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FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 Primer15
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Mensaje por monica.santander Vie Feb 27, 2015 1:17 pm

Hola!!!!
Muy interesantes  los avances!!
Que lio tiene Britt en la cabeza, pobre!!
Saludos
monica.santander
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Finalizado Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )

Mensaje por tatymm Vie Feb 27, 2015 4:09 pm

Me gusto, aunque muy cortito insisto! y si san esta enamorada de britt, y al menos britt se saco de encima a su ex, besitos buen cap!
tatymm
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Finalizado Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )

Mensaje por 3:) Vie Feb 27, 2015 6:03 pm

holap dan,...

a britt ya le dijeron que san eta enamorada de ella,...
también es difícil par britt creerle a san,... por los antecedente,... pero bueno todos pueden cambiar!!!
a ve que pasa????

nos vemos!!!
3:)
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-*-*-*
-*-*-*

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Finalizado Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )

Mensaje por Dani(: Vie Mar 13, 2015 12:01 am

monica.santander escribió:Hola!!!!
Muy interesantes  los avances!!
Que lio tiene Britt en la cabeza, pobre!!
Saludos

Hola Hola! FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 1206646864

Pues aqui viene el cap FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 918367557 y mmmmmmm si supieras !

tatymm escribió:Me gusto, aunque muy cortito insisto! y si san esta enamorada de britt, y al menos britt se saco de encima a su ex, besitos buen cap!

Hola Hola! FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 1206646864

Aqui viene un grande :) y jajajaja y averemos que pasa FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 2414267551

3:) escribió:holap dan,...

a britt ya le dijeron que san eta enamorada de ella,...
también es difícil par britt creerle a san,... por los antecedente,... pero bueno todos pueden cambiar!!!
a ve que pasa????

nos vemos!!!

Hola Hola!

Exacto pero otra es que san lo acepte ! y asi es !

Saludos FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 1206646864
Dani(:
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Finalizado Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )

Mensaje por Dani(: Vie Mar 13, 2015 12:07 am

Capítulo 13


Santana subió el volumen del reproductor de CD cuando los primeros acordes de Just Give Me A Reason, de Pink, empezaron a vibrar en los altavoces del coche.

Estaba en la autopista, dirección norte, de camino a ver a Thelma. Era sábado por la tarde y habían transcurrido dos semanas desde la fiesta: dos semanas sin ver a Brittany el desvío hacia la casa de Britt apareció ala izquierda. Casi seguro que Brittany estaría allí.

Santana se preguntó qué estaría haciendo. ¿Nadar en las cristalinas aguas del embalse, con su diminuto bikini? ¿Escuchar música? ¿Cocinar? ¿Leer sentada en la veranda? ¿Estaría con alguien?

Al menos no con la dulce y agradable Diane, Kitty le había dicho que Diane se había marchado después de la fiesta y había vuelto a Sydney de una vez por todas.

Sin hacer caso del letrero, Santana se concentró en mirar al frente y pisó el acelerador algunos kilómetros pasado el desvío, echó un vistazo al velocímetro y se sorprendió al ver que iba a ciento cuarenta.

Aminoró y miró nerviosa hacia los árboles que había a ambos lados de la autopista, en busca de coches de policía con radares de mano asomando por la ventanilla. El Mustang era capaz de eso y de más, pero si la cogían a esa velocidad seguramente le quitarían el carnet. La vida ya estaba lo bastante complicada como para que, encima, le pasara eso.

Por supuesto, Britt no tardaría en conocer a otra persona. Encontraría a una mujer que pudiera darle lo que quería. Y Britt merecía tener todo lo que quería. Pero la idea de renunciar a ella se le hacía más cuesta arriba cada día.

Desde la fiesta, Santana había repetido aquel beso en su mente una y otra vez. Quería olvidarlo, pero, cuando estaba sola, no podía evitar cerrar los ojos y revivir la noche que habían pasado juntas.

Sentía a Britt entre sus brazos, su cuerpo moviéndose contra el suyo. Notaba su aroma, su sabor y su presencia como si aún formara parte de ella, como aquella noche. Pero cuando se recordaba que todo había terminado, el deseo daba paso a un doloroso vacío y el calor de su cuerpo se convertía en hielo.

Había llegado el mes de marzo y durante las dos semanas anteriores habían caído las primeras lluvias de otoño. Los prados amarillos se habían vuelto verdes y relucientes gracias a la hierba nueva. Las ovejas, que parecían de peluche y cuya lana nueva era de un blanco inmaculado, semejaban tréboles blancos espolvoreados sobre las colinas.

Cuando la llamó por teléfono, Thelma se alegró muchísimo de tener noticias suyas y le hizo mucha ilusión que fuera a visitarla Santana sintió remordimientos de conciencia por haber decidido ir a verla por un motivo oculto.

Se preguntaba cómo reaccionaría Thelma cuando le preguntara por Isabella. Y también si sería más feliz al saber la verdad. Las parcas revelaciones de su padre sólo habían servido para confundirla más. Esperaba que Thelma pudiera rellenar los huecos sin darle demasiadas sorpresas.

Media hora después, Santana llegó a la granja de ochocientos acres, una explotación diversificada de lana y trigo. El ancho camino privado que llevaba a la casa estaba flanqueado por hileras de frondosos cipreses.

Dos kilómetros más allá llegó a una verja en el lado derecho de la carretera. La cerró tras de sí y condujo por un sendero serpenteante que atravesaba cinco acres de terreno ajardinado.

Finalmente, aparcó junto a la casa. Era una granja tradicional, pintada de color crema con motivos en verde oscuro, tejado de chapa de color rojo y una veranda redondeada alrededor. Los parterres dela parte delantera estaban cubiertos de rosales colmados de tempranos capullos de color amarillo y albaricoque.

En los bordes se arracimaban macizos de campánulas de Canterbury azules.

Salió del coche con un gran ramo de gerberas rosas que había traído para Thelma las bisagras de la puerta de malla chirriaron cuando ésta salió al porche. Con una sonrisa radiante, se limpió las manos de harina en el delantal de flores.

—Hola, mi vida —la saludó calurosamente mientras Santana se abría paso hacia los escalones del porche, procurando no pisar las gallinas que cloqueaban como locas por todas partes.

Un gallo cantó estentóreamente al tiempo que Santana abrazaba a Thelma y le daba un beso en la mejilla. Thelma no soportaba tener a las gallinas encerradas en el corral todo el día, así que por la mañana, cuando acababan de poner, las dejaba sueltas.

Que Santana recordara, a las gallinas siempre les había dado por irse directas al porche, en lugar de desperdigarse por los extensos parterres y jardines, y se pasaban el día metiéndose entre los pies de la gente y mirando por la malla de la puerta.

En la cocina flotaba un aroma de pastel de naranja recién horneado que hacía la boca agua. En la mesa de pino de la cocina había una bandeja con un espectacular pastel, recubierto de mantequilla glaseada.

Thelma puso agua a hervir para hacer café y colocó las flores de Santana en un jarrón alto.

Santana no se dio cuenta de que estaba agarrotada hasta que se sentó a la mesa, relajó los hombros y notó que la tensión se desvanecía. Contempló el jardín de la cocina de Thelma por la puerta de cristal corredera que daba a la parte trasera de la veranda. El jardín estaba rodeado por una cerca blanca para que no entraran las gallinas y había plantadas frondosas matas de tomillo entre las ristras de hierbas y hortalizas.

Santana recordaba revolcarse en el tomillo de niña, embriagada por su fuerte aroma. En una esquina había un naranjo cargado de fruta; en otra, un limonero. Había judías verdes que escalaban por las varillas dispuestas en forma de cono, tomateras enredadas en los rodrigones de madera y mariposas negras y naranjas que revoloteaban sobre los calabacines, para alimentarse del polen de sus flores amarillas.

A juzgar por la nube de polvo que se veía en el horizonte y por el ruido sordo de un motor a lo lejos, Ted debía de estar cosechando el trigo.

Thelma puso las tazas, la jarrita de la leche y el azúcar sobre la mesa.

—Te he preparado una caja de fruta y verdura para que te lleves a casa. ¿Ya comes bien? —preguntó.

Santana sonrió—Sííí.

—Ya sé que no tienes tiempo de ponerte a guisar, así que te he puesto cosas que se pueden comer crudas o en ensalada. Te gustaba mucho la verdura cruda.

—Todavía me gusta. Gracias.

Con los sesenta ya cumplidos, Thelma seguía siendo una mujer robusta y seguía estando en forma; tenía unos ojos azules chispeantes, tan alegres como siempre.

Sin embargo, quizá porque ver a su padre tan desmejorado de golpe la había impresionado, Santana fue dolorosamente consciente de que Thelma estaba haciéndose mayor. Tenía el pelo completamente gris y se la notaba un poco agarrotada al hacer algunos movimientos.

Santana lamentaba no haber ido a visitarla más a menudo y no haber pasado más tiempo con ella. Los años habían transcurrido pasado sin que se diera ni cuenta.

— ¿Sabes lo de Blaine? —Thelma echó el agua hirviendo en la cafetera.

— ¿Lo de su nuevo novio? Sí, estuvimos hablando un buen rato por teléfono hace un par de meses.

Thelma suspiró.

—Espero que esta vez le vaya bien. Me preocupa que esté solo.

Santana esbozó una sonrisa de oreja a oreja Blaine se enamoraba de cinco hombres diferentes cada cinco minutos.

Nunca estaba solo.

—Oh, Adrián está bien. No te preocupes por él.
Al oír el sonido agudo del motor de una motocicleta, Santana levantó la vista y vio a Ted en el motocarro de la granja, bajando por la colina de camino a la casa.
Thelma echó un vistazo por la ventana mientras servía el café.
—Ted tenía muchas ganas de verte.

Santana se levantó sonriendo cuando entró Ted. Se abrazaron; como siempre, Ted olía a trigo, hierba y gasolina.

— ¿Cómo estás, pequeña? —preguntó, radiante.

La marca del sombrero que llevaba para trabajar en el campo le atravesaba la frente con total claridad: por encima tenía la piel muy blanca y por debajo, morenísima. Se pasó la mano por el pelo y se sentó a la mesa. Tenía el pelo cano.

Con una punzada de dolor, Santana se dio cuenta de que pronto tendrían que vender la granja. No tenían a quién dejársela. Se acordaba de cuando era pequeña y seguía a Ted a todos lados mientras hacía diferentes tareas en la granja.

Le llevaba las herramientas cuando reparaba los cercados y él la dejaba darle a los clavos con el martillo. Siempre se mostraba paciente a la hora de responder a sus preguntas y lograba que se sintiera inteligente y capaz.

Una vez, debía de tener seis o siete años, nada más recogerla en la estación, Ted le dijo:

«En casa tengo una sorpresa para ti». Al llegar la cogió de la mano y la condujo a uno de los cobertizos que había cerca ele la granja, donde criaba ovejas.

Bajo un rayo de luz enturbiado por la pelusa del aire, una de sus ovejas merinas premiadas amamantaba a un cordero recién nacido. No tenía ni un día y apenas se mantenía de pie sobre sus patitas larguiruchas.

A diferencia de su madre, cuya lana era de color crudo, estaba recubierto de una capa de lana, suave y rizada, de color chocolate. Ted se quitó el sombrero y se rascó la cabeza.

—Parece ser que uno de los carneros de Thelma ha saltado la cerca —dijo desordenó los rizos de Santana con una sonrisa deslumbrante—. El caso es que es una preciosidad, con sus ricitos oscuros, y me recordó a ti. He pensado que, cuando se destete, te lo podrías quedar de mascota.

Al mirar el corderito, Santana notó un nudo en la garganta. Quería cogerlo en brazos y estrujarlo ya mismo. Parpadeó para contener las lágrimas, se mordió el labio y se limitó a asentir. Al cabo de una semana la dejaron cogerlo Santana todavía recordaba la sensación de su cuerpecillo tembloroso en los brazos y el dulce olor a leche de la lana. Lo adoraba. Lo llamó Bessie.

Durante cinco años, hasta que murió, Bessie acudía siempre que Santana lo llamaba.

Thelma les sirvió unas buenas porciones de pastel de naranja. Charlaron sobre la granja, el trabajo de Santana y Blaine durante alrededor de media hora.

Después Ted tuvo que volver al trabajo.

Le dio un beso de despedida, salió y, tras encasquetarse su maltrecho sombrero, desapareció de la vista por la puerta trasera.

— ¿Más café? —preguntó Thelma.

—Vale. Siéntate, ya lo hago yo. —Santana se levantó y puso agua a hervir para preparar otra cafetera. No sabía cómo sacar el tema de Isabella.
Carraspeó.
—Esto..,, yo..., hay algo que quería preguntarte. —Thelma asintió, mientras cortaba más pastel—. Sobre mi madre.

Thelma levantó la cabeza bruscamente.

Miró a Santana, atónita, y se puso blanca.

—Había perdido la esperanza de oírte decir eso —dijo con voz queda—.Cuando eras pequeña intenté con todas mis fuerzas que no te olvidaras de ella. Te enseñaba fotos...
Santana sonrió, irónica.

—Hasta que un día les metí un tijeretazo.

Thelma asintió.

—Vi que era mejor no insistir en el tema. Estaba segura de que cuando te hicieras mayor dejarías de estar tan enfadada con ella. Tuve un disgusto muy grande cuando te envió aquella carta y no quisiste ponerte en contacto con ella—Sin previo aviso, sus ojos se llenaron de lágrimas—. Creo que a Isabella se le volvió a romper el corazón.

