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FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura. Primer15
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Mensaje por Marta_Snix Jue Mayo 28, 2015 11:50 am

FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura. 40881786-256-k744955
Sinopsis: Son amigos de toda la vida que siguieron caminos distintos. Ahora vuelven a reunirse, aunque cada uno oculta a los demás algún secreto particular. Hablan de un mundo sobre el que se cierne la sombra de la guerra, cuentan historias de extraños monstruos, de criaturas míticas forjadas en la leyenda, pero no dicen nada de sus secretos. Al menos, no por el momento. No los revelarán hasta que se encuentren con una misteriosa y enigmática mujer, que porta una vara mágica. Ella hará que el grupo de amigos se vea inmerso en las sombras, y que sus vidas cambien para siempre, al tiempo que forjan el destino del mundo. Nadie esperaba que fueran unos héroes. Y ellos, menos que nadie.




CÁNTICO DEL DRAGÓN
Escuchad la canción de los sabios, descendiendo del cielo cual lluvia o lágrimas,
purificando los años, tañendo el Cántico de la Gran Leyenda de la Dragonlance.
Anterior al recuerdo o la palabra, hace muchos, muchos años, en los primeros albores de vida, cuando las tres lunas ascendían sobre el regazo del bosque,
los inmensos y terroríficos dragones sobrevolaban los cielos de Krynn.
De la oscuridad de los dragones, gracias a nuestros ruegos de luz,
en la vacía superficie de la pálida luna negrauna luz naciente brilló en Solamnia,
un poderoso caballero invocó a los verdaderos dioses y forjó la poderosa Dragonlance, atravesando el alma de los dragones,
apartando de las relucientes costas de Krynn la sombra de sus alas.
Así Huma, Caballero de Solamnia, Portador de Luz, Primer Lancero,
siguió su luz hasta el pie de las Montañas Khalkist,
hasta los pies de piedra de los dioses,
hasta el agazapado silencio del templo.
Invocando a los forjadores de la Dragonlance,
tomó su indecible poder para aplastar al horroroso mal,
haciendo que la garganta del dragón engullese la envolvente oscuridad.
Paladine, el Gran Dios del Bien, brilló al lado de Huma,
reforzando la lanza de su brazo derecho, y Huma,
resplandeciente bajo miles de lunas,
expulsó a la Reina de la Oscuridad,
expulso al enjambre de sus ululantes huestes
devolviéndolos al reino sin sentido de la muerte,
donde sus maldiciones cayeron sobre un vacío absoluto
lejos de aquella tierra iluminada.
Así acabó la Era de los Sueños y comenzó la Era del Poder.
En el este apareció Istar, reino de luz y verdad,
donde minaretes de blanco y oro,
elevándose al cielo y a la gloria del cielo,
anunciaron el final del mal, e Istar,
acunando y cantando a los largos veranos del bien,
brilló como un meteoro en los blancos cielos de lo verdadero.
Pero en la plenitud de la luz del sol el Rey de Istar vio sombras:
En la oscuridad vio que los árboles tenían dagas,
los riachuelos se oscurecían y se espesaban bajo la silenciosa luna.
Buscó libros en los que hallar los senderos de Huma,
buscó pergaminos, señales y encantamientos,
para que también él pudiera invocar a los dioses,
encontrar apoyo para sus fines, y desterrar, así, el mal del mundo.
Los dioses abandonaron el mundo y llegó la hora de la oscuridad y la muerte.
Una montaña de fuego asoló Istar,
la ciudad explotó como un esqueleto en llamas;
de fértiles valles nacieron montañas,
los mares se filtraron en las grietas de las montañas,
sobre los mares abandonados suspiraron los desiertos,
los amplios caminos de Krynn estallaron,
convirtiéndose en senderos de muertos.
Entonces comenzó la Era de la Desesperación.
Los caminos se mezclaron.
Vientos y tormentas de arena visitaron las ciudades.
Llanuras y montañas se convirtieron en nuestros hogares.
Cuando los antiguos dioses perdieron su poder,
gritamos hacia el cielo vacío,
hacia el frío y desmembrado gris,
a los oídos de los nuevos dioses.
Pero el cielo está sereno, silencioso, quieto.
Y aún tenemos que escuchar su respuesta.
Luna negra: Astro que sólo puede ser visto
por seres portadores del mal.
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Activo Re: FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura.

Mensaje por Marta_Snix Jue Mayo 28, 2015 3:04 pm

El anciano
Rachel Berry se irguió, suspiró y estiró los brazos para relajar sus entumecidos músculos. Lanzó el trapo grasiento en el cubo del agua y contempló la habitación vacía. Cada día era más difícil mantener la antigua posada. La vieja madera estaba impregnada de amor, pero ni el amor ni la resina conseguían ocultar las grietas y sajaduras de las mesas, o evitar que algún cliente se sentara sobre alguna silla astillada. «El Último Hogar» no era una posada lujosa, comparada con algunas de Haven de las que Rachel había oído hablar, pero era confortable. El árbol sobre el que había sido edificada la abrazaba amorosamente con sus viejos brazos, y las paredes y enseres habían sido construidos sobre las ramas del árbol tan cuidadosamente, que era imposible determinar dónde acababa el trabajo de la naturaleza y dónde empezaba el del hombre. El bar ondeaba como una bruñida ola sobre la madera que lo sostenía. Las vidrieras de las ventanas proyectaban en la habitación cálidos rayos de brillantes colores. A medida que se acercaba la noche las sombras iban menguando. En «El Último Hogar» pronto empezarían a trabajar. Rachel miró a su alrededor y sonrió satisfecha; las mesas estaban limpias y resplandecientes, sólo le faltaba barrer el suelo. Cuando comenzaba a apartar a un lado los pesados bancos de madera , Leroy salió de la cocina envuelto en una fragante nube de vapor.
Será una jornada de mucho trabajo —dijo apretujando su robusto cuerpo para pasar detrás de la barra. Silbando alegremente, comenzó a colocar las jarras.
Preferiría menos trabajo y una noche más cálida —dijo Rachel arrastrando un banco—.¡Anoche trabajé como una loca y nadie me lo agradeció y además recibí pocas propinas! ¡Qué gente tan tenebrosa! Todo el mundo estaba nervioso, saltaban ante el más mínimo ruido. Se me cayó una jarra a suelo y juro que Retark desenvainó la espada!
¡Buf! —resopló Leroy—. Retark es uno de los Guardias Buscadores de Solace y ésos siempre están nerviosos. Tú también lo estarías si tuvieses que trabajar para Karofsky, ese fanát...
Cuidado —le aconsejó Rachel.
Leroy se encogió de hombros.
A menos que el Sumo Teócrata pueda llegar aquí volando, no estará escuchándonos. Oiría el sonido de sus pisadas en la escalera antes de que él pudiera oírme a mí. —No obstante, Rachel notó que continuaba en un tono mucho más bajo. —Los habitantes de solace no aguantarán mucho más, recuerda lo que te digo. Continúan desapareciendo personas, no sabemos adónde las llevan. Son tiempos difíciles. —Movió la cabeza de un lado a otro y luego su rostro se iluminó—. Pero son buenos tiempos para los negocios.
Hasta que nos cierren el local —dijo Rachel apesadumbrada. Agarrando la escoba, comenzó a barrer con energía.
Hasta los teócratas necesitan llenar sus estómagos y lavar sus irritadas gargantas. Debe dar una sed tremenda arengar continuamente a la gente sobre los nuevos dioses; por eso el Sumo Teócrata viene aquí cada noche.
Rachel dejó de barrer y se apoyó sobre la barra. —Leroy, también se escuchan otras conversaciones, se habla de guerra, de ejércitos agrupados en el norte. Y además hay esos extraños hombres encapuchados que pululan por la ciudad con el Sumo Teócrata haciendo preguntas.
Leroy miró con orgullo a la chica de diecinueve años y alargando la mano le dio unos golpecitos en la mejilla. Había sido como un padre para ella desde que el verdadero había desaparecido misteriosamente. Acarició sus rizos castaños.
Guerra. ¡Puf! —dijo despreciativamente—. Se viene hablando de guerra desde el Cataclismo. Es pura cháchara. Puede que sea una historia inventada por el Teócrata para mantener a la gente en su sitio.
No lo sé —Rachel frunció el ceño—. Creo... —La puerta se abrió.
Rachel y Leroy se giraron alarmados. No habían oído los pasos en las escaleras y ¡eso era muy extraño! La posada estaba construida en la parte más alta de un inmenso vallenwood, como todos los edificios de Solace, excepto la herrería. Los habitantes habían decidido ocupar los árboles durante el terrorífico caos que siguió al Cataclismo. Por tanto Solace se convirtió en una ciudad sobre los árboles, una de las pocas maravillas que quedaban en Krynn. Las casas y los comercios estaban encaramados a muchos metros del suelo y se comunicaban a través de firmes puentes de madera. Ahí arriba, unas quinientas personas compartían sus vidas. El más grande de los edificios de Solace era «El Último Hogar», a cuarenta pies del suelo. La escalera rodeaba el nudoso tronco del viejo vallenwood. Tal como Leroy había dicho, podía oírse a cualquier visitante de la posada mucho antes de que entrase por la puerta. Pero ni Rachel ni Leroy habían oído al anciano. Apoyándose sobre un viejo bastón de roble y deteniéndose en la puerta, el anciano miró a su alrededor.
Sobre la cabeza llevaba la harapienta capucha de su gastada túnica, por lo que las sombras oscurecían los rasgos de su cara a excepción de sus brillantes ojos de halcón.
¿Puedo hacer algo por usted? —preguntó Rachel al forastero mientras intercambiaba con Leroy una inquieta mirada. ¿Sería un espía de los Buscadores?
¿Eh? —El hombre parpadeó—. ¿Está abierto?
Bueno... —titubeó Rachel.
Por supuesto —dijo Leroy con su amplia sonrisa—. Entre, barbagris. Rachel, acércale una silla a nuestro huésped. Debe sentirse cansado después de tan larga escalada.
¿Escalada? —Rascándose la cabeza, el anciano observó el portal y luego miró abajo, hacia el suelo—. ¡Ah, sí, escalada! Un montón de escaleras... —Caminó cojeando hacia el interior y le dio a Rachel un golpecillo juguetón con el bastón—. Sigue con tu trabajo, chica, ya me ocuparé yo de encontrar una silla.
Rachel se encogió de hombros, tomó la escoba y comenzó a barrer sin perder de vista al recién llegado.
Este, de pie en el centro de la posada, observaba a su alrededor como si se hallase estudiando la situación exacta de cada mesa y cada silla de la habitación. La sala, amplia y con forma de habichuela, se enrollaba alrededor del tronco del vallenwood. Las ramas más pequeñas del árbol sostenían el suelo y el techo. El anciano observó con particular interés la chimenea, que era la única parte de la posada hecha en piedra. Era evidente que estaba trabajada por manos de enano con la intención de que pareciese parte del árbol, enrollándose de forma natural en las ramas superiores. Cerca del hueco de la chimenea había un arcón repleto de troncos y ramas de pino traídas de las altas montañas. A ningún habitante de Solace se le ocurriría quemar la madera de sus propios árboles. Detrás de la cocina había otra salida; era un hueco de unos cuarenta pies, que algunos de los clientes de Leroy consideraban muy práctica.
Mientras sus ojos recorrían la habitación, murmuraba para sí frases de aprobación. Entonces, ante la sorpresa de Rachel, tiró su bastón, se arremangó la túnica y ¡comenzó a redistribuir los muebles!
Rachel dejo de barrer y se apoyó en la escoba.
¿Qué hace usted? ¡Esa mesa siempre estuvo ahí!
En el centro de la sala había una mesa larga y estrecha. El anciano la arrastró por el suelo y la apoyó contra el tronco del inmenso vallenwood, justo al otro lado de la chimenea, después retrocedió unos pasos y contempló su trabajo.
Ahí —murmuró—. Debe estar cerca de la chimenea. Ahora trae dos sillas más, necesito seis alrededor de esta mesa.
Rachel se volvió hacia Leroy. Cuando éste estaba a punto de protestar, hubo un resplandor en la cocina. Un grito del cocinero indicó que la manteca ardía de nuevo. Leroy corrió hacia las puertas batientes de la cocina.
Es inofensivo —murmuró al pasar al lado de Rachel—. Déjale hacer lo que quiera, si es razonable. A lo mejor piensa dar una fiesta.
Rachel suspiró y le llevó las dos sillas que le había pedido, dejándolas donde él le indicaba.
Bien —dijo el extraño personaje mirando con agudeza a su alrededor—, ahora trae dos sillas más y asegúrate que sean cómodas. Ponlas cerca de la chimenea, en esta esquina oscura.
No es oscura, está justo a plena luz.
¡Ah!, pero esta noche estará oscura, ¿no? Cuando el fuego esté encendido...
Sí, sí, supongo que sí...
Trae las sillas, buena chica. Y quiero otra justo aquí. —y señaló un lugar frente a la chimenea—. Esta es para mí.
¿Va a dar una fiesta? —preguntó Rachel mientras le acercaba la silla más confortable de la posada.
¿Una fiesta? —La idea pareció divertirle. Riendo entre dientes le contestó—. Sí, pequeña, ¡será la mejor fiesta que se haya visto en Krynn desde el Cataclismo! ¡Prepárate, Rachel Berry! ¡Prepárate!
Le dio unos golpecillos en el hombro y le desordenó el cabello, luego se volvió y con un crujido de huesos se dejó caer en la silla.
Una jarra de cerveza —le dijo.
Rachel fue a buscar la cerveza. Tras llevársela y ponerse a barrer de nuevo, se detuvo, preguntándose cómo aquel hombre conocía su nombre.
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Mensaje por JanethValenciaaf Jue Mayo 28, 2015 9:15 pm

Es un misterio rachel, jajajaj
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Mensaje por Marta_Snix Vie Mayo 29, 2015 5:31 pm

JanethValenciaaf escribió:Es un misterio rachel, jajajaj
Que quejica Rachel, encima de que le redecora el lugar :P
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Mensaje por Marta_Snix Vie Mayo 29, 2015 5:39 pm

1º PARTE


1 Reunión de viejos amigos. Una brusca interrupción
Artie Abrams se derrumbó sobre una roca cubierta de musgo. Sus viejos huesos de enano le habían sostenido ya demasiado tiempo y se negaban a continuar sin protestar.
Nunca debería haberme ido —refunfuñó Artie mirando abajo, hacia el valle. Hablaba en voz alta aunque no hubiese ninguna señal de vida en los alrededores. En los largos años de vagabundeo solitario había adquirido la costumbre de hablar consigo mismo. Golpeándose las rodillas con las palmas de las manos, anunció con vehemencia—: ¡Y maldita sea si decido irme de nuevo!
Artie había estado caminando durante todo aquel frío día de otoño, por lo que encontró confortable aquella roca cubierta de musgo, caldeada por el sol de la tarde. Relajándose, dejó que el calor penetrase en sus huesos —el calor del sol y el calor de sus pensamientos, pues regresaba de nuevo al hogar.
Miró a su alrededor, entreteniendo la mirada en aquel paisaje familiar que tanto le enorgullecía. Allá abajo, la ladera de la montaña formaba un cuenco alfombrado de esplendor otoñal. Los vallenwoods del valle resplandecían con los colores de la estación, el rojo encendido y el dorado se mezclaban con el púrpura que, allá lejos, teñían los picos Kharolis. El celeste sin tacha del cielo se reproducía en las aguas del Lago Crystalmir. La única señal de la existencia de Solace eran las pequeñas columnas de humo que serpenteaban sobre los árboles. Una bruma suave y extensa inundaba el valle con el dulce aroma de las chimeneas de los hogares. Artie, una vez se hubo sentado y descansado, sacó de su bolsa un pedazo de madera y una reluciente daga. Sus manos se movían de forma inconsciente.
Desde tiempos inmemoriales, su gente siempre había sentido la necesidad de moldear lo amorfo a su antojo. El mismo, años atrás, antes de retirarse había sido un famoso artesano del metal. Comenzó a trabajar la madera, pero sus manos se detuvieron mientras observaba, abajo en el valle, el humo que asomaba por las ocultas chimeneas.
El fuego de mi casa está apagado —dijo Artie en voz baja. Se estremeció y, enojándose consigo mismo por ponerse sentimental, comenzó a tallar la madera con furia. Refunfuñó en voz alta: —Mi casa está ahí, vacía. El techo probablemente lleno de goteras, los muebles destrozados. ¡Estúpida búsqueda! Es la cosa más tonta que he hecho en mi vida. ¡Después de ciento cuarenta y ocho años debería haber aprendido!
Nunca aprenderás, enano —le contestó una voz distante—. ¡Ni que llegues a vivir doscientos cuarenta y ocho años!
Arrojando el pedazo de madera al suelo, el enano dejó la daga y posó sus manos sobre su hacha, mientras oteaba el camino de arriba a abajo. La voz le resultaba familiar; a pesar de ser la primera voz conocida que oía en mucho tiempo, no pudo identificarla.
Artie miró de soslayo hacia el sol poniente. Le pareció ver la figura de una mujer que caminaba a zancadas por el camino. Poniéndose en pie, Artie retrocedió hasta la sombra de un inmenso pino para poder ver mejor. La mujer tenía un andar airoso —el garbo propio de una elfa, pensó Artie—, pero su cuerpo tenía la fortaleza y los firmes músculos de una humana, y los cabellos que poblaban su cabeza eran indiscutiblemente humanos. Todo lo que el enano podía ver del rostro de la mujer bajo aquella capucha verde era la piel morena. De uno de sus hombros pendía un arco y en el lado izquierdo llevaba sujeta una espada. Iba vestida de cuero blando, trabajado cuidadosamente con los elaborados diseños que los elfos adoran.
¿Santana? —preguntó dudoso Artie cuando la mujer se acercó.
La misma.
El rostro de la recién llegada se abrió en una amplia sonrisa. Extendió sus brazos y, antes de que el enano pudiese detenerlo, rodeó a Artie en un abrazo tal, que hasta lo levantó del suelo. El enano estrechó fuertemente a su vieja amiga durante un instante; luego, pensando en su dignidad, se sintió violento y se liberó del abrazo del semielfa.
¡Cinco años y todavía no has aprendido modales! —refunfuñó el enano—. ¡Zarandeándome tan bruscamente, no demuestras ningún respeto a mi edad!
Artie miró hacia el camino.
Espero que nadie conocido nos haya visto.
Dudo que haya muchos que puedan recordarnos —dijo Santana mientras examinaba orgullosamente a su amigo—. Ni para ti ni para mí el tiempo transcurre como para los humanos, viejo enano. Cinco años es mucho tiempo para ellos y sólo unos instantes para nosotros —dijo sonriendo—. No has cambiado.
No puedo decir lo mismo de otras —Artie volvió a sentarse sobre la roca y comenzó a tallar de nuevo. —He estado en tierras hostiles a todas las razas —Artie le dio la vuelta al pedazo de madera, examinándolo—. Pero ahora estamos en casa. Todo eso ya quedó atrás.
No, no por lo que he oído —dijo Santana volviendo a ponerse la capucha sobre la cabeza para que los últimos rayos de sol no le dieran en los ojos—, los Supremos Buscadores de Haven designaron a un hombre llamado Karofsky para que gobernase Solace como Sumo Teócrata, y con su nueva religión ha convertido la ciudad en un semillero de fanáticos.
Santana y el enano se volvieron hacia el tranquilo valle: Comenzaban a encenderse luces, por lo que en el bosque de vallenwoods ya se veían las casas de los árboles. El aire del crepúsculo era suave y sereno, impregnado del olor a madera del humo proveniente de las chimeneas. De tanto en tanto se podía oír el débil sonido de la voz de una madre llamando a sus hijos para la cena.
No he oído nada malo sobre Solace —dijo Artie pausadamente.
Persecución religiosa... inquisición...
La voz de Santana surgía de las profundidades de su capucha y sonaba inquietante. Era más profunda y sombría de lo que Artie recordaba. El enano frunció el entrecejo. En cinco años su amiga había cambiado. ¡Y los elfos nunca cambian! Pero Santana era sólo una semielfa, una hija de la violencia; su madre había sido violada por un guerrero humano en una de las muchas guerras que habían dividido las diferentes razas de Krynn durante los caóticos años que siguieron al Cataclismo.
¡Inquisición ! Por lo que dicen, sólo para aquellos que se rebelan contra el Sumo Teócrata. No creo en los dioses Buscadores, nunca lo he hecho, pero no hago alarde de mis creencias en plena calle. Mantente callado y te dejarán en paz; ése es mi lema. Los Supremos Buscadores de Haven aún son hombres sabios y virtuosos. Lo que pasa es que en Solace una sola manzana podrida está estropeando todo el canasto. A propósito, ¿encontraste lo que buscabas?
¿Te refieres a algún signo de la existencia de los antiguos dioses verdaderos o a la paz interior?
Bueno, pensaba que lo uno iba con lo otro —musitó Artie dándole la vuelta al trozo de madera que tenía entre las manos, descontento aún con sus proporciones —. ¿Vamos a quedarnos aquí toda la noche olfateando el aroma de las cocinas o vamos a ir a la ciudad a conseguir algo para cenar?
Vamos —indicó Santana.
Comenzaron a caminar juntos por el sendero, las largas zancadas de Santana forzaban al enano a dar dos pasos por cada uno de su amiga. Aunque habían transcurrido muchos años desde la última vez que viajaran juntos, inconscientemente, Santana aminoró el paso mientras que Artie lo aceleró.
¿O sea que no encontraste nada? —insistió Artie.
Nada. Como descubrimos hace años, en este mundo los clérigos adoran a falsos dioses. Escuché historias que hablaban sobre la Curación, pero no eran más que magia y trucos. Afortunadamente, nuestro amigo Sam me enseñó a fijarme en lo esencial.
¡Sam! Ese mago huesudo y de rostro descolorido, ¡es un auténtico charlatán! Siempre gimoteando y quejándose, metiendo la nariz donde no debe. Si no fuese porque su hermana gemela lo protege, hace ya tiempo que alguien habría acabado con su magia.
Santana ocultó su sonrisa, se sentía contenta.
Creo que ese joven era mejor mago de lo que tú te piensas. y debes admitir que, como yo, trabajó
incansablemente para ayudar a los que habían sido engañados por los falsos clérigos.
Sin duda fueron pocos los que te lo agradecieron.
Muy pocos. La gente necesita creer en algo, aunque en el fondo sepan que es falso. Pero, ¿qué me cuentas de ti? ¿Cómo te fue el viaje a las tierras de tus antepasados?
Artie pateó el suelo con expresión ceñuda, sin contestar. Finalmente murmuró:
No debería haber ido —y miró a Santana. Sus ojos, casi ocultos por las blancas, gruesas y sobresalientes cejas, informaron a la semielfa que no deseaba que llegara su turno en la conversación. Santana notó su mirada, pero a pesar de ello siguió preguntando.
¿Encontraste a los Antiguos Enanos? ¿Averiguaste algo acerca de las historias que nos habían contado?
No eran verdad. Los Antiguos desaparecieron hace trescientos años, durante el Cataclismo. Eso es lo que dicen los ancianos.
Los elfos dicen lo mismo. —Vi... ¡Shst! —dijo Santana y levantó el brazo previniéndolo.
Artie se detuvo en seco.
¿Qué pasa? —susurró. Santana señaló.
Ahí, en la arboleda.
Artie miró hacia los árboles al tiempo que cogía su hacha de guerra. Durante un instante, los rojos rayos del sol poniente centellearon sobre un pedazo de metal que apareció entre los árboles. Santana lo vio un segundo, dejó de verlo y luego lo vio de nuevo. En ese momento el sol desapareció y en el cielo brilló un luminoso violeta que hizo que las sombras de la noche se deslizaran sigilosamente entre los árboles del bosque.
Artie miró atentamente hacia la penumbra —No veo nada.
Yo sí lo he visto —dijo Santana. Seguía mirando hacia el lugar donde había brillado el metal y, poco a poco, su vista de elfa comenzó a detectar la cálida aureola rojiza que todos los seres vivientes proyectan pero que sólo los elfos pueden percibir. —¿Quién está ahí? —gritó Santana.
Durante un largo rato, la única respuesta fue un horripilante sonido que hizo que a la semielfa se le erizase el cabello. Era un sonido zumbante y hueco, grave al comienzo, y que poco a poco fue subiendo y subiendo hasta alcanzar un tono agudo, como un alarido quejumbroso. A medida que iba
elevándose se escuchó una voz.
Elfa errante, desvíate de tu camino y olvídate del enano. Somos los espíritus de las pobres almas que Artie Abrams abandonó sobre el suelo de la cantina. ¿Creíste que fallecimos en el combate?
La voz del espíritu se elevó a alturas vertiginosas acompañada por el quejoso alarido.
¡No! Morimos de vergüenza, maldecidos por el fantasma de la ira, por no ser capaces de tragarnos a ese enano de las colinas.
La barba de Artie temblaba de furia y Santana, estallando en carcajadas, se vio obligada a agarrar al enano del hombro para evitar que se lanzara impetuosamente contra la maleza.
¡Malditos sean los ojos de los elfos! —la voz del espíritu se tomó alegre—. ¡Y malditas sean las barbas de los enanos!
¿No lo habías adivinado? —gruñó Artie—. Es Kurt Hummel.
Se escuchó un leve crujido en la maleza y entonces una pequeña figura se plantó en medio del camino. Era un kender, miembro de una raza que muchos de los habitantes de Krynn consideraban aún más molesta que los mosquitos. De huesos pequeños, un kender casi nunca crecía más de cuatro pies. Este kender era más o menos de la estatura de Artie, pero su cara, delgada y siempre infantil, hacía que pareciese más pequeño. Vestía unas medias de lana de color azul brillante que contrastaban con su liso y velludo chaleco y con su túnica de hilo. Sus ojos castaños centelleaban traviesos y divertidos; su sonrisa parecía extenderse hasta sus puntiagudas orejas. Bajó la cabeza, saludando burlonamente y dejando que un largo mechón de su cabello castaño del cual se sentía satisfecho y orgulloso cayera sobre su nariz. Después se incorporó riendo. El reflejó metálico que los ágiles ojos de Santana habían detectado que provenía de las hebillas de uno de los numerosos fardos que llevaba sujetos con correas a la espalda y a la cintura. Kurt les sonrió burlón, apoyado en su vara jupak, que era la que había producido aquel horripilante sonido que Santana debería haber reconocido al momento, pues había presenciado en anteriores ocasiones cómo el kender ahuyentaba a posibles atacantes blandiéndola en el aire y produciendo así ese alarido quejumbroso. Esa vara era un invento de los kenders: la parte inferior estaba revestida de madera de barril y acababa en una punta afilada y el extremo superior se bifurcaba en dos y sostenía una honda de cuero. Había sido tallada de una sola pieza en flexible madera de sauce. Aunque el resto de las razas de Krynn odiaban ese tipo de vara, para un kender era algo más que un arma o herramienta: era su símbolo. «Las nuevas sendas requieren un jupak», era un dicho popular entre los kenders. A continuación siempre agregaban: «Una senda nunca es vieja». De pronto Kurt corrió hacia delante con los brazos abiertos.
¡Artie!.
El kender tomó al enano en sus brazos. Artie, avergonzado, le devolvió el abrazo sin entusiasmo alguno y, rápidamente, retrocedió unos pasos. Kurt sonrió socarronamente y miró a la semielfa.
¡Santana! —Extendió hacia ella sus cortos brazos.
No, gracias —le dijo Santana sarcásticamente mientras se apartaba de él—. Quiero conservar mi dinero.
Artie, alarmado, rebuscó en su túnica. —¡Eres un bribón! —gruñó y se lanzó contra el kender que se hallaba agachado, doblado por la risa. Ambos rodaron por el suelo.
Riendo. Santana intentó separar a Artie del kender. De pronto se detuvo y se giró sobresaltado. Demasiado tarde. Escuchó el metálico tintineo de bridas y arreos y el relincho de un caballo. La semielfa se llevó la mano a la empuñadura de la espada, pero ya era tarde, había perdido toda posible ventaja.
Maldiciendo interiormente. Santana contempló aquella figura que emergía de las sombras, montando un pony de peludas patas que caminaba con la cabeza baja. como si se sintiese avergonzado de su jinete. La piel gris y manchada del rostro del jinete caía en numerosos pliegues. Dos ojos porcinos de color rosado les miraban bajo un casco de aspecto militar. Entre las brillantes y llamativas piezas de la armadura se adivinaba un cuerpo gordo y flácido. Santana sintió un extraño olor y arrugó la nariz asqueada.
¡Un goblin! —Soltando la espada le pegó una patada a Artie, pero en ese momento el enano estornudó estruendosamente y se quedó sentado sobre el kender.
¡Un caballo! —exclamó Artie estornudando de nuevo.
Detrás tuyo —le susurró Santana.
Artie percibió un tono de alarma en las palabras de su amigo y se puso en pie. Kurt hizo rápidamente lo mismo.
El goblin, sentado a horcajadas sobre el pony, los miraba de forma arrogante y despreciativa. En sus ojos rosados se reflejaban los últimos y rezagados rayos de sol.
Mirad, soldados, con qué locos hemos de tratar aquí, en Solace —declaró el goblin hablando el idioma común de Solace con pesado acento. Se oyó una risa animada que venía de los árboles detrás del goblin. De ahí salieron caminando cinco guardias goblins vestidos de uniforme raso que tomaron posiciones a ambos lados del caballo que montaba su jefe. —Ahora... —El goblin se inclinó sobre la silla de montar. Santana observó fascinada cómo la inmensa barriga de aquel ser sepultaba por completo el pomo de la silla—. Soy Fewmaster Toede, jefe de los ejércitos que protegen Solace de elementos indeseables. No tenéis derecho a caminar en los límites de la ciudad después de que oscurezca. Estáis arrestados. —Fewmaster Toede se agachó para hablarle a un goblin que estaba a su lado—. Mira si tienen la Vara de Cristal Azul y me la traes —le dijo en el lenguaje graznante de los goblins.
Santana, Artie y Kurt se miraron interrogativamente. Los tres conocían un poco el idioma de los goblins —Kurt mejor que los otros dos. ¿Habían oído bien? ¿Una vara de cristal azul?
Si se resisten matadlos —añadió Fewmaster Toede volviendo a hablar el idioma común para darle más fuerza a sus palabras.
Tras decir esto, tiró de las riendas, golpeó su cabalgadura con la fusta y salió galopando hacia la ciudad.
¡Goblins! ¡En Solace! ¡Este nuevo Teócrata tendrá que rendimos cuentas! —profirió Artie. Sacó el hacha de guerra de la funda y, con los pies bien firmes sobre la tierra, se balanceó hacia delante y hacia atrás hasta que consiguió mantener el equilibrio—. Muy bien, ya podéis venir.
Os aconsejo que retrocedáis —les dijo Santana apartándose la capa de los hombros y desenvainando la espada—. Llegamos de un largo viaje y el día de hoy ha sido agotador. Estamos hambrientos, cansados y llegamos tarde a una cita con amigos a los que hace mucho tiempo que no vemos. No estamos dispuestos a ser arrestados.
Ni a que nos maten —añadió Kurt. El no había desenfundado arma alguna, pero observaba a los
goblins con gran interés.
Un tanto amedrentados, éstos se miraban nerviosos unos a otros. Uno de ellos lanzó una siniestra mirada hacia el camino por el que había desaparecido su jefe. Los goblins estaban acostumbrados a encontrarse con comerciantes fanfarrones o con granjeros que viajaban a la pequeña ciudad —no con diestros luchadores fenomenalmente armados. Pero como hacía ya mucho tiempo que odiaban a todas las razas que habitaban Krynn, desenvainaron sus largas y curvas espadas.
Artie, agarrando con firmeza la empuñadura de su hacha, dio un salto hacia delante.
Sólo existe una criatura en este mundo a la que odie más que a un enano gully —refunfuñó—, ¡un goblin!
El goblin saltó sobre Artie confiando en derribarlo. Artie balanceó su hacha con absoluta precisión y exactitud. La cabeza del goblin rodó por el camino, mientras su cuerpo se desplomaba sobre el suelo.
¿Qué hace una chusma como vosotros en Solace? —preguntó Santana a la vez que detenía habilidosamente el torpe ataque de otro goblin. Sus espadas se cruzaron, trabándose en el aire unos segundos. Santana empujó al goblin hacia atrás—. ¿Trabajáis para el Sumo Teócrata?
¿Teócrata? —el goblin gorjeó de risa. Blandiendo salvajemente su espada le respondió—: ¿Para ese loco? Nuestro jefe, Fewmaster, trabaja para... iug! —El pequeño ser se precipitó él mismo hacia la espada de Santana.
Rugiendo, cayó al suelo.
¡Maldición! —exclamó Santana mirando con frustración al goblin muerto; ¡El muy idiota! No quería matarlo, tan sólo averiguar quién le pagaba.
¡Te enterarás de quién nos paga antes de lo que quisieras! —gritó otro goblin precipitándose hacia la distraída semielfa. Santana se giró rápidamente y lo desarmó. Le propinó una patada en el estómago y la criatura se dobló hacia delante.
Otro de los goblins se abalanzó sobre Artie antes de que éste tuviese tiempo de recuperarse del anterior ataque. El enano retrocedió intentando mantener el equilibrio. Entonces se oyó la estridente voz de Kurt.
Santana, esta escoria se vendería a cualquiera. Échales de tanto en tanto un poco de carne de perro y serán tuyos para siempre...
¡Carne de perro! —rugió el goblin dejando a Artie y volviéndose rabioso—. ¿Y qué tal un poco de carne de kender, pequeño asqueroso?
El goblin se lanzó contra el kender, intentando agarrarlo por el cuello con sus garras de color morado. Kurt, aparentemente desarmado y sin perder en ningún momento su expresión inocente e infantil, rebuscó en su chaleco de piel, sacó una daga y se la lanzó, todo ello en décimas de segundo.
El goblin se llevó las manos al pecho y lanzando un rugido se desplomó. Se oyó un ruido de pasos nerviosos; era la huida del último goblin que quedaba. La pelea había terminado.
Santana enfundó su espada, haciendo una mueca de asco ante la peste que despedían aquellos cuerpos; el olor le recordaba al del pescado podrido. Artie limpió las huellas de sangre negra de los goblins de la cuchilla de su hacha. Kurt observó orgulloso el cuerpo del goblin que había matado. Había caído cara al suelo, por lo que la daga quedaba oculta por el cuerpo.
Ahora se la saco —se ofreció Santana disponiéndose a darle la vuelta al cadáver.
No —Kurt hizo una mueca—. No la quiero. Ese olor no desaparece nunca, ¿sabes?
Santana asintió. Artie enfundó de nuevo su hacha y los tres se pusieron en camino hacia la ciudad. Las luces de Solace se hacían más brillantes a medida que la noche avanzaba. El olor a madera quemada que flotaba en el aire fresco de la noche hacía pensar en comida, calor y seguridad. Los compañeros apresuraron el paso. Durante un rato ninguno habló, pues los tres escuchaban en su mente el eco de las palabras de Artie: « ¡Goblins! ¡En Solace!».
No obstante, al final, el incorregible kender rió entre dientes.
Además, ¡Esa daga era de Artie!
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Activo Re: FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura.

Mensaje por monica.santander Vie Mayo 29, 2015 11:25 pm

Me gusta esta historia es genial!!!
Saludos
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Activo Re: FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura.

