De regreso al trabajo, se detuvo en el establecimiento de mensajería UPS y compró un sobre y un vale de transporte. Escribió la dirección de San y su propio nombre con la dirección de Jen en el apartado de devolución, y pagó el peso del envío en efectivo, a entregar al día siguiente. Pesaba menos de medio kilo. En el último momento se le ocurrió comprar un paquete de plástico con burbujas para embalaje. Lo guardó todo en el maletín, fue a una tienda de informática y adquirió un lápiz de memoria de dieciséis gigas. “Con esto bastará.” La siguiente parada fue en el banco, para retirar tres mil dólares en efectivo. Por último, entró en una tienda y compró una tarjeta de agradecimiento. En el garaje escribió una nota: “Me haría un gran favor si aceptase esta pequeña muestra de gratitud”. Firmó con su nombre, introdujo el dinero y selló el sobre. Luego lo guardó en el maletín. “Listo.” Llegó a la oficina antes de que Rachel volviese de comer y guardó el equipo en el armario. Devolvió las llamadas de teléfono que había recibido, puso el papeleo al día para entretenerse y ató algunos cabos sueltos, antes de dejar la empresa. En ningún momento se acercó al despacho de Sam. A las cinco Rachel le dijo adiós y salió corriendo para coger el autobús. Brittany se despidió de algunas personas y se dirigió a la puerta. Estaba libre hasta las siete, pero tenía que regresar al edificio antes de que los guardias cerrasen las puertas y activasen el procedimiento de registro. Brittany fue al Bay Club, hizo ejercicio y se duchó. Revisó su plan varias veces. Después paseó por el centro y recaló en un pequeño restaurante italiano, donde tomó una cena rápida y una copa de Chianti. Se moría por pedir otra, pero se dio cuenta de que necesitaba los cinco sentidos. Antes de acercarse al edificio de oficinas, vigiló desde el otro lado de la calle si había cambiado el turno de guardia de las siete. Un guardia nocturno, alto y joven, sustituía al anciano guardia de día. Varias personas entraron en el edificio, así que se apresuró a cruzar la calle y a escabullirse entre ellas, aprovechando la actividad. Pertenecían todos a la misma empresa y trabajaban en un proyecto urgente. Se coló en el ascensor con ellos. “Adelante.” Los otros salieron del ascensor dos pisos antes del suyo. Cuando se quedó sola, decidió subir uno más y, luego, bajar por las escaleras. Al abrir la puerta de acceso a su planta, oyó un ruido metálico en el cañón de la escalera. Cuando se cerró la puerta tras ella, quedó bloqueada.
—Mierda.
Se dio cuenta de que estaba encerrada en su planta, a menos que cogiese el único ascensor que seguía funcionando y que se abría delante del guardia, quien la vería. “Muy bien. Tú lo planeaste. No hay marcha atrás. Calma.”
Recorrió la oficina en penumbra sin hacer ruido. La mayoría de la gente se había marchado, pero oyó el cliqueo de algunos teclados. Se dirigió a su despacho, abrió la puerta, entró y soltó un suspiro de alivio. Las persianas estaban abiertas para dejar pasar la luz durante el día, lo que le proporcionaba una estupenda iluminación procedente de los edificios circundantes, una ventaja del distrito financiero de la gran ciudad. Sus ojos se adaptaron poco a poco a la oscuridad del despacho. Tenía que esperar hasta las dos de la madrugada. Se sentó en el sillón, frente a la ventana, y se dedicó a contemplar a la gente que trabajaba de noche y tenía las persianas abiertas, porque había olvidado bajarlas o porque carecía de ellas. La mayoría hablaban por teléfono y trabajaban ante el ordenador. En algunas ventanas se veían personas ajetreadas, riéndose o armando barullo. Sintió un poco de envidia. Casi no recordaba días como aquéllos. Lentamente, fueron dejando el trabajo, apagaron las luces y se marcharon. Brittany miró la hora. Las ocho y media. Aún estaba a tiempo de irse sin levantar sospechas. El edificio de enfrente tenía cristales reflectantes. Aunque de noche se podía ver el interior con las luces encendidas, observó que en los ventanales se reflejaban casi todos los despachos a oscuras de su propio edificio. Calculó su piso y comprobó si los cristales reflejaban luces en él. No vio nada. Acercó el oído a la puerta y escuchó. Nada. Abrió la bolsa de deporte y se puso los pantalones de chándal, de algodón negro, y las zapatillas deportivas. Colgó el lápiz de memoria de una cadena al cuello y preparó la ropa para el día siguiente.
“¿Qué hora es? Las nueve y cuarto. Mierda. Nunca llegarán las dos de la madrugada. Tengo ganas de hacer pis.”
Tras ponerse el atuendo indetectable, abrió la puerta de su despacho con mucho cuidado. Silencio. Se deslizó por la zona principal, un laberinto de cubículos en los que trabajaba el personal de apoyo. Cuando estaba a punto de entrar en el baño, se abrió la puerta, así que se apartó como un rayo y se agachó detrás de la mampara de un cubículo.
—¡Vaya! ¿Adónde han ido todos? Creo que he estado demasiado tiempo ahí dentro. ¿Quién dijo que las náuseas del embarazo sólo aparecen por la mañana? Me voy a casa.
Brittany reconoció la voz de Jeanine Montero. Un mes antes le había contado a todo el mundo que estaba embarazada y desde entonces tenía muy mal color. Pobrecilla. Su jefe era un cretino que insistía en obligarla a acabar el trabajo todos los días, aunque pasase parte de la jornada vomitando.
Brittany permaneció inmóvil hasta que Jeanine se marchó, y la espera no hizo más que agudizar su necesidad. “Esto no está saliendo nada bien.” Por fin entró en el baño e hizo sus necesidades a la luz de una linterna de bolsillo. Antes de salir, entreabrió la puerta y escuchó un momento; luego regresó a su despacho para esperar. Se aburría dentro del despacho. A lo mejor se relajaba si se acostaba en el suelo. Intentó distraerse,
pero su mente siempre regresaba a una persona: San. El rescate frente al matón en el restaurante. Point Reyes. Sus ojos. Su nariz. Sus labios. Sus labios. El reflejo del sol en los rizos morenos, el cuerpo fuerte, el cuerpo, los labios, los ojos. Recordó cada momento, saboreó cada roce, cada sonrisa, cada beso, aunque no había muchos. Aquella mujer la estaba volviendo loca: a veces se mostraba cariñosa y otras veces, distante. “¿Surgiría en algún momento la verdadera Santana López?” Tuvo que admitir que no pretendía copiar el disco duro de Sam para finalizar su relación con San. Lo que pretendía era hacerse notar y que San reaccionase. Seguramente no era lo más inteligente por su parte. Pero, por otro lado, se creía responsable y se sentía obligada a solucionar un problema que había contribuido a crear. Le debía a sus dientas algo más que desaparecer entre las sombras. Su cabeza siguió dándole vueltas a lo mismo hasta que se adormeció. De pronto, las luces se encendieron y Brittany se incorporó, desorientada y confusa. Cuando trató de levantarse, chocó con la pierna de una persona. El miedo se apoderó de ella y retrocedió ante unos ojos almendrados que le resultaban familiares. La madre de Tina la estaba mirando. Brittany estuvo a punto de soltar una risa histérica. “Por Dios, Brittany, domínate. ¡Vaya espía estás hecha!”
Se levantó apresuradamente, irguiéndose sobre la diminuta mujer. En las clases del señor Odo había aprendido a inclinarse a la japonesa en señal de respeto. Se inclinó sin pensar y confió en que la mujer no se ofendiese, puesto que era china, no japonesa. La señora Chang la observó e inclinó la cabeza ligeramente. Luego, fue directa al grano.
—¿Dónde?
Brittany dudó un momento mientras traducía.
—¿Qué? ¡Oh! Al fondo del vestíbulo. Le enseñaré el lugar. —Brittany reparó en que todas las luces del piso estaban encendidas. “Debe de haber un interruptor general que enciende todas las luces de la planta mientras el personal de limpieza trabaja.” Comprendió, demasiado tarde, que habría sido mejor llevar vaqueros y una camiseta, en lugar del chándal negro. Se dirigieron al despacho de Sam. La señora Chang ya suponía que era aquél el lugar al que quería acceder Brittany, pues se trataba del único despacho en el que se necesitaba una tarjeta magnética especial para entrar, y no dudó en insertarla. Brittany entró. Fue directamente al ordenador y lo encendió, confiando en el descuido y la falta de habilidades tecnológicas de Sam. Brittany conocía su contraseña y estaba segura de que no la había cambiado desde su ruptura. Suspiró, aliviada, cuando consiguió acceder e insertó el lápiz de memoria en un puerto USB. Tras copiar el contenido del disco duro, registró el despacho en busca de algo más que pudiese copiar. La señora Chang había salido, pero no tardó en regresar y se dedicó a vaciar papeleras, a
limpiar el polvo y a pasar la aspiradora. Luego hizo lo mismo en el despacho de Quinn.
Mientras Brittany rebuscaba, la señora Chang limpió el despacho de Quinn. Seguramente estaba metida hasta las cejas en aquel chanchullo. El día después de que Brittany y San montasen el espectáculo del beso para la furgoneta, Sam mantuvo su arrogancia de siempre, pero Brittany sorprendió a Quinn estudiándola detalladamente. Todos los cajones de Quinn estaban cerrados con llave, así que Brittany se encogió de hombros y volvió al ordenador de Sam. Una noche que estaba borracho le había enseñado un escondite. Presumiendo de que nadie podía encontrarlo, le mostró el doble fondo de un cajón de su mesa. Brittany abrió el cajón y lo vació con cuidado. “¿Cómo lo desmontó?» Lo había hecho fácilmente, a pesar de que estaba bebido. Apretó las esquinas del tablero, deslizó un dedo por debajo y lo levantó. Un CD-ROM. «Estupendo. Copiemos esto también.” La señora Chang apareció en la puerta con gesto interrogante, y Brittany alzó dos dedos para indicarle que necesitaba un poquito más de tiempo. La mujer frunció el entrecejo, pero continuó limpiando la parte exterior del despacho. Tras copiar el disco, Brittany retiró el lápiz de memoria, lo colgó de la cadena, borró las huellas y apagó el ordenador de Sam. Lo dejó todo como lo había encontrado y echó un vistazo alrededor de la mesa antes de marcharse. De pronto, la señora Chang se presentó en la puerta y le indicó que se agachase. Brittany oyó una voz de hombre y se escondió debajo de la mesa. Quería poner el sillón delante, pero tenía miedo de que el movimiento se notase. Agradeció a los astros que a Sam no le gustasen los muebles de cristal. Le pareció como si la señora Chang y el hombre hablasen el mismo idioma, y Brittany esperó que fuese otro trabajador. Sonaba como si estuviesen discutiendo. Por fin la señora Chang dijo: “Bien, de acuerdo” y la puerta se cerró.
Brittany oyó el sonido de la cerradura y respiró. Al menos se habían ido. Se quedó donde estaba unos minutos más y, luego, salió de debajo de la mesa. Sin levantarse del suelo, acercó el oído a la puerta y oyó una conversación entre la señora Chang y el hombre, y ruidos propios de la limpieza. Se apoyó en la puerta y se sentó. Un cuarto de hora después, las luces se apagaron. “A la mierda.” Silencio. Brittany permaneció inmóvil, procurando no desmoronarse. Le preocupaba que, si la puerta estaba cerrada por fuera, al abrirla desde dentro se activase algún tipo de alarma o no pudiese hacerlo sin una tarjeta magnética. “Tal vez sea como las puertas de los hoteles, que cualquiera las puede abrir desde dentro.” Encendió la linterna y examinó la cerradura. Por desgracia, tenía la ranura para insertar la tarjeta. Brittany se dejó caer al suelo. Pensó en alguna excusa creíble para estar en el despacho de Sam, vestida con un chándal, pero no
se le ocurrió ninguna. Por su mente pasaron las ideas más horribles, hasta que casi se dio de bofetadas para calmarse. Se dijo que la señora Chang sabía muy bien que había quedado encerrada y que volvería a buscarla y se dispuso a esperar. “Paciencia. Tengo ganas de ir al baño. No pienses en eso.” Se sentó en un sillón tapizado y esperó. Una eternidad. Media hora después estaba decidida a estrangular a una joven alta y morena.
—¡Todo esto por tu culpa, San López! Si no tuvieses la capacidad emocional de un molusco, a estas alturas estaríamos juntas. Bailando la samba.
Los airados murmullos de Brittany resonaron entre las oscuras paredes del despacho. “¿Y si aquí hay micrófonos, como en mi apartamento? ¿En qué estaría pensando? ¿Cómo me he metido en este embrollo? Soy demasiado vulnerable para emprender otra relación inmediatamente después del fracaso de Sam. ¿Por qué no he actuado como una persona madura, alejándome de San y de su programa, y, por supuesto, de cualquier indicio de peligro?” Es lo que le habrían aconsejado sus padres. Pero no, se había enamorado de una mujer que, evidentemente, no se interesaba por ella. ¿Y basándose en qué? ¿En un baile? Se le encogió el corazón al pensar en aquellas cosas. San le provocaba sentimientos más intensos que Sam o que cualquier otro hombre. Aunque era hermosa e irradiaba confianza, era la San vulnerable la que tocaba la fibra íntima de Brittany, la que la encendía. Le fascinaba todo lo que San representaba. Y creía haber visto algo en aquellos preciosos ojos que correspondía a sus emociones. Tal vez fuese una mera ilusión. Pero aquello ya no tenía solución. Aquello había sido una reacción infantil que podía causarle graves problemas. A las tres de la madrugada, Brittany había barajado tantas posibilidades que tenía la cabeza a punto de estallar. Lo que no olvidaba era que se había ofrecido voluntaria por un montón de razones, todas personales. Ella sola había decidido estar allí en aquel momento. Y ella sola tendría que salir y dejar que el destino se ocupase del resto. A la luz de la luna vio un premio que Sam había recibido y que tenía encima de la mesa, para que todo el mundo lo admirase. Lo cogió y lo sostuvo en la mano. Se levantó y se acercó a la puerta con el pesado objeto. Si entraba alguien que no fuera la señora Chang, se llevaría una sorpresa. Esperó. A las cuatro y media se sobresaltó, momentáneamente desorientada. Oyó el ascensor de servicio y a alguien que salía de él con lo que parecía un carrito. Los pasos se alejaron del carrito y Brittany escuchó voces: la señora Chang y el hombre. Luego, más conversación y la voz de la señora Chang, sonora y jovial. Brittany oyó que se acercaba. Las luces se encendieron y Brittany parpadeó para adaptarse a ellas, mientras la puerta se abría. La señora Chang entró, sin dejar de hablar con el hombre que estaba en la sala exterior. Miró de arriba abajo a Brittany, que sostenía el trofeo de metacrilato sobre la cabeza en actitud de ataque, y le indicó que la siguiese sin hacer ruido. Mientras la puerta se cerraba lentamente, Brittany corrió hasta la mesa para dejar el arma, salió y se agachó junto al sofá de la sala de espera. Se fijó en que la señora Chang mostraba un
frasco de abrillantador como si fuese una valiosa posesión que acababa de recuperar. El hombre y la señora Chang se rieron, mientras se dirigían hacia el ascensor, y se fueron.
Brittany estuvo a punto de desmayarse de alivio. Fue al baño y vomitó. Tenía tal acumulación de adrenalina en el cuerpo que temblaba. Hizo sus necesidades, se lavó las manos y la cara, y se enjuagó la boca. Antes de salir del baño, limpió el lavabo con unas toallas de papel; necesitaba hacer algo para reprimir la aceleración que sentía. A las siete en punto todos los ascensores entraron en funcionamiento y las puertas de las escaleras se desbloquearon automáticamente. Una Brittany recién cambiada de ropa, aunque un poco desaliñada, fue en el ascensor hasta el segundo piso y, luego, bajó hasta el garaje por las escaleras. Metió la bolsa de deporte y el maletín en el coche. Cogió el sobre de UPS y la nota para la señora Chang, y salió por la entrada de vehículos. Era una fría mañana de otoño. Respiró el humo de todos los autobuses, pero no le importó. ¡Qué maravilla estar fuera! Se dirigió a la cafetería de Tina. Tina le preparó el café habitual, aunque en dosis doble. Seguro que tenía aspecto de necesitarlo. Brittany le dio la tarjeta con la nota para su madre y, después, se dirigió al establecimiento de UPS y depositó el sobre. A continuación, decidió tomar un buen desayuno. Se moría de hambre. Cuando volvió a la oficina, Rachel estaba en su puesto y todo parecía en orden. Ni miradas de reojo ni matones esperándola en el despacho. Se sentó ante el ordenador y escribió su carta de dimisión. Luego retiró el disco duro y lo sustituyó por uno nuevo que había comprado el día antes. Como había previsto, al final del día estaba oficialmente en el paro.