Santana sintió un cosquilleo en la piel.

— ¿Qué significa eso? ¿Que se le volvió a romper el puto corazón? Durante años no recibo ni una palabra suya. ¡Y de repente me llega una carta de mierda! —Llevó la cafetera a la mesa y se sentó—.Nada de esto tiene sentido. El otro día voy a ver a mi padre para preguntarle sobre todo el asunto y me dice que mi madre quería llevarme con ella. ¿Por qué dejó que se lo impidiera?

Thelma suspiró y removió el azúcar del café. —Fueron unos días espantosos —murmuró—. Richard acudió a los tribunales para que la alejaran de ti, alegando que era una mala madre.

— ¿Qué hizo? ¿Montaba orgías cuando él estaba fuera? ¿Era alcohólica, drogadicta?
Thelma puso los ojos en blanco.

—Poco después del divorcio se trasladó a Sydney. Pero mientras eras pequeña se mantuvo en contacto conmigo todo el tiempo, me preguntaba por ti, por cómo te iba. Yo le enviaba fotos tuyas o copias de trabajos del colegio.

Santana sintió que el corazón le latía con fuerza. Todo aquello no encajaba en absoluto con la imagen que se había hecho de Isabella. Una vez más, las cosas no eran blancas o negras, sino grises.

—A partir de los diez años empezaste avenir con menos frecuencia, así que yo tenía menos cosas que explicarle y al final perdimos el contacto. Hasta que llegó aquella carta para ti.

— ¿Pero qué es lo que hizo? ¿Qué tenía de malo?

Thelma sacudió la cabeza.

—Tiene que ser Isabella quien te cuente toda la historia. Pero no era ni alcohólica ni drogadicta. —Sonrió—. Y nunca oí nada de orgías.

Santana negó vehementemente con la cabeza.

—No quiero hablar con ella y tampoco quiero que sepa que estoy haciendo preguntas sobre ella.

—Hace diez años que no sé nada de ella. Lo último que me llegó fue una tarjeta de Navidad con su nueva dirección, por si te pasaba algo y tenía que ponerme en contacto con ella. O por si tú cambiabas de opinión algún día, supongo. Se mudó a Queensland.

Thelma limpió las migas de pastel de la mesa, se las echó en la mano y después sobre la bandeja.

—Sólo sé lo que pasó por encima: que se peleó con Richard, que se marchó nunca llegué a conocerla muy bien y no sé los detalles de la historia. No quiero contarte lo poco que sé y que creas que con eso tienes bastante. —Se puso de pie y llevó los platos al fregadero—.Tienes que hablar con Isabella. Le hará muchísima ilusión saber de ti. Estoy segura.

¡Dios!, pensó Santana ¿Por qué tenía que ser tan complicado? Con que le contaran los hechos pelados de una puñetera vez sería suficiente. Así podría olvidarse de toda aquella locura.

—Bueno, seguro que se fue con alguien. — Santana miró a Thelma, pero esta se entretuvo en el fregadero y no contestó—. Tuvo una aventura, ésa es la cuestión. Mi padre dice que le rompió el corazón.

—Ah, sí, lo hizo. Y él se lo hizo pagar con creces. Le quitó a su hija. —Cuando Thelma se volvió hacia Santana, secándose las manos en el delantal, tenía los ojos llenos de lágrimas.

Santana sintió un nudo en la garganta y también se le saltaron las lágrimas.

Cerró los ojos para contenerlas e inspiró profundamente.

— ¿Entonces se casó con él? ¿O también lo dejó al cabo de un tiempo?

Thelma la miró de hito en hito durante un largo instante.

—Lo último que supe es que Isabella seguía con Chris. —Se dirigió a la puerta—. Voy a buscar la tarjeta que te decía. Sé dónde la tengo.

Al cabo de unos minutos regresó con ella y copió en un papel la dirección y el número de teléfono.

Santana leyó la tarjeta. No decía gran cosa, pero se despedía diciendo: Por favor, no dudes en ponerte en contacto conmigo si hubiera cualquier cosa sobre Santana que debiera saber. Espero que esté bien y que sea feliz. Nuestros mejores deseos, Chris y Bella.

Santana sintió que la cabeza le daba vueltas. En todos aquellos años jamás se le había ocurrido que Isabella pensara en ella. Pero pensar en ella no era suficiente, se recordó Santana No eran más que palabras.

Thelma le dio el papel.

—Tendrás que decidir qué quieres hacer.

El pecho le dolía Santana dobló la nota y se la metió en el bolsillo. Se encogió levemente de hombros.

—Me lo pensaré.

Era hora de irse. Thelma le dio la caja de fruta y verduras, y la acompañó al porche.

Al abrir la puerta, las gallinas se dispersaron Santana abrazó a Thelma con fuerza.

—Siento haber tardado tanto en venir a veros. Y no haber venido en Navidad y todo eso...

Aquel año, Blaine tampoco había pasado las Navidades con ellos. Invitó a Santana a pasar las fiestas con él y con unos amigos comunes en Sydney. Ella aceptó y lo pasaron en grande con la fiesta, pero ahora se sentía muy culpable y triste al imaginarse a Ted y Thelma pasando la Navidad solos. Thelma sonrió, afable, y se encogió de hombros.

—No pasa nada. Sé que tienes mucho trabajo.

—Te llamaré dentro de unas semanas para venir a pasar un par de días. O si Ted puede tomarse unos días libres después de la cosecha, podríais veniros a Melbourne. Podéis quedaros en mi casa y yo os llevaría a cenar por ahí y a ver alguna función.

Thelma rió entre dientes.

—Suena muy bien. —Besó a Santana en la mejilla—. Conduce con cuidado y cuídate.
La imagen de Thelma quedó en marcada en el retrovisor mientras Santana se alejaba por el camino de entrada.

Agitaba la mano, sonriente y rodeada de gallinas que se le enredaban entre las piernas, a la espera de que le lloviera grano del delantal de margaritas amarillas. El gallo cantó como despedida y la estampa fue engullida por los árboles.

Un aluvión de imágenes desfiló ante sus ojos, como si fueran instantáneas: recuerdos de la granja, de Isabella antes de que desapareciera. Su vida podría haber seguido muchos caminos, pero las decisiones las habían tomado otros antes de que ella fuera lo bastante mayor como para tener voz y voto.

Cuando a los dieciocho sí le dieron la oportunidad de elegir, se mantuvo fiel al único rumbo que conocía. Ahora tenía una nueva oportunidad de alterar ese rumbo.

Llevaba esa oportunidad doblada en el bolsillo y le quemaba como un polvorín.

Podía desactivarlo: tirarlo antes de que le explotara en la cara. ¿De verdad quería oír decir a Isabella que abandonarla había sido lo más fácil, que no había merecido la pena luchar por ella? ¿Tan necesario era revivir sus miedos y recordar cómo lloraba por las noches y llamaba a una madre que nunca venía? Cuando se marchó Isabella, Santana perdió la noción de su propia existencia durante meses se sentía literalmente invisible y se sorprendía cuando alguien la miraba o le hablaba directamente.

Durante meses apenas pronunció palabra. Con el tiempo había reconstruido la noción de su identidad y ésta excluía a Isabella. Su madre llevaba enterrada en lo más recóndito y oscuro de su mente tanto tiempo que resultaba difícil volver a hacerle sitio y verla bajo una luz diferente.

El desvío hacia casa de Brittany quedaba cerca. De pronto, Santana se puso muy nerviosa Brittany le había dicho claramente que se mantuviera alejada de ella, pero su cuerpo, sus ojos, sus labios... decían otra cosa.

Santana se sentía morir sólo con pensar en ella. La intimidad que habían compartido la noche que pasaron juntas la había asustado entonces y aún la asustaba ahora, pero el vacío que sentía sin ella era peor Santana creía que lo sabía todo sobre el sexo, pero Brittany le había enseñado que le quedaba mucho por aprender.

La conexión que había sentido con ella había sido extraordinaria. Era como si sus cuerpos, sus mentes y sus emociones hubieran quedado entretejidos con hilos de seda y flotaran como uno solo en una dimensión erótica que no había experimentado jamás.

Hasta ese momento Santana sólo había conocido la parte física. Conocía los juegos eróticos, los roles, las fantasías eran técnicas que había aprendido en la adolescencia y perfeccionado en la edad adulta Brittany le hablaba de poner en juego sentimientos, de sexo maduro.

Sin duda, se refería a la intimidad. Pero tenía que ser posible tenerlo todo sin perder la cabeza.

El letrero de desvío se hizo visible en la distancia.\ Completa, pensó. Así la hacía sentir Britt.

Aquel letrero era su última oportunidad. Si pasaba de largo, sería el final. Enterraría su deseo y almacenaría todo recuerdo de Brittany en su memoria, como en un álbum de fotos como había hecho con Isabella. Aprendería a vivir con el vacío que había dejado Brittany.

Pero la necesidad la consumía y sentía la llamada del deseo de Brittany el precio era alto, había que calcular el riesgo, pero Santana ansiaba volver a sentir aquella conexión.

Echó un vistazo al retrovisor: no había nadie en la carretera. Rápidamente, sin reducir apenas la velocidad, dio un volantazo a la derecha y tomó el desvío hacia casa de Brittany Era una noche calurosa y sentía el viento en la cara y en los brazos como si la acariciaran con guantes de raso.

Los eucaliptos a ambos lados de la estrecha carretera se tiñeron de rosa con la luz del atardecer. Unas formas oscuras, inmóviles bajo los árboles, se movieron de repente y dos canguros que estaban comiendo se alejaron a brincos por el prado cuando pasó por su lado a toda velocidad.

Agarraba el volante con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. El corazón le iba a cien. ¿Qué le diría a Brittany? ¿Le cerraría la puerta en las narices? Santana recordó su último encuentro, cuando Britt se fundió en sus brazos y su enfado desapareció.

Aquello le dio confianza. Britt era fuerte, pero su deseo también. Otro beso como el dela última vez y pasarían la noche enredadas la una en los brazos de la otra.

Las ruedas crujieron suavemente sobre la grava del camino al acercarse a la casa. Quizá Britt no estaba. Contuvo el aliento de pura expectación y estuvo atenta a los caballos. Si Britt estaba con amigos, sería una situación muy incómoda.

Se le encogió el corazón sólo de pensar que podía encontrársela con otra amante. Poco a poco los árboles clarearon. El espacio de césped que rodeaba la casa estaba teñido de rosa y la silueta del edificio se recortaba en el cielo color frambuesa. Rayos de luz rojos como la sangre le herían la retina al reverberar en las ventanas. Los grillos cantaban; las ranas croaban. El coche de Brittany estaba en el aparcamiento.

Santana salió del coche y se miró la camiseta blanca sin mangas y los vaqueros descoloridos que llevaba, gastados y deshilachados en las rodillas.

Si hubiera planeado aquella visita se habría vestido para causar sensación.

Pero, más que la ropa, pensó mientras se acercaba a la puerta principal, lo importante era parecer tranquila, relajada y con todo bajo control. Tomó aire y llamó a la puerta.

Tras lo que le pareció una eternidad, la puerta se abrió Brittany apareció ante ella bañada por una luz rosada y la miró directamente a los ojos con expresión pétrea. Los ojos le relampagueaban, el cabello reluciente le caía sobre los hombros. Llevaba puesta una sencilla camiseta sin mangas, negra y sedosa, y unas braguitas de bikini que eran poco más que un tanga.

Estaba tan sexy que por un momento Santana se sintió inestable. Le costaba respirar en aquella atmósfera de color de rosa.

Tras otra eternidad, Britt dijo con su voz profunda:

— ¿Qué haces aquí?

Santana se encogió de hombros ligeramente y metió las manos en los bolsillos.

—Yo, eh..., quería disculparme por lo de la otra semana..., por hacerte enfadaren la fiesta y eso.

Britt apartó la mirada y los ojos se le llenaron de lágrimas. Con gesto airado se echó el pelo hacia atrás y apretó los labios, tratando de mantener la compostura. Entonces, despacio, paseó los ojos por el cuerpo de Santana una vez más.

Cuando levantó la vista y sus miradas se encontraron, la expresión de Brittany era de rabia contenida.

—No me vengas con gilipolleces —dijo con voz ronca—. No has venido para eso.

Agarró a Santana de la camiseta sin previo aviso y la atrajo con un tirón brusco e increíblemente fuerte.

—Has venido para esto —resolló contra los labios de Santana.

Después la besó con una pasión desatada y salvaje.

Santana notó una descarga que se extendió por todo su cuerpo como un fuego abrasador. Le fallaron las piernas y perdió el mundo de vista. Ebria del perfume de Brittany, le acarició las caderas. Britt jadeó, se apartó y retrocedió hacia el recibidor Santana entró y Britt cerró la puerta.

Santana avanzó hacia ella, pero Brittany retrocedió de nuevo. La luz frambuesa entraba a raudales por el cristal de encima de la puerta, teñía el suelo encerado, salpicaba las paredes. Recortada a contraluz, Britt se quitó la camiseta y la tiró al suelo.

Santana contempló su espléndido cuerpo sin respiración.

—Vamos —dijo Britt en voz baja y seca.

Se volvió y avanzó pasillo abajo hacia el dormitorio.

La mente de Santana era un torbellino bajo el fuego y la pasión, una sensación de frío en el estómago le decía que algo iba terriblemente mal.

