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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 04, 2016 12:39 am

CAPITULO 10


 A esas horas, el patio de la cárcel estaba solitario y silencioso, puesto que las reclusas no tenían permiso para salir de sus celdas. El ambiente era caluroso y tenso. Santana y yo caminábamos en silencio, la una junto a la otra. Ella con las manos cruzadas a su espalda y yo con las mías metidas en los bolsillos de la bata blanca. Tan solo se oían nuestras pisadas y algún que otro leve suspiro. —¿Qué planes tienes? —pregunté, por sacar cualquier tema de conversación.
—Estoy trabajando en un túnel subterráneo que cavo pacientemente con una cuchara sopera. Me lleva mi tiempo, pero lo tengo bien apuntalado, así que yo creo que aguantará. Solté una carcajada sincera que acabó por contagiarle. Miré a Santana un segundo, ella se encogió de hombros haciéndome comprender que, ahí donde ella estaba, uno no podía planificar demasiado sobre casi nada.
—Me refiero —especifiqué— a qué piensas hacer cuando te… den de alta.
—Pues… volver a mi vida, supongo —dijo, sin más.
—Bueno, si es aquí a donde te ha llevado tu anterior vida, quizá deberías cambiar un poco de hábitos, ¿no?
—Supongo que sí. No, ¿sabes qué? Tienes mucha razón —admitió, acortando sus zancadas, para que fueran similares a las mías—. Podría vivir de otra manera, estando encerrada aquí te cambian las prioridades en la vida. Asentí, entendiendo que aquello debía de ser muy cierto. Aún no sabía qué delitos había cometido, ni me atrevía a preguntar, pero deduje que, cuanto menos, estaba arrepentida.
 —Empiezas a querer cosas a las que a lo mejor antes no les dabas mucha importancia —continuó. —¿Qué cosas? —me permití preguntar.
—Me gustaría ser mejor persona —declaró—, y tener mejores horarios de trabajo. Antes era un caos, nunca sabía cuándo entraba ni cuándo salía.
 Quise saber en qué trabajaba, pero no me animé a interrumpir su confesión, parecía dispuesta a sacar de sí sus mayores inquietudes.
—Así podría llegar antes a casa y tal vez, con suerte… encontrar a alguien que estuviese dispuesta a esperarme despierta. Aquello me dejó perpleja. Me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja y le miré con los ojos entrecerrados a causa del fuerte sol que nos iluminaba.
—¿No tienes mujer? ¿Ni novia? —solté, sin poderlo evitar—. Yo creía… Di por hecho que…
—No, no tengo. Soy la puta ama de la soltería — declaró sonriendo con un ligero tono amargo—. Ninguna me aguanta, me pregunto por qué será.
Sonreí, intentando infundirle ánimos. Me atreví a sacar una de mis manos del bolsillo de la bata y le toqué el brazo con cariño. —Todos tenemos defectos. Seguro que en algún lugar está la mujer perfecta para ti.
—Yo también lo creo —admitió, mirándome con algo que me pareció ternura—. Espero que no muy lejos.
—Seguro que sí —afirmé—, y te esperará despierta cada noche o, bueno… quizá se permita una cabezadita — añadí en tono simpático.
—Créeme, si tuviera en mi vida una mujer así, capaz de esperar ansiosa mi regreso, intentaría volver a ella lo antes posible. Miré a Santana a los ojos, hipnotizada ante su tono ronco y suave que estaba logrando transportarme hasta un lugar extraño en el que no sabía si debía estar.
—Aunque… si cayera dormida la cogería en mis brazos y la llevaría hasta nuestra cama —prosiguió.
—Qué atenta… —murmuré, apretando el paso y mirando al frente. Ella sonrió, atusándose el pelo. Ese día no llevaba su habitual engominado hacia atrás, por lo que el flequillo, por lo general controlado, reposaba rebelde sobre su frente tapándole la visión.
 —Yo continúo aguardando la llegada de mi príncipe azul —le confesé, sintiéndome cómoda en su compañía. Si ella me había regalado sus inquietudes, ¿por qué no hacer yo lo mismo?
—Te has equivocado de módulo. Los príncipes no entran en la trena —comentó en son de payasa. Negué con la cabeza, quitándole importancia a su comentario.
—Aunque… si lo que quieres es una buena persona… — continuó—, pues no sé… No seas tan exigente. Príncipe, príncipe… pues no, pero aunque el tipo en cuestión no tenga el expediente de un Ministro, no tiene por qué ser mal tío, ¿no?
—¿Sugieres que baje el listón? —cuestioné, siguiéndole el juego.
—Podrías sopesar otras opciones. No sé, ¿qué tiene un príncipe que no tenga una princesa ex convicta rehabilitada, por ejemplo? Volví a estallar en carcajadas y esta vez Santana solo se encogió de hombros, sin verle del todo la gracia a su pregunta.
—Hablando de rehabilitación… ¿por qué estás aquí, Santana?
—Porque es donde tengo que estar —dijo sin más.
Le miré de reojo durante un instante antes de comprender que no iba a decirme nada más sobre ese asunto. Nuestros pasos se vieron bruscamente cortados unos metros más adelante. La verja de seguridad nos gritaba de forma muda que hasta allí se podía ir. No había más patio. Se había acabado el territorio permitido, lo demás quedaba fuera de nuestro alcance. Santana suspiró echando un vistazo afuera antes de darse la vuelta. Quise hacer o decir algo que pudiera aliviar su disconformidad.
—¿Sabes? Podríamos salir a tomar algo pero me duelen muchísimo los pies, así que mejor nos quedamos en casa, ¿te parece? Me sonrió con agradecimiento apreciando mi gesto de buena voluntad.
—Sí, creo que será lo mejor. A estas horas el sol pega mucho y eso no es bueno. Le di la razón rozando su brazo con suavidad hasta que se decidió y empezamos a deshacer nuestro camino en dirección a la enfermería. Pronto saldrían las reclusas y supuse que Santana perdería parte de su terrible fama si le veían en mi compañía, aunque eso a ella parecía no importarle.
—Gracias por esto —me dijo—. Por un momento he sentido… me he sentido como si fuera libre. —No, Santana, gracias a ti.
—¿A mí? ¿Y qué he hecho, si se puede saber?
 —Demostrarme que no siempre las princesas están metidas en castillos.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 04, 2016 12:39 am

CAPITULO 11


Me froté las manos, nerviosa como pocas veces en mi vida había estado, y repasé de nuevo el plan asegurándome de haber medido con cuidado cada pequeño detalle. Resoplé. ¿De verdad estaba segura de lo que iba a hacer? ¿Estaba cien por cien convencida de que era correcto? Sonreí. Me daba igual. Sabía que iba a merecer la pena. Recordé con ternura el paseo por el patio y la posterior vuelta a la enfermería. Santana había demostrado poseer un corazoncito bastante más grande de lo que parecía y me había dejado ver muchas cosas de su interior. Una vez habíamos regresado al trabajo, se había lamentado de todas las cosas que había perdido por estar encerrada. Había rememorado con tristeza que cosas tan sencillas y simples como pasear o ver una película, estaban vetadas para ella. Por eso yo, en un arranque de algo que no pude identificar, decidí ponerle remedio. Y ahí estaba, a las diez y pico de la noche, esperándole en mi enfermería después de un duro día de trabajo, en lugar de haberme ido a casa. Porque sí, yo, con absoluta premeditación, le había citado. Por supuesto ella no sabía para qué. Ese día no había acudido a colaborar conmigo, por expresa petición. Le dije que no se dejase ver y que, cuando cayese la noche, se quejase de dolor de estómago, cabeza o algo por el estilo, para que el guarda de turno le mandase hasta mí. Consulté mi reloj de pulsera. Pasaban diez minutos de la hora convenida. Tal vez no viniera. Bien, aquella era una posibilidad que ya había contemplado. En cierto modo, tenía lógica. Me había mirado confusa tras oír mi explicación. Y ahora que lo pensaba con frialdad, había resultado bastante estúpida. Me abochorné. «No te dejes ver durante el día. No vengas a ayudarme. Quédate en la celda y cuando anochezca, quéjate de algún malestar. Te espero en la enfermería sobre las diez y media.» Había sido poco profesional y absurda. Me estaba bien empleado recibir el plantón. ¿En qué demonios estaba pensando cuando se me ocurrió una cosa así? Después de todo, apenas le conocía… y yo jamás en mi vida me había comportado así, ni personal, ni muchísimo menos profesionalmente. Volví a mirar el reloj. Faltaban quince minutos para las once de la noche. Algo en mi interior comenzó a desinflarse y sentí en mi estómago la caída de una sensación amarga muy desagradable. Suspiré decidida a finiquitar aquel tonto paripé de una vez por todas, para irme a casa, que es donde debía estar, y dormir en espera de un nuevo día. Pero entonces el pomo de la puerta giró, y por el resquicio de la puerta apareció una despeinada cabellera negra que hizo que mi estómago diera un salto mortal. Avivé mi sonrisa sin ser apenas consciente. Ahí estaba Santana. Había venido. Di un paso al frente mirándole con fingida seriedad mientras observaba como entraba, con paso firme, y me buscaba con la mirada. —Llegas tarde —acusé, en broma.
—Ya, lo siento. Me quejé como una condenada y el cabrón del alguacil no…
—No, no, no, Santana. No quiero excusas de ningún tipo. No me vale ni que cogieras atasco, ni que te liaras en el trabajo ni nada. ¿Acaso no pudiste llamarme por teléfono para avisarme de que te retrasarías? Me miró durante un segundo, antes de sonreír ampliamente, encogiéndose de hombros. Eso era lo que yo pretendía, que olvidase, al menos, por un rato su situación y el lugar en el que estaba. Se fijó entonces en el sutil cambio que había dado la habitación. El sofá que normalmente permanecía en la oficina, había sido movido hasta la sala principal, estando ahora justo frente a la televisión.
—¿Y esto? —me preguntó, confusa, mientras cerraba la puerta.
 —Dijiste que apenas recordabas la última vez que habías visto una buena película acomodada en el sofá, ¿no? Pues bien… aquí tienes el sofá y yo he traído algunos DVD. Santana levantó la vista dirigiéndola a mis ojos y abrió la boca sin emitir ningún sonido. Se había quedado sin palabras.
 —No me mires así, me has salvado de caerme de la silla, ¿recuerdas? Me podría haber roto la cabeza. Te debía un favor. Prosiguió observándome, incrédula. Yo, por mi parte, me acerqué a la televisión y metí uno de los discos en el reproductor que había traído, sentándome después en el sofá y descalzándome los zuecos.
—¿Vas a venir ya o tengo que seguir esperándote durante el resto de la noche? —acusé, señalizando los idiomas de la película. Santana asintió con la cabeza y caminó torpemente hacia mí, sentándose en el sofá y remangándose las mangas del jersey hasta los codos. Saqué de mi bolso un paquete de chucherías y le ofrecí.
 —¿Haces esto con todos las reclusas? —preguntó, cogiendo un par de dulces golosinas.
 —Solo con la mujer maravilla que me salvo la vida.
Sonrió sin dejar de mirarme y se acomodó, apoyando la cabeza en el respaldo del sillón, con un extraño brillo en los ojos.
—¿Qué has traído? —Algunas históricas y clásicas novelas de amor — dije, mientras ella se quejaba.
— Lo siento mucho, señorita López, será su castigo por haber llegado tarde.
—Bueno… siento haberte hecho esperar, pero seguro que puedo compensártelo. ¿Te parece si dejamos el vídeo para otro momento? Le miré, viendo cómo me guiñaba el ojo, reía en voz alta ante mi turbación y dirigía su atención a la televisión. Empezaron a sudarme las manos y dicidí dejar de lado, por el momento, el juguetito de crear ambientes.
—Gracias por esto —susurró, un poco después—. Nadie se ha tomado nunca tantas molestias por mí.
 —No hay de qué —contesté, a falta de algo mejor que decir.
 —Dime que me has traído un par de cervecitas frías y será la mejor noche de mi vida en mucho tiempo. Me reí con alegría, negando con la cabeza ante su gesto de disgusto.
—Lo lamento, Santana. El único alcohol que está permitido aquí es el que uso para desinfectar las heridas, y dudo que quieras bebértelo. Nos centramos en la película, que resultó ser una comedia romántica con leves dosis de acción que le hicieran a Santana el trago aún más agradable. Había llevado unas cuantas y ella había asegurado, sonriente y gozosa del momento, que pensaba verlas todas, pues esa noche no tenía la menor intención de dormir. No obstante y con el paso de las horas, cuando ya estaba bastante avanzada la segunda película, fui yo la que noté cómo se me entrecerraban los ojos. Empecé a ver borroso al protagonista del filme, y cada vez me resultaba más difícil concentrarme en el enrevesado argumento. Demasiadas horas de pie atendiendo reclusas, parecía que habían acabado por hacer mella en mí. En un determinado momento, cerré los párpados durante un segundo y ya no me percaté de nada más. De lo siguiente que fui consciente, fue de encontrarme extrañamente suspendida en el aire y en movimiento. Respiré hondo, notando una agradable y estimulante fragancia casi desconocida para mí hasta ese momento. Con mucha fuerza de voluntad entreabrí los ojos, justo a tiempo para verme envuelta por los fuertes brazos de Santana. Mi cabeza estaba apoyada en su mejilla y mis brazos rodeaban su cuello con firmeza. Suspiré, mirándola entre confusa y extasiada. Desde aquel ángulo, la luz de las farolas del patio que entraba por entre los estores de la ventana incidía en su pelo y en su boca, que lucía tentadora, húmeda y sensual muy cerca de mi campo de visión. Me encontré azorada y confusa. ¿Soñaba? ¿Estaba dormida o despierta?
 —Santana… ¿qué estás haciendo? —le pregunté con levedad.
Noté cómo sus manos se movían despacio por mi espalda al tiempo que su oscura mirada descendía sobre mí, mirándome con intensidad, antes de responder.
—Llevarte a la cama —contestó. Y no me importó en absoluto cuáles fueran sus intenciones.
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Mensaje por JVM Jue Ago 04, 2016 2:40 am

Obviamente mil actualizaciones diarias jajajajajajaja
Y exactamente como dijiste San es la manzana prohibida y espero que Britt la pruebe inmediatamente jajajajaja.
San esta dejándose conocer realmente con Britt obvio aun nos falta saber porque esta ahí, cuales fueron sus errores, pero después de las platicas que ha tenido con Britt se ve que su forma de ver las cosas ha cambiado.
Mientras espero que el matasanos ese no estorbe jajajaja.
Y haber que pasa cuando deje a Britt en la cama, espero le haga compañía ;) jajajaja
Que estés bien, cuidate!
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Mensaje por 3:) Jue Ago 04, 2016 9:04 am

Amo cuando están juntas!
Cruzar los limites de lo prohibido es lo mejor que puede hacer y tentador para britt ajajaj
Espero que san en algún momento hable con brirt por que esta ahí??
A ver como termina la noche???
3:)
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 04, 2016 7:31 pm

Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 4061796348 Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 4061796348 disfruten estos capitulos.

