|
Estreno Glee 5x17
"Opening Night" en:
"Opening Night" en:
Últimos temas
Los posteadores más activos de la semana
No hay usuarios |
Publicidad
FANFIC BRITTANA Perdona si te llamo amor Capitulo 2
+2
micky morales
verodiver
6 participantes
Página 1 de 1.
FANFIC BRITTANA Perdona si te llamo amor Capitulo 2
HOola¡ Me llamo Vero y pues soy nueva con esto de los fics, me encanta leerlos pero no me he animado a escribir y creo que nunca lo hare XD
Bueno este fic es un libro, se llama perdona si te llamo amor, y lo quiero transcribir, disculpen si hay errores, a mi en lo personal se me dificulta un poco.
Bueno cualquier duda o comentario no duden en preguntar.
Si la historia les gusta seguire subiendo los capitulos. Les dejo el primero espero les guste.
Otra cosa... Se que el tema es algo raro... Pero espero les guste
Capitulo 1
Noche. Noche encantada. Noche dolorosa. Noche insensata, mágica y loca. Y luego más noche. Noche
que parece no acabar nunca. Noche que, sin embargo, a veces pasa demasiado rápido.
Éstas son mis amigas, qué demonios… Fuertes. Son fuertes. Fuertes como Olas. Que no se detienen.
El problema vendrá cuando una de nosotras se enamore de verdad de una mujer o un hombre.
—¡Eh, esperad que yo también me apunto!
Brittany las mira a una tras otra. Están en la via dei Giuochi Istmici. Han dejado abiertas las puertas de
su diminuto Aixam y, con la música a tope, improvisan un desfile de moda.
—¡Vale, ven!
Quinn camina con un contoneo exagerado por la calle. Volumen al máximo y gafas de sol oscuras muy
fashion. Parece Paris Hilton. Un perro ladra a lo lejos. Llega Rachel, gran organizadora. Trae cuatro
Coronitas. Apoya las chapas en una barandilla y a puñetazos las hace saltar una tras otra. Saca un limón
de su mochila y lo corta en rodajas.
—Eh, Rach, por si te pillan, ¿ese cuchillo mide menos de cuatro dedos…?
Brittany se ríe mientras la ayuda. Mete una rodaja de limón en cada Coronita y ¡chin chin!, brindan
entrechocando con fuerza las botellas y alzándolas a las estrellas. Luego sonríen con los ojos casi
cerrados, soñando. Brittany es la primera en beber. Respira profundamente y recupera el aliento. Mis amigas
son fuertes, y se seca la boca. Es bonito poder contar con ellas. Con la lengua lame una gota de su
cerveza.
—Chicas, sois guapísimas… ¿Sabéis qué? Necesito amor.
—Necesitas un polvo, querrás decir.
—No seas borde —interviene Sugar—, ha dicho amor.
—Sí, amor —prosigue Britt—, ese misterio espléndido, desconocido para ti…
Quinn se encoge de hombros.
En efecto, piensa Brittany, necesito amor. Pero tengo diecisiete años, dieciocho en mayo. Todavía estoy a
tiempo…
—Un momento, un momento, esperad que ahora me toca desfilar a mí…
Y Brittany recorre resuelta la estrambótica acera-pasarela entre sus amigas que silban, se ríen y se
divierten con esa extraña y espléndida pantera blanca a la que, al menos hasta ahora, nadie ha golpeado
todavía.
—Cariño, ¿estás en casa? Perdona que no te haya avisado, pero creía que iba a volver mañana.
Santana entra en su casa y mira alrededor. Ha regresado antes a propósito con deseo de ella, pero
también con ganas de sorprenderla con otra. Hace ya demasiado tiempo que no hacen el amor. Y, a
veces, cuando no hay sexo, ello no significa sino que hay otra persona. Santana camina por la casa,
pero no encuentra a nadie, en realidad no encuentra nada. Dios mío, ¿acaso han entrado ladrones?
Después ve una nota sobre la mesa. Su letra.
«Para San. Te he dejado algo de comida en el frigo. He llamado al hotel para avisarte, pero me han
dicho que ya te habías ido. Quizá querías descubrirme. No. Lo siento. Por desgracia, no hay nada que
descubrir. Me he ido. Me he ido y basta. Por favor, no me busques, al menos por un tiempo. Gracias.
Respeta mis decisiones del mismo modo que yo he respetado siempre las tuyas. Elena.»
No, Santana deja la nota sobre la mesa, no han entrado los ladrones. Ha sido ella. Me ha robado
la vida, el corazón. Ella dice que siempre ha respetado mis decisiones, pero ¿qué decisiones? Deambula
por la casa. Los armarios están vacíos. Conque decisiones, ¿eh? Si ni mi casa era mía.
Santana ve que la lucecita del contestador automático parpadea. ¿Lo habrá pensado mejor?
¿Querrá regresar? Aprieta la tecla esperanzado.
«Hola, ¿cómo estás? Hace tiempo que no das señales de vida. Eso no está nada bien… ¿Por qué no
venís Elena y tú a cenar una noche con nosotros? ¡Nos encantaría! Llámame pronto, Adiós.»
Santana borra el mensaje. También a mí me encantaría, mamá. Pero me temo que esta vez me
tocará aguantar una de tus cenas solo. Y entonces me preguntarás: «Pero ¿cuándo os vais a casar Elena y
tú, eh? ¿A qué estáis esperando? Ya has visto lo hermoso que es, tus hermanas ya tienen hijos. ¿Cuándo
me vas a dar un nietecito tuyo?» Y es posible que yo no sepa qué responderte. No seré capaz de decirte
que Elena se ha ido. Y entonces mentiré. Mentirle a mi madre. No, no está bien. Con treinta y seis años
además, treinta y siete en junio… Eso está muy mal.
Una hora antes.
Stefano Mascagni es escrupuloso en casi todo, menos con su coche. El Audi A4 Station Wagon toma
veloz la curva del final de la via del Golf y enfila la via dei Giuochi Istmici. Un escrito dejado por
alguien sobre el cristal trasero solicita: «Lávame. El culo de un elefante está más limpio que yo», y sobre
el cristal lateral: «No, no me laves; estoy dejando crecer el musgo para el pesebre de Navidad.» En el
resto de la carrocería, apenas se ve el gris metalizado, de tanto polvo como la cubre. Una carpeta llena
de folios resbala hacia delante y cae, desparramando su contenido sobre la alfombrilla del coche.
Idéntica suerte corre una botella de plástico vacía, que se mete debajo del asiento y rueda peligrosamente
cerca del pedal del embrague. Del cenicero rebosa una serie de envoltorios de caramelos que lo hacen
parecer un arco iris. Menos romántico, sin embargo.
De repente, un golpe seco procedente del portaequipajes. Maldita sea, se ha roto, lo sabía. Mierda. Y
encima no puedo ir a verla con el coche en estas condiciones. Seguro que Carlotta llamaría a una
empresa de desinfección y después no querría volver a verme nunca más. Hay quien dice que el coche es
el espejo de su propietario. Como los perros.
Stefano se acerca a unos contenedores y apaga el motor. Se baja rápidamente del Audi. Abre el
portaequipajes. El portátil está fuera de su funda; ésta se había quedado abierta y el aparato se debe de
haber salido al tomar la curva. Lo coge, lo observa por todos los lados, por encima y por debajo. Parece
intacto. Tan sólo se ha aflojado un poco uno de los tornillos del monitor. Menos mal. Lo vuelve a meter
en la funda. Sube de nuevo al coche. Mira a su alrededor. Tuerce el gesto. Del bolsillo del respaldo del
asiento del copiloto asoma una bolsa gigante de supermercado semivacía, resto de la supercompra del
sábado por la tarde. La saca. Stefano comienza a recoger velozmente todo cuanto queda a su alcance. Lo
va metiendo dentro de la bolsa hasta llenarla. Luego baja, abre de nuevo el portaequipajes, coge el
portátil y lo deja sobre uno de los contenedores. Trata de colocarlo de modo que mantenga el equilibrio y
no se caiga al suelo. Empieza a sacar del portaequipajes cosas ya inútiles y olvidadas. Una bolsita vieja,
un estuche de CD, tres latas de refresco vacías, un paraguas roto, un paquete de pilas pequeñas gastadas,
un chal tieso. Después, antes de que la bolsa se desborde del todo, se dirige hacia los contenedores.
Caramba, no sabía que hubiese de tantas clases… Vidrio, plástico, papel, basura sólida, basura orgánica.
Caray. Precisos. Organizados. ¿Y dónde meto yo esto? Son todas cosas diversas. Bah. El amarillo me
parece perfecto. Stefano se acerca y pisa el pedal para abrirlo. La tapa se levanta de golpe. El
contenedor está lleno. Stefano se encoge de hombros, lo cierra de nuevo y deja la bolsa en el suelo.
Vuelve a subir al coche. Mira de nuevo a su alrededor. Así está mejor. Bueno, no. Quizá debiera pasar
también por el túnel de lavado. Mira el reloj. No, no, es tarde. Carlotta ya me debe de estar esperando. Y
no puedes hacer esperar a una mujer en la primera cita. Stefano cierra el portaequipajes, vuelve al coche,
arranca. Pone un CD. Piano y orquesta número 3, op. 30, tercer movimiento, de Rachmaninov. Ya está.
Ahora todo es perfecto. Cuando Carlotta me vea llegar con este «Rach 3» se desmayará, como en Shine.
Embrague. Estupendo. Acelerador. Y se va. Gran noche. Y gran seguridad también al volante.
Un gato bicolor camina afelpado y curioso. Ha permanecido escondido hasta que el coche se ha ido.
Después ha salido y, de un salto preciso, ha comenzado su paseo de contenedor en contenedor. Algo
llama su atención. Se acerca. Empieza a restregarse, a observar, sigue husmeando. Se rasca una oreja
mientras pasa una y otra vez junto a la esquina del ordenador. Desde luego, ésa sí es una basura extraña.
La música sale fuerte y estridente de los bailes del Aixam.
—¡Tina!
—Se me da bien, ¿eh? —Sonríe Britt
bebe un sorbo de cerveza.
— Sugar Deberías dedicarte en serio a lo de ser modelo.
—Pasa el tiempo, un año, una se engorda…
—¡Quinn, eres una envidiosa! Te fastidia que desfile tan bien, ¿o qué? Pero sabes de sobra que esta…,
es la hostia. ¿Cómo se llama?
—Alexz Johnson.
—¡Eh, aquí todas somos profesionales! Mira, mírame a mí. —Y Quinn se planta en el otro extremo de
la acera, se apoya la mano en la cadera derecha, dobla un poco la pierna y se detiene, mirando fijamente
al frente. Después da media vuelta, se echa la melena hacia atrás con un rápido movimiento de cabeza y
regresa.
—¡Pareces una modelo de verdad! —Y todas le aplauden.
—Modelo número 4, Olimpia Crocetti.
—Giuditta, mejor que Crocetti. —Y empiezan a cantar a coro una canción, unas mejor y otras peor,
unas sabiéndose de verdad la letra y otras inventándosela de cabo a rabo. «I know how this all must
look, like a picture ripped from a story book, I've got it easy, I've got it made…» Y se toman un último
y fresco sorbo de cerveza.
—¡Valentino, Armani, Dolce e Gabbana, el desfile ha terminado! ¡Aquí estaré, por si me queréis
contratar! —Y Quinn hace una reverencia a las demás Olas—. ¿Qué hacemos ahora? Empiezo a estar
aburrida de estar aquí…
—¡Vámonos al Eur, o quizá, qué sé yo, al Alaska! ¡Sí, hagamos algo!
—Pero ¡si acabamos de hacer algo! No, chicas, yo me voy a casa. Mañana tengo examen y me la
juego. Tengo que recuperar el cinco y medio.
—¡Venga! ¡No seas pelma! No vamos a volver tarde. Y, además, mañana puedes levantarte más
temprano y le das un repaso, ¿no?
—No. Necesito dormir, ya van tres noches que me hacéis llegar tarde y yo no soy precisamente de
hierro.
—¡No, en realidad eres dura sólo de mollera! Está bien, haz lo que te parezca, nosotras nos vamos.
¡Hasta mañana!
Y cada una a su paso se va en una dirección: tres, directas hacia quién sabe dónde y una hacia su
casa. Los cuatro botellines de Coronita siguen allí, en la acera, como conchas abandonadas en la playa
tras la marea. Mira qué desastre, cómo lo han dejado todo. Claro, como yo soy la escrupulosa… Las
recoge. Mira a su alrededor. Las farolas iluminan una hilera de contenedores. Menos mal, ahí está el
contenedor de color verde, el del vidrio. ¡Qué asco! Qué descuidada es la gente. Han dejado un montón
de bolsas en el suelo. Al menos podrían separar la basura. ¿Acaso no se han enterado de que el planeta
está en nuestras manos? Coge los botellines y los deja caer uno a uno por el agujero adecuado. ¿Y las
chapas? ¿Dónde las meto? No son de cristal… Quizá donde van las latas y los botes. También podrían
indicarlo, con una etiqueta o un dibujo bonito. «Chapas aquí.» Se para y se echa a reír. ¿Cómo era aquel
viejo chiste de Groucho? Ah, sí…
«Papá, ha llegado el hombre de la basura.»