Las cortinas a medio correr creaban un fondo apagado de flores de color amarillo pálido, que se reflejaba en el edredón Britt se sentó en el borde dela cama, en medio de aquel prado de flores silvestres, y se inclinó hacia atrás con las piernas separadas, las manos apoyadas sobre la cama y el cabello hacia atrás como una cascada.

Su expresión era serena, pero los ojos le ardían.

La pasión que la desbordaba rebullía oculta y con su fuego abrasaba a Santana, al tiempo que la hería con su calma glacial.

—Ven —ordenó Britt con frialdad.

Santana fue hasta ella, poco segura de que las piernas la sostuvieran. Miró al techo con el corazón palpitante y después cerró los ojos.

Oyó la respiración agitada de Britt, notó el tirón con el que le desabrochó el cinturón, le abrió la cremallera de los vaqueros y se los bajó. Cuando la oyó gemir, se echó a temblar y, al sentir la caricia cálida y húmeda de su lengua sobre el estómago, no pudo soportar la agonía por más tiempo.

Agarró a Britt de los hombros y la tumbó de espaldas. Se quitó los vaqueros rápidamente y montó ahorcajadas sobre ella. De rodillas, se inclinó y la besó, saboreando su boca.

Britt arqueó su cuerpo para apretarse contra Santana y le arañó la espalda por debajo de la camiseta. Dejó escapar aquel gruñido grave tan sexy. Era el sonido que confirmaba que Brittany le pertenecía y, nada más oírlo, Santana sintió que la pasión la desbordaba.

El cuerpo de Britt, tembloroso y anhelante de sus caricias, volvía a ser suyo.

Santana la besó con ternura y después le cubrió de besos la garganta, los hombros y finalmente los pechos, excitándolos con la punta de la lengua.

Britt jadeó cuando Santana succionó sus pezones erectos, primero uno y después el otro. Después le acarició el cabello mientras Santana le lamía el estómago y descendía hacia los muslos Santana gimió de placer cuando su lengua descubrió la sedosa tira de las braguitas de Britt, que apenas ocultaban su esencia.

Embriagada con el aroma celestial del deseo de Britt, ansiaba saborearla desesperadamente, quería bebérsela entera. La estrecha tira de tela oscura y brillante que tenía entre las piernas estaba empapada.

Temblando de placer, Santana la recorrió con la lengua Britt emitió un gemido y adelantó las caderas. Santana apartó la tela.

—Dios... —jadeó, penetrándola con la lengua.

Los dedos que se enredaban en sus cabellos se crisparon de repente Britt le apartó la cabeza.

—Follame —soltó sin más rodeos.

Las palabras golpearon a Santana como si la abofetearan. Miró a Brittany, sorprendida, pero ella mantenía los ojos cerrados.

Tenía la respiración agitada y el rostro impertérrito Santana sintió que le oprimían el pecho como si le fuera a estallar. ¿Por qué le dolían tanto esas palabras? Cuando se las decían otras mujeres la excitaban aún más.

Y entonces Brittany empezó a llorar y sus lágrimas se derramaron bajo los párpados cerrados, como la marea que desborda un dique.

Santana notó un nudo en la garganta y no pudo contener su propio llanto. Besó a Brittany con cariño.

— ¿Qué te pasa, mi vida? —susurró.

Britt no contestó. Apretó la mano de Santana entre sus piernas Santana le introdujo los dedos con los ojos llenos de lágrimas y los movió con suavidad, sin dejar de mirar su rostro insondable.

—Más fuerte —siseó Brittany.

Con el corazón encogido y una terrible sensación de vacío en su interior, Santana hizo lo que Brittany le pedía.

Contempló su rostro impávido hasta que las lágrimas lo volvieron borroso.

Ahogó los sollozos que le agarrotaban la garganta y hundió el rostro entre los pechos de Brittany Oyó el palpitar de su corazón y se balanceó al ritmo de su cuerpo.

La conexión. Había desaparecido. Esta vez no eran como una sola persona.

Brittany no lo permitía. Como las demás mujeres que Santana había conocido, Britt obtenía de ella lo que quería y, sin duda, después le daría lo mismo a cambio.

Las otras mujeres solían presionarla, la empujaban, la urgían como parte del juego.
«Follame, Santana», decían a menudo. Y Santana las miraba a los ojos, acalorada y enrojecida como ellas, y se deleitaba en darles lo que pedían.

Pero Britt no era como ellas. La última vez no quiso que Santana le hiciera un número, quiso sólo a Santana.

A diferencia de las demás, Britt le había dado y ella había recibido. Gracias a su poder, Santana se había sentido fuerte, incluso mientras yacía temblando como un cordero en sus brazos.

Britt se estremeció Santana miró, ansiosa, su rostro exquisito. Seguía con los ojos cerrados y las pestañas empapadas de lágrimas.

Mírame.

La sensación de frío en el interior de Santana empezó a extenderse por todo su cuerpo, como tentáculos de hielo que se abrían paso a través del fuego.

Britt arqueó las caderas y gimió entre espasmos y temblores. Sus contracciones asían a Santana y la llevaban más y más hondo.

Mírame.

Santana abrazó a Britt con fuerza, luchando por retener el llanto.

Britt se relajó y suspiró. Abrió los ojos y miró a Santana durante largos segundos.

La atrajo hacia ella y la besó con una pasión lenta y sensual. El fuego prendió de nuevo con fuerza. Santana se estremeció. Britt le acarició la espalda y la parte interior del muslo; enseguida el sexo a través de las bragas.

Santana gimió. Y entonces detuvo la mano de Brittany Negó con la cabeza.
—Así no.
—Es lo que quieres —dijo Britt en voz queda—. Y ahora mismo es lo que quiero yo también. Es para lo que has venido.

Santana no comprendía a qué jugaba Brittany Lo único que sabía es que le estaba haciendo más daño del que nadie le había hecho nunca —al menos en lo que recordaba de su vida adulta— y no entendía ni cómo ni por qué. Se mordió el labio y sacudió la cabeza de nuevo.

Britt le acarició el rostro y le limpió las lágrimas. Entonces se sentó, la besó en la mejilla, se levantó de la cama y salió de la habitación.

Temblando por la tensión, Santana se apretó el pecho con el puño, tratando de mitigar el dolor asfixiante de aquella especie de roca que la aplastaba por dentro.
Volvía a tener ganas de llorar y cerró los ojos para reprimir las lágrimas. En la sala de estar, al fondo del pasillo, se oía música. El tercer movimiento de Beethoven, La tempestad. Quizá Britt tendría una explicación, pensó. Quizás aún podía salvarse algo. Se vistió y recorrió el pasillo.

Se apoyó en el marco de la puerta de la sala de estar. Fuera estaba oscuro y las cortinas austríacas de color albaricoque estaban bajadas. Los brazos de palo de rosa de las butacas antiguas tapizadas brillaban con la luz suave delas lámparas.

Britt estaba de pie junto a un magnífico aparador Victoriano con espejo; se había vuelto a poner la camisola que había tirado al suelo y estaba sirviéndose una copa de coñac con un cigarrillo entre los dedos. Al ver el reflejo de Santana, se volvió hacia ella.
— ¿Coñac?

Santana asintió y atravesó la estancia poco a poco. Britt le sostuvo la mirada mientras le pasaba una copa abombada.

Santana notó un cosquilleo cuando sus dedos se tocaron. Britt fue entonces hasta la gran chimenea y apoyó el codo en la repisa de mármol blanco. Mirando a su alrededor, le dio una calada al cigarrillo y exhaló el humo lentamente.

Santana apartó los ojos de las increíbles piernas de Britt y se bebió el coñac de un trago. Se sirvió otra copa con la garganta todavía ardiendo. Se sentó en el sofá. La música subió de intensidad y después se calmó.

Santana carraspeó.

— ¿De qué va todo esto?

Britt dio un sorbo de coñac. Se hizo un largo silencio, roto sólo por la música.

Brittany no quería colaborar.

—Actuabas como si quisieras tenerme y matarme al mismo tiempo.

Britt dio otra calada.

— ¿Qué significa esto?

La tempestad, programada en modo repetición, acabó y volvió a empezar las vertiginosas notas de piano eran melancólicas y misteriosas.

Britt se pasó la mano por el pelo y apagó el cigarrillo en un cenicero que había sobre la repisa de la chimenea.

—Sencillamente que te deseo demasiado y no puedo resistirme a ti.

Una oleada cálida enterneció a Santana desde lo más profundo de su alma Britt encendió otro cigarrillo.

—Pero intentaba controlarme, para protegerme. Siento que te haya parecido que quería matarte. —Sonrió débilmente—. Eso sería lo último que querría hacer—Santana cogió un cojín de terciopelo granate, lo abrazó y jugueteó distraídamente con las sedosas borlas— No puedo permitirme darte tanto y recibir tan poco a cambio.
Santana estaba desconcertada.

—Pero la última vez... —barboteó—.La última vez fue diferente...

Britt fue al aparador y se puso otra copa. Dio un sorbo y, dándole la espalda a Santana, musitó:

—La última vez me enamoré de ti. —Santana palideció—. ¿Y sabes por qué?—Se volvió hacia Santana con lágrimas en los ojos—. Porque me mostraste algo me llevaste dentro de ti, me dejaste meterme en tu piel, en esa piel tan hermosa, sexy y sofisticada, y memos traste a otra mujer. Una que estaba llena de amor y calor, y que era profunda y no tenía miedo. Una que encendió el fuego de mi corazón.

Santana temblaba por un momento, la idea de que Britt pudiera llegar a quererla de verdad la había hecho estremecerse de placer.

Pero aquella felicidad había quedado empañada por el peso de la responsabilidad que cayó aplomo sobre sus hombros. Aún peor que el miedo de permitirse amar a Britt era la terrible certeza de que no sabía cómo quererla.

De nuevo junto a la repisa de la chimenea, Britt miró al techo y exhaló una nube de humo plateada.

—Esa otra mujer me susurraba con tus labios y me miraba a través de tus ojos, pero a la mañana siguiente había desaparecido desde entonces, cada vez que te he visto, me ha parecido verla a ella, pero después se ha esfumado incluso esta noche..., cuando no quería verlo.

La conexión, pensó Santana, con el corazón latiéndole en las sienes. De eso hablaba Brittany Era cuando la «otra mujer» aparecía, cuando Santana se dejaba llevar y se perdía en aquella otra dimensión erótica.

Las notas del piano eran débiles, pero empezaban a acelerarse Britt dejó la copa sobre la repisa.

—Creo que deberías irte —le dijo con delicadeza.

Santana la miró, inquisitiva, con la esperanza de hallar las palabras que expresaran su anhelo y su confusión pero ninguna acudió a su mente.

Britt salió y echó a andar por el pasillo. Poco a poco, Santana se incorporó y la siguió.
El lamento de los grillos y las ranas sonaba con fuerza a través de la puerta que Britt le aguantaba abierta era una noche cerrada y negra Santana titubeó, deseosa de abrazarla y besarla, pero finalmente atravesó el umbral Britt le sostuvo la mirada con aplomo. De su cigarrillo brotó una espiral de humo, que flotó lánguida en el aire en calma.

—Lo siento —murmuró Santana.

—No es culpa tuya que te quiera, Es mía—repuso Brittany con entereza.

¡Aquello no podía ser el final! ¡No podía terminar así! Santana tiritó de frío envuelta por la suave brisa nocturna.

—Pero no puedo soportarlo. Tengo que volver a verte.

Britt se encogió levemente de hombros.

— ¿Así?

No, pensó Santana. ¡Así no! ¿Pero acaso podía ofrecerle algo diferente? Se volvió sin pronunciar palabra y atravesó la veranda en dirección a su coche de pronto no podía respirar la noche la asfixiaba como si fuera un pesado sudario de terciopelo negro.

Aturdida, aspiró una bocanada de aire húmedo. La silueta de Britt seguía de pie ante la luz, escudriñando la oscuridad como si tratara de ver a Santana Y entonces cerró la puerta.

Durante un instante de pánico, Santana sintió que la oscuridad la engullía y la hacía invisible.

— ¡Mierda! —le gritó al cielo el sonido de su propia voz era tranquilizador— ¡Mierda! —gritó de nuevo, dándole una patada a la puerta del coche.

El escalofriante chasquido de la chapa inmaculada la alivió un poco. El rugido vigoroso del motor era real y reconfortante.

Los faros iluminaron la congregación fantasmal de árboles, silenciosos e impasibles Santana inspiró profundamente y se fue a casa.

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Hola Hola  FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 1206646864

Buenooooo aqui otro cap ! Que piensan que pasara en los siguientes caps ?

DEJENME SUS COMENTARIOS  FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 1206646864

Saludos
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Finalizado Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )

Mensaje por 3:) Vie Mar 13, 2015 2:29 pm

holap dan,..

me gusta que san quiera recuperar su pasado,... acerca de su mama!!!
hasta que san de cierta forma reconozca o diga lo que quiere escuchar britt se vana a segur lastimando!!!!
no me gusta verlas asi!!!!,.. a ver que pasa y si se vuelven a ver???

nos vemos!!!!
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Mensaje por monica.santander Vie Mar 13, 2015 5:08 pm

Hola!!!
No entiendo a Santana!!! ya me esta dando bronca!!!!!!
Saludos
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Mensaje por micky morales Vie Mar 13, 2015 8:30 pm

esto es muy complejo, pq san no pde permitirse querer a brit, hasta luego!
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Mensaje por Dolomiti Miér Mar 18, 2015 10:45 pm

Pero que cosa!! FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 2113258990 FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 2113258990 britt luchando contra lo que siente pero a la vez aceptándolo, y Santana solo lucha y se confunde FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 4065562827 pobres de las 2 FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 4065562827 ojalá santana deje de ser tan terca y se de cuenta de que realmente puede perder a britt si sigue en esa actitud!! FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 3718790499 FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 4065562827
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Mensaje por Dani(: Lun Abr 06, 2015 8:20 pm

3:) escribió:holap dan,..

me gusta que san quiera recuperar su pasado,... acerca de su mama!!!
hasta que san de cierta forma reconozca o diga lo que quiere escuchar britt se vana a segur lastimando!!!!
no me gusta verlas asi!!!!,.. a ver que pasa y si se vuelven a ver???

nos vemos!!!!