 Capitulo 12

Desperté en mi cama, sí, pero sola y arropada. Estuve toda la mañana dándole vueltas a lo ocurrido la noche anterior, con una sonrisa tonta en los labios y las mejillas sonrojadas. Todo había resultado perfecto, incluido el incidente de mi inoportuno sueño. Santana había resultado una dama, atenta, amable y educada. Me había dejado y se había marchado. Sin más. Y el hecho de que no hubiera hecho si quiera el intento de propasarse, incluso me ofendió. El reloj de pared anunciaba que faltaba poco para el mediodía, no obstante, mi ayudante de enfermería aún no había hecho su aparición. Aquello me preocupó. ¿Acaso se sentía incómoda o violenta conmigo por lo ocurrido? ¿Rescindiría nuestro contrato verbal de colaboración? Apenas llevaba cuatro días contribuyendo con su ayuda y esperaba de todo corazón que no se hubiera cansado. No sabía por qué pero, la idea de continuar mi trabajo sin la entretenida presencia de Santana, me resultaba desagradable. Me entretuve llenando un maletín de medicinas y efectos de primeros auxilios, pues sabía que Mario acudiría esa tarde a recogerlo para continuar su periplo por el módulo de máxima seguridad. ¿Cómo estaría? Me sentía un poco culpable, apenas me había acordado de él en todos estos días. Si llegase a saber lo que había sucedido la noche anterior, probablemente me despediría de inmediato. Caminé tras el biombo para coger unas gasas, cuando advertí voces en el pasillo. Volví a girarme, dejando algodones y alcohol sobre la mesa, y aguardé paciente. Un alguacil se acercaba, lo sabía por el incesante tintineo de las llaves que llevaban siempre colgadas del cinturón. La puerta se abrió y, en efecto, el encargado entró. Pero no veía solo. Abrí los ojos de par en par asombrada ante lo que vi. El alguacil traía a una presa sujeta del brazo, de muy malas formas. La susodicha tenía el labio roto y una brecha en la ceja. Estaba despeinada y con la ropa llena de polvo. Venía esposada. Era Santana.
—Aquí le dejo a esta pájarita, doctora. A ver si puede coserle la cara y meterle en vena algo que le baje los humos —escupió el encargado. Santana se giró para mirarle, levantando la cabeza en una clara señal de orgullo. El alguacil la empujó al centro de la enfermería, soltándole y dando un paso atrás.
—No me mires así, López —le advirtió, aunque también habría podido ser una súplica.
—Haga lo que pueda, doctora.
—Enfermera —corregí, como siempre.
— Haga el favor de quitarle eso —me quejé—. Suéltela ahora mismo. El hombre me miró con suspicacia, pero eso no me amedrentó. Di un paso al frente con los brazos cruzados, sabiendo que Santana me miraba con atención.
—¿No me ha oído? —pregunté.
 —Esta mujer es peligrosa. No tiene ni idea de la que ha armado hace un momento en…
—Me trae sin cuidado —corté—. Aquí no es más que una paciente que necesita atención médica. No podré ocuparme de sus heridas si se encuentra en esas condiciones. Suéltele.
—Le advierto que tendrá que quedarse a solas con ella, tengo que ir a recoger a las otras, que están mucho peor.
—Correré el riesgo, es más, lo haré yo misma. Por favor, la llave. El alguacil me miró anonadado, como si acabase de decirle la barbaridad más grande que jamás hubiese oído en toda su vida. Sin embargo, respiró hondo y sacó una pequeña pieza de metal de su llavero, entregándomela de mala gana.
—Usted verá lo que hace. Queda bajo su responsabilidad —declaró, marchándose con un portazo.
Me acerqué a Santana y, cogiendo sus muñecas entre mis manos, metí la diminuta llave en la cerradura de las esposas.
—Ya está —exclamé con triunfo cuando pude quitárselas. Tenía las muñecas enrojecidas.
— ¿Mejor?
—Gracias —declaró, e intentó sonreír, pero su labio roto se lo impidió. Cogí gasas y puntos de papel así como desinfectante y algodón antes de volver junto a ella, que se sacudía el pelo y los tejanos de tierra.
—¿Se puede saber qué ha pasado para que te presentes así?
—He tenido que poner a un par de tipas en su sitio — dijo sin más.
 —Entiendo.
—Humedecí el algodón con alcohol.
—Hoy ha entrado una nueva. Una… ratera cutre, ¿sabes? De esas que joden los parquímetros. Una cogecarteras. Le querían acribillar entre cuatro, solo por ser novata.
 —Y yo que pensé que las novatadas eran solo cosa de las residencias universitarias… —murmuré, impactada.
— ¿Fuiste en su defensa?
 —Fui a poner orden. No me gustan los jaleos en el patio cuando paseo. Me distraen de pensar en mis cosas, ya sabes. Intentos de fuga y cosas así. Le miré, con las cejas alzadas, ella solo se encogió de hombros. Pasé el algodón por su ensangrentado labio inferior. Dio un salto en la camilla.
—Qué vergüenza, una mujer tan grande con miedo al alcohol —reñí, riéndome.
—Escuece —se defendió Santana. Sustituí el algodón con alcohol por una gasa limpia, para no acrecentar su incomodidad y darle periodos tranquilos antes de volver a desinfectar.
—Algo más ha tenido que pasar, ¿no? No creo que solo por mantener el orden en el patio te hayas estado revolcando por el suelo con otras reclusas, ¿no es verdad? —tanteé.
 —Le tenía ganas a una de esas cabronas desde hace tiempo —declaró Santana, viendo cómo yo preparaba uno de los puntos de papel para su ceja.
—¿Por qué? —cuestioné.
 —Había dicho… cosas… sobre ti. Comentarios.
Aquello me dejó muda. Levanté la cabeza mirándole con seriedad. Ella sostenía la gasa en su boca, cortando así la hemorragia. Evitó mi mirada durante unos instantes, antes de iluminarme con sus negros ojazos.
 —¿Qué cosas decía? Santana negó con la cabeza esbozando una tenue sonrisa de medio lado.
—No volverá a hacerlo. Nunca. Ahora sabe que debe respetarte. Me sentí muy agradecida por una parte, y algo asustada por la otra. Imaginaba que me traerían al «angelito» en un rato, y suponía que debería reconstruirle buena parte de la cara, y quién sabe qué más.
—Te lo agradezco… pero no te metas en peleas por ese motivo. Puedes ganarte una temporada en la celda de castigo.
—Ya he estado. Es muy tranquilo. Salgo de ella como nueva. Ni siquiera me molesté en constatar. Apliqué los puntos en la ceja y volví a desinfectarle el corte del labio, soplándole con ternura para evitar el escozor.
—Aún no te he agradecido lo de anoche —susurró.
Bajé la vista, pues yo me encontraba de pie y ella, sentada en la camilla. Movió la cabeza, apartándose el flequillo de la frente. Desde mi perspectiva veía cómo se le marcaban los femeninos huesos de la mandíbula y las heridas le daban un aire peligrosamente sexy que me hacía perder la concentración.
—No hay de qué. Estamos en paz, luego tú… hiciste que no me quedara dormida en el sofá. Gracias.
—No tienes idea de lo mucho que me costó —añadió.
—¿El qué?
—Dejarte en la cama y darme la vuelta —murmuró, mirándome—. Fue toda una prueba de dominación. Creo que solo por no haberte tocado un pelo, merezco una reducción de la pena, ¿no te parece?
Tragué saliva, apartándome de ella y guardando los enseres de las curas en su sitio. El ambiente permaneció tenso durante unos segundos. Poco después, ella volvió a sus labores, organizando cajas de medicamentos y yo tomé notas en mi cuaderno, hasta que la puerta se abrió y por ella entró Mario. Me sonrió con candor y amabilidad, gesto que no compartió con Santana, que permanecía medio oculta y en silencio detrás del biombo.
—Veo que sigues enfrascada poniendo parches a lo peor de esta sociedad. Tediosa labor la tuya —declaró con mala intención, en referencia a Santana.
—Hago mi trabajo —apacigüé—. Te he preparado el maletín. ¿Cómo va todo en el módulo de alta seguridad?
—Avanzando, lento pero seguro. Gracias por lo del maletín, eres una joya —me dijo, guiñándome un ojo.
—No es para tanto, solo… bueno…
—Tuviste guardia anoche, ¿verdad? —me cortó—. Pasas demasiado tiempo encerrada en estos muros. No es justo para ti. Tú no estás presa.
—Lo sé. Mario. Solo intento ser útil y hacer bien mi trabajo —repetí.
 —Lo haces magníficamente. Demasiado bien, quizá. No debes consagrar todo tu tiempo a ello, necesitas salir y distraerte, dormir en casa, lejos de todas estas… — respiró hondo.
— Creo que tengo la solución.
—¿Solución? ¿Qué solución? —cuestioné, confusa de adónde pretendería llegar con todo aquello. —Una cita. Tú y yo. Lejos de aquí. ¿Qué me dices? ¿Quieres cenar conmigo? 
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 04, 2016 7:32 pm

Capitulo 13

 Un profundo estrépito hizo que las palabras se me bloquearan en la garganta. Me llevé la mano al pecho, impresionada, y caminé presurosa los pocos pasos que separaban mi posición actual de la parte de la estancia oculta por el biombo. Allí estaba Santana, agachada, recogiendo las cajas de medicinas que se le habían caído al suelo.
—¿Estás bien? —pregunté ayudándole a meterlo todo de nuevo en la caja que había estado intentando colocar en lo alto de la estantería.
—¿Santana? Ella solo asintió dedicándome una mirada fría y dolorosa, pese a que no se había hecho daño con el accidente de la caja, al menos no físicamente. Nos incorporamos casi al mismo tiempo, en silencio. Me sentí incómoda y quise poder romper la tensión, pero entonces Mario caminó hacia nosotras cruzándose de brazos y mirando la escena con hastío.
 —Menuda ayudante te has buscado —acusó con malicia—. Un poco torpe, ¿no?
Le miré, reprochándole su comentario. Santana permaneció callada, de espaldas a nosotros, reordenando las cajas de medicamentos con ligera brusquedad.
—Aún no me has respondido —instó Mario—. ¿A qué hora quieres que quedemos a la salida?
—Mario yo… verás…
—¿A las nueve te va bien? Así podrás arreglarte y pasar por tu casa antes, si quieres.
—No… no, Mario escucha… —respiré hondo, sintiéndome mal—. Yo no… no puedo. Tengo mucho trabajo, muchas cosas pendientes que hacer. Además, esta noche me toca guardia y…
—Pues la cancelas —determinó sin más.
—¿Y si alguna de las reclusas se pone enferma? — tanteé yo.
—Bueno, pues ya le verás al día siguiente. No creo que se muera nadie en una noche. Negué con la cabeza, decidida a cumplir con mis obligaciones a rajatabla.
—¡Tú no estás encerrada aquí! —prosiguió insistiendo—. No tienes por qué pasarte los días y también las noches entre estas mugrosas paredes, rodeada por las animales que están reclusas.
—Lo siento Mario, quizá en otra ocasión.
 —Pero…
—¿No captas el no, tío?
Tanto Mario como yo nos giramos al unísono. Santana se había puesto frente a nosotros rompiendo el silencio que le había acompañado desde hacía rato. Miraba al doctor Carvajal como si le produjese asco su sola presencia, y Mario había abierto los ojos de par en par, fuera de sí, incrédulo ante lo que oía.
—Métete en tus asuntos, López, y déjame a mí en los míos.
 —¿En los tuyos? ¿Crees que ella es tu asunto? —Santana sonrió de medio lado.
— No quiere ir contigo ni a la vuelta de la esquina.
—¡Santana! —recriminé yo, avergonzada y sintiéndome de repente como un valioso premio que hombre y mujer  se disputaban.
—Ah, claro, y tú piensas que ella prefiere quedarse aquí contigo, ¿no, López?
—Dímelo tú, doctor. Es aquí a donde vendrá esta noche, ¿no?
—¡Por pura obligación! ¡Por lástima!
—O porque sabe que hasta estar trabajando en la enfermería de un penal es menos aburrido que toda una cena contigo.
Mario apretó los dientes caminando hacia delante y encarando a Santana que le superaba en al menos dos cabezas de altura y proseguía sonriendo con chulería, sin amedrentarse ni un ápice.
 —Escúchame bien, delincuente. No eres más que una desgraciada que tiene muchas cosas que ocultar, así que si no quieres que tu estúpido reinado entre las demás imbéciles que hay aquí se termine… mantén la boca cerrada y aprende cuál es tu sitio. No aspires a cosas que jamás podrás conseguir.
Santana levantó la barbilla echando la cabeza ligeramente hacia atrás en una pose amenazante. Le observé, irradiaba advertencia por los cuatro costados, parecía casi una autoridad.
—Lo que quieras —dijo sin más—, pero sigue siendo aquí donde ella prefiere estar. Aquí, donde no estés tú.
Mario volvió a acercarse, pero entonces yo me interpuse, caminando con firmeza hacia el otro lado de la habitación donde estaba la puerta.
—¡Basta ya, se acabó! —rugí, furiosa. Ambos me miraron confusos. Apreté los puños, cogiendo aire y mirando primero a uno y después a la otra. Parecían haberse olvidado de que yo estaba ahí, limitándose a pelear por un trozo de carne como dos leones hambrientos. La feminista que había en mí se sentía ofuscada y ofendida.
—Ha sido una halagadora demostración de testosterona y estrógeno. Ahora, por favor, quiero ponerme a trabajar. Sola.
 Mario asintió, recogiendo su maletín y mirándome con un suave deje de reproche en la mirada, antes de salir por la puerta que yo acababa de abrir. Santana no pudo ocultar su sonrisa triunfante. Parecía un pavo real con todas las plumas abiertas. Se aproximó un instante, quizá para decirme algo, pero yo le corté alzando la mano e indicándole la salida con seguridad.
 —Tú también, Santana —dije sin vacilar.
—¿Qué? —preguntó fuera de sí.
 —Necesito estar sola. Vete, por favor.
Ella asintió, tragándose su orgullo y caminando muy erguida hasta la puerta, pero ni siquiera tuvo que cruzarla por sí misma, ya que en ese momento uno de los alguaciles hizo su aparición.
—¡Coño, López! Llevo buscándote media hora. ¿Tú qué te piensas? ¿Que estos son los jardines privados de tu casa? ¡No puedes campar a tu antojo! Ni ella ni yo hicimos comentario alguno.
 —Vamos, tienes visita.
 —¿Visita? —cuestionó Santana, tan impactada con la información como yo.
 —Ya ves, debe de ser tu día de suerte, porque se han acordado de ti. Date prisa o la morena que te está esperando se largará por donde ha venido.
Santana sonrió, saliendo de la sala escoltada por el alguacil. Me miró solo un instante antes de perderse de vista por el pasillo. 
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 04, 2016 7:32 pm