Mensaje por Marta_Snix Sáb Mayo 30, 2015 1:28 pm

monica.santander escribió:Me gusta esta historia es genial!!!
Saludos
Me alegro que te este gustando, aunque solo es el comienzo, aun quedan muchas cosas por pasar y muchos personajes que conocer.
Nos vemos ;)
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Mensaje por Marta_Snix Sáb Mayo 30, 2015 1:29 pm

2 Retorno a la posada. El juramento roto
En esa época, en Solace, a última hora de la tarde casi todo el mundo se las arreglaba para dejarse caer por la posada. La gente se sentía más segura en grandes grupos. Solace era un lugar de paso para los viajeros que llegaban a ella procedentes de Haven, capital de los Buscadores. Llegaban del sur de Qualinesti, reino de los elfos. En ocasiones llegaban del este, a través de las áridas Llanuras de Abanasinia. Todos consideraban el Último Hogar como un refugio, un lugar donde podían obtener información, y allí se dirigieron los tres amigos. Aquel tronco inmenso y retorcido era el más alto de todos los vallenwoods del valle. Las cristaleras de colores de las ventanas de la posada resplandecían, contrastando con los ensombrecidos árboles del bosque. De las ramas colgaban farolillos que alumbraban la escalera que rodeaba al árbol. Aunque la noche de otoño era fría, los viajeros sabían que el calor del fuego y la compañía ayudarían a olvidar las penas del viaje. Esa noche la posada estaba tan llena que los tres amigos tuvieron que apartarse de las escaleras en diversas ocasiones para dejar entrar a hombres y mujeres. Santana notó que la gente los miraba con desconfianza en vez de mirarlos acogedoramente, como hubiese ocurrido cinco años atrás. La semielfa frunció el ceño. Este no era el regreso al hogar con el que había soñado. En los cincuenta años que había vivido en Solace, nunca había notado tanta tensión. Los rumores que había oído sobre la malévola corrupción de los Buscadores debían ser ciertos.
Cinco años atrás, unos hombres que se autodenominaban «buscadores» habían formado una organización de clérigos que profesaban una nueva religión en las ciudades de Haven, Solace y Gateway. Santana consideraba que, aunque iban muy desencaminados, por lo menos eran honestos y sinceros. Durante los años siguientes, aquellos clérigos fueron ganando adeptos a medida que su religión se fue extendiendo. Pronto dejaron de preocuparse del alma y de la salvación y empezaron a preocuparse del poder. Con el consentimiento de los habitantes, comenzaron a gobernar las ciudades.
Alguien tiró del brazo de Santana e interrumpió sus pensamientos. Se volvió y vio que Artie, en silencio, señalaba hacia abajo donde unos guardias formados en grupos de cuatro y armados hasta los dientes, caminaban pomposamente y dándose aires de importancia.
Por lo menos son humanos y no goblins —dijo Kurt.
Uno de los goblins hizo un comentario despreciativo cuando le mencioné al Sumo Teócrata —reflexionó Santana en voz alta—. Como si trabajasen para otra persona. Me gustaría saber qué es lo que está sucediendo.
Quizás lo sepan nuestros amigos —dijo Artie.
Si es que vienen —añadió Kurt—. En cinco años pueden haber sucedido muchas cosas.
Si están vivos, vendrán —añadió Artie en voz baja—. Hicimos un juramento sagrado: encontrarnos de nuevo después de cinco años e informar de lo que hubiésemos averiguado sobre la maldad que se está extendiendo por el mundo. ¡Y pensar que hemos regresado para encontrarla en nuestra propia casa!
¡Silencio! ¡Shhhh!
Varias de las personas que pasaban se mostraron tan alarmadas ante las palabras del enano que Santana sacudió la cabeza.
Mejor que no hablemos de esto aquí —le advirtió la semielfa.
Cuando llegaron arriba, Kurt abrió la puerta. Les llegó una ola de luz, ruido, calor, y el familiar olor de las patatas picantes que preparaba Leroy. El olor los envolvió. Leroy estaba detrás de la barra, tal como ellos le recordaban, y a pesar de estar más robusto, no había cambiado. La posada tampoco había cambiado, pero parecía más confortable. Kurt, con su rápida mirada de kender, examinó a la gente allí reunida y, soltando un chillido, señaló al fondo de la sala hacia alguien conocido, el fuego de la chimenea se reflejaba en un reluciente casco acabado en un dragón alado.
¿Quién es? —preguntó Artie poniéndose de puntillas para poder ver algo.
Quinn.
Entonces Sam estará aquí también —dijo Artie sin mucho entusiasmo.
Kurt comenzó a deslizarse entre los ruidosos grupos de personas que apenas se daban cuenta de su presencia debido a su pequeña estatura. Santana esperaba que el kender no estuviese «obteniendo» objetos de algunos de los clientes de la posada. No es que robara cosas —Kurt se hubiese sentido profundamente dolido si alguien le hubiera acusado de robo—, pero el kender poseía una curiosidad insaciable, y varios objetos interesantes pertenecientes a otras personas habían acabado en sus manos. Lo último que Santana quería esa noche eran problemas. Decidió que más tarde mantendría una conversación a solas con el kender.
A la semielfa y al enano les fue más difícil que a su pequeño amigo pasar entre tanta gente. Casi todas las sillas estaban ocupadas y todas las mesas estaban llenas. Los que no habían encontrado sitio para sentarse se hallaban de pie, hablando en voz baja. La gente miraba a Santana y a Artie con
desconfianza y con curiosidad. Aunque había varios antiguos clientes de la herrería de Artie, ninguno de ellos lo saludó. La gente de Solace tenía sus problemas y era obvio que ahora consideraban extranjeros a Santana y a Artie.
Se oyó un gruñido en el otro extremo de la habitación, cerca de la mesa sobre la que estaba el casco en forma de dragón. La expresión dura de Santana se convirtió en una amplia sonrisa cuando vio a la gigantesco Quinn izando al pequeño kender y estrechándolo en un fuerte abrazo.
Artie, que por su estatura se hallaba sumergido en un mar de hebillas de cinturones, al oír la atronadora voz de Quinn respondiendo al agudo saludo de Kurt, tuvo que imaginarse la escena.
Quinn haría bien en vigilar su dinero —gruñó el enano—. O en contar sus dientes.
El enano y la semielfa consiguieron al fin atravesar el enjambre de personas concentradas junto a la barra. La mesa de Quinn se hallaba apoyada contra el tronco del árbol, colocada de forma extraña. Santana se preguntó por qué la habría cambiado Leroy cuando todo lo demás seguía exactamente igual que antes. Pero ese pensamiento voló de su mente ya que ahora le tocaba a ella recibir el afectuoso saludo de Quinn, por lo que se sacó el arco y la aljaba que llevaba a la espalda antes de que la guerrera la abrazase y se los hiciese trizas. —¡Amiga mía! —le dijo Quinn con lágrimas en los ojos. Embargada por la emoción. no pudo continuar. Santana por unos instantes también se vio incapaz de decir nada ya que el musculoso abrazo de Quinn la había dejado sin respiración.
¿Dónde está Sam? —preguntó cuando hubo recuperado el habla. Los gemelos nunca estaban muy lejos el uno del otro.
Ahí —Quinn señaló el otro extremo de la mesa. Después frunció el ceño—. Lo encontrarás cambiado —advirtió la guerrera a Santana.
La semielfa miró hacia aquel rincón formado por una irregularidad del vallenwood. Estaba totalmente envuelto en sombras y durante unos instantes, deslumbrado por el brillo de la chimenea, no pudo ver nada. Luego vio a un personaje menudo envuelto en ropajes de color rojo y acurrucado a pesar del calor del fuego. Llevaba una capucha sobre la cabeza. Santana no quería hablar con el joven mago a solas, pero Kurt había desaparecido en busca del dueño de la posada y Artie y Quinn se estaban saludando. Santana se dirigió hacia el extremo de la mesa.
¿Sam? —preguntó teniendo un extraño presentimiento.
El personaje levantó la cabeza.
¿Santana? —susurró el hombre mientras, lentamente, se sacaba la capucha.
La semielfa contuvo la respiración, dio un paso atrás y lo contempló horrorizado. El rostro que se volvió hacia ella era un rostro fantasmagórico. ¿Cambiado? Santana sintió un escalofrío. ¡La palabra adecuada no era «cambio»! La piel pálida del mago se había vuelto de color dorado. El reflejo del fuego de la chimenea hacía que brillase con un leve matiz metálico, como una espantosa máscara. La carne se había desvanecido de su cara, dejando los pómulos perfilados por unas terribles sombras. La piel de las mejillas estaba tirante y la boca era una oscura línea recta. Pero lo que paralizó a Santana fueron los ojos del personaje, que le clavaron una terrible mirada. Santana nunca había visto un ser viviente con unos ojos similares. Las negras pupilas ahora tenían forma de relojes de arena. El iris verde que Santana recordaba, ahora centelleaba dorado.
Veo que te asustas de mi apariencia —le susurró Sam. En sus finos labios se dibujó una leve sonrisa.
Sentándose frente al joven, Santana tragó saliva.
¡Por todos los dioses! Sam...
Artie se sentó al lado de Santana.
Hoy me han levantado por el aire más veces que en... —Artie abrió los ojos de par en par—. ¿Qué diablos te ha sucedido? —El enano dio un respingo cuando vio a Sam. Quinn se sentó al lado de su hermano. Tomando la jarra de cerveza, miró a Sam.
¿Vas a contárselo? —le dijo en voz baja.
Sí —el mago siseaba de una forma que hizo temblar a Santana. El joven hablaba en voz baja y con la respiración entrecortada, casi susurrando, como si esto fuese necesario para que las palabras salieran de su boca. Sus manos, largas y nerviosas, eran del mismo tono dorado que su cara, y ahora jugueteaban distraídamente con la comida que había en un plato frente a él.
¿ Recordáis cuando partimos hace cinco años? —comenzó a relatar Sam—. Mi hermana y yo planeamos el viaje tan secretamente que ni a vosotros, queridos amigos, podíamos contaros adónde íbamos.
En aquel tono amable había una nota de sarcasmo. Santana se mordió el labio. Sam no había tenido —en toda su vida— ni un solo «querido amigo».
Había sido elegido por Par-Salian, el superior de mi orden, para pasar la Prueba—continuó Sam.
¡La Prueba! —repitió Santana muy sorprendida—. Pero si eras muy joven. ¿Cuántos años tenías? ¿Veinte? Sólo pueden hacer la Prueba los magos que llevan años y años estudiando...
Puedes suponer lo orgulloso que estaba —dijo Sam fríamente, irritado por la interrupción—. Mi hermana y yo viajamos al lugar secreto (las arcaicas Torres de la Hechicería), y allí me hicieron la Prueba —la voz del mago bajó aún más—. ¡Y estoy vivo de milagro!
Quinn se atragantó, se le veía profundamente consternada.
Fue terrible —comenzó a decir con voz temblorosa la gigantesca mujer—. Lo encontré en aquel terrible lugar; por la boca le salía sangre, ¡estaba muriéndose! Lo recogí y...
¡Cállate, hermana! —la advertencia de Sam sonó como el chasquido de un látigo. Quinn se asustó. Santana observó que el mago apretaba los puños mientras sus dorados ojos empequeñecían. Quinn se calló y bebió un trago de cerveza mirando inquietamente a su hermano. Las cosas habían cambiado entre los dos gemelos, pensó Santana. Nunca había notado aquella tensión entre ellos.
Sam respiró hondamente y continuó.
Cuando desperté mi piel se había vuelto de este color: un símbolo de mi sufrimiento. Mi salud y mi cuerpo están destrozados irreparablemente. ¡Y mis ojos! Mis pupilas son como relojes de arena, por lo tanto veo el tiempo y la medida en que éste afecta las cosas. Cuando te veo a ti, Santana, te veo morir, lentamente, palmo a palmo. y así veo a todos los seres vivos.
La huesuda mano de Sam se aferró al brazo de Santana. La semielfa tembló al sentir aquel contacto helado e intentó liberarse, pero los dorados ojos y la gélida mano lo sujetaban. El mago se inclinó hacia delante con un brillo febril en la mirada.
¡Pero ahora tengo poder! Par-Salian me dijo que llegaría el día en que mi fuerza transformaría el mundo. Tengo poder y tengo el Bastón de Mago.
Santana se volvió y vio un bastón apoyado contra el tronco del vallenwood, junto a Sam. Era un sencillo bastón de madera; en el extremo superior tenía una bola de cristal sostenida por una garra dorada, tallada de forma que pareciese la garra de un dragón.
¿Valió la pena? —preguntó Santana en voz baja.
Sam la miró fijamente, y sus labios se abrieron en una sonrisa caricaturesca. Retiró la mano del brazo de Santana y cruzó los brazos dentro de las mangas de su túnica.
Por supuesto. Poder es lo que he estado buscando durante mucho tiempo, y lo que aún sigo buscando.
Volvió a tirarse hacia atrás y su delgada figura se fundió en las sombras, por lo que todo lo que Santana pudo ver de él fueron sus ojos dorados centelleando a la luz de la chimenea.
Cerveza —dijo Artie carraspeando y pasándose la lengua por los labios como si quisiera sacarse el mal gusto de la boca. ¿Dónde está ese kender? Seguro que ha robado al cantinero...
Aquí estamos —gritó la voz alegre de Kurt. Tras él apareció una joven alta y castaña con una bandeja llena de jarras.
Quinn sonrió.
Veamos, Santana —tronó su voz—, adivina quién es ella. Tú también Artie. Si lo acertáis, yo pago la ronda.
Santana, feliz de poder apartar de su mente la historia de Sam, observó a la sonriente muchacha. Su rostro estaba enmarcado por rizos castaños y sus ojos miraban divertidos. Su nariz y sus mejillas estaban salpicadas de pecas. Santana creía recordar esos ojos, pero no tenía ni idea de quién se trataba.
Me rindo. Para los elfos, los humanos cambian tan rápidamente que perdemos la pista. Yo tengo ciento dos años aunque no parezca mayor de treinta. Cuando nos fuimos, esa jovencita debía ser una niña.
Tenía catorce años —la muchacha sonrió dejando la bandeja sobre la mesa—. y Quinn decía que era tan fea, que mi padre se vería obligado a pagar a alguien para que se casara conmigo.
¡Rachel! —Artie golpeó la mesa con el puño—. ¡Tú pagas la próxima ronda, fanfarrón!
No es justo —rió Quinn—. Os ha dado una pista.
Bueno, con los años se ha demostrado que estabas equivocada —dijo Santana sonriendo—. He viajado mucho, y eres una de las muchachas más guapas que he visto en todo Krynn.
Rachel se sonrojó halagada. En seguida su cara palideció.
Por cierto, Santana —rebuscó en los bolsillos y sacó un objeto—, hoy, un personaje muy extraño ha traído esto para ti.
Santana frunció el ceño y tomó el objeto. Era una pequeña caja de madera negra de forma cilíndrica. Lentamente, sacó de ella un pequeño pergamino y lo desenrolló. Al reconocer la enérgica
escritura, su corazón dio un vuelco.
Es de Kitty —dijo al fin sabiendo que su voz sonaba tensa y poco natural—. No vendrá.
Hubo un momento de silencio.
¡Ya está! El círculo se ha roto —dijo Artie—. No se ha cumplido el juramento. Esto nos traerá mala suerte. —Movió la cabeza de un lado a otro y repitió—: Mala suerte.
Marta_Snix
Marta_Snix
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Club Naya/Santana

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Activo Re: FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura.

Mensaje por Marta_Snix Dom Mayo 31, 2015 9:29 am

3. El caballero de Solamnia. La fiesta del anciano.
Sam se incorporó, intercambiando con Quinn una mirada de comprensión y sin cruzar una sola palabra. Fue un instante extraño en el que la estrecha relación que había entre los gemelos se hizo evidente. Kitty era su hermanastra mayor.
Kitty no rompería el juramento a no ser que se hubiese comprometido con alguien más fuerte que nosotros —dijo Sam reflexionando en voz alta.
¿Qué dice su mensaje?—preguntó Quinn.
Santana dudó un momento. Se pasó la lengua por los secos labios.
Sus obligaciones para con su nuevo señor la mantienen ocupada. Envía sus disculpas, sus mejores deseos para todos nosotros y todo su cariño —Santana tenía un nudo en la garganta. Carraspeó—. Su amor para sus hermanos y para... —Hizo una pausa y enrolló el pergamino—. Eso es todo.
¿ Su amor para quién? —preguntó Kurt muy oportunamente—. ¡Ay! —Miró a Artie que le había dado un pisotón. El kender vio que Santana enrojecía—. Va-vaya — tartamudeó sintiéndose muy estúpido.
¿Sabéis a quién se refiere? —preguntó Santana a los hermanos—. ¿Quién es este nuevo señor?
Tratándose de Kitty, ¿quién sabe?—Sam encogió sus estrechos hombros—. La última vez que la vimos fue aquí en la posada, hace cinco años. Se dirigía hacia el norte con Toby. Desde entonces no sabemos nada de ella. En cuanto a su nuevo señor, te diría que ahora ya sabemos por qué rompió la promesa: ha jurado fidelidad a otro. No hay que olvidar que ella es una mercenaria.
Claro —admitió Santana. Volvió a colocar el pergamino en la caja y miró hacia Rachel—.Dijiste que esto lo había traído un extraño personaje; ¿qué quisiste decir?
Lo trajo un hombre a última hora de la mañana. Creo que era un hombre —Rachel se estremeció— iba envuelto de la cabeza a los pies con todo tipo de ropas y trapos. No le pude ver ni la cara. Su voz era sibilante y hablaba con un extraño acento. «Entregadle esto a Santana, la semielfa», dijo. Le expliqué que hacía años que no venías por aquí. «Vendrá», dijo él. Esto es todo lo que puedo decirte. El anciano también lo vio —dijo señalando al personaje que estaba sentado frente a la chimenea—. Si quieres, puedes preguntarle.
Santana se giró y vio a un anciano contándole cuentos a un chiquillo que con ojos somnolientos observaba el fuego. De pronto Artie le tocó el brazo.
Ahí viene alguien que podrá contarte algo más —dijo el enano.
¡Toby! —exclamó Santana volviéndose hacia la puerta.
Todos se giraron excepto Sam. El mago, una vez más, volvió a hundirse entre las sombras. En la puerta había un personaje de anchas espaldas, vestía cota de mallas y llevaba en el pecho el símbolo de la Orden de la Rosa. La mayoría de las personas que había en la posada, extrañados, se volvieron a mirarlo. Era un Caballero de Solamnia, miembro de una orden originaria del norte caída en desgracia debido a su corrupción. Las pocas personas que reconocieron a Toby —había residido durante muchos años en Solace— se encogieron de hombros y siguieron bebiendo. Los que no le reconocieron continuaron mirando. En tiempos de paz era muy extraño ver entrar en la posada a un caballero ataviado con una cota de mallas, que como mínimo era de antes del Cataclismo. Toby interpretó las miradas como si fuesen debidas a su rango y se atusó los grandes y espesos bigotes que eran el símbolo más antiguo de los Caballeros, por lo que reforzaban el aspecto obsoleto que ya le daba la armadura. Vestía los atavíos de los Caballeros de Solamnia con un orgullo ostensible respaldado por su destreza con las armas. Al ver los ojos fríos y serenos del caballero, ninguno de los que lo observaban fijamente osó reírse o hacer un comentario despectivo. El caballero sostuvo la puerta para que pasaran un hombre alto y una mujer envuelta en pesadas pieles. La mujer debió dirigirle a Toby unas palabras de agradecimiento, pues él se inclinó cortésmente e hizo una reverencia totalmente anticuada y nada usual para las costumbres del momento.
Mirad eso —Quinn movió la cabeza con admiración—. El caballero galante ayuda a la hermosa dama. ¿De dónde los habrá sacado?
Son bárbaros de las Llanuras —dijo Kurt poniéndose en pie sobre la silla y agitando los brazos para saludar a su amigo— .Van vestidos como los de la tribu de Que-shu.
Evidentemente, el hombre y la mujer de las Llanuras declinaron cualquier oferta que Toby pudiera haberles hecho, pues el caballero saludó de nuevo y los dejó. Atravesó la posada con el porte noble y orgulloso que hubiese utilizado al atravesar una sala para ser ordenado caballero. Santana se puso en pie. Toby se dirigió hacia ella y le estrechó fuertemente en sus brazos. Fue un abrazo cálido y afectuoso. Se separaron y retrocedieron unos pasos para observarse mutuamente durante unos segundos. Toby no ha cambiado, pensó Santana, aunque alrededor de sus ojos tristes haya arrugas y su cabello castaño tenga algunas canas. Su capa está más raída y la vieja armadura un poco más abollada. Pero los gruesos bigotes del caballero —de los cuales se sentía satisfecho y orgulloso— eran tan largos y gallardos como siempre, su escudo tenía el mismo brillo y sus ojos marrones conservaban su calidez.
El caballero se volvió para saludar a Quinn y a Artie. Kurt corrió en busca de más cerveza, pues Rachel les había dejado para atender a los nuevos clientes que seguían llegando a la posada.
Saludos, Caballero —le susurró Sam desde su rincón.
Toby lo saludó sin entusiasmo.
Hola, Sam.
El mago se sacó la capucha dejando que la luz iluminara su rostro. Toby era demasiado bien educado para permitirse cualquier exclamación o expresión de sorpresa, pero sus ojos se abrieron de par en par. Santana notó que el joven mago observaba con cínico placer el desconcierto de su amigo.
¿Quieres que te traiga algo, Sam? —preguntó Santana.
No, gracias.
Casi no come nada —dijo Quinn con preocupación—. Parece que viva del aire.
Algunas plantas viven del aire —declaró Kurt regresando con la cerveza de Toby—. Las he visto, viven suspendidas en el aire y sus raíces chupan agua y comida de la atmósfera.
¿De verdad?
No sé quién de los dos es más idiota —dijo Artie hastiado—. Bueno, ya estamos todos aquí. ¿Qué
noticias hay?
¿Todos? —Toby miró a Santana interrogativamente—. ¿Y Kitty?
No vendrá —respondió Santana escuetamente—. Creíamos que quizás tú podrías decirnos algo.
No. —El caballero frunció el entrecejo—. Viajamos juntos hacia el norte y nos separamos poco después de cruzar el mar de los Estrechos, en la Antigua Solamnia. Dijo que iba a buscar a unos parientes de su padre. Esa fue la última vez que la vi. .
Bien, supongo que eso es todo —suspiró Santana —. ¿Qué pasó con tu familia, Toby? ¿Encontraste a tu padre?
Toby comenzó el relato de sus viajes por la ancestral tierra de Solamnia, pero Santana no le prestó mucha atención. Pensaba en Kitty. Había deseado tanto volverla a ver, mucho más que al resto de sus amigos. Después de pasarse cinco años intentando borrar de su mente aquellos ojos verdes y aquella sonrisa sinuosa, había descubierto que su amor por ella era cada día más intenso. Salvaje, impetuosa, apasionada, Kitty era todo lo que Santana no era. Además, ella era humana y el amor entre humanos y elfos siempre acababa en tragedia. No obstante, Santana no podía eliminar a Kitty de su corazón ni renegar de la sangre humana que ella mismo llevaba en su ser. Apartando esos recuerdos de su mente comenzó a prestarle atención a Toby.
Todo son rumores; algunos dicen que mi padre ha muerto, otros que aún está vivo — su rostro se ensombreció—. Pero nadie sabe dónde está.
¿Y la herencia? —preguntó Quinn.
Toby esbozó una melancólica sonrisa que suavizó los rasgos de su orgulloso rostro.
La llevo puesta. Mi espada y mi cota de mallas.
Santana bajó la mirada y vio que el caballero llevaba una espléndida espada de doble puño, algo pasada de moda. Quinn se puso en pie y apoyándose encima de la mesa dijo:
Es una belleza. Mi espada se rompió en una pelea con un ogro y Theros Ironfeld forjó una hoja nueva. ¿O sea que ahora eres un caballero?
La sonrisa de Toby se desvaneció. Ignorando la pregunta, acarició amorosamente la empuñadura de su espada. .
De acuerdo con la leyenda, esta espada sólo se romperá si a mí me ocurre algo. Es todo lo que quedó de mi padre.
De pronto, Kurt, que no había estado escuchando, interrumpió.
¿Quiénes son ésos?
Santana levantó la mirada justo en el momento en que los dos bárbaros pasaban ante su mesa en busca de unas sillas vacías que había en un oscuro rincón, cerca de la chimenea. El hombre era el más alto que Santana hubiese visto nunca. El hombre de las Llanuras iba cubierto con las pieles que utilizan las tribus bárbaras, pero, no obstante, se veía que era muy delgado en proporción a su altura. La piel de su rostro, aunque oscura, tenía el pálido reflejo de los que han estado enfermos o han sufrido mucho. Su compañera, la mujer a la que Toby había saludado, iba tan enfundada en una elegante capa de pieles con capucha, que era imposible distinguirla claramente: Ni ella ni su alto acompañante miraron a Toby cuando pasaron por su lado. La mujer llevaba una vara adornada con plumas según la costumbre de los bárbaros. El hombre llevaba una vieja bolsa. Se sentaron y comenzaron a hablar entre ellos en voz baja.
Los encontré en un camino a las afueras de la ciudad —dijo Toby—. Ambos parecían rendidos de cansancio. Los acompañé hasta aquí y les dije dónde podían conseguir comida y cobijo para pasar la noche. Son de una raza orgullosa y creo que en otras circunstancias no hubiesen aceptado mi ayuda, pero se habían perdido y estaban cansados, y —Toby bajó la voz— hoy en día hay ciertas cosas por los caminos, con las que es mejor no toparse a oscuras.
Encontramos algunas de esas cosas buscando una vara —dijo Santana con ironía y le describió su encuentro con Fewmaster Toede, el goblin.
Toby no pudo evitar sonreír cuando Santana le describió la pelea, pero movió la cabeza con aire de preocupación.
Aquí afuera uno de los guardias Buscadores también me ha interrogado sobre una vara. De cristal azul, ¿no?
Quinn asintió, posando su mano sobre el delgado brazo de su hermano.
Uno de esos asquerosos guardias nos detuvo. Querían confiscar el bastón de Sam, ¿podéis creerlo? Dijo que pensaban hacer una investigación exhaustiva. Desenvainé mi espada y no insistieron más sobre el tema.
Sam, con una desdeñosa sonrisa en los labios, retiró el brazo sobre el que su hermana había posado la mano.
¿ Qué hubiese sucedido si se hubieran llevado tu bastón? —le preguntó Santana.
El mago lo miró desde las sombras con sus centelleantes ojos dorados.
Hubiesen muerto de una forma terrible... Y no precisamente bajo la espada de Quinn.
La semielfa sintió un escalofrío. El tono suave de las palabras del mago le inquietó más que la bravuconería de su hermana.
Me gustaría saber qué poderes tiene esa Vara de Cristal Azul para que los goblins estén tan ansiosos de encontrarla.
Se rumorea que aún ha de venir lo peor—dijo Toby en voz baja. Sus amigos se le acercaron para oírle mejor—. Hay ejércitos reunidos en el norte. Ejércitos de extrañas criaturas, no son humanos. Se habla de guerra.
Pero ¿quiénes son? —preguntó Santana —. Yo he oído lo mismo.
Yo también —añadió Quinn—. Por cierto, me contaron...
Mientras seguían conversando, Kurt bostezó, giró la cabeza y dejó de participar en la reunión. Aburrido, el kender observó la sala en busca de diversión. Sus ojos se posaron sobre el anciano que estaba sentado junto a la chimenea, quien seguía contándole cuentos al niño, aunque ahora ante una audiencia mayor. Kurt vio que los dos bárbaros también lo escuchaban. En aquel momento se calló.
La mujer se había quitado la capucha y la luz del fuego iluminaba su rostro y sus cabellos. El kender la miró con admiración. El rostro de la mujer parecía el de una estatua de mármol. Pero fue su cabello lo que más le llamó la atención. Kurt nunca había visto una cabellera igual, especialmente entre la raza de las Llanuras que normalmente tenían la tez y los cabellos oscuros. El pelo le caía sobre los hombros en finas hebras de oro y plata que relucían a la luz del fuego. Había otra persona escuchando al anciano. Era un hombre vestido con el lujoso uniforme dorado y marrón de los Buscadores. Estaba sentado frente a una pequeña mesa redonda y bebía vino caliente. Sobre la mesa había ya varias jarras vacías y mientras el kender lo observaba, el hombre pidió agriamente
que le sirvieran otra.
Es Karofsky —les susurró Rachel al pasar junto a la mesa donde los amigos estaban reunidos—. El Sumo Teócrata, gobernador de Solace.
El hombre gritó de nuevo pidiendo su cerveza y mirando fijamente a Rachel. Esta corrió hacia su mesa y él comenzó a gruñir y a protestar por el mal servicio. Por un momento creyeron que Rachel iba a responderle de forma seca y cortante, pero la muchacha se mordió los labios y guardó silencio.
Mientras tanto el anciano finalizó su relato. El niño suspiró y le preguntó con curiosidad:
¿ Son verdad estas historias que explicas sobre los auténticos dioses?
Kurt vio que Karofsky fruncía el ceño y esperó que no se le ocurriera molestar al anciano. El kender tocó el brazo de Santana para llamar su atención, señalando con la cabeza al Buscador, como si quisiera dar a entender que podría haber problemas. Los amigos se giraron. Sus miradas tropezaron con la imagen de la mujer de las Llanuras y todos quedaron impresionados por su belleza. Observaron la escena en silencio.
Por supuesto que mis historias son verdaderas, pequeño. —El anciano miró a la mujer y a su alto acompañante—. Pregúntales a ellos dos. Ellos conocen historias parecidas.
¿De verdad? —El niño se volvió impaciente hacia la mujer—. ¿Quieres contarme una?
La mujer pareció alarmarse al ver que Santana y sus amigos la estaban mirando y se retiró de nuevo hacia las sombras. Su acompañante, con un gesto protector, se acercó más a ella y se llevó la mano a la espada, lanzando una furiosa mirada al grupo, especialmente a la armada Quinn.
Menudos nervios —comentó Quinn desviando su mano hacia la empuñadura de la espada.
Es comprensible —dijo Toby—, viajando con una mujer como ella. Creo que él es su guardia protector; por lo que pude oír de su conversación ella es algo así como un miembro de la realeza de su tribu, aunque me imagino que tal como se miraban su relación es algo más profunda.
La mujer levantó la mano en un gesto de disculpa.
Lo siento. —Los amigos tuvieron que hacer un esfuerzo para oírla, pues hablaba en voz muy baja—. No soy una narradora de cuentos, no poseo ese don. —Hablaba el idioma común con marcado acento.
La expresión de avidez del niño se transformó en desilusión. El anciano le dio una palmada en la espalda y miró a la mujer directamente a los ojos.
Puede que no seas una narradora de cuentos —dijo satisfecho—, pero sabes cantar canciones, Princesa de los Que-shu, hija de Chieftain. Cántale tu canción al chico, Hanna, ya sabes cuál. —De pronto, surgido de no se sabe dónde, apareció un laúd en las manos del anciano. Este se lo entregó a la mujer, que le miró con una mezcla de sorpresa y temor.
Señor ..., ¿cómo sabéis quién soy?
Eso no tiene importancia. Canta para nosotros, princesa.
La mujer tomó el laúd con manos temblorosas. Su acompañante pareció musitar una protesta, pero ella no lo escuchó, pues se hallaba bajo el influjo de los brillantes ojos negros del anciano. Lentamente, como si estuviese en trance, comenzó a tocar el laúd. A medida que los melancólicos acordes se fueron filtrando por la sala, las conversaciones fueron cesando y la gente se detuvo a escucharla, pero ella no se daba cuenta. Hanna cantaba sólo para el anciano.
Las llanuras son infinitas,
el verano sigue cantando,
y la princesa Hanna,
ama al hijo de un pobre
hombre.
Su padre, Chieftain,
abre abismos entre ellos:
Las llanuras son infinitas
y el verano sigue cantando.
Las llanuras ondean,
el cielo está gris,
Chieftain envía a
Caleb
lejos, hacia el este.
En busca de una magia
poderosa
allá donde amanece,
las llanuras ondean y el
cielo está gris.
Oh, Caleb, ¿adónde
has ido?
Oh, Caleb, el otoño se
acerca.
Me siento junto al río
y contemplo el amanecer,
pero el sol asciende
solitario sobre las montañas.
Las llanuras palidecen,
el viento de verano
desaparece,
él regresa, con la
oscuridad de la piedra
reflejada en sus ojos.
Lleva una vara azul
tan brillante como un
glaciar:
Las llanuras palidecen, el
viento de verano desaparece.
Las llanuras son frágiles,
tan doradas como la
llama,
de la pretensión de
Caleb.
Ordena a la gente
apedrear al joven
guerrero:
Las llanuras son frágiles,
tan doradas como la llama.
Las llanuras han
palidecido,
ha llegado el otoño.
La muchacha se reúne con
su amante,
y las piedras pasan
silbando junto a ellos.
La vara refulge con luz
azulada
y ambos desaparecen:
Las llanuras han
palidecido, ha llegado el
otoño.
Después del último acorde, sobrevino un denso silencio. Respirando profundamente, Hanna, le devolvió el laúd al anciano y se retiró entre las sombras una vez más.
Gracias, querida.
Y ahora, ¿me podéis contar una historia? —preguntó el niño insatisfecho.
Por supuesto —contestó el anciano acomodándose de nuevo en su silla —. Una vez, el gran dios Paladine...
¿Paladine? —interrumpió el niño
. Nunca he oído hablar de ningún dios que se llamara Paladine.
Se oyó un bufido en la mesa de al lado, en la que estaba sentado el Sumo Teócrata. Santana observó a Karofsky, cuyo rostro estaba ceñudo y rojo de furia. El anciano no le prestó atención.
Paladine es uno de los antiguos dioses, muchacho. Hace ya mucho tiempo que nadie lo venera.
¿Por qué nos dejó? —preguntó el pequeño.
No nos dejó —le contestó, y su sonrisa se tornó triste—. Los hombres lo abandonaron a él tras los oscuros días del Cataclismo. Echaron la culpa de la destrucción del mundo a los dioses, en lugar de a sí mismos como deberían haber hecho. ¿Conoces el «Cántico del Dragón»?
Oh, sí —dijo el niño con entusiasmo —. Me encantan los cuentos de dragones, aunque padre dice que esos monstruos no han existido nunca. Pero yo creo en ellos, ¡espero ver uno algún día!
La expresión del anciano era cada vez más triste, parecía más viejo. Acarició el cabello del niño.
Ten cuidado con lo que deseas, pequeño mío.
La historia... —insistió el niño.
¡Ah, sí! Bueno, una vez Paladine oyó la oración de un gran caballero, Huma...
Huma, ¿el del Cántico?
Sí, el mismo. Bien, una vez, Huma se perdió en el bosque. Desesperado, dio vueltas y más vueltas y pensó que nunca más podría regresar a su tierra. Rezó a Paladine para pedirle ayuda y, de repente, ante él apareció un ciervo blanco.
¿Le disparó Huma? —preguntó el niño.
Iba a hacerlo, pero no fue capaz. No podía disparar a un animal tan magnífico. El ciervo comenzó a alejarse, luego se detuvo y se volvió para mirarlo, como si le estuviese esperando. Huma lo siguió. Siguió al ciervo día y noche hasta que éste lo condujo hasta su tierra. Huma oró a Paladine, agradeciéndoselo...
¡Blasfemia! —chilló una voz. Se oyó el chirrido de una silla.
Santana dejó sobre la mesa la jarra de cerveza y alzó la mirada. Todos dejaron de beber y observaron al ebrio Teócrata.
¡Blasfemia! —Karofsky, vacilante y tambaleándose, señaló al anciano—. ¡Hereje! ¡Corrompiendo a nuestra juventud! Os llevaré ante el Consejo. —El Buscador retrocedió unos pasos y luego se tambaleó de nuevo hacia delante. Con aire pomposo miró a su alrededor. ¡Llamen a los guardias! ¡Que arresten a este hombre y a esta mujer por cantar canciones inmorales ¡Evidentemente es una bruja! ¡Confiscaré esa vara!
El Buscador, dando bandazos, se acercó a la mujer, que lo miraba con repugnancia. Alargando torpemente el brazo, intentó asir la Vara.
No —le dijo fríamente la mujer llamada Hanna—. Esto es mío. No puedes llevártelo.
¡Bruja! —le dijo con desprecio el Buscador. —¡Soy el Sumo Teócrata! ¡Tomo lo que quiero!
Alargó de nuevo el brazo para tomar la Vara. El acompañante de la mujer se puso en pie.
La princesa dice que no la tomes —dijo secamente el hombre empujando al Buscador hacia atrás.
El empujón no fue fuerte, pero el ebrio Teócrata perdió totalmente el equilibrio. Agitando enérgicamente los brazos, intentó recuperarlo. Se balanceó hacia delante, pero, tropezando con sus ropajes, cayó de cabeza en el trepidante fuego. Se oyó un chisporroteo, hubo una llamarada y enseguida un terrible olor a carne chamuscada. El alarido del Teócrata rasgó la atmósfera general de aturdimiento; enloquecido, el hombre se puso en pie y comenzó a girar sobre sí mismo. ¡Se había convertido en una antorcha viviente!
Santana y los demás, paralizados por el incidente, seguían sentados incapaces de moverse. Sólo Kurt tuvo la agilidad suficiente para apresurarse a ayudar al Teócrata, que gritaba y agitaba los brazos venteando las llamas que consumían sus ropajes y su cuerpo. Se movía tanto que no había forma de ayudarlo.
¡Ten! —El anciano agarró la vara adornada con plumas de los bárbaros y se la pasó al kender—. Golpéale, tírale al suelo para que no se mueva; quizás entonces podamos sofocar el fuego.
Kurt tomó la vara, la balanceó con todas sus fuerzas y le asestó al Teócrata un fuerte golpe en el pecho. El hombre cayó al suelo. La gente contuvo la respiración durante unos instantes. El propio Kurt, boquiabierto y con la vara en la mano, se quedó mirando la increíble escena que tenía ante sí. Las llamas se habían apagado al instante. Su vestimenta estaba intacta. Su piel volvía a ser rosada y saludable. El hombre se incorporó y, con una expresión de asombro y de temor, se quedó mirando sus manos y sus ropajes. Sobre su piel no quedaba ni una sola marca y sobre las telas ni la más mínima carbonilla.
¡Lo ha curado! —proclamó el anciano en voz alta. —¡La vara! ¡Mirad la vara!
Kurt miró la vara que tenía en sus manos. Era de cristal azul y relucía con una brillante luz azulada.
El anciano comenzó a gritar.
¡Llamad a los guardias! ¡Arrestad al kender! ¡Arrestad a los bárbaros! ¡Arrestad a sus amigos! ¡Los vi entrar con ese caballero! —dijo señalando a Toby.
¿Cómo? —Santana saltó de la silla—. ¿Estás loco, anciano?
¡Llamad a los guardias! —las palabras se difundieron—. ¿Habéis visto? ¡La Vara de Cristal Azul! ¡La encontramos! Ahora nos dejarán tranquilos. ¡Llamad a los guardias!
El Teócrata se puso en pie titubeante. Alarmados y atemorizados, la mujer bárbara y su acompañante también se pusieron en pie.
¡Maldita bruja! —profirió Karofsky con rabia. —¡Me has curado con la maldad! ¡Serás quemada para purificar tu alma tal como yo voy a quemarme para purificar mi carne!
Diciendo esto, el Buscador, antes de que nadie pudiera detenerlo, se acercó al fuego y metió su mano entre las llamas. La sacó chamuscada y ennegrecida y se dio la vuelta alejándose con una expresión de salvaje satisfacción en su rostro retorcido por el dolor. Atravesó la concurrida habitación entre murmullos y comentarios.
¡Tenéis que salir de aquí! —Rachel se acercó a Santana corriendo, con la respiración entrecortada—. El Sumo Teócrata ha estado buscando esa Vara. Unos hombres encapuchados le dijeron que destruirían Solace si encontraban a alguien ocultándola. ¡La gente os entregará a los guardias!
¡Pero esa vara no nos pertenece! —protestó Santana. Miró hacia el anciano y vio que éste volvía a instalarse en su silla con una mueca de satisfacción en el rostro. El anciano le sonrió burlonamente y le guiñó el ojo.
¿Esperas que te crean? —Rachel se retorció las manos—. ¡Mira!
Santana miró a su alrededor. La gente los observaba siniestramente. Algunos agarraron sus jarras con firmeza, otros se llevaron la mano a la empuñadura de la espada. Se oyeron unos gritos provenientes de abajo y Santana se volvió hacia sus amigos.
¡Llegan los guardias! —exclamó Rachel. Santana se puso en pie.
Tendremos que salir por la cocina.
Sí —asintió ella—. Al principio no os buscarán ahí, pero daos prisa, no tardarán mucho en rodear el lugar .
Los cinco años de separación no habían afectado la capacidad del grupo para reaccionar como un equipo en los momentos de peligro. Quinn, con el casco puesto, había desenvainado la espada y estaba ayudando a su hermano a levantarse. Sam, bastón en mano, salió de detrás de la mesa. Artie había recogido su hacha de batalla y con mirada ceñuda observaba a los mirones que parecían dudar en atacarles. Sólo Toby permanecía sentado bebiendo tranquilamente su cerveza.
¡Toby! —dijo Santana apresurándole—. ¡Vamos! ¡Tenemos que salir de aquí!
¿Salir corriendo? —El caballero parecía sorprendido—. ¿Huir de esta gentuza?
Sí. —Santana se detuvo; el código de honor del Caballero le prohibía huir del peligro. Necesitaba convencerlo—. Toby, ese hombre es un fanático de la religión. Probablemente nos quemará en la hoguera. Y... —de pronto se le ocurrió una idea—: hay una dama a la que debemos proteger.
Ah, por supuesto, la dama —Toby se levantó al momento y se acercó a la mujer—. Señora, aquí estoy para serviros —hizo una reverencia; nada en el mundo conseguía turbar su cortesía—. Todos estamos complicados en esta situación. Vuestra vara nos ha puesto en peligro, a vos más que a nadie. Nosotros conocemos la región, crecimos aquí. Sé que sois extranjeros. Sería un gran honor para nosotros acompañaros a vos y a vuestro amigo y proteger vuestras vidas.
¡Daos prisa! —les urgió Rachel tirando del brazo de Santana. Quinn y Sam ya estaban en la puerta de la cocina.
Ve a buscar al kender —le dijo Santana.
Kurt observaba atónito cómo la Vara retornaba rápidamente su vulgar color marrón. Agarrándolo de la coleta, Rachel lo empujó hasta la cocina. El kender pegó un grito y tiró la vara. Hanna la recogió y la apretó contra sí. A pesar de estar asustada, miró a Santana y a Toby con ojos firmes y serenos; parecía estar pensando con rapidez. Su compañero le dirigió unas secas palabras en su idioma. Ella movió la cabeza. El frunció el ceño e hizo un gesto brusco con la mano. La mujer le contestó ásperamente y él, con expresión sombría, guardó silencio.
Iremos con vosotros —dijo Hanna en el idioma común—. Gracias por el ofrecimiento.
Por aquí —Santana los condujo a través de las puertas batientes de la cocina. Volviendo la vista atrás, vio que algunos de los clientes de la posada los seguían, pero sin grandes prisas.
Cuando cruzaron la cocina, el cocinero los miró asombrado. Quinn y Sam estaban ya ante la salida, que no era más que un agujero hecho en el suelo. De una sólida rama colgaba una soga que llegaba hasta el suelo.
¡Oh! —exclamó Kurt riendo—. Ahora es cuando la cerveza sube y el potaje baja.—Agarrándose de la cuerda, se deslizó hacia abajo con facilidad.
Siento que tenga que ser así —le dijo Rachel a Hanna disculpándose—, pero es la única forma de salir de aquí.
Puedo descender por una cuerda —la mujer sonrió y luego añadió—: aunque he de reconocer que hace muchos años que no lo hago.
Le tendió la Vara a su compañero y se colgó de la resistente soga. Comenzó a descender, moviéndose habilidosamente, colocando una mano después de la otra. Cuando llegó al suelo su compañero le lanzó la Vara, se colgó de la soga y saltó por el agujero.
¿Cómo vas a bajar, Sam? — preguntó Quinn con cara de preocupación—. Te podría llevar sobre mi espalda.
Los ojos de Sam centellearon con una furia que asombró a Santana.
¡Puedo bajar yo solo!
Antes de que nadie pudiera detenerlo, se situó al borde del agujero y saltó al vacío. Conteniendo la respiración, todos se asomaron creyendo que lo encontrarían aplastado contra el suelo. En vez de ello, vieron cómo el joven mago descendía flotando suavemente, con la túnica ondeante. El cristal de su bastón destellaba.
¡Me pone la piel de gallina! —musitó Artie.
¡Date prisa! —dijo Santana empujando al enano hacia adelante.
Artie se agarró de la cuerda. Tras él descendió Quinn. Su peso hizo que la rama a la que estaba atada la soga estuviese a punto de quebrarse.
Yo bajaré el último —dijo Toby con la espada en la mano.
De acuerdo —Santana sabía que era inútil discutir.
Se colgó el arco y la aljaba sobre el hombro y sujetándose a la cuerda comenzó a descender. De pronto sus manos resbalaron. Siguió deslizándose por la soga, incapaz de evitar que las palmas de sus manos se desgarraran. Llegó al suelo y se las miró con una mueca de dolor. Estaban en carne viva y le sangraban, pero no había tiempo que perder. Levantó la cabeza para ver cómo descendía Toby. Por el agujero apareció el rostro de Rachel.
¡Id a mi casa! —les gritó señalándoles la dirección que debían tomar. Después desapareció.
Yo conozco el camino —dijo Kurt; sus ojos brillaban de excitación.
Se dispusieron a seguir al kender mientras escuchaban las pisadas de los guardias subiendo por las escaleras de la posada.. Santana no estaba acostumbrada a caminar por el suelo en Solace, por lo que pronto se sintió desorientada. Podía ver encima suyo, entre las hojas, los puentes colgantes y los farolillos que los alumbraban. Se sentía completamente perdida, pero Kurt avanzaba con seguridad, caminando entre los troncos del bosque de vallenwoods. Los sonidos de la posada fueron quedando atrás.
Nos esconderemos en casa de Rachel para pasar la noche —le susurró Santana a Toby—, por si alguien nos ha reconocido y deciden buscarnos en nuestras casas. Mañana por la mañana, todos habrán olvidado lo ocurrido. Llevaremos a los bárbaros a mi casa y dejaremos que descansen ahí durante unos días. Después podemos enviarlos a Haven para que hablen con el Consejo de Sumos Buscadores. Puede que los acompañe, siento curiosidad por esa vara.
Toby asintió. Miró a Santana y sonrió con su extraña y melancólica sonrisa.
Bienvenida a casa —le dijo el caballero.
Igualmente. —La semielfa hizo una mueca burlona.
De pronto tropezaron con Quinn en la oscuridad.
Creo que hemos llegado —les dijo Quinn.
Bajo la luz de las farolas que pendían de las ramas pudieron ver a Kurt trepando por un árbol con la
habilidad de un enano gully, la más ínfima casta de la raza de los enanos. Lo siguieron. Quinn ayudó a su hermano. Santana trepó por las delgadas ramas lentamente, apretando los dientes de dolor debido a las heridas que tenía en las manos. Kurt se encaramó por la balaustrada del porche con la destreza de un ladrón. Se dirigió hacia la puerta y oteó el puente colgante. Viendo que no había nadie en él, les hizo una seña a los demás. Luego examinó la cerradura y sonrió satisfecho, sacando algo de uno de sus bolsillos. En pocos segundos la puerta de la casa de Rachel estaba abierta de par en par.
Pasad —dijo jugando a ser el anfitrión.
Cuando entraron en la pequeña casa, Quinn tuvo que agachar la cabeza para evitar golpearse con el techo.
Kurt corrió las cortinas. Toby le ofreció una silla a la dama y el hombre de las Llanuras se situó de pie detrás de ella. Sam atizó el fuego.
Montad una guardia —dijo Santana.
Quinn ya se había situado junto a una de las ventanas y observaba atentamente el exterior. La luz de un farol de la calle se filtró en la habitación a través de las cortinas, proyectando oscuras sombras en las paredes. Durante un rato permanecieron callados mirándose unos a otros. Santana se sentó y miró a la mujer.
La Vara de Cristal Azul curó al Teócrata; ¿cómo lo hizo? —le preguntó en voz baja.
No lo sé —balbuceó la mujer—. Hace poco tiempo que la tengo.
Santana se miró las manos. Sangraban en los lugares donde la soga había desgarrado su piel. Se las tendió a la mujer, quien, lentamente y con pálida expresión, las tocó con la Vara. Esta comenzó a volverse azul y Santana sintió que un ligero escalofrío le recorría el cuerpo. Poco a poco, la sangre fue desapareciendo, la piel se volvió suave, no quedó rastro de los arañazos y el dolor disminuyó hasta abandonarlo por completo.
¡Es cierto, me ha curado! —exclamó asombrada
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Activo Re: FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura.