Hola Hola!

Asi es parte del proceso! y ya veremos ;)

Saludos FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 1206646864

monica.santander escribió:Hola!!!
No entiendo a Santana!!! ya me esta dando bronca!!!!!!
Saludos

Hola Hola!

Ya veras que pasara :P

Saludos FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 1206646864

micky morales escribió:esto es muy complejo, pq san no pde permitirse querer a brit, hasta luego!

Hola Hola!

Ya veremos porque es que no lo puede :)

Saludos FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 1206646864

Dolomiti escribió:Pero que cosa!! FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 2113258990 FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 2113258990 britt luchando contra lo que siente pero a la vez aceptándolo, y Santana solo lucha y se confunde FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 4065562827 pobres de las 2 FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 4065562827 ojalá santana deje de ser tan terca y se de cuenta de que realmente puede perder a britt si sigue en esa actitud!! FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 3718790499 FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 4065562827

Hola Hola!

Exacto ya veremos que piensan en este cap :)

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Mensaje por Dani(: Lun Abr 06, 2015 8:24 pm

Capítulo 14


«Tu padre ha muerto», dijo Thelma.

Añadió más cosas cuando la telefoneó para darle la noticia la mañana del día anterior, como cuándo había muerto, el domingo, y a qué hora, sobre las ocho dela tarde.

También dijo algo de una misa para la semana siguiente y farfulló palabras de condolencia poco firmes.

Pero aquella tarde de martes, mientras Santana empaquetaba las últimas cosas para guardarlas en la maleta, eran aquellas palabras, «Tu padre ha muerto», las que retumbaban en su cabeza.

De repente vio claro el significado de la fugacidad del tiempo, de las oportunidades que se aprovechan, se crean o se pierden.

Tres semanas antes había visto a su padre por primera vez en diez años y había sido como si lo viera por primera vez en la vida. Nunca había tenido en cuenta los sentimientos de su padre por Isabella, pero, cuando la enfermedad y la edad minaron sus defensas, le mostró otra cara de sí mismo. La había conmocionado y ahora estaba muerto. ¿Y si no hubiera ido a verlo cuando lo hizo?

Santana fue al baño y recogió sus artículos de aseo y su perfume, volvió al dormitorio y guardó el neceser en la maleta. Quizá si no la hubiera cogido tana contrapié, podría haber encontrado palabras de consuelo.

Pero seguramente no habría querido oírlas. Santana había sido la moneda con la que había hecho pagar a su mujer por sus pecados; como adulta, hacía tiempo que había dejado de serle útil.

Dijeron que había muerto de otra embolia, pero Santana creía que la amargura era la causante. Un corazón roto que no había dejado sanar. La ira le había dado fuerza todos aquellos años, pero mientras lo había ido devorando poco a poco, silenciosamente, como un tronco caído sobre el lecho del bosque que se pudre desde el interior.

Su padre y ella habían sido más parecidos de lo que le gustaba admitir.

¿Acaso ella no había cerrado la puerta a Isabella cuando ésta le rompió el corazón igual que él? Le gustaría pensar que, de estar en su lugar, se habría comportado de otra manera —que habría sido más generosa—, pero, si era sincera consigo misma y reflexionaba sobre la actitud inflexible que había adoptado con su madre toda la vida, lo dudaba.

Santana contempló el cielo plomizo por la ventana. La fuerte lluvia golpeaba los cristales. En los árboles amarilleaban ya las primeras hojas, teñidas de otoño temprano. Al parecer la lluvia se había instalado en Melbourne, de modo que era un buen momento para salir de la ciudad unos días.

Fuera hacía fresco, así que se puso un suéter de algodón con cuello de pico encima del top blanco sin mangas.

Desde el sábado por la noche, había deambulado por el mundo como en estado de trance, entumecida y confusa respecto a sus sentimientos por Brittany.

La imagen de Brittany bajo la luz de la veranda, al cerrar la puerta, le había quedado grabada en la mente, le arrebataba el calor del cuerpo y la hacía estremecer.

No podía soportar la idea de no volver a verla, pero se sentía impotente para cambiar la situación. Era consciente de que la deseaba más profundamente que a ninguna otra cosa, pero no se sentía preparada para aceptarlo y actuar en consecuencia.

Tras lograr conciliar el sueño, vencida por el cansancio, fue como si su subconsciente hubiera tomado las decisiones por ella. Por la mañana se levantó con la cabeza despejada.
Resultaba irónico, pensó, que, después de haber tenido tan poca relación con su padre, hubiera sido necesaria su enfermedad para impulsarla a desenterrar su pasado y su muerte para empujarla a la acción.

Aceptó que había cambiado. Se había abierto a emociones que se había negado a sí misma desde siempre, a una vulnerabilidad que nunca se había permitido. Y todo giraba en torno a su deseo por Brittany, Santana no podía volver atrás, a su antigua vida.

Era demasiado tarde y además no quería volver. Tampoco podría mirar hacia delante mientras su pasado obstaculizara el camino como un muro de piedra maciza.

Se enfrentaría a Isabella.

Le preocupaba no saber lo que descubriría o si, después de tanta angustia, descubrirlo le serviría de algo.

A lo mejor dando aquel paso se libraría por fin de sus temores más profundos. O quizá los alimentaría aún más. Puede que sencillamente estuviera hecha así y fuera incapaz de querer a nadie de verdad.

Además, quizá con Brittany ya fuera demasiado tarde.

Santana cerró la cremallera de la maleta y la sacó a la sala de estar. Después desvió las llamadas de su teléfono fijo y del móvil al número de la oficina. Había ido a la oficina temprano para hablar un momento con su jefe, Harry hijo, y cogerse unos días libres, y también para organizarse con Peter, el otro agente inmobiliario experimentado encargado de la compraventa de propiedades, para que se hiciera cargo de sus clientes mientras estaba fuera. Después se sentó con Kitty en su despacho y, a puerta cerrada, la puso al día sobre la muerte de su padre, sus recientes pesquisas sobre su madre y el viaje que planeaba hacer.

Kitty la abrazó y se echó a llorar.

—Mi pobrecita niña... Joder, no me extraña que estuvieras de tan mala hostia últimamente —sollozó.

La cubrió de besos y abrazos, y la riñó por no haberle contado todo aquello antes.

— ¿Y Brittany? —Preguntó, ansiosa— ¿Con ella cómo va? — Santana respondió que no lo sabía.

Santana echó un vistazo al reloj. Eran las dos. Abrió el buró, sacó el papel con la dirección de Isabella, lo dobló y se lo metió en el bolsillo. Había llamado a la compañía telefónica para comprobar que el nombre y la dirección aún existían.

Quizá lo más inteligente habría sido telefonearla y quedar con ella, para asegurarse de que estaba en casa, pero la idea de llamarla y decirle lo que tenía que decirle sin verle la cara la aterrorizaba. Prefería arriesgarse, dar una vuelta por los alrededores, evaluarla situación. Aunque al final no llegaran a verse, unos días en el trópico para aclararse las ideas tampoco le harían daño.

Cogió la maleta y bajó al coche.

Su vuelo a Cairns salía al cabo de cuarenta minutos.

Aquella tarde, alrededor de las seis,

Santana salía del aeropuerto de Cairns.

En contraste con el aire acondicionado del interior, hacía un calor sofocante. La temporada de lluvias casi había terminado, pero el ambiente todavía estaba cargado de humedad. Se quitó el suéter y se lo ató en la cintura, lamentando no haberse cambiado los pantalones de cuero que se había puesto para ir a la oficina por la mañana. Para cuando llegara al hotel, los tendría pegados a la piel, pensó. Fue al aparcamiento para recoger el coche que había alquilado.

Metió el equipaje en el maletero del Subaru 4x4 y se dirigió a la ciudad.

La última vez que estuvo en Cairns, cuatro años atrás, fue con Rebecca: una chica que había conocido una noche en un bar. Era una muchacha muy guapa, rubia y de ojos azules, una estudiante canadiense de intercambio que adoraba viajar.

Pasaron una semana muy agradable las dos juntas; después Rebecca siguió su camino y Santana regresó a casa. Recordaba que tenía el pelo corto y de punta, pero no se acordaba bien de sus facciones.

A Santana le dio un vuelco el corazón al darse cuenta de que Isabella ya vivía allí en aquel entonces.

A lo mejor te cruzaste con ella en la calle, pensó, o en la playa. Puede que hubiera estado solo a unos metros de ella. Isabella estaría cambiada, pero Santana estaba segura de que la habría reconocido. Simplemente no era el momento adecuado, se dijo, y no pasó porque no tenía que pasar.

Al descender la colina, la ciudad a pareció cubierta de una neblina de calor pegajoso.
Estaban a unos 29grados y con una humedad del 90 por ciento, según la información meteorológica de la radio. Cairns estaba agazapada junto al océano, en una cuenca rodeada de colinas arboladas por los otros tres lados.

Santana rodeó la ciudad por una autopista costera flanqueada de palmeras datileras. Se dirigía a Palm Cove, un área turística enorme repleta de viviendas de lujo y hoteles, a media hora de la ciudad.

Había reservado habitación en un hotel situado en primera línea de playa.

Pronto la vegetación tropical dominó el paisaje. Redujo la velocidad y apagó la radio.

Desde la selva húmeda llegaba el eco de un coro de pájaros diversos y el aroma fecundo de la vida y la muerte llenaba el aire. Abundaban los árboles altísimos de troncos enormes, pero también los pimpollos, que escalaban entre las capas de musgo tupido y se abrían paso en busca de luz a través delos helechos que cubrían el suelo del bosque.

Aquí y allá, en la neblina verdosa se vislumbraban destellos rojos, rosas y amarillos. Eran las orquídeas silvestres, que se colaban entre los árboles y llegaban casi hasta la carretera, ocultando con su belleza los altos tallos puntiagudos de hierba de Guinea, tan afilados como para cercenar un dedo demasiado curioso.

Atravesó varios estuarios repletos de mangles. De pronto el océano apareció a su derecha: una masa turquesa centelleante y transparente bordeada de grupos de cocoteros y de arena blanquísima y fina como polvos de talco.

¿Qué clase de vida llevaría Isabella en aquel lugar? Los recuerdos que Santana tenía de ella se limitaban a su universo infantil: verla arrodillada en los jardincitos de la parte de atrás arrancando las malas hierbas y plantando flores; cuando la metía en la cama por la noche; ocupada en la cocina, haciendo la comida.

Se le hizo un nudo en el estómago al pensar que iba a verla cara a cara. Tenía que planear bien cómo abordarla y su línea de interrogatorio, para estar segura de no perder el control.

Llegó al hotel a la caída del sol. Nada más llegar a la habitación, se quitó los pantalones de cuero y abrió las dos puertas de doble hoja que daban a la veranda. Sacó una cerveza rubia de la nevera y se dejó caer en una silla de mimbre que había en la terraza.

La veranda daba al jardín del hotel, verde y exuberante, salpicado de flamboyanes rojos en flor. Donde acababa el césped empezaba la arena y más allá el mar se extendía hasta el horizonte. La suave brisa marina y el sonido de las olas era reconfortante.

Si las cosas no fueran tan complicadas, Brittany podría estar allí con ella, pensó.

Al recordar la última vez que estuvieron juntas, le recorrió una sensación cálida, como de miel fundida. Santana había dado por sentado que el deseo mutuo garantizaba la dimensión de éxtasis que habían compartido antes. Pero Brittany le había demostrado que era algo que había que dar y que fácilmente se podía quitar.

Suspiró y dio un sorbo de cerveza. Casi era de noche. En la playa se iluminó de pronto un restaurante con terrazas de madera y sombrillas amarillas, como si fuera un bosque de hadas.

Parecía un buen sitio para cenar, pensó. Se acabó la cerveza y entró a darse una ducha y cambiarse de ropa.

En el restaurante había poca gente y Santana eligió una mesa desde donde contemplar el mar. La luz de la luna se fundía en destellos sobre las olas de camino a la playa, donde rompían con un suspiro y se convertían en una alfombra de espuma blanca. Empezaba a contagiarse de la tranquilidad del lugar.

Mientras degustaba un Chablis bien frío, observó a las gaviotas que se reunían alrededor de la terraza del restaurante.

Sin duda estaban acostumbradas a que los clientes les tiraran comida y patrullaban arriba y abajo sacando pecho. De vez en cuando, alguien les tiraba algo y ellas se lo disputaban a pico tazo limpio.

Algunas se cogían unas buenas rabietas, graznaban, batían las alas y pateaban el suelo.

El camarero le trajo la cena: cangrejo de fango bañado en leche de coco, especias y hojas de lima en cazoleta de barro con fideos transparentes. De vez en cuando echaba un vistazo a la playa en dirección a la casa de Isabella.