CAPITULO 14

 Santana me miró como si acabase de propinarle una dolorosa puñalada a la altura del corazón, su extrañamente pálido semblante pareció empeorar al tiempo que sus brillantes y oscuros ojos me enfocaban con nerviosismo. Hacía días que no nos veíamos, pues el fin de semana había estado de por medio y yo lo había aprovechado para irme a mi casa. Necesitaba pensar. Suspiré mientras continuaba metiendo algunas cosas dentro de mi maletín, pretendiendo ignorar la presencia de Santana en la enfermería. Mi mente no había parado de procesar la información que me había llegado el último viernes en que habíamos estado juntas, en ese mismo escenario. «Tienes visita. Date prisa o la morena que te está esperando se largará por donde ha venido». Nunca una frase tan corta había dado para tanto. ¿Quién sería esa mujer? ¿Quién era y qué tipo de relación tenía con Santana? ¿Su amiga? ¿Su amante? Las miles de posibilidades se habían arremolinado en mi mente robándome el sueño durante horas, arrancándome la calma sin piedad. Ella me había dicho que no había nadie esperándole fuera. ¿Acaso había mentido? Y aunque así fuera, ¿por qué demonios tenía eso que afectarme tanto? Después de todo, yo solo era la enfermera de su módulo y, por cordial que fuera nuestra «amistad», no pasaba de ahí. Y jamás pasaría. Durante esos días había revoloteado a mi alrededor una inquieta posibilidad que me atemorizaba, una probabilidad a la que pretendía no dar cabida, por miedo. Ni siquiera quería pensar en ello. Santana dio un paso al frente y se cruzó de brazos. Mi estómago dio un vuelco, pero seguí recogiendo.
—Veo que tienes prisa en irte. Ni siquiera es media tarde y ya estás dejándolo todo impoluto —me increpó con mal humor.
Respiré hondo sabiendo que el tenso pero cómodo silencio había sido roto de forma irreparable.
—Aún tengo que arreglarme, no quiero llegar tarde — me excusé.
—Claro. Supongo que querrás ponerte guapa para tu cita… y para él.
Giré la cara mirando la expresión ceñuda y malhumorada de Santana, pero no le dije nada. Era cierto. Esa noche iba a cenar con Mario. Me había estado llamando durante todo el sábado, insistiendo y prometiendo planes que parecían ser perfectos y entretenidos. Mi mente apenas le había prestado atención, más ocupada imaginando tórridas escenas entre Santana y su misteriosa compañera de pelo oscuro en el bis a bis que habían compartido. Al final había aceptado, pues aquello era lo mejor y lo más inteligente. ¿Qué sentido tenía seguir aferrándome a algo que en realidad jamás habías tenido?
—He decidido darle una oportunidad —expliqué, aunque no me lo hubiese pedido.
 —¿Ah sí? ¿Y por qué? ¿Vas a decirme que de repente le has encontrado el atractivo? ¿Así, sin más? —cuestionó Santana, elevando sutilmente la voz.
—Simplemente lo he decidido así —repetí—. Mario no es el hombre perfecto, pero quizá ha llegado el momento de dejar de esperar al príncipe azul y aferrarme a la realidad.
—Hablas como una solterona vieja y amargada, lo cual no eres. No tienes que agarrarte a un clavo ardiendo como si no hubiera más posibilidades. ¡Sigue buscando!
 —Todo esto no es asunto tuyo, Santana. Levantó la vista mirándome con aflicción, pero no dijo nada. Me arrepentí de mis palabras en el preciso momento en el que abandonaron mis labios. Estaba tan enfadada por algo sin sentido que ni siquiera era consciente de lo que decía.
—Tienes razón, no soy nadie para opinar —determinó, yendo hacia la puerta con pasos cortos y tambaleantes.
—¿Por qué tendría que estar mal que me agarrase a ese clavo ardiendo? ¿Qué sugieres? ¿Que siga esperando con paciencia algo que tal vez no llegue? ¿Que siga aguardando un imposible?
—Entonces admites que hay algo más, ¿no? —susurró.— Pues pelea, joder. Rendirse es lo fácil, lo cómodo, es de cobardes y tú no lo eres. ¡Mírate! Trabajas en un penal.
—Cuando la guerra está perdida, no merece la pena seguir peleando, Santana —murmuré, mirando al suelo.
 —Ninguna pelea está perdida mientras quede una sola loca dispuesta a jugarse la vida en ella —declaró ella con solemnidad. Se dio la vuelta dispuesta a marcharse, pero entonces, de mi garganta brotó aquello que durante tanto rato había querido decirle, aquello que me había dolido más que la más dolorosa de las bofetadas.
—Mi decisión ya está tomada. Le daré a Mario esa oportunidad en la cena de esta noche, tal y como tú se la has dado a esa persona que vino a verte.
Santana se dio la vuelta mirándome con un asombro que no pudo disimular. Si pensó o tuvo la seguridad de que mi cita con el doctor Carvajal se debía en exclusiva al despecho, no lo dijo. Guardó silencio y se limitó a asentir con la cabeza. Alcé los ojos, viendo cómo la palidez de su rostro se mezclaba con un extraño sudor que le perlaba la frente. Demasiado calor en la enfermería, supuse.
 —¿No vas a decirme nada? —pregunté, temerosa.
—Espero que lo paséis muy bien —soltó con tanta ironía y falsedad que me pitaron los oídos.
 —Nadie te ha pedido que mientas, Santana. Te agradecería que fueras sincera.
Ella asintió, girándose hacia mí y mirándome con enfado y dolor a partes iguales.
—Muy bien. Pues espero que resulte una cena tan aburrida e insoportable que acabes arrepintiéndote de haber salido con el imbécil ese durante el resto de tu vida. Espero que la comida sea horrible, la conversación absurda, el vino barato y a la salida os llueva encima convirtiendo la idea de velada romántica que debéis tener en la peor pesadilla que se te pase por la cabeza poder vivir. ¿Te parece lo bastante sincero o quieres más?
Sin decir una sola palabra más, se dio la vuelta y asió el pomo de la puerta con brusquedad.
—¡Ah! Por cierto, la chica morena que vino a verme es Candela, mi hermana. ¡Aunque dudo que eso te importe en lo más mínimo!
Y entonces cruzó el umbral, cerrando la puerta con un sonoro y profundo portazo. La tarde se me hizo larguísima hasta que llegó el momento de salir de la enfermería con el maletín, escoltada por un muy sonriente Mario, que no paraba de parlotear alegre mientras cruzábamos el largo pasillo contiguo a las celdas, rumbo a la salida.
—¿Paso a buscarte a tu casa? Será más cómodo que volver a encontrarnos aquí, y menos desagradable, ¿no te parece?
 —¿Hum? Sí… sí, claro. Como quieras.
—He pensado que podemos ir a un tailandés del centro y después pasear por la plaza, frente a la catedral. Es preciosa, ¿la has visto alguna vez? Iluminada es un espectáculo.
 —Claro, claro.
Mario paró en seco, mirándome sin perder la sonrisa, pero con un deje de temor incipiente que no se molestó en ocultar.
 —¿Existe algún motivo para que actúes como si todo te fuera indiferente?
—Mario, yo… Verás… Mi frase se vio interrumpida cuando uno de los alguaciles nos alcanzó por detrás, corriendo y llevándose una mano al pecho, asfixiado.
—¡Doctora! Menos mal que no se ha ido.
—Enfermera —repetí por enésima vez, aunque ya no sabía por qué lo hacía.
— ¿Ocurre algo?
—Sea lo que sea podrá esperar a mañana, la señorita y yo hemos acabado nuestro turno, vamos a salir.
Si alguna se ha puesto con dolor de barriga, seguro que sobrevive —escupió Mario mordaz, ganándose una mirada airada de mi parte.
 —Acabo de hacer la revisión de las celdas, para apagar las luces. López estaba echada en su catre hecha un ovillo y temblando como si la hubiéramos sumergido en hielo.
Abrí los ojos de par en par, notando cómo el nudo de la preocupación y la desesperación se hundían en el interior de mi estómago.
—Parece un cuadro vírico con un poco de fiebre, ¡no se va a morir por eso! —dijo Mario.
 —Le castañetean los dientes. Está amarilla y no para de sudar la muy condenada. Parece que le va a dar algo —prosiguió el alguacil.
—Lléveme inmediatamente a su celda y llame a su compañero, con toda seguridad tendrán que ayudarme a trasladarla a la enfermería —ordené.
Seguí al encargado por el pasillo, mientras un muy molesto doctor Carvajal intentaba por todos los medios conjugar unas frases que yo solo oía a medias. La gris y metálica puerta de la celda quedó abierta y yo casi me abalancé sobre el ovillo cubierto de mantas que yacía en el catre, temblando como una niña asustada.
 —Santana —susurré, tocando su frente. Ardía—. Santana, ¿puedes oírme? Sus negros ojos se abrieron, acuosos y perdidos, enfocándome con incredulidad y agradecimiento. Acaricié sus cabellos mojados sonriéndole con ternura, mientras oía cómo el alguacil llamaba por su walkietalkie a otro de los funcionarios. Mario me miró a los ojos duramente con una extraña expresión que no pude comprender.
—Ingrésale y ya le atenderás mañana, tu turno ha acabado —ordenó con superioridad.
—No pienso moverme de aquí hasta haberle bajado la fiebre. Lo siento, Mario, no puedo dejar sola a Santana estando tan enferma.
 El susodicho volvió a mirarme e intentó abrir la boca para susurrar unas palabras que no lograron salir de su garganta. Proseguí acariciándole, al tiempo que los pasos del nuevo alguacil se cernían sobre nosotras.
—Tranquila, estoy aquí, ahora mismo te pondrás mejor. Dios, debí darme cuenta esta mañana de que estabas enferma. Lo siento muchísimo, Santana. Lo siento.
 Entre los dos hombres la levantaron de la cama con máximo cuidando, guiándole hasta la enfermería, donde me apresuré a preparar una cama con sábanas limpias y varias mantas, al tiempo que sacaba el instrumental del maletín. Me disculpé con Mario a través de una mirada, pero él tenía los ojos clavados en Santana, que permanecía tumbada muy débil y temblorosa, a expensas de mis cuidados. No pude estar segura debido a mi nerviosismo, aun así, juraría que vi una sonrisa triunfante y burlona dibujarse durante un segundo en los resecos labios de Santana, dirigida a Mario con socarronería justo antes de desmayarse por la alta temperatura.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 04, 2016 7:33 pm

CAPITULO  15

 Me pasé la mano por la frente secándome el sudor y ahogando un bostezo de cansancio. Había pasado la noche en vela, pero al percibir que la alta temperatura del cuerpo de Santana había bajado, sabía que había merecido la pena. Recogí los trapos húmedos que había utilizado para humedecerle las sienes y la cara, echándole un último vistazo para asegurarme, una vez más, de que dormía plácidamente. La pobre había pasado una noche muy mala, removiéndose inquieta a causa de la fiebre, balbuceando palabras que apenas podía entender. Incluso en ocasiones, hablaba de la policía, mentaba no sé qué pistola y preguntaba por un inspector cuyo nombre no había dicho. Tal vez rememoraba lo que sin duda debían de haber sido los momentos previos a su detención. Una vez dejé todo en su lugar volví a acercarme hasta su cama, sonriendo con calma. Lo peor había pasado y ahora solo restaba ser paciente hasta que se recuperase. Pasé mis dedos por su semblante moreno, ni siquiera la gripe le había palidecido esos bonitos y femeninos rasgos tan suyos. Le aparté el flequillo de la cara, le acaricié los párpados, las mejillas, la comisura de los labios…
—Has pasado la noche velándole, ¿verdad?
No me sorprendió en absoluto escuchar la voz de Mario a mis espaldas, ni siquiera nos estábamos viendo, ya que Santana permanecía dormida detrás del biombo y yo me encontraba junto a ella. Suspiré, apartándome de su cama y saliendo al otro lado de la enfermería. El doctor Carvajal aún llevaba su ropa de vestir, como yo, fruto de nuestra frustrada cita de la noche anterior. Cuando le vi, me limité a asentir.
 —Solo es una reclusa más, como las otras —dijo.
 —No para mí —respondí—. La amo.
¿Qué sentido podía tener ya ocultarlo? El hecho de que no lo reconociera en voz alta no significaba que esos sentimientos dejasen de existir. No sabía cuándo, cómo o por qué había sucedido, pero esa era la verdad. Me había enamorado de Santana, tal vez desde el primer instante en que la había visto, o puede que poco a poco y con el paso de los días. No importaba, el caso es que así era. La quería. La quería con todas las fuerzas que albergaba en mi ser. Mario me miró con una expresión que dejó absoluta y totalmente claro lo que pensaba al respecto. Ni siquiera necesitó decírmelo.
 —Ya sé que es un locura —sonreí—, pero no me importa. La quiero y aunque la condenasen a treinta años, seguiría queriéndola. Es algo que no puedo cambiar.
—Pero… si ni siquiera sabes lo que… —comenzó torpemente Mario.
—No sé por qué está aquí, es cierto. Pero sé que es una buena persona. Confío en ella, en su arrepentimiento, en su buen corazón… Santana es buena, tierna y cariñosa, aunque intente esconderlo bajo esa fachada dura como la roca.
 Mario clavó sus ojos en mí, vi dolor en ellos, incomprensión, e incluso puede que rabia y desconcierto.
—No me importa lo que pase —continué—. Si ella me acepta yo… le estaré esperando al otro lado de estas puertas. Le esperaría despierta cuando llegase a casa y pasaría el resto de mi vida a su lado. A estas alturas de conversación ya no me molestaba en ocultar las lágrimas que discurrían por mi rostro conmocionado. Estaba liberando por fin todos aquellos sentimientos que me había esforzado por mantener ocultos.
—Si te aceptara dices… —comentó Mario, en un tono rudo y frío—. Deduzco por tanto que no le has dicho nada acerca de tus sentimientos.
Negué con la cabeza, enjugando mis lágrimas otra vez.
—¿No sabes lo que siente ella? —continuó—. Pues entonces ni te molestes en decírselo. Una presidiaria de este calibre… lo mismo le valdría la cocinera que tú. Piensa, Brittany. Ganarse tu confianza le ha dado horas fuera de la celda, un trato más especial del que ya tenía aquí dentro. ¿De veras crees que hay sentimientos? ¿Es que no ves que solo buscaba sacar provecho? Quién sabe lo que habrá hecho para hacerte creer que es amor.
—La juzgas sin conocerla —defendí vivamente—. ¿Pero, sabes? Para que te quedes tranquilo, te diré que no me ha puesto un solo dedo encima. ¡Ojalá lo hubiera hecho! —lancé, fuera de mí. Mario se limitó a negar con la cabeza, mirándome con la boca abierta como si hubiese dicho una grandiosa barbaridad.
—De todos modos, no creo que jamás le confiese lo que siento —murmuré, en voz baja—. No tengo el menor resquicio de esperanza. Aun así, supongo que comprenderás por qué no podré volver a aceptar una invitación tuya. Lo siento, Mario.
Carvajal levantó la cabeza, airado y molesto. Dio un paso atrás agarrando el picaporte de la puerta, herido en su orgullo de hombre y sabiéndose perdedor de una batalla que ni siquiera había comenzado a librar.
 —Aprovecha ahora que está dormidita y suéltale el discurso. Quién sabe, a lo mejor vives uno de esos momentos de romance con los que sueñan todas las niñas tontas como tú. Cuando despierte y veas quién es en realidad, te darás cuenta de lo bajo que has caído. Se dio la vuelta y se marchó, furioso y molesto.
 Suspiré cuando escuché la puerta cerrarse y respiré hondo, acercándome al lavabo y enjuagándome la cara para retirar las lágrimas que se habían quedado adheridas a mi rostro. Consulté mi reloj de pulsera, comprobando que el medicamento que le había dado a Santana ya debía haber hecho su efecto. Me acerqué al pequeño y desvencijado lavabo que reposaba en un lado de la enfermería y dejé que el agua fresca mojase mi rostro. Me miré en el espejo antiguo, observando mi nariz, un poco enrojecida, y mis ojos hinchados. Una imagen exterior penosa que hacía perfecto juego con mi estado interior. Haber abierto mi corazón de esa manera me había hecho sentir vulnerable y pérdida al mismo tiempo. Era plenamente consciente de que debía superar mis sentimientos, olvidarlos y dejarlos atrás. Jamás tendría el valor suficiente para confesar lo que sentía, además de que sabía a ciencia cierta, que no valdría de nada. Respiré hondo, recogiendo el termómetro y algunos antigripales del cajón, dispuesta a continuar con mi trabajo lo mejor que pudiera y deseando de todo corazón no haber hecho a Mario un daño irreparable. Lo que no sabía era que detrás del biombo, dos grandes y emocionados ojos oscuros muy despiertos me aguardaban con ansiedad, después de haber oído palabra por palabra todo cuanto yo había dicho.
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Mensaje por micky morales Jue Ago 04, 2016 8:16 pm

Por Dios que emocion Brittany se sincero y Santana la escucho, ya quiero la actualizacion pero si me quedo sentada aqui tal vez no pda moverme despues, en fin.... Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 597186406 Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 2323098122 Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 3750214905 Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 3750214905
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Mensaje por 3:) Jue Ago 04, 2016 8:29 pm

joder odio a mario!!!
en serio san justo en es momento para enfermar se que oportuno,...
bueno britt ya reconoció lo que siente por san a ver que pasa si le dice o no??
3:)
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 04, 2016 11:50 pm

micky morales escribió:Por Dios que emocion Brittany se sincero y Santana la escucho, ya quiero la actualizacion pero si me quedo sentada aqui tal vez no pda moverme despues, en fin.... Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 597186406 Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 2323098122 Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 3750214905 Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 3750214905

Hola, bueno he de decirte que a mi a partir de aca la historia se me hizo mas interesante,  me gusta que de viva voce  Brittany haya dicho lo que siente por Santana.

Entiendo, yo tampoco puedo moverme mucho que se diga. Aqui la actualizacion
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 04, 2016 11:52 pm

3:) escribió:joder odio a mario!!!
en serio san justo en es momento para enfermar se que oportuno,...
bueno britt ya reconoció lo que siente por san a ver que pasa si le dice o no??

