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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 26, 2016 12:00 am

micky morales escribió:Estas dos y su tira y encoge es ya algo normal, no pden estar juntas pero menos separadas, entonces que van a hacer??????

ohh yo no me acostumbro a este tira y encoje,  yo no creo que puedan estar separadas. pero Brittany quiere que Santana se vaya creo que la va a c.....
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 26, 2016 12:01 am

monica.santander escribió:Yo creo que deberían separarse un tiempo!!!!!
Saludos

pueda que tengas razon, pero yo no quiero a mis Brittana separadas, vamos a ver que pasa. saludos igua
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 26, 2016 12:02 am

CAPÍTULO 10
Brittany

 
«Desearía que te quedaras conmigo para siempre», ha dicho Santana contra mi pecho. Es justo lo que quería oír. Es lo que necesito oír, siempre.
Pero ¿por qué iba a querer pasar toda una vida conmigo? Y ¿cómo sería esa vida? Santana y yo con cuarenta años, sin hijos, sin estar casadas..., ¿solos las dos? Para mí sería perfecto. Sería un futuro absolutamente ideal, pero sé que a ella eso nunca le bastará. Hemos tenido la misma discusión un millón de veces, y ella cedería la primera, porque yo no cederé jamás. Ser una idiota  significa ser la más cabezota. Y Santana renunciaría a tener hijos y a casarse por mí.
«Además, ¿qué clase de madre sería yo?» Una madre de mierda, no me cabe duda. Ni siquiera puedo preguntármelo sin echarme a reír, me resulta ridículo hasta planteármelo. Por muy horrible que haya resultado este viaje, ha habido un inmenso toque de atención para mí en lo que respecta a mi relación con Santana. Siempre he intentado advertirla, he intentado evitar que se hundiera conmigo,
pero no con el suficiente empeño.
 
Para ser sincera, sé que podría haberme esforzado más en mantenerla a salvo de mí, pero mi egoísmo me lo impedía. Ahora, al ver cómo será su vida conmigo,
no tengo elección. Este viaje ha despejado la neblina romántica de mi cabeza y, de manera milagrosa, me ha concedido la oportunidad de tener una vía de escape fácil. Puedo mandarla de vuelta a Estados Unidos para que pueda continuar con su vida.
 
Conmigo no le espera nada más que soledad y oscuridad. Yo obtendría todo lo que quisiera de ella, su amor constante y su afecto durante años y años, pero ella estaría cada vez más frustrada conforme fuese pasando el tiempo, y cada vez estaría más resentida conmigo por privarla de lo que realmente quería. Lo mejor es que corte por lo sano y no le haga perder más el tiempo.
 
Cuando llego a Gabriel’s, me apresuro a sacar la bolsa de Santana de mi coche de alquiler, la lanzo al asiento trasero del BMW de Vance y me dirijo de vuelta al hotel de Kimberly. Necesito un plan, un plan sólido de cojones al que ceñirme. Santana es demasiado testaruda y está demasiado enamorada como para renunciar a mí. Ése es su problema, es de esa clase de personas que lo dan todo sin pedir nada a cambio, y la puta verdad es que esas personas son las presas más fáciles para alguien como yo, que toman y toman hasta que al otro ya no le queda nada más que dar. Eso es lo que he hecho desde el principio, y eso es
lo que haré toda la vida.
 
Ella intentará convencerme de lo contrario; sé que lo hará. Dirá que el matrimonio ya no le importa, pero se estaría engañando a sí misma sólo para seguir conmigo. Eso dice mucho sobre mí, que la he manipulado para que me ame de ese modo tan incondicional. La masoquista que habita en mi interior empieza a dudar de su amor por mí mientras conduzco. «¿Me quiere tanto como dice, o sólo es adicta a mí?» Hay una gran diferencia, y cuanta más mierda me aguanta, más grande parece ser la adicción, la emoción de esperar a que vuelva a cagarla de nuevo para que ella pueda estar ahí una vez más para repararme.
Eso es: Santana debe de verme como una especie de proyecto, como alguien que puede arreglar.  Ya hemos hablado de esto, más de una vez, pero ella se negaba a admitirlo. Busco en mis recuerdos un encuentro concreto y por fin doy con él, flotando en alguna parte de mi cerebro confuso y resacoso.
Fue justo después de que mi madre se marchara para regresar a Londres después de Navidad. Santana me miró con una expresión de preocupación.
—Brittany.
—¿Qué? —pregunté yo con un bolígrafo entre los dientes.
—¿Me ayudas a desmontar el árbol cuando termines de trabajar?
La verdad es que no estaba trabajando; estaba escribiendo, pero ella no lo sabía. Habíamos tenido un día largo e interesante. Yo la había pillado volviendo de comer con el puto Trevor de los cojones, y luego la había tumbado boca abajo encima de su mesa de trabajo y me la había follado hasta dejarla sin sentido.
—Sí, dame un minuto.
Guardé las páginas, por miedo a que pudiera leerlas mientras limpiaba, y me levanté para ayudarla a desmontar el pequeño árbol que había decorado con mi madre.
—¿En qué estás trabajando? ¿Es algo bueno? —Hizo ademán de coger el viejo archivador raído que siempre se quejaba de que iba dejando por toda la casa.
Las manchas circulares de apoyar tazas de café en él y las marcas de bolígrafo que cubrían la piel gastada la sacaban de quicio.
—En nada —repliqué, y se lo quité de las manos antes de que pudiera llegar a abrirlo.
 
Ella se apartó hacia atrás, claramente sorprendida y un poco dolida por mi reacción.
 
—Perdona —dijo en voz baja.
En su precioso rostro se dibujó un ceño fruncido y yo lancé el archivador sobre el sofá y la cogí de las manos.
—Sólo te estaba preguntando. No pretendía fisgar ni molestarte.
Joder, qué idiota era. Bueno, sigo siéndolo.
 
—No pasa nada, pero no toques mis mierdas del trabajo. No me...
 
No se me había ocurrido ninguna excusa para darle, porque nunca antes se lo había impedido. Siempre que escribía algo que sabía que le gustaría, lo compartía con ella. A ella le encantaba que lo hiciera, y ahí estaba yo reprendiéndola por haberlo hecho ahora.
 
—Vale. —Se alejó de mí y empezó a quitar las bolas del espantoso árbol.
 
Me quedé observando su espalda durante unos minutos, preguntándome por qué estaba tan enfadada. Si Santana leyera lo que había estado escribiendo, ¿cómo se sentiría? ¿Le gustaría? ¿O le parecería horrible y le entraría una pataleta? No estaba segura, y sigo sin estarlo, por eso todavía a día de hoy no sabe nada de aquello.
 
—¿«Vale»? ¿Eso es todo lo que tienes que decir? —la provoqué, buscando pelea.
Discutir era mejor que hacer como si no pasara nada; los gritos eran mejor que el silencio.
—No volveré a tocar tus cosas —dijo sin volverse para mirarme—. No sabía que te molestaríatanto.
—Yo... —Me esforcé por buscar alguna excusa para discutir. Entonces fui directo al grano—:¿Por qué estás conmigo? —le pregunté bruscamente—. Después de todo lo que ha pasado, ¿es que te gusta el drama?
 
—¿Qué? —Se dio la vuelta; llevaba un pequeño ornamento con forma de copo de nieve en las manos—. ¿Por qué estás intentando pelearte conmigo? Ya te he dicho que no volveré a tocar tus cosas.
 
—No estoy intentando pelearme contigo —mentí—. Sólo quiero saberlo, porque da la sensación de que eres adicta al drama y a los altibajos.
 
Sabía que aquello no era justo, pero lo dije igualmente. Tenía ganas de bronca con ella, y no iba a parar hasta conseguirlo. Santana dejó caer el ornamento en la caja que había al lado del árbol y se acercó a mí.
 
—Sabes que eso no es verdad. Te quiero, incluso cuando intentas pelearte conmigo. Odio el drama, y lo sabes. Te quiero por ser tú, y punto.
 
Se puso de puntillas, me besó en la mejilla y yo la envolví con los brazos.
 
—Pues dime por qué me quieres. Yo no hago nada por ti —respondí débilmente.
 
Aún tenía fresca en la mente la escena que había montado en su oficina horas antes. Ella inspiró pacientemente y apoyó la cabeza contra mi pecho.
 
—Por esto. —Me dio unos golpecitos encima del corazón con el dedo índice—. Ésta es la razón. Y ahora, por favor, deja de intentar provocar una pelea. Tengo trabajo que hacer y este árbol no va a desmontarse solo.
Era tan amable conmigo, tan comprensiva, incluso cuando no me lo merecía.
 
—Te quiero —dije contra su pelo, y bajé las manos hasta sus caderas.
Ella se amoldó a mí, dejó que la cogiera en brazos y envolvió mi cintura con las piernas mientras yo la trasladaba por el salón hasta el sofá.
 
—Te quiero muchísimo. No lo dudes nunca. Siempre te querré —me aseguró con la boca pegada a la mía.
 
La desvestí lentamente, deleitándome en cada centímetro de sus fascinantes curvas. Me encantó ver cómo sus ojos se abrían como platos  mientras nos uníamos  por nuestros coños. Esa misma tarde había estado preocupada por el hecho de haber follado teniendo la regla, pero su pecho se hinchaba y se deshinchaba de manera agitada mientras yo empezaba a tocarme delante de ella. Sus suspiros de impaciencia y un leve gemido fue todo cuanto hizo falta para que dejara de torturarla. Me colé entre sus piernas y la penetré lentamente. Estaba tan húmeda y prieta que me perdí en ella, y todavía soy incapaz de recordar cómo se desmontó aquel maldito árbol.
 
Últimamente he estado haciendo eso demasiado a menudo, recrearme en los recuerdos felices de mi tiempo con ella. Me tiemblan las manos mientras agarro el volante y salgo de mi ensimismamiento; sus gemidos y jadeos se disuelven mientras me obligo a regresar al presente.
Estoy esperando en un lento atasco, a sólo unos kilómetros de Santana. Necesito forjar mi plan y asegurarme de que suba a ese avión esta noche. El vuelo es a las nueve, de modo que aún tiene mucho tiempo para llegar a Heathrow. Kimberly la llevará; sé que lo hará. Todavía me duele la cabeza, el alcohol se resiste a abandonar mi cuerpo, y aún me noto algo borracha. No tanto como
para no poder conducir, pero sé que no estoy en mis plenas facultades.
 
—¡Brittany! —oigo que exclama una voz familiar.
La ventanilla amortigua el sonido y la bajo al instante. Cada vez que doblo una esquina me topo con alguien del pasado gritando mi nombre.
 
—¡ puta mierda! —grito al coche que se encuentra junto al mío.
 
Mi viejo amigo Mark está en el carril de al lado. Si esto no es una señal divina, no sé qué otra cosa puede ser.
 
—¡Aparca! —me responde con una amplia sonrisa.
 
Estaciono el coche de alquiler de Vance en el aparcamiento de una heladería y él hace lo propio en la plaza de al lado. Sale de su chatarra de mierda antes que yo, corre hacia mi vehículo y abre la puerta.
 
—¡¿Has vuelto y no me has dicho nada?! —grita dándome unas palmaditas en el hombro—. Y, joder, dime que este BMW es de alquiler, ¿o es que te has hecho rica?
Pongo los ojos en blanco.
 
—Es una larga historia, pero sí, es de alquiler.
 
—¿Has vuelto para quedarte o qué? —Se ha cortado el pelo castaño, pero sus ojos están tan vidriosos como siempre.
 
—Sí, he vuelto para quedarme —respondo, zanjando así la cuestión.
Voy a quedarme aquí, y ella volverá a Estados Unidos, así de simple.
Mark analiza mi rostro.
 
—¿Dónde están tus putos piercings? ¿Te los has quitado?
 
—Sí, me harté de ellos. —Me encojo de hombros, pero él examina mi rostro.
Cuando gira la cabeza un poco, la luz se refleja en dos pequeños tachones que tiene bajo el labio.
Hostia, se ha puesto snake bites.
—Joder, Pierce, estás muy cambiada. Qué locura. Ha pasado..., ¿cuánto? ¿Dos años? —Levanta las manos—. ¿Tres? Joder, he estado los últimos diez años colocado, así que no sé decirte.
Se echa a reír y se saca del bolsillo un paquete de tabaco.
Cuando rechazo el cigarrillo que me ofrece, enarca una ceja.
 
—¿Qué pasa? ¿Te has vuelto una mujer de bien?
—No, es sólo que no quiero un puto cigarrillo —le espeto.
 
Se echa a reír como lo hacía siempre cuando me ponía de esta manera. Mark era el líder de nuestra pandilla de delincuentes, sólo me sacaba un año, pero yo siempre lo había admirado y quería ser como él. Por eso, cuando un tipo mayor llamado James apareció en escena y él y Mark empezaron con los juegos, yo me apunté sin pensarlo dos veces. Me daba igual cómo trataban a las chicas,
incluso cuando las grababan sin que ellas lo supieran.
 
—Te has convertido en una niña de papá, ¿eh? —Sonríe con el cigarrillo encendido entre los dientes.
—Que te jodan. Estás colocado, ¿no?
 
Sabía que Mark seguiría aún de este modo, siempre colocado y anclado en sus días de gloria en los que se follaba a muchas tías y se ponía hasta el culo de todo.
 
—No, pero esta noche me he pegado la gran fiesta y aún no me he acostado. —Sonríe, claramente orgulloso de sí mismo al recordar lo que sea que hiciese o con quien sea que estuviese anoche.
—¿Adónde ibas? ¿Estás en casa de tu madre?
La mención de mi madre y de la casa que quemé anoche hasta los cimientos hace que me ponga tensa. Siento el humo caliente en las mejillas y veo las brillantes llamas tragándose la casa cuando me volví antes de montarme en el coche con Santana.
 
—No, no estoy en ningún sitio fijo.
 
—Ah, entiendo —dice. Pero no lo entiende—. Si necesitas quedarte en algún lado, puedes hacerlo en mi casa. Ahora comparto cuarto con James, seguro que se alegra mogollón de verte, todo americanizada y tal.
 
Puedo oír la voz de Santana en mi cabeza en estos momentos, rogándome para que no vaya por este camino tan fácil y familiar, pero ignoro sus protestas y asiento.
 
—Pues la verdad es que necesito un favor.
 
—Puedo encontrarte todo lo que necesites. ¡Ahora James vende! —responde Mark con cierto orgullo.
 
Pongo los ojos en blanco.
 
—No me refería a eso. Necesito que me sigas hasta mi hotel para que deje algo allí y que luego me acerques a Gabriel’s para que recoja mi coche.
 
Voy a tener que ampliar el tiempo de alquiler del vehículo, si es que me lo permiten. Decido olvidar que tengo un apartamento entero y un coche esperándome en Washington. Ya solucionaré eso más adelante.
 
—Y ¿después te vienes a mi piso? —Se detiene—. Un momento, ¿a quién vas a llevarle lo que tengas que dejar allí? —Ni colocado se le escapa ningún detalle.
No pienso hablarle de Santana ni muerto.
 
—A nadie, sólo es una tía. —Me arde la garganta al mentir sobre lo que Santana significa para mí, pero debo protegerla de esto.
Mark se dirige a su coche, y se detiene antes de entrar.
 
—¿Está buena? Puedo esperarte fuera si necesitas follártela otra vez. O a lo mejor me deja...
La ira me invade y respiro hondo unas cuantas veces para relajarme.
 
—No, ni de coña. Eso no va a pasar. Tú quédate en el coche. Ni siquiera voy a entrar. —Al ver que no está muy convencido, añado—: Lo digo en serio. Como salgas del puto coche y te acerques lo más mínimo...
 
—¡Eh, rubia! ¡Tranquila! ¡Me quedaré en el coche! —grita, y levanta las manos como si yo fuera una policía.
 

Sigue riéndose y sacudiendo la cabeza mientras me sigue fuera del aparcamiento y volvemos a la carretera.
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Mensaje por JVM Vie Ago 26, 2016 12:25 am

Ay esa Britt de nuevo a cagarla, y todo por pensamientos que no son ciertos, en verdad espero que no deje ir sola a San o si lo hace que ya la deje en paz, porque ella es la que termina cargando la mayoría de la mierda. Así que di decide alejarse de ella que asuma todo lo que conlleva :/
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Mensaje por micky morales Vie Ago 26, 2016 6:30 am

Dios mio, pero que bruta es Brittany!!!! ya que haga lo que quiera, ya cansa con sus actitudes de [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO - Página 2 3287304868 [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO - Página 2 3287304868 [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO - Página 2 3287304868 idiota, para luego vrnir con sus arrepentimientos!!!!!
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Mensaje por 3:) Vie Ago 26, 2016 9:07 am

Da miedo britt armando un plan y sobre todo para intentar alejar a san de ella siempre la caga y cada ves el nivel es mas alto...
Y como dijiste a san se le esta llenando el baso y se esta cansando de todo!!!....
No va a terminar bien para variar...
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 26, 2016 10:58 pm

CAPÍTULO 11
Santana

 
Compruebo mi teléfono, que está cargándose en el enchufe de la pared.
—Ya ha pasado más de una hora desde que se fue.
Intento llamarla de nuevo.
—Seguramente es sólo que se está tomando su tiempo —dice Kimberly, pero detecto la duda en sus ojos mientras intenta reconfortarme.
—No lo coge. Como haya vuelto a ese bar...
Me pongo de pie y empiezo a pasearme.
—Llegará en cualquier momento —responde ella.
Entonces Kim abre la puerta y se asoma. Mira hacia ambos lados y después hacia adelante. Dice mi nombre en voz baja, pero hay algo en su voz que no me gusta. Algo no va bien.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
«¿Brittany está fuera?»
Corro junto a ella y veo que se agacha... y recoge mi equipaje del pasillo.
 