Al día siguiente a última hora, la recepcionista de San, Yasue, estaba clasificando el correo de la presidenta cuando vio una nota escrita a mano, que le pareció personal, y la puso en la bandeja de entrada de su jefa, sin abrirla. El sello de seguridad indicaba que se trataba de uno de los dos objetos que habían sido entregados esa misma mañana. El sobre, también escrito a mano, había pasado los rayos X y el examen de elementos patógenos desconocidos, y el segundo objeto estaba en proceso de análisis, así que seguramente se trataba de algún tipo de software. Llevaba un año trabajando allí y nunca había visto una nota personal dirigida a su jefa, y que, en ese caso, no había llegado en el reparto matutino. Le picaba la curiosidad. ¡Qué lástima que la doctora López se hubiese ido de fin de semana!
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
y a donde c..... se fue san de fin de semana? y justo ahora!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
ohh por dios enserio donde se fue ahora????
actulizaaaaaaaa
actulizaaaaaaaa
andre *-** - Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 07/07/2013
Edad : 28
Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
Diantres... Se va y queda en peligro Britt...
Espero todo salga bien, pero tengo una espina que me da a pensar que no ser{a as{i >.<
Espero todo salga bien, pero tengo una espina que me da a pensar que no ser{a as{i >.<
Tat-Tat******* - Mensajes : 469
Fecha de inscripción : 06/07/2013
Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
micky morales escribió:y a donde c..... se fue san de fin de semana? y justo ahora!
andre *-* escribió:ohh por dios enserio donde se fue ahora????
actulizaaaaaaaa
Tat-Tat escribió:Diantres... Se va y queda en peligro Britt...
Espero todo salga bien, pero tengo una espina que me da a pensar que no ser{a as{i >.<
Os respondo a las tres a la vez, si San se va cuando menos debe irse. El siguiente capitulo os dejará aún peor que este :P
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 21
Capitulo 21
El viernes San se marchó temprano para reunirse con Maggie y no recibió buenas noticias. Noah y compañía se movían libremente y tenían vínculos con algunas de las organizaciones terroristas más peligrosas del mundo. Para colmo, Jen estaba en París pasándolo bien con Marina, y Brittany no se había puesto en contacto con ella. No recordaba la última vez que había dormido más de dos horas seguidas. Durante el fin de
semana resistió la tentación de llamar a Brittany y procuró extraer más información del programa que la joven había instalado. El lunes no prometía nada nuevo. San llegó a la oficina antes que nadie, preparó café y encendió los ordenadores. Dos horas después, Yasue asomó la cabeza para darle los buenos días y entregarle el correo matutino. San apenas le prestó atención mientras Yasue ordenaba el correo, hasta que cogió el sobre del viernes anterior, lo puso encima de todo y se aclaró la garganta. San la miró por fin, acusando la fatiga de las semanas anteriores.
—Buenos días, Yasue. ¿En qué puedo ayudarte?
—Yo... me preguntaba si había leído ya el correo. Sé que está muy ocupada, pero tal vez algunas cosas requieran su atención. Tengo el trabajo al día y puedo ayudarla a clasificar la información.
Los ojos de San se apartaron de la pantalla del ordenador. Casi nunca se fijaba en el correo normal.
—Hay una tarjeta para usted escrita a mano.
San levantó las manos del teclado y traspasó a Yasue con la mirada.
—¿Qué?
—Una nota escrita a mano. Para usted. —Yasue se la puso delante.
—¿Para mí? Oh. —San cogió la nota. Dirigida a la doctora Santana López, sin dirección personal. Tenía que haber algo más. San le dio la vuelta y vio el número de registro. Viernes, una carta de UPS, la segunda de dos partes que contenía el sobre. Reconoció la letra femenina al leerla. Brittany.
Yasue cogió la taza de San y la dejó sobre un mueble.
—Le traeré su café con leche. ¿Algo más?
—¿Eh? Oh, no. Gracias, Yasue. —Su mirada se posó de nuevo en el sobre cuando Yasue se marchó.
San contempló la nota unos segundos antes de abrirla y, luego, la leyó: “Espero que esto sirva de algo. Con cariño, Brittany”.
—¿Qué diablos?
San llamó al departamento del correo y preguntó por el contenido del sobre. Un lápiz de memoria. Lo habían enviado a analizar, el procedimiento normal que seguía la empresa con los ordenadores que no pertenecían a su propia red, para detectar virus o gusanos. Sin excepción. A continuación, llamó a investigación y análisis. Sí, lo habían recibido; no, no lo habían examinado. No estaba previsto que lo hiciesen hasta el miércoles. Sí, inmediatamente, prioridad uno. Prioridad uno significaba que Hema Dutt, la analista jefe con autorización de máxima seguridad, se ocuparía del asunto. Leyó la nota de nuevo:
—Con cariño. —“Mierda.”
San estaba nerviosa. Llamó otra vez al departamento y dijo que quería el informe completo a mediodía en su despacho. Luego llamó a Brittany y el teléfono sonó cuatro veces antes de que hubiese respuesta.
—¿Diga? —La voz de Brittany sonaba ronca, como si estuviese durmiendo. A San le pareció maravillosa. San se aclaró la garganta.
—¿Has enviado tú ese lápiz de memoria? —Sabía que su tono era acusador, pero no pudo evitarlo.
—¿Qué...? Oh, sí, fui yo.
—¿Qué contiene?
—Buenos días, San. Estoy bien, gracias por tu interés. Aquí son las cinco de la madrugada, ¿sabes?
—Oh, vaya, buenos días. —San esperó, consumida por los nervios.
—A ver, ¿cuál es el problema? ¿O todavía no lo has abierto? —La voz, aunque velada por el sueño, transmitía una clara expectación. San se puso aún más nerviosa.
—Lo están analizando. No tendré el informe hasta dentro de unas horas. Acabo de ver la nota. ¿Qué hay en el lápiz?
—Fotos mías bailando desnuda para llamar la atención. ¿Por qué lo preguntas? —El silencio que vino a continuación resultó desolador. Brittany soltó un suspiro.
—Es una copia del disco duro de Sam y una copia de un disco que encontré en un cajón secreto, de cuya existencia no creo que Sam recuerde haberme hablado. Las hice antes de irme. Me pareció que podrían ser útiles. —La voz sonaba indiferente.
San se quedó atónita y boquiabierta. Las pocas ocasiones en que Jen y ella habían hablado, Jen no había mencionado a Brittany. Sin duda, Brittany estaba enfadada con ella, pero aquella información era nueva. San no sabía que Brittany había dejado el trabajo. El café matutino estaba a punto de perforarle el estómago.
—¿Cómo hiciste la copia? —Procuró disimular su disgusto.
—Tengo mis métodos. Pasé la noche en la oficina y una limpiadora me franqueó el acceso al despacho de Sam. Hubo cierto riesgo, pero ahora tienes la información y yo estoy aquí, así que... supongo que ha funcionado. —Había un matiz de satisfacción en la voz de Brittany.
—¿Dónde es “aquí”?
—¿A ti qué te parece? —Silencio. La voz de Brittany adoptó un tono más decidido—. Estoy en Bolinas. Acabé el fin de semana. Cuando llegué a casa el jueves, la furgoneta había desaparecido. Supongo que era un extra del trabajo del que nadie me había dicho nada. Blaine y otros chicos del rugby me ayudaron a llevar mis cosas a un guardamuebles y llegué aquí a tiempo de ayudar a Jen a hacer las maletas y llevarla al aeropuerto. Ahora sólo estamos Lord T. y yo.
San se sentía como si estuviese procesando la información bajo el agua. Había tratado mal a Brittany, y Brittany le estaba devolviendo el golpe. Aquel brusco intercambio rompió algo muy profundo en su interior y amenazaba con hacerle perder el control habitual. Se esforzó por no ponerse en evidencia, porque aquello le daba miedo. Cuando tenía miedo, se enfadaba. Tomó aliento y lo exhaló lentamente. No quería convertir la llamada en una pelea.
—Me alegro de que estés ahí. ¿Seguro que no detectaron tu presencia?
—Entré, enchufé el lápiz, copié el disco y me fui. Deposité el sobre cuando iba a tomar café después de que abriese el edificio, a las siete. Fin de la historia.
—Creo que te dije que no debías preocuparte por eso. Te has arriesgado demasiado. —San notó la aspereza de su propia voz y se dio cuenta de que era producto del miedo que la dominaba.
—Era la única que podía hacerlo sin levantar sospechas, Trabajaba allí y conocía las costumbres. ¿Por qué tengo que justificarme contigo? De nada.
La distancia entre ellas aumentó de pronto: era mayor que un continente. San trató de calmarse. Brittany le había hecho un favor, ¿no? Podían haberla descubierto, pero no había ocurrido, ¿verdad? Sin embargo, lo único que le importaba era que “podían haberla atrapado”.
—¡Que nunca, nunca, me entere de que vuelves a arriesgarte de esa forma! ¿Y si te hubiesen descubierto? ¡Te podrían haber matado! ¡Por eso quería que vivieses en casa de Jen, para que estuvieses a salvo! ¿Lo entiendes? Esas personas son peligrosas. Si te cuelas en su radar, no se lo pensarán dos veces antes de eliminarte. ¡Ha sido una estupidez!
San se quedó mirando el teléfono mudo en su mano. “Me ha colgado.” Alguien llamó a la puerta. Yasue se asomó, con gesto preocupado.
—¿Se encuentra bien, doctora López?
San aporreó el teléfono.
—Perfectamente. Era una llamada de trabajo. ¿Me traes el café con leche? —Yasue se lo dejó sobre la mesa y salió sin decir palabra.
San intentó llamar a Brittany de nuevo y le saltó el buzón de voz. En vez de dejar un mensaje, llamó al teléfono de la casa, pero también se encontró con el contestador. “Mierda. ¿Por qué siempre acabas gritando? No trabaja para ti. Demonios, si lo hiciera, no le habrías levantado la voz.”
Colgó el teléfono de golpe y trató de evadirse centrándose en el trabajo. Sonó la línea privada y la cogió, esperando que fuese Brittany, pero era Hema Dutt.
—Hola, San. ¿Cómo estás? —La amable voz de la jefa de análisis apenas penetró en la nube en la que se hallaba San.
—Bien, Hema. ¿Y tú? —su tono de voz no invitaba a conversar.
—Bien. Sólo llamaba para comentarte algunos detalles del disco que querías que analizase. Creo que el contenido es bueno, mejor que lo que hemos obtenido con nuestro programa remoto. Te sugiero que llames a la coronel Cunningham y al agente Frellen para que asistan a la reunión. Te veré a mediodía.
Después de colgar, San llamó a Yasue para que se pusiese en contacto con los otros. Intentó localizar a Brittany de nuevo, maldiciendo cuando le respondían los contestadores, y le dejó escuetos mensajes pidiéndole que la llamase. Cuando colgó, se fijó en que le temblaban las manos.
—Comida. Llevas mucho tiempo sin comer nada. No puedes pensar y le gritas a todo el mundo. Maldita sea, estás hablando sola. Necesitas azúcar. —Posó la vista en el ordenador una vez más, pero apenas vio la pantalla. No se podía hacer nada hasta que finalizase el análisis. En su mente reverberaba el silencio que se produjo cuando Brittany le colgó y una sensación de pavor le oprimía el pecho.
San se levantó, cogió el bolso y se dirigió a la puerta. Le dijo algo a Yasue sobre el desayuno y salió en busca de un lugar en el que pudiese pensar. A varias manzanas de su oficina había un restaurante al que solía ir. Cuando la dueña la reconoció, la condujo hasta el reservado que ocupaba a menudo, al fondo, y le mostró el menú. San pidió huevos, crepes y té, y miró por la ventana. Ardía en deseos de hablar con Brittany, de escuchar su voz y de disculparse. Tras desayunar, pagó, salió del restaurante y llamó a Brittany, mientras regresaba a la oficina. Los teléfonos seguían conectados al contestador, pero San le dejó varios mensajes en los que le pedía que, por favor, la llamase, pues tenía noticias importantes. “Tal vez su curiosidad sea mayor que su rabia.” ¿Por qué se habría arriesgado de aquella forma? La observación de Brittany sobre el supuesto baile desnuda hirió a San casi como un golpe físico.
—Dios mío, lo hizo para llamar mi atención. Yo estaba demasiado obsesionada con mis ideas sobre lo correcto. ¿Cómo he podido estar tan ciega? —“Y ser tan egoísta. No sabes qué hacer con tus emociones, San. Así que ignoraste lo que tenías delante y no quisiste arriesgarte, no quisiste perder el control. Te escondiste detrás de tu estúpido honor, pero te has comportado como una cobarde. Has organizado el mundo en blanco y negro, según tus propias normas. ¿Cuántas veces te ha salido el tiro por la culata, sin que tan siquiera te dieses cuenta? Pero esto es más importante porque se trata de Brittany.” La verdad que encerraban sus palabras y sus pensamientos la cegaba y se detuvo, de pronto, en medio de la acera, obligando a los transeúntes a dar un rodeo. Sacó el teléfono del bolsillo y marcó de nuevo el número de Brittany. Buzón de voz.
—¿Brittany? Soy San. Lo siento. Yo sólo... Escucha. Voy para allá. Saldré dentro de unas tres horas. Para entonces ya habré visto el análisis y decidiremos qué hacer a partir de ese momento. El informe preliminar es muy bueno, aunque eso no importa; lo esencial es que lamento haber sido tan estúpida. Hasta esta tarde. Cuídate.
A continuación llamó al piloto de la compañía de jets, le dijo que reuniese a su tripulación y que estuviese listo para despegar hacia San Francisco a las dos de la tarde.
Maggie y Jim estaban esperando a San cuando regresó a su despacho a las doce menos cuarto. Tras intercambiarse unos saludos, se acomodaron, deseosos de recibir una explicación. San los informó brevemente. Maggie se enderezó.
—¿Brittany Pierce? ¿La mujer con la que tu tía se puso en contacto? ¿Consiguió ella la copia?
San repuso:
—Sí, sí. ¿Alguna otra pregunta?
Se fijó en que Maggie y Jim intercambiaban una mirada, pues les extrañaba verla nerviosa. “¿Nerviosa? Diablos, estoy a punto de reventar.”
—San, ¿cómo obtuvo la información? —Jim procuró hablar con el mayor tacto.
—La obtuvo y la envió por su cuenta. He hablado con ella esta mañana, así que está viva. No sabré nada más hasta que Hema Dutt nos traiga el análisis. Me marcho a la costa en cuanto acabe la reunión. Si el avión no estuviera listo, iría volando. —La confusión en los rostros de sus interlocutores obligó a San a explicarse—: Yo... estuve bastante brusca cuando me enteré de que había conseguido la información ella sola. Le debo una disculpa y quiero dársela en persona. —Los miró, impertérrita.
Maggie fue la primera en decir algo.
—Sí, claro. Jim y yo pondremos las cosas en marcha desde aquí, en función del informe. ¿Te parece bien, Jim?
Jim, que estaba boquiabierto, se aclaró la garganta y respondió:
—Oh, sí, por supuesto. Pondremos las cosas en marcha. Desde luego.
Yasue llamó por el intercomunicador para decir que la doctora Dutt estaba esperando, y San se levantó y abrió la puerta. A San le facilitó las cosas que tanto Maggie como Jim adoptasen su bien ensayada conducta profesional en la reunión. No quería dar más explicaciones a nadie, excepto a Brittany. Todos centraron su atención en la jefa de análisis de la empresa. Aunque Hema Dutt, habitualmente, se mostraba seria y callada, San observó un destello en sus grandes ojos castaños cuando entró y se sentó ante la mesa en la que estaban los demás. Los saludó brevemente antes de abordar el tema.
—Parece que tenemos algo vivito y coleando. En realidad, creo que nos ha tocado la lotería. Podemos demostrar varios conflictos de intereses: manipulación de valores y fraude descarado. Evidentemente, o Sam Evans no es muy hábil con la informática o es un vago que no se molesta en borrar archivos, protegerlos o limpiarlos. Seguramente, de todo un poco.
Hema estaba eufórica por el hallazgo y su suave piel aceitunada brillaba de emoción.
—Aún hay más. Evidentemente, no confía en la gente con la que se ha aliado y escribe notas sobre las reuniones. A veces desbarra y presume de las mujeres que ha conquistado y otras veces se muestra asustado por su secretaria, una mujer que se llama Quinn y que le da órdenes. Aunque la describe en términos desagradables, me da la impresión de que nunca lo expresa en voz alta. Evans cree que ella está, y reproduzco literalmente, “jodiendo” con su superior.
San estaba cada vez más nerviosa. Maggie miraba a Hema Dutt con aire inexpresivo.
—¿Alguna identificación de la persona que manda?