HOla, sip yo tambien odio a ese medico metido. 
Pues aca otra actualizacion para ver que pasa......
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 04, 2016 11:53 pm

CAPITULO 16

Crucé la sala y me impacté al ver a Santana cuya expresión no podía definir. Giró la cara hacia mí y me sonrió de una forma tan intensa que casi me cegó.
 —Vaya, ya estás despierta. Me alegro —comenté, sacando el termómetro de mi bolsillo—. Parece que estás más fresca. ¿Te sientes mejor?
—Nunca he estado tan bien como ahora —me dijo.
Le sonreí, colocando el termómetro bajo su brazo y consultando el reloj. Le miré bien. Ya no sudaba frío y sus pupilas, negras y brillantes, enfocaban con claridad. Coloqué mi mano en su frente.
—Parece que la calentura ha remitido.
—Yo no estaría tan segura —añadió con malicia.
 —¿Ah, no? Bueno, esperaremos la respuesta del termómetro entonces. Me pasé la mano por la cara. Sabía que debía seguir con la nariz hinchada y los ojos enrojecidos, dando una pésima imagen de mí misma.
—¿Estás bien? —preguntó Santana, con sagacidad—. ¿Has estado llorando?
—¿Qué? No, claro que no —mentí—. Es que… he estado manipulando potingues y… bueno, ya sabes, se me suben un poco a la cabeza.
Ella asintió, aunque por supuesto, no me había creído. —Veamos esa fiebre. Le retiré el termómetro con delicadeza, comprobando con alivio que, aunque unas pocas décimas apuntaban una temperatura más alta de lo normal, los peligrosos altos grados a los que había llegado la noche anterior habían desaparecido.
—Estás mucho mejor. Parece que los medicamentos son milagrosos —dije, sonriendo.
—O tus manos y tus cuidados —susurró Santana—. Eso es realmente lo que ha hecho el milagro. Dime algo, ¿sabes hacer más?
—¿Más qué? —susurré, mirándola con confusión.
—Milagros —explicó ella, incorporándose un poco—. Dime, ¿podrías conseguir que yo saliera de aquí y viviera una historia de amor prohibida con la mujer de mis sueños?
Se me secó la garganta y sentí un incómodo pinchazo de celos en el vientre, pero me obligué a sonreír, captando que quizá, y como casi siempre, Santana hablaba más en broma que en serio. Sus ojos permanecían enfocados en mí, mirándome con intensidad, aguardando una respuesta.
 —Bueno… todo depende de lo que quisiera esa mujer —balbuceé—. Creo que aún deliras un poco por la fiebre. Tal vez deberías tumbarte.
—¿Podrías preguntárselo? —prosiguió insistiendo—. ¿Podrías preguntarle si estaría dispuesta a vivir un romance prohibido conmigo? Así yo podría saber si debo pedir el milagro de salir de aquí para tenerla… o si ella estaría dispuesta a entregarse a mí aquí. ¿Lo harías? ¿Se lo preguntarías?
—Claro, claro que sí, Santana, se lo preguntaría. Ahora descansa, ¿de acuerdo? Me levanté de la cama, dándole la espalda, fingiendo interés en recolocar las cosas en la bandeja de utensilios. Me temblaba la mano con la que sujetaba el termómetro. Así que eso era. Ella tenía a alguien. Había otra.
—Para eso necesitaría decirte quién es ella, ¿no? — azuzó.
Sentí el chirriar del somier y un sudor frío me recorrió la espalda. Santana se encontraba con las fuerzas suficientes para ponerse en pie, y lo había hecho.
—Debo decirte quién es ella —insistió—. ¿Quieres saberlo?.
 —Todos tenemos nuestros secretos… —murmuré, nerviosa—. No es necesario que…
—Pero es que yo quiero decírtelo. Quiero que lo sepas.
—Santana, no hace falta que me digas nada, yo… si hay alguien, si quieres que traiga a alguien a verte, lo entiendo. Cuando quieras, hablamos y…
—Eres tú —me cortó, dejándome helada—. Tú eres la persona a la que quiero ver y tener cerca, tú eres la única que sabe hacerme sentir mejor. Tú eres la mujer de mis sueños. Solo tú.
 Me di la vuelta mirándola. Aunque un tanto débil, Santana proseguía acercándose y su mirada y sonrisa me hicieron temblar de pies a cabeza. Dios mío… ¿qué se hace cuando el ser deseado viene hacia ti, predispuesta a quién sabe qué? ¡Esas cosas no las enseñan en la facultad!
—He debido tomarte mal la fiebre.
—Te he escuchado antes —prosiguió—. Todo lo que le dijiste a Mario. Todo lo que sentías. Creo que esa ha sido mi mejor cura.
—¿Qué? —pregunté, llena de temor.
 El miedo me inundó de la cabeza a los pies. ¿Lo había oído todo? Me llené de rubor y de vergüenza, confusa y mareada, sin saber qué hacer o qué decir. Totalmente perdida y sin argumentos.
—Yo… no sé de qué me estás hablando —dije con torpeza.
Santana negó con la cabeza, acercándose más a mí, alzando la mano para enlazar mi cintura, ya casi podía rozarme.
—Sí que lo sabes —me susurró—. No me rehúyas ahora. Has dicho cosas que me han emocionado, nunca antes nadie había hablado así de mí.
Negué con la cabeza, dando un paso hacia atrás y tropezando con una de las camillas, que se me clavó en la espalda haciéndome un leve daño. Santana sonrió, divertida quizá ante mi torpe intento de poner distancia entre ambas.
 —Quizá no me has entendido con claridad. La fiebre a veces aturde los sentidos —expliqué, con torpeza y miedo.
—¿Vas a negar que sientes algo por mí? —preguntó Santana—. ¿Me vas a decir que esto no provoca nada en ti?
Y juro que no supe cómo ni cuándo, pero antes de que pudiera darme cuenta, había avanzado aún más, me había cogido de la cintura con uno de sus  brazos y estaba rozando mi mejilla con sus tersos y cálidos labios. Mi mundo se tambaleó y perdí total consciencia de todo. Sentí su mano deslizándose por mi espalda en una caricia cadente y sutil que pretendía calmarme. Estaba a punto de echarme a llorar. ¿Cuántas veces había imaginado eso?
—No creí tener la suerte de que te hubieras fijado en mí —susurró Santana, con los ojos cerrados, rozando mi cara con sus labios—. Deseaba tanto tu contacto, tu calor… sentirte así de cerca, en mis brazos…
—Santana, por favor…
Callé con un suave jadeo cuando sus labios encontraron mi cuello, besándolo con ternura y lentitud. Percibí el roce húmedo y caliente de su lengua y todos mis nervios se pusieron de punta. Casi había olvidado quiénes éramos y dónde estábamos.
 —No me hagas esto —rogué, sin fuerzas, temblando.
—¿Que no haga qué? —me preguntó mirándome a los ojos, apartando mi pelo hacia atrás con su mano libre.
— ¿No te gusta?
Me apresuré a negar con la cabeza. Sus pupilas estaban ennegrecidas de deseo, pero también había ternura y cariño. Deseé abrazarle con toda mi alma y no soltarle jamás.
—Despertar cada vez es más duro —dije.
Habían sido demasiadas noches de imaginación bruscamente cortadas, no podría con otra desilusión.
—Sigue soñando, soñemos juntas —me dijo, muy bajito.
 Quise hablar, pero me lo impidió.
— Shh, no hables ahora, no es el mejor momento para las palabras. Sentí su frente contra la mía, al mismo tiempo que sus dos brazos aprisionaban mi espalda, pegándome a su cuerpo, que resultaba cálido y acogedor. Sin querer, mis manos subieron hasta su tórax mientras su boca, dulce y tentadora como una fruta fresca, remoloneaba en mis párpados, en mis mejillas…
—Hablaremos mañana —me dijo—, pero ahora vamos a disfrutar de este momento.
Entonces, sus labios atraparon los míos y a pesar de todas esas leyendas urbanas que hablan de los apetitos voraces, casi bruscos, de las presas, no encontré muestra de ello en la boca de Santana. Me besó con pasión, con anhelo y con hambre, pero no solo para saciar la sed de una persona  que llevaba tiempo privada del contacto de otra, sino que lo hizo con sentimiento, de forma dulce y cadente. Recorrió mi boca con la suya, dejé entrar a su lengua y sus brazos me rodearon. Nada más existió a nuestro alrededor. Las rejas parecieron abrirse, la distancia con el mundo real se hizo más pequeña y las circunstancias de ambas perdieron importancia. Cuando me alzó en brazos, demorando sus labios en mi cuello, supe que volvería a llevarme a la pequeña cama de la enfermería que yo ocupaba. Pero esta vez no dormiría sola.
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Finalizado Re: Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 04, 2016 11:53 pm

Capitulo 17

Sonreí adormecida, sintiendo en mi cuello los ronroneos tiernos y relajados de Santana, que me mantenía firmemente sujeta a ella, con su brazo fuerte y moreno rodeando mi cintura. Alargué la mano y recogí del suelo la bata blanca, cubriendo con ella mi cuerpo por delante y asegurándome una vez más de que me había bajado la falda del todo. Los labios de Santana atraparon el lóbulo de mi oreja, estremeciéndome y haciéndome sonreír. Ella rio suavemente, susurrándome al oído. —¿Te ha dado un arranque de vergüenza a estas alturas?
—Más bien, un arranque de frío —le respondí apretándome contra ella.
 Suspiré, mirando la puerta cerrada del despacho. Aquel lugar que servía para mis noches de guardia, donde tenía un pequeño escritorio, una silla desgastada, una cama individual y poco más como mobiliario decorativo. Aquel lugar que siempre me había resultado lúgubre y triste. Ahora era muy diferente. El beso lo había cambiado todo. Tras besarnos una vez, hubo otra y luego una más… y ya no hubo forma de parar. Santana me había llevado de la mano hasta el pequeño cuarto, yo había cerrado la puerta y todo lo demás había dejado de importar. Habíamos terminado enredadas la una en la otra, recostadas en el pequeño camastro, besándonos y tocándonos sin medida. Al final, ocurrió lo que tenía que ocurrir: terminamos haciendo el amor ardientemente. Jamás me había sentido de la manera en que Santana me hizo sentir. Nunca había sido besada, acariciada y deseada de la forma en que ella lo hacía. La bonita ropa de salir que llevaba para mi frustrada cita con Mario había acabado desperdigada por el suelo, a excepción de la falda, que había permanecido enrollada en mis caderas, ya que quitármela habría sido perder un tiempo precioso. La fogosidad de sus movimientos, de sus embestidas, la forma en que su cuerpo y el mío habían encajado, de manera perfecta, todavía me hacía estremecer. Santana me había llevado al orgasmo con una facilidad que me sonrojaba, y no se había detenido ni se había permitido perderse en su placer hasta que mi estado fue laxo y saciado por completo. No podía compararlo con nada, porque aquel sexo con sentimientos de fondo, con palabras susurradas, con risas y juegos entremezclados con el deseo y el placer, superaba con creces cualquier otra experiencia.
—Deseaba tanto que pasase esto… Nunca creí que fuera posible, y mucho menos aquí dentro.
Las palabras de Santana me hicieron despertar de la ensoñación en la que había estado sumergida. Me coloqué boca arriba, mirando embobada sus ojos castaños, grandes y brillantes y su cálida sonrisa satisfecha.
—No imaginas cuánto quería hacer esto contigo —me susurró, a modo de confidencia—. Desde el primer momento en que te vi.
—Yo también deseaba que pasase —reconocí, acariciándole la mejilla.
 —Nos estamos saltando muchas reglas, me parece — murmuró, mirándome con aprensión.
—No supones cuántas —admití, preocupada.
 —¿Pero sabes qué? Que me importan una mierda. Porque tú… ahora… me has hecho sentir como una mujer libre. Libre y feliz.
Le sonreí, cerrando los ojos cuando se inclinó sobre mí y volvió a besarme, devorando mis labios como si aquello fuese lo último que pudiese hacer en su vida.
 —Me has hecho sentir tan bien con todos tus cuidados, con tus atenciones… —continuó hablándome, mientras sus besos se deslizaban por mi cuello.
 —Tú me has hecho sentir viva, Santana. Como jamás me había sentido.
No obstante, nuestras muestras de pasión murieron ahí, pues sabíamos que no contábamos con demasiado tiempo y debíamos ser discretas con nuestra recién estrenada situación. Nos vestimos entre miradas cómplices y caricias fortuitas y salimos a la sala principal de la enfermería, donde la puerta no tardó en abrirse. Era el alguacil, que venía predispuesto a devolver a Santana a su celda. —Venga, princesita, es hora de volver a tus aposentos reales —le dijo, con sorna.
—Recuerde que mañana debe dejarle salir a primera hora —insté sin perder el tiempo.
— Es mi ayudante y toca inventario.
—Como usted quiera, doctora.
 —Enfermera —corregí una vez más, mirando a Santana.
 — Cuídate esa fiebre. Espero que no vuelva a importunarte.
—Pues yo espero que sí.
Tanto el alguacil como yo miramos a Santana con incredulidad. Ella me sonrió con picardía, logrando acalorarme. Poco después, mientras el encargado abría la puertezuela, Santana me dedicó una mirada de lástima y disculpa, antes de verse obligada a marcharse sin siquiera poder decirme adiós. Cuando me quedé sola, me dejé caer sobre la butaca, apoyando los brazos en la mesa y suspiré. Me había metido en problemas a lo largo de mi vida, pero el que tenía ahora los superaba a todos con creces. Había faltado a la primera de una larga lista de inquebrantables normas que debía cumplir, la de mantener una relación de índole personal con un paciente. Y más teniendo en cuenta que dicho paciente era una presa cuyos delitos yo seguía sin conocer. Sin embargo, sabía que no era una más para Santana. No había sido un simple desahogo, un trozo de carne en el cual satisfacer sus necesidades. Era algo más. Lo sabía. Lo había notado. Lo había visto en sus ojos, en cómo me miraba mientras me hacía el amor. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal al recordar los detalles. Sus manos, morenas y femeninas aferradas a mis caderas, seduciéndome, alentándome tan deliciosamente que apenas fui consciente de mi propio abandono. Su pasión, sus gemidos y jadeos, su entrega inagotable, su cuerpo… Dios, Santana parecía esculpida en mármol. Estaba entrenada, como preparada para lidiar con alguna batalla. Sus pechos, su vientre marcado, sus brazos fuertes, sus torneadas piernas, su… Me sobresalté al ver que, sin querer, había tirado al suelo el lapicero, diseminando todo el suelo de bolígrafos, lápices y demás útiles de escritura. Agitada, me apresuré a guardarlos. Debía ducharme, pues mi pelo, mal recogido y húmedo, empezaba a incomodarme, aunque al recordar los motivos de semejante estado no pude por menos que volver a sonreír. Todo mi cuerpo olía a ella, a Santana. Teníamos absolutamente prohibido el estar juntas. Si llegara a saberse, mi destino inmediato sería el despido fulminante, mientras que Santana, con toda probabilidad sería acusada de haberme «acosado» o incluso forzado, sin darle tiempo a explicarse. Acabaría en la celda de castigo, a pan y agua quién sabe cuánto tiempo. Por no hablar de que, seguramente, vería marchitarse su juventud entre aquellos grises muros. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué iba a pasar con nosotras? ¿Qué sería de nuestra vida, de nuestra relación? Dios mío, ¿de verdad estaba pensando en términos de relación? Dejando aparte los sentimientos que había admitido sentir, esos que ella parecía que compartía conmigo, ¿dejaba nuestra realidad posibilidad alguna a tener una relación? ¿Y en qué situación nos veríamos entonces? Se vería limitada a las escasas horas que ella podía pasar junto a mí en la enfermería, y dentro de ese periodo, a los momentos en que estuviéramos solas. Deberíamos disimular en público. No acercarnos en el comedor. No acercarnos en los pasillos. No acercarnos en el patio. Y eso si a mí no me cambiaban de destino. En definitiva, vivir en una continua separación física. Al menos, hasta que Santana saliera de la cárcel, lo cual podía ocurrir en unos meses, en unos años… o nunca. Cerré los ojos, masajeándome las sienes con tristeza. La amaba con cada pequeña célula de mi cuerpo, con cada pensamiento consciente, con cada inhalación de aire que hacían mis pulmones. Y sufría por ella y por su suerte. Si al menos pudiera saber, si reuniera el valor suficiente para preguntarle… Pero tampoco quería hacerla sentir incómoda. Santana había dejado entrever en muchas ocasiones que su encarcelamiento era un tema casi vetado, algo de lo que no le gustaba hablar. ¿Era alguien yo para sobrepasar su voluntad? ¿No debía, simplemente, respetarla? Aunque por otra parte, de saber lo ocurrido, tal vez podría ayudarle. Quería ayudarle. Debía hacerlo. Pero no sabía cómo. Sintiendo debilidad física y espiritual, colgué la bata del perchero y apagué las luces de la enfermería, después de coger mi bolso. Era tarde y debía volver a casa a descansar para coger el siguiente amanecer con fuerza. Entré al despacho y miré la cama deshecha con una sonrisa nostálgica. Arreglé las mantas, que conservaban el calor de nuestros cuerpos y fantaseé con el hecho de que, quizá, con un poco de suerte y mucha fe, podríamos volver a compartir lecho algún día. De momento, yo debía salir del recinto sin armar alboroto, pasando por delante de la celda de la mujer que amaba sin poder siquiera hacerle saber que estaba allí. Sin un beso de despedida, un hasta mañana o una simple sonrisa de apoyo a su situación. Todos esos eran lujos que, de momento, no se encontraban a nuestro alcance. Sin embargo, habíamos disfrutado plenamente de nuestro amor, yo había sido suya, su refugio. Le había dado mi calor y había recibido el suyo, y eso era algo que nadie nunca nos podría quitar.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 04, 2016 11:54 pm