El pánico se apodera de mí y me postra de rodillas. Apenas siento que mi amiga me abraza mientras abro el bolsillo delantero de la bolsa.
Un billete de avión. Sólo hay un billete de avión. Junto a él, encuentro el llavero de Brittany con las llaves de su coche y del apartamento.
Sabía que esto iba a pasar. Sabía que se alejaría de mí en cuanto encontrara la ocasión. Brittany no puede soportar ningún tipo de trauma emocional, no posee las herramientas para hacerlo. Yo podría, debería, haberme preparado para esto, de modo que, ¿por qué me pesa tanto este billete en las manos y siento que me arde el pecho? La odio por hacerme esto, tan rápido y por mera furia, y me odio a mí misma por no haberme preparado. Debería ser fuerte en estos momentos; debería recoger la poca dignidad que me queda, levantarme y marcharme con la cabeza bien alta. Debería coger este billete, mi maldita maleta y largarme de Londres. Así es como actuaría cualquier mujer que tuviera amor propio. Parece sencillo, ¿verdad? Continúo con eso en mente, pero mis rodillas no se mueven y
mis manos me cubren el rostro para tapar la vergüenza que siento mientras me rompo en mil pedazos por esta chica, otra vez.
 
—Es una idiota  —lo insulta Kimberly, como si yo no supiera que lo es—. Sabes que volverá; siempre lo hace —dice contra mi pelo.
 
La miro y veo la rabia y la amenaza de una amiga protectora en sus ojos.
Me aparto suavemente de sus labios y niego con la cabeza.
 
—Estoy bien. De verdad, estoy bien —digo, más para convencerme a mí misma que a Kim.
 
—No, no lo estás —me corrige, y me coloca un mechón de pelo suelto detrás de la oreja.
De repente visualizo las manos de Brittany haciendo el mismo gesto, y me aparto.
 
—Necesito una ducha —le digo a mi amiga justo antes de desmoronarme.
 
No, no estoy rota. No estoy rota. Estoy vencida. Lo que siento ahora mismo es pura derrota. Me he pasado meses y meses luchando contra lo inevitable, contra una corriente que era demasiado fuerte como para enfrentarme a ella yo sola, y ahora se me ha tragado y no hay ningún salvavidas a la vista.
 
—¡¿Santana? Santana, ¿estás bien?! —grita Kimberly desde el otro lado de la puerta del cuarto de baño.
 
—Estoy bien —consigo responder, pero las palabras reflejan la debilidad que siento por dentro.
 
Aunque no siento ni la más mínima fuerza, puedo intentar ocultar un poco la debilidad. El agua sale fría, lleva saliendo fría varios minutos..., puede que una hora incluso. No tengo ni la menor idea de cuánto tiempo llevo aquí, acurrucada en el suelo de la ducha, con las rodillas contra el  pecho y el agua fría cayendo sobre mí. Antes notaba un dolor tremendo, pero mi cuerpo se ha vuelto
insensible hace ya rato, cuando Kimberly me ha preguntado por enésima vez si estaba bien.
 
—Tienes que salir de esa ducha —insiste—. No creas que no soy capaz de echar la puerta abajo.
 
No dudo ni por un momento de que sea capaz de hacerlo. Ya he pasado por alto su amenaza unas cuantas veces, pero en esta ocasión alargo la mano y cierro el grifo del agua. No obstante, sigo sin moverme del suelo.
Aparentemente satisfecha de que el agua haya cesado de correr, pasa otro rato más hasta que vuelvo a oírla. Sin embargo, la siguiente vez que llama a la puerta le contesto que salgo dentro de un momento.
Para cuando me levanto, las piernas me tiemblan y tengo el pelo casi seco. Rebusco en mi bolsa y me visto en modo automático. Me pongo los vaqueros: una pierna, luego la otra. Levanto los brazos. Me bajo la camiseta por el estómago. Me siento como un robot, y cuando paso la mano por el espejo, veo que también lo parezco.
 
«¿Cuántas veces va a hacerme esto?», le pregunto en silencio a mi reflejo.
«No, ¿cuántas veces voy a dejar que me haga esto?» Ésa es la pregunta que debo plantearme.
 
—Ni una más —digo en voz alta a la extraña que me devuelve la mirada.
 

Voy a buscarla, por última vez, sólo por su familia. Sacaré su culo de Londres y haré lo que debería haber hecho hace mucho tiempo.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 26, 2016 10:59 pm

CAPÍTULO 12
Brittany

 
—¡Joder, Pierce! ¡Mírate! ¡Eres una puta mamut! —James se levanta del sofá y avanza hacia mí.
Es cierto. En comparación con él y con Mark, estoy enorme.
—¿Cuánto mides? ¿Dos putos metros? —Los ojos de James están vidriosos e inyectados en sangre, y sólo es la una del mediodía.
—Uno noventa —lo corrijo, y me da la misma bienvenida amistosa que he recibido por parte de Mark, una mano firme sobre mi hombro.
—¡Esto es genial! Tenemos que correr la voz de que has vuelto. Todo el mundo sigue aquí, rubia.
 
James se frota las manos como si estuviera tramando algo grande, y ni siquiera quiero saber de qué  puede tratarse.
«¿Habrá encontrado ya Santana su bolsa en el pasillo del hotel? ¿Qué habrá pensado? ¿Habrá llorado? ¿O ya está harta de llorar?»
 
No quiero saber la respuesta a esa pregunta. No quiero imaginarme su cara al abrir la puerta. Ni siquiera tengo ganas de pensar cómo se habrá sentido al ver sólo un billete de avión en el bolsillo delantero de la bolsa. He sacado toda mi ropa de ella y la he echado sobre el asiento trasero de mi coche de alquiler.
 
La conozco lo bastante bien como para saber que esperará una despedida por mi parte. Intentará buscarme antes de rendirse. Pero después de su último esfuerzo, se rendirá. No tendrá elección, porque no podrá encontrarme antes de su vuelo, y mañana ya estará lejos, muy lejos de mí.
 
—¡Rubia! —grita Mark mientras agita una mano delante de mi cara—. ¿Estás flipando o algo?
 
—Perdón —digo, y me encojo de hombros.
 
Pero entonces se me pasa algo por la cabeza: ¿y si Santana se pierde por Londres buscándome?
 
Mark me rodea los hombros con un brazo y me arrastra hasta la conversación que él y James están teniendo mientras deciden a quién invitar. Mencionan un montón de nombres familiares y unos cuantos de los que no he oído hablar, y empiezan a hacer llamadas para organizar una fiesta en pleno día, ladran horas y piden bebidas.
 
Me separo de ellos, me dirijo a la cocina para buscar un vaso de agua y observo el apartamento por primera vez desde que he entrado por la puerta. Es un puto desastre. Parece la casa de la fraternidad los sábados y los domingos por la mañana. Nuestro apartamento jamás ha estado así, al menos no cuando Santana vivía en él. Las encimeras nunca estaban repletas de cajas viejas de pizza, y
en las mesas no había botellas de cerveza ni cachimbas. Joder, estoy reculando, y lo sé.
 
Hablando de cachimbas, ni siquiera tengo que mirar hacia Mark y James para saber qué están haciendo en este momento. Oigo el burbujeo en la pipa de agua, y después percibo que el característico olor a hierba inunda el lugar.
 
Soy masoquista, soy consciente de ello, así que saco el móvil de mi bolsillo y lo enciendo. La foto que tengo de fondo de pantalla es mi nueva favorita de San. Al menos, por ahora. Mi favorita cambia todas las putas semanas, pero ésta es perfecta de cojones. Tiene el pelo tan oscuro y suelto, y le cae por encima de los hombros, y la luz se refleja en ella y la hace resplandecer. Una sonrisa sincera
ilumina toda su cara y tiene los ojos entornados y la nariz arrugada de un modo absolutamente adorable. Se estaba riendo de mí, y regañándome por haberle dado una palmada en el culo delante de Kimberly, y yo le saqué la foto justo cuando ella se echó a reír después de que le susurrase la infinidad de cosas peores que podría hacerle delante de su insufrible amiga.
 
Vuelvo al salón, y James me quita el teléfono de la mano.
 
—¡Dame un poco de lo que sea que te estés tomando!
 
Lo recupero al instante antes de que llegue a ver la foto.
 
—Vale, vale... —se burla James de mí mientras cambio el fondo.
 
Será mejor no darles pie a estos cabrones.
 
—He invitado a Janine —dice Mark, y se echa unas risas con James.
 
—No sé de qué os reís. —Señalo a Mark y añado—: Es tu hermana. —Después señalo a James
 
—: Y tú también te la tiraste.
 
Pero esto no es nada nuevo; la hermana de Mark es famosa por haberse follado a todos y cada uno de los amigos de su hermanito.
 
—¡Vete a la mierda! —James da otra calada a la cachimba y me la pasa.
Santana me mataría. Estaría muy decepcionada conmigo; no aprobaría que bebiera, y mucho menos que fumara hierba.
 
—Fuma o pásala —me apremia Mark.
 
—Si Janine va a venir, la necesitarás. Sigue estando buena de cojones —me dice James.
 
Mark lo fulmina con la mirada y yo me echo a reír.

Pasamos así las horas, fumando, recordando, bebiendo, recordando, fumando, y, sin darme cuenta, el lugar se llena de gente, incluida la chica en cuestión.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 26, 2016 11:00 pm

CAPÍTULO 13
Santana

 
Puede que no me quede mucho, pero aún tengo algo de orgullo, y preferiría enfrentarme a Brittany sola y mantener esta conversación cara a cara. Sé exactamente qué va a hacer. Va a decirme que soy
demasiado buena para ella y que ella no me hace ningún bien. Me dirá algo que me dolerá, y yo intentaré convencerla de lo contrario.
Sé que Kimberly debe de pensar que soy una boba por ir a buscarla después de su frío rechazo, pero estoy enamorada de ella, y esto es lo que haces cuando quieres a alguien: luchas por ella; la buscas siempre que sabes que te necesita. La ayudas a vencer la batalla contra sí misma y nunca renuncias a ella, ni siquiera cuando ella renuncia a sí misma.
 
—No te preocupes. Si la encuentro y ve que estás conmigo, se sentirá acorralada, y eso empeorará las cosas —le digo a Kimberly por segunda vez.
 
—Por favor, ten cuidado. No quiero tener que matar a esa chica pero, a estas alturas, ya no descarto nada. —Me ofrece una media sonrisa—. Espera, una cosa más.
 
Levanta un dedo y corre hacia la mesita de café que está en el centro de la habitación. Busca en su bolso y me hace un gesto con la mano para que me acerque. Kimberly, cómo no, me pone un poco de brillo de labios transparente y me pasa un bote de rímel.  Sonríe.
 
—Querrás estar guapa, ¿no?
 
A pesar del dolor que siento en el pecho, sonrío ante su esfuerzo por ayudarme a estar presentable. Por supuesto, para ella esto es algo indispensable.
Diez minutos después, mis mejillas dejan de estar rojas de llorar. Mis ojos ya parecen menos hinchados gracias al corrector de ojeras y a un poco de sombra. Kimberly me cepilla el cabello en una especie de rizos grandes y controlados. Se rindió al cabo de unos minutos, suspirando, y entonces dijo que las ondas playeras estaban de moda de todos modos. No recuerdo haberme cambiado de
camiseta y haberme puesto una de tirantes y una rebeca, pero esta mujer ha hecho que deje de parecer un zombi en un tiempo récord.
 
—Prométeme que me llamarás si me necesitas —insiste—. Iré a buscarte a donde haga falta.
 
Asiento. No me cabe duda de que lo hará. Me abraza dos veces más y me da las llaves del coche de alquiler de Christian, que Brittany ha dejado estacionado en el aparcamiento.
Cuando llego al coche, conecto mi teléfono al cargador y bajo la ventanilla del todo. El coche huele a Brittany, y los vasos de café de esta mañana siguen en los posavasos y me recuerdan cómo me ha hecho el amor hace tan sólo unas horas. Era su manera de despedirse de mí; ahora me doy cuenta de que una parte de mí lo sabía, pero no estaba dispuesta a aceptarlo. No quería admitir la evidente
derrota que merodeaba agazapada, esperando para atacarme. No puedo creer que ya casi sean las cinco. Tengo menos de dos horas para encontrar a Brittany y convencerla de que vuelva a casa conmigo. El embarque es a las ocho y media, pero tengo que estar en el aeropuerto un poco antes de las siete para pasar el control de seguridad tranquilamente.
 
«¿Volveré a casa sola?»
 
Me miro en el espejo retrovisor y veo a la misma chica que se ha levantado antes del suelo del baño. Tengo el desagradable presentimiento de que, efectivamente, estaré sola en ese avión. Sólo sé de un lugar adonde ir a buscarla, y si no está ahí, no tengo ni idea de qué voy a hacer. Arranco el coche, pero me detengo con la mano en el cambio de marchas. No puedo conducir sin rumbo fijo por Londres sin dinero y sin un sitio adonde ir.
Desesperada y preocupada, intento llamarla, y casi lloro de felicidad cuando me coge el teléfono.
 
—¿Digaaa? ¿Quién es? —pregunta una voz masculina desconocida.
Me aparto el teléfono de la cara para comprobar que he llamado al número correcto, pero el nombre de Brittany aparece claramente en la pantalla.
 
—¿Diiigaaaaaa? —repite el chico, arrastrando las sílabas de la palabra de nuevo.
 
—Sí, hola. ¿Está Brittany ahí? —Se me revuelve el estómago porque sé que este tipo no traerá nada bueno, aunque no tengo ni idea de quién es.
De fondo se oyen risas y un barullo de voces; también se oye a más de una chica.
 
—Pierce está... dispuesta en este momento —me informa el tipo.
«¿Dispuesta?»
 
—¡Se dice indispuesta, imbécil! —grita una chica de fondo, riéndose.
«Ay, Dios...»
 
—¿Dónde está? —El ruido cambia y sé que ha puesto en altavoz.
 
—Está ocupada —responde otro tipo—. ¿Quién eres? ¿Vas a venir a la fiesta? ¿Por eso llamabas? Me gusta tu acento estadounidense, nena, y si eres amiga de Pierce...
 
¿Una fiesta? ¿A las cinco de la tarde? Intento centrarme en ese estúpido hecho en lugar de en las numerosas voces femeninas que oigo a través del auricular y en que Brittany esté «dispuesta».
 
—Sí —contesta mi boca antes de que mi cerebro reaccione—. Pero he perdido la dirección — digo con voz temblorosa e insegura, aunque ellos no parecen darse cuenta.
 
El tipo que había cogido el teléfono me da la dirección, y la anoto rápidamente en navegador del móvil. Se bloquea dos veces, y tengo que pedirle que me la repita, pero lo hace y me dice que me dé prisa, alardeando orgulloso de que en esa fiesta hay más alcohol del que haya podido ver en toda mi vida.
Veinte minutos después, me encuentro en un pequeño aparcamiento junto a un edificio de ladrillo muy deteriorado. Las ventanas son grandes, y las tres están cubiertas con lo que parece ser cinta aislante blanca o, posiblemente, bolsas de basura. El parking está lleno de coches, y el BMW que he conducido hasta aquí da mucho el cante. El único coche que se le parece mínimamente es el de
alquiler de Brittany. Está cerca de la parte delantera, bloqueado, lo que significa que ha llegado antes que el resto.
 
Cuando alcanzo la puerta del edificio, inspiro hondo para coger fuerzas. El desconocido que me ha cogido el teléfono me ha dicho que era la segunda puerta del tercer piso. El triste edificio no parece lo bastante grande como para tener tres plantas, pero, mientras subo la escalera, se demuestra que me equivocaba. Un fuerte barullo y el denso olor a marihuana me dan la bienvenida antes de
llegar al final del tramo que da al segundo piso.
 
Al mirar hacia arriba, tengo que preguntarme por qué habrá venido Brittany aquí. ¿Por qué vendría a este lugar para superar sus problemas? Cuando llego al tercer piso, mi corazón late deprisa y se me forma un nudo en el estómago pensando en todas las cosas que podrían estar pasando tras esa segunda puerta cubierta de grafitis y de arañazos.
 