Mensaje por Marta_Snix Lun Jun 01, 2015 9:54 am

4. La puerta abierta. Viaje en la oscuridad
Sam se sentó junto a la chimenea y se frotó las manos al calor del fuego. Mientras observaba atentamente la Vara de Cristal Azul que la mujer tenía sobre la falda, sus celestes ojos —más brillantes que las llamas— relucían inquietos.
¿Qué piensas? —le preguntó Santana.
No sé si es una curandera, pero, si lo es, es una buena curandera.
¡Canalla! ¿Cómo te atreves a llamar curandera a la princesa de los Que-shu? —el bárbaro dio un paso hacia Sam con las cejas contraídas y una expresión de furia en el rostro.
Quinn emitió un gruñido sordo y dejó la ventana para situarse junto a su hermano.
Caleb... —la mujer posó su mano en el brazo del hombre—, por favor. Su intención no era mala. Es lógico que desconfíen de nosotros. No nos conocen.
Y nosotros no les conocemos a ellos —refunfuñó el bárbaro.
¿Puedo echarle un vistazo? —dijo Sam.
Hanna asintió y le tendió la Vara. El mago alargó el brazo y la agarró ansiosamente con su huesuda mano. Cuando la tocó, hubo un brillante estallido de luz azulada y un tremendo crujido. El mago, sobresaltado, sacudió la mano gimiendo de dolor. Quinn saltó hacia delante, pero su hermano la detuvo.
No, Quinn —susurró roncamente Sam retorciéndose la mano—, la dama no tuvo nada que ver con esto.
Visiblemente sorprendida, la mujer observaba la Vara.
Entonces, ¿qué ha ocurrido?—preguntó Santana exasperada— ¿Una vara que puede curar o hacer daño?
Sencillamente, sabe lo que hace. —Sam se pasó la lengua por los labios, sus ojos brillaban—. Ya verás, Quinn, tómala.
¡No, yo no! —la guerrera se apartó de ella como si se tratase de una serpiente venenosa.
¡Tómala! —le ordenó Sam.
Quinn, desconfiada, alargó su mano temblorosa. A medida que sus dedos se acercaban a la Vara, su brazo se crispó, sus ojos se cerraron y los dientes le rechinaron. La tocó y no ocurrió nada. Quinn se sobresaltó; tomando la Vara, la sostuvo en alto haciendo una mueca burlona.
¿Veis? —Sam hizo un gesto parecido al de un ilusionista mostrando al público uno de sus trucos—. Sólo aquellos que son bondadosos y puros de corazón pueden tocarla —dijo con amargo sarcasmo —. Es una vara de curación, bendecida por algún dios; una vara sagrada. No es mágica. Por lo que sé, nunca ningún objeto mágico ha tenido el poder de curar.
¡Callad! —ordenó Kurt, que estaba junto a la ventana remplazando a Quinn.— ¡Los guardias del Teócrata! —avisó en voz baja.
Nadie habló. Todos oyeron las pisadas de los goblins sobre los puentes colgantes que comunicaban las casas de Solace.
¡Están registrando puerta por puerta! —susurró Santana incrédula al oír como golpeaban la puerta de una casa vecina.
¡Los Buscadores exigimos entrar! —gruñó una voz. Después de una pausa la misma voz dijo—: ¿No hay nadie en la casa?
Santana miró hacia la puerta. Sintió que se le erizaba el cabello. Hubiera jurado que la habían cerrado con llave..., pero estaba ligeramente abierta. —¡La puerta! —susurró —. Quinn...
Pero la guerrera ya se había situado detrás de ella de espaldas a la pared. Oyeron unas pisadas nerviosas que se detenían.
¡Los Buscadores exigimos entrar!
Los goblins comenzaron a aporrear la puerta y se detuvieron sorprendidos al ver que ésta se abría de par en par.
Está vacía —dijo uno de ellos—. Sigamos.
No tienes imaginación, Grum —dijo el otro—. Esta es nuestra oportunidad para apoderamos de unas cuantas monedas de plata.
Por la puerta asomó una cabeza de goblin. Sus ojos se clavaron en Sam, que estaba tranquilamente sentado con el bastón sobre el hombro. El goblin gruñó alarmado y luego comenzó a reír.
¡Eh! ¡Mira lo que hemos encontrado! ¡Un bastón! —los ojos del goblin centellearon. Dio un paso hacia Sam seguido de su compañero. — ¡Dame ese bastón!
Por supuesto —susurró el mago. Les tendió el bastón y dijo—: Shirak.
La bola de cristal se iluminó. Los goblins comenzaron a temblar y cerraron los ojos buscando a tientas sus espadas. En ese momento Quinn saltó desde detrás de la puerta y, agarrando a los goblins por el cuello, golpeó sus cabezas una contra otra, produciendo un sonido sordo. Los pestilentes cuerpos de los goblins cayeron desplomados.
¿Están muertos? —preguntó Santana cuando Quinn se agachó para examinarlos bajo la luz del bastón de Sam.
Me temo que sí. Les di demasiado fuerte.
Bueno, eso cambia las cosas —comentó agriamente Santana —. Hemos matado a dos guardias más del Teócrata. Tendrá a toda la ciudad armada y alerta. Ahora no podemos dejar pasar unos días... ¡Hemos de salir de aquí! Y vosotros también —dijo volviéndose hacia los bárbaros—, será mejor que vengáis con nosotros.
Dondequiera que vayamos... —farfulló Artie irritado.
¿Hacia dónde os dirigíais?—le preguntó Santana a Caleb.
Viajábamos hacia Haven —contestó de mala gana el bárbaro.
Allí hay hombres sabios —dijo Hanna—. Confiábamos en que pudieran decirnos algo sobre la Vara, pues la canción que canté antes era verdad; esta vara salvó nuestras vidas...
Tendrás que contárnoslo más tarde —interrumpió Santana—. Cuando estos guardias no se presenten a informar, todos los vallenwoods de Solace se llenarán de goblins. Sam, apaga esa luz.
El mago dijo Dumak, el cristal centelleó y la luz se apagó.
¿Qué haremos con los cuerpos? —preguntó Quinn plantanda el pie sobre uno de los cadáveres —. ¿Y qué ocurrirá con Rachel? Esto la comprometerá.
Deja los cuerpos y rompe la puerta a hachazos.—la mente de Santana trabajaba con rapidez. Toby, derriba unas cuantas mesas. Lo prepararemos para que parezca que hayamos entrado aquí forzando la puerta y se haya provocado una pelea con los goblins. Así no le causaremos problemas a Rachel. De todas formas, es una muchacha inteligente, seguro que se las arreglará.
Necesitaremos comida —declaró Kurt.
Corrió hacia la cocina y comenzó a revolver todos los estantes, llenándose los bolsillos de rebanadas de pan y de todo lo que tenía aspecto comestible. Le lanzó a Artie una bota llena de vino. Toby derribó unas cuantas sillas, Quinn arregló los cadáveres de forma que pareciese que hubiesen muerto en una feroz batalla. Los bárbaros permanecieron frente al agonizante fuego, mirando a Santana inquietos.
Bien —dijo Toby—. ¿Y ahora qué? ¿Adónde vamos a ir?
Santana vaciló, repasando mentalmente las diferentes posibilidades que tenían. Los bárbaros venían del este y —si su historia era cierta y su tribu había intentado matarlos— no querrían tomar el mismo camino. Podían viajar hacia el sur, hacia el reino de los elfos, pero Santana se resistía a regresar a su tierra de origen. Además, sabía que los elfos se horrorizarían al ver entrar extranjeros en su ciudad secreta.
Viajaremos hacia el norte —dijo finalmente—. Escoltaremos a Hanna y a Caleb hasta que lleguemos a la encrucijada de caminos y allí decidiremos qué hacer. Ellos, si lo desean, pueden dirigirse al suroeste, hacia Haven. Mi plan es seguir un poco más lejos para comprobar si los rumores que hemos oído sobre los ejércitos del norte son ciertos.
Y tal vez encontrar a Kitty —susurró astutamente Sam.
Santana enrojeció.
¿ Os parece bien el plan?
Aunque no seas la más vieja de nosotros, Santana, eres la más sensata —dijo Toby—.Te seguiremos...como siempre.
Quinn asintió. Sam comenzó a caminar hacia la puerta. Artie, refunfuñando, se echó la bota de vino a la espalda. Santana notó que una mano le tocaba suavemente el brazo. Se volvió y vio a la bella mujer bárbara mirándolo con sus claros ojos azules
Estamos agradecidos —dijo Hanna entrecortadamente, como si le resultase difícil expresar su
agradecimiento—. Habéis arriesgado vuestras vidas por nosotros y somos extranjeros.
Santana sonrió y le estrechó la mano.
Yo soy Santana. Ellos son Quinn y Sam y son hermanos. El caballero es Toby Brightblade. El que lleva el vino es Artie Abrams y Kurt Hummel es nuestro hábil cerrajero. Tú eres Hanna y él es Caleb. Ahora ya nos conocemos.
Hanna le sonrió fatigada. Le dio a Santana un apretón en el brazo y comenzó a caminar hacia la puerta apoyándose en la Vara que de nuevo parecía lisa y vulgar. Santana la observó e inmediatamente alzó la vista al notar que Caleb la estaba mirando; el rostro del bárbaro era una máscara impenetrable.
Bueno —rectificó Santana en voz baja—, hay algunos que siguen siendo desconocidos.
Segundos después todos fueron saliendo de la casa precedidos por Kurt. Santana se quedó al último, observando los cuerpos de los goblins durante unos instantes. Había soñado con una pacífica bienvenida después de aquellos amargos años de viajes solitarios. Pensó en su confortable casa, en todos sus proyectos. Pensó en lo que había planeado con Kitty; querían pasar las largas noches de invierno charlando en la Posada sentados alrededor del fuego. Luego al regresar a casa se reirían juntos bajo las pesadas mantas de piel, y dormirían durante las nevadas mañanas. Santana dio una patada a las brasas, esparciéndolas. Kitty no había regresado, los goblins habían invadido su tranquila ciudad y ahora se encontraba huyendo en plena noche, escapando de un grupo de fanáticos y, posiblemente, no pudiese regresar nunca más. Los elfos no acusan el paso del tiempo, viven cientos de años. Para ellos las estaciones transcurren como tormentas de verano. Pero Santana era medio humana. Sentía que iba a haber un cambio, percibía el inquietante desasosiego que la mujer nota antes de que estalle la tormenta. Suspiró moviendo la cabeza. Luego salió por la puerta destrozada que quedó colgando, absurdamente, de uno de sus goznes
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Activo Re: FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura.

Mensaje por Marta_Snix Mar Jun 02, 2015 6:07 am

5. Despedida de Artie. Vuelan flechas. El mensaje de las estrellas.
Santana se descolgó por el porche y, sujetándose a las ramas de los árboles, se dejó caer al suelo. Los demás lo esperaban agrupados en la oscuridad, manteniéndose apartados de la luz de las farolas que colgaban de los árboles. Comenzó a soplar un viento helado del norte. Santana miró hacia atrás y vio unas luces que supuso serían las de los grupos que los estaban buscando. Se puso la capucha y se apresuró a seguir a los demás.
Lloverá —dijo observando al pequeño grupo bajo la luz titilante de las farolas que se balanceaban por el viento. El rostro de Hanna estaba marcado por la fatiga. El de Caleb era una máscara estoica e impenetrable, aunque el bárbaro caminaba con los hombros caídos y haciendo un notable esfuerzo. Sam, tembloroso y jadeante, estaba apoyado en un árbol recuperando el aliento. Santana avanzaba con los hombros encogidos, protegiéndose del viento.
Hemos de encontrar un refugio —dijo—, algún lugar en el que podamos descansar.
Santana —Kurt tiró de la capa de la semielfa—. Podríamos ir en bote. El lago Crystalmir está cerca de aquí, si lo cruzamos podemos cobijamos en una de las grutas que hay al otro lado y así mañana no tendremos que caminar tanto.
Es una buena idea, Kurt, pero no tenemos bote.
Eso no es problema —sonrió el kender.
Bajo aquella luz, su pequeño rostro y sus puntiagudas orejas le daban un aspecto especialmente travieso. Kurt disfruta inmensamente con todo esto, pensó Santana. Le entraron ganas de zarandearlo enérgicamente y hablarle con severidad acerca del gran peligro que estaban corriendo. Pero la semielfa sabía que era inútil: los kender son totalmente inmunes al miedo.
Lo del bote es una buena idea —repitió Santana después de unos segundos de reflexión—. Te ocupas tú y no se lo digas a Artie —añadió—. Yo me encargaré de ello.
¡Perfecto! —Kurt soltó una risita y regresó junto al resto del grupo—. Seguidme —les dijo en voz baja y comenzó a caminar de nuevo. Artie lo siguió refunfuñando seguido de Hanna. Caleb, después de una rápida y penetrante mirada a los componentes del grupo, comenzó a caminar tras ella.
No creo que confíe en nosotros —comentó Quinn.
¿Confiarías tú? —le preguntó Santana.
El dragón del casco de Quinn relucía bajo las titilantes luces y el halo de su cota de mallas fulguraba cada vez que el viento levantaba su capa. Una larga espada golpeaba sonoramente contra sus gruesas caderas, un arco corto y una aljaba pendían de su hombro y de su cinturón sobresalía una daga. Su escudo estaba abollado y golpeado tras innumerables peleas. Estaba equipada para afrontar cualquier aventura. Santana observó a Toby, que llevaba orgullosamente el escudo de armas de una orden de caballería caída en desgracia más de trescientos años atrás. A pesar de que el caballero era sólo cuatro años mayor que Quinn, su vida estricta y disciplinada, las dificultades originadas por la pobreza y la búsqueda melancólica de su amado padre, hacían que pareciese mayor de lo que era. Parecía tener cuarenta años, pero sólo tenía veintinueve. Santana llegó a la conclusión de que si ella fuera el bárbaro tampoco confiaría en el grupo.
¿Cuál es el plan? —preguntó Toby.
Cruzaremos el lago en bote.
¡Oh! —cloqueó Quinn—. ¿Se lo has dicho a Artie?
No, pero de eso me ocuparé yo.
¿.Dónde vamos a conseguir un bote? —preguntó Toby suspicaz.
Creo que estarás más tranquilo si lo ignoras —le contestó la semielfa.
El caballero arrugó la frente. Buscó al kender con la mirada, pero éste ya se había adelantado revoloteando de sombra en sombra.
Santana, esto no me gusta. Primero asesinos y ahora estamos a punto de convertimos en ladrones.
Yo no me considero ningún asesino —gruñó Quinn—. Los goblins no cuentan.
Santana notó que el caballero miraba fijamente a Quinn.
A mí tampoco me gusta todo esto, Toby —le dijo rápidamente, confiando evitar una discusión—, pero es cuestión de necesidad. Mira a los bárbaros: su orgullo es lo único que los mantiene en pie. Mira a Sam... —Sus ojos se desviaron hacia el mago que se arrastraba por la hojarasca, caminando siempre entre las sombras y apoyándose pesadamente en su bastón. De tanto en tanto, una tos seca sacudía todo su cuerpo.
El rostro de Quinn se ensombreció.
Santana tiene razón; Sam no aguantará mucho más. Debo ir a su lado.
Dejó al caballero y a la semielfa y se apresuró a alcanzar la figura encorvada de su frágil hermano.
Deja que te ayude, Sam —oyeron que le susurraba Quinn.
Sam sacudió la cabeza y se apartó de su hermana. Quinn se encogió de hombros, pero se mantuvo cerca por si el mago lo necesitaba.
No entiendo cómo lo aguanta —comentó Santana en voz baja.
Familia, lazos de sangre —Toby parecía pensativo. Iba a decir algo más, pero tras observar el rostro de elfa de Santana, guardó silencio. Santana notó su mirada e imaginó lo que el caballero estaría pensando. Familia, lazos de sangre; había ciertas cosas que la semielfa no entendería jamás.
Apresurémonos —dijo bruscamente Santana —. Nos estamos rezagando.
Pronto los bosques de vallenwoods de Solace quedaron atrás y el grupo entró en los bosques de pinos que rodeaban el lago Crystalmir. Santana oyó un débil sonido de gritos amortiguados por la distancia.
Han encontrado los cadáveres —dijo. Toby asintió apesadumbrado. De pronto, en medio de la oscuridad, apareció Kurt.
El sendero continúa una legua más hasta llegar al lago —dijo—. Yo me reuniré con vosotros, ya me veréis.
Después de un gesto vago e incierto desapareció antes de que Santana pudiese pronunciar una palabra. La semielfa volvió su mirada atrás, hacia Solace. Cada vez había más luces avanzando hacia ellos, seguramente los caminos ya estarían bloqueados.
¿Dónde está el kender? —gruñó Artie mientras caminaban por el bosque. —Kurt se reunirá con nosotros en el lago.
¿Lago? —Artie lo miró con expresión alarmada—. ¿Qué lago?
Sólo hay un lago por aquí, Artie. Sigamos, no debemos detenemos.
Su vista de elfa percibió en la lejanía la inmensa silueta rojiza de Quinn y la forma también rojiza pero menuda de su hermano.
Creí que íbamos a escondemos en el bosque durante un rato en espera de un momento más favorable —dijo Artie forzando el paso para adelantar a Toby y expresarle a Santana su protesta.
Vamos a ir en bote —le dijo Santana sin dejar de andar.
¡No! —exclamó Artie—. ¡No pienso subirme a ningún bote!
¡El accidente ocurrió hace ya diez años! Mira, yo me ocuparé de que Quinn no se mueva y se quede sentada.
¡Rotundamente no! Nada de botes. ¡Juré no volver a subirme a uno en toda mi vida!
¡Santana! —le susurró Toby desde atrás —. Mira, luces.
¡Maldición! —La semielfa se giró. Tardó unos segundos en distinguir las luces que centelleaban entre los árboles, cada vez más cerca. Corrió hacia delante y alcanzó a Quinn, a Sam y a los bárbaros—. ¡Luces! —exclamó en un agudo susurro.
Quinn miró hacia atrás y comenzó a maldecir y Caleb levantó el brazo, dándole a entender que le habían oído.
Quinn, temo que vamos a tener que aligerar el paso... —comenzó a decir Santana.
Lo conseguiremos —dijo imperturbable Quinn. Caminaba sosteniendo a Sam, rodeándole con el brazo, cargando prácticamente con su hermano, quien, entre toses, seguía avanzando. Toby los alcanzó. Mientras caminaban por la maleza oyeron los resoplidos de Artie a poca distancia de ellos. El enano estaba enojado y refunfuñaba para sí.
No vendrá —le dijo Toby a Santana —. Aunque sólo haya sido un accidente, Quinn no lo ahogó de milagro y desde entonces Artie le tiene un pánico mortal a los botes. Tú no estabas allí y no lo viste cuando conseguimos sacarle del agua.
Vendrá —dijo Santana respirando profundamente—. No podrá permitir que corramos peligro sin estar él presente.
Toby movió la cabeza poco convencido. Santana miró de nuevo hacia atrás. No vio las luces pero supuso que al haberse internado en el bosque, era difícil verlas. Fewmaster Toede no impresionaba a nadie por su inteligencia, pero no hacía falta ser muy listo para suponer que el grupo se dirigiría hacia el lago. La semielfa se detuvo bruscamente para evitar tropezar con alguien.
¿Qué pasa? —susurró.
Hemos llegado —contestó Quinn. Santana suspiró aliviada al ver la oscura superficie del lago Crystalmir, salpicada de espumosos remolinos producidos por el batir del viento.
¿Dónde está Kurt? — preguntó hablando en voz baja.
Creo que está allá —Quinn señaló un oscuro objeto que flotaba junto a la orilla.
Santana divisó la aureola rojiza del kender que se hallaba sentado en un bote grande. Las estrellas titilaban cristalinas en aquel cielo azul oscuro. La luna roja, Lunitari, aparecía como una uña sangrienta surgiendo del agua, y su compañera nocturna, Solinari, que ya había ascendido, manchaba el agua de plata fundida.
¡Seremos un blanco perfecto! —exclamó Toby irritado.
Santana vio que Kurt miraba a derecha e izquierda intentando localizarlos. Se agachó para recoger una piedra, y la lanzó al agua. Cayó muy cerca del bote. Kurt captó la señal y condujo el bote hacia la costa.
¡Nos quieres meter a todos en un bote! —exclamó Artie horrorizado—. ¡Estás loca, semielfa!
Es un bote grande —comentó Santana.
¡No! ¡No iré! ¡No iría ni aunque fuera uno de los legendarios barcos alados de Tarsis! Prefiero probar suerte con el Teócrata.
Santana ignoró al malhumorado enano y se dirigió a Toby. —Consigue que todos suban a bordo. Nos iremos en seguida.
No tardaré mucho —dijo Toby—. Escucha...
Puedo oírlo —contestó seriamente Santana —. Hemos de irnos.
¿Qué son estos ruidos? —preguntó Hanna al caballero.
Las brigadas de búsqueda de los goblins —contestó Toby—. Esos silbidos los mantienen en contacto cuando se separan. Están internándose en el bosque.
Hanna asintió con la cabeza y le dirigió unas palabras a Caleb en su propia lengua, continuando, aparentemente, una conversación interrumpida por la llegada de Toby.
«Él está tratando de convencerla de que deben separarse de nosotros», pensó Toby. «A lo mejor tiene la suficiente pericia para esconderse de la partida de goblins durante unos días, pero lo dudo».
¡Caleb, gue-lando! —dijo Hanna secamente. Toby vio que Caleb fruncía las cejas enojado y, sin decir una sola palabra, se giraba y caminaba hacia la orilla. Hanna suspiró y observó con el rostro teñido de tristeza cómo se alejaba.
¿Puedo hacer algo para ayudaros, señora? —le preguntó Toby.
No —respondió. Luego murmuró apesadumbrada—: El es el rey de mi corazón, pero yo soy su reina. Cuando éramos jóvenes pensábamos que podríamos olvidarlo, pero he sido princesa durante demasiado tiempo.
¿Por qué no confía en nosotros? —le preguntó Toby.
Porque tiene todos los prejuicios de nuestra raza —le contestó Hanna—. La gente de las Llanuras desconfía de los que no son humanos; Santana no puede ocultar su sangre de elfa; luego está el enano, el kender...
¿Y vos, señora? —le preguntó Toby—. ¿Por qué confiáis en nosotros? ¿Acaso no tenéis los mismos prejuicios?
Hanna lo miró y dijo con voz baja y profunda:
Cuando niña, yo era la princesa de mi pueblo, una sacerdotisa, me adoraban como a una diosa y yo creía en ello pues me gustaba, pero luego sucedió algo... —Se quedó callada con la mirada inundada de recuerdos.
¿Qué sucedió? —preguntó Toby.
Me enamoré de un pastor —Hanna miró a Caleb, lanzó un suspiro y comenzó a caminar hacia el bote. Toby vio que Caleb se metía en el agua y acercaba el bote a la costa mientras Quinn y Sam alcanzaban la orilla. El mago, temblando, se sujetó los ropajes.
Yo no me puedo mojar los pies —murmuró con sequedad. Quinn no contestó, simplemente le rodeó con sus brazos y, levantándolo con facilidad (como si se tratase de un niño), lo depositó en el bote. El mago se acurrucó en la popa sin pronunciar ni una sola palabra de agradecimiento.
Yo sujetaré el bote —le dijo Quinn a Caleb—. Tú métete dentro —Caleb dudó unos instantes y subió. Luego Quinn ayudó a Hanna, que se tambaleó, pues el barco se movía ligeramente. Los bárbaros se acomodaron en la parte trasera, detrás de Kurt. Cuando Toby se acercó, Quinn se volvió hacia él.
¿Qué está sucediendo ahí atrás?
Artie dice que prefiere morir quemado antes que subirse a este bote, que por lo menos así morirá calentito en vez de frío y mojado.
Iré y lo arrastraré hasta aquí —dijo Quinn.
Será mucho peor. Fuiste tú la que casi lo ahoga, ¿recuerdas? Deja que Santana lo solucione con su habitual diplomacia.
Quinn asintió. Se quedaron en la orilla aguardando en silencio. En el bote, Hanna observaba a Caleb
con desasosiego, pero el bárbaro no prestaba atención a su mirada. Kurt, agitándose constantemente en su asiento, comenzó a hacer preguntas en su habitual tono estridente, pero una severa mirada de Toby desde la orilla hizo que se callase. Sam se acurrucaba envuelto en sus ropajes, haciendo esfuerzos por contener una tos irreprimible.
Voy a ver qué ocurre —dijo finalmente Toby— Los silbidos suenan cada vez más cerca. No podemos permitirnos retrasarnos más —Pero justo en ese momento vio que Santana le daba la mano al enano y caminaba sola hacia el bote. Artie se quedó donde estaba, en el linde del bosque. Toby sacudió la cabeza—. Le dije a Santana que el enano no vendría....
Como dice el viejo refrán, tozudo como un enano —gruñó Quinn— y éste ha tenido ciento cuarenta y ocho años para desarrollar su tozudez. —Movió la cabeza con tristeza—. Seguro que lo echaremos de menos, ha salvado mi vida en más de una ocasión. Dejadme que vaya a buscarle, un buen puñetazo en la mandíbula y no sabrá si está en un bote o en su propia cama.
Santana, que llegaba corriendo jadeante, oyó el último comentario.
No, Quinn —le dijo—, Artie nunca nos lo perdonaría No temas por él, regresa a las colinas. Metámonos en el bote, cada vez hay más luces avanzando en esta dirección. Hasta un enano gully sería capaz de seguir las huellas que hemos dejado en el bosque.
Es absurdo que nos mojemos todos —dijo Quinn sujetando el bote—. Meteos tú y Toby, yo empujaré.
Toby ya se había encaramado y Santana, dándole un golpecillo a Quinn en la espalda, subió tras el caballero. La guerrera empujó el bote hacia el interior del lago y, cuando el agua ya le llegaba por las rodillas, oyeron que alguien los llamaba.
¡Esperad un momento! —Era Artie, que salía corriendo del bosque—. ¡Esperad! ¡Voy con vosotros!
¡Deteneos! —gritó Santana —. ¡Quinn, esperemos a Artie!
¡Mirad! —Toby se levantó y señaló hacia la costa, iluminada por las humeantes antorchas de los guardias goblins.
¡Goblins! ¡Artie! —chilló Santana—. ¡Detrás tuyo! ¡Corre!
El enano, sin pensárselo, agachó la cabeza y comenzó a correr hacia la orilla sosteniéndose el casco con la mano para evitar que se le cayera.
Yo lo cubriré —dijo Santana preparando su arco. Su vista de elfa era la única que podía distinguir a los goblins tras el resplandor de las antorchas. Colocó una flecha en el arco y se puso en pie, disparando hacia la silueta de un goblin mientras Quinn sujetaba la barca. La flecha golpeó al goblin en el pecho y después rebotó hacia su cara. El resto de los goblins aminoraron un poco la marcha y prepararon sus arcos. Cuando Santana estaba colocando la siguiente flecha, Artie alcanzó la orilla.
¡Esperadme! ¡Ya estoy aquí! —y zambulléndose en el agua, se hundió como una roca.
¡Agárralo! —gritó Toby—. ¡Kurt, rema hacia atrás! ¡Ahí está! ¿Lo ves? Las burbujas...
Quinn chapoteaba frenéticamente en el agua en busca del enano. Kurt intentaba remar hacia ellos pero el bote era demasiado pesado para él. Santana disparó una nueva flecha y falló, lanzando una maldición al tiempo que preparaba otra. El grupo de goblins descendía por la colina.
¡Ya lo tengo! —gritó Quinn alzando al empapado enano por el cuello de su túnica de cuero—. Deja de moverte —le dijo a Artie, que agitaba los brazos arriba y abajo absolutamente aterrorizado. Una de las flechas de los goblins golpeó a Quinn en su cota de mallas y se quedó ahí clavada como una raquítica pluma.
¡Esto ya es demasiado! —gruñó exasperada la guerrera; tensó los músculos de los brazos y, haciendo un gran esfuerzo, arrojó al enano en el bote justo cuando comenzaba a alejarse. Artie se sujetó de una tabla con las piernas colgando fuera y Toby lo agarró por el cinturón y lo empujó hacia dentro mientras la barca se balanceaba alarmantemente. Santana casi perdió el equilibrio y tuvo que tirar el arco y sujetarse al bote para no caer al agua. Una de las flechas de los goblins golpeó la borda, rozando su mano.
¡Kurt, rema de nuevo hacia Quinn! —chilló Santana.
¡No puedo! —gritó el kender forcejeando. Un remo fuera de control estuvo a punto de tirar a Toby al agua.
El caballero apartó bruscamente al kender y, agarrando los remos, condujo suavemente el bote cerca de Quinn para que ésta pudiera subir a bordo. Santana ayudó a la guerrera y luego le gritó al caballero:
¡Rema!
Toby movió los remos con todas sus fuerzas, inclinándose hacia atrás y sumergiéndolos lo más hondo posible. El bote se alejó de la costa en medio de los aullidos de los indignados goblins. Cuando Quinn, totalmente empapada, se dejó caer junto a Santana, las flechas de los goblins aún silbaban a su alrededor.
¡Están haciendo prácticas de tiro! —murmuró Quinn sacándose la flecha de su cota de mallas—. Nuestras siluetas se perfilan claramente contra las oscuras aguas.
Cuando Santana se agachó para recuperar su arco, vio que Sam se estaba incorporando.
¡Ponte a cubierto! —le aconsejó la semielfa, y Quinn rápidamente hizo un gesto hacia su hermano, quien, con expresión enojada, rebuscó en uno de los bolsillos de su cinturón y sacó un puñado de una sustancia. Una flecha pasó silbando a su lado, pero el mago no reaccionó. Santana comenzó a tirar de él para que se sentara, pero se dio cuenta de que Sam se estaba concentrando para formular un encantamiento y sabía que distraerle en un momento semejante, podía traer dramáticas consecuencias: hacer que el mago olvidara el hechizo, o algo peor, que errara el encantamiento. Apretando los dientes, Santana lo observó. Sam levantó una mano flaca y huesuda, y dejó que los polvos cayeran lentamente sobre la cubierta del barco. La semielfa vio que se trataba de simple arena.
Ast tasarak sinuralan krynawi —murmuró Sam mientras trazaba lentamente con la mano derecha un arco paralelo a la costa. Santana miró hacia la orilla. Los goblins iban soltando sus arcos y caían desplomados como si Sam los fuese derribando uno por uno. Dejaron de llover flechas. Los goblins que estaban más lejos corrieron hacia adelante aullando de rabia, pero cuando llegaron a la orilla, el bote ya estaba fuera de su alcance.
¡Buen trabajo, hermano! —exclamó Quinn. Sam parpadeó y pareció regresar al mundo, luego cayó hacia delante. Su hermana pudo sujetarlo y el mago se incorporó, respirando débilmente en medio de un ataque de tos.
Me pondré bien en un momento —susurró apartándose de Quinn.
¿Qué les has hecho? —preguntó Santana mientras buscaba las flechas enemigas para sacarlas del bote pues, a veces, los goblins envenenaban las puntas de las flechas.
Hice que se durmieran —susurró Sam tiritando a causa del frío— y ahora debo descansar. —Se acurrucó de nuevo en un costado de la nave.
Santana observó a Sam; indudablemente el mago había ganado habilidad y poder. Ojala pudiera confiar en él, pensó la semielfa. El bote avanzaba sobre el lago inundado de estrellas. El silencio, aparte del rítmico chasquido de los remos en el agua y de la tos seca y tormentosa del mago, era absoluto. Kurt destapó la bota de vino que Artie había conseguido conservar a pesar de la accidentada huida e intentó que el congelado enano tomara un trago y dejara de tiritar. Pero Artie, agachado en la popa, tembloroso, no quiso moverse y continuó mirando fijamente al agua. Hanna se acurrucó todavía más, envuelta en su capa de pieles. Vestía los suaves pantalones de ante de su tribu
cubiertos por un faldillín y una túnica con cinturón, y calzaba unas botas de piel. Cuando Quinn había arrojado a Artie a bordo, el bote se había llenado de agua, por lo que el ante se había adherido a la piel de la mujer y al poco rato ésta se hallaba helada de frío y temblando.
Toma mi capa —le dijo Caleb en su idioma mientras comenzaba a desabrocharse su capa de piel de oso.
No —Hanna negó con la cabeza—. Has tenido fiebre. Yo nunca me pongo enferma, tú lo sabes. Pero... –le miró a los ojos y sonrió— puedes rodearme con tu brazo, guerrero. El calor de nuestros cuerpos nos ayudará a ambos.
¿Es una orden, princesa? —le susurró Caleb importunándola y acercándose más a ella.
Lo es —dijo ella apoyándose en él y lanzando un suspiro de satisfacción. Dirigió la mirada hacia el estrellado cielo y de pronto se sobresaltó y dio un respingo.
¿Qué ocurre? —preguntó Caleb mirando hacia arriba.
Los demás, aunque no habían entendido la conversación, se dieron cuenta de que algo sucedía y alzaron la mirada. Quinn, dándole un codazo a su hermano le preguntó:
¿Qué sucede Sam? Yo no veo nada.
El mago se incorporó, tosiendo, y se sacó la capucha. Cuando el espasmo pasó, observó el cielo. Su cuerpo se puso tenso y abrió los ojos de par en par. Alargando su mano delgada y huesuda, Sam agarró firmemente a Santana por el brazo.
Santana... —el mago hablaba entrecortadamente, le fallaba la respiración—. Las constelaciones...
¿Cómo? —Santana miraba al mago sorprendida por la palidez de su dorada piel metálica y del brillo febril de sus extraños ojos—. ¿Qué dices de las constelaciones?
¡Han desaparecido! —dijo Sam crispado, en medio de un fuerte ataque de tos. Quinn le rodeó con sus brazos, estrechándolo fuertemente, intentando proteger el frágil cuerpo de su hermano. Sam se recuperó y se frotó la boca con la mano, sus dedos estaban manchados de sangre, respiró profundamente y luego habló.
Han desaparecido dos constelaciones: la Reina de la Oscuridad y la del Guerrero Valiente. Ella ha venido a Krynn y El ha venido a luchar contra ella. Todos los rumores maléficos que oímos son verdaderos... Guerra, muerte, destrucción... —Su voz se fundió en un nuevo ataque de tos.
Quinn lo sostuvo.
Vamos, Sam —le susurró—, no te preocupes, son sólo un puñado de estrellas.
Sólo un puñado de estrellas —repitió Santana. Toby comenzó a remar de nuevo, esforzándose por alcanzar la orilla opuesta.
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Activo Re: FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura.

