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[Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
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marthagr81@yahoo.es
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[Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
Conformada por 79 capitulo y Epilogo
Para todos aquellos que alguna vez han luchado por alguien o algo en lo que creían
PRÓLOGO
Muchas veces en mi vida he tenido la impresión de que que sobro, de que estoy fuera de lugar en el peor sentido posible. Mi madre lo intentaba, lo intentaba con todas sus fuerzas, pero no era suficiente. Trabajaba demasiado. Dormía durante el día porque se pasaba toda la noche en pie. Trish lo intentaba, pero una niña, y más una niña perdida, necesita a su padre.
Yo sabía que Ken Pierce era un hombre atormentado, un hombre sin pulir que aspiraba a ser alguien y al que nunca le impresionaba nada de lo que hacía. La pequeña Brittany
La niña que trataba patéticamente de impresionar a aquel señor alto cuyos gritos y tambaleos inundaban el reducido espacio de nuestra casucha de mierda— estaría encantada ante la posibilidad de que aquel hombre tan frío no fuera su padre.
Suspiraría aliviada, cogería su libro de la mesa y le preguntaría a su madre cuándo iba a venir Christian, el señor agradable que le hacía reír y que le recitaba pasajes de libros antiguos.
Pero Brittany Pierce, la mujer adulta que lucha contra la adicción y la rabia heredada del vergonzoso padre que le fue impuesto, está furiosa de la hostia.
Me siento traicionada, confundida y cabreada de cojones. No tiene sentido. No es posible que este típico culebrón televisivo de padres intercambiados me esté pasando a mí en la vida real. Recuerdos que había enterrado resurgen a la superficie.
A la mañana del día siguiente de que una de mis redacciones fuese seleccionada para el periódico local, oí cómo mi madre decía con orgullo y ternura al teléfono: «Sólo quería que supieras que Brittany es brillante. Como su padre».
Eché un vistazo al pequeño salón. El hombre de pelo oscuro que estaba inconsciente en el sillón con una botella de licor marrón a sus pies no era brillante. «Es un puto desastre», pensé al ver que se despertaba, y mi madre colgó rápidamente el teléfono.
Hubo numerosas situaciones de este tipo, demasiadas como para contarlas, y yo era demasiado estúpida, demasiado joven para entender por qué Ken Pierce era tan distante conmigo, por qué nunca me abrazaba como solían hacerlo los padres de mis amigos con sus hijos. Jamás jugaba al béisbol conmigo ni me enseñó nada más que cómo ponerse ciego de alcohol.
¿Pasé por todo aquello para nada? ¿De verdad Christian Vance es mi padre real?
La habitación me da vueltas. Miro fijamente al hombre que supuestamente me engendró y algo en sus ojos verdes y en la línea de su mandíbula me resulta familiar. Veo cómo le tiemblan las manos al apartarse el pelo de la frente y me quedo helada al darme cuenta de que yo estoy haciendo exactamente lo mismo.
AMOR INFINITO
Para todos aquellos que alguna vez han luchado por alguien o algo en lo que creían
PRÓLOGO
Brittany
Muchas veces en mi vida he tenido la impresión de que que sobro, de que estoy fuera de lugar en el peor sentido posible. Mi madre lo intentaba, lo intentaba con todas sus fuerzas, pero no era suficiente. Trabajaba demasiado. Dormía durante el día porque se pasaba toda la noche en pie. Trish lo intentaba, pero una niña, y más una niña perdida, necesita a su padre.
Yo sabía que Ken Pierce era un hombre atormentado, un hombre sin pulir que aspiraba a ser alguien y al que nunca le impresionaba nada de lo que hacía. La pequeña Brittany
La niña que trataba patéticamente de impresionar a aquel señor alto cuyos gritos y tambaleos inundaban el reducido espacio de nuestra casucha de mierda— estaría encantada ante la posibilidad de que aquel hombre tan frío no fuera su padre.
Suspiraría aliviada, cogería su libro de la mesa y le preguntaría a su madre cuándo iba a venir Christian, el señor agradable que le hacía reír y que le recitaba pasajes de libros antiguos.
Pero Brittany Pierce, la mujer adulta que lucha contra la adicción y la rabia heredada del vergonzoso padre que le fue impuesto, está furiosa de la hostia.
Me siento traicionada, confundida y cabreada de cojones. No tiene sentido. No es posible que este típico culebrón televisivo de padres intercambiados me esté pasando a mí en la vida real. Recuerdos que había enterrado resurgen a la superficie.
A la mañana del día siguiente de que una de mis redacciones fuese seleccionada para el periódico local, oí cómo mi madre decía con orgullo y ternura al teléfono: «Sólo quería que supieras que Brittany es brillante. Como su padre».
Eché un vistazo al pequeño salón. El hombre de pelo oscuro que estaba inconsciente en el sillón con una botella de licor marrón a sus pies no era brillante. «Es un puto desastre», pensé al ver que se despertaba, y mi madre colgó rápidamente el teléfono.
Hubo numerosas situaciones de este tipo, demasiadas como para contarlas, y yo era demasiado estúpida, demasiado joven para entender por qué Ken Pierce era tan distante conmigo, por qué nunca me abrazaba como solían hacerlo los padres de mis amigos con sus hijos. Jamás jugaba al béisbol conmigo ni me enseñó nada más que cómo ponerse ciego de alcohol.
¿Pasé por todo aquello para nada? ¿De verdad Christian Vance es mi padre real?
La habitación me da vueltas. Miro fijamente al hombre que supuestamente me engendró y algo en sus ojos verdes y en la línea de su mandíbula me resulta familiar. Veo cómo le tiemblan las manos al apartarse el pelo de la frente y me quedo helada al darme cuenta de que yo estoy haciendo exactamente lo mismo.
Última edición por marthagr81@yahoo.es el Vie Sep 16, 2016 9:02 am, editado 18 veces
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
Mmmmm a ver como reacciona britt después de shock de enterarse la verdad!!
A ver como van las cosas!!!
A ver como van las cosas!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
sigo en schock!!!! el p.... ken no es su padre es vance!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
Pues falta ver porque le oculto la verdad Trish a Britt, no entiendo si estaban sufriendo con Ken y veía que no la trataba bien, porque no decirle la verdad., siendo que de de esa relación surgieron muchas cosas malas para ella ....
En fin haber que hace Britt ahora que sabe la verdad, y sigo deseando que le permita a San estar a su lado en este momento.
En fin haber que hace Britt ahora que sabe la verdad, y sigo deseando que le permita a San estar a su lado en este momento.
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
3:) escribió:Mmmmm a ver como reacciona britt después de shock de enterarse la verdad!!
A ver como van las cosas!!!
Pues creo que no se, pero no muy bien, conociendola, y que ha estado conteniendo la ira, sin ayuda profesional, se ha esforzado mucho pero creo que esta es la gota que derramo el vaso. Preparate para el stress. por favor no quiero llamarte 3:), se que te llaman lu, pero confirmamelo please, o me confirmas que quieres que te siga llamando por tu seudonimo o nickname ok. saludos
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
micky morales escribió:sigo en schock!!!! el p.... ken no es su padre es vance!!!!!
Hola MIcky, pues yo tambien estoy super shoqueada y te cuento asi vamos a permanecer por un rato, espero que tomes algo contra el stress, un te o algo, asi como yo lo hago. Preparate, lo bueno es que con esta adaptacion termino la historia, no creo que de para mas.
Saludos. y creo que Ken si es su padre, creo que es mas padre el que cria que el que engendra. Aunque vas hizo su esfuerzo por estar a su lado, pero Trish fue tan estupida en mi opinion, pero bueno el daño ya esta hecho.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
CAPÍTULO 1
Santana
—Eso es imposible.
Me levanto, pero al instante vuelvo a sentarme en el banco al sentir que el césped parece moverse bajo mis pies de manera inestable.
El parque se está llenando de gente; de familias con niños cargados de globos y regalos a pesar del frío que hace.
—Es verdad. Brittany es hija de Christian —dice Kimberly con sus ojos azules brillantes fijos en un punto.
—Pero Ken... Brittany es clavada a él.
Recuerdo la primera vez que vi a Ken Pierce, en una yogurtería. Supe de inmediato que era el padre de Brittany; su cabello oscuro y su estatura me llevaron en el acto a esa fácil conclusión.
—¿Tú crees? Yo, aparte del color del pelo, no les veo el parecido. Brittany tiene los ojos de Christian y la misma estructura facial.
«¿En serio?» Me cuesta visualizar los tres rostros. Christian tiene pecas, como Brittany, y los ojos de color aunque los de Brittany son azules como el cielo..., pero esto no tiene sentido: Ken Pierce es el padre de Brittany; ha de serlo. Christian
parece tan joven comparado con Ken... Sé que son de la misma edad, pero el alcoholismo de este último causó estragos en su aspecto. No deja de ser un hombre atractivo, pero salta a la vista que el licor lo ha envejecido.
—Esto es...
Me cuesta encontrar las palabras, y también el aire. Kimberly me mira como disculpándose.
—Lo sé. Me moría por contártelo. Detestaba tener que ocultártelo, pero no me correspondía a mí revelarlo.
Coloca la mano sobre la mía y me la aprieta suavemente.
—. Christian me prometió que, en cuanto Trish le diera permiso, él mismo se lo contaría a Brittany.
—Es que... —Inspiro hondo—. ¿Es eso lo que está haciendo Christian? ¿Se lo está contando a Brittany en este momento?
Me levanto de nuevo y dejo caer la mano de Kimberly.
—. Tengo que ir con ella. Va a...
Ni siquiera puedo imaginar la reacción de Brittany ante esa noticia, especialmente después de haber sorprendido a Trish y a Christian juntos anoche. Esto será demasiado para ella.
—Así es. —Kim suspira—. Trish no estaba del todo de acuerdo, pero según Christian empezaba a dejarse convencer, y las cosas se estaban desmadrando.
Mientras saco mi teléfono, mi único pensamiento es que no me cabe en la cabeza que Trish le ocultase esto a Brittany. La tenía en mucha mejor consideración como madre, y ahora me da la sensación de que no conozco a esa mujer.
Cuando ya tengo el móvil pegado a la oreja y la línea de Brittany empieza a sonar,
Kimberly dice:
—Le dije a Christian que debíais estar juntos cuando fuese a contárselo, pero Trish le aconsejó que estuvieran a solas si lo hacía...
Kimberly aprieta los labios, echa una ojeada al parque y después levanta la vista al cielo.
Me salta el tono monótono del buzón de voz de Brittany. Llamo de nuevo mientras mi amiga aguarda en silencio, pero sólo consigo que el buzón de voz salte por segunda vez. Me meto el móvil en el bolsillo trasero y empiezo a retorcerme las manos.
—¿Puedes llevarme hasta ella, Kimberly? Por favor.
—Sí. Por supuesto. —Se pone de pie y llama a Smith.
Al ver al pequeño corriendo hacia nosotras con lo que sólo puedo describir como andares de mayordomo de dibujos animados, de repente caigo en el hecho de que Smith es hijo de Christian... y hermano de Brittany.
Brittany tiene un hermanito. Y entonces pienso en Ryder... ¿Cómo afectará esto a
la relación entre Ryder y Brittany? ¿Querrá Brittany tener algún contacto con él ahora que no los une ningún vínculo familiar? Y ¿qué pasa con la dulce Karen y su deliciosa repostería? Y ¿con Ken?
¿Qué pasa con el hombre que tanto se está esforzando por enmendar la terrible infancia de una niña que no es su hija? ¿Sabe que no es su padre? Me va a estallar la cabeza y necesito ver a Brittany.
Necesito asegurarme de que sepa que estoy aquí para ella, y que superaremos esto juntas. No puedo ni imaginarme cómo debe de sentirse en estos momentos; debe de estar terriblemente agobiado.
—¿Smith lo sabe? —pregunto.
Al cabo de unos instantes de silencio, Kimberly responde:
—Creíamos que sí por cómo se comporta con Brittany, pero nadie se lo ha dicho.
Siento lástima por Kimberly. Ya ha tenido que enfrentarse a la infidelidad de su pareja, y ahora esto. Cuando el pequeño llega junto a nosotras, se detiene y nos observa con una mirada misteriosa, como si supiese exactamente de qué estábamos hablando. Sé que no puede ser, pero el modo en que se adelanta y se mete en el coche sin decir ni una palabra me hace dudar.
Mientras recorremos Hampstead en busca de Brittany y de su padre, el pánico no para de subir y bajar en mi pecho.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
CAPÍTULO 2
Brittany
El crujir de la madera partiéndose resuena por todo el bar.
—¡Brittany, para! —grita Vance desde alguna parte; su voz retumba en el local.
Otro chasquido seguido por el ruido de cristal rompiéndose. El sonido me complace y alimenta mi sed de violencia. Necesito romper cosas, cargarme algo, aunque sea un objeto. Y lo hago. Oigo unos gritos que me sacan de mi trance. Me miro las manos y veo el extremo astillado de la pata de una silla cara. Levanto la vista hacia las expresiones alarmadas de unos desconocidos y busco un único rostro: el de Santana. Pero ella no está aquí, y en este momento de rabia no sé si eso es bueno o malo. Estaría asustada; estaría preocupada por mí, presa del pánico, estresada y chillando mi nombre para ahogar los gritos que resuenan en mis oídos.
Dejo caer rápidamente el trozo de madera como si me quemara la piel. Y entonces noto que unos brazos me rodean los hombros.
—¡Sacala de aquí antes de que llamen a la policía! —dice Mike gritando más fuerte de lo que lo había oído jamás.
—¡No me toques! —Me quito a Vance de encima y lo fulmino con una mirada de furia.
—¡¿Quieres ir a la cárcel?! —chilla a tan sólo unos centímetros de mi cara.
Quiero lanzarlo al suelo, agarrarlo del cuello y...
Pero entonces, un par de mujeres gritan y evitan que vuelva a caer en ese agujero negro. Echo un vistazo al bar pijo y veo los vasos hechos añicos en el suelo, la silla rota y las expresiones de horror de los clientes que esperan salir ilesos de esta carnicería. Su estupor tarda sólo unos instantes en transformarse en una tremenda ira dirigida a mí por el hecho de haber interrumpido su costosa
búsqueda de la felicidad.
Christian me sigue cuando paso a toda velocidad junto a una camarera y salgo del local.
—Entra en mi coche y te lo explicaré todo —resopla.
Temiendo que la poli aparezca en cualquier momento, le hago caso, pero no sé cómo sentirme ni qué decir. A pesar de la confesión, mi mente no consigue asimilarlo. Es tan imposible que resulta ridículo.
Me acomodo en el asiento del acompañante mientras él ocupa el del conductor.
—No puedes ser mi padre —digo—. Es imposible. No tiene ningún sentido. —Al reparar en el caro vehículo de alquiler, me pregunto si Santana estará tirada en ese maldito parque en el que la he dejado.
—. Kimberly tiene coche, ¿verdad?
Vance me mira con expresión de incredulidad.
—Sí, por supuesto que lo tiene.
El suave ronroneo del motor aumenta de intensidad conforme sortea el tráfico.
—Lamento que te hayas enterado de esta manera —suspira Christian—. Todo parecía ir bien durante un tiempo, pero de repente la cosa empezó a patinar.
Permanezco callada. Sé que perderé los papeles si abro la boca. Mis dedos se clavan en mis piernas y el ligero dolor me ayuda a mantener la calma.
—Te lo explicaré todo, pero necesito que mantengas la mente abierta, ¿de acuerdo?
Me mira un instante y veo la compasión en sus ojos. No quiero que nadie me compadezca.
—¡No me hables como si fuese una puta niña! —replico.
Vance me mira y se centra de nuevo en la carretera.
—Ya sabes que crecí con tu padre, Ken. Fuimos amigos desde muy pequeños.
—No, la verdad es que no tenía ni idea —contesto. Lo fulmino con la mirada y me vuelvo para contemplar el paisaje que pasa a gran velocidad—. Por lo visto, no tengo ni puta idea de nada.
—Bueno, pues es la verdad. Nos criamos casi como si fuéramos hermanos.
—Y entonces ¿te tiraste a su mujer? —digo interrumpiendo su idílica historia.
—Oye —responde prácticamente rugiendo y agarrando con tanta fuerza el volante que los nudillos se le han puesto blancos—, estoy intentando explicarte esto, así que déjame hablar, por favor.
Inspira hondo para calmarse—. Respondiendo a tu pregunta, no fue así como sucedió. Tu madre y Ken empezaron a salir en el instituto, cuando ella se trasladó a Hampstead. Era la chica más guapa que había visto en mi vida.
Se me revuelve el estómago al recordar la imagen de la boca de Vance sobre la suya.
—Pero ella se enamoró de Ken al instante. Pasaban cada segundo del día juntos, como Max y Denise. Podría decirse que los cinco formábamos un grupito.Christian suspira, sumido en el ridículo recuerdo, y su voz se torna distante
—. Era una mujer despierta e inteligente y estaba loca por tu padre... Joder. No voy a ser capaz de dejar de referirme a él de ese modo...
Gruñe y golpea el volante con los dedos como para incitarse a sí mismo a proseguir.
—Ken era inteligente. Lo cierto es que era incluso brillante, y cuando entró en la universidad con una beca completa y admisión anticipada, empezó a estar muy ocupado. Demasiado ocupado para ella. Pasaba horas y horas en la facultad.
Pronto acabamos conformando el grupo nosotros cuatro solos, sin él, y las cosas entre tu madre y yo... En fin, mis sentimientos por ella se intensificaron
muchísimo, y los suyos por mí se despertaron. Vance se toma un momento de descanso para cambiar de carril y para accionar la ventilación del coche, de modo que entre más aire. Éste sigue siendo denso y pesado, y mi mente es un puto
torbellino cuando empieza a hablar de nuevo.
—Yo siempre la quise, y ella lo sabía, pero ella lo quería a él, y él era mi mejor amigo. —Traga saliva.
— Conforme fueron pasando los días, nos hicimos... íntimos. No en un sentido sexual todavía, pero ambos nos dejamos llevar por nuestros sentimientos sin tapujos.