Sabía que estaba un poco más arriba por la autopista, pasado Palm Cove. Al día siguiente, después de nadar un rato, quizá después de comer, a lo mejor cogía el coche y se daba una vuelta por allí, pensó.

Aunque sólo fuera para echarle un vistazo a la casa.

Al igual que la ropa de la gente, una casa decía muchas cosas de quien vivía en ella, incluso por fuera. Trató de dominar los nervios recordándose que iría con ventaja cuando llamara a su puerta.

Isabella no tendría tiempo de prepararse para ensayar una actuación y una historia convincente. Con un poco de suerte, el hombre que había mencionado Thelma no estaría en casa, si es que aún seguía con él. Se sentiría más segura si hablaba con Isabella a solas.

Suspiró y volvió a concentrarse en las vistas. Ya se preocuparía de todo eso al día siguiente.

Aquel miércoles por la mañana, Brittany estaba sentada en la mesa de su consulta y contemplaba la lluvia torrencial por la ventana. Tenía un descanso de diez minutos entre paciente y paciente, y no había sido capaz de contener el llanto por más tiempo. Un rato antes Marley le había contado que el padre de Joanna había muerto y que ella había ido a Cairns a ver a su madre. ¿Por qué la vida le iba tan bien en el resto de aspectos pero en el amor la cagaba una y otra vez?, se preguntaba Brittany.

Sin duda, la decisión de no acercarse a Santana había sido sensata. Pero haber sido inteligente no la hacía sentir bien.

Justo encima de su ventana se había abierto una grieta en el canalón por el peso de la lluvia y ahora el agua caía a chorros sobre el asfalto. Brittany estaba terriblemente preocupada por Santana, porque sabía que ver a su madre sería muy duro para ella y que se sentiría muy vulnerable. Desde hacía tiempo tenía la sospecha de que Santana no estaba cómoda con las relaciones íntimas porque en su pasado quedaban cosas por resolver.

Pero saber la razón no cambiaba las cosas. Santana no quería aceptar el amor de Brittany y mucho menos correspondería. Era una mujer inteligente. Tomaba sus propias decisiones y vivía la vida tal como quería. Brittany se secó las lágrimas y dio un sorbo de café tibio.

Pero lo más difícil de aceptar de la actitud de Santana era que su instinto le decía que ella también la quería. Estaba segura de haberlo percibido la primera vez que se acostaron.

Luego, la otra noche, la actitud de Santana vino a confirmar que su intuición había sido acertada.

Brittany sintió un nudo en la garganta al recordar la expresión de Santana cuando salió de su casa y, por un agónico momento, la miró fijamente con los ojos llenos de lágrimas y cara de consternación. Después se dio la vuelta y la oscuridad la engulló de inmediato.

Dentro, Brittany se sirvió otra copa y encendió otro cigarrillo. Subió el volumen del reproductor de CD, con la esperanza de que La tempestad acallara la tormenta que se desataba en su interior y barriera la imagen desgarradora del coche de Santana al alejarse. Creía que si se distanciaba de Santana emocionalmente podría mantener sus sentimientos a raya e impedir que le hiciera más daño. Pero no había funcionado.

Britt se pasó las manos por el cabello y suspiró. El golpeteo incesante de la lluvia contra el suelo resultaba irritante.

Seguramente hacía buen tiempo en Cairns. Ojalá a Santana le fuera bien con su madre. Debía de estar afectada por la muerte de su padre, pese a haberse llevado siempre tan mal con él, y si las cosas iban mal con su madre sería demasiado para ella.

Ahora, al pensar en la noche del sábado, Britt veía las cosas desde otro ángulo.

Las circunstancias la habían obligado a decirle a Santana que la quería, así que ya no tenía sentido resistirse. Se había dado cuenta de que sería más feliz si se permitía querer a Santana y aceptaba lo que ella pudiera ofrecerle, durara lo que durara.

No podía ser mucho peor que el dolor que sentía ahora. Desde el principio se había propuesto no dejar que Santana le hiciera daño y la humillara como había hecho Diane.

Pero había pasado algo por alto. Tanto con una como con la otra, Brittany había estado más pendiente de lo que sentían o dejaban de sentir ellas que de escuchar a su propio corazón. Con Diane, Britt había aguantado mecha y le había dado una oportunidad tras otra, aunque su corazón le aconsejaba que la dejara.

Y pese a que nunca había deseado tanto a una mujer como deseaba a Santana, de nuevo había dejado que la razón se impusiera a los sentimientos. Su corazón le decía que debía estar con ella. Su instinto casi nunca le fallaba, cuando le hacía caso. Amaba a Santana profundamente y eso no iba a cambiar por mucho que Santana no sintiera lo mismo tratar de destruir ese amor era como tratar de destruir una parte de sí misma.

Brittany inspiró profundamente. El sonido monótono de la lluvia se le había metido en la cabeza. Fue al lavabo y se limpió la cara con una toallita húmeda.

Le había dejado un mensaje a Santana para que la llamara cuando volviera. Con suerte, aún querría verla.

Se retocó el pintalabios y se preparó para recibir al siguiente paciente.

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Hola Hola FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 1206646864

PERDON por no actulizar muy seguido estado teniendo problemas y no he podido actualizar tan seguido pero aqui estoy :)

A falta de Dos caps para el fin de este FIC pido muchos comentarios y regreso jueves :)

Saludos Y muchos besos
FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 918367557 FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 918367557
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Mensaje por 3:) Lun Abr 06, 2015 8:44 pm

holap,...

pobre san,... aunque su papa nunca fue la gran cosa, pero fue su papa!!!!
quizás ese era el motivo que necesitaba britt para acercarse o preocuparte por san,..
a ver que hace san hora???

no vemos!!!
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Mensaje por Maferpezberry Lun Abr 06, 2015 9:12 pm

ya extrañaba esta historia, que para mi es increíble! ojala el jueves puedas actualizarla y si fuera mucho pedir con los dos capítulos que faltan. FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 2145353087 gracias Dani
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Mensaje por micky morales Mar Abr 07, 2015 11:20 pm

bueno hoy es martes, nos veremos el jueves y yo si creo que santana siente lo mismo que brittany!
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Mensaje por monica.santander Miér Abr 08, 2015 1:25 am

Me has dejado con la intriga de lo que va a suceder con la mama de San!!!
volve el jueves por fa!!!
saludos
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Mensaje por Dani(: Jue Abr 09, 2015 11:59 pm

3:) escribió:holap,...

pobre san,... aunque su papa nunca fue la gran cosa, pero fue su papa!!!!
quizás ese era el motivo que necesitaba britt para acercarse o preocuparte por san,..
a ver que hace san hora???

no vemos!!!

Hola Hola!

Exacto solo fue el papa nada mas! y ya veremos :P

Saludos FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 1206646864

Maferpezberry escribió:ya extrañaba esta historia, que para mi es increíble! ojala el jueves puedas actualizarla y si fuera mucho pedir con los dos capítulos que faltan. FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 2145353087  gracias Dani

Hola Hola!

c: AQUIE ESTAN :)

Saludos FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 1206646864

micky morales escribió:bueno hoy es martes, nos veremos el jueves y yo si creo que santana siente lo mismo que brittany!

Hola Hola!

Aqui est ael final :)

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monica.santander escribió:Me has dejado con la intriga de lo que va a suceder con la mama de San!!!
volve el  jueves por fa!!!
saludos

Hola Hola!

Aqui viene el final :)

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Mensaje por Dani(: Vie Abr 10, 2015 12:22 am

Capítulo 15


Santana condujo despacio por las calles de Ocean Grove, por delante de casas, de un gusto exquisito, medio escondidas por exuberantes jardines tropicales.

Las verjas de entrada, de brezo o madera, estaban engalanadas con guirnaldas de buganvilla. Todas las casas se hallaban a un lado de la colina, edificadas sobre pilones —como era característico de las casas de Queensland— y tenían una vista espectacular del centelleante océano a sus pies, tan azul que hacía daño a los ojos.

Con el corazón palpitante, Santana detuvo el coche frente al número diez y observó la fachada. Así que allí vivía Isabella era una casa típica de Queensland, pero a lo grande.

Era toda blanca y tenía la veranda cubierta con contraventanas; las anchas persianas de listones estaban a medio cerrar, como ojos soñolientos iluminados por el sol rojo de la caída de la tarde.

En el centro de la casa sobresalía el porche de entrada, un elegante pórtico de madera con columnas talladas y calados estilo Federación. Dos tramos de escaleras paralelos a la casa conducían a lado y lado de la entrada. A ambos extremos de la casa había sendas glorietas octogonales con techos abovedados.

También estaban adornadas con calados, pero éstos eran festoneados, para acentuar las divisiones a cada lado.

—Vaya... —Santana estaba asombrada.

Era un tipo de arquitectura que le encantaba y que sólo podía hallarse en el trópico. Es más, aquél era uno de los mejores ejemplos que había visto.

Estaba construida en una extensa finca tapizada de césped, con macizos de helechos de todo tipo, frangipanis cargados de flores brillantes de color amarillo limón y altas palmeras de Cunningham inclinadas por el peso delas hojas.

El aire era espeso y vibraba con el zumbido de los insectos. De vez en cuando Santana notaba en la piel un soplo de brisa marina, fresca y salada.

La casa tenía el aire sólido e intemporal propio de los lugares donde la gente no va con prisas. A esas horas, cuando el sol empezaba a pensar en ponerse algo bonito para irse, sería muy agradable estar sentada en una de esas glorietas, pensó Santana.

Con templaría perezosamente el océano Pacífico con un vaso largo de ginebra con tónica —más un chorrito de bitter, que no falte—, mientras pensaba qué hacer de cena..., más tarde..., cuando tuviera ganas.

Con una punzada de amargura, Santana se imaginó en una casa como ésa, en un lugar así, con Brittany Extendería una manta o algo blandito en el suelo de la glorieta y le haría el amor bajo el cielo de color sandía.

Harían el amor una y otra vez, suspendidas en el aire suave y perfumado, mientras la oscuridad se derramaba a su alrededor, sin importarles que la luna estuviera mirando Santana se volvió y miró al océano. Cerró los ojos para contener las incipientes lágrimas.

Todo su cuerpo latió con anhelo al ritmo de las olas que rompían en la playa.

Maldita sea. Si no era capaz de encontrar la manera de hacer feliz a Brittany tendría que acostumbrarse a vivir sin ella. Tenía que coger aquel amor escurridizo por los cuernos o Brittany no volvería a querer estar con ella. Eso sí, era difícil imaginar de qué iba a servirle enfrentarse a la mujer que la había abandonado.

Eran las seis y media. Al fondo de un largo camino de mangos y árboles de macadamia, había un Range Rover blanco Santana tragó saliva. Había gente en casa. ¿Qué iba a hacer? ¿Quedarse mirando aquella casa tan bonita hasta que se hiciera de noche? ¿Volver al hotel y seguir dándole vueltas a la cabeza hasta que el ron le impidiera pensar? ¿O ser valiente por una puñetera vez en la vida y llamar a la puerta?

Santana salió del coche. Una vez más, sintió el suelo poco firme bajo los pie sal cruzar la carretera, abrir la verja y atravesar el jardín hacia los peldaños de piedra.

Un papagayo verde lima le dio un susto de muerte cuando chilló y salió disparado desde un arbusto justo delante de ella. En alguna parte empezó a ladrar un perro. El corazón le latía en las sienes.

Subió los peldaños de madera del porche delantero.

La puerta de malla metálica ofrecía una visión difusa y desdibujada del interior de la veranda, de más de tres metros y medio de anchura. La entrada era amplia y tenía una puerta doble. El suelo era de parqué barnizado.

Cerca de la puerta había un jarrón de terracota con azucenas amarillas. Un poco más allá había una mesita de café de mimbre con sillas de junco. Sobre la mesa había dos vasos de tubo vacíos, o eso parecía, y un cenicero medio lleno.

Dentro sonaba una música suave: Sarah Vaughan. Se oyó una risa de mujer, una risa ronca y sonora. Feliz. Un hilillo de sudor se deslizó entre sus pechos lentamente, como si unos dedos de hielo le hicieran cosquillas bajo el top de seda negra sin mangas. Con la carne de gallina, apretó el timbre.

Oyó pasos. Una mujer franqueó la puerta doble de la entrada y se dirigió a la puerta de malla. Llevaba una camiseta blanca con las mangas subidas, dejando al descubierto los hombros y los brazos, tonificados y bronceados. Unos vaqueros descoloridos se ceñían a sus caderas, delgadas y firmes. Tenía el pelo corto, rubio oscuro salpicado de gris. Debía de tener unos cincuenta años.

Sonreía abiertamente hasta que llegó a la puerta de malla y vio a Santana En aquel momento, abrió unos ojos como platos y la amable sonrisa se borró de su rostro estaba claro que era lesbiana y, por su expresión, había notado que Santana también lo era.

No tenía mucho mérito, pensó Santana Y aunque las posibilidades de que una lesbiana desconocida se plante en tu puerta en una zona tan conservadora como el norte de Queensland son pocas, la cara de estupor de la mujer le pareció un poco excesiva.

Santana no supo decir si lo que sintió fue decepción o alivio. Al parecer había habido un error. La mujer podría ser una amiga de Isabella, pero lo más probable era que simplemente se hubiera equivocado de dirección.

Santana se aclaró la garganta:

—Siento haberla molestado. Creo que me he equivocado de casa.

La mujer inspiró con dificultad y negó casi imperceptiblemente con la cabeza.

Santana sintió un leve escalofrío.