Mensaje por Marta_Snix Sáb Jun 06, 2015 12:35 pm

6. Noche en la gruta. Discordia. Santana toma una decisión.
Comenzó a soplar un viento helado y por el norte se aproximaron nubes tormentosas que fueron rellenando los huecos dejados por las constelaciones desaparecidas. Empezó a llover y los compañeros se acurrucaron en el fondo del bote arropados con sus capas. Quinn se reunió con Toby e intentó hablarle, pero el caballero la ignoró, remando silenciosamente con el semblante severo, murmurando de tanto en tanto para sí en el idioma Solámnico.
¡Toby! ¡Allá, a mano izquierda, entre esas rocas inmensas! —le gritó Santana, señalando.
Toby y Quinn remaban con fuerza. A causa de la lluvia era difícil distinguir el perfil de las rocas y, por un momento, creyeron que se habían perdido en la oscuridad, pero segundos después apareció ante ellos el acantilado. Toby y Quinn aproximaron el bote a la costa y Santana saltó al agua, empujando la embarcación hasta la orilla. Llovía torrencialmente, por lo que los compañeros abandonaron la barca empapados y helados de frío. A Artie tuvieron que sacarlo, pues el enano parecía un goblin muerto; estaba totalmente rígido de pánico. Mientras Caleb y Quinn escondían el bote entre la frondosa maleza, Santana condujo al resto por un pedregoso sendero hasta una pequeña abertura del acantilado. Parecía una simple grieta en la superficie, pero al pasar al interior vieron que era lo suficientemente amplia para que todos pudiesen instalarse confortablemente.
Bonita casa —dijo Kurt mirando a su alrededor—. Bastante austera en lo que se refiere a los muebles, pero...
Santana le sonrió socarronamente.
Servirá para pasar la noche; ni el enano se quejará, y si lo hace ¡será enviado a dormir al bote!
Kurt le devolvió una amplia sonrisa. Le alegraba ver de nuevo a la vieja Santana. Cuando se habían reunido, había encontrado a la semielfa extrañamente malhumorada e indecisa, muy diferente de aquella valerosa «líder» que él recordaba, pero ahora que estaban de nuevo en marcha sus ojos brillaban otra vez; había salido de su concha y volvía a hacerse cargo de la situación, tomando una vez más su papel habitual. Una aventura como ésta le sentaría bien para dejar de pensar en sus problemas, cualesquiera que éstos fuesen.
Quinn transportó a su hermano desde el bote y lo depositó lo más suavemente que pudo sobre la cálida arena que cubría el suelo de la gruta.
Caleb intentó encender un fuego con ramas húmedas, que crujieron, chisporrotearon y prendieron al poco rato. El humo serpenteaba hacia el techo y salía por una grieta. El bárbaro cubrió la entrada de la cueva con maleza y ramas caídas, evitando así que desde afuera pudiera verse la luz del fuego o que entrase la lluvia.
Lo hace bien, casi podría ser uno de nosotros, pensó Santana mientras observaba cómo trabajaba el bárbaro. Suspirando, la semielfa volvió a fijar su atención en Sam y arrodillándose junto a él, miró al joven mago con preocupación. El reflejo oscilante de las llamas del fuego en el pálido rostro de Sam, le recordó a Santana una ocasión en que ella, Artie y Quinn habían rescatado al mago de una violenta muchedumbre que pretendía quemarle en la hoguera. Sam había osado desenmascarar a un clérigo charlatán que estafaba dinero a la gente de la ciudad y, en lugar de enojarse con el clérigo, la gente se había enojado con el mago. Tal como Santana le había dicho a Artie, la gente necesitaba creer en algo. Quinn arropaba con su capa a su hermano. A éste, sacudido por espasmos de tos, le manaba sangre de la boca y sus ojos brillaban febriles. Hanna se arrodilló a su lado con una copa de vino en la mano.
¿Puedes beber esto? —le preguntó amablemente.
Sam negó con la cabeza, intentó hablar, tosió y apartó con la mano la copa que ella le brindaba. Hanna miró a Santana.
¿Tal vez mi Vara? —preguntó.
¡No! —Sam, que apenas podía hablar, hizo un gesto para que Santana se acercara. A pesar de estar muy cerca, Santana casi no podía escuchar las palabras del mago, sus frases entrecortadas se veían interrumpidas por ataques de tos, pues Sam necesitaba tomar aire para continuar hablando—.
La Vara no me curará, Santana —murmuró—, no la gastéis en mí. Es un artefacto bendito..., su poder sagrado es limitado. Mi cuerpo fue el sacrificio que hice... por mi magia. Esto es irrevocable..., nada ni nadie puede ayudarme... —Su voz se apagó y sus ojos se cerraron.
De pronto el fuego comenzó a llamear y el viento se arremolinó en la caverna. Santana vio que Toby apartaba la maleza para entrar en la gruta con Artie, que caminaba dando traspiés. El caballero acompañó al enano hasta el fuego y lo dejó allí. Ambos estaban empapados. A Toby se le veía fuera de sus casillas; Santana lo observó preocupada, reconociendo en él los signos de las depresiones que le sobrevenían de tanto en tanto. Al caballero le gustaba el orden y la disciplina, por lo que la desaparición de las estrellas y la ruptura del orden natural de las cosas le habían afectado. Kurt envolvió en una manta a Artie, que se hallaba acurrucado en el suelo con los dientes rechinándole de tal forma, que hasta el casco le temblaba.
B-b—b-barca... —era la única palabra que el enano podía pronunciar.
El kender le sirvió una copa de vino que Artie bebió con avidez. Toby miró a Artie enojado.
Haré la primera guardia —dijo mientras caminaba hacia la entrada de la gruta.
Caleb se puso en pie.
Yo vigilaré contigo.
Toby se detuvo y se giró lentamente hacia el alto hombre de las Llanuras. Santana observó el rostro del caballero, iluminado por la luz del fuego. Alrededor de su boca severa se dibujaban marcadas líneas oscuras. A pesar de ser más bajo que Caleb, el aire de nobleza y la rigidez de su figura hacían que ambos pareciesen de igual estatura.
Soy un Caballero de Solamnia —dijo Toby—. Mi palabra es mi honor y mi honor es mi vida. En la posada di mi palabra de que os protegería a ti y a tu dama. Si dudas de mi palabra dudas de mi honor y por tanto me ofendes. No puedo permitir que esta ofensa quede entre nosotros.
¡Toby! —Santana se había puesto en pie.
Sin apartar los ojos del bárbaro, el caballero levantó una mano.
Santana, no te metas —dijo Toby—. Bien, ¿qué eliges, espadas o cuchillos? ¿Con qué peleáis los bárbaros?
La estoica expresión de Caleb no varió; contempló al caballero con sus intensos ojos castaños. Luego habló escogiendo cuidadosamente sus palabras.
En ningún momento he querido poner en duda tu honor. No conozco a los hombres ni a sus pueblos y voy a hablarte con sinceridad, tengo miedo. Es mi temor lo que me hace hablar de esta manera, tengo miedo desde que me entregaron la Vara de Cristal Azul y, sobre todo, tengo miedo por Hanna. —El hombre de las Llanuras miró hacia la mujer y en sus ojos se reflejó el destello del fuego—. Sin ella, moriría. ¿Cómo puedo confiar...? —La voz le falló. Su máscara de estoicismo se quebró, destrozado por la pena y la fatiga; sus rodillas se doblaron y cayó hacia delante. Toby lo sostuvo.
No podrías, lo comprendo —dijo el caballero—, estás cansado y has estado enfermo. —Ayudó a Santana a recostar al bárbaro en el fondo de la gruta—. Ahora descansa. Yo haré la guardia. —El caballero, sin decir una palabra más, apartó la maleza y salió de la gruta.
Hanna, que había escuchado el altercado en silencio, trasladó sus escasas pertenencias al fondo de la caverna y se arrodilló junto a Caleb. Ella rodeó con el brazo y la apretó contra sí hundiendo el rostro entre sus cabellos de oro y plata. Envueltos en la capa de pieles de Caleb, pronto se quedaron dormidos. La cabeza de Hanna descansaba sobre el pecho del bárbaro. Santana suspiró aliviada y se volvió hacia Sam, que estaba sumido en un sueño irregular. De tanto en tanto murmuraba extrañas palabras en el idioma de los magos y alargaba el brazo para tocar su bastón. Santana miró a su alrededor. Kurt estaba sentado con las piernas cruzadas delante del fuego, seleccionando los objetos que había «obtenido» y que tenía extendidos delante suyo. Había un reluciente anillo, unas cuantas monedas extrañas, una pluma de pájaro chotacabras, pedazos de bramante, un collar de perlas, una muñeca de jabón y un silbato. El anillo le resultó familiar, estaba hecho por un elfo y le había sido entregado a Santana años atrás por alguien que ella recordaba muy bien. Era un anillo de doradas hojas de hiedra delicadamente talladas.
Santana se acercó al kender caminando con cuidado para no despertar al resto
Kurt... —Le dio unos golpecillos al kender sobre el hombro y señaló el aro—.Mi anillo...
¿Es tuyo? —preguntó Kurt con expresión inocente—. ¿Este anillo es tuyo? Me alegro de haberlo
encontrado, se te debió caer en la posada.
Santana recogió el anillo esbozando una sonrisa irónica y se instaló al lado del kender.
¿Tienes algún mapa de esta zona?
Los ojos del kender brillaron.
¿Un mapa? Claro, Santana, por supuesto.
Recogió todos sus tesoros y los metió en una de sus bolsas, de un bolsillo sacó una caja, tallada a mano, para guardar pergaminos, y extrajo un fajo de mapas. Santana había visto anteriormente la colección del kender, pero nunca dejaba de sorprenderle. Debía haber unos cien, dibujados sobre cualquier cosa: pergaminos, cuero blando e incluso sobre hojas de palmera.
Pensaba que conocías perfectamente cada árbol de esta zona, Santana —Kurt iba seleccionando los mapas y sus ojos brillaban cuando veía alguno de los que más le gustaban.
La semielfa negó con la cabeza.
He vivido por aquí muchos años, pero no nos engañemos, no conozco ni una sola de las sendas ocultas y secretas.
No hay muchas que vayan a Haven —Kurt escogió uno de los mapas y lo extendió sobre el suelo de la gruta—. El camino a Haven a través del valle de Solace es el más rápido, eso por descontado.
Santana examinó el mapa bajo la luz de la casi extinguida hoguera.
Tienes razón —dijo—, este camino no sólo es el más rápido sino que, por lo que parece, es la única ruta transitable en bastantes kilómetros. En dirección norte y sur están las Montañas Kharolis y por ahí no hay ningún paso —Santana arrugó la frente, enrolló el mapa y se lo devolvió a Kurt—. Eso es exactamente lo que pensará el Teócrata.
El kender bostezó.
Bueno —dijo metiendo cuidadosamente el mapa en la caja—, es un problema que deberá ser resuelto por mentes más sabias que la mía. Lo mío es la diversión —introduciendo de nuevo la caja en el bolsillo, Kurt se tendió en el suelo y encogiendo las piernas a la altura de la barbilla, pronto se durmió pacíficamente como un niño.
Santana lo observó con envidia. A pesar de estar rendida de cansancio, le resultaba muy difícil relajarse lo suficiente para conciliar el sueño. Todos estaban dormidos menos Quinn, que vigilaba a su hermano. La semielfa se acercó a ella.
Descansa —le susurró—, yo cuidaré de Sam.
No —le contestó la guerrera y, alargando el brazo, arropó cuidadosamente a su hermano—. Puede necesitarme.
Pero tienes que descansar un poco.
Lo haré —Quinn hizo una mueca—. Intenta descansar tú, niñera. Tus niños están perfectamente, incluso el enano ha entrado en calor.
No es necesario que le cuide. Sus ronquidos se deben oír hasta en Solace. Bien, amiga mía, este encuentro no ha resultado tal como lo planeamos hace cinco años.
Nada es como hace cinco años.
Santana le dio un golpecillo en el brazo y luego se acostó arropándose con la capa. Al poco rato se quedó dormida. La noche transcurrió lentamente para los que estaban de guardia. Quinn relevó a Toby y Santana a la guerrera. La lluvia arreció durante toda la noche y sopló un viento que moteó el lago de blanco. Los rayos zigzagueaban en la oscuridad como árboles en llamas y no cesaba de tronar. Al irrumpir el día, la tormenta fue amainando y la semielfa contempló el amanecer frío y gris. Dejó de llover, pero en el cielo aún flotaban nubes bajas de tormenta y el sol no apareció. Santana comenzó a impacientarse. Se dio cuenta de que en el norte se estaban concentrando nubes tormentosas. En otoño ese tipo de tormenta era muy poco frecuente y aún lo era menos el hecho de que viniese del norte pues, generalmente, el viento soplaba del este, a través de las Llanuras. Sensible a los hábitos de la naturaleza, aquel clima tan extraño preocupó tanto a Santana como a Sam le había preocupado la desaparición de las constelaciones. A pesar de lo temprano de la hora, sintió la urgencia de partir y entró en la gruta para despertar a los demás. En aquel gris amanecer, la caverna estaba fría y siniestra a pesar del trepidante fuego. Hanna y Kurt estaban preparando el desayuno y Caleb, en el fondo de la cueva, sacudía la capa de pieles de Hanna. Al entrar en la caverna Santana observó que el bárbaro estaba a punto de decirle algo a Hanna, pero se calló, conteniendo sus palabras y mirándola intencionadamente mientras continuaba con su trabajo. Hanna mantuvo baja la mirada, su rostro estaba pálido y parecía preocupada. «El bárbaro se arrepiente de no haberse podido controlar anoche», pensó Santana.
Lo siento, pero queda muy poca comida —dijo Hanna echando unos cereales en una olla de agua hirviendo.
La despensa de Rachel no estaba muy equipada —añadió Kurt disculpándose—. Nos queda una barra de pan, un poco de carne seca, medio queso rancio y harina de avena. Seguramente Rachel come fuera de casa.
Caleb y yo no hemos traído provisiones —dijo Hanna—; en realidad, no esperábamos hacer este viaje.
Santana estuvo a punto de preguntarle algo más sobre la Vara y la canción que había cantado en la posada, pero el olor de la comida los había despertado a todos. Quinn bostezó, se desperezó y se puso en pie acercándose a la olla.
¡Harina de avena! ¿No hay nada más?
Aún habrá menos para la cena —sonrió Kurt—. Apriétate el cinturón. De todas formas, estabas
engordando.
La guerrera suspiró profundamente con expresión sombría. El escaso desayuno en el frío amanecer no fue muy alegre. Toby no quiso comer nada y salió afuera a montar guardia. Se sentó en una roca y observó preocupado las finas líneas que las oscuras nubes trazaban sobre la quieta superficie del lago. Quinn devoró su ración en un segundo, luego se tragó la de su hermano y después la de Toby cuando éste salió de la gruta. Después, la guerrera contempló ansiosa a los demás.
¿Vas a comerte esto? —preguntó señalando la parte de pan que le correspondía a Artie. El enano arrugó la frente y Kurt, viendo que la mirada de la guerrera rondaba por su plato, se tragó su trozo de pan, atragantándose por la prisa. «Por lo menos eso le mantiene callado», pensó Santana, gustosa de descansar de la aguda voz del kender durante un rato. Desde que se habían despertado, Kurt no había dejado de chillarle a Artie sin piedad alguna, llamándole «capitán» y «compañero de a bordo», preguntándole el precio del pescado y cuánto costaría transportarlo en barca al otro lado del lago. Al final Artie le lanzó una piedra y Santana envió al kender a lavar las cacerolas al lago.
La semielfa se dirigió al fondo de la caverna.
¿Cómo te encuentras esta mañana, Sam? Pronto tendremos que irnos de aquí.
Estoy mucho mejor —le contestó el mago con su voz suave y sibilante mientras bebía un brebaje de hierbas que él mismo se había preparado y que consistía en unas hojas pequeñas y plumosas que flotaban en agua hirviendo y despedían un olor tan acre y amargo que hacía que Sam arrugara la cara al beberlo.
Kurt regresó saltando, haciendo resonar estrepitosamente las ollas y platos de hojalata. Santana apretó los dientes y, cuando se disponía a reñir al kender, cambió de idea, convencida de que no solucionaría nada. Al ver la tensa expresión del rostro de Santana, Artie le quitó a Kurt los potes y cacerolas, y comenzó a guardarlos.
Compórtate —le susurró—; si no, te agarraré por la coleta y te colgaré de un árbol para que sirva de aviso a todos los kenders...
Kurt alargó el brazo y sacó algo de la barba del enano.
¡Mira! —le dijo sosteniéndolo en alto con regocijo.
¡Algas! —Artie, rugiendo, intentó agarrar al kender, pero éste se escurrió con agilidad.
Se oyó un crujido en la maleza y Toby apareció en la entrada de la gruta con expresión severa y sombría.
¡Ya basta! —exclamó mirando furioso a Artie y a Kurt, con los bigotes temblando. Mirando a Santana, dijo—: Podía oírles claramente desde el lago. Conseguirán que todos los goblins de Krynn se nos echen encima. Tenemos que salir de aquí. ¿Hacia dónde nos dirigiremos?
Sobrevino un tenso silencio. Todos dejaron lo que estaban haciendo y miraron a Santana, a excepción de Sam, que estaba limpiando su copa minuciosamente con un trapo blanco y que continuó haciéndolo sin levantar la mirada, como si la cuestión no le interesase lo más mínimo.
Santana suspiró
Sabemos que el Teócrata de Solace es un hombre corrupto que está utilizando a los goblins para conseguir hacerse con el poder y, si tuviese la Vara, la utilizaría en beneficio propio. Durante años hemos estado buscando una señal de los verdaderos dioses y parece que hemos encontrado una; no estoy dispuesto a entregársela a ese farsante. Rachel dijo que los Buscadores de Haven seguían en pos de la verdad; quizás ellos puedan decirnos algo sobre la Vara, de dónde viene y qué poderes tiene. Kurt, dame el mapa.
El kender vació varias de sus bolsas sobre el suelo y al final encontró el pergamino que le pedían.
Estamos aquí, en la ribera oeste de Crystalmir —prosiguió Santana —. Al norte y al sur se extienden las laderas de las montañas Kharolis que limitan el valle de Solace. En ninguna de las dos
cadenas existe un paso conocido, a excepción del paso Gateway al sur de Solace...
Que seguramente estará vigilado por los goblins —murmuró Toby—. Existen pasos en el noreste...
¡Tendríamos que volver a cruzar el lago! —exclamó Artie horrorizado.
Sí. —La expresión de Santana era severa—. Habría que cruzar el lago, pero esos pasos conducen a las Llanuras y no creo que queráis tomar esa dirección —dijo mirando a Hanna y a Caleb—. El camino del oeste va hacia Haven a través de los picos Sentinel y del cañón Shadow; creo que ésa es la ruta que debemos tomar.
Toby frunció el ceño.
¿Y qué sucederá si los Buscadores de Haven son tan terribles como los de Solace?
Entonces continuaremos hacia el sur, hacia Qualinesti.
¿ Qualinesti? —preguntó Caleb enojado—. ¿La tierra de los elfos? ¡No! A los humanos les está prohibida la entrada y además es un camino secreto...
La discusión se vio interrumpida por un sonido áspero y sibilante. Todos se volvieron hacia Sam.
Existe un camino —dijo en un tono bajo y burlón, sus ojos centelleaban a la fría luz del amanecer—. Las sendas del Bosque Oscuro llevan directamente a Qualinesti.
¿El Bosque Oscuro? —repitió Quinn alarmada—. ¡No, Santana!
La guerrera negó con la cabeza.
No me asusta luchar contra los vivos..., pero contra los muertos...
¿Los muertos? —preguntó Kurt con curiosidad—. Cuéntame, Quinn...
Cállate, Kurt —le gritó Toby—. El Bosque Oscuro es la locura. Nadie ha regresado de allí jamás.
Sam, ¿estarías dispuesto a que corriésemos ese riesgo?
¡Esperad! —Santana habló secamente. Todos callaron, incluso Toby guardó silencio. El caballero
contempló el rostro sereno y pensativo de Santana, aquellos ojos cafe que poseían la sabiduría acumulada durante años y años de búsqueda. En muchas ocasiones se había preguntado por qué aceptaba el liderazgo de Santana; después de todo, no era más que una semielfa bastarda. No provenía de sangre noble, no llevaba armadura ni ningún escudo o emblema prestigioso. A pesar de ello, Toby la seguía, la quería y respetaba como nunca había respetado a mujer alguna. Para el caballero la vida era un oscuro sudario, sólo podía llegar a aceptarla y comprenderla a través del código de los caballeros por el que su vida se regía. Est Sularis oth Mithas, «Mi honor es mi vida». Este código definía el honor y era el más extenso, detallado y estricto de todo Krynn. Había significado la verdad durante setecientos años y el temor secreto de Toby era que, un día, en la batalla final, el código no le diera la respuesta. Sabía que, si ese día llegaba, Santana estaría a su lado, manteniendo unidos los pedazos de ese mundo resquebrajado, pues mientras Toby creía en el código Santana lo vivía. El sonido de la voz de Santana devolvió al caballero al presente.
Os recuerdo a todos que la Vara no es nuestra y que pertenece a Hanna, si es que pertenece a alguien. Nosotros no tenemos más derecho a ella que el Teócrata de Solace.
Santana se dirigió a Hanna.
¿Cuál es vuestra voluntad, señora?
Hanna les miró a todos, uno por uno, y luego miró a Caleb.
Tú sabes lo que pienso —dijo él fríamente—, pero eres la hija de Chieftain.
Se puso en pie e, ignorando su mirada de súplica, caminó hacia afuera majestuosamente.
¿Qué quiso decir? —preguntó Santana.
Quiere que nos separemos de vosotros para llevar la Vara a Haven —contestó Hanna hablando en voz baja—. Dice que con vosotros corremos más peligro, que viajar los dos solos sería más seguro.
¿Que con nosotros corréis más peligro? —explotó Artie—. ¡No estaríamos aquí, no hubiese estado a punto de ahogarme..!
Santana levantó la mano.
Ya está bien. Estaréis más seguros con nosotros. ¿Aceptáis nuestra ayuda?
Sí, la acepto —contestó gravemente Hanna— aunque sea sólo por un corto trecho.
Bien —dijo Santana —; Kurt, tú conoces el camino a través del Valle de Solace, serás el guía.
De acuerdo, Santana —contestó sumiso el kender, recogiendo todas sus bolsas y colgándoselas alrededor de la cintura y sobre los hombros. Cuando pasó ante Hanna hizo una pequeña reverencia y le acarició ligeramente la mano antes de salir de la gruta.
Los demás recogieron rápidamente sus cosas y la siguieron.
Va a llover de nuevo —gruñó Artie mirando hacia las nubes que cada vez estaban más bajas—. Debería haberme quedado en Solace. —Murmurando:comenzó a caminar colocándose el hacha de guerra en la espalda. Santana, que esperaba a Hanna y a Caleb, sonrió y movió la cabeza. Algunas cosas no cambiarían nunca, entre ellas, los, enanos.
Caleb recogió los paquetes de Hanna y se los colgó a la espalda.
Me he asegurado de que el bote esté bien escondido por si lo necesitamos —le dijo a Santana. Esa mañana su expresión era de nuevo una máscara de estoicismo.
Es una buena idea, gracias —le respondió Santana.
Si os adelantáis —dijo Caleb, —yo iré borrando las huellas.
Santana iba a agradecerle al hombre de las Llanuras su ofrecimiento, pero éste ya se había dado la vuelta y había comenzado su trabajo. La semielfa movió la cabeza de un lado a otro y, mientras caminaba, oyó que Hanna hablaba dulcemente con el bárbaro en su idioma. Caleb le contestó con una sola palabra en tono cortante. Santana escuchó un suspiro y luego el resto de la conversación se perdió tras los crujidos que hacía Caleb al borrar las huellas.
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Activo Re: FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura.

Mensaje por Marta_Snix Sáb Jun 13, 2015 2:31 pm

7 La historia de la Vara. Clérigos extraños. Una sensación tenebrosa
Los frondosos bosques del Valle de Solace eran una extensión verde y llena de vida. Bajo el denso techo de los vallenwoods crecían maleza de cardos y enredaderas, y el suelo estaba cubierto de plantas trepadoras con las que se tenía que tener gran cuidado, pues se enrollaban repentinamente en los tobillos, atrapando a la indefensa víctima y sujetándola hasta que era devorada por alguno de los muchos animales depredadores que acechaban el valle.
Después de más de una hora de andar chapoteando y tronchando ramas, llegaron al Camino de Haven. La imagen del largo trecho de tierra aplanada fue reconfortante, pues todos estaban llenos de rasguños, arañazos y agotados de cansancio. Cuando se detuvieron junto al camino, no se oía ni un solo ruido, el silencio había invadido aquella tierra y era como si todas las criaturas estuviesen conteniendo la respiración, esperando. Ahora que habían llegado al camino, a ninguno le resultaba fácil abandonar la protección de la maleza.
¿Creéis que estaremos a salvo? —preguntó Quinn oteando por encima del follaje.
A salvo o no, es el camino que hemos de tomar —respondió Santana secamente—, a menos que seas capaz de volar o que prefieras volver a internarte en el bosque. Hemos empleado más de una hora en recorrer unas pocas leguas; a este paso llegaremos a la encrucijada la semana próxima.
La guerrera se sonrojó, disgustada.
No pretendía...
Lo siento —suspiró Santana mirando también hacia el camino, que parecía un inmenso corredor iluminado por aquella luz grisácea—. Tampoco a mí me apetece el paseo
¿Nos separamos o seguimos juntos? —Con práctica frialdad, Toby interrumpió lo que consideraba una charla fútil.
Nos mantendremos unidos —le contestó Santana, y luego añadió —: No obstante, alguien tendría que explorar ...
Yo lo haré, Santana —se ofreció Kurt surgiendo repentinamente de la maleza—. Nadie sospechará de un kender que viaje solo.
Santana frunció el ceño. Kurt tenía razón, nadie sospecharía de él, pues todos los kenders anhelaban vagar y viajar por Krynn en busca de aventuras. Pero Kurt tenía el desconcertante hábito de olvidar su cometido y despistarse si algo interesante llamaba su atención.
Muy bien —dijo Santana finalmente—. Pero recuerda, Kurt Hummel, mantén los ojos bien abiertos y no pierdas la cabeza. Nada de rondar por otros caminos y, sobre todo —Santana le miró fijamente a los ojos—, mantén tus ágiles dedos lejos de las pertenencias de los demás.
A menos que los demás sean panaderos —añadió Quinn.
El kender soltó una risita y, recorriendo los pocos pasos que le separaban del camino, comenzó a caminar enérgicamente, hundiendo su vara jupak en el barro y dando pequeños saltos; sus bolsas y bolsillos se bamboleaban rítmicamente. Los demás oyeron cómo entonaba una de las canciones de viaje de los kenders.
Tu único amor es un velero
anclado en nuestro embarcadero.
Izamos sus velas,
trabajamos en cubierta,
abrimos las portillas para airearlo;
Ah si, nuestro faro lo ilumina.
Ah sí, nuestras costas son cálidas,
cuando estalla la tormenta
lo guiamos a puerto,
a cualquier puerto.
Alineados, los marineros lo
contemplan desde el muelle,
sedientos como un enano
ante un montón de oro
o como los centauros ante el vino.
Pues todos los marineros lo aman,
y se congregan donde esté anclado
cada uno confiando que se hunda,
con toda la tripulación a bordo.
Tras escuchar la última estrofa de la canción, Santana sonrió y dejó que pasaran unos minutos antes de iniciar la marcha. Salieron al camino tan atemorizados como una compañía de actores novatos ante una audiencia hostil. Tenían la sensación de que todos los ojos de Krynn los acechaban. Las oscuras sombras que se formaban bajo las brillantes hojas de los árboles que se sucedían a lo largo del camino, hacían imposible que pudiera verse algo, incluso a pocos pasos de distancia. Toby iba delante, solo, en amargo silencio. Santana sabía que, aunque el caballero caminaba orgullosamente con la cabeza bien alta, estaba librando una batalla interna contra sus conflictos. Quinn y Sam le seguían.
El mago caminaba con dificultad a través de la maleza, pero una vez en el sendero su paso se hizo más ligero. Con una mano se apoyaba en su bastón y con la otra sostenía un libro abierto. A Santana
le extrañó que Sam caminase leyendo, pero luego vio que se trataba de su libro de encantamientos; los magos deben estudiar cada día y aprender de memoria los sortilegios: es su obligación. Las palabras mágicas llamean en su mente, después titilan y mueren al formularse el encantamiento. Con cada hechizo expira parte de la energía física y mental del mago; entonces, totalmente exhausto, debe descansar antes de poder utilizar su magia de nuevo.
Artie caminaba renqueando al otro lado de Quinn. Santana y los bárbaros caminaban en último lugar. La semielfa observó a Hanna iluminada por la moteada luz grisácea que se filtraba bajo las copas de los árboles, se fijó en las líneas que se dibujaban alrededor de sus ojos y que la hacían parecer mayor de los veintinueve años que tenía.
Nuestras vidas no han sido fáciles —le confió Hanna mientras caminaban—. Caleb y yo nos hemos amado durante años, pero en nuestra raza existe una ley según la cual, si un guerrero quiere esposar a la princesa de la tribu, debe realizar una proeza extraordinaria para demostrar que la merece. En nuestro caso fue peor, pues la familia de Caleb fue expulsada de la tribu hace años por negarse a adorar a nuestros antepasados. Su abuelo creía en los antiguos dioses de antes del Cataclismo a pesar de que no pudo encontrar en Krynn ni el más mínimo indicio de ellos.
»Mi padre, que estaba decidido a que no me casara con alguien inferior a mi rango, envió a Caleb a una misión imposible en busca de algún objeto perteneciente a las divinidades, que probara la existencia de los antiguos dioses. Por descontado, él no creía que existiera ningún objeto de esas características y pensó que Caleb encontraría la muerte o que, entretanto, yo me enamoraría de otro. —Miró hacia el alto guerrero que caminaba junto a ella y le sonrió, pero su expresión era firme, sus ojos estaban perdidos en la distancia y la sonrisa de Hanna se diluyó. Suspirando, continuó con su historia, hablando en voz baja, más para sí misma que para Santana —. Caleb estuvo ausente muchos años y mi vida carecía de sentido. En algunos momentos creí que mi corazón dejaría de latir, pero hace tan sólo una semana él regresó. Estaba medio muerto, fuera de sí, con una fiebre altísima y su piel quemaba al tacto. Se arrastró hasta el campamento y cayó ante mis pies con esta vara asida en su mano. Tuvimos que forzarlo para que la soltara, pues incluso estando inconsciente se negaba a que se la quitaran. Mientras duró la fiebre deliraba, hablando sobre un lugar oscuro, una
ciudad destruida en la que la muerte tenía negras alas. Los sirvientes tuvieron que atarle los brazos a la cama, ya que casi enloquece de pánico. Entonces fue cuando recordó a la mujer, una mujer vestida de luz azulada que se acercó a él, lo curó y le entregó la Vara. Al recordarla se tranquilizó y su fiebre desapareció de repente. Esto ocurrió hace dos días —hizo una pausa; ¿había sido realmente hace dos días? Parecía toda una vida. Suspirando profundamente, prosiguió—: Le mostró la Vara a mi padre, diciéndole que le había sido entregada por una diosa cuyo nombre desconocía. Mi padre la contempló —Hanna la sostuvo en alto—, y le ordenó a Caleb que hiciera con ella cualquier cosa. Caleb no realizó ningún milagro y mi padre se la arrojó a los pies, proclamando que era falsa y ordenando a la gente que lo apedrearan hasta la muerte como castigo por su blasfemia.
Mientras hablaba, el rostro de Hanna palideció y el de Caleb se ensombreció.
Ataron a Caleb y lo arrastraron al Muro de los Lamentos —explicó con un hilo de voz—, y empezaron a arrojarle piedras. El me miraba con amor y gritaba que ni la muerte conseguiría separamos. Yo no pude soportar la idea de perderlo y recogiendo la Vara del suelo corrí hacia él. Las piedras nos golpeaban... —Hanna se llevó la mano a la frente, estremeciéndose al recordar el dolor, y Santana vio que tenía una herida reciente en su piel morena—. De pronto estalló un rayo de luz cegadora. Cuando Caleb y yo pudimos ver de nuevo, nos hallábamos a las afueras de Solace. La Vara proyectaba una luz azulada que poco a poco fue palideciendo y se extinguió. Fue entonces cuando tomamos la decisión de ir a Haven y descubrir qué sabían los sabios del templo sobre ella.
Caleb, ¿qué recuerdas de esa ciudad destruida? ¿Dónde estaba? —preguntó Santana preocupada.
Caleb no le contestó, pero la miró de reojo con sus ojos castaños; evidentemente sus pensamientos estaban en otra parte. Luego miró fijamente hacia los árboles.
Santana semielfa —dijo al final—. ¿Es ése tu nombre?
Así es como me llaman los humanos —contestó Santana —, para ellos mi nombre de elfo es largo y difícil de pronunciar.
Caleb arrugó la frente y preguntó:
¿Por qué te llaman semielfa y no semimujer?
La pregunta sacudió a Santana como una bofetada en pleno rostro; tuvo que hacer un esfuerzo para tragarse una respuesta ofensiva. Supuso que Caleb debía tener algún motivo para hacérsela y que su intención no había sido insultarla; la respuesta era delicada, por lo que Santana escogió sus palabras con atención.
Para los humanos, media elfa es una parte de un ser completo mientras que media mujer es un tullido.
Caleb consideró la respuesta durante unos segundos y finalmente asintió bruscamente con la cabeza y respondió a la pregunta que Santana le había hecho sobre la ciudad destruida.
Era un lugar de níveos edificios sostenidos por esbeltas columnas de mármol. Debió haber sido muy bella, pero ahora está como si una gigantesca mano la hubiese lanzado desde la cima de una montaña. La ciudad es ahora oscura y maléfica —Caleb parecía hablar desde un lugar remoto.
La muerte de negras alas —dijo Santana en voz baja.
Se erigía en la oscuridad como un dios, sus criaturas la veneraban con aullidos y chillidos —el rostro del bárbaro palideció; a pesar del frío aire matutino, estaba sudando—¡No puedo hablar más de ello! — Hanna posó una mano sobre su brazo y la tensión de su rostro cedió.
¿Y en medio de ese infierno surgió una mujer y te dio la Vara? —insistió Santana.
Me estaba muriendo y me curó.
Santana observó atentamente la Vara que Hanna llevaba. Le había parecido una vara lisa y vulgar hasta aquel momento en la posada en que había relampagueado azul, llamándole poderosamente la atención. En el extremo superior tenía tallado un pequeño motivo rodeado de plumas —de las que tanto admiran los bárbaros. Sin embargo, ella había visto aquella luz azulada y había probado sus poderes curativos. ¿Era la Vara un don de los antiguos dioses para que les ayudara en estos tiempos de necesidad, o era algo diabólico? De todas formas, ¿qué sabía ella de estos dos bárbaros? Santana recordó la declaración de Sam de que sólo los puros de corazón podían tocar la Vara. Quería creer que así era...
Santana, perdida en sus pensamientos, sintió que Hanna le tocaba el brazo. Alzó la mirada y se dio cuenta de que ella y los bárbaros se habían quedado rezagados. Delante, Toby y Quinn señalaban algo. Echó a correr hacia ellos.
¿Qué sucede? —preguntó.
Toby contestó secamente: —Regresa el explorador.
Kurt corría hacia ellos haciéndoles una señal con los brazos.
¡A la maleza! —ordenó Santana. A excepción de Toby, abandonaron rápidamente el camino y se zambulleron entre los arbustos y matorrales.
¡Vamos! —Santana agarró a Toby por el brazo, pero éste se soltó.
No me esconderé en una trinchera —declaró firmemente el caballero.
Toby... —comenzó a decir Santana luchando por controlar su furia, reprimiendo las duras palabras que asomaban a sus labios y que no hubiesen solucionado nada, pudiendo causar un daño irreparable. Apretó los labios y se volvió de espaldas, esperando al kender en silencio y con expresión severa.
Kurt llegó corriendo hasta donde ellos estaban. Con voz entrecortada dijo:
¡Clérigos! Un grupo de clérigos. Son ocho.
Toby resopló
Creí que se trataba de un batallón de guardias goblins; supongo que sabremos cómo manejar a un grupo de clérigos.
No lo sé —dijo Kurt dubitativo—. He visto clérigos de todas las regiones de Krynn y nunca había
visto ninguno como éstos. —Miró aprensivamente hacia el camino y después levantó la mirada hacia Santana con una expresión de seriedad insólita en él—. ¿Recuerdas lo que dijo Rachel sobre unos extraños personajes que acompañaban al Teócrata?¿Unos seres encapuchados y vestidos con pesados ropajes? Pues bien, ¡eso describe exactamente a estos clérigos! Y la verdad, Santana, es que me han producido una sensación tenebrosa —el kender se estremeció—. Los veréis dentro de un momento.
Santana miró a Toby y éste arqueó las cejas. Ambos sabían que los kenders eran inmunes a la emoción del miedo y que, no obstante, eran extremadamente sensibles para captar la naturaleza de otras criaturas. Santana no recordaba ninguna otra ocasión en que la visión de cualquier criatura de Krynn le hubiese provocado a Kurt una «sensación tenebrosa» —y había compartido con el kender muchas situaciones difíciles.
Aquí vienen —dijo Santana de pronto. Ella, Toby y Kurt dieron un paso atrás hacia las sombras de los árboles y observaron a los clérigos que, lentamente, aparecían por una curva del camino. Se hallaban demasiado lejos para que la semielfa pudiese deducir algo, excepto que se movían muy despacio, arrastrando tras ellos una gran carreta.
Quizás deberías hablar con ellos, Toby —dijo Santana en voz baja—. Procura que te informen sobre el estado del camino, pero ten mucho cuidado, amigo mío.
Lo tendré —contestó Toby sonriendo—, no tengo ninguna intención de echar a perder mi vida sin motivo alguno.
El caballero apretó el brazo de Santana durante un instante; luego aflojó su espada para poder desenvainarla con rapidez en caso de necesidad. Cruzó al otro lado del camino y se apoyó en un viejo tronco caído con la cabeza gacha, como si estuviese descansando.
Santana, dudosa, permaneció inmóvil unos segundos y después, volviéndose, se dirigió hacia la maleza seguido de Kurt.
¿Qué sucede? —gruñó Quinn cuando Santana y Kurt aparecieron.
La guerrera se estaba ciñendo la faja, lo que hacía que sus numerosas armas resonaran estrepitosamente. Los demás se hallaban escondidos tras gruesos matorrales, a pesar de los cuales podían ver claramente el camino.
Shhhh —Santana se arrodilló entre Quinn y Caleb, que se hallaban agazapados a pocos metros de distancia—. Se acerca un grupo de clérigos por el camino. Toby va a interrogarlos.
¡Clérigos! —resopló Quinn despreciativa poniéndose en pie de nuevo, pero Santana se agitó intranquila.
Clérigos —murmuró Sam pensativo—, esto no me gusta nada.
¿Qué quieres decir? —le preguntó Santana.
El mago miró a la semielfa desde el fondo de su capucha. Santana sólo podía ver sus dorados ojos en forma de relojes de arena, que eran como estrechas rendijas en las que se reflejaba la astucia y la inteligencia.
Qué extraño, clérigos... —Sam habló con la elaborada paciencia con la que se le habla a un niño—. La vara tiene poderes curativos y, en Krynn, tales poderes no habían sido vistos desde el Cataclismo. Quinn y yo vimos en Solace a uno de estos hombres ataviados con capa y capucha. ¿No encuentras extraño, amiga mía, que estos clérigos y la Vara hayan aparecido al mismo tiempo y en el mismo lugar, cuando ni los unos ni los otros habían sido vistos anteriormente? Tal vez esa vara les pertenezca por derecho.
Santana miró a Hanna, cuyo rostro estaba ensombrecido por la preocupación; seguramente debía estar preguntándose lo mismo. Volvió a mirar hacia el camino y vio que las figuras encapuchadas seguían avanzando lentamente, tirando de la carreta. Toby seguía sentado en el tronco, atusándose los bigotes. Mientras los compañeros aguardaban en silencio, el cielo se oscureció, invadido de nubes grises. A los pocos segundos el agua de la lluvia comenzó a filtrarse a través de las ramas de los árboles.
¡Maldición, está lloviendo! —refunfuñó Artie—. No es suficiente con tener que agacharme tras un matorral como un sapo, sino que además me quedaré calado hasta los huesos...
Santana miró fijamente al enano, quien farfulló algo más y luego guardó silencio. Pronto los compañeros sólo pudieron oír el repiqueteo de las gotas sobre las mojadas hojas y sobre los cascos y escudos. Era una lluvia fina y constante, de esas que empapan hasta las ropas más gruesas. Sam comenzó a temblar y a toser, cubriéndose la boca con la mano para amortiguar el sonido, ya que todos lo contemplaron alarmados.
Santana miró hacia el camino. Al igual que Kurt, en sus cien años de vida en Krynn, nunca había visto nada comparable a esos clérigos. Eran altos, debían medir unos seis pies e iban ataviados con largas túnicas y amplias capas con capucha. Sus manos y sus pies también estaban cubiertos de tela, como los vendajes que ocultan las heridas de los leprosos. A medida que se acercaban a Toby, comenzaron a observar con cautela a su alrededor. Uno de ellos miró fijamente hacia los arbustos donde se hallaban escondidos los compañeros, quienes lo único que podían ver de los recién llegados, a través de una nesga de ropa, eran unos brillantes ojos oscuros.
Salve, caballero de Solamnia —dijo en el idioma común el clérigo que iba en cabeza. Su voz era hueca y sibilante: una voz inhumana. Santana se estremeció.
Saludos, hermano —contestó Toby, también en común—. Hoy he viajado muchas millas y vosotros sois los primeros viajeros con los que me encuentro, he oído extraños rumores y busco información sobre el camino que he de recorrer. ¿De dónde venís?
Originariamente, venimos del este —contestó el clérigo—. Pero hoy venimos de Haven. Hace un día frío y húmedo para viajar, Caballero, y quizás sea éste el motivo por el que no hayas encontrado a nadie. Nosotros mismos no realizaríamos este viaje si no fuese por necesidad. ¿Vienes de Solace, Caballero?
Toby asintió y varios de los clérigos situados tras la carreta se miraron los unos a los otros murmurando entre sí. El que parecía ser el clérigo jefe se dirigió a ellos en un extraño lenguaje gutural. Santana miró a sus compañeros. Kurt negó con la cabeza y los demás hicieron lo mismo; ninguno de ellos lo había oído antes. El clérigo habló de nuevo en el idioma común.
Tengo gran curiosidad por conocer los rumores de los que hablas, Caballero.
He oído que hay ejércitos agrupados en el norte —contestó Toby—. Viajo hacia allá, hacia mi hogar en Solamnia, y no quisiera meterme en una guerra a la que no he sido invitado.
No hemos oído estos rumores —le respondió el clérigo—. Por lo que sabemos, el camino hacia el norte está despejado.
Ah, eso me sucede por escuchar a compañeros borrachos. —Toby se encogió de hombros—. Pero decidme, ¿cuál es esa necesidad de la que habláis, y qué os saca de casa en un día tan crudo como éste?
Buscamos una vara —contestó rápidamente el clérigo—. La Vara de Cristal Azul. Hemos oído que ha sido vista en Solace. ¿Has oído hablar de ella?
Oí hablar de una vara en Solace, pero me hablaron de ella los mismos compañeros que me dijeron lo de los ejércitos del norte. ¿Debo creer esas historias o no?
La pregunta de Toby pareció confundir al clérigo, quien miró a su alrededor como si no supiese qué contestar.
Decidme —dijo Toby volviendo a apoyarse en la verja—, ¿por qué buscáis una vara de cristal azul? Seguramente una de madera lisa y resistente os convendría más para andar por estos caminos.
Es una vara sagrada de curación —contestó el clérigo con gravedad—. Uno de nuestros hermanos está sumamente enfermo y morirá si no recibe el bendito efecto de esa sagrada reliquia.
¿Curación? —Toby arqueó las cejas—. Una vara sagrada de curación debe tener un extraordinario valor. ¿Cómo es que habéis perdido un objeto tan raro y valioso?
¡No lo hemos perdido! —contestó el clérigo, furioso. Santana observó que el hombre apretaba sus enfundados puños con rabia —. Le fue robada a nuestra sagrada orden. Seguimos al inmundo ladrón hasta un poblado bárbaro en las Llanuras y allí le perdimos la pista. De todas formas, corren rumores sobre extraños sucesos acaecidos en Solace y hacia allí nos dirigimos —señaló la parte trasera de la carreta—. Para nosotros este viaje sombrío, comparado con el dolor y la agonía que sufre nuestro hermano, no es sino un pequeño sacrificio.
Me temo que no puedo ayud... —comenzó a decir Toby.
¡Yo puedo ayudaros! —gritó Hanna. Santana intentó sujetarla, pero era demasiado tarde; se había levantado y se dirigía decidida hacia el camino, apartando a un lado las ramas de los árboles y las zarzas. Caleb se puso en pie y la siguió a través de los arbustos.
¡Hanna! —Santana arriesgó un agudo susurro.
¡Debo saber! —fue todo lo que ella contestó.
Al oír la voz de Hanna, los clérigos se miraron unos a otros como a sabiendas, asintiendo con sus cabezas encapuchadas. Santana presintió el peligro, pero antes de que pudiese decir nada Quinn se puso en pie.
¡Esos bárbaros no me van a dejar atrás mientras ellos se divierten! —declaró la guerrera surgiendo del seto tras Caleb.
¿Os habéis vuelto todos locos? —gruñó Santana y, agarrando al kender por el cuello de la camisa, lo arrastró de vuelta cuando ya estaba dispuesto a correr alegremente tras Quinn—. Artie, vigila al kender. Sam...
No hay necesidad de que te preocupes por mí, Santana —susurró el mago—. No tengo ninguna intención de moverme de aquí.
Bien, es mejor que no te muevas. —Santana se puso en pie y lentamente se dirigió hacia el camino, sintiendo que le invadía de nuevo aquella «sensación tenebrosa».
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Activo Re: FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura.

