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FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
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Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
Que bueno que volviste!!!!
Hasta cuando van a aguantar las chicas no estar juntas??? jaja
Saludos
Hasta cuando van a aguantar las chicas no estar juntas??? jaja
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
Sanny25 escribió:Diosss que capituloo!! La verdad estoy sin palabras fue un gran capitulo.
Pobre Britt solo tuvo un momento con San y no se pudo resistir mucho a ella jajajajaj
Los momentos Brittanas vienen con todoo
3:) escribió:holap dan,...
me gusto tu nuevo fic,...
me gusta como van las cosas entre san y britt la tensión entre las dos va a ir en aumento jajaja
imaginar a san así DIOS METEN ME JAJAJA ------> "pantalones ajustados de cuero negro, una camiseta de seda plateada con escote de pico y la chaqueta de piel alrededor de las caderas, con las mangas atadas a la cintura"
nos vemos!!!
Hola Hola!
UFFFFFFFFFFFFF VDD QUE SI JESUS SANTO
Saludos
Dolomiti escribió:Pero que buen capítulo!! Dios mío espero actualices pronto, san va por buen camino y espero britt no se resista mucho
Siii vi los caps y el promo de la propuesta y pff!! Grite cuando escuche a san decirlo muero por ver el siguiente cap el viernes
Hola hola!
Aqui traigo dos capitulos ;) y viste viste dios estoy muriendo jajaja
Saludos
monica.santander escribió:Que bueno que volviste!!!!
Hasta cuando van a aguantar las chicas no estar juntas??? jaja
Saludos
Hola Hola!
Y JAJAJAJAJJA ya veremos en estos caps !
Saludos
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
Capítulo 5
Presa del pánico, Santana caminó tanteando las paredes lisas del cuarto oscuro tenía que haber una salida.
De repente la habitación se llenó de una luz blanca incandescente.
Santana se sobresaltó y su corazón latió con fuerza. Un relámpago congeló la habitación con su luz espectral. Los truenos retumbaban a lo lejos, se arrastraban hacia la casa y restallaban en su ventana con un estruendo ensordecedor. El frío ya estaba ahí de nuevo.
Se levantó de la cama y permaneció de pie junto a la ventana abierta.
Un soplo de aire fresco recorrió la habitación y templó su cuerpo. Una cortina de agua plateada caía a la luz delas farolas y redoblaba contra las aceras estrepitosamente. Aspiró el aroma acre y vivificante de la lluvia mezclado con el polvo del cemento. El reloj de la mesilla marcaba las tres de la madrugada.
Santana fue a la cocina, llenó un vaso de agua fría y volvió a la cama. Apiló las almohadas a su espalda y se sentó a beber el agua tranquilamente, mientras la temperatura de la habitación iba refrescando.
Al llegar a casa después decenar con Brittany se sentía inquieta y no podía dejar de pensar en ella. Le costó un buen rato dormirse. Imaginaba una y otra vez el rostro de Brittany después de besarle el cuello.
Tenía los ojos cerrados, los apetecibles labios entreabiertos embriagada por el aroma de su piel y por su seductor perfume, había tenido que echar mano de toda su fuerza de voluntad para no abrazarla y besarla en la boca.
Habría jurado que Brittany deseaba que la besara: por el temblor de su cuerpo, por aquel gemido débil tan lleno de deseo. Pero, a diferencia de otras mujeres por las que Santana se había interesado, la reserva de Brittany había hecho que fuera con cuidado.
Brittany enseguida había recuperado la compostura y su sonrisa al marcharse con el coche era sólo de cortesía.
Estaba claro que Brittany se sentía atraída por ella, pero quizá no lo suficiente como para querer hacer algo al respecto.
Por lo menos, todavía no. Santana sonrió.
Había conocido a mujeres que se hubieran muerto de placer si las hubiera arrastrado a sus brazos y las hubiera poseído en un aparcamiento oscuro una noche tórrida pero probablemente Brittany no era de ésas. Se estremeció al imaginarla con una fulminante mirada de desaprobación, de haber intentado algo parecido. Suspiró. Tendría que esperar a que Brittany moviera ficha. ¡Por Dios! Santana no podía creer lo que estaba diciendo.
¿Esperar a que una mujer se interesara por ella? ¡Sería la primera vez! Sin embargo, nunca se había sentido tan intrigada por una mujer, ni tan interesada por nadie. Y tenía el poderoso presentimiento de que con Brittany la espera valdría la pena.
Santana se acabó el agua y dejó el vaso en la mesilla. Las tres y media. Se tumbó boca abajo, de cara a la ventana, y escuchó el sonido de la lluvia. Con suerte, la pesadilla no volvería a despertarla. Deseó poder encerrar el pasado en aquel cuarto oscuro y tirar la llave otros veinticinco años.
Pero no caería esa breva. Sus recuerdos habían cobrado vida propia, estaban fuera de control y tenía que admitir que habían despertado su curiosidad, dormida desde hacía tiempo.
Un nuevo relámpago iluminó la habitación. En la pared de enfrente de la cama había un antiguo armario japonés escalonado que llegaba casi hasta el techo. Tras haber sobrevivido durante dos siglos guardando innumerables secretos en sus profundos cajones de madera barnizada, permanecía impávido ante los truenos, los relámpagos y las pesadillas infantiles. A la luz espectral de los relámpagos, se veía real, sólido y tranquilizador.
Al parecer, la única manera de recuperar la paz de espíritu era solucionando el misterio de la marcha de su madre. Tendría que hallar respuestas a preguntas que no había querido hacer, que había temido hacer durante toda su vida Santana cerró los ojos y se dejó llevar por los recuerdos de aquella terrible noche.
La lámpara dela mesilla de noche iluminaba sus tarjetas de cumpleaños, puestas en fila sobre el mármol negro de la repisa de la chimenea. El número 5 estaba impreso en papel satinado de brillantes colores.
Había globos de colores atados en cada rincón de su habitación. Abajo, sus padres discutían a gritos Santana se hizo un ovillo en la cama, temblando de miedo. De repente su madre entró en la habitación susurrándole palabras de consuelo, la sacó de la cama con cuidado, la envolvió en una manta y la abrazó con fuerza Santana le echó los bracitos al cuello y se apretó contra ella, aliviada de sentirse a salvo.
Entonces, oyeron los gritos de su padre mientras subía la escalera a grandes zancadas Irrumpió en la habitación y arrancó a Santana de brazos de su madre Santana pataleó y chilló, su madre lloraba y le gritaba, pero no pudieron hacer nada.
Sacó a su madre de la habitación a rastras, echó a Santana encima de la cama sin miramientos y salió dando un portazo.
Los gritos continuaron un rato más y después se oyó otro portazo. Por el sonido, había sido la puerta delantera.
Después reinó un silencio terrible, peor aún que los gritos. Temblando, Santana se arrastró fuera de la habitación y se quedó en el rellano, espiando el recibidor asomada a la barandilla. Su padre estaba de pie frente a la puerta cerrada. De pronto, dio media vuelta, se metió en su despacho y cerró la puerta.
Demasiado asustada como para atreverse a bajar, Santana esperó. A sabiendas de que su madre se había marchado, se quedó vigilando la puerta delantera hasta que la venció el cansancio y se quedó dormida.
Apenas había luz cuando se despertó, helada y entumecida, acurrucada en la moqueta con el brazo estirado entre los barrotes cincelados de la barandilla. Por debajo de la puerta del despacho se veía luz.
La casa seguía en silencio, exceptuando el canto de los pájaros que despertaban sobre las ramas de los árboles y el sonoro tic-tac del reloj del abuelo en el vestíbulo.
Santana se sorprendió al notar lágrimas en sus ojos. Se preguntaba qué iba aganar pasando otra vez por todo aquello.
Los truenos se habían alejado, la lluvia amainaba Santana se dio la vuelta y esperó a que llegara el sueño.
El domingo siguiente por la tarde hacía calor y brillaba el sol Rachel iba a venir a comer Quinn no podía, ya que era enfermera y tenía guardia ese día Brittany estaba haciendo un sufflé de queso.
De pie ante los fogones, iba echando poco apoco la leche en una cacerola con harina y mantequilla, y removía la mezcla a medida que espesaba a fuego lento. Una de sus piezas musicales favoritas, el tercer movimiento de La Tempestad de Beethoven sonaba en el reproductor de CD. Tras haber pensado mucho en Santana desde la cena del miércoles, tenía curiosidad por lo que le diría Rachel.
En los dos últimos días habían tenido mucho trabajo en la clínica y casino habían podido hablar.
Añadió el queso rallado y removió hasta llevarlo a ebullición. Al imaginar la sonrisa sexy de Santana y su cabello despeinado, se dio cuenta de que era la primera mujer por la que se sentía atraída después de dejarlo con Diane.
Durante los últimos meses, Brittany había intentado auto convencerse de que sólo se había enrollado con Diane porque la había conocido en un momento de debilidad. Se habían conocido tres años antes, en un congreso de medicina en Melbourne.
En aquella época, Brittany aún estaba superando la reciente muerte de sus ancianos padres, que habían fallecido con meses de diferencia. La encantadora y seductora Diane apareció en el momento justo y le ofreció su amor y su dedicación Brittany se enamoró de ella, aunque en el fondo de su corazón albergaba algunas dudas. Diane prodigaba su sonrisa provocativa aplacer con cualquier mujer que la mirara dos veces, y muchas lo hacían.
Pero Diane estaba sinceramente interesada por ella y tenía grandes planes de futuro para las dos. Se mudaron a Sydney, donde Diane trabajaba como psicóloga Brittany tenía ganas de empezar de nuevo en otra parte y no le costó encontrar un puesto de médico de cabecera en una consulta privada.
Brittany retiró la mezcla del fuego y añadió las yemas de huevo, los condimentos y la cebolleta picada.
Incorporó las claras de huevo batidas, echó la mezcla en el molde del suflé y lo metió en el horno. Rachel no tardaría en llegar.
Se sirvió un vaso de Evian y se lo llevó fuera. La cocina tenía cristaleras quedaban a una terraza de madera. Se sentó en una silla de mimbre bajo la pérgola, cubierta de parras verdes y exuberantes.
Bordeando el pequeño porche había macizos de lavanda y su perfume flotaba en el aire junto con las abejas que zumbaban a su alrededor. Los pájaros cantaban desde el árbol de nectarinas y revoloteaban entre las nudosas ramas cuajadas de fruta.
Las hortensias se inclinaban por el peso de las enormes flores rosas, malvas y azules.
Después de comprar una casa, Brittany empezó a enterarse de las numerosas relaciones anteriores y de las infidelidades de Diane. Esta, muy hábil a la hora de manipular los sentimientos de los demás, le aseguró que todo aquello era cosa del pasado.
Pero Diane no podía resistirse a la atención que le prestaban otras mujeres y al cabo de dos años tuvo su primera aventura Brittany quedó destrozada. Diane le suplicó perdón, alegando una miríada de pretextos psicoanalíticos: su infancia traumática, lo insegura que era por culpad e eso. Brittany había acabado sintiéndolo por Diane más que por ella misma.
Brittany se enfadó consigo misma por ser demasiado blanda. Y también estúpida.
Bebió un sorbo de agua mientras escuchaba música. Un año después, Diane tuvo otra aventura y esta vez Brittany se fue. Suspiró. No había hecho caso de su instinto respecto a Diane y, aunque en parte podía echar la culpa de su falta de juicio a que en aquella época pasaba por un mal momento, lo cierto era que se enamoraba de mujeres como Diane porque la excitaban. Las salvajes las complicadas y enigmáticas.
Como Santana.
Llamaron al timbre Rachel había llegado.
Mientras Rachel iba a la nevera para sacar algo de beber para las dos, Brittany removió la ensalada.
Rachel le pasó una botella de Heineken.
—Entonces, ¿San te enseñó algún apartamento que te gustara?
—Me gustaron todos. Tenías razón. Sabe lo que hace.
Rachel dio un sorbo de cerveza.
—Parecías muy impresionada por ella el sábado por la noche. Y diría que ella no te quitó los ojos de encima en toda lacena. —Sacudió la cabeza con incredulidad—Q y yo no dábamos crédito. Nunca la habíamos visto mirar a nadie como te miraba a ti.
Brittany cortó unas cuantas rebanadas de pan crujiente y las puso en una cesta.
—Venga ya. Seguro que siempre es así.
Recordó cómo Diane flirteaba siempre con la gente nueva. Sorprendentemente, al principio Brittany no le había dado importancia. Sonrió para sus adentros: incluso se había sentido orgullosa del encanto incontenible de Diane.
—No, no lo es. En las fiestas siempre he visto que otras mujeres le entraban. —Rachel sacó un cigarrillo del paquete que Britt tenía sobre el aparador y se lo llevó a la boca— San responde si está interesada, ya me entiendes. Pero nunca la he visto dar el primer paso. —Soltó una risilla ahogada— Kitty opina que San no tiene que hacer nada, que su atractivo natural le hace todo el trabajo.
—Entonces es verdad lo que dijo Mar sobre lo de que ha tenido un montón de amantes.
Rachel sacó una silla y se sentó a la mesa. Dio una calada al cigarrillo apagado, con gesto distraído.
—Sólo hasta cierto punto. No es tanto que haya tenido muchas como que le duran poco. No la ves con nadie durante meses y de repente se te presenta con una chica preciosa de la que nadie ha oído hablar a la mayoría las conoce por el trabajo. Y después, al cabo de un tiempo, desaparecen. Normalmente son mujeres que ya tienen otras relaciones y sólo quieren echar una cana al aire. San siempre ha dicho que le gusta que las cosas no se compliquen, sin ataduras y tal.
Britt se apoyó en la encimera y se cruzó de brazos.
—Menuda sorpresa.
Rachel sonrió ampliamente.
—Sí, bueno, tú eres la experta en mujeres tipo San.
Sí, pensó Britt con amargura.
Claramente, Santana era un espíritu libre, como Diane Rachel la miró con suspicacia.
—Te gusta, ¿verdad? Lo veo.
Santana se encogió de hombros.
—Me parece atractiva. ¿A quién no? Pero, incluso en el caso de que Santana estuviera interesada por mí, no tengo ninguna intención de empezar una aventura con nadie sabiendo que no durará ni cinco minutos. Espero que podamos ser amigas.
Debería haber sido sólo amiga de Diane, en lugar de liarse con ella, pensó.
Diane era inteligente, divertida, y en esencia tenía buen corazón. Sólo era un caso perdido en cuestión de relaciones.
Y Britt, incapaz de separar amor y deseo, no servía para relaciones sin ataduras. Una mirada apasionada o una sonrisa insinuante bastaban para que le temblaran las rodillas; siempre se involucraba emocionalmente. Colocó los cubiertos y las servilletas en la mesa.
—La próxima mujer que entre en mi vida será una persona estable, cariñosa, en quien pueda confiar y que no me engañe.
Rachel rió.
— ¡No me fastidies! No te has enamorado de una mujer así en la vida.
Britt sacó el suflé del horno. No culpaba a Rachel por encontrarlo divertido.
—Últimas noticias: he cambiado.
Llevó la ensalada, el pan y el suflé a la mesa. Rachel dio un trago de cerveza.
—Lo que tú digas —rió entre dientes—.Dios, recuerdo cuando te conocí en la Facultad de Medicina. Salías con aquella motera. ¿Cómo se llamaba?
Britt sonrió, recordándola con cariño.
—Sage. Pero creo que se lo inventó.
Sirvió el suflé.
—Estaba como una puta cabra. Nunca olvidaré el día en que el decano estaba pronunciando un discurso en el auditorio. Debía de haber unos ochocientos alumnos, tutores y profesores. No me acuerdo de qué iba, pero de repente la puerta principal se abrió de par en par y Sage irrumpió montada en su Harley, rugiendo pasillo abajo, hasta que dio un frenazo en frente de la tarima del decano.
Britt soltó una carcajada. En aquella época, el comportamiento irreverente y alocado de Sage le había parecido emocionante y adorable. Probablemente, Sage fuera la responsable de su atracción continuada por las chicas malas.
—Creí que al pobre desgraciado le iba a dar algo —continuó Rachel—. Y ella allí montada, dándole al acelerador, con unos pantalones de cuero ajustados y una especie de top de cuero cortísimo.
—Un corpiño, en realidad. Con tachones.
—Gritándole por encima del ruido del motor, acusándolo de homófobo sexista y fascista, entre otras cosas.
Britt sonrió abiertamente.
—Y lo era.
—Entonces se giró y te gritó: «Sube, nena». Te levantaste y recorriste el pasillo tranquilamente, te montaste en la parte trasera de la moto y ¡salisteis quemando ruedas!
Las dos se echaron a reír Britt recordó el largo cabello oscuro de Sage, sus chispeantes ojos verdes, siempre alegres, y su modo de andar, como si el mundo le perteneciera. Pero también era dulce y cariñosa. Tras el incidente del auditorio, había dejado la carrera de Derecho de la noche a la mañana y se había marchado en moto para atravesarla llanura de Nullabor hacia el oeste de Australia Britt se quedó con el corazón destrozado.
—Sí, tuve bastantes problemas por aquello —murmuró.
—Entonces, ¿qué es lo que te pasa con las mujeres como Sage?
Britt rió.
— ¡No seas tan dura! ¡Tenía sólo veintiún años! Era mi primera novia seria. Estaba enamorada.
—Ella también tenía sólo veintiún años. Si la conocieras ahora a los treinta y dos, ¿crees que habría cambiado mucho?
Britt se encogió de hombros. Los ojos castaños de Rachel relucieron.
—Podría haberse hecho psicóloga. —Sonrió, burlona—. O agente inmobiliaria.
Britt puso los ojos en blanco y recogió los platos para llevarlos al fregadero.
Rachel la conocía demasiado bien. Y había confirmado sus sospechas respecto a Santana. Pero lo que Rachel no sabía era que Britt no había sentido nunca una atracción tan poderosa e instantánea por nadie Santana era la mujer más sexy que había conocido. Si intentaba llevar las cosas más lejos y Britt se dejaba llevar por el deseo, se enamoraría de Santana locamente.
Mientras Britt ponía la cafetera al fuego, Rachel se reclinó en la silla, pensativa, con el cigarrillo colgando dela comisura de los labios.
—Ese tipo de chicas son lo opuesto a ti, que eres una persona seria y responsable. Les importa todo una mierda. Creo que lo que te pone es esa temeridad.
— ¿Sabes qué? —Dijo Britt con una sonrisa—. He vivido con la señora Psicoanálisis durante tres años, así que puedes ahorrarte la charla. Gracias de todas formas. —Echó el café.
Con la esperanza de que su voz sonara como quien no quiere la cosa, añadió—: Por cierto, he invitado a Santana a venir con nosotras al campo el fin de semana que viene.
Rachel alzó las manos, dejándola por imposible.
—Muy amable por tu parte. Seguro que San y tú os hacéis súper amiguitas.
Sonrió con sorna, con el cigarrillo apretado entre los dientes Britt soltó una risita ahogada.
—Seguro que sí.
Puso la cafetera y las tazas en una bandeja.
—Va, vamos a tomarnos el café en la terraza.
Y hablando de esto y aquello, pasaron allí la tarde.
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
Capítulo 6
El sábado siguiente por la tarde, Santana cogió la autopista en dirección norte.
Era un típico día de febrero, caluroso y radiante. Iba vestida solamente con un sujetador de bikini rojo, sin tirantes, y con unos cómodos vaqueros usados, y disfrutaba de la caricia del sol y de la brisa cálida sobre la piel. A una hora de Melbourne, la señal de radio de la emisora de la ciudad empezaba a debilitarse y sonaba a trompicones.
Apagó la radio y puso su CD de Muddy Waters favorito. Tenía que hacer aquello más a menudo, pensó. El Mustang estaba en su ambiente: fuera dela ciudad, libre en la carretera. El coche era como una extensión de su propio cuerpo y se deslizaba suavemente como si flotara en el aire. Quizá con un poco de suerte, si las cosas marchaban con Britt, en el futuro haría ese viaje más a menudo.
Aparte de una breve llamada telefónica para confirmar los detalles del fin de semana, no había hablado con Brittany en los últimos diez días. Durante ese tiempo, se había planteado llamarla otra vez para invitarla a cenar, pero se recordó a sí misma que tenía que ir con calma. El fin de semana sería un buen comienzo.