Dutt consultó sus notas.
—Noah. Es la única referencia sobre una posible relación. A Evans le molesta su actitud, etc. En las notas más recientes afirma que Noah no es el último eslabón de la cadena, sino sólo un pequeño elemento de una gran organización, creada para ganar millones por medio del fraude, con el fin de apoyar, y aquí cito: “Una mierda en la que no me atrevo a pensar”. Parece preocupado. —Hema se calló.
Tras unos segundos, Jim Frellen preguntó:
—¿Qué más?
Hema respondió:
—Va a salir una oferta pública de acciones que Evans ha endosado a sus clientes. Cree que, tras inflar artificialmente el precio y venderlas antes de que estallen, los que están detrás desaparecerán. Incluso lamenta haberse mezclado con ellos. La verdad es que no me da pena. No siente remordimientos hacia las personas a las que ha engañado; sólo teme por su vida.
—Con toda la razón del mundo. Estoy segura de que le harán cargar con la culpa —comentó Maggie, sin dirigirse a nadie en concreto.
San habló por primera vez. Tenía la mandíbula tan rígida que le dolía.
—¿Algo más? ¿Alguna mención a una mujer que se llama Brittany Pierce?
—Pierce. Ah, sí. Dice que le está creando problemas con las clientas. Habla de ella en un tono despectivo, como si la pobre no se enterase de nada. —Hema rebuscó entre sus papeles—. Aquí está. Comenta que tiene que echarla de la empresa y que ella le dijo que alguien la amenazaba. —Comprobó más páginas—. Aquí. “Le dije a Quinn que la dejase tranquila y la muy puta se limitó a sonreír y a afirmar que la encontrarían cuando quisiesen.” —Hema se reclinó—. Eso es todo.
—¿Existe alguna posibilidad de que sepan que se ha copiado el disco duro? —preguntó Maggie.
—Seguramente el señor Evans no lo notará. Pero podría detectarlo un técnico con experiencia.
—Brittany está segura de que ha borrado todos los rastros —explicó San, cuyo nerviosismo se había agudizado al oír aquella comprometedora información.
Dutt preguntó, muy sorprendida:
—¿Brittany? ¿Te refieres a Brittany Pierce? ¿Fue ella la que copió la información? Creí que teníamos a uno de los nuestros dentro.
San sintió náuseas.
—Yo tampoco me esperaba esto. Llegó por correo el viernes. La señorita Pierce hizo la copia y presentó la dimisión. Se ha trasladado a una casa segura.
San no dijo que le preocupaba el comentario de Evans de que Quinn Fabray y su jefe encontrarían a Brittany cuando quisiesen. ¿Cómo? La respuesta era bastante simple. Con un experto que siguiese a Brittany o colocando un localizador en su coche sin gran dificultad. Si averiguaban a quién pertenecía la casa y sumaban dos y dos... Se obligó a permanecer sentada.
La doctora Dutt mostró alivio.
—Oh, bien, me alegro de que esté oculta, porque está muy metida en esta operación. Es un elemento que tendrían que eliminar, más aun que a Evans.
San se levantó bruscamente.
—Maggie, acompáñame al aeropuerto. Jim, ¿te encargas de los detalles y me llamas con un plan más tarde? Jim asintió y sacó su teléfono móvil.
—Claro. El primer paso es cerrar esa agencia de corretaje. Daré la orden.
—Quedamos en el aeropuerto dentro de tres cuartos de hora —dijo Maggie—. Voy a California contigo.
San apenas la escuchó. Estaba al teléfono ultimando la hora de partida y pidiendo el equipo adicional que necesitaban.
A Noah le molestó que Quinn entrase en su despacho. Nunca se veían durante el horario de trabajo. Y no le gustaba la expresión de Quinn: una mezcla de rabia y miedo.
—¿Qué haces aquí?
—Tengo algo que contarte. Hemos averiguado el nombre de la dueña de la casa en la que vive la Pierce en Bolinas. Es Jen López.
—¿López? ¿Alguna relación con Santana López?
—Aún no lo he verificado. Pero sé que en la biografía de Santana López aparece una tía. La descripción física de Santana encaja con la de la mujer que se enfrentó a Hatch. Podría ser pura coincidencia. Por lo visto, ambas son amantes.
En la mente de Noah bullía la nueva información. Sabía que allí había algo raro.
—Que el tarado de la informática revise el ordenador de la Pierce y el de Evams inmediatamente.
Los ojos de Quinn se clavaron en la ventana, detrás de Noah.
—¿Qué ocurre?
—Brittany Pierce dimitió el jueves. Se ha ido. Retiré la vigilancia el mismo día. Pero nuestro hombre comprobará su ordenador y el de Sam, y hará un informe.
Noah se levantó y se apoyó en la mesa.
—¿Se ha ido? ¿A qué te refieres? ¿Sabemos dónde está?
Quinn se relajó visiblemente.
—Se ha refugiado en Bolinas. Podemos echarle el guante si es necesario.
El teléfono móvil de Quinn sonó, y atendió la llamada, muy pálida.
—Te volveré a llamar —dijo, concluyendo la conversación.
—El ordenador de Pierce tiene un disco duro nuevo y el de Sam era un verdadero tesoro de notas comprometedoras sobre reuniones y sobre nuestros negocios. Nombres, fechas y lugares. Podrían haber hecho copia. Lo sabremos dentro de unas horas.
Noah le dio la espalda.
—Llama a Hatch. Necesitamos que se ocupe primero de Sam y, luego, de la Pierce. Dile que no la mate. La utilizaremos para llegar hasta López, que es la clave.
Se fijó en que Quinn se esforzaba por no temblar mientras marcaba el número de Hatch. Tras hacer la llamada, Quinn esperó instrucciones.
—Lárgate.
Cuando Quinn se marchó, Noah sacó del bolsillo un teléfono móvil que casi nunca usaba. No le apetecía nada llamar
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
Queeee??????
No puede ser, ahora que Britt se arriesga San se va!!!!
No puede ser, ahora que Britt se arriesga San se va!!!!
aria- - Mensajes : 1105
Fecha de inscripción : 03/12/2012
Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
:ooo este fic me encanta:c
pero como?D: no entiendo la actitud de san:c ojala que se arriesgue&
esté con britt
actualiza pronto:D
pero como?D: no entiendo la actitud de san:c ojala que se arriesgue&
esté con britt
actualiza pronto:D
ScarletteLópez*-** - Mensajes : 16
Fecha de inscripción : 06/07/2013
Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
Siguiente capitulo lleno de acción...aria escribió:Queeee??????
No puede ser, ahora que Britt se arriesga San se va!!!!
Me alegra que te esté gustando. Te dejo el proximo capitulo ;)ScarletteLópez*-* escribió::ooo este fic me encanta:c
pero como?D: no entiendo la actitud de san:c ojala que se arriesgue&
esté con britt
actualiza pronto:D
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 22
Capitulo 22
—Doctora López, coronel Cunningham, por favor, abróchense los cinturones —anunció el capitán—. Aterrizaremos en breve.
San llamó al auxiliar de vuelo y le dio indicaciones sobre la descarga del equipaje. Se había puesto un mono de cuero negro y había guardado otro equipo en un talego de lona negra. Maggie, que la había estado observando, dijo:
—Me recuerdas a un animal enjaulado: un depredador agazapado, esperando que el desventurado cuidador abra la jaula para darle de comer. Y yo soy el cuidador.
Sonó el móvil de Maggie. Esta respondió, escuchó unos segundos y dijo:
—Era Jess. Fueron a la oficina de Evans, y Quinn y él han desaparecido. Los están buscando. Clausuraron el lugar y mandaron a todo el mundo a casa. ¿Seguro que no quieres refuerzos?
—No, pero volveré a llamar. —Intentó comunicar con Brittany, sin conseguirlo. Luego se fijó en que tenía un mensaje.
Activó el buzón de voz y escuchó a Brittany: “He recibido tus mensajes. Gracias. Estoy deseando verte. Voy a dar una vuelta y después haré la cena. Tendré cuidado. Cuídate tú también”. Parecía feliz. Feliz de que San fuese a verla. San sintió una opresión en el corazón, que desapareció cuando el avión descendió. Necesitaba centrarse. Después de rodar por la pista una eternidad, el avión se detuvo y San salió en cuanto abrieron la escotilla, para supervisar la descarga de una motocicleta negra. Comprobó de nuevo el equipo que había guardado en el vehículo y el casco extra que se hallaba colocado sobre el asiento, y luego se dirigió a Maggie:
—¿Te ocuparás de coordinar esta parte con Jess?
—La llamaré enseguida. ¿Seguro que no quieres ayuda? Puedo llamar a la policía local para que vayan a esperarte.
—No. Les tengo aprecio, pero me temo que no serían más que otra fuente de preocupaciones. No puedo arriesgar más —dijo San muy seria—. Llamaré a las amigas de Jen, Susan y Lisa, si necesito ayuda. Y también está el señor Odo. Tal vez esa gente no haya encontrado a Brittany o no les interese.
Ojalá. Se puso el casco, retirando los largos rizos, le hizo una seña al guardia y empezó la gran carrera. Alzó la mano para despedirse de Maggie, cruzó la verja y desapareció en el crepúsculo.
Brittany apoyó las manos en las picudas rocas que asomaban sobre ella y se impulsó hasta el siguiente nivel.
—¿Dónde diablos estaba el sendero? Esto me pasa por no prestar atención. Oh, está allí. Tendré que aprendérmelo de memoria.
Por fin llegó a la empinada senda y se detuvo a contemplar la vista. Con los brazos en jarras, aspiró una profunda bocanada de aire marino.
—¡Yupi! —gritó con todas sus fuerzas. “Cualquiera pensaría que te vuelve loca de alegría arruinar tu perfecta vida y estar a punto de que te maten. Pues no.” Sonrió. Trepó con cuidado por el camino que subía hasta la casa y se volvió a contemplar de nuevo el mar y los reflejos anaranjados que formaba el sol del crepúsculo en el agua. Mientras las gaviotas revoloteaban a su alrededor, reanudó la marcha y su mente rememoró los acontecimientos de las horas anteriores. Lo que había empezado siendo una mañana deprimente se había convertido en una tarde llena de emociones y expectativas. “La vida da muchas vueltas, ¿verdad?”
—¡Vaya!- Tropezó y se lastimó el muslo en una roca saliente. “¡Presta atención! Al menos hasta que llegues arriba.”
Tendría que apresurarse para preparar la casa antes de que oscureciese. San llegaba por la noche. Su mensaje sonaba urgente. “Hasta que te vea, ten cuidado.” ¿Qué ocurría? Desde que Jen se había ido a París, los acontecimientos se habían precipitado. El peligro se palpaba en el aire. Sólo quería que San llegase bien; el resto lo afrontarían juntas. Pero sabía qué era lo primero que haría cuando viese a San. Bueno, tal vez lo segundo. Primero, quería perderse entre sus brazos. Y, a continuación, debía disculparse. San tenía razón: copiar el disco duro de Sam había sido un riesgo estúpido. Pero lo había conseguido y San no tardaría en reunirse con ella. Estaba emocionada. Brittany se animó en la parte final del recorrido. La ascensión era más fácil Unos metros más y estaría en el borde de la finca. Cuando descendió a la playa, le pareció un trayecto muy empinado y de gran dificultad. La familiaridad y la mejora de su forma física convertían aquella experiencia en un lejano recuerdo. Estaba anocheciendo: era uno de sus momentos favoritos del día, por el despliegue de actividad que se vivía en el jardín. Los pájaros visitaban por última vez los comederos, para llenar sus minúsculos estómagos antes de la noche, y a Brittany le encantaba verlos revolotear a su alrededor. Se detuvo en medio de la parte de atrás del jardín. Ocurría algo raro. Permaneció quieta y agudizó los sentidos, como le había enseñado el señor Odo. “Céntrate.” Todo parecía en orden. Tranquilo. Demasiado tranquilo. ¿Qué faltaba? Los pájaros. ¿Dónde estaban? La quietud envolví el jardín. Ni gorjeos ni aleteos. Silencio. A Brittany se le erizaron los pelos de la nuca. De pronto, se puso alerta. “Ten cuidado.” Las palabras de San resonaron en su mente. Recorrió el jardín con la vista, procurando no alterar la respiración para poder escuchar. Gran parte del jardín se hallaba en sombras. Se dio cuenta de que su silueta resultaba visible, porque el océano era el único lugar en el que aún había luz. Si había alguien, Brittany no quería que se notase que estaba en guardia, así que se movió hacia la izquierda, donde había unos árboles y arbustos crecidos, y fingió que recogí cosas, como si estuviese retirando las herramientas antes de que fuese de noche. En realidad, estaba buscando un arma. Temblaba de arriba abajo. “¡Domínate, Brittany! Cálmate y piensa. Puedes hacerlo.” Su cuerpo recordó la última vez que había sufrido una amenaza... y quién la había amenazado. En cuanto estuvo junto al denso follaje, se agachó Si había alguien mirando, en ese momento la perdería de vista. Se escabulló siguiendo el perímetro del jardín, casi pegada al suelo, y se dirigió hacia la casa, donde sólo estaba encendida la luz de la cocina. Las luces automáticas que se encendían en el jardín y en la casa al anochecer no funcionaban. Cuando llegó a la casa, se detuvo, para decidir qué debía hacer a continuación. Entonces la oyó una pisada detrás de ella. Quiso correr, pero alguien la sujetó por la espalda y la levantó retorciéndole brutalmente un brazo y rodeándole el cuello con una manaza, sin dejar de estrujarla. Sus pies perdieron el contacto con el suelo, pero el hombre siguió levantándola, y percibió su apestoso aliento junto al oído.
—Te dije que volveríamos a vernos, hija de puta. Esta vez voy a hacer lo que me apetezca contigo. Y no hay nadie por aquí, ninguna maldita amazona, que te salve el pellejo.
La soltó lo justo para poder arrastrarla hasta la terraza de atrás, lejos de la cocina, donde se movían varias sombras. Brittany sabía que no debía entrar en la casa, porque no saldría viva. Luchó pero sólo consiguió que el hombre la estrujase más y que le retorciese de nuevo el brazo tras la espalda. Estaba a punto de desmayarse. Entonces vio una sombra blanquinegra en la barandilla de la terraza. Lord T. Brittany se derrumbó en los brazos del hombre, convirtiéndose en un peso muerto. El tipo profirió un taco y cedió un poco; Brittany inclinó la cabeza hacia delante y, en ese momento, Lord T. saltó desde la barandilla y aterrizó sobre los hombros del individuo, gruñendo y siseando. El hombre gritó y la soltó para apartar al agresivo felino de su cara. Brittany cayó al suelo y se escabulló gateando a toda prisa. Los siseos continuaron unos segundos, hasta que oyó un pesado golpe, cuando el sujeto arrojó a Lord T. al suelo. Brittany apenas distinguió una forma que se escurrí entre la maleza y desaparecía. La joven consiguió levantarse y esconderse en las sombras, mientras el hombre maldecía y se palpaba el rostro. La puerta se abrió de golpe y salieron otros dos hombres, que se movieron entre ella y el sendero de la playa. El primer hombre gritaba algo sobre sus ojos y Brittany vio un chorro oscuro que corría por sus manos y su cara. A Brittany le dolía el brazo y el hombro. Se valió de la mano sana para sostener el brazo lastimado contra el cuerpo, se deslizó por el jardín y, al llegar junto a la casita, dudó y contempló el escenario unos segundos. Habían llevado al hombre a la casa, pero sabía que no tardarían en salir a buscarla. Dio unos pasos y tropezó con una pala de jardín de apenas un metro. La cogió y la levantó. Brittany pensó en cruzar el jardín e ir hasta el sendero, puesto que los hombres no lo conocían y ella sí. Tendría más oportunidades en la playa. Se levantó y corrió. Cuando había recorrido diez pasos, la puerta se abrió de golpe, salieron los hombres y empezaron a barrer el lugar con linternas. Las luces aterrizaron sobre ella y oyó gritos, mientras sus perseguidores corrían. Brittany zigzagueó saltó sobre el avispero y aceleró el paso. Cuando llegó al borde del camino, sintió algo sobre la cabeza. Se detuvo, plantó los pies en el suelo y se agachó Un hombre voló sobre ella y aterrizó entre las rocas, varios metros más abajo, jurando y gritando. El otro, que lo seguía y había visto lo que acababa de ocurrir, aminoró la marcha, maldijo a Brittany y empezó a pegar puñetazos al aire.
— ¿Qué mierda? ¡Ay! ¡Eh! —no paraba de agitar los brazos, lo cual azuzaba la agresividad de las avispas, pero seguía persiguiendo a Brittany. Ésta se hizo a un lado cuando el hombre se acercó le pegó con la pala en el rostro y lo derribó. El hombre yacía inmóvil entre furiosos zumbidos de avispas. Brittany corrió hacia el sendero y descendió a toda prisa.