—No, no te has equivocado —dijo, con voz ronca y grave.

— ¿Cariño? —La llamó otra mujer desde el interior de la casa—. ¿Quién es?

Santana se echó a temblar. En algún lugar recóndito de su memoria sintió que reconocía aquella voz.

¿O eran imaginaciones suyas? Los pasos se acercaron. Y entonces apareció en la entrada y se detuvo. Incluso en la penumbra, Santana la reconoció.

Reconoció su figura, el modo en que ladeaba la cabeza. Poco a poco, la mujer se acercó a la puerta y pudo verle la cara. Isabella. Santana creyó que iba a desmayarse. La mujer rubia parecía aturdida, casi asustada, cuando le cogió la mano a Isabella.

Pero los preciosos ojos castaños de Isabella no se despegaron del rostro de Santana De repente se llenaron de lágrimas.

—Santana... —jadeó.

El mundo alrededor de Santana empezó a girar. Azul, verde, luz y oscuridad se mezclaron y perdieron toda definición.

De algún modo, sus piernas la llevaron hacia el interior cuando la mujer rubia abrió la puerta y la tomó del brazo.

—Soy Chris —musitó—. Seguramente no te acuerdas de mí.

Santana apenas la escuchó. No tenía ni idea de a qué se refería. Isabella, igual de alta que Santana, seguía mirándola fijamente con una mezcla de asombro, placer e incredulidad. Las lágrimas rodaron por sus mejillas y Santana sintió que también le escocían los ojos.
Entonces Isabella sonrió. Una sonrisa tan cariñosa y dulce que Santana creyó que el pecho le iba a estallar.

—Sabía que algún día vendrías —dijo con voz queda.

Nerviosa, Chris se pasó la mano por el pelo y carraspeó.

—Bueno, será mejor que entremos y nos sentemos.
Atravesaron el porche y entraron en la sala de estar Santana vio por el rabillo del ojo que Chris le acariciaba el pelo a Isabella y le daba un beso rápido en la mejilla.
¡Su madre era lesbiana! ¡Por amor de Dios! Demasiada información de una vez.
La sala de estar era espaciosa. La luz tamizada y teñida de rosa del atardecerse filtraba por los listones de las persianas de la veranda. El mobiliario combinaba con acierto muebles de mimbre de primera calidad y sofás de percal blanco, que, como Santana pudo comprobar, eran muy cómodos.

Al otro lado de la habitación entrevió, a través de una puerta, unos armarios de mimbre y la esquina de una encimera de granito.

En el extremo opuesto de la sala había otra puerta de dos hojas que daba al comedor.

Este, a su vez, tenía unas puertas acristaladas que daban al jardín trasero, protegido del sol por unas palmeras. Unos ventiladores blancos de madera giraban lentamente suspendidos de los altos techos.

— ¿Quieres beber algo? —le preguntó Chris con una sonrisa. Se veía mucho más calmada y serena que Santana.

— ¿Un Barbados, si puede ser? ¿Con hielo?

—Por supuesto.

Isabella se sentó en una butaca de mimbre enfrente de Santana.

Chris le tocó el hombro— ¿Un escocés, cariño?

Isabella asintió. Chris las dejó solas y fue a la cocina.

Conmocionada como estaba, Santana trató de ordenar sus pensamientos en vano. Thelma le había dicho que creía que su madre seguía con Chris. ¡Lástima que no hubiera mencionado el hecho de que Chris era una mujer! ¿Pero cuánto tiempo llevaban juntas? Al menos diez años seguro, pero ahí estaban, con los cincuenta bien cumplidos, y comportándose como un par de jovencitas enamoradas.

Santana notaba que Isabella no le quitaba ojo de encima y no se atrevía a levantar la vista para mirarla. Se concentró en el suelo de terracota. Estaba embaldosado con azulejos lechosos mates, dispuestos en diagonal. Eran el complemento perfecto para el estilo de decoración de interior exterior de la casa.

Santana carraspeó.

— ¿Terracota francesa?

—Sí. Ya sé que te interesa la arquitectura y el interiorismo. —Santana la miró, sorprendida. Isabella sonrió—. Thelma me lo dijo hace años ¿Sigues en el negocio inmobiliario?

—Eh..., sí.

—Me dijo que te iba muy bien.

Santana se encogió de hombros. De repente se sentía como una niña pequeña y torpe. Se le hacía raro que su madre supiera cosas de ella.

—Bueno, voy tirando, supongo.

Santana notó una oleada de alivio cuando Chris volvió con las bebidas. Por suerte le dio un vaso grande y bien lleno. Con la esperanza de que calmara sus nervios rápido, se bebió medio vaso de un trago.

Chris e Isabella se encendieron un cigarrillo y dieron un sorbo de whisky.

Isabella seguía siendo muy hermosa. El cabello oscuro y ondulado le llegaba a la altura de los hombros. Su piel aceitunada estaba bronceada y apenas tenía arrugas. Unas pestañas largas y oscuras le enmarcaban los ojos, todavía húmedos. Llevaba puesto carmín rosa claro y tenía unos labios carnosos y aterciopelados. Iba vestida con unos pantalones de algodón blancos y ajustados, y con una camiseta larga y sin mangas, a juego. Tenía muy buen tipo.

—Tienes buen aspecto, Santana —dijo—. Te has convertido en una mujer preciosa. —Isabella le dio una calada al cigarrillo—. Ya lo vimos en la última foto que nos envió Thelma, hará unos diez años. Pero era de esperar. —Sonrió—. Eras una niña guapísima.

Santana se sobresaltó al darse cuenta de que se estaban mirando fijamente.

Desvió la vista, avergonzada.

—Gracias por venir —añadió Isabella.

—Hum, siento haberme presentado así. Os he dado un buen susto. —Santana dio otro trago de ron—. Es que yo... no podía hacerlo de otro modo —farfulló.

—No había otro modo —dijo Isabella suavemente. Se volvió hacia Chris y añadió, con una sonrisa—: ¿Ves, cariño? Sabía que nuestra hija vendría simplemente lo sabía.

El corazón de Santana empezó a latir con fuerza, presa de la angustia y la confusión.

Turbada, Chris se frotó la nuca y miró a Santana fugazmente antes de ocultar el rostro entre las manos.

Santana entrevió el destello de las lágrimas.

— ¿Qué quieres decir con nuestra hija?—le preguntó Santana a Isabella, casi sin aliento.
Isabella exhaló el humo lentamente.

—Chris y yo salíamos juntas antes de casarme con Richard y, tras un pequeño descanso, volvimos. Estaba conmigo el día que naciste y siempre te hemos considerado nuestra hija.
La mente de Santana era un torbellino.

¿Su madre había sido lesbiana desde siempre? Y entonces lo comprendió. El corazón se le aceleró y notó que la piel le ardía.

— ¡Joder! —farfulló—. Él lo descubrió por eso te echó de casa... y te alejó de mí para siempre.

Isabella asintió. Chris se enjugó las lágrimas con un gesto rápido y se bebió el whisky de un trago.

—Ha muerto, por cierto —soltó Santana—. El sábado pasado. Una embolia.

Isabella pareció estremecerse ligeramente. Chris tomó aire y asintió despacio, con expresión impávida.

Isabella carraspeó.

— ¿Y tú cómo estás?

Santana se encogió levemente de hombros.

—Nunca me llevé bien con él, así que no puedo decir que vaya a echarlo mucho de menos. Me ha impresionado un poco, eso es todo. Es como poner punto final a muchas cosas, ya sabes. —Se acabó el ron. Por raro que parezca, el alcohol la estaba ayudando a ver las cosas con más claridad. Meneó la cabeza—. De todas las razones que se me habían ocurrido para que te echara de casa, ésta ni se me pasó por la cabeza ¡Yo misma soy lesbiana, joder! ¿Por qué no se me ocurriría?

Chris alargó la mano desde su asiento y le acarició el brazo a Santana.

—Si nadie te dice nada, es imposible que imagines que tu madre te abandonó porque era lesbiana. No te culpes.

—Cuando te envié aquella carta hace dieciséis años, no tenía ni idea de que también fueras lesbiana —dijo Isabella—. Si lo sabía, Thelma no me lo dijo.

Lo último que iba a confesarle por carta a una hija de dieciocho años supuestamente heterosexual es que era lesbiana. Obviamente, Thelma también decidió no contártelo.

Santana negó con la cabeza lentamente y se retorció un pendiente en ademán pensativo.

—Ojalá lo hubiera hecho.

—Traeré algo más de beber —dijo Chris. Recogió los vasos y fue a la cocina.

—Thelma sabía que yo quería explicártelo todo cuando crecieras. Una cosa así no podía contártela cuando eras pequeña. Y, cuando fuiste lo bastante mayor como para entenderlo, Thelma me dijo que no querías saber nada de mí. Es una mujer fabulosa, muy abierta, pero nunca estuvimos muy unidas. Tú eras todo lo que teníamos en común. Ni siquiera llegó a conocer a Chris. Lo único que sabía era que una relación lésbica había provocado toda la catástrofe y estoy segura de que no es que quisiera ocultártelo, sino que prefería que fuera yo la que te contara la historia entera directamente. —Isabella encendió otro cigarrillo—. Chris y yo nos conocimos en la universidad de Melbourne cuando tenía dieciocho años Ella tenía veintiuno. ¿Sabías que mis padres eran españoles? —Santana asintió—. Murieron en un accidente de barco cuando eras un bebé. Solía enseñarte fotos suyas. El caso es que yo era hija única y habían depositado en mí todas sus esperanzas de un buen futuro en Australia. Yo estudiaba arquitectura y ellos estaban orgullosísimos de mí.

Chris volvió con las bebidas y se sentó.

—Bella era la chica más preciosa que había visto nunca. Me enamoré perdidamente de ella nada más verla. Yo estudiaba Bellas Artes, quería ser profesora. Nos conocimos en una agrupación de mujeres en el campus, en mil novecientos sesenta y dos.

Isabella soltó una risita.

—Yo era una virgen inocentona con una educación católica muy estricta. Nunca había tenido pensamientos sexuales con chicos y, allí me ves, la primera reunión a la que voy y me quedo embobada ante una mujer despampanante y atrevida queme sonríe. —Miró a Chris con adoración—. Estaba tan sexy con aquellos pantalones negros ajustados, la camisa negra con el cuello desabrochado, aquella corbata blanca floja y el abrigo de tweed ancho de hombros, largo hasta los pies.

Chris rió.

—Me encantaba aquel abrigo. Lástima que acabara tan gastado.

Santana examinó a Chris, que seguía siendo una mujer muy atractiva. Era fácil imaginársela vestida con aquellas ropas.

A Santana le gustaba su estilo.

Isabella se pasó la mano por el cabello y suspiró.

—Pero un niñato estúpido, que estaba interesado en mí y no aceptaba un no por respuesta, sospechaba de nuestra relación y se dedicó a vigilarnos. Un día nos pilló besándonos en los vestuarios y se lo contó a mis padres.

Chris frunció el entrecejo y se frotó la nuca.

—Le dije a Bella que no se preocupara. Nos fugaríamos juntas. Podíamos ir a la universidad en otro estado, le decía. —Miró a Isabella con afecto—. Pero estabas muerta de miedo, ¿eh, cariño?

Isabella asintió.

—Mis padres se pusieron histéricos. Siendo realista, yo no me imaginaba quedos mujeres pudieran vivir juntas, así que me dejé convencer de que estaba cometiendo un pecado horrible, ya sabes, esa clase de gilipolleces. —Se encogió de hombros con impotencia—.Era muy joven y aún no era consciente de mi propia fuerza.

Santana negó con la cabeza sin dar crédito a lo que oía. Era incapaz de imaginar que algo así la hubiera afectado.

A esa misma edad, en su misma situación, se habría reído del chico en su cara y le habría dicho a su padre que no metiera las narices donde no debía. Pero tenía que admitir que en1962 las cosas eran muy diferentes.

Además, ella había crecido sin que le inculcaran toda aquella represión católica.

—Entonces tenía diecinueve años. Me dije a mí misma que mi amor por Chris era una aberración y, para demostrármelo, me lancé en los brazos del primer hombre que mostró algo de interés por mí. Richard López. Daba clases de ingeniería en la universidad y era un ingeniero de éxito que trabajaba en una gran empresa internacional. Tenía unos veinte años más que yo y parecía estable y generoso. Si había oído los rumores sobre Chris y yo, era evidente que no se los creía. —Los cubitos de hielo tintinearon cuando se acabó la bebida y dejó el vaso sobre la mesa—.Me quedé embarazada enseguida y nos casamos. — Esbozó una triste sonrisa—. Aunque no fuera católico, mis padres se quitaron un buen peso de encima.

—Pero yo no la dejé tranquila. —Chris sonrió—. No tardamos en volver a ser amantes. Era bastante fácil, porque Richard pasaba semanas enteras en Indonesia, a veces incluso meses. —La sonrisa se desvaneció. Chris se quedó con la mirada fija en algún punto indeterminado de la habitación y le dio una calada al cigarrillo—. Pero sabíamos que no podíamos seguir así para siempre.
—No sabíamos qué hacer —dijo Isabella—. Marcharnos así por las buenas no era una opción. No quería que perdieras el contacto con tu padre. Y aunque Richard no tardó mucho en darse cuenta de que no lo quería y de que casarnos había sido un error, sabía que él aún me quería. Aun así me daba muchísimo miedo perderte si era sincera con él y le contaba lo de Chris.

Se detuvo y dio un sorbo de whisky.