Santana se arrellanó en el asiento y subió el volumen de la música. A lado y lado de la carretera, los campos de cultivo se extendían hasta el horizonte y se distinguían numerosas balas de heno dorado desperdigadas sobre la hierba, amarilla y corta. Las acequias centelleaban con el sol. El paisaje le recordaba a su tía Thelma y la granja que tanto había querido.
La casa de Thelma y Ted estaba sólo a media hora al oeste de la de Brittany Tendría que hacer un esfuerzo y pasar a visitarlos pronto, pensó. Hablaba por teléfono con Thelma unas cuantas veces al año y normalmente se veían en Navidad, pero no era suficiente. Se merecían más que eso. Thelma y Ted habían sido como unos padres para ella. Eran personas maravillosas y, aparte de Kurt, su único hijo —un año menor que Santana—, con quien había pasado muchísimo tiempo de niños, eran las únicas personas a las que había querido y en las que había confiado durante su infancia y adolescencia. Con el paso delos años, Santana había dejado que su relación se enfriara.
De algún modo, había sido más fácil distanciarse de todo y de todos los que formaban parte de su pasado y concentrarse únicamente en la nueva vida que se habría creado.
El coche pasó rápidamente junto a rebaños de ovejas y vacas aparentemente inmóviles, con las cabezas inclinadas sobre el heno y las acequias Santana se acordó de la granja de juguete que le regalaron a Kurt unas Navidades Santana y él montaron las vallas blancas de plástico, las insertaron en la base verde y colocaron los edificios y los animalitos en su lugar.
Seguramente Ted esperaba despertar el interés de Kurt por la ganadería, pensó Santana con una sonrisa. Pero a Kurt, gay como él solo desde bien pequeñito, le interesaba más el diseño de moda. Vivía en Sydney, pero Santana y él estaban muy unidos y seguían en contacto.
Santana salió de la autopista y tomó una carretera secundaria. Para llegar a la finca de Brittany, tenía que atravesar una pequeña ciudad y después el bosque. Se estremeció sólo con pensar en volver a verla. Quizás ese fin de semana Brittany haría el movimiento que Santana esperaba. Ahora bien, estaba un poco preocupada, porque estaba obsesionándose con ella. ¿Por qué no había llamado a Tina? Tenía su tarjeta en la cartera y con ella no tendría que estar comiéndose la cabeza sobre cómo se sentía o qué era lo que quería.
Con Tina no habría misterio Santana suspiró: el caso es que Britt era una diosa.
Nadie le llegaba ni a la suela del zapato.
Eran casi las seis cuando Santana llegó a la finca de Brittany Tras cerrar la verja a su espalda, avanzó despacio con el coche por el largo camino de grava. A medida que se abría camino entre los árboles, distinguió el resplandor plateado de un tejado de chapa en la distancia. Unas cuantas cacatúas rosas de plumas brillantes pasaron por delante del coche como una exhalación y ocuparon las ramas de un eucalipto sin dejar de chillar.
Una bandada de cacatúas blancas, que ya estaban en el árbol, levantaron los penachos amarillos con indignación y protestaron ante aquella invasión. De los Calliste monllorones pendían limpia tubos rojos con puntas doradas Santana aspiró el aroma de los eucaliptos.
Al frente, algo se movió entre los árboles Brittany apareció de improviso a lomos de un caballo y trotó hacia ella.
Al cabalgar, los cascos del caballo levantaban el polvo entre los tallos de hierba silvestre Santana paró el coche y contempló a Brittany El cabello le caía sobre los hombros; llevaba un sujetador de bikini verde esmeralda ínfimo y unos vaqueros cortos deshilachados.
Guiaba al caballo con los músculos del estómago en tensión y sus piernas eran firmes y fuertes. El corazón de Santana se aceleró.
La imagen sofisticada y elegante de Brittany que conocía se había transformado en una belleza salvaje. No daba crédito a sus ojos.
Brittany refrenó el caballo junto al coche y le regaló una de sus arrebatadoras sonrisas.
—Me alegro de verte —dijo, con la respiración agitada.
Su piel nívea brillaba de sudor. Los ojos de Santana recorrieron sus piernas sedosas, aferradas a los flancos del caballo. Durante unos instantes no pudo pensar en otra cosa que no fueran aquellas piernas alrededor de su cintura y la cabeza de Brittany echada hacia atrás, en un abandono salvaje y apasionado. Le tembló todo el cuerpo. Pestañeó y tragó saliva.
—Yo también me alegro de verte.
—Te echo una carrera hasta la casa —dijo Brittany con una amplia sonrisa.
Con mano experta, volvió grupas y se lanzó al galope entre los árboles.
Un poco más adelante, los árboles clarearon y apareció la casa: una magnífica granja de piedra de estilo clásico se alzaba majestuosa sobre una colina. El ancho camino de grava describía un círculo frente a la casa. La calima relucía sobre el tejado de chapa y las planchas onduladas despedían reflejos entre los jirones de nubes que flotaban en el pálido azul del cielo. El tejado, en forma de V, sobresalía en forma de veranda alrededor del edificio.
Las flores de las zarzaparrillas, de un vivo color púrpura, trepaban por los postes blancos de la veranda.
Santana aparcó a un lado del camino, a la sombra de un eucalipto colorado, y cogió la bolsa de viaje y el vino que había traído para Brittany, Rach y Q estaban sentadas en unas tumbonas a rayas azules y blancas, en la veranda desuelo de piedra Brittany desensilló el caballo y lo soltó. Entonces se unió a ellas.
— ¿Te ha costado mucho encontrar el sitio? —preguntó Brittany.
Santana negó con la cabeza, tomó a Brittany del brazo y la besó en la mejilla su piel tenía un aroma deliciosamente salado y conservaba trazas de aquel perfume suyo tan seductor Brittany la miró directamente a los ojos un momento, como si buscara algo en ellos.
Durante un instante fugaz desvió la vista hacia sus labios.
Después sonrió.
—Estarás muerta de sed. Vamos adentro.
Santana besó a Rach y a Quinn.
— ¿Cómo ha ido el trabajo esta mañana, San? —Preguntó Marie, mascando un cigarrillo—. ¿Has ganado mucha pasta?
Santana soltó una carcajada.
—Ojalá. Ha ido bien.
Britt estaba junto a una puerta de malla metálica con el marco de madera labrada y se la aguantaba abierta Santana la siguió al interior.
Pasaron a un vestíbulo muy amplio, con tres arcadas esculpidas, que llegaba hasta el corazón de la casa.
El suelo de parqué barnizado era castaño oscuro, con un brillo dorado Santana admiró el trabajo de metal de los altos techos. Era poco habitual ver techos de aquéllos en tan buen estado. La casa era fresca y se respiraba tranquilidad. Un relajante aroma de madera vieja, muebles antiguos y barniz a la cera de abejas flotaba en el aire.
—Es impresionante —dijo Santana en voz baja. Le recordaba a la casa de Thelma, pero a lo grande.
—Mis padres trabajaron mucho en ella—repuso Brittany, abriendo las puertas del vestíbulo. .
Había cuatro dormitorios enormes, dos a cada lado de la entrada. Todos tenían puertas acristaladas que daban a las verandas laterales. Había unas chimeneas grandiosas, con repisas de pino barnizadas muy elaboradas, y en las ventanas se balanceaban hermosas cortinas Liberty en tonos pastel, a juego con las colchas de las enormes y antiguas camas de madera. Había dos cuartos de baño renovados, uno a cada lado del vestíbulo, reproducciones perfectas de la época victoriana, consuelos de mosaico y azulejos blancos y negros, relucientes.
—Dios mío, vaya si lo hicieron —dijo Santana.
Brittany la acompañó a uno de los dormitorios.
—Esta es tu habitación.
Santana la observó mientras abría las puertas acristaladas lacadas de blanco.
Estaba tan sexy con aquellos pantaloncitos vaqueros deshilachados que mirarla resultaba casi doloroso.
Santana se preguntó cómo reaccionaría Brittany si en ese mismo instante fuera y la estrechara entre sus brazos, si le hundiera la cara en el sedoso cabello, le diera la vuelta y besara aquella boca tan apetitosa Britt miraba fuera y le daba la espalda; se recogió el cabello con una mano y lo dejó caer por detrás de los hombros como una cascada reluciente.
Dios, pensó Santana, ¿es consciente de lo sexy que está cuando hace eso?
Apartando los ojos de Brittany, contempló las doradas colinas a través de las cristaleras. Aquí y allá había grupos de eucaliptos azules, cuyas pesadas ramas colgaban inmóviles sin que pasara un soplo de aire.
Una sombra que se movía lentamente sobre la hierba amarilla captó su atención. Un águila audaz planeaba en el aire y su silueta negra destacaba contra el cielo. De pronto bajó en picado y desapareció Brittany se volvió con una sonrisa.
—Vamos a la cocina.
Al fondo del vestíbulo había una puerta de vidriera que conducía a la otra ala dela casa. A un lado había un comedor con una mesa de nogal antigua y sillas para diez personas; enfrente estaba la sala de estar. Detrás del comedor estaba la cocina. Las paredes estaban forradas de armarios y encimeras de madera oscura.
Los electrodomésticos eran blancos y brillantes. En un rincón estaba la cocina original, de hierro colado, encajada en el hueco de la chimenea. Finalmente, en el centro de la estancia, había una vieja mesa de pino muy grande, recién fregada. En conjunto: una cocina acogedora, moderna y con estilo, todo al mismo tiempo.
—Gracias por el vino —dijo Brittany mientras lo metía en la nevera—. Seguro que nos lo acabamos esta noche.
Encima de la mesa había un jarrón redondo con ramitas de eucaliptos.
Algunas hojas eran oscuras y brillantes, otras eran pálidas y aterciopeladas, y las flores rojas, rosas y blancas rezumaban gotitas de un néctar dulzón. Como hechizada, Santana siguió con la vista a una pequeña abeja que revoloteaba sobre las flores, emitiendo un zumbido casi inaudible. Un reloj de pared antiguo sonaba solemne. Thelma tenía una mesa como aquélla y su cocina tenía un aire hogareño similar.
Por un momento, Santana se dejó llevar por los recuerdos y su mente retrocedió veinticinco años.
Tenía nueve años y estaba sentada en la mesa de la cocina de Thelma, rebanando un bol de masa de pastel con una cuchara de madera. Olía a pasteles horneándose. Thelma estaba removiendo algo en los fogones y Kurt, sentado al lado de Santana, dibujaba en unas grandes hojas de papel de estraza.
Thelma se secó las manos en el delantal y pasó una página del libro que tenía en la encimera, apoyado contra el tarro de azúcar. Estaba leyendo un poema sobre un niño que un día se fue a montar acaballo por el bosque, se perdió y nunca regresó. Su madre esperó su regreso en la puerta de la granja, pero el lector sabía que el niño había muerto.
Durante días, su madre lloró por él y lo buscó por todas partes, pero el bosque no se lo devolvió: las campanillas silvestres cubrieron su cuerpo y nunca fue encontrado. A Santana le encantaba aquel poema. Se imaginaba a su madre buscándola y llorando por ella, y pedía que se lo leyeran una y otra vez, aunque ya se lo sabía de memoria. Las palabras se le habían quedado en la cabeza y su cuerpo vibraba al ritmo que marcaban los versos.
— ¿Qué te apetece? —preguntó Brittany, con la puerta de la nevera abierta.
Azorada, Santana sintió que los cálidos ojos azules de Brittany la desnudaban al pasar fugazmente sobre sus pechos y estuvo a punto de responder sinceramente le apetecía llevarla a una de aquellas bonitas habitaciones, cerrarla puerta y besar lentamente cada centímetro de su cuerpo, salado y blanco.
Puede que aquellos pensamientos se vieran reflejados en su rostro.
Brittany apartó los ojos y jugueteó con un mechón de pelo que le acariciaba los pechos Santana sintió que los sentimientos de Brittany hacia ella no habían cambiado.
La tensión sexual entre las dos crecía, aunque ambas hacían todo lo educadamente posible por ignorarla Santana esbozó una sonrisa.
—Una cerveza estaría bien, gracias.
Britt le dio una Heineken, se cogió otra para ella y salieron a reunirse con Rachel y Quinn.
Mientras bebía su cerveza a sorbitos, Santana contempló las vistas. Todavía hacía calor, pero el sol empezaba a hundirse en el cielo y el calor abrasador del día había remitido.
—Dentro de un rato iré a preparar lacena —murmuró Brittany.
Bebió un traguito de cerveza. La luz del sol bailoteaba sobre su piel satinada, tamizada por las hojas de los árboles.
Quinn se desperezó y suspiró.
—Prepararé el marisco. —Le despeinó el pelo a Rachel con un gesto juguetón—¿Te encargas de la barbacoa, mi amor?
Rachel asintió.
— ¿Sabes algo de barbacoas de verdad, San? ¿Las que van con leña? —Preguntó con cierta aprensión—. Estoy acostumbrada a las de gas.
Santana soltó una risita.
—Claro. Son las mejores. En la granja hacíamos barbacoas de leña muy a menudo cuando era pequeña. Te echaré una mano.
La conversación continuó, pero Santana le hizo poco caso. Los loros arco iris revoloteaban entre los árboles y sólo se detenían para chupar el néctar de las flores. A lo lejos, las cuca burras dejaban oír sus risotadas estridentes. En el horizonte se recortaban las colinas forradas de árboles. De niña pasaba mucho tiempo jugando sola en el bosque que rodeaba la granja de Thelma. Estuvo a punto de perderse varias veces, igual que el niño del poema. Era fácil extraviarse, ya que el bosque tenía un aire de misterio que despertaba demasiado la curiosidad.
Desde lejos parecía espeso e impenetrable, pero al internarse en él dominaban los espacios abiertos entre los árboles: claros enormes bañados por el sol. La maleza te arañaba las rodillas y el aroma a menta de las hojas al pisarlas resultaba embriagador.
Parecía inofensivo, como un parque un poco descuidado, hasta que te adentrabas demasiado y tratabas de desandar tus pasos. En todas direccione será igual. Ningún camino llevaba dentro y ninguno fuera. De improviso, los claros luminosos donde un niño fantaseaba con esconderse, construir una cabaña y vivir solo para siempre se convertían en una trampa. Los árboles eran como postes de una cerca enorme; la maleza, como alambre de espino.
Y no había fronteras definidas, no acababa nunca. Se perdía la perspectiva, te engullía un remolino de aire caliente y seco con sabor a menta. Y después estaba el silencio. Aparte del chillido asustado de algún que otro pájaro, el rumor de las hojas y tu propia respiración, el silencio era aterrador,
—Son las siete y media.
Brittany se levantó y estiró los brazos perezosamente. Empezaba a oscurecer y el cielo estaba surcado de franjas rosadas, como si una mano descuidada las trazara con ceras.
Con los brazos levantados y la cabeza echada hacia atrás, Brittany se agitó el cabello Santana tuvo que contenerse para no alargar la mano y tocarlo, cogerlo todo, hundir en él el rostro e inhalar su suave perfume.
—Será mejor que nos pongamos con lacena —añadió Britt.
Quinn y ella entraron Rachel se puso en pie.
—Venga, San. Vamos a encender la barbacoa.
Era una barbacoa de obra, construida cerca de la casa, junto a un grupo de árboles. No había mucha leña menuda para empezar apilada debajo, así que Santana envió a Rachel a recoger ramitas o cualquier cosa que encontrara Rachel regresó cargada de ramas con hojas verdes recién arrancadas de los árboles y se quedó muy desconcertada cuando Santana se echó a reír y sacudió la cabeza.
— ¿Por qué no vas poniendo la mesa? —Dijo Santana—. Yo me ocupo de esto.
Exploró los alrededores, encontró leña seca y al poco consiguió una bonita hoguera.
Pusieron la mesa y las sillas de madera en un extremo de la veranda. Rachel colocó los platos blancos, las servilletas, los cubiertos y los vasos, mientras Santana asaba las gambas y el pollo marinado que había traído Quinn.
El humo de la barbacoa flotaba en el aire junto con los deliciosos aromas dela comida Rachel le pasó a Santana otra Heineken bien fría y permanecieron allí de pie, juntas, sin necesidad de mediar palabra, contemplando cómo el sol se hundía lentamente tras las colinas.
Los pájaros empezaron a armar escándalo al pelearse por las ramas para pasar la noche. Los grillos y las ranas cantaban acoro.
Alrededor de las ocho y media se sentaron a cenar. En el centro de la mesa encendieron una vela sobre un pie de cristal Rachel sirvió el Beauj oláis francés frío y Quinn depositó una fuente de ostras con rodajas de limón sobre un lecho de hielo picado Britt sacó una cesta de patatas fritas y un bol de ensalada. El cielo se había vuelto rojo y la piel de Britt brillaba al reflejar la luz.
Se había dado una ducha, se había perfumado y se había puesto unos pantalones de lino negros y una camisola de raso blanco. Su belleza salvaje había desaparecido: sentada frente a Santana, con los labios pintados de rosa, volvía a ser la mujer sofisticada y urbana que conocía.
Durante la cena, de vez en cuando Brittany buscaba los ojos de Santana y le sostenía la mirada. El deseo de Santana se hizo cada vez más y más urgente. Tenía que encontrar un momento para estar a solas con ella, pensó. Tenía que abrazarla.
Santana se bebió el vino de un trago.
Tenía que besarla. Al parecer, Brittany no iba a dar el primer paso y Santana se sentía incapaz de seguir jugando al ratón y al gato mucho más tiempo.
Quinn apuró su vaso de vino. Con un suspiro de satisfacción, se pasó las manos por el corto cabello rubio.
— ¿Diane te ha llamado últimamente, Britt? —preguntó, mientras Rachel le llenaba el vaso.
Santana sintió que un escalofrío le recorría la espalda. ¿Brittany seguía en contacto con su ex?
—Hace semanas que no, gracias a Dios.
Habían acabado de comer y Britt se reclinó en la silla y encendió un cigarrillo Rachel también cogió uno y lo sostuvo entre los dientes con fuerza, decidida a no encenderlo aunque se muriera de ganas de hacerlo.
—Desde que he vuelto aquí ha dejado de insistir en que nos reconciliemos. Britt exhaló el humo despacio, con aire pensativo.
Al menos, pensó Santana con alivio, Brittany parecía haber perdido el interés por ella—. Pero, hasta que no encuentre a otra que esté ahí cogiéndole la mano día y noche, me llamará cada vez que le pase cualquier cosa.
—Que le coja la mano hasta que le dé por ponerle los cuernos a ella también—apuntó Marie con desdén.
¿Diane le había puesto los cuernos?
¿Cómo se puede mantener una relación seria con alguien, tener la increíble suerte de que esa persona sea Brittany y encima ponerle los cuernos? Sin duda alguna, Diane era idiota Santana se puso a jugar con su servilleta y la enrolló con una mano hasta formar un churrito.
—Debe sacarte de quicio que te llame.
Britt sonrió.
—Ya no. No mientras llame sólo de vez en cuando. —Se encogió de hombros ligeramente—. Si te mantienes a cierta distancia de ella, Diane es una mujer muy dulce, de verdad.
¿Dulce? ¡Y una mierda!, pensó Santana.
No tenía tiempo para mujeres que hacían falsas promesas, que mentían. Había tenido aventuras con mujeres así, que echaban una cana al aire a espaldas de sus parejas. Les gustaba el riesgo, solían ser divertidas y no se comían la cabeza en el terreno emocional. Por ese lado, sin problemas. Pero tampoco es que Santana las tuviera en mucha estima.
Rachel y Quinn recogieron la mesa y Quinn volvió con copas y una botella de Armagnac.
—Britt está haciendo café —informó.
Rodeó a Rachel con el brazo y la besó en la mejilla. El corazón de Santana dio un vuelco. Por fin, era la oportunidad perfecta para estar un momento a solas con ella.
—Voy a ayudarla —dijo, dirigiéndose rápidamente a la puerta.
Brittany puso el último plato en el lavavajillas y lo encendió. Suspiró.