Sacudo la cabeza para despejar todas mis dudas. ¿Por qué estoy tan paranoica y nerviosa? Estamos hablando de Brittany, de mi Brittany. Por muy enfadada que esté y por mucho que quiera alejarse de mí, aparte de espetarme algunas palabras crueles, ella jamás haría nada que pudiera hacerme daño. Está pasando por un momento muy duro con todo este asunto de su familia, y sólo
necesita que entre ahí y me la lleve a casa conmigo. Me estoy obsesionando y agobiando por nada. La puerta se abre justo antes de que llame, y un chico vestido de negro pasa por mi lado sin detenerse y sin cerrar al salir. Las nubes de humo llegan hasta el rellano, y tengo que esforzarme por controlar mi instinto de cubrirme la nariz y la boca. Atravieso el umbral, tosiendo.
 
Sin embargo, el espectáculo que tengo delante me detiene al instante.
Me quedo pasmada al ver a una chica medio desnuda sentada en el suelo. Miro alrededor de la habitación y veo que casi todo el mundo está medio desnudo.
 
—Quítate la parte de arriba —le dice un chico con barba a una chica con el pelo decolorado.
Ella pone los ojos en blanco, pero se quita la camiseta y se queda en bragas y sujetador. Al observar la escena un poco más, me doy cuenta de que están jugando a alguna especie de juego de cartas que implica quitarse la ropa. La realidad es mejor que la conclusión que había sacado en un primer momento; bueno, sólo un poco. Es un alivio que Brittany no forme parte del grupo de jugadores de cartas cada vez más desnudos. Inspecciono el atestado salón, mas no la veo.
 
—¿Pasas o qué? —pregunta alguien.
Me vuelvo y busco la fuente de la que procede la voz.
—Entra y cierra la puerta —dice, y aparece por detrás de alguien que tengo a mi izquierda—.¿Nos conocemos, Bambi?
 
Se ríe, y yo me revuelvo incómoda al ver cómo sus ojos rojos recorren mi cuerpo y se fijan demasiado tiempo en mi pecho de un modo totalmente vulgar. No me gusta el apelativo que ha escogido para mí, si bien no quiero decirle cuál es mi verdadero nombre. Por el sonido de su voz, estoy segura de que es la misma persona que me ha cogido el teléfono.
Niego con la cabeza; todas las palabras se disuelven en mi lengua.
 
—Soy Mark —se presenta, y me ofrece la mano, pero yo me echo hacia atrás.
Mark... Reconozco al instante ese nombre como uno de los que Brittany mencionó en su carta y en otras historias que me ha contado sobre ella. Parece bastante majo, aunque sé cómo es en realidad. Sé lo que les hizo a todas esas chicas.
 
—Éste es mi piso. ¿Quién te ha invitado?
Al hacerme esa pregunta he pensado que estaba enfadado, pero su cara sólo refleja chulería. Tiene un acento inglés muy marcado, y es bastante guapo. Un poco amenazador, también guapo. Tiene el pelo castaño de punta por delante, y su vello facial es desaliñado pero arreglado al mismo tiempo. «El look hipster de mierda», que diría Brittany, aunque a mí me parece que no está mal. En sus brazos no hay tatuajes, pero debajo de su labio inferior tiene dos piercings, uno a cada lado.
—Yo..., esto... —Me cuesta controlar mis nervios.
Se ríe de nuevo y me agarra de la mano.
 
—Bueno, Bambi, vamos a por una copa para que te relajes. —Sonríe—. Me estás asustando.
 
De camino a la cocina, empiezo a preguntarme si Brittany estará aquí de verdad. Puede que se haya dejado el teléfono y el coche aparcado fuera y se haya ido a alguna otra parte. A lo mejor está en el coche. ¿Por qué no habré mirado? Debería bajar y comprobarlo. Estaba tan cansada que igual sólo se ha quedado allí durmiendo...
 
De repente me quedo sin aliento.
Si alguien me preguntara cómo me encuentro ahora mismo, no sé qué contestaría. No creo que tuviera una respuesta. Siento dolor, angustia, miedo, rechazo..., aunque al mismo tiempo estoy entumecida. No noto nada y lo noto todo a la vez, y es la sensación más desagradable que he experimentado jamás.
 
Apoyado contra la encimera, con un porro en los labios y una botella de alcohol en la mano, se encuentra Brittany. Pero eso no es lo que hace que se me pare el corazón. Lo que me ha robado el aliento es la chica que está sentada en la encimera detrás de ella, rodeando su cintura con las piernas
desnudas y pegada a ella como si fuera la cosa más natural del mundo.
 
—¡Pierce! ¡Pásame el puto vodka. Tengo que darle de beber a mi nueva amiga, Bambi! —grita Mark.
 
Los ojos rojos de Brittany se dirigen hacia Mark, y entonces sonríe con malicia y con una mirada oscura que jamás le había visto. Cuando desvía la mirada de Mark hacia mí para ver quién es Bambi, diría que casi puedo ver cómo sus pupilas estallan y borran de golpe esa extraña expresión.
 
—¿Qué... qué haces...? —balbucea.
 
Sus ojos descienden por mi brazo y, no sé cómo, pero se abren todavía más al ver que Mark me está cogiendo de la mano. Una expresión de pura rabia inunda el rostro de Brittany, y aparto la mano.
 
—¿Os conocéis? —pregunta mi anfitrión.
 
No contesto. En lugar de hacerlo, fijo la vista en la chica que rodea la cintura de Brittany con las piernas. Ella  todavía no se ha movido para apartarse de ella, que va vestida sólo con unas bragas y una camiseta. Una camiseta sencilla negra.
Brittany lleva puesta su sudadera negra, pero no veo asomar el cuello de una camiseta desteñida por debajo como de costumbre. La chica es ajena a la tensión y está concentrada en el porro que acaba de quitarle a Brittany de los labios. Es más, me sonríe, y es una sonrisa claramente intoxicada.
 
Me quedo callada, sorprendida de imaginar incluso que conozco a la persona que tengo delante. No creo que pudiera hablar ni aunque quisiera. Sé que Brittany está en un momento oscuro, pero verla así, colocada y borracha, y con otra chica, es demasiado para mí. Sí, es demasiado, y lo único que se me ocurre es alejarme lo máximo posible.
 
—Me tomaré eso como un sí. —Mark se ríe y le quita a Brittany la botella de la mano.
 
Ella tampoco ha dicho nada todavía. Se limita a observarme como si fuera un fantasma, como si ya fuera un recuerdo olvidado que nunca esperaba volver a rememorar. Doy media vuelta y me abro paso a través de la gente que se interpone en mi camino de salida de este infierno. Tras descender un tramo de escalones, me apoyo contra la pared y me deslizo hasta el suelo sin aliento. Me zumban los oídos y siento cómo cae sobre mí el peso de los últimos cinco
minutos. No sé cómo voy a conseguir salir de este edificio.
 
Escucho en vano, esperando oír el sonido de unas botas contra los escalones de acero, y cada minuto que pasa en silencio se me hace más largo que el anterior. Ni siquiera ha venido detrás de mí. Ha dejado que la vea así y no se ha molestado en seguirme para darme una explicación.
 
No tengo más lágrimas que darle, hoy no; pero resulta que llorar sin lágrimas es mucho más doloroso que con ellas, y es algo imposible de controlar. Después de todo, de todas las peleas, de todas las risas, de todo el tiempo que hemos pasado juntas, ¿así es como decide terminar nuestra relación? ¿Así es como me aparta de su vida? ¿Tan poco me respeta que se ha colocado y ha dejado que esa chica la toque y lleve su ropa después de hacer Dios sabe qué con ella?
 
Ni siquiera puedo permitirme pensar eso, porque de lo contrario acabará conmigo. Sé lo que he visto, pero saberlo y aceptarlo son dos cosas muy distintas.
Se me da bien excusar su comportamiento. He logrado dominar esa habilidad durante los largos meses que ha durado nuestra relación, y he sido exageradamente fiel a esas excusas. Pero ahora no hay excusa que valga. Ni siquiera el dolor que Brittany siente por la traición de su madre y de Christian le dan derecho a hacerme daño de esta manera. Yo no le he hecho nada para merecer lo que me está haciendo ahora mismo. Mi único error ha sido intentar estar ahí para ella y aguantar que pague injustamente su rabia conmigo durante demasiado tiempo.
 
La humillación y el dolor se van transformando en ira cuanto más tiempo paso en esta escalera vacía. Es una ira pesada, densa e insoportable, y estoy harta de excusarla. Estoy harta de permitir que me joda de esta manera y de dejarla correr con una simple disculpa y una promesa de que va a cambiar.
«No. Eso se acabó.»
Sin embargo, no pienso irme sin pelear. Me niego a marcharme y a dejar que piense que puede tratar así a la gente. Está claro que no tiene ninguna consideración por sí misma, ni tampoco por mí, en estos momentos, y conforme estos furiosos pensamientos inundan mi cabeza, no puedo evitar que
mis pies asciendan esta escalera de mierda y vuelvan a esa cueva de piso.
 
Abro la puerta de un empujón para que golpee a alguien y me dirijo de nuevo a la cocina. Mi ira aumenta aún más cuando me encuentro a Brittany en el mismo sitio de antes, con la misma puta todavía aferrada a su espalda.
 
—Nadie. Sólo es una tía cualquiera que... —le está diciendo a Mark.
 
La rabia me ciega. Sin darle tiempo a registrar mi presencia, le quito a Brittany la botella de vodka de las manos y la estampo contra la pared. Se hace añicos y la estancia se queda en silencio. Me siento como si me hubiera separado de mi cuerpo; estoy observando una versión cabreada y furibunda de mí misma que está perdiendo la razón, y no puedo detenerla.
 
—¡Joder, Bambi! —grita Mark.
Me vuelvo hacia él.
 
—¡Me llamo Santana! —le chillo.
 
Brittany cierra los ojos y yo me quedo mirándola, esperando a que diga algo, lo que sea.
 
—Vale, Santana. ¡Pero no hacía falta que te cargaras la botella! —responde Mark con sarcasmo.
 
Está demasiado colocado como para importarle el desastre que he creado; por lo visto, lo único que le preocupa es el alcohol perdido.
 
—He aprendido a estampar botellas contra las paredes de la mejor —replico fulminando a Brittany con la mirada.
 
—No me habías dicho que tenías novia —dice la zorra que sigue pegada a ella como una lapa.
 
Mi mirada oscila entre Mark y ella. Se parecen mucho..., y he leído esa carta demasiadas veces como para no saber de quién se trata.
 
—Tenía que ser Pierce la que trajera a una americana loca a mi piso para que rompiera botellas y montara un pollo —declara Mark, que está claro que encuentra la situación muy divertida.
 
—Cierra la boca —le espeta Brittany mientras se aproxima a nosotros.
 
La miro con mi mejor cara de póquer. Mi pecho se hincha y se deshincha mientras respiro profundamente, presa del pánico; sin embargo mi cara es una máscara, una fachada desprovista de emoción. Como la suya.
 
—¿Quién es esta piba? —le pregunta Mark a Brittany como si yo no estuviera delante.
 
Brittany me hace de menos de nuevo diciendo:
 
—Ya te lo he dicho.
 
Ni siquiera tiene las pelotas de mirarme mientras me menosprecia delante de una habitación llena de gente.
Pero ya he tenido suficiente.
 
—¡¿Se puede saber qué te pasa?! —grito—. ¿Crees que puedes encerrarte aquí y fumar hierba todo el día para olvidar tus problemas?
 
Sé que parezco una loca, aunque, por una vez, me importa un rábano lo que esta gente piense de mí. Sin darle la oportunidad de contestarme, continúo:
 
—¿Cómo puedes ser tan egoísta? ¿Crees que apartarme y encerrarte en ti misma me hace algún bien? ¡Sabes perfectamente lo que va a pasar! No puedes vivir sin mí. Te sentirás desgraciada, y yo también. No me estás haciendo ningún favor causándome daño, pero ¿tengo que venir y encontrarte así?
 
—No tienes ni puta idea de lo que estás diciendo —replica Brittany con voz grave e intimidante.
 
—¿Ah, no? —Echo las manos al aire—. ¡Lleva puesta tu puta camiseta! —grito, y señalo a la maldita zorra, que se baja de la encimera y tira del dobladillo de la camiseta de Brittany para taparse los muslos.
 
Es mucho más menuda que yo, y la camiseta le está enorme. Esta imagen se me quedará grabada en la memoria hasta el día en que me muera, lo sé. Siento cómo se graba a fuego en estos momentos; en realidad, me quema todo el cuerpo, me arde de rabia, y en este momento de ira pura y absoluta... todo encaja.
 
De repente, todo tiene sentido. Mis pensamientos anteriores sobre el amor y sobre no renunciar a la persona que quieres no podrían estar más alejados de la realidad. He estado equivocada todo este tiempo. Cuando amas a alguien, no dejas que te destruya con ella ni dejas que te arrastre por el fango.
 
Tratas de ayudarla, tratas de salvarla, pero cuando ese amor es unilateral o egoísta, si sigues intentándolo es que eres idiota.
 
Si la amara, no dejaría que también arruinara mi vida.
Lo he intentado una y mil veces con Brittany. Le he dado un millón de oportunidades, y esta vez pensaba que todo iría bien. De verdad llegué a creer que esto podría funcionar. Pensaba que, si la amaba lo suficiente, si lo intentaba con más empeño, podría funcionar y podríamos ser felices.
 
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta entonces interrumpiendo mi epifanía.
 
—¿Qué? ¿Pensabas que podrías irte de rositas con tu comportamiento tan cobarde?
 
Tras el dolor, la ira empieza a crepitar. Me aterra que estalle, pero casi agradezco la determinación que me ha infundido. Durante los últimos meses, las palabras de Brittany y su ciclo de rechazo me habían debilitado, pero ahora veo nuestra volátil relación como lo que realmente es. Inevitable.
Siempre ha sido inevitable, y no puedo creer que haya tardado todo este tiempo en darme cuenta, en aceptarlo.
—Tienes una última oportunidad de venir conmigo ahora y volver a casa —le digo—; ahora bien, como salga por esa puerta sin ti, esto se habrá terminado.
 
Su silencio y la mirada de superioridad que reflejan sus ojos de colocada me llevan al límite de mi paciencia.
 
—Eso pensaba. —Ya ni siquiera estoy gritando. No tiene sentido. No me escucha. Nunca lo ha hecho—. ¿Sabes qué? Quédate con todo esto. Pásate la vida bebiendo y fumando —me aproximo a ella y me detengo a tan sólo unos centímetros de distancia—, pero esto es todo lo que tendrás jamás. Así
que espero que lo disfrutes mientras dure.
 
—Lo haré —responde, y sus palabras me atraviesan como una puñalada. Otra vez.
 
—Vale, si no es tu novia... —le dice Mark a Brittany, lo que me recuerda que no estamos solas en la habitación.
 
—Yo no soy la novia de nadie —espeto.
 
Mi actitud parece animar a Mark aún más; su sonrisa se intensifica, y me coge de la espalda en un intento de dirigirme de nuevo al salón.
 
—Bien, entonces todo claro.
 
—¡No la toques! —Brittany empuja a Mark, no tan fuerte como para tirarlo al suelo, aunque sí lo suficiente como para apartarlo de mí.
—. ¡Fuera! ¡Ya! —ordena, y pasa por delante de mí, cruza el salón y sale por la puerta.
La sigo hasta el rellano y cierro de golpe al salir.
Se tira del pelo y empieza a ponerse irascible.
 
—¿A qué coño ha venido eso?
 
—¿El qué? ¿Que te haya plantado cara? ¿Crees que puedes meterme un billete de avión y un llavero en la maleta y esperar que desaparezca? —Golpeo su pecho y la empujo contra la pared.
 
Casi me disculpo, casi me siento culpable por empujarla, pero cuando levanto la vista y veo sus pupilas dilatadas, todo remordimiento desaparece. Apesta a hierba y a alcohol; no hay ni rastro de la Brittany a la que amo.
 
—Estoy tan pedo ahora mismo que no puedo pensar con claridad, ¡y mucho menos darte una puta explicación por enésima vez! —grita, y golpea con el puño la pared de yeso barato, que se agrieta.
 
He presenciado esta escena demasiadas veces. Ésta será la última.
 
—¡Ni siquiera lo has intentado! ¡Yo no he hecho nada malo!
 
—¿Qué más quieres, Santana? Joder, ¿quieres que te lo deletree? Lárgate de aquí. ¡Vuelve a donde perteneces! No pintas nada aquí, no encajas.
 
Para cuando pronuncia la última palabra, su voz es neutra, incluso suave. Casi desinteresada.  No me quedan fuerzas para seguir peleando.
 
—¿Estás contenta por fin? Tú ganas, Brittany. Tú ganas otra vez. Aunque siempre lo haces, ¿verdad?
 
Se vuelve y me mira directamente a los ojos.
 