—Ahórrame los putos detalles. —Aprieto los puños sobre el regazo y me obligo a cerrar la boca para que termine su historia.
—Está bien, está bien. —Mantiene la mirada fija hacia adelante.
— En fin, una cosa llevó a la otra y acabamos teniendo una aventura. Ken no tenía ni idea. Max y Denise sospechaban algo, pero ninguno comentó nada. Le rogué a tu madre que lo dejara porque la había abandonado. Sé que está mal por mi parte, pero estaba enamorado de ella.
Sus cejas se unen transformándose en una sola.
—Ella era la única vía que tenía para escapar de mis propias acciones autodestructivas. Ken me importaba mucho, pero no podía ver más allá de mi amor por ella. Nunca fui capaz.
Exhala confuerza.
—¿Y...? —lo animo a continuar al cabo de unos segundos de silencio.
—Sí... Cuando anunció que estaba embarazada, pensé que huiríamos juntos y que se casaría conmigo en lugar de hacerlo con él. Le prometí que, si me escogía a mí, lo dejaría todo y estaría allí para ella..., para vosotras.
Siento sus ojos fijos en mí, pero me niego a mirar dentro de ellos.
—Tu madre consideraba que yo no era lo bastante estable para ella, de modo que tuve que quedarme allí sentado, mordiéndome la lengua cuando ella y tu p... y Ken anunciaron que estaban esperando un hijo y que iban a casarse esa misma semana.
«¿Qué coño...?» Me vuelvo hacia él, pero está claramente perdido en el pasado, con la vista fija en la carretera.
—Yo quería lo mejor para ella, y no podía arrastrarla por el fango y arruinar su reputación contándole a Ken o a quien fuera la verdad de lo que había pasado entre nosotros. Me repetía constantemente que, en el fondo, él tenía que saber que la hija que crecía en su vientre no era suyo.
Tu madre juraba y perjuraba que él no la había tocado en meses. —Los hombros de Vance tiemblan ligeramente cuando un evidente escalofrío le recorre la espalda—. Acudí a su pequeño enlace vestido de traje y fui su padrino. Sabía que él le daría todo lo que yo no podía darle. Yo ni siquiera pensaba ir a la universidad. Lo único que hacía con mi tiempo era desear a una mujer casada y memorizar páginas de novelas antiguas que jamás se harían realidad en mi vida. No tenía planes de futuro, ni dinero, y ella necesitaba ambas cosas.
Suspira intentando escapar del recuerdo.
Al mirarlo, lo que me pasa por la cabeza y lo que me siento obligado a decir me sorprende.
Formo un puño y después relajo la mano intentando contenerme.
Entonces formo un puño de nuevo, y no reconozco mi voz cuando pregunto:
—Así que, básicamente, ¿mi madre te utilizó para divertirse y después te dejó porque no tenías dinero?
Vance exhala profundamente.
—No. No me utilizó. —Mira en mi dirección—. Sé que es lo que parece, y que es una situación de mierda, pero ella tenía que pensar en ti y en tu futuro. Yo era un auténtico desastre, no valía para nada. No tenía ningún futuro.
—Y ahora eres millonario —señalo con resentimiento.
¿Cómo puede defender a mi madre después de toda esa mierda? ¿Qué cojones le pasa? Pero de repente caigo en la cuenta de algo y pienso en ella, que perdió a dos hombres que más adelante lograron hacer una fortuna, mientras ella trabaja como una mula para volver a su triste casucha.
Vance asiente.
—Sí, pero por aquel entonces nadie lo habría imaginado. Ken lo tenía todo organizado, y yo no.
Punto.—Hasta que empezó a ponerse como una cuba todas las noches.
La ira aumenta de nuevo. El afilado aguijonazo de la traición me atraviesa y siento que jamás podré escapar de esta rabia que me invade. Me pasé la infancia con un puto borracho mientras Vance se daba la gran vida.
—Ésa fue otra de mis cagadas —dice este hombre al que durante tanto tiempo creí conocer de verdad—. Pasé una época de mierda después de que tú nacieras, pero me matriculé en la universidad y amé a tu madre en silencio...
—¿Hasta...?
—Hasta que tú tuviste unos cinco años. Era tu cumpleaños y estábamos todos en tu fiesta. Entraste corriendo en la cocina buscando a tu padre... —La voz de Vance se entrecorta y cierro el puño con más fuerza—. Llevabas un libro agarrado contra el pecho, y por un segundo olvidé que no te referías a mí.
Golpeo con fuerza el salpicadero.
—Déjame bajar del coche —le ordeno.
No puedo seguir escuchando esto. No puedo soportarlo. No puedo asimilarlo todo de golpe. Vance ignora mi arrebato y continúa conduciendo por la calle residencial que atravesamos.
—Aquel día perdí los papeles. Le exigí a tu madre que le contara la verdad a Ken. Estaba harto de verte crecer como un mero espectador, y para aquel entonces ya tenía mis planes asegurados para trasladarme a Estados Unidos. Le supliqué que viniera conmigo y que te trajese, hija mía.
«Hija mía.»
Se me revuelve el estómago. Debería saltar del coche en marcha. Observo las encantadoras casitas que dejamos atrás mientras pienso que prefiero mil veces el dolor físico a esto.
—Pero ella se negó y me dijo que había solicitado unas pruebas y que... al final resultaba que no eras hija mía.
—¿Qué? —Me llevo la mano a la frente para frotarme las sienes. Destrozaría el salpicadero con el cráneo si tuviese la certeza de que eso me ayudaría en algo.
Miro a Christian y veo cómo mira a izquierda y a derecha rápidamente. Entonces soy consciente de la velocidad a la que avanzamos y me doy cuenta de que está evitando parar en los semáforos y las señales de stop para impedir que yo salte del coche.
—Supongo que le entró el pánico. No lo sé. —Me mira—. Sabía que estaba mintiéndome. De hecho, muchos años después admitió que no había solicitado prueba alguna. Pero en aquel momento se mantuvo firme; me dijo que lo dejara estar y se disculpó por haberme hecho creer que eras mía.
Me centro en mi puño. Flexiono, relajo. Flexiono, relajo...
—Al cabo de un año empezamos a hablar otra vez... —añade, pero algo en su tono me indica que hay algo más.
—Quieres decir que empezasteis a follar otra vez.
Y otro largo suspiro escapa de su boca.
—Sí... Cada vez que estábamos juntos cometíamos el mismo error. Ken trabajaba mucho, estudiaba para su máster y ella estaba en casa contigo. Te parecías muchísimo a mí. Siempre que llegaba tenías la cara enterrada entre las páginas de algún libro. No sé si te acordarás, pero yo siempre te llevaba libros. Te regalé mi copia de El gran Gats...
—Basta. —Me estremece la adoración que detecto en su voz, al tiempo que recuerdos distorsionados nublan mi mente.
—Seguimos dejándolo y volviendo durante años, y pensábamos que nadie lo sabía. Fue culpa mía: era incapaz de dejar de amarla. Hiciera lo que hiciese, no me la quitaba de la cabeza. Me trasladé cerca de donde ella vivía, concretamente a la casa de enfrente. Tu padre lo sabía; no sé cómo, pero al final era evidente que así era. —Tras una pausa y después de entrar en otra calle,
Vance añade—: Fue entonces cuando comenzó a beber. Me incorporo y golpeo el salpicadero con las manos abiertas. Él ni siquiera se inmuta.
—¿De modo que me dejaste con un padre alcohólico que sólo era alcohólico por culpa vuestra?
—Mi voz cargada de furia inunda el coche, pero apenas puedo respirar.
—Intenté convencerla, Brittany. No quiero que la culpes, sólo digo que intenté persuadirla para que las dos os vinierais a vivir conmigo, pero ella se negó. —Se pasa las manos por el pelo y se tira de las raíces—. A cada semana que pasaba, bebía más y con más frecuencia. Como ella seguía sin admitir que eras hija mía, ni siquiera ante mí, me marché. Tenía que irme.
Deja de hablar y, cuando lo miro, veo que parpadea rápidamente. Acerco la mano a la manija de la puerta, pero él acelera y pulsa el botón de cierre centralizado varias veces seguidas. El clic-clicclic parece resonar por todo el coche.
Entonces empieza a hablar de nuevo con voz apagada:
—Me trasladé a Estados Unidos y no supe nada de tu madre durante años, hasta que Ken la dejó. No tenía un penique y trabajaba como una mula. Yo ya había empezado a ganar dinero, por supuesto no tanto como ahora, pero tenía de sobra. Volví aquí y compré una casa para nosotros, para los tres, y cuidé de ella en su ausencia, pero tu madre empezó a distanciarse de mí. Ken le envió los papeles
del divorcio desde a dondequiera que se hubiese largado, y ella seguía sin querer tener nada permanente conmigo. —Frunce el ceño—. Después de todo lo que hice, continuaban sin ser suficiente.
Recuerdo que fuimos a vivir con él cuando mi padre se marchó, pero nunca me paré a pensar mucho en ello. No tenía ni idea de que hubiese sido porque tenía algo con mi madre, ni que yo pudiera ser su hija. La arruinada imagen que ya tenía de Trish está ahora totalmente destrozada. He perdido por completo el respeto hacia ella.
—De modo que cuando volvió a trasladarse a esa casa, seguí cuidando de vosotras económicamente, pero regresé a Estados Unidos. Tu madre empezó a devolverme los cheques todos los meses y no respondía a mis llamadas, así que comencé a dar por hecho que había encontrado a otra persona.
—Pues no es así —replico—. Se pasaba todas las horas de todos los días de la semana trabajando. Pasé mi adolescencia sola en casa; por eso acabé juntándome con malas compañías.
—Creo que esperaba que él volviera —se apresura a decir Vance, y entonces hace una pausa—. Pero no lo hizo. Siguió bebiendo año tras año y al final algo lo llevó a decidir que ya era suficiente.
Estuve siglos sin hablar con él, hasta que se puso en contacto conmigo cuando se mudó a Estados Unidos. Estaba sobrio, y yo acababa de perder a Rose.
»Rose fue la primera mujer a la que pude mirar sin ver en ella la cara de Trish. Era muy dulce, y me hacía feliz. Sabía que jamás amaría a nadie del modo en que había amado a tu madre, pero me sentía bien con Rose. Éramos felices, y empecé a construir una vida con ella, pero por lo visto alguien me había echado una maldición... y ella enfermó. Dio a luz a Smith, y la perdí...
Al oír ese nombre me quedo boquiabierto.
—Smith. —He estado demasiado ocupado intentando encajar las putas piezas como para pararme siquiera a pensar en el niño.
¿Qué significa esto? «Joder...»
—Consideré a ese pequeño genio mi segunda oportunidad para ser padre. Él hizo que volviera a sentirme completo tras la muerte de su madre. Siempre me recordó a ti cuando eras pequeña; es igual que tú cuando tenías su edad, sólo que con el pelo y los ojos más claros.
Recuerdo que Santana dijo lo mismo cuando lo conocimos, pero yo no lo veo así.
—Esto... esto es una puta mierda —es lo único que soy capaz de decir.
Mi teléfono entonces comienza a vibrar en mi bolsillo, pero me quedo mirándome la pierna como si fuese una sensación fantasma, y soy incapaz de moverme para contestar a la llamada.
—Lo sé, y lo siento mucho —contesta Vance—. Cuando te trasladaste a Estados Unidos, pensé que podría estar cerca de ti sin ser una figura paterna. Mantuve el contacto con tu madre, te contraté en la editorial e intenté acercarme a ti todo cuanto me permitieses. Arreglé mi relación con Ken, aunque siempre habrá cierta hostilidad entre nosotros. Creo que sintió lástima de mí cuando perdí a mi mujer, y por aquel entonces él había cambiado mucho. Yo sólo quería estar cerca de ti, de la manera que fuese. Sé que ahora me detestas, pero me gustaría pensar que lo conseguí, aunque sólo fuera durante un tiempo.
—Me has estado mintiendo toda mi vida.
—Lo sé.
—Y mi madre, y mi... y Ken.
—Tu madre sigue sin querer reconocerlo —dice Vance, excusándola de nuevo—. Apenas lo admite todavía. Y en cuanto a Ken, él siempre tuvo sus sospechas, pero ella nunca se lo confirmó. Supongo que continúa aferrándose a la mínima posibilidad de que seas su hija.
Pongo los ojos en blanco al oír sus absurdas palabras.
—¿Me estás diciendo que Ken Pierce es tan tonto como para creer que soy hija suya después de todos los años que os pasasteis follando a sus espaldas?
—No. —Detiene el coche a un lado de la carretera, pone el freno de mano y me lanza una mirada seria e intensa—. Ken no es tonto; sólo es un iluso. Él te quería, y sigue queriéndote, y tú eres la única razón por la que dejó la bebida y terminó su carrera. Aunque sabía que la posibilidad estaba ahí, lo hizo todo por ti. Lamenta el infierno que te hizo pasar y toda la mierda que le sucedió a tu madre.
Me estremezco cuando me vienen a la mente las imágenes que me atormentan en mis pesadillas, cuando revivo lo que aquellos soldados borrachos le hicieron hace tantos años.
—No te hiciste ninguna prueba. ¿Cómo sabes que de verdad eres mi padre? —No puedo creer que esté preguntando esto.
—Lo sé. Y tú también lo sabes. Todo el mundo decía siempre lo mucho que te parecías a Ken, pero estoy seguro de que es mi sangre la que corre por tus venas. Las fechas también confirman que él no puede ser tu padre. Es imposible que tu madre se hubiera quedado embarazada de él.
Me centro en los árboles del exterior y mi teléfono empieza a vibrar de nuevo.
—¿Por qué ahora? ¿Por qué me lo cuentas ahora? —pregunto levantando la voz mientras se evapora la escasa paciencia que me queda.
—Porque tu madre está paranoica. Ken me dijo algo hace dos semanas, algo acerca de que te hicieras unos análisis de sangre para ayudar a Karen. Se lo comenté a tu madre y...
—¿Unos análisis para qué? ¿Qué pinta Karen en todo esto?
Vance me mira la pierna, y después su propio teléfono, que descansa sobre el salpicadero.
—Deberías cogerlo —dice—. Kimberly me está llamando a mí también.
Pero niego con la cabeza. Llamaré a Santana en cuanto salga de este coche.
—Siento muchísimo todo esto. No sé en qué narices estaba pensando para ir a su casa anoche.
Ella me llamó y yo... no sé qué me pasa. Kimberly va a ser mi mujer. La amo más que a nadie, más incluso de lo que jamás amé a tu madre. Es un amor diferente, un amor correspondido, y ella lo es todo para mí. Cometí un tremendo error al volver a ver a tu madre, y me pasaré el resto de mi vida intentando subsanarlo. No me sorprendería nada que Kim me dejara.
«Por favor, ahórrame este numerito patético.»
—Muy agudo por tu parte. Sí, probablemente no deberías haber intentado tirarte a mi madre en la cocina.
Me fulmina con la mirada.
—Parecía estar asustada, y me dijo que quería asegurarse de que su pasado se quedaba realmente en el pasado antes de casarse. Y yo soy todo un experto en tomar malas decisiones —dice claramente avergonzado mientras tamborilea el volante con los dedos.
—Yo también —farfullo para mis adentros mientras me dispongo a abrir la puerta.
Pero me agarra del brazo.
—Brittany.
—Suéltame. —Lo aparto y salgo del coche.
Necesito tiempo para procesar toda esta mierda. Acabo de recibir un aluvión de respuestas a preguntas que jamás me había planteado preguntar. Necesito respirar y calmarme; necesito alejarme de él y reunirme con mi chica, mi salvación.
—Necesito que te distancies de mí. Ambos lo sabemos —le digo al ver que no mueve el coche.
Me observa durante un instante, asiente y me deja en la acera. Miro a mi alrededor y reconozco el escaparate de una tienda que hay a mitad de la calle, lo que me indica que estoy a dos manzanas de la casa de mi madre. Siento cómo me late la sangre detrás de las orejas mientras me llevo la mano al bolsillo para llamar a Santana. Necesito oír su voz y que me devuelva a la realidad.
Observo el edificio mientras espero que responda y mis demonios se debaten en mi interior, arrastrándome a una placentera oscuridad. Con cada tono que pasa sin contestar, tiran con más fuerza y me arrastran más y más, hasta que pronto mis pies comienzan a trasladarme al otro lado de la calle.
Me meto el teléfono de nuevo en el bolsillo, abro la puerta y entro en el familiar escenario de mi pasado.
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Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
CAPÍTULO 3
Santana
Cristales rotos crujen bajo mis pies mientras me paseo de un lado a otro esperando pacientemente, o lo más pacientemente que puedo.
Por fin, cuando Mike ha terminado de hablar con la policía, me acerco hasta él.
—¿Dónde está? —pregunto sin mucha cortesía.
—Se ha marchado con Christian Vance. —Los ojos de Mike no reflejan emoción alguna. Su aspecto me tranquiliza un poco y me recuerda que esto no es culpa suya. Es el día de su boda, y se lo han arruinado.
Miro la madera rota y paso por alto los susurros procedentes de los testigos curiosos. Tengo mil nudos en el estómago, pero intento mantener la compostura.
—¿Adónde han ido?
—No lo sé. —Mike entierra la cabeza entre las manos.
Kimberly me da unos toquecitos en el hombro.
—Escucha, cuando la policía termine de hablar con esos tipos, si seguimos aquí, también querrán hablar contigo.
Mi mirada oscila entre la puerta y Mike. Asiento y sigo a Kimberly hasta el exterior para evitar llamar la atención de la policía.
—¿Puedes intentar telefonear a Christian otra vez? —le pido—. Lo siento, es que necesito hablar con Brittany.
El aire gélido hace que me estremezca.
—Claro —asiente, y cruzamos el parking hasta su coche de alquiler.
Una lenta y funesta sensación se instala en mi estómago cuando veo que otro policía entra en el bar pijo. Temo por Brittany; no por la policía, sino porque tengo miedo de cómo manejará toda esta situación cuando esté a solas con Christian.