Estaba engañándose a sí misma si de verdad creía que Santana y ella podían ser sólo amigas. Por amor de Dios, cada vez que Santana le sonreía como lo hacía o la miraba de aquella manera tan provocativa, Brittany se sentía estremecer.
Puso agua a hervir y echó café en la cafetera. Santana era una compañía muy agradable, pero invitarla a quedarse había sido un error.
Mientras esperaba a que hirviera el agua, salió a la veranda trasera. La luz de la luna bañaba los prados y las estrellas parecían lentejuelas sobre terciopelo negro. Soplaba una brisa suave. Era demasiado tarde: Santana ya le importaba demasiado.
Suspiró y recordó a Santana cuando salió del coche, cogió sus cosas, cerró la puerta con decisión y caminó hacia la casa. Había algo de atrevido en su andar, en la naturalidad con que balanceaba las caderas y echaba los hombros hacia delante.
Pisaba el suelo con seguridad, hollando la tierra a cada paso. Se había pasado la mano por el cabello y, tras quitarse las gafas de sol, le había regalado una de sus sonrisas.
Santana lograba que la ropa más sencilla fuera sexy. Los vaqueros, muy gastados a la altura de las rodillas, ceñían sus muslos firmes y el sujetador del bikini apenas le cubría los pechos, grandes y redondos Brittany la contempló mientras la esperaba y se dio cuenta de que contenía el aliento de puro anhelo, esperando el instante en que Santana le diera un beso para saludarla.
Las bisagras de la puerta de malla chirriaron y Brittany se volvió, sobresaltada. La silueta de Santana se recortó bajo la luz de la cocina al salir ala veranda.
—Estabas aquí —musitó.
El corazón de Britt se aceleró.
—Estoy esperando a que hierva el agua.
Santana avanzó y se quedó de pie a su lado Britt notaba su suave perfume y el calor de su cuerpo.
—Es una casa extraordinaria —dijo Santana—. Muy tranquila. —Miró al cielo—. Siempre me parece increíble la cantidad de estrellas que se ven en el campo.
Britt empezaba a perder la calma. Allí, a solas con Santana, bajo las estrellas y envuelta por una agradable brisa, sentía la necesidad súbita y desesperada de abrazarla y besarla.
—Mejor voy a ver cómo va el café —dijo con un hilo de voz.
Se volvió hacia la puerta Santana la cogió del brazo.
—Antes de que te vayas, hay algo que quiero hacer.
Brittany fue incapaz de oponer resistencia cuando Santana la rodeó con los brazos, la miró a los ojos un instante y la besó tan apasionadamente que le dio vueltas la cabeza. Una oleada de lujuria recorrió su cuerpo como un fuego abrasador. Con el corazón botándole en el pecho, le devolvió el beso, hambrienta y sorprendida de sí misma.
Santana la estrechó contra su cuerpo y las manos de Britt exploraron la piel firme y satinada de sus hombros y su espalda.
Santana gimió. Apoyó a Brittany contra la columna de la baranda, le introdujo el muslo entre las piernas y apretó suavemente su cuerpo contra el suyo.
Britt perdió el mundo de vista. Jamás la habían besado así.
La cafetera empezó a sonar en la cocina.
Britt volvió a la realidad de golpe y se apartó enseguida Santana jadeó, se llevó los dedos a los labios y miró al suelo.
Al parecer también se había dejado llevar. Trastornada, Brittany se pasó las manos por el pelo e inspiró profundamente para tratar de serenarse.
Santana levantó la vista hacia ella. A la luz de la luna, sus ojos estaban oscurecidos por la pasión. Avergonzada,
Britt murmuró:
—Lo siento.
—No lo sientas —dijo Santana con voz entrecortada.
Santana se dirigió a la puerta.
—Tengo que... —Gesticuló innecesariamente señalando hacia la cocina—. Ya sabes.
Santana no despegó los ojos de ella. No dijo nada Britt se refugió dentro a toda prisa Rachel estaba poniendo las tazas y la cafetera en una bandeja. Levantó la vista hacia Britt cuando entró Britt evitó su mirada y carraspeó.
— ¿Has encontrado la jarra para la leche?
Santana entraría de un momento a otro y quería parecer ocupada.
—Sí, cariño —dijo Rachel, señalando la jarrita llena de leche que había sobre la bandeja.
—Ah, vale.
La puerta se abrió y entró Santana Por el rabillo del ojo, Britt vio que Santana le sonreía a Rachel con naturalidad.
Entonces Brittany cogió un trapo y empezó a secar la encimera, aunque ya estaba limpia.
—Empieza a hacer fresco —comentó Santana como si nada— Creo que me pondré una camiseta.
Salió de la estancia y Rachel miró a Brittany con una sonrisa de oreja a oreja.
—Celebro ver lo pronto que ha florecido la amistad entre vosotras.
—Me dejé llevar, eso es todo.
Rachel soltó una risita ahogada.
—No me extraña. La química que hay entre las dos casi se puede tocar. Llevo toda la cena esperando ver saltar chispas de las de verdad.
Brittany suspiró y relajó los músculos.
— ¡Dios, cómo besa! Me alegro de la interrupción. Sinceramente, no sé lo lejos que habrían ido las cosas si no.
— ¿Y ahora qué?
Brittany sacó un paquete de after eight dela nevera y los puso en la compota.
— ¡Nada! —sonrió—. De acuerdo, es atractiva. Pero si empiezo algo con ella será un desastre. Tú me conoces. No podría conformarme con un simple rollo como el que Santana tiene en mente.
Rachel cogió la bandeja y fue hacia la baranda.
—Ajá —fue lo único que dijo.
Recuperada la compostura, Britt cogió la compota y la siguió.
Cuando llegaron con el café, Santana estaba arrellanada tranquilamente en lasilla, riéndose de algo con Quinn Para tranquilidad de Britt, se la veía completamente relajada y despreocupada. Britt sirvió el café y Santana hizo lo propio con el Armagnac, mientras le dedicaba a Britt una sonrisa leve y cariñosa.
Más tarde, Santana estaba tumbada en la cama mirando al techo. Una hora después del café, más o menos, Rachel y Quinn se habían ido a la cama Santana esperaba que Brittany y ella pasaran un poco más de tiempo a solas, pero Brittany había recogido las copas y las tazas apresuradamente, las había llevado dentro y le había dado las buenas noches. Aunque Santana pensaba que había disimulado bien, aquella última hora de charla tras el beso había sido una tortura.
En su interior ardía un fuego como no había sentido nunca. Incapaz de hacer desaparecer el deseo, lo máximo que podía hacer era mantener la llama bajo control. Ya daba igual que Brittany estuviera preparada para afrontarlo o no: el caso es que entre ellas había algo.
Y Santana sabía que las aventuras no se acaban hasta que se acaban. Al final los fuegos siempre se apagan. Incluso uno tan abrasador como éste se extinguiría, pero sólo cuando todo su potencial erótico hubiera sido explorado y satisfecho.
Cogió el reloj de pulsera de la mesilla de noche. Eran las tres de la mañana.
Después de que todas se fueran a la cama, Santana se quedó en la baranda un rato, escuchando los sonidos de la noche y tratando de calmarse con ayuda de la tranquilidad de los alrededores.
Contempló la silueta negra del bosque recortada en el cielo, después la inmensidad estrellada sobre su cabeza.
Allí, ante tanta grandeza, trató de reflexionar sobre aquella pasión con un poco de perspectiva. Pero sólo sirvió para hacer más punzantes las sensuales imágenes de los brazos de Brittany entorno a ella, acariciándole la espalda.
¡Dios! Aquel beso había sido casi como el sexo. No sólo por la manera en que Brittany le devolvió el beso, sino por cómo aceptó su boca. El cuerpo de Brittany se había fundido con el suyo mientras sus labios se la bebían entera.
La intensidad y la intimidad de aquel momento la habían conmocionado.
Primero sintió que le cortaba la respiración una oleada ardiente de lujuria entre las piernas —donde correspondía a la lujuria—, después se extendió por todo su cuerpo como un torrente, golpeándola agudamente en el pecho antes de explotarle en la cabeza.
Al recordarlo, Santana gimió suavemente en la oscuridad y se estremeció. Ya quedarle vueltas a las complejidades del universo no había sido de ayuda, se bebió unas cuantas copas más de Armagnac antes de irse a la cama. Se quedó dormida enseguida y no despertó hasta un par de horas después.
Con un suspiro, retiró las sábanas de su cuerpo desnudo. Su piel brillaba bajo los rayos de luna que se colaban por las cristaleras. Tenía las piernas separadas y, con la mano sobre el muslo, se acarició la piel con suavidad. Se notaba ansiosa y sabía que estaba húmeda.
« ¡Joder! —pensó—. ¿Vas a quedarte aquí tumbada jugando tú sola mientras fantaseas con ella?» Imaginarse a Brittany sobre la cama en la habitación de al lado la estaba volviendo loca. «Todavía no estás tan desesperada», se regañó. Se levantó y se puso una camiseta ancha.
Como no estaba acostumbrada a correr detrás de una mujer, la idea de conquistar a Brittany pasito a paso le resultaba excitante. E imaginar la recompensa una vez conseguida era muy tentador. Estaba segura de que los sentimientos de Brittany eran tan poderosos como los suyos. Después de besarse había perdido la compostura por completo. Obviamente, Brittany era una mujer muy sexual y no sería capaz de resistir durante mucho tiempo. La cuestión era, pensó Santana mientras cogía un vaso de agua de la mesilla, porqué Brittany tenía que resistirse.
Abrió las puertas acristaladas en silencio y salió al exterior. Se sentó en una silla de teca a beber el agua, contemplando los prados a lo lejos. La atracción mutua solía ser cosa simple y Santana estaba acostumbrada a las mujeres que iban directas al grano. Una cena, un bar o una discoteca, quizás una película, después sexo, sin problema. El modo de evitarse complicaciones consistía en que las citas fueran esporádicas e irregulares. Al cabo de un tiempo, se iban espaciando hasta finalizar del todo.
Las mujeres con las que salía Santana se regían por las mismas reglas y, llegado el momento de pasar a otra cosa, casi nunca había habido malentendidos. A lo mejor Brittany quería ir despacio porque acababa de romper con su novia.
No quería volver aliarse Santana no comprendía por qué tantas mujeres buscaban comprometerse en una relación. Por lo que había visto, jugar a las casitas casi siempre acababa en lágrimas. Cuando Brittany entendiera que Santana no tenía esa intención, que no le haría daño, estarían de acuerdo.
Oyó que abrían las puertas acristaladas de la habitación contigua y se volvió para ver salir a Brittany.
El corazón le dio un vuelco al verla. Vestida con un albornoz corto de ruso, le sonrió y se echó el pelo hacia atrás. Para distraerse y no pensar en que Brittany no llevaba nada debajo del albornoz, Santana le devolvió la sonrisa.
—Te he oído salir —dijo Brittany en voz queda—. Yo tampoco podía dormir.
Se apoyó tranquilamente en una de las columnas de la veranda y cruzó los brazos. Al parecer se mantenía a una distancia de seguridad.
Santana apartó la mirada de ella y se concentró en la figura oscura de un caballo que dormía debajo de un árbol.
Antes de esa noche, había fantaseado sobre la reacción de Brittany si se dejaba de historias y la abrazaba, que era lo que quería hacer. Ahora, Santana estaba segura de que, si se acercaba a ella directamente y la abrazaba, Brittany volvería a responder apasionadamente.
Cuando Santana la besara emitiría uno de sus leves gemidos, aquel pequeño gruñido que le salía del fondo de la garganta. Sólo con pensar en él, Santana se estremecía. Pero Brittany se contenía.
Todavía no estaba segura de a qué jugaba Brittany. ¿Y si se besaban y ella volvía a apartarse? Santana no creía que pudiera soportarlo. Bebió otro sorbo de agua.
—Hace una noche preciosa.
—Creía que a lo mejor te había despertado una de esas pesadillas. ¿Las sigues teniendo?
Santana se sorprendió de que Brittany recordara que había mencionado sus pesadillas de pasada. Sonrió.
—No. Demasiado Armagnac, me parece. Pero sí, aún tengo esa pesadilla—añadió con una amplia sonrisa—.Quizá podría recetarme algo para dormir, doctora.
Santana rió.
—No creo que sirviera de mucho.
—No.
Santana observó el caballo, que había cambiado de sitio y agachaba la cabeza para tomarse un tentempié.
—He decidido investigar un poco Tantas preguntas en la cabeza me atacan los nervios. Al parecer necesito respuestas.
— ¿Tu tía Thelma no sabe la historia?
—Sí, pero prefiero no molestarla con eso. Además, sé que cuando era pequeña estaba en contacto con mi madre. Es difícil, pero quizá todavía lo esté y no me gustaría nada que mi madre se enterara de que de repente me interesa.
— ¿Qué es lo que sabes de ella?
—Se llamaba Isabella López. Nació aquí, pero sus padres eran inmigrantes portorriqueños.
—Eso explica tu belleza latina.
Brittany sonreía. Santana sintió un cosquilleo de placer por el cumplido.
Por desgracia, parecía que Brittany no pretendía flirtear, ya que apartó la mirada y se metió las manos en los bolsillos del albornoz.
—Gracias. —Santana tragó saliva—. Era muy joven, apenas tenía veinte años, cuando se casó con mi padre. Me enteré de que se casó estando embarazada de mí. —Se encogió de hombros—. Poco más.
— ¿Qué recuerdas de cuando se fue?
Santana se preguntaba por qué todo aquello le interesaba tanto a Brittany No era precisamente una historia apasionante. Pero, de todas maneras, se alegraba de que Brittany quisiera charlar con ella y hasta cierto punto no le importaba hablar del tema.
—Es curioso. Recuerdo perfectamente cuando se marchó, como si viera una película dentro de mi cabeza. Una noche, mis padres discutieron. Nunca los había oído gritar de aquella manera entonces se marchó. Salió por la puerta de casa. Mi padre se encerró en su estudio el resto de la noche. Lo oí dentro cuando me desperté temprano a la mañana siguiente. La busqué por toda la casa, por el jardín. No podía creerlo había estado ahí cada minuto de cada día desde que yo recordaba. Fui a su habitación. Tenía una cama muy bonita, con dosel y cortinas alrededor. Eran muy suaves, casi transparentes. Blancas.
Santana se detuvo un momento, evocando el ventanal ligeramente abierto y las hermosas cortinas balanceándose por la brisa. La colcha era de raso y con un estampado de aguas; los cojines estaban apilados junto a las almohadas, cubiertos con fundas de raso Santana solía tirarse encima después de que su madre hiciera la cama ella la cogía, riendo, y la abrazaba; después volvía a arreglar la cama. Santana se tiraba en bomba otra vez y las dos reían como locas. El juego continuaba.
Para disgusto de Santana, se le hizo un nudo en la garganta. Tragó saliva.
—Me subí a su cama y me acurruqué entre las almohadas, porque olían a ella entonces me quedé dormida. Mi padre permaneció en su habitación todo el día mi tía Beatrice, una mujer horrible, hermana de mi padre y de Thelma, vino a ocuparse de mí. Mi padre dijo que mi madre no volvería, pero durante mucho tiempo, semanas quizá, no lo creí. La esperaba cada día y entraba en su habitación a hurtadillas cada noche. Una mañana Beatrice me pilló dentro y me gritó que saliera desde la puerta, Santana había presenciado, sin dar crédito a sus ojos, cómo Beatrice deshacía la cama y tirabalas sábanas al suelo con desprecio. Fue al armario, sacó la ropa de su madre y la amontonó como si construyera una pira funeraria.
—Empaquetó todas sus cosas y las sacó de allí. Entonces supe que se había ido.
Brittany se secó los ojos rápidamente.
Preocupada, Santana esperó que la historia no la hubiera disgustado. Puede que fuera un mosquito o que se le hubiera metido algo en el ojo. Santana sonrió para quitarle hierro al asunto.
—Así que iré a casa de mi padre y echaré un vistazo al ático. Arriba solía haber cajas con trastos viejos y papeles seguro que Beatrice no las habrá tirado podría haber cartas o algo que explicarlo que pasó.
—Espero que sí. —La voz de Britt era poco más que un susurro. Se aclaró la garganta—. Será mejor que vayamos adormir.
Avanzó hacia su habitación. La mente de Santana trabajó deprisa. ¿Cuándo tendría otra oportunidad de estar a solas con ella? Tenía que aprovechar el momento
— ¿Quieres que cenemos juntas algún día de esta semana?
Brittany titubeó, sin apartar los ojos de Santana Su expresión era dubitativa.
—Mira, sobre lo de antes... —Nerviosa, Brittany se retorció un mechón de pelo—.Ya sabes lo que siento por ti. —El corazón de Santana se aceleró, la llama en su interior se reavivó—. Pero no quiero que tengamos una relación permanente sexual. No puedo tomarme esas cosas tan a la ligera como creo que te gusta tomártelas a ti.
Suspiró y escudriñó la oscuridad de la noche. Su cabello brillaba a la luz de la luna. Era sublime. Sonrió y se encogió de hombros ligeramente.
—Las cosas se complicarían, puede que no para ti, pero para mí sí.
¿Complicarse las cosas? Dios, pensó Santana, sólo si seguimos así. Estaba claro que la «dulce» Diane le había hecho mucho daño Santana se moría por abrazarla y tranquilizarla. Pero no quería presionarla. Sonriendo, le dijo:
—Conmigo no tienes de qué preocuparte. Sólo quiero que lo pasemos bien juntas. Sin trucos, sin mentiras, sin problemas.
Al parecer, sus palabras no tranquilizaron a Brittany.
Santana rió entre dientes.
—Me has invitado a tu casa y no me dejas ni invitarte a cenar. No parece muy justo.
La expresión de Brittany se suavizó un poco. Sonrió.
—De acuerdo. Estaría bien.
Santana sintió una oleada de alivio, como si le pusieran una inyección de adrenalina. Quedaron para el viernes siguiente por la noche, en un excelente restaurante japonés que Santana conocía.
Disipada la tensión entre ellas, se dieron las buenas noches cariñosamente y volvieron a sus respectivas habitaciones.
Santana se echó en la cama y se tapó con la sábana, con la seguridad de que las cosas se arreglarían.
Era comprensible que Brittany quisiera evitar complicaciones emocionales.
Y eso, pensó Santana con un largo suspiro, le iba como anillo al dedo.
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
holap dan,..
dios son dos diosas griegas,.. jajajaja
uff que beso que se dieron!!!
a ver como y cuanto les dura una relación sin ataduras a las dos,...
nos vemos!!!
dios son dos diosas griegas,.. jajajaja
uff que beso que se dieron!!!
a ver como y cuanto les dura una relación sin ataduras a las dos,...
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
Holaaa
Que capitulos!! Dios miooo, la verdad en partes donde se describe demasiado las cosas me empezaba a aburrir, es que me distraigo con facilidad jajajaja
pero dios es que beso que se dieron y parece que San no entendio realmente bien lo que Britt trataba de decir con lo de complicarse
Que capitulos!! Dios miooo, la verdad en partes donde se describe demasiado las cosas me empezaba a aburrir, es que me distraigo con facilidad jajajaja
pero dios es que beso que se dieron y parece que San no entendio realmente bien lo que Britt trataba de decir con lo de complicarse
Sanny25- ---
- Mensajes : 580
Fecha de inscripción : 30/11/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
Vaya! Primer beso que buenos caps hasta el siguiente
Dolomiti- - Mensajes : 1406
Fecha de inscripción : 05/12/2013
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
nueva lectora, me gusta mucho el fic, aunque como es una adaptacion deberias cuidar de los nombres por ahi quedan los originales, en vez de las brittanas, por el resto excelente besos!
tatymm-*- - Mensajes : 2406
Fecha de inscripción : 20/08/2012
Edad : 34
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
hola he estado reacia a leer otras historias por la amabilidad de las escritoras de no dar señales de vida con sus fics y dejar las historias en el aire sin ninguna delicadeza con sus seguidores, pero en fin supongo que como todas no son iguales pdo apostar por otras, ya me lei los 6 capitulos y me encanto a ver que pasa con estas chicas, hasta luego.