«Dile que no queremos.»
Detallista, tira también al contenedor correspondiente una bolsa que se había quedado fuera. Entonces
lo ve. Se acerca temerosa. No me lo puedo creer. Justo lo que necesitaba. ¿Lo ves?, a veces vale la pena
ser ordenado.
Más tarde, esa misma noche. El coche frena con un chirrido de neumáticos. El conductor baja a toda
prisa y mira a su alrededor. Parece uno de los personajes de «Starsky y Hutch». Pero no va a disparar a
nadie. Mira a los pies del contenedor. Detrás, encima, debajo, por el suelo de alrededor. Nada. Ya no
está.—
No me lo puedo creer. No me lo puedo creer. Nadie limpia jamás, nadie se preocupa de si los
demás dejan las bolsas en el suelo y, justo esta noche, tenía que encontrarme a un tipo correcto y puñetero
en mi camino… Y encima Carlotta me ha dado calabazas. Me ha dicho que finalmente se había
enamorado… Pero de otro…
Y no sabe que, por culpa de lo que ha perdido, un día, Stefano Mascagni será feliz.
Bueno este fic es un libro, se llama perdona si te llamo amor, y lo quiero transcribir, disculpen si hay errores, a mi en lo personal se me dificulta un poco.
Bueno cualquier duda o comentario no duden en preguntar.
Si la historia les gusta seguire subiendo los capitulos. Les dejo el primero espero les guste.
Otra cosa... Se que el tema es algo raro... Pero espero les guste
Capitulo 1
Noche. Noche encantada. Noche dolorosa. Noche insensata, mágica y loca. Y luego más noche. Noche
que parece no acabar nunca. Noche que, sin embargo, a veces pasa demasiado rápido.
Éstas son mis amigas, qué demonios… Fuertes. Son fuertes. Fuertes como Olas. Que no se detienen.
El problema vendrá cuando una de nosotras se enamore de verdad de una mujer o un hombre.
—¡Eh, esperad que yo también me apunto!
Brittany las mira a una tras otra. Están en la via dei Giuochi Istmici. Han dejado abiertas las puertas de
su diminuto Aixam y, con la música a tope, improvisan un desfile de moda.
—¡Vale, ven!
Quinn camina con un contoneo exagerado por la calle. Volumen al máximo y gafas de sol oscuras muy
fashion. Parece Paris Hilton. Un perro ladra a lo lejos. Llega Rachel, gran organizadora. Trae cuatro
Coronitas. Apoya las chapas en una barandilla y a puñetazos las hace saltar una tras otra. Saca un limón
de su mochila y lo corta en rodajas.
—Eh, Rach, por si te pillan, ¿ese cuchillo mide menos de cuatro dedos…?
Brittany se ríe mientras la ayuda. Mete una rodaja de limón en cada Coronita y ¡chin chin!, brindan
entrechocando con fuerza las botellas y alzándolas a las estrellas. Luego sonríen con los ojos casi
cerrados, soñando. Brittany es la primera en beber. Respira profundamente y recupera el aliento. Mis amigas
son fuertes, y se seca la boca. Es bonito poder contar con ellas. Con la lengua lame una gota de su
cerveza.
—Chicas, sois guapísimas… ¿Sabéis qué? Necesito amor.
—Necesitas un polvo, querrás decir.
—No seas borde —interviene Sugar—, ha dicho amor.
—Sí, amor —prosigue Britt—, ese misterio espléndido, desconocido para ti…
Quinn se encoge de hombros.
En efecto, piensa Brittany, necesito amor. Pero tengo diecisiete años, dieciocho en mayo. Todavía estoy a
tiempo…
—Un momento, un momento, esperad que ahora me toca desfilar a mí…
Y Brittany recorre resuelta la estrambótica acera-pasarela entre sus amigas que silban, se ríen y se
divierten con esa extraña y espléndida pantera blanca a la que, al menos hasta ahora, nadie ha golpeado
todavía.
—Cariño, ¿estás en casa? Perdona que no te haya avisado, pero creía que iba a volver mañana.
Santana entra en su casa y mira alrededor. Ha regresado antes a propósito con deseo de ella, pero
también con ganas de sorprenderla con otra. Hace ya demasiado tiempo que no hacen el amor. Y, a
veces, cuando no hay sexo, ello no significa sino que hay otra persona. Santana camina por la casa,
pero no encuentra a nadie, en realidad no encuentra nada. Dios mío, ¿acaso han entrado ladrones?
Después ve una nota sobre la mesa. Su letra.
«Para San. Te he dejado algo de comida en el frigo. He llamado al hotel para avisarte, pero me han
dicho que ya te habías ido. Quizá querías descubrirme. No. Lo siento. Por desgracia, no hay nada que
descubrir. Me he ido. Me he ido y basta. Por favor, no me busques, al menos por un tiempo. Gracias.
Respeta mis decisiones del mismo modo que yo he respetado siempre las tuyas. Elena.»
No, Santana deja la nota sobre la mesa, no han entrado los ladrones. Ha sido ella. Me ha robado
la vida, el corazón. Ella dice que siempre ha respetado mis decisiones, pero ¿qué decisiones? Deambula
por la casa. Los armarios están vacíos. Conque decisiones, ¿eh? Si ni mi casa era mía.
Santana ve que la lucecita del contestador automático parpadea. ¿Lo habrá pensado mejor?
¿Querrá regresar? Aprieta la tecla esperanzado.
«Hola, ¿cómo estás? Hace tiempo que no das señales de vida. Eso no está nada bien… ¿Por qué no
venís Elena y tú a cenar una noche con nosotros? ¡Nos encantaría! Llámame pronto, Adiós.»
Santana borra el mensaje. También a mí me encantaría, mamá. Pero me temo que esta vez me
tocará aguantar una de tus cenas solo. Y entonces me preguntarás: «Pero ¿cuándo os vais a casar Elena y
tú, eh? ¿A qué estáis esperando? Ya has visto lo hermoso que es, tus hermanas ya tienen hijos. ¿Cuándo
me vas a dar un nietecito tuyo?» Y es posible que yo no sepa qué responderte. No seré capaz de decirte
que Elena se ha ido. Y entonces mentiré. Mentirle a mi madre. No, no está bien. Con treinta y seis años
además, treinta y siete en junio… Eso está muy mal.
Una hora antes.
Stefano Mascagni es escrupuloso en casi todo, menos con su coche. El Audi A4 Station Wagon toma
veloz la curva del final de la via del Golf y enfila la via dei Giuochi Istmici. Un escrito dejado por
alguien sobre el cristal trasero solicita: «Lávame. El culo de un elefante está más limpio que yo», y sobre
el cristal lateral: «No, no me laves; estoy dejando crecer el musgo para el pesebre de Navidad.» En el
resto de la carrocería, apenas se ve el gris metalizado, de tanto polvo como la cubre. Una carpeta llena
de folios resbala hacia delante y cae, desparramando su contenido sobre la alfombrilla del coche.
Idéntica suerte corre una botella de plástico vacía, que se mete debajo del asiento y rueda peligrosamente
cerca del pedal del embrague. Del cenicero rebosa una serie de envoltorios de caramelos que lo hacen
parecer un arco iris. Menos romántico, sin embargo.
De repente, un golpe seco procedente del portaequipajes. Maldita sea, se ha roto, lo sabía. Mierda. Y
encima no puedo ir a verla con el coche en estas condiciones. Seguro que Carlotta llamaría a una
empresa de desinfección y después no querría volver a verme nunca más. Hay quien dice que el coche es
el espejo de su propietario. Como los perros.
Stefano se acerca a unos contenedores y apaga el motor. Se baja rápidamente del Audi. Abre el
portaequipajes. El portátil está fuera de su funda; ésta se había quedado abierta y el aparato se debe de
haber salido al tomar la curva. Lo coge, lo observa por todos los lados, por encima y por debajo. Parece
intacto. Tan sólo se ha aflojado un poco uno de los tornillos del monitor. Menos mal. Lo vuelve a meter
en la funda. Sube de nuevo al coche. Mira a su alrededor. Tuerce el gesto. Del bolsillo del respaldo del
asiento del copiloto asoma una bolsa gigante de supermercado semivacía, resto de la supercompra del
sábado por la tarde. La saca. Stefano comienza a recoger velozmente todo cuanto queda a su alcance. Lo
va metiendo dentro de la bolsa hasta llenarla. Luego baja, abre de nuevo el portaequipajes, coge el
portátil y lo deja sobre uno de los contenedores. Trata de colocarlo de modo que mantenga el equilibrio y
no se caiga al suelo. Empieza a sacar del portaequipajes cosas ya inútiles y olvidadas. Una bolsita vieja,
un estuche de CD, tres latas de refresco vacías, un paraguas roto, un paquete de pilas pequeñas gastadas,
un chal tieso. Después, antes de que la bolsa se desborde del todo, se dirige hacia los contenedores.
Caramba, no sabía que hubiese de tantas clases… Vidrio, plástico, papel, basura sólida, basura orgánica.
Caray. Precisos. Organizados. ¿Y dónde meto yo esto? Son todas cosas diversas. Bah. El amarillo me
parece perfecto. Stefano se acerca y pisa el pedal para abrirlo. La tapa se levanta de golpe. El
contenedor está lleno. Stefano se encoge de hombros, lo cierra de nuevo y deja la bolsa en el suelo.
Vuelve a subir al coche. Mira de nuevo a su alrededor. Así está mejor. Bueno, no. Quizá debiera pasar
también por el túnel de lavado. Mira el reloj. No, no, es tarde. Carlotta ya me debe de estar esperando. Y
no puedes hacer esperar a una mujer en la primera cita. Stefano cierra el portaequipajes, vuelve al coche,
arranca. Pone un CD. Piano y orquesta número 3, op. 30, tercer movimiento, de Rachmaninov. Ya está.
Ahora todo es perfecto. Cuando Carlotta me vea llegar con este «Rach 3» se desmayará, como en Shine.
Embrague. Estupendo. Acelerador. Y se va. Gran noche. Y gran seguridad también al volante.
Un gato bicolor camina afelpado y curioso. Ha permanecido escondido hasta que el coche se ha ido.
Después ha salido y, de un salto preciso, ha comenzado su paseo de contenedor en contenedor. Algo
llama su atención. Se acerca. Empieza a restregarse, a observar, sigue husmeando. Se rasca una oreja
mientras pasa una y otra vez junto a la esquina del ordenador. Desde luego, ésa sí es una basura extraña.
La música sale fuerte y estridente de los bailes del Aixam.
—¡Tina!
—Se me da bien, ¿eh? —Sonríe Britt
bebe un sorbo de cerveza.
— Sugar Deberías dedicarte en serio a lo de ser modelo.
—Pasa el tiempo, un año, una se engorda…
—¡Quinn, eres una envidiosa! Te fastidia que desfile tan bien, ¿o qué? Pero sabes de sobra que esta…,
es la hostia. ¿Cómo se llama?
—Alexz Johnson.
—¡Eh, aquí todas somos profesionales! Mira, mírame a mí. —Y Quinn se planta en el otro extremo de
la acera, se apoya la mano en la cadera derecha, dobla un poco la pierna y se detiene, mirando fijamente
al frente. Después da media vuelta, se echa la melena hacia atrás con un rápido movimiento de cabeza y
regresa.
—¡Pareces una modelo de verdad! —Y todas le aplauden.
—Modelo número 4, Olimpia Crocetti.
—Giuditta, mejor que Crocetti. —Y empiezan a cantar a coro una canción, unas mejor y otras peor,
unas sabiéndose de verdad la letra y otras inventándosela de cabo a rabo. «I know how this all must
look, like a picture ripped from a story book, I've got it easy, I've got it made…» Y se toman un último
y fresco sorbo de cerveza.
—¡Valentino, Armani, Dolce e Gabbana, el desfile ha terminado! ¡Aquí estaré, por si me queréis
contratar! —Y Quinn hace una reverencia a las demás Olas—. ¿Qué hacemos ahora? Empiezo a estar
aburrida de estar aquí…
—¡Vámonos al Eur, o quizá, qué sé yo, al Alaska! ¡Sí, hagamos algo!
—Pero ¡si acabamos de hacer algo! No, chicas, yo me voy a casa. Mañana tengo examen y me la
juego. Tengo que recuperar el cinco y medio.