Tras unos minutos, se detuvo a escuchar. El hombre que había caído en las rocas seguía luchando por levantarse, pero no se oía nada del otro. Brittany comprobó el brazo y el hombro. Le dolían, aunque no estaban rotos. Necesitaba las dos manos para bajar hasta la playa. Intentó controlar la respiración para que funcionasen mejor sus sentidos. Se había adaptado a la oscuridad gracias a la luna creciente. La niebla aún tardaría en bajar, así que tenía que moverse antes de que los hombres se reagrupasen. Descendió en silencio y con cuidado, contenta de conocer bien el terreno. Si chocaba con algo o tropezaba, no emitía el menor sonido. De repente, oyó gritos y vio ráfagas de linterna barriendo las rocas. Se agachó detrás de un pedrusco, esperó y oyó una serie de chasquidos cerca del sendero. Aceleró la marcha y movió algunas rocas para interrumpir el paso de los hombres; cuando llegó al final del sendero, empezó a correr por la playa. Estaba muy oscuro, tanto que daba miedo, pero no aminoró la marcha, apremiada por los gritos y los silbidos que oía tras ella. Los hombres se estaban acercando y parecían muy cabreados. Intentó mantener la mente despejada. Estaba en la playa y se dirigía al afloramiento rocoso sobre el que se asentaba la casa. El terror le oprimió el pecho y empezó a extenderse por su cuerpo, desanimándola. Corría hacia un callejón sin salida. Le había parecido una buena idea arriba, pero...
— ¡Oh, Dios! ¿Dónde... dónde... dónde? —aceleró el paso. “Supongo que hace una buena noche para darse un baño.” Pero eso la llevaría a la muerte. Era el océano Pacífico, sí pero la parte norte, donde incluso los surfistas utilizaban trajes de neopreno. A lo cual había que añadir las olas que batín contra las rocas y visiones de tiburones que la devoraban. Tropezó y cayó. Casi gritó de dolor a causa del hombro y se cortó las manos con las conchas de la playa. Se levantó y se dirigió al acantilado, sin perder de vista las enormes rocas tras las que podía esconderse. Reinaba una oscuridad casi absoluta. El ruido de las olas que rompían en la playa se atenuó cuando se acercó al acantilado. Había aminorado el paso para recuperar el aliento cuando, de pronto, alguien la agarró y la arrastró detrás de una piedra
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
Britt!!!!!
Dios que no le pase nada ... O.o
Dios que no le pase nada ... O.o
Alisseth***** - Mensajes : 254
Fecha de inscripción : 18/05/2013
Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
Por Dios...! espero sea San...
Porque siempre en peligro! (pero es más emocionante xD)
Porque siempre en peligro! (pero es más emocionante xD)
Tat-Tat******* - Mensajes : 469
Fecha de inscripción : 06/07/2013
Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
Alisseth escribió:Britt!!!!!
Dios que no le pase nada ... O.o
Tat-Tat escribió:Por Dios...! espero sea San...
Porque siempre en peligro! (pero es más emocionante xD)
Os respondo a ambas, que quiero poneros el capitulo y que no murais de impaciencia. ¿Que os pareció Lord T? ¡Es un héroe!
Por cierto, estamos en los capitulos finales!!
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 23
Capitulo 23
El atacante de Brittany la tiró al suelo detrás de una roca. Cuando la joven iba a gritar, una boca cubrió la suya, la de alguien que quería que se callase. Se serenó y la presión aflojó; los labios se enternecieron y... se demoraron. Luego se apartaron y le dijeron al oído:
—¡Chis! Soy San. No voy a hacerte daño. Te soltaré para que puedas respirar. Respira contra mi camisa y mi cuello para no hacer ruido. Están muy cerca.
Brittany permaneció así varios minutos, escuchando. Trató de respirar en silencio, con la nariz y la boca hundidas en el pecho de San, pero el olor de su piel y su leve perfume dispersaron sus pensamientos. “¿Qué haces? ¿Estás a punto de morir y aún juegas a “adivina la fragancia”? ¡Contrólate!” Los ruidos sonaban tan próximos que Brittany se quedó de piedra. Luego, oyó gritar a alguien:
—¡Reagrupaos! Los perros están aquí. ¡Reagrupaos! —Los pasos se alejaron.
Un minuto después Brittany se irguió y miró a San, que evitó el contacto visual.
—Hum, siento el beso forzoso. No se me ocurrió otra forma de hacerte callar.
Brittany siguió mirándola.
—No pasa nada. Tienes razón, iba a gritar. Creo que debo darte las gracias... Ya sabes..., por... — Se aclaró la garganta sin hacer ruido—. Me van a echar los perros. Y ahora también te seguirán a ti. San, tienes que ocultarte y dejar que me vaya. Me quieren a mí. Si permanecemos juntas, te harán daño. Yo los alejaré de aquí. No te muevas.
Intentó levantarse, pero San la sujetó bruscamente y la obligó a retroceder. Brittany hizo un gesto de dolor y se agarró el hombro.
—No vas a ninguna parte. ¿Qué le pasa a tu hombro?
—Nada grave. El matón del restaurante trató de arrancarme el brazo, pero Lord T. aterrizó sobre él y lo fastidió bastante. Así me escabullí. Me pondré bien.
Una leve sonrisa iluminó el rostro de San y, luego, contempló el mar.
—¿Eres una nadadora resistente? ¿Cuánto tiempo aguantas sin respirar?
Brittany siguió los ojos de San, que miraban la gélida ensenada.
—Me defiendo y aguanto un minuto si no estoy aterrada, que, por cierto, sí que lo estoy. Me muero de miedo. Y, por otro lado, no me apetece mucho. ¿Tienes un plan?
Brittany sintió el calor de las manos de San sobre los hombros y su respiración se serenó. Incluso el hombro lastimado le dolía menos cuando ella lo tocaba. La voz de San era tranquila, pero rotunda.
—Los perros seguirán nuestro olor vayamos donde vayamos, a menos que nos metamos en el agua para despistarlos. Si nos capturan, no lo vamos a pasar nada bien ninguna de las dos. Necesito que confíes en mí. Iremos a la ensenada más protegida, al otro lado de las rocas. Nos metemos en el agua por aquí, nadamos hacia fuera unos treinta metros y, luego, avanzamos de forma paralela a la playa hasta que estemos en el otro lado. A continuación, buceamos y tú me sigues. Tienes que remontar las olas y la marea, y alejarte lo suficiente para poder nadar en paralelo sin que el mar te arroje contra las rocas. ¿Puedes hacerlo? ¿Lo aguantará tu hombro?
En realidad, Brittany estaba pensando en lo mucho que le apetecía un reconfortante fuego y un buen libro en aquel momento. Sus pensamientos vagaron entre los encantadores matices graves de la voz de San, hasta que la realidad de las palabras se le echó encima.
—¿Qué es lo que quieres que haga?
San le puso un dedo sobre los labios. Segundos después, Brittany oyó voces y ladridos, y aullidos de perros. El claro de luna iluminó el rostro de San.
—Brittany, no pienso dejarte. Si no puedes hacerlo, encontraremos otra forma, aunque no creo que la haya.
—De acuerdo, de acuerdo... Larguémonos de aquí. Pero no te adelantes demasiado, por favor. No sé adónde vamos y no se ve nada.
San le dio la mano y se dirigieron al océano. Brittany sólo pensaba en alejarse de los hombres que las perseguían. Sintió la arena mojada bajo los pies. “¿Hay marea alta o marea baja? ¡Oh, Dios mío!” Cuando se metió en el mar, el golpe del agua helada la dejó sin respiración. La mano de San se soltó y Brittany se agitó cuando una ola la zarandeó. Se le llenó la boca de agua y escupió, mientras el pánico que le atenazaba el estómago subía hasta la garganta. Vio figuras en la playa y ráfagas de luz parpadeando sobre las rocas y la arena antes de que otra ola la sacudiese. De pronto, San apareció a su lado y la arrastró contra las olas hasta un lugar de relativa calma, alejado de la costa. Cuando San le dijo que se quitase los zapatos para nadar más lejos, a Brittany se le ocurrió que podía ahogarse, pero enseguida descartó la idea y empezó a moverse sin perder de vista la oscura figura de San, mientras nadaban en paralelo a la playa, hasta el otro lado de la ensenada. El mar estaba mucho más tranquilo en aquella zona, pero los acantilados surgían del agua. “Genial. No me preguntó si se me daba bien escalar o si tenía fobias, por ejemplo a las alturas. Estoy muerta.” San flotó mientras trataba de orientarse. Brittany no entendía cómo era posible orientarse de noche y mucho menos en medio del mar. A ella todo le parecía igual. San empezó a nadar de nuevo y se dirigió hacia los acantilados. Brittany escupió agua salada, tomó aliento y la siguió. No sentía nada, debido a la frialdad del agua. “Supongo que así debe ser.” Con la adrenalina a tope, mantuvo el ritmo, aunque las brazadas de San eran mucho más largas. Cerca del acantilado, el mar estaba picado y resultaba difícil aguantar, pero Brittany siguió nadando. A unos quince metros de las rocas, Brittany nadó con tanto vigor que estuvo a punto de superar a San, que la esperaba flotando. San puso una mano sobre el pecho de Brittany para impedir que avanzase.
—Para. Escucha con atención. Dedicaremos un minuto a descansar y a llenar de aire los pulmones y, luego, nos sumergiremos. Deja que te guíe. No pierdas el contacto conmigo, con mi cinturón, un pie o el hombro. ¡No te sueltes! Tienes que contener la respiración por lo menos cincuenta segundos. Bajaremos, atravesaremos un corto túnel y después subiremos. Cuando subas, podrás exhalar, pero manteniendo el control. ¿Preparada?
—¿Túnel? ¿Debajo del agua? Mierda.
San continuaba flotando.
—De acuerdo. Vamos allá.
Brittany dedicó un minuto a respirar a fondo para oxigenar el cuerpo; luego agarró a San por el brazo y le dio un apretón para indicar que estaba lista y, por último, gritó:
—¡Ya!
San se sumergió y empezó a mover los pies en cuanto estuvo bajo el agua. Brittany agarró el cinturón de San y se sumergió con ella en dirección a las rocas. San buceó unos metros y, luego, se quedó quieta durante unos segundos. Detuvo a Brittany y adelantó las manos como si buscase algo. Una abertura. Por fin tiró del brazo de Brittany para que la siguiese. “Tampoco me preguntó si tenía claustrofobia. Si sobrevivo a esto, tenemos que hablar.” La abertura era estrecha; sólo podía entrar una persona con los brazos estirados y las piernas rectas. A Brittany le ardían los pulmones y rozó los lados del túnel. Exhaló; se moría de ganas de respirar. Estaba agotada; le parecía que llevaba una eternidad bajo el agua. Entonces la abertura se ensanchó y San
empezó a ascender. Brittany la siguió. La promesa de aire renovó su energía. De repente, el ascenso se interrumpió; se le había prendido la camisa en algo. Intentó liberarse, pero no tenía fuerza en las piernas, no podía centrarse ni apartarse. La negrura del agua se introdujo en todos los poros de su piel. Exhausta, dejó de luchar, y se abandonó. Cuando, finalmente, la desengancharon, ya no le importaba. Se dio cuenta de que llegaba a la superficie y de que la arrastraban hacia algo plano, le daban la vuelta y la ponían boca abajo. Tosió, escupió y expulsó grandes cantidades de agua salada, mientras respiraba con mucho trabajo. Estaba tendida en la oscuridad, jadeando, y le castañeteaban los dientes. Oyó un chasquido y un siseo; luego, una espantosa luz verde proyectó un pálido reflejo en las paredes de una cueva. Alguien le dio la vuelta de nuevo y la puso boca arriba. San se erguía sobre ella, con una expresión preocupada en su rostro etéreo, y empezó a desnudarla rápidamente. “¿Qué diablos?” A Brittany le pareció muy divertido y se echó a reír, pero sufrió un incontrolable ataque de tos. Estaba desnuda y notó el contacto de algo suave y cálido. San se levantó y se quitó la ropa mojada. También ella temblaba. Se puso sobre Brittany y, luego, se acostó a su lado y la abrazó. Los cuerpos de ambas encajaron y se envolvieron en una manta y en un saco de dormir.
—Es la forma más rápida de calentarse —susurró San—. Espero que no te moleste.
“¿Molestarme? Cariño, no me molesta en absoluto. ¿Lo he dicho en voz alta?” Pero Brittany se perdió en un lugar en el que no era posible analizar nada. Brittany se movió. Tenía calor, estaba a salvo y se sentía feliz, abrazada a su almohada favorita y... “Esto parece mucho mejor que una almohada. ¿Dónde estoy?” Abrió un ojo, pero la oscuridad era total. “¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?” Le pareció que había otro cuerpo pegado al suyo y que tenía la cabeza enterrada en el hombro de alguien. El otro cuerpo respiraba con normalidad, pertenecía a una mujer y la abrazaba. Las dos estaban desnudas. “Estupendo. ¿Estoy soñando?” Entonces su memoria consciente empezó a registrar lo sucedido antes de dormirse. “¿Es real? ¡No, tienes que dejar de ver esas malditas películas, Brittany! Pero, ¿qué es esto? Si no te falla la memoria, estás en una cueva bajo el mar, has huido de unos matones que iban armados y este cuerpo es el de San, que apareció de pronto y te salvó el puñetero trasero. Muy teatral, pero ¿real? No creo. Y, si sólo ha sido un sueño, ¿a qué viene todo esto?” Decidió comprobar la realidad: se lamería la piel para ver si estaba salada. Por desgracia, la piel que lamió fue la de San (salada), que reaccionó inmediatamente y se incorporó de un salto. Otra desgracia, porque estropeó el acogedor capullo que formaban los cuerpos de ambas. El aire frío se coló entre ellas, y a Brittany se le puso la carne de gallina. San estaba en guardia, con los músculos tensos y preparados. Brittany le acarició el brazo.
—San, soy yo, Brittany. No pretendía lamerte. Sólo... quería saber si mi piel estaba salada. Supongo que me equivoqué de cuerpo. —Brittany agradecía la oscuridad que reinaba, porque seguramente en ese momento se había puesto roja como la grana.
—Oh, ¿salada? ¿Por qué? —San la miró, aturdida.
Bittany iba a explicárselo, pero lo pensó mejor.
—¿Te importaría acostarte otra vez mientras hablamos? ¡Me muero de frío!
San dudó un segundo antes de obedecer.
—¿Me abrazas otra vez? Necesito calentarme un poco antes de que hablemos. Prometo no volver a lamerte. “Brillante, muy brillante lo tuyo, idiota.”
San soltó un suspiro y se acostó, con gesto divertido. El capullo volvía a estar calentito y Brittany se pegó a ella. San iba a hablar, pero Brittany la interrumpió.
—San, sé que lo tenemos crudo. Y también sé que podrías explicarme muy bien el porqué y el cómo. Quiero esa información en su momento, pero tengo dos preguntas que me parecen más importantes. ¿Responderás con sinceridad?
El cuerpo de San se tensó de nuevo. Al fin, dijo:
—Depende de las preguntas.
Brittany no estaba dispuesta a aceptar más evasivas.
—Respuesta incorrecta. Debo saber si confías en mí lo suficiente como para decir la verdad. Si confías en mí como yo confié en ti en la playa. ¿Puedo preguntar? —Al desafío siguió el silencio.
—Sí.
Brittany percibió el nerviosismo en la voz de San, pero prosiguió.
—De acuerdo. Primera, ¿hay forma de salir de esta cueva sin volver por donde hemos venido?
Brittany se dio cuenta de que San se relajaba mientras respondía:
—Sí, hay que trepar y arrastrarse un poco, pero podemos salir sin nadar. ¿Y la segunda pregunta?
Brittany sintió alivio, aunque no le apetecía mucho trepar y arrastrarse. Tomó aliento.
—¿El beso de anoche era sincero? No la primera parte, sino la segunda. Ya sabes a qué me refiero. —Brittany contuvo la respiración. “¿Qué quieres que diga? La verdad.” Se hizo un silencio abrumador. Por fin San se movió y se puso encima de Brittany, se inclinó, y la besó en los labios lentamente. Cuando se separaron, dijo:
—Espero que sea la respuesta que querías.
Brittany la abrazó por el cuello y le devolvió el beso, con una pasión que nunca antes había sentido. Todas sus células participaron en aquel beso. Su cuerpo reaccionó y, cuando se separaron, estaba sin aliento y... muda.
—¿Qué te parece? —Brittany esperó la respuesta.
San le susurró al oído, con voz tierna y grave:
—Me parece... ¡Caramba!
Permanecieron abrazadas mucho tiempo, sin hablar. Brittany no quería que la realidad asomase su horrible cabeza, pero sabía que era inevitable. Por fin se movió por pura desesperación.