—De todas maneras —continuó Chris—, para cuando estabas a punto de cumplir cinco años nos dimos cuenta de que, si queríamos hacer realidad nuestro sueño de vivir las tres juntas, era horade tomar una decisión. Y entonces volvieron a descubrirnos: Beatrice, un sábado por la mañana temprano Richard estaba fuera y yo llevaba una semana en la casa. No sabíamos que Beatrice tenía llaves. —Miró al suelo—. No podría haber sido peor estábamos tomando café en la cama y tú estabas metida entre las dos, bebiendo leche en una de esas tacitas con pitorro tan monas. Yo estaba leyéndote un cuento y Bella leía el periódico.

De repente, a Santana se le llenaron los ojos de lágrimas. Todo lo que había dado por hecho durante treinta años no podía estar más equivocado. Incapaz de retener el llanto, hundió la cara entre las manos y rompió a llorar como no lo hacía desde que era una niña.

Todo lo que había sufrido, lo que Bella y al parecer también Chris habían sufrido, había sido simplemente porque Isabella amaba a otra mujer. Un amor que duraba ya treinta y seis años, y era tan fuerte y romántico como el primer día. Y Santana que había pensado que el amor romántico no podía durar.

El tiempo perdido, la pena innecesaria, el horror de no sentirse querida, de sentirse perdida y asustada, había sido por causa de un amor que su padre no quiso permitir. Que el mundo entero, en aquella época, no quería permitir.

Volvió a notar una opresión en el pecho, tan dolorosa que la dejó sin aire. Ella podría haber puesto fin al sufrimiento de todos hacía dieciséis años, si no hubiera tenido tanto miedo, si no hubiera estado tan furiosa, si no hubiera sido tan cabezota como su padre.

Se dobló hacia delante, casi hasta apoyar la cabeza en las rodillas, y lloró en silencio sin importarle la vergüenza.

Creyó que el corazón le iba a estallar en mil pedazos. Otra vez.

Unos brazos la rodearon y la abrazaron con fuerza. Una mano suave y reconfortante le acarició la mejilla.

—Ahora ya se ha acabado —susurró Isabella. Le apartó el pelo de la cara con cariño—. Veo que todavía lo tienes un poco rizado.

Le dio un beso en la mejilla. Fue como si una parte de Santana saliera de su cuerpo y lo mirara desde la distancia.

Vio a una niña pequeña consolada por su madre y con cada caricia, con cada beso, los años se desvanecían en el aire.

El muro de piedra se tambaleó, la roca que le impedía respirar se encogió.

Volvía a tener la sensación de que se dejaba llevar, de que perdía el control como con Brittany Pero esta vez la sombra de aquel temor espeluznante que siempre la perseguía y la obligaba a contenerse desapareció.

Santana suspiró y levantó la cabeza. Al punto, Chris le pasó un puñado de pañuelos de papel. Santana se secó las lágrimas y se sonó la nariz.

—Yo nunca hago estas cosas —murmuró con timidez.

Isabella, sentada a su lado en el sofá, sonrió y le acarició el rostro.

—Yo llevo años sin parar. Me alegro de que se haya acabado. —Se puso de pie. Su voz sonaba jovial y se movía más relajada—. Creo que va siendo hora de hacer la cena. ¿Te quedas a cenar, verdad?

Santana asintió.

—Gracias —musitó.

—Cariño, ¿por qué no le enseñas la casa a Santana, mientras preparo algo?—dijo Isabella.

—Buena idea.

Chris se puso de pie de un salto.

También sonreía y parecía aliviada de que aquel momento tan doloroso ya hubiera pasado.
—Vamos, San. Vamos a abrir la veranda y a sacar las cosas para cenar en la glorieta.

Aún aturdida, Santana tomó aire y se levantó para ir con Chris. Isabella fue a la cocina.

Estaba anocheciendo y la bruma difusa de color rosado se había vuelto más intensa. La puesta de sol se derramaba a todo color entre los listones de las persianas y formaba charcos carmesí en el suelo. Chris abrió las persianas y la rutilante luz le iluminó el rostro. Las franjas de color rubí barrieron el porche y se colaron en la sala de estar.

El aroma intenso y embriagador de los frangipanis impregnaba el aire. Nada más abrir las persianas, entró una bocanada de brisa marina, como si hubiera estado esperando a que le permitieran la entrada.

A lo lejos, el océano color zafiro mostraba un ligero rubor rosado.

—Es una casa impresionante —dijo Santana.

—La diseñó Bella. Continuó sus estudios mientras eras pequeña y finalmente se licenció en arquitectura. Llevamos un negocio juntas, desde aquí. Ella diseña casas y restauraciones, y yo me encargo de los clientes y la contabilidad.

Así que quizás había heredado el gusto por la arquitectura de Isabella, pensó Santana.

Chris contempló el océano con una media sonrisa de satisfacción, perdida en sus pensamientos. Santana admiraba su serenidad. Era feliz, eso era evidente.

Santana se preguntaba cómo podía serlo después de todo lo que Isabella y ella habían pasado.

Santana quería saber cuál era el secreto.

— ¿Por qué te quedaste con Isabella cuando se casó con mi padre? ¿Por qué no te olvidaste de ella y buscaste a otra persona?

Chris soltó una breve carcajada. Tenía unos ojos verdes muy dulces.

—Ni se me pasó por la cabeza. Isabella era la única a quien quería. La habría esperado siempre, la habría seguido a cualquier sitio, habría hecho cualquier cosa por ella. —Se encogió de hombros—. No tenía elección. Nadie me hacía sentir como me hace sentir ella.

Santana pensó en Brittany con una punzada de dolor. Deseaba desesperadamente que Brittany estuviera a su lado. Aunque el resto de su vida empezaba a cobrar sentido, aquel vacío en su interior que sólo Brittany podía llenar era cada vez más definido y doloroso.
Santana pasó los dedos por una de las brillantes persianas blancas. Lisa y satinada, estaba perfectamente pintada.

— ¿Qué tipo de sensación es? —preguntó en voz baja —. ¿Qué es lo que sientes con ella?
Chris se quedó pensativa, de cara al mar.

—Dios. De todo, supongo.

El corazón de Santana se aceleró un poco y continuó, casi al borde del llanto.

— ¿Completa? —preguntó, esperanzada se le hizo un nudo en la garganta, la voz se le quebró—. ¿Te hace sentir completa?

Chris se volvió hacia ella sonriendo.

—Sí. Eso es. Completa. Sin ella no estaría completa.

Santana se echó a llorar. Chris la miró, preocupada.

—Debe de haber una chica especial en tu vida. Si no, no sabrías eso.

Santana cerró los ojos para contener las lágrimas y jugueteó con el mecanismo dela persiana.

—Antes creía que lo sabía todo. Pero en realidad no sé nada de nada.

Chris le rodeó los hombros con el brazo, un gesto natural y relajado cuya amabilidad conmovió a Santana.

—Eres hija de Bella —le dijo Chris—, así que naciste sabiendo cosas. Eres compleja y profunda, como ella. Ya lo eras de pequeña. —Sonrió—. Sí que sabes cosas, o no estarías aquí. ¿Has tenido problemas con esa chica?

Santana tragó saliva para aflojar el nudo que le atenazaba la garganta.

—El único problema soy yo. Ella, Brittany..., bueno, es asombrosa. Nunca había conocido a nadie como ella. Me hace sentir cosas increíbles. Ella dice que me quiere pero yo me resistía, ya sabes, me daba miedo ir demasiado lejos, tenía miedo de defraudarla. Nunca había querido a nadie antes. Pero no soporto estar sin ella.

Chris le dio un apretón cariñoso en el hombro.

—Necesitabas hacer las paces con el pasado, eso es todo. El amor sólo funciona si te entregas del todo, no puedes estar confusa. Tú quieres darle lo mejor de ti. Su amor te hará mejor, más fuerte. Te liberará. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Santana asintió.

—Creo que sí —murmuró.

Chris levantó la cabeza y olfateó el aire.

Esbozó una sonrisa radiante.

—Nos espera todo un festín. Bella está haciendo paella; aprendió de su madre. Es lo mejor que hayas probado nunca. — Se dirigió a la sala de estar—.Vamos por un par de botellas de tinto como Dios manda para acompañar.

—Chris.

Esta se detuvo y miró a Santana con expresión inquisitiva Santana inspiró profundamente.

—Me acuerdo de cuando me leías cuentos, y cuando jugabas conmigo.

Se detuvo y evocó a una Chris mucho más joven, que reía y se revolcaba con ella por el césped, la empujaba en el columpio, la levantaba cuando se caía y la abrazaba. Tragó saliva de nuevo.

—Me acuerdo de ti —musitó.

Los ojos de Chris se llenaron de lágrimas. Se mordió el labio.

—Pues claro que sí —repuso con la voz quebrada.

Volvieron a la sala de estar, escogieron el vino y pusieron las copas, los platos y los cubiertos en bandejas, para sacarlos a la mesa de teca que había en la glorieta del ala sur y prepararla para la cena.

Poco después, Chris y Santana se sentaron a la mesa para esperar a Isabella. Chris abrió una botella de Shiraz y lo sirvió en copas de fino cristal. Habían puesto un mantel de damasco blanco almidonado; la mesa redonda tenía la forma perfecta para aprovechar la vista panorámica que se abría por encima de las paredes demedia altura de la glorieta.

Había salido la luna; el cielo estaba salpicado de estrellas. El océano había desaparecido de la vista, pero el eco satisfecho de su incesante vaivén resultaba tranquilizador. En el interior de la casase oía la voz suave y llena de emoción de Nina Simone.

La lámpara del techo arrojaba un suave y cálido resplandor.

Era una atmósfera mágica Santana tenía ganas de contárselo todo a Brittany, quería que conociera a aquellas dos maravillosas mujeres y que ellas la conocieran.

Isabella llegó con una paellera enorme y la colocó en el centro de la mesa. Tenía una pinta fabulosa y el olorcito a especias del arroz dorado, el pollo y el marisco le hacía a una la boca agua.

Isabella sirvió una generosa cantidad en el plato de Santana y le ofreció un panecillo caliente y crujiente.

Santana tomó un sorbito de vino.

—Qué sitio más fantástico para vivir ¿Qué os hizo venir aquí?

—Bueno —respondió Chris—, después del divorcio tuvimos que marcharnos de Melbourne. El juicio fue absurdo. Nos subieron al estrado y nos pusieron de pervertidas depravadas para arriba. A tu padre no le costó convencer al tribunal de que tu madre lesbiana estaría mejor bien lejos de ti. —Arañó la etiqueta dela botella de vino distraídamente—. Iba a buscar a Bella cada noche después del trabajo. Me la encontraba sentada en algún sitio desde donde se viera tu casa o tu guardería. Al cabo de un tiempo no pude soportarlo más y me la llevé a Sydney. Allí teníamos amigos y Bella encontró trabajo enseguida y pudo empezar a desarrollar su talento.

Santana observó a Isabella, que untaba mantequilla en un trozo de pan. Esta levantó la vista hacia Santana y sonrió.

—Vivíamos bien y estaba contenta porque no estaba demasiado lejos de ti Mantuve el contacto con Thelma y ella me contaba todo lo que podía sobre ti, me enviaba fotos y cosas. Daba gracias de que tuvieras a alguien que te cuidaba y que te quería de verdad.
Santana asintió.

—Yo también la quería.

—Entiéndelo, no podía contactar contigo en persona. Te habría obligado aguardar secretos demasiado importantes, te habría hecho mentir, y no estaba preparada para hacer eso.

Aparte de lo de corromperte, era arriesgado. Si se descubría que estábamos en contacto, a Thelma también le prohibirían verte por estar metida en el asunto, y yo hubiera podido ir a la cárcel. Por doloroso que fuera, escogí el mal menor. Tuve que conformarme con saber que Thelma y Ted cuidaban de ti. Estoy segura de que tu padre te quiso de la mejor manera que pudo, pero no era una persona cariñosa y no podía pasar mucho tiempo contigo.

Santana imaginó a su padre, viejo, consumido y triste. Al final se había hecho más daño a sí mismo que a los demás. Se alegraba de haberlo visto una última vez. Ahora que lo compadecía, podría olvidar la ira.

—Luego —continuó Chris—, cuando tenías unos veinticuatro años, asumimos que era poco probable que quisieras contactar con Bella. Decidimos mudarnos otra vez.

Avergonzada, Santana miró al plato.

—Lo siento.

Isabella le acarició el brazo.

—No lo sientas. Ni por un momento. Tú eras la única inocente y nunca debiste pasar por todo esto. No tienes que disculparte conmigo. Había puesto muchas esperanzas en que quisieras verme, pero entendí perfectamente por qué no lo hiciste. Habías logrado tener tu propia vida sin mí, habías desarrollado una personalidad en la que yo no tenía nada que ver. Eras fuerte y estaba orgullosa de ti. Pero para todo hay un momento. Has venido cuando has estado preparada y sigo estando orgullosa de ti.

Santana ahogó un sollozo y se cubrió los ojos con la mano para ocultar un nuevo ataque de llanto.

—No llores más, mi vida —dijo Isabella.

Su voz era tan suave y dulce como el rocío tropical sobre las flores del jardín.

—Aunque seas una mujer adulta, sigues siendo mi niña y, créeme, todo esto ha valido la pena.

Con el rostro entre las manos, Santana dio rienda suelta a las lágrimas y liberó todo el dolor reprimido en su interior.