Capitulo 18

 Me temblaban las manos al fingir un desmesurado interés por ordenar los frascos de jarabe, todos con la etiqueta hacia delante, con las fechas de caducidad bien visibles, poniendo los más perecederos delante y los de duración más prolongada detrás. A ojos de cualquiera, aquella tarea estaba tomando todo mi interés y no había nada fuera de ella que pudiera importarme. No podía ser más falso. Era consciente del tintineo que hacían las llaves del alguacil al girar dentro de la cerradura de las esposas. Podía sentir su respiración, así como la de la otra persona que lo acompañaba. Notaba el sonido inquieto de un pie que se removía en el suelo con nerviosismo. Y, sobre todo, sentía las airadas palpitaciones de mi corazón, que cabalgaba desesperado golpeándome las paredes del pecho hasta provocarme casi dolor.
 —Aquí le dejo a la pajarita, doctora —espetó la voz del alguacil, como siempre quejumbrosa y desagradable.
— No sé qué le estará metiendo en sus horas de colaboración de enfermería, pero siga, porque últimamente está de lo más…
 Las palabras murieron en su boca al ver la expresión de Santana que curvó las cejas de una forma que dejaba claro que aquella conversación no era para nada de su agrado. El alguacil tragó saliva ruidosamente y se puso tan tenso, que tiró las llaves al suelo cuando intentó engancharlas de la hebilla de su pantalón de uniforme. Musitó una despedida más para sí mismo que para nadie más y emprendió la salida sin dilación. Nada más cerrarse la puerta y escucharse los pasos del hombre en dirección contraria, sentí la fuerza de unos brazos potentes que me asían la cintura con determinación. Ahogué un grito y todo mi cuerpo se estremeció cuando tropecé contra el  cuerpo de Santana, que apenas tuvo tiempo de sonreírme antes de estampar su boca contra la mía. Gemí, rendida, y le envolví el cuello con los brazos abriendo la boca y aceptando los embates de su lengua que me recorría entera, de esa forma sedosa y experimentada que me hacía arder entera de pasión. Le miré a los ojos, negros como la noche más oscura. Ella sonreía, provocándome unos escalofríos que me recorrieron de la cabeza a los pies. Le besé las comisuras de la boca, el puente de la nariz, la barbilla, las mejillas, e incluso, los parpados, obligándole a cerrar los ojos.
 —Hola… hola… —balbuceé tontamente.
— Hola…
Santana se echó a reír y detuvo mi escrutinio, poniendo su mano en la nuca para hacerme parar. Me sujetó la cabeza y volvió a besarme, mientras su muslo derecho se abría paso entre mis piernas, haciéndome tambalear sobre los tacones que me había puesto. Con una risita culpable, me sujeté de sus  hombros, intentando encontrar aire para respirar.  Ella se entretuvo lamiéndome la barbilla.
—Me he arreglado especialmente para ti hoy y ni siquiera te has fijado. Me abrí despacio la bata, enseñándole el vestido veraniego que había escogido para la ocasión. Me había vestido y perfumado como si fuéramos a tener la tan esperada cita posterior a la gran noche. Poco importaba que aquello tuviera que quedar en secreto, y desde luego, no tenía el más mínimo inconveniente el hecho de que estuviéramos encerradas en la enfermera de una prisión. Todos esos eran detalles que Santana y yo habíamos decidido obviar de mutuo acuerdo. Eran pocos, muy pocos los momentos de extrema felicidad que podíamos permitirnos. La noche anterior habíamos hecho el amor por primera vez, y nos habían arrancado de nuestra ensoñación cuando aún estábamos cubiertas por el sudor de la otra. De nada valía sentarnos a lamentar las circunstancias de nuestra situación. Perder el tiempo era imperdonable y no íbamos a cometer ese error. Santana bajó la vista y me miró de arriba abajo despacio, haciéndome ruborizar por lo certero de su escrutinio. Asintió, en apariencia complacida, pero luego le quitó toda importancia al vestido y los tacones, negó con la cabeza y me sujetó la cara con sus dos manos, cálidas.
 —Preciosa —dijo, con la voz ronca—. Pero te quiero desnuda. Ahora. Me reí a carcajadas y tuve que hacer alarde de toda mi flexibilidad para poder sujetarme a ella cuando me alzó en sus brazos. Me subió al escritorio, apartando de un manotazo los papeles, el lapicero y una montañita de carpetas, al más puro estilo hollywoodiense. Corrió hacia la puerta y pasó la cadena por el gozne, cerrándola al paso. Después volvió hacia mí, me separó las piernas sin ningún pudor y me sujetó las nalgas, empujando por la superficie desgastada de la mesa hasta que mis piernas quedaron enredadas en su cadera.
—¿Y si viene alguien? Algúna presa puede tener una urgencia, o… Se apresuró a negar, tanteando en mi espalda en busca de la cremallera del vestido, palpando apresurada. Se apretó contra mí y tuve que morderme el labio para no jadear al sentir  su necesitada pelvis contra mí.
 —No se le ocurrirá aparecer a nadie —gruñó, muy segura.
— Las he amenazado a todas para que no pongan un pie aquí.
 Intentando que su tono de voz no cruzara la línea de lo sensual a lo peligroso, por mucho que aquello me excitara, decidí confiar en sus palabras y entregarme al frenesí que estaba despertándose en mi cuerpo. Santana dio por fin con la cremallera y se apresuró a bajarla, recorriendo mi espalda desnuda con las manos mientras me frotaba deliciosamente los pechos, empezando un martirio torturador que había estado preso en mi mente desde la noche anterior. Negándome a quedarme quieta, metí las manos por dentro de su camiseta y se la saqué por la cabeza. Le provoqué un gruñido de placer cuando empecé a besarle los pechos, acariciándome los labios y el vientre.
—No podía pensar en otra cosa… Ni dormir, ni comer… Brittany, no sabes cuánto te deseo. No sabes cuánto…
Seguí besándole, animada ante sus palabras, hasta que me percaté de algo que hasta entonces no había visto. Debajo de su ombligo y un poco ladeada hacia la derecha, Santana tenía una marca. Una especie de cicatriz no del todo cicatrizada con una forma redondeada un tanto extraña. El tamaño y el grosor de la señal sobre la piel daban la sensación de estar recubriendo algo. Algo pequeño y en forma de esfera, como si alguien hubiese introducido bajo la capa de piel una pieza, como una pequeña pila de reloj. Extrañada, deslicé mi mano sobre la herida, presionando por inercia, y en efecto, noté algo sólido cerca de la epidermis. Fruncí el ceño, aún más confundida que antes. Era posible que la noche anterior, con el deseo y la oscuridad, se me hubiera pasado por alto.
—Santana, ¿qué es…?
 Repentinamente su mano se convirtió en una tenaza, me sujetó la muñeca y apartó mis dedos de su piel, mirándome con seriedad, como si fuera otra persona. Apretó un poco mi mano, obligándome a emitir un quejido como protesta. Le miré impactada y transcurrieron unos segundos que parecieron eternos antes de que me soltara.
—¿Qué es eso? —le pregunté, con un hilo de voz.
 —No es nada —respondió de inmediato, seco.
— Solo una cicatriz. Si te disgusta no la mires, será lo mejor.
 —No, ¿cómo puedes pensar eso? Soy enfermera, he visto muchas cosas, Santana. Además, no parece curada. Déjame que…
—¡He dicho que no! —bramó, dejándome callada—. No la toques, ¿estamos? Ni la toques, ni la mires.
Abrí la boca, sin comprender nada de lo que estaba pasando. La cariñosa y risueña amante había desaparecido y estaba claro que ya no íbamos a compartir un dulce interludio de amor. Santana recogió su camiseta del suelo y se la puso apresuradamente, metiéndosela por dentro de los pantalones sin devolverme la mirada que yo tenía posada en ella.
 —¿Se puede saber a qué viene eso? ¿Por qué me tratas así?
—Me bajé de la mesa y le tiré del brazo—. Te estoy hablando. ¿Tiene esa marca algo que ver con el motivo de tu detención? ¿Es eso?
—¿No puedes simplemente dejarlo estar? No quiero hablar de eso, Brittany. No voy a hablar de eso.
—Me miró, molesta.
— Y si no vamos a follar, entonces será mejor que me ponga con el inventario de las medicinas, que es para lo que estoy aquí.
Le miré atónita. Cogí mi bata lo más dignamente que pude y me la puse sobre el vestido. Todavía tenía la cremallera desabrochada, pero de ninguna manera iba a pedirle que me la subiera. Levanté la barbilla y le miré, altiva, aunque por dentro estaba hecha un lío y con ganas de darle una patada en las espinillas.
—Desde luego que no vamos a hacerlo, puedes estar segura.
 Con un asentimiento de cabeza, Santana cargó con una de las cajas de suministros y pasó a la trastienda de la enfermería. Desde donde estaba podía oírle apretar los dientes, pero no pensaba ir a consolarle, ni interesarme en lo más mínimo por el tema. Le di la espalda y recogí la mesa, ordenando mis pertenencias con dedos temblorosos y la cabeza burbujeante de dudas y preguntas. Mientras tanto, Mario Carvajal cruzaba el pasillo de máxima seguridad a una velocidad casi alarmante. Su rostro serio quedaba surcado por claros y sombras a medida que pasaba por las enrejadas ventanas. Sostenía un pequeño paquete en la mano izquierda, el cuál aferraba como si en ello le fuese toda la vida. Miró las celdas con precisión clínica, hasta que finalmente se paró delante de una en concreto. Golpeó con los nudillos las rejas una serie de veces, creando una especie de sonido identificativo que fue recibido por la presa que albergaba en su interior. Los pesados pasos de la mujer se acercaron, y un brazo grande se dejó ver, saliendo del confinamiento en dirección a Mario que, instintivamente, dio un paso atrás. Levantó el paquete para que la luz pudiera incidir en él y lo abrió. Las botellitas de morfina destellaron con la claridad, confiriéndoles un brillo casi etéreo. La desazón de la presa se hizo patente en cuanto captó lo que se le mostraba.
—Este es solo el primer pago —dijo Carvajal, con voz baja y adusta.
— Tendrás toda la droga con la que puedas colocarte, y más, cuando acabes con el trabajo. La  mujer se apresuró a coger el paquete en cuanto Mario se lo tendió, aferrando las botellas y sonriendo con placer. Quiso perderse en la íntima oscuridad de su celda, pero Carvajal le detuvo sujetándole del brazo e impidiéndole todo movimiento. —Esa hija de puta se está metiendo en mis asuntos, no solo me ha ridiculizado, sino que además se pasea por ahí disfrutando del premio como si fuera más que yo — escupió con rabia, más para sí mismo que para la mujer que escuchaba—. Nadie se burla de mí, hace mucho tiempo que esa etapa quedó atrás. Es hora de que se le bajen los humos… y no le vuelvan a subir nunca más. Mario soltó con desagrado el brazo tatuado de la presa y caminó de nuevo hacia atrás. Miró a un lado y a otro, asegurándose de que el pasillo estaba en silencio y nadie podía oírles. Aquel había sido un buen momento para hacer el intercambio, cuando no había ninguna otra presa en el pasillo de castigo. No quería testigos en aquello, esa sería una imprudencia que podría costarle muy cara.
 —Recuerda —musitó, mirando hacia la celda con los ojos entornados y medio cerrados, inyectados en rabia y coraje—, la tal «Jefa» tiene que desaparecer. Me da igual cómo lo hagas y el método que uses, pero tienes que acabar con López. No quiero que dentro de veinticuatro horas siga viva. Tendrás más recompensa por lo especial del encargo. Sin fallos. Recibió un gruñido como respuesta y eso pareció bastarle. Dándose media vuelta, Mario se apresuró a abandonar el pasillo, con los labios curvados en una sonrisa satisfecha y vengativa. 
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Mensaje por JVM Vie Ago 05, 2016 4:04 am

De lo bonito pasaron a las peleas, pero que será lo que tiene San?? Y porque se puso así???
Además que es lo que habrá hecho para estar ahí?
Muchas preguntas jajajajaja.
Y bueno el doctorcito salio mas malo de lo que pensaba se supone que debe cuidar las vidas no hacer que se pierdan.... Esperó que no le salga bien su plan. Y que San se dicuslpe con Britt y que se abra con ella poco a poco !
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Mensaje por micky morales Vie Ago 05, 2016 6:38 am

De verdad espero que el plan le salga muy mal al medicucho ese y que en algun momento santana se abra con brittany y le cuente sus secretos!!!
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Mensaje por 3:) Vie Ago 05, 2016 10:43 am

Que tan malo puede ser decirle a britt en que o quien le hizo esa cicatriz???
Espero que le valla mal al disque medico con el plan de matar a san...
A ver que pasa ahora entre san y britt??
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 05, 2016 8:17 pm