Veo a Smith, sentado tranquilamente en el asiento trasero del coche, apoyo los codos en el maletero y cierro los ojos.
—¡¿Qué significa que no lo sabes?! —grita Kimberly, interrumpiendo mis pensamientos.
—¡Nosotras la encontraremos! —espeta, y corta la llamada.
—¿Qué pasa? —Mi corazón late tan fuerte que temo no oír su respuesta.
—Brittany se ha bajado del coche y Christian no sabe dónde está —dice, y se recoge el pelo en una coleta—. Es casi la hora de esa maldita boda —añade mirando hacia la puerta del bar, donde se encuentra Mike, solo.
—Esto es un desastre —me lamento, y ruego en silencio para que Brittany esté de camino aquí.
Cojo el móvil de nuevo y parte del pánico disminuye cuando veo su nombre en la lista de llamadas perdidas. Con manos temblorosas, la llamo otra vez y espero. Y espero. Y no me contesta. Vuelvo a llamar una y otra vez, pero sólo me responde su buzón de voz.
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Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
CAPÍTULO 4
Brittany
—Jack Daniel’s con cola —ladro.
El camarero calvo me lanza una mirada asesina mientras coge un vaso vacío de la estantería y lo llena de hielo. Es una lástima que no se me haya ocurrido invitar a Vance; podríamos haber compartido una copa como padre e hija.
«Joder, todo esto es una puta mierda.»
—Que sea doble —le digo al hombretón de detrás de la barra.
—Recibido —responde él sarcásticamente.
Mi mirada encuentra el viejo televisor de la pared y leo los subtítulos que aparecen en la parte inferior de la pantalla. Es un anuncio de una compañía de seguros y no para de aparecer un bebé riéndose. Nunca entenderé por qué deciden meter bebés en todos los putos anuncios. El camarero me desliza la bebida sin mediar palabra por la barra de madera justo cuando el bebé hace un sonido que supuestamente pretende resultar incluso más «adorable» que sus risas. Me llevo
el vaso a los labios y dejo que mi mente me traslade lejos de aquí.
—¿Por qué has traído a casa productos para bebés?
había preguntado yo. Ella se sentó sobre la tapa del váter y se recogió el pelo en una cola de caballo. Empezaba a preocuparme que se hubiera obsesionado con los niños; sin duda lo parecía.
—No es un producto para bebés —me respondió Santana echándose a reír.
Sólo tiene a un bebé y a un padre impresos en el envoltorio.
—Pues no entiendo por qué.
Levanté la caja de productos de afeitado que Santana me había traído y examiné las rechonchas mejillas de un bebé mientras me preguntaba qué cojones pintaba un niño pequeño en un kit de afeitado.
Ella se encogió de hombros.
—Yo tampoco, pero seguro que introducir la imagen de un bebé aumentará las ventas.
—Puede que en el caso de las mujeres que les compran estas mierdas a sus novios o a sus maridos —la corregí.
Ningún hombre en su sano juicio habría cogido esa cosa del supermercado.
—No, seguro que los padres también lo comprarían.
—Seguro. —Abrí la caja, dispuse el contenido delante de mí y la miré a los ojos a través del espejo—. Y ¿este bol?
—Es para la crema. Conseguirás un mejor afeitado si usas la brocha.
—Y ¿cómo sabes tú eso? —le pregunté con una ceja enarcada, esperando que no lo supiera por su experiencia con Sam.
Ella esbozó una amplia sonrisa.
—¡Lo he buscado en internet!
—Cómo no... —Mis celos desaparecieron al instante y Santana me dio una patadita traviesa.
Pues en vista de que ahora eres una experta en el arte del afeitado, ayúdame.
Yo siempre había usado espuma y una simple cuchilla, pero al ver que se había molestado en investigar al respecto, no quería frustrar su empeño. Y, francamente, la repentina idea de que me afeitara el cuerpo me estaba poniendo cachonda.
Santana sonrió, se levantó y se reunió conmigo delante de la pila. Cogió el tubo de crema, vertió un poco en el cuenco y empezó a removerla con la brocha
hasta formar espuma.
—Toma. —Sonrió y me pasó la brocha.
—No, hazlo tú.
Se mostraba cautelosa pero concentrada mientras mojaba la brocha en la espuma y me la pasaba por las partes necesarias de afeitar.
—La verdad es que no me apetece mucho ir a ninguna parte esta noche —le dije—. Tengo un montón de trabajo que hacer. Me has estado distrayendo. —Le agarré las tetas y se las apreté con suavidad.
De un modo reflejo, hizo un movimiento brusco con la mano y me manchó el cuello con la crema de afeitar.
—Menos mal que no llevabas la cuchilla en la mano —bromeé.
—Menos mal —se mofó, y cogió la cuchilla nueva. Después se mordió los carnosos labios y preguntó—: ¿Estás segura de que quieres que lo haga yo? Me da miedo cortarte sin querer.
—Deja de preocuparte. —Sonreí—. Además, seguro que también has buscado esta parte en internet.
Sacó la lengua como si fuera una niña pequeña y yo me incliné hacia adelante para besarla antes de que empezara. No me contestó nada porque había dado en el clavo.
—Pero te advierto que, como me cortes..., más te vale salir corriendo. —Me eché a reír.
Ella me miró con el ceño fruncido.
—No te muevas, por favor.
Le temblaba un poco la mano, pero pronto fue adquiriendo firmeza mientras deslizaba con suavidad la cuchilla.
—Deberías ir sin mí —dije, y cerré los ojos.
Por alguna extraña razón, que Santana me estuviera afeitando me resultaba reconfortante y sorprendentemente relajante. No me apetecía nada ir a cenar a casa de mi padre, pero Santana se estaba volviendo loca encerrada todo el tiempo en el apartamento, de modo que cuando Karen llamó para invitarnos, se puso a dar saltos de alegría.
—Si nos quedamos en casa esta noche, iremos el fin de semana. ¿Habrás terminado para entonces?
—Supongo... —protesté.
—Pues llámalos y díselo tú. Prepararé la cena después de esto y así tú puedes trabajar. —Me dio unos golpecitos con el dedo en el labio superior para indicarme que cerrase la boca.
Cuando terminó, dije:
—Deberías beberte el resto del vino de la nevera porque la botella lleva días descorchada. Se avinagrará pronto.
—Bueno..., no sé... —vaciló. Y yo sabía por qué.
Abrí los ojos y ella llevó una mano atrás para abrir el grifo y mojar una toalla.
—San —pegué los labios bajo su barbilla—, puedes beber delante de mí. No voy a abalanzarme sobre tu copa.
—Lo sé, pero no quiero que se te haga raro. Además, tampoco hace falta que beba tanto vino. Si tú no bebes, yo tampoco.
—Mi problema no es la bebida. Mi problema es combinar el hecho de estar cabreada con la bebida.
—Lo sé —repuso, y tragó saliva.
Lo sabía.
Me pasó la toalla para eliminar el exceso de crema de afeitar.
—Sólo soy una idiota cuando bebo para intentar solucionar mierdas, y últimamente no he tenido nada que solucionar, así que estoy bien. —Incluso yo sabía que eso no era ninguna garantía absoluta
—. No quiero ser una de esas tipas como mi padre que beben hasta perder la razón y poner en riesgo a la gente que me rodea. Y, puesto que resulta que tú eres la única persona que me importa, no quiero beber estando tú presente nunca más.
—Te quiero —se limitó a responder.
—Y yo te quiero a ti.
Con el fin de interrumpir el ambiente tan serio del momento, y puesto que no quería seguir por ese camino, me quedé observando su cuerpo apoyado en el mueble de baño. Llevaba puesta una de mis camisetas blancas y nada más que unas braguitas negras debajo.
—Puede que tenga que quedarme contigo ahora que sabes afeitarme bien. Cocinas, limpias... Me dio una bofetada de broma y puso los ojos en blanco.
—Y ¿yo qué beneficio saco? —replicó—. Eres desordenada; sólo me ayudas a cocinar una vez a la semana, cuando me ayudas. Te levantas siempre de malhumor...
La interrumpo colocando una mano entre sus piernas y apartándole las bragas.
—Aunque supongo que sí hay algo que se te da bien.
Sonrió mientras yo deslizaba un dedo dentro de ella.
—¿Sólo una cosa?
Añadí otra y Santana gimió mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás.
La mano del camarero golpea la barra delante de mí.
—He dicho que si quieres otra bebida.
Parpadeo unas cuantas veces, bajo la vista hacia el mostrador y vuelvo a levantarla hacia él.
—Sí. —Le paso el vaso y el recuerdo se desintegra mientras espero a que me lo rellene—. Otro doble.
Conforme el idiota viejo y calvo se aleja, oigo que una voz femenina exclama con sorpresa a mi espalda:
—¿Brittany? ¿Brittany Pierce?
Me vuelvo y veo el rostro ligeramente familiar de Judy Welch, una vieja amiga de mi madre. Bueno, examiga.
—Sí —asiento, y advierto que los años no la han tratado muy bien.
—¡Madre mía! Han pasado..., ¿cuántos? ¿Seis años? ¿Siete? ¿Estás sola?
Apoya la mano en mi hombro y se sube al taburete que tengo al lado.
—Sí, más o menos, y, sí, estoy sola. Mi madre no vendrá a por ti.
Judy tiene la infeliz expresión de una mujer que ha bebido demasiado a lo largo de su vida. Tiene el pelo rubio platino como cuando yo era adolescente, y sus implantes de silicona parecen demasiado grandes para su constitución menuda.
Recuerdo la primera vez que me tocó. Me sentí como una fulana ..., follándome a la amiga de mi madre. Y ahora, al verla, no me la follaría ni con la polla del
camarero calvo.
Me guiña un ojo.
—Has crecido mucho.
El camarero deja la bebida delante de mí y yo me la bebo de un trago.
—Tan parlanchín como siempre. —Judy me apoya de nuevo una mano en el hombro antes de pedir su bebida. A continuación, se vuelve hacia mí.
—. ¿Has venido a ahogar tus penas? ¿Tienes problemas de amor?
—Ni una cosa ni la otra. —Giro el vaso entre los dedos y escucho el sonido del hielo golpeando contra el cristal.
—Vaya, pues yo he venido a ahogar mucho ambas cosas. Así que, brindemos las dos —dice Judy con una sonrisa que recuerdo de un pasado muy lejano mientras pide para ambas una ronda de whisky barato.
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Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
CAPÍTULO 5
Santana
Kimberly maldice a Christian por teléfono con tanto ímpetu que, cuando termina, tiene que parar para recuperar el aliento. Luego alarga la mano hasta mi hombro.
—Esperemos que Brittany sólo esté dando una vuelta para despejarse. Christian dice que quería dejarle espacio. —Gruñe con desaprobación.
Pero conozco a Brittany y sé que ella no se «despeja» dando un paseo. Intento llamarla de nuevo, pero me salta el buzón de voz al instante. Ha apagado el teléfono.
—¿Crees que irá a la boda? —Kim me mira—. Ya sabes, para montar una escena.
Me gustaría decirle que Brittany jamás haría eso, pero con el peso de toda esta presión que tiene, no puedo negar que es una posibilidad.
—No me creo que vaya a sugerirte esto —dice entonces ella con mucho tacto—: quizá deberías venir a la boda, al menos para asegurarte de que no la interrumpe. Además, es muy probable que ella esté intentando buscarte de todos modos, y si nadie contesta al teléfono, seguramente te buscará allí en primer lugar.
La idea de que Brittany aparezca en la iglesia y monte una escena me da náuseas. Sin embargo, siendo egoísta, espero que acuda allí. De lo contrario, no tengo prácticamente ninguna posibilidad de encontrarla. El hecho de que haya desconectado el móvil hace que me pregunte si quiere que la encontremos.
—Supongo que tienes razón. Quizá debería ir y quedarme fuera —sugiero.
Kimberly asiente comprensiva, pero su expresión se torna dura cuando un elegante BMW negro aparece en el aparcamiento y estaciona al lado de su coche de alquiler.Christian sale del vehículo vestido de traje.
—¿Se sabe algo de ella? —pregunta mientras se aproxima.
Se inclina para besar a Kimberly en la mejilla —algo que, supongo, hace por costumbre—, pero ella se aparta antes de que los labios de él lleguen a tocar su piel.
—Lo siento —oigo que le susurra.
Ella niega con la cabeza y centra la atención en mí. Estoy sufriendo por Kim; no se merece semejante traición. Aunque supongo que eso es lo que tienen las traiciones: no tienen prejuicios y atacan a aquellos que ni las ven venir ni las merecen.
—Santana va a venir con nosotros y vigilará, por si Brittany aparece en la boda —empieza a explicar. Después mira a Christian a los ojos
—: Así, mientras todos estemos dentro, ella se asegurará de que nada interrumpa este maravilloso día —dice con la voz cargada de veneno pero manteniendo la calma.
Christian sacude la cabeza mientras contempla a su prometida.
—No vamos a ir a esa maldita boda. No después de toda esta mierda.
—¿Por qué no? —pregunta Kimberly con ojos cansados.
—Por esto —Vance hace un gesto con la mano señalándonos a ella y a mí—, y porque mis dos hijos son más importantes que cualquier boda, y especialmente ésta. No espero que te sientes ahí con una sonrisa en la misma habitación que ella.
Kimberly parece sorprendida, pero al menos sus palabras han conseguido aplacarla. Yo me limito a observar y permanezco en silencio. La referencia de Christian a Brittany y a Smith como «sus hijos» por primera vez me ha desconcertado. Hay tantas cosas que me gustaría decirle a este hombre,
tantas palabras cargadas de odio que necesito espetarle desesperadamente..., pero sé que no debo hacerlo. Eso no ayudará en nada, y tengo que seguir centrada en descubrir el paradero de Brittany y en cómo se habrá tomado la noticia.
—La gente hablará. Especialmente Sasha —responde Kimberly con el ceño fruncido.
—Me importa una mierda lo que digan Sasha, Max o quien sea. Que hablen lo que les dé la real gana. Vivimos en Seattle, no en Hampstead. —Hace ademán de cogerla de las manos, y ella permite que las sostenga entre las suyas.
—. Mi única prioridad ahora mismo es arreglar mis errores —dice
Christian con voz temblorosa.
La fría animadversión que siento hacia él empieza a flaquear, aunque muy ligeramente.
—No deberías haber dejado que Brittany saliera del coche —replica Kimberly, aún con las manos entre las de él.
—Tampoco podía impedírselo. Ya sabes cómo es. Y después se me atascó el cinturón y no sabía hacia adónde había ido..., ¡maldita sea! —dice, y Kimberly asiente despacio.
Finalmente, siento que ha llegado el momento de intervenir.
—¿Adónde crees que ha ido? Si no se presenta en la boda, ¿adónde debería ir a buscarla?
—Yo ya he mirado en los dos bares que sé que están abiertos a estas horas —responde Vance con el ceño fruncido—. Por si acaso. —Su expresión se suaviza cuando me mira—. Sé que no debería haberlas separado para decírselo. Ha sido un tremendo error, y sé que tú eres lo que necesita en estos momentos.
Incapaz de contestarle nada remotamente amable, me limito a asentir, saco mi teléfono del bolsillo y pruebo a llamar a Brittany una vez más. Sé que tendrá el teléfono desconectado, pero no pierdo nada por intentarlo.
Mientras yo llamo, Kimberly y Christian se contemplan en silencio, cogidos de las manos, ambos buscando una señal en los ojos del otro. Cuando cuelgo, él me mira y dice:
—La boda empieza dentro de veinte minutos. Puedo llevarte hasta allí ahora si quieres. Kimberly levanta una mano.
—Puedo llevarla yo. Tú llévate a Smith y vuelve al hotel.
—Pero... —empieza a replicar él, pero al ver la expresión de su rostro, decide no continuar.
—Volverás al hotel, ¿verdad? —pregunta con una mirada cargada de temor.
—Sí —suspira ella—. No voy a salir del país.
El alivio reemplaza el pánico de Christian, que por fin suelta las manos de Kimberly.
—Id con cuidado, y llamadme si necesitáis algo. Tienes la dirección de la iglesia, ¿verdad?
—Sí. Dame tus llaves. —Extiende la mano—. Smith se ha quedado dormido, y no quiero despertarlo.
Aplaudo en silencio su fortaleza. Si yo fuera ella, estaría hecha polvo. De hecho, estoy hecha polvo por dentro.
Menos de diez minutos más tarde, Kimberly me deja delante de una iglesia pequeña. La mayor parte de los invitados ya han entrado, y tan sólo quedan unos cuantos rezagados en los escalones exteriores. Me siento en un banco y observo la calle en busca de alguna señal de Brittany. Desde mi posición oigo que la marcha nupcial empieza a sonar y me imagino a Trish vestida con su traje de novia, recorriendo el pasillo para encontrarse con el novio, sonriendo y radiante, muy guapa.
Pero la Trish de mi mente no coincide con la madre que miente respecto a la identidad del padre de su única hija. Los escalones se vacían y los últimos invitados entran para ver el enlace entre Trish y Mike. Pasan los minutos y puedo oír casi todos los sonidos procedentes del interior del pequeño edificio. Una media hora más tarde, los invitados aplauden y celebran cuando la novia y el novio son
declarados marido y mujer, momento que me da pie a marcharme. No sé adónde ir, pero no puedo seguir aquí sentada esperando. Trish saldrá de la iglesia en breve, y lo último que necesito es un incómodo encuentro con la recién casada.
Empiezo a dirigirme hacia el lugar por donde hemos venido, o al menos eso creo. No recuerdo exactamente la ruta, pero no tengo ningún sitio adonde ir. Saco el móvil de nuevo y vuelvo a llamar a Brittany. Su teléfono sigue desconectado. Me queda menos de la mitad de la batería y no quiero que se me agote, por si intenta llamarme ella.