—Tú lo sabes mejor que nadie, ¿no es así?
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 26, 2016 11:00 pm

CAPÍTULO 14
Santana

 
No sé cómo consigo llegar a Heathrow a tiempo, pero lo hago.
Kimberly se ha despedido de mí con un abrazo cuando me ha dejado en el aeropuerto, creo. Recuerdo que Smith se limitaba a observarme mientras calculaba algo indescifrable. Y aquí estoy, sentada en el avión, al lado de un asiento desocupado, con la mente y el corazón vacíos. Cuánto me he equivocado con Brittany, y eso sólo demuestra que los demás únicamente pueden cambiar por voluntad propia, por mucho que tú te esfuerces en que lo hagan. Tienen que
querer hacerlo tanto como tú o no hay ninguna esperanza.

Es imposible cambiar a la gente que tiene la cabeza puesta en quiénes son. No puedes apoyarlos lo suficiente como para compensar sus bajas expectativas, y no puedes amarlos lo suficiente como para compensar el odio que sienten por sí mismos. Es una batalla perdida y, por fin, después de todo este tiempo, estoy dispuesta a rendirme.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 26, 2016 11:01 pm

CAPÍTULO 15
Brittany

 
La voz de James resuena en mis oídos, y su pie descalzo me roza la mejilla.
—¡Rubia, despierta! Carla está a punto de llegar, y estás acaparando el único baño que hay.
 
—Que te den —protesto, y cierro los ojos de nuevo.
Si pudiera moverme, lo primero que haría sería romperle los dedos de los pies.
 
—Pierce, levántate de una puta vez. Puedes dormir la mona en el sofá, pero eres una puta gigante y necesito mear y al menos intentar cepillarme los dientes.
 
Sus dedos de los pies empujan mi frente, e intento incorporarme.
Me pesa todo el cuerpo, y me arden los ojos y la garganta.
 
—¡Vive! —grita James.
 
—¡Cierra la puta boca! —me tapo los oídos y camino hasta el salón.
Janine, medio desnuda, y Mark, con excesivo entusiasmo, están metiendo las botellas de cerveza vacías y los vasos rojos de plástico en unas bolsas de basura.
 
—¿Qué tal el suelo del váter? —pregunta Mark con sorna y un cigarrillo colgando de los labios.
 
—Una pasada. —Pongo los ojos en blanco y me siento en el sofá.
 
—Estabas hecha una pena —dice con orgullo—. ¿Cuándo fue la última vez que bebiste así?
 
—No lo sé.
 
Me froto las sienes, y Janine me pasa un vaso. Niego con la cabeza, pero ella
insiste.
 
—Sólo es agua.
 
—No, gracias. —No quiero ser grosera con ella pero, joder, qué incordio de tía.
 
—Estabas muy jodida —dice Mark—. Creía que esa americana..., ¿cómo se llamaba? ¿Trisha?
 
—El corazón casi se me sale del pecho con la sola mención de su nombre, aunque no sea el correcto
 
—. ¡Creía que iba a echar el piso abajo! Menuda fiera, la pequeña...
Imágenes de Santana gritándome, estampando una botella contra la pared y alejándose de mí inundan mi memoria. El peso del dolor en sus ojos me hunde todavía más en el sofá, y creo que voy a vomitar otra vez.
Es lo mejor.
Lo es.
Janine pone los ojos en blanco.
 
—¿Pequeña? Yo no diría que era pequeña.
 
—Supongo que no estás metiéndote con su aspecto —espeto con voz fría, a pesar del impulso que tengo de tirarle el vaso de agua a la cara. Si Janine piensa que es más guapa que Santana es que está esnifando más cocaína de lo que creía.
 
—No es tan delgada como yo.
 
«Otro comentario insultante de ese estilo, Janine, y haré añicos tu seguridad en ti misma.»
 
—No te ofendas, hermana, pero esa piba estaba mucho más buena que tú. Seguramente ésa debe de ser la razón por la que Brittany está taaan coladita por ella —dice Mark.
 
—¿Coladita? ¡Venga ya! Si la echó de aquí casi a patadas. —Janine se echa a reír, y siento como si alguien retorciera un cuchillo clavado en mis tripas.
 
—No lo estoy. —Ni siquiera puedo terminar la frase con la voz firme—. No volváis a nombrármela. Lo digo en serio —amenazo.
 
Janine farfulla algo entre dientes, y Mark se ríe mientras vacía un cenicero en una bolsa de basura. Apoyo la cabeza contra el almohadón que tengo detrás de la espalda y cierro los ojos. No voy a ser capaz de estar sobria, nunca. No si quiero que este dolor desaparezca; no si tengo que quedarme aquí con este espantoso vacío en el pecho. Estoy inquieta e impaciente, siento angustia y estoy agotada, y es la peor puta combinación de la vida.
 
—¡Llegará dentro de veinte minutos! —dice James.
 
Abro los ojos y me lo encuentro vestido y paseándose en círculos por el pequeño salón.
 
—Ya lo sabemos. Cállate de una vez. Todos los meses la misma historia —replica Janine.
 
Se enciende un porro, y yo se lo quito de las manos en cuanto le da una calada.
Necesito automedicarme; no hay otra opción para las cobardes como yo, que se acurrucan en una esquina y se esconden del punzante dolor de saber que les han arrancado la vida.
Toso con la primera calada. Mis pulmones se habían acostumbrado a vivir sin el seco ardor del exceso de hierba. Tras la tercera calada, el dolor disminuye y empiezo a perder sensibilidad. No tanto como querría, pero todo llegará. Pronto volveré a estar en plena forma.
 
—Dame eso también —digo refiriéndome a la botella que Janine tiene en las manos.
 
—No son ni las doce —contesta mientras enrosca el tapón.
 
—No te he preguntado ni la hora ni la temperatura ambiente. Te he pedido el vodka. —Se lo quito de las manos y ella refunfuña, cabreada.
 
—Entonces ¿has dejado la universidad? —pregunta Mark, haciendo anillos con el humo que sale de su boca.
 
—No... —«Mierda»—. No lo sé. Bueno, la verdad es que todavía no he pensado en ello.
 
Bebo un trago de alcohol y disfruto de cómo me quema mientras desciende por mi cuerpo vacío. No tengo ni puta idea de qué hacer con respecto a la facultad. Sólo me queda medio trimestre para licenciarme. Ya he entregado el papeleo y me he excluido de la maldita ceremonia. También tengo un apartamento con todas mis mierdas en él, y un coche aparcado en el aeropuerto de Seattle-Tacoma.
 
—Janine, ve a comprobar que no haya nada en la pila —dice Mark.
 
—No, siempre me toca a mí fregar los putos platos...
 
—Te invitaré a comer. Sé que estás pelada —añade él, y funciona.
 
Su hermana se marcha y nos deja a solas en el salón. Oigo a James trajinando por su dormitorio; es como si estuviera redecorando el piso entero.
 
—¿Qué le pasa con la tal Carla? —le pregunto a Mark.
 
—Es la novia de James. La verdad es que es bastante maja, pero es un poco esnob. No es que sea una bruja ni nada, pero no le van estas mierdas.
Mark hace un gesto con las manos señalando el desastrado apartamento.
 
— Está estudiando Medicina, y sus padres tienen pasta y tal.
Me echo a reír.
 
—Y ¿qué coño le pasa para estar saliendo con James?
 
—¡Os estoy oyendo, cabrones! —grita James desde la habitación.
Mark se echa a reír, mucho más fuerte que yo.
 
—No lo sé, pero él se comporta como una nenaza y se acojona cada vez que ella viene a visitarlo. Vive en Escocia, así que sólo viene una vez al mes, pero siempre se pone como se ha puesto hoy. Continuamente intenta impresionarla. Por eso se matriculó en la universidad, aunque ya ha suspendido dos asignaturas.
 
—Y ¿por eso se folla a tu hermana todo el tiempo? —replico enarcando una ceja.
James nunca ha sido hombre de una sola mujer, eso desde luego.
Entonces asoma la cabeza por la esquina para defenderse.
 
—Sólo veo a Carla una vez al mes, ¡y hace semanas que no me follo a Janine! —nos suelta, y desaparece de nuevo
 
—. ¡Y ahora dejad de decir estupideces  antes de que os eche de una patada en
el culo!
 
—¡Vale! Ve a afeitarte las pelotas o algo —lo provoca Mark, y me pasa el porro.
Le da un toquecito a la etiqueta de la botella de vodka que descansa entre mis piernas.
 
—Oye, Pierce, a mí no me van estos rollos de las relaciones dramáticas y tal, pero quiero que sepas que no engañas a nadie con este numerito.
 
—No es ningún numerito —replico.
 
—Claro, claro. Lo que quiero decir es que te has presentado en Londres después de desaparecer durante tres años, por no hablar de esa piba que has traído contigo.
 
Sus ojos pasan de mi rostro a la botella y de la botella al porro.
 
—. Y te estás poniendo hasta el culo. Además, creo que tienes la mano rota.
 
—Eso no es asunto tuyo. ¿Desde cuándo te preocupa que alguien se ponga hasta el culo? Tú lo haces a diario.
 
Cada vez estoy más cabreada con Mark y con su repentina necesidad de meterse en mi puta vida. Hago como que no he oído su comentario con respecto a mi mano, aunque he de admitir que se está poniendo morada y verde. Sin embargo, es imposible que esa pared de mierda me haya roto la mano.
 
—No seas idiota; puedes beber y fumar todo lo que quieras. No te recordaba tan sensible; antes eras dura de la hostia.
 
—No soy sensible; pero le estás dando importancia a algo que no la tiene. Esa chica es una chica más de mi facultad. La conocí y me la tiré. Quería ver Inglaterra, así que ella pagó los billetes, y yo me la follé de nuevo en los dominios de la reina. Fin de la historia.
 
Bebo otro trago de vodka para ahogar las mentiras que salen por mi boca.
Mark sigue sin estar convencido.
 
—Lo que tú digas.
 
Pone los ojos en blanco, una costumbre molesta que se le ha pegado de su
hermana. Cabreada, me vuelvo y lo miro a la cara, pero antes de empezar a hablar, siento cómo la bilis asciende por mi garganta.
 
—Mira, cuando la conocí, ella era virgen, y me la follé para ganar una apuesta de bastante pasta, así que no, no soy sensible. Ella no significa nada para mí...
Esta vez no puedo tragármelo. Me tapo la boca, me levanto a toda prisa del sofá y esquivo a James, que acaba maldiciéndome por vomitar en el suelo del cuarto de baño.
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Mensaje por 3:) Vie Ago 26, 2016 11:24 pm

Termino todo????.... Mmmmm
Bueno britt se lo buscó san aguanto absolutamente todo... Y jodidamente todo..!!!
A ver como lo lleva san??... Por que ya sabemos a donde va britt siempre..
Se va a jalar hasta la vida!
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Mensaje por monica.santander Sáb Ago 27, 2016 12:57 am

Bien que San siga con su vida y Britt que se joda!!!
Saludos
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Mensaje por JVM Sáb Ago 27, 2016 1:06 am

Pues si por fin se cumplió lo que tanto quería Britt alejar a San de su vida definitivamente, y pues no quedo en San porque todavía le dio la última oportunidad, pero lamentablemente de comportó como una perra con ella.
Depende de Britt ser mejor persona por ella misma, y espero que lo haga pronto, porque a San la llevo al límite y la perdió. Y pues ahora que se aguante toda la mierda que de viene por sus estupideces :/
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 27, 2016 1:26 am

JVM escribió:Pues si por fin se cumplió lo que tanto quería Britt alejar a San de su vida definitivamente, y pues no quedo en San porque todavía le dio la última oportunidad, pero lamentablemente de comportó como una perra con ella.
Depende de Britt ser mejor persona por ella misma, y espero que lo haga pronto, porque a San la llevo al límite y la perdió. Y pues ahora que se aguante toda la mierda que de viene por sus estupideces :/

Tienes toda la razon viene mucha mierda, y Brittany no es conciente de lo que hizo aqui ya dejo  unos capitulos para que disfruten.... o lo odien  no se, pero que esta historia causa algo lo causa.
saludos
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 27, 2016 1:27 am

CAPÍTULO 16
Santana

 
—Este trasto es como un portátil pequeño.
 
Pulso otro botón de mi nuevo dispositivo electrónico. Mi nuevo iPhone tiene más funciones que un ordenador. Paso el dedo por la gran pantalla y toco
los cuadraditos. Pulso el icono de la cámara pequeña y me aparto hacia atrás cuando aparece un ángulo poco favorecedor de mí misma haciendo una mueca. La cierro rápidamente y pulso el icono de Safari. Tecleo Google porque..., bueno, porque no se me ocurre otra cosa. Este teléfono es muy extraño. Todo me resulta muy confuso, pero no tengo prisa por aprender a desenvolverme con él.
 
Sólo lo tengo desde hace diez minutos, y todavía no he salido de la tienda. Todo el mundo hace que parezca tan sencillo, pulsando y deslizando el dedo por la pantalla gigante, pero tiene muchísimas opciones. Demasiadas, la verdad.
Aunque supongo que es divertido tener tantas opciones con las que ocupar mi tiempo. Este cacharro me mantendrá ocupada durante horas, puede que días. Navego por las opciones de música y me fascina la idea de poder disfrutar de todas esas canciones con sólo mover un dedo.
 
—¿Quieres que te ayude a transferir tus contactos, fotos y demás a tu nuevo teléfono? —pregunta la chica que está detrás del mostrador.
 
Estaba tan concentrada intentando aprender a usar el móvil que no me acordaba de que Ryder y ella estaban aquí.
 
—Pues... no, gracias. —Rechazo amablemente su ofrecimiento.
 
—¿Estás segura? —Sus ojos, pintados con una gruesa línea negra, reflejan sorpresa—. Sólo se tarda un segundo. —Mastica su chicle.
 
—Sé todos los números que quiero memorizar.
La chica se encoge de hombros y mira a Ryder.
 
—Necesito que me des el tuyo —le digo a mi amigo.
 
Los números de mi madre y de Sam eran los únicos que me hacían falta. Quiero empezar de nuevo, empezar de cero. Mi flamante teléfono nuevo con sólo unos cuantos números de teléfono almacenados me ayudará a conseguirlo. Por mucho que me negara antes a comprarme un móvil, ahora me alegro de haberlo hecho.
Resulta refrescante empezar de nuevo: sin contactos, sin fotos, sin nada.
Ryder me ayuda a memorizar los números nuevos y después salimos de la tienda.
 
—Te enseñaré a guardar aquí tu música. Además, con este teléfono es más fácil —dice sonriendo mientras sale a la autopista.
 
Estamos de camino de vuelta del centro comercial, donde he tenido que gastarme mucho dinero comprando ropa para una semana.
Necesito que ésta sea una ruptura limpia. Sin nostalgia, sin pasarme horas mirando nuestras fotos. No tengo ni idea de adónde ir ni qué hacer ahora, pero sé que aferrarme a algo que nunca fue mío sólo conseguirá hacerme más daño.
—¿Sabes cómo está mi padre? —le pregunto a Ryder mientras comemos.
 
—Ken llamó al centro el sábado, y le dijeron que Ricardo aún se está adaptando. Los primeros días siempre son los peores. —Ryder alarga la mano para robarme unas patatas fritas del plato.
 
—¿Sabes cuándo podré ir a visitarlo?
 
Si lo único que me queda es mi padre, al que hacía años que no veía hasta hace un mes, y Ryder, quiero aferrarme a ellos todo lo que pueda.
 
—No lo sé con seguridad, pero lo preguntaré cuando volvamos a casa. —Ryder me mira. Yo cojo mi teléfono y me lo llevo al pecho sin pensar. Los ojos de mi amigo se llenan de compasión.
 
—Sé que sólo ha pasado un día, pero ¿has pensado en la posibilidad de trasladarte a Nueva York? —dice con tiento.
 
—Sí, un poco.
 
Estoy esperando a hablar con Kimberly y Christian en persona para tomar la decisión. He sabido de ella esta mañana, y me ha dicho que volverán de Inglaterra el jueves. Todavía no entiendo cómo es posible que aún sea sólo martes. Tengo la sensación de que ha pasado mucho más que dos días desde que me fui de Londres. Mi mente vuelve a ella, y me pregunto qué estará haciendo... o con quién estará. ¿Estará tocando a esa chica en estos momentos? ¿Llevará ella puesta su camiseta otra vez? ¿Por qué me torturo pensando en ella? Lo he estado evitando, y ahora puedo ver sus ojos azules inyectados en sangre, y noto cómo las puntas de sus dedos acarician mi mejilla.
 
Sentí una mezcla de dolor y alivio cuando encontré una camiseta negra sucia mientras hurgaba en mi maleta en el aeropuerto de Chicago O’Hare. Estaba buscando el cargador de mi móvil y me encontré con su último golpe. No fui capaz, en todas las veces que lo intenté, de tirarla a la papelera más cercana. No pude hacerlo. De modo que volví a meterla en la bolsa y la enterré debajo de mi
ropa. Quería cortar por lo sano, pero me estoy dando un respiro, teniendo en cuenta lo duro que es todo esto. Mi mundo entero se ha desmoronado, y me he quedado sola para ordenar los fragmentos... «No.» En el avión decidí que no cedería ante esos pensamientos, y no voy a hacerlo. No me llevan a ninguna parte. La autocompasión sólo empeorará las cosas.
 