—¡Venga! ¡No seas pelma! No vamos a volver tarde. Y, además, mañana puedes levantarte más
temprano y le das un repaso, ¿no?
—No. Necesito dormir, ya van tres noches que me hacéis llegar tarde y yo no soy precisamente de
hierro.
—¡No, en realidad eres dura sólo de mollera! Está bien, haz lo que te parezca, nosotras nos vamos.
¡Hasta mañana!
Y cada una a su paso se va en una dirección: tres, directas hacia quién sabe dónde y una hacia su
casa. Los cuatro botellines de Coronita siguen allí, en la acera, como conchas abandonadas en la playa
tras la marea. Mira qué desastre, cómo lo han dejado todo. Claro, como yo soy la escrupulosa… Las
recoge. Mira a su alrededor. Las farolas iluminan una hilera de contenedores. Menos mal, ahí está el
contenedor de color verde, el del vidrio. ¡Qué asco! Qué descuidada es la gente. Han dejado un montón
de bolsas en el suelo. Al menos podrían separar la basura. ¿Acaso no se han enterado de que el planeta
está en nuestras manos? Coge los botellines y los deja caer uno a uno por el agujero adecuado. ¿Y las
chapas? ¿Dónde las meto? No son de cristal… Quizá donde van las latas y los botes. También podrían
indicarlo, con una etiqueta o un dibujo bonito. «Chapas aquí.» Se para y se echa a reír. ¿Cómo era aquel
viejo chiste de Groucho? Ah, sí…
«Papá, ha llegado el hombre de la basura.»
«Dile que no queremos.»
Detallista, tira también al contenedor correspondiente una bolsa que se había quedado fuera. Entonces
lo ve. Se acerca temerosa. No me lo puedo creer. Justo lo que necesitaba. ¿Lo ves?, a veces vale la pena
ser ordenado.
Más tarde, esa misma noche. El coche frena con un chirrido de neumáticos. El conductor baja a toda
prisa y mira a su alrededor. Parece uno de los personajes de «Starsky y Hutch». Pero no va a disparar a
nadie. Mira a los pies del contenedor. Detrás, encima, debajo, por el suelo de alrededor. Nada. Ya no
está.—
No me lo puedo creer. No me lo puedo creer. Nadie limpia jamás, nadie se preocupa de si los
demás dejan las bolsas en el suelo y, justo esta noche, tenía que encontrarme a un tipo correcto y puñetero
en mi camino… Y encima Carlotta me ha dado calabazas. Me ha dicho que finalmente se había
enamorado… Pero de otro…
Y no sabe que, por culpa de lo que ha perdido, un día, Stefano Mascagni será feliz.
Última edición por verodiver el Sáb Ago 10, 2013 2:57 pm, editado 1 vez
verodiver* - Mensajes : 16
Fecha de inscripción : 05/02/2012
Re: FANFIC BRITTANA Perdona si te llamo amor Capitulo 2
esta bastante interesante, espero actualizacion!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FANFIC BRITTANA Perdona si te llamo amor Capitulo 2
Ummm! Me llama mucho la atención la temática que planteas! Siguelo, me intriga bastante este tal Stefano, qué pasa con él?
Ah... Sí te gusta leer mucho, en algún momento llega la inspiración para escribir, paciencia.
Saludos!
Ah... Sí te gusta leer mucho, en algún momento llega la inspiración para escribir, paciencia.
Saludos!
Claru!***** - Mensajes : 209
Fecha de inscripción : 22/09/2012
Edad : 33
Re: FANFIC BRITTANA Perdona si te llamo amor Capitulo 2
Hola de nuevo¡ Muchisimas Gracias por su recibimiento, aunque sean solo dos, aprecio eso :3 Pero espero que sean mas lector@s
Muchas gracias¡ Les dejo el Cap 2 Ya veras con ese Stefano.... XD
Dudas comentarios....
Capitulo Dos
Dos meses después. Aproximadamente.
No me lo puedo creer. No me lo puedo creer. Santana camina por su casa. Han pasado dos meses
y todavía no consigue hacerse a la idea. Elena me ha dejado. Y lo peor es que lo ha hecho sin un porqué.
O al menos sin contarme ese porqué a mí. Santana se asoma a la ventana y mira al exterior. Estrellas,
estrellas hermosísimas. Sólo estrellas en el cielo nocturno. Estrellas lejanas. Estrellas malditas que
saben. Sale a la terraza. Techo de madera, celosía, en las esquinas espléndidas vasijas antiguas, lisas, lo
mismo que delante de cada ventanal. Un poco más allá, largos toldos de color claro, pastel, que matizan
la salida y la puesta del sol. Como una ola que rodea la casa, que se pierde lenta a la entrada de cada
habitación y, una vez dentro, esa misma ola continúa incluso en los colores de la pared. Pero lo único que
logra ahora todo eso es causarle más daño aún.
—¡Aaahhh! —De repente Santana empieza a gritar como una loca—: ¡Aaahhh!
Ha leído que desahogarse alivia.
—Eh, tú, ¿has acabado? —Un tipo está asomado a la terraza de enfrente.
Santana se oculta de inmediato detrás de una enorme planta de jazmín que tiene en la terraza.
—Bueno, ¿has acabado o no? Tú, guapa de cara; te estoy viendo, ¿estás jugando a policías y
ladrones?
Santana retrocede un poco para apartarse de la luz.
—¡Te he pillado! Te he visto, te he pillado. Mira, estoy viendo una peli, así que, si te agobias, ve a
dar una vuelta…
El tipo vuelve a meterse en casa y corre de golpe una gran puerta de vidrio, después baja las
persianas. De nuevo el silencio. Santana se agacha y entra lentamente en la casa.
Abril. Estamos en abril. Y empieza negro. Y encima ese gilipollas… Me cojo un ático en el barrio de
Trieste y resulta que el único gilipollas vive justo enfrente de mi casa. Suena el teléfono. Santana
corre, atraviesa el salón y aguarda con un poco de esperanza. Un timbrazo. Dos. Se activa el contestador
automático. «Ha llamado al 0680854… —y sigue—, deje su mensaje…» A lo mejor es ella. Santana
se acerca al contestador esperanzado: «…después de la señal». Cierra los ojos.
—San, tesoro. Soy yo, tu madre. ¿Qué hay de ti? Ni siquiera respondes al móvil.
Santana se dirige a la puerta de la casa, coge la chaqueta, las llaves del coche y su Motorola.
Después la cierra de golpe a sus espaldas mientras su madre continúa hablando.
—¿Y bien? ¿Por qué no vienes a cenar con nosotros la semana que viene, Elena y tú quizá? Ya te he
dicho que me encantaría… Hace mucho que no nos vemos…
Pero élla ya está frente al ascensor, no ha tenido tiempo de oírlo. Todavía no he logrado decirle a mi
madre que Elena y yo nos hemos separado. Joder. Se abre la puerta, entra y sonríe mientras se mira al
espejo. Pulsa el botón para bajar. En estos casos se precisa un poco de ironía. En breve cumpliré los
treinta y siete y vuelvo a estar soltera. Qué extraño. La mayor parte de las mujeres no espera otra cosa.
Quedarse soltera para divertirse un poco e iniciar una nueva aventura. Ya. No sé por qué pero no consigo
hacerme a la idea. Hay algo que no me cuadra. En los últimos tiempos, Elena se comportaba de un modo
extraño. ¿Habría una tercera? No. Me lo hubiese dicho. Vale, no quiero pensar más. Para eso me lo he
comprado. Brummm. Santana está en su coche nuevo. Mercedes-Benz ML 320 Cdi. Último modelo.
Un todoterreno nuevo, perfecto, inmaculado, adquirido un mes atrás por culpa de la pena causada por
Elena. O, mejor dicho, por el «desprecio sentimental» que sintió tras su partida. Santana conduce. Le
asalta un recuerdo. La última vez que salió con ella. Íbamos al cine. Poco antes de entrar, a Elena le sonó
el móvil y rechazó la llamada, apagó el teléfono y me sonrió. «No es nada, trabajo. No me apetece
contestar…» Yo también le sonreí. Qué sonrisa tan bella tenía Elena… ¿Por qué utilizo el pasado? Elena
tiene una sonrisa bella. Y al decirlo también él sonríe. O al menos lo intenta mientras toma una curva. A
toda velocidad. Y otro recuerdo. El día aquel. Esto hace más daño. Tengo grabada en el corazón aquella
conversación como si fuese ayer, joder. Como si fuese ayer.
Una semana después de haber encontrado aquella nota, una noche Santana regresa a casa antes de
lo previsto. Y se la encuentra. Entonces sonríe, feliz de nuevo, emocionado, esperanzado.
—Has vuelto…
—No, sólo estoy de paso…
—¿Y ahora qué haces?
—Me voy.
—¿Cómo que te vas?
—Me voy. Es mejor así. Hazme caso, San
—Pero nuestra casa, nuestras cosas, las fotos de nuestros viajes…
—Te las dejo.
—No, me refería a cómo es que no te importan.
—Me importan, ¿por qué dices que no me importan…?
—Porque te vas.
—Sí, me voy, pero me importan.
Santana se pone en pie, la abraza y la atrae hacia sí. Pero no intenta besarla. No, eso no, eso sería
demasiado.
—Por favor, San … —Elena cierra los ojos, relaja la espalda, se abandona. Luego suelta un suspiro
—. Por favor, San… déjame marchar.
—Pero ¿adónde vas?
Elena sale por la puerta. Una última mirada.
—¿Hay otro?
Elena se echa a reír, mueve la cabeza.
—Como de costumbre, no te enteras de nada, San… —Y cierra la puerta tras ella.
—Sólo necesitas un poco de tiempo, pero ¡quédate, joder, quédate!
Demasiado tarde. Silencio. Otra puerta se cierra pero sin hacer ruido. Y hace más daño.
—¡Tienes mi desprecio sentimental, joder! —le grita Santana cuando ya se ha ido. Y ni siquiera
sabe lo que quiere decir esa frase. Desprecio sentimental. Bah. Lo decía tan sólo para herirla, por decir
algo, por causar efecto, por buscar un significado donde no hay significado. Nada.
Otra curva. Este coche va de maravilla, nada que objetar. Santana pone un CD. Sube la música.
No hay nada que se pueda hacer, cuando algo nos falta, debemos llenar ese vacío. Aunque cuando es el
amor lo que nos falta, no hay nada que lo llene de verdad.
Muchas gracias¡ Les dejo el Cap 2 Ya veras con ese Stefano.... XD
Dudas comentarios....
Capitulo Dos
Dos meses después. Aproximadamente.
No me lo puedo creer. No me lo puedo creer. Santana camina por su casa. Han pasado dos meses
y todavía no consigue hacerse a la idea. Elena me ha dejado. Y lo peor es que lo ha hecho sin un porqué.
O al menos sin contarme ese porqué a mí. Santana se asoma a la ventana y mira al exterior. Estrellas,
estrellas hermosísimas. Sólo estrellas en el cielo nocturno. Estrellas lejanas. Estrellas malditas que
saben. Sale a la terraza. Techo de madera, celosía, en las esquinas espléndidas vasijas antiguas, lisas, lo
mismo que delante de cada ventanal. Un poco más allá, largos toldos de color claro, pastel, que matizan
la salida y la puesta del sol. Como una ola que rodea la casa, que se pierde lenta a la entrada de cada
habitación y, una vez dentro, esa misma ola continúa incluso en los colores de la pared. Pero lo único que
logra ahora todo eso es causarle más daño aún.
—¡Aaahhh! —De repente Santana empieza a gritar como una loca—: ¡Aaahhh!
Ha leído que desahogarse alivia.
—Eh, tú, ¿has acabado? —Un tipo está asomado a la terraza de enfrente.
Santana se oculta de inmediato detrás de una enorme planta de jazmín que tiene en la terraza.
—Bueno, ¿has acabado o no? Tú, guapa de cara; te estoy viendo, ¿estás jugando a policías y
ladrones?
Santana retrocede un poco para apartarse de la luz.
—¡Te he pillado! Te he visto, te he pillado. Mira, estoy viendo una peli, así que, si te agobias, ve a
dar una vuelta…
El tipo vuelve a meterse en casa y corre de golpe una gran puerta de vidrio, después baja las
persianas. De nuevo el silencio. Santana se agacha y entra lentamente en la casa.
Abril. Estamos en abril. Y empieza negro. Y encima ese gilipollas… Me cojo un ático en el barrio de
Trieste y resulta que el único gilipollas vive justo enfrente de mi casa. Suena el teléfono. Santana
corre, atraviesa el salón y aguarda con un poco de esperanza. Un timbrazo. Dos. Se activa el contestador
automático. «Ha llamado al 0680854… —y sigue—, deje su mensaje…» A lo mejor es ella. Santana
se acerca al contestador esperanzado: «…después de la señal». Cierra los ojos.