Capitulo 19

 El ambiente tétrico del pasillo le venía muy bien para su estado de ánimo. Lo único audible, aparte de sus pisadas sobre el polvoriento suelo grisáceo, era el zumbido lejano de una mosca, que volaba atontada rumbo al fogonazo de la luz del techo, a sabiendas de que aquello conllevaría su propia perdición. Así era precisamente como se sentía Santana en esos momentos, como un insecto perdido que deambulaba de un lugar a otro, bordeando los límites de una atracción que con toda seguridad le llevaría a la destrucción. Por supuesto, todo aquello había sido solo culpa suya. Sabía muy bien dónde se metía y los riesgos que eso iba a conllevar. El hecho de haber aceptado trabajar como voluntaria en la enfermería para protegerla solo había sido una excusa, una forma de decirle a su subconsciente que si hacía aquello era por una buena razón. Pero en el fondo sabía que no era así. Desde luego, no habría querido por nada del mundo que algo malo le pasara a ella, pero habría habido otras formas de mantenerla a salvo, de asegurar su bienestar, incluso de sacarla de allí de forma inmediata, que es lo que se había propuesto al principio, hasta el momento en que empezó a conocerla. No obstante, le habían bastado solo unos días, unos instantes quizá, para darse cuenta de que lo único que ambicionaba era estar a su lado, por egoísta y absurdo que aquello fuera. Rememoró los últimos días, aquellos acontecimientos que en un principio creyó del todo imposibles. El haberle hecho el amor, poder sentirla desnuda, pegada a su cuerpo, beber el sudor de su piel con los labios, verla estremecida de deleite, arqueada, temblando debajo de ella, sumisa a sus caricias más insolentes… Se había perdido, había cometido el estúpido error de creer que habría alguna manera, algún modo de que ese descabellado giro de la realidad saliera bien. No había podido estar más equivocada. Todavía sentía el vello de la nuca erizado y la sensación de sudor frío que se había apoderado de su cuerpo y se negaba a abandonarle. Verla tocar la cicatriz, sentir sus manos en aquella marca de su cuerpo, en aquel recóndito lugar que tanto ocultaba, casi había podido con sus nervios. Lo único que se le había ocurrido para salir del paso había sido tomar una actitud grosera, brutal incluso, para evitar que todo lo que tan celosamente había estado escondiendo durante los últimos meses le estallara en la cara. No habría querido que las cosas fueran así, aun cuando solo ella tenía la culpa. Había esperado, sin saber por qué, poder hablar con ella, explicarle… pero, ¿qué esperanzas tenía de que quisiera escucharle? Ahora lo había jodido todo, sin duda. La forma en que le había hablado, la manera en que la había tratado, provocarían que ella la repudiara en cuanto volvieran a encontrarse. Y aunque pudiera hablar con ella llegado el momento, ¿qué iba a decirle? ¿Que le había mentido en todo desde su primer encuentro? ¿Que nada había sido real, que todo cuanto había dicho, hecho, sus formas de comportarse y actuar, obedecían a algo que estaba por encima de sí misma? Conocerla no estaba en sus planes, y dejarla formar parte de sí misma tampoco. Pero así estaban las cosas ahora. Navegaban a bordo de un iceberg que empezaba a hacer aguas por todos lados, únicamente era cuestión de tiempo para que las razones de su estancia en esa prisión salieran a la luz. No quería que se viera salpicada cuando esto ocurriera, que hicieran preguntas o dieran por hecho que ella sabía algo. Aquello trastocaría su vida, y eso era algo que no podía permitir. Sabía que el haber discutido de esa manera probablemente había sido lo mejor. Romper con aquella locura que nunca debió comenzar era lo más sensato, pues no quedaban esperanzas de construir nada real y sólido cuando todo lo existente se había sustentado sobre una mentira. Sonrió de medio lado para sí misma, con una mezcla de ironía y resignación. Le había valido la pena, aunque ahora sintiera que se estaba ahogando por dentro. El haber estado entre sus piernas aunque solo hubiera sido una vez, el poseerla con todo su ser, bien valía el infierno en el que pronto se iba a hundir. Al menos caería con un recuerdo agradable en la mente. Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de otro par de pasos que venía en su dirección. En aquella parte del pasillo la luz era aún más mortecina, por lo que poco o nada podía vislumbrar desde donde se encontraba. Una silueta oscura parecía atisbarse al otro lado, ocupando todo el arco de la curva que iba hacia la salida a los patios. Santana aguardó bajo la luz, inmóvil, notando cómo la oscura mancha se iba acercando a ella de forma gradual, conformándose en una forma humana cuanto más se aproximaba. Reconoció a una mujer cuya respiración jadeante y entrecortada era tan brusca que casi le salía vaho de la boca. Distinguió los grandes y pesados brazos que parecían troncos de árbol, caídos a los lados como pesos muertos, el inexistente cuello y la chata cabeza, que parecía haber sido golpeada hasta encajar en su lugar. La figura se detuvo a pocos pasos de ella, mostrándose tres veces más grande y al menos cien kilos más pesada de lo que Santana, con todos sus músculos y anchas espaldas, podía ser. Intercambiaron una larga mirada silenciosa, unos momentos de reconocimiento en los cuáles parecieron estudiarse la una a la otra, o al menos, Santana lo hacía, porque la gigante que tenía frente parecía no estar muy segura de estar en el lugar adecuado en el momento preciso. Lucía grandes ojeras bajo sus ojos vacuos que no mostraban indicios de enfocar demasiado bien, y su orondo cuerpo se bamboleaba adelante y atrás. Resultaba evidente que no estaba en pleno uso de todas sus facultades. Sus brazos, vistos ahora bajo el foco, lucían marcas que sin duda habían sido provocadas por pinchazos de jeringuilla. Pareciendo notar que su interlocutora le miraba,  la mujer sacudió apenas la cabeza y centró en Santana toda su atención. López dio un confiado paso atrás cuando le vio alzar una de aquellas manazas y trastear entre los pliegues de la camisa desabotonada que llevaba puesta sobre el uniforme reglamentario de la cárcel. Sus dedos como salchichas revolvieron hasta dar con algo pequeño y manejable que sostuvo en su palma. Alzó la cara y miró a Santana con una atroz expresión de triunfo en el semblante. Su sonrisa de dientes roídos causaba escalofríos, no obstante, López se limitó a tensar los músculos y encararle de frente.
—Muy bien… —masculló Santana, con la mandíbula tensa y sin casi separar los dientes.— Veamos qué es lo que tienes. El pasillo quedó totalmente a oscuras cuando la pesada presa emitió un gruñido y se abalanzó sobre ella.
Me encontraba atrincherada en mi enfermería, dándole vueltas a la cabeza sobre todo lo que había ocurrido mientras revisaba la cantidad de fármacos y frascos almacenados y los comparaba con la planilla que tenía en las manos. La verdad, poco me importaba si la cantidad de cajas de aspirinas etiquetadas coincidía con el historial de suministros, pues en aquel momento toda mi atención estaba puesta en la puerta entornada que tenía detrás de mí. Estaba tan furiosa con Santana, esa burra arrogante, que esperaba de todo corazón que apareciera lo más pronto posible, con esa sonrisa torcida suya, dispuesta a arreglar aquel malentendido. Desde el punto de vista profesional, casi podía entender que sintiera cierto reparo, e incluso temor a dejarme descubrir los motivos por los que tenía esa dichosa cicatriz que de repente se había interpuesto entre nosotras, como un muro invisible que no podíamos franquear. Pero visto desde la parte de la mujer que era… ¿Acaso tendría aquello algo que ver con las misteriosas causas de su encarcelamiento? ¿Se había hecho aquella marca al ser detenida, por ofrecer resistencia? ¿Quizá había atacado a alguien y había sido su víctima la que le había marcado para defenderse? Y en caso de que esta última hipótesis fuese la verdadera, ¿qué podría haberle hecho a una persona que ocasionara semejante ataque defensivo? Un escalofrío me recorrió la espalda y sacudí la cabeza. Una cosa era que su actitud no me hubiese gustado, incluso estaba en mi derecho de sentirme molesta por haberle oído decir que si no íbamos a hacer nada, se pondría con el inventario. Como si la única razón que le moviera para verme, como si el único motivo por el cual deseaba mi compañía fuera el mero placer físico. Pero de ahí a pensar que escondía algo malo, que había algo oscuro y peligroso en ella, no. Conocía a Santana, a pesar de que ella se había esforzado en lo contrario, yo sabía cómo era, que no me haría ningún daño. Puede que mostrase esa faceta de jefa dura a todos los demás y que tuviera atados en corto incluso a los alguaciles. Pero a mí no me engañaba. Me sentí repentinamente más animada, e incluso me ruboricé un poco al pensar, soñadora, que aquella había sido nuestra primera pelea. Con una risita propia de una adolescente, bajé un escalón de la escalera portátil que usaba para revisar los estantes altos y entorné los ojos. Algo no me cuadraba en aquella parte del dispensario. Pasé las hojas de la planilla y revisé bien la caja que tenía delante. Faltaban al menos cuatro frascos de morfina. Si yo los hubiera usado, el hecho habría quedado reflejado. Me bajé del todo y corrí al ordenador, pulsando mi clave y entrando a la hoja de cálculo donde llevaba el registro pertinente de las medicinas y los recursos usados. Allí estaba el número total de ampolletas de morfina que debían permanecer en el estante, no obstante, faltaban algunas, sin razón lógica aparente. Saqué el busca y me dispuse a llamar a Mario, el cual llevaba todo el día ausente. Los únicos momentos en que le había visto, su nerviosismo era patente y apenas había cruzado unas secas palabras conmigo. No había marcado la extensión completa cuando un sonido procedente del exterior me distrajo. Acudí a la ventana desde la que se veía el patio y me quedé totalmente sin habla. Las rejas estaban abiertas de par en par y al menos una docena y media de policías las custodiaba a ambos lados, formando un pasillo a través del cual entraron dos coches oficiales con las sirenas puestas. Las luces rojas de emergencia que estaban situadas tanto en la enfermería, como en los pasillos y demás zonas comunes comenzaron a parpadear y emitir pitidos agudos. Confundida, me acerqué a la puerta y oí los cierres metálicos de las celdas caer todos a la vez. No entendía por qué se tomaba aquella medida, pensada para que en caso de fallo de la reja o alguna de las puertas colindantes, todas las presas quedaran de inmediato custodiadas, sin posibilidad de una fuga en masa. Vi pasar a los alguaciles a todo correr, sin que ni siquiera parecieran verme o reparar en mi presencia. La puerta que daba al corredor principal se abrió y los agentes que habían bajado de los coches entraron en tropel por ellas. Hubo varios momentos de confusión, gritos e insultos por parte de las reclusas, que golpeaban sus celdas y proferían en palabras malsonantes contra aquellos policías. Después, todo sucedió demasiado rápido como para que yo pudiera registrarlo en su totalidad. Inesperadamente los agentes se dividieron, tomando el control del penal por los cuatro costados. Comenzaron a intercambiar mensajes cifrados por sus walkies, aparentemente poniéndose de acuerdo en algo. Instantes después, cinco hombres que venían del módulo de máxima seguridad, entraron al pasillo central. Traían a alguien que no paraba de removerse y de gritar. Entre todos lo inmovilizaron, formando un corrillo a su alrededor hasta dejarlo arrodillado entre ellos. Cuando uno de los agentes se movió a la derecha para hablar con el que a todas luces era su superior, pude por fin ver el rostro del retenido. Era Mario. Me sentí impulsada a dar un paso al frente, trasponiendo las jambas desconchadas de la puerta de la enfermería. Estaba de acuerdo en que Mario no era para nada santo de mi devoción, ¿pero de qué trataba toda aquella charada? ¿Por qué motivo estaban deteniendo al médico de prisión como si fuera un vulgar criminal? El alguacil que se empeñaba en llamarme doctora fue el primero en notar mi presencia, e intentó empujarme nuevamente dentro de la enfermería, no sé si para protegerme de un posible ataque o para que me quitara de en medio. El caso es que le ignoré por completo y di un paso más, dispuesta a pedirle cuentas al agente de policía que parecía estar al mando de toda aquella alocada situación. Abrí la boca justo al mismo tiempo que el, que habló para alguien que al parecer, se encontraba a mi espalda.
—Situación bajo control, subinspectora —dijo con la voz grave—. La infiltración queda oficialmente concluida. Buen trabajo. Le vi sacarse una placa brillante del bolsillo y lanzarla hábilmente por el aire, al mismo tiempo que otro de los agentes desenfundaba una llamativa pistola plateada que brilló bajo la luz del pasillo. Desconcertada, me di la vuelta justo a tiempo para ver como La Jefa, Santana López, tomaba ambos objetos y se hacía poseedora de los mismos. Abrí los ojos como platos, mientras ella, con la mirada parcialmente cubierta por su rebelde flequillo negro, bajaba la vista al suelo, incapaz de mirarme a la cara.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 05, 2016 8:20 pm