—Me inclino más por Nueva York, pero necesito un poco más de tiempo para decidirme —le digo a Ryder.
 
—Bien. —Su sonrisa es contagiosa—. Nos iríamos dentro de tres semanas, cuando acabe el trimestre.
 
—Eso espero —suspiro, desesperada por que pase el tiempo.
Un minuto, una hora, un día, una semana, un mes..., cualquier período de tiempo que pase, por mínimo que sea, es algo positivo para mí en estos momentos.

Y eso es lo que sucede, que el tiempo pasa, y, de algún modo, avanzo con él. El problema es que todavía no he decidido si eso es algo bueno o no.
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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 27, 2016 1:28 am

CAPÍTULO 17
Brittany

 
Cuando abro la puerta del apartamento, me sorprendo al encontrar encendidas todas las luces.
Santana no suele dejarlas todas encendidas a la vez; está obsesionada con que no suba la factura de la luz.
—¡San, ya he llegado. ¿Estás en el cuarto?! —grito.
 
Huelo la cena en el horno, y una música tranquila suena en nuestro pequeño equipo. Tiro el archivador y las llaves sobre la mesa y voy en su busca. Pronto me doy cuenta de que la puerta del dormitorio está ligeramente abierta, y unas voces escapan serpenteando por el resquicio, como si cabalgaran sobre la música hasta el recibidor. En cuanto oigo su voz, abro la puerta de golpe con furia.
 
—¡¿Qué coño estáis haciendo?! —grito, y mi voz retumba en las paredes del pequeño cuarto.
 
—¡Brittany! ¿Qué haces aquí? —pregunta Santana, como si me estuviera entrometiendo.
Tira del edredón para cubrir su cuerpo desnudo, y una leve sonrisa se dibuja en sus labios.
 
—¿Cómo que qué hago aquí? ¿Qué hace ella aquí? —Señalo con un dedo acusador a Dani, que salta de la cama y empieza a ponerse las bragas.
 
Santana sigue fulminándome con la mirada, como si fuese yo la que se está tirando a alguna zorra en nuestra cama.
 
—No puedes seguir viniendo aquí, Brittany. —El tono de su voz es tan despectivo, tan burlón...
 
—. Es la tercera vez en lo que llevamos de mes. —Suspira y baja la voz—. ¿Has estado bebiendo de nuevo? —La pregunta está cargada de fastidio y compasión.
Dani se planta entonces delante de la cama como si estuviera protegiéndola, con los brazos planeando sobre su... su vientre abultado.
«No...»
—¿Estás...? —Soy incapaz de decirlo—. ¿Estás...? ¿Ella y tú...?
 
Ella suspira de nuevo y se envuelve mejor con el edredón.
 
—Brittany, ya hemos hablado de esto infinidad de veces. Ya no vives aquí. No has vivido aquí desde... Ya ni me acuerdo, hará unos dos años.
 
Lo dice con una naturalidad pasmosa, y el modo en que sus ojos suplican a Dani que la ayude con mi intrusión no me pasa desapercibido. Confundida y sin aliento, me postro de rodillas ante ellas dos. Y al instante siento una mano sobre mi hombro.
 
—Lo siento, pero tienes que irte. La estás molestando —me dice Dani con voz suave pero socarrona.
 
—No puedes hacerme esto —le ruego a Santana, alargando la mano hacia su barriga preñada.
 
No puede ser real. Esto no puede ser real.
 
—Te lo has hecho a ti misma —dice—. Lo siento, Brittany, pero esto lo has hecho tú.
 
Dani le frota los brazos para calmarla, y la furia me invade. Hurgo en mi bolsillo y saco mi mechero. Ninguna de ellas se da cuenta; siguen aferradas  cuando mi pulgar enciende el fuego. La pequeña llama me resulta familiar, se ha convertido en una nueva amiga, y la acerco hasta la cortina. Cierro los ojos mientras el rostro de Santana queda iluminado por las furiosas llamas que consumen la habitación.
 
—¡Brittany! —La cara de Mark es lo primero que veo cuando abro los ojos. Se la aparto, salto del sofá y me caigo al suelo presa del pánico.
Santana estaba... y yo estaba...
 
—Menuda pesadilla estabas teniendo, Rubia. —Mark me mira y sacude la cabeza—. ¿Te encuentras bien? Estás empapada.
 
Parpadeo unas cuantas veces y me paso las manos por el pelo mojado. El dolor de la mano me está matando. Pensaba que las magulladuras habrían mejorado ya, pero no es así.
 
—¿Estás bien?
 
—Tengo...
 
Tengo que salir de aquí. Tengo que ir a alguna parte y hacer algo. La imagen de la habitación en llamas se me ha grabado en la memoria.
 
—Tómate esto y vuelve a dormirte; son las cuatro de la mañana. —Mark destapa un frasco de plástico y me coloca una única pastilla en la sudorosa palma.
Incapaz de articular una palabra, asiento. Me trago la pastilla sin agua y me tumbo de nuevo en el sofá. Él me mira por última vez para asegurarse de que estoy bien y desaparece de nuevo en su habitación. Saco el teléfono del bolsillo y me quedo mirando la foto de Santana.
Sin poder evitarlo, mi dedo se dirige al botón de llamada. Sé que no debería hacerlo, pero tal vez si oigo su voz, aunque sólo sea una vez, pueda dormir en paz.
 
—«El número marcado no existe...» —dice en tono frío una voz robótica.
«¿Qué?» Compruebo la pantalla y vuelvo a intentarlo. El mismo mensaje. Una y otra vez.
No puede haber cambiado de número. Ella no haría algo así.
 
—«El número marcado no existe...» —oigo por décima vez.
 

Santana se ha cambiado de número. Se ha cambiado el número de teléfono para que no pueda llamarla. Cuando consigo dormirme de nuevo, horas más tarde, me enfrento a otro sueño. Empieza igual, conmigo llegando a ese apartamento, pero esta vez no hay nadie en casa.
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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 27, 2016 1:28 am

CAPÍTULO 18
Brittany

 
—Aún no me has dejado que termine lo que empecé el domingo. —Janine se inclina sobre mí y apoya la cabeza en mi hombro.
 
Yo me desplazo un poco en el sofá para apartarme, pero ella se lo toma como una señal de que tal vez quiera que nos tumbemos juntas o algo, y se acerca a mí de nuevo.
 
—Ya; no, gracias —digo rechazándola por enésima vez en los últimos cuatro días.
¿De verdad han pasado sólo cuatro días?
«Joder.»
El tiempo tiene que pasar más deprisa, o no sé si sobreviviré.
 
—Necesitas relajarte. Y yo puedo ayudarte a hacerlo. —Sus dedos recorren mi espalda desnuda.
 
Llevo días sin ducharme y sin ponerme una camiseta. No he podido volver a ponerme la puta prenda después de que Janine la llevara. Olía a ella, no a mi ángel.
 
Maldita seas, Santana. Me estoy volviendo loca. Siento cómo las bisagras que mantienen mi mente de una pieza se fuerzan y están a punto de romperse por completo. Esto es lo que pasa cuando estoy sobria: ella regresa a mi mente. La pesadilla que tuve anoche sigue atormentándome. Jamás le haría daño, no físicamente. La amaba. Joder, todavía la amo, y siempre la amaré, pero no hay nada que pueda hacer al respecto.
 
No puedo pasarme todos los días de mi vida intentando ser perfecta para ella. No soy lo que necesita, y nunca lo seré.
 
—Necesito beber —le digo a Janine.
 
Ella se levanta del sofá lánguidamente y se dirige a la cocina. Pero cuando otro pensamiento indeseado sobre Santana me viene a la mente, grito:
 
—¡Date prisa!
 
Vuelve al salón con una botella de whisky en la mano, pero se detiene y me lanza una mirada.
 
—¿Con quién coño te crees que estás hablando? Si vas a comportarte como una idiota, podrías hacer que al menos mereciera la pena soportarte.
 
No he salido de este apartamento desde que llegué, ni siquiera para ir al coche a por una muda de ropa.
 
—Sigo pensando que tienes la mano rota —dice James cuando entra en el salón, interrumpiendo mis pensamientos—. Carla sabe lo que se dice. Deberías ir al médico.
 
—No, estoy bien. —Cierro el puño y estiro los dedos para demostrarlo.
 
Me encojo y maldigo de dolor. Sé que la tengo rota, pero no quiero hacer nada al respecto. Llevo cuatro días automedicándome; por unos cuantos más no va a pasar nada.
 
—De lo contrario, nunca se te va a curar. Ve corriendo y, cuando vuelvas, tendrás la botella para ti sola —insiste James.
 
Echo de menos al James idiota. El James que se follaba a una chica y le enseñaba la grabación al novio de ésta una hora después. Este James preocupado por mi salud es irritante de cojones.
 
—Sí, Brittany, tiene razón —interviene Janine, escondiendo el whisky detrás de su espalda.
 
—¡Vale! ¡Joder! —refunfuño.
 
Agarro mis llaves y el teléfono y salgo del apartamento. Cojo una camiseta del asiento trasero del coche de alquiler y me la pongo antes de dirigirme al hospital.
La sala de espera del hospital está llena de niños ruidosos, y no me queda más remedio que sentarme en el único asiento vacío, que está al lado de un vagabundo que no para de lloriquear porque lo han atropellado en un pie.
 
—¿Cuánto tiempo lleva esperando? —le pregunto al hombre.
 
Huele a basura, pero no soy quién para hablar, porque probablemente yo huela peor que él. Me recuerda a Ricardo, y me pregunto cómo le irá en rehabilitación. El padre de Santana está en rehabilitación, y aquí estoy yo, ahogándome en licor y nublando mi mente con cantidades ingentes de hierba y alguna que otra pastilla de Mark. El mundo es un lugar increíble.
 
—Dos horas —responde el hombre.
 
—Joder —farfullo para mis adentros, y me quedo mirando la pared.
 
Debería haber imaginado que no era buena idea venir aquí a las ocho de la tarde.
Treinta minutos después, llaman a mi compañero sin techo y siento un gran alivio al poder respirar de nuevo por la nariz.
 
—Mi prometida está de parto —anuncia un hombre cuando entra en la sala.
 
Viste una camisa cuidadosamente planchada y unos caquis. Me resulta extrañamente familiar. Cuando una mujer morena, menuda y muy embarazada aparece por detrás de él, me hundo en la silla de plástico. ¿Cómo no? Tenía que estar borracha y en el hospital para que me miren la mano rota justo en el momento en que ella se pone de parto y llega también.
 
—¿Puede ayudarnos alguien? —dice el hombre, paseando histérico de un lado a otro—. ¡Necesita una silla de ruedas! ¡Ha roto aguas hace veinte minutos y tiene contracciones cada cinco!
 
Sus gritos están poniendo algo nerviosos al resto de los pacientes, pero la mujer embarazada se echa a reír y coge al hombre de la mano. Así es Natalie.
 
—Puedo caminar, estoy bien. Tranquilo.
 
Natalie le explica a la enfermera que su novio, Elijah, se preocupa sin motivo. Él continúa paseándose, pero ella permanece relajada, casi como una azafata. Me echo a reír en mi asiento, y Natalie se vuelve y me pilla mirando.
Una enorme sonrisa se dibuja en su rostro.
 
—¡Brittany! ¡Qué coincidencia! —¿Es ése el brillo de las mujeres embarazadas del que todo el mundo habla?
 
—Hola —digo, y miro a todas partes menos a la cara de su novio.
 
—Espero que te encuentres bien. —Se acerca a mí mientras su hombre habla con la enfermera—.
 
Conocí a tu Santana el otro día. ¿Ha venido contigo? —pregunta Natalie, buscándola por la sala.
 
«¿No debería estar gritando de dolor o algo así?»
 
—No, ella..., eh...
 
Empiezo a inventarme una explicación, pero justo entonces otra enfermera sale del mostrador de ingresos y dice:
 
—Señora, cuando quiera, ya está todo preparado para usted.
 
—¡Vaya! ¿Has oído eso? El show debe continuar. —Natalie se da la vuelta, pero mira por encima del hombro y se despide de mí con la mano—. ¡Me alegro de verte, Brittany!
 
Y yo me quedo ahí sentada, con la boca abierta. Esto debe de ser alguna broma macabra divina. No puedo evitar alegrarme un poco por la chica; al menos, no le arruiné la vida por completo... Aquí está, sonriendo y locamente enamorada,
preparada para dar a luz a su primer hijo mientras yo espero aquí sola, apestando y herida en esta sala de espera atestada.

El karma me la está devolviendo.
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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 27, 2016 1:29 am

CAPÍTULO 19
Santana

 
—Gracias por traerme hasta aquí. Sólo quería dejar el coche y recoger las cosas que me faltaban — le digo a Ryder a través de la ventanilla del acompañante de su automóvil.
 
No tenía claro dónde dejar el coche. No quería dejarlo aparcado en casa de Ken, porque tenía miedo de lo que Bri... de lo que ella dijera o hiciera cuando por fin se presentara para recogerlo. Estacionarlo en el parking del apartamento tiene más lógica; es una buena zona, bien vigilada, y no creo que nadie intentara robarlo sin que lo pillaran.
 
—¿Estás segura de que no quieres que suba contigo? Puedo ayudarte a bajar trastos —se ofrece Ryder.
 
—No, prefiero ir sola. Además, casi no queda nada. Sólo tendré que hacer un viaje. Pero gracias.
 
 Todo cuanto he dicho es cierto, pero la pura verdad es que quiero despedirme de nuestra antigua casa a solas. A solas: ahora me resulta más natural de esa manera. Cuando entro en el vestíbulo, intento no dejar que los viejos recuerdos inunden mi mente. No pienso en nada más que en espacios blancos, flores blancas, una alfombra blanca y paredes blancas. No pienso en ella. Sólo en espacios, flores y paredes blancas. En ella, no. Sin embargo, mi mente tiene otros planes para mí, y poco a poco las paredes blancas se tiñen de negro, la alfombra está cubierta de pintura negra y las flores se pudren y se transforman en hojas
marchitas que caen sin remedio.
 
Sólo he venido para recoger algunas cosas, sólo una caja de ropa y una carpeta de la facultad, eso es todo. No me llevará más de cinco minutos. Cinco minutos no es tiempo suficiente como para sucumbir de nuevo a la oscuridad.
 
Ya han pasado cuatro días, y cada vez me siento más fuerte. A cada segundo que paso sin ella, me va costando menos respirar. Volver aquí, a este apartamento, podría acabar siendo un golpe terrible para mi progreso, pero necesito terminar con esto si quiero avanzar y no volver a mirar atrás. Me voy a Nueva York.
 
Voy a renunciar a las clases del trimestre de verano, a las que había considerado asistir, para familiarizarme con la ciudad que será mi hogar al menos durante unos años. Una vez allí, no me marcharé hasta que termine la carrera. Otro traslado de expediente dañaría mi imagen, de modo que tengo que quedarme en un mismo sitio hasta que acabe. Y ese sitio será Nueva York. Me da miedo pensarlo, y a mi madre no le va a hacer ninguna gracia cuando se entere, pero no es decisión suya, sino mía, y por fin estoy tomando decisiones basándome únicamente en mis necesidades y en mi futuro. Mi padre habrá terminado su programa de rehabilitación para cuando me haya establecido, y, si es posible, me encantaría que viniera a visitarnos a Ryder y a mí.
 
Empiezo a agobiarme al pensar en mi falta de preparativos para esta mudanza, pero Ryder me ayudará a resolver todos los detalles; nos hemos pasado los últimos dos días solicitando una beca tras otra. Ken ha redactado y enviado una carta de recomendación, y Karen me ha estado ayudando a buscar trabajos a tiempo parcial en Google. Sophia también ha venido todos los días para
informarme de los sitios que están más de moda y para advertirme de los peligros de vivir en una ciudad tan inmensa. Ha tenido el detalle de ofrecerse a hablar con su jefe para que me dé un empleo de camarera en el restaurante en el que ella misma trabajará.
 
Ken, Karen y Ryder me han recomendado que simplemente me traslade a la nueva oficina que la editorial Vance abrirá allí en los próximos meses. Vivir en Nueva York sin ningún tipo de ingreso será imposible, pero es igual de imposible conseguir una beca de prácticas remuneradas sin haberse licenciado antes. Todavía no le he comentado a Kimberly lo de mi traslado. Ella ya tiene bastante
con lo suyo en estos momentos, y acaban de regresar de Londres. Apenas he hablado con ella, sólo nos hemos mandado algún mensaje de vez en cuando, pero me asegura que me llamará en cuanto las aguas se calmen.
 
Al introducir la llave en la cerradura de nuestro antiguo apartamento, me doy cuenta de que he desarrollado un odio por este lugar desde la última vez que estuve aquí, y me cuesta creer que alguna vez lo amara tanto. Al entrar, veo que hay luz en el salón. Típico de ella dejársela encendida antes de un viaje internacional. Aunque supongo que hace sólo una semana. El tiempo no corre igual cuando estás en el infierno. Voy directa al armario del dormitorio a buscar la carpeta que he venido a recoger. No hay motivo para alargar esto más de lo necesario. La carpeta amarilla de papel manila no está en el estante donde creía recordar que estaba, de modo que no me queda más remedio que rebuscar entre los montones de cosas de trabajo de Brittany. Probablemente la metió en el armario sin cuidado alguno mientras intentaba recoger la desordenada habitación.
 