—Hum, ¿San? ¿Esta cueva tiene baño?
Silencio. Luego el cuerpo de San empezó a temblar. Al principio Brittany se preocupó, porque los temblores iban a más. Luego oyó un sonido ahogado y se dio cuenta de que San se estaba riendo. ¡Qué fuerte! Casi la ofendió aquella evidente falta de respeto por su bienestar físico, pero tenía cierta gracia. Brittany la pinchó con un dedo.
—¡Eh, deja de reírte!
Nada. Entonces Brittany también se echó a reír, sabiendo que le iba a dar mucha vergüenza porque estaba desnuda y tenía que hacer pis ya. Se incorporó y pasó por encima de San para dirigirse a la orilla del mar. San le dio la mano y se alejaron del lugar en el que habían dormido.
—Aquí. Agáchate sobre el agua. Te sostendré para que no te caigas. No te hagas la púdica conmigo. No te veo, y es el único baño que tenemos hasta que salgamos de aquí.
Britany agarró las manos de San y se agachó precariamente.
—Diablos, estoy más allá de todos los pudores. Menuda forma de conocer a alguien rápidamente. Menos mal que no se ve nada. ¡Qué alivio! —Oyó que San farfullaba algo sobre unas gafas de visión nocturna, pero optó por ignorar el comentario.
Cuando Brittany acabó, volvió al saco de dormir guiada por la mano de San. Ésta encendió una barra luminosa y la utilizó para buscar provisiones: una linterna, ropa y barritas energéticas. Brittany observó sus movimientos. Era rápida, eficiente y admirable, y no parecía notar que estaba desnuda. A Brittany empezaron a castañetearle los dientes otra vez, pero a San no le importaba el frío. Cuando San sacó una camiseta de manga larga, un jersey y unos pantalones de lana del alijo de provisiones, Brittany se esforzó por disimular el frío, pero fue un esfuerzo inútil. San se arrodilló a su lado y la ayudó a vestirse. Brittany tenía el hombro rígido y le costaba trabajo maniobrar, así que agradeció la ayuda. Luego San se sentó en el saco de dormir, la ayudó a ponerse unos calcetines gruesos y la tapó con el saco. A continuación rebuscó debajo de una lona y sacó una linterna y algo de ropa. Mientras se ponía una camiseta de tirantes por la cabeza, Brittany la contempló, hipnotizada.
—¿Qué? —preguntó San.
—Estaba pensando en lo mucho que te debo y en que no tengo ni la más remota idea de cómo agradecértelo.
San se revolvió con gesto incómodo.
—Escucha, sobre eso no tienes...
—También estaba pensando que eres la criatura más hermosa que he visto en mi vida y que no puedo borrar ese beso de mi mente. Para colmo, aunque sé que corremos peligro, las únicas palabras que se me ocurren son: “¿Me besas otra vez, por favor?”.
San, que se estaba poniendo unos vaqueros, interrumpió toda actividad en la primera frase. Se quitó los pantalones y, vestida sólo con la camiseta, se acercó al saco de dormir en el que estaba Brittany. Ésta sintió que el corazón estaba a punto de estallarle y se quedó sin aliento. San se arrodilló ante Brittany y la miró a los ojos durante largo rato; luego le cogió la cara con las manos y los labios de ambas se fundieron en un beso tan celestial que Brittany estuvo a punto de desmayarse. San se apartó bruscamente, puso las manos en el regazo y bajó la vista. En la penumbra, Brittany distinguió la profunda tristeza que reflejaba su rostro. Se acercó a ella con la intención de consolarla, pero San retiró la mano y la miró a los ojos.
—Cuando te lo haya explicado todo, tal vez no pienses lo mismo. No debería haberte besado.
Brittany cogió las manos de San entre las suyas. San estaba fría y cansada, como si de repente se hubiese resignado a su destino. Brittany tomó la iniciativa, la obligó a meterse en el saco de dormir y la abrazó, envolviéndola con su cálido cuerpo. La besó en la frente y le acarició los párpados con las pestañas antes de buscar sus labios.
—Escucha. No existe nada que pueda separarnos. —Cuando San iba a protestar, Brittany la interrumpió—: No, San. Siempre crees que tienes que hacerlo todo sola, que no puedes confiar en nadie. Debes confiar en alguien alguna vez. No me dejes al margen, San. Te sorprendería el ingenio que puedo llegar a desplegar. De todas formas, sea lo que sea, estoy metida en ello. No tienes elección. Así que afróntalo y supéralo.
San la miró, sorprendida, y a Brittany le dolió la inocencia y la vulnerabilidad que reflejaban aquellos ojos. Se daba cuenta de que San estaba tratando de decidir si podía arriesgar el corazón. Brittany puso un dedo sobre los labios de San.
—¡Chis! No hace falta que hables. Ya tengo tu respuesta. Estaba en tu beso. Descansemos un poco y, luego, ya pensaremos en lo que vendrá a continuación.
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
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Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
que linda Britt!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
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Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
wowow toda una odisea!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
Dioos que intenso... Yfff menos mal q la runia tenia San con ella para salvarle el trasero jajaja...
Awww esos besitos!!! *w*
Awww esos besitos!!! *w*
aria- - Mensajes : 1105
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Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
Hola! Excelente los capítulos. Me puse nerviosa mientras Brittany escapaba, pero amé la escena Brittana, sobre todo la de la cueva :3
Ya quiero saber cómo sigue todo, sobre todo en el momento que salgan de ahí :D
Estaré esperando los siguientes capítulos. Besos! :D
Ya quiero saber cómo sigue todo, sobre todo en el momento que salgan de ahí :D
Estaré esperando los siguientes capítulos. Besos! :D
Maitehd***** - Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 28/04/2013
Edad : 34
Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
Si!!micky morales escribió:que linda Britt!
Para una vez que se desnudan la una delante de la otra y es para quitarse el frio...monica.santander escribió:wowow toda una odisea!!!!
Saludos
San esta en todas partes!! Si Britt esta en peligro allí esta ella y obtuvo unos buenos besos de recompensa :Daria escribió:Dioos que intenso... Yfff menos mal q la runia tenia San con ella para salvarle el trasero jajaja...
Awww esos besitos!!! *w*
Maitehd escribió:Hola! Excelente los capítulos. Me puse nerviosa mientras Brittany escapaba, pero amé la escena Brittana, sobre todo la de la cueva :3
Ya quiero saber cómo sigue todo, sobre todo en el momento que salgan de ahí :D
Estaré esperando los siguientes capítulos. Besos! :D
Bueno, algo sabemos Britt no volvera a "lamerle" por lo menos dentro de la cueva :P
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 24
Capitulo 24
Cuando San abrió los ojos, se encontró en brazos de Brittany, que la apretaba contra sí. San se culpabilizó por haber metido a Brittany en aquel mundo tan peligroso, incluso mortal. No importaba lo que dijese Brittany, porque no tenía ni idea de lo que podía ocurrirle. Y, peor aún, San había tenido la debilidad de sentirse atraída por ella. “Oh, es más que eso. Te estás enamorando de ella.” Era público y notorio que San estaba sola y sin compromiso, de forma que no se podía utilizar a nadie para influir en ella. Incluso su relación con Jen parecía lejana y distante. Pero aquello... Tendría que afrontarlo, igual que todos los temas emocionales. Encontraría la forma de que las dos salieran de aquel embrollo y luego se marcharía. Era la única manera de garantizar la seguridad de Brittany. Problema resuelto. Fin del programa. Pero el problema se movió, la rodeó con sus brazos y le dio un beso en la cabeza, y luego otro. Después se estiró un poco y se acurrucó en el saco de dormir, hasta que quedaron cara a cara. El pulso de San se aceleró cuando el tejido de lana de la ropa de Brittany rozó las partes desnudas de su cuerpo. Tal vez resolver el problema no fuese tan fácil como había pensado. El problema le susurró al oído:
—Buenos días, cielo. ¿Te apetecen unas tortitas con huevos, almíbar, mermelada y café? Tú lo preparas y yo me lo como. ¡Corre, no hay tiempo que perder! —Le dio un beso en la oreja, húmedo, rápido y sonoro.
San gritó ante aquel inesperado ataque a su oreja y movió hábilmente a la culpable, encaramada encima de ella. Luego farfulló:
—Venga, nena, no querrás empezar algo que no vas a poder terminar, ¿verdad?
Brittany adoptó de pronto lo que a oídos de San sonó como una mala imitación del acento sureño:
—Oh, no sé de qué me hablas. Me he limitado a exponer mis deseos y ahí estás, a punto de devorarme. Porque estás a punto de devorarme, ¿no?
“Huy. Peligro.” Pero a San no le apetecía ser prudente.
—Señora, no hay suficientes barritas energéticas en la mochila para que se recupere después de que la devore. Por tanto, no lo haré de momento. “¡Mierda!”
Se produjo un incómodo silencio.
Luego Brittany dijo, en tono seductor:
—Vaya, capitán, ¡qué cosas más raras dice! Estoy deseando recurrir a esas barritas en un futuro próximo. Gracias. —A continuación, besó a San apasionadamente.
Los besos excitaron a San hasta el punto de que dejó de pensar en salir de la cueva. La lengua de Brittany exploró su boca, hasta que por fin pudo separarse de ella e incorporarse para tomar aliento.
—Brittany, nos encontramos en una situación peligrosa. Unos tipos horribles nos persiguen y tenemos que escapar. Hay que registrar la casa y conseguir algunas cosas y un medio de transporte. Es muy arriesgado, Brittany. Quiero que te quedes aquí; vendré a buscarte cuando la zona sea segura. Ese es el plan.
Brittany estaba molesta.
—¿El plan? ¿Y se supone que debo quedarme aquí, preguntándome qué ocurre y si estás viva? ¿En la oscuridad?
San no lo había pensado.
Brittany continuó, en un tono inapelable:
—San, voy contigo. Si te ocurre algo, quedaré atrapada aquí abajo como una condenada mujercita indefensa, ¡y no quiero! Se trata de mi vida. Tengo que salir de esto por mis propios medios.
San, enmudecida por la sorpresa, se dedicó a ordenar las cosas, y Brittany añadió:
—Otra cosa, San, una más. Será mejor que te acostumbres a esto, porque no pienso dejarte.
San permaneció callada un buen rato, hasta que Brittany la besó en la mejilla.
—Por fin has vuelto a mí vida y no pienso dejarte. Y ten por seguro que tampoco permitiré... que me dejes.
San asintió, consciente de que estaba a punto de perder el control de la situación. Al cabo de un rato, acertó a decir:
—Sería mejor... que nos moviéramos. Hay mucho que hacer. —Había tenido que realizar un gran esfuerzo de concentración para, recuperar el aliento.
San terminó de vestirse y se puso unas ligeras botas de senderismo. Cogió unas viejas zapatillas de deporte y se las lanzó a Brittany. Le quedaban bastante bien, gracias a los gruesos calcetines y a los cordones apretados. Brittany se estaba convirtiendo en una fuerza con la que había que contar y tenía buenos argumentos. San y Brittany bebieron agua embotellada y comieron barritas energéticas rancias. Luego San cogió el cuchillo de buceo que había utilizado la noche anterior, lo sujetó contra una pierna y le dio a Brittany una navaja del ejército suizo.
—San, ¿cómo encontraste esta cueva e hiciste todo esto? Seguro que tardaste bastante en reunir todas las cosas.
San sonrió al recordarlo.
—Sí. Algunas llevan años aquí. De niña se puede decir que era muy curiosa. Nadaba en el mar, buceaba y escalaba. Cuando aprobé el examen de submarinismo, me dediqué a explorar lo que había bajo el agua. Encontré la cueva y la convertí en mi fortín. Con los años fui juntando cosas, poco a poco. Supongo que siempre pensé que, en caso necesario, tendría un refugio. Lo que empezó como la fantasía de una niña ha resultado ser muy útil.
—¿La conoce alguien más? ¿Jen?
San se sentó en cuclillas.
—Creo que Jen sospechaba que yo tenía un lugar secreto, puesto que parte de estas cosas estaban antes en su garaje. Pero nunca me preguntó. Eres la única persona a la que he traído aquí.
Continuó guardando el equipo debajo de una lona que había en un rincón de la cueva. Cuando acabó, apagó la linterna y encendió otra más pequeña.
—Sígueme y no pierdas de vista la luz. Ya sabes lo que hay que hacer. No te apartes de mí.
—¿Podré seguir haciéndolo cuando no me halle en peligro mortal?
San se adentró en la cueva y murmuró:
—Ten por seguro que sí.
Avanzaron de lado por una estrecha abertura, hasta el fondo, arañándose la espalda contra la pared durante un breve trecho. Atravesaron otros lugares angostos y tuvieron que agacharse e inclinándose varios grados en algunas ocasiones. Entre los reflejos de luz, de vez en cuando Brittany decía algo sobre las estrías y las formaciones de la cueva. Cualquier cosa menos pensar dónde estaban y en lo reducido de aquel espacio. Por fin se detuvieron.
—¿Y ahora hacia dónde?
—Necesito encontrar el túnel siguiente. Está por aquí. Es el último antes de salir al exterior. Según mi reloj, está amaneciendo. —San se agachó—. Por aquí, es por aquí abajo.
Brittany se dijo que era imposible que sólo hubiesen transcurrido unas horas. Habían pasado demasiadas cosas. Se agachó, deseosa de salir de allí. Y entonces vio que San avanzaba con dificultad por un túnel tan pequeño que hasta a Lord T. le hubiera costado trabajo moverse en él.
—Madre mía de mi vida.
San enfocó la luz en dirección a Brittany.
—Es el único camino, Brittany. Al menos no estamos bajo el agua. Unos pocos metros más y saldremos. Vamos. Soy más corpulenta que tú y quepo. ¡Puedes hacerlo!
Lo dijo con un matiz de humor, incluso de desafío. Brittany resopló y luego respiró a fondo. Contuvo el aliento como si estuviese buceando. Metió la cabeza en el túnel y retrocedió. Entonces optó por adelantar los brazos. Notó una leve punzada en el hombro, mientras seguía a San. El hombro le dolía. “Ahora sé cómo se sienten las serpientes. Las serpientes heridas.” Reprimió las ganas de gritar. El túnel parecía cada vez más estrecho y Brittany empezó a sudar, a pesar del frío. Apenas quedaba sitio para avanzar. Aquello no tenía fin; en un determinado punto se ensanchaba un poco y Brittany pudo estirar los codos. Después de lo que se le antojó una eternidad, vio una luz delante, más allá del cuerpo de San. Iba a gritar de alegría, cuando San se lo prohibió, en un siseo.
—¡Chis! No sabemos si están ahí. Saldré yo primero. Quédate aquí hasta que venga a buscarte, por favor.
Brittany susurró:
—Venir a buscarme. Me gusta cómo suena.
San tropezó con una piedra y estuvo a punto de caer. Tras recuperarse, echó un vistazo y saltó sobre la última roca que las separaba del exterior.
Al cabo de unos instantes, durante los cuales Brittany imaginó a San inconsciente después de recibir un garrotazo o muerta sin haber tenido tiempo de defenderse, San asomó la cabeza por la abertura.
—Brittany, sal sin hacer ruido. Ahora.
Brittany salió de la cueva, se estiró y aceptó la mano que le ofrecía San hasta que llegó al exterior. Miró a su alrededor, pero apenas veía a medio metro. Niebla. Niebla densa. Las ocultaría y también ocultaría a sus perseguidores.
—Genial. El perro de los Baskerville. ¿Dónde estamos?
Una sonrisa se dibujó en la comisura de los labios de San.
—A unos noventa metros de la casa. No te separes de mí. Tenemos que hacer un alto.
Brittany avanzó, escuchando con atención. Le daba la impresión de que sólo ella hacía ruido al caminar. Era como si San no tocase el suelo. Tal vez hiciese ruido, pero en su cabeza sólo resonaban sus propios pasos. De pronto la niebla se disipó un poco y vieron una casita. San le indicó que permaneciese inmóvil mientras ella se adelantaba. En el jardín de la casita se distinguía una figura espectral, de movimientos fluidos, ágiles, familiares. San se acercó a ella por detrás y la figura se quedó quieta; luego se dio la vuelta para mirar a San, y ambos se saludaron con una inclinación de cabeza. El señor Odo. San y el señor Odo hablaron en voz baja unos instantes. Cuando San le indicó a Brittany que se reuniese con ellos, la niebla se cerró de nuevo y los hizo desaparecer. Brittany no se movió, momentáneamente desorientada, en medio de una niebla tan espesa que casi perdió el equilibrio. Segundos después San apareció a su lado y la cogió de la mano. Brittany sufrió un sobresalto que enseguida se convirtió en gran alivio. Abrazó a San estrechamente, procurando contener las lágrimas, y San la sostuvo hasta que se tranquilizó. Cuando llegaron hasta donde estaba el señor Odo, éste saludó a Brittany con una inclinación de cabeza y los tres entraron en la casa. El señor Odo preparó té, sacó unos bollos calientes del horno, les ofreció mermelada y mantequilla, y las invitó a servirse. Brittany se dio cuenta de que debía de haber puesto cara de sorpresa, porque el señor Odo se encogió de hombros.