Capitulo 20

 —Sucedió muy rápido —carraspeó Santana, mientras un agente situado frente a ella tomaba notas a todo correr en un cuaderno con tapas de cuero—. Sabía que todo estaba desbordándose. El detenido cada vez parecía tener menos aguante, me vigilaba en exceso, empezaba a entorpecerme. Suponía que o bien sospechaba algo o se estaba viendo cercado. Hace unas horas, esa presa acudió a mí. La situación había estallado y ya teníamos la prueba que necesitábamos. Carvajal debió pensar que la adicción sería suficiente a estas alturas, que ya estaría dominada, pero se equivocó. Una mujer joven y pelirroja atendía a la enorme reclusa de brazos como troncos de árbol, inyectándole un calmante y ofreciéndole algo de beber. La mujer  temblaba como una hoja a pesar de su tamaño y no cesaba de excusarse y de repetir una y otra vez su versión de los hechos. Al mismo tiempo, otro agente etiquetaba unos frascos de morfina vacíos, los cuáles reconocí como aquellos que me habían sustraído del dispensario. Aparté la vista de Santana y acepté la manta que un agente me puso sobre los hombros. Apenas me había dado cuenta de que la noche había caído y el aire frío del patio entraba por las puertas abiertas que daban al pasillo. Me sostuve en la pared y respiré varias veces, temiendo desmayarme y llamar la atención de todos. Oí declaraciones, la confesión de la presa y las acusaciones contra Mario. Al parecer, suministraba drogas a algunas de las internas con el objetivo de controlarlas por su adicción. Después, conseguía que las trasladaran a un pabellón para enfermas, desde donde era más fácil que les ayudara a escapar. Las utilizaba como peones de ajedrez para robos, amenazas y un sinfín de delitos más que me dejaron boquiabierta. Ahora que le miraba, la verdad es que tenía sentido. Mario era menudo, delgado y no demasiado alto. Sin embargo, la mujer que había testificado parecía una montaña en comparación. Era claro que buscaba un perfil determinado de personas para perpetrar sus planes. Buscaba la fuerza bruta que le faltaba, pero él era el cerebro de todo aquello. Sin querer, volví a mirar a Santana, a aquella «jefa» que había resultado no ser tal. Llevaba la placa identificativa colgando del cuello y todo el mundo le pedía instrucciones. Firmó muchos impresos y se interesó por todo lo que estaba pasando en la habitación al mismo tiempo. Alguno de los alguaciles que tanto pavor fingían ante ella, le saludaban ahora con golpes de hombros, susurros de buen trabajo y alegría por el éxito de la misión. Me miró varias veces, pero no se atrevió a decir nada, ni siquiera a acercarse. Lo último que vi de ella, antes de que un agente se me aproximara para que prestara declaración, fue que iba hacia el corrillo donde mantenían retenido a Mario.
—Doctora Pierce, ¿no es así? —me preguntó el amable agente, pasando las hojas de la libreta—. De padre francés, supongo. Tengo entendido que trabajó usted relativamente cerca del detenido.
 —Es… enfermera —musité, sin voz.—. Y sí, trabajé con él antes de que se fuera al módulo de máxima seguridad. O pensé que trabajaba con él. Yo… ya no sé.
—Bien, cuénteme todo lo que recuerde del detenido desde la primera vez que le vio. Con todo detalle. Por mínimo que este sea, puede ser vital.
*** Conforme Brittany hablaba a unos metros de distancia, Santana no le quitaba los ojos de encima ni un solo momento. Suspiró. Por supuesto, se esperaba aquello, no en vano era parte del procedimiento estándar y ella había estado tan jodidamente cerca del perímetro de Carvajal que habría resultado una torpeza no interrogarla. Pero eso no significaba que tuviera que gustarle. Bastante tenía con intentar por todos los medios ser ella quien se entrevistara a solas con Carvajal, no podía impedir que sus compañeros quisieran la declaración de una enfermera que había compartido clínica y dispensario con ella. Trataría de que Mario no comentara las sospechas —ciertas, en todo caso— que tenía de que entre ella y Brittany había pasado algo. Lo último que quería era meterla más en aquella espiral, y menos aún, que cualquier cosa hiciera dudar sobre la veracidad de la culpabilidad de Carvajal. Ella ya la había perdido, lo tenía muy claro, no albergaba si quiera esperanzas de que le permitiera explicarse, disculparse… aunque lo intentaría. Tenía que conseguir que su nombre se viera relacionado solo como algo circunstancial. Aquella situación no podía salpicar más a Brittany de lo que ya lo había hecho. Estaría dañada a nivel emocional, pero de ella dependía conseguir que en lo profesional saliera indemne. El asqueroso interés de Carvajal en Brittany había beneficiado la misión. Si él no hubiera querido quitarle de en medio, todavía no tendrían las pruebas que necesitaban para detenerle y ella tendría que seguir haciéndose pasar por una reclusa. Ahora todo había pasado. Esa noche dormiría en su casa y metería a ese cabrón entre rejas. Pero no estaba satisfecha. No existía esa sensación de paz interior que le llenaba siempre que eliminaba a alguna rata de las cloacas de la sociedad. Se acercó hacia donde estaba Mario, al que habían sentado en una silla esposado a la espalda. Miraba con desprecio a todos los policías que le custodiaban, pero cuando su mirada tropezó con la de Santana, su semblante fue aún peor.
 —Quiero un abogado —graznó.
 Santana volvió a suspirar, remangándose la chaqueta que se había puesto, demorándose en contestar, sabiendo que aquello sacaba de quicio a los detenidos.
—No me cabe duda —fue su respuesta—. Aunque yo en tu lugar tendría mucho cuidado con lo que dices. Y con los nombres que mencionas a quienquiera que se atreva a defender a un caso perdido como tú. Aparte de todas las acusaciones que tienes demostradas, podemos añadir la falta al código profesional y la negación de auxilio, ¿recuerdas? Estuve muriéndome de fiebre y pensabas ignorarme sin prestarme atención médica. —Se acuclilló frente a él—. Eso añadiría unos saludables años al balneario donde vamos a enviarte, aparte del hecho de que dejarás de ejercer la medicina con un chasquido de dedos. La mirada de Carvajal dejó clara la repulsión que sentía, pero también la compresión. Por supuesto, no podía demostrar que entre Brittany y ese falsa presa había habido algo, sería su palabra contra la de unos respetables ciudadanos, enfermera y agente de policía, nada menos. Giró la cara para mirar a Brittany. Patética y estúpida enfermera de pueblo. Con toda esa piedad por las perras que allí tenían encerradas, tratándoles con cariño, siendo dulce. Y, sobre todo, prefiriendo a esa escoria de López antes que a él. Le había aceptado creyendo incluso que podría ser una criminal convicta de la peor calaña. Si pudiera, si tuviera alguna prueba que pudiera hundirla, hundirlas a las dos, no dudaría en usarla. Pero no era ningún tonto, sabía que utilizarían el despecho para desacreditarle, tomarían sus palabras como una agresión y la mierda que le rodeaba el cuello subiría aún más. Maldita Brittany. Malditos todos. Un tirón repentino le hizo desviar la mirada y volverla al frente. Ahí estaba Santana, con las cejas juntas y la boca apretada en una delgada línea.
 —Aparta los ojos de ella —le susurró, para que el resto no los escuchara—. O estaré encantada de sacártelos.
 —Tampoco es que tú vayas a poder mirarla mucho — escupió Carvajal, repentinamente satisfecho.
— Puede que no consiga joderlas a ambas, pero tu parte ya la has recibido. Jamás te perdonará, y no sabes cuánto me alegro.
Santana se incorporó, en apariencia indolente, aunque un cuchillo de hielo le atravesó las entrañas. Sabía que aquello podía ser cierto. En esos momentos de angustia y desilusión, incluso deseó que el caso no se hubiera resuelto, que algún cabo estuviera suelto o que ni siquiera hubieran logrado la confesión y posterior detención. Si al menos la infiltración hubiera durado un poco más, si hubiera tenido más tiempo para explicarse, para poner a Brittany sobre aviso, para contarle… Pero de nada valía ya pensar en eso. Las cosas se habían dado así. Le tocaba apretar los dientes y tragar, después ya se vería.
 —Por lo menos yo tengo el resto de mi vida para intentarlo —le contestó a Carvajal, girándose después a sus compañeros.
—. Llévenselo.
Mientras Mario Carvajal era custodiado a un coche patrulla por tres agentes, escuchando unos derechos a los que no prestaba atención, Santana se acercó a Brittany, que en ese momento estaba libre de las preguntas de otro de los policías. La vio arrebujada en una manta gris, con el pelo despeinado y los hermosos ojos brillantes y confundidos. Esperaba que al menos alguien le hubiera explicado todo aquello. A fin de cuentas, y por mucho que ella hubiera rechazado las atenciones del médico forense que les acompañaba, el detenido no dejaba de ser un compañero de profesión al que consideraba respetable. Enterarse de toda la verdad debía de haber sido chocante. Se obligó a darse valor y sirvió un café caliente en un vaso de plástico. Le pareció absurdo coger uno de los bollos con glaseado que estaban en la bandeja, dadas las circunstancias, pero le pareció que el líquido humeante y reconstituyente podría ayudarla. Aquel había sido un punto destacable de la cuadrilla policial, el traer víveres para la dura noche que aún les quedaba por pasar. Carraspeó y le tendió el vaso en cuanto la tuvo delante. Ella la miró y por un instante creyó que iba a esbozar una sonrisa. Sacó una temblorosa mano de la manta y tomó el ofrecimiento con un movimiento de cabeza. Santana suspiró, deseando besar esos dedos blancos y fríos, estrecharla contra su pecho y llevársela a casa, donde podría consolarla sin miradas indiscretas.
—No sé ni por dónde empezar —le dijo—. Solo necesito que comprendas… que sepas, que salvo la situación en la que me encontraba, todo lo demás, todas mis palabras, mis sentimientos, mis hechos, todo fue real. No esperaba conocerte, ni que esto pasara. Al principio solo buscaba protegerte, pero después me enamoré de ti y decidí no evitarlo porque habría sido aún peor. Puede que fuera egoísta y sé que te sientes engañada. Confiaste en mí, creyéndome una persona diferente, pensando que era una criminal… y aunque ahora te encuentras con que podría ser más fácil quererme, yo… —suspiró, despeinándose—. Pudiste acercarte a mí antes… ojalá pudieras hacerlo ahora.
Bien, al menos le había escuchado y se estaba bebiendo el café en lugar de tirárselo a la cara. Aquello era bueno… o no. Quizá Brittany solo estaba buscando tiempo para argumentar todos los motivos por los cuales iba a exigirle que se mantuviera alejada de su vida para siempre. El color volvió a sus mejillas conforme el calor del café la fue llenando. Después, le miró.
 —¿De qué es esa marca que tienes? La cicatriz que no querías enseñarme.
Aquella pregunta la dejó momentáneamente en shock, pero teniendo en cuenta lo sucedido, el hecho de que le hablara ya era mucho. No tenía inconveniente en contarle todo lo que quisiera saber.
—Es una baliza de seguimiento. Me la injertaron bajo la piel para tenerme controlada en caso de emergencia — explicó, viendo el asombro en su cara—. No podía tener un micro ni otro tipo de protección o la coartada jamás habría sido creíble. Me la retirarán en cuanto salga de aquí.
Brittany asintió, dejando el vaso vacío junto a una mesita. No tenía ni idea de qué hacer. Tenía sentimientos encontrados. Se sentía tan aliviada… Santana saldría de ahí, era una mujer libre, limpia, no tendría que seguir preguntándose qué habría hecho para estar en prisión. Ella misma, si quería, podía cruzar las rejas del patio y no volver ahí jamás. Pero…
 —Brittany, tenemos que hablar. Por favor, permite que te explique, que te cuente cómo surgió todo. —Dio un paso hacia ella—. Si voy a perderte y a torturarme el resto de mi vida con ello, al menos deja que tenga el consuelo de saber que dije e hice todo lo que podía. Por favor.
—¿Cuándo?
 Santana exhaló un aire que ni siquiera sabía que estaba conteniendo, tomó a Brittany del codo con la mayor suavidad que pudo, distanciándola unos pasos más del corrillo policial que tomaba huellas, interrogaba presas y cogía muestras del dispensario.
—¿Lo dices en serio? —cuestionó, asombrada—. ¿Estás dispuesta a escucharme?
—Quiero hacerlo —susurró ella, agotada, rendida hasta más allá de lo razonable—. Yo también fui parte de todo lo que vivimos y no puedo creer que lo fingieras o lo simularas, por eso quiero escuchar y entender todo esto. La infiltración, la culpabilidad de Mario. Si pude darte la ocasión de escucharte cuando pensé que eras una presa, también debería dártela ahora.
Contenerse fue imposible, de modo que Santana se acercó y la besó en la frente con una dulzura tal, que Brittany acabó desarmada. Se recompuso de inmediato, mirando alrededor, después la miró a ella. Parecía ansiosa, pero también seria y decidida. No había tenido mucha cercanía ni muestras de afecto con ella en aquellos momentos, ni siquiera cuando ella le había mostrado comprensión. Eso, unido a su tono de voz baja hizo pensar a Brittany que algo en esos momentos no estaba bien.
—Hasta que el caso no esté cerrado serás una testigo importante. Pasaste mucho tiempo con Carvajal, tienes el informe de la morfina robada y atendiste a varios de las internas intoxicadas. No puedo tener un trato personal contigo, ni nada semejante durante ese tiempo, o podría afectar a la investigación. Podría creerse que no eres parcial en tus testificaciones y eso podría usarse en nuestra contra para la condena.
Ella asintió, comprendiendo. Por lo que había oído, los crímenes de Mario iban no solo en contra del código profesional al que todo médico juraba ceñirse cuando comenzaba a ejercer, sino también contra la dignidad y el respeto hacia las personas. Había usado a seres humanos con problemas de adicción a las drogas para cometer actos atroces, hundiéndolos aún más en su desesperación. Puede que Brittany estuviera ansiosa por conocer la verdad sobre Santana, por saberlo todo sobre ella, pero de ninguna manera haría nada que pusiera en tela de juicio la culpa de Mario. Aquella mala práctica debía ser castigada. Sus deseos podían esperar un poco más, se dijo, porque no iba a permitir que nada aflojara las cuerdas que ataban el destino que Mario Carvajal había cavado para sí mismo.
 —Entonces esperaremos hasta que el caso se cierre y el culpable pague por lo que ha hecho —declaró—. Y después, hablaremos. —Brittany, te aseguro que trabajaré día y noche si es preciso. No descansaré, no comeré ni viviré hasta que todo esto se aclare en el menor tiempo posible. Espera, por favor… espera y no cambies de opinión. Debes creerme, debes confiar en mí incluso cuando más dudes, yo…
—¡Subinspectora! —le interrumpió una voz—. El inspector jefe le necesita para que firme los papeles de término del servicio y para que dé su testimonio.
—Anda, vete —le dijo Brittany, esbozando una sonrisa cansada.
 Qué extraño le resultaba ver a Santana llevando aquella placa, deambulando libre por los pasillos, pasando ante los alguaciles sin que estos se movieran. No sabía cuánto tiempo pasaría hasta poder tenerla otra vez así de cerca, pero el primer paso para cerrar ese caso era que ella prestara declaración y finalizara la misión de forma oficial y por escrito. De manera que todo lo que podía hacer era darse la vuelta y pasar a la oficina de los alguaciles, que había sido tomada por las fuerzas del orden. Cuando cruzó el umbral, algunos de los encargados salieron y otros le miraron con curiosidad. Siempre supieron que había algo de particular con esa presa, pero ninguno podía siquiera imaginar lo que había resultado ser.
López tomó asiento ante su superior y comenzó por el principio, justo en el momento en que Brittany era escoltada fuera de la prisión, donde esperaba un coche oficial que la acompañaría hasta su casa. No pudieron decirse adiós.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 05, 2016 8:21 pm

Capitulo 21

 Siempre era difícil volver a la vida real después de una infiltración especialmente dura y larga. Santana lo sabía bien, no por nada era la agente que más veces había trabajado de infiltrada, motivo que le había valido un ascenso meteórico a subinspectora. No tenía problema en ausentarse de su casa y convertirse en otra persona, y tampoco le importaba si la misión se complicaba y resultaba más larga de lo que en un principio le habían dicho. Nadie le esperaba al volver, así que no tenía prisa en cruzar su umbral y retomar las cosas tal como las había dejado. Hasta ese momento. Ahora todo era diferente. Conocer a Brittany había alterado su ritmo de vida y se había sorprendido a sí misma encontrándose tensa, nerviosa y desesperada por dar carpetazo a un caso importante al que había dedicado muchas semanas. Solo porque, en teoría, cerrar ese asunto la dejaría libre para poder hablar con ella, aclararle las cosas y ver si quedaba algo que salvar después de lo vivido. Las primeras horas una vez estuvo fuera de Caños de Sal se sucedieron rápido, como siempre. Presentó los informes, firmó las declaraciones, contestó preguntas e ingresó en la sala de cuidados de la comisaría para que le retiraran la baliza de seguimiento y le efectuaran análisis de distintos tipos para confirmar que su salud era adecuada después del confinamiento. El psicólogo le hizo el test acostumbrado después de cada infiltración y Santana respondió de memoria a todas aquellas cuestiones que ya se sabía. No mintió, pero tampoco pudo decir de verdad todo lo que sentía. Lo primordial era que nada obstruyera el caso, que nada pusiera en tela de juicio la culpabilidad de Mario Carvajal sujetándose a alguna confraternización inadecuada durante el operativo. Cuando todo estuvo listo, volvió a su casa, metió la llave en la cerradura, abrió la puerta y dejó la maleta en el suelo. Santana pasó sus primeras horas de libertad abriendo las ventanas y subiendo las persianas de todo el apartamento, sintiéndose agobiada al recordar la celda donde había tenido que vivir. Se duchó con agua caliente durante cerca de media hora y durmió. La primera noche, con la luz del pasillo encendida, solo para recordarse que ya no estaba en el penal, donde los horarios de las presas habían regido su vida, obligándola a vivir tal como ellas lo hacían. Era una mujer fuerte, ya había pasado por aquello en otras ocasiones, pero su mente estaba demasiado colapsada por lo que pasaría después, por lo que pudiera estar pensando Brittany en aquellas primeras horas, cuando digiriera la verdad, cuando fuera consciente de que la jefa de la que se había enamorado, era en realidad una policía encubierta de la que apenas sabía nada. Puede que los días en que no pudieran verse ni hablar bastaran para hacerla sentir que nada de aquello tenía sentido, ¿qué opciones tenía Santana, realmente? Solo esperar a que Brittany decidiera mantenerse firme en su idea principal de darle opción a explicarse, solo rezar, como nunca antes en su vida había hecho —ni siquiera cuando esta corría peligro—, para contar con el tiempo a su favor. De modo que pasó su primera noche en casa mirando el techo y fumando distraídamente dentro del dormitorio, algo que nunca había hecho, pero que deseaba solo para reiterarse que podía. «Todo ha terminado», se dijo a sí misma. «Supéralo de una vez.» Se quedó dormida sin saber si se refería al caso o a su relación con Brittany. Durante los días que siguieron, su rutina prosiguió inalterable. Dedicaba al trabajo más horas de las que eran recomendable y se negó en rotundo a tomarse la baja para descansar que sus superiores le habían propuesto. Se acostaba tarde y pasaba gran parte de la noche releyendo informes y asegurándose de que todas las declaraciones de los testigos estuvieran bien sujetas. Llegó a llamar tanto al fiscal que este terminó por amenazarle con dejarle fuera del juicio si seguía insistiendo. ***
El otoño pasó y diciembre avanzó hasta su segunda quincena antes de que el caso del, ahora ex doctor, Mario Carvajal fuera visto para sentencia y declarado culpable por robo, estafa y tentativa de homicidio en primer grado, debido a las ingentes cantidades de morfina y heroína sin diluir que estaba suministrando a sus pacientes recluidas. Además, durante la vista se descubrió que tenía otros pequeños delitos acumulados en su haber, así como documentos oficiales que no estaban en vigor. La pena fue considerable. Jamás volvería a ejercer la medicina. Santana dejó la chaqueta en el respaldo de la silla del despacho y suspiró. Puso la carpeta sobre el estante y tocó con los dedos la huella roja que el cuño había dejado al estampar las palabras «cerrado» en la tapa. El día anterior, Carvajal había sido llevado a prisión y ahora podían por fin archivar todo lo relacionado con el caso. Al fin podría volver a su vida normal, si es que algún día lograba habituarse a no estar conferida a las normas del penal. Volver a casa tras una infiltración duradera siempre le costaba varias semanas de inquietud, insomnio y malestar. Nunca sabía si estaba sola, a salvo o tranquila. Le costaba reconciliar su casa con el lugar al que volvía, y sabía que todavía tardaría un poco en poder hacerlo. El ambiente en la comisaria era ya festivo. Por todas partes se oían al mismo tiempo las felicitaciones por el caso concluido y los planes que se tenían para las fiestas que se acercaban. Ella, a no ser que las cosas cambiaran, pensaba ofrecerse voluntaria para cubrir algún servicio en Navidad. Si tuviera que estar sola en su casa, dando vueltas a la cabeza y rememorando lo perdido, temía volverse loca. Que se fueran de vacaciones aquellos que tenían hijos, maridos o esposas. Los que habían ahorrado para esquiar, volver a sus pueblos o sentar a treinta familiares a la mesa. En cuanto a ella… ¿Qué tenía ella en claro? Brittany no había dado señales, ella no había podido ponerse en contacto con ella y había pasado más de un mes desde su breve conversación en la cárcel. Ahora todo estaba aclarado y tal como había prometido no había cejado en el empeño y había trabajado de sol a sol, deslomándose y dando al caso de Carvajal prioridad máxima para resolverlo a la mayor brevedad. Todo había pasado, pero ya no sabía con qué iba a encontrarse. No tenía claro qué hacer. ¿Debía buscarla? ¿Debía esperar a que ella lo hiciera antes? ¿Darle más tiempo o no darle ninguno? ¿Se habría enfriado ya el calor de aquel café de máquina que ella había tomado en la cárcel y con cuyo gusto en los labios le había dicho que esperaría?
—¿Subinspectora?
Santana se sobresaltó y se dio la vuelta para mirar hacia la puerta. No recordaba haberla dejado abierta, pero también era cierto que había puesto el informe en el estante y volvía a tenerlo en las manos, no podía confiar en sí misma esos días. Lo dejó y miró al agente que tenía enfrente.
—Las presas afectadas por el exceso de morfina ya han sido trasladadas a la unidad para adicciones del penal, seguirán cumpliendo condena allí con un régimen de seguridad alto y consideraciones por su colaboración policial —explicó.
—Bien. Me alegro. Esperemos que puedan superarlo. Eso era todo lo que quedaba pendiente, yo misma archivaré los ingresos si quiere, agente. Váyase a casa y empiece a desenredar las lucecitas del árbol.
—Muchas gracias, subinspectora, pero, ¿va a seguir trabajando? ¿Tan cerca de Navidad?—Al ver que Santana se encogía de hombros, el joven agente le miró.
— Pues entonces debería avisar a su amiga, la está esperando desde hace un buen rato en la salita de café.
 A veces las personas tenían intuiciones, y en aquel momento, Santana tuvo una. Por eso no necesitó preguntar a qué amiga se refería el agente. Salió del despacho apresuradamente y recorrió el pasillo intentando evitar que la detuvieran con felicitaciones, palmaditas o buenos deseos navideños. Esquivó la máquina de agua y a un par de compañeros que charlaban en mitad del pasillo sobre las entradas conseguidas para el último partido de la temporada de no sé qué deporte. Abrió la puerta del off ice y entró. Brittany estaba allí, llevaba un vestido de un gris azulón muy favorecedor que le caía hasta las rodillas. Sus mejillas estaban enrojecidas y se retorcía las manos con nerviosismo. Cuando la miró, sonrió, pero no se acercó.
—Lo oí en las noticias. —explicó.
—Acabamos de recibir los papeles sellados por el comisario —graznó Santana, con una voz que no parecía la suya—. El caso ha quedado oficialmente cerrado esta mañana a primera hora. —Se acercó lo que las rodillas temblorosas la dejaron—. Yo… no sabía si debía llamarte o si me mandarías a la mierda. Se alargó, ha pasado tiempo, tenemos tanto de qué hablar, tengo tanto que explicar… Brittany se acercó a ella y le cogió la mano. Entrelazaron sus dedos y permanecieron en silencio durante unos momentos oyendo solo de pasada el trasiego de la comisaría. Esta vez, cuando ella habló, lo hizo con voz segura y calmada.
 —He tenido mucho tiempo para pensar y para decidir. Es cierto que debemos decirnos muchas cosas. No puedo ni imaginarme lo que ha debido ser para ti estar encerrada entre criminales sin haber hecho nada, sin poder contar la verdad, dejando que creyeran lo peor de ti, el sufrir malos modos y tratos incómodos cuando únicamente estabas ahí para cumplir con tu deber. Para salvar vidas.
—Bueno… —Apretó su mano, temiendo que la retirara.
 — No todo fue tan malo, la verdad.
—Me confesaste todo en cuanto te fue posible, y si bien me sentí engañada en un principio, ahora he comprendido que de haber sabido la verdad en su momento, probablemente te habría estorbado o lo habría echado todo a perder.
—Jamás te habría puesto en peligro de ese modo, Brittany. Nunca. Y de haber podido, aunque me rasgara por dentro, incluso habría intentado que te trasladaran a otro lugar para que no te vieras envuelta en nada de lo que pasó.
 —Lo sé. —Con la mano que tenía libre, Brittany le acarició el brazo—. Sé que has hecho lo indecible por protegerme, y que es la razón por la que tras dar declaración no tuve siquiera que acudir a la vista. Intento decirte que, si bien quiero escucharte y que me cuentes todo, creo que merecemos una oportunidad.
Santana parpadeó varias veces, mirándola sin apenas creer lo que oía. Tenía claro que quería contarle y explicarle todo, desde por qué había aceptado la infiltración hasta todo lo que había sucedido después. Si hacía falta le repetiría su declaración oficial, y después le hablaría de cómo ella, con su inocencia y dulzura, se le había ido metiendo en la piel cada día un poco más. Le diría que amaba su piedad y su compresión. Y de ser necesario, le suplicaría en todos los idiomas creados por el hombre.
 —¿Estás hablando en serio?
 —No mentí cuando dije que te quería —respondió ella —. Y soy lo bastante lista como para saber cuándo algo vale la pena. Siempre supe que tú la valías.
—Brittany… si me aceptas ahora, te aseguro que no habrá manera de que te libres de mí el resto de tu vida. —Se atrevió a acercar su brazo libre hasta rodearla por la cintura—. Has hecho que me enamore de ti como una tonta y si tú quieres, pagarás por ello pasando el resto de tu vida conmigo.
Con una sonrisa, Brittany acabó con la distancia que las separaba y se lanzó a sus brazos, dejando que la envolviera con toda su fuerza, sintiendo por fin la paz, la calma y el amor que únicamente había experimentado en su vida cuando había estado en los brazos de Santana. Ahora poco le importaba cómo se habían conocido, de qué forma había surgido su relación. ¿Acaso no eran especiales y difíciles al mismo tiempo las vidas de todas las parejas? Lo que contaba, lo que de verdad tenía importancia, era que ambas estaban seguras la una de la otra. ¿Acaso no había dicho una vez que las princesas no siempre estaban en los castillos? Parecía que la suya se dedicaba a un honroso servicio público, llevaba placa y pistola. No parecía una mala opción.
—¿Está en disposición de hacerme cumplir con esa sentencia, agente? —Sonrió, acariciándole la mejilla.
 —¿Qué puedo decir? Ese es mi trabajo. Después de todo, soy una mujer de ley.
—¿Pasarás la Navidad conmigo? —susurró Brittany, sintiendo cómo ella la alzaba de las caderas, poniéndola de puntillas hasta que sus narices se acariciaron y sus labios se abrieron—. ¿Y lo que sea que venga después?
—Nada podría impedírmelo, Brittany.
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Finalizado Re: Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 05, 2016 8:22 pm