Esa vieja caja de zapatos sigue en el estante, y mi curiosidad se apodera de mí. Me estiro para cogerla, la bajo y me siento con las piernas cruzadas en el suelo. Levanto la tapa y la dejo a un lado. Está llena de hojas y hojas escritas a mano con su letra. Las líneas no siguen ningún orden completo y cubren la página entera por delante y por detrás. Algunas de las páginas están escritas a máquina, así que escojo una de ésas y empiezo a leer.
 
Me desgarra usted el alma. Estoy entre la agonía y la esperanza. No me diga que es demasiado tarde, que tan preciosos sentimientos han desaparecido para siempre. Me ofrezco a usted nuevamente con un corazón que es aún más suyo que cuando casi lo destrozó hace ocho años y medio. No se atreva a decir que el hombre olvida más prontamente que la mujer, que su amor muere antes. No he amado a nadie más que a usted.
Reconozco al instante las palabras de Austen. Leo unas cuantas páginas y reconozco cita tras cita, mentira tras mentira, de modo que decido coger una de las páginas escritas a mano.
Ese día, el quinto día, fue cuando empecé a sentir la opresión en el pecho. Un recordatorio constante de lo que había hecho y de lo que seguramente había perdido. Debería haberla llamado ese día mientras miraba sus fotos. ¿Estará ella mirando fotos mías? Que yo sepa, sólo tiene una, y de repente desearía haber dejado que me hiciera más. El quinto día fue cuando arrojé el móvil contra la pared
con la esperanza de hacerlo estallar, pero sólo conseguí rajarle la pantalla. El quinto día fue cuando empecé a desear desesperadamente que me llamara porque entonces todo iría bien, todo iría bien. Las dos pediríamos perdón y yo volvería a casa.
 
Cuando releo el párrafo por segunda vez, mis ojos amenazan con derramar lágrimas. ¿Por qué me estoy torturando leyendo esto? Debió de escribirlo hace mucho tiempo, justo después de volver de Londres la última vez. Ahora ha cambiado de idea completamente y no quiere saber nada de mí, y por fin lo he aceptado. Tengo que hacerlo. Leeré un párrafo más y cerraré la caja.
Sólo uno más, me prometo a mí misma.
El sexto día me desperté con los ojos rojos e hinchados. No me podía creer la llorera de la noche anterior. La opresión en el pecho era mucho peor y apenas podía abrir los ojos. ¿Por qué fui tan idiota? ¿Por qué seguí tratándola como a una mierda? Es la primera persona que de verdad me ha visto, que sabe cómo soy por dentro, cómo soy de verdad, y yo voy y la trato como a una mierda. La culpé a ella de todo cuando en realidad todo era culpa mía. Siempre ha sido mía, siempre, incluso cuando parecía que no estaba haciendo nada malo. Era grosera con ella cuando intentaba hablar conmigo. Le gritaba cuando me pillaba haciendo una de las mías. Y le mentía sin parar. Me lo ha perdonado siempre todo. Siempre podía contar con eso y tal vez por esa razón la trataba así, porque sabía que podía. El sexto día aplasté el móvil bajo mis pies.
 
Se acabó. No puedo seguir leyendo sin perder cada gramo de fuerza que he ido adquiriendo desde que la dejé en Londres. Meto las páginas de nuevo en la caja y la cierro. Mis ojos traicioneros derraman unas lágrimas indeseadas, y me apresuro a salir de aquí. Prefiero llamar a administración para pedir una copia de mi expediente a pasar un segundo más en este apartamento.
Dejo la caja de zapatos en el suelo del armario y atravieso el pasillo hasta el baño para comprobar mi maquillaje antes de volver abajo con Ryder. Abro la puerta de golpe, enciendo la luz y lanzo un grito de sorpresa cuando mi pie tropieza con algo.
«Alguien...»
Se me hiela la sangre e intento centrarme en el cuerpo que yace en el suelo del baño. Esto no puede estar pasando.
«Por favor, Señor, que no sea...»
Y cuando enfoco la vista, la mitad de mi ruego ha sido escuchado. No es la chica que me dejó el que está tirado a mis pies.

Es mi padre, con una jeringuilla colgando del brazo y sin color en el rostro, lo que significa que la otra mitad de mis pesadillas se han cumplido.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 27, 2016 1:30 am

CAPÍTULO 20
Brittany

 
Las gafas del médico rollizo penden del puente de su nariz, y casi puedo oler cómo me juzga.
Supongo que sigue cabreado porque he estallado cuando me ha preguntado «¿Seguro que no has golpeado una pared?» por enésima vez. Sé lo que está pensando, y por mí puede irse a la mierda.
 
—Te has fracturado el carpo —me informa.
 
—En cristiano, por favor —refunfuño.
 
Me he calmado bastante, pero siguen fastidiándome sus preguntas y sus miradas de reproche. Trabaja en el hospital más concurrido de Londres, seguro que ha visto cosas mucho peores, y aun así tiene que mirarme mal cada vez que puede.
—Ro-ta —dice lentamente—. Tienes la mano rota, y tendrás que llevar una escayola durante algunas semanas. Te recetaré algo para el dolor, pero tendrás que limitarte a esperar a que los huesos vuelvan a unirse.
 
No sé qué me da más risa, si la idea de llevar una escayola o que piense que necesito ayuda para controlar el dolor. No hay nada que pueda venderse en una farmacia que consiga aliviar mi dolor. A no ser que tengan a una morena altruista de ojos chocolates en las estanterías, no tienen nada que me sirva.
Una hora después, me cubren la mano y la muñeca con una escayola gruesa. Intenté no reírme en la cara del viejo cuando me preguntó de qué color la quería. Recuerdo que cuando era niña deseaba que me pusieran una escayola para que todos mis amigos firmaran y dibujaran en ella con un rotulador permanente; el problema era que no tenía ningún amigo hasta que encontré mi lugar con Mark y
James.
 
Los dos han cambiado mucho desde la adolescencia. Bueno, Mark sigue siendo un colgado con el cerebro frito por haber consumido demasiadas drogas. Eso ya no tiene solución. Pero los cambios en ambos son bastante evidentes. James se ha vuelto un calzonazos por una estudiante de Medicina, cosa que jamás habría imaginado. Mark sigue siendo un salvaje y sigue viviendo en un mundo sin
consecuencias, aunque se ha relajado un poco y se siente cómodo con su forma de vida. En algún momento durante los últimos tres años, ambos perdieron la dureza que solía cubrirlos como una manta. No, como un escudo. No sé qué fue lo que provocó ese cambio, pero dada mi actual «situación», no me hace ninguna gracia. Esperaba a los mismos idiotas de hace tres años, y esos tipos han desaparecido.
 
Sí, continúan consumiendo más drogas de lo que es humanamente posible, pero ya no son los delincuentes malintencionados que eran cuando me marché de Londres años atrás.
 
—Recoge las medicinas y ya puedes marcharte. —El médico asiente rápidamente y luego me deja a solas en la sala de reconocimiento.
 
—Joder. —Golpeo suavemente la dura superficie con la estúpida escayola.
 
Menuda mierda. ¿Podré conducir mientras la lleve? ¿Podré escribir?
Joder, no. Y además, de todos modos no necesito escribir nada. Tengo que cortar esa mierda; llevo demasiado tiempo haciéndolo, y mi mente sobria aún me juega malas pasadas, me cuela pensamientos y recuerdos cuando estoy demasiado distraída como para bloquearlos. El karma sigue riéndose de mí y, fiel a su reputación de hija de puta, continúa burlándose cuando saco mi móvil del bolsillo del pantalón y veo el nombre de Ryder en la pantalla. Decido ignorar la
llamada y vuelvo a guardar el teléfono.
 
Menudo puto lío he montado.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 27, 2016 1:30 am

CAPÍTULO 21
Santana

 
—¿Cuánto tiempo estará así? —le pregunta Ryder a alguien en alguna parte.
 
Todo el mundo se comporta como si yo no los estuviera oyendo, como si no me hallara presente, pero no me importa. No quiero permanevcer aquí, por lo que es agradable estar presente pero sentirme invisible al mismo tiempo.
 
—No lo sé. Está en estado de shock, cielo —responde la dulce voz de Karen a su hijo.
«¿En estado de shock? No estoy en estado de shock.»
 
—Debería haber subido con ella a ese apartamento... —dice Ryder entre sollozos.
Si pudiera apartar la vista de la pared de color crema del salón de los Pierce, sé que lo vería en los brazos de su madre.
 
—Estuvo allí sola con su cuerpo durante casi una hora. Creía que sólo estaba recogiendo sus cosas, y puede que despidiéndose de alguna manera, ¡pero dejé que se quedara una hora allí sentada con su cadáver!
Ryder no para de llorar, y debería consolarlo, sé que debería, y lo haría si pudiera.
 
—Ay, Ryder. —Karen también está llorando.
 
Todo el mundo parece estar llorando menos yo. ¿Qué me pasa?
 
—No es culpa tuya. No sabías que él estaba allí. No tenías modo alguno de saber que había dejado el programa de rehabilitación.
 
En algún momento durante los susurros y los compasivos intentos de hacer que me mueva de mi sitio en el suelo, el sol ha desaparecido y los intentos se vuelven menos frecuentes, hasta que por fin cesan por completo y me quedo sola en el inmenso salón, con las rodillas abrazadas con fuerza contra el pecho y sin apartar la vista ni por un momento de la pared.  A través de las voces de los paramédicos y de la policía, he sabido que mi padre estaba, evidentemente, muerto. Lo supe en cuanto lo vi, en cuanto lo toqué, pero ellos me lo han confirmado.
 
Lo han hecho oficial. Murió por su propia mano, clavándose esa aguja en la vena. Los paquetes de heroína que encontraron en los bolsillos de sus vaqueros eran toda una declaración de intenciones para el fin de semana. Su rostro estaba tan pálido que parecía más una máscara que un semblante humano. Estaba solo en el apartamento cuando sucedió, y llevaba horas muerto cuando me tropecé
con su cuerpo. Su vida se esfumaba mientras la heroína se filtraba a través de la jeringuilla, condenando aún más ese infierno disfrazado de apartamento.
Eso es exactamente lo que representa ese lugar, y lo fue desde el primer momento en que lo pisé.  Las estanterías de libros y la pared de ladrillo enmascaraban el mal que reside allí, oculto tras los preciosos detalles. Todos los males de mi vida parecen conducirme de nuevo a ese apartamento. Si nunca hubiera cruzado el umbral de esa puerta, todavía lo tendría todo.
Conservaría mi virginidad, no se la habría entregado a una mujer que no pudo amarme lo suficiente como para seguir junto a mí.
 
Conservaría a mi madre; no es gran cosa, pero es la única familia que me queda.
Aún tendría un sitio donde vivir, y jamás me habría reencontrado con mi padre para acabar hallando su cuerpo sin vida en el suelo del cuarto de baño poco tiempo después. Soy perfectamente consciente del oscuro lugar al que mis pensamientos me están arrastrando, pero no me quedan fuerzas para seguir luchando. He estado luchando por algo, por lo que pensaba que lo era todo, durante demasiado tiempo, y ya no puedo continuar haciéndolo.
 
—¿Ha dormido un poco? —pregunta Ken en voz baja y cautelosa.
 
Ya ha salido el sol, y no encuentro la respuesta a la pregunta de Ken. ¿He dormido? No recuerdo haberme quedado dormida, ni despertarme, pero no es posible que haya pasado toda una noche entera mirando esta pared vacía.
 
—No lo sé, no se ha movido mucho desde anoche. —La tristeza que desprende la voz de mi mejor amigo es profunda y dolorosa.
 
—Su madre ha vuelto a llamar hace una hora. ¿Sabes algo de Brittany?
 
Oír el nombre que ha salido de la boca de Ken me habría matado si ya no estuviera muerta.
 
—No, no responde a mis llamadas, y he llamado al número de Trish que me diste, pero ella tampoco lo coge. Creo que aún siguen de luna de miel. No sé qué hacer, está tan...
 
—Lo sé. —Ken suspira—. Sólo necesita tiempo; esto debe de haber sido muy traumático para ella. Todavía no entiendo qué demonios ha podido pasar y por qué nadie me informó de que había dejado el centro. Les di órdenes estrictas y una buena cantidad de dinero para que me llamaran si sucedía algo.
 
Quiero decirles a Ken y a Ryder que dejen de culparse por los errores de mi padre. Si hay que culpar a alguien, ese alguien soy yo. No debería haber ido a Londres. Debería haber estado ahí para vigilarlo. Pero estaba en la otra punta del mundo, enfrentándome a otra pérdida, mientras Ricardo López luchaba y perdía la batalla contra sus propios demonios, completamente solo.
La voz de Karen me despierta, o me saca de mi trance. O lo que demonios sea esto.
—Santana, por favor, bebe un poco de agua. Han pasado dos días, cariño. Tu madre va a venir a recogerte, cielo. Espero que te parezca bien —dice suavemente la persona a la que considero casi una madre en un intento de llegar hasta mí.
 
Trato de asentir, pero mi cuerpo no responde. No sé qué me pasa, pero grito por dentro y nadie me oye.

Después de todo, puede que sí esté en estado de shock. Aunque eso no es tan malo. Ojalá pueda pasar así el máximo tiempo posible. Duele menos.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 27, 2016 1:31 am

CAPÍTULO 22
Brittany
 
El apartamento está lleno otra vez, y yo voy por mi segunda bebida y mi primer porro. El constante ardor del licor en la lengua y del humo en mis pulmones empieza a causar efecto. Si no sintiera tanto dolor estando sobria, no volvería a probar esta bazofia nunca más.
 
—Llevo dos días con esta mierda y ya me está picando de la hostia —protesto para quien quiera escucharme.
 
—Es una mierda, pero así aprenderás a no ir haciendo agujeros en las paredes —me provoca Mark con una sonrisa burlona.
 
—Sí, a ver si aprendes —dicen James y Janine a la vez.
Ella extiende a continuación la mano hacia mí.
 
—Dame otro de tus analgésicos.
 
Esta puta yonqui se ha tragado medio frasco en menos de dos días. No es que me importe, yo no me los tomo, y desde luego me importa una mierda lo que ella se
meta en el cuerpo. Al principio pensé que las pastillas me ayudarían, que me colocarían más que la mierda de James, pero no ha sido así. Sólo hacen que esté cansada, y estar cansada te lleva a dormir, lo cual me lleva a las pesadillas, que siempre tienen relación con ella. Pongo los ojos en blanco y me levanto.
 
—Voy a darte el puto frasco.
 
Me dirijo al dormitorio de Mark para sacar las pastillas de debajo de mi pequeño montón de ropa. Ha pasado casi una semana y sólo me he cambiado una vez. Antes de irse, Carla, la tía insufrible con complejo de salvavidas, me cosió unos horribles parches negros para cubrir los agujeros de mis vaqueros. Le habría dicho de todo si no supiera que, si lo hiciera, James me habría echado en el acto.
 
—¡Brittany Pierce! ¡Teléfono! —La voz aguda de Janine resuena por el salón.
 
«¡Mierda!» Me he dejado el móvil en la mesa del salón.
Al ver que no respondo de inmediato, oigo que dice descaradamente:
 
—El señor Pierce se encuentra ocupado en este momento; ¿quién la llama?
 
—Dame el teléfono ahora mismo —digo corriendo de nuevo al salón y lanzándole las pastillas a Janine para que las atrape.
Intento mantener la calma cuando me saca el dedo y continúa hablando, dejando que el frasco caiga al suelo. Ya me estoy hartando de sus gilipolleces.
 
—¡Caray! Ryder es un nombre muy sexi; ¿eres estadounidense? Me encantan los hombres americanos...
 
Sin ninguna delicadeza, le quito el móvil de las manos y me lo pego a la oreja.
 
—¿Qué coño quieres, Ryder? ¿No crees que si quisiera hablar contigo ya te habría contestado a las últimas..., qué sé yo, treinta putas llamadas? —ladro.
 
—¿Sabes qué, Brittany? —Su voz es tan áspera como la mía—. Vete a la mierda. Eres una idiota egoísta, y no sé en qué estaba pensando para llamarte. Santana superará esto sin ti, como siempre.
 
La línea se corta.
«¿Superar qué?» ¿De qué cojones está hablando? ¿De verdad quiero saberlo?
¿A quién quiero engañar? Por supuesto que quiero. Lo llamo inmediatamente, me abro paso a través de un par de personas y salgo al rellano vacío para tener algo de privacidad. El pánico se apodera de mí y mi mente perjudicada imagina el peor de los escenarios. Cuando Janine aparece en el descansillo con claras intenciones de cotillear, me dirijo al coche de alquiler que aún tengo en mi poder.
 
—¿Qué? —me espeta Ryder.
 