La opresión en el pecho que ya había empezado a remitir se esfumó de repente. Inspiró profundamente y sintió el cuerpo ligero como una pluma.

Contempló el firmamento cuajado de estrellas, consciente del lamento del mar, del olor a sal y de la suave caricia de la brisa en la piel. De pronto, la vida le parecía más prometedora que nunca.

Estaba llena de oportunidades para ser feliz.

Se secó las lágrimas y miró a Isabella ya Chris.

—Tenéis razón. Basta de lágrimas Tengo que contaros algo de lo que acabo de darme cuenta. —Santana sonrió de oreja a oreja—. Por primera vez, y como diría mi amiga Kitty, sé que es lo verdadero, estoy enamorada. De Brittany, la mujer más hermosa del mundo.

Isabella y Chris sonrieron, encantadas.

—Es una chica con suerte —dijo Isabella.

—Después de cenar la llamaré y se lo diré. Sólo espero que siga queriéndome después de haber hecho tanto el tonto con ella.

Chris rió entre dientes.

—Ah, seguro que sí. Sin duda. —Se levantó y llenó las copas—. Relájate, disfruta de la cena y después te quedas adormir en la habitación de invitados.

Allí tienes teléfono, así que podéis arrullaros hasta el amanecer.

A Santana le había entrado hambre, así que repitió paella. Entusiasmada con la idea de hablar con Brittany, se puso cómoda y disfrutó del resto de una velada llena de historias con que llenarlos años perdidos.

Daba la una de la mañana cuando Isabella la acompañó a su habitación.

Era un dormitorio amplio y ventilado, con puertas acristaladas que daban a la veranda y una cama de matrimonio con una mosquitera blanca colgada encima, por si la necesitaba. Estaba decorada entonos blancos y crema. También tenía baño, al que se accedía por una puerta.

—Ahí encontrarás cepillo de dientes o cualquier otra cosa que necesites —le dijo Isabella.

Se miraron la una a la otra un largo instante y después Santana la abrazó.

Isabella la estrechó entre sus brazos con fuerza.

—Buenas noches, cariño —susurró.

Después se marchó.

Un soplo de brisa nocturna refrescó la habitación. Fuera se oían los chillidos de los murciélagos, que andaban muy ocupados entre los mangos Santana se dejó caer sobre la cama. Miró el teléfono de la mesilla de noche.

Era un poco desconsiderado llamar a Brittany y despertarla, pensó. Ella trabajaba al día siguiente. Pero, si Brittany sentía lo mismo que ella, no le importaría que la despertara para decirle que la quería.

De todas maneras, Santana no podía esperar. Cogió el teléfono y lo puso en la cama, a su lado. Entonces marcó.

Le pareció que pasaba una eternidad hasta que Brittany contestó.

— ¿Sí? —respondió en voz baja y adormilada.

Santana notó un escalofrío al recordar el olor dulce y seductor de Brittany la mañana en que despertaron juntas. El nudo que tenía en la garganta casi le impedía hablar.

—Soy yo..., Santana. Siento haberte despertado.

— ¿Santana? —Brittany tomó aire—. ¿Estás bien? He estado terriblemente preocupada por ti. Me enteré de lo de tu padre y de que te habías ido a buscar a tu madre y... y... —La voz se quebró. A Santana se le saltaron las lágrimas Brittany era muy sensible: los problemas de los demás la afectaban mucho—. Me preocupaba haber sido demasiado dura contigo la otra noche. Ya tenías bastante con lo tuyo.

—Nena —la interrumpió Santana con cariño—, todo es maravilloso. Todo ha cambiado.
Tengo un montón de cosas que contarte, pero lo único que necesito decirte en este momento es que te quiero.

Santana oyó que Brittany daba un respingo.

El corazón le golpeó en el pecho Brittany no habría cambiado de opinión, ¿verdad?

—Antes de venir aquí no era capaz de comprender mis sentimientos. Me faltaban trozos de mí misma. Pero ya no— Brittany lloraba en silencio y Santana deseaba con todas sus fuerzas poder abrazarla—. Estoy perdidamente enamorada de ti, nena, y tú tienes que decirme que todavía me quieres.

—Por Dios, cariño, te quiero con locura. Lo único que deseo es estar contigo... siempre.

Las palabras de Brittany llegaron hasta el fondo de su corazón y Santana sintió un cosquilleo por todo el cuerpo.

—Mañana volveré a casa —jadeó.

—Tengo una idea mejor. Voy yo a buscarte —dijo Brittany, con su voz profunda, cálida y seductora—. El viernes no tengo el día muy apretado y seguro que me cubre. ¿Qué te parece que vuele ahí mañana por la tarde? Me levantaré pronto y cambiaré unas cuantas visitas. Después de todo, es una ocasión especial. Podemos pasar un fin de semana largo las dos juntas mientras me explicas todo lo que ha pasado. Podemos hacer planes. —Su voz sonó risueña—. Entre otras cosas.

¡Un fin de semana entero haciendo el amor con Brittany! ¡Dios santo! Mejor: ¡una vida entera!

—Suena maravilloso —dijo Santana.

Brittany quedó en llamarla al día siguiente para darle los detalles del vuelo y, tras darse las buenas noches varias veces, sin querer colgar ni la una ni la otra, Santana acabó colgando.

Se tendió boca arriba sobre las blandas almohadas y cerró los ojos, imaginándose a Brittany de nuevo entre sus brazos. El vacío en su interior se colmó con una sensación cálida y vibrante. Había recuperado la conexión con Brittany.

Estaba completa.

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Finalizado Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )

Mensaje por Dani(: Vie Abr 10, 2015 12:25 am

Capítulo 16


Tras dormir a pierna suelta toda la noche por primera vez en mucho tiempo, Santana desayunó con Isabella y Chris en la glorieta.

Durante la noche había lloviznado un poco. Los árboles, las flores y la hierba brillaban con la luz del sol de la mañana. El aire estaba perfumado de flores, de café recién hecho y de los deliciosos aromas del desayuno que Chris había preparado: tortillas y bacon. Los papagayos, las cacatúas y los loros pasaban entre los árboles y arbustos como una exhalación, a modo de destellos rojos, púrpuras, amarillos y azul eléctrico.

Los insectos zumbaban Santana bebió su café a sorbitos, contemplando el horizonte. Era como estar flotando sobre el mar turquesa. A medida que el sol subía en el cielo, la humedad del jardín a sus espaldas empezaba a evaporarse.

Santana iba a recoger a Brittany al aeropuerto a las seis de la tarde y, aunque le gustaba la compañía de Isabella y Chris, estaba ansiosa por volver al hotel y prepararlo todo para cuando llegara.

En respuesta a su entusiasta invitación, Santana les prometió que llevaría a Brittany a cenar la noche siguiente.

Cerca del mediodía, les dio las gracias por todo y se despidió de ellas con un beso Santana esperó impaciente en la terminal del aeropuerto de Cairns. Cuando los altavoces anunciaron que el vuelo de Qantas de Brittany había aterrizado, Santana dio un brinco.

Un rato antes había cambiado su habitación de hotel por una suite de lujo y había pedido quela llenaran de rosas amarillas. También había pedido que subieran una botella de champán cuando volvieran.

Después se pasó el resto del día nadando, tumbada en la playa y mirando el reloj.

Los pasajeros empezaron a salir poco apoco por la puerta de llegadas Santana cambió el peso de un pie a otro. Los pasajeros empezaron a amontonarse.

Con el corazón palpitante, Santana observó con atención la multitud que se arremolinaba. ¡Dios! ¿Y si había perdido el avión? ¿Y si había pasado algo?

De repente Brittany apareció. A Santana casi le salió el corazón del pecho.

Llevaba un vestido de punto rojo de tirantes con escote y unos zapatos negros de tacón alto. Se quedó quieta, con la bolsa de viaje en la mano. Se pasó la mano libre por el cabello y miró a su alrededor, ansiosa.

Santana corrió hacia ella.

— ¡Estoy aquí, nena! —la llamó.

El rostro de Brittany se iluminó con una sonrisa radiante. Soltó la bolsa al tiempo que Santana la atraía hacia ella y la abrazaba con fuerza.

—Por Dios —murmuró Santana—. Eres tan preciosa. ¿De verdad eres mía?

Brittany la miró a los ojos, seductora.

—Oh, sí —jadeó. Y entonces le dio la mejor de las sorpresas: le echó los brazos al cuello y la besó apasionadamente.

Santana sintió una oleada de fuego ardiente por todo el cuerpo y estuvo a punto de desmayarse al oír el suave gruñido de Brittany.

Brittany le limpió la marca de pintalabios de la boca con el pulgar, con calma y una sonrisita en los labios.

Poco a poco, Santana dejó de ver borroso. Al fin y al cabo, estaban en el norte profundo de Queensland y habían llamado mucho la atención. Era fácil distinguir a los locales. Los turistas del sur, de Melbourne o Sydney, se limitaron a dirigirles una mirada fugaz, algunos sacudieron la cabeza al pasar, pero los habitantes de la zona se habían quedado helados y las miraban con la boca abierta y los ojos a punto de salirles delas órbitas.
Santana miró a Brittany y soltó una risita.

Le cogió la bolsa, la tomó de la mano con decisión y salió con ella al soleado exterior con el corazón rebosante de orgullo.

Su suite estaba en el último piso del hotel y tenía un balcón enorme que daba al mar. El sol empezaba a ponerse sobre el agua.

Brittany inspeccionó la hermosa sala de estar, muy espaciosa, y el lujoso dormitorio contiguo, con una cama de matrimonio. En las mesillas de noche y en los aparadores de madera de cerezo, habían colocado centros de mesa redondos llenos de rosas y su perfume llenaba la habitación. Los ojos se le humedecieron.

—Es precioso —dijo.

Santana la besó en la mejilla.

—Quería que fuera especial. —Sonrió ampliamente—. He cogido la suite nupcial.

Brittany sonrió y la besó.

—Perfecto.

En la mesa de café, junto a una fuente de fruta tropical, había una cubitera con el champán. Sobre la bandeja de plata había dos copas flauta relucientes Brittany arqueó las cejas con aprobación.

—El Krug ha sido todo un detalle, cariño.

Santana la rodeó con sus brazos y la miró a los ojos.

—Y he pedido la cena para más tarde. Un festín. La selección del chef.

—Bien —susurró Brittany—. Espero quesea para mucho más tarde, porque ahora tengo cosas más urgentes en mente.

Lamió la garganta de Santana con la punta de la lengua y empezó a desabrocharle la chaqueta de satén blanca que llevaba encima de la camisola de seda, también blanca.

La suave brisa balanceó las cortinas de tul blanco a lado y lado de las puertas del balcón, que permanecían abiertas.

La luz asalmonada del cielo se filtraba en la habitación.

Embelesada, Santana se entregó a las manos mágicas de Brittany Esta la desnudó con deleite y después se desnudó ella.

Santana se estremeció cuando Brittany le acarició los pezones y los apretó suavemente con los dedos. Tumbó a Santana en la cama.

—Quiero compensarte por la última vez—susurró.

Santana contempló maravillada a Brittany, a horcajadas sobre ella. Tenía un cuerpo perfecto, satinado y blanco Brittany le dio un beso ligero como una pluma en el cuello y después recorrió con la punta de la lengua el camino hacia sus pechos y trazó un círculo alrededor de los pezones.
Santana jadeó.

Brittany puso las rodillas entre las de Santana y le abrió las piernas. Sin dejar de besarla apasionadamente, le metió la mano entre los muslos y la acarició.

Santana emitió un leve quejido, indefensa.

Brittany la cubrió de lametones hasta el estómago y después continuó por las caderas.
Con cada roce, era como si la piel de Santana se prendiera fuego. Por dentro se sentía como plata fundida. Estaba derritiéndose. Los gemidos de Brittany eran los suyos propios; cada uno de sus jadeos eran los de ella.

Entonces, Brittany la poseyó con su boca ardiente, húmeda y electrizante Santana emitió un gemido largo y grave. Flotaba.

El cuerpo le ardía, la cabeza volaba.

Miró a Brittany, cuyo cabello color miel se derramaba sobre sus hombros, y entre sus muslos.

Los ojos se le llenaron de lágrimas Rendirse. Dios santo, era tan dulce.

Aquél era el secreto de su conexión: lo que las hacía sentir completas. Acarició el sedoso cabello de Brittany con ternura.

Rendirse.

Así de sencillo.

Era lo único que necesitaba.

***FINAL***

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Hola Hola! FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 1206646864

Bueno primero que todo MUCHAS GRACIAS POR LEER esta historia :) espero que les haya gustado y espero con mucha ansia por sus comentarios al respecto FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 ) - Página 4 1206646864

MUCHAS GRACIAS!

BESOS Y SALUDOS
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Finalizado Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )

Mensaje por monica.santander Vie Abr 10, 2015 2:30 am

Hola Dani!!! Me encanto el final, la verdad esperaba de todo menos que la mama de San era gay!!!
Hermosa historia, gracias por continuarla hasta el final!!
Besos
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Finalizado Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )

Mensaje por 3:) Vie Abr 10, 2015 2:03 pm

holap dan,...

me gusto que san se re reencontrara con sus mamis,...
ame que le dijera a britt que la quería,... como dijo chris tiene que recuperar el pasado para poder ser feliz no??
me encanto la historia!!!

nos vemos!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: La otra mujer (Capítulo Final 10/4/15 )

Mensaje por micky morales Vie Abr 10, 2015 2:05 pm

muy buena historia, gracias!!!!!!!
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