—San, tesoro. Soy yo, tu madre. ¿Qué hay de ti? Ni siquiera respondes al móvil.
Santana se dirige a la puerta de la casa, coge la chaqueta, las llaves del coche y su Motorola.
Después la cierra de golpe a sus espaldas mientras su madre continúa hablando.
—¿Y bien? ¿Por qué no vienes a cenar con nosotros la semana que viene, Elena y tú quizá? Ya te he
dicho que me encantaría… Hace mucho que no nos vemos…
Pero élla ya está frente al ascensor, no ha tenido tiempo de oírlo. Todavía no he logrado decirle a mi
madre que Elena y yo nos hemos separado. Joder. Se abre la puerta, entra y sonríe mientras se mira al
espejo. Pulsa el botón para bajar. En estos casos se precisa un poco de ironía. En breve cumpliré los
treinta y siete y vuelvo a estar soltera. Qué extraño. La mayor parte de las mujeres no espera otra cosa.
Quedarse soltera para divertirse un poco e iniciar una nueva aventura. Ya. No sé por qué pero no consigo
hacerme a la idea. Hay algo que no me cuadra. En los últimos tiempos, Elena se comportaba de un modo
extraño. ¿Habría una tercera? No. Me lo hubiese dicho. Vale, no quiero pensar más. Para eso me lo he
comprado. Brummm. Santana está en su coche nuevo. Mercedes-Benz ML 320 Cdi. Último modelo.
Un todoterreno nuevo, perfecto, inmaculado, adquirido un mes atrás por culpa de la pena causada por
Elena. O, mejor dicho, por el «desprecio sentimental» que sintió tras su partida. Santana conduce. Le
asalta un recuerdo. La última vez que salió con ella. Íbamos al cine. Poco antes de entrar, a Elena le sonó
el móvil y rechazó la llamada, apagó el teléfono y me sonrió. «No es nada, trabajo. No me apetece
contestar…» Yo también le sonreí. Qué sonrisa tan bella tenía Elena… ¿Por qué utilizo el pasado? Elena
tiene una sonrisa bella. Y al decirlo también él sonríe. O al menos lo intenta mientras toma una curva. A
toda velocidad. Y otro recuerdo. El día aquel. Esto hace más daño. Tengo grabada en el corazón aquella
conversación como si fuese ayer, joder. Como si fuese ayer.
Una semana después de haber encontrado aquella nota, una noche Santana regresa a casa antes de
lo previsto. Y se la encuentra. Entonces sonríe, feliz de nuevo, emocionado, esperanzado.
—Has vuelto…
—No, sólo estoy de paso…
—¿Y ahora qué haces?
—Me voy.
—¿Cómo que te vas?
—Me voy. Es mejor así. Hazme caso, San
—Pero nuestra casa, nuestras cosas, las fotos de nuestros viajes…
—Te las dejo.
—No, me refería a cómo es que no te importan.
—Me importan, ¿por qué dices que no me importan…?
—Porque te vas.
—Sí, me voy, pero me importan.
Santana se pone en pie, la abraza y la atrae hacia sí. Pero no intenta besarla. No, eso no, eso sería
demasiado.
—Por favor, San … —Elena cierra los ojos, relaja la espalda, se abandona. Luego suelta un suspiro
—. Por favor, San… déjame marchar.
—Pero ¿adónde vas?
Elena sale por la puerta. Una última mirada.
—¿Hay otro?
Elena se echa a reír, mueve la cabeza.
—Como de costumbre, no te enteras de nada, San… —Y cierra la puerta tras ella.
—Sólo necesitas un poco de tiempo, pero ¡quédate, joder, quédate!
Demasiado tarde. Silencio. Otra puerta se cierra pero sin hacer ruido. Y hace más daño.
—¡Tienes mi desprecio sentimental, joder! —le grita Santana cuando ya se ha ido. Y ni siquiera
sabe lo que quiere decir esa frase. Desprecio sentimental. Bah. Lo decía tan sólo para herirla, por decir
algo, por causar efecto, por buscar un significado donde no hay significado. Nada.
Otra curva. Este coche va de maravilla, nada que objetar. Santana pone un CD. Sube la música.
No hay nada que se pueda hacer, cuando algo nos falta, debemos llenar ese vacío. Aunque cuando es el
amor lo que nos falta, no hay nada que lo llene de verdad.
verodiver* - Mensajes : 16
Fecha de inscripción : 05/02/2012
Re: FANFIC BRITTANA Perdona si te llamo amor Capitulo 2
Hola que tal!! me resulta muy interesante la historia espero que la continues y actualices seguido.
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FANFIC BRITTANA Perdona si te llamo amor Capitulo 2
"Aunque cuando es el amor lo que nos falta no hay nada que lo llene de verdad" ... Aww! Qué frase, y cuánta verdad esconde... Está genial el capítulo! ;-)
Claru!***** - Mensajes : 209
Fecha de inscripción : 22/09/2012
Edad : 33
FANFIC BRITTANA Perdona si te llamo amor¡ CAPITULO 3
Holis¡ Perdon por desaparecer, no he tenido mucho tiempo pero aqui les dejo el Cap 3 Espero les guste
Comentarios Dudas... XD
Tres
Misma hora, misma ciudad, sólo que más lejos.
—¡Dime qué tal me queda!
—¡Estás ridícula! ¡Pareces Charlie Chaplin!
Quinn camina de un lado a otro por la alfombra de la habitación de su madre, vestida con el traje azul
de su padre que le va por lo menos cinco tallas grande.
—Pero ¿qué dices? ¡Me queda mejor que a él!
—Pobre. Tu papá tan sólo tiene un poco de tripa…
—¿Un poco sólo? ¡Si parece la morsa de la película 50 primeras citas! ¡Mira estos pantalones! —
Quinn se los coloca en la cintura y los abre con la mano—. ¡Es como el saco de Papá Noel!
—¡Genial! ¡Entonces danos los regalos! —Y las Olas se levantan y se le echan encima, buscando por
todas partes, como si de verdad esperasen encontrar algo.
—¡Me estáis haciendo cosquillas, ya basta! ¡De todos modos, como sois malas, este año sólo os toca
carbón! ¡En cambio para Sugar, una barra de regaliz, ya que por lo menos se comporta…!
—¡Quinn!
—Jo, ¿será posible que siempre te metas conmigo, sólo porque no hago lo mismo que tú? ¡Es que no
se salva nadie!
—De hecho, ¡me llaman Exterminator!
—¡Ese chiste es muy viejo, y no es tuyo!
Sin dejar de reírse, se tumban todas en la cama.
—¿Os dais cuenta de que todo empezó aquí?
—¿A qué te refieres?
—¡A la inmensa suerte de que tengáis una amiga como yo!
—¿Eh?
—Pues que una cálida noche de hace más de dieciocho años mamá y papá decidieron que su vida
necesitaba una sacudida, un soplo de energía, y entonces, ¡tate!, acabaron aquí encima echando un quiqui.
—¡Qué manera tan delicada de hablar del amor, Quinn!
—¿Qué dices amor? Llámalo por su nombre, ¡sexo! ¡Sexo sano!
Sugar se abraza a un cojín que tiene al lado.
—Esta habitación es superguay y la cama supercómoda… Mira esa foto de ahí encima. Tus padres
estaban muy guapos el día de su boda.
Rachel coge a Britt por el cuello y finge estrangularla.
—Britt, ¿quieres tomar por legítimo esposo a Fabio, aquí no presente?
Britt le da una patada.
—¡No!
—Eh, chicas, a propósito, ¿cómo fue vuestra primera vez?
Todas se vuelven de golpe hacia Quinn. Después se miran las unas a las otras. Sugar se queda
súbitamente seria y silenciosa. Quinn sonríe:
—¡Vaya, ni que os hubiese preguntado si alguna vez habéis matado a alguien! Está bien, ya lo pillo,
empiezo yo para que así se os pase la timidez. Veamos…, Quinn fue una niña precoz. Ya en la guardería, le
plantó un beso en plena boca a su compañerito Finn, más conocido por el Sebo, debido a la enorme
producción de porquería que procedía de los miles de granitos que salpicaban su carita como pequeños
volcanes…
—¡Qué asco, Quinn!
—¿Qué quieres que te diga?, a mí me gustaba, siempre hacíamos carreras juntos en el tobogán. En la
escuela le tocó el turno a Rubio…
—¿Rubio? Pero ¿tú los besas a todos?
—¿Eso es un nombre?
—¡Es un nombre, sí! Y muy bonito además. El caso es que Rubio era un chavalito muy guay. Nuestra
historia duró dos meses, de pupitre a pupitre.
—Vale, Quinn, está bien, pero así es muy fácil. Tú has hablado de la primera vez, no de historias de
cuando éramos niñas —la interrumpe Brittany mientras se sienta con las piernas cruzadas y se apoya en el
cabezal de la cama.
—Tienes razón. Pero ¡os quería hacer entender cómo ciertas cosas ya se manifiestan desde que uno es
pequeño! ¿Queréis oír algo fuerte? ¿Estáis listas para una historia digna del Playboy? Allá voy. Mi
primera vez fue hace casi tres años.
—¡¿A los quince?!
—¡¿Estás diciendo que perdiste la virginidad a los quince años?! —Sugar la mira con la boca
abierta.
—Pues sí, ¿para qué quería guardarla? ¡Ciertas cosas es mejor perderlas que encontrarlas! En fin, yo
estaba allí… una tarde después del cole. Él, Puck, me llevaba dos años. Era un chico tan guay que no
podía ser más guay. Le había cogido el coche a su padre sólo para dar una vuelta conmigo.
—¡Ah, sí, Puck! ¡No nos habías contado que lo hiciste con él la primera vez!
—¿Y con diecisiete años llevaba coche?
—Sí, sabía conducir un poco. En fin, para abreviar, el coche era un Alfa 75 color rojo fuego, hecho
polvo, con asientos de piel color beige…
—¡Qué refinamiento!
—¡Oye, lo que contaba era él! Yo le gustaba un montón. Cogimos la Appia Antica y aparcamos en un
lugar un poco retirado.
—En la Appia Antica con el Alfa Antico.
—¡Qué graciosilla! En fin, pasó allí y duró cantidad. Me dijo que lo hacía bien, imagínate, yo que no
sabía nada… Es decir, nada de nada no, porque en vacaciones había visto algunas pelis porno con mi
primo, pero de ahí a hacerlo de verdad…
—Pero en el coche es una pena, Quinn… caray, era tu primera vez. ¿No te hubiera gustado tener, qué
sé yo, música, la magia de la noche, una habitación llena de velas…?
—¡Sí, estilo capilla ardiente! ¡Rachel, es sexo! ¡Lo haces donde lo haces, no importa dónde, importa
cómo!—
Estoy alucinada. —Sugar estruja con más fuerza el cojín—. Quiero decir, yo nunca… La primera
vez, ¿te das cuenta? No la olvidas en toda tu vida.
—Ya lo creo que sí, si te toca un pringado la olvidas, vaya si la olvidas… Pero ¡si te encuentras a
uno como Puck, la recuerdas para siempre! ¡Me hizo sentir estupendamente!
—¿Y después?
—Después se acabó. A los tres meses, vaya… ¿No te acuerdas? Después de él vino Lorenzo, a quien
obviamente llamaban el Magnífico…, aquel de segundo E que navegaba en canoa.
—No, contigo pierdo la cuenta.
—Vale, yo ya os lo he contado. ¿Y vosotras? ¿Tú, Rachel?
—¡Yo más clásica, y evidentemente con Giò!
—¿Clásica en el sentido de la postura del misionero?
—¡Quinn!, no. En el sentido de que Giò reservó una habitación en la pensión Antica Roma, en el
Gianicolo, pequeña pero limpia y no muy cara. ¿Te acuerdas, Britt? ¡Allí donde acabamos enviando a
dormir a las dos inglesas cuando vinieron para el intercambio y tu hermano no las quiso en casa!
La puerta de la habitación se abre de repente. Entra la madre de Quinn
—Pero mamá, ¿qué haces? ¡Vete ahora mismo! ¿No ves que estamos reunidas?
—¿En mi habitación?
—Perdona, pero no estabas, y si no estás, éste es un espacio libre como otro cualquiera, ¿no?
—¿En mi cama?
—Tienes razón, pero es tan cómoda, y además me recuerda a papá y a ti, y me siento segura… —Quinn
pone la cara más dulce y tierna de que es capaz. Y, a decir verdad, también provocativa.