—¿De qué estás hablando? ¿Qué ha pasado? —«Ella está bien, ¿verdad? Tiene que estarlo»—.Ryder, dime que Santana se encuentra bien. —No tengo paciencia para su silencio.
 
—Es Ricardo. Ha muerto.
 
No sé qué esperaba oír, pero eso desde luego que no. A pesar de mi estado, lo siento. Siento una punzada de dolor en mi interior por la pérdida, y lo detesto. No debería sentir esto, apenas conocía a ese yon... hombre.
 
—¿Dónde está Santana?
Ésa es la razón por la que Ryder ha estado llamándome sin parar. No era para echarme un sermón por dejar a Santana, sino para informarme de que su padre ha muerto.
 
—Está aquí, en casa, pero su madre viene de camino para recogerla. Está en estado de shock, creo; no ha dicho nada desde que lo encontró.
La última parte de la frase me deja impactada y me agarro del pecho.
 
—¡Joder! ¿Lo encontró ella?
 
—Sí. —La voz de Ryder se quiebra al final, y sé que está llorando.
No me molesta, como de costumbre.
 
—¡Mierda! —«¿Por qué ha tenido que pasar esto? ¿Cómo ha podido pasarle esto justo después de que yo la alejase de mí?»—. ¿Dónde estaba ella, dónde estaba su cuerpo?
 
—En tu apartamento. Fue allí para recoger lo que le quedaba y para dejar tu coche.
 
Por supuesto. Incluso después de cómo la traté, es lo bastante considerada como para pensar en mi coche.
Pronuncio las palabras que quiero y a la vez no quiero pronunciar:
 
—Déjame hablar con ella. —Durante todos estos días he deseado oír su voz, y he tocado fondo.
 
Las últimas dos noches me he dormido escuchando el mensaje automático que me recuerda que se ha cambiado de número.
 
—¿No me has oído, Brittany? —dice Ryder exasperado—. No ha dicho una palabra ni se ha movido en dos días, excepto para usar el baño, aunque ni siquiera estoy seguro de que lo haya hecho. Yo no he visto que se mueva para nada. No bebe ni come.
 
Toda la mierda que he estado intentando bloquear, que he estado intentando obviar, me inunda y me arrastra. No me importan cuáles sean las consecuencias, y no me importa que la poca cordura que me queda desaparezca: necesito hablar con ella. Llego hasta el coche y me meto dentro. Sé perfectamente lo que tengo que hacer.
 
—Intenta ponerle el teléfono en la oreja. Hazme caso y hazlo —le ordeno a Ryder, y arranco el coche, rogando en silencio a quien me esté escuchando ahí arriba que no me pare la policía de camino al aeropuerto.
 
—Me preocupa que oír tu voz empeore las cosas —lo oigo decir a través del manos libres.
 
Subo el volumen al máximo y coloco el teléfono sobre el salpicadero.
 
—¡Maldita sea, Ryder! —Golpeo la puta escayola contra el volante. Bastante difícil me resulta ya intentar conducir con ella—. Colócale el teléfono en la oreja de una vez, por favor.  —Intento mantener la calma, a pesar de la tormenta de sensaciones que me asolan en mi interior.
 
—Está bien, pero no digas nada que pueda angustiarla. Bastante está pasando ya.
 
—¡No me hables como si tú lo supieras mejor que yo!
 
Mi ira hacia el sabelotodo de mi hermanastro ha alcanzado nuevos niveles, y casi cruzo la mediana mientras le grito.
 
—Puede que no lo haga, pero lo que sí sé es que eres una auténtica idiota por haberle hecho lo que sea que le hayas hecho esta vez. Y ¿sabes qué más sé? Que, si no fueras tan egoísta, estarías aquí con ella y ella no habría acabado en el estado en el que se encuentra ahora —me espeta—. Ah, y una cosa más...
 
— ¡Ya basta! —Golpeo el volante con la escayola de nuevo—. Ponle el teléfono en la oreja.  Comportarte como un idiota no ayuda en nada. Pásale el puto teléfono. Oigo un silencio seguido de la suave voz de Ryder:
 
—¿Santana? ¿Me oyes? Claro que me oyes.
 
Se ríe con tristeza. El dolor que desprende su voz mientras intenta incitarla a hablar es evidente—. Brittany está al teléfono, y...
Un leve canturreo atraviesa el altavoz, y me inclino hacia el teléfono para intentar oír el sonido.
 
«¿Qué es eso?» Continúa durante varios segundos, débil y hechizado, y tardo demasiado tiempo en darme cuenta de que es la voz de Santana repitiendo la misma palabra una y otra, y otra vez.
 
—No, no, no —dice sin cesar—, no, no, no, no...
Lo poco que quedaba intacto de mi corazón se parte en demasiados pedazos como para poder contarlos.
 
—¡No, por favor, no! —grita al otro lado de la línea.
«Joder...»
 
—Está bien, está bien. No tienes por qué hablar con ella.
 

La llamada se corta y vuelvo a telefonear, aunque sé que nadie va a responder.
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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 27, 2016 1:31 am

CAPÍTULO 23
Santana

 
—Ahora voy a levantarte —dice la voz familiar que hacía demasiado tiempo que no oía, intentando reconfortarme mientras unos fuertes brazos me alzan del suelo y me acunan como si fuese una niña. Entierro la cabeza en el firme pecho de Sam y cierro los ojos.
 
La voz de mi madre también está presente. No la veo, pero la oigo:
 
—¿Qué le pasa? ¿Por qué no habla?
 
—Está en estado de shock —empieza a explicar Ken—. Pronto volverá en sí...
 
—Y ¿qué se supone que tengo que hacer con ella si ni siquiera habla? —lo interrumpe mi madre.
 
Sam, el único capaz de tratar con la despiadada de mi madre, le dice con tacto:
 
—Maria, hace tan sólo unos días que encontró el cadáver de su padre tirado en el suelo. Sé paciente con ella.
 
Nunca en mi vida me había sentido tan aliviada de estar cerca de Sam. Por mucho que adore a Ryder, y por muy agradecida que le esté a su familia en estos momentos, necesito salir de esta casa. Ahora necesito a alguien como mi viejo amigo. A alguien que me conociera antes. Me estoy volviendo loca, lo sé. Mi mente no ha funcionado bien desde que mi pie impactó contra el cuerpo rígido e inerte de mi padre. No he sido capaz de procesar ni un solo pensamiento racional
desde que grité su nombre y lo sacudí con tanta fuerza que se le abrió la mandíbula, la jeringuilla se le salió del brazo y aterrizó en el suelo con un sonido que todavía resuena en mi perjudicada mente.
 
Un sonido tan simple. Un sonido tan horrible. Sentí que algo se partía en mi interior cuando la mano de mi padre se sacudía en la mía, un espasmo muscular involuntario que todavía no estoy segura de si sucedió o de si mi mente lo fabricó
para darme una falsa sensación de esperanza. Esa esperanza pronto se desvaneció cuando comprobé su pulso otra vez y no sentí nada. Después me quedé mirando sus ojos sin vida.
 
El caminar de Sam me mece suavemente mientras nos desplazamos por la casa.
 
—Llamaré a su teléfono dentro de un rato para ver cómo está. Por favor, cógelo y mantenme informado —le pide Ryder con educación.
Quiero saber cómo está; espero que él no viera lo que yo vi. No logro recordarlo.
Sé que estaba sosteniendo la cabeza de mi padre entre las manos, y creo que estaba gritando, o llorando, o ambas cosas, cuando oí que Ryder entraba en el apartamento. Recuerdo que intentó forcejear conmigo para que soltara al hombre al que apenas acababa de empezar a conocer, pero después de eso mi mente salta directamente al momento en que llegó la ambulancia y vuelve a
quedarse en blanco hasta el instante en el que me encontraba sentada en el suelo de casa de los Pierce.
 
—Lo haré —le asegura Sam, y entonces oigo cómo la puerta mosquitera se abre.
Frías gotas de lluvia caen sobre mi rostro y enjuagan días de lágrimas y de suciedad.
 
—No te preocupes. Nos vamos a ir a casa; todo irá bien —me susurra Sam mientras me aparta el pelo empapado de lluvia de la frente.
 
Mantengo los ojos cerrados y apoyo la mejilla contra su pecho; sus fuertes latidos no hacen sino recordarme el momento en que pegué la oreja contra el de mi padre sin hallar latido ni respiración algunos.
 
—No te preocupes —dice Sam de nuevo.
 
Es como en los viejos tiempos: ha venido a rescatarme después de que las adicciones de mi padre causaran estragos.
Pero esta vez no hay ningún invernadero en el que esconderse. Esta vez sólo hay oscuridad y no hay escapatoria.
 
—Nos vamos a ir a casa —repite mientras me coloca dentro del coche.
 
Sam es una persona dulce y cariñosa, pero ¿es que no sabe que no tengo casa?
Las manecillas de mi reloj avanzan muy despacio. Cuanto más las miro, más se burlan de mí, ralentizándose con cada tictac. Mi antiguo dormitorio es enorme. Habría jurado que era más pequeño, pero ahora me da la sensación de que es inmenso. ¿Tal vez sea yo la que se siente pequeña? Me siento ligera, más ligera que la última vez que dormí en esta cama. Me parece que podría salir
volando y nadie se daría cuenta. Mis pensamientos no son normales, lo sé. Sam me lo dice cada vez que habla conmigo e intenta devolverme a la realidad. Está aquí ahora; no se ha marchado desde que me tumbé en esta cama, y Dios sabe cuánto tiempo hace de eso.
 
—Te pondrás bien, Santana. El tiempo todo lo cura. ¿Recuerdas que nuestro pastor siempre decía eso?
 
Los ojos  de Sam reflejan preocupación por mí. Asiento, aunque permanezco callada, mirando el reloj que me provoca colgado en la pared. Sam arrastra un tenedor por el plato de comida que lleva horas intacto.
 
—Tu madre va a venir y te va a obligar a comer. Es tarde, y todavía no has tocado la comida.
Miro hacia la ventana y veo que está oscuro. ¿En qué momento ha desaparecido el sol? Y ¿por qué no se me ha llevado consigo?
Sam toma mis manos entre la suavidad de las suyas y me pide que lo mire.
 
—Come al menos unos bocados para que te deje descansar.
 
Alargo el brazo para coger el plato. No quiero ponerle las cosas más difíciles sabiendo que está siguiendo los dictados de mi madre. Me llevo el pan rancio a la boca e intento que no me entren arcadas al masticar la correosa comida. Cuento el tiempo que tardo en obligarme a dar cinco bocados y a tragármelos con el agua a temperatura ambiente que lleva en la mesilla de noche desde esta mañana.
 
—Necesito cerrar los ojos —le digo a Sam mientras me ofrece unas uvas que hay en el plato.
— No quiero más. —Aparto el plato con suavidad. Me están entrando ganas de vomitar de ver la comida.
 
Me tumbo y me coloco en posición fetal. Sam, tan buenazo como siempre, me recuerda aquella vez que nos metimos en un lío por lanzarnos uvas el uno al otro durante la misa del domingo cuando teníamos doce años.
 
—Ése fue nuestro mayor acto de rebeldía, creo —dice echándose a reír con ternura, y su risa hace que me quede dormida.
 
—No vas a entrar ahí. Lo último que necesitamos es que la alteres. Está durmiendo por primera vez desde hace días —oigo decir a mi madre en el pasillo.
¿Con quién está hablando? No estoy durmiendo, ¿verdad? Me incorporo, me apoyo sobre los codos y la sangre se me sube a la cabeza. Estoy cansada, muy cansada. Sam está aquí, en la cama de mi infancia, conmigo. Todo es tan familiar: la cama, su pelo rubio revuelto... Pero yo me siento diferente; fuera de lugar y desorientada.
 
—No he venido a hacerle daño, Maria. Ya deberías saberlo.
 
—Tú... —empieza a responderle mi madre, pero ella la interrumpe.
 
—Y también deberías saber que me importa una mierda lo que tengas que decir.
 
La puerta de mi habitación se abre entonces, y la última persona que esperaba ver aparece por detrás de mi airada madre. Siento el peso del brazo de Sam que me mantiene pegada a la cama. Dormido, me estrecha con más fuerza la cintura, y la garganta me arde cuando veo a Brittany. Sus ojos azules  están furiosos al
ver lo que tiene delante. Cruza la habitación y arranca el brazo de Sam de mi cuerpo.
 
—Pero ¿qué...? —Sam se despierta sobresaltado y se levanta de un brinco.
 
Cuando Brittany da otro paso hacia mí, retrocedo en la cama a toda prisa y me golpeo la espalda contra la pared con la suficiente fuerza como para quedarme sin aliento, pero sigo intentando alejarme de ella. Toso, y su mirada se suaviza.
¿Qué está haciendo aquí? No puede estar aquí, no quiero que esté aquí. Bastante daño me ha hecho ya, y no tiene derecho a presentarse aquí para revolver los restos.
 

—¡Mierda! ¿Estás bien? —Alarga su brazo tatuado y yo hago lo primero que pasa por mi desequilibrada cabeza: gritar.
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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 27, 2016 1:32 am

CAPÍTULO 24
Brittany

 
Sus gritos inundan mis oídos, mi pecho vacío y mis pulmones, hasta que por fin alcanzan un punto en mi interior que no estaba segura de que pudiera ser alcanzado nunca más. Un punto al que sólo ella tiene acceso, y siempre lo tendrá.
 
—¿Qué haces tú aquí? —Sam entra en acción y se interpone entre la pequeña cama y yo como si fuera un puto caballero blanco destinado a protegerla... ¿de mí?
Ella sigue gritando. ¿Por qué grita?
 
—Santana, por favor...
 
No estoy segura de qué es lo que le estoy pidiendo, pero sus gritos se transforman en toses, y sus toses en sollozos, y sus sollozos en una especie de ahogo que no puedo soportar. Me aproximo a ella con cautela, y por fin recupera el aliento.
Sus ojos atormentados siguen fijos en mí, y su mirada abrasadora me atraviesa dejando un agujero que sólo ella puede llenar.
 
—San, ¿quieres que se quede? —pregunta Sam.
 
Bastante me está costando ya pasar por alto el hecho de que él esté aquí, pero ahora ya se está extralimitando.
 
—¡Tráele un poco de agua! —le digo a su madre, pero no me hace caso.
 
Después, de manera incomprensible, Santana empieza a negar con la cabeza, y me rechaza. El gesto hace que su protector improvisado se envalentone.
 
—Ella no te quiere aquí —dice Sam.
 
—¡No sabe lo que quiere! ¡Mírala! —Levanto las manos en el aire e inmediatamente siento cómo las uñas perfectamente arregladas de Maria se clavan en mi brazo. Lo lleva claro si piensa que voy a moverme de aquí. ¿Acaso no sabe a estas alturas que no puede alejarme de Santana? Esa decisión sólo puedo tomarla yo, y es una idea estúpida a la que soy incapaz de ceñirme.
Sam se inclina un poco hacia mí.
 
—No quiere verte, así que será mejor que te marches.
 
Me importa una mierda el hecho de que este niñato parezca haber aumentado de tamaño y haber desarrollado musculatura desde la última vez que lo vi. No es nada comparado conmigo. Pronto aprenderá por qué la gente ni siquiera se molesta en intentar interponerse entre Santana y yo. Saben que no deben hacerlo, y él se va a enterar.
 
—No voy a marcharme. —Me vuelvo hacia Santana, que sigue tosiendo, y a nadie parece importarle—. ¡¿Quiere alguien darle un poco de agua, joder?! —grito en el pequeño dormitorio, y el eco de mi voz retumba de pared a pared.
 
Santana gimotea y se acurruca con las rodillas pegadas al pecho. Sé que lo pasa mal, y sé que no debería estar aquí, pero también sé que su madre y Sam nunca
serán capaces de estar ahí para ella de verdad. Conozco a Santana mucho mejor que ellos dos juntos, y yo jamás la había visto en este estado, de modo que seguramente ninguno de ellos tiene ni la menor idea de qué hacer con ella mientras siga así.
 
—Brittany, si no te marchas, llamaré a la policía —me advierte Maria con voz grave y amenazadora—. No sé qué le has hecho esta vez, pero ya estoy harta, y no eres bien recibida aquí. Nunca lo has sido y nunca lo serás.
 
Ignoro a los dos entrometidos y me siento en una esquina de la cama de la infancia de Santana. Para mi espanto, se aparta de nuevo, esta vez retrocediendo con las manos, hasta que llega al borde y se cae al suelo. Me levanto al instante y la cojo en brazos, pero los sonidos que emite cuando mi piel roza la suya son aún peores que sus gritos de terror de hace unos minutos. Al principio no sé
muy bien qué hacer, pero al cabo de unos interminables segundos, la frase «¡Suéltame!» escapa de sus labios agrietados y me atraviesa como una daga. Me golpea el pecho y me araña los brazos, intentando librarse de mí. Me resulta difícil tratar de apaciguarla con esta escayola. Temo hacerle daño, y eso es lo último que quiero.
 