Mensaje por Marta_Snix Dom Jun 14, 2015 3:04 pm

8 La búsqueda de la verdad. Respuestas inesperadas.
Yo puedo ayudaros —repitió Hanna. Su voz clara tintineó como una campanilla. La mujer reparó en el rostro de sorpresa de Toby, y comprendió el aviso de Santana.
Pero la actitud de Hanna no era la de una mujer insensata; ella nunca había sido así. Durante diez años había gobernado su tribu tras la repentina enfermedad de su padre, que había quedado imposibilitado para hablar con claridad y para mover el brazo y la pierna derechos. Ella había guiado a su gente tanto en tiempos de guerra con las tribus vecinas como en tiempos de paz, aunque en varias ocasiones había intentado renunciar al poder. Ahora era consciente de estar haciendo algo peligroso, y además, aunque esos extraños clérigos la llenaban de repugnancia, evidentemente sabían algo sobre la Vara y ella debía averiguarlo.
Soy la portadora de la Vara de Cristal Azul —dijo Hanna acercándose al jefe de los clérigos y levantando la cabeza con orgullo—, pero no la robé; me fue entregada.
Caleb y Toby se situaron uno a cada lado de ella y Quinn se colocó detrás, con la mano sobre la empuñadura de la espada y una expresión de impaciencia en el rostro.
Eso es lo que tú dices —contestó el clérigo con voz suave y burlona. Se quedó mirando con ojos ávidos, oscuros y brillantes la vara lisa y marrón que ella llevaba, y alargó su envuelta mano para arrebatársela. Rápidamente Hanna apretó la Vara contra su pecho.
La Vara fue sacada de un lugar maldito —dijo—. Haré lo que esté en mi mano para ayudar a tu agonizante hermano, pero no se la entregaré ni a ti ni a nadie hasta que esté firmemente convencida de que tenéis derecho a reclamarla.
El clérigo titubeó y miró a sus compañeros. Santana los vio cómo señalaban nerviosos las extrañas fajas de tela que llevaban atadas alrededor de sus ondeantes túnicas. Las fajas eran curiosamente anchas y tenían unas raras protuberancias en la parte inferior que evidentemente no estaban hechas para los libros de oraciones. Maldijo de frustración, confiando en que Toby y Quinn hubieran prestado atención a estos detalles, pero Toby parecía completamente relajado y Quinn estaba distraída. Santana, con cautela, levantó el arco y colocó una flecha en la cuerda. Al final, el clérigo asintió sumisamente con la cabeza, cruzando los brazos bajo las mangas de su túnica.
Estaremos agradecidos por cualquier ayuda que puedas prestarle a nuestro pobre hermano —dijo con un hilo de voz—. y después, espero que tú y tus compañeros queráis acompañarnos de regreso a Haven. Te prometo que os convenceréis de que la Vara ha caído en vuestras manos por equivocación.
Iremos donde consideremos oportuno, hermano —gruñó Quinn.
¡Qué loca! —pensó Santana; dudó en gritar y avisarlos, pero decidió quedarse callada por si no se cumplían sus sospechas.
La pertinaz lluvia había cesado, las ropas de los compañeros estaban empapadas, pero no era momento de pararse a pensar en ello. Hanna y el jefe de los encapuchados se dirigieron hacia la carreta seguidos de Caleb. Toby y Quinn se quedaron donde estaban, observando con interés. Cuando Hanna y el clérigo alcanzaron la parte trasera de la carreta, él la agarró por el brazo dirigiéndola hacia el carro, pero ella se apartó, acercándose por sí misma. El clérigo bajó la cabeza humildemente y levantó la tela que cubría la parte posterior de la carreta. Hanna se asomó al interior
sosteniendo la Vara entre sus manos. De pronto se originó una gran confusión. Se escuchó un grito. El clérigo se llevó un cuerno a los labios y se oyó un sonido largo y quejumbroso.
¡Quinn! ¡Toby! —chilló Santana levantando el arco—.Es una tramp...
Algo muy pesado cayó sobre la semielfa derribándola al suelo. Unas manos fuertes buscaron su garganta y empujaron su cara contra el barro y las hojas mojadas. Los dedos encontraron lo que buscaban y comenzaron a apretar. Santana intentó respirar, pero su nariz y su boca estaban llenas de lodo, por lo que, casi sin respiración, tiró frenéticamente de las manos que intentaban estrujarle el gaznate, pero el apretón era increíblemente fuerte y Santana sintió que perdía la conciencia. Cuando tensaba sus músculos para un desesperado intento final escuchó un grito ronco y un sonido de huesos rotos. La presión fue cediendo y alguien le quitó de encima aquel pesado cuerpo. Santana consiguió ponerse de rodillas y, jadeando dolorosamente, fue recuperando la respiración. Después de limpiar de barro su rostro, levantó la mirada y vio a Artie con un leño en la mano, mirando fijamente el cuerpo que yacía a sus pies. La semielfa se sobrecogió horrorizada. Aquel cuerpo no era el de un hombre; de la espalda salían unas alas coriáceas y tenía la piel escamosa de un reptil; las largas manos y los pies acababan en garras, pero, al igual que los hombres, caminaba sobre los pies. La criatura llevaba una extraña armadura que le permitía utilizar las alas. No obstante, fue el rostro de aquel ser lo que le había estremecido; era un rostro nunca visto ni en la más terrible de las pesadillas. Las criaturas que habían aterrorizado a los compañeros eran draconianos, raza menor de dragones aparecida tras el Cataclismo y cuya existencia era desconocida en Krynn. Estos seres eran servidores de los dragones y, como ellos, eran astutos, inteligentes y malignos. ¿Qué podía significar la aparición de estos seres? ¿Quizá el retorno de los dragones a Krynn?… Todo resultaba muy sospechoso y en el ambiente flotaba un presagio de malos augurios.
¡Por todos los dioses! —exclamó Sam arrastrándose hacia Santana —. ¿Qué es esta extraña criatura?
Antes de que Santana pudiese contestarle, vio un resplandor de luz azulado y oyó que Hanna gritaba. Mientras Santana era agredida, Hanna había mirado en el interior de la carreta y se preguntaba qué terrible enfermedad podía transformar la piel de un hombre en escamas. Se había adelantado para tocar a aquel desgraciado clérigo con su vara, pero, en ese preciso momento, la criatura había saltado hacia ella intentando arrebatársela con su garruda mano. Hanna retrocedió, pero la criatura era rápida y clavó sus garras en la Vara. Se produjo un estallido cegador de luz azulada, el ser chilló de dolor y cayó hacia atrás, retorciéndose la mano chamuscada. Caleb, con la espada desenvainada, se había situado delante de la mujer. Hanna escuchó un jadeo y vio que la espada de Caleb caía y que él retrocedía unos pasos sin hacer ningún esfuerzo por defenderse. Desde atrás, unas manos ásperas y escamosas agarraron a Hanna y le taparon la boca. Mientras luchaba por liberarse entrevió a Caleb, quien observaba atónito y con los ojos abiertos de par en par al extraño ser de la carreta. El rostro del bárbaro tenía una palidez mortecina y su respiración era rápida y entrecortada, su expresión era la de un hombre que cree despertar de una pesadilla y descubre que se trata de la realidad. Hanna, que pertenecía a una raza de guerreros y era una mujer fuerte, intentó patear en la rodilla al ser que la sujetaba. La patada sorprendió a su oponente, destrozándole la rótula, y cuando el clérigo aflojó su apretón, Hanna se giró y lo golpeó con la Vara. Se quedó atónita al ver que el clérigo caía al suelo, aparentemente derribado por un golpe que parecía propinado por la mismísima Quinn. Verdaderamente sorprendida, miró hacia la Vara que volvía a resplandecer con su brillante luz azulada; pero no había tiempo que perder porque estaba rodeada de aquellas monstruosas criaturas. Blandió la Vara trazando un amplio arco, consiguiendo con ello mantenerlas alejadas. Pero, ¿por cuánto tiempo?
¡Caleb!
El grito de Hanna sacó al bárbaro de su estupor. Este se giró y vio cómo ella retrocedía hacia el bosque utilizando la Vara para mantener alejados a los encapuchados clérigos. Agarró a uno de ellos por detrás, empujándolo al suelo con fuerza. Otro se abalanzó hacia él mientras un tercero se dirigió hacia Hanna. Se produjo un nuevo centelleo cegador de luz azulada.
Toby ya se había dado cuenta de que los clérigos les habían tendido una trampa y había desenvainado la espada. A través de los listones de la vieja carreta había visto unas garras intentando apoderarse de la Vara. Al abalanzarse para cubrir a Caleb, le sorprendió la reacción del bárbaro ante la criatura de la carreta. Caleb retrocedía impotente, mientras la criatura agarraba con su mano ilesa un hacha de batalla y la agitaba en dirección a él. El bárbaro no hacía ningún movimiento para defenderse sino que por el contrario se quedaba mirando absorto, con el arma colgando de su mano. Toby hundió su espada en la espalda del ser, éste gimió y se giró para atacarlo, arrebatándole el arma de la mano. Babeando y aullando de rabia en su agonía, el ser le rodeó con sus brazos y lo empujó contra el lodoso suelo. Toby sabía que la criatura que lo estaba sujetando estaba muriendo por lo que luchó por controlar el terror y la repugnancia que sentía ante el contacto de aquella piel viscosa. Los aullidos cesaron y sintió que la criatura se tomaba rígida, por lo que empujó a un lado el cuerpo y rápidamente comenzó a extraer su espada. Pero el arma no se movió y Toby se la quedó mirando incrédulo, tirando de ella con todas sus fuerzas e incluso apoyando su pesada bota contra el cuerpo para hacer palanca. Pero el arma estaba firmemente clavada, por lo que, furioso, golpeó al ser con sus manos. Retrocedió horrorizado y lleno de repugnancia; ¡la criatura se había vuelto de piedra!
¡Quinn! —gritó Toby mientras otro de los clérigos se acercaba blandiendo un hacha. Toby se agachó y sintió un dolor cortante, perdiendo la visión, pues sus ojos se llenaron de sangre. Completamente cegado, dio un traspié y, a continuación, un peso aplastante lo derribó al suelo.
Quinn, que se hallaba en pie al lado de la carreta, se dirigía a ayudar a Hanna cuando oyó el grito del caballero. En aquel momento dos de las criaturas se abalanzaron sobre ella; balanceó la más corta de sus espadas y los obligó a mantener una cierta distancia y aprovechando para sacar su daga con la mano izquierda. Una de las criaturas saltó hacia ella y Quinn lo acuchilló, hundiendo profundamente el metal en su cuerpo. Notó un hedor fétido y putrefacto y vio que en las vestiduras del clérigo aparecía una pequeña mancha verde; la herida pareció enfurecer a la criatura, que se acercó todavía más, babeando y expulsando saliva por sus mandíbulas —que eran las de un reptil en lugar de las de un hombre—. Por un instante, Quinn se aterrorizó. Había luchado contra goblins y trolls, pero esos horribles seres le repugnaban absolutamente. Se sintió sola y perdida y, en ese momento, oyó cerca suyo un susurro tranquilizador.
Estoy aquí, hermana mía —la voz calmada de Sam invadió su ser.
Ya era hora —jadeó Quinn amenazando a la criatura con su espada—. ¿ Qué clase de clérigos inmundos son éstos?
No los apuñales —le recomendó rápidamente Sam, recordando lo que le había sucedido a Toby—. Se vuelven de piedra. No son clérigos, son una especie de hombres reptil, por eso van envueltos en ropajes y capuchas.
A pesar de ser tan diferentes como la luz y la sombra, los gemelos peleaban bien cuando estaban juntos. No necesitaban intercambiar muchas palabras, pues sus pensamientos emergían a una velocidad mucho mayor. Quinn lanzó al suelo la espada y la daga y flexionó los inmensos músculos de sus brazos. Las criaturas, viéndola desarmada, arremetieron contra ella con las ropas hechas jirones, ondeando grotescamente. Quinn hizo una mueca cuando vio los escamosos cuerpos y las garrudas manos.
Preparada —le dijo a su hermano.
Ast tasark simiralan krynaw! —dijo Sam en voz baja lanzando al aire un puñado de arena. Las criaturas detuvieron su salvaje arremetida, agitaron sus cabezas, atontados, y un sueño mágico se fue apoderando de ellos cuando... de pronto parpadearon. ¡En pocos segundos habían recuperado sus sentidos y volvían a la carga!
¡La magia no les hace efecto —murmuró Sam sobrecogido. Pero ese breve interludio de semisueño fue suficiente para que Quinn agarrara una pesada roca y les golpeara la cabeza rápidamente uno tras otro. Ambos cayeron al suelo como estatuas sin vida. Quinn levantó la mirada y vio que dos clérigos más, armados con espadas curvas, trepaban sobre los cuerpos de piedra de sus hermanos en dirección a ellos. —Mantente detrás mío —le ordenó Sam con un ronco susurro. Quinn recogió la espada y la daga y se escondió detrás de su hermano, temerosa por la seguridad de Sam pero sabiendo que éste no podía formular su encantamiento mientras ella se hallara en medio.
Sam miró fija e intensamente a las criaturas, quienes, reconociéndolo como mago, aminoraron el paso y se miraron la una a la otra, dudando en acercarse. Una se lanzó al suelo metiéndose bajo la carreta y la otra se abalanzó hacia delante espada en mano, confiando en atacar al mago antes de que realizara el encantamiento o, por lo menos, en romper la concentración que el hechicero necesitaba. Quinn vociferó pero parecía que Sam no veía ni oía a ninguno de ellos. Levantó lentamente sus manos y uniendo sus pulgares, colocó los dedos en forma de abanico y habló —Kair tangus miopiar—, la magia recorrió su débil cuerpo y la criatura fue engullida por una llamarada de fuego.
Cuando Santana logró recuperarse del ataque que había sufrido, escuchó también el grito de Toby y se apresuró a cruzar la maleza en dirección al camino. Golpeando con la parte ancha de la hoja de su espada como si se tratase de un garrote, atacó a la criatura que mantenía a Toby en el suelo, que cayó a un lado con un alarido, por lo que Santana pudo arrastrar al caballero herido hacia la maleza.
Mi espada —masculló Toby aturdido, intentando limpiarse la sangre que le corría por la cara.
La recuperaremos —prometió Santana sin saber cómo lo harían. Miró hacia el camino y vio un enjambre de criaturas saliendo del bosque y dirigiéndose hacia ellos. Tenemos que salir de aquí, pensó intentando tranquilizarse. Se volvió hacia Artie y Kurt que se habían reunido con él. —Quedaos aquí y cuidad de Toby —les ordenó—. Voy a reunir a los demás y volveremos a internamos en el bosque.
Sin esperar una respuesta, Santana se apresuró hacia el camino justo en el momento en que Sam formulaba su encantamiento, por lo que al ver las llamas se arrojó al suelo. La base de paja sobre la que la criatura había estado tendida prendió fuego y la carreta comenzó a echar humo.
Quedaos aquí y cuidad de Toby, ¡hum! —refunfuñó Artie, asiendo con fuerza su hacha de batalla. Por el momento, las criaturas que descendían por el camino no vieron al enano, al kender, ni al caballero herido tendido a la sombra de unos árboles, pues su atención se centraba en los dos pequeños núcleos formados por los guerreros. Pero Artie sabía que era cuestión de tiempo, por lo que agarró su hacha con fuerza y le dijo al kender:
Haz algo por Toby, a ver si eres útil por una vez en tu vida.
Lo estoy intentando, pero no puedo detener la hemorragia. —Quería limpiarle el rostro al caballero con un pañuelo—. A ver, ¿puedes ver ya? —le preguntó ansioso.
Toby gemía e intentaba incorporarse, pero su cabeza estallaba de dolor, por lo que volvió a tenderse.
Mi espada —dijo.
Kurt miró a su alrededor y vio la espada de doble puño de Toby clavada en la espalda de una de las
criaturas convertidas en piedra
¡Es fantástico! ¡Mira, Artie! La espada de Toby...
¡Ya lo sé, kender de mente torpe! —rugió Artie viendo que una de las criaturas corría hacia ellos con la espada desenvainada.
Iré a buscarla, no tardaré ni un minuto.
¡No...! —chilló Artie dándose cuenta de que Kurt no podía ver al ser que venía hacia ellos. La curva espada de la malévola criatura ondeaba en el aire, formando un reluciente arco en busca del cuello del enano. Este balanceó su hacha, pero en ese preciso momento Kurt, sin apartar la mirada de la espada de Toby, se puso en pie, golpeando oportunamente con su vara jupak al enano en la parte posterior de las rodillas. A Artie se le doblaron las piernas, cayendo hacia atrás en el momento en que la espada de la criatura pasaba silbando sobre su cabeza. Lanzando un grito cayó sobre Toby.
Al oír el grito del enano, Kurt miró hacia atrás y se sorprendió al ver que uno de aquellos seres había atacado a Artie y, por alguna extraña razón, éste se hallaba tendido sobre su espalda agitando las piernas en lugar de estar de pie y peleando.
¿Qué haces Artie? —indolentemente golpeó a la criatura en el estómago con su vara, y cuando el ser se tambaleó hacia delante, lo golpeó de nuevo en la cabeza, observando cómo se desplomaba inconsciente.
¡Vaya! ¿Es que tengo que solucionar yo tus problemas? —el kender se volvió y se dirigió hacia donde estaba la espada de Toby.
¡Tú, solucionar mis problemas! —el enano, farfullando de rabia e indignación, intentó levantarse, pero el casco se le había deslizado sobre los ojos y no podía ver nada. Consiguió sacárselo justo en el preciso momento en que otro clérigo se abalanzó sobre él volviendo a derribarlo...
Santana encontró a Hanna y a Caleb en pie, espalda contra espalda. La mujer se defendía de las criaturas con su vara; tres de ellas ya estaban tendidas a sus pies, convertidas en piedra, ennegrecidas por la acción de la llamarada azul. A los pocos segundos la espada de Caleb quedó atrapada entre las rocosas tripas de otra de las criaturas. El bárbaro agarró el arma que le quedaba —un arco corto— y preparó una flecha. Las criaturas dudaban, discutiendo su estrategia en voz baja e indescifrable, y Santana, sabiendo que se abalanzarían sobre Caleb en pocos segundos, se acercó a ellas y, utilizando la empuñadura de su espada, golpeó a una de las criaturas por detrás y a continuación, de revés, golpeó a la otra.
¡Apresúrate! —le gritó al bárbaro—. ¡Por aquí!
Ante el nuevo ataque, algunos de los seres se volvieron, otros dudaron. Caleb disparó una flecha e hirió a uno y tomando a Hanna de la mano, corrieron hacia Santana saltando sobre los cuerpos de piedra de sus víctimas. Santana, defendiéndose de las criaturas, dejó que los bárbaros lo adelantaran.
¡Toma, ten esta daga! —le gritó a Caleb cuando pasaron junto a él.
Caleb la agarró y golpeó a uno de los seres con la empuñadura, partiéndole el cuello. Hubo un rayo de luz azul cuando Hanna utilizó la Vara para derribar a otra de las criaturas que encontraron en el camino. En seguida llegaron al bosque. El carromato de madera estaba ardiendo. A través del humo Santana vislumbró el camino, pero le recorrió un escalofrío al ver que a ambos lados de éste, flotaban oscuras formas aladas. El camino estaba cortado en ambas direcciones por lo que, a menos que escaparan inmediatamente por el bosque, estaban atrapados. Corrió hacia el lugar donde había dejado a Toby. Hanna, Caleb y Artie estaban también allí. ¿Dónde estaban los demás? Miró a su alrededor a través de la espesa humareda, parpadeando.
Ayuda a Toby —le dijo a Hanna y se volvió hacia Artie, que estaba intentando, sin lograrlo, recuperar su hacha, incrustada en el pecho de una de las criaturas —. ¿Dónde están Quinn y Sam? ¿Y dónde está Kurt? Les dije que no se movieran de aquí...
¡El maldito kender casi consigue que me maten! ¡Espero que se lo lleven! ¡Espero que se lo echen a los perros como alimento! ¡Espero...!
¡En nombre de los dioses! —maldijo Santana exasperada. Atravesando la nube de humo se dirigió hacia donde había visto a los gemelos por última vez, y se topó con el kender, que arrastraba con suma dificultad la espada de Toby, casi tan grande como él.
¿Cómo la conseguiste? —Santana tosía debido al espeso humo que se arremolinaba a su alrededor.
Kurt sonrió burlón, mientras por sus mejillas resbalaban lágrimas producidas por el efecto del humo en sus ojos.
La criatura se convirtió en polvo —le contestó sonriente—. Oh, Santana, fue maravilloso, llegué junto a él y tiré de la espada, no había forma de que saliese, por lo que continué jalando y...
¡Ahora no! ¡Vuelve con los demás! ¿Has visto a Quinn y a Sam?
Justo entonces se oyó la atronadora voz de la guerrera que surgía de la humareda.
Aquí estamos —resolló Quinn sujetando a Sam que tosía descontroladamente—. ¿Los hemos destruido a todos?
No, no —contestó Santana secamente—. Hemos de huir por los bosques en dirección al sur.
Rodeó a Sam con el brazo y corrieron a reunirse con los demás que se hallaban acurrucados junto al camino. El humo era sofocante, pero al menos los ocultaba del enemigo. Toby estaba en pie y su rostro estaba muy pálido, pero el dolor de cabeza había desaparecido y la herida había dejado de sangrar.
¿Le ha curado la Vara? —preguntó Santana a Hanna.
No del todo, sólo lo suficiente para que pueda caminar.
Su poder es... limitado —dijo Sam jadeante.
Sí... —interrumpió Santana —. Bueno, nos dirigiremos hacia el sur a través del bosque.
Quinn hizo un gesto de preocupación.
Esa dirección es la del Bosque Oscuro...
Sé que prefieres luchar contra los vivos —le interrumpió Santana —, pero, después de lo que ha sucedido, ¿sigues pensando lo mismo?
La guerrera no respondió.
Siguen llegando más criaturas y no podemos luchar de nuevo contra ellas. De todas formas no entraremos en el Bosque Oscuro si no es necesario. Cerca de aquí hay una ruta de caza que podemos utilizar para alcanzar el Pico del Orador; desde allí podremos observar el camino del norte y el resto de las direcciones.
Podríamos dirigimos al norte, hacia la gruta; el bote está escondido aquí —sugirió Caleb.
¡No! —chilló Artie con voz ahogada y, sin decir una palabra más, se volvió y comenzó a internarse en el bosque, corriendo en dirección sur tan rápido como le permitían sus cortas piernas.
Marta_Snix
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Activo Re: FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura.