—Vale, vale… pero luego me lo dejas todo ordenado y me alisas la colcha. Y la próxima vez te
montas las reuniones en el sótano, como hacían los carbonarios. Adiós, chicas. —Y se va un poco
molesta.
—Vale, estabas hablando de la Antica Roma. ¡Ahora ya sé por qué me la propusiste diciendo que era
agradable! ¡La habías probado personalmente!
—¡Pues claro! El caso es que nos fuimos allí a eso de las cinco de la tarde, y él lo había preparado
todo a la perfección.
—¿Y no tienes que ser mayor de edad para alquilar una habitación?
—Bueno, no lo sé. Él jugaba al fútbol con el hijo de la dueña, que es quien le hizo el favor.
—¡Ah!
—Fue maravilloso. Al principio tenía un poco de miedo, como Giò, porque también era su primera
vez, y nos movíamos con un poco de torpeza. Pero al final todo fue muy natural… Dormimos allí, ni
siquiera nos cogió hambre a la hora de cenar. Fue aquella vez que dije que me quedaba en tu casa por la
asamblea, ¿te acuerdas, Quinn? Al día siguiente por la mañana nos tomamos un superdesayuno y a la una
volví a casa. Mis padres no sospecharon nada. Me sentía muy bien. Después te sientes ligera, y también
un poco más mayor y te parece que a él ya no vas a poder dejarlo…
—Sí, sí, ya no quieres dejarlo… —se burla Quinn y Sugar le da una patada—. ¡Ayyy! Pero ¿qué he
dicho ahora?
—Siempre con los dobles sentidos.
—Pero ¿qué dices? ¡Yo siempre voy en sentido único, que lo sepas! ¿Y tú, Britt? Con Fabio, ¿no? ¿A
ritmo de rap?
—Bueno, sí… con él y con el rap, en efecto. En su casa, porque su familia se había ido de
vacaciones. Hace diez meses, un sábado por la noche, después de un concierto suyo en un local del
centro. Estaba muy excitado porque todo le había salido bien esa noche y porque estaba yo. También él
lo tenía todo preparado para mí…, el salón iluminado con luces cálidas y tenues. Dos copas de champán.
Nunca lo había probado…, buenísimo. Sus últimas composiciones de música de fondo. Para él no era la
primera vez, y eso se notaba. Se movía con seguridad, pero me hizo sentir cómoda, protegida. Me dijo
que era como una guitarra maravillosa, que no necesitaba ser afinada, de una armonía perfecta…
quinn la mira.
—¡Qué suerte! ¡La afortunada de siempre!
—¡Sí, pero mira cómo acabó!
—¡Y eso qué importa, la primera vez no te la quita nadie!
De repente se hace el silencio. Sugar estruja con más fuerza el cojín. Las Olas la observan, pero sin
prestarle demasiada atención. Indecisas y divididas entre bromear o ponerse serias. Es ella quien las
saca de dudas.
—Yo no. Yo nunca lo he hecho. Espero a la persona que me haga sentir a tres metros sobre el cielo,
como aquel de la novela. O cuatro. O incluso cinco. O seis metros. No me apetece que sea al azar ni que
después nos separemos.
—Y eso, ¿qué importa? No puedes saber lo que pasará después… Lo que importa es amarse y basta,
¿no? Sin hipotecar el futuro.
—¡Qué bien te ha quedado eso, Rachel!
—Perdona, pero es verdad. ¡Suagr tiene que lanzarse, no sabe lo que se pierde, y no en el sentido en
que lo entiende Qiunn!
—¡No, no, también en ése!
Suagr, tienes que lanzarte. ¿No sabes cuántos chicos se derriten por tus huesos? ¡Un montón!
—¡Un río!
—¡Un equipo de rugby!
—¡Una marea que te permitirá mantenerte en sintonía con nosotras, las Olas!
—A mí me bastaría con uno solo, pero el adecuado para mí…
—¡Yo tengo el adecuado para ti!
—¿Quién?
—¡Un estupendo cucurucho de helado de coco! ¡Adelante, Olas!
—Se me ha ocurrido una idea mejor… Ninguna de vosotras lo ha probado todavía.
—¡¿El qué?!
—No es lo que pensáis… Gran novedad… ¡Seguidme!
Quinn salta de la cama y sale de la habitación. Britt, Rachel y Suagr la miran y mueven la cabeza.
Después la siguen, dejando la colcha llena de arrugas, como es natural.
Comentarios Dudas... XD
Tres
Misma hora, misma ciudad, sólo que más lejos.
—¡Dime qué tal me queda!
—¡Estás ridícula! ¡Pareces Charlie Chaplin!
Quinn camina de un lado a otro por la alfombra de la habitación de su madre, vestida con el traje azul
de su padre que le va por lo menos cinco tallas grande.
—Pero ¿qué dices? ¡Me queda mejor que a él!
—Pobre. Tu papá tan sólo tiene un poco de tripa…
—¿Un poco sólo? ¡Si parece la morsa de la película 50 primeras citas! ¡Mira estos pantalones! —
Quinn se los coloca en la cintura y los abre con la mano—. ¡Es como el saco de Papá Noel!
—¡Genial! ¡Entonces danos los regalos! —Y las Olas se levantan y se le echan encima, buscando por
todas partes, como si de verdad esperasen encontrar algo.
—¡Me estáis haciendo cosquillas, ya basta! ¡De todos modos, como sois malas, este año sólo os toca
carbón! ¡En cambio para Sugar, una barra de regaliz, ya que por lo menos se comporta…!
—¡Quinn!
—Jo, ¿será posible que siempre te metas conmigo, sólo porque no hago lo mismo que tú? ¡Es que no
se salva nadie!
—De hecho, ¡me llaman Exterminator!
—¡Ese chiste es muy viejo, y no es tuyo!
Sin dejar de reírse, se tumban todas en la cama.
—¿Os dais cuenta de que todo empezó aquí?
—¿A qué te refieres?
—¡A la inmensa suerte de que tengáis una amiga como yo!
—¿Eh?
—Pues que una cálida noche de hace más de dieciocho años mamá y papá decidieron que su vida
necesitaba una sacudida, un soplo de energía, y entonces, ¡tate!, acabaron aquí encima echando un quiqui.
—¡Qué manera tan delicada de hablar del amor, Quinn!
—¿Qué dices amor? Llámalo por su nombre, ¡sexo! ¡Sexo sano!
Sugar se abraza a un cojín que tiene al lado.
—Esta habitación es superguay y la cama supercómoda… Mira esa foto de ahí encima. Tus padres
estaban muy guapos el día de su boda.
Rachel coge a Britt por el cuello y finge estrangularla.
—Britt, ¿quieres tomar por legítimo esposo a Fabio, aquí no presente?
Britt le da una patada.
—¡No!
—Eh, chicas, a propósito, ¿cómo fue vuestra primera vez?
Todas se vuelven de golpe hacia Quinn. Después se miran las unas a las otras. Sugar se queda
súbitamente seria y silenciosa. Quinn sonríe:
—¡Vaya, ni que os hubiese preguntado si alguna vez habéis matado a alguien! Está bien, ya lo pillo,
empiezo yo para que así se os pase la timidez. Veamos…, Quinn fue una niña precoz. Ya en la guardería, le
plantó un beso en plena boca a su compañerito Finn, más conocido por el Sebo, debido a la enorme
producción de porquería que procedía de los miles de granitos que salpicaban su carita como pequeños
volcanes…
—¡Qué asco, Quinn!
—¿Qué quieres que te diga?, a mí me gustaba, siempre hacíamos carreras juntos en el tobogán. En la
escuela le tocó el turno a Rubio…
—¿Rubio? Pero ¿tú los besas a todos?
—¿Eso es un nombre?
—¡Es un nombre, sí! Y muy bonito además. El caso es que Rubio era un chavalito muy guay. Nuestra
historia duró dos meses, de pupitre a pupitre.
—Vale, Quinn, está bien, pero así es muy fácil. Tú has hablado de la primera vez, no de historias de
cuando éramos niñas —la interrumpe Brittany mientras se sienta con las piernas cruzadas y se apoya en el
cabezal de la cama.
—Tienes razón. Pero ¡os quería hacer entender cómo ciertas cosas ya se manifiestan desde que uno es
pequeño! ¿Queréis oír algo fuerte? ¿Estáis listas para una historia digna del Playboy? Allá voy. Mi
primera vez fue hace casi tres años.
—¡¿A los quince?!
—¡¿Estás diciendo que perdiste la virginidad a los quince años?! —Sugar la mira con la boca
abierta.
—Pues sí, ¿para qué quería guardarla? ¡Ciertas cosas es mejor perderlas que encontrarlas! En fin, yo
estaba allí… una tarde después del cole. Él, Puck, me llevaba dos años. Era un chico tan guay que no
podía ser más guay. Le había cogido el coche a su padre sólo para dar una vuelta conmigo.
—¡Ah, sí, Puck! ¡No nos habías contado que lo hiciste con él la primera vez!
—¿Y con diecisiete años llevaba coche?
—Sí, sabía conducir un poco. En fin, para abreviar, el coche era un Alfa 75 color rojo fuego, hecho
polvo, con asientos de piel color beige…
—¡Qué refinamiento!
—¡Oye, lo que contaba era él! Yo le gustaba un montón. Cogimos la Appia Antica y aparcamos en un
lugar un poco retirado.
—En la Appia Antica con el Alfa Antico.
—¡Qué graciosilla! En fin, pasó allí y duró cantidad. Me dijo que lo hacía bien, imagínate, yo que no
sabía nada… Es decir, nada de nada no, porque en vacaciones había visto algunas pelis porno con mi
primo, pero de ahí a hacerlo de verdad…
—Pero en el coche es una pena, Quinn… caray, era tu primera vez. ¿No te hubiera gustado tener, qué
sé yo, música, la magia de la noche, una habitación llena de velas…?
—¡Sí, estilo capilla ardiente! ¡Rachel, es sexo! ¡Lo haces donde lo haces, no importa dónde, importa
cómo!—
Estoy alucinada. —Sugar estruja con más fuerza el cojín—. Quiero decir, yo nunca… La primera
vez, ¿te das cuenta? No la olvidas en toda tu vida.
—Ya lo creo que sí, si te toca un pringado la olvidas, vaya si la olvidas… Pero ¡si te encuentras a
uno como Puck, la recuerdas para siempre! ¡Me hizo sentir estupendamente!
—¿Y después?
—Después se acabó. A los tres meses, vaya… ¿No te acuerdas? Después de él vino Lorenzo, a quien
obviamente llamaban el Magnífico…, aquel de segundo E que navegaba en canoa.
—No, contigo pierdo la cuenta.
—Vale, yo ya os lo he contado. ¿Y vosotras? ¿Tú, Rachel?
—¡Yo más clásica, y evidentemente con Giò!
—¿Clásica en el sentido de la postura del misionero?
—¡Quinn!, no. En el sentido de que Giò reservó una habitación en la pensión Antica Roma, en el
Gianicolo, pequeña pero limpia y no muy cara. ¿Te acuerdas, Britt? ¡Allí donde acabamos enviando a
dormir a las dos inglesas cuando vinieron para el intercambio y tu hermano no las quiso en casa!
La puerta de la habitación se abre de repente. Entra la madre de Quinn
—Pero mamá, ¿qué haces? ¡Vete ahora mismo! ¿No ves que estamos reunidas?
—¿En mi habitación?
—Perdona, pero no estabas, y si no estás, éste es un espacio libre como otro cualquiera, ¿no?
—¿En mi cama?
—Tienes razón, pero es tan cómoda, y además me recuerda a papá y a ti, y me siento segura… —Quinn
pone la cara más dulce y tierna de que es capaz. Y, a decir verdad, también provocativa.
—Vale, vale… pero luego me lo dejas todo ordenado y me alisas la colcha. Y la próxima vez te
montas las reuniones en el sótano, como hacían los carbonarios. Adiós, chicas. —Y se va un poco
molesta.
—Vale, estabas hablando de la Antica Roma. ¡Ahora ya sé por qué me la propusiste diciendo que era
agradable! ¡La habías probado personalmente!
—¡Pues claro! El caso es que nos fuimos allí a eso de las cinco de la tarde, y él lo había preparado
todo a la perfección.
—¿Y no tienes que ser mayor de edad para alquilar una habitación?
—Bueno, no lo sé. Él jugaba al fútbol con el hijo de la dueña, que es quien le hizo el favor.
—¡Ah!