Conforme continúo mi búsqueda, recorriendo sin rumbo el barrio y mirando en bares y restaurantes aquí y allá, el sol empieza a ponerse en el cielo londinense. Debería haberle pedido a Kimberly uno de sus coches de alquiler, pero no pensaba con claridad en ese momento y, además, ella tiene sus propias preocupaciones. El coche de alquiler de Brittany sigue aparcado en Gabriel’s,
pero no tengo la llave.
La belleza y la gracia de Hampstead disminuyen a cada paso que doy hacia el otro lado de la ciudad. Me duelen los pies y el aire primaveral se va tornando cada vez más frío conforme el sol se oculta. No debería haberme puesto este vestido y estos estúpidos zapatos. De haber sabido lo que iba a suceder, me habría puesto un chándal y unas zapatillas para que me resultara más fácil perseguir a
Brittany. En el futuro, si alguna vez voy a alguna parte con ella otra vez, ése será mi uniforme estándar. Al cabo de un tiempo, ya no sé si son cosas mías o si la calle por la que camino me resulta familiar de verdad. Está repleta de pequeñas casas, como la de Trish, pero estaba medio dormida cuando llegamos y no me fío mucho de mi mente en estos momentos. Por suerte, las calles están prácticamente vacías, y todos los residentes parecen haberse metido ya en sus casas. De lo contrario, compartir las calles con gente que sale de los bares haría que estuviera todavía más paranoica. Casi me echo a llorar de alivio cuando veo la casa de Trish un poco más adelante. Está anocheciendo, pero las farolas están encendidas y, conforme me aproximo, cada vez estoy más convencida de que es
su casa.
No sé si Brittany se encontrará allí, pero espero que, si no es así, al menos la puerta no esté cerrada para poder sentarme y beber un poco de agua. Llevo horas caminando por el barrio sin rumbo. Tengo suerte de haber acabado en la única calle del pueblo que puede serme de utilidad. Mientras me acerco a la casa de Trish, una deslucida señal luminosa con la forma de una cerveza capta mi atención. El pequeño bar se encuentra entre una casa y un callejón. Un escalofrío recorre mi cuerpo.
Para Trish debe de haber sido duro permanecer en la misma casa, tan cerca del bar desde el que salieron sus agresores en busca de Ken. Brittany me dijo que no podía permitirse mudarse. Su manera de quitarle importancia me sorprendió. Pero, por desgracia, el dinero es así de cruel. Está ahí. Lo sé.
Me dirijo al pequeño establecimiento y, cuando abro la puerta de hierro, me siento avergonzada al instante al reparar en mi atuendo. Parezco una auténtica loca al entrar en esta clase de bar con un vestido, descalza y con los zapatos en la mano. Decidí quitármelos hace una hora. Dejo caer mis tacones al suelo y vuelvo a deslizar los pies en el calzado. Hago una mueca de dolor cuando las
correas rozan las marcas rojas de mi piel a la altura de los tobillos.
No hay mucha gente, y no me lleva demasiado tiempo echar un vistazo y encontrar a Brittany, que está sentada a la barra llevándose un vaso a la boca. Se me cae el alma a los pies. Sabía que la encontraría así, pero mi fe en él se está resintiendo en este momento. Había esperado, con todas mis fuerzas, que no recurriese a la bebida para mitigar su dolor. Inspiro hondo antes de acercarme.
—Brittany —digo y le apoyo una mano en el hombro.
Se vuelve sobre el taburete, me mira, y se me revuelven las tripas ante la imagen que tengo delante. Tiene los ojos tan rojos, tan inyectados en sangre, que el blanco prácticamente ha desaparecido. Sus mejillas están sonrojadas, y el hedor a licor es tan fuerte que casi puedo saborearlo. Me empiezan a sudar las manos y la boca se me seca.
—Mira quién está aquí —balbucea.
El vaso que tiene en la mano está casi vacío, y me encojo al ver los tres vasos de chupito también vacíos que tiene delante.
—¿Cómo me has encontrado? —Ladea la cabeza y apura lo que le queda de líquido marrón antes de llamar al hombre que está detrás de la barra—. ¡Otro!
Acerco el rostro hasta que está directamente delante del de Brittany para que no pueda mirar hacia otro lado.
—Cariño, ¿estás bien? —Sé que no lo está, pero no sabré cómo debo tratarla hasta que evalúe su estado de ánimo y la cantidad de alcohol que ha consumido.
—Cariño... —dice en tono misterioso, como si estuviera pensando en otra cosa mientras habla.
Pero entonces vuelve en sí y me ofrece una sonrisa asesina
—: Sí, sí. Estoy bien. Siéntate. ¿Quieres tomar algo? Tómate algo... ¡Camarero, otro!
El hombre me mira y yo niego con la cabeza. Brittany no se percata de ello, retira el taburete que hay a su lado y da unos golpecitos en el asiento. Echo un vistazo alrededor del bar antes de sentarme.
—¿Cómo me has encontrado? —pregunta de nuevo.
Me siento confundida y nerviosa ante su comportamiento. Es evidente que está borracha, pero no es eso lo que me preocupa, sino la espeluznante calma que tiñe su voz. La he oído antes, y nunca trae nada bueno.
—Llevo horas deambulando, y he reconocido la casa de tu madre al otro lado de la calle, así que sabía..., bueno, sabía que debía buscarte aquí.
Me estremezco al recordar que, según me contó Brittany, Ken pasaba noche tras noche en este mismo bar.
—Mi pequeña detective —dice suavemente mientras levanta una mano para colocarme el pelo detrás de la oreja.
No me encojo ni me aparto, a pesar de que la ansiedad aumenta en mi interior.
—¿Vienes conmigo? —digo—. Me gustaría que nos fuésemos ya al hotel, así podremos marcharnos por la mañana.
Justo en ese momento, el camarero le trae la bebida, y Brittany se queda contemplándola.
—Aún no.
—Por favor, Brittany. —La miro a los ojos rojos—. Estoy muy cansada, y sé que tú también lo estás. —Trato de usar mi debilidad contra él en lugar de mencionar a Christian o a Ken. Me inclino hacia ella—. Los pies me están matando, y te he echado de menos. Christian ha intentado buscarte, pero no ha dado contigo. Llevo un buen rato caminando y quiero que volvamos al hotel. Juntas.
La conozco lo bastante bien como para estar segura de que, si empiezo a hablarle de algo demasiado importante, perderá los estribos y su calma se evaporará en cuestión de segundos.
—No se ha esforzado mucho en buscarme. He empezado a beber —Brittany levanta el vaso— en el bar que está justo enfrente de donde me ha dejado.
Me inclino hacia ella, y empieza a hablar de nuevo antes de que a mí se me ocurra nada que decir.
—Tómate algo. Estoy con una amiga; ella te invitará a un chupito. —Señala con la mano todos los vasos que hay en la barra—. Nos hemos encontrado en otro magnífico establecimiento, pero en vista de que la temática de esta noche parece ser el pasado, he decidido que viniésemos aquí. Por los viejos tiempos.
Se me cae el alma a los pies.
—¿Una amiga?
—Una vieja amiga de la familia —dice, y señala con el rostro a la mujer que sale del aseo.
Parece tener unos cuarenta o cuarenta y pocos años, y lleva el pelo rubio platino. Me alivia ver que no es una chica joven, ya que parece que Brittany lleva un buen rato bebiendo con ella.
—De verdad, creo que deberíamos irnos —insisto, e intento cogerlo de la mano.
Ella se aparta.
—Judith, ésta es Santana.
—Judy —lo corrige ella al tiempo que yo digo «Santana».
—Encantada de conocerte. —Fuerzo una sonrisa y me vuelvo otra vez hacia Brittany—. Por favor—le suplico de nuevo.
—Judy sabía que mi madre era una puta —dice Brittany, y el hedor a whisky ataca a mis sentidos una vez más.
—Yo no he dicho eso. —La mujer se echa a reír. Viste de un modo excesivamente juvenil para su edad. Lleva un top muy escotado y unos pantalones de campana demasiado estrechos.
—Sí que lo ha dicho. ¡Mi madre odia a Judy! —Brittany sonríe.
La desconocida le devuelve la sonrisa.
—¿Por qué será?
Empiezo a sentirme excluida de una broma privada entre ellos.
—¿Por qué? —pregunto sin pensarlo.
Brittany le lanza una mirada de advertencia y hace un gesto con la mano como desestimando mi pregunta. Me dan ganas de tirarla del taburete de un puñetazo, pero me contengo. Aunque si no supiera que sólo está intentando ocultar su dolor, lo haría.
—Es una larga historia, bonita. —La mujer le hace un gesto al camarero—. Pero bueno, tienes pinta de que te conviene beber un poco de tequila.
—No, estoy bien. —Lo último que quiero ahora es una copa.
—Relájate, nena. —Brittany se inclina más cerca de mí—. No eres tú quien acaba de descubrir que su vida entera es una puta mentira, así que relájate y tómate una copa conmigo.
Se me parte el corazón, pero beber no es la respuesta. Necesito sacarla de aquí ahora mismo.
—¿Prefieres los margaritas con hielo picado o en cubitos? Este sitio no es gran cosa, así que no hay muchas opciones —me explica Judy.
—He dicho que no quiero una puta copa —le espeto.
Abre los ojos como platos, pero no tarda en recuperarse. Yo estoy casi tan sorprendida como ella de mi arrebato. Entonces oigo que Brittany se ríe a mi lado, pero mantengo los ojos fijos en esa mujer, que disfruta claramente de sus secretos.
—Vale. Parece que alguien necesita relajarse. —La tal Judy rebusca en su enorme bolso. Saca un mechero y un paquete de cigarrillos y enciende uno.
— ¿Quieres? —le pregunta a Brittany.
La miro y, para mi sorpresa, asiente. Judy alarga la mano y le pasa el cigarrillo que ella misma ha encendido. ¿Quién narices es esta mujer?
Le pone el asqueroso pitillo en los labios y ella le da una calada. Hilillos de humo remolinean entre nosotras y yo me tapo la boca y la nariz.
La fulmino con la mirada.
—¿Desde cuándo fumas?
—Siempre he fumado. Lo dejé cuando empecé en la WCU. —Da otra calada.
El extremo rojo incandescente del cigarrillo me provoca. Alargo la mano, se lo quito de los labios y lo tiro dentro de su vaso medio lleno todavía.
—¿Qué cojones haces? —dice medio gritando, y se queda mirando su bebida arruinada.
—Nos vamos ahora mismo. —Me bajo del taburete, agarro a Brittany de la manga y tiro de ella.
—No, de eso nada. —Se libra de mí e intenta captar la atención del camarero.
—Ella no quiere irse —interviene Judy.
Estoy cada vez más furiosa, y esta mujer ya me está cabreando. La miro fijamente a sus ojos burlones, que apenas encuentro bajo el montón de rímel que lleva puesto.
—No recuerdo haber pedido tu opinión. ¡Métete en tus asuntos, y búscate a otra compañera de bebida, porque nosotras nos vamos! —grito.
Mira a Brittany esperando que la defienda, y entonces la nauseabunda historia entre las dos me resulta evidente. No es así como reaccionaría «una amiga de la familia» con la hija de su amiga, que tiene la mitad de su edad.
—He dicho que no quiero marcharme —insiste Brittany.
He gastado todos mis recursos y no me escucha. Mi última opción es jugar con sus celos: un golpe bajo, y más en el estado en el que se encuentra, pero no me deja elección.
—Muy bien —digo mientras empiezo a inspeccionar el bar de manera exagerada—, si tú no quieres llevarme de vuelta al hotel, tendré que buscarme a alguien que lo haga.
Fijo la vista en el tipo más joven del lugar, que está en una mesa con sus amigos. Le doy a Brittany unos segundos para responder y, al ver que no lo hace, me dirijo al grupito de chicos. Entonces me agarra del brazo en cuestión de segundos.
—Ni hablar, de eso nada.
Me vuelvo y veo en el suelo el taburete que ha tirado con las prisas por alcanzarme, y los patéticos intentos descoordinados de Judy por levantarla de nuevo.
—Pues llévame —respondo señalando la puerta con la cabeza.
—Estoy borracha —dice como si eso justificara esta escenita.
—Lo sé —respondo—. Cogeremos un taxi hasta Gabriel’s y luego yo conduciré el coche de alquiler hasta el hotel. —Rezo para mis adentros para que esta estratagema funcione.
Brittany me mira con recelo durante un segundo.
—Parece que lo tienes todo planeado, ¿verdad? —farfulla sarcásticamente.
—No, pero seguir aquí no va a traer nada positivo, así que, o pagas tus copas y me sacas de este sitio, o me iré con otra persona.
Me suelta el brazo y se aproxima a mí.
—No me amenaces. Yo también podría largarme con otra sin problemas —dice a tan sólo unos centímetros de mi cara.
Los celos me devoran al instante, pero decido pasarlos por alto.
—Adelante. Vete con Judy si quieres. Sé que ya te has acostado con ella; es obvio —le suelto desafiante con la espalda muy recta y la voz firme.
Me mira, después la mira a ella y sonríe un poco. Me encojo y ella frunce el ceño.
—No fue nada del otro mundo. Apenas lo recuerdo. —Está intentando hacer que me sienta mejor, pero sus palabras surten el efecto contrario.
—Y ¿bien? ¿Qué decides? —digo levantando una ceja.
—Joder —refunfuña, pero vuelve tambaleándose a la barra para pagar sus bebidas. Parece que simplemente se vacía los bolsillos sobre el mostrador y, después de que el camarero extraiga algunos billetes, Brittany desliza el resto hacia Judy. Ella la mira, me mira a mí y se encoge un poco, como si algo hubiera desinflado su columna vertebral. Mientras salimos del bar, Brittany dice:
—Adiós de parte de Judy.
Me dan ganas de estallar.
—No me hables de ella —replico.
—¿Estás celosa, Santana? —pregunta arrastrando las palabras mientras me rodea con el brazo—. Joder, odio este lugar, este bar, esa casa... —Señala hacia la pequeña vivienda que hay al otro lado de la calle.
— ¡Por cierto! ¿Quieres saber algo curioso? Vance vivía ahí. —Brittany señala la casa de ladrillo que está justo enfrente del bar. En el piso de arriba hay una débil luz encendida, y un coche aparcado en la puerta—. Me pregunto qué estaba haciendo la noche que aquellos hombres entraron en nuestra puta casa.
A continuación, Brittany inspecciona el terreno y se agacha.
Antes de que me dé tiempo a asimilar qué está pasando, levanta el brazo hacia atrás por encima de su cabeza con un ladrillo en la mano.
—¡Brittany, no! —grito, y la agarro del brazo.
El ladrillo cae al suelo y patina por el hormigón.
—¡Que le den! —Intenta volver a cogerlo, pero me planto delante de ella—. ¡Que le den a todo esto! ¡Que le den a esta calle! ¡Que le den a este bar y esa puta casa! ¡Que le den a todo el mundo!
Se tambalea de nuevo y se dirige a esa parte de la calle.
—Si no me dejas que destruya esa casa... —Su voz se aleja, de modo que me quito los zapatos y la sigo calle abajo en dirección al patio delantero de la casa de su infancia.
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Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
CAPÍTULO 6
Santana
Tropiezo con mis pies descalzos mientras corro tras Brittany hacia el patio delantero de la casa en la que pasó su dolorosa infancia. Una de mis rodillas aterriza en el césped, pero me repongo al instante y vuelvo a levantarme. La puerta mosquitera está abierta, y oigo que Brittany forcejea con el pomo por
un momento antes de aporrear frustrada la madera con el puño.
—Brittany, por favor, volvamos al hotel —digo tratando de convencerla mientras me aproximo.
Ignorándome por completo, se agacha para coger algo que hay en un lado del porche. Supongo que es una llave, aunque no tardo en darme cuenta de mi error cuando veo que una piedra del tamaño de un puño atraviesa la hoja de cristal del centro de la puerta. A continuación, Brittany desliza el brazo a través, esquivando afortunadamente los extremos cortantes del cristal roto, y entonces la abre. Miro alrededor de la calle silenciosa, pero nada parece ir mal. Nadie se ha asomado para ver qué ha sido ese ruido, y ninguna luz se ha encendido con el sonido del cristal al romperse. Espero que Trish y Mike no pasen la noche en la puerta de al lado, en casa de él; que duerman en algún hotel bonito, dado que ninguno de los dos puede permitirse una luna de miel de lujo.
—Brittany. —Estoy pisando terreno pantanoso, tengo que andarme con mucho tiento para no hundirme. Un paso en falso, y ambas nos ahogaremos.
—Esta puta casa no ha sido nada más que un tormento para mí —gruñe.
Se tambalea sobre sus botas y se apoya en el brazo de un pequeño sofá para no caerse.
Inspecciono el salón y doy gracias de que la mayoría de los enseres estén empaquetados o ya hayan sido trasladados de la casa debido a la demolición que tendrá lugar cuando Trish se haya mudado.
Brittany entorna los ojos y se centra en el sofá.
—Este sofá... —Se presiona la frente con los dedos antes de terminar—. Aquí es donde pasó todo, ¿sabes? En este mismo puto sofá.
Sabía que no estaba bien, pero el hecho de que diga eso lo confirma. Recuerdo que hace meses me contó que había destrozado ese sofá. «Ese mueble de mierda era fácil de destruir», se jactó.
Observo el sofá que tenemos delante. Sus firmes cojines y la tela intacta demuestran que está como nuevo. Se me revuelven las tripas, tanto por el recuerdo como por la idea de en qué se está transformando el estado de ánimo de Brittany.
Cierra los ojos por un momento.
—Tal vez alguno de mis putos padres podría haber pensado en comprar uno nuevo.
—Lo siento mucho. Sé que todo esto es demasiado para ti en este momento. —Intento reconfortarla, sin embargo Brittany sigue pasando de mí.
Abre los ojos, se dirige a la cocina y yo la sigo unos pasos por detrás.
—¿Dónde está...? —farfulla, y se arrodilla para mirar dentro de un armario que hay bajo la pila de la cocina—. Te tengo.
Levanta una botella de un licor claro. No quiero preguntar de quién era (o es) esa bebida y cómo acabó ahí. Dada la fina capa de polvo que aparece en la camiseta negra de Brittany después de frotar la botella contra ella, diría que lleva ahí escondida al menos unos cuantos meses.