—El té es tradicional. Pero llevo mucho tiempo en Estados Unidos, y las panaderías de la zona son demasiado buenas como para no tomar unos bollos por la mañana. Espero no haberos decepcionado.
—Estoy encantada y agradecida —dijo Brittany—. Muchísimas gracias.
Brittany comió con hambre, contenta de que reinase un cordial silencio. El señor Odo habló cuando desapareció el último bollito:
—¿En qué puedo ayudar a mis amigas?
—Anoche unos hombres persiguieron a Brittany. La encontré y la llevé a un lugar seguro, pero necesitamos saber si siguen en la casa. Tenemos que entrar y ver cómo está Lord T.
—Creo que el pequeño Lord T. sabe cuidarse. —El señor Odo se levantó y abrió una puerta que daba al interior de la casa, y Lord T. asomó la cabeza y corrió hacia San, maullando. San lo levantó en brazos y lo apretó contra sí, mientras se le hacía un nudo en la garganta y reprimía las lágrimas.
—Anoche lo encontré en la puerta, poco después de que te fueras. Estaba triste y un poco asustado, pero se ha recuperado con atún y una cama calentita.
Brittany se dirigió a San:
—¿Después de que te fueras anoche?
—Primero vine aquí. El señor Odo me contó que había notado mucho movimiento en la playa, linternas y cosas así. Conozco otro camino de descenso, que es el que elegí para llegar a tu lado antes que ellos.
El señor Odo asintió y Lord T. saltó al suelo, corrió hacia Brittany y se encaramó en su regazo. Brittany le acarició la cabeza y le rascó las orejas, entre los ronroneos del gato. Miró a San y le pareció que sus ojos volvían a brillar. Mientras le rascaba las orejas a Lord T., Brittany dijo:
—Creo que anoche me salvó la vida. Saltó sobre el individuo que me sujetaba, lo cual me permitió huir. Es mi héroe.
Como si le hubieran dado pie, Lord T. empezó a maullar con ganas y San se inclinó y le tiró de la cola.
—Gracias, Lord T. Te debo una.
En ese momento, Brittany se moría de ganas de besar a San, pero se limitó a mirarla hasta que ésta se puso colorada, cosa que aumentó su deseo. El señor Odo se aclaró la garganta. Sus ojos resplandecían de emoción.
—Creo que debo ir yo primero en mi furgoneta. Si hay alguien, representaré mi papel de “humilde jardinero” y veré cuál es la situación. —Evidentemente, estaba capacitado para la gestión.
San apartó los ojos de Brittany.
—Gracias, querido Odo. Si la casa está vacía, tendré que ver si han colocado dispositivos de escucha. Guardo mi equipo en el talego que dejé aquí.
Veinte minutos después, el señor Odo dio marcha atrás en el camino de acceso a su casa y condujo en dirección opuesta a la casa de Jen para dar un rodeo. Su vieja furgoneta encajaba perfectamente con el papel de jardinero. Brittany y San lo ayudaron a introducir en la parte posterior fertilizante, rastrillos, palas y otras herramientas. Si el lugar estaba despejado, pulsaría el botón de un sencillo artilugio que San había instalado debajo del salpicadero. Si no, se marcharía. Un cuarto de hora después de su partida, el artilugio se activó. San abrió camino con el talego al hombro, y le dijo a Brittany que se detuviese antes de entrar en la finca. Se agacharon. San abrió la bolsa y sacó una pistola y un artefacto que a Brittany le pareció un escáner. Brittany no comentó nada cuando San se metió el arma en la cinturilla con toda soltura y susurró:
—Vuelvo enseguida.
Brittany se entristeció al ver que San se perdía de nuevo en la niebla. Intentó calmarse, pero los oídos le zumbaban debido a la descarga de adrenalina y permaneció inmóvil. San regresó tras lo que a Brittany le pareció una eternidad. Cuando San la cogió de la mano para animarla, Brittany apenas podía sostenerse.
—Se han ido, pero han puesto dispositivos de rastreo en tu BMW y en el Audi. Pensé que pincharían los teléfonos de la casa, pero no lo han hecho. Seguramente se han dado cuenta de que no funcionarían, porque la casa está muy bien protegida. Está claro que no han tenido tiempo de localizar y desactivar el equipo de codificación.
San abrazó a Brittany y ambas permanecieron unos momentos unidas antes de dirigirse a la casa, cogidas de la mano. El señor Odo estaba comprobando los daños. Habían destrozado el despacho. Faltaba el disco duro del ordenador y había varios aparatos rotos en el suelo. Alguien los había cogido y los había arrojado contra la pared.
—San, tienen tu disco duro.
—No es tan grave. Mi portátil es seguro y el disco duro no contiene mucha información; y, además, les costará obtenerla. —Tras un instante de duda, San añadió— Sin embargo, si rastrean las direcciones de correo electrónico, no pararán hasta encontrarnos. Les hemos fastidiado la operación.
A Brittany no le sorprendió y en aquel momento le daba igual. San la llevó a la habitación de invitados que ella había ocupado. Estaba revuelta, pero no destrozada. Aunque San no dijo nada, sus ojos seguían registrándolo todo.
—¿Qué ocurre? —Brittany se acercó al espejo de cuerpo entero y se quedó sin habla. Estaba cubierta de polvo, con los pelos de punta, la ropa le quedaba floja y llevaba unos zapatos de payaso.
—Oh..., Dios... mío. —Miró a San y se comparó con ella: sus largos cabellos caoba estaban un poco despeinados, pero con un toque muy sexy, y estaba algo sucia de polvo; sin embargo, su aspecto seguía siendo deslumbrante. “Estupendo.”
San rebuscó en el armario y le lanzó una mochila vacía.
—Coge todo lo que necesites para pasar una semana, como mínimo. Mételo en la mochila. Nos vamos a un lugar donde no puedan encontrarnos. —Le guiñó un ojo y le dedicó una sonrisa provocativa.
Brittany se acaloró. De pronto, San susurró, en un tono apagado—: De prisa. —Y se dirigió a su habitación.
Brittany, mientras pensaba en los numerosos significados de aquel “de prisa”, cerró la puerta, se desnudó y se duchó. Bajo el agua caliente, se sintió de maravilla y procedió a retirar el salitre que cubría su piel y a curarse los arañazos. Luego se secó y examinó el hombro ante el espejo. Tenía un gran hematoma y en la muñeca se veían las marcas de los dedos de su atacante.
—Estoy hasta las narices de ese hijo de puta.
Contempló el desorden de la habitación y recordó lo que San había dicho: “¿Todo lo necesario para pasar una semana en una mochila?” Sacudió la cabeza y empezó a seleccionar ropa. Poco después, cerró la mochila, se puso ropa interior, unos vaqueros, calcetines gruesos, una camiseta y un jersey de cuello de cisne a juego con sus ojos. Tras calzarse sus botas de senderismo, se levantó y recorrió la habitación a grandes zancadas. Se miró al espejo con aire desafiante, cruzando los brazos sobre el pecho, y gruñó:
—¿Quieres pelea? Pues la tendrás, cabrón.
Alguien tosió educadamente en la puerta; Brittany miró por encima del hombro y vio a San apoyada en el dintel, vestida de cuero negro, contemplándola con ojos chispeantes.
—Vamos a repartir leña, Xena.
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
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Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
estuvo muy bueno y hasta algo gracios XENA!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
Muy bueno el capitulo, pero quiero un mas por favor!!
saludos
saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
XENA!! Aunque le pega más Gabrielle que xenamicky morales escribió:estuvo muy bueno y hasta algo gracios XENA!
monica.santander escribió:Muy bueno el capitulo, pero quiero un mas por favor!!
saludos
Ahora mismo, aunque me salio un poco largo
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 25
Capitulo 25
—Han instalado dispositivos de rastreo en los dos coches —explicó San al señor Odo y a Brittany delante de la casa—. Brittany y yo utilizaremos un vehículo alternativo mientras los coches hacen rutas para despistarlos. Luego cogeremos el Audi. Necesito las llaves del BMW.
Brittany, que había encontrado su mochila debajo de una silla, estaba buscando las llaves cuando la verja empezó a abrirse. Se agacharon y se escondieron. Entró un viejo jeep, que aparcó junto a la furgoneta del señor Odo, y de él salió una mujer alta y atractiva, de la edad de Jen, vestida con unos vaqueros y una camisa blanca. Tenía el pelo entrecano y muy corto, unos bonitos ojos castaños y complexión atlética. San y el señor Odo salieron de su escondite. Cuando la mujer vio a San, sonrió y la saludó con la mano. Luego ambas se fundieron en un abrazo y se besaron. Brittany las contempló tímidamente desde el interior de la casa. A continuación, la mujer le estrechó la mano al señor Odo, y Brittany oyó que San la llamaba por el nombre.
—Gracias por venir, Susu.
Brittany se acercó a San y ésta la cogió de la mano.
—Susan Renfrow, te presento a Brittany Pierce. Brittany está... hum... viviendo con Jen y es... amiga mía.
San se puso roja como un tomate. Brittany, confundida, miró a la recién llegada, que en ese momento contemplaba a San con una sonrisa radiante. Luego la mujer le estrechó la mano.
—Hola. Encantada de conocerte. Jen me dijo que te ibas a trasladar aquí. Bienvenida. —Tenía una mirada cálida y la mano firme. Miró de nuevo a San, sin dejar de sonreír— Vaya, San, nunca me habías presentado a tus amigas. ¿Todas son tan guapas?
San no sabía dónde meterse.
—Oh, no, es decir, yo no... En fin. —Se disculpó bruscamente, farfullando algo sobre las llaves del Audi y sobre una gestión con su oficina.
Susan se rió y le guiñó un ojo a Brittany mientras caminaban hacia la casa.
—¿A qué viene eso?
Susan observó la figura de San.
—Sólo le estaba tomando el pelo. La conozco desde que visitó por primera vez California y en todo este tiempo nunca ha traído a una amiga a casa. Así que sabe que me doy cuenta de lo especial que eres.
Brittany sintió que le ardían las mejillas y ni siquiera trató de disimular su alegría. Cuando entraron en la casa, Susan se detuvo y examinó el lugar con las manos metidas en los bolsillos de atrás del pantalón, balanceándose sobre los talones, ya sin sonreír. Brittany siguió su mirada hasta la chimenea. Alguien había destrozado la preciosa repisa con un hacha y el salón estaba hecho un desastre.
—¿Qué diablos significa esto? —exclamó Susan.
Brittany percibió la ira en los ojos de la mujer.
—Ocurrió anoche. Unos hombres intentaron... capturarme y... escapé a la playa y...
Las palabras murieron en los labios de Brittany cuando la gravedad de la situación la golpeó como si fuera un ladrillo. Se puso pálida y se le doblaron las rodillas. Susan llamó a San, y enseguida unos brazos fuertes la levantaron y la colocaron suavemente sobre el sofá. Brittany enterró la cara en el cuello de San y trató de serenarse, temiendo sufrir un mareo.
—Respira. Respira a fondo. Estoy contigo.
—Iba a contarme lo que pasó.
En aquel momento, lo único que quería Brittany era que todo el mundo se fuese y la dejasen en paz. Los brazos familiares de San contribuyeron a calmar su acelerado pulso. Trató de centrarse en la conversación, en vez de recrear el terror de la noche anterior.
—Debe de haber sido una noche de aúpa. ¿En qué puedo ayudar?
Brittany miró a Susan, que estaba valorando los daños, y se alegró de que dirigiese su atención a otra cosa. Necesitaba un instante de intimidad.
—Nos vamos una temporada —explicó San—. ¿Podrías llamar a Lisa y arreglar un poco la casa? Cuando Jen y Marina vuelvan, no quiero que vean esto. Siento lo de la repisa. Sé que tardaste mucho en hacerla. Puedes repararla o hacer una nueva. Dentro de poco vendrá una mujer que se llama Jess con otras personas. Pídeles que se identifiquen y ya se ocuparán ellos del despacho y de las cuestiones de seguridad.
Susan asintió, sin apartar los ojos de la repisa.
—Y ahora viene el gran favor. Quiero que cojas el BMW y que lo lleves al sur, a San Luis o a un sitio parecido. Déjalo en un aparcamiento de la Universidad de California y, para volver, alquila un coche o que te traiga Lisa. El señor Odo se ocupará de que alguien lleve el Audi a un bar de carretera y coloque el dispositivo de rastreo en un camión articulado que se dirija al este. Eso confundirá a los espías durante un tiempo. ¿Te parece bien?
—Perfecto. Lisa se lo pasará genial, y arreglaremos la casa cuando volvamos. ¿Se encargará alguien de cuidar el BMW cuando yo lo deje? Si quieres, podemos hacerlo nosotras. A ver quién fisgonea.
Susan tenía unos ojos vivaces y expresivos. Brittany se dio cuenta de que no se ofrecía a la ligera.
—No. Ya se ocupará alguien de eso —dijo San—, Jess viene de camino y te dará un número para comunicar el paradero del vehículo. Lo más importante es arreglar la casa y cuidarla.
—¿Dónde está Jen?
—En París, con Marina. Afortunadamente, no se encontraba aquí. Pero volverá dentro de unas semanas.
—No te preocupes, San. Lisa, yo y las demás dejaremos la casa como nueva en un periquete. Estará lista cuando Jen regrese. Ah, cariño, si necesitas algo, cualquier cosa, háznoslo saber.
San asintió e hizo un gesto de agradecimiento.
Susan se acercó a Brittany.
—Debéis cuidar la una de la otra. Suerte. —A continuación, les dio sendos besos en las mejillas, cogió las llaves de los coches y se reunió con el señor Odo, dejando a San y a Brittany solas. Brittany se aproximó a San; no quería separarse de ella. Por fin, San dijo:
—Será mejor que nos vayamos. Según el señor Odo, se prepara una tormenta para dentro de unas horas.
—San, lo que le has pedido a Susan puede ser peligroso. Sin embargo, ella aceptó enseguida. ¿Por qué?
—Lisa y ella trabajaron en el cuerpo de policía de San Francisco. Saben defenderse. Los que correrán peligro son los que se enfrenten a ellas. —San se puso seria—. No soportan que se amenace a sus amigas.
—¿Quiénes son las otras a las que se refirió Susan?
—¿Te acuerdas de la foto que había en la repisa, en la que se veía a Jen con un grupo de mujeres en un barco? Seguro que conociste a algunas en el pueblo durante el fin de semana.
Brittany asintió.
—Son las otras. Forman un grupo de amigas muy unidas, algunas lesbianas, otras heterosexuales, pero todas muy competentes. Son como una piña. Dejarán la casa como estaba en un abrir y cerrar de ojos.
San contempló las manos de ambas, que estaban entrelazadas.
—He puesto al día a mis superiores y les he contado lo de la casa. Mi... jefe me ha dado una mala noticia. Los federales cercaron la oficina de Sam. Al principio no lo vieron y tampoco a Quinn Fabray. Pero cuando entraron allí...
A Brittany no le gustó nada su tono de voz.
—¿Qué ocurre? Dímelo.
San la miró a los ojos y habló:
—Encontraron el cuerpo de Sam Evans en el armario de su despacho. Le pegaron un tiro.
—¿Ha... muerto?
—Sí. Lo siento.
—Oh, Dios mío. ¡Pobre Sam!
Permanecieron calladas unos instantes, mientras Brittany asimilaba la información. De pronto, miró a San.— ¡Salgamos corriendo de aquí!
San la abrazó y la besó apasionadamente y, luego, se apartó.
—Vamos.
Brittany estaba ansiosa.
—Sí, vamos. —San se levantó y ayudó a Brittany—. Tenemos que hablar con el señor Odo y echar un vistazo a nuestro vehículo.
Había empezado a levantarse viento cuando llegaron. Mientras Brittany buscaba a Lord T. para despedirse, San se dirigió al garaje con las mochilas y el talego. Abrió el talego, sacó un pequeño ordenador, lo encendió, escribió una serie de instrucciones, lo cerró y cargó la moto. Cinco minutos después encontró a Lord T. sentado sobre el pecho de Brittany en el sofá del salón. Ambos se comunicaban perfectamente. Brittany le rascaba las orejas y le explicaba que regresarían y que toda la familia volvería a reunirse muy pronto. A San se le empañaron los ojos. Familia. Se aclaró la garganta para llamar la atención de Brittany y dijo:
—Tenemos que irnos. Nos espera un viaje de unas dos horas y la tormenta no tardará en descargar. Llevo trajes impermeables, y podemos parar a comer en el camino. ¿Lista?