—Fue maravilloso. Al principio tenía un poco de miedo, como Giò, porque también era su primera
vez, y nos movíamos con un poco de torpeza. Pero al final todo fue muy natural… Dormimos allí, ni
siquiera nos cogió hambre a la hora de cenar. Fue aquella vez que dije que me quedaba en tu casa por la
asamblea, ¿te acuerdas, Quinn? Al día siguiente por la mañana nos tomamos un superdesayuno y a la una
volví a casa. Mis padres no sospecharon nada. Me sentía muy bien. Después te sientes ligera, y también
un poco más mayor y te parece que a él ya no vas a poder dejarlo…
—Sí, sí, ya no quieres dejarlo… —se burla Quinn y Sugar le da una patada—. ¡Ayyy! Pero ¿qué he
dicho ahora?
—Siempre con los dobles sentidos.
—Pero ¿qué dices? ¡Yo siempre voy en sentido único, que lo sepas! ¿Y tú, Britt? Con Fabio, ¿no? ¿A
ritmo de rap?
—Bueno, sí… con él y con el rap, en efecto. En su casa, porque su familia se había ido de
vacaciones. Hace diez meses, un sábado por la noche, después de un concierto suyo en un local del
centro. Estaba muy excitado porque todo le había salido bien esa noche y porque estaba yo. También él
lo tenía todo preparado para mí…, el salón iluminado con luces cálidas y tenues. Dos copas de champán.
Nunca lo había probado…, buenísimo. Sus últimas composiciones de música de fondo. Para él no era la
primera vez, y eso se notaba. Se movía con seguridad, pero me hizo sentir cómoda, protegida. Me dijo
que era como una guitarra maravillosa, que no necesitaba ser afinada, de una armonía perfecta…
quinn la mira.
—¡Qué suerte! ¡La afortunada de siempre!
—¡Sí, pero mira cómo acabó!
—¡Y eso qué importa, la primera vez no te la quita nadie!
De repente se hace el silencio. Sugar estruja con más fuerza el cojín. Las Olas la observan, pero sin
prestarle demasiada atención. Indecisas y divididas entre bromear o ponerse serias. Es ella quien las
saca de dudas.
—Yo no. Yo nunca lo he hecho. Espero a la persona que me haga sentir a tres metros sobre el cielo,
como aquel de la novela. O cuatro. O incluso cinco. O seis metros. No me apetece que sea al azar ni que
después nos separemos.
—Y eso, ¿qué importa? No puedes saber lo que pasará después… Lo que importa es amarse y basta,
¿no? Sin hipotecar el futuro.
—¡Qué bien te ha quedado eso, Rachel!
—Perdona, pero es verdad. ¡Suagr tiene que lanzarse, no sabe lo que se pierde, y no en el sentido en
que lo entiende Qiunn!
—¡No, no, también en ése!
Suagr, tienes que lanzarte. ¿No sabes cuántos chicos se derriten por tus huesos? ¡Un montón!
—¡Un río!
—¡Un equipo de rugby!
—¡Una marea que te permitirá mantenerte en sintonía con nosotras, las Olas!
—A mí me bastaría con uno solo, pero el adecuado para mí…
—¡Yo tengo el adecuado para ti!
—¿Quién?
—¡Un estupendo cucurucho de helado de coco! ¡Adelante, Olas!
—Se me ha ocurrido una idea mejor… Ninguna de vosotras lo ha probado todavía.
—¡¿El qué?!
—No es lo que pensáis… Gran novedad… ¡Seguidme!
Quinn salta de la cama y sale de la habitación. Britt, Rachel y Suagr la miran y mueven la cabeza.
Después la siguen, dejando la colcha llena de arrugas, como es natural.
verodiver* - Mensajes : 16
Fecha de inscripción : 05/02/2012
FANFIC BRITTAN Peronda si te llamo amor CAPITULO 4
Les dejo el otro capitulo, espero poder actualizar diario
Dudas Comentarios .... XD
Capitulo 4
Las luces de la ciudad no alumbran. Cuando no estás de buen humor todo parece diferente, adquiere otra
atmósfera. Colores, luces y sombras, una sonrisa que no logra esbozarse, que no aflora. Santana
conduce despacio. Villaggio Olímpico, piazza Euclide, una vuelta entera, después corso Francia. Mira a
su alrededor. Una mirada al puente. Serán cabrones. Está lleno de pintadas. Mira que ensuciarlo de esa
manera. Y hay cada una que… «Patata te amo.» ¿En nombre de qué? En nombre del amor… El amor.
Preguntadle a Elena por el señor Amor. Eh, míster Amor, ¿dónde cojones te has metido?
Ve a una pareja enfrascada en una esquina del puente, allí donde no llega la luz de la luna.
Abrazados, enamorados, enroscados como hiedras amorosas que plantan cara al tiempo, a los días, a
todo aquello que se llevará el viento. Es más fuerte que Santana. Toca el claxon. Abre la ventanilla y
grita:—
¡Ridículos! La vida os parece bella, ¿eh? ¡Da igual, uno de los dos se rajará! —Y después pisa el
acelerador, sale como un rayo, adelanta a tres o cuatro coches y pasa el semáforo por los pelos, antes de
que el ámbar cambie a rojo.
Sigue adelante, por todo el corso Francia y después por via Flaminia, pero al llegar al segundo
semáforo hay un coche patrulla de la policía. Rojo. Santana se detiene. Los dos policías están
conversando, distraídos. Uno se ríe al teléfono, el otro se está fumando un cigarrillo mientras habla con
una muchacha. Quizá la haya detenido para hacer las comprobaciones pertinentes, o quizá se trate de una
amiga que sabía que estaba de guardia y se ha acercado a saludarlo. Al cabo de un momento el segundo
policía se siente observado. Se vuelve hacia Santana. La mira. Clava sus ojos en ella. Santana gira
lentamente la cabeza, fingiendo estar interesada en otra cosa, se asoma a la ventanilla para ver si por
casualidad el semáforo ha cambiado ya. Nada que hacer. Sigue en rojo.
—Perdona… —Brumm, brumm. Llega un ciclomotor hecho polvo con un muchacho y una chica de
cabello largo y oscuro detrás. Él es musculoso, lleva una camiseta azul celeste de esas que se pegan al
torso y marcan todos los músculos por debajo—. Oye, hablo contigo, ¡eh…!
Santana se asoma por la ventanilla.
—Sí, dime.
—Mientras estábamos en el puente del corso Francia has pasado gritando. ¿Por qué te metes con
nosotros? Contesta.
—No, mira, disculpa, debe de haber un malentendido, me metía con el de delante, que iba a paso de
burra.—
Oye, no te pases de lista conmigo, ¿entendido? No tenías a nadie delante, así que agradécele al
cielo… —señala a la patrulla con el mentón—, que esté aquí la pasma; y la próxima vez no me toques los
cojones o acabarás mal… —Y no espera respuesta. El semáforo se pone verde, y el chico pisa el
acelerador y sigue adelante, hacia la Cassia. Después toma una curva inclinado, se pierde ya dirigiéndose
hacia quién sabe dónde, hacia otro beso, quizá hacia la sombra… Y tal vez hacia algo más.
Santana se pone en movimiento lentamente. Los policías todavía se siguen riendo. Uno ha acabado
su cigarrillo. Acepta un chicle que le ofrece la muchacha. El otro ha cerrado el móvil y se ha metido en el
coche a hojear un periódico cualquiera. No se han enterado de nada.
Santana continúa conduciendo. Al cabo de un rato vira en redondo, para escapar de ese fastidio.
Ni siquiera tenemos ya libertad para expresar nuestra opinión de vez en cuando. En situaciones así uno se
siente limitado, demasiado limitado. Los policías ya no están.
También la muchacha ha desaparecido. Hay otra que espera el autobús. Es negra, y si no fuese por su
camiseta de color rosa, con un muñeco gracioso, casi se confundiría con la noche. Pero ni siquiera eso le
hace reír. Santana continúa conduciendo despacio, cambia el CD. Después se arrepiente y pone la
radio. En ciertas ocasiones, es mejor confiarse al azar. Este Mercedes es la bomba. Espacioso, bello,
elegante. La música se oye a la perfección a través de diversos bafles ocultos. Todo parece perfecto.
Pero ¿de qué sirve la perfección si estás solo y nadie se da cuenta? Nadie puede compartirla contigo,
felicitarte ni envidiarte.
Música. «Quisiera ser el vestido que llevarás, el carmín que te pondrás, quisiera soñarte como no te
he soñado nunca, te veo por la calle y me pongo triste, porque después pienso que te irás…» Ay, Lucio.
Una emisora al azar, vale, pero parece una tomadura de pelo. No está mal como idea para un anuncio de
una nueva tarjeta de crédito: «Lo tienes todo menos a ella.»
Santana toca un botón y cambia de emisora. Cualquier canción menos ésa. Lo peor que te puede
pasar es que el trabajo se convierta en tu única motivación.
Lungotevere. Lungotevere. Y más Lungotevere. Sube el volumen para perderse en el tráfico. Pero
Santanase detiene en un semáforo y, a su altura se sitúa un coche minúsculo. Detrás pone «Lingi», y
de las ventanillas abiertas llega una música a todo volumen. Parece que esté en una discoteca. Al volante
van dos chicas de cabello largo y liso, una morena y la otra rubia. Ambas llevan grandes gafas estilo años
setenta, con estrecha montura blanca y unos cristales enormes de color marrón. Y eso que es de noche.
Una lleva un pequeño piercing en la nariz. Es diminuto, una especie de lunar metálico. La otra fuma un
cigarrillo. No intercambian una sola palabra. Le viene a la memoria la escena de Harvey Keitel en El
teniente corrupto. Le gustaría hacerlas bajar del coche y hacer lo mismo que en la película, pero a lo
mejor todavía ronda por ahí el tipo del ciclomotor, y a lo mejor son amigas suyas o, peor aún, del policía
aquel. Así que las deja marchar. Verde. Y además ésa no es manera de enfrentarse a las cosas. La rabia,
el disgusto del «desprecio sentimental», deben ser canalizadas hacia otras metas. Santana siempre lo
ha dicho, la rabia debe generar éxito. Pero ¿qué genera el éxito?
El Mercedes se ha detenido ahora en Castel Sant'Angelo. Santana camina por el puente. Observa a
los turistas, su conversación alegre, abrazados, atolondrados, muchachos jóvenes deslumbrados por
Roma, por la belleza de aquel puente, por el simple hecho de no estar trabajando. Una pareja adulta. Dos
jóvenes atléticos de pelo corto y piernas largas, el iPod en las orejas y el mapa doblado en las manos.
Santanase detiene, se sube al banco del puente. Se apoya, de pie, sobre el parapeto y mira hacia
abajo. El río. Discurre lento, silencioso, ávido de más porquería. Alguna bolsa navega sin que nada la
moleste, algún palo se pone a echar una especie de carrera con una joven caña inexperta. Algún ratón
oculto en la orilla debe de estar siguiendo aburrido esa extraña carrera. Santana mira más allá, más
allá del puente, hacia el curso del Tíber y le viene a la memoria aquella película de Frank Capra con
James Stewart, ¡Qué bello es vivir!, cuando George Bailey, desesperado, decide suicidarse. Pero su
ángel de la guarda lo detiene y le muestra cuáles habrían sido las consecuencias para un montón de
personas si él no hubiese nacido. Su hermano no hubiese llegado a nacer, su mujer no se habría casado,
se hubiese quedado soltera, no hubiesen existido todos aquellos niños tan monos e incluso la ciudad
hubiese tenido otro nombre, el del tirano, el viejo millonario Potter, a quien tan sólo él había logrado
poner freno.
Eso es. La única cosa verdaderamente importante, la única cosa que cuenta de verdad es darle un
sentido a la propia vida. Aunque, como dice Vasco, ésta carezca de sentido. Ya. Pero ¿qué hubiese
ocurrido sin mí? Santana piensa en ello. No mantengo buenas relaciones con mi familia, o mejor
dicho, ellos respetan tan sólo a quien está casado, como mis dos hermanas menores. De modo que sin mí
tan sólo tendrían una cosa menos de qué preocuparse. Y además, si estuviese a punto de arrojarme,
¿aparecería un ángel que saltase en mi lugar para hacerme encontrar o comprender el sentido de esta vida
mía? Justo en ese momento, una mano le da una palmada en la espalda.
—¡Señorita!
—Dios, ¿qué pasa?
—Soy yo, Señorita. —Es un barbudo de pelo sucio, mal vestido, de aspecto poco tranquilizador y
cualquier cosa menos angelical—. Disculpe, señorita, no quería asustarla ¿tiene dos euros?
¡No se conforma con uno, piensa Santana, dos! Ya llegan decididos, exigentes, van directos al
asunto, tienen calculado hasta lo que van a pedir.
Santana abre su cartera, saca un billete de veinte euros y se lo da. El mendigo lo coge con una
cierta desconfianza, después le da vueltas en las manos, lo mira con más atención. No puede creer lo que
ven sus ojos. Y sonríe.
—Gracias, señorita.