La sigo de vuelta hasta el salón, sin saber qué va a hacer a continuación.
—Sé que estás enfadada, y tienes todo el derecho del mundo a estarlo. —Me planto delante de ella en un intento desesperado de captar su atención, pero se niega a mirarme siquiera—. Pero ¿podemos, por favor, volver al hotel? —Trato de cogerla de la mano, y ella la aparta.
—. Allí podremos hablar mientras se te pasa la borrachera. O puedes acostarte si lo prefieres, lo que quieras, pero, por favor, tenemos que irnos de aquí.
Brittany me esquiva, se acerca al sofá y señala.
—Ella estaba ahí... —indica apuntando con la botella de licor. Mis ojos se inundan de lágrimas, pero me las trago—. Y nadie vino para detenerlo, joder. Ninguno de esos dos cabrones —dice con los dientes apretados, y desenrosca el tapón de la botella llena.
Se la lleva a los labios y echa la cabeza hacia atrás para dar un buen trago.
—¡Ya basta! —grito aproximándome a ella.
Estoy preparada para arrancarle la botella de las manos y estamparla contra las baldosas de la cocina. Lo que sea con tal de que no siga bebiendo. No sé cuántas copas más podrá tolerar su cuerpo antes de perder la conciencia.
Brittany da otro trago antes de parar. Se limpia el exceso de alcohol de la boca y la barbilla con el dorso de la mano. Sonríe y me mira por primera vez desde que entramos en esta casa.
—¿Por qué? ¿Quieres un poco?
—No... ¡Sí! La verdad es que sí —miento.
—Pues es una lástima, Sanny. No hay suficiente como para compartir —dice arrastrando las palabras y levantando la enorme botella.
Me encojo al oír que utiliza el mismo apelativo que mi padre para referirse a mí. Debe de haber más de un litro del licor que sea; la etiqueta está gastada y medio arrancada. Me pregunto cuánto tiempo hará desde que la escondió ahí. ¿Lo haría durante los once peores días de toda mi vida?
—Apuesto a que estás disfrutando de lo lindo de esto —dice entonces.
Retrocedo un paso e intento idear un plan de acción. No tengo muchas opciones ahora mismo, y estoy empezando a asustarme. Sé que ella jamás me haría daño físicamente, pero no sé cómo se tratará a sí misma, y no estoy emocionalmente preparada para otro ataque por su parte. Me he malacostumbrado a la Brittany controlada con la que me ha obsequiado últimamente: sarcástica y malhumorada, pero no lleno de odio.
El brillo de sus ojos inyectados en sangre me resulta demasiado familiar, y veo la malicia cociéndose tras ellos.
—Y ¿por qué iba a estar disfrutando? Detesto verte así. No quiero que sufras de esta manera, Brittany.
Sonríe y se ríe ligeramente antes de levantar la botella y verter un poco de licor sobre los cojines del sofá.
—¿Sabías que el ron es una de las bebidas más inflamables? —dice con tono perverso.
Se me hiela la sangre.
—Brittany, yo...
—Este ron es de cien grados. Es una graduación alta de cojones. —Su voz suena sombría, lenta y amenazadora mientras continúa empapando el sofá.
—¡Brittany! —exclamo, y mi voz va ganando volumen—. ¿Qué piensas hacer? ¿Quemar la casa entera? ¡Eso no va a cambiar nada!
Me hace un gesto con la mano para despedirme y dice con desdén:
—Deberías marcharte. No se permite la entrada a los niños.
—¡No me hables así! —Envalentonada, y algo asustada, alargo la mano y agarro la botella.
Las aletas nasales de Brittany ondean de furia mientras intenta quitármela.
—¡Suéltala ahora mismo! —dice con los dientes apretados.
—No.
—Santana, no me provoques.
—Y ¿qué vas a hacer, Brittany? ¿Forcejear conmigo por una botella de alcohol?
Pone unos ojos como platos y abre la boca con sorpresa al mirar nuestras manos jugando a tirar de la cuerda.
—Dame la botella —le ordeno aferrándome con fuerza a ella.
Pesa bastante, y Brittany no me lo está poniendo nada fácil, pero la adrenalina se ha apoderado de mí y me ha proporcionado la fuerza que necesito. Maldiciendo entre dientes, aparta la mano. No esperaba que cediera tan fácilmente, de modo que, cuando la suelta, la botella se me escurre de la mano, impacta contra el suelo delante de nosotras y el líquido marrón comienza a derramarse sobre
la madera envejecida.
Me agacho a recogerla mientras le indico a ella lo contrario:
—Déjala ahí.
—No veo cuál es el problema —replica.
Agarra la botella antes que yo y vierte más licor sobre el sofá. Después camina en círculos por la habitación, dejando un rastro de ron inflamable a su paso.
—De todos modos, van a demoler este agujero. Les estoy haciendo un favor a los nuevos propietarios. —Me mira y se encoge de hombros de manera traviesa—. Seguro que esto les sale más barato.
Me alejo lentamente de Brittany, cojo mi bolso y busco mi teléfono. El símbolo de advertencia de batería baja parpadea, pero llamo a la única persona que podría ayudarnos en este momento. Con el teléfono en la mano, me vuelvo hacia él de nuevo.
—Si haces esto, la policía vendrá a casa de tu madre. Te arrestarán, Brittany. —Rezo para que la persona al otro lado de la línea me oiga.
—Me importa una mierda —farfulla con la mandíbula apretada.
Mira al sofá, y sus ojos atraviesan el presente y contemplan el pasado.
—Todavía la oigo gritar. Sus gritos parecían los de un puto animal herido. ¿Sabes qué efecto tiene eso en una niña pequeña?
Se me parte el alma por Brittany, por sus dos versiones: la de la niñita inocente forzada a presenciar cómo golpeaban y violaban a su madre y la de la mujer furiosa y dolida que siente que su único recurso es quemar la casa entera para deshacerse de ese recuerdo.
—No querrás ir a la cárcel, ¿verdad? ¿Adónde iría yo? Me quedaría tirada. —Me importa un cuerno lo que me sucedería a mí, pero espero que la idea haga que reconsidere sus acciones.
Mi preciosa princesa oscura me observa durante un instante, y mis palabras parecen haber calado hondo en ella.
—Llama a un taxi y ve hasta el final de la calle —dice—. Me aseguraré de que te hayas ido antes de hacer nada. —Su voz es ahora más clara de lo que debería ser, teniendo en cuenta la cantidad de alcohol que corre por sus venas, pero lo único que oigo es a ella intentando rendirse.
—No puedo pagar el taxi. —Rebusco teatralmente mi cartera y le enseño mi dinero estadounidense.
Cierra los ojos con fuerza y estampa la botella contra la pared. Se hace añicos, pero ni siquiera me estremezco. He oído ese sonido demasiadas veces en los últimos meses como para inmutarme.
—Coge mi puta cartera y lárgate. ¡Joder! —Con un rápido movimiento, se saca la cartera del bolsillo trasero del pantalón y la lanza al suelo delante de mí.
Me agacho y la meto en mi bolso.
—No. Necesito que vengas conmigo —digo con voz suave.
—Eres tan perfecta... Lo sabes, ¿verdad? —Da un paso hacia mí y eleva la mano para cogerme la mejilla.
Me encojo al sentir el contacto, y una arruga profunda se forma en su precioso rostro atormentado.
—¿Sabes que eres perfecta? —Siento su mano caliente sobre mi mejilla, y empieza a acariciarme la piel trazando círculos con el pulgar.
Me tiemblan los labios, pero mantengo la compostura.
—No. No soy perfecta, Brittany. Nadie lo es —respondo tranquilamente mientras la miro a los ojos.
—Tú sí. Tú eres demasiado perfecta para mí.
Me dan ganas de llorar. ¿Ya hemos vuelto a eso?
—No voy a dejar que me apartes. Sé lo que estás haciendo: estás borracha, y estás intentando justificarlo al compararnos. Yo estoy tan jodida como tú.
—No hables así. —Frunce de nuevo el ceño. Su otra mano asciende hasta mi mandíbula y se hunde en mi pelo—. No suena bien saliendo de tu preciosa boca.
Acaricia mi labio inferior con el pulgar y no puedo evitar advertir el contraste entre el modo en que arden sus ojos de dolor y de rabia y su tacto suave y delicado.
—Te quiero, y no pienso irme a ninguna parte —digo, y rezo para que mis palabras consigan atravesar su ebrio embotamiento. Busco en sus ojos el más mínimo rastro de mi Brittany.
—Si dos personas se aman, no puede haber un final feliz —responde en tono suave.
Reconozco las palabras al instante y aparto los ojos de los suyos.
—No me cites a Hemingway —le espeto. ¿Pensaba que no iba a reconocerlo y a saber lo que estaba intentando hacer?
—Pero es verdad. No hay un final feliz; al menos, no para mí. Estoy demasiado jodida. —Aparta las manos de mi rostro y me da la espalda.
—¡No, no lo estás! Tú...
—¿Por qué haces eso? —balbucea mientras su cuerpo se mece hacia adelante y hacia atrás—.¿Por qué siempre intentas buscar la luz en mí? ¡Despierta de una vez, Santana! ¡No hay ninguna puta luz! —grita, y se golpea el pecho con las dos manos. »¡No soy nada! ¡Soy un pedazo de mierda con una mierda de padres, y encima estoy completamente pirada! Traté de advertírtelo, intenté apartarte de mí antes de acabar contigo...
Su voz se vuelve cada vez más grave, y se lleva la mano al bolsillo.
Reconozco el mechero morado de Judy, la del bar. Brittany lo enciende sin mirarme.
—¡Mis padres también son un desastre! ¡Mi padre está en rehabilitación, joder! —le grito.
Sabía que esto iba a pasar. Sabía que la confesión de Christian acabaría con Brittany. Todo el mundo tiene un límite, y el estado de Brittany ya era bastante frágil con todo lo que ha tenido que soportar.
—Ésta es tu última oportunidad de irte antes de que este lugar arda hasta los cimientos —dice sin mirarme.
—¿Serías capaz de quemar la casa conmigo dentro? —pregunto incrédula. Estoy llorando, pero no sé en qué momento he empezado.
—No. —Sus botas resuenan con fuerza mientras atraviesa la habitación; la cabeza me da vueltas, me duele el alma y temo haber perdido el sentido de la realidad—. Vamos. —Me ofrece la mano, solicitando la mía.
—Dame el mechero.
—Ven aquí. —Extiende los dos brazos hacia mí. Ahora estoy llorando a moco tendido—. Por favor. Me obligo a pasar por alto sus gestos, por mucho que me duela hacerlo. Quiero correr a sus brazos y alejarla de aquí. Pero esto no es una novela de Jane Austen con un final feliz y buenas intenciones; esto es Hemingway, en el mejor de los casos, y puedo ver más allá de sus gestos.
—Dame el mechero y marchémonos juntas.
—Casi conseguiste hacerme creer que podía ser normal. —El encendedor todavía descansa peligrosamente en la palma de su mano.
—¡Nadie lo es! —grito—. Nadie es normal, y no quiero que tú lo seas. Te quiero como eres, te amo, ¡y amo todo esto! —Miro alrededor del salón y después de nuevo a Brittany.
—Eso es imposible. Nadie podría ni lo ha hecho jamás. Ni siquiera mi propia madre.
Conforme las palabras salen de sus labios, el sonido de la puerta golpeando la pared hace que dé un brinco. Me vuelvo hacia el sonido y siento un tremendo alivio al ver a Christian correr hacia el salón. Está angustiado y sin aliento. Se detiene en el acto en cuanto asimila el estado de la pequeña estancia, empapada de licor por todas partes.
—¿Qué...? —Sus ojos enfocan en el mechero que Brittany tiene en la mano—. He oído sirenas de camino aquí. ¡Tenemos que irnos ahora mismo! —grita.
—¿Cómo sabías...? —La mirada de Brittany oscila entre Christian y yo—. ¿Lo has llamado tú?
—¡Por supuesto que lo ha hecho! ¿Qué querías que hiciera? ¡¿Que te dejara incendiar la casa y que te arrestaran?! —chilla Vance.
Brittany levanta las manos en el aire, aún con el mechero en la mano.
—¡Salid de aquí! ¡Los dos!
Christian se vuelve hacia mí.
—Santana, ve afuera.
Pero me mantengo firme.
—No, no voy a dejarla aquí. —¿Todavía no ha entendido que Brittany y yo no debemos separarnos?
—Vete —dice Brittany mientras da un paso hacia mí. Desliza el pulgar por el metal del mechero y enciende la llama—. Sácala de aquí —añade arrastrando las palabras.
—Mi coche está aparcado en el callejón que hay al otro lado de la calle. Espéranos allí —me ordena Christian.
Cuando miro a Brittany, sus ojos están fijos en la llama blanca, y la conozco lo bastante bien como para saber que va a hacer esto, tanto si me marcho como si no. Está demasiado ebria y enfadada como para detenerse ahora.
Christian deposita un frío juego de llaves en mi mano y se acerca a mí.
—No dejaré que le suceda nada malo.
Tras un momento de lucha interna, envuelvo las llaves con los dedos y salgo por la puerta sin mirar atrás. Cruzo corriendo la calle y rezo para que las sirenas que se oyen en la distancia se dirijan a otro destino.
Santana
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Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
CAPÍTULO 7
Brittany
En cuanto Santana sale por la puerta principal, Vance empieza a agitar las manos delante de él y a gritar
:—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!
¿De qué está hablando? Y ¿qué cojones está haciendo aquí? Odio a Santana por haberlo llamado.
Lo retiro: jamás podría odiarla pero, joder, a veces me saca de quicio.
—Nadie te quiere aquí —digo, y noto que tengo la boca dormida.
Me arden los ojos. ¿Dónde está Santana? ¿Se ha marchado? Creía que sí, pero ahora estoy confundida. ¿Cuánto tiempo hace que vino? ¿Estaba aquí de verdad? No lo sé.
—Enciende el fuego.
—¿Para qué? ¿Quieres que arda con la casa? —pregunto.
Una versión más joven de él apoyado contra la chimenea de la casa de mi madre inunda mi mente. Me estaba leyendo.
—¿Por qué me estaba leyendo?
«¿He dicho eso en voz alta? No tengo ni puta idea.» El Vance del presente se me queda mirando, como esperando algo.
—Todos tus errores desaparecerían conmigo —suelto. El metal del mechero me quema la piel áspera del pulgar, pero sigo encendiéndolo.
—No, quiero que quemes la casa —replica él—. Tal vez así encuentres algo de paz.
Creo que es posible que me esté gritando, pero apenas puedo ver con claridad, y mucho menos medir el volumen de su voz. ¿En serio me está dando permiso para quemar esta cueva? «¿Quién ha dicho que necesite permiso?»
—¿Quién eres tú para darme el visto bueno? ¡Joder! ¡No te he preguntado!
Bajo la llama hasta el brazo del sofá y espero a que prenda. Espero a que el fuego devorador destruya este lugar.
Pero no sucede nada.
—Menudo desastre estoy hecha, ¿eh? —le digo al hombre que asegura ser mi padre.
—Eso no va a funcionar —dice. O igual soy yo quien habla, vete tú a saber.
Alcanzo una vieja revista que descansa sobre una de las cajas y acerco la llama a la esquina. Se enciende inmediatamente. Observo cómo el fuego asciende por las páginas y la lanzo sobre el sofá. Alucino al ver lo rápido que el fuego lo engulle, y juro que puedo sentir cómo los putos recuerdos arden con él.
Después le llega el turno al reguero de ron, que arde formando una línea irregular. Apenas puedo seguir el ritmo de las llamas, que avanzan danzando por los tablones de madera, parpadeando y crepitando, emitiendo sonidos que me resultan tremendamente reconfortantes. Las llamas brillan con furia y atacan con ferocidad el resto de la habitación.
Por encima del crepitar del fuego, Vance grita:
—¿Estás satisfecha?
No sé si lo estoy. Santana no lo estará. Le entristecerá que haya destruido la casa.
—¿Dónde está? —pregunto inspeccionando la estancia, que veo borrosa y cargada de humo. Como esté aquí dentro y le suceda algo...
—Está fuera. A salvo —me asegura Vance.
¿Confío en él? Lo odio a muerte. Todo esto es culpa suya. ¿Sigue Santana aquí? ¿Me estará mintiendo?
Pero entonces caigo en la cuenta de que Santana es demasiado lista para esto. Seguro que se ha marchado, lejos de esta mierda, lejos de mi destrucción. Y si este hombre me hubiese criado, no me habría convertido en la mala persona que soy. No habría hecho daño a tanta gente, sobre todo a Santana. No quiero hacerle daño, pero siempre lo hago.
—¿Dónde estabas? —le pregunto.
Ojalá las llamas aumentaran de tamaño. Si siguen así de pequeñas, la casa no se quemará por completo. Puede que tenga otra botella escondida en alguna parte, pero no soy capaz de pensar con la suficiente claridad como para recordarlo. El fuego no me resulta lo bastante grande. Las minúsculas llamas no compensan la intensidad de mi puta ira, y necesito más.
—En el hotel, con Kimberly. Marchémonos antes de que llegue la policía o de que resultes herida.
—No. ¿Dónde estabas tú aquella noche? —La habitación empieza a girar, y el calor me está asfixiando.
Vance parece verdaderamente sorprendido. Se detiene y se yergue por completo.
—¿Qué? ¡Ni siquiera estaba aquí, Brittany! Estaba en Estados Unidos. ¡Yo jamás dejaría que algo así le sucediese a tu madre! ¡Pero ahora tenemos que irnos! —grita.
¿Por qué íbamos a marcharnos? Quiero ver cómo arde este maldito agujero.
—Pues le sucedió —digo, y mi cuerpo se vuelve cada vez más pesado.
Debería sentarme, pero si yo tengo que ver estas imágenes en mi cabeza, él también.