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
Estan re locas estas chicas hasta cdo van a aguantar!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
Quiero Actu :'(
LilianaM.* - Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 14/06/2013
AndreaDaru- ---
- Mensajes : 511
Fecha de inscripción : 20/02/2012
Edad : 31
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
Por favorr continuacionnn!!!
Sanny25- ---
- Mensajes : 580
Fecha de inscripción : 30/11/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
3:) escribió:holap dan,..
dios son dos diosas griegas,.. jajajaja
uff que beso que se dieron!!!
a ver como y cuanto les dura una relación sin ataduras a las dos,...
nos vemos!!!
Hola Hola!
JAJAJAJAJ ellas ufff mi amores !
jajajajaj ESE BESO ! y mmmm aqui vengo con otros dos
Saludos
Sanny25 escribió:Holaaa
Que capitulos!! Dios miooo, la verdad en partes donde se describe demasiado las cosas me empezaba a aburrir, es que me distraigo con facilidad jajajaja
pero dios es que beso que se dieron y parece que San no entendio realmente bien lo que Britt trataba de decir con lo de complicarse
Hola Hola!
Se que si pero es mas vivido ! y ESE BESOS JESUS JOSE Y MARIA ! y exacto pero san siempre busca mas no ? :P
Saludos
Dolomiti escribió:Vaya! Primer beso que buenos caps hasta el siguiente
Hola Hola!
JAJAJAJAJ ese beso sera uno de muchos ? jajajajaja
Saludos
tatymm escribió:nueva lectora, me gusta mucho el fic, aunque como es una adaptacion deberias cuidar de los nombres por ahi quedan los originales, en vez de las brittanas, por el resto excelente besos!
Hola Hola!
Si perdon por varios errores intento hacer lo mejor posible!
Saludos
micky morales escribió:hola he estado reacia a leer otras historias por la amabilidad de las escritoras de no dar señales de vida con sus fics y dejar las historias en el aire sin ninguna delicadeza con sus seguidores, pero en fin supongo que como todas no son iguales pdo apostar por otras, ya me lei los 6 capitulos y me encanto a ver que pasa con estas chicas, hasta luego.
Hola Hola!
PERDON! pero yo nunca dejo una historia sin terminar tengo tres terminas y otras tres ! y me alegro que te gustara ;)
Saludos
monica.santander escribió:Estan re locas estas chicas hasta cdo van a aguantar!!
Saludos
Hola Hola!
JAJAJAJA ya veremos :P
Saludos
LilianaM. escribió:Quiero Actu :'(
Hola Hola!
AQUI ESTOY ;)
Saludos
AndreaDaru escribió:Vuelveeee!
Hola Hola!
AQUI ESTOY :)
Saludos
Sanny25 escribió:Por favorr continuacionnn!!!
Hola Hola!
AQUI ESTOY :)
Saludos
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
Una aclaración bueno por motivos de desconcentracion me equivoque de nombre el primo de san sera Blaine :) Disculpen por el error !
Gracias por su tiempo sin mas vengo con dos capitulos!
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El jueves siguiente por la tarde, Santana abrió las puertas de una casita de campo Eduardina e invitó a pasar a Kurt y a Robert.
Eran las cuatro y media y, por suerte, era su última visita del día. Los últimos días habían pasado muy lentamente y, algo impropio de ella, estaba de mal humor.
Forzó lo que esperaba que fuera una sonrisa amistosa y les dio una vuelta por la casa y el jardín. Santana tenía otras cosas en la cabeza y no estaba de humor para lidiar con el mal genio de Robert.
En las últimas dos semanas y media, les había enseñado cerca de una docena de inmuebles, entre adosados modernos, de época y apartamentos de todo tipo.
A Kurt le habían gustado muchos, pero Robert los detestaba todos. Era un cliente infernal, el típico que te hacía perder el tiempo. Con compradores de verdad, el proceso de ayudarles a encontrar el equilibrio perfecto entre gustos y precio era un desafío que le encantaba.
Pero sabía que Robert no quería comprar una casa. Se preguntaba cuándo se daría cuenta Kurt.
Si no fuera por Kurt, que era un hombre encantador deseoso de complacer a su novio, se habría librado de ellos educadamente.
—Así que, ¿veis algo que os guste? —preguntó Santana con optimismo.
Robert se metió las manos en los bolsillos de sus ínfimos shorts y miró al suelo y, para rematar, empezó a darle golpecitos a la pata de madera de una silla con la punta de sus sandalias Nike.
—Es un poco pequeño —masculló.
«Como vuestro presupuesto, cariño», quiso decir Santana.
—Yo quiero un vestidor —añadió Robert.
Kurt la miró con impotencia.
— ¿Qué te parece, querida? ¿Crees que podríamos construir uno?
¡Por amor del cielo! ¿Dónde?, pensó Santana. ¿En el puto techo? Aquello empezaba a ser de risa. Inspiró profundamente y sonrió.
—Puedo hablarlo con el vendedor para que traigáis un constructor que os haga un presupuesto.
Kurt se dirigió a Robert.
—Podemos intentar hacerte uno, mi amor —dijo con ternura.
Robert se encogió de hombros con indiferencia. Maldita mosca cojonera.
—Pero el jardín es ideal —añadió Kurt, esperanzado—. Vamos a verlo otra vez.
Salieron al jardín de la parte de atrás y, con un suspiro de cansancio, Santana se quedó apoyada en el marco de la puerta de la sala de estar. Ojalá no se entretuvieran mucho.
Aquella tarde tenía algo que hacer y le daba pavor, así que quería acabar con ello lo antes posible.
Se fijó en la puerta y en el arquitrabe.
Eran gruesos y los habían repintado de un blanco brillante. La capa de pintura estaba llena de grumos. Era increíble que hubiera gente tan irrespetuosa con la belleza de la ebanistería original.
Durante años le habían dado manos y más manos de pintura, y el grabado original casi no se veía. Tendrían que quemarla, hasta la madera, pensó, y entonces repintarla con un poco más de cuidado.
Pasó los dedos por encima con suavidad y un pequeño fragmento de pintura se desconchó y revoloteó hasta el suelo.
Aquella mañana había llamado a tía Beatrice para decirle que iría a la casa.
Años atrás, Thelma le contó que Beatrice, que no se había casado nunca, se había mudado allí con el padre de Santana Cuando lo ingresaron en la residencia, Beatrice se quedó en la casa sola. Tras una década sin recibir noticias de Santana, al principio Beatrice se había quedado de piedra.
Después, se mostró tan arisca como de costumbre.
A Santana le daba rabia que le hubiera costado tanto trabajo reunir el valor suficiente para llamarla la idea de vera Beatrice y la casa hacía que el pecho se le pusiera rígido y le costara respirar.
Volver allá, revolver las cosas de latico, sería como entrar en otro mundo.
Un mundo y una vida que había esperado poder dejar atrás para siempre.
Pero también la esperaba algo bueno, se recordó. La cena con Brittany al día siguiente por la noche.
Desde el fin de semana, la imagen de Brittany había brillado constantemente como un faro en la noche. Solo con pensar en ella, el peso que le oprimía el pecho se aligeraba.
Se preguntó qué estarían haciendo sus clientes y se encaminó a la cocina. A través de la puerta de cristal, observó a Kurt señalando las virtudes de los macizos de camelias y de torvisco.
Robert parecía aburrido.
La noche anterior, Brittany había aparecido como estrella invitada en uno de sus sueños. En aquel sueño, las paredes de la habitación, normalmente pequeña y oscura, eran transparentes.
Fuera de la habitación había una luz cegadora y una silueta iba de un lado al otro, escudriñando la oscuridad.
Santana se había quedado quieta, para que no la vieran, lo que era raro, porque en los demás sueños siempre intentaba salir al exterior. «Yo que creía que gritaría pidiendo ayuda —pensó—, que aprovecharía la oportunidad de escapar.»
Al despertar, tenía la sensación de que la persona que había fuera de la habitación era Brittany.
La voz de Kurt entró como un soplo de aire.
—No sé si cabría una piscina, amormío, aunque fuera pequeña..., o a lo mejor un jacuzzi... —Sonaba poco convencido y con razón. En aquel patio no había espacio ni para una puta bañera para pájaros.
Santana supuso que la explicación más sencilla era que tenía a Brittany metida en la cabeza. Su subconsciente lo mezclaba todo en sus sueños. Con suerte, Brittany empezaría a dominar sus sueños con una nota mucho más positiva y desaparecerían las pesadillas.
Por fin, Kurt y Robert volvieron al interior de la casa. Robert se fue derecho a la puerta de la calle Kurt sonrió débilmente.
—Gracias, Santana —Se lo veía desilusionado, porque Robert seguía sin estar satisfecho—. No sé qué le pasa.
Se sentía tentada de decirle que Robert le estaba haciendo perder el tiempo, pero obviamente Kurt se aferraba a la fantasía de comprar con él la casa de sus sueños y vivir felices y comer perdices.
Santana no quiso desengañarlo. Robert ya se encargaría de hacerlo bien pronto.
Mientras tanto, no le haría daño acompañar a Kurt Le sonrió con afecto y se encogió levemente de hombros.
—Está un poco estresado, eso es todo. Buscar casa es muy pesado. Tantas decisiones ya sabes... —Kurt asintió, algo más animado—. Intentad tomároslo con calma. Sacaos las casas de la cabeza unos cuantos días. Os llamaré la semana que viene.
—Sí, buena idea. —Kurt sonrió—.Gracias, guapísima.
Lo acompañó afuera y cerró la puerta.
Después se mentalizó para enfrentarse a Beatrice. Atravesó la ciudad en dirección al tranquilo barrio arbolado de las afueras, en el que había crecido Santana llevó el coche hasta la entrada dela sólida casa de dos pisos de la época de la Federación. No estaba tan limpia e impecable como la recordaba.
Su padre solía ser muy maniático con la casa y el jardín. Siempre había carpinteros, fontaneros o jardineros rondando por allí.
Salió del coche y miró las ventanas y los balcones del piso superior. En el ático, las dos ventanas de la buhardilla sobresalían en el techo inclinado. De niña pasaba mucho tiempo jugando en el ático.
Se escondía allí siempre que Beatrice estaba cerca y cuando su padre regresaba de sus viajes de negocios. La casa entera necesitaba una mano de pintura. Se preguntó por qué Beatrice no habría cuidado mejor de aquel lugar.
Tenía mucho dinero y, sin duda, también tendría acceso al dinero de su padre.
Demasiado mezquina, pensó. Se dio ánimos y llamó a la puerta.
Una anciana escurrida y macilenta vino a abrir y Santana se quedó de piedra. Las anchas caderas y la generosa delantera de Beatrice se habían esfumado. Tenía el cabello blanco y desaliñado, recogido en un moño en la nuca. Tampoco era tan alta como Santana la recordaba. Entornó sus ojos azules, fríos y crueles. Eso no había cambiado.
—Te dije que no vinieras —siseó.
Empezó a cerrar la puerta. De inmediato, Santana interpuso la mano con decisión y la abrió de un empujón.
Beatrice se tambaleó un poco al retroceder y se apartó del camino de Santana.
—Es maravilloso volver a verte, tía Beatrice —dijo Santana, sarcástica, con una sonrisa forzada.
Echó un vistazo rápido a su alrededor de camino a las escaleras. Las alfombras persas de la entrada necesitaban una buena limpieza y las barandillas llevaban tiempo sin ser enceradas. Al menos, Beatrice había mantenido el hermoso reloj antiguo en funcionamiento.
Se detuvo un instante, evocando a su madre cuando la cogía en brazos, le dejaba darle cuerda al reloj y la enseñaba a leer la hora.
— ¡No tienes derecho a estar aquí! —le espetó Beatrice.
Santana subió las escaleras «Maldita zorra de mierda», gruñó Santana entre dientes. La melancolía se apoderó de ella al recorrer el pasillo.
En su antiguo cuarto, la cama y la mesa estaban vacías, destartaladas. La cama con dosel de Isabella seguía en su habitación y también su tocador antiguo.
La una estaba deshecha; el otro, vacío Santana recordaba cuando se ponía detrás de su madre, apoyaba la barbilla en su hombro y la miraba en el espejo, mientras se sentaba a maquillarse o a pintarse las uñas.
De repente, los ojos sele llenaron de lágrimas. Hasta habían quitado los cortinajes de la cama.
Continuó hacia la escalera del ático, al final del pasillo, con un nudo en el estómago.
La luz de una bombilla desnuda reveló años de telarañas y polvo acumulado.
Era como si nadie hubiera vuelto a pisar el ático desde que Santana se fue. La vieja mecedora con el asiento roto seguía en el rincón; su cuna, una caja con juguetes viejos, cajas con planos delos proyectos de su padre se apilaban aquí y allá.
Una de las ventanas tenía un sillón a cada lado, cuyo relleno sobresalía por los agujeros de la raída tapicería de terciopelo. Entre los sillones había una mesita de café llena de arañazos. Allí era donde Santana se reunía con sus amigos y con su primera novia, Sara.
A partir de los doce años, Santana dejó de tener niñera. Sólo estaba el ama de llaves, Lucy, que vivía con ellos desde hacía años. Lucy no fisgoneaba como las niñeras y, en general, no se metía en sus asuntos.
Santana y Sara tenían quince años cuando subían al ático, cerraban la puerta y experimentaban con el sexo, fumaban cigarrillos y costo.
Mientras Sara se liaba un porro, Santana bajaba un momento a la bodega de su padre y se agenciaba una buena botella de tinto.
Tenía cuidado de coger sólo del bueno, porque sabía que su padre nunca iba por aquel lado de la bodega. Aquel vino era una inversión, decía siempre Santana se preguntaba cuándo se habría dado cuenta de que faltaba. Nunca había dicho nada.
De todas maneras, aquella cosecha de Bourdeaux francés no fue un desperdicio total, pensó Santana con una sonrisa.
Aunque Sara y ella se lo bebían como si fuera Coca-Cola, seguramente había servido para educar sus jóvenes paladares.
En un lado de la habitación había un armario empotrado, en el espacio que quedaba junto a la chimenea. Siempre había estado cerrado con candado. Su padre le había dicho que contenía papeles del trabajo y le había prohibido abrirlo. Si en aquel ático había algo delo que buscaba, estaría allí dentro.
El candado estaba oxidado Santana buscó a su alrededor algo para forzarlo. Agarró un atizador de metal. Lo deslizó por el arco del candado e hizo palanca con fuerza. El candado cedió y pudo abrir la puerta.
Por un momento, el corazón dejó de latirle cuando sus ojos encontraron una gran fotografía enmarcada de su madre.
Era una copia de la fotografía que Thelma le enseñaba cuando era muy pequeña Santana había olvidado lo hermosa que era. No debía de tener más de veintiún años y tenía a Santana en brazos, con unos seis meses más o menos.
Tenía el pelo largo y negro muy oscuro, ligeramente ondulado, y en sus labios se dibujaba una dulce sonrisa.
Santana estaba dormida, con la cabeza apoyada en su hombro y el pulgar en la boca.
Ante el rostro de su madre, Santana recordó la carta que Isabella le había mandado una vez. Santana había ido a visitar a Thelma y a Ted tras cumplir los dieciocho. Evocó el trayecto hacia la granja, en el coche que su padre le había regalado por su cumpleaños.
Un MG rojo. No lo había elegido él, claro: sólo había pagado la factura. Thelma le había hecho un pastel de chocolate de tres capas Blaine también estaba. Aquella noche, antes de que se marchara, Thelma le entregó un sobre abierto.
Parecía preocupada cuando le dijo:
—Me la enviaron para que te la diera.
Dentro había una carta de Isabella, donde decía que quería ver a Santana.
Santana retrocedió y le tiró la carta a Thelma, conmocionada y con ganas de vomitar.
— ¡No! —gritó—. ¡Dile que me deje en paz!
Thelma suspiró, con los ojos brillantes.
—Dale una oportunidad —dijo—. Es tu madre.
Santana sacudió la cabeza con tozudez.
La vida le estaba yendo bien. Estaba a punto de empezar Bellas Artes en la universidad, las ausencias de su padre le dejaban libertad total, recibía una asignación generosa y tenía una novia nueva en la ciudad. Casi había olvidado su turbulenta infancia.
Aquella carta era un golpe bajo. Las sombras del pasado se cernieron sobre ella de nuevo y se puso furiosa. Aun así, las lágrimas de Thelma la afectaron y accedió a llevarse la carta sin más discusión.
Unos días después escribió una respuesta breve y sucinta, diciéndole a Isabella que no estaba interesada, que ya no formaba parte de su vida y que no quería tener nada que ver con ella. La envió a la dirección de Sydney que figuraba en el remite. Para su tranquilidad, Isabella respetó su voluntad y no volvió a tener noticias suyas.
Ahora, Santana no podía evitar arrepentirse de aquella decisión. Si hubiera aprovechado aquella oportunidad para averiguar lo ocurrido... Como Isabella había dado el primer paso, Santana habría tenido la sartén por el mango. Si ahora se veía obligada a ponerse en contacto con Isabella al cabo de tantos años, estaría en desventaja.
Parecería un perro abandonado, patético, husmeando por ahí y arañando la puerta. Y, de todas maneras, en todo aquel tiempo puede que Isabella hubiera cambiado de opinión y ya no quisiera saber nada de ella.
Santana rebuscó en el armario con el corazón palpitante. Su osito de peluche la observaba desde el estante de arriba, con su único y reluciente ojo de botón, mientras examinaba las cajas. Había más fotos de Santana con Isabella, algunas también con su padre. En una, su padre rodeaba a Isabella con el brazo; Santana estaba sentada en el regazo de su madre. Todos se mostraban sonrientes: la fotografía podría haber sido extraída del folleto electoral de cualquier político aburrido e idiota, que se dedicara a escupir gilipolleces sobre los valores familiares, pensó Santana.
Para su desilusión, el resto de cajas no contenían nada más que documentos viejos e inútiles. Cerró el armario con una ligera sensación de aturdimiento.
Había pasado por todo aquello para nada. De pronto, por impulso, volvió a abrir el armario, cogió la fotografía enmarcada de Isabella y se la metió bajo el brazo. Apagó la luz, salió del ático y volvió abajo.
Beatrice merodeaba entre las sombras, al pie de la escalera.
— ¿Qué has cogido? ¡No tienes derecho a llevarte las cosas de tu padre!
—Es una foto de mi madre.
— ¿Y para qué la quieres? ¡Ésa lo puso en ridículo!
Tratando de parecer impasible, Santana se encogió de hombros como si nada.
—Eso no tiene mérito.
Beatrice levantó el mentón y frunció los finos labios en una mueca cortante y amarga.
—Era una guarra. ¡Una puta!
Aquellas palabras desequilibraron a Santana como si la golpeara una ráfaga de viento helado. Notó que la ira la dominaba, aunque no sabía bien por qué.
Decidida a no mostrar sus sentimientos, apretó los dientes y se obligó a tragarse la furia. Con voz queda y monocorde, dijo:
—No sabía que tuviera tantos puntos a favor.
Beatrice parecía a punto de estallar. El aroma empalagoso de su perfume dulzón y pasado flotaba en el aire, como la verdad que Santana deseaba oír desesperadamente, aunque sabía que Beatrice no se la diría nunca. Sintió que se le revolvía el estómago.
Sin perder tiempo, se dirigió a la puerta y al pasar rozó a Beatrice, que emitió un crujido como de hojas secas.
Tras ella, la puerta se cerró de un portazo.
Gracias por su tiempo sin mas vengo con dos capitulos!
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Capítulo 7
El jueves siguiente por la tarde, Santana abrió las puertas de una casita de campo Eduardina e invitó a pasar a Kurt y a Robert.
Eran las cuatro y media y, por suerte, era su última visita del día. Los últimos días habían pasado muy lentamente y, algo impropio de ella, estaba de mal humor.
Forzó lo que esperaba que fuera una sonrisa amistosa y les dio una vuelta por la casa y el jardín. Santana tenía otras cosas en la cabeza y no estaba de humor para lidiar con el mal genio de Robert.
En las últimas dos semanas y media, les había enseñado cerca de una docena de inmuebles, entre adosados modernos, de época y apartamentos de todo tipo.