Brittany se incorporó y le entregó el gato a San.
—Dame dos minutos —pidió. Luego entró en el baño y cerró la puerta.
San se dejó caer en una silla con los ojos cerrados. Estaba cansada y preocupada. Tenía que velar por la seguridad de Brittany, y les esperaba un largo trayecto.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó San cuando salió del baño.
Brittany se acercó, se arrodilló ante ella y la abrazó por el cuello. Con voz firme dijo:
—Encontré aspirinas y he tomado tres. Me mata el dolor del hombro, siento un miedo espantoso y tengo ganas de dormir una semana entera. Pero estoy viva y contigo. Vamos, tigre, cuanto más lejos mejor. —Besó los suaves labios de San, primero con delicadeza y luego con pasión.
Se separaron, agotadas, y Brittany añadió:
—Corrijo, cuanto antes mejor.
San la cogió de la mano y, al abrir la puerta del garaje, dijo:
—Espero que disfrutes del viaje. —Después le cedió el paso.
La joven examinó el garaje; el único vehículo que había era una motocicleta Ducati 758 negra.
—¿A que es preciosa?
Los ojos de Brittany se posaron primero en San, luego en la moto y de nuevo en San, que no pudo reprimir una sonrisa.
—¿Es esto? ¿Vamos a ir en esto? Nunca he montado en una moto. Bueno, Kurt trabajó en una tienda y un día me hizo una demostración. ¿Lo dices en serio?
—Totalmente. Tienes que llevar una mochila. He guardado el resto del equipo. Toma el casco. Súbete la cremallera de la chaqueta y agárrate fuerte. Te daré unos guantes especiales. Lo único que tienes que hacer es permanecer detrás de mí, abrazarme por la cintura y dejar que yo me encargue del resto. Ah, levanta los pies, ponlos en el reposapiés y no los acerques a los tubos de escape. ¿Entendido?
San esperaba que la sonrisita que dibujaron los labios de Brittany tuviese que ver con la petición de que la abrazase por la cintura, pero la sonrisa desapareció enseguida. Brittany suspiró y, resignadamente, se subió la cremallera de la chaqueta y se arrebujó todo lo que pudo. Aceptó que San la ayudase a ponerse el casco y a ajustarse la mochila.
San sacó la moto del garaje, seguida por Brittany, encendió el contacto y el potente motor rugió. Le hizo una seña para que Brittany se montase y ésta, procuró equilibrarse.
—¡Si me ve mi madre, le da algo! —gritó Brittany sobre el ruido del motor. Rodaron sobre la calzada de gravilla y salieron a la estrecha y sinuosa carretera.
Cuando llegaron al pueblo, Brittany se dio cuenta de que necesitaba más explicaciones si quería llegar entera a la costa. Estaba obsesionada con hacer de contrapeso de San en las curvas por miedo a volcar. Seguro que San también lo notaba. San se detuvo ante la cafetería y se apeó, tras decirle a Brittany que esperase. Brittany permaneció en el asiento de atrás, vigilante, y lo primero que vio fue su reflejo en el escaparate del establecimiento. “¡Caramba! La motera y su nena.” No pudo evitar reírse. Luego se fijó en las miradas de admiración que los clientes sentados en las mesas de fuera dedicaban a San. San se había apeado de la moto con una elegancia felina y, tras quitarse el casco, sacudió los rizos morenos. Metió los guantes dentro del casco y lo puso en el asiento delantero, le guiñó un ojo a Brittany y entró en el café. Todos observaron sus movimientos. Todos, menos uno: un hombrecillo que parecía absorto en su periódico. Brittany se fijó en él, porque fue el único que no devoró con los ojos a aquella despampanante mujer cuando pasó por su lado. Le pareció raro. Se le encogió el estómago y empezó a sudar. Al poco rato San salió con una bolsa de papel de estraza y unas botellas de agua. Le dio las botellas a Brittany y, cuando estaba guardando la bolsa, reparó en que a la joven le temblaban las manos. La miró con gesto interrogante.
—El tipo que está leyendo el periódico junto a la puerta —susurró Brittany— creo que es uno de los de anoche. ¿Y si...?
San se levantó bruscamente y se puso los guantes. En un tono normal dijo:
—De acuerdo, vámonos.
No demostró ninguna prisa cuando montó en la moto, arrancó y enfiló hacia la carretera. Dos manzanas más allá, se ocultó tras un conjunto de arbustos y secuoyas, y apagó el motor. Segundos después, divisaron un coche de color verde conducido por un hombrecillo con gafas que movía la cabeza de un lado a otro mientras hablaba por el móvil.
—¡Es él! —Brittany estaba segura.
San sacó su móvil del bolsillo de la chaqueta y efectuó una llamada. Dió la descripción del hombre, del coche y del número de matrícula, junto con instrucciones para interceptarlo, interrogarlo y retenerlo.
—Se ocuparán de él. Vamos a la costa. Si queremos llegar enteras, tendrás que confiar en mí. ¿Confías en mí?
—De todo corazón, ya lo sabes.
—Bien. Quiero que te pegues a mi espalda como si fueras papel de empapelar. Si me inclino, inclínate. Conviértete en parte de la máquina y de mí. No pienses en nada más que en la carretera y en fundirte conmigo. ¿Entendido?
Brittany se alegró de que San entendiese su nerviosismo y le diese la clave para superarlo.
—Fundirme contigo. Perfecto.
San le dio una palmadita en la mano, se puso el casco y se dirigieron a la autopista 1. Conducía despacio para que Brittany se acostumbrase a inclinarse con ella en las curvas. Al principio, Brittany la estrujaba de tal forma que San se sentía como un tubo de dentífrico, pero poco a poco se fue relajando y empezó a seguir el ritmo del vehículo. San la puso a prueba zigzagueando de repente o acelerando y aminorando la marcha sin avisar; luego pararon de nuevo y acordaron unas señales para comunicarse. Si San le apretaba la mano una vez, significaba “tranquila”; dos veces, “aguanta”; tres veces, “prepárate”. Si Brittany presionaba la cintura de San una vez, significaba “de acuerdo”; dos veces, “más despacio”; y tres, “para”. Al poco tiempo Brittany ganó confianza. Las señales le daban cierta ilusión de control y enseguida se dio cuenta de que San era tan competente con la moto como con el Audi. En vez de agarrarse a ella rígidamente, visualizó la palabra “fusión” y observó que su cuerpo se fundía con el de San. Una sensación muy agradable. Agradabilísima. Cuando su mente se estaba deleitando con imágenes de bailes, sueños y besos, aterrizó de repente en la realidad al virar la moto bruscamente para evitar a una vaca que había irrumpido en la carretera. Las manos de Brittany resbalaron, debido a la falta de atención, y saltó en el asiento. San pudo contenerla gracias a su fuerza, pero Brittany se recriminó el despiste. Circularon durante una hora sin más incidentes, hasta que una gota de lluvia mojó la visera de Brittany. Los oscuros nubarrones que habían visto de lejos se cernían sobre ellas y Brittany anticipó lo que se avecinaba cuando se levantó el viento. En el mar había crestas de espuma y las olas crecieron en fuerza y tamaño. San detuvo la moto en un apartadero, se apeó y buscó los impermeables en la mochila de Brittany. Luego ayudó a Brittany a ponerse la chaqueta y la mirada que intercambiaron casi derritió la cremallera de plástico. Tras ponerse a toda prisa chaquetas y pantalones ligeros, siguieron su camino. La lluvia y el viento eran cada vez más intensos y obligaron a San a reducir la marcha. Media hora después se detuvieron en una gasolinera-supermercado de carretera para beber algo y comprar provisiones. Brittany se fijó en que San cogía pan y queso, y le preguntó:
—San, ¿adónde vamos exactamente?
San cogió un paquete de café.
—Tengo una casa por aquí.
—¿A qué distancia?
—No muy lejos. —Dejó los víveres sobre el mostrador.
“No muy lejos”, pensó Brittany con tristeza. Estaba cansada. El dependiente, un adolescente, estuvo a punto de derribar un expositor cuando intentaba ayudarlas y las invitó a quedarse mientras durase el mal tiempo. Permanecieron dentro de la gasolinera. Engulleron los sándwiches que San había comprado, y Brittany aprovechó para ir al cuarto de baño, que resultó ser de lo más pintoresco, mientras San pagaba y guardaba todas las provisiones en el vehículo. Cuando San oyó que se abría la puerta del baño, miró a Brittany, que estaba muy pálida, aunque sonreía. Se acercó a ella inmediatamente y la sujetó por el codo.
—¿Te encuentras bien?
—¿Hum? Sí. Sólo... necesito que me dé el viento y la lluvia en la cara.
San sonrió.
—Por eso no te preocupes.
Tres kilómetros más adelante empezó a llover de verdad. San apretó la mano de Brittany, recibió una respuesta y se concentró en la carretera. La furgoneta que las seguía estaba reduciendo distancia, así que San aceleró. No era fácil conducir. Aunque la lluvia amainase, las carreteras eran estrechas y resbaladizas, y hacía viento; además, iban subiendo. En algunas zonas la niebla casi se las tragaba, y San procuró no hacer un mal movimiento. Conocía muy bien las rocas y el mar de la escarpada costa del norte de
California. La furgoneta que las seguía aceleró y tomó algunas curvas a una velocidad que a San le pareció imprudente. Se le encogió el estómago y centró la atención al máximo. Apretó la mano de Brittany tres veces y la joven se pegó a ella. Cuando San abordó un tramo especialmente peligroso de la carretera, con pronunciadas curvas de defectuoso peralte, ya no le cabía ninguna duda de que la furgoneta las perseguía. En lo alto de la colina, tras doblar otra curva cerrada y perder momentáneamente de vista al otro vehículo, aminoró la marcha para atravesar una resbaladiza rampa metálica para el ganado y giró de pronto a la derecha, hacia una carretera que se alejaba del mar; a continuación, aceleró a fondo para subir otra colina y desaparecer antes de que la furgoneta tomase la curva. Cubrieron los cien metros en un tiempo récord e incluso saltaron por el aire un segundo, cuando, tras subir por la cuesta, iniciaron un lento y curvilíneo descenso. La potente motocicleta se afirmó en el terreno cubierto de fango y gravilla antes de detenerse con tal brusquedad que a punto estuvo de volcar. San consiguió controlar el vehículo y, sin apearse, lo empujó hasta un bosquecillo próximo y apagó el motor. Puso el soporte de las ruedas, se desprendió de los brazos de Brittany y se apeó de un salto para recoger las provisiones que se habían caído al suelo. Luego volvió a montar en la moto y se preparó para ponerse en marcha si las encontraban. Esperaron. Pasaron cinco minutos. Nada. Poco después oyeron el rugido de un motor. Se trataba de una furgoneta plateada.
—Nos persiguen, ¿verdad? —preguntó Brittany sin aliento. Observaron cómo el vehículo tomaba una curva y San se quedó mirando el rastro que dejaba.
Se apartó de Brittany, tiró las provisiones que llevaban, se apeó otra vez de la moto, cogió la piedra más grande que encontró y la utilizó para romper la luz trasera del vehículo.
Brittany la miró, asombrada.
—¿Qué estás...?
San arrojó la piedra y volvió a la moto. Cuando la Ducati se encendió, le gritó a Brittany que se agarrase y regresaron a la carretera en el preciso instante en que la furgoneta doblaba la curva, volviendo por donde había ido antes. La lluvia y la niebla se intensificaron mientras San mantenía la distancia con la furgoneta, hasta que llegaron a la carretera principal y se dirigieron al norte. Brittany estaba pegada a San, mientras ésta inclinada hacia delante, conducía por la serpenteante y resbaladiza carretera, la carretera que conocía desde la niñez. La furgoneta se apostó detrás de ellas varias veces; habían tenido que aminorar la marcha a causa de las cerradas curvas. Estaban ascendiendo de nuevo y San se fijó en que la niebla era cada vez más densa. De repente, oyó un estallido y el casco de Brittany chocó contra el suyo, lo que la obligó a desviar los ojos de la carretera durante un segundo. La moto cabeceó y resbaló, pero se enderezó, y Brittany aguantó firme. San se adentró en la niebla, frenando todo lo que podía, y por pura memoria e instinto se inclinó hacia la derecha. Se desviaron; luego se recuperaron y doblaron la pronunciada curva casi por casualidad. San trató de reducir la velocidad, pero no lo hizo a tiempo, y la moto rugió en un terraplén y empezó a derrapar.
—¡Vamos! —gritó San y soltó el manillar, dejando que la fuerza centrífuga las hiciese caer del vehículo. Brittany se soltó y fue a parar al suelo, y San aterrizó a su lado. Oyó cómo la moto caía y el motor se apagaba y, luego, el ruido de la furgoneta. Como la moto no tenía luces de freno que denotasen su presencia, San rezó. El motor aceleró al acercarse y los neumáticos chirriaron cuando la furgoneta se deslizó hacia el precipicio. La niebla se disipó momentáneamente, y San vio que el conductor intentaba controlar el vehículo a toda costa, pero patinó y volcó en la carretera, y se perdió de vista en cuanto la niebla se cerró de nuevo. Durante un segundo reinó el silencio. Luego San oyó un lejano estampido, procedente del fondo del precipicio, y se derrumbó, jadeando. “Gracias.” Poco después se arrodilló y llamó:
—¿Brittany? ¡Brittany! ¿Dónde éstas? —No veía nada y estaba palpando el terreno cuando se lastimó la mano contra un objeto. Se quitó el casco y se agachó junto al cuerpo inerte de Brittany.
—¡Brittany! ¡Dios mío! ¡Háblame, cariño! ¡Di algo, por favor!
Brittany había perdido el casco. San le tocó con ansiedad las piernas, los brazos y el torso con cautela, buscando torceduras o sustancias pegajosas. Por último, le cogió la mano y se sentó en cuclillas.
—¿Brittany? Despierta, por favor. No me dejes. Te quiero. ¡Te quiero muchísimo! —Acarició la mano inmóvil de Brittany—. ¡Por favor!
La niebla se aclaró un poco y mejoró la visibilidad.
—Yo también te quiero.
San miró a Brittany a la cara.
—¿Qué?
La única respuesta que recibió fue una ligera presión en la mano.
—¿Estoy muerta?
—¿Brittany? ¿Puedes abrir los ojos?
—Sí. —Segundos después Brittany parpadeó y miró a San con una sonrisa.
—¿Logramos huir?
San, con los ojos empañados, acertó a decir:
—Sí, pero a la furgoneta no le fue tan bien como a nosotras en la última curva. Está en el fondo del precipicio.
—Me alegro. —Brittany intentó comprender las cosas y aclarar la cabeza.
—¿Brittany? ¿Puedes mover los pies? Un poco. Ahora mueve la otra mano. Aprieta. La cabeza, despacio. ¿Notas algo entumecido?
—No. —Brittany hizo ademán de incorporarse, apoyándose en San.
—¿Dónde está la moto?
San señaló el vehículo, que se hallaba tirado en el arcén de la carretera.
—Estás hecha un desastre. —Brittany observó a San—. ¿Te encuentras bien?
—Ahora sí. A ver si podemos salvar algo. Quédate aquí.
—Claro. —Brittany se apoyó en los codos y contempló cómo San descendía hasta la moto. “Me ama. Y yo la amo. Se lo he dicho y hablaba con el corazón.” Echó un vistazo a su alrededor, vio la mochila a varios metros de distancia y el casco un poco más allá. Se arrastró hasta allí y examinó los objetos.
Cuando oyó que San levantaba la moto, volvió el rostro hacia ella. Iba a comentar algo sobre su fuerza, pero en ese momento vio una enorme figura entre la bruma, que atravesaba la carretera en dirección a San. Brittany gritó:
—¡Detrás de ti! —Y la niebla se cerró ante ella—. ¡San! ¡San!
Oyó ruidos de lucha y se arrastró colina abajo. Rodó hasta el lugar de la refriega y vio a San y al hombre de la furgoneta en actitud amenazante. El hombre arremetió contra San y ésta le dio una patada en el estómago y lo derribó. El individuo se levantó y le asestó un golpe en un lado de la cabeza. San cayó y se quedó inmóvil, y Brittany se acercó a ella inmediatamente. Alzó la vista y gritó:
—¡Cabrón!
El hombre le sonrió.
—Vaya, vaya, por fin solos.
Brittany se levantó y retrocedió, seguida por el individuo. Tenía que apartarlo de San y ganar tiempo. La joven interpuso la moto entre los dos y se movió de un lado a otro para esquivar los golpes. Por la cara y el pecho del hombre corría la sangre que manaba de un corte en la cabeza, pero sólo tenía ojos para Brittany.
—Te hice... una promesa…Ven.