—La golpearon hasta hacerla papilla. Todos se turnaron para abusar de ella, se la follaron una y otra y otra vez... —Me duele tanto el pecho que me dan ganas de meterme las manos y arrancarme todo lo que tengo dentro. Todo era mucho más fácil antes de conocer a Santana; nada me hacía daño.
Ni siquiera esta mierda me dolía de esta manera. Había aprendido a bloquearlo hasta que ella hizo que... hizo que sintiese cosas que no quería sentir, y ahora no puedo dejar de hacerlo.
—¡Lo siento! —exclama Vance—. ¡Siento muchísimo que eso sucediera! ¡Yo lo habría evitado! Levanto la vista y veo que está llorando. ¿Cómo se atreve a llorar cuando él no tuvo que presenciarlo? Él no ha tenido que verlo cada vez que cerraba los ojos para dormir, año tras año.
Unas luces azules parpadeantes entran entonces por las ventanas y se reflejan en todos los cristales de la habitación, interrumpiendo mi hoguera. Las sirenas suenan fuerte de cojones, ¡joder, qué ruidazo!
—¡Vámonos! —me ordena Vance—. ¡Tenemos que salir ya! Ve a la puerta trasera y métete en mi coche! ¡Ve! —grita. Qué dramatismo.
—Vete a la mierda —le suelto. Me tambaleo; la habitación gira ahora más deprisa, y las sirenas me perforan el oído.
Antes de que pueda detenerlo, me pone las manos encima y empuja mi cuerpo ebrio por el salón, en dirección a la cocina y hacia la puerta trasera. Intento resistirme, pero mis músculos se niegan a cooperar. El aire frío me golpea y hace que me maree, y entonces mi culo aterriza sobre el hormigón.
—Ve al callejón y entra en mi coche —creo que dice Christian antes de desaparecer. Me levanto como puedo después de caerme unas cuantas veces e intento abrir la puerta trasera de la cocina, pero tiene el cerrojo echado. Dentro oigo varias voces que gritan y algo que zumba. «¿Qué cojones es eso?»
Saco mi teléfono del bolsillo y veo el nombre de Santana en la pantalla. Puedo ir a buscar el coche en el callejón y enfrentarme a ella, o volver adentro y dejar que me arresten. Miro su cara borrosa en la pantalla y la decisión está tomada.
No tengo ni puta idea de cómo coño voy a conseguir llegar al otro lado de la calle sin que la poli me descubra. Veo la pantalla del móvil doble y no para de moverse, pero de algún modo consigo llamar al número de Santana.
—¡Brittany! ¡¿Estás bien?! —grita por el auricular.
—Recógeme al final de la calle, delante del cementerio.
Quito el pestillo de la puerta de la valla del vecino y corto la llamada. Al menos no tengo que atravesar el jardín de Mike.
¿Se habrá casado con mi madre hoy? Por su bien, espero que no.
«No querrás que esté sola siempre. Sé que la quieres; sigue siendo tu madre», resuena la voz de Santana en mi cabeza.
Genial, ahora oigo voces.
«No soy perfecta. Nadie lo es», me recuerda su dulce voz. Pero se equivoca, se equivoca muchísimo. Es ingenua, pero perfecta. Consigo llegar hasta la esquina de la calle de mi madre. El cementerio a mi espalda está oscuro; la única luz procede de las sirenas azules en la distancia. El BMW negro aparece unos momentos después, y Santana lo detiene delante de mí. Me meto en el coche sin mediar palabra, y apenas he cerrado la puerta cuando arranca a toda velocidad.
—¿Adónde voy? —dice con voz grave mientras intenta dejar de sollozar, aunque fracasa estrepitosamente.
—No lo sé... No hay muchos sitios por aquí —me pesan los ojos—, es de noche, es muy tarde... y no hay nada abierto...
A continuación, cierro los ojos y todo desaparece.
El sonido de las sirenas me despierta de un sobresalto. Doy un brinco y me golpeo la cabeza contra el techo del coche.
«¿El coche? ¿Qué cojones hago en un coche?»
Me vuelvo y veo a Santana en el asiento del conductor, con los ojos cerrados y las piernas flexionadas contra el cuerpo. Me recuerda al instante a un gatito durmiendo. Me va a estallar la cabeza. Joder, he bebido demasiado.
Es de día, el sol está escondido detrás de las nubes, dejando un cielo gris y deprimente. El reloj del salpicadero me informa de que faltan diez minutos para las siete. No reconozco el aparcamiento en el que nos encontramos, e intento recordar cómo coño acabé en el coche.
Ya no hay coches de policía ni sirenas... Debo de haberlos soñado. Me palpita la cabeza, y cuando me subo la camiseta para limpiarme la cara, un fuerte olor a humo inunda mis fosas nasales. Flashes de un sofá ardiendo y de Santana llorando se reproducen en mi mente. Me esfuerzo por ordenarlos; sigo medio borracha.
A mi lado, ella se estira y sus ojos parpadean antes de abrirse. No sé qué vio anoche. No sé qué dije ni qué hice, pero sé que su manera de mirarme en este mismo momento hace que desee haber ardido... con esa casa. Imágenes de la casa de mi madre me vienen entonces a la cabeza.
—Santana, yo... —No sé qué decirle; mi mente no funciona, y mi puta boca tampoco.
El pelo decolorado de Judy y Christian empujándome por la puerta trasera de la casa de mi madre rellenan algunos de los huecos de mi memoria.
—¿Estás bien? —me pregunta en un tono suave y áspero al mismo tiempo. Es evidente que casi se ha quedado sin voz.
¿Me está preguntando ella a mí si estoy bien?
Observo su rostro confundido por su pregunta.
—Eh..., sí. Y ¿tú? —No recuerdo la mayor parte de la noche..., joder, del día o de la noche, pero sé que tiene motivos para estar enfadada conmigo.
Asiente despacio mientras también analiza mi rostro.
—Intento recordar... La poli llegó... —Voy repasando los recuerdos conforme me vienen a la mente—. La casa estaba en llamas... ¿Dónde estamos? —Miro por la ventanilla e intento averiguarlo.
—Estamos..., pues no estoy muy segura de qué lugar es éste. —Se aclara la garganta y mira de frente a través del parabrisas. Debe de haber gritado mucho. O llorado. O ambas cosas, porque apenas puede hablar—. No sabía adónde ir y tú te quedaste dormida, así que seguí conduciendo, pero estaba muy cansada. Al final tuve que parar a un lado de la carretera.
Tiene los ojos rojos e hinchados, con el rímel corrido por debajo, y sus labios se ven secos y cortados. Me cuesta reconocerla. Sigue estando preciosa, pero he agotado toda su energía. Al mirarla, veo la falta de calidez en sus mejillas, la pérdida de esperanza en sus ojos, la ausencia de felicidad en sus labios carnosos.
He cogido a una chica maravillosa que vive para los demás, a una chica que siempre ve lo bueno en todo, incluso en mí, y la he transformado en una
cáscara cuyos ojos vacíos me observan en este mismo momento.
—Voy a vomitar —espeto, y abro la puerta del acompañante.
Todo el whisky, todo el ron y todos mis errores salpican contra el suelo de hormigón, y vomito una y otra vez hasta que no me queda nada dentro más que la culpa.
Brittany
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
Pues creo que si fallo Britt al repetir su error de resolver las cosas con alcohol, pero bueno al menos no paso a mayores gracias a Vance y San.
Y con San creó que se ha de sentir triste y decepcionada de Britt por volver a lo mismo, pero espero que aún continue con ella, aparte se ve que comprende por lo que esta pasando,... Pero haber que pasa y que hace Britt :/
Y con San creó que se ha de sentir triste y decepcionada de Britt por volver a lo mismo, pero espero que aún continue con ella, aparte se ve que comprende por lo que esta pasando,... Pero haber que pasa y que hace Britt :/
JVM- - Mensajes : 1170
Fecha de inscripción : 20/11/2015
Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
Britt ya tiene todas las respuestas que necesita sobre su pasado!
Era normal que britt reaccionara de esa forma eh ir a tomar....
Término destrosando su eterno "enemigo" por así decirlo... Donde para ella empezó!!!
Que habrá pasado con vince.... Y a ver que pasa con san y britt???
Era normal que britt reaccionara de esa forma eh ir a tomar....
Término destrosando su eterno "enemigo" por así decirlo... Donde para ella empezó!!!
Que habrá pasado con vince.... Y a ver que pasa con san y britt???
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
Pd... Si es Lu es mi apodo!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
Pobre Briit, de verdad no creo que nadie se meresca tanto dolor, ni presenciar algo tan horrible como una violacion, y mas si es tu propia madre, me pregunto: tendra brittany una oportunidad en la vida para ser feliz, podra santana entenderla y ayudarla?????
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
CAPÍTULO 8
Brittany
Santana habla con voz suave y áspera, rellenando los espacios de mi elaborada respiración.
—¿Hacia adónde me dirijo?
—No lo sé.
Una parte de mí quiere decirle que se suba al primer avión que salga de Londres, sola. Pero la parte egoísta, la más fuerte, sabe que, si lo hiciera, yo no llegaría a la noche sin ponerme hasta el culo de alcohol. Otra vez. Me sabe la boca a vómito, y me arde la garganta por la violencia con la que mi organismo ha expulsado todo ese licor.
Santana abre la consola central que nos separa, saca un pañuelo y empieza a limpiarme las comisuras de la boca con el rasposo papel. Sus dedos rozan ligeramente mi piel y su tacto es tan gélido que me aparto al instante.
—Estás helada. Enciende el motor.
Pero no espero a que obedezca. Me inclino y giro la llave yo misma. El aire empieza a entrar por las rejillas de ventilación. Al principio es frío, pero este coche caro de cojones tiene algún truco, y el calor pronto se extiende a través del reducido espacio.
—Tenemos que echar gasolina. No sé cuánto tiempo estuve conduciendo, pero la luz del combustible está encendida, y el navegador también lo indica —dice señalando la lujosa pantalla en el salpicadero.
El sonido de su voz me está matando.
—Estás muy afónica —digo, aunque sé que es tremendamente obvio.
Ella asiente y aparta la cabeza. La agarro de la barbilla con los dedos y le giro la cara de nuevo hacia mí.
—Si quieres marcharte, no te lo reprocharé. Te llevaré al aeropuerto de inmediato.
Me mira pasmada antes de abrir la boca.
—¿Vas a quedarte aquí? ¿En Londres? Nuestro vuelo es esta noche. Creía...
La última palabra suena más bien como un graznido, y le da un ataque de tos.
Miro en los posavasos para ver si hay algo de agua, pero están vacíos.
Le froto la espalda hasta que deja de toser, y entonces cambio de tema.
—Cámbiame el sitio. Yo conduciré hasta allí. —Señalo con la cabeza hacia la gasolinera que hay al otro lado de la carretera—. Necesitas agua y algo para esa garganta.
Espero a que se levante del asiento del conductor, pero se limita a repasar mi rostro con la mirada antes de arrancar el coche y salir del aparcamiento.
—Todavía superas el límite legal —susurra por fin con cuidado de no forzar su voz casi inexistente.
No puedo discutírselo. Es imposible que esté completamente sobria tras unas pocas horas durmiendo en este coche. Bebí lo bastante como para no acordarme de la mayor parte de la noche, y el dolor de cabeza resultante es tremendo. Seguramente seguiré borracha el puto día entero, o la mitad. No estoy segura. Ni siquiera recuerdo cuántas copas me tomé...
Mi confuso recuento se ve interrumpido cuando Santana aparca delante de un surtidor de gasolina y se dispone a abrir la puerta.
—Ya voy yo —digo, y salgo del coche sin darle tiempo a replicar.
No hay mucha gente dentro a estas horas de la mañana, sólo hombres con su ropa de trabajo. Tengo las manos llenas de aspirinas, botellas de agua y bolsas de aperitivos cuando Santana entra en la pequeña tienda.
Todo el mundo se vuelve para mirar a la desaliñada belleza con su vestido blanco y sucio. Las miradas de los hombres me provocan aún más náuseas.
—¿Por qué no te has quedado en el coche? —le pregunto cuando se acerca.
Menea un objeto de piel negra delante de mi cara.
—Tu cartera.
—Ah.
Me la entrega, desaparece un momento y reaparece a mi lado con un humeante vaso para llevar de café en cada mano justo cuando llego a la caja.
Deposito el montón de cosas sobre el mostrador.
—¿Consultas nuestra ubicación en el móvil mientras pago? —pregunto quitándole a Santana los enormes vasos de sus pequeñas manos.
—¿Qué?
—La ubicación, en tu teléfono..., para ver dónde estamos.
El hombre corpulento tras el mostrador coge el bote de aspirinas, lo agita antes de escanear el código de barras y dice:
—Estáis en Allhallows.
Inclina la cabeza mirando a Santana y ella sonríe amablemente.
—Gracias. —Su sonrisa se intensifica y el pobre diablo se ruboriza.
«Sí, ya sé que está buena. Pero será mejor que apartes la mirada antes de que te arranque los ojos de las cuencas —quiero decirle—. Y la próxima vez que hagas un puto ruido cuando tengo resaca, como acabas de hacer con ese bote de aspirinas, será tu fin.»
Después de lo de anoche, no me vendría mal liberar tensiones, y no estoy de humor para aguantar que este triste individuo repase con la mirada las tetas de mi chica a las putas siete en punto de la mañana.
Si no fuera tremendamente consciente de la falta de emoción en la mirada de Santana, seguramente ya lo habría sacado a rastras del mostrador, pero su falsa sonrisa, sus ojos manchados de negro y su vestido sucio me detienen y me olvido de mis violentos pensamientos. Parece tan perdida, tan triste, tan jodidamente perdida...
«¿Qué te he hecho?», pregunto para mis adentros.
La mirada de San se dirige a la puerta, por la que entran una mujer joven y una niña cogidas de la mano. La miro mientras las observa y sigue sus movimientos, a mi parecer, con demasiado descaro; roza lo perturbador. Cuando la pequeña mira a su madre, el labio inferior de Santana empieza a temblar.
«¿A qué viene esto? ¿Es a causa de mi reacción por la nueva revelación sobre mi familia?»
El cajero ha guardado todas mis cosas y sostiene la bolsa de un modo un poco grosero delante de mi cara para captar mi atención. Por lo visto, en el instante en que Santana ha dejado de mirarlo, ha decidido ser desagradable conmigo.
Agarro la bolsa de plástico y me inclino hacia ella.
—¿Lista? —pregunto dándole un golpecito con el codo.
—Sí, perdona —balbucea, y recoge los cafés del mostrador.
Lleno el depósito del coche mientras me planteo las consecuencias de conducir hasta el mar con el coche de alquiler de Vance. Si estamos en Allhallows, tenemos la costa al lado; llegaríamos en un momento.
—¿A qué distancia estamos del bar Gabriel’s? —pregunta Santana cuando me reúno con ella—.
Nuestro coche de alquiler está allí.
—A una hora y media, teniendo en cuenta el tráfico.
«El coche se hunde lentamente en el mar, lo que a Vance le costaría decenas de miles de libras, y nosotros cogemos un taxi hasta Gabriel’s por unas doscientas. Es un trato justo.»
Santana le quita el tapón al pequeño bote de aspirinas y me echa tres en la mano. Después frunce el ceño y mira la pantalla de su móvil, que acaba de iluminarse.
—¿Quieres hablar de lo de anoche? —me pregunta—. Acabo de recibir un mensaje de Kimberly.
Un montón de interrogantes empiezan a abrirse paso entre las borrosas imágenes y las voces de anoche y emergen a la superficie de mi mente... Vance me cerró la puerta y volvió a la casa en llamas...
Santana sigue mirando la pantalla de su teléfono y yo cada vez estoy más preocupada.
—No estará... —No sé cómo plantear esta pregunta. No consigo que atraviese el nudo que tengo en la garganta.
Santana me mira y sus ojos se inundan de lágrimas.
—Está vivo, claro, pero...
—¿Qué? ¿Qué le ha pasado? —inquiero.
—Dice que tiene quemaduras.
Un ligero y desagradable dolor intenta atravesar las grietas de mis defensas. Unas grietas que ella misma abrió.
Se seca un ojo con el dorso de la mano.
—Sólo en una pierna. Kim dice que sólo en una pierna, y que lo arrestarán en cuanto le den el alta en el hospital, que será pronto; al parecer, de un momento a otro.
—¿Que lo arrestarán? ¿Por qué? —Conozco la respuesta antes de que me la dé.
—Le ha dicho a la policía que fue él quien provocó el incendio.
Santana me planta su mierda de teléfono delante de la cara para que lea yo misma el larguísimo mensaje de Kimberly.
Lo leo entero y compruebo que no dice nada más, aunque me hago buena cuenta del pánico de Kimberly. No digo nada. No tengo nada que decir.
—Y ¿bien? —pregunta Santana con suavidad.
—Y ¿bien, qué?
—¿No estás ni siquiera mínimamente preocupada por tu padre?
—Después, al ver mi mirada asesina, añade
—: Quiero decir, por Christian.
«Está herido por mi culpa.»
—No debería haberse presentado allí —replico.
Santana parece horrorizada ante mi indiferencia.
—Brittany. Ese hombre fue allí para ayudarme, y para ayudarte a ti.
Al intuir el comienzo de un discursito, la interrumpo:
—Santana, ya sé que...
Pero ella me sorprende levantando una mano para hacerme callar.
—No he terminado. Por no hablar de que ha cargado con las culpas de un incendio que tú has provocado y que está herido. Te quiero, y sé que ahora mismo lo odias, pero te conozco, conozco a la verdadera Brittany, así que no te quedes ahí sentada fingiendo que no te importa una mierda lo que le pase, porque sé perfectamente que no es así.