Capitulo  22

 Ya sonreía cuando abrió la puerta, frotándose las manos heladas contra las mangas de la chupa. Caballerosamente, se hizo a un lado, dejando entrar a una Brittany que tenía las mejillas arreboladas por el frío de diciembre y el pelo enredado a causa del viento. Habían estado hablando durante horas, hasta que el guardia de seguridad nocturno llegó a comisaría y las miró con suspicacia. Después fueron a cenar, y ahora, estaban allí. Parecía que separarse no fuera una opción.
—Pasa, ponte cómoda. —Apartó la maleta de un puntapié y dejó las llaves sobre la encimera—, ¿quieres café o algo?
Brittany echó un vistazo alrededor, evaluando la cantidad de desorden que se acumulaba por las esquinas. Al apreciar la maleta, todavía cerrada, alzó una ceja con suspicacia.
 —No he tenido tiempo de hacer una limpieza a fondo.
 —¿Desde que te mudaste?
A su pesar, Santana sonrió. Tenía un par de marcos de fotos que todavía mostraban la imagen de los modelos que había colocado la tienda. No era una mujer de detalles, eso era verdad.
—¿Valorando si la casa reúne las condiciones de salubridad, doctora?
—Es enfermera. —Brittany hizo un gesto con la mano—. Déjalo. Creo que sería más fácil sacarme el doctorado que seguir explicándolo.
Con una risa que le nació del mismo centro del pecho, Santana se aproximó, mirándola con los ojos brillantes de un anhelo que era idéntico al de aquella primera noche en la enfermería de la prisión. Como un gesto aprendido, cogió las manos de Brittany entre las suyas, balanceándolas un poco, sintiéndose torpe e inexperta porque ella no era como todas las demás y se jugaba mucho con cada paso que daba.
—Ahora no hay ningún secreto entre nosotras.
 —Nunca sentí que lo hubiera. Como te dije antes, no creo que me mintieras.
—Intentaba protegerte, esa es la verdad.
—Lo sé. —De haberlo dudado, no estaría ahí con ella.
— Supongo que ahora tenemos todo tipo de posibilidades, ¿no?
 —Podemos ir a donde quieras y hacer cualquier cosa que queramos, sí.
Pero aunque Santana le sonrió, Brittany supo que no todo era tan fácil. Parecía cansada, estaba un poco pálida y había perdido algo de peso desde la última vez que ella la había visto. Con cariño, tiró de sus manos unidas hasta que ambas tomaron asiento en un sofá de cuero negro que presidía la sala de estar. Ella le prestó toda atención, pero resultó evidente que no estaba tan tranquila como aparentaba.
—¿Cómo es? —cuestionó ella, midiendo las palabras con cuidado—. Hacer algo así y luego dejarlo para seguir tu vida donde estaba.
 —Brittany… no tenemos que hablar de esto ahora, acabamos de reencontrarnos.
—Por eso precisamente. No más secretos, ¿recuerdas? Quiero conocerte, conocerte de verdad. Agobiada de pronto, Santana soltó las manos que ambas tenían entrelazadas y se las llevó a la cara, apartándose el pelo de la frente y exhalando un suspiro. Desde un principio había tenido claro que deseaba dejar a Brittany fuera de todo aquello, y su fracaso no había podido ser mayor. Había acabado relacionada con el principal sospechoso, al tiempo que unida a ella, que era la agente infiltrada en el caso. Por más que hubiera querido, mantenerla alejada no iba a ser una opción. Lo que no esperaba, desde luego, es que ella buscase más conexión una vez todo hubiera terminado. Estaba preocupada por ella, le costó entenderlo, pero era una verdad innegable cuando aquellos ojos azules le miraban con ternura y paciencia, animándole a hablar, pero sin forzarle a hacerlo. Ningún gesto podría haber significado más para ella.
 —No es la primera vez que me infiltro —explicó, buscando por dónde comenzar—, de hecho, suelo ofrecerme como voluntaria. Tengo experiencia y soy bastante hábil en situaciones de riesgo. Me manejo bien.
—Veo que la modestia no forma parte de tus dones.
Santana le sonrió de medio lado, encogiéndose de hombros.
 —Tienes que saber improvisar. No siempre los de arriba están ahí para sacarte del lío, suele haber desconfianzas casi siempre. Al principio de todos los protocolos, sospechan que eres un infiltrado. Tienes que conseguir que te crean como sea. —La miró con intención —. A veces hay que hacer cosas desagradables.
—Lo entiendo. Pero prefiero no saberlo.
Ella asintió, porque prefería no contarlo. Al menos no en ese momento.
—Como te decía, no era mi primera vez. Es fácil que me ofrezca porque no tengo familia, mujer o hijos de los que separarme durante meses. Es duro para los compañeros que dejan personas atrás, la concentración no es la misma, se desesperan cuando el tiempo pasa, necesitan contactar con ellos.
—Y eso puede poner en riesgo la misión y sus vidas.
 —Exacto. —Santana suspiró.
— La vuelta a casa es difícil. Podrías pensar que se siente un gran alivio cuando abren la celda y te dejan ponerte tu propia ropa interior, pero lo cierto es que pasa tiempo hasta que logras ser tú misma otra vez.
 —¿Algo así como los soldados que vuelven de la guerra?
—Algo así, sí.
 Brittany barrió la sala con la mirada, aquella maleta aún hecha, las tazas amontonadas en el friegaplatos, la despensa vacía y la capa de polvo que cubría los muebles. Santana estaba en casa, pero no era así como se sentía. Consternada, alargó la mano para acariciarle la sien, sintiendo cálida la piel bajo sus dedos y cómo el efecto de su roce calmaba el ceño fruncido que se le había instalado en su rostro.
 —¿Ha sido más duro esta vez que las anteriores?
—Hice básicamente lo mismo, trabajar a todas horas, acostarme tarde, realizar rondas revisando cada pasillo y bajo las camas. —Sonrió, sin mirarla—. Nunca había sentido tanta ansiedad por acabar, tanto deseo por terminar un caso y que todo se acabara.
Santana giró la cara para poder observar a aquella mujer de la que se había enamorado en la peor circunstancia posible. A su pesar, sonrió. ¿Acaso el amor pedía permiso cuando decidía llegar? Nunca había lamentado ser el voluntaria que cogía la maleta y salía de casa sin pesar, sin dejar nada atrás. Pensar que esos días estuvieran por terminar le llenaba de una paz inmensa que no recordaba haber sentido nunca.
 —Temía que no me esperaras —le susurró, encogiéndose de hombros—, creo que nunca he estado tan asustada.
 —Como si hubiera podido seguir adelante sin ti — contestó Brittany, con la mirada perdida en los ojos de Santana.
 —Me quisiste cuando era difícil, cuando no sabías lo que podía haber hecho.
 —Y no me arrepiento de dejarme llevar. — Entrelazando de nuevo los dedos, Brittany le sonrió.—Aunque no seas una princesa y tu castillo necesite con urgencia la mano de una mujer.
 —Entonces es una suerte que estés aquí.
 Dejando escapar una carcajada, Brittany tomó impulso y se acomodó sobre las caderas de Santana, que rápidamente la envolvió pegándola a su cuerpo, que comenzaba a llenarse de calidez gracias a ella. Sus frentes se rozaron y los labios de ambas se buscaron, pero el beso no llegó.
 —¿Me quieres entonces? —cuestionó Santana, presionando la parte de piel expuesta de la espalda de Brittany con los dedos.
— ¿Ahora que es más fácil? te quiero, subinspectora López, ¡qué remedio!
—Tienes razón, no te queda más opción que quererme. He prometido pasar la Navidad contigo.
Con un suspiro de fingida resignación, Brittany volvió a recorrer la estancia con la mirada. Habría que hacer algo con esa maleta, se dijo. Por fortuna, el tiempo había dejado de estar contado para ambas. Ser consciente de ello, la hizo sonreír ampliamente.
—¿En qué estás pensando? —murmuró Santana, besando su barbilla para tentarla.
 —En la Jefa. —Brittany suspiró, dejando vagar sus recuerdos por aquellos pasillos oscuros de la prisión.— ¿Por qué ese nombre? Desde que supe la verdad, he querido preguntártelo.
—¿En serio? ¿Ahora? —Santana se acomodó en el sofá, con ella todavía en el regazo—. En realidad no es una historia demasiado rocambolesca. Necesitaba un alias que infundiera cierto respeto tanto entre el personal como con las demás reclusas, que me diera cierto protagonismo y me hiciera ver fuerte ante el resto.
—¿Para que te temieran?
—Había tenido pruebas de ello, desde luego—, o para que se acercaran a ti en caso de tener algo que contar.
—Exacto. —Santana le tocó la nariz con la punta del dedo—. Los alguaciles estaban enterados, por supuesto. Pero debían actuar ante los demás. Si se me consideraba una presa con cierto poder, las otras recurrirían a mí para confesar ciertas cosas. Era cuestión de tiempo. Así que el temblor de los encargados, los gestos de las reclusas al apartarse al paso de la Jefa y todas las demás muestras de inquieta soberanía que Santana había dado, tenían una clara razón de ser. Desde luego, Brittany lo había imaginado una vez estuvo al corriente de la infiltración, pero aquellos días previos a volver a verse, a poder estar juntas, la necesidad de saber más había hecho mella en ella. Se había enamorado de la jefa, era cierto, necesitaba reconciliarse con el personaje que le había mentido y hecho nacer en ella el amor, para poder entregárselo a la mujer a la que ahora era libre para querer sin ataduras ni prohibiciones. En su fuero interno, elevó un agradecimiento mudo a aquella mujer de rostro molesto y mirada fría que se había sentado ante ella en la enfermería dispuesta a recibir el primer pinchazo contra la gripe. Sonrió. Qué lejos había llegado con su obsesión de descubrir los misterios que entrañaba la Jefa. No se arrepentía.
—¿Brittany? —Santana la sacó de sus cavilaciones—, ¿y ahora en qué piensas?
—En que necesitas un árbol. —No era mentira, al fin y al cabo.
 —Supongo que es plausible añadir uno a la decoración claramente de mi piso. —Ella se rascó la cabeza pensativa—, pero sin demasiados colores.
—También habría que pensar en unas fotos algo más personales para esos marcos.
 —Me parece bien.
Brittany le envolvió el cuello con los brazos, dejando que su sonrisa iluminara el rostro de la mujer  con la que acababa de decidir compartir el resto de su vida.
 —Tengo muchos más detalles en la lista, lo sabes, ¿no?
—Creo que podremos ocuparnos de eso mañana, ¿no te parece? —Una caricia a su melena bastó para sentirla temblar entre sus brazos.
— Tenemos tiempo.
—Sí, Santana.
Estar conforme con algo nunca fue tan sencillo.
— Tenemos todo el tiempo del mundo.
El beso por fin se consumó, y esta vez no hubo nada que pudiera interrumpirlo.

Fin……..
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Mensaje por 3:) Vie Ago 05, 2016 9:17 pm

Ya termino en serio???
Bueno ahora sabemos el por que san no decia mucho de su vida...
Bueno san omitió por una muy buena causa...
Bueno san esta afuera y tienen su vida... Ahora nadies nas va a separar eso es seguro...
Gracias por la historia!
3:)
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Mensaje por JVM Sáb Ago 06, 2016 2:53 am

Pensé que su secreto sería algo malo, lo bueno es que no y aje terminaron agarrando al doctorcito ese.
Y que Britt comprendió la situación en la que se encontraba San. Como bien le dijo la situación si fue fingida pero sus sentimientos no y el resultado es que están juntas para empezar una vida nueva :3
Gracias por la historia!
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Mensaje por micky morales Sáb Ago 06, 2016 8:16 am

gracias, gracias, gracias ha resultado increible esta historia, mejor imposible!!!! Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 2145353087 Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 2145353087 Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 2145353087 Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 2145353087 Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 2145353087 Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 2145353087 Brittana: <<LA JEFA>> (ADAPTACION)  - Página 2 2145353087
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