El hombre se acercó a ella y la sujetó por la muñeca. Brittany trató de soltarse, pero él sonreía, sin apartar los ojos de su presa. La joven lo abofeteó con todas sus fuerzas y, luego, lo golpeó en la herida que tenía en la cabeza. El hombre aulló, pero la agarró con más violencia. De repente, cedió, sorprendido. Aflojó la mano y Brittany se soltó. Luego, el tipo abrió la boca, dio un paso atrás, se tambaleó y se derrumbó sobre la moto.
Tenía un cuchillo de submarinismo clavado entre los hombros y hundido hasta la empuñadura. San estaba detrás de él, de rodillas, mirándolo. Brittany corrió hacia ella para ayudarla a levantarse, pero tropezó con el cuerpo.
—¿Te encuentras bien? —preguntaron las dos al mismo tiempo.
San se limpió la cara y se levantó, apoyándose en el brazo de Brittany.
—Creo que está muerto. —A Brittany le daba miedo tocarlo.
San la cogió de la mano, fue hacia la moto y giró la cabeza del hombre, mientras Brittany contemplaba los ojos inertes.
—Sí, está muerto. Ayúdame a apartarlo de la moto —le pidió San. Lo ladearon y lo arrastraron hasta una zanja situada a escasos metros. San extrajo el cuchillo del cuerpo y lo limpió contra su ropa.
—¿Dónde están tus cosas? —preguntó, casi sin respiración. — Hay que comunicar esto.
—¿Y tu móvil?
—No sé si tiene amigos. Tenemos que salir de aquí.
Brittany cogió lo que encontró en la ladera y regresó junto a San, completamente aliviada.
—¿Cómo está el casco?
Brittany lo levantó y le enseñó el fragmento que faltaba.
—Tiene un impacto de bala, por eso tu cabeza chocó contra la mía.
Brittany lo miró, atónita.
—Me salvó la vida. —Y, dirigiéndose a San, dijo— Me has salvado la vida. —San la contempló en silencio y, luego, precisó:
—No, tú me has salvado la vida. Vamos.
San subió a la moto, cruzó los dedos y los levantó para que los viese Brittany.
—Esperemos que arranque. —La encendió varias veces, sin éxito. Tras hacer varios ajustes, sonrió astutamente—. Las motos nuevas tienen encendido eléctrico. El problema es que, si se apaga, se acabó. A ésta le puse un motor de arranque como medida de seguridad. Y, de ese modo, si la nena se estropea, puedo ponerla en marcha. Hay que prevenir. —Se irguió y arrancó con el pedal a la primera.
Brittany se situó detrás de San y, cuando se pusieron en marcha, miró por encima del hombro la zanja en la que habían arrojado el cuerpo. Continuaron por la carretera de dos carriles durante otros veinte minutos. Los árboles y los campos en los que pacía el ganado, con el mar de fondo, componían una vista espectacular, pero San supuso que Brittany dedicaba toda su concentración a aguantar sobre la moto. Cuando se alejaron del mar y tomaron una estrecha carretera entre árboles, observó que de nuevo se cernían las nubes, pero se alegró de no ver ningún otro coche. Brittany estaba callada y medio encogida cuando San aminoró la marcha y enfiló por un camino asfaltado. San apretó el botón de un mando a distancia que llevaba en la chaqueta y la puerta del garaje se abrió; entró con la moto y apagó el motor. La puerta se cerró inmediatamente y la luz automática proyectó una iluminación espectral a su alrededor. San se apeó y encendió la luz del garaje. Abrió la puerta de atrás, se acercó al vestíbulo y comprobó el cuadro eléctrico que había en una pared. Marcó una serie de números y se oyó el zumbido de los aparatos al ponerse en funcionamiento. Regresó al garaje, dejó el casco y los guantes sobre un banco de madera pegado a la pared y se fijó en que Brittany hacía esfuerzos por no caer de la moto.
—¡Eh! Calma. Te ayudaré.
Brittany casi se derrumbó en sus brazos. Tras quitarle los guantes y el maltrecho casco, San la ayudó a apearse. La sujetó por la cintura y la guió hasta el banco, donde Brittany se apoyó mientras San le quitaba la mochila empapada. A continuación, ambas se despojaron de los impermeables, que se hallaban rotos y manchados de barro, y los dejaron en el suelo. San volvió a sujetar a Brittany por la cintura y la llevó al interior de la casa, en la que hacía calor, pues San había encendido la calefacción, el calentador y varios electrodomésticos por medio del ordenador, desde la casa del señor Odo. Pasaron ante una lavadora y una secadora, subieron unas escaleras y entraron en una pequeña cocina. San sentó a Brittany en una silla y, luego, le quitó las botas y los calcetines. Había cogido una toalla al pasar por el lavadero y frotó con ella los pies de Brittany
—Tenemos que dejar de vernos en estas circunstancias —murmuró Brittany.
—Coincido contigo. Siéntate derecha. Apóyate en la mesa si hace falta. —San puso la tetera al fuego y desapareció por otra puerta.
San intentó mantener a Brittany despierta mientras rebuscaba cosas en el cuarto de baño, pero, cuando volvió a la cocina, Brittany apenas se mantenía en pie. Brittany suspiró.
—He intentado levantarme para ayudar, pero no puedo. Soy un pelele. —Le castañeteaban los dientes.
—Brittany, has sufrido mucho. Y has aguantado. Ahora estamos a salvo.
La tetera empezó a silbar, y San cogió unas bolsitas de té y un par de tazas y vertió el agua en su interior. Llevó las tazas a la mesa y se sentó al lado de Brittany.
—El baño casi está listo. Necesitas un remojón y ponerte ropa seca o nunca entrarás en calor. Bebe un poco de té y te ayudo. Buscaré algo seco para vestirte. ¿Puedes andar?
—¿Llamaste? —San sabía que Brittany estaba preocupada por el cuerpo que había quedado en el lugar del accidente.
—Sí. Di parte del... incidente. Ya se encargarán de él.
Brittany se levantó, temblando, y San la ayudó a cruzar una sala hasta un dormitorio y un gran cuarto de baño, con ventanas que daban al bosque y al mar. Junto a una ventana había una bañera llena de agua humeante. Brittany preguntó:
—¿Es una bañera de hidromasaje?
—Un jacuzzi japonés. Curará todos tus males, créeme.
Brittany olisqueó el aire con placer.
—¿Lavanda?
San asintió, con gesto tímido y retraído.
—Voy a encender la chimenea y te dejaré un poco de intimidad. El baño está listo. Baja esos escalones y siéntate en el banco que está dentro de la bañera. ¿Puedes hacerlo?
—Sí. Gracias, San, muchas gracias. —Brittany no parecía muy convencida, pero San no pensaba quedarse. Sería mejor que le explicase la situación a Brittany antes de profundizar en su relación. Tenía derecho a saberlo todo.
San salió del baño, pero no cerró la puerta, pues no estaba segura de que Brittany pudiese arreglárselas sola. Vio cómo se quitaba el jersey con gran trabajo y lo tiraba al suelo. San se hallaba ante un dilema: su conciencia le decía que se mantuviese al margen, pero se le hacía un nudo en el estómago al ver cómo se esforzaba Brittany por no pedir ayuda. Brittany intentó quitarse la camisa húmeda, pero le temblaban demasiado las manos. Tiró de los vaqueros sin conseguir que el tejido mojado se moviese, y acabó sollozando de frustración. San no aguantó más y entró en el cuarto de baño.
—Hay que quitarte la ropa para que te metas en la bañera. Sin discusiones.
Procuró mostrarse eficiente y disimular su propio nerviosismo mientras le quitaba la camisa a Brittany. Luego se arrodilló y le bajó los pantalones. Cuando tiró de ellos, arrastró también la braga. San se levantó de repente y se ocupó del jacuzzi, para que Brittany no viese que se había puesto colorada. “No es momento de desearla. Está agotada.”
—San, necesito que me ayudes —dijo Brittany con voz débil, y a San se le ocurrió que podía taparla con mantas y abrazarla como en la cueva, pero se dio cuenta de que no serviría, pues Brittany tenía demasiado frío.
La ayudó a despojarse de la camiseta y la sujetó mientras bajaba los peldaños, pero Brittany estaba muy torpe y parecía a punto de echarse a llorar. San optó entonces por cogerla en brazos e introducirla en el jacuzzi lentamente. El gemido de placer y gratitud que emitió Brittany cuando el calor la envolvió excitó a San de arriba abajo. San tropezó con la ropa mojada al salir de la bañera. Cuando salió del cuarto de baño, oyó que Brittany murmuraba:
—Y yo que pensé que la caballerosidad había muerto. ¡Qué lástima!
Brittany hizo otros ruiditos placenteros y se acomodó en la bañera. Los ruidos enervaron a San. Se apartó de la pared en la que se había apoyado, al otro lado del baño. Era hora de ponerse a trabajar o la “caballerosidad” moriría de lujuria. San fue a buscar leña y encendió la chimenea de la sala, cogió las cosas de la moto, se quitó el traje de cuero y llenó la lavadora de ropa. Luego cogió unos pantalones para Brittany y se cambió. Activó el sistema de seguridad, comprobó el contenido del congelador y de las alacenas y, por último, se quedó en medio de la cocina, buscando desesperadamente algo que hacer para ocupar la mente. “Rubia natural. Oh, sí, claro que te has fijado. Tranquila, sé buena. Estás hecha polvo.” Estaba tan distraída que tardó un poco en darse cuenta de que no se oía nada en el baño. Llamó a la puerta y, al no obtener respuesta, la abrió y vio a Brittany dormida casi bajo el agua. Se acercó a la aturdida joven y le habló. Brittany abrió los ojos, sobresaltada, y en cuanto reconoció a San la abrazó por el cuello. San le correspondió, disfrutando del contacto. Cuando Brittany la soltó finalmente, dijo:
—Eres maravillosa. ¿Me das una toalla?
San sonrió, aliviada. Brittany se encontraba bien. Cogió una toalla blanca de un armario y la ayudó a salir del jacuzzi. Brittany se sentía calentita y cómoda, acurrucada en el sofá delante del fuego, con unos pantalones y unos gruesos calcetines blancos que habían salido de alguna parte. “Debo de tener una pinta horrible, pero ¡qué a gusto estoy!” Oyó a San en la cocina y pensó en ayudarla, pero, antes de que hiciese acopio de energía, apareció San, un poco nerviosa, con una bandeja en la que había un par de cuencos de sopa y algo parecido a unos sándwiches congelados. Dejó la bandeja en la mesita que Brittany tenía delante y retrocedió; contempló la comida y se frotó las manos en los pantalones. Brittany contempló primero la comida, luego a San, y otra vez la comida.
—¿Va a explotar?
—¿Qué...? Oh, no. No..., bueno..., hace bastante que no cocino.
Brittany estudió la bandeja.
—Hum, ¿qué clase de...?
—Tenía sopa, atún y pan congelado, así que he hecho... esto.
“¿Qué tenía de malo?”
Estaba pasado, frío y con demasiada mayonesa. Brittany le dedicó a San una brillante sonrisa e hincó el diente en el pan, alegrándose de estar tan hambrienta. “Tal vez con la sopa mejore.” Sabía que San no le quitaba ojo de encima, así que se llevó una cucharada de sopa tibia a la boca. Olía a sopa de pollo con fideos, pero estaba bastante fría y sabía a lata. Tomó otra cucharada y la dejó.
—¿Qué tal está?
—Oh, muy buena, es...
San se sentó de repente, le quitó el tazón de sopa, lo puso en la bandeja y cogió las manos de Brittany, mirándola a los ojos.
—Recuerda que nunca me has mentido.
Brittany respiró a fondo.
—Cierto. ¿Sabes una cosa? Me encuentro mucho mejor y creo que puedo arreglar esto. ¿Te parece bien?
San suspiró.
—Perfecto.
Brittany se levantó y cogió la bandeja, alentada por los dos bocados de aquella misteriosa comida.
—Aviva el fuego y relájate. Comeremos enseguida.
San se dedicó a cumplir con su parte del trato, mientras Brittany iba a la cocina. Cuando volvió, la sopa humeaba y los sándwiches eran comestibles.
—¡Qué maravilla! ¿Qué has hecho para que todo sepa tan rico?
Brittany sonrió.
—Calenté la sopa un poco más, tosté el pan y añadí más atún. —Le encantaba el entusiasmo de San, aunque se dio cuenta de que seguramente obedecía a que siempre comía fuera o vivía a base de cereales.
San se apartó de la mesa y suspiró, satisfecha, mientras tomaba un sorbo de manzanilla y contemplaba a su invitada. Tras avivar el fuego, había puesto la mesa, utilizando unas velas de emergencia para darle un aspecto más bonito, y Brittany estaba preciosa en la penumbra. En sus ojos había matices índigo, y los ángulos de sus mejillas, labios y mandíbula proyectaban sombras que resaltaban aquel efecto. Aunque estaba exhausta, Brittany seguía siendo deslumbrante. San se sentía feliz compartiendo el mismo espacio con ella. El mundo exterior se le antojaba muy lejano. Brittany permanecía callada, sentada en el suelo, con la cabeza apoyada en una mano mientras removía la sopa con la cuchara.
—Eh, creo que estás en la inopia. Espabila. —Cuando cogió a Brittany de la mano y se dirigieron al dormitorio, Brittany protestó. Se quejó de que no podía dormir si no se lavaba antes los dientes, así que San la llevó al cuarto de baño.
—En cuanto estés lista para acostarte, métete ahí. —Señaló la cama de matrimonio que había en el dormitorio principal. Brittany le dedicó una mirada que la intimidó y se apresuró a añadir— Voy a limpiar la cocina y, luego, me acostaré en el sofá.
Britany iba a quejarse, pero San levantó la mano.
—Sea lo que sea lo que hay entre nosotras, quedará para mañana. Tenemos que hablar, porque debes saber quién soy. Si llegamos a algo juntas, quiero que lo hagas con los ojos abiertos y no por la puerta de atrás. Lávate los dientes, nena.
Le alborotó el pelo y se marchó, tras empujarla hacia el lavabo. Brittany llenó de nuevo el jacuzzi japonés con agua caliente mientras se cepillaba los dientes. “Así. Muy bien.” Luego rebuscó en los cajones hasta que encontró lo que buscaba. Cuando asomó la cabeza por la puerta del baño, vio a San sentada en el sofá, contemplando el fuego. “Es maravillosa.” Los ojos de San reflejaban el cansancio del día, pero no había miedo en ellos. “Encantadora.” Brittany tosió y se aclaró la garganta para arrancar a San de su ensimismamiento. Le sonrió y le hizo una seña con el dedo, y San se levantó y fue hacia ella.
—¿Necesitas algo?
A Brittany le llegó al alma la franqueza que transmitía su mirada. La cogió de la mano y la condujo hasta el baño. Las luces eran tenues y el agua de la bañera humeaba.
—Ahora te toca a ti. En la bañera. He encontrado lo que supongo que te pones para dormir. Está colgado detrás de la puerta. Cuando acabes, acuéstate en tu cama. Si no lo haces, me acostaré en el sofá contigo. Y no discutas. Hazlo.
—De acuerdo. Hum, ¿te importaría apagar el termostato? Está en el pasillo, a la derecha.
Cuando Brittany salió, oyó que San chapoteaba en la bañera y gemía de placer. Veinte minutos después, San vació la bañera. Brittany sonrió cuando San dijo:
—Debo de ser un libro abierto.
“Acaba de ver la camiseta colgada en la puerta.”
San apagó la luz, se dirigió de puntillas a la cama y se acostó en silencio.
—Ven. —Brittany se movió para hacerle sitio en la parte caliente de la cama, se acurrucó contra el cuerpo de San y suspiró.
Brittany bostezó y se agitó un poco; luego cogió la mano de San y la puso bajo su pecho, encima del corazón, cubriéndola con su propia mano.
—Que duermas bien.
--------------
El siguiente será el último capitulo
Marta_Snix-*- - Mensajes : 2428
Fecha de inscripción : 11/06/2013
Edad : 36
Re: FanFic [Brittana] Primer impulso. Capitulo 26. Final
:ooo awww:3 se declararon:3 bueeenoxd en realidad
san se declaró $-$
Me encanta este ficD: no quiero que se acabeee :\'(:
Ojala que el último capítulo sea largo:c para que disfrute mucho más la historia:c XDD
Bueeeno:c eso :(
actualiza pronto:D
Cuidate, un abrazoD:
san se declaró $-$
Me encanta este ficD: no quiero que se acabeee :\'(:
Ojala que el último capítulo sea largo:c para que disfrute mucho más la historia:c XDD
Bueeeno:c eso :(
actualiza pronto:D
Cuidate, un abrazoD:
ScarletteLópez*-** - Mensajes : 16
Fecha de inscripción : 06/07/2013
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