Ante la duda, piensa Santana, si no salta nadie antes que yo o en mi lugar, al menos le habré
dejado un buen recuerdo a alguien. La última buena acción. De improviso una voz.
—¡Ya lo creo que sí, he aquí al hombre de éxito, al rey de los anuncios!
Santana se da la vuelta.
Por el otro lado del puente llegan Sam, Kitty, Marley y Jake. Caminan tranquilos y sonrientes.
Jake lleva del brazo a Marley y Sam va un poco más adelantado.
—¿Y bien? ¿Qué estás haciendo, San? ¿Una investigación acerca del comportamiento humano?
Desde luego, lo estudias todo para triunfar con tus anuncios, ¿eh? Te he visto hablando con aquel… —Se
da la vuelta y se asegura de que el tipo se haya alejado—. ¡Apuesto a que en tu próximo anuncio saldrá
un mendigo!
—Qué va, tan sólo estaba dando un paseo. ¿Y vosotros qué estáis haciendo?
—Bah, nada del otro mundo.
—A ver, ¿qué es lo que no te ha gustado?
—¡Nada, pero mi tía cocina mucho mejor!
—¡Ya lo creo, tiene una tía siciliana auténtica!
—Qué personaje. Hemos ido a comer algo a Capricci Siciliani en via di Panico. Pensamos en
llamarte, pero después me acordé de que esta noche había fiesta en casa de Alessia, la de la oficina, y
creí que estarías allí.
—Es verdad, se me había olvidado por completo.
—Pero, ¡qué personaje!
—¿Quieres acabar ya con lo de «qué personaje»? ¡Pareces un anuncio!
—Venga, vamos, te acompaño a casa de Alessia.
—No me apetece ir.
—Claro que sí. Y además no está nada bien, parece que tengas un conflicto socio-económico-cultural
con tu ayudante…
—Pero es que todos estarán allí.
—Por esa misma razón debes ir, y además, perdona, pero como abogado, me has encargado un
montón de asuntos y, por lo tanto…
—¿Por lo tanto…?
—Por lo tanto te acompaño. —Sam se acerca a Kitty—. ¿Te importa, mi amor? ¿Ves lo decaída
que está? Es mejor que vaya con ella, tiene un pequeño problema sentimental… y además también debemos
hablar de trabajo.
Santanase acerca.
—¿Problema de qué…? Pero ¿qué le estás diciendo…?
—No, nada, nada. Eh, ¿queréis venir también vosotros?
Jake y Marley se miran un segundo, después sonríen.
—Nosotros estamos cansados, nos vamos a casa.
—Ok, como queráis. —Sam coge a Santana del brazo—. Hasta luego, cariño, no llegaré tarde,
no te preocupes. —Y se lo lleva de allí rápidamente—. Vamos, vamos, antes de que se arrepienta o diga
algo. Estos días está de buenas.
—Pero ¿qué le has dicho antes?
—Nada, me he inventado una excusa para que mi apoyo psicológico resulte plausible.
—¿Es decir?
—Vale, le he dicho que tenías un pequeño problema sentimental.
—¿No le habrás dicho que…?
—No te preocupes. Un abogado mantiene una relación constante con la mentira.
—No se trata de una mentira. Pero no me apetece que hables de ello… Sólo te lo he dicho a ti.
—Ya, ya lo sé, pero son esas cosas que uno dice sin pensar.
—¿Sin pensar?
—¡Sin pensar! ¿Éste es tu Mercedes nuevo?
—Sí.
—Entonces es cierto. Elena y tú de verdad os habéis separado. ¿Me lo dejas probar?
—¡No! Desde luego, eres imposible. Hace un mes que te lo vengo diciendo y hasta ahora no te lo
crees.—
Ahora tengo la prueba. Si no, no te hubieses agenciado este coche. Me lo dijiste hace tiempo, ¿te
acuerdas? Comprarte algo nuevo puede hacerte sentir mejor.
—¿Y a propósito de qué te lo dije?
—Me acababa de comprar un móvil nuevo porque Lucy, aquella dependienta veinteañera, ya no
me quería ver más.
—Ah, es verdad, me lo dijiste, pero es que a ti es difícil seguirte la pista en todo lo que te sucede a
nivel sentimental. De esa Lucy ya me había olvidado, por ejemplo.
—Y yo hice lo que me dijiste que hiciera. Seguí tu consejo de sabio maestro y ¡tachán!, me compré un
móvil nuevo, supertecnológico y, sobre todo,… en Telefonissimo.
—Y eso qué importa, ¡yo no te había dado instrucciones acerca de la tienda donde tenías que
comprarlo!
—¡No, pero allí es donde trabaja Lucy! Ella creyó que era una excusa para volver a verla y así le
di un par de revolcones más.
—¡Dios mío, eres un auténtico desastre! Tienes dos hijos pequeños y preciosos, una mujer guapa. No
entiendo a qué se debe esta furia, esta hambre de sexo, este exceso de consumo, siempre y en todo lugar;
una lucha contra el tiempo y, sobre todo, contra todas. Según tú, ¿por qué tienes que tirártelas a todas?
—¿Qué pasa, me estás analizando? ¿O quizá piensas usarme para uno de tus anuncios? Perdona, pero
¿una historia como la mía no podría dar pie a una campaña de publicidad buenísima para una marca de
preservativos? Pongamos que se ve a un tío, no yo sino otro, que va con todas y al final se saca del
bolsillo una cajita. De esos…, ¿cómo se llaman?
—Condones.
—Eso mismo. Bueno, en resumen, queda ambiguo si es su valentía o el preservativo lo que le permite
follarse a todas esas mujeres… Fuerte, ¿no? Por supuesto, las modelos para el casting las busco yo… En
cambio tú dedícate a la elección del protagonista masculino.
—Por supuesto, no faltaba más. ¿Quieres ver cómo mi empresa prescinde de ti para cualquier
consulta legal?
—No, eso no puedes hacérmelo.
Sam se arrodilla delante del Mercedes ML. Justo en ese momento, pasa una bella turista, una señora
de cierta edad que sonríe y mueve la cabeza como diciendo « ¡Italianos!».
—¡Ya basta, venga, sube!
—Oye, éste podría ser un nuevo anuncio para Mercedes, ¿no?
Dudas Comentarios .... XD
Capitulo 4
Las luces de la ciudad no alumbran. Cuando no estás de buen humor todo parece diferente, adquiere otra
atmósfera. Colores, luces y sombras, una sonrisa que no logra esbozarse, que no aflora. Santana
conduce despacio. Villaggio Olímpico, piazza Euclide, una vuelta entera, después corso Francia. Mira a
su alrededor. Una mirada al puente. Serán cabrones. Está lleno de pintadas. Mira que ensuciarlo de esa
manera. Y hay cada una que… «Patata te amo.» ¿En nombre de qué? En nombre del amor… El amor.
Preguntadle a Elena por el señor Amor. Eh, míster Amor, ¿dónde cojones te has metido?
Ve a una pareja enfrascada en una esquina del puente, allí donde no llega la luz de la luna.
Abrazados, enamorados, enroscados como hiedras amorosas que plantan cara al tiempo, a los días, a
todo aquello que se llevará el viento. Es más fuerte que Santana. Toca el claxon. Abre la ventanilla y
grita:—
¡Ridículos! La vida os parece bella, ¿eh? ¡Da igual, uno de los dos se rajará! —Y después pisa el
acelerador, sale como un rayo, adelanta a tres o cuatro coches y pasa el semáforo por los pelos, antes de
que el ámbar cambie a rojo.
Sigue adelante, por todo el corso Francia y después por via Flaminia, pero al llegar al segundo
semáforo hay un coche patrulla de la policía. Rojo. Santana se detiene. Los dos policías están
conversando, distraídos. Uno se ríe al teléfono, el otro se está fumando un cigarrillo mientras habla con
una muchacha. Quizá la haya detenido para hacer las comprobaciones pertinentes, o quizá se trate de una
amiga que sabía que estaba de guardia y se ha acercado a saludarlo. Al cabo de un momento el segundo
policía se siente observado. Se vuelve hacia Santana. La mira. Clava sus ojos en ella. Santana gira
lentamente la cabeza, fingiendo estar interesada en otra cosa, se asoma a la ventanilla para ver si por
casualidad el semáforo ha cambiado ya. Nada que hacer. Sigue en rojo.
—Perdona… —Brumm, brumm. Llega un ciclomotor hecho polvo con un muchacho y una chica de
cabello largo y oscuro detrás. Él es musculoso, lleva una camiseta azul celeste de esas que se pegan al
torso y marcan todos los músculos por debajo—. Oye, hablo contigo, ¡eh…!
Santana se asoma por la ventanilla.
—Sí, dime.
—Mientras estábamos en el puente del corso Francia has pasado gritando. ¿Por qué te metes con
nosotros? Contesta.
—No, mira, disculpa, debe de haber un malentendido, me metía con el de delante, que iba a paso de
burra.—
Oye, no te pases de lista conmigo, ¿entendido? No tenías a nadie delante, así que agradécele al
cielo… —señala a la patrulla con el mentón—, que esté aquí la pasma; y la próxima vez no me toques los
cojones o acabarás mal… —Y no espera respuesta. El semáforo se pone verde, y el chico pisa el
acelerador y sigue adelante, hacia la Cassia. Después toma una curva inclinado, se pierde ya dirigiéndose
hacia quién sabe dónde, hacia otro beso, quizá hacia la sombra… Y tal vez hacia algo más.
Santana se pone en movimiento lentamente. Los policías todavía se siguen riendo. Uno ha acabado
su cigarrillo. Acepta un chicle que le ofrece la muchacha. El otro ha cerrado el móvil y se ha metido en el
coche a hojear un periódico cualquiera. No se han enterado de nada.
Santana continúa conduciendo. Al cabo de un rato vira en redondo, para escapar de ese fastidio.
Ni siquiera tenemos ya libertad para expresar nuestra opinión de vez en cuando. En situaciones así uno se
siente limitado, demasiado limitado. Los policías ya no están.
También la muchacha ha desaparecido. Hay otra que espera el autobús. Es negra, y si no fuese por su
camiseta de color rosa, con un muñeco gracioso, casi se confundiría con la noche. Pero ni siquiera eso le
hace reír. Santana continúa conduciendo despacio, cambia el CD. Después se arrepiente y pone la
radio. En ciertas ocasiones, es mejor confiarse al azar. Este Mercedes es la bomba. Espacioso, bello,
elegante. La música se oye a la perfección a través de diversos bafles ocultos. Todo parece perfecto.
Pero ¿de qué sirve la perfección si estás solo y nadie se da cuenta? Nadie puede compartirla contigo,
felicitarte ni envidiarte.
Música. «Quisiera ser el vestido que llevarás, el carmín que te pondrás, quisiera soñarte como no te
he soñado nunca, te veo por la calle y me pongo triste, porque después pienso que te irás…» Ay, Lucio.
Una emisora al azar, vale, pero parece una tomadura de pelo. No está mal como idea para un anuncio de
una nueva tarjeta de crédito: «Lo tienes todo menos a ella.»
Santana toca un botón y cambia de emisora. Cualquier canción menos ésa. Lo peor que te puede
pasar es que el trabajo se convierta en tu única motivación.
Lungotevere. Lungotevere. Y más Lungotevere. Sube el volumen para perderse en el tráfico. Pero
Santanase detiene en un semáforo y, a su altura se sitúa un coche minúsculo. Detrás pone «Lingi», y
de las ventanillas abiertas llega una música a todo volumen. Parece que esté en una discoteca. Al volante
van dos chicas de cabello largo y liso, una morena y la otra rubia. Ambas llevan grandes gafas estilo años
setenta, con estrecha montura blanca y unos cristales enormes de color marrón. Y eso que es de noche.
Una lleva un pequeño piercing en la nariz. Es diminuto, una especie de lunar metálico. La otra fuma un
cigarrillo. No intercambian una sola palabra. Le viene a la memoria la escena de Harvey Keitel en El
teniente corrupto. Le gustaría hacerlas bajar del coche y hacer lo mismo que en la película, pero a lo
mejor todavía ronda por ahí el tipo del ciclomotor, y a lo mejor son amigas suyas o, peor aún, del policía
aquel. Así que las deja marchar. Verde. Y además ésa no es manera de enfrentarse a las cosas. La rabia,
el disgusto del «desprecio sentimental», deben ser canalizadas hacia otras metas. Santana siempre lo
ha dicho, la rabia debe generar éxito. Pero ¿qué genera el éxito?
El Mercedes se ha detenido ahora en Castel Sant'Angelo. Santana camina por el puente. Observa a
los turistas, su conversación alegre, abrazados, atolondrados, muchachos jóvenes deslumbrados por
Roma, por la belleza de aquel puente, por el simple hecho de no estar trabajando. Una pareja adulta. Dos
jóvenes atléticos de pelo corto y piernas largas, el iPod en las orejas y el mapa doblado en las manos.