Mensaje por Marta_Snix Jue Jun 18, 2015 1:08 pm

9 La huida. El ciervo blanco.
Aunque se sentían extenuados después de aquella terrible lucha, los compañeros atravesaron el frondoso bosque tan rápido como pudieron, y pronto alcanzaron la senda de caza. Quinn iba en cabeza, espada en mano, expectante ante cada sombra, seguido de Sam, que caminaba apoyándose sobre su hombro con los labios apretados y expresión severa. Los demás iban detrás de ellos con las armas desenvainadas. No vieron más criaturas.
¿Por qué no nos siguen? —preguntó Artie cuando ya llevaban más de una hora caminando.
Santana había estado preguntándose lo mismo.
No necesitan hacerlo. Estamos atrapados. Seguramente habrán bloqueado todas las salidas del bosque, a excepción de la del Bosque Oscuro...
¡El Bosque Oscuro! —repitió Hanna en voz baja—. ¿Es realmente necesario que tomemos ese camino?
Puede que no lo sea. Echaremos un vistazo desde el Pico del Orador.
De pronto oyeron gritar a Quinn. Santana corrió hacia ella y encontró a Sam desfallecido.
Me pondré bien, pero debo descansar.
A todos nos irá bien descansar un rato.
Nadie dijo nada y todos se dejaron caer agotados, intentando recuperar las fuerzas. Toby cerró los ojos y se recostó contra una roca cubierta de musgo. Su rostro era una sombra espectral de color gris blanquecino y tanto sus largos bigotes como su cabello estaban manchados de sangre y apelmazados. La herida era un corte rasgado que poco a poco iba tomándose morado. Santana sabía que el caballero prefería morir antes que formular una sola palabra de queja.
No te preocupes —dijo Toby secamente—. Concédeme simplemente unos momentos de paz —Santana le dio un leve apretón en el brazo y fue a sentarse junto a Caleb.
Durante unos minutos ninguno de los dos habló, luego Santana le comentó:
Caleb, sospecho que ya te habías enfrentado antes contra esas criaturas, ¿verdad?
En efecto, Santana, las encontré por primera vez en la ciudad destruida —Caleb se estremeció—. Lo recordé todo cuando miré dentro del carromato y vi aquella cosa que me miraba con expresión maligna. Por lo menos... —Hizo una pausa y movió la cabeza, dirigiéndole a Santana una especie de sonrisa—. Por lo menos sé que no me estoy volviendo loco. Esas terribles criaturas existen... Había llegado a dudarlo. ¿Cómo lo adivinaste?
Lo supuse cuando observé tu estupefacción al contemplar a esas repugnantes criaturas. Tengo la impresión de que están invadiendo todo Krynn. ¿Está cerca de aquí esa ciudad destruida?
No. Llegué a Que-shu por el camino del este, estaba lejos de Solace, más allá de las Llanuras —miró a Santana y sonrió; por un momento la máscara inexpresiva desapareció y la semielfa vio que sus ojos castaños eran cálidos y profundos—. Te doy las gracias, semielfa, a ti y a todos vosotros. Habéis salvado nuestras vidas en más de una ocasión y yo me he comportado como un desagradecido. Pero... —hizo una pausa— es todo tan extraño.
Será todavía más extraño —dijo Sam en tono misterioso.
El grupo, tras un breve descanso, reanudó la marcha. Se estaban acercando al Pico del Orador; desde el camino ya lo habían visto elevándose sobre los bosques. El resquebrajado pico tenía la forma de dos manos unidas en actitud de oración, de ahí su nombre. En los bosques flotaba un silencio mortecino. Los compañeros empezaron a pensar que los pájaros y demás animales del bosque se habían evaporado dejando tras ellos un silencio vacío y misterioso. Todos se sentían inquietos —excepto Kurt— y miraban continuamente a su alrededor, desenvainando la espada ante cualquier sombra.
Toby insistió en caminar en la retaguardia, pero comenzó a rezagarse a medida que su dolor de cabeza aumentaba. Comenzaba a sentir náuseas. Al poco rato perdió la noción de dónde estaba y de lo que estaba haciendo, sólo sabía que debía seguir caminando, colocando un pie detrás del otro y moviéndose hacia delante como uno de los autómatas de Kurt. ¿Cómo era la historia que Kurt le había contado? Toby intentó recordarla a pesar de la ofuscación que le producía el dolor. Los autómatas servían a un hechicero que había invocado a un demonio para que hiciese desaparecer al kender. Como todas las historias de los kenders, era una auténtica tontería. Toby puso un pie delante del otro. Tonterías. Como los cuentos del anciano de la posada. Cuentos sobre el Ciervo Blanco y los antiguos dioses. Historias sobre Huma. Toby se llevó las manos a sus palpitantes sienes como si intentase mantener unida su cabeza. Huma... De niño, Toby había escuchado las historias de Huma. Su madre —hija de un Caballero de Solamnia y casada también con un Caballero— no conocía otras para contarle. Toby comenzó a pensar en su madre, el dolor que sentía le hacía recordar los tiernos cuidados que ésta le prodigaba cuando se encontraba enfermo o herido. El padre de Toby había enviado al exilio a su mujer y a su hijo, pues el niño —su único heredero — era un blanco fabuloso para aquellos que deseaban que los Caballeros de Solamnia desapareciesen para siempre de las tierras de Krynn. Toby y su madre se refugiaron en Solace, y el joven caballero en seguida había hecho amigos, sobre todo con una chica, Quinn, quien compartía con él su interés por lo militar. Su madre, en cambio, era orgullosa y consideraba a todas las personas inferiores a ella. Por ello, cuando la fiebre la consumió, murió sola, con la única compañía de su hijo adolescente a quien encomendó a su ausente padre —si éste aún vivía, algo que Toby estaba empezando a dudar. En Solace, Toby había conocido también a Santana y a Artie, quienes, al morir su madre, lo adoptaron como habían hecho con Quinn y Sam, convirtiéndolo en un diestro guerrero. Junto con Kurt y, en algunas ocasiones Kitty, la bella y salvaje hermanastra de los gemelos, Toby y sus amigos habían viajado por las tierras de Abanasinia. Cinco años antes, igual que el resto de los compañeros, él también había abandonado Solace para investigar los extraños rumores que corrían sobre la maldad que parecía proliferar en aquellas tierras. En su viaje, Toby se había dirigido a Solamnia para, además, averiguar el paradero de su padre y obtener su herencia. No consiguió su propósito. Logró escapar con vida de milagro, salvando únicamente la cota de mallas y la espada de doble puño de su padre. El viaje a su tierra fue una experiencia desgarradora, pues, aunque Toby ya sabía que los Caballeros habían sido denigrados y vilipendiados, se sorprendió al percibir el gran resentimiento que había contra ellos. En la Era de los Sueños, Huma, Portador de Luz y Caballero de Solamnia, había acabado con la oscuridad y así empezó la Era del Poder. Después —de acuerdo con la tradición popular—, los dioses abandonaron al hombre y sobrevino el Cataclismo. La gente pidió ayuda a los Caballeros tal como éstos, en el pasado, habían pedido ayuda a Huma. Pero Huma hacía tiempo que había muerto y los Caballeros sólo pudieron observar, impotentes, la lluvia de terror que caía del cielo, destrozando Krynn en pedazos. Los Caballeros no pudieron hacer nada, y esto nunca se les llegó a perdonar. De pie ante las ruinas del castillo de su familia, Toby juró restaurar el honor de los Caballeros de Solamnia —aunque esto significara perder la vida en el intento.
Pero ¿cómo podía conseguirlo luchando contra un puñado de clérigos?, se preguntó amargamente mientras el sendero se le aparecía cada vez más confuso. Dio un traspié, pero rápidamente se levantó de nuevo. Huma había luchado contra dragones. «Dadme dragones», soñaba Toby. Levantó la mirada; las transparentes hojas de los árboles se diluyeron en una dorada neblina. Supo que iba a desmayarse. Parpadeó y volvió a verlo todo claro y con nitidez. Ante él se erigía el Pico del Orador. Habían llegado al pie de la vieja montaña y podían ver los senderos que se retorcían y serpenteaban por la frondosa ladera, normalmente utilizados por los habitantes de Solace cuando deseaban acampar en la parte este del Pico. Cerca de uno de estos senderos Toby vio un ciervo blanco. Se lo quedó mirando; era el animal más imponente que hubiera visto nunca. Era inmenso, medía varios palmos más que cualquier otro ciervo que Toby hubiese cazado jamás. Levantaba la cabeza orgulloso, y su espléndida cornamenta relucía como una corona, sus ojos eran de un marrón profundo en contraste con su blanca piel, y miraban al caballero intensamente, como si lo conocieran. Después de un leve movimiento de cabeza, el ciervo comenzó a caminar hacia el sudeste.
¡Detente! —le gritó el caballero con voz ronca. Los otros se giraron alarmados sacando sus armas; Santana corrió hacia él.
¿Qué sucede, Toby?
El caballero, involuntariamente, se llevó una mano a la dolorida cabeza.
Lo siento, Toby —le dijo Santana—. No me he dado cuenta de que estabas tan enfermo, podemos volver a descansar. Estamos al pie del Pico del Orador, escalaré la montaña y veremos...
¡No! ¡Mira! —El caballero, agarrando a Santana por el hombro, hizo que se volviera y señaló—. ¿Lo ves? ¡EI ciervo blanco!
¿El ciervo blanco? ¿Dónde? No lo...
Allí —dijo Toby bajando la voz.
Caminó unos pasos hacia el animal que se había detenido y parecía esperarlo. El ciervo asintió con su gran cabeza y corrió de nuevo hacia delante unos cuantos pasos, luego se detuvo y se volvió a mirar al caballero una vez más.
Quiere que lo sigamos —murmuró Toby— ¡Como Huma!
Los demás se habían reunido con ellos y miraban al caballero con expresiones que iban desde la más viva preocupación hasta el más obvio escepticismo.
Yo no veo ningún ciervo —dijo Caleb escudriñando el bosque con sus ojos oscuros.
Una herida en la cabeza... —Quinn sonrió irónicamente—. Vamos, Toby, será mejor que te eches y descanses un rato.
¡Grandísima ignorante! No me extraña que no veas al ciervo, teniendo como tienes el cerebro en el estómago. Probablemente le dispararías y te lo comerías. ¡Os digo que debemos seguirlo!
La locura de la herida en la cabeza —le susurró Caleb a Santana —, la he visto a menudo.
No estoy segura. Aunque yo no haya visto al ciervo blanco, conozco a alguien que una vez lo siguió, tal como el anciano contó en su historia.
Mientras hablaba, sin darse cuenta, le iba dando vueltas al anillo de hojas de enredadera que llevaba en la mano izquierda, recordando a la elfa de cabellos dorados que había llorado cuando ella abandonó Qualinesti.
¿Sugieres acaso que sigamos a un animal que no vemos? —preguntó Quinn.
Después de todo, hemos hecho cosas aún más extrañas —comentó sarcásticamente Sam con su voz sibilante—, pero tened en cuenta que fue aquel anciano, el que contó la historia del Ciervo Blanco, el que nos metió en esto...
Fuimos nosotros los que nos metimos en esto —respondió Santana bruscamente—. Podríamos haberle devuelto la Vara al Sumo Teócrata y habernos evitado el problema. Yo seguiría a Toby. Evidentemente ha sido elegido, como Caleb cuando recibió la Vara.
¡Pero si nos está guiando hacia una dirección equivocada! —discutió Quinn—. Sabes tan bien como yo que no existen sendas en la parte oeste del bosque. Nadie va nunca en esa dirección.
Mejor —dijo de pronto Hanna—. Santana dijo que los clérigos debían haber bloqueado los senderos. Quizás por aquí podamos avanzar. Yo propongo seguir al caballero.
Se giró y comenzó a caminar tras Toby sin siquiera volver la vista atrás, evidentemente acostumbrada a ser obedecida. Caleb se encogió de hombros y movió la cabeza, arrugando la frente, pero siguió a Hanna. Los demás los siguieron también.
El caballero dejó atrás los caminos del Pico del Orador y avanzó hacia la ladera suroeste de la montaña. Al principio parecía que Quinn tenía razón: no había ningún sendero y Toby, fuera de sí, caminaba abriéndose paso por la maleza; pero, de pronto, ante ellos apareció un sendero amplio y despejado. Santana lo miró sorprendida.
¿Quién habrá despejado este camino? —le preguntó a Caleb, que estaba tan asombrado como ella.
No lo sé. Por lo que se ve, hace tiempo que está así. Este árbol caído lleva así el tiempo suficiente como para que la mitad se haya hundido en el barro y esté cubierto de musgo y enredaderas. Pero las únicas huellas que hay son las de Toby, no hay ninguna señal de que nadie más, ni siquiera algún animal, haya pasado por aquí. De todas formas, ¿cómo es que no está cubierto de plantas y hierbajos?
Santana no pudo responder ni tomarse tiempo para pensárselo, ya que Toby: avanzaba rápidamente y lo único que podían hacer era intentar no perderlo de vista.
Goblins, el bote, hombres-lagarto, ciervos invisibles; ¿qué vendrá después? —se quejó Artie al kender.
Ojalá pudiera ver al ciervo.
Haz que te golpeen la cabeza, aunque, tratándose de ti, lo más seguro es que no apreciáramos la diferencia.
Los compañeros siguieron a Toby, que avanzaba con un extraño alborozo, olvidando el dolor de su herida. A Santana le resultaba difícil alcanzarlo y, cuando lo consiguió, el brillo febril de sus ojos le sobresaltó. Pero era evidente que algo estaba guiando al caballero; el sendero subía por la ladera del Pico del Orador en dirección al hueco que había entre las «manos» de piedra, hueco que, por lo que ella sabía, nunca había sido explorado por nadie.
Aguarda un momento —dijo, jadeando y acelerando el paso para alcanzar a Toby. Aunque el sol estaba escondido detrás de unas nubes grises y puntiagudas, calculó que ya debía ser casi mediodía—. Descansemos. Voy a echar un vistazo desde allí —dijo señalando un saliente de roca que sobresalía en la ladera del pico.
Descansar —repitió Toby vagamente, deteniéndose y recuperando la respiración. Miró hacia delante y se volvió hacia Santana —. Sí. Descansemos —sus ojos brillaban.
¿Estás bien?
Muy bien —Santana le miró dubitativa y luego se dirigió hacia los demás, que en aquel momento llegaban al final de la pequeña subida que había antes de llegar al prado.
Descansaremos aquí.
Sam suspiró aliviado, dejándose caer sobre la húmeda hierba.
Voy a echar un vistazo para ver qué está ocurriendo en el camino de Haven.
Iré contigo —se ofreció Caleb.
Santana asintió y ambos dejaron el camino, dirigiéndose hacia el saliente rocoso. Los demás aprovecharon la parada para tomar algún alimento, aunque sus provisiones estaban prácticamente agotadas. Mientras caminaban juntos, Santana observó al alto guerrero; empezaba a sentirse cómoda con aquel bárbaro serio y rudo. Siendo profundamente reservado, Caleb respetaba la intimidad de los demás y nunca osaría cruzar las fronteras que Santana tejía alrededor de su alma. La semielfa sabía que sus amigos —porque eran amigos suyos y la conocían hacía muchos años— especulaban sobre sus relaciones con Kitty y se preguntaban por qué había decidido cortarlas tan bruscamente cinco años atrás y por qué su aparente disgusto cuando ella no acudió a la reunión. Caleb no sabía nada de Kitty, pero Santana creía que, si el bárbaro lo hubiera sabido, no le hubiese afectado. Avanzaron lentamente hasta que llegaron al borde de la húmeda roca del saliente. Desde allí divisaron el camino de Haven y los viejos senderos que conducían a los prados y desaparecían por una de las laderas de la montaña. Caleb señaló a Santana varios de los hombres-lagarto subiendo por los senderos. La semielfa apretó los labios; eso explicaba el misterioso silencio que reinaba en el bosque. Las malditas criaturas debían estar esperando para tenderles una emboscada. Probablemente, Toby y su ciervo blanco les habían salvado la vida.
De todas formas, aquellos seres no tardarían mucho en encontrar ese nuevo sendero, pensó Santana mirando hacia abajo. Pero... ¡si no había ningún sendero! Tan sólo el bosque, frondoso e impenetrable. ¡El sendero se había cerrado tras ellos! «Debo estar imaginándome cosas», pensó mirando hacia el Camino de Haven y a las criaturas que avanzaban. Después miró hacia el norte, y luego su mirada vagó por el horizonte. Frunció el entrecejo; algo iba mal. No pudo localizarlo de inmediato, por lo que no le dijo nada a Caleb, pero se quedó mirando la línea del cielo. Al norte había un grupo de nubes tormentosas, más espesas que nunca, cuya sombra proyectaba largos dedos grises rastrillando la tierra y moviéndose hacia ellos. Apretando el brazo de Caleb, Santana señaló con el dedo. Caleb aguzó la vista, pues al principio no distinguía nada, pero, de pronto, lo vio: un humo negro ascendía hacia el cielo. Sus cejas espesas y pobladas se contrajeron.
Hogueras de campamento —dijo Santana.
Cientos de hogueras —añadió Caleb en voz baja—. El fuego de la guerra. Es el campamento de un ejército.
O sea, que los rumores se confirman, hay un ejército en el norte —dijo Toby cuando regresaron.
Pero, ¿qué ejército?, ¿de quién?, ¿y por qué?, ¿qué es lo que van a atacar? —Quinn, incrédula, reía—. Nadie organizaría un ejército sólo para buscar una vara —la guerrera hizo una pausa—. ¿Creéis que son capaces de hacer una cosa así?
La Vara es sólo parte de todo esto —siseó Sam—. Recordad las estrellas caídas.
¡Bah, cuentos de niños! —farfulló Artie abriendo el odre, agitándolo y suspirando al ver que estaba vacío.
Mis historias no son para niños. ¡Y harías bien en prestarle más atención a mis palabras, enano!
¡Ahí está! ¡Ahí está el ciervo! —dijo de pronto Toby mirando fijamente un gran pedrusco, por lo menos eso les pareció a sus compañeros—. Ya es hora de continuar la marcha.
El caballero comenzó a caminar y los demás, reuniendo rápidamente sus fardos, se apresuraron tras él. El sendero parecía materializarse justo antes de que ellos pasaran. Comenzó a soplar un viento proveniente del sur, una cálida brisa que transportaba la fragancia de los últimos capullos de las otoñales flores silvestres y que, no obstante, consiguió alejar a las nubes tormentosas. En el momento en que llegaron a la hendidura existente entre las dos mitades del pico, el sol brillaba en medio de un cielo totalmente despejado.
Era más de mediodía cuando se detuvieron a descansar una vez más antes de ascender por la estrecha hendidura. El ciervo les había indicado el camino a seguir, insistió Toby.
Pronto será la hora de la cena —dijo Quinn lanzando un impetuoso suspiro y mirándose los pies — ¡Sería capaz de comerme hasta las botas!
A mí también están empezando a apetecerme —declaró Artie malhumorado—. Desearía que el ciervo fuera de carne y hueso. ¡Quizás así nos serviría para algo más que para conseguir que nos perdamos!
¡Cállate !
Toby se volvió hacia el enano con los puños apretados, repentinamente furioso. Santana se levantó rápidamente y agarró al caballero por el hombro, sujetándolo. Toby contempló al enano con los bigotes temblorosos y luego se apartó de Santana murmurando:
Vayámonos.
Al entrar en el estrecho desfiladero los compañeros vieron que, al otro lado, el cielo estaba despejado, y que el viento del sur seguía silbando en las blancas paredes del escarpado pico que se elevaba sobre ellos. A pesar de que caminaron con cuidado, resbalaron varias veces a causa de pequeños guijarros. Como el paso era tan estrecho, podían recuperar el equilibrio fácilmente agarrándose a las paredes. Después de caminar durante un largo trecho, llegaron al otro lado del Pico del Orador y se detuvieron para contemplar el valle. Una exuberante extensión de praderas de ondulantes olas verdes besaban la orilla de un bosque de álamos. La tormenta había quedado atrás y el sol centelleaba brillante en un cielo limpio y azul. Por primera vez, encontraron que sus capas eran demasiado pesadas y todos se las sacaron excepto Sam, quien permaneció cubierto con su encapuchada capa roja. Artie, que se había pasado toda la mañana quejándose de la lluvia, ahora comenzó a refunfuñar por el sol: era demasiado brillante y lo deslumbraba.
Propongo que tiremos al enano montaña abajo —gruñó Quinn.
Santana sonrió socarronamente.
Haría tanto ruido al bajar que nos delataría.
Pero si no hay nadie allá abajo que pueda oírle. Aseguraría que somos los primeros seres vivos que contemplan este valle.
Los primeros seres vivos —suspiró Sam—. Hermanaa, has acertado, pues lo que estás viendo es el Bosque Oscuro.
Nadie habló. Caleb se agitó inquieto, Hanna trepó hasta donde él estaba y miró con los ojos abiertos de par en par hacia los verdes árboles. Artie se aclaró la garganta, pero se quedó callado mesándose su larga barba, y Toby miró con calma hacia el bosque, al igual que Kurt.
No tiene mal aspecto —dijo el kender alegremente, sentado en el suelo con las piernas cruzadas y con un pliego de pergamino sobre las rodillas. Estaba dibujando un mapa con un trozo de carboncillo, intentando trazar el camino que habían seguido hasta el Pico del Orador.
Las imágenes son tan engañosas como los kenders de dedos largos —susurró irónicamente Sam.
Kurt frunció el ceño dispuesto a replicar pero vio que Santana lo miraba fijamente y continuó dibujando. La semielfa se dirigió hacia Toby que estaba en pie en un saliente, con el pelo desordenado y la capa ondeante debido al viento que soplaba.
Toby, ¿dónde está el ciervo, lo estás viendo ahora?
Sí —contestó Toby señalando hacia abajo —, se ha ido caminando por las praderas, puedo ver las huellas que ha dejado en la hierba, se ha metido entre los álamos, allá abajo.
Se ha metido en el Bosque Oscuro —susurró Sam.
¿Quién dice que eso sea el Bosque Oscuro? —Toby se giró hacia Santana.
Sam.
¡Bah!
El es mago.
Está loco. Pero si lo preferís, quedaos aquí, arraigados a este lado del pico. Yo seguiré al ciervo, como hizo Huma, incluso si me lleva al Bosque Oscuro.
Envolviéndose en su capa, Toby descendió por la pendiente y comenzó a caminar por un sinuoso sendero que llegaba hasta las llanuras.
Santana regresó con los otros.
El ciervo lo está guiando hacia un camino que va directo al bosque. Sam, ¿estás seguro de que aquello es el Bosque Oscuro?
¿Se puede estar seguro de algo, semielfa? Ni siquiera estoy seguro de estar vivo dentro de un segundo, pero seguid adelante. Penetrad en el bosque del que ningún ser con malignas intenciones ha salido jamás. La muerte es la única gran certeza que tenemos en la vida, Santana. —La semielfa sintió un súbito impulso de tirar a Sam montaña abajo. Miró hacia Toby, que ya casi había recorrido la mitad de la distancia que había hasta el valle.
Me voy con Toby —dijo de pronto—, pero esta vez no me hago responsable de la decisión que toméis los demás.
¡Yo voy con vosotros! —Kurt enrolló su mapa, metiéndolo dentro de una pequeña caja y, poniéndose en pie de un salto, se deslizó por las rocas en dirección al valle.
¡Fantasmas!
Frunciendo el ceño, Artie miró a Sam chasqueando burlonamente los dedos y acercándose a la semielfa. Hanna los siguió decidida, aunque con expresión asustada, y Caleb, tras unos segundos de dudas, se unió al grupo lentamente. Santana se sintió aliviada —sabía que en las tribus bárbaras había muchas leyendas terroríficas sobre el Bosque Oscuro. Al final, Sam corrió hacia ellos y Quinn se apresuró a seguirlo. Santana, esbozando una sonrisa, se quedó mirando al mago.
¿Por qué vienes?
Porque me necesitaréis, semielfa. Además, ¿adónde quieres que vayamos? Has permitido que llegáramos hasta aquí, ahora no podemos volvernos atrás. Es la elección del Troll la que ofreces, Santana: «Muere rápido o muere lentamente». ¿Vienes, hermana?
Cuando los hermanos los adelantaron, los demás miraron a Santana inquietos. La semielfa se sintió como una necia. Sam, por supuesto, tenía razón. Había dejado que la situación se le fuera de las manos, para luego pretender que aquélla fuera una decisión de ellos y no suya, intentando así poder seguir adelante con la conciencia tranquila. En primer lugar, ¿por qué era responsabilidad suya? ¿Por qué se había mezclado en esto cuando todo lo que quería era encontrar a Kitty y decirle que había tomado una decisión? La amaba y quería estar con ella. Estaba dispuesta a aceptar las debilidades humanas de ella, tal como había aprendido a aceptar las propias. Pero Kitty no había regresado con ella. Tenía un «nuevo señor». Quizás era esto lo que le ...
¡Eh! ¡Santana! —de lejos le llegó la voz del kender.
Ya voy— balbuceó.
Cuando los compañeros llegaron al linde del bosque, el sol comenzaba a desaparecer por el oeste. Santana calculó que aún les quedaban unas tres o cuatro horas de luz antes de que oscureciese. Si el ciervo seguía guiándolos por senderos limpios y despejados, cabía la posibilidad de atravesar el bosque antes de que cayera la noche.
Toby los esperaba bajo los álamos, tendido en la hierba, descansando cómodamente bajo la sombra. Los compañeros avanzaron lentamente los pocos pasos que los separaban del bosque, ninguno de ellos tenía prisa por llegar.
El ciervo ha entrado por aquí —dijo Toby poniéndose en pie y señalando un lugar donde la hierba
estaba muy crecida.
Santana no vio huellas, bebió un sorbo de agua de su cantimplora, que estaba casi vacía, y se quedó mirando el bosque. Como había dicho Kurt, el bosque no tenía aspecto siniestro sino todo lo contrario, parecía fresco y acogedor tras la exagerada brillantez del sol de otoño.
Quizás encontremos algún gamo —dijo Quinn balanceándose sobre los pies—. Nada de ciervos, por supuesto, tal vez algún conejo.
No dispares a nada, no comas nada, no bebas nada en el Bosque Oscuro —susurró Sam.
Santana miró al mago; sus ojos de reloj de arena estaban dilatados, su piel metálica relucía fantasmagórica. Sam se apoyó en su bastón, tiritando, como si tuviese frío.
Cuentos de niños —farfulló Artie sin ningún convencimiento. A pesar de que Santana conocía la habilidad de Sam para olfatear el peligro, nunca había visto al mago tan preocupado como ahora.
¿Qué es lo que percibes, Sam? —le preguntó en voz baja.
En este bosque se respira una magia poderosa —susurró el mago—. Debéis saber que el Bosque Oscuro es dual, diverso y mágico porque alberga el Bien y el Mal. Para aquellos que penetran en él con rectas intenciones, sin ánimo de dañar a nadie ni a nada, puede ser bondadoso, estar lleno de benévolas sorpresas y de seres salvadores. Pero puede ser también malévolo, implacable y destructor para aquellos que desean el Mal, para los que tienen sus entrañas carcomidas por el odio o por deseos de venganza.
Entonces tú eres el único que debe temer al bosque —le respondió fríamente Toby.
El rostro de Quinn se encendió y se dispuso a desenvainar la espada. Toby hizo lo mismo. Santana apretó el brazo de Toby mientras Sam sujetaba a Quinn. El mago se quedó mirando al caballero con sus relucientes ojos dorados.
Ya veremos —sus palabras fueron como sonidos sibilantes que se escurrieron entre sus dientes —. Ya veremos. —y apoyándose pesadamente sobre el bastón, se volvió hacia su hermana—. ¿Vienes?
Quinn, enojada, miró fijamente a Toby y luego penetró en el bosque caminando junto a su hermano. Los demás fueron tras ellos, menos Santana y Artie, que se quedaron solos.
Me estoy haciendo demasiado viejo para estas cosas, Santana.
Tonterías, peleaste como un...
No, no me refiero a los huesos o a los músculos —el enano se miró las nudosas manos—, a pesar de que están bastante viejos. Me refiero al espíritu. Hace muchos años, antes de que los otros hubiesen nacido, tú y yo hubiéramos entrado en un bosque encantado sin pensárnoslo dos veces. En
cambio ahora...
¡Vamos, anímate! —le dijo Santana intentando quitarle importancia, aunque estaba profundamente preocupada por la súbita melancolía del enano. Por vez primera desde que se habían encontrado en las afueras de Solace, examinó a Artie detenidamente. Parecía un viejo, pero el enano siempre había tenido este aspecto. Su rostro, o lo que podía verse de su rostro a través de la barba y bigotes grisáceos y de sus sobresalientes cejas blancas, estaba oscurecido y arrugado, agrietado como si fuese cuero viejo. Se quejaba y refunfuñaba, pero Artie siempre se había quejado y refunfuñado. La diferencia estaba en los ojos; el brillo fogoso que antes tenían había desaparecido.
No dejes que te afecte lo que diga Sam; esta noche nos sentaremos alrededor del fuego y nos reiremos de sus cuentos de fantasmas.
Me imagino que sí. —Permaneció callado durante unos segundos y luego dijo —: Algún día perderéis el ritmo por mi culpa, Santana, y no quiero que tú llegues a pensar: ¿Por qué soporto a este viejo enano gruñón?
Porque te necesito, viejo enano gruñón. —Posó el brazo sobre el hombro del enano y se dirigieron hacia el bosque tras los otros—. Te necesito, Artie. Son todos tan... tan jóvenes. Tú eres una roca sólida sobre la que puedo apoyarme mientras manejo la espada.
El rostro de Artie enrojeció de placer. Se mesó la barba y carraspeó bruscamente.
Sí, bueno, tú siempre has sido una sentimental. Vamos. Estamos perdiendo el tiempo, quiero cruzar este maldito bosque tan rápido como nos sea posible. Suerte que aún es de día.
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Activo Re: FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura.

Mensaje por Marta_Snix Vie Jun 19, 2015 11:22 am

10 El Bosque Oscuro. El paseo de la muerte. La magia de Sam.
Lo único que Santana sintió cuando entraron en el bosque fue el alivio de ocultarse de aquel sol otoñal. La semielfa recordó las leyendas que había oído sobre el Bosque Oscuro —historias de espectros contadas alrededor del fuego— y no pudo dejar de pensar en el presagio de Sam. Santana sentía que el bosque tenía más vida que cualquier otro en el que hubiera estado nunca. En él no reinaba el silencio mortecino que habían sentido anteriormente. Pequeños animalillos parloteaban entre la maleza y los pájaros aleteaban en las ramas superiores de los árboles. Alrededor suyo revoloteaban insectos con alas de alegres colores. Las hojas se movían y crujían, y las flores ondeaban a pesar de que no soplaba brisa alguna —era como si las plantas mostrasen que estaban vivas.
El grupo entró en el bosque arma en mano, avanzando cautelosos con prudencia y desconfianza. Después de caminar durante un rato intentando evitar que las hojas crujiesen, y viendo que por el momento no había nada que temer, todos se relajaron, a excepción de Sam. Caminaron por un sendero limpio y despejado durante un buen rato, a ritmo ligero. A medida que el sol bajaba, las sombras se iban alargando. Santana se sentía distendida y relajada, ya no temía que aquellas horribles criaturas aladas los siguieran hasta allí. Parecía imposible que existiera maldad en aquel lugar, a menos, como había dicho Sam, que uno la llevara consigo al bosque. La semielfa vio que el mago caminaba solo, con la cabeza gacha, bajo las sombras de los árboles que parecían caer pesadamente sobre él. Santana tembló y se dio cuenta de que el aire se iba enfriando a medida que el sol descendía tras las frondosas copas. Había llegado el momento de buscar un lugar donde acampar durante la noche. Santana sacó el mapa de Kurt para examinarlo una vez más antes de que oscureciera. Estaba dibujado por un elfo y, sobre el bosque, con runas claras e inteligibles, podían leerse las palabras «Bosque Oscuro». Pero el bosque en sí estaba delineado tan vagamente que Santana no podía precisar si las palabras se referían a este bosque o a otro más al sur. Sam debe estar equivocado, pensó Santana, éste no podía ser el Bosque Oscuro. y si lo era, su malevolencia era sencillamente un producto de la imaginación del mago. Siguieron caminando. Pronto llegó el crepúsculo, ese momento mágico de la tarde en el que todo se hace más misterioso. Los compañeros comenzaron a rezagarse; Sam renqueaba y jadeaba, y el rostro de Toby tenía un tono ceniciento. Santana estaba a punto de proponer que se detuvieran a acampar cuando —como anticipándose a sus deseos— el sendero desembocó en un claro amplio y verdoso. Del suelo brotaba agua pura y cristalina que serpenteaba por redondeadas rocas, formando un riachuelo poco profundo. El claro estaba cubierto por una tentadora mata de hierbas espesas y rodeado de árboles altos y protectores. En el preciso instante en que llegaban a él, la débil luz del sol se tornó roja. Poco a poco fue perdiendo fuerza y las neblinosas sombras de la noche se deslizaron entre los árboles.
No dejéis el camino —salmodió Sam cuando sus compañeros comenzaban a entrar en el claro.
Santana suspiró.
No sucederá nada, Sam. El camino está a la vista, no está ni a diez pies de distancia. Vamos, tienes que descansar, a todos nos hace falta. Mira —Santana le mostró el mapa—, no creo que éste sea el Bosque Oscuro. De acuerdo con este...
Sam desdeñó el mapa, y el resto de los compañeros, haciendo caso omiso del mago, abandonaron el camino, comenzando a instalar el campamento.
Toby se dejó caer junto a un árbol y cerró los ojos dolorido, mientras Quinn, hambrienta, escrutaba en busca de la más mínima sombra pasajera. A una señal suya, Kurt se internó en el bosque en busca de leña para prender una hoguera.
Mientras los observaba, la expresión de Sam se torció en una sardónica sonrisa.
Estáis locos. Este es el Bosque Oscuro, como comprobaréis antes de que transcurra la noche. —Se encogió de hombros—. Aunque necesito descansar, no abandonaré el camino —el mago se sentó sin separarse de su bastón.
El hecho de que los otros intercambiaban miradas de complicidad enfureció a Quinn.
Vamos, Sam, únete a nosotros. Kurt ha ido por leña y yo tal vez pueda cazar un conejo.
¡No le dispares a nada! —el hilo de voz con el que Sam habló hizo que todos se estremeciesen—. ¡No dañes nada en el Bosque Oscuro! ¡A ninguna planta, a ningún árbol, a ningún pájaro, ni a ningún animal!
Estoy de acuerdo con Sam —dijo Santana —. Tenemos que pasar aquí la noche y no quiero matar a ningún animal de este bosque si no es estrictamente necesario. Cenaremos de nuestras misérrimas provisiones.
Los elfos nunca quieren matar —refunfuñó Artie—. El mago nos asusta con sus misterios y tú nos matas de hambre. Bien, si somos atacados esta noche, ¡espero que el enemigo sea comestible!
Lo mismo digo, enano —Quinn suspiró, se acercó al riachuelo y comenzó a beber.
Kurt regresó con la leña.
No la he cortado —le aseguró a Sam—, simplemente la recogí del suelo.
Pero ni siquiera Caleb pudo lograr que la madera prendiera.
Los troncos están húmedos —declaró después de intentarlo, arrojando el trozo de yesca en la bolsa.
Necesitaremos luz —dijo Artie, cada vez más inquieto al ver que las sombras de la noche se cernían sobre ellos. Los sonidos del bosque, que durante el día habían resultado inofensivos, ahora eran siniestros y amenazadores.
Espero que no le tengas miedo a las leyendas —siseó Sam.
¡No! Sólo quiero estar seguro de que el kender no me robará la bolsa en la oscuridad.
Muy bien. ¡ Shirak! —El puño de cristal del bastón del mago brilló con una pálida luz blanquecina. Era una luz fantasmagórica, muy tenue, que parecía enfatizar lo amenazador de la noche.
Aquí tienes luz —susurró suavemente el mago hincando la parte inferior del bastón en el suelo húmedo.
En aquel momento, Santana sintió algo muy extraño: perdía su visión de elfa. Debería ver los cálidos contornos rojizos de sus compañeros, pero éstos no eran más que negras sombras bajo aquella oscuridad. No dijo nada a los demás, pero le invadió una sensación de temor, rompiendo la tranquilidad de la que había disfrutado hasta aquel momento.
Yo haré la primera guardia —ofreció Toby decidido—. De todas formas, no debo dormir con esta herida, una vez conocí a un hombre que lo hizo y nunca más volvió a despertar.
Haremos turnos de dos—dijo Santana —. Haré el primero contigo. —Los demás abrieron sus fardos y comenzaron a organizar los lechos sobre la hierba, todos excepto Sam, quien no se movió del sendero, sentado con la cabeza baja e iluminado por la débil luz de su bastón. Toby se instaló debajo de un árbol. Santana caminó hasta el arroyo para saciar su sed. De pronto, oyó detrás suyo un grito ahogado. De un solo movimiento, desenvainó la espada y se puso en guardia. Los demás también habían sacado sus armas; tan sólo Sam seguía sentado, inmóvil.
Guardad vuestras espadas —dijo—. Aquí no os servirán de nada. Sólo una magia poderosa podría contra estos seres.
Estaban rodeados por un ejército de guerreros. Por sí solo, este hecho ya hubiera sido suficiente para helarle la sangre en las venas a cualquiera. Los compañeros hubieran podido enfrentarse a aquella situación, pero lo que no podían era refrenar el pánico que los invadía, entorpeciendo sus sentidos. Aquellos guerreros estaban muertos. Todos recordaron el comentario que Quinn había hecho: «Contra los vivos no me asusta luchar, pero contra los muertos...».
Una luz fugaz y blanquecina delineaba sus cuerpos; era como si el calor humano que habían poseído estando vivos se prolongara terriblemente tras la muerte. La carne de sus cuerpos se había podrido, y de ellos sólo quedaba la imagen que el alma recuerda. Cada guerrero, ataviado con una antigua armadura, llevaba armas que podían infligir terribles heridas. Pero los espíritus no necesitaban armas, podían matar simplemente por el pánico que inspiraban o bien con un ligero toque de sus gélidas y mortecinas manos.
«¿Cómo podemos luchar contra estos seres?», pensaba Santana inquieta.
Ella, que nunca había sentido pavor ante enemigos de carne y hueso, se sentía invadida de pánico e incluso llegó a plantearse la huida. Enojada consigo misma, la semielfa intentó calmarse y volver a la realidad. ¡La realidad! ¡Qué ironía! Echar a correr era inútil; se dispersarían y acabarían perdiéndose. Tenían que quedarse y controlar la situación de alguna forma. Comenzó a caminar hacia los fantasmagóricos guerreros. Los muertos no dijeron nada, ni hicieron ningún movimiento amenazador, simplemente se mantuvieron quietos donde estaban, bloqueando el camino. Era imposible contarlos, ya que algunos aparecían centelleantes, mientras otros se apagaban y desaparecían.
No sé cómo saldremos de ésta —admitió Santana para sí misma, sintiendo que un sudor frío le recorría todo el cuerpo—; uno de estos espíritus guerreros sería capaz de matarnos tan sólo alzando una mano.
Cuando la semielfa se aproximaba a ellos, vio un destello de luz: era el bastón de Sam, quien estaba de pie en medio de sus atemorizados compañeros. Santana se dirigió hacia él. La luz tenue del cristal se reflejaba en el rostro del mago, dándole un aspecto tan fantasmagórico como el de los espectros que tenían ante ellos.
Bienvenido al Bosque Oscuro, Santana —dijo el mago.
Sam... —Santana se atragantó. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para conseguir que brotase algún sonido de su reseca garganta—. ¿Quiénes son estos...?
Son esbirros espectrales... Hemos sido afortunados.
¿Afortunados? ¿Por qué?
Son los espíritus de los hombres que en vida se comprometieron a realizar alguna misión y luego faltaron a su promesa. Su condena es realizar esa misión una y otra vez hasta que merezcan su liberación y puedan encontrar en la muerte el verdadero descanso.
¿Y por qué, en nombre del Abismo, nos convierte esto en afortunados? ¡Quizás se comprometieron a liberar el bosque de forasteros!
Es posible, pero no creo que sea así. Tendremos que averiguarlo.
Antes de que Santana pudiese reaccionar, el mago dio unos pasos y encaró a los espectros.
¡Sam! —exclamó Quinn con voz ahogada, comenzando a caminar hacia él.
Santana, que no dé un paso más —ordenó Sam—. Podría ser peligroso.
Santana sujetó a la guerrera por el brazo, y le preguntó a Sam:
¿Qué vas a hacer?
Voy a formular un encantamiento que nos permita comunicamos con ellos; percibiré sus pensamientos y ellos podrán hablar a través mío.
El mago echó la cabeza hacia atrás y la capucha le cayó sobre los hombros. Estirando los brazos, comenzó a hablar.
¡Ast bilak parbilakar. Suh tangus moipar! —murmuró y luego repitió la frase tres veces. Mientras Sam hablaba, el grupo de guerreros se dividió y en medio de ellos apareció una figura aún más imponente y terrorífica que el resto. Era más alto que los demás, llevaba una reluciente corona y su vieja armadura estaba ricamente decorada con joyas. Caminaba hacia Sam. Quinn, angustiada, apartó la vista y Santana no se atrevió a hablar ni a gritar, temerosa de molestar al mago e interrumpir el hechizo. El espectro alzó una mano descarnada y la movió lentamente en dirección al mago para tocarlo. Santana se estremeció —si el espectro lo tocaba significaba la muerte—, pero Sam estaba como extasiado y no se movió. En aquel instante, habló.
Vosotros, que habéis muerto hace tiempo, utilizad mi voz viva para contarnos vuestros amargos pesares. Después, dejadnos en libertad para atravesar el bosque pues como veréis, leyendo nuestros corazones, nuestro propósito no tiene nada que ver con la maldad.
La mano del espectro se detuvo bruscamente y sus pálidos ojos escudriñaron el rostro de Sam. Reluciendo en medio de aquella oscuridad, el espectro bajó la cabeza ante el mago. Santana contuvo la respiración; sabía que el mago tenía poder, pero... ¡hasta tal punto...! Sam le devolvió el saludo y luego se situó a su lado. Su rostro era casi tan pálido como el de la fantasmagórica figura. El viviente muerto y el muerto viviente, pensó Santana, temblando.
Cuando Sam habló, su voz ya no era su acostumbrado susurro sibilante sino una voz profunda y autoritaria que resonaba en todo el bosque, tan fría y cavernosa que parecía venir del centro de la tierra.
¿Quiénes sois vosotros que osáis atravesar el Bosque Oscuro?
Santana intentó contestar, pero su garganta estaba totalmente seca y Quinn, junto a ella, no podía ni levantar la cabeza. La semielfa notó que algo se movía a su lado. ¡Era el kender! Maldiciéndose a sí misma, intentó sujetarlo pero ya era tarde. El pequeño personaje se deslizó bajo la luz del bastón de Sam y se plantó ante el espectro. Kurt saludó respetuoso.
Soy Kurt Hummel, pero mis amigos —dijo señalando con su pequeña mano al resto del grupo— me llaman Kurt. ¿Quiénes sois vosotros? .
Eso poco importa —entonó la voz sepulcral—. Sabed tan sólo que somos guerreros de tiempos inmemoriales.
¿Es verdad que rompisteis una promesa y que ése es el motivo por el que estáis aquí? —preguntó Kurt con curiosidad.
Así es. Habíamos hecho la promesa de custodiar esta tierra, pero descendió de los cielos la montaña ígnea y la tierra se resquebrajó. De las profundidades ascendieron seres demoníacos y nosotros arrojamos nuestras espadas y huimos despavoridos hasta que nos sobrevino una muerte mucho más amarga. Hemos sido llamados para cumplir nuestra promesa, ya que el Mal vuelve a acechar estas tierras. Aquí permaneceremos hasta que lo expulsemos y consigamos restablecer la paz.
De repente, Sam dio un grito y sacudió la cabeza, las órbitas de sus ojos comenzaron a girar hasta que se quedaron en blanco y su voz se transformó en miles de voces que gritaban a la vez. A través suyo, y por efecto del encantamiento realizado, los espectros se lamentaban recordando su pasado. Todos se asustaron, incluso el kender, quien dio un paso atrás y miró inquieto a su alrededor intentando localizar a Santana. El espectro levantó el brazo en un gesto autoritario y el tumulto cesó.
Mis hombres quieren saber el motivo por el que habéis entrado en el Bosque Oscuro; si se trata de algo maligno, la maldad caerá sobre vosotros y no viviréis para ver el nuevo día.
No, nada malo, por supuesto que no —se apresuró a responder Kurt—. Es una historia un poco larga, ¿sabes?, pero naturalmente nosotros no tenemos ninguna prisa y supongo que vosotros tampoco, o sea, que os la contaré.
«Para empezar, estábamos en la posada El Último Hogar en Solace, probablemente no la conozcáis. No estoy seguro del tiempo que hace que está allí, pero no existía cuando sobrevino el Cataclismo y, por lo que parece, vosotros sí que existíais. Bien, allí estábamos escuchando a un anciano relatar historias sobre Huma, y él —el anciano, no Huma— le dijo a Hanna que cantara su canción, y ella dijo que qué canción y luego la cantó y el Buscador decidió convertirse en crítico musical y Caleb —que es aquel hombre alto que hay allá— empujó al Buscador, quien cayó sobre el fuego. Fue un accidente, pues él no tenía ninguna intención de que se quemara, pero el Buscador ardió como una antorcha. De cualquier forma, el anciano me pasó la Vara y me dijo que le golpeara, y yo así lo hice y la Vara se volvió de cristal azul y las llamas cesaron y...
¡Cristal Azul! —la voz del espectro resonó en la garganta de Sam, profunda y cavernosa. El espectro comenzó a caminar hacia ellos. Santana y Toby saltaron hacia delante agarrando a Kurt y apartándolo a un lado, pero vieron que la única intención del espectro era examinar al grupo. Sus titilantes ojos miraron a Hanna y, alzando una mano, le hizo una señal para que se acercara.
¡No! —Caleb trató de evitarlo, pero ella lo apartó suavemente y caminó hacia el espectro con la Vara en la mano. El fantasmagórico ejército les rodeó. El espectro extrajo su espada de su desvaída vaina y la mantuvo en alto sobre su cabeza. La hoja proyectó una pálida luz blanquecina teñida de una llama azulada.
¡Mirad! —exclamó Hanna.
La Vara destellaba azulada, como si dialogase con la espada. El fantasmagórico rey de los espectros se volvió hacia Sam y alargó un lívida mano hacia el aturdido mago. Quinn emitió un tosco bramido y, soltándose del brazo de Santana, desenvainó su espada y arremetió contra el guerrero espectral. La hoja atravesó el fulgurante cuerpo, pero fue Quinn quien, chillando de dolor, cayó al suelo retorciéndose. Santana y Toby se arrodillaron junto a ella, mientras Sam lo miraba con expresión impasible.
Quinn, ¿dónde...? —Santana, desesperada, intentaba averiguar dónde tenía la herida la guerrera.
¡Mi mano! —Quinn sollozaba estremecida; tenía su mano izquierda, la mano con la que empuñaba la espada, apretada bajo el brazo derecho.
¿Qué te ha pasado? —preguntó Santana. Entonces vio que la espada de la guerra estaba cubierta de escarcha y lo comprendió; todo lo que entraba en contacto con aquellos seres se helaba.
Santana alzó la mirada horrorizada y vio que la mano del espectro agarraba firmemente a Sam por la muñeca. El frágil cuerpo del mago se vio sacudido por un temblor y, aunque su rostro se retorció de dolor, no se desplomó. Sus ojos se cerraron, las líneas de cinismo y amargura, que surcaban su rostro, se suavizaron; la paz de la muerte se cernía sobre él. Santana lo observó horrorizada, oyendo sólo parcialmente los roncos gruñidos de Quinn. Entonces vio cómo el rostro del mago se transformaba en una expresión de éxtasis y su halo de poder aumentaba, brillando con una intensidad casi palpable.
Hemos sido llamados —dijo Sam con una voz que no era la suya ni tampoco ninguna de las que Santana le había oído utilizar—. Debemos acudir.
El mago les volvió la espalda y, dejando el claro en el que los compañeros habían acampado, siguió
internándose en el bosque, sujeto aún por la descarnada mano del rey espectral. El círculo formado por los espectros se abrió para dejarles pasar.
Detenedlos —gimió Quinn poniéndose en pie.
¡No podemos! —Santana intentó contenerlo y, al final, la guerrera se desplomó en sus brazos sollozando como una niña—. Lo seguiremos. No creo que le ocurra nada, es un mago, Quinn, y nosotros no podemos comprenderlo. Lo seguiremos...
Los ojos de los espectros centelleaban mientras observaban cómo los compañeros pasaban ante ellos para seguir penetrando en el Bosque. El ejército cerró filas tras ellos. El rey espectral, abandonando la mano de Sam, retrocedió hasta reunirse con sus guerreros. Poco a poco sus descarnadas y fantasmagóricas figuras fueron diseminándose por los senderos, desapareciendo entre la maleza para continuar su vida errante a la espera de poder combatir el Mal y, de ese modo, alcanzar el descanso eterno. Después de un corto trayecto los compañeros se detuvieron. El mago, que tenía los ojos cerrados, suspiró ligeramente y cayó al suelo desmayado. Cuando Toby corría hacia él, apareció Quinn, ansiosa por conocer la suerte que había corrido su hermano. Al volver en sí, Sam comenzó a murmurar extrañas palabras que nunca antes había pronunciado.
¡Sam! —exclamó Quinn sollozando entrecortadamente.
Por fin los párpados del mago se abrieron.
El encantamiento... me ha agotado... —susurró débilmente—. Debo descansar.
¡Ya lo creo que descansaréis! —resonó una voz, la voz de un ser vivo.
Santana se llevó la mano a la espada. Ella y los otros se colocaron rápidamente delante de Sam en actitud protectora, dándole la espalda y mirando hacia la oscuridad. En aquel preciso momento apareció Solinari, tan repentinamente como si una mano la hubiese sacado de debajo de un pañuelo de seda negra. Su luz les permitió ver la cabeza y los hombros de un hombre que se hallaba en pie entre los árboles. Sus hombros desnudos eran tan anchos y fuertes como los de Quinn y una melena de largo cabello se le ensortijaba alrededor del cuello. Tenía unos ojos brillantes que relucían con frialdad. Los compañeros oyeron un crujido en la maleza y vieron el reflejo de una punta de lanza levantada que señalaba hacia Santana.
Arrojad vuestras insignificantes armas. Estáis rodeados, no tenéis escapatoria.
Es una trampa —gruñó Toby, pero mientras hablaba se oyó un estruendoso resquebrajamiento de ramas y se dieron cuenta de que había más hombres rodeándoles, todos ellos armados con espadas que relucían bajo la luz de las lunas, Solinari y Lunitari.
El primer hombre que habían visto dio un paso hacia adelante y los compañeros lo observaron atónitos, casi soltando las armas de la impresión. No era un hombre. ¡Era un centauro! Humano de cintura para arriba y con cuerpo de caballo de cintura para abajo. Galopó graciosamente hacia ellos, y al hacerlo resaltaron sus poderosos músculos. Hizo un gesto imperativo y varios centauros más se acercaron al camino. Santana desenvainó la espada. Artie estornudó.
Debéis venir con nosotros —ordenó el centauro.
Mi hermano está enfermo —protestó Quinn—, no puede ir a ninguna parte.
Subidlo a mi espalda —ordenó con frialdad—. Si alguno de vosotros se siente cansado le podemos llevar.
¿A dónde nos lleváis? —preguntó Santana.
No estáis en situación de hacer preguntas. —El centauro pinchó a Santana en la espalda con su espada—. Viajaremos lejos y rápido, por lo que os sugiero que montéis. Pero no temáis —Cuando pasó ante Hanna la saludó, levantando una de sus patas delanteras—. Esta noche no os sucederá nada malo.
Santana, ¿puedo montar? —rogó Kurt.
¡No confiéis en ellos! —dijo Artie, estornudando violentamente.
No confío en ellos —murmuró Santana —, pero, por lo que parece, no tenemos elección; Sam no puede caminar. Vamos, Kurt, los demás también.
Quinn miró al centauro con expresión escéptica y ceñuda y, levantando a su hermano en brazos, lo
situó encima del animal. Sam, aún débil, se acomodó sobre él.
Subid. Puedo soportar el peso de ambos. Vuestro hermano necesitará ayuda, pues esta noche galoparemos veloces.
La guerrera se encaramó sobre la amplia espalda del caballo, sus largas piernas casi le llegaban al suelo. Cuando el centauro comenzó a galopar por el camino, rodeó a Sam con el brazo. Kurt, riendo de excitación, saltó sobre otro de los cuadrúpedos con tal impulso, que se escurrió por el lado opuesto cayendo sobre el barro. Toby suspiró y, recogiendo al kender del suelo, lo volvió a colocar sobre el lomo del animal. Antes de que Artie pudiese protestar, el caballero lo agarró y lo situó detrás de Kurt. El enano intentó hablar, pero lo único que le salió fue otro terrible estornudo. Santana montó sobre el que les había hablado.
¿Dónde nos llevas? —volvió a preguntar Santana.
Ante el Señor del Bosque.
¿El Señor del Bosque? ¿Quién es, acaso es uno de vosotros?
Es.. el Señor del Bosque —respondió el animal comenzando a galopar sendero abajo.
Santana iba a hacer otra pregunta, pero el paso cada vez más rápido del animal hizo que casi se mordiese la lengua y que se deslizase hacia abajo por la espalda del centauro. Al iniciar el galope, Santana creyó que iba a caerse y rodeó el amplio tronco del animal con sus brazos.
¡Eh! ¡No necesitas partirme en dos! —el centauro miró hacia atrás, sus ojos relucían en la oscuridad—. Parte de mi tarea es asegurarme de no perderos por el camino. Relajaos. Situad vuestras manos sobre mis ancas para balancearos. Así está bien. Ahora apretad las piernas.
Los centauros salieron del camino y se internaron en el bosque. En pocos segundos, los frondosos árboles devoraron a la luna. Santana sentía el azote de las ramas al pasar. Su caballo no se desviaba ni aminoraba el paso, por lo que Santana dedujo que conocía bien el camino, un camino que la semielfa no podía ver.
Al poco rato el paso se hizo más lento y al final el centauro se detuvo. A Santana aquella sofocante oscuridad no le permitía ver nada. Sabía que sus compañeros se hallaban cerca sólo porque podía oír la pesada respiración de Sam y los incesantes estornudos de Artie. Incluso la luz del bastón de Sam se había apagado.
¿Por qué nos detenemos? —preguntó.
Porque hemos llegado al final de nuestro viaje. Desmontad —ordenó parcamente el centauro.
¿En dónde estamos?
Santana desmontó, deslizándose por el lomo del animal, y miró a su alrededor sin poder ver nada, pues los árboles evitaban que el más mínimo rayo de luz, ya fuera de las lunas o de las estrellas, iluminara el camino.
Estáis en el centro del Bosque Oscuro —contestó el centauro —. Os deseo buena suerte. Ahora todo depende de cómo os juzgue el Señor del Bosque.
¡Espera un minuto! —le gritó enojada Quinn—. No puedes dejamos aquí, en medio de este bosque, tan ciegos como si fuésemos criaturas recién nacidas.
¡Detenedlos! —ordenó Santana llevándose la mano a la espada. Pero su arma no estaba y, al oír una explosiva maldición de Toby, comprendió que el caballero también estaba desarmado. El centauro rió. Santana escuchó un sonido de cascos y crujidos de ramas. Los centauros se habían ido.
¡Vaya! ¡De buena nos hemos librado! —exclamó Artie, entre estornudo y estornudo.
¿Estamos todos? —preguntó Santana estirando el brazo y notando el tranquilizador apretón de Toby.
Yo estoy aquí —pió Kurt—. Oh Santana, ¿verdad que fue maravilloso? Yo...
Shhhh, ¡Kurt! ¿Y los bárbaros?
Estamos aquí —le respondió secamente Caleb—. Desarmados.
Todos estamos desarmados —afirmó Santana —. Aunque no creo que un arma nos fuera de mucha ayuda en esta maldita oscuridad.
No, no todos estamos desarmados... —susurró Hanna en voz baja—. Me han permitido conservar la Vara.
Y ésa sí que es un arma formidable, hija de Que-shu —dijo una voz profunda—. Un arma para hacer el bien, para combatir la enfermedad y el mal —el tono de la voz era triste—, y que ahora deberá ser utilizada para combatir a las demoníacas criaturas que desean encontrarla y hacerla desaparecer de esta tierra.
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Activo Re: FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura.