A Kurt le habían gustado muchos, pero Robert los detestaba todos. Era un cliente infernal, el típico que te hacía perder el tiempo. Con compradores de verdad, el proceso de ayudarles a encontrar el equilibrio perfecto entre gustos y precio era un desafío que le encantaba.
Pero sabía que Robert no quería comprar una casa. Se preguntaba cuándo se daría cuenta Kurt.
Si no fuera por Kurt, que era un hombre encantador deseoso de complacer a su novio, se habría librado de ellos educadamente.
—Así que, ¿veis algo que os guste? —preguntó Santana con optimismo.
Robert se metió las manos en los bolsillos de sus ínfimos shorts y miró al suelo y, para rematar, empezó a darle golpecitos a la pata de madera de una silla con la punta de sus sandalias Nike.
—Es un poco pequeño —masculló.
«Como vuestro presupuesto, cariño», quiso decir Santana.
—Yo quiero un vestidor —añadió Robert.
Kurt la miró con impotencia.
— ¿Qué te parece, querida? ¿Crees que podríamos construir uno?
¡Por amor del cielo! ¿Dónde?, pensó Santana. ¿En el puto techo? Aquello empezaba a ser de risa. Inspiró profundamente y sonrió.
—Puedo hablarlo con el vendedor para que traigáis un constructor que os haga un presupuesto.
Kurt se dirigió a Robert.
—Podemos intentar hacerte uno, mi amor —dijo con ternura.
Robert se encogió de hombros con indiferencia. Maldita mosca cojonera.
—Pero el jardín es ideal —añadió Kurt, esperanzado—. Vamos a verlo otra vez.
Salieron al jardín de la parte de atrás y, con un suspiro de cansancio, Santana se quedó apoyada en el marco de la puerta de la sala de estar. Ojalá no se entretuvieran mucho.
Aquella tarde tenía algo que hacer y le daba pavor, así que quería acabar con ello lo antes posible.
Se fijó en la puerta y en el arquitrabe.
Eran gruesos y los habían repintado de un blanco brillante. La capa de pintura estaba llena de grumos. Era increíble que hubiera gente tan irrespetuosa con la belleza de la ebanistería original.
Durante años le habían dado manos y más manos de pintura, y el grabado original casi no se veía. Tendrían que quemarla, hasta la madera, pensó, y entonces repintarla con un poco más de cuidado.
Pasó los dedos por encima con suavidad y un pequeño fragmento de pintura se desconchó y revoloteó hasta el suelo.
Aquella mañana había llamado a tía Beatrice para decirle que iría a la casa.
Años atrás, Thelma le contó que Beatrice, que no se había casado nunca, se había mudado allí con el padre de Santana Cuando lo ingresaron en la residencia, Beatrice se quedó en la casa sola. Tras una década sin recibir noticias de Santana, al principio Beatrice se había quedado de piedra.
Después, se mostró tan arisca como de costumbre.
A Santana le daba rabia que le hubiera costado tanto trabajo reunir el valor suficiente para llamarla la idea de vera Beatrice y la casa hacía que el pecho se le pusiera rígido y le costara respirar.
Volver allá, revolver las cosas de latico, sería como entrar en otro mundo.
Un mundo y una vida que había esperado poder dejar atrás para siempre.
Pero también la esperaba algo bueno, se recordó. La cena con Brittany al día siguiente por la noche.
Desde el fin de semana, la imagen de Brittany había brillado constantemente como un faro en la noche. Solo con pensar en ella, el peso que le oprimía el pecho se aligeraba.
Se preguntó qué estarían haciendo sus clientes y se encaminó a la cocina. A través de la puerta de cristal, observó a Kurt señalando las virtudes de los macizos de camelias y de torvisco.
Robert parecía aburrido.
La noche anterior, Brittany había aparecido como estrella invitada en uno de sus sueños. En aquel sueño, las paredes de la habitación, normalmente pequeña y oscura, eran transparentes.
Fuera de la habitación había una luz cegadora y una silueta iba de un lado al otro, escudriñando la oscuridad.
Santana se había quedado quieta, para que no la vieran, lo que era raro, porque en los demás sueños siempre intentaba salir al exterior. «Yo que creía que gritaría pidiendo ayuda —pensó—, que aprovecharía la oportunidad de escapar.»
Al despertar, tenía la sensación de que la persona que había fuera de la habitación era Brittany.
La voz de Kurt entró como un soplo de aire.
—No sé si cabría una piscina, amormío, aunque fuera pequeña..., o a lo mejor un jacuzzi... —Sonaba poco convencido y con razón. En aquel patio no había espacio ni para una puta bañera para pájaros.
Santana supuso que la explicación más sencilla era que tenía a Brittany metida en la cabeza. Su subconsciente lo mezclaba todo en sus sueños. Con suerte, Brittany empezaría a dominar sus sueños con una nota mucho más positiva y desaparecerían las pesadillas.
Por fin, Kurt y Robert volvieron al interior de la casa. Robert se fue derecho a la puerta de la calle Kurt sonrió débilmente.
—Gracias, Santana —Se lo veía desilusionado, porque Robert seguía sin estar satisfecho—. No sé qué le pasa.
Se sentía tentada de decirle que Robert le estaba haciendo perder el tiempo, pero obviamente Kurt se aferraba a la fantasía de comprar con él la casa de sus sueños y vivir felices y comer perdices.
Santana no quiso desengañarlo. Robert ya se encargaría de hacerlo bien pronto.
Mientras tanto, no le haría daño acompañar a Kurt Le sonrió con afecto y se encogió levemente de hombros.
—Está un poco estresado, eso es todo. Buscar casa es muy pesado. Tantas decisiones ya sabes... —Kurt asintió, algo más animado—. Intentad tomároslo con calma. Sacaos las casas de la cabeza unos cuantos días. Os llamaré la semana que viene.
—Sí, buena idea. —Kurt sonrió—.Gracias, guapísima.
Lo acompañó afuera y cerró la puerta.
Después se mentalizó para enfrentarse a Beatrice. Atravesó la ciudad en dirección al tranquilo barrio arbolado de las afueras, en el que había crecido Santana llevó el coche hasta la entrada dela sólida casa de dos pisos de la época de la Federación. No estaba tan limpia e impecable como la recordaba.
Su padre solía ser muy maniático con la casa y el jardín. Siempre había carpinteros, fontaneros o jardineros rondando por allí.
Salió del coche y miró las ventanas y los balcones del piso superior. En el ático, las dos ventanas de la buhardilla sobresalían en el techo inclinado. De niña pasaba mucho tiempo jugando en el ático.
Se escondía allí siempre que Beatrice estaba cerca y cuando su padre regresaba de sus viajes de negocios. La casa entera necesitaba una mano de pintura. Se preguntó por qué Beatrice no habría cuidado mejor de aquel lugar.
Tenía mucho dinero y, sin duda, también tendría acceso al dinero de su padre.
Demasiado mezquina, pensó. Se dio ánimos y llamó a la puerta.
Una anciana escurrida y macilenta vino a abrir y Santana se quedó de piedra. Las anchas caderas y la generosa delantera de Beatrice se habían esfumado. Tenía el cabello blanco y desaliñado, recogido en un moño en la nuca. Tampoco era tan alta como Santana la recordaba. Entornó sus ojos azules, fríos y crueles. Eso no había cambiado.
—Te dije que no vinieras —siseó.
Empezó a cerrar la puerta. De inmediato, Santana interpuso la mano con decisión y la abrió de un empujón.
Beatrice se tambaleó un poco al retroceder y se apartó del camino de Santana.
—Es maravilloso volver a verte, tía Beatrice —dijo Santana, sarcástica, con una sonrisa forzada.
Echó un vistazo rápido a su alrededor de camino a las escaleras. Las alfombras persas de la entrada necesitaban una buena limpieza y las barandillas llevaban tiempo sin ser enceradas. Al menos, Beatrice había mantenido el hermoso reloj antiguo en funcionamiento.
Se detuvo un instante, evocando a su madre cuando la cogía en brazos, le dejaba darle cuerda al reloj y la enseñaba a leer la hora.
— ¡No tienes derecho a estar aquí! —le espetó Beatrice.
Santana subió las escaleras «Maldita zorra de mierda», gruñó Santana entre dientes. La melancolía se apoderó de ella al recorrer el pasillo.
En su antiguo cuarto, la cama y la mesa estaban vacías, destartaladas. La cama con dosel de Isabella seguía en su habitación y también su tocador antiguo.
La una estaba deshecha; el otro, vacío Santana recordaba cuando se ponía detrás de su madre, apoyaba la barbilla en su hombro y la miraba en el espejo, mientras se sentaba a maquillarse o a pintarse las uñas.
De repente, los ojos sele llenaron de lágrimas. Hasta habían quitado los cortinajes de la cama.
Continuó hacia la escalera del ático, al final del pasillo, con un nudo en el estómago.
La luz de una bombilla desnuda reveló años de telarañas y polvo acumulado.
Era como si nadie hubiera vuelto a pisar el ático desde que Santana se fue. La vieja mecedora con el asiento roto seguía en el rincón; su cuna, una caja con juguetes viejos, cajas con planos delos proyectos de su padre se apilaban aquí y allá.
Una de las ventanas tenía un sillón a cada lado, cuyo relleno sobresalía por los agujeros de la raída tapicería de terciopelo. Entre los sillones había una mesita de café llena de arañazos. Allí era donde Santana se reunía con sus amigos y con su primera novia, Sara.
A partir de los doce años, Santana dejó de tener niñera. Sólo estaba el ama de llaves, Lucy, que vivía con ellos desde hacía años. Lucy no fisgoneaba como las niñeras y, en general, no se metía en sus asuntos.
Santana y Sara tenían quince años cuando subían al ático, cerraban la puerta y experimentaban con el sexo, fumaban cigarrillos y costo.
Mientras Sara se liaba un porro, Santana bajaba un momento a la bodega de su padre y se agenciaba una buena botella de tinto.
Tenía cuidado de coger sólo del bueno, porque sabía que su padre nunca iba por aquel lado de la bodega. Aquel vino era una inversión, decía siempre Santana se preguntaba cuándo se habría dado cuenta de que faltaba. Nunca había dicho nada.
De todas maneras, aquella cosecha de Bourdeaux francés no fue un desperdicio total, pensó Santana con una sonrisa.
Aunque Sara y ella se lo bebían como si fuera Coca-Cola, seguramente había servido para educar sus jóvenes paladares.
En un lado de la habitación había un armario empotrado, en el espacio que quedaba junto a la chimenea. Siempre había estado cerrado con candado. Su padre le había dicho que contenía papeles del trabajo y le había prohibido abrirlo. Si en aquel ático había algo delo que buscaba, estaría allí dentro.
El candado estaba oxidado Santana buscó a su alrededor algo para forzarlo. Agarró un atizador de metal. Lo deslizó por el arco del candado e hizo palanca con fuerza. El candado cedió y pudo abrir la puerta.
Por un momento, el corazón dejó de latirle cuando sus ojos encontraron una gran fotografía enmarcada de su madre.
Era una copia de la fotografía que Thelma le enseñaba cuando era muy pequeña Santana había olvidado lo hermosa que era. No debía de tener más de veintiún años y tenía a Santana en brazos, con unos seis meses más o menos.
Tenía el pelo largo y negro muy oscuro, ligeramente ondulado, y en sus labios se dibujaba una dulce sonrisa.
Santana estaba dormida, con la cabeza apoyada en su hombro y el pulgar en la boca.
Ante el rostro de su madre, Santana recordó la carta que Isabella le había mandado una vez. Santana había ido a visitar a Thelma y a Ted tras cumplir los dieciocho. Evocó el trayecto hacia la granja, en el coche que su padre le había regalado por su cumpleaños.
Un MG rojo. No lo había elegido él, claro: sólo había pagado la factura. Thelma le había hecho un pastel de chocolate de tres capas Blaine también estaba. Aquella noche, antes de que se marchara, Thelma le entregó un sobre abierto.
Parecía preocupada cuando le dijo:
—Me la enviaron para que te la diera.
Dentro había una carta de Isabella, donde decía que quería ver a Santana.
Santana retrocedió y le tiró la carta a Thelma, conmocionada y con ganas de vomitar.
— ¡No! —gritó—. ¡Dile que me deje en paz!
Thelma suspiró, con los ojos brillantes.
—Dale una oportunidad —dijo—. Es tu madre.
Santana sacudió la cabeza con tozudez.
La vida le estaba yendo bien. Estaba a punto de empezar Bellas Artes en la universidad, las ausencias de su padre le dejaban libertad total, recibía una asignación generosa y tenía una novia nueva en la ciudad. Casi había olvidado su turbulenta infancia.
Aquella carta era un golpe bajo. Las sombras del pasado se cernieron sobre ella de nuevo y se puso furiosa. Aun así, las lágrimas de Thelma la afectaron y accedió a llevarse la carta sin más discusión.
Unos días después escribió una respuesta breve y sucinta, diciéndole a Isabella que no estaba interesada, que ya no formaba parte de su vida y que no quería tener nada que ver con ella. La envió a la dirección de Sydney que figuraba en el remite. Para su tranquilidad, Isabella respetó su voluntad y no volvió a tener noticias suyas.
Ahora, Santana no podía evitar arrepentirse de aquella decisión. Si hubiera aprovechado aquella oportunidad para averiguar lo ocurrido... Como Isabella había dado el primer paso, Santana habría tenido la sartén por el mango. Si ahora se veía obligada a ponerse en contacto con Isabella al cabo de tantos años, estaría en desventaja.
Parecería un perro abandonado, patético, husmeando por ahí y arañando la puerta. Y, de todas maneras, en todo aquel tiempo puede que Isabella hubiera cambiado de opinión y ya no quisiera saber nada de ella.
Santana rebuscó en el armario con el corazón palpitante. Su osito de peluche la observaba desde el estante de arriba, con su único y reluciente ojo de botón, mientras examinaba las cajas. Había más fotos de Santana con Isabella, algunas también con su padre. En una, su padre rodeaba a Isabella con el brazo; Santana estaba sentada en el regazo de su madre. Todos se mostraban sonrientes: la fotografía podría haber sido extraída del folleto electoral de cualquier político aburrido e idiota, que se dedicara a escupir gilipolleces sobre los valores familiares, pensó Santana.
Para su desilusión, el resto de cajas no contenían nada más que documentos viejos e inútiles. Cerró el armario con una ligera sensación de aturdimiento.
Había pasado por todo aquello para nada. De pronto, por impulso, volvió a abrir el armario, cogió la fotografía enmarcada de Isabella y se la metió bajo el brazo. Apagó la luz, salió del ático y volvió abajo.
Beatrice merodeaba entre las sombras, al pie de la escalera.
— ¿Qué has cogido? ¡No tienes derecho a llevarte las cosas de tu padre!
—Es una foto de mi madre.
— ¿Y para qué la quieres? ¡Ésa lo puso en ridículo!
Tratando de parecer impasible, Santana se encogió de hombros como si nada.
—Eso no tiene mérito.
Beatrice levantó el mentón y frunció los finos labios en una mueca cortante y amarga.
—Era una guarra. ¡Una puta!
Aquellas palabras desequilibraron a Santana como si la golpeara una ráfaga de viento helado. Notó que la ira la dominaba, aunque no sabía bien por qué.
Decidida a no mostrar sus sentimientos, apretó los dientes y se obligó a tragarse la furia. Con voz queda y monocorde, dijo:
—No sabía que tuviera tantos puntos a favor.
Beatrice parecía a punto de estallar. El aroma empalagoso de su perfume dulzón y pasado flotaba en el aire, como la verdad que Santana deseaba oír desesperadamente, aunque sabía que Beatrice no se la diría nunca. Sintió que se le revolvía el estómago.
Sin perder tiempo, se dirigió a la puerta y al pasar rozó a Beatrice, que emitió un crujido como de hojas secas.
Tras ella, la puerta se cerró de un portazo.
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
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Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
Capítulo 8
Mientras se secaba el pelo frente al espejo del baño, Santana se alegró al comprobar que por fin le había desaparecido el cardenal del ojo.
Nerviosa, le sonrió a su reflejo, y se pasó los dedos por el pelo a modo de peine. Por fin había llegado el viernes por la noche. Se echó un poco de perfume y volvió a su habitación para vestirse.
Era una noche templada y había decidido ponerse su conjunto favorito.
Primero una camisa de un blanco inmaculado, ligeramente almidonada. El tacto del algodón de buena calidad producía una sensación agradable sobre la piel. Se la dejó desabrochada en el cuello y se puso los pantalones y la chaqueta a juego.
Dos años antes, para el Baile de Lesbianas anual, había encargado que le hicieran el traje a medida. Le dio al sastre una fotografía para que la copiara y éste le confeccionó un traje clásico estilo años treinta.
Era de lana de primera calidad, muy ligera, de color gris marengo a rayas gris claro. Las rayas estaban bastante separadas entre sí y, sobre la parte delantera de la larga chaqueta cruzada, iban en diagonal; las solapas eran anchas.
El corte de los pantalones de dobladillo vuelto era perfecto.
Santana sonrió, mientras se ponía los pendientes de oro, al recordar aquel baile Kitty se presentó con un deslumbrante vestido de pedrería azul que le llegaba hasta el suelo tenía un escote pronunciado, el bajo hacía ondas y era tan ajustado que sólo podía caminar a pasos cortos.
Aunque era espectacular, parecía más una sirena que otra cosa. Obviamente, Kitty se sintió decepcionada al no poder bailar con aquel vestido. A medida que la noche avanzaba y Kitty consumía más cócteles de champán, las restricciones del vestido fueron demasiado para ella.
Ya de madrugada, Kitty se lo quitó, junto con una docena o más de mujeres, e invitó a las demás a bailar encima dela mesa en bragas y sostenes.
Santana se preguntó qué llevaría puesto Brittany Durante toda la semana, había jugado a imaginársela con combinaciones distintas y sugerentes. La doctora de ciudad, elegante y refinada, se fundía con la chica de campo, salvaje, con el cabello azotado por el viento. Recordó el beso y sintió que el deseo se apoderaba de su cuerpo.
Suspiró; ojalá Brittany hubiera reconsiderado la situación y estuviera más abierta a la atracción que sentían.
Cogió las llaves y la cartera, y bajó al coche. El restaurante estaba sólo a un par de kilómetros y tenía mesa reservada para las ocho.
El maître la acompañó a una mesa junto al jardín interior que había en el centro del restaurante: un jardincito de bonsáis y helechos exuberante, diseñado con gusto e iluminado al detalle. Un hilillo de agua salía de una caña de bambú y se derramaba sobre los diferentes niveles de roca hasta un pequeño estanque delirios.
De fondo sonaba una agradable música de jazz instrumental. Las luces eran suaves.
El camarero le dio una carta de vinos.
—Cuando llegue mi acompañante —dijo Santana—, tráiganos un Averna, si es tan amable. Tibio.
El asintió con una sonrisa y la dejó para que mirara la carta Santana levantó la vista al oír el sonido de unos tacones sobre el empedrado y vio que el camarero acompañaba a Brittany hasta la mesa.
Muchos rostros se volvieron para observarla por todo el restaurante.
Llevaba un vestido negro de doble organza de seda, ceñido delicadamente al cuerpo en capas diagonales, siguiendo la curva de la cintura y las caderas, y ajustado en los muslos, como un esplendoroso capullo. Las mangas japonesas realzaban la forma de sus rectos hombros.
El vestido, con escote de pico, le llegaba unos dedos por encima de las rodillas. Mientras caminaba con elegancia sobre unos zapatos de tacón de charol negro, la larga raja del vestido dejaba entrever tentadoramente el muslo.
Santana sonrió y se levantó para darle un beso en la mejilla Brittany estaba radiante y sus ojos chispeaban mientras repasaban a Santana fugazmente.
—Un traje precioso —dijo, con su voz profunda y aterciopelada, y con una sonrisa en sus exquisitos labios.
—Un vestido de infarto —repuso Santana, sonriendo ampliamente.
Rieron mientras tomaban asiento Santana se sentía aliviada de que Brittany pareciera a gusto; la situación entre las dos no resultaba incómoda. El camarero trajo los aperitivos y la carta.
—Humm, el Averna ha sido una buena elección —dijo Brittany, mojándose los labios. Llevaba un carmín rosa intenso, a juego con el esmalte de uñas.