Santanase detiene, se sube al banco del puente. Se apoya, de pie, sobre el parapeto y mira hacia
abajo. El río. Discurre lento, silencioso, ávido de más porquería. Alguna bolsa navega sin que nada la
moleste, algún palo se pone a echar una especie de carrera con una joven caña inexperta. Algún ratón
oculto en la orilla debe de estar siguiendo aburrido esa extraña carrera. Santana mira más allá, más
allá del puente, hacia el curso del Tíber y le viene a la memoria aquella película de Frank Capra con
James Stewart, ¡Qué bello es vivir!, cuando George Bailey, desesperado, decide suicidarse. Pero su
ángel de la guarda lo detiene y le muestra cuáles habrían sido las consecuencias para un montón de
personas si él no hubiese nacido. Su hermano no hubiese llegado a nacer, su mujer no se habría casado,
se hubiese quedado soltera, no hubiesen existido todos aquellos niños tan monos e incluso la ciudad
hubiese tenido otro nombre, el del tirano, el viejo millonario Potter, a quien tan sólo él había logrado
poner freno.
Eso es. La única cosa verdaderamente importante, la única cosa que cuenta de verdad es darle un
sentido a la propia vida. Aunque, como dice Vasco, ésta carezca de sentido. Ya. Pero ¿qué hubiese
ocurrido sin mí? Santana piensa en ello. No mantengo buenas relaciones con mi familia, o mejor
dicho, ellos respetan tan sólo a quien está casado, como mis dos hermanas menores. De modo que sin mí
tan sólo tendrían una cosa menos de qué preocuparse. Y además, si estuviese a punto de arrojarme,
¿aparecería un ángel que saltase en mi lugar para hacerme encontrar o comprender el sentido de esta vida
mía? Justo en ese momento, una mano le da una palmada en la espalda.
—¡Señorita!
—Dios, ¿qué pasa?
—Soy yo, Señorita. —Es un barbudo de pelo sucio, mal vestido, de aspecto poco tranquilizador y
cualquier cosa menos angelical—. Disculpe, señorita, no quería asustarla ¿tiene dos euros?
¡No se conforma con uno, piensa Santana, dos! Ya llegan decididos, exigentes, van directos al
asunto, tienen calculado hasta lo que van a pedir.
Santana abre su cartera, saca un billete de veinte euros y se lo da. El mendigo lo coge con una
cierta desconfianza, después le da vueltas en las manos, lo mira con más atención. No puede creer lo que
ven sus ojos. Y sonríe.
—Gracias, señorita.
Ante la duda, piensa Santana, si no salta nadie antes que yo o en mi lugar, al menos le habré
dejado un buen recuerdo a alguien. La última buena acción. De improviso una voz.
—¡Ya lo creo que sí, he aquí al hombre de éxito, al rey de los anuncios!
Santana se da la vuelta.
Por el otro lado del puente llegan Sam, Kitty, Marley y Jake. Caminan tranquilos y sonrientes.
Jake lleva del brazo a Marley y Sam va un poco más adelantado.
—¿Y bien? ¿Qué estás haciendo, San? ¿Una investigación acerca del comportamiento humano?
Desde luego, lo estudias todo para triunfar con tus anuncios, ¿eh? Te he visto hablando con aquel… —Se
da la vuelta y se asegura de que el tipo se haya alejado—. ¡Apuesto a que en tu próximo anuncio saldrá
un mendigo!
—Qué va, tan sólo estaba dando un paseo. ¿Y vosotros qué estáis haciendo?
—Bah, nada del otro mundo.
—A ver, ¿qué es lo que no te ha gustado?
—¡Nada, pero mi tía cocina mucho mejor!
—¡Ya lo creo, tiene una tía siciliana auténtica!
—Qué personaje. Hemos ido a comer algo a Capricci Siciliani en via di Panico. Pensamos en
llamarte, pero después me acordé de que esta noche había fiesta en casa de Alessia, la de la oficina, y
creí que estarías allí.
—Es verdad, se me había olvidado por completo.
—Pero, ¡qué personaje!
—¿Quieres acabar ya con lo de «qué personaje»? ¡Pareces un anuncio!
—Venga, vamos, te acompaño a casa de Alessia.
—No me apetece ir.
—Claro que sí. Y además no está nada bien, parece que tengas un conflicto socio-económico-cultural
con tu ayudante…
—Pero es que todos estarán allí.
—Por esa misma razón debes ir, y además, perdona, pero como abogado, me has encargado un
montón de asuntos y, por lo tanto…
—¿Por lo tanto…?
—Por lo tanto te acompaño. —Sam se acerca a Kitty—. ¿Te importa, mi amor? ¿Ves lo decaída
que está? Es mejor que vaya con ella, tiene un pequeño problema sentimental… y además también debemos
hablar de trabajo.
Santanase acerca.
—¿Problema de qué…? Pero ¿qué le estás diciendo…?
—No, nada, nada. Eh, ¿queréis venir también vosotros?
Jake y Marley se miran un segundo, después sonríen.
—Nosotros estamos cansados, nos vamos a casa.
—Ok, como queráis. —Sam coge a Santana del brazo—. Hasta luego, cariño, no llegaré tarde,
no te preocupes. —Y se lo lleva de allí rápidamente—. Vamos, vamos, antes de que se arrepienta o diga
algo. Estos días está de buenas.
—Pero ¿qué le has dicho antes?
—Nada, me he inventado una excusa para que mi apoyo psicológico resulte plausible.
—¿Es decir?
—Vale, le he dicho que tenías un pequeño problema sentimental.
—¿No le habrás dicho que…?
—No te preocupes. Un abogado mantiene una relación constante con la mentira.
—No se trata de una mentira. Pero no me apetece que hables de ello… Sólo te lo he dicho a ti.
—Ya, ya lo sé, pero son esas cosas que uno dice sin pensar.
—¿Sin pensar?
—¡Sin pensar! ¿Éste es tu Mercedes nuevo?
—Sí.
—Entonces es cierto. Elena y tú de verdad os habéis separado. ¿Me lo dejas probar?
—¡No! Desde luego, eres imposible. Hace un mes que te lo vengo diciendo y hasta ahora no te lo
crees.—
Ahora tengo la prueba. Si no, no te hubieses agenciado este coche. Me lo dijiste hace tiempo, ¿te
acuerdas? Comprarte algo nuevo puede hacerte sentir mejor.
—¿Y a propósito de qué te lo dije?
—Me acababa de comprar un móvil nuevo porque Lucy, aquella dependienta veinteañera, ya no
me quería ver más.
—Ah, es verdad, me lo dijiste, pero es que a ti es difícil seguirte la pista en todo lo que te sucede a
nivel sentimental. De esa Lucy ya me había olvidado, por ejemplo.
—Y yo hice lo que me dijiste que hiciera. Seguí tu consejo de sabio maestro y ¡tachán!, me compré un
móvil nuevo, supertecnológico y, sobre todo,… en Telefonissimo.
—Y eso qué importa, ¡yo no te había dado instrucciones acerca de la tienda donde tenías que
comprarlo!
—¡No, pero allí es donde trabaja Lucy! Ella creyó que era una excusa para volver a verla y así le
di un par de revolcones más.
—¡Dios mío, eres un auténtico desastre! Tienes dos hijos pequeños y preciosos, una mujer guapa. No
entiendo a qué se debe esta furia, esta hambre de sexo, este exceso de consumo, siempre y en todo lugar;
una lucha contra el tiempo y, sobre todo, contra todas. Según tú, ¿por qué tienes que tirártelas a todas?
—¿Qué pasa, me estás analizando? ¿O quizá piensas usarme para uno de tus anuncios? Perdona, pero
¿una historia como la mía no podría dar pie a una campaña de publicidad buenísima para una marca de
preservativos? Pongamos que se ve a un tío, no yo sino otro, que va con todas y al final se saca del
bolsillo una cajita. De esos…, ¿cómo se llaman?
—Condones.
—Eso mismo. Bueno, en resumen, queda ambiguo si es su valentía o el preservativo lo que le permite
follarse a todas esas mujeres… Fuerte, ¿no? Por supuesto, las modelos para el casting las busco yo… En
cambio tú dedícate a la elección del protagonista masculino.
—Por supuesto, no faltaba más. ¿Quieres ver cómo mi empresa prescinde de ti para cualquier
consulta legal?
—No, eso no puedes hacérmelo.
Sam se arrodilla delante del Mercedes ML. Justo en ese momento, pasa una bella turista, una señora
de cierta edad que sonríe y mueve la cabeza como diciendo « ¡Italianos!».
—¡Ya basta, venga, sube!
—Oye, éste podría ser un nuevo anuncio para Mercedes, ¿no?
verodiver* - Mensajes : 16
Fecha de inscripción : 05/02/2012
Re: FANFIC BRITTANA Perdona si te llamo amor Capitulo 2
me encanta tu fic síguelo, espero el encuentro brittana
libe** - Mensajes : 82
Fecha de inscripción : 09/01/2012
Edad : 30
Re: FANFIC BRITTANA Perdona si te llamo amor Capitulo 2
Esperamos tu respuesta
Moderadoras Zona Fan fics
Moderadoras Zona Fan fics
cvlbrittana-*- - Mensajes : 2510
Fecha de inscripción : 27/02/2012
Edad : 39
Re: FANFIC BRITTANA Perdona si te llamo amor Capitulo 2
cvlbrittana-*- - Mensajes : 2510
Fecha de inscripción : 27/02/2012
Edad : 39
Temas similares
» •Luchare por ti y por nuestro amor• [FanFic Brittana] ---Capitulo 13--- [Brittana, Klaine y Faberry]
» Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos
» Fanfic BRITANA- No me digas amor- ACTUALIZACIÓN-
» FanFic Brittana - Naufragas del Amor. Capitulo 5
» Fanfic Brittana - El amor de mi vida/Capitulo 2
» Fanfic [Brittana] Halo.Tomo 3.Heaven. Capitulo: 16 Los durmientes y los muertos
» Fanfic BRITANA- No me digas amor- ACTUALIZACIÓN-
» FanFic Brittana - Naufragas del Amor. Capitulo 5
» Fanfic Brittana - El amor de mi vida/Capitulo 2
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Lun Mar 14, 2022 3:20 pm por Laidy T
» Busco fanfic brittana
Lun Feb 28, 2022 10:01 pm por lana66
» Busco fanfic
Sáb Nov 21, 2020 2:14 pm por LaChicken
» [Resuelto]Brittana: (Adaptación) El Oscuro Juego de SATANÁS... (Gp Santana) Cap. 7 Cont. Cap. 8
Jue Sep 17, 2020 12:07 am por gaby1604
» [Resuelto]FanFic Brittana: La Esposa del Vecino (Adaptada) Epílogo
Mar Sep 08, 2020 9:19 am por Isabella28
» Brittana: Destino o Accidente (GP Santana) Actualizado 17-07-2017
Dom Sep 06, 2020 10:27 am por Isabella28
» [Resuelto]Mándame al Infierno pero Besame (adaptación) Gp Santana Cap. 18 y Epilogo
Vie Sep 04, 2020 12:54 am por gaby1604
» Fic Brittana----Más aya de lo normal----(segunda parte)
Mar Ago 25, 2020 7:50 pm por atrizz1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Wallbanger 3 Last Call (Adaptada) Epílogo
Lun Ago 03, 2020 5:10 pm por marthagr81@yahoo.es
» Que pasó con Naya?
Miér Jul 22, 2020 6:54 pm por marthagr81@yahoo.es
» [Resuelto]FanFic Brittana: Medianoche V (Adaptada) Cap 31
Jue Jul 16, 2020 7:16 am por marthagr81@yahoo.es
» No abandonen
Miér Jun 17, 2020 3:17 pm por Faith2303
» FanFic Brittana: " Glimpse " Epilogo
Vie Abr 17, 2020 12:26 am por Faith2303
» FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Lun Ene 20, 2020 1:47 pm por thalia danyeli
» Brittana, cafe para dos- Capitulo 16
Dom Oct 06, 2019 8:40 am por mystic
» brittana. amor y hierro capitulo 10
Miér Sep 25, 2019 9:29 am por mystic
» holaaa,he vuelto
Jue Ago 08, 2019 4:33 am por monica.santander
» [Resuelto]FanFic Brittana: Wallbanger 3 Last Call (Adaptada) Epílogo
Miér Mayo 08, 2019 9:25 pm por 23l1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Comportamiento (Adaptada) Epílogo
Miér Abr 10, 2019 9:29 pm por 23l1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Justicia V (Adaptada) Epílogo
Lun Abr 08, 2019 8:29 pm por 23l1