Mensaje por Marta_Snix Dom Jun 21, 2015 5:59 pm

11 El Señor del Bosque. Un pacífico interludio.
¿Quién eres? —gritó Santana —. ¡Sal y muéstrate!
No te haremos daño —dijo Quinn en tono persuasivo.
Por supuesto que no me haréis daño —respondió la profunda voz—. No tenéis armas, os las devolveré cuando lo considere oportuno. Nadie entra armado en el Bosque Oscuro, ni siquiera un Caballero de Solamnia. No temas, noble caballero, sé que tu espada es antigua y valiosa, la guardaré
cuidadosamente. Perdonad esta aparente falta de confianza, pero incluso el gran Huma tuvo que dejar ante mis pies la lanza llamada Dragonlance.
¡Huma! —exclamó Toby—. ¿Quién sois?
Soy el Señor del Bosque.
La oscuridad desapareció y, cuando miraron ante ellos, les invadió un sentimiento de respeto, relajante como una brisa primaveral. Solinari relucía esplendorosamente tras el pico de un peñasco. Sobre él se alzaba un unicornio de mirada serena e inteligente. Los ojos le centelleaban con infinita sabiduría. La belleza del unicornio era conmovedora. Hanna sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y, ante la radiante magnificencia del animal, se vio obligada a cerrarlos. La piel del unicornio era plateada como la luna, el cuerno una perla reluciente, sus crines como espuma de mar. La cabeza parecía esculpida en brillante mármol, aunque ninguna mano humana o de enano hubiese sido capaz de captar la gracia y elegancia que emanaban de los finos pliegues del poderoso cuello o del musculoso pecho. Sus patas eran firmes aunque delicadas y las pezuñas, pequeñas y hendidas como las de una cabra. Tiempo después, cuando Hanna caminara por caminos tenebrosos y su corazón palideciera de tristeza y desesperación, sólo tendría que cerrar los ojos y recordar al unicornio para sentirse reconfortada. El unicornio movió la cabeza arriba y abajo, saludándolos con solemnidad, y los compañeros, sintiéndose torpes y desgarbados, le devolvieron el saludo. El animal descendió del peñasco galopando hacia ellos.
Santana, que sentía como si acabaran de liberarla de un hechizo, miró a su alrededor. La intensa luz plateada proyectaba idílicos reflejos. Se hallaban rodeados de árboles tan altos que parecían gigantescos y bondadosos guardianes. La semielfa era consciente de que aquel lugar emanaba una profunda sensación de paz y serenidad, pero también una extraña tristeza. A pesar de haber anochecido ya, el clima era benigno y las fragancias del bosque inundaban el ambiente.
Descansad —dijo el Señor del Bosque cuando llegó ante ellos—. Estáis hambrientos y cansados, os traerán comida; y agua para que os refresquéis. Esta noche podéis olvidar vuestros temores y vuestra desconfianza. Si hay algún lugar en la tierra donde exista seguridad, aquí es.
Quinn, con los ojos centelleantes tras oír la palabra «comida», ayudó a su hermano a sentarse en el suelo. Sam se recostó sobre la hierba, apoyando la cabeza sobre el tronco de un árbol. A la luz de la luna, su rostro adquiría una palidez mortecina, pero su respiración era tranquila y no parecía enfermo sino terriblemente cansado. Su hermana se sentó junto a él, suspirando y mirando a su alrededor en busca de comida.
Lo más probable es que nos traigan fresas —le dijo apesadumbrada a Santana —. Me muero por un poco de carne: una pierna de venado asada, un jugoso pedazo de conejo...
Shhhh —Toby la reprendió en voz baja, mirando al Señor del Bosque—. ¡Antes te asarán a ti!
Varios centauros salieron del bosque llevando una tela blanca y limpia que extendieron sobre la hierba. Otros, colocaron sobre la tela unos globos de cristal transparente que iluminaron el bosque.
Kurt observó las luces con curiosidad.
¡Son luciérnagas!
Los globos contenían cientos de pequeñas luciérnagas que trepaban arriba y abajo del cristal, evidentemente satisfechas de poder explorar el terreno. Luego los centauros trajeron otras telas, asimismo blancas y limpias, para que se lavaran la cara y las manos. El agua les refrescó el cuerpo y la mente, borrando las huellas de la batalla. Otro grupo de centauros trajo unas sillas que Quinn observó con escepticismo. Estaban construidas de una sola pieza de madera y tenían una forma curvada. Parecían cómodas pero... tenían una sola pata.
Por favor, sentaos —dijo graciosamente el Señor del Bosque.
¡En esto no me puedo sentar! —protestó la guerrera—. Me caería al suelo. Además, el mantel está sobre la hierba, me sentaré junto a él.
Cerca de la comida —murmuró Artie bajo la barba.
Los demás miraron con inquietud las sillas, los extraños globos de luz y los centauros. No obstante, Hanna sabía cómo debían comportarse unos invitados. A pesar de que los extranjeros consideraban a su gente unos bárbaros, en su tribu se seguían unas estrictas normas de educación que se cumplían severamente. Hanna sabía que hacer esperar al anfitrión era un insulto hacia él y hacia su generosidad. Se sentó con gracia principesca y la silla de una pata se movió ligeramente, ajustándose a su altura y adaptándose a su cuerpo.
Siéntate a mi derecha, guerrero —dijo con formalidad, consciente de que había muchas miradas puestas en ellos.
El rostro de Caleb no mostró emoción alguna, a pesar de que resultaba bastante cómico ver cómo trataba de doblar su inmenso cuerpo para sentarse en una silla de apariencia tan frágil. Una vez sentado se recostó cómodamente, esbozando una sonrisa de incrédula aprobación.
Os agradezco a todos que hayáis esperado a que me sentara —dijo Hanna rápidamente, intentando disimular las dudas del resto—. Ahora os podéis sentar.
Oh, no te preocupes —comenzó a decir Quinn cruzando los brazos sobre el pecho—, no estaba esperando, no pienso sentarme sobre estas extrañas sillas... —El codo de Toby la golpeó agudamente en las costillas.
Graciosa señora —Toby saludó y se sentó con caballerosa dignidad.
Bien, si él puede hacerlo, también yo —murmuró Quinn apresurándose, pues los centauros ya se aproximaban con la comida. Primero ayudó a su hermano y luego se sentó con cautela, asegurándose de que la silla soportara su peso.
Cuatro centauros se situaron en las esquinas del inmenso mantel extendido sobre el suelo, alzaron la tela hasta la altura de una mesa y la soltaron. El mantel se sostuvo flotando en el aire; la delicada superficie bordada se había vuelto tan dura y rígida como cualquiera de las sólidas mesas de El Último Hogar.
¡Qué maravilla! ¿Cómo lo han hecho? —gritó Kurt mirando debajo del mantel— ¡No hay nada
debajo! " —informó con los ojos abiertos de par en par. Todos rieron ruidosamente, incluso el Señor del Bosque sonrió.
Se acercaron otros centauros con unos platos de madera barnizada, espléndidamente labrados; a cada invitado le fue entregado un cuchillo tallado en asta de venado. Acercaron unas bandejas llenas de humeante carne asada y el aire se inundó de un apetitoso aroma. Bajo la suave luz de las lámparas vieron que también traían rebanadas de pan e inmensos cuencos llenos de fruta.
Quinn, sintiéndose segura sobre la silla, se frotó las manos y, sonriendo, agarró el cuchillo.
¡Ahhhh! —suspiró agradecido cuando uno de los centauros le acercó una bandeja llena de carne. La guerrera clavó en ella su cuchillo, olfateando, cautivada por el aroma y el jugo que brotaban de la carne. De pronto se dio cuenta de que todos se hallaban observándola y miró a su alrededor.
¿Qué sucede...? —sus ojos se posaron en el Señor del Bosque y se sonrojó, apresurándose a sacar el cubierto de la fuente—. Te pido perdón... Este venado debe ser algún conocido, quiero decir... alguien de los tuyos.
El Señor del Bosque sonrió amablemente
Puedes estar tranquila, guerrera. El venado cumple su propósito en la vida proveyendo al cazador de alimento, ya sea al lobo o al hombre. No lamentamos la pérdida de aquellos que mueren alcanzando su destino.
A Santana le pareció que mientras hablaba, los ojos oscuros del Señor del Bosque miraban a Toby impregnados de una tristeza tan profunda que sintió un súbito temor. Pero cuando volvió a mirarlo, vio que el imponente animal sonreía una vez más. Será mi imaginación, pensó.
Señor, ¿cómo saber si la vida de cualquier criatura ha alcanzado su propósito? —preguntó Santana dubitativa—. He visto cómo muchos viejos morían con amargura y desesperación y, en cambio, he visto morir a jóvenes y a niños, antes de tiempo, dejando tras ellos tal legado de amor y alegría, que la tristeza de su marcha se veía mitigada al saber que sus breves vidas habían aportado mucho a los demás.
Tú misma has contestado a tu pregunta, Santana, semielfa, mucho mejor de lo que lo hubiera hecho yo. Digamos que nuestras vidas se miden no por lo que recibimos sino por lo que damos.
La semielfa se dispuso a contestar pero el Señor del Bosque la interrumpió.
Por el momento, dejad vuestros temores a un lado y disfrutad mientras podáis de la paz de mi bosque. Su tiempo se está acabando.
Santana miró fijamente al Señor del Bosque, pero el gran animal ya no le miraba a ella, sino que observaba el bosque con los ojos inundados de tristeza. La semielfa se sentó, preguntándose qué habría querido decir, perdida en oscuros pensamientos hasta que notó que alguien le tocaba suavemente la mano.
Deberías comer —le dijo Hanna—. Tus preocupaciones no desaparecerán con la comida, pero hay que mantener las fuerzas.
Santana le sonrió y comenzó a comer con voraz apetito. Siguiendo el consejo del Señor del Bosque, olvidó sus inquietudes durante un rato. Hanna tenía razón: lo más seguro era que no se evaporasen.
El resto de los compañeros hizo lo mismo, aceptando lo extraño de la situación con el aplomo de curtidos viajeros. A pesar de que sólo había agua para beber —lo cual contrarió bastante a Artie—, el líquido, fresco y transparente, limpió de miedos y dudas sus corazones, tal como había lavado la sangre y el barro de sus manos. Rieron, charlaron y comieron, disfrutando de la mutua compañía. El Señor del Bosque no dijo una sola palabra más, pero los observaba en silencio, uno por uno. El pálido rostro de Toby había recuperado su color, el caballero comía con gracia y dignidad. Sentado al lado de Kurt, contestaba la infinidad de preguntas que el kender le hacía sobre su tierra natal. Además, sin llamar demasiado la atención, sacó de una de las bolsas de Kurt un cuchillo que, inexplicablemente, había ido a parar ahí. El caballero se había sentado lo más lejos posible de Quinn y hacía lo posible para no tenerle en cuenta. Obviamente, la guerrera estaba disfrutando de su comida, engullendo tres veces más que cualquiera de los demás, tres veces más rápido y tres veces más ruidosamente. Entre bocado y bocado le contaba a Artie una pelea con un troll, utilizando el hueso que estaba masticando para describir sus quites y estocadas. El enano comía con ganas, y le decía a Quinn que era la mentirosa más grande de toda Krynn. Sam, sentado al lado de su hermana, comía muy poco, tomando pequeños bocados en la carne más tierna, unas pocas uvas y un poco de pan que primero mojaba en agua. No decía nada pero escuchaba a los demás con interés.
Hanna comía delicadamente, con naturalidad; estaba acostumbrada a comer en público y le resultaba fácil mantener una conversación. Charlaba con Santana, animándola a que le describiera la tierra de los elfos y otros lugares que ésta había conocido. Caleb estaba sentado al otro lado de Hanna. Aunque no era un comilón empedernido como Quinn, se sentía extremadamente incómodo y cohibido. El bárbaro estaba evidentemente más acostumbrado a comer en los campamentos, entre sus compañeros de tribu, que en salones reales. Manejaba el cuchillo con torpeza y era consciente de que, al lado de Hanna, su imagen parecía ruda y tosca. No dijo una sola palabra y parecía deseoso de pasar inadvertido.
Acabaron la cena con unos pedazos de tarta de frutas, pusieron a un lado los platos y se acomodaron en las extrañas sillas de madera. Para delicia de los centauros, Kurt comenzó a cantar la canción de viaje de los kenders. Entonces, de repente, Sam habló. Su voz baja y sibilante se deslizó entre las risas y la conversación.
Señor del Bosque, hoy hemos luchado contra unas repugnantes criaturas que nunca habíamos visto en Krynn. ¿Qué sabes de ellas?
El tono relajado y festivo se evaporó en un instante, y todos intercambiaron siniestras miradas.
Esas criaturas caminan como hombres —añadió Quinn—, pero parecen reptiles. Tienen garras en los pies y en las manos, y alas y... —la voz le falló— se convierten en piedra cuando mueren.
El Señor del Bosque se puso en pie mirándolos con tristeza. Por lo que parecía, había estado esperando la pregunta.
Sé algo sobre esas criaturas —contestó—. Algunas de ellas entraron en el Bosque Oscuro hace varias lunas con un grupo de goblins de Haven. Vestían capas y capuchas sin duda para disimular su terrible apariencia. Los centauros las siguieron silenciosamente para evitar que causasen ningún daño. Esas criaturas se autodenominan «draconianos» y dicen pertenecer a la «Orden de Draco».
Sam arrugó la frente.
Draco —susurró atónito—. ¿Pero quiénes son? ¿A qué raza o especie pertenecen?
No lo sé, sólo puedo deciros que no pertenecen al reino animal ni tampoco a ninguna de las razas de Krynn.
A todos les llevó unos segundos asimilar la respuesta. Quinn parpadeó.
Yo no... —comenzó a decir. —Hermano mío, quiere decir que no son de este mundo.
Entonces, ¿de dónde vienen?
Esa es la cuestión. De dónde vienen y... ¿por qué?
Yo no puedo contestar a esa pregunta, pero puedo deciros que antes de que los esbirros espectrales acabaran con esos draconianos, les oyeron hablar sobre una agrupación de ejércitos en el norte —añadió el Señor del Bosque.
Yo los vi —Santana se puso en pie—. Campamentos... —La voz se le ahogó en la garganta cuando se dio cuenta de lo que el Señor del Bosque había estado a punto de decir—. ¡Ejércitos! ¿Eran de draconianos? ¡Debe haber miles de ellos! —Todos se habían puesto en pie y hablaban al unísono.
¡Imposible! —dijo el caballero frunciendo el ceño.
¿Quién está detrás de esto, los Buscadores? Por todos los dioses —vociferó Quinn—. Creo que voy a ir a Haven y aplast...
Ve a Solamnia y no a Haven —le recomendó Toby en voz alta.
Deberíamos viajar hacia Qualinost —expuso Santana —. Los elfos...
Los elfos tienen sus propios problemas —interrumpió el Señor del Bosque. Su voz serena tenía un influjo tranquilizador—, así como los Buscadores de Haven. Ningún lugar es seguro, pero os diré dónde debéis ir para encontrar respuestas a vuestras preguntas.
¿Qué quieres decir con esto de que nos dirás adónde debemos ir? —Sam dio un paso hacia delante y, al caminar, su túnica roja ondeó a su alrededor—. ¿Qué sabes de nosotros? —El mago hizo una pausa, tuvo un súbito presentimiento y sus ojos empequeñecieron—. ¿Es que sabías que íbamos a venir?
Sí, os esperaba —contestó el Señor del Bosque respondiendo al presentimiento de Sam—. Ya habéis comprobado —continuó— que el Bien y el Mal conviven en el Bosque Oscuro y que yo puedo ayudar a los que persiguen un fin justo y digno.
Los compañeros se miraron entre sí estupefactos, llenos de admiración, respeto y, en cierto modo, temor ante Sam por su conocimiento del secreto de aquel lugar .
He sido advertido —siguió diciendo el Unicornio— que esta noche vendría al Bosque Oscuro el portador de la Vara de Cristal Azul. Los esbirros espectrales debían permitirle la entrada junto a sus compañeros, a pesar de que desde el Cataclismo a ningún humano, elfo, enano o kender le había sido permitida la entrada en el Bosque Oscuro. Yo debía darle al portador de la Vara este mensaje: «Debes volar a través de las montañas de la Muralla del Este directamente hacia Xak Tsaroth, y llegar en dos jornadas. Si te haces merecedor de ello, allí recibirás el don más grande que haya sido concedido jamás».
¡Las montañas de la Muralla del Este! —El enano lo miró con la boca abierta—. Necesitaríamos poseer unas magníficas alas para llegar a Xak Tsaroth en el plazo de dos jornadas.
Todos se miraron unos a otros, inquietos. Finalmente, Santana rompió el silencio.
Me temo que el enano tiene razón, Señor del Bosque; el viaje a Xak Tsaroth sería largo y arriesgado, y deberíamos atravesar tierras que sabemos están plagadas de goblins y de esos draconianos.
Y, además, tendríamos que atravesar las Llanuras —Caleb habló por vez primera desde que conocieran al Señor del Bosque—. Eso seria nuestra perdición —dijo señalando a Hanna—. Los Que-shu son feroces guerreros y conocen su tierra. Nunca conseguiríamos atravesarla —entonces miró a Santana —. Además, mi gente no siente ninguna estima por los elfos.
De todas formas, ¿por qué ir a Xak Tsaroth? —gruñó Quinn—. El don más maravilloso... qué será? ¿Una espada poderosa? ¿Un cofre lleno de monedas de oro? Esto siempre viene bien, pero en el norte se está fraguando una batalla y odiaría perdérmela.
El Señor del Bosque asintió con seriedad.
Entiendo vuestro dilema. Sólo puedo ofreceros la ayuda que mi poder me permite. Yo me ocuparé de que lleguéis a Xak Tsaroth en dos jornadas, pero... ¿queréis ir?
Santana se volvió hacia los demás. El rostro de Toby reflejaba indecisión, sus miradas se cruzaron y el caballero suspiró.
El ciervo nos trajo hasta aquí —dijo lentamente— tal vez para que recibiéramos este consejo, pero mi corazón está en el norte, en mi tierra. Si los ejércitos de draconianos se están preparando para atacar, mi lugar está con los Caballeros que seguramente se reunirán para luchar contra este infierno. De todas formas no quiero dejaros, Santana, ni a vos señora —se inclinó ante Hanna y luego se dejó caer, cubriéndose su dolorida cabeza con las manos.
Quinn se encogió de hombros.
Iré a cualquier parte y lucharé contra cualquier cosa, ya lo sabes, Santana. ¿Tú qué opinas, hermano?
Pero Sam, mirando fijamente hacia la oscuridad, no contestó.
Hanna y Caleb hablaron entre ellos en voz baja, ambos asintieron y Hanna le dijo a Santana:
Nosotros iremos a Xak Tsaroth. Apreciamos todo lo que habéis hecho por nosotros...
Pero ya no necesitamos vuestra ayuda —declaró con orgullo Caleb—. Ya no os pediremos nada más, acabaremos solos, tal como comenzamos.
¡Y solos moriréis! —susurró Sam. Santana se estremeció.
Sam, ¿puedo hablar a solas contigo?
El mago se dio la vuelta sumisamente y caminó con la semielfa hasta un pequeño soto de nudosos y
raquíticos arbustos. La oscuridad los envolvió.
Como en los viejos tiempos —dijo Quinn inquieta, siguiendo a su hermano con la mirada.
Y recuerda los problemas en los que nos metimos entonces —dijo Artie dejándose caer al suelo ruidosamente.
¿De qué estarán hablando? —dijo Kurt. Tiempo atrás, el kender había intentado fisgonear esas conversaciones privadas que mantenían el mago y la semielfa, pero Santana siempre lo descubría y lo ahuyentaba—. ¿ y por qué no lo discuten con nosotros?
Porque probablemente le arrancaríamos los ojos a Sam —respondió Toby en voz baja—. No me importa lo que pienses Quinn, pero hay en tu hermano un lado oscuro. Santana también lo ha percibido, y me alegro. A pesar de ello, ella puede tratar con él y yo no podría.
Quinn no dijo nada. Toby la miró atónito, pues en otros tiempos, la guerrera hubiera saltado en defensa de su hermano y, en cambio, ahora permanecía sentada, callada y con cara de preocupación. O sea, que realmente Sam tenía un lado oscuro y Quinn sabía de qué se trataba. Toby se estremeció, preguntándose qué suceso acaecido en esos cinco años era el que había ensombrecido el carácter alegre de la guerrera.
Sam caminaba junto a Santana con expresión pensativa, los brazos cruzados bajo la túnica y la cabeza inclinada. A través de los rojizos ropajes del mago, Santana podía percibir el calor que irradiaba su cuerpo, como si estuviese consumiéndose por un fuego interno. La semielfa, como de costumbre, se sentía incómoda en presencia del joven mago, pero en esos momentos no había nadie más a quien pudiera pedirle consejo.
¿Qué sabes de Xak Tsaroth? —le preguntó.
Había un templo..., un templo consagrado a los antiguos dioses —susurró Sam. Sus ojos relucían bajo la misteriosa luz de Lunitari— La ciudad quedó destruida por el Cataclismo y sus gentes huyeron, convencidas de que los dioses los habían abandonado. Se perdió en el recuerdo, no sabía que aún existiera.
¿Qué has visto, Sam? —preguntó Santana en voz baja después de una larga pausa—. Mirabas a lo lejos; ¿qué has visto?
Soy un mago, Santana, no un visionario.
¡Esa no es una respuesta! Ha pasado mucho tiempo, pero no tanto. Sé que no tienes el don de la adivinación. Estabas pensando no adivinando, y has encontrado respuestas. Quiero conocerlas, eres mucho más inteligente que todos nosotros juntos a pesar de ser— la semielfa se calló.
Sí, a pesar de ser retorcido y deformado soy más inteligente que tú, más inteligente que todos vosotros —el tono de Sam fue subiendo en arrogancia—. Y algún día ¡os lo demostraré! Algún día tú, con toda tu fuerza, tu encanto y tu buena apariencia, tú y todos vosotros ¡me llamaréis maestro! —Apretó los puños bajo la túnica y sus ojos relampaguearon rojizos a la luz de la luna escarlata. Santana, que estaba acostumbrada a estas diatribas, esperó pacientemente. El mago se fue relajando y sus puños se aflojaron—. Pero, por esta vez, te daré un consejo. ¿Me preguntas qué es lo que he visto? Vi a esos ejércitos, Santana, ejércitos de draconianos que asolaban Solace, Haven y todas las tierras de vuestros padres. Esta es la razón por la que debemos ir a Xak Tsaroth. Lo que allí encontremos supondrá la destrucción de esos ejércitos.
¿Pero, por qué hay ejércitos? ¿Por qué querría alguien controlar Solace, Haven y las Llanuras del Este? ¿Se trata de los Buscadores?
¿Los Buscadores? ¡Bah! Abre tus ojos, semielfa. Alguien o algo poderoso ha creado a esas criaturas, a esos draconianos, y no fueron los idiotas de los Buscadores. Además, nadie se toma todo este trabajo para conquistar dos ciudades granjeras o para encontrar una vara de cristal azul. Esta es la guerra de la conquista, Santana. ¡Alguien quiere conquistar el continente de Ansalon! Dentro de dos jornadas, la vida en Krynn, tal como nosotros la hemos conocido, se habrá acabado. Este es el presagio de las estrellas caídas, la Reina de la Oscuridad ha regresado. Nos enfrentamos contra un adversario que quiere hacernos sus esclavos o, tal vez, destruirnos por completo.
¿Cuál es tu consejo? —Sentía que se aproximaba un cambio y, como todos los elfos, temía y detestaba los cambios.
Sam esbozó una sonrisa amarga y gélida que resaltaba su momentánea superioridad.
Opino que partamos inmediatamente hacia Xak Tsaroth, si es posible esta misma noche, sea cual fuere el plan del Señor del Bosque. Si no conseguimos ese don, los ejércitos de draconianos nos destruirán.
¿De qué debe tratarse? ¿Una espada, o monedas, como dijo Quinn?
Mi hermana es torpe. Tú no crees eso, ni yo tampoco.
Entonces,¿qué?
Los ojos de Sam empequeñecieron.
Te he dado mi consejo, ahora haz lo que te parezca oportuno. Yo tengo mis propios motivos para ir. Dejémoslo así, semielfa. De todas formas será peligroso; Xak Tsaroth fue abandonada hace trescientos años, aunque no creo que permaneciera realmente abandonada durante tanto tiempo.
Es verdad... —musitó Santana. El mago tosió una vez, débilmente—. Sam, ¿crees que hemos sido elegidos?
El mago no dudó la respuesta.
Sí. Así me lo hicieron saber en las Torres de la Hechicería. Me lo comunicó Par-Salian, el gran Maestro de los Magos.
Pero, ¿por qué? No tenemos condición de héroes; bueno, tal vez Toby...
Ah, ¿pero quién nos eligió? ¿ Y para qué? ¡Piensa en ello, Santana!
El mago le hizo una burlona reverencia, se volvió y caminó por la maleza en dirección al resto del grupo.
Marta_Snix
Marta_Snix
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Activo Re: FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura.