Santana ojeó la carta.
—Me gusta este restaurante porque renuevan la carta muy a menudo.
—Tú conoces el sitio. ¿Por qué no pides para las dos?
Santana escogió los platos e hizo el pedido para ambas.
—Tengo un par de casas más para enseñarte —dijo Santana—. Una es una casita de campo victoriana reformada han convertido la planta baja en un lofty tiene un dormitorio en la buhardilla.
Brittany parecía interesada.
—Suena bien. Quizá podríamos echarle un vistazo la semana que viene.
Santana dijo que telefonearía para fijar un día y empezó a planear mentalmente la cita para cenar después de la visita.
Los primeros tres platos llegaron: sashimi de atún, rollitos de ternera rellenos de suculentos espárragos dorados en la sartén y delicias de hojaldre rellenas de trucha de mar desmenuzada. El camarero les sirvió el Borgoña blanco.
Brittany probó la comida y sonrió agradecida.
—Este sitio es fantástico —dio un sorbo a su copa de vino—. ¿Fuiste a casa de tu padre? ¿Pudiste buscar lo que querías?
—Sí, pero no encontré nada. —Santana se encogió de hombros—. Supongo que tendré que hablar con mi padre, pero me pongo mala solo de pensarlo.
Brittany se retiró el cabello de los hombros. Sus pendientes de diamantes relampaguearon.
—Dijiste que había sufrido una embolia. ¿Sabes si va a poder hablar contigo?
Santana jugueteaba con los palillos, haciéndolos girar entre los dedos.
—Thelma me dijo que está un poco desorientado, pero que no ha perdido la cabeza del todo. Claro que también puede pasar que no quiera hablar conmigo. Nunca le he preguntado nada sobre el tema.
El camarero trajo el resto de platos: rollitos de sushi coronados de aguacate, bolitas de gamba con verduras cocinadas en cazoleta de barro y arrozal vapor. A Santana la halagaba el interés de Brittany, pero, como no quería que sus aburridos problemas dominaran la velada, cambió de tema.
— ¿Tu hermano vivía en Singapur, verdad? ¿A qué se dedica?
Brittany le contó que Michael poseía un negocio de exportación de antigüedades orientales y Santana se alegró de saber que Brittany compartía su interés por los muebles asiáticos antiguos. Hablaron un rato del tema y charlaron sobre las vacaciones que una y otra habían pasado en Singapur.
A medida que avanzaba la cena, Santana se sentía cada vez más cautivada por Brittany No podía dejar de pensar en estrecharla entre sus brazos y volver a besarla. Más de una vez, la mirada de Brittany se detuvo en la boca de Santana.
Al parecer ella también recordaba el beso Santana se preguntaba si Brittany accedería a ir a su casa, si dejaría que la besara de nuevo y si, esta vez, ese beso las llevaría a otro y a otro, hasta el final.
Después de la cena, cuando estaban listas para marcharse, Santana aprovechó la oportunidad. Con una cálida sonrisa, dijo:
—Vivo aquí cerca, sólo un poco más arriba. ¿Te apetece venir a tomar un café? —Brittany titubeó. Con la mirada fija en la distancia, hizo girar su grueso brazalete de oro con nerviosismo—.Una vez comentaste que te gustaría ver mi casa.
Brittany asintió y soltó una risita.
—Sí, es cierto. Me gustaría ver la casa de toda una agente inmobiliaria.
Encantada, Santana le dio algunas indicaciones de cómo llegar, por si perdía su coche de vista, y salieron del restaurante.
Cuando el coche de Brittany enfiló el camino de entrada, Santana ya la estaba esperando en el umbral.
Apoyada despreocupadamente en el marco, con las manos en los bolsillos, se mostraba sonriente. Santana se había superado a sí misma con aquel traje. Mientras se dirigía a la puerta por el patio enlosado de piedra, Brittany se preguntó si había sido una buena idea ir a tomar café. Se había propuesto reprimir su deseo y a lo largo de la cena se había sentido aliviada al comprobar que, al parecer, Santana hacía lo mismo. Algunas veces la mirada de Santana la había atrapado y había sentido su interés sexual, pero, gracias a Dios, Santana no lo había llevado más lejos.
El recibidor no era grande, pero daba a la calle con una pared de pavés y eso le daba sensación de amplitud. El suelo era de mármol negro, las paredes esponjadas en un tono crema muy vivo.
Santana señaló un pasillo junto a la escalera de parqué.
—La habitación de invitados y el baño están por allí. — Empezó a subir las escaleras—. El café, por aquí.
Al subir las escaleras, Brittany llegó a una sala de estar espaciosa, con la cocina aun lado. Desde unos ventanales enormes se apreciaba una vista impresionante dela ciudad, rebosante de letreros decolores y edificios llenos de luz. Había dos sofás color crema, uno a cada lado de una mesita de café de madera de roble.
En una pared había un buró antiguo. El mobiliario combinaba perfectamente con el esquema decolores; los muebles eran cómodos y con personalidad. El efecto en conjunto era sobrio, pero de una belleza y de un sentido del estilo que atraía la atención sin esfuerzo. Como Santana, pensó Brittany, observándola mientras se quitaba la chaqueta y la dejaba sobre el respaldo de una silla francesa antigua.
Sin embargo, al estar en aquella casa, se tenía la extraña sensación de que nadie vivía en ella. Se respiraba cierto aire de fugacidad.
En contraposición, la presencia de Santana era muy intensa. La miró fijamente mientras se desabrochaba los puños de la camisa y los doblaba pulcramente hacia atrás Brittany notó un súbito escalofrío al recordar aquellas manos sobre su cuerpo y la urgencia de aquellos brazos al rodearla.
Apartó la mirada y contempló la ciudad a través de las ventanas.
—Es un sitio fantástico. Me encanta la vista.
—Gracias.
Santana fue a la cocina y Brittany se sentó en un sofá Santana permaneció a la vista mientras llenaba la cafetera, rodeada de acero inoxidable y baldosas blancas relucientes.
—El año pasado lo redecoré y ha quedado mejor. Cuando lo compré era blanco pelado. —Sonrió de oreja a oreja—. Una amiga mía, una ex cliente, es diseñadora de interiores. Sugirió el patrón de colores y se ofendió mucho cuando la felicité por escoger un color crema tan acogedor. « ¡Es vainilla, coño!—dijo mortificada—. No el puto color crema.»
Las dos se echaron a reír Brittany se preguntó si también habrían sido amantes. Más que probable, pensó, y se enfadó consigo misma porque la idea le molestara. De pronto se fijó en una foto enmarcada que había boca arriba en la mesita de café. Para su sorpresa, descubrió a Santana en la cara de aquella desconocida. Al examinarla, vio en ella los mismos labios carnosos y sensuales, la piel atezada y el cabello oscuro.
Ahora bien, los ojos azules de la mujer de la foto, cuyas largas pestañas oscuras eran igualitas a las de Santana, eran azules en lugar de marrones.
Y mientras que Santana poseía un atractivo poderoso y salvaje, el rostro de aquella mujer era más delicado, más hermoso.
Santana a volvió y dejó una bandeja encima de la mesa.
—Es mi madre —dijo como si nada, mientras se sentaba en el otro sofá—¿Te gusta? —Preguntó, mostrándole una botella de Dom Benedictino—. ¿O prefieres otra cosa?
—No, gracias, eso está bien —repuso Brittany, Santana sirvió el café y el licor—.Es muy guapa. Está claro que has salido a ella.
Santana sonrió y dio un sorbo de licor.
—La cogí de casa de mi padre ayer. No sé por qué.
Al ir a coger su taza, Brittany se fijó en una carta que había debajo de la foto.
Estaba firmada, con una bella caligrafía, con el nombre de «Isabella».
Desconcertada, Brittany dijo:
— ¿Te escribió una carta? ¿Cuándo?
Santana encogió levemente los hombros.
—Cuando cumplí los dieciocho. Por alguna razón, la guardé. Anoche la desenterré de una maleta de trastos viejos. Hacía dieciséis años que no la leía. Pero no dice nada. Léela si quieres. Intrigada, Brittany leyó la carta.
Mi queridísima Santana:
Te he echado muchísimo de menos todos estos años y lamento no haber podido verte crecer, pero ahora me alegro de que por fin hayas cumplido dieciocho años y pueda ponerme en contacto contigo.
Espero sinceramente que tú también quieras verme tenemos mucho de qué hablar, mucho que explicar. Espero ansiosa tu respuesta.
Me muero de ganas de volver a verte.
Tu madre que te quiere, Isabella
Te he echado muchísimo de menos todos estos años y lamento no haber podido verte crecer, pero ahora me alegro de que por fin hayas cumplido dieciocho años y pueda ponerme en contacto contigo.
Espero sinceramente que tú también quieras verme tenemos mucho de qué hablar, mucho que explicar. Espero ansiosa tu respuesta.
Me muero de ganas de volver a verte.
Tu madre que te quiere, Isabella
A Brittany se le llenaron los ojos de lágrimas. No era el tipo de carta que se esperaría de una mujer que había abandonado a su hija pequeña así porque sí.
— ¿Y tú qué hiciste? —preguntó contacto.
—Le contesté y le dije que se mantuviera alejada de mí.
Santana tenía los codos apoyados en las rodillas. Miraba fijamente su copa mientras la hacía girar entre las manos.
Tenía los hombros en tensión. Tragó saliva y sus mejillas se contrajeron.
— ¿Por qué?
Santana se acabó la bebida de un trago y siguió con los ojos fijos en la copa vacía.
—A aquellas alturas ya la había sacado de mi vida. Había aprendido a vivir sin ella. Había superado todo aquello, ya me entiendes.
—Pero parece como si la hubieran obligado a no tener contacto contigo. No suena como si lo hubiera elegido ella ¿No tenías curiosidad?
Santana negó con la cabeza.
—Entonces no.
Brittany notó un nudo en la garganta. A pesar de los esfuerzos que hacía Santana por fingir que no le importaba, era evidente que su pasado sin resolver todavía la atormentaba Brittany quería abrazarla y consolarla, pero tenía miedo de dar rienda suelta a sus emociones, así que se concentró en reprimir las lágrimas. Ojalá no fuera tan sentimental.
Hubo un largo silencio.
—Cuando era muy pequeña pensaba que no valía para nada —continuó Santana en voz queda—. No valía para nada y por eso mi madre había cogido la puerta y no había vuelto. Pero cuando cumplí dieciocho ya me había hecho a la idea ya no me importaba una mierda por qué se había marchado o si la habían obligado a no regresar. Si realmente me hubiera querido, no lo habría permitido.
No se puede borrar todo eso de repente y ponerse a dar saltos de emoción cuando decide volver a tu vida así por las buenas.
Levantó el rostro hacia Brittany con una expresión dolida en los ojos.
—Esa carta me tuvo un tiempo trastornada Quería volver a olvidarme de ella como fuera —se interrumpió.
Brittany vislumbró el destello de las lágrimas en sus ojos—. Tú no sabes lo que es —murmuró, apartando la vista enseguida.
Oh, Dios, pensó Brittany Cuanto más conocía a Santana más le importaba. Y cuanto más le importaba, más la deseaba. Turbada, se levantó y fue a la ventana a contemplar el exterior, de espaldas a Santana.
Oyó cómo ésta dejaba la copa en la mesa, se levantaba y se le acercaba. De repente, los brazos de Santana le rodearon la cintura y Brittany dio un respingo al notar que la chispa prendía en su interior.
—No te pongas triste —susurró Santana—. No tiene tanta importancia.
Brittany se estremeció. El cuerpo de Santana se apretaba contra el suyo.
—Dios... —jadeó Santana entonces le besó el cuello.
El fuego se desató y recorrió a Brittany como un torrente. Tenía que irse ahora mismo o no habría vuelta atrás.
—Tengo que irme —musitó.
Suavemente, Santana la hizo girar para que la mirara a la cara. Los ojos de Santana ardían.
—Dame un beso de despedida —pidió con voz ronca—. Después puedes irte.
Impotente, igual que la otra vez, Brittany la miró a los ojos y después miró su boca con anhelo. Santana le deslizó la mano por el muslo, halló la raja del vestido y la metió dentro.
Brittany emitió un leve gemido Santana empezó a acariciarla cada vez más arriba. De pronto, el fuego engulló a Brittany, rodeó los hombros de Sanana y la besó apasionadamente.
Santana tenía las dos manos bajo su vestido y le acariciaba las caderas. Ella también temblaba. Brittany sintió que la cabeza le daba vueltas.
—Mejor vamos a la cama —susurró Santana.
La pálida luz de una farola entraba por la ventana del dormitorio; la brisa mecía los árboles y las sombras de las hojas danzaban en las paredes Brittany cayó en la cama de espaldas, abrazada a Santana, sin dejar de devorarse a besos la una a la otra Santana se inclinó sobre ella y le besó el cuello con suavidad.
A continuación, Santana cogió dos almohadas y se las colocó a Brittany bajo la cabeza y los hombros, con dulzura y con toda la intención. Se arrodilló junto a la cama, con expresión tensa, ante las rodillas de Brittany La descalzó y después le metió las manos por debajo de la falda. Le quitó las medias y las bragas con un movimiento único y fluido. Sin despegar los ojos de los de Brittany, le separó las piernas y empezó a lamer la piel sedosa del interior de sus muslos.
Poco a poco, centímetro a centímetro, Santana le fue subiendo el vestido a medida que recorría cada ápice de sus muslos con su lengua de fuego.
Brittany temblaba y jadeaba al contemplar a Santana frente a ella, arrodillada como si estuviera adorándola. Emitió un gemido ronco de placer, a sabiendas de que Santana había colocado las almohadas con todo cuidado para que Brittany pudiera contemplar el ritual erótico.
El algodón almidonado de la camisa de Santana le rozó la piel y el contraste con las caricias suaves y húmedas de su lengua fue electrizante.
El corazón de Brittany se fue acelerando a medida que la boca de Santana sea cercaba a su sexo. Santana hizo una pausa, le subió la falda del vestido por encima de la cintura, le separó las piernas del todo y la miró fijamente.
—Oh, nena —resolló. Y adentró su boca entre las piernas.
Le cubrió el interior de los muslos de besos largos e intensos. Temblando, Brittany perdió la noción de la realidad.
Las caricias de Santana se volvieron rápidas y precisas, como marcas de fuego helado, y la penetró.
La provocó moviendo los dedos con lentitud, casi sin entrar en ella; de repente empujó los dedos con fuerza una vez y se retiró para seguir jugando. Era un ritmo mágico.
Pronto, una poderosa oleada de placer arrastró a Brittany al clímax. Gritó llevada por el éxtasis, mientras su cuerpo se agitaba entre sacudidas celestiales.
Santana la cogió en brazos y la estrechó con fuerza, mientras le besaba el rostro y la garganta, y le susurraba palabras de cariño Brittany tenía las mejillas empapadas de lágrimas y el corazón a punto de estallar.
Poco a poco, su cuerpo se relajó bajo las tiernas caricias de Santana, Brittany se quedó inmóvil, derretida sobre el lecho como si fuera un líquido Santana le bajó la cremallera del vestido, se lo sacó por las caderas y le quitó el sujetador. Le besó los pechos y el vientre.
Brittany sentía la tensión en el cuerpo de Santana al acariciarle la espalda sobre el algodón almidonado. Entonces Santana se levantó y se quedó de pie junto a la cama. Miró fijamente a Brittany con los ojos oscurecidos por la pasión y empezó a quitarse la ropa. Se sacó la camisa por fuera y la desabrochó. No necesitaba sujetador y no llevaba nada debajo.
Brittany entre vio sus pechos, con los pezones erectos y duros rozando la tela.
Santana se desabrochó el cinturón Brittany gimió, se sentó, rodeó las caderas de Santana con los brazos y la apretó contra su boca.
Aspiró el delicioso aroma del deseo de Santana mientras le bajaba la cremallera de los pantalones. Estos cayeron al suelo. Santana llevaba unas braguitas negras de raso y también se las quitó en un abrir y cerrar de ojos.
Entonces empezó a quitarse la camisa.
Brittany la detuvo con un gesto de la mano.
—Me gusta la camisa —susurró.
Volvió a tumbarse y Santana se puso de rodillas encima de ella sin dejar de besarla. Besó los pechos de Brittany y rodeó los pezones con la lengua antes de llevárselos a la boca y succionar con suavidad. Brittany jadeó.
Acarició los hombros y las caderas de Santana por debajo de la camisa; resiguió sus muslos con los dedos y alcanzó su sexo. Estaba muy mojada, húmeda y resbaladiza. Con el corazón palpitante, Brittany la acarició y después deslizó los dedos en su interior.
Anhelaba más de Santana y la apretó contra sí Santana suspiró, le fallaron los brazos y Brittany la penetró profundamente.
Santana temblaba y respiraba entrecortadamente en brazos de Brittany.
Brittany apartó la camisa, la besó en el hombro, le acarició el pelo.
—Dios... —murmuró, al notar que las leves contracciones de Santana aferraban sus dedos.
Sin salir de ella, la hizo girar de espaldas y la contempló. Los ojos de Santana empezaban a llenarse de lágrimas y Brittany la besó. En ese momento, Santana arqueó las caderas, gimió y se agitó con contracciones más poderosas.
Brittany le besó la piel perlada de sudor y descendió por su cuerpo sin dejar de besarla. Invadida por la pasión, acarició su sexo con la lengua y hundió el rostro en su interior. Con lágrimas en los ojos, se ungió con la pasión de Santana. Se había enamorado de ella, exactamente como sabía que sucedería.
Cuando Santana despertó a la mañana siguiente, estaba boca abajo y el cuerpo le hormigueaba, aún caliente. Suspiró y miró el reloj de la mesilla. Faltaban cinco minutos para las siete. Alargó el brazo y desconectó la alarma, que tenía puesta a las siete en punto.
Brittany no se había movido. El corazón le dio un vuelco al ver su hermoso y sereno rostro y su cuerpo, blanco y perfecto.
Aún llevaba puestos los pendientes de diamantes y el brazalete de oro; estaba tumbada de espaldas, con el cabello alborotado sobre los hombros. Sus pechos parecían estar pidiendo que Santana los besara; tenía las piernas separadas, como una invitación para sus labios.
Una sensación de ansiedad planeó como una sombra por encima de la lujuria. La deseaba demasiado. Aquella noche había experimentado una pasión como nunca había sentido. Se había entregado por completo, había perdido el control.
Se había perdido a sí misma. Aquella opresión en el pecho que la agarrotaba ocasionalmente desde hacía algunos meses se había convertido en una roca que rodaba dolorosamente en su interior.
Se había puesto a llorar, no una, sino varias veces. Ella no hacía ese tipo de cosas.
Brittany se movió. Suspiró, se removió un poco y giró la cabeza. Una nueva oleada de deseo desplazó cualquier otro pensamiento Santana la besó en el estómago con suavidad y Brittany se estremeció ligeramente y gimió.
Permaneció con los ojos cerrados y esbozó una sonrisa al sentir la boca de Santana sobre sus pechos, lamiéndolos y succionándolos con delicadeza Brittany se retorció y jadeó. Atrajo a Santana hacia ella, la miró a los ojos y la besó apasionadamente. Emitió uno de sus gruñidos ahogados y Santana se estremeció.
Santana le separó las piernas con una urgencia súbita y acuciante, y acercó su boca.
Estaba ya increíblemente mojada y Santana se dejó arrastrar por su deseo Brittany gimió al sentir el cosquilleo de la lengua de Santana sobre su sexo y después en su interior. Sus dedos se crisparon sobre el cabello de Santana.
Santana tampoco hacía esa clase de cosas. Sólo en contadas ocasiones había tenido relaciones tan íntimas con sus amantes, pero la verdad es que nunca se había deleitado así Brittany era diferente.
Santana sabía que ya se había vuelto adicta a su sabor. Mientras Brittany gritaba y se estremecía, temblando de los pies a la cabeza, Santana le sujetó las caderas con firmeza.
Con Brittany en brazos, mientras le besaba los hombros y el cuello, y hundía el rostro en sus perfumados cabellos, Santana luchó contra las lágrimas que afloraban de nuevo a sus ojos. Se mordió el labio y se dijo que tenía que frenar antes de que fuera demasiado tarde.