Una tos violenta finaliza su furioso discurso, y le acerco la botella de agua a la boca. Me tomo un instante para rumiar sus palabras mientras su tos se calma. Tiene razón, por supuesto que la tiene, pero no estoy preparada para enfrentarme a ninguna de las cosas que acaba de mencionar. Joder, no estoy preparada para admitir que ha hecho algo por mí, no después de todos estos años. No estoy preparada para que, de repente, se comporte como un padre conmigo. Joder, ni
hablar. No quiero que nadie, y menos él, piense que esto de alguna manera compensa la balanza, que de algún modo olvidaré toda la mierda que se perdió, todas las noches que me pasé oyendo cómo mis padres se gritaban, todas las veces que subí la escalera corriendo al oír el sonido de la voz ebria de
mi padre, y el hecho de que él lo sabía y no me lo dijo en todo ese tiempo.
Y una mierda. Esto no compensa nada de todo eso, y nunca lo hará.
—¿Crees que voy a perdonarlo por una quemadura de nada en la pierna y porque haya decidido autoinculparse? —me paso las manos por el pelo—. ¡¿Esperas que lo perdone por haberme mentido durante veintiún putos años?! —pregunto gritando mucho más de lo que pretendía.
—¡No, por supuesto que no! —dice ella, levantando también la voz. Me preocupa que se le rompa alguna cuerda vocal o algo, pero Santana continúa—: Pero me niego a dejar que le quites importancia como si esto fuese una minucia. Va a ir a la cárcel por ti, y actúas como si ni siquiera te importara su estado de salud. Estuviera o no presente, te mintiera o no, sea tu padre o no, te quiere, y
anoche te salvó el culo.
«No me lo puedo creer...»
—Joder, ¿de qué lado estás tú?
—¡No hay ningún lado! —grita, y su voz resuena en el reducido espacio y no ayuda en absoluto a mi dolor de cabeza—. Todo el mundo está de tu lado, Brittany. Sé que tienes la sensación de estar sola contra el mundo, pero mira a tu alrededor: me tienes a mí, a tu padre (a los dos), a Karen, que te quiere como si fueses su hija, a Ryder, que te quiere más de lo que ninguno de los dos admitiréis
jamás... —Santana sonríe ligeramente al mencionar a su mejor amigo, pero continúa con su sermón—: Kimberly te provoca a veces, pero a ella también le importas, y Smith..., tú eres literalmente la única persona que le gusta a ese niño.
Me coge las manos entre las suyas temblorosas y me acaricia las palmas suavemente con los pulgares.
—Si lo piensas, es irónico: la chica que odia al mundo entero es la más amada por él —susurra, y sus ojos se inundan de lágrimas. Lágrimas por mí, demasiadas lágrimas por mí.
—Nena. —Tiro de ella hacia mi asiento y se coloca a horcajadas sobre mi cintura. Rodea mi cuello con los brazos—. ¿Cómo puedes ser tan bondadosa?
Entierro el rostro en su cuello, casi intentando esconderme en su pelo desaliñado.
—Permite que entren, Brittany. La vida es mucho más sencilla de ese modo. —Me acaricia la cabeza como si fuera alguna especie de mascota... pero, joder, me encanta. Hundo el hocico más aún en su pelo.
—No es tan fácil —replico.
Me arde la garganta, y siento que sólo puedo respirar cuando inhalo su esencia. Está ligeramente empañada por el ligero olor a humo y a fuego que, al parecer, he trasladado al coche, pero sigue resultando tranquilizadora.
—Lo sé. —Continúa pasándome las manos por el pelo, y quiero creerla.
¿Por qué es siempre tan comprensiva conmigo cuando no lo merezco?
El sonido de un claxon me saca de mi escondite y me recuerda que estamos junto a los surtidores.
Por lo visto, al camionero que tenemos detrás no le apetece esperar. Santana se aparta de mi regazo y se abrocha el cinturón en el asiento del acompañante.
Me planteo dejar el coche aquí parado sólo para fastidiar, pero entonces oigo rugir las tripas de Santana y cambio de idea. ¿Cuándo fue la última vez que comió? El hecho de que ni siquiera me acuerde significa que hace demasiado tiempo.
Me alejo de los surtidores y me dirijo a un aparcamiento vacío que hay al otro lado de la calle, donde dormimos anoche.
—Come algo —digo colocándole una barrita de cereales en las manos.
Aparco casi al final, cerca de un grupo de árboles, y enciendo la calefacción. Ya es primavera, pero el aire matutino es fresco y Santana está tiritando. La rodeo con el brazo y hago un gesto como si estuviera ofreciéndole el mundo.
—Podríamos ir a Haworth, para ver el pueblo de las hermanas Brontë —sugiero—. Podría mostrarte los páramos.
Me sorprende echándose a reír.
—¿Qué te hace tanta gracia? —Enarco una ceja y le doy un bocado a un muffin de plátano.
—Después de la noche que has pasa... pasado —se aclara la garganta—, ¿me propones llevarme a los páramos? —Sacude la cabeza y coge su humeante café.
Me encojo de hombros y mastico pensativa.
—No sé...
—¿A qué distancia está? —pregunta con mucho menos entusiasmo de lo que esperaba.
Sin duda, si este fin de semana no hubiese acabado siendo una auténtica mierda, probablemente le haría mucha más ilusión. También le prometí llevarla a Chawton, pero los páramos encajan mucho mejor con mi estado de ánimo actual.
—A unas cuatro horas.
—Está muy lejos —dice, y bebe un sorbo del café.
—Pensaba que querrías ir —digo en tono severo.
—Y quiero...
Es evidente que le preocupa algo de mi sugerencia. Joder, ¿por qué razón siempre tengo que causarles algún problema a esos ojos chocolate?
—Entonces ¿por qué te quejas del trayecto? —me termino el muffin y abro el envoltorio de otro.
Santana parece ligeramente ofendida, pero su voz sigue siendo suave y áspera.
—Sólo me estoy preguntando por qué estás tú dispuesta a conducir hasta allí para ver los páramos.
—Se coloca un mechón de pelo suelto detrás de la oreja y respira hondo.
—. Brittany, te conozco lo suficiente como para saber que estás taciturna y apartándote de mí.
—Se desabrocha el cinturón de seguridad y se vuelve para mirarme.
—. El hecho de que quieras llevarme a los páramos que inspiraron Cumbres borrascosas en vez de a algún lugar de una novela de Jane Austen me
preocupa aún más de lo que ya lo estoy.
Me lee como si fuese un libro abierto. «¿Cómo lo hace?»
—No —miento—. Sólo he pensado que te gustaría ver los páramos y el pueblo de las hermanas Brontë. Perdona, ¿eh? —Pongo los ojos en blanco para evitar esa maldita expresión en los suyos. Me niego a admitir que está en lo cierto.
Sus dedos juguetean con el envoltorio de su barrita de cereales.
—Bueno, pues preferiría no ir. Sólo quiero volver a casa.
Exhalo profundamente, le quito la barrita de las manos y abro de un tirón el envoltorio.
—Tienes que comer algo. Tienes pinta de ir a desmayarte de un momento a otro.
—Sí, me siento como si fuese a hacerlo —dice en voz baja, aparentemente más para sí misma que para mí.
Me planteo embutirle la puta barrita en la boca, pero entonces me la coge de las manos y le da un bocado.
—¿Quieres volver a casa, pues? —digo por fin. No quiero preguntarle a qué se refiere exactamente al decir casa.
Hace un mohín.
—Sí, tu padre tenía razón: Londres no es como lo había imaginado.
—Porque yo te lo he fastidiado —repongo.
No lo niega, pero tampoco lo confirma. Su silencio y su mirada vacía hacia los árboles me incitan a decir lo que tengo que decir. Es ahora o nunca.
—Creo que debería quedarme aquí una temporada... —declaro al espacio que nos separa.
Santana deja de masticar, se vuelve y me mira entornando los ojos.
—¿Por qué?
—No tiene sentido que regrese allí.
—No, lo que no tiene sentido es que te quedes aquí. ¿Por qué te lo planteas siquiera?
He herido sus sentimientos, tal y como había imaginado, pero ¿qué otra opción tenía?
—Porque mi padre no es mi verdadero padre, mi madre es una mentirosa de coj... —me detengo antes de decir algo de lo que me pueda arrepentir—, y mi padre biológico va a ir a la cárcel porque yo he incendiado su casa. Es un culebrón dramático. —Después, para intentar obtener alguna reacción por su parte, añado irónicamente—: Lo único que nos falta es agregar a un montón de jovencitas con demasiado maquillaje y poca ropa y sería todo un éxito.
Sus ojos tristes analizan los míos.
—Sigo sin ver qué motivos tienes para quedarte aquí, muy lejos de mí. Porque eso es lo que quieres, ¿verdad? Quieres alejarte de mí. —dice la última parte como si, al pronunciarla, se confirmara como verdad.
—No es eso... —empiezo a decir, pero me detengo. No sé cómo expresar mis pensamientos, ése ha sido siempre mi puto problema—. Es sólo que creo que, si estuviéramos un tiempo separadas, te darías cuenta de lo que te estoy haciendo. Mírate. —Se encoge, pero yo me obligo a continuar—: Te estás enfrentando a problemas a los que jamás te habrías enfrentado de no ser por mí.
—No te atrevas a actuar como si estuvieras haciendo esto por mí —me espeta con la voz fría como el hielo—. Eres autodestructiva, y ése es tu único motivo detrás de esto.
Lo soy. Sé que lo soy. Y a eso es a lo que me dedico: a hacer daño a otras personas, y a hacérmelo a mí misma después, antes de que los demás puedan devolvérmelo. Soy un puto desastre, ésa es la pura verdad.
—¿Sabes qué te digo? —exclama, cansada de esperar a que diga algo—. Que adelante. Dejaré que nos hagas daño a las dos en esta misión de autoprivación que te has...
La cojo de las caderas y la tengo encima de mí antes de que pueda terminar la frase. Intenta apartarse y me araña los brazos cuando no dejo que se mueva ni un centímetro.
—Si no quieres estar conmigo, suéltame —silba.
No hay lágrimas, sólo rabia. Puedo soportar su rabia; son las lágrimas las que me matan. La rabia consigue que cesen.
—Deja de forcejear. —Le agarro las dos muñecas por detrás de la espalda y las sostengo en el sitio con una sola mano.
Santana me fulmina con la mirada.
—No tienes derecho a hacer esto cada vez que algo te hace sentir mal. ¡No tienes derecho a decidir que soy demasiado buena para ti! —me grita a la cara.
Ignoro sus gritos y acerco la boca a la curva de su cuello. Su cuerpo salta de nuevo, esta vez de placer, no de furia.
—Para... —dice sin ninguna convicción.
Está intentando rechazarme porque cree que es lo que debería hacer, pero ambas sabemos que esto es justo lo que necesitamos. Necesitamos la conexión física que nos traslada a una profundidad emocional que ninguna de las dos somos capaces de explicar y a la que ninguna de las dos nos podemos negar.
—Te quiero, y lo sabes —digo.
Chupo la piel suave de su cuello y me deleito observando cómo se vuelve rosácea por la succión de mis labios. Continúo chupando y mordisqueándola lo justo para crear un montón de marcas, pero no lo bastante fuerte como para que permanezcan ahí más de unos segundos.
—Pues no lo parece. —Su voz es grave, y sus ojos observan cómo mi mano libre se desplaza por su muslo descubierto.
Su vestido está recogido a la altura de la cintura de un modo que me está volviendo completamente loca.
—Todo lo que hago es porque te quiero. Incluso mis mayores estupideces.
Alcanzo el encaje de sus bragas y gime cuando paso un solo dedo por la humedad que ya se ha formado entre sus muslos.
—. Siempre estás tan húmeda para mí, incluso ahora...
Le aparto las bragas e introduzco dos dedos en su jugosa carne. Gime y arquea la espalda hacia atrás, contra el volante, y noto cómo su cuerpo se relaja. Hago que el asiento retroceda para tener más espacio dentro del pequeño vehículo.
—No puedes distraerme con...
Extraigo los dedos y vuelvo a sumergirlos, cortando sus palabras antes de que terminen de escapar de sus labios.
—Sí, nena, claro que puedo. —Acerco los labios a su oreja—. ¿Dejarás de forcejear si te suelto las manos?
Ella asiente. En cuanto las suelto, las traslada a mi cabello y hunde los dedos en mi espesa mata de pelo revuelto. Le bajo la parte delantera del vestido con una mano. Su sujetador blanco de encaje resulta pecaminoso a pesar de la pureza de su color. Santana, con su cabello oscuro y sus prendas claras, contrasta sobremanera con mi pelo rubio y mi ropa negra. Algo en ese contraste me resulta erótico de cojones: la tinta de mis muñecas cuando mis dedos desaparecen de nuevo en su interior, la piel limpia e inmaculada de sus muslos, y el modo en que sus suaves gemidos y jadeos inundan el aire cuando mis ojos recorren sin pudor su firme vientre hasta su pecho.
Aparto la vista de sus tetas perfectas el tiempo suficiente como para inspeccionar el aparcamiento. Las lunas del coche están tintadas, pero quiero asegurarme de que seguimos solas en este lado de la calle. Le desabrocho el sujetador con una mano y ralentizo el movimiento de la otra. Ella gimotea a modo de protesta, pero yo no me molesto en disimular la sonrisa de mi rostro.
—Por favor —me ruega para que continúe.
—¿Por favor, qué? Dime qué es lo que quieres —la incito, como lo he hecho siempre desde el comienzo de nuestra relación.
Todo el tiempo he tenido la sensación de que, si no pronuncia las palabras en voz alta, no pueden ser ciertas. No es posible que me desee del mismo modo que yo la deseo a ella.
Alarga la mano y vuelve a colocar la mía entre sus muslos.
—Tócame.
Está hinchada, ansiosa y empapada de la hostia. Me desea. Me necesita. Y yo la amo más de lo que ella jamás podría llegar a comprender. Necesito esto, necesito que me distraiga, que me ayude a escapar de toda esta mierda, aunque sea sólo durante un rato.
Le doy lo que me pide y ella gime mi nombre con aprobación y se muerde los labios. Su mano desciende por debajo de la mía y me agarra mi coño a través de los vaqueros. Estoy horriblemente excitada tanto que me hace daño, y las caricias y los apretones de Santana no ayudan.
—Quiero follarte ahora mismo. Tengo que hacerlo. —Deslizo la lengua por una de sus tetas.
Ella asiente y pone los ojos en blanco. Succiono la protuberancia sensible de uno de sus senos mientras masajeo el otro con la mano que no tengo entre sus piernas.
—Brit...Britt... —gime.
Sus manos están ansiosas por liberarme de mis vaqueros y mi bragas. Elevo las caderas lo suficiente como para que pueda bajarme los pantalones por los muslos. Mis dedos siguen enterrados en ella, moviéndose a un ritmo suave, el justo y necesario como para volverla loca. Los saco y los elevo hasta sus carnosos labios. Los hundo en su boca. Ella los chupa y desliza la lengua hacia arriba
y hacia abajo lentamente. Gimo y los aparto antes de que ese simple gesto haga que me corra. La levanto por las caderas y la bajo de nuevo hacia mí.
Ambas compartimos el mismo gemido de alivio, desesperadas la una por la otra.
—No deberíamos separarnos —dice tirándome del pelo hasta que mi boca está al mismo nivel que la suya. ¿Acaso puede saborear mi cobarde despedida en mi aliento?
—Tenemos que hacerlo —replico cuando ella empieza a menear las caderas. «Joder.»
Santana se eleva lentamente.
—No voy a obligarte a desearme. Ya no. —Me entra el pánico, pero todos mis pensamientos desaparecen cuando desciende de nuevo contra mí lentamente sólo para volver a elevarse y a repetir el mortificante movimiento.
Se inclina hacia adelante para besarme y lame mi lengua en círculos mientras se hace con el control.
—Te deseo —exhalo en su boca—. Joder, siempre te deseo, y lo sabes. —Un sonido gutural escapa de mi garganta cuando acelera el movimiento de sus caderas. Joder, me va a matar.
—Vas a dejarme —replica, y desliza la lengua por mi labio inferior.
Bajo la mano hasta el lugar donde nuestros cuerpos se unen y atrapo su hinchado clítoris entre los dedos.
—Te quiero —digo, incapaz de encontrar otras palabras, y ella se ve obligada a guardar silencio mientras pellizco y froto su punto más sensible.
—Dios... —Deja caer la cabeza sobre mi hombro y rodea mi cuello con los brazos.
—. Te quiero—dice casi sollozando mientras se corre y me estrecha con todos sus músculos.
Yo me corro también inmediatamente después, y la inundo con cada gota de mí, literal y metafóricamente.
Pasamos unos minutos en silencio. Mantengo los ojos cerrados y rodeo su espalda con los brazos. Ambas estamos empapadas de sudor; el calor sigue entrando a través de las rejillas de ventilación, pero no quiero soltarla ni para apagar la calefacción.
—¿En qué piensas? —pregunto por fin.
Su cabeza descansa sobre mi pecho, y su respiración es lenta y regular. No abre los ojos cuando responde:
—En que desearía que te quedaras conmigo para siempre.
Para siempre. ¿Acaso he querido alguna vez otra cosa con ella?
—Yo también —observo, y ojalá pudiera prometerle el futuro que merece.
Al cabo de unos minutos de silencio más, el móvil de Santana empieza a vibrar en el suelo. Me agacho a recogerlo como por acto reflejo y elevo su cuerpo con el mío.
—Es Kimberly —digo, y le paso el teléfono.
Dos horas después, estamos llamando a la puerta de la habitación de hotel de Kimberly. Estoy casi convencida de que estamos en la habitación equivocada cuando, por fin, abre. Tiene los ojos hinchados y no lleva nada de maquillaje. Me gusta más así, pero parece destrozada, como si hubiese estado llorando todas sus lágrimas y las de alguien más.
—Pasad. Ha sido una mañana muy larga —dice, y su descaro de costumbre ha desaparecido por completo.
Santana la abraza al instante. Rodea la cintura de su amiga con los brazos, y Kimberly empieza a sollozar. Me siento tremendamente incómoda aquí plantada en la puerta, dado que Kim me irrita de la hostia y sé que no le gusta tener público cuando se siente vulnerable. Las dejo en el salón de la gran suite y me dirijo al área de la cocina. Me sirvo una taza de café y me quedo mirando la pared
hasta que los sollozos se transforman en voces amortiguadas en la otra habitación. Mantendré la distancia por ahora.