Mensaje por Marta_Snix Lun Jul 20, 2015 7:38 am

12 Sueño alado. Humo en el este. Recuerdos oscuros.
Xak Tsaroth —dijo Santana —. Esta es mi decisión.
¿Es eso lo que aconseja el mago? —preguntó Toby hoscamente.
Así es, y creo que su consejo es sensato. Si no llegamos a Xak Tsaroth en dos jornadas, otros lo harán, y el «gran don» puede perderse para siempre.
¡El gran don! —exclamó Kurt con ojos brillantes —o ¡imagínatelo Artie! ¡Joyas! o quizás...
Un barril de cerveza o la comida de Leroy —refunfuñó el enano—. O una chimenea cálida y acogedora. Pero no... ¡Xak Tsaroth!
Creo que estamos todos de acuerdo —dijo Santana —. Toby, si crees que te necesitan en el norte, por supuesto puedes...
Iré con vosotros a Xak Tsaroth. No tengo nada que hacer en el norte, me he estado engañando a mí mismo. Los Caballeros de mi orden se han dispersado, algunos se han refugiado en fortalezas derruidas, otros están luchando contra bandas de saqueadores y...
El caballero contrajo el rostro con dolor y bajó la cabeza. De pronto, Santana se sintió cansada, le dolían el cuello, los hombros y la espalda, y tenía entumecidos los músculos de las piernas. Cuando se disponía a hablar, una mano suave le rozó el hombro; alzó la mirada y vio el rostro calmo y sereno de Hanna iluminado por la luna.
Estás fatigada, amiga mía. Todos lo estamos, pero tanto Caleb como yo estamos contentos de que vengas, nos alegramos de que todos vengáis con nosotros.
Santana miró a Caleb, dudando que el bárbaro estuviese de acuerdo con ella.
Un viaje peligroso —dijo Quinn—. ¿Eh, Sam?
El mago, ignorando a su gemela, miró al Señor del Bosque.
Debemos partir inmediatamente —dijo fríamente—. Mencionaste algo sobre ayudamos a cruzar las montañas.
Desde luego. A mí también me alegra que hayáis tomado esta decisión. Espero que mi ayuda os favorezca.
El Señor del Bosque miró al cielo, los compañeros siguieron su mirada. Visto a través de la bóveda formada por los inmensos árboles, el cielo relucía inundado de brillantes estrellas; al aguzar la mirada, los amigos vieron que algo revoloteaba allá arriba, algo, que al pasar ante las estrellas, las eclipsaba por un instante.
Sólo me falta convertirme en un enano gully, esa subespecie de enanos pestilente y estúpida —dijo Artie con solemnidad—. ¡Caballos voladores! ¿Qué vendrá después?
¡Oh!
Kurt contuvo la respiración y, maravillado, contempló a aquellos bellos animales que volando cada vez más bajo, describían círculos sobre ellos. Bajo la luz de la luna, la piel de los caballos brillaba con destellos blancos y azules. Kurt no había soñado en poder volar; ni en sus fantasías más peregrinas. Sólo esto ya compensaba la lucha contra todos los draconianos de Krynn.
Los pegasos aterrizaron batiendo sus plumosas alas, originando un viento que agitó las ramas de los árboles y alisó la hierba. Un inmenso pegaso de porte noble y orgulloso, cuyas alas llegaban hasta el suelo, saludó al Señor del Bosque con una reverencia. Una tras otra, las bellas criaturas fueron saludando.
¿Nos has llamado, Señor?
Sí, amigos. Os he hecho venir porque estos valientes tienen que resolver unos asuntos urgentes en el este. Os ruego que los llevéis allí a la velocidad del viento, a través de las montañas de la Muralla del Este.
El pegaso observó con asombro al grupo y, caminando con paso majestuoso, fue examinándolos uno por uno. Cuando Kurt alzó la mano para acariciar al corcel en el hocico, el animal movió las dos orejas hacia delante y apartó la cabeza. Al llegar ante Artie, resopló horrorizado y se giró hacia el Señor del Bosque: un kender, humanos ¡Y un enano!
¡A mí no tienes que hacerme ningún favor, caballo! —le gritó Artie.
El Señor del Bosque hizo un leve gesto de asentimiento y sonrió. El pegaso bajó la cabeza.
Muy bien, Señor.
Con aire majestuoso, caminó hacia Hanna y comenzó a doblar las patas delanteras, inclinándose ante ella para ayudarla a montar.
No, no te arrodilles, noble animal —le dijo ella—. Aprendí a montar a caballo antes que a andar, no necesito ayuda.
Pasándole la Vara a Caleb, Hanna rodeó con sus brazos el cuello del pegaso y de un salto montó en su amplio lomo. Su cabello de oro y plata relucía bajo la luz de la luna, enmarcando su rostro, tan puro y frío como el mármol. Ahora sí que parecía la princesa de una tribu bárbara. Volviendo a asir la Vara que Caleb le había sostenido y alzándola en el aire, comenzó a cantar una canción. Caleb, con los ojos centelleantes de admiración, se subió también sobre la espalda del gran caballo alado y, rodeándola con sus brazos, unió su voz a la de su amada.
Santana no conocía la canción, parecía un himno de triunfo y victoria que le hizo bullir la sangre; gustosamente hubiese cantado con ellos. Uno de los pegasos galopó hacia ella; saltando sobre el animal, se instaló sobre su lomo, entre las poderosas alas. Cuando todos los compañeros estuvieron sobre las cabalgaduras, pidieron a sus corceles que los aproximasen al Señor del Bosque.
Señor —empezó a decir Santana —, intentaremos hacernos dignos de tu confianza y de tu ayuda, y siempre procuraremos llevar el Bien con nosotros.
El Unicornio sonrió complacido:
Os deseo mucha suerte. El futuro de Krynn depende de vosotros.
Cada uno de los compañeros agitó su mano derecha en señal de despedida, e inmediatamente los pegasos desplegaron sus inmensas alas y levantaron el vuelo. Se elevaron cada vez más, volando en círculos alrededor del bosque. Solinari y Lunitari —las dos lunas que iluminaban el cielo del mundo
de Krynn— salpicaban el valle y las nubes de un maravilloso rojo violáceo que poco a poco se fue intensificando, dando paso a una noche profundamente púrpura. A medida que se alejaban, lo último que vieron los compañeros fue al Señor del Bosque, titilando como una estrella caída de los cielos, reluciente, solo y perdido en aquella tierra oscura. Uno por uno, los compañeros fueron cayendo en un ligero sopor. Kurt fue el que más se resistió a esta somnolencia mágica. Encantado de sentir el viento contra su rostro, fascinado por la distante imagen de los inmensos árboles que habitualmente lo amenazaban y lo reducían al tamaño de un insecto, Kurt luchaba por mantenerse despierto mientras los demás dormían. La cabeza de Artie reposaba sobre su espalda, el enano roncaba ruidosamente. Hanna estaba acurrucada entre los brazos de Caleb y éste apoyaba su cabeza
sobre el hombro de ella, sosteniéndola, protector, incluso mientras dormía. Quinn descansaba sobre el pescuezo de su pegaso, respirando pesadamente, y su hermano se hallaba recostado sobre sus anchas espaldas. Toby dormía pacíficamente, las huellas de dolor habían desaparecido de su rostro. Incluso Santana parecía libre de preocupaciones y responsabilidades.
Kurt bostezó.
No —murmuró, parpadeando inquieto, pellizcándose para mantenerse despierto.
Descansa ahora, pequeño kender —le dijo sonriendo el pegaso—. Los mortales no estáis hechos para volar, este sueño es para protegeros, no queremos que sintáis pánico y os caigáis.
No, no lo haré. —Su cabeza cayó hacia delante. El cuello del pegaso era cálido y confortable y su piel fresca y suave—. No tendré miedo —susurró medio dormido—. Nunca tengo pánico...
Y se durmió.
La semielfa se despertó sobresaltada, estaba tendida sobre una verde pradera y el mayor de los pegasos se hallaba frente a ella, mirando hacia el este fijamente. Santana se incorporó.
¿Dónde estamos? Esto no es una ciudad. —Miró a su alrededor—. ¿Por qué nos hemos...? ¡Aún no hemos cruzado las montañas!
Lo siento —el pegaso se volvió hacia ella—. No pudimos llevaros hasta las Montañas de la Muralla del Este, algo extraño está sucediendo allí. El aire está impregnado de .. oscuridad, una indescriptible oscuridad que nunca antes había yo sentido... —Se detuvo, bajó la cabeza y pateó el suelo, inquieto—. No me atrevo a viajar más allá.
¿Dónde estamos ahora? —repitió la semielfa aturdida—. ¿Y dónde están los demás pegasos?
Ya se han marchado, yo me quedé para velar vuestro sueño. Ahora que has despertado, también yo debo regresar —el pegaso miró a Santana severamente—. No sé qué es lo que ha provocado esa
calamidad; confío que no sea cosa tuya y de tus compañeros.
Desplegó sus inmensas alas.
¡Espera! —Santana se puso en pie—. ¿Cómo llegaremos...?
El pegaso comenzó a volar, trazó dos círculos sobre el grupo y después ascendió velozmente hacia el oeste.
¿A qué calamidad se habrá referido?
Suspiró y miró a su alrededor, sus compañeros dormían a pierna suelta estirados sobre el suelo. Examinó el horizonte, intentando orientarse, y se dio cuenta de que estaba casi amaneciendo, la luz del sol comenzaba a iluminar el este. No hacía frío, aunque las hojas de las plantas aparecían salpicadas de rocío. Se hallaban en una pradera llana en la que no podía verse ningún árbol; todo lo que podía divisar eran ondulados campos de hierba muy crecida. Reflexionando sobre lo que había
dicho el pegaso acerca de que en el este estaba sucediendo algo extraño, Santana se sentó para contemplar el amanecer y esperar a que sus amigos despertasen. No le preocupaba demasiado saber dónde estaban, pues suponía que Caleb conocería esas tierras hasta la última brizna de hierba. Por tanto se estiró sobre el suelo sintiéndose, tras aquel extraño sueño, más relajada de lo que se había sentido en noches anteriores. De pronto se incorporó, su sensación de calma desapareció y sintió como si una mano invisible le oprimiese la garganta. A lo lejos, serpenteando hacia el cielo en busca del brillante sol matutino, se veían tres espesas y retorcidas columnas de humo negro. Poniéndose en pie, Santana corrió hacia Caleb y le sacudió ligeramente, intentando despertarlo sin alertar a Hanna.
Shhh —susurró la semielfa, llevándose el dedo a los labios y señalando con la cabeza a la mujer
dormida. Caleb parpadeó, y al ver la expresión preocupada de Santana se despertó al instante. Poniéndose en pie cuidadosamente, se apartó unos metros; Santana la siguió.
¿Qué ha sucedido? —susurró —. Estamos en las Llanuras de Abanasinia, a medio día de viaje de las montañas de la Muralla del Este. Mi poblado queda en esa dirección...
Se quedó callado mientras Santana señalaba en silencio. Al ver el humo ondulante que subía hacia el cielo, Caleb dio un grito bajo y desgarrado. Hanna se despertó bruscamente e, incorporándose, miró al bárbaro medio dormida. Dándose cuenta de que algo ocurría, miró hacia donde él miraba.
No —gimió—. ¡No! —gritó de nuevo. Levantándose rápidamente, comenzó a reunir sus fardos. Los otros, al oír su grito, despertaron.
¿Qué sucede? —Quinn se puso en pie de un brinco.
Su poblado —dijo Santana en voz baja señalando con la mano—. Está ardiendo. Por lo que se ve, los ejércitos se están moviendo más rápido de lo que pensábamos.
No lo creo —dijo Sam—. Recuerda, los draconianos mencionaron que habían seguido la pista de la Vara hasta un poblado de las Llanuras.
Mis gentes —murmuro Hanna sintiéndose desfallecer y lanzándose a los brazos de Caleb sin dejar de mirar fijamente el humo —. Mi padre...
Será mejor que nos movamos —Quinn miró inquieta a su alrededor.
Sí —añadió Santana —. Definitivamente tenemos que salir de aquí. ¿Pero adónde vamos a ir? —le preguntó a Caleb.
A Que-shu —el tono de Hanna no admitía réplica—. Nos queda de camino, las montañas de la Muralla del Este están justo detrás —dijo mientras echaba a andar.
Santana miró a Caleb.
¡Marulina! —le gritó el bárbaro. Corrió hacia ella y la sujetó por el brazo —. ¡Nikh pat-takh merilar! —le dijo severamente.
Ella le miró con sus ojos azules, que ahora relucían tan fríos como el cielo matutino.
No, voy a ir a nuestro pueblo. Si algo ha ocurrido, la culpa es nuestra. No me importa que pueda haber miles de monstruos esperándonos, moriré con nuestra gente como es mi deber.
La voz le falló. Santana la observó y sintió que el corazón se le partía de tristeza.
Caleb la rodeó con el brazo y juntos comenzaron a caminar hacia el sol naciente. Quinn carraspeó aclarándose la garganta.
Yo sí espero encontrar a miles de esos seres —murmuró mientras recogía sus fardos y los de su hermano—. ¡Eh!—dijo sorprendida mirando el interior del paquete que llevaba—.¡Están llenos! Hay provisiones para varias jornadas. ¡Y mi espada vuelve a estar en su vaina!
Por lo menos no tendremos que preocupamos por ello —dijo Santana con seriedad—.¿Estás bien, Toby?
Sí, me siento mucho mejor después de haber dormido.
Bien, entonces partamos. Artie, ¿dónde está Kurt? —Al volverse, Santana casi cayó sobre el kender, que estaba justo detrás suyo.
Pobre Hanna —dijo Kurt en voz baja.
Santana le dio unos golpecillos en el hombro.
Quizás no sea tan terrible como imaginamos. Tal vez los guerreros acabaron con ellos y esos fuegos sean de victoria.
Kurt suspiró y miró a la semielfa con sus ojos castaños abiertos de par en par.
Eres una gran embustera, Santana.
Tenía el presentimiento de que el día iba a resultar muy largo. Y así fue, la suave temperatura les permitió caminar incansablemente toda la jornada, concediéndose tan sólo un breve descanso para comer algo de las exquisitas provisiones que les habían proporcionado los pegasos. Por fin llegaron a Que-Shu... El crepúsculo se aproximaba con una apagada puesta de sol. En el oeste, saetas ocres y amarillas listaban el cielo, disolviéndose en la oscura noche. Los compañeros se hallaban acurrucados alrededor de un fuego que no calentaba, ya que en todo Krynn, no había llama capaz de fundir el hielo de sus almas. Estaban en silencio, mirando fijamente el fuego, intentando encontrarle algún sentido a lo que habían visto, ya que todo parecía estar rodeado del absurdo más absoluto. A lo largo de toda su vida, Santana, había pasado por muchos momentos terribles pero, en el futuro, recordaría siempre a la ciudad asolada de Que-shu como símbolo de los horrores de la guerra. Sólo podía recordar imágenes fugaces, pues su mente se negaba a evocar la terrorífica imagen total. Aunque parezca extraño, recordaba las piedras fundidas de Que-shu, las recordaba nítidamente, pero sólo en sueños recordaba los cadáveres, atezados y retorcidos, tendidos sobre las humeantes piedras. Las grandes murallas, los inmensos templos, los espaciosos edificios de piedra con patios y estatuas de roca, el amplio estadio..., todo se había derretido como lo haría la manteca en un caluroso día de verano. La roca aún humeaba, a pesar de que el pueblo parecía haber sido atacado, como mínimo, el día anterior. Era como si una llamarada blanca, seca y ardiente hubiese devorado todo el pueblo. ¿Pero qué tipo de fuego existía en Krynn, capaz de fundir las piedras? Recordaba un sonido chirriante, recordaba haberlo oído y haberse quedado atónita, preguntándose de qué podía tratarse, hasta que localizar el origen del único sonido de aquella ciudad agonizante se convirtió en una obsesión. Había recorrido toda la ciudad saqueada hasta encontrarlo. Recordaba que había gritado para que los demás se acercasen. Todos se habían quedado mirando fijamente el estadio deshecho. El estadio tenía forma de cuenco, y de uno de sus lados habían caído unos inmensos bloques de piedra, formando unas grietas de roca fundida en la parte baja. En el centro —sobre la hierba oscurecida y carbonizada— se alzaba un tosco patíbulo. Sobre el suelo calcinado, una fuerza inefable había arrastrado y colocado dos recios postes cuyas bases se habían astillado al ser introducidos en la tierra. A diez pies del suelo había un madero travesaño que iba de poste a poste. Algunas aves rapaces se habían posado sobre el madero chamuscado y cubierto de ampollas. Tres cadenas, hechas de algo parecido al hierro —aunque era difícil de precisar, pues también se habían fundido y aleado—, colgaban balanceándose. Este era el origen del chirrido. De cada cadena pendía un cadáver, aparentemente colgado por los pies. No eran cadáveres humanos, eran de goblins. Sobre la horripilante estructura, incrustados en el travesaño, había una hoja rota de una espada y un escudo sobre el que se habían garabateado torpemente algunas palabras en el idioma común: «Esto es lo que les sucede a aquellos que toman prisioneros contra mis órdenes. Matar o morir.» Firmado, Verminaard.
¿Verminaard? A Santana ese nombre no le decía nada. Más imágenes.
Recordaba a Hanna en pie, en medio de la destruida casa de su padre, intentando recomponer los pedazos de una vasija roja. Recordaba a un perro —el único ser vivo que encontraron en todo el pueblo —, enroscado alrededor del cuerpo de un niño muerto. Quinn se detuvo a acariciarlo y el animal tembló y le lamió la mano lamiendo luego, a su vez, el frío rostro del niño y mirando a la guerrera esperanzado; esperanzado en que ese humana arreglara la situación, que hiciera que su pequeño compañero de juegos volviera a reír y a correr. Recordaba a Quinn acariciando el suave pelo del animal con sus manos.
Recordaba a Caleb, agarrando una roca del suelo y sosteniéndola sin motivo alguno mientras observaba el poblado, calcinado y destruido.
Recordaba a Toby, en pie ante el patíbulo, transfigurado, leyendo el mensaje y moviendo los labios como si estuviese rezando o quizás haciendo un juramento en silencio.
Recordaba el desolado rostro del enano —quien había visto muchas tragedias en su larga vida— mientras miraba a su alrededor desde el centro del poblado, dándole unos suaves golpecillos a Kurt en la espalda tras encontrarlo sollozando en una esquina.
Recordaba a Hanna buscando frenéticamente sobrevivientes, arrastrándose por las chamuscadas ruinas, gritando nombres y esperando escuchar débiles respuestas a sus llamadas, hasta que se quedó ronca y Caleb la convenció finalmente de la inutilidad de la búsqueda. Si había sobrevivientes, seguramente se habrían marchado.
Se recordaba a sí misma, sola, en medio de tanto horror, observando las montañas de polvo que reconoció como cuerpos de draconianos. Sabía que, al morir, los draconianos se convertían en piedra para, poco después, quedar reducidos a polvo.
Recordaba una mano fría que le había rozado el brazo y la voz susurrante del mago.
Santana, debemos irnos, aquí no podemos hacer nada más y debemos llegar a Xak Tsaroth. Allí llegará nuestra venganza.
Dejaron Que-shu y cubrieron, de noche, una larga distancia; ninguno de ellos quería detenerse, ni siquiera para comer, todos querían agotarse hasta tal punto que, cuando finalmente se tendieran a dormir, no tuvieran fuerzas ni para soñar.
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Activo Re: FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura.

Mensaje por Marta_Snix Vie Jul 24, 2015 10:28 am

13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura.
Santana sintió que unas garras le oprimían la garganta. Cuando forcejeaba para defenderse, despertó y se dio cuenta de que era Caleb que la estaba sacudiendo con brusquedad.
¿Pero qué pasa...? —Santana se incorporó.
Estabas soñando. Tenía que despertarte, gritabas tanto que me extraña que no nos hayan localizado.
¡Ah, sí, gracias! Lo siento —dijo incorporándose aún más e intentando olvidar la pesadilla. —¿Qué hora es?
Aún faltan unas horas para que amanezca —dijo Caleb fatigado, regresando al lugar donde había estado sentado, recostándose contra el tronco de un árbol retorcido. Hanna, tendida sobre el suelo a su lado, comenzó a murmurar y a agitar la cabeza, emitiendo suaves y pequeños gemidos. Caleb le acarició el cabello y ella se calmó.
Deberías haberme despertado antes —dijo Santana ya en pie, restregándose el cuello y los hombros—. Me tocaba guardia.
¿Crees que podía dormir?
Tienes que hacerlo. Si no, mañana estarás fatigado y harás que nos retrasemos.
Los hombres de mi tribu son capaces de viajar durante muchos días sin dormir.
Los ojos de Caleb relucían vidriosos y parecía mirar sin ver. Santana iba a responder mas, suspirando, se calló. Sabía que nunca llegaría a entender lo mucho que el bárbaro estaba sufriendo; perder a los amigos y a la familia, toda una vida completamente destrozada, debía de ser tan espantoso que el alma se le encogía sólo de imaginarlo. Santana le dejó y caminó hacia donde estaba Artie, quien se hallaba sentado tallando un pedazo de madera.
Tú también deberías dormir un poco. Yo haré la guardia durante un rato.
Artie asintió.
Oí cómo gritabas mientras dormías —guardó la daga y metió el trozo de madera en uno de los fardos—. ¿Defendías Que-shu?
Santana frunció el ceño al recordarlo. Temblando, se arropó en su capa y se puso la capucha.
¿Tienes idea de dónde estamos? —le preguntó a Artie.
El bárbaro dice que estamos en el camino de la Salvia del Este, un viejo camino que existe desde antes del Cataclismo.
El enano se tendió sobre el húmedo suelo, colocándose una manta sobre los hombros.
¿Supongo que no seremos tan afortunados como para que el camino nos lleve hasta Xak Tsaroth?
Caleb cree que no, dice que sólo conoce un trecho, pero que podemos seguirlo para cruzar las montañas—dando un gran bostezo, se colocó la capa como almohada.
La noche era lóbrega y oscura y la humedad penetraba hasta los huesos de los compañeros, pero, a pesar de ello, necesitaban dormir e intentar olvidar momentáneamente los horrores que habían visto. Santana respiró profundamente, parecía tranquila y en su precipitada y furiosa salida de Que-shu no habían encontrado ni draconianos ni goblins. Aparentemente, como había dicho Sam, los draconianos habían atacado Que-shu en busca de la Vara y no como parte de un plan de batalla. La habían atacado y luego se habían retirado. Santana supuso que el límite de tiempo establecido por el Señor del Bosque aún se mantenía; debían llegar a Xak Tsaroth en dos jornadas y ya había transcurrido una. Tiritando, la semielfa caminó de nuevo hacia Caleb.
¿Tienes idea de la dirección que debemos tomar y de si aún nos queda mucho camino por recorrer? —Santana se acurrucó cerca del bárbaro.
Sí —Caleb asintió frotándose sus febriles ojos—. Debemos dirigimos hacia el noreste, hacia el Nuevo Mar. Dicen que la ciudad está allí, yo nunca he estado... —frunciendo las cejas movió la cabeza y repitió—: Yo nunca he estado allí.
¿Crees que podremos llegar mañana?
El Nuevo Mar está a dos días de distancia de Que-shu —el bárbaro suspiró—. Si Xak Tsaroth existe, deberíamos llegar en un día, aunque por lo que sé, el terreno es difícil y pantanoso.
Cerró los ojos mientras acariciaba ausentemente el cabello de Hanna. Santana calló. Mientras tanto el bárbaro intentó dormir. Moviéndose en silencio, se sentó bajo un árbol y miró a su alrededor, pensando que no debía olvidarse de preguntarle a Kurt si disponía de un mapa de la zona.
Como era de esperar el kender sí tenía un mapa, aunque no fue de gran ayuda pues era anterior al Cataclismo; el Nuevo Mar no figuraba en él, ya que había aparecido después de que la tierra se resquebrajase y las aguas del océano Turbado rellenasen la grieta. No obstante, el mapa señalaba que Xak Tsaroth estaba a corta distancia del camino llamado Salvia del Este. Si el territorio que tenían que recorrer no se hallaba en muy mal estado, llegarían a la ciudad antes de anochecer. El desayuno fue triste; los compañeros tuvieron que hacer un esfuerzo por comer, pues nadie tenía apetito. Sam preparó sobre el pequeño fuego sus hierbas de pestilente olor, sin apartar sus extraños ojos de la Vara de Hanna.
Qué valiosa se ha vuelto —comentó en voz baja el mago—, después de tanta sangre inocente derramada.
¿Tanto vale? ¿Vale tanto como las vidas de mi gente? —preguntó Hanna mirando con pesar la indescriptible vara de color marrón.
La muchacha parecía haber envejecido durante la noche; bajo sus ojos se habían formado unos círculos grises que tiznaban su piel. Ninguno de los compañeros contestó, todos miraron hacia otro lado y se creó un silencio embarazoso. Levantándose bruscamente, Caleb comenzó a andar majestuosamente hacia el bosque. Tras alzar la mirada y observarlo, Hanna hundió la cabeza entre sus manos y comenzó a sollozar silenciosamente.
Se siente culpable y yo no le estoy ayudando, no fue culpa suya.
No fue culpa de nadie —dijo Santana lentamente, acercándose a ella. Posando sus manos sobre los hombros de la mujer, le acarició suavemente los arracimados músculos del cuello—. Nosotros no podemos comprenderlo, debemos seguir adelante y confiar en encontrar la respuesta en Xak Tsaroth.
Ella asintió, se secó los ojos y respiró hondamente. —Tienes razón. Mi padre se sentiría avergonzado de mí. Debo recordar que... soy la princesa de los Que-shu.
No, tú eres la reina. —La voz profunda de Caleb sonó detrás de ella, desde las sombras de los árboles. Hanna dio un respingo. Poniéndose en pie, miró a Caleb con los ojos abiertos de par en par.
Quizás lo sea —titubeó—, pero no significa nada. Nuestra gente ha muerto...
He visto huellas —contestó Caleb—. Algunos consiguieron escapar y seguramente habrán huido a las montañas. Regresarán, y tú serás quien los gobierne.
Nuestra gente... ¡Aún con vida! —el rostro de Hanna se iluminó.
No muchos, tal vez ya no quede ninguno, depende de cuantos draconianos los siguieran a las montañas—Caleb se encogió de hombros—. Pero, no obstante, tú eres ahora su reina —el tono de su voz se volvió amargo—, y yo seré el esposo de la reina.
Hanna se sintió como si la hubiese golpeado. Parpadeando, negó con la cabeza.
No, Caleb. Yo... nosotros, hemos hablado...
¿Hemos hablado? —la interrumpió él—. Ayer noche medité sobre ello, he estado lejos muchos años, mis pensamientos estaban contigo... como mujer. No me daba cuenta... — Tragó saliva y después respiró hondamente—. Cuando partí, dejé a Hanna y al regresar me encontré con la Princesa.
¿Qué otra cosa podía hacer? —gritó Hanna enojada—. Mi padre no estaba bien, tenía que gobernar yo o Loreman hubiera tomado el mando. ¿Sabes lo que es ser princesa? Preguntarte en cada comida si ese bocado estará envenenado, luchar cada día para que haya dinero en el tesoro y poder así pagar a los soldados e impedir que Loreman los tomara a su cargo, comportarme en todo momento como la princesa, mientras mi padre mascullaba y babeaba —su rostro se inundó de lágrimas.
Caleb la escuchó con expresión seria e inamovible. Sin mirarla, dijo fríamente:
Deberíamos ponemos en marcha, casi está amaneciendo.
Los compañeros habían viajado tan sólo unas pocas millas por el viejo camino cuando éste desembocó en un pantano. Ya habían notado que el suelo se estaba volviendo más esponjoso y que los árboles de los bosques del cañón, altos y firmes, eran ahora más pequeños y retorcidos. El sol había desaparecido a causa de la miasma y el aire era denso y difícil de respirar. Sam comenzó a toser y se cubrió la boca con un viejo pañuelo. Intentaron caminar sobre las quebradas rocas del viejo camino, evitando aquel suelo húmedo y cenagoso. Artie caminaba delante de Kurt cuando, de pronto, el enano, pegando un alarido, comenzó a desaparecer en el barro. Sólo asomaba su cabeza.
¡Socorro! ¡El enano! —gritó Kurt. Los demás se acercaron corriendo.
¡Me está chupando hacia abajo! —Artie, aterrorizado, se agitaba en el negro y escurridizo barro.
No te muevas —le aconsejó Caleb—. Has caído en un estuario.
¡No os acerquéis a él! —dijo Toby, que se había adelantado para ayudarlo—. Moriríais. Conseguid una rama.
Quinn agarró un arbolillo joven y, gruñendo y respirando pesadamente, tiró de él. Cuando la guerrera estiró con fuerza para arrancarlo, se oyó el chasqueo y crujido de las raíces. Caleb se tendió sobre el suelo y le alargó la rama a Artie, a quien el viscoso barro ya le llegaba a la nariz. El enano se agitó desesperadamente y al final consiguió agarrarse al arbolillo. La guerrera sacó el árbol del restañadero con el enano colgando de él.
¡Santana!
El kender dio un codazo a la semielfa, señalando algo. Una serpiente tan grande como el brazo de Quinn se deslizaba por la ciénaga, en dirección al lugar donde había estado forcejeando el enano.
No podemos caminar por aquí —dijo Santana señalando la ciénaga—. Quizá deberíamos dar la vuelta.
No tenemos tiempo —susurró Sam, sus ojos de reloj de arena centelleaban.
Y no hay otro camino —afirmó Caleb. Su voz sonaba extraña—. Podríamos pasar por... Conozco un sendero.
¿Qué? —Santana se volvió hacia él—. Pensé que habías dicho...
He estado aquí —dijo el bárbaro con voz ahogada—. No puedo recordar cuándo, pero he estado. Conozco el camino para cruzar la ciénaga, desemboca en... —se pasó la lengua por los labios.
¿Desemboca en la destruida ciudad del mal? —preguntó Santana con dureza al ver que el bárbaro no terminaba la frase.
¡Xak Tsaroth! —siseó Sam.
Por supuesto —dijo Santana lentamente—. Es bastante lógico; ¿dónde iríamos a buscar respuestas sobre la Vara, sino al lugar donde ésta le fue entregada?
¡Debemos partir ahora mismo! —exclamó Sam con insistencia—. ¡Debemos llegar allí antes de la medianoche!
El bárbaro los guió, tanteando para encontrar tierra firme entre las oscuras y pantanosas aguas. Les hizo caminar uno detrás de otro, alejándose cada vez más del camino e internándose más y más en la ciénaga. Asomando en la superficie de las aguas había unos árboles que él llamaba «garras de hierro», cuyas raíces sobresalían retorciéndose sobre el barro. De sus ramas pendían enredaderas que marcaban el desdibujado camino. La niebla iba cerniéndose sobre ellos, por lo que no podían ver nada y tenían que caminar muy despacio. Un solo movimiento en falso y hubiesen caído en el pestilente cenagal que se extendía a su alrededor, espeso y estanco. De pronto el sendero terminó abruptamente, quedando sólo agua lodosa y oscura.
¿Y ahora qué? —preguntó Quinn preocupada.
Esto —dijo Caleb señalando. De uno de los árboles pendía un tosco puente hecho de enredaderas retorcidas como cuerdas, que cruzaba sobre el agua como una tela de araña.
¿Quién lo ha construido? —preguntó Santana.
No lo sé. Pero los encontraréis a lo largo de todo el camino cada vez que éste se vuelva intransitable.
Os dije que Xak Tsaroth no permanecía abandonada —susurró Sam.
Bueno..., supongo que no estaría bien que despreciáramos una dávida de los dioses—contestó Santana —. ¡Por lo menos no tenemos que nadar!
Cruzar el puente de enredadera no fue agradable. La parra estaba cubierta de un musgo viscoso que hacía que caminar resultase muy difícil, la estructura se balanceaba alarmantemente bajo el peso, y el meneo resultaba impredecible. Consiguieron atravesarlo sin incidentes, pero unos metros más allá se vieron obligados a utilizar otro puente. Luego cruzaron varios más, todos rodeados por la oscura ciénaga, llena de extraños ojos que los observaban hambrientos. Al final llegaron a un punto en el que no había más tierra firme ni más puentes de enredadera. Sólo agua pantanosa.
No es muy profunda —musitó Caleb—. Seguidme. Pisad sólo donde yo pise.
El bárbaro avanzó paso a paso, tanteando el camino. Los demás se mantuvieron detrás suyo, mirando fijamente el agua, asustados y asqueados, pues seres invisibles y desconocidos se deslizaban entre sus piernas. Cuando llegaron de nuevo a tierra firme, tenían las piernas cubiertas de légamo; todos sintieron náuseas por el pestilente olor. Pero, al parecer, el último tramo que habían recorrido debía ser el peor de todos. Ahora los matorrales eran menos espesos e incluso se podía ver el sol brillando débilmente a través de una verde colina. Cuanto más hacia el norte viajaban, más firme se hacía el terreno. Al mediodía, Santana vio un retazo de hierba seca bajo un viejo roble y decidió hacer un alto en el camino. Los compañeros se sentaron a comer, charlando animados por haber dejado la ciénaga atrás. Sólo Hanna y Caleb no abrieron la boca. Las ropas de Artie estaban totalmente empapadas, temblaba de frío y se quejaba de que le dolían los huesos. Santana comenzó a preocuparse, pues sabía que el enano sufría de reuma y recordaba que le había dicho que temía retrasarlos. Dándole unos golpecillos al kender, la semielfa le hizo una señal para que se apartasen unos metros.
Sé que en una de tus bolsas tienes algo que aliviará el dolor de huesos del enano. ¿Sabes a lo que me refiero?
Oh Santana, por supuesto —el rostro se le iluminó. Rebuscó en sus bolsas y al final encontró una reluciente petaca de plata—. Brandy, el mejor brandy de Leroy.
¿Supongo que lo pagaste?
Oh, lo haré la próxima vez que vaya.
Ya. Podrías compartir un poco con Artie, lo justo para que entre en calor.
De acuerdo. Tomaremos la delantera... nosotros, poderosos guerreros...
Kurt se rió, deslizándose hacia el enano mientras Santana regresaba con los demás, que estaban recogiendo los restos de comida y preparándose para seguir el viaje. Todos deberíamos beber un poco del mejor brandy de Leroy, pensó Santana. Hanna y Caleb no se habían dirigido la palabra en toda la mañana y su mal humor les estaba afectando a todos. A Santana no se le ocurría nada que pudiese disipar su dolor. Tan sólo cabía esperar que el tiempo aliviara las heridas. Después de comer, el grupo continuó avanzando por el sendero durante varias leguas. Caminaban más rápido, pues la parte más frondosa de la maleza había quedado atrás. No obstante, justo cuando creían que ya habían superado la ciénaga, la tierra firme se acabó abruptamente; agotados, mareados por el olor y desanimados, los compañeros se encontraron de nuevo caminando por el lodo. A los únicos que no les afectó la vuelta al cenagal fue a Artie y a Kurt, quienes caminaban delante, a bastante distancia de los demás. Kurt pronto «olvidó» la recomendación de Santana de beber sólo un poco de brandy. El líquido calentaba la sangre y paliaba el efecto de aquella atmósfera opresiva, por lo que el kender y el enano se fueron pasando la petaca de uno a otro hasta vaciarla. Siguieron caminando, bromeando sobre lo que harían si se encontraban con un draconiano.
Yo lo convertiría en piedra —dijo el enano ondeando una imaginaria hacha de guerra—. ¡ah! ¡Justo en la tripa de la lagartija!
¡Apostaría a que Sam lo convertiría en piedra sólo con mirarlo! —Kurt imitó la mirada fría y severa del mago y ambos rieron ruidosamente. Después se callaron y soltaron unas risitas, mirando hacia atrás inquietos por si Santana los había oído.
¡Apostaría a que Quinn le clavaría el cuchillo y lo devoraría! —dijo Artie.
Kurt se atragantó de la risa y se secó las lágrimas que rodaban por sus mejillas. El enano reía a carcajadas. De pronto llegaron a un punto en el que la tierra esponjosa finalizaba; Kurt agarró al enano cuando éste casi estaba a punto de caer de cabeza en una piscina de agua lodosa; ésta era tan grande, que ningún puente de enredadera hubiera podido cruzarla. Un inmenso árbol «garra de hierro» estaba tumbado sobre el agua. Su grueso tronco era como un puente, lo suficientemente amplio para que dos personas cruzaran de lado a lado.
¡Esto sí que es un puente! —dijo Artie dando un paso atrás e intentando enfocar el tronco—. Nada de arañas arrastrándose sobre esas estúpidas telarañas verdes. ¡Vamos allá!
¿No crees que deberíamos esperar a los demás? A Santana no le gustará que nos separemos.
¿Santana? ¡Bah! Le haremos una demostración.
De acuerdo —asintió alegremente Kurt subiéndose sobre el árbol caído—. Cuidado —dijo resbalando ligeramente y recuperando rápidamente el equilibrio—. Es resbaladizo —dio unos pasos rápidos, con los brazos en cruz, y colocó los pies como un volatinero al que había visto actuar una vez en un circo ambulante.
El enano se encaramó sobre el tronco tras el kender, caminando torpemente con sus pesadas botas. Una voz proveniente de la parte sobria del enano le decía que estando sereno nunca hubiese hecho una cosa así y que era un loco por cruzar el puente sin aguardar al resto, pero Artie ignoró la voz. Se sentía completamente joven de nuevo. Kurt, encantado de simular que era Mirgo el Magnífico, alzó la mirada y descubrió que había público observándolo: subido al tronco, frente a él se hallaba... ¡un draconiano! La imagen le desemborrachó de golpe y aunque el kender no era propenso al miedo, se llevó una auténtica sorpresa. Tuvo suficiente ánimo para hacer dos cosas: primero pegó un gran chillido:
¡Santana, emboscada!
Y luego blandió su vara jupak y la hizo girar formando un amplio arco. Esto sorprendió al draconiano, que saltó del leño hacia la orilla. Kurt, que había perdido el equilibrio, lo recuperó y se preguntó qué debía hacer. Miró a su alrededor y, viendo que en la orilla había otro draconiano, se quedó atónito al comprobar que ninguno de los dos iban armados. Antes de que pudiese reflexionar sobre ello, escuchó unas carcajadas detrás suyo. Se había olvidado del enano.
¿Qué sucede? —gritó Artie.
¡Esas cosas..., los draconia... son mag...! —exclamó Kurt, agarrando su vara y oteando a través de la neblina—. ¡Hay dos delante nuestro! ¡Aquí vienen!
¡Malditos sean! ¡Apártate de mi camino! —gruñó Artie llevándose la mano a la espalda para alcanzar el hacha.
¿Dónde se supone que debo meterme?
¡Agáchate!
El kender se agachó, agazapándose sobre el leño en el preciso momento en que uno de los draconianos se acercaba a él con sus garrudas manos extendidas. Artie ondeó el hacha dispuesto a asestarle al draconiano un golpe mortal. Desafortunadamente, el enano calculó mal y la hoja pasó silbando ante la criatura, que agitaba sus manos murmurando extrañas palabras. El impulso del balanceo hizo que el enano girase sobre sí mismo, sus pies resbalaron y dando un agudo chillido, cayó al agua. Kurt, que sabía cómo Sam se preparaba para sus encantamientos, comprendió que el draconiano estaba formulando un hechizo. Estirado cabeza abajo sobre el leño y agarrado a su vara jupak, el kender calculó que, como mucho, disponía de un segundo y medio para decidir qué podía hacer. Bajo el tronco, el enano jadeaba y farfullaba en el agua. A pocos metros de distancia, el draconiano estaba llegando al drástico final de su encantamiento. Decidiendo que cualquier cosa era mejor que ser hechizado, Kurt contuvo la respiración y se zambulló bajo el tronco.
¡Santana! ¡Emboscada!
¡Maldita sea! —imprecó Quinn cuando la voz del kender llegó hasta ellos flotando entre la niebla.
Todos se apresuraron hacia donde había sonado la voz, maldiciendo a las ramas y enredaderas que les dificultaban el paso. Abriéndose camino ruidosamente por el bosque, llegaron al «garra de hierro» caído donde habían desaparecido sus amigos. De las sombras salieron cuatro draconianos que les bloquearon el camino. De pronto los compañeros se vieron sumergidos en una oscuridad tan densa que les era imposible ver sus propias manos y menos aún a sus camaradas.
¡Magia! —Santana oyó el siseo de Sam—. Utilizan magia. ¡Apartaos! ¡No podemos luchar contra ellos!
Un segundo después, Santana oyó que el mago gritaba de dolor.
¡Sam! —llamó Quinn—. ¿Dónde...? Ugh... —Se oyó un gruñido y el golpe seco de un cuerpo pesado cayendo al suelo.
Santana sólo podía oír la voz de los draconianos, y cuando buscaba a tientas su espada, una espesa y pegajosa sustancia lo cubrió de pies a cabeza, obstruyéndole la nariz y la boca. Forcejeando para liberarse, lo único que consiguió fue que se le enganchara aún más. Cerca escuchó maldecir a Toby; Hanna gritaba y algo ahogaba la voz de Caleb. Le entró un extraño sopor y cuando aún luchaba por liberarse de aquella especie de telaraña que mantenía pegadas sus manos a su cuerpo, se le doblaron las rodillas. Cayó de cabeza y se sumió en un extraño sueño.
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Activo Re: FanFic [Brittana] Crónicas de la Dragonlance 1: El retorno de los dragones. 1º PARTE. 13 Un amanecer escalofriante. Puentes de enredaderas. Agua oscura.

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