Estaba perdiendo su auto control habitual y la única razón que veía era que tanto pensar en el pasado la había vuelto vulnerable. Cuanto antes solucionara ese problema, antes volvería a ser ella misma.
Mientras, tendría que distanciarse un poco de Brittany.
—Cariño... —resolló Brittany con su voz seductora.
Santana se estremeció y volvió a sentir como si una roca le aplastara el pecho.
Brittany deslizaba las manos sobre su piel, bajando poco a poco por su cuerpo.
De pronto, Santana tuvo miedo y, resistiéndose al fuego de los anhelantes dedos de Brittany, se apartó de sus brazos con brusquedad.
Santana desvió la mirada y negó con la cabeza.
—No puedo.
Notó que las lágrimas le recorrían las mejillas y esperó que Brittany no se hubiera dado cuenta se puso una camiseta holgada y le dirigió una mirada furtiva Brittany estaba atónita.
—Tengo que ir a trabajar..., ya sabes. —Tratando de sonar alegre y despreocupada, añadió—: Voy a hacer café.
Salió en dirección a la cocina, sin mirar atrás.
Llenó la cafetera con un nudo en el estómago lo último que quería era hacerle daño a Brittany Pero, si no se tomaban aquella aventura con un poco de filosofía, las dos sufrirían cuando terminara Brittany tenía que saberlo, pensaba Santana, mientras preparaba las tazas. Ya había pasado por eso con Diane y puede que con otras antes que ella. Sí, Brittany lo sabía. Ella misma le había advertido que no quería que las cosas se complicaran.
Santana sacó la leche del frigorífico.
¿Pero cómo le dices a una mujer preciosa, que te importa y que acaba de llevarte al paraíso, que no deberíais veros en un tiempo? Santana nunca se había visto obligada a tener que decir cosas así. Suspiró. No digas nada, decidió. Las dos sois adultas, simplemente se sabe.
—No me quedo al café.
Santana se sobresaltó al oír la voz grave de Brittany Se había puesto su hermoso vestido negro, se había cepillado el cabello y se había pintado los labios.
Estaba serena, impasible, con las llaves del coche tintineando en la mano.
Fuera lo que fuera lo que Brittany estaba pensando, su expresión fría dejaba muy claro que no estaba contenta de repente, a Santana la invadió un frío mortal. Ansiaba volver a ver el fuego en sus dulces ojos azules y en su seductora sonrisa Brittany tragó saliva y desvió la mirada.
—Tengo cosas que hacer —añadió.
Santana fue hasta ella con un nudo en la garganta, la abrazó y la besó como antes, Brittany volvió a derretirse entre sus brazos y le devolvió el beso apasionadamente de inmediato, Santana se encendió.
Brittany se puso rígida.
Retrocedió e inspiró profundamente se pasó la mano por el pelo como si nada y evitó los ojos de Santana.
—Tengo que irme... —murmuró, dirigiéndose hacia la escalera.
—Te acompaño hasta la puerta.
—No, tranquila. Adiós. —Brittany desapareció rápidamente por las escaleras.
—Te llamaré —gritó Santana, pero no hubo respuesta.
Con el corazón a punto de salirle por la boca, se quedó allí de pie escuchando el sonido seco de los tacones sobre el mármol la puerta de la calle se cerró con un golpe sordo Santana sintió un escalofrío cuando se hizo el silencio.
Tenía que ser así, se dijo daba igual lo que hubiera entre ellas, daba igual cuánto durase: inevitablemente llegaría el día en que Brittany saldría por esa puerta por última vez. Y Santana estaba decidida a que, llegado ese día, no la afectara demasiado.
Puso la radio seguramente Brittany no se había enfadado, pensó, esperanzada.
Como ella, Brittany simplemente estaría poniendo las cosas en su sitio Santana echó el café y removió el azúcar.
La llamaría en unos días podrían ir a cenar, quedar para tomar algo con unas amigas o
algo así se lo pasarían bien y ya no recordarían lo incómoda que había sido aquella mañana se bebió el café de un trago.
Después pasarían la noche juntas, Todo iría bien.
El móvil estaba en la encimera. Lo conectó, preparada para el aluvión de llamadas que recibía habitualmente los sábados por la mañana, y se concentró en el día de trabajo que tenía por delante.
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Hola Hola
Bueeeeeeeeno bueeeeeeeeno !
1) WANKY!
2) perdon por tardar tanto mi interntet esta maloo
3) Crenn que todo seguira igual ?
Espero que les guste :)
Saludos y espero sus comentarios
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
Que exelente capitulo, dios porque San es tan terca que se deje llevar y listo!!
Espero que Britt no se arrepienta y no dejen que las cosas queden como algo pasajero, es obvio que para ambas fue algo realmente unico y especial.
Graciasss por este gran capitulooo
Espero que Britt no se arrepienta y no dejen que las cosas queden como algo pasajero, es obvio que para ambas fue algo realmente unico y especial.
Graciasss por este gran capitulooo
Sanny25- ---
- Mensajes : 580
Fecha de inscripción : 30/11/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
santana se comporto como una estupida
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
Hola!! Que tonta es San la embarro bien esta ves!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
que idiota de santana, espero que britt ni voltee a verla!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
holap dan,..
dios san aveces puede ser una idiota,... pero todo tiene un por que????
es posible que britt se arrepiente para esa noche va a sufrir un efecto karma para que no dejen de pensar una en la otra,...
nos vemos!!!!
dios san aveces puede ser una idiota,... pero todo tiene un por que????
es posible que britt se arrepiente para esa noche va a sufrir un efecto karma para que no dejen de pensar una en la otra,...
nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
Que cabrona Santana :c
Esperando Actuuu <3
Esperando Actuuu <3
LilianaM.* - Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 14/06/2013
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
muy buenos cap! pero que moquera san, porque la corto asi a britt??? y a beatrice la odio!!!!! no la soporto!! ojala todo vaya para mejor y sin dramas besos!
tatymm-*- - Mensajes : 2406
Fecha de inscripción : 20/08/2012
Edad : 34
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
Sanny25 escribió:Que exelente capitulo, dios porque San es tan terca que se deje llevar y listo!!
Espero que Britt no se arrepienta y no dejen que las cosas queden como algo pasajero, es obvio que para ambas fue algo realmente unico y especial.
Graciasss por este gran capitulooo
Hola Hola!
Ya veremos poco a poco debe aceptar que britt es diferente ! y ya veremos que pasa !
Saludos
marthagr81@yahoo.es escribió:santana se comporto como una estupida
Hola Hola!
ASI ES !
saludos
monica.santander escribió:Hola!! Que tonta es San la embarro bien esta ves!!!
Saludos
Hola Hola!
EXACTO!
Saludos
micky morales escribió:que idiota de santana, espero que britt ni voltee a verla!!!!!
Hola Hola!
EXACTO ! JAJAJAJA IDIOTA SAN!
Saludos
3:) escribió:holap dan,..
dios san aveces puede ser una idiota,... pero todo tiene un por que????
es posible que britt se arrepiente para esa noche va a sufrir un efecto karma para que no dejen de pensar una en la otra,...
nos vemos!!!!
Hola Hola!
Exacto ! san tiene el ´porque es asi! y mmmmmmmmmmmm ya veremos !
Saludos
LilianaM. escribió:Que cabrona Santana :c
Esperando Actuuu <3
Hola Hola!
EXACTO! san es una idiota!
Saludos
tatymm escribió:muy buenos cap! pero que moquera san, porque la corto asi a britt??? y a beatrice la odio!!!!! no la soporto!! ojala todo vaya para mejor y sin dramas besos!
Hola Hola!
Todo tiene el porque ! ya veremos porque san actuo asi ! y issssh si supieras lo peor de todo la odiaras mas !
Saludos
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
Fecha de inscripción : 16/04/2014
Edad : 28
Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )
Capítulo 9
El lunes siguiente, Britt llegó al trabajo a las ocho y media de la mañana. Era un día caluroso y había algunos pacientes sentados en la sala de espera leyendo revistas. Sally, la recepcionista, estaba organizando los historiales de los pacientes del día para cada médico.
—Hola —saludó Sally alegremente—.Tienes al primero en quince minutos, pero acabo de recibir una llamada de socorro de Penny Watts. —Britt asintió. Había visitado a Penny y a su bebé recién nacido unas cuantas veces, revisiones de rutina—. Dice que el bebé no para de llorar. Está preocupada por si le pasa algo.
Con suerte sólo será un cólico, pensó Britt.
— ¿Le has dicho que viniera enseguida?
—Sí, está de camino.
—Muy bien, gracias.
Sally le dio el historial y Britt fue a su consultorio. Al fondo del pasillo, Quinn la saludó con la mano mientras acompañaba a un paciente a la sala de masajes.
Britt cerró la puerta, dejó el historial en la mesa y se desplomó en la silla.
Suspiró con cansancio.
Se le acumulaban las visitas y el día ni siquiera había empezado. Iba a ser un día duro.
Aquella mañana se había propuesto dejar en casa el abatimiento que la había dominado todo el fin de semana. Sin embargo, no podía quitarse a Santana de la cabeza.
Se enfadó consigo misma por no haber aprendido la lección, por no haber sido más lista.
Ya se había perdonado por ser ciega y estúpida con Diane. Al fin y al cabo, Diane le había hecho muchas promesas y ella había decidido creérselas Santana, en cambio, había dejado muy clara su postura.
No le había mentido ni engañado en modo alguno Britt había dejado que el deseo nublara su buen juicio y esta vez su estupidez no tenía excusa.
Llamaron a la puerta y Rachel entró con dos tazas de café.
—Hola, guapa —dijo—. Va a ser un día espantoso. He pensado que podíamos tomarnos un cafetito antes de que la mierda nos llegue al cuello.
Puso las tazas sobre el escritorio y se sentó en la silla para los pacientes.
—Buena idea —dijo Britt. Aceptó el café agradecida.
—Por cierto, ¿cómo fue la cena del viernes con San?
Los brillantes ojos de Rachel rezumaban curiosidad Britt notó un nudo en la garganta. Dio un trago de café.
—Estuvo bien —dijo sin alterar la voz, evitando su mirada.
El rostro de Rachel se tiñó de preocupación. Se apartó el flequillo despeinado de los ojos.
— ¿Entonces por qué estás tan triste?
Britt no pudo reprimir el llanto.
—Pasé la noche con ella —soltó, feliz de poder desahogarse—. Sabía que no debía hacerlo, pero, a la hora de la verdad, no hice caso de mi instinto nunca había deseado tanto a nadie. —Inspiró profundamente—. Ahora estoy enamorada de una mujer que parece que puede abrir y cerrar sus sentimientos como un grifo.
Rachel la rodeó con el brazo y la besó en la mejilla.
—No seas tan dura contigo misma. Era inevitable que pasara algo entre vosotras —le dijo con dulzura—. Y seguramente te enamoraste de ella desde el principio. Te conozco muy bien y eso es lo que me pareció. —Rachel escrutó su rostro. Para hacerla sentir mejor, obviamente, añadió—: Estoy segura de que a San le importas más de lo que crees.
Britt recordó la mirada de Santana justo antes de aquel primer beso. Había creído ver algo más profundo que la simple lujuria y aquella sensación se había hecho más fuerte según avanzaba la noche.
Para Britt, había una intimidad erótica poderosa y especial entre las dos. Y al abrazar a Santana, temblorosa contra su cuerpo, había tenido la seguridad de que Santana sentía lo mismo.
Britt se enjugó las lágrimas con impaciencia. Tenía que calmarse. Si estaba en aquella situación era por culpa suya y tenía que superarlo.
—Habría podido evitarlo si no hubiera salido con ella. Me estaba engañando si creía que podíamos ser sólo amigas pero no pude resistir la tentación de estar con ella. —Suspiró—. El viernes por la noche parecía que yo también le importaba, pero, si era así, a la mañana siguiente se ocupó de ocultarlo. —Se estremeció al recordar su sorpresa cuando Santana se apartó de repente y salió de la cama—. Pasó de caliente a frío en un segundo. No he vuelto a saber nada de ella.
Rachel sacó un bolígrafo del bolsillo dela camisa y mordisqueó un extremo, pensativa.
—Aquella noche en tu casa, Marley y yo vimos muy claro que la habías impresionado mucho. Estuvimos hablando de cómo te miraba y de que hacíais muy buena pareja. Si quieres mi opinión, suena como si estuviera esforzándose mucho para esconder sus sentimientos. Si no se hubiera involucrado emocionalmente como dices, te habría llamado al día siguiente para repetir ese es el estilo habitual de San —Se detuvo y dio un sorbo al café con expresión reflexiva—. Lo raro es que no te haya llamado. Puede que aún esté aclarando sus sentimientos. —Levantó la vista— San es de muy buena pasta, en serio. Seguro que llamará.
Britt sonrió y puso los ojos en blanco.
—No sirve de nada estar aquí haciendo cábalas sobre cuáles son sus verdaderos sentimientos. Si sigue con esa actitud de «no me importa nada», entonces es de manual, ¿no? Las dos sabemos que Santana nunca se implica demasiado. Yo me he implicado demasiado, así que no puedo volver a verme con ella a solas no hay más vuelta de hoja.
—Cogió un lápiz y empezó a garabatear en su libreta—. Sé que me llamará cuando esté preparada. Sé que querrá que volvamos a salir. Y simplemente le diré que no, eso es todo.
Rachel asintió, pero no se la veía muy convencida. Sonó el teléfono. Era Sally, para decirle a Brittany que Penny había llegado con su bebé. Las dos se dirigieron hacia la puerta.
—Comemos juntas si hay tiempo, ¿vale?—dijo Rachel.
Britt sonrió con afecto.
—Claro, estaría bien.
Rachel salió y se dirigió a su consulta.
Britt fue a la recepción con energías renovadas para recibir a su paciente.
Hablar con Rachel hacía que las cosas parecieran menos complicadas Rachel tenía razón. No podía negar sus sentimientos. No había nada estúpido en enamorarse de Santana, sólo era desafortunado, y no servía de nada enfadarse consigo misma. Pero en adelante iba a mantener el control sobre el curso de su relación con ella y, fuera como fuese, pensaba echar el freno antes de que la hiciera sufrir de verdad.
— ¿Día duro, San? —preguntó Steve cuando Santana se dejó caer en el taburete de la barra. Al parecer, el terrible dolor de cabeza que tenía se le notaba en la cara.
—Sí —dijo ella con una mueca—. Un café exprés bien cargado sería de ayuda, creo.
Hurgó en su maletín en busca de analgésicos. La cafetera siseó y humeó; el dolor de las sienes le remitió un poco sólo con aspirar el delicioso aroma del café recién hecho. Steve le puso un vaso de agua fría y una taza de café con crema bien cargado.
—Gracias —murmuró Santana Bebió un trago de agua para tomarse las pastillas.
Eran las cuatro de la tarde del miércoles. Hacía cinco días que no veía a Brittany ni hablaba con ella.
Había estado esperando a poder pensar en ella sin inflamarse de deseo. Pero, en lugar de apaciguarse, su necesidad de ella se había hecho más acuciante. La imagen de Britt flotaba detrás de cada pensamiento, como una marca de agua indeleble.
Durante el partido de criquet del sábado, Santana se había pasado la mitad del tiempo buscándola entre los espectadores. El sábado por la noche, mientras trataba de pasar un buen rato tomando algo y charlando con Bev y Sandy en un bar del centro, no dejaba de pensar en qué estaría haciendo Britt y ansiaba estar junto a ella.
Santana dio un sorbo de café. Aquella noche Linda también fue al bar y estuvo coqueteando con ella abierta mente. En un momento dado, Santana se quedó mirando fijamente su lindo rostro, deseosa de volver a sentir por ella la atracción de antes, pero la imagen de Britt prevaleció en su pensamiento.
Era como si la belleza impresionante de Fiona, su elegancia serena y su poderosa sensualidad hubieran convertido los rollos anteriores de Santana en meros simulacros. Como se sentía inquieta, se fue a casa temprano. El domingo había querido llamarla. Y el lunes. Y el martes.
Pero no lo había hecho Santana suspiró. El café estaba vacío, exceptuando a un par de hombres que había en una mesa de la parte de atrás.
Era un día caluroso, pero, gracias a los ventiladores que giraban en el techo, soplaba un airecillo agradable. Desde la cocina se oían chisporroteos y llegaba un delicioso aroma de comida.
Pero Santana no tenía apetito. Aquel día no se quedaría a cenar como otras veces. Con un sándwich de pan tostado en casa bastaría, pensó. Steve salió de la cocina y Santana pidió otro café. En los últimos días el trabajo se le antojaba inusualmente tedioso y andaba arrastrando los pies de un lado a otro.
Tenía que escribir unos cuantos anuncios y dejarlos en la oficina aquella misma tarde.
Decidió dejarlos en la mesa de Karen después de que se fuera todo el mundo.
El sábado por la mañana Kitty le había preguntado por la cena del viernes y Santana había contestado con evasivas. Si Brittany había dicho algo en la clínica, a esas alturas Rachel ya le habría contado que las cosas habían ido más allá de la cena. No estaba de humor para que Kitty la analizara y la aconsejara sobre Britt.
Se llevó el café a una mesa y sacó el móvil del maletín. La asustaba estar tan desesperada por llamar a Britt y oír su voz, pero ya no podía posponerlo más.
Tenía que quedar con ella. Titubeó, manoseando el teclado numérico. ¿Cómo respondería Brittany? Santana había intentado convencerse a sí misma de que Britt comprendería que hubiera tardado en llamarla y se lo agradecería. Pero en el fondo no las tenía todas consigo.
El pecho le dolía y la sensación de ahogo no le dejaba olvidar la expresión dolida y fría que había mostrado Britt el sábado por la mañana. Una no hace el amor con una mujer como ella y después tarda cinco días en llamarla. Eso no estaba bien.
Santana bebió un poco de café, inspiró profundamente y marcó el número de la clínica North Melbourne. Con la mano libre se masajeó las sienes mientras la recepcionista la ponía en espera.
Oyó un clic. Y después:
—Hola, Santana.
El tono de Brittany era neutro Santana apretó el teléfono con fuerza y sintió una oleada de calor abrasador.
—He estado pensando en ti.
Hubo una larga pausa antes de que Britt respondiera:
— ¿Ah, sí?
Oh, mierda. Sí que estaba enfadada.
—Siento no haberte llamado antes. He estado ocupada... y, bueno, ya sabes, quería hacerlo, pero...
—Te aseguro, Santana, que si hubiera querido verte alguno de estos días te habría llamado yo —su voz era decididamente fría.
Santana cerró los ojos y gimió internamente. «Idiota», se reprendió.
Había estado tan pendiente de su propia estrategia que no había tenido en cuenta los deseos de Britt Sin querer, Santana le había dado a entender que la iniciativa de llamar o no llamar era suya. Seguro que a Britt aquello no le había hecho nada de gracia.
—Por supuesto, no quería decir que...—carraspeó—. Te he echado de menos Quiero verte.
Otra larga pausa. Cuando Britt volvió a hablar, su voz se había suavizado y era más grave.
—No quiero que volvamos a vernos asolas.
El corazón de Santana dio un vuelco.
Tomárselo con calma era una cosa, cortar del todo era una reacción exagerada.
— ¡Pero es que necesito verte! —espetó—. ¿Estás enfadada conmigo? ¿Por qué no te llamé? —Se puso muy nerviosa, casi no podía respirar—. Sólo intentaba que..., ya sabes... ¡Quería que fuéramos despacio!
—Santana... —Su voz era un susurro, suave como un beso Santana sintió que se le ponía la carne de gallina y que se le saltaban las lágrimas—. No estoy enfadada contigo. Es sólo que la otra noche las cosas no acabaron como me habría gustado. — Santana creyó notar que la voz se le rompía. Hubo un momento de silencio—. Tú y yo esperamos cosas diferentes, queremos cosas diferentes... es mejor que lo dejemos.
Santana se hundió los nudillos en las sienes y se preguntó cuándo harían efecto los analgésicos. No sabía qué decir. No se le había ocurrido ni por asomo que Britt quisiera cortar del todo cuando su aventura apenas había comenzado.
—Entonces..., ¿ya está? —Murmuró—Coincidiremos de vez en cuando. —Se aclaró la garganta—. Oye, tengo un paciente esperando. Tengo que dejarte—Hubo otra pausa Santana escuchó la respiración de Britt—. Adiós.
Descolocada por completo, a Santana no se le ocurrió nada más que decir.
—Bueno, ya nos veremos.
Brittany colgó.
Santana se bebió el resto del café. Estaba frío y amargo. La rigidez de los hombros escalaba lentamente el cuello y le atenazaba los músculos como dedos de acero. Se estiró y trató de destensarse para recuperar la calma. Posiblemente, Brittany tenía razón. Lo mejor era dejarlo.
Después de todo, por mucho que Santana intentara creer que aquella aventura era como las demás, no lo era. Y no quería obsesionarse así.
Steve se acercó y ella pidió otro café y un chupito de Sambuca negra para acompañar. Tenía que dominar su deseo antes de que éste la dominara a ella. Era una lástima que entre Brittany y ella no pudiera haber nada.
Podrían haberlo pasado bien un tiempo. De todos modos, aunque fuera antes de lo previsto, Santana tendría que seguir adelante y punto. Como hacía siempre.
Sacó una carpeta y un bloc de notas del maletín y centró su atención en los anuncios que tenía que escribir.
El viernes siguiente por la tarde, Santana franqueó la puerta de cristal de la oficina a las seis. Como siempre a esas horas, la oficina estaba prácticamente desierta. Sólo se oía la voz de Kitty flotando al fondo del pasillo.
Santana dio un salto cuando apareció una cabeza detrás del mostrador. Era el propietario de la compañía y director gerente, Harry Allcock padre.
—Buenas tardes, Harry. —Santana le dirigió una sonrisa.
Al verla, pestañeó con una expresión vacía en el rostro. Farfullando para sí, se dedicó a revolver los papeles de la mesa de Karen. Harry solía evitar a los empleados y era raro verlo por la oficina. Su hijo, otro Harry, era el director general y quien llevaba el negocio.
Normalmente Santana sólo veía a Harry padre en las reuniones de ventas trimestrales, a las cuales asistía en silencio sentado en un extremo de la mesa de la sala de juntas, mojando galletitas en el té con aire despistado.
Santana fue a su despacho Kurt había llamado hacía un rato y le había dicho que quería verla urgentemente, así que había quedado con él en el Café Q a las seis y media. Seguro que querría cambiar otra vez de preferencias en su interminable lucha por encontrar algo del gusto de Robert.
Karen la había telefoneado para decirle que el día anterior habían llegado de imprenta folletos nuevos de tres apartamentos y Santana quería coger un ejemplar de cada uno para llevárselos a Kurt.
Kitty, al teléfono, le sonrió a Santana cuando ésta entraba en su despacho.
Karen le había dejado los folletos sobre la mesa. Los examinó atentamente, satisfecha e impresionada. Metió unos cuantos de cada en el maletín.
Necesitaría tener de sobra para las visitas de la mañana siguiente. Vio de refilón una sombra en el umbral y levantó la vista a tiempo de ver pasar a Harry por delante de su puerta. Como siempre, caminaba con la cabeza gacha y hablando entre dientes, mientras se estiraba el labio inferior. Llevaba el poco pelo blanco que le quedaba peinado todo hacia un lado para disimular la calva, pero lo traicionaba un fallo enorme a modo de mueca rosada a lo largo de la cabeza. No la extrañaba que fuera raro, pensaba Santana.
Un apellido como Allcock debía de ser una carga para toda la vida. Menos mal que por lo menos había tenido la sensatez de no ponerle su nombre a la empresa Kitty colgó y giró la silla para ponerse de cara a Santana.
—Estaba a punto de llamarte. ¿Dónde coño te has metido toda la semana?
—He venido un par de veces a última hora. He estado por ahí. ¿Qué tal todo? Kitty escrutó su rostro con atención.
Sin despegar los ojos de Santana, alargó la mano para coger un cigarrillo y lo encendió. Estaba claro que algo le rondaba por la cabeza.
— ¿Quieres venir con nosotras al Café Q esta noche? Hemos quedado para tomar algo a las siete. A lo mejor nos quedamos a cenar.
—Vale, genial. Ya he quedado allí con un cliente, así que después nos vemos Kitty sacó su estuche de maquillaje y desperdigó el contenido a lo largo y ancho de la mesa. Polvera en mano, empezó a retocarse el lápiz de ojos.
Santana preparó unas notas para Karen.
Aquella mañana había visitado y tasado una casa y había que preparar la carta de empresa correspondiente —que incluía la propuesta de campaña publicitaria, el calendario y la fecha de subasta— para enviársela al cliente Kitty estaba más callada que de costumbre. Harry volvió a pasar por delante de la puerta como una sombra, de nuevo hacia recepción.
—Bueno, ¿y qué pasa con Britt? —espetó Kitty de repente, gritando desde el otro lado del pasillo.
Santana miró fugazmente el perfil de Kitty Se estaba pintando los labios, con la mirada fija en su polvera. Le dio rabia notar que se le encogía el corazón.
—Nada.
Kitty cerró la polvera con un chasquido.
—He oído que os habíais ido a la cama.
Fuera de la vista, pero obviamente no muy lejos, se oía el andar de Harry, arrastrando los pies sobre las baldosas de vinilo blancas Kitty siempre hacía lo mismo: gritar por el pasillo, airear la vida de Santana por toda la oficina.
Temblando de irritación, Santana se levantó y se plantó en la puerta de Kitty.
— ¡Por amor de Dios! —siseó—. Habla más bajo.
Sin inmutarse, Kitty se puso un poco de perfume. El aire se llenó de la dulce fragancia.
—Anda ya, no te preocupes por el bueno de Harry. Vive en su mundo.
Encendió otro cigarrillo.
—El pobre viejo no se daría cuenta de que tiene a alguien al lado hasta que le echase el aliento en el cogote.
Nerviosa, Santana espió en la dirección de Harry y se sintió aliviada al ver que salía de la oficina por la puerta principal. Una ráfaga de viento inesperada le levantó los cuatro pelos aplastados en una erección de escándalo, que parecía decir: « ¡Que os den por culo!», mientras desaparecía con la cabeza gacha y pasó cansino más allá del escaparate.
Kitty apagó el ordenador y ordenó las carpetas de su escritorio. O, mejor dicho, reorganizó el revoltijo.
—Y bien, ¿qué está pasando? He oído que Britt se ha enfadado contigo.
Santana dio media vuelta y se metió en su despacho. Un nudo le atenazaba la boca del estómago. Odiaba pensar que había disgustado a Britt.
A decir verdad, estaba avergonzada de su comportamiento —pasarse días sin llamarla—, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Además, era Brittany la que había cortado la relación abruptamente.
—Creía que en la clínica tenían cosas más importantes de qué hablar. Como de gente que se muere o así —dijo, con voz tirante.
Metió las notas en una carpeta para dejárselas a Karen sobre la mesa Kitty respondió con sequedad:
—Ya ves Rachel estaba preocupada porque Britt parecía deprimida le explicó que las cosas habían subido de tono entre Britt y tú el viernes por la noche y después se habían enfriado de golpe.
Santana se encogió de hombros.
—Pasamos la noche juntas pero no quiere un rollo tranquilo y sin complicaciones. No quiere seguir adelante. No es para tanto.
Kitty suspiró.
—Venga Santana ¿Cómo puedes dejarla ir así? Sabes que es especial: no escomo el resto de mujeres que te tiras para pasar el rato. ¡Es que no sé en qué coño piensas!
Santana sintió que el suelo temblaba y una ira extraña se apoderó de ella.
—Soy lo que soy, ¿vale? ¡No me involucro! ¡Ella lo sabe y tú ya deberías saberlo!
—No me vengas con gilipolleces, San —dijo Kitty rotundamente—. Estás colada por ella hasta los putos huesos aquella noche en la cena vi cómo te comportabas con ella. Nunca te había visto así. —Apagó el cigarrillo—.Pensaba que quizá por fin irías en serio con alguien. Ella es perfecta para ti.
Santana perdió los estribos.
— ¿Qué quieres de mí? —gritó Kitty la miró, atónita—. ¡Sí, vale, Brittany es especial! ¿Y qué se supone que tengo que hacer? ¡Hacerme un puto trasplante de personalidad? —El pecho le dolía tanto que le costaba respirar. Guardó la grapadora en el cajón de malas maneras y lo cerró de golpe—. ¿Y de qué coño va esa fijación tuya con ir en serio? ¡Por Dios! ¡Es una maldita fantasía! ¿Cuántas relaciones con «la mujer de tu vida» van ya? ¿Cuál es Marley? ¿La quinta? ¿La sexta?
Kitty dio un respingo Santana nunca perdía los nervios. Ella misma estaba sorprendida de su comportamiento.
Era como si otra persona hubiera escupido aquellas palabras tan llenas de furia. Joder, ¿qué le estaba pasando? Poco apoco, los ojos de Kitty se llenaron de lágrimas y Santana se desmoronó. Se levantó y se le acercó.
—Lo siento, no quería decir eso.
Kitty la empujó y se alejó furiosa por el pasillo hacia el lavabo de señoras.
Santana la siguió, pero Kitty le cerró la puerta en las narices.
—Venga, Kitty —la instó Santana, de pie ante la puerta cerrada.
— ¡Y a mí que me importa que tires el resto de tu vida follando con quien te dé la gana! —Resonó la voz indignada de Kitty—. ¡Espero que Brittany encuentre pronto a una mujer de verdad. ¡No hay quién te entienda!
Santana puso los ojos en blanco y suspiró.
—Voy a ver a mi cliente. Nos vemos en el bar —dijo, con cansancio.
Volvió a su despacho y cogió sus cosas.
Tras dejar la carpeta sobre la mesa de Karen, fue a encontrarse con Kurt.
Cuando Santana llegó, diez minutos después, ya había una pequeña multitud reunida en torno a la barra Kurt estaba sentado en un taburete y agarraba un vaso con ambas manos, mirándolo fijamente. Tampoco parecía que hubiera tenido un gran día.
Santana se sentó en el taburete de al lado.
—Hola —lo saludó, con una sonrisa.
Kurt la miró fugazmente y esbozó una débil sonrisa antes de volver a pegar los ojos en el vaso.
— ¿Un Barbados, San? —preguntó Steve.
Santana asintió.
—Gracias. Y ponle otra copa a Kurt.
Steve sirvió su bebida y llenó nuevamente de vino el vaso de Kurt.
Santana se bebió medio vaso de ron de un trago y esperó a que Kurt hablara.
Al rato, Kurt inspiró profundamente, de manera entrecortada.
—Se acabó —dijo—. No vamos a comprar la casa de los huevos —suspiró—. Robert se ha buscado otro novio. Me ha dejado.
Hundió los hombros y empezó a sollozaren silencio. A Santana no la sorprendió, pero se compadeció de él.
—Lo siento —le dijo cariñosamente.
—Me lo prometió, ¿sabes? Teníamos un acuerdo.
—Ya, pero son cosas que pasan.
Sobre todo con capullos como Robert, pensó Santana Miró a Steve y asintió.
Éste volvió a llenarle el vaso a Kurt.
—Estábamos de acuerdo en que si alguna vez conocíamos a alguien verdaderamente mono lo llevaríamos a casa. ¡Y va y se me enamora, joder!
Santana lo miró sin entender.
— ¿Llevarlo a casa?
Kurt se volvió hacia ella llorando a lágrima viva.
— ¡Lo compartiríamos!
Santana miró a Steve de reojo y éste sonrió.
—Ah, vale. Ya veo —murmuró Santana.
Otro ejemplo glorioso del verdadero amor. Sorbiendo las lágrimas, Kurt se inclinó de nuevo sobre el vaso. Por Dios, pensó ella. Ahora no estaba de humor para quedarse allí sentada viendo a Kurt ahogar sus penas en Chardonnay. Se acabó el ron.
—De todos modos, gracias por haber sido tan amable y enseñarnos todas esas casas —dijo Kurt, bajando del taburete.
—De nada —repuso ella con una sonrisa—. Espero que todo te vaya bien.
Se despidieron y Kurt se marchó.
Santana pidió otro Barbados justo en el momento en que Marley y Kitty entraban en el café.
—Hola, San.
Marley le dio un abrazo Kitty le giró la cara y permaneció de pie casi de espaldas a Santana.
—Dice que le has gritado —explicó Marley—. Ya le he dicho que tiene que dejar de intentar casar a todo el mundo, pero...— Se encogió de hombros con impotencia y esbozó una amplia sonrisa—. Ya sabes.
Santana le pasó el brazo por los hombros a Kitty.
—Siento mucho haber perdido los nervios. No puedes estar enfadada conmigo. No lo soportaría. —Kitty le lanzó una mirada fugaz Santana sonrió y la besó en la mejilla—. ¿Qué tal una copa de champán?
Kitty sonrió con una cierta reticencia.
—Que sea Moét —dijo—. Y te perdono porque lo tuyo es mal de amores.
Santana frunció el entrecejo al oír lo del «mal de amores», pero prefirió no discutir. Se volvió hacia Steve y pidió una botella de Moét Marley soltó una risita y le rodeó la cintura a Kitty con el brazo.
—Será mejor que no cojas por costumbre lo de enfadarte con ella. Te acabará saliendo muy caro.
Santana sacudió la cabeza en señal denegación.
—No sé qué mosca me picó.
—Aquí está Britt —dijo Kitty, cogiendo la copa de Moét de la barra le sonrió a Santana con cara de inocencia—. Olvidé mencionarte que vendría con Rachel y Quinn.
Se volvió hacia la puerta justo cuando Brittany entraba con las demás. A Santana se le aceleró el pulso.
Desde su conversación telefónica del miércoles, se había convencido de que estaría preparada para aquello, que la próxima vez que viera a Britt aguantaría el tipo con tranquilidad. Pero estaba de todo menos tranquila. El resto del local se volvió borroso: sólo existía Brittany acercándose a la barra.
Llevaba una falda de lino estrecha y ajustada, de color rosa, que le llegaba justo por encima de las rodillas, con un top sin mangas a juego y zapatos de tacón alto negros. El color aún resaltaba más su piel radiante.
En respuesta a algo que le dijo Quinn, Britt esbozó una de sus arrebatadoras sonrisas y se echó el pelo hacia atrás. Entonces levantó la vista y se encontró con Santana Durante una fracción de segundo, sus ojos se llenaron de inquietud.
Santana se distrajo un momento saludando a Rachel y a Quinn Cuando se volvió de nuevo hacia Brittany, ésta sonreía con naturalidad.
—Hola, Santana.
Su voz profunda le arrancó un escalofrío, pero esbozó una sonrisa informal y dijo:
—Me alegro de verte.
—Vamos a coger mesa —dijo Rachel.
Santana fue incapaz de apartar los ojos de Britt mientras las demás se ponían en movimiento. Britt le sostuvo la mirada con una intimidad que le cortaba la respiración.
Entonces, con una sonrisa de compromiso, se dio la vuelta para seguir a sus amigas.
—Espera —dijo Santana—. Antes tómate algo conmigo.
Britt titubeó un instante. Después asintió.
—De acuerdo.
Se sentó en un taburete y apoyó el codo en la barra con naturalidad. La falda sele subió unos centímetros. A Santana se le puso el corazón a cien al contemplar el trozo de muslo que quedaba al descubierto. Aquel muslo perfecto, aterciopelado y dulce como la miel que Santana había saboreado como si fuera un caramelo.
—Un Sloe gin con tónica, por favor.
Mientras la oía pedir, Santana se preguntaba si, bajo tanta desenvoltura, Brittany estaría tan turbada como ella.
Buscó desesperadamente un tema de conversación, lo que fuera, para que Britt se quedara con ella un rato.
Britt tragó saliva y echó una mirada circular por el local. Se retorció, nerviosa, el dobladillo de la falda. Al mirar sus cuidadas manos, Santana recordó la imagen de aquellas mismas uñas pintadas arañándole la espalda. Se echó a temblar. ¡Por amor de Dios!, pensó tenía que haber alguna manera devolver a estar juntas, de llegar a algún acuerdo.
Santana le pasó su copa a Brittany.
—Tenemos que quedar para que veas aquellas casas que te comenté.
—Creo que voy a aparcar este tema por el momento. — Evidentemente Britt se había propuesto no volver a estar asolas con ella. Dio un sorbo de Sloe gin—. ¿Has ido a ver a tu padre?
Saber que tendría que enfrentarse a él no había hecho más que agravar la ansiedad de Santana en los últimos días.
—No, pero iré el domingo.
—Bueno. Espero que vaya bien. —Britt se levantó. Evitó los ojos de Santana y jugueteó con la fina cadena de oro que llevaba al cuello—. Humm..., creo que voy a sentarme con las demás ¿Vienes?
De pronto, toda la compostura de Santana se fue al traste. Las cosas no podían acabar así. Salvo cuando sus ojos se encontraban, se comportaban como extrañas. Se puso en pie de un salto y cogió a Britt del brazo.
—No hagas esto, nena —le dijo con voz grave era evidente que la había cogido por sorpresa—. Por amor de Dios, esto es una locura. —Podía sentir que Brittany temblaba y se moría por besarla—, Ven a casa conmigo —dijo Santana en voz baja.
Las lágrimas afloraron en los ojos de Britt y Santana sintió que se le encogía el corazón Britt miró hacia otro lado, se mordió el labio y dejó que Santana la atrajera hacia sí Santana se estremeció al hundir los labios en su cabello.
—No puedo dejarlo —le susurró—No puedo ignorarlo.
Brittany la miró a los ojos, entre lágrimas.
—Hola, Santana —ronroneó alguien detrás de ella.
De repente Britt se dio cuenta de que había una mujer al lado de Santana y se puso rígida. Enseguida, su expresión se volvió dura como una piedra.
Horrorizada, Santana se volvió. Era Tina, que le sonreía con coquetería.
—Tenía la esperanza de encontrarme contigo en algún lado. No me has llamado. ¿Te apetece tomarte algo conmigo luego?
Cogida a contrapié, Santana vaciló un instante y, antes de que pudiera responder, Tina dedicó una sonrisa rápida a Britt y se fue al fondo de la barra.
Britt liberó su brazo. Le lanzó una mirada incendiaria y dijo en tono áspero:
—Santana, no me hagas perder el tiempo.
Enfiló hacia la mesa rápidamente y se sentó con las demás.
Santana se dejó caer en el taburete y se acabó el ron Britt había estado a punto de decir que sí y Tina lo había estropeado todo. ¡Tina! Tina le importaba una mierda. ¿Acaso era culpa suya que Tina fuera una maleducada y una inoportuna? Aunque quizás aquello podía darle una pista de por qué Britt no quería seguir adelante con lo suyo. A lo mejor creía que Santana tenía intención de salir con otras mujeres al mismo tiempo y eso no le gustaba.
¡Dios! Aquello era lo último de lo que Britt tenía que preocuparse.
Santana sólo salía con una persona al mismo tiempo y estaba tan obsesionada con Brittany que el resto de mujeres se habían vuelto prácticamente invisibles. Quizá, si encontraba el momento, podía tranquilizarla a ese respecto. Aquello podía ser la clave para cambiar las cosas.
Observó a Brittany charlando y riendo con las otras. Se la veía muy cómoda.
Santana suspiró.
Brittany no se dejaría presionar. Una vez más, Santana tendría que esperar. Kitty y Marley iban a dar una fiesta el sábado por la noche para celebrar el final de la temporada de criquet. Seguro que invitarían a Brittany.
Quizás entonces, pensó Santana, podrían hablar.
El café empezaba a llenarse y la música sonaba cada vez más alta.
Un camarero se acercó a su mesa para cogerles el pedido de la cena Kitty levantó la vista y le hizo un gesto a Santana para que se uniera a ellas Santana negó con la cabeza y sonrió no se veía capaz de estar sentada al lado de Brittany sin mirarla y desear tocarla constantemente.
Optó por pasar una noche tranquila encasa y se marchó.
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Hola Hola
Nuevo capitulo espero que les guste y que me dejen sus comentarios al respecto
Saludos Y Besos
Dani(:********-*- - Mensajes : 1092
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