—¿Va a volver mi padre? —pregunta entonces una vocecita desde alguna parte, cogiéndome por sorpresa.
Bajo la vista y veo que Smith, con sus ojos azules, está sentado en una silla de plástico a mi lado. Ni siquiera lo había oído entrar.
Me encojo de hombros y me siento al lado de él, mirando fijamente la pared.
—Sí, supongo que sí. —Debería decirle lo fantástico que es su padre... nuestro padre...
«Joder.»
Este extraño espécimen de niño es mi puto hermano. No logro asimilarlo. Miro a Smith, que se toma mi mirada como una invitación a continuar con su interrogatorio.
—Kimberly ha dicho que está en un lío, pero que puede pagar para salir de él.
¿Qué significa eso?
No puedo evitar la carcajada que escapa de mi boca a causa de este pequeño fisgón y sus preguntas.
—Estoy seguro de que sí —farfullo—. Lo que quiere decir es que no tardará en salir de ese lío. ¿Por qué no vas a sentarte con Kimberly y Santana? —me arde el pecho cuando el sonido de su nombre sale de mi boca.
El crío mira hacia la dirección de la que proceden sus voces y después me observa con ojos sabios.
—Están enfadadas contigo. Sobre todo Kimberly, pero está más enfadada con mi padre, así que no te preocupes.
—Con el tiempo aprenderás que las mujeres están siempre enfadadas.
Asiente.
—Menos cuando se mueren —dice—. Como mi madre.
Me quedo boquiabierta y lo miro a la cara.
—No deberías decir esas cosas. A la gente le resultarán... raras.
Se encoge de hombros como si quisiera decir que la gente ya lo encuentra raro. Y supongo que tiene razón.
—Mi padre es bueno. No es malo.
—Vale... —Miro la mesa para evitar enfrentarme a esos ojos.
—Me lleva a muchos sitios y me dice cosas bonitas. —Smith deja un vagón de un tren de juguete sobre la mesa. ¿Qué le pasa a este niño con los trenes?
—¿Y...? —digo tragándome los sentimientos que me provocan sus palabras.
¿Por qué no para de hablar de eso ahora?
—A ti también te llevará a muchos sitios, y te dirá cosas bonitas —añade.
Lo miro.
—Y ¿por qué iba yo a querer que hiciera algo así? —pregunto, pero sus ojos verdes me revelan que sabe mucho más de lo que pensaba.
Smith ladea la cabeza y traga un poco de saliva mientras me observa. Es lo menos científico y lo más infantil y vulnerable que le he visto a este pequeño bicho raro.
—No quieres que sea tu hermano, ¿verdad? —dice entonces.
«Maldita sea.» Busco desesperadamente a Santana, esperando que venga a salvarme. Ella tendrá las palabras perfectas para una ocasión así.
Miro de nuevo a Smith e intento aparentar calma, pero no lo consigo.
—Yo no he dicho eso.
—No te gusta mi padre.
Afortunadamente, en ese momento, Santana y Kimberly entran y me ahorran tener que responder.
—¿Estás bien, cielo? —le pregunta Kimberly alborotándole ligeramente el pelo.
Smith no dice nada. Se limita a asentir una vez, se peina con la mano y coge su vagón de tren y se lo lleva consigo a la otra habitación.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
CAPÍTULO 9
Santana
—Dúchate, anda. Estás espantosa, hija —dice Kimberly en tono amable a pesar de que sus palabras son poco halagadoras.
Brittany sigue sentada a la mesa, con una taza de café entre sus grandes manos. Apenas me ha mirado desde que he entrado en la cocina y la he encontrado hablando con Smith. La idea de que ambos pasen tiempo juntos como hermanos me enternece el corazón.
—Tengo toda mi ropa en el coche de alquiler aparcado en ese bar —le digo a Kim.
Estoy deseando darme una ducha, pero no tengo nada que ponerme.
—Ponte algo mío —sugiere ella, aunque ambas sabemos que no cabría en su ropa—. O de Christian. Tiene algunos shorts y una camiseta que...
—No, ni hablar —interrumpe Brittany lanzándole a Kimberly una mirada asesina y poniéndose de pie.—. Iré a por tus cosas. No vas a llevar nada suyo.
Ella abre la boca para protestar, pero la cierra antes de que salgan las palabras. La miro con agradecimiento, aliviada de que no haya estallado ninguna guerra en la cocina de su suite del hotel.
—¿A qué distancia está Gabriel’s de aquí? —pregunto, esperando que alguno de ellos sepa la respuesta.
—A diez minutos. —Brittany extiende la mano para que le entregue las llaves del coche.
—¿Estás en condiciones de conducir? —He conducido yo desde Allhallows porque el alcohol seguía en su organismo, y todavía tiene los ojos vidriosos.
—Sí —responde secamente.
Estupendo. La sugerencia de Kimberly de que tome prestada la ropa de Christian ha hecho que Brittany pase de estar malhumorada a cabreada en cuestión de segundos.
—¿Quieres que te acompañe? Puedo conducir yo el coche de alquiler, ya que tú tienes el coche de Christian... —empiezo, pero me interrumpe al instante.
—No. Estaré bien.
No me gusta su tono impaciente, pero me muerdo la lengua, literalmente, para evitar echarle una bronca. No sé qué me pasa últimamente que cada vez me cuesta más mantener la boca cerrada. Y eso es, sin duda, algo positivo para mí. Puede que no para Brittany, pero desde luego sí para mí.
Abandona la suite sin decir ni una palabra más y ni siquiera me mira. Me quedo observando la pared durante largos minutos en silencio antes de que la voz de Kimberly interrumpa mi trance.
—¿Cómo lo lleva? —pregunta guiándome hacia la mesa.
—No muy bien. —Ambas tomamos asiento.
—Ya veo. Quemar una casa no es precisamente la manera más sana de lidiar con la rabia —dice sin juzgarla lo más mínimo.
Me quedo observando la mesa de madera oscura, incapaz de mirar a mi amiga a los ojos.
—No es su rabia lo que me preocupa. Siento cómo se aleja con cada respiración que da. Sé que es infantil y egoísta que te cuente esto ahora mismo porque tú estás pasando lo tuyo también, y Christian está en un lío...
Seguramente es mejor que me guarde mis pensamientos egoístas para mí.
Kimberly coloca una mano sobre la mía.
—Santana, no existe ninguna norma que diga que sólo una persona puede sentir dolor al mismo tiempo. Tú estás pasando por esto tanto como yo.
—Lo sé, pero no quiero molestarte con mis proble...
—No me estás molestando. Escupe.
La miro con toda la intención de permanecer callada, de guardarme mis quejas para mí, pero ella sacude la cabeza como si me estuviera leyendo la mente.
—Quiere quedarse aquí, en Londres, y sé que, si dejo que lo haga, habremos terminado.
Sonríe.
—Vosotras dos parecéis tener un concepto diferente de la palabra terminado que el resto de nosotros. —Quiero abrazarla por ofrecerme esa sonrisa tan cálida en medio de este infierno.
—Sé que cuesta creerme cuando digo eso dada nuestra... historia —repongo—, pero todo este asunto de Christian y Trish será lo que nos dé la última estocada o lo que nos salve para siempre. No veo otra salida, y supongo que ahora simplemente tengo miedo porque no sé por cuál de las dos se decantará la cosa.
—Santana, cargas con demasiado peso sobre tus hombros. Desahógate conmigo. Desahógate cuanto quieras. Nada de lo que digas hará que cambie mi opinión sobre ti. Como la zorra egoísta que soy, necesito que los problemas ajenos me distraigan de los míos propios en este momento.
No espero a que Kimberly cambie de opinión. Abro las compuertas y las palabras se derraman por mi boca como aguas turbulentas e incontrolables.
—Brittany quiere quedarse en Londres. Quiere quedarse aquí y enviarme de vuelta a Seattle como si fuera alguna especie de lastre que está deseando quitarse de encima. Se está alejando de mí, como cada vez que sufre, pero en esta ocasión se ha superado. Ha quemado esa casa y no tiene ningún
remordimiento al respecto. Sé que está furiosa, y jamás le diría esto, pero sólo está complicándose las cosas a sí misma. »Si fuera capaz de controlar su rabia y de admitir que siente dolor, de admitir que le importa alguien más que ella o yo en este mundo, podría superar esto. Me saca de quicio porque me dice que no
puede vivir sin mí y que preferiría morir a perderme, pero en cuanto las cosas se ponen feas, ¿qué hace? Me aparta. No voy a renunciar a ella. Estoy demasiado enamorada como para hacerlo, aunque reconozco que a veces estoy tan cansada de luchar que empiezo a plantearme cómo habría sido mi vida sin ella.
—Miro a Kimberly a los ojos—. Sin embargo, cuando empiezo a imaginármela, casi me desmayo del dolor.
Cojo la taza de café medio vacía de la mesa y me la termino. Mi voz suena mejor que hace unas horas, pero mi discursito ha afectado a mi dolorida garganta.
—Aún no logro entender cómo es posible que, después de todos estos meses, de todo este lío, siga prefiriendo hacer todo esto —agito la mano alrededor de la habitación en un gesto dramático— a estar sin ella. Los peores momentos con Brittany no han sido nada en comparación con los mejores.
No sé si soy una ilusa o si estoy loca; puede que ambas cosas. Confieso que la amo más que a mí misma, más de lo que jamás creí posible, y sólo quiero que sea feliz. No por mí, sino por ella. »Quiero que se mire al espejo y sonría, no que frunza el ceño. Debe dejar de considerarse a sí misma como un monstruo. Necesito que vea cómo es en realidad, porque si no sale de ese papel de
villana, acabará destruyéndose, y a mí no me quedarán más que las cenizas. Por favor, no les digas ni a ella ni a Christian nada de esto. Sólo deseaba contarlo porque siento que me estoy ahogando, y me cuesta mantenerme a flote, especialmente cuando lucho contracorriente para salvarla a ella en lugar de
a mí misma.
La voz se me quiebra un poco en esa última parte, y me entra un ataque de tos. Con una sonrisa, Kimberly abre la boca para hablar, pero levanto un dedo.
Me aclaro la garganta.
—No he terminado. Aparte de todo eso, fui al médico para que me revisara —digo casi susurrando las últimas palabras.
Kimberly se esfuerza al máximo por no reírse, pero no lo consigue.
—No tienes por qué susurrar, ¡escúpelo, hija!
—Vale. —Me ruborizo—. El ginecólogo me hizo una exploración rápida del cuello del útero y me dijo que era corto, más corto que la media, y quiere que vuelva para hacerme más pruebas, aunque mencionó la posibilidad de que sea infértil.
Levanto la vista y veo compasión en sus ojos.
—A mi hermana le pasa lo mismo; creo que lo llaman incompetencia cervical. Qué término tan espantoso: incompetencia. Es como si su vagina hubiera sacado un insuficiente en matemáticas o como si fuera una abogada nefasta o algo así.
Sus intentos de hacer que me lo tome con humor y el hecho de que conozca a alguien con el mismo problema que puedo tener yo hace que me sienta algo mejor.
—Y ¿tiene hijos? —pregunto, pero me arrepiento al instante al ver que su rostro se entristece.
—No sé si es el mejor momento de que te hable de ella. Puedo contártelo en otra ocasión.
—Cuéntamelo. —No debería querer oírlo, pero no puedo evitarlo—. Por favor —le ruego.
Kimberly inspira hondo.
—Estuvo años intentando quedarse embarazada; lo pasó fatal. Probó con tratamientos de fertilidad... Todo lo que puedas encontrar en Google lo probaron su marido y ella.
—¿Y? —la presiono para que continúe, interrumpiéndola de manera grosera. Y entonces pienso en Brittany. Espero que ya esté volviendo. En su estado no debería estar sola.
—Bueno, pues al final consiguió quedarse embarazada, y fue el día más feliz de su vida.
—Kimberly aparta la mirada, y sé que o me está mintiendo o me está ocultando algo para no preocuparme.
—Y ¿qué pasó? ¿Cuánto tiempo tiene ahora el bebé?
Kimberly junta las manos y me mira directamente a los ojos.
—Estaba embarazada de cuatro meses cuando sufrió un aborto. Pero eso fue lo que le pasó a mi hermana, no dejes que su historia te aflija. Puede que ni siquiera tengas lo mismo que ella. Y, si lo tienes, en tu caso las cosas podrían terminar de otra manera.
Con un vacío resonando en mis oídos, digo:
—Tengo el presentimiento, es algo que siento en mi interior, de que no podré quedarme embarazada. En el momento en que el ginecólogo mencionó la infertilidad, fue como si alguna cosa se encendiera dentro de mí.
Kimberly me coge de la mano que tengo encima de la mesa.
—Eso nunca se sabe. Y, no es por desilusionarte, pero de todos modos Brittany no quiere tener hijos, ¿verdad?
Incluso a pesar de la puñalada que he sentido en el pecho al oírla decir esas palabras, me siento mejor ahora que he compartido con alguien mis preocupaciones.
—No, no quiere. No quiere tener hijos ni casarse conmigo.
—¿Esperabas que algún día cambiara de idea? —me da un pequeño apretón.
—Sí, la triste verdad es que sí. Estaba casi convencida de que lo haría. No en un plazo corto de tiempo, sino dentro de unos años. Creía que tal vez con unos años más y cuando ambas hubiésemos terminado la universidad, acabaría cambiando de idea. Pero ahora me parece todavía más imposible que antes.
Siento que me sonrojo de la vergüenza. No puedo creer que esté diciendo estas cosas en voz alta.
—Sé que es absurdo preocuparse por los hijos a mi edad, pero he querido ser madre desde que tenía uso de razón. No sé si es porque mi madre y mi padre no fueron los mejores padres del mundo, pero siempre he tenido la necesidad de ser madre. Aunque no quiero ser una madre cualquiera, sino una buena madre. Una madre que ame a sus hijos incondicionalmente. Jamás los juzgaría ni los
menospreciaría. Jamás los presionaría ni los humillaría. Jamás intentaría convertirlos en una versión mejorada de mí misma.
Al empezar a hablar de esto tenía la sensación de que parecía que estaba loca. No obstante, Kimberly asiente a todo lo que estoy diciendo, de modo que tal vez no sea la única que se siente de esta forma.
—Creo que sería una buena madre si tuviera la oportunidad, y la idea de ver a una pequeña de ojos chocolate y pelo castaño corriendo a los brazos de Brittany me enternece el corazón. A veces me la imagino. Sé que es absurdo, pero a veces me las imagino ahí sentadas, las dos con el pelo rizado y rebelde. —Me río ante la disparatada imagen, una que he visionado en muchas más ocasiones de lo
que se consideraría normal—. Ella le leería y la llevaría sobre los hombros, y ella sería la niña de sus ojos. Fuerzo una sonrisa e intento borrar la dulce imagen de mi mente.
—Pero ella no quiere eso, y ahora que se ha enterado de que Christian es su padre, sé que jamás lo querrá.
Mientras me coloco el pelo detrás de las orejas, me siento bastante orgullosa y sorprendida de haber exteriorizado todo esto sin derramar ni una sola lágrima.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
Lo primero que hace britt es alejar a san de toro en el momento en el.que mas la necesita...
San ya no la sigue mas????.... Es bueno el tiempo y todo pero a ver para que lado lo toma britt que es difícil de prevenir a veces....
A ver como se arreglan las cosas con christian???... Y que tan mal quedó???...
A ver si san vuelve como quedan nas cosas entre ellas???
San ya no la sigue mas????.... Es bueno el tiempo y todo pero a ver para que lado lo toma britt que es difícil de prevenir a veces....
A ver como se arreglan las cosas con christian???... Y que tan mal quedó???...
A ver si san vuelve como quedan nas cosas entre ellas???
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Edad : 33
Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
Pues como dice San no entiendo cual es el motivo por el que Britt quiere quedarse, de nuevo solo trata de alejarla de ella, es cierto que ha sufrido San estando a su lado, pero ha estado ahí siempre para ella porque la ama no por otra cosa, ojala que se de cuenta Britt Antes de alejarla de nuevo, porque como dijo San esta vez seria definitivo :/
Y pues esperó que Vance este bien y que pueda salir de los problemas
Y pues esperó que Vance este bien y que pueda salir de los problemas
JVM- - Mensajes : 1170
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Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
Estas dos y su tira y encoge es ya algo normal, no pden estar juntas pero menos separadas, entonces que van a hacer??????
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
Yo creo que deberían separarse un tiempo!!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
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Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
3:) escribió:Lo primero que hace britt es alejar a san de toro en el momento en el.que mas la necesita...
San ya no la sigue mas????.... Es bueno el tiempo y todo pero a ver para que lado lo toma britt que es difícil de prevenir a veces....
A ver como se arreglan las cosas con christian???... Y que tan mal quedó???...
A ver si san vuelve como quedan nas cosas entre ellas???
Hola , sip creo que tienes razon, quiere alejar a Santana cuando ella misma sabe que sin Santana esta perdida.
San va perdiendo poco a poco el interes, Brittany ha puesto bastante empeño en arruinar la relacion creo yo.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO
JVM escribió:Pues como dice San no entiendo cual es el motivo por el que Britt quiere quedarse, de nuevo solo trata de alejarla de ella, es cierto que ha sufrido San estando a su lado, pero ha estado ahí siempre para ella porque la ama no por otra cosa, ojala que se de cuenta Britt Antes de alejarla de nuevo, porque como dijo San esta vez seria definitivo :/
Y pues esperó que Vance este bien y que pueda salir de los problemas
yo tampoco entiendo en el motivo de quedarse no le hace bien un lugar que esta tan tan contaminado, y que la puede hacer caer a lo mas bajo si es que ya no cayo.
Creo que Santana ahora esta mas decidida en cuanto a tomar las decisiones mas lo de saber que podria ser esteril la ha matado.
vamos a ver que pasa con Vance, espero que haga algo por su hija una vez por todas y no dejen todo en manos de Santana
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
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