Por mucho que me duela verla tan desesperada por alejarse de mí, me alegro de que reaccione. La Santana silenciosa era lo peor, y en lugar de gritarme, como lo está haciendo en estos momentos, su madre debería estarme agradecida por haber sacado a su hija de esa fase de su dolor.
 
—¡Suéltame! —grita de nuevo, y Sam empieza a protestar por detrás de mí.
La mano de Santana impacta contra mi dura escayola y grita de nuevo:
 
—¡Te odio!
Sus palabras me destrozan, pero sigo reteniendo su cuerpo, que no cesa de golpearme, entre los brazos.
La grave voz de Sam atraviesa los gritos de Santana:
 
—¡Estás empeorando las cosas!
 
Entonces ella calla de nuevo... y hace lo peor que podría hacerle a mi corazón. Libera sus manos de las mías —es difícil de cojones retenerla con una sola mano— y las alarga hacia Sam.
Santana le está pidiendo auxilio a Sam porque no soporta verme.
La suelto inmediatamente, y corre hacia sus brazos. Él la coge de la cintura y del cuello y la estrecha contra su pecho. La furia me invade y me esfuerzo al máximo por mantener la calma mientras observo sus manos sobre ella. Si lo golpeo, ella me odiará aún más. Y si no lo hago, esta escena me va a volver loca.
Joder, ¿por qué he tenido que venir aquí? Debería haber mantenido las distancias tal y como había planeado. Ahora que estoy aquí soy incapaz de obligar a mis pies a salir de esta puta habitación, y su llanto sólo alimenta mi necesidad de estar cerca de ella. Haga lo que haga, llevo las de perder, y la idea me está volviendo loca.
 
—Haz que se marche —solloza Santana contra el pecho de Sam.
 
El terrible dolor de su rechazo me deja inmóvil durante unos segundos. Sam se vuelve entonces hacia mí, pidiéndome en silencio de la manera más civilizada posible que salga de la habitación. Odio el hecho de que se haya convertido en la fuente de su consuelo; una de mis mayores inseguridades acaba de darme en toda la cara, pero no puedo permitirme pensar de ese modo. Tengo que pensar en ella. En su bienestar. Retrocedo torpemente y me dirijo hacia la puerta. Una vez fuera de la pequeña habitación, me apoyo contra ésta para recuperar el aliento. ¿Cómo ha podido nuestra vida desmoronarse tanto en tan poco tiempo?
De repente, me encuentro en la cocina de Maria llenando un vaso con agua. Es incómodo, ya que sólo tengo una mano hábil, y tardo más en coger el vaso, en llenarlo y en cerrar el grifo, y durante todo el proceso, las protestas de la mujer detrás de mí me ponen de los nervios.
 
Me vuelvo para mirarla y espero que me diga que ha llamado a la policía, pero se limita a fulminarme con la mirada en silencio.
 
—Me importan una mierda las pequeñeces ahora mismo. Llama a la policía o haz lo que te dé la gana, pero no pienso marcharme de esta casa hasta que hable conmigo. —Doy un trago de agua y recorro la cocina pequeña pero inmaculada hasta estar delante de ella.
 
—¿Cómo has venido? Estabas en Londres —dice Maria con voz severa.
 
—En un puto avión. ¿Cómo iba a venir?
Pone los ojos en blanco.
 
—Sólo porque hayas atravesado medio mundo y te hayas presentado aquí antes de que salga el sol no significa que puedas estar con ella —dice furiosa—. Lo ha dejado bien claro. ¿Por qué no la dejas en paz? No paras de hacerle daño, y no pienso seguir permitiéndolo.
 
—No necesito tu aprobación.
 
—Y ella no te necesita a ti —dispara Maria, y me quita el vaso de la mano como si fuera una pistola cargada. Lo suelta de un golpe sobre la encimera y me mira a los ojos.
 
—Sé que no te gusto, pero la amo. He cometido errores, demasiados, pero, Maria, si crees que voy a permitir que se quede contigo después de que viera lo que vio, y después de que viviera lo que vivió, estás aún más loca de lo que pensaba.
Vuelvo a coger el vaso, sólo por fastidiarla, y doy otro trago.
 
—Estará bien —responde ella con frialdad.
A continuación, hace una pausa y algo en su interior parece romperse.
 
—La gente muere todos los días; ¡lo superará! —dice en voz demasiado alta.
Espero que Santana no haya oído el insensible comentario de su madre.
 
—¿Estás hablando en serio? Es tu puñetera hija, y él era tu marido... —Dejo la frase sin terminar al recordar que no estaban legalmente casados—. Está sufriendo, y tú te estás comportando como una zorra desalmada, lo que es justamente la razón por la que no pienso dejarla aquí contigo. ¡Ryder no
debería haberte permitido recogerla! Maria inclina la cabeza hacia atrás indignada.
 
—¿«Haberme permitido»? ¡Es mi hija!
El vaso que tengo en la mano tiembla, y el agua se derrama por el borde y cae al suelo.
 
—¡Pues quizá deberías empezar a actuar en consecuencia e intentar estar ahí para ella!
 
—¿Estar ahí para ella? Y ¿quién está aquí para mí? —Su voz carente de emoción se quiebra, y me sorprendo cuando esta mujer, a la que creía de piedra, se apoya en la encimera para evitar caerse al suelo.
 
Las lágrimas descienden por su rostro, que está perfectamente maquillado a pesar de que son las cinco de la mañana.
 
—Hacía años que no veía a ese hombre... ¡Él nos abandonó! ¡Me dejó tras prometerme una buena vida un millón de veces! —Pasa las manos por la encimera y tira los tarros y los utensilios al suelo
—. ¡Me mintió! ¡Abandonó a Santana y me arruinó la vida! ¡Jamás he podido volver a mirar a otro hombre después de Ricardo López, y él nos abandonó! —grita.
 
Cuando me agarra del hombro y entierra la cabeza en mi pecho, sollozando y gritando, por un instante se parece tanto a la chica a la que amo que no soy capaz de apartarla. Sin saber qué otra cosa hacer, la estrecho con un brazo y permanezco en silencio.
 
—Lo deseé. Deseé que muriera —admite avergonzada y hecha un mar de lágrimas—. Lo esperé, me decía a mí misma que volvería. Le deseé la muerte durante años, y ahora que le ha llegado, ni siquiera soy capaz de fingir tristeza.
 

Nos quedamos así durante largo rato; ella llorando en mi pecho y diciéndome de diferentes maneras y con diferentes palabras que se odia a sí misma por alegrarse de que haya muerto. Yo no sé qué decirle para consolarla pero, por primera vez desde que la conozco, puedo ver a la mujer rota que se esconde tras la máscara.
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Finalizado Re: [Resuelto] Brittana: Amores Infinitos. FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 27, 2016 1:33 am

CAPÍTULO 24
Brittany

 
Sus gritos inundan mis oídos, mi pecho vacío y mis pulmones, hasta que por fin alcanzan un punto en mi interior que no estaba segura de que pudiera ser alcanzado nunca más. Un punto al que sólo ella tiene acceso, y siempre lo tendrá.
 
—¿Qué haces tú aquí? —Sam entra en acción y se interpone entre la pequeña cama y yo como si fuera un puto caballero blanco destinado a protegerla... ¿de mí?
Ella sigue gritando. ¿Por qué grita?
 
—Santana, por favor...
 
No estoy segura de qué es lo que le estoy pidiendo, pero sus gritos se transforman en toses, y sus toses en sollozos, y sus sollozos en una especie de ahogo que no puedo soportar. Me aproximo a ella con cautela, y por fin recupera el aliento.
Sus ojos atormentados siguen fijos en mí, y su mirada abrasadora me atraviesa dejando un agujero que sólo ella puede llenar.
 
—San, ¿quieres que se quede? —pregunta Sam.
 
Bastante me está costando ya pasar por alto el hecho de que él esté aquí, pero ahora ya se está extralimitando.
 
—¡Tráele un poco de agua! —le digo a su madre, pero no me hace caso.
 
Después, de manera incomprensible, Santana empieza a negar con la cabeza, y me rechaza. El gesto hace que su protector improvisado se envalentone.
 
—Ella no te quiere aquí —dice Sam.
 
—¡No sabe lo que quiere! ¡Mírala! —Levanto las manos en el aire e inmediatamente siento cómo las uñas perfectamente arregladas de Maria se clavan en mi brazo. Lo lleva claro si piensa que voy a moverme de aquí. ¿Acaso no sabe a estas alturas que no puede alejarme de Santana? Esa decisión sólo puedo tomarla yo, y es una idea estúpida a la que soy incapaz de ceñirme.
Sam se inclina un poco hacia mí.
 
—No quiere verte, así que será mejor que te marches.
 
Me importa una mierda el hecho de que este niñato parezca haber aumentado de tamaño y haber desarrollado musculatura desde la última vez que lo vi. No es nada comparado conmigo. Pronto aprenderá por qué la gente ni siquiera se molesta en intentar interponerse entre Santana y yo. Saben que no deben hacerlo, y él se va a enterar.
 
—No voy a marcharme. —Me vuelvo hacia Santana, que sigue tosiendo, y a nadie parece importarle—. ¡¿Quiere alguien darle un poco de agua, joder?! —grito en el pequeño dormitorio, y el eco de mi voz retumba de pared a pared.
 
Santana gimotea y se acurruca con las rodillas pegadas al pecho. Sé que lo pasa mal, y sé que no debería estar aquí, pero también sé que su madre y Sam nunca
serán capaces de estar ahí para ella de verdad. Conozco a Santana mucho mejor que ellos dos juntos, y yo jamás la había visto en este estado, de modo que seguramente ninguno de ellos tiene ni la menor idea de qué hacer con ella mientras siga así.
 
—Brittany, si no te marchas, llamaré a la policía —me advierte Maria con voz grave y amenazadora—. No sé qué le has hecho esta vez, pero ya estoy harta, y no eres bien recibida aquí. Nunca lo has sido y nunca lo serás.
 
Ignoro a los dos entrometidos y me siento en una esquina de la cama de la infancia de Santana. Para mi espanto, se aparta de nuevo, esta vez retrocediendo con las manos, hasta que llega al borde y se cae al suelo. Me levanto al instante y la cojo en brazos, pero los sonidos que emite cuando mi piel roza la suya son aún peores que sus gritos de terror de hace unos minutos. Al principio no sé
muy bien qué hacer, pero al cabo de unos interminables segundos, la frase «¡Suéltame!» escapa de sus labios agrietados y me atraviesa como una daga. Me golpea el pecho y me araña los brazos, intentando librarse de mí. Me resulta difícil tratar de apaciguarla con esta escayola. Temo hacerle daño, y eso es lo último que quiero.
 
Por mucho que me duela verla tan desesperada por alejarse de mí, me alegro de que reaccione. La Santana silenciosa era lo peor, y en lugar de gritarme, como lo está haciendo en estos momentos, su madre debería estarme agradecida por haber sacado a su hija de esa fase de su dolor.
 
—¡Suéltame! —grita de nuevo, y Sam empieza a protestar por detrás de mí.
La mano de Santana impacta contra mi dura escayola y grita de nuevo:
 
—¡Te odio!
Sus palabras me destrozan, pero sigo reteniendo su cuerpo, que no cesa de golpearme, entre los brazos.
La grave voz de Sam atraviesa los gritos de Santana:
 
—¡Estás empeorando las cosas!
 
Entonces ella calla de nuevo... y hace lo peor que podría hacerle a mi corazón. Libera sus manos de las mías —es difícil de cojones retenerla con una sola mano— y las alarga hacia Sam.
Santana le está pidiendo auxilio a Sam porque no soporta verme.
La suelto inmediatamente, y corre hacia sus brazos. Él la coge de la cintura y del cuello y la estrecha contra su pecho. La furia me invade y me esfuerzo al máximo por mantener la calma mientras observo sus manos sobre ella. Si lo golpeo, ella me odiará aún más. Y si no lo hago, esta escena me va a volver loca.
Joder, ¿por qué he tenido que venir aquí? Debería haber mantenido las distancias tal y como había planeado. Ahora que estoy aquí soy incapaz de obligar a mis pies a salir de esta puta habitación, y su llanto sólo alimenta mi necesidad de estar cerca de ella. Haga lo que haga, llevo las de perder, y la idea me está volviendo loca.
 
—Haz que se marche —solloza Santana contra el pecho de Sam.
 
El terrible dolor de su rechazo me deja inmóvil durante unos segundos. Sam se vuelve entonces hacia mí, pidiéndome en silencio de la manera más civilizada posible que salga de la habitación. Odio el hecho de que se haya convertido en la fuente de su consuelo; una de mis mayores inseguridades acaba de darme en toda la cara, pero no puedo permitirme pensar de ese modo. Tengo que pensar en ella. En su bienestar. Retrocedo torpemente y me dirijo hacia la puerta. Una vez fuera de la pequeña habitación, me apoyo contra ésta para recuperar el aliento. ¿Cómo ha podido nuestra vida desmoronarse tanto en tan poco tiempo?
De repente, me encuentro en la cocina de Maria llenando un vaso con agua. Es incómodo, ya que sólo tengo una mano hábil, y tardo más en coger el vaso, en llenarlo y en cerrar el grifo, y durante todo el proceso, las protestas de la mujer detrás de mí me ponen de los nervios.
 
Me vuelvo para mirarla y espero que me diga que ha llamado a la policía, pero se limita a fulminarme con la mirada en silencio.
 
—Me importan una mierda las pequeñeces ahora mismo. Llama a la policía o haz lo que te dé la gana, pero no pienso marcharme de esta casa hasta que hable conmigo. —Doy un trago de agua y recorro la cocina pequeña pero inmaculada hasta estar delante de ella.
 
—¿Cómo has venido? Estabas en Londres —dice Maria con voz severa.
 
—En un puto avión. ¿Cómo iba a venir?
Pone los ojos en blanco.
 
—Sólo porque hayas atravesado medio mundo y te hayas presentado aquí antes de que salga el sol no significa que puedas estar con ella —dice furiosa—. Lo ha dejado bien claro. ¿Por qué no la dejas en paz? No paras de hacerle daño, y no pienso seguir permitiéndolo.
 
—No necesito tu aprobación.
 
—Y ella no te necesita a ti —dispara Maria, y me quita el vaso de la mano como si fuera una pistola cargada. Lo suelta de un golpe sobre la encimera y me mira a los ojos.
 
—Sé que no te gusto, pero la amo. He cometido errores, demasiados, pero, Maria, si crees que voy a permitir que se quede contigo después de que viera lo que vio, y después de que viviera lo que vivió, estás aún más loca de lo que pensaba.
Vuelvo a coger el vaso, sólo por fastidiarla, y doy otro trago.
 
—Estará bien —responde ella con frialdad.
A continuación, hace una pausa y algo en su interior parece romperse.
 
—La gente muere todos los días; ¡lo superará! —dice en voz demasiado alta.
Espero que Santana no haya oído el insensible comentario de su madre.
 
—¿Estás hablando en serio? Es tu puñetera hija, y él era tu marido... —Dejo la frase sin terminar al recordar que no estaban legalmente casados—. Está sufriendo, y tú te estás comportando como una zorra desalmada, lo que es justamente la razón por la que no pienso dejarla aquí contigo. ¡Ryder no
debería haberte permitido recogerla! Maria inclina la cabeza hacia atrás indignada.
 
—¿«Haberme permitido»? ¡Es mi hija!
El vaso que tengo en la mano tiembla, y el agua se derrama por el borde y cae al suelo.
 
—¡Pues quizá deberías empezar a actuar en consecuencia e intentar estar ahí para ella!
 
—¿Estar ahí para ella? Y ¿quién está aquí para mí? —Su voz carente de emoción se quiebra, y me sorprendo cuando esta mujer, a la que creía de piedra, se apoya en la encimera para evitar caerse al suelo.
 
Las lágrimas descienden por su rostro, que está perfectamente maquillado a pesar de que son las cinco de la mañana.
 
—Hacía años que no veía a ese hombre... ¡Él nos abandonó! ¡Me dejó tras prometerme una buena vida un millón de veces! —Pasa las manos por la encimera y tira los tarros y los utensilios al suelo
—. ¡Me mintió! ¡Abandonó a Santana y me arruinó la vida! ¡Jamás he podido volver a mirar a otro hombre después de Ricardo López, y él nos abandonó! —grita.
 
Cuando me agarra del hombro y entierra la cabeza en mi pecho, sollozando y gritando, por un instante se parece tanto a la chica a la que amo que no soy capaz de apartarla. Sin saber qué otra cosa hacer, la estrecho con un brazo y permanezco en silencio.
 
—Lo deseé. Deseé que muriera —admite avergonzada y hecha un mar de lágrimas—. Lo esperé, me decía a mí misma que volvería. Le deseé la muerte durante años, y ahora que le ha llegado, ni siquiera soy capaz de fingir tristeza.
 

Nos quedamos así durante largo rato; ella llorando en mi pecho y diciéndome de diferentes maneras y con diferentes palabras que se odia a sí misma por alegrarse de que haya muerto. Yo no sé qué decirle para consolarla pero, por primera vez desde que la conozco, puedo ver a la mujer rota que se esconde tras